LOS CRIMENES DE MIGUEL HIDALGO

La historia de México es una mentira. Los hechos que supuestamente ocurrieron y que todos leímos en nuestros libros de texto gratuitos en la escuela están totalmente alterado. La historia de México es un mito tan falso y edulcorado como los doce trabajos de Hércules pero menos divertidos.

Nos hemos acostumbrado a honrar como héroes y venerar como mártires a seres humanos realmente despreciables, a criminales y genocidas, bestias sedientas de sangre, entes llenos de las más viles bajezas, pletóricos en corrupción. En resumen, los supuestos “héroes” mexicanos con una viles mierdas. Y el excelentísimo y adorado Padre de la Patria, Don Miguel Hidalgo y Costillo, era uno de los peores.

Esta litografía es la mas antigua que se conoce sobre la imagen de Hidalgo

Este Francmasón, títere de los intereses de su Logia gringa, nació el 9 de mayo de 1753 en la hacienda de San Diego de Corralejo, en la jurisdicción de Pénjamo, en la Intendencia de Guanajuato, fue un hombre inteligente, sí, pero al mismo tiempo muy propenso a la mala conducta. Cuando aún estudiaba el seminario fue expulsado por su libertinaje y aunque, fue perdonado y se ordenó sacerdote, su gusto por el sexo, el juego y el vino nunca disminuyo.

Profesionalmente tuvo una carrera brillante en su comienzo. Ya como sacerdote comenzó a desempeñar diversas cátedras en el Colegio de San Nicolás de Valladolid, aprendió los idiomas francés e italiano, y entendía algunas lenguas indígenas y llegó a ser el Rector más joven en la historia del Colegio.

Pero como desde siempre ha habido favoritismos, sus amiguete, el Obispo de Michoacán, Don Antonio de San Miguel Islas, hizo que este le concediera los beneficios de la rica parroquia de Santa Clara del Cobre con una renta de 500 ducados anuales; cantidad enorme para la época, 1790. Lo que le permitió hacerse de las Haciendas Jaripeo, Santa Rosa y San Nicolás. Pero en secreto conspiraba para quitarle el puesto a su amigo el Obispo.

A la par que nutria su mente con ideas libertaria importadas de Europa, ensanchaba una inmensa fortuna con todo tipo de empresas. Y aun, su vicio por el juego lo llevo a la bancarrota, su pasión contrayendo enormes deudas, se enemistó con el Cabildo de Valladolid y fue citado por el Tribunal de la Inquisición, acusado de trato deshonesto con mujeres y de vivir amancebado con una señora de quien tenía dos hijos. Porque muy lujurioso era el buen Cura. No habia una mujer que a él le apeteciera que no terminara en su catre. Su estatus y su dinero le garantizaban carne fresca y literalmente, se cepillo a casi la totalidad de las hembras de Santa Clara, además de las niñas que desvirgo. A causa de todo esto tuvo que renunciar a su rectoría en el Colegio, pagar sus deudas con una de sus

haciendas y huir (antes de que una marido celoso o una padre agraviado lo asesinara) huir a la ciudad de Colima para servir un curato por orden del Obispo.

En realidad, a pesar de ser cura, Hidalgo era un ateo y librepensador. El andar lanzado ladrillo en una convención sacerdotal del calibre de que:” el gobierno de la iglesia estaba manejado por ignorantes, que la Biblia debía estudiarse con libertad de entendimiento y que las epístolas de San Pablo eran Apócrifas" lo llevo al banquillo de los acusados de la Inquisición, de la que salió, otra vez, bien librado, de la forma de todos conocemos… con mucha mordida y tráfico de influencias.

En Valladolid se daba la gran vida. En vez de atender a su parroquia, se la pasaba embriagándose en las cantinas, apostado en peleas de gallos y teniendo sexo con cualquiera que usara falda. Incluso vivió con calidad de esposo un mujer de quien tuvo otras dos hijas: Micaela y Josefa y aunque esas eran “oficiales”, el cura engendro docenas de bastardos por donde pasara, de las mujeres que se le entregaban o de las que acostumbraba a violar durante la guerra. El gusto por forzar mujeres era muy fuerte en Hidalgo, a quien le encantaba recibir como tributo a lindas niñas españolas de los indígenas que comandaba y no tuvo empacho en entrar a la fuerza a un convento para violar a las religiosas. De esa ralea era este héroe nacional.

Ya en la guerra de Independencia dio rienda suelta a su enorme crueldad y odio hacia los españoles, a los cuales les guardaba un intenso rencor al sentirse relegado por ellos como criollo que era.

Ambicioso y megalomaniaco, no inicio su revuelta para liberar a México, como a todos se nos enseñó. Este siniestro personaje tenía la ambición de llegar a sentarse en un trono, a ser Emperador de México. Aun cuando no lo era se hacía llamar así

mismo Su Alteza Serenísima y exigía trato de Rey por aquellas chusma que había sabido engatusar con falsas promesas de libertad. Lo que le interesaba a Hidalgo era el poder. Y si tenía que sacrificar miles de vidas para obtenerlo, eso le era indiferente.

Hay dos sucesos particularmente espantosos en la sangrienta historia de la supuesta Independencia nacional.

LA MASACRE DE LA ALHONDIGA DE GRANADITAS Y LA MATANZA DE GUANAJUATO

Al saber el levantamiento del cura Hidalgo, quien por cierto, no usaba la imagen de la Virgen de Guadalupe como bandera, si no la del rey Fernando VII (¿Entonces, para quien luchaba?) y al grito de ¡Viva México, viva el Rey Fernando! habían arrasado con pueblo enteros, el intendente de la rica y minera ciudad Guanajuato, Antonio Riaño, valiente veterano de la guerra de España con Inglaterra y amigo personal de Don Mickey, no tenía la más mínima intención de darse por vencido sin pelear. Sabía que los indígenas que comandaba eran una raza sanguinaria y brutal, que no tomaban prisioneros. Era una gran multitud la que tendría que enfrentar con tan solo seiscientos soldados. Y los españoles y criollos, al ver lo que se les venía encima, decidieron atrincherarse con sus bienes y familias en la imponente fortaleza de la alhóndiga de Granaditas, que servía como una especie de almacén oficial.

El 28 de septiembre llego Hidalgo y al ver lo bien que estaban posicionados los blancos, les pidió la rendición. “¡Ni madres!” le contestaron. Nadie confiaba en el violento cura y menos en la inmensa muchedumbre, armadas de machetes, palos y piedras, de espantosos y primitivos indígenas. Así que empezó a oler a pólvora.

Los podre idiotas del Cura caían a puñados. Más de dos mil murieron ese día al servir de tiro al blanco a los españoles. Hidalgo sabía que iba a perder, pero ya había prometido “manos libres” a los indígenas al tomar la ciudad y no podía dar marcha atrás. No se sabe a ciencia cierta cómo lograron penetrar la enorme e infranqueable puerta del edificio, pero los liberales inventaron, décadas después, a un héroe que cargando una loza para cubrirse de las balas, logro prender fuego a la puerta, cosa que ahora se sabe, era imposible. Pero algo hicieron, que lograron entrar.

El imponente edificio

Lo que sucedió adentro fue una matanza espantosa. Los españoles eras despedazados con enorme saña, sin respetar ni edad ni sexo. Los niños lactantes eran arrebatados de las manos de sus aterrorizadas madres por los asquerosos indígenas, que les estrellaban la cabeza en los muros o el piso. Las niñas y mujeres eras desnudadas (para robarse los vestidos) y eras descuartizadas. Hubo ancianos que tuvieron suerte y murieron de la impresión y no sintieron como los hacia pedazos. Los cadáveres eras dispersados y los indígenas jugaban a la pelota con cabezas humanas. Robaron lo que pudieron robar, mataron a todo lo que respirara, tanto es así, que según los pocos sobrevivientes, la sangre inundaba todo el recinto como hubiera llovido dentro. Hidalgo, a la sazón, estaba a una media hora de distancia (siempre se ponía a salvo el muy valiente) así que no lo

podemos acusar de ser responsable directo de la matanza en ese lugar, pero sí de los dos días de genocidio y pillaje que siguieron. Prácticamente todos los blancos de Guanajuato murieron. Los cadáveres descuartizados (forma de muerte favorita de los indígenas) se amontonaban por todas partes. Dentro de las casas, los pedazos de los hombres y niños se mezclaban junto con la de las hijas y madres violadas hasta la muerte. Todo esto bajo el beneplácito del santo cura, que les había prometido a sus jaurías hacer lo que les viniera en gana.

Es este lugar se llevo a cabo una de las peores carnicerías de la historia

LOS ASESINATOS EN GUADALAJARA

Ya entonces, era tanto el miedo que se le tenía, no a Hidalgo y a los cabecillas, si no al brutal ejército que mandaban, que los pueblos se le rendían sin presentar resistencia, incluso lo recibían como un verdadero héroe libertador. Así es como entro a la importante ciudad de Guadalajara.

Todo iba relativamente bien el 12 de diciembre del 1810. Era el día de la Virgen y el propio Allende llevaba el manto de Nuestra Señora de Guanajuato en la celebración del Patrocinio de María por las calles de la ciudad mientras que Aldama, Abasolo, Arias y Jiménez llevaban en andas la propia imagen en procesión, dando fe de su fervor religioso. No así el cura Hidalgo, que entre los

humos del alcohol y entre juegos de azar, echaba a andar sus siniestra maquinaciones.

Al día siguiente, alguien le llevo el chisme de que "se fraguaba una contrarrevolución por algunos frailes, dos de ellos comisionados para asaltarlo; que en la huerta del convento del Carmen se habían fundido de antemano varias piezas de artillería y que los europeos eran muy capaces de una sangrienta intentona. Creyó lo que se le dijo, y sin proceder al examen legal de un proceso, mandó aprehender dieciséis frailes (la mayor parte carmelitas) considerados como complicados en la intentona y aprobó los sacrificios que se le pedían y que de oponerse ellos le hubieran restado prestigio”.

Así es que sin averiguar antes, esos religiosos fueron asesinados sin juicio alguno.

Después de eso y siento apurado por sus indígenas, que clamaban por sangre española y por repetir lo que habían hecho en Guanajuato, Su Alteza Serenísima decidió asesinar a los más de trecientos españoles de todas las edades y sexos, que tenía presos en el Seminario y el Colegio de San Juan. Estos eran parte de las familias más ricas y distinguidas de la ciudad, a los cuales mantenía en calidad de secuestrados para sacarles todo el dinero que pudieran, pero siempre no pudo ser así. De veinte o treinta eran sacados en el sigilo de la noche a las barrancas de Belem, a las afueras de la población, donde fueron asesinados de forma muy cruel.

Los indígenas, avariciosos ante todo, lo hacían desnudarse totalmente, para apropiarse se los ricos vestidos y joyas que portaban. Entonces las mujeres, distinguidas damas, eres violadas frente a sus maridos y familiares una y otra vez por los repugnantes indios. Ni siquiera perdonaban a las niñas pequeñas, que

morían en el acto. Después era degollados y descuartizados, arrojando los pedazos a las barrancas para que las alimañas dieran cuenta de ellos.

De todos los verdugos se distinguió Agustín Marroquín, llamado el Torero, antiguo criado de Hidalgo. Este, hábil en estocar toros, jugaba con los presos, a los cuales los hacia embestir como si fueran astados para después darles la postrer puñalada. Y ante su capa pasaron hombre, ancianos, mujeres y niños. Asesino por naturaleza, era el que dirigió las matanzas ese 12 de diciembre, un extraño y abominable tributo de Hidalgo a la Virgen de Guadalupe.

Familias como esta fueron brutalmente masacradas

Solo se salvó una persona.; una hermosa niña de quince años que fue a buscar a su padre a Guadalajara. Hidalgo, siempre hambriento de hembras, se quedó prendado de su hermosura y en vez de llevarla al matadero, le hizo creer que su padre fue conducido a otra ciudad, cuando en realidad ya había muerto. En su interior, lo que quiera era convertir a la niña en su amante, cosa que al parecer no logro. Ella viajo con el vestida de hombre, para no despertar la lujuria de sus soldados.

Ante esto, Allende, Aldama y los demás, al ver la crueldad y salvajismo de Hidalgo, pensaron matarlo, envenenarlo o fingir un atentando. No lo hicieron porque lo

necesitaban como imagen pública pero, al salir de Guadalajara, no iba ya como cabecilla, si no como prisionero. Los Insurgente querían Independencia, no un genocidio étnico como el que promovía Hidalgo.

Así es, pues, el tipo de escoria que fue Miguel Hidalgo. Un ser oscuro, ambicioso, corrupto, cruel, sanguinario, lujurioso, perverso y traicionero. No se parece en nada el mítico y humanitario cura que santificaron los libros de historia. No era un beato, no era ni siquiera buena persona. Hidalgo representaba lo peor de una rebelión, la sed de venganza, la avaricia, la búsqueda del poder y la impiedad.

¿Y ese es el que nombran “Padre de la Patria”? ¡Con razón los mexicanos somos lo que somos y estamos como estamos, si tenemos a semejante progenitor!

¡Ah, por cierto! Hidalgo nunca buscó independencia, su levantamiento popular fue en contra del liberalismo francés que estaba llegando a Nueva España a raíz de la invasión francesa en la Península Ibérica. Esto hace que la celebración del 15 de septiembre sea un total chiste. Que vergüenza.