Atada al Fuego

Atada al Fuego Christine Feehan Hermanas del Corazón 5

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Jinete de la Sombras Para Bárbara Rey, Una mujer que siempre me ha gustado, admirado y hasta mirado. ¡Puedo imaginarla pasando de un país a otro con el asesinato en mente! ¡Nos gustaría tener un maldito buen tiempo!

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Atada al Fuego EXPRESIONES DE GRATITUD

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Agradecimientos

Nuestra querida traductora Julieta Echeverri quien con cariño invierte de su tiempo para traernos cada historia que amamos. A ustedes nuestras queridas seguidoras quienes cada día con sus comentarios y apoyo nos ayudan a seguir… xoxoxox

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Esta es una traducción sin ánimo de lucro, hecha únicamente con el objetivo de poder tener en nuestro idioma las historias que amamos…. Si tienes la oportunidad de adquirir uno de los libros de esta autora te animamos a hacerlo...

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Atada al Fuego Capítulo 1 El sonido de la risa hizo eco por toda la casa. Las voces de las mujeres se levantaban y caían. Suaves. Contentas. Amorosas. Lissa Piner se acercó a la puerta, la abrió y se quedó mirando hacia la oscuridad, llevando esos sonidos con ella. Ella quería que todo acerca de esa tarde quedara impreso en su cerebro para siempre. Sus hermanas del corazón, siempre en su corazón. Tan cliché. Utilizado muy a menudo pero en este caso, era cierto. No podía amarlas más si hubieran nacido de los mismos padres. Ella se encontró con ellas, de todos los lugares, en un grupo de terapia para los miembros sobrevivientes de familias violentamente asesinadas. Habían llegado juntas, seis mujeres, todas perdidas, todas rotas, y descubrieron, que juntas eran mucho más fuertes. El viento tiró de su pelo y ella volvió la cara hacia el cielo nocturno, inhalando profundamente. Ella amaba las tormentas. Le encantaba la costa norte de California, donde las seis mujeres habían agrupado sus recursos, comprado una granja y durante los últimos cinco años habían crecido cerca e incluso prosperado juntas. Esta noche, sin embargo, las nubes se agitaba y se revolvían, un negro siniestro oscuro, casi tapaba la luna. No era suficiente que no pudiera ver el anillo rojo brillante alrededor de la Luna, que valientemente trató de brillar detrás de la capa de nubes. ― Una tormenta viene, ― Blythe Daniels observó por encima del hombro. Le dio a Lissa una taza de té. Era alta, rubia y mucho más alta que Lissa por un buen número de pulgadas. ― ¿No te encanta cuando la luna está llena y tiene anillos alrededor y el cielo está tan oscuro que casi parece morado?

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Atada al Fuego Lissa tomó un sorbo de su té. Había algo relajante sobre el té. Sólo había descubierto las propiedades del té cuando ella había venido a vivir en la granja con las otras. El té parecía ser lo que se debía beber cuando las cosas eran difíciles. ― Me encanta el púrpura en las nubes, ― admitió, evitando toda discusión acerca de los anillos rojos y lo que podrían significar. Para ella, solo significaban una cosa: la muerte. Una muerte violenta. Probablemente la de ella. Ella suspiró suavemente y luego forzó una sonrisa. Tenía que tener mucho cuidado con estas mujeres. Todos ellas eran muy hábiles en la lectura de unas a las otras. ― Vamos, ustedes dos, ― llamó Lexi desde el otro lado de la habitación. Ella era la hermana más joven, con la que Lissa era más cercana y con la que era más protectora. Lexi había caído recientemente enamorada y Lissa pasó de estar agradecida por ello, a estar un poco preocupada. Gavriil Prakenskii, el hombre de Lexi, no era un hombre común y corriente. Era áspero, lleno de cicatrices, y muy peligroso. También era muy protector con Lexi. Eso, a Lissa le gustaba mucho, sobre todo ahora. Blythe se inclinó hacia ella. ― ¿Estás bien, Lissa? Estas muy tranquila. Lissa sintió que su estómago aleteaba. Su corazón se apretó, una reacción física curiosa e inquietante ante la certeza de que Blythe veía mucho más que cualquier otra persona. Había sido idea de Blythe el unirse y comprar la finca. Ella había sido la fuerza impulsora y seguía siendo a quien todos miraban por guía. ― Siempre estoy tranquila, ― Lissa señaló con otra pequeña sonrisa. Una, que sabía, que no llegó a sus ojos. ― Sobre todo antes de un viaje. Este es un grande. Tengo tres hoteles interesados en mi trabajo. Si puedo conseguir contratos con uno solo de ellos, por no hablar de los tres, vamos a estar asentadas bastante durante mucho tiempo. ― Ella se alejó de la tormenta. Lejos del cielo nocturno y de la luna con los anillos rojos que señalaban el peligro y la violencia. ― ¿Quién iba a saber que mis candelabros iban a viajar por todo el mundo y que me iba a hacer famosa por mi arte?

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Atada al Fuego Ella deliberadamente había cortejado el mercado europeo. Sin embargo, no había esperado que, en cinco años, pudiera ser tan exitosa. ― Ya sabes, que con los hombres aportando dinero a la granja, no estamos tambaleándonos cada mes en el borde del desastre. Ya no tienes que trabajar tan duro, Lissa, ― dijo en voz baja Blythe. ― Todas te queremos por ello, pero estamos bien ahora. Todas podemos tomar un respiro. Gracias a Lexi, la granja está haciéndolo mejor que nunca. Rikki, Judith y Airiana se aseguran de que el tiempo, no perjudique a nuestros cultivos. ― Exactamente, ― dijo Lissa, cerrando la puerta contra el viento creciente. ― Rikki, Judith y Airiana se aseguran de que los cultivos de Lexi prosperen. Tú aumentas su poder. Las cinco trabajan juntas para hacer que la granja sea un éxito. ¿Yo en que puedo contribuir? Cuando empecé mi negocio, todos ustedes me ayudaron. Tú creíste en mí. Esta es mi oportunidad de devolver algo a la granja. Blythe abrió la boca para protestar, echó un vistazo a su cara y la cerró de nuevo. ― Todas estamos orgullosos de ti. El

hecho de que tres hoteles estén todos

compitiendo por tus lámparas, dice que lo has hecho. ― No he conseguido los contratos todavía, ― dijo Lissa, vertiendo entusiasmo en su voz. ― He tenido que retrasar el viaje un par de semanas y volver a programarlo, ya que dos de los gerentes no pudieron reunirse conmigo en el tiempo que había asignado para viajar. Como ves, va a ser apretado. ― Aún así, ― Blythe abrió el camino de vuelta al centro de la sala de estar. ― Es emocionante que puedas visitar tantos países en un solo viaje y de forma legítima. ― Esa es la mejor parte, ― dijo Airiana Prakenskii. Se había casado recientemente con Maxim Prakenskii y estaba en el proceso de adopción de cuatro hijos, unos hermanos que habían sido rescatados por ella y su marido de una red de tráfico humano. ― Anotar tu viaje dentro de tus impuestos. ― Parecía un hermoso duendecillo con su pelo platino natural, ojos grandes y aspecto frágil. Ella era todo menos frágil. Estaba

vinculada al aire y trabajaba para el Departamento de

Defensa.

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Atada al Fuego ― Desprecio hacer impuestos, ― Rikki Prakenskii admitió. ― Me encanta bucear y es genial que te paguen por hacer lo que amas, pero luego, presentar impuestos hace que sea una pesadilla. Gracias a Dios por Lev. Que entiende por completo todo eso. Lissa sonrió a Rikki mientras se hundía en la silla frente a ella. ― Me encanta que le llames Lev ahora y que todas ustedes se hayan puesto de acuerdo para tomar el apellido Prakenskii. Lexi se encogió de hombros. ― Desde que Gavriil está viviendo aquí, tanto él como Ilya utilizan el nombre, ¿por qué no todos? ― ¿No crees que sea un poco loco que todas ustedes se casaran con Prakenskiis? ― Preguntó Lissa. Dejó la taza de té con cuidado sobre la mesa y cruzó las manos juntas, enhebrando sus dedos bastante apretados. ― Absolutamente loco, ― Lexi estuvo de acuerdo, ― aunque, no estoy casada. ― Es una cuestión de tiempo, ― dijo Lissa. ― Gavriil pondrá su anillo en tu dedo, de la forma en que él puso su marca en la palma de tu mano. No lo niegues. Te he visto frotar la palma de tu mano en tus pantalones vaqueros. Todas hacen eso. ― A veces me pica, ― dijo Lexi antes de pensar en negarlo. Hubo más risas. Lissa amaba el sonido de la risa de sus hermanas. Había una verdadera alegría en ellas. Todas ellas habían estado tan perdidas, tan rotas, especialmente Lexi. Intelectualmente, Lissa sabía que era una combinación de cosas lo que las habían cambiado a todas. La forma en que se unieron como familia, su granja, y después de la venida de uno en uno, de los hermanos Prakenskii. ― ¿Por qué supones que todas se han establecido y han caído locamente enamoradas por un Prakenskii? ― Preguntó ella.

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Atada al Fuego ― Hola, ― enfatizó Judith. ― ¿Estás ciega? Son simplemente deliciosos. ― Judith estaba casada con Stefan Prakenskii. Judith era casi tan alta como Blythe, con un pelo largo y negro fluyendo, un legado de su madre japonesa. Ella era un artista y restauraba pinturas, así como creaba caleidoscopios únicos y hermosos. ―Ellos lo son, ― Lissa admitió, ― pero también son sobreprotectores, dominantes y arrogante, así como dolores en el trasero. Todas las mujeres asintieron con la cabeza. ― Ellos son todas esas cosas, ― dijo Airiana. ― Ni siquiera podemos argumentar cual es el peor... ― Gavriil, ― un coro de voces, dijo, todas al mismo tiempo. Lexi pareció sorprendida. ― No lo es. El es tan dulce. ¿Cómo pueden pensar eso? Se levantó la risa y esta vez Lissa se unió, una verdadera risa genuina. Por supuesto Lexi no volvería a ver el lado peligroso de Gavriil. El la amaba. Ella no era sólo el centro de su mundo, ella era su mundo. ― Es por eso que todas van a tener un Terrier Negro Ruso para proteger a todos los hogares, ― bromeó. Lexi le dirigió una sonrisa e inmediatamente estuvo en desacuerdo de nuevo. ― Ese fue Lev. ― Empujo a Lev al océano tan a menudo como es posible, ― dijo Rikki con un pequeña respiración. ― Eso le enfría cuando se sale de control. De ninguna manera es mi hombre. Blythe levantó la mano. ― Tengo que decir, que todos sus hombres son lo peor. Sólo Lissa y yo tenemos algún sentido de preservación.

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Atada al Fuego Lissa respiró hondo antes de asentir. ― Es por eso que estoy muy contenta que de ir a Europa y dejar a Blythe, a merced de cualquier hermano Prakenskii que se aparezca, porque estoy bastante segura de que va a pasar. Sea Haven parece llamar a aquellos de nosotros que estamos unidos a los elementos o que como las hermanas Drake, tienen dones psíquicos. Como todos los Prakenskiis parecen tenerlos o serlo a la vez, estoy poniéndome mis zapatos de correr. Por lo menos no estaba mintiendo acerca de eso. Prácticamente cada cosa sobre ella era una mentira, cuando había estado tan decidida a darle a sus hermanas la persona real. Ella les dio lo que podía de sí misma, pero no habría ninguna aceptación si supieran la verdad sobre ella. A veces, apenas podía mirarse en el espejo. ― ¿Porque sería tan malo encontrar a un hombre? ― Preguntó Lexi. ― Yo estaba segura de que nunca tendría ese tipo de intimidad...... con un hombre, no después de todo lo que me había pasado, pero Gavriil llegó y no puedo imaginar mi vida sin él. ¿No quieres tener una relación, Lissa? Lissa quería abrazar a su Lexi. A su dulce, y maravillosa Lexi. Siempre aceptando. Había sido secuestrada, forzada a una farsa de un matrimonio con un pedófilo, forzada en un trabajo infantil, su familia asesinada por el culto vicioso que se la llevó, y todavía tenía una naturaleza dulce que nadie podría tomar de ella. Lissa se sentía muy protectora con ella y la quería como a la hermana que nunca tuvo. Ella haría cualquier cosa para mantener a Lissa segura y feliz. Había jurado que se aseguraría de que nadie le quitara esa sensación de seguridad de nuevo. ― ¿Qué es? ― Le preguntó Lexi, moviéndose de repente directo hacia ella, y encaramándose en el brazo del sillón de Lissa. Cerca. Sus ojos se movieron sobre Lissa, viendo demasiado. ― Pareces triste. Como si estuvieras diciéndonos adiós. ― No había temor en su voz. Ni miedo en su rostro. Sin embargo, ella mantuvo su voz baja, protegiendo instintivamente a Lissa de los demás.

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Atada al Fuego Lissa estaba agradecida. Todas sus hermanas podían leerse entre sí con facilidad ahora. Lissa había vivido una mentira con ellas durante tanto tiempo que se sentía culpable y avergonzada. Le habían mostrado quiénes eran, y sin embargo, ella tenía que ocultar quién era en realidad. Lo que era realmente. Intentó una sonrisa. ― Nena, tú sabes que me voy para Europa en cualquier momento, ¿verdad? Tengo que coger un avión. ¿No es de lo que esta reunión se trata? ― Ella trató de inyectar una nota de burla en su voz, pero en verdad, no creía que volviera a casa. Lexi sacudió la cabeza. ― Sabes a lo que me refiero. Esta es tu casa. ¿Eres feliz aquí? ― He sido más feliz aquí que lo que he sido desde que era una niña muy pequeña. Este es mi hogar, ― dijo Lissa con firmeza, agradecida que no tuviera que mentir. Eso era estrictamente la verdad y Lexi podría escucharlo en su voz. ― ¿Vas a volver de nuevo? ― Lexi persistió, sus ojos mostrando ansiedad. ― Esta es su casa, ― dijo Lissa. ― Siempre va a ser mi casa. Siempre voy a volver. ― Si podía. Ella lo haría. Nunca volvería a salir de Sea Haven, ni abandonaría la belleza y la paz de la granja si tuviera una elección. Levantó un poco la voz para que los demás pudieran escuchar. ― Si consigo los contratos para las lámparas con estos hoteles, los tres de ellos, entonces estaremos en buena situación por los próximos años. Será para la granja una verdadera oportunidad de prosperar. ― Ya está prosperando, Lissa, ― dijo Lexi. ― No tienes que trabajar más en exceso. Tengo a Gavriil que me ayuda ahora y durante la cosecha, todos ayudan. Con él alrededor, no me importa si contratamos ayuda adicional cuando la necesitamos. Antes, siempre estaba incómoda con los extraños, pero Gavriil me hace sentir segura. Bueno, todos los chicos lo hacen. Lissa se echó a reír. ― Sólo tú harías referencia a los hermanos Prakenskii como chicos. Te amo, Lexi. Mucho. Me enseñaste mucho acerca de dejar ir la ira. Esta todavía allí, pero estoy trabajando a través de ella. ― Ella nunca, nunca le diría cómo a su hermana pequeña.

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Atada al Fuego ― Te amo mucho también, pero en serio, Lissa, no asumas más trabajo del que puedes hacer cómodamente. Lissa asintió. ― Un hotel en Italia, un castillo en Alemania que ha sido reformado para convertirlo en un hotel de lujo y el último en Rusia. Realmente es la oportunidad de viajar y de forma gratuita. Es una vida dura, pero alguien tiene que hacerlo. Airiana suspiró y se echó hacia atrás, sorbiendo su té. ― Pensé que nunca querría volver a viajar después de todas mis aventuras en el yate y en el crucero, pero los niños me están desgastando. Benito es un muchacho loco. Está llegando a ser más como Max cada día. Juro, que sin la adopción, ya es un Prakenskii. Me vendrían bien unas vacaciones. La otra noche, cuando Max y yo nos escapamos al mirador, para tener un poco de diversión, cuando estábamos entrando, de repente, las luces rojas comenzaron a parpadear a nuestro alrededor y una alarma se disparó. Ese chico horrible aparejó nuestro único lugar seguro. Las mujeres estallaron en carcajadas. ― Por supuesto que sí, ― dijo Blythe. ― Estaba esperando algo por el estilo. De ninguna manera iba a resistirlo. Yo sólo puedo imaginar a Benito y a sus hermanas con sus pequeñas cabezas colgando por la ventana riendo. ― Hasta que Max se encontró con ellos, ― dijo Judith, apenas capaz de pronunciar las palabras alrededor de su risa. ― Persiguió a Benito por toda la casa. Las chicas y yo no podíamos contener la risa histérica, ― admitió Airiana. ― Yo no le dije a Max, pero creo que Lucía puede haber sido el cerebro detrás de las luces rojas. A las niñas se les ocurrió decir que fue de ellas la idea de las sirenas y Benito gentilmente ante la cara de ira de Max, les permitió tomar crédito por ello. Es evidente que todos ellos habían discutido y sólo estaban esperando que nosotros saliéramos a escondidas. ― Apuesto que no se necesitó mucho tiempo, ― dijo Rikki. Otra ronda de risas estalló.

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Atada al Fuego ― Nosotros tenemos que salir a hurtadillas, ― Se defendio Airiana. ― Esos pequeños monstruos duermen en nuestra habitación. Estamos esperando que cuando llegue el cachorro, todos ellos se vayan a dormir en la habitación de Lucía. ― Lo más probable es que el cachorro estará durmiendo en tu habitación, junto con los niños, ― dijo Lissa, manteniendo una cara seria. Airiana gimió y se cubrió los ojos. ― Tan cierto. Sólo recuerden, si alguna de ustedes está pensando en tener hijos, ellos son agotadores. ― Yo no, ― dijo Rikki. ― Voy a ser la tía preferida. ― Ese es mi trabajo, ― se opuso Blythe. ― Voy a ser el solterona con cinco gatos. Judith resopló. ― Al igual que tu, tengo una posibilidad de que eso ocurra. ― Ella hizo una pausa. Tomó una respiración. ― Yo no creo que me guste tener hijos, pero Stefan es tan maravilloso, que va a ser uno de esos padres que ayudan. Me gusta tener a Benito dando vueltas por la casa haciendo arte conmigo. Nicia y Siena son unas niñas queridas. Incluso Lucía, a pesar de que rara vez se acerca, es dulce. Stefan y yo decidimos probar. ― Hubo un silencio impresionante. ― ¿En serio? ― Preguntó Blythe. ― Eso es maravilloso. Me encanta la idea de niños que crezcan felices aquí en la granja. ― Eso es una buena cosa, ― dijo Judith, ― porque Airiana está embarazada. No tengo idea de cuándo va a confesar, pero puedo ver claramente que ella lo está. Su aura la delata. Airiana pareció sorprendida. ― Yo no lo estoy. ― Ella se enderezó, puso su taza sobre la mesa y miró a Judith. ― Tengo cuatro hijos. Eso es un montón. No podría tener un bebé, estoy demasiado cansada todo el tiempo. ― Es por eso que estás cansada, tonta, ― Judith señaló. ― ¿No lo sabías? ¿En serio?

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Atada al Fuego Airiana frunció el ceño. ― Mientras no tomara una prueba o lo dijera en voz alta, pensé que podría esquivar la bala. No fuimos exactamente cuidadosos al principio. Y a veces no somos tan cuidadosos ahora. ― No te preocupes, ― dijo Judith. ― El caballo ya salió del granero y no hay necesidad de cerrar las puertas. ― Ese barco ya esta navegando, ― dijo Blythe. ― Las odio a todas, ― dijo Airiana. ― Dejen de reírse de mí. Ahora, Gavriil tiene este cachorro que voy a terminar teniendo que cuidar junto con el loco de Benito y las niñas. Yo no estoy mirando adelante los próximos meses. Vomitando y deseando poder dormir. ― Lucía cuidará del cachorro, ― dijo Lexi. ― Está aprendiendo ya a cuidar de ellos y es muy buena en eso. Tiene un talento natural. Creo que va a ser bueno para ella y que deberías decirle que estás embarazada, ella te ayudará. Airiana sacudió la cabeza, las lágrimas repentinas saltando. Al instante la risa había desaparecido de su círculo. Blythe se acercó y le tomó la mano. ― ¿Qué pasa, cariño? Te quejas, pero amas a los niños y sabes que Lucía necesita el cachorro. No te opusiste a ello. ¿Estás realmente enferma? Airiana negó con la cabeza y luego se encogió de hombros. ― Tengo náuseas del embarazo, pero no es tan malo. Sólo debo tener cuidado con lo que como en la mañana. Es Lucía y los demás. Quiero que se sientan amados. Que sepan que tienen un hogar. Han pasado por tanto. Perder a sus padres en un atentado con un coche bomba. Su hermana pequeña asesinada. Esa nave horrible. Las cosas que les ocurrieron allí. Necesitan sentir que tienen un hogar seguro con Max y conmigo. Que vamos a amarlos y a ser sus padres. ― Por supuesto que ellos lo saben, ― Blythe aseguró suavemente. ― Habrá un ajuste, pero van a aceptar y a querer el bebé también.

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Atada al Fuego Airiana sacudió la cabeza. ― No quiero que piensen ni por un momento que por tener un bebé, vamos a dejarlos a un lado. Quiero a este bebé. Es el hijo de Max, pero me encantan esos cuatro niños como si fueran míos. Sé que Lucía, en particular, pasa por momentos difíciles. Necesitan tiempo. No he dicho nada porque creo que entre más tiempo tengan con nosotros sin un nuevo bebé, mejor será para ellos, pero luego creo que si se acostumbran a la idea, será mejor así. ― Ella tiró los brazos en el aire. ― No tengo ni idea de qué hacer. ― ¿Qué dice Max? ― Airiana se mordió el labio. Lissa jadeó. ― ¿No se lo haz dicho? ¿Estás loca? Max te matará por retener ese tipo de información. ¿Qué estabas pensando? ― Que él se volverá incluso más protector de lo que ya es. Él puede hacer que me vuelva loca, Lissa. Es el único que puede hacer que me vuelva loca y últimamente no ha tenido la tolerancia y el humor que necesito para hacerle frente y convertirlo en un digno y protector macho. Todo lo que quiero hacer es llorar o tirar cosas. ― Cariño, estás embarazada, ― dijo Blythe. ― Eso es lo que se espera. ― Tus hormonas están por todo el lugar, ― Judith añadió suavemente. ― Cariño, tienes que decirle. Tú lo sabes. No puedes mantener algo como esto para ti misma. Díselo y luego habla con él sobre el mejor curso de acción a tomar con los niños. Se sentirá mucho mejor. Lissa asintió. ― Y entonces tenemos que poner el golpe en Judith para que ella se quede embarazada y los niños puedan ser los mejores amigos. ― Ella empujó a Lexi. ― ¿Que pasa contigo? ¿Prevés que ese hombre tuyo, te dé una manada de niños? Lexi rió. ― No una manada exactamente, pero ya hemos hablado de ello. Lissa negó con la cabeza. ― Estoy por salir de esta locura. Lo siguiente que sabré, es que voy a quedar embarazada por poder. ― Se puso de pie. ― Será mejor que me ponga en carretera. Son cuatro horas hasta el aeropuerto.

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Atada al Fuego Las mujeres se pusieron de pie y de inmediato la rodearon. Podía sentir su calor. Su amor. Tuvo que luchar para no llorar. Esta era su familia. Había llegado a amarlas más de lo que jamás podría haber pensado que sería capaz de hacerlo. Ella nunca había compartido quién estaba con ella, ni les había presentado al único miembro de su familia que seguía vivo, pero eran su mundo. Ella no esperaba volver a ellas, pero iba a garantizar su seguridad, ya que eran todo para ella. Todos y cada uno de ellas habían visto sus vidas destrozadas por la violencia. Habían perdido la capacidad de vivir alguna vez en un mundo sin miedo. Un hogar se suponía que era un santuario, sin embargo, estas mujeres, sabían que un hogar podría ser violado en cualquier momento. Ella odiaba eso para ellas. Nunca tendría la oportunidad de enamorarse de un hombre, que fuera su elección. Ella nunca tendría hijos, pero de nuevo, había hecho esa elección. Sabía que estaba haciendo esa elección por estas mujeres, todas muy preciosas para ella. Se apretaron las unas a las otras, en su círculo apretado, como lo hacían para mostrar su solidaridad, hermandad, fuerza y el amor. Lissa planificó llevar ese sentimiento de amor y apoyo con ella adondequiera que fuera. ― Nos vemos cuando vuelvas, ― dijo Lexi, rompiendo el círculo para abrazarla. Se abrazó a Lissa duro. ― Te amo. Te quiero de vuelta. ― Te amo también, pequeña hermana, ― respondió Lissa, expresando lo que significaba. Sintiéndolo. Luchando contra la emoción cuando por lo general era muy buena en empujarla hacia abajo. ― Cuiden las unas de las otras. Y escuchen a los Prakenskiis cuando les hablen sobre su seguridad, o estaré sobre todas ustedes si no lo hacen. Abrazó a cada una de ellas con fuerza, se volvió y salió casi corriendo de la habitación, hacia el viento creciente. La tormenta se acercaba a Sea Haven, viniendo desde el océano, y sintió que era un presagio siniestro de lo que vendría en su futuro. Sus maletas ya estaban en el coche y tenía que ir a la carretera si iba a coger su avión. Ella se alejó de la granja, de su lugar de paz y nunca miró hacia atrás. No se atrevió.

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Atada al Fuego ♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥

El océano rugía, el viento incesante batía las olas en un frenesí imponente. El agua se alzó a mucha altura, formando una serie de murallas, algunas de unos treinta pies de altura. Las olas se precipitaron hacia la orilla, rompiendo en crestas espumosas y blancas en lo alto de las rocas y acantilados. El rugido constante y en auge, le añadía aún más drama a las brisas salvajes que caían desde el cielo, y se retiraban y estallaban contra las pilas de nuevo y otra vez como si tratara de destruirlos. ― Es una buena noche para él, ― Lev Prakenskii informó a sus hermanos con una rápida sonrisa mientras caminaban por la arena hacia el relativo refugio, en una serie de altas rocas que parecían como si hubieran sido arrojadas en la playa. Las rocas parecían fuera de lugar en la amplia extensión de arena. ― Un escenario perfecto también. Incluso si nuestras mujeres nos atraparan, no serían capaces de escuchar nada. Gavriil, el hermano más viejo de ellos asintió. ― Ese sería el motivo por el que no quise que esta reunión se realizara en cualquier lugar cerca de la granja. Desde arriba, las nubes hilaban hilos oscuros, agitadas y girando continuamente al ritmo de las olas rompiendo abajo. El viento chillaba y aullaba, rasgando por la arena, lanzando gotas de agua salada del mar en ellos y levantando los finos granos de arena como pimienta sobre los cinco hombres a medida que avanzaban rápidamente hacia el refugio relativo de las rocas.

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Atada al Fuego ― Airiana estaba extremadamente sospechosa, ― informó Maxim. ― Lissa se va esta noche y parece ser que siempre se han reunido antes de uno de sus viajes. Ella trae una enorme cantidad de dinero con su negocio de vidrio soplado y soldadura, ella atrapó a dos grandes hoteles y un castillo siendo renovado en un hotel en Europa. Las mujeres hacen algo para traerle mejor suerte y un viaje seguro. Airiana quería ir a casa esta noche a ver los niños, pero cuando le dijo que tenía que salir, trasladó la reunión a nuestra casa. ― Estás en muchos problemas, ― Stefan señaló con una sonrisa. ― Llegas a casa esta noche y ella va al asador contigo. Gran momento. Airiana tiene una manera de hacer que hables. ― ¿Y tu mujer no lo hace? ― Ilya, el menor de los hermanos Prakenskii exigió. ― Si recuerdo bien, Judith mueve su dedo meñique y corres tan rápido que quemas las suelas de tus zapatos. La risa estalló a expensas de Stefan, sobre todo porque sabían que era verdad. Judith era su mundo y no se avergonzaba de admitirlo. En cualquier caso, sabía que cada uno de sus hermanos había encontrado a la mujer a la que estaban claramente dedicados. El que le había sorprendido más, era Gavriil. Su hermano mayor se había mudado recientemente con la hermana más joven en la granja, Lexi, y estaba total y completamente enamorado de ella. Gavriil, incluso aún más que sus hermanos, era un hombre muy aterrador, sin embargo, alrededor de su novia, era suave e incluso tierno, dos rasgos que nadie, ni siquiera su familia alguna vez, le habría atribuido. Los hermanos continuaron hacia la fila de cantos rodados. En la oscuridad, eran poderosas, e intimidante figuras, caminando a través de la arena con fluida gracia. El viento aullaba a su alrededor, pero no rompían su paso, moviéndose como una manada de depredadores mortales. Era imposible no darse cuenta de la confianza existente en esos hombres con hombros anchos y pechos gruesos. La mayoría podía ver fácilmente que sabían cómo cuidar de sí mismos.

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Atada al Fuego Al otro lado de la arena, el parpadeo de un incendio mostró la pared de una roca que se adentraba en relieve. El brillo rojo y naranja iluminó el hombre sin hogar sentado cómodamente, a la vuelta, sobre la curva de la roca, una mano enroscada alrededor de una botella, su pelaje apretado alrededor de él y un pañuelo cubriendo la mitad inferior de su cara. Al menos parecía cálido con las llamas de fuego bailando alto. Había elegido la roca del centro de su campo, dejando unas pocas rocas a ambos lados de él para que eligieran una para su reunión privada. ― ¿Quieres decirnos por qué llamaste a esta reunión, Gavriil? ― Preguntó Lev, manteniéndose en las sombras, manteniendo distancia con el hombre y su fuego. Mantuvo un ojo en el único otro ser viviente en la furia del viento. Había estado en la granja por más tiempo y su afecto por todas las mujeres que residían allí corría profundamente. No le gustaba dejarlas solas y sin vigilancia, incluso durante unas horas. Lev miró hacia el mar chocando. El había quedado atrapado en esas aguas oscuras una vez, la fuerza de las olas rodando por su cuerpo indefenso, golpeándolo contra las roca con tal fuerza, que había tenido una conmoción cerebral. Rikki Sitmore, un buceador de erizos y una de las mujeres increíbles que residían en la granja, le había salvado la vida. Había caído por ella como una tonelada de ladrillos. No le gustaba estar separado de ella por cualquier periodo de tiempo, pero no iba a decirles eso a sus hermanos. Nunca oiría el final de la misma, incluso si todos hubieran caído igual de mal. Lev estrechó su mirada en el puño del hombre sin hogar, envuelto alrededor de una botella de whisky. ― Debemos cambiar el lugar de nuestra reunión, ― sugirió, su voz baja. ― No estamos solos. ― Notaste el escocés, ― dijo Gavriil. La ceja de Lev se disparó. ― ¿Cómo no iba a hacerlo? El hombre bebe Glenmorangie de dieciocho años de edad, un extremadamente raro whisky de malta. Eso no es algo que un hombre sin hogar se pueda permitir.

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Atada al Fuego Maxim asintió con la cabeza. ― Todo lo demás acerca de él encaja, pero la botella que tiene debe costar por lo menos cien dólares. De ninguna manera puede permitirse el lujo de ello, si está sin hogar. Ninguno de los Prakenskii le había dado la espalda al hombre. Ellos fueron cazados. Desde Rusia, habían crecido en escuelas especiales, entrenados para ser activos para su país, asesinos enviados para acabar con los enemigos del Estado, porque se oponían a su política, sus padres habían sido asesinados por Kostya Sorbacov, un hombre muy poderoso que había sido el poder detrás de la presidencia en ese momento. Los chicos habían sido tomados, separados y forzados en un brutal entrenamiento desde el momento en que eran muy jóvenes. Ahora, años más tarde, el hijo de Sorbacov, Uri, había decidido recientemente competir por la presidencia. No podía permitirse el lujo de tener ningún escándalo ligado a su nombre, por lo que todas las pruebas de las atrocidades extremadamente duras asociadas con las escuelas tenían que ser borradas. Eso significaba que estaban desmantelando las escuelas de asesinos. No importaba que hubieran servido a su país con fidelidad, ni que hubieran sido un éxito para todos ellos. ― ¿Lo reconocen? ¿Alguno de ustedes? ― Preguntó Gavriil. Stefan sacudió la cabeza. ― No, pero él es uno de nosotros. El es bueno. Desempeña el papel a la perfección. Sin el Glenmorangie, me habría comprado su cubierta. No hubiera tenido una oportunidad contra nosotros, pero me habría creído su papel. ― Mira más de cerca, ― alentó Gavriil. Lev le fulminó con la mirada. ― Tú lo conoces. Sabías que estaba aquí. ― Gavriil sonrió. ― No puedo creer que no reconozcan a su propio hermano. He invitado a Casimir aquí para tener una pequeña reunión con nosotros, pero él no tiene mucho tiempo. Tiene que coger un avión esta noche.

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Atada al Fuego Los otros miraron de él al hombre sentado en la arena, calentándose junto al fuego, tomando un trago de la botella. ― Le has pedido que cuide de Lissa, ― adivino Stefan. ― Debería haber pensado en eso. Estaba preocupado por ella corriendo por Europa sola. Si cualquiera de los Sorbacovs está prestando atención, y tienen la información que ella está viviendo aquí, en la finca aquí. Sabrían que es familia y podrían tratar de usarla para llegar a nosotros. Gavriil asintió. ― No quiero que ninguna de las mujeres vaya a ninguna parte sin protección. No podemos ir y Lissa probablemente encienda nuestros hogares si supiera que estábamos enviando a alguien para cuidar de ella, pero de esta manera, vamos a tener paz en la mente y puede hacer su trabajo de forma segura. Me comuniqué con él tan pronto como supe que Lissa se iba de viaje. Afortunadamente, tuvo que retrasarlo por dos semanas, gracias al castillo alemán, por lo que le dio un mes para trabajar en una cubierta en Europa. Lev asintió con la cabeza. ― Buena idea, Gavriil. Los hermanos corrieron rápidamente a través de la amplia extensión de arena hacia el fuego. El hombre 'sin techo' se levantó con una sonrisa en su rostro. El camino alrededor de los troncos ardiendo para poder reunirse con ellos a la intemperie. Gavriil tiró de su hermano cerca, le golpeó la espalda y luego lo pasó en torno a cada uno de ellos. Tenían que presentarse, ya que no habían visto a Casimir desde que era un niño. Una vez que se establecieron alrededor del fuego y la botella de whisky habían pasado alrededor, Gavriil habló. ― Sé que no tienes mucho tiempo y la lluvia va a romper pronto, pero ya que estabas aquí en los Estados Unidos, quería verte. Yo sabía que los otros lo harían también. Casimir asintió. ― Me sentí de la misma manera. Fue un largo camino para venir y no tener la oportunidad de verlos a todos juntos. Deseo que Viktor estuviera aquí también. ¿Alguien ha oído hablar de él? Compruebo la cajilla de emergencia todo el tiempo, pero en los últimos cinco años, se ha ido por completo fuera de la red.

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Atada al Fuego Todos ellos negaron con la cabeza. ― Está encubierto a profundidad, ― dijo Gavriil, infundiendo confianza en su voz. ― No sabemos si alguien ha conseguido llegar a él. Sería una gran victoria, y habrían cantado sobre ello. ― Es difícil matar a Viktor, ― Stefan estuvo de acuerdo. ― He oído rumores últimamente de que varios de los hombres que fueron a la escuela con él han estado fuera de la red, así, ― dijo Maxim. ― La más dura, y más temida, las leyendas de nuestras escuelas, parecen haberse quedado en silencio. ― Y eso incluye a nuestro estimado hermano, ― dijo Ilya. Se quedaron en silencio, pasándose la botella de whisky en torno por segunda vez, saludando a los anillos rojos alrededor de la luna con ella, antes de tomar un trago. ― Lissa es uno de nosotros, Casimir, ― dijo Lev, rompiendo el silencio. ― Es importante para nuestra familia. Es dura, y cree que puede cuidar de sí misma, pero no tiene idea de lo que los Sorbacovs son capaces de hacer, de hecho, sabes que es considerada familia para nosotros. Gavriil nos dice que estás dispuesto a cuidar de ella. ― Dije que lo haría, ― Estuvo de acuerdo Casimir. No parecía como si fuera a disfrutar del trabajo. ― Ella es inteligente y definitivamente se da cuenta de todo, ― señaló Stefan. ― Vas a tener que tener cuidado si no quieres que se pongan al día. ― Miró a su alrededor al círculo de sus hermanos. ― Y nosotros no queremos que se ponga al día. Ella podría crear problemas para nosotros. Conseguiría que nuestras mujeres se molestaran y estaríamos en problemas. Casimir dio un resoplido burlón. ― A partir del poco tiempo que he tenido para observarlos, todos ustedes son vapuleados.

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Atada al Fuego Mantuvo una nota melancólica en su voz. Él iba a hacer este favor a sus hermanos, a los hombres de los que había estado separado de toda su vida. Hombres que no conocía, pero por los que sentía una lealtad extrema. ― No voy a mentir, ― dijo Maxim, ― Mi mujer es mi mundo. Creo que hablo en nombre de todos los presentes, su mujer es lo mismo para ellos. Lissa es parte de eso. Es importante, Casimir. La necesitamos a salvo. Casimir se encogió. ― Tienes mi palabra. Se inclinó sobre el calor del fuego, sus miradas atrapadas por un momento. Sus ojos eran fundidos, como la plata líquida, casi del mismo color que los de Ilya, el hermano más joven. Tenía el pelo de color negro. Extrañas vetas de plata irradiaban a través de cinco líneas que indicaban que en algún momento algo afilado había cortado a lo largo de su cráneo y que estaban detrás de esas líneas finas. Mantenía su pelo muy corto y ordenado. Tenía una mandíbula fuerte, cubierta de rastrojos. Sus características fueron cortadas con ángulos y planos. Tres cicatrices que corrían de la barbilla a la parte superior de su cráneo, en rodajas finas, como si lo que habían logrado cortarlo en la cabeza, también hubieran encontrado su rostro. Las cicatrices estaban apenas allí, pero evitaba que su cara fuera la de un bello modelo. ― Háblenme de sus vidas, todo, que han estado haciendo todos estos años y lo que están haciendo ahora. Tengo menos de una hora antes de que me tenga que ir y nunca podre verles otra vez, así que hablen.

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Atada al Fuego Capitulo 2

A veces la vida era pura ironía. Casimir Prakenskii era un asesino. De primer nivel, un asesino de élite. Es más, había sido un asesino desde su decimoquinto cumpleaños. Había estado en entrenamiento prácticamente desde el nacimiento hasta ser cualquiera, quien quisiera, con excepción de Casimir Prakenskii. Él ni siquiera sabía quien era Casimir. Él no reconocería al hombre si se miraba en el espejo. El papel que tomó de forma inesperada fue más difícil de lo que había previsto. Sencillo lo suficiente en la superficie, pues él sin duda jugó ese papel antes, lo suficiente para que éste fuese como una segunda naturaleza para él. Un guardaespaldas en la finca de Luigi Abbracciabene. Por lo general podría caer en cualquier posición fácilmente, pero con Luigi sólo quedaban muy pocos hombres en la finca Abbracciabene. La casa y los terrenos no eran demasiado grandes, pero la finca estaba custodiada por dos hombres errantes, no por un equipo. Aún así, se las arregló para estar en el lugar correcto cuando uno de los guardaespaldas "inesperadamente" se vino abajo con una "enfermedad grave", y decidió tomar una licencia. Había sido informado y sabía que su objetivo estaba llegando de visita y, afortunadamente, tenía un par de semanas para obtener su fachada en su lugar. Su presa era hermosa. No había otra palabra para ella. Hermosa. No se reía a menudo, pero cuando lo hacía, cada cabeza se volvía hacia ella. No era difícil mantener un ojo en ella porque le gustaba estar afuera, y su pelo le permitía estar a distancia. Cuando el sol caía sobre ella, su cabello parecía una llama viva. Hojas de pelo rojo y espeso enmarcaban su delicado rostro ovalado. Sus ojos eran de un sorprendente azul. No verde azul, sino un verdadero zafiro azul profundo

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Atada al Fuego enmarcado por espesas pestañas de color rojo oro que rara vez se molestaba en oscurecer con rímel. Ella lo había notado inmediatamente y hecho averiguaciones. No vivía allí. No había estado allí por más de un año, pero todavía no se daba cuenta de que era un habitual en el hogar. Por alguna extraña razón, él encontró eso atractivo, porque ella pareció darse cuenta de cosas que otras mujeres no lo harían. Ella había llegado hasta él para presentarse. Cerca. Sin miedo. Nunca había sido afectado por una mujer antes, ni siquiera cuando dormía con una, pero no podía negar la atracción instantánea. Ella también la sintió. Lo vio en sus ojos por el más breve de los segundos. Su respiración cambió. Una inhalación. Dos. Eso fue todo, pero él lo había notado. Recordó. Siempre recordaba ese momento porque, para él, era significativo. Había sentido la fuerza de su química, y ella también. Ella estaba cubriéndola y haciendo caso omiso de ella, tal como él lo estaba haciendo. Por primera vez en su vida, mirando hacia abajo a esos increíbles ojos azules, deseo que una mujer pudiera ver a Casimir Prakenskii y no al hombre al que estaba representando. No quería que esta mujer fuera afectada por un personaje de ficción, un guardaespaldas que podría hacer su trabajo y alejarse para no ser visto de nuevo. Él quería que ella lo viera, a quien de verdad era. Su voz era suave, de un tono bajo y melodioso. Las notas se hundieron derecho a través de su piel y dejaron su marca en sus huesos, no era un buen comienzo para un hombre como él. Era un maestro del disfraz y, junto con eso, era un maestro de sus emociones, pero se encontró a sí mismo escuchando el sonido de su voz donde quiera que estuviera, dentro o fuera de la casa. No permitió que ella, o cualquier otra persona, pudieran ver su reacción a ella; se la guardó para analizarla, después de saborearla. Era un regalo. Una sensación. Algo aparte de la soledad y la desesperación. La sensación de que esa mujer era un regalo.

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Atada al Fuego Había estado allí una semana. Había acompañado a su equipo de seguridad a la ciudad cuando se fue con su tío Luigi, lo que sucedía casi todos los días. Le gustaba pasear por la ciudad. El sabía que no era su ciudad natal. Que había nacido en Ferrara, la única hija de Marcello y Elisabeta Abbracciabene. Su nombre entonces había sido Giacinta y había sido un verdadero descendiente celta, al igual que su madre con su pelo rojo llameante y sus increíbles ojos azules. Su información había incluido fotos de ella en la infancia junto con su extraordinaria historia. La niña supuestamente había muerto con sus padres. Luigi había logrado mantener su existencia aparte del mundo, y él la había enviado lejos cuando tenía dieciocho años. Ella había regresado como la artista Lissa Piner. Luigi le presentó como alguien importante para él, como una hija, o una sobrina, y ella era tratada de esa manera. Todos los hombres parecían aceptar que Luigi y Lissa tenían una relación y Luigi, la consideraba su familia. Nunca se oía venir, era tan suave con sus pies cuando se movía alrededor de la casa de su tío. Pero él la sentía. Él sabía dónde se encontraba en un momento dado en la casa, y era consciente de cómo ella estaba. Tenía tiempo para apoyarse casualmente contra la pared, una pose que sabía que la molestaba, porque siempre hacia un comentario acerca de lo fácil que su trabajo parecía ser. Se dio cuenta de que no decía mucho a los otros guardaespaldas a medida que pasaba el tiempo jugando al billar o a los videojuegos en la sala de recreación. Solo a él. Y le gustaba que se trataba de él. Incluso si ella lo estaba regañando. Ella siempre le sonreía cuando entraba en la habitación, el arco de su boca, los labios carnosos y rojos sin adornos, curvándose en una sonrisa suave que no alcanzaba sus ojos azules. Había pensado en su boca demasiado. La forma de la misma. La forma en que sus labios parecían satén suave, dándole a uno también muchas fantasías, dejándolo inquieto por la noche. Podía dormir en cualquier parte, en cualquier momento. Había aprendido que era necesario en su línea de trabajo, pero era casi imposible con ella frecuentando sus sueños.

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Atada al Fuego Pequeños dientes blancos destellaron hacia él, mientras que sus ojos lo estudiaron. Cuidadosamente. Tomando en cuenta todo. Él era alto, de hombros anchos, pero magro. Ese era uno de los muchos regalos que tenía. Eso le permitió delgadez para poder alcanzar un cuarto durante la noche o una nave, dependiendo del papel que desempeñara. Su cuerpo musculoso era engañoso, ya que ocultaba la enorme fuerza que tenía. Él no llevaba ni una onza de grasa en él y era atlético. Era todo músculo, con largas cuerdas de tendón por debajo de su piel. Tenía cicatrices. Muchas de ellos. No era, por extraño que pareciera, de su profesión. Él no era un hombre fácil de conseguir ser atrapado, la mayor parte del tiempo. La mayoría de las cicatrices eran de su formación. Había sido brutal, en las escuelas que asistió. Había sido difícil. Desafiante. Se dedicó a las armas y al combate cuerpo a cuerpo, entrenando con facilidad. Sobresaliente. Él fue muy bueno en su formación de seducción. Pero la educación, en el área de los idiomas, aburrió el infierno fuera de él. Aún así, aprendió, porque si no lo hacía, uno moría. Había aprendido a torturar y lo que se sentía al ser torturado. Nunca olvidaría la sensación de los cuchillos cortando su carne. Las quemaduras. Los choques eléctricos. A veces, se despertaba en la noche, el sudor brotando de su cuerpo, su arma en el puño, el sabor de la sangre en la boca de morder con fuerza para evitar hacer ruido. Sus padres habían sido asesinados por sus creencias políticas, habían sido demasiado abiertos sobre las reformas que debían juzgar en su país. Sus padres amaban a Rusia y querían ver que el gobierno trabajara por su gente. En cambio, un escuadrón de la muerte había llegado a su puerta. Casimir y sus seis hermanos habían sido llevados a las escuelas. El hombre al frente de las escuelas, Kostya Sorbacov, no había querido correr el riesgo de que ellos fueran leales el uno al otro, por lo que les había separado. Él quería que su lealtad fuera para él, y a sus órdenes. Él era el poder detrás del trono. La brutalidad y la pura crueldad de los métodos de entrenamiento empleados, habían asegurado que muchos de los estudiantes, más como él, hijos o hijas de los asesinados por su oposición, hubieran muerto durante la formación. Otros, como él, aprendieron a no sentir. A nunca mostrar emociones. Y a hacer exactamente lo que ellos querían, ya que si no lo hacía, matarían a uno de sus hermanos. El sabía qué clase de muerte sería. Lenta. Torturados.

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Atada al Fuego Había visto y aprendió, cómo administrar ese tipo de muerte. Al igual que sus padres, cada uno de los hermanos Prakenskii tenía dones psíquicos. Esos regalos eran fuertes y les habia permitido sobrevivir y prosperar en el entorno brutal. Había sobrevivido, pero a veces, como ahora, se preguntó a qué costo. No tenía casa, sin nombre, sin pasado ni futuro. Se movía a través del mundo, entrando y saliendo de las identidades, y ninguna de ellas era real. Ninguna. Solo. Una. Mantuvo la mirada fija en su objetivo, mientras repasaba los hechos de su presa en su mente. La mujer que ahora se llamaba a sí misma Lissa Piner. Que había nacido como Giacinta Abbracciabene y había huido de Sicilia casi seis años antes y se habia ido a los Estados Unidos, donde se había convertido en Lissa Piner. Ella se había unido a un grupo de terapia de mujeres que habían perdido a un familiar por asesinato y se sentían responsables del hecho mismo. Él no entendía por qué se sentiría responsable, había sido una niña cuando sus padres fueron asesinados, pero de alguna manera estaba contento de que ella lo hiciera, porque durante esas sesiones, había conocido a otras cinco mujeres con las que se había convertido en amigas rápidamente. De hecho, habían desarrollado una familia y comprado una granja juntas. Lissa era una solitaria. No había permitido que nadie entrara en su vida hasta que conoció a esas mujeres. A él le gustaba que ella las tuviera. Sabía lo que era vivir completamente solo, fuera de la red, viviendo una mentira. E iba a morir de esa manera, sin amigos o familiares. Él estaba contento de que ella no lo hiciera. Ella venía hacia él. En la habitación. Su cuerpo reconociendo el hecho de que ella estaba en la vecindad, mucho antes de que en realidad la viera. Ella irradiaba calor. Tal vez fuese el pelo, todo ese glorioso cabello, o la pasión que en su interior se mantenía embotellada y contenida. Él la vio. La sintió. Ella podía ocultarlo de todos los demás, pero no de él. Lissa Piner se acercó hasta él. Cerca. Así que cerró sus pulmones llenos de su olor. La fragancia era difícil de alcanzar, apenas allí, sólo lo suficiente para que un hombre quisiera acercarse aún más para poder tirar aun más de su perfume natural más profundo. No podía recordar el nombre de la flor que le recordaba.

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Atada al Fuego Sus ojos, de un vivo, azul, se mantuvieron estables en su rostro. En sus ojos. Llevaba lentes de contactos, por supuesto, de color marrón oscuro, que encajaba con su imagen de pelo oscuro. Ella tuvo que inclinar la cabeza para mirarlo a los ojos. Mantuvo las cicatrices y el pelo escondido del mundo. Tomasso Dal Porto no tenía cicatrices o el cabello con reflejos plateados. ― Buenos días, Tomasso, ― dijo Lissa. Su intestino se tensó. No le gustaba el pequeño ronroneo de su voz. Ella le había reconocido a él cada vez que lo veía, al igual que lo hacía cada uno de los otros trabajadores en la finca de su tío, pero de alguna manera, la forma en que lo trataba era muy diferente. La forma en que ella lo observaba. Tan de cerca, como si supiera que él era algo distinto de lo que parecía. Él tenía cuidado con ella ahora. No dejó que su malestar se notara en su rostro. Su cubierta era sólida. Su personaje era sólido. Su acento era perfecto. Tenía una historia, e incluso creía que era Tomasso Dal Porto. Casimir inclinó la cabeza, su mirada oscura barriendo sobre ella un poco insolente. Ella no mordió el cebo como hacía habitualmente. Sus ojos se pondrían aún más azules y la boca se fijaría en una perfecta y sensual línea, antes de que ella entregara alguna reprimenda, aunque estaba bastante seguro de que no era consciente de ello. Sus alarmas chillaban que estaba en problemas en más de un sentido. ― Buena mañana, señorita Piner. Ella apretó los labios. ― ¿Cuántas veces tengo que pedirle que me llame Lissa? Se encogió de hombros. ― No se hace.

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Atada al Fuego Ninguno de los otros guardaespaldas se atrevería a ser tan familiar con ella. A su tío no le gustaría. No estaba a punto de ser señalado. No le gustaba que ella lo hubiera promovido, a lo largo de los dos últimos días, insistió en que él la llamara por su nombre de pila. Ella se inclinó más cerca de él, su boca cerca de su oído. Si hubiera sido más alta, podría haberlo tocado a él, pero su cabeza se acercó a la mitad de su pecho. ― Cobarde, ― murmuró en voz baja. En voz tan baja que sería imposible para cualquier otra persona oírla, si no hubieran estado solos en la habitación. Él no respondió. Mantuvo su expresión completamente en blanco, sin revelar nada. Maldita sea, pero estar cerca de ella era aún más potente. Toda esa salvaje pasión reprimida, su mirada azul. Su cabello se sentía como seda cuando le rozó el brazo. No tenia reacciones físicas a las mujeres, sin embargo, se encontró teniendo que luchar contra su pene. Sólo con el calor de su aliento y su aroma rodeándole, estaba creciendo con fuerza. Completo. Sin permiso. Algo que no había hecho desde que tenía diecisiete años y lo habían azotado muchas veces, y desgarrado su carne hasta que aprendió la disciplina y el control total por encima de su cuerpo. ― Me gustaría dar un paseo por los jardines, y te necesito para que me acompañes. Había una nota ligeramente imperiosa en su voz. No estaba pidiéndoselo. Él levantó una ceja y logro mantenerse erguido con un grácil movimiento fluido que llevó a su cuerpo justo en contra de ella deliberadamente. Él sintió su aliento engancharse. Sus vivos ojos azules se abrieron y luego profundizaron el color. Él había tenido el loco deseo de ver lo que sucedía cuando él empujara profundamente en ella y eso la hizo separarse de él. Dejó el programa. Solo por un momento. Un vistazo, no más. ― Me gusta que me necesite, señorita Piner. ― Mantuvo su voz baja. Sensual. Vertiendo el significado en su elección de palabras. Deliberadamente su cebo mediante el uso de su apellido.

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Atada al Fuego Un ligero color robó a su piel de porcelana. Su piel era una obra de arte, sin embargo, él estaba seguro de que ningún pintor nunca le haría justicia. Él le sostuvo la mirada un largo momento y luego sonrió e indicó que ella lo precediera. Lissa se quedó mirándolo a la cara un instante más y luego se volvió bruscamente y se dirigió a la puerta. No caminaba a su lado, se puso a caminar detrás de ella, aún más molesta. A él le gustaba ver sus pies. Ella siempre estaba en silencio. Agraciada. No podía imaginar que alguna vez tropezara. Se movía como un bailarín de ballet, fluida y preparada. Confiada. Ella era pequeña y ligera, incluso, pero estaba atenta y podía ver la forma en que sus músculos se movían debajo de su piel increíble. Tenía un gran culo, y le gustaba la forma en que se balanceaba al caminar, el material de su larga falda cubriéndola y cayendo sugestivamente. Era una mujer muy sensual. Que volvía cabezas dondequiera que fuera, pero él no la había notado ligar con nadie. Lo más cerca que nunca llegó fue con él, y sabía que no estaba coqueteando. Sólo esa pequeña reacción que no siempre podía ocultar. Ella abrió el camino a los jardines y luego se detuvo y esperó. Hubo un claro desafió en su cara. Su barbilla había subido; los ojos azules se estrecharon. ― ¿Quien eres? ― Exigió en inglés. Él levantó una ceja. ― No sé lo que me estás preguntando, ― respondió en un fluido italiano. Con acento perfecto. Parecía un nativo. Actuaba como tal. Sus movimientos eran perfectos. El nunca se había salido de carácter. Nunca. ― Sí, lo haces, ― dijo entre dientes. ― No voy a jugar a este juego contigo. Gavril se puso en contacto contigo, ¿verdad? Y no te atrevas a mentirme o voy a ir a mi tío y haré que él te lance hacia fuera tan rápido que tu cabeza se girará. Gavril, por supuesto, había iniciado el contacto con él y le suministró toda la información necesaria para ser la sombra de Lissa Piner, pero ella no podía saber eso. Ninguno de sus hermanos quería que lo supieran sus mujeres, no importaba cuán enamoradas de ellos estuvieran. Ellos se utilizaban para la protección entre sí, y él estaba en la asignación.

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Atada al Fuego ― Tenía que ser Gavril. Está tan ... ― Se interrumpió, se alejó de él, toda la energía fluyendo. Ella se volvió para enfrentarse a él y lo miró, sus dedos se cerraron en dos puños apretados. ― Dominante. ― Escupió la palabra hacia él. ― Arrogante. Dominante. Me niego a tenerte vigilándome. Como mi niñera. Él parecía confundido. Se llevó la mano a la nuca de su cuello, con el ceño fruncido. Dándose masajes. ― Es mi trabajo cuidar de ti. Don Luigi ha insistido en que tengas un guardaespaldas en todo momento... ― No Don Luigi, patán. Gavril. Tu hermano. Te ha enviado. Yo sé que lo hizo. Probablemente hasta el último de ellos está adentro en esto. Tu eres definitivamente un Prakenskii, ― acusó. ― Debería haber sabido que él haría algo como esto. Una semana y había descubierto su identidad. Eso no era bueno. Se había quedado con vida por ser un maestro del disfraz. Se frotó los músculos del cuello, moviendo la cabeza. Ceñudo. Podía jugar al póquer como el mejor de ellos. ― ¿Cuántos hermanos tengo? No había ni el más mínimo toque de diversión en su voz. Diversión y confusión. Era una obra de arte, ese tono. Podía ver la repentina cautela en sus ojos, como si por un momento dudara de sí misma. Ella levantó la barbilla hacia él. El gesto fue un reto claro y atrajo a cabo algo inesperado y malvado en él. La necesidad de domesticar. Dominar. Ella era todo fuego. Una llama viva, tan bella que le quitó el aliento. ― Tienes seis hermanos, como si no lo supieras. Él levantó una ceja. Curvó los labios como si el macho superior estuviera ocultando su risa de la pequeña hembra tonta. ― ¿Seis? Yo no creo que tenga algún hermano, pero ahora que tengo seis, creo que necesito saber dónde quedo en la mezcla. ¿Soy el más viejo? ¿El más joven? Por favor, dame más información sobre mi familia. ― Estás en el medio, lo que te hace el más desagradable.

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Atada al Fuego Se echó a reír. ― Ya veo. Si querías mi atención, cara, todo lo que tenías que hacer era decirlo. Tú no tienes que recurrir a un esquema tan elaborado. ― Él barrió su mano a lo largo de su largo cabello rojo, dando forma a la parte posterior de la cabeza, por la espalda hasta la curva de su culo muy dulce. Permitió que su mano se quedara allí. Para su crédito, ella no se apartó, pero se quedó muy quieta. Algo cambió en su interior, advirtiéndole. Había quedado sólo un poco incierta. Fuera de balance. Defenderse y creer su idea de que ella podría saber quién era. Ahora ella era muy consciente de él de nuevo. Como hombre. Del hombre como el que no quería que lo viera. Del hombre que no sabía. Casimir Prakenskii. Ese hombre sin una identidad real. O una casa. O una familia. Él. Ella veía demasiado. Excesivo. Visión, de la que podría obtener una persona muerta. Permaneció en silencio, con la mirada en su cara. Se movió más cerca, sutilmente, consciente de que estaban solos. Ella deliberadamente se había asegurado que no hubiera nadie a la vista o al oído de ellos. Él quería asustarla para mantener su fachada. Pero ella no parecía asustarse fácilmente. No se alejó. No movió ni un músculo. Su mirada se desvió por encima de su rostro y luego saltó de nuevo a sus ojos. ― Cuatro de mis hermanas están casadas con Prakenskiis. Joley Drake está casada con un quinto. Eso deja a dos más. Sé que eres el hermano de Gavril, ― ella le solicitó, con una mano entre ellos como si pudiera evitar que él se acercara. Estudió su rostro. Los ojos azules y barbilla levantada. Había algo allí. El miedo, pero algo más de lo que no podía estar seguro. ¿De él? Ella tenía que saber que si Gavril lo envió, fue para velar por ella, no para dañarla. Ella era familia. Sus hermanos le reclamaron como familia, y eso significaba que debía ser vigilada todo el tiempo. Tenían enemigos. El hijo de Kostya Sorbacov, Uri, estaba haciendo su candidatura a la presidencia. Como Gavril había señalado, con el fin de hacer eso sin problemas, Sorbacov tenía para borrar toda evidencia de esas escuelas brutales y de los hombres y mujeres que habían sido obligados a convertirse en activos para su país. Hubo ataques contra cada hermano Prakenskii. Contra todos ellos. Incluso contra Ilya, el más joven, que en su mayoría trabajo con la Interpol para ellos, a la intemperie. Lissa sería un peón para Uri. Él sabía que los Prakenskiis harían lo que fuera para

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Atada al Fuego protegerla. Ellos se habían protegido entre sí mediante la cooperación con Sorbacov, lo que les permitió entrenarlos y utilizarlos como armas. ― ¿Vas a hablar conmigo, o debemos ir a hablar con mi tío? ― Le preguntó. ― ¿Por qué te molesta? ― Se quedó con el italiano. Manteniendo a su papel. ― Explícame eso. Su aliento silbó entre sus dientes. ― ¿Te gustaría que alguien te ponga una niñera en tu vida? ― ¿Niñera? ― Nunca le habían llamado así antes. Él no era en lo más mínimo, lo suficientemente suave para ser considerado una niñera. ― No sé lo que quieres decir. ― Debido a que ella estaba mintiendo. Fue un buen farol. Tal vez incluso un gran farol, pero aún así era un farol. No había manera de que ella pudiera saber quién era él. Ella lo miró. Sus ojos eran más azules, un zafiro brillante, puro y natural al igual que el resto de ella. Podría haber jurado que chispas volaban alrededor de su pelo. Casi esperaba que en cualquier momento los sedosos mechones se encendieran. Dio un paso más cerca de ella. Tan cerca de sus pechos rozaron sus costillas. ― Si estás buscando un hombre, Bella, estoy más que feliz de servirte. ― Él hizo la oferta por segunda vez, nada sutil. Sus pestañas revolotearon. Ella no apartó la mirada de él. Ella tenía coraje, tenía que admitir que mucho, y eso le hizo admirarla y respetarla aun más. ― Basta. Sigue de esa manera. Pero yo lo sé. Quiero ir a la ciudad. He quedado con alguien, ― le espetó. ― No vas a venir conmigo. Deslizó sus dedos por el pelo, la palma en conformación de su cara. Se dijo que era para tirarla a ella fuera de balance, pero sabía que era porque tocarla era una compulsión que no podía resistir.

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Atada al Fuego ― Voy a ir contigo, Lissa. Me asignaron como tu guardaespaldas. Donde vas, iré. No trates de escurrirse, ya que eso sólo hará que tanto a tu tío como a mí, nos de rabia. No había manera de que ella se deslizara por debajo de su guardia. No había manera posible. Especialmente si ella tenía una cita. ¿Por qué el pensamiento de ella con otro hombre le irritaba, no tenía ni idea de por qué, pero lo hacía y ella no iba a ir a ninguna parte sin él. Ella se congeló mientras la tocaba. La sintió temblar. La reacción tan leve que era casi indetectable, pero estaba demasiado cerca para que él se la perdiera. Lissa contempló ese rostro apuesto, masculino con los ojos demasiado viejos. Fueron sus ojos los que la capturaron. No sus anchos hombros o su manera de moverse, de modo silencioso, como un depredador. Tan fluido como una gato de la selva peligrosa. Ni las caderas estrechas o ni los músculos ondeando bajo la camisa que se extendían con tanta fuerza sobre el pecho. Ni las fuertes columnas de sus muslos tampoco. Fueron definitivamente sus ojos. Cuando la miraba, su totalidad se centraba en ella, sin embargo, al mismo tiempo, sabía que él era consciente de todo y todos a su alrededor. Cuando lo miraba tan de cerca, sabía que llevaba lentes de contacto polarizados. Lentes de contacto de color. No había manera de saber de qué color eran sus ojos de verdad, pero no eran tan de color marrón oscuro. Aún así, sus ojos le cautivaron. Tenía la cara, toda ángulos y planos. Duro. Masculino. Fuerte mandíbula. Su nariz era casi aristocrática, cuando uno miraba de cerca, y ella estaba buscando. Peligroso. Había un aura de peligro que lo rodeaba. Fue en el sello de su boca. Su mandíbula. Sobre todo, estaba allí en su quietud. En sus ojos. La soledad. Estaba tan solo. Ella lo sabía, porque también lo estaba. Tenía que ocultar quién era ella. Lo que era. Si, como sospechaba, este hombre era un Prakenskii, había nacido en Rusia. Había visto a sus padres morir... Por un momento su mente cerrada para evitar que los recuerdos la inundaran, tomó rumbo a algún lugar al que no podía ir.

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Atada al Fuego Tomasso, o Prakenskii, le quitó el aliento, y ningún hombre había logrado hacerlo. Su cuerpo entero reaccionaba cuando estaba cerca. Nunca le había pasado, eso tampoco. No había llevado una vida propicia para invitar a la seducción con un hombre. A decir verdad, había sacrificado ese lado de la vida de buen grado para su propósito, se escondió en una granja, que se había convertido inesperadamente en un hogar para ella, rodeada de mujeres y sus hombres a los que finalmente había llegado a amar. Eso había sido un regalo. Averiguar que podía responder a un hombre era un regalo igual, pero uno no tan bienvenido. ― No me gusta que me toquen. ― Ella susurró las palabras para él. Respirándolo. Una mentira, porque tal vez esa afirmación había sido verdad, pero ya no lo era, no con él. Su corazón latía y mariposas aleteaban en su estómago. Lissa no se apartó de él, incluso mientras susurraba la admisión. Por un momento Casimir vio detrás de sus increíbles ojos azules, la mujer que escondía al mundo. Ella era solo pedazos, tan sola como estaba. Cada bit, jugando un papel para los demás. Y resultó estar tan atraída por él, pero tratando de esconderlo. La yema de su pulgar se deslizó a lo largo de su mandíbula por su propia voluntad. No paraba porque él no pensara en ello. Necesitaba tocarla en la forma en que necesitaba respirar. Él no lo entendía, porque él era un cazador. Otros eran su presa. No tocaba a menos que estuviera lo suficientemente cerca para matar. Utilizaba la seducción para promover sus objetivos, o para el alivio, pero nunca fue así. Nunca una compulsión. Nunca un hambre. Una necesidad. Esta mujer estaba bajo su protección. No debería necesitar esto, pero lo hizo, y la necesidad era más fuerte que cualquier compulsión que jamás hubiera experimentado. ― ¿Con quién vas a encontrarte en la ciudad? Voy a organizar tu protección. Y voy a estar allí, Lissa. Se apartó de ella, porque si no lo hacía, iba a besarla. La idea de que pudiera llegar tan cerca de cometer un gran error, lo mostró consternado. Él debía ponerse en contacto con su hermano y decirle que la asignación era imposible, que enviara a otra persona, pero sabía que no lo haría. Él no confiaría su vida a nadie más. Ahora no. Jamás.

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Atada al Fuego Su mirada se desvió por encima de su cara. Su palma picaba. Muy fuerte. Utilizó su dedo a la altura de la misma con la esperanza de aliviar la molestia, pero no funcionó. Apretó la palma de la mano con fuerza contra su muslo. Frotó arriba y abajo contra sus vaqueros. Su mirada siguió el movimiento de su mano mientras frotaba, tratando de hacer que el picor desapareciera. Ella inhaló profundamente. De modo audible. Una mano a la garganta en defensa. ― Oh. Mi Dios. Realmente eres un Prakenskii. Yo estaba tomando una conjetura, pero lo eres. Es por eso que estamos... ― Ella se desprendió y se alejó de él. ― No va a pasar. Lo digo en serio. Lo que sea que tus hermanos han hecho a mis hermanas no va a pasar entre nosotros. Ella cerró los dedos fuertemente en un puño y mantuvo ambas manos apretadas contra los muslos. ― Tengo que pensar. ― Ella se mantuvo retrocediendo. ― Esto no puede pasarme a mí. Yo no lo acepto. Yo nunca voy a dejar que suceda. ― Ahora, ¿De qué estás hablando? ― Exigió. Pero lo sabía. Lo sabía porque todos los Prakenskiis tenían dones psíquicos. El que consideraban el regalo más importante de todos, fue que cuando encontraban a la mujer adecuada, la pareja perfecta, la que encajaba con ellos; podrían unir esa mujer a ellos. Él sintió la potencia en ascenso en él. La sintió en su mano. Sabía que el poder estaba cerca y quería salir de él. Debido a Lissa Piner, o Giacinta Abbracciabene, que era una mujer. Su mujer. Mantuvo la palma de la mano presionada fuertemente contra su muslo, negándose a ceder a la compulsión. El problema era simple. No tenía idea de cómo tener una relación. Él no estaba buscando una. Se negaba a reclamar una mujer cuando sabía que no tenía mucho tiempo de vida. Él no le haría eso a ella. Pero iba a asegurarse de que mientras ella estaba en Europa, estuviera a salvo y luego se cercioraría de que ella regresaba a su granja en Sea Haven, de vuelta a donde Gavril y el resto de sus hermanos pudieran velar por ella. Él no confirmaría o negaría su acusación. Ella sacudió la cabeza y se apartó de él, regresando a la casa. No miró por encima del hombro ni una vez para ver si estaba allí. Obviamente, ya no quería saber si era un Prakenskii. Eso le irritaba en un nivel primario. Por qué él no sabía porque, pero solo su despido completo de él era inaceptable.

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Atada al Fuego Su tío estaba en la puerta viendo su regreso, claramente esperando por ella. La cara de Luigi no sostenía la sonrisa habitual. Sus ojos no estaban encendidos. Se veía tan inexpresivo como un hombre como él podía verse. Una vez más, Casimir la miraba tan de cerca que vio el pequeño tic en sus dedos cuando los acuñó a ellos en un puño en reacción a su tío de pie allí. Algo estaba mal y ella lo sabía. Ella se apresuró a subir los últimos peldaños de la casa. Luigi dio un paso atrás para permitirle ir a su interior, y que caminara en dirección del estudio privado de su tío. Casimir corrió hacia la habitación que estaba al otro lado de esa pared, la biblioteca de Luigi. El hombre no había leído un libro en mucho tiempo, probablemente no desde que estaba en la escuela, pero tenía una gran biblioteca, bien surtida, en la que Lissa pasaba mucho tiempo, por lo que Casimir pasaba por ahí, mirando los libros que Lissa leía. La mayoría eran mapas y libros de arquitectura. Edificios. De ciudades. Guías para las ciudades. Mientras que en la biblioteca, había descubierto una característica muy importante. Había un orificio de ventilación común entre las dos habitaciones. Había quitado la rejilla, y colocado un pequeño amplificador inalámbrico dentro de la rejilla de ventilación con el fin de permitirse escuchar las conversaciones que tenían lugar en el estudio. Cuando hubo terminado, él siempre cuidadosamente eliminaba el amplificador y sustituía la parrilla. Siempre era lo más prudente posible. Él cerró la puerta de la biblioteca, a pesar de que no era estrictamente necesario. Desde que había estado allí, sólo Lissa había entrado en la habitación. Ni siquiera la doncella iba regularmente. ― ¿lo has encontrado, Tío Luigi? ¿Estás seguro de que es realmente él? ― Lissa habló como materia de hecho, todo negocio, pero había una emoción subyacente en su tono. Emoción, pero tristeza también. ― Sí. Ha tomado muchos años y una gran cantidad de dinero, pero es Cosmos Agosto. No hay duda. Estoy absolutamente seguro de que es el mismo hombre. Tomó el dinero de la Familia Porcelli para traicionar a mi hermano. Tu padre. ― Luigi escupió los nombres hacia ella.

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Atada al Fuego ― No puede haber ningún error, tío. ― Nunca he cometido un error. No en todos estos años cazándolo. Se ha tardado años porque hemos tenido cuidado. Mucho, mucha atención. No somos asesinos, derramando la sangre de inocentes. Este hombre comió en la mesa de di mio fratello. Él partió el pan con tu hermosa madre. Contigo, Giacinta. Él era como parte de la famiglia. Lo trataron como uno de ustedes durante años. Él era de confianza. Traicionó a todos. Este hombre está viviendo en la riqueza. En una casa grande. Su mujer es mucho más joven. Ha crecido perezoso, pensando que su traición se ha olvidado. Hubo un pequeño silencio. ― ¿Ves el valor de la espera, tío? Cuando mueren, nadie sospecha que es el pago de una deuda de hace tanto tiempo. ― Tenías razón, puedo admitirlo. Tu moderación y sabiduría nos ha mantenido a salvo todos estos años. ― Gracias por encontrarlo. ― La voz de Lissa era suave. Amorosa. ― Yo quería hacerlo más que cualquier otro, ― admitió Luigi. ― Necesito un favor, tío, ― continuó. ― Tengo que ir al pueblo a conocer a alguien. No deseo tener un guardaespaldas acompañándome. Voy a deslizarme fuera sola... ― No. ― La voz de Luigi era firme. ― No voy a dejarte ir sin escolta. Creemos que los Porcellis se han olvidado de nosotros, pero no sabemos. No estás segura aquí. Es por eso que te traslade a los Estados Unidos cuando tenias tan sólo dieciocho años. Es por eso que te has convertido en Lissa Piner. Tus maravillosos candelabros cuelgan en varias salas, por lo que te has conseguido buenos amigos en el mundo exterior. Tú y tu trabajo son famosos en toda Europa, y en muchas haciendas y hoteles compiten por la oportunidad de tener una de tus creaciones. Cuando cada uno es creado, son apreciados por su belleza y rareza.

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Atada al Fuego Lissa se rió suavemente. ― Tio, debes hacer todo mi marketing. ― Es la verdad, ¿no? ― Quizás. Pero dudo que sea famosa. Bueno, mis candelabros se están convirtiendo en algo muy popular en los hoteles, y se ha escrito en algunas revistas sobre mí. Eso ha ayudado a conseguir mi nombre popular. Me gusta por lo que puedo contribuir a la granja. Todo el mundo trabaja duro para que sea un éxito y el último par de años, he sido capaz de ayudar al equipo. ― Y puedes viajar fácilmente a cualquier país sin despertar sospechas, ― señaló Luigi. ― Es una ayuda. ― Ella suspiró. ― Si tu corazón está puesto en que me lleve un guardaespaldas, voy a llevar a Arturo. Lo conozco desde hace más tiempo. Casimir sabía que Arturo se había ralentizado considerablemente. Había estado con Luigi durante años y Luigi no tenía el corazón para retirarlo. Arturo siempre acompañaba a Luigi cuando salía, pero Luigi siempre tenía dos guardaespaldas. ― Giacinta... ― Lissa, ― insistió. ― Me tienes que llamar Lissa, incluso cuando estamos solos. Tienes que pensar en mí como Lissa Piner. Puedo decir que te llamo tío, debido a tu edad. Esto hace que sea más adecuado para mí pasar tiempo en tu casa, pero tienes que recordar que soy Lissa. Luigi suspiro. ― Voy a hacerlo mejor. Ya no soy tan joven. ¿A dónde vas? Arturo tiene que ser capaz de prepararse. ― Voy a ir a Salvadore. Arturo no tiene que hacer nada. No hay peligro para mí si voy esta noche. Nadie sabe de mis planes. Arturo no atraerá atención indebida. Sabes que si alguien más va conmigo, alguien se dará cuenta. No voy a como Lissa.

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Atada al Fuego ¿Qué demonios quería decir eso? ¿No iba como Lissa? ¿Entonces como quién? Casimir no esperó a oír más. Él tenía que escapar a su habitación. Lissa podría pensar que había ganado esta ronda. Debía suponer que estaba de mal humor. Profundo en el interior, donde nadie podía ver, sonrió. Hubo un anillo de la verdad en su voz cuando ella le había contado a su tío, donde se encontraría con su contacto. Casimir simplemente tenía que asegurarse de que estaba cerca de su mesa y podía oír todo lo que decía. Si era posible, incluso sería suficiente con plantar un dispositivo de escucha. ― Todo para oírte mejor, mi llama viva, ― le susurró a la habitación vacía. Y se dirigió a la ventilla, donde había asegurado su maleta llena de sus trucos del oficio. Podía ser cualquiera. En cualquier sitio. En cualquier momento. Era un maestro del disfraz. Ella podría haber adivinado que era un Prakenskii, pero, era familia. Ella estaba alrededor de cinco de sus hermanos todo el tiempo. Pocas personas sabían de ellos, pero era atenta y probablemente sospechaba que Gavriil y los demás nunca permitirían que se fuera a Europa, donde su enemigo mortal residía sin algún tipo de seguridad. En menos de una hora decidió su próximo papel, recibió la información de que estaba fuera de servicio por la noche e hizo el show de retirarse a su habitación temprano. Le tomó mucho más tiempo, convertirse en el hombre en el que esperaba, Lissa no vería a través. Esta vez no habría señas de identidad de cualquier tipo y él sería mayor. Nada que pudiera asociarse con Tomasso. Casimir se coló por la ventana, se abrió paso por encima del tejado al otro lado de la casa, lejos del patio y del garaje, donde se guardaban los coches. Tenía una motocicleta en el cobertizo. El cobertizo estaba cubierto de enredaderas y hacía tiempo que había caído en un estado de deterioro. La moto era muy buena, y prácticamente voló por la pista estrecha que corría a lo largo del camino. El camino de tierra era utilizado por los jardineros para arrastrar las bolsas de las malas hierbas, cortar hierbas y ramas fuera de la vista de la casa principal. Volvió a la carretera y puso otra explosión de velocidad. No sería atrapado por Lissa y Arturo en cualquier lugar cerca de la finca. Su nuevo papel era bastante distintivo y no dejarían que lo recordara. Nunca era una buena cosa cuando ella ya estaba tan sospechosa.

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Atada al Fuego Él cambió al pequeño coche que había escondido en un garaje a pocas millas de la finca. Pagaba una tarifa nominal por albergar el vehículo, y nadie se había molestado por ello. Aún así, tuvo cuidado mientras se acercaba, en busca de signos de perturbación. Nunca olvidaba las posibilidades. Había sido inculcado en él en las escuelas a las que había asistido y ahora, cuando hubo un intento de golpe en él, por los mismos hombres a los que les había servido fielmente durante años, esas lecciones le habían venido muy bien.

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Atada al Fuego Capitulo 3

Casimir se dispuso a entrar a Salvadore cuando Arturo se acercó con una mujer de pelo oscuro justo detrás de él. Casimir siguió caminando mientras se acercaban, pero era todo lo que podía hacer para mantener su boca bien cerrada cuando quería dejarla abierta en shock puro. Él nunca habría reconocido que la mujer que caminaba con Arturo era Lissa Piner. Ella era...normal. Lo suficientemente bonita, pero sencilla. Lissa era tan vibrante y activa. Una llama viva. No había manera de negar la pasión en ella. Atraía la atención de los hombres y las mujeres a su alrededor. Era imposible no ver su belleza y ser atraído a ella. Parecía atractiva, sensual, una mujer hecha para noches largas y puro pecado. Se movía con la fluida gracia de un bailarín. La mujer detrás de Arturo, de pelo oscuro en la barra de capuchino no estaba ni cerca de la belleza de Lissa. Justo dentro de la puerta, Casimir se detuvo para leer el menú publicado en la pared del fondo. Mantuvo un ojo en los dos. Arturo se desprendió y fue a sentarse en una de las mesas a lo largo de la pared del fondo, donde podía mirar el espejo detrás del mostrador y ver a todos en la barra de capuchino, así como tener la ventaja de hacer frente a las ventanas de puertas anchas con vistas a la calle. La mujer era de la misma altura que Lissa, pero no con sus curvas. De hecho, se mirabas hacia arriba y abajo, no había ninguna señal de los pechos generosos de Lissa. Tenía el pelo largo hasta los hombros, de un negro brillante. Las cejas y las pestañas eran oscuras, así como sus ojos. Había una clara belleza en el lado derecho de sus labios. Aún así, no había duda de que era su boca. Casimir tenía demasiadas fantasías acerca de esa boca para no reconocerla. Debajo de ese delgado y fino disfraz estaba su mujer.

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Atada al Fuego Fue directamente a una mesa en la esquina más alejada. Afortunadamente, mientras hacia su camino. Casimir sacó un libro de su mochila y observó las páginas, leyendo mientras caminaba por el pasillo hacia la zona donde se encontraban las mesas individuales, justo donde Arturo había elegido sentarse. Se encontró con una mujer, se estrelló con en ella y golpeó en la mesa de Lissa, disculpándose en un fluido italiano durante todo el tiempo. El tuvo que agarrar el borde de la mesa para mantener el equilibrio, deslizando hábilmente el audífono minúsculo debajo de la mesa mientras lo hacía. Él no cumplió con los ojos de Lissa, de hecho, apenas la miró, pero casi se postró delante de la otra mujer. Él encorvado, arrastrando los zapatos gastados. Llevaba gafas de concha sobre sus ojos de color marrón claro. Su mandíbula era bastante diferente, rellenada, y estaba ligeramente dentado. Su pelo castaño claro, veteado de gris, fue adelgazado. Su voz era nasal. Incluso la forma y color de sus uñas eran diferentes. Él no tenía una sola marca de identificación en la cara o en las manos. Sus ropas estaban sueltos, cubriendo la panza alrededor de su vientre. Los pantalones se ajustaban a las nalgas con más fuerza, pero eso era porque tenía un trasero muy redondeado. La mujer sonrió continuamente y lo tranquilizó hasta que se limpió las gotas de sudor de la frente con un pañuelo y se dejó caer en una silla como si estuviera agotada por disculparse. Casimir escogió deliberadamente la mesa al otro lado de Arturo, a buena distancia de Lissa. Él abrió su libro con un gran suspiro de alivio, lo suficientemente alto para que todos en la barra le escucharan, sacó sus auriculares y se los puso después de pedir un capuchino y una pizza de pastrami, de la lista de platos de la barra. La silla de Lissa daba a él, pero ella se sentó de lado, para poder observar mejor la habitación. Colocó los guantes con cuidado sobre la mesa, precisamente en el pequeño bolso que había traído con ella. Una señal que entendió del todo claro. Había utilizado este tipo de señales por sí mismo muchas veces. Al dejar los guantes sobre el bolso, conjeturó que ella estaría advirtiendo a quien iba a encontrarse con ella que se mantuviera alejado.

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Atada al Fuego Casimir tomó una mirada cautelosa alrededor de la barra sin que se notara. Tenía una gran práctica luciendo completamente absorto en su elección de material de lectura. Sus gafas estaban ligeramente tintadas, ocultando parcialmente sus ojos mientras su mirada se movió alrededor de la habitación. Dos mesas hacia abajo vio a su contacto y sus entrañas se apretaron. Él sabía quién era el hombre. Una comadreja total de la mafia rusa. ¿Qué estaba haciendo Lissa conociendo a un hombre así? No podía ser de confianza. Era conocido por el doble juego, la venta de información, pero informaba a la multitud que lo quería y donde el encuentro se llevaría a cabo. Maldijo en voz baja en cuatro idiomas, elocuente. La comadreja, un hombre con el nombre de Ivan Belsky, sentado unas cuantas mesas abajo de Casimir, se levantó y se dirigió a la mesa de Lissa y se hundió en la silla frente a ella. Llevaba un abrigo y un sombrero sin forma, y sus pequeños y brillantes ojos estaban inquietos, en constante movimiento. El sudor en su frente. Eso le dijo a Casimir que no había venido solo y que esta reunión era un montaje. ― Antes de ir más lejos, ― Belsky declaró: ― Necesito saber para quién va a comprar esta información. ― Ese no es su problema. ― Incluso la voz de Lissa era diferente. Dos notas más bajas. Ligeramente fornida. Aún así, fue autoritaria y cortante. ― No puedo entregar este tipo de información a cualquiera, ― dijo entre dientes. ― Podría ser asesinado. ― Usted lo sabía cuando usted estuvo de acuerdo en hacer el trato, ― Lissa señaló. Los dos se miraron, el uno al otro por un largo tiempo. Lissa no apartó la mirada ni dio marcha atrás. Su características se establecieron y su mano se deslizó hacia sus guantes y bolso, como si fuera a recoger los dos y a alejarse. ― No tengo tiempo para jugar. Si no tiene lo que necesito, sólo dígalo. Me dijeron que era alguien con quien se podía contar.

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Atada al Fuego La respiración de Belsky silbó. ― Tengo la información que quería. Fue mucho más difícil de lo que pensaba que sería. El precio se ha duplicado. ― Se inclinó sobre la mesa. ― Miss Patrice Lungren. Se echó hacia atrás, convencido de que el hecho de saber su nombre, la identificación de ella, la asustaría. Lissa vaciló, con la mano agitada por un momento, como si estuviera siendo llamada por su nombre verdadero. Ella enderezó los hombros y dejó que su mano cayera con gracia en la mesa. ― Sus dificultades no son mi problema. Estuvimos de acuerdo en un precio, Belsky. Casimir no reaccionó, pero sintió que su corazón dio un duro tirón en el pecho. Él no era un hombre para sentir miedo. Él podía entrar en cualquier situación con hielo en sus venas porque no tenía nada que perder. Ahora bien, estaba Lissa Piner con su pelo rojo llameante y su suave risa atractiva. Él no iba a perderla por una comadreja como Ivan Belsky. Él sabía quién era el hombre. Una rata para la mafia rusa que operaba desde Moscú. Él no era en lo más mínimo de confianza o fiable. Nunca. Para. Nadie. Vendería a Lissa río abajo en un latido del corazón. Lo que sea que ella le ofreció, había conseguido que jugara en ambos lados. ¿Qué estaba haciendo incluso hablando con un hombre como Belsky? Casi se quejó cuando casualmente tomó un sobre de su bolso y lo puso sobre la mesa. El paquete blanco, con claridad por su espesor era dinero en efectivo, yacía bajo su palma. Belsky se quedó mirándolo. Dándose cuenta de que no iba a ceder ante él dio un suspiro. Él cogió el sobre, pero ella no movió la mano, simplemente siguió mirándolo a él. El intestino de Casimir se tensó. Se puso de pie, cerrando su libro cuando Belsky retiró un paquete delgado envuelto en una bolsa de papel marrón y atado con una cadena. Un toque aseado, Casimir reconoció. El hombre lo deslizó sobre la mesa hacia Lissa. Ella puso su mano sobre él, antes de soltar el paquete de dinero en efectivo para la comadreja. Casimir arrastró los pies hacia atrás sin mirar a ninguno de ellos.

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Atada al Fuego El truco de un disfraz no eran siempre las características tanto como los detalles. El camino, el presentimiento, los detalles sobre un carácter que se adquirieron. Nunca olvidaba esos detalles, sobre todo cuando alguien apostaba la vida en ello y él estaba seguro que la vida de Lissa dependía de ello. Interiormente se maldijo en ruso, su país natal, su lengua, y él era inventivo mientras seguía el lento y torpe ritmo de su papel. No miró a Lissa, o a Belsky. Él sabía lo que le esperaba fuera. Tenía que llegar primero.

Había entendido todo en el momento en que investigó a Lissa y descubrió que su tío era Luigi Abbracciabene, un nombre conectado a lo que había sido una pequeña familia mafiosa que vivió en la ciudad de Ferrara. Había sido bastante fácil encontrar los artículos de prensa sobre la masacre de la familia y todos los soldados y trabajadores de la finca. La familia Abbracciabene había entrado en conflicto con la familia Porcelli, una familia muy grande, conectada, violenta y dada a guerras sangrientas. Habían instigado la matanza. Había encontrado el nombre de Giacinta y la información de que había muerto también. Él sabía que no lo había hecho. Luigi vivía a una buena distancia de su hermano, y no tenía ninguna parte en el negocio familiar, al menos había sido lo que dijo cada papel. La familia Porcelli no se había molestado con él. Se informó que estaba muy enfermo. Casimir sospechaba que había sido mucho más que un simple espectador. Cada familia tenía un ejecutor. Un asesino. Un hombre que le gustara estar solo. Uno que vivía en las sombras y salía sólo cuando era necesario. Luigi había sido aquel hombre para su familia. Había rescatado a su sobrina, y la ocultó para el mundo, la crió y la entrenó. Estableciéndola en un camino de venganza, o justicia, sin embargo, el veló por ella. Casimir barajó todas las posibilidades de dónde estaría el segundo asesino. Querrían coger a Lissa lejos de la gente pero antes de que llegara a su coche. Belsky se desplazaría cerca de ella, manteniéndose a distancia del ataque. Tenía que creer que podía manejar a Belsky. Tenía que confiar en que ella nunca se encontraría con él sin el conocimiento de que podría traicionarla. Cuando Belsky la había llamado Patrice Lungren, ella vaciló, claramente un acto. Ella lo supo. Tenía que saberlo.

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Atada al Fuego Obligó a su mente a moverse lejos de Lissa y Belsky. Ivan Belsky era traicionero, pero podría ser manejado. Era una comadreja, siempre en busca de dinero fácil. Había hecho un arte de la "venta" de información y de matar al destinatario después. Tenía una pareja con la que trabajaba, y desafortunadamente ese hombre era, como mucho, el más peligroso. Borya Polzin era especialista en homicidios. Disfrutaba de matar. Hombres, mujeres o niños, ya no importaba. ¿Qué importaba que hubiera salido de la misma escuela a la que Casimir había asistido? Habían tenido muy poco contacto. Casimir había sobresalido y había sido empujado en cada área de posible aprendizaje, de las lenguas hasta el arte de la seducción. Tenía razones para sobresalir. Si no lo hacía, uno de sus hermanos pagaría el precio. Borya tenía poco que ofrecer aparte del hambre de un psicópata haciendo daño a otros. Borya sin duda había eclipsado a sus compañeros de clase en ese sentido. No pudo aprender cualquier lenguaje aparte del inglés y del de su Rusia natal. Apenas podía leer. Sus amos no lo habían matado, como lo habían hecho con tantos otros que fallaron mucho menos de lo que él lo hacía en sus clases, porque a él le gustaba hacer daño a los demás y aprendió a torturar, y cómo mantener a su víctima con vida el mayor tiempo posible, al igual que la manera de matar en cientos de formas, la mayor parte muy poco elegante. Algunos años antes, había matado a su único familiar, su hermana, los manipuladores la sostuvieron sobre su cabeza para mantenerlo en línea. Se había deslizado de su correa y se había ido a donde había dinero para su especial línea de trabajo, la mafia rusa. Casimir se detuvo justo a la derecha de la puerta, buscando a tientas las llaves del coche, dejando caer su libro y agachándose para recogerlo. El breve intervalo le permitió explorar la calle y edificios a través de la barra de capuchino. Su coche estaba aparcado justo debajo de la parte delantera del edificio, pero no pudo ver el vehículo en el que Lissa había llegado. Cuando se enderezó Casimir, libro en mano, Arturo caminó hacia afuera. El guardia no se veía en lo mas mínimo preocupado. Se acercaba a los sesenta años, estaba en buena forma, trabajando fuera todo el tiempo, y había sido empleado por Luigi. Arturo había sido empleado por Luigi Abbracciabene casi toda su vida. Se había ido a trabajar para Luigi a la edad de diecisiete años.

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Atada al Fuego Había estado sin hogar y hambriento por uno. Luigi había sido lo suficiente inteligente para ver su potencial y lo había llevado con él. No había nadie más leal a los Abbracciabene, que la familia de Arturo. Casimir se dio cuenta en el momento en que salió fuera Arturo, que Lissa le había enviado por delante para sacarlo del camino de cualquier posible violencia. Lissa Piner era tan leal a Arturo como este era a ella y estaba determinada a protegerlo. Jurando en voz baja, sabiendo que tenía sólo unos pocos momentos para determinar la ubicación de Borya, Casimir trató de tirar hacia arriba todo lo que podía recordar del hombre. Borya querría cometer un asesinato de cerca. El asesino no podía conseguir satisfacción en matar a distancia. Tendría que ver la luz apagarse de los ojos de su víctima con el fin de conseguir su liberación. La matanza real era muy personal para él. Él sería etiquetado como un asesino en serie en cualquier otro país, pero Sorbacov le había hecho su animal doméstico personal y lo protegía. Kostya Sorbacov era su propia marca de asesino, y le divertía mantener a Borya como su asesino a sueldo personal. En el funcionamiento de las escuelas, Sorbacov había buscado a través de ellas, los hombres del tipo de Borya los y protegía a todos ellos. Tuvo que haber estado muy molesto cuando Borya se escabulló. Casimir miró hacia su izquierda. La esquina era cruda y abierta. Sin cubierta. A su derecha había otra tienda. Las mesas y sillas se establecían al frente, tanto a la barra de capuchino como a la pequeña panadería del lado. Era un exceso de muebles en el camino a una muerte limpia. Entonces, ¿dónde estaría Borya para hacer su intento sobre Lissa? Detrás de él, sintió su presencia. Lissa. Su corazón se sacudió con fuerza en su pecho mientras él tomó su aroma. No era la fragancia que le había rodeado en la finca de su tío, sino una nueva, igual de potente. Ésta era jazmín y lavanda, pero muy sutil, apenas allí. Su firma encubriendo su aroma a continuación, cuando interpretó la parte de Patrice Lungren. Detrás de Patrice estaba Belsky. Lissa pasó al lado de Casimir, sus rasgos inexpresivos. Ella le dio una sonrisa vaga, como si en realidad no estuviera mirándolo a él, pero él era muy consciente de como su inteligente y penetrante mirada recorrió por encima de él, en cuestión de segundos rechazó la idea de que pudiera ser el segundo asesino.

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Atada al Fuego Belsky se colocó detrás de ella, en hacinamiento tal que ella se vio obligada a dar un paso adelante, hacia la abierta acera de adoquines, bajo el dosel. Casimir dejó caer el libro mientras retiraba el cuchillo que llevaba de la funda justo dentro de su abrigo mal cortado. Mientras lo hacía, él dio dos pasos y saltó en el aire justo debajo del pabellón flácido. Apuntó al corazón de la figura tendida esperando tan pacientemente para cometer el asesinato. Al mismo tiempo, Lissa se volvió hacia Belsky, una sonrisa en su cara, como si fuera a decirle algo. Él ya estaba en movimiento, la hoja de su cuchillo oculto en contra de su muñeca mientras daba un paso hacia ella, su mano subiendo para cortar a través de su garganta. Lissa aprovechó el impulso de su movimiento de avance para cerrar un golpe más abajo en el brazo, desviando la hoja de sus costillas mientras daba un paso a un lado de Belsky. Ella clavó la aguja que tenía en su puño en su cuello, presionando el émbolo mientras lo hacía, y retraía la aguja, todo en un solo movimiento. Continuó caminando más allá de él, hacia la puerta del bar donde había ingeniosamente dejado caer su bolso. Agachándose, cogió el mismo, así como el libro que Casimir había dejado caer al suelo. Girando, ella vio una la hoja del cuchillo a través del dosel. Unas pocas gotas de sangre golpeaban la acera. El hombre que había estado leyendo el libro continuó avanzando hacia la calle, lejos de la barra. Arrastrándose. Doblado. Su cuerpo extraño. Sin mirar hacia atrás. Miró a su alrededor, pero no había nadie cerca. Su mirada se volvió hacia el hombre que había estado sentado en la barra con anterioridad. ¿Quién podría haber asestado ese golpe al asesino al acecho, tendido en el dosel por encima de sus cabezas? Belsky se retrasó respecto a ella, casi se cae de la acera y luego se dirigió derecho hacia la calle estrecha. Un coche tocó la bocina. Golpeando en los frenos. Él extendió la mano para tocar su cuello. La miró. Otro coche que venía a una velocidad mucho mayor chocó contra la parte trasera del vehículo que se detuvo, giró y se deslizó a la derecha hacia el hombre. El cuerpo fue arriba y por encima del capó a la tierra sobre el parabrisas.

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Atada al Fuego Varias mujeres testigos del accidente gritaron. Ruidosamente. Con tono agudo. El dosel se dejó caer. Grandes gotas de sangre se dejaron caer en la acera casi justo en frente de Lissa. El hundimiento en el dosel creció junto con la ranura hecha por el cuchillo. El hombre que había saltado para matar al segundo asesino hacia largo tiempo se había ido. Había desaparecido cuando Belsky salió tambaleándose en la calle. El corte fue más amplio, y el cuerpo cayó casi a sus pies. Ella gritó y cayó sobre su trasero, al igual que cualquier mujer que se precie. Siendo un buen samaritano, se arrastró un par de pasos cerca de él, tratando de sentir en la mano su pulso. Ella no quería correr ningún riesgo con las huellas dactilares, aunque, como es habitual cuando salía, llevaba grabados líquidos. No eran los suyos. Nunca los propios. Ella tenía sólo unos segundos para tratar de identificarlo. El muerto no llevaba guantes y las yemas de los dedos eran absolutamente lisas. Tenía un cuchillo en la mano y se quedó atorado allí apretado. Había muerto en cuestión de segundos del ataque contra él, y que ciertos conocimientos configuraran los latidos de su corazón. El que le había asesinado, lo había hecho a ciegas. Había saltado y golpeado a la diana en el corazón con un cuchillo. Eso no era suerte. Esa era habilidad. El cuchillo había entrado sin problemas, y luego se volvió, ya que salió para dañar al máximo. No había habido ningún sonido. El asesino había aterrizado en silencio y desapareció en cuestión de momentos. ― Esta d-muerto, ― tartamudeó ella, horrorizada, mirando hacia arriba al primer hombre que se arrodilló a su lado. ― Estoy segura de que está muerto. ― Casi se desplomó en sus brazos, lo que obligó al hombre a arrastrarla fuera del cuerpo mientras que otros le ayudaron. La puso en una silla en una de las mesas en el exterior y luego se precipitó de nuevo al cuerpo. Una multitud se reunió. Se deslizó hacia la calle, uniéndose a la multitud allí. Ella se puso en cuclillas junto al cuerpo de Belsky, con una mano para sentir su pulso mientras que la otra se deslizó dentro de su chaqueta y hábilmente eliminó el sobre de dinero en efectivo.

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Atada al Fuego ― Está muerto, ― dijo, y se puso de pie, viéndose consternada, la multitud se apretó más, y ella se deslizó de nuevo en ella. Vio a Arturo en su coche a varias yardas hacia abajo. Ella dio una última mirada alrededor y ocasionalmente se dirigió al coche, llevando su bolso y el libro. Ella no podía decir que no estaba agradecida con el salvador por asesinar un hombre que había planeado matarla y no había duda en su mente de que estaba al acecho por ella, pero no quería, ni podía permitirse el lujo de tener un tutor. A mitad de camino a la casa, se quitó la peluca muy cara y hermosa, sacudiendo su propio cabello. Siempre era difícil lograr acomodar su peluca porque tenía mucho pelo, pero no quería cortarlo. Su madre llevaba el pelo largo, y era una de las pocas cosas que siempre la hacía sentir como Lissa, si todavía tenía una parte de ella. ― Estoy cambiándome, ― anunció. ― Ve a ello, ― dijo Arturo, sin verse afectado por el hecho de que ella estaba quitándose sus zapatos, los calcetines y los pantalones vaqueros para enfundarse en una falda larga. Luego quitó la banda superior que ligó sus pechos, y tiró de una fina, y sedosa blusa sobre su cabeza para que coincidiera con la falda. Los pequeños botones de perlas abotonados arriba. Sus tacones a juego con el color de la parte superior, de un azul pálido para que coincidiera con las rayas finas en la falda. Añadió unos brazaletes de oro en su muñeca, y retiro los pendientes que eran simples tacos y los reemplazó con aros de oro. Su ropa de trabajo y los zapatos fueron metidos en una bolsa junto con los pendientes, el bolso, la jeringa y el sobre con dinero. Dejó la bolsa en el asiento a su lado y rápidamente comenzó a cepillar su cabello. Se había cambiado en menos de cuatro minutos. Un registro. La adrenalina corría por sus venas. Su corazón latía. Tenía la boca seca. Había llegado a esperar los síntomas después de trabajar, pero esto era diferente. Esto era lo que iba a hacer al llegar a la finca de su tío. Con aire ausente cogió el libro. Los venenos viejos, nuevos problemas. Ella frunció el ceño y dio un golpecito con el dedo en la portada. Había leído el libro. Luigi tenía una copia del mismo en la biblioteca junto con otra referencia de libros sobre venenos. Alisó el dedo a lo largo de la columna vertebral y volvió el libro una y otra vez, mirando hacia abajo la copia, más estaba segura de que era de su biblioteca.

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Atada al Fuego ― Gavriil Prakenskii. Yo sé que envió una niñera. ― susurró las palabras en voz baja y presionó el botón para llevar la ventana hacia abajo. ― No te he oído, ― dijo Arturo. ― Mis oídos no son lo que solían ser. ― Estaba murmurando para mí misma. ― Sólo lo haces si estás molesta. Tienes la información. Belsky puede ser una rata traicionera pero siempre trae la mercancía. Es una cuestión de honor con él. Lo que tienes no es lo que le has pedido. ― Había curiosidad en su voz. Ignorando su pregunta no formulada, cerró los ojos y sacó la cabeza por la ventana, lo que permitió que el viento soplara a través de su cabello y sobre su cara, enfriándola. Ella estaba destinada al fuego. En el interior, en el fondo, donde importaba, en su esencia, no había nada fresco y frio en ella. Quemaba caliente y apasionado. A veces se sentía tan muerta como sus padres, perdida para el mundo, existiendo, no viviendo, y entre más lejos estuviera de la granja y de sus hermanas, más esa sensación persistía. Tenía que estar centrada. Completamente alerta y absorbida, concentrándose solamente en el trabajo a mano. Ella había permanecido con vida porque apartó su naturaleza hacia abajo. La necesidad de hacer justicia con los que habían tan brutalmente asesinado a su familia y a los que los servían, había sido abrumadora. La necesidad de dejar que ellos supieran que, Giacinta Abbracciabene, iba a traer la justicia sobre sus cabezas era igual de abrumadora. La parte inteligente, y lógica la había mantenido en calma y le había permitido formular un plan a largo plazo. Ahora, Gavriil Prakenskii amenazaba ese plan. No tenía ningún sentido para ella. Él sabía su intención. Él sabía que ella planeaba matar a ambos, padre e hijo Sorbacov. Sus hermanas merecían la felicidad, y los Prakenskiis habían servido a su país con honor. También merecían vivir sus vidas en paz. Estaba haciendo esto por ellas. ¿Por qué iba a hacerlo más difícil? Porque para ella era cierto, que el hombre que se hacía llamar Tomasso Dal Porto, era en realidad un Prakenskii.

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Atada al Fuego Ella sentía que estaba en sus propios huesos. Eran sus ojos. Había estado en la granja con sus hermanas del corazón, ya que a menudo se llamaban así mismas así, por más de cinco años. En ese momento, Rikki, un buceador de erizos de mar, había rescatado a un hombre del mar. Había sido un Prakenskii. Lev Prakenskii. Se había casado con el hombre. Todas aprendieron a aceptarlo y a amarlo a él, pero él era un hombre protector, agobiante. A continuación, Judith había caído. Judith, que tenía todo tipo de sentidos, hasta que un hombre se presentó para protegerla de su pasado. Su hombre acababa de pasar a ser un Prakenskii también y se casó con él. Stefan Prakenskii, era dueño de una galería de arte y era tan protector y dominante como Lev. Después fue Airiana. Había sido secuestrada, por un Prakenskii. Juntos habían acabado con un barco de traficantes de personas y rescataron a cuatro niños. Estaba casada con Maxim ahora y habían adoptado a los niños. Max era peor que los otros dos cuando se trataba de ser protector. Poco después Lexi, su más joven y más vulnerable hermana, había sucumbido a los encantos de Gavriil Prakenskii. Él era el más arrogante y peligroso de todos los hermanos que había conocido. A Lissa le gustaba y especialmente le gustaba su hermana más joven, pero la adición de él en la mezcla era francamente aterradora. Había demasiada testosterona en la granja. Los hermanos creían en la seguridad en primer lugar, por lo que habían convertido la granja en un santuario fuertemente custodiado, pero Lissa, no estaba segura allí. Ella tenía demasiados secretos, y su trabajo no había terminado. No podía permitirse el lujo de tener a nadie observando cada movimiento suyo y Gavriil había adivinado lo que sus planes eran y le había incluso proporcionado información que no habría sido capaz de conseguir por su cuenta, pero ella no quería ayuda. Ella no lo necesitaba, y se negaba a permitir que un hombre Prakenskii estuviera cerca de ella. No era estúpida o ciega. Vio el patrón. Cada una de sus hermanas estaba destinada a un elemento. Rikki estaba atada al agua. Judith con el espíritu. Airiana estaba atada al aire. Lexi unida a la tierra. Lissa tomó aire y apretó el agarre en el pelo. Ella estaba atada al fuego. Eso significaba que cada minuto de cada día, tenía que reprimir su naturaleza apasionada. Su necesidad de actuar.

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Atada al Fuego Lissa no se atrevía a mostrar a los hermanos Prakenskii sus habilidades cuando estaba practicando artes marciales o el uso de armas con ellos. Tenía que permitirles ser mejor que ella en cada vuelta. No siempre había sido fácil. Cuando las discusiones surgían, tuvo que someterse y guardar silencio cuando quería discutir ferozmente por su punto. Quería desesperadamente ser ella misma. Desesperadamente. Volviendo a Italia, estando en casa de su tío, todavía no podía ser quien era muy adentro. Habían planeado juntos, hace mucho tiempo, cuando era una niña, la forma de llevar la justicia a la familia Porcelli. Lissa había estado exaltada, pero Luigi le había obligado a reducir la velocidad para aprender las cosas que necesitaba aprender con el fin de evitar ser asesinados. Eso había tomado años. En ese momento, ella aprendió la sabiduría de la paciencia. La familia Porcelli no tenía idea de que estaban siendo atacados. Los accidentes llegaban con poca frecuencia. Dos, tres veces en un año. No habia un patrón que alguien pudiera detectar, y Lissa siempre se aseguraba de que los accidentes fueran al azar. No se preocupaba por haberle avisado a la familia Porcelli que la familia Abbracciabene venía detrás de ellos. No le importaba nada de la segunda generación. Sólo los responsables de la muerte de su pueblo y su familia. Luigi era su único pariente de sangre vivo, y no quería que él se viera comprometido de ninguna manera. Aparentemente vivía tranquilamente, rodeado de los que confiaba, un hombre mayor que disfrutaba de la jardinería. No se había dado cuenta de lo que era una familia real, hasta que ella vivió en la granja con sus hermanas elegidas. De las seis mujeres que se habían unido para iniciar una nueva vida, sólo Lissa y Blythe permanecían solteras. Sin reclamar. Bueno... Blythe estaba atada al aire. Ella tenía sus propios secretos. Pero los Prakenskiis estaban invadiendo su granja y el pequeño pueblo de Sea Haven. Incluso la famosa Jolie Drake estaba casada con un Prakenskii, lo que puso a cinco de los siete hermanos en su pequeña ciudad. Por lo que podía decir que quedaban dos. Uno para ella. Uno para Blythe. No estaba sucediendo. No a ella. ― Estamos cerca de casa, Lissa, ― Arturo anunció. Sus ojos se encontraron en el espejo retrovisor. ― ¿Estas ya controlada, o necesitas que me pierda en el camino de entrada?

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Atada al Fuego Ella amaba a Arturo. Ella lo hacía. Amaba a pocas personas en el mundo. No se atrevía a acercarse a ellas. Sus hermanas. Sus maridos y ella todavía estaba tratando de mantener a sí misma alejada de ellos. Su tío y a Arturo. Esas fueron las pocas personas que tenía en su mundo. En verdad, Gavriil llamando a su hermano por ella la había herido. Había confiado en él para mantener su palabra para ella, no dejaría que alguien supiera que planeaba ir tras los Sorbacovs. Le había dado su palabra, y le dolía más de lo que jamás había esperado que él hubiera roto la promesa hecha a ella. ― Estoy bien. Gracias por ir conmigo, Arturo, no sé si te lo digo lo suficiente, pero aprecio la forma en que siempre has atendido a Tío Luigi. Yo no me he preocupado porque estás con él. Sus dientes brillaron, su sonrisa deslumbrante. Había tal confianza, tal como un niño. Había aprendido de la manera difícil a no hacerlo, pero en los últimos años, Arturo se había convertido en otro tío para ella. Su mano temblaba mientras colocaba el cepillo en el bolso. Levantando la barbilla, cogió el libro y se deslizó fuera del coche. Arturo condujo el vehículo al garaje, dejándola en la entrada lateral. Sabía que su tío estaría esperando por ella, preocupado como siempre, pero Arturo le diría lo sucedido. Era demasiado tarde para ver a Tomasso en su habitación, si el hombre con el libro de hecho había sido Tomasso, un Prakenskii, no había necesidad de tratar de atraparlo en el acto de volver de nuevo al papel de guardaespaldas. En cualquier caso, si en realidad era un Prakenskii, sabía que no le sorprendería en el acto de asumir otro papel. Sería demasiado bueno para eso. Los hombres Prakenskiis, habían sido perfeccionados en una dura escuela. Ellos no cometían errores. ¿Por qué dejó el libro? ¿Por qué habría dejado caer el libro y luego no lo recuperó? ¿Sobre todo si el libro era de la biblioteca de Luigi? Utilizó la escalera de atrás y corrió a la habitación en la que había crecido mientras era una niña. A menudo había tomado refugio allí cuando estaba sola. Había estado sola mucho. Luigi no era un hombre que supiera cómo consolar a un niño de duelo. Él era un hombre de acción. Había dedicado su vida a su hermano y a la empresa familiar. Había sido pequeña pero lucrativo. Ahora, se encontró con una niña emocional que pasaba de las tormentas al llanto y a los arranques de fuego en la venganza.

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Atada al Fuego Luigi había aprendido, a lo largo de los años, cómo expresar su amor por ella de un modo más concreto, pero había pasado tanto de los primeros días, allí mismo, en la biblioteca, llorando a moco tendido. Trató de ser valiente frente a él, porque quería que le enseñara lo que sabía. Entonces había descubierto sus libros. Había aprendido todo de Luigi, desde trucos sucios de autodefensa y de armas, como de venenos. Ella era una enciclopedia andante sobre venenos. Sabía exactamente donde se guardaban los libros de referencia, y se apresuró a través de la habitación a la estantería. El libro debería haber estado allí. Ella lo había leído, lo leyó de nuevo y lo guardó, hace un número de años atrás, pero aún así, nadie más iba a tomarlo fuera de la plataforma. Analizó todo en busca del título. Había un pequeño espacio entre los libros de venenos. Una historia de asesinato, básicamente ilustrada de plantas venenosas y psicoactivas, un libro que había leído en varias ocasiones como una niña. Este libro, redujo las opciones del hombre que probablemente le había salvado la vida, ya que pertenecía a la biblioteca de Luigi. Ella tomó una respiración profunda, la dejó escapar y sustituyó el libro entre los otros dos títulos. Ella iba a enfrentar al Sr. Prakenskii y hacerle ir inmediatamente. No podía permitirse el lujo de tenerlo mirando sobre su hombro. Tenía trabajo que hacer. Luigi había encontrado al hombre que había querido matar más que a cualquier otro, y tenía la intención de encargarse de Agosto Cosmos, el guía de perros que había traicionado a toda la familia, y luego iba a solucionar al problema que enfrentaban sus hermanas. No quería a Prakenskii dándoselas de macho sobre ella y deteniéndola. Lissa se apresuró a subir las escaleras traseras que conducían al segundo piso, en el ala donde Arturo, Tomasso y otros tres guardaespaldas residían. Sabía cuál era la habitación de Tomasso y se paró frente a la puerta, en el pasillo oscuro. Ningún sonido emergió desde el otro lado. Ninguna luz se coló debajo de la puerta. Le dio la vuelta al pomo de la puerta muy lentamente. Estaba cerrada con llave. Eso no le sorprendió en lo más mínimo. No era tan difícil de forzar la cerradura y lo hizo con mucha rapidez. Abrió la puerta con cautela, se deslizó dentro y cerró la puerta en silencio.

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Atada al Fuego Se puso de pie justo a la derecha de la puerta, esperando a que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad. Estaba mucho más oscuro en la habitación debido al hecho de que las cortinas pesadas habían sido tiradas a través de las ventanas. Escuchó con el corazón palpitante. Como regla general, podía superar el miedo con bastante facilidad. Era una cuestión de disciplina y decisión. Pero esto era un tipo diferente de miedo. Completamente diferente. La vida de Lissa había sido destruida por el ataque a su familia. Sus padres habían sido brutalmente asesinados. Ella casi había sido asesinada y había sido una niña muy pequeña. Ese día fue sellado para siempre en su mente, quemado profundamente en sus memorias, pero mantuvo la puerta cuidadosamente cerrada. En el momento en que se abrió, las pesadillas comenzaron. Allí, de pie en la oscuridad, sentía esos asesinatos y el recuerdo de todos ellos demasiado cerca, porque el aire a su alrededor estaba lleno de peligros. Se quedó quieta, inhalando para calmar su corazón palpitante. El aire estaba condimentado con un oscuro, y masculino olor. Peligroso para ella. Lo reconoció de inmediato mientras tomaba su aliento profundamente en los pulmones, tiró de él profundamente en los pulmones. Prakenskii. Nadie más tenía esos ojos. No importa de qué color fueran o si llevaba gafas o no. Eran los ojos. Como un halcón. Perforando. Viéndolo todo. Viendo en el alma de uno. Luego estaba la química quemando entre ellos que no podía negar. Ella no tenía química con los hombres. No lo permitía. No había terminado con su trabajo y era demasiado importante como para que se uniera a un hombre. No hizo ningún sonido. Ningún movimiento. Pero él estaba allí, en algún lugar en el cuarto oscuro. Cerca de ella. Muy cerca. De alguna manera había visto u oído o fue alertado por la torsión del pomo de la puerta, o ella recogiendo el bloqueo. Era imposible, no había hecho ningún ruido, pero sabía que no estaba en la cama. Él estaba ahí, muy, muy cerca de ella. Contuvo el aliento, escuchando el sonido de su respiración, pero no había nada que le indicara ni de lejos donde estaba él. Ella se había atrapado a sí misma en la habitación con un poderoso depredador.

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Atada al Fuego Lissa reconocía y trataba de aprender de cada error que cometía. Ella no se limitaba a seguir adelante en un camino si no era el más adecuado debido al ego. En este momento, sabía que estaba sobre su cabeza. Que este hombre, fuera Prakenskii o no, era mucho mejor en el gato y el ratón que ella. Estaba acostumbrada a ser el gato. En esta sala, sin duda era el ratón. Muy lentamente avanzó hacia atrás hacia la puerta, su mano se movió hacia el pomo de la puerta. ― No lo hagas. La única orden fue baja. Suave. Cerca de su oreja derecha. Tan cerca que sintió su cálido aliento revolver su pelo, agitar algunos mechones sueltos. El cabello se movió sobre su cara, provocando una descarga eléctrica correr a través de todo su cuerpo, con lo que todas las terminaciones nerviosas se sintieron vivas. Sentía los pechos apretados, hinchados, adoloridos. Sus pezones se apretaron en dos picos duros. Se estremeció, un escalofrío en todo el cuerpo. Él no la tocó. Tomó otra respiración, de repente aterrorizada de que este hombre, este extraño, tuviera más poder sobre ella que cualquier otra cosa en su vida había tenido. No podía dejar de abrir la puerta, sin embargo, vaciló, su mano cerniéndose sobre el pomo de la puerta, indecisa cuando ella fue siempre decisiva. Le temblaba la mano y luego dejó palma de la mano sobre el pomo. Se sentía sólida. Tranquilizadora. Su olor inclinó su mundo y la hacía sentirse desorientada. Alarmada. Cazada. Su mano cubrió la de ella. Suavemente. Tan suavemente. Todavía. Ella no podía moverse. Su cuerpo le enjaulaba, avanzó hacia adelante lo suficiente para que ella se retirara antes de que ella se diera cuenta de que había llegado a tierra. Tenía el brazo atrapado detrás de ella, y, en consecuencia, una de sus armas fue atada, los dedos aun cerrados alrededor del pomo de la puerta. La palma de su mano ya no rodeaba el dorso de la mano. En cambio, estaba floja. Una preocupación. Una arma muy letal.

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Atada al Fuego ― Quiero salir de esta habitación. Si me obligas a gritar, los otros guardaespaldas vendrán corriendo. ― Sólo dio un paso a distancia, pero se las arregló para conseguir que la orden se emitiera hacia fuera sin agitar su voz. El nivel de amenaza era extremadamente alto. Su cuerpo no se sentía en absoluto como el suyo propio. Se puso de pie frente a ella, su figura sólida al frente. Muscular. Se presento ante ella como un numeroso objetivo, sin embargo, no pudo aprovecharlo. Era demasiado fácil, y sabía que era una trampa. Estaba poniendo un cebo para ella. Su mano se acercó, lo que sabía iba a ser un problema, y tomó un lado de su cara, su pulgar barriendo a lo largo de su pómulo. ― Pero no gritaras. Si todos ellos son traídos aquí, me obligaran a defenderme. Lo haría, pero me gustan la mayoría de los chicos que trabajan para Luigi. Con excepción de Enzo, que es una serpiente que espera para pegar. En cualquier caso, me tocaría matarlos a todos y luego tu tío vendría... ― Se calló y barrió el pulgar sobre los labios. ― Sabes que no quiero hacer eso.

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Atada al Fuego Capitulo 4 El corazón de Lissa latía con tanta fuerza que sintió el latido de su pulso en su núcleo, caliente, femenino. Pulsante. Golpeteando. Exigente. Ella estaba en muchos problemas. La voz de Tomasso tenía un tono bajo. Tan bajo que de hecho tenía la boca contra su oído cuando habló para que pudiera escucharlo. Sintió su aliento revolviendo mechones de su pelo. Sus labios rozaron su piel íntimamente. Los dientes se deslizaron por la curva de su oreja y luego tiraron de su lóbulo. Un millón de mariposas se elevaron alto. Hubo un espasmo definido en su sexo. Muy definido. Fuerte. Tal vez un sismo, más que un espasmo. Había emitido la amenaza tan a la ligera y con la mayor naturalidad que eso la asustó más que cualquier otra cosa. Él no estaba haciendo una amenaza vacía. Él era capaz de matar a cada uno de los guardaespaldas de su tío e incluso al propio Luigi. ― No harías eso.― Necesitaba aire. Necesita respirar. Debido a que ella creía que lo haría. Ella absolutamente creía que este hombre era capaz de matar a todos en una pelea, y más, sabía que los hermanos Prakenskii. Todos y cada uno de ellos, cuando estaban acorralados, serían capaz de matar y caminar sin mirar hacia atrás. ― No tendría otra opción, y me conoces. Sabes exactamente lo que soy. No juegues conmigo porque podrías conseguir a alguien herido porque tienes miedo. Sabes que no te haré daño. Por eso entraste en mi habitación por la noche. En la oscuridad. Sola. Se te olvidó cambiar tu perfume, pero me gustaría tener ambos olores en cualquier lugar. Ella cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás contra la puerta. Era el. Había tenido razón todo el tiempo. Le había salvado la vida esta noche. Le debía las gracias, pero las palabras se negaban a salir. Estaba demasiado cerca, su cuerpo demasiado caliente. El aire todavía latía con peligro, y de repente no estaba del todo segura de por qué había ido a su habitación sola y por la noche. Se había dicho que quería una confrontación, que tenía intención de imponer la ley a él, pero no tenía que hacer eso en su cuarto.

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Atada al Fuego Lissa había suprimido su propia naturaleza apasionada por tanto tiempo que casi no reconoció el pozo profundo que ya estaba despertando en su interior después de la vigilia. Regresando a la vida. No había forma de detenerlo ahora. Durante mucho tiempo se había negado a operar en cualquier nivel, permaneciendo tranquila y apacible, con poca o ninguna emoción, y casi se había convencido a sí misma de que eso era quién era ella. Ahora, la verdadera Lissa estaba de vuelta con una venganza. Una que no podía tener el pelo del color de ella sin tener la pasión para ir con él. ― Dime tu nombre, ― susurró. Su lengua tocó la suave piel detrás de la oreja. Sus labios siguieron. El toque fue la luz. Apenas ahí. Pero ella estaba marcada. Ese golpe suave se hundió profundamente en el hueso, enviando pequeños dardos de fuego a rayas a través de su torrente sanguíneo. ― Casimir Prakenskii. ― Dejaste el libro detrás para que yo lo encontrara. Lo has hecho a propósito sabiendo que sabría exactamente quién eras. ¿Qué cambió? ¿Por qué estás haciendo esto? ― Porque eres mía. Me perteneces, y voy a tomar lo que es mío. Su corazón tartamudeó en su pecho. Al mismo tiempo que su estómago saltó y se contrajo su sexo. Se fue a húmedo. Lo quería. Ella trató de hacerse más pequeña, de reducir la espalda contra la puerta sólida y sin que se notara. No podía pensar con claridad con él tan cerca. Y él estaba cerca. Cuanto más apretó su cuerpo en la puerta, dejando más lugar, más terreno avanzaba.

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Atada al Fuego ― No sentías de esa manera hace unas horas, ― señaló. ¿Por qué en el mundo no golpeaba la rodilla de él y corría por su vida en lugar de estar allí como una tonta esperando que algo grande ocurriera. ¿Algo irrevocable de lo que nunca se podría recuperar? no se había permitido volver a la vida, para ser una mujer. Ni una sola vez. Jamás. No cometía errores como ese. No se atrevía. Su vida era una de jugar un papel, y eso significaba que no podía jamás acercarse a cualquiera. Sus hermanas, eran diferentes. Sin embargo, ellas no sabían quién era ella. No podían saber. Para protegerlas. Para protegerse a sí misma. Para que pudiera tener, tener una cierta apariencia de una familia. Las personas que la amaban de la forma en que podría amarlos. Feroz. Leal. Sin embargo, ellos no sabían de ella. La tentación de su calor era insoportable. Ella era puro fuego, destinada a ese elemento, y ella respondía al calor. Al fuego. Ella trató de reprimir su naturaleza, pero ya estaba suelta, y le estaba respondiéndole. Su cuerpo, por su propia voluntad, era suave y flexible. Ella sintió la punta en sus venas, como una droga adictiva. La ardiente pasión quemando en su núcleo más profundo, y ahora, con un solo toque de su lengua, el susurro de sus labios contra su piel y su cuerpo cerca, había abierto la jaula y le permitió cierta libertad a su naturaleza. ― Te reuniste con Ivan Belsky. Sólo habría una razón para que hicieras eso, Lissa. Estas pensando en matar a Uri y Kostya Sorbacov. No te molestes en negarlo. Gavriil me hizo sospechar, pero realmente no me lo creo. No después de que puse los ojos en ti. No cuando volé todas esas millas contigo. Yo establecí mi cubierta aquí y luego viajé a Sea Haven para cumplir con mis hermanos. Ella se puso rígida. Su mano libre fue a su pecho con la idea de que debía alejarse de él, pero en el momento que le tocó, sabía que fue un terrible error. No tenía camisa, el pecho desnudo. Su cuerpo era inflexible. Nada blando en absoluto. Todo un hombre. Todo muscular. Caliente como el infierno. Tan caliente que su palma pareció derretirse directo en el pecho. Su respiración se cerró de golpe en sus pulmones, dejando su incendio en busca de aire. Primando por la necesidad. No podía ver su pecho, en realidad no.

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Atada al Fuego Pero podía sentirlo, su piel tan caliente. Tan duro. Su mano podía sentir sus músculos, definidos y ondulando sutilmente debajo de su piel, como un tigre, todavía, enrollado y listo para saltar sobre ella y hacerla pedazos. Podía mover su mano. Era una locura dejarla allí, porque era más que un tigre o un gato de la selva, estaba en la parte superior de la cadena alimenticia y estaba de caza. Ella sabía que él había puesto su mirada en ella, él ya lo había admitido. Le había puesto una trampa con ese libro y había estúpidamente caminado directo a ella. Lissa se humedeció los labios y trató de permanecer en blanco. ― ¿te reuniste con tus hermanos? ― Ella sabía que él tenía seis hermanos. Todos ellos formados en la misma forma en que había sido entrenado. Un asesino, un producto de las brutales escuelas de las que nadie hablaba. Nadie quería admitir que habían existido jamás. Tanto es así que los Sorbacov, ambos, padre e hijo, querían asegurarse de que la existencia de esas escuelas nunca vieran la luz de día. Habían puesto precio en todos sus graduados, hombres y mujeres que les habían servido y ahora eran considerados desechables. Le dolía que sus hermanos hubieran tenido una reunión secreta de ella, y que Gavriil traicionara su confianza. Ella le consideró como un familiar, al menos a los que vivían en la granja. Lev, el marido de Rikki, en particular. Había estado allí por más tiempo, y había pasado bastante tiempo en su compañía. Ellos, ambos habían trabajado con sus otras hermanas en su defensa propia. Le había tomado mucha disciplina evitar que Lev supiera que ella era mucho mejor de lo que aparentaba. Sin embargo, ella había desarrollado un afecto genuino por él. ―Gavriil estaba preocupado, eso puedes verlo. Los otros sólo te querían a salvo, no tienen idea de quién eres realmente. Estoy seguro de que Gavriil lo sabe, pero él me dijo que yo debía pegarme a ti, sin importar adonde me llevara. Él no me dijo que podías ir detrás de los Sorbacovs, pero aludió al hecho de que estaba un poco preocupado, que eras un elemento fuego e impredecible. Dijo que estabas muy cerca de Lexi y que ahora que él estaba allí en la granja como un Prakenskii, sabía que Uri Sorbacov enviaría a cualquier persona que pudiera detrás de él y de los demás. También tenía miedo de que Uri te usara para llegar a nuestra familia. Él sabría qué significas algo para nosotros. Nos hemos protegido entre nosotros en las escuelas, al permitir que nos torturaran para mantener con vida a los demás; por supuesto, él sabría que nos gustaría hacer lo mismo por ti.

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Atada al Fuego Ella levantó la barbilla. ― Esencialmente, él le dijo lo suficiente para que pudieras averiguar mi pasado. Ya sabes que mis padres fueron asesinados. ― Su voz era apenas un susurro. Su pecho se sentía apretado, como si le fuera imposible respirar. La quemadura detrás de sus ojos la sorprendió, al igual que la obstrucción repentina en su garganta. No se había permitido pensar acerca de sus padres y había pasado un tiempo muy largo y ahora, una y otra vez, la puerta parecía crujir tratando de abrirse. La mano de Casimir, se ancló en el pelo, y se deslizó más abajo. Su palma enroscada alrededor de su garganta como si sintiera su pulso latiendo allí. Caliente. Llevando fuego a su piel. Hacia sus terminaciones nerviosas por lo que su cuerpo no podía asentarse, no tenía tiempo para hacer nada más que reaccionar a su contacto. ― Mis padres fueron asesinados también. Mi familia fue destrozada, ― recordó Casimir, su gentileza desarmándola. ― Yo sé lo que es querer llevar a los que cometieron esos crímenes a la justicia. Mis hermanos, Viktor y Gavriil, cazaron los hombres que habían estado allí esa noche, los que estaban siguiendo las órdenes de Kostya Sorbacov. Les llevó mucho tiempo, años, para saber cuáles fueron los factores desencadenantes, pero al final, mataron a cada uno de ellos. Sólo Kostya permanece vivo. Ninguno de mis hermanos ha podido acercarse a él. Son de sobra conocidos. Ella lo supo entonces. No podía conseguir aire. Sin podía conseguir el aliento. ― Te conviertes en diferentes personas. Eras ese horrible hombre en el avión, que me molestaba cada vez que me daba la vuelta sólo para su propia diversión. Por encima de su cabeza, asintió. Le ardían los pulmones. Sentía en bruto. ― Fuiste Tomasso y luego el hombre en la barra de capuchino y ahora eres otra persona. Estás pensando en ir detrás de los dos. Para mantener a tus hermanos seguros. Por eso, que cuando tuviste la oportunidad, no pusiste tu marca en mí. Ella sabía todo acerca de esa marca de reclamación. Había visto a sus hermanas frotando sus palmas. Sabía que cada una podría presionar su pulgar en esa marca y llamar a su hombre a ellas.

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Atada al Fuego Les pertenecían. Ellas eran queridas. Les querían mucho. Quería eso y sin embargo... no tenía la personalidad necesaria para estar con un hombre dominante. Los hermanos Prakenskii, todos y cada uno de ellos, eran extremadamente hombres dominantes. Alfas total. ¿Cómo no podrían serlo, formados en las escuelas para convertirse en esenciales armas? Ella tenía secretos al igual que todas sus hermanas hacían, pero el suyo era oscuro y feo. ― Necesito respirar y no puedo contigo tan cerca, ― dijo, sin preocuparse de revelarle demasiado a él. Ella no sabía qué iba a hacer, pero si no conseguía el aire, iba a desmayarse, allí mismo, a sus pies. Su mano no aflojó el agarre alrededor de su garganta. Su pulgar rozó la barbilla y luego la levantó. Fácilmente. Ella era muy pequeña en comparación con él. Él inclinó la cabeza en un ángulo que la obligó a mirarlo a los ojos. Sus ojos eran sorprendentes mercurio. Plata. La única otra persona que había visto con los ojos iguales, había sido su hermano más joven, Ilya. No era de extrañar que llevara lentes de contacto todo el tiempo. Esos ojos eran memorables. Totalmente raros. Ojos que dejaban a una mujer débil. Tenía cicatrices en su rostro. Líneas de plata en el cabello, donde las cicatrices continuaban. Ella contuvo el aliento, preguntándose cómo las tenues líneas blancas llegaron allí. Él la miró por lo que pareció una eternidad. Inclinó un poco la cabeza hacia la de ella. Se encontró a sí misma queriendo ir de puntillas, para cubrir esas últimas pulgadas, pero pegó las plantas de sus pies firmemente al suelo. No iba a conseguir llegar a cualquier lugar más profundo. ― Realmente no puedo respirar, ― susurró de nuevo. Esperando que él la dejara ir. No podía hacer ese movimiento por sí misma, por lo que iba a tener que acudir en su ayuda.

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Atada al Fuego ― Voy a tener que respirar por los dos, ― dijo suavemente. Apaciblemente. Su voz un golpe de terciopelo, que acariciaba su piel. Sus labios tocaron los suyos. Sólo un toque. Rozando. Suavemente. Apenas allí. Su labio inferior. Su labio superior. Su lengua esbozando ambos. Trazando la curva de sus labios y luego a lo largo de la costura. ― Yo tuve un montón de horas para mirar tus labios. Me aprendí de memoria la forma de ellos. Soñaba con ellos. Fantasee con ellos. ― Cuando susurró las palabras para ella, sus labios rozaron los de ella, enviando un millón de dardos a rayar el fuego a través de su cuerpo, directo al núcleo muy femenino de ella. Se sentía cada uno, encendiendo cada vez más, la terrible necesidad cada vez mayor en ella. ― Ábrelos para mí. ― No. ― Ella susurró la negación. Tenía que mantenerse fuerte. Si no lo hacía, si abría la boca a él, estaría perdida. Casimir estaba tan caliente. Su boca estaría más caliente. El fuego en el interior podría liberarse y no sería capaz de frenarlo nunca más. No con este hombre. Él la poseería. Lo haría. Lo sabía con solo estar de pie allí. Él no tuvo que tocarla o besarla. Lo sintió a su alrededor. En ella. Su pasión llamaba a la de ella. Lo salvaje en él, enterrado profundamente, suprimido al igual que el fuego en ella era suprimido, la llamaba. ― Sí. ― Su boca se movió sobre la cara, los labios trazando su mandíbula, el pómulo, los ojos, moviéndose de nuevo a sus labios. Era gentil. Paciente. Persistente. Él sabía que ella ya se había perdido. Él lo sabía. Vio el conocimiento en sus ojos. La posesión allí. La determinación absoluta. ― No puedo, Casimir. ― No parecía determinada o segura, sonaba suplicante. Es más, con su cabeza inclinada de esta manera, podía ver el hambre en sus ojos, por ella. Nadie la había mirado a ella precisamente con esa mirada. Ella se derretía por él, y no era una buena cosa en absoluto. Su lengua se burló de la costura de sus labios, esos labios, firmes y calientes y muy, muy tentadoras molestaban a los suyos. ― Abre para mí, Malyshka.

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Atada al Fuego ― No, es que no lo haré. No puedo. Hay una diferencia. ― Ella trató de razonar. Su cerebro le gritaba que lo empujara lejos. Este era el instinto de conservación. El instinto de conservación era fuerte en ella. Tenía deberes. Muchos de ellos. Ella había hecho un voto con su tío cuando era sólo una niña. Ella había mantenido ese voto. No incluía tener un hombre o una familia. Esto significaba, en última instancia, que ella probablemente moriría. Pero hasta que lo hiciera, tenía que apegarse a su finalidad absoluta. ― Golubushka, ― murmuró contra su boca. ― Tú puedes. Vas a hacerlo. He esperado mucho tiempo y nunca pensé que podría tenerte. Ahora, aunque sea por un breve momento antes de que ambos muramos tratando de salvar a los que amamos, tienes que entregarte a mí. ― No podía haber dicho cualquier otra cosa que la indujera a dejar que la tuviera a ella. Le dio a entender que serían socios. Que comprendía su voto. Que no volvería a intentar detenerla de llevar a cabo sus planes. Sólo por esta vez, justo este momento, ella podría tener algo para sí misma. Podía ser una mujer. Real. Dejar que su fuego quemara con el suyo. Podía bajar la guardia y simplemente ser ella misma. Abrió su boca antes de que hablara. Su lengua se deslizó en ella y barrió. No había manera de pensar, sólo de sentir. La besó como hacia todo. Seguro. Confiado. Perfecto. Caliente. Tan caliente que sabía que se estaba derritiendo, y ni siquiera le importaba. Quería fundirse en él. Piel con piel. No le importaba si pagaba el precio más adelante. Directo entonces, su boca era todo lo que le importaba. Lo único en lo que se centró. Lava caliente se vertió en sus venas, y fundió sus entrañas. Sus piernas se debilitaron. Él ladeó la cara, y se sirvió en su garganta. Tomó aliento, le dio el suyo. Era dulce, suave y luego áspero y exigente. Engatusador. Dominante. La mantuvo con ganas de más. Necesitando más. Permitió que tomara aire y luego no sabía si ella inició otro beso, o si lo hizo él. Sólo supo que estaba perdida en él. En puro sentimiento. Tan bueno. Tan perfecto. Era mejor de lo que jamás había imaginado o soñado. Sus manos se deslizaron por su espalda a su parte inferior, dando forma, amasando, tirando de ella hacia arriba y dentro de él. Ella quería estar más cerca. Quería estar piel con piel. No tenía camisa, pero estaba vestida totalmente. ¿Podría ser tan malo tomar esta noche? Las llamas quemaron a través de su cuerpo, se instalaron baja y pecaminosamente. Ella no sabía si él, pero, ella lo hizo. Ella lo reconoció. Lo vio. A Casimir Prakenskii. Probablemente lo vio mejor de lo que él se veía a sí mismo.

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Atada al Fuego Ella esperaba que la viera. Ella era Lissa Piner ahora, y pensaba en sí misma como Lissa, pero ella quería que viera a la mujer que era en realidad. A Giacinta Abbracciabene. Apasionada. Necesitada. Codiciosa incluso. Por él. Por su cuerpo. Por el reconocimiento de la existencia de esa mujer. Sus manos se movieron sobre ella, deslizándose por su espalda, debajo de la blusa, sacando el material a lo largo de la cabeza, arrojándolo a un lado. ― Tengo que tocarte. Ella sabía cómo se sentía, tenía que tocarlo. Ella tomó su mano hacia atrás ahora que se había mudado más cerca de él, imprimiendo su cuerpo sobre el suyo. Era libre para explorar, para pasar sus manos por encima de su pecho, sentir los músculos pesados, las cuerdas de ellos en los brazos y los hombros, sin embargo, su cuerpo todavía era delgado, bastaba con tener esa definición increíble para que le permitiera asumir cualquier constitución que eligiera. No se sorprendió de que él no tuviera tatuajes. Los mismos permitirían que fuera identificado y él no podía permitirse el lujo de ser identificado. Sus dedos hicieron el trabajo por detrás de su sujetador, y lo deslizó de su cuerpo, arrojándolo a un lado con la blusa. Su boca tomó la de ella de nuevo, un poco más duro, casi feroz. Ella pudo probar la posesión. Ella pudo saborear el macho en él exigiéndole que se rindiera. Podía hacer eso, entregarse a él por esta noche. Sin importar lo que sucediera después, tendrían esto. Nunca esperaba tenerlo. Tal regalo. Obviamente sabía lo que estaba haciendo, y estaba dispuesta a seguirlo a donde la llevara. Él tiró de su labio inferior entre los dientes. Un poco hacia abajo suavemente, lo suficiente para que ella sintiera el pequeño mordisco de dolor intermitente a través de ella, y luego su lengua estaba allí. Fuego suave, terciopelo, las burlas y las caricias. Él mordisqueo su camino por la barbilla de su mandíbula, utilizando el borde de los dientes y luego su lengua. Ella nunca consideró que nada de eso pudiera ser caliente, pero lo era. Tan caliente, que sabía que en un minuto iba a tener que sostenerla.

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Atada al Fuego Sus manos se deslizaron por su espalda a sus costados, dando forma a su cintura, a continuación, deslizándose hacia arriba la caja torácica para ubicarse al lado de sus pechos como si estuviera memorizando la forma misma de ella. No tenía ni idea de que pudiera ser tan sensible, pero ella estaba al tanto de cada uno de los movimientos de sus manos, como una marca de fuego, ardiendo en la piel. Su boca era aún más caliente mientras besaba su camino hacia el mar del fondo superior de sus pechos. Sus pulgares se movieron, acariciando sus pezones, y ella casi saltó de su piel. Gimiendo.

El caos reinaba en su mente. Gobernaba el placer. Ella se acercó a acunar su cabeza en sus brazos, amando la forma en que su pelo de punta se sentía contra su piel. Mantuvo los ojos abiertos para ver como su boca se movía sobre sus pechos, succionando su piel muy sensible, raspando con los dientes, calmando con su lengua. Ella podía ver las pequeñas fresas que dejaba a su paso, pero su cuerpo estaba en llamas. Era todo lo que podía hacer por ver un espectáculo tan erótico y no gritar por más. Ella oyó sus propios pulmones jadeantes, la respiración entrecortada que no podía controlar. Su cuerpo no se sentía como el propio, pertenecía a él. No podía apartar los ojos de la visión de él dándose un banquete en sus pechos. Sus pezones le dolían. Adoloridos. Necesitados. El hambre en ella era tan fuerte, tan terrible, que ella agarró su pelo en su puño y pensó en empujarlo hasta que las puntas estuvieran en tensión. Pero ella no pudo. Sólo podía aferrarse. El pulso le latía en su clítoris. resbaladizo en el calor que se había reunido en sus bragas dejándolas húmedas. Su corazón martillando. Se humedeció los labios con la lengua. Esperando. Ella pensó que iba a morir por la espera. Su boca siguió moviéndose, siguiendo el camino que quería que él tomara, pero lento, demasiado lento. Entonces él estaba allí. Su lengua lamió su pezón y el fuego corrió. Haciendo estragos. Las llamas se precipitaron a través de su torrente sanguíneo, golpeando su núcleo como una bola de fuego. Ella jadeó. Clamando. Su boca se cerró sobre el pecho, llevando su pezón en la caverna húmeda, jalando el pico con fuerza contra el cielo de la boca. Succionó. Sus rodillas se doblaron. Se vio obligada a aferrarse a él o caería.

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Atada al Fuego ― No puedo soportarlo, ― admitió ella, jadeando la verdad cuando quiso gritar de placer. Casimir pasó una buena parte de su tiempo siendo un amante. Era experto en ello. Podía ser cualquier persona y fácilmente se convertía en lo que sea que su personaje buscaba. Lo que necesitara. Tenía control completo de su cuerpo en todo momento. Él era muy disciplinado. Había aprendido la disciplina de una manera muy dura y brutal, en la escuela, pero le había servido bien a lo largo de los años. Su cuerpo nunca se salía de control, su pene nunca se puso duro, caliente ni adolorido, tan doloroso que pensó que podría estallar, no como ahora, nunca sin consentimiento. Hasta ahora. Había perdido el control en algún lugar en las horas en el avión, en algún lugar sobre el Océano Atlántico. Había entrado en su papel, deliberadamente, para su propia diversión, para molestarla a ella, para meterse debajo de su piel, y de alguna manera, se había metido debajo de su bondad con su voz suave. Su cuerpo se olvidó esas largas horas de duras lecciones y fuera de control. En el momento en que habían llegado a Italia, había caminado con una erección, algo que no había experimentado desde que era un niño. En su juventud, antes de que él se diera cuenta de que no había forma de escapar de la monstruosa vida que habían elegido para él, soñó con una mujer propia. Ardiente. Apasionada. Por extraño que pareciera, una pelirroja en llamas. Lissa era sin duda todo lo que siempre había soñado. Ella había estado tan tranquila en el avión con toda su burla, pero había visto el fuego en ella. atisbos capturados de la misma. Ella se incendiaria rápido en el fuego, quemando más caliente que cualquier volcán y se vendría aparte para él. Su piel era más suave de lo que creía posible. Había conseguido dos veces en el avión, llegar a su espacio lo suficiente, para sentir el raso bajo sus dedos. Si hubiera sido más de dos veces, él la hubiera tenido totalmente descolocada. Ella no era una mujer con la que se pudiera jugar. El calor en sus ojos le advirtió, así que se había resistido a tocarla. Ahora, no podía tener suficiente de deslizar sus manos sobre su estrecha caja torácica hasta sus pechos mientras él se daba de comer.

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Atada al Fuego Ella era sensible. Muy sensible. Tomó todas las ventajas de ello. Su cuerpo podría no estar en su control completo, pero tenía suficiente experiencia para saber cuando a una mujer le gusta algo y cuando ella lo amaba. Especialmente cuando algo la condujo fuera de su mente con el placer. Él quería sus manos sobre él. Su pene estaba tan lleno que tenía miedo de estallar con la urgencia, exigiendo el hambre rugiendo a través de él, pero no podía precipitar esto. No podía dejar que su propia necesidad le hiciera perder de vista lo que era más importante. Ella le había devuelto el beso, sus besos mejor que nada que jamás hubiera experimentado porque ella lo besaba, a Casimir Prakenskii, no a uno de sus muchos alias. Ella sabía quién era y ella lo deseaba, no a uno de ellos. Puede que no supiera quién era, pero todo lo que sabía acerca de sí mismo era sin duda de ella. Todo él. Lo que quedaba de él. Que podría ser minúsculo, pero el verdadero hombre estaba allí en alguna parte, y ese hombre pertenecía a esta mujer. No se había dado cuenta de lo lejos que estaba ido. Un hombre sólo puede vivir tanto tiempo en las sombras sin identidad antes de que la oscuridad lo consumiera. Había tomado la decisión de probar suerte en matar a los Sorbacovs, padre e hijo. El sabía que estarían esperando que los de la escuela vinieran detrás de ellos, y por eso ellos lo estarían esperando. Kostya Sorbacov conocía a cada uno de los estudiantes y lo que eran capaces de hacer. Él estaría buscando el maestro de los disfraces y sospecharía de cada hombre que viniera cerca de ellos. Casimir no esperaba salir del encuentro con vida, pero estaba bastante seguro de que podía matar al menos a uno, si no era que mataba a los dos objetivos. Sosteniendo a Lissa en sus brazos, sus manos moviéndose sobre su piel suave, su pene apretado contra su cuerpo, su boca en su pecho, tocó algo profundo en él, algo que no había sabido que existiera. Ella era como el sol mismo. Caliente y brillante, ardiente por él. Dándole la luz cuando él la necesitaba más, cuando estaba casi perdido. Sus pequeños gemidos entrecortados llenaron sus oídos. Música. Hermosa. Llenando su alma.

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Atada al Fuego No era una especie de poesía por el hombre. Él se había saltado la lección sobre los corazones y las flores, pero allí estaba. La necesidad de verla. Desearla. La necesitaba como el aire que necesitaba sólo para respirar. Todo el tiempo había sido tragado por las sombras, pero de alguna manera, lo encontró y su luz brillante brillaba más por él. Besó su camino de regreso por la pendiente de su pecho, la garganta, mordisqueó la barbilla y fue a su boca otra vez, pudo coger uno de esos pequeños gemidos suaves y tragarlo. Su boca era como terciopelo, pero tan caliente que pensó que podría quemarse allí para siempre. Le clavó las uñas en los hombros, rasguño por la espalda, y ella se fue un poco salvaje contra él. Amaba que nadie más la hubiera besado. Él lo supo en el momento en que su lengua bailo tan tímidamente con la suya. Ella era sólo para él. Hecho para él. La reacción de su cuerpo era real. Para él. Amaba eso. Lo necesitaba como un hombre hambriento. Ella se estremeció. Temblando. Profundizó el beso y lentamente comenzó a caminar hacia atrás hacia su cama. Él quería llevarla contra la pared, allí mismo, o en el suelo, a cualquier sitio, pero esta primera vez tenía que ser en la cama y tenía que encontrarse en él para ser suave. Para mantener la necesidad brutal, tan marcada y primal, alejada para que no los tragara vivos.

― Desabrocha los vaqueros, ― ordenó contra su boca. No dejó de besarla. No pudo. Él estaba bastante seguro de que si alguien fuera tan estúpido como para caminar sobre ellos y tratar de alejarla de él, su vida estaría en peligro. El la necesitaba. Se sintió bien necesitarla. El dolor vicioso en su pene se sentía bien porque era real. Más, aún mejor, limpiaba los largos años de vacío, la oscuridad, feos recuerdos de vivir día a día en otros papeles con el único propósito de matar. Tomó todo a distancia y sustituyó la oscuridad con su fuego. Con su piel, y el placer caliente de su boca. La promesa del paraíso en su cuerpo. Del verdadero paraíso. No el desprendimiento emocional y la disciplina que su cuerpo se veía obligado a realizar al tocar a una mujer. Sus manos no solo cayeron a sus hombros, ella las trasladó por su cuerpo, marcándolo con su toque. Pequeñas llamas parecían bailar sobre él. La temperatura en el ambiente subió junto con el calor centrado en su pene. Su pesada erección presionó tan apretada contra sus vaqueros que temía que el material iba a estallar, o a fundirse.

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Atada al Fuego Las palmas de las manos continuaron por su cuerpo, deslizándose sobre su piel, demorándose hasta que él quiso toman el mando, pero al mismo tiempo, con ello alimento su hambre natural, el deseo y la anticipación crecieron en él, y le gustaba eso. Le encantó que pudiera sentir con tanta intensidad. Sus manos cayeron a la cintura de sus pantalones cayendo bajo en las caderas. Ella no fallo, pero lo hizo temblar. Emoción entró por él. Un deseo de protegerla. Abrazarla a él y mantenerla a salvo de todo y de todos, incluso de él. Tomó un profundo y tembloroso suspiro y dejó caer las manos sobre las de ella. ― Giacinta. Ella lo miró con sus increíbles ojos azules. Trató de no caer. No ahogarse en todo ese azul. ― Soy Lissa ahora. Mis hermanas no me conocen como Giacinta. No les he dicho todavía, pero si regreso a ellas, lo haré. Él asintió la cabeza. Con comprensión. ― En esta habitación, soy Casimir y tu eres Giacinta. Tenemos que ser reales. Tienes que saber lo que soy. Las cosas que he hecho. No una, sino muchas, muchas veces. Ella continuó mirando hacia él por un largo momento. Una eternidad, mientras que el tiempo se detuvo para él. Su sangre tronó en sus oídos. Necesidad pulsando en su pene. Todo su ser se centró en ella. Sus labios comenzaron una curva lenta. Agachó la cabeza. La sacudió. Sus manos, por debajo de él, comenzaron a trabajar en los botones de sus pantalones vaqueros, lentamente, uno a uno, con sus manos cubriendo la de ella, abriéndolos. ― ¿Sabes tú lo que he hecho, Casimir? Estaba allí hoy, con Belsky. Sabías que yo estaba allí jugando mi papel de Patrice Lungren. Patrice es quien seré cuando vaya detrás de los objetivos. Los vaqueros estaban abiertos y sus manos fueron a la cintura. Dentro. Las palmas de las manos contra su piel desnuda, los pulgares enganchados en la banda. Su cabeza inclinada hacia atrás y alzó la vista hacia él. Con timidez, sí. miedo, no. Ella comenzó a desprender de él poco a poco sus pantalones y su ropa interior. Sus manos se deslizaron sobre sus caderas, por sus muslos. Se agachó, llevándolos hasta los tobillos. Dejó caer una mano sobre su hombro y levantó una pierna a la vez hasta que estuvo completamente desnudo, y su pene estaba más duro y más lleno de lo que nunca había estado antes.

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Atada al Fuego Se puso de pie, lentamente, con las manos a ambos lados de los muslos, dejando una marca allí mientras sus ojos se encerraban en su pene. Se quedó mirando la longitud y el grosor de su erección. Ella estaba lo suficientemente cerca como para sentir sus pechos rozando contra él, pequeños puntos duros que le llamaban, exuberantes curvas suaves en las que él anhelado llevar su boca alrededor. Su lengua sucesivamente. Sus dientes. Ella era lo suficientemente pequeña para que cuando ella inclinara la cabeza, sintiera el aliento de ella en su ancha corona de terciopelo. Pequeñas gotas se filtraron. Su lengua se deslizó en la curva completa de su labio inferior. Al instante todas las fantasías que había tenido sobre su boca inundaron su mente. Su pene se sacudió. Como hipnotizado, sus manos se movieron hasta sus muslos, deslizándose a lo largo de los músculos allí, y antes de que él mismo dijera algo se movió hacia adentro, ahuecando su pesado saco. Su aliento abandonó sus pulmones en un apuro. Su mente se deslizó aún más en el caos. En necesidad. En un lugar que nunca había experimentado. Un fuego rugía. Amenazando con liberarse y correr salvaje. Él no la detuvo. No podía hacer eso. Él no tenía ese tipo de fuerza, cuando había estado tan seguro de que era más fuerte que cualquier hombre vivo, que otros, tal vez, que sus hermanos. Había estado seguro de que estaba más disciplinado, tenía más control. Todo fue arrastrado por sus pequeñas y delicadas manos y su toque quemó a través de la piel, directamente al hueso. ― Tienes que saber lo que estás haciendo, Lissa. Podemos hacer esto, pero si te entregas a mí, no hay regreso de nuevo. Ni una sola vez. Tienes que entender eso. Si haces esto, te das a mí, no puede simplemente tratar de quitármelo. Sus manos se movieron sobre sus bolas, tan suavemente, con reverencia, como si estuviera memorizando la forma y la sensación de ellas. Sólo podía ver la parte superior de su cabeza mientras se inclinaba para examinar esa parte de él. ― Sabes que ninguno de nosotros tiene mucho tiempo, Casimir. Si siempre hemos estado destinados a estar juntos, y he visto la unión entre tus hermanos y mis hermanas, entonces, nos merecemos esta noche y cualquier otra noche que logremos tener antes de que tomemos nuestra oportunidad.

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Atada al Fuego El calor de su aliento estaba en su pene. Fuego caliente. Abrasador. Sus dedos le rodearon y se amasaron por un momento y luego su respiración estaba allí, sobre el infierno en sus bolas, y sintió la primera tentativa del toque de su lengua. Esta vez el aliento explotó de su cuerpo. Todo su mundo se redujo a sus bolas y su pene. No había nada más que esa parte de su anatomía. Ella lamió sobre él. Como un cono de helado. Claramente saboreándolo. Muy suavemente chupaba la tierna carne de sus bolas y después las hizo rodar de nuevo antes de que su lengua tomara una incursión tranquilamente hacia su eje. Una mano todavía junto a sus bolas, pero la otra fue a explorar justo detrás de su lengua, su palma deslizándose por su longitud y burlándose de la parte inferior de su corona acampanada. Echó hacia atrás la cabeza, tratando de no enrojecerse de necesidad. Su mano tomó la parte posterior de la cabeza, desesperado por empujar la cabeza hacia abajo, para sentir el calor de terciopelo de su boca rodeándole, pero sabía mejor. Su control no estaba en jirones, sin embargo, estaba trayéndolo rápidamente más cerca de ese límite. Era consciente de la manera en que ella le frotó las bolas, enviando rayos a la carrera de fuego a través de la ingle, mientras que su lengua continuó explorando. Ella lamió las gotas fuera de él, cerrando un puño alrededor de su eje en la base. Él sabía que no tenía experiencia, pero la intensidad de su investigación, junto con su evidente placer envió a sus sentidos a tambalearse. Lo hacía sentir más de lo que había sentido nunca antes con cualquiera de las mujeres experimentadas que había seducido deliberadamente. Casimir pasó la mano por la longitud de su pelo sedoso, sus dedos tejiendo y apretando, tratando de distraerse lo suficientemente del incendio que se propagaba a través de la ingle, de la necesidad de tener la boca tomándolo más profundo. Ella no lo hizo. Ella utilizó su lengua para conocer su tamaño y forma, pero le negó a él la cosa que anhelaba. ― ¿Tienes miedo, Lissa? ― Su voz no era la suya. Él sonaba ronco, casi ronco. Su pene haciendo estragos en él. En ella. Con las necesidades suyos. Necesidades que nunca había sentido antes, no como esto. Irreal. No sin él obligando a su mente a ir allí, pensando en el placer que podía dar a una mujer para obtener la información que necesitaba.

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Atada al Fuego Lissa no estaba buscando darle placer a él. Ella dejó claro que quería degustarle a él. Ella quería saborearlo de pies a cabeza. Sus muslos. Sus bolas. Su pene. Había prestado atención a su pecho, a la espalda y los hombros. Ella estaba explorándolo, tomándose su tiempo en ello, confiando en él para dejarla hacer lo que le era cómodo. Pero ella lo estaba matando lentamente. ― Golubushka, dime si tienes miedo de esto. ― No. Quiero llegar a conocer cada pulgada de ti. Quiero reclamarte. Sé que una vez que este en esa cama contigo, vas a tomarme, y eso es una buena cosa. Pero quiero eso. Necesito hacer esto por mí. Te estoy intentando contar algo acerca de mí. Sobre nosotros. Acerca de lo que es importante para mí, y esta es la única manera en que sé hacerlo. Ella no levantó la cabeza, pero su mirada se encontró con la suya y una vez más el azul puro lo llevó a ella. Ella no estaba declarándose. Lissa Piner no se declaraba. Ella lo quería a Él. Ella estaba haciendo eso claro, fijando su propia reclamación a su manera. Ella estaba reclamando cada pulgada de él, haciendolo de ella, marcándolo. Su mujer podría ser tímida sobre esto, pero ella no tenía miedo y no tenía confianza en ellos juntos. Él cogió una mano y la llevó por debajo de sus bolas, presionando su dedo contra esa debilidad entre sus testículos y el ano, la que podría llevar a un hombre de una gran cantidad de placer con sólo acariciar. Él le mostró y luego llevo su propia mano de nuevo a su piel desnuda. Cuando lo acaricio con su dedo y su boca lo volvió loco. Su palma picaba, la quemadura en el centro recordándole que ella le pertenecía. Que una vez su marcada, nada podría interponerse entre ellos. Su marca crearía un camino entre sus mentes. La seda de su pelo rozó la marca, y lo sintió como si su lengua se había deslizado sobre él, dejando tras de sí una estela de fuego. ― Dame esto, Casimir, y luego hacemos todo a tu manera. Yo realmente quiero eso, pero necesito esto.

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Atada al Fuego No se detuvo de acariciarlo. Aprendió lo que le gustaba a una gran velocidad. Su aliento era caliente ahora, bañando la corona de terciopelo de su pene en llama abrasador, sus caderas se movieron convulsivamente, empujando hacia ese calor, y para su sorpresa, sus labios se separaron y ella lo acogió. Su boca era agua hirviendo. Suave. Húmeda. Todo y más de lo que había fantaseado sobre ella. Las uñas rastrillaron hasta el muslo y luego alrededor de las nalgas. Ella lo tomó, sacó sus caderas hacia ella, apretando el puño alrededor de la base de su pene cuando su lengua se arremolinó sobre la corona, capturando todas las fugas de gotas. Él era grande. Él lo sabía.

En algunos casos, era una buena cosa. Cuando se trataba de estar en esa caliente, boca sagrada, el paraíso que había buscado inconscientemente toda su vida, tal vez no tanto. Él quería llegar hasta el fondo. Durante todo el camino. Quería enterrarse profundamente, sentir sus bolas contra su delicada barbilla, la cabeza de él contra su garganta apretando alrededor de él. Él lo quería todo. Se quedó en el control, pero sólo apenas, se estaba perdiendo rápidamente. Mientras lo trituraba con su boca y los dedos tan fácilmente. Ella utilizó su lengua y luego lo aspiro profundo. Una pulgada. Cauteloso. Aún explorando. ― Lissa, tengo que decirte la verdad aquí. Ha terminado con la reclamación. Estoy marcado. Tuyo. De nadie más. Solo tuyo. Yo no voy a ser capaz de aguantar mucho más, por lo que vamos a pasar esto a la cama. ― Se refería a eso. Era más que un hecho, ya se había ido. Su helado control, rígido se había derretido bajo el asedio de la boca de fuego y tenía que terminar esto antes de que él comenzara a empujar profundo y la asustara a ella.

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Atada al Fuego Capítulo 5

Lissa echó la cabeza hacia atrás, pero ella no soltó la cabeza de Casimir. La cabeza era tan suave, como el terciopelo, amplia y acampanada, y él tenía un sabor delicioso. Salado, pero único. No pudo entenderlo, porque cuando todo lo que había leído le dijo que algunas mujeres no les gustaba el sabor. Tal vez el sabor variaba de persona a hombre, pero lo que sea, ella no estaba dejando que Casimir se hiciera cargo hasta que estuviera lista. Y ella no lo estaba. Ella lo miró y lo llevo un poco más profundo. Amamantando. Observando sus ojos ir aún más oscuros con la lujuria. A él le gustaba lo que estaba haciendo. Ella podía no saber exactamente qué hacer, pero sus instintos y todos los libros que había leído le dieron algunas pistas. La lujuria mezclada con las emociones que no podía nombrar ardían en el plata impactante de sus ojos. Le encantaba ese aspecto. Esa pasión que había mantenido encerrada durante tanto tiempo contestando esa mirada. Ella sintió que se levantaba aún más. Le encantaba el sabor y la forma de él. El acero pico debajo de toda esa piel suave. Ella amaba recorrer con su lengua esa vena palpitante y burlarse de la parte inferior de la cabeza con su lengua, de modo que pudiera sentir él pulso con vehemencia en su boca. Ella realmente amaba la forma en que sus dedos se cerraron en su cabello, formando dos puños apretados mientras le sostenía la cabeza en posición sin forzarla hacia abajo sobre él. Le encantaba que sus caderas parecieran empujar sin su consentimiento. Un poco profunda, pero con la suficiente insistencia para que ella supiera que podía tener más de un momento a otro, pero elegía no hacerlo. Mirándolo fijamente a los ojos, ella le chupó más profundo, deslizando su boca alrededor de él, acostumbrándose a su circunferencia. No fue fácil, pero Lissa nunca se echaba atrás cuando quería algo, y al ver esa expresión en los ojos, sintiendo el movimiento casi indefenso de sus caderas, ella quería esto más de lo que quería la mayoría de cosas. Para ella misma. Para él. Debido a que ninguno de

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Atada al Fuego ellos tenía nada real. Para ella, porque esto era lo que una mujer de verdad daba al hombre real. Ella quería que él entendiera eso. Esto era para Casimir Prakenskii y no uno de los muchos papeles que jugaba. La plata en sus ojos fue fundido. Su rostro se oscureció. El deseo se hizo más fuerte, pero también lo hizo aquellas emociones. Ella había tocado el hombre real, no al falso, y lo sabía. Deleitado en ella. No tiro lejos de ella, pero apretó su agarre en su cabello. ― Obtén el eje muy húmedo, golubushka, usa la lengua y la saliva. Eso ayudará. ― Quitó una mano de su pelo para envolverla alrededor de su puño, mostrándole el movimiento. ― Mantén la boca cerrada cuando trabajas mi pene, pero Lissa, no me voy a venir en tu boca o en usted, no en este momento, quiero estar en tu interior, así que cuando diga que te detengas, yo quiero que pares. Había acero en su voz. Su voluntad era de acero. Ella quiso sonreír en torno a la longitud y la circunferencia de él porque aún no sabía qué clase de acero había en ella. Ella cedía porque quería, nunca porque alguien la obligara. Que había sido forjado en los fuegos del infierno, pero en cierto modo, ella también. Ellos habían sido emparejado. Ella lo sabía. No había querido o esperado sentir por él como ella lo hacía. No había sabido que era posible forjar un vínculo tan fuerte y tan rápido cuando no sabía casi nada sobre él. Aún así, estaba ahí. Y ella les estaba dando un don. Haciéndolos personas reales, no los papeles falsos en que normalmente vivían sus vidas. Ella siguió sus instrucciones, usando su lengua, su saliva, para difundir la humedad hacia arriba y abajo de su eje duro. Su puño lo siguió y entonces ella lo tomó en su boca de nuevo. Le encantaba tenerlo allí. La posesión de él. Ella hizo lo propio como esto. Él se entregó a ella y ella tenía todo el poder en aquellos momentos embriagadores. Ella se amamantó, ahuecando sus mejillas, y cada vez que ella deslizó su boca abajo sobre él al movimiento del ritmo de su puño, ella tomó más profundo. Sus mandíbulas se acostumbraron a la anchura de él mientras su boca se encantó en el ambiente y el sabor de él. Su mano izquierda reagrupo el puño en su pelo y de repente todo cambió. Sus manos tomaron el control de la cabeza, obligándola un poco más bajo. Ella habría ido por su cuenta, pero él no esperó ni la mitad de un segundo y la acción la sorprendió. Ella casi perdió el ritmo, pero él no empujó demasiado y ella apretó la

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Atada al Fuego boca, escuchándolo gemir. El sonido era asombroso. Perfecto. Real. La sensación de tenerlo en su boca era real. Él asumió el control del ritmo, por lo que fue un poco más rápido, y un poco más profundo, sus caderas tomando el control cuando mantuvo la cabeza allí. ― Duro, Lissa. Succiona con más fuerza. ― Sus ojos se cerraron por un breve momento y luego tuvo que ver esa hermosa, e increíble vista. Sus labios de fantasía envueltos alrededor de su pene, sus ojos le acariciaban como su boca le daba placer. ― Chertovski krasivaya, ― juró en su gutural voz rusa. ― Eso es, Malyshka, es perfecto. Mantuvo la mirada fija en la de él. La mirada en sus ojos envió rayas al rojo vivo directamente a su núcleo. Su temperatura se elevó junto con su necesidad. Más gotas se derramaron en su boca, más anhelaba. Sobre todo, ansiaba esa mirada. Ella sabía que le estaba dando algo que nunca había tenido antes. Alguna mujer había definitivamente aspirado su polla para él, ella no era su primera, pero por la verdadera mirada en su cara, sabía que esta era la primera en tiempo real. Su reacción a ella no era un arte practicado. Todo era real. Como su empuje de las caderas, ella lo tomó más profundo, sintiendo la longitud sólida de él, no teniendo ni de cerca todo de él, pero él tocó la parte posterior de la garganta y se había ido. Ella no quería que se fuera. Ella utilizó su lengua, encrespándola y bailando, aplanando a golpe duro y luego chupando aún más duro, tratando de relajarse lo suficiente para llevarlo más profundo. De repente, sus manos la agarraron con una determinación feroz y se vio obligada a llevar la cabeza hacia arriba y fuera de él. Se oyó gemir suavemente, no queriendo dejarlo ir. ― No había terminado, ― señaló. ― Tú sabor es tan bueno, Casimir. Creo que ya soy adicta. Casimir camino hacia atrás hasta que sus rodillas golpearon la cama. Durante todo el tiempo ella mantuvo su puño envuelto y apretado alrededor de su pene, y la acción casi lo envió por encima del borde. Nunca había estado tan cerca del límite de su control. ― Esto es mío, ― dijo, con la barbilla subiendo en un desafío. ― Estás quitándome algo que me pertenece. ― Temporalmente, ― dijo. ― Sólo estoy tomándolo a distancia temporalmente. ― Podría hacer su hogar allí en su boca. Ella era hermosa. Desafiante. Desafiándolo. Amaba un buen reto, y su mujer estaba a punto de ver lo que él era capaz de hacer.

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Atada al Fuego ― Quiero consumirte, devorarte. Como la miel. Como un caramelo. Tuviste tu diversión y ahora es mi turno. La lujuria lo consumía. Las emociones que no había conocido por sí mismo capaz de sentir. Por primera vez en su vida, sabía exactamente quién era. Casimir Prakenskii era un hombre de verdad y tenía su mujer allí con él, acabando con cada cosa fea en su pasado. Haciéndolo sano de nuevo. Llenando ese vacío en él con su regalo. Su cuerpo ardía por el de ella. Su boca se hizo agua por el gusto de ella. Sus palmas picaban, ambas, necesitan su piel suave debajo de ellas. Incluso las puntas de los dedos pulsaban con un terrible dolor. Genuina hambre. Esa necesidad tan elemental, tan primitiva que se sentía salvaje. El dijo que debía ir lento, que esta vez tenía que ser para ella. Un asalto a sus sentidos, la construcción de su necesidad hasta que fuera tan brutal como la suya. Él quería que este momento fuera perfecto para ella, y tenía la sensación de que estirándola para que pudiera encajar tomaría un poco de sutileza. Sin embargo, ella fue hecha para él o su marca no estaría allí, lista para ser de marcada profundamente en sus células. Su cuerpo se estremeció de deseo. Atrapó su pequeña cintura y tiró de ella hacia él, inclinando la cabeza para que poder tomar su boca con la de él. No era tan suave como lo había sido la primera vez, besándola una y otra vez, haciendo demandas, entregándose a su fuego, permitiendo que se vertiera en la garganta directamente a su corazón como el magma al rojo vivo. Él sabía lo que estaba haciendo llevándola dentro de esa manera. Dejando que la lava lenta, espesa llenara cada agujero, cada brecha, sellando su vacío con ella. Lo hizo de buena gana. Dejó que lo esclavizara. Dejo que hiciera su demanda de él. Debido a que tenía toda la intención de hacer lo mismo con ella. Era dueña de su pene. Ella también era propietaria el resto de él. No le importaba cómo sucedió; estaba agradecido de que pudiera suceder. Había olvidado lo que era sentir, y ahora las emociones estaban allí, genuinas, abrumándolo. Él tomó su boca suavemente esta vez, incluso tierno. ― Necesito saber si estás en control de la natalidad. Si estás protegida. Estoy limpio, siempre me aseguro. Ella tragó con fuerza, sus dedos seguían reclamando su pesada erección. Ella asintió con la cabeza para hacerle saber que estaba a salvo. La besó una y otra vez y luego dejó que su boca fuera a la deriva por la garganta a las curvas superiores de sus pechos. ― Vas a tener que devolverme mi pene mientras te quitas tu falda, golubushka. Necesito tu cuerpo.

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Atada al Fuego Se inclinó hacia ella, obligándola a doblarse un poco para que sus manos la sostuvieran. Al mismo tiempo, sus pechos empujaron hacia arriba, incitantes. Tenía pechos hermosos, llenos y redondos, muy por encima de su estrecha caja torácica y la pequeña cintura. Sus caderas ensanchadas. Ella era compacta, manteniéndose en buena forma, probablemente debido al trabajo que hacía. En cualquier caso, cosechó los beneficios de su cuerpo. ― No lo creo. El amaba que fuera reacia a soltar la mano de él. Su pulgar continuó haciendo círculos perezosos en la copa amplia, mientras que su puño se detuvo y fue hacia abajo en un tobogán largo, pausado que mantuvo su erección rígida y adolorido por la brutal necesidad. ― No me das otra opción más que arrancarla de ti. ― Murmuró la advertencia contra su pezón. Lamiendo. Sintió su respiración ir entrecortada. Besando. Usando los labios para acariciar hacia atrás y adelante. ― No me importa, cariño, pero si amas a esa falda, no me gustaría estropearla para ti. No te olvide de la ropa interior si quieres esa también. ― Fue la única advertencia que le daría. Su boca se posó sobre su pecho, aspiro duro, y utilizo el borde de los dientes por primera vez para probar su reacción a una picadura de mezcla de dolor con el placer. Ella jadeó. Clamando. Sus ojos azules se fueron a calientes con entusiasmo. Ella empujó más cerca de él para empujar su pecho con más detalle en la boca. ofreciéndole más. Sí, a su mujer le gustaba eso. Ella soltó su eje, sus dedos reacios a la vez que soltaban la falda, obediente. Se movió entre sus pechos, alimentándose. Mamando. Usando la lengua y los dientes para conducirla más arriba. La falda se agrupó a sus pies y ella salió, dando un paso a un lado. En el momento en que lo hizo, él la llevó hacia abajo hacia la cama, de espaldas, bajando por encima de ella. Él no perdió el tiempo. Él estaba más que hambriento por ella. Él se moría de hambre. Él tenía que tenerla. Saborearla. Reclamarla de la misma manera que lo había reclamado. Besó su camino alrededor de sus pechos, bajo ellos, poniendo a prueba su sensibilidad allí, dejando marcas. Cada vez que lo hacía, levantó la misma respuesta, que el entusiasmo necesitado ante el toque malvados de sus dientes. Su lengua trazó sus costillas y luego los músculos de su vientre, se sumergió en su ombligo y permaneció allí. Él le mordió el vientre plano, la sujetó con una mano y

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Atada al Fuego uso su lengua a lo largo del pliegue del hueso de la cadera y luego a la uve de rizos de fuego en el cruce de las piernas. Ella les mantuvo bien recortados, una pequeña franja de rizos, lo suficiente para que él pudiera lamer ambos lados del pequeño montículo suave. Su respiración se volvió irregular y se retorció, sus caderas tronzando, su cabeza golpeando, diciéndole que todo su cuerpo era sensible a su tacto. Su piel era más suave que cualquier cosa que hubiera sentido, pero caliente, como el interior de su boca. El sabía que cuando llevara su pene dentro de ella lo consumiría. Sin embargo, como mucho que quisiera llegar, tenía que conseguir su boca sobre ella. Tenía que hacer esa afirmación. Sus manos fueron a sus muslos y los separó. Su mirada saltó a su cara mientras se desplazaba hacia abajo para deslizar su cuerpo entre sus piernas. Era un hombre grande, mucho más que ella, y él necesita espacio, por lo que obligo a sus piernas a separarse. Siguió colocando las manos sobre ella mientras la miraba a los ojos, diciéndole sin palabras lo que pensaba hacer. Lo que él no toleraría. Ella le estaba dando esto porque tenía que hacer un punto, al igual que ella le había dado algo, tomando su punto. ― Me haces real, ― susurró. ― Toma todo lo que tienes que hacer, Casimir, hazme real y hazme tuya. Su corazón tartamudeó en realidad en el pecho. Su pene se sacudió con fuerza, y derramó gotas sobre las sabanas. Él sonrió, sabiendo que se parecía a un lobo hambriento. Sabiendo que iba a devorarla, por lo que la empujaría alto tanto que necesitaría su polla llenándola con el fin de aliviar la quemadura. Él bajó la cabeza, la lengua deslizándose a lo largo de su entrada, saboreándola, tomando su miel y especias en la boca. El sabor de ella irrumpió a través de sus sentidos, lo que aumento su necesidad, despojándolo de todo lo que siempre había sido antes. Ella se retorcía, gritaba, sus piernas tratando de envolverlo mientras sus dedos se cerraron en las sabanas. Casimir mantuvo su palabra para ella. Él la devoró. Se la comió. Lamio y amamanto, extrayendo cada poco de líquido y de miel cremosa que posiblemente pudiera obtener de ella. Él fue implacable, sin preocuparse de que ella fuera nueva en esto. Dejó que su control se deslizara más. La abrazó con más fuerza, no permitiendo que sus caderas se movieran ni una pulgada, manteniéndola en el lugar para su fiesta. Había sido todo sobre ella, haciéndola bastante resbaladiza, lo suficientemente caliente como para que su cuerpo pudiera aceptarlo. Sus buenas intenciones se habían quedado en el camino. Cuanto más excitado se convertía era más adicto, debido a su especia. Cuanto más ansiaba el sabor de ella. No sólo su

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Atada al Fuego gusto, sino la necesidad cada vez mayor en ella, arrollando caliente y brillante para él. Sólo por él. No había ningún motivo oculto para que ella estuviera con él. Sólo que ella lo vio y lo reconoció. Sabía exactamente quién era y que ella le pertenecía. Él quería que su lengua la marcara. Sus dientes. Quería su pene enterrado en ella, causando marcas al deslizarse, quemando su marca dentro de ella. Era una necesidad terrible y egoísta que se levantó en él, pero no le importaba. La empujó más alto hasta que la cabeza golpeo, su respiración era entrecortada y gimió su nombre. Hasta que ella estaba llorando y suplicando para que él estuviera dentro de ella. Hasta que ella estaba casi loca de excitación, con su necesidad de él. Él empujó un dedo en ella. Muy apretado. Quemando caliente. Su pene se sacudió con fuerza, se hinchó más. Falto de ese. Necesitando eso. Intentó un segundo dedo y se encontró en un ajuste muy apretado. Él inclinó la cabeza una segunda vez y volvió a su fiesta. La tenía tan cerca, tan fuera de control, que no podía hacer otra cosa que permitirle la entrada. ― Casimir. Por favor. Oh, Dios, no puedo ni siquiera pensar. Por favor. Por favor. Por favor. Haz algo. Cualquier cosa. Su voz sollozos le dijeron que estaba cerca de allí. Él encontró su clítoris. Amamantándose. Ella gritó y amortiguo su boca con su propia mano, su cuerpo separándose, ondulando con vida. Sintió la explosión alrededor de su lengua y los dedos, en los músculos de su vientre y sus muslos. Al instante se movió, levantando la parte inferior superior, subiendo las rodillas, tirando de sus piernas alrededor de él para que pudiera poner la cabeza de su pene en su resbaladiza, entrada quemando. Ella se mantuvo en movimiento, volviéndolo salvaje. Tuvo que apretar los dientes, mantener su control, empujando lentamente pero constantemente en su escaldado, en las profundidades apretadas y calientes. Sus músculos internos se cerraron alrededor de la cabeza sensible de su pene, tratando de empujarlo hacia fuera, sin embargo, apretando alrededor de él, abrazándolo apretado como cualquier puño posiblemente podría. ― Relajate para mí, Giacinta. Eres tan apretada que se siente como el paraíso, pero va a tomar un poco de trabajo obtener ese derecho. No quiero hacerte daño. ― Tienes que estar dentro de mí. Te necesito en mí en este momento, Casimir.

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Atada al Fuego Lo intentó por él. Podía verla hacer el esfuerzo. Tomando una respiración. Forzándose a relajarse. Él empujó cuando ella volvió a respirar. ―Eso es. Abre los ojos, golubushka. Mírame. Mantén tus ojos en los míos. ― Él podía ayudarla si ella lo dejaba. Lissa tragó saliva y se obligó a abrir los ojos. Su cara era puramente carnal. Totalmente sensual. Cada línea de un corte profundo. Sus ojos de plata líquida. Su mirada sostuvo la de ella, capturándola, dándole su coraje, por lo que se fundió en él, entregándose a él. Dejando que la marcara como suya, sabiendo que desde este momento ella cambiaria para siempre. Ella estaba en llamas. Quemando de adentro hacia afuera. Nunca había conocido a una persona que pudiera ser tan estimulada, sentir tanto placer mientras pedía mucho más. Todo lo que hacía se añadía a esa quema de necesidad. Al ansia. Se sentía casi loca de excitación. Estaba acostumbrada a la sensación del fuego. A la forma en que quemaba. La forma en que podría hacerla desear más. Pero nunca había sentido algo como esto antes. Nunca. Llamas al rojo vivo se precipitaban sobre su cuerpo, sus senos, entre sus muslos, rugiendo con vida propia de manera que se sentía como si una bola de fuego saliera a través de su torrente sanguíneo y se alojara en el interior de su núcleo, para quemar fuera de control. Su invasión fue lenta y constante, extendiéndola, ardiente, al empalarse dejando una marca roja, tan espesa que estaba segura de que iba a morir antes de que hiciera su camino en su interior. Ella levantó las caderas, con ganas de más, pero con miedo de que si él le daba más se vendría aparte y nunca seria compuesta de nuevo juntos. Sentía cada pulgada de él mientras empujaba más profundamente en su cuerpo, sus apretados músculos de mala gana dando paso bajo a su insistencia constante. Ella abrió la boca en busca de aire. Quemando. Retorciéndose. Intentó alejarse para empalarse más profundo. La sensación fue brutal. Magnífica. Espantosa. Todo lo que había siempre quiso. ― Giacinta. ― Siseó su nombre entre los dientes. Dio un gemido suave que ella sintió en su más profundo núcleo. ― Estas tan caliente. Abrasador. Su tono era duro, y ella sólo podía mirar con impotencia hacia sus relucientes párpados caídos. El sello de la sensualidad en su rostro sólo alimentaba su hambre por él. Se inclinó hacia delante, sobre ella, empujando más profundo, otra pulgada de estiramiento y ardor, sus músculos apretando con fuerza, dando masajes,

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Atada al Fuego arrastrándolo, empujándolo. Permitiendo la invasión mientras ella se retorcía debajo de él. ― No te muevas, Malyshka, ― susurró, no más que un gemido de voz. ― Estate quieta. Relájate. No había manera de relajarse. No podía conseguir respirar. Ella trató de mantener las caderas quietas y en la cama, pero era imposible con el quemándola desde dentro hacia fuera con fuego. El movimiento lento de su cuerpo mientras se inclinaba sobre ella, la elevación de sus rodillas, forzando sus muslos anchos, su pene conduciéndose más profundo, lentamente y luego deteniéndose bruscamente la volvía loca. Su lengua rozó su pezón derecho y el relámpago se bifurcó directamente a su sexo de manera que las paredes de su vaina convulsionaron en torno a él, sujetándolo con fuerza. Sus labios lo besaron, sus dientes tiraron y luego su boca fue alrededor de su otro pecho suave, llevándolo a lo más profundo, la lengua trabajando su pezón para que el látigo de rayo se convirtiera en puro fuego hasta que estuvo segura de que no podría evitar la necesidad de consumirse más de ella en un momento. Hubo un estallido de dolor y luego estuvo totalmente asentado en ella. Durante todo el camino. Cada pulgada. Ella pudo sentirlo en lo más profundo. Chocando contra su vientre. Un invasor con pico de acero, llevándola más, marcándola de adentro hacia afuera con su propio fuego particular, uno que reconoció. Era el fuego también. Unidos al mismo elemento. Las llamas eran profundas, junto con la pasión. Se había enterrado a su verdadera naturaleza al igual que lo había hecho. Su cuerpo le reconocía. Les fundía juntos, compartiendo la piel. Compartiendo un solo cuerpo. Se movió de nuevo y un látigo de llamas se echó sobre ella. Ella reprimió el grito de placer inundando en ella, y sus músculos tomaron medidas drásticas como una prensa alrededor de su pene grueso. Su aliento silbó y sus ojos ardieron a través de ella, reclamándola. El deseo ahí, y las emociones la inundaron. Ella no estaba segura de poder vivir a través de lo que quería. Al igual que esto. La mordedura del dolor, del lacerante placer. El hombre la marco del mismo modo que lo había marcado. ― No puedo aguantar si te mueves. Nunca he perdido el control, Giacinta, pero me he deslizado tan lejos que no sé si puedo...

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Atada al Fuego ― No lo hagas. No quiero tu control, Casimir. Quiero el verdadero tú. Déjalo ir. Dejate ir conmigo. ― Lissa no lo quería bajo ningún control. Ella quería el hombre real. El cuerpo real. No en el que sus manipuladores le habían forzado a convertirse, sino el que estaba bajo todas esas máscaras. ― No estás lista para manejar eso, ― él negó, sus labios viajando a la barbilla para hundir sus dientes allí, morder, picando, su lengua calmando la picadura. ― No te muevaa, golubushka, ― ordenó, su voz tan áspera que hizo una mueca. Las caderas de frente a ella, luego se retrajo y se sumergió de nuevo. Ella se retorcía debajo de él. Empujando sus caderas. Envolvió sus piernas alrededor de él, conduciendo su cuerpo hasta el suyo, observando su rostro, las líneas talladas de manera profunda, los ojos fundidos en la pasión. Ella era salvaje, y ella lo quería de la misma manera. Ella quería que perdiera toda la disciplina y el control perforados en él. Ella quería ser la primera en hacer eso. Con un gemido áspero, cambió su cuerpo otra vez, con las manos en sus caderas, sosteniéndola, sujetándola por lo que no se podía librar, mientras él se enterraba profundamente. Ella gritó, sorprendido por el placer rayando a través de ella. Sorprendida por su repentina furia. Con ganas de más. Desesperada por más. ― Por favor, ― susurró. ― Por favor, Casimir. Hazme tuya. Su mirada se desvió posesivamente sobre su cara. Devorándola. La mirada tomó su último aliento, enviando escalofríos a través de su cuerpo. Se veía...implacable. Despiadado. Tan sensual que ella pensó que era la personificación de la palabra. Inclinó la cabeza y tomó su boca, tan suavemente que salto su corazón otra vez, lo hizo tartamudear en su pecho. Un millón de mariposas se elevaron en su estómago. La acción de su cuerpo cambió su pene dentro ella, acariciando su interior como la había besado en la boca. Cuando levantó la cabeza, su mirada ardiente sobre ella, su boca siguió creciendo en caliente, al igual que su vagina femenina lo hacía. Escaldado. Abrasador, más caliente y más caliente. Ella dio un gemido en voz baja. El sonido parecío ser un catalizador. Casimir agarró sus caderas con fuerza y se sumergió duro y rápido. Ella sintió el tramo quemando junto con un bocado de dolor mezclado con un millón de otras sensaciones que la condujeron más arriba. Sus caderas se amoldaron a su ritmo, una fuerza impulsora, chocando contra ella, sacudiendo su cuerpo, sacudiendo sus

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Atada al Fuego sentidos hasta que ella se retorció y grito alto, rogando, pero para qué, no estaba segura. En el fondo, la tensión en espiral más y más fuerte, llamas ardiendo a través de ella, al rojo vivo ahora. Durante todo ese tiempo su pene golpeó en casa, llenándola, estirándola, la fricción tan fuerte que pensaba que podría estallar en llamas. Todavía no se detuvo, simplemente la agarró con fuerza y continuó el implacable ritmo. La tensión continuó construyendo en ella, bobinando de manera apretada, una quemadura severa, desesperada, que se negó a la liberación, se negó a ceder. Ella susurró su nombre, luchando contra el miedo que amenazaba con consumirla, directo con el placer que rayaba en el dolor. Él tenía razón, no estaba preparada para esto. Ella no tenía ni idea de que incluso podría ser de esta manera. Tan desesperada en su interior. El interminable y terrible bobinado apretando presión y más fuerte sin final a la vista. Su cabeza no paraba todavía, de golpear ida y vuelta en la almohada. Su cuerpo se retorció, luchando, tensa contra el suyo. Eso pico de acero parecía haber crecido, sin parar, sin dejar que su captura respirara, conduciéndose a profundidad, rayando fuego a través de ella con cada golpe, sacudiéndola, mientras que su cuerpo bañaba su pene con humedad caliente, sin embargo, la presión erótica se negó a facilitar lo más mínimo. Ella se arqueó contra él, necesitando más, siempre más, sin embargo, al mismo tiempo, el miedo se construyo junto con la presión brutal. ― Casimir. ― Ella susurró su nombre, sin saber si estaba favor de esto o si ella quería que se detuviera. No podía controlar su cuerpo, sus caderas se elevaban para satisfacer los brutales, y magníficos trazos, que necesitaba. Necesitándole llenándola. Estirándola. Construyendo las llamas hasta que fueran un incendio forestal desatado fuera de control, consumiéndolos a los dos y serían consumidos. Ella no tenía duda y el miedo se apoderó de ella, casi tan fuerte como el hambre horrible, implacable. ― No luches, Giacinta. Déjalo ir. Déjate llevar. Ella no lo había reconocido hasta ese momento. ― Tengo miedo. ― Te tengo. Créeme. Entrégate a mí. Toda tú. Te tengo. Su voz era áspera. Gruesa. Espesa, con una sensualidad que la sorprendió. Sus ojos brillaban como plata fundida, moviéndose sobre su cara, al mando de ella.

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Atada al Fuego Tranquilizándola. Reclamándola a ella. Él no se detuvo. En todo caso, incrementó la furia de los movimientos, empalándose en ella una y otra vez, duro, golpeando un ritmo que la llevó a un frenesí de necesidad. De lujuria. Las sensaciones eran tan fuertes, creciendo la presión, la tensión de bobinado, de modo que zarcillos de miedo quemaron a la misma intensidad que la pasión. Casimir se elevó por encima de ella, su cara una máscara de sensualidad carnalmente pura. Lissa escucho el sonido de sus cuerpos uniéndose en una sinfonía furiosa. Su respiración entrecortada y suplicante en jadeos puntuada con cada golpe salvaje mientras golpeaba a casa, una y otra vez. Ella se oyó a sí misma, sus gritos alzándose directo en proporción a la construcción de la tormenta de fuego hasta que la conflagración comenzó a consumirla. Movió su cuerpo, una diferencia sutil, pero la carrera caliente de su pene creó un abrasador, rotura de fricción que estallo directamente sobre su clítoris y el fuego rugió a través de ella. Rápido. Salvaje. Ola tras ola. Fuera de control. Su vaina cobró vida, agarrándole y ordeñándole, el orgasmo se precipitó a través de ella, extendiéndose como un incendio forestal hasta su estómago, los pechos, hasta sus muslos, hasta que tuvo que improvisar su puño en su boca para amortiguar su grito de puro placer. Casimir enterró la cara en su cuello, sus dientes en su hombro mientras su cuerpo estalló en chorros calientes de semilla, llenándola. Ella estaba muy caliente, apretándolo como un tornillo, teniendo cada gota de él hasta que vio las luces que bailaban detrás de sus ojos. Nunca, nunca, había sido liberado de esta manera. Tan bueno. En éxtasis. Ella lo llevó a un lugar que no sabía que existía, y ahora que lo hizo, quería quedarse allí. Cubrió su cuerpo, sabiendo que era demasiado pesado para ella, pero que le gustaba que estuviera debajo de él como él luchando por aire. La sensación de su piel sedosa fusionándose con la de él, era algo a lo que no estaba dispuesto a renunciar. Él le acarició el cuello. Inhalo el aroma combinado de ambos. Lamió la pequeña mancha detrás de la oreja y luego dejó un rastro de besos a lo largo de su delicada mandíbula hasta la comisura de la boca. ― Eres hermosa. Y eres mía. ― Permitió que su acento ruso enfatizara su declaración. La sintió dar un pequeño jadeo y alivió su peso parcialmente fuera de ella, lo que permitió de mala gana que su cuerpo liberara el de ella. ― ¿Estás bien? ― Se fue a su lado, permaneciendo sobre ella, impidiéndole moverse. Su mano se

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Atada al Fuego extendió por su cuerpo, desde el lado del pecho hacia abajo a lo largo de la caja torácica y la cintura para dar forma a la curva de la cadera. Ella lo miró a la cara. ― No estoy segura. Podría haber muerto y no eres más que una ilusión. ― Su suave boca se curvó en una sonrisa. ― Admito, que fue un gran camino por recorrer. Todavía estoy sintiendo. Deslizó su mano alrededor de su muslo hasta que su palma estaba dentro, cerca de la unión dulce entre sus piernas. Sus músculos todavía ondulaban y pulsaban. Inclinó la cabeza y le dio un beso a lo largo de la parte superior de su pecho. ― En un minuto Voy a buscar una toalla y cuidar de ti, pero estoy un poco desgastado. Ella levantó la ceja. ― ¿Un Prakenskii? ¿Desgastado? Es una admisión. Casimir sabía que estaba luchando para averiguar lo que se suponía que debía hacer. Nunca había tenido un amante antes. Ella no se había entregado a nadie. No confiaba. Ella evitó todas las relaciones fuera de las necesarias. Él lo sabía, porque era lo mismo para él. Ninguna mujer había pasado la noche con él. Él no dormía con los demás porque sería vulnerable en su sueño. Y ser vulnerable era igual a la muerte en su mundo y en el de ella. Ella comenzó a deslizarse por debajo de él, pero la mano entre sus piernas se cerró sobre su muslo. Su mirada saltó a la suya. ― Decidimos hacer esto, Giacinta. No estoy solo en ello. Te dije lo que podías esperar cuando te entregaras a mí. Fue tu elección. No puedes tomar esa decisión de nuevo, no después de esto. ― No podía evitar la dureza de su voz. Ella no saldría de su habitación. Ella no lo iba a dejar. A Él no le importaba si se sentía vulnerable. Él sentía lo mismo y ella sólo podía tratar con él. Por primera vez vio la indecisión en guerra en su cara. ― No sé qué hacer, Casimir. Yo realmente no lo sé. Pensé que querías que me fuera a mi propia habitación. Después. Ya sabes. Después. No me puedo imaginar que dejes que otras mujeres se queden contigo. ― No eres como las otras mujeres. ― Movió su mano desde el calor de sus muslos para envolver los dedos alrededor de su muñeca y dibujar la mano hacia él. ― Alza la palma de tu mano.

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Atada al Fuego El aliento se le quedó atascado en la garganta. Ella se tensó, cerró los dedos en un puño apretado y trató de tirar de la mano. ― No. Yo sé lo que vas a hacer y no puedes hacerlo. ― Tengo que hacerlo. Eres mía. Ya sabes que eres mía. No va a haber otra mujer. ― Él se inclinó sobre ella. Cerca. A unas pulgadas de su boca. Su mirada manteniéndola cautiva. ― ¿Puedes todavía sentirme dentro de ti? ― Sí. ― La admisión fue baja. ― Todavía siento que me envuelves. Apretada y caliente, Giacinta. Estás en mis huesos ahora. Dentro de mí. Eso no va a desaparecer, para ninguno de nosotros. Abre los dedos. Ella entrecerró los ojos en él. ― ¿Sabes lo que obtendrás no? que no soy una mujer sumisa, ¿verdad? No dejo que alguien me diga qué hacer. ― Sabes lo que obtienes, que soy un hombre dominante, ¿verdad? ― Él respondió. ― Ser dominante no significa que sea estúpido. No le digo a mi mujer que haga algo que no quiere hacer, y que desea esto igual o tanto como yo. Más, lo necesitamos. Vas detrás del hombre que traicionó a tu familia... Su aliento silbó. ― ¿Como sabes eso? Nadie lo sabe. ― Nadie más que tú, yo y tu tío, ― corrigió. ― Abre los dedos, Giacinta. Me han dicho que esto duele por un momento, pero luego se habrá terminado y estaremos conectados psíquicamente. Si estoy cerca, me puedes llamar simplemente presionando el dedo pulgar en el centro de tu palma. Más, podemos hablar telepáticamente, lo que nos ayudará cuando vayamos detrás del hombre que necesitas matar y de los Sorbacovs. ― Vas a ser tan molesto. ― Ella se calmó y volteó su mano permitiendo que su palma girara hacia él. ― Sólo para que sepas, puedo ser igual de molesta. ― No me cabe duda de eso ni durante un minuto. ― Su sonrisa se dirigió a ella en la oscuridad. La palma de su mano se acercó y empujó el aire hacia ella y con ella la energía subiendo como una ola de su núcleo más profundo. Ella sintió el zap como una descarga eléctrica que golpeó la palma de la mano y gritó por la sorpresa, mientras que pequeñas chispas bailaron en el aire entre sus manos

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Atada al Fuego abiertas. Vio la marca, dos círculos entrelazados en llamas en medio de la palma, rojo fuego y luego de oro antes de comenzar a descolorarse. Su piel picaba sobre todo en su palma cuando las imágenes se desvanecieron. Podía ver las marcas quemadas profundamente en su mano también. ― Les dije a mis hermanas que no dejaría que un Prakenskii me reclamara y ahora soy una mentirosa, ― dijo con un pequeño suspiro. Se apretó la cabeza en las almohadas y le sonrió. ― Espero que sepas lo que estamos haciendo, porque yo no tengo ni idea. ― Vamos a encontrar una manera de salir de esto con vida. No había planeado nada cuando me hice la idea de ir por los Sorbacovs, pero ahora que te he encontrado, tengo que averiguarlo. ― Llevó la palma a la calidez de su boca y le dio un beso en la imagen que se desvanecía. ― Lo siento. Sé que duele. Y que debería haber sido más cuidadoso tu primera vez. Perdí el control por completo. Ella le sonrió, viéndose más tentadora que un ángel. ― Me encantó que hayas perdido el control, y espero que ocurra muchas veces más. ― Ella sacó su mano a ella y presionó su propio beso sobre la marca. ― Yo tampoco tenía un plan de salida, o en realidad no tenía muchas esperanzas de sobrevivir, pero los Sorbacovs han hecho un atentado sobre los hombres de mi familia. He perdido una familia, no voy a perder otra. ― Soy bueno en lo que hago, Malyshka. He estado en el negocio a tiempo completo. Sé que estás acostumbrada a trabajar en solitario. Yo también, pero si lo hacemos juntos, creo que tenemos una mejor oportunidad de supervivencia. Lissa asintió lentamente, su mirada se volvió reflexiva. Claramente, ella lo aceptó ya. Podría ser difícil para ella, permitirle tomar la iniciativa en el cumplimiento de sus objetivos, al igual que lo sería para él dejarla tomar la iniciativa. Haría falta un poco de práctica, tendrían que aprender a trabajar juntos antes de estar preparados para asumir su primera prioridad. ― ¿Tienes todo lo necesario para ir tras el hombre que traicionó a tu familia? ― Casimir mantuvo su voz suave. Ella tenía un momento difícil hablando de su familia. Su cuerpo se puso tenso y evitpo mirarlo a los ojos como hacía cada vez que hablaba del sujeto con que se crió. Pasó la mano arriba y abajo de la curva de su cadera desnuda con dulzura.

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Atada al Fuego ― Su nombre es Cosmos Agosto. Era joven, apenas diecinueve años cuando mi padre lo contrató. Él tenía muy buen aspecto, al menos para una niña de seis años de edad. Mi padre y madre lo llevaron bajo su ala y le hicieron parte de la familia. Me gustaba pasar tiempo con él. Era muy divertido, comía casi todas las comidas con nosotros, y mis padres realmente se preocupaban por él. Si quería jugar al aire libre, y estaba con él, ninguno de los otros hombres venían conmigo, y eso me gustaba. A día de hoy, me siento incómoda con los guardaespaldas. ― ¿Este hombre traicionó a tu familia? ― No había manera de que Casimir evitara la amenaza de su voz. La lealtad fue inculcada en él, profunda en sus huesos. No había visto a sus hermanos más que una o dos veces en todos los años que habían pasado desde que los hombres de Sorbacov habían asesinado a sus padres siendo niños y hubieran sido llevados a las escuelas para ser entrenados. Ni una sola vez, en todo ese tiempo, pensó en traicionar a sus hermanos. Ni una sola vez. No importaba lo que le ocurriera. Él soportar lo que tenía que hacer con el fin de garantizar su seguridad, incluso si eso significaba no volver a verlos de nuevo. ― Sí, traicionó a todos, ― dijo ella, cerrando los ojos con fuerza. Casimir envolvió su brazo alrededor de su cintura y tiró de su cuerpo apretado contra el suyo, buscando darle refugio del dolor que escuchó en su voz. Él sabía acerca de los recuerdos y cómo tenía que bloquear la basura para conservar la cordura. ― No tienes que decirme, golubushka. ― Inclinó la cabeza hacia ella y dejo besos regados a lo largo de la sien. ― Lo hago. Tienes que entender por qué quería que le buscaran aún más de lo que quería llegar a Aldo Porcelli. ― ¿Qué pasó exactamente entre su familia y la familia Porcelli? Continuó calmándola con caricias a lo largo de su cadera. Él sabía que sería difícil para ella abrirse y compartir la información con alguien, después de mantener silencio durante tantos años. ― Yo era una niña, pero recuerdo a un hombre hablando con mi madre, tratando de insistir en que fuera a casa con él. Estábamos en casa de un amigo, y él entró con una gran cantidad de otros hombres. Yo no estaba prestando mucha atención hasta que la habitación se quedo muy tranquila. Me di cuenta de que mi madre estaba molesta. Ella quería irse y este hombre seguía agarrándola del brazo y deteniéndola. Nadie le dijo nada, ni siquiera cuando le dijo que le estaba haciendo

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Atada al Fuego daño. Nos fuimos rápido. Le dijo a mi padre, y de inmediato, él le dijo que hiciera las maletas, que teníamos que irnos de inmediato. ― ¿Fue Aldo Porcelli, no el jefe temporario, quien le hizo el pase a tu madre? Debido a que sólo Aldo recientemente llegó al poder. Su padre murió de un ataque al corazón hace dos años, y se metió en los zapatos de su padre. ― Yo fui el ataque al corazón, ― dijo Lissa en silencio. ― ¿Qué hay de tu tío? ¿Por qué no atacó la familia Porcelli, además del perro entrenador de animales? ¿Por qué poner eso en tus hombros?

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Atada al Fuego Capítulo 6

Lissa respiró hondo. Ella estaba incómoda discutiendo la historia de su familia mientras estaba acostada desnuda en una cama con un hombre al que acababa permitirle hacer todo tipo de cosas a ella. ― Si vamos a tener esta conversación, necesito limpiarme. ― Tu tío incluyo muy cortésmente un jacuzzi en el baño. Podemos llenarlo de agua caliente y remojarnos con los chorros, ― ofreció, deslizándose fuera de la cama inmediatamente y extendiendo su mano. Ella lo tomó de mala gana, sintió que sus dedos se cerraban alrededor de ella y al instante se sentía segura. Parecía ser capaz de hacerle eso. Cada vez que había un conflicto emocional, si su mano estaba en ella, parecía sentirse mucho más tranquila. Ella dejó que la tirara de la cama y a sus pies. No era como si tuviera un montón de experiencia de pie desnuda delante de los hombres, pero de nuevo, con los dedos apretados alrededor de ella, no se sintió tan extraño como pensó que podría. ― Es esencial que mi tío no sepa o que siquiera piense que estamos en una relación de cualquier tipo, incluso si es sólo para tener relaciones sexuales. Se detuvo tan rápido que tropezó con él y tuvo que sostenerla. ― Giacinta, he tenido una vida útil de sólo sexo, y lo que hicimos no fue eso. ― Ella se encogió un poco ante la nota baja, feroz en su voz. Sus dedos atraparon su barbilla en un agarre firme, obligándola a mirarlo a los ojos. ― Me entregué a ti. El verdadero yo. Yo quería ser suave y tierno y darte lo que te mereces, pero contigo, he perdido el control, y el fuego dentro de mí que tengo que mantener oculto en todo momento, se soltó. Eso no significa que lo que hicimos no significa nada.

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Atada al Fuego ― Lo sé, ― ella estuvo de acuerdo al instante, aceptándolo. ― Me siento un poco torpe, Casimir, porque no sé lo que tengo que hacer. Inclinó la cabeza y rozó sus labios sobre los de ella. El toque de luz enviado rayos de calor desde la boca de su estómago e hizo su corazón aletear. Cuando levantó la cabeza, estaba sólo a una escasa o dos pulgadas, dejando a sus ojos de plata perforar a través de ella, viendo demasiado. Viendo lo vulnerable que se sentía. ― Yo sólo quería conseguir llegar directo a ti, Lissa. Estamos en esto juntos. Ella asintió con la cabeza, todavía muy incómoda. No sabía cómo hacerle entender. Él camino a través del cuarto de baño y abrió inmediatamente los dos grifos para llenar el jacuzzi. Se abrazó a sí misma, agradecida de que no encendiera la luz del techo. Encendió una sola luz nocturna que enchufóen la toma de corriente eléctrica en el otro extremo de la habitación. ― Mi tío no puede averiguar sobre nosotros, ― reiteró. ― Estaría molesto. Honestamente no sé lo que haría, pero no querría correr el riesgo de que algo salga mal. ― No va a saberlo. Puedes volver a tu habitación antes de que todos se despierten. Ambos sabemos donde están las cámaras y podemos evitarlas. ― Eso era cierto. Podía moverse por toda la casa y nunca ser visto. ― ¿Por qué tu tío no se encargo del problema? ― Persistió Casimir. ― Y otro punto, ¿por qué la familia Porcelli lo dejó solo? Tu tío tenía que haber sido el que te enseñó tus habilidades. Compró un poco de tiempo trenzando con destreza la larga extensión de su pelo y atando la trenza en un nudo en la parte superior de su cabeza. ― Sí. Tio Luigi me enseñó las habilidades necesarias para llevar la justicia a aquellos que asesinaron a mis padres. La familia Porcelli era, y es, demasiado poderosa para que el sistema de justicia de la corte trabaje. Son dueños de la mitad de la policía y los jueces. ― Eso no me dice porqué Luigi no fue tras ellos por sí mismo. ― Casimir le tomó la mano y la ayudó a pasar por el borde de la bañera en el agua humeante. Lissa se hundió en el agua, sin darse cuenta hasta ese momento de que estaba temblando de frío. Envolvió los brazos alrededor de su cintura y se apoyó en la curva de la porcelana, observándolo cuidadosamente. Él era un hombre hermoso.

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Atada al Fuego Maravilloso. Todos los músculos en ondulación. Muy, muy peligroso. Había sabido quién era en algún nivel, desde entonces ella había estado a su alrededor. Tenía la forma de los mismos ojos, esa quietud vigilante y la confianza y elegantes movimientos de sus hermanos. No lo había atrapado en el avión, y había estado sentado a su lado, molestándola a cada momento. Iba a tener que traerlo de vuelta para eso. ― Giacinta. Su voz era una caricia suave, jugando sobre su piel y hundiéndose en sus células hasta que lo sintió dentro de ella. Su voz era un arma, como todo lo demás sobre él. Ella sabía, por lo que había escuchado de sus hermanas, que en las escuelas en que habían estado, incluyeron la seducción y la formación sexual. Casimir se hundió en el agua y extendió una mano por ella, extendiendo sus piernas abiertas. ― Ven acá, Malyshka. Ella ya estaba profundo por él. Se había entregado a él. Había confiado en él, y al hacerlo, le había puesto en peligro. No sólo a él, sino a su tío también. Luigi no toleraría esto. Nunca. Él no lo entendería. Ni siquiera lo intentaría. Ella sacudió su cabeza. ― Ese fue mi error, Casimir. Te deseaba tanto, quería sentirme real y sabía, que contigo, podía hacerlo. ― Era justo darle la verdad. ― No esperé tener todas las emociones que estoy sintiendo en este momento por ti, sino porque lo hago, tengo que decir, que no podemos vernos otra vez, siempre y cuando este bajo este techo. ― Malyshka, necesito que vengas aquí para mí. ― Sus ojos se quedaron fijos en su rostro. Su voz permaneció tan suave como siempre. Gentil, pero había acero en ella. Él era un hombre que siempre se salía con la suya. Lissa suspiró y se deslizó en el agua caliente hasta que su espalda estaba contra el pecho de Casimir y ella fue colocada firmemente entre sus piernas. Envolvió sus brazos alrededor de sus costillas, justo por debajo de sus pechos. ― Confía en mí para hacer lo que tengo que hacer para cuidar de esto. Cuidarte. He estado solo toda la vida, Lissa. Desde que yo era un niño. Después de un tiempo, no podía ni siquiera soñar con tener una vida con una mujer. Me has entregado el regalo más precioso en el mundo. ¿Crees realmente que no lo haría?

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Atada al Fuego Lissa no respondió. Había entregado a ella algo igualmente valioso. Había visto más allá de la máscara que llevaba con ella. Él era la única persona en su vida... bueno... tal vez su hermano Gavriil había visto la verdadera Lissa también. Ella se relajó contra el pecho de Casimir, y en el instante en que lo hizo, enterró su cara contra su cuello, sus dientes raspando un lado a otro sobre su piel sensible. Ella era tan susceptible a él, que la acción pequeña envió pequeños dardos de fuego rayando como balas a través de su cuerpo, directamente a su núcleo. Lissa puso ambas manos sobre las suyas y se dejó ir en su contra, rodeada por el vapor caliente del agua. Tocó un botón y los chorros se activaron, las burbujas dando vueltas alrededor de ellos para rozar contra su piel. Su cuerpo se sentía como un millar de lenguas burlándose de ella. ― Dime por qué su tío no fue detrás de la familia Porcelli. Susurró la pregunta en su oído, sus labios rozando su lóbulo. Besando la piel sensible detrás de la oreja. Ella sintió el golpe de su lengua, saboreándola, y cerró los ojos. Él era un seductor, todo él. Se sentía débil con él, queriéndolo, queriendo complacer. ― No siempre tienes que torturar a una mujer por información. Solo tienes que sostenerla así, en tus fuertes brazos, su boca contra su piel, y ella dejara escapar todos los secretos. ― Sólo quiero tus secretos, ― dijo, diversión masculina en su voz. ― Háblame de Luigi. Tu infancia. Todo ello. Ella sabía que iba a llegar este momento, lo había sabido todo el tiempo. Si iba a convertirse en socia de este hombre, tenía que decirle la verdad sobre su familia, incluso si eso la hacía sentirse más vulnerable que nunca. No deseaba poner a su tío en una mala luz y ella tenía la sensación de que a Casimir Prakenskii, no le gustaría lo que había hecho. Los hermanos Prakenskii, eran hombres muy protectores, especialmente alrededor de las mujeres y los niños. En cierto modo, en sus personalidades, todos ellos eran muy parecidos. ― Giacinta.

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Atada al Fuego Sólo su nombre. Su nombre real. Una advertencia. Entonces sus dientes encontraron su lóbulo y le mordió con suavidad. Un millón de mariposas se elevaron y su sexo en realidad se contrajo en respuesta. ― Esta bien. Simplemente no nos juzgues severamente. ― Malyshka, estás hablando con un Prakenskii. Mis hermanos perseguimos los hombres que mataron a nuestros padres de uno en uno. Lo hicieron con el tiempo, al igual que estás haciendo con los que asesinaron a tus padres. Si alguien va a comprenderte, seré yo. ― Luigi era el ejecutor de la familia. Me dijo que nuestra organización era muy pequeña, sólo unos pocos soldados. Tuvimos un territorio pequeño y mi padre se quedó aliado con la familia, ya que los Porcelli, eran muy grandes y mucho más violentos. Luigi, cuando tenía cinco años, fue diagnosticado con EM, esclerosis múltiple. Ya no podía infundir miedo en el corazón de cualquiera. Una vez que se fue, mi padre estaba en problemas. ― Él no parece enfermo en absoluto. Ella sacudió su cabeza. ― Él tiene largos períodos de remisión y luego, sin previo aviso, la enfermedad golpea y apenas puede caminar. Mi padre insistió en que tío Luigi se retirara por su seguridad. Mi tío se movió lejos de nosotros porque era demasiado difícil estar cerca de mi padre sin querer ser una parte del negocio. Más tarde me dijo que se instaló junto al mar con la idea de que iba a encontrar una manera de conseguir mejorarse. La gente se olvidó de él durante los próximos dos años. ― Entonces la familia Porcelli golpeó la tuya. ― Mataron a todos en casa ese día. Todos los soldados. Todos los que trabajaban para nosotros. ― tomó un aliento, tratando de ahogar los gritos. ― Al jardinero, su familia, el ama de llaves, y las niñas que trabajaban en la casa. ― Su corazón latía con fuerza. Ella no había dejado la puerta abierta, no así. Recordando. No contaba la historia desde hace mucho tiempo, pero dejando que los recuerdos la tomaran a ella. Apenas podía respirar por el miedo. El sonido de los disparos y el olor de la sangre. Los perros persiguiéndolos a través del campo, en los árboles y el cementerio. El aliento caliente en su pierna y la sensación de los dientes desgarrando su carne. Movió las piernas sin descanso, las cicatrices corriendo por la pierna y el tobillo palpitando de dolor.

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Atada al Fuego ― No podía mantenerme al día con mis padres y ellos vinieron por mí. Los perros estaban sobre mí y ellos lucharon por retirarlos. Mi padre me empujó por delante de ellos, me dijo dónde esconderme y que me quedara muy quieta. Se llevaron a los perros y a Cosmos lejos de mí. Vi cuando los perros arrastraron a mi madre. Mi padre fue por ella. ― Ella encogió las rodillas y apoyó la mejilla en la parte superior de ellas, meciéndose un poco para consolarse. Nunca olvidaría la vista en todo el tiempo que viviera. Casi todas las noches, cuando intentaba dormir, podía ver a los perros desgarrando a su madre y a su padre y el anillo de hombres de pie alrededor de ellos riendo. Se agachó, bajo el agua, los dedos acariciando las cicatrices. Calmándolas con su toque. Su brazo se apretó alrededor de ella. Besó un lado de su cuello y luego detrás de la oreja. No había olvidado sus caras. Ni una sola. Ella había identificado a los hombres a su tío, y de uno en uno, a lo largo de los años, se habían tomado represalias. ― Háblame de la enfermedad de Luigi. Cuando está enfermo, ¿qué pasa? ― Nunca lo he presenciado yo misma. Él siempre se mantiene en su ala de la casa. Me dijo que no podía soportar que lo viera de esa manera. Es un hombre muy orgulloso. Papá nunca lo vio mal tampoco. Él no permitió que mi padre o mi madre hablaran con su especialista, estaba demasiado avergonzado. Casimir presionó con fuerza contra la parte posterior de la profunda bañera, las campanas de alarma apagándose. Nada de lo que dijo Lissa sonaba bien. Nada de esto sumó. Su intestino se tensó en nudos duros. El sexto sentido en su interior, el que siempre le advirtió de problemas, y que lo había mantenido con vida estos años de maniobras a través de campos minados, le dijo que había mucho más en la historia de lo que Lissa era consciente. Incluso si su tío tenía esclerosis múltiple, tuvo largos períodos de remisión. ¿Por qué no iba a ir tras aquellos responsables en lugar de entrenar a un niño para vengarse? ― La familia Porcelli no pudo haber matado a todos los leales a tu familia. ― No, ellos se unieron en torno a Tío Luigi. Él fue capaz de conseguir un número suficiente de alianzas fuertes para que los Porcellis nos dejaran solos. Eso fue parte de la razón por la que no podía ir tras quienes mataron a nuestra gente. Tuvo que estar de acuerdo con un tratado con ellos con el fin de proteger a todos los demás. Por supuesto, yo no supe nada de eso hasta que fui mucho mayor.

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Atada al Fuego ― Volvamos a cuando los perros y los soldados mataron a tus padres. ¿Te buscaron? ¿Por qué los perros no descubrieron tu escondite? Ella frunció el ceño. ― No lo sé. Cosmos puso correas en ellos y los llevó de nuevo a las perreras. Yo estaba allí antes de que se llevaran los cuerpos lejos. Los oía reír y hablar. ― ¿Recuerdas lo que dijeron? ― Casimir odiaba los temblores que golpeaban su cuerpo, a pesar del agua caliente. Incluso añadió más calor con el fin de tratar de ayudar a aliviar el temblor continuo que corría a través de ella. El sabía que era la memoria, no la temperatura real de la habitación. ― Ven acá, krasavitsa. Déjame abrazarte. Sé que esto es difícil para ti, pero ahora, más que nunca, es importante que me digas todo lo que recuerdas de ese día. ― Debido a que algo no estaba bien. Ella dejó que la girara alrededor para que ella quedara a horcajadas sobre su regazo, y él la apretó contra su pecho, una mano en la parte posterior de la cabeza a la fuerza en su hombro. Él quería que ella se sintiera segura. Estaba a salvo todo el tiempo que estaba con él. No estaba dispuesto a confiar en nadie más con su vida ahora. Le frotó la espalda y después llevó la mano a la nuca de su cuello, masajeando los dedos para aliviar la tensión en ella. El sabía que iba a darle todo lo que quería cuando su cuerpo empezó a fundirse contra el suyo. ― Fue hace mucho tiempo y creo que traté de bloquearlo, ― admitió en voz baja. ― Decían cosas que no tenían sentido, pero yo era una niña. Algo sobre que mi padre era demasiado estúpido para ver lo que estaba justo debajo de su nariz. El nuevo rey era cooperativo y que podría volver al trabajo sin interferencia. ― ¿Qué negocio? ― No lo sé. ― ¿Quién fue el nuevo rey? ― No tengo ni idea de lo que estaban hablando. Luigi se hizo cargo de la familia, pero había poco de ella y no le llamarían rey. Se retiró al mar, a horas de nuestra casa familiar, hacia jardinería. Con su enfermedad, no estaba activo en absoluto.

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Atada al Fuego Casimir presionó sus labios en la parte superior de su cabello para no hablar. Ella tomó todo lo que su tío dijo a su valor nominal. Era evidente que nunca lo había interrogado, pero entonces, ¿por qué lo iba a hacer? La había criado. La había entrenado. Le había enviado detrás de los que habían matado a sus padres, dándole toda la información sobre los responsables. ― ¿Por qué crees que estaría molesto contigo, por tener una relación conmigo? Él es tu tío. Seguramente quiere que seas feliz. ― Él probó las aguas, buscando con inocencia cuando la cuestión era todo menos eso. ― Dedicó toda su vida a asegurarse de encontrar los responsables de la masacre. Sin familia, sin esposa, sin nadie que le amara. No tiene a nadie más que a mí. Yo sólo le tenía a él hasta que fui a los Estados Unidos y encontré a las mujeres a la que elegí para llamar mi familia. Dijo que tomó un voto para llevarlos ante la justicia y me hizo hacer lo mismo. Ninguno de los dos podría casarse o tener hijos hasta que se hiciera. Por encima de su cabeza cerró los ojos. La traición era un mal sabor en la boca. Tomó aliento. Tenía que decirle. Tenía que ser él quien rompiera su corazón. ― Él tiene una familia, Giacinta. Una esposa. Tres hijos. Ellos viven en una finca muy grande en la ciudad. Sólo él viene aquí. Y él sólo viene aquí cuando estás en Italia. ― Le dijo, sabiendo que sería un golpe. Sabiendo que iba a romperle el corazón. Maldijo su tío por ser un bastardo traicionero. Lissa se apartó de él, sentándose con la espalda recta, los ojos reuniéndose con los suyos. Buscando en ellos. Permaneciendo muy quieta. ― Eso no puede ser. ― No parecía segura. ― Lo es. Pensé que lo sabías, pero entonces por las pocas cosas que me has dicho, supe que no. No estaba seguro de por qué Luigi escondería la verdad de ti. ― ¿Una esposa? ¿Tres hijos? No entiendo. Ella no quería entender. Él entendía eso. Llegó a su alrededor, apagó los chorros e hizo girar el tapón para que el agua drenara hacia fuera. ― Vamos a salir de aquí y a ir de vuelta a la cama. Estas temblando.

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Atada al Fuego ― No tengo frío, ― protestó. ― Necesito entender lo que esto significa. Si él tiene una familia, ¿por qué no me lo diría? ¿Por qué pretender todos estos años? ¿Cuánto tiempo ha estado casado? ― Su esposa se llama Angeline. Ella se puso rígida. Parecía destrozada. Respiro deliberadamente hacia dentro y hacia fuera. Tomó su mano y le permitió tirar de ella a sus pies. La envolvió en una toalla grande. ― ¿Qué pasa, Giacinta? Dime. ― Conozco ese nombre. Mi madre me había llevado a la casa de su amiga. Había algo adelante, un grupo de algún tipo. Recuerdo a mi madre molestarse con su amiga. Su amiga estaba tomando el pelo mi madre sobre que Luigi estaba con alguien que se llamaba Angeline. Mi madre rara vez se enojaba, pero parecía enojada y dijo que mi tío nunca saldría con Angeline. Luego el hombre horrible, Aldo Porcelli, arrastró a mamá de la silla, trató de besarla y dijo que quería que se fuera a casa con él. Pero recuerdo el nombre Angeline porque mamá fue tan firme sobre que Luigi no saldría con ella. Casimir se mantuvo en silencio. La expresión de su cara, tan perdida, tan vulnerable, tiró de sus fibras sensibles. El quería ir a la habitación de Luigi y cortarle la garganta. ― Sé casi todo lo que hay que saber acerca de la familia Porcelli. Por supuesto, Luigi hizo la mayor parte de la investigación para mí. Yo sé que Aldo tiene una hermana. Luigi no se molestó en nombrarla debido a que dijo que no tenía importancia, que la familia Porcelli no permitía que sus mujeres tuvieran alguna parte en la empresa. Creo que necesito averiguar el nombre de la hermana de Aldo. ― Tomó la toalla de sus manos y comenzó a secar las gotas de agua de su cuerpo. ― Malyshka, vamos a la cama. Todo esto es demasiado para entender. Necesitamos hacer mucha más investigación antes de ir más lejos. ― Él no tenía que hacer más investigación para saber que Luigi Abbracciabene había traicionado a su hermano y hermana en ley por el poder y el dinero. ― ¿Por qué Tío Luigi me envió a matar a los hombres que asesinaron a nuestra familia si él está en la cama con ellos? Eso no tiene sentido.

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Atada al Fuego La lógica de Luigi no tenía sentido para ella, pero lo hacía para él. Casimir sabía que Luigi tenía el arma perfecta en Lissa. La había entrenado él mismo. La había llevado a su casa y la había formado, lo que en Rusia se conocía como un torpedo o una kryshas, un ejecutor. La familia Porcelli no sabía de ella. No tenían idea de que esa niña aún vivía. Su existencia se había mantenido en secreto. Casimir sabía que su existencia siempre tendría que permanecer en secreto, y eso significaba una sola cosa... Cuando Luigi había querido visitar a su familia, se volvía convenientemente enfermo y "se retiraba" a su ala de la casa, en la que estaba estrictamente prohibido ir. Casimir habría apostado hasta su último dólar que Arturo, el hombre más grande de Luigi, se había quedado con Lissa mientras que su tío había escapado. Arturo se había asegurado de que ella no tratara de ir a visitar a su tío enfermo en su ala. ― Necesitamos más información, ― él se cubrió. Su mirada saltó a su cara. Ella se quedó muy quieta. ― No lo hagas. Estoy colgando de un hilo, Casimir. Si mi tío ayudó a orquestar el golpe contra mis padres y deliberadamente me ha engañado todos estos años, no hay mucho a lo que aferrarme. La arrastró a sus brazos. ― Me tienes. Coloca el pulgar en el centro de tu palma y siente eso. Mi corazón late. Su tarjeta de llamada. Estoy allí. Dentro de ti. No puedo mentirte, Malyshka. No puedo volverme contra ti. Esta marca significa que estamos compartiendo algo tan profundo que no hay engaño entre nosotros que alguna vez pueda trabajar. Cuando tu mundo se está volviendo del revés, aférrate a mí. ― Él es mi familia. Casimir negó con la cabeza. ― Soy tu familia. Mis hermanos. Todos ellos. ¿Por qué cree que se pusieron en contacto conmigo en primer lugar? Ellos te aman, y estaban preocupados por tu seguridad. Tus hermanas en esa granja le aman. Este hombre, si ha hecho las cosas que estamos empezando a sospechar que ha hecho, entonces él no es familia. Ella levantó la barbilla. ― Dime por qué me entrenaría para matar y me señalaría la familia Porcelli, si él no quiere justicia. Dime lo que realmente piensas. ― Lo que pienso y lo que sé son dos cosas diferentes. ― No quería ser el que se llevara todo su mundo. Él ya le había dado demasiada verdad, y no podía soportar

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Atada al Fuego la mirada destrozada en su cara. Envolvió su brazo alrededor de su cintura y suavemente la convenció de ir a sus espaldas en la oscuridad del cuarto. ― ¿Por qué no me quieres decir? ― Persistió, sonando acusatoria. Él suspiró. ― He sentido más por ti de lo que he sentido por cualquier otro ser humano desde que fui tomado de mi familia. No esperaba tener el tipo de emociones que tengo tan rápido. ¿Crees que quiero ser el que te cause dolor? ― Él echó hacia atrás las cubiertas, su ira filtrándose a la superficie a pesar de su determinación de mantenerla en control. La temperatura de la habitación había subido varios grados, diciéndole que estaba cerca de una explosión. Él era extremadamente amable con ella mientras la llevaba a la cama. Ella no se acostó, pero se sentó al frente de la cama, sentada de espaldas a la cabecera, con una almohada apretada delante de ella con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Podía ver la barra de color en la oscuridad. ― ¿No te parece que he sido engañada el tiempo suficiente? Me dolería más pensar que sospechabas algo y que no lo compartiste conmigo. No soy tan tonta como para perder la cabeza y hacer frente a mi tío. Casimir se deslizó a su lado, sentándose cerca, su muslo contra el de ella mientras la metió debajo de su hombro. Mantuvo su voz muy baja. Como materia de hecho. Amable. ― Él te crió para ser su arma. Si él se casaba con Angeline Porcelli y el padre de Angeline y el hijo están muertos, en accidentes con unos pocos años de diferencia, ¿qué otros herederos están ahí para el trono? La familia Porcelli ya se fusionó con la familia Abbracciabene. Luigi tendría todo el poder y el dinero para sí mismo. Él ha sido paciente y apareció para ser un buen amigo y aliado. La vieja guardia está muerta. Todo el que habría sido leal al padre e hijo. Se les mató, uno por uno. Tu serías su único extremo suelto, y sería bastante fácil deshacerse de ti. Permaneció en silencio durante un tiempo muy largo, mirando al frente en la oscuridad. No lloró. Ella simplemente se quedó quieta. Tenía mucho sentido. Casimir odiaba que tuviera sentido. Estaba más que seguro que estaba en lo cierto. Si la familia Porcelli había decidido asesinar a la familia Abbracciabene, habrían comenzado con Luigi, esclerosis múltiple o no. Él era el mayor peligro para ellos. De ninguna manera le habrían permitido vivir. ― Siempre he confiado en la información que Tío Luigi me da. No tengo otros muchos recursos. He encontrado a Belsky por mí misma, porque yo no quería

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Atada al Fuego involucrar a mi Tío Luigi en mi búsqueda de los Sorbacovs por si acaso me perdía. Es por eso que tomé una oportunidad con una comadreja de doble juego de los bajos fondos como Belsky. Estaba protegiendo a Luigi. ― Ella dio unos golpecitos con los dedos sobre su muslo, su cuerpo inmóvil, como si así se mantuviera a sí misma para evitar romperse. Casimir no podía imaginar lo que estaba sintiendo. Su único pariente de sangre, el hombre en el que había confiado todos aquellos años, había traicionado a sus padres y la había utilizado para conseguir lo que quería. ― Dime lo que quieres hacer, Giacinta, ― dijo. ― Sea lo que sea, estoy contigo. Ella dobló las piernas hacia arriba lentamente hasta que pudo trazar las cicatrices terribles arrastrándose hacia abajo de su pierna, la espinilla y el tobillo, donde los perros habían arrancado trozos de su carne. Se cubrió la pierna con la mano, sintiendo sus dedos rozar ligeramente sobre las cicatrices profundas. ― Necesitamos información antes de hacer un movimiento. Si tienes razón sobre él, no hará su intento sobre mí hasta que haya tratado con Aldo. Él me dará la información de Aldo y mejor que lo golpee después de haber sacado a Cosmos. Él me dará una historia sobre la forma en que es ahora o nunca llegare a él. Aldo sería el golpe final. ― ¿Qué hay de Arturo? Él tenía que haberlo sabido. Ha estado con tu tío durante años. Todo los demás guardias hablan de él como si fuera el mayor golpeador que existiera en Italia. ― Si, lo habría sabido, ― ella estuvo de acuerdo. ― Pero él es totalmente fiel a Tío Luigi. Él lo defendería con su vida. En todo caso, porque confío en él, él sería el que me mataría, a menos que mi tío quisiera asegurarse de que estoy realmente muerta y pensara hacerlo él mismo. Ambos saben que sólo conseguirían hacer un intento en mí. Por primera vez se dio cuenta de que ella podría estar sentado a su lado, muy, muy quieta, pero debajo de la superficie, un volcán estaba brillando. Estaba allí, en la habitación con ellos, el calor en aumento por lo que él en realidad sentía pequeñas gotas de sudor formándose en su cuerpo. Un reflejo de la luz bailaba a lo largo del piso que conducía hacia la puerta. Él le rodeó el tobillo con la mano, con los ojos fijos en la llama.

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Atada al Fuego ― No puedes encender la casa en llamas. ― Por supuesto que puedo. El respiró, obligándola a respirar con él. ― Aún no. Tenemos que asegurarnos de que esto no es todo una conjetura. No importa lo que hizo Luigi, Cosmos y Aldo estaban involucrados, y tienen que morir. Yo puedo cuestionar a Cosmos antes de que él se reúna con su accidente. Él va a hablar. Ella sacudió su cabeza. ― No, si es leal a Luigi y Aldo. ― Nunca olvides quién y lo que soy, Malyshka, ― advirtió Casimir. ― Él va a hablar. Volvió la cabeza y lo miró, con los ojos en busca de él. No sabía lo que él esperaba. Llanto. Enfado. Choque. Otra cosa fuera de la determinación que vio allí. Ella era más como él de lo que se había dado cuenta en primer lugar. Apreciada la lealtad, y si su tío había hecho algo tan horrible como para entrar en una conspiración con la familia Porcelli y ordenar los decesos de su familia, ella estaba más que decidida a pagar. ― Tenemos que estar seguros, ― dijo en voz baja. ― Angeline es un nombre bastante común. Tenemos que encontrar el nombre de la hermana de Aldo y luego averiguar si se trata de la misma mujer con la que mi tío está casado. ― Yo puedo hacer eso. Tengo muchas fuentes, Encontraremos la información rápidamente. ― Sus manos fueron al moño desordenado en su pelo. Ella no protestó cuando él la bajó lentamente y deslizó sus dedos a través del grueso tejido de la trenza hasta que su pelo se derramó libre. ― Traje tu cepillo. ― Él lo recogió de la mesita de noche. ― Siéntate delante de mí. ― Puedo cepillarme el pelo. ― Fue una protesta a medias. ― Sé que puedes, pero yo quiero hacerlo. Quería hacerlo desde el primer momento en que te vi embarcando en el avión. Se veía tan adecuado, tu pelo todo en la parte superior de la cabeza, que se torcía en un estilo perfecto. Yo supe entonces que quería verlo todo desordenado, tu cabello derramándose a través de mi almohada y tus labios hinchados de mis besos. Ese deseo se convirtió en una necesidad, y ahora que te tengo conmigo, tengo la intención de disfrutar de cada pequeña fantasía, no importa cuán pequeña o aparentemente insignificante sea.

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Atada al Fuego Volvió la cabeza para mirarlo, sus ojos se encontraron con los suyos. Sintió el impacto hasta el final de su ingle. ― No creo que cualquier fantasía sea insignificante. ― Su voz se había dejado caer una octava o dos, lo justo para que sonara sensual. Casimir envolvió su mano alrededor de su cuello y se inclinó para besarla suavemente. Casi reverentemente. Ella no lo sabía, pero allí mismo, en ese momento, ella era muy frágil. Muy vulnerable. Su mundo se había desplazado de debajo de ella. El golpe tenía que ser terrible y, lo sabía, su mente debería estar corriendo, recordando todas las pequeñas cosas de su infancia que no habían sumado. Que tenía que haber visto y en las que se negó a pensar. La acomodó entre sus piernas y comenzó a pasar el cepillo por las largas hebras de seda, esperando que el simple acto de cepillarle el pelo la ayudara a calmarse. Sin traición que empañara un buen momento y desde luego no una que había estado ocurriendo desde la infancia. ― ¿Cómo pudo hacer esto? ― Su voz era baja. Sacudida. No estaba seguro de si el temblor era de rabia o de descarga. Él permaneció en silencio, sabiendo que no había respuesta a tal traición. ― Su propio hermano. Él ordenó el asesinato de su propio hermano. De mi madre. Lo amaban. Lo querían. ― Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo. Volvió la cabeza para mirar por encima del hombro hacia él. Su corazón casi se detuvo. Sus ojos estaban húmedos. Líquidos. Azules como el mar más profundo. Las puntas de sus pestañas estaban húmedas. Puntiagudas. No creía que las lágrimas pudieran afectarlo a él, pero su intestino se anudó y su corazón tartamudeó a la vista de sus ojos azules líquidos. El quería ir a la habitación de su tío y cortarle esa garganta mentirosa y engañosa. ― ¿Tienes alguna idea de cuántas veces me he preocupado por tu salud? Yo era sólo una niña y estaba aterrada de que lo perdería. Él me decía que debía ir a sus habitaciones y estar solo. No llamó a ningún médico, no importa cuánto le rogué. Él estaba allí durante dos semanas o más. Una vez estuvo más de un mes. Lloré cada noche, temiendo que iba a morir, mi único pariente vivo. Arturo siempre estuvo aquí conmigo... ― Su voz se apagó. Volvió la cabeza hacia atrás. ― Arturo. ― Ella susurró el nombre.

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Atada al Fuego Él era un hombre de acción. Siempre había sido un hombre de paciencia, pero su dolor era tan profundo que quería golpear algo. No podía matar a su tío, todavía no, pero Arturo era algo completamente diferente. Sus manos estaban firmes mientras ponía el cepillo por el pelo, con un brazo alrededor de su cintura, sujetándola a él. ― Lo amo también, ― dijo. ― A Tío Luigi y a Arturo. Los amo a los dos. Pensé que me amaban. Yo no tengo... ― Se interrumpió bruscamente. ― Lo haces, Giacinta, ― dijo Casimir. ― Tienes a tus hermanas. No son relaciones de sangre, pero pueden serlo también. Ellas te aman. Mis hermanos, en esa granja, ellos te aman. Nunca hubieran enviado por mí si no quisieran protegerte en todo momento. Si no fueras familia para ellos. Ella sacudió su cabeza. ― Ellos no me conocen. Ninguno de ellos sabe lo que soy. En lo que Tío Luigi me convirtió. Soy un asesino. Si mis hermanas supieran... ― Todavía te amarían, golubushka. Eres la misma persona que se arriesgó con ellas. Tú fuiste a las sesiones de orientación con ellas y construiste una casa con ellas. Te entenderían y te ayudarían a través de esto. Mira lo que sus hombres son. Ella sacudió su cabeza. Mantuvo cepillándole el pelo, buscando en su mente las palabras adecuadas, con la esperanza de encontrar algo, cualquier cosa, para consolarla. ― Piense en cada una de ellas. Quienes son. Por lo que han pasado. Entonces me puedes decir que no te entenderían. Ella respiró hondo. Él sabía que estaba tratando de contener las lágrimas para que no cayeran. Él no quería eso. Necesitaba llorar, compartir eso con él. Puso el cepillo hacia abajo y la giró en sus brazos. Ella era reticente, su cuerpo rígido, pero era fuerte y ella no estaba en condiciones de dar la batalla. La atrajo en su regazo y la abrazó hasta que ella dejó caer la cabeza sobre su hombro en derrota. ― Tienes razón, ― dijo. Un pequeño escalofrío recorrió todo su cuerpo. Su voz estaba estrangulada por las lágrimas. ― Me aceptarían. ― Y te aman. Eso no va a cambiar nunca, ― confirmó. ― Jamás. Esas mujeres son tu verdadera familia, Giacinta. Y mis hermanos te aman, y más que nadie en el

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Atada al Fuego mundo, te entenderían y aceptarían. ¿Cómo podrían no hacerlo? Lo mismo que te pasó a ti, nos sucedió. Los otros pueden sospechar, pero Gavriil sabe. Nadie engaña a Gavriil. Él fue el que utilizó el canal de emergencia para hacerme saber que iba a venir a Europa y él quería que te protegiera. Lágrimas calientes cayeron sobre su cuello y los hombros desnudos. Él la apretó en sus brazos. Lo último que quería era que Lissa se alejara de él o de su familia. La traición podía hacer eso. Aislar y comer en una persona hasta que no quedara nada. No iba a tener eso para ella. Él sabía que Luigi tendría que matar a Lissa después de que ella matara la cabeza de la familia Porcelli. Aldo Porcelli sería el último objetivo que Luigi le daría y luego no tendría más remedio que matarla. Lo había sabido desde el principio, desde el momento en que había llevado a Lissa a su casa cuando era una niña pequeña, que tendría que matarla. El hombre había tenido suficiente sangre fría para matar a su propio hermano y hermana en ley, tomar su hija y criarla para ser un arma para él, sabiendo todo el tiempo que él debería deshacerse de ella. No podía permitir que ella pusiera las piezas juntas porque sabía que si lo hacía, iría detrás de él. Casimir se había criado en una escuela brutal. Pero nadie había pretendido quererlo. No había engaños. Él sabía lo que se esperaba de él si quería vivir y si él quería mantener sus hermanos vivos. Lissa había sido criada en un hogar con gente que pensaba que la amaba. Casimir apretó sus brazos alrededor de ella y dejó caer la cabeza en la parte superior de ella, queriendo rodearla con comodidad, con una emoción que no se atrevía a nombrar. Las emociones, para él, dieron su fruto. Nunca fue bueno ser vulnerable, y Lissa Piner le hizo muy vulnerable. Él entendió a sus hermanos ahora, su necesidad de unirse y proteger sus mujeres. Habían encontrado algo para mantener y ahora tenía esa misma cosa en sus brazos. Lloró en silencio, lo que fue aún más desgarrador que si hubiese gritado en voz alta. Las lágrimas estaban calientes sobre su piel y su cuerpo, en sus brazos, sacudiéndolo con la fuerza de su dolor, pero ella no hizo ni un sonido. Ni un solo sonido. Le hubiera gustado que gritara su dolor por la profundidad de la traición de su tío. El llanto sin sonido era como una flecha recta perforando a través de su corazón. Su angustia era demasiado profunda para cualquier cosa, pero las silenciosas lágrimas enfatizaron su resolución de hacer que el tío de ella y Arturo pagaran por todo.

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Atada al Fuego Lissa y Casimir no tenían ningún lugar seguro a donde ir. No tenían santuario. Si tenían incluso una pequeña oportunidad de salir del lío en que se encontraban vivos, tendrían que confiar entre sí de forma implícita. Confiar el uno en el otro. Tomar cada vuelta juntos. Tenía que convencer a Lissa de que podía confiar en él. Él era prácticamente un desconocido para ella. Sería la naturaleza humana que no creyera en él después de que su propia carne y sangre le había traicionado. Tenía que ser muy, muy cuidadoso en los próximos días para asegurarse de que supiera que podía confiar en él. Las palabras no lo harían. Tenía que mostrarle. Ella tenía que sentirlo. La única manera de que pudiera garantizar su fidelidad, la lealtad absoluta, era que ella lo viera por sí misma. Sólo había una manera real. Tenían una conexión psíquica. La había establecido a través de su marca en ella. Podría ser incómodo y peligroso que ella lo viera. Todo de él. Que conociera las cosas terribles que había hecho. Él estaría tomando un riesgo terrible, pero si lo podía aceptar con su pasado sangriento, y vil, ella sabría que absolutamente le pertenecía y que le ayudaría y la guardaría de cualquier cosa que ella optara por hacer. Tomó una respiración profunda, el miedo arañando sus entrañas. Ella levantó la cara mojada de lágrimas, sus ojos moviéndose sobre él, para verlo. Para ver a Casimir, el hombre, no una de las muchas máscaras que llevaba. ― ¿Qué es?

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Atada al Fuego Capítulo 7

Casimir estudió la cara de Lissa. No muchas mujeres podrían resistir una tormenta de llanto silencioso, tener su corazón arrancado de su cuerpo, y todavía poder lucir tan bellas. Ella lo hizo. Sus ojos azules se mantuvieron constantes en los suyos, y sabía que había caído fuerte y rápido, debido a que la veía. Ella podía haber sido derribada por el conocimiento de la extensión de la traición de su tío, pero se volvía a levantar. Siempre lo respaldaría un paso atrás y se mantendría firme. ― ¿Qué es, Casimir? ― Repitió. Tomó aire, sabiendo que estaba arriesgando todo. ― Necesitas saber que puede contar con alguien, Malyshka. Vamos a hacer esto juntos. Golpearlos. A todos ellos. Tus enemigos. Mis enemigos. Para hacer eso tienes que confiar en mí. Ella vaciló y luego asintió. ― Lo hago. Casimir negó con la cabeza. ― Quieres confiar en mí, Giacinta, ¿pero cómo puedes hacerlo cuando no has conocido nada más que traición? Debes tener dudas, quieras tenerlas o no. Puedo poner stus dudas a descansar pero, al hacerlo, verás a Casimir. El hombre de verdad. El asesino. Ella sacudió su cabeza. ― Ese no es el verdadero hombre. ― Lo es. Soy lo que me hicieron. No puedo separar a los dos. Me mentí a mí mismo por muchos años contándome a mí mismo que era el papel que jugaba, que aquel hombre que era un asesino, no yo. Pero todos esos papeles, estaba siendo yo. ― Él le agarró la muñeca con los dedos suaves y giró la mano, la palma hacia arriba. ― A través de esta marca, puedes ver en mi mente. Todo. No voy a ser

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Atada al Fuego capaz de ocultar nada de ti. Verás que nunca tendrás que tener una sola duda acerca de mi lealtad hacia ti. Te puedo dar eso. Pero también verás todo de mí, y me temo que va a aterrorizarte. Que incluso me rechazaras. No soy un buen hombre. Su mirada buscó la suya y él no se inmutó. No apartó la mirada de ella. Estaba dispuesto a desnudarse a sí mismo por ella. Por esta mujer, sería lo que necesitara. Haría lo que necesitaba. Nunca habría otra en su mundo. Esperó el veredicto. Su boca se le había secado y su sangre tronó en sus oídos. Se había enfrentado a la muerte un millón de veces y nunca se había sentido así. ― ¿Harías eso por mí? Fue su tono más que su pregunta lo que entregó el hecho de que se daba cuenta de la enormidad de lo que le ofrecía. Sosteniendo su mirada, asintió lentamente. ― Creo que es necesario, Giacinta, para los dos. ¿Quiero que veas dentro de mí? Diablos no. Pero tienes que saber, no creer, que puedes contar conmigo. Tenemos que estar más cerca de lo que dos personas han estado nunca. Estoy dispuesto a arriesgar todo por una oportunidad de mantenerla. A pocos momentos de que pienses en lo que tu tío hizo y tu confianza se vea golpear a cero. No quiero ser una víctima de lo inevitable. ― Hay una parte de mí que quiere hacer las maletas y correr a casa para esconderme en la granja, ― admitió Lissa. Se apoyó en él y frotó la frente contra su hombro. ― Pero no puedo hacer eso. No tengo el tipo de personalidad que se permita jamás saber la verdad y luego no hacer algo al respecto. Yo no puedo permitir que la amenaza Sorbacov se cierna sobre nosotros, aunque sepa, que no tengo la mejor oportunidad de acercarme a ellos. En cuanto a mi tío y a Arturo, si realmente fueron parte de los homicidios de mis padres y todas las personas que trabajaban para nosotros, entonces yo nunca sería capaz de vivir conmigo misma si no hago algo al respecto. ― Malyshka, tienes que pensar mucho en eso. Estoy dispuesto a llevarlo a cabo, pero si las circunstancias dictan lo contrario, ¿podrías hacerlo? Tienes que saberlo, antes de que te pongas en peligro. Ella no respondió de inmediato. Mantuvo la cabeza baja, presionada contra su hombro para que no pudiera mirarla a los ojos. Le pasó las manos por la espalda, a lo largo de su columna vertebral, hasta llegar a la curva de la cintura y la

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Atada al Fuego hendidura en la parte baja de la espalda. Cuanto más tiempo pasaba en su compañía, más fuerte se sentía el vínculo entre ellos. ― He estado repasando mi infancia, tantas cosas que no tenían sentido se suman ahora. Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Su estómago anudado. Sus brazos le apretaron, tratando de rodearla con su fuerza. Él quería su refugio junto a su corazón, el sentimiento de ternura casi lo abrumaba. Simultáneamente, quería arrancar el corazón de su tío y alimentarlo a él. No le importaría pasar unas horas haciendo la vida del hombre insoportable, hasta que pidiera la muerte. Las dos emociones guerrearon entre sí, y él se preocupaba de que ella se encargaría de él también. ― Él no tiene esclerosis múltiple. Es por eso que no permitía que mi padre hablara con su médico, o por lo que yo ninguna vez lo vi mal. Entraba en su ala de la casa y salía para ir a su familia. Tenía que estudiar de noche y de día. Idiomas, la lectura de mapas, todo lo que posiblemente podría ayudarme a mí junto con mis estudios regulares. Cada tipo de formación y estilos de artes marciales, boxeo y lucha en las calles, las armas, yo no jugué con muñecas o vi televisión, no a menos que fuera un ejercicio de entrenamiento. Al mismo tiempo, despotricó sobre ir detrás de los responsables y cómo ser la ley que alguna vez les traería a la justicia. A lo largo de todo, pensé que era un enfermo, insistiendo en que fuéramos lento y haciendo que pareciera un accidente, pero mirando hacia atrás en las conversaciones, él me llevó en esa dirección. Casimir asintió. Estaba seguro de que su tío tenía la paciencia para llevar a cabo un plan a largo plazo para alcanzar su objetivo final, que era ser el único poder de ambas familias. Luigi no habría sido capaz de hacerse cargo de las dos familias inmediatamente. Si Aldo Porcelli y su padre hubieran muerto de inmediato, incluso su esposa habría sospechado. Al reducir lentamente la vieja guardia, y luego ir tras los hombres a cargo, Luigi se había colocado, con el tiempo, en la elección natural para ser la cabeza de la familia. Él habría tenido que plantar las mentiras necesarias en la mente de su sobrina con el fin de hacerla pensar que todo había sido su propia idea. ― A veces me envió a internados. No por mucho tiempo, pero él dijo que era para obtener una comprensión de otras personas. Nunca tuvo sentido para mí. Yo estaba con otros niños. Ganando puntos de vista de la forma en que la mente de un niño trabajaba no parecía como si me fuera a ayudar a ir adelante en el camino. Por

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Atada al Fuego supuesto, estaba con su familia en esos momentos. Fue su idea el que me fuera a los Estados Unidos. Una vez más, me necesitaba fuera del camino. ― Eres inteligente, Giacinta. No podía correr el riesgo de que se pudieras ver o escuchar algo que no quería. Confiabas implícitamente en él, pero aún no se atrevía a crear la posibilidad de que descubrieras algo. Ella tomó una respiración profunda y su mirada cayó a su garganta. ― Tal vez debería tener claridad de todo esto, Casimir. Tengo que ir a través. Empecé algo hace mucho tiempo, y voy a terminarlo. Él negó con la cabeza, su mano deslizándose por su espalda, por debajo de su largo cabello y enrollándose alrededor de la nuca de su cuello. ― Mírame, golubushka. ― Él esperó hasta que ella levantó la mirada hacia la suya. ― Yo no voy a ningún sitio. Estamos en esto juntos. Puede que no me quieras en este momento, o confíes en mí, pero me necesitas. Eres mía, y te voy a proteger y a ayudarte a través de esto. La mejor manera de que lo hagas es mostrarte quien y lo que soy. Vas a ver en mi mente. No voy a ser capaz de ocultar algo de ti. Ninguna cosa. Tienes que ser capaz de contar con al menos una persona en este momento. Tus hermanas están a un largo camino de distancia, por lo que me tienes. Solo a mí. Y, Giacinta, estoy más que preparado para hacer lo que hay que hacer. Estaba mirando hacia adelante por sí mismo. Ningún trabajo nunca había sido personal para él. Este lo era. Sin embargo, era un hombre de control. Tenía fuego en el interior. Él siempre lo había tenido, pero podía torcer esas llamas para ser lo que el necesitara. Había aprendido la restricción de las muchas lecciones de su juventud. Él era capaz de utilizar el fuego para su ventaja, manteniéndolo sin llama o bajo el control todos estos años. La primera pérdida de control que había experimentado desde los días de su infancia había sido esta noche con Lissa en su cama. Una vez más, la tomó de la muñeca y volvió la palma de la mano hacia él, por lo que estuvo por encima de su muslo desnudo. Él no esperó su consentimiento. No quería que ella luchara con su decisión. Ella estaba tratando de protegerle, y él no necesitaba eso de ella. Necesitaba su confianza. Volvió su propia palma de la mano y la tomó de la otra mano y apretó con fuerza su pulgar en el centro exacto, y luego repitió la acción con su pulgar en la palma vuelta hacia arriba. Una vez que la conexión se arqueó a través de ellos, al igual que una corriente eléctrica. El chisporroteo se inicio en sus palmas y se bifurcó hacia afuera, extendiéndose a lo largo de las vías, de las terminaciones nerviosas, en línea recta

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Atada al Fuego hacia sus cerebros. Él la sintió en su mente y deliberadamente, se obligó a abrirse a ella, para permitir su acceso a sus recuerdos, a todo lo que era, bueno y malo. La deseaba siempre. No quiso ocultar eso de ella. Él quería una casa y una familia con ella. Él quería todo con ella, y él era lo suficientemente despiadado para tomarla. Para protegerla. No trató de mantener eso de ella tampoco. Su pasado inundó su mente. Los recuerdos de su madre y el padre. Había sido tan joven, pero había estado traumatizado, tal como lo había sido, por sus muertes feas. Le habían arrancado de sus hermanos, por lo que estaba asustado, sólo un muchacho joven, golpeado y amenazado, humillado y torturado para mantenerlo fuera de balance y con miedo de aquellos que tenían poder sobre él. Sin vergüenza, dejó abierta la mente de sí mismo por ella para que viera todo. Casimir Prakenskii, al igual que sus hermanos, se había forjado en los fuegos del infierno. Lissa quería llorar por el niño, por todos ellos. Habían sufrido un trauma cuando sus padres y sus seres queridos habían sido asesinados, pero su tormento había sido rápido y luego vino más. El de Casimir no había terminado por años. Había sido azotado, golpeado, y hasta una descarga eléctrica aplicada. Incluso había sido torturado en el agua. La formación sexual debería haber sido al menos placentera, pero era todo sobre el rendimiento y el control. Si él no podía controlar su excitación, era golpeado fuertemente. Si la mujer no podía excitarlo, era golpeado. Asqueada, Lissa casi tiró de su pulgar en dirección contraria, pero luego sus memorias de trabajo estaban ahí. Años de estar solo. Lissa nunca se había sentido completamente sola, no como él lo hizo. Vio los muchos papeles que había jugado con el fin de acercarse a sus objetivos. Se había disfrazado con gran eficiencia y paciencia. Había refinado sus habilidades en los últimos años, implacable en su persecución y sin embargo nunca corriendo o cometiendo un error. En consecuencia, tenía un registro perfecto. Era enviado tras un objetivo y no se detenía hasta que realizaba el trabajo. No podía dejar de admirar sus habilidades. Aún así, a lo largo del camino, con tantos golpes como él había hecho, las cosas habían sido obligadas a ir mal. Él llevaba esas cicatrices. Las peores estaban en su rostro y el cuero cabelludo y habían venido de un compañero de estudios enviado por el hombre que había cambiado de bando. Había empezado a trabajar para la mafia rusa, utilizando sus habilidades como ganancia monetaria. Al anciano Sorbacov no le había gustado. Lissa contuvo la respiración mientras se desarrollaba esa memoria en particular y vio el arma que tenía como objetivo tratar de tomar la cabeza de Casimir. El

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Atada al Fuego hombre había forjado las cuchillas, curvas para que se ajustaran más a un cráneo y a la cara como una máscara. Las blandía como una espada, golpeando la jaula de acero afilado en sus víctimas con el fin de mantenerlos en su lugar para la matanza. Cuanto más se esforzaban, más profundo las cuchillas penetraban. Casimir no había tenido problemas. Había permitido que el asesino le sacara de la jugada y le había golpeado con su propia hoja. Había tomado más tiempo eliminar la máscara de cuchillas de la cara y el cráneo de lo que había gastado matar a su oponente. ¿Quien tenía ese tipo de disciplina? ¿Qué se necesita para ser el hombre que podría tener su cara y el cráneo reducido a pedazos, la sangre corriendo por todos lados, y con calma matar a su atacante y quitar el dispositivo tan horrible? Luego le fue viendo más allá de los papeles, a Casimir, donde escondió ese último pedacito de sí mismo. Él era leal a un fallo. La había elegido. A su ángel. Pensaba en ella de esa manera. Su ángel de la justicia. Una espada, matando por una buena causa. Se consideraba el diablo más oscuro, un demonio forjado en los fuegos del infierno. Tenía que quemar en él incendio, nunca debía ser salvado. Ella sacudió la cabeza ante la forma en que los miraba a ambos. Aún así, por todo ello, no quería a ninguna otra mujer. Sólo a la mujer real, Giacinta Abbracciabene, en su mente. En su alma. De alguna manera, ella se había metido en él, más de lo que nadie había estado siempre. Ella se había deslizado más allá de su guardia y estaba firmemente afianzada. Ella era su elección. Él le dio su corazón completamente. Absolutamente. Definitivamente. Su lealtad a sus hermanos era profunda, una elección que había hecho hace largo tiempo, pero su lealtad a ella abarcaba todo. No había forma de negarlo. De que pudiera fingir eso. Lissa no entendía la conexión entre ellos. Pero querría hacerlo. ¿Por qué ella sería su elección tan completamente? ¿Cómo sabía y porque aceptó el hecho? Pero no podía negar la conexión, ni podía negar la forma en que ella se sentía por él. Tal vez todo sucedió demasiado rápido, pero no le importaba. Lo había querido antes de que descubriera el desastre en el que estaba, ahora le quería a él aún más. Alguien en su vida que tenía que ser real. El la vio a ella. Él pensaba que era extraordinaria. Él aceptaba a la verdadera Giacinta. Se había hecho a sí mismo completamente vulnerable a ella por lo que se negó a hacer menos. Ella le dio, a ella. Todo lo que ella era. Él era su elección. Ella había tomado esa decisión cuando ella le dio su cuerpo. Esto era diferente. Esto era más. Ella tomó la decisión de darle su corazón y el alma. Su lealtad. Todo eso. No importaba el poco tiempo que tenían, o cuánto, ella no tenía que volver.

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Atada al Fuego Ella le dejo ver su infancia. Luigi había sido frío al principio, incapaz incluso de besarla e incomodo con ella, pero había supuesto que la torpeza se debía a que era un hombre que no tenía hijos, o una familia. Su afecto vino con el tiempo, abrazos lentos y distantes, de vez en cuando, con Lissa siempre iniciando el contacto. Ella había pensado que le estaba enseñando cómo mostrar afecto. Ella le dio todo. La terrible soledad. La culpa por que ella no pudo encontrar a todos aquellos que habían participado en la matanza de su familia. El amor que sentía por sus hermanas elegidas. El miedo cuando Luigi la despidió hacia los Estados Unidos. La planificación cuidadosa de cada objetivo y su reacción después. Casimir se alejaba con frialdad, del trabajo hecho. Ella pasaba horas vomitando en el baño. Sin embargo, su determinación para llevar a los asesinos ante la justicia era tan fuerte como su determinación de hacer su trabajo a lo mejor de su capacidad y seguir con vida. Ella le dio lo que sentía por él. La química. La alegría de sentir una atracción hacia él. De tener que reconocerla al verlo. Las emociones ardientes dentro de ella, fuego caliente, apasionado, ardiente con hambre de él. Solo el. El miedo a que no fuera real. El temor de que como todos los demás en su vida, él desapareciera. Temiendo que sus hermanas se enteraran de quién era ella y que pensaran que ella era un monstruo. Casimir cerró los ojos y se permitió relajarse por primera vez desde que se había dado cuenta de que su tío tenía que estar detrás de la muerte de su familia. Lissa lo aceptó como era. El verdadero Casimir Prakenskii, con sus pecados irredimibles. Ella vio en él y todavía tenía ese deseo ardiente por él. Su mujer. Ella tomaría el mal con el bien. Él levantó la palma de la mano a la boca y besó la marca descolorida con mucha suavidad. Él era un hombre forjado en infierno. No debería haber sido dulce o tierno. El fuego en él por sí solo debería haber impedido esas emociones, pero con Lissa, esas eran sus primeras emociones. Él ya era un adicto a la hora de amarla. El ansiaba estar tan cerca de ella como era posible, para su gusto, por su cuerpo. Todo estaba allí, pero envuelto en sus emociones más profundas. Se apoyó en él, sin soltar su mano, el pulgar presionando allí. Sus largas pestañas se agitaron. Amaba sus pestañas. Gruesas. Oro rojo. Plumoso que se volvía hacia arriba, rodeando unos ojos azules profundo, muy vibrantes. El pelo le caía a su alrededor como una cortina de fuego. ― Gracias por estar aquí. Nunca hubiera sospechado de él y, al final, él me habría matado. Me salvaste. ― En más de un sentido. Oyó el eco de su pensamiento como si ella hubiera hablado en voz alta. Era muy consciente del legado en su familia, la

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Atada al Fuego capacidad de hablar unos con otros telepáticamente una vez que estaban conectados por ese hilo psíquico. No se había dado cuenta de lo íntimo que sería, su voz susurrando en su mente, tocándolo en el interior, alejando todo vestigio de soledad. Ese suave susurro llevó su cuerpo a la vida, su pene se agitó con avidez. La levantó de su regazo y le escondió bajo las sábanas. Estaba agotada mental, emocional y físicamente. ― Necesitas dormir, golubushka. Ella sacudió la cabeza, sin separarla de la almohada. ― No puedo dormir aquí. Él no puede saber de nosotros. Vendrá detrás de ti, Casimir. Sabes que tengo razón. ― Yo sé que tengo que mantenerte a salvo. Yo te quiero conmigo, así que no hay posibilidad de que él intente concertar un accidente temprano. Voy a ver por ti, te dejaré dormir un par de horas, y luego te quiero de nuevo. Después, puedes volver a caer en tu habitación y vamos a estar listos para el día. Vas a tener que insistir en que Tomasso este contigo, no Arturo. Encuentra una razón. Casimir se deslizó hacia abajo en la cama, curvando su cuerpo alrededor del suyo, enganchando su brazo alrededor de la cintura y atrayéndola hacia él hasta que estuvo parcialmente debajo de él. Esperó que se relajara, para fundirse con él en la forma en que lo hizo cuando ella lo aceptó. Le tomó un poco más de lo que esperaba y se encontró sonriendo. Lissa no era una mujer de obedecer ciegamente. Pensaría y analizaría todas las decisiones por sí misma. Él sabía que era un hombre controlador, pero le gustaba que ella no fuera una mujer a controlar. Harían fuegos artificiales, de vez en cuando, pero podría vivir con eso. Se durmió rápido, a la deriva con un pequeño suspiro, dejándolo envuelto alrededor de ella, dando rienda suelta a sí mismo para que dejara que sus dedos acariciaran su piel justo debajo de sus pechos, de vez en cuando él los acariciaba, sólo porque eran tan suaves y él podía. Su cabello olía maravilloso, un débil, casi olor evasivo del que sabía que nunca se cansaría. En primer lugar, antes que a cualquiera de los otros, tenían que llegar al guía de perros. Tenía un par de preguntas para el hombre. Él quería una confirmación absoluta antes de que procedieran con cualquier plan. Estaba seguro de que estaba en lo correcto y Luigi Abbracciabene, era una serpiente traidora de la peor clase, pero él quería una prueba para Lissa. Él conseguiría la prueba para ella, para los

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Atada al Fuego dos. Si estaban en lo correcto y Luigi era culpable, a continuación, mientras informaba de la exitosa eliminación de Cosmos Agosto, iba a encargarse de Arturo. No quería ser agradable sobre él tampoco. Con Luigi siendo la coartada de Lissa, cuando Arturo muriera, su tío no sospecharía de hacer un movimiento en contra de él. Lissa se movió, tirando de su cuerpo sobre sí misma, las rodillas se encogieron, colocándose de modo que ella estuvo en la posición de un feto. Él apretó su abrazo posesivamente. Ella hizo un sonido suave de angustia en su sueño. ― Shh, lyubov Moya, estás a salvo. Te tengo. Estás a salvo conmigo. ― Depositó caricias abajo sobre la parte posterior de su cabeza en un esfuerzo por calmarla a ella. Otro pequeño sonido escapó y con el corazón encogido, se dio cuenta de que ella estaba llorando en su sueño. Eso le rompió. Se quedó allí en la oscuridad, manteniéndola cerca, susurrándole en ruso, con la tentación de cantar su canción de cuna rusa, y todo el tiempo él planeaba la muerte de Luigi. Si alguna vez pensó en prolongar una muerte, o torturar a alguien, habría sido Luigi. ― Estás rompiendo mi corazón, Giacinta, ― susurró en su oído. ― Tienes que parar. ― Estaba creciendo en desesperación. No era un hombre que se sintiera desesperado, y sin embargo, allí estaba, estaba dándole vuelta de adentro hacia afuera. Él ahuecó su pecho, deslizando suavemente el pulgar sobre el pezón mientras él empujó la gruesa masa de pelo de la nuca de su cuello para poder besar su camino a través de esa franja de piel tentadora. El suave llanto continuó, pero ella se apartó de su lado a la espalda para que pudiera distinguir la angustia en su cara. El profundo sentimiento de traición. El dolor de su familia perdida. Había aceptado el hecho de que su tío había sido el hombre detrás de los asesinatos de su familia. Ella sabía que Luigi le había escondido con el fin de formarla como un arma a utilizar para promover su causa. También sabía que no tenía más remedio que matarla cuando el último obstáculo en su camino para convertirse en la cabeza de ambas familias fuera retirado. Casimir quiso llorar junto con ella. Ese tipo de traición era sin medida, estaba más allá de su comprensión. Encontró que tomaba toda su disciplina, cada bit de su control, no ir a la planta baja y poner una bala en la cabeza del hombre. En su

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Atada al Fuego lugar, inclinó la cabeza y rozó sus labios con los suyos. Su rostro estaba mojado por las lágrimas. ― Giacinta. Lyubov Moya, abre los ojos para mí. El terrible vacío tragándola toda retrocedió un poco, empujado a un lado por el terciopelo acariciante de la voz que interrumpió en su bucle sin fin de una pesadilla. Lissa quería alcanzar la voz, pero al parecer no podía moverse, no podía liberarse, no cuando ella estaba tan rota, sus pedazos esparcidos en el suelo a su alrededor. Luigi había hecho eso. Su querido tío. Se había preocupado por él durante tanto tiempo. Cada vez que fue a verlo, tenía que pasar tiempo solo en el ala de su casa sufriendo con su batalla contra la esclerosis múltiple. Ahora sabía que, aunque estuviera preocupada, pasaba ese tiempo con su esposa y su familia por lo que tendría una coartada cuando muriera otro miembro de la familia Porcelli. La había dejado sin nada en absoluto. ― Vamos, Malyshka, mírame. Estoy aquí. Nada puede llegar a ti. Van a tener que caminar a través de mí para hacerlo. Abre tus ojos. Regresa a mí. Esta voz. Fascinante. Hipnótica. Imposible de ignorar. Áspera y atractiva. El tono bajo de manera que el sonido se hundió a través de la piel hasta los huesos, marcándola. Forzando su salida de la pesadilla, sólo que no era un sueño terrible. La traición y el engaño eran realidades en su vida. Si ella abría los ojos, incluso para él, para Casimir, tendría que hacer frente a esas cosas. Tendría que admitir la derrota, que su tío había ganado. Que le había roto cuando ni siquiera la muerte de sus padres lo había hecho. ― Giacinta.― El tono de voz cambió. Dominante. Ya no persuadiendo. ― Tienes que mirarme. Ella no quería obedecer. Vería que era una cáscara vacía, que Luigi había logrado destruirla. Aún así, no había manera de hacer caso omiso de ese tono. Lissa levantó las pestañas, con su corazón tan pesado que temía que fuera una piedra en el pecho. Ella lo sentía allí. Casimir Prakenskii. Su roca cuando el mundo se había desplazado de debajo de ella tan duro y rápido. Una profunda grieta se había abierto bajo sus pies, amenazando con arrastrarla abajo, ahogándola, y allí estaba él.

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Atada al Fuego Se quedó mirándolo a la cara. Fuerte. Masculino. Línea de corte, como una escultura griega, cada línea perfecta, fuerte mandíbula. Esa insinuación de una sombra oscura. Las largas pestañas. Los ojos brillantes tan volubles que le robaron el aliento. Su boca le llamó la atención, unos labios de pecado, una promesa de malvado placer que ella sabía que él era más que capaz de cumplir. Sobre todo, vio en él fuerza. Era hermoso. Maravilloso. Él le sonrió, una sonrisa suave, un destello de sus dientes blancos, sus ojos vagando posesivamente sobre su cara, viendo todo, evaluando sus emociones. Vigilante. Cuidando. ― Golubushka. Palomita. ― Susurró el cariño suavemente. El corazón le dio un vuelco. Un sonido escapó, un pequeño susurro, de pérdida. Ella se estiró para tocarlo a él. Para encontrarlo sólido, no era un sueño. Necesitaba realidad en un mar de incertidumbre, y él estaba allí. Su pecho desnudo era puro músculo, definido. Sus brazos ondulaban con los músculos. Tan fuerte, no sólo físicamente, sino en todos los sentidos. ― Estoy perdida, Casimir, ― susurró. Diciéndole la verdad, dándole su mayor vulnerabilidad. Nunca se había sentido tan perdida en su vida. Mantuvo la mirada fija en él. Casimir, el hombre que la veía a través de este terrible golpe. La pérdida de su última relación de sangre, un hombre al que había amado la mayor parte de su vida. Se había aferrado a él, creía en él, y en el fondo, se sentía destrozada. ― No se puede perder, Giacinta, no cuando estás conmigo. Yo siempre voy a encontrar nuestro camino. Solo espera por mí. Vamos a salir de esto juntos. No creía que eso era cierto. Siempre se había considerado fuerte. Había trabajado duro para hacerse de esa manera. Nunca se había sentido así. Ni siquiera cuando había sido una niña desconsolada. Había tenido un propósito a continuación. Sabía quién era ella. Estaba orgullosa de esa persona. Ahora, ella no sabía ninguna cosa. ― Me rompió, Casimir, ― confesó. ― Estoy tan rota. En millones de pedazos. No puedo pensar en qué hacer. ― Para su horror, oyó las lágrimas en su voz. Ella no era débil. Sin embargo, ahora, cuando necesita ser fuerte, más que en cualquier otro momento, cuando era necesario ser decisiva y hacerse cargo, dos de sus puntos más fuertes, se caía a pedazos.

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Atada al Fuego ― No lo estas, Malyshka, no estás rota. Luigi Abbracciabene nunca te podría romper. Nunca. Él te tiró al suelo. Duro. Fue un éxito, Giacinta, un golpe que te hizo sentir menos, pero vas a conseguir levantarte. Eso es lo que haces, lo que siempre has hecho, y es lo que vas a hacer en esta ocasión. Ella contuvo el aliento cuando Casimir inclinó la cabeza y rozó su boca sobre cada uno de sus ojos, tomando el dolor lejos. Dejó un rastro de besos a lo largo de sus pómulos altos, bebiendo en las vetas húmedas, sustituyendo las lágrimas con diminutos dardos de fuego. Ese fuego parecía encontrar su camino en sus venas, calentándola cuando estaba tan fría. ― Todavía me siento tan perdida y sola, Casimir. Él me hizo eso. Tomó todo, el fundamento de mi vida, directo de debajo de mí. Él me espantó. No he tenido miedo desde ese horrible día en que los perros nos llevaron abajo. El corazón de Casimir dio la vuelta. Sus ojos, tan vivos, tan azules como el mar más profundo, lo miraron con inquietud, perdida, una mirada triste que apenas podía soportar ver en ella. Tan vulnerable. Tan sola cuando ella no lo estaba. Tenía que verlo de pie junto a ella. Tenía que sostenerla, apoyarla de modo alguno que pudiera porque ella siempre sería su elección. ― No estás sola ahora, lyubov Moya. Estás segura aquí. Es normal sentirse roto. Incluso si estuvieras en un millón de piezas, encontraría cada una y las pondría juntas de nuevo. Era tan hermoso. Una roca. Se sentía más firme con solo mirarlo. Su voz tenía un tono bajo, pero hablaba con convicción absoluta y se encontró creyendo en él. Creyendo que no estaba tan rota como se sentía en su interior. Luigi le había derribado, pero ella no estaba fuera. Nunca estaría fuera. ― Él ha hecho esto. Sé que lo hizo. Él asintió con la cabeza lentamente. No se inmutó por la verdad esta vez. Una parte de ella había mantenido la esperanza cuando estaban hablando antes, pero había pensado en todo, cada pequeño detalle de su infancia, y de cuando creció en la casa de Luigi. Las piezas del rompecabezas que no había sabido que faltaban cayeron en su lugar. Sabía que, mientras se estaba yendo a dormir, Luigi había cometido traición mucho más allá de lo que jamás podría haber concebido. E iba a conseguir una prueba antes de que ella hiciera su movimiento, pero sabía, más allá de toda duda, que era culpable.

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Atada al Fuego Ella acercó una mano temblorosa para frotar su palma de la mano a lo largo de la mandíbula terca de Casimir, sintiendo la erizada sombra oscura contra su huella en ella. Los picos rasparon sobre su cuerpo, a lo largo de su piel. Había compasión en sus ojos. Sensibilidad. Calor. Pero sabía la verdad también. Él no iba a mentirle a ella. El sabía que Luigi había orquestado el golpe en su hermano y su familia. ― Dame un beso, Casimir, ― susurró. ― Necesito besarte. No dudó. Su mano enmarcó su cara y su boca tomó la de ella. Amable. Engatusando. Ella abrió los labios, lo que permitió que su lengua barriera dentro y se enredara con la de ella. Su boca era puro fuego. Quería quedarse allí. Grabarse allí. Dejar que las llamas barrieran a través de ella, consumiendo cada detalle feo de su vida. Ella probó el amor por primera vez en su vida. No sabía si lo conocía o no, pero estaba ahí, mezclado con el hambre. Con la lujuria. Con la necesidad. El amor sabía diferente. Una promesa. Hermosa. Y la necesitaba ahora más que en cualquier otro momento de su vida. Tuvo que parpadear las lágrimas de nuevo. Nunca había pensado en degustar esa emoción. Ciertamente no ahora, en su momento más oscuro. Le devolvió el beso, fusionándose, sintiendo el fuego en crecimiento, perdiéndose a sí misma en su boca para que no tener que pensar más. No quería pensar, sólo sentir. Aun así, era aterrador. ¿Y si le daba demasiado? ¿Y si lo aceptaba, todo esto, y luego se iba lejos de ella? Ella no se recuperaría. Lissa cayó de nuevo entre las almohadas, su corazón latía con fuerza, el miedo sacudiendo en ella. Casimir levantó la cabeza unas escasas pulgadas, su mirada vagando posesivamente sobre su cara, por primera vez viendo lo joven que era. Ella era dueña de sí misma. Disciplinada. Nunca se había sentido joven para él, pero ahora, con su mundo al revés, la vio con tanta claridad. Tenía muchas razones para estar aterrada y sin embargo, ninguna en absoluto. Él no iba a ninguna parte. No. Nunca. Él le dio un beso sobre sus labios, esos hermosos y suaves labios llenos, más tentadores que todo lo que había conocido en su vida. Se abrió un camino de fuego hacia el pulso latiendo en su garganta. Ese punto dulce que le permitía saber que ella estaba respirando. Estaba viva. Nadie la había tomado de él. Besó el punto del pulso, sintiendo su corazón latiendo debajo de su boca. Su lengua. Su piel sabía a

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Atada al Fuego paraíso. Besó su camino a lo largo de su clavícula. Ella era una mujer de acero, su columna vertebral tan dura e incluso más fuerte que la mayoría de los hombres, pero en ese momento podía sentir lo delicada que era, lo frágiles que eran los huesos. Se tomó su tiempo, encontrando su camino sobre las exuberantes curvas de sus pechos, en el valle entre ellos. Enterró la cara allí, inhalando. Saboreando. La sombra en su mandíbula raspando contra sus pechos suaves. Él la sintió respondiendo con temblores. Las manos de Lissa fueron a sus hombros como si le fuera a apartar. Había tensión en ella cuando tembló debajo de él. ― ¿Qué estás haciendo? ― Susurró. ― Memorizándote. Amándote, ― respondió en contra del pequeño capullo apretado de un pezón. Su lengua birlando suavemente. ― Con cada respiración que tomo, Giacinta, Estoy más enamorado de ti. ― Se merecía que fuera suave. Una oferta. Ella le necesitaba suave y tierno. Tenía miedo de él, miedo de confiar en él, pero necesitaba ahora más que nunca el fuego que quemaba a través de los dos. Envolvió su brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia debajo de él cuando tomó el exuberante montículo, profundamente en la boca, aplanando su pezón en el techo de su boca con la lengua. Su respiración silbando fuera de ella y sus piernas moviéndose inquietas. Su mandíbula ensombrecida roso áspera contra su piel sensible, mejorando la estimulación de su boca y la lengua. Añadió los dientes, suavemente. Sólo un pequeño pellizco, pero ella reaccionó, jadeante, sus caderas tronzado. ― Suave, Malyshka, me necesitas suave esta noche. Voy a estar absolutamente seguro de que sabes que eres amada. ― Murmuró el voto en contra de sus pechos, pellizcando de nuevo y luego poco a poco comenzó su recorrido por su cuerpo. Quería reclamar cada pulgada de ella. Amar cada pulgada. Ella no sabía lo mucho que lo necesitaba suave, pero lo hacía, y ella iba a conseguirlo. Memorizó su cuerpo con sus manos, deslizándolas sobre su piel sedosa. Las exuberantes curvas, los lados de sus pechos, debajo de ellos, a lo largo de su estrecha caja torácica, y luego barriendo hasta la cintura. Él siguió sus manos con la boca, con los labios para darle un beso, su lengua como caricias de terciopelo y sus

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Atada al Fuego dientes mordiendo y mostrándole cómo las terminaciones nerviosas se disparaban bajo un asalto lento. Su sangre rugía en los oídos, corrió por sus venas directamente a su ingle hasta que estuvo tan lleno y duro que pensó que podría estallar. Sólo tocarla le hacía eso. Sentirla a ella. El sentir la seda de su cabello contra su cuerpo. El satén de su piel resbalando por debajo de su palma. Era tan hermosa, una mujer a la que nunca creyó poder tener jamás. Su propia mujer. Besó su ombligo, le acarició el vientre plano y permitió que sus manos fueran a la deriva hacia abajo, sobre las caderas, la localización de los huesos allí, bajando aún por sus muslos. Él sintió que sus músculos cambiaban y ondulaban, danzando con la excitación. Su boca se movió más abajo, con las manos separando sus muslos, dándole acceso a su calor. Pasó su lengua, tomando el sabor suave y lento, de forma lánguida y perezosa, tomándose su tiempo. El aliento de golpe salió de ella y sus caderas se resistieron. Ella gritó su nombre, sus uñas excavando en su hombro. El aumentó la presión sobre sus caderas, sujetándola hacia abajo para que poder continuar su exploración ininterrumpida. Ella era fuego líquido puro. Ella sabía a gloria, y se entregaba él mismo. Esto era para ella...pero no pudo resistirse. Se había olvidado. El sabor de ella estaba en su boca cuando se despertó horas de la mañana, pero aún así, se le había olvidado lo bueno que era en realidad. Los primeros minutos fueron puramente egoístas. Sus uñas yendo más profundo y su respiración se hizo entrecortada mientras su boca y la lengua la llevaron arriba sobre la tensión en espiral apretada y ardiente en su interior. Añadió un dedo, presionando profundamente a través de sus apretados músculos. ― Casimir. ― Su aliento explotó de sus pulmones. ― Vamos, ― ordenó en voz baja. ― Simplemente déjate ir, lyubov Moya, deja que te lleve. ― Él mantuvo su asalto a sus sentidos, su boca golosa, pero aún así lo más suave que podía ser cuando él no era un hombre amable. ― Nada es más caliente para mí que verte venir por mí. ― Se refería a eso. Le gustaba mirar en sus ojos. Darle ese regalo. El sonido de su voz, entrecortada, desigual, jadeando su nombre. Era música. Hermosa. Un paraíso que nunca pensó que jamás podría tener. Sus ojos en los de él, e hizo exactamente lo que ordenó, su canal, abrasador, apretando su dedo, y su pene se sacudió con avidez. Ella se estremeció, sus caderas

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Atada al Fuego retorciéndose, empujando más profundamente en contra de su dedo, moviendo sus manos sobre los hombros y los brazos hacia abajo a sus muñecas. ― Por favor, cariño, te necesito. Él no iba a hacerla suplicar. No esta vez. Esta vez quería que ella supiera en cada célula de su cuerpo que era amaba a fondo. Él quería que ella sintiera, su marca dentro de ella, en el fondo, de donde nunca sería sacada. Él empujó sus rodillas flexionadas y separadas y se movió sobre ella. ― Envuélveme, Malyshka, ― ordenó en voz baja. ― Bloquea los talones alrededor de mis caderas. Quiero sentir cada pulgada de ti en mi contra. Rodeó su pene con el puño y empujó la corona en su caliente entrada, resbaladiza. El sentimiento era insoportablemente bello. Apretado. Caliente. Escaldado. Él esperó a que ella le obedeciera, mientras lo envolvía a él con los brazo, así como con sus piernas, hasta que cada pulgada de su parte delantera se fundió en la suya. El fuego estaba allí. Su fuego. El de ella. Lo sentía en el estómago, un rugido que no podía controlar mucho tiempo. Lo sintió en su pene mientras empujaba a través de su vaina de fuego, obligándola a dar paso a su invasión. Muy apretado. Tan perfecto. El no podía ir a través. Se obligó a mantener el suave ritmo, sin prisas ya que él sabía que era capaz de matarlos a los dos. Una pulgada lenta a la vez. Se observó a sí mismo desaparecer en su cuerpo. Tan hermosa. Podía sentir el lento asalto, su polla gruesa forzando sus músculos para dar paso, a estirarse para acomodar su tamaño. Eso se sentía como si un puño de fuego le sujetara a su alrededor, sus músculos como un tornillo de banco, acariciando y mimando con llamas de terciopelo. Poco a poco, sin descanso, obligó su entrada, pulgada a pulgada, lentamente, en ella hasta que estaba sentado profundamente, manteniéndola quieta, dejando que su cuerpo se ajustara a la quema, extendiendo la sensación. Dejando que se ajustara al fuego. Su boca redondeada, sus labios formando su nombre, pero sólo un suave gemido escapó. Sus pestañas revolotearon y sus caderas se presionaron más profundamente en él, pidiéndole sin palabras que se moviera. Ella necesitaba el movimiento. Lo quería. Lo exigía. Estaba tan hermosa debajo de él, su cuerpo se balanceaba con cada movimiento suyo. Sus pechos se sacudieron incitantes, pequeños guijarros duros de sus pezones contra el pecho, la sensación increíblemente erótica para él. Sus caderas se resistieron con más fuerza, tratando de bajar hacia él, para obligarlo a entrar en conformidad.

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Atada al Fuego ― No te puede mover, Malyshka, ― advirtió, apretando los dientes por el placer que irradiaba de su polla hacia el resto de su cuerpo. Se agarró a él con tanta fuerza, que el fuego tan caliente, rayo casi en el dolor, sin embargo, no quería que se acabara nunca. ― No voy a durar ni cinco minutos si no permaneces inmóvil. Has tomado lejos mi control. ― Había trabajado duro por ese control. Había sido golpeado en él y ahora, cuando él más lo necesitaba, cuando nunca le había fallado antes, estaba en peligro de perderse por completo. ― Creo que no puedo dejar de moverme, ― confesó ella, jadeante, mordiéndose el labio, intentando calmar su cuerpo ante la orden en su voz. Le encantaba eso de ella. Ella trataba de hacer lo que le pedía, sin importar lo difícil, y permanecer inmóvil era difícil. Alisó su mano sobre su trasero, esas deliciosas curvas que encontraba tan intrigantes, tomando una respiración, con ganas de quedarse a vivir justo donde estaba. Se movió entonces. Lento. Retirándose. Durante todo el camino, casi perdiendo el contacto. Sus ojos se abrieron y sus tobillos le bloquearon con más fuerza, como si ella lo pudiera sostener con ella. Se lanzó hacia delante con un golpe fuerte, rápido, conduciendo a través de sus pliegues apretados de manera que la fricción fue casi insoportable. Fuego atravesó su cuerpo. Ella gritó, agarrándose a él, deslizando sus manos hasta sus caderas para cogerlo, para tratar de instarlo a seguir adelante. Se retiró de nuevo, incluso más lento, y esta vez los ojos en su cara, comenzó un asalto lento y constante en sus terminaciones nerviosas. Conduciéndose lento, y retrocediendo aún más lento, permitiendo que su fuego le rodeara, para agarrarlo y exprimirlo. ― Casimir. ― Ella gimió su nombre. Mantuvo el movimiento lento y constante, manteniendo la fricción directo sobre su pequeño y dulce botón, justo lo suficiente para penetrarla, no para enviarla sobre el borde. Le costó. El sudor en su cuerpo. Su sangre tronó en sus oídos y rugió a través de sus venas. Durante todo el tiempo que se movía en ella, amándola a ella, sintió el asalto a su propio cuerpo, el poder reuniéndose como la fuerza de un volcán retumbante, esperando, manteniendo a raya la explosión más grande. La excitación era tan intensa que era dolorosa, formando un arco a través sus muslos, hirviendo en sus bolas, martillos neumáticos perforando en su cráneo, y sin embargo, todo eso sólo aumentó el placer quemando a través de él.

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Atada al Fuego El aliento se le quedó atascado en la garganta. Sus ojos se abrieron. Las uñas fueron a profundidad. Ella se fue por encima del borde fuerte y rápido, tan inesperado, con tal fuerza, que lo arrastró a lo largo de la pólvora. Se sumergió en ella, varios golpes duros, mientras que las llamas quemaron por encima de ellos, consumiéndolos a los dos, y sus gritos resonando en su mente. Se dejó caer sobre la parte superior de ella, fijando su pequeño cuerpo debajo de él, dejando que tomara todo su peso mientras que enterró la cara en su cuello, su corazón latiendo aceleradamente, sus pulmones en bruto y adoloridos, todo su cuerpo saciado. Las réplicas los sacudieron a los dos, su cuerpo todavía estaba vivo, ondulando en torno suyo. Se quedó allí por mucho más tiempo de lo que debería, dejando que su corazón latiera, absorbiendo la sensación de ella debajo de él. Saboreándolo. Ella no protestó ni intento empujarlo. Ella lo besó en la sien y froto sus manos por su espalda. ― Ya Lyublyu tebya, ― susurró, lo que significaba. Él cambió su peso de encima, pero se quedó enterrado en ella, sus manos enmarcando su rostro. ― ¿Entiendes? ¿Has oído lo que mi cuerpo dice al tuyo? Trazó su labio inferior con la yema del dedo. ― Te he oído, Casimir. Me siento igual. Gracias. Te necesitaba esta noche y yo debería haber sabido que estarías aquí para mí. Se dio la vuelta, llevándola con él para que se extendiera por encima de él. Agarrando las sabanas, y colocándolas encima de ambos. ― Vuelve a dormir, golubushka. Voy a despertarte antes de tengas que regresar a tu propia habitación. Ella apoyó la cabeza sobre su corazón, sus manos moviéndose arriba y abajo de su hombro y bíceps, mientras se quedaba dormida, sabiendo que iba a cuidar de ella.

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Atada al Fuego

Capitulo 8 Patrice Lungren se sentó en el asiento duro del viejo autobús y sonrió al niño frente a ella. Su madre le dio una rápida sonrisa a cambio. Patrice sabía exactamente lo que veía la mujer, había asumido su papel a la perfección. Patrice era pequeña y muy delgada, casi un palo. Llevaba un favorecedor pantalón y una blusa de seda corta, acompañada de una chaqueta, muy elegante. Su pelo negro era brillante y caía sobre los hombros en un corte muy sofisticado. Sus cejas eran oscuras y cuando se quitaba las muy caras y oscuras gafas, los ojos y las pestañas eran así. Tenía un lunar justo a la derecha de sus labios, sus botas eran de cuero caro, suave, el color coincidía con el color rojo oscuro de la chaqueta. ― Es hermoso, ― dijo Patrice. Cuando la mujer negó con la cabeza, repitió la observación en italiano. La mujer le sonrió. ― Grazie. Gracias. ― Ella trató de hacer lo propio en inglés. Es evidente que lo hablaba pero había tenido miedo de intentarlo con un estadounidense. Indicó la cámara de Patrice. ― ¿Fotografias? Patrice asintió. ― Tiendas. Hogares. El océano, el campo. Todo. ― Ella sonrió ampliamente. ― Me encanta estar aquí. Vengo tan a menudo como pueda de visita. Tomé una clase de cocina en el pueblo a unas pocas millas de distancia y fue maravilloso. ― Patrice Lungren, había, de hecho, tomado esa clase de cocina. ― ¿Te gusta viajar? ― La joven madre ahora parecía decidida a practicar su inglés.

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Atada al Fuego ― Me encanta, ― admitió Patrice. ― Afortunadamente, estoy en condiciones de disfrutar de mi afición de viajar y lo hago a menudo. Italia es mi favorita, pero viajar por toda parte. Pero siempre me encuentro regresando una y otra vez. Algún día, me gustaría vivir aquí permanentemente. ― ¿Por el mar? ― El autobús viajaba a lo largo de la costa, así que era una buena suposición. Patrice sonrió y asintió con la cabeza. ― Estoy tomando fotografías de las casas. Quiero tantos ejemplos de lugares en los que podría vivir como sea posible. Yo estuve en un bar capuchino hace unos días y alguien me dijo acerca de los hogares a lo largo de este tramo de la costa. Se supone que las casas son muy bonitas. La joven madre asintió. ― Costosas. ― Ella forcejeó por un momento. ― ¿Caras? ― Supuso Patrice. La joven madre asintió vigorosamente. ― Muy caras, pero hermosas. El autobús se detuvo a un lado de la carretera, y Patrice le dirigió otra sonrisa. ― Encantada de hablar contigo. Esta es mi parada. Ella se despidió del niño pequeño y, agarró su cámara, se apresuró a bajar. Sabía por experiencia que los conductores de autobús de ponían en marcha tan rápido que se le echaban a uno encima. Mientras tomó varias fotos de la casa más cercana, echó un vistazo a su reloj. La información de Luigi era muy detallada, como de costumbre. Ahora sabía cómo obtuvo esa información, era amigo de aquellos contra los que la guiaba. Entraba en sus hogares, se insertaba en su vida cotidiana. Él conocía sus rutinas tan bien como sabía las propias. Luigi había enfermado unos días antes, mientras que ella estaba fuera haciendo un reconocimiento de la casa de Agosto Cosmos. Fingiendo vergüenza porque él estaba caminando con paso inseguro, Luigi se había retirado, como siempre hacia, a su ala de la casa. Eso le condenaba a sus ojos más que cualquier otra cosa. Pensando, se dio cuenta de que cada vez que ella había ido detrás de un objetivo, se había retirado con el pretexto de estar enfermo.

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Atada al Fuego Antes, había aceptado su enfermedad crónica; después de todo, había creído incluso antes de que sus padres hubieran sido asesinados que estaba enfermo. Ahora, al saber que era un ardid, eso le enfurecía. Lissa estaba agradecido por la disciplina que había desarrollado en los últimos años, la práctica apisonó el fuego siempre ardiendo en su interior. Por primera vez en su vida, se alegraba de que Luigi se hubiera retirado a su ala, a pesar de que estaba tentada a llegar con una excusa para encontrar su apartamento vacío para ver por sí misma que él realmente se había ido. Patrice tomó más fotos. En quince minutos, la joven y bella mujer de Cosmos, Carlotta, iría a su cita semanal de belleza. Ella era una antigua modelo emergente, y Cosmos aparentemente exigía que ella se ejercitara, permaneciera en cierto peso y que siempre luciera hermosa. Ella lo hacía. Según la información de Luigi, Cosmos no quería niños y también había insistido en que su esposa, no él, se asegurara de forma permanente que no fuera posible un embarazo. Ella era joven, pero ella había, de nuevo, cumplido. Patrice continuó su progresión natural a lo largo de la calle. Las fincas cuidadas eran grandes y se encontraban apartadas de la carretera. Tomó fotos de jardines, yendo tan lejos como para mantener el equilibrio sobre una cerca para conseguir un disparo de primer plano de una determinada flor. Se tomó su tiempo, a la intemperie, asegurándose de que no era seguida, de la forma en que siempre lo hacía. No se desvió en lo más mínimo de su norma. Arturo se quedó en la casa, supuestamente para cuidar de Luigi. Se deslizaba dentro y fuera del ala, el único al que se le permitía. Sabía que era para ayudar a preservar el subterfugio de su tío. Eso era una lástima. Había llegado a amar a Arturo. Se preocupaba por él casi tanto como lo hacía por su tío. Él era parte de toda la traición. Había estado con Luigi mucho antes de la muerte de sus padres. Había trabajado con él toda su vida. Él nunca la había seguido en un trabajo, pero siempre, por si acaso, se aseguraba de que ella estuviera totalmente sola. Luigi le había enseñado eso. Había dicho que era para asegurarse de que no hubiera testigos, ni siquiera alguien en quien confiaba. Arturo no la había seguido. Ninguno de los hombres de Luigi lo había hecho. Se movió más abajo en la calle, deambulando lentamente, tomando fotos mientras lo hacía. Había poca actividad en el tranquilo barrio, pocos coches y no había tráfico de pie, exactamente de la manera que le gustaba. Dado que la mayoría de

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Atada al Fuego las casas más grandes eran nuevas hasta el momento, dudaba que demasiadas personas fueran testigos de su personaje de la cámara feliz, pero si lo hacían, era a Patrice a quien veían, a nadie más. La finca de Agosto era una de las más grandes a lo largo de ese camino en particular. Los jardines estaban cubiertos con flores y arbustos, puertas de hierro forjado se situaban en la entrada, en el largo camino ondulante, una unidad que serpenteaba a través de la propiedad para llegar a la mansión de tres pisos, daba la vuelta hacia la casa del huésped y luego más atrás, hacia los acantilados que bordeaban la propiedad por encima del mar. La finca era la joya de la corona de la zona. Una valla de hierro forjado bajo, rodeaba los jardines en tres lados. No había ninguna valla a lo largo de los acantilados, y la valla ornamental era sólo eso, para verse. Sabía que Cosmos Agosto mantenía perros y armas de fuego. Nadie entraba en su propiedad sin permiso, ni siquiera los niños, y se sabía a lo largo y ancho que no le gustaban los niños. Su razonamiento para no tener ninguna valla a lo largo de los acantilados era que quería una vista sin obstáculos y no tenía niños para protegerlos. Las puertas se abrieron, mientras que Patrice tomaba varias fotos de los jardines de la finca contigua. Un coche de ciudad con chófer, salió con la esposa de Cosmos en el asiento trasero. La mujer miraba hacia delante, Ni siquiera miró por el camino hacia Patrice, quien con diligencia tomó fotografías de las flores cerca de la valla forjada, en la esquina de la propiedad de Agosto. Patrice continuó paseando a lo largo del camino, ahora mirando los jardines muy bien cuidados, con sus fuentes de mármol mientras arrastraba su mano a lo largo del negro del hierro forjado. Siempre tenía la precaución de poner sobre sus huellas dactilares, impresiones líquidas que corresponderían con los documentos de pasaporte y de identificación de Patrice Lungren. Un coche se movía lentamente por la calle, pasando a Patrice y las puertas dobles para parar a un lado de la carretera varias yardas delante de ella. El coche era un modelo antiguo y polvoriento, las ventanas empañadas. Un hombre alto, salió de él. Llevaba una camiseta ocasional debajo de una chaqueta deportiva, pantalones oscuros y zapatos agradables. Su cabello era de plata, al igual que la barba en su mandíbula. El hombre miró a su alrededor lentamente y luego fue al coche para tirar de la bolsa de una cámara del asiento. Él jugueteó con la correa por un momento antes

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Atada al Fuego de cerrar la puerta y, finalmente, mirar a Patrice. Ella envió a él, una radiante sonrisa amable y una pequeña ola, sosteniendo su cámara para indicar que eran compañeros viajeros y acelerando sus pasos se apresuró a llegar a su lado. ― Hola, soy Patrice, ― saludó con su sonrisa feliz y una mano extendida. ― Soy de los Estados Unidos, estoy aquí de vacaciones. El hombre vaciló un momento, apoyando la espalda en su coche, su mirada a la deriva sobre ella evaluadoramente. Tomó un momento para que él le devolviera la sonrisa y tomara su mano extendida. ― Friedrich Bauer. De Alemania. También estoy de vacaciones. En el momento en que los dedos "de Friedrich" tocaron su piel, una descarga eléctrica saltó a la piel de Lissa. Patrice no podía verse afectada por simplemente el contacto piel a piel, pero para ella, era casi tan íntimo como cuando la tocaba en el dormitorio. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Era importante mantener el papel en todo momento. Esta era la primera vez que había trabajado con cualquier persona en un trabajo y no estaba de acuerdo con ello, pero Casimir había insistido. No se parecía en nada a su Casimir, pero reconocería su toque en cualquier lugar. Cuando él le soltó la mano después de un apretón firme, las yemas de sus dedos rozaron suavemente a lo largo de su muñeca interna. Ella no sabía que podía ser tan sensible, pero apenas sintió el contacto se sentía como cuatro teas hundiéndose profundamente. ― Todo claro, ― dijo en voz baja. Miró hacia la casa y luego su reloj. ― Él debe estar en movimiento en cualquier momento. Al parecer, realmente disfruta de caminar por los acantilados cuando está solo y mirando hacia el mar. ― Me pregunto por qué. ― La voz Casimir era estrictamente neutral. Su mirada hizo un barrido largo y lento del terreno circundante, en la calle, así como en gran parte del otro lado de la propiedad de Agosto. No había nadie alrededor, nadie trabajaba en cualquiera de los terrenos, algo raro ya que era un día laborable. Ambos habían sospechado que Cosmos lo quería de esa manera. A él le gustaba tener un día para sí mismo para hacer lo que quisiera lejos de las miradas indiscretas.

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Atada al Fuego El informe de Luigi había sido tan profundo que incluso había tenido la información de que Cosmos obligaba a su esposa a ir al salón de belleza para sus tratamientos faciales y manicura, incluso cuando estaba enferma. Ni una sola vez Lissa había tenido que cuestionar los informes de Luigi, pero cuando Casimir le señaló la observación como extraña, ella se limitó a mirarlo, la comprensión en su mirada. Ella sabía que Luigi tenía conocimiento personal de lo que hacía o no hacia Cosmos con su esposa. Casimir se estiró y, por sólo un momento, se permitió el lujo de tocarla de nuevo. Tranquilizándola. No podía tomar esto lejos de ella, ella no se lo permitiría, pero podía hacerle saber que siempre estaba a su espalda. Le pasó los dedos por el lado de su cuello, arrastrándolos lentamente hasta que él alcanzó el borde de su perfecta pequeña camisa a juego. ― Pervertido. Acabo de conocerte. ― Pero ella sonrió. Fue breve, y no encendió sus ojos, pero vio lo que quería en sus ojos. Ella estaba clara. Lista. ― Vamos a hacer esto, ― dijo Lissa. Ella no le preguntó si él había traído todo. Estaba en su caja de la cámara. La había embalado ella misma. Cosmos Agosto estaba en el mejor momento de su vida. A los treinta y seis años era uno de los hombres más jóvenes de la familia Porcelli y él era tan rico que no necesitaba ser un soldado. Tenía una hermosa esposa, una ex modelo. Carlotta hacia lo que le dijera que hiciera y lo hacía inmediatamente. No había tardado mucho tiempo en entrenarla. Tenía dos amantes, una que vivía cerca y otra en el pueblo cercano. Su vida era bastante fácil. Se iba a trabajar, entrenaba a otros para manejar los perros. Disfrutaba del poder, y de estar en la posición de ordenar a los demás y menospreciarlos hasta que estaban casi en el punto de ruptura. Él era un maestro en ello. Practicaba lo suficiente en su esposa. De vez en cuando tenía que mostrar su lealtad a Luigi Abbracciabene, haciendo un poco de trabajo sucio por él, pero la paga bien valía la pena. La esposa de Luigi, Angeline, no tenía un cerebro en su cabeza. Cuando venían a cenar, Cosmos quería matarse simplemente por escucharla. No podía entender por qué Luigi, un hombre tan inteligente, se había amarrado a una tarada tal. Por supuesto, Luigi cogía todo lo que andaba en faldas y entraba en un radio de doscientas millas. Incluso se había jactado ante Cosmos, de que a menudo traía a una mujer a su estudio, la cogía allí mismo o ella tenía que soplársela mientras Angeline llamaba a la puerta. Luigi tomaba gran placer en rugirle a su esposa que lo dejara solo, y ella solía escabullirse en lágrimas.

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Atada al Fuego Cosmos no era un hombre para permitir que otro le superara, por lo que había hecho lo mismo, pero encontró que el placer era aún mayor cuando forzaba a su esposa a ver o a participar. La vida era buena. Muy buena. Cuando estaba de mal humor, podía sacar su frustración en su hermoso trofeo, deleitándose en sus lágrimas y sus promesas de hacerlo mejor. Cuando estaba contento, podría hacer lo que diablos quería y cuando quería, lo que era a menudo. Luigi le pagaba bien y siempre lo haría. Tendría dinero por el resto de la vida de Luigi. Ese había sido el trato, y Cosmos no era un hombre que confiara. Si Luigi pensaba en algún momento deshacerse de él para guardarse ese dinero, tenía un seguro para evitar eso. Grabaciones. Fotos. Fechas. Incluso a los diecinueve años había sido inteligente. Todo eso, junto con las grabaciones, estaban cerradas a cal y canto en su caja fuerte. Cuando el muriera, su abogado podría encontrar la información. A menudo se burlaba de Luigi con el hecho de que era mejor de que él no muriera de alguna enfermedad. Luigi le había recogido en la calle y lo preparó para la posición del entrenador de perros de su hermano. Cosmos habían tomado ese trabajo sabiendo que eventualmente los traicionaría a todos. Honestamente, le había emocionado. Cada vez que se sentaba a la mesa con el Abbracciabenes se había reído en secreto por dentro. Luigi tenía que aguantar a una tarada con la cara de un caballo mientras que él tenía una modelo joven, su cara y el cuerpo hermoso. El sabía que algún día Luigi mataría a su esposa, y él quería estar allí cuando fuera hecho. Cosmos se imaginaba que a su propia mujer le quedaban unos buenos años antes de que su aspecto hermoso se fuera. Tendría que reemplazarla entonces. Hasta ese día, la obligaría a complacerlo en todo lo posible. Tenía que admitir, que se perdía en la euforia de saber que la muerte venía a aquellos cercanos a él y, a veces, no podía evitar por sí mismo, tener que repetir esa experiencia. Él sabía que iba a morir, pero no lo haría pronto. Eso le hacía sentir un poco como un dios. Cosmos se paseó por su casa, la mansión de tres pisos con brillantes lámparas de araña y madera reluciente, otra señal de éxito que no le importaba nada, al igual que su esposa trofeo, pero disfrutaba de mostrársela a los demás. A él le gustaba la situación. A él le gustaba especialmente enseñorearse sobre los que le dijeron que no llegaría a nada. La escoria de sus padres, a quienes a veces veía sólo para recordarse a sí mismo lo que su vida podría haber sido. Algún día, él prendería

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Atada al Fuego fuego a su pequeña caja de casa y quemar+ia esos asnos alcohólicos junto con el vertedero en que vivían. Se acercó al acantilado con vistas al océano. Era uno de sus lugares favoritos. Este era el lugar donde disponía de cualquier cosa o persona que se interpusiera en su camino. Un adolescente que había intentado robar su coche y había pedido alimento cuando se vio atrapado, pidió incluso ser entregado a las autoridades. Cosmos lo detestaba a él, al recuerdo de lo que había sido. Muy patético. Él lo trajo a casa con el pretexto de alimentarlo y darle un trabajo. Había sido tan satisfactorio lanzar su culo por el precipicio, un símbolo de deshacerse de su viejo yo. De sentir el poder. Saber quién era ahora. Otra muerte había sido la de una mujer con la que había pasado horas, tomándola de todas las formas posibles, obligándola a dar servicio a sus amigos y más tarde a Luigi. Había sido tan complaciente hasta que sus amigos habían llegado. Ella tuvo la audacia de amenazarlo. Estaba muy contento de prolongar su muerte, llevándola sobre el borde, escuchando sus ruegos antes de que dejara caer su culo sin valor en el mar. Dos perros ingratos a su cuidado, uno le había mordido a él y el otro se encogía en la parte posterior de la perrera, ambas reacciones después de que él los había disciplinado. Casi tan inútiles como la pequeña perra amenazándolo. Esperaba que sus perros le obedecieran al instante. Los mantuvo hambrientos y debían estar agradecidos por que al menos les daba un poco de atención. Los dos no habían valido nada, girando sobre él de esa manera. Lo más emocionante fue el lloriqueo del mocoso hijo de seis años de edad, de sus jardineros, un equipo de marido y mujer. La pareja siempre le traía a lo largo y él estaba gritando continuamente y llorando, corriendo tras su madre cuando su padre le decía que se detuviera. Ella lo mimaba sin fin, amontonando insultos sobre su marido cuando él trataba de disciplinar al niño. Cosmos se había quejado varias veces del ruido, pero ella sólo lo miraba, mientras que su hijo le había mirado con aire satisfecho. Le había preparado un accidente, el pobre pequeño cayó por el precipicio mientras su madre estaba de servicio. Vaca estúpida. Ahora su marido tenía algo para mantener por encima de su cabeza para toda la eternidad. Se rió en voz baja, mirando hacia abajo a las olas. Él podía hacer cualquier cosa. Tenía ese derecho. Aquí, en el mundo que había creado a través de su arduo

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Atada al Fuego trabajo, era el dios de su dominio. Él amaba revivir esos momentos de poder absoluto. Él podía estar allí y pensar en cómo se sentiría tirar la esposa de Luigi justo al lado del acantilado. Fantaseaba a menudo cuando ella se sentaba frente a él en su mesa del comedor hablando sin parar de compras con su esposa. Un sonido detrás de él le hizo dar la vuelta. Sintió una picadura, como si una abeja hubiera aterrizado en su cuello y le picara. Golpeó su mano sobre la herida y se tambaleó un poco cuando sus piernas se volvieron de goma. Una mano le cogió del brazo. Áspera. En un tornillo de banco. Dolía. Volvió la cabeza, teniendo dificultad para hacer eso. Le dolía el cuello y sus movimientos eran lentos. La cara de una mujer nadó ante su vista. Cosmos abrió la boca para hablar, para exigir lo que estaba pasando, pero su sorpresa fue tan grande que por un momento, no pudo encontrar su voz. Sólo podía mirar al extraño, sorprendido de que alguien se atreviera a entrar en su propiedad sin ser invitado y mirarlo, al hombre que era, como si fuera escoria. Nadie lo miraba de esa manera, y vivía. Había crecido de gran alcance. Rico. Gobernaba su propio y pequeño imperio. Nadie lo miraba de esa manera, él no lo permitiría. Se encontró sentado allí mismo, en el mismo borde del acantilado. Por primera vez no le gustaba estar tan cerca de la orilla. No estaba en control de sus movimientos. Su cuerpo se estremeció, rompiendo en sudor. Se balanceó y trató de mantenerse rígido. Trato de distinguir la cara, pero no había caras delante de él. El hombre seguía allí. Una mujer se le había unido. El hombre era mayor, con el pelo de plata. El hombre se puso un par de gafas de espejo que cubrieron sus ojos, unos ojos que contenían mucho desprecio. Él era excepcionalmente fuerte para su edad. La mujer tenía el pelo negro brillante, hermoso características, pero era demasiado delgada para su gusto. ― ¿Sabe usted a quién está jodiendo? ― Le preguntó, sorprendido de que su voz funcionara. Él reconoció un fármaco de acción rápida corriendo a través de su sistema. Dolía. Destrozando sus nervios. Más, lo golpearon de nuevo con otra aguja. Ésta contenía un líquido oscuro. ― Usted debería haber sabido que Luigi enviaría a alguien detrás de usted. Usted mató a su hermano, lo asesinó. No iba a dejar que quedara vivo. La mujer habló, su voz suave, incluso musical. Ella podía ser flaca, pero su voz tenía todo tipo de atractivo. Cosmos reconoció que ni siquiera podía pensar acerca de si era atractiva o no, bajo las circunstancias estaba jodido y se echó a reír.

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Atada al Fuego ― No puede matarme. Él sabe que tengo la prueba de que me puso en la casa de su hermano para que pudiéramos matarlo. Tuvo que cimentar su relación con Angeline y su familia primero y luego cuando estaba hecho, cuando ella aceptó casarse con él, pude dejar los perros sueltos. Se echó a reír histéricamente de nuevo. En su interior, Cosmos trató de dejar de hablar, detener el flujo de su conciencia de derramar cada secreto, pero sus terminaciones nerviosas estaban en llamas, y peor aún, se estaba comenzando a sentir como si estuviera borracho. Estaba borracho. El sabía que lo estaba. Su cuerpo se balanceaba y él se rió de nuevo. ― ¿Luigi y Aldo Porcelli son amigos? ― Luigi está firmemente con los Porcellis. Él es como un tiburón nadando en un tanque con un grupo de depredadores inferiores. Piensan que lo conocen. No puedo esperar a que se haga cargo y sé que lo hará. Él dice que no, pero sé que lo hará y luego matará a esa puta tarada de su esposa. Ella es tan inútil. Ella ni siquiera le puede dar al hombre una mamada decente, está demasiado ocupada asegurándose de que su lápiz de labios este perfecto. Quiero estar allí cuando él lo haga. ― No creo que vayas a estar ahí, ― dijo en voz baja la mujer. ― Estás borracho y estás muy cerca del borde del acantilado. Sintió una mano en su brazo. El hombre de nuevo. Se encontró de pie, frente a ellos, el viento saliendo del océano soplando aire frío a través de su cuello y su espalda. ― ¿Sabe usted quién soy yo, Cosmos? ― Preguntó la mujer. Sacudió la cabeza. La acción hizo girar el mundo. Se recuperó, sosteniéndose rígidamente vertical. ― Soy Giacinta Abbracciabene. Esa niña que le seguía a todas partes y se sentaba junto a usted en la mesa, noche tras noche, cuando mis padres le invitaban a cenar para que no estuviera solo.

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Atada al Fuego Sus ojos se abrieron. Esa niña tenía el pelo rojo llameante como su madre. Esta mujer no podía posiblemente ser ella. Estaba muerta, ¿no? No sabía lo que le pasó a ella. No podía recordar, su mente trabajando muy lentamente. Sacudió la cabeza. La acción movió el suelo bajo sus caros zapatos italianos rodando. Ella se acercó y le dio un paso atrás, en el aire. Espacio vacío. El espacio donde otros cuerpos habían ido antes que él. Se sintió caer y supo que era demasiado tarde para salvar a sí mismo. No entendía lo que pasó, pero cuando golpeó las rocas dentadas a continuación, sintió que su cuerpo se rompía en pedazos, los huesos descolocados. Él abrió la boca para gritar de dolor, pero las olas se estrellaron contra él, conduciendo el agua salada hacia su garganta y en los pulmones. Casimir indicó a Lissa al paso en el camino para salir de la suciedad más suave. Meticulosamente, tomándose su tiempo, borraron todos las huellas de los dos en el acantilado con Cosmos. Tomó la mano de Lissa y caminaron por una profusión de flores alegres, permaneciendo en el camino sellado a fin de no dejar huellas de calzado detrás. No había nadie alrededor. Era el día libre del jardinero, al igual que la inteligencia de Luigi había informado. Había estado completamente solo. La esposa de Cosmos estaba fuera de la casa con sus amigos, consiguiendo su pedicura semanal y facial. No había nadie alrededor para ver a Cosmos Agosto borracho caer sobre el borde del acantilado que tanto amaba. Justo fuera de la vista de la calle, se detuvo Casimir, tirando de Lissa para que se detuviera también. Tenía que saber que ella estaba bien. Tenían la confirmación que necesitaban. Cosmos les habían dicho todo lo que necesitaban saber, el alcohol corriendo por sus venas le aflojó la lengua. Si no hubiera caído por el precipicio, habría muerto por envenenamiento con alcohol antes de ser descubierto, pero de esta manera, ninguna vista aguda de un examinador médico podría descubrir los pinchazos en la piel. ― Golubushka, mírame. ― tenía que estar dañada. Ella había esperado la confirmación, para aceptar que Luigi era culpable, pero era la naturaleza humana el mantener la esperanza. Sólo una pequeña parte de la esperanza, pero aún así, esto podría dañar cuando todo era arrancado. ― Estoy bien, ― susurró. ― Vamos a llegar a casa y terminar esto.

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Atada al Fuego ― Mírame, ― repitió, de pie directamente delante de ella. Una pared de roca que no podía moverse o rodear. Su voz era suave, pero no había mando en ella. Ella levantó la barbilla. Levantando sus pestañas. Lo miró a los ojos. Su intestino se tensó. Se inclinó, enmarcando la cara con las dos manos. ― Estoy contigo en cada paso del camino. Tu verdadera familia está esperándote de vuelta en los Estados Unidos. Esto es sólo otro trabajo que tenemos que hacer. Un trabajo, Malyshka, que se debe hacer. No te sientas de un modo u otro. Sus pestañas revolotearon. Amaba las pestañas rojo-oro de Lissa, no las negras de Patrice. Acarició la boca sobre la de ella, porque no había ningún cambio en la boca de Lissa, y sólo por un momento de infarto sus labios habían temblado. ― ¿Entiendes lo que estoy diciéndote, Giacinta? Así es como vas a conseguir ir a través de esto. Aférrate a mí. A tus hermanas. A mis hermanos. Somos reales. Somos sólidos. No vamos a dejar que nunca caigas. Si les llamas en este momento, todos estarían en el próximo avión. Tú lo sabes. Y yo no voy a ningún sitio. Tienes que poner distancia entre tú y este hombre que se suponía iba a ser tu tío. No es más que una ilusión, y ahora es una marca. El hizo eso. No pusiste su culo allí, él lo hizo. ¿Entiendes esto? Su mirada se movió sobre su cara, estudiando todas las líneas allí. Ella asintió lentamente. ― Lo hago, Casimir. Le puse donde pertenece ahora. Tengo que sentarme con él. Decirle que lo hice. El me entregara mi próxima asignación, Aldo Porcelli. Aldo, supuestamente fue quien consiguió que su padre golpeara mi familia. Probablemente lo hizo. Él cree que Luigi es su amigo. Luigi se casó con su hermana. Por supuesto que eso se lo haría creer. Aldo no sospecha, y él es el último obstáculo antes de que Luigi sea la cabeza de ambas familias. El territorio Porcelli es grande, mucho más grande de lo que el territorio Abbracciabene nunca fue. ― Espero que a Luigi le guste pensar en ser el jefe omnipotente de ambas familias, porque él no tendrá tiempo para disfrutar de ello, ― dijo Casimir. ― ¿Vas a estar bien volviendo a casa sola? Ella asintió. ― Será bueno para mí, tomar el tiempo en el autobús. Tú vas a ser Tomasso, el fiel guardaespaldas. Mantén un ojo en Arturo. Él sonrió. No podía evitarlo. Mantendría su ojo sobre Arturo, de acuerdo. Especialmente cuando estaba secuestrado en el estudio de su tío y él tenía una coartada, cuando no había manera posible de que Luigi sospechara nunca de su

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Atada al Fuego sobrina. Arturo iba a morir. Era así de sencillo. Arturo era tan culpable como Luigi. Tenía que saber que Luigi no tenía esclerosis múltiple. Él sabía que estaba casado y que Luigi, tenía una vida plena en otra ciudad. También debía saber que Luigi planeaba deshacerse de su sobrina en el momento en que terminara de sacar las figuras claves en la familia Porcelli dejando la puerta abierta para Luigi. Arturo estaba viviendo en tiempo prestado. Sólo que no lo sabía. ― ¿Qué estas planeando? ― Preguntó. Él le sonrió. ― Vamos, Lissa. Vete ahora. ― Él echó un vistazo a su reloj. ― Tienes que coger un autobús. Estaré a la sombra del autobús hasta que llegue a su parada. Si tienes problemas, sabes la señal. Así, que estarás sola una vez que llegues a la parada. Tengo que llevar el coche de vuelta al lugar de alquiler y conseguir mi propio transporte. Ella asintió. ― He hecho esto en innumerables ocasiones por mi cuenta, Casimir. Estaré bien. No voy a fingir que no guardaba un poco de esperanza, pero yo lo sabía. Me formé como profesional. Él me entrenó. Aprendí mucho más por mi cuenta. Es de la vieja escuela. Se volvió perezoso. Una vez que estuve trabajando, él se confió en que yo sabía lo que estaba haciendo, y perdió el interés. Seguí educándome a mí misma. Es un muy arrogante por que puede matar a un hombre con mucha facilidad. Se encontró sonriendo. Incluso su intestino se instaló. Su mano, llegando por la nuca de su cuello para tamizar a través de los hilos de la peluca muy cara que llevaba. Él le dio un pequeño tirón. ― Entiendo lo que estás diciendo. No dejaré que la arrogancia sea mi caída. ― No tienes que preocuparte, Casimir, ― dijo ella. ― Si lo haces, voy a estar ahí para recordártelo. Lissa lo dejó, alejándose de él como Patrice Lungren. Ella tomó la foto de su hermoso, rostro masculino cuando ella doblaba la esquina del jardín y salió de entre dos arbustos de gran altura, elegantemente redondeados para pasar por una puerta baja, saliendo de nuevo a la acera, se encaminó por la calle, mirando a su alrededor en la forma que una turista impresionada haría, parando de vez en cuando para tomar otra imagen antes de pasar a caminar a un ritmo más rápido hacia la parada de autobús.

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Atada al Fuego Se puso de pie en la pequeña parada, tratando de no sentirse inquieta. Patrice no estaría inquieta. Estaba siempre tranquila y fresca. Amistosa. De trato fácil. Lissa no quería tener tiempo para pensar en tener que enfrentarse a su tío. Ella lo haría, porque tenía que hacerlo, pero no sería fácil. Tampoco quería pensar demasiado en el aspecto de la cara de Casimir. Tenía que caminar sobre una línea muy fina. Si se permitía estar demasiado molesta y él lo sabía, definitivamente no esperaría para matar a Luigi y Arturo. Casimir había aprendido a empujar hacia abajo el fuego crepitante en él, tal como lo había hecho. Pero estaba allí, humeando justo debajo de la superficie, y las llamas no llegarían a la vida si no hacía nada en absoluto para avivar esas brasas. Ella sabía, con absoluta certeza, que era la única que podía hacer que Casimir perdiera el control. No esperaría para librar al mundo de Luigi y Arturo si pensaba que la haría sentirse mejor. La vida no funcionaba de esa manera. Había vengado la muerte de sus padres, empezando por los soldados Porcelli que habían llevado a cabo el ataque. Habían muerto, uno por uno, a lo largo de los años. Su muerte no había disminuido su pena aunque fuera un poco. El autobús llegó y se subió a bordo, la intermitente sonrisa de Patrice hacia todo el mundo cuando ella se hundió en un asiento. Hizo un espectáculo de ver todas las imágenes en su cámara antes de guardarla y volverse para iniciar una pequeña charla con la mujer mayor sentada en el asiento junto a ella. Caminó las tres cuadras para recuperar su coche, cambiando de dirección varias veces para asegurarse de que no tenía una cola. Ella vio el momento en que Casimir creyó que estaba a salvo y él se desvió en una estrecha calle para devolver el coche de alquiler y volver a ser Tomasso. Ella siguió caminando hasta que llegó a una instalación de almacenamiento pequeña. Patrice Lungren puso su código, entró y de inmediato se convirtió en Lissa Piner. Lissa era exhaustiva, lavando el maquillaje de Patrice y con cuidado aplicando el de Lissa. Todo lo de Patrice entró en una bolsa de lona con sus documentos de identidad, pasaporte, teléfono celular y el cargador. Lissa trenzó su propio pelo y se puso una falda larga y una blusa elegante. Sus botas eran de cuero suave y su acertado cinturón ancho. Su chaqueta era corta y se le ajustaba perfectamente, haciendo hincapié en sus exuberantes curvas.

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Atada al Fuego Lissa tiró su bolso en el asiento del pasajero del coche pequeño que Luigi siempre había tenido a su disposición y condujo fuera del garaje de almacenamiento privado. Luigi era dueño de la instalación, por lo que no había cámaras en cualquier lugar cerca del edificio reservado para ella. Ella incluso tenía su propia entrada privada, mantenida por Luigi o por alguien de su propiedad. Condujo todo el camino hasta la carretera que conducía a la propiedad Abbracciabene y entonces tuvo que parar para calmarse, luchando por aire. No era un ataque de pánico, pero su pecho dolía tanto que pensó que su corazón se rompería. Arrastró su teléfono celular de su bolso y marcó un número familiar antes de que pudiera detenerse a sí misma. ― ¡Lissa! La voz encantada de Lexi casi la hizo llorar. No había considerado que ella se convertiría en una tormenta emocional. El ardor en los ojos y un nudo en la garganta eran evidencia de que no había logrado superar todo. Ahora no. No cuando tenía que ser fuerte. Se iba a enfrentar a Luigi, y no podía hacerlo con los ojos rojos y la cara hinchada por el llanto. ― Oye chica. Hubo un silencio instantáneo. Entonces la voz de Lexi se volvió a escuchar otra vez. Suave. Amorosa. Así era Lexi. ― ¿Qué está mal? ¿Me necesitas? Puedo conseguir un vuelo esta noche. Allí estaba. Exactamente lo que Casimir le había dicho ni siquiera una hora antes. Ella tenía familia. Ellos fueron elegidos, no de sangre, pero eran su familia de todos modos. Oyó el amor en la voz de Lexi y sabía que era genuino. Para ella. Por un momento se tuvo que morder con fuerza el labio inferior para no romper a llorar. ― No. No, estoy bien. Sólo tenía que escuchar tu voz. ― Gavriil quiere hablar contigo. ― Lexi sonaba consternada, como si ella no le creyera a Lissa. ― Ven a casa. ― Gavriil emitió las dos palabras como una orden. ― No tienes que hacer lo que estás haciendo para esa familia, Lissa. Nos gustaría mucho más que estés en casa con nosotros y segura. Ven a casa.

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Atada al Fuego Ella sabía que él no quería que ella fuera después tras Kostya y Uri Sorbacov. No tenía ni idea acerca de su tío y su traición. Aún así, era agradable escuchar un tipo duro como Gavriil, decirle que quería que volviera a casa. Él estaba totalmente envuelto en Lexi, no tanto en el resto de las personas que vivían en la granja. No había estado allí mucho tiempo y no había desarrollado su relación con los demás todavía. Lissa sintió una conexión con él. La vio cuando nadie más lo había hecho, y eso había significado algo para ella. Le había confiado su pasado, y eso significaba algo para él. ― Todavía no, pero no te preocupes por mí. Estoy bien cuidada. ― Eso era para asegurarle que su hermano estaba pendiente de ella. ― Lissa... ― comenzó Gavriil. ― Tengo que hacer esto. Tengo que hacerlo. Voy a explicar las cosas cuando vuelva a casa. ― Sólo haz lo que tengas que hacer. Vuelve a casa. Si me necesitas, por cualquier motivo, voy a estar en un avión. Solo di la palabra y voy a ir. Ella cerró los ojos de nuevo y apretó el teléfono contra su oído, como si pudiera mantener a Lexi y a Gavriil cerca de ella. Gavriil pondría en riesgo su vida al subirse a un avión y venir a ayudarla, pero aún así se ofreció y ella sabía que lo haría si se lo pedía. ― Gracias. Necesitaba oír que dijeras eso, Gavriil. Tengo que irme. Sólo ten cuidado de Lexi para mí. Tengo que saber que todos ustedes están a salvo y que cuando llegue a casa, todos estarán allí. ― Vamos a estar a salvo, ― dijo Gavriil con brusquedad. ― Es mejor que tu también. Colgó rápidamente antes de que Lexi pudiera volver a hablar. Sabía que si oía la voz de Lexi de nuevo, rompería a llorar y nada impediría que su hermana pequeña se subiera a un avión y que viniera a ella. Probablemente todas sus hermanas vendrían. Y entonces todos los hermanos Prakenskii vendrían. Se encontró riendo en lugar de llorar, porque era lo que hacía la familia verdadera, hacían la vida mucho mejor, no importaba qué tan grave fuera el problema.

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Atada al Fuego Lissa colocó el coche de nuevo en movimiento. Lo más probable era, que Luigi no estuviera en casa todavía. Él no iba a volver hasta que tuviera la certeza de que había hecho el trabajo. Pretendería que todavía estaba enfermo en su ala de la casa, y eso le daría un pequeño respiro y tiempo para decidir exactamente cómo hacerle frente.

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Atada al Fuego Capítulo 9

El teléfono celular de Luigi sonó mientras se sentaba a cenar. Angeline le frunció el ceño. ― No contestes, cariño, no nos hemos visto durante semanas y éste es nuestro tiempo juntos. ― Cállate la boca, Angeline, ― espetó. ― El negocio no espera mientras te pones de mal humor. Te gusta gastar dinero y vivir en una casa llena de lujos. ― Miró alrededor de la mesa a sus hijos. ― Trabajo todo el tiempo para ella. Gasta el dinero y va a sus lugares de fantasía de culo y todavía me da una mierda. Los chicos miraron a su madre, y ella bajó la cabeza, cogió el tenedor y empujó la comida por el plato de mil dólares. Con otra maldición, Luigi se levantó de la silla, enviándola al suelo estrepitosamente, abriendo de golpe su celular y con pasos largos de ira, salió del comedor. ― Más vale que sea importante, ― gruñó. ― Estoy comiendo mi puta cena. ― Pero él había visto la identificación de la persona que llamaba y sabía exactamente para qué estaba llamando. Él sabía, y la euforia se extendió por él. Su sobrina había atacado de nuevo y con éxito. Ella era un torpedo: una vez desencadenada, era imparable. ― Luigi. Luigi. ― El llanto histérico. Luigi apartó el teléfono de su oído, ensanchando su sonrisa. Sí. Su sobrina era una herramienta malditamente buena. Le gustaría poder encontrar una manera de mantenerla viva. Ella era un mejor activo que cualquiera que tenía, pero era inteligente, a diferencia de la tarada idiota sentada en su mesa de comedor, que haría que uno la matara lentamente y con felicidad extrema. La otra sería rápida y de mala gana.

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Atada al Fuego ― Luigi. Tienes que venir. Ahora mismo. Él está muerto. Mi Cosmos está muerto y no sé qué hacer. Tienes que venir. Por supuesto que tenía que ir a ver a la nueva viuda. Su cuerpo se agitó ante la espera. Se frotó la entrepierna. ― ¿Haz llamado a alguien más? ― No, a nadie más. Sé que solo debía llamarte a tí. Cosmos había entrenado bien la pequeña perra. No podía moverse sin dirección, pero cuando se dirigía, hacía lo que le decían. Carlotta era preciosa, absolutamente preciosa, y en su establo de mujeres, había demandado un enorme precio de cada puto tiempo. Su sonrisa se hizo aún más amplia. Él quería absolutamente a su sobrina. ― ¿Qué pasó? ― Preguntó lacónicamente. Más sollozos. ― Cállate la boca y dime lo que pasó, ― ordenó. ― Se cayó por el precipicio. Se acaba de caer. Estaba bebiendo vino. He encontrado la botella por el acantilado. Su cuerpo estaba en las rocas, pero se fue a la mar. No sé si puedo hacer que vuelva para enterrarlo... ― Ella sollozó más. ― Voy a estar allí tan pronto como pueda hacerlo. ― Él cerró el celular. No quería oírla llorando, no cuando él quería bailar alrededor de la habitación. Alzó la voz. ― Arturo. Ven conmigo. Cuando Giacinta estaba en la ciudad, por lo general dejaba a Arturo atrás, pero lo había obligado a ir a su casa porque Angeline se quejó de que él no tuviera un guardaespaldas. Y sabía que la viuda llamaría... Arturo se alegraría cuando todo hubiera terminado. Él odiaba ir y venir entre los pueblos cuando Luigi tenía que jugar al enfermo. Tenía aversión a Angeline.

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Atada al Fuego Luigi volvió a sonreír. Él era un maestro en la manipulación. Los hijos de Angeline le consideraban importante, una idiota que todos aguantaban. Ellos sentían mucho que su padre tuviera que aguantarla a ella. Durante años había incluso logrado sutilmente girar a su padre y hermano en su contra. No se dieron cuenta, pero comenzaron a tratarla como si no tuviera un cerebro también. Ella se había retirado cada vez más en su mundo de las compras, lo que sólo le dio más munición. Cuando se fuera, sus muchachos lo aceptarían rápidamente. Él metió la cabeza en el comedor. ― Esto es importante. Estaré fuera durante un par de días. Cuiden de su madre, chicos. ― Suspiró y se pasó los dedos por el pelo. ― Ve por esa pulsera de diamantes que querías, Angeline. Miró hacia arriba, con la cara iluminada. Una sonrisa curvó su boca y su mirada se aferró a la suya. Él era muy, muy bueno en el tira y afloja. Empujarla y tirar de ella hacia atrás. Se enamoraba de él cada vez más. ― ¿Quieres decir eso, Luigi? ¿Estás seguro? Suavizó su expresión, moviendo la cabeza. ― Sí bebé. Siento tener que marcharme tanto, pero los chicos te cuidan adecuadamente, ¿verdad? Ella no se atrevería a decir lo contrario. Asintió con la cabeza vigorosamente. Él le lanzó un beso, ya anticipando la noche. Se iba a ver la hermosa viuda, a ocuparse de los negocios, y a retirarse a su ala de su otra casa, se quedaría un día y luego se recuperaría lo suficiente como para ver a Lissa y darle la última y definitiva asignación, la que lo haría el jefe de ambas familias. La euforia era tan fuerte que pensaba que su corazón iba a estallar fuera de su pecho. Había comenzado la planificación, cuando su hermano ascendió al trono Abbracciabene.

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Atada al Fuego Marcello podría haber sido el mayor, pero Luigi debería haber sido el sucesor natural. Él era muy, muy bueno en lo que hacía. Fue entonces cuando el plan había venido a él. Se quedó mirando por la ventana mientras el coche aceleraba hacia el pueblo donde residía Cosmos. Estaba a casi una hora de distancia. Tenía tiempo de sobra para anticipar lo que la buena viuda estaría haciendo para él y todo el dinero que sacaría de ella después. Diecisiete años de espera estaban llegando a su fin, y la sensación de euforia era casi mejor que cuando finalmente le dijeron que su hermano y su hermana en ley, estaban muertos. En realidad quería ir a ver a Aldo antes de que él enviara a su mejor arma detrás de él. Era un presumido, que gobernaba su imperio y trataba a Luigi como un pariente pobre. Luigi negó con la cabeza, una pequeña sonrisa alrededor de su boca. Él podía ver su reflejo en la ventana ahora. Era lo suficientemente joven para gobernar ambos imperios por un tiempo muy largo. Tendría todo. Poder. Riqueza. Mujeres. Disfrutaba jugando al ajedrez con la vida de otras personas. Y había ganado. Casi había derrocado al rey. Su propio y pequeño peón iba a tumbar ese rey abajo. Se echó a reír. ― Estamos tan cerca, Arturo. ― Tienes razón, jefe, ― dijo Arturo, euforia en su voz también. ― Ella llegó a través de nuevo. Siempre lo hace. La sonrisa desapareció de la cara de Luigi. No era que no sintiera afecto por Lissa. No sentía emociones como el afecto, pero sin duda lamentaba tener que matarla. La había enviado a los Estados Unidos para mantenerla lejos de él. Era condenadamente inteligente para mantener todo en una base diaria. Ella se habría imaginado todo el plan ahora si hubiera permitido que se quedara cerca. Angeline había estado con él diecisiete años y no se había dado cuenta de una maldita cosa. Ni. Una. Maldita sea. Cosa. Ella creía que la quería. Él dio un pequeño resoplido de burla. Despreciaba a la perra. Ella reclamaba amarlo, pero no sabía nada acerca de él y seguro como el infierno, no tenía nada para mostrarle. Odiaba que la tocara. Encontraba el sexo demasiado sucio. Ella yacía debajo de él, en la única posición que iría, completamente inmóvil mientras él resoplaba como un animal. Nunca era divertido, y ella siempre tenía una mirada de disgusto en su cara después.

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Atada al Fuego Había renunciado hace mucho tiempo a tratar de hacer algo de su matrimonio. Al principio, pensó en mantenerla viva, pero después de los primeros cinco años había cambiado de opinión. Una vez que tuviera hijos que pudiera moldear en lo que quería, y necesitaba, la dejaría sola. Bueno, a menos que se viera seriamente enfadado con ella. Entonces él se emborracharía lo suficiente como para hacer que el sexo durara mucho tiempo y la obligaría a cumplir con su deber, sólo porque él disfrutaba de castigarla de esa manera. Arturo tiró del coche en el camino privado que conducía a la mansión de Agosto. Era una mansión, nada menos. Esta sería suya también. Empujó todos los pensamientos de su esposa y miró hacia adelante a lo que estaba por venir. La mujer de Cosmos, Carlotta, estaba de pie con ansiedad esperando en la puerta. Era hermosa en serio. Su cara era la perfección y el flujo de cabello ondulado y negro cayendo alrededor de sus rasgos suaves y delicados, sólo acentuaba su estructura ósea clásica. Sus ojos eran enormes, oscuros y rodeados de pestañas espesas, y largas. Había estado en innumerables revistas, famosa por esa cara y cuerpo. Cosmos habían ordenado a su mujer que mantuviera su cuerpo a través de dieta y ejercicio, y ella le había obedecido. Se las había arreglado para hacerla sumisa de una manera que Luigi había fallado con Angeline, pero eso fue todo, Luigi iba a cosechar los beneficios de la formación de Cosmos. Se acercó hasta ella y la tomó en sus brazos, abrazándola mientras lloraba. Ella usaba una falda y una blusa. A Cosmos no le gustaba que usara pantalones o ropa interior. Cuando salían, le gustaba que mostrara su cuerpo y que su ropa fuera escandalosa. Incluso ahora, su blusa era de corte bajo y delgado, el material transparente para mostrar su sujetador negro, el que con amor empujaba sus pechos de forma que la sombra de sus pezones se mostrara. Luigi le palmeó la espalda, entrando en la casa, Arturo justo detrás de él, cerrando la puerta. ― Voy a cuidar de ti, Carlotta, ― le aseguro. ― ¿viste el cuerpo? ― Él se puso suavemente delante, sonriendo hacia ella. Ella echó la cara hacia arriba, moviendo la cabeza. ― Se cayó justo en el acantilado. No he llamado a las autoridades. No sabía qué hacer, así que te llamé. Yo sabía que vendrías, que podía confiar en ti.

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Atada al Fuego ― Hiciste lo correcto. En primer lugar, necesito que me muestre donde Cosmos mantiene su caja fuerte. Él tenía unos papeles importantes que querían entregarme en caso de su muerte. ― Él tenía la caja fuerte en el dormitorio, construida en la pared. La tomó de la mano, de nuevo, muy suavemente, presentó la muñeca y besó la piel suave allí. ― Muéstrame, Bella. Tienes el código para abrir la caja fuerte. ― Lo dijo como un comando. Sonrió cuando la llamó hermosa, moviendo la cabeza con impaciencia. ― Me hizo memorizarlo por si acaso pasaba algo así. Dijo que los documentos eran importantes. Él asintió solemnemente mientras la seguía al dormitorio. Arturo se arrastró atrás. Carlotta no pareció darse cuenta. Ella señaló una foto en la pared y dio un paso atrás. ― Cosmos tenía un montón de enemigos, ― dijo Luigi, vertiendo preocupación en su voz. ― ¿Te explicó eso? Enemigos que le preocupaban porque podrían hacerte daño. Ella asintió con la cabeza, llevándose la mano a la defensiva a la garganta. Era alta, casi tan alta como Luigi, pero delgada y de aspecto delicado. ― Él quería que yo cuidara de ti. ― Luigi habló con ella, mientras giraba la figura de lado. Se abrió como una puerta. ― Dime el código. Ella lo hizo y él presionó los números que ella le dio. Ya, Arturo llegando cerca de ella. Él y Arturo tenían una manera de tener un muy buen tiempo con las mujeres. Poco le importaba a ellos sí la mujer pasaba o no un buen tiempo. ― Quiero que cuides de mí, Luigi, ― dijo Carlotta. ― Te necesito.

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Atada al Fuego Miró por encima de su hombro, su mirada barriendo sobre su cuerpo. Se volvió de nuevo al contenido de la caja fuerte, sin volverse hacia de ella. ― No sé, Carlotta. Tengo un gran territorio y una esposa exigente. ¿Qué necesito contigo? ¿Qué puedes hacer por mí a cambio de mi protección? Miró por encima del hombro y la vio torcer los dedos juntos. Ella se veía deliciosamente ansiosa. Sacó la pesada pila de papeles de la caja fuerte, mirando rápidamente a través de ellos, en busca de la revista en la que Cosmos había conservado su pacto juntos. La encontró, la examinó y la deslizó en el bolsillo de la chaqueta. ― Por favor, Luigi. No sé lo que puedo darte a cambio, no tengo nada. ― Ella sonaba cerca de las lágrimas. ― Ven aquí, Bella. ― La voz de Luigi fue suave. Amante aún. ― En este momento, Carlotta. ― Él empujó un poco de orden en su tono, lo suficiente para que su naturaleza sumisa exigiera que obedeciera. Eso y su miedo a ser abandonada. Ella ya lo miraba con esperanza. Cuando ella se acercó con cautela, él se acercó, agarró la parte delantera de la blusa y le dio un tirón vicioso. El material se separó y arrojó las sobras a un lado. ― Tu sabes qué hacer para complacerme. Cosmos dijo que eras muy buena mostrando lo agradecida que estabas con él porque te había dado esta casa. Se quedó allí, viéndose sorprendida, asustada, y un poco incierta. Arturo agarró el pelo en su puño y tiró la cabeza hacia atrás con tanta fuerza que casi se cayó. ― Ya lo has oído, perra. Deshazte de la ropa y arrástrate a él. Muéstrale que estas agradecida por su protección. ― Él mantuvo su dominio sobre su pelo con una mano y con la otra sacó un cuchillo. ― No te muevas todavía. Quédate muy quieta. A Luigi no le gusta la sangre. A mi no me importa, pero a él le gusta el cuerpo de una mujer sin mancha. ― Deslizó la hoja del cuchillo plano a lo largo de su mejilla y luego hacia abajo a la curva de sus pechos.

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Atada al Fuego Carlotta mantuvo sus ojos en Luigi. Él sonrió y le guiñó un ojo. ― Arturo no te hará daño, no, siempre se comporta. Y tú te comportarás, ¿verdad, Bella? Va a hacer todo lo que te pido. ― Sí, ― susurró. ― Sí, Luigi, cualquier cosa por ti. El cuchillo cortó las correas del sujetador y luego se deslizó a lo largo de un lado para cortar el material, liberando los pechos para su vista. Arturo deslizó la hoja en la cintura de la falda y desmenuzó eso también. No llevaba bragas, y se quedó completamente desnuda entre los dos hombres. Luigi volvió a mirar a través de los papeles como si la despidiera a ella de nuevo. Arturo aplicó presión hasta que ella estaba de rodillas, y luego en cuatro patas. ― Arrástrate hasta él, ― espetó. ― Muéstrele cómo de agradecida estás. Ella lo hizo, y cuanto más se acercaba a Luigi este se movía hacia atrás, obligándola a seguirlo. Arturo se rió. ― Ella es una perra bien entrenado ya, Luigi. No creo que se necesite mucho tiempo para llevarla a forma. Luigi sonrió a Arturo. ― Creo que es muy cooperativa. ― Él dejó de moverse por lo que Carlotta pudo ponerse al día con él. Se aseguró de que estaba en el centro de la habitación donde pudiera tener un montón de espacio para hacer lo que quisieran con la mujer. ― Luigi, voy a hacer lo que quieras, ― dijo Carlotta. El cinturón de Arturo aterrizó sobre su trasero desnudo. Ella gritó. ― No le llames Luigi. Él ya no es tu amigo. Él es tu protector. Muestra algo de respeto.

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Atada al Fuego ― Arturo, ― Luigi dijo en voz baja. ― Ella está tratando. No llores, bella. Él sólo quiere ayudarte a recordar cómo comportarse para que no te metas en problemas. Arturo, haz que se sienta mejor, mientras ella chupa mi verga. Abre mis pantalones, Carlotta, y haz un buen trabajo. Quiero tu cara, y empujar mi polla por la garganta, y vas a tragar toda esa carne que te estoy ofreciendo. Y estarás agradecida, mientras lo haces. Quiero entusiasmo. Si no consigo eso, no puedo ser responsable de lo que Arturo vaya a hacer. El tiene muy mal genio. Arturo ya estaba frotando su mano sobre la marca viciosa de su cinturón, sus dedos errantes a su parte inferior. Le separó más las piernas con el pie y hundió sus dedos profundamente en ella. Su pulgar deslizándose en el pliegue de sus mejillas. Ella se quedó sin aliento y se retorció, tratando de desalojar la mano, pero se mantuvo trabajando. Ella tenía dificultades para llevar abajo la cremallera de los pantalones de Luigi mientras que Arturo utilizaba sus dedos para difundirla cada vez más amplia. Luigi la agarró de la cabeza, de repente cansado de esperar, y la empujó hacia abajo sobre su pene en espera. Ella lo tragó entero. Se encontró que era más divertido observar el entretenimiento de Arturo, primero su puño y luego tomándola brutalmente, chocando contra ella, conduciendo su boca sobre Luigi con cada golpe. Por supuesto que no se detuvo allí. La tomó en todas las formas posibles, mientras ella gritaba deliciosamente alrededor del miembro de Luigi. Las lágrimas corrían por su rostro mientras Arturo la abrió a su modo. Luigi podía fácilmente vender su cuerpo una y otra vez al mejor postor, y permitirles utilizarla de cualquier manera posible. Cuando terminaran con ella, podría venderla a Evan Shackler Stavros para su uso en uno de sus cargueros de tabaco. Se frotó la mejilla, sonriendo con benevolencia. ― Voy a cuidar muy bien de ti, Bella, vas a ser un tesoro en mi establo. Arturo te llevará a una casa de seguridad. Él cuidará de ti. Voy a visitarte más tarde esta noche, después de que te instales. Vas a tener papeles para firmar. Nunca puedes volver a esta casa. Los enemigos de Cosmos te buscarán aquí. ― Se inclinó y rozó un beso en la parte superior de su cabeza. ― No tengas preocupaciones, voy a tomar muy buen cuidado de ti. Vas a tener un bonito apartamento y sólo se requiere que entretengas al mejor de los hombres. Vas a disfrutar. Arturo verá que sabes exactamente qué hacer.

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Atada al Fuego Le acarició la cabeza de nuevo y luego presentó su mano hacia ella. ― Muestra tu agradecimiento, Carlotta, y recuerda, que espero absoluta lealtad y obediencia. Sin preguntas. ¿Entiendes? ― De pronto se apoderó de su pelo con fuerza y tiró la cabeza hacia atrás para mirar a los ojos llenos de líquido. Ella tragó saliva, su cara manchada, el rímel corriendo. Él pensó que parecía aún más hermosa de esa manera. ― Si, Don Abbracciabene. ― Con impaciencia, cuando soltó su pelo, se inclinó para besar su mano. ― Todo lo que diga. ― Te dejaré en las capaces manos de Arturo. Arturo se va a ocupar de que estés totalmente entrenada y ten seguridad de que en cualquier momento voy a venir a visitarte o enviaré a alguien que quiero que atiendas por favor. Carlotta asintió con la cabeza, comenzó a hacer un movimiento para levantarse, pero se detuvo cuando la correa atacó al otro lado de su trasero de nuevo. Ella gritó y recibió otro golpe. Luigi le guiñó un ojo y, tomando los papeles, se retiró, silbando. Detrás de él, escuchó golpes que caían en la parte inferior desnuda de la mujer y de los muslos. Arturo disfrutaba de infligir dolor. Tenía mucho cuidado de que las mujeres que entrenaba aprendieran a disfrutar el dolor por lo que valían algo para Luigi. Luigi había encontrado en él un hombre de valor incalculable. Las mujeres en el establo Abbracciabene, eran las más buscadas después de cualquier otro anillo. Se aseguraba de que estuvieran limpias, hermosas, bien entrenadas y harían cualquier cosa, cuando se les dijera. Él volvería a caer en su retiro, una casa de la que Angeline no sabía nada, y se escondería en su ala privada durante otro día o dos antes de emerger enfermo y débil para escuchar los detalles de la muerte de Cosmos. No quería volver a casa y enfrentarse a su desagradable esposa. Visitaría a Carlotta de nuevo en medio de la noche. Arturo tendría sus muñecas colgando del techo, su delicioso cuerpo golpeado. Ella necesitaría de su cuidado amoroso, una mano suave para guiarla en su nueva vida. Después de la violencia de Arturo, sus mujeres siempre le daban la bienvenida y estaban más que dispuestas a cumplir con todos sus deseos.

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Atada al Fuego Necesitaba revisar los documentos, hacer que su abogado preparara los necesarios para que Carlotta dejara la finca a él y le diera poder sobre su cuenta bancaria. Todo ese dinero que había pagado a Cosmos, viniendo directo de nuevo a él. Se rió en voz baja mientras conducía, anticipándose a su próximo encuentro con la viuda afligida. Casimir observó el coche llegar por el camino largo, y parquear en las afueras del ala privada de Luigi y a Luigi emerger del lado del conductor. Estaba solo, Arturo ya no estaba con él. Era muy raro ver a Luigi sin Arturo y a Casimir no le gustaba no saber dónde estaba el guardia. Luigi fue adentro y claramente, no había nada de malo en el hombre. Se movía solo y caminaba sin ayuda. Casi al mismo tiempo, el busca de Tomasso se disparó, una citación de Luigi en su ala privada. Eso también era inesperado. Luigi apenas le había mirado desde su llegada, un mes antes de que Lissa hubiera aparecido. Tomasso había estado trabajando casi seis semanas con Luigi, y la mayor parte de contacto había sido a través de Arturo. Todas las órdenes venían del guardia principal de Luigi. Entró en la casa para entrar por la parte de atrás para poder ir al ala privada de Luigi a través de la parte principal de la casa. Lissa estaba de vuelta y levantó una ceja mientras llamó a la puerta de Luigi. ― Entre. ― La voz sonaba débil. Lissa estaba allí en un latido del corazón. ― Tío Luigi, ¿está todo bien? ¿Debo llamar a un médico? Tomasso dejó caer la mano en la puerta y se encontró con que no estaba cerrada. Abrió una rendija, lo suficientemente para permitir que Lissa viera, sin embargo, hizo parecer que estaba protegiendo a Luigi. ― Vaya, vaya, Lissa, ― dijo Luigi. Tosío. Haciendo un gesto con la mano a su sobrina, insistiendo en que ella le obedeciera. ― Vamos a hablar mañana o al día siguiente. Necesito a Tomasso en este momento.

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Atada al Fuego Lissa asintió a regañadientes y se dio la vuelta, lo que permitió que Tomasso entrara en el apartamento privado de Luigi. El ala era enorme y muy bien equipado. Luigi no carecía de lujo o de su capacidad para defenderse a sí mismo. Las paredes eran muy gruesas, lo que garantizaba privacidad absoluta. ― Entra, Tomasso. Es el momento de que lleguemos a conocernos uno al otro. ― Luigi le hizo un gesto hacia una silla y Casimir tomo una alrededor y se sentó a horcajadas, frente a su "jefe". ― Arturo dice cosas buenas de ti. He mirado por encima de su hoja de vida. Muy impresionante. Vienes muy recomendado, y todos mis amigos dicen lo mismo de ti. Prefieres disparar primero y preguntar después. Tomasso se encogió de hombros. ― Prefiero mantener mi empleador vivo. ― Miró alrededor de la habitación, observando la chimenea encendida a pesar del hecho de que la noche no estaba fría. Espirales de papel ennegrecido, rizado salían de entre los troncos. Era evidente que Luigi estaba destruyendo cualquier evidencia que Cosmos tenía contra él. ― Veo que ha hecho eso, pero tenía que salir hasta que las cosas se enfriaran, ― Luigi señaló. ― Eso no es bueno para ti, nunca te da una verdadera familia. Arturo ha estado conmigo desde que era un niño. Algunos de los hombres han trabajado para mí o mi familia durante más de treinta años. Es mucho mejor tener una familia que estar solo en este mundo. Casimir mantuvo su mirada sobre Luigi, preguntándose adónde iba esto. Él asintió con la cabeza, sólo porque se esperaba algo de él. Eso pareció suficiente para Luigi, quien entendía que cualquiera de los hombres que él empleaba estaría de acuerdo con él. ― He recibido el mensaje esta noche, de que un buen amigo mío murió en un trágico accidente. No puedo siempre creer en los accidentes. He aprendido a no ser de los que más confían en los hombres con buena razón. Mi hermano y su esposa fueron asesinados por una familia que creía que era mis amigos y aliados. ― Luigi lo observaba a él para detectar signos de reacción. Casimir asintió de nuevo. ― He oído hablar de esa tragedia.

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Atada al Fuego ― El punto es, que cuando mi sobrina me visita, Arturo cuida por lo general de ella, pero yo lo tengo velando por la viuda de mi amigo. Yo no confiaría en nadie más con ella. Eso significa que, mientras evalúo el peligro para esta familia, voy a necesitar que alguien proteja de mi sobrina. Ella es muy valiosa para mí. No le va a gustar y va a protestar, pero ella no puede salir de esta casa sin protección. Mientras que él no está, quiero que este cerca de ella. ― Por supuesto. Ningún daño vendrá a ella. Hasta que me dé la orden, no me importa lo mucho que proteste. Dormiré fuera de su puerta si es necesario. ― Si ella sabe que usted está encargado de protegerla, va a tratar de escaparse, ― advirtió Luigi. Se encogió de hombros. ― Nunca he perdido un cliente todavía. Pero, ella me desprecia. No sé si se lo ha dicho a Arturo o a usted, pero definitivamente tiene una aversión hacia mí. ― Estoy muy consciente de ello. Estoy esperando que al darle este trabajo y que al darle cualquier autoridad que necesite para hacer que se comporte, la mantenga distraída. Me preocupa que vaya a terminar en la línea de fuego. Tiene una reunión importante muy pronto en un hotel, un hotel muy público. No quiero que ella vaya a cualquier otro lugar, solo a esa reunión hasta que yo diga la palabra. No deje su lado mientras ella está en ese hotel, no importa lo que diga. ― En ese caso, estoy más que feliz de asumir este trabajo para usted. ― Ella es un tesoro para mí, pero ella es un puñado, ― dijo Luigi. ― No quiero que le pase nada. ― Entiendo la confianza que va a colocar en mí, don Luigi, y no está fuera de lugar. Sólo tiene que preguntar a aquellos con quien he trabajado. Luigi le sonrió. ― Bueno. Bueno. Arturo dijo que dejara a Lissa en su cuidado. Él piensa muy muy bien de usted. Si hace esto para mí y sé que puede, hablaremos de un hogar permanente. Creo que eres el tipo de soldado que necesito en las próximas semanas.

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Atada al Fuego Tomasso consiguió esbozar una sonrisa mientras lentamente se puso de pie. ― Gracias, Don Luigi, no le defraudaré. A él le gustaba la tarea muy bien, a pesar de que estaba más seguro que nunca de que Luigi y Arturo estaban tramando algo. Luigi no quería a su sobrina hurgando o saliendo de la propiedad porque era demasiado inteligente para perder mucho. Ya no era una niña pequeña, sufriendo un traumatismo o siendo una adolescente adoctrinándose. Era una mujer adulta con un código moral propio. Nunca aceptaría el plan de su tío del poder absoluto. No podía permitirse el lujo de cometer un solo error a su alrededor. Ella era demasiado perspicaz. Tomasso caminó fuera de la habitación, mostrándose delante de todo el mundo como un guardaespaldas arrogante, importante, e Italiano. Él sabía que era bien parecido. Hizo su camino en el pequeño estudio donde a Lissa le gustaba acurrucarse en el sofá con un libro. Él se colocó a sí mismo contra la pared, una pose que siempre le molestaba. Mantuvo la nariz en el libro durante unos minutos y luego con un poco de molestia miró hacia arriba. ― ¿Qué? ¿Qué estás haciendo? ― Mirándote. ― Bueno, no lo hagas. Desaparece. ― Ella movió los dedos en él. ― ¿No tienes otro juego de piscina para jugar? Estás perdiendo el dinero de mi tío simplemente colocándote alrededor. Él no parece pensarlo, pero yo sí. Ve a pararte en otro lugar. Se enfrentó a la cámara que ambos sabían que estaba en la habitación y sonrió directamente a ella. ― Tengo nuevas órdenes, Lissa. Me quedo con usted como el pegamento. No va a ninguna parte sin mí y si lo intenta, puedo utilizar todos los medios a mi disposición para detenerle. ― Su sonrisa se ensanchó en una sonrisa burlona. Ella siseó entre dientes y tiró su libro en el sofá. ― Ya veremos eso.

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Atada al Fuego ― Su tío se ha retirado por esta noche. ¿Tengo que recordarle que está enfermo? ― Usted sabe muy bien que no es mi tío real. Soy una mujer adulta y puedo hacer lo que quiera o no quiera. No quiero un guardaespaldas. Ella era buena, Casimir tuvo que admitir. Lanzar aquello de no ser su sobrina era proteger esa cubierta también. No se suponía que los hombres supieran que Giacinta Abbracciabene estaba viva. Él le dio la mirada más insolente que pudo, ya que jugaba directamente a la cámara. ― Lanzar una rabieta porque no desea un guardaespaldas es un poco infantil, ¿no es así? Se puso de pie y empezó a pasear por la habitación para él. ― No necesito un guardaespaldas. ― Al parecer, por todo lo que está pasando en la vida de su tío, él cree que lo hace. Así que aguántese y dele su tranquilidad en lugar de actuar como una niña mimada. Su barbilla subió, sus ojos destellaron peligrosamente. ― ¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? ― ¿Vas a ir a decirle sobre mí? ¿Me despedirá? ¿Golpeara? ¿Me matara? ¿Es eso lo que le gusta hacer cuando uno de los hombres de su tío molesta a la princesa? Ella lo miró. ― No necesito ir corriendo a mi tío cada vez que uno de sus hombres es de mala educación conmigo. Su ceja se alzó. ― ¿Sus hombres son groseros con usted? Ella metió la nariz en el aire, sacudiendo su pelo rojo con desdén. ― Voy a mi habitación. ― Caminó más allá de él.

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Atada al Fuego Detuvo su salida altiva simplemente enderezándose y cayendo un paso detrás de ella, se volvió alrededor, sus dedos se cerraron en dos puños apretados. ― ¿Ahora qué estás haciendo? ― Don Luigi la quiere protegida en todo momento, eso significa que dentro de esta casa como en el exterior. Él me dijo que no saliera. Voy a estar durmiendo en el suelo del interior de su cuarto, justo al lado de su puerta. Sus ojos se abrieron con sorpresa. ― No lo harás. ― En realidad, lo haré. Tiene una reunión importante en un hotel pronto. Me pidió que la acompañara allí, pero por lo demás, no debe salir de la propiedad y no estoy dejando su lado. Lissa le sacó la barbilla en el aire y continuó acechando hacia las escaleras. ― Usted no está durmiendo en el suelo de mi habitación. ― ¿Es que me ofrece su cama? Se detuvo tan rápido que se topó con ella y se vio obligado a agarrarla de los brazos para evitar que se cayera. Ella le envió una mirada fulminante por encima del hombro. ― Absolutamente no. Permitió que su dedo se deslizara sobre el brazo desnudo y se inclinó para poner su boca contra su oreja. ― Es posible que le guste. ― Susurró la burla, sus labios rozando su lóbulo de la oreja. Por un momento sus dientes tiraron de él y luego se alejó de ella. Lissa no dijo una palabra. Ella subió las escaleras, ignorando el hecho de que él la seguía de cerca. Ella abrió la puerta de su dormitorio, pero antes de que pudiera cerrarla, él cogió la puerta y la sostuvo para poder deslizarse a través. Al igual que Luigi, tenía su propio apartamento. No era tan grande o adornado, pero era hermoso, con todas las comodidades.

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Atada al Fuego Casimir silbó suavemente. ― Bonito. Me pareció que mi habitación con mi baño personal y jacuzzi eran agradables, pero esto sin duda es un paso o diez arriba. ― Él cerró la puerta. ― ¿No tienes cámaras o ciertos dispositivos de grabación en este cuarto? Ella asintió y se metió en él, las manos yendo a su pecho, empujándolo hacia atrás contra la puerta. ― Eres un grano en el culo. No puedo creer. Tomasso va a conseguir que ponga algo roto por encima de su cabeza si sigue así. ― Luigi quiere que antagonice contigo. Él piensa que te mantendrá distraída. Ella inclinó su rostro hacia él, pareciendo desconcertada. ― ¿Por qué necesitaría que me distrajeran? El fue a visitar a su esposa. Lo seguiste. Para ahora, ya tiene la noticia de que Cosmos está muerto. ¿Qué está planeando? ― Él estaba quemando unos papeles, y vi más en su escritorio, todo a nombre de Cosmos Agosto. Andanzas. Bancos. Declaraciones, ese tipo de cosas. Él debe estar haciendo una toma de posesión de los bienes de Agosto. ― ¿Dónde está Arturo? ― Preguntó. ― Arturo está siempre con él. Casimir negó con la cabeza. ― No esta vez. Luigi regresó por sí mismo, y estoy seguro de que va a volver a salir esta noche. Él no tenía la intención de retirarse a su habitación. ― Vamos a tener que seguirlo. Casimir agrupó los sedosos mechones de pelo rojo en el puño y tiró suavemente. ― No tenemos, golubushka. Yo. Voy a seguirlo. Tú mantendrás el fuego del hogar en caso de que tenga algún otro par de ojos puestos en ti. Asegúrate de hacer acto de presencia de vez en cuando, al abrir la puerta y decirme que salga. Su mano se deslizó bajo la cortina de su pelo para envolverse alrededor de la nuca de su cuello. ― Solo quiero ver a dónde va, Giacinta. No estoy haciendo ningún movimiento en él todavía. Necesito saber dónde está Arturo y lo que están haciendo. Tú no vas a ser falta para nada.

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Atada al Fuego ― Él tenía perros. Casimir se quedó inmóvil. Su intestino anudado. De repente le parecía vulnerable, sus grandes ojos azules mirando hacia él. Sin lágrimas. Al igual que una declaración tranquila de la nada. Él no tenía que preguntar a quién se refería. Él sabía. Cosmos Agosto podría pudrirse en el infierno. No podía imaginar qué tipo de trauma una niña había sufrido, después de ver a un hombre grande enviar a sus perros detrás de ella. Lo que era peor, ver como los perros mataban a sus padres. La tomó en sus brazos, apretándola contra su cuerpo, manteniéndola cerca, tratando de consolarla cuando había poca comodidad a dar. ― Está muerto, Malyshka, y estamos un paso más cerca de llegar a casa. ― Llamé a Lexi, ― admitió. ― Después. Tenía que escuchar su voz. Gavriil me dijo que volviera a casa. Su voz fue amortiguada contra su pecho, pero escuchó cada palabra. Dejó caricias a través del pelo y miró por encima de su cabeza hacia la pared. ― Tal vez eso sería lo mejor, Giacinta. Podría terminar aquí y luego unirme a ti. ― Él la quería a salvo. Fuera de la crisis, lejos de Luigi y claramente de los Sorbacovs. Al mismo tiempo, no quería renunciar a ella. La parte egoísta de él, que había estado sola toda su vida no quería estar a más que un brazo de distancia de ella. ― Ve a mantener vigilancia sobre Luigi, ― murmuró ella, sin renunciar a su dominio sobre él. Ella se inclinó hacia él, inclinó la cabeza por lo que estaba mirando hacia arriba. ― Pero primero, dame un beso. No voy a ninguna parte. Creo que nosotros tenemos una oportunidad de seguir con vida si vamos tras los Sorbacovs juntos. Ciertamente tengo una mejor oportunidad de acercarme a ellos de lo que tú lo haces. No estoy a punto de salir ahora que te he encontrado.

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Atada al Fuego Casimir cerró los ojos por un momento, saboreando sus palabras. No estoy a punto de salir ahora que te he encontrado. A pesar de todas las razones para no confiar, Lissa confiaba en él. Ella confiaba en ellos. Se había dado a él, comprometiéndose con él y eso significaba algo para ella y todo para él. ― Bésame, Casimir. Necesito sentirme viva otra vez. Tengo frío en el interior. No tuvo que esperar. Él tomó su boca y vertió el amor por su garganta. El fuego dentro de él reventando a través de él y dentro de ella. La temperatura de la habitación aumentó varios grados, pero no se dio cuenta. Su boca era suave y perfecta. Tan perfecta. Podía besarla para siempre. De alguna manera ella siempre lo llevaba a otro reino, un lugar donde no existían escuelas brutales y él no era un hombre sin alma. De mala gana, separó su boca de la de ella y rozó besos sobre sus ojos, seguidos por más en su rostro y luego hacia abajo hasta la barbilla. ― ¿Va a estar bien sin mí? Luigi y Arturo se pueden ir al infierno. No necesitamos hacer un reconocimiento esta noche. ― Esperare por ti. Él va a hacer un movimiento pronto. Luigi tiene una paciencia infinita, pero cada vez que un trabajo es completado, él quiere hablar de ello. Eso es un hecho. Cada vez que sale de su ala de la casa, insiste en que vayamos sobre cada detalle. Él no va a esperar mucho tiempo, lo que significa que cualquier negocio que tenga, querrá concluirlo rápido. ― Pensé que habías dicho que Arturo está siempre con él. Ella asintió lentamente. ― Es verdad. Es muy raro que Arturo deje a Luigi sin guardaespaldas. La besó de nuevo. Para lo que significara. Haciéndole saber que ella era de él y que nunca iba a cambiar eso.

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Atada al Fuego ― Voy a seguirlo. Vuelvo tan pronto como sepa dónde están. Ella se acercó y con una mano le acarició la cara con dedos amorosos. ― Estaré aquí. No te olvides de las cámaras. ― Sólo el más mínimo toque de diversión se deslizó en su voz. Ella le estaba tomando el pelo. En medio de la confusión más grande en la que ella podría estar, todavía encontró un momento para el humor. Se dejó sonreír, cuando lo único que quería hacer era envolverla en sus brazos y llevarla como si fuera un hombre de las cavernas primitivo. Él tomó su boca una vez más y luego se volvió para hacerse cargo del negocio. Porque eso era lo que los hombres como él hacían.

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Atada al Fuego Capítulo 10

Luigi salió de su ala en la noche dos días más tarde, viéndose mayor y sacudido, el marco de su altura inclinado y caminando vacilante, como si su equilibrio estuviera un poco apagado, pero se negó a que lo ayudaran. Lissa le siguió por el pasillo, permaneciendo cerca por si acaso se caia. Dos veces tuvo que parar y sostenerse en la pared, pero no habló. Nunca antes había esperado dos días para repasar todos los detalles cuando se había dispuesto de uno de sus objetivos principales. Ni una sola vez, y Lissa no podía dejar de preguntarse lo que estaba haciendo. Él desaparecía cada noche, conduciendo él mismo, sin guardaespaldas, escabulléndose del ala, y en dirección a un edificio en las afueras de la ciudad. Él no iba a ver a su esposa e hijos, o a una reunión con los jefes de otras familias. No había guerra en marcha. Simplemente conducía a la construcción, salía, abría la puerta y desaparecía en el interior durante horas. Casimir siguió a Luigi las dos noches seguidas, y su tío siempre fue al mismo lugar. Las puertas estaban firmemente cerradas y las ventanas ennegrecidas con barras en ellas. No podía oír un sonido y aún no habían descubierto una manera de entrar. Una vez, Arturo había caminado con Luigi a su coche, por lo que claramente el guardia se alojaba en ese edificio. Su comportamiento no tenía sentido para Lissa. No podía conciliar el sueño hasta que regresara Casimir, a escondidas de nuevo a su habitación, desvistiéndose y llegando a la cama, por ella en el momento que él estaba allí, como si no pudiera soportar estar lejos. Como si no pudiera esperar un segundo más para hacer el amor con ella. Cada vez que la tocaba, se sentía así, como si estuvieran haciendo el amor. A veces era suave, otras veces áspero y loco, pero siempre sabía que la tocaba con amor.

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Atada al Fuego Luigi, se movio por delante de ella hacia su estudio, tropezó y se agarró a la pared. Ella se alargó a él de forma automática, pero no pudo obligarse a tocarlo. La bilis se levantó y tuvo que forzarla hacia abajo, obligarse a respirar a través de la repugnancia que sentía al estar tan cerca de él, el hombre que la había criado. El hombre al que había amado y al que se había aferrado. El hombre que había tenido su propio hermano asesinado para poder tener el poder. ― Tio Luigi, ¿necesitas ayuda? Puedo llamar… ― ¡No! ― Escupió la palabra, mirando por encima de su hombro. Agachó la cabeza, como hacía normalmente cuando él la reprendía. Su cabello se derramó alrededor de su cara, cubriendo su expresión. ― Estoy bien, Lissa. ― Él suavizó su voz. ― Esta enfermedad es... humillante. No me gusta que me veas de esta manera. Pensé que estaba mejor y que teníamos que hablar así que vine antes de que estuviera realmente preparado, pero el medicamento está funcionando. Pronto voy a estar bien otra vez. ― Estoy molesta de que Arturo no esté contigo, tío. Él nunca ha estado lejos de ti, y ahora, cuando más lo necesitas... ― Se interrumpió, pero su tono fue muy acusador. Luigi sostuvo la puerta para ella y ella le precedió en el estudio. La nuca en su cuello escocía con cautela y se sentía como si tuviera una diana gigante pintada en la espalda. Se mantuvo de espaldas a él, en un estudio disciplinaso, mientras caminaba hacia la silla más cómoda, en la que ella siempre se sentaba cuando hablaba con él. A Luigi le gustaba sentarse detrás de su escritorio. Se dio cuenta de que pensaba que tenía una ventaja. Él se veía a cargo. Un hombre de autoridad, y hasta que ella había descubierto la verdad sobre él, ella siempre había aceptado la imagen que proyectaba. Ahora quería sacar uno de los muchos cuchillos ocultos en su cuerpo y cortarle esa garganta mentirosa. Luigi se tomó su tiempo para rodear la mesa para sentarse en su silla de oficina extremadamente cara. Juntó los dedos y se inclinó hacia atrás, mirándola. ― ¿Qué pasa, Lissa? Te ves molesta. ¿Algo ha ido mal?

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Atada al Fuego Con todos los demás que se quedó en su papel. Pero esto iba a ser mucho más difícil de lo que imaginado. Ella sacudió su cabeza. Se inclinó hacia delante. ― Ese hombre, ― dijo entre dientes. ― El guardaespaldas. Tomasso. En realidad, tío Luigi, era necesario que me asignara ese hombre arrogante, y mandón? Su boca se torció en diversión. ― Sí lo era. Hay problemas en este momento. Mis enemigos están dando vueltas. No voy a perderte, Lissa, por lo que debes aceptar esta necesidad de protegerte. Tomasso es bueno en su trabajo. ― Demasiado bueno, ― espetó ella, agitando su mano con desdén. ― Estoy acostumbrada a Arturo. ¿Dónde está el? ― Él sólo toma unos días de descanso al año. Estaba programado para el tiempo libre y, por supuesto, se lo di. No podía saber que tendría una recaída o que vendrían problemas. Lissa negó con la cabeza y dejó escapar el aliento con exasperación. ― No sabes lo verdaderamente irritante que Tomasso es, Tío. Tu salida de tu apartamento es el primer respiro que he recibido. ― Ella puso los ojos en blanco. ― Me dejó para ir a ver el hotel. Tengo una cita mañana y él quería ir a hablar con su seguridad. Si él me daña esta venta, lo voy a matar yo misma. ― Ahora, calma, cara, él sólo está haciendo lo que le pedí, ― Luigi la calmó, su voz indicando que estaba bien satisfecho de sí mismo. ― Su trabajo es asegurarse de que estás a salvo en todo momento. Arturo estará de vuelta pronto, pero mientras tanto, vamos a hacer lo que Tomasso considere necesario con el fin de protegerte. Miró a su tío. ― ¿De verdad cree que, después de todos esos años de entrenamiento, no puedo cuidar de mí misma? ― Era necesario permanecer en el papel, y Lissa nunca querría un guardaespaldas a tiempo completo, especialmente uno tan mandón como Tomasso. También necesitaba distraer a su tío y hacerle creer que Tomasso era la razón de estar molesta. ― Yo sé que puedes, Lissa, pero no voy a disculparme por querer hacer cierto que estes protegida. He perdido toda mi familia una vez. Eres todo lo que tengo ahora.

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Atada al Fuego Bastardo mentiroso. Sus dedos subieron hacia el cuchillo oculto en el interior de la chaqueta de forma ajustada que llevaba por encima de su blusa brillante. ― Vas a aguantar a Tomasso durante unos cuantos días. Especialmente en el hotel. ― Luigi hizo un decreto, como lo hizo con un buen montón de cosas. A él le gustaba el control, se dio cuenta Lissa. Él lo anhelaba. Emitir órdenes le hacía sentir muy poderoso. Ella suspiró y luego se encogió. ― Está bien, pero no me tiene que gustar. ― Tomasso es un buen hombre, Lissa. Tratalo con respeto. Va a ser de gran utilidad para mí. ― Yo dije que iba a ponerme al día con él. Nunca he tratado a cualquiera de tus hombres con menos que mi completo respeto. Él asintió con la cabeza y la dejó ir. Lissa rara vez tenía un filo en su voz cuando hablaba con él, y él no podía dejar de escucharlo. Sólo podía esperar que con el alboroto que había hecho, él le creyera a ella que no le gustaba su guardaespaldas. Ella sabía que sus protestas sólo consolidarían la posición de Tomasso con Luigi. Luigi creería que el nuevo hombre era uno con el que podía contar y llevar más profundamente en su organización. ― Sé que tuviste éxito porque la viuda de Cosmos me llamó, frenética. Ella dijo que él se deslizó sobre el acantilado hacia el mar y las rocas de abajo. Para el momento en que las autoridades llegaron, su cuerpo estaba en el mar. Sé que estaban tratando de encontrarlo; si lo hacen, ¿qué van a encontrar? ― Luigi se frotó las manos, mirándose jubiloso. ― Está claro que había bebido demasiado y cayó accidentalmente. Se puede descartar un accidente. Si alguien en la familia Porcelli investiga, van a llegar a la misma conclusión, ― dijo Lissa con absoluta confianza. ― Quería ésto, Lissa, ― Luigi confió, bajando la voz y mirándola fijamente a los ojos. ― Su padre lo trató como a un hijo. Un chico así de las calles, y Marcello y Elizabeta les gustaba como famiglia. Les traicionó de una manera tan vil.

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Atada al Fuego Lissa casi se atragantó con la bilis. Su tío era el mal personificado. Ella no podía sentarse frente a él y mirarlo a la cara, escuchar su perorata y evitar que su cara mostrara que quería matarlo. Ella se levantó y se paseó por la habitación. ― Le dije quien era yo. Le dije antes de que fuera terminado. Yo nunca he hecho eso antes. ― Hizo la confesión cuando ella nunca había considerado decirle, pero él pensaría que estaba de mal humor y nerviosa por eso. Ella nunca se desviaba de sus guiones establecidos. Patrice Lungren mataba, no Lissa. No Giacinta. Patrice no se sentía personal hacia sus objetivos, traía la justicia a ellos cuando el sistema de justicia había fallado. Tenía que ser así. Patrice nunca hablaba de los objetivos. Ella organizaba un accidente y se aseguraba de que sucediera. Lissa fue al armario alto con la exhibición de vasos de vidrio adornados. Ella tocó uno, trazando el grabado y se volvió hacia su tío, una vez que sabía que estaba compuesta lo suficiente para enfrentarse a él. ― No podía ayudarme a mí misma. Yo quería que él supiera. ― Bien, bien, Lissa. Necesitaba saberlo. Espero que muriera duro en esas rocas, el bastardo. ― Luigi dio un puñetazo en el escritorio. ― Sólo hay uno que falta, sólo uno. Hemos conseguido a todos y cada uno de los responsables de ese día oscuro. Debe sentirte orgullosa de tí misma. ― No hasta que esté terminado, ― dijo Lissa. ― No hasta que el último hombre responsable de la muerte de mis padres y todos los que les servía se hayan ido. Entonces lo estaré más. ― Aldo Porcelli. Él es ahora el jefe de la familia Porcelli. No va a ser fácil de conseguir. Lo he estudiado y él no tiene rutinas establecidas. Él cambia las citas en el último minuto. Este fin de semana será muy vulnerable, pero sólo este fin de semana. Creo que va a ser su mejor oportunidad de tomarlo a él. Ella frunció el ceño y una vez más cruzó la habitación hasta caer en la silla frente a él en la mesa.

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Atada al Fuego ― No. No, no podemos hacer eso. Es demasiado pronto. Nunca hacemos dos trabajos tan seguidos. Si su familia pone todo junto, van a venir detrás. Por mi no. Nadie sabe de mí, pero te recordaran, Tío Luigi. No podemos correr ese riesgo. ― A veces, cara, tenemos que correr riesgos si queremos ganar. Aldo es difícil. Él está rodeado por protección en todo momento. Nunca está solo. He pasado los últimos años estudiándolo, recogiendo la cantidad de información posible, y créeme cuando te digo, si no llega a él este fin de semana, podría pasar un año completo antes de que tengamos otra oportunidad como ésta. ― No me gusta, ― dijo Lissa. ― Nos hemos tomado nuestro tiempo. Eso es lo que nos ha mantenido a salvo, desviarnos de esa regla es peligroso. Hemos esperado tanto tiempo, ¿qué es otro año? ― Tenia que convencerla. Ella no sólo iba a entregar una victoria para él, iba a tener que ganarla. Luigi suspiró y estudió su rostro. ― Puedes ser terca. ― Tengo que serlo. Es tan importante para mí mantenerte a salvo, para llegar a arruinarlo de esa manera. Ella le sonrió. Él le devolvió la sonrisa. Todos los dientes. El gato y el canario. Su tío planeaba matarla. Lissa sabía que no podía permitirse el lujo de mantenerla viva. No después de que lograra sacar las cabezas de ambas familias. Habían jugado al ajedrez durante años juntos. Luigi siempre ganaba. Sin saberlo él, lo había estado dejando ganar desde que tenía dieciséis años. Todavía estaban jugando al ajedrez, sólo que las apuestas eran mucho más altas. ― Lissa, entiendo lo que estás diciendo, pero quiero terminar con esto. Estoy dispuesto a correr el riesgo. Tú vas a tu reunión en el hotel y vendes tus hermosas lámparas de araña. Ellos las querrán, por supuesto. Entonces llegas a casa, te encargas de Aldo Porcelli y sigues con tus planes. Vas a Alemania. Permaneces en el castillo. Vas a ver el hotel en San Petersburgo. Y yo voy a tener una coartada como siempre lo hago por si acaso. Nadie va a sospechar de que un anciano consiga su venganza después de diecisiete años. Nadie. La idea es ridícula.

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Atada al Fuego Suspiró, dejándole ver que ella estaba al borde de la capitulación. ― No me gusta, tío Luigi. ― Nadie sabe de ti, Lissa. Y si lo hicieran, no sospecharían de una mujer joven, especialmente de una mujer que vive en los Estados Unidos y hace hermosas lámparas de cristal que vende en todo el mundo. Este es nuestro momento para atacar. ― Cerró el puño, y golpeó su escritorio de nuevo. ― De aplastarlo. De aplastar a Aldo Porcelli. Será el final. Los dos estaremos libres de esta cosa que hemos jurado. Tendrás tu vida de regreso. Puedes casarte. Tener bebes. Traerlos a ver a tu tío Luigi. Yo nunca he estado en los Estados Unidos. Me gustaría ver ese lugar donde vives. Esta granja. Poder conocer a las mujeres que te quieren como familia. ― Me gustaría eso, ― murmuró ella, y apartó el cabello, esperando que el gesto cubriera la expresión de su cara. Él era un excelente actor. Había engañado a su padre y madre. Ambos lo habían amado con todo en ellos. Les había engañado. Lo había amado. Casi podía creer que no era cierto, que era un apasionado de llevar a los responsables de la muerte de su hermano a la justicia. ― No es demasiado tarde para que encuentres a alguien, tío, ― aventuró ella, preguntándose lo que diría. ― No eres tan viejo por lo que podrías casarse y tener hijos propios. Siempre me he preguntado por qué no lo hiciste. ― No. No. No con esta enfermedad. Tan terrible. No me gustaría poner esto en cualquier mujer. No, lo haré. Solo quedas tu, y me darás a los bebés en la dote de mi vejez. Yo seré su tío favorito. Lissa se llevó una mano apretada contra su estómago revuelto. No podía aguantar el juego que estaban jugando mucho más tiempo. ― ¿Por qué este fin de semana? Observó la fuga de tensión fuera de él. No se había dado cuenta de lo tensa que había estado hasta que se había relajado. Ella retorció los dedos en un puño y masajeó el nudo en la nuca de su cuello amenazando con destruir la compostura.

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Atada al Fuego ― Aldo tiene una amante. ― Luigi se inclinó hacia adelante, silbando la acusación. ― Ni siquiera puede ser fiel a su esposa. Pronunció la condena en una voz de desprecio absoluto. Evidentemente, ahora que parecía capitular, estaba de vuelta en su elemento. Estaba bastante segura de que si se hubiera vinculado a la industria de la animación, habría llegado muy lejos. ― La ve con regularidad, pero nunca el mismo día u hora. No le gusta la rutina y tampoco lo hace su equipo de protección. Siempre tiene cuatro guardaespaldas con él. Son buenos y muy completos. Vas a tener que encontrar una manera de ir más allá de ellos. Ella asintió. Esperando. Haciendo que le diera los detalles sin animarle en lo más mínimo. Ella quería bostezar. Luigi era tan predecible. ― Este sábado es el aniversario con su amante. Nunca falta. Nunca. Ella ha sido su amante durante los últimos ocho años. Cuando no está golpeando a su mujer, está con ella. Todo el tiempo. Ella no pudo resistir. ― Así que es fiel a su esposa y a su amante. ¿Tan sólo tiene dos mujeres? Luigi hizo un sonido, un resoplido de burla, y se persignó. ― Yo no diría que es fiel, el romper los votos del santo matrimonio, Lissa. Aldo engaña a su mujer, y ella es muy dedicada a él. Esta es tu oportunidad. Él irá a su amante este sábado. Ella sacudió su cabeza. ― Sabes que es arriesgado intentar planear algo tan rápidamente, especialmente cuando tiene experimentados guardaespaldas con él. ― Él no siempre les permite entrar a su apartamento. He reunido todos los detalles necesarios para planificar esto. Aldo podría no seguir una rutina, pero sus guardaespaldas lo hacen. He proporcionado cada una de sus ubicaciones, cuando su jefe visita a su mujer. ― Se inclinó aún más lejos encima de la mesa. ― Puedes hacer esto, Lissa. Por tu padre y madre. Mi amado Marcello y Elizabeta. Tienes la oportunidad de poner fin a esta cosa de una vez por todas. Él es el último y el más culpable.

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Atada al Fuego ― ¿No te parece extraño que matara a toda una familia porque mi madre se negó a dormir con él, sin embargo, él es fiel a su esposa y a su amante? Su pregunta fue recibida con un silencio absoluto. Inmediatamente supo que había cometido un terrible error. La cara de Luigi se volvió inexpresiva, sus ojos oscuros buscaron en su cara algo que temía no podía ocultar. Él se mostró muy veloz y penetrante, muy astuto. En las líneas de su rostro leia mal. Ella supo que miraba al hombre real, no la máscara. Eso era lo más extraño de todo. Todos llevaban máscaras. Luigi la tuvo desde el momento en que había entrado en su casa. Ella la tenía cuando iba tras los responsables del asesinato de sus padres. Cuando ella estaba en la granja con las mujeres que amaba como familia. Casimir fue a través de toda su vida con una máscara. Nadie los veía. Estaban escondidos, jugadores en un escenario y ella quería salir. ― ¿Qué estás diciendo, Lissa? ¿No te acuerdas de él estando allí? ¿Dirigiendo todo el evento? Orquestando el asesinato. Te mostré las imágenes y te indiqué. Tú hiciste eso. Yo gasté años asegurándome de que teníamos a la gente adecuada. ― Lo sé. ― Ella bajó la cabeza, se tapó la cara con las manos por un momento, deseando a Casimir. Deseando que sus brazos la sacaran del estudio donde el mal impregnaba cada poco de aire. El mal olía y era a sándalo y especias, la colonia que su tío siempre llevaba. ― Estoy tan cansada, Tío. Yo hable con Cosmos. Rompí una regla de larga data. No sé si puedo hacer esto de nuevo tan pronto. ― Va a hacer esto, ― declaró Luigi en su voz dura, con más autoridad. ― Vas a encontrar un camino en esa casa y vas a matar al hombre que mató a tu familia. Ella asintió. ― Lo sé. Por supuesto, que lo haré. Voy a empezar el trabajo esta noche. Voy a tener que hacer de reconocimiento. ¿Arturo va a estar pronto de vuelta? Cuando estoy de exploración alrededor, por lo general lo llevo conmigo, así puedo concentrarme en lo que debo hacer en vez de estar constantemente viendo mi espalda.

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Atada al Fuego Nadie iba con ella cuando hacia el trabajo, pero Arturo le vigilaba mientras hacía la planeación. Sin embargo, incluso con todo planeado, se cuidaba. Traicionada por un amigo de la familia de confianza, viendo como Cosmos ayudó a asesinar a sus padres, le había enseñado a ser extremadamente cautelosa, incluso con sus seres queridos. Ella siempre se había asegurado de que Patrice Lungren hiciera el reconocimiento, no Lissa Piner. Nadie iba con ella a la unidad de almacenamiento cuando se cambiaba de antemano. Ella quería que no hubieran cámaras ocultas, ni sorpresas más adelante. Si pensaba que estaba siendo vigilada por alguien, interrumpía todo inmediatamente. ― Dudo que Arturo este de regreso tan pronto. Vas a tener que llevar a Tomasso. Su boca se abrió. ― Difícilmente se quién es ese hombre. En serio, tío, no tienes ni idea de si es leal o no. ¿Qué estás pensando? ― Pero ella sabía exactamente lo que estaba pensando. No confiaba en que cualquier de sus hombres mantuviera su boca cerrada con una misión tan importante. Era material de chantaje. Ellos suponían lo que ella estaba haciendo. Luigi no podía arriesgarse a eso, no si planeaba hacerse cargo de la Familia Porcelli. No podía haber ningún testigo. No podía queda nadie vivo que pudiera saber lo que había hecho Luigi. Todo el tiempo él planeó matar a Tomasso. Eso era por lo que había sido el guardaespaldas seleccionado para ver sobre ella, mientras que Luigi estaba fingiendo su enfermedad. Luigi pensaba disponer de él también. Ella acurrucó los dedos en un puño apretado. Debería haberlo visto venir desde el momento en que Luigi le asignó un nuevo hombre como su guardia personal. No quería que cuestionara su elección cuando enviara al hombre junto con ella en su reconocimiento de la amante de Aldo. ― Él ya ha demostrado su lealtad. Creo que es un buen hombre y va a ser tu guardaespaldas mientras arma tu plan. Así lo decidí. Vas a trabajar en esta planificación toda la semana y luego vas a matar a Aldo Porcelli y finalmente permitirá que mi hermano descanse en paz. ― Se echó hacia atrás en su silla de cuero, viéndose muy complacido. ― Ahora dime todos los detalles de la muerte de Cosmos. Quiero saber todas sus reacciones, su expresión, sobre todo cuando se dio cuenta de quien eras.

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Atada al Fuego Casimir condujo rápidamente a través de las calles hacia el edificio en el que Luigi desaparecía cada noche. Arturo se quedaba allí, él estaba seguro de ello. No parecía salir, pero se quedaba en el interior a menos que caminara con Luigi hasta el carro. Los dos hombres parecían muy satisfechos de sí mismos, hablando animadamente antes de que Luigi se subiera en su coche para conducir fuera. Se reían y se golpeaban uno al otro en la espalda o en el hombro. Lo que fueran que estuvieran haciendo los hacía a ambos muy joviales. Había cámaras establecidas en todo el edificio, pero nadie las limpiaba y telas de araña cubrían las lentes. Casimir tenía que golpear esta noche, en este momento, mientras que Luigi estaba como coartada de Lissa. Si Arturo moría inesperadamente, saltarían las alarmas en Luigi a menos que jugaran esto exactamente a cubierta. Él echó un vistazo a su reloj. Tendría muy poco tiempo para hacer esto antes de salir corriendo al hotel para hacer acto de presencia para cuando Luigi lo verificara, y sabía que lo haría porque tenía un carácter sospechoso, el jefe de seguridad le daría una coartada. Él le daría una muerte rápida, algo que Arturo no merecía, pero no había tiempo realmente para cualquier otra cosa. Utilizó las sombras del edificio para mantenerse fuera de la vista de las cámaras tanto como fue posible. Con la cantidad de suciedad y napa en ellos, incluso si lo recogieran, que no verían mucho. Sin embargo, se aseguraría de retirar las tarjetas de memoria. La puerta estaba cerrada, no codificada. Un gran error, pero uno del que no estaba sorprendido. Luigi era de la vieja escuela. Él no abrazaba la tecnología. Incluso en su casa, no había nada de códigos. Luigi no quería memorizarlos. Casimir trabajó brevemente en la cerradura y luego en la manija de la puerta. Escuchó, pero no había ningún sonido. Se había dado cuenta de eso antes. Ni un solo sonido escapaba de su interior. Sólo podía conjeturar que el edificio era a prueba de sonido, lo que significaba que Luigi traía probablemente a los hombres que quería interrogar al sitio. Había estado bastante seguro todo el tiempo de que Arturo no estaba solo en ese edificio.

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Atada al Fuego Él abrió la puerta con cautela, pulgada a pulgada, esperando escuchar una alarma, un ruido, algo que le dijera que alguien lo esperaba en el otro lado. Durante toda la vigilancia que había hecho en el edificio, no había visto a nadie ir y venir aparte de Luigi. Eso significaba que quien estaba en el interior con Arturo era un prisionero. Ese hombre podría presentar un problema si veía a Casimir. Llevaba el personaje de un viejo caballero, pero aún así, no quería un testigo. La muerte de Arturo necesitaba un aspecto natural. Se encontró una entrada, a una gran sala rectangular con sofás de poca altura y un par sillas mullidas. Una pecera vacía tomó toda una esquina y había varias pinturas en la pared, parejas desnudas en varias posiciones sexuales, todas representaban diversos tipos de servidumbre. Su corazón se hundió. El sabía de qué se trataba. Luigi tenía fama de ejecutar un negocio de prostitución muy rápido, proporcionando un servicio en particular a los hombres o mujeres con preferencias "únicas". Las mujeres alcanzaban altos precios por sus servicios, ya que atendían a un montón de enfermos. Luigi se aseguraba de que el círculo de clientes muy enfermos volviera a menudo y el mantenía el círculo en expansión. Las mujeres tenían que ser entrenadas en alguna parte. Él sólo había descubierto la escuela de Luigi. La idea le producía náuseas. Había sido entrenado en el arte del sexo, cada acto desviado y pervertido posible. Cada tipo de seducción. Las clases habían sido brutales, y más de una vez una pareja femenina había muerto por no estar a la altura del instructor. Él sabía el tipo de persona sádica que debía formar a un hombre o una mujer en el tipo de técnica sexual que Luigi quería de sus chicas. Registró en busca de las cámaras, pero no había ninguna en la sala de espera. El área principal de trabajo tenía que estar detrás de la puerta cerrada. Él se cerró a toda emoción. Eso lo mantuvo cuerdo, siempre lo había mantenido cuerdo. No había espacio para Casimir Prakenskii. No había lugar para el fuego o la ira, o para cualquier cosa que se asemejara a la emoción. No podía sentir por las víctimas. Sólo podía repartir justicia tan desapasionadamente como fuera posible.

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Atada al Fuego Entró por la puerta de su propia pesadilla personal. El cuerpo de una vez hermosa mujer, rota y ensangrentada, colgaba de las muñecas, con los puños unido a las cadenas que colgaban del techo. Salpicaduras de sangre en la pared detrás de ella, así como en un círculo alrededor del cuerpo en el suelo. Casimir sabía que ya estaba muerta, sólo por la forma del cuerpo colgado. Estaba desnuda y había cientos de marcas del látigo, antiguas y nuevas, y un corte profundo en su carne. ― No sé qué demonios ha pasado, Luigi, ― la voz de Arturo vino de la vuelta de la esquina. ― Ella acaba de morir. Sus putos ojos estaban en la cabeza y lo siguiente que sé, es que estaba muerta. Yo no sé, tal vez la tomé demasiado rápido para ella. Acaba de morir. Voy a tener que deshacerme del cuerpo. Supuse que podría tenerla de vuelta en su finca en un par de horas y luego arrojarla por el acantilado detrás de Cosmos. Tú sabes, la viuda salta a su muerte después de que su marido muere. A pesar de su determinación de no sentir nada, el fuego en su vientre comenzó a arder a través del hielo que había establecido sobre la parte superior de la misma. Esta mujer era la viuda de Cosmos, Carlotta. Luigi y Arturo le habían tomado de su casa y planeado obligarla a prostituirse. No había remordimiento en la voz de Arturo, sólo asco. ― ¿Ahora? ¿Quieres que me deshaga de ella ahora? Supongo que es lo suficientemente oscuro. Sí, me la llevo allí ahora y voy a estar de vuelta en una hora o así. No me llevara mucho tiempo. Sí. Voy a pesar su puto cuerpo hacia abajo para que nadie lo encuentre. No te preocupes. Esto no será un problema. Casimir salió de la habitación y se deslizó al exterior. Iba a ser otro accidente en el acantilado. Arturo iba a morir allí. Él esperó en su coche hasta que llegó el guardaespaldas de Luigi fuera del edificio con el cuerpo, envuelto en una manta, por encima del hombro. Le vertió en el maletero de su coche, regresó y bloqueó el edificio antes de conducir lejos.

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Atada al Fuego Casimir no tenía que seguirlo directamente detrás. Él ya sabía adónde iba a Arturo. Cada milla hizo que el fuego que ardía en sus entrañas creciera más caliente. Tenía la formación. La disciplina. El control. Lo tenía todo, pero lo dejó pasar. Abriendo la ventana, tomó el aire de la noche tan profundo en sus pulmones cómo fue posible. Lissa se enfrentaba a su pesadilla de tío, y el tenia que enfrentarse a su pasado. La visión de aquel cuerpo roto y escuchar a Arturo hablando por su teléfono a Luigi, claramente indiferente a que él había matado a una mujer, trajo cada recuerdo que había enterrado al presente de golpe. Era un asesino entrenado. Un asesino. Había logrado tantos objetivos que había perdido la pista, sin embargo, él tenía más respeto por la vida que Arturo, Luigi o cualquiera de sus instructores había tenido. Había encontrado, durante años, que tal vez la ley estaba en su lugar por una razón, pero algunos de los monstruos más grandes se deslizaban por las grietas. Los hombres como él eran necesarios. No eran buenos, pero eran necesarios. Eligió una ruta alternativa para llegar a la finca de Cosmos y aparcó el vehículo en el lugar en el que lo había hecho antes. Una vez más, no había coches en la calle y nadie estaba paseando a su perro. Era siempre el momento inesperado en que podría hacer un trabajo más rápido que cualquier otra cosa. Esa persona que llegó a casa temprano o se olvidó de algo importante y regresó por ello. Se quedó en su coche unos minutos, para conseguir una sensación del vecindario y aprendió el ritmo del mismo. Asegurándose de que la luz del techo no funcionara, salió del coche y se trasladó con absoluta confianza, como si perteneciera, hacia los jardines a su espalda, por donde había entrado en la propiedad antes. No dudó ni una vez ya que estaba en la cubierta de follaje como siempre. Corrió hacia el acantilado. Al doblar los arbustos, vio a Arturo lanzando el cuerpo de la viuda por el precipicio. Arturo se volvió y, sin mirar alrededor, recogió la manta con sangre y se dirigió de nuevo a la casa. Casimir había esperado que saliera inmediatamente. En cambio, el hombre tenía claramente algo importante que hacer en la casa. Él le siguió a distancia. Arturo dejó la puerta abierta. Casimir lo tomó como una invitación, pero por si acaso, fue aún más cauteloso.

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Atada al Fuego Arturo no tuvo en cuenta que cualquier persona podría estarlo vigilando. Se dirigió directamente al estudio y a la computadora. Tiro de unos guantes, se volvió a la máquina y, mientras se estaba encendiendo, se sirvió de beber un whisky. Se lo tomó rápidamente y se sirvió un segundo. La muerte de la viuda le sacudió más de lo que aparentaba, o Luigi no estaba contento de que hubiera muerto. Arturo mantuvo su mirada fija en la pantalla. Una vez que el equipo estaba en funcionamiento, se dejó caer en una silla y comenzó a escribir. Mirando por encima del hombro, Casimir pudo ver que era una nota de suicidio. La viuda no podría vivir sin su marido. Casimir se trasladó como el fantasma que era, y salió de la sombras para colocarse justo detrás del guardia. ― Arturo. Creo que tenemos que hablar. No vaya por su arma de fuego, porque tendría que matarle, y en este momento, toda mi intención es hablar. Me hace apretar el gatillo y mi objetivo será su corazón, y en caso de que lo quiera saber, yo nunca fallo. Arturo dio un salto tan rápido que golpeó la silla. Casimir le golpeó en el costado de su cabeza con la culata de su arma. Duro, indiferente de si el golpe lo mataba o no. Arturo se arrugó como un saco de patatas. Casimir empujó el cuerpo a un lado de una patada no muy suave de sus zapatos caros y se inclinó para añadir unas líneas a la nota de suicidio. Apagó el ordenador e izó el cuerpo al hombro, salió de la casa y arrojó el cadáver en el maletero de su coche alquilado. No debería hacer esto. Él debía tirar el bastardo en el mar y dejar que se muriera, pero no podía detenerse. Utilizo bandas de sujeción para atar las manos y los tobillos de Arturo y luego colocó un pedazo de cinta adhesiva sobre su boca por si acaso se despertaba en su viaje de regreso al edificio donde Arturo y Luigi entrenaban las mujeres para su red de prostitución. Casimir sabía mejor. Estaba haciendo de esto algo personal, y uno no hacia de ningún trabajo algo personal. Arturo representaba cada uno de esos instructores que le habían golpeado a él con sangre, o golpeado a su pareja delante de él. Unos siempre ganaban y otros siempre perdían. O bien el hombre tenía la disciplina y el control de resistir el asalto sexual o la mujer lo hacía. O bien podría despertar a la mujer o ella podría despertarlo a él. Cualquiera que fuera la demanda, uno de los dos era golpeado gravemente o muerto. Más de una de sus compañeras había muerto.

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Atada al Fuego Cerró los ojos por un breve momento, sintiendo la bilis, odiando esos recuerdos. El odio de que había causado tanto dolor a las mujeres jóvenes obligadas a asociarse a él. Odiando que hubiera causado su muerte. Hombres como Arturo no sentían nada por los hombres y las mujeres que torturaban, las utilizaban y descartaban. Sacudió la cabeza y condujo de nuevo a la "escuela". Luigi había llegado a este lugar cada noche. No había ninguna duda en la mente de Casimir de que Luigi había utilizado a menudo la viuda y con la ayuda de Arturo en su "entrenamiento". Maldijo en voz baja y cerró su mano sobre el volante. Había venido aquí varias noches seguidas desde el sábado. Esperando. Al acecho. Al mismo tiempo, en el interior, habían torturado a una mujer joven. Estos hombres planeaban matar a Lissa. Su tío nunca trataría de mantenerla viva en su red de prostitución. Ella sabía demasiado y era demasiado peligrosa. Arturo estaba despierto cuando Casimir levantó la tapa del maletero. Sus ojos escupían odio y una promesa de represalias. Casimir le sonrió. ― Oiga. No esté tan sorprendido. Tenía que saber que iba a venir. Usted es un cabo suelto. ― Levantó a Arturo como si fuera un tronco, no siendo en absoluto suave, deliberadamente derribándolo dos veces en el suelo como si su peso muerto fuera demasiado para levantarlo, líneas de expresión aparecieron en la frente de Arturo. Hizo todo tipo de ruidos, y movimientos de la cabeza en negación. ― ¿En serio? ― Continuó Casimir, asumiendo el hombre. ― No puede ser tan estúpido. Ha sido desechado como todos los demás. Su sobrina va a tratar con Aldo Porcelli, y va a disponer de ella. Usted es el último hilo que conduce de nuevo a él. Con usted muerto, nadie va a saber que él mató a su propio hermano y a los jefes de la familia Porcelli. Él es el siguiente en la línea. Una vez que haya sido aceptado como el jefe, Angeline desaparece y él es el chico de oro. Él lo tiene todo.

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Atada al Fuego Abrió la puerta de la sala de entrenamiento, y fue a través de una puerta que cerró detrás de él. ― Si, sé que está pensando, ¿por qué no va a matarme a mí también? Yo desapareceré. Vengo para los trabajos duros, y he trabajado con Luigi en el pasado. Él no me puede encontrar a menos que quiera ser encontrado. Me gusta el dinero, nada de mujeres o niños, o el poder. Es así de simple. Siempre has sido un riesgo porque no se puede resistir a lastimar las mujeres que quedan bajo su control. Me contó todo sobre usted y después de ver lo que hizo con la viuda en estos últimos días, yo diría que él tiene razón para deshacerse de usted. Usted es un chantaje a la espera de ocurrir. Casimir tiró a Arturo en medio de la sangre pegajosa, donde la joven había muerto. Arturo trató de deslizarse fuera del charco, pero Casimir atrapó sus brazos y les dio un tirón hacia arriba, asegurándolo a los puños con los que había atado a la viuda a las cadenas. Con un movimiento de su cuchillo, corto las bandas de sujeción y las embolso. ― Es sólo un negocio para mí. Eso es todo. Entro y salgo. Desaparezco. ― Él tiró de la cinta de la boca de Arturo y la reemplazó con una mordaza de bola antes de pasar a su alrededor con el mecanismo para levantar el cuerpo desde el suelo y colgarlo de las muñecas. ― La ropa se va a tener que ir. Usted y su pequeña amiga estaban jugando y accidentalmente la mató antes de arrojarse desde los acantilados. Los policías estarán probablemente sospechando de que asesinó a su marido, pero ella va a tener que soportar esa pequeña carga. Lo más probable es que Luigi sea capaz de suministrar evidencia de que usted y la viuda estaban viéndose el uno al otro y que les gustaba un poco de torcedura. Arturo sacudió la cabeza salvajemente, su cuerpo se retorcía, tratando de mover las piernas, pero ellas estaban atadas junto con los tobillos. Casimir sonrió. ― ¿No cree que los policías se lo vayan a comprar? Aceptarán la evidencia circunstancial. Ha sido mi experiencia que acepten lo que parece verosímil, y este escenario está lo suficientemente cerca de la verdad para que se vea muy creíble. Apretó las manos alrededor de las piernas de Arturo y le quitó los zapatos y las medias, le quitó los pantalones, cortándolos y echándolos a un lado con el cuchillo, sin preocuparse de que cada vez más, Arturo luchaba para liberarse, la punta del cuchillo abriendo en rodajas la piel.

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Atada al Fuego ― Vaya, parece que a Carlotta le gustaba jugaba jugar con el cuchillo. Arturo sacudió la cabeza firmemente, haciendo todo tipo de ruidos alrededor de la mordaza de bola. La saliva goteaba desde las comisuras de la boca en un flujo constante. Una vez que había cortado la ropa lejos de Arturo, dejándolo completamente desnudo, Casimir bloqueo los tobillos del escolta a las correas de sujeción y otra vez, elimino las bandas de sujeción y las embolso. Arrojó los restos de la ropa de Arturo a un lado. ― El vehículo de la viuda, el que usted ha estado utilizando, está en su casa, pero sus huellas están por todas partes. La nota de suicidio dice cómo de enamorada estaba de usted. Cómo les gustaba atarse entre sí y flagelarse el uno al otro, pero algo salió mal y usted murió. Ella quemó el edificio y se arrojó por el acantilado en el que ambos habían echado a su marido. ― El hizo un poco de ruidos cacareando y sacudió la cabeza. ― Por supuesto que tiene mucho por que responder. Luigi estará adecuadamente avergonzado cuando todo esto salga a la luz. Casimir sacó casualmente un mono de plástico y una chaqueta de su bolsa y se puso los dos artículos sobre su ropa impecable. Cogió el látigo y lo levantó para que Arturo pudiera verlo. ― Para hacer esta escena creíble, tendremos que hacer que sea muy auténtica. No se preocupe, he aprendido en manos de los maestros, a pesar de que hace años que no practicaba este arte en particular. Estoy bastante seguro de que puedo hacer tanta justicia a esta forma de arte como lo hizo con Carlotta. Una media hora más tarde, Casimir salió del edificio. Si Arturo pudiera haber gritado alrededor de su mordaza de bola, lo habría hecho. Las llamas ya lamían sus pies y corrían por las paredes, en respuesta a la dirección de un verdadero elemento del fuego.

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Atada al Fuego Capítulo 11

Luigi se frotó las manos, más que satisfecho con el evento de la noche. Su sobrina había hecho el trabajo de manera eficiente, de la forma en que siempre lo hacía. Él realmente lamentaba tener que matar a alguien tan competente, una herramienta tan ingeniosa, pero no iba a correr ningún riesgo, no ahora cuando estaba tan cerca de sus objetivos. Él camino hasta su coche. No podía celebrar con la hermosa viuda. No le gustaba el haberla perdido, pero tal vez esto funcionara para mejor. Vería que los hombres que pagaban tan buen dinero cada semana lo vieran como un caso trágico. Nadie sospecharía nunca de que Cosmos hubiera muerto en manos de Luigi. Nadie. No cuando la tragedia que rodeaba su viuda se convirtiera en el número uno de los temas de los chismes. Necesitaba una mujer. Había intentado llamar a Arturo varias veces, pero el hombre no había contestado. Todavía, le había dejado un mensaje para que recogiera a una de las chicas que trabajaban para él. Una que todavía no estuviera tan entrenada como les gustaba. El hecho de que Arturo no hubiera respondido significaba que había llevado a la niña a su pequeña escuela y estaba trabajando con ella. Para ahora, necesitaría de sus tiernos cuidados. Arturo siempre les causaba miedo. Cuando llegara Luigi, la niña necesitaría un manejo suave. No era suave cuando se trataba de sexo, pero aquellos pequeños gestos íntimos se leían mal en el pensamiento de que se preocupaba por ellas. Sólo un toque aquí y allá, era todo lo que pasaba después de que Arturo llevara un poco de tiempo con ellas.

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Atada al Fuego Se rió en voz alta mientras se sentó al volante. El disfrutaba viendo el trabajo de Arturo, casi tanto como Arturo disfrutaba trabajar. Aún así, iba a tener que averiguar exactamente lo qué pasó, cómo la viuda había muerto. Odiaba perder ese ingreso. Arturo era bueno en lo que hacía, pero a veces era un poco demasiado entusiasta. Luigi no podía llegar a estar demasiado enojado con su amigo más antiguo, no cuando había momentos en los que era un poco demasiado entusiasta él mismo. Era fácil olvidar que las mujeres les traían dinero cuando estaban teniendo un buen momento. A veces los clientes lo olvidaban también, pero estaba bien, porque entonces pagaban por el mismo error una y otra vez. Si Arturo o Luigi mataran a la gallina de oro, no tendrían ningún placer en ese mismo momento. Pasó el resto del camino fantaseando acerca de dar a Angeline a un par de los hombres que eran clientes habituales, hombres que habían matado dos veces. Les gustaba hacer su compra juntos. Por supuesto Luigi les cobraba doble, y ya que habían matado dos veces, se aseguraba de darles las chicas que traían la menor cantidad de dinero, por si acaso. Arturo tuvo que limpiar un buen lío en ambas ocasiones. Sería divertido filmar la lenta muerte de Angeline, tortuosa. No había posibilidad de que ello, por supuesto, pero todavía, pensaba que sería uno de sus pasatiempos favoritos. Cualquier otra persona en la muerte de Angeline sería un riesgo que no podía permitirse el lujo de tomar. Él planeaba tomar la segunda mejor opción. Ya había discutido lo dulce que sería matar a Angeline con Arturo. Su mejor amigo había acordado llevarla a la privacidad de la escuela de formación y pasar unas horas con ella antes de que Luigi la matara. Angeline siempre había sido demasiado arrogante y altiva para hablar a Arturo. No le gustaba él en su casa y no lo ocultó, dejando que tanto Luigi como Arturo lo supieran. Arturo amaría llevarla por sí mismo a esa escuela de formación. Los instrumentos que tenía no eran juguetes. El sabía cómo causar en una mujer tal dolor que pediría por la muerte. Él era igual de bueno en la humillación. Arturo odiaba a Angeline casi tanto como lo hacía Luigi.

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Atada al Fuego Ella siempre trataba a sus soldados con una especie de desdén y le decía a Luigi que era mal visto que fuera amigo de alguien que nunca subía por encima de la guardia personal de la organización. Ella persistía en el hecho de que su padre nunca hubiera tolerado la familiaridad de Arturo con el jefe. Era justo lo contrario de Lissa. Lissa echó los brazos alrededor de Arturo, lo abrazaba con afecto genuino, bromeaba con él, lo trataba como de la familia y se había, en más de una ocasión, ocupado de él cuando estaba enfermo. Si Arturo tenía alguien que le importara que no fuera Luigi, era Lissa. Aún así, como Luigi, Arturo sabía que tenía que morir. Sería triste, pero era necesario. Luigi giró el vehículo en el largo camino ondulante a la parte trasera de la propiedad. Había deseado el edificio, arrebatándolo en el momento en que estuvo en el mercado. En la ciudad, pero aislado, nadie, alguna vez tuvo una idea de lo que ocurría allí. Le encantaba estar allí con las mujeres, y sus enemigos, todos a su merced en el interior del edificio a prueba de sonido, rodeado por el resto de la ciudad. Nadie nunca sospechó. . Cuando el coche se acercó a la última curva, casi cubierto de follaje, vio un brillo de color naranja-rojo. Con el ceño fruncido, aceleró de forma automática y luego clavó los frenos cuando el edificio entró a la vista. No había llamas en el exterior, pero las ventanas se habían roto, y a través de ellas podía ver un resplandor con hambre vicioso saltando con avidez en las paredes y filtrándose por debajo de la puerta. Las paredes del exterior eran de color negro y con ampollas por el calor increíble. Arturo no debía haber regresado todavía. Alcanzó su teléfono mientras se retiraba por el camino rápido. Marcando el número de Arturo, juró cuando se fue al buzón de voz. ― El edificio está en llamas. Adentro. Puedo ver las llamas. Llámame. Ahora.

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Atada al Fuego Con el corazón palpitante, condujo a gran velocidad lejos del fuego. No quería estar en cualquier sitio cerca del lugar, cuando llegara el cuerpo de bomberos. No tenía idea de qué parte del interior del edificio se habría destruido, pero sabía que los investigadores a menudo podían leer mucho en las cenizas. Iba a tener que difundir dinero alrededor para obtener el informe oficial y, o bien hacer que lo enterraran, modificarlo o dejarlo ir en lo que encontraran. Afortunadamente, sabía que Arturo había conseguido sacar el cuerpo de la viuda de allí. ¿Qué diablos habría pasado? ¿Que habría comenzado el fuego? Era evidente que había comenzado en el interior. Cogiendo el celular de nuevo, envió un texto a Arturo. Llámame ahora. Una orden. ¿Dónde estaba el hijo de puta? ¿A qué juego estaba jugando? Debería haber dispuesto del cuerpo de la viuda, tomado una mujer para que ellos dos jugaran y traerla al edificio. No había ningún coche allí. A no ser que… ¿había visto algún vehículo? ¿Aparcado abajo del edificio entre los árboles? ¿En las sombras? Él se frotó las líneas de expresión en la frente. ¿Y si hubiera habido un coche? Disminuyó la velocidad y manejó hasta el parque, tratando de pensar. ¿Si volvía a mirar, estaría el cuerpo de bomberos llegando allí y seria atrapado? No quería preguntas. Arturo no hubiera aparcado tan lejos de la construcción, pero tal vez lo había hecho. Jurando, se dio la vuelta y empezó a volver por el camino. Casimir se quedó fuera del infierno, alimentando las llamas, deseando, por primera vez en su vida, poder escuchar los gritos de su objetivo. Arturo merecía la muerte un centenar de veces. Despreciaba a los hombres como Arturo, hombres que disfrutaban del dolor de los demás. Hombres nacidos, no formados, en monstruos. ¿En qué le convertía eso? El viento susurró la pregunta en su oído. ¿Qué le hacía? Él quería que Arturo sufriera. Él necesitaba que sufriera. Para hacer esta cosa terrible, permitió que se doblegara su código personal, cuando su código era tan rígido e inflexible, cuando juró vivir por ese código y sin embargo, todavía hizo el movimiento.

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Atada al Fuego El edificio era viejo y de madera con un techo plano. Obviamente, había sido un pequeño almacén o un edificio de almacenamiento, pero había sido renovado más de una vez. El lugar tenía un cuarto de baño, y el resto de espacio, tal vez mil pies cuadrados, había sido dividido en tres habitaciones. Una pequeña zona de recepción donde Arturo y Luigi podían ver la televisión y tomar un descanso de su trabajo, así como un pequeño dormitorio, donde las mujeres que traían podían dormir, cuando se les permitía dormir. La principal habitación era la de la "clase". Casimir pensaba en ella en esos términos. Había visto aulas similares antes. Mazmorras que contenían cada tipo de artilugio para la servidumbre, así como las necesidades para infligir dolor. Se acordó de cada uno de esos artículos. La claraboya se destrozó y resquebrajó cuando aumentó el calor y no hubo ningún sitio al cual ir ya que al instante, en que el oxígeno entro en por ella, alimentó las llamas, por lo que no fue tan necesario esforzarse para mantener el fuego ardiendo. Aún así, quería el fuego más caliente, que quemara todo alrededor, destruyendo el patio de recreo de Arturo y Luigi. Tomando todo. Tomando cada habitación. Las habitaciones tenían combustibles, las camas, los colchones y los baratos aparadores. Papel esparcido alrededor. Luigi y Arturo no eran ordenados y no les daban a las mujeres mucho tiempo para que se limpiaran y ordenaran tampoco. Pero, sin embargo, era por la insonorización por lo que habían rellenado las paredes y el techo con el fin de evitar que los gritos de las mujeres fueran oídos, lo que proporciono el mejor combustible. Y eso era pura ironía. Las ventanas ennegrecidas comenzaron a agrietarse. En telaraña. Las paredes exteriores se volvieron de un color muy parecido al papel cuando una llama quema desde el otro lado. Ellas se ennegrecieron lentamente en un patrón de piel de caimán, aquí y allá una llama rompió por ellas. Las llamas saltaron de la claraboya, indicando que en el interior el fuego era imponente, que envolvía por completo cada habitación. Se mantuvo alimentando las llamas, para que quemaran el edificio, calientes y salvajes, asegurándose de que Arturo moría por el fuego, no por la inhalación del humo. Deseó poder oír al hombre sufrir cada capa de la llama, oírlo gritar pidiendo merced como la mayoría de sus numerosas víctimas había hecho.

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Atada al Fuego Sacudiendo la cabeza, levantó la cara al cielo cuando las paredes exteriores continuaron ennegreciéndose y más ventanas se rompieron. Las llamas a lo largo de las repisas con avidez y bailando hacia la noche. Le dolía el pecho cuando hizo su camino de regreso hacia su vehículo alquilado. El coche estaba debajo de los árboles, profundo en las sombras. Él entró y se continuó observando la conflagración. Tenía que controlar las llamas, así no había posibilidad de que se propagaran. Afortunadamente, el edificio estaba a una distancia larga de otros edificios, pero él no quería correr riesgos. Tenía bastantes pecados en su alma con lo que acababa de hacer. No podía volver a Lissa de esta manera. Así no. Se quedó allí sentado, tratando de sentir remordimiento, pero él simplemente no podría reunirlo. ¿Era demasiado tarde para él? ¿Y si hubiera cruzado una línea de la que no podía volver? No tenía sentido que por fin la hubiera encontrado y que ahora, hubiera dejado un objetivo llegara a él. Había tratado con pedófilos, con monstruos involucrados en redes de tráfico de humanos, con asesinos, con una docena de otros tipos de criminales y nunca se había perdido, pero esta vez, esto sólo había sido la última gota. Había tenido su límite. Dos luces perforaban la noche, y él giró su mirada del edificio en llamas a la parte posterior de la carretera de entrada. Estaba todo cubierto, pero Luigi tendía a utilizarlo. Pocas personas podrían ver su vehículo en ese camino hacia la principal. Estaba un poco sorprendido de ver al hombre, ya que Luigi sabia que Arturo había matado a la esposa de Cosmos. Luigi detuvo su coche en cuanto vio el edificio en llamas. Se sentó allí mirando y luego bruscamente regresó por el camino de nuevo. Por un momento, Casimir quiso perseguirlo y hacer lo mismo a él, quemarlo vivo, hacerlo sufrir por todo el sufrimiento que causó. En su lugar, agarró el volante con fuerza y se obligó a respirar la necesidad a distancia. Tenía que seguir el plan. Él sabía que no se desvíaria. Casimir sabía que no tenía una gran cantidad de tiempo. Tenía que llegar al hotel donde Lissa Piner se reuniría con los propietarios al día siguiente, esperar y manipular las cintas de seguridad y reunirse con el jefe de seguridad como Tomasso. Él también necesitaba devolver el coche de alquiler. Él condujo sin luces hasta que estuvo de vuelta en la calle principal.

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Atada al Fuego Casimir no había llegado a ella. Lissa se paseaba de arriba a abajo en su habitación, su vientre atado en nudos duros del miedo y lastimando su pecho por la terrible presión allí. Ella sabía que él estaba de vuelta. Estaba a salvo. Él no había llegado a ella. Tiró de sus dedos por su cabello en gran agitación, insegura de sí misma. No era una mujer que fuera insegura. Tomaba en una fracción de segundo, decisiones de vida o muerte con confianza, pero esto era diferente. Deseó poder llamar a una de sus hermanas y pedir consejo. ¿Por qué no iba a llegar a ella? Eso era lo que tenía que averiguar y luego sabría qué hacer. Podía estar lesionado. Se paseó más, frotando su mano hacia arriba y abajo de su muslo. su palma picaba. El corazón le dolía. Ella odiaba la indecisión. ¿Y si estaba lesionado y no podía llegar a ella? Ella apretó la palma de la mano con más fuerza contra el muslo desnudo. El la llamaría, utilizando la marca en su palma. Él le había dicho que eso era posible. La necesidad de ir a él era fuerte. Ella dejó escapar el aliento y tomó una decisión. Lo que estuviera mal, y algo lo estaba, necesitaba estar con él. Para compartir lo que estaba mal con él. Instintivamente, sabía que él estaría allí para ella no importaba qué. Después de haber tomado una decisión, no vacilo. Ella abrió de golpe la puerta y casi se topó con su tío que iba a coger el pomo de la puerta. ― Tio Luigi, ¿qué es? ― Preguntó. Ella nunca lo había visto como lo hizo en ese momento. Visiblemente molesto. Agitado. No era un acto. Estaba pálido debajo de su piel oliva, y había líneas talladas profundamente en su rostro. Nunca había parecido tan mayor. Ella atrapó sus brazos y le sostuvo con fuerza. ― Te ves ... ― Terrible. Sacudido. ― Ven conmigo. El único hombre que no he encontrado es Tomasso. ― ¿Tomasso? ― Hizo eco. ― ¿Dime que está mal? ¿Qué es lo que ese hombre horrible ha hecho? ― Se volvió hacia la escalera. ― Le mataré. ― No, no, Giacinta, ― Luigi protestó, capturándola. Su angustia era muy real. En realidad se aferro a ella. ― ¿Quiero asegurarme de que está en esta habitación. Entonces necesito averiguar adónde fue y a qué hora regresó

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Atada al Fuego Detestaba que la llamara Giacinta. Su nombre real. El nombre que su padre y su madre le habían dado a ella, pero ahora no era el momento para protestar. Tenía que actuar con la farsa a la perfección, no importaba lo que sentía por dentro. ― Él fue al hotel esta noche para consultar con su jefe de seguridad y hacer los arreglos para mi llegada mañana. Le diste esas instrucciones por ti mismo. Me dijo que iba a ir mientras yo estaba reunido contigo. ― Ella frunció el ceño. ― Lo hemos hablado, ¿recuerdas? Tío, es necesario que me digas lo que está mal. ¿Qué te pasó que te molestó de esta manera? ― Creo que Arturo está muerto. ― Escupió las palabras hacia ella y luego se hundió, su peso casi tirándose encima de ella. Se tambaleó, con los brazos alrededor de su cintura, ayudándolo a que se sentara en la parte inferior de la escalera, se agachó delante de él. ― ¿Crees? ¿Pero no estás seguro? ¿Por qué crees que podría estar muerto? ¿Y por qué Tomasso tendría que ver con su muerte? A Tomasso le gusta Arturo. A todos les gusta Arturo. Tomasso habla de él todo el tiempo. Luigi negó con la cabeza. ― No. No, Gia. ― Él cayó en el italiano, hablando rápidamente, balanceándose hacia adelante y hacia atrás, diciéndole que la policía había llegado a decirle lo del edificio quemado. Había un cuerpo dentro. Un hombre. Se había quemado hasta la muerte. Que había sido bloqueado en los puños, un juego sexual de algún tipo. La policía creía que era un juego sexual que había salido mal y la mujer que había estado jugando con él había sido la viuda de Cosmos. ― ¿Qué? ― Lissa abrió mucho los ojos en estado de shock fingido. ― ¿Estaban teniendo una aventura? Tú conoces a Arturo mejor que nadie. Ha estado de vacaciones. ¿Huyó con ella? ¿Estaba en el juego del sexo extraño? ¿Bondage? Tienes que decirme, Tío. No me importa lo que él era. No me hará pensar menos de él. Si voy a ayudarte a averiguar lo que pasó, me tienes que decir la verdad. Luigi levantó la cara para mirarla. Luego asintió. ― Él estaba con ella. Ella fue a él después de que Cosmos murió. Se gustaban. Cosmos habría matado a Arturo si ella se hubiera fugado con él antes. Nadie podía saberlo. Lo he admitido a la policía. Cosmos está muerto. No hay nada que él pueda hacer ahora.

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Atada al Fuego ― ¿Habían dos cuerpos quemados? Él negó con la cabeza, viéndose más mayor que nunca. ― Solo uno. Un cuerpo de hombre. No había ningún coche. La policía encontró una nota de suicidio en la finca de Agosto de la viuda. Dijo que mató accidentalmente a Arturo, su único amor, y se arrojó sobre el acantilado después de su marido. Lissa se dejó caer sobre sus talones, con la boca abierta, con una mano cubriéndola en estado de shock. ― Oh no. Tío. Pero si sabes que accidentalmente lo mató, ¿por qué crees que Tomasso tiene algo que ver con su muerte? Él clavó los dedos en su hombro en un apretón de causar hematomas. ― No entiendes. Hablé con Arturo más temprano. Él la había matado a ella accidentalmente en sus juegos sexuales. A ella le gustaba el dolor. Se venía con el dolor. Él siempre la controlaba, pero esta vez ella tuvo algún tipo de reacción, y no podía respirar. Él trató de salvarla. Me llamó llorando. Le dije que la llevara de vuelta a su casa y dispusiera de su cuerpo allí. Él estaba vivo. Ella era la muerta. El estaba vivo. ¿Cómo pudo llegar de nuevo al edificio sin un coche? ¿Cómo pudo colgarse de los puños? ¿Cómo se inició el fuego? Tenía que haber alguien más allí. Ella se quedó en silencio un momento. ― ¿Crees que ese alguien era Tomasso? ¿Sabía él que la mujer de Cosmos estaba con él? Luigi negó con la cabeza. ― No sé, pero todos los demás se encuentran aquí. ― Entonces vamos a ir a hablar con él. Asegúrate de que no está en su habitación. Pero, Luigi, ¿es posible que Arturo estuviera tan molesto por la muerte de la mujer que amaba que se mató? ¿Hay una manera de ponerse en los puños e iniciar un incendio? ― No. No. Él nunca haría eso. Él me hablaría. No, Gia, alguien hizo esta cosa terrible y tenemos que averiguar quién fue y sancionarlo. Matarlo. Hacerlo sufrir y luego matarlo.

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Atada al Fuego Por primera vez en su vida, Lissa tenía algo genuino para comparar con la actuación de su tío. Esto era una verdadera pena. En lugar de sentir compasión por él, sintió ira. Traición. Cuando había llegado a ella y la había sacado de agujero de su escondite, al que su padre le había dicho que corriera, esto no era cómo había sido. El dolor en aquel entonces había sido actuado. Totalmente. Se obligó a poner sus brazos alrededor de él. De hecho, estaba temblando. ― Voy a ir a ver si Tomasso está en su habitación, pero en realidad, tanto como odio su arrogancia, se que que no hay razón para que él haga tal cosa. Tenemos que mirar fuera de la familia. ¿Aldo habría llegado detrás de él de esta manera? ¿Si sospechara que tenía algo que ver con la muerte de Cosmos? Si vio a Arturo cerca de la casa, con la viuda del Cosmos, podría haber llegado a conclusiones. Ella le acarició la rodilla cuando se quedó sentado allí, moviendo la cabeza, su cuerpo tan aturdido que ella sabía que era incapaz de caminar. ― Voy a estar pronto de vuelta, ― le dijo, y se alejó. Luigi la agarró de la muñeca por lo que se vio obligada a volver a él y darle una pequeña sonrisa. ― ¿Qué pasa, tío? ― Eres una buena chica, Giacinta. Una buena chica. ― Una chica que planeaba matar. Era todo lo que podía hacer para no sacudir la muñeca a distancia. ― Recuerda que me llamo Lissa, Tío. Incluso ahora, no podemos cometer un error, ― le recordó con suavidad. Ella no quería pensar demasiado acerca de la muerte de Arturo. Había sido amable con ella cuando había sido una niña. Amable cuando Luigi era distante. Abrazándola cuando su tío no lo hacía. Cuando Luigi había sido un maestro severo, en su enseñanza del arte del asesinato, había sido Arturo quien le había secado las lágrimas cuando su tío estaba enfadado con ella. No es que fuera un buen hombre, pero aún así, esos eran sus recuerdos de él.

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Atada al Fuego ― Ve a tu estudio, Tío. Llama al hotel. Comprueba si Tomasso estuvo allí esta noche. Tú me enseñaste bien. Voy a tener una conversación con él y ver si sabe algo. Confía en mí para llegar a la verdad. Tenía que ayudarle a levantarse, lo que hizo necesario tocarlo de nuevo. Sentía repugnancia por la cercanía, por la forma en que se apoyó en ella. Le dio unas palmaditas en el hombro. Actuó como si ella le importara, cuando ya estaba trazando su muerte. Las mujeres no significaban nada para él, ni siquiera las de su propia carne y sangre. Evidentemente, su hermano no había tenido importancia tampoco. Pero Arturo, había importado. Ella esperó hasta que estuvo de vuelta por el primer tramo de escaleras y por el pasillo antes de que ella se apresurara por las escaleras hasta los cuartos de los hombres. Sabia donde estaban las cámaras de seguridad, llamó, cuando ella había querido precipitarse hacia él. Tomasso abrió la puerta. Parecía como si hubiera estado dormido, pero lo sabía mejor. Estaba vestido en nada más que un par de pantalones de chándal suaves y tiraba una camiseta por encima de su cabeza con una mano. Él dio un paso atrás para permitirle entrar y cerró la puerta tras ella. ― Luigi quería que te comprobara para asegurarse de que estabas aquí, ― anunció sin preámbulos, observándolo de cerca. Estudiando su rostro. Algo estaba muy mal. Su cara era una máscara, y sus ojos no se calentaron cuando se posaron en ella. ― Está llamando al hotel en este momento para asegurarse de que estuviste ahí. Casimir se apartó de ella, le dio la espalda. Caminando. No encendió las luces. ― Estuve ahí. Hay imágenes de mí caminando a través del hotel, comprobando todos los lugares, un par de horas antes de que yo me reuniera con el jefe de seguridad. Las grabaciones pasaran la inspección. Soy muy bueno en lo que hago. Su voz era cortante. Abrupta. Un matiz de ira y algo más, en lo que no podía poner su dedo. Ella se acercó a él. Se dio la vuelta y levantó la mano como si tuviera ojos en la parte posterior de la cabeza.

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Atada al Fuego ― Permanece ahí. Se detuvo al instante. ― ¿Qué pasa, qué está mal? ― Ella había sabido que algo estaba mal. Lo había sentido. No había llegado a ella de la forma en que siempre lo habría hecho. Los nudos en el estómago se apretaron al punto del dolor. Casimir no le respondió. Su máscara no resbalo, ni siquiera por un momento. Los nudos en su estómago tomaron más fuerza. ― Luigi sabe que Arturo está muerto. Dijo que su cuerpo fue encontrado por los puños, colgando del techo por cadenas y que murió en un incendio. ― Ella mantuvo su voz estrictamente neutral. ― Sí, claro que murió en un incendio, ― dijo Casimir. Su rabia sacudió la sala. Ella sintió el movimiento en el piso. Las paredes inhalando y exhalando, tratando de contener la presión. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cintura. Ella sabía que Arturo tenía que morir. ― Él solía consolarme cuando Luigi se enojaba conmigo porque yo no era lo suficientemente rápida o lo suficientemente silenciosa cuando me formé. Él colaba barras de chocolate y... ― No. ― Él gruñó la orden. Se acercó. Por primera vez vio el asesino en él. Ella lo vio. El hombre que era parte de Casimir, tal vez incluso la parte más grande. El hombre que había evitado ver cuando ella se fijó en el alma gentil que mantuvo oculta del mundo. ― Casimir, no puedo evitar recordar su bondad conmigo cuando era una niña. ― Ella abrió su boca para continuar, para decirle que entendía que Arturo tenía que morir, que se lo merecía, pero que ella no podía evitar la pequeña flecha de pena por el hombre que había pensado que era. ― Ni siquiera pienses en ese hijo de puta, ― espetó Casimir. Él la miró, su cara, una máscara ilegible, con los ojos perforándola, ya que podía hacerlo incluso con los contactos oscuros, vivos con algo parecido al odio. ― Como el hombre con que jugabas. No te atrevas a llorar por él. Ellos tenían una pequeña rutina, tu tío y Arturo.

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Atada al Fuego Su mano se elevó a la defensiva a la garganta. Su voz le delató. El fuego rugía en él. Enojado. No, estaba en su apogeo. Y era profundo. ― No entiendo, Casimir. ― Establecieron una pequeña escuela en ese edificio y traían las mujeres que no estaban dispuestas y capacitadas para ellos. Arturo era el que les arrancaba la piel con sus látigos. Él las azotaba. Les daba mucho dolor, por lo que harían cualquier cosa para hacer que se detuviera. Mientras eran lastimadas, torturadas y humilladas, manipularon su cuerpo, por lo que, finalmente, no podían venirse sin dolor. ― Su garganta se cerró. Sus pulmones se prendieron. No podía respirar. ― Arturo, el hombre por el que deseas llorar, entrenaba aquellas mujeres colgándolas del techo o atándolas a un banco de madera o cruz o lo que diablos quisiera en ese momento. Golpeaba a una mujer hasta que era cooperativa y hacía lo que le dijera, lo que cualquiera que ellos le ordenara. Su tío tenía que haber sido el bueno, el que llegaba y le calmaba, cuidaba de ella, y le daba esos pequeños momentos íntimos que le daban la esperanza de que a alguien realmente le importaba. Luego él la usaba, abusaba de ella. Vendiendola a su tiempo a muy feos hombres, a pervertidos que le harían daño una y otra vez. Entonces Luigi volvería y la calmaría de nuevo. Ellos sólo invirtieron los papeles contigo, Jacinta. Luigi era el asesino. Él te entrenó, era el de la disciplina, mientras que Arturo asumió el papel del hombre que te daba esos pequeños detalles que te hacían pensar que te importaba. ― Detente. Basta, Casimir. Yo era una niña. Perdí a mis padres, a mi familia, todo. Estás tomando todo. Miró hacia ella, implacable. ― Nunca lo tuvo en primer lugar. Era una ilusión creada para ti, no es algo real. Arturo estaba tan enfermo como el que más. Colgué a ese maldito enfermo de las cadenas sangrientas y el charco de sangre en el que había matado a Carlotta. La llevaron allí, la torturaron durante días, mientras yo estaba sentado en un coche de mierda a unos pocos cientos de yardas de distancia y deje que sucediera. ― Escupió las palabras a ella.

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Atada al Fuego No podía detener las lágrimas quemando en sus ojos, aunque sabía que eso solo haría que el fuego quemara más caliente en él. Debería haberlo sabido en el momento en que entró en la habitación y la encontró muy caliente. Él no había cambiado su termostato, sino que estaba luchando para mantener el control y evitar encender la casa con el fuego de su rabia. Ella entendía su rabia. Se culpaba por no entrar en el edificio, por no descubrir lo que estaba ocurriendo hasta que fue demasiado tarde. No había salvado a la mujer. Eso tenía que haber traído recuerdos de las compañeras que había sido forzadas a tener cuando era un joven adolescente mientras le enseñaban a controlarse. Las mujeres que murieron a causa de que él había tenido el control. ― No llores por él, ― gruñó. Él le cogió la cara con una mano y sintió cada huella digital quemando en su mandíbula. No intentó alejarse o explicar que las lágrimas no eran por Arturo o Luigi. No lloraría por cualquiera de ellos. Las lágrimas eran por su infancia perdida. Por aquellas mujeres. La mayoría de ellas eran por él. Porque Casimir hubiera tenido que presenciar tal cosa. Porque hubiera tenido que recordar. Por volver a tener que vivir esa pesadilla. Por permitir que la terrible puerta de la grieta se abriera y los recuerdos se derramaran hacia fuera cuando la brutal tragedia sucedió de nuevo. Él no había salvado a la mujer. Eso era todo lo que iba a ver. Todo lo que sentiría. ― Arturo torturó esas mujeres en su pequeña escuela de sexo. Hice lo mismo con él y me aseguré de que él estuviera vivo cuando se quemó. No llegó a morir fácilmente. Sintió cada toque de las llamas. Y me alegré de que las sintiera. Lo necesitaba para sentir cada una de esas llamas que se deslizó hasta su cuerpo. Fui la antorcha que encendió el edificio en llamas. Arturo. Tu pequeño amigo de la infancia. Cada capa de la llama en sus pies y las piernas, al igual que los látigos con los que golpeaba a esas mujeres. Tan preciso. El máximo daño con la menor cantidad de daño real a sus cuerpos por lo que no podían morir y ser libres. Hice eso, para él, con látigos y luego con fuego, Giacinta. Dejé que ese hijo de puta y el bastardo de su tío me convirtieran en un monstruo cuando todos estos años nunca había permitido eso. Dile eso a ellos. ― Casimir. ― Ella dijo su nombre en voz baja.

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Atada al Fuego ― Lárgate de aquí. Ella se quedó donde estaba. Ella entendía todo ahora. Se detestaba a sí mismo por no proteger a la viuda, pero era más, creía que se había convertido en lo que Sorbacov trató de crear, en el monstruo que se había negado a ser todos esos años de soledad vacía, de ser todos, pero nunca Casimir Prakenskii. Ella sacudió su cabeza. ― No voy a hacer eso. Nunca voy a hacer eso. Eres mío, Casimir. Mío. No eres de Sorbacov. No perteneces a él. Nunca lo hiciste. Luigi y Arturo no pueden convertirte en un monstruo. No eres capaz de ser un monstruo. Ni se te ocurra nunca ponerte en la misma categoría. ― Quemé ese hijo de puta vivo. ― Encontraste una mujer muerta, en un charco de sangre, una mujer a la que torturaron y mataron. Somos el elemento fuego. ¿Qué creíste que iba a pasar? Si yo hubiera llegado a través de una escena como esa, ¿crees que podría mantener el fuego bajo control? Puedes echarte la culpa de que Carlotta sufriera esas noches que estabas fuera, pero tu y yo sabemos, que sólo podemos tomar decisiones basadas en lo que sabemos. Teníamos un plan. No podías arriesgarte a ser descubierto sólo para satisfacer la curiosidad, haber entrado en ese edificio, podría haber soplado nuestras cubiertas. No sabíamos lo que estaba allí. Él no respondió, se limitó a mirarla. Había dolor en sus ojos. El dolor que nunca sentiría un monstruo. ― Necesito que vengas a mi ahora, Casimir. Tengo que poner mis brazos a tu alrededor y sostenerte. ¿Podrías dejarme hacer eso? Siguió allí de pie, sin hablar, con los ojos a la deriva sobre su cara. Estaba completamente inmóvil, como si se estuviera sosteniendo a sí mismo junto y si se movía fuera a romperse en mil pedazos. No le preguntó de nuevo. Ella cruzó el espacio entre ellos y deslizó sus brazos alrededor de él, ajustando su cuerpo al de él con fuerza. Apoyó la cabeza sobre su corazón.

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Atada al Fuego ― Si no te lo he dicho todavía, Te amo. Sé que es demasiado pronto para decir eso. Sé que vas a decir que no te conozco, pero lo sé ahora, en este momento... ― Ella levantó la cara por lo que sus ojos pudieron encontrarse con los suyos. ― Vi a todo de ti. Lo mejor y lo peor. Vi lo que trató de dar forma, y sé que eso es parte de lo que eres. También sé que no tuvieron éxito en el camino al que querían llevar tu carácter, por lo que tú naciste para ser. Debido a tu genética, a tus padres y a tus hermanos. Puede ser que no hayas sido criado con ellos, pero ellos estaban allí para ti. Dentro de ti. Ayudándote a resistir contra los monstruos. Te veo, Casimir, y el hombre que veo, la persona que eres, es el hombre que amo. No me lo quites. No dejes que los Arturos, los Luigis o los Sorbacovs ganen. Muy lentamente sus brazos se acercaron para envolverse firmemente alrededor de ella. No dijo nada en absoluto, pero él casi la partió por la mitad apretando su agarre sobre ella, encerrándola a él con tanta fuerza que claramente quería compartir la misma piel. Se quedaron allí, sólo abrazándose el uno al otro, y luego finalmente dejó caer la cabeza sobre la de ella, sus labios en su pelo. Él respiró profundo, estremeciéndose. ― Tienes que ir a ver a Luigi. ¿Puedes hacerlo? ¿Puedes llevar a cabo esta farsa? Los policías quieren interrogarlo sobre Arturo. No podemos matarlo ahora. No y hacerlo parecer un accidente. Alguien va a sospechar. ― Aflojó el agarre sobre ella para coger la barbilla en la palma de su mano, levantando la cara hacia él. ― ¿Puedes hacer esto? Porque si no puedes, vamos a dejarlo. Podemos desaparecer y volver a aparecer en unas pocas semanas o lo haré, y terminaré esto. ― Voy a terminarlo. ― Podría ser mejor si vas a los Estados Unidos y me esperas allí. Ella sacudió su cabeza. ― No puedes conseguir acercarte a los Sorbacovs y no tienes ninguna posibilidad de hacerlo sin mí. Conmigo, con los dos actuando juntos, podemos eliminarlos y salir de esto con vida. Esto no se trata de dejar que Luigi y su plan para dominar a Italia al frente de dos familias arruine nuestras posibilidades de garantizar que tus hermanos y mis hermanas vivan una vida feliz y pacífica.

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Atada al Fuego Su mirada se movió sobre su cara. Posesiva. Seguía enojado. Aún molesto, pero la amaba. Se sentía eso. La amaba a ella. Él no lo dijo, pero ella lo sintió. ― Bésame, Casimir. Ahora mismo. Tengo que llevar tu fuerza conmigo cuando voy hacia él. Esta va a ser una larga noche. Mañana tengo que ser mi verdadero yo e ir al hotel como si nada de esto me hubiera tocado. El mundo no me conoce como la sobrina de Luigi. Soy la mujer que vende lámparas de araña. Todo el mundo piensa que me dio mi gran oportunidad aquí en Italia y que somos solo amigos. No dudó. Él le enmarcó la cara con las dos manos y llevó su boca a la de ella. Suavemente. Con ternura. Un inquietante beso, evocador, que se quedaría con ella durante mucho, mucho tiempo, como él quería que lo hiciera. ― Voy a estar en tu cama, Malyshka, ― susurró contra sus labios. La besó de nuevo. Un poco más duro. Un poco más. Mucho más agresivo. Un salto mortal lento comenzó en el estómago de Lissa. Los pequeños dardos de fuego a través de su sangre. No parecía importar cuáles fueran las circunstancias, sus besos llegaban a ella. La reclamaban. La llevabab de cualquier horrible mundo en el que estuviera, y la ponían en uno mucho mejor. Se alejó de él, porque tenía que hacerlo. No iba a aferrarse. Si lo hacía, él no estaba en ningún estado en que la dejara ir. Él volvería a caminar con calma y podría una bala en la cabeza de Luigi y la sacaría de ahí. Estaba segura de ello. No necesitaba la conexión entre ellos para saber lo que había estado en su mente y lo que haría si ella vacilaba. Lissa caminaba lentamente por las escaleras, el miedo en cada paso. Le había dicho a Casimir que podía hacer esto, y a ella, pero no era fácil y no quería que él fuera testigo de su lucha. Eso definitivamente sería un desastre. Ella estaba en la puerta del estudio de su tío. Él estaba hablando por teléfono, de espaldas a la puerta, insultando a alguien. Ella escucho el nombre de "Angeline" y cerró los ojos y apoyó su frente contra la jamba. Por supuesto que tendría que llamar a su esposa y decirle que Arturo estaba muerto. Ella lo sabría tarde o temprano, y era mejor que se enterara de él. Él le había contado a Lissa, que Arturo y la viuda eran amantes y disfrutaban de los juegos sexuales.

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Atada al Fuego ― Tío. ― Ella no quería escuchar a escondidas su conversación. Se dio la vuelta, y ella sacudió la cabeza. ― Lo siento, ― murmuró. ― Yo no te vi en el teléfono. ― Ella hizo como si fuera a salir, pero él le indicó que esperara. ― Me tengo que ir, ― dijo Luigi de manera decisiva en el teléfono, y colgó. ― Él estaba allí, por supuesto, o no habrías tomado tanto tiempo. ― A Tomasso le gustaba Arturo. Tenía que decirle algo ya que fui a su habitación. Él asintió con la cabeza. ― Me llamó el hotel. Él estuvo allí y durante mucho tiempo. Se familiarizó con el diseño incluso antes de que hablara con el jefe de seguridad. Habría que mirar las cintas para ver a qué hora llegó. Pero Él no pudo haber tenido algo que ver con la muerte de Arturo. ― Sé que esto suena horrible, tío, y yo no quiero hablar mal de los muertos, pero si la viuda estaba teniendo un romance con Arturo, mientras que Cosmos estaba vivo, podía haber estado teniendo algo con alguien más. Alguien que podría haber estado celoso. ― No lo sé. No he oído rumores sobre cualquier otro. Cosmos era bastante exigente. Tenía informantes, tenía que ser algún amigo de él. Incluso tuve una cena en su casa de vez en cuando. Ahí es cuando Arturo se encontró con ella. Necesitaba saber la disposición de la casa y las rutinas que sus guardaespaldas tenían para así poder dártelo a ti. Tal vez Aldo pensó que un Abbracciabene no debería gastar tanto tiempo con un soldado Porcelli y él dispuso que se matara a Arturo con el fin de enviar un mensaje. ¿Quién más, Gia? ― Tio. ― Ella suavizó su voz. ― Me tienes que llamar Lissa, incluso cuando estamos solos. Nadie puede saber quién soy. Ese fue tu pedido. ― Suspiró profundamente, moviendo la cabeza mientras lo hacía. ― Y no puedes ir a ver a Aldo Porcelli. No puedes. Incluso para obtener más información. Si él ordenó un golpe en Arturo, entonces tengo que actuar este fin de semana. Mientras tanto, tienes que retirarte a tu ala de la casa y tomar los hombres en los que confías más para que guarden este lugar. No te metas en tu coche, no vayas a ninguna parte.

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Atada al Fuego No permitas que incluso un policía hable contigo a solas. Ten tus guardaespaldas en la habitación contigo y por lo menos a alguien un pie detrás de quien insista en reunirse contigo en algún momento. ― Sí, sí, voy a hacer eso, ― estuvo de acuerdo. ― No necesito un guardaespaldas. No soy nada de Aldo. Manten a Tomasso aquí contigo. Él ha sido fiel y ahora, con Arturo muerto, necesitas a alguien bueno. ― Por supuesto que no.― Se puso de pie. ― Él va a ir contigo. Alguien tiene que cuidar de ti. No correré ningún riesgo con tu vida. ― Era de nuevo Luigi, el jefe de la familia Abbracciabene. El hombre que había ordenado el golpe en su propio hermano. Quería a Aldo asesinado. Él estaba demasiado cerca de su objetivo para permitir incluso que la muerte de su amigo más antiguo, retrasara sus planes. Necesitaba a Lissa viva para sacar su último obstáculo. Lissa asintió. ― Estoy agotada, Tio Luigi. Tú debes estarlo también. Has estado muy enfermo y no quiero que tengas una recaída, por lo tanto vamos a ir a la cama. ― Ella no le daría la oportunidad de protestar. No podía estar en la misma habitación con él, ni por un momento más.

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Atada al Fuego Capítulo 12 .

Luigi había comprado su casa en un pequeño pueblo cerca de Ferrara, supuestamente para mantener a salvo a su sobrina. Si Lissa no hubiera tomado todo lo que su tío le decía en su valor nominal, se habría dado cuenta de que la famiia Porcelli, habría mantenido vigilancia sobre la nueva cabeza de la familia Abbracciabene, no importaba donde se encontrara, Italia no era tan grande como para que se pudieran ocultar. Polignano a Mare era un muy pequeño pueblo costero que se levantaba entre los acantilados en el mar Adriático. La población variaba a veces, pero rara vez alcanzaba más de cuatro mil. La ciudad ofrecía impresionantes vistas sobre el mar, era magnífica, con sus calles blancas y una gran variedad de iglesias antiguas, contaba con una playa con impresionantes aguas calientes, de color turquesa, y acantilados a cada lado. A Lissa le encantaba la ciudad y la gente que vivía allí. Eran amables, saludando y charlando cuando deambulaba por la ciudad o se detenía en Salvadore, el bar donde tomaba capuchino. La ciudad era uno de sus lugares favoritos en todo el mundo. Se veía con ganas de visitarla a menudo. Casimir le dijo que la esposa y los hijos de Luigi estaban en una finca en la ciudad de Bari, sólo a unos cuarenta y siete kilómetros de Polignano a Mare, a una distancia lo suficientemente corta. Bari tenía un aeropuerto internacional, por lo que era fácil para Lissa volar desde los Estados Unidos. Eso también hizo fácil que Luigi viajara de ida y vuelta en cuarenta minutos o menos usando la carretera principal. Podía retirarse a su apartamento fingiendo estar enfermo, escaparse, y estar en su casa en un tiempo récord.

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Atada al Fuego El hotel era precioso, familiar y un refugio para las celebridades que encantadas se enteraban de la joya en los asombrosamente bellos acantilados. Lissa había estado allí un par de veces sólo para beber y cenar. La comida siempre era increíble y las vistas espectaculares. Tomasso llegó a su alrededor para abrir la puerta del hotel para ella, su cuerpo rozando el suyo. Un estremecimiento de conciencia fue a través de ella, de la forma en que siempre lo hacía cuando él estaba cerca. Se inclinó hacia él por un momento y volvió la cabeza para mirarlo por encima del hombro. Casimir era precioso para ella en cualquier papel que asumiera, pero le gustaba mucho su personaje de guardaespaldas. ― Heredo la casa de Luigi aquí en el pueblo si muere. Me mostró los papeles muchas veces a lo largo de los años. Me gusta venir aquí. Él bajó la cabeza, la boca rozando su oreja, enviando más escalofríos corriendo directamente a su núcleo, encendiendo un fuego. ― ¿Es tu forma sutil de decirme que la casa de Luigi debe permanecer intacta, sin daños de fuego? Su cuerpo empujó el de ella, obligándola a dar un paso en el interior del vestíbulo precioso. Ella se rió en voz baja, agradecida de que Casimir pudiera hacer un intento de humor cuando había estado tan tranquilo la noche anterior. Él se había sostenido a ella toda la noche, su cuerpo apretado contra el suyo, una pierna entre las de ella, la otra sobre su muslo. Sus brazos la envolvieron, encerrándola con él. A ella no le había importado que estuviera cerca, le encantó, pero odiaba que estuviera tan tranquilo. Ambos se habían quedado dormidos de esa manera, y cuando se despertó, él estaba todavía más cerca. Más cerca aún. Su boca en su pecho, sus dedos deslizándose sobre su cuerpo, deslizándose hacia abajo y hacia adentro, hasta que estaba jadeando y gritando. Él hizo el amor con tanta suavidad y ternura, casi reverente en su toque en su cuerpo, la memoria trajo lágrimas a sus ojos.

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Atada al Fuego Casimir era salvaje en la cama, y ella se incendiaba cada vez con él. Se quemaban juntos, calientes y apasionados y tan fuera de control que era una locura, el éxtasis, era un poco loco. Esta vez había sido diferente, cada toque lento y hermoso. Le había susurrado en ruso. Ella hablaba la lengua, y le había dicho esto, Ya lyublyu tyebya fsyem syertsem. Te amo con todo mi corazón. Apreciaba esas palabras susurradas. Él las había dicho como si estuvieran siendo arrancadas de su alma cuando él enterró la cara en su cuello, su cuerpo profundamente en ella, mientras pulsaba a su alrededor, por lo que el momento hermoso sabía que quedaría grabada para siempre en su mente. ― Algo así, ― admitió con una sonrisa rápida, burlandose. Llegar al hotel les dio su espacio para respirar. Sin Luigi cerca le sentía vivo de nuevo, feliz. Relajado, incluso. Ella era Lissa Piner, una entonadora de vidrio de California, disfrutando de un área favorita de Italia. Ella tenía negocios con los propietarios del hotel, sí, pero podía apreciar su entorno e incluso al guardia que había sido nombrado para ella en busca de seguridad. ― ¿Miss Piner? ― Una mujer mayor vestida con una falda y una chaqueta combinadas, la saludó con una mano extendida. Estaba flanqueada por el jefe de seguridad del hotel y su manager. ― Soy Mariana Loria. Por favor, llámame Mariana. ― Y yo soy Lissa, ― dijo Lissa, tomando la mano de la mujer. Mariana tenía un fuerte apretón de manos. Sus uñas eran hermosas como era su piel. Su cabello estaba veteado de gris, lo que sólo se añadió a su elegante belleza. ― Bienvenida a mi hotel, Lissa. Estamos tan agradecidos de que hayas hecho el viaje. Estamos muy entusiasmados con los diseños únicos que has enviado para nosotros. ― Hizo un gesto por el vestíbulo. ― Como puedes ver, nos esforzamos por ofrecer a nuestros clientes una experiencia muy diferente aquí. Nosotros queremos que nunca se olvidan de su visita. Los balcones privados con vistas espectaculares por supuesto se ofrecen, y las habitaciones son de lujo absolutamente, pero queremos que todas las partes dentro del hotel, en todas partes se vea un huésped, se vea y sienta como de lujo.

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Atada al Fuego ― Este es uno de los pocos hoteles que no es propiedad de un conglomerado, ― dijo Lissa. ― Me encanta que sea un hotel familiar, muy acogedor y hermoso. Creo que has conseguido transmitir eso también. Mariana inclinó la cabeza con una pequeña sonrisa de aprobación. ― Me gusta pensar que sí. Estamos muy orgullosos del hecho de que este hotel haya estado en la familia por generaciones, y cada generación lo ha mejorado. Queremos que sea muy moderno, sin embargo, mantener la sensación del viejo mundo de un glamoroso pasado. Lissa entró por cada habitación en la que Mariana quería añadir una lámpara de araña. Cinco en el vestíbulo. Dos en el salón de baile. Tres en el restaurante de cinco estrellas. Si ella obtenía un pedido tan grande, la granja estaría cómoda de dinero durante mucho tiempo, sobre todo porque Mariana quería que las lámparas del hotel fueran diseños originales, de las que nadie más tuviera. Ella había esbozado ideas basadas en la historia del hotel, de acuerdo con los días pasados, pero llenos de opulencia. Las lámparas de araña que tenía en mente goteaban una larga espiral brotes blancos y en cascada hojas blancas que brillaban con la luz desde todos los ángulos. ― Te entiendo, pero debido a que tengo que hacer cada pieza a mano, cada una será un poco diferente. Mariana asintió. ― Nos fijamos en los candelabros de cristal que cada otro hotel tiene. Ellos son hermosos, pero no únicos. Queremos algo hermoso y único. Queremos que cada pieza grite de lujo y glamour. Su trabajo lo hace. Es innovador, creativo, y cada pieza es una obra de arte. Ella abrió el camino a su oficina. Tomasso puso su mano en la espalda de Lissa, apenas allí, pero sentía su toque y eso la calentó. Entró en la habitación con ella y dio un paso a un lado para estar en contra de la pared, con las manos a los costados, viéndose relajado. Él no le daba a nadie la opción de decirle que esperara afuera. Mariana hizo un gesto con gracia hacia una silla de respaldo alto, y Lissa se hundió en su comodidad. Habían tardado una hora caminando por las distintas salas y permitiendo que Lissa estudiara cada habitación ya que eran únicas.

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Atada al Fuego ― Nos gustaría mucho tres diseños diferentes, pero que se vean similares, para que vayan con nuestro hotel y sean únicos para nosotros. Lissa atrapó que Mariana había utilizado el término varias veces "únicas". Estaba claro que era importante para ella que los diseños para el hotel fueran estrictamente solo para de ellos. Una marca para ellos. Todo en el hotel era de esa manera, empezando por los cubiertos en el restaurante, hasta los muebles y cuadros en las paredes. Lissa asintió. ― Yo puedo hacer eso. Sin previo aviso, sintió el roce de un pulgar sobre el pezón de su pecho izquierdo. Ella tuvo que reprimir una exclamación cuando pequeñas flechas de fuego corrieron directamente a su sexo. Al instante estaba húmeda. Ella miró por encima del hombro a Casimir. Él no estaba mirando a ella. Su mirada estaba hacia el frente, como si revisara la zona, pero su pulgar se presionaba firmemente en el centro de la palma de su mano. ― Es evidente que tus pensamientos estan en algo más que su trabajo, ― ella acusó. Casimir no respondió o mostró en cualquier forma que él la hubiera escuchado. ― La familia ama este diseño en particular. ― Mariana le entregó a Lissa el boceto de lámpara de araña que había amado más y que esperaba que el hotel se quedara con ella. Era un poco más difícil de crear, pero era preciosa. La pieza hablaba con ella. Hermosa, como Italia, con glamour e incluso un poco decadente. ― Yo también, ― admitió Lissa. ― Es mi favorita. ― Otra caricia en su pezón. Una boca caliente se cerró sobre su pecho, la tomó a profundidad, la lengua empujando el pezón con fuerza contra el cielo de la boca. Sus dientes raspando eróticamente. Se quedó sin aliento cuando las llamas se precipitaron a través de su torrente sanguíneo para quemar bajo y pecaminosamente entre sus piernas. Sentía la humedad familiar.

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Atada al Fuego ― Dos pueden jugar a este juego, Casimir, y tengo una imaginación muy viva. ― No tan real como la mía. ― Diversión masculina pura. Pura arrogancia. No quería empezar una guerra con él que no podía ganar, pero iba sin duda va a tomar represalias. ― Usaremos este diseño para el vestíbulo, ¿y puedes hacer una variación de la misma para el restaurante y otra para el salón de baile? ― preguntó Mariana. Lissa asintió, tratando de evitar que algún color se arrastrara por su cuerpo a la cara. ― Ya he estado jugando con algunas ideas, porque me gusta mucho. ― Es elegante, exactamente lo que queremos, y se siente como que proviene de esta región. Que podría haber estado aquí en tiempos pasados, pero aún así, es muy sofisticado. La lengua de Casimir, bromeó en la parte inferior de los senos de Lissa. Era evidente que su imaginación no había terminado. ― Estoy aquí realizando algunos negocios. ― Sólo estoy aquí de pie pasando el tiempo mientras cierras el trato. Lissa tuvo que concentrarse en lo que Mariana estaba diciendo. A ella le gustaba claramente el diseño, pero en realidad, para que la lámpara de araña funcionara de la manera que lo necesitaban, el color era importante. ― La otra cosa que me gusta de esta pieza es el color. Es un blanco encubierto como los acantilados en algunos lugares. ― Lo que habla de su hotel mucho más que cualquier otra cosa, ― admitió Lissa. ― Este es uno de mis lugares favoritos en todo el mundo, por lo que fue un privilegio crear algo que me hiciera sentir que era parte de un lugar que amo.

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Atada al Fuego Se pusieron a trabajar, discutiendo el precio. Afortunadamente, Casimir no continuó su asalto a sus sentidos durante el debate del dinero. Lissa había aprendido a no venderse barato. Ella sabía el valor de sus obras maestras, y estas lámparas de arañas serían obras maestras. Mariana no hizo ni una mueca de dolor. Habían tenido una discusión preliminar antes. Al final, llegaron a un acuerdo, que hizo que Lissa quisiera bailar alrededor de la habitación, pero ella mantuvo la cara de negocios, sonriendo y dejando que la charla fuera a la deriva en asuntos más personales. Ella descubrió que la familia Loria inculcaba que sus hijos y nietos trabajaran en el hotel desde abajo hacia arriba, aprendiendo todos los aspectos del cuidado y mantenimiento de su empresa familiar. Sus empleados eran tratados con respeto y muchos trabajadores eran generacionales. Era evidente que Mariana estaba orgullosa de su hotel y familia. A Lissa le gustaba aún más por ello. ― Envuélvelo, Malyshka. Estoy hambriento de ti otra vez. ― Te trabajaste a ti mismo, ― bromeó, aunque en verdad, la había trabajado a ella también. Aún así, ella quería estar en algún lugar para poder practicar una pequeña venganza. ― Nos encantaría que almorzaras aquí, ― dijo Mariana. ― Eres bienvenida a caminar alrededor de los jardines. Son preciosos y muy extensos. ― Gracias, ― dijo Lissa, levantándose con su anfitriona. ― Amaría eso. Es muy relajante aquí y yo disfrutaría de la exploración. ― Se volvió a Tomasso. ― ¿Tienes hambre? ¿Te unirias a mí para el almuerzo? Mejor pedírselo justo en frente de Mariana, que evitar cualquier especulación después. Ella era de los Estados Unidos y sabían lo que hacían allí, tal vez todo el mundo tomaba las comidas con sus guardaespaldas. Tomasso levantó una ceja, pero inclinó la cabeza. ― Me gustaría disfrutar de eso, señorita Piner.

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Atada al Fuego ― Lissa, ― corrigió ella, sonando un poco molesta, como si ella lo hubiera corregido un millón de veces, y por si alguien le estaba informando a Luigi, le dijeran que su invitada encontraba a su escolta un poco irritante. Mariana ocultó su sonrisa amablemente mientras abría la puerta y les dejó pasar. ― Si necesitas algo en absoluto, nos lo dejas saber. Lissa asintió, con ganas de patear a Tomasso en la espinilla cuando deliberadamente la empujó. Su cuerpo caloroso dejó su corazón palpitante. Su fragancia masculina la envolvió, y el roce de su cuerpo contra el suyo envió mas humedad a derramarse en sus bragas. ― Gracias, Mariana. Voy a redactar los contratos para ti y empezaré a trabajar en los candelabros de inmediato. Mientras se alejaban miró a Tomasso. ― Eres terrible. Debería darte una patada. ― Prefiero que me beses. Se les dio una mesa apartada, en un balcón con vistas al mar Adriático. Cada uno de los pequeños balcones fue diseñado para que una pareja pudiera estar totalmente en privado. Para que las celebridades que visitaban el refugio con frecuencia llegaran a relajarse, y a divertirse, sin ser molestados por los aficionados o los paparazzi. Casimir se sentó cerca de ella, en lugar de frente a ella, teniendo de frente al mar turquesa. Enrosco sus dedos con los de ella, se llevó la mano a la boca para besar su reverso y luego la llevo debajo de la mesa hasta su muslo, presionando la palma a profundidad. ― Es hermoso aquí, Lissa, ― observó. ― Me encanta la granja, ― dijo. ― Se ha convertido en mi hogar, pero este lugar siempre será mi primer amor.

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Atada al Fuego ― ¿A pesar de las terribles cosas que han sucedido? Ella asintió. ― Luigi no representa a estas personas. Es la anomalía. Soy italiana, me encanta hablar italiano, y estoy orgullosa de mi país. ― Lo entiendo, ― estuvo de acuerdo Casimir. ― Siento lo mismo por mi tierra. Cuando hagamos esto, y seamos libres, yo quiero mostrarte mi país. Es precioso también. Podemos hacer nuestra casa en la granja, pero tendremos que venir a Italia y a Rusia a visitarlas a menudo. ― Eso espero.― Había acabado de decir nuestra casa. Como si él estuviera moviéndose con ella. Ella sabía que era la progresión natural de las cosas entre un hombre y una mujer cuando se querían, pero siempre consideró que ella no viviría mucho, para hacer las cosas raras que la gente hacia cuando llegaban a la vejez. Se llevó la mano a la boca de nuevo, esta vez raspando las yemas de sus dedos con sus dientes. ― ¿Qué pasa, golubushka? De repente parecía como si te fueras a desmayar sobre mí. El camarero se acercó, tomó sus órdenes y les sonrió a los dos. ― Este balcón es muy privado. Cuando prefieran más privacidad, pueden cerrar las puertas y la señal de privacidad estará lista. Nadie les perturbará. Lissa se echó a reír cuando se fue. ― Él cree que estamos teniendo una aventura. ― Por supuesto que sí. Es muy romántico y eres una mujer hermosa, con clase y yo soy tu guardaespaldas. Ese es el epítome del romance. Ella se rió suavemente. ― Voy a tener un romance con Tomasso, pero creo que Casimir podría objetar. ― No necesariamente, siempre y cuando no te enamores de él. Y no te vas a salir de esa tan fácil. No es que a mí me importara cerrar esas puertas y separarnos del resto del mundo por un tiempo, pero hay que aclarar algunas cosas. ¿Qué te hizo verte un poco débil?

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Atada al Fuego ― Por supuesto que no vas solo a dejarlo ir, ― dijo con un suspiro. ― Esto no es un buen augurio para nuestra relación. ― Nuestra relación será más que suficiente, ― le corrigió. Sus ojos perforando a través de ella, también viendo mucho. ― Eres tu la que no está lista para comprometerse. Ella frunció el ceño. ― Estoy totalmente lista para comprometerme. Totalmente. Admití que te amo. Ese es un gran paso, Tomasso. ― Yo estuve en la sala de seguridad por un tiempo y estos balcones son privados, no hay cámaras o audio, por lo que estamos solos, y me puedes llamar Casimir cuando estemos hablando de nuestra relación. Quiero que sepas con quién estás hablando. Agachó la cabeza. ― No fue nada. ― Malyshka, sólo dime lo que te ha molestado. ― No es molesto, sólo un poco desubicado. Has dicho que haríamos nuestra casa en la granja. No había pensado más allá del aquí y del ahora. Yo no he pensado sobre que vengas conmigo y entres en mi casa. Una lenta y atractiva sonrisa suavizó el borde duro de su boca. ― Nuestra casa. Los hombres Prakenskii afirman todo. Mujer. Casa. Contenidos. Todo ello. Nos pertenece. Ella no pudo evitar reírse. ― No puedo decir que no he notado ese rasgo en tus hermanos. No sé por qué no he pensado en el futuro. No soy buena compartiendo espacio. ― Compartes muy bien. Estoy en tu cama, me das lo que yo quiera.

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Atada al Fuego No pudo controlar el rubor. Él estaba hablando de más que el espacio en su cama. Se aseguró de no requerir mucho en forma de su espacio. Por la noche arrastró su cuerpo apretado contra el suyo, sujetándola con su brazo alrededor de su cintura o las costillas, la inmovilizó con un muslo, mientras que el otro se deslizó entre sus piernas. A Él le gustaba dormir de esa manera. Su espalda hacia su frente. Ni un susurro entre sus cuerpos. Lissa no creía que fuera a dormir con otro ser humano en su cama, pero se encontró con él y que le gustaban sus muy buenas maneras y se sumió inmediatamente, sintiéndose segura, su cuerpo saciado y su corazón feliz. A ella le gustaba la forma en que mantenía la palma de su mano apretada en el muslo, sus largos dedos de vez en cuando acariciando a lo largo del dorso de la mano. A él le gustaba el contacto y no era tímido sobre exigirlo. ― Creo que simplemente no había pensado más allá de los Sorbacovs. ― Ella susurró la admisión. ― Malyshka, yo no había pensado mucho más allá de la Sorbacovs tampoco, hasta que te conocí. Ahora es imperativo que ambos sobrevivamos y lo haremos. Así que eso significa...Compartir la misma casa. Nuestra casa. Nuestra cama. Nuestro mundo, ― finalizó. A Lissa le gustaba que él estuviera tan seguro de que ambos saldrian con vida después de ir después de los Sorbacovs. No iba a alejarse de ese objetivo, ni siquiera ahora que había encontrado a Casimir. La verdad era, que los Sorbacovs continuarían enviando asesinos tras todos ellos. Había niños para proteger ahora. Sus hermanas. Los hombres a los que estaba llegando a amar como hermanos. Tenía una familia ahora, una de verdad. Ellos podían no ser de sangre, pero ciertamente estaban en su corazón. ― He perdido a una sola familia. No estoy a punto de perder otra. ― Eres tan determinada como yo, ― dijo, sus ojos sobre los de ella. Cuando la miraba así, completamente centrado en ella, como si ella fuera la única persona en su mundo entero, se derretía en el interior.

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Atada al Fuego ― Siempre he querido venir aquí y explorar los terrenos, ― admitió Lissa, cambiando de tema de nuevo, esta vez con ganas de que estuvieran ellos solos. ― Nunca he tenido la oportunidad, pero tenemos tiempo hoy si no te importa. Su sonrisa fue lenta en llegar. Sexy. ― Giacinta, me gustaría tener la oportunidad de pasar el día contigo, en cualquier lugar, de cualquier manera que pueda. He estado solo toda mi vida. Ahora, te tengo. Nunca voy a conseguir lo suficientemente de estar contigo. A ella le gustaba eso. ¿Cómo no iba a hacerlo? Ella no trató de ligar, pero estaba bastante segura de que la expresión de su rostro podría haber iluminado una noche oscura. ― Cuéntame sobre ellas. Tus hermanas. Me gustaría saber acerca de las mujeres que lograron domesticar mis hermanos, especialmente Gavriil. Yo no creía que hubiera alguna esperanza para él. ¿Cómo es tu hermana?, se llama Lexi, ¿verdad? ¿Cómo se las arreglaron para conseguir que se quedara el tiempo suficiente para convencerlo de que permaneciera en la granja? Lissa sabía que su expresión se suavizó. Ella amaba a Lexi, la amaba de verdad. ― Lexi es especial. Todas ellas lo son, pero ella es...frágil. Fuerte. Perfecta. No pensaría así, pero creo que Gavriil vio todo de eso desde lejos. Ella fue secuestrada cuando era sólo una niña por un culto. Ella no escapó hasta que tuvo diecisiete. Es un elemento de la tierra y puede cultivar lo que sea en cualquier lugar, por lo que la granja del culto prosperó con ella a su alrededor. El hombre con quien la obligaron a casarse era un pedófilo, por lo que no le gusto más su cuerpo cuando fue más adulto, y basta con decir, que su vida era una pesadilla. Cuando escapó, el culto mató a su familia en venganza. Él tomó aire bruscamente. ― Espero que Gavriil se encargara de ellos. Ella asintió. ― Ellos vinieron detrás de ella otra vez, y fue un gran error. Gavriil no iba a dejar que a Lexi le pasara nada. Es diferente con ella. Todavía no con el resto de nosotros, pero él está haciendo más cómodo lo que nos rodea.

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Atada al Fuego ― Te gusta él. Ella asintió. ― Mucho. No pensé que lo haría. Es un... alfa. No conozco ninguna otra palabra para él. Nadie va a conseguir pasar alrededor de ese hombre. Pues bueno, con la excepción de Lexi. Ni siquiera tus hermanos. Yo noté que estaban un poco incómodos a su alrededor y me hicieron estar preocupada por mi hermana, pero luego descubrí que no necesitaba preocuparme. Debería haberme preocupado por los hombres que vinieron detrás de ella. Casimir liberó súbitamente su mano, y ella levantó la vista para ver que el camarero se dirigía hacia ellos con sus órdenes. Hizo una demostración de introducir los alimentos ingeniosamente presentados delante de ellos y luego desapareció hacia el interior. ― No me sorprende sobre Gavriil. Mis dos hermanos mayores tomaron lo peor. Había varias escuelas. Fueron llevados a las dos más brutales. La escuela de Viktor, tenía la peor reputación. Aproximadamente la mitad de aquellos que pasaban por esa escuela, murieron antes de que su entrenamiento estuviera completo. Yo no se mucho acerca de Viktor, ya que ha estado encubierto durante años. Oculto. Él tiene un objetivo que hasta ahora ha sido incapaz de encontrar, pero no se cesará hasta que lo haya llevado a cabo. Nunca querría que el hombre viniera detrás de mí. ― ¿Quieres decir que Viktor es aún más aterrador que Gavriil? ― Lissa estaba medio bromeando. Ella no podía imaginar que nadie le asustara más que Gavriil. ― Esa escuela se disolvió después de que Viktor y otros diecisiete terminaran. Incluso Kostya Sorbacov se dio cuenta de que era demasiado brutal. Hay rumores de que los diecisiete desaparecieron junto con Viktor. Sorbacov ha ordenado golpes en todos ellos, pero no han podido ser encontrados. Yo no estaría en lo más mínimo sorprendido al descubrir que Viktor organizara con todos ellos en secreto, destruir la escuela y desaparecer juntos. Incluso joven ya era un líder. ― ¿Si Viktor sabe que Sorbacov ordenó un golpe en él, no tendría que terminar cualquier trabajo que estuviera haciendo y esconderse?

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Atada al Fuego Casimir se echó a reír. ― Viktor no es el tipo de hombre que se esconda de alguien. Va a ir detrás de Sorbacov, que es probablemente lo que estás planeando hacer en el momento en que remates a tu objetivo. El va detrás de alguien grande, Lissa, y él no se va a detener a causa de una pequeña cosa como Sorbacov volviéndose hacia él. Siempre ha estado en las más peligrosas de las situaciones. Siempre. Siempre fue detrás de los mayores objetivos, las que fueran considerados extremadamente peligrosos. ― ¿No es lo que todos ustedes hacen? ― preguntó Lissa. Encontrando la conversación fascinante. Ella no estaba sola en lo que hacía, o en su convicción de que era necesario el trabajo en determinadas circunstancias, cuando la ley no podía tocar el delincuente. ― El marisco es delicioso, ― agregó, ya que lo era. ― El mío también, ― reconoció. ― Sí, todos vamos detrás de objetivos, metas, pero Viktor y de Gavrrill eran hombres rodeados de una fuerte protección. Había que encontrar una manera de penetrar la protección y obtener entrar en el círculo interno. Pasaban meses, o incluso años, esperando por ese día y viviendo la vida día tras día, sin cometer un error. No es fácil. Ella asintió. ― Les admiras. ― Sé lo difícil que es un rol. Cada personaje que interpreto es por un corto período de tiempo; ellos tienen que ser esa persona durante meses o años. Puedes perderte en un papel. La vida se vuelve confusa cuando no tienes nada a que anclarte. Su mirada se centrí en ella. Ella sabía lo que quería decir. A ella. Ella era su ancla. Gavriil tenía a Lexi ahora. Viktor no tenía a nadie. ― Tal vez él no está solo, Tomasso, tal vez algunos de los hombres y las mujeres que fueron a la escuela horrible, están con él en este momento. Tal vez tienen entre sí está vuelta. ― Tal vez. Pero lo dudo. Se fueron fuera de la red, uno por uno. Nadie los ha encontrado. O si lo hicieron y alguien los mató en silencio, nadie ha tomado el crédito por ello. No me puedo imaginar que Sorbacov no hable de ello con alguien. Se enorgullece de ser más inteligente que cualquiera de nosotros.

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Atada al Fuego ― Él no lo es, ― dijo Lissa. ― Su arrogancia va a ser su caída. Uri nunca se casó. ¿Él es gay? Casimir negó con la cabeza. ― No. Le gustan las mujeres. Sinceramente, creo que se quedó atrapado en su papel de político y simplemente no tuvo tiempo para una relación real. Ha tenido un par de amantes, pero no duraron mucho tiempo. No he oído que este en nada torcido. Estaba bastante cerca de su madre y reverencia a su padre. Limpia los líos de su padre, no es sólo acerca de sus propias aspiraciones políticas, se trata también de mantener la reputación de su padre limpia para los libros de historia. Lissa asintió. ― Es bueno saberlo. Uri y Kostya Sorbacov son dueños de parte del prestigioso hotel Krasnyy Drakon en San Petersburgo. Casimir frunció el ceño. Sacudió su cabeza. ― Sé prácticamente todo lo que hay que saber acerca de esa familia. ¿Cómo no iba a saber eso? ― Compraron en el hotel o adquirieron las acciones a través de una empresa ficticia. Las renovaciones se realizaron, sobre todo para hacer que el hotel de los Sorbacovs tuviera un sistema de túneles subterráneos que no sólo se extendieran debajo del hotel, sino en otros edificios también. Ellos quieren que el hotel compita con los mejores de San Petersburgo. Pero permanecen como socios silenciosos, las renovaciones adicionales, los túneles y pasillos ocultos, permiten que Uri y Kostya tengan un lugar público para ir donde tienen protección adicional. ― Ha estado leyendo el archivo que obtuviste de Ivan Belsky. Se llevó otro bocado de la deliciosa pasta de camarones a la boca y asintió mientras masticaba. ― Sí, ― admitió después de masticar y tragar, tratando de no gemir, la comida era deliciosa. ― Belsky tiene la reputación de entregar información real. Era algo así como un punto de honor con él. Tienes por lo que pagas. Por supuesto que a menudo mató a quienes se las entregó, pero en su mente él ganó su dinero, ya que en realidad entregó la información. Algo loco, pero supongo que en su mente, había cumplido con su trabajo. Así que, sí, creo que la información es fiable.

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Atada al Fuego ― Gavriil. ― Casimir casi escupió el nombre de su hermano. ― Te habría suministrado suficiente información para darte una dirección. Maldito sea. Te puso en el camino. ― Ya iba allí, Tomasso. ― Ella hizo hincapié en su nombre para recordarle que él estaba allí porque su hermano le había enviado para protegerla. ― Sabía que no me podía parar y al parecer cumplió su palabra para conmigo y no le dijo a nadie, ni siquiera a ti, sobre lo que había venido a hacer aquí. Comió en silencio durante unos minutos, obviamente, tratando de mantener su temperamento bajo control. No había manera de que su temperamento no quemara caliente y feroz, no cuando él era un elemento fuego. El suyo lo hacía. Ella había aprendido a controlarlo, justo como él lo había hecho, pero no se engañaba a sí misma en la creencia de que no estaba allí, simplemente humeaba debajo de la superficie y listo para estallar en llamas en cualquier momento. ― ¿Gavriil te dio el nombre de Belsky y una manera de ponerte en contacto con él? ― Casimir... Casimir se acercó, sus ojos detrás de los contactos oscuros ardiendo con fuego. ― ¿Lo hizo? No es difícil de contestar la pregunta de mierda, Lissa. Un sí o un no funcionara. Ella suspiró. ― Sí. Él me advirtió de que no confiara en él. También dijo que la información sería fiable. Había oído un rumor de que los Sorbacovs habían comprado el hotel. ― Gavriil siempre ha tenido una buena red. ― ¿Por qué estás enojado con él por ayudarme? ― Ella dejó el tenedor y se frotó el muslo con golpes calmantes de la mano. ― Iba a ir tras ellos, aunque Gavriil me ayudara o no. Yo no iba a contarle a nadie, y menos a él. El vino a visitarme y encontró mis mapas esparcidos por todo el suelo. Lo supuso, y no hubo manera de disuadirme. Yo debería ser la que este molesta con él porque él te llamo y te envío.

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Atada al Fuego No respondió a su pregunta. ― Una vez que hagamos el trabajo aquí, vamos a sentarnos y hacer un plan de ataque. ¿Puedo entender que tienes una cita con los propietarios o la gerencia de ese hotel en St. Petersburgo? Ella asintió. ― Ellos dijeron que leyeron un artículo sobre mí y que estaban intrigados con mi trabajo, les envié algunos de mis diseños y los amaron. ― ¿Ellos hicieron el primer contacto? Ella asintió. ― Sé lo que estás pensando. Por supuesto que saben de mi asociación con Sea Haven. Mi ciudad natal estuvo en el artículo. ― ¿Y esto no te importa? ― Creo que eso es lo que me metió el pie en la puerta. Pero sin tenerlo en cuenta, van a mirar mi trabajo para su hotel. Uri Sorbacov es un maniático del control. Él no será capaz de resistirse a estar en la reunión. Yo no sé nada acerca de su padre, pero él estará allí para determinar todo. Todo lo que he leído sobre Uri dice que cualquiera que entre en cualquier tipo de acuerdo de negocios con él está haciéndolo bajo su propio riesgo. Es un tiburón. No va a dejar que otra persona decore su hotel. Mi suposición es que los otros propietarios querían las lámparas de arañas de cristales de goteo. Envié otros diseños después de que se pusieron en contacto conmigo, vidrio soplado con cristales de goteo de cuerdas de vidrio trenzados. Muy genial. Modernos, hermosos y sin embargo del viejo mundo, lo suficiente como para satisfacer los mayores propietarios de hoteles tradicionales. Se echó hacia atrás en su silla, su mano una vez más, cubriendo la de ella y presionando su palma profundamente en el calor de su muslo. ― Planeas sentarte con encanto justo al lado de él. Ella sonrió. Débilmente. Porque había algo en su expresión que no le gustaba. ― Alguna cosa como eso.

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Atada al Fuego ― Bueno, puedes olvidarlo, Lissa. Él es un tiburón, y no se puede jugar con él. Es inteligente y él sabe que su vida está en peligro, siempre que cualquiera de los productos de esas escuelas estén todavía vivos. Él tendría que haberte investigado a fondo. A fondo. Puedes pensar que Lissa Piner tiene una gran historia y que no podrá ser descubierta, pero él se enterará de lo que realmente eres. Lissa asintió. ― Cariño, cuento con eso. Tengo la intención de contarle toda mi historia. Por mi misma y de forma voluntaria. Luigi estará muerto, el tío que adoraba. Tio Luigi insistió en cambiar mi nombre y en enviarme a los Estados Unidos con el fin de protegerme. Funcionará, Casimir. Sabes que lo hará. ― ¿Y que de tu conexión a Sea Haven y a los Prakenskiis? Él sabe que Ilya está allí. Él tiene que saber que Gavriil también. Ella le sonrió. ― Lo admitiré, cuando él saque el tema. Va a tratar de atraparme, pero esta vez, lo hemos maniobrado justo donde lo queremos. Suspiró y sacudió la cabeza. ― Tienes un plan. ― Los inicios de uno, pero vamos a entrar en eso más adelante, no hoy cuando quiero pasar mi tiempo solo contigo. Se llevó la mano a la boca, esta vez presionando un beso en el centro exacto de su palma, su cara suave, cálida y tan amorosa que quería llorar. ― Eres tan hermosa, Giacinta. ¿Tienes alguna idea de lo que significa para un hombre como yo que estés sentada aquí conmigo, a la intemperie, mirándome? Saber que no importa lo que parezco, no importa como actúe, me ves, a Casimir Prakenskii. Es un regalo que nunca pensé posible. Ella abrió la boca, pero no salió nada, porque sus dientes bromearon con las yemas de los dedos y su mirada se centró en ella. ― Es la verdad, Malyshka. Me haces creer que puedo tener algo más de la vida que lo que estaba viviendo. Atrapado en las sombras sin nombre ni rostro. Nadie me vio hasta que apareciste. Me sentía muerto por dentro.

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Atada al Fuego Su respiración se calmó en los pulmones. Quemando. Casimir siempre parecía fácil. Relajado. Incluso cuando ardía con pasión, había una cualidad relajada sobre él. Ahora podía ver más allá de los contactos al foco en los ojos. Toda su atención se centraba en ella. Había estado casi desde el momento en que había puesto los ojos en ella, cuando había estado jugando el papel del hombre desagradable en su vuelo a Italia. La había escoltado todo el camino. Mirando hacia fuera por ella. Teniendo cuidado de ella, incluso cuando ella no lo sabía. Ella podría haberlo visto, pero él la vio por primera vez. Reconoció que se pertenecían antes que ella. Aun más, cuando su mundo se caía a pedazos, él tenía su espalda. Las lágrimas ardían en sus ojos. Él le dio a ella más de lo que creía posible que cualquier hombre pudiera hacer. El se puso ahí para ella, haciéndose a sí mismo vulnerable al decirle lo que significaba para él. Casimir presionó la palma de la mano en el pecho. ― Has hecho que mi corazón vuelva a latir, Giacinta. Yo sé que eso suena ridículo, pero es la verdad. Yo no tenía nada. Iba a encontrar los Sorbacovs, pero no lo hacía esperando volver. Pero en algún nivel, ni siquiera quería volver. No tenía nada en absoluto por lo que volver. No por mis hermanos. Los amo y soy leal a ellos, ya que tenía que tener algo, algún código, algo a lo que aferrarme, pero no los he visto o realmente hablado con ellos desde que era muy chico. No me importa salir en un resplandor de gloria para ellos, pero yo no tenía en mí vivir por ellos. Se llevó la mano a la boca, los dientes burlándose de sus dedos hasta que ella pensó que su corazón explotaría con tanta emoción que no habría ningún sitio a donde ir. ― Entonces te vi. La forma en que te movías, como la música en el viento. La forma en que tu rostro se iluminaba cuando te reías. No importa lo molesto que fui contigo, fuiste amable conmigo en el avión. Eso me tocó, Lissa. Tu amabilidad. En mi mundo, no hay mucho de eso. Eres la mujer más hermosa que nunca he visto y, a pesar de que estás en el exterior, creo que es lo que está dentro lo que hace que seas hermosa para mí. ― Me haces querer llorar, ― susurró.

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Atada al Fuego Su voz no era más que un susurro. En ese momento, supo que había caído hasta el final. Estaba enamorada. Era extraño para ella que el amor viniera a ella ahora, cuando se había comprometido a asegurar la vida de las cinco mujeres tan arraigadas en su corazón, pero no lo era. El amor. La cosa real. La emoción la abrumó. Él la abrumó con su declaración. Cada palabra de su boca era honesta. Cruda. Ella podría no tener nada, pero lo tenía. Casimir Prakenskii siempre sería suyo. ¿Cómo iba a querer algo más? ― Nunca habrá otra mujer para mí, Lissa. Tu eres ella. Mi disparo en una vida. Si te entregas, te juro, que nunca te dejaré. ― Le dio un beso en el centro de la palma de su mano, sus ojos en su cara. ― ¿Va a hacer eso, Malyshka? ¿Me tomas como soy y me das una oportunidad? ¿Vas a tomar tu oportunidad en mí? El corazón le dio un vuelco en el pecho. Ella se quedó mirando su hermoso rostro. Esto era más que una declaración. ― ¿Qué me estás pidiendo, Casimir? ― Debido a que no había manera de que estuviera hablando en abstracto, no cuando el propio aire estaba quieto.

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Atada al Fuego Capítulo 13

― Cásate conmigo. Antes de hacer el resto de esto. Cásate conmigo ahora, Giacinta. Sé mi esposa. Todo en ella se calmó. Podía oír el sonido del mar por debajo de ellos. Los pájaros en los árboles y los insectos zumbando en los jardines. Ella estaba al tanto de todo lo relacionado con Casimir. Su altura, un tanto más alto que ella. Su pecho, todo músculo definido. Sus fuertes brazos y cintura afilada. Sus caderas estrechas y las piernas largas y musculosas. Sus manos eran las manos de un hombre. Hermosas. La mayor parte de todo lo que ella era muy consciente de Casimir debajo de la imagen italiana de Tomasso era preciosa. Ella siempre tenía que verlo. El hombre de verdad, no el que todos los demás veían. Nunca importaba qué papel estaba jugando, él siempre sería suyo. Siempre vería el hombre real. ― Cariño. ― Ella mantuvo su tono suave. ― Sabes que no podemos hacer eso. Lissa Piner es americana. Tú eres cualquier papel que estás jugando. No nos es posible obtener el permiso para casarnos aquí en Italia. ― Giacinta y Casimir pueden casarse. Ese es su nombre legal. Ese es el mío. Podemos casarnos inmediatamente. Los documentos han sido atendidos. Ella sacudió su cabeza. ― Eso es imposible. Un ciudadano ruso tendría que presentarse en persona en la Embajada de Rusia con el fin de obtener los documentos necesarios. Tendría que ir contigo y demostrar que soy una ciudadana italiana. Es necesario un sello de...

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Atada al Fuego ― Cásate conmigo, Giacinta Abbracciabene. Ven conmigo ahora. Vamos a hacerlo. Tengo un cura esperando. Nos casará hoy. ― Metió la mano en su chaqueta y sacó un pequeño estuche de terciopelo negro. Lissa tragó saliva. Él no estaba bromeando. Quería decir cada palabra y podía saber que esto significaba algo para él. No sólo algo. Todo. Ella no podía hablar. Sólo podía mirarlo a él. Había planeado esto. Después. Después de conocer sobre la traición de Luigi. Después de saber que Arturo le había traicionado. Sabiendo que los había amado tanto, al menos la ilusión de lo que eran. Tenía alguna manera de arreglar esto. Él tenía que haber tenido ayuda. Aun asi. Él le dio su declaración de amor. ― ¿Vas a darme esto? ― Preguntó con suavidad. ― Por mí, Giacinta. Para mí. No era para él. Podía pensar que lo era, pero en realidad, era para ella. Para pertenecer a alguna parte. Todo el mundo necesitaba pertenecer. ― ¿Estás seguro, Casimir? Este es un compromiso de por vida. En realidad podríamos sobrevivir a nuestro encuentro con los Sorbacovs, ¿y luego qué? ¿Cómo te vas a salir de esto si te casas conmigo legalmente? ― Malyshka. Bebé. ¿De verdad crees que voy a querer salir? ¿Alguna vez? No he estado en la granja, pero mis hermanos parecen encantados. Lev me dijo que va a bucear y cazar erizos de mar con Rikki. Stefan posee una galería de arte con Judith. Max encabeza la seguridad para Airiana. Gavriil... ― Una sonrisa rompió a través, como si no pudiera creer lo que hacía su hermano mayor. ― Gavriil está trabajando la granja con Lexi. Yo tengo la intención de aprender el arte del vidrio soplado con mi esposa. La soldadura también. Quiero trabajar contigo. Vivir contigo. Compartir tu casa y tu cama. Permanentemente. Cuando tengamos ochenta años, quiero estar sentado en el porche contigo en una mecedora mientras que nuestros nietos juegan donde los podamos ver y escuchar a ellos. Se humedeció los labios. ― ¿Quieres hijos?

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Atada al Fuego Él asintió con la cabeza. ― Quiero la familia que ninguno de nosotros ha podido tener. Contigo. Quiero hacerlo contigo. Y quiero que nos casemos antes de ir a Rusia. ― No esperaba esto. ― Su corazón latía tan rápido y con tanta fuerza que sintió el dolor de la difusión a través del cuerpo de ella. ― ¿Me amas? ― Se quedó sin aliento en sus pulmones. En su garganta. La cruda emoción en su cara le rompió el interior. ― Más que cualquier otra cosa. ― Era verdad, más cierto, incluso que lo que había sabido. En ese momento, todo estaba como el cristal claro para ella. ― Eso es todo lo que importa. Que tenemos el día de hoy para ser nosotros. Casimir y Giacinta. Luigi esta con su esposa e hijos. Mañana podemos hacer frente a la parte más vulnerable del mundo y a las personas feas que residen en él. Pero tenemos este día para nosotros. Los documentos son legales. El cura está listo. Sólo tengo que enviarle un texto, y vamos a ir por ropa. Un vestido para ti, un vestido de novia. Un traje para mí. Nos casaremos y pasaremos la noche en una pequeña y hermosa villa con vistas al mar. Di que sí, golubushka. Entrégate a mí. ― Dime cuando planeaste todo esto. Por primera vez, vaciló. ― ¿Importa? Ella lo supo entonces. Lo había hecho cuando había descubierto la traición de Luigi. Cuando lo supo y ella no lo hizo. Cuando supo que tendría que decirle, tomando algo precioso de ella. Había establecido este movimiento a continuación. ― ¿Los Sorbacovs no escucharan hablar de un Casimir Prakenskii, solicitando permiso para casarse con Giacinta Abbracciabene, una ciudadana italiana?

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Atada al Fuego ― Te lo dije, tengo amigos en las altas esferas. El cura retrasará el papeleo para conseguir los registros públicos también. Los Sorbacovs no tienen ni idea de que un Prakenskii se ha casado y es el más feliz de los hombres vivos. Cuando nos hayamos ido, ya sea que vivamos o no, esos documentos serán oficiales para el mundo. Se humedeció los labios. Estaba tan hermoso, sentado allí, mirándola con sus ojos oscuros y polarizados y con el cabello derramándose oscuro y ondulado. Aun así, prefería al hermoso ruso con sus extraños ojos de plata y su cabello corto, claveteado, negro y plata. Su pulgar se deslizó a lo largo de su muñeca interna, un tobogán perezoso, lánguido que envío un millón de mariposas volando su camino hacia el sur. El corazón le retumbaba en sus oídos. ¿Podría ser una decisión fácil de tomar por sí misma? Ella estaba dando su vida por los demás. ¿Podría realmente hacer esto? ¿Casarse con él? ¿No parecía posible que él pudiera haber planeado esto hasta el más mínimo detalle, incluyendo que en realidad fuera legal, pero a quién le importaba si no lo era? Dudaba si fueran a sobrevivir a través de la seguridad de los Sorbacovs. ― Malyshka. ¿Vas a darme esto? La pequeña brisa que había estado coqueteando con el pelo allí en el balcón se quedó inmóvil. Los insectos a continuación en los jardines sonaron más como la música que un avión no tripulado molesto. Ella asintió lentamente, porque no podía hablar. No podía obligarse a arruinar ese momento perfecto. Ella no había tenido muchos momentos perfectos en su vida y este era el número uno. El mejor. Su lenta sonrisa se volvió sobre su corazón. Tal vez ese momento era aún mejor. La besó en la muñeca. Así suavemente. Una caricia que sintió todo el camino hasta los pies. ― ¿Pero me caso con Casimir? ¿No con Tomasso?

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Atada al Fuego ― Voy a cambiarme en la iglesia. ― ¿Iglesia? ― Hizo eco ella, porque ella no podía imaginar que pudieran entrar en una iglesia y salir casados. Había dicho "cura" y que iban a una iglesia, pero tal vez él no sabía que ninguna persona y menos ellos, incluso durante el día, no podían casarse en un pequeño pueblo y esperar que la noticia no se escapase. ― Créeme. Nuestra boda será hermosa. Tenemos que encontrar un vestido. ― Esto es Italia. No sé dónde encontrar un vestido de novia. No es cómo si pudiéramos entrar en una tienda y encontrar un vestido en un colgante. ― Nunca se sabe hasta que lo intentes, golubushka, ― dijo. Encontraron el vestido en la tercera tienda en que entraron en: Sophie Rigoli, un famoso diseñador italiano. Lissa no había querido ir a la tienda porque los vestidos eran preciosos allá, pero terriblemente caros ya que solo había uno de cada especie. Muy original. No era como si fueran a entrar y tener uno hecho en un día. Fue porque Casimir había sido muy insistente y había algo en ello que la obligó a hacer lo que él quería. Había planeado su boda. Le compró un anillo. Tenía la intención de ir con ella para deshacerse de los Sorbacovs. Lo más importante era que él estaba a sus espaldas cuando su tío y Arturo le habían roto el corazón y convertido su mundo al revés. La tienda era pequeña, y ella se quedó atrás, cerca de la puerta, mientras que Casimir tomó la palabra, explicando lo que necesitaban, para sorpresa de Lissa, a la pequeña mujer italiana que estaba practicando el arte tradicional de aplicar el encaje de bolillos. Se encontró avanzando, fascinada por la forma en que las manos de la mujer se movían rápidas y seguras cuando ella ya tenía al menos nueve bobinas que colgaban del patrón que estaba creando, torciendo el hilo de manera intensiva y hermosa, trabajo que pocas veces había visto.

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Atada al Fuego Los ojos de la mujer fueron a Lissa mientras hablaba con Casimir, evaluando su figura. Una sonrisa estalló y ella asintió. ― Tuvimos un vestido hecho que no pudo utilizarse. La novia se fue corriendo. Un gran escándalo. Sus padres se avergonzaron. La hermosa creación de Sophie se encuentra aquí, pero podría haber hecho el vestido para ti. ¿Te gustaría verlo? Lissa pensaba que era bastante interesante que la novia hubiera huido antes de su boda y que ella y Casimir se casaran en secreto. Estaba absolutamente segura de que el vestido sería perfecto, y era más, que encajaría como si hubiera sido hecho para ella. Había algo hermoso y muy bonito sobre la búsqueda del vestido. La tendera dejó sus bobinas y la condujo a una pequeña zona de cambio y le llevó un vestido. La respiración de Lissa quedó atrapada en su garganta. Las lágrimas ardían en el fondo de sus ojos. El vestido de novia color marfil era exquisito y sin duda un Rigoli Sophie. El vestido se deslizó pero era fuertemente perlado de joyas. El escote era bajo y la parte de atrás era una ilusión de joyas hecho del tradicional encaje de bolillos, con tela transparente desde el cuello hasta la cintura. La cintura natural tenía más abalorios hechos con joyas. Volantes de organza de seda acentuaban la falda y la caída. Lissa se miró en el espejo. El vestido encajaba en cada curva, haciendo hincapié en su pequeña cintura y pechos exuberantes. La tendera sacó un velo con el mismo material y con la pura ilusión de joyas hechas en el encaje de bolillos. El velo iba desde su cabeza hasta el suelo, para agregarse a la belleza de la falda. Se pasó la mano por el vestido, incapaz de creer que en realidad estuviera allí de pie, mirando en el espejo algo tan hermoso. ― Quiero este, ― ella respiró. Aun así, tenía que costar una fortuna. ― Su caballero dijo que pidiera todo lo que quisiera. Que el costo no importaba. Tengo las medias de seda y la liga para ir con él.

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Atada al Fuego Ella también tenía ropa interior de encaje color marfil y un par de tacones de tiras de plata. Había un hermoso collar de plata y pendientes de gota que parecían perfectos con el escote. Lissa no preguntó el precio. Ella sabía que si lo hacía, nunca permitiría que Casimir pagara por todo. Se dijo que después de que ella vendiera los candelabros a los otros hoteles, tendría el dinero para pagarle, pero este era un evento de una vez en la vida. Su día. Su único día. Sólo esperaba que Casimir pensara que el vestido y el velo valían la pena el dinero, cuando los viera en ella. No levantó ni una ceja cuando pagó, riendo y hablando con la tendera, que rezumaba encanto de la manera que lo hizo. Con el vestido dentro de una bolsa de ropa, condujeron cuarenta minutos por la ciudad y directamente a una iglesia ortodoxa rusa. Parecía saber exactamente a dónde iba. La iglesia parecía desierta, y dio la vuelta al edificio, a través de un jardín de una entrada lateral. Casimir llamó dos veces y esperó. La pesada puerta estaba cerrada con llave, y Casimir la tomó de la mano y la llevó dentro. La pequeña sala donde se encontraban estaba apagada, y un hombre estaba vestido de pie en las sombras. Lissa no podía distinguir su rostro. ― Necesitamos una habitación para alistarnos, ― dijo Casimir. El cura cerró la puerta y luego hizo un gesto para que le siguieran. ― ¿Tienes el papeleo? ― Preguntó Casimir. El cura asintió, se detuvo junto a una puerta, la abrió e indicó a Lissa que entrara. Ella lo hizo, y Casimir la siguió. El cura cerró la puerta, dejándolos solos. ― Es de mala suerte verme antes de la boda, ― dijo. Él le sonrió. Contento. Le encantaba su sonrisa. ― Esta es nuestra boda. Parte de ella. Un ritual. El novio ayuda a la novia con su vestido. La novia ayuda al novio con la corbata.

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Atada al Fuego Ella asintió con la cabeza, sorprendida de que su respuesta la hiciera aún más feliz. Colgó las bolsas de ropa. ― Voy a deshacerme de Tomasso. No vamos a necesitarlo de nuevo hasta mañana. Me vestiré y te ayudaré con tu vestido. ― Sus manos enmarcaron su cara. ― Gracias por esto, Giacinta, significa el mundo para mí que desees confiar en mí. Ella encontró sus ojos ardiendo de nuevo. No tenía ni idea de lo mucho que sentía por él. La emoción casi la abrumó. Ella sabía que estaba viviendo en el momento, pero también sabía que esto podría ser todo lo que alguna vez tuvieran juntos y que tomaron la decisión más importante. Mientras Casimir estaba en el cuarto de baño pequeño, con cuidado recogió el pelo que era una cascada ingeniosamente desordenada y lo retiró de la cara, retorciéndolo en un nudo flojo en la parte posterior de la cabeza para permitir que mostrara el vestido. Los pendientes de gota se mostrarían al frente a la tela transparente en sus hombros y el collar largo acentuaría el escote. Tenía las medias y los tacones y se había introducido en su vestido de novia cuando la puerta se abrió y surgió Casimir. Se veía...precioso. Tan guapo que le quitó el aliento. Llevaba un traje negro que le sentaba como si hubiera sido hecho para él. Estaba segura de que lo había sido. Sus hombros eran anchos y su cuerpo se hizo para el hermoso corte de la chaqueta de esa clase. Su mirada saltó a la cara cuidadosamente maquillada, con un maquillaje al borde hacia el drama, pero todavía apagado, viéndose casi como si no existiera. Casimir la miró como si no pudiera dar crédito a sus ojos. El amor marcado tan crudo en su rostro, estampado en sus rasgos masculinos, en cada línea, y sus ojos, esa increíble plata, mostraba el mismo deseo intenso, tanto era así que la intensidad absoluta provocó un alboroto en la región de su corazón. ― Bebe, ― respiró ella, porque era lo único que podía hacer. Todo lo que podía decir.

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Atada al Fuego Hizo girar su dedo, lo que le indico que quería que ella girara mientras acomodaba el vestido, la tela de encaje transparente girando sobre los hombros. Apuntó la larga fila de botones de piedras preciosas hasta el centro de la espalda, añadiéndose a la mística ilusión de joyas cayendo. Se inclinó y besó un lado de su cuello, su aliento cálido. ― Krasavisa. ― Le susurró la palabra contra la piel detrás de la oreja. ― Ya tebya lyublyu. Ella sabía que la primera palabra era "bella" y la segunda frase era: "Te amo." Ambos sonaban increíbles en su idioma nativo. La giró para enfrentarse a él, con las manos suave en sus brazos. Cuando ella estuvo frente a él plenamente, sólo a un susurro de distancia, trazó la línea baja de su vestido en una larga uve, sobre la curva de un seno, hasta donde la V se reunía con la cintura y la espalda a lo largo de la curva de la otra. ― Perfecta. Eres perfecta. Se encontró mirándolo a los ojos. Este hombre le pertenecía a ella. Era peligroso, sí, pero también era inesperadamente romántico. Esto significaba algo para él, que ella hubiera accedido a vestirse en una boda para él. Todavía no podía creer que él hubiera planeado todo el evento sabiendo que había una buena probabilidad de que pudiera no estar de acuerdo. A ella le gustaba que él fuera romántico y que se lo hubiera demostrado a ella. Lo necesitaba. Ella necesitaba saber que era importante para él. Debido a que no podía hablar, no podía decirle lo que significaba para ella, pero llegó hasta el nudo de la corbata. Sus manos temblaban. Incluso en tacones, era un poco más baja que él y tenía que llegar a conseguir su corbata recta. ― ¿Estás lista? Ella asintió. ― ¿Lo estás tú? La tomó de la mano. ― Más que listo. Nunca pensé que alguna vez te tendría, Giacinta. Nunca. Yo ni siquiera podía imaginar que una mujer tan perfecta fuera para mí, como tu

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Atada al Fuego Agachó la cabeza y le permitió asegurar el largo y escarpado velo en su cabello. Con los latidos del corazón, ella salió por la puerta con él. El cura estaba esperando pacientemente. De la mano, le siguieron hacia la pequeña capilla. Justo dentro de la puerta de entrada, el sacerdote se detuvo y se volvió hacia ellos. Un hombre se paró a un lado del cura. Era alto y ancho de hombros. Su cabello era largo. Muy largo. Lo llevaba recogido en una cola muy ordenada por la espalda. Sus brazos gruesos bajo su chaqueta. Tenía tatuajes hasta su cuello. Sus ojos eran de un verde penetrante. No eran plata, sino verdes. Aún así, reconoció esos ojos. Ojos Prakenskii. A su lado, Lissa oyó ingerir rápidamente a Casimir para respirar y sabía que había reconocido a esos ojos. ― Viktor. ― Apenas respiró el nombre. Aturdido. Conmocionado. Su voz sonaba ahogada. Viktor era el hombre más intimidante que jamás había visto en su vida. Esto no era poco cuando conocía a seis de los siete hermanos Prakenskii. Incluso vestido con su traje, parecía más del tipo peligroso y duro que un hombre de negocios. Dudaba que alguna vez pudiera cambiar de papel de la manera que Casimir hacia. Aun así, la emoción jugó en su rostro por un momento, el verde de sus ojos oscureciéndose. Enganchó a su hermano más joven alrededor de la nuca de su cuello y lo arrastró cerca, directo en un abrazo profundo, algo que casi no podía creer que alguien de tan temible aspecto haría. ― ¿Cómo? ― Preguntó Casimir cuando se enderezó, su mano todavía firmemente unida en la de su hermano, como si ambos hubieran olvidado que también se habían dado la mano. Viktor señaló con la cabeza al cura. ― Necesitaba un koumbaros, uno para vigilarlos por el resto de sus vidas. Me mandó a buscar. ― La sonrisa desapareció de su rostro. ― ¿Esta es tu mujer? ― Giacinta Abbracciabene, mi hermano, Viktor, ― Casimir la presentó, alcanzando una vez más por la mano de Lissa. Se llevó los dedos a la boca. ― Ella es la única. Mi mujer. ― Él puso su mano en la de Viktor.

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Atada al Fuego ― Hermanita, ― dijo Viktor. ― Es bueno conocerte. Vamos a hacer esto y vamos a tener unos pocos minutos para conocernos antes de que tenga que irme. Tengo que estar en un carguero en un par de horas. ― Él le apretó la mano, sus ojos mirando su cara antes de que él le pusiera la mano en la espalda a Casimir. Su corazón latía con fuerza. Tenía la sensación de que podía ver en su alma y si ella no cumplía la medida, él la degollaría allí mismo, en el acto. Delante de Casimir. En frente del cura. Allí mismo, en la Iglesia. Y que lo haría sin vacilar y se alejaría, sin mirar hacia atrás. ― Tu mujer es hermosa, Casimir. Casimir trajo a Lissa más cerca de él. ― Ella lo es, ― estuvo de acuerdo. ― Voy a necesitar los anillos. Casimir entregó a Viktor los anillos de boda. ― Tu presencia aquí significa el mundo para mí, Viktor, ― él dijo. ― No sé cómo... ― Significa el mundo para mí también, ― dijo Viktor, interrumpiéndolo. Parecía como si estuviera diciendo la verdad desnuda. Lissa sintió que se le cerraba la garganta, un nudo enorme allí. Las lágrimas ardían en sus ojos y parpadeó rápidamente, sin querer estropear su maquillaje, pero también agradecida de que Casimir tuviera a su hermano allí. Su hermano mayor, el que, al igual que todos los demás, se preocupaba por la mayoría. Ninguno de ellos había oído hablar de él por un tiempo muy largo. Él estaba operando profundamente encubierto y no había salido a la superficie en mucho tiempo, por lo que todos tenían miedo de que algo le hubiera sucedido. El sacerdote comenzó la ceremonia, recitando pasajes de la Biblia y bendiciones. A continuación, hizo la señal de la cruz, mientras que él tomaba los anillos en la palma de su mano, declarando el compromiso.

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Atada al Fuego Luego colocó los anillos en sus manos, presionó la frente primero de Casimir tres veces y luego hizo lo mismo con la frente de Lissa. Viktor tomó los anillos del cura y los presionó tres veces entre Casimir y Lissa, como símbolo de que la debilidad de uno se vería compensada por el otro. El anillo de Lissa se deslizó sobre el tercer dedo de su mano derecha. Era una hermosa banda, adornada, igual a la banda más gruesa que era la de Casimir. Su anillo se puso en el dedo siguiente. Se detuvieron por un momento, Lissa sonriendo hacia Casimir, con el corazón en sus ojos. Ella se dio cuenta de Viktor la observaba de cerca. Ella no podía culparlo. Quería saber que su hermano iba realmente a ser feliz con la mujer de su elección, pero aún así, la mirada directa de color verde oscuro era desconcertante. Casimir sostuvo la mano derecha de Lissa y el cura les entregó a ambos una vela encendida que sostuvieron en su mano izquierda. Casimir se inclinó para susurrarle al oído mientras el cura continuó sus bendiciones, ya que se acercó al altar. ― Nos tomamos de las manos durante el resto de la ceremonia, golubushka, para mostrar que somos uno. Viktor se inclinó hacia abajo desde el otro lado. ― Las llamas de las velas muestran que ambos están dispuestos a recibir las bendiciones de Dios. En el altar, con el cura sosteniendo su mano sobre sus manos unidas, Viktor les presentó las coronas de flores de azahar y otras flores hermosas mezcladas con piedras semipreciosas, las guirnaldas se unian entre sí por una cinta blanca. ― Estas coronas permanecen contigo para la vida, ― Viktor susurró a Lissa. El sacerdote tomó las coronas y colocó una en la cabeza de Lissa y la otra en la de Casimir, mientras que ellos dos se presentaban en el altar. Viktor cambió las coronas tres veces entre la pareja, un ritual que simbolizaba la unidad.

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Atada al Fuego Mientras el cura leyó más pasajes de la Biblia a ellos, Lissa miró al hombre que estaba por unir su vida a la de ella. Era absolutamente seguro, siguiendo el cura con cada palabra, con la mano firmemente en la suya. El vino fue lo siguiente, cada uno bebió tres veces de una taza compartida. ― La copa representa la vida y simboliza la tristeza y la alegría que los dos compartirán siempre desde este día en adelante, ― Viktor explicó. ― A medida que bebes de la copa, se te recuerda que vas a dividir tus penas y que tus alegrías se duplicarán. A Lissa le gustaba que le explicara las diversas ceremonias. Ella sabía lo suficiente como para entender al cura ruso, pero no estaba familiarizada con los rituales de la boda y lo que significaban. El cura hablaba rápidamente en su lengua materna, por lo que era más difícil de seguir, por lo que las explicaciones eran muy bienvenidas. Viktor y el cura llevaron a Casimir y a Lissa alrededor del altar tres veces. Observó que tanto una Biblia y una cruz eran prominentes en el altar. Todo claramente se organizaba en grupos de tres. Viktor cantó tres himnos en voz baja, su voz rica y profunda, ya que dieron sus primeros pasos como hombre y mujer. El cura dijo unas cuantas oraciones más sobre ellos, terminando con la frase antigua y tradicional, antigua ― Mayo tu vives. Sacudió la mano de Casimir y luego la de Viktor, antes de que él se desvaneciera, dejando a los tres juntos. ― Tengo una casa para pasar la noche, ― dijo Casimir. ― Nadie va a estar allí, solo nosotros. ¿Tienes tiempo para visitarla? ― Lo siento, ― dijo Viktor, moviendo la cabeza, su voz teñida de pesar. ― Solo tomé la oportunidad que llegó. Tengo que estar en el carguero antes de que zarpe. Nadie sabe que estoy en el país. Oficialmente, por supuesto, No lo estoy. Tengo algunos amigos que me llevaran de vuelta, pero no van a ser capaces de cubrirme por mucho tiempo. Yo no me atrevo a perder mi viaje. ― Puso la mano en el hombro de su hermano cuando se inclinó para rozar un beso en la mejilla de Lissa. ― Lazzaro tiene una pequeña sala reservada donde podemos visitarnos durante unos minutos.

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Atada al Fuego Casimir agarró fuertemente la mano de Lissa mientras seguían a Viktor por un pasillo estrecho a una pequeña habitación con cuatro sillas y una mesa de café. Aparte de esas cinco piezas de mobiliario, la habitación estaba vacía. Casimir ayudó a Lissa a que se quitara la corona y el velo y a sentarse en la silla más cómoda antes de que él se hundiera en la que estaba junto a ella, quitándose la corona también. ― No te has comunicado con nadie, Viktor ― Casimir sabía que sonaba como una reprimenda, y realmente lo era. ― Todos estábamos preocupados. Ni siquiera estábamos seguros de que estuvieras vivo. Viktor se encogió de hombros. ― No se pudo evitar. Al principio, cuando me uní al club de la motocicleta, me vigilaban todo el tiempo. Me las he arreglado para hacer mi camino hacia arriba en la fila y confían mucho más de lo era antes, pero mi objetivo es muy paranoico. Solía viajar con el club todo el tiempo, pero ahora es difícil de alcanzar. He conseguido poco a poco poner mi grupo en su lugar y me cubren la espalda, por lo que no es tan peligroso como era al principio, cuando estaba allí solo, rodeado de un centenar de enemigos. Casimir juró en ruso. ― Nos hubieras avisado. Viktor asintió. ― Precisamente por eso no les dije lo que estaba haciendo. Por supuesto que habrían venido. Yo no quiero eso para ti, ni para cualquiera de ustedes. Eres el último en encontrar a tu mujer. Háblame de los demás. ― Tu eres el último en encontrar a su mujer, ― corrigió Casimir. No quería que Viktor renunciara a su vida, porque sus hermanos estaban organizados. Viktor negó con la cabeza. ― Yo fui el primero, ― dijo. Él presionó su pulgar en el centro de su palma. ― Cuando esto termine, voy a hacer mi reclamación. A ella no le va a gustar, me he ido por demasiado tiempo, pero... ― Se encogió de hombros. Sus rasgos eran duros. Implacables.

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Atada al Fuego Casimir no pensó que fuera un buen presagio para su mujer. ― ¿Esta mujer sabe que ha sido reclamada? ― Sería mejor que ella lo acepte, ― dijo Viktor. ― ¿En serio? ― Preguntó Lissa, su voz inocente. Demasiado inocente. La pura arrogancia del hombre frotó en ella por el camino equivocado. ― Por lo que se mantuvo en contacto con ella durante el pasado... ¿cuánto tiempo has estado de clandestino? ¿Cinco años? Viktor estrechó su mirada. ― Encubierto significa que no hay comunicación con el mundo exterior ya que podría poner a alguien que te importa en peligro. Lissa asintió. Casimir se acercó más a ella, sin saber qué era exactamente lo que estaba sucediendo entre su esposa y su hermano. ― Así que esta mujer tuya sabía que ibas de encubierto. ― Esposa. Mi puta esposa. Las cejas de Lissa se dispararon y sus dedos se apretaron alrededor de Casimir. Al mirar hacia abajo hacia ella, se dio cuenta de que estaba enfadada. ― Tu esposa entonces. Le dijiste que ibas de encubierto, ¿verdad? hay formas en las que podrías dejarle sabe que no estabas muerto. ― Ella lo sabe. ― Bueno. De lo contrario, ella podría estar saliendo con otra persona, o tal vez, si ella no sabía que era ya la esposa de alguien, pudo casarse con otra persona. Viktor se quedó inmóvil. Aterrador todavía. La sala se estremeció. ― Si eso sucede, hermana, su nuevo marido no tendrá mucho tiempo en este mundo.

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Atada al Fuego ― No es una buena idea dejar una mujer sola durante cinco años, hermano, ― Lissa continuó, ― sobre todo si ella es caliente. Y un corredor. Ella sale a correr por la carretera y ha obligado a detenerse el tráfico, ¿pero dónde vas a estar tú? Oh espera. Lo sé. Encubierto en algún lugar profundo, mientras que ella está toda sola y solitaria. Rodeada de hombres que piensan que está caliente, porque ella lo es. ― ¿Qué diablos, Giacinta? ― Exigió Casimir. Junto a él, Lissa se movió inquieta, tomando una aguda mirada en Viktor. Lissa miró su anillo de bodas, la banda que estaba escondida hasta que quedaba apretada contra el diamante que le había dado al principio del día. ― Simplemente no querría que nunca hicieras ese tipo de cosas conmigo, Casimir, ― dijo Lissa. ― Yo no sería en lo más mínimo comprensiva, y estoy un poco indignada en nombre todas mis hermanas. Hubo un pequeño silencio, Viktor miro fijamente su rostro por un largo momento antes de suspirar y cambiar de tema. ― Háblame de la granja. Tu vives allí, ¿verdad? ¿Donde mis hermanos viven? Su mirada saltó a su cara. ― Son felices. ― Su voz era estrictamente neutral. ― Incluso Gavriil. Él siente todavía una gran cantidad de dolor, pero Lexi está trabajando en eso y espera aliviarlo, al menos la mayor parte. Todo ellos están haciéndolo bien. Casimir esperó, pero Lissa no mencionó sus otras hermanas. Tomó aire y luego lo dejó escapar. La temperatura de la habitación había subido un par de grados. Eso no era el temperamento de su hermano. Ese era el de Lissa. ― Tus hermanos van a querer saber cómo es tu vida. ― ¿Mi vida? ― Hizo eco Viktor. ― Bebe, mi vida está totalmente jodida, pero me puse allí y voy a hacer el trabajo no importa cómo. Luego iré a reclamar mi vida. ― No había amargura en su voz, sólo una declaración de hecho.

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Atada al Fuego Casimir sabía que no importaba qué tan grave pudiera ser o lo que Viktor pensara que era la situación, era probablemente cien veces peor, o se habría puesto en contacto al menos con sus hermanos. ― Tu sabes que los Sorbacovs ordenaron un golpe en todos nosotros, Ilya incluido. ― Lo he oído. Sé que le dijiste a Lazzaro que tu mujer planeaba ir contigo por ellos, para librarnos a nosotros. Viktor no parecía en lo más mínimo aprobador. De hecho, sonaba como un machista volviéndose loco. La sola observación de él, viendo las líneas duras, situadas en su rostro, podía ver que era implacable. Sería un infierno vivir con él. Difícil de comprender. Y a él no le importaría. Esperaría que su mujer viviera la vida a su manera. En sus términos. Los dedos de Lissa se apretaron en los de Casimir. ― En realidad, Casimir va conmigo, ― corrigió ella, su barbilla subiendo. ― Nosotros pensamos a lo largo que las posibilidades de que lo mejor era que llegáramos los dos y tratáramos de salir vivos de eso. ― Lo harán, llamen a Lazzaro. Él va a estar esperando esa llamada y los va a sacar a los dos fuera del país rápidamente si lo necesitan. Está más que dispuesto a ayudar, y él es uno de los pocos con los que pueden absolutamente contar. Casimir asintió, sin molestarse en corregir su mujer. Había estado planeando todo el tiempo matar a los Sorbacovs. Todavía no estaba seguro de que le gustara la idea de que Lissa fuera con él y tomara el centro del escenario, pero él sabía que no había forma de disuadirla. Ella tenía una vena obstinada y había tomado una decisión, incluso más ahora que sabía lo que había planeado para deshacerse de ellos. ― Estos hombres que son tu copia de seguridad, Viktor. ¿Estás seguro de su lealtad?

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Atada al Fuego Viktor asintió. ― Ellos crecieron conmigo. Somos todo lo que queda de la vieja escuela. Dieciocho de nosotros de ciento treinta. Nos cuidamos el uno al otro en el entrenamiento y después. Son muy fuertes, todos psíquicos, todos los hombres que Kostya Sorbacov no podía controlar. Tenía miedo de cada uno de nosotros. Uno a uno, se deslizaron de la correa de Kostya y firmaron conmigo. Nuestro objetivo era el presidente del club de motociclistas llamado la Espada. El club comenzó en los Estados Unidos, pero ahora tiene carteles en Europa. Se pasan drogas, armas y es el sospechoso número uno en toda Europa por el tráfico de seres humanos. Él es originario de Grecia. Su madre se lo llevó y se pasó a los Estados Unidos para escapar de su marido. Ella corrió con el club en los Estados Unidos, ya que detestaba a su hombre. En realidad, el hijo de su hombre. Cuando yo digo lo detestaba, quiero decir, que pensaba en matarlo cada minuto de cada hora de cada día. El objetivo heredó un chingo de dinero de su hermano y con eso, los barcos para ayudar a ocultar lo peor de su tráfico, que incluye a los niños. Lissa dio un resoplido. ― Estamos hablando de Evan Shackler-Gratsos. Airiana y Max rescataron a cuatro niños de uno de sus barcos. Dicen que es un fantasma. ― No es un fantasma. Palabra que no lo es, quiere matar a Jackson Deveau por sí mismo. Corrió la voz de que no hay nadie que lo pueda tocar. Él va a tener que salir de las sombras para hacer su intento y luego vamos a tenerlo a él. ― ¿por que nos estás diciendo esto? ― Dijo Casimir. ― Encubierto es para tu protección, Viktor, no sólo para aquellos que te interesan. No deberías haber dicho ni una palabra de esto a nosotros, o cualquier otra persona. ― No tengo al hijo de puta, díselo a Gavriil y a los demás. Tienen que protegerlo a él. ― Su mirada se detuvo en la cara de Lissa. ― Tú sabes lo suficiente como para mantener la boca cerrada hasta que no haya otra manera. Lissa asintió lentamente. Casimir pudo ver que ella estaba más inclinada a sentir favorablemente hacia Viktor, pero a pesar de ello, todavía tenía una mirada en sus ojos que indicaba que quería rasgar en él y la temperatura de la habitación no se había bajado en lo más mínimo.

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Atada al Fuego ― Viktor, estos hombres que tiene contigo, ¿estás seguro de que van a venir contigo? Si tomas al presidente de un club de ese tamaño, serás vulnerables. Los miembros te conocen. Ellos conocen tu cara. Has montado con ellos durante cinco años. Digamos que lo manejas, lo que no dice, que no vengan después de un año a partir de ahora, y que te persigan, al igual que los Sorbacovs nos están cazando ahora. ― Ellos están conmigo. Siempre han estado a mi lado. ― Algo cruzó su rostro. Alguna cosa oscura y siniestra. En ese momento, Viktor parecía cada pulgada de lo que era, de lo que había sido formado por dentro. Era oscuro y era feo. ― Esa escuela, Casimir... ― Él negó con la cabeza. ― Hemos tenido que aferrarnos a algo o habríamos muerto como el resto de ellos. Tuvimos que confiar el uno en el otro. Hemos estado haciéndolo desde que éramos niños. Son sólidos. Ellos están conmigo, antes de que se haga, mientras lo estamos consiguiendo y después de hecho. Van a estar conmigo. ― ¿Después? ― Hizo eco Casimir. ― Vamos a llegar a este último trabajo, y si tú te las arreglas para librar al mundo de los Sorbacovs, vamos a ser finalmente libres. ― El club va a enviar a alguien detrás de ti, Viktor, ― repitió Casimir. Viktor se encogió de hombros, su cara dura, los ojos muertos y planos. ― Déjalos. Sea Haven no es su territorio. No solo paseo abiertamente con sus colores y no recibo represalias de los clubes locales. Vamos a estar juntos, y no es que uno de mis hermanos no sea letal. La mayoría de nosotros estamos demasiado jodidos para tratar de vivir en sociedad con reglas de la sociedad, pero tenemos un plan. Nos ceñiremos a él y estaremos bien, mirando uno después del otro. ― ¿Tienen tus hermanos de sangre algún lugar en ese plan tuyo? ― Preguntó Casimir, tratando de no sentirse herido. Todos habían esperado mucho tiempo para estar juntos. Casimir estaba arriesgando su vida para liberarlos a todos ellos, y sonaba como si Viktor no planeara darles vuelta.

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Atada al Fuego ― Voy a estar viviendo allí mismo, en esa dulce granja con ustedes, ― dijo Viktor, su mirada de repente aguda, perforando en Lissa. Casimir dio un vistazo a su mujer, vio que sus cejas se disparaban de nuevo, y esta vez le clavó las uñas en su palma. ― Qué bonito. ― Su voz goteaba sarcasmo. ― El perro de Gavriil acaba de tener cachorros. Estoy seguro de que hay una habitación en la caseta del perro para que permanezcas. Los ojos verdes de Viktor brillaron con una amenaza durante un largo momento y luego se echó a reír. ― Tu mujer tiene una mala actitud, Casimir. ¿Eras consciente de todo lo que obtenías, antes de casarte con ella? ― Sí, ― admitió Casimir. ― Y eso me hace el hombre más inteligente del mundo o el más tonto. ¿Qué demonios te pasa? ― El demandó. Su barbilla subió. Se había olvidado de que también podría ser la más obstinada. ― Alguien debería darle una patada muy duro en la espinilla. Y cuando digo duro, quiero decir lo suficiente para que él lleve un hematoma grande y gordo por un mes. Él tiene que despertar. ― Voy a tomar la caseta del perro hasta que arregle las cosas, ― dijo Viktor. ― Y confía en mí, pequeña hermana, cuando decida arreglar las cosas, lo hare de manera rápida.

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Atada al Fuego Capítulo 14

― ¿Qué fue eso? ― Preguntó Casimir mientras abría la puerta de la villa con vistas al mar turquesa. Dio un paso atrás para permitirle que le precediera, su mandíbula apretada, los ojos duros. Lissa levantó la mirada hacia su rostro. Podía ver la ira en respuesta, la que ardía en su vientre, brillando en sus ojos. Eso sólo hizo que el fuego rugiera a la vida. ― Viktor es mi hermano. Él vino hasta aquí para estar con nosotros. No puedo creer que hablaras con tal hostilidad abierta hacia él. ― Tu hermano es un Neanderthal y pertenece en una cueva en alguna parte. Se dirigió junto a él a una habitación totalmente abierta. La siguió. De cerca. El fuego dentro de él creciendo con cada paso que daba. No había visto a Viktor desde que era un niño pequeño, cuando los soldados vinieron y arrancó su familia aparte. Las torturas que todos habían soportado fueron indescriptibles. Nunca hablaría con ella sobre su infancia, sobre todo cuando esa puerta se había agrietado abierta y estaba cerca de perder el control. La villa era preciosa. Una de las paredes, en el otro lado, era toda de vidrio, la vista espectacular. se obligó a sí mismo a mirar hacia abajo en el mar, para tratar de calmar las llamas y cerrar la puerta a sus recuerdos. ― Tu hermano tiene la mentalidad de un motorista. Es evidente que, para él las mujeres son nada más que ciudadanos de segunda clase. Se dio la vuelta para mirarla. ― ¿Cómo diablos entendiste eso a partir de nuestra conversación?

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Atada al Fuego Se dirigió a la larga hilera de ventanas, deteniéndose junto a él, viéndose hermosa en su vestido, más bella de lo que nunca la había visto. El sol brillaba a través del cristal, convirtiendo su pelo en una masa de fuego y de seda derramándose por la espalda y alrededor de la cabeza, como una corona de llamas. Su piel parecía luminosa, un pétalo suave al toque, invitando y desafiante, elevando persistente la barbilla, lo que trajo a su cuerpo en un dolor de urgencia repentina. ― Es Blythe. Sus ojos se encontraron, de repente los de ella líquidos, enmarcados por unas pestañas largas y gruesas, oscurecidos en la sumisión con rimel, pero sabía que debajo de ese color estaban las puntas de un fuego de color rojo y oro para que coincidiera con la llama de su cabello. Su voz se había vuelto baja, incluso se estremeció y su cuerpo quedó inmóvil y la oleada de intenso deseo se mezclo inmediatamente con su necesidad de protegerla. ― ¿Blythe? ― Hizo eco, tratando de comprender. ― Sí, Blythe, ― dijo entre dientes. ― Mi Blythe. Mi hermana Blythe. Ella es de la que está hablando. La dejó a ella hace cinco años sin una palabra. Ni una sola palabra. Ella no sabe que está casada con él. Ella nos lo hubiera dicho. Ella está... acosada. Ella corre todos los días para escapar de los demonios. He visto esa expresión en su cara y sé que la puso allí. ― ¿Viktor de alguna manera le hizo algo a tu hermana? ― Se esforzó por entender. ― Malyshka. ― Él trató de calmarla. ― Viktor ha estado encubierto profundamente durante cinco años. ¿Qué podía haber hecho a su Blythe? Ella lo miró. ― Tu hermano dañó a mi hermana. Él la devastó. ― Se paseó por el suelo en su vestido de novia, necesitando la acción. Podía ver el fuego rugiendo en su vientre a la vida, su fuego quemando en el suyo. La habitación adquirió un brillo dorado. Ella brillaba. Su mujer. Lissa. No, Giacinta. Se había casado con Giacinta Abbracciabene, y ella merecía ser la hija del padre. No debería tener que ocultar quién era más de lo que debía tener que ser alguien diferente a Casimir Prakenskii.

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Atada al Fuego Sus otros hermanos, con excepción de Viktor, pero incluso Gavriil, habían logrado dejar sus vidas detrás, para salir de las sombras. Giacinta se merecía eso también. Habían pagado sus cuotas en ese infierno que habían sido forzados a vivir. Ellos casi habían arañaron su salida, y si lo hacían, ninguno de ellos iba a volver. Su mujer finalmente podría estar en el sol donde pertenecía. ― Toda esa cosa sobre Evan Shackler-Gratsos, Viktor nos dijo que era su objetivo, que no era sobre ti y Gavriil, o los demás haciéndose cargo de si algo le sucedía a él. Se estaba asegurando de que no pudiera decirle a mi hermana sobre él. Es un capullo. Ella era hermosa en su ira. Una princesa de fuego vestida con una bata de seda y encaje de piedras preciosas que él no podía esperar a quitar de ella. ― Mujer, cuando estás enojada, tienes una boca. ― Y él sabía exactamente dónde quería esa boca. Su pene estaba más duro que la piedra y requería atención inmediata. Él se engancho alrededor de su pequeña cintura dulce y la atrajo hacia él, su parte delantera a la espalda. Sus dedos encontraron los pequeños botones de piedras preciosas, deslizándolos de sus bucles. Ella trató de girarse para enfrentarse a él, su ira irradiando de ella. No le importaba. Él quería probar esa pasión ardiente. Beberla por su garganta. Él apretó su agarre sobre ella, inmovilizándola contra él. Inclinando la cabeza, frotó el cuello y luego hundió sus dientes allí. Sorprendida, se quedó quieta. Él la mantuvo en su lugar, sus manos moviéndose hacia arriba de la cintura a la fascinación de hundirse en la uve de su escote, el que revelaba la curva completa de sus pechos. Cada vez que se había movido, más piel suave y satinada había sido revelada y luego escondido, la tentación se deslizó a través de su cuerpo. Una larga estela de fuego líquido quemó a través de cada vena y arteria, conduciéndose directamente a su corazón y luego de nuevo a su pene. Esa fuerza centrada allí, agrupada hasta que sus bolas se convirtieron en cámaras marmáricas profundas y su erección era de fuego caliente y tan dura por la necesidad que sabía que podía explotar en cualquier momento.

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Atada al Fuego Él deslizó sus manos dentro de ese corpiño de piedras preciosas, reclamando sus exuberantes montículos. Sus pequeños pezones duros pincharon la palma de sus manos. Él tomó la carne dulce por un momento, saboreando la sensación de ella. Él volvió la cabeza, sus labios contra su oreja. ― No fue una buena cosa que hacer, golubushka, llamando de esa manera a mi hermano. ¿De verdad crees que voy a dejar que se salga con la suya? Una respiración indignada siseo de ella, al igual que él sabía que lo haría. Sus pechos subían y bajaban cuando ella tomo el aire exhalado y sus dedos y el pulgar encontraron sus pezones y tiraron, cubriéndolos de pellizcos y a continuación, trazando caricias mientras que sus dientes iban a su lóbulo de la oreja. Ella hizo un sonido, un gemido e involuntariamente empujó su trasero contra él. ― Voy a follarte hasta que ya no puedas caminar, Malyshka, y vas a venirte para mí una y otra vez hasta que diga basta. ¿Entiendes? ― Susurró la declaración en su oído. Pensando acerca de tomarla a ella, justo sobre el sofá junto a la ventana con el sol brillando en el mar y por debajo enviando rayos para activar su pelo rojo en el fuego puro. ― Digamos que entiendes. ― Sus manos se mantuvieron en movimiento, amasando y tirando, enviando diminutos puntos de dolor para afilar el placer barriendo a través de ella. ― Esto es para mí. Ahora mismo. Aquí. Entonces será todo para ti, golubushka, lo prometo, pero cuando des a su hombre una furiosa erección, luego tomara el cuidado de él. Sentía el escalofrío por todo el cuerpo. Sus pezones se endurecieron aún más y se retorció, sus caderas empujando hacia él. Profundo. Necesitada. Hambrienta. Él utilizó su lengua para aliviar el escozor en su lóbulo de la oreja. ― En este momento, ― susurró, sus labios rozando contra su oído sensible, ― en este hermoso vestido, quiero que des la vuelta y abras mi pantalón, saques mi polla y envuelva tus labios alrededor de ella. El corazón le latía con fuerza en el pecho. En el momento en que su ira había salido a la superficie, en ese momento ella había crecido para satisfacer el suyo, su pasión chocando, apenas podía pensar en otra cosa.

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Atada al Fuego Ella, en ese exquisito vestido, viéndose como una princesa, tan hermosa que le quitó el aliento, la insinuación de sus pechos tentadores hacia él. Cada movimiento de su cuerpo en esa vaina enjoyada figurando un abrazo alimento el fuego en él. El rojo de sus labios carnosos, infierno, tenía que verlos envueltos alrededor de su pene. Sentir su boca caliente rodeándole. Se volvió hacia él, justo en frente de la hilera de ventanas, el mar turquesa que los rodeaba a ellos, inclinando su rostro hacia él. Era tan hermosa que en realidad su corazón le dolía. Su lengua le tocó los labios y luego se dejó caer de rodillas sobre la alfombra persa justo en frente de él, con las manos tratando de alcanzar su cremallera. Dedos rozaron su pene de manera que él lo sintió sacudirse. Duro. Tanta expectación. Tomó aliento. Dejándolo salir. ― Giacinta, en primer lugar, empuja el material del vestido para que queden fuera tus pechos. Quiero verlos mientras me chupas. ― deliberadamente se mantuvo dando órdenes. Rígido. Crudo. Mirando su cara. Viendo su hambre crecer. Sus pestañas revolotearon. Le tragó. Sus pechos empujaron. Sus manos dejaron sus pantalones y se establecieron en el corpiño de su vestido. ― Mírame, Malyshka. Quiero ver tus ojos mientras tomas tus senos desde donde están escondiéndose de mí. Fácilmente. Ella le obedeció, muy lento, sus pequeñas manos llenas con sus exuberantes pechos, suaves y muy blancos. La vista de sus pechos en sus manos, los dedos enroscados alrededor de los montículos, envió más fuego golpeando a través de su pene. Sus pezones estaban duros, pequeños guijarros y su boca salivando, querían ir a la fiesta. Pero aun, había otras cosas que necesitaba más. ― Ahora mi cremallera. Dejó que sus pechos cayeran y el material de su vestido los empujó más cerca, profundizando la escisión, desde donde sus pechos sobresalían hacia él, incluso más que una tentación. ― Te ves tan hermosa, ― dijo, su voz yendo a áspera. ― Maravillosa. Con esa bata abierta para mí. Tus pechos en tensión hacia mí. Tienes hambre, ¿verdad, Malyshka?

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Atada al Fuego Sus dedos se perdieron en la cremallera de sus pantalones, pero luego los tuvo separados y ella abrió la hendidura en su ropa interior de seda para que su pene saltara libre y pesado. ― Respóndeme, Giacinta. Tienes hambre de mí, ¿verdad?― Necesitaba saber que no estaba solo en el fuego que rabiaba a través de su cuerpo. Se veía enrojecida, los ojos oscuros de deseo, sus labios relucientes con la humedad, por lo que le daban ganas de gemir y hundirse. ― Tengo hambre, Casimir, ― admitió. ― Ya estoy húmeda por ti. Mis pequeñas bragas de encaje están húmedas. ― Él gimió en voz alta. ― Me estás matando.― Necesitaba sus bolas libres. Estaban adoloridas, presionando firmemente contra el material. Empezó a llegar a abajo, pero ella estaba allí antes que él, teniendo cuidado de su hombre, liberándolo, sus dedos a la deriva sobre el saco pesado. Sus toque enviando vetas de fuego pinchando directamente hacia arriba en la ingle a su miembro palpitante e irradiando hacia afuera como una explosión de fuegos artificiales. Él se quedó quieto, mirando su cara. Sus ojos azules. Sus labios rojos. Esa cabeza roja de seda lentamente, pulgada a pulgada se inclinó hacia él. Sentía su aliento. Caliente. Sedoso. Sus manos ahuecaron sus bolas, los dedos acariciando. Sentía cada abrasador contacto a través de la piel, removiendo la masa hirviente de magma pura a la espera de explotar. Sus labios se separaron. Su aliento atrapado en su garganta. Ardiendo en sus pulmones. Mirándolo directamente a los ojos, tomo su cadera con una mano, la otra todavía sobre su saco, y su lengua se deslizó hacia su eje, desde la raíz hasta la parte inferior de la corona. Todo su cuerpo se estremeció. Los músculos de sus muslos apretados. El fuego en el vientre quemando más caliente, con llamas más líquidas corriendo a través de su torrente sanguíneo. No era sólo la exquisita sensación de su lengua y las manos, era la visión de ella, el vestido, el pelo, el aspecto de hambre en su cara mientras ella abría los labios y tomaba la cabeza ancha y plana de su pene en el calor de su boca.

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Atada al Fuego Una vez más el aliento entre dientes de él mientras sus labios rojos se extendían alrededor de su circunferencia y ella ahuecaba sus mejillas y aspiraba. Duro. Apretado. Caliente. Mucho calor. La sensación era más allá del paraíso. Ella chupó con fuerza y luego su lengua comenzó una pequeña incursión sobre su eje, burlándose en el único punto que envió gotas de líquido a derramarse en su boca, ella las cogió, se deslizo hacia ellas, con ganas de más. Su disfrute no sólo era de la forma en que le miraba, sino sus pies, los labios envueltos alrededor de su pene enterrado profundamente en su boca, o la sensación de ello, era la forma en que él daba todo. Ansiosa. Queriendo complacerlo. Porque le importaba. Él le importaba. Su placer. Ella quería darle eso a él y ella se lo daba. Esto era todo para él. Cada dulce golpe de su lengua, cada mamar duro de su boca. Era para él. Murmuró un estímulo para ella. El amor por ella. Juró en su propio idioma cuando el fuego se volvió ardiente y sabía que debía terminar antes de que explotara en su garganta, pero no pudo obligarse a apartarse de ella. Sus caderas comenzaron a moverse por su propia voluntad, pequeños empujes repentinos cuando lo presionó más profundo, lo que lo llevó más lejos en el paraíso. Ella no se apartó ni trato de tomar el control completo. Ella le dio eso. Sus ojos prodigaron amor en él. Quemado con lujuria. sus pechos enrojecidos aún más oscuro, sus pezones tan duros y hermosos que no podía resistir, tocarla para sentir esa belleza, tomar lo que era suyo, lo que le daba. Tiró y rodó mientras su respiración se enganchó a su alrededor, y entonces ella se quejó. El sonido vibrando en su eje y dejó caer las manos a su cabello. Todo sedoso, cabellos de fuego salvaje. El nudo era atractivo, y lo bastante desordenado para que pudiera enterrar sus dedos profundamente, doblándolos en dos puños apretados y manteniéndole la cabeza inmóvil mientras empujaba sus caderas en ese increíble infierno. Tan cerca, que lo sentía en sus bolas a medida que se estrechaba. Hirviendo. Sus dedos le acariciaron. Mimándolo. Su boca tiro y succionó con fuerza. Ordeñándolo. Tomando el magma caliente, el líquido directamente de él. Sintió la erupción iniciarse en algún lugar de sus dedos de los pies, las pantorrillas moviéndose hacia arriba y corriendo a través de sus muslos hasta su pene, que se sacudió y pulso, vertiendo en ella, por su garganta, caliente como el infierno.

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Atada al Fuego Ella no se apartó, no trató de levantar la cabeza, pero tomó hasta la última gota de su liberación. Cada gota que pertenecía sólo a ella. Él gimió con placer quemando a través de él. Al verla, incapaz de apartar la mirada de los ojos de esos labios rojos estirados a su alrededor, con la garganta tragando, sus ojos en los suyos, dándole ese regalo. Estaba tan jodidamente hermosa, y lo que ella le dio era aún más. Ella suavizó los movimientos, pasó la lengua hacia arriba y sobre él, rodando en él con cuidado, todavía mirándolo. Ella le había escurrido en seco, pero la visión de ella allí arrodillada, con los labios hinchados, sus ojos en los suyos, una perla de líquido descansando en la esquina de la boca para ser cogida por un golpe de su pequeña lengua, le movió a la vida. ― Estoy tan mojada por ti. Me encantó eso. Ver tu cara, viendo lo que te hacía. Eres delicioso, cariño. ― Su voz ronroneante estaba marcada con honestidad. Le acarició la cara con las yemas de los dedos, y las deslizó en la seda de su pelo y masajeó su cuero cabelludo suavemente. ― Creo que amas mi verga, y no a mí. Su lengua se deslizó alrededor de los labios, tanto arriba como abajo y luego le sonrió lento. Sexy. ― Tengo que admitir que soy un poco adicta a su polla, así que sí, me encanta, pero te amo demasiado, así que no te pongas celoso. ― Quítame los zapatos, Malyshka. ― Su voz era ronca. Ella hizo lo que le pidió, inclinándose para desatar sus zapatos y aflojar los cordones. Le aflojó la corbata, se la quitó y se quitó la chaqueta. Él se apoyó poniendo una mano en el hombro, lo que le permitió escapar de sus zapatos y calcetines. Le desabrochó la camisa, su mirada todavía con ella, y la arrojó a un lado. Inmediatamente, sin que él tuviera que dirigirla, se estiro para tirar de la cintura de sus pantalones, eliminándolos a ellos y a sus bóxers al mismo tiempo. Se apoyó en él y le dio un beso en la corona de su pene antes de tomar su mano y ponerse en pie. Inclinó la cabeza y tomó la mama izquierda en su boca, succionando con fuerza, usando la lengua y los dientes para llamar sus jadeos. Su otra mano acariciaba y aliviaba su pecho derecho mientras le trabajaba, creando sensaciones enfrentadas en ella.

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Atada al Fuego Ella gritó y acunó la cabeza hacia ella, acariciando su cabello, su cuerpo temblando de placer. Ya estaba lista para él, completamente activada sólo por hacerle una mamada. Amaba eso. Amaba que ella admitiera lo que él le causaba sin ningún tipo de vergüenza. Ella era el fuego, que coincidía con el suyo, quemando de adentro hacia afuera. Subiendo en llamas con él y consiguiendo apagarlo a él. Se tomó su tiempo, doblando la espalda para que sus pechos empujaran hacia arriba, como una ofrenda. Cambiando para tomar el otro pecho con la boca, utilizando la mano como un contrapunto del calor abrasador y punzante picando. Ella gimió, su cuerpo casi retorciéndose contra el suyo. Saboreó la sensación de sus pechos, sus duros pezones, la forma en que reaccionaron, diciéndole todo lo que necesitaba. Sus gemidos entrecortados, los pequeños y jadeantes enganches. A su mujer le gusta picante y áspero. Ella se volvía loca cuando utilizaba el borde de los dientes. Cuando el rodaba con la lengua y luego se amamantaba duro. Él levantó la cabeza cuando sus caderas comenzaron a empujar contra él, buscando alivio. ― Date la vuelta, Malyshka. ― Sus manos le guiaron. Estaba demasiado aturdida y necesitada para hacerlo por sí misma. Su pequeño grito de protesta no se perdió para él, por lo que la atrajo hacia él brevemente, llegando a su alrededor para darle un último tirón y rodar los pezones, la boca contra su cuello. ― ¿Te gusta esto, no? ― Sí. ― Ella apenas respiro la palabra. ― Te gusta áspero. ― Le pasó la lengua por encima del punto dulce en el hombro y el cuello conectados. ― Sí. ― Su asentimiento fue un susurro entrecortado. La mordió. Duro. Su espalda arqueada. Ella gritó. El succionó. Su lengua lamió. ― Voy a dejar mi marca en todo tu cuerpo. En cada pulgada, Giacinta. Dentro de su cuerpo. Fuera de él. Cada pulgada cuadrada que es mía y estoy marcando mi territorio. ― Sonaba primitivo porque se sentía primitivo. ― Eso es lo que me haces. Me convierto en un hombre de las cavernas. ¿Crees que mi hermano es uno, pero tú tienes uno propio y lo amas. Amas cada puta cosa que te hago.

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Atada al Fuego Deslizó los botones de los bucles, abriendo la parte posterior de su vestido, su boca contra la nuca de su cuello. ― Dilo, golubushka, quiero oír las palabras. Me vas a dar todo lo que quiera, ¿verdad? Muy lentamente, sosteniéndola la volvió hacia la ventana lejos de él, deslizó el vestido del cuerpo, dejándola en sus bragas de encaje, medias y ligas de seda y los tacones de plata atractivos. Le pasó la mano por su espalda mientras ella salió del vestido, todo el camino hasta la curva de su culo. Él acaricio los globos firmes y luego trasladó sus manos hasta sus pechos, su cuerpo instando al suyo hacia adelante hasta que ella estuvo en el sofá, aún frente a la ventana. ― Arrodíllate en el sofá, Giacinta, ― susurró contra su nuca. ― Dame la espalda, las rodillas separadas y amplias. No dudó, pero coloco primero una rodilla y luego la otra para arriba sobre los cojines, con las rodillas amplias. Se veía sexy en medias de seda de marfil, tacones altos y la piel desnuda. Le llevó una mano a la espalda y presiono sus pechos contra el acolchado de nuevo, por lo que el material se froto contra sus sensibles pezones. Se quedó sin aliento mientras su boca se deslizó por su columna vertebral, arrastrando besos, pellizcando de vez en cuando. Sus dedos se arrastraron hasta el interior de su muslo. Apenas allí. Sólo un susurro de un toque. Lissa se sacudió, empujó la cara en la parte superior de la cama, sin aliento. Él la estaba haciendo venir y apenas la había tocado. ― Casimir. ― Ella dijo su nombre, su mente en el caos, no podía pensar lo suficientemente claro para exigir lo que necesitaba de él. ― Silencio, bebé, voy a cuidar de ti. Siempre cuidaré de ti. Sólo siente. ― Sus dedos se movían entre sus piernas, de nuevo sólo un toque suave, una brizna, y luego se había ido. Todo su cuerpo se estremeció. La acción empujó sus pezones contra el respaldo del sofá. Esa acción, a su vez envió rayas de fuego a la carrera a su clítoris. Ella gritó ante la sensación y empujó hacia atrás, tratando de encontrar los dedos de nuevo.

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Atada al Fuego Le pasó los nudillos sobre la curva de sus nalgas y luego la palma froto sobre ella. Amasando. Masajeando. Sus dientes pellizcaron. Su lengua la alivió. Sus dedos la encontraron de nuevo, desapareciendo en el mojado, deslizándose por su clítoris adolorido y luego retirándose. Ella gritó tratando de seguirlo. ― ¿Sientes lo bueno que es, Malyshka? Así de bueno, que se quema. Está dispuesta a probar cualquier cosa conmigo No te gusta lo que acabas de hacer, pero puedes hacer que queme más caliente. Que me darás antes de que te coma como un caramelo. Una vez que comience, bebé, no estoy seguro que vaya a ser capaz de parar, así que tenemos que probar esto ahora. ¿Quieres eso, quemarte? ― Sí. ― Ella gimió la palabra, incapaz de articular cualquier otra cosa. ― Esa es mi chica. Dame todo lo que quieras. El amor, Giacinta. Me encanta que confíes en mí con tu cuerpo. Con tu corazón. ― Su mano le pegaba en el culo. No duro. Sólo lo suficiente para despertar todos los nervio final. La quemadura azotó a través de ella y luego su dedo presiono profundo, de modo que su músculo lo agarró, su sexo lloró y gritó, sin pensar frotando sus pezones contra el material. ― ¿Más? ― Preguntó, retirando su dedo lentamente y luego bombeando una vez más, persistente en contra de su clítoris antes de pasar su lengua a través de la marca roja. ― Sí. ― Sí, ¿que, bebé? ¿Qué necesitas? ― Más. Necesito más. ― Jadeó el motivo. Amaba cada puto segundo con ella. Cada uno. Su cuerpo estaba atento a todas sus caricias. Él le dio lo que quería, manteniéndolo ligero, lo suficiente para asegurarse que sus terminaciones nerviosas destellaran con fuego y, a continuación, hundió su dedo profundamente para sentir la reacción de su cuerpo, quemando, en un abrasador fuego líquido. ― Monta mis dedos, ― ordenó.

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Atada al Fuego Ella obedeció al instante, moliendo hacia abajo, el aliento enganchándose de nuevo, sus caderas estableciendo un ritmo que la llevara libre, pero él se retiró, negando su alivio. Ella gimió su protesta y mordió el sofá. La agarró de la cintura y tiró de ella hacia atrás. ― ¿Quieres jugar, golubushka, pero tengo que comer. Estás goteando y toda esa miel de fuego es mía. La quiero. Acuéstate y extiéndete para mí. Una pierna por encima del respaldo del sofá, el otro pie en el suelo. La lujuria le golpeo, fuerte y brutal, tomándolo por sorpresa en el momento en que cumplió. Ella se echó hacia atrás, la parte superior de su cabeza contra el reposabrazos, su cuerpo presentándose como una fiesta. Su liga extendiéndose para acomodar el estiramiento de las medias a lo largo de sus piernas. Un tacón alto subió a la parte trasera del sofá mientras que el otro se apoyaba en el suelo. Se puso de pie sobre ella un momento, bebiendo la vista de ella, mirando hacia abajo a la unión entre sus piernas. Ella se mantuvo recortada de manera que había un pequeño parche de rizos de fuego que lo llamaba. Sus labios estaban resbaladizos y húmedos con invitación. Sus pechos se balanceaban con cada aliento que tomaba. ― Giacinta, tengo que decirte, no hay nadie más bonito o más atractivo que tú. Sin excepción. Nunca había visto un espectáculo más hermoso. Me encanta que te entregues a mí. Sus manos ahuecaron sus pechos, sus ojos en los suyos. Observó sus pulgares deslizarse sobre sus pezones, viendo la reacción en su vientre, la forma en que sus músculos ondulaban allí y a lo largo de sus muslos. Sus manos se deslizaron hacia la caja torácica y de ahí a su estómago plano, sus dedos burlándose de la parte superior de sus rizos rojos ardientes. ― Date prisa, cariño, estoy quemándome. Se arrodilló en el suelo entre sus piernas. ― Desliza el dedo dentro. Siente como de caliente y húmeda estas. Retira los dedos y dame de comer. ― Su voz se volvió ronca. Áspera. Su pene estaba tan jodidamente rígido que no podía creer que hubiera llegado tan duro sólo un poco antes. Su boca ya tenía su sabor en la lengua. Le había dicho que era adicto, pero sabía que era verdad. Nunca se cansaba de ella, no en esta vida, ni siquiera si él la tomaba docenas de veces al día.

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Atada al Fuego Ella sonrió. Lento. Sexy. Sus ojos oscuros de deseo. Con hambre y necesidad. Amaba esa expresión en su cara. Al verlo, ella deslizó sus dedos profundamente en su cuerpo, jadeando, sus caderas empujando hacia arriba, tronzando, esforzándose por la liberación. La agarró de la muñeca antes de que pudiera darse eso y tiró de su mano a la boca. Sus labios formaron un puchero. ― Yo te lo doy. Tú no. Tú me das de comer. ― Se puso sus dedos en la boca y acarició su lengua alrededor de ellos, capturando hasta el último bit de la miel recubriendo los dedos. ― Me encanta la forma en que sabes. Sus ojos fueron aún más oscuros. Sus pestañas bajaron a media asta y sus rojos labios se entreabrieron. Sexys. Observándolo mientras tomaba sus dedos profundamente, chupó con fuerza y luego los liberó. Luego metió sus manos debajo de su culo, y la levantó a la boca. Con el primer golpe de su lengua todo su cuerpo se estremeció y un solo sonido escapó. Bajo. Un gemido. Pura música. Se instaló, saboreando su sabor y los sonidos que hacía cuando él la condujo rápidamente, la mantuvo junto a él para disfrutar de sus súplicas. Le encantaba la forma en que sus uñas se clavaron en sus hombros y bíceps. Ella se volvió en una pequeña salvaje, moliendo hacia abajo, en busca de la liberación, y por fin se la dio, cuando ella llego a su satisfacción dio un grito de lamento cuando el orgasmo la golpeó duro y rápido. ― Más. ― Él respiró la orden contra su muslo y empezó todo, usando los dedos y la boca para llevarla de nuevo antes de que el primero de ellos incluso hubiera disminuido. Su mujer. Perfecta para él, se extendió como una fiesta y él le dio toda su atención, devorándola como un hombre hambriento. Su cabeza se retorcía de ida y vuelta contra el reposabrazos, su pelo vertiéndose al exterior desde el nudo desordenado. Eso le gustaba. Que toda esa seda de fuego coincidiera con el líquido abrasador y caliente, en el canal de seda y en el sensual rubor de sus pechos. ― Una vez más, ― exigió.

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Atada al Fuego ― No puedo. Pero pudo. Ella lo hizo. Otro largo, y lastimoso grito que sonó más como la música que cualquier cosa más. Él le dio un último golpe de su lengua sólo para sentir el estremecimiento en su cuerpo otra vez, se frotó la mandíbula ensombrecida por el interior de sus muslos y luego terminó encima de ella, deslizándose. Rápido. Duro. Tomando lo que era suyo. Lo que ella le ofrecía. Tan hermosa. Perfección. Ella estaba resbaladiza, pero estaba cerrada y él condujo a través de ese canal de agarre, su húmeda y abrasadora seda, sujetándose a su alrededor, arrastrándolo, enviando un baile de fuego a través de la fricción. No había marcha lenta, no cuando estaba tan sensible, no cuando ella gritaba su nombre y suplicaba porque fuera más duro. Más áspero. Por más. Él le dio todo lo que pidió y más. Su cuerpo se estremeció alrededor de él dos veces más, apretándolo con fuerza, apretándolo como un tornillo de banco de exquisita seda y terciopelo. Tan húmeda y caliente. Nada mejor. Hundió la cara en su cuello y dejo que el fuego rugiera través de él, en erupción como un volcán. Mantuvo su peso sobre ella, sintiendo sus pechos suaves, su sedosa fusión bajo su cuerpo, saboreando la sensación de su sexo exprimiendo con tanta fuerza a su alrededor, todavía ondulando con réplicas. Los brazos de Lissa estaban a su alrededor, sosteniéndolo con fuerza. Ella lo hizo. Ella le dio eso. Agarrándose a él, con las piernas y los brazos. Sus tacones altos estaban cerrados alrededor de su espalda, la seda de sus medias rosando sensualmente sobre sus costillas. ― Este ha sido un día perfecto, ― susurró. ― Gracias. Ella acababa de llegar duro por él, cuatro veces y ella le estaba dando las gracias. Casimir se perdió en su belleza por un momento, acariciando su cuello, besando su mandíbula y luego, lentamente, aliviando el peso de su cuerpo para besar su camino por la ladera de un seno, incluso mientras se deslizaba suavemente dentro y fuera, prolongando el placer, sólo un poco más de tiempo para ambos.

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Atada al Fuego ― Te amo, Giacinta Prakenskii. Me diste la vida. Un logro. ― Él le dio la cruda verdad, porque ella se lo merecía. ― En algún lugar de todos los papeles que he jugado, me perdí. Y entonces allí estabas, en ese avión, tan dulce y amable con el hombre más molesto sentado a tu lado. ― Él bajó de ella, deslizando las rodillas junto al sofá, mirando a su mujer. Saboreando la vista de ella, aprendiéndola de memoria. Nunca quería olvidar ese momento. La foto de ella tirada en el sofá, atractiva, tomada a fondo, bien amada. ― Eras molesto. Consideré accidentalmente pegarte con un tenedor. Él rió. Contento. Verdaderamente feliz. La ayudó a enderezar sus piernas y las puso en el suelo para poder tirar de ella en una posición de pie. ― El baño esta justo allí. ― Él indicó una puerta. Se puso de pie frente a él, con las manos enmarcándole la cara mientras se miraron. ― En caso de que no lo haya dicho, estoy locamente enamorada de ti. ― Ella le dio besos a lo largo de su frente. ― No estoy segura de dónde está mi ropa. No puedo volver a mi vestido de novia. Se rió y se levantó. Había establecido una pequeña bolsa junto a la puerta. ― Coge una de mis camisas, yo he traído un par por si usted decia que sí, sabía que las necesitaríamos, y no es que me importe en lo más mínimo si quieres caminar tal como estas. ― Estoy goteando por todas partes. ― Me gusta eso. Yo. En ti. Funciona para mí. Ella se rió suavemente y se acercó a la bolsa en sus tacones de plata y medias de seda. La observó, incapaz de apartar los ojos de la mujer que había cambiado su vida con sólo verlo. Reconociendo que era real cuando hacía mucho tiempo se había abandonado a sí mismo. Era tan hermosa. Toda ella. Por dentro y por fuera. Se maravilló de eso.

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Atada al Fuego Había perdido todo. Había sido traicionada por las dos personas que amaba. Ella tenía que haber tenido una infancia difícil, siendo entrenada como asesina y situada en el camino de la venganza por su tío. Nada de eso le había dañado. Ella era pura luz para él, un fuego que quemaba caliente y brillante, limpiándolo. Encontró el segundo cuarto de baño y se dio una ducha rápida antes de ponerse un par de pantalones vaqueros y nada más. La cena sería entregada pronto. Había elegido cuidadosamente eso también. Para su sorpresa, había pedido un mini pastel de boda tradicional. La torta que eligió fue la de millifoglie, capas de un tipo de pasta filo, muy, muy delgada, mezcladas con crema claro, chocolate y mascarpone, remataba con bayas frescas y un ligero espolvoreado de azúcar en polvo. Había dejado instrucciones para que el champán estuviera muy frio. Y debía haber fresas y crema batida en el refrigerador. Tenía planes para ambos elementos mucho más tarde. Las fresas mezcladas con la miel y la crema sonaban como una gran combinación para él. Su boca se hizo agua, sólo de pensarlo, mientras él colgó su vestido de novia y el traje. Ella salió del baño vestida con una de sus camisetas, una azul marino oscuro que quedaba como un vestido largo sobre ella. Descalza, sin maquillaje, su pelo salvaje, descendiendo por la espalda en una hoja de fuego de color rojo. ― Ellos tienen de todo, muy buen champú y un secador de pelo. Pasta dental. Incluso cepillos de dientes en paquetes. ― Ella le sonrió. ― Sin embargo nada de ropa interior. Salí de mis queridos pantis y los colgué de la cortina de la ducha, muy bonitos y limpios, pero no lo suficientemente secos para llevar. ― No necesitaras bragas, ― le aseguró Casimir. Él tenía que besarla a ella porque estaba demasiado tentadora viéndose de la forma en que lo hacía. Parecía inocente y, con él, ella era una tentadora atractiva. ― Hay una piscina. Podemos estar en el sol. ― Miró su reloj. ― Tenemos dos horas antes de que la cena sea entregada. ― Le tendió la mano.

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Atada al Fuego No dudó, echando mano a su mano, enhebro sus dedos a través de él. La llevó a su lado y envolvió su brazo alrededor de ella, sosteniéndola allí. Al presionar un beso en la parte superior de su brillante pelo, la condujo por el pasillo, afuera en el sol. Por una serie de patios largos, la condujo a la interminable piscina. El agua parecía como si se vertiera sobre el borde en el mar turquesa profundo a continuación. Las tumbonas estaban a un lado de la piscina con un par de sombrillas sin abrir dispersas aquí y allá por si acaso la sombra era deseada. Afuera estaba tranquilo y muy sereno con el sonido del agua rodando sin fin. ― Quitate la camisa, Malyshka, nadie puede verte más que yo. La villa está protegida por todos los lados de miradas indiscretas. El sol se sentirá bien en tu cuerpo. ― Soy pelirroja, cariño, ― murmuró, inclinando su cabeza hacia arriba para otro beso. ― Me quemo con facilidad. Él la obligó, dándole lo que quería, teniendo su boca y tomando su tiempo dulce al respecto. Amaba besarla. Ella era grande en los besos. Perfección. Ella sabía de amor y su miel era adictiva. Cuando levantó la cabeza, cogió la camisa y se la pasó por la cabeza. ― Protector solar. ― Él le mostró la botella de loción. Esperaba que cubriera cada pulgada de ella con él. Su pene se sacudió de nuevo, sólo de pensar en ello. Arrastró su pelo para arriba sobre su cabeza, atándolo en un nudo desordenado, suponiendo que la acción levantaría sus pechos. Incapaz de resistirse, tomo su pecho en el calor de su boca, lactando, los dientes raspando simplemente lo suficiente para tenerla llegando de puntillas, jadeando, con las manos agarrando sus caderas con fuerza. Cuando la soltó, estaba más que satisfecho de ver que había dejado más huellas en ella, tal y como había prometido que lo haría. Le indicó que se acostara. Ella lo hizo de inmediato, extendiéndose hacia fuera en su vientre como una ofrenda al sol. Se puso en cuclillas al lado de la tumbona y se tomó su tiempo, aplicando el protector solar en los hombros, la espalda y los brazos, moviéndose hacia abajo para masajear sus nalgas firmes, prestando especial atención a cada pliegue, grieta y

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Atada al Fuego hoyuelo. Sonrió cuando ella comenzó a retorcerse, inconscientemente, moviendo las caderas sin descanso. Tuvo cuidado de frotar cada pulgada de sus piernas. ― Gírate, Giacinta, déjame conseguir tu parte delantera. ― Si haces eso, te voy a estar atacando, Casimir, ― ella le informó. ― Solo gírate, Malyshka. ― Su pene ya estaba duro, erecto y palpitante de deseo. Ella hizo lo que le dijo, presentando sus pechos y rizos de fuego en sus manos. Una vez más, se tomó su tiempo, masajeando la loción en su piel, cada pequeña pulgada, prestando especial atención a sus pechos y pezones, a continuación, se movió hacia abajo para asegurarse de que su montículo parcialmente desnudo, estuviera protegido adecuadamente antes de pasar a sus piernas. En el momento en que lo hizo, llegó por los vaqueros bajos en sus caderas, quitándoselos. La tomó de forma lenta, pausada, allí en la piscina. Nadaron, hicieron el amor otra vez y luego se durmieron. Él la despertó justo antes de que la cena llegara, agradecido por haber tomado una siesta, porque tenía una noche muy larga prevista para los dos.

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Atada al Fuego Capítulo 15

Aldo Porcelli tenía cuatro guardaespaldas. Lissa tenía tres días para estudiar la distribución del edificio donde la amante de Porcelli, Lidia Sartini, residía. Luigi había marcado con cuidado los lugares en los que los guardaespaldas siempre esperaban por él. Uno se quedaba en el coche en todo momento. El coche estaba afuera como un lugar de ataque, no sé si querían que la muerte de Aldo pareciera un accidente. Un guardia se mantenía siempre en la parte superior de la escalera que conducía al segundo piso donde el apartamento de la amante estaba. Uno se quedaba en el pasillo, a una buena distancia del apartamento, cerca de la ventana. Su ángulo del apartamento no era el mejor. El apartamento de Lydia Sartini estaba situado detrás, creando un pequeño efecto alcoba, cambiando el ángulo de la sala por lo que uno no podía ver nada de lo que sucedía en la puerta. Los apartamentos en el edificio habían sido construidos deliberadamente para dar privacidad. Porcelli no era el único hombre que mantenía su amante allí. El cuarto guardia actuaba como un centinela itinerante, rondando por el garaje, por las escaleras, a través del pasillo y abajo por el tramo de escaleras en el otro extremo de la segunda planta. El ascensor era una jaula de hierro forjado, raramente utilizada por los visitantes de los residentes. No había cámaras de seguridad por razones obvias. Los hombres querían privacidad y reserva.

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Atada al Fuego Luigi se había quedado escondido, supuestamente en su ala de la casa, llorando por Arturo. En realidad, estaba en casa con su esposa y su familia, una gran coartada cuando se enterara de que Aldo, el hermano de su esposa, había muerto. No había manera de que nadie pudiera culparlo, él estaba con Angeline y sus muchachos. Casimir y Lissa condujeron a la casa para confirmar que estaba allí. Incluso con el conocimiento de que Luigi había traicionado a su padre y mentido a ella durante años, haciéndose pasar por solo, abandonando una familia propia para convencerla de que su objetivo final era hacer justicia a los que habían matado a sus padres, verlo a él con su mujer y sus hijos fue un golpe mucho más grande de lo que esperaba. Levantó la vista de los planos repartidos en su regazo, para mirar a su marido. Marido. En sus sueños más locos, nunca antes se hubiera imaginado a sí misma casada, y ciertamente no a un magnífico, hombre romántico. El día de su boda y la noche habían sido espectaculares. Casimir había planeado cada minuto, cada detalle. Habían adorado sus cuerpos mutuamente, una y otra vez de muchas maneras, y su marido podría ser muy creativo. ― ¿Qué es, golubushka? ― Su voz era suave. Él sabía. Él era así con ella. El sabía cuando estaba melancólica, como ahora. Ella no debería estar pensando en Luigi; tenía que concentrarse en el plan para matar a Aldo sin perjudicar a nadie. Sin ser descubierta. Sin que nadie sospechara que su muerte era otra cosa que un accidente. ― Háblame, Lissa. Eran de nuevo Lissa y Tomasso. Pero ahora, ni siquiera era Lissa. Ella era Patrice con su brillante cabello oscuro y figura. No era Tomasso, era Steve Johnson de Filadelfia, justo durante unos días de turismo. Steve parecía mucho mayor, pero distinguido con el pelo canoso y tonos fríos.

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Atada al Fuego ― Estaba pensando acerca de ver a Luigi con su familia, ― admitió. A pesar de que conducía, al instante le tomó la mano, conectando físicamente, tirando de la palma de su mano en el muslo y dejándola reposar allí. ― Malyshka. Su corazón tartamudeó. Le encantaba cuando él la llamaba "bebé", o más precisamente, "niña", en su lenguaje propio. Tenía diferentes inflexiones, dependiendo de qué cariño utilizaba. Esto era amor puro. Lo oyó en su voz. Estricto. Crudo. Honesto. Suave y muy dulce cuando lo necesitaba más. Él siempre parecía saber. Podía leerla muy bien. ― Lo observé durante mucho tiempo. No tuvo que decirle que, él había estado allí con ella. Se había instalado justo al otro lado de la calle, vigilando su patio trasero. La casa era una mansión. Angeline quería status y Luigi se lo dio. Los soldados estaban dentro y fuera, moviéndose a través de los terrenos con los perros para garantizar la seguridad. Luigi no estaba ofreciendo ni una oportunidad para que cualquiera de las familias en el poder golpeara a su familia. Era el jefe de la familia Abbracciabene, pero su territorio era pequeño. A través de su matrimonio con Angeline, estaba aliado con la familia Porcelli. Ese territorio era mucho más grande, y Aldo ejercía un enorme poder en el mundo subterráneo, por lo que estaba protegido. Pero esa protección no era suficiente para Luigi. Levaba una doble vida y tenía que ser paranoico. Aún así, pasó mucho tiempo en el patio grande, escondiéndose de su esposa. ― Sé que lo hiciste, ― Casimir respondió suavemente, su mano apretando la suya. Frotó la parte de atrás de su mano y una vez más le apretó los dedos, presionando su palma de la mano profundamente en el calor de su pecho, justo por encima de su corazón. ― Háblame, ― repitió.

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Atada al Fuego Se humedeció los labios, tratando de pensar en la forma de redactar lo que estaba atacando su mente. No quería que Casimir se molestara. Como ella, él era un elemento fuego. Podían quemar caliente con pasión o ser tan destructivos como una fogata podría ser. Él era intensamente leal. No había conocido a sus hermanos de sangre mientras crecía, no había estado alrededor de ellos cuando fue un hombre, sin embargo, había permanecido leal a ellos, hasta el punto que estaba dispuesto a morir por ellos. Había planeado sacrificarse por el bien de sus hermanos y su felicidad. Él no entendería a alguien como Luigi. Nunca habría tolerado una traición como la que Luigi había cometido, conspirando para matar a su propio hermano y la familia con el fin de alcanzar el poder. Criar a una niña como un arma para continuar con su sed de poder. ― Malyshka. Ese "bebé" era una clara advertencia. Él esperaba que le dijera qué le había enfadado. Ella suspiró. Empujando el cabello negro que caía y rodeaba su cara. ― Luigi realmente está de duelo por Arturo. Estudié su rostro a través de los prismáticos. Se quedó mirando hacia el espacio por un buen tiempo. Supongo que creía que era un monstruo en su totalidad, incapaz de amar a nadie. Casimir la miró bruscamente. ― Desde luego, no ama a su esposa. Eso quedó claro. Fue un poco impactante que ella no lo viera. ― Creo que ella lo ve, pero no le importa. Ella tiene lo que quiere. Vive de una manera determinada y tiene llena su vida con amigos y eventos. Parecen casi vivir separados. Los tres chicos... ― Ella tartamudeo parando. ― Mucho más difíciles de juzgar. Detestaba la nota melancólica en su voz. ― Lo siento, es sólo que... ― Ella lo dejó. ¿Cómo podía explicar por qué ella estaba tan en conflicto acerca de Luigi? ― ¿No crees que te entienda? ― Preguntó Casimir. ― Ese hombre era tu única familia y con la que creciste. Él no era sólo tu tío. Era tu madre y tu padre. Te puso un techo sobre tu cabeza, comida en tú la boca y la ropa en tu espalda. Él te enseñó todo lo que sabía acerca de su negocio y se aseguro de que fueras buena en ello, lo suficientemente buena para que no fueras a morir. Podía haber sido un entrenamiento duro, pero al final, reconociste que era para asegurarse de que permanecieras viva. Eso tenía que sentirse al igual que si te cuidara.

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Atada al Fuego ― Recuerdo la primera vez que me trajo a casa. Estaba rígido. Siempre había estado alrededor cuando estaba creciendo, pero no era particularmente afectuoso. Con el tiempo, se volvió de esa manera. Arturo lo comenzó, dándome abrazos y secándome las lágrimas cuando Luigi estaba molesto conmigo, pero luego, eventualmente, Luigi comenzó a descongelarse. Se reía más. Me llevaba con él a varios lugares. Tomaba la cena conmigo, pensé que estábamos cerca. Pensé que me quería. ― Ella dijo lo último en una pequeña voz, mirando sin ver hacia abajo a los planos. ― Luigi es incapaz de amar. Ella sacudió su cabeza. ― Eso no es cierto, Casimir. Amaba a Arturo. Lo pude ver en su rostro. Él todavía, difícilmente puede soportar la pérdida. Casimir inclinó la cabeza, deslizando el pulgar sobre su mano. De ida y vuelta. Encontró el movimiento calmante. ― Te voy a dar eso, ― admitió. ― Pero, lyubov Moya, sabes que no puedes salvarlo. No hay manera de hacer eso. ― Lo sé. ― Ella lo sabía. Era sólo que, cuando pensaba en él, todavía pensaba en su tío, no en el monstruo que ordenó el asesinato de su familia. Trató de recordarse a sí misma que había hecho que alguien leal a su padre hubiera sido asesinado. Incluso aquellos que trabajaban en la casa, las criadas, los cocineros. El jardinero y toda su familia, incluidos los niños. Su tío había hecho eso. El pensamiento le hacía daño. La hacía sentir peor el conocimiento de todas esas cosas, pero todavía tenía un tiempo difícil pensando que era esa persona. ― Tendrás que matarlo, ― le recordó Casimir. ― Después de esto. Él va a pedir verte en algún lugar, un lugar que le proporcione un accidente para ti, uno en el que no te identifiquen como familiar de él. Él no puede tener ningún retroceso si planea hacerse cargo de la familia Porcelli. A los abogados no les va a gustar, y van a estar escrutando todos sus movimientos. Es por eso que quería accidentes, no más de un par al año. Es por eso que fue paciente. El sabía que estarían buscando y él tenía que aparecer absolutamente limpio.

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Atada al Fuego Ella sabía que estaba diciéndole la verdad, pero a ella no tenía que gustarle. Quería creer que Luigi al menos la quería como lo hizo con Arturo, que todos esos años juntos significaron algo para él. Era cierto que tenía que planificar su muerte, ya que no había otra forma de que pudiera estar seguro de que no descubriría la traición hacia su familia y viniera en pos de él. Había vivido en el borde de la espada por tan largo tiempo que sería un alivio para él deshacerse de ella. La había enviado a los Estados Unidos una vez que había cumplido los dieciocho años para asegurarse de que no tenía la oportunidad de tropezar con la verdad sobre su esposa e hijos. ― Te amo, Giacinta, ― dijo en voz baja, por lo que llevo su mano a la boca. Sus dientes mordiendo la yema de sus dedos, raspando suavemente hacia atrás y adelante. ― Sé que esto es difícil, pero puedo hacerlo por ti. No hay necesidad… ― Es mi desorden, ― interrumpió ella. ― Él mató a mi familia. Él está pensando en matarme. Tengo que ser la única… ― No, no lo eres. Soy tu familia. Tu marido. Cuando mató a tu familia, Malyshka, mató a la mía. Mi suegro. Mi suegra. Me pertenecían a mí también. Mis padres fueron arrancados de mí, al igual que los tuyos. Viktor y Gavriil cazaron a los responsables, a uno por uno, a lo largo de los años, al igual que lo has hecho tu. Por eso he planeado encárgame de los últimos de ellos, los Sorbacovs. Por mis hermanos. ― Y mis hermanas. ― Así que Luigi es mi deber, tanto como el tuyo. Ella asintió con la señal de asentimiento. ― Bueno. Retiro sus ojos de la carretera el tiempo suficiente para mirarla. ― ¿Bueno? ¿No vas a discutir algo más? Ella entrecerró los ojos en él. ― No, estoy de acuerdo.

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Atada al Fuego Él le sonrió y le devolvió la mano en el muslo. ― Discutiste conmigo sobre Viktor. Aún así, me parece que todo ese fuego es atractivo, así que estamos bien. ― ¿Por qué Viktor y sus diecisiete asesinos no van después detrás de Sorbacov? ― Él tenía la intención de hacer precisamente eso. Después de que hiciera caer a Shackler-Gratsos. Todos sabíamos que lo haría. Nosotros no sabemos acerca de los otros, pero sabíamos que Viktor haría un intento. Siempre ha sido sobreprotector con nosotros. Toma ese trabajo muy en serio. ― Lástima que no hace lo mismo con su esposa. Si ella es su esposa, ― dijo Lissa, tratando de mantener oculto el sarcasmo de su voz. Viktor parecía y actuaba como un motorista, un proscrito, es más, un motero fuera de la ley. Eso no le sorprendía a ella. Había venido de un fondo brutal, aprendiendo miles de formas de matar a un hombre, o simplemente torturarlo hasta la muerte. Lo haría sin piedad y sin remordimiento. Si alguno de los hermanos Prakenskii, fuera realmente un asesino, Viktor era el número uno. Gavriil tal vez, pero Viktor con certeza. También tenía la mentalidad de un hombre que creía que podía salirse con la suya diciendo a su mujer lo que tenía que hacer y lo haría sin lugar a dudas. Ella conocía a Blythe Daniels. La había conocido durante cinco años. Blythe no era una mujer que saltara ante las órdenes. Lissa no podía imaginar a la elegante y hermosa Blythe con Viktor. ― Esa escuela, Giacinta, cogía a esos chiquillos y les azotaba la piel de sus espaldas por cualquier infracción. Se vieron obligados a hacerse daño los unos a los otros. No te puedes imaginar lo que era. Cada una de las escuelas fue empeorando progresivamente. Todos sabíamos que si nos mandaban a la que Viktor estaba, las probabilidades eran pocas, de que saliéramos de allí con vida. Los que sobrevivieron a través de ella, se les daban la mayor parte de los trabajos más sucios y peligrosos que los Sorbacov tenían. ― Hay dieciocho de ellos. Son todos los asesinos entrenados. ¿Me estás diciendo que no podían conseguir a Sorbacov?

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Atada al Fuego ― Todos los dieciocho tienen a alguna persona que proteger. Viktor nos tenía. Cada uno de los otros, sin duda, tenían hermanos también. No me sorprende que Viktor lograra reunirlos. Si confía en ellos, cree en mí, Malyshka, esos hombres son leales a él y a los demás. ― Deben ser un grupo aterrador a bordo de motocicletas en una autopista. Yo creo que cualquier criminal experimentado tendría miedo de tu hermano, y más aun de diecisiete más como él. Él la miró de nuevo. Preocupado. ― El nunca te haría daño a ti o a tus hermanas. Estás casada conmigo. Tus hermanas están casadas con sus hermanos. Eso las hace a todas familia. Eso significa algo para nosotros. También significa algo para los hombres con los que viaja. Viktor no estaría con ellos a menos que tuvieran los mismos valores que tiene él. Lissa suspiró. Sacudió la cabeza. ― Tú no lo ves, Casimir, porque es tu hermano, pero es absolutamente aterrador. No lo puedo imaginar con Blythe. Yo simplemente no puedo. Él no va a ser dulce con ella como Gavriil lo es con Lexi. Gavriil, es peligroso y aterrador para el resto del mundo, pero para ella, y para nosotros, él es diferente. Puedo casi garantizar que su Viktor ha tenido una vida de decirle a todo el mundo alrededor de él, lo que debe hacer y que deben saltar al hacerlo. Casimir negó con la cabeza. ― Los hombres que lo rodean, los que le cubren la espalda, si salieron de esa escuela, no son nada más que hombres, pero "sí", van a ser tan letales como Viktor. ― Espero que no espere que todos ellos vivan en la granja. Vamos a tener que añadir más de diez propiedades, que tengan cientos de acres, ― dijo ella, dando un pequeño resoplido. Y levantando la barbilla. ― Cuando levantas la barbilla, Malyshka, me da en ese instante, deseos de inclinarme y morderla. No me tientes cuando estoy conduciendo.

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Atada al Fuego Su mirada saltó a su cara. No pudo evitar la pequeña oleada de calor corriendo por sus venas en el momento en que le hablo en esa voz baja y atractiva. Dios. Era hermoso. Ahora que ella lo veía, siempre veía a Casimir bajo Tomasso o Steve, o cualquiera de las otras personalidades que asumiera. ― Mi Casimir, ― murmuró. Su rostro se suavizó. Sus ojos estaban calientes cuando los quitó de la carretera el tiempo suficiente para mirar hacia ella. Eso significaba algo para él. Podía verlo en su rostro. Era como Gavriil, que mostraba una cosa al resto del mundo y a ella le daba lo mejor de él. Esperaba que su hermano fuera lo mismo, pero tenía un buen ojo para la gente, y, a veces, cuando uno vive mucho tiempo en un mundo violento, teniendo que ser parte de él, encajando y asumiendo esas funciones, no había manera de salir. Viktor había vivido en ese mundo violento desde el momento en que era un niño. Todavía… ― Voy a darle una oportunidad, ― prometió. ― Gracias, Giacinta. Una vez más, su voz la hizo temblar. Eso significaba algo para él también, algo grande. ― Él es el tuyo, Casimir, ― respondió ella. ― Eso quiere decir que es mío también. ― Se refería a eso. Ella no tenía idea de lo que cualquiera de ellos iban a hacer con Viktor y sus diecisiete asesinos de la banda en motocicleta, pero la familia era familia y se ocuparían. Pudiera o no Viktor tener a Blythe, era otra cosa aparte. ― No me gusta este plan, ― dijo Casimir, indicando los planos en su regazo. ― Lo sé, cariño, lo has mencionado alrededor de, oh, no sé, mil veces. ― Lissa intentó no sentirse exasperada, pero la verdad era que lo estaba. Casimir estaba siendo sobreprotector. Si no fuera con ella, ella no estaría teniendo una discusión. ― Ya he hecho esto antes. ― Ella trató de tirar de la mano debajo de la suya.

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Atada al Fuego Oyó la irritación en su voz. ¿Cómo no podría? trató de ocultarla, pero estaba tan sintonizado a ella, que la más mínima inflexión sería recogida por él. Sus dedos se cerraron sobre los de ella, impidiéndole tomar su mano hacia atrás. Él presionó su palma con más fuerza contra su muslo. ― No tendrás contacto físico con tu objetivo, es como una regla. Así, sólo tienes una oportunidad en esto. Él tiene dos guardaespaldas en las proximidades, y si fallas, no conseguirás una segunda oportunidad. ― Hemos revisado esto cientos de veces, Casimir, ― dijo. ― No hay punto de ir sobre ello de nuevo. Ya tocaré el timbre de la puerta. Lidia siempre toma una copa antes de que Aldo llegue allí. Siempre. Ella ha tomado ese pequeño vaso de vino durante años. La he investigado a fondo yo misma. Ella es una inocente en esto. Realmente lo ama. No voy a tener ningún problema para poner el sedante en su vino. Va a estar dormida sólo unos pocos minutos. Me dará tiempo suficiente para hacer el trabajo. Juró en ruso. ― Hay demasiadas cosas que pueden salir mal. ― Yo sé eso. El tiempo lo es todo, pero es como con cualquier trabajo. Esta es nuestra única oportunidad de llegar a Aldo. Es estrecha pero factible. La fuente de la alcoba de Lidia se ha preparado. Lo has hecho tu mismo. Me ocupé del timbre de la puerta. ― Tu pesas cien libras, Giacinta, ― espetó. ― Aldo mide cinco pies y diez y un peso de doscientas libras. ― No pienses en ello. ― Ella no lo culpaba por estar preocupado. ¿Cómo podría? Era una situación de vida o muerte. Estaría preocupada si las situaciones se invirtieran.

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Atada al Fuego ― Eres todo para mí, golubushka, todo. Si algo va mal, no puedo llegar a ti. No a tiempo. Puedo sacar a los guardaespaldas, pero no a él. No voy a ser capaz de llegar a él antes de que pueda matarte. ― El crudo dolor en su voz era casi su perdición. Por lo general, llevaba a cabo sus objetivos a partir de una distancia, un accidente, no un rifle de francotirador. Nadie había puesto en duda alguna vez los accidentes que había arreglado. Nunca. Ni una sola vez. Ella tenía cuidado. No le importaba si su objetivo conocía a un Abbracciabene que exigía retribución por los crímenes cometidos. Eso nunca había importado hasta que había hablado con Cosmos Agosto, y había sido sólo porque ella estaba allí, cerca. Sólo le importaba que la justicia se sirviera al final. Podrían matar a Aldo con un rifle de francotirador. Casimir era un excelente tirador. Eso dejaría un rastro. Uno débil, pero, no obstante, un rastro. No quería que la familia Porcelli viniera detrás de ella o de cualquier persona que amara. Ese tipo de círculo era interminable. A su manera, nadie podría sospechar que la muerte de Aldo era nada diferente a un accidente. Uno trágico y sin sentido, pero aún así un accidente. Ella quería quitarle la preocupación grabada tan profundamente en la cara de Casimir, pero no podía arriesgar sus hermanas, o para el caso, a sus hermanos. Se inclinó hacia él. ― Bebe, ― dijo en voz baja. ― Puedo hacer esto. Yo te juro, que puedo hacer esto. Se quedó en silencio, desacelerando el vehículo mientras se giraba hacia el garaje del estacionamiento. ― Sé que puedes, pero no me gusta que tengas que hacerlo, ― dijo finalmente. Ella dejó escapar el aliento en una nota de alivio. Él no iba a detenerla. Habían cubierto todas las pulgadas del garaje de estacionamiento. Aldo no tenía a sus hombres aparcados en el mismo lugar cuando venia, pero él siempre aparcaba en la segunda planta, ya que no quería hacer frente a un tramo de las escaleras. Lissa se quitó el cinturón de seguridad y se inclinó sobre el asiento para besar a Casimir. En el momento en que lo hizo, sus brazos la rodearon, tirando de ella con tanta fuerza que cayó en él. Una mano anclada en la nuca de su cuello y la otra se mantuvo como una barra de hierro en la espalda. Su boca se movió sobre la de ella.

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Atada al Fuego Nadie besaba como Casimir. Amaba sus besos. Profundos y duros. Suaves y dulces. Una mezcla de ambos. No importaba. Cada vez que tenía la boca sobre la de ella, su corazón tartamudeaba, mariposas tomaban vuelo en su estómago, pequeños dardos de fuego fueron de sus pezones directamente a su clítoris y ella se iba al instante a la humedad, por lo que estaba lista para él a menudo, si quería dar un tirón y bajarle los pantalones para que pudiera sentarse en sus abdominales y montarlo. Justo como ahora. Justo ahí. En el coche. ― Me tengo que ir, ― murmuró contra su boca. Mucho calor. Tan perfecto. Le encantaba que sus labios pudieran ser suaves y firmes al mismo tiempo. Le encantaba especialmente la forma en que generaba calor. ― Lo sé. Permanece segura, Giacinta. Comete un error y voy a estar enfadado. No me conoces cuando estoy enojado. Ella le besó la comisura de la boca y dejó un rastro de besos a lo largo de su fuerte mandíbula. ― Puedo hacer esto, ― reiteró. ― No te preocupes. ― Ella se echó hacia atrás en su asiento y se deslizó en el personaje que tenía el cabello negro, de la peluca cara que sostenía el cabello humano, pero nunca identificaría al propietario. Llevaba un apretado vestido de gata de una sola pieza, y en sus pies zapatillas de ballet con suela blanda. Como precaución, habían desactivado la luz del techo en el coche alquilado por lo que cuando ella abriera la puerta y se deslizara, ninguna luz se encendería. El parking tenía una luz tenue, y se deslizó hacia las sombras de inmediato, haciendo su camino al punto de entrada, la pequeña rejilla que cubría el conducto de ventilación. Hábilmente, se encargo de los tornillos. Casimir ya les había aflojado en su último viaje. Sólo dos tornillos mantenían la pantalla en su lugar, y ella les tenía en menos de un segundo. Se deslizó dentro, tirando de la reja para cerrarla después de ella. Casimir deslizó los tornillos y continuó su camino, subiendo las escaleras, para llegar a la posición justo en caso de que necesitara cubrir su escape.

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Atada al Fuego El conducto era muy pequeño. No había manera de que Casimir pudiera arrastrarse a través de él, tenía los hombros demasiado amplios. Así las cosas, tuvo que deslizarse sobre su vientre, impulsándose hacia adelante mediante el uso de los dedos de los pies y las manos, deslizándose como una serpiente. Se desplazó a su manera, tomándose su tiempo, con cuidado de no hacer ruido. Ella conocía la ruta, la había hecho físicamente dos veces, pero otras cien veces en la cabeza, tras el plano. Se tomó el tiempo para llegar a la segunda planta y luego a casa de Lidia. Lydia tenía su propio ritual antes de que Aldo llegara. Le había dicho Aldo a Luigi una vez, cuando Aldo había estado bebiendo. Él pensó que era dulce que siempre estuviera media hora en remojo en agua con olor a fresa, porque amaba la fragancia en ella y en su pelo. Tomaba un sorbo de su copa de vino y se relajaba en el calor del agua vaporizada, su máscara de gel cubría sus ojos mientras se reproducía la música. Aldo incluso le había grabado una lista de canciones de amor y se las había dado a ella. Ella le dijo que ella las reproducía una y otra vez, y él le creyó. Lissa le creyó también. Lidia mostraba todos los signos de estar enamorada de Aldo. Ella tenía fotos de los dos enmarcadas y colgando en cada habitación. Se vestía cuidadosamente para él, siempre se ponía a su disposición, y ella nunca lo amenazaba, ni una vez, de acuerdo con Luigi. Luigi, habiéndose casado con Angeline, había logrado insertarse en la vida y la confianza de Aldo. Aldo había pasado tiempo con Luigi y una vez le había dicho que Lidia estaba contenta de ser su amante, siempre y cuando ella pudiera verlo y permanecer en su vida. No había evidencia de que Lidia nunca lo hubiera engañado. Aldo una vez organizó que un amigo le pidiera una cita. Un amigo rico y muy guapo. Ella se negó y después, dijo a Aldo del incidente. Lissa se deslizó por el hueco hasta que llegó a la reja que cubría la abertura en el techo justo sobre el inodoro. Al menos la configuración del baño principal era propicio para su entrada. La puerta del inodoro se mantuvo cerrada, al menos lo había estado las dos veces que Lissa había hecho su practica en seco. Pero ahora Lissa podía escuchar el chapoteo ocasional de agua cuando Lydia se movía en la bañera.

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Atada al Fuego Abriendo la rejilla con cuidado, ella se sentó en el asiento del inodoro y luego bajó al piso. Sus zapatillas con suela blanda no hicieron ni un sonido cuando se acercó a la puerta y avanzó abriéndola. Lidia estaba en la bañera profunda, la cabeza hacia atrás, la máscara cubriendo sus ojos, con auriculares en las orejas, con un brazo estirado hacia fuera, y los dedos cerrados alrededor del tallo de una copa casi llena. Un dedo marcaba el ritmo de la música. Lidia suspiró con satisfacción, llevó el vaso a los labios sin quitarse la máscara y sin fallar, infaliblemente. Es evidente que había hecho este ritual muchas, muchas veces y no necesitaba ver para colocar el vaso. Lissa no dudó ni un instante, pero se movió a través del suelo hasta el borde de la bañera cuando Lidia levantó el vaso a la boca y tomó un pequeño sorbo. En el momento en que lo sustituyó, Lissa tiró el pequeño frasco de líquido en el vino y ya estaba al otro lado de la habitación y detrás de la puerta de nuevo antes de que Lidia tomara otro sorbo. Fue un poco más difícil conseguir regresar al conducto que al bajar de él. Aun así, lo hizo en el primer intento. La primera fase estaba completa, informó a Casimir mientras sustituyo la rejilla. ― Estoy haciendo mi camino a la habitación para asegurarme de que ella se acuesta. Sólo debe ser otros diez minutos más o menos. Hasta el momento, ninguna señal del objetivo. Estoy en el lugar. Él no debería estar aquí durante otros veinte minutos. Voy a necesitar ese tiempo para llegar a la alcoba sola, fuera de su apartamento. Esta era una de las cosas sobre las que no tenía control y que podría estropear su plan. Aldo no podía llegar temprano. Cualquier número de otros factores podrían hacer el trabajo más difícil, pero si él llegaba temprano, ella no tendría la oportunidad de llegar a él. Lo que a ella le importaba más que matar a Aldo Porcelli era asegurarse de que Lidia no fuera un testigo de nada que pudiera conseguir que fuera dañada. Lissa respiró hondo varias veces y esperó mientras pasaban los minutos. Sonidos procedían del baño, evacuando el agua de la bañera, Lidia a pie, caminando por el suelo, la puerta de la habitación abriéndose.

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Atada al Fuego Lissa la vio entonces, envuelta en una toalla grande, mullida del color de los melocotones, el pelo todavía arriba en su cabeza, en su mayoría había terminado el vino en su mano mientras se abría camino, bostezando, fue a la cama. Bebió el último sorbo de vino, dejó el vaso en el soporte y se acostó. ― Sólo un minuto, ― murmuró en voz baja para sí misma. Lissa se deslizó hacia atrás. Ya no había vuelta alrededor, así que tuvo cuidado, sin hacer ni un sonido, se subió a sí misma de nuevo por el hueco al siguiente tramo que la llevó a la alcoba. Ella estaba acostada descansando. Pero de todos modos esperó otro minuto más o menos. ― Estoy en movimiento. ― Muy bien, Malyshka, aún no hay señales de él. Apreció que la voz de Casimir sonó más confiada y segura, ahora que su plan, su plan, estaba en marcha. No le gustaba, pero una vez que su decisión estuvo tomada, había dejado de luchar contra ella y al instante entró en el modo de trabajo. Guardando su espalda. En todos los años que había trabajado con su tío, incluso cuando sólo tenía quince y dieciséis años, Luigi no había guardado ni una sola vez su espalda. De hecho, ni Arturo lo había hecho. Luigi había fingido siempre estar enfermo, desapareciendo en su ala de la casa. Arturo había necesitado ser visto en un lugar público. Ella había tomado autobuses. Alli había sido cuando nació Patrice. Habían quitado la rejilla el día anterior y todavía estaba aparte. En la sombra más profunda, por lo que era imposible notarlo a menos que estuvieran buscando por ello. El conducto se encontraba por encima y estaba en el mismo lado donde estaba el timbre de la puerta. Miró su reloj. La alcoba estaba iluminada por la fuente. Estaba hecha de mármol y se encontraba justo en el centro, una fuente hermosa e independiente. El agua brotaba de los canelones y llovía en una serie de colores.

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Atada al Fuego Salpicaba hacia abajo en capas, como pequeñas mini cascadas que finalmente terminaban en un anillo estrecho y circular, alrededor de la misma fuente. Los colores de la fuente alumbraban la alcoba, y el agua sonaba tranquila y relajante. Aldo había comprado la fuente para Lidia porque amaba mucho el agua. A Lissa le gustó porque el sonido del agua podía cubrir los sonidos que haría cuando se revelara a sí misma. ― El vehículo del objetivo acaba de llegar. Objetivo esta saliendo y dirigiéndose hacia las escaleras, una guardia en movimiento por delante de él rápido, y otro detrás de él. Su corazón dio un salto y luego se acomodó en un ritmo natural. Mantuvo la respiración, lenta y regular. Los guardaespaldas entraron primero, llegando a la alcoba, acompañando su jefe hacia adelante mientras procedió por la sala. El segundo guardia se había detenido justo en la parte superior de la escalera, guardando la puerta de la escalera. Con un guardia a cada lado de la sala, nadie podría deshacerse de ellos para causar daño a su jefe. Aldo vino después, con un ramo de flores en una mano. Se metió en el hueco de la alcoba y al instante estaba fuera de la vista de sus guardaespaldas. Lissa respiró hondo. Se sostuvo. El momento lo era todo. Aldo señaló con el dedo sobre el botón para hacer sonar la campana. Al instante hizo un corto circuito, chocante, creando un círculo ennegrecido en la superficie. Dio un salto hacia atrás y mientras lo hacía, Lissa explotó fuera del conducto, golpeándolo con su cabeza en el pecho, conduciéndolo hacia atrás, hacia la fuente. Sus manos le cogieron la cabeza y, usando su peso y momento, golpeó su cráneo en la ya rota y dentada fuente. Las flores cayeron al suelo. El cuerpo de Aldo se deslizó por el mármol lentamente, un peso muerto. Ella se fue con él, llegando a sentir su pulso. El pico de varillas expuestas por la ruptura antes habían entrado en la parte posterior de su cuello y su cabeza había golpeado con fuerza sobre el mármol, destrozando su cráneo. Estaba muerto antes de que él se deslizara hacia el piso.

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Atada al Fuego Lissa estaba al instante, girando y saltando hacia el conducto, arrastrándose dentro y volviéndolo a tapar asegurándolo. Tardó unos segundos preciosos deslizando los tornillos, usando una herramienta especial que había hecho sólo para tales trabajos, una herramienta que podría pasar a través de pequeños orificios y hacer el trabajo rápidamente. ― Apunta hacia abajo. Estoy a punto de salir. La caída del cuerpo había hecho ruido. Ella sabía que lo haría. Los guardaespaldas podrían haber escuchado por encima de la fuente, por lo que quería moverse rápidamente y llegar al garaje del estacionamiento en el primer piso y salir de allí antes de que se descubriera su cuerpo. Quería especialmente que Casimir saliera de allí. Incluso en el aspecto de Steve de Filadelfia, podría estar bajo sospecha. Los guardaespaldas sospecharían de cualquier persona, pero sobre todo de un hombre. Aldo Porcelli era el jefe de una organización criminal muy grande. Nadie podría descartar un crimen hasta que estuviern seguros absolutamente. Era un accidente extraño, y eso era lo que le hacía tan creíble. Ella se deslizó más rápido, aún teniendo cuidado de no hacer ruido. Pasó el garaje del segundo piso y estaba en el piso principal cuando oyó el grito. Un gemido agudo de dolor puro. Conocía el sonido. Lo había hecho cuando era una niña, cuando los hombres de Porcelli habían matado a su familia. Ella cerró los ojos un instante, pero se mantuvo moviéndose rápido. ― El guardia itinerante y el primero en el coche de arriba fueron llamados, ― informó Casimir. De nuevo sonó seguro, pero no menos ansioso. No le preguntó dónde estaba, ni cómo de lejos estaba, pero, al igual que ella, estaba en movimiento, podía decirlo por su voz. Ella sólo tenía una corta distancia a recorrer y mantuvo su ritmo lento y constante, asegurándose de no hacer incluso el menor de los ruidos. Los lamentos continuaron y fue lo suficientemente fuerte como para sacar a otros residentes.

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Atada al Fuego Lissa llegó a la parrilla y se encontró con que Casimir ya la había quitado. Se deslizó hacia fuera, se volvió y levantó la tapa, girando los tornillos pequeños con su pequeña herramienta casi en un solo movimiento. Casimir tenía el coche justo al lado de ella, corriendo, la puerta abierta al levantar la vista. Ella se lanzó y se quitó la gorra, lo que permitió que el cabello negro cayera alrededor de su cara. Se cambio a un vestido largo, de encaje negro y con falda que fluía, dispersa con flores brillantes y se quitó los zapatos de ballet, antes de que llegaran a la calle. Las pequeñas zapatillas de ballet entraron en su pequeño bolso y se puso las botas. Eran altas, hasta la rodilla, negras y tenían falsos cordones en la parte delantera y un volante por la parte posterior. Las cremalleras estaban en un lado. ― Cinturón de seguridad, ― recordó Casimir. Ella lo miró. ― La parada está justo subiendo la calle. ― Cinturón de seguridad, ―espetó de nuevo. Lo miró a la cara. Severo. Manteniéndose unidos por un hilo. Eso no era un buen augurio para su trabajo en San Petersburgo. Tenía que ser la que se expondría al peligro allí también. Ella no había buscado a los Sorbacovs, a pesar de que se había asegurado de que vieran sus trabajos y entrevistas en varias ocasiones. Habían tomado el cebo y se habían puesto en contacto con ella. Había tomado su cebo y respondió. Suspiró, colocó la correa en su lugar y misma se permitió una respiración profunda. ― ¿Comprobaste su pulso? Ella asintió. ― Él está muerto. Se golpeó a la perfección. Los fragmentos de la fuente rota probablemente le mataron a él. Yo no corrí riesgos. Le golpee la parte trasera de su cráneo duro también. No quería dejar moretones en su pecho, por los que un médico preguntaría, pero tenía que pegarle muy duro. ― Ella se encogió de hombros. ― Con suerte estaré a una larga distancia antes de que se planteen preguntas.

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Atada al Fuego ― Nadie va a cuestionarlo, ― Le aseguró, y paró el coche a un lado de la calle para permitir que ella saliera. ― Tengo que devolver este vehículo a la agencia, ir al aeropuerto y cambiar al otro papel. No voy a estar de vuelta en la casa por un tiempo, Giacinta, por lo que cuida de ti misma. ― Luigi necesita una coartada. Él sabe donde estoy hoy y no tenía idea de cuándo sería todo hecho, ― dijo, vertiendo confianza en su voz. ― Está con la hermana de Aldo. Puedes apostar que quiere que sea su coartada. Él asintió con la cabeza. ― Aún así, Malyshka, mira tu espalda. Se inclinó sobre el asiento y tomó su cara entre las manos, los dedos pulgares deslizándose a lo largo de su piel, causando escalofríos. ― No me gusta dejarte fuera de mi vista. Él tomó su boca, suave. Prometiendo. Casi reverente. El tipo de beso que siempre la sacudía. Que siempre le derretía. Su corazón tartamudeó con fuerza en su pecho. Sus brazos alrededor de su cuello y ella le devolvió el beso, cayendo en él. Hipnotizada por él. Amándolo con todo lo que tenía. Casimir se alejó lo suficiente para descansar su frente contra la de ella. ― Prométeme que serás cuidadosa, golubushka, y no lo llames hasta que esté de vuelta contigo. Ya podría haber contratado con uno de sus hombres en el hogar. Ella asintió con la cabeza porque todavía no podía encontrar su voz. Acarició su boca sobre la suya, encontró su bolso y salió del coche. Se colgó su cámara alrededor de su cuello, corrió hasta la parada de autobús. Sólo tenía un par de minutos antes de que el autobús se presentara. Era todo sobre el momento. Lissa se quedó con otras dos mujeres, locales, riendo y tomando fotografías cuando los coches de policía y una ambulancia pasaron, yendo en dirección de los apartamentos. Se detuvo por un momento, al igual que las mujeres, mirando los vehículos de emergencia, y luego las tres, iniciaron una animada conversación que continuó incluso después de que el autobús llegó y las recogió a las tres.

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Atada al Fuego Capítulo 16

Lissa paseaba arriba y abajo en la biblioteca. Había pasado mucho tiempo en la biblioteca al crecer. Había sido su lugar para ir cuando estaba molesta. Luigi rara vez, o nunca, entraba en la habitación y nadie más lo hacía, pero, a lo largo de los años, se había convertido en su santuario. Le gustaba la conexión de los libros antiguos con los nuevos. A ella le gustaba la paz. Siempre estaba más tranquila, permitiendo que el caos en su mente se calmara. A la espera de un retorno seguro de Casimir, estaba enferma de los nervios. Estaba segura de que estaba a salvo, y que sólo tenía que tomar el vehículo de nuevo y volver como Tomasso, pero hasta que estuviera de vuelta con ella, no podía quitarse la sensación de desastre inminente de su estómago. Miró el reloj. No debería demorar mucho más. Resistió el impulso de testearle. Los móviles eran un peligro. Todavía… Suspiró y se dirigió a la gran ventana que daba hacia los jardines. La finca no era tan enorme, pero estaba muy bien cuidada. Luigi parecía aficionado a sus flores y árboles. Tenía un gran equipo de jardinería. Se habían ido por el día, pero estaba segura de que el viejo Alberto, el jardinero jefe, estaría haciendo un último barrido de su dominio antes de irse a dormir. Él siempre lo hacía antes de retirarse. La puesta de sol con un resplandor naranja, parecía una gran bola cayendo del cielo al mar, la difusión naranja y rojo a través de la superficie del agua, convirtiendo el azul profundo en una extraña manta de colores. Le gustaba esta hora del día, entre el día y la noche, cuando el sol se ponía y la luna se elevaba.

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Atada al Fuego El cielo y el mar parecían venir juntos, formando un hermoso colorido de ilusión de fuego, vertiéndose en las olas. ― ¿Miss Piner? Se volvió hacia la puerta. Uno de los nuevos reclutas de su tío tenía la cabeza sólo en el interior de la habitación. Parecía un poco tímido y muy incómodo. Luigi le había contratado, después de salir la última vez y él no la conocía en absoluto. ― ¿Sí? Es Raimundo, ¿verdad? ― Sonrió alentadora. Él era un poco más joven que los demás y todavía tenía un poco de cara de bebé. ― Siento molestarle, pero tenemos una situación y no puedo llegar al Signor Abbracciabene y no estoy seguro de qué hacer. El anciano Alberto se encuentra en los jardines de atrás y está muy molesto. Me temo que va a tener un ataque al corazón. Me vuelve loco. No puedo entender una palabra de lo que está diciendo. Arturo nos dijo que si el señor Abbracciabene no estaba aquí, entonces, se suponía que fuéramos a usted. ― ¿Sabe lo que lo provocó? ― Alberto era conocido por su histeria. Cantaba a sus flores, maldecía a sus trabajadores, y de vez en cuando tenía colapsos completos que requerían tirar de él atrás del borde. Luigi había contado muchas historias sobre él tomando cuchillos y otros objetos cortantes fuera del alcance de Alberto cuando él estaba teniendo uno de sus ataques. Había estado con Luigi durante el tiempo que ella recordaba, siempre trabajando en los jardines y sólo preocupándose por sus preciosas plantas. ― No tengo ni idea, pero tiene unas largas tijeras y él está amenazando con apuñalarse a sí mismo a través del corazón con ellas. No quiero llegar cerca de él. Él vino a mí una vez y casi me sacó la pistola y me disparó. Lissa se rió. Ese era Alberto. Algunas cosas nunca cambiaban. ― No se preocupe, Raimundo, puedo manejarlo. ¿Dónde está el?

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Atada al Fuego ― Por todo el camino en la parte trasera, señorita Piner. En la parcela donde esos arbustos están muy altos con las flores que son como rosas. Las que crecen sobre los arcos. Ella sabía dónde estaba. Alberto no permitía que sus jóvenes jardineros trabajaran en ese pedazo en particular de la propiedad. Lo hacia él mismo. Las plantas que crecían allí eran muy raras y difíciles de crecer, pero bajo el cuidado de Alberto, crecían gruesas, salvajes y muy alto. Había una pequeña selva de belleza pura, y el jardinero en jefe estaba extremadamente orgulloso de ello. No podía imaginar que alguno de los otros hubiera tocado sus preciosas plantas y justo lo que podría hacer. ― Eso no es bueno, ― murmuró en voz alta. ― Iré. ― Usted no me necesita, ¿verdad? ― Él parecía más nervioso que nunca. Ella se echó a reír de nuevo. En serio, era uno de los soldados de Luigi y tenía miedo de un jardinero mayor. ― Puedo manejarlo, ― le aseguró ella. Él agitó la cabeza y volvió a desaparecer. Lissa le siguió fuera de la biblioteca, asegurándose de que el hombre había subido las escaleras. No podía imaginar que su tío fuera a enviar un asesino detrás de ella y que fuera Raimundo. Era demasiado verde, pero ella no iba a correr riesgos. Oyó la puerta de su habitación cerrarse y buscó su chaleco y la chaqueta, encogiéndose de hombros, encajó armas especialmente en los bolsillos ocultos. Ser cautelosa la había mantenido con vida durante su infancia, su adolescencia y ahora en edad adulta. No había informado a Luigi de la muerte de Aldo, por lo que dudaba que hubiera puesto un golpe sobre ella tan pronto. Aún así, Angeline era la hermana de Aldo. Era lógico que si su esposa era informada de su muerte, llamaría a su hermana. Eran buenas amigas. Luigi podría saber. Una vez más, a él siempre le gustaba escuchar los detalles, y sería muy rápido para que enviara a alguien detrás de ella, pero no estaba demás en tomar precauciones.

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Atada al Fuego Escribió una nota a Casimir, explicando dónde estaba y que Alberto a menudo tenía estos pequeños colapsos. Ella se uniría a él en el momento en que lograra que el jardinero se calmara de nuevo. Después de haber tratado con Alberto en más de una ocasión, Lissa se tomó su tiempo caminando por el laberinto de las plantas, pastos exóticos, arbustos y árboles, esperando que esto la calmara un poco por su cuenta. Los jardines eran preciosos, gracias sobre todo al jefe de jardineros. Era un maestro a la hora de hacer las cosas crecer. Ella terminó su camino a través de las muchas plantas y flores hasta que oyó al anciano hablando solo en italiano, amenazando con cortar el corazón de alguien llamado Tito. Ella redondeó un arbusto de flores particularmente espectacular que era más alto que ella y encontró al jardinero con la cabeza entre las manos. ― ¿Alberto? ¿Qué es? ― Ella habló en voz baja. Suavemente. Sus plantas eran como sus hijos amados, y podía ver el corte que alguien, presumiblemente el ausente Tito, había hecho a una planta de aspecto exótico. Otras tres plantas estaban en el suelo, caídas, las raíces expuestas. Había un enorme agujero en el suelo donde habían estado las plantas. La tierra estaba húmeda y una manguera todavía vertía agua, de modo que la planta no era más que barro. Su aliento quedó atrapado en su garganta, cuando una mano subió para cubrir el sonido de angustia ante la visión. Alguien había hecho un lío terrible de las cosas. Alberto hizo un gesto violento, lanzando sus brazos alrededor y apuntando a la raíz desnuda, el barro y el agujero. Levantó una de las plantas del suelo y lo arrojó, su italiano tan rápido que sonaba como disparos de armas automáticas. Él le dijo que Tito había intentado trasplantar algunas flores de otra área para cubrir este parche de su sagrado jardín y, que al hacerlo, habían destruido una rara planta que Alberto había estado cuidando a lo largo de los años . Lissa tuvo que admitir, que el desastre era terrible. No podía imaginar que Tito mantuviera su trabajo después de cometer tan terrible error. No sólo parecía que Alberto estaba enfadado, parecía estar casi llorando.

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Atada al Fuego Ella no tenía idea de lo que pudiera decir para hacer esto mejor. Dio un paso más cerca de la planta muerta en un esfuerzo de ganar algo de tiempo para averiguar la mejor manera de manejar el asunto. Agachándose para inspeccionar lo esparcido alrededor, y mirar las raíces, vio el agujero. De pie, sólo había visto una pequeña esquina del mismo. El resto estaba cubierto por los altos arbustos alrededor de ella. El agujero era muy profundo y amplio, como una tumba... Lissa intentó darse la vuelta, pero al mismo tiempo, una mano cubrió su garganta. Sintió el delgado alambre, ya que le cortó el dorso de la mano y el costado de su cuello. Él tiró de ella hacia atrás, hacia él, por lo que perdió el equilibrio y cayó contra su pecho. ― Lo siento, chica, ― susurró. ― No tengo otra opción. ― Alberto habló en italiano, con la cabeza cerca a la de ella mientras apretaba el alambre, torciéndolo rápidamente. En ese momento, cuando estaba segura de que iba a morir, todavía encontró tiempo para notar que él sonaba triste, incluso con remordimiento, pero decidido. Clavó los talones en el suelo y empujó hacia atrás, golpeando su espalda contra su pecho, poniendo pulgadas entre ellos, lo que le permitió enderezarse. ― Maldita sea, deja de luchar. El no quería que sufrieras, ― su voz susurró en su oído. ― Dijo que te dijera que, lo sentía. Ella le golpeó con el pie en el empeine, la mano deslizándose en el bolsillo interior de su chaleco. Sus dedos se cerraron en torno a su arma, mientras la sangre aun corría en un semicírculo alrededor de su garganta. Sacó el cuchillo y lo cerró de golpe, por primera vez en el muslo y luego tiro hacia fuera, y de nuevo en sus costillas. No consiguió un buen ángulo de las costillas, pero entró. Gritó, y por un momento sus manos aflojaron su agarre en el garrote vil. Pero antes de que pudiera lanzarse hacia adelante, él tenía el control de nuevo, sus manos apretando con saña, ignorando el cuchillo en sus costillas. Así como de repente se había ido. Se dejó caer de rodillas, alcanzando el cable para aflojarlo con una mano. La sangre se derramaba desde el corte largo en la parte posterior de la otra mano y corría libremente por su cuello, donde el cable había cortado su piel.

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Atada al Fuego Se arrastró lejos de Alberto y se volvió para ver a Casimir, en el aspecto de Tomasso, su cara una máscara de furia pura. Podía sentir el calor que venía de él en oleadas. Su piel brillaba, la exposición del elemento fuego ardiente dentro de su vientre. Trató de hablar, para decirle que estaba bien, pero no surgió ningún sonido. Arrojó el garrote al suelo al lado de lo que habría sido su tumba y observó con una horrorizada fascinación a Casimir casi pulverizar la cabeza del jardinero con los puños con guantes cubiertos. Ella hizo dos intentos de ponerse de pie de nuevo, pero no pudo en ambas ocasiones. ― Casimir. Detente. Vas a matarlo. ― Esa es la puta idea, ― escupió de nuevo, pero después de un último golpe, muy vicioso a la cara, le dio un tirón al asesino colocándolo de pie. ― ¿Dime quién te contrató? ¿Quién puso el golpe en Lissa? Con su rostro contraído por el dolor, Alberto se ahogo una vez y luego negó con la cabeza. Su mirada evitando la de Lissa. ― Vas a morir. ¿Cómo sucede? eso es lo que estamos discutiendo en este momento y estoy totalmente seguro de que, aunque estoy tan jodidamente cabreado, prefiero a elegir el camino difícil. ¿Quieres irte rápido y sin dolor? dime lo que quiero saber. Si no me hablas, va a llevar mucho tiempo, mucho tiempo y vas a saber lo que significa la palabra agonía. ― No había piedad en la voz de Casimir. ― Casimir. Cariño. Sé que estás molesto, pero... ― Lissa se calló. Él no volvió la cabeza o miró hacia ella. Tenía la mandíbula tensa, su rostro una máscara inexpresiva. Sus ojos se mantuvieron estables. Fríos. Muertos. Estaba mirando al monstruo, la forma que la escuela creó hace mucho tiempo atrás.

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Atada al Fuego ― Toma un paseo, Lissa, ― ordenó, encajando la orden en ella. Lo intentó de nuevo, con el corazón latiendo rápidamente, su voz no era más que un susurro ronco. ― Cariño ― Ella mataba, sí, pero no torturaba, no prolongaba una muerte. Hacia todo lo posible para que fuera rápida y sin dolor, no importaba lo que sentía sobre el objetivo. Casimir no tenía los mismos escrúpulos, eso era muy evidente. ― Vete ahora, ― espetó. Sujetando una mano a su cuello, tomó una respiración profunda y se alejó de los dos hombres, pero se negó a irse. Casimir le había salvado la vida. Ella lo sabía. También sabía que no había nada que detuviera lo que Él estaba haciendo. Él extraería la información que quería en la forma que eligiera, le aprobara o no. Él era su hombre, y tomaba su protección muy en serio. Se dejó caer al suelo, tirando de sus piernas hacia ella, manteniendo la presión sobre la herida en su cuello. Alberto no había logrado abrir su arteria pero había estado cerca. Alberto gritó de dolor. Se oyó un chasquido repugnante. Ella cerró los ojos, escuchando el aliento del jardinero llegar horriblemente entrecortado. ― Luigi. No quería hacerlo. Me dijo que no tenía elección. Él quería que se hiciera rápido. Sin dolor, si era posible. Si ella no hubiera luchado... ― Y entonces, ¿qué se suponía que debía hacer? ― Enviarle la prueba. Mostrársela muerta. Ponerla en el suelo, cubrirla y volver a sembrar. ― ¿Una foto? ¿Dos? ¿El texto que debía decir? ― Exigió Casimir.

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Atada al Fuego Alberto vaciló y hubo otro grito torturante. Casimir no le había dado una oportunidad de pensar en ello. El estómago de Lissa dio un vuelco. En primer lugar Cosmos se había sentado a la mesa con su familia y entonces les había traicionado. Arturo la había abrazado cuando era una niña y le enjugó las lágrimas. Y le había traicionado. Luigi, su propio tío, el hermano de su padre, había puesto todo el lío en juego y ahora la última traición, y ahora Alberto, otro hombre que había conocido desde que era una niña, había estado dispuesto a matarla también. Ella no quería sentarse allí y ver esto. No quería saber nada más. Solo quería llorar, en algún lugar seguro. ― Quería tres imágenes. Una demostración de que estaba muerta. Una en la tumba. Una con la tumba cubierta y las plantas en su lugar, ― Alberto confesó. ― Mira hacia otro lado, Giacinta, ― dijo Casimir. ― Lo digo en serio, Malyshka, mira a otro lado. Ella le obedeció inmediatamente. Supo que en el momento en que lo hizo, Alberto estaba muerto. Casimir rompió su cuello. Bajó el jardinero al suelo, sacó su celular de su bolsillo trasero y le hizo un gesto para que se acostara al lado del agujero en el suelo. Él organizó el garrote alrededor de su cuello, tomó una foto y luego la bajó a la tumba. Estaba fangoso. Asqueroso. Pero aún así, se acostó, como si ella hubiera sido arrojada allí. Casimir tomó otra fotografía y luego la ayudó a salir de la tumba. Lissa se tambaleó de nuevo hasta donde había estado sentada y observó a su marido poner el cuerpo de Alberto en el agujero profundo. Encontró la pala y empujó montículos de tierra sobre el cuerpo. Se tomó un tiempo para cubrir completamente las pruebas y volver a sembrar, por lo que parecía como si el jardinero hubiera trasplantado recientemente más flores a la zona. Era de noche cuando Casimir tomó la última fotografía y se las envió a Luigi. ― No puedes quedarse aquí, golubushka, ― dijo. ― No es seguro. Él tiene que creer que estás muerta. Dudo que vuelva esta noche, pero no podemos correr ese riesgo.

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Atada al Fuego ― No puedo entrar en un hotel con este aspecto, ― señaló. No podía mirarlo. Ella no sabía lo que estaba sintiendo, pero estaba a punto de llorar y no se atrevía a llorar. Si lo hacía, nunca sería capaz de detenerse. ― ¿Hay una ducha en la caseta del jardinero? No era exactamente un cobertizo, sino un lugar para que el equipo de trabajo, fuera al baño y tomara descansos. Lissa había jugado en ella siendo una niña, pero habían pasado años desde que había estado allí. Se había olvidado de eso. Asintió. ― Sí, pero yo no tengo ropa limpia. ― Voy por las cosas que necesitarás, Giacinta. Su voz era tan suave que su corazón dio un vuelco y un nudo en la garganta, amenazo con estrangularla. Ella no le respondió porque no podía. Solo asintió y se alejó de él, tropezando hacia el edificio nuevo en los árboles. Nadie estaría allí a esta hora del día y podía llorar todo lo que quisiera en la ducha donde nadie podía verla o escucharla a ella. La puerta estaba asegurada, pero no tuvo problemas para abrir la cerradura ridículamente fácil. El edificio era viejo y necesitaba atención, pero el agua estaba caliente. Ella se quitó la ropa embarrada, y vertió el agua tan caliente como pudo soportarla y entró en baño. No era en lo más mínimo de fantasía, no como las duchas en la casa principal, pero el agua se sentía bien hasta que llegó a las laceraciones en la mano y el cuello. Eso picaba. Y que comenzaron las lágrimas. Ella puso una mano en la pared de azulejos, y se puso bajo la cascada de agua y lloró. No tenía idea de cuánto tiempo se quedó allí, pero luego Casimir estaba allí, desnudo, en la ducha con ella, girando su cuerpo sin resistencia en sus brazos y abrazándola con fuerza contra él. Una mano fue a la parte posterior de la cabeza, con la palma contra su pelo mojado, sosteniendo su cara en el pecho, mientras que su otro brazo se cerró alrededor de su espalda. Se puso de pie rígidamente por un momento, y luego no hubo resistencia a su comodidad. Su fuerza.

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Atada al Fuego ― Estoy aquí, lyubov Moya. No voy a ninguna parte. Él sabía. El sabía exactamente cómo se sentía. La terrible sensación de traición, como si todo y todos los que conocía, casi desde el momento de su nacimiento, hubieran conspirado contra ella. Este hombre que la sostenía conocía la traición. Él sabía de la traición en su peor momento. Él sabía lo que se sentía al vivir en un papel, para obtener todo mezclado y olvidarse de sí mismo, y de lo que eras. El sabía todo eso íntimamente. Dejó que sus brazos fueran a la deriva hasta su pecho, ese, pecho duro y sólido, cálido ahora, reconfortante, los latidos del corazón debajo de su oreja, fuerte y constante. No podía imaginar ninguna otra manera que no fuera fuerte y constante. Por supuesto que estaría allí. A su espalda. En su parte frontal, donde ella lo necesitara. Lissa dejó que le fundiera en el calor, abrazándolo, llorando una tormenta de lágrimas por los dos, por sus infancias perdidas, por sus padres asesinados y por sus hermanos perdidos hace mucho tiempo, especialmente por los más mayores, que podrían ser, y probablemente eran, un psicópata total gracias a que un hombre en San Petersburgo, había matado a los padres de los niños, los arrastraron a unas escuelas y les forman en máquinas de matar, sólo para decidir, después de años de servicio, que debían matarlos a todos ellos. Casimir la meció hacia adelante y atrás, con las manos suavizando caricias por su espalda, los dedos masajeando la nuca y el cuero cabelludo, susurrando besos y amor en las sienes y por un lado de la comisura de su boca. Al mismo tiempo, el agua cayó sobre ellos, un capullo de vapor y amor. Ella sintió que su amor le rodeaba. Sosteniéndola. Casimir Prakenskii. ― Todo está bien. Todo bien. Estoy aquí. Sólo tienes que dejarlo ir, ¿verdad? Golubushka. Mi hermosa esposa. Te amo con todo mi corazón. Con todo lo que soy. Este hombre que quieres, es una ilusión. Luigi Abbracciabene es una ilusión. Amabas a tu tío. No hay nada de malo en ello...

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Atada al Fuego Ella golpeó su puño contra su pecho. ― Ahí esta. Es un monstruo. Él mató a mis padres. Aniquilando a tantas personas que eran buenas con nosotros. El jardinero y a toda su familia. Tenía hijos. Ellos no prescindieron incluso de los niños. Me crió para ser un asesino. Está involucrado en el tráfico de personas. No se puede saber cuántas de aquellas mujeres quieren estar haciendo lo que les obliga a hacer. Viví con él durante todos esos años, era leal a él. Lo amé. Y él me quería muerta también. No pudo evitar el dolor en su voz. O la tristeza. No quería sentir el dolor. Quería la ira. Casimir la envolvió en sus brazos apretados, sólo sosteniéndola a ella, sin discutir. Dándole. Eso fue todo. Sólo dando. Después de un tiempo el agua caliente se acabó, y luego sus lágrimas. Sólo podía llorar durante tiempo antes de que no quedara nada. Se secó su cuerpo con cuidado, envolvió su cabello en una toalla y le señaló su ropa. Era más, había empacado una maleta pequeña para ella. ― La casa está prácticamente vacía. Dejaron dos soldados. Yo les dije que me iba a tomar la noche libre, pero que si Luigi llamaba y me necesitaba, podía llegar a mí por celular. La cabeza de Lissa estaba latiendo, una razón clara de por qué era simplemente tonto, pasar media hora sollozando. El llanto salvaje no traía nada más que dolores de cabeza. Ella suspiró. ― No estoy segura de qué hacer. ― Ella se hundió en una silla mirando el juego de músculos ondeando en su espalda mientras se ponía una camiseta apretada. ― Vamos a conducir veinte minutos a un pequeño complejo justo en el mar y estaremos pasando la noche allí. Luigi es claramente consciente de que Aldo está muerto. Las autoridades o su viuda llamaron a Angeline. Luigi estará muy atrapado por el dolor de su esposa en los próximos días. Es probable que ni siquiera vaya a hacer los arreglos del funeral, para aprovechar la brecha de las dos mujeres afligidas.

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Atada al Fuego ― Tres, ― corrigió Lissa. ― Lidia está sufriendo también. Espero que Luigi no esté planeando llevarla a su red de prostitución. Casimir acabo de vestirse y le cogió la mano. ― No va a tener el tiempo. Ha perdido a Arturo, y sus otros escoltas no son tan inteligentes o de confianza. Se pasaron demasiado tiempo reforzando. Tomando esteroides. No sé si eso es cierto de todos ellos, pero están definitivamente en el departamento carentes de cerebro. Sospecho que era un requisito previo para trabajar con Luigi en esta casa, y que ninguna palabra llegara a Angeline. Pero ahora, sin Arturo, está atascado con un equipo que es bastante inútil para él. Abrió la puerta del coche para ella, ya que había llevado el vehículo de Tomasso a la parte delantera del edificio, por lo que pudo salir del cobertizo del jardinero, dar cinco pasos y deslizarse hacia el lado del pasajero del coche. ― Agáchate bajo como un saco, ― advirtió Casimir. ― No creo que alguien esté prestando atención, pero si es así, no quiero que recuerden vernos. Lissa mantuvo la cabeza y el cuerpo hacia abajo hasta que Casimir salió de la finca y hasta la carretera. Ella se acomodo en el asiento de al lado. ― Golubushka, ponte el cinturón de seguridad. Su voz era suave. Baja. Amorosa. Tan tierna que sentía un nuevo torrente de lágrimas ardiendo detrás de los ojos de ella. ― Él cree que estoy muerta. ― Y él va a seguir pensando eso. Llamará a Tomasso. Él querrá cultivar a otro hombre en la posición de Arturo. Es muy impresionante mi hoja de vida. ― Iba a matarte a ti también, ― Lissa señaló. ― Tú sabes que él lo iba a hacer. Eras el nuevo. No tienes familia. No le habías jurado lealtad a nadie. Eras el hombre perfecto para tomar los trabajos que se hacían para él y que no quería que nadie supiera, y entonces podría hacerte desaparecer, al igual que hace con cada uno en su camino.

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Atada al Fuego ― Las circunstancias cambiaron cuando Arturo murió, ― Casimir señaló. ― Me necesita ahora. Me llamará. Tenemos que trabajar en los detalles y conseguirle de inmediato. Ella dejó escapar el aliento y se inclinó hacia él. Lo necesitaba. Nunca había considerado que necesitara a alguien. Eso era todo lo que tenía que hacer, que poco de movimiento involuntario, como si él la atrajera como un imán. Se estiró al instante y le tomó la mano, llevando las puntas de los dedos a la boca brevemente antes de presionar su mano en el muslo de la manera que hacía a menudo. Necesitar, en una relación, no era bueno. La necesidad significaba debilidad, pero tenía que reconocer, que en ese momento, ella necesitaba a este hombre en su vida. Ella lo quería allí. Ella lo eligió y lo elegiría a él todos los días por el resto de su vida. ― Yo no te quería, ― ella dejó escapar. ― Cuando todas mis hermanas estaban enamorándose de los Prakenskiis, me enfrenté a la idea. Yo no quería a un hombre que sabía que iba a ser dominante, al menos yo pensaba que esa era la razón. ― No querías amar a alguien en gran parte porque tenías miedo, ― dijo suavemente. ― Ya habías perdido mucho. Ella asintió. ― Pero estoy muy contenta de que estés en mi vida. ― Vamos a salir de esto, Giacinta. ― ¿Siempre me vas a llamar Giacinta? Porque si es así, voy a tener que confesar lo que soy a todo el mundo en casa. ― Eso es lo que eres, Malyshka. Cuando vayamos a casa, a nuestra familia, iremos a casa como nosotros. Como Casimir Prakenskii y Giacinta AbbracciabenePrakenskii, por lo que las personas que queremos, sabrán quiénes somos. Así me verán y te verán.

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Atada al Fuego A ella le gustaba eso. Siempre había detestado no poder decirles a las cinco mujeres que habían formado una familia con ella, quienes eran sus padres. Cual era su nombre real. Cómo era su vida antes de conocerlas a ellas. Ella le apretó la mano más profundamente en el duro músculo de su muslo. Sólo estar con él la confortaba. Él no tenía que hablar mucho. Lo que decía importaba. Retiró sus ojos de la carretera el tiempo suficiente para mirarla. ― Fui formado en una escuela dura, Giacinta. Soy un hombre. No puedo ser otra cosa. ― No quiero que lo seas. ― Ella no quería. Ella lo amaba tal como era. Incluso sobreprotector, o lo que ella pensó que podría ser sobreprotector. Encontró que amaba que le importara lo suficiente como para preocuparse por su seguridad. No había tenido eso, ni siquiera con Luigi o con Arturo. Cuando ella iba de trabajo, no importa qué tan peligroso, nadie la esperaba al regreso, pero Casimir lo había hecho. ― Vamos a toparnos de cabeza de vez en cuando, ― dijo en voz baja. ― Está bien. Los dos somos del elemento fuego. Tanto que vamos a crecer en caliente y quemaremos en llamas. El disfrute del sexo será fenomenal. ― No estoy seguro de que sea seguro lograr que sea más fenomenal de lo que ya ha sido, ― admitió. ― Tú lo sabes mejor, Casimir, yo podría no sobrevivir. ― Por primera vez, había una pequeña sonrisa en su voz. En su mente. En su corazón. Por su culpa. Debido a un hombre llamado Casimir Prakenskii. Se llevó la mano a su boca, sus dientes burlándose de las yemas de sus dedos. ― Tengo todo tipo de mejor que mostrarte. Y vas a sobrevivir. Siempre me aseguraré de ello. El corazón le dio un vuelco. Ella sabía lo que quería decir, y él no estaba hablando de sexo. Iba a asegurarse de que no pasara nada con ella. Ella respiró hondo y soltó el nudo de la traición que se había formado en su estómago. ― Siempre voy a hacerme de lo mismo, Casimir. Nada va a llevarme lejos de ti.

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Atada al Fuego Condujeron en silencio el resto del camino hasta la pequeña localidad. El consiguió la llave de una cabaña mientras ella se quedó en el coche donde nadie podía verla. El complejo tenía varias pequeñas cabañas privadas, cada una con una vista del mar. Era pequeño y exclusivo, una pequeña joya a cargo de una sola familia que consistía en padres, un hijo crecido y su hija adolescente. Se alquilaban botes y bicicletas a sus clientes más viejos, pero ofrecían otros pocos servicios. Las cabañas estaban limpias y eran cómodas, con pequeños porches que contenían dos sillas y una tina de agua caliente para dos personas. Las cabañas estaban situadas de manera que cada uno tenía una vista del mar, pero la privacidad era completa la una de la otra. No había móviles ni televisión. Era un lugar para que dos personas disfrutaran el uno del otro en lugar de ver lo que estaba pasando en la televisión. En el momento en que Casimir tuvo la puerta cerrada y bloqueada se volvió hacia ella, su rostro una máscara, con los ojos oscuros, con hambre. ― Retira. Ahora mismo. La ropa. Al instante su cuerpo reaccionó, derritiéndose. Yendo caliente. Yendo húmeda. Sus pezones en picos. No había pensado que sería posible pasar de una tormenta de llanto a una de necesidad. Del hambre a la lujuria. Que podía hacerle eso a ella con solo su voz. Con esa mirada en sus ojos. Se puso de pie junto a la puerta, sin hacer ningún movimiento para desnudarse, sus ojos en ella, la mandíbula apretada con fuerza. La excitación latía a través de ella. Casimir estaba haciendo un punto. Ese capítulo de su vida se había ido. Encima. Él era su vida. Ella estaba en su mundo ahora. Él estaba en el suyo. Ambas manos fueron al borde de su camiseta y ella se la pasó por la cabeza. Se puso de pie delante de él en su sujetador de encaje y pantalones vaqueros, mirando alrededor por un lugar para poner la camisa. Él hizo un gesto con la cabeza hacia una silla mientras se quitaba el cabello y la delgada máscara, realista que cubría su cara. ― Tu sujetador es el siguiente.

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Atada al Fuego Le encantaba la calma en su voz. La orden. Desencadenó algo salvaje en ella. Avivando las brasas que siempre parecían estar ardiendo en su interior en llamas reales. Ella llegó detrás de ella y obediente desengancho el sujetador, sin apartarle los ojos de encima. Mientras que la lanzó a la silla, de manera experta elimino sus lentes de contactos y los puso en un recipiente. Arrojó eso a un lado y se apoyó perezosamente contra la puerta. ― Los jeans, Malyshka. Deshazte de ellos y de tus bragas. ― Muy casualmente se quitó la chaqueta y luego retiro su propia camisa. No se movió rápido o lento. Sólo lo hizo con facilidad, con sus músculos en ondulación, sugestivo de poder oculto debajo de su piel. Estaba haciendo el incendio subiera más caliente, tanto que pensó que sólo podría tener un mini-orgasmo por la forma en que sus ojos se habían vuelto plata líquida. Sus manos cayeron a la cremallera en sus pantalones vaqueros y ella se las arreglo para retirarlo por las caderas y por sus piernas. Ella se quitó las sandalias y arrojó los pantalones vaqueros a la silla. Ni una vez quito los ojos de él, ya que no había quitado los ojos de ella. Apenas había parpadeado. El corazón se volvió un poco loco, golpeando en anticipación. Su respiración ya se había ido a desigual y él no la había tocado todavía. Ella estaba húmeda entre sus piernas. Le dolían los pechos. Ella lo quería a él con cada respiración que tomaba en sus pulmones. Él ni siquiera la había tocado aun. Su mente se llenó con él. Sólo con él. No había espacio para nada ni nadie más. Se movió entonces. Enderezándose de la pared. Eso fue todo, pero hizo apretar su sexo y sintió más fuego líquido corriendo a través de ella en señal de bienvenida. Le tendió la mano y ella inmediatamente cruzó la distancia para tomar la suya. Sin decir palabra él la tiró sobre la alfombra gruesa frente a la ventana con vistas al mar. ― A cuatro patas, frente a la ventana, ― ordenó. Su voz era suave. Fascinante. Ella no lo dudó. dándole lo que quería. Bajo a sus manos y rodillas. No hizo ni un sonido. Se arrodilló allí, el corazón palpitante. Esperando. Cuando no pasó nada, ella comenzó a girar la cabeza para ver lo que estaba haciendo. ― No lo hagas.

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Atada al Fuego Fue una orden clara. Ella contuvo la respiración y mantuvo sus ojos en el cristal. En el mar. Esperando. Preguntándose. La presión en el interior de su bobinado más y más fuerte. La quemadura creciendo más caliente, toda su atención centrada en él. Sólo en él. Todos los sentidos que poseía, esforzándose para detectar el movimiento. Por el sonido, por cualquier cosa. Sus nervios estaban en un punto de gritar, cada uno en el fuego, tan sensible que sólo el aire la tuvo cerca de su punto culminante. Ella no estaba segura de poder seguir mirando por la ventana cuando ella quería saber donde él estaba. Qué estaba haciendo. ― Pon la cabeza sobre la alfombra, Giacinta. Su voz venía de su izquierda. Su cuerpo se sacudió ante la suave orden, pero ella obedeció al instante, agradecida por la oportunidad de moverse. De hacer algo cuando su cuerpo amenazaba con estallar en llamas. Ella presionó su frente a la suave lana gruesa. ― Girar la cabeza a su izquierda, mejilla con el suelo. Ella lo hizo y lo vio. Sentado en una silla, con los ojos de plata en ella. Sus piernas extendidas hacia el frente de él. Su pene estaba duro y grueso, encerrado en el puño. Su mano se movía con pereza, bombeándolo mientras él la observaba. Mientras su mirada quemaba su marca en ella. ― Empuja ese dulce culo suyo, más alto, ― instruyó. Ante su vista, su puño se deslizo hacia arriba y abajo de la longitud de su eje duro, era una de las cosas más calientes que había visto nunca. Estaba segura de que la imagen sería quemada en su mente para siempre. más líquido derramado. ― Amplía tus rodillas para mí, Malyshka. Cuando por fin puedas separar la mirada de mi, arrodíllate y espérame, quiero ver lo mojada que estas por mí. Cómo de excitada. La cantidad de miel que va a darme antes de que yo te folle tan duro que no serás capaz de levantarte del suelo.

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Atada al Fuego Un gemido se le escapó. Ella no pudo evitarlo. Ella le obedeció de nuevo, ampliando las rodillas, pero manteniéndola abajo hacia arriba en el aire. Su pulgar se movió sobre la cabeza ensanchada de su pene, regando las gotas de líquido por todas partes. Se humedeció los labios, pero ella no dijo nada. No le pidió que lo dejara tenerlo en su boca. Su cara estaba grabada con líneas de pura lujuria. Sus ojos encapuchados habían crecido más líquidos, puramente sensuales. El puño la hipnotizaba con ese paso lento y lánguido. La mantuvo allí durante lo que pareció una eternidad. Al mismo tiempo, su cuerpo creció con más fuerza. Se sentía más vacía. Necesitaba más. Esperando. Ella estaba al tanto de todo lo relacionado con él. Los músculos de su pecho y los brazos. En sus muslos. Su aliento entrando y saliendo de su cuerpo. La quietud en la habitación. El sonido de un reloj en algún lado. Con el tiempo todo había desaparecido y sólo estaban sus ojos, su pene y el puño. Ella no podía conseguir cualquier otra cosa en su mente. No había lugar porque había expulsado todo lo demás y lleno su mente con él. Cuando estaba segura de que iba a tener que declararse con él, cuando ella estaba cerca de llorar su nombre, él se puso de pie con la misma pereza casual y se dirigió a su alrededor, fuera de su vista. Ella quería desesperadamente volver la cabeza para ver lo que estaba haciendo, pero no se atrevió. Ella supo, absolutamente sabía que iba a empezar todo de nuevo. Sus dedos rozaron el interior de su muslo y todo su sexo se apretó con avidez, sus muslos saltaron, dedos de deseo bailaron hasta ellos. Estaba empapada con calor líquido, con lujuria. Jadeo. Desesperada por él. Sus dedos se apartaron y ella quería llorar. Ella sabía que podía mantener este tormento durante horas. También sabía lo que estaba haciendo, mantener su mente ocupada en su totalidad con él, por lo nada más podía entrar. Algo suave como el terciopelo se deslizó por su muslo. Oh Dios. Su cuerpo quería fundirse en un pequeño charco de necesidad. Su lengua. Al tocar el interior de sus muslos. Apenas allí, pero dejando una larga estela de fuego quemando su pierna y directo al canal abrasador y caliente que agarró vacíamente. Así lo necesitaba. Ella sintió el roce de su mandíbula, un agudo contraste con el susurro de sus dedos y el fuego de terciopelo de su lengua.

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Atada al Fuego Sus dedos se clavaron en sus caderas y la arrastraron de vuelta casi salvajemente contra su boca. Su lengua apuñaló profundo al mismo tiempo. Eso fue todo lo que necesitó de tenerla cayendo sobre el borde, coreando su nombre, su cuerpo ya salvaje. Una y otra vez las olas llegaron, inundándola a ella, una fuerte sismo que no había detener o controlar. Seguía y seguía. En la cúspide, la más fuerte de las contracciones, se estrelló contra ella, su cuerpo ligeramente por encima de ella, dándole el mejor ángulo posible para ir al fondo. Él se condujo a través de los pliegues apretados, obligando su invasión, mientras su cuerpo se cerró sobre él como un tornillo de banco. Se quedó sin aliento. Ella gritó. Luego golpeo en ella mientras las llamas parecían consumirla. No pudo conseguir alejarse del pistón rítmico. Ella era incapaz de hacer nada más que tomar cuanto él le dio a ella. No había manera de pensar, sólo de sentir. Solamente dejo que el fuego abrasador la llevara, quemándola limpia, haciéndola completamente suya. No tenía ni idea de cuántas veces su cuerpo se convulsionó en torno suyo antes de que finalmente se despojara a sí mismo en ella. Ella se había derrumbado, pero sus brazos le sostenían, lo tenían en un lugar, a salvo. Casimir de alguna manera, encontró la fuerza para llevarla al dormitorio, protegiéndola contra su cuerpo, sosteniéndola con tanta ternura que casi no podía creer que era el mismo hombre que había tomado su cuerpo tan salvajemente sólo unos minutos antes. La colocó en la cama y bajó para terminar encima de ella, su cuerpo hacia un lado, pero inclinado sobre ella como si pudiera protegerla de todo. Como si siempre mantendría su cuerpo entre ella y algún tipo de daño. Su cuerpo todavía se balanceaba con réplicas, y cuanto más la boca susurró suavemente sobre su cara, tomó su boca con besos tiernos, más tomaba de ella, por lo que simplemente se rindió a él. Dándole todo lo que era. Su cuerpo saciado, completamente agotado, con la mente llena solamente con él, se deslizaba fuera, rodeado por su calor, escuchando la declaración de amor suave que le dijo al oído mientras ella sucumbió a dormir.

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Atada al Fuego Capítulo 17

Luigi ardía de ira. No había sido capaz de llorar. A su alrededor estaban las mujeres llorando, cada una determinada a ser más dramática que la otra. Más alto. Más molesta. Aferrándose a él hasta que había querido golpearse contra el suelo. Cuando él quería alejarse de todo. La estúpida vaca de su esposa, la hermosa pero idiota viuda de Aldo que sabía desde el principio que tenía una amante, pero que se aferraba a él de todos modos porque no tenía una columna vertebral. Sus propios hijos, llorando como niños, siguiendo los pasos de su madre, a pesar de que había tratado de enseñarles a ser hombres. Necesitaba estar solo. Lejos de todos ellos. Él se había rodeado de guardaespaldas incompetentes y soldados idiotas. Hombres que se preocupaban más por reforzar sus cuerpos que sus cerebros. Era necesario en su momento. Ahora, necesitaba inteligencia. Más que inteligencia, necesitaba astucia. Un aliado. Alguien que tomara el lugar de Arturo. Giacinta podría haber sido esa persona. Ella no era del sexo masculino, pero era inteligente. Tan condenadamente inteligente y leal. Llamó a los soldados que decidió sería la mejor escolta, ya que no podía tener a su sobrina. Llamó a Tomasso y emitió órdenes. Quería que Tomasso fuera a su casa y lo recogiera. El quería ver por sí mismo la reacción del hombre, al hecho de que él tenía dos casas, una esposa. Hijos. Si Tomasso no era el hombre que él pensaba, mataría al guardia y lo sustituiría. Luigi se enorgullecía de ser un buen juez de carácter. Había superado a su todopoderoso y grande hermano. El elegido. El que había conseguido la mujer más bella en la que Luigi había puesto jamás los ojos.

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Atada al Fuego Ni una sola vez, Elizabeta lo había mirado. Sólo tenía ojos para Marcello. Luigi había sido quien le contó a Marcello sobre la hermosa mujer que había visto. Marcello, sabía que Luigi la deseaba, pero él todavía fue tras ella. Se había casado con ella, y luego su padre le entrego la empresa familiar a Marcello. Como siempre, Luigi tenía que proteger a Marcello simplemente porque fue primero en el orden de nacimiento, no porque Marcello fuera más inteligente. Diablos no. Él no lo era y nunca lo había sido. Lo mejor que había hecho su hermano y la perra de su esposa era tener a Giacinta. Incluso entonces, Luigi había sido inteligente, haciendo un alboroto sobre el bebé, rodeándola a menudo para tomar sus lugares y hacer que tanto Marcello como Elizabeta pensaran que adoraba a su hija. Fue lo suficientemente fácil hablar de ellos sobre conseguir perros y una guía de perros. Por supuesto Luigi sería quien seleccionaría personalmente el hombre. Ahora que había sido diagnosticado con esclerosis múltiple, una brillante y maestra jugada por su parte, fue puesto en una posición de consultor y podía manejar lentamente su camino a la compra de un retiro tranquilo muy necesario en el borde del mar, a una buena distancia. ― ¡Luigi! ― La voz quejumbrosa de Angeline le tuvo apretando los dientes en el borde. ― ¿Estás escuchándome? Por Dios, acabo de perder a mi hermano. No puedo entender por qué no estás prestando atención a los niños o a mí. Han perdido a su querido tío. La visión de sus manos alrededor de su garganta se levantó. Había estado teniéndola mucho últimamente. No podía deshacerse de ella, no tan pronto. La única forma de evitar estrangularla con las manos desnudas era poniendo distancia entre ellos. Incluso estaba soñando con matarla, no era una buena cosa cuando él estaba durmiendo en su cama. Sin embargo, ella le dio la mejor de las coartadas. Era más, le prodigó atención desde el momento en que fue a su casa, hasta que no pudo tomar otro momento con ella. Incluso proponiéndoselo a sí mismo, la perra codiciosa no estaba satisfecha. Ella quería cada segundo de su tiempo. Cada segundo. ― ¡Luigi! ― Angeline gritó su nombre.

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Atada al Fuego Luigi hizo una mueca al escuchar el tono. Ese era el tono que sabía que le partiría un día. Sólo. No. Ahora. Él no podía permitirse un error, no cuando estaba tan cerca de su objetivo. Desde el momento en que conoció a Angeline Porcelli y concibió su plan, había sido pegajosa. Se pasaba horas quejándose de cómo su papá amaba a Aldo tanto, pero que ella no era más que una mujer y que él la despediría como si no valiera la pena. Luigi vertio su atención en ella, pero ella lloraba por horas y le decía cómo Aldo no tenía tiempo para ella nunca más, ahora que se había casado, trabajaba muy duro y tenía una amante. Cuando Luigi estaba en casa, fueron sus hijos los que tomaban su tiempo, una vez más, dejándola sola. El infierno, si la estrangulaba, estaría haciendo su servicio, poniéndolos fuera de su miseria. ― Te he oído, Angeline, ― dijo en voz baja, con la cabeza hacia abajo, mirando los mensajes de texto rápido cuando lo hizo. ― Yo he hecho todo lo que pediste. Los chicos saben que no deberían estar haciendo tanto alboroto con tanta gente alrededor. No están más que molestos por la muerte de Aldo, al igual que tu, pero yo tuve una palabra con ellos. Pasé tiempo con ellos y les aseguré que no les pasaría nada a ti o a ellos. ― ¡Lo hiciste! ― Angeline se lamentó y se lanzó a sus brazos. Pegajosa. Luigi la sostuvo, llevando su celular a la espalda y terminando su mensaje a Tomasso para que viniera a buscarlo. Necesitaba salir corriendo de allí rápido o no iba a ser responsable de lo que él hiciera. ― Todo el mundo ya está mirándote, Luigi, para que tomes el lugar de Aldo en el negocio familiar. Él mantenía tan ocupado. Estaras dos veces más ocupado. Si tomas su lugar, no sólo vas a estar fuera todo el tiempo, vaa a estar en peligro. Sabes que lo harás. Y nos pondrás a todos en peligro. Salí contigo todos esos años, debido a que tu familia era pequeña y nadie iba a estar celoso de tu territorio ni vendrían detrás de ti. Hizo una mueca. Esa era la manera en que Angeline lo menospreciaba a él. Era un luchador pasivo-agresivo, arrojando pequeñas flechas a él cuando ella no estaba haciendo su camino. Pero ella sabía que no debía utilizar el nombre de la familia para su veneno. Él dejó caer los brazos bruscamente y dio un paso atrás, mirándola con rabia y una máscara fría.

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Atada al Fuego ― Pareces olvidar que mi hermano, mi hermana en ley y sobrina fueron todos muertos, sacrificados, por alguien. Fue tu familia quien se levantó para sacar el mayor provecho, y si no hubiéramos estado ya saliendo, nunca hubiera creído a tu padre cuando él me aseguró que no estaba implicado de alguna manera. Así que no vuelvas a decir algo así de nuevo. Ahora lárgate de mi vista. ― Emitió la ultima orden entre los dientes. Angeline dio un paso atrás, moviendo la cabeza, con lágrimas en los ojos. ― Lo siento. No fue mi intención decir tal cosa. Estoy tan asustada por ti. Por todos nosotros. ― Vete, Angeline. Tengo negocios que atender. Mi empresa familiar. Uno de mis hombres estará recogiéndome pronto. Mientras tanto, te quiero fuera de mi vista para que pueda olvidar las cosas que acabas de decirme. ― Mantuvo su voz helada. Angeline había oído ese tono antes, se giró y corrió, llorando. Luigi dio un suspiro de alivio y se fue a su despacho y cerró la puerta con firmeza. Ella se había aferrado a él constantemente, no dejándole solo ni por un momento, por lo que había tenido que esconderse en los baños y en el exterior del recinto donde no pudiera encontrarlo. Escondido en su propia y maldita casa. La despreciaba. Era débil. Inútil. Angeline, todavía creía que la quería porque quería creer. Ella odiaba el sexo y le había dejado claro a él que se estaba sacrificando al tener relaciones sexuales con él porque era su deber, y porque lo amaba. Una vez que él había sabido que a ella no le gustaba, no porque no sintiera nada cuando estaba con él, sino porque se veía a sí misma como santa y al sexo como algo sucio, tomó un placer perverso en mostrarle como de sucio era lo que hacía con él. Pasaba una gran cantidad de tiempo en sus rodillas rezando por su alma después de una noche con él. Luigi se frotó las sienes fuertemente. Irónicamente, la única persona que había sido leal a él, aparte de Arturo, la había asesinado. Eso le molestaba. No había pensado que sería tan difícil, pero casi se había convencido de no seguir adelante con ello. Él había sabido todo el tiempo que Giacinta tenía que morir.

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Atada al Fuego No era un hombre sensible, y no tenía idea de que la emoción había comenzado a afianzarse en él. Cuando empezó a mirar hacia adelante a sus conversaciones. Sus juegos de ajedrez. Su risa. Solo después de haberla alejado de casa y tenerla esos largos meses en los Estados Unidos. Giacinta era inteligente y era leal a una persona, a Luigi. Él suspiró y se sirvió una bebida, mirando sin salir de la ventana. Giacinta. Ella se fue. La única persona que trajo un poco de alegría en su mundo sin descanso oscuro. Sus propios hijos no podían igualar su inteligencia o su unidad. Ella era un arma secreta que podría haber utilizado en contra de sus enemigos. Él nunca tendría otra como ella. Él no había querido matarla. Pero era necesario. ― Necesario, ― murmuró en voz alta, y se bebió el resto de su whisky. El coche llegó en un tiempo récord, una buena marca para Tomasso. Saludó a Luigi de manera sobria, consciente de la pérdida de su hermano en ley. El mundo sabía de la pérdida de Aldo y el escándalo de su esposa y la amante luchando mientras que el cuerpo yacía todavía caliente. ― ¿Se encuentra bien, señor? ― Preguntó Tomasso, abriendo la puerta del coche para él, el asiento del pasajero en la parte trasera. Había una verdadera preocupación en su voz. Luigi asintió brevemente. Por alguna razón la pregunta hizo que su pecho le doliera. Una gran piedra presionada abajo en él. Giacinta. No había forma de traerla de vuelta. Tendría que vivir con su decisión. Luigi se asentó en el asiento de atrás, preparado para el largo viaje de regreso a su finca, su santuario junto al mar. Él estaba agradecido de que Angeline no supiera nada de ella porque necesitaba paz. Tranquilidad. Necesitaba llegar a un acuerdo con lo que había hecho. ― ¿Se encuentra bien, señor Luigi? ― Tomasso pidió de nuevo en voz baja, mirándolo por el espejo retrovisor. Luigi levantó la mano con desdén. ― Solo conduce. Eleva el vidrio entre nosotros.

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Atada al Fuego No se sentía con ganas de hablar. A él le gustaba que el hombre no hubiera hecho ni una sola pregunta sobre su casa, o por qué él nunca había mencionado que estaba casado. Tomasso sería un buen soldado. Era fuerte. Inteligente. El sabía cuándo mantener la boca cerrada. Luigi sabía que era implacable cuando lo vio. Sabía que era peligroso. Tomasso era todas esas cosas. También tenía hambre de un hogar. Luigi se lo daría a él. Pero no ahora. Ahora tenía que llorar por su sobrina perdida en paz. Se puso en contacto con Alberto, en el momento en que la viuda de Aldo había llamado a Angeline histéricamente. Ella los necesitaba desesperadamente y Luigi se había precipitado con Angeline a su lado. Luigi fue capaz de ver el cuerpo de Aldo y la sangre en el apartamento de la señora. Llegó a ser testigo de la viuda haciendo todo tipo de acusaciones a la dueña, sospechando, pero sabía que la muerte de Aldo sería juzgada como un accidente. Ahí fue una pelea de gatas, con la viuda de Aldo tratando de aruñar la cara de Lydia. La policía había tenido que ocuparse más de eso que de la protección de la escena del crimen. El forense señaló un pequeño punto negro en el dedo de Aldo en el que había presionado el timbre. Alrededor de la superficie del timbre estaba ennegrecido, un corto, desde todo punto de vista de lo obvio. La policía dijo a la viuda lo que pasó, que Aldo había saltado detrás de la descarga eléctrica y se golpeó la cabeza en la fuente, la fuente que Aldo había dado a Lidia. No tuvo precio. Perfección. Mientras el caos, los gritos y los llantos tuvieron lugar alrededor de él, él se quedó en silencio, admirando la obra de Giacinta. El alumno superó el maestro. El uso de esa fuente para matar a Aldo fue un golpe de genialidad. Ella fue muy valiosa, y se había visto obligado a matarla mientras que su esposa era inútil y todavía vivía, un alabastro colgado alrededor de su cuello. Dolor. Fue tan inesperado que quería llorar. Había llorado. Angeline le había visto y pensado que lloraba por su hermano. Había llorado por Giacinta. Él ni siquiera lo había hecho por Arturo y él sabía lo mucho que se preocupaba por su amigo y guardaespaldas. Giacinta.

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Atada al Fuego Había llamado a Alberto y le dijo que lo hiciera inmediatamente porque sabía que iba a dejar sin efecto la orden si no se había hecho. Se habría detenido. En la semana que habían pasado desde que Aldo y Giacinta habían muerto, había asistido al funeral de Aldo. La larga procesión en honor a él había sido una broma. Qué hipocresía, el hombre había ido a la iglesia cada domingo y había matado a los hombres al día siguiente sin más que pestañear, pero todavía tenía un funeral en la iglesia con la congregación llorando sobre él y el sacerdote bendiciendo su ataúd y diciendo oraciones sobre su cuerpo. Esa noche, Luigi había regresado y escupido sobre la tumba de Aldo, solamente por ese momento, deseó que fuera la tumba de Angeline. Porque tenía que desempeñar su papel de amante esposo y heredero aparente al trono Porcelli, no había sido capaz de rendir homenaje a su sobrina. De estar en su tumba y susurrar lo que sentía y que él siempre la mantendría cerca. Giacinta. Él negó con la cabeza y deseó otra bebida. Esto no era una limusina. Había tenido que cambiar el interior del coche para adaptarlo. A él le gustaba tener un panel de vidrio para separarlo de conductor. También había tenido el coche equipado con el vidrio a prueba de balas. Las puertas se habían reforzado también. Él sabía, que cuando se hiciera cargo de la familia Porcelli, habrían muchos a los que no les gustaría que se unieran ambos territorios, por lo que se había preparado, pero debería haber añadido un bar. Necesitaba un trago... mal. Miró a través de la mampara de cristal en la parte posterior de la cabeza de Tomasso. Estaba en su coche, conduciéndose al lugar que consideraba su hogar. No a la casa que compartía con Angeline y sus hijos, sino a la casa que había hecho para Giacinta. ¿Cómo era que había traído tres niños al mundo, hijos varones, y ninguno de ellos tenía sus rasgos, pero Giacinta, un producto de su hermano y su esposa, era todo lo que ellos debieran ser. Presionó sus dedos a sus sienes. Tenía que dejar de pensar en ella. Ella tenía que morir. Él no tuvo elección. Era demasiado inteligente. La había enviado a los Estados Unidos cuando tenía dieciocho años, porque sabía que era demasiado inteligente como para permanecer en el país sola, mientras desaparecía durante semanas, lo que era necesario para mantener su vida con Angeline y los chicos. Una vez que supiera que tenía una esposa, y quien era su esposa, ella comenzaría a poner las piezas del rompecabezas y lo averiguaría todo. Ella sabría lo que había hecho.

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Atada al Fuego Luigi casi gimió en voz alta. Eso sería casi peor que matarla. Nunca quiso que conociera la verdad. Había tomado la decisión correcta, pero maldición, que le dolía. Ahora tenía que reconstruirse, encontrar buenos soldados, hombres que pudieran ser leales e inteligentes, hombres con los que podía contar. Miró a Tomasso de nuevo. Él necesitaba más como él. Hombres que no dudaría en apretar un gatillo. Hombres que tenían hambre de tener una familia. Le había dicho a Alberto que fuera rápido. Para asegurarse de que no sufría. Que la enterrara en la propiedad de Luigi, donde iba a cuidar de ella. Alberto había desaparecido al igual que lo haría después de que él se hacía cargo de los negocios, pero cuando regresara, Luigi iba a hacerle un montón de preguntas, asegurándose de que él había llevado a cabo su pedido a la carta. No quería pensar que Giacinta había sufrido. El coche se sacudió con fuerza, tirando hacia la derecha. Se agarró a la manija de la puerta y miró a través del vidrio a Tomasso. Tomasso trato de enderezarlo, luchando contra el coche. Obviamente algo no iba bien. Algo parecía ir mal con la dirección. El coche se sacudió de nuevo hacia la derecha. El corazón de Luigi se aceleró a medida que Tomasso luchaba dando un tirón. Luchando para mantenerlos en la estrecha y sinuosa carretera por encima del acantilado. Una sacudida vino de nuevo, esta vez mucho más pronunciada, y el cinturón de seguridad de Luigi le apretó casi hasta el punto del dolor, cortando en la carne. Entonces se oyó el ruido de chirrido de frenos, el coche coleó y luego se deslizó. Más deslizante... La sensación era terrible. Como en cámara lenta. Fuera del camino. En el aire. Altísimo. Luigi vio el mar corriendo hacia ellos y tuvo tiempo suficiente para sujetar la puerta. Su mente se había ido momentáneamente adormecida. No se le ocurría qué hacer, pero sabía que iban a impactar con la amplia superficie azul turquesa extensa. El auto chocó contra el agua dura, en un sonido discordante. Comenzó a hundirse lentamente bajo la superficie. Se quedó sin aliento, su mente finalmente a patadas poniéndose en marcha, dándose cuenta de que iba a ahogarse si él no conseguía salir del coche. El accidente había sucedido tan rápido. En un momento estaba pensando en ella, en su bella sobrina, y al siguiente estaba luchando por su vida.

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Atada al Fuego No pudo conseguir aflojar el cinturón de seguridad. Luchó, pero no pudo soltarlo. La banda tejida era tan fuerte que no podía llegar a su cuchillo, justo en el interior de la chaqueta. Miró a través del cristal a Tomasso. El hombre estaba vivo, y ya en movimiento. Había bajado la ventanilla y estaba haciendo su camino hacia la salida. Luigi podía ver sus piernas mientras se deslizaba a través del coche hacia el agua en el exterior. Alivio barrió a través de él. Tomasso lo sacaría. Intentó de nuevo llegar al cinturón de seguridad, pero se negó a soltarse. El coche se iba llenando de agua, ya que se hundía. Ya, el techo estaba bajo el agua, hundiendo el coche en la parte inferior cuando el mar trató de reclamarlos. Tenía que salir de allí. Pronto o el interior estaría completamente lleno. ¿Dónde estaba Tomasso? Miró por la ventana cuando él alcanzó a ver el movimiento. Se congeló. Conmocionado. Tomasso estaba allí. En el agua nadando. El se aferraba a un lado del automóvil con las manos enguantadas. Las manos enguantadas. Incluso mientras observaba al hombre, Tomasso se estiró y se arrancó el pelo y la cara. Y la metió en el interior de una bolsa que sostenía. El corazón de Luigi casi se detuvo. Apenas podía creer la evidencia ante sus propios ojos. Tomasso había estado en su casa un mes. Más de un mes. Casi dos. ¿Y esto? Un asesino. Había rumores de ello. Siempre estaban en su línea de negocio. Incluso entre sicarios había algunos que se consideran la elité. Luigi sabía que estaba mirando a uno de esos hombres. Tomasso, o quienquiera que fuese, no hizo ningún movimiento de ir hacia la superficie o nadar lejos. Él sólo se quedó allí, suspendido fuera del coche, esperando desapasionadamente a que se llenara. Asegurándose de la matanza. Luigi lo maldijo, golpeó en el cristal, pero sabía que no importaba lo que dijera o hiciera, no habría misericordia de este hombre. Ninguna súplica. Sin soborno. No había manera de detener a uno de la élite. Luigi le escupió. Furioso. Aterrorizado. Nunca había considerado que esto podría sucederle a él tan rápido. Él juzgado por el cuchillo del nuevo. Entonces su arma. La pistola estaba metida en la cintura de su espalda. No tenia esperanza de llegar a ella.

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Atada al Fuego Hubo un movimiento en el agua detrás del asesino y por un momento, entró la esperanza en Luigi. Una mujer nadaba junto a Tomasso, vestida con un traje de baño y un tanque. Ella llevaba un segundo tanque con ella. Tomasso lo tomó y se puso la cinta, empujando el regulador en la boca y luego atando el cinturón alrededor de la cintura. No había prisa en sus movimientos, y Tomasso no apartó la mirada de Luigi. A la espera. Sólo entonces la mujer se giró hacia él. Mirando directamente a él. Su corazón tartamudeó en el pecho. Giacinta. Mirándolo. Directa. A través de la ventana. Viva. Ella era real, no un producto de su imaginación. Giacinta estaba viva. Ella sabía lo que había hecho. Todo ello. Podía ver el conocimiento en su cara a pesar de la máscara que llevaba sobre sus ojos. Había dolor allí. Lamento. Dolor. Ella lo había amado, realmente lo amaba, y era más de lo que sentía desde cualquier otro ser viviente. Había ordenado la muerte de sus padres. Había ordenado su muerte. Involuntariamente, él se acercó a ella. Llevó la mano a la ventana ya que el agua se cerró sobre su cabeza. Ella se acercó a él, pero antes de que su mano pudiera tocar la ventana, Tomasso le rodeó la cintura con su brazo y agarró la muñeca con la otra mano, evitando que entrara en contacto con el coche. El pánico pegó primero, pánico tan intenso y abrumador que comenzó a luchar. A agitarse. Moviendo sus piernas. Estaba desesperado por salir del cinturón de seguridad apretado que lo mantenía clavado en el asiento. Echó la cabeza hacia arriba, tratando de llegar a la superficie a pesar de que sabía que era imposible. Sus pulmones ardían. Él sabía que no podía contener la respiración por mucho tiempo. Él nunca había sido capaz de nadar y desde luego, no podía permanecer bajo el agua mucho tiempo. Su mirada se dirigió de nuevo a ella. Su sobrina. Su Giacinta. Trato de hablarle. De decirle que lo sentía. Tratando de pedirle ayuda. Ordenándole. Jurando en ella. No se atrevía abrir la boca, por lo que lo hizo todo con sus ojos. Entonces sucedió. No pudo evitar que sucediera. Inhaló. El agua quemando por la nariz, por la garganta a los pulmones. Vio la mano de Tomasso agarrar a Giacinta con fuerza, tirando de jalarla hacia atrás y lejos.

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Atada al Fuego Ella se resistió por un momento y luego nado alejándose, mientras el agua se vertía en él. Él cerró los ojos sin querer ver a su última esperanza nadar de distancia. Lissa trató de mantener su mente en blanco cuando Casimir la mantuvo nadando lejos del coche. Dos veces trato de dar marcha atrás. ¿Por qué? ella no lo sabía. Su tío había acabado con su familia, la convirtió en una asesina y luego ordeno un golpe en ella. Al ver la desesperación en sus ojos, la mezcla de dolor y tristeza, incluso, tal vez amor...había sido tan difícil. Trató de pensar en él como un monstruo, una ilusión, no un hombre real. No en su tío, el hombre que la había criado todos estos años... Se atragantó y se dio cuenta de que estaba llorando, las lágrimas llenando su máscara. No estaba respirando adecuadamente para estar bajo el agua. Casimir nadaba cerca de ella, con la mano de vez en cuando tocándola, acariciando a lo largo de su hombro o en el brazo, sólo para hacerle saber que estaba allí. El sabía lo difícil que era esta tarea. Probablemente sabía que la perseguiría durante años. Todos ellos lo hicieron. Todos y cada uno de los vivos que ella había tomado. Intelectualmente sabía que merecían morir. Su familia no era la única familia que habían matado los hombres que había llevado a la justicia. Incluso sabía que ella había salvado más vidas. Eso no importaba cuando se iba a la cama por la noche. Nadaron durante una larga distancia, Lissa trato de mantener su mente alejada del coche. Casimir había empacado sus cosas y sus maletas estaban esperando en el coche. Lissa Piner tenía que estar en un tren, de camino a Alemania, a su próxima cita, antes de que se supiera que Luigi Abbracciabene, había muerto en un trágico accidente, pisándole los talones al accidente de su hermano en ley, Aldo. El conductor, Tomasso, nunca se encontró. Su cuerpo debió ser arrastrado por el mar, o tal vez era un cobarde y huyó cuando su jefe había quedado atrapado. De cualquier manera, las marcas de neumáticos en la carretera podría atestiguar el hecho de que él había intentado duro para mantener el vehículo en la carretera. Una vez que se examinara el coche, el mecanismo de una dirección defectuosa sería culpado.

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Atada al Fuego Casimir le tocó el hombro, lo que le indicó que empezara a moverse hacia arriba. Había dejado su barco lejos de donde el coche iría a la carretera y al mar. Eran dos turistas, una pareja, explorando el mar. Obedeció su directiva, quedándose cerca de él, con miedo de que fuera tan tonta como para nadar de regreso. Pero Luigi ahora estaba muerto, ahogado en el terrible accidente y la gente tenía que ser consciente de que un coche se había ido de la carretera al acantilado por encima del bobinado. Estarían armando un equipo de buceo. No podían estar en cualquier lugar cerca del coche y de Luigi. En el momento en que su cabeza rompió la superficie, se arrancó la máscara y la arrojó en el barco. Las manos de Casimir, le abarcaron la cintura y casi la arrojó detrás de su máscara. Se arrastró a través del asiento, retiro el tanque de alquiler, y se metió el puño en la boca, mirando a Casimir con ojos afectados. Se quitó el tanque con movimientos lentos y deliberados, los que había llegado a reconocer en él. Su mirada nunca dejo su cara. ― Está hecho, Malyshka. Estas son las últimas lágrimas No quiero que las arrojes por un hombre que no las merece. Sé que estás llorando por él, no por ti. Tomaremos el barco de vuelta, por lo que tienes el tiempo que tardemos en hacer eso para llorar por él. Después de eso, nunca más. Ella asintió, aunque no estaba segura de poder seguir su dictado. Ella entendía. Luigi Abbracciabene, su tío, era un monstruo. El hombre que pensó que era, no existía. Casimir quería que entendiera la diferencia. Podía llorar por un sueño de infancia. Por ella misma. Por su pérdida. Pero no quería que llorara por el hombre, debido a que el hombre, el que ella creía que era bueno, el que había amado, en realidad no existía. Estudió la mandíbula de Casimir, mientras guiaba el barco de vuelta hacia el complejo donde habían pasado los últimos días. Parecía invencible, con hombros anchos y un cuerpo musculoso. Llevaba su máscara sin expresión, algo que hacía a menudo en público, pero que rara vez hacia cuando estaban solos.

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Atada al Fuego Casimir despreciaba a Luigi, y sabía que no era sólo porque le había hecho daño. O incluso porque había puesto un golpe sobre ella. Tenía que ver con las cosas que había encontrado en el almacén donde la esposa de Cosmos, Carlotta, había muerto. No le dio detalles, ya que no había querido que los supiera. Ella sabía que Luigi estaba involucrado en la prostitución, pero era mucho peor que eso. No quería que Casimir le diera sus detalles. Fue lo suficiente difícil llegar a un acuerdo con la traición de su familia por parte de Luigi. Extrañamente, Casimir quería protegerla de todo lo relacionado con su tío, cuando fácilmente podría utilizar esos datos cualquier número de veces en que ella había estalló en lágrimas por la traición de su tío Luigi, para haber hecho el amor con Casimir crecer más. Incluso ahora, cuando las lágrimas corrían por su rostro, él no la reprendía. En cuanto su marido, se dio cuenta de que no había excusa para lo que era Luigi. Lo que se había convertido. Su hermano lo había amado. Ella lo había amado. Sus padres lo amaban. Había tenido una buena infancia. Él no había visto a sus padres asesinados. Él no había sido desgarrado de su hermano. Tomado y enviado a las escuelas donde él y sus compañeros fueron torturados brutalmente, para formarles en máquinas de matar. Incluso Viktor, el hermano mayor de Casimir, tenía un código. Era leal a su familia y eso incluía a otros que se habían reunido a su alrededor en su escuela. Luigi se había convertido en un monstruo a través de los celos y la necesidad de ser capaz de vivir su pervertido estilo de vida, la necesidad de poder. Tenía hambre de que otros lo admiraran y lo envidiaran. Necesitaba el sometimiento constante de otros para hacer que se sintiera poderoso. De pronto comprendió la verdad. Incluso Luigi quien ascendió al trono de las dos familias, no habría estado satisfecho. Él seguiría necesitando más. Casimir se sentó en silencio, guiando el barco hacia el complejo, manteniendo un ojo vigilante sobre ella. Preocupándose por ella. Su atención era genuina. Cada palabra. Cada acción. Él era un hombre que había sufrido y podría fácilmente haberse convertido en un monstruo, pero no lo había hecho. Su ceja subió. ― ¿Qué? Golubushka, no puedes mirarme de esa manera y no esperar una reacción.

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Atada al Fuego Se dio cuenta de que las lágrimas se habían secado. Luigi Abbracciabene ya no tenía ninguna influencia sobre ella. El hombre en ese coche no era nadie conocido o del que le importara saber. Su tío había muerto hace años, mucho antes que su padre y madre. Ella tenía una vida, y la vida era el hombre sentado allí mirándola como si ella fuera todo su mundo. ― ¿Cómo estoy mirándote? ― Le cuestionó. ― Con amor. ― Su voz se suavizó, junto con las líneas duras grabadas profundamente en su rostro. ― Estas mirándome con amor. Exacto. Duro. Para que el mundo vea. ― Tal vez es porque Te amo así. Exacto. Crudo. No me importa si el mundo lo ve o no, siempre que yo lo haga. ― Tenemos que tomar un tren, Malyshka, ― dijo. ― Vamos a perderlo, si sigues mirándome de esa manera. ― ¿No te gusta? ― Preguntó. Él le dedicó una pequeña sonrisa. ― Tú lo sabes mejor. Me estás tentando a propósito. Ella sacudió su cabeza. ― No, no esta vez. La verdad, mi marido, es que eres increíble, y yo estaba pensando en lo extraordinario que eres y en lo afortunada que soy de tenerte. Sus características fuertes, fueron a la piedra. Sus ojos se abrieron líquidos, una hermosa plata fundida que ella siempre había querido ver o necesitaba ver. Su corazón tartamudeó. El estómago le dio un vuelco lento. Frotó el pulgar a lo largo del centro de la palma de su mano, observando su rostro mientras lo hacía. ― Tenemos un coche privado, ¿verdad? ¿En ese tren? Debido a que no te imaginarías lo que estoy pensando en este momento. ― Ella centró sus pensamientos en su pene. En su boca. En las cosas deliciosas que quería hacer con él.

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Atada al Fuego ― Te vas a meter en problemas, ― Le advirtió. Moviendo sus piernas sin descanso. ― Estoy llevándonos a la costa, así que no te detengas. Pero vamos a estar luchando por otro camino para llegar a Alemania. Ella rió, el viento azotando el sonido de nuevo a ellos. ― Una oportunidad perdida. ― No voy a perder, ― Le corrigió. ― Sólo retrasarlo hasta que estemos en ese tren. Lissa se bajó del barco, lo ató y luego corrió a su pequeña casa mientras Casimir se encargaba de devolver los tanques de buceo y el barco de vuelta al lugar de alquiler del complejo. Ya se había duchado y atendido para el momento en que él regresó y fue limpiando la cabaña por costumbre. Después de toda una vida teniendo cuidado, llevaba guantes sintéticos estrechos con las huellas dactilares de la identificación de Patrice Lungren. Llevaba la peluca negra y, a menos que ella estuviera dentro, ataba sus pechos. La única vez que ella no lo había hecho era cuando estaba nadando, y luego uso mucha ropa, sin forma para el encubrimiento. ― ¿Tienes todo? ― Preguntó Casimir cuando él salió del baño, sus vaqueros sin cuidado ni abotonados. Había dejado el botón de la parte superior suelto y todavía estaba descalzo. ― Ahora, ¿quién esta bromeando? ― Replicó ella. ― En serio, cariño, tenemos que salir de aquí. La casa es pequeña, así que fue bastante fácil de conseguir las cosas limpias. Verifiqué los cajones y bajo la cama, pero he metido todo en mi maleta. ¿Qué hay de tus cosas? Casimir había pasado toda la noche con ella. Había hecho apariciones como Tomasso en la casa de Luigi solo para ver si alguien estaba hablando de la desaparición de Luigi. Temprano por la mañana se había ido hacia atrás y empacó la ropa de Lissa, haciendo saber que la llevaba a la estación de tren, así que ella podría hacer su siguiente cita. Nadie lo cuestionó. Ellos no lo harían. Sin dirección y averiguando que tenían tiempo libre, los otros guardaespaldas se habían dispersado, a la búsqueda de mujeres, bebiendo y jugando duro antes de que se les acabara la oportunidad. Nunca se dieron cuenta de que en realidad no vieron a Lissa en la casa.

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Atada al Fuego ― Estoy bien, ― respondió. ― Vámonos. Se detuvo en la puerta. ― Me gustó este lugar. No tanto como la villa que teníamos, pero eso es sólo porque nos lo pasamos en completa privacidad allí y eres muy creativo cuando tenemos completa intimidad. ― Lyubov Moya. ― Él negó con la cabeza, de pie cerca, desplazando su cuerpo en el marco de la puerta. ― Tú no eras silenciosa cuando te empuje más allá de cierto punto. No podía tener a los vecinos a más de tres cabañas, llamando a la policía. Así las cosas, tuve que sobornar a los que estaban junto a nosotros para que no la llamaran. Ella se echó a reír y empujó la pared de su pecho. ― No lo hiciste. Estuve en silencio. Él levantó una ceja. ― Ahora sólo estás mintiendo. ― Bueno, ― pretendió cubrirse. ― Tal vez consigo un pequeño dulce, si no vas a dejar que me corra como en una hora. Él se rió de ella, sacudiendo la cabeza. ― ¿Una hora? Nena, no quiero hacer de ti una mentirosa, así que la próxima vez que estemos en un lugar privado, Voy a poner mi reloj cuando te atormente. Y lo haría. Ella sabía que lo haría. La idea de lo que iba a hacer con ella en esa hora la dejó jadeante. Al instante húmeda. Tremendamente excitada. Casimir era muy creativo y siempre insistía en darle sus orgasmos múltiples. ― Me gustaría verlo, ― dijo en voz baja mientras la tomaba del brazo y la llevó hasta el coche. Le abrió la puerta y la llevó al interior. ― Te quiero ver, Giacinta, ― corrigió él. ― Ponte el cinturón de seguridad. ― Cerró la puerta y luego coloco sus casos en el maletero antes de deslizarse detrás de la dirección. ― Yo también amo mi boca entre tus piernas. Tu sabor es adictivo. Voy a estar demasiado tiempo sin ella, y eso es todo en lo que puedo pensar.

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Atada al Fuego Él conducía como hacía todo lo demás. Fácilmente. Por casualidad. Magníficamente. No se molesto con el lento tráfico, aunque tenían que coger un tren. No era el tipo de controlar para cortar la gente fuera o darles el dedo. Él era un conductor experto, otro subproducto de su formación, por lo que hizo buen tiempo. Él no corría riesgos, pero nunca vacilaba cuando se presentaba la oportunidad de moverse por entre los vehículos. ― Gracias, Casimir. Por todo. Me salvaste la vida con Alberto. Yo no habría logrado sobrevivir. Al menos no creo que lo hubiera hecho. En cualquier caso, sin ti, yo habría tenido un muy difícil tiempo de estos últimos días. ― No tienes que darme las gracias. Había un filo en su voz que le advirtió que se detuviera, pero ella necesitaba hacerlo. ― Tú me ayudaste a ver lo que era Luigi. Que no era lo que quería que fuera. ― Giacinta, ― reprendió. ― No cariño. Esto necesita ser dicho. Tengo que decirlo. Persistía en ver a Luigi como el tío que quería que fuera. Incluso después de que ordenó a Alberto matarme. Todavía tenía esta pequeña esperanza en la parte posterior de mi mente, de que ocurriría un milagro y que de alguna manera estaba equivocada. Ella suspiró. Bajó la cabeza. La peluca negra cayó alrededor de su cara, recordándole que necesitaba eliminarla. Lissa Piner tenía que subir al tren, no Patrice. Ella sacó la peluca y se la guardó en su bolso. ― El día de hoy no habría sido posible sin ti. Todavía no había llegado a un acuerdo con la verdad. Al verlo así, en el coche. Incluso si no hubiera estado contigo, yo no lo habría dejado allí. ― Lo sé. No tienes que decirme eso. Su voz. Le encantaba su voz. La forma en que podía tocarla físicamente cuando él no estaba tocándola a ella en absoluto. Sólo su voz. Suave. Terciopelo. Acariciando a lo largo de su piel. Más terminaciones nerviosas. La forma en que podía utilizar su voz como una caricia era pecado.

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Atada al Fuego ― Lo hago. Tengo que decirte, Casimir. Tienes que saber que me ayudaste a ver que el hombre que yo pensaba que era familia, que era mi tío, en realidad nunca lo fue. Él no existía. Tú eres real. Me viste cuando nadie más podía hacerlo y me dejaste entrar en tu vida. Me amaste y nos casamos. Eres real. Mis hermanas son reales. Construimos una familia juntas, las seis de nosotros. No compartimos la sangre, pero eso no nos hace menos una familia. Me aceptaron sin condiciones. Creo que aún sabiendo todo esto, sabiendo lo que he hecho, ellas todavía me aceptaran porque han aceptado sus hombres sin reservas. Tus hermanos son reales. Me llaman familia y eso significa algo para ellos. Incluso Viktor, tanto como él me preocupa debido a Blythe, creo que pondría su vida en la línea por cualquiera de nosotros. Lo sé, tus otros hermanos lo haría. Tengo todo eso. Cada uno de nosotros sufrió algo traumático fuera de nuestro control. Luigi no lo hizo. Simplemente quería cosas que no podía tener y lo retorció en algo malévolo. No era nada como el niño que estaba hecho para ser. Tú me diste la visión. ― ¿Cómo hice eso, Malyshka? ― Preguntó con suavidad. ― Sólo por ser el hombre que eres, ― ella respondió con sinceridad.

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Atada al Fuego Capítulo 18

Lissa abrió los ojos y se encontró que era todavía de noche. Una noche muy brillante. No había revestimientos sobre la ventana y la luna era una bola redonda grande en el cielo, con estrellas tan brillantes que parecían desvanecerse en el fondo alrededor de ella. Casimir yacía tumbado a su lado, de espaldas, con un brazo debajo de ella, pegándola a él incluso en el sueño, y el otro sobre los ojos como si la luz le molestara siquiera en sueños. A Casimir le gustaba oscuro. Muy oscuro. En su habitación en la casa de Luigi, siempre tenía las cortinas pesadas sobre las ventanas. Ella yacía parcialmente sobre él, con la cabeza en su hombro, una pierna colgada sobre sus muslos. Prefería que durmiera sobre él. Si no en él, entonces, ciertamente, tan cerca que casi estuviera toda por debajo de él. No le gustaba que hubiera alguna distancia entre ellos, en absoluto. El castillo todavía estaba siendo renovado en un hotel. Tenían toda la planta para sí mismos, ya que todavía no estaba abierto al público. A Lissa realmente le gustaban los propietarios. Tenían un buen negocio y todo lo deseaban hacer bien, sin romperlos financieramente. Ellos querían unas lámparas de techo para la gran sala, muy grande que utilizaban como un vestíbulo. Con el tiempo comprarían una segunda para el comedor, pero estaban concentrándose en las primeras impresiones por el momento. Eso y las habitaciones que se alquilaban a los huéspedes. Cada habitación era en realidad una suite. Ellos querían que las habitaciones fueran exclusivas, con todas las comodidades, salas donde todo el mundo quisiera volver. Lissa podría atestiguar el hecho de que habían hecho un buen trabajo. La cama en su suite era increíble.

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Atada al Fuego Estudió a Casimir mientras dormía. La luz de la luna jugando por encima de su cuerpo con una mano amorosa. Allí era cálido, por lo que sólo se habían acostado con una sabana, y había sido expulsada en algún momento anterior. Ella tenía la oportunidad de mirarlo realmente a él, para memorizar cada pulgada de él. Era hermoso. Lo era en realidad. Él podría ser masculino, pero eso no le quitaba belleza. Sus músculos parecían esculpidos. Él era de proporciones perfectas. Su mirada se movió por el pecho a los pecadores doce paquetes en su vientre, ella quería simplemente darle un puñetazo. Probablemente había nacido con eso. Ella tuvo que trabajar para ese tipo de fuerza del núcleo. Su mirada se movió más abajo, y su respiración se enganchó en los pulmones. Nunca le había dado mucha importancia a cómo los penes de los hombres se veían en reposo o completamente erectos. Ella no tenía inhibiciones. No era como si el sexo le avergonzara a ella, en lo más mínimo. Para ella, era tan natural como respirar. Si uno iba a participar en actividades sexuales, creía que debía esforzarse por ser lo mejor que pudiera para su pareja. Ella también creia que entre adultos que consienten, en particular una pareja comprometida, la confianza era vital y lo que quisiera hacer era entre ellos dos. Casimir era muy creativo y ella era muy receptiva a su imaginación. Le gustaba jugar y ella siempre tenía la ventaja en el juego, finalmente. Su mano se movió muy suavemente sobre su estómago y luego se deslizó por encima de él, a horcajadas sobre él, la cabeza en su pecho. Su brazo se movió con ella, deslizándose alrededor de su espalda, encerrándola allí por un momento. Ella se mantuvo muy quieto hasta que su brazo perdió la tensión en ella y él volvió a dormirse. Sonriente, volvió la cabeza y le besó en el pecho. Muy, muy lentamente, empezó pulgada a pulgada su camino por su cuerpo. Arrastrando pequeños besos. Usando la lengua para saborear su piel. Ella se movió sobre su ingle, a horcajadas sobre sus muslos. Finalmente. Había disfrutado cada momento de los besos de él, pero temía que se despertara demasiado pronto. No solía tener esta oportunidad, no como esta, y ella la iba a tomar.

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Atada al Fuego Ella apoyó la cabeza en su cadera, cerró los dedos alrededor de su pene y se lo llevó a su boca. Ella envolvió su otro brazo alrededor de él y de inmediato lo atrajo hacia el calor de su boca. Profundo. Sin preliminares, acaba de tomarlo en lo más profundo. Y estaba despierto al instante. Eso no le sorprendió en lo más mínimo. Su hombre tenía un sueño ligero y una parte de él tenía que haberla sentido arrastrándose hacia abajo de su cuerpo. Su mano empuño su pelo, tiró de su cuero cabelludo por un momento y luego le alivio. Ella no levantó la cabeza, pero se mantuvo relajada, chupando. Tirando de la cabeza, arrastrándola hasta sus labios y la lengua sobre su eje hasta que estuvo casi fuera de la boca y luego hacia abajo de nuevo sobre el otra vez. Rápido. Profundo. Mojado. Amarrándolo con la lengua. Ella usó su mano libre para acariciar su saco, para hacer rodar las bolas de terciopelo con dedos suaves, mientras que su boca se alimentaba vorazmente en su pene. En la boca se puso duro. Completo. La circunferencia y la longitud aumentaron y parecían seguir aumentando hasta que fue más que una lucha cada vez más llevarlo a profundidad. Él estaba caliente. Pulsante. su gusto adictivo. Ella quería todo de él. Ella no quería que él la interrumpiera en medio de lo que estaba haciendo porque ella estaba disfrutando. A veces pensaba que podía llegar al orgasmo, no con las manos, pero sólo con su boca en su pene. Le encantaba sentir su placer. Saber que ella estaba dándoselo a él. Ella amaba bajar en él, pero una vez que lo hacía, una vez que comenzaba esa obra, por lo general se hacía cargo, volteándola sobre su espalda e intercambiándolos. La mano en el pelo se apretó, en una orden silenciosa y ella sabía por experiencia que iba a hacer precisamente eso, detenerla para poder tener su diversión. Ella lo aspiró más profundo en protesta, sacudiendo la cabeza. ― Malyshka, veo que vas a ser terca e insistente. Por lo menos date la vuelta para que pueda tener la misma diversión.

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Atada al Fuego Ella lo sabía ahora. Sabía que iba a insistir, y si ella no cooperaba iba a detenerla y a tomar lo que quería de todos modos. Gimiendo su protesta, manteniéndolo en su boca, ella volvió su cuerpo de manera que ella se sentó a horcajadas sobre sus hombros. Fue un tramo. Incómodo. Sus manos cogieron sus caderas y la tiró hacia abajo, hacia su rostro. Su lengua se clavó profundamente y abrió la boca para jadear ante el placer estallando a través de ella desde sólo su toque inicial. ― Te encanta mi pene, ― indico. ― Estas gotas de miel por todo mi cuerpo. ― Mmm. ― Eso era todo lo que podía decir. Él era grande, y moviendo la boca hacia abajo, usando la lengua y los labios, atrayéndolo más y más profundamente, tomó toda su concentración. Lissa se sumergió en su trabajo. Ella tuvo que sacarlo un par de veces para jadear cuando Casimir, uso su boca y los dedos para volverla loca. Estaba cerca, muy cerca. Ella quería que la tomara para poder concentrarse enteramente de nuevo. ― No. Te vas a venir cuando yo lo haga. No estoy allí todavía. Estoy disfrutando de la boca demasiado, para dejar que eso suceda. Tenía un enorme control sobre sus lanzamientos. Ella sabía que podía resistir mucho tiempo, lo que significaba que Casimir, había previsto devorarla por un largo tiempo. Ya que todo su cuerpo se estremeció de placer, y en el interior, la necesidad se enrollo más y más fuerte. No le importaba. Ella tenía lo que quería en su boca y ella lo adoraba. Ella quería demostrarle a él, lo que la hacía sentir. Cubrió los dientes con los labios, utilizo la lengua para conseguir que estuviera más húmedo, amamantándose con fuerza mientras se movía arriba y abajo, estrangulándolo con su succión, lamiendo sus puntos más sensibles, trabajándolo y disfrutando de cada segundo. Cada vez que se acercó demasiado a la liberación, Casimir dejaba lo que estaba haciendo, dándole un respiro, disfrutando del calor de su boca. Ella sabía que él quería, sin embargo, debido a que sus caderas estaban moviéndose al ritmo que había establecido y él empujaba en su boca ahora, donde antes había estado de acuerdo en permitir que ella estuviera en completo control.

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Atada al Fuego El la llevó cerca por quinta vez, adicionando los dedos. A veces su pulgar se deslizaba sobre su clítoris, provocándola con lo cerca que podía traerla. Moviéndose, estableció su propio ritmo, con la esperanza de atraparlo antes de que pudiera detener su clímax, pero él sólo se rió cuando tiró de sus caderas alejándola de él. ― No hagas trampa, golubushka, hicimos un trato. Estaba sin aliento y tuvo que retirar la boca de encima de él con el fin de respirar a través de la horrible necesidad de liberación. ― Tú hiciste el trato. Yo no estaba de acuerdo. ― Pues vas a tener que estar de acuerdo porque yo soy el que tiene el control aquí. Su aliento silbó fuera de ella. Su sabor estaba allí en su boca. Su pene era bello, allí en su mano, la corona de terciopelo amplia, tan húmeda y acogedora. Ella sabía cómo se sentía en su boca y la tentación la atrajo. Se humedeció con él, lo llevó a la boca y luego dejar por fin de protestar. ― Tu no tienes el control. Se trata de una asociación. Él sopló aire caliente sobre sus resbaladizos pliegues, apretados. ― No, lyubov Moya. Aquí no. Ahora no. Ahora, hacemos las cosas a mi manera. Ella lo atrajo profundamente en su boca. Aspirando duro. Escuchando su rápida respiración. Tarareó solo para probar un punto. La sensación vibró a través de su pene, por lo que todo su cuerpo se estremeció. Ella descubrió accidentalmente ese pequeño truco, pero había reaccionado tan bien a él que ella lo había usado a menudo desde entonces. ― Esta es mi mañana. Yo te desperté. ― Ella lo tomó en lo más profundo de nuevo. Sintió que sus músculos del estómago se apretaron, bailando con el calor y el fuego en el vientre se deslizo y se centro en la ingle. Ella hizo un malvado bailecito con la lengua y sintió que su movimiento de caderas, conduciéndolo más profundo.

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Atada al Fuego Él gimió suavemente. ― Veremos, Giacinta. ― La arrastró hasta su boca. Su gran talentosa boca. El sabía cómo usarla. Cada. Solo. Y Malvado. Truco. Ella jadeó. No había absolutamente ninguna manera de que fuera a ganar esta batalla tonta con él. Ella no tuvo su disciplina y en este momento no le importaba. Ella prodigó atención en él, decidida a traerlo al menos hasta el límite de su control. Sobre todo, ella sólo le quería hacer sentir el más placer posible. Al final, no tuvo otra opción que sostenerse ya que insistió en que compartieran el mismo clímax y siguió atormentándola durante mucho, mucho tiempo, con lo que la trajo derecho al borde hasta que estuvo casi gritando por su liberación. ― Ahora, bebé, ― dijo, con la voz ronca, su pene hinchado. Por último, finalmente, sintió que él la soltó. Estallando. Con su erupción llegó la de ella. Enorme. Fuegos artificiales. Los mejores. Ella se acostó sobre él, le echó los brazos alrededor de sus caderas mientras su cuerpo se estremeció de placer. El sabor de él estaría para siempre en su boca. En su mente. Ella lo amaba. Le encantaba todo lo relacionado a él, incluso su impresionante control. El frotó la mejilla derecha de su trasero. Suavemente. Con dulzura. Su cuerpo se contrajo. Ondulándose. No pararía durante mucho tiempo. Era... extraordinario. Como él. Al igual que Casimir. ― Malyshka. Ven aquí, Moya Lyubov. Quiero sostenerte. ― Tengo sueño. No me puedo mover. Me gusta aquí, ― murmuró, acariciándole. No discutió con ella. Se inclinó y movió su cuerpo, girándola alrededor hasta que la tuvo en sus brazos, su cuerpo tendido sobre la parte superior de él. Les cubrió con la sabana. ― Entonces duerme. Directo donde te encuentras, Giacinta. ― Estoy molesta contigo. ― Besó su pecho, sus pestañas a la deriva hacia abajo.

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Atada al Fuego Su mano se clavó profundamente en el cabello, los dedos masajeando su cuero cabelludo. Era maravilloso. Ella iba a la deriva en una oleada de satisfacción y amor. ― ¿Por qué sería? ¿Vas a decirme que ya no disfrutas de esto? Lissa volvió la cabeza y mordisqueó su piel en amonestación. ― Yo te estaba contando lo mucho que te amo. Mostrándotelo. Y me llevaste al próximo nivel. Eso no es muy bueno. ― Te he oído, golubushka, y te respondí. Él tenía un punto. En cualquier caso, ella tenía demasiado sueño para cuidarlo. Su cuerpo estaba siempre caliente. Había tantos músculos intrigantes para rastrear cuando se dejó flotar en ese mar de belleza absoluta. Ella se sentía bien amada, y él sólo había utilizado su boca sobre ella. ― ¿Te sientes querido? ― Murmuró. ― Mucho. Él la despertó una hora más tarde y le hizo el amor. Lento. Perezoso. Sensual. Hermoso. La observó todo el tiempo, sin apartar los ojos de ella. Vio el amor allí. Ella lo sintió. Ella observó su rostro cuando la belleza de su unión se apoderó de él. Ese exquisito momento en que no podía respirar. Cuando ella no podía concentrarse. Cuando el cuerpo de ella llego en un clímax fenomenal que duró para siempre y su cuerpo lo tomó con él, rodeándolo con fuego. Casimir se quedó encerrado en ella, su peso sobre ella, con los brazos apretados alrededor de ella. Ella no podía respirar, pero no le importaba en lo más mínimo. Ella lo quería allí. Ella lo agarró con fuerza mientras él enterró su cara en su cuello. ― Eres mi mundo, sabes eso, ¿verdad, Giacinta? Me trajiste de nuevo a la vida. Tú. Mi hermosa esposa. Le encantaba que él pensara eso. Estaba bastante segura de que era al revés, pero ella no podía dejar de amar a su declaración.

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Atada al Fuego ― Es importante para mí que sepas que, Moya Lyubov, muy importante. Cuando estemos en Rusia... Se interrumpió y la levantó lo suficiente como para apoyarse en la mano, teniendo el peso de ella, pero manteniendo sus cuerpos encerrados juntos. ― No quiero que corras ningún riesgo. Ella tomó el lado de su cara con la mano. ¿Podría una mujer amar a un hombre más? Ella lo dudaba. A veces, como ahora, cuando ella se limitaba a mirarlo, el amor era abrumador. Oyó la honestidad en su voz. Él le dio eso. Descarnada y cruda. Sus sentimientos. Para el resto del mundo, usaría una máscara, pero no para ella, con ella, se puso ahí, justo en la línea, sin dudar. ― Casimir, ¿crees que en forma deliberada arriesgaría lo que tengo contigo? No esperaba tenerte. Nunca. Eres un milagro para mí. No estoy renunciando a lo que tenemos con facilidad. Te lo juro, voy a ser muy cuidadosa. Se dio la vuelta y la llevó con él, por lo que una vez más su cuerpo estaba tendido sobre la parte superior del suyo. ― Tienes que entender con quien estás tratando. Quienes son. Cómo son. ― Mis monstruos infantiles eran Cosmos, Aldo, y Luigi, aunque no me daba cuenta de Luigi era una parte de la conspiración en contra de mi padre. El punto es, que estoy tratando de hacerte ver que el monstruo de tu niñez es Kostya Sorbacov. No es más que un hombre. Uno que podemos tomar hacia abajo. Tenemos un plan, Casimir. Es una una buena. No voy a ponerme en peligro a menos que sepa que tengo una oportunidad mejor que la media para salir con vida. Haremos esto juntos, lo que duplica más las probabilidades a nuestro favor. Él suspiró. Fuertemente. ― No puedo volver a vivir de esa manera. Detrás de una máscara. Sin nadie para verme. Sólo existes tú para mí. ― La tomó de la mano y le abrió los dedos, uno por uno, exponiendo su palma. Sus dedos se cerraron alrededor de los suyos y acerco su mano a la boca. Su lengua tocó el centro, una caricia directo sobre su corazón. ― Nadie más, Giacinta. No la habrá nunca. Soy un hombre que cree que su mujer debe hacer las cosas que la hacen feliz. Que cumplan con ellas. Pero… ― Su corazón se agitó. Dolía. No había pensado que fuera posible amarlo más, pero lo hizo.

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Atada al Fuego ― Cariño, no hay manera de que arriesgue mi vida. Eres importante para mí también. Esto, lo que tenemos en conjunto, es demasiado importante. Te lo juro, voy a tener cuidado. Él apretó los labios en su palma. Ella sintió su beso en algún lugar profundo. Su corazón. Su alma. El solo asintió con la cabeza, sin decir nada más. Por encima del valle del río Neckar, el castillo se encontraba perfectamente entre el Bosque Negro y las colinas de Suabia. No había duda en su mente que la familia tendria un enorme éxito con su negocio. El castillo había estado en su familia durante más de doscientos años, y había sido cuidado de forma increíble, aunque se hubiera necesitado modernizarlo. Ya tenían establos privados, un campo de golf y una piscina cubierta. Las zonas peatonales eran preciosas y el terreno para montar aún más. El castillo tenía una capilla de bodas, así como habitaciones preparadas para conferencias. Lissa se sentía afortunada de que los propietarios hubieran visto y admirado su trabajo. Había estado allí cuatro días con Casimir y cada día se había sentido como una luna de miel. Una vez que su negocio se había completado, los propietarios le habían ofrecido amablemente que completara su estancia con acceso a todo lo que quisieran utilizar. Casimir quería montar caballos. Lissa sabía que Lexi finalmente quería tener caballos en su granja. Ella había estado presionando por un granero y un establo, especialmente ahora que tenían cuatro niños en la propiedad. Todo el mundo pensó que era una gran idea. Gavriil había traído dos Terrier Rusos Negros con él, enormes perros que eran extremadamente leales y protectores de su dueño y hogar, los dos se habían convertido en seis más. No había duda de que Lexi podría salirse con la suya en relación a los caballos, porque, por supuesto, no había ninguna razón para no tenerlos a ellos.

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Atada al Fuego Lissa no montó. Ni una vez. Nunca. No le importaba explorar el campo. Las vistas desde la terraza eran impresionantes. En caballo, era positiva en que la tierra circundante se vería magnífica. Pero los caballos eran enormes. Incluso más grandes que los perros de Gavrill. Mucho más grandes. Este era su último día y quería tener un día de campo en alguna parte de los extensos terrenos. Pero decírselo a Casimir había sido un gran error. Por alguna razón desconocida, en el momento en que ella había pronunciado sus deseos, el Señor romántico decidió hacer realidad su sueño. Pero su idea del romance de alguna manera incluyo los caballos. ― Mmm. ― Ella se lamió los labios cuando volvió su mirada a ella. Tenía esos ojos, esos ojazos que iban desde el reluciente plata a fundidos en un segundo. Esa mirada le robó su capacidad para hablar. Estaba segura de que tenían que estar prohibidos por la ley. Sus ojos eran una ventaja injusta y sabía exactamente cómo usarlos. Él cerró los dedos alrededor de la nuca de su cuello y la atrajo hacia el calor de su cuerpo. ― Déjalo que me he encargado de todo. He conseguido la dirección de una sección muy aislada de sus tierras. Tendremos un viaje privado y un picnic. También te aseguro que tu caballo es el más suave para que viajes. ― Pero... ― Ella trató de protestar, pero las palabras no salían. Su mirada era puramente sensual, y la emoción se deslizó por su espalda a pesar del hecho de que tenía un poco de miedo de un animal tan alto y que pesaba más de una tonelada, o eso era lo que pesaba. ― Dame esto, lyubov Moya. Quiero que nuestro último día sea un recuerdo que nunca olvidarás. Di que sí. Sólo confía en mí, Giacinta. No había manera de que pudiera negarse. Ella asintió con la cabeza, su corazón atronando en sus oídos. El caballo no sólo era mejor que suave, sino que tenía unos modales impecables también. ― He traído la ropa que me gustaría que usaras para mí. Sólo lo que ves en la cama. Todo lo que ves, estará eventualmente en ti cuando cabalgues.

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Atada al Fuego Miró a la cama. El corazón le dio un vuelco. Ella levantó la mirada hacia él. ― Casimir... ― Créeme. ― Me es imposible montar un caballo en una falda. ― Ella eligió la cosa más fácil para protestar en primer lugar, pero ella no estaba mirando la falda. Ella estaba mirando la cadena de oro fino con los clips en cada extremo. ― Tu puedes. Es larga y no cubrirá nada importante. Vamos a estar solos. Se humedeció los labios y dejó que su mano bajara a su espalda para guiarla a la cama. La falda que eligió era muy larga, hasta los tobillos y si ella no llevaba tacones barrería el suelo. Con las botas, sólo tocaba el suelo. El material fluía libremente a su alrededor, dando un montón de espacio para estirar las piernas sobre un caballo. ― Estas son las bragas... Él negó con la cabeza, y su voz se apagó. Ella las recogió. Una cinta de encaje. El encaje era elástico y la entrepierna era casi inexistente. ¿De dónde las había sacado? ¿De dónde habría sacado la cadena? Ella coló un vistazo a él. Los extremos, que parecían pequeños tornillos, terminaban en un caucho. Ella dejó escapar el aliento y su sexo se contrajo. Fue a húmeda. Sus pechos le dolían en realidad. Ella recogió el sujetador a juego. Este era de encaje, un sujetador demi, pero que era muy escotado. Sus pechos serían empujados hacia arriba y los pezones se mostrarían por encima del encaje. No pudo evitar pensar que las bragas negras y el sujetador eran muy atractivos. Pasar la tarde a solas con él, montar a caballo junto a él, sabiendo que ella estaría usando esta ropa la pondría loca de necesidad. ― Tengo todo listo, ― explicó él, casualmente cogiendo la cadena y guardándola. ― Vístete y vamos hasta el establo.

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Atada al Fuego Ella asintió con la cabeza, y él se fue. Su corazón se volvió loco cuando se desnudó. Ella nunca había estado más emocionada. En un corto periodo de tiempo, se había casado y ahora su marido la estaba envolviendo en una salvaje, y erótica luna de miel, era increíble y muy romántico. Ella disfrutó cada segundo de ella. La anticipación y la emoción secreta de usar la ropa que había elegido para ella, así como de preguntarse dónde y cuando él le diría que se pusiera esa cadena de oro, casi le dio un mini-orgasmo. Incluso con botas de montar, se sentía atractiva mientras se trenzaba el pelo y salía de la habitación para encontrarlo. Casimir esperaba por las escaleras. Sus ojos se volvieron fundidos y una mirada oscura de lujuria se mezclo con el amor y la aprobación lo que le dio otro espasmo violento. Él se acercó a ella y sin dudar puso la mano en la suya. ― Hermosa, Malyshka. Totalmente hermosa. Gracias por estar dándome esto. ― Te daría todo lo que me pides, Casimir, ― admitió ella, despojándose a sí misma, desnuda para él. Haciéndose aún más vulnerables. No le importaba. Era la verdad y ella quería que él lq supiera. Especialmente ahora. Que se enfrentaban a los Sorbacovs, los mayores enemigos de su familia. Dos hombres poderosos que eran despiadados y tenían amigos poderosos. Un paso en falso y ambos morirían. Lissa por eso, estaba determinada a que Casimir lo tuviera todo y cualquier cosa que pudiera darle antes de salir para Rusia. Esta era su oportunidad. Su recompensa fue la expresión de su cara. Él le besó los nudillos y deslizó una mano por su mejilla antes de que la liderara por las escaleras hacia los establos. Los caballos estaban ensillados y esperando por ellos. Vio inmediatamente que Casimir era un jinete experimentado. Él la cogió por la cintura, acomodando la falda en forma de racimo hasta los muslos y la puso en la parte posterior del animal. Él mantuvo la posesión de las riendas, acariciando la cabeza del caballo y hablando con dulzura al mismo.

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Atada al Fuego Había puesto algún tipo de acolchado suave con fibras pequeñas, que sobresalían sobre la silla de montar por lo que cuando ella se acomodó en el asiento, el material rozó la V en la unión de sus piernas y cada terminación nerviosa cobró vida con la necesidad. Ni siquiera habían salido de la cuadra y estaba ya caliente, excitada, y necesitada. Por lo tanto lista para él. Le entregó las riendas y montó en su caballo mucho más alto, con facilidad, saludó el caballo y abrió el camino a la pista aislada. El movimiento del caballo, meciéndose hacia adelante y atrás, la estimulada más. Se sentía como si mil dedos se empujaran a través del encaje para acariciarla y excitarla continuamente ella. Ella estaba demasiado estimulada para tener miedo de su caballo más. No podía pensar en otra cosa que la belleza de su entorno y el incendio del edificio construyéndose de entre sus piernas. Habían cabalgado durante unos cuarenta y cinco minutos, sin hablar porque... bueno... no podía hablar. Sólo podía respirar lejos el hambre que había llegado a ser tan voraz que pensó que tendría que rogarle que parara y le diera un poco de liberación. Ella dio un suspiro de alivio cuando Casimir se detuvo bruscamente y desmonto. Lissa miró a su alrededor. Estaban en un bosque de árboles. El sonido del agua corría en alguna parte cerca. Era muy aislado y envió una pequeña oración de agradecimiento. Cuando levantó los brazos hacia ella, entró en ellos inmediatamente. La abrazó mientras ella tenía sus piernas de nuevo bajo ella. ― Quítate la blusa, golubushka, ― dijo en voz baja. ― Pero deja el sujetador. Ella no lo dudó. Ella estaba tan lista. Se desabrochó la blusa. Él se la quitó, la dobló con cuidado y la puso en la bolsa atada a su silla de montar. ― Me di cuenta de que te gusta que juegue con tus pechos. Eso realmente te excita. Y sobre todo, al igual que a mí, que sea un poco duro con tus pezones. ― Señaló la cadena en su bolsillo. ― Estos se sentirán como dedos aplicando presión, manteniendo sus pechos estimulados. Pero, Malyshka, si no se siente bien, no vamos a hacerlo.

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Atada al Fuego Ella quería la cadena. Era hermosa, y ella podía ver en sus ojos que la misma idea representada el placer para él. Ella asintió con la cabeza, se quedó sin respiración en los pulmones. La atrajo hacia él, cogiéndola alrededor de la cintura. ― Te va a gustar esto, Giacinta. Esto es divertido para los dos, así que prepárese para tus pinzas. Eso provocó otro espasmo profundo de su sexo. Si él seguía adelante con ella, ella no iba a necesitar su pene dentro de ella, estaría teniendo un orgasmo salvaje por sí misma. Él inclinó la cabeza hacia sus pechos. Tenía una boca talentosa y la usó. Golpeando. Succionando. Mordaz. Sus manos amasaron los montículos suaves, mientras que su boca y la lengua trabajaron sus pezones. Se encontró casi llorando, sosteniendo su cabeza hacia ella, presionándose contra él, con ganas de más. Necesitando más, sus pezones estaban tan duros, de pie hacia arriba, y ella apenas podía hablar. ― Cariño, no puedo soportarlo. Necesito más. Dame tu... ― Ella se agachó hacia la parte delantera de sus pantalones. Dio un paso atrás y levantó la cadena. ― Creo que estás lista ahora. Voy a ser amable. ― Él abrió la abrazadera al máximo y, mirando su cara con cuidado, comenzó a atornillarla. Su aliento dejó sus pulmones ante la larga punta en la presión. Fuego corrió desde su pezón directamente a su clítoris. Se detuvo justo antes de que saliera del placer / dolor al gran dolor. Se inclinó y rozó un beso sobre su pezón y volvió su atención al otro pecho. Cuando ella estaba totalmente ajustada y la cadena estaba suspendida entre sus pechos, dio un paso atrás, su mano rozando su torso desnudo antes de que él se quedara allí estudiándola. ― Te ves tan hermosa. Yo sabía que la falda y el sujetador negro se verían putamente calientes con el oro de la cadena. Vamos, Malyshka. ― Él la llamó.

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Atada al Fuego Ella caminó hacia él. Lento. Cada paso deliberado. Observando su rostro, amando esa mirada. Cuando ella llegó hasta él, le agarró su cintura con sus manos. ― Toma tu falda como lo hacías antes, ― susurró, acariciando sus manos sobre su cuerpo. Tocándola. Él echó la cara hacia atrás con los dedos debajo de la barbilla y tomó su boca. Había posesión en su beso. Mando. Tomó el control completo. ― Hazlo, ― murmuró contra su boca. ― Levanta tu falda como te he mostrado. ― La besó de nuevo. Y otra vez. Una y otra vez. Lissa apenas podía pensar lo que él quería. La sangre rugía en sus oídos, corría a través de las venas de ella como una bola de fuego, asentándose bajo, por lo que la presión y la quemadura eran tan fuertes que ella trató de llegar a él para envolver una pierna a su alrededor. ― Tu falda. ― Había hierro en su voz. Ella obedeció sin pensar. Al instante él la levantó y la puso en la parte posterior del caballo. Ella se agarró al animal con los muslos de forma automática, apretando con fuerza. Las fibras en la almohadilla delgada que había atado sobre el asiento de la montura se froto en su sexo. Su caballo se movió de lado, enviando los pechos y la cadena, en un vaivén, añadiendo tensión y presión en sus pezones. Se quedó sin aliento ante las dos sensaciones. ― Cariño, ― respiro. Ella bajó la mirada hacia su cara vuelta hacia arriba. Él la veía con una mirada que ella nunca antes visto, que la hizo resbaladiza por el deseo. Su canal dando espasmo. Ella quería verla un millón de veces más. Sentada en la silla de montar, chorreando de necesidad, el deseo creciente, deseo tan intenso que apenas sabía su propio nombre, valió la pena sólo por esa mirada. Se ajustó los pantalones vaqueros, los abrió en la parte delantera para dar a su gruesa circunferencia más espacio y giró sobre su caballo. ― Casimir, alguien podría venir...

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Atada al Fuego ― No lo harán. ― No dijo nada más, pero él montó a su lado, girando su cara hacia el sendero. Con cada paso que el caballo tomó, sus pechos se balanceaban. Las fibras acariciaban y mimaban su sexo hambriento. Ella trató de frotar su cuerpo sutilmente a lo largo de la almohadilla con la esperanza de aliviar en algo la tensión enrollada tan apretado en ella, pero la acción, junto con el movimiento de balanceo del caballo, sólo aumentó la necesidad. De vez en cuando, sin una palabra, Casimir se inclinaba y metía los dedos en la cadena, levantándola suavemente. La acción levantaba sus pechos y aumentaba la presión en los pezones hasta que ella gritó: casi sollozando por alivio. Ella arqueó la espalda y se frotó los muslos frenéticamente. ― Cariño, te necesito. ― Ella susurró la admisión, incapaz de soportar el fuego abrasador entre sus piernas un minuto más. Todo su cuerpo se sentía en llamas. ― Lo siento, Giacinta. ― Siguió a caballo, sonriéndole. ― No te escucho. ¿Qué estás diciendo? Ella suspiró. Él estaba de humor para jugar. ― Dije que te necesito. Realmente lo creo. ― ¿Qué necesitas de mí? ― Preguntó. ― Lo sabes muy bien. Puso los tacones de sus botas en un lado de su caballo y al instante comenzó un trote lento. su caballo siguió de forma automática el ejemplo. Con cada rebote, un relámpago chisporroteaba de los pezones al clítoris. Ella juró que brillo cuando paso por su cuerpo, uno tras otro. ― Por favor cariño. Ahora mismo. Te necesito dentro de mí, en este momento. De inmediato volvió su caballo, de regreso al suyo. Sus manos fueron a la parte delantera de sus pantalones vaqueros.

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Atada al Fuego De pie sobre los estribos, liberó su pene por completo, por lo que se proyectaba frente a él, un intimidante pico de acero. Ella quería llorar de alegría ante la vista. Lo necesitaba tanto que era casi incoherente. Tomó las riendas de su caballo de las manos y enganchó una cuerda de plomo en la brida del animal. ― Levanta la falda, ― ordenó, y alcanzó por ella. Sus pechos se balanceaban mientras la transfería de la silla de su caballo. La puso en el animal más grande, deslizando una mano debajo de la falda, la otra estabilizándola. Arrancó el encaje lejos del cuerpo de ella, hizo una bola y lo metió en el bolsillo de sus vaqueros. Su respiración era entrecortada, frenética e irregular. No podía dejar de acariciar con sus manos su pene, la magnifica parte de él que necesitaba desesperadamente. En verdad, ella apenas era consciente de que sus bragas habían desaparecido, ella no podía apartar sus manos o su mente de su pesada erección. Aparte de su pene al descubierto, estaba completamente vestido. Por alguna razón, eso la hacía sentir aún más erótica, sentada en su sujetador, la cadena de oro y su falda recogida casi hasta la cintura sin bragas. Casi llorando por él, lamiéndose los labios, lo hizo de inmediato, ampliando la brecha de sus vaqueros para que pudiera llevar su pesado saco al aire libre. Sus manos se extendieron sobre su cintura de nuevo. Casimir la levanto, sus pechos rozando su pecho. ― Sostén tu falda, ― ordenó de nuevo. Así lo hizo, sintiendo la corona de su pene empujando contra su entrada resbaladiza. ― ¿Es esto lo que quieres, Malyshka? Agarró la base de su pene, sujetándolo todavía, pero continuamente moviendo su cuerpo, sosteniéndola suspendida por encima de él, todo el tiempo controlando el caballo con sus muslos. ― Sí. ― Ella pudo ver que no era suficiente para él. Él se burlaba de ella, regando todo su calor resbaladizo alrededor de la cabeza de su pene sin dejarla que se empalara a sí misma. ― Por favor, cariño, no puedo soportarlo.

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Atada al Fuego Ella iba a volverse loca. Toda su atención se centró en la unión entre sus piernas, en el fuego rugiendo allí, y su hermosa y larga polla, gruesa. ― Tan desesperada. Ya que lo pides tan dulce... Él la golpeó con fuerza, su eje entrando a través de sus pliegues abrasadores en caliente, por lo que el ajuste apretado fue insoportable, echó hacia atrás la cabeza y rugió. El aliento abandonó sus pulmones. Ella gritó, olvidando por un momento que estaban en su caballo. El animal se movía inquieto y Casimir lo controlo con sus piernas. Llegó detrás de ella y cogió las riendas de su caballo también. Inclinando la cabeza, chupó la cadena en la boca y levantó la cabeza. Ella gritó de nuevo cuando el movimiento levantó sus pechos. Instó al caballo, al trote, utilizando los estribos para controlar su movimiento. La acción envió a su cuerpo a moverse contra el suyo. Llenándola. Estirándola. Ardiente desde adentro hacia afuera. Sus dedos le apretaron los hombros, las uñas en su carne a través del material de la camisa. Esto era casi tan malo como el tejido frotando contra ella. Era más estimulación, pero necesitaba mucho más. Ella trató de aferrarse a sus hombros y levantarse a sí misma, para dárselo más áspero, los duros golpes que necesitaba. Él levantó la barbilla más y se volvió a un lado, controlando su cuerpo con la cadena en su boca. Ella volvió a gritar cuando el fuego pasó por ella. Ella cerró los ojos y se entregó a él. No podía obligarlo a hacer lo que quería, y sabía que, al final, él se encargaría de ella. Tenía que confiar en él para hacer eso por ella. Ella confiaba en él para siempre tenerla a salvo en una peligrosa situación, y ella sabía exactamente lo que estaba haciendo ahora. Quería completa confianza. La entrega completa a él. Ella era de él e iba a cuidar de ella en todos los sentidos. Siempre. En el momento en que ella se relajó en su cuerpo, derritiéndose alrededor de su pene, aumento la velocidad del caballo de modo que cada sacudida se sintió por todo su cuerpo. Se levantó y se movió con el paso del caballo, dándole largos y duros golpes hasta que ella estaba llorando, tan cerca, sus pechos adoloridos, la sensación de los pezones como si mil dedos le apretaran, pellizcaran y balancearan con cada paso. ― Dame ese regalo, Malyshka. Dámelo.

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Atada al Fuego Ante el sonido de su voz, que suave orden, atractiva, ella explotó. El orgasmo rugió a través como si fuera una bola de fuego, que iba desde su centro hasta su vientre y luego se envolvió en sus pechos. Ella gimió, coreando su nombre. Nunca había sentido algo tan intenso, y se fue para siempre. Su cuerpo se agarró al suyo. Ordeñándolo insistentemente. Se la llevo de nuevo, una y otra vez. Durante todo este tiempo la boca manejo la cadena, y la nueva ola de llamas rugió a través de ella, ésta mucho más caliente y más fuerte que la anterior, un infierno elevándose y arrastrándolo con ella, por lo que su grito ronco se mezclo con sus gritos frenéticos. Dejó que se deslizara la cadena de su boca y ella cayó hacia adelante, con la frente presionada fuertemente contra su pecho. Casimir desaceleró el caballo, finalmente, llevándolo a un punto muerto. Sus brazos se arrastraron a su alrededor. ― Giacinta, ― él dijo en voz baja. Ella levantó la cara y capturó su boca, besándola una y otra vez, a la vez que seguía enterrado dentro de ella. Muy suavemente, él la agarró por la cintura para levantarla fuera de él. ― Entra en el estribo. Ella lo hizo y luego se fue por suerte al suelo. Ella tuvo que agarrarse al estribo para mantener el equilibrio y luego se fue a su lado. Envolvió su brazo alrededor de su cintura y la llevó, con los caballos, a un pequeño claro en el centro de un bosque de árboles. ― ¿Cómo sabías que estaba aquí? Él esbozó una sonrisa mientras ataba los caballos a las ramas bajas, dándoles un montón de espacio para pastar en el césped. ― Es una maravilla lo que unos pocos sobornos consiguen. Casimir extendió una manta en el suelo e hizo un gesto para que se sentara. Lo observó mientras sacaba la cesta de picnic y la acomodo, antes de arrodillarse frente a ella. ― Tengo que sacar las abrazaderas o esto puede volverse intenso.

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Atada al Fuego Sus manos fueron a sus pezones sensibles. Él negó con la cabeza y suavemente le apartó las manos. ― Déjame. Seré gentil. Dejó que sus manos se deslizaran hacia abajo en el muslo. Todo el tiempo ella mantuvo la mirada pegada a su cara. Él se veía feliz. Contento. Eso lo hacía feliz. Ella nunca se había dado cuenta hasta ese momento, que la mirada en su rostro era rara. Sus dedos rozaron la curva de su pecho. ― Está bien, golubushka, vas a tener que tomar una respiración profunda y voy a tomar la abrazadera fuera. Mientras lo hago, libera tu respiración muy, muy lentamente. Vas a sentir dolor por un momento, pero voy a hacer que te sienta mejor. ― Él esperó su movimiento de cabeza. Ella tomó el aliento y lo dejó escapar lentamente mientras le quitaba la mordaza. La sangre se precipitó de nuevo y ella casi gritó ante la picadura de dolor. Su boca cubrió su pezón y él suavemente la lamió y acarició con su lengua, calmando el dolor. Le chupó suavemente y casi al mismo tiempo el dolor se calmó. Él levantó la cabeza. ― ¿Mejor? ― Ella asintió con la cabeza. ― Ahora el otro. No te tenses. Toma un respiro. Estoy aquí. Su boca era un milagro, su tacto tan suave que quería llorar. Después de asegurarse de que no tenia dolor, él cogió el borde de la falda, tiró de él hacia arriba y luego tomó dos paños de su bolsa. Uno estaba húmedo, en una bolsa de plástico, y lo utilizó para limpiar entre sus piernas y luego la secó con el segundo. ― Si te gustaron las abrazaderas, ― dijo, mientras la limpiaba, ― podemos utilizarlas de vez en cuando, pero no más de diez minutos más o menos. ― Casimir, tuvieron que haber estado en mi durante una hora. Él le sonrió. Sacudió su cabeza. ― Diez minutos. Hemos sido rápidos una vez que partimos, estaba tan duro que tenía miedo de partirte. Y estaba muy caliente. ― Él terminó de limpiarse a sí mismo y se inclinó y tomó su pecho en la boca de nuevo, todavía suave, su lengua calmando su pezón. ― ¿Tienes dolor?

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Atada al Fuego ― Estoy sensible más que adolorida. No los pusiste tan apretados. Él abrió la cesta de picnic, le entregó un bocadillo y tomó uno para sí mismo. ― Nunca he visto nada más caliente o más bello de cómo te veías con tu falda alrededor de tus muslos desnudos, ese sujetador y las pinzas con la cadena. No pensé que fuera a durar. Resististe mucho tiempo. Tomó el agua embotellada y se la entregó, quito el tapón y bebió. ― ¿Querías que confiar en ti con todo, o no lo hacías? Él asintió con la cabeza, sus ojos de plata moviéndose sobre su cara. ― Necesito eso de ti. Para saber que todo lo que te pida, dentro de la habitación o fuera, que tienes confianza en mí lo suficiente como para dármelo. Después de todas las traiciones en su vida, yo no te culparía si no pudieras, pero tener tu confianza es importante para mí. ― Estoy dentro de su cabeza, Casimir. Es difícil mentir a alguien que puede ver dentro de su cabeza a veces. Él asintió con la cabeza. ― Yo sé que lo estas, pero es más que eso. Me diste algo mucho más que ver dentro de mi cabeza, Giacinta. Te entregaste a mí. Eso es algo que tome a la ligera. Su rendición es algo que siempre atesoraré, de modo que siempre sabrá que está a salvo conmigo. Ellos compartieron su almuerzo al aire libre, disfrutando el uno del otro y de la belleza de su entorno. Casimir llevó a los caballos a la pequeña corriente para que pudieran beber antes de atarlos de nuevo. Ella tuvo su pene para el postre y luego se quedó dormida en el sol de la tarde, tumbada como de costumbre sobre la parte superior de él. se despertó una hora más tarde e hizo el amor con ella, empezando lenta y suave, dándole un dulce, satisfaciéndola con un orgasmo y, tras darle la vuelta, tiro de ella hacia arriba sobre sus manos y rodillas y choco contra ella duro y rápido, su forma favorita. Acabaron juntos y se derrumbó de nuevo.

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Atada al Fuego Lissa deslizó su mano en la de él. ― Ha sido la mejor luna de miel, Casimir. Gracias.

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Atada al Fuego Capítulo 19

Con las cúpulas doradas elevándose hacia el cielo, el hotel era considerado uno de los tesoros de San Petersburgo. Fue construido en su momento por los maestros de la arquitectura, la construcción de una obra de arte, cuidadosamente conservado y modernizado. Fue sometido claramente a una renovación, pero Lissa se sorprendió de que se estuviera haciendo con el máximo cuidado. Ella había esperado que los Sorbacovs, padre e hijo, usaran bolas de demolición, en bruto, hombres rudos que caminaban sobre otros para conseguir lo que querían. Ninguno de los dos parecía ser en lo más mínimo por el estilo. Ambos eran encantadores, elegantes y muy carismático. Podía ver cómo Uri podría con delicadeza hacer fácilmente su camino a la presidencia. Ambos estaban vestidos en trajes y vinieron inmediatamente a su encuentro, no la hicieron esperar ni cinco minutos. Ambos se inclinaron sobre su mano. Uri la miró, su mirada tan sorprendida como la suya. ― Las fotografías no te hacen justicia, querida, ― dijo en perfecto Inglés. ― Pensé que eras atractiva, pero eres es impresionante. Ella le sonrió y le permitió meter la mano en el hueco de su brazo. ― Gracias. ― ¿Ya comiste? Pensamos que sería bueno hacer un recorrido por el hotel primero y mientras hablamos de negocios, logramos que nos preparen algo por si tienes hambre.

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Atada al Fuego ― Voy a confesar que me tomé una siesta y me salté la comida, por lo que sería delicioso, gracias. ― Ella dirigió una sonrisa hacia el más mayor de los Sorbacov, estudiándolo debajo de sus pestañas. Era guapo, no tan guapo como su hijo, pero sin duda atractivo. No tenia cicatrices. Ni una sola. Todos y cada uno de los hermanos Prakenskii tenía cicatrices. Los Sorbacov habían sido primordiales para poner esas cicatrices en ellos cuando eran simplemente chicos. No se veían como monstruos. De hecho, parecían lo más alejado de un monstruo que se pudiera imaginar, pero de todos modos, para ella, Luigi no se había mirado como un monstruo tampoco. Los dos hombres la llevaron por el vestíbulo, hacia una habitación enorme con techos muy altos y sorprendentes, con apliques a lo largo de las paredes. Pequeños huecos fueron tallados en las paredes donde los apliques pasados de moda, habían sido enclavados, añadiéndose al ambiente de la habitación. Ella les indicó. ― Esos son hermosos. Lo que se consigue por la iluminación de arriba, o el efecto dramático, por lo que sin duda quieres que a tus lámparas de araña se les incorporen esos colores y los diseños de los apliques de la pared. Nadie tendrá nada de eso nunca. ― No tuvo que fingir entusiasmo o admiración. Ella amaba los apliques. Eran de otra época y, sin embargo encajan perfectamente en el mundo moderno. Uri y Kostya estudiaron tanto los apliques como si los vieran por primera vez. ― No lo había pensado, ― dijo Kostya. ― Pero ahora que lo mencionas, realmente se destacan. ― Es más que eso, ― dijo Lissa, la emoción sintiéndose en su voz. ― Mira los colores. El exterior de las cúpulas es de oro. Las cúpulas de los apliques se adaptan perfectamente. Tienen una raya fina de color naranja...― Se interrumpió. ― Lo siento. Me dejo llevar cuando veo hermosas piezas de vidrio por el estilo. No tienes idea de lo difícil que es replicar algo que precioso. ― Miró alrededor de la enorme sala. ― Valen una fortuna.

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Atada al Fuego Uri le acarició la mano. ― Es un placer ver nuestro hotel a través de tus ojos. ¿Qué nos sugerirías para una lámpara de araña? Debes tener varias ideas ahora que has visto la habitación. Ella asintió. ― No puedo evitar tener ideas cuando veo un lugar en el que me encantaría trabajar. Este hotel se encuentra en un estado realmente extraordinario. Tanto en el exterior, como el interior. Me gustaría incorporar los colores de los apliques con certeza. Hacer que su marca sea la firma. Mezclar la elegancia del viejo mundo, y Rusia tiene bellos ejemplos de ello, con los tiempos modernos. En otras palabras, las salas donde se alojan los huéspedes tienen todo los servicios modernos, pero su decoración les da a sus huéspedes el sabor de la belleza de su país, su arquitectura y el arte. Los dos hombres se miraron y sonrieron, como si estuvieran encantados por sus opiniones. ― No podría haberlo dicho mejor, ― dijo Kostya. ― Hemos tenido algunos argumentos acerca de lo moderno frente a lo antiguo, y creo que se establecieron y que ambos ganaron. ― No es anticuada, ― Lissa corrigió, con el ceño fruncido en Uri, adivinando que estaba a favor de la modernización en todos los aspectos del hotel. ― La elegancia del viejo mundo nunca es anticuada. Rusia es famosa por su cristal en las lámparas de araña. Si yo fuera a incorporar tanto el mundo moderno como el viejo mundo, lo haría con mi iluminación también. No tienes que sacrificar el uno por el otro. Uri echó hacia atrás la cabeza y rió. El sonido era agradable. Una vez más le llamó la atención por la forma diferente que los hombres parecían ser de lo que realmente eran. ― Deberíamos haberte invitado hace meses. Hemos pagado a los diseñadores una fortuna y no hemos querido ni una sola idea de las que han traído y tú lo has hecho en cinco minutos. ― Soy una pelirroja, el Sr. Sorbacov, eso significa que soy obstinada y no dudo, incluso cuando debería, en darle mi opinión. ― Soy Uri, no señor Sorbacov, ― corrigió él. ― Mi padre es el Sr. Sorbacov.

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Atada al Fuego ― No para Lissa. Te llamaré Lissa, querida, y me llamarme Kostya, ― dijo Kostya. ― Soy un anciano y debo ser capaz de hacer lo que quiera. ― No creo que pueda ser muy viejo, Kostya, ― dijo Lissa. ― No lo anime,― Uri regañó, tirando de su mano para guiarla a través del vestíbulo hacia una puerta. ― Es un terrible coqueto. Cuéntanos acerca de ti. ¿Estás casada? ¿Tiene hijos? ¿Dónde vives? Ella estaba muy agradecida por todos los años de entrenamiento. Mantuvo la sonrisa en su lugar y no tanto como abrir y cerrar. El juego del gato y del ratón había comenzado oficialmente. ― No estoy casada. Supongo que no he tenido tiempo. Yo he estado demasiado ocupada tratando de establecerme a mí misma como una artista seria hasta la fecha, por lo que no tengo hijos tampoco. Yo vivo en un muy pequeño pueblo llamado Sea Haven, en la costa norte de California. Es hermoso allí y muy inspirador. Muy pocos artistas llegar a casa, por lo que la ciudad tiene una especie de sensación artística en ella. ― Ella inclinó su cabeza hacia atrás para mirar directamente a los ojos de Uri. ― ¿Que pasa contigo? Mismas preguntas. Los dos hombres la guiaron por el vestíbulo principal y por un ancho pasillo. Ella fue inmediatamente consciente del hecho de que el sonido de las voces de los obreros se desvanecía y de que no había ninguna persona alrededor. Estaba sola con los Sorbacovs, y por supuesto que habían sabido que era de Sea Haven. No sólo se los había dicho el artículo de la revista que había sido escrito, sino que estaba en su tarjeta de visita y en el sitio web también. Puede ser que no supieran acerca de los otros hermanos Prakenskii que residían allí, pero sabrían que Ilya habría hecho su hogar en Sea Haven y que también Gavriil. Lissa se recordó a sí misma que estaba preparada para esto. Ella sabía que la contactaron a causa del artículo que habían leído. Los Sorbacovs se habían puesto en contacto con ella, no al revés.

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Atada al Fuego Les había enviado diseños, al igual que lo hacía con cada cliente potencial. Cuando habían arreglado que viniera a discutir sobre las lámparas de araña para su hotel, habían sido muy explícitos sobre su itinerario, por el hecho de que ella tenía varias citas en varios países. Ella les había dado una lista de fechas y ellos habían elegido éstas. ― No soy casado, ni tengo hijos, ― dijo Uri. Lanzó a su padre una rápida sonrisa. ― Mi padre no es feliz ya que no lo he hecho bien para él. Al igual que tu, he estado ocupado estableciendo mi carrera, a pesar de que mi padre me recuerda lo suficiente que el tiempo pasa para ello. ― Tienes suerte de que su padre esté vivo para recordárselo, ― señaló en voz baja, incluyendo a Kostya en su suave sonrisa. ― Perdi a mis padres hace algunos años. Es bueno tener familia. ― Ella levantó la vista hacia el techo. ― Este hotel es extraordinario. Me gustan sobre todo los altos techos. Siempre estoy mirando en ellos con el fin de ver qué tipo de iluminación funcionaría mejor. Había un equipo de construcción que trabajaba en el hotel, pero el hotel en sí había sido cerrado mientras las renovaciones estaban teniendo lugar, algo inusual, ya que un hotel de ese tamaño no podía perder dinero todos los días. Casimir sospechaba que el cierre se debía al hecho de que los Sorbacovs no querían que nadie tropezara con el hecho de que estaban construyendo túneles secretos que podrían utilizar para un aislamiento completo, yendo y viniendo a voluntad. ― Sea Haven, ― Uri murmuró en voz alta. ― Un nombre poco común, y sin embargo, me siento como si yo hubiera oído hablar de ese lugar antes. ― Él frunció el ceño mientras sostenía la puerta abierta para que ella entrara a otra habitación. Por encima de su cabeza parecía como si se comunicara con su padre, como si la comunicación silenciosa le diera la razón por la que recordaba el nombre. ― Es muy pequeño, ― Lissa ofreció voluntariamente, precediendo a padre e hijo en la habitación. Eso significaba darles su espalda y sintió un escalofrío de miedo correr por su espina dorsal. Continuó hacia el centro de la sala, los hombros rectos, caminando con confianza.

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Atada al Fuego Esto era claramente una sala de conferencias, diseñada para que cualquier persona se sintiera como si tuviera el mundo a su alcance. Una larga mesa en un extremo de la habitación contenía varios platos con diversos alimentos. Botellas de champán estaban en cubos de hielo. Era evidente que la habitación estaba preparada para la celebración. No habían llegado a un acuerdo, sin embargo, pero contaban con que estuviera ansiosa de hacer una venta, por lo que probablemente esperaban que estuviera distraída. Se dirigió directamente a través de la habitación hacia la ventana, saliendo a la vista, dándoles la espalda a ellos, aunque había una picazón distinta entre sus omóplatos. ― ¿No es Sea Haven, donde reside nuestro querido amigo? ― Preguntó Kostya, sonando como si hubiera pensado solo en ese momento en ello. Casual. Casi aburrido, incluso, como si la conversación estuviera tomando un giro en el que no estaba en lo más mínimo interesado. Eran buenos. Mansos. Ambos. Ella no había esperado que fueran tan encantadores o carismáticos. Se volvió hacia Kostya, de espaldas a la ventana. ― ¿Tienen un amigo que vive allí? La ciudad es muy pequeña, y hago un montón de negocios allí. ― Ilya Prakenskii se trasladó allí, ¿verdad Uri? ― dijo Kostya. ― Hace tiempo. Un buen hombre. Era un agente de la Interpol y se retiró de ese negocio y entró en el de la seguridad privada. He oído de él de vez en cuando, aunque no a menudo. ― Por supuesto, ― dijo Uri. ― Ilya. ― Él arqueó una ceja a Lissa mientras cogía una de las botellas de champaña de la cubeta. ― ¿Lo conoces? El champagne era el verdadero negocio. La botella estaba helada y Uri experto, envolvió el cuello con una tela y sacó el corcho.

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Atada al Fuego ― Creo que todo el mundo sabe de Ilya Prakenskii, no sólo en Sea Haven, sino en todas partes. Él se casó con una de las hermanas Drake, Jolie. Ella es una música muy famosa y lleva a cabo conciertos en todo el mundo. En nuestra ciudad, las Drake se consideran de muy buena clase. ― ¿Le has conocido? ― Preguntó Uri mientras servía el champán en tres copas. Lissa no apartó los ojos del hombre. Ella no quería que nada se deslizara en su bebida. Ella era muy consciente de que los dos hombres habían orquestado hábilmente el interrogatorio con su encanto. Ahí habia pocos testigos de su entrada en el hotel. Sólo unos pocos de la tripulación de construcción en realidad la habían visto. Los Sorbacovs podría hacerla desaparecer después de unas pocas preguntas. ― Sí, lo he hecho. Es muy buen amigo del sheriff local, Jonás Harrington. Jolie, su esposa, es relativamente prima de una amiga mía, Blythe Daniels, así que he estado con él una o dos veces. No nos desenvolvemos en los mismos círculos. Su esposa se encuentra de gira mucho tiempo, pero parecía... ― deliberadamente vaciló como si buscara la palabra correcta. ― Protector, creo que es la mejor forma de describirlo. Él no apartó los ojos de su esposa. Kostya soltó una carcajada. ― Miedo, ― se corrigió. ― El gran hijo de puta tiene miedo. Incluso de mí, y soy su amigo. ― Los buenos modales dictaban que se girara hacia él cuando estaba hablando, pero eso significaba tomar los ojos de Uri. Ella no tenía más remedio que correr el riesgo, miro al padre de Uri, el monstruo que había ordenado el asesinato de tanta gente, simplemente porque se oponían a su política. Había tomado sus niños y los obligó a convertirse en armas para él, o los mataban. Y después de que habían servido a él y su país durante muchos años, ordenó su muerte como si no fueran seres humanos, sino basura que se podría desechar. ― Soy demasiado educada para decir tal cosa, ― dijo Lissa con remilgo, sonriéndole.

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Atada al Fuego El se rió y tomó la copa de champán que Uri le entregó. A continuación, Uri, estaba en frente de ella. Cerca. Había tomado el tiempo para estudiar todos los aspectos de su personalidad antes de que hubiera dejado los Estados Unidos en esta misión. Fue fotografiado a menudo con varias mujeres. A él le gustaban las bellas mujeres con figuras igualmente bellas. No le gustaban las modelos delgadas. Había salido con una actriz una vez o dos, pero no era en absoluto acerca de la fama. Solo le gustaban las mujeres con buenas curvas. Ella jugó con sus curvas cuando se vestía. Se había puesto una falda que se adhería hasta las caderas y hacía hincapié en su pequeña cintura. La blusa era casi transparente, pero no lo era, simplemente hacía alusión a los pechos generosos debajo de la fina tela. Su chaqueta era corta y arreglada, apretada sobre sus pechos, estrecha a lo largo de la caja torácica, metida en su cintura y luego cayendo sobre sus caderas. El traje era muy femenino, de un hermoso color oscuro, verde bosque. Sus piernas se veían por fuera de los talones, muy atractivas en los tacones que llevaba, de diseñador, con una gran cantidad de correas que llegaban hasta los tobillos. Podía ver la apreciación en los ojos de Uri. La especulación. El interés. También sabía que él podría ser un hombre muy violento, atraído o no. Tomó la copa de champán con un suave murmullo de gracias. ― Qué casualidad que Ilya se moviera a ese mismo pueblo pequeño, ― continuó Kostya. ― ¿Cuánto hace que vive ahí? ― Unos cinco años. He definido mi estudio hace unos cuatro años, pero antes de eso, trabajé en el sótano de mi casa. Eran cuartos cercanos al soplado de vidrio. Y calientes. ― Ella quería que el sujeto volviera a su trabajo. ― Una profesión tan intrigante para una mujer tan hermosa, ― dijo Uri. ― Así como inusual. Yo aprecio lo inusual. ― Se quedó mirándola directamente a los ojos. Definitivamente ligando. Ella le sonrió y se apartó el pelo, un gesto puramente femenino, una pequeña señal de que ella lo encontraba atractivo también. ― Hay algo muy satisfactorio sobre cómo hacer una obra de arte que se espera que este alrededor por un largo tiempo.

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Atada al Fuego Ella tomó un pequeño sorbo de la champaña helada. Era impresionante. La mejor que había probado. Kostya se situó cerca de la ventana que daba a la calle. Ella levantó su copa hacia él. ― El hotel tiene vistas hermosas. El río. La impresionante arquitectura de los edificios. Esto es una ubicación perfecta para un hotel. Kostya mordió el anzuelo y dio un paso hasta la ventana y miró hacia afuera. ― No he visto mi ciudad a través de los ojos de otro en mucho tiempo. Se dirigió hacia él y Uri se trasladó con ella, con una mano en la parte baja de la espalda. La ventana se hizo añicos y la cabeza de Kostya explotó, la visión impactante y obscena. La sangre salpicó por todas partes. Se quedó inmóvil, gritando. La copa de cristal exquisita cayó de sus dedos inertes al suelo. Uri juró, golpeando el suelo, arrastrándola con él. Ella se metió el puño en la boca. ― Oh Dios mío. Oh, Dios mío. ― Ella cantaba una y otra vez. Los hombres se vertieron en la habitación, armas en mano. Algunos eran señalados con la cabeza. ― ¿Que acaba de suceder? ¿Uri? ¿Su padre? ¿Que acaba de suceder? Los hombres se posicionaron alrededor de Uri en un círculo de protección. Sólo entonces se levanto, tirando de ella para que se pusiera en pie. ― Vas a venir con nosotros hasta que descubra si usted es una parte de esto o no. ― No entiendo. ― Su mirada se desvió hacia el cuerpo en el suelo, la acumulación de sangre alrededor de él. ― ¿Parte de qué? ― Miró a todos los cañones, con aspecto aturdido, aterrado, muy confundida. Uri no respondió. Rompió una orden y los hombres comenzaron a moverse, Uri y Lissa dentro de su cerrado de filas, mientras se apresuraban de la habitación, por el pasillo hacia el enorme espejo al final de la misma.

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Atada al Fuego Lissa tuvo que correr prácticamente para mantenerse al día con ellos. El agarre de Uri en su muñeca era un tornillo de banco. Sabía que tendría moretones. De una forma que no podía culparlo. Él acababa de presenciar la cabeza de su padre estallar, por culpa de algún francotirador desconocido. ― Uri, ¿por qué alguien haría eso? ― Susurró. ― Cállate. ― La orden fue escueta. Cortante. Su agarre no aflojó en lo más mínimo. Lissa cumplió, tropezando un poco, haciéndolos más lentos, pero Uri no la soltó. Su agarre no aflojó ni por un segundo, obligándola a ir con él. El grupo se detuvo bruscamente en movimiento, y un panel se abrió en la pared justo a la derecha del espejo. Fue empujada por la puerta por el guardia detrás de ella, mientras que Uri tiró de su brazo. Ella tropezó, se balanceó en sus zapatos de tacón y luegon cayó, su cuerpo chocando contra el de Uri. Sus dedos agarraron sus brazos con fuerza, cavando en ellos, sacudiendo. Ella supo al instante que apenas era consciente de ella. Estaba atrapado entre la furia y el dolor. Ella habría sentido lástima por él, pero sabía cual era la razón por la que se habían dado órdenes de matar a esos hombres y mujeres que originalmente asistieron a las escuelas de su padre había establecido. Debido a que era ambicioso. Debido a que no podía permitirse un escándalo si quería que sus aspiraciones políticas se cumplieran. Ella gritó, un grito aterrado y perdido. Se agarró a él por ayuda. ― Lo siento tanto, Uri. Ese...era horrible. ― Era. Chocante y horrible. Casimir era claramente un experto tirador. Lo que se entendía, ya que ninguno de los que salió de las escuelas, lo hacía sin ser un experto en todas las formas de matar. Uri mantuvo su control sobre ella, pero no respondió. En su lugar se dirigió a sus hombres. ― Descubran de dónde vino el tiro. ― Señor, del edificio de enfrente. En el tejado. Inmediatamente después del disparo, se produjo una explosión en el techo. Nuestros hombres se dirigen allí en este momento.

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Atada al Fuego ― No quiero que lo maten. ¿Lo entiendes? Traigan el tirador vivo. Que esto quede claro. Yo lo quiero vivo. Se volvió sobre sus talones después de dar la orden, y comenzó a caminar por el túnel rápido, una vez más tomando a Lissa, llevándola de nuevo con él. Ella arrastró aire en sus pulmones y miró a su alrededor. El túnel era estrecho, lo que exigía que fueran en fila o de dos en dos a lo sumo. Uri la mantuvo justo al lado de él. No había manera real de caer detrás de él, todavía no. Las luces de la pista del LED en las costuras del techo iluminaban el camino. Es más, se encadenaban a lo largo del suelo. Era muy consciente de que la furia de Uri crecía con cada paso que daban, porque sus dedos la sujetaban con más fuerza y más duro hasta que, a medio camino por el túnel sin fin, él se detuvo bruscamente, se volvió hacia ella y la sacudió con fuerza. ― ¡Perra! Voy a hacerte daño como nunca te hubieran herido antes. Vas a vivir por mucho tiempo y me pedirás la muerte y yo no te la daré. Tú hiciste esto. No me mientas. Tú hiciste esto. Ella era muy consciente de los hombres que les rodeaban. Todos tenían armas. Todos la miraban como si fuera su mayor enemigo. Sacudió su cabeza. ― Uri. No sé de lo que estás hablando... Él le dio una bofetada. El golpe fue entregado con la mano abierta pero era tan fuerte que sentía como si en su totalidad la mejilla explotara. El dolor irradiando hasta su ojo y hacia abajo a la mandíbula. Sus orejas sonaron, un peculiar zumbido que ahogó su grito jadeante. Ella se tambaleó hacia atrás, pero él tiró de ella hacia adelante, golpeando su puño en el estómago. Ella se dobló y se atragantó con la bilis. Uri arrebató la pistola del soldado más cercano y metió el cañón contra su cráneo, duro. ― Háblame en este momento. ¿Está Ilya por ahí? ¿Estás trabajando con él?

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Atada al Fuego Ella abrió la boca en busca de aire, sintiendo asfixia, tratando de enderezarse, pero el golpe en su estómago la mantenía inmóvil. Sólo podía tratar de negar con la cabeza. ― ¿Dónde está tu punto de encuentro? ¿Dónde vas a su encuentro? ― ladró. Ella abrió la boca y no salió nada, solo un gemido delgado. ― Bloqueen la ciudad, ― Uri dijo bruscamente a sus hombres. ― Quiero que ese bastardo sea encontrado. Ahora. El tiene que irse a algún lado. Alguien tiene que saber cómo se metió en el país y cómo planea salir. Encuentren a alguien, y háganlo ahora. ― El entrego el arma al soldado y obligó a Lissa a una posición vertical. Sus manos se asentaron alrededor de su garganta. ― Vas a decirme lo que quiero saber y podrás hacerlo ahora. Su respiración se enganchó. Sus ojos se llenaron de lágrimas. ― No puedo decir lo que no sé. No pude posiblemente… Sus manos cortaron el suministro de aire, los dedos apretando con fuerza. Ella luchó violentamente mientras sus pulmones luchaban por aire, pero él le mantuvo indefensa. Vio el negro alrededor de los bordes de su visión, sus manos bateando ante su caída y, finalmente, a los costados. La soltó y ella se dejó caer hacia adelante, luchando por su aliento. ― Habla, perra. No creo en las coincidencias. Vienes aquí de Sea Haven, en donde dices conoces a un solo Prakenskii, y luego alguien vuela la cabeza de mi padre. ― Sus manos se asentaron en torno a su garganta otra vez. ― ¿Donde está el? ¿Cómo va a salir del país? ― No sé, ― se lamentó. ― Lo juro…

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Atada al Fuego La cortó una segunda vez, los dedos brutalmente cavando en su cuello, aplicando presión, de manera que casi se sintió mareada. Entonces estaba aturdida y mareada. Su aire había desaparecido y ella luchó contra él de nuevo. Las lágrimas corrían por su rostro y sus uñas aruñaban en sus brazos y el dorso de las manos. Una vez más, de nuevo empezó a perder su capacidad de luchar, con los brazos como el plomo. Al instante le dejó ir de nuevo. ― No hay ninguna señal de alguien en el techo. No hay ningún residuo de polvora, ni desechos de papel. Ninguna perturbación en el polvo o en la suciedad, ― dijo el guardia de Uri, consiguiendo claramente la información a través de su audífono. ― Había una maleta que contenía un arma, pero fue volada en pedazos. Lissa luchaba por respirar, con una mano a la garganta. Ya se sentía magullada e hinchada. Ahí no estaba hablando con él, así que no se molestó en intentarlo. Sólo mantuvo la cabeza baja, luchando para tomar tanta cantidad de aire en sus pulmones como fuera posible. Uri juró una y otra vez, salvajemente, su ira cruda y salvaje. ― Estos hombres son fantasmas. No va a ver ninguna señal de ellos. Pero hay cámaras por todas partes. En el edificio. En las escaleras. En el ascensor. En la calle. No hay manera de perderse de todas ellas. Empezó a caminar de nuevo rápidamente, arrastrando a Lissa con él a través del túnel. Ella contó los pasos por sí misma, luchando para respirar adecuadamente. Sus tacones altos haciendo clic en voz alta en el suelo pavimentado, mucho más fuerte que las botas de los soldados. A partir de los planos que había estudiado, sabía que estaban a más de la mitad del túnel y justo por delante estaba una habitación pequeña, que habían sido destinada, para los presos.

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Atada al Fuego El túnel era el lugar perfecto para interrogar prisioneros. Nadie sabía de su existencia. Era insonorizado y podían torturar a su prisionero durante días o incluso meses si lo deseaban. Nadie nunca encontraría a la persona desaparecida. Nadie sabría nunca donde estaban. La pequeña habitación había sido diseñada exclusivamente con los interrogatorios en mente. La electricidad entraba en la habitación. Había grilletes y cadenas incorporadas en la pared. Lo sabía porque Casimir había entrado en los túneles y los había explorado, sabiendo que la llevarían a ellos. Ella temía, pero sabía, que terminaría en esa terrible habitación. Uri abrió la puerta y la empujó dentro, la mano en la espalda golpeándola tan fuerte que voló hacia delante y cayó de rodillas. Los adoquines ásperos la rasparon, rasgando sus medias de nylon y lacerando su piel. No trató de levantarse, congelándose en el lugar, con miedo a moverse. Su cuerpo temblaba y lloraba de forma continua, la imagen de la desesperación y la miseria. Iba para ambos, y esperaba verse aturdida y confusa allí también. Uri no pareció comprar su inocencia. Él la cogió por el pelo y la arrastró de forma que tuvo que arrastrarse sobre sus manos y rodillas hacia la silla atornillada al suelo. Un zapato salió justo en el interior de la puerta donde había caído primero cuando la empujó, y el segundo fue arrancado mientras se arrastraba. Él la levantó por su pelo, abofeteándola brutalmente en la cara repetidamente. Lissa levantó ambas manos para tratar de protegerse a sí misma, pero no podía alejarse de su ataque. Tuvo que luchar contra su instinto para atacarlo, tratando desesperadamente de actuar como una mujer inocente, atrapada en algo de lo que no tenía ni idea. No tenía armas en ella y era igual de bien. No habría sido capaz de pararse de tomar represalias. No había esperado que fuera tan difícil estar pasiva, suplicando y llorando cuando lo que quería era defenderse con todos los bits de la formación que tenía. Él la empujó hacia abajo en la silla y la señaló con el dedo. ― permanece allí o te juro que cortare tu garganta, antes de hacerse con él.

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Atada al Fuego Ella asintió vigorosamente, tratando de tragarse un sollozo, encogida en la silla, mirándolo con ojos asustados. Su cara se hinchaba. De hecho, podía ver el hematoma aumentando al lado de su ojo. Su mejilla latía y ardía. Su labio se cortó y se notaba ya la hinchazón. Tenía las uñas rotas de arañar sus brazos, y había algo de satisfacción en saber que las heridas en sus brazos y manos eran profundas. No había relojes en la habitación. Sabía que Uri querría que su prisionero no tuviera ni idea del paso del tiempo, horas o minutos, días o semanas. Que sufrieran, y el tiempo parecía estirarse interminablemente. Viéndose fijamente como un conejo aterrorizado, estudió su enemigo mientras le daba órdenes a sus hombres. Ellos se apresuraban a hacer su voluntad, dejando atrás a dos hombres para protegerlo. Cuando la habitación estuvo vacía, se volvió y la miró. A la defensiva, ella levantó las rodillas, y puso sus manos en la parte superior de ellos como si pudiera evitarlo. Él la miró durante un largo rato, el gato jugando con el ratón acorralado, deliberadamente prolongando el momento, dejando que sus nervios en anticipación la hicieran gritar aterrorizada. ― Por lo tanto, Lissa. ― Su voz se había ido suave. Su comportamiento frío era mucho peor que su furia. Se dirigió hacia ella. ― Realmente es necesario que hables conmigo. Esta es tu única oportunidad para aclarar todo. No me importa tu papel en esto. Sólo quiero el tirador. Su nombre. No te estoy pidiendo nada más. Sólo su nombre. Este hombre mató a mi padre. Ella dio un sollozo roto, mirándolo, hipnotizada, un canario atrapado por un gato grande, con hambre. Ella atasco su puño en la boca para calmar el sonido de su llanto. Sus ojos se hicieron más grandes mientras se dirigía a través de la habitación hacia ella. Cuando él se acercó, estiro la mano como si esa defensa endeble posiblemente pudiera detenerlo. Mientras lo hacía, echó un vistazo a su reloj. Sólo tenía que mantenerse con vida un poco más.

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Atada al Fuego Sacudiendo la cabeza, se encogió sobre sí misma. ― No me hagas daño. Te lo juro, vine aquí porque ustedes me invitaron. Antes de venir aquí, yo estuve en Alemania, en un hotel allí, y antes de eso, en un hotel en Italia. Yo no hice nada. ¿Cómo podría hacerlo? ― Su voz temblorosa se levantó con algunas notas superiores mientras se acercaba a ella como un animal depredador. ― Shh. ― Él puso un dedo en sus labios, su tono de voz bajo. Muy suave. Lissa se tapó la boca con la mano como si ésa fuera la única manera de que pudiera estar segura de que ella obedecía sus órdenes exactamente. No apartó los ojos de él mientras daba un paso muy, muy cerca de ella. Flexionándose, Uri puso una mano en cada reposabrazos, apoyándose en ella. ― Tome una respiración, Lissa. Quiero que pienses por un momento. ¿Puedes hacer eso? Piensa en lo que te digo antes de que me respondas Así de razonable. Tan tranquilo. Manteniendo su mano pegada a la boca, ella asintió con la cabeza vigorosamente, hacia arriba y abajo. Su cabello, se salió del tejido suelto, se derramó alrededor de su cara en una larga cascada roja. ― Los Prakenskiis son asesinos. Hasta el último de ellos. Parece extraño que vengas de una muy pequeña ciudad, y hagas todo el camino a mi país y aparezca uno de estos asesinos, que supuestamente acaba de llegar a ese mismo pueblo. Mantuvo moviendo la cabeza, sin apartar su mirada de él, como si estuviera hipnotizada por él. Más lágrimas cayeron, pero estaban en silencio, como si ella no se atreviera a llorar en voz alta. Ella no levantó una mano para secarlas. Su cara era una máscara de terror, rímel oscuro corría por su cara junto con sus lágrimas. ― ¿Puede entender cómo puedo pensar que ayudaste a matar a mi padre?

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Atada al Fuego Ella asintió y luego sacudió la cabeza con violencia. Con vehemencia. Negando su cargo. Mezclando la forma de contestarle. ― Este hombre. Ilya Prakenskii. Cuando se dio cuenta de que venías aquí, que te habíamos invitado, él te forzó a que le ayudaras, ¿verdad? Estos hombres, estos asesinos, hacen cosas por el estilo. Yo lo entiendo. Yo sé que cuando te están coaccionado en algo, realmente no tienes la culpa. Es probable que te amenazara. ¿Hizo eso? ¿Te amenazo? Lissa negó con la cabeza. ― En realidad nunca he hablado con él, ― se las arregló para decir, en una pequeña y asustada voz. ― Sólo me lo presentaron una vez. No sabía que iba a venir a Europa. ¿Cómo lo haría? Solamente mi familia lo sabía. Uri se enderezó, y ella se echó hacia atrás, esquivándolo. Él negó con la cabeza hacia ella, alcanzándola deliberadamente para meter mechones de su pelo rojo brillante detrás de la oreja. ― Esa no es la respuesta que yo quiero. Tú lo sabes, ¿verdad? No es una buena idea que me mientas. El golpeóa continuación, se le acercó tan rápido que no lo vio venir y no había manera de desviarlo. Él la cogió del brazo y la tiró de la silla, dándole la vuelta para que su espalda quedara delante de él, pero su brazo estaba bloqueado muy alto detrás de su espalda. Él lo levantó incluso más alto, muy, muy rápido. Duro. Retorciéndolo brutalmente mientras lo hacía. Hubo una grieta audible. Lissa gritó cuando el dolor irradio hacia arriba el brazo a su hombro, a través de su cuerpo a la boca del estómago agitado. Cayó de rodillas, capturándose a sí misma con su brazo sano. Ella trató de respirar lejos del dolor, mirando a su alrededor para orientarse, las largas hojas de pelo protegían su cara mientras lo hacía. Oyó el pitido de su reloj cuando su alarma sonó y ella se lanzo hacia delante sobre sus rodillas. Él le dio una patada con sus zapatos de vestir impecables, los que llevaba por lo elegante de su traje de tres piezas. Ella cayó sobre los adoquines, miró por encima del hombro para ver que venía a ella de nuevo y luego se lanzó hacia la única cubierta en la habitación.

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Atada al Fuego Había un escritorio, un muy pesado escritorio establecido frente a la silla atornillada al suelo, para que pudiera trabajar allí mismo, mientras que su prisionero lo observaba. Se escabulló por debajo de la mesa, utilizando su mano izquierda para presionar el pequeño botoncito incorporado en su reloj. El que parecía pertenecer al reloj para su conclusión. La explosión fue fuerte en el túnel, roca y tierra cayendo con un terrible rugido. Oyó las rocas golpeando el escritorio, y se agachó aún más bajo, haciéndose lo más pequeña posible. Oyó los gritos y gruñidos de los dos guardias, el grito de asombro de Uri. El sonido de la voz humana cortada bruscamente, y luego alguien gritó. Ese sonido también fue cortado. Ella yacía debajo de la mesa, con las piernas dobladas apretadas debajo de ella, sosteniendo su brazo, tratando de oír cualquier cosa. Cuando no hubo sonido inminente, y toda la suciedad y los residuos parecían haberse asentado, salió de debajo de la mesa. La parte superior estaba rota casi en dos, y la flacidez en el medio donde la escisión estaba, tenía una gran roca descansando en él. Era imposible ver la superficie, cubierta como lo estaba de suciedad y polvo. La sala estaba casi llena de rocas de distintos tamaños, mucha más suciedad, y las barras de acero que habían estado en el hormigón y que se utilizaban para mantener el túnel en su lugar. El polvo se arremolinaba en el aire, obligándola a cubrir la nariz y la boca. Ella se abrió paso hacia donde yacía Uri, medio enterrado bajo una pila de rocas. Su mirada saltó a su cara. Sangre roja brillante burbujeaba alrededor de los labios y la nariz. Ella pudo ver que sus heridas eran demasiado severas para que él sobreviviera. Se sentó junto a él, con cuidado de su brazo. ― Todos los niños pequeños que tu padre tomó de sus padres, los padres que mataron, los niños que sirvieron a tu país. Y que cumplieron órdenes y dieron sus propias vidas para llevar a cabo los pedidos de tu padre. Tu les recompensaste enviando asesinos detrás de ellos. Tenías que haber sabido que tarde o temprano, uno o más de ellos tomarían represalias.

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Atada al Fuego Miró a su alrededor, disfrutando de las rocas caídas y el túnel destruido. ― Eres tan predecible. Kostya siempre prefiriste tener el trabajo sucio bajo tierra. Te gustaba tener túneles de escape y lugares para interrogar a tus prisioneros, para que así no hubiera ninguna posibilidad de que pudieras ser descubierto. Cada uno de esos asesinos muy cualificados que tu padre había entrenado sabían eso de él. Ella se volvió hacia él con una sonrisa. ― Ellos estudian sus objetivos. Yo estudio los míos. Eso es todo lo que siempre fuiste, Uri, un objetivo. Tus hombres van a trabajar frenéticamente para sacarnos de aquí. Pero estarás muerto. Tus hombres. Van a sacarme libre, maltratada, golpeada y con un brazo roto, pero viva. Voy a ser una heroína en tus periódicos. Por supuesto que voy a decir el hombre maravilloso que eras y cómo estábamos bebiendo champán en un momento y al siguiente alguien estaba disparando a nosotros. Llorando soy bastante convincente, ¿o no? Tosió y la sangre se derramó de su boca. ― Eso no se ve bien. Tus pulmones se están llenando de sangre. Desagradable forma de morir, aunque parece bastante apropiada, ya que la intención de traer a tus prisioneros aquí era para morir. ― Ella se alisó el cabello. ― Estoy casada con uno de esos hombres. Ella le sonrió. ― Le hago muy, muy feliz. Pretendo continuar haciéndolo feliz. Él tendrá una gran vida, y creeme, no vamos a pensar en ti, Nunca más. Él trató de escupir a ella, pero no pudo. Él sólo tuvo éxito en hacer que más sangre regara por la barbilla. Ella no hizo ningún movimiento para limpiar la basura. En cambio ella lo miraba tan desapasionadamente como lo había hecho él. ― Fue tan fácil. Pensaban que eran tan inteligentes invitándome aquí, diciéndome todas esas tonterías acerca de cómo habían leido sobre mí en una revista. La verdad era, que Gavriil llegó a Sea Haven. Él les llevó justo ahí. Tú sabías que se instaló en la granja con mi hermana y calculaste que trayéndome aquí, y sentándome en esta sala, obtendrías la información que deseaba acerca de los hermanos Prakenskii. Yo sabía eso, desde el momento que me enviaste la invitación. Aún así, pensé que matarlo a ti sería una buena cosa, así que aquí estoy.

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Atada al Fuego Sus ojos se nublaron y más sangre burbujeo alrededor de sus labios. Tosió, escupiendo sangre, y a continuación, su cabeza se volvió ligeramente y sus ojos fijos fueron a vítreos. Esperó un instante antes de comprobar su pulso. Él se había ido. Comprobó los otros dos soldados, los encontró muertos y se acomodó para esperar por sus rescatadores. Su brazo le dolía como loco. Era difícil respirar el aire de la habitación pequeña. También estaba la terrible sensación de claustrofobia, sabiendo que más rocas podrían caer en cualquier momento, pero eso no importaba. Su familia estaba a salvo. Sus hermanas. Los hermanos de Casimir. Ella todavía estaba viva, y en algún lugar ahí fuera, su marido la esperaba.

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Atada al Fuego Capítulo 20

Casimir abrió la puerta del hospital, su corazón latía con tanta fuerza, que le dolía el pecho. Dos días de infierno. Puro, puto infierno. Él estaba hecho. Terminado. A él le importa un comino lo que pensara Giacinta. Él le daría la luna si eso es lo que quería, pero no esto. Nunca más. Ella había hecho su último trabajo e iba a estar pegada a su lado donde podía verla las veinticuatro horas del día y asegurarse de que estaba viva y sana. La habitación del hospital era pequeña, la cama dominaba el interior. Al instante su mirada fue capturada y en poder de la pequeña figura tendida dormida. Él contuvo el aliento, sintiendo el primal y horrible terror que se había apoderado de él, esas interminables horas en que estaba atrapada en el túnel derrumbado con Uri Sorbacov. Matar a Uri Sorbacov con el túnel derrumbándose parecía una buena idea. Los dos sabían que Uri llevaría a Lissa a la sala de interrogatorios. Él podía no saber que Gavriil Prakenskii residía en el Sea Haven, pero era conocido en todo el mundo que allí vivía Ilya. Cada revista sensacionalista y de chismes informaba felizmente todos sus movimientos. En el momento en que Casimir había apretado el gatillo y llevado abajo a Kostya Sorbacov, el hombre que había ordenado que sus padres fueran asesinados, sabían que Uri se volvería contra Lissa. Casimir presionó sus dedos en la sien, todavía congelada, sus pies se negaban a trasladarse, a cruzar el espacio a su lado. Estúpido. Idea estúpida. Cuando concibieron la misma, los dos pensaron que era brillante. Un perfecto plan.

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Atada al Fuego Y a continuación, el túnel se derrumbó y Giacinta fue atrapado en él y Casimir no tenía ni idea de si estaba viva o muerta. Por horas, terribles y largas horas de terror absoluto. Los segundos se volvieron minutos. Los minutos horas. Estaba enfermo de la necesidad de saber si estaba viva. Había tratado de utilizar su conexión, presionando su dedo pulgar durante un tiempo en el centro de la palma de su mano, pero le había fallado también. Y fue entonces cuando el terror se elevó a un nivel tal que casi perdió todo vestigio de control y disciplina, la que había adquirido con sus años de entrenamiento y práctica. Los vio sacarla de los escombros del hotel, su cuerpo inerte, en una camilla, se precipitó al hospital. No podía acercarse a ella. Ella estaba bajo fuertes medidas de seguridad, una estadounidense atrapada en el derrumbe de uno de sus hoteles. Casimir obligó a su cuerpo a moverse. Él sabía que no tenía mucho tiempo. Había guardias afuera de su puerta. Sus credenciales se habían reunido rápido. La Embajada de Estados Unidos le había enviado para comprobar uno de sus ciudadanos. Tomó aire, lo forzó a través de sus pulmones ardientes y se acercó a la cama. Estaba dormida, sus largas pestañas cubriendo sus ojos. Tenía un ojo hinchado, la cara cubierta de contusiones. Tenía un yeso en su brazo. Cada aliento que tomaba parecía dificultoso, como si le doliera el cuerpo. Sus ojos ardían. Su garganta estaba obstruida. La tomó de la mano y acarició la espalda de ella, inclinándose para cepillar su boca sobre la sien. Inmediatamente las pestañas se agitaron. ― Casimir. ― Ella susurró su nombre, su voz somnolienta. ― Yo sabía que vendrías. ― Shh, Moya Lyubov, necesitas dormir. Ella trató de sonreír, y luego hizo una mueca cuando el movimiento tiró del corte en el labio. Sentía la mueca de dolor como un puñetazo en el estómago. Duro. Doloroso. Tomando aire. ― Tienes estas lesiones de Uri, no del derrumbe.

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Atada al Fuego ― Estoy bien ahora. ― Su voz era baja. Intentó de nuevo abrir los ojos, las pestañas revoloteando de nuevo, pero no tuvo éxito. ― Eres libre. Eso es todo lo que importa. No era todo lo que le importaba. Él apretó los dedos a la boca. ― Tienes que saber algo, Malyshka. Te daría la luna, todo lo que me pidas, haré todo lo posible para que sea tuyo, pero no esto. Nunca más. No voy a dejar que hagas esto de nuevo. Tienes que saber algo acerca de mí, Giacinta. Tienes que aprender esto ahora mismo. Mi mujer no tomará este tipo de riesgo de nuevo. No va a volver a pasar. Esta vez sus ojos lograron abrirse. Verla a ella con un ojo tan hinchado, negro y azul hizo que su estomago se volcara. Él le besó los dedos mientras su mirada se desviaba en su rostro. Ella estaba viendo a un caballero muy distinguido con el pelo canoso, vestido con un traje. Su identificación colgaba de un bolsillo de su chaleco. ― No estoy tratando de ser un dictador, Malyshka. Está en mi naturaleza ser uno, no voy a mentirte acerca de eso, pero yo nunca pasare por esto de nuevo. Vas a estar pegada a mi lado veinticuatro horas del día, donde pueda asegurarme de que estás viva. ― Te amo, Casimir, ― susurró, y sus pestañas flotaron hasta cerrar los ojos. Estaba viva. Eso era todo lo que importaba. Pero estaba hablando muy en serio. No importaba si ella lo aceptaba de esa manera o no, su mujer estaría a salvo. Infierno. No iba a salir de su casa para recoger las hojas fuera de la tierra sin él. Casimir no había sabido que era posible estar aterrado. Las emociones como el miedo habían sido golpeadas fuera de él hace años. Siempre creyó que sus instructores habían hecho lo peor de todos a ellos así que cualquier cosa que sucediera después de eso no era nada para ellos. Pero no había manera de prepararse para que alguien que amabas con cada respiración estuviera en peligro. Sólo sabía que no podía pasar por eso de nuevo. Aquellos minutos y horas en que no sabía si estaba viva o muerta. Ese momento en que ella estuvo fuera de su vista, en peligro, con esos hombres que no tenían ningún respeto por la vida.

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Atada al Fuego Le besó los dedos de nuevo, mirando hacia abajo a ella. La mujer que sostenía su corazón en sus manos. No podía quedarse. Pero estaría de vuelta. ― Nunca más, Giacinta, ― susurró. Lo que significaba exactamente eso. Lissa había estado preparada para las preguntas de la policía. Una persona de la embajada estaba siempre cerca, pero la verdad, que no estaba preocupada. Nadie cuestionó su historia. Ella realmente era Lissa Piner, de los Estados Unidos. Realmente había venido a San Petersburgo a petición de Uri y Kostya Sorbacov para hablar de unas lámparas de arañas para su hotel. Estaban celebrando su acuerdo con champán cuando una bala entró por la ventana y terminó con la vida de Kostya. Uri y sus hombres los habían llevado hacia abajo a un túnel y a una habitación donde se iban a quedar para estar a salvo mientras los hombres de Uri se habían dispersado para obtener información sobre el tirador. Los túneles se habían derrumbado sin previo aviso. Lissa había estado completamente preparada para responder a las preguntas de la policía. Tuvo cuidado de no repetir su historia una y otra, cambiando o añadiendo pequeños detalles por lo que no sonaba ensayado. Ella no había estado preparada para los reporteros. Habían sido una pesadilla. Se dijo que era bueno para su negocio obtener tanta publicidad, pero los reporteros hacía difícil estar con Casimir. Todo lo que ella quería era estar con él. Había llegado al hospital tres veces durante su estancia allí. Eso la asustó. Él estaba colocándose a sí mismo en un peligro terrible, pero nada que le dijera lo disuadió. Tenía una noche más en el hotel donde el gobierno ruso la había puesto, antes de que los médicos firmaran que podía ir a casa. Uno noche más y ella estaría de vuelta con Casimir y podían volver a casa.

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Atada al Fuego El golpe vino y su corazón casi se detuvo. No se atrevería. Este era un hotel del gobierno. Las cámaras estaban por todas partes. Sólo tenían una noche más para conseguir salir a través y luego estaban en casa, libres. Corrió a través del cuarto a la puerta, poniendo su ojo en la pequeña mirilla. No podía ver una cosa. Pero ella sabía, sin embargo. Sabía por la forma en que su cuerpo reaccionó. La forma en que su corazón se había vuelto loco. Eso siempre sucedía cuando él estaba cerca. Su marido. Casimir Prakenskii. Le encantaba eso, que inmediatamente que ellos dejaran este lugar, sería capaz de recuperar su verdadero derecho de nacimiento. Todos sus hermanos podrían hacerlo sin miedo a las consecuencias. Lissa abrió la puerta. Casimir entró, pateó la puerta cerrándola y la tomó en sus brazos. Levantándola, sujetándola a su cuerpo tan cerca, tan fuerte, que no podía respirar, pero no le importaba. Ella le rodeó el cuello con su brazo bueno, cerrando los ojos, la sensación de seguridad por primera vez en más de una semana. Casimir la llevó a la cama, se dejó caer sobre el colchón y la acunó en su regazo. Sus manos enmarcando su rostro. No hablaba, sus ojos mirando hacia abajo en los de ella. Llevaba contactos. Ojos color avellana esta vez, pero ella los conocería en cualquier lugar. No importaba cuál papel jugara, con ella, siempre sería Casimir. Su boca descendió sobre la de ella. Suavemente. Tan suavemente que trajo lágrimas a sus ojos. Su lengua se movió a lo largo del corte en la boca. Que casi había desaparecido por completo ahora. La hinchazón había desaparecido de su rostro, pero tenía un montón de color aquí y allá. Su boca se acercó a los moretones, el cepillo un poco de besos en todos y cada uno de ellos. Ella no tenía que decirle lo que pasó en esa habitación. Él sabía con sólo mirarla. Sabía que si le daba detalles sería simplemente hacerlo volver loco. ― Nunca debí dejarte ir en esa situación, ― susurró contra sus labios. Su lengua sumergiéndose de nuevo, corriendo a lo largo de la costura de su boca. La besó de nuevo y esta vez abrió la boca para él. Una invitación. La llevó para arriba y los arrastro a ambos. Ella pudo saborear la pasión. Había siempre esa química explosiva saltando entre ellos, pero esta vez, era algo tan profundo, tan hermoso, que quería llorar.

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Atada al Fuego Sus brazos eran fuertes, casi de acero rodeándole, sin embargo, era suave. Su boca estaba caliente, al mando, tierna. Amoroso. Ella lo sintió en su beso y en la forma en que la sujetaba, tratándola como si estuviera hecha del vidrio más frágil en el mundo. Se sentía frágil. Sentada en la terrible habitación con tres cadáveres, el aire irrespirable, con el brazo muy adolorido, especialmente si ella lo movía, había sido cosa de una película de terror. Ella se había arrastrado de nuevo bajo la mesa, escuchando los crujidos y gemidos de los escombros en general. Ella pensó que olía a gas en un punto y temía que pudiera matarla antes de que el hotel colapsara sobre sí mismo, derecha sobre la parte superior de ella. Había tenido pesadillas todas las noches, ya que no la habían sacado de los escombros. Aun así, se llevó a cabo el hecho de que los hermanos Prakenskii eran libres por primera vez en sus vidas desde que Sorbacov había matado a sus padres. ― No deberías estar aquí, Casimir, ― ella lo reprendió. Sosteniéndolo. Agradecida por que hubiera venido. Conociendo que estaba en un riesgo terrible y al mismo tiempo tan feliz de que estuviera allí. ― ¿Pensabas que podría estar lejos cuando por fin tengo la oportunidad de estar a solas contigo? Yo sé cómo deslizarme más allá de una cámara. Hemos practicado en estos mismos hoteles. Estoy muy familiarizado con ellos. ― Inclinó la cara hacia él. ― Ese bastardo logró hacerte mucho daño, en el poco tiempo que le tuvo. Muy suavemente él la dejó en el suelo. ― Quítate la ropa, Giacinta. Quiero mirarte. Ella sacudió su cabeza. Se alejó de él. ― No creo que sea una buena idea. Vamos a estar agradecidos de que los dos estemos vivos, hemos hecho el trabajo y vamos a casa mañana. Extendió la mano y curvó sus largos dedos alrededor de su pierna, impidiéndole moverse. Él se levantó y cerró la distancia entre ellos de una zancada larga, de pie delante de ella. Cerca. Ambas manos fueron a los botones de la blusa. ― Ya es tarde. Es necesario que estemos en la cama. Tenemos un viaje en avión muy largo por delante de nosotros. Antes de que te arrope, quiero ver lo que ese bastardo te hizo.

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Atada al Fuego ― Cariño, de verdad, no quiero que lo hagas. ― Levanto la mano para detener la suya. No se detuvo. Lissa suspiró. Casimir siempre era dulce con ella, pero había un lado de él que era implacable y peligroso. Un lado que por lo general no veía porque nunca se dirigía hacia ella. Él estaba justo en el borde de eso. Implacable. Haciéndole saber sin palabras que no estaba de acuerdo con ella, pero tenía que intentarlo. ― Ya te estás culpando de algo que ambos acordamos. Fue nuestro plan en conjunto, Casimir. Me di cuenta en el hospital que estabas molesto. Él frunció el ceño, su mandíbula dura, pétrea. Sus ojos brillando con una furia ardiente. ― ¿Molesto? ¿Es eso lo crees que era? Fueron horas, Giacinta, horas antes de que te sacaran de allí. No podía llegar a ti. No sabía si estabas viva o muerta. Su voz era baja, pero hizo una mueca de dolor. Fue una de las pestañas, un látigo de pura rabia. Ella sabía que su ira se dirigía a sí mismo. Tenía la blusa abierta y quitó el material blando de un brazo y luego retiró suavemente el otro lado hacia abajo sobre su yeso. ― No te ves a tí misma tumbada tan inmóvil en la cama, Malyshka. Tu rostro tan pálido que parecías un fantasma. Los moretones y la hinchazón. Tu labio. ― Le tocó el pequeño corte ya curado. Su mirada se redujo a su pecho, sus pechos encerrados en el sujetador de encaje. Él cerró los ojos y se alejó de ella, jurando en su lengua materna una y otra vez. Lissa lo observó caminar a través del cuarto. La temperatura aumentó de manera alarmante. La sala tomó un resplandor rojizo. Ella sintió su ira, una cosa tangible, una fuerza de destrucción, llenando cada poco de espacio alrededor de ella. Ella sabía lo que estaba viendo. Uri había metido un par de golpes, así como una patada o dos. Ella todavía tenía esos moretones. ― Se acabó, ― le recordó.

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Atada al Fuego Se dio la vuelta, los dedos se cerraron en dos puños apretados. Entonces él estaba en ella, sus manos tirando de los vaqueros, arrastrándolos por sus caderas. Estaba agradecida de estar descalza, pero la recogió antes de levantarla, la arrojó sobre la cama y les quitó de las piernas. Él habría tomado sus zapatos justo a la salida si hubiera estado utilizando alguno. Lissa trató de enroscarse sobre sí misma, pero su mano atrapo su cadera, calmándola a ella. ― No te muevas, Giacinta, ― espetó, duro esta vez. Ella respiró hondo y trató de relajarse bajo su mirada furiosa. Había más moretones en su cuerpo. Basta con decir que la bestia no fue domesticada. Raspones en las rodillas y en las piernas de ser arrastrado a través de los adoquines en bruto. Un gran contusión donde Uri le había dado una patada con fuerza. ― Vuélvete. ― Casimir. ― él detestaba lo que vio. ― Date la vuelta, carajo. Ella hizo una mueca. Rara vez juraba en Inglés. Era casi siempre en ruso, pero él estaba tan cerca, sobre el borde de un lugar al que no quería verlo de nuevo ir. De mala gana se dio la vuelta sobre su estómago, cuidando de su brazo. Ella puso su cabeza sobre la almohada y cerró los ojos. Lissa oyó su aliento bruscamente inhalar. Él se sentó en la cama junto a ella. Su mano se movió hacia abajo, en su espalda, asentándose en la curva de su columna vertebral. Dudó un momento y luego sus dedos rozaron a lo largo de la terrible contusión en la cadera y la mejilla izquierda de sus nalgas, donde había aterrizado el zapato de Uri, conduciéndola hacia adelante. ― Giacinta. ― Él respiró su nombre.

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Atada al Fuego Oh Dios. Parecía como si estuviera llorando. El corazón le dio un vuelco. Llorando con él. Ella trató de girarse, pero él mantuvo una mano entre sus omóplatos, evitando que se volviera o que realmente levantara la cabeza lo suficientemente alto como para verlo. Ella sintió su aliento, cálido y relajante sobre el hematoma. Sus labios la tocaron. Tan suavemente, como un susurro contra su piel. Permaneció así durante mucho tiempo, con la cabeza apoyada en la parte baja de su espalda, una mano entre sus omóplatos, uno de los brazos envueltos alrededor de su caja torácica, una palma ahuecando su pecho. No hablaba. ¿Qué debía decir? Ella lo amaba. Habría dado cualquier cosa para quitarle esas terribles horas en que no sabía si estaba viva o muerta. Ella lo habría protegido y salvado de él de todo lo que pudiera, porque lo amaba más que la vida misma. No podía estar mal por su elección. Había conocido los riesgos de entrar en ella, y esos riesgos bien valían la pena el resultado. Su marido, el amor de su vida, era libre. ― No quiero a dormir con la ropa de noche. Yo sé que no puedo hacer el amor contigo, pero no quiero nada entre nosotros. ― Cariño, ― murmuró, ― No estoy tan maltratada para que no podamos hacer el amor. Se puso de pie y ella fue capaz de darse la vuelta. Ella lo observó mientras él se quitó la camisa. Él negó con la cabeza. ― No, yo soy egoísta, Malyshka, pero no tan egoísta. Sus manos cayeron a la cremallera de sus pantalones y su boca se hizo agua. Él podría no ser tan egoísta, pero ella no estaba tan segura de poder decir lo mismo. Desnudos, todos esos maravillosos músculos fluyendo tentadores, se deslizó a su lado y levanto las cubiertas. Se volvió y le rodeó la cintura y tiró de ella cerca de él, de la forma en que siempre lo hacía. A él le gustaba estrecharla. Muy cerca. Lissa estaba feliz de hacerlo. Ella le había pasado por alto. Se perdió la sensación de su calidez. Su piel caliente. La forma en que su cuerpo era tan duro y sólido, haciendo que se sienta seguro. Necesitaba sentirse segura después de soportar todas esas horas en esa habitación horrible, rezando por que los equipos de rescate la encontraran pronto. Ella nunca se lo diría. Él ya estaba enojado, culpándose él mismo. Pero ella todavía lo necesitaba real y sólidamente envuelto alrededor de ella.

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Atada al Fuego Lissa no creía que pudiera quedarse dormida tan rápido, pero la verdad, era que estaba agotada físicamente por los golpes y el dolor en su brazo. Con el cuerpo de Casimir, apretado contra el de ella, su fusión de calor con el de ella, se sintió en un capullo de calor. Ella se despertó dos horas más tarde, los latidos de su corazón, su nombre en sus labios, en su boca. Ella lo había utilizado como su talismán cien veces debajo de la mesa, mientras que las rocas crujían y la suciedad caía. Ella levantó la cabeza y lo miró. Había dejado la lámpara a través de la habitación baja porque ella no quería estar en la oscuridad, no después de pasar tantas horas en la oscuridad de la sádica sala de interrogatorios. Ella podía ver la cara Casimir. Estaba de vuelta otra vez, como de costumbre. Siempre se dormía de su lado, pero luego, una vez completamente dormido, la giraba de espalda, llevándola con él. La forma en que dormía era muy familiar para ella ahora. A ella le gusta estar tumbado en la cama, ocupando espacio. Mucho espacio. A él le gustaba tirar de su cuerpo de modo que ella estaba encima de él, con la cabeza apoyada en su pecho. Tenía un brazo cruzado sobre su espalda. Su otro mano sobre su trasero. Era hermoso. Masculino. Estudió su rostro mucho tiempo. Viéndolo respirar. Sus pestañas eran demasiado largas para un hombre, pero no afectaba en lo más mínimo sus rasgos duros y masculinos. A ella le gustaba el poco de sombra en su mandíbula, temblando un poco cuando se acordó de cómo se sentía áspera contra sus muslos internos. Se suponía que debían encontrarse en el avión. Ni siquiera en el aeropuerto, pero en el avión sí. Sus asientos estaban juntos. Dos extraños que se encontraban. Ella debería haber sabido que vendría a ella. Lo echaba de menos cada momento que estaban separados, y ciertamente no la quería menos. Lo amaba tanto más por estar ahí, a pesar de que estaba un poco loco para tomar el riesgo. Pasó la mano sobre el pecho, dejando que las yemas de sus dedos absorbieran la sensación de sus músculos. Ella amaba yacer sobre la parte superior de él para dormir y que la hubiera puesto allí. Le encantaba especialmente despertarse con su cuerpo debajo del de ella. Se movió apenas unas pocas pulgadas y ella estaba a horcajadas, sus piernas a cada lado de sus caderas. Eso se sintió, increíble. Sin sentido. Definitivamente erótico.

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Atada al Fuego Le había dicho que no podía hacer el amor con ella. Nada le había dicho de ella haciendo el amor con él, ella sólo tenía que tener cuidado de que ella no golpeara con su torpe brazo. Se tomó su tiempo, moviéndose lentamente, perezosamente, saboreando cada momento lo que tenía, grabando su cuerpo en su memoria, quemándolo en su mente a través de los dedos y los labios. Degustando su piel con la boca. Con la lengua. Trazando su nombre en sus músculos. Su caja torácica. Su impresionante paquete de seis que era más como uno de dieciocho paquetes. Ella se deslizó por su cuerpo, una pulgada lenta a la vez. Cada pulgada de él era adorada, porque eso es lo que hacía, ella lo adoraba, y necesitaba que supiera eso. Ella quería que él sintiera el intenso amor abrumador que sentía por él. Se había despertado tres veces con él en su habitación del hospital. Casimir. Arriesgando todo. Su vida. Sólo para ver cómo estaba. Sólo para asegurarse de que estaba a salvo y sin daño alguno. El amor brotó, tan fuerte,, amor terrible casi doloroso, uno que sabía que iba a durar para siempre. Él siempre sería su primer pensamiento. Él sería su último pensamiento. ― Malyshka. Le encantaba que él la llamara su bebé en su idioma. Bueno, no era exactamente bebé, más como niña, pero de todos modos, amaba el cariño, sobre todo cuando lo decía con una voz suave de terciopelo que parecía deslizarse sobre su piel en una larga caricia. Humedeció a lo largo de su hueso de la cadera, deslizando su lengua a lo largo del borde, preguntándose en el hecho de que ella pudiera ser tan afortunada. Tan feliz. Estaba viva cuando ella no había esperado estarlo. Ella estaba con su marido. Marido. El mejor hombre en el mundo. ― Casimir. ― Ella respiró su nombre contra su vientre. Su mano acarició sus muslos internos. Ella amaba lo fuertes que eran. Le encantaba especialmente la forma en que sus músculos se tensaban bajo sus caricias. Ella le dio un beso, a la derecha a lo largo de la línea del cabello oscuro creciente en torno a su impresionante erección.

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Atada al Fuego ― Estás herida, Giacinta. Es necesario que te cuides en este momento. ― Así es. ― Ella murmuró su acuerdo y pasó la lengua a lo largo de su eje largo, hermoso. Tan grueso. Ella amaba lo duro que era, al igual que el acero. Su cuerpo reaccionó, yendo húmedo ante el pensamiento de él dentro de ella. Le encantaba la forma en que el acero parecía estar envuelto en terciopelo, suave y sedoso, deslizándose dentro de su cuerpo, dándole tanto placer. Él gimió suavemente en reacción a su lengua, su cuerpo tembloroso. ― Solo necesito atención. ― Ella murmuró su acuerdo suave, satisfecho con su reacción. Sus dedos se movieron por el interior de su muslo derecho hasta que encontró su saco pesado, ya muy duro. Prodigo más caricias allí mientras su lengua se aseguró de que su estuviera mojado y resbaladizo, sus dedos se movieron más bajo, acariciando el suave lugar que había estado gimiendo y moviendo sus piernas sin descanso. Ella eligió ese momento para llevarlo a la boca, envolviéndolo, deslizando sus labios apretados en torno a él. Sus caderas se resistieron. Ella apretó su aspiración, determinada a tener el control. Sus dedos nunca detuvieron su culto a él. La boca de ella se preparó para disfrutar de su tarea. Ella fue implacable, conduciéndolo cada vez más alto, queriendo que él sintiera la intensidad del amor que sentía por él. ― Estoy cerca, golubushka. ― Gimió la admisión. La advertencia. Inmediatamente se deslizó por su cuerpo, a horcajadas sobre él. ― Siéntate, Casimir. ― Ella mantuvo su puño envuelto firmemente alrededor de su pesada erección. Él obedeció al instante, con la espalda hacia la cabecera de la cama, Lissa en su regazo. Mantuvo los dedos enroscados alrededor de la base de su eje y bajó lentamente su cuerpo para que pudiera atravesarse a sí misma. Mantuvo el control, bajando lento, sus músculos tensos en protesta por la invasión, aceptándolo a regañadientes.

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Atada al Fuego Sus brazos alrededor de su cuerpo, manteniéndola cerca de él para que sus pezones rozaran el pecho. Su aliento explotó cuando estaba totalmente asentado en él. Al instante sus brazos se apretaron aún más, hasta que su cuerpo pareció derretirse en el suyo y no había separación entre ellos. Parecía como si compartieran la misma piel. Ella sintió cada latido de su corazón, todos los dientes. Se envolvió alrededor de su espalda y se apoyó en él mientras ella lo montaba. Lento. Fácil. Los músculos tensos. Su cuerpo caliente. Un paseo perezoso, atractivo que esperaba que lo hiciera sentir como quería ella, como estaba tratando de transmitir con su cuerpo. Él le acarició el hombro, con la boca a un lado de su cuello. Tendría una fresa allí. Ella lo montó por un largo tiempo, sosteniéndolo cerca, saboreando su vínculo. ― Te amo, ― ella le susurró al oído. ― Te quiero más que a la vida, Casimir. Siempre te amaré. ― Ella caía en espiral, su eje, un lento y apretado puño lo enguanto a él. Acariciándolo con caricias ardientes en caliente. Poco a poco lo ordeño. Una exquisita tortura. Él le mordió suavemente, justo donde había aspirado y lamido. En el punto que la volvía loca. El pequeño bocado de dolor irradio chispas enviándolas a través de su cuerpo. Ella gritó. Clavandole las uñas en el hombro. ― Todavía no, Malyshka. Ella respiró. Ella estaba tan cerca. Por lo tanto muy cerca. No había pensado que fuera posible, no yendo tan lento. No con ella haciendo todo el trabajo. Ni siquiera había reconocido que estaba enrollándose tan apretado, el edificio en presión, el fuego quemando muy caliente. Estaba tan ocupada trabajándolo a él, deseando este momento para él, que ni siquiera había visto que estaba tan cerca. ― No quiero que termine. Aún no.

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Atada al Fuego Ella respiró profundamente. Para él. Sabia detenerse. Para él. No quería poner fin a este momento. Ella estaba en sus brazos, segura. Ella siempre estaría a salvo con él. ― Te amo, Giacinta Prakenskii. Tanto. Eres mi vida. Mi todo. No hay nada más de peligro para ti. No más ponerse en peligro. No puedo volver a hacer eso, esas horas sin saber... ― Su cuerpo se estremeció contra el de ella. Su mano se deslizó hasta su trasero, los dedos cavando profundamente cuando él instó a su cuerpo en un ritmo más profundo, más rápido. Fuego atravesó por ella. De hecho, ella sintió el terror absoluto que se desarrollaba en él por ella. Pensó que lo peor fue estar esas horas en el escritorio, mientras que por encima, el techo crujía y se extendían más desechos. En el suelo estaban los hombres muertos, aplastados por las pesadas partes de cemento, roca y tierra. su terror fue peor. Ella lo sabía. Había estado seguro. No había sabido lo que le pasó a ella. ― Dimelo, ― exigió, deslizando su otra mano por la curva de su espalda hasta la cadera. ― Di que todo ha terminado. ― Cualquier cosa por ti, cariño, ― susurró. ― ¿Cualquier cosa? ― Sus caderas empujaron duro en ella. El fuego se volvió abrasador. Su aliento dejó sus pulmones en un apuro. ― El mundo. ― ¿Bebes? ― Cualquier cosa. Todo ello. ― Ahora, Malyshka, conmigo ahora. Ella se fragmento. Se destrozo en mil pedazos. Él estaba ahí. Casimir. Para atraparla. Para mantenerla segura. Para poner todas esas piezas juntas. Él estaba ahí. Ella apoyó la cabeza contra él, luchando por el aliento mientras su cuerpo se sacudió alrededor de él, agarrándolo como un tornillo, un terciopelo guante de seda, apretando y ordeñándolo por lo que estaba allí con ella. Ella se habría derrumbado, pero sus brazos la mantuvieron apretada, en su contra. Se abrazaron durante mucho tiempo.

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Atada al Fuego ― Yo quería que te sintieras querido, ― susurró. ― Me siento querido, ― respondió. ― Quiero ir a casa. Nunca he tenido un hogar, y esa granja tuya se siente como algo real. ― Es una cosa real. Y es nuestra. Estamos casados. ― Ella levantó la cabeza y frunció el ceño hacia él, con sospecha en sus ojos. ― No tendrás una silla muy rara o algo feo que vas a querer poner en nuestra habitación, ¿verdad? Se rió y sintió su risa vibrar a través de su cuerpo al de ella. Quería oír su risa hasta el día en que muriera. ― Te amo, ― susurró de nuevo. Lo que significaba que ella tenía ahora, su propia familia. Sus hermanas. Sus hermanos. Y a Casimir Prakenskii. Su marido.

FIN

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