NORA ROBERTS

Hechizo en la niebla

Traducción de Nieves Calvino

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Para mi propio círculo, familia y amigos

El suceso futuro proyecta su sombra THOMAS CAMPBELL El ornamento de una casa es el amigo que la frecuenta RALPH WALDO EMERSON

1 Otoño, 1268 Volutas de niebla se alzaban del agua como si fuera su aliento mientras Eamon remaba en la pequeña barca. El sol arrojaba su pálida y fría luz al despertar del descanso nocturno e iniciaba el matutino coro de los pájaros. Oyó el canto del gallo, tan altanero e importante, y el balido de las ovejas que pacían en los verdes pastos. Sonidos familiares todos ellos, sonidos que le habían recibido cada mañana durante los últimos cinco años. Pero aquel no era su hogar. Por acogedor que fuera, por familiar que fuera, jamás sería su hogar. Y anhelaba su hogar. Al igual que a un anciano en un clima húmedo, le dolían los huesos de tanto desear el hogar; la añoranza desgarraba su corazón, como el de un amante despechado. Y bajo aquel deseo, bajo el dolor, el anhelo y la desgarradora añoranza vivía una rabia candente que podía erupcionar y quemar su garganta como la sed. Algunas noches soñaba con su hogar, con su cabaña en el extenso bosque en que conocía cada árbol, cada recodo y cada camino. Y algunas noches los sueños eran tan reales como la vida misma, de modo que alcanzaba a oler el fuego de turba, el dulce aroma de la lavanda que su madre les ponía en la cama para que tuvieran buenos y plácidos sueños. Podía oír su voz, cantando bajito debajo del altillo, donde elaboraba sus pociones y brebajes. La Bruja Oscura, la habían llamado con respeto, pues había sido poderosa y fuerte. Y amable y buena. Algunas noches cuando soñaba con su hogar, cuando oía a su madre cantando debajo del altillo, despertaba con las lágrimas rodando por sus mejillas. Se las enjugaba con celeridad. A sus diez años ya era todo un hombre, y cabeza de su familia como lo había sido su padre antes que él. Las lágrimas eran para las mujeres. Y él tenía que cuidar de sus hermanas, se recordó colocando los remos y permitiendo que la barca se meciera con suavidad mientras dejaba su caña de pescar. Tal vez Brannaugh fuera la mayor, pero él era el hombre de la

familia. Había jurado protegerlas a Teagan y a ella, y eso haría. La espada de su abuelo lo había acompañado. La utilizaría cuando llegara el momento. Ese momento llegaría. Pues había otros sueños, sueños que producían temor en vez de aflicción. Sueños sobre Cabhan, el hechicero negro. Esos sueños generaban miedo en sus entrañas, como glaciales bolas que congelaban incluso la candente cólera. Un miedo que hacía que el chico que vivía en él deseara llamar a gritos a su madre. Pero no podía permitirse tener miedo. Su madre ya no estaba, pues se había sacrificado para salvar a sus hermanas y él solo unas horas después de que Cabhan hubiera matado de manera brutal a su padre. Apenas podía ver a su padre con su ojo mental, muy a menudo necesitaba la ayuda del fuego para encontrar esa imagen; el alto y orgulloso Daithi, el cabeza de familia, con su vivo cabello y su risa espontánea. Pero solo tenía que cerrar los ojos para ver a su madre, pálida como la muerte que la aguardaba, delante de la cabaña en el bosque aquella nebulosa mañana, mientras él se alejaba con sus hermanas a caballo, con el corazón dominado por la congoja y un candente y reciente poder corriendo por sus venas. Desde aquella mañana ya no era un niño, sino uno de los tres, una bruja oscura, obligado por la sangre y un juramento a destruir aquello que ni siquiera su madre había podido destruir. Una parte de él solo quería comenzar, poner fin a aquella temporada en la granja de su prima en Galway, donde el gallo saludaba a la mañana y las ovejas balaban en los campos. El hombre y la bruja que habitaban en él anhelaban que el tiempo pasara, anhelaban la fuerza para blandir la espada de su abuelo sin que le temblara el brazo a causa del peso. Anhelaba el momento en que pudiera abrazar por completo sus poderes, practicar la magia que era suya por nacimiento y por derecho. El momento en que derramara la negra y corrosiva sangre de Cabhan sobre la tierra. Pese a todo, en los sueños no era más que un chico débil que no había demostrado aún su valía, perseguido por el lobo en que Cabhan se transformaba, el lobo con la piedra roja que le daba su negro poder brillando alrededor de su cuello. Y era su sangre y la de sus hermanas la que se derramaba, caliente y roja, sobre la tierra. Las mañanas después de haber tenido una terrible pesadilla se iba al río

y se alejaba en su barca para pescar, para estar solo, aunque la mayoría de los días ansiaba la compañía de la casa, las voces, los aromas de la comida. Pero después de aquellos sangrientos sueños necesitaba alejarse... y nadie lo miraba mal por no ayudar a ordeñar, a limpiar la cuadra o a dar de comer a los animales, no esas mañanas. Así que estaba sentado en la barca; un chico delgaducho de diez años con una mata de pelo castaño despeinado a causa del sueño, los vívidos ojos azules de su padre y el resplandeciente y estimulante poder de su madre. Podía oír el día despertando a su alrededor mientras esperaba de manera paciente a que los peces picaran en su anzuelo y se comía la torta de avena que había cogido de la cocina de su prima. Y podía encontrarse a sí mismo otra vez. El río, la quietud y el suave balanceo de la barca hicieron que rememorara el último día verdaderamente feliz que había vivido con su madre y sus hermanas. Recordó que, después de lo pálida y agotada que había estado durante el largo y crudo invierno, ella tenía buen aspecto. Todos contaban los días que faltaban hasta Bealtaine y el regreso de su padre. Eamon había creído que entonces se sentarían alrededor de la hoguera a comer pasteles y beber té endulzado con miel mientras escuchaban las historias de su padre sobre las incursiones y la cacería. Había creído que se darían un banquete y que su madre volvería a ponerse bien. Eso era lo que había creído aquel día en el río, cuando habían pescado y reído, y todos pensaban que su padre regresaría a casa muy pronto. Pero él no regresó, pues Cabhan se había valido de su magia negra para matar a Daithi el Valiente. Y Sorcha, la Bruja Oscura..., aunque lo había reducido a cenizas, él la había matado. La había matado y, de algún modo, aún existía. Eamon lo sabía por los sueños, por el hormigueo en su espalda. Veía la verdad en los ojos de sus hermanas. Pero tenía aquel día, aquel soleado día de primavera en el río para recordarla. Justo cuando un pez tiró del sedal, su mente volvió atrás y se vio a los cinco años, sacando un reluciente pez del oscuro río. En esos instantes le embargaba la misma sensación de orgullo que entonces.

—Ailish se pondrá contenta. Su madre le sonrió mientras él metía el pez en el balde con agua para mantenerlo fresco. Su enorme necesidad la llevó hasta él, le proporcionó consuelo. Volvió a cebar el anzuelo mientras el sol calentaba y comenzaba a disiparse la niebla. «Vamos a necesitar más de uno. —Recordaba que su madre le había dicho lo mismo aquel lejano día—. Así que pescarás más de uno.» —Pronto pescaré más de uno en mi propio río. «Un día lo harás. Algún día, mo chroi, regresarás a casa. Algún día aquellos que desciendan de ti pescarán en nuestro río, recorrerán nuestro bosque. Te lo prometo.» Las lágrimas amenazaban con derramarse, nublando su imagen de ella hasta el punto de que titilaba ante sus ojos. Eamon las contuvo para poder verla con nitidez. El negro cabello suelto, que le caía hasta la cintura; los ojos negros en los que vivía el amor. Y el poder que emanaba de ella. Aun en esos momentos, siendo solo una visión, sentía su poder. —¿Por qué no pudiste destruirlo, mamá? ¿Por qué no pudiste vivir? «No debía ser así. Amor mío, hijo mío, corazón mío, si hubiera podido evitaros todo esto a tus hermanas y a ti, habría dado más que mi vida.» —Diste más. Nos diste tu poder, casi por completo. Si lo hubieras conservado... «Había llegado mi hora, y era tu derecho de nacimiento. Estoy conforme con eso, también te lo prometo. —Un halo plateado la envolvía en la bruma que se disipaba—. Estoy siempre contigo, Eamon el Leal. Estoy en tu sangre, en tu corazón, en tu mente. No estás solo.» —Te echo de menos. —Sintió sus labios en la mejilla, su tibieza y su olor envolviéndolo. Y en ese instante, solo en ese instante, pudo volver a ser un niño otra vez—. Quiero ser valiente y fuerte. Juro que lo seré. Protegeré a Brannaugh y a Teagan. «Os protegeréis unos a otros. Sois los tres. Juntos sois más poderosos de lo que jamás lo fui yo.» —¿Lo mataré? —Quiso saber, pues ese era su más profundo y oscuro deseo—. ¿Acabaré con él? «Eso no puedo decirlo, solo que él jamás podrá quitarte lo que eres. Lo que eres, lo que posees, solo puede entregarse, como yo te lo entregué a ti. Él lleva mi maldición y su marca. Todo el que descienda de él será

portador de ello de igual forma que todo el que descienda de ti portará la luz. Mi sangre, Eamon. —Volvió la palma hacia arriba, mostrándole la delgada línea de sangre—. Y la tuya.» Eamon sintió el fugaz dolor, vio la herida cruzar su palma. Y la unió con la de su madre. «La sangre de los tres, nacidos de Sorcha, lo derrotará aunque tarde mil años. Confía en lo que eres. Es suficiente.» Lo besó de nuevo y le brindó otra sonrisa. «Tienes más de uno.» El tirón en la caña lo sacó de la visión. Sí que tenía más de uno. Sería valiente, pensó mientras sacaba el pez del río, que no dejaba de sacudirse. Sería fuerte. Y un día sería lo bastante fuerte. Estudió su mano; no había marca alguna en ella, pero comprendió. Llevaba su sangre y su don. Un día le pasaría ambas cosas a sus hijos, a sus hijas. Si él no destruía a Cabhan, lo haría uno de su sangre. Pero por Dios que esperaba ser él. Por el momento iba a pescar. Era estupendo ser un hombre, cazar y pescar, llevar el alimento a casa, pensó. Compensar a sus primos por el refugio y el cuidado. Había aprendido a ser paciente desde que era un hombre... y pescó cuatro peces antes de remar hasta la orilla de nuevo. Aseguró la barca y ensartó los peces en un palo. Se quedó inmóvil unos segundos, mirando hacia el agua, que resplandecía bajo el sol en todo su esplendor. Pensó en su madre, en el sonido de su voz, en el aroma de su cabello. Sus palabras permanecerían con él. Atravesaría el pequeño bosque. No era tan grande como el de su hogar, pero era un buen bosque de todas formas, se dijo a sí mismo. Y le llevaría el pescado a Ailish y se tomaría un té junto al fuego. Luego ayudaría a terminar de cosechar. Oyó el agudo grito cuando emprendía el regreso a la casa y la pequeña granja. Sonriendo para sí, metió la mano en su morral a fin de sacar su guante de piel. Solo tuvo que ponérselo y alzar el brazo y Roibeard descendió en picado, desplegando las alas para aterrizar. —Buenos días. —Eamon miró aquellos ojos dorados, sintiendo la conexión con su halcón, su guía, su amigo. Se tocó el amuleto que llevaba

al cuello, y que su madre había conjurado con magia de sangre para protegerlo. Portaba la imagen del halcón—. Hace un día estupendo, ¿verdad que sí? Fresco y soleado. Casi ha terminado la cosecha y pronto tendremos fiesta —continuó mientras caminaba con el halcón en su brazo —. El equinoccio, como bien sabes, cuando la noche conquista al día igual que Gronw Pebr conquistó a Lleu Llaw Gyffes. Celebraremos el nacimiento de Mabon, hijo de Mordon, el guardián de la tierra. Seguro que habrá pasteles de miel. Me aseguraré de que comas un poco. —El halcón frotó la cabeza contra la mejilla de Eamon, cariñoso como un gatito—. He vuelto a soñar con Cabhan. Con el hogar, con mamá después de que nos entregara casi todo su poder y nos enviara lejos para que estuviéramos a salvo. Lo he visto, Roibeard. He visto cómo le envenenó con un beso, cómo ardió en llamas al utilizar todo lo que tenía para destruirlo. Él le quitó la vida y, sin embargo... He visto agitarse las cenizas a las que mi madre lo redujo. Las he visto agitarse, algo malvado y el brillo rojo de su poder. Eamon guardó silencio un instante, reuniendo su poder y abriéndose a él. Sintió el latido del corazón de un conejo que se metió corriendo entre la maleza, el hambre de unos polluelos esperando a que su madre les llevara el desayuno. Sintió a sus hermanas, a las ovejas, a los caballos. Y no percibió ninguna amenaza. —No nos ha encontrado. Lo percibiría si así fuera. Tú lo verías y me avisarías. Pero él está ojo avizor, y busca y aguarda, y eso también lo siento. —Sus vívidos ojos azules se oscurecieron; la suave boca del chico adoptó la firmeza de la de un hombre—. No voy a esconderme el resto de mi vida. Juro por la sangre de Daithi y de Sorcha que un día seré yo quien lo persiga a él. Eamon levantó una mano, agarró un puñado de aire, lo hizo girar y lo arrojó con suavidad hacia un árbol. Las ramas se sacudieron y los pájaros allí posados salieron volando. —Me haré más fuerte, ¿no es así? —murmuró, y fue hacia la casa para complacer a Ailish con cuatro peces.

Brannaugh se afanó con sus tareas como hacía cada día. Como cada día durante cinco años había hecho todo lo que se esperaba de ella. Cocinaba, limpiaba, atendía a los pequeños, ya que Ailish siempre parecía tener un

bebé en el pecho o en el vientre. Ayudaba a sembrar los campos y a cuidar de las cosechas. Ayudaba a recogerlas. Un trabajo decente, desde luego, y a su modo satisfactorio. No había nadie más amable que su prima Ailish y su esposo. Buenas personas los dos, gente sencilla que ofrecía más que un refugio a tres niños huérfanos. Les habían ofrecido una familia, y no había regalo más preciado que ese. ¿Acaso su madre lo había ignorado? Si hubiera sido así jamás habría enviado a sus tres hijos con Ailish. Aun en la hora más aciaga, Sorcha jamás habría entregado a sus amados hijos a alguien que no fuera bondadoso y afectuoso. Pero a los doce años, Brannaugh ya no era una niña. Y lo que se alzaba en ella, lo que se propagaba, lo que despertaba en su interior —más desde que había comenzado sus lecciones el año anterior— era muy exigente. Albergar tanto dentro, apartar los ojos de esa brillantísima luz se hacía más duro y triste cada día. Pero le debía respeto a Ailish, y su prima tenía miedo de la magia y del poder... aun de los suyos propios. Brannaugh había hecho lo que le había pedido su madre aquella terrible noche. Había llevado a su hermano y a su hermana al sur, lejos de su hogar en Mayo. Se había mantenido alejada de los caminos; había encerrado su pena en el corazón donde solo ella podía oír sus lamentos. Y en ese corazón también moraba una necesidad de venganza, la necesidad de aceptar el poder que llevaba dentro y de aprender más, aprender y mejorar para derrotar a Cabhan de una vez por todas. Pero Ailish tan solo quería a su hombre, a sus hijos y su granja. Y ¿por qué no? Tenía derecho a su hogar, a su vida y a su tierra, a la tranquilidad de todo aquello. ¿Acaso no lo había arriesgado al aceptar a los retoños de Sorcha? ¿Al acoger aquello que Cabhan codiciaba..., que perseguía? Merecía gratitud, lealtad y respeto. Pero lo que vivía en Brannaugh buscaba su libertad con uñas y dientes. Tenía que tomar decisiones. Había visto a su hermano regresar del río con sus peces y su halcón. Lo sintió poner a prueba su poder lejos de la casa... como solía hacer. Al igual que Teagan, su hermana, hacía con frecuencia. Ailish, que parloteaba sobre las mermeladas que habían elaborado ese día, no notó nada. Su prima bloqueaba la mayoría de lo que poseía —algo que no dejaba de desconcertar a Brannaugh— y solo se permitía utilizar un poquito para endulzar mermeladas o hacer que sus gallinas pusieran huevos más

grandes. Brannaugh se dijo que merecía la pena el sacrificio, la espera para buscar más, para aprender más, para ser más. Sus hermanos estaban a salvo allí, tal y como deseaba su madre. Teagan, cuya pena había sido inconmensurable durante días, durante semanas, reía y jugaba. Hacía sus tareas con entusiasmo, atendía a los animales y cabalgaba como una guerrera a lomos de su gran caballo gris, Alastar. Quizá algunas noches llorara en sueños, pero Brannaugh solo tenía que estrecharla entre sus brazos para tranquilizarla. Salvo cuando le asaltaban sueños de Cabhan. Les asaltaban a Teagan, a Eamon y a ella misma. En la actualidad con mayor frecuencia y nitidez, tanta que Brannaugh había empezado a escuchar el eco de su voz después de despertar. Tenía que tomar decisiones. Era posible que tuviera que poner fin a aquella espera, que tuviera que dejar aquel refugio, de un modo u otro. Por la noche limpiaba patatas recién sacadas de la tierra. Removía el guiso puesto al fuego y seguía con el pie el ritmo de la música que el marido de su prima tocaba con su pequeña harpa. La casa era caliente y acogedora; un lugar feliz lleno de buenos aromas, voces alegres y la risa de Ailish mientras se cargaba a su hijo pequeño a la cadera para bailar. La familia, pensó de nuevo. Estaban bien alimentados, bien cuidados, en una casa caliente y acogedora, con hierbas secándose en la cocina, con bebés de sonrosadas mejillas. Eso debería satisfacerla; cuánto deseaba que fuera así. Su mirada se cruzó con la de Eamon, del mismo vívido azul que la de su padre, y sintió que su poder presionaba de forma insistente contra ella. Eamon veía mucho, pensó. Demasiado si no se acordaba de bloquearlo. Le hizo una pequeña advertencia para que se metiera en sus asuntos. Y le brindó una sonrisa fraternal al ver que él hacía una mueca. Después de la cena había que fregar los cacharros y acostar a los niños. Mabh, la mayor con siete años, se quejó como siempre de que no tenía sueño. Seamus se metió en la cama sin rechistar, con una sonrisa soñolienta. Los gemelos, que había ayudado a traer al mundo, parloteaban entre ellos como urracas; la pequeña Brighid se metió su consolador pulgar en la boca; y el bebé se durmió antes de que su madre lo acostara. Brannaugh se preguntó si Ailish sabía que el bebé, con su dulce carita de

ángel, y ella no estarían allí de no ser por la magia. Sin el poder de Brannaugh, sin su don para sanar, para ver, y sin su esfuerzo, el alumbramiento, tan doloroso y complicado, habría acabado de forma trágica para ambos. Aunque nunca habían hablado de ello, creía que Ailish lo sabía. Esta se irguió, con una mano en la espalda y otra sobre el siguiente bebé que llevaba en el vientre. —Os deseo buenas noches y dulces sueños a todos. Brannaugh, ¿te tomas un té conmigo? Me vendría bien un poco de tu té, ya que este está guerrero esta noche. —Pues claro que te preparo un poco. —Y como de costumbre añadiría el encantamiento para que tuviera salud y un parto fácil—. Este está sano, y sospecho que va a ser una buena pieza, como los gemelos. —No cabe duda de que es un niño —dijo Ailish cuando bajaron del altillo, donde estaban las camas—. Puedo sentirlo. Aún no me he equivocado ni una sola vez. —Ni tampoco esta. No te vendría mal descansar más, prima. —Una mujer con seis hijos y otro en el horno no puede descansar demasiado. Me encuentro bastante bien. —Su mirada se clavó en la de Brannaugh en busca de confirmación. —Claro que sí, pero de todas formas te vendría bien descansar más. —Eres una gran ayuda y un gran consuelo para mí, Brannaugh. —Así lo espero. —Algo sucedía, pensó esta mientras se afanaba preparando el té. Percibía el nerviosismo de su prima, y este avivaba el suyo—. Ahora que hemos recogido la cosecha, podrías dedicarte a coser. Es un trabajo necesario y tranquilo para ti. Yo puedo ocuparme de cocinar. Teagan y Mabh me ayudarán; he de decirte la verdad, Mabh ya es muy buena cocinera. —Sí, claro que lo es. Estoy muy orgullosa de ella. —Mientras las chicas se ocupan de la cocina, Eamon y yo podemos ayudar al primo a cazar. Sé que preferirías que no cogiera el arco, pero ¿acaso no es sensato que cada cual haga aquello que se le da bien? Ailish desvió la mirada durante un instante. Sí, ella lo sabe y, más aún, siente el peso de pedirnos que no seamos lo que somos, pensó Brannaugh. —Amaba a vuestra madre. —Oh, y ella a ti.

—Nos veíamos poco los últimos años. Pero ella me enviaba mensajes a su modo. La noche en que nació Mabh, la pequeña mantita que mi niña aún abraza cuando se va a dormir apareció ahí, justo en la cuna que Bardan hizo para ella. —Cuando hablaba de ti lo hacía con amor. —Ella os envió conmigo. A Teagan, a Eamon y a ti. Se me apareció en un sueño y me pidió que os diera un hogar. —No me lo habías contado —murmuró Brannaugh. Le llevó el té a su prima y se sentó a su lado junto al fuego. —Me lo pidió dos días antes de que vinierais. Con las manos en el regazo, sobre una falda tan gris como sus ojos, Brannaugh fijó la mirada en el fuego. —Nosotros tardamos ocho días en llegar aquí. Su espíritu vino a ti. Ojalá pudiera verla otra vez, pero solo la veo en sueños. —Ella está con vosotros. La veo en ti. En Eamon, en Teagan, pero sobre todo en ti. Su fuerza y su belleza. Su ferviente amor por la familia. Ya tienes edad, Brannaugh. Una edad en que debes empezar a pensar en formar una familia. —Tengo una familia. —Una familia propia, como hizo tu madre. Un hogar, cariño, un hombre que trabaje la tierra por ti, bebés que sean tuyos. —Se tomó el té mientras Brannaugh permanecía en silencio—. Fial es un hombre honrado, un buen hombre. Fue bueno con su esposa mientras vivió, te lo prometo. Necesita una esposa, una madre para sus hijos. Tiene una buena casa, mucho más grande que la nuestra. Pediría tu mano y abriría su casa a Eamon y a Teagan. —¿Cómo puedo casarme con Fial? Es... —«Viejo» fue lo primero que le vino a la cabeza, pero se dio cuenta de que no debía ser mayor que Bardan. —Te daría una buena vida, le daría una buena vida a tus hermanos. — Ailish cogió su costura para tener las manos ocupadas—. Jamás te habría hablado de ello si no creyera que te trataría siempre con amabilidad. Es guapo, Brannaugh, y tiene buenos modales. ¿Irás a pasear con él? —Yo... Prima, no pienso en Fial de ese modo. —Quizá lo harías si pasearas con él. —Ailish esbozó una sonrisa al decirlo, como si supiera un secreto—. Una mujer necesita a un hombre que la mantenga, la proteja y le dé hijos. Un buen hombre con una buena casa, con un rostro agradable...

—¿Tú te casaste con Bardan porque era amable? —No me habría casado con él de otra forma. Tú solo piénsalo. Le diremos que espere hasta después del equinoccio para hablarte de ello. Piénsalo. ¿Lo harás? —Lo haré. Brannaugh se puso en pie. —¿Sabe él lo que soy? Ailish bajó su cansada mirada. —Eres la hija mayor de mi prima. —¿Sabe lo que soy, Ailish? —Aquello que poseía, que reprimía, se removió dentro de ella. El orgullo despertó. Y la luz que jugueteaba sobre su rostro no solo procedía ya de las llamas del fuego—. Soy la hija mayor de la Bruja Oscura de Mayo. Y antes de sacrificar su vida, sacrificó su poder, pasándonoslo a Eamon, a Teagan y a mí. Somos brujas negras. —Eres una niña... —Una niña cuando hablas de magia, de poder. Pero una mujer cuando hablas de casarme con Fial. La verdad de aquello hizo que las mejillas de Ailish enrojecieran. —Brannaugh, cariño, ¿acaso no has vivido contenta aquí estos últimos años? —Sí, contenta. Y os estoy muy agradecida. —La sangre acoge a la sangre sin necesidad de gratitud. —Sí. La sangre da a la sangre. Dejando a un lado su labor, Ailish tomó las manos de Brannaugh en las suyas. —Tú, la hija de mi prima, estarías a salvo. Y estarías contenta. Y serías amada, créeme. ¿Podrías desear más que eso? —Soy más que eso —repuso en voz queda, y subió al altillo para acostarse.

Pero el sueño le era esquivo. Se quedó tumbada en silencio al lado de Teagan, esperando a que los murmullos entre Ailish y Bardan cesaran. Estarían hablando de aquel matrimonio, de aquel estupendo y acertado matrimonio. Se convencerían de que su reticencia no era más que la expresión de los nervios propios de una niña. De igual forma que se habían convencido de que Eamon, Teagan y ella

eran niños como los demás. Se levantó sin hacer ruido y se puso sus suaves botas y su chal. Necesitaba aire. Aire, la noche, la luna. Bajó con sigilo del altillo y abrió la puerta. Kathel, su perro, que dormía junto al fuego, se estiró sin vacilar y salió antes que ella. Ya podía respirar; el aire frío de la noche en las mejillas y la quietud eran como una mano tranquilizadora para el caos que la embargaba. Allí tenía libertad, durante el tiempo que pudiera conservarla. Su fiel perro y ella se adentraron como sombras en el bosque. Oyó el murmullo del río, el susurro del viento entre los árboles; olió la tierra y el punzante aroma del humo de turba que salía por la chimenea de la casa. Podía iniciar el círculo, intentar conjurar el espíritu de su madre. Necesitaba a su madre esa noche. No había llorado en cinco años, no se había permitido derramar una sola lágrima. En esos momentos deseó sentarse en el suelo, apoyar la cabeza sobre el pecho de ella y romper a llorar. Posó la mano en el amuleto que llevaba puesto; la imagen del perro que su madre había conjurado con amor, con magia y con sangre. ¿Debía permanecer fiel a su sangre, a lo que vivía dentro de ella? ¿Aceptar sus propias necesidades, deseos y pasiones? ¿O dejar eso a un lado, como un juguete con el que ya no se juega, y hacer aquello que garantizaría la seguridad y el futuro de sus hermanos? —Mamá —murmuró—, ¿qué debo hacer? ¿Qué quieres que haga? Diste la vida por nosotros. ¿Cómo puedo hacer yo menos? Sintió el acercamiento, la unión de los poderes, como dedos que se entrelazan. Dio media vuelta y miró a las sombras. «Mamá», pensó con el corazón desbocado. Pero fue Eamon quien apareció bajo la luna, llevando a Teagan de la mano. La aguda decepción se abrió paso como una daga en su voz. —Tenéis que estar acostados. ¿En qué estáis pensando al salir a deambular de noche por el bosque? —Tú haces lo mismo —espetó Eamon. —Yo soy la mayor. —Yo soy el cabeza de familia. —El insignificante pepinillo que tienes entre las piernas no te convierte

en el cabeza de familia. Teagan soltó una risita, luego corrió a abrazar a su hermana. —No te enfades. Necesitabas que viniéramos. Estabas en mi sueño. Y llorabas. —No estoy llorando. —Aquí. —Teagan le puso la mano en el corazón a Brannaugh. Sus profundos ojos negros, iguales a los de su madre, la miraron con expresión inquisitiva—. ¿Por qué estás triste? —No estoy triste. Solo he salido para pensar. Para estar sola y pensar. —Piensas muy alto —farfulló Eamon, dolido aún por el comentario sobre el «pepinillo». —Y tú deberías tener la suficiente educación como para no escuchar los pensamientos de los demás. —¿Cómo no voy a hacerlo si los piensas a gritos? —Basta. No discutamos. —Quizá Teagan fuera la más pequeña, pero no carecía de voluntad—. Brannaugh está triste, Eamon es como un hombre sobre carbones ardiendo y yo... yo me siento igual que cuando como demasiado postre. —¿Estás enferma? —La ira de Brannaugh se disolvió. Miró a Teagan a los ojos. —No de esa forma. Hay algo que carece de... de equilibrio. Lo percibo. Y creo que vosotros también. Así que no nos peleemos. Somos una familia. —Sujetando aún la mano de Brannaugh, Teagan asió la de Eamon—. Dinos, hermana, por qué estás triste. —Yo... quiero iniciar un círculo. Quiero sentir la luz en mí. Quiero iniciar un círculo y sentarme en su luz con vosotros. Con vosotros dos. —Raras veces lo hacemos —repuso Teagan—. Porque Ailish no quiere que lo hagamos. —Y ella nos ha acogido. Le debemos respeto en su casa. Pero ahora no estamos en su casa, y ella no tiene por qué saberlo. Yo necesito la luz. Necesito hablar con vosotros dentro de nuestro círculo, donde nadie puede oírnos. —Yo lo iniciaré. Suelo practicar —le dijo Teagan—. Cuando Alastar y yo nos alejamos, suelo practicar. Con un suspiro, Brannaugh acarició el brillante cabello de su hermana. —Es bueno que lo hagas. Inicia el círculo, deirfiúr bheag.

2 Brannaugh observó a Teagan mientras trabajaba, mientras extraía luz y fuego de sí misma, dando las gracias a las diosas a medida que iniciaba el círculo. Un círculo lo bastante amplio como para incluir a Kathel, pensó Brannaugh con diversión y gratitud. —Lo has hecho bien. Debería haberte enseñado más, pero yo... —Respetabas a Ailish. —Y también te preocupa que si utilizamos nuestros poderes demasiado, con demasiada intensidad, él nos encuentre —apuntó Eamon—. Que él venga. —Sí. —Brannaugh se sentó en el suelo, rodeando a Kathel con un brazo —. Ella quería que estuviéramos a salvo. Lo dio todo por nosotros. Sus poderes, su vida. Creyó que lo destruiría y que estaríamos a salvo. No podía saber que la magia negra que obtuvo le haría resurgir de las cenizas. —Más débil. Miró a Eamon y asintió. —Sí, más débil. Entonces. Creo que él se... alimenta de poder. Encontrará a otros, se lo arrebatará y se hará más fuerte. Mamá quería que estuviéramos a salvo. —Brannaugh exhaló un suspiro—. Fial desea casarse conmigo. Eamon se quedó boquiabierto. —¿Fial? Pero si es viejo. —No más que Bardan. —¡Viejo! Brannaugh rió, sintiendo que parte de la opresión en su pecho se aliviaba. —Al parecer los hombres quieren esposas jóvenes. Para que puedan darles muchos hijos y aun así deseen acostarse con ellos y cocinar para ellos. —No te casarás con Fial —dijo Teagan de forma decidida. —Es amable y no carece de atractivo. Tiene una casa y una granja más grande que la de Ailish y Barden. Os acogerá a los dos de buen grado. —No te casarás con Fial —repitió Teagan—. No lo amas. —No busco el amor, y tampoco lo necesito. —Deberías, pero aunque cierres los ojos, él te encontrará. ¿Has olvidado

el amor entre nuestra madre y nuestro padre? —No. No creo que encuentre tal cosa para mí. Quizá algún día tú sí lo encuentres. Eres muy bonita y alegre. —Oh, lo haré. —Teagan asintió de manera sabia—. Igual que tú, igual que Eamon. Y legaremos lo que somos, lo que tenemos, a aquellos que engendremos. Nuestra madre así lo quería. Quería que viviéramos. —Viviremos, y viviremos bien si me caso con Fial. Soy la mayor. —Les recordó Brannaugh—. Es a mí a quien corresponde decidir. —Ella me encomendó protegeros a mí. —Eamon cruzó los brazos sobre el pecho—. Y lo prohíbo. —No discutamos. —Teagan les agarró de las manos con fuerza. Las llamas brotaron entre sus dedos unidos—. Y nadie cuidará de mí. No solo no soy un bebé, Brannaugh, sino que tengo la misma edad que tú cuando dejamos nuestro hogar. No te casarás para darme un hogar. No rechazarás lo que eres, no ignorarás tu poder. No eres Ailish, sino Brannaugh, hija de Sorcha y Daithi. Eres una bruja oscura y siempre lo serás. —Un día lo destruiremos —juró Eamon—. Un día vengaremos a nuestro padre, a nuestra madre, y destruiremos incluso las cenizas a las que lo reduzcamos. Nuestra madre me ha dicho que lo haremos nosotros o lo harán nuestros descendientes, aunque tardemos mil años. —¿Te lo ha dicho? —Esta mañana. Vino a mí mientras estaba en el río, en medio de la niebla y el silencio. La busco allí cuando la necesito. —Ella viene a mí solo en sueños. —Las lágrimas que Brannaugh se negaba a derramar le formaron un nudo en la garganta. —Reprimes con mucha fuerza lo que eres. —Teagan le acarició el pelo a su hermana para tranquilizarla—. Para no disgustar a Ailish, para protegernos a nosotros. Quizá solo le permitas visitarte en tus sueños. —¿Ella viene a ti? —murmuró Brannaugh—. ¿No solo en sueños? —A veces cuando cabalgo en Alastar, cuando nos internamos en el bosque y me mantengo muy, muy callada, ella viene. Me canta como solía hacer cuando era pequeña. Y fue nuestra madre quien me dijo que tendremos amor, que tendremos hijos. Y que nuestra sangre derrotará a Cabhan. —¿He de casarme con Fial, pues, engendrar con él a los hijos, a la sangre, que pongan fin a todo esto? —¡No! —Diminutas llamas parpadearon en las yemas de los dedos de

Teagan antes de recordar que debía controlarse—. No hay amor ahí. El amor llegará primero; luego, los hijos. Esta es la manera. —No es la única manera. —Es la nuestra. —Eamon tomó de nuevo la mano de Brannaugh—. Será a nuestro modo. Seremos lo que estamos destinados a ser, haremos lo que debemos hacer. Si no lo intentamos, lo que nuestros padres sacrificaron por nosotros será en vano. Habrán muerto por nada. ¿Es eso lo que quieres? —No. No. Quiero matarlo. Quiero su sangre, su muerte. —Debatiéndose consigo misma, apretó la cara contra el cuello de Kathel, consolándose en su calor—. Creo que una parte de mí moriría si le diera la espalda a lo que soy. Pero sé que todo mi ser lo hará si cualquier decisión que tome os causa algún daño. —La decisión es de todos —declaró Eamon—. Los tres somos uno. Necesitábamos este tiempo. Nuestra madre nos envió aquí para que pudiéramos tener este tiempo. Ya no somos niños. Creo que ya no lo éramos cuando dejamos atrás nuestro hogar aquella mañana, sabiendo que no volveríamos a verla más. —Teníamos poder. —Brannaugh inspiró hondo y se enderezó. Si bien Eamon era más pequeño, un chiquillo, su hermano estaba en lo cierto—. Ella nos dio más. Os pedí a los dos que lo mantuvierais latente. —Hiciste bien al pedirlo..., aunque lo despertáramos de vez en cuando —agregó Eamon con una sonrisa—. Necesitábamos el tiempo que hemos pasado aquí, pero este tiempo está llegando a su fin. Lo noto. —También yo —murmuró Brannaugh—. Por eso me preguntaba si Fial era mi destino. Pero no, ambos tenéis razón. La granja no es mi destino. No estoy hecha para realizar pequeños trucos de magia en la cocina ni juegos de mesa. Buscaremos aquí, dentro del círculo. Miraremos y veremos. Y sabremos. —¿Juntos? —El rostro de Teagan se iluminó de felicidad al preguntar aquello. Brannaugh supo entonces que había estado reprimiendo a sus hermanos y a sí misma durante demasiado tiempo. —Juntos. —Ahuecó las manos e invocó su poder. Y luego, bajándolas como si fuera agua cayendo, conjuró el fuego. Y al crearlo, al utilizar la primera habilidad que había aprendido, la pureza de la magia la atravesó. Lo invadió la sensación de haber tomado la primera bocanada de aire en cinco años.

—Ahora tienes más —declaró Teagan. —Sí. Ha esperado. Yo he esperado. Hemos esperado. Ya no esperaremos más. A través de las llamas y el humo lo buscaremos, veremos dónde se esconde. Tú ves más —le dijo a Eamon—, pero ten cuidado. Si sabe que lo observamos, él nos observará a nosotros. —Sé lo que hago. Podemos ir a través del fuego, volar a través del viento, sobre el agua y la tierra, a donde él está. —Posó una mano sobre la pequeña espada que llevaba al costado—. Podemos matarlo. —Para ello requeriremos más que tu espada. A pesar de todo su poder, nuestra madre no pudo destruirlo. Necesitaremos más, y encontraremos más. Con el tiempo. Por ahora solo observaremos. —Podemos volar. Alastar y yo. Nosotros... —La voz de Teagan se fue apagando al ver la mirada severa de Brannaugh—. Simplemente... un día sucedió. —Somos lo que somos. —Brannaugh meneó la cabeza—. Nunca debí olvidarlo. Y ahora, veamos. A través del fuego, a través del humo, mientras invocamos protegidos de la vista estamos. Para buscar, para encontrar, los ojos cegamos a aquel que derramó nuestra sangre. Ahora nuestro poder se alza en una ola. Somos los tres. Hágase mi voluntad. Se agarraron de la mano, uniendo sus luces. Las llamas cambiaron; el humo se despejó. Allí, bebiendo vino de un cáliz de plata, estaba Cabhan. El negro cabello le llegaba a los hombros y relucía bajo la luz de las velas de sebo. Brannaugh vio paredes de piedra, ricos tapices cubriéndolas, una cama con cortinas de vivo terciopelo azul oscuro. Estaba a sus anchas, pensó. Tenía comodidades, riqueza; aquello no lo sorprendía. Cabhan utilizaba su poder para su provecho, para obtener placer, para causar la muerte. Para cualquier cosa que sirviera a sus propósitos. Una mujer entró en la recámara. Llevaba ricos ropajes y tenía el cabello tan negro como la noche. Hechizada, a juzgar por su mirada desenfocada, pensó Brannaugh. Y, sin embargo, se percató Brannaugh, allí había poder. Luchaba por romper las ataduras que la inmovilizaban. Cabhan no habló, tan solo agitó una mano hacia la cama. La mujer fue hacia ella, se desnudó y se quedó inmóvil durante un instante; su piel era pálida como la luz de la luna.

Brannaugh vio la guerra que se libraba tras aquellos ojos de mirada perdida, la encarnizada lucha por liberarse. Por atacar. La concentración de Eamon flaqueó durante un momento. Jamás había visto a una mujer adulta desnuda por completo, no una mujer con unos pechos tan grandes. Al igual que sus hermanas percibió aquel poder atrapado, como un pájaro blanco dentro de una jaula negra. Pero toda aquella piel desnuda, aquellos suaves y generosos pechos, el fascinante triángulo de vello entre las piernas... ¿Sería igual que el pelo de la cabeza? Eamon deseó con desesperación tocarla, justo ahí, y averiguarlo. Cabhan levantó la cabeza, como un lobo olfateando el aire. Se puso en pie con celeridad, volcando el cáliz de plata y derramando el vino, tan rojo como la sangre. Brannaugh le retorció los dedos a Eamon de forma dolorosa. Aunque gritó, rojo como la grana, recuperó la concentración. Pese a todo, durante un instante, durante un espantoso instante, los ojos de Cabhan parecieron clavarse en los suyos. Entonces fue hacia la mujer. Le agarró los pechos, se los apretó y retorció. El dolor se plasmó en todo su rostro, pero no gritó. No podía gritar. Le pellizcó los pezones, se los retorció hasta que las lágrimas rodaron por sus mejillas y unos moratones aparecieron en su blanca piel. La golpeó, tirándola sobre la cama. La sangre brotó de la comisura de su boca, pero ella se limitó a mirarle. Con un rápido movimiento de muñeca, quedó desnudo, y con la polla en completa erección. Parecía resplandecer, pero no de luz. Sino de oscuridad. Eamon sintió que era como hielo; frío, cortante y espantoso. Y penetró con ella a la mujer, como una lanza, mientras las lágrimas caían por las mejillas de ella y la sangre brotaba de su boca. Algo dentro de Eamon estalló con indignación; una virulenta e innata furia al ver a una mujer tratada de semejante modo. Casi entró a través del fuego, del humo, pero Brannaugh le agarró la mano y se la apretó con fuerza. Y mientras él la violaba —pues eso era lo que estaba haciendo— Eamon sintió los pensamientos de Cabhan. Pensaba en Sorcha y en la terrible lujuria que sentía por ella y que nunca había saciado. Pensaba en... Brannaugh. En Brannaugh y en cómo iba a hacerle eso mismo a ella, y más

aún. Cosas peores. Pensaba en el dolor que le infligiría antes de arrebatarle su poder. En cómo le arrebataría su poder antes de arrebatarle la vida. Brannaugh apagó el fuego con premura, poniendo fin de golpe a la visión. Y con la misma presteza agarró a Eamon de los brazos. —Dije que no estábamos preparados. ¿Acaso crees que no he sentido que te preparabas para ir allí? —Le estaba haciendo daño. Tomó su poder, su cuerpo, en contra de su voluntad. —Ha estado a punto de descubrirte; ha sentido que algo se colaba. —Lo mataría por sus pensamientos tan solo. Jamás te tocará a ti como hacía con ella. —Quería hacerle daño a la mujer. —La voz de Teagan era infantil ahora —. Pero pensaba en nuestra madre, no en ella. Luego pensó en ti. —Sus pensamientos no pueden hacerme daño. —Pero la habían conmocionado hasta lo más hondo—. Jamás os hará a vosotros ni a mí lo que le ha hecho a esa pobre mujer. —¿Podríamos haberla ayudado? —Ah, Teagan, no lo sé. —No lo hemos intentado. —Las palabras de Eamon eran como latigazos —. Me has retenido aquí. —Por tu vida, por la nuestra, por nuestro propósito. ¿Crees que no siento lo que tú sientes? —Una gélida oleada de cólera ahogó incluso su temor secreto—. ¿Que no hacer nada no es como recibir mil puñaladas? Cabhan tiene poder. No el que tenía, sino diferente. No más, sino menos, pero diferente de todas formas. No sé cómo luchar contra él. Aún. Eamon, no lo sabemos, y hemos de saberlo. —Él se acerca. No esta noche ni mañana, pero vendrá. Sabe que tú... — Eamon se ruborizó otra vez y apartó la mirada. —Sabe que puedo engendrar hijos —concluyó Brannaugh—. Piensa en conseguir un hijo de mí. Jamás lo hará. Pero se acerca. Yo también lo noto. —Entonces hemos de irnos. —Teagan ladeó la cabeza hacia el flanco de Kathel—. No debemos traerle hasta aquí. —Hemos de irnos —convino Brannaugh—. Debemos ser lo que somos. —¿Adónde iremos? —Al sur. —Brannaugh miró a Eamon en busca de confirmación. —Sí, al sur, ya que él sigue en el norte. Permanece en Mayo. —Buscaremos un lugar y allí aprenderemos más, buscaremos más. Y

algún día iremos a casa. —Se levantó, tomó a sus hermanos de la mano y dejó que el poder se encendiera de uno a otro—. Juro por nuestra sangre que regresaremos a casa. —Juro por nuestra sangre —repuso Eamon— que nosotros o nuestros descendientes destruirán hasta su solo recuerdo. —Juro por nuestra sangre —dijo Teagan— que somos los tres y siempre lo seremos. —Ahora cerramos el círculo, pero nunca más bloquearemos lo que somos, lo que se nos ha dado. —Brannaugh les soltó las manos—. Nos marcharemos mañana.

Con los ojos llorosos, Ailish contempló a Brannaugh mientras guardaba su chal. —Te ruego que os quedéis. Piensa en Teagan. No es más que una niña. —Yo tenía su misma edad cuando vinimos a ti. —Y eras una niña —apuntó. —Era más. Somos más, y debemos ser lo que somos. —Te he asustado al hablarte de Fial. No puedes pensar que te obligaríamos a casarte. —No. Oh, no. —Brannaugh se volvió y tomó a su prima de las manos—. Jamás lo haríais. No es por Fial por lo que te dejamos, prima. Girándose de nuevo, Brannaugh guardó sus últimas pertenencias. —Tu madre no querría esto para ti. —Mi madre querría que estuviéramos en casa, felices y sanos y salvos, con nuestro padre y con ella. Pero eso no había de ser. Mi madre dio su vida por nosotros, nos dio sus poderes. Y su objetivo. Debemos vivir nuestras vidas, aceptar nuestros poderes, completar nuestro objetivo. —¿Adónde iréis? —Creo que a Clare. Por ahora. Regresaremos. E iremos a casa. Siento que es verdad. Él no vendrá aquí. —Se volvió una vez más para clavar sus ojos grises en los de su prima—. No vendrá aquí y no os hará daño ni a los tuyos ni a ti. Te lo juro por la sangre de mi madre. —¿Cómo puedes saberlo? —Soy uno de los tres. Soy una bruja oscura de Mayo, hija primogénita de Sorcha. Él no vendrá aquí y no os hará daño ni a los tuyos ni a ti. Estás protegida para toda la vida. De eso me he encargado yo. No te dejaría

desprotegida. —Brannaugh... —Te preocupas. —La joven posó las manos sobre las de su prima, que descansaban sobre su abultado vientre—. ¿Acaso no te he dicho que tu hijo está bien y sano? El alumbramiento será fácil, y también rápido. Eso también te lo prometo. Pero... —¿Qué sucede? Debes contármelo. —Me quieres pero aun así temes lo que tengo. Pero debes hacerme caso en esto. Tu hijo, el que está por llegar, ha de ser el último. Tendrá salud y el parto irá bien. Pero el próximo no. Si hay un próximo, no sobrevivirás. —Yo... No puedes saberlo. No puedo negarle a mi esposo el lecho conyugal. Ni tampoco a mí misma. —No puedes negarles su madre a tus hijos. Es algo muy doloroso, Ailish. —Dios decidirá. —Dios te habrá dado siete hijos, pero el precio por otro más será tu vida y también la del bebé. Porque te quiero, hazme caso. —Sacó una botellita del bolsillo—. He preparado esto para ti. Solo para ti. Guárdalo bien. Has de beberlo una vez al mes, el primer día de tu período; solo un sorbo. No te quedarás encinta aun después de que hayas tomado el último sorbo, pues estará hecho. Vivirás. Tus hijos tendrán a su madre. Vivirás para acunar a sus hijos. Ailish posó las manos sobre su vientre. —Seré estéril. —Le cantarás a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Compartirás la cama con tu esposo con placer. Gozarás de las preciosas vidas que has traído al mundo. La decisión es tuya, Ailish. —Cerró los ojos durante un momento. Cuando los abrió de nuevo, se volvieron negros—. Le llamarás Lughaidh. Será hermoso, rubio y de ojos azules. Un chico fuerte de sonrisa fácil y voz de ángel. Algún día viajará y se ganará la vida con su voz. Se enamorará de la hija de un granjero y regresará con ella para trabajar la tierra. Y tú oirás su voz a través de los campos, pues siempre estará alegre. —Dejó que la visión se desvaneciera—. He visto lo que puede ser. Debes elegir tú. —Este es el nombre que he elegido para él —murmuró Ailish—. No se lo había dicho ni a ti ni a nadie. —Cogió la botellita—. Te haré caso. — Apretando los labios, Ailish se la metió en el bolsillo y sacó una pequeña bolsa, que le puso en la mano a Brannaugh—. Acepta esto.

—No voy a aceptar tu dinero. —Lo harás. —Las lágrimas se derramaban por sus mejillas como gotas de lluvia—. ¿Crees que no sé que nos salvaste a Conall y a mí durante el parto? ¿Y que incluso ahora piensas en los míos y en mí? Me has dado alegrías. Me has traído a Sorcha cuando la echaba de menos, pues la veía en ti cada día. Vas a aceptar el dinero y a jurarme que estaréis a salvo, que volveréis. Que todos volveréis, pues sois míos igual que yo soy vuestra. En señal de aprobación, Brannaugh se guardó la faltriquera en el bolsillo de sus faldas y a continuación besó a Ailish en las mejillas. —Te lo juro. Fuera, Eamon se esforzó todo lo posible para hacer reír a sus primos. Le pidieron que no se fuera, claro, le preguntaron por qué debía marcharse y trataron de negociar con él. De modo que se inventó historias de las grandes aventuras que iba a vivir, aniquilando dragones y cazando ranas encantadas. Vio que Teagan caminaba con Mabh y le daba una muñeca de trapo que había hecho ella misma. Deseó que Brannaugh se diera prisa, pues la despedida era muy triste. Alastar ya estaba listo. Eamon, que a fin de cuentas era el cabeza de familia, había decidido que sus hermanas irían a caballo y él lo haría a pie. No iba a admitir objeciones. Bardan salió del pequeño establo con Slaine; ahora era la vieja Slaine, pues la yegua había dejado atrás sus mejores años, aunque era de naturaleza dulce. —Sus días como yegua de cría se han acabado —dijo Bardan cautelosamente—. Pero es una buena chica y os servirá bien. —Oh, pero no puedo llevármela. La necesitas... —Un hombre necesita un caballo. —Bardan puso su callosa mano en el hombro de Eamon—. Has realizado el trabajo de un hombre en la granja, así que vas a aceptarla. Te daría a Moon para Brannaugh si pudiera prescindir de él, pero te llevarás a la vieja Slaine. —Te estoy muy agradecido por Slaine y por todo lo demás. Te prometo que la trataré como a una reina. —Eamon se permitió ser solo un chico durante un momento y rodeó con los brazos a su primo, al hombre que había sido un padre para él durante la mitad de su vida—. Volveremos algún día. —Aseguraos de hacerlo. Cuando no quedó más por hacer, cuando se despidieron de todos y les

desearon buen viaje, y las lágrimas rodaron con libertad, se subió a la yegua, con la espada y la vaina de su abuelo sujetas a la silla. Brannaugh se montó detrás de Teagan sobre Alastar y se inclinó para darle un último beso a Ailish. Se alejaron de la granja, que había sido su casa durante cinco años, de su familia... y pusieron rumbo al sur, hacia lo desconocido. Eamon volvió la vista atrás, agitó la mano cuando lo hicieron ellos y se dio cuenta de que estaba más apenado por la marcha de lo que había previsto. Entonces oyó la llamada de Roibeard, que describió un círculo en el cielo antes de enfilar rumbo al sur. Aquello estaba predestinado, decidió Eamon. Era el momento. Aminoró el paso un poco, inclinándose hacia Teagan. —Bueno, ¿qué le parece todo esto a nuestra Slaine? Teagan miró a la yegua y también inclinó la cabeza. —Oh, es una gran aventura para ella, eso seguro, y nunca pensó que viviría otra. Está orgullosa y agradecida. Será fiel hasta el fin de sus días y hará todo lo que esté en su mano por ti. —Y yo haré todo lo que esté en mi poder por ella. Cabalgaremos hasta el mediodía antes de detenernos para que descansen los caballos y para comer las primeras tortas de avena que Ailish nos ha dado. —¿Eso es lo que haremos? —inquirió Brannaugh. Eamon levantó la cabeza. —Eres la mayor, pero yo tengo pepinillo, por insignificante que te parezca..., lo cual no es cierto. Roibeard nos enseñará el camino y nosotros lo seguiremos. Brannaugh levantó la vista y observó el vuelo del halcón. Luego miró a Kathel, que iba al lado de Alastar, como si pudiera caminar todo el día hasta llegada la noche. —Tu guía, el de Teagan y el mío. Sí, los seguiremos. Ailish me ha dado algo de dinero, pero no lo gastaremos a menos que debamos hacerlo. Nos ganaremos la vida. —¿Y cómo vamos a hacerlo? —Siendo lo que somos. —Levantó la mano, con la palma hacia arriba, y conjuró una pequeña bola de fuego. Acto seguido se desvaneció—. Nuestra madre servía a su don, nos cuidaba y atendía su casa. Seguro que nosotros podemos servir a nuestro don, y cuidarnos y encontrar un lugar para hacer ambas cosas.

—Según he oído, Clare es un lugar salvaje —informó Teagan. —¿Y qué mejor lugar que la naturaleza para alguien como nosotros? — La dicha de la libertad crecía con cada paso—. Tenemos el libro de mamá y vamos a estudiarlo y a aprender. Prepararemos pociones y haremos sanaciones. Ella me dijo que un sanador siempre es bien recibido. —Cuando él venga, necesitaremos más que sanaciones y pociones. —Así será —le dijo Brannaugh a su hermano—. Así que aprenderemos. Hemos estado cinco años a salvo en la granja. Si nuestros guías nos llevan hasta Clare, como así parece, podemos pasar otros cinco allí. Tiempo más que suficiente para aprender, para hacer planes. Cuando volvamos de nuevo a casa, seremos más fuertes de lo que él se pueda imaginar. Cabalgaron hasta el mediodía en medio de la lluvia, que caía de forma suave y constante de un cielo plomizo. Dieron descanso a los caballos, los abrevaron y compartieron las tortas, dándole parte también a Kathel. Con la lluvia llegó el viento mientras continuaban su camino, pasando de largo una pequeña granja y una cabaña de cuya chimenea salía un humo que propagaba el olor de la turba al quemarse. Tal vez dentro les dieran la bienvenida y les ofrecieran té y un lugar junto al fuego. Dentro estarían secos y calientes. Pero Kathel continuó caminando; Roibeard volando y Alastar no aminoró el paso. —Slaine empieza a cansarse —murmuró Teagan—. No pedirá que paremos, pero está cansada. Le duelen los huesos. ¿No podemos dejar que descanse un poco y buscar un sitio seco y...? —¡Allí! —Eamon señaló al frente. Junto al embarrado camino se alzaba lo que pudo ser un viejo lugar de culto. Solo quedaban las piedras, pues había sido arrasado en un incendio por hombres incapaces de no destruir lo que habían construido aquellos a los que aniquilaban. Roibeard lo sobrevoló en círculo, gritando, y Kathel siguió adelante. —Nos detendremos ahí a pasar la noche. Encenderemos una fogata y dejaremos que descansen los animales y también nosotros. Brannaugh asintió mirando a su hermano. —Los muros siguen en pie... o la mayor parte. Nos resguardarán del viento y podremos descansar. El día casi ha llegado a su fin. Hemos de dar las gracias a Mordan y a su hijo Mabon. Descubrieron que una pared se había derrumbado, pero las demás se

mantenían en pie. Incluso algunos escalones, que Eamon probó de inmediato, ascendían describiendo una curva hacia lo que había sido un piso superior. El maderamen que habían empleado había quedado reducido a cenizas que se había llevado el viento. Pero era un refugio y, según percibía Brannaugh, el lugar adecuado. Aquel sería el lugar de su primera noche, el equinoccio, cuando la luz y la oscuridad hallaban el equilibrio. —Atenderé a los caballos. —Teagan cogió las riendas de ambos—. A fin de cuentas los caballos son míos. Yo me ocuparé de ellos si tú nos preparas un sitio, espero que un lugar seco, y un buen fuego. —Eso haré. Daremos gracias y luego tomaremos té y un poco de cecina de venado antes de... Brannaugh se interrumpió cuando Roibeard descendió en picado y se posó en un estrecho alféizar de piedra. Y dejó caer una rolliza liebre a los pies de Eamon. —Vaya, menudo festín vamos a preparar. Yo la limpiaré, Teagan atenderá a los caballos y Brannaugh hará fuego. Un lugar seco, pensó esta, e imaginó uno mientras se quitaba la capucha de la capa. A continuación invocó y sacó fuera aquello que era, pensó en calor y en tiempo seco... y proyectó un calor tan brillante y ardiente que casi los abrasó a todos antes de sofocarlo de nuevo. —Lo siento. No había hecho nada parecido antes. —Es como una botella a la que le han quitado el corcho —decidió Eamon—. Y se vierte demasiado rápido. —Sí. Fue más despacio, con cuidado, con mucho cuidado. A ella no le importaba mojarse, pero Teagan tenía razón. A la vieja yegua le dolían los huesos; hasta ella podía sentirlo. Hizo retroceder la humedad muy despacio, solo un poquito, solo un poquito más. La invadió el júbilo, el poder. Desatado, liberado. A continuación el fuego. Esa noche sería un fuego mágico. Otras noches, tal y como les había enseñado su madre, había que recoger leña y esforzarse. Pero esa noche sería su fuego. Ella lo crearía, lo alimentaría. —Un trozo de torta y un poco de vino —indicó a sus hermanos—. Una ofrenda de agradecimiento a los dioses por el equilibrio del día y de la noche, por el ciclo del renacimiento. Y por este lugar de descanso.

»Al fuego —les dijo—. La torta primero, el vino después. Nosotros, tus siervos, compartimos estas pequeñas cosas contigo y te damos las gracias. —En este tiempo en que el día se encuentra con la noche, abrazamos la luz y la oscuridad —prosiguió Eamon, sin saber de dónde habían salido aquellas palabras. —Aprenderemos a plantarnos y a luchar, a utilizar nuestros dones para hacer el bien y la magia blanca —apostilló Teagan. —En este lugar y en esta hora, nos abrimos al poder que nos ha sido entregado. De ahora en adelante libre será. Hágase mi voluntad. El fuego ascendió en una columna roja, naranja y dorada con un corazón azul. Un millar de voces susurraban en su interior, y la tierra tembló. Luego el mundo pareció exhalar un suspiro. El fuego era fuego, alimentado en un ordenado círculo sobre el pedregoso suelo. —Esto es lo que somos —declaró Brannaugh, que aún resplandecía por la descarga de energía—. Esto es lo que tenemos. Las noches serán ahora más largas. La oscuridad vencerá a la luz. Pero él no nos vencerá a nosotros. —Esbozó una sonrisa, con el corazón pleno, como no lo había estado desde la mañana en que abandonó su hogar—. Tenemos que hacer un espetón para la liebre. Esta noche, nuestra primera noche, nos daremos un festín. Y descansaremos, calientes y secos, hasta proseguir viaje.

Eamon estaba acurrucado junto al fuego, con la tripa llena y el cuerpo caliente y seco. Y fue de viaje. Sintió que se elevaba, que volaba. Hacia el norte. A casa. Igual que Roibeard, sobrevoló las montañas, los ríos y los campos donde el ganado mugía y las ovejas pacían. Verde y más verde de camino a casa, con el sol deslizándose en silencio entre las nubes. Tenía el corazón contento. Iba a casa. Pero no era su hogar. No era su hogar en realidad, de lo cual se dio cuenta cuando se encontró de nuevo en el suelo. El bosque le resultaba muy familiar..., pero no. Había algo diferente. Incluso el aire era distinto y, sin embargo, el mismo. Todo aquello lo hacía sentirse mareado y débil. Comenzó a caminar, silbando a su halcón. A su guía. La luz cambió, se

tornó mortecina. ¿Tan rápido llegaba la noche? Pero vio que no era la noche. Era la niebla. Y con ella llegó el lobo que era Cabhan. Lo oyó gruñir y echó mano de la espada de su abuelo. Pero no estaba ahí. Era un chico desarmado, cubierto de niebla hasta los tobillos, cuando el lobo con la resplandeciente piedra roja al cuello surgió de ella. Y se convirtió en un hombre. —Bienvenido de nuevo, joven Eamon. Te he estado esperando. —Tú mataste a mi padre, a mi madre. He venido a vengarlos. Cabhan se carcajeó, un sonido alegre y envolvente que hizo que un gélido escalofrío recorriera la espalda de Eamon. —Tienes coraje, y eso está bien. Ven a vengar, pues, al padre muerto, a la bruja muerta que te parió. Tendré lo que tú eres y luego haré mías a tus hermanas. —Jamás tocarás lo que es mío. —Eamon lo esquivó, tratando de pensar. La niebla se espesaba cada vez más, cubriéndolo todo: el bosque, el camino, su mente. Agarró un puñado de aire y lo arrojó. Este abrió un precario y angosto sendero. Cabhan rió de nuevo. —Acércate. Acércate más. Siente lo que soy. Eamon lo sentía, sentía el dolor, el poder. Y el miedo. Probó con el fuego, pero cayó al suelo convertido en negras cenizas. Cuando las manos de Cabhan trataron de agarrarlo, levantó los puños para luchar. Roibeard descendió en picado como una flecha, atacando aquellas manos con las garras y el pico. Una sangre negra brotó al tiempo que el hombre profería alaridos y comenzaba a adoptar de nuevo la forma del lobo. Y otro hombre atravesó la niebla. Alto, con el cabello castaño húmedo por la bruma y los ojos de un verde intenso, rebosantes de poder y furia. —Corre —le dijo a Eamon. —No huiré de alguien como él. No puedo. El lobo arañó la tierra con la pata, mostrando los dientes en una sonrisa espantosa. —Coge mi mano. El hombre agarró a Eamon de la mano. La luz estalló como si fuera el sol, la energía sopló como un millar de vientos huracanados. Ciego y sordo, Eamon gritó. Solo había poder, envolviéndolo, llenándolo, manando de él. Luego, con un rugido desgarrado, la niebla desapareció, igual que el lobo, y solo quedó el hombre que lo agarraba de la mano.

Este se hincó de rodillas, resollando, con el rostro blanco y los ojos repletos de magia. —¿Quién eres? —le exigió. —Soy Eamon, hijo de Daithi, hijo de Sorcha. Soy uno de los tres. Soy una bruja oscura de Mayo. —También yo, Eamon. —Con una carcajada entrecortada, el hombre tocó el pelo de Eamon, su cara—. Desciendo de ti. Estás fuera de tu tiempo, muchacho, y dentro del mío. Soy Connor, del clan O’Dwyer. Desciendo de Sorcha, desciendo de ti. Uno de los tres. —¿Cómo sé yo que esto es verdad? —Soy tu sangre; tú eres la mía. Lo sabes. —Connor se sacó el amuleto de debajo de la camisa y tocó el que llevaba Eamon, que era el mismo. Y acto seguido levantó un brazo. Roibeard se posó en el guante de piel que llevaba. No era Roibeard, se percató Eamon y, sin embargo...—. Este es mi halcón. No es el tuyo, aunque lleva su nombre. Pídele lo que quieras. Es tan tuyo como mío. —Este... no es mi lugar. —Sí lo es; no es tu tiempo, pero sí tu lugar. Siempre lo será. Las lágrimas le escocían en los ojos y el vientre le temblaba a causa de un anhelo más terrible que el hambre. —¿Regresamos a casa? —Lo hicisteis. —¿Lo derrotamos, vengamos a nuestros padres? —Nosotros lo haremos. No pararemos hasta que lo hayamos hecho. Te doy mi palabra. —Ojalá... Me voy. Puedo sentirlo. Brannaugh me está llamando. Me has salvado de Cabhan. —Creo que al salvarte a ti me he salvado a mí mismo. —Connor de los O’Dwyer. No lo olvidaré. Y sobrevoló de nuevo las montañas hasta que se encontró de nuevo en una mañana templada, sentado junto a la fogata de Brannaugh, con sus dos hermanas sacudiéndole de los hombros. —¡Parad ya! La cabeza me da vueltas. —Está muy pálido —dijo Teagan—. Tranquilo, te prepararemos un té. —El té me vendrá bien. He hecho un viaje. No sé cómo, pero he regresado a casa, aunque no era nuestra casa. Tengo que analizarlo. Pero sé algo que no sabía. Algo que no sabíamos. —Engulló un poco de agua que

le dio Brannaugh y luego apartó el odre—. Él, Cabhan, no puede salir de allí. No puede marcharse ni alejarse demasiado. Cuanto más lejos está de casa, del lugar en que consiguió sus nuevos poderes, menos potentes son estos. Se arriesga a morir si se va de allí. No puede seguirnos. —¿Cómo sabes eso? —exigió Brannaugh. —Yo... lo he visto en mi mente. No sé cómo. Lo vi allí, vi esa debilidad. He conocido a un hombre, es nuestro. Yo... —Eamon inspiró hondo, cerrando los ojos durante un momento—. Dejad que tome un poco de té, ¿queréis? Un poco de té y luego os contaré la historia. Aún estaremos un rato aquí, y os lo contaré todo. Después, sí, sí, iremos al sur, para aprender, para madurar, para hacer planes. Pues él no puede tocarnos. Jamás os tocará. Si antes había sido un niño, ahora era un hombre. Y dentro de él bullía el poder.

3 Otoño, 2013 Cuando Connor despertó más temprano de lo que le gustaba, no esperaba encontrarse con un antepasado ni con el mayor enemigo de los suyos. Sin duda no había previsto empezar el día con una explosión de magia que casi lo había tirado al suelo. Pero, en general, le gustaba lo inesperado. El día apenas había despuntado, por lo que no había la más mínima esperanza de que su hermana estuviera trajinando en la cocina. Y le tenía demasiado aprecio a su pellejo como para arriesgarse a despertarla y plantearle si le apetecería preparar el desayuno. Además, no tenía hambre, y él siempre despertaba listo para desayunar enseguida. En vez de eso le embargaba una extraña energía y una acuciante necesidad de salir, de ponerse en marcha. De modo que silbó a su halcón y, con Roibeard como compañía, se adentró en el nebuloso bosque. Y en su quietud. No era un hombre que necesitara una excesiva tranquilidad. La mayor parte del tiempo prefería el ruido y las conversaciones, el calor de la compañía. Pero aquella templada mañana le bastaba con el grito de su halcón, el murmullo de un conejo escabulléndose en la maleza y el susurro de la brisa matutina. Se le ocurrió que podía dar un paseo hasta el castillo de Ashford, dejar que Roibeard volara en cielo abierto sobre los verdes jardines... y que así los clientes madrugadores del hotel se llevaran una grata sorpresa. Las sorpresas a menudo favorecían los negocios, y él tenía uno que dirigir: la escuela de cetrería. Esa había sido su intención hasta que lo sintió; el poder vibrando dentro y fuera. Sus propios poderes alzándose sin que él hiciera nada, la negrura de Cabhan contaminando la dulzura de los pinos cubiertos de rocío. Y algo más, algo más. Debería haber llamado a su círculo; su hermana, su prima, sus amigos, pero algo lo empujó a seguir por el sendero, a atravesar los árboles, a aproximarse al muro de enredaderas y al árbol caído más allá de las ruinas

de la cabaña que fue de Sorcha. Más allá de donde su círculo y él habían luchado con Cabhan la noche del solsticio de verano. La niebla se extendió; el poder vibraba, negro contra blanco. Vio al chico y lo primero, lo único en lo que pensó fue en protegerlo. Ni podía ni quería permitir que se le causara daño alguno a un inocente. Pero el chico, aunque inocente, tenía más. Ese algo más. Ahora, disipada la niebla, y Cabhan con ella, con el chico de nuevo en su tiempo y en su lugar, Connor se quedó como estaba; de rodillas sobre la empapada tierra, esforzándose por recuperar el aliento. Todavía le pitaban los oídos a causa de lo que había parecido el estallido de unos cuantos planetas. Y los ojos aún le escocían por culpa de la deslumbrante luz de una docena de soles. Y el poder que se había fusionado al unir sus manos con las del chico reverberaba dentro de él. Se puso de pie despacio; era un hombre alto, delgado, con una buena mata de pelo castaño rizado, la cara aún pálida y el reflejo de aquello que seguía agitándose dentro de él en sus penetrantes ojos verde musgo. Más le valía irse a casa, pensó. Regresar. Pues lo que se había manifestado en el solsticio y se ocultaba hasta la llegada del equinoccio aún estaba al acecho. Se dio cuenta de que las piernas aún le temblaban un poco, sin saber si eso debería hacerle gracia o sentirse abochornado. Su halcón descendió en picado, posándose en una rama. Replegó las alas, observó, esperó. —Vámonos —le dijo—. Creo que hemos hecho lo que teníamos que hacer esta mañana. Y ahora me muero de hambre, por Dios. —El poder, pensó mientras echaba a andar. Su extrema fuerza lo había desbordado. Dio media vuelta en dirección a su casa, percibiendo la presencia del perro de su hermana segundos antes de que Kathel corriera hacia él—. Tú también lo has sentido, ¿a que sí? —Acarició de forma contundente la negra cabeza de Kathel y prosiguió—: Me sorprendería que todo Mayo no haya sentido el impacto. Yo aún siento un hormigueo, como si mis huesos estuvieran cubiertos de abejas. Más tranquilo ya con el perro y el halcón, salió de la sombra del bosque hacia la nacarada mañana. Roibeard volaba en círculos sobre su cabeza mientras él recorría la carretera con Kathel hacia la casa. Un segundo halcón gritó, y Connor vio a Merlín, la rapaz de su amigo Fin. Luego el estruendo de unos cascos de caballo rompió la quietud, de

modo que se detuvo y esperó, sintiendo una nueva agitación al ver a su prima Iona y a su amigo Boyle a lomos del gran Alastar. Y también a Fin, aproximándose a toda velocidad con ellos en su negro Baru. —Vamos a necesitar más huevos —gritó, sonriendo—. Y unas cuantas lonchas más de beicon. —¿Qué ha pasado? —Iona, con su corto pelo despeinado por el sueño, se inclinó para acariciarle la mejilla—. Sabía que estabas a salvo, o habríamos venido aún más rápido. —Prácticamente habéis venido volando... y ninguno habéis ensillado a los caballos. Os lo cuento dentro. Podría comerme tres cerdos además de una vaca. —Cabhan —dijo Fin, que tenía el cabello tan negro como el animal que montaba y los ojos del mismo verde oscuro que Connor cuando el poder lo dominaba, mientras se volvía para mirar hacia los árboles. —Él y algo más. Pero Iona tiene razón. Estoy bien, aunque me estoy muriendo de hambre aquí, en la carretera. Lo habéis sentido —agregó cuando reemprendió la marcha. —¿Que si lo hemos sentido? —Boyle miró a Connor—. Estaba como un tronco y me ha despertado, y eso que yo no tengo poderes como vosotros tres. No poseo nada de magia y sin embargo lo que sea que fuera me atravesó como una flecha. —Señaló la casa con la cabeza—. Y parece que a Meara también. Connor vio a Meara Quinn, amiga suya de toda la vida y la mejor amiga de su hermana, aproximándose a pie a ellos; alta y seductora como una diosa, con unos pantalones de dormir de franela y una vieja chaqueta y el largo cabello castaño enredado. Estaba preciosa, pensó, pero siempre lo estaba. —Ha pasado aquí la noche —les dijo a los demás—. Como tú te quedaste en casa de Boyle, ha dormido en tu habitación, prima. Buenos días, Meara. —Buenos días, y una mierda. ¿Qué coño ha pasado? —Es lo que quiero contaros. —Connor le rodeó la cintura con un brazo —. Pero necesito comida. —Branna ha dicho que así sería, y ya se está ocupando de eso. Está alterada y finge no estarlo. Ha sido como un maldito terremoto... pero dentro de mí. Menuda forma de despertar. —Yo me ocupo de los caballos. —Boyle se bajó de Alastar—. Ve

adentro y mete algo en el estómago. —Gracias. —Sonriendo de nuevo, Connor levantó los brazos para que Iona pudiera bajarse de la grupa de Alastar. Luego la abrazó. —Me has asustado —murmuró Iona. —No eres la única. —Le dio un beso en la coronilla a su preciosa prima estadounidense, la última de los tres, y cogiéndole la mano, entró en la casa. El olor a beicon, a café y a pan caliente lo asaltó, como un puñetazo en el estómago. En ese momento deseaba comer más que vivir..., y necesitaba comer si quería vivir. Kathel encabezó la comitiva hasta la cocina, donde Branna se afanaba en el fogón. Se había recogido su negra melena y aún llevaba los floreados pantalones de franela y la holgada camiseta con que dormía. Ese único detalle demostraba su amor, pues se habría tomado algo de tiempo para cambiarse y acicalarse un poco sabiendo que tendrían compañía..., y sobre todo si se trataba de la de Finbar Burke. Se dio la vuelta sin decir nada y le entregó un plato con huevos fritos y tostadas. —Bendita seas, cielo. —Con eso llenarás parte del agujero. Hay más. Tienes frío —le dijo en voz queda. —No me había dado cuenta, pero sí, lo tengo. Tengo un poco de frío. Fin agitó la mano hacia la chimenea de la cocina antes de que Branna pudiera hacerlo y surgió un pequeño fuego. —Estás tiritando un poco. Siéntate, por Dios, y come como las personas. —Con voz crispada, Meara prácticamente lo sentó en una silla junto a la mesa. —No soy de los que renuncian a algunos mimos, y a decir verdad mataría por un café. —Yo te lo traigo. —Iona se apresuró hasta la cafetera. —Ah, qué hombre podría quejarse con tres hermosas mujeres desviviéndose por él. Gracias, mo chroi —agregó cuando Iona le dio el café. —No te mimaremos demasiado tiempo, eso te lo prometo. Sentaos todos —ordenó Branna—. Ya casi he terminado de freír esto. Cuando haya llenado el estómago lo suficiente como para calmarse, nos contará de una vez por qué no me ha llamado.

—Ha sido muy rápido. Te habría llamado, os habría llamado a todos. Creo que no era yo quien estaba en peligro. No vino a por mí esta mañana. —¿Y a por quién iba si el resto estábamos durmiendo? —preguntó. Cuando Branna se disponía a coger una enorme fuente de comida para llevarla a la mesa, Fin se limitó a quitársela. —Siéntate y escucha. Siéntate —repitió Fin antes de que ella le replicara —. Estás temblando tanto como él. En cuanto la fuente tocó la mesa, Connor comenzó a servirse huevos, salchichas, beicon, pan tostado y patatas en su plato, formando una pequeña montaña. —Me he despertado temprano, y con una sensación rara —comenzó, y les relató todo mientras comía con apetito. —¿Eamon? —exigió Branna—. ¿El hijo de Sorcha? ¿Aquí y ahora? ¿Estás seguro de eso? —Tan seguro como que tú eres mi hermana. Al principio creía que era un chaval cualquiera que se había cruzado en el camino de Cabhan, pero cuando lo cogí de la mano... Jamás he sentido nada parecido. Ni siquiera contigo, Branna, ni con Iona y contigo juntas. Ni siquiera en el solsticio, cuando el poder era tan intenso, no era tan grande, tan brillante, tan pleno. No podía contenerlo, no podía controlarlo. Simplemente me recorría como un cometa. También al chico, pero él se aferró a mí, se aferró al poder. Es excepcional. —¿Qué hay de Cabhan? —exigió Iona. —Lo atravesó —dijo Fin—. Lo he sentido. —De manera distraída se llevó una mano al hombro, donde el símbolo de su sangre, de la sangre de Cabhan, marcaba su carne. Su corazón—. Os prometo que lo sorprendió, lo dejó tan aturdido como a ti. —Así que ¿se escabulló? —inquirió Boyle, atacando los huevos—. Como la serpiente que es. —Eso mismo hizo —confirmó Connor—. Desapareció, y con él, la niebla, y solo quedamos el chico y yo. Luego solo yo. Pero... él era yo y yo era él; partes de un todo. Lo supe cuando unimos nuestras manos. Más que sangre. No es lo mismo, pero... más que sangre. Por un momento pude ver dentro de él... como en un espejo. —¿Qué viste? —preguntó Meara. —Amor, pena y valor. Temor, pero también el corazón para hacerle frente, por sus hermanas, por sus padres. Por nosotros, llegado el caso. Era

solo un niño de no más de diez años, diría yo. Pero en ese momento rebosaba de un poder que aún no había aprendido a controlar. —¿Se parecía a cuando yo voy a visitar a Nana? —Se preguntó Iona, pensando en su abuela en Estados Unidos—. ¿Una especie de proyección astral? Pero no del todo, ¿verdad? Es similar, pero con la alteración del tiempo, es mucho más que eso. El cambio de época que puede producirse junto a la cabaña de Sorcha. Tú no estabas junto a su cabaña, ¿no es así, Connor? —No, aún estaba fuera del claro. Aunque sí muy cerca. —Connor lo pensó—. Puede que lo bastante cerca. Todo esto es nuevo. Pero sé con total seguridad que no era lo que Cabhan esperaba. —Puede que él trajera al chico, a Eamon —sugirió Meara—. Que lo sacara de su época y lo metiera en la nuestra, tratando de separarlo de sus hermanas, de enfrentarse a un chico en vez de a un hombre como el jodido cobarde que es. Por la manera en que has dicho que ha ocurrido, Connor, si tú no hubieras aparecido, podría haber matado al chico o haberle hecho daño. —Muy cierto. Eamon era presa fácil, por Dios, era presa fácil; no ha huido cuando le he pedido que lo hiciera, pero aun así estaba confuso, temeroso, incapaz todavía de reunir poder suficiente para luchar él solo. —Así que te has despertado y has salido —dijo Branna—, tú, que nunca pones un pie fuera de casa por las mañanas antes de llenar la andorga, y has llamado a tu halcón. ¿Y apenas había amanecido? —Meneó la cabeza—. Alguien te llamó allí. La conexión entre Eamon y tú, o la propia Sorcha. Una madre que sigue protegiendo a su hijo. —Yo soñé con Teagan. —Les recordó Iona—. Soñé que cabalgaba a lomos de Alastar hasta la cabaña, hasta la tumba de su madre, y se enfrentaba a Cabhan allí... y lo hacía sangrar. Ella es mía del mismo modo que Eamon es de Connor. Branna asintió cuando Iona la miró. —Brannaugh es mía, sí. Sueño a menudo con ella. Pero nada parecido a esto. Es útil, debe de ser útil. Encontraremos la forma de utilizar lo que ha sucedido aquí, de utilizar lo que sabemos. Él se esconde desde el solsticio. —Le hicimos daño —dijo Boyle, observando a los demás con sus ojos dorados—. Esa noche sangró y ardió igual que nosotros. Más aún, diría yo. —Ha tardado todo el verano en sanar, en reagruparse. Y esta mañana lo ha intentado con el chico, ha intentado arrebatarle ese poder y...

—Acabar contigo. —Fin interrumpió a Branna—. Si matara al chico, ¿Connor jamás existiría? O es muy posible que ese sea el caso. Si cambias el pasado, cambias el presente. —Bueno, pues ha fracasado estrepitosamente. —Connor se ventiló el beicon y exhaló un suspiro—. Y yo no solo vuelvo a sentirme persona, sino también en forma. Es una lástima que hoy no podamos enfrentarnos otra vez a ese cabrón. —Necesitas más que una buena fritada en el estómago para acabar con él. —Levantándose, Meara recogió los platos—. Todos lo necesitamos. Le hicimos daño en el solsticio, y eso es algo muy satisfactorio, pero no terminamos con él. ¿Qué se nos pasó? ¿No es eso lo que necesitamos? ¿Qué fue lo que no hicimos y que teníamos que hacer? —Ah, la mente práctica. —Alguien tiene que pensar de manera práctica —le espetó Meara. —Meara tiene razón. He estudiado con atención el libro de Sorcha. — Branna meneó la cabeza—. Lo que hicimos, lo que tuvimos, cómo lo planeamos, debería haber funcionado. —Él cambió el terreno —le recordó Boyle—. Llevó el campo de batalla atrás en el tiempo hasta su época. —Y aun así no consigo encontrar nada que tengamos que añadir. — Branna lanzó una mirada a Fin, apenas un instante. Él se limitó a negar con la cabeza de manera sutil—. Pues seguiremos buscando. —No, tú siéntate. —Iona cogió algunos platos más antes de que Connor pudiera hacerlo—. Teniendo en cuenta tu aventura al amanecer, te has librado de las tareas de la cocina. A lo mejor yo no era lo bastante fuerte o hábil el verano pasado. —¿Necesitas que te recuerden que invocaste un torbellino? —le preguntó Boyle. —Fue más el instinto que la destreza, pero estoy aprendiendo. —Miró a Branna. —Así es, sí, y mucho. No eres el eslabón más débil si es eso lo que piensas, ni lo has sido nunca. Él sabe más que nosotros, y eso es un problema. A su modo ha vivido cientos de años. —Eso hace que sea más viejo —puntualizó Meara—, no más sabio. —Nosotros tenemos libros y leyendas y lo que se ha transmitido de generación en generación. Pero él lo ha vivido todo, así que, sea o no más listo, sabe más. Y lo que tiene es profundo y oscuro. Su poder no se rige

por ninguna regla como el nuestro. Daña aquello que le viene en gana sin pensar en nada más. Nosotros no podemos hacer eso y ser lo que somos. —La fuerza de su poder... es la piedra que lleva alrededor del cuello, tanto en forma humana como de lobo. Si la destruimos, le destruimos a él. Lo sé —aseveró Fin, cerrando el puño sobre la mesa—. Sé que es verdad, pero ignoro cómo puede hacerse. Todavía. —Encontraremos la forma. Debemos hacerlo —dijo Connor—, así que lo haremos. Fin se levantó cuando Connor estiró el brazo por encima de la mesa para posar la mano sobre la de Branna, y se unió a los demás al fondo de la estancia, con el ruido de los cacharros y el murmullo del agua en el fregadero. —Preocuparte por mí no servirá de nada, y es innecesario. No tengo que mirar —agregó— para verlo. —Y si él os hubiera herido al chico y a ti, ¿dónde estaríamos? —Bueno, no lo ha hecho, ¿verdad? Y, entre nosotros, le pegamos una buena patada en los huevos. Estoy aquí, Branna, como siempre. Este es nuestro destino, así que estoy aquí. —La mitad del tiempo eres como una piedra en mi zapato. —Volvió la mano debajo de la de él hasta que sus dedos se entrelazaron—. Pero estoy acostumbrada a ti. Ten cuidado, Connor. —Lo tendré, por supuesto. Y lo mismo te digo. —Todos lo tendremos.

Le divirtió y conmovió que Meara lo alcanzara cuando salió de casa para ir a la escuela de cetrería. —Así que ¿no vas en el camión? —le preguntó. —Pues no. Quiero bajar el desayuno. —Así que eres mi guardaespaldas. —Le pasó el brazo sobre los hombros y la apretó contra él de forma que sus caderas chocaron. Meara iba ataviada para trabajar en los establos con unos pantalones y una chaqueta resistentes, sólidas botas y la abundante melena recogida en una trenza que caía por el agujero de su maltrecha gorra. Y a pesar de eso era una belleza, pensó; Meara, con sus ojos negros y sangre cíngara corriendo por sus venas. —Puedes guardarte las espaldas solito. —Levantó la vista para ver a los

halcones sobrevolar el plomizo cielo—. Y los tienes a ellos para que mantengan los ojos bien abiertos. —Me alegro de contar con tu compañía igualmente. Y así dispones de tiempo para contarme qué es lo que te preocupa. —Me parece que el que un hechicero loco se proponga destruirnos a todos es más que suficiente. —Fue otra cosa lo que te llevó con Branna anoche e hizo que te quedaras. ¿Algún hombre te está haciendo pasar un mal rato? ¿Quieres que lo tumbe por ti? Flexionó un brazo, cerró el puño y lo meneó con ferocidad para hacerla reír. Entonces ella dio un respingo. —Como si no pudiera tumbar a quien quisiera... u otra cosa... yo solita. Connor rió de puro placer y chocó de nuevo la cadera contra la de ella. —No me cabe duda. ¿Qué pasa entonces, cielo? Puedo oír el zumbido en tu cabeza como si fuera una colmena de avispas cabreadas. —Podrías dejar de escuchar. —Pero se ablandó lo suficiente como para apoyarse en él un instante, de modo que Connor pudo captar el olor de su propio jabón sobre la piel de Meara. Algo extrañamente placentero—. Lo que pasa es que mi madre me está volviendo medio loca, lo cual es bastante normal en mi vida. Donal se ha echado novia. —Eso he oído —repuso, pensando en el hermano menor de Meara—. Sharon, ¿no es así?, se mudó a Cong la pasada primavera. Una chica guapa por lo que he visto. Una cara bonita y una sonrisa espontánea. ¿Es que no te cae bien? —Me cae estupendamente, y es más acertado decir que Donal está loquito por ella. Es una monada verlo tan colado y tan feliz, y lo mismo sucede con ella. —¿Y entonces? —Quiere irse de casa para vivir con Sharon. Connor pensó en ello mientras caminaba en esa bonita mañana en dirección al trabajo que ambos amaban. —¿Cuántos años tiene? ¿Veinticuatro? —Veinticinco. Y sí, ya es hora de que se marche de casa de su madre. Pero ahora mi madre y mi hermana Maureen no dejan de maquinar, y han llegado a la conclusión de que yo debería mudarme a vivir con mi madre. —Bueno, eso es del todo inaceptable.

—Lo es. —Exhaló un suspiro de alivio, ya que él comprendía la simple verdad—. Pero me lo están echando todo encima. La culpa, la presión, la puñetera lógica desde su perspectiva. Oh, Maureen dice que no podemos dejar sola a nuestra madre y que como yo soy la única libre de ataduras, por así decirlo, debería ser quien enderece el barco. Y mi madre dice lo mismo, y además que tendrá espacio para mí y que me ahorraría el alquiler, y que estará muy sola sin ninguno de sus hijos con ella. —Se metió las manos en los bolsillos—. Mierda. —¿Quieres que te dé mi opinión o el pésame? Meara lo miró de reojo, con sus descarados ojos castaños llenos de recelo y especulación. —Me quedo con tu opinión, aunque puede que te la arroje a la cara. —Pues aquí la tienes. Quédate donde estás, cielo. Nunca fuiste feliz, no de verdad, hasta que te largaste de casa. —Eso es lo que quiero, y lo que sé que debería hacer por mi bien y por el bien de mi cordura, pero... —Si a tu madre le preocupa estar sola y a Maureen le preocupa que tu madre..., que también es la suya, he de señalar..., esté sola, ¿no sería buena idea que ella se fuera a vivir con Maureen y su familia? ¿No sería de gran ayuda para Maureen tener a vuestra madre con ella, con los niños y todo eso? —¿Por qué no se me ha ocurrido a mí? —Meara se apartó lo suficiente para darle un suave puñetazo a Connor en el hombro y hacer un bailecito —. ¿Por qué no se me ha ocurrido eso a mí? —No habías superado tu sentimiento de culpa. —Le dio un tirón de la gruesa trenza siguiendo un antiguo hábito—. Maureen no tiene ningún derecho a presionarte para que renuncies a tu piso y cambies tu vida solo porque tu hermano cambie la suya. —Lo sé, pero también sé que mi madre es prácticamente una inútil. Lo ha sido desde que mi padre nos dejó. Hizo lo que pudo en una situación terrible, pero no sabrá en qué ocupar los días y se morirá de preocupación durante la noche estando ella sola. —Tienes dos hermanos y dos hermanas —le recordó—. Sois cinco para ayudar a cuidar de tu madre. —Los listos se fueron bien lejos, ¿no es verdad? Aquí solo quedamos Donal y yo. Pero puedo sembrar en la mente de mi madre la semilla de mudarse a vivir con Maureen. Como mínimo eso espantará a Maureen y

hará que esté calladita durante una temporada. —Ahí lo tienes. —Giró cuando lo hizo ella en dirección al establo. Meara se detuvo. —¿Adónde vas? —Te acompaño al trabajo. —No necesito guardaespaldas, gracias. Vete. —Le plantó un dedo en el pecho y le dio un empujoncito—. Tienes trabajo que hacer. No había peligro de día. Connor no percibía nada. Y después del enfrentamiento que había tenido lugar al amanecer, Connor presentía que Cabhan estaría acurrucado en alguna cueva oscura, reagrupándose. —Tenemos cinco paseos reservados para hoy y puede que tengamos más antes de que termine el día. A lo mejor nos cruzamos. —A lo mejor. —Si me envías un mensaje de texto cuando hayas terminado, me reuniré contigo aquí y volveremos paseando a casa. —Veremos cómo va todo. Cuídate, Connor. —Lo haré. Lo hago. La besó entre las cejas al ver que ella fruncía el ceño y acto seguido se marchó. En opinión de Meara, parecía un hombre sin preocupaciones en vez de un hombre que cargaba con el peso del mundo sobre sus hombros. Un optimista hasta la médula, pensó, envidiándolo un poco. Pero sacó su móvil del bolsillo cuando enfiló el camino hacia los establos para empezar su jornada laboral. —Buenos días, mamá. Y sonriendo para sí, se preparó para darle una buena patada en el culo a su irritante hermana.

4 Connor entró por la puerta de empleados a la escuela de cetrería. Como de costumbre, sintió un pequeño aleteo —algo parecido a un batir de alas— en el corazón y en todo su ser. Para él siempre había sido el halcón. Esa conexión, al igual que sucedía con sus poderes, le había llegado a través de la sangre. Le habría gustado disponer de algo de tiempo para pasear por el recinto y el aviario, saludar a los halcones, al gran búho al que llamaban Bruto, solo para ver, y escuchar, qué tal estaban. Pero la forma en que había empezado el día entrañaba que ya llevaba unos minutos de retraso. Vio a un miembro de su personal, Brian — delgado como un fideo y con apenas dieciocho años— comprobando los bebederos y comederos. Así que se limitó a echar un vistazo a su alrededor para cerciorarse de que todo estaba en orden mientras se encaminaba a las oficinas, pasando por la zona cercada en que su ayudante, Kyra, dejaba a su bonito spaniel la mayoría de los días. —¿Qué tal te va hoy, Romeo? El perro meneó todo su cuerpo en respuesta, agarró una roída pelota azul con la boca y la llevó lleno de ilusión hasta la verja. —Eso tendrá que esperar hasta más tarde. Entró en el despacho y encontró a Kyra, con su cabello corto de color azul zafiro, ocupada en el teclado. —Llegas tarde. Aunque solo medía un metro y cincuenta y ocho centímetros, Kyra poseía una voz tan potente como una sirena de niebla. —Por eso me alegra ser el jefe, ¿eh? —El jefe es Fin. —Por eso me alegra haber desayunado con él y que este sepa lo que hay. Le propinó un suave coscorrón en la cabeza de Kyra al pasar de camino a su mesa, que estaba cubierta de formularios, carpetas sujetapapeles, documentos, folletos, un guante, un ronzal, un cuenco con piedrecillas y otros cachivaches. —Han hecho otra reserva esta mañana. Una doble. Padre e hijo..., y el chico solo tiene dieciséis años. Te los he asignado a ti porque se te dan

mejor los adolescentes que a Brian o a Pauline. Tienen hora a las diez de la mañana. Son yanquis. —Con su cara redonda y llena de pecas, hizo una pausa para lanzarle a Connor una mirada de reproche—. Dieciséis años; quisiera yo saber por qué no está en clase. —Eres una tirana, Kyra. ¿Acaso viajar a otro país y aprender cosas sobre halcones no es algo educativo? —Eso no te enseña a sumar dos y dos. Sean no vendrá hasta el mediodía, por si lo has olvidado. Tenía que llevar a su mujer a hacerse una revisión. Levantó la mirada porque se había olvidado de ello. —Va todo bien con ella y el bebé, ¿verdad? —Muy bien, lo que sucede es que quiere que él esté a su lado cuando les digan si es niño o niña. Así que Brian se ocupa del paseo de las nueve con la chica de Donegal, tú del de las diez y Pauline del de las diez y media, con una pareja de recién casados de Dublín en viaje de luna de miel. Tecleó en el ordenador e hizo clic con el ratón mientras abría el horario de la mañana. Si bien tendía a ser mandona y enérgica, Kyra era una maga haciendo una docena de cosas al mismo tiempo. Y esperaba lo mismo de los demás, lo cual, en opinión de Connor, era su único defecto. —Te he asignado otro a las dos —agregó—. También yanquis; una pareja de Boston. Acaban de llegar después de pasar unos días en el castillo de Dromoland en Clare y van a quedarse tres días en Ashford antes de proseguir con su viaje. Tres semanas de vacaciones para celebrar sus bodas de plata. —Entonces a las diez y a las dos. —Llevan casados tanto tiempo como llevo yo en este mundo. Eso da que pensar. Escuchando a medias, Connor se sentó para inspeccionar el papeleo pendiente que no podía endosarle a ella. —Teniendo en cuenta que tú eres la pequeña, tus padres llevan casados aún más tiempo. —Mis padres son diferentes —adujo de manera contundente, aunque Connor no veía dónde radicaba esa diferencia—. Ah, y Brian afirma que esta mañana ha habido un terremoto que casi le tira de la cama. Connor levantó la vista, con el rostro sereno. —¿Un terremoto? ¿En serio? Kyra esbozó una sonrisita de superioridad, sin dejar de teclear con sus

uñas pintadas de color rosa con purpurina. —Jura y perjura que toda la casa se ha sacudido. —Puso los ojos en blanco, presionó «imprimir» y giró en su silla para coger una tabla sujetapapeles—. Y ha decidido que se trata de alguna conspiración porque no han dicho ni una sola palabra de ello en la tele. Ha habido algunas menciones en Internet, o eso dice él. Ha pasado de ser un terremoto a una prueba nuclear realizada por alguna potencia extranjera en menos que canta un gallo. Seguro que te dará la tabarra con el tema como ha hecho conmigo. —¿Y tu cama no ha temblado? Kyra le brindó una sonrisa. —No a causa de un terremoto. Connor rió y se puso de nuevo con el papeleo. —¿Y qué tal Liam? —Muy bien, de hecho. Me parece que a lo mejor me caso con él. —¿En serio? —Podría ser; en algún momento hay que empezar a acumular aniversarios. Se lo haré saber en cuanto haya tomado la decisión. Cuando sonó el teléfono, dejó que ella atendiera la llamada y continuó despejando una parte de su mesa. Así que algunos lo habían sentido y otros no, pensó. Algunos eran más receptivos que otros. Y algunos eran más cerrados que un huevo. Conocía a Kyra casi de toda la vida, reflexionó, y ella sabía lo que él era; tenía que saberlo. Pero nunca hablaba de ello. Era, a pesar de su pelo azul y el pequeño piercing en su ceja izquierda, tan cerrada como un huevo. Trabajó de forma casi ininterrumpida hasta que Brian llegó y, como era de esperar, se puso a parlotear sobre el terremoto que sin duda era fruto de una prueba nuclear de alguna agencia gubernamental secreta o quizá una señal del Apocalipsis. Dejó a Brian y a Kyra debatiendo sobre ello y fue a elegir el halcón para el primer paseo. Como nadie miraba, lo hizo de forma rápida y sencilla. Tan solo abrió el aviario, miró a los ojos a su elegido y sostuvo en alto el brazo enguantado. El halcón fue a posarse en él, tan obediente como un perro bien adiestrado. —Aquí estás, Thor. Listo para trabajar, ¿a que sí? Hazlo bien con Brian hoy y te saco más tarde a cazar de verdad. ¿Qué te parece?

Después de ponerle el ronzal al halcón, regresó al despacho, lo depositó en la percha y lo ató a ella. Paciente, Thor plegó las alas y se quedó quieto, alerta. —Es posible que caigan cuatro gotas —le dijo a Brian—, pero no creo que caiga un aguacero. —El calentamiento global está provocando extraños cambios climáticos en todo el mundo. Puede que haya sido un terremoto. —Un terremoto no tiene que ver con el clima —declaró Kyra. —Todo está relacionado —replicó Brian, sombrío. —Creo que no solo lloviznará esta mañana. Si hay un terremoto o una erupción volcánica, asegúrate de traer a Thor de vuelta a casa. —Connor le dio a Brian una palmada en el hombro—. Ahí están tus clientes, en la puerta. Ve y hazlos entrar; dales una vuelta por aquí. Yo me llevaré a Roibeard y a William a las diez —le dijo a Kyra mientras Brian se apresuraba a abrir la puerta—. Eso deja a Moose para Pauline. —Pues ya está. —Dejaremos a Rex para Sean. Respeta a Sean pero aún no le tiene el mismo respeto a Brian. Es mejor que no salga solo con Brian todavía. Yo me llevaré a Merlín para el paseo de las dos, ya que hace días que no sale de paseo. —El halcón de Fin no está aquí. —Está por ahí. —Se limitó a responder Connor—. Y Pauline puede sacar de nuevo a Thor esta tarde. Brian o Sean, al que tengas para el último paseo, puede llevarse a Rex. —¿Qué hay de Nester? —No se siente bien hoy. Tiene el día libre. Kyra enarcó la ceja perforada ante la afirmación de Connor acerca del halcón. —Si tú lo dices... —Lo digo. De la redonda cara de Kyra desapareció todo rastro de arrogancia, que fue sustituida por preocupación. —¿Necesita que le echen un vistazo? —No, no está enfermo, solo un poco decaído. Yo lo sacaré más tarde y dejaré que se anime volando. Tenía razón con lo de la llovizna, pero cayó y pasó como a menudo sucedía. Unas cuantas gotas, un pequeño rayo de sol atravesando un grupo

de nubes. Cuando llegaron sus clientes, la lluvia había cesado, dejando el ambiente húmedo y algo brumoso. A decir verdad, pensó mientras guiaba al padre y al hijo, creaba más ambiente para los yanquis. —¿Cómo sabe cuál es cuál? —preguntó el chico, llamado Taylor. Desgarbado y con orejas grandes y protuberantes nudillos, adoptó un aire de ligero hastío. —Las águilas Harris se parecen, pero cada una tiene su propia personalidad, su estilo. Verás, está Moose, se llama así porque es grande. Y Rex, el que está a su lado, tiene cierto aire regio. —¿Por qué no se marchan cuando los sacas? —¿Por qué iban a hacer eso? Aquí tienen una buena vida, una vida lujosa, además. Y también un trabajo bueno y respetable. Algunos han nacido aquí, y para ellos este es su hogar. —¿Los entrena aquí? —inquirió el padre. —Así es, sí, desde que son polluelos. Han nacido para volar y cazar. Con el adiestramiento adecuado..., recompensas, buen trato y afecto..., se los puede entrenar para que hagan aquello para lo que han nacido y que regresen al guante. —¿Por qué el águila Harris para los paseos? —Porque son sociables. Y sobre todo porque su maniobrabilidad hace que sean una buena elección para un paseo por este lugar. El halcón peregrino... ¿lo ven? —Los llevó hasta una gran ave gris con marcas negras y amarillas—. Desde luego es magnífico, y no hay un animal más veloz en el planeta cuando se lanza en vertical. Se eleva a gran altura y luego desciende en picado a por su presa. —Creía que el animal más veloz era el guepardo —dijo Taylor. —Apolo es este de aquí. —Al oír su nombre y sentir la sutil conexión de Connor, el halcón desplegó sus grandes alas... e impresionó al chico tanto como para que ahogara un grito antes de encogerse de hombros—. Puede superar al felino, pues alcanza una velocidad de trescientos veinte kilómetros por hora. Eso son doscientas millas por hora en Estados Unidos —añadió Connor con una sonrisa—. Pero a pesar de su velocidad y belleza, el halcón peregrino necesita espacio abierto, y el águila Harris puede volar sorteando los árboles. ¿Ven estos de aquí? —Los condujo por las instalaciones—. Vi a estos romper el cascarón la primavera pasada y los hemos adiestrado aquí, en la escuela, hasta que han estado listos para volar

en libertad. Uno de sus hermanos es William, y él estará con usted hoy, señor Leary. —¿Tan joven? No debe de tener más de cinco o seis meses. —Han nacido para volar —repitió Connor. Presentía que perdería al chico a menos que agilizara las cosas—. Si me acompañan dentro, sus halcones los esperan. —Es toda una experiencia, Taylor. El padre, de más de un metro y noventa y cinco centímetros de estatura, le puso una mano en el hombro a su hijo. —Lo que tú digas. Seguro que se pone a llover otra vez. —Oh, me parece que va a aguantar casi hasta la puesta de sol. Bueno, señor Leary, ¿tiene familia cerca de Mayo? —Llámame Tom. Antepasados, según me han dicho, pero no familia que yo sepa. —Entonces ¿solo sois el chico y tú? —No, mi mujer y mi hija han ido de compras a Cong. —Sonriendo, puso los ojos en blanco—. Pueden ser un tostón. —Mi hermana tiene una tienda en Cong. La Bruja Oscura. A lo mejor pasan por allí. —Si venden algo, seguro que pasan. Nosotros estábamos pensando en probar los paseos a caballo mañana. —Oh, no podrían elegir nada mejor. Es una excursión preciosa. Dígales que Connor ha dicho que les hagan pasar un rato estupendo. Después de entrar, se giró hacia las perchas. —Y aquí tenemos a Roibeard y a William. Roibeard es mío, y hoy es para ti, Taylor. Lo tengo desde que era un polluelo. Tom, ve a firmar los formularios que Kyra te ha preparado y yo me ocuparé de que Taylor se familiarice con Roibeard. —¿Qué clase de nombre es ese? —exigió Taylor. Ten presente que el chico no quiere estar aquí, se dijo Connor. Ten presente que preferiría estar en su casa, con sus colegas y sus videojuegos. —Pues su nombre, y es un nombre antiguo. Desciende de los halcones que han cazado en estos bosques desde hace cientos de años. Aquí tienes tu guante. Sin él, y a pesar de ser tan listo y hábil, sus garras te perforarían la piel. Tienes que mantener el brazo en alto de esta forma, ¿ves? —Connor le hizo una demostración, manteniendo el brazo izquierdo en el aire formando un ángulo recto—. Y mantenlo quieto mientras caminamos.

Levántalo solo si quieres indicarle que vuele. Al principio lo tendré atado, hasta que salgamos. —Sintió que el chico se estremecía (nervios y excitación que trataba de disimular) cuando le indicó a Roibeard que se subiera al brazo enguantado—. Como ya he dicho, el águila Harris es ágil y rápida, y una cazadora feroz, aunque como nos vamos a llevar estos trozos de pollo... —Se palmeó la aljaba— ... no buscará pájaros ni conejos. »Y para ti, Tom, este es el joven William. Es muy guapo y educado. Hay pocas cosas que le gusten más que volar por el bosque y recibir un poco de pollo en recompensa por el trabajo. —Es una belleza. Son una belleza. —Tom rió—. Estoy nervioso. —Vámonos a vivir una aventura. ¿Qué tal la estancia en el castillo? — comenzó Connor mientras los conducía afuera. —Alucinante. Annie y yo pensábamos que iba a ser una vez en la vida, pero ya estamos hablando de volver. —Visitar Irlanda solo una vez es imposible. Marcó un paso tranquilo, fomentando una charla trivial, pero manteniendo la mente y el corazón con los halcones. Satisfecho, preparado. Se alejó de la escuela tomando un sendero hasta la carretera pavimentada en que había un claro, bordeado de altos árboles. Ahí les quitó las pihuelas. —Levantad el brazo. Muy despacio ahora, elevándolo, y ellos volarán. Era una belleza; ese ascenso en el aire, ese despliegue de alas, casi silencioso. Casi. El chico dejó escapar un grito ahogado, tratando de aferrarse aún al aburrimiento mientras ambos halcones se posaban en una rama, plegaban las alas y los miraba como dioses dorados. —¿Me dejas tu cámara, Tom? —Pues claro. Quería sacarle unas cuantas fotos a Taylor con el halcón. Con... ¿Roibeard? —Yo lo haré. Tu turno, ponte de espaldas a ellos, mira por encima del hombro izquierdo, Taylor. Aunque Roibeard respondería de todas formas, Connor puso un trocito de pollo en el guante. —¡Qué asco! —No para el pájaro. Connor se colocó de lado. —Levanta el brazo sin más, como has hecho la primera vez. Mantenlo quieto.

—Lo que tú digas —farfulló Taylor, pero obedeció. Y el halcón, con una impresionante elegancia en vuelo, descendió con las alas desplegadas y los ojos brillantes y se posó en el brazo del chico. Luego engulló el pollo. Se mantuvo erguido, mirando a Taylor a los ojos. Connor, que conocía bien el momento, captó la estupefacción y el asombro, el absoluto placer en el rostro del chico. —¡Guau! ¡Guau! Papá, papá, ¿has visto eso? —Sí. No le... —Tom miró a Connor—. Menudo pico. —Te prometo que no hay de qué preocuparse. Espera un minuto, Taylor. Hizo otra foto, una que imaginó que pondrían sobre la repisa de la chimenea o sobre una mesa cuando volvieran a Estados Unidos, del chico y el halcón mirándose a los ojos. —Ahora tú, Tom. Repitió el proceso, tomó la foto y escuchó a sus clientes hablar entre sí con voz de asombro. —Y aún no habéis visto nada —les prometió Connor—. Vamos a adentrarnos un poco en el bosque. Veréis todo un bailecito. Nunca se cansaba de aquello, nunca se volvía algo rutinario. El vuelo del halcón, su ascenso y descenso entre los árboles, siempre, siempre lo cautivaba. Ese día la emoción del chico y del padre era un aliciente más. En opinión de Connor, el aire húmedo, denso como una esponja empapada, los rayos de sol que se filtraban entre los árboles y el revoloteo del inminente otoño hacían que fuera un buen día para pasear por el bosque siguiendo a los halcones. —¿Puedo volver? —preguntó Taylor, que regresó a las puertas de la escuela con Roibeard en el brazo—. Solo para verlos, quiero decir. Son una pasada, sobre todo Roibeard. —Pues claro que puedes. Les encantará tener compañía. —Lo haremos antes de marcharnos —le prometió su padre. —Preferiría repetir esto que hacer la excursión a caballo. —Oh, apuesto a que también vas a disfrutar de eso. —Connor los llevó dentro con paso tranquilo—. Es un placer recorrer el bosque a lomos de un buen caballo; te da una perspectiva diferente de las cosas. Y tienen unos guías muy buenos en el picadero. —¿Tú montas? —le preguntó Tom. —Sí que monto. Aunque no con la frecuencia que me gustaría. Claro que

lo mejor es volar los halcones yendo a caballo. —¡Jo, tío! ¿Puedo hacerlo? —Eso no está en el folleto, Taylor. —Es cierto —repuso Connor, trasladando a Roibeard a su percha—. No se encuentra en la carta normal, por así decirlo. Voy a zanjar algunas cosas con tu padre por si quieres salir y echarle otro vistazo a los halcones. —Sí, vale. —Estudió a Roibeard otro instante con los ojos llenos de amor—. Gracias. Gracias, Connor. Ha sido alucinante. —De nada. —Pasó a William a su percha mientras Taylor se marchaba corriendo—. No he querido decir nada delante del chico, pero a lo mejor puedo conseguir que disfrute de lo que llamamos una excursión a caballo con halcones. Tengo que comprobar si Meara puede guiar a tu familia; es cetrera, además de guía en el picadero. Si estás interesado. —Hace meses que no he visto a Taylor tan emocionado con otra cosa que no sean juegos de ordenador o música. Si puedes conseguirlo, sería estupendo. —Veré qué puedo hacer, si me das un par de minutos. Apoyó la cadera en la mesa cuando Tom salió y cogió el teléfono. —Ah, Meara, cielito mío, tengo una petición especial.

Era estupendo proporcionarle a alguien la persistente tibieza de los recuerdos. Connor se esforzó al máximo para hacer lo mismo con su último cliente del día..., pero nada podía compararse a Taylor y a su padre, de Estados Unidos. Entre una reserva y otra, se llevó a los halcones peregrinos, Apolo incluido, más allá del bosque, a cielo abierto, para ejercitarlos y cazar. Allí podía verlos elevarse a gran altura y descender en picado sobre su presa con una especie de asombro que jamás lo abandonaba. Allí podía sentir la emoción de esa velocidad dentro de él. Como él era una criatura social igual que el águila Harris, disfrutaba realizando los paseos con halcones, pero esos en solitario —solo las aves, el aire y él— eran su parte favorita del día. Apolo atrapó un cuervo en plena caída; un ataque perfecto. Podían darles de comer, pensó mientras se sentaba en un bajo murete de piedra con una bolsa de patatas fritas y una manzana. Podían entrenarlos y atenderlos. Pero eran salvajes, y necesitaban la naturaleza para su espíritu.

De modo que se quedó sentado, contento de esperar, de observar, mientras las aves planeaban, se lanzaban en picado y cazaban, y valoró la paz de una húmeda tarde. Ahí no había niebla ni sombras, pensó. Aún no. Ni las habría cuando su círculo y él encontraran el modo de preservar la luz. Y ¿dónde estás ahora, Cabhan? Aquí no, no en esta época, se dijo mientras oteaba ondulantes colinas, que se extendían plenas de verdor. Allí no había otra cosa que la promesa de la lluvia que caería y cesaría y volvería a caer. Contempló a Apolo volando de nuevo por pura dicha, sintiendo que su corazón se henchía. Y en aquel preciso instante supo que se enfrentaría a la oscuridad y la derrotaría. Después de levantarse llamó a las aves para que volvieran a él una a una. Con el trabajo hecho, realizó una última ronda con las aves, revisó todo lo que había que revisar y luego se guardó el guante en el bolsillo trasero y cerró la puerta. Acto seguido fue dando un paseo hasta el picadero. Lo primero que percibió fue a Roibeard, de modo que sacó el guante y se lo puso. Justo al levantar el brazo, sintió a Meara. El halcón describió un círculo por puro placer y luego descendió para posarse en el brazo enguantado de Connor. —Así que has vivido una aventura... Está claro que le has dado al chico un día que jamás olvidará. Esperó donde estaba hasta que Meara dobló la curva. Caminaba con largas y decididas zancadas; cualquier hombre admiraría a una mujer con unas piernas tan largas y que se movía con semejante seguridad en sí misma. Le brindó una sonrisa. —Y ahí llega ella. ¿Qué tal lo ha hecho el chico? —Está coladito por Roibeard, y ha mostrado mucho afecto por Spud, que le ha dado un buen paseo. He tenido que parar una vez para que la hermana probara o habría habido una pelea entre hermanos brutal. Ella también lo ha disfrutado, pero no como el chico. Y no vamos a cobrarles por los pocos minutos que ha probado la chica. —No lo haremos, no. —La cogió de la mano, meciéndola mientras caminaba, y le besó los nudillos antes de soltársela—. Gracias. —Y vas a darme las gracias por otra cosa, ya que el padre me ha dado cien euros de más.

—¿Cien euros? ¿De más? —Eso ha hecho, y me ha pedido que te diera la mitad a ti, pues ha considerado que soy honesta. Como es natural le he dicho que no era necesario, pero ha insistido. Y naturalmente no he querido ser maleducada rechazándoselo otra vez. —Naturalmente —repuso Connor con una sonrisa, luego la miró agitando el dedo. Ella sacó los euros del bolsillo y los contó en voz alta—. Bueno, ¿qué deberíamos hacer con este dinero caído del cielo? ¿Qué me dirías a una birra? —Diría que de vez en cuando se te ocurren buenas ideas. ¿Deberíamos llamar a los demás? —se preguntó Meara. —Podríamos. Envíale un mensaje a Branna y yo se lo mando a Boyle. A ver cuántos se apuntan. A Branna le vendría bien salir una noche. —Lo sé. ¿Por qué no le envías tú el mensaje? —Es más fácil decirle que no a un hermano que a una amiga. Miró a Roibeard a los ojos y caminó en silencio durante un momento. Y el halcón levantó el vuelo, se elevó y se alejó. Al igual que Connor, Meara contempló al halcón con sumo placer. —¿Adónde va? —A casa. Quiero que esté cerca, así que se va volando a casa y se quedará a pasar la noche. —Envidio eso —dijo Meara mientras sacaba su teléfono móvil—. Que tú hables con los halcones, Iona con los caballos, Branna con los perros... y Fin con los tres cuando le viene en gana. Si poseyera algo de magia, creo que sería eso lo que querría. —La tienes. Te he visto con los caballos, los halcones y los perros. —Eso es adiestramiento y afinidad. Pero no es lo que vosotros tenéis. — Envió el mensaje y se guardó el teléfono—. Pero solo querría poder hacerlo con los animales. Me volvería loca si pudiera leer a la gente, escuchar sus pensamientos y sentimientos como tú. Me pasaría el tiempo aguzando el oído y luego casi seguro cabreándome por lo que hubiera oído. —Es mejor resistirse a escuchar a escondidas. Meara le dio un suave codazo y le lanzó una mirada sabia con sus oscuros ojos de color chocolate. —Sé perfectamente que has escuchado cuando te preguntabas si una chica estaría dispuesta si la invitabas a una cerveza y la acompañabas a casa.

—Puede que fuera así antes de que alcanzara la edad adulta. Meara rió; tenía una risa maravillosa. —Aún no has alcanzado la madurez. —Ya casi la he alcanzado. Ah, Boyle ya me ha respondido. Iona está en casa, practicando con Branna. Dice que arrastrará a Fin también... y que verá si Iona hace lo mismo con Branna. —Me gusta cuando estamos todos juntos. Es como una familia. Connor captó su melancolía y le pasó el brazo sobre los hombros. —Somos una familia de verdad —convino. —¿Echas de menos a tus padres desde que se mudaron a Kerry? —A veces sí, pero son muy felices allí en el lago, dirigiendo su hostal, y con la hermana de mamá, que no para de parlotear. Y están encantadísimos con el FaceTime. ¿Quién lo habría imaginado? Así que podemos verlos y saber cómo están. —Le frotó el hombro a Meara mientras recorrían la serpenteante carretera hasta Cong—. Y a decir verdad, me alegra mucho que estén en el sur por ahora. —Y a mí me encantaría que mi madre estuviera en cualquier otra parte, y no por motivos nada egoístas como los tuyos. —Lo superarás. No es más que otra fase. —Otra fase que dura ya casi quince años. Pero tienes razón. —Meneó los hombros como si se sacudiera de encima un pequeño peso—. Tienes razón. Hoy le he sugerido lo mucho que disfrutaría si les hiciera una larga visita a mi hermana y a sus nietos. Y le he metido lo mismo por el culo a Maureen, que se lo merece. Si eso no da resultado, tengo pensado pasarla de un hermano a otro con la esperanza de que aterrice en algún lugar que la contente. »No pienso renunciar a mi piso. —Te volverías loca si volvieras a vivir con tu madre, y ¿qué bien os haría eso a ninguna de las dos? No cabe duda de que Donal se ha portado bien con ella, pero tú también. Le dedicas tu tiempo, te prestas a escucharla y la ayudas a hacer la compra. Le pagas el alquiler. —Connor enarcó las cejas cuando ella se apartó, entrecerrando los ojos—. No te me sulfures, Meara. Fin es su casero, ¿cómo quieres que no lo sepa? Lo que digo es que eres una buena hija y que no tienes por qué sentirte egoísta. —Desear que esté en cualquier otra parte parece egoísta, pero no puedo evitar desearlo. Y Fin no me cobra ni la mitad de lo que vale esa casita. —Es familia —dijo, y ella suspiró.

—¿Cuántas veces puedes tener razón de camino al bar? —Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de trabajo—. Y yo no he hecho más que refunfuñar y criticar en ese mismo tiempo. Estoy aguándome mi buen día en el curro y los cincuenta euros extras. Pasaron por la vieja abadía donde aún deambulaban los turistas, haciendo fotos. —La gente siempre te cuenta cosas. ¿Por qué? —Quizá me guste escuchar. Meara meneó la cabeza. —No, es porque sabes escuchar, tengas o no ganas de hacerlo. Yo desconecto muy a menudo. Connor metió la mano en el bolsillo de Meara para darle un apretón. —Seguro que juntos obtendríamos una media normal en el gráfico de la naturaleza humana. No, pensó Meara. Desde luego que no. Connor O’Dwyer jamás sería corriente en ningún gráfico. Entonces dejó a un lado sus preocupaciones y divagaciones y entró con él en el cálido y bullicioso bar. Fue a Connor a quien saludaron primero aquellos que los conocían, que era la gran mayoría. Una voz alegre, una sonrisa coqueta, un saludo rápido. Era de esas personas que siempre eran bien recibidas y siempre se encontraban a gusto allá adonde iban. Cualidades estupendas, suponía, y otra cosa que también envidiaba. —Ve a buscar una mesa —le dijo— mientras yo pido la primera ronda. Meara se abrió paso y encontró una mesa lo bastante grande para seis personas. Después de sentarse, sacó el teléfono. Sabía que Connor tardaría un rato a causa de la conversación. Envió un mensaje a Branna primero. Déjate el pelo tranquilo. Ya hemos llegado.

Luego comprobó su horario para el día siguiente. Una clase en el picadero por la mañana, tres paseos guiados..., por no mencionar las tareas diarias; limpiar las cuadras, alimentar y atender a los animales y darle la tabarra a Boyle para asegurarse de que se ocupaba del papeleo. Además tenía que hacer la compra para su madre y para ella, lo cual había descuidado. Hacer la colada que había pospuesto.

Esa noche podía hacer parte de la colada si no se quedaba demasiado tiempo en el bar. Revisó su agenda y vio el recordatorio del cumpleaños de su hermano pequeño, así que añadió la compra de un regalo a sus quehaceres. E Iona tenía que recibir otra clase de esgrima. Lo estaba haciendo bien, pensó Meara, pero ahora que Cabhan había aparecido otra vez, sería aconsejable retomar la práctica regular. —Apaga eso y deja de trabajar. —Connor dejó las cervezas en la mesa —. Se ha terminado la jornada. —Estaba echando un vistazo a mi horario para mañana. —Eso es lo malo de ti, querida Meara, que siempre estás ansiosa por emprender la siguiente tarea. —Y tú siempre buscas el siguiente entretenimiento. Connor alzó su jarra y sonrió. —La vida es un entretenimiento si la vives como es debido. —Hizo un gesto con la cabeza cuando vio a Boyle y a Iona—. Aquí llega la familia. Meara se volvió a mirar. Y dejó el móvil.

5 Un buen día de trabajo, una cerveza y amigos con quien beberla. En opinión de Connor, no se podía desear mucho más. A menos que fuera una comida caliente y una mujer complaciente. Aunque sabía que la guapa rubia llamada Alice, que le lanzaba miraditas de vez en cuando, estaría más que dispuesta, se conformó con la cerveza y los amigos. —Ahora que te has unido a nosotros, Fin, estaba pensando que podríais considerar la posibilidad de dejar como una opción permanente la combinación de halcones y caballos que Meara y yo hemos hecho hoy para los yanquis. Boyle frunció el ceño. —Necesitaríamos un halconero experimentado como guía, y eso nos limita a Meara. —Yo podría hacerlo —protestó Iona. —Tú solo has ido a cazar con halcones unas pocas veces —señaló Boyle —. Y nunca tú sola. —Me encantó. Y me dijiste que tenía talento natural —le recordó a Connor. —Tienes buena mano, pero convendría que hubieras probado unas cuantas veces a hacerlo a caballo. Incluso en bicicleta, como hacemos nosotros cuando ejercitamos a los halcones en invierno. —Practicaré. —Tienes que practicar más con una espada en la mano —le dijo Meara. —Siempre me das una paliza. —Así es. —Meara miró su cerveza con una sonrisa—. Siempre lo hago. —Nuestra chica aprende rápido —comentó Fin—. Y es una idea interesante. —Si le damos vueltas... —Boyle tomó un trago y lo pensó—. Los clientes que reservaran el paquete tendrían que tener experiencia como jinetes. Lo último que necesitamos es a un principiante que le dé un ataque de pánico cuando un halcón se le pose en el brazo y espante al caballo. —Ahí estoy de acuerdo. —Los caballos no se asustarán si les digo que no lo hagan. —Iona ladeó la cabeza, sonriendo—. Aquí está Branna.

Claro que se había arreglado el pelo, y llevaba un pañuelo rojo con una chaqueta de intenso color azul marino. Las botas planas significaban que había ido caminando desde la casa. Le pasó la mano por el hombro a Meara y luego se sentó en la silla junto a la de ella. —¿Qué celebramos? —Hoy nos han dado una buena propina unos estadounidenses a Meara y a mí. —Bien. Así que vas a invitar a tu hermana a una cerveza, ¿a que sí? Me vendría bien una Harp. —Es mi ronda. —Meara se puso en pie. —Ha estado preocupada por su madre —explicó Connor cuando ella ya no podía oírle—. No le vendría mal una noche divertida. Así que vamos a comer algo y a levantarle el ánimo. A mí me apetece pescado con patatas fritas. —¿En el estómago de quién estás pensando? —preguntó Branna. —En mi estómago, y en su estado de ánimo. —Alzó su jarra—. Y brindo por la buena compañía.

La compañía era buena. Su intención había sido tomarse una cerveza, quedarse un rato y luego marcharse a casa a comenzar con la colada y a prepararse una cena rápida con lo que le quedaba en la despensa. Ahora se estaba tomando una segunda birra y pastel de pollo. Dejaría el camión en casa de Branna y volvería a casa a pie desde el bar. Pondría una lavadora y haría la lista de la compra... para su madre y para ella. Se iría pronto a dormir, y si se levantaba lo bastante temprano, pondría otra lavadora y terminaría con la colada. Haría la compra durante el descanso para comer. Se pasaría por casa de su madre después del trabajo —que Dios la amparase— y cumpliría con su deber. Y de paso plantaría algunas semillas más en referencia al tema de la visita a casa de Maureen. Connor le dio un codazo en las costillas. —Piensas demasiado. Intenta vivir el momento. Alucinarás. —¿Comer pastel de pollo en el bar es algo alucinante? —Está bueno, ¿no? Meara tomó otro bocado.

—Está bueno. Y ¿qué vas a hacer con Alice? —¿Hum? —Alice Keenan, que está exhibiendo su ardiente lujuria desde el otro lado del bar como una de esas personas anuncio. —Agitó los brazos para demostrarlo. —Una cara bonita, eso seguro. Pero no es para mí. Meara compuso una expresión de asombro, que mostró a todos los de la mesa. —¿Estáis oyendo eso? Connor O’Dwyer dice que una cara bonita no es para él. —Quiere un anillo en el dedo, ¿no? —preguntó Fin, divertido. —Eso es justo lo que quiere, y como es más de lo que puedo darle, jugar con ella no es para mí. Pero es una cara bonita. —Se inclinó hacia Meara —. Bueno, si te arrimaras a mí y me dieras un beso, ella pensaría «Ah, bueno, ya está cogido» y dejaría de babear por mí. —Tendrá que babear, igual que hacen otras mujeres bobas. —Se llenó el tenedor de más pastel de pollo—. Yo tengo la boca ocupada en este momento. —Una vez la pusiste sobre la mía. —¿En serio? —Iona apartó su plato y se inclinó hacia delante—. Cuéntamelo todo. —Tenía solo doce años. —Casi trece. —Casi trece siguen siendo doce. —Fingió apuñalarle con el tenedor—. Y sentía curiosidad. —Fue agradable. —¿Cómo iba a saberlo? —replicó Meara—. Fue mi primer beso. —¡Oh! —Iona tomó aire y exhaló un suspiro—. Uno nunca olvida el primer beso. —Para él no lo fue. Connor rió y le tiró de la trenza a Meara. —No lo fue, no, pero no lo he olvidado, ¿verdad? —Yo tenía once. Fui precoz —afirmó Iona—. Se llamaba Jessie Lattimer. Fue muy dulce. Decidí que me casaría con él algún día, y que viviríamos en una granja y yo montaría a caballo todos los días. —¿Y qué pasó con el tal Jessie Lattimer? —quiso saber Boyle. —Pues que besó a otra y me rompió el corazón. Luego su familia se

mudó a Tucson o a Toledo. A algún sitio que empezaba por «te». Y ahora voy a casarme con un irlandés. —Se inclinó a un lado y besó a Boyle—. Y a montar a caballo todos los días. —Sus ojos chispearon cuando Boyle entrelazó los dedos con los de ella—. ¿Quién fue el primero para ti, Branna? Aquella chispa dio paso al arrepentimiento en cuanto las palabras abandonaron su boca. Lo sabía. Claro que lo supo aun antes de que Branna le lanzara una mirada fugaz a Fin. —Yo también tenía doce. No podía consentir que mi mejor amiga se me adelantara, ¿verdad? E igual que Connor para Meara, Fin estaba a mano. —Sí que lo estaba —convino Connor de forma animada—, porque se aseguró de estar donde tú estuvieras en cada momento. —No en cada momento, porque no fue su primer beso. —Practiqué un poquito. —Fin inclinó la silla hacia atrás, con la cerveza en la mano—. Ya que quería que tu primer beso fuera memorable. En el bosque —murmuró—, en un soleado día de verano. El aire olía a lluvia y a río. Y a ti. Branna no lo miró, ni él a ella. —Entonces cayó un relámpago, un rayo golpeó en la tierra. —Lo recordaba. Oh, vaya si lo recordaba—. El aire tembló y a continuación restalló el trueno. Deberíamos haberlo sabido. —Éramos unos críos. —No por mucho tiempo. —He hecho que te pongas triste —dijo Iona en voz queda—. Lo siento. —Triste no. —Branna meneó la cabeza—. Un poco nostálgica por la inocencia que se perdió en menos tiempo del que un copo de nieve tarda en derretirse bajo el sol. Ahora ya no podemos ser inocentes con lo que ha pasado, ¿verdad? Y con lo que se avecina de nuevo. Así que... vamos a echarle un poco de whisky al té y a vivir el momento..., como le gusta decir a mi hermano. Tocaremos algo de música, ¿qué me dices, Meara? Una o dos canciones esta noche, pues solo los dioses saben qué nos deparará el mañana. —Voy a por el violín del bar. —Se ofreció Connor. Acto seguido se puso en pie, acariciando el pelo de su hermana con la mano cuando abandonó la mesa. Y sin decir nada le brindó el consuelo que necesitaba. Meara se quedó más tiempo del que pretendía, hasta bien pasada una

hora razonable para pensar en hacer la colada o elaborar listas de la compra. Aunque trató de librarse de él, Connor insistió en acompañarla a casa. —Es una bobada y lo sabes. No hay más de cinco minutos a pie. —Entonces no me llevará mucho tiempo. Ha sido estupendo que te hayas quedado porque Branna lo necesitaba. —Ella haría lo mismo por mí. Y también ha servido para animarme yo, aunque no he hecho la colada. Caminaron por la silenciosa calle, subiendo la cuesta. Todavía había bullicio en los bares, pero hacía mucho que las tiendas habían echado el cierre y no pasaba ni un solo coche. Se había levantado viento y se removió el aire. Captó el aroma del heliotropo de una jardinera y vio el vívido brillo de las estrellas a través de los bancos de nubes. —¿Alguna vez has pensado en ir a alguna otra parte? —se preguntó Meara—. ¿Vivir en otro sitio? ¿Si no tuvieras que hacer lo que hay que hacer aquí? —No. Este es mi lugar. Es lo que quiero y donde lo quiero. ¿Y tú? —No. Tengo amigos que se fueron a Dublín, a Galway o a Cork, e incluso a Estados Unidos. Pensaba que yo también podría hacerlo. Enviarle dinero a mi madre y largarme a otra parte, correr una aventura. Pero nunca lo deseé tanto como deseaba quedarme. —Luchar contra un hechicero con cientos de años y cuyo poder procede del mal sería una aventura para la mayoría. —Pero no es Grafton Street, ¿verdad? —Rió con él, doblando la esquina hacia su piso—. Una parte de mí nunca creyó que sucedería. Lo que ocurrió en aquel claro durante el solsticio. Y entonces sucedió, tan feroz, rápido y terrible, y no lo pensé. —Estuviste magnífica. Meara rió de nuevo, meneando la cabeza. —No logro recordar lo que hice. Luz, fuego y viento. Tu pelo volando. Tanta luz. A tu alrededor, dentro de ti. Nunca te había visto así. Tu magia parecía el sol, prácticamente cegador. —Fuimos todos. No lo habríamos derrotado si no hubiésemos estado todos. —Eso lo sé. Lo sentí. —Durante un momento contempló la noche, el que había sido su pueblo toda la vida—. Y, sin embargo, aún vive.

—No ganará. —La acompañó hasta la escalera abierta que llevaba a su puerta. —Eso no puedes saberlo, Connor. —He de creerlo. Si dejamos que la oscuridad gane, ¿qué somos? ¿Qué sentido tiene nada de esto si dejamos que gane la oscuridad? Así que no dejaremos que eso pase. Meara se quedó quieta durante unos instantes junto a una cesta de la que se derramaban petunias moradas y rojas. —Ojalá hubieras dejado que Fin te llevara a casa. —Tengo que rebajar el pescado y las patatas fritas... y las birras. —Ten cuidado, Connor. No podemos ganar sin ti. Y, además, ya me he acostumbrado a ti. —Entonces tendré cuidado. —Alargó el brazo, pareció vacilar y luego le tiró de la trenza en un familiar gesto—. Tú también. Buenas noches, Meara. —Buenas noches. Connor esperó hasta que ella entró, hasta que la puerta se cerró y echó la llave. Se dio cuenta de que había estado a punto de besarla, y no estaba del todo seguro de que el beso hubiera sido... fraternal. No debería haber añadido whisky a su té, decidió, pues empañaba su buen juicio. Meara era su amiga, una muy buena amiga. No haría nada para poner en peligro esa armonía. Pero se sentía nervioso e insatisfecho. Quizá debería haberse enrollado con Alice. Estaban ocurriendo tantas cosas, había tanto en juego, que no le resultaba fácil dejar sola a Branna por las noches, aunque Iona se quedara en casa. Y no le resultaba fácil llevarse a una mujer a casa, sobre todo dadas las circunstancias. Pese a todo, pensó mientras dejaba atrás el pueblo y enfilaba la sinuosa carretera a pie, era un incordio. Y otra razón más para enviar a Cabhan al infierno. Le gustaban las mujeres. Le gustaba conversar con ellas, flirtear con ellas. Le gustaba bailar, pasear, reír con ellas. Y, por Dios, le gustaba acostarse con ellas. La suavidad y el calor, los olores y las vistas. Pero tales placeres estaban aparcados, lo cual resultaba molesto.

Se preguntaba por cuánto tiempo, ya que Cabhan había atacado de nuevo. Connor se detuvo al pensar en eso. Se quedó inmóvil y en silencio —en cuerpo y mente— en la oscura carretera que se conocía tan bien como la palma de su mano. Y escuchó con todo su ser. Él estaba ahí. Él estaba ahí. No lejos, no demasiado lejos; no lo bastante cerca como para encontrarlo, pero no tan lejos como para estar de verdad a salvo. Tocó el amuleto que llevaba debajo del jersey, palpó su forma, sintió su calor. Luego abrió los brazos todo lo posible. El aire susurró a su alrededor una canción queda que danzó entre su cabello, que le rozó la piel en una caricia a medida que su poder se alzaba. Que su vista se extendía. Podía ver árboles, maleza; podía oír el susurro del aire entre ellos, el latido del corazón de las criaturas nocturnas que despertaban, el pulso más rápido de la presa que era perseguida. Captó el olor, el sonido del agua. Y encima de todo ello una especie de mácula; una sombra que se aferraba a las sombras. Que se escondía en ellas para que él no pudiera distinguir las formas ni la materia. El río. Más allá del río, sí. Aunque cruzarlo provocaba dolor. El agua, cruzar el agua te perturba. Puedo sentirte, puedo sentirte como frío fango que rezuma. Algún día encontraré tu guarida. Algún día. La sacudida quemaba, aunque solo un poco. Apenas algo más que un rápido latigazo de electricidad estática. Connor se replegó de nuevo, acallando su magia. Y esbozó una sonrisa. —Aún estás débil. Oh, el chico y yo te hemos hecho daño. Te haremos algo peor, jodido cabrón, por mi sangre te juro que te haremos algo mucho peor antes de que esto haya terminado. Sintiéndose ya menos nervioso, no tan insatisfecho, fue silbando de camino a casa.

La lluvia llegó y se quedó a hacer una larga y empapada visita. Los huéspedes del castillo Ashford, el grueso de su clientela, seguían queriendo su paseo con halcones. A Connor no le molestaba la lluvia y, como siempre, le asombraban las cosas que los viajeros acumulaban. Le divertía verlos desfilar con

coloridas botas de agua, diversos impermeables, conjuntos de bufandas, gorros y guantes, todo por un poco de fresca lluvia de septiembre. Pero divertido o no, observó la niebla que se levantaba... y no halló en ella nada que no fuera humedad. Por el momento. Una tarde a última hora, con el trabajo ya hecho, se sentó en la escalera de entrada de la casa con un té bien fuerte y contempló a Meara entrenando a Iona. Sus espadas chocaban con fuertes golpes a pesar de que Branna las había encantado para que se quedaran laxas como fideos si tocaban la carne. Consideraba que su prima estaba mejorando, aunque dudaba que algún día igualara el estilo y ferocidad de Meara Quinn. Viendo cómo se manejaba, viendo la imagen que componía —alta y voluptuosa como una diosa, con una espesa melena castaña que caía por su espalda en una trenza— esa mujer podría haber nacido con una espada en la mano. Sus botas, tan usadas como las de él, se afianzaban sobre la empapada tierra, luego danzaban sobre ella mientras hacía retroceder a Iona, sin darle cuartel a su alumna. Y la furia centelleaba en aquellos ojos negros —un premio igual que la dorada piel de su herencia cíngara— cuando bloqueó un ataque. Podría contemplarla blandiendo una espada todo el día. Aunque hizo una solidaria mueca de dolor cuando obligó a retroceder una y otra vez a su prima en una ofensiva implacable. Branna salió con una taza de té y se sentó a su lado. —Está mejorando. —¿Hum? Ah, Iona, sí. Yo estaba pensando lo mismo. Con gesto plácido, Branna tomó un sorbo de té. —¿En serio? —En serio. Es más fuerte que cuando vino a nosotros, y por entonces no era debilucha. Pero es más fuerte y más segura de sí misma. También está más segura de su don. En parte se debe a nosotros y en parte a Boyle y a lo que el amor hace por el corazón y el alma, pero la mayor parte siempre estuvo dentro de ella, esperando para florecer. —Le dio una palmadita en la rodilla a Branna—. Los dos somos afortunados. —Lo he pensado una vez o dos. —Afortunados por venir de donde venimos. Siempre hemos sabido que nos querían y valoraban. Y que lo que tenemos, lo que somos, era un don y

no algo que esconder bajo siete llaves. Esas dos mujeres que cruzan espadas bajo la lluvia... no han sido tan afortunadas como nosotros. Iona tenía y tiene a su abuela, y eso es un tesoro. Pero aparte de eso, para ellas su familia... bueno, apesta, como suele decir Meara. —Nosotros somos su familia. —Lo sé, igual que lo saben ellas. Pero no tener el amor incondicional de aquellos que te han engendrado es una herida que no puede sanar del todo, ¿no crees? La indiferencia de los padres de Iona, el desastre de los de Meara. —¿Qué crees que es peor? ¿Esa indiferencia, que no alcanzo a comprender, o el desastre? ¿La forma en que el padre de Meara se largó, llevándose el dinero que les quedaba después de derrochar todo lo que tenían, dejando a una esposa y a cinco hijos solos, o que jamás les importara una mierda? —Creo que cualquiera de las dos cosas te deja hecho polvo. Y míralas. Tan fuertes y tan llenas de coraje. Iona tropezó y resbaló. Su culo golpeó la empapada hierba. Meara se puso en cuclillas y le ofreció la mano, pero Iona meneó la cabeza y apretó los dientes. Luego tomó impulso y se levantó como un resorte. Acto seguido se acercó, espada en mano. Connor esbozó una sonrisa en ese momento, palmeando la pierna de su hermana. —¡Y aunque es poca cosa, es una fiera! —Como eso es cierto, te perdonaré por citar al bardo inglés cuando tengo un estofado de ternera a la cerveza en el fogón. Su mente fue derecha a la comida. —Estofado de ternera a la cerveza, ¿eh? —Así es, y una hogaza de pan con semillas de amapola que tanto te gusta. A Connor se le iluminaron los ojos, para entrecerrarlos a continuación. —¿Y qué voy a tener que hacer para merecerlo? —El próximo día que tengas libre necesito que trabajes conmigo. —Desde luego que lo haré. —La magia que hicimos para el solsticio... Estaba convencida de que iba a funcionar. Pero se me pasó algo, igual que a Sorcha se le pasó algo cuando se sacrificó y envenenó a Cabhan hace siglos. Desde entonces a todos se nos ha pasado algo. Tenemos que descubrir el qué.

—Y lo haremos. Pero no puedes dejarnos a todos fuera, Branna. No se te ha pasado a ti sola, sino a todos. Fin... —Sé que tengo que trabajar con él. Lo hago y lo haré. —¿Ayuda saber que él sufre tanto como tú? —Un poco. —Apoyó la cabeza en el hombro de Connor durante un momento—. Es una mezquindad por mi parte —Es humano por tu parte. Una bruja es tan humana como cualquiera, tal y como papá nos decía. —Así es. —Guardaron silencio durante unos instantes, sentado uno al lado del otro, mientras las espadas se cruzaban—. Cabhan está sanando, ¿verdad? —dijo en voz queda, para que la oyera solo él—. Se está preparando para la próxima. Percibo... algo en el ambiente. —Yo también lo percibo. —Connor observó, igual que ella, las profundas y verdes sombras del bosque—. Dado que es de su sangre, Fin lo percibirá con mayor intensidad. ¿Hay estofado suficiente para todos? Branna suspiró de un modo que a Connor le indicó que ella ya lo había pensado. —Supongo que sí. Tú pídeselo —dijo mientras se ponía de pie— y yo me aseguraré de que haya suficiente. Connor le asió la mano y se la besó. —Tan humana como cualquiera y más valiente que la mayoría. Esa es mi hermana. —Te has puesto en plan sensiblero al pensar en el estofado. —Pero le dio un apretón en la mano antes de entrar. No era el estofado, aunque bien sabía Dios que no había perjudicado lo más mínimo, sino que se preocupaba por ella más de lo que su hermana imaginaba. Entonces Iona fintó a la izquierda, giró, atacó desde la derecha y fue Meara quien tropezó, resbaló y aterrizó de culo sobre la mojada hierba. Iona profirió enseguida un grito de alegría y comenzó a saltar en círculo, levantando la espada en alto. —¡Bien hecho, prima! —gritó Connor por encima de las guturales carcajadas de Meara. Iona hizo una florida reverencia y, con un gritito, se enderezó rápidamente cuando la hoja plana de Meara le dio en el trasero. —Bien hecho, sí —le dijo Meara—. Pero podría haberte rajado la tripa mientras hacías la danza de la victoria. La próxima vez remátame.

—Entendido, pero solo una vez más. —Soltó otro grito de alegría y dio saltitos de nuevo—. Con eso basta. Iré a guardar las espadas y a presumir delante de Branna. —Me parece justo. Iona cogió las espadas, las levantó en alto, hizo otra reverencia a Connor y entró aprisa. —La has entrenado bien —comentó Connor, poniéndose en pie para acercarse y ofrecerle a Meara el té que le quedaba. —Brindo por mí. —¿Has dejado que te ganara? —No lo he hecho, no, aunque había pensado hacerlo solo para animarla. No ha sido necesario. Siempre ha sido rápida, pero también está aprendiendo a ser astuta. —Se frotó el trasero—. Y ahora estoy mojada. —Eso puedo arreglarlo yo. —Se acercó un poco más y alargó los brazos. Sus manos danzaron con ligereza por encima del trasero de los pantalones mojados. El calor se extendió sobre ella, a través de la tela, y sus manos se demoraron allí. Había algo en sus ojos, pensó Connor, algo en aquellos exóticos ojos negros. Se contuvo cuando estaba a punto de atraerla contra sí en el momento en que Meara se apartó. —Gracias. —Apuró el té—. Y gracias también por esto, aunque no me vendría mal una copa de ese vino que tanto le gusta a Branna. —Pues entra y tómate una. Yo voy a llamar a los demás para que vengan. Hay estofado de ternera a la cerveza y una hogaza de pan recién horneado. —Debería marcharme. —Retrocedió, mirando hacia su camión—. Últimamente parece que viva aquí. —Branna necesita a su círculo, Meara. Me harías un favor si te quedaras. Meara miró por encima del hombro, como si percibiera que algo acechaba a su espalda. —¿Él ya viene? —No lo sé, no con seguridad. Espero que Fin pueda decirnos más. Así que ven adentro, tómate un vino y come estofado, y estaremos todos juntos. Todos acudieron; Connor sabía que siempre lo harían. Así que la cocina se llenó de voces, del calor de los amigos, con Kathel tumbado delante del

pequeño hogar y con un buen estofado en el fuego. Como el estofado ya llevaba cerveza, Connor optó por el vino. Mientras lo bebía, vio a su enamorado amigo sonreír cuando Iona rememoró una vez más el momento de la victoria. ¿Quién habría pensado que Boyle McGraff se enamoraría hasta el tuétano, hasta las trancas? Un hombre tan parco en palabras, y que en general le prestaba más atención a los caballos que a las mujeres... Un amigo muy leal y fiel, y un alborotador debajo de aquel férreo control autodidacta. Y ahí estaba Boyle, el de los nudillos llenos de cicatrices y el genio vivo, mirando con adoración a la brujita que hablaba a los caballos. —Tienes una expresión pícara y satisfecha —comentó Meara. —Disfruto viendo a Boyle con carita de cachorro grandote cada vez que mira a Iona. —Hacen buena pareja y tendrán una vida maravillosa. La mayoría no la tienen. —Ya, la mayoría no. —A Connor le dolía en el alma oírle decir eso, saber que ella lo sentía así—. El mundo necesita parejas que sean tal para cual o, de lo contrario, ¿qué iba a ser de nosotros? ¿Estar solo toda la vida? Sería una vida muy solitaria. —Estar solo significa que puedes ir a donde te dé la gana, y no tener que enfrentarte a ser dos y acabar después tú solo cuando todo se va a la mierda. —Eres una cínica, Meara. —Y me encanta. —Le lanzó una mirada con las cejas enarcadas—. Tú eres un romántico, Connor. —Y me encanta. Meara rió de forma espontánea mientras colocaba las servilletas. —Branna dice que nos sirvamos directamente de la olla, así que más vale que te pongas a la cola. —Eso haré. Primero fue a por vino para llevar a la mesa y disponer así de un momento para abrirse un poco, para tantear el aire en busca de alguna sensación o señal antes de que se sentaran a comer y a hablar de magia. De la luz y de la oscuridad. El estofado también era un poco mágico, pero claro, Branna tenía un don.

—¡Dios mío, está buenísimo! —Iona hundió la cuchara en su plato—. Tengo que aprender a preparar esto. —Se te dan bien los acompañamientos —le dijo Branna—. Y Boyle es buen cocinero. Él puede ocuparse de eso y tú de luchar con la espada. —Puede que sí. A fin de cuentas he sentado a Meara de culo. —¿Es que no se va a cansar nunca de repetirlo? —se preguntó Meara—. Ahora veo que tendré que sentarla de culo yo a ella una docena de veces para deslucir su victoria. —Ni siquiera con eso lo conseguirás. —Iona esbozó una sonrisa, luego se apoyó en el respaldo de su silla—. No lo has hecho adrede, ¿verdad? —No lo he hecho adrede, no, y ojalá lo hubiera hecho para que todos pudieran compadecerse de ti. —Pues entonces vamos a brindar. —Fin levantó su copa—. Por ti, deifiúr bheag, una guerrera que tener en cuenta. Y por ti, dubheasa —se dirigió a Meara—, que la has convertido en eso. —Bien dicho —murmuró Branna, y bebió. —A veces decir la verdad es fácil. A veces no. —Fácil o no, lo que necesitamos es la verdad. —Entonces os diré lo que sé, aunque no es mucho. Le has hecho daño — le dijo a Connor—. El chico, Eamon, y tú. Pero se está curando. Y tú, los tres, lo sentís igual que yo. —Se reagrupa —repuso Connor. —Así es. Se rodea de la oscuridad y el mal y lo absorbe dentro. No sé cómo, o de lo contrario podríamos encontrar una forma de impedirlo, de detenerlo. —La piedra roja. Es la fuente. Fin asintió ante las palabras de Iona. —Sí, pero ¿cómo llegó a él? ¿Cómo se impregna, cómo podemos quitársela y destruirla? ¿Qué precio ha pagado por ella? Solo él conoce las respuestas, y yo no puedo encontrarlas, ni tampoco a él. —Al otro lado del río. No sé a qué distancia —agregó Connor—, pero no está en nuestro lado, por ahora. —Se quedará allí hasta que esté entero otra vez. Si pudiéramos enfrentarnos a él antes de que recupere lo que el chico y tú le arrebatasteis, podríamos acabar con él. Lo sé. Pero he buscado y no puedo encontrar su guarida. —¿Tú solo? —La furia tiñó la voz de Branna—. ¿Fuiste a buscarlo tú

solo? —Eso es igual que una bofetada para el resto de nosotros, Fin. —Tal vez la voz de Boyle fuera sosegada, pero la ira bullía en ella—. No es justo. —Seguí a mi sangre, ya que ninguno podéis. —Somos un círculo. —No era ira lo que había en la voz de Iona, en su rostro, sino una decepción que escocía aún más—. Somos una familia. La gratitud, el arrepentimiento y el anhelo de Fin se alzaron durante un instante con tal intensidad que Connor no fue capaz de bloquearlos. Solo captó lo mínimo, y con eso bastó para hacerle hablar. —Somos ambas cosas, y nada puede cambiarlo. Hacer las cosas solo no es el camino y, sin embargo, yo mismo lo he pensado. Igual que tú —le dijo a Boyle—. Igual que todos en un momento dado. Fin lleva la marca y no hizo nada para cargar con ella. Con la verdad en la mano, ¿quién puede decir que no habría hecho lo mismo que él si estuviera en su lugar? —Yo habría hecho lo mismo. Connor tiene razón —apostilló Meara—. Todos lo habríamos hecho. —Vale. —Iona acercó la mano a Fin—. Pero no vuelvas a hacerlo. —Os llevaría a ti y a tu espada conmigo como protección, pero no serviría de nada. Ha encontrado una forma de esconderse de mí, y aún no sé cómo soslayarlo. —Trabajaremos con más ahínco y durante más tiempo. —Branna cogió su copa de nuevo—. Después del solsticio también nosotros necesitamos tiempo, pero no nos hemos escondido en la oscuridad a lamernos las heridas. Trabajaremos más, juntos y de manera individual, y descubriremos qué nos ha pasado. —Deberíamos reunirnos con más frecuencia que hasta ahora. —Con una mirada a los presentes sentados a la mesa, Boyle llenó de nuevo su cuchara de estofado—. No tiene por qué ser aquí, aunque Branna cocina mucho mejor que yo. Pero también podríamos reunirnos en casa de Fin. —No me importa cocinar. —Se apresuró a responder Branna—. Me gusta. Y la mayoría de los días estoy aquí o en el taller, así que no me supone ningún problema. —Menos problema habrá si quedamos antes, y así podríamos echarte una mano. —Decidió Iona, luego miró a su alrededor como había hecho Boyle—. Bueno. ¿Cuándo volvemos a vernos? —Ahora parafrasea al bardo inglés. —Branna puso los ojos en blanco—. Todas las semanas. Al menos por ahora. Más a menudo si nos parece

oportuno. Connor trabajará conmigo en sus días libres, igual que deberías hacerlo tú, Iona. —Lo haré. Los días y las noches libres, y siempre que haga falta. Se hizo el silencio, que se prolongó demasiado para resultar cómodo. —Y tú, Fin. —Branna partió el pan que apenas había probado y tomó un bocado—. Cuando puedas. —Mantendré la agenda tan despejada como me sea posible. —Y todo esto, todos nosotros, será suficiente —decidió Connor, y siguió con su estofado.

6 Soñó con el chico y se sentó con él bajo la titilante luz de una fogata dentro de un círculo hecho de toscas piedras grises. La luna llena reinaba en el cielo, una bola blanca sumergida en un mar de estrellas. Olió el humo y la tierra... y al caballo. No al Alastar que fue o que era ahora, sino a la recia yegua que se encontraba de pie, con el cuerpo relajado, dormitando. En una rama, por encima del caballo, el halcón hacía guardia. Y escuchó la noche, todos sus susurros en el viento. El chico estaba sentado con las rodillas recogidas y la barbilla apoyada en ellas. —Estaba durmiendo —le dijo. —Y yo. ¿Es esta tu época o la mía? —No lo sé. Pero este es mi hogar. ¿Es el tuyo? Connor miró hacia las ruinas de la cabaña, a la lápida de piedra que marcaba la tumba de Sorcha. —Es nuestro igual que lo era de ella. ¿Qué ves allí? Eamon miró hacia las ruinas. —Nuestra cabaña tal y como la dejamos la mañana en que mi madre nos envió lejos. —¿Tal y como la dejasteis? —Sí. Quiero entrar, pero la puerta no se abre para mí. Sé que mi madre no está allí, y que nos llevamos todo cuanto ella nos dijo que nos lleváramos. Y aun así quiero entrar, como si ella estuviera allí, esperándome junto al fuego. Eamon cogió un palo largo y atizó el fuego como solían hacer los críos. —¿Qué ves tú? Le partiría el corazón al chico si le decía que veía una ruina cubierta de maleza. Y una tumba. —Te veo a ti en tu época y a mí en la mía. Y, sin embargo... —extendió el brazo y tocó el hombro de Eamon—. Sientes mi mano. —Sí. Así que estamos soñando, pero no. —El poder rige este lugar. El de tu madre y me temo que también el de Cabhan. Le hicimos daño tú y yo, así que no trae poder alguno aquí esta noche. ¿Cuánto tiempo ha pasado para ti desde que nos encontramos? —Tres semanas y cinco días. ¿Y para ti?

—Menos. De modo que el tiempo no cuadra. ¿Estás bien, Eamon? ¿Estáis bien tus hermanas y tú? —Fuimos a Clare y construimos una pequeña cabaña en el bosque. — Los ojos le brillaban cuando miró hacia su hogar otra vez—. Utilizamos la magia. Nuestras manos y nuestras espadas también, pero pensamos que si usábamos la magia estaríamos más seguros. Y también más secos — agregó con una pequeña sonrisa—. Brannaugh ha hecho algunas sanaciones mientras viajábamos, y también ahora que estamos aquí. Tenemos una gallina para que nos dé huevos, que es una cosa muy buena, y sabemos cazar..., todos menos Teagan, que no puede usar las flechas con los seres vivos. Le parte el corazón intentarlo, pero atiende a los caballos y a la gallina. Hemos hecho algunos trueques; trabajo, curaciones y pociones a cambio de patatas y nabos, grano y ese tipo de cosas. Sembraremos nuestras propias cosas cuando podamos. Yo sé sembrar y cosechar. —Acude a mí si puedes cuando lo necesites. Es posible que yo pueda conseguirte comida, mantas o lo que te haga falta. Un poco de consuelo, pensó Connor, para un chico triste tan lejos de casa. —Te lo agradezco, pero estamos muy bien, y tenemos el dinero que Ailish y Bardan nos dieron. Pero... —¿Qué? Solo tienes que decirlo. —¿Podría tener algo tuyo? ¿Alguna cosa pequeña para llevar conmigo? Te la cambiaré por otra cosa. —Eamon le ofreció una piedra, un canto de un blanco puro que sujetaba en la palma ahuecada como si fuera un huevo —. Solo es una piedra que he encontrado, pero es muy bonita. —Lo es. No sé qué tengo. —Entonces le vino a la cabeza, y alzó la mano para coger el delgado cordón de cuero con la lanza de cristal que llevaba al cuello—. Es ojo de tigre azul..., pero también lo llaman ojo de águila u ojo de halcón. Me lo regaló mi padre. —No puedo aceptarlo. —Sí que puedes. Él es tan tuyo como yo. Le alegrará que lo tengas tú. — Para zanjar el tema, se lo puso al cuello a Eamon—. Es un buen intercambio. Eamon tocó la piedra y la estudió a la luz de la hoguera. —Se lo enseñaré a mis hermanas. Estaban asombradas y llenas de preguntas cuando les conté mi encuentro contigo y cómo espantamos a Cabhan. Y un poco celosas también. Quieren conocerte.

—Y yo a ellas. Llegará ese día. ¿Lo sientes? —No desde aquel día. Brannaugh ha dicho que ya no puede alcanzarnos. No puede traspasar sus propias fronteras, así que no puede llegar a nosotros en Clare. Regresaremos cuando seamos adultos, cuando seamos más fuertes. Volveremos a casa. —Sé que lo haréis, pero estaréis más seguros donde estáis hasta que llegue el momento. —¿Lo sientes tú? —Sí, pero esta noche no. Aquí no. Deberías descansar —le dijo cuando a Eamon se le cerraron los ojos. —¿Te quedarás? —Me quedaré tanto rato como pueda. Eamon se hizo un ovillo, envolviéndose con su corta capa. —Es música. ¿La oyes? ¿Oyes la música? —La oigo, sí. Era la música de Branna. Una canción llena de congoja y desengaño. —Es preciosa —murmuró Eamon, que comenzaba a quedarse dormido —. Triste y hermosa. ¿Quién toca? —Es el amor quien toca. Dejó que el chico durmiera y vigiló la fogata hasta que despertó en su propia cama, con el sol colándose por la ventana. Cuando abrió la mano cerrada, había una piedra lisa y blanca en ella. Se la enseñó a Branna cuando bajó a la cocina para tomarse su café de la mañana. El sueño se esfumó por completo de los ojos de su hermana. —Te la has traído contigo. —Estábamos los dos ahí, de carne y hueso igual que estamos tú y yo aquí, pero cada uno en su propia época. Le di el ojo de halcón que me regaló papá... ¿Lo recuerdas? —Pues claro. Solías llevarlo cuando eras niño. Está colgado en el marco del espejo de tu dormitorio. —Ya no. No lo llevaba puesto, no llevaba nada cuando me acosté anoche. Pero en el sueño estaba vestido y lo llevaba al cuello. Ahora lo lleva Eamon. —Cada uno en su propia época. —Fue hacia la puerta para abrir a Kathel, que regresaba de su carrera matutina—. Pero os sentasteis juntos, hablasteis entre vosotros. Te has traído lo que él te dio a través del sueño. Tenemos que averiguar cómo utilizar eso.

Abrió la nevera y Connor vio que sacaba mantequilla, huevos y beicon; comprendió que la historia, el rompecabezas que esta entrañaba y la necesidad de su hermana de examinar las piezas iban a reportarle un buen desayuno. —Te oímos tocar. —¿Qué? —En el claro. Te oímos. Él tenía tanto sueño que apenas podía mantener los ojos abiertos. Y la música, tu música, llegó hasta nosotros. Se quedó dormido mientras te escuchaba tocar. ¿Anoche tocaste? —Sí, así es. Me desperté inquieta y toqué un rato. —Te oímos. Llegó hasta nosotros desde tu habitación. —Connor captó un destello en el rostro de Branna cuando puso el beicon a freír en la sartén —. No estabas en tu cuarto. ¿Dónde estabas? —Necesitaba un poco de aire. Solo necesitaba la noche durante un rato. Tan solo fui al prado detrás de casa. Sentía que no podía respirar sin el aire y la música. —Desearía que encontraras el modo de arreglar las cosas con Fin. —Connor, no. Por favor. —Os quiero a los dos. Es todo lo que diré por ahora. —Deambuló por la cocina mientras frotaba la pequeña piedra—. El prado está demasiado lejos del claro para que llegara la música por medios normales. —Recorrió la cocina mientras ella cortaba unas rebanadas de pan y cascaba los huevos en la sartén—. Estamos unidos. Nosotros tres y ellos tres. Él oyó tu música. Yo he hablado con él ya dos veces. Iona vio a Teagan. —Y yo no he visto ni oído a ninguno de ellos. Connor hizo una pausa para coger su café. —Eamon mencionó que sus hermanas también estaban celosas. —Yo no estoy celosa. Bueno, un poco, lo reconozco. Pero es más bien frustración, y puede que también me sienta un poco ofendida. —Se durmió con tu música y sonreía mientras dormía pese a que estaba triste. —Entonces me conformaré con eso. Sacó en un plato el beicon y los huevos que había frito y se lo pasó a él. —¿Tú no vas a comer? —Solo un poco de café y una tostada. —Bueno, gracias por las molestias. —Puedes pagármelo con otro favor. —Sacó el pan del tostador y dejó

una tostada en el plato de Connor y otra en uno más pequeño—. Lleva contigo la piedra que él te dio. —¿Esta? —Ya se la había guardado en el bolsillo, de modo que la sacó. —Llévala contigo, Connor, igual que llevas el amuleto. Tiene poder. — Llevó su tostada y su café a la mesa, esperando a que él se sentara con ella —. Qué sé yo, no estoy segura de si es presentimiento, intuición o certeza, pero hay poder en ella. Magia buena, debido a de dónde, de cuándo y de quién viene. —De acuerdo. Espero que el ojo de halcón haga lo mismo por Eamon y sus hermanas.

No todo eran paseos con halcones y turistas ansiosos o visitas guiadas para grupos escolares. Una parte esencial de la escuela entrañaba el cuidado y el adiestramiento. Mantener las jaulas limpias, el agua en buenas condiciones para el baño, controles de peso y una dieta variada, resistentes cobertizos para refugiar a las aves de forma que pudieran sentir y oler el aire. Connor se enorgullecía de la salud, conducta y fiabilidad de sus aves; las que ayudaba a criar desde que abandonaban el cascarón, las que llegaban a él después de haber sido rescatadas. No le molestaba limpiar los excrementos, el tiempo que se tardaba en secar con cuidado las alas mojadas de un ave ni las horas de adiestramiento. La parte más dura del trabajo era, y siempre sería, venderle a otro halconero un ave que él había entrenado. Tal y como estaba previsto, se reunió con la clienta en un prado a unos diez kilómetros de la escuela. El granjero, al que conocía bien, le permitía llevar a los halcones jóvenes que entrenaba para cazar en ese espacio abierto. Llamó a la joven hembra Sally y la ató a su guante para pasearla y hablar con ella. —Bueno, Fin ha encontrado a una señora que quiere que seas suya e incluso ha visto tu nuevo hogar en caso de que las dos congeniéis. Va a venir desde Clare. Y me han dicho que tiene una casa bonita y un cobertizo estupendo. También se ha entrenado igual que tú. Serás la primera para ella. Sally lo observó con sus ojos dorados y se acicaló en su puño.

Vio el elegante BMW recorrer la carretera y detenerse detrás de su camión. —Ahí está. Espero que seas educada y que causes buena impresión. — Puso su cara de póquer, aunque enarcó las cejas un poco cuando la esbelta rubia con la fisonomía de una estrella de cine se bajó del coche—. ¿Es la señorita Stanley? —Megan Stanley. ¿Es usted Connor O’Dwyer? La segunda sorpresa fue su acento americano. Fin tampoco había mencionado eso. —Estamos encantados de conocerla. Sally, tal y como le había aconsejado, se portó bien, manteniéndose quieta y observando. —No sabía que era estadounidense. —Culpable. —Esbozó una sonrisa mientras se aproximaba a Connor, y se ganó uno o dos puntos extras al estudiar al halcón en primer lugar—. Aunque ya llevo casi cinco años viviendo en Irlanda..., y tengo intención de quedarme. Es una preciosidad. —Sí que lo es. —Fin me dijo que la ha criado y entrenado usted mismo. —Nació en la escuela en primavera. He de decirle que es muy inteligente. Se acostumbró a la presencia humana en muy poco tiempo. Me saltó al guante y me lanzó una mirada que decía «Bueno, ¿y ahora qué?». Tengo su expediente conmigo; condición, peso, alimentación, adiestramiento. ¿Practicaba la cetrería en Estados Unidos? —No. Mi marido y yo nos mudamos a Clare..., justo a las afueras de Ennis..., y un vecino tiene dos águilas Harris. Soy fotógrafa, así que empecé a hacerles fotos y mi interés fue en aumento. De modo que me ha entrenado y me ha ayudado a diseñar las jaulas, la zona de cobertizos, a comprar suministros. Según sus reglas, no podía contemplar siquiera la idea de comprar un ave hasta que no hubiera pasado un año preparándome. —Es lo mejor para todos. —Me ha llevado más de dos, ya que hice un paréntesis cuando mi marido regresó a Estados Unidos y nos divorciamos. —Eso sería... complicado sin duda. —No tanto como podría haberlo sido. He encontrado mi lugar en Clare, y otra pasión en la cetrería. Me documenté muy bien antes de contactar con Finbar Burke. Su socio y usted tienen una reputación impresionante con su

escuela. —Él es mi jefe, pero... —No es eso lo que él dice. «Cuando se trata de halcones o aves de presa, necesitas la vista, el oído, la mano y el corazón de Connor O’Dwyer.» — Esbozó otra sonrisa, y su rostro de estrella de cine se iluminó—. Estoy segura de que es una cita textual. Me encantaría verla volar. —Para eso estamos aquí. Yo la llamo Sally, pero si congenian bien, podrá llamarla como le parezca mejor. —¿Sin cascabeles ni transmisor? —Aquí no los necesita, ya que se conoce estos campos —respondió Connor mientras le soltaba las pihuelas—. Pero los necesitará en Clare. Apenas movió el brazo y Sally levantó el vuelo, desplegando las alas. Vio la reacción que deseaba, que había esperado ver en los ojos de Megan. Ese sobrecogimiento que era una especie de amor. —Veo que trae su guante. Debería ponérselo y llamarla para que vuelva. —No he traído picada. —No necesita que la cebe. Si ha decidido darle una oportunidad, vendrá. —Ahora estoy nerviosa. —Su risa lo demostró mientras sacaba el guante del bolsillo de su chaqueta y se lo ponía—. ¿Cuánto tiempo hace que se dedica a esto? —Desde siempre. —Vio el vuelo del pájaro y le envió sus pensamientos. «Si quieres esto, ve con ella.» Sally describió un círculo y descendió. Aterrizó de manera perfecta en el guante de Megan. —Oh, preciosa. Fin tenía razón. No me iré a casa sin ella. Y nunca más volvería a él, pensó Connor. —¿Quiere verla cazar? —Sí, desde luego. —Deje que sepa que puede. ¿No habla usted con las aves, señorita Stanley? —Llámame Megan; y sí, hablo con ellas. —Su sonrisa se tornó especulativa mientras estudiaba a Connor—. No es algo que reconozca delante de la mayoría. De acuerdo, Sally..., seguirá siendo Sally..., caza. El halcón levantó el vuelo, elevándose a gran altura. Connor comenzó a caminar por el prado con Megan, siguiendo el vuelo. —Bueno, ¿qué te trajo a Irlanda y a Clare? —le preguntó. —Un intento de salvar mi matrimonio, que no funcionó. Pero creo que

me salvó a mí, y estoy contenta con eso. Así que solo estamos Bruno y yo... y ahora Sally. —¿Bruno? —Mi perro. Un dulce chucho que apareció en mi puerta hace un par de años. Sarnoso, cojeando y medio muerto de hambre. Nos adoptamos el uno al otro. Está habituado a los halcones. No molesta a mis vecinos. —Un perro es una ventaja cuando vas de caza. No es que Sally lo necesite... —Mientras hablaba, el halcón descendió en picado como una bala. Megan siseó al ver las garras de Sally. —Siempre me pasa. Es lo que hacen, lo que necesitan hacer. Dios, el mundo o aquello en lo que creas, sea lo que sea, los hizo para cazar y alimentarse. Pero siempre me da un poco de pena. Tardé un tiempo en perder la aprensión a cebarlos durante la muda de las plumas, pero lo superé. ¿Siempre has vivido en Mayo? —Siempre, sí. Charlaron de forma trivial —del tiempo, de los halcones, de un bar en Ennis que él conocía bien— mientras Sally se daba un festín con el pequeño conejo que había apresado. —Ya me tiene medio enamorada. —Megan alzó el brazo y el halcón respondió, acercándose para posarse—. En parte se debe a la excitación y a la expectación, pero creo que congeniaremos, como tú has dicho. ¿Dejarás que me quede con ella? —Hiciste las gestiones pertinentes con Fin —comenzó Connor. —Sí, las hice, pero él me dijo que dependía de ti. —Ella ya es tuya, Megan. —Desvió la mirada del halcón a la mujer—. De lo contrario no habría venido a ti después de comer. Querrás llevártela a casa. —Sí, sí. Lo he traído todo, y tenía los dedos cruzados. Casi me traigo a Bruno, pero he pensado que sería mejor que se conocieran antes de hacer un viaje en coche. —Miró a Sally y rió—.Tengo un halcón. —Y ella te tiene a ti. —Y ella me tiene a mí. Y creo que siempre te tendrá a ti, así que ¿te molesta si te hago una foto con ella? —Ah, claro, si tú quieres... —Tengo la cámara en el coche. Le pasó a Sally y fue a toda prisa al coche. Regresó con una Nikon

bastante cara. —Menuda cámara. —Y soy buena. Pásate por mi página web y míralo tú mismo. Voy a sacar un par, ¿vale? —continuó mientras comprobaba el encuadre y la luz —. Relájate... No quiero una pose estudiada. Inmortalizaremos al joven dios irlandés con Sally, la reina de los halcones. —Y cuando Connor rió, ella disparó tres veces de forma consecutiva—. Perfecto. Solo una más contigo mirándola. Connor miró a Sally de manera obediente. «Serás feliz con ella —le dijo al halcón—. Te ha estado esperando.» —Genial. Gracias. —Se colgó la cámara del cuello—. Te enviaré un correo electrónico con las mejores si quieres. —Claro, me gustaría mucho. —Sacó una de las tarjetas de visita que se había acordado de llevar en el bolsillo de atrás. —Y aquí tienes una mía. Mi página web está en ella. Y te he escrito mi dirección de correo electrónico personal en el dorso cuando he ido a por la cámara. Por si acaso tienes alguna pregunta o quieres hacer un seguimiento de... Sally. —Estupendo. —Se la guardó en el bolsillo. Poco después, tras ayudar a Megan a instalar a Sally en su alcahaz para el viaje, Connor se subió a su camión. —¿Estupendo? ¿Es eso lo único que tenías que decir? —Levantó la vista al cielo mientras conducía—. ¿Es que te ha dado una insolación, Connor? Esa mujer era guapísima, soltera y lista, y una cetrera entusiasta. Y te ha abierto una puerta de más de un kilómetro de anchura. Pero ¿la has cruzado? No, no lo has hecho. Solo has dicho «estupendo», y has dejado la puerta abierta tal y como estaba. ¿Se debía solo a que estaba distraído, a la carga que suponía lo que sabía que tendría que hacer y a no saber cuándo podrían hacerlo? Pero eso siempre había estado ahí, en el fondo de su mente, ¿o no? y nunca había interferido en su vida amorosa. ¿Tanto habían cambiado las cosas después del solsticio? Sabía que jamás había experimentado mayor terror que cuando había visto las manos de Boyle ardiendo y a Iona en el suelo, magullada y sangrando. Que cuando supo que las vidas de todos dependían de todos ellos. Ah, bueno, tal vez fuera mejor dejar a un lado su vida amorosa durante un tiempo más. No había razón por la que no pudiera cruzar esa puerta

abierta más adelante. Pero por el momento tenía que pasarse por el establo grande a informar a Fin de que había cerrado el trato. Luego lo esperaba su hermana porque, al menos en teoría, ese era su día libre. Pasó por el establo donde Fin había establecido su domicilio. La elegante casa de piedra allí construida contaba con un jacuzzi tan grande como un estanque en la terraza trasera y una habitación en el segundo piso en la que guardaba armas mágicas, libros y todo lo que una bruja pudiera necesitar, sobre todo una que estuviera decidida a destruir a un hechicero negro de su propia sangre. Al lado se alzaba el garaje, y sobre este, el apartamento en el que vivía Boyle..., y donde lo haría Iona. Y la cuadra para los caballos; algunos de cría, otros para utilizar en el picadero, que no quedaba lejos. Algunos de los caballos pastaban en el potrero más allá del que se utilizaba para los saltos y las clases. Divisó a Meara, lo cual le sorprendió, sacando a un caballo. Bajó de un salto del camión para saludar a Bicho, el alegre chucho que había hecho de la cuadra su casa, y luego la llamó a ella. —Esperaba ver a Fin, pero no esperaba verte a ti. —Estoy recogiendo a Rufus. César estaba en la lista para los paseos guiados de hoy, pero Iona dice que tiene una pequeña distensión... en la pata delantera izquierda. —Espero que nada grave. —Dice que no. —Ató las riendas de Rufus a la cerca—. Pero decidimos darle un poco de descanso y estar pendientes. Fin está por ahí en alguna parte. Creía que era tu día libre. —Lo es, pero he tenido que reunirme con un cliente en la granja de Mulligan. Ha comprado a Sally, de la nidada de la primavera pasada. —Y estás un poco mohíno. —No estoy mohíno. —Un poco —repuso Meara, y se inclinó para rascar a Bicho—. Es duro criar a un ser vivo, conectar y forjar un vínculo con él y luego entregárselo a otro. Pero no podemos quedárnoslos a todos. —Lo sé... —Aunque desearía que no fuera así—. Y han congeniado. He podido ver que Sally se ha ido con ella enseguida. —¿Ella? —Una yanqui que se mudó aquí hace unos años y que tiene intención de

quedarse... incluso después de que su marido, ahora su ex marido, regresara a Estados Unidos. Una sonrisa se dibujó en los labios de Meara al tiempo que enarcaba las cejas. —Un pibón, ¿eh? —Sí. ¿Por qué? —Por nada, lo que pasa es que lo he percibido por tu voz. ¿Vive por aquí? —No, en Clare. Aún le da un poco de cosa salir de caza, pero tiene buena mano y corazón con el halcón. Había pensado en informar a Fin de que hemos cerrado el trato y luego irme a casa para trabajar con Branna, como le prometí. —Yo también estoy libre. —Desató las riendas—. Como vas a hablar con Branna antes que yo, dile que Iona quiere ir a Galway a mirar un vestido de novia, y pronto. —Aún quedan meses. —Solo seis, y una novia quiere encontrar su vestido antes de sumergirse en lo demás. —¿Crees que vivirán aquí? Meara hizo una pausa cuando se disponía a montar, y miró hacia el apartamento de Boyle situado encima del garaje. —¿Dónde si no? No me los imagino los dos, como piojos en costura, en la habitación de Iona en la casa a largo plazo. Connor se dio cuenta de que iba a echarla de menos..., o más bien a los dos. La charla durante el desayuno, conversar antes de acostarse siempre que los dos estaban en la casa... —El apartamento de Boyle es más amplio que una única habitación, pero no lo será cuando tengan hijos. —Te estás adelantando demasiado —comentó Meara. —No con alguien como Boyle e Iona. —Acarició al caballo mientras estudiaba lo que Fin había construido para sí... y también para los demás —. Querrán una casa propia, no un par de habitaciones encima de un garaje. —No se me había ocurrido. Ya lo solucionarán. —Montó a Rufus—. Por ahora está pensando en vestidos de novia y ramos de flores, como tiene que ser. Ahí está Fin, con Aine. —Estudió a la hermosa yegua blanca que Fin estaba sacando de la cuadra—. Pronto será también una novia cuando la

apareemos con Alastar. —No habrá vestido blanco ni ramo para ella. —Pero conseguirá al semental, y a algunas nos sobra y nos basta con eso. Se alejó mientras Connor rompía a reír. La vio espolear a Rufus para que adoptara un paso largo y fluido antes de acercarse a Fin. Su amigo se acuclilló para rascar a Bicho, sonriendo mientras el perro meneaba el rabo y gruñía. Connor sabía que estaba hablando con el chucho, igual que él lo hacía con los halcones, Iona con los caballos y Branna con los perros. Fuera lo que fuese lo que corría por la sangre de Fin, este podía hablar con todos. —Bueno, ¿tiene alguna queja? —se preguntó Connor. —Solo espera que no me olvide de esto. —Fin metió la mano en el bolsillo de su chaqueta de cuero en busca de una galletita para perros. Bicho se sentó, alzando hacia él sus enternecedores ojos—. Has sido un buen chico y aquí tienes tu premio. Bicho la cogió con delicadeza antes de marcharse trotando con aire triunfal. —Con poco se conforma —comentó Connor. —Bueno, adora su vida y no querría otra. Cualquier hombre sería feliz si sintiera lo mismo. —¿Eres feliz, Fin? —Algunos días. Pero se necesita algo más que una galleta dura y una cama en una cuadra para contentarme. Pero claro, yo tengo más —agregó, y acarició el cuello de Aine. —Desde luego es la yegua más hermosa que he visto en mi vida. —Y bien que lo sabe. Pero la modestia en una hembra hermosa suele ser falsa. Iba a llevármela y a dejar que Alastar y ella se echaran un vistazo el uno al otro. Bueno, ¿qué te ha parecido Megan? —Otra belleza, de eso no cabe duda. Se han aceptado Sally y ella. Me ha pagado allí mismo. —Imaginaba que sería así. —Asintió, guardándose en el bolsillo el cheque que Connor le entregó sin mirarlo siquiera—. Volverá a por otro dentro de uno o dos meses. Connor esbozó una sonrisa. —Lo mismo he pensado yo. —¿Y tú? ¿Irás a verla a Clare?

—Me lo planteé. Creo que no, y solo se me ocurre que he pensado que no porque tengo muchas cosas en la cabeza. —Connor se pasó los dedos por el pelo, despeinado por la brisa—. Todas las mañanas me despierto pensando en ello, y en él. Antes no lo hacía. —Le hicimos daño, pero él también nos lo hizo a nosotros. Casi no llegamos hasta Iona a tiempo. Ninguno olvidará eso. Pese a todo lo que teníamos juntos, no fue suficiente. Él no lo olvidará. —La próxima vez tendremos más. Voy a trabajar con Branna. —Le puso una mano en el brazo a Fin con ligereza—. Deberías venir conmigo. —Hoy no. No le hará ninguna gracia que vaya cuando piensa que vais a estar los dos solos. —Branna no dejará que sus sentimientos interfieran en lo que debemos hacer. —Eso es muy cierto —convino Fin, y se subió a la silla. Dejó que Aine danzara un poco—. Tenemos que vivir, Connor. A pesar de ello, debido a ello, en medio de ello. Tenemos que vivir lo mejor que podamos. —¿Crees que nos vencerá? —No. No, no os vencerá. Connor deslizó la mano por la brida de Aine muy despacio, fijando la mirada en los turbulentos ojos verdes de Fin. —Nos. No «nos» vencerá. Somos un equipo, Fin, y siempre lo seremos. Fin asintió. —No vencerá. Pero antes de la batalla, que será implacable y sangrienta, tenemos que vivir. Quizá elegiría otra vida si pudiera, pero aprovecharé al máximo la única que tengo. Iré a la casa pronto. Dejó que Aine hiciera su voluntad y se alejaron al galope. Con el ánimo revuelto y agitado, Connor fue derecho a casa. La luz se filtraba por las ventanas del taller de Branna, reflejándose en los frascos de colores expuestos que contenían sus cremas y lociones, sueros y pociones. Su colección de almireces y manos, sus herramientas y las velas y plantas que utilizaba estaban igualmente ordenadas. Y Kathel se encontraba tumbado delante de la encimera de trabajo como un guardia mientras ella estaba sentada, con la nariz metida en el grueso libro que sabía que había pertenecido a Sorcha. El fuego ardía en la chimenea, igual que el contenido de una olla que había en el fogón de la cocina. Otra belleza, pensó —al parecer estaba rodeado de ellas—, con el

cabello negro retirado de la cara y el jersey remangado. Sus ojos, grises como el humo que salía de la chimenea, se alzaron hacia él. —Aquí estás. Creía que llegarías mucho antes. Casi se nos ha escapado medio día. —Tenía cosas que hacer; te lo dije bien clarito. Branna enarcó las cejas. —¿Qué te está molestando? —En este momento, tú. No, no tenía el ánimo revuelto, comprendió. Había pasado a estar de un humor de perros. Fue hasta el tarro situado en la encimera al lado de los fogones. Siempre contenía galletas, y se sosegó un poco al encontrar las suaves y crujientes que espolvoreaba con canela y azúcar. —He venido en cuanto he podido. He tenido que ocuparme de la venta de un halcón. —Era uno de tus favoritos... Da igual, todos lo son. Tienes que ser realista, Connor. —Soy muy realista. He vendido al halcón y la compradora era preciosa, estaba disponible e interesada. Soy lo bastante realista para saber que tenía que volver aquí por ti y por esto en vez de darme un buen revolcón. —Si tan importante es un buen revolcón, ve a dártelo —le replicó entrecerrando los ojos—. Prefiero trabajar sola que contigo paseándote de un lado para otro, cachondo y amargado. —Lo que me preocupa es que no sea algo tan importante, que no lo haya sido desde antes del solsticio. Se metió una galleta en la boca, meneando la otra en el aire. —Estoy preparando té. —No quiero un maldito té. Sí que quiero. —Se sentó de manera pesada en uno de los taburetes de la encimera, frotando a Kathel cuando el perro apoyó su gran cabeza contra la pierna de Connor—. No es el polvo ni la mujer ni el halcón. Es todo. Todo esto. Y he dejado que me carcomiera. —Algunos días me gustaría subirme al tejado y ponerme a gritar. A gritarle a todos y a todo. Más calmado, Connor se comió la segunda galleta. —Pero no lo haces. —Hasta ahora no, pero puede que me dé por ahí. Vamos a tomarnos un té y luego nos pondremos a trabajar. Él asintió.

—Gracias. Branna le pasó los dedos por la espalda mientras de camino al fogón. —Habrá días buenos y malos hasta que esto acabe, pero hasta que haya terminado tenemos que vivir lo mejor que podamos. Connor fijó la vista en la parte posterior de su cabeza mientras ella ponía la tetera al fuego y decidió no decirle que Fin había dicho eso mismo.

7 Pensó en pasar por el bar. Estaba harto de la magia, de los hechizos y de mezclar pociones. Quería algo trivial, algo de música, un poco de conversación que no se centrara en el blanco o el negro o en el fin de todo cuanto conocía. El fin de todo lo que amaba. Y quizá, solo quizá, si daba la casualidad de que Alice estaba por allí, vería si aún estaba dispuesta. Un hombre necesitaba distraerse cuando su mundo pendía de un hilo, ¿no? Y también necesitaba un poco de diversión, un poco de calor. El hermosísimo sonido de una mujer gimiendo debajo de su cuerpo. Pero, sobre todo, un hombre necesitaba escapar cuando las tres mujeres más importantes de su vida decidían celebrar una fiesta de chicas para planear una boda —aunque, como apreciaba su pellejo, jamás utilizaría tal término delante de ellas— en su casa. Pero acababa de salir cuando se dio cuenta de que no deseaba el bar ni la multitud ni a Alice. De modo que sacó su teléfono y le envió un mensaje de texto a Fin mientras se encaminaba hacia su camión. Casa llena de mujeres y de charla sobre la boda. Si estás ahí, voy para allá.

No había hecho más que arrancar el motor cuando Fin le respondió. Vente, pobre infeliz.

Con una media carcajada, se marchó de la casa. Decidió que después de haberse pasado casi todo el día pegado a su hermana, leyendo libros de hechizos y de magia de sangre, le sentaría bien estar en casa de un hombre, con compañía masculina. Sin duda podrían arrastrar también a Boyle, tomarse unas cervezas y quizá echar una partidita al billar inglés en lo que consideraba la habitación de ocio de Fin. El antídoto perfecto a un largo y nada satisfactorio día. Tomó un camino alternativo, atravesando el frondoso y verde bosque en una noche que se había vuelto templada y oscura. Vio un zorro escabulléndose en el follaje; un rojo borrón con su presa aún meneándose

entre sus dientes. Sabía muy bien que la naturaleza estaba repleta de crueldad y de belleza a partes iguales. Pues para que el zorro sobreviviera, el ratón de campo no podía hacerlo. Y así eran las cosas. Para que ellos sobrevivieran, Cabhan no podía hacerlo. Así que él, que jamás se metería en una pelea si podía librarse con las palabras, que jamás había hecho daño a nadie adrede, mataría sin vacilar y sin remordimientos. Aceptó que mataría con placer, aunque fuera algo terrible. Pero esa noche no iba a pensar en Cabhan ni en matar ni en sobrevivir. Esa noche lo único que quería era estar con sus amigos, tomarse una birra y quizá jugar una partida de billar. El camión comenzó a avanzar a trompicones y a sacudirse a menos de medio kilómetro de casa de Fin, y luego se paró por completo. —Hay que joderse. Tenía combustible, ya que había llenado el depósito justo el día anterior. Le había hecho una buena revisión al camión —del motor al tubo de escape — hacía apenas un mes. Debería ir como la seda. Farfullando, sacó una linterna de la guantera y se apeó para abrir el capó. Sabía un par de cosillas sobre mecánica... igual que sabía un par de cosillas sobre fontanería, carpintería y construcción, y electricidad. Si los halcones no hubieran conquistado su corazón y su mente, habría podido montar su propia empresa como manitas. Pese a todo, esas habilidades resultaban útiles en momentos como ese. Alumbró el motor con la linterna y comprobó las conexiones de la batería, el carburador, y luego agitó la mano para hacer girar la llave en el contacto y examinó el motor mientras este intentaba ponerse en marcha con un molesto y desconcertante chirrido. No veía nada raro. Como era natural, podría haber solucionado aquello agitando la mano otra vez y haberse puesto de nuevo en marcha para ir a reunirse con sus amigos, tomarse esa cerveza y tal vez jugar una partida al billar. Pero era una cuestión de orgullo. Así que echó un vistazo a las conexiones de la bomba de la gasolina y comprobó de nuevo la conexión de la batería, sin percatarse de que la niebla cubría el suelo.

—Bueno, es un jodido misterio. Colocó las manos sobre el motor para realizar una especie de examen; una concesión antes de rendirse por completo. Y percibió el sucio humo en el aire. Se dio la vuelta despacio y vio sus tobillos sumergidos en la niebla, que se volvió heladora al moverse. Las sombras lo envolvieron como negras cortinas que bloqueaban los árboles, la carretera, el mundo. Incluso el cielo se desvaneció tras ellas. Llegó como un hombre; la roja piedra alrededor de su cuello brillaba en la densa y repentina negrura. —Estás solo, joven Connor. —Igual que tú. Cabhan se limitó a sonreír, abriendo las manos. —Tengo curiosidad. No necesitas una máquina como esa para viajar de un lugar a otro. Solo tienes que... Cabhan extendió los brazos y los levantó. Y se acercó un par de pasos sin moverse de manera visible. —Respetamos demasiado nuestro don, nuestra magia, como para utilizarla en pequeñeces. Tengo pies para caminar o, si es necesario, un camión o un caballo. —Pero aquí estás, solo en la carretera. —Mis amigos y mi familia están cerca. —Aunque al probar descubrió que no podía llegar hasta ellos..., que no podían atravesar el grueso muro de niebla—. ¿Qué tienes tú, Cabhan? —Poder. —Pronunció aquella palabra con una especie de ávida veneración—. Más poder que los tuyos. —Y una pocilga más allá del río en la que esconderte tú solo en la oscuridad. Prefiero un fuego caliente, su luz, y tomarme una cerveza con mis amigos y mi familia. —Eres el más débil. —La compasión que destilaba era como lluvia fina —. Tú lo sabes igual que ellos. Vales para hacer reír y como mano de obra. Pero eres el más débil de los tres. Tu padre fue lo bastante inteligente como para pasarle su amuleto a tu hermana..., a una chica en vez de a su único hijo varón. —¿Crees que eso me hace más débil? —Sé que es así. Eso que llevas tú te lo dio tu tía como premio de consolación. Hasta tu prima del extranjero es más fuerte que tú. Tú eres

más débil, eres menos, una especie de bufón, incluso un siervo para aquellos a los que llamas amigos, a los que llamas familia. Tu gran amigo Finbar prefiere a alguien sin poder como socio en vez de a ti, mientras tú trabajas por un salario a su antojo. No eres nada, y tienes menos. Se acercó más mientras hablaba; la piedra roja palpitaba con pulso propio. —Soy más de lo que tú imaginas —replicó Connor. —¿Qué eres, chico? —Soy Connor, de los O’Dwyer. Soy uno de los tres. Soy una bruja negra de Mayo. —Miró a los negros ojos de Cabhan y vio sus intenciones—. Tengo fuego. —Estiró la mano derecha, con una bola de fuego que no dejaba de girar—. Y tengo aire. —Levantó un dedo, lo movió en círculos y creó un pequeño ciclón—. Tierra —dijo mientras la tierra temblaba—. Agua. —La lluvia cayó, lo bastante caliente como para hacer crepitar la tierra—. Y el halcón. Roibeard descendió con un grito ensordecedor y aterrizó con la suavidad de una pluma en el hombro de Connor. —Juegos de manos y mascotas. —Cabhan levantó los brazos en alto y separó bien los dedos. La roja piedra se volvió tan intensa como la sangre. Un rayo golpeó la tierra a centímetros de las botas de Connor, y con él llegó el olor acre del azufre—. Podría matarte con solo pensarlo. —La voz de Cabhan resonó por encima del estallido del trueno. Creo que no, decidió Connor, y se limitó a ladear la cabeza y esbozar una sonrisa. —¿Juegos de manos y mascotas? Invoco el fuego, el agua, la tierra y el aire. Pon a prueba mis poderes si te atreves. El halcón es mío desde siempre. Él y yo, como parte de los tres, cumpliremos nuestro destino. La luz es mi espada, el derecho es mi escudo, pues hace mucho que mi camino fue revelado. Yo lo acepto por voluntad propia. Atacó con la espada formada por la bola de fuego y rasgó el aire entre ellos. Sintió una quemazón; un relámpago, una hoja ardiente sobre el bíceps de su brazo izquierdo. Haciendo caso omiso, avanzó y atacó de nuevo; el ciclón le agitaba el cabello en tanto que la espada resplandecía en la oscuridad. Y cuando asestó el golpe, Cabhan había desaparecido. Las sombras se desvanecieron; la niebla se disipó. —Hágase mi voluntad —murmuró Connor.

Dejó escapar el aire, inspiró hondo y saboreó la noche; dulce, húmeda y verde. Oyó a un búho ulular en una larga e inquisitiva nota y el susurro producido por algo que escapaba entre la maleza. —Bueno. —Durante un instante, Roibeard se arrimó y sus mejillas se tocaron—. Ha sido interesante. ¿Qué te apuestas a que el camión arranca sin problemas? Voy a casa de Fin, así que puedes venirte conmigo y hacerle una vista a Merlín o puedes volver a casa. Tú decides, mo dearhair. «Contigo. —Connor oyó la respuesta en el corazón tanto como en la cabeza—. Siempre contigo.» Roibeard levantó el vuelo y emprendió el camino. Con los ecos de la energía —oscuridad y luz— aún reverberando dentro de él, se subió de nuevo al camión. Arrancó a la primera y el resto de trayecto a casa de Fin fue como la seda. Entró directamente. Un fuego ardía en la chimenea, y eso era de agradecer, pero no había nadie tirado en el sillón con una cerveza preparada. Tan a gusto allí como en su propia casa, miró al fondo y oyó voces. —Si quieres comida caliente... —decía Boyle— cásate con alguien que sepa prepararla. —¿Por qué habría de hacerlo cuando te tengo a ti a mano? —Yo estaba la mar de contento en mi propio apartamento, conformándome con un sándwich y patatas fritas. —Y yo tengo un buen trozo de cerdo en la nevera. —¿Para qué compras chuletas de cerdo si no sabes qué coño hacer con él? —Repito: ¿por qué no habría de hacerlo si ya te tengo a ti a mano? Aunque sentía una ligera jaqueca, como si tuviera una muela picada, la conversación hizo que Connor riera entre dientes mientras se aproximaba. Qué raro, se sentía como si ya se hubiera tomado esa cerveza. Un montón de cervezas, pues parecía estar flotando, aunque sobre un suelo que se inclinaba un poco hacia un lado. Entró en la cocina, donde la luz era tan potente que lo hizo parpadear y que la cabeza le palpitara en vez de dolerle. —No me vendría mal una buena chuleta de cerdo. —¿Lo ves? —Sonriendo de oreja a oreja, Fin se dio la vuelta... y la sonrisa se desvaneció de nuevo—. ¿Qué ha pasado? —He tenido un pequeño enfrentamiento. Joder, aquí dentro hace tanto

calor como en África. Se esforzó por quitarse la chaqueta, retorciéndose un poco, y luego se miró el brazo izquierdo. —Échale un vistazo, ¿quieres? El brazo me arde. Cuando se desplomó hacia delante, sus amigos corrieron a cogerlo. —¿Qué coño es esto? —exigió Boyle—. Está ardiendo. —Hace calor aquí dentro —insistió Connor. —No es así. Es Cabhan. —Fin escupió el nombre—. Puedo olerlo. —Deja que le quite la camisa. —Eso mismo me dicen las chicas. Presa de la impaciencia, Fin agitó una mano sobre Connor y este quedó con el pecho desnudo. Connor se miró el brazo, la enorme quemadura negra, la carne despellejada y que burbujeaba. Se sentía extrañamente desconectado de todo ello, como si estuviera mirando algún pequeño fenómeno extraño tras una vitrina de cristal. —¿Quieres echarle un vistazo? —dijo, y se desmayó. Fin presionó las manos sobre la quemadura. A pesar del dolor que lo atravesó, las mantuvo allí. Contuvo la quemadura. —Dime qué hacer —exigió Boyle. —Tráele agua. Puedo impedir que se extienda, pero... Necesitamos a Branna. —Iré a por ella. —Tardarías demasiado. Tráele agua. Cerrando los ojos, Fin abrió su mente y transmitió un mensaje. «Connor está herido. Ven. Ven deprisa.» —El agua no va a servir de nada. —Boyle se arrodilló de todas formas —. A ninguno de los dos. Te está quemando las manos. Sé lo que es eso. —Y sabes que se puede curar. —El sudor empapaba el rostro de Fin, resbalando en un fino reguero por su espalda—. No sé cuánto podría extenderse si no lo contengo. —¿Hielo? Está ardiendo, Fin. Podemos meterlo en una bañera con hielo. —Los remedios naturales no servirán. En mi taller. Ve a por... No es necesario —dijo con alivio cuando Branna e Iona, con una Meara con los ojos desorbitados situada entre las dos, aparecieron de repente en la cocina. Branna se arrodilló junto a Connor. —¿Qué ha pasado?

—No lo sé. Sin duda se trata de Cabhan, pero es todo lo que sé. Está febril y delira un poco. La quemadura bajo mis manos es negra, profunda e intenta extenderse. La estoy conteniendo. —Deja que lo vea. Deja que lo haga yo. —La estoy conteniendo, Branna. Podría hacer más, pero creo que no todo. Tú sí puedes. —Apretó los dientes para soportar el dolor—. No voy a soltarlo, ni siquiera por ti. —De acuerdo. De acuerdo. Pero necesito verla, palparla, reconocerla. — Cerró los ojos, invocó cuanto tenía y posó las manos sobre las de Fin. Entonces abrió los ojos de nuevo, llenos de lágrimas, pues el dolor bajo sus manos era indescriptible—. Mírame —le murmuró a Fin—. Él no puede hacerlo, así que tú has de mirar por él. Has de ser por él, sentir por él. Sanar por él. Mírame. —Sus ojos se volvieron grises como el agua de un lago; serenos, muy serenos—. Iona, pon tus manos sobre las mías, dame todo lo que puedas. —Todo lo que tengo. —Está frío, ¿no sientes el frío? —le dijo Branna a Fin. —Lo siento —Frío y cristalino es este poder sanador. Se lleva el fuego, expulsa lo negro. Cuando Connor comenzó a tiritar y a gemir, Meara se arrodilló y se colocó su cabeza en el regazo. —Chis. —Le acarició el pelo con suavidad, con mucha suavidad, y también el rostro—. Chis. Estamos aquí contigo. El sudor resbalaba por la cara de Connor... y por la de Fin. La respiración de Branna se tornó superficial cuando asumió parte del calor, parte del dolor. —Lo estoy soportando —dijo Fin con los dientes apretados. —Ya no estás solo. Sanar duele; es el precio. Mírame y libéralo conmigo. Fuera de él, al que ambos amamos, despacio, con serenidad, fuera de él, dentro de ti, dentro de mí. Fuera de él, dentro de ti, dentro de mí. Fuera de él, dentro de ti, dentro de mí. —Prácticamente lo hipnotizó. Esa cara, esos ojos, esa voz. Y el dolor se fue aliviando de manera gradual, el abrasador calor se fue enfriando—. Fuera de él —continuó Branna, meciéndose sin cesar—. Dentro de ti, dentro de mí. Y lejos. Lejos. —Mírame —le ordenó Fin al sentir que sus manos comenzaban a temblar sobre las de él—. Casi lo tenemos. Boyle, ve a mi taller, hay una

botella con un tapón verde en el estante de arriba detrás de mi mesa de trabajo. Apartó las manos con suavidad para que pudieran ver la herida. La quemadura estaba en carne viva y roja. No era mayor que el puño de una mujer. —Ya no está tan caliente —observó Meara, que continuaba acariciándolo—. Está húmedo y pegajoso, pero más fresco, y respira de forma regular. —No hay oscuridad ni veneno debajo. —Iona paseó la mirada entre Branna y Fin en busca de confirmación. —No, ya no es más que una fea quemadura. Voy a terminar. —Branna puso las manos encima y susurró—: Ahora es solo una quemadura, y sana bien. —¿Es esto? —Boyle entró a toda prisa con la botella. —Eso es. Fin la cogió, abriéndola para que Branna lo oliera. —Sí, sí, es bueno. Es perfecto. —Branna volvió las palmas hacia arriba para que Fin vertiera un poco del ungüento en ellas—. Tranquilo, mo chroi. —Giró las palmas hacia abajo, y con mucha delicadeza frotó el ungüento sobre la quemadura, que ya estaba rosada y se reducía poco a poco. Mientras frotaba, mientras canturreaba, Connor abrió los ojos. Se encontró con la cara pálida y los ojos llorosos de Meara. —¿Qué? ¿Por qué estoy en el suelo? Aún no me había emborrachado. — Alzó una mano y enjugó una lágrima de la mejilla de Meara—. No llores, cielo. —Se incorporó como pudo, tambaleándose un poco—. Bueno, pues aquí estamos todos, sentados en el suelo de la cocina de Fin. Si vamos a jugar a la botella, antes me gustaría vaciar una. —Agua. —Boyle le puso una en la mano. Bebió como si fuera un camello y luego la apartó. —No me vendría mal algo más fuerte. Mi brazo. —Recordó—. Era mi brazo. Ahora tiene buen aspecto. —Y al ver el rostro de Branna, le abrió los brazos—. Tú me has atendido. —Después de que nos hayas dado un susto de muerte. —Se aferró a él con fuerza hasta que pudo volver a confiar en sí misma—. ¿Qué ha pasado? —Os lo contaré, pero... Gracias. —Cogió el vaso que Boyle le ofrecía y bebió, haciendo una mueca de dolor acto seguido—. Joder, es coñac. ¿Es que no puede uno tomarse un whisky?

—El coñac va mejor para los desmayos —insistió Boyle. —No me he desmayado. —Mortificado y ofendido, Connor le devolvió el vaso a Boyle—. He perdido la conciencia por las heridas, que es muy distinto. Prefiero un whisky. —Yo te lo traigo. Meara se levantó cuando Iona se inclinó y lo besó en la mejilla. —Estás recuperando el color. Estabas muy pálido y muy caliente. Por favor, no vuelvas a hacer eso jamás. —Puedo prometerte que haré todo lo que pueda para no repetir nunca más la experiencia. —¿Cuál fue la experiencia? —exigió Branna. —Os lo contaré todo, pero juro por mi vida que estoy muerto de hambre. No quiero que me acuséis otra vez de desmayarme si me caigo redondo por culpa del hambre. Me da vueltas la cabeza por el hambre; palabrita del Niño Jesús. —Tengo unas chuletas de cerdo. Crudas —comenzó Fin. —¿No habéis preparado nada de cena? —Branna se levantó. —Se me ocurrió que Boyle la prepararía, y entonces llegó Connor. Hemos estado un poco ocupados y una cosa y otra desde entonces. —No puedes preparar cerdo con solo chasquear los dedos. Fin trató de esbozar una sonrisa. —Tú sí puedes. —Oh, quédate con tus puñeteras chuletas de cerdo y tráeme una fuente. —Ese tipo de cosas está en la... —Fin señaló hacia la larga zona de comedor junto a la cocina, con su enorme armario para el bufet y la porcelana y la cubertería. Fue hacia allí y abrió un par de cajones. Y encontró una amplia fuente de porcelana Belleek. Después de apartar un bonito centro de lirios de invernadero, dejó la fuente en el centro de la mesa. —Es una frivolidad utilizar nuestro poder así, pero no puedo consentir que mi hermano se muera de hambre. Y como ya había asado un pollo con patatas y zanahorias para esta noche... En fin. Chasqueó los dedos de ambas manos hacia la fuente. Y el aroma a pollo asado y a salvia impregnó la estancia. —Gracias a los dioses y a las diosas. —Dicho eso, Connor fue directo a la comida y arrancó un muslo. —¡Connor O’Dwyer!

—Me muero de hambre —dijo con la boca llena mientras Branna plantaba los brazos en jarras, con los puños cerrados—. Lo digo muy en serio. ¿Qué vais a comer los demás? —Que alguien ponga la mesa, por Dios. Necesito lavarme. —Branna se volvió hacia Fin—. ¿Dónde está el aseo? —Te acompaño. Branna nunca había estado en su casa, pensó Fin. Ni una sola vez había aceptado cruzar el umbral. Había sido necesario que su hermano la necesitara para que pusiera un pie allí. La acompañó hasta el aseo, que estaba bien disimulado bajo el hueco de la escalera. —Déjame verte las manos. —Branna se mantuvo muy erguida mientras las voces y las despreocupadas risas fluían de la cocina. Fin las extendió, con el dorso hacia arriba. Exhalando un suspiro de impaciencia, Branna las asió y les dio la vuelta. Tenía las palmas llenas de ampollas y ronchas en los dedos. —El ungüento las curará. —Para. —Branna puso sus manos sobre ellas, con las palmas y los dedos encima de los de él—. Voy a darte las gracias. Sé que ni deseas ni necesitas que te dé las gracias. Sé que él es hermano tuyo tanto como lo es mío. El hermano de tu corazón, de tu alma. Pero es de mi sangre, así que necesito darte las gracias. —Las lágrimas temblaban en sus ojos otra vez, formando una película sobre el gris humo. Luego se obligó a contenerlas y desaparecieron—. Era muy grave, muy, muy grave. No estoy segura de cuánto habría empeorado si no hubieras hecho lo que has hecho por él. —Lo quiero. —Lo sé. —Estudió sus manos, ahora curadas, y aguardó un momento. Luego se las llevó a los labios y las besó—. Lo sé —repitió, y se metió en el aseo. A pesar de lo profundo y sincero que era su amor por Connor, no era nada comparado con lo que sentía por ella. Aceptándolo, Fin regresó a la cocina y contempló a su círculo mientras se preparaba para su primera comida juntos en su casa.

—¿Por qué no nos has llamado? —le preguntó Branna cuando se sentaron a cenar y a escuchar la historia de Connor.

—Lo he hecho... o lo he intentado. Había algo diferente en las sombras, en la niebla. Era... como estar encerrado en una caja, apretado, de modo que no había nada más, ni siquiera el cielo. No sé cómo me oyó Roibeard ni cómo entró, a menos que ya estuviera dentro de la caja, por así decirlo. La piedra que Cabhan lleva al cuello palpitaba como un corazón, y sus latidos se aceleraron cuando invoqué a los elementos. —¿En sintonía con él? —Quiso saber Fin—. ¿Mostrando excitación, enfado, miedo? —Creo que miedo no, ya que no tiene muy buena opinión de mí. —Gilipolleces. —Meara ensartó una zanahoria—. Te estaba comiendo el tarro para que dudaras de ti mismo. —En eso tiene razón —convino Boyle—. Estaba intentando cabrearte. Debilitar tus defensas. Es una táctica muy común en una pelea. —Yo te vi pelear una vez. —Recordó Iona, sonriendo—. No dijiste casi nada. —Porque estaba aporreando al muy imbécil. Pero si piensas que tu oponente es hábil, tal vez incluso más que tú, comerle el tarro, como ha dicho Meara, es una buena táctica. —No me interesa lo que ese cabrón piense de mí, ni en uno ni en otro sentido. —Satisfecho, Connor se sirvió patatas—. He de confesar que el rayo me dio un susto. —No te golpeó a ti porque llevas el amuleto, y eso es una protección — apuntó Branna—. Y porque quiere lo que tienes más que tu muerte. Intentaba minar tu confianza y sembrar cizaña entre tú y yo, entre tú y Fin. —Pues ha fallado de forma estrepitosa en ambos casos. Y ese es el quid. Cuando lo golpeé, la piedra brilló con más intensidad, pero luego... sentí algo que quemaba... nada como lo que terminó siendo, sino un ardor rápido. Y la piedra se debilitó después de eso. Se debilitó considerablemente justo cuando ataqué otra vez, justo antes de que él se desvaneciera, y las sombras con él. —Lo que te hizo le exigió mucho. —Branna pasó la mano sobre el brazo de Connor—. Encerrarte, hacerte daño y... bueno, también presumir ante ti. Le exigió un precio. —Si hubiera podido llamaros, si todos hubiéramos estado allí... —No lo sé —reflexionó Branna. —Sabemos que no estaba dispuesto a arriesgarse. No está listo para enfrentarse a todos otra vez ni tiene huevos para ello. —Fin miró a los

presentes en la mesa—. Y eso es una victoria. —Os digo que no estaba débil. Podía sentirlo manando de él. La oscuridad y su avidez. No lo vi atacar, y juraría que no me tocó en ningún momento. Sin embargo, sentí ese ardor. —Ni la chaqueta ni la camisa están chamuscadas. Aunque el humo que te salía de la quemadura del brazo atravesaba la camisa. —Boyle señaló con el tenedor—. Pero ahora mismo la llevas puesta y no hay ni una marca en ella. —Es estupendo, ya que le tengo cariño a esta camisa. —Mantuvo la forma humana —agregó Meara—. ¿Por qué no optó por usar su poder para transformarse? Porque necesitaba todo lo que tenía para hacerle daño a Connor. Si Fin no hubiera impedido que se extendiera la quemadura hasta que Branna llegó, habría sido mucho más grave..., ¿no es así? —Mucho más grave —confirmó Branna. —Y si hubiera sido más grave habría requerido más de ti..., de los tres. De un modo u otro ha estudiado vuestras vidas, así que sabía con certeza que Branna vendría y emplearía todo cuanto tiene en curar a Connor... y que Iona aportaría lo que pudiera. Pero si hubiera sido más grave habría inutilizado a Connor durante uno o dos días, os habría vaciado a los tres. Eso era lo que quería; por eso se ha arriesgado. Pero no contaba con Fin — explicó Meara. —Casi había llegado aquí —señaló Connor—. Tenía que imaginarse que era aquí adonde me dirigía. Branna meneó la cabeza con impaciencia. —Te ha observado, te ha estudiado, pero no entiende a Fin en absoluto. En absoluto. No puede ver más allá de la sangre que compartís. Que me llamara y yo viniera, se lo esperaba, pero ¿que Fin asumiera el dolor, el riesgo y la quemadura para impedir que se extendiera? No te conoce en absoluto —le dijo a Fin—. Jamás lo hará. Al final eso podría ser su perdición. —No entiende lo que es la familia y, como no lo entiende, no la respeta. No va a ganar —declaró Connor, y se sirvió patatas.

Después de cenar y de recoger, Connor llevó a Branna a casa, junto con Meara.

—¿Vas a quedarte? —le preguntó a esta. —No... a menos que quieras que me quede —le dijo Branna—. Sé que habíamos planeado una noche de chicas. —Vete a dormir a tu propia cama. Tendremos nuestra noche de chicas y haremos planes para la boda en otro momento. Connor te llevará a casa. —Vine a pie desde el picadero. —Meara se inclinó hacia delante para mirar a Connor, situado al otro lado de Branna—. Podrías dejarme allí. —Te llevaré a casa. Es tarde y la noche ha sido movidita, por decirlo de alguna forma. —Eso no te lo discuto. Así que dejó a Branna y esperó a que entrara, aunque dudaba que Cabhan pudiera hacer otra cosa que amenazarlos con un palo esa noche. —Querrá estar contigo a solas —confesó Meara en voz queda. —Tú nunca estás de más con nosotros. —No, pero Branna querrá que estéis solos los dos esta noche. Nunca la había visto tan asustada. Estábamos de pie en la cocina, ella acababa de sacar el pollo del horno y nos reíamos de algo que ya ni siquiera acierto a recordar. Entonces se ha puesto blanca como la cal. Fin le estaba hablando, aunque no sé qué le decía. —Recobrando la compostura, Meara hizo una breve pausa—. Pero ella ha dicho «Connor está herido. Vamos a casa de Fin». Y me ha agarrado de un brazo. Iona me ha agarrado del otro. Y de repente estaba volando. Un instante, una hora, no sabría decirlo. En todos estos años que hace poco que os conozco a Branna y a ti, nunca había visto nada igual. Y lo siguiente que he sabido es que estábamos en la cocina de Fin y que tú estabas en el suelo, más pálido incluso que Branna. »Creía que estabas muerto. —Se necesita más que un poco de magia negra para acabar conmigo. —Para el camión. —¿Qué? Ah, tienes náuseas. Lo siento. —Se hizo a un lado de la carretera y paró—. No debería haber bromeado cuando... Sus palabras, sus pensamientos, su mente entera se sumió en un vacío cuando Meara se abalanzó sobre él, lo rodeó con los brazos y reclamó su boca como una demente. Como una mujer ardiente, loca y desesperada. Antes de que pudiera actuar, de que pudiera reaccionar y pensar, ella se apartó. —¿Qué... qué ha sido esto? ¿Y a qué ha venido?

—Creí que habías muerto —repitió, y apretó aquella ardiente, loca y desesperada boca contra la suya de nuevo. Esa vez sí reaccionó, la agarró, tratando de hacer que se girara para así poder asirla mejor y conseguir un ángulo más adecuado. Su sabor se inyectaba en él como una droga, una droga que jamás había probado y de la que deseaba más. De la que deseaba todo. —Meara. Deja que... Ella se apartó otra vez. —No. No. No vamos a hacer esto. No podemos hacer esto. —Ya lo hemos hecho. —Lo que pasa es que... —Se pasó las manos por el pelo—. Esto ha sido todo. —En realidad hay mucho más si tú... —No. —Estiró el brazo y le puso una mano en el pecho para frenarlo—. Conduce. ¡Conduce, conduce, conduce! —Estoy conduciendo. —Se incorporó a la carretera, dándose cuenta de que se encontraba tan nervioso como lo había estado después del ataque de Cabhan—. Deberíamos hablar de ello. —No vamos a hablar de ello porque no hay nada de que hablar. Creí que habías muerto y eso me produjo un shock mayor de lo que pensaba porque no quiero que mueras. Dado que podía sentir el caos que la dominaba, trató de recobrar la paz y el sosiego para contrarrestarlo. —Desde luego, me alegro de eso, y también de no estar muerto. Pero... —No hay pero que valga. Y no hay nada más. Se bajó de un salto del camión casi antes de que él parara delante de su apartamento. —Vete a casa con Branna —le ordenó—. Ella te necesita. Si no hubiera dicho aquello último, habría subido a su apartamento y se habría abierto paso por la fuerza si era necesario. Entonces habrían visto qué pasaba. Pero como ella tenía razón, esperó hasta que cerró la puerta. A continuación condujo de vuelta a casa, más desconcertado de lo que jamás lo había estado por una mujer. Y más excitado de lo que podía recordar.

8 Meara se dijo que tenía que olvidarlo. Dejar atrás un momento de locura provocado por una tensión extrema. No sucedía todos los días que dos buenas amigas te agarraran del brazo y te llevaran volando de un lugar a otro en un abrir y cerrar de ojos, ¿verdad? Y que en ese lugar vieras a un hombre al que apreciabas de toda la vida y lo creyeras muerto. Algunas mujeres habrían echado a correr entre gritos, pensó mientras se ponía de nuevo a limpiar el estiércol de las casillas. Algunas habrían sufrido un ataque de histeria. Lo único que había hecho ella era besar al hombre, que ni mucho menos estaba muerto. —Lo he besado antes, ¿no? —farfulló, y echó paja sucia a la carretilla —. No puedes conocer a alguien desde la cuna, estar en la misma pandilla, ser la mejor amiga de su hermana y no hacerlo. No tiene importancia. No tiene ninguna importancia. Ay, Dios bendito. Cerró los ojos con fuerza y se apoyó en la horca. No cabía duda de que lo había besado antes, y él a ella. Pero no de esa forma. No, de esa forma no. No con lengua, dientes y el corazón acelerado. ¿Qué debía de pensar él? ¿En qué pensaba ella? Más aún, ¿qué coño tenía que hacer la próxima vez que lo viera? —Vale. —Iona entró en la casilla detrás de ella, apoyándose en su propia horca—. Te he concedido treinta y dos minutos, según mi reloj. Ese es mi límite. ¿Qué ocurre? —¿Que qué ocurre? —Nerviosa, Meara se tiró del borde de la gorra para bajársela y arrojó más paja en la carretilla—. Estoy limpiando mierda de caballo, igual que tú. —Meara, casi ni me has mirado, mucho menos has hablado conmigo cuando he llegado esta mañana. Y estás aquí farfullando. Si he hecho algo que te haya mosqueado... —¡No! Claro que no has hecho nada. —Eso pensaba, pero andas farfullando y encorvada, con la mirada gacha, por algún motivo.

—Puede que esté con la regla. —¿Puede? —No consigo recordar si he estado de mala leche las últimas veces que me ha venido. Mi madre... Iona la señaló con un dedo para detenerla. —Tampoco en ese caso piensas con claridad. Cuando se trata de tu madre no paras de despotricar. Y no estás despotricando, te estás escondiendo. —De eso nada. —Sintiéndose ofendida, Meara se apartó—. Simplemente me tomo mi tiempo para pensar. —¿Se trata de lo de anoche? Meara se puso tiesa como el palo de una escoba. —¿Qué de anoche? —Connor. La quemadura producida por la magia negra. —Ah. Bueno, sí, desde luego. Es eso, por supuesto. Iona entrecerró los ojos de manera especulativa, girando el dedo en el aire. —¿Y? —¿Y? Eso debería ser suficiente para cualquiera. A muchos los enviaría al hospital con un ataque de nervios. —Tú no eres como la mayoría. —Iona se acercó, invadiendo su espacio —. ¿Qué pasó cuando os fuisteis de casa de Fin? —¿Por qué tuvo que pasar algo? —¡Ahí está! —señaló Iona—. Has mirado al suelo. Pasó algo y tú lo estás eludiendo. ¿Por qué, Dios bendito, por qué se le daba tan mal mentir cuando se trataba de algo importante? —Estoy mirando la mierda del caballo que no estoy echando en la carretilla. —Creía que éramos amigas. —Oh, oh, eso es un golpe bajo. —Fue el turno de Meara de apuntarla con un dedo acusador—. Esa miradita tristona, esa vocecilla entrecortada. —Lo es —reconoció Iona con una sonrisa presta—. Pero no es menos cierto. Dando la batalla por perdida, Meara se apoyó de nuevo en su horca. —No sé qué decir ni qué hacer al respecto. —Por eso se habla con una amiga. Branna y tú sois íntimas... y yo no

pretendía darte un golpe bajo. Si quieres hablarlo con ella, te cubriré mientras vas a su casa. —Lo harías —dijo Meara con un suspiro—. Tendré que hablar con ella, esto es obvio. No estoy segura de cómo hacerlo. Ahora mismo puede que sea mejor que hable con la prima en vez de con la hermana. Algo así como ir pasito a pasito. Solo que... —Fue hacia la puerta de la casilla, miró a uno y otro lado para cerciorarse de que ni Boyle ni Mick ni ninguno de los mozos andaban por ahí—. La noche de ayer fue aterradora. Y yo estaba revolucionada por haber viajado de una cocina a otra en un abrir y cerrar de ojos por arte de magia. —¿Nunca habías volado? Ay, Señor, Meara, no me extraña que estuvieras revolucionada. Imagino que di por hecho que Branna te habría llevado alguna que otra vez. Por... Bueno, por diversión. —No es que no use sus poderes para divertirse un poco de vez en cuando. Pero es muy responsable al respecto. —A mí me lo vas contar. —Entonces estábamos ahí, donde no habíamos estado antes, y vi a Connor... En un primer momento pensé que estaba muerto. —Oh, Meara. —La abrazó de manera instintiva—. Yo sabía que no lo estaba..., gracias a la conexión que hay entre los tres..., y casi pierdo los nervios. —Creí que lo había... que lo habíamos... perdido, y la cabeza me daba vueltas y tenía el estómago revuelto. Luego Branna y Fin se pusieron con él, y tú también. Y yo no podía hacer nada. —Eso no es cierto. —Iona se echó hacia atrás y zarandeó a Meara con suavidad—. Éramos necesarios todos. Era necesario el círculo, nuestra familia. —Me sentí impotente de todas formas, pero eso no es relevante. Fue un verdadero alivio cuando volvió en sí, y siendo el mismo de siempre. Y creía que me había tranquilizado. Pero cuando me llevó a casa, todo empezó a darme vueltas otra vez, y antes de percatarme, antes de poder pensar con claridad le dije que parara. —¿Tenías ganas de vomitar? Lo siento mucho. —No, no, y él pensó lo mismo. Pero me volví un poco loca, en serio. Me abalancé sobre él allí mismo, en su camión. El shock hizo que Iona se quedara boquiabierta mientras daba un paso hacia atrás con brusquedad.

—¿Le... le pegaste? —¡No! ¡No seas idiota! Lo besé. Y no como a un hermano o a un amigo, ni como a alguien al que le das la bienvenida después de escapar de las garras de la muerte. —Oh —susurró Iona. —Oh —repitió Meara, paseándose en círculo por la casilla—. Y luego, por si eso no hubiera sido suficiente, me aparté. Cabría pensar que recuperé la cabeza, pero no, volví a hacerlo. Y Connor, que a fin de cuentas es un hombre, no puso objeciones, y habría seguido adelante si yo no hubiera recobrado la cordura de nuevo. —No debería sorprenderme. En realidad no me sorprende. Pensé que había algo entre vosotros..., aunque cuando llegué aquí el invierno pasado pensé que había algo entre Boyle y tú. —Ay, Señor. —Totalmente hecha polvo, Meara se cubrió la cara con las manos. —Sé que nunca hubo nada salvo un vínculo de amistad, de familia. Así que concluí que ese algo que creí notar entre Connor y tú era lo mismo. —¡Lo es! Desde luego que lo es. Lo de anoche fue la consecuencia de un trauma. —Un coma es una consecuencia de un trauma. Enrollarse con alguien en una camioneta..., en un camión..., es consecuencia de algo muy distinto. —No nos enrollamos, solo fueron un par de besos. —¿Con lengua? —¡Ay, joder! —Se quitó la gorra de golpe, la tiró al suelo y la pisoteó. —¿Eso sirve de algo? —preguntó Iona. —No. —Indignada, Meara cogió la gorra y la sacudió contra su muslo —. ¿Cómo voy a decirle a Branna que le he dado un morreo a su hermano en su camión en el arcén de la carretera como una adolescente cachonda? —De la misma forma en que me lo has dicho a mí. ¿Qué...? —¿Vais a pasaros la mañana haraganeando o vais a sacar fuera el estiércol? —Boyle apareció en la entrada, fulminándolas con la mirada. —Casi hemos terminado —le dijo Iona—. Y tenemos que hablar de algo. —Dejad la charla para luego; ahora poneos con el estiércol. —Lárgate. —Aquí soy el jefe. Iona se limitó a mirarlo hasta que Boyle se metió las manos en los

bolsillos y se marchó. —No te preocupes; no le contaré nada. —Oh, da igual. —Mortificada de nuevo, Meara cargó más paja—. Ya lo hará Connor. Los hombres son peores que las mujeres en estas cosas. —¿Qué le dijiste a Connor? Después. —Le dije que eso era todo y que no pensaba hablar de ello. —Vale. —Iona consiguió reprimir la carcajada, pero no la sonrisa de oreja a oreja—. Seguro que eso te funciona. —No podemos dejar que un loco y fugaz impulso lo joda todo. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos como una unidad. Iona guardó silencio durante un momento y luego se acercó y le dio otro abrazo a Meara. —Lo entiendo. Te acompañaré cuando hables con Branna si quieres. —Te lo agradezco, pero es mejor que lo haga yo sola. —Hazlo esta mañana, quítatelo de encima. Yo te cubriré. —Sería estupendo sacarlo fuera y quitármelo de encima, ¿verdad? —Y a lo mejor su estómago dejaba de encogérsele, pensó mientras apretaba una mano contra él—. Voy a terminar aquí y luego me acercaré. Una vez se lo haya contado podré dejarlo a un lado y concentrarme en lo que hay que hacer sin que me esté rondando por la cabeza. —Yo calmaré las aguas con Boyle. —Dile que estoy con la regla o alguna otra cosa de mujeres. Eso siempre le cierra el pico. —Soy consciente de ello —repuso Iona con una carcajada, y regresó a su propia casilla.

Hazlo rápido, se ordenó Meara mientras atravesaba el bosque. Quítatelo de encima. Branna apenas se mosquearía; lo más probable era que se riera y pensara que se trataba de una broma. Eso sería estupendo, y así también ella podría pensar en el asunto como en una broma. Figúrate, Meara Quinn babeando por Connor O’Dwyer. Y tenía que reconocer que había un poco de lujuria almacenada en embarazosos rincones. Pero charlar con Branna aplastaría todo eso, y las cosas volverían a ser como debían.

Quizá sintiera una punzada alguna vez con los años. ¿Qué mujer no sentía una punzada o dos por alguien como Connor O’Dwyer? Ese hombre era impresionante. Alto, delgado, con una mata de pelo rizado, una cara preciosa y una sonrisa cómplice. A eso había que sumarle su naturaleza afectuosa, pues la tenía además del buen físico. Tenía carácter, eso seguro, pero menos que ella. Muchísimo menos que ella, a decir verdad. Y una actitud más alegre y estable ante la vida que la mayoría, inclusive ella. A pesar de todo lo que había vivido, conservaba esa visión positiva, esa naturaleza afectuosa. Si a eso le añadías sus poderes mágicos, pues era algo asombroso de contemplar incluso para alguien que lo conocía y lo había visto durante toda la vida, el paquete entero era inmejorable. Y él bien que lo sabía, bien que lo aprovechaba... con un montón de mujeres, más que suficiente, a su modo de ver. No era algo que le reprochara, desde luego. ¿Por qué no recoger las flores que uno se encontraba a lo largo del camino? Ella, por lógica y sentido común, seguiría siendo su amiga en vez de parte de un ramo. Exhaló un suspiro, encorvando los hombros para protegerse del frío aire. Tendría que hablar de ello con él; era una sandez decirse lo contrario. Pero después de que se lo hubiera contado a Branna y de que se hubieran reído a sus anchas del asunto. Después de contárselo Branna sería capaz de hablar con Connor, de convertirlo en una broma. Se metió la mano en el bolsillo en busca de los guantes cuando se levantó viento. Y pensar que habían pronosticado una mañana soleada..., pensó cuando las nubes taparon el sol. Y oyó su nombre en el viento. Se detuvo un instante a mirar en aquella dirección y vio que se encontraba junto al gran árbol caído al lado del muro de enredaderas. Junto al lugar más allá del cual se encontraban las ruinas de la cabaña de Sorcha y la tierra que podía viajar adelante y atrás en el tiempo a voluntad de Cabhan. Él nunca antes la había llamado, nunca antes se había interesado por ella. ¿Por qué lo hacía ahora? No tenía poderes, no era una amenaza. Pero la llamaba ahora, y aquella voz que rezumaba seducción despertaba algo dentro de ella.

Conocía los peligros, conocía el riesgo y, sin embargo, se vio de pie ante la cortina de enredaderas sin darse cuenta de que había caminado hasta ellas. Se vio alargando la mano. Echaría solo un vistazo, un vistazo rápido y nada más. Su mano tocó las enredaderas y percibió un seductor calor. Con una sonrisa, comenzó a apartarlas mientras la niebla se filtraba entre ellas. El halcón gritó al tiempo que se lanzaba en picado. Abrió un camino a lo largo de las enredaderas, de modo que ella retrocedió dando un traspié. Temblaba sin parar y la niebla le llegaba casi hasta las rodillas. Roibeard se posó en el árbol caído, mirándola con ojos brillantes y fieros. —Iba a entrar para echar un vistazo. ¿Tú también puedes oírlo? Es mi nombre el que pronuncia. Solo quería ver. Cuando Meara alargó la mano de nuevo, Roibeard extendió las alas a modo de advertencia. Detrás de ella, el perro de Branna soltó un suave ladrido. —Ven conmigo si quieres. ¿Por qué no me acompañas? Kathel atrapó con los dientes el bajo de su chaqueta y tiró de ella hacia atrás. —¡Para! ¿Qué te pasa? ¿Qué... qué me pasa a mí? —murmuró, tambaleándose, con las rodillas flojas y una sensación de mareo—. A la mierda —murmuró, posando una mano temblorosa en la enorme cabeza de Kathel—. Buen perro, listo y bueno. Alejémonos de aquí. —Volvió la vista hacia Roibeard y hacia las sombras que se desvanecían de nuevo a medida que el sol pugnaba por colarse entre la niebla—. Alejémonos de aquí. Mantuvo una mano sobre el perro, caminando deprisa mientras el halcón volaba por encima de su cabeza. Jamás en toda su vida se había alegrado tanto de ver el bosque a su espalda y la casa de la Bruja Oscura tan cerca. No le avergonzó correr o entrar en tromba, justo por delante del perro, y sin aliento al taller de Branna. Esta, que estaba vertiendo algo que olía a galletas de un recipiente a una botella, levantó la vista de inmediato. Y dejó la olla a un lado en el acto. —¿Qué sucede? Estás temblando. Ven, ven, acércate a la chimenea. —Me ha llamado. —Logró decir Meara mientras Branna rodeaba la encimera—. Él ha dicho mi nombre. —Cabhan. —Abrazando a Meara, Branna la llevó hasta el fuego y la hizo sentarse en una silla—. ¿En el picadero?

—No, no, en el bosque. Venía hacia aquí. Delante del lugar... fuera de la cabaña de Sorcha. Branna, ha dicho mi nombre y yo he ido hacia él. Quería entrar, ir con él. Lo deseaba. —No pasa nada. Estás aquí. —Acarició las mejillas de Meara para calentárselas. —Lo deseaba. —Es astuto. Ha hecho que lo desearas. Pero estás aquí. —Tal vez no estuviera de no ser por Roibeard, que salió de la nada para detenerme, y luego Kathel, que también vino y me agarró de la chaqueta para hacerme retroceder. —Te quieren tanto como yo. —Branna se inclinó para posar su mejilla en la cabeza de Kathel y abrazarlo durante un instante—. Voy a traerte un té. No discutas. Tú lo necesitas y yo también. Primero le dio una galleta a Kathel y luego salió fuera un momento. Para darle las gracias al halcón, pensó Meara. Para hacerle saber que todo estaba bien y que tenía su gratitud. Branna siempre agradecía la lealtad. Para dar las gracias ella también, y para consolarse, Meara se levantó de la silla con el fin de fundirse en un abrazo con Kathel. —Fuerte, valiente y leal —susurró—. No hay mejor perro en el mundo que nuestro Kathel. —Ni uno solo. Siéntate y recobra el aliento. —Branna se afanó con el té cuando volvió adentro. —¿Por qué habría de llamarme? ¿Qué puede querer de mí? —Eres una de nosotros. —Yo no tengo magia. —Que no seas una bruja no significa que no tengas magia. Tienes corazón y alma. Eres tan fuerte, valiente y leal como Kathel. —Nunca he sentido nada igual. Era como si todo lo demás desapareciera y solo estuviera su voz, y mi espantosa necesidad de responder a ella. —Voy a hacerte un amuleto y lo llevarás siempre contigo. Habiendo entrado ya en calor, Meara se quitó la chaqueta. —Ya me has hecho amuletos. —Te prepararé otro más fuerte, más específico, podría decirse. —Llevó el té—. Y ahora cuéntamelo todo con tanto detalle como te sea posible. Cuando lo hizo, Meara se recostó en la silla. —Ahora me doy cuenta de que no fue más que un minuto o dos. Todo

parecía suceder tan despacio, como en un sueño. ¿Por qué no acabó conmigo sin más? —Sería desperdiciar a una doncella bonita. —Hace tiempo que dejé de ser doncella. —Se estremeció de nuevo—. Por Dios, qué idea tan espantosa. Y lo más espantoso es que puede que hubiera estado dispuesta. —Estar hechizada no es estar dispuesta. Solo se me ocurre que te habría utilizado si hubieras cruzado... te habría llevado a otra época, te habría usado y habría hecho lo que pudiera para convertirte. —No podría conseguirlo con ningún hechizo. Con ninguno. —No podría, no, eso no. Pero tal y como le dijiste a Fin, él no entiende lo que es la familia ni el amor. —Branna agarró la mano de Meara, llevándosela a la mejilla—. Te habría hecho daño, Meara, y eso nos habría hecho daño a todos. Vas a llevar el amuleto que te haga. —Claro que voy a llevarlo. —Tendremos que contárselo a los demás. Boyle también tendrá que tener más cuidado. Pero él tiene a Iona y a Fin. Deberías quedarte aquí, con Connor y conmigo. —No puedo. —Sé que valoras tu propio espacio..., ¿quién podría comprenderte mejor que yo?, pero hasta que hayamos decidido qué hacer a continuación, es mejor que... —Lo he besado. —¿Qué? ¿Qué? —Aturdida, Branna se echó hacia atrás—. ¿Has besado a Cabhan? Pero si has dicho que no cruzaste. ¿Qué...? —A Connor. He besado a Connor. Anoche. Prácticamente le acosé a un lado de la carretera. Perdí la cabeza durante un minuto, eso fue todo. El vuelo hasta allí, verle tendido en el suelo de la cocina de Fin, todo el dolor que reflejaba su cara cuando comenzó la sanación. Pensé que estaba muerto, y luego no lo estaba, luego estaba temblando y ardiendo y de repente le arranca un muslo al pollo y se dedica a comérselo nada más ponerse la camisa de nuevo. Todo bullía en mi cerebro hasta que prácticamente me eché encima de él y lo besé. —Vaya —dijo Branna después de que Meara tomara aire. —Pero paré... Tienes que saber que... bueno, que paré después de la segunda vez. Aunque la comisura de la boca de Branna se curvó, su tono permaneció

sereno. —¿La segunda vez? —Yo... es que... Él... Fue una mala reacción a los sucesos de anoche. —¿Y él también tuvo una mala reacción... a los sucesos de anoche? —Pensando en ello he de decir que el primer beso lo pilló por sorpresa; y ¿a quién no? Y el segundo... Es un hombre, a fin de cuentas. —Sí que lo es, en efecto. —Pero la cosa no fue a más. Quiero que lo tengas claro. Hice que me dejara en mi casa y se marchara. No fue más lejos. —¿Por qué? —¿Por qué? —Con la mente en blanco, Meara se la quedó mirando—. Me dejó en mi casa, como ya he dicho. —¿Por qué no se quedó contigo? —¿Conmigo? Tenía que volver a casa contigo. —¡Y una mierda, Meara! —estalló—. No pienso consentir que me utilicen de excusa. —No era eso lo que pretendía. Yo... creía que te cabrearías o que te haría gracia, o que al menos te sentirías desconcertada. Pero no lo estás. —No lo estoy, no, ni tampoco sorprendida. Me preguntaba por qué estabais tardando tanto en llegar ahí. —¿Ahí, adónde? —En juntaros. —¿Juntarnos? —Meara se levantó movida por la sorpresa—. Connor y yo. No, eso no puede ser. —¿Y por qué no? —Porque somos amigos. —Meara tomó un sorbo de té mirando al fuego —Cuando pienso en un amante que toque algo más que mi cuerpo, pienso en un amigo. ¿Tener pasión sin afecto? Sirve, aunque solo para un rato. —¿Y qué pasa con el amigo cuando deja de ser el amante? —No sé. Yo veo a nuestros padres que todavía son felices. No dichosos cada segundo de cada día, porque ¿quién podría soportar eso? Pero son felices y están compenetrados la mayor parte del tiempo. —Y yo veo a los míos. —Lo sé. —Branna asió la mano de Meara para tirar de ella y que se sentara de nuevo—. Quienes nos engendraron nos dieron una perspectiva muy distinta de las cosas, ¿verdad? Yo, cuando me permito desear, deseo

esa felicidad, esa compenetración. Y tú no te permitirás desear nada porque ves fracaso, sufrimiento y egoísmo en todo. —Connor significa demasiado para mí como para arriesgarme a echarlo todo a perder. Y tenemos mucho por lo que luchar..., como se ha demostrado ayer y hoy..., como para embrollarlo todo con el sexo. —Creo que Iona y Boyle practican sexo a la más mínima ocasión. —Están locamente enamorados y están hechos para eso, así que es diferente —concluyó Meara riendo. —Depende de ti y de Connor, claro. —Y Connor, pensó Branna, sin duda tenía un par de cosas que decir al respecto—. Pero que sepas que no tengo nada que objetar, si eso te preocupa. ¿Por qué iba a tenerlo? Os quiero a los dos. También debo decir que el sexo es una magia poderosa en sí mismo. —Así que ¿debería acostarme con Connor para apoyar la causa? —Deberías hacer lo que te haga feliz. —Ahora mismo todo es demasiado confuso para saber qué me hace y qué no me hace feliz. Pero lo que tengo que hacer es volver al trabajo antes de que Boyle me eche a patadas. —Te prepararé el amuleto y Kathel y Roibeard volverán contigo. No te acerques a la cabaña de Sorcha, Meara. —No lo haré, créeme. —Cuéntales a Iona y a Boyle lo que ha pasado. Él se ocupará de informar a Fin y yo hablaré con Connor. Cabhan se está volviendo osado otra vez, así que será mejor que andemos todos con ojo.

Branna no tuvo que contárselo a Connor, ya que Fin pasó por la escuela de cetrería esa tarde y se lo llevó a un lado. —¿Ella está bien? ¿Estás seguro? —Yo mismo la he visto no hace ni una hora. Está igual de bien que siempre. —He estado ocupado —repuso Connor—. Casi ni me había fijado en que Roibeard no estaba por aquí, y cuando me di cuenta, sabía que estaba en el picadero. Le gusta estar allí, con los caballos. Con Meara. Así que no le di importancia, y él tampoco me alertó. —Porque Kathel y él eran todo cuanto ella necesitaba. Branna le ha preparado un amuleto. Es muy poderoso; he hecho que Meara me lo enseñara. Y Meara es una mujer fuerte. De todas formas es hora de que

tengamos un poco más de cuidado. Connor se paseó de un lado para otro; sus botas crujían sobre la gravilla. —La habría violado. Fuerte o no, no habría podido detenerlo. He visto lo que le ha hecho a las mujeres en su época. —No la ha tocado, Connor, y no lo hará. Todos nos encargaremos de que así sea. —Estaba preocupado por Branna. Cabhan quiere poder, y ella tiene mucho. Lleva su nombre en honor a la primogénita de Sorcha, y es la primera de los tres a la que le pasaron el amuleto. Y... —Es la mujer a la que amo, y que me ama aunque no me acepte. No eres tú solo el que se preocupa. —Y Meara es una hermana para Branna. Eso podría hacerla más atractiva para él. —Reflexionó Connor. —Para atacar a Branna a través de Meara. —Fin asintió—. Podría ser su estilo. —Podría. Y después de lo de anoche... —¿Después de lo que te hizo? ¿Qué tiene eso que ver con Meara? —Nada en absoluto. Bueno, de forma indirecta. —Un hombre no debería mentir ni irse por las ramas con sus amigos. En cualquier caso había mucho más en juego que la discreción—. Meara y yo tuvimos una cosilla después de dejar a Branna en casa. Un roce o dos en el camión, en el arcén de la carretera. Fin arqueó las cejas. —¿Te has lanzado con Meara? —Al revés. —Distraído, Connor giró el dedo—. Ella se lanzó conmigo. Y se lanzó con mucho entusiasmo. Luego paró en seco, me dijo que eso era todo y que la llevara a casa. Adoro a las mujeres, Fin. Las adoro de la cabeza a los pies; su mente, su corazón y su cuerpo. Sus pechos. ¿Qué es lo que tienen los pechos de una mujer? —¿Cuánto tiempo tenemos para hablar de eso? Connor se echó a reír. —Cierto. Podríamos pasarnos horas solo con los pechos de una mujer. Adoro a las mujeres, Fin, pero te juro por Dios que hay muchas cosas de ellas imposibles de entender. —Podríamos pasarnos días enteros hablando de eso y no lo resolveríamos. —Obviamente intrigado, Fin estudió la cara de Connor—. Dime una cosa, ¿tú quieres que se acabe ahí?

—En cuanto dejé de preguntarme dónde había estado escondido todo aquello durante toda nuestra vida, no, no quería. No quiero. —Entonces, mo dearthair. —Fin le palmeó el hombro a Connor—. Te toca a ti acabar lo que ha empezado —Eso estoy pensando. Y ahora me pregunto si ese par de roces en el arcén de la carretera podrían ser la causa de que Cabhan se haya interesado hoy por ella. ¿Porque yo me interesé por ella de esa forma? No creo que esté muy desencaminado. —No lo creo, no. Anoche te hirió. Puede ser que hoy intentara herirte de nuevo a través de Meara. Así que tened cuidado los dos. —Lo tendré, y me ocuparé de que ella lo tenga. Ah, ahí llegan los clientes de las tres en punto. Un señor y una señora de Gales. ¿Quieres venir? Te traeré una burchaca y un guante. Fin se disponía a declinar su ofrecimiento, cuando se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que había ido a pasear halcones con Connor. —No me importaría, pero puedo coger mi propio equipo. Connor levantó la vista y divisó a Merlín en el cielo. —¿Te lo vas a llevar? ¿Se lo confiarías a uno de ellos? —Él también disfrutará. —Entonces será casi como en los viejos tiempos. Mientras Fin iba a por el equipo, Connor echó un rápido vistazo al reloj. Iría a buscar a Meara en cuanto le fuera posible. Tenían mucho de que hablar, le gustara o no.

9 Por si no había tenido un día lo bastante complicado, Meara añadió a la lista una frenética y llorosa llamada de su madre que la hizo ir en busca de Boyle. Estaba sentado en su despacho, enfrascado en las cuentas con el ceño fruncido, algo a lo que era propenso. —Boyle. —¿Por qué las cifras no coinciden a la primera? ¿Por qué será? —No sabría decirlo. Boyle, siento pedírtelo, pero tengo que irme. Ha habido un incendio en casa de mi madre. —¿Un incendio? —Se levantó de su mesa como si fuera a apagarlo él mismo. —Un incendio en la cocina, creo. Era difícil conseguir sacarle algo, ya que estaba casi histérica. Pero sí he conseguido que me dijera que no estaba herida y que no ha quemado toda la casa. De todas formas desconozco la gravedad, así que... —Vete. Vamos. —Rodeó su mesa, cogiéndola del brazo y sacándola del despacho—. Hazme saber qué ha pasado en cuanto puedas. —Lo haré. Gracias. Mañana recuperaré las horas. —Vete ya, por Dios. —Ya me voy. Se subió a su camión. No sería nada, se dijo. A menos que sí fuera algo. Uno nunca sabía con Colleen Quinn. Y su madre había sido casi incoherente; tan pronto gimoteaba como se ponía a balbucear. Sobre la cocina, sobre el humo, sobre el fuego. Quizá estuviera herida. La imagen de Connor, la negra y burbujeante quemadura en su brazo parpadeó en su mente. Un incendio. Cabhan. El miedo la dominó solo de pensar en que él pudiera haber tenido algo que ver. ¿Habría atacado a su madre porque al final se había resistido a su llamada? Meara pisó el acelerador, tomó las curvas como un cohete y, con el corazón desbocado, realizó el trayecto a la casita encastrada entre otro

grupo de viviendas justo a las afueras de Cong. La casa estaba en pie; no se apreciaba ningún daño en las blancas paredes, el tejado gris o el cuidado jardín vallado. Cuidado, muy cierto, ya que el pequeño jardincito delantero y trasero era el único interés real de su madre. Cruzó la puertecita, que había pintado ella misma la primavera anterior, y corrió por el camino al tiempo que rebuscaba las llaves, pues su madre insistía en echar el cerrojo a las puertas de día y de noche por temor a los ladrones, violadores o aducciones alienígenas. Pero Colleen salió de forma apresurada, agarrándose las manos contra su pecho como si estuviera rezando. —¡Oh, Meara, gracias a Dios que has venido! ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? Se arrojó a los brazos de su hija, como un lloroso y trémulo manojo de desesperación. —¿No estás herida? ¿Seguro? Deja que compruebe que no estás herida. —Me he quemado los dedos. Como una niña pequeña, levantó la mano para enseñarle la herida. Y, con gran alivio, Meara no vio nada que un poco de ungüento no pudiera curar. —De acuerdo, de acuerdo. —Para tranquilizarla, Meara le dio un beso en la pequeña quemadura—. Eso es lo más importante. —¡Es espantoso! —insistió Colleen—. La cocina está destrozada. ¿Qué voy a hacer? Oh, Meara, ¿qué voy a hacer? —Vamos a echar un vistazo y veremos, ¿vale? No le costó hacer que Colleen diera media vuelta y entrara en la casa. Meara había salido en la altura a su padre, ausente desde hacía tanto tiempo. Colleen era una cosita bonita; menuda y delgada, siempre iba acicalada, un hecho que con frecuencia hacía que Meara se sintiera un corpulento oso con un perrito faldero con un pedigrí exquisito. La habitación no había sufrido daños, otro alivio, aunque pudo oler y ver el humo. Humo, no niebla, pensó aún más aliviada. Solo necesitó tres pasos para entrar en la reducida cocina independiente, donde el humo flotaba en el aire. No estaba destrozada, pero sí era un desastre. Y nada de aquello había sido provocado por un malvado hechicero, decidió en el acto, sino por una

mujer descuidada e inepta. Sin dejar de rodear a su madre con un brazo, hizo inventario. La bandeja de horno con la carne quemada, ahora desparramada por el suelo junto a un paño chamuscado y empapado, contaba la historia. —Se te ha quemado el asado —dijo Meara con cautela. —Se me ocurrió hacer cordero asado, ya que Donal y su chica iban a venir a cenar. No puedo aprobar que se vaya a vivir con Sharon antes de casarse, pero sigo siendo su madre. —Cordero asado —murmuró Meara. —A Donal le gusta un buen asado, ya lo sabes. Solo he salido un momento. He tenido orugas en el jardín y fui a cambiar la cerveza. — Alterada por la angustia, Colleen hacía aspavientos con las manos señalando la puerta de la cocina, como si su hija se hubiera olvidado de dónde estaba el jardín—. Han ido a por mis alegrías, así que tuve que ocuparme de ellas. —De acuerdo. —Meara se aproximó y comenzó a abrir las ventanas, ya que Colleen no lo había hecho. —No estuve fuera tanto tiempo, pero ya que lo estaba, se me ocurrió cortar unas flores para hacer un bonito centro de mesa. Necesitas flores frescas si tienes gente a cenar. —Mmm —murmuró Meara, y recogió las flores diseminadas sobre el suelo mojado. —Entré y la cocina estaba llena de humo. —Haciendo aspavientos todavía, Colleen miró alrededor de la habitación con los ojos llorosos—. Corrí al horno y el cordero se estaba quemando, así que cogí ese paño para sacarlo. —Entiendo. —La joven apagó el horno, buscó un paño húmedo y recogió la bandeja y la carne carbonizada. —Y no sé cómo el paño se prendió y comenzó a arder. Tuve que soltarlo todo y llevar la bandeja hasta allí, donde tenía el agua para las patatas. Meara recogió las patatas mientras su madre se retorcía las manos y las echó al fregadero para ocuparse de ellas más tarde. —¡Está destrozado, Meara, destrozado! ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? La familiar mezcla de irritación, resignación y frustración la atravesó. Aceptando que ese era su sino, Meara se secó las manos en los pantalones de trabajo.

—Lo primero es abrir las ventanas de la sala de estar mientras yo arreglo el estropicio. —El humo ensuciará la pintura, Meara, y mira el suelo, está chamuscado por el trapo ardiendo. No me atrevo a decírselo al casero, o me echará de aquí. —No hará nada semejante, mamá. Si la pintura está sucia, lo arreglaremos. Si el suelo se ha dañado, también lo arreglaremos. Abre las ventanas y luego ponte un poco del ungüento de Branna en los dedos. Pero Colleen se quedó mirando, agarrándose las manos y con sus bonitos ojos azules húmedos. —Donal y su chica vendrán a las siete. —Vamos por partes, mamá —dijo ella mientras recogía. —No podía llamarlo para hablarle de esta catástrofe. No mientras está en el trabajo. Pero a mí sí que podías llamarme porque nunca has comprendido que una mujer puede trabajar, que trabaja, que quiere o necesita trabajar, lo mismo que un hombre, pensó Meara. —Las ventanas. —Fue cuanto dijo. No era mala, se recordó la joven mientras limpiaba el suelo, que no estaba chamuscado, sino tan solo sucio por la ceniza del paño. Ni siquiera egoísta en el sentido estricto de la palabra; solo era una mujer inútil y dependiente. ¿Tenía ella la culpa de eso cuando habían cuidado de ella y la habían protegido toda la vida? Sus padres, su marido y ahora sus hijos. Nunca le habían enseñado a arreglárselas sola. Ni a preparar un puñetero asado de cordero, pensó Meara mirando la bandeja de horno con severidad. Después de ponerlo todo en orden, se tomó un momento para enviarle un mensaje de texto a Boyle. No tenía sentido que siguiera preocupado. No era un incendio, sino un asado de cordero quemado y un estropicio. No ha pasado nada.

Meara recogió la calcinada carne para tirarla al cubo de la basura, restregó las patatas y las puso a escurrir, ya que aún estaban crudas porque su madre, gracias a Dios, se había olvidado de encender el fogón. Dejó la bandeja de horno en el fregadero para que se ablandaran los restos pegados y puso la tetera para preparar el té mientras Colleen se desesperaba pensando que iban a desahuciarla.

—Siéntate, mamá. —No me puedo sentar; estoy muy disgustada. —Siéntate. Te vas a tomar un té. —Meara recitó de cabeza la tabla de multiplicar; la del siete, que siempre la fastidiaba. Aquello impidió que gritara cuando se volvió hacia su madre—. Primero, echa un vistazo a tu alrededor. La cocina no está destrozada, ¿no? —Pero yo... —Como si la viera por primera vez, Colleen miró, agitando las pestañas como si fueran mariposas—. Oh, ha quedado muy limpia, ¿verdad? —Así es, sí. —Todavía huelo a humo. —Mantén las ventanas abiertas un rato más y se irá el olor. En el peor de los casos, tendremos que frotar las paredes. —Meara preparó el té, puso un par de galletas de chocolate en uno de los bonitos platos de su madre y, como era su madre, añadió una servilleta de lino blanco—. Siéntate y tómate el té. Vamos a echarle un vistazo a tus dedos. —Están mucho mejor. —Sonriendo ya, Colleen se los enseñó—. Branna tiene un don para preparar lociones, cremas, velas y esas cosas, ¿a que sí? Me encanta comprar en La Bruja Oscura. Siempre encuentro algo bonito. Es una tiendecita encantadora. —Lo es. —Y ella viene a verme de vez en cuando y me trae muestras para que las pruebe. —Lo sé. Para que así Colleen tuviera cosas bonitas sin gastarse mucho; Meara era consciente de ello. —Branna es una chica preciosa y siempre va muy elegante. —Así es —convino Meara, y sabía que Colleen deseaba que su hija vistiera de forma elegante en vez de llevar la ropa para trabajar en el picadero. Tendremos que seguir decepcionándonos la una a la otra, ¿no es así, mamá?, pensó, aunque no lo dijo. —La cocina ha quedado muy limpia, Meara; te lo agradezco. Pero ahora no tengo nada, ni tampoco tiempo, para preparar una buena cena para Donal y su novia. ¿Qué va a pensar Sharon de mí? —Pensará que has tenido un percance en la cocina y que por eso has llamado al hotel Ryan y has reservado mesa para tres.

—Oh, pero... —Yo me ocuparé, y me enviarán la cuenta a mí. Disfrutaréis de una agradable cena y volveréis aquí para tomar el té y el postre, que yo iré a comprar a la cafetería Monk dentro de unos minutos. Lo servirás en tu maravillosa vajilla de porcelana y te sentirás bien. Todos disfrutaréis de una agradable cena. Las mejillas de Colleen se tiñeron de rosa a causa del placer. —Eso suena estupendo, simplemente estupendo. —Bueno, mamá, ¿recuerdas la forma correcta de ocuparte de un incendio en la cocina? —Se le echa agua al fuego. Eso he hecho. —Es mejor sofocarlo. Hay un extintor en el armario junto con la fregona. ¿Te acuerdas? Fin lo trajo y Donal lo colgó para que siempre estuviera ahí, en la pared del armario pequeño. —Oh, pero como estaba tan disgustada ni siquiera me acordé. Y ¿cómo iba a acordarme de cómo usarlo? Claro, claro, pensó Meara. —Si eso falla, puedes arrojar bicarbonato o, mejor aún, puedes ponerle la tapa y cortar el suministro de oxígeno. Lo mejor es no abandonar la cocina cuando estás cocinando. Puedes poner un temporizador en el horno para que no tengas que estar todo el rato en la cocina mientras horneas o asas algo. —Quería hacerlo. —Seguro que sí. —Siento las molestias, Meara, de veras. —Lo sé, y ya está todo solucionado, ¿no es así? —Posó una mano con ligereza sobre la de Colleen—. Mamá, ¿no serías más feliz si vivieras más cerca de tus nietos? Meara pasó algo de tiempo alimentando la semilla que había plantado y luego fue a la cafetería a comprar una rica tarta de nata, unos pastelitos y algunas pastas. Se pasó por el restaurante, lo organizó todo con el gerente —un amigo del colegio— y luego volvió a casa de su madre. Dado que tenía jaqueca, se fue derecha a su casa desde allí y telefoneó a su hermana. —Maureen, es hora de que te ocupes tú de mamá. Después de discutir durante una hora entera, de negociar, gritar, reír y compadecerse, sacó las pastillas para la jaqueca y se las tomó con agua en

el lavabo del cuarto de baño. Y se miró con atención en el espejo. La falta de sueño había dejado huella en sus ojerosos ojos. La fatiga a todos los niveles posibles añadía tensión alrededor de los mismos y una arruga entre las cejas, que se frotó con irritación. Otro día como ese, y necesitaría todas las cremas y lociones de Branna —y también una ilusión— o parecería una vieja bruja. Necesitaba dejarlo todo a un lado durante una puñetera noche, se dijo. Connor, Cabhan, su madre, toda su familia. Una noche tranquila en pijama, con una gruesa capa de una de las cremas de Branna en la cara, decidió. A eso le sumaría una cerveza, unas patatas fritas o cualquier comida basura que tuviera a mano, y la televisión. No deseaba nada más. Optando por empezar con la cerveza —no sería la primera vez que se había tomado una cerveza bien fría metida en una bañera caliente para olvidarse del día—, se encaminó hacia la cocina, cuando alguien llamó a la puerta. —Lárgate —farfulló—, quienquiera que seas, y no vuelvas. Quienquiera que fuera llamó de nuevo, y lo habría ignorado de no ser porque habló: —Abre, Meara. Sé perfectamente que estás ahí. Connor. Alzó la vista al techo, pero fue hacia la puerta. La abrió. —Me dispongo a pasar una noche tranquila, así que vete a otra parte. —¿Qué es eso de un incendio en casa de tu madre? —No ha sido nada. Lárgate, ya. Connor la miró con los ojos entrecerrados. —Tienes un aspecto espantoso. —Y eso era justo lo que necesitaba para que el día se jodiera del todo. Gracias. Se dispuso a cerrarle la puerta en las narices, pero él lo impidió con el hombro; cada uno de ellos empujando en la dirección contraria. Meara solía olvidar que ese hombre era más fuerte de lo que parecía. —Vale, vale, pues entra. De todas formas ya he perdido el día entero. —Te duele la cabeza y estás cansada y de mal humor. Antes de que pudiera esquivarlo, él le puso las manos en las sienes, las desplazó sobre su cabeza y bajó por la base del cráneo.

Y el punzante dolor se esfumó. —Ya me había tomado algo. —Esto hace efecto más rápido. —Además le frotó con suavidad los hombros, aliviándole la tensión—. Siéntate, quítate las botas. Voy a traerte una cerveza. —No te he invitado a una cerveza y a charlar. —El mal genio impreso en su voz después de que él le hubiera aliviado todos esos dolores la avergonzó. Y la vergüenza solo hizo que se pusiera de peor humor. Deseaba apoyar la cabeza sobre su hombro y respirar sin más. —No has comido, ¿verdad? —Acabo de llegar a casa. —Siéntate. Fue hasta la cocina, si se le podía llamar así. Había un fogón con dos fuegos, una rechoncha nevera, un roñoso fregadero y una encimera encastrados en el rincón de su salón, y satisfacía sus necesidades. Masculló ordinarieces entre dientes, pero se sentó y se quitó las botas mientras lo observaba trajinar con los ojos entrecerrados. —¿Qué buscas ahí? —La pizza congelada que siempre tienes será lo más rápido, y a mí tampoco me vendría mal comer algo. La sacó del envase y la metió en el horno. Y a diferencia de su madre, se acordó de poner el temporizador. Sacó un par de botellines de Harp, los abrió y volvió con ella. Luego le pasó una cerveza antes de sentarse a su lado y poner los pies sobre la mesa de centro, como si estuviera en su propia casa. —Vamos a empezar por el final. Tu madre. Un incendio en la cocina, ¿no? —Ni por asomo. Quemó un asado de cordero y, a juzgar por su reacción, cabría pensar que hubiera provocado un incendio que, de no extinguirse, hubiera acabado con el pueblo. —Bueno, a tu madre nunca se le ha dado bien cocinar. Meara sofocó una carcajada y tomó un trago de cerveza. —Es una cocinera pésima. No puedo entender por qué se le metió en la cabeza preparar una cena para Donal y su chica. Porque es lo adecuado — repuso en el acto—. En su mundo, es lo adecuado, y ella debe ser adecuada. Tiene piezas de Belleek, Royal Tara y Waterford por todas partes y finas cortinas de encaje irlandés en las ventanas. Y te juro que se viste para

arreglar el jardín o hacer la compra como si fuera a comer en un restaurante de cinco estrellas. Nunca tiene un pelo fuera de su sitio y jamás se le corre el pintalabios. Y no sabe cocer una patata sin armar un desastre. —Cuando hizo una pausa para beber, él le dio una palmadita en la pierna, pero no dijo nada—. Vive en una casa de alquiler apenas mayor que el cobertizo que había en la propiedad en que vivía con mi padre y echa la llave como si fuera una caja fuerte para protegerse de las bandas de ladrones y villanos que imagina que andan al acecho... y ni siquiera se le ocurre abrir una maldita ventana cuando tiene la casa llena de humo. —Entonces te llamó a ti. —A mí, por supuesto. No podía llamar a Donal, claro, porque él estaba en el trabajo y yo solo me dedico a jugar con los caballos. Cuando me viene en gana. —Exhaló un suspiro. »Sé que no tenía eso en mente, pero es lo que parece. Nunca ha tenido un trabajo. Se casó con mi padre cuando no era más que una cría y él se la llevó, le dio una bonita casa con servicio para atenderla y la colmó de lujos. Lo único que ella tenía que hacer era ser un bonito adorno para él y criar a sus hijos; recibir invitados, desde luego, pero eso también es ser un adorno bonito, y tenía a la señora Hannigan para que cocinase y a las criadas para ocuparse del resto. Cansada una vez más, contempló su cerveza. —Y entonces su mundo se derrumbó a su alrededor. No es de extrañar que sea una inútil con las cosas más prácticas. —Tu mundo también se vino abajo. —Es diferente. Yo era lo bastante joven como para adaptarme a las cosas, y no sentí la vergüenza que sintió ella. Os tenía a Branna, a Boyle, a Fin y a ti. Ella lo amaba. Amaba a Joseph Quinn. —¿Tú no, Meara? —El amor puede morir. —Bebió de nuevo—. El suyo no lo ha hecho. Tiene su foto en un marco de plata en su dormitorio. Cada vez que la veo me entran ganas de gritar a pleno pulmón. Él jamás volverá con ella; así que, ¿por qué habría de aceptarlo si lo hiciera? Pero lo haría. —No se trata de tu corazón, sino del suyo. —El suyo se aferra a una ilusión, no a la realidad. Pero tienes razón. Es el suyo, no el mío. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. —¿La has tranquilizado otra vez?

—He arreglado el estropicio..., el suelo de la cocina estaba empantanado con el agua de las patatas y con las patatas..., y ya puedo dar gracias de que se olvidara de encender el fogón en que las tenía puestas, porque así no he tenido que bregar con un segundo estropicio. Así que ahora irá a cenar al hotel Ryan con Donal y su novia. Connor le acarició el muslo. —A tu costa. —El dinero es lo de menos. Después he telefoneado a Maureen y me he desahogado con ella. Joder, le toca a ella. Mary Clare vive demasiado lejos. Pero desde casa de Maureen mi madre podría ver a Mary Clare y a sus nietos, así como volver por aquí de visita. Y mi hermano... Su mujer es estupenda, pero creo que a mi madre le resultaría más fácil vivir con su propia hija que con su nuera. Y Maureen tiene una habitación libre y un marido afable y tranquilo. —¿Qué es lo que quiere tu madre? —Ella quiere que vuelva mi padre, quiere la vida que conoció, pero como eso no va a pasar, será feliz con los niños. Se le dan bien los niños, los adora y tiene una paciencia infinita con ellos. Al final Maureen ha entrado en razón, al menos para hacer la prueba. Creo..., y te juro que es la pura verdad..., creo que será bueno para todos. Ella será una gran ayuda para Maureen con los chicos, y ellos la adoran. Será feliz viviendo allí, en una casa más grande y mejor, y lejos de donde hay demasiados recuerdos del pasado. —Por si te sirve de algo, creo que tienes razón. Meara suspiró de nuevo, tomando otro trago de cerveza. —Sí que me sirve. No es una persona que lleve bien el vivir sola. Donal necesita empezar con su vida. Yo necesito tener la mía. Maureen es la respuesta, y solo le reportará beneficios tener a su propia madre cuidando de los niños cuando quiera salir por ahí. —Es un buen plan para todos. —Le dio unas palmaditas en la mano, levantándose cuando sonó el temporizador—. Ahora pizza para todos, y tú puedes contarme qué es todo eso de Cabhan. No era la velada que había imaginado, pero sintió que se relajaba a pesar de todo. La pizza que se tomó sentada en el sillón del salón llenó el agujero en el estómago que no se había percatado que tenía hasta que no dio el primer bocado. Y la segunda cerveza le entró sin problemas. —Como le conté a Branna, todo era tenue, como un sueño. Ahora

entiendo a qué se refería Iona cuando le pasó a ella el invierno pasado. Es como si flotaras y no estuvieras del todo dentro de tu cuerpo. El frío — murmuró—. Se me había olvidado. —¿El frío? —Antes, justo antes. Se levantó frío de repente. Hasta saqué los guantes del bolsillo. Y el viento arreció. La luz cambió. Habíamos tenido una mañana soleada, tal y como habían pronosticado, pero se volvió plomiza. Creo que las nubes taparon el sol, pero... —Volvió la vista atrás, con la mente despejada, para intentar ver cómo había sido—. Sombras. Había sombras. ¿Cómo podía haber sombras sin sol? Se me había olvidado y no se lo he contado a Branna. Supongo que estaba demasiado tensa. —No pasa nada. Me lo estás contando a mí ahora. —Las sombras se movían conmigo y dentro de ellas tenía calor..., pero no era verdad, Connor. Me estaba helando a pesar de que yo pensaba que estaba caliente. ¿Tiene sentido? —Si lo que quieres decir es si lo entiendo, sí que lo entiendo. Su magia es tan fría como negra. El calor era un truco dirigido a tu mente, lo mismo que el deseo. —El resto fue como ya te he contado. Él dijo mi nombre y yo estaba allí de pie, a punto de apartar las enredaderas con la mano; deseaba entrar con todas mis fuerzas, deseaba responder a la llamada de mi nombre. Y Roibeard y Kathel acudieron en mi auxilio. —Si te apetece volver a casa del trabajo dando un paseo, o cuando salgas de visita guiada con tus clientes, mantente tan alejada como puedas de esa zona. —Lo haré, por supuesto. Es la fuerza de la costumbre lo que me lleva allí, y las costumbres pueden abandonarse. Branna me ha hecho un amuleto, igual que Iona. Y luego Fin me ha dado otro más. Connor se metió la mano en el bolsillo y sacó una pequeña bolsa. —Lo mismo que yo. —A este paso voy a tener los bolsillos a reventar de bolsas mágicas. —Haz lo siguiente: coloca una cerca de tu puerta aquí y una en tu camión, otra cerca de tu cama; mientras duermes eres vulnerable. Y la última llévala en el bolsillo. —Le puso la bolsa en la mano y le cerró los dedos sobre ella—. Siempre, Meara. —De acuerdo. Es un buen plan. —Y lleva esto.

Del bolsillo sacó un largo cordón de cuero que tenía ensartadas cuentas pulidas. —Es precioso. ¿Por qué he de llevarlo? —Lo hice cuando no tenía más de dieciséis años. Es calcedonia azul, algo de jaspe y algo de jade. La calcedonia protege de la magia negra y el jade es útil para protegerse de un ataque psíquico, que es justo lo que tú acabas de sufrir. Es bueno tener jaspe a mano como piedra protectora. Así que póntelo, ¿quieres? —De acuerdo. —Se lo metió por la cabeza—. Te lo devolveré cuando le hayamos puesto fin a esto. Está muy bien hecho —agregó, estudiándolo—. Pero siempre has sido hábil con las manos. —Hizo una mueca para sus adentros en cuanto las palabras abandonaron su boca—. Bueno, eso resume las luces y las sombras de mi día, y agradezco la pizza..., aunque sea de mi propio congelador. Se dispuso a levantarse para recoger los platos, pero él le puso la mano en el brazo y la hizo sentarse de nuevo. —Aún no hemos llegado al principio, ya que hemos ido de atrás hacia delante. Y eso nos lleva a la noche pasada. —Ya te dije que no tenía importancia. —Lo que me dijiste era una sandez. El tono tranquilo, casi alegre, de su voz hacía que Meara sintiera ganas de despotricar contra él, de modo que mantuvo el suyo firme adrede. —Ya he tenido bastante agitación por hoy, Connor. —Pues vamos a quitárnoslo de encima de una vez. Somos amigos, ¿no, Meara? —Lo somos, y eso es justo lo que quiero dejar claro. —No te di un beso de amigo cuando me sobrepuse a la sorpresa inicial. Ella se encogió de hombros para demostrar lo poco que significaba todo... y deseó dejar de sentir ese aleteo en el estómago. Daba la sensación de que se había tragado una colonia de mariposas en vez de media pizza precocinada. —De haber sabido que un beso iba a hacerte perder el sueño de esa manera, no habría pasado. —Un hombre que no pierda el sueño después de un beso así tendría que llevar muerto seis meses. Y apuesto a que, aun así, sentiría algo. —Eso solo significa que se me da bien. Connor esbozó una sonrisa.

—No voy a discutir tus habilidades. Lo que digo es que no fue un beso de amigos, ni tampoco fruto de la angustia. No solo de eso. —Así que también había un poquito de lujuriosa curiosidad. Eso no es ninguna sorpresa, ¿no? Somos adultos, somos humanos, y habíamos vivido una situación muy extraña. Tuvimos un rápido y ardiente roce, y ya está. Él asintió como si reflexionara acerca de su argumento. —Eso tampoco te lo discutiría si no fuera por un detalle. —¿Qué detalle? Se movió tan rápido que Meara no tuvo ni un instante para prepararse. La levantó para cambiar la posición y reclamó su boca. Otro ardiente roce, rápido, profundo y letal para los sentidos. Una parte de su mente decía que le diera un puñetazo y pusiera las cosas en su sitio, pero el resto estaba demasiado ocupado devorando lo que él le daba. Entonces Connor le tiró de la trenza, un viejo gesto de afecto, sus labios se separaron y sus rostros permanecieron próximos. Tanto que aquellos ojos que conocía tan bien como los suyos adquirieron tonalidades verdes más profundas y oscuras, con pequeñas motas doradas. —Este detalle. —No es más que... —Se arrimó, no pudo resistirse, y sintió que el corazón de Connor latía desaforado contra el suyo— ... algo físico. —¿De veras? —De veras. —Se obligó a retirarse, luego a ponerse en pie; era un poco menos peligroso si había cierta distancia—. Y, además, Connor, tenemos que pensar, los dos tenemos que pensar. Somos amigos y siempre lo hemos sido. Y ahora formamos parte de un círculo que no puede peligrar. —¿Qué peligro hay? —Si tenemos sexo... —Una idea genial. Yo me apunto. Aunque Meara negó con la cabeza, no pudo evitar reír. —Tú te apuntarías a todas horas. Pero ahora se trata de ti y de mí, ¿y qué pasa contigo y conmigo si hay complicaciones y la clase de tensiones que pueden darse, que se dan cuando el sexo entra en escena? —Si se hace bien, el sexo alivia las tensiones. —Durante un rato. —Aunque, pensándolo bien, con Connor el alivio sería mayúsculo—. Pero podríamos causar más; entre nosotros, entre los demás, cuando menos podemos permitírnoslo. Tenemos que concentrarnos en lo que hay que hacer y dejar las complicaciones personales a un lado

todo lo posible. Tan relajado como siempre, Connor cogió su cerveza y la apuró de un trago. —La que habla es tu ajetreada cabecita, que siempre está pensando qué va pasar a continuación y no deja descansar al resto de tu persona. —Un momento da lugar a otro. —Exacto. Así que, si no lo disfrutas antes de que pase, ¿qué sentido tiene nada? —El sentido es pensar con claridad y estar preparado para el siguiente... y el siguiente después de ese. Y tenemos que pensar en todo esto y hacerlo bien. No podemos irnos a la cama porque a los dos nos pique. Os aprecio demasiado a ti y a los demás como para hacer eso. —No hay nada que puedas hacer, nada de nada, que haga que mi amistad se tambalee. Ni siquiera decirme que no a esto cuando quieres decir que sí más que... Bueno, aún más que yo. —Él también se puso en pie—. Así que vamos a pensarlo bien, a darle un poco de tiempo y a ver qué sentimos. —Es lo mejor, ¿verdad? Solo necesitamos tiempo para que esto se enfríe, para pensar con claridad y así no precipitarnos siguiendo un impulso que podríamos lamentar. Los dos somos demasiado listos y formales. —Pues entonces eso haremos. Le ofreció una mano para sellar el pacto. Meara la aceptó y se la estrechó. Entonces se quedaron allí de pie, sin apartarse, sin acercarse ni soltarse la mano. —Ay, joder. No vamos a pensar nada, ¿verdad? Connor se limitó a sonreír de oreja a oreja. —Esta noche no. Y se abalanzaron el uno sobre el otro.

10 Forcejear de forma apasionada no era el estilo de Connor, pero aquello era algo tan... explosivo que perdió el ritmo y el estilo. Se agarró a lo que pudo, tomó cuanto le fue posible. Y había mucho de ella, de su alta y voluptuosa amiga. Prácticamente le arrancó la camisa buscando más. Ya no iban a detenerse, pues ahí regían necesidades e impulsos que iban más allá de la cautela y el pensamiento racional. Ese era el momento, y el siguiente y el otro tendrían que esperar. Debía saciar aquel nuevo y ávido deseo por ella, solo por ella. Pero no de pie en su salón ni rodando por el suelo, comprendió Connor. De modo que la cogió en brazos. —Ay, Señor, no intentes llevarme en brazos. Te partirás la espalda. —Mi espalda es muy fuerte. —Volvió la cabeza para buscar su boca mientras la llevaba al dormitorio. Locos, pensó Meara. Los dos se habían vuelto completamente locos. Y le importaba una mierda. Connor la llevó en brazos, y aunque su propósito, y el de ella, era darse prisa, resultaba perdidamente romántico. Si se tropezaba, bueno, terminarían las cosas allí donde cayeran. Pero no se tropezó. Se dejó caer en la cama con ella de modo que los muelles chirriaron y cedieron con un gruñido para acogerlos en un hueco del colchón y la colcha. Y aquellas manos, aquellas manos mágicas y hermosas comenzaron a moverse. Meara usó las suyas para tirar y empujar las distintas prendas hasta que, alabado fuera Dios, por fin encontró piel. Caliente, suave, con los músculos firmes y duros de un hombre que los ejercitaba. Rodó con él, esforzándose igual que él por eliminar todas las barreras. —Jodida ropa —farfulló Connor, haciéndola reír mientras ella trataba de desabrocharle el cinturón. —Los dos trabajamos al aire libre. —Menos mal que merece la pena desvestirte. Ah, ahí estáis —murmuró, y se llenó las manos con sus pechos desnudos. Turgentes, suaves y generosos. Hermosos, abundantes. Podría escribir una oda ensalzando el esplendor de los pechos de Meara Quinn. Pero por el

momento solo deseaba tocarlos, saborearlos. Y sentir cómo su corazón emprendía el galope ante el roce de sus dedos, sus labios, su lengua. Solo faltaba... Prendió una luz en la oscuridad, un suave y pálido resplandor dorado como su piel. Cuando los ojos de Meara se enfrentaron a los suyos, Connor esbozó una sonrisa. —Quiero verte. Bella Meara. Ojos de cíngara, cuerpo de diosa. La tocó mientras hablaba. Ya no con ansia; había recuperado su ritmo. ¿Por qué apresurar algo tan placentero cuando podía alargarlo? Podía pasar media vida dándose un festín con sus pechos. Y estaban sus labios, suaves y carnosos..., e impacientes contra los suyos. Y sus hombros, fuertes, capaces. La sorprendente dulzura de su largo cuello. Ahí, justo ahí, bajo su mandíbula, era tan sensible que se turbó cuando la besó. Le encantaban sus reacciones —se estremecía, contenía la respiración, dejaba escapar un gemido gutural— mientras él se aprendía su precioso cuerpo centímetro a centímetro. En la calle alguien profirió un saludo un tanto ebrio, seguido por una risa estentórea. Pero allí, en aquel nido de la cama, solo había suspiros, murmullos y el quedo chirrido de los muelles debajo de ellos. Meara se percató de que él había tomado las riendas. No sabía cómo había pasado, ya que nunca se las había entregado a nadie. Pero en algún momento entre la prisa y la impaciencia se las había entregado a él. Sus manos la recorrían como si dispusiera de siglos para acariciarla, para demorarse en ella. Prendieron pequeños fuegos a lo largo del camino, hasta que su cuerpo parecía resplandecer de calor, refulgir bajo la piel como la luz que él había conjurado. Adoraba su tacto, su larga espalda, las caderas estrechas, las ásperas palmas de un trabajador. Olía a bosque, a tierra y a libertad, y su sabor — sus labios, su piel— era igual. Sabía a hogar. La tocó donde ansiaba ser tocada, la saboreó donde anhelaba sentir sus labios. Y halló otros lugares secretos que Meara había ignorado que deseaba que les prestaran atención. El pliegue del codo, las corvas, el interior de las muñecas. Le murmuró dulces palabras que le llegaron al corazón. Otra luz que resplandecía. Parecía saber cuándo el resplandor se convertía en un pálpito y el

pálpito, en imperiosa necesidad. De modo que atendió esa necesidad, aumentando más y más el placer antes de desbordarla y llevarla al clímax. Débil por su causa, aturdida por la avalancha y el caudal, se aferró a él y trató de enderezarse. —Un momento. Dame un momento. —Ahora —le dijo Connor—. Ha de ser ahora. Y se deslizó en su interior. Tomó su boca igual que la tomó a ella, de manera profunda y pausada. Tiene que ser ahora, pensó de nuevo. Pues Meara estaba abierta a que él la llenara. Caliente y húmeda para él. Su gemido, una bienvenida; sus brazos, fuertes sogas para aferrarle con fuerza. Salió a su encuentro, rodeándolo con sus largas piernas. Se movió con él, como si se hubieran unido así, justo así, durante más de cien vidas. La contempló a la luz del resplandor que él había creado, que se alimentaba ahora de lo que hacían juntos. «Dubheasa.» Belleza morena. La observó hasta que lo que hacían lo dominó y el placer se volvió tan profundo como sus ojos negros. En la oscuridad y en la luz, Connor se entregó a ella igual ella se había entregado a él. Y dejó que Meara lo llevara consigo.

Meara estaba tendida, disfrutando. Una vez aceptó que estaba practicando sexo con Connor había esperado un polvo divertido. En cambio la había... atendido, complacido, incluso seducido, y con delicadeza. Y no tenía la más mínima queja. Ahora sentía su cuerpo relajado y débil de mil adorables maneras. Sabía que a Connor se le daría bien —Dios, sabía que tenía práctica—, pero no había imaginado que fuera brillante. De modo que en esos momentos podía suspirar con absoluta satisfacción, con la mano descansando sobre su impresionante trasero. Justo cuando dejó escapar un suspiro, se le pasó por la cabeza que era imposible que hubiera estado a la altura. La había pillado por sorpresa, pensó, y sin duda no había hecho su mejor actuación..., por así decirlo. ¿Era esa la razón de que él estuviera tumbado encima de ella como si estuviera muerto?

Movió la mano, sin saber qué decir o qué hacer. Connor se agitó. —Supongo que quieres que me baje de encima de ti. —Ah... Bueno. Rodó a un lado, tumbándose boca arriba. Al ver que él no decía nada, Meara se aclaró la garganta. —Y ahora, ¿qué? —Estoy pensando —dijo— que una vez que me tome un respiro, lo haremos otra vez. —Puedo hacerlo mejor. —¿Mejor que qué? —Mejor de lo que lo he hecho. Me has pillado por sorpresa. Connor le acarició el costado con el dedo de manera perezosa. —Si lo hubieras hecho mejor, necesitaría tomarme un respiro de semanas. Sin saber qué significaba eso con exactitud, se incorporó lo suficiente para verle la cara. Dado que sabía qué aspecto tenía un hombre satisfecho, se relajó de nuevo. —Así que ha estado bien para ti. Connor abrió los ojos y los clavó en los de ella. —Estoy pensando en cómo responder a eso, porque si te digo la verdad, puede que me digas «Como todo ha ido tan bien, se acabó por esta noche». Y te deseo de nuevo aun antes de haber recuperado el aliento. —Deslizó un brazo debajo de ella y la atrajo contra sí de modo que quedaron nariz con nariz—. Bueno, ¿ha estado bien también para ti? —Estoy pensando en cómo responder a eso —repitió Meara, haciéndole sonreír. —He echado de menos verte desnuda. —No me has visto desnuda antes de esta noche. —No es posible que te hayas olvidado de la noche en que Branna, Boyle, Fin, tú y yo nos escapamos para ir a nadar al río. —Nunca... Ah, eso. —Contenta, enredó las piernas con las de él—. ¡No tenía más de nueve años, mamonazo! —Pero estabas desnuda igualmente. He de decir que te has desarrollado muy bien. —Le acarició la espalda, descendiendo sobre su trasero y dejando allí la mano—. Pero que muy bien. —Y tú, si la memoria no me falla, eras un palillo. También te has

desarrollado muy bien. Aquella noche lo pasamos genial. —Recordó—. Acabamos congelados, pero fue la monda. Qué inocentes éramos todos; no teníamos ni una sola preocupación en el mundo. Pero él debía de estar vigilándonos incluso entonces. —No. —Connor le puso el dedo sobre los labios—. No lo traigas aquí; esta noche no. —Tienes razón. —Le acarició el pelo—. ¿Cuántos que hayan vivido todos esos años juntos y compartan tantos recuerdos crees tú que están donde estamos nosotros esta noche? —Imagino que no muchos. —No podemos perder eso, Connor. No podemos perder lo que somos el uno para el otro, para Branna, para todos. Tenemos que jurarlo. No perderemos ni una pizca de la amistad que siempre hemos tenido pase lo que pase. —Entonces yo te lo juro a ti y tú me lo juras a mí. —Tomó su mano, entrelazando los dedos con los de ella—. Un juramento sagrado que jamás se ha de romper. Siempre hemos sido amigos y siempre lo seremos. Meara vio la luz resplandecer entre sus dedos unidos y sintió su calor. —Te lo juro. —Y yo te lo juro a ti. —Le besó los dedos, luego la mejilla y, por último, los labios—. Debería decirte algo más. —¿De qué se trata? —Ya he recuperado el aliento. Y cuando ella rió, Connor se colocó de nuevo encima de Meara.

Había desayunado con él antes un sinfín de veces. Pero nunca en la pequeña mesa de su apartamento... y nunca después de ducharse con él. Meara resolvió que Connor podía considerarse afortunado de que hubiera comprado unos ricos cruasanes en la cafetería cuando había ido a por el postre para la cena de su madre. Para acompañarlos había preparado lo de costumbre —gachas de avena — mientras él se ocupaba del té, ya que no tenía café en la despensa. —Esta noche nos reunimos —le recordó, y mordió un cruasán—. Están buenísimos. —Sí que lo están. No voy a menudo por la cafetería porque compraría una docena de cada cosa. Iré a tu casa directamente desde el picadero —

agregó—. Y ayudaré a Branna a cocinar si puedo. Está bien que nos reunamos con regularidad ahora, aunque no creo que a ninguno se nos ocurra de repente la genial idea de qué hacer y cuándo hacerlo. —Bueno, estamos pensando, y lo hacemos juntos, así que algo se nos ocurrirá. —Connor lo creía así, y los cruasanes sirvieron para aumentar su optimismo—. ¿Por qué no te llevo al picadero de camino al trabajo y luego te recojo cuando hayamos terminado? Así ahorraremos combustible, y me parece una tontería que los dos nos llevemos el camión. —Entonces tendrías que llevarme a casa después. —Esa era la parte astuta de mi plan. —Alzó su taza de té como si hiciera un brindis—. Te traeré y me quedaré contigo otra vez si te parece bien. O podrías quedarte tú en mi casa. Se tomó el té, que Connor había hecho tan fuerte como para romper piedras. —¿Qué pensará Branna de esto? —Lo averiguaremos muy pronto. No se lo ocultaríamos aunque pudiéramos. Cosa que no podríamos hacer —añadió, encogiéndose de hombros como si tal cosa—, ya que ella lo sabría. —Todos tienen que saberlo. —Meara decidió que no tenía sentido ser discretos—. Es lo correcto. No solo porque somos amigos y familia, sino porque somos un círculo. Lo que somos unos para otros... eso es el círculo, ¿no? Connor estudió su cara mientras ella se echaba gachas en un cuenco. —No debería preocuparte, Meara. Tenemos derecho a estar juntos mientras ambos queramos. Nadie que nos quiera pensará ni considerará lo contrario. —Es cierto. Pero en cuanto a mi otra familia..., la de sangre..., preferiría no meterla en esto. —Eso lo decides tú. —No es que me avergüence, Connor; no debes pensar eso. —No lo pienso. —Enarcó las cejas mientras metía la cuchara en las gachas de Meara y se la llevaba a la boca a ella—. Te conozco, ¿no es así? Y conociéndote, ¿por qué iba a pensar tal cosa? —Esa es una ventaja entre nosotros. Es que mi madre empezaría a agobiarse y a invitarte a cenar. No podría soportar otro estropicio en la cocina tan pronto después del último... y mis finanzas no pueden sobrellevar una cuenta mayor en el hotel Ryan. De todas formas pronto se

irá a visitar a Maureen..., y a menos que sea otro desastre, será una mudanza permanente. —La echarás de menos. —Me gustaría tener la posibilidad de hacerlo. —Resopló, pero se comió las gachas antes de que a él se le metiera en la cabeza darle de comer de nuevo—. Y eso parece mezquino, pero es la pura verdad. Creo que lo pasaría mejor con ella si hubiera cierta distancia. Y... —¿Y? —Hubo un momento ayer, mientras corría hacia allí sin saber qué iba a encontrarme... De repente pensé, ¿y si Cabhan la había atacado igual que había hecho conmigo? Fue una tontería, ya que no tenía razones para hacerlo, y nunca las tendrá. Pero además de eso pensé en lo que tú dijiste, que te sentías mejor sabiendo que tus padres estaban lejos de esto. Estaré más tranquila sabiendo eso de mi madre. Esto hemos de hacerlo nosotros. —Y lo haremos.

Connor la dejó en el picadero y luego dio la vuelta hacia su casa para cambiarse la ropa del día anterior. Encontró a Branna ya levantada; no estaba vestida aún, pero se estaba tomando su café, con el libro de hechizos de Sorcha abierto ante ella una vez más. —Vaya, buenos días, Connor. —Buenos días, Branna. Lo estudió por encima del borde de su taza. —¿Y cómo está nuestra Meara en esta bonita mañana? —Está bien. Acabo de dejarla en el picadero, pero quería cambiarme de ropa antes de ir a trabajar. Y quería ver qué tal estabas. —Estoy perfectamente, aunque puedo decir que tú pareces estar aún mejor. Imagino que ya has desayunado. —Sí, ya lo he hecho. —Pero le gustaba la pinta de las relucientes manzanas verdes que ella había colocado en un frutero, de modo que cogió una—. ¿Te molesta esto, Branna? ¿Qué Meara y yo estemos juntos? —¿Por qué iba a molestarme si os quiero a los dos y os he visto a ambos eludir durante años lo que, gracias a mi brillante cerebro, deduzco que sucedió anoche? —Nunca había pensado en ella de esa forma antes de... Antes.

—Sí que lo hacías, pero te decías a ti mismo que no debías, lo cual es muy diferente. Jamás le harías daño. —Claro que no se lo haría. —Y ella no tiene intención de hacerte daño a ti. —Lo que era algo muy distinto, pensó Branna—. El sexo es poderoso, y creo que aumentará la fortaleza y el poder del círculo. —Es evidente que deberíamos habernos acostado antes. Branna profirió una carcajada. —Los dos teníais que estar dispuestos. ¿Practicar sexo solo para obtener poder? Es un acto egoísta y que a la larga resulta perjudicial. —Puedo prometerte que los dos estábamos dispuestos. —Mordió la manzana, tan ácida y crujiente como parecía—. Y estoy pensando que anoche te dejé sola. —No me ofendas. —Branna restó importancia a eso—. Soy más que capaz de cuidar de mí misma y de nuestra casa, como tú bien sabes. —Lo sé. —Cogió la cafetera para llenarle la taza a su hermana—. Y aun así no me gusta dejarte sola. —He aprendido a tolerar una casa llena de gente, e incluso a disfrutar de ello. Pero tú me conoces y sabes cuánto valoro estar sola en una casa en silencio. —Dado que yo cambiaría tolerar por valorar y viceversa, a veces resulta asombroso que tengamos los mismos padres. —Es posible que a ti te dejaran en la puerta y te acogieran por pena. Pero resulta muy útil tenerte cerca cuando gotea un grifo o chirría una puerta. Connor le tiró del pelo y le dio un mordisco a la manzana. —De todas formas no puedes pedirnos que te demos esa quietud y soledad con demasiada frecuencia hasta que esto haya terminado. —Claro que no os lo voy a pedir. Voy a preparar estofado de ternera al vino tinto para esta noche. Él enarcó las cejas. —Qué sofisticado. —Me apetece algo sofisticado, y tú ocúpate de que alguien traiga vino tinto en grandes cantidades. —Yo me encargo. —Arrojó el corazón de la manzana al cubo para preparar abono, se acercó a ella y la besó en la coronilla—. Te quiero, Branna.

—Lo sé. Ve a cambiarte de ropa antes de que llegues tarde a trabajar. Cuando se marchó, ella se quedó sentada mirando por la ventana con la vista perdida. Deseaba que Connor fuera feliz más aún de lo que deseaba la felicidad para sí misma. Y, sin embargo, saber que iba camino de encontrar lo que él aún ignoraba que deseaba hacía que se sintiera dolorosamente sola. Kathel lo percibió, de modo que se levantó de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en su regazo. Así pues se quedó ahí sentada, acariciando al perro, y retomó la atenta lectura del libro de hechizos.

Iona entró en el guadarnés, donde Meara estaba organizando el equipo necesario para su primera ruta guiada de la mañana. —Habrá que darle otro repaso a todo esto en breve —dijo Meara con aire alegre—. Tengo un grupo de cuatro, dos hermanos y sus respectivas mujeres, que han venido a Ashford para una gran boda familiar el fin de semana. La sobrina va a casarse en la abadía de Ballintubber, donde Boyle y tú os casaréis la próxima primavera, y luego celebrarán la recepción en Ashford. —Connor y tú os habéis acostado. Meara levantó la vista, y mientras parpadeaba de forma teatral, comenzó a palparse por todas partes. —¿Es que llevo un letrero? —Llevas toda la mañana sonriendo y canturreando. —Todo el mundo sabe que soy capaz de sonreír y canturrear sin tener sexo antes. —No cantas continuamente mientras estás quitando excrementos de las casillas. Y pareces muy relajada, realmente relajada, y después del día que tuviste ayer no lo parecerías si no hubieras tenido sexo. Y como besaste a Connor, has tenido sexo con él. —Se sabe que algunas personas se besan y no tienen sexo. Pero bueno, ¿tú no tenías que dar clase? —Dispongo de cinco minutos, y esta es la primera vez que consigo pillarte a solas. A menos que quieras que Boyle lo sepa. Fue maravilloso, fue bueno, o no parecerías tan feliz. —Fue maravilloso y bueno, y no es un secreto. Connor y yo estamos de acuerdo..., somos un círculo y algo como esto puede cambiar las cosas,

aunque no lo hará..., en que todos debéis saber que estamos juntos. Ahora mismo. —Cogió las riendas, el bocado, la silla y el avío—. Lo estamos. —Hacéis buena pareja... Tú eres feliz —agregó Iona, cogiendo más aperos y siguiendo a Meara afuera—. Hacéis muy buena pareja. ¿Por qué has dicho ahora mismo? —Porque ahora mismo es ahora mismo, y ¿quién sabe qué pasará mañana? Boyle y tú podéis mirar al futuro; los dos estáis hechos de esa forma. —Fue a la casilla de Maggie, la yegua que había elegido para una de las mujeres—. Yo soy más de ir día a día en este tipo de asuntos. —¿Y Connor? —Nunca lo he visto ser de otro modo en ningún asunto. Eso es para César. Déjalo ahí y yo me ocuparé. Tú tienes clase. —Al menos dime una cosa: ¿fue romántico? —Eres una blandengue, Iona, pero puedo decirte que sí. Y eso fue algo inesperado y muy bonito. —Durante un instante, un solo instante, apoyó la mejilla contra el suave cuello de Maggie—. Creía que, bueno, que una vez quedara claro que íbamos a seguir adelante nos limitaríamos al aquí te pillo, aquí te mato. Sin embargo... Connor hizo resplandecer la habitación. Y a mí con ella. —Es precioso. —Iona se acercó y la abrazó con fuerza—. Sencillamente precioso. Ahora yo también estoy contenta. Iona sacó de la casilla a Alastar, su gran y hermoso caballo gris, ya ensillado y a la espera, y lo condujo al cercado. Y esbozó una sonrisa al oír cantar otra vez a Meara. —Está enamorada —le susurró al animal, y le frotó el fuerte cuello—. Solo que aún no lo sabe. —Rió cuando Alastar le dio con el morro—. Ya sé que también se ha ruborizado un poco. Yo también lo he visto. Meara se puso a tararear mientras llevaba a los caballos al potrero y luego enrolló las riendas en la valla. Al girarse para volver a por el último divisó a Boyle, que ya se aproximaba con Rufus. —Gracias. Como Iona tiene clase, voy a llevar al grupo al potrero durante un rato para asegurarme de que tienen tanta experiencia como dicen antes de comenzar. —Levantó la vista—. Hace buen día, ¿no? Es genial que hayan reservado una hora entera. —Y acaban de telefonear para reservar otro grupo de cuatro para mediodía. Esta boda nos los está trayendo. —También puedo ocuparme de ese grupo. —Tenía energía de sobra para

cabalgar, limpiar y atender a los animales todo el día y la mitad de la noche—. Estoy en deuda por haberme tomado tanto tiempo ayer. —No vamos a empezar con te debo esto, te debo aquello —replicó—, pero sería de agradecer si pudieras, ya que Iona tiene dos para las diez y media y Mick tiene una clase a las once, y como Patty ha ido al dentista y Deborah está ocupada para la una en punto, andamos un poco apurados. Aun así podría ocuparme yo mismo. —Tú detestas hacer las rutas guiadas, y a mí no me importa encargarme. —Le dio una palmadita en la mejilla, que hizo que él la mirara con seriedad. —Estás tú muy alegre esta mañana. —¿Y por qué no iba a estarlo? —replicó mientras cuatro personas se encaminaban a las cuadras—. Por fin tenemos un día soleado, mi madre va a quedarse con Maureen una larga temporada, y hay muchas posibilidades de que sea algo permanente, y anoche tuve sexo ardiente y centelleante con Connor. —Es bueno que tu madre se quede con... ¿Qué? Meara tuvo que reprimir un bufido al ver que Boyle se quedaba boquiabierto. —Tuve sexo con Connor anoche y también esta mañana. —¿Has...? —Su voz se apagó y se metió las manos en los bolsillos en un gesto tan típico de Boyle que no pudo resistirse a darle otra palmadita en la mejilla. —Sospecho que él también está alegre, pero puedes preguntárselo tú mismo cuando tengas ocasión. Ustedes son los McKinnon, ¿verdad? — afirmó Meara alzando la voz al echar a andar, con una sonrisa perpetua, para recibir a su grupo de la mañana. Con el papeleo ya cumplimentado, y haciendo caso omiso de las miradas inquisitivas de Boyle, no tardó en tener al grupo vestido y montado. —Bien, veo que saben qué tienen entre manos —les dijo después de que hubieran montado y trotado por el potrero. A continuación les abrió la puerta y se montó en Queen Bee—. Han elegido una mañana estupenda, y no hay mejor forma de ver lo que van a ver que a caballo. Bueno, ¿están disfrutando de su estancia en Ashford? —preguntó, iniciando una charla desenfadada mientras se los llevaba del picadero. Respondió a sus preguntas, los dejó hablar entre ellos, girándose en la silla de vez en cuando solo para comprobar que todo iba bien...y para

hacerles saber que contaban con su atención. Era maravilloso cabalgar por el bosque con el cielo azul sobre su cabeza, con los terrenales olores del otoño meciéndose en la suave y agradable brisa, pensó. Los olores le recordaron a Connor, y su sonrisa se iluminó en el acto. Y ahí estaba él, caminando con su grupo durante una salida para cazar con halcones. Llevaba un chaleco de bolsillos, pero no gorra, de modo que su pelo danzaba en torno a su cara, agitado por esa suave y agradable brisa. Él le brindó una sonrisa mientras cebaba el guante de su cliente y la esposa de este preparaba la cámara. —¿Son familia suya? —preguntó Meara cuando su grupo y el de Connor se saludaron. —Primos..., por parte de nuestros maridos. —La mujer, Deidre, se adelantó para cabalgar al lado de Meara durante un momento—. Nosotros también hemos hablado de probar el paseo con halcones. —Claro, y deberían hacerlo. Es una experiencia maravillosa que llevarse consigo. —¿Todos los cetreros están como ese? —Oh, ese es Connor, que dirige la escuela. Y es único. —He tenido sexo con él antes de desayunar, pensó, y le dedicó una sonrisa mientras continuaba la ruta con su grupo. —Connor. —Oyó decir a la mujer cuando volvió a rezagarse, dejando a Meara al frente—. Jack, deberíamos reservar un paseo con halcones. Dadas las circunstancias, Meara no podía culparla. Los condujo a lo largo del río, disfrutando con ellos, disfrutando del paseo. Luego se internó en el follaje donde las sombras se espesaban, y salió de nuevo a donde el cielo azul brillaba entre los árboles. Cuando se disponía a dar la vuelta, vio al lobo. Solo una sombra entre las sombras, con las patas cubiertas por la niebla. La piedra que llevaba al cuello centelleaba como un ojo aun cuando el lobo parecía agitarse como el humo. Su yegua se estremeció. —Tranquila —murmuró, con la vista fija en el animal salvaje mientras acariciaba el cuello de Queen Bee—. Estate preparada y los demás te seguirán. Eres la reina, ¿recuerdas? El lobo los siguió, sin acercarse. Los pájaros ya no cantaban en el bosque; las ardillas ya no correteaban

por las ramas. Meara se sacó el colgante que Connor le había dado de debajo del jersey y lo alzó un poco para que las piedras brillaran bajo la luz. El grupo charlaba a su espalda, ajeno a todo. El lobo le mostró los dientes; Meara apoyó la mano sobre el cuchillo que llevaba en el cinturón. Si se acercaba, lucharía con él. Protegería a la gente a la que guiaba, a los caballos y a sí misma. Lucharía. El halcón descendió... del cielo, a través de los árboles. Meara parpadeó y la sombra del lobo desapareció. —¡Oh, ahí hay uno de los halcones! —Deidre señaló a la rama en que el ave estaba posada, con las alas plegadas—. ¿Se ha escapado? —En absoluto. —Meara se serenó, recuperó su sonrisa y se giró en la silla—. Es Roibeard, que pertenece a Connor, y se está divirtiendo un poco antes de volver a la escuela. Se llevó la mano al colgante otra vez y salió del bosque sin más percances.

11 Connor fue al picadero en cuanto pudo escaparse. Demasiada gente alrededor como para hablar, decidió de inmediato, pero mientras Meara charlaba con un grupo con el que acababa de regresar, al menos sabía dónde estaba y qué hacía. Localizó a Boyle en las cuadras, almohazando a César. —Un día ajetreado —comentó Boyle—. Esta boda nos ha traído casi más clientela de la que podemos ocuparnos. —Igual que a nosotros. Estamos realizando los dos últimos paseos del día ahora mismo. —Nosotros también tenemos dos rutas en curso, aunque Meara llegará de un momento a otro. —Acaba de llegar. —Connor acarició al gran castrado mientras Boyle lo cepillaba—. ¿Puedes prescindir de ella o aún la necesitas hoy? —Todavía nos queda alimentar a los caballos, e Iona está en el establo grande dando clase. —Así que ¿estará cerca? Entonces me voy corriendo a la escuela a terminar mi trabajo. ¿Fin está con Iona? —Está en casa, si a eso te refieres, listo para llevarla a la tuya cuando hayamos terminado. —Boyle dejó la almohaza al escuchar el tono de Connor—. Estás preocupado. ¿Qué sucede? —Cabhan. Hoy ha aparecido y ha acechado a Meara durante su ruta. Y un poco a mí. No ha pasado nada —dijo Connor cuando Boyle maldijo—. Y no estaba del todo aquí..., no del todo físicamente. —¿Estaba o no estaba? —exigió Boyle. —Estaba, pero era más bien una sombra. Es algo nuevo de lo que tendremos que hablar esta noche cuando nos reunamos. Pero me quedaría más tranquilo si supiera que estás con ella hasta que yo haya terminado. —La mantendré conmigo. —Boyle sacó su móvil—. Y me aseguraré de que Fin hace lo mismo con Iona. ¿Y Branna? —Roibeard está pendiente de todo, y Merlín está con él. Pero me sentiré mejor cuando los seis estemos juntos en casa.

Tardó casi una hora en dejar atendidas a las aves y resolver parte del

papeleo que Kyra le había dejado adrede en su mesa. Le llevó más tiempo añadir otra capa de protección en torno a la escuela. Cabhan había entrado en el picadero una vez. Podría intentarlo con los halcones. Cuando hubo terminado todo lo que había pendiente y cerrado a cal y canto, el día ya había perdido su viveza. Los días eran más cortos, pensó mientras se quedaba un momento allí, de pie, y abría sus sentidos. No percibió ninguna amenaza, ninguna presencia al acecho. Se permitió alcanzar a Roibeard, unirse al halcón, y a través de sus ojos vio con nitidez el picadero, el bosque, la casa, la paz a ras de suelo. Ahí estaba Mick, pequeñito como una bujía, subiéndose a su camión y sacando la mano por la ventanilla para saludar a Patti cuando la chica se montó en su moto. Y ahí, debajo de él, se alzaba la magnífica casa de piedra de Fin, los prados y potreros. Iona estaba superando un obstáculo con Alastar. Se deslizó con fluidez, planeando en el viento, y bajo él estaba Branna, recogiendo hierbas en el huerto. Entonces se enderezó, levantó la vista y tuvo la impresión de que lo miraba a los ojos. Y esbozó una sonrisa, alzando una mano antes de llevarse las hierbas consigo adentro. Todo estaba bien, se dijo Connor, y aunque siempre sentía una cierta punzada de pesar, volvió por completo a la tierra. Satisfecho, se subió a su camión. Condujo hasta el picadero... y, de repente, sintió un cálido burbujeo en su sangre cuando vio a Meara salir con Boyle. No cabía duda de que era una belleza, una belleza terrenal con chaqueta y pantalones de trabajo, y unas botas cuyas suelas tendrían casi con toda seguridad cientos de kilómetros andados, tanto a pie como a caballo. Más tarde tendría el placer de quitarle aquellas desgastadas botas, aquellos pantalones de equitación. Y de deshacer esa gruesa trenza para poder embriagarse con su rizado cabello castaño. —Boyle, ¿quieres que te lleve? —le dijo a través de la ventanilla abierta. —Gracias, pero no. Os seguiré. De modo que se inclinó hacia la izquierda y le abrió la puerta a Meara. Ella se subió; olía a caballo, a heno y a jabón para cuero. —Joder, ha sido un día y medio condensado en uno solo. La celebración de los McKinnon está removiendo cielo y tierra. Tenemos grupos para

mañana hasta las dos en punto, y según me han dicho la boda es a las cinco. —Lo mismo que nosotros. Dado que ella no hizo nada, Connor le puso la mano en la nuca y la atrajo para darle un beso. —Buenas noches. —Buenas noches. —Sus labios se curvaron—. Me preguntaba si te sentías un poco descolocado después de pensarlo durante el día. —No he tenido demasiado tiempo para pensar, pero estoy perfectamente bien. Giró con el camión, alejándose del picadero con Boyle detrás. —¿Has visto al lobo? —le preguntó a Meara. —Sí que lo he visto. Boyle no ha podido contarme demasiado porque hemos estado rodeados por el personal casi hasta que has llegado tú, pero me ha dicho que tú también lo habías visto. Y que al igual que cuando se ha presentado ante mí, era más bien una sombra. —Cambió de posición para mirarla a la cara, frunciendo el ceño—. Sin embargo no era solo una sombra, ya que me enseñó los dientes y los vi con toda claridad, y también la piedra roja. ¿Enviaste tú a Roibeard? —No tuve que hacerlo; fue contigo por voluntad propia. Pero por él he sabido que el lobo solo os siguió durante un minuto o dos. —Suficiente para que los caballos lo percibieran. A decir verdad, lo que más me preocupaba era que los caballos se asustaran, cosa que podría haber pasado, aunque tenía un grupo de jinetes experimentados. Y ellos no vieron ni sintieron nada. —He estado pensando en los porqués y los cómo de eso. Y quiero pedirte que te quedes esta noche en mi casa. —No tengo mis cosas —comenzó. —Tienes suficientes cosas en mi casa como para apañártelas. Puedes interpretarlo como que nos estamos turnando. Quédate esta noche, Meara. Comparte mi cama. —¿Me lo pides porque quieres que comparta tu cama o porque te preocupa que esté yo sola? —Ambas cosas, pero si no te quedas, yo compartiré tu cama. —Buena respuesta —decidió—. Me parece bien. Me quedaré esta noche. Le cogió la mano y se inclinó hacia ella cuando detuvo el camión delante de su casa. Y pudo sentir el beso recorriendo su ser antes de que sus bocas se encontraran.

El camión se bamboleó como si se estuviera produciendo un terremoto, sacudiéndose cuando el lobo saltó sobre él. El animal gruñó, con los ojos y la piedra de un vivo color rojo, y, acto seguido, con un aullido triunfal, se bajó de un salto. Y desapareció. —¡Dios mío! —consiguió exclamar Meara un instante antes de que Connor se bajara del camión—. Espera, espera. Podría seguir ahí fuera. — Agarró el tirador de la puerta y empujó, pero esta no se movió—. Joder, Connor. ¡Joder. Déjame salir! Él se limitó a lanzarle una mirada mientras Roibeard se posaba en su hombro con la ligereza de una pluma. En ese instante, en esa mirada, fue como ver a un desconocido que exudaba poder y cólera. Una envolvente luz lo rodeaba, como una corriente que sin duda titilaría al tocarla. Lo conocía de toda la vida, pensó mientras su aliento retrocedía en sus pulmones, pero jamás lo había visto de verdad, no por completo hasta ese momento en que toda la fuerza y la furia de lo que corría por su sangre se manifestaron. Entonces Branna salió de forma apresurada de la casa, con Kathel en tromba siguiéndola. Su pelo negro como ala de cuervo se agitaba tras ella. Llevaba una espada corta en una mano y en la otra se estaba formando una bola de ardiente fuego azul. Meara vio que sus ojos se encontraban y se sostenían la mirada. En aquel intercambio percibió un vínculo que ella jamás podría compartir, que jamás podría conocer de verdad. No solo de poder y de magia, sino también de sangre, de resolución y de sabiduría. Percibió una afinidad más profunda, mayor aún que el amor. Antes de recuperar de nuevo el aliento, el coche deportivo de Fin se detuvo. Iona y él se bajaron uno por cada lado. De modo que los cuatro se unieron para formar un círculo del que la luz manó y se extendió hasta que le dolieron los ojos. Entonces se extinguió, y ahí solo estaban sus amigos, su amante, de pie delante de la bonita casa con su profusión de flores. Cuando empujó la puerta esa vez, esta se abrió... y pudo apearse. Fue derecha hacia Connor y le dio un empujón tan fuerte que lo hizo retroceder. —No vuelvas a encerrarme ni a excluirme jamás. No dejaré que me excluyan ni me escondan como si fuera alguien indefenso.

—Lo siento. No pensaba con claridad. No ha estado bien por mi parte y lo lamento. —No tienes derecho, no tienes derecho a dejarme fuera de esto. —Ni a mí —dijo Boyle, cuya cara desbordaba furia cuando se acercó a ella—. Da gracias a que no te parta la crisma por ello. —Doy gracias, y también lo siento. Meara vio por primera vez que Alastar había acudido; debía de haber volado hasta allí desde el picadero. De modo que estaban el caballo, el halcón y el perro; las tres brujas negras; y el descendiente de Cabhan, con su propio halcón en la rama de un árbol cercano junto con Roibeard. Y estaban Boyle y ella. —O somos un círculo o no lo somos. —Lo somos. —Connor le asió las manos, agarrándoselas con fuerza cuando ella se disponía a soltarse—. Lo somos. He obrado mal. Me lancé preso de la furia y eso tampoco está bien. Y ha sido una estupidez. Os he dejado fuera a los dos y eso es una falta de respeto. Una vez más, lo siento. —Muy bien. —Boyle se mesó el pelo—. Joder, me apetece una cerveza. —Entrad en la casa —propuso Branna, mirando a los demás—. Tomad lo que queráis. Necesito hablar un momento con Meara. Un momento con Meara —repitió al ver que Connor no le soltaba las manos a esta—. Ve a tomarte una cerveza y abre el vino que Fin debería haber traído. —Claro que lo he traído. —Fin fue a su coche y sacó tres botellas—. Vamos, Connor. A todos nos vendrá bien una copa después de este día. —Sí. —Con cierta reticencia, Connor soltó las manos de Meara y entró en la casa con sus amigos. —Tengo todo el derecho a estar cabreada —comenzó la joven, y se encontró con que le cogían las manos otra vez. —Lo tienes, sí que lo tienes, pero no solo con Connor. He de decirte que cuando he salido corriendo, he sabido en el acto lo que él había hecho y me he sentido aliviada. Lo siento, pero no puedo dejar que él asuma toda la culpa. Aturdida, y herida en lo más hondo, Meara se quedó mirando a Branna. —¿Piensas que como no tenemos lo que vosotros, como no somos lo que vosotros, Boyle y yo no podemos luchar a vuestro lado? —No pienso nada semejante, y tampoco Connor. Ni Iona, que me imagino que le estará confesando esto mismo a Boyle. —El suspiro que dejó escapar pareció pesaroso—. Fue un momento, Meara, y la debilidad

fue nuestra, no vuestra. Luchasteis a nuestro lado en el solsticio y no quiero ni pensar qué habría podido pasar sin ti y sin Boyle. Pero durante un instante, en medio de la precipitación, he pensado que estaríais a salvo. Ha sido un momento de debilidad por mi parte. No volverá a suceder. —Sigo cabreada. —No te culpo. Pero ven adentro, tomemos un poco de vino y hablemos de ello. —No había nada débil en vosotros —replicó Meara, pero fue hacia la casa con Branna—. El poder de los cuatro juntos era cegador. Y Connor solo, antes de que llegaras... Lo vi en el solsticio, pero fue una vorágine de miedo, acción y violencia. Nunca lo había visto como era en ese momento del que hablas. Solo, con el halcón en el hombro, y tan lleno de lo que es... Supongo que la palabra es «radiante», aunque parece demasiado suave e inocua. Creí que si lo tocaba ardería. —Como ya sabes, nuestro Connor no se enfurece con facilidad. Cuando lo hace, es feroz..., pero nunca brutal. —Antes de cerrar la puerta, Branna echó un último y prolongado vistazo al bosque, a la carretera, a la explosión de flores que rodeaba la casa. Fue con Meara a la cocina, donde el vino ya estaba abierto y olía a la apetitosa salsa que le había llevado buen parte del día preparar—. Ya está casi listo —anunció, y aceptó el vino que Fin le sirvió—. Así que haced algo de provecho y poned la mesa. —Huele delicioso —comentó Iona. —Porque lo está. Hablaremos de todo mientras nos damos un festín. Connor, hay pan envuelto en un paño allí. Fue a por él, lo dejó en la mesa y se volvió hacia Meara. —¿Estoy perdonado? —Aún no. Pero estoy en ello. —Entonces estoy agradecido por eso. Branna presentó el estofado de ternera al vino tinto en una amplia fuente, regando la carne y las verduras con la oscura salsa, rodeándolo de patatas asadas y aderezándolo con romero. —Es un verdadero festín. —Iona se maravilló—. Te debe de haber llevado horas. —Pues sí, así que nadie tiene permiso para engullir como un pavo. — Branna lo sirvió ella misma en los bonitos y platos hondos antes de sentarse—. En fin, todos hemos tenido uno o dos días complicados. —Se colocó la servilleta sobre el regazo antes de empezar a comer—. Meara,

deberías empezar tú. —Bueno, supongo que todos sabemos cómo estaba la situación antes de esta mañana, pero no nos hemos juntado para hablar de lo de hoy. Estaba guiando a un grupo de cuatro y, de hecho, nos topamos con Connor, que llevaba a su propio grupo. Llevé al mío por la ruta más larga que tenemos, e incluso dejé que trotaran un poco de vez en cuando, ya que todos eran buenos jinetes. Sucedió cuando dimos la vuelta y estábamos atravesando el bosque por el sendero estrecho. Vi al lobo en los árboles, observando, siguiéndonos. Pero... —Buscó las palabras—. Era como las sombras que se forman allí, cuando el sol se filtra entre las hojas. Más corpóreo que eso, pero no sólido. Sentía que casi podía ver a través de él, aunque no era así. Los caballos lo vieron o lo percibieron, no sabría decir, pero no los jinetes que iban detrás de mí. Siguieron hablando, riendo incluso. No fue más de un minuto, y entonces apareció Roibeard. El lobo no se marchó, sino que se esfumó. —Una proyección —sugirió Fin. —No una proyección típica. —Connor meneó la cabeza mientras comía —. Yo también lo vi. Se parecía más a una sombra. Tuve la impresión de que era algo que no estaba ni aquí ni allí. No como ahora, ahí afuera, no se trataba de algo sólido y corpóreo, aunque era igualmente poderoso. —Algo nuevo entonces. —Consideró Fin—. Algo que guarda el equilibrio entre dos planos, o que se mueve entre ellos, ya que puede cambiar el tiempo en la cabaña de Sorcha. —Pero eso consume su energía. Si observas la piedra, la fuente de su poder, esta fluctúa. —Meara miró a Connor en busca de confirmación. —Es cierto, pero al igual que sucede con cualquier habilidad, su poder aumenta a medida que lo perfeccionas. —Los McKinnon, la gente que guié, no vieron nada —prosiguió Meara. —Para ellos era una sombra —dijo Fin—. Nada más. —Un hechizo de sombra —intervino Branna—. He visto un par de cosas en el libro de Sorcha que podrían ser de utilidad. —¿Y esto lo has sacado de su libro? —preguntó Fin mientras comía—. Porque es mágico. He tomado este plato en un elegantísimo restaurante en París y no tiene ni punto de comparación con el tuyo. —Ha salido bueno. —Está de vicio —repuso Boyle. —Sí que lo está —adujo Branna con una carcajada—. He tardado un

siglo porque la salsa es laboriosa y no suelo prepararla a menudo. Pero así hoy he tenido tiempo de pensar. Está presionando a Meara ahora igual que hizo antes con Iona. Poniendo a prueba los límites, podría decirse. Y creo que ha optado por Meara porque en realidad es a Connor a quien quiere atacar. —Primero fue a por el chico. —Fin tomó un sorbo de vino mientras reflexionaba—. Pudo pensar que Eamon era un blanco fácil. Pero Connor y él juntos le hicieron daño, lo ahuyentaron. Y debió de resultarle... decepcionante. —Así que busca venganza —continuó Boyle—. Y se llevó un buen varapalo cuando el chico metió a Connor. Pero solo un varapalo, nada más. Y la siguiente vez apuntó a Meara. —Después de que Connor y ella tuvieran ese roce en el camión —señaló Iona—. El poder de un beso. —Oh, por Dios santo —farfulló Meara. —Muy cierto. —Por debajo de la mesa, los dedos de Connor ascendieron y descendieron por el muslo de Meara con aire juguetón—. Y cuando las cosas van como deben, vuelve otra vez. Con un hechizo de sombra. —¿Podría causar daño estando esa forma que no es una forma? —se preguntó Meara. —Creo que sí. Por lo que sé, el equilibrio es delicado —añadió Branna —. Y quien conjura el hechizo tiene que ser capaz de transformarse con rapidez..., y hacerlo sin perder ese delicado equilibrio. —Si puede hacer eso, ¿por qué no me ha atacado hoy? Yo tenía un cuchillo, y no estoy indefensa, pero creo que él habría tenido ventaja. —Desea más ponerte nerviosa que causarte daño —le dijo Fin—. Herirte le produce cierta satisfacción, desde luego, ya que causar daño lo alimenta. Pero serías más valiosa para él en otro aspecto. —Te desea —aseveró Connor a las claras, y con esa ira candente que ella le había visto bullir— porque yo te deseo. Piensa seducirte..., hechizarte o sorprenderte lo necesario para que no luches, pero si corres o suplicas... Los ojos de Meara eran dos ardientes soles negros. —Nada de eso ocurrirá jamás. —No vamos a subestimarlo —espetó Connor—. Eso es lo que pretende para así poder atraparte. Y tomarte como quiere nos causaría daño a todos.

Entiende que estamos unidos, pero lo ve como una unión por el poder..., nada más. Si te atrapa, rompe nuestro círculo. Agradece que no entienda que no se trata solo de una unión por el poder, sino por amor y por lealtad. Si comprendiera eso, si comprendiera su poder, te perseguiría sin tregua. —Has captado su atención —agregó Fin—, pues entiende el sexo muy bien..., aunque sin sus verdaderos placeres ni su profundidad. Para él es otra clase de poder, y el acto en sí le produce suficiente placer. —Así que ¿los dos últimos días ha sido una especie de... de danza de apareamiento? —No andas muy desencaminada —le dijo Branna a Meara—. Sorcha escribió sobre las semanas que intentó seducirla, sobornarla, amenazarla, debilitar su mente y su espíritu. Era innegable que deseaba su poder, pero también deseaba su cuerpo... y engendrar un hijo con ella, creo. —Me rebanaría el cuello antes que dejar que me violara. —No digas eso. —La furia estalló cuando Connor se giraba hacia ella—. No vuelvas a decir algo así jamás. —No lo hagas —le ordenó Iona en voz queda antes de que Meara pudiera retirar sus palabras—. Connor tiene razón. No digas eso. Te protegeremos. Somos un círculo y nos protegemos los unos a los otros. Tú te protegerás a ti misma, pero tienes que confiar en que nosotros te protejamos. —Quiero decir algo al respecto. —Antes de hacerlo, Boyle se sirvió un poco más de estofado—. Los cuatro no entendéis, no podéis entender por completo lo que es esto para Meara y para mí. Tenemos nuestros puños, nuestra inteligencia, una espada, el instinto, estrategias. Pero todas son cosas ordinarias. No pretendo hurgar en una herida aún abierta, pero cuando podéis excluirnos con solo pensarlo, queda de manifiesto que únicamente tenemos esas cosas ordinarias. —Boyle, tienes que saber que... Fin interrumpió a Iona rozándole el brazo con ligereza. —Y yo quiero alegar algo a eso... como alguien ajeno. Un paso atrás — insistió cuando Iona le lanzó una mirada pesarosa—. Nosotros no somos los tres, sino que estamos con los tres. Otro delicado equilibrio, podríamos decir. Lo que aportamos al círculo es tan vital como el otro extremo de la balanza. Puede que los tres piensen distinto alguna vez que otra, y que quienes estamos con los tres podamos pensar lo contrario, pero esto es así, y tenemos que recordarlo y respetarlo.

—Estáis comiendo en mi mesa —aseveró Branna con voz serena—. Comida que yo he preparado. Tenéis mi respeto. —Así es, y te estoy agradecido. Pero llegará el momento en que tengas que abrir la puerta otra vez, Branna, y dejarme trabajar contigo sin que yo tenga que abrir esa puerta poco a poco. Es de Meara de quien estamos hablando, y de todo lo que hay en juego. Los dedos de Branna se crisparon contra el tallo de la copa de vino, para luego relajarse de nuevo. —Tienes razón, y lo siento. Y soy consciente de que esto nos ha alterado. Eso es una victoria para él; de manera que se ha terminado. —No podemos entender lo que es no ser lo que nosotros somos. Creo que Iona sí lo entiende —prosiguió Connor— porque reprimió lo que es, lo que tiene, durante mucho tiempo. Pero creo que vosotros..., y tú también, Fin..., no entendéis que saber que estáis con nosotros es para Branna y para mí mucho más valiente que seguir con esto, tal y como nosotros, y ahora Iona, debemos hacer. Para nosotros es, sin lugar a dudas, un deber, pero vosotros tres podéis elegir. Eso no lo olvidamos. No creáis, jamás creáis que sí. —No buscamos gratitud —comenzó Boyle. —Pues la tenéis lo queráis o no. Y también nuestra admiración, aunque haya habido momentos, y vuelva a haberlos, en que no lo demostremos. — Poniéndose en pie, Branna cogió otra botella de vino y llenó las copas de todos—. Por Dios, ¿creéis que me he pasado horas preparando un plato así para mí sola? Yo me conformo con un sándwich de beicon. Así que vamos a dejar de compadecernos de nosotros mismos o de los demás y a dejarnos llevar. Meara tomó adrede un poco más de estofado. —Está increíble, Branna. —Eso desde luego, y a menos que queráis un simple sándwich de beicon la próxima vez que vengáis, vamos a dejar ese asunto a un lado. Bueno, ¿por qué Cabhan ha saltado al capó del camión de Connor? —Puede que me esté arriesgando a conformarme con el sándwich de beicon, aunque están muy buenos —repuso Fin—, pero para responder a eso según lo que pienso he de volver a sacar de nuevo el otro tema. —Responde. —Branna agitó una mano en el aire—. Yo decidiré si la próxima vez te doy algo de comer o no te doy nada. —Quería ver qué sucedía. Era completamente corpóreo.

—Así es —convino Meara—. Músculos, huesos y sangre. —Pero fue rápido. Saltó sin previo aviso, donde Connor no pudo percibirlo, ni yo tampoco, a pesar de no estar lejos. Luego un salto atrás, adondequiera que esté esperando. Pero en ese tiempo, ¿qué ha aprendido? —No te sigo —dijo Boyle. —¿Qué le ha visto hacer a Connor? Salir para enfrentarse a él solo..., solo adrede, ya que os encerró a ti y a Meara. Protegeros. Y ha visto a Branna salir corriendo, armada, pero también sola, a proteger a su hermano. —Luego a Iona y a ti —agregó Meara. —Ya había desaparecido cuando me he unido yo, cuando hemos iniciado el círculo. ¿Estaría vigilando? —Fin se encogió de hombros—. No puedo asegurarlo, pero no lo percibía. —Ni yo —repuso Connor cuando Fin lo miró. —Así que ha descubierto que el primer instinto de Connor es proteger. A su chica... Ah, no seas tan susceptible —le recriminó a Meara cuando esta protestó—. A su chica, a su amigo. Alejar el peligro y proteger. El de Branna es ir junto a Connor, igual que el de Connor sería ir con ella. Pero ella también es protectora, ya que no movió un dedo para liberar a Meara ni a Boyle ni siquiera para ser más. —Yo también he obrado mal, y ya me he disculpado con Meara. Ahora te pido disculpas a ti, Boyle. —Ya lo hemos hablado todo, y está perdonado. —Él no lo olvidará. —Iona miró a su alrededor, comprendiendo—. Y utilizará lo que sabe, tratará de utilizarlo, lo aprovechará de algún modo. —Así que tenemos que hallar el modo de utilizar lo que sabe, o lo que cree saber, en su contra. —Satisfecha con la idea, Meara esbozó una sonrisa—. ¿Cómo me vais a utilizar a mí para atraparlo? —No vamos a hacer tal cosa. —Connor puso el corcho a la botella que contenía esa idea—. Lo intentamos con Iona, ¿o no?, y no funcionó; casi la perdemos. —Si a la primera no lo consigues... —Mándalo a la mierda y prueba con otra cosa —concluyó Connor. —Yo decido. Recuerda tus propias palabras. Te lo pregunto a ti —le dijo a Fin—. ¿Hay alguna forma de utilizarme para atraerlo? —No sabría decirlo..., y no porque no quiera vérmelas con Connor o con Branna, si a eso vamos, sino porque todos necesitamos tiempo para

reflexionar y pensar detenidamente. No estoy más dispuesto de lo que lo está Connor a escapar por los pelos como nos pasó con Iona en el solsticio. —Yo no tengo problemas con eso. —Vamos a pensarlo, y al final debemos estar todos de acuerdo. —Miró a Connor, quien asintió—. Y trabajaremos en ello, utilizaremos lo que sabemos, perfeccionaremos lo que tenemos, ya que ha estado muy cerca. —Miró a Branna. —Lo ha estado, igual que el veneno de Sorcha. Pero nada ha acabado con él. No consigo dar con lo que se nos escapa..., y sí, deberíamos trabajar juntos. Tú tienes buena mano con las pociones y los hechizos. Tenemos hasta Samhain. —¿Por qué Samhain? —preguntó Connor. —El inicio del invierno, la víspera del inicio del año para nosotros, los celtas. He estado pensando en esto mientras cocinaba. Pensamos en el día más largo..., la luz sobre la oscuridad..., pero creo que estábamos equivocados. Quizá esto sea algo que hemos pasado por alto. Samhain, porque necesitamos algo de tiempo, pero como va a por uno de nosotros con tanto descaro, no podemos tomarnos mucho. —La noche en que el velo es más fino —reflexionó Connor—. Y en la que se dice que no se necesita ningún santo y seña para ir de un reino a otro. Esa podría ser una de las cosas que se nos ha pasado. Él puede pasar con tanta facilidad como si atravesara una habitación. Quizá esa noche nosotros podamos hacer lo mismo sin antes tener que esforzarnos para encontrar el dónde o el cuándo. —La noche en que los muertos vienen en busca del calor de la hoguera de Samhain —agregó Fin— y el consuelo de los suyos. —Los muertos... ¿y ahora fantasmas? —exigió Meara—. Ya no nos basta con las brujas. —Sorcha —declaró Branna de forma concisa. —Ah. Crees que ella podría venir y aportar su poder. ¿Sorcha y también los tres originales? —En eso es en lo que vamos a pensar, a trabajar. Si estamos todos de acuerdo. —Me gusta. —Boyle levantó su copa hacia Branna—. La víspera del Día de Todos los Santos. —Si conseguimos mantenerlo a raya hasta entonces y averiguar lo suficiente —adujo Branna.

—Podremos. Lo haremos —aseveró Connor—. Siempre he sentido debilidad por Samhain... y no solo por los dulces. Una vez tuve una estupenda conversación con mi bisabuela en esa fecha. —Que imagino que ya estaba muerta por entonces. Connor le guiñó el ojo a Meara. —Oh, murió años antes de que yo naciera. Cuando el velo se hace más fino soy capaz de ver a través de él con más facilidad que en otras ocasiones. Y dado que todos pensamos que me está poniendo a prueba a mí en particular, yo podría ser el cebo que buscamos. Piensa en eso —le dijo a Fin. —Se me había pasado por la cabeza. Vamos a pensarlo en profundidad, a hablarlo en detalle y a trabajar con cautela. Puedo dedicarte todo el tiempo que necesites, Branna. A cualquier hora. —¿No tienes ningún viaje en el horizonte? —preguntó como si tal cosa. —Nada que no se pueda posponer o aplazar. Me quedo aquí hasta que esto haya terminado. —¿Y luego? Fin la miró, sin decir nada durante largo rato. —Luego ya veremos. —Él solo ha hecho que seamos más fuertes. —Iona asió la mano de Boyle—. Las familias se pelean y cometen errores. Pero pueden salir fortalecidas de ello. Nosotros lo hemos hecho. —Entonces brindemos por las riñas y las cagadas. Connor alzó su copa, los demás alzaron las suyas y, con un musical tintineo, sellaron el brindis.

12 Sabía que era un sueño. Con su ojo mental podía verse acurrucado y desnudo en la cama con Meara, y podía, si retornaba, sentir su corazón latiendo de manera pausada y regular contra el suyo. A salvo y calentitos en la cama, pensó. Pero mientras caminaba por el bosque, el frío flotaba en la noche y las nubes que coqueteaban con la luna menguante hacían más profundas las negras sombras. —¿Qué estamos buscando? —le preguntó Meara. —No lo sabré hasta que no lo encuentre. Tú no deberías estar aquí. —Se detuvo para tomar su rostro entre las manos—. Quédate en la cama, mantente a salvo. —No dejaré que me encierres ni me excluyas. —Le agarró las muñecas con firmeza—. Me lo prometiste. Y este sueño es tan mío como tuyo. Podría hacerla volver, llevarla a sueños en que ella no recordara. Pero eso sería igual que mentir. —Entonces no te alejes. Aquí no me conozco el camino. —No estamos en casa. —No lo estamos. Meara levantó la espada que llevaba de forma que la luz de la luna se reflejara en la hoja. —¿Me has dado tú la espada o la he traído yo? —Tampoco sé eso. —Algo vibraba sobre su piel, provocando sus sentidos—. Hay algo en el aire. —Humo. —Sí, y algo más. Connor levantó la mano e hizo aparecer en ella una bola de luz. La utilizó como antorcha, despejando las sombras para ver mejor el camino. Un ciervo se interpuso en el irregular sendero; su cornamenta, una corona de plata; su pelaje, destellaba como el oro. Se quedó inmóvil como una estatua durante un momento, como si dejara que ellos se regodeasen en su belleza, y luego se giró y se encaminó con paso regio hacia la bruma. —¿Seguimos al ciervo? —quiso saber Meara—. ¿Cómo en la canción y en el cuento? —Así es.

Pero mantuvo la bola de luz. El bosque se hizo más espeso y el aire olía a verdor, a tierra y a humo mientras el ciervo avanzaba con indolente gracilidad. —¿Te suele pasar esto muy a menudo? ¿Sueles tener este tipo de sueños? —No con frecuencia, pero no es la primera vez..., aunque sí es la primera vez que tengo compañía conmigo. Ahí, ¿lo ves? Otra luz al frente. —A duras penas, pero sí. Podría ser una trampa. ¿Lo percibes, Connor? ¿Está aquí con nosotros? —El aire está preñado de magia. —Tan repleto que se preguntó si ella podía sentirlo—. Lo negro y lo blanco, la oscuridad y la luz. Palpitan como un latido. —Y se deslizan sobre la piel. Así que podía sentirlo. —¿No quieres volver? —No quiero, no. —Y se mantuvo cerca mientras seguían al ciervo hacia la luz. Connor exploró, se permitió ver. Y distinguió la forma primero, luego la cara en la tenue luz. —Es Eamon. —¿El chico? ¿El hijo de Sorcha? Hemos retrocedido siglos. —Eso parece. Es más mayor, todavía es un muchacho, pero mayor. Connor exploró de nuevo y esa vez estableció una comunicación mental. Soy Connor, de los O’Dwyer que vendrán. Tu sangre, tu amigo. Sintió que el chico se relajaba... un poco. Acércate, pues, y sé bienvenido. Pero no estás solo. He traído a mi amiga, y también la tuya. El ciervo se sumió en la oscuridad mientras las luces se fundían. Connor vio la casita, un pequeño cobertizo para caballos y un huerto para plantas y hierbas medicinales muy bien cuidado. Los tres hijos de Sorcha se habían forjado una vida allí, pensó. Una buena vida. —Eres bienvenido —repitió Eamon, y dejó su luz para estrechar la mano de Connor—. Y tú también —le dijo a Meara—. Creía que no volvería a verte otra vez. —¿Otra vez? El chico miró con más atención, con mucha más atención con esos ojos

tan azules como la piedra de ojo de halcón que llevaba al cuello. —¿Tú no eres Aine? —¿Una diosa? —Meara rió—. Desde luego que no. —No la diosa, sino la cíngara así llamada en su honor. Te pareces mucho a ella, aunque ahora veo que no eres ella. —Esta es Meara, amiga mía y tuya también. Es parte de nuestro círculo. Dime, primo, ¿cuánto tiempo ha pasado para ti desde la última vez que me viste? —Tres años. Pero sabía que volvería a verte. La cíngara me lo dijo, y vi que poseía el don. Vino a comerciar una mañana de primavera y me dijo que la magia y los augurios la habían traído hasta nuestra puerta. Me dijo que tenía un familiar de otro tiempo y que nos encontraríamos de nuevo dentro y fuera de los sueños. —Dentro y fuera. —Connor pensó en ello. —Dijo que iríamos a casa de nuevo y que encontraríamos nuestro destino. Tú tienes su cara, milady, y su porte. Desciendes de ella, de aquella que se llamaba Aine. Así que te doy las gracias a ti como se las di a ella por darme esperanza cuando lo necesitaba. —Eamon miró a Connor—. Fue nuestro primer invierno aquí, y la oscuridad parecía no disiparse nunca. Añoraba mi hogar, me desesperaba por verlo otra vez. Había ganado altura y confianza, observó Connor. —Os habéis forjado una vida aquí. —Vivimos y aprendemos. La tierra es buena aquí, y la naturaleza nos llama. Pero los tres debemos volver a ver el hogar antes de que podamos formar y conservar el nuestro. —Pero aún no es el momento, ¿verdad? Confío en que lo sabrás cuando llegue. ¿Están bien tus hermanas? —Lo están, gracias. Espero que tu hermana también esté bien. —Así es. Nosotros somos seis. Los tres y otros tres más, y también estamos aprendiendo. Él tiene algo nuevo. Un hechizo de sombra, un modo de moverse entre mundos y formas manteniendo el equilibrio. Tu madre escribió algo sobre las sombras, y mi hermana Branna está estudiando su libro. —Igual que la mía. Se lo contaré. ¿O queréis venir? Las despertaré a Teagan y a ella, pues les alegrará mucho conoceros a ambos. Eamon se dispuso a dar media vuelta hacia la puerta de la casa. Para Meara todo sucedió de forma súbita.

Connor giró, y Eamon con él, como si fueran un solo ser. El gran caballo gris —le provocó un sobresalto ver a Alastar, el mismo semental que conocía— salió en tromba del cobertizo. Casi de inmediato, Roibeard descendió y Kathel apareció de repente. Antes de que pudiera darse la vuelta del todo, Connor tiró de ella y la colocó a su espalda justo cuando el lobo atacó. Salió de la nada; sigiloso como un fantasma, rápido como una serpiente. Esquivó los cascos de Alastar con celeridad y arremetió. Fue directo a por el chico, comprendió Meara, y sin pensar empujó a Eamon a un lado y blandió su espada. Golpeó el aire, pero aun así el impacto reverberó desde sus brazos hasta los hombros. Entonces toda la fuerza del lobo la alcanzó, haciendo que saliera despedida. El dolor la estremeció; su intensa gelidez le atravesó el costado. El instinto de conservación hizo que lo agarrara del cuello para mantener a raya sus dientes. Y una vez más, todo sucedió de repente. El perro arremetió y la luz estalló; una luz tan brillante que hizo arder el aire, tiñéndolo de rojo. Gritos y gruñidos atravesaban aquella ardiente cortina mientras sus músculos temblaban a causa del esfuerzo de contener aquella amenazadora mandíbula. Se oyó gritar, pero no sintió vergüenza porque el lobo también gritó. Vio una ira homicida y delirante en sus ojos antes de que se agitara y desvaneciera tal y como había aparecido. Como por arte de magia. Su nombre, Connor decía su nombre una y otra vez. No conseguía recobrar el aliento, simplemente no podía inhalar aire... aire que apestaba a azufre. Unas manos tibias en su costado, unos labios calientes sobre los suyos. —Déjame verlo, déjame verlo. ¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios mío! No te preocupes, aghra, yo lo arreglaré. Quédate quieta. —Puedo ayudarte. Meara oyó la voz, vio la cara. La cara de Branna, solo que más joven. Recordaba esa cara, pensó Meara en medio del dolor, de su líquido aturdimiento. La recordaba de cuando también ella era joven. —Te parecerás a ella dentro de unos años. Nuestra Branna también es una belleza exótica. —Quédese quieta, milady. Teagan, ve a por... Ah, bueno, ya se está ocupando de ello. Mi hermana está cogiendo el resto de las cosas que

necesito. Tengo un don, primo —le dijo a Connor—. ¿Confías en mí? —Sí. —Pero asió la mano de Meara—. Tranquila, cariño, tranquila, mo chroi, mírame. Mírame a mí, dentro de mí. Así que soñó, soñó con aquellos ojos verdes, lejos del dolor, lejos de todo salvo de él. Y él murmuró palabras de afecto, como hacía cuando se amaban. Entonces Iona —Iona no, sino Teagan, la más joven—, entonces Teagan le puso una taza en los labios, y el sabor en su lengua, bajando por su garganta, le resultó maravilloso. Cuando inhaló aire, cuando inspiró hondo, le supo igual; a verde y a tierra, a fuego de hogar, y a las hierbas que florecían cerca. —Estoy bien. —Un momento más, solo un momento más. ¿Cómo ha podido venir aquí? —le preguntó Brannaugh a Connor—. Aquí estamos fuera de su alcance. —Pero yo no. De algún modo lo he traído, le he proporcionado acceso. Fue una trampa. Me ha utilizado a mí para llegar a ti, Eamon, y a tus hermanas. Yo lo he traído hasta aquí, lo he traído a esto. —No, nos ha utilizado a ambos, ha utilizado nuestros sueños. —Y también nos ha arrastrado —dijo Brannaugh—. Ya no queda nada de su oscuridad en milady. ¿Puede sentarse? Despacio, tranquila. —Estoy bien. Mejor que antes de recibir la herida. Tienes su don, o ella tiene el tuyo. —Ha defendido a mi hermano. Si no se hubiera arriesgado, él estaría herido o algo peor, pues Cabhan quería su sangre, su muerte. —Su espada. —Teagan la depositó sobre las piernas de Meara. —Hay sangre en ella. Creía que había errado el golpe. —Dio en el blanco. —Es magia de sombra —comenzó Brannaugh. —Lo es —convino Connor—. Mientras esté yo aquí, él puede volver. Os hago más mal que bien quedándome. —Llévate esto, por favor. —Teagan le ofreció un bulbo coronado por una flor—. Y si puedes plántalo junto a la tumba de nuestra madre. Le encantaban los jacintos silvestres. —Lo haré en cuanto pueda. He de irme; debo llevar de vuelta a Meara. —Yo estoy bien —repuso Meara. —Yo no. Cuidaos. —Estrechó a Meara con fuerza entre sus brazos,

apoyando la cara en su cabello. Meara despertó en la cama, incorporada y rodeada por los brazos de Connor, que la mecía como si fuera una niña. —He tenido un sueño. —No era un sueño, o no solo un sueño. Chis, dame un momento. — Presionó los labios contra su cabello, sus sienes, sus mejillas de forma pausada y suave—. Deja que te vea el costado. —Está bien. Está bien —insistió mientras Connor la movía y pasaba las manos sobre ella—. De hecho presiento que alguien me ha dado un elixir mágico. Y supongo que eso es lo que ha ocurrido. ¿Cómo ha pasado? ¿Cómo ha pasado todo? —Eamon soñó conmigo y yo, con él. Me llevó con él, y yo te llevé a ti conmigo. Y es probable que Cabhan creara el marco idóneo para todo eso. —Cerró los puños contra su pelo hasta que relajó las manos con cuidado otra vez—. Para utilizarme a mí, mis sueños, con el fin de atacar a Eamon. —Me colocaste detrás de ti. —Y tú hiciste lo mismo con Eamon. Uno hace lo que hace. —Exhalando un suspiro, apoyó la frente contra la de ella—. Lo alcanzaste en el costado con la espada y él te alcanzó en el tuyo con las garras, pero seguían siendo una sombra en parte, de modo que la hoja lo hirió, pero no lo detuvo. Esa es mi teoría al respecto. —Apareció de la nada, Connor. ¿Cómo luchamos contra algo que aparece de la nada? —Como hemos hecho. La luz lo espantó; la de Eamon y la mía se unieron, y luego la de las chicas. —Cabhan gritó —recordó Meara—. No parecía un animal, sino un hombre. —Moverse entre mundos y formas. Creo que lo pillamos por sorpresa cuando pasó de un mundo a otro o de una forma a otra. Casi ha amanecido. No va a ser bonito, pero voy a despertar a Branna. Llamar a los demás te lo dejo a ti. Tenemos que compartir esto con todos, y enseguida. —Pero antes le tomó el rostro entre las manos como había hecho en el sueño—. No seas tan jodidamente valiente la próxima vez, porque la próxima vez podría morirme en el sitio. —No era más que un crío, Connor, y estaba en medio. Y se parece a ti o tú te pareces a él. La forma de la cara —añadió—, la boca, la nariz, incluso su postura.

—¿De veras? —Imagino que a ti no te es fácil verlo, pero os parecéis mucho. Llamaré a Iona y ella se ocupará de despertar a Boyle, que a su vez puede despertar a Fin. —De acuerdo. —Pasó las manos por el largo y ondulado pelo de Meara, que se había deshecho la trenza la noche anterior—. El que baje primero que ponga la puñetera cafetera. —De acuerdo. —Se inclinó para besarlo, ya que podía ver la preocupación aún en sus ojos—. Ve, que tú tienes la peor tarea de los dos teniendo que despertar a Branna cuando el sol apenas ha salido. —Ten listo el botiquín. —Se levantó de la cama y se puso los pantalones. Cuando se marchó, Meara alargó la mano para coger el teléfono y vio el jacinto silvestre. Pensando en Teagan, tan parecida a la chica que Iona debió de ser, se levantó a por un vaso de agua del cuarto de baño y metió el bulbo en él. Por Sorcha, pensó, y a continuación telefoneó a Iona. Fue la primera en bajar, así que puso el café en marcha. Contempló la posibilidad de hacer gachas, lo único que era capaz de preparar de manera decente. Y Connor casi siempre chamuscaba los huevos si estaba a cargo del desayuno. Evitó tener que hacerlo cuando Branna entró en la cocina. Su amiga llevaba unos pantalones de franela a rayas azules y verdes con una fina camiseta de tirantes verde. Se había puesto una chaquetita azul, y de algún modo hacía juego con los gruesos calcetines que le cubrían los pies. Con el cabello hasta la cintura, que llevaba suelto, Branna fue derecha a por el café. —No me hables, no me digas ni una palabra hasta que me haya tomado mi café. Pon unas patatas a hervir y cuando ya estén lo bastante blandas, pícalas para freír. —Se tomó el café solo en vez de añadirle una buena dosis de leche, como tenía costumbre de hacer—. Te juro que muy pronto llegará el día en que no me acerque a una cocina durante un mes. —Te lo habrás ganado. No estoy hablando con nadie en particular. —Se apresuró a decir Meara mientras lavaba las patatas en el fregadero—. Solo hago algunos comentarios. —Maldito Cabhan —farfulló Branna mientras sacaba cosas de la nevera —. Juro que lo mataré con mis propias manos por obligarme a ver

demasiados amaneceres. Voy a hacer los huevos revueltos, y al que no le gusten, que no se los coma. Con gran sensatez, Meara no dijo nada, pero puso las patatas en el agua hirviendo. Branna sacó salchichas, puso el beicon a freír y cortó el pan de la hogaza para tostarlo, y todo ello sin dejar de farfullar en ningún momento. Luego se sirvió más café. —Quiero verte el costado. Meara se abstuvo de decir que estaba bien y se limitó a subirse la camisa. Branna posó los dedos encima —¿cómo sabía el sitio justo?— y la palpó durante un instante. Meara sintió el calor entrar y salir de nuevo. Acto seguido Branna la miró a los ojos, se arrimó y la abrazó con fuerza. —Ha sanado bien. Joder, Meara. Joder. —No empieces. Connor ya me ha echado el sermón. Parece que me hayan destripado en lugar de darme un zarpazo. —¿Qué crees que pretendía si no sacarte las tripas? —Pero Branna retrocedió y se frotó los ojos con la parte inferior de las palmas. Inspiró hondo antes de apartarlas—. De acuerdo. Vamos a darle caña al puñetero desayuno. ¡Connor Sean Michael O’Dwyer! Mueve tu culo y haz algo con este desayuno aparte de comértelo. Cuando apareció al cabo de unos segundos, resultó evidente que había estado esperando a que se tranquilizara. —Lo que quieras. Yo puedo ocuparme de los huevos. —Tú no vas a tocarlos. Pon la mesa, ya que parece que me voy pasar el resto de mi vida cocinando para seis. Y cuando hayas terminado con eso, puedes empezar a tostar el pan. Las patatas se estaban friendo cuando llegaron los demás. —¿Estás bien? —Iona fue directa a Meara—. ¿Estás segura? —Lo estoy. Estoy mejor que bien, ya que rezumo energía gracias a la poción que me dieron. —Déjame ver. —Fin hizo a un lado a Iona. —¿Voy a tener que levantarme la camisa para todos? —Pero lo hizo, frunciendo un poco el ceño cuando Fin posó la mano en ella—. Branna ya se ha metido conmigo. —Él es mi sangre. Si queda algo de él, aunque no sea más que un resquicio, yo lo sabré. Y no queda nada. —Con suavidad le volvió a bajar

la camisa—. No querría que te hicieran daño, mo deirfiúr. —Lo sé. Claro que hubo un momento, y no querría repetirlo, pero ¿lo demás? Fue fascinante. Tú fuiste con Iona en una ocasión —le dijo a Boyle. —Sí, así que conozco la sensación. Es como soñar, más bien es como si pasearas y hablaras mientras estás soñando. Hace que te sientas un poco mareado. —Deberías sentarte —decidió Iona—. Tú siéntate, que yo ayudaré a Branna a terminar el desayuno. —De eso nada —repuso Branna, tajante—. Boyle, eres el único que no tienes manos de cerdo en la cocina. Prepara los huevos revueltos, ¿quieres? Ya casi he terminado el resto. Se acercó a los fogones, se colocó junto a Branna y vertió los huevos batidos del cuenco a la sartén en que ella había fundido mantequilla. —Entonces, ¿todo bien? —preguntó Boyle. Branna se apoyó contra él durante un momento. —Estaré bien. Se volvió para apagar las patatas y comenzó a sacarlas con la espumadera sobre papel de cocina para que absorbiera la grasa sobrante. —¿Por qué no he percibido nada? —preguntó—. He estado dormida mientras todo pasaba, sin percatarme de nada. —¿Y por qué no he sentido yo nada, ni tampoco Iona? —replicó Fin a su espalda—. Porque no era nuestro sueño; no formábamos parte de él. —Yo estaba en la misma casa, en el mismo pasillo, solo que un poco más allá. Debería haber percibido algo. —Ya veo; como eres el centro del universo tienes que tener parte en todo. Cuando Branna se volvió hacia él, con los ojos centelleantes y entrecerrados, Iona intervino: —Basta, basta, basta, los dos. Os estáis culpando a vosotros mismos y es una estupidez. Ninguno es responsable. El único responsable es Cabhan, así que cortad el rollo. Mi sangre, mi hermano —agregó antes de que los dos pudieran hablar—. Bla, bla, bla. ¿Y qué? Todos estamos en esto. ¿Por qué no descubrimos qué ha pasado antes de empezar a repartirnos las culpas? —Te vas a casar con una marimandona, mo dearthair —le dijo Fin a Boyle—. Y muy sensata. Siéntate, Iona, y tú también, Meara. Yo iré a por el café.

Iona se sentó, apoyando las manos sobre la mesa. —Eso estaría muy bien. —Déjalo correr —le advirtió Meara, y se unió a Iona. Siguiendo las indicaciones de Branna, Boyle puso los huevos en la fuente, junto con las salchichas, el beicon, las patatas, los tomates fritos y la morcilla. A continuación lo llevó a la mesa mientras Fin servía el café y Connor hacía lo propio con el zumo. —Cuéntanoslo —le pidió Fin a Connor. —Empezó como suele empezar; como si estuvieras despierto y consciente y fueras otra persona al mismo tiempo. Estábamos en Clare, aunque al principio no lo sabía. En Clare y en la época de Eamon. Relató la historia mientras todos se servían de una enorme fuente. —¿Un ciervo? —lo interrumpió Branna—. ¿Era real o lo metiste tú en el sueño? —No se me habría ocurrido. Si hubiera querido un guía, habría metido a Roibeard. Era un ciervo enorme, y magnífico. Regio, con un pelaje más dorado que castaño. —Ojos azules —añadió Meara. —Tienes razón. Eran azules. Audaces y azules, como los de Eamon, ahora que lo pienso. —O como los de su padre —señaló Branna—. Sorcha escribió en su libro que su hijo tenía los ojos de su padre, y su color de piel y de pelo. —Piensas que era Daithi —planteó Connor— o su representación. Puede que adoptara esa forma para estar cerca de sus hijos, para protegerlos lo mejor que pudiera. —Espero que sea cierto —repuso Iona en voz queda—. Fue asesinado cuando cabalgaba de regreso a casa para protegerlos. —El ciervo que podría ser el espíritu de Daithi nos guió hacia la luz, y la luz era Eamon. Para él habían pasado tres años desde la última vez que nos vimos. Estaba más alto y se le había afinado el rostro, como sucede cuando estás dejando atrás la niñez. Es un chico guapo. Le brindó una sonrisa a Meara. —Eso lo dice porque le mencioné que se parecían. Distinto color de pelo, claro, pero es obvio que son familia. —Eamon pensó que Meara era Aine..., una cíngara —explicó Connor—. La mujer había pasado por allí algún tiempo antes y le había dicho que nos volveríamos a ver.

—Eso resulta interesante. Tienes sangre cíngara —apuntó Iona. —Así es. —Y Fin le puso Aine a la yegua que eligió para Alastar. —He pensado en eso, y asumo que no significa que me parezco a un caballo. —De gran belleza y espíritu —puntualizó Fin—. El nombre era suyo; en ningún momento pensé en otro. Ya era quien era en cuanto la vi. Claro que es interesante; las conexiones, las coincidencias en el tiempo. —Es que no sentí nada mientras hablábamos ahí, frente a la casa. Ni tampoco él —apostilló Connor—. Nos preguntamos por la familia. Yo le hablé del hechizo de sombra. Y cuando me pidió que entrara fue cuando todo sucedió. No percibía nada y al momento siguiente lo sentí allí. Justo un instante antes de que el lobo surgiera de la nada. Y él también lo sintió. —Girasteis juntos, como una sola persona —agregó Meara—. Todo pasó muy rápido. Connor me empujó detrás de él, pero no era a mí a quien quería, sino al chico. —Y por eso empujó a Eamon a un lado, exponiéndose ella, y blandió la espada. Ni siquiera un segundo, sin tiempo para lanzar ningún tipo de bloqueo. La embistió de pleno y le dio un zarpazo. Su sangre y la de ella flotaron en el aire. El perro atacó. Eamon y yo nos unimos y las chicas salieron corriendo de la casa. Ellas fueron quienes lanzaron un bloqueo, impidiéndome así avanzar de forma precipitada, y le atacaron con todo lo que tenían, así que me uní a ellas, pues no podía hacer nada más en esos pocos segundos. Lo que teníamos bastó para causarle dolor, y Kathel, Roibeard y Alastar se unieron a nosotros. Gritó como una chica. —¡Oye! Connor consiguió brindarle una sonrisa a Iona. —No quería ofender. Entre Kathel, los cascos de Alastar, las garras de Roibeard y nosotros se fue por donde había venido. Desapareció, se esfumó, dejando solo el hedor del infierno tras de sí. Y a Meara sangrando en el suelo. Y no habían pasado ni dos minutos cuando volvió la calma, ni dos minutos entre una cosa y otra. —Todos los ataques han sido cortos, ¿no? Es algo que tener en cuenta — repuso Branna—. A lo mejor solo tiene poder suficiente para esas breves explosiones con ese hechizo. —Por ahora —añadió Fin. —Por ahora es todo lo que tenemos. Se enganchó al sueño de Connor, se

coló en él para intentar llegar hasta el chico... o hasta una de las hermanas si salían a saludarte, Connor. Él no puede entrar en la casa, pero entrar en un sueño una vez que has salido de su protección... Eso sí que lo veo posible. No puede llegar a ellos en esa época, en ese lugar, pero podría conectarse al sueño para ir allí. —Donde el chico habría sido vulnerable —agregó Fin— en la mitad del mundo del sueño lúcido. Entonces Cabhan espera a las afueras, espera para atacar... hasta que tú le das la espalda. —Maldito cobarde —farfulló Boyle. —Has dicho que Meara derramó su sangre. ¿Dónde está tu espada? — exigió Branna. —En casa. No me la traje aquí. En el sueño apareció en mi mano. —Iré a por ella —dijo Fin—. ¿Dónde la tienes? —Está en el estante del armario de mi habitación. Te daré la llave del apartamento. —Al ver que él sonreía, Meara se sentó de nuevo—. Que tú no necesitas, ¿verdad? Cosa que no se me había ocurrido. Cualquiera de los cuatro podéis entrar a vuestro antojo. —Voy a por ella. No tardo nada. —Agradezco el respeto, ya que sabes que no apruebo que se tome el camino fácil cuando solo hace falta un poquito de esfuerzo y tiempo para realizar la tarea. Pero bueno. —Branna exhaló un suspiro—. Ya estamos por encima de eso, y es una tontería que cojas el coche para ir hasta el pueblo y volver aquí. Fin asintió. Entonces alzó la mano y en un abrir y cerrar de ojos tenía la espada de Meara. Ella se sobresaltó, riendo acto seguido. —Bueno, es impresionante, y son tan pocas las ocasiones en que os veo hacer este tipo de cosas que a veces se me olvida que podéis hacerlo. —Fin es un poco menos estricto al respecto que Branna —señaló Boyle. —Bueno, no todos tenemos los mismos límites. —Fin giró la espada—. Hay sangre en ella, y está bastante fresca. —No quiero ni sangre ni espadas en mi mesa. —Branna se puso en pie y le arrebató la espada de las manos—. Hay suficiente cantidad como para trabajar con ella. Aún me queda algo del solsticio. Pero como has dicho, esta está fresca... y ha salido de él cuando fue herido durante un hechizo de sombra. —Volveré y trabajaré contigo tan pronto como pueda escaparme —le

dijo Connor. —Yo también —apostilló Iona—. Tenemos una mañana muy ajetreada, pero creo que mis jefes me dejarán cierta flexibilidad esta tarde. Boyle pasó la mano por el corto cabello de Iona. —Es posible que puedas convencerlos. Traeré a Meara también si nos necesitas. Al menos podemos traer comida. —Y ya es mucho. —Branna continuó estudiando la espada—. Ya que no ha quedado suficiente estofado para una segunda comida. —Entonces Meara y yo nos encargamos de eso, y estaremos de vuelta en cuanto hayamos acabado en el picadero. Dejaré libre a Iona tan pronto como me sea posible. —Yo la recojo —se ofreció Connor—. Creo que al menos por el momento volvemos a lo de antes; nadie andará solo por ahí. Yo puedo ajustar el horario y salir a las tres, si es necesario. —Muy bien. —Yo me quedo. —Se hizo un momento de silencio cuando habló Fin—. Si es necesario. —Lo es. —Branna bajó la espada—. Y ahora podéis recogerme la cocina. Cuando hayas terminado, yo estaré en el taller —le dijo a Fin, y se marchó.

13 Meara pasó la mayor parte de su siguiente día libre en casa de su madre, ayudándola a meter las últimas cosas en la maleta para lo que llamaban la larga visita. Y dado que hacer el equipaje requería tomar decisiones —qué debía llevarse, qué debía dejar, qué podía dar o tirar a la basura—, se pasó la mayor parte de su día libre con una tremenda jaqueca. La toma de decisiones, y ella lo sabía bien, sumían a Colleen Quinn en un estado de indecisión y ansiedad. Simplemente decidir si llevarse el trío de mimadas violetas africanas la dejó al borde de las lágrimas. —Bueno, claro que vas a llevártelas. —Meara se esforzó por hallar el equilibrio en la delgada cuerda entre la jovialidad y la firmeza. —Si las dejo aquí, Donal y tú tendréis que molestaros en regarlas y cuidarlas, y si se os olvida... —Puedo prometer que no se me olvidará. —Porque se las llevaría a Branna, que sabía cómo cuidarlas—. Pero deberías llevártelas. —Es posible que Maureen no las quiera en su casa. —¿Y por qué no iba a quererlas Maureen? —Balanceándose en esa delgada cuerda, Meara dibujó una sonrisa resuelta en su cara mientras cogía una de las plantas de hojas rizadas, plagada de flores moradas—. Son preciosas. —Bueno, es su casa, ¿no? —Y tú eres su madre y estas son tus plantas. Tomada la decisión —a Dios gracias—, Meara las metió con cuidado en cajas que había pedido en el supermercado. —Oh, pero... —Aquí estarán seguras durante el viaje. —Siete por siete (¡mierda!), cuarenta y nueve—. Y ¿acaso no has dicho que las plantas son seres vivos y que reaccionan a la música, a la conversación y al afecto? Te echarían de menos, y seguro que se marchitarían por mucho mimo con que yo las cuidara. Inspirada, Meara canturreó «On the road again» mientras colocaba bolas de papel alrededor de las macetas. Al menos eso arrancó una sonrisa fugaz a Colleen. —Tienes una voz preciosa. —La he sacado de mi madre, ¿no es así?

—Tu padre también tenía una voz bonita y potente. —Hum. —Esa fue la respuesta de Meara mientras continuaba recitando la tabla de multiplicar en su cabeza—. Bueno, seguro que quieres algunas de tus fotos para ponerlas en tu habitación. —Oh. —Colleen entrelazó los dedos de sus manos como era su costumbre cuando no sabía qué hacer—. No estoy segura; además, ¿cómo voy a elegir? Y... —Yo las elegiré. Así te llevarás una grata sorpresa cuando las desempaquetes. ¿Sabes? No me vendría mal un té. —Oh. Voy a prepararlo. —Sería estupendo. —Y le proporcionaría cinco minutos de paz. Con Colleen en la cocina, Meara escogió con rapidez algunas fotos enmarcadas; capturaban momentos del pasado, de su infancia, de sus hermanos y, aunque no le agradara especialmente, de sus padres juntos. Estudió una de sus padres, sonriendo, con los exuberantes jardines de la casa grande que en otro tiempo los había rodeado. Un rostro apuesto, pensó, contemplando a su padre. Un hombre guapo y corpulento, con todo su encanto a raudales. Y sin carácter. Envolvió la foto para proteger el cristal del marco y la metió en la caja. Tal vez opinara que su madre estaría mejor sin el constante recordatorio del pasado, pero no era su vida. Y esa vida, en ese preciso instante, cabía en dos maletas, una bolsa y tres cajas de embalar. Habría más si se convertía en algo permanente; una palabra que Colleen aún no estaba lista para escuchar. Más cosas que empaquetar pero, mucho más que eso, más vida que vivir. Meara estaba segura de ello. Una vez consideró terminado el trabajo —o casi—, volvió a la cocina. Y encontró a su madre sentada a la diminuta mesa, llorando en silencio mientras se tapaba la cara con las manos. —Ay, mamá. —Lo siento, lo siento. No he preparado el té. Me siento perdida, Meara. He vivido en Cong y sus alrededores toda mi vida. Y ahora... —No está lejos. No estarás lejos. —Se sentó y le asió las manos—. Ni siquiera a una hora. Colleen levantó la vista, llorosa. —Pero no os veré ni a Donal ni a ti como ahora.

—Es solo una visita, mamá. —Puede que nunca vuelva aquí. Es lo que todos estáis pensando por mí. Sin otra alternativa, Meara cargó con la culpa. —Es lo que todos creemos que querrás una vez lleves un tiempo allí. Si te quedas en Galway con Maureen, Sean y los niños, iremos a visitaros. Desde luego que iremos. Y si no estás feliz allí, volverás aquí. ¿Acaso no he dicho que me ocuparía de que la casa esté disponible para ti? —Odio este lugar. Detesto todo de este lugar —exclamó. Aturdida, Meara abrió la boca y la cerró de nuevo sin saber qué decir—. No, no, eso no está bien, no es verdad. —Meciéndose, Colleen se llevó las manos a la cara—. Adoro los jardines. Adoro verlos, el de delante y el de atrás, y adoro trabajar en ellos. Y estoy agradecida por la casa, porque es un sitio muy agradable. —Sacando un pañuelo del bolsillo, Colleen se enjugó las lágrimas—. Le estoy agradecida a Finbar Burke por alquilármelo por mucho menos de un precio justo... y a ti por pagarlo. Y a Donal por quedarse conmigo tanto tiempo. A todos vosotros por aseguraros de que alguno me llame cada día para ver qué tal estoy. Por llevarme de vacaciones. Sé que todos habéis conspirado para que me vaya a Galway con Maureen por mi propio bien. No soy estúpida del todo. —No eres estúpida en absoluto. —Tengo cincuenta y cinco años y no sé ni preparar cordero asado. Como eso provocó otro ataque de lágrimas, Meara probó con otra táctica. —Es cierto que eres una pésima cocinera. Cuando llegaba a casa del colegio y olía el guisado que estabas preparando le preguntaba a Dios qué había hecho yo para merecer semejante castigo. Colleen la miró con los ojos desorbitados durante un interminable minuto, con las lágrimas en las mejillas. Luego rompió a reír. El sonido era un poco desquiciado, pero era una risa. —Mi madre era peor. —¿De verdad es eso posible? —¿Por qué crees que tu abuelo contrató a una cocinera? Habríamos muerto de hambre. Y Maureen, bendita sea, no es mucho mejor. —Por eso se inventó la comida preparada. —Esperando evitar más llantos, Meara se levantó para poner la tetera al fuego—. No sabía que odiaras vivir aquí. —No lo odio. Eso ha estado mal y he sido una desagradecida. Tengo un

techo sobre mi cabeza y un jardín del que estoy orgullosa. Tengo buenos vecinos y a Donal y a ti cerca. Odio que eso sea todo lo que tengo; la propiedad de otra persona que me paga mi hija. —No es todo lo que tienes. —Meara se preguntó qué ciega había estado al no ver cómo hería el orgullo de su madre el vivir en una casa de alquiler que su hija le pagaba—. Es solo un lugar, mamá. Solo un lugar. Tú tienes a tus hijos, a tus nietos, que te quieren tanto como para conspirar a fin de que seas feliz. Te tienes a ti misma; una cocinera pésima, pero una jardinera brillante. Vas a ser una bendición para tus nietos. —¿De veras? —Oh, de veras. Eres paciente con ellos, y te interesas de verdad por sus cosas y sus pensamientos. Con los padres es distinto, ¿verdad? Tienen que considerar constantemente si decir que sí o que no, ahora o después. Tienen que enseñarles disciplina e imponerla al mismo tiempo que los quieren y atienden. Tú solo tienes que quererlos, y ellos absorberán ese amor como esponjas. —Echo de menos tenerlos cerca, disponer de tiempo para mimarlos. —Pues aquí tienes tu oportunidad. —¿Y si Maureen se opone a que los mime? —Entonces iré a Galway a darle una patada en el culo. Colleen sonrió de nuevo mientras Meara preparaba el té. —Siempre has sido mi guerrera. Tan fiera y valiente. Espero tener nietos tuyos a los que consentir algún día. —Ah, bueno. —He oído que Connor O’Dwyer y tú os estáis viendo. —He visto a Connor toda mi vida. —Meara. Nada de escaquearse, pensó, y llevó el té a la mesita. —Estamos saliendo. —Le tengo mucho aprecio. Es un buen hombre, y también muy guapo. Tiene buen corazón y una naturaleza afable. Viene a visitarme de vez en cuando solo para ver qué tal estoy y para preguntarme si puede hacer alguna cosa por mí. —No lo sabía, pero es típico de él. —Tiene algo, y aunque sé cómo es el mundo, no puedo aprobar... bueno, el sexo antes del matrimonio. «¡Madre del amor hermoso —rogó Meara—, ten piedad y ahórrame la

charla sobre sexo!» —Entendido. —Tengo la misma opinión con respecto a Donal y a Sharon, pero... Un hombre es un hombre, a fin de cuentas, y todos quieren esas cosas, con o sin sagrado matrimonio de por medio. —Lo mismo que las mujeres, mamá, y detesto darte la noticia, pero soy una mujer adulta. —Sea como sea —repuso Colleen con aire puritano—, sigues siendo mi hija. Y a pesar de lo que la Iglesia diga sobre tales asuntos, espero que tengas cuidado. —Puedes estar tranquila. —Lo estaré cuando estés felizmente casada y formes una familia en tu propia casa. Aprecio mucho a Connor, como ya he dicho, pero es un hecho que tiene buen ojo para las mujeres. Así que ten cuidado, Meara. Cuando oyó abrirse la puerta principal, Meara le dio las gracias de manera apresurada. —Y aquí está Donal para llevarte a Galway —dijo con alegría—. Voy a poner otra taza para él.

Pensó en irse a su casa a contemplar las paredes hasta que no se sintiera tan mal, tan hecha polvo y tan culpable. Y terminó conduciendo directamente a casa de Branna. En cuanto entró en el taller, vio que había cometido un error. Branna y Fin estaban de pie, juntos, frente a la amplia mesa de trabajo, con las manos apoyadas en un cuenco de plata. El líquido que contenía, fuera el que fuese, desprendía una intensa luz naranja que ascendía en una columna de humo. Branna levantó un dedo de la mano libre; una señal para que esperase. —Tú y los tuyos y yo y los míos, vida y muerte juntas se entrelazan. Sangre y lágrimas vertidas y derramadas se mezclan, espesas y rojas. Fuego y humo bullirán y sellarán tu destino con esta poción. El líquido burbujeó, hizo espuma y se derramó un intensísimo color naranja. —¡Mierda! —Branna retrocedió, y apoyó los puños en las caderas—. Sigue sin estar bien. Debería volverse rojo, como la sangre. De un rojo rabioso, y espeso. Nos sigue faltando algo.

—Pues desde luego no es mi sangre —repuso Fin—. Ya te he dado un litro. —Solo unas gotitas, nada más; no me seas crío. —Branna, que sin duda estaba frustrada, se tiró del pelo que se había recogido en lo alto de la cabeza de forma descuidada—. He cogido la mía, y también la de Connor y la de Iona, ¿no es verdad? —Y vosotros sois tres y yo solo uno. —Además de la que hemos usado del vial con su sangre del solsticio, y la que estamos usando de la que hemos sacado de la espada. —Puedes coger la mía si la necesitas —le ofreció Meara—. De lo contrario parece que solo estoy en medio. —No lo estás. A lo mejor no nos viene mal otro par de ojos, otro cerebro. Pero vamos a hacer un descanso para que pueda pensar en esto — decidió Branna—. Vamos a tomarnos un té. —Estás disgustada —le dijo Fin a Meara mientras Branna pasaba la bayeta por la mesa—. Hoy has visto a tu madre marcharse a Galway. —Hace un ratito, sí, y entre lágrimas y rechinando los dientes. —Lo siento. —Branna rodeó la mesa de inmediato y le frotó el brazo a Meara—. Estaba sumida en mis propias frustraciones y no he pensado en las tuyas. Ha sido duro. —En algunos aspectos más y en otros menos de lo que esperaba. Pero ha sido completamente agotador. —Tengo cosas que hacer, así que os dejo a las dos para que habléis. —No, no te vayas por mí. Y esto me da la posibilidad de hablar contigo sobre el alquiler. —No es algo de lo que tengas que preocuparte. Como ya te dije, puedo esperar hasta que ella decida qué quiere hacer. Hace casi diez años ya que vive allí. —Es muy amable por tu parte, Fin. Lo digo en serio. Branna fue a preparar el té sin decir nada. —Creo que no va a volver..., a vivir no —repuso Meara—. Creo que el cambio la animará. Los nietos, sobre todo los nietos, ya que va a vivir con algunos, y a los demás los tendrá muy cerca. A eso hay que sumarle que Sean, el marido de Maureen, se desvive por ella porque siempre ha sentido debilidad por mi madre. Y lo cierto es que ella no es feliz viviendo sola. Necesita a alguien, no solo por la conversación, sino para que la guíe, y Maureen le proporcionará ambas cosas.

—Pues deja de sentirte culpable —la aconsejó Fin. —Voy a revolcarme en ello durante un rato. —Haciendo eso, Meara se apretó los ojos con los dedos—. Ella también ha llorado y ha dicho cosas que no sabía que pensaba o sentía. Fin, te está agradecida por la casa, por el irrisorio alquiler que le has cobrado todos estos años... y yo no tenía ni idea de que ella supiera lo del dinero. Pero lo sabía y está agradecida, y yo también. —No es nada, Meara. —Lo es, para ella y para mí. Ni siquiera con la ayuda de Donal habría podido pagar mi alquiler y el suyo si el de ella no hubiera sido tan bajo, y sin duda habría habido un asesinato. Así que a ella le has salvado la vida y a mí de ir a la cárcel, y por eso vas a aceptar la gratitud que te mereces. —De nada. —Entonces se acercó a ella y la abrazó cuando se puso a llorar—. Basta ya, cielo. —Es que ella se puso a llorar otra vez cuando Donal y yo cargamos sus cosas en el camión, y se agarró a mí como si yo me fuera a la guerra, lo cual es cierto, supongo, aunque ella no lo sabe. Juro que ha cerrado los ojos todos estos años a lo que tres de mis mejores amigos son, y ahora solo le preocupa que Connor y yo estemos teniendo sexo fuera de la sagrada institución del matrimonio. Aunque no pudo reprimir la sonrisa, Fin le frotó la espalda. —Parece que has tenido un día completito. —Que ha terminado echando a mi propia madre de su casa de una patada. —Tú no has hecho nada de eso. La has ayudado a romper las cadenas que la mantenían encerrada aquí, sabiendo que va a ser más feliz en una casa llena con su familia. Te apuesto algo a que te lo agradecerá antes de que termine el año. Vamos, dubheasa, sécate las lágrimas. Dio un paso atrás, se palpó los bolsillos y luego sacó un pañuelo lleno de color, haciéndola reír. —¿Qué es todo eso? —Después de la tormenta siempre sale el arcoíris. —Acto seguido le sacó una enorme margarita del pelo, de color rosa chillón—. Y las flores salen con la lluvia. —Ganarías una puñetera fortuna en las fiestas de cumpleaños. —Me lo reservo por si acaso. —Y soy una completa idiota.

—De eso nada. —Le dio otro abrazo—. Solo medio idiota, como mucho. Fin miró a Branna por encima de la cabeza de Meara. Y la sonrisa que ella le brindó se le clavó directamente en el corazón.

Se bebió su té, se comió tres galletas de limón de Branna y, aunque apenas sabía nada de escribir hechizos y preparar pociones, hizo lo que pudo por ayudar. Molió hierbas usando el almirez y la mano: salvia, hierba de gato, romero para desterrar. Pesó el polvo de un cristal de fluorita negro machacado, cortó trozos largos de cable de cobre, apuntando todas las cantidades de forma precisa en el diario de Branna. Cuando llegó Connor, con Iona y Boyle, todos los ingredientes que Branna y Fin habían elegido estaban listos. —Ya hemos fallado dos veces hoy —les dijo Branna—, así que esperemos que a la tercera vaya la vencida. Además, esta vez hemos contado con la ayuda de Meara, y eso trae buena suerte. —Así que ¿eres una aprendiz de bruja? —Connor tiró de ella para darle un beso. —Difícilmente, pero puedo moler y medir cantidades. —¿Has visto a tu madre marcharse hoy? —Así es, y he pasado la fregona después de que llorara a mares. Luego he venido aquí, y Fin ha pasado la fregona cuando me ha tocado a mí. —Alégrate. —Esa vez Connor la besó en la frente—. Porque ella va a ser feliz. —Ya casi me lo creo, porque Donal me ha mandado un mensaje no hace ni una hora diciéndome que la familia de Maureen la ha recibido como a una reina, con serpentinas y flores, tarta e incluso champán. Me avergüenza un poco haber pensado que Maureen no se molestaría en hacerlo, pero lo superaré en cuanto haga que me cabree por alguna cosa. Donal dice que está como una chiquilla con zapatos nuevos... Mi madre, no Maureen, así que esa nube ha desaparecido de encima de mi cabeza. —Nos acercaremos por allí y la llevaremos a cenar en cuanto podamos escaparnos sin problemas. Su madre había dicho que Connor tenía buen corazón. Y una naturaleza afable. —Correrías peligro, ya que estás teniendo sexo con su hija fuera de la sagrada institución del matrimonio.

—¿Qué? —Luego te lo explico. Creo que Branna quiere tu sangre. —La de todos —replicó Branna—. Ya que usamos la de todos para el hechizo antes del solsticio. —No acabamos con él. —Boyle miró ceñudo el cuenco mientras Branna añadía con cuidado los ingredientes—. ¿Por qué iba a hacerlo este? —Tenemos su sangre... la del suelo, la de la espada —adujo Fin—. Y eso aporta su poder, aporta su oscuridad, y utilizaremos la oscuridad contra él. —Oculta el taller, Connor. —Branna echó sal al cuenco—. Iona, las velas, si eres tan amable... Esta vez lo haremos todos juntos, ya que estamos todos aquí, y dentro de un círculo. »Dentro y fuera —comenzó—, fuera y dentro, y aquí el fin del diablo tejemos. —Cogiendo un trozo de alambre de cobre, lo retorció hasta darle la forma de un hombre—. En las sombras se oculta, en las sombras aguarda y adopta su verdadera forma. Para reducirlo a ceniza, este hechizo lanzamos. —Dejó la figura de cobre en la bandeja de plata con los viales, una gran bola de cristal y su más antigua daga ceremonial—. Iniciamos el círculo. Meara había visto el ritual docenas de veces, pero siempre le producía un cosquilleo. Cómo encendía el amplio círculo de velas blancas haciendo un gesto con la mano y cómo el aire parecía aquietarse y enmudecer dentro del círculo. Luego se agitó. Los tres y Fin ocuparon los cuatro puntos cardinales y cada uno invocó a los elementos, al dios y las diosas, a sus guías. Y el fuego que Iona conjuró era blanco, a treinta centímetros del suelo, con el cuenco de plata suspendido encima. Hierbas y cristales, agua bendita vertida de la mano de Branna..., todo ello agitado por el aire que Connor invocó. Tierra negra surgió del puño de Fin, mojada por las lágrimas derramadas por una bruja. Y sangre. —Desde el corazón valiente y fiel. —Con su daga ceremonial Iona hizo un corte en la palma de Boyle—. Para mezclarla con la mía, como un solo ser. —Y se hizo un corte en la suya, apretando su mano con la de él—. Vida y luz, arded con fuerza —dijo, dejando que la sangre mezclada goteara hasta el cuenco.

Connor tomó la mano de Meara y le dio un beso en la palma. —Desde el corazón leal y fuerte. —Cortó la palma de ella; luego la suya —. Unida con la mía para enmendar el mal. Vida y luz, arded con fuerza. Branna se volvió hacia Fin y se dispuso a cogerle la mano, pero él la apartó y se bajó el hombro de su camisa. —Tómala de la marca. —Cuando ella negó con la cabeza, Fin le agarró la muñeca de la mano en que sostenía la daga—. De la marca. —Como tú digas. Apoyó la hoja en el pentagrama, su maldición y su herencia. —Sangre que mana de esta marca, mézclate con la mía. Blanco y negro. —Cuando posó el corte abierto de su mano sobre el hombro de Fin, carne contra carne, sangre con sangre, las llamas de las velas se alzaron y el aire se estremeció—. Negro y blanco, fuerza y poder. Vida y luz, arded con fuerza. —La sangre se derramó en un fino río de su mano al cuenco. La poción hirvió, se arremolinó, desprendiendo humo—. En nombre de Sorcha, de todos los que vinieron antes, de todos los que vinieron después, unimos nuestro poder para librar esta lucha. Te expulsamos de las sombras a la luz. Arrojó la figura de cobre a la burbujeante poción, donde centelleó; naranja, dorada y roja llama, un rugido como el de un tornado, un millar de voces llamando a través de él. Entonces cayó un silencio tan profundo que resultó estremecedor. Branna miró dentro del cuenco. —Está bien —susurró—. Está bien. Esto puede acabar con él. —¿Apago el fuego? —le preguntó Iona. —Vamos a dejar que cueza a fuego lento durante una hora, y luego puedes apagar la llama durante la noche para que sane. Y por Samhain lo ahogaremos con esto. —Entonces ¿hemos terminado por hoy? —preguntó Meara. —Hemos terminado, ya que quiero despejarme la cabeza y tomarme una buena copa de vino. —Vale, volvemos dentro de un minuto. Solo necesito... —Pero ya tiraba de Connor para salir con él de la habitación—. Solo necesito a Connor un momento. —¿Qué pasa? —Se preocupó, pues ella le agarraba la mano con fuerza brutal mientras salía con él por la parte de atrás del taller y cruzaba la cocina tirando de él—. ¿Estás disgustada? Sé que el ritual ha sido intenso,

pero... —Lo ha sido. Lo ha sido. Lo ha sido. —Prácticamente lo dijo cantando al tiempo que continuaba tirando de él por el salón y escaleras arriba. —¿Ha sido la sangre? Sé que puede ser molesto, pero te prometo que es necesario para preparar la poción, para hacer el hechizo. —No. Sí. Joder. ¡Ha sido todo! —Sin aliento, lo empujó dentro de su dormitorio y luego contra la puerta para cerrarla. Entonces le cubrió la boca con la suya, y sus labios casi se fundieron con el calor que brotaba de ella. —Oh —consiguió decir, comprendiendo por fin cuando ella tiró de su jersey y lo despojó de él. —Dámelo. —Le quitó la camisa que llevaba debajo del jersey y le mordió el hombro desnudo—. Solo dámelo. Connor habría querido ir más despacio, solo un poco, pero ella le estaba desabrochando el cinturón, así que ¿qué podía hacer él? Comenzó a subirle el jersey —desnudar a una mujer era uno de los mayores placeres de la vida— y se enredó con sus ajetreadas manos. Contempló la idea de arrancárselo, y entonces... —Ah, a la mierda. Lo siguiente que supo Meara era que estaba desnuda y él también. —Sí, sí, sí. —Lo agarró del pelo, asaltó su boca y gimió de placer cuando él le tomó los pechos. Jamás le había dominado la lujuria de ese modo, nunca había conocido una necesidad tan estremecedora. Quizá le había impactado el turbulento aire, el palpitar del fuego, el impresionante alzamiento y la fusión del poder y la magia. Lo único que sabía era que tenía que ser suyo o se volvería loca. Connor aún llevaba ese sabor, el exótico sabor de la magia; potente, seductor, con cierto matiz de oscuridad. Sentía sus vibraciones fluyendo aún dentro de él, pues todavía no habían cesado. Y quería eso, lo quería a él, lo quería todo. Sus manos ya no eran pacientes, sino ávidas, bruscas y veloces. También deseaba eso, ansiaba que la tocara y la tomara como si su vida dependiera de ello. Tenía la sensación de que así era. Connor cambió de posición, apoyándola contra la puerta. Dispuso de un instante para mirarlo a los ojos —fieros y salvajes— antes de que se

hundiera dentro de ella. Había creído que se volvería loca si no la hacía suya, y ahora que la había tomado, perdió la cordura. Movió las caderas sin tregua, desafiándolo a igualar su violento ritmo. Le clavó las uñas con suavidad, en la espalda, en los hombros, lo mordisqueó y lo raspó con los dientes. Pequeñas punzadas de dolor, rápidas y ardientes, que prendieron en un delirante placer que lo hizo su esclavo. Su sangre palpitaba con fuerza bajo su piel, de modo que la penetró con más ímpetu, más rápido, más profundo, en un ritmo brutal y desgarrador. Meara gritó, un sonido que aunaba sorpresa y avidez. Y gritó de nuevo, esa vez su nombre, maravillada. Cuando Connor la agarró de las caderas y la alzó, le rodeó la cintura con las piernas. Él asaltó su cuello, llenándose de su sabor mientras la colmaba de su lujuria hasta que la última deshilachada hebra se partió. Connor estalló, y podría haber jurado que el aire mismo se hizo añicos como el cristal cuando ella lo ciñó con fuerza al tiempo que su grito final se marchitaba en un estremecido suspiro. Relajados, se deslizaron hasta el suelo en una sudorosa maraña de extremidades. —Dios. ¡Santo Dios! —Meara tomó aire como una mujer ahogándose que emerge a la superficie. Resollando, Connor consiguió emitir un gruñido, y luego se bajó de encima de ella para tumbarse boca arriba, con los ojos cerrados y la respiración agitada. —¿Está temblando el suelo? —No lo creo. —Abrió los ojos y miró al techo—. Puede. No —decidió —. Creo que somos nosotros; más bien estamos, lo que podría decirse, vibrando. Según me han contado es normal que haya réplicas después de un terremoto. —Alargó la mano a tientas para tocarla y aterrizó sobre su pecho. Un buen lugar—. Entonces ¿estás bien? —No estoy bien. Estoy increíble y alucinada. Me siento como si hubiera volado otra vez. Ha sido tu aspecto..., parecía que estuvieras iluminado por dentro, y tu pelo se agitaba con el viento que habías invocado y su poder redoblaba como un tambor tribal. No he podido evitarlo. Lo siento, pero no he podido controlarme. —Estás perdonada. Soy un hombre compasivo. Meara profirió una carcajada, sin aliento, y posó la mano sobre la de él.

—Y ahora, aquí estamos, desnudos y agotados en el suelo..., y tu cuarto es un caos, como siempre. Connor volvió la cabeza y miró a su alrededor. No era un caos, no exactamente, estimó. Cierto que había zapatos, botas, ropa y libros desparramados por doquier. Y nunca había visto la necesidad —un importante elemento de discordia entre su hermana y él— de hacer la cama cuando iba a tumbarse de nuevo en ella. Para complacerla, agitó una mano e hizo que los zapatos y las botas, la ropa y los libros —y cualquier otra cosa tirada en el suelo— se apilaran en un rincón. Ya se ocuparía de todo... en algún momento. Pero por el momento agitó la mano otra vez y provocó una lluvia de pétalos. Meara rió, agarró un puñado y luego los dejó caer sobre su pelo. —Eres un bobo romántico, Connor. —El romanticismo no tiene nada de bobo. —La atrajo contra sí, apoyándole la cabeza sobre su hombro—. Ah, eso está mejor. Meara no podía discutírselo y, sin embargo... —Deberíamos bajar. Se preguntarán qué estamos haciendo. —Oh, apuesto a que saben perfectamente lo que estamos haciendo. Así que vamos a tomarnos un poco más de tiempo. Un poco más, decidió Meara. —Voy a necesitar mi ropa otra vez... dondequiera que la hayas puesto. —Te la devolveré. Pero todavía no. Se permitió sentirse satisfecha, con la cabeza apoyada sobre su hombro y el aire lleno de pétalos de rosa.

14 A medida que septiembre daba paso a octubre, Branna obligó a Connor y a Iona a ayudar a recoger las verduras del huerto de atrás. Puso a Iona a recolectar las gordas vainas de guisantes, a Connor a sacar patatas en tanto que ella cogía zanahorias y nabos. —Huele muy bien. —Iona se enderezó para oler el aire—. En primavera, cuando sembramos, todo huele a fresco y a nuevo, y es maravilloso. Y ahora huele a maduro y a listo, y también es maravilloso aunque diferente. Connor lanzó a Iona una mirada torva mientras apartaba la tierra con la pala. —Repite eso mismo cuando tengas que pelar todo esto y cocer o escaldar o como coño se diga. —Poco te quejas cuando te comes las comidas que preparo todo el invierno con las verduras que envaso o congelo. De hecho... —Se acercó, arrancó un tomate bien maduro de la mata y lo olisqueó—. Tengo intención de preparar mi sopa de queso azul y tomate para esta noche. Sabiendo lo mucho que le gustaba a Connor, Branna esbozó una sonrisa cuando este la miró. —Esa es una forma muy astuta de conseguir que siga trabajando. —Soy una persona astuta. Recoger las verduras la puso de buen humor. Tal vez recogiera durante todo el verano, pero la cosecha básica que iba a envasar para el siguiente invierno le proporcionó una maravillosa y gran satisfacción. Y el trabajo, por lo que concernía a Branna, solo la potenciaba. —Iona, puedes coger un buen par de pepinos. Prepararé unas cremas de belleza después y voy a necesitarlos. —No sé cómo consigues hacer tantas cosas. Atiendes la casa, un huerto, cocinas, elaboras los productos para tu tienda..., diriges un negocio. Haces planes para destruir el mal. —Quizá sea magia. —Disfrutando del aroma, de la sensación en su mano, Branna metió más tomates en el cubo—. Pero lo cierto es que adoro lo que hago, así que la mayoría de las veces no me supone ningún esfuerzo. —Dile eso al hombre de la pala —se quejó Connor, y fue ignorado. —Tú ya tienes bastantes cosas de que ocuparte —le dijo Branna a Iona —. No parece que te moleste pasarte los días retirando excrementos de

caballo, cargando balas de heno y paja, cabalgando por el bosque mientras parloteas con turistas que sin duda te hacen las mismas preguntas todos los días. Y a eso hay que sumarle todo lo que has estudiado y la magia que has practicado desde el invierno pasado, cuando apenas eras capaz de encender una vela. —Yo también lo adoro. Tengo un hogar y un lugar, un propósito en la vida. Tengo familia y un hombre que me quiere. —Levantando la cara al cielo, Iona inspiró hondo—. Y tengo magia. Antes de venir aquí solo tenía una pizca, y Nana era mi única familia de verdad. —Se acercó a los pepinos y eligió dos—. Y me encantaría poder poner un pequeño huerto. Si aprendo a hacer las cosas, sentiré que he cumplido con mi parte cuando Boyle acabe siendo quien se ocupe de cocinar casi siempre. —Hay espacio suficiente para que pongas uno en casa de Boyle. ¿Tenéis pensado quedaros ahí cuando os caséis? —Oh, por el momento está bien. Más que bien para nosotros dos, y está muy cerca de todo y de todos aquellos a quienes queremos cerca. Pero... queremos formar una familia, y pronto. Branna se colocó bien el sombrero de paja que llevaba más por tradición que para protegerse del sol que se ocultaba y asomaba entre las mullidas y blancas nubes en un día que recordaba más al verano que al otoño. —Entonces querréis una casa, y no solo unas habitaciones encima del garaje de Fin. —Lo estamos pensando, pero ninguno de los dos quiere renunciar a estar cerca de todos vosotros ni del picadero, así que solo lo estamos pensando. —Retomando su trabajo, Iona cogió un calabacín de un amarillo vivo—. Primero hay que organizar la boda, y aún no he decidido ni el vestido ni las flores. —Pero tienes en mente lo que quieres en ambos casos. —Tengo una especie de visión del vestido que quiero. Creo que... Connor, te hago una advertencia justa; esto va a hacer que te aburras como una ostra. —Las patatas ya se han ocupado de eso. —Las sacó de la tierra y las echó en el cubo. —Bueno, quiero un largo vestido blanco, pero creo que más de estilo clásico que elegante y moderno. Sin cola ni velo, más sencillo aunque precioso. Como algo que habría podido llevar la abuela..., solo que un poco actualizado. Nana me daría el suyo, pero es color marfil y yo lo quiero

blanco, y ella es más alta... y bueno, no es lo que quiero, por mucho que me encantara llevar un vestido que pertenezca a la familia. —Cogió un tomatito cherry y se lo metió en la boca—. Dios mío, qué rico. En fin, he estado mirando en internet y tengo la idea, y después de Samhain espero que Meara, tú y yo podamos ir a buscarlo. —Me encantaría. ¿Y las flores? —También le he estado dando una y mil vueltas a eso, y entonces me he dado cuenta de que... quiero tus flores. —¿Las mías? —Me refiero al aspecto de tus flores, a tus jardines. —Enderezándose de nuevo, Iona agitó la mano hacia las zinnias, las dedaleras, las begonias y las capuchinas—. No especies o colores concretos. Todo ello. Todo ese colorido y alegría, la manera en que consigues plantarlas para que parezca algo natural y alegre, y deslumbrante a la vez. —Entonces buscas a Lola. —¿Lola? —Es florista y tiene una tienda justo a este lado de Galway. Es una clienta. Yo le envío litros de crema de manos porque trabajar con flores es matador para estas. Y ella suele encargarme velas por ese valor que armonicen con sus arreglos para bodas. Te prometo que es una artista con las flores. Te daré su número si quieres. —Vale. Suena estupendo. Iona dirigió la mirada hacia Connor. Estaba acuclillado en el suelo, estudiando una patata como si tuviera la respuesta a todas las preguntas impresa en la piel. —Te advertí que te ibas a aburrir como una ostra. —No, no es eso. Me ha hecho pensar en la familia, en jardines y en flores. Y en el jacinto silvestre que Teagan me pidió que plantara en la tumba de su madre. No lo he hecho. —Ir a la cabaña de Sorcha ahora es muy arriesgado —le recordó Branna. —Lo sé. Y aun así es lo único que me pidió. Ayudó a sanar a Meara y solo pidió que plantara la flor. Branna dejó el cubo en el suelo y se acercó a él, poniéndose en cuclillas para mirarlo a la cara. —Y lo haremos. Plantaremos el jacinto silvestre; una hectárea entera si es lo que quieres. Honraremos a su madre, que también es nuestra. Pero nadie va a acercarse a la tumba de Sorcha hasta después de Samhain.

Prométemelo. —No me arriesgaría, y si hiciera eso estaría corriendo un riesgo. Pero es algo que me pesa, Branna. No era más que una niña. Y se parecía a ti, Iona. Y te miro —le dijo a Branna—, igual que miré a Brannaugh, la hija de Sorcha, y puedo ver cómo será ella dentro de otros diez años y cómo eras tú a su edad. Había mucha pena y responsabilidad en sus ojos, como tan a menudo los hay en los tuyos. —Cuando hayamos hecho lo que juramos hacer, la pena y la responsabilidad desaparecerán. —Le dio un apretón a su mano llena de tierra—. Ellos lo sabrán al mismo tiempo que nosotros. De eso estoy segura. —¿Por qué no podemos ver, tú y yo juntos? ¿Y con Iona, los tres? ¿Por qué no podemos ver cómo termina? —Ya conoces la respuesta. Mientras haya elección, el final no está escrito. Lo que él tiene, y todo lo que pasó antes, empaña la visión, Connor. —Somos la luz. —Iona estaba de pie, con su cubo de judías verdes y las rodilleras de los vaqueros manchadas de tierra. Y el anillo que Boyle le había regalado brillaba en su dedo anular—. Consiga lo que consiga, venga como venga, lucharemos. Y ganaremos. Eso es lo que yo creo. Y lo creo porque vosotros lo creéis —le dijo a Connor—. Porque cuando toda tu vida te ha llevado a esto, sabiendo que era así, uno cree. Es un abusón y un cabrón que se esconde tras el poder que intercambió con algún demonio. ¿Qué somos nosotros? —Se llevó la mano al corazón—. Lo que tenemos procede de la sangre y de la luz. Lo derrotaremos con esa luz y lo enviaremos al infierno. Lo sé. —Bien dicho. Y ahí lo tienes. —Branna le dio un empujón a Connor—. Ese es el discurso del Día de San Crispín de nuestra Iona. —Has hablado muy bien. Lo que pasa es que no estoy de humor. Es una promesa sin cumplir. —Una promesa que cumpliremos —repuso Branna—. Y no es solo eso y sacar patatas lo que te pone de ese humor; un humor de perros, cosa rara en ti. ¿Os habéis peleado Meara y tú? —En absoluto. Todo va genial. Puede que de vez en cuando me preocupe porque Cabhan se haya interesado tanto en ella. Cuando se trata de uno de nosotros, es arma contra arma, magia contra magia. Ella solo cuenta con su ingenio y su coraje, y una espada, si es que la lleva. —La cual le resulta muy útil, y lleva puestas tus piedras protectoras y

los amuletos que le preparamos. Es cuanto podemos hacer. —Tuve su sangre en mis manos. —Se las miró y vio la roja sangre de Meara en ellas en vez de rica y oscura tierra—. Resulta que no puedo superarlo, no puedo dejarlo atrás, así que le mando media docena de mensajes al día, inventándome alguna razón estúpida, solo para asegurarme de que está a salvo. —Te va a pegar un puñetazo que vas a acabar en el suelo. —Ya lo sé, ya. —Yo también me preocupo por Boyle. Y eso que Cabhan no le ha prestado demasiada atención. Es natural —agregó Iona— que nos preocupemos por dos personas que nos importan y que no disponen del mismo arsenal que nosotros. —Miró a Branna—. Tú también te preocupas. —Sí, me preocupo. Aun sabiendo que no hay nada que podamos hacer que no hayamos hecho ya, me preocupo. —Si te sirve de ayuda, te prometo que paso mucho rato con ella durante la jornada laboral. Y cuando sale con un grupo, desde que el lobo la siguió, trenzo un amuleto en la crin de su caballo. Connor esbozó una sonrisa. —¿En serio? —Ella me sigue la corriente, y Boyle también. Se los he estado poniendo a todos los caballos siempre que puedo. Hace que me sienta mejor cuando tenemos que dejarlos por la noche. —El otro día le di un poco de loción y le pedí que la usara cada día para probarla. —Branna sonrió—. Le lancé un encantamiento. —¿La que huele a melocotones y a miel? Es genial. —Besó a Branna en las mejillas—. Así que eso es gracias a una especie de equilibrio mágico y romántico. Debería haber sabido que las dos tomaríais precauciones extras. En cuanto a mí, Roibeard nunca la pierde de vista a no ser que yo la tenga en mi campo de visión. —Bueno, confíasela a Merlín durante una hora o así; Fin estará más que dispuesto. Y sal de caza con el halcón. —Apoyando la mano en su hombro para tomar impulso, Branna se levantó—. Deja las patatas en la bodeguilla y ve a sacar un rato a tu halcón. Imagino que a los dos os vendrá bien. —¿Y qué hay de hervir y escaldar y todo lo demás? —Estás perdonado. —¿Y la sopa? Branna rompió a reír, propinándole un suave coscorrón en la cabeza.

—Tengo una idea. Dile a Boyle que voy a necesitar a Meara aquí dentro de... —Branna levantó la vista hacia el sol y calculó la hora—. Tres horas servirá. Luego los demás tendréis que estar aquí a las seis y media. Tendremos tu sopa y ensalada de rúcula, ya que he hecho que Iona la recoja fresca, un poco de pan negro y tarta de crema. —¿Tarta? ¿Qué celebramos? —Haremos una céili. Ya es hora de que celebremos una fiesta. Frotándose las manos en los pantalones, Connor se puso en pie. —Ya veo que tengo que ponerme de mal humor más a menudo. —No funcionará una segunda vez. Guarda esas patatas, ve a buscar a tu halcón y vuelve aquí a las seis y media. Branna volvió, cogió más patatas, ya que ahora iba a preparar sopa para seis, y miró a Iona después de que Connor se hubiera ido. —Él no lo sabe aún —dijo Iona—. Te lo contaría si lo supiera. A ti al menos. No sabe que está enamorado de ella. —Aún no lo sabe, pero empieza a vislumbrarlo. Es obvio que la ha querido toda su vida, por lo que comprender que se trata de un amor distinto del que creía sentir requiere su tiempo. —Branna miró hacia la casa y pensó en él, pensó en Meara—. Es la única con quien querrá tener una vida, o toda una eternidad. Otras han podido llegar a su corazón, y lo han hecho, pero solo Meara podría rompérselo. —Jamás lo haría. —Ella lo quiere, y siempre lo ha querido. Y él es el único con quien querrá tener una vida, o toda una eternidad. Pero ella no tiene su fe en el amor ni en su poder. Si puede confiar en sí misma y en él, estarán juntos. Si no puede, le romperá el corazón a él y también a sí misma. —Creo en el amor y en su poder. Y creo que si se le da la oportunidad, Meara se aferrará a ella con todas sus fuerzas y la valorará. —Espero con toda mi alma que estés en lo cierto. —Branna exhaló un suspiro—. Entretanto los dos siguen sin haber descubierto por qué nadie más en el mundo les ha hecho sentir como ahora. El corazón tiene razones que la razón no entiende. Vamos a meter todo esto dentro y a limpiarlo. Te enseñaré a preparar la sopa y luego veremos cuántas conservas podemos hacer antes de que llegue Meara.

Llegó a tiempo y de mal humor.

Una vez fue a la cocina con paso airado, plantó los brazos en jarras y miró ceñuda los relucientes botes de coloridas verduras enfriándose en la encimera y la sopa que cocía a fuego lento en el fogón. —¿Qué es todo esto? Si me habéis llamado para hacer trabajo de cocina, os vais a sentir profundamente decepcionadas. Ya he trabajado bastante por hoy. —Casi hemos terminado —repuso Meara en tono agradable. —Voy a tomarme una cerveza. —Meara fue a la nevera y sacó un botellín de Smithwick’s. —¿Todo bien en el picadero? —¿Todo bien? —espetó a Iona—. Oh, claro, mejor que bien: con un día de verano en pleno mes de octubre, todo hijo de vecino a cincuenta kilómetros a la redonda ha decidido que lo mejor era montar a caballo hoy. Cuando no estaba guiando a un grupo, estaba cepillando a los animales o cargando con las sillas y sacándolas fuera. —Meneó la cerveza en el aire antes de abrirla—. ¡Y a César va y se le ocurre morder a Rufus en el culo!, y esto después de que le dijera a la mujer española que lo montaba que les dejara un poco de espacio a los caballos. Así que me vi con una mujer casi histérica entre manos, y apenas podía entenderla porque hablaba en español y la mitad lo hacía por señas, de modo que movía las riendas sin control, haciéndole creer a César que quería ir a todo galope. —¡Ay, Dios! —Iona arruinó el intento de simular preocupación al soltar una carcajada. —Oh, a ti te hace mucha gracia. —Solo un poco, porque sé que no ha pasado nada y que no le habrías asignado a César si la mujer no supiera cabalgar. —A pesar del ataque de histeria, cabalgaba como una puñetera conquistadora, y tengo la sospecha de que en todo momento andaba persiguiendo una galopada. Por suerte yo montaba a Alastar y no tuve problemas para alcanzarla. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, aunque intentó disimularla cuando agarré la brida de César e hice que frenara. Y os juro que... —Señaló, con la cara lívida—. Os juro que los dos caballos se carcajearon de todo ello. —Dio unos tragos a su cerveza—. Y después de esa mujer tuve a cinco adolescentes. Cinco chicas adolescentes. Y de eso no puedo hablar o me dará un ataque de histeria como a la española. Y tú. —Señaló de nuevo a Iona con un dedo acusador—. Tú tienes un día libre para jugar en el huerto porque te acuestas con el jefe.

—Soy un putón. —Así que ahí lo tienes. —Meara bebió otra vez—. Y por eso no pienso hacer nada en la cocina ni en el huerto, y si hay que lanzar un hechizo o un encantamiento, necesitaré otra cerveza como mínimo. Branna miró hacia los tarros justo cuando sonaron tres débiles ruidos secos; una señal de que se habían sellado al vacío. —Ese es un buen sonido. No hay trabajo por hacer. Nos estamos tomando el día libre. Esa vez Meara tomó un trago despacio. —¿Es que ha caído presa de un hechizo? —le preguntó a Iona—. ¿O del whisky? —De ninguna de las dos cosas, pero más tarde deberíamos tomarnos un whisky. Vamos a celebrar una céili. —¿Una céili? —Ya he recogido los primeros frutos de mi cosecha y también he hecho conserva. Hemos tenido un día de verano en octubre. —Branna se secó las manos y dejó el trapo extendido—. Así que prepara la voz, Meara, y ponte los zapatos de bailar. Tengo ganas de fiesta. —¿Estás segura de que no se encuentra bajo un hechizo? —Hemos trabajado y nos hemos preocupado, hemos hecho planes y hemos conspirado. Es hora de que nos tomemos una noche libre. Esperemos que él oiga la música y le ardan los oídos. —No voy a protestar. —Meara tomó otro sorbo de cerveza, un tanto pensativa—. Odio arriesgarme a aguarte el buen humor, tan raro en ti, pero debería decirte que hoy lo he visto dos veces..., a la sombra. Primero del hombre, y luego del lobo. Solo observaba, nada más. Pero basta para ponerte de los nervios. —Por eso lo hace, así que vamos a enseñarle que no puede impedirnos vivir. Y hablando de eso, os necesito a las dos arriba. —Estás llena de sorpresas y misterio —decidió Meara—. ¿Saben los demás que vas a dar una fiesta? —preguntó mientras subían. —Connor les avisará. Branna las condujo a su dormitorio, en el que, a diferencia del de Connor, todo estaba en su sitio. Tenía el cuarto más espacioso, construido según sus indicaciones cuando Connor y ella ampliaron la casa. Había pintado las paredes de un intenso tono verde bosque, y con las oscuras molduras de madera a menudo

pensaba que era como dormir en las entrañas del bosque. Había elegido los adornos con esmero, siguiendo la fantasía con cuadros de sirenas y hadas, dragones y duendes. Se había dado un capricho con la cama, con un nudo de la Trinidad celta tallado en el alto cabecero y a los pies. Un despliegue de almohadones se amontonaba sobre el grueso edredón blanco. Había una cómoda construida y pintada por su bisabuelo situada a los pies, y que contenía las herramientas más valiosas de su oficio. Sacó un largo gancho de su armario y, encajándolo en la pequeña ranura del techo, tiró de la puerta y la escalera del desván. —Necesito coger una cosa. Solo tardaré un minuto. —Aquí siempre se respira mucha paz. —Iona fue hacia las ventanas que daban a los prados y al bosque, hasta las onduladas y verdes colinas más allá. —Entre Branna y Connor hicieron un buen trabajo. Envidio su baño integrado, con esa enorme bañera y la kilométrica encimera. Si yo tuviera semejante encimera en mi baño la tendría abarrotada. Y ella tiene... — Meara fue a la puerta y se asomó—. Un bonito jarrón de lirios cala, jaboncitos en un platito y tres gruesas velas sobre unos preciosos portavelas de plata. Diría que es brujería, pero no es más que una fanática del orden. —Ojalá se me pegara un poco a mí —dijo Iona cuando Branna bajó la escalera con una gran caja blanca—. Oh, deja que te ayude. —Ya puedo yo; no pesa. —Depositó la caja sobre el blanco edredón—. En fin, cuando hablamos sobre bodas, vestidos, flores y todo eso, pensé en esto. Después de abrir la caja, apartó capas y capas de papel de seda y luego sacó un largo vestido blanco. El grito ahogado de Iona era justo la reacción que había esperado. —Oh, es precioso. Sencillamente precioso. —Sí que lo es. Mi bisabuela lo llevó el día de su boda y a mí se me ocurrió que podría ser adecuado para la tuya. Con los ojos como platos, Iona dio un paso atrás con celeridad. —No podría. No podría, Branna; debería ser para ti, para la tuya. Era de tu bisabuela. —Y ella es tu sangre tanto como lo es mía. A mí no me sentaría bien, aunque es precioso. No es mi estilo. Y ella era menuda, igual que tú. —

Ladeando la cabeza, sostuvo el vestido delante de Iona—. Te pido que te lo pruebes; dame ese capricho. Si no te queda bien, si no es lo que buscas, no pasa nada. —Pruébatelo, Iona. Lo estás deseando. —¡Vale, vale! Oh, qué divertido. —Comenzó a desvestirse, casi bailando mientras lo hacía—. Nunca imaginé que hoy me probaría un vestido de novia. —Ya tienes la ropa interior para la luna de miel. —Meara enarcó las cejas al ver el sujetador de encaje azul claro de Iona y las braguitas a juego. —Me he comprado todo un nuevo surtido. Ha resultado ser una inversión magnífica. —Rió mientras Branna la ayudaba a ponerse el vestido. —Abotona la espalda, ¿quieres, Meara? —dijo Branna cuando Iona metió los brazos en las finas mangas de encaje. —Hay millones, y son tan diminutos y bonitos como perlas. —Era de Siobhan O’Ryan, que se casó con Colm O’Dwyer, y fue tía para nuestra propia abuela, Iona, si no me equivoco. El largo está bien, ya que llevarás tacones, supongo. —Branna ahuecó las capas de tul rematado con encaje. —Por cómo te queda, podrían haberlo hecho expresamente para ti. — Meara continuó abrochándole los botones. —Oh, es tan hermoso... Sonriendo ante el largo espejo de Branna, Iona acarició con las yemas de los dedos el corpiño de encaje, descendiendo por la falda de capas superpuestas. —¡Ya está! Todos abrochados —anunció Meara cuando terminó con el último botón en la base del cuello de Iona—. Estás impresionante, Iona. —Lo estoy. De verdad lo estoy. —Creo que la falda es perfecta. —Asintiendo, Branna caminó alrededor de Iona mientras su prima giraba a un lado y otro para hacer que la falda volara—. Suave, romántica, con el vuelo justo. Pero estoy pensando que podrían venirle bien unos cambios al corpiño. Está demasiado pasado de moda y es demasiado modesto. Una cosa es que sea clásico, y otra que tape hasta la barbilla. —Oh, pero no podemos cambiarlo. Lo has guardado todos estos años. —Lo que puede cambiarse, se puede cambiar de nuevo. Gírate. —Ayudó

a Iona, colocándola de nuevo de espaldas al espejo—. Esto debería esfumarse. —Branna bajó las manos por las mangas, haciéndolas desaparecer, y miró a Meara. —Ya está mucho mejor. ¿Y la espalda? ¿No crees que...? Branna frunció los labios mientras Meara dibujaba una escotada uve; acto seguido, asintiendo, la dibujó ella misma para abrir la espalda justo hasta la cintura. —Sí, tiene una espalda fuerte, preciosa, y debe mostrarla. Ahora el corpiño. —Ladeando la cabeza a un lado y a otro, Branna se movió en círculo alrededor de Iona—. Quizá esto... —Cambió el corpiño por una línea recta justo por encima de los pechos, con delgados tirantes. Meara cruzó los brazos. —¡Me gusta! —Mmm, pero falta algo. Pensando, imaginando, Branna probó con un escote barco con manguita farol. Dio un paso atrás para estudiarlo con Meara. Las dos menearon la cabeza. —¿No puedo simplemente...? —¡No! —Y ambas espetaron la negativa cuando Iona empezó a curiosear por encima del hombro. —Lo primero que has hecho estaba mucho mejor. —Lo estaba, pero... Branna cerró los ojos otro instante hasta que la imagen se formó. Luego, después de abrirlos, agitó las manos despacio sobre el corpiño. —¡Eso es! —Meara le puso la mano en el hombro a Branna—. No lo toques más. Deja que se vea. —De acuerdo. Si no te gusta, solo tienes que decirlo. Date la vuelta y echa un vistazo. Y la expresión lo decía todo. No solo una sonrisa satisfecha, sino además un grito ahogado seguido de un luminoso resplandor. El encaje blanco formaba un corpiño con escote palabra de honor en forma de corazón. El tul bordeado de encaje caía en suaves y románticas capas desde la entallada cintura. —Le gusta —dijo Meara con una carcajada. —No, no, no. Me encanta, más de lo que puedo expresar con palabras. Oh, Branna. —Las lágrimas brillaban en sus ojos cuando se encontraron con los de su prima en el espejo.

—La espalda fue idea mía —le recordó Meara, haciendo que Iona se girara para mirarse. —¡Oh! Oh, Meara. Es fabuloso. Es maravilloso. Es el vestido más precioso del mundo. —Dio una vuelta, riendo entre lágrimas—. Soy una novia. —Casi. Juguemos un poco más. —Oh, por favor. —A modo de protesta, Iona cruzó los brazos sobre el corpiño—. Branna, me encanta tal y como está. —No con el vestido, porque no podría ser más perfecto para ti. Dijiste que no querías velo, y estoy de acuerdo. ¿Qué te parece algo así? —Pasó un dedo sobre el corto cabello rubio de Iona, de modo que apareciera un arcoíris de diminutos capullos en una centelleante cinta—. Eso va con el vestido, y creo que contigo... Y algo para las orejas. Puede que tu abuela tenga los pendientes perfectos, pero por ahora... —Añadió unos diminutos diamantes en forma de estrella. —Queda muy bien. —Un vestido ideal para el sol resplandeciente y el brillo de la luna, pensó Branna. Ideal para un día lleno de amor y promesas, y una noche de fiesta—. No tengo palabras para agradecerte esto. No es solo el vestido, su aspecto, que supera todas mis esperanzas, sino que además pertenece a la familia. —Eres mía —le dijo Branna— igual que eres de Boyle. —Le rodeó la cintura con un brazo—. Nuestra. —También somos un círculo las tres. —Meara cogió la mano de Iona—. Es importante saber eso, valorarlo. Por encima de todo lo demás, nosotras también somos un círculo. —Y eso supera todas las esperanzas que en otro tiempo tuve. El día que me case con Boyle, el día más feliz de mi vida, las dos estaréis a mi lado. Las tres estaremos juntas, las tres y los seis. Nada podrá romper jamás eso. —Nada puede ni podrá —convino Branna. —Y ahora entiendo por qué decidiste hacer una fiesta. A la mierda los ataques de histeria —declaró Meara—. Tengo ganas de cantar y ponerme los zapatos de bailar.

15 La cocina olía a comida y al fuego de turba que ardía en el hogar. Resplandecía de luz y desprendía el brillante y festivo resplandor contra la oscuridad que se apretaba contra las ventanas. El perro estaba estirado junto a la chimenea, con su gran cabeza apoyada en sus grandes patas, observando a su familia con mirada divertida. Del pequeño iPod de la cocina brotaba música rebosante de gaitas y violines mientras le daban los últimos toques a la cena. Las voces se mezclaban, las canciones y conversaciones, y entre tanto Connor hacía girar a Iona en un rápido baile. —¡Aún soy muy patosa! —No lo eres —le dijo—. Lo que pasa es que necesitas más práctica. — La hizo girar una vez y otra más al verla reír, luego se la entregó a Boyle con suavidad—. Baila con ella, tío. Te la he dejado a punto. —Y le destrozaré los dedos de los pies cuando la pise. —Eres bastante delicado cuando te lo propones. Boyle se limitó a sonreír y levantó su cerveza. —Aún no me he bebido suficientes cervezas para eso. —Nos ocuparemos también de eso. —Connor agarró la mano de Meara, le guiñó un ojo y luego ejecutó un rápido y complicado paso; sus botas repiqueteaban y taconeaban sobre el reluciente suelo de madera. Meara ladeó la cabeza, aceptando en silencio el desafío. E hizo lo mismo. Dos segundos después estaban taconeando, zapateando y pateando en perfecta sincronía con la música y, pensó Iona, siguiendo una vigorosa coreografía en sus cabezas. Los observó uno frente al otro, con la parte superior del cuerpo erguida e inmóvil mientras sus piernas y pies parecían volar. —Es como si hubieran nacido bailando. —No sé los Quinn —comenzó Fin—, pero los O’Dwyer siempre han tenido un don para la música. Manos, pies, voces. Las mejores céilies por aquí siempre las han celebrado los O’Dwyer. —Es mágico —afirmó con una sonrisa. —En todos los sentidos. —¿Y qué hay de los Burke? ¿Bailan? —Se sabe que sí. Yo, sin ir más lejos, lo hago mejor con una mujer en

mis manos. Y dado que Boyle no va a hacerlo, estoy obligado. Sorprendió a Iona atrayéndola contra sí, haciéndole dar una vuelta rápida y acto seguido siguiendo los pasos que llevaron la danza a un medio tiempo. Al cabo de un momento de torpeza, Iona pilló el paso y lo siguió bastante bien, guiada por sus brazos. —Diría que los Burke son muy competentes. Cuando la hizo girar por la estancia, Iona levitó a unos centímetros del suelo y lo hizo reír. —Igual que la prima estadounidense. Estoy deseando bailar contigo en tu boda. Tal vez tenga que sustituir al novio mientras él se queda a un lado de la pista. —Veo que no tengo alternativa, o Finbar Burke me pondrá en evidencia. Boyle agarró a Iona, solventando el tema de sus menos habilidosos pies cogiéndola en vilo y dando vueltas. Y Branna se encontró delante de Fin. —¿Bailas? —preguntó este. —Estoy a punto de llevar la cena a la mesa. —Uno solo —le dijo, y le asió la mano. Tenían un don, pensó Connor, fluían con la música, sincronizados por completo, como si hubieran nacido para moverse juntos. Su bondadoso corazón sufría por ellos, por los dos, pues sus pasos dejaban tras de sí una luminosa estela de amor. Giraron alrededor de la cocina, se dejaron llevar, volvieron a girar; solo tenían ojos el uno para el otro, cómodos y felices como lo fueron en otro tiempo. Meara se había detenido a su lado y apoyaba la cabeza sobre su hombro. Durante un maravilloso momento el mundo estuvo en paz. Todo era como fue una vez, como aún podía volver a ser. Entonces Branna se detuvo y, pese a sonreír, aquel maravilloso momento se hizo añicos. —Bueno, espero que se os haya abierto el apetito —declaró Branna. Fin le murmuró algo solo para ella en gaélico, aunque en voz demasiado baja como para que Connor lo entendiera. La sonrisa de Branna se tornó triste cuando apartó al vista—. Habrá más música después de cenar, y tenemos vino en cantidades industriales. —Con movimientos rápidos y bruscos, bajó la música—. Esta es una noche para dejar a un lado el trabajo y las preocupaciones. Tenemos alimentos frescos del huerto y nuestra Iona ha preparado la sopa.

Aquel anuncio trajo consigo un prolongado silencio que se dilató hasta que Iona soltó una carcajada. —¡Venga ya! No soy tan mala cocinera. —Pues claro que no —replicó Boyle, con el aire de un hombre que se enfrenta a una dura e ingrata tarea. Fue hasta el fogón y tomó una cucharada directamente de la olla para probarla. Una vez saboreada, enarcó las cejas y probó otra vez—. Está buena. En realidad está muy buena. —No sé yo si se puede confiar en un hombre enamorado —planteó Connor—. Pero vamos a cenar. Se dieron un festín con productos del huerto y conversaron de cosas triviales, evitando toda referencia a asuntos oscuros. El vino fluyó con generosidad. —¿Y cómo le va a tu madre en Galway? —le preguntó Fin a Meara. —Aún no puedo decir que vaya a quedarse, pero casi. Tuve una conversación con mi hermana, que está muy sorprendida por tan satisfactoria solución..., al menos por ahora. Mi madre se está ocupando del jardín y lo tiene impecable. Y ha trabado cierta amistad con una vecina que también es una ávida jardinera. Si pudieras guardarme la casa un poco más... —Todo el tiempo que necesites —la interrumpió Fin—. Tengo pensado hacer algunas mejoras allí. Cuando dispongas de un rato, Connor, podemos hablar de trabajar un poco en esa casa. —Siempre tengo un rato para eso. He echado de menos el desafío y la diversión de construir y arreglar desde que terminamos la ampliación de esta casa. ¿De verdad has hecho tú la sopa, Iona? Porque está buenísima — diciendo eso, se sirvió otro cazo. —Branna me ha vigilado como Roibeard, y me ha guiado paso a paso. —Espero que recuerdes la receta, porque te pediré que la prepares en casa —aseveró Boyle. Complacida, Iona le brindó una sonrisa. —Tendremos que sembrar tomates. Se me da bastante bien el huerto. Podemos intentar plantar algo el año que viene... en maceteros. —Seguro que encontramos algo con un pequeño terreno para entonces, y así podrás tener un huerto en condiciones. —A lo mejor estáis demasiado ocupados con la boda y la luna de miel la próxima primavera como para sembrar tomates —señaló Meara. —Y aquí tenemos más que de sobra para compartir —añadió Branna—.

¿No habéis encontrado un lugar que se adapte mejor a vosotros que donde estáis? —Aún no, y tampoco hay prisa —repuso Boyle mirando a Iona. —Ninguna prisa —confirmó ella—. Nos gusta estar cerca de todos vosotros y del picadero. De hecho los dos nos decantamos por quedarnos cerca, así que hasta que no encontremos algo que cumpla con los requisitos, nos gusta donde estamos. —Tengo motivos para saber que construirte tu propia casa suele cumplir con dichos requisitos. —Fin sirvió más vino a todos. —Hiciste una puñetera obra maestra cuando construiste tu casa — comentó Boyle. —Fue estupendo intervenir en eso. —Recordó Connor—. Aunque Fin era tan picajoso como tu tía Mary con todo, desde la colocación de las baldosas a los tiradores de los armarios. —Eso es lo que lo convierte en una labor tan satisfactoria, en caso de no tener prisa. Detrás de mi vivienda —prosiguió Fin— hay terreno en el que se puede construir una casa entre los árboles, si a alguien le gusta la idea. Y yo estaría dispuesto a vender una parcela a unos buenos vecinos. —¿Hablas en serio? —La cuchara de Iona golpeó contra el plato. —Sobre los buenos vecinos, sí. No tengo ganas de cargar con unos malos, aunque haya mucho espacio en medio. —Una casa en el bosque. —Iona se volvió hacia Boyle, con los ojos brillantes—. Nosotros seríamos unos vecinos magníficos. Podríamos ser unos vecinos alucinantes. —Cuando compraste todo ese terreno dijiste que era para impedir que la gente construyera casas a tu alrededor. —Una cosa es la gente —le dijo Fin a Boyle—. Y otra muy distinta son los amigos y la familia... y los socios. Si os interesa podemos echar un vistazo cuando queráis. —Supongo que ahora mismo es demasiado pronto —adujo Iona con una carcajada—. Pero, claro, no tengo idea de cómo diseñar o construir una casa. —Pues eres afortunada de tener un par de primos que sí —apuntó Connor—. Y si decidís hacerlo, yo conozco a buenos obreros por aquí, lo cual me viene como anillo al dedo —agregó—, si es que tengo voz y voto en esto. Puedo salir de caza con los halcones por allí como hago ahora y tendría la ventaja de pasarme a tomar un plato de sopa.

—Piensa con el estómago —comentó Meara—, pero tiene razón. Sería un lugar precioso para una casa, y justo donde tú quieres. Es una buena idea, Fin. —Una buena idea, pero aún tiene que decirnos el precio. Fin le brindó una sonrisa a Boyle, levantando su copa. —Ya llegaremos a eso... después de que tu novia haya echado un vistazo. —Siempre ha sido un hombre de negocios muy astuto —dijo Branna—. Se enamora y paga el precio que sea. —Pero lo dijo con humor, no con amargura—. Y es una buena idea. Más todavía, me evita un dilema, ya que el terreno detrás de esta casa es para Connor. Pero al ser Iona familia, me he estado debatiendo al respecto; aun así... lo he recorrido innumerables veces y nunca ha pronunciado el nombre de Iona. No podía imaginaros a Boyle y a ti haciéndoos la casa ahí, aunque hubierais estado cerca de nosotros, y es un lugar precioso con una buena vista. No podía comprenderlo. Ahora lo entiendo. Tendréis vuestra casa en el bosque. — Levantó su copa—. Benditos seáis.

Branna sacó su violín después de la cena y unió su voz a la de Meara. Solo canciones alegres y animadas. Connor fue a por su tambor de marco a su cuarto, añadiendo una nota tribal. Para sorpresa y deleite de Iona, Boyle desapareció unos momentos y regresó con un acordeón diatónico. —¿Tú tocas? —Iona miró boquiabierta a Boyle y el pequeño acordeón de botones que sujetaba—. ¡No tenía ni idea de que sabías tocar! —No sé ni siquiera una nota. Pero Fin sí. —No he tocado una sola nota en años —protestó este. —Toca, Fin —lo animó Meara—. Tengamos una seisiún como es debido. —Pues no os quejéis cuando lo eche todo a perder. Miró a Branna. Un instante después ella se encogió de hombros, golpeteó el suelo con el pie y comenzó a tocar algo desenfadado y animado. Con una carcajada, Connor movió los dedos y la baqueta sobre el colorido tambor. Fin cogió el ritmo y la melodía y se unió a ellos. La música sonó, interrumpida tan solo para tomar un poco más de vino o para hablar sobre qué canción sería la siguiente. Iona buscó un cuaderno.

—¡Necesito los títulos de estas canciones! Querremos algunas en el banquete de la boda. Son muy divertidas y alegres. —Imaginándose con su perfecto vestido de novia, bailando al son de tan animado alborozo con Boyle, rodeada de amigos y familia, le dedicó una deslumbrante sonrisa a este—. Así es como va a ser nuestra vida juntos. Mientras Meara dejaba escapar un largo y exagerado «oooh», Boyle le dio un sonoro beso a Iona. De modo que en la cálida e iluminada cocina había risas y música, una intencionada y desafiante celebración de la vida, del futuro, de la luz. Fuera, en la profunda oscuridad, las sombras se extendían y la niebla se arrastraba de manera sigilosa. Llevado por la ira y la envidia, hizo cuanto pudo por envolver la casa. Pero las protecciones que tan cuidadosamente habían lanzado lo repelían, de modo que solo podía merodear y confabular contra la luz..., buscando, buscando alguna grieta en el círculo. Meara se pasó al agua para humedecerse la garganta y le llevó un vaso a Branna. De pronto se sentía cansada, y un poco borracha. Era aire lo que necesitaba más que el agua, pensó. Aire fresco, húmedo y oscuro. —Después de Samhain —dijo Connor— celebraremos una verdadera céilie e invitaremos a los vecinos y la gente de los alrededores como hacían mamá y papá. ¿Qué te parece cuando se acerque la Navidad, Branna? —Con un árbol en la ventana y luces por todas partes. Con suficiente comida como para que las mesas crujan. Me encantan las Navidades, así que me parece bien. Era raro que Connor se retrajera dentro de su mente, pero lo hizo. Él está cerca, aproximándose, presionando con fuerza. ¿Lo sientes? Branna asintió, pero continuó sonriendo. La música le atrae como la luz a la polilla. Pero no estamos listos, no estamos del todo preparados para acabar con él. Es una oportunidad para intentarlo, y no deberíamos desaprovecharla. Entonces comunícaselo a los demás de esta misma forma. Vamos a aprovechar la oportunidad; esperemos que la sorpresa sea suficiente. Connor vio, igual que Branna, que Fin ya sentía esa presión, aquellos siniestros dedos escarbando en la luz. Vio que Iona se sobresaltaba, solo un poco, cuando le introdujo con suavidad sus pensamientos en la cabeza. Esta le apretó la mano a Boyle.

Connor miró a Meara. En cuanto se percató de que ella no estaba allí la buscó con sus sentidos y la vio alargar el brazo para asir el pomo de la puerta principal de la casa. El miedo le atenazó la garganta como si fueran garras, casi haciéndolo sangrar. La llamó a gritos con su mente, de viva voz, y salió corriendo de la habitación. Casi medio dormida, flotando en las sombras suaves y tenues, salió afuera. Ahí estaba lo que necesitaba, ahí estaba lo que tenía que tener. La oscuridad, la densa y queda oscuridad. Justo cuando se disponía a inspirar hondo, Connor la agarró de la cintura y casi la arrojó de nuevo dentro de la casa. Todo tembló; el suelo, la tierra, el aire... Ante su mirada aturdida, la oscura niebla al otro lado de la puerta se inclinó hacia dentro como si algo grande y terrible empujara con todo su peso contra ellos. Boyle le cerró la puerta en las narices a eso y al hueco rugido —como una ola furiosa— que lo acompañó. —¿Qué ha pasado? ¿Qué ocurre? —Meara empujó a Connor, que se había arrojado sobre ella para protegerla con su cuerpo. —Es Cabhan. No te acerques —espetó Branna, y abrió la puerta otra vez. Afuera rugía una tormenta feroz, las sombras se enroscaban, se retorcían. Bajo ellas surgió una especie de agudo chillido y un estruendo que era como el batir de un millar de alas. —Murciélagos, ¿no? —dijo Branna con asco—. Intenta tu mejor golpe —gritó, con los puños cerrados a los lados—. Intenta tu golpe más potente, y luego inténtalo otra vez. Pero este es mi hogar, y jamás cruzarás el umbral. —Dios mío —susurró Meara cuando la niebla se disipó lo suficiente como para que viera los murciélagos. Parecía un muro vivo y ondulante, con rojos ojillos y alas puntiagudas. —Quédate aquí. —Connor gritó en medio del estruendo, luego se acercó a su hermana a toda velocidad. Y con él, Iona y Fin se dispusieron a formar una línea—. En nuestra luz te retorcerás —comenzó Connor. —En nuestra llama te quemarás y arderás —continuó Iona. —Aquí el poder de los tres en uno solo se funde —agregó Fin. —Hágase mi voluntad —concluyó Branna. Meara, arrastrada hacia atrás por Boyle, observó mientras los murciélagos se iluminaban como antorchas. Se odió a sí misma por

horrorizarse mientras chillaban, mientras estallaban y sus humeantes cuerpos se retorcían. Las cenizas cayeron como negra lluvia, azotadas por el terrible viento. Luego todo quedó en silencio. —No eres bienvenido aquí —murmuró Branna, cerrando de un portazo acto seguido. —¿Estás herida? —Pasado el peligro, Connor se arrodilló junto a Meara. —No, no. Dios mío, ¿lo he dejado entrar? ¿Nos he expuesto a eso? —Nada ha entrado. —Pero Connor la estrechó entre sus brazos, presionando los labios sobre su pelo—. Solo has abierto la puerta. —Tenía que hacerlo. Sentía que no podía respirar y quería..., ansiaba..., la oscuridad y el silencio. —Alterada, cerró los puños y se apretó las sienes con ellos—. Me ha vuelto a utilizar, ha intentado usarme contra todos nosotros. —Y ha fallado —repuso Iona con voz airada. —Él te considera débil. Mírame. —Fin se arrimó a ella—. Te considera débil porque eres una mujer y no eres bruja. Pero se equivoca, porque no hay nada débil en ti. —Y aun así me ha utilizado. —Quería que salieras fuera, más allá de las protecciones y los encantamientos. —Connor le apartó el pelo de la cara—. Ha intentado hacerte salir, alejarte de nosotros. No para utilizarte, cariño, sino para hacerte daño. Porque está furioso por lo que estamos haciendo aquí. La música, la luz, el júbilo. Solo por eso te habría hecho daño si hubiera podido. —¿Estás seguro? ¿La música, la luz? —Meara desvió la mirada de Connor a Branna y de nuevo a él—. De acuerdo. Tocaremos más alto y, si me hacéis el favor, utilizad lo que sea necesario para que la luz sea más intensa. Connor la besó, ayudándola después a levantarse. —No, no hay ni una pizca de debilidad en ti.

De madrugada, ya agotados, Connor la abrazó contra sí en la cama. Parecía incapaz de soltarla. La imagen danzaba en su cabeza; la expresión aturdida del rostro de Meara cuando había salido de la luz a la oscuridad. —Está utilizando juegos mentales, y tiene muchos, tiene lo suficiente

dentro de él como para atravesar los escudos. —Mientras hablaba dibujó con el dedo las cuentas que llevaba Meara—. Trabajaremos en algo más potente. —No fue a por Boyle con tanto ahínco. ¿Tiene razón Fin? ¿Es porque no soy un hombre? —Se aprovecha más de las mujeres, ¿o no? Mató al esposo de Sorcha, sí, pero mató a Daithi para atormentarla, para romperle el corazón a ella y quebrar su espíritu. Y la atormentó una y otra vez durante ese último invierno. La historia dice que tomó a chicas del castillo y los alrededores. —Pero él ha intentado llegar hasta el chico, hasta Eamon. —Cree que si elimina al chico, las chicas son más vulnerables a él. Quiere a Brannaugh; a la que fue y a la nuestra. Lo percibo siempre que lo dejo entrar. Meara cambió de posición. —¿Que lo dejas entrar? —En mi cabeza..., un poco. O cuando soy capaz de colarme, igual que hace él, en la suya. Hace frío y está oscuro, y está tan lleno de ansia y cólera que resulta difícil entender nada. —Pero dejarlo entrar, aunque solo sea un momento, es peligroso. ¿Él también podría ver tus pensamientos, podría... utilizarlos contra nosotros? Contra ti. —Tengo maneras de evitarlo. No tiene lo que yo tengo, ni siquiera una pizca. Lo que también tiene Eamon, y le encantaría despojar al chico de su poder y tomarlo para sí. —Le acarició el cabello con aire distraído y le soltó la trenza. A pesar de todo se sentía extrañamente satisfecho de estar con ella sin más, con sus cuerpos calientes pegados, hablando en susurros en la oscuridad—. Apenas nos molestaba antes de que llegara Iona. Con Fin ha sido implacable desde el día en que la marca apareció en su hombro. —Nuestro Fin nunca habla de ello, o raras veces lo hace. —A mí sí me habla —le dijo Connor— y a veces a Boyle. Pero no, aun así lo hace en contadas ocasiones. Las cosas cambiaron por completo cuando le apareció la marca de Cabhan. Y volvieron a cambiar cuando llegó Iona. Él la presionó esas semanas, ya que no solo era una mujer, sino que además era novata, carecía de experiencia y estaba aprendiendo todo lo que tenía y cómo utilizarlo. También la consideraba débil. —Branna le demostró que se equivocaba. —Igual que ya has hecho tú en más de una ocasión. —La besó en la

frente, en la sien—. Pero no va a dejar de intentarlo. Haciéndote daño a ti, nos lo hace a todos. Eso lo sabe muy bien, aunque no pueda entenderlo, ya que él no ha amado jamás en toda su existencia. ¿Cómo crees que será existir durante tanto tiempo, durante tantas vidas, y no conocer jamás el amor, no darlo ni recibirlo? —Hay gente que vive sin ello..., o se las arregla sin él durante una vida..., y no se dedican a atormentar y a matar. —No pretendo que sea una excusa. —Se apoyó en el codo para mirarla —. Puede hechizar a una mujer y tomar su cuerpo, y su poder, si es que lo tiene. El deseo sin amor..., sin amor por nada ni por nadie..., eso es la oscuridad. Creo que quienes pasan por la vida solo con eso deben de ser criaturas tristes o malvadas. Es el corazón lo que nos ayuda a superar las malas épocas y lo que nos da alegría. —Branna dice que tu poder proviene de tu corazón. —Dibujó con suavidad una cruz con el dedo sobre este. —Eso piensa, sí, y es cierto. Yo no sería yo si no pudiera sentir. Él siente. Lujuria, rabia y codicia, sin nada que le aporte luz. Tomar lo que somos no le bastará. Jamás le bastará. Quiere que conozcamos la oscuridad que él conoce, que suframos en ella. Le entraron ganas de estremecerse ante aquello, de modo que tensó el cuerpo para evitarlo. —¿Encontraste eso en su mente? —Una parte. Otra parte puedo verla. Y esta noche he sabido lo que él sentía durante un instante..., y era una especie de júbilo atroz al pensar en apartarte de mí, de nosotros. De ti misma. —Tú estabas dentro de mí..., en mi cabeza. Él no pronunció mi nombre, esta vez no, pero tú sí. Te oí pronunciar mi nombre y me detuve solo un instante. Me sentía como si estuviera en el borde de algo y tiraran de mí en ambas direcciones. Luego estaba debajo de ti en el suelo, así que no sé hacia dónde habría ido. —Yo sí lo sé, y no solo porque no hay ni pizca de debilidad en ti, sino por esto. —Bajó la cabeza y tomó sus labios con ligereza, con suma ligereza—. Porque es más que lujuria. Meara se puso nerviosa y sintió mariposas en el estómago. —Connor... Con suavidad, con mucha suavidad y ternura sus labios persuadieron a los suyos para entregarse, seduciéndola centímetro a centímetro. Si su

poder procedía del corazón, lo estaba usando en ese momento, saturándola de puro sentimiento. Habría dicho que no... que no, que aquel no era su estilo, que no podía ser el camino. Pero él ya la estaba sumergiendo en la dulzura, en el resplandor, en la luz. Sus manos, livianas como el aire, la recorrían, e incluso con tan delicado contacto prendía fuego en ella. Quedas, tan quedas y excitantes, sus palabras le pedían que creyera lo que jamás había creído. Que confiara en lo que ambos temían y rechazaban. En el amor, en su simplicidad, en su poder. En su constancia. No era para ella. No, no era para ella, pensó, pero se sumió en sus sedosas nubes. Lo que él le daba, lo que le provocaba, lo que le prometía, era irresistible. Durante un momento, durante una noche, se entregó a ello. Se entregó a él. De modo que Connor tomó, pero lo hizo con ternura, y le dio más a cambio. Lo había sabido, en el instante en que ella se colocó entre la oscuridad de Cabhan y su luz había conocido la verdad del amor. Comprendió que este venía preñado de temores y riesgos. Supo que podía perderse en su laberinto, aceptó que maniobraría entre sus sombras, que se envolvería en su luz y viviría su vida surcando los altibajos, sus tramos llanos y los repentinos baches. Con ella. Toda una vida de amistad no lo había preparado para ese cambio, para ese trascendental paso del afecto natural a lo que sentía por ella. La elegida. La única. Y atesoraría aquello. No pidió que ella lo correspondiera con palabras; estas ya saldrían. Por el momento le bastaba con su rendición. Aquellos suspiros entrecortados, los estremecimientos, el latido acelerado e irregular de su corazón. Meara se incorporó, surcando una ola de placer tan absoluta que pareció llenar su cuerpo de una luz pura y blanca. Luego era él quien la llenaba, dándole más, más y más, hasta que las lágrimas le empañaron la vista. Cuando ella llegó a la cima, cuando se aferró durante unos gloriosos momentos a ese brillante y resplandeciente borde, oyó de nuevo su voz dentro de su mente.

Esto es más, le dijo. Esto es amor.

—¿Por qué te pone tan nerviosa? —¿Qué? —Meara lo miró, luego miró a su alrededor—. ¿Dónde estamos? ¿Es... es esa la cabaña de Sorcha? ¿Estamos soñando? —Es más que un sueño. Y el amor es más que la mentira que tú intentas creer que es. —Es la cabaña de Sorcha, pero está bajo las enredaderas que crecen a su alrededor. Y no es el momento de hablar sobre el amor y las mentiras. ¿Nos ha traído él aquí? Sacó su espada, agradecida de que el sueño que no era tal se la proporcionara. —El amor es la fuente de la luz. —La luna es la fuente de la luz, y podemos alegrarnos de que esté llena en el lugar y el tiempo en que nos encontramos. —Giró despacio en círculo, buscando las sombras—. ¿Está cerca? ¿Puedes sentirlo? —Si aún no puedes creer que me amas, deberías creer que yo te amo. Jamás te he mentido en toda tu vida, o no en lo que importa. —Connor. —Envainó la espada, pero mantuvo la mano sobre la empuñadura—. ¿Es que has pedido el juicio? —Lo he recuperado. —Le brindó una sonrisa—. Es tu juicio el que se ha perdido porque no tienes el valor de aferrarlo y retenerlo. —Soy yo quien tiene la espada, así que cuidadito con lo que dices de mi valor. Connor se limitó a besarla antes de que ella lo apartara. —No tienes ni una pizca de debilidad. Tu corazón es más fuerte de lo que crees, y va a ser mío. —No voy a quedarme aquí, nada menos, a hablar de tonterías contigo. Yo voy a volver. —Ese no es el camino. —Connor la cogió del brazo cuando se dio la vuelta. —Me conozco perfectamente el camino. —Ese no es el camino —repitió—. Y aún no es el momento; ahí viene. Meara aferró la empuñadura de la espada. —Cabhan. Connor le sujetó la mano que tenía en la empuñadura antes de que

pudiera desenvainar, y sacó la piedra blanca de su bolsillo. Resplandecía como una pequeña luna en su palma. —No. Es Eamon quien viene. Lo vio llegar a caballo al pequeño claro; ya no era un muchacho, sino un hombre. Muy joven, pero alto y serio, y se parecía tanto a Connor que el corazón le dio un vuelco. Llevaba el pelo más largo y trenzado a la espalda. Llegó en silencio a lomos de un alazán de aspecto recio que, en su opinión, podría haber galopado por medio país sin resollar. —Buenas noches, primo —lo saludó Connor. —Buenas noches a tu mujer y a ti. —Eamon desmontó con facilidad. En vez de atar al caballo, dejó las riendas sobre su lomo. A juzgar por su porte, como una estatua bajo la luz de la luna, estaba claro que no se alejaría ni se espantaría de su dueño. —Ha pasado bastante tiempo para ti —comentó Connor. —Cinco años. Mis hermanas y sus maridos aguardan en Ashford. Brannaugh tiene dos hijos, un niño y una niña, y otro niño que nacerá cualquier día. Teagan está encinta. De su primer retoño. —Miró hacia la cabaña, luego a la tumba de su madre—. Y hemos vuelto a casa. —A luchar con él. —Es mi mayor deseo. Pero él está en tu tiempo, y esa es una verdad que no se puede negar. Alto y serio, con el ojo de halcón colgado del cuello, Eamon miró de nuevo hacia la tumba de su madre. —Teagan vino aquí antes que yo. Vio a aquella que descenderá de ella. La vio observar mientras ella se enfrentaba a Cabhan. Somos los tres, los primeros, pero lo que somos, lo que tenemos, os lo pasaremos a vosotros. Esto es todo lo que puedo ver. —Nosotros somos seis —repuso Connor—. Los tres y tres más. Mi mujer, el hombre de mi prima y un amigo, un amigo poderoso. —Y dado que el muchacho era ya un hombre, había llegado el momento de hablarle de ello, pensó Connor—. Nuestro amigo es Finbar Burke. Lleva la sangre de Cabhan. —¿Está marcado? —Al igual que Meara, Eamon posó una mano en la empuñadura de su espada. —Aunque no por obra suya, ni por deseo suyo. —La sangre de Cabhan...

—Le confiaría mi vida, y lo he hecho. Le confiaría la vida de mi mujer, y la amo con locura..., aunque ella no lo crea. Somos seis —repitió Connor — y él es uno de nosotros. Lucharemos contra Cabhan. Acabaremos con él. Lo juro. —Connor desenvainó la espada de Meara y, con ella en la mano, fue a la tumba. Se cortó en la palma, dejando que el rojo líquido goteara sobre el suelo—. Juro por mi sangre que acabaremos con él. —Se llevó la mano al bolsillo, sin sorprenderse al encontrar el jacinto silvestre. Utilizó la espada para excavar un pequeño agüero y lo plantó—. Una promesa hecha y cumplida. Agitó el aire con un dedo, extrajo su humedad y dejó que la sangre y el agua se vertieran sobre la tierra. Luego, retrocediendo, contempló junto con los demás cómo crecía la planta y se duplicaban las flores. —Me alejé de ella. —Eamon miró la tumba—. No había elección, y era su voluntad y su deseo. Ahora he vuelto a casa como un hombre. Haré cuanto pueda, usaré todo el poder que se me ha dado. Promesa cumplida. —Tendió una mano hacia Connor—. No puedo confiar en el descendiente de Cabhan, pero confío en ti y en los tuyos. —Él es mío. Eamon miró la tumba, las flores, la cabaña. —Entonces sois seis. —Se tocó su amuleto, gemelo del de Connor, y acto seguido la piedra en el cordón de cuero que Connor le había regalado —. Todo lo que somos está contigo. Espero que nos veamos de nuevo cuando esto haya acabado. —Cuando haya acabado —convino Connor. Eamon montó en su caballo y luego le brindó una sonrisa a Meara. —Deberías creer a mi primo, milady, pues lo que dice, lo dice con el corazón. Adiós. Dio media vuelta a su montura y se alejó con el mismo sigilo con el que había llegado. Meara comenzó a hablar... y despertó sobresaltada en la cama de Connor. Él estaba sentado a su lado, con una sonrisa torcida en la cara mientras se estudiaba la palma ensangrentada. —¡Joder! Una nunca sabe dónde va a acabar cuando se tumba junto a alguien como tú. ¡Cuidado! Mancharás las sábanas de sangre. —Lo solucionaré. —Se frotó una palma con la otra, restañó la sangre y

cerró la superficial herida. —¿De qué iba eso? —exigió. —Una pequeña visita a mi familia. Algunas preguntas, algunas respuestas. —¿Qué respuestas? —Intento descubrirlo. Pero la flor ya está plantada, tal y como me pidió Teagan, así que eso es suficiente por ahora. Estaba guapo nuestro Eamon, ¿verdad? —Lo dices porque os parecéis. Cabhan tiene que saber que han regresado. —No acabaron con él, pero él tampoco acabó con ellos. Igual que con las flores, eso es suficiente por ahora. Nos toca a nosotros terminar con él; eso también lo sé. —¿Cómo lo sabes? —Lo siento. —Se llevó un dedo al corazón—. Confío en lo que siento. A diferencia de ti, por ejemplo. Tras lanzarle una mirada de impaciencia, Meara se levantó de la cama. —Tengo que ir a trabajar. —Tienes tiempo para tomar un bocado. No tienes por qué preocuparte, ya que no tenemos tiempo para que te chinche como es debido sobre mis sentimientos y los tuyos. Pero habrá tiempo para eso muy pronto. Te quiero con locura, Meara, y aunque ha sido una sorpresa para mí, me encantan las sorpresas. Meara cogió su ropa. —Estás idealizando todo el asunto, y juntándolo todo precipitadamente: magia, peligros, sangre y sexo. Espero que recobres el juicio en breve, y por ahora me voy al baño a prepararme para ir a currar. Salió con paso firme. Connor esbozó una sonrisa mientras la contemplaba, divertido por la bonita vista de su trasero al cruzar la puerta del baño que compartía con Iona. Había recuperado el juicio..., aunque hacerlo le había costado la mayor parte de su vida, pensó. Podía esperar a que ella recuperara el suyo. Entre tanto... Estudió su palma ya curada. Tenía mucho en que pensar.

16 Las mujeres eran un constante rompecabezas para la mente de Connor, pero sus misterios y secretos eran en parte responsables de su infinito atractivo. Pensó en la mujer a la que amaba. Valiente y directa en todos los asuntos... a excepción de los del corazón. En ellos se volvía tan asustadiza como un pajarillo atrapado y, al igual que este, seguro que salía huyendo despavorida en cuanto veía una mínima rendija. Y, sin embargo, ese corazón se mantenía fuerte, leal y fiel. No cabía la menor duda de que la había asustado al confesarle sus sentimientos. La amaba, y para él, el verdadero amor llegaba una vez en la vida y era para siempre. Pese a todo, dado que prefería verla volar libre —por el momento— antes que golpeándose contra la jaula, despertó a Boyle. Que Boyle estuviera en el picadero con Meara —más temprano de lo que ninguno de los dos tenía que estar— solucionaba dos cosas: Meara tendría a su amigo con ella y los tres dispondrían de un rato para hablar a solas. La lluvia arreciaba en el bosque y las colinas y repicaba contra las ventanas. Dejó salir al perro y él fue tras él, dando la vuelta a la casa — como habían hecho la noche anterior— y echando un vistazo para cerciorarse de que no quedaban restos del hechizo de Cabhan. Las flores de su hermana florecían; sus colores intensos y desafiantes destacaban contra el plomizo cielo en tanto que la hierba más allá componía una tupida manta verde. Y todo lo que sentía en el aire era la lluvia, el viento, la potente y nítida magia que él mismo había ayudado a encender en un círculo que abarcaba lo que era suyo. Cuando se detuvo en el cobertizo de Roibeard, el halcón lo recibió frotando la cabeza con suavidad contra su mejilla. Eso era amor, puro y simple. —Mantendrás los ojos abiertos, ¿verdad? —Connor le acarició el pecho con los nudillos—. Claro que sí. Ahora tómate tiempo para ti y ve a cazar con Merlín, ya que todos estamos a salvo por el momento. En respuesta, el halcón abrió las alas y levantó el vuelo. Describió un círculo para luego sobrevolar el bosque e internarse en él. Connor rodeó la casa de nuevo, entrando por la puerta de la cocina... y

dejándola abierta, pues Kathel llegaba detrás de él. —Ya has hecho la ronda, ¿verdad? Yo también. —Lo acarició y le frotó las orejas—. Imagino que no habrás subido a darle a nuestra Branna un empujón para que así pueda librarme de tener que preparar el desayuno. — Kathel se limitó a lanzarle una mirada tan irónica como era capaz de lanzar un perro—. Eso pensaba, pero tenía que preguntarlo. Aceptando su sino, Connor dio de comer al animal y le puso agua limpia en el cuenco. A continuación encendió la chimenea de la cocina, la del salón, e incluso la del taller, y luego debió de calcular que ya no tenía tiempo de entretenerse más y se puso manos a la obra. Puso a freír el beicon, cortó unas rebanadas de pan y batió los huevos. Estaba vertiendo los huevos en la sartén, cuando Iona y Branna llegaron juntas; Iona vestida para ir a trabajar; Branna aún con el pijama, y con esa expresión hosca de antes de haberse tomado su café. —Qué temprano os levantáis todos. —Sabedora de las reglas, Iona dejó que Branna se sirviera primero el café—. Y Boyle y Meara ya se han ido. —Meara quería cambiarse, y le prometió a Boyle que le prepararía el desayuno en agradecimiento por llevarla. —Estate pendiente de los huevos, Connor, que se te van a quemar —le advirtió Branna, como hacía siempre que él se encargaba del desayuno. —No se me van a quemar. —¿Por qué tienes que poner el fuego al máximo siempre que cocinas? —Porque es más rápido. Y, joder, casi se le quemaron porque ella lo había distraído. Los sacó en una fuente junto con el beicon, añadió unas tostadas y luego lo dejó todo en el centro de la mesa. —Si te hubieras levantado antes podrías haberlos preparado a tu gusto. Así que ahora te los comes a mi gusto; y no hay de qué. —Tienen una pinta estupenda —dijo Iona con entusiasmo, peinándose su reluciente y corto cabello con los dedos y tomando asiento. —Ah, no le hagas la pelota solo porque haya preparado una comida, y por primera vez desde hace semanas. —Branna se sentó con ella y le rascó las orejas a Kathel. —No es hacer la pelota si estás muerta de hambre. —Iona se llenó el plato—. Hoy tendremos cancelaciones. —Señaló hacia la intensa lluvia, que caía sin cesar—. No solo porque está lloviendo, sino también porque hace frío. Normalmente me daría pena, pero creo que hoy a todos nos

vendrá bien el tiempo extra. —Probó los huevos. Estaban muy... secos, decidió—. Si el día va a ser tan flojo como pienso, es posible que pueda salir pronto. Así que vendré a trabajar contigo, Branna, si quieres. —He de terminar unos productos, ya que ayer no hice nada. Tengo que acabarlos y llevarlos a la tienda. Pero me parece que estaré aquí a mediodía. Fin y yo hemos concluido los cambios de la poción que utilizamos en el solsticio. Es más potente de lo que era, pero el hechizo requiere trabajo, igual que la sincronización y todo el puñetero plan. —Tenemos tiempo. —Los días pasan volando. Y él es cada vez más atrevido. Lo que intentó anoche... —No funcionó, ¿no es así? —replicó Connor—. ¿Qué son sus diabólicos murciélagos sino cenizas arrastradas por el viento, por la lluvia? Y gracias a todo este asunto se me han ocurrido un par de ideas. —Tienes una idea, ¿verdad? —Branna levantó su taza de café. —La tengo, y también tengo una historia que contar. He buscado a Eamon en sueños, y él a mí. Así que nos hemos encontrado. —Lo has visto otra vez. Asintió ante las palabras de Iona. —Así es, y me he llevado a Meara conmigo. Era un hombre, de unos dieciocho años, ya que me ha dicho que habían pasado cinco desde la última vez que nos vimos. Su hermana Brannaugh tiene dos hijos, y un tercero por llegar, y Teagan está embarazada del primero. —Estaba embaraza..., Teagan... —agregó Iona—, cuando la vi en mi sueño. —Lo recuerdo, así que esto habría tenido lugar para mí en la misma época en su mundo en que tuvo lugar para ti. Tanto para mí, como para ti, pasó en la cabaña de Sorcha. —Sabes que no debes ir allí —espetó Branna—, ni despierto ni en sueños. —No puedo asegurarte con certeza si fue obra mía o suya, porque te prometo que ni siquiera ahora lo sé. Pero sabía que estábamos a salvo allí, en esa época, o de lo contrario me habría marchado. No habría puesto otra vez en peligro a Meara. —De acuerdo. De acuerdo, vale. —Habían regresado a casa —prosiguió, y untó la tostada de mermelada — y era un regreso agridulce. Saben que van a luchar contra Cabhan y que

no ganarán, ya que él está aquí, en nuestra época, en nuestro lugar. Le he contado que somos seis y que uno de los seis lleva la sangre de Cabhan. —¿Y le ha parecido bien? —preguntó Branna. —Él me conoce. —Connor se llevó la mano al corazón—. Y confía en mí. Así que a su vez confía en los míos, y Fin es de los míos. Llevaba el colgante que le regalé, así como el amuleto que compartimos. Yo he llevado la pequeña piedra que él me dio, y cuando la he sacado, ha brillado en mi mano. Tenías razón en eso. Tiene poder. —Bueno, yo no la colocaría en una honda y jugaría a David contra Goliat con Cabhan, pero es bueno que la lleves contigo. —Eso hago. Y además tenía el jacinto silvestre. —La flor de Teagan —adujo Iona. —La he plantado, la he alimentado con mi sangre y con agua que he extraído del aire. Y las flores se abrieron en la tumba de Sorcha. —Has cumplido tu palabra. —Iona le acarició el brazo—. Y les has dado algo que es importante. —Le he dicho que le pondremos fin porque creo que así lo haremos. Y creo que sé algo que se nos pasó en el solsticio. La música —repuso—, y su alegría. —La música —repitió Iona mientras Branna se apoyaba en el respaldo de su silla, con expresión pensativa. —¿Qué lo atrajo aquí anoche, tan furioso, tan atrevido? Nuestra luz, sí, y eso también lo tendremos. Nosotros mismos, desde luego. Pero tocábamos música, y eso es una luz en sí. —Un sonido jubiloso —dijo Iona. —Lo es. Eso lo ciega... con esa ira contra la alegría. ¿Por qué no podría retenerle también? —La música. Tocamos aquella noche la primavera pasada, ¿te acuerdas, Iona? Estábamos aquí, Meara, tú y yo. Yo saqué mi violín y tocamos y cantamos, y él nos acechó fuera, entre las sombras y la niebla. Atraído por ello —añadió Branna—, atraído por la música a pesar de que la odia..., a pesar de que odia que la llevemos dentro. —Me acuerdo. —Oh, puedo trabajar con esto. —Branna entrecerró los ojos al tiempo que sus labios se curvaban—. Sí, esto es algo que añadir al caldero. Una buena idea, Connor. —Es brillante —dijo Iona.

—Estoy de acuerdo. —Con una sonrisa de oreja a oreja, Connor se terminó los huevos. —Seguro que Meara ha dicho lo mismo. —Puede que lo haga cuando se lo cuente. Se me ha ocurrido esta misma mañana —agregó—, y ella tenía una prisa tremenda por ponerse en marcha. —¿Y eso por qué? A mí me queda casi media hora aún para entrar a trabajar. —Y por esa razón Iona se levantó a por una segunda taza de café —. Si hubiese esperado, Boyle y yo podríamos... Oh. —Abrió los ojos como platos—. ¿Os habéis peleado? —No nos hemos peleado. Se batió rápidamente en retirada cuando le dije que la quería, tal y como esperaba que hiciera. Tratándose de Meara, le llevará un tiempo asimilarlo todo. —Por fin te has dado cuenta. —Iona regresó a la mesa bailando y lo rodeó con los brazos desde detrás de su silla—. Es maravilloso. —El problema no era darse cuenta... A lo mejor lo era. —Reflexionó—. Y a ella le cuesta más llegar a esa conclusión. Será más feliz cuando lo haga, y yo también. Pero por ahora resulta bastante divertido verla cómo intenta evitarlo. —Ten cuidado, Connor —le dijo Branna con serenidad—. No es cabezonería ni una naturaleza obstinada lo hace que se reprima. Son las cicatrices. —No puede vivir la vida desoyendo a su corazón porque el cabrón de su padre no tuviera uno. —Ten cuidado —repitió Branna—. A pesar de lo que diga, a pesar de lo que se piensa que cree, lo quería. Aún lo quiere, y por eso el dolor no se ha mitigado. La irritación ascendió por la espalda de Connor. —Yo no soy su padre, y debería saberlo. —Oh, no, cariño, lo que pasa es que ella tiene miedo de... de ser como su padre. —Eso es una gilipollez. —Por supuesto. —Branna se levantó y empezó a recoger—. Pero esa es la carga que lleva. A pesar de lo mucho que la quiero, y que ella me quiere a mí, no he sido capaz de quitársela de encima, no del todo. Eso te toca a ti. —Y lo harás. —Iona se apartó de la mesa de nuevo para ayudar—. Porque el amor, si uno no se rinde, lo puede todo.

—No seré yo quien se rinda. Iona se detuvo para darle un beso en la coronilla. —Lo sé. Los huevos estaban muy buenos. —Yo no diría tanto —repuso Branna—, pero nosotras nos ocuparemos de fregar, ya que tú has cocinado... más o menos. —Pues estupendo, porque tengo que llamar a Roibeard para que venga e irme a trabajar. —Cogió la chaqueta del perchero y una gorra en medio de soniquete de platos—. La quiero —dijo, pues las palabras lo hacían sentirse muy bien—. La quiero con toda mi alma. —Ay, Connor, pedazo de idiota, siempre ha sido así. Salió bajo la lluvia pensando que su hermana tenía razón. Siempre la había querido.

El mal humor, los nervios y una tendencia a contestar de mala manera hicieron que la asignaran a la montaña de abono. Un día de mierda para un trabajo de mierda, pensó Meara mientras se ponía sus viejas botas y se cambiaba la chaqueta por una de las más gruesas para trabajar en el establo. Pero, claro, también ella se sentía una mierda. Y dado que no podía negar que había buscado pelea con Boyle — después de ladrar a Mick, gruñir a Iona y pasarse el resto de la mañana de mala leche—, no podía culparlo por encomendarle un trabajo de mierda para quitársela de encima. Pero lo culpaba de todas formas. Había asignado a Iona su paseo guiado; unos clientes recios de la zona central de Inglaterra que no se dejaban amilanar por la puñetera lluvia. Mick tenía clase en el picadero, así que la jodida lluvia no lo afectaba. Ni tampoco afectaba a Patty, que estaba limpiando el guadarnés, ni a Boyle, que estaba encerrado en su despacho. Así que le tocaba a ella arrastrarse de un lado a otro bajo la jodida lluvia y hasta la majestuosa montaña de mierda. Se rodeó el cuello con el pañuelo, se caló bien la gorra y emprendió el camino con paso airado —cargada con una pala y una larga barra metálica — hacia lo que todos llamaban, sin el más mínimo afecto, la montaña de caca, que se encontraba detrás del establo, bien alejada. Un picadero producía mucho estiércol con que mantener la montaña, y había que ocuparse de ese subproducto, por utilizar el término refinado. Y

los más sabios y preocupados por el medio ambiente no solo se encargaban de deshacerse de ello, sino que lo aprovechaban. Era un proceso que aprobaba, en días normales. Los días en que no estaba cabreada con el mundo en general. Los días en que no caían chuzos de punta. Los excrementos, tratados adecuadamente, se convertían en abono orgánico. Y el abono orgánico enriquecía la tierra. Así que Fin y Boyle habían construido una zona —lo bastante alejada como para que no llegaran los olores— con ese fin. Cuando llegó a la montaña de caca, maldijo al darse cuenta de que se había dejado el iPod y los cascos en el establo. Ni siquiera podría distraerse escuchando música. Solo podía farfullar mientras retiraba los viejos sacos del gran montón y utilizaba luego la pala para remover el estiércol. El abono orgánico requería de calor para matar las semillas, los parásitos, para convertir los excrementos en un nutritivo suplemento. Era una labor que había realizado en infinidad de ocasiones, así que continuó de forma automática, añadiendo fertilizante para ayudar a descomponer el excremento, introduciendo las capas exteriores en el interior, en el calor, formando una segunda montaña y hundiendo el palo profundamente para añadir ventilación. Al menos no tuvo que arrastrar la manguera, ya que la jodida lluvia proporcionaba toda el agua necesaria al asqueroso cóctel. Asqueroso cóctel, pensó, siguiendo con la tarea. Ahí era justo donde Connor los había metido a los dos. ¿Por qué tenía que meter el amor de por medio? ¿Amor, promesas e ideas de futuro, de familia y de estar juntos para siempre? ¿Acaso no había ido todo bien? ¿Acaso no se las habían apañado mejor que bien con el sexo, la diversión y la amistad? Le había dicho todo aquello..., y gran parte en gaélico. Una estratagema deliberada, pensó mientras cargaba la pala, removía y distribuía el estiércol. Una estratagema para encogerle el corazón. Una estratagema para hacerla suspirar y que se rindiera. La había vuelto débil —lo había hecho, lo había hecho—, y no sabía qué hacer con esa debilidad. La debilidad era un enemigo, y él le había echado encima a ese enemigo. Y además había hecho que tuviera miedo. Y ella lo había empezado todo, ¿o no era así? Oh, solo podía culparse a

sí misma de la situación, de todos los problemas que estaba abocada a causar. No podía negar que había sido la primera en besarlo. Lo había metido en su cama, cambiando lo que eran el uno para el otro. Connor era un romántico; eso también lo había sabido. Pero teniendo en cuenta cómo había revoloteado de mujer en mujer, no se la podía culpar del todo por no haberse esperado recibir una declaración de amor. Ya tenían demasiadas cosas a las que hacer frente. Cada día quedaba menos tiempo hasta la víspera de Todos los Santos, y si tenían un plan sólido para entonces, ella aún no lo conocía. El optimismo de Connor, la determinación de Branna, la rabia interior de Fin, la fe de Iona. Todo eso lo tenían, y también la lealtad de Boyle y la suya propia. Pero eso no equivalía a una estrategia ni a unas tácticas para combatir la magia negra. Y en vez de centrarse en encontrar dichas estrategias y tácticas, Connor O’Dwyer se entretenía diciéndole cosas como que era el latido de su corazón, el amor de todas sus vidas. En gaélico. En gaélico, mientras le hacía cosas imposibles a su cuerpo. ¿Y no la había mirado a los ojos por la mañana, después de despertar de aquel extraño mundo onírico, y le había dicho a las claras que la amaba? Le había sonreído de oreja a oreja, pensó echando humo. Como si poner patas arriba su mundo fuera una divertida broma. Debería haberle dado una patada en el culo y echado de la cama. Eso era lo que tendría que haber hecho. Juró por Dios que arreglaría las cosas con él. Porque no iba a ser débil, ni por él ni por nadie. No iba a ser débil ni a tener miedo. No consentiría que le encogieran el corazón para que hiciera promesas que iba a incumplir. No dejaría que la volvieran blanda y estúpida como a su madre. Incapaz de cuidar de sí misma. Avergonzada y penando por la traición infligida, como si fuera el golpe asestado por un hacha, por un hombre. Más aún, peor aún, no iba a consentir volverse descuidada y egoísta como su padre. Un hombre que hacía promesas, e incluso las cumplía mientras su vida iba como la seda. Que las rompía sin piedad, y con ello el corazón de quienes lo amaban, cuando aparecían los baches. No, no sería la esposa de ningún hombre, no sería una carga para ningún

hombre, no sería el corazón de ningún hombre. Sobre todo no de Connor O’Dwyer. Porque, que Dios se apiadara de ella, lo amaba demasiado. Sintió que un sollozo se abría paso, y lo reprimió por la fuerza. Algo temporal, se prometió mientras volvía a extender las bolsas sobre la montaña de abono orgánico. Esa clase de fuego en el corazón no podía durar. Nadie podría sobrevivir a ello. Pronto volvería a ser ella misma, y también Connor. Y todo aquello sería como uno de esos sueños raros que no eran sueños. Se dijo que estaba más calmada, que el trabajo físico le había sentado bien. Volvería, limaría asperezas con Mick, sobre todo, y también con los demás. —Ya has cumplido tu penitencia —dijo en voz alta, retrocediendo y dando media vuelta. Y su padre le brindó una sonrisa. —Con que estás aquí, mi princesa. —¿Qué? Un pájaro trinaba en el moral y las rosas florecían como en el país de las hadas. Adoraba los jardines de allí, los colores, los aromas, el sonido de los pájaros, el murmullo de la fuente cuando el agua se derramaba en el estanque circular desde una jarra que sostenía una grácil mujer. Y adoraba todos los curiosos rincones y sombreadas pérgolas en que podía esconderse de sus hermanos si quería estar sola. —Andabas perdida en tus sueños de nuevo y no me has oído llamarte. — Rió, su sonoridad hizo que los labios de Meara se curvaran a pesar de que las lágrimas ardían en sus ojos. —No puedes estar aquí. —Un hombre tiene derecho a tomarse libre un día tan bonito para estar con su princesa. —Sonriendo todavía, se dio un golpecito con el dedo índice en un lado de la nariz—. No pasará mucho tiempo antes de que los chicos del condado empiecen a rondar por aquí, y entonces no tendrás tiempo para tu viejo padre. —Siempre lo tendré. —Esa es mi niñita. —Le tomó la mano y enganchó su brazo al de él—. Mi preciosa princesa cíngara. —Tienes la mano muy fría.

—Tú me la calentarás. —Comenzó a pasear con ella, por los senderos de piedra, entre los rosales y los cremosos maceteros de lirios cala, el intenso azul de las lobelias, con el sol derramando su luz nacarada, como el interior de una perla rota—. He venido solo para verte —comenzó, usando ese tono confidencial, y añadiendo un guiño ladino como hacía cuando tenía secretos que contarle—. Todos están en la casa. Meara miró hacia ella, a los tres elegantes pisos de ladrillo, pintados de blanco como había deseado su madre. La amplia terraza estaba rodeada por más jardines, que se extendían hasta un césped verde, donde a su madre le gustaba ofrecer el té durante los soleados días de verano. Diminutos sándwiches y pastelitos. Y adoraba su habitación, pensó Meara, levantando la vista. Sí, su habitación allí mismo, con sus puertas dobles y su pequeño balcón. Un balcón de Julieta, lo había llamado él. De modo que era su princesa. —¿Por qué están todos en la casa? Es un día precioso. ¡Deberíamos hacer un picnic! La señora Hanningan podría preparar unos pasteles de carne y podríamos llevar queso y pan, y tartaletas de mermelada. Comenzó a darse la vuelta, pues deseaba correr a la casa y llamar a todos para que salieran, pero él lo evitó. —No es día para hacer un picnic. Durante un momento Meara creyó oír la lluvia repicando en el suelo y, cuando miró hacia arriba, pareció que una sombra pasaba por delante del sol. —¿Qué es eso? ¿Qué es, papá? —Nada en absoluto. Toma. Arrancó una rosa del rosal y se la dio a ella. Meara la olió, esbozando una sonrisa cuando los suaves pétalos blancos le rozaron la mejilla. —Si no hacemos un picnic, ¿no podemos tomar té y tarta, como una fiesta, ya que estás en casa? Él negó con la cabeza, despacio, con tristeza. —Me temo que no puede haber ninguna fiesta. —¿Por qué? —Nadie quiere verte, Meara. Todos saben que es culpa tuya. —¿Culpa mía? ¿El qué? ¿Qué he hecho? —Te has asociado y has conspirado con brujas. Se volvió, agarrándola con fuerza de los hombros. Ahora la sombra se

movió sobre su cara, haciendo que el corazón se le encogiera de miedo. —¿Conspirado? ¿Asociado? —Conspiras y confabulas, te relacionas con el engendro del diablo. Yaces con uno, como una puta. —Pero... —Se sentía mareada, mareada y confusa—. No, no, tú no lo entiendes. —Mejor que tú. Están malditos, Meara, y tú con ellos. —No. —Suplicando, posó las manos en su pecho. Estaba frío, frío como sus manos—. No puedes decir eso. No puedes decirlo en serio. —Puedo decirlo. Y lo digo en serio. ¿Por qué crees que me marché? Fuiste tú, Meara. Te abandoné a ti. Una ramera egoísta y malvada que ansía un poder que jamás podrá tener. —¡No! —El shock, igual que un puñetazo en el estómago, hizo que se tambaleara—. ¡No es así! —Me avergonzaba tanto de ti que no podía ni mirarte a la cara —repuso su padre. Los sollozos la avasallaron, luego ahogó un grito cuando la rosa blanca en su mano comenzó a sangrar—. Es tu propia maldad —le dijo cuando ella la tiró al suelo—. Destruyes a todos los que te aman. Todo el que te quiera sangrará y se marchitará. O escapará, como hice yo. Te abandoné, avergonzado y asqueado. »¿Oyes llorar a tu madre? —exigió—. Llora y llora sin parar por tener que cargar con una hija que prefiere a los hijos del diablo antes que a los de su sangre. La culpa es tuya. Las lágrimas rodaban por sus mejillas; lágrimas de vergüenza, de culpa y de pena. Cuando agachó la cabeza, vio la rosa hundiéndose en un charco de su propia sangre. Y la lluvia caía con fuerza, se percató. Lluvia. Se tambaleó un poco, oyó al pájaro cantando en el moral y el agua salpicando alegre en la fuente. —Papá... Y el grito de un halcón desgarró el aire. Connor, pensó. Connor. —No. Yo no tengo la culpa. Empapada por la lluvia, liberada por el grito del halcón, lo atacó con la pala. Aunque lo pilló por sorpresa, él retrocedió de un salto de modo que pasó a escasos centímetros de su cara.

Una cara que ya no era la de su padre. —Vete al infierno. Atacó de nuevo, pero la tierra pareció moverse bajo sus pies. Podría jurar que algo le perforó el corazón mientras eso sucedía. Ante su agudo grito de dolor, Cabhan le mostró los dientes en una sonrisa cruel. Y se convirtió en niebla. Meara logró dar un paso tembloroso, luego otro. El suelo continuaba moviéndose, el cielo giraba y giraba sobre su cabeza. A lo lejos, a través de la lluvia y la niebla, oyó que alguien pronunciaba su nombre. Un paso, se dijo, luego otro. Oyó al halcón, vio al caballo, un borrón gris atravesando la bruma a toda velocidad, y al perro corriendo detrás de él. Vio a Boyle corriendo hacia ella, como si los perros del infierno le pisaran los talones. Y mientras el mundo no dejaba de girar, vio con cierto asombro a Connor bajar de un salto del lomo desnudo de Alastar. Él gritó algo, pero el rugido en su cabeza amortiguó el sonido. Sombras, pensó. Un mundo de sombras. Se cernieron sobre ella y la engulleron. Nadó en ellas, se ahogó en ellas, se sumergió en ellas. Oyó la risa de su padre, pero cruel, muy cruel. Tú tienes la culpa, niña egoísta y sin corazón. No tienes nada. No eres nada. No sientes nada. Yo te daré poder, le prometió Cabhan; su voz era como una caricia. Es lo que de verdad deseas, lo que ansías y codicias. Tráeme su sangre y yo te daré poder. Toma su vida y yo te daré la inmortalidad. Meara luchó, trató de abrirse paso entre las sombras de nuevo hacia la luz, pero no podía moverse. Se sentía maniatada, demasiado pesada mientras las sombras se hacían más espesas, tanto que las respiraba cada vez que tomaba aire. Cada bocanada era más fría. Cada bocanada era más oscura. Haz lo que él te pide, le apremió su padre. El brujo no es nada para ti; tú no eres nada para él. Solo cuerpos sobándose en la oscuridad. Mata al brujo. Sálvate a ti misma. Yo volveré contigo, princesa. Entonces Connor intentó cogerle la mano. Su luz brillaba entre las sombras, sus ojos eran verdes como esmeraldas.

Ven conmigo. Ven conmigo. Te necesito, aghra. Vuelve a mí. Toma mi mano. Solo tienes que tomar mi mano. Pero no podía, no podía; ¿acaso él no lo veía? Algo gruñía y chasqueaba detrás de ella, pero Connor solo le sonreía. Claro que puedes. Mi mano, cariño. No mires atrás. Solo toma mi mano. Vuelve conmigo ahora. Dolía, dolía levantar ese brazo tan pesado, tirar de las ataduras que no podía ver. Pero había luz en él, y calor, y necesitaba ambas cosas con desesperación. Llorando, levantó el brazo y trató de coger su mano. Era como si la sacaran de las yemas de los dedos del espeso barro. Como ser arrastrada centímetro a centímetro, y de forma dolorosa, mientras una fuerza opuesta tiraba en la dirección contraria. —Te tengo —le dijo Connor, sin apartar los ojos de los suyos—. No te soltaré. Entonces ella sintió que salía de golpe, como el corcho de una botella, a la luz. Le ardía el pecho, le ardía como si su corazón se hubiera convertido en un carbón caliente. Cuando trató de inspirar, el aire le quemó la garganta. —Tranquila, despacio. Respira despacio. Despacio. Ya has vuelto. Estás a salvo. Estás aquí. Chis, chis. Alguien sollozaba de manera dolorosa y desgarradora. Tardó unos minutos en darse cuenta de que esos sonidos procedían de ella. —Te tengo. Te tenemos. Hundió la cara en el hombro de Connor; Dios, Dios, su olor era como agua fría para el fuego. Entonces él la cogió en brazos. —Me la llevo a casa. —Mi casa está más cerca. —Meara le oyó decir a Fin. —Se queda en nuestra casa hasta que esto haya terminado, pero gracias. Me la llevo a casa. Pero ¿vas a venir? Cuando puedas, ¿vendrás? —Sabes que sí. Todos iremos. —Estoy contigo, Meara. —Oyó la voz de Branna, sintió su mano acariciándole el pelo, la mejilla—. Estoy aquí mismo, contigo. Deseaba hablar, pero nada salió salvo aquellos terribles y desgarrados sollozos. —Ve con ellos —dijo Boyle—. Ve con ellos, Iona. Deberíais estar los tres con ella. Yo me ocupo de Alastar. Llévate el camión y ve con ellos.

—Ven pronto. Meara volvió la cabeza lo suficiente para ver a Iona dirigirse a toda prisa al camión de Boyle y sentarse al volante. Connor corrió bajo la lluvia, entre la niebla, mientras el mundo se sacudía a su alrededor, como la cubierta de un barco en una tormenta. Y el dolor en su pecho, en su garganta, en todo su ser ardía como los fuegos del infierno. Se preguntó si iba a morir. Si moriría maldita tal y como le había dicho el padre que no era su padre. —Chis —insistió Connor—. Estás viva y a salvo, y estás con nosotros. Descansa, cariño. Descansa. Tras escuchar sus palabras, se sumió en un cálido sueño.

17 Oyó voces que murmuraban, suaves y consoladoras. Sintió que unas manos la acariciaban..., ligeras y tiernas. Parecía flotar sobre un caliente colchón de aire, rodeada por los aromas de la lavanda y de la cera de abejas. Bañada en luz, encontró la paz. Los murmullos se convirtieron en palabras, incoherentes e ininteligibles, como si las dijeran bajo el agua. —Lo que necesita ahora es descansar. Descanso y tranquilidad. Dejemos que la sanación haga su labor —decía la voz de Branna, muy cansada. —Ha recuperado algo de color, ¿verdad? —adujo la de Connor, inquieta y temblorosa. —Así es, y su pulso vuelve a ser normal. —Es fuerte, Connor. —Era Iona, un poco ronca, como si estuviera medio dormida o hubiera llorado—. Y nosotros también. Entonces flotó de nuevo a la deriva, sumida en un reconfortante silencio. Despertar fue como un sueño. Vio a Connor sentado a su lado, con los ojos cerrados y el rostro iluminado por el resplandor de las velas que rodeaban la habitación. Era como si lo hubieran pintado de un pálido y luminoso tono dorado. Su primer pensamiento consciente fue que era absurdo que un hombre fuera tan guapo. Se dispuso a pronunciar su nombre, pero antes de que pudiera hacerlo él abrió los ojos y los clavó en los suyos. Y Meara lo supo por su color, por la intensidad del verde, más que por la luz de las velas que lo iluminaba. —Aquí estás. —Cuando sonrió, esa intensidad desapareció, y solo estaba Connor y la luz de las velas—. Quédate quieta y callada, solo un momento. —Mantuvo las manos sobre su rostro y cerró los ojos de nuevo mientras descendía hasta su corazón y subía otra vez—. Está bien. Ya está bien. Le quitó algo de la frente, de la clavícula, dejando un suave cosquilleo. —¿Qué es eso? —¿Era esa su voz? ¿El croar de una rana? —Piedras sanadoras. —¿He estado enferma? —Así es, pero ya estás bien. La incorporó un poco y retiró las piedras de debajo de la espalda, de las manos, y las dejó en una bolsa, que cerró de forma segura.

—¿Cuánto tiempo he estado dormida? —Oh, casi seis horas; no mucho dadas las circunstancias. —¿Seis horas? Pero si estaba... estaba... —No intentes recordarlo ahora. —Su tono enérgico y alegre hizo que ella frunciera el ceño—. Aún lo tendrás un poco borroso, y te sentirás débil y temblorosa. Pero te prometo que se te pasará. Toma, bébete esto. Branna lo dejó para que te lo bebieras..., hasta la última gota..., en cuanto despertaras. —¿Qué es? —Algo bueno para ti. La incorporó sobre los almohadones antes de quitarle el tapón a una delgada botella llena de un líquido rojo. —¿Todo? —Todo. —Le puso la botella en las manos, y ahuecó las suyas sobre las de ella para guiárselas hasta los labios—. Despacio, pero hasta la última gota. Meara se preparó para el sabor a medicamento, y en cambio bebió algo fresco y rico. —Parece zumo de manzana, flores y esas cosas. —Son algunos de los ingredientes. Todo, cielo. Necesitas hasta la última gota. Sí, ya tenía más color en las mejillas, pensó Connor. Y sus ojos estaban cargados, aunque despejados. No con la mirada perdida, como cuando había sucumbido al hechizo de Cabhan, cuando había caído sin vida sobre la hierba mojada. La imagen surgió de nuevo en su mente, haciendo que le temblaran las manos. De modo que la apartó y miró a Meara. —A continuación tienes que comer algo. —Mantener la voz firme e infundirle cierto desenfado le exigió toda su determinación—. Branna ha hecho caldo, así que a ver qué tal te sienta eso y un poco de té. —Creo que me muero de hambre, pero no sabría decirte. Me siento como si no estuviera aquí del todo. La bebida estaba buena. Le devolvió la botella; Connor la dejó a un lado con tanto cuidado como si dejara una bomba. —Y ahora la comida. —Logró esbozar una sonrisa antes de posar los labios en su frente. Luego sencillamente no pudo moverse. Meara lo sintió temblar y le asió la mano. Él la aferró con tanta fuerza

que tuvo que ahogar un grito. —¿Ha sido muy grave? —Ya ha pasado. Todo está bien. Ay, Dios. —La estrechó contra él con fuerza. La habría escondido dentro de su ser si hubiera podido—. Ya ha pasado, ya ha pasado —repitió una y otra vez para consolarse a sí mismo tanto como a ella—. No sé cómo eludió la protección. No era lo bastante potente. No lo hice lo bastante potente. Te quitó el colgante; creí que no podría hacerlo. Te lo quitó y te dejó sin aliento. Debería haber hecho más. Haré más. —Cabhan. —No podía recordarlo del todo—. Estaba... ahuecando el estiércol. El abono orgánico. Y de repente... ya no. No podía ver con claridad. —No te preocupes. —Le acarició el cabello, las mejillas—. Volveré cuando estés más fuerte. Te haré otro colgante, uno más fuerte. Haré que me ayuden los demás, ya que lo que hice con el otro no fue suficiente. —El colgante. —Se llevó la mano al cuello, donde debería estar. Y recordó—. Está en mi chaqueta. Me lo quité, ¿verdad? —¿Te lo quitaste tú? —Estaba muy cabreada. Me lo quité y me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta. Grité al pobre Mick... y también a todos los demás, así que Boyle... Sí, Boyle me envió a la montaña de abono orgánico. Me puse una de las chaquetas de trabajo y dejé la mía. —¿Ni siquiera lo llevabas encima? ¿Y el amuleto de bolsillo que te hice? —En mi bolsillo..., en la chaqueta que dejé en el establo. No me di cuenta porque... Connor. Él se levantó de golpe y en su cara vio solo fría cólera. —Te lo quitaste, lo dejaste, solo porque yo te lo di. —No. Sí. —Menudo lío—. No pensaba con claridad, ¿no lo ves? Estaba furiosa. —Porque te quiero, estabas tan furiosa como para salir sin protección. —No lo pensé de esa forma. No pensaba. He sido una imbécil. Una imbécil de remate. Connor... —Vale, ya está hecho, y tú estás a salvo. Le diré a Branna que te suba el caldo. —Connor, no te marches. Por favor, deja que... —Necesitas tranquilidad para terminar de sanar. Yo no soy capaz de

estarme quieto ahora, así que no puedo estar contigo. Salió de la habitación cerrando la puerta que los separaba. Meara trató de levantarse, pero las piernas no la sostenían. Ella, una mujer que se preciaba de su fuerza, de su buena salud, tuvo que arrastrarse de nuevo a la cama como una inválida. Se tumbó, con la respiración entrecortada, la piel húmeda y las consecuencias de un acto imprudente cometido en un momento de mal genio dándole vueltas en el corazón y en la mente. Cuando Branna llegó con una bandeja, podría haber llorado de frustración. —¿Adónde ha ido? —¿Connor? Necesitaba tomar un poco el aire. Llevaba horas sentado a tu lado. —Branna dejó la bandeja; una bandeja con patas para que descansara sobre el regazo del enfermo y el débil. Meara la miró con una profunda aversión—. Te sentirás más fuerte después de tomarte el té y el caldo. Es natural que estés un poco débil ahora mismo. —Me siento como si hubiera estado media vida enferma. —Entonces levantó la vista y despejó sus propias frustraciones lo suficiente como para ver la fatiga y la preocupación en los ojos de Branna—. Soy una inepta. Nunca he estado enferma más de unas pocas horas. Tú te has encargado de ello. Siempre lo haces. Lo siento mucho, Branna. Siento mucho esto. —No seas boba. —Con los ojos cansados y el pelo recogido en una maraña, Branna se sentó en un lado de la cama—. Venga, bebe un poco de caldo. Es el siguiente paso. —¿El siguiente paso para qué? —Para que te recuperes. Dado que eso era lo que quería —no podía arreglar las cosas con Connor cuando apenas era capaz de sostener una cuchara—, comenzó a comer. La primera cucharada fue como ambrosía. —Pensé que me moría de hambre, aunque en realidad apenas podía sentir nada. Es maravilloso sentir hambre, y esto está delicioso. No puedo unir todas las piezas. Recuerdo casi todo con bastante claridad hasta que emprendí el regreso al picadero. Entonces todo se vuelve borroso. —Una vez que te sientas tú misma de nuevo, te acordarás. Es una especie de protección. —Ay, Señor. —Meara cerró los ojos con fuerza. —¿Sientes dolor? Cielo...

—No, no..., no de esa clase. Branna, he cometido una estupidez. Estaba disgustada, de un humor de perros, así que no podía pensar con claridad. Connor... Bueno, me dijo que me quería. La clase de amor que conduce al matrimonio, a tener hijos y una casa en la colina, y eso me trastornó. No estoy hecha para esas cosas; todo el mundo lo sabe. —Nadie sabe nada semejante, pero no te discuto que eso es lo que tú piensas. Deberías guardar la calma, Meara. —Branna le acarició la pierna —. Descansa para ayudarte a ponerte bien. —No puedo estar en calma cuando Connor se ha cabreado conmigo como nunca antes había hecho. Y más, mucho más. —¿Por qué iba a cabrearse contigo? —Me lo quité, Branna. —Se frotó la garganta con los dedos, donde debería estar el colgante—. Te juro que no pensaba. Simplemente me dejé llevar por el mal genio. Así que me quité el colgante que me regaló y me lo guardé en el bolsillo. La mano con que Branna la acariciaba se quedó inmóvil. —¿El de cuentas de calcedonia azul, jade y jaspe? —preguntó Branna despacio. —Sí, sí. Me lo metí en el bolsillo, junto con los amuletos. Y estuve buscando bronca con cualquiera que tenía cerca hasta que Boyle se hartó de mí. Me mandó a la montaña de abono. Es un trabajo asqueroso y estaba lloviendo a mares, así que me cambié de chaqueta. No lo pensé; verás, ni siquiera recuerdo haberme quitado el colgante. No habría salido sin él. Te juro que no habría hecho eso adrede ni siquiera estando cabreada. —Te quitaste lo que él te dio por amor, lo que te dio para protegerte a ti, a quien ama, de todo mal. —Oh, Branna, por favor. —Tomó aire entre sollozos cuando Branna se levantó y fue hasta la ventana para contemplar la oscuridad—. Por favor, no me des la espalda. Branna se dio la vuelta de nuevo; su temperamento brillaba en sus ojos. —Qué cosa tan fría y cruel has dicho. Todo el color abandonó las mejillas de Meara otra vez. —No. No, yo... —Fría, cruel y egoísta. Has sido mi amiga, mi hermana en todo salvo de sangre desde que puedo recordar. Pero ¿eres capaz de pensar que te daría la espalda? —No. No lo sé. Estoy muy confusa, estoy hecha un lío.

—Las lágrimas son buenas para ti. —Con voz enérgica, Branna asintió —. No las derramas a menudo, y ahora son buenas para ti. Una especie de purga. Hay cinco personas en esta casa... No, eso no es cierto, ya que Iona y Boyle han ido a recoger tus cosas ahora que estás despierta. —A recoger mis... —Silencio. No he terminado. Esas cinco personas te queremos, y ninguna se merece que pienses que dejaremos de hacerlo porque hayas hecho algo hiriente. —Lo siento. Lo siento. —Sé que lo sientes. Pero estoy aquí, Meara, entre Connor y tú, y os quiero a los dos. Él se culpa de no haberte proporcionado una protección más fuerte. —Lo sé. —Su voz se tornó entrecortada y le temblaba—. Lo dijo. Lo recuerdo. Se lo he contado. Me ha abandonado. —Ha salido de la habitación, Meara, pedazo de boba. Es Connor O’Dwyer, el hombre más bueno, leal y honrado que jamás haya existido. No es tu jodido padre ni un hombre como él. —No pretendía... —Las lágrimas manaron de nuevo; su fuerza y claridad la hicieron resollar. —Cálmate. No te alteres. —Branna fue a su lado con rapidez, le tomó las manos e impuso su voluntad al pánico—. Vas a calmarte y a respirar de manera sosegada. Mis ojos, mírame a los ojos. Hay calma, hay aire. —Me acuerdo. —Primero tranquilízate. Aquí no puede pasarte nada malo, y la oscuridad no puede entrar. Hemos encendido las velas, colocado las hierbas y las piedras. Esto es un santuario. Aquí reina la paz. —Me acuerdo —repitió con calma—. Él estaba allí. —Espera a tranquilizarte un poco; por mucho que quiera saber lo que pasó, vamos a esperar a que estemos todos. Así solo tendrás que contarlo una vez. Y Connor se merece oírlo todo, pensó Branna. —¿Qué me hizo? ¿Puedes decirme eso? ¿Fue muy grave? —Antes tómate el caldo. Impaciente, y ya más fuerte, Meara levantó el tazón y se lo bebió. Y consiguió que Branna riera un poco. —Ya te vale. —Dime... ¡Oh!

Fue como una descarga eléctrica, un buen y rápido orgasmo o el golpe directo de un rayo. La energía la atravesó, haciendo que se echara hacia atrás con brusquedad. —¿Qué es eso? —Algo que tenías que beberte despacio, aunque era mucho esperar. —Siento que podría ir corriendo hasta Dublín. Gracias. —No hay de qué. Vamos a dejar esto para más tarde. —Con cautela, Branna apartó el té lejos de su alcance. —Podría comerme una vaca y aún tendría sitio para el postre. —Pero asió la mano de Branna—. Lo siento. De verdad. —Lo sé. De verdad. —Dime qué me dio, ¿quieres? ¿Fue veneno como a Connor? —No lo fue, no. Estabas receptiva e indefensa, y él lo sabía. Utilizó sus sombras, y creo que estas lo bloquearon todo durante un tiempo. Pero se disiparon lo suficiente como para que no pudiera mantener esa jaula, tal y como Connor la llamó, cerrada a cal y canto durante mucho rato. Todos íbamos de camino. También debía saberlo, de modo que actuó rápidamente y con crueldad. Podrías llamar Bella Durmiente al hechizo que te lanzó, pero no es tan bonito como un cuento de hadas. Es una especie de muerte. —Yo... Él me mató. —No, no es tan sencillo. Te privó del aliento; detuvo tu corazón. Es una especie de parálisis que cualquiera que no la conozca la tomaría por la muerte. Sin intervención, podría durar días o semanas. Incluso años. Luego te despiertas. —¿Como un zombi? —Despertarías, Meara, y habrías perdido la cordura. Tratarías de salir con uñas y dientes o morirías presa del delirio. O... él iría a por ti cuando así lo decidiera y te convertiría en su criatura. —Entonces estaría muerta —declaró Meara—. Todo cuanto soy habría desaparecido. No podría haberme hecho esto si hubiera llevado puesta la protección que Connor me dio. —No. Puede herirte, puede intentar atraerte hacia él, pero no puede lanzarte semejante hechizo cuando estás protegida. —Guardó silencio durante un momento—. Fue Connor quien te insufló de nuevo la vida. Fue el primero en llegar a ti. Él te trajo de vuelta; tu aliento, tu corazón. Entonces llegamos los demás, mientras él te sacaba del sueño. Aun en esos pocos minutos has estado profundamente inmersa, Meara. Solo sollozabas

y temblabas. Tuvo que hacerte dormir de nuevo, inducirte un sueño sanador para que pudieras estar tranquila mientras nosotros trabajábamos. —Las velas, las piedras, las hierbas. Las palabras. Os oí... a Connor, a Iona y a ti. —Fin también estuvo durante un rato. Cinco personas que la querían, pensó Meara, todas muertas de preocupación y miedo porque ella había sido una imbécil. —Podría habernos quebrado porque yo me he portado como una niñata. —Eso es muy cierto. —Me siento avergonzada y lo lamento, Branna, y voy a decírselo a todos. Pero antes quisiera hablar con Connor. —Por supuesto, deberías hacerlo. —¿Puedes ayudarme a asearme un poco? —Consiguió esbozar una sonrisa temblorosa—. He estado un poco muerta, y seguro que lo parezco.

Dado que continuaba lloviendo, Connor estaba sentado en el taller de Branna, bebiéndose su segunda cerveza y meditando al amor de la lumbre. Frunció el ceño cuando Fin entró. —Harás bien en largarte. No soy una buena compañía. —Es una lástima. —Fin se sentó en una silla con su propia cerveza—. Dijiste que había despertado y estaba mejor..., pero poco más. Branna no ha bajado aún, y como Iona y Boyle han llegado con las maletas de Meara, me gustaría saber qué coño significa que está mejor. —Despierta, consciente. Se ha bebido la poción y tenía buen color cuando me marché. —Vale. Fin tomó un trago, esperando el resto. Al ver que no llegaba, se preparó para hacerlo hablar, y entonces entró Boyle. Lo que era aún mejor. —Le he traído ropa, botas y Dios sabe qué más, suficiente para un mes o más, ya que Iona jura que todo es básico. Luego me han largado, lo cual me parece estupendo. —Se sentó, igual que había hecho Fin, con una cerveza en la mano—. Branna me ha dicho que se ha recuperado bien y que se estaba dando una ducha. Qué horror, qué espanto. Qué horror. —Tomó un buen trago de cerveza—. Yo la mandé ahí. Estaba gruñona e irritable, y me había hartado, así que la mandé a la montaña de caca. Debería haberla

mantenido dentro, trabajando en el guadarnés. No debí... —Tú no tienes la culpa. —Connor se levantó para pasearse de un lado a otro—. No te culpes por esto, porque no eres responsable de nada. Ella se lo quitó. Le dije que la quería. Y pensar que me hizo gracia que saliera disparada justo después, afirmando que tenía que ir de inmediato al picadero. —Así que por eso he perdido una hora de sueño esta mañana. Y — agregó— esa era la china que se le había metido en el ojo. —¿Qué fue lo que se quitó? —preguntó Fin, volviendo atrás. —El colgante, el de cuentas de calcedonia azul, jaspe y jade que le di como protección. Se lo quitó y salió sin él porque le dije que la quería. —Ay, Señor. —Fin puso los ojos en blanco—. ¡Mujeres! Las mujeres vuelven locos a los hombres; ¿hay alguna duda de por qué? Vaya, la pregunta debería ser ¿por qué queremos tenerlas cerca cuando nos las hacen pasar canutas a la menor oportunidad? —Habla de tus mujeres —le sugirió Boyle—. Yo estoy más que contento con la mía. —Tú dale tiempo —repuso Fin con aire sombrío. —Ah, mierda. Estaba cabreada —agregó Boyle, observando a Connor—. Fue una estupidez y una imprudencia, pero, bueno, como persona de carácter que soy, te digo que resulta facilísimo cometer estupideces e imprudencias cuando te dejas llevar por él. —Podríamos haberla perdido. —Eso no pasará jamás —le juró Fin. —La perdimos durante unos instantes..., aunque para mí habrían podido ser años. —Pensar en ello hizo que a Connor se le encogiera el estómago con fuerza—. Tú mismo lo viste, Boyle, ya que llegaste a ella unos segundos después que yo. —Y en esos segundos fue como si la sangre abandonara mi cuerpo. Quería comenzar las maniobras de reanimación cardiopulmonar, y tú me apartaste con solo agitar la mano. —Lo siento. —No te disculpes por eso. Tú sabías qué había que hacer y yo estaba estorbando. Le insuflaste luz. Jamás he visto nada parecido. —Boyle tomó aire al recordarlo—. Estabas a horcajadas sobre nuestra chica, que estaba en el suelo, invocando a los dioses y las diosas, y te juro que los ojos se te volvieron casi negros. Y el viento se arremolinó, los demás vinieron

corriendo y tú alzaste los brazos, como un hombre que se agarra a una cuerda de salvamento. Y le arrancaste luz a la lluvia, se la arrancaste a la lluvia, y la tomaste dentro de ti, de forma que ardías como una antorcha. Luego se la insuflaste a ella. Lo repetiste tres veces, ardiendo con más intensidad cada vez; prácticamente esperaba que estallaras en llamas. —Hay que hacerlo tres veces —dijo Fin—. Con fuego y luz. —Y entonces vi que ella tomaba aire. Su mano se movió solo un poco en la mía. —Boyle bebió otro largo trago—. Joder. —Estoy en deuda con todos —dijo Meara desde la puerta. Se agarraba con las manos y tenía el cabello suelto y los ojos rebosantes de emoción—. He de pediros que me dejéis hablar un momento a solas con Connor. Solo unos momentos, si no os importa. —Claro que no nos importa. —Boyle se levantó con rapidez, se acercó a ella y le dio un fuerte abrazo—. Tienes buen aspecto. Apartándose, le palmeó la espalda y luego salió. Fin se levantó más despacio, estudiando las lágrimas que brillaban en sus ojos. No dijo nada, pero le dio un suave beso en la mejilla antes de marcharse. Connor se quedó donde estaba. —¿Te ha dado permiso Branna para que te levantes y andes por ahí? —Así es. Connor... —Es mejor que nos cuentes lo sucedido a todos a la vez. —Lo haré. Connor, por favor, perdóname. Tienes que perdonarme. No podría soportar que no lo hicieras, no podría soportar saber que lo he echado todo a perder. Estaba equivocada, completamente equivocada, y haré lo que sea, cualquier cosa que necesites, que quieras o que me pidas para arreglarlo contigo. La vergüenza, la pena manaba de ella, casi formando un charco a sus pies. Y, sin embargo, Connor parecía no ser capaz de moverse para ir a su lado. —Entonces respóndeme a una pregunta con la verdad. —No te mentiré, cueste lo que cueste la verdad. Nunca te he mentido. —¿Te quitaste lo que te di porque pensaste que podría utilizarlo para retenerte, para mantenerte conmigo, para hacer que sintieras algo por mí? El shock atravesó la pena y le hizo retroceder un paso. —Oh, no. Dios mío, no. Tú nunca harías algo así. Jamás pensaría algo semejante de ti. Jamás, Connor; te lo juro por mi vida.

—De acuerdo. —Eso, al menos eso, restañó en parte su corazón sangrante—. Cálmate. —Estaba cabreada —dijo—. Estaba cabreada y... tenía miedo. —«Sincera, sé sincera», se ordenó a sí misma—. Tenía más miedo que otra cosa, y eso disparó mi temperamento, y las dos cosas juntas cegaron mi buen juicio. Te lo juro, te juro que no pretendía salir sin el colgante. Me olvidé. Estaba tan perdida y furiosa que cuando Boyle me dio la patada, me cambié de chaqueta sin darme cuenta de que me había dejado todas las protecciones en la otra. —Tuvo que parar y apretarse los ojos con los dedos —. Léeme. Entra aquí... —Desplazó los dedos hacia su sien—. Lee mis pensamientos, pues encontrarás la verdad. —Te creo. Reconozco la verdad cuando la oigo. —Pero ¿me perdonas? Connor se preguntó si sería tan difícil para ella pedirlo como para él aceptar. Pensó que tal vez lo fuera. Y, sin embargo, tenían que aclararlo todo antes de las respuestas. —Te di algo que era importante para mí porque tú eras importante para mí. —Y yo he sido negligente con ello y contigo. Tanto que podría haber hecho que lo pagásemos muy caro todos. —Dio un paso hacia él—. Perdóname. —Te doy amor, Meara, la clase de amor que jamás le he dado a otra. Pero tú no lo quieres. —No sé qué hacer con él, lo cual es muy diferente. Y tengo miedo. —Se llevó las manos al corazón—. Tengo miedo porque no puedo impedir lo que me está pasando. Si no me perdonas, si no puedes perdonarme, creo que algo dentro de mí morirá de pena. —Claro que te perdono. —Eres más de lo que merezco. —Ah, Meara. —Exhaló un suspiro—. El amor no es un premio que se gana haciendo méritos ni algo que se pueda retirar cuando se comete un error. Es un regalo, tanto para el que lo da como para el que lo recibe. El día que lo aceptes, que lo guardes, no tendrás miedo. —Connor meneó la cabeza antes de que ella pudiera hablar—. Ya es suficiente. Estás más cansada de lo que imaginas, y aún tienes que contarnos lo que ha pasado. Deberías sentarte, y habría que ver qué nos ha preparado Branna porque ha pasado mucho tiempo desde el desayuno.

Cuando se acercó a ella, Meara le asió la mano. —Gracias. Por la luz, por el aliento, por mi vida. Y gracias también por el regalo, Connor. —Bueno, es un comienzo —le dijo, y la condujo de nuevo a la cocina.

Contó la historia de forma titubeante mientras devoraba los espaguetis con albóndigas, uno de sus platos preferidos. Parecía no hartarse de comer y beber, aunque descubrió que incluso unos pocos sorbitos de vino hacían que se mareara. —Será mejor que esta noche te conformes con beber agua —le aconsejó Branna. —Creo que una parte de mí sabía que no era real, pero parecía, olía y sonaba muy real. Los jardines, la fuente, los senderos, estaban tal y como los recuerdo. La casa, el traje que llevaba puesto mi padre, la forma en que se daba golpecitos en un lado de la nariz. —Porque él creó el hechizo a partir de tus pensamientos e imágenes. Fin le sirvió más agua. —Me llamaba princesa. —Meara asintió—. Y me hacía sentir que lo era cuando me prestaba especial atención a mí. Él era... —Le resultaba doloroso hablar de ello—. Él era la alegría de la casa. Su sonora risa, y su costumbre de darnos un dinerillo extra o un poco de chocolate, como si fuera un secreto compartido. Yo lo adoraba, y todo eso, todos esos sentimientos volvieron mientras paseábamos por el jardín, con un pajarillo trinando en el moral. —Tuvo que parar un momento para recobrar la compostura—. Yo lo adoraba —repitió— y él nos abandonó..., me abandonó..., sin mirar atrás ni una sola vez. Se escabulló como un ladrón, que fue justo lo que resultó ser, ya que se llevó consigo todo lo que había de valor. Pero allí, en el jardín, todo era como había sido antes. El sol brillaba, había flores y se respiraba felicidad. »Entonces se volvió contra mí; fue muy rápido. Dijo que se había marchado por mi culpa, porque yo era amiga vuestra. Que le había avergonzado al asociarme y conspirar..., esas fueron las palabras que utilizó..., con brujas. Dijo que estaba maldita. —Un truco, utilizando parte de tus pensamientos de nuevo —le explicó Branna— y luego tergiversándolos. —¿Mis pensamientos? Pero si yo nunca he pensado que se marchó

porque nosotros éramos amigos. —Pero en más de una ocasión has pensado que se marchó por tu culpa. No tengo que meterme en tus pensamientos para saberlo —agregó Connor. —Sé que eso no es verdad. Quiero decir que sé que él no se marchó por mi culpa. —Y, sin embargo, eso puede hacer que dudes de ti misma. —Iona le lanzó una mirada comprensiva—. Cuando estás de bajón hace que te preguntes qué es lo que tienes que les impida amarte. Sé lo que es eso y lo duro que resulta aceptar que alguien que se supone que debe amarte de forma incondicional no lo haga. O no lo suficiente. Pero yo no tenía la culpa, y tú tampoco. La culpa era de ellos, de sus carencias. —Lo sé, pero tienes razón. A veces... La rosa que me dio comenzó a sangrar y me dijo que yo era una puta por acostarme con un brujo. Pero está claro que jamás lo hice antes de que mi padre nos dejara. Y Dios, si a eso vamos, ese hombre era demasiado cobarde como para haber dicho algo semejante a la cara. —Hizo una pausa, bajando la mirada a su plato—. Mi padre era muy débil. Es duro aceptar que quieres a alguien... a alguien tan débil. —No podemos elegir a nuestros padres —aseveró Boyle— del mismo modo que ellos tampoco pueden elegirnos a nosotros. Todos tenemos que apañárnoslas lo mejor que podamos. —Y amar... —dijo Connor mirándola a los ojos— ... nunca es motivo de vergüenza. —Lo que amaba era una ilusión, lo mismo que lo que he visto hoy. Pero creí en ambas cosas durante un tiempo. Y con lo de hoy noté que todo cambiaba cuando me dijo todo eso, esas cosas tan duras que él, a pesar de todos sus defectos, jamás habría dicho. Luego oí la lluvia de nuevo y a Roibeard, y supe que él era mentira. Tenía la pala. No la tenía cuando paseaba con él, pero entonces la tenía otra vez. Lo ataqué, apuntando a su cabeza, pero él fue rápido. Ataqué de nuevo, pero el mundo comenzó a sacudirse y a dar vueltas. Y tú, Connor, cabalgabas sobre Alastar como alma que lleva el diablo, y Boyle corría desde el picadero, y Kathel y... Él me sonrió..., ahora era Cabhan, no mi padre. —Vio con claridad aquel cruel y atractivo rostro sonriendo—. Y sentí que algo me apuñalaba el corazón..., algo afilado y frío..., mientras él sonreía y desaparecía en la niebla. —Un rayo negro —aseveró Boyle—. Eso me pareció a mí, un destello de la piedra que lleva al cuello.

—Yo no lo vi. —Meara se llevó el vaso de agua a la boca y lo apuró de nuevo—. Intenté andar, pero era como nadar en el fango. Sentía náuseas, me sentía mareada, y no podía notar la lluvia mientras las sombras se hacían más densas. No podía salir de ellas, no podía moverme, no podía llamar a gritos a nadie. Y había voces en las sombras. La de mi padre, la de Cabhan. Amenazas, promesas. Yo... Dijo que me daría poder. Que me daría la inmortalidad si le quitaba la vida a Connor. —Buscó a tientas la mano de Connor, sintiéndose reconfortada cuando él la asió—. No podía salir, y todo se volvía más y más oscuro. No podía hablar ni moverme, como si estuviera atada y amordazada, y hacía mucho frío. Y entonces tú estabas ahí, Connor, hablándome, y había luz. Tú eras la luz. Me decías que cogiera tu mano. Yo no sabía cómo hacerlo, pero me dijiste que cogiera tu mano. —Y lo hiciste. —No creía que pudiera hacerlo; dolía muchísimo. Pero tú no dejabas de decirme que sí podía. Seguiste diciéndome que cogiera tu mano y que fuera contigo. —Entrelazó los dedos con los de él, agarrándolo con fuerza—. Cuando lo hice fue como si me tiraran de mí para sacarme de un agujero mientras algo luchaba por arrastrarme de vuelta a él; tiraron y tiraron, y la luz era cegadora. Luego sentí la lluvia otra vez. Me dolía todo. El cuerpo, el corazón, la cabeza. Las sombras eran horribles, pero yo quería volver a donde no sentía el dolor. —Una parte era el shock —apuntó Branna—. Y lo que él había usado para atraparte. Luego el brusco tirón. Por eso Connor tuvo que hacerte dormir. —Estoy en deuda con todos. —Somos un círculo —dijo Boyle—. Nadie debe nada a nadie. —No, yo sí. Estoy en deuda porque vinisteis a por mí... Y sí, cualquiera lo haría por otro de nosotros. Y os debo una disculpa por ser tan estúpida como para darle la ocasión de que me atrapara. Y que al hacer eso nos pusiera en peligro a todos. —Ya se ha terminado. —Boyle estiró el brazo y le dio un golpecito en el hombro. —Así es —convino Branna—. Ahora te vas a tomar un té y a tumbarte tranquila en la cama. —Ya he dormido suficiente. —Ni mucho menos, pero puedes tomarte el té junto al fuego hasta que

estés lista para subir. —Yo te arroparé. Meara miró a Fin con el ceño fruncido. —Puedo mover el culo desde aquí hasta ahí. —Tranquila, no estarás buscando pelea después de una disculpa tan bonita, ¿verdad? —Zanjó el tema rodeando la mesa y levantándola de su silla—. Eres una chica fuerte, Meara Quinn. —Oh, ¿de veras? Fin le lanzó una sonrisa a Connor por encima del hombro y la llevó en brazos hasta el sillón. Luego chasqueó los dedos para avivar el fuego e hizo que se tumbara, arropándola con la bonita manta mientras ella lo miraba con expresión torva. —Odio que cuiden de mí. —Yo también, me jode como una china en un ojo. Por eso lo hago. Te mereces que te fastidiemos un poco. —Pues adelante, haz que me sienta más culpable aún. —No es necesario. —Se sentó a su lado, justo a la altura de su cintura, estudiándola brevemente. Y sacó el colgante de calcedonia azul de su bolsillo—. Imaginé que a lo mejor querías esto. —Oh. ¿Cómo...? —Me pasé por el picadero a por tu chaqueta y esto se cayó del bolsillo. —Lo sostuvo en su mano—. ¿Lo quieres o no? —Lo quiero, y mucho. Se lo puso él mismo alrededor del cuello. —Ten más cuidado con esto, y con él. —Lo haré. —Levantó la vista y lo miró a los ojos—. Te lo juro. Gracias. Gracias, Fin. —De nada. En fin, veamos si hay algún pastelito para acompañar ese té. Se marchaba ya, cuando volvió la vista por encima del hombro. Meara sujetaba las piedras en la palma de su mano, acariciándolas con suavidad con un dedo. El amor, pensó Fin. Podía convertirte en un tonto o en un héroe. O en ambas cosas a la vez.

18 Meara despertó en la cama de Connor. Sola. Tres velas blancas brillaban en transparentes campanas de cristal sobre su cómoda. Supuso que se trataba de alguna cosa mágica para la salud, ya que lo más seguro era que el olor a lavanda —que se desprendía de unas ramitas colocadas debajo de la almohada junto con más cristales— estaba indicado para la salud y los buenos sueños. Al hacer memoria lo último que recordaba era que la habían tumbado en el sillón de abajo, que Fin la había arropado y que estaba esperando a que los demás llegaran para tomar el té. Se preguntó si lo habían hecho. Le molestó haberse quedado dormida otra vez como una niña enferma. Y le molestaba todavía más verse sola en la cama. Cuando se levantó descubrió que las piernas le temblaban un poco, lo cual fue motivo de mayor irritación. Se había sentido tan fuerte antes de beberse el caldo que le resultó deprimente darse cuenta de que no estaba recuperada del todo. Alguien le había puesto el pijama, y eso también resultaba deprimente. Fue hasta el baño, un tanto mareada, y se echó un vistazo en el espejo sobre el lavabo. Bueno, no cabía duda de que había tenido mejor aspecto, pero también peor. Frunció el ceño al ver su cepillo de dientes, las cremas que usaba y otros artículos de aseo metidos de forma ordenada en una cestita sobre la estrecha encimera. Le habían hecho la mudanza mientras dormía. Habían recogido sus cosas y la habían instalado sin tan siquiera pedirle permiso. Luego recordó por qué, y exhaló un suspiro. Se lo merecía, y no tenía nada que argumentar. Los había puesto a todos, y a sí misma, en peligro, y los había tenido muertos de preocupación durante horas. No, no iba a cuestionar la decisión; no iba a quejarse. Pero sí podía buscar a Connor. Entreabrió la puerta que llevaba a la habitación de Iona. Si Boyle e Iona se habían ido a casa de él, tal y como hacían casi todas las noches, Connor estaría usando su habitación. Aunque debería estar ocupando la suya propia, con ella.

La lluvia repicaba, y sin un solo rayo de luz de luna, esperó a que sus ojos se adaptaran a la oscuridad antes de entrar de puntillas en la habitación. Oyó una respiración, de modo que se acercó. Solo tenía ganas de meterse en la cama con Connor, y a ver qué tenía él que decir al respecto. Entonces, cuando se inclinó para echar un mejor vistazo, distinguió a Iona, acurrucada junto a Boyle, con la cabeza apoyada en su hombro. Una imagen muy dulce, pensó..., e íntima. —¿Te sientes mal? —preguntó Iona antes de que Meara pudiera dar marcha atrás. —Oh, no, no, lo siento —se disculpó en susurros—. Lo siento mucho. Me he despertado y he entrado buscando a Connor. No era mi intención despertarte. —No pasa nada. Connor está en el sillón de abajo. ¿Necesitas algo? Puedo prepararte un té que te ayude a dormirte de nuevo. —Y algunos no dormimos anoche, joder —farfulló Boyle—. Lárgate, Meara. —Ya me voy. Ya me voy. Salió por la puerta que daba al pasillo y oyó el murmullo de la voz de Boyle y el de la risa de Iona antes de cerrar. Bien por ellos, acurrucaditos y calentitos los dos, pensó, y ahí estaba ella, merodeando en plena noche, intentando encontrar a su hombre. Había bajado la mitad de la escalera cuando se dio cuenta. ¿Su hombre? ¿Cuándo había empezado a pensar en Connor como en «su hombre»? Estaba un poco aturdida, nada más, solo un poco aturdida a causa de la magia negra y blanca. No estaba pensando, no con claridad, y sin duda debería volverse a la cama. Dormir hasta que se le pasara. Pero lo deseaba, y era un fastidio. Quería apoyar la cabeza sobre su hombro igual que hacía Iona con Boyle. Se dirigió abajo. Connor se había arropado con la manta del sillón, que era demasiado corta para él, de modo que sus pies asomaban sobre el brazo y su cara estaba medio aplastada contra la almohada ladeada en el otro brazo. La única forma de que un hombre pudiera estar mínimamente cómodo en tales circunstancias sería que antes se hubiera emborrachado hasta quedar inconsciente. Meara meneó la cabeza, plantó los brazos en jarras y

se preguntó cómo lograba parecer tan adorable en semejante situación. Habían alimentado el fuego de manera que se mantenía encendido, con carbones al rojo vivo en el palpitante corazón. La luz titilaba sobre él, añadiendo un sesgo diabólico a su aire adorable. Pese a todo tenía unas cuantas cosas que decirle, y él iba a escucharlas. Avanzó con la vista fija en su cara y se tropezó con las botas que él había arrojado a un lado. Aterrizó encima de él con fuerza, recibiendo un codazo en el abdomen por las molestias. Así que la primera palabra que salió de su boca fue «uf». Y su respuesta fue un «¡Qué cojones pasa!» entre dientes mientras se incorporaba y la agarraba de los hombros como si se preparara para sacudirla. —¿Meara? —dijo, y le apartó el pelo de la cara. —Me he tropezado con tus gigantescas botas y me he caído sobre tu huesudo codo. —Puede que me hayas aplastado un pulmón. En fin. —Hizo que se moviera, y consiguió sentarse con ella en su regazo. Aquello no se parecía en nada a cómo Meara había querido que fueran las cosas—. Entonces ¿te sientes mal? Le apartó la mano cuando la acercó a su frente para comprobar si tenía fiebre. —¿Por qué todo el mundo cree que estoy enferma? No estoy enferma. Me he despertado, eso es todo. Me he despertado porque he dormido casi todo un día y media noche. —Lo necesitabas —dijo, muy razonable—. ¿Quieres un té? —Puedo prepararme yo sola el té si me apetece tomarme un maldito té. —Seguro que te apetece algo. Las lágrimas luchaban por abrirse paso entre la irritación, y no pensaba consentirlo. —Me has dicho que me perdonabas. —Así es. Y he perdonado. Vamos, tienes frío. Agitó la mano otra vez cuando él se disponía a arroparla con la manta. —Déjalo, deja de preocuparte por mí. —Esas persistentes lágrimas continuaban insistiendo, ahogándola, avergonzándola y dejándola pasmada —. Déjalo ya. Trató de apartarse, de bajarse de encima de él, pero Connor la rodeó con los brazos y la estrechó entre ellos con fuerza.

—Tranquilízate, Meara Quinn. Quédate quieta un instante. Quédate callada un instante. El esfuerzo de intentar apartarse la dejó exhausta, sin aliento y a punto de romper a llorar. —De acuerdo; estoy calmada. —Aún no, pero lo estarás en un momento. Toma aire una o dos veces. — La meció con ternura y miró hacia el fuego para avivar las llamas. —No cuides de mí, Connor. Hace que me entren ganas de ponerme a llorar como una Magdalena. —Pues llora como una Magdalena. Es una reacción natural a lo que te han hecho, Meara, y a lo que ha sido necesario hacer para contrarrestarlo. —¿Cuándo parará? —Estás mejor, ¿no es así? Y aún lo estarás más por la mañana, con más tranquilidad y más descanso. Ten un poco de paciencia. —Detesto tener paciencia. Connor rió, rozándole el cabello con los labios. —Ya lo sé, pero la tienes. Lo he visto con mis propios ojos. Pero ella tenía que ahondar más y más para dar con ella, pensó. Connor la tenía sin tener que esforzarse, igual que el color de sus ojos, el timbre de su voz. —No detesto tu paciencia —murmuró. —Es bueno saberlo, ya que deshacerme de ella para complacerte sería difícil. Dime una cosa, ¿te ha despertado alguna cosa o ha sido algo natural? —Simplemente me he despertado y tú no estabas ahí. —Meara escuchó la petulancia en su propia voz. Solo podía abrigar la esperanza de que también eso fuera parte de la reacción, o de lo contrario no tardaría mucho en aprender a odiarse a sí misma—. Si me has perdonado, ¿por qué estás durmiendo aquí abajo, con los pies colgando del sillón? —Necesitabas tranquilidad y descanso, eso es todo. —Dado que confiaba en que estaba tranquila, se las arregló para que ambos se acurrucaran en el rincón del sillón, de cara a la chimenea—. Te quedaste dormida antes de que trajeran el té, y ni siquiera te despertaste cuando te llevé arriba y Branna te puso el pijama. Es sanador, cielo, el sueño es algo sanador, y tu mente y tu cuerpo, incluso tu alma, toman lo que necesitan. —Creía que no querías estar conmigo, y por eso te he buscado para pelear contigo.

—Entonces me alegro de que te hayas tropezado con mis botas, ya que esto es más agradable que una pelea. —Lo siento. —No es necesario que sigas disculpándote. —Trazó con el dedo las piedras que llevaba al cuello. —Fin fue al picadero y me lo trajo. —Lo sé. —No volveré a quitármelo. —Lo sé. Confianza, paciencia, perdón. No, no se merecía a Connor, pensó, apretando el rostro contra su cuello. —Te he hecho daño. —Así es, sí. —¿Por qué amar te resulta tan fácil, Connor? ¿Por qué amas con tanta facilidad y desenfado? No me refiero a cómo ha sido siempre entre nosotros ni a cómo es entre Branna y tú. —Bueno, yo también soy novato en esto, así que no lo sé con seguridad. Puedo decir que es como coger algo que has tenido mucho tiempo y que es otra parte de ti. Entonces inclinas ese algo un poco. Imagina que sujetas un trozo de vidrio y que luego cambias el ángulo un poco y este refleja el sol. Puedes encender fuego de esa forma, inclinando el vidrio. Pues es algo parecido, y lo que ya estaba ahí se ladea y atrapa toda la luz. —Podría inclinarse hacia otro lado y perderla otra vez. —¿Por qué cuando la luz es tan bonita? ¿Ves el fuego de la chimenea? —Pues claro. —Solo hay que cuidarlo un poco, atizarlo, alimentarlo, y arderá día y noche, noche y día, dándote luz y calor. —Podrías olvidarte de atizarlo, o quedarte sin leña. Riendo, le acarició el cuello con la nariz. —Entonces serías negligente, y tendría que darte vergüenza. Lo que digo es que el amor necesita cuidados. Se requiere un poco de trabajo para mantener la luz y el calor, pero ¿por qué habrías de querer tener frío y estar a oscuras? —Nadie querría eso, pero es fácil olvidarse de cuidar las cosas. —Imagino que unas veces ambos se ocupan del cuidado y que otras es uno de los dos el que se ocupa más porque al otro se le olvida un poco, y que luego las cosas pueden cambiar y ocurrir al revés. —Todo era cuestión

de equilibrio, pensó Connor, junto con cierta atención y esfuerzo—. Lo que es fácil no siempre es lo correcto, y puede ser necesario que nos recuerden las cosas de vez en cuando. Además, Meara, nunca te he visto optar por lo fácil. Nunca te ha dado miedo trabajar. —No cuando se trata de cargar con algo, de limpiar y hacer un esfuerzo físico. Pero el trabajo emocional es otra cuestión. —Tampoco te he visto nunca arrugarte en ese aspecto. No te valoras lo suficiente. La amistad también necesita cuidados, ¿verdad? ¿Cómo has logrado que tu amistad no solo conmigo, sino también con Branna, con Boyle, con Fin y ahora con Iona, siga siendo tan buena y fuerte? Y luego está la familia —dijo antes de que ella pudiera hacer algún comentario—. Y la familia requiere de considerables cuidados. Tú has hecho más que muchos por los tuyos. —Sí, pero... —Y da lo mismo que refunfuñes —adujo, adelantándose a ella—. Al final del día lo que cuentan son las obras. —La besó en el ceño—. Confía en ti misma. —Esa es la parte difícil. —De acuerdo, pues practica. No aprendiste a montar a caballo quedándote a un lado y preguntándote si ibas o no a caerte. —Jamás en toda mi vida me he caído de un caballo. —Vale, pero entiendes lo que quiero decir. Ahora le tocó a ella sonreír. —¡Qué listo eres! —Eso te convierte a ti en la afortunada, porque tienes a un hombre tan listo enamorado de ti. Y que posee suficiente paciencia como para dejarte practicar hasta que te hayas puesto al día. —Se me estremece el corazón cuando lo dices —reconoció—. Me da tanto miedo cuando lo dices que se me estremece el corazón. —Entonces ya me dirás cuándo deja de estremecerse y se llena de calor. Y ahora vamos a intentar dormir. —¿Aquí? —Estamos aquí, y estamos muy cómodos, ¿no es así? Y el fuego es muy agradable. ¿Ves las historias en el fuego? —Veo el fuego. —Hay historias en las ascuas, en las llamas. Te contaré una. Le habló de un castillo en una colina, y de un bravo caballero a lomos de

un semental blanco. De una reina guerrera diestra con el arco y la espada, que surcaba el cielo sobre su dragón dorado. Todo tan imaginativo y tan bonito que casi era capaz de ver lo que él dibujaba con sus palabras. Y con una sonrisa en la cara y la cabeza apoyada sobre su hombro se sumió de nuevo en el sueño.

Tuvieron que transcurrir tres días antes de que pudiera estar más tiempo despierta y de pie que tumbada y durmiendo. Se pasó el primer día entero en la cama, en el sillón, o haciendo tareas menores que Branna le asignaba. Pero al segundo se sintió capaz de volver al picadero durante parte de la jornada y ayudó a cepillar y a dar de comer a los animales. Y se disculpó con sus compañeros de trabajo. Al tercero había encontrado de nuevo a Meara. Aquello sentaba tan bien que se puso a cantar mientras cargaba excrementos con la pala. —Mírala, si podría hacerle sombra a Adele. —Esa mujer tiene una garganta privilegiada. —Meara hizo una pausa, devolviéndole la sonrisa a Iona, que estaba apoyada en la puerta abierta de la casilla—. Te juro que jamás había entendido de verdad ese dicho de que al menos se tiene salud. No había estado realmente enferma ni un solo día en mi vida. Gracias a que tengo una constitución robusta y una amiga con un excepcional poder para sanar. Ahora que he estado abajo, estoy aprendiendo a dar las gracias por estar arriba otra vez. —Tienes un aspecto estupendo. —Y me siento aún mejor. Meara sacó la carretilla de la casilla e Iona intervino para llevarla afuera. Intercambiando las posiciones, Meara miró a derecha e izquierda para cerciorarse de que estaban solas. —Como ya estoy mejor, ¿vas a decirme ahora cómo fue de grave? —¿Es que no te acuerdas? Sabías todos los detalles una vez saliste de ello. —No, sí que me acuerdo. Me refiero a hasta qué punto fue grave, Iona. ¿Cómo de cerca estuvo de destruirme? No me sentía bien preguntándoselo a Branna o a Connor antes —agregó al ver que Iona dudaba—. Pero ya estoy en pie, y te lo pregunto a ti. Creo que saberlo todo es el último paso

que necesito dar para sanar del todo. —Fue muy grave. Nunca antes me he enfrentado a nada semejante. Bueno, no creo que los demás lo hayan hecho tampoco, pero ellos sabían más del tema. Por lo que Branna me dijo, los primeros momentos fueron críticos. Cuanto más te hundieras, más difícil sería sacarte de nuevo y más probabilidades habría de que... pudieras sufrir daños cerebrales. —Una demencia. —Algo parecido, creo. Y pérdida de memoria, psicosis. Branna dijo que el hecho de que Connor llegara a ti tan rápido lo cambió todo. —Así que salvó mi vida y también mi cordura. —Sí. Después de eso, las dos horas siguientes fueron críticas. Branna sabía qué hacer, o lo fingió muy bien mientras nos daba órdenes a Connor y a mí. No me di cuenta de lo asustada que estaba hasta que habíamos terminado; todo era hazlo ahora, y hazlo ya. Luego llegó Fin, y contar con él fue un valor añadido. Y Boyle. Se sentó y te cogió la mano durante el ritual. Llevó una hora, y tú estabas tan blanca, tan pálida y tan quieta. Entonces comenzaste a recuperar el color, no mucho, solo un poco. —Te estoy haciendo llorar. No pretendía hacerte llorar. —No, no pasa nada. —Iona se limpió las lágrimas y juntas cortaron las ataduras de la bala de paja limpia—. Recuperaste el color y Boyle dijo que te había sentido mover los dedos. Y entonces me di cuenta de lo asustada que había estado; cuando lo peor, según dijo Branna, había pasado. —Me golpeó bien —dijo Meara mientras ahuecaba la paja con la horca —. Eso ha sido un punto a su favor. —Puede, pero te trajimos de vuelta y aquí estás, esparciendo paja limpia en la casilla de Spud. Esto es un punto mayor a nuestro favor. El aspecto positivo, pensó Meara. Iona siempre podía encontrar uno. Y quizá era hora de que ella también empezara a buscarlo. —Me propongo que siga siendo así. Voy a dedicarle algo de tiempo a la espada. Necesito practicar. Necesitaba practicar con muchas cosas, pensó mientras pasaban a la siguiente casilla.

Connor también hizo limpieza, aunque él lo consideraba trabajo al final de la jornada. Había que dar de comer a las aves, y al igual que sucedía con los caballos, había que retirar los excrementos de su área con regularidad.

De acuerdo con su calendario personal era momento de limpiar y desinfectar el baño de los halcones. Necesitaba el trabajo. Había necesitado su aspecto físico y mecánico durante el último día mientras Meara se recuperaba. Le costaba mantener la calma, que tanta falta le hacía y que le permitía a ella aportar algo de alegría para mantenerla animada mientras se encontraba débil y cansada, algo nada normal en ella. A algunas mujeres se les regalaba flores o bombones. Y si bien unas flores y unos dulces no estaban fuera de lugar, Meara prefería algunas habladurías del pueblo, historias del trabajo, de la gente que había pasado por la escuela de cetrería o por el picadero. Había hecho todo lo posible por tenerla al tanto, por sentarse con los pies en alto y una cerveza en la mano y entretenerla con historias, algunas de las cuales había adornado y otras se había inventado. Y lo que él había deseado hacer era perseguir a Cabhan, desafiar al muy cabrón para que se dejase ver. Deseaba levantar un viento tan feroz que le desgarrara los huesos y le congelara la sangre. La sed de venganza era tan intensa que estaba sediento en todo momento. Y sabía que no debía, por Dios bendito, sabía que no debía, pensó mientras frotaba la bañera, observado por las aves en sus perchas. Pero saber y sentir eran cosas muy distintas. Solo podía abrigar la esperanza de que la tarea física le liberara de la sed. Entonces la vio, cruzando el amplio patio de grava. Lo dejó todo para salir a su encuentro. —¿Qué haces dando vueltas por ahí tú sola? —exigió. —Yo podría preguntarte lo mismo, pero como sé lo que me responderías a eso, no lo haré y lo evitaré. Iona y Boyle me han traído antes de irse a Cong a comer y a tomarse una cerveza, así que no he estado sola, como tampoco lo estoy ahora. —Miró a su alrededor—. Vas con retraso, ¿verdad, Connor? ¿Dónde están los demás? —Terminamos con el último paseo del día y los mandé a casa. Brian tenía que estudiar para ese curso online que está haciendo y Kyra tenía una cita. Y en cuanto al resto, supuse que no les vendría mal otra hora libre. —Y tú querías pasar un rato a solas con tus amigos... —añadió Meara, señalando a los halcones. —Eso también. Tengo que terminar esto porque ya he empezado.

—Regresaré contigo, si te parece bien. Luego me llevas a casa. Connor la acompañó. Las aves se agitaron un poco ante la visita, y le dedicaron una prolongada mirada. —No he tenido tiempo para venir de visita en los últimos meses — comentó—. Los jóvenes no me conocen, o no muy bien. —Lo harán. —Se puso manos a la obra para terminar de limpiar—. Bueno, ¿qué tal ha ido el día? —Como cabía esperar. He tenido dos paseos guiados. —Ladeó la cabeza al ver su mirada severa, y le enseñó las piedras que llevaba al cuello debajo de la bufanda—. Iona ha insistido en que me llevara a Alastar... y le ha trenzado nuevos amuletos en las crines. No he visto nada salvo el bosque y el camino. No voy a ser temeraria, Connor. Por mi propio bien, sí, pero también porque no quiero que ni tú ni los demás paséis por lo que ya habéis pasado. —Hizo una pequeña pausa—. Necesito el trabajo y los caballos igual que tú necesitas el trabajo y los halcones. —Tienes razón. Espero que te sintiera. Espero que, muy a su pesar, sintiera lo fuerte y capaz que eres. Comenzó a llenar la bañera y oyó el agua caer. —Tú crees que no sé que estás cabreado —dijo Meara con calma—. Pero lo sé. Yo también lo estoy. Siempre he querido acabar con él porque es necesario, por ti, por Branna y por Fin. Pero ahora no solo quiero acabar con él; primero quiero causarle sufrimiento y dolor, quiero saber que sufre. No se lo cuento a Branna porque ella jamás lo aprobaría. Para ella solo se trata del bien y el mal, la luz y la oscuridad; el derecho de nacimiento y la sangre. Y sé que así debería ser, pero yo quiero que sufra. Connor la miró, acuclillado. —Yo te daré eso y más. Te daré su agonía. —Pero no podemos. Porque ese derecho le pertenece a Branna y porque eso te cambiaría. ¿Buscar solo venganza? ¿Pretender causar dolor y sufrimiento para pagarle con la misma moneda por lo que me hizo a mí? Eso te cambiaría, Connor. Creo que a mí no me cambiaría, pero eso es un defecto mío. —No es ningún defecto. —Yo soy así, de modo que tendremos que vivir con ello. Pero tú eres la luz, y es por un motivo. Debemos acabar con él. Pero hay que hacerlo como es debido. Y si hay dolor, que sea porque haya de ser así, no porque tú lo desees con todas tus fuerzas.

—Le has dado unas cuantas vueltas al asunto. Connor vertió la dosis justa de aditivos y luego, como de costumbre, removió el agua con las manos sobre la superficie, añadiendo esa luz de la que ella hablaba, para asegurar la salud y el bienestar de sus aves. —Dios, sí, y muchas. Y al pensar tanto en ello he acabado comprendiendo que necesitas saber que siento lo mismo que tú, pero que no es lo que quiero de ti ni de mí misma. Quiero lo que somos, los seis. Quiero que seamos justos. Y que cuando acabemos con él, y todo haya terminado, sepamos que fuimos justos. No quiero sombras planeando sobre nosotros, no las quiero sobre ti. Esa es suficiente venganza para mí. —Te quiero, Meara. Te quiero por comprender esto, por verlo claro y por decírmelo. He estado debatiéndome como nunca lo había hecho. —No lo hagas. Has de saber que te digo lo que hay en mi corazón. Quiero que seamos justos. —Entonces lo seremos. Satisfecha, aliviada, Meara asintió. —Y es hora de hablarlo todo de nuevo. Sé que todos lo habéis dejado estar los últimos días. —No estabas preparada. —Ahora estoy más que preparada. —Se levantó y flexionó los bíceps para hacerlo sonreír—. Así que vamos a hablar de nuevo los seis. —¿Esta noche? —Esta noche y mañana por la noche si es necesario. Veremos qué dicen los demás. —Pues entonces voy a terminar. —La miró esbozando una sonrisa. Para algunas mujeres eran las flores o los bombones, pensó. ¿Para Meara? —Extiende los brazos. —¿Qué? ¿Por qué? —Porque yo te lo pido. Extiende los brazos. Meara puso los ojos en blanco, pero hizo lo que le pedía. Connor estiró las manos hacia las aves, hacia las jóvenes, y les transmitió sus pensamientos. Con el fluido movimiento de sus manos, los jóvenes halcones se elevaron en un suave batir de alas y ascendieron para volar el círculo alrededor de ella y hacerla reír. —Quédate quieta y no te preocupes ni por tu chaqueta ni por tu piel, que

ya he tenido eso en cuenta. —¿Qué...? ¡Oh! Todos se posaron con ligereza y elegancia a lo largo de sus brazos extendidos. —Los hemos adiestrado bien, aunque esto no entra en sus lecciones. De todas formas no parece que les moleste. Y todos te conocerán, Meara, ahora lo harán. —Son preciosos. Son tan hermosos... Cuando los miras a los ojos piensas que saben más que nosotros. Mucho más. Meara rompió a reír, y al escuchar su sonido, la terrible sed que la había perseguido durante días por fin cesó.

19 Tomaron el té —whisky aquellos que así lo prefirieron— en el salón de la casa. Branna sacó una fuente de galletas de jengibre y dio por terminadas sus labores domésticas. —¿Por dónde empezamos? —preguntó—. ¿Aún estamos de acuerdo en que sea por Samhain? —Eso nos da un margen de quince días —señaló Boyle—. Y por lo que veo nos vendrá bien el tiempo. Pero... —No hay peros que valgan. —Fin optó por el whisky y se sirvió un par de dedos—. Nos asestó un buen golpe. No estábamos preparados para él; eso está muy claro. —Fue culpa mía. —De quién fue la culpa no es el caso, Meara —la interrumpió Fin—. Nos acecha y se arrastra por ahí a voluntad, y podría venir a por cualquiera de nosotros en un momento de vulnerabilidad. Fue a por Iona y ahora a por ti. A juzgar por el patrón, si no ponemos fin a esto, la siguiente será Branna. —Pues que venga —repuso esta tomando un sorbo de té con serenidad. —Eres demasiado arrogante —espetó Fin—. La arrogancia ni es poder ni es un arma. —Pues tú nunca has tenido ningún problema en rodearte de ella. —Basta. —Connor estiró las piernas, meneando la cabeza—. Vaya dos. Dejad las pullas para cuando tengamos tiempo. Es muy posible que ataque de nuevo a Meara, pero no nos engañará una segunda vez. —Eso puedo jurarlo. —Y hay las mismas posibilidades de que pueda intentarlo con Boyle, con Fin o conmigo si tiene la oportunidad. —Arriesgándose a que lo tacharan de arrogante, Connor se encogió de hombros—. Y aunque creo que Fin está en lo cierto, que si se harta de atacar a Meara dirigirá sus atenciones hacia Branna, saber eso no afecta a lo que hacemos, a cuándo lo hacemos ni a cómo lo mandamos al infierno de una vez por todas. —Tienes razón. Protegernos es un método de defensa... y es esencial — agregó Iona—. Pero es nuestro ataque lo que hay que perfeccionar. —Ha estado viendo partidos conmigo —alegó Boyle, brindándole una sonrisa a Iona—. La última vez que fuimos a por él estuvimos cerca, e

hicimos que saliera por piernas, sangrando y aullando. Pero no fue suficiente. ¿Qué lo será? —La poción es más potente de lo que era, y eso hace que sea un riesgo. Un riesgo que tendremos que correr. —Fin miró a Branna, que asintió con la cabeza. —Pensamos en pillarlo por sorpresa en el solsticio, y fue él quien nos pilló a nosotros —señaló Connor—. Aun así, como dice Boyle, estuvimos cerca. Si nos apostamos en la cabaña de Sorcha, él tendrá la ventaja de cambiar la época, y no podremos saber a cuál nos llevará o si conseguirá, como ya hizo, separarnos para que acabemos dispersos, utilizando su poder para modificarlo de nuevo. —Si no allí —inquirió Meara—, ¿dónde? —Es un lugar de poder tanto para nosotros como para él. Creo que ha de ser allí. Pero tienes razón, Connor —apostilló Branna—. No podemos dejar que nos separe. Pienso en los tres como en una unidad, y en Fin, Boyle y Meara como en otra..., y ambas se unen de un modo indisoluble. Podemos hacerlo; y es lo que vamos a hacer esta vez. —¿Podemos impedirle que cambie la época? —preguntó Iona. —Creo que podríamos si supiéramos cómo lo hace. Pero para contrarrestar semejante hechizo necesitaríamos saber cuáles son sus ingredientes. Ahí trabajamos a ciegas —repuso con frustración. —Nosotros cambiaremos de época primero. —Connor se inclinó para coger una galleta—. No eres la única que sabe estudiar, reflexionar y hacer planes. —Luego la señaló con la galleta, dándole un mordisco—. Pero sí eres la única capaz de hacer unas galletas de jengibre tan buenas. Pasaremos a la ofensiva y cambiaremos desde el principio. —¿Y cómo, oh, erudito, en caso de hallar la forma de hacer eso..., lo cual requerirá un trabajo considerable..., lo atraemos a la época en que estemos? —Ya sabemos cómo hacerlo —le recordó a su hermana—. Iona lo hizo cuando apenas había empezado a conocer su magia. —¿En serio? —Después de parpadear, Iona levantó el puño en alto—. ¡Bien por mí! —Yo mismo lo he hecho —añadió—, solo y con Meara, y conocimos a nuestros primos del pasado. —¿Un viaje onírico? —Branna dejó su taza de té—. Oh, Connor, es una temeridad.

—Es tiempo para temeridades, y tendremos que ser muy hábiles al respecto. —Joder, es brillante —dijo Fin, ganándose una sonrisa de Connor y una mirada hosca de Branna. —Está hablando de lanzar un manto onírico sobre los seis al mismo tiempo. —Lo sé. Y es jodidamente brillante. Él tendría que estar en el mismo plano para atacarnos, ¿no es así? Y sería en el tiempo y el lugar que nosotros decidiéramos. —No podría volverlo contra nosotros —señaló Connor—, ya que no sabría los elementos del hechizo que lancemos, del mismo modo que nosotros no sabemos los elementos del suyo. Es él quien tendrá que venir a nosotros, y perderá la capacidad para cambiar nuestro campo de batalla. —Un momento. —Boyle levantó una mano, que utilizó para rascarse la cabeza—. ¿Estás diciendo que ataquemos a Cabhan mientras dormimos? —Un hechizo onírico es diferente del sueño natural. No es como estar tumbado y quedarse sobado. Tú también lo has experimentado. —Recordó Connor—. Te viste arrastrado por Iona a su propio sueño... ¿Y no le pegaste un buen puñetazo en la cara al muy cabrón estando sumido en él? —Así es, y me desperté con su sangre en los nudillos. Pero ¿una batalla onírica? He aceptado todo lo que podéis hacer y he vivido con ello casi toda mi vida, pero esto pasa de castaño oscuro. —Él no se lo esperará —especuló Meara—. ¿De verdad puede hacerse? —Los seis a la vez, y sin que ninguno se quede rezagado, por así decirlo. —Esforzándose para ver los pros y los contras, el equilibrio entre ambos, Branna se pasó las manos por el pelo—. Es evidente que nunca he hecho nada parecido. Sería fácil intentarlo con los tres, enfrentarnos a él de ese modo, y con vosotros tres aquí; Fin al timón, por supuesto, para traernos de vuelta si perdemos el equilibrio o el rumbo. —O los seis —dijo Meara con firmeza—, o ninguno. —Meara, no explico esto en detalle para ofenderte. Para ofender a ninguno de vosotros. Pero lanzar un hechizo onírico sobre los seis a la vez, y dos de ellos sin poderes... —Ya no eres tan arrogante, ¿eh? —adujo Fin, con cierta mordacidad. —Oh, vete a la mierda —espetó Branna. —Y tú, cariño, por sugerir que Boyle, Meara o yo nos quedaríamos atrás como obedientes cachorrillos mientras vosotros librabais la guerra.

—No era eso lo que quería decir. —Pues es lo que parece. —Meara se volvió hacia Connor—. ¿Y tú qué dices? —O los seis o ninguno —respondió él sin vacilar. —O todos o ninguno —convino Boyle. —Sí. —Asintiendo, Iona le tomó la mano—. Si hay alguien que pueda descubrir cómo hacerlo, esa eres tú, Branna. —Ay, Señor. Joder, dejadme pensar. —Apartó su taza de té y se sirvió un whisky, más generoso que el de Fin. Se lo bebió de un trago, como si fuera agua. —Siempre he admirado que sepas beber whisky —le dijo Fin mientras ella se levantaba para pasearse de un lado a otro. —Cállate. No hables. Los seis a la vez —repitió mientras se paseaba—; en nombre de Morrigan, es una locura. Y encima dos de ellos armados tan solo con su ingenio, sus puños y una espada. Y uno portando la marca de Cabhan. No digas ni una palabra al respecto —le espetó a Fin, que no había abierto siquiera la boca—. Es un hecho. —Están armados con algo más que el ingenio, los puños y una espada, y él tiene más que una marca que no ha hecho nada para merecer —repuso Connor con serenidad—. Tienen corazón. —¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no lo valoro por encima de todo? — Se detuvo, cerrando los ojos durante un momento. Y exhaló un suspiro—. Me has echado esto encima, Connor. Tengo que comprenderlo bien. No es lo mismo que si uno de nosotros entrara en un sueño mágico y se llevara consigo a quien duerme con él, a la persona con quien intima. Y eso también tiene sus riesgos, como bien saben Boyle e Iona. —No es lo mismo, no. Esto sería algo deliberado y consciente, algo planeado, un hechizo para nosotros. —Connor levantó las manos, con las palmas hacia arriba—. Con tanta protección como seamos capaces de incorporar. Pero habrá riesgos, sí, aunque los habrá hagamos lo que hagamos. Y Samhain, cuando el velo se vuelve más delgado, es el momento perfecto para llevarlo a cabo. —Se levantó y, yendo hacia ella, le tomó las manos—. Tú los dejarías atrás si pudieras... y yo también. Es por amor y por amistad..., y porque esto es una carga y un deber que nosotros hemos heredado. Tú, Iona y yo. Ellos no. —Le besó las manos con ligereza —. Pero eso estaría mal por muchas razones. Somos un círculo, tres y tres. Siempre debimos ser los seis, Branna. Lo creo firmemente.

—Lo sé. Yo también lo tengo claro. —Tú temes fallarles. No lo harás, y la carga no es solo tuya. —No lo hemos hecho nunca antes. —Yo ni siquiera había hecho flotar una pluma antes de venir aquí —le recordó Iona—. Y fíjate ahora. Levantó las manos con las palmas hacia arriba. El sillón en el que estaba sentada junto a Boyle se elevó con suavidad, sin hacer ruido, y giró despacio en círculo para luego volver a posarse en el suelo. —Buen trabajo —dijo Fin, divertido. —Tú me has enseñado, Connor y tú. Me habéis abierto a lo que tengo y a lo que soy. Descubriremos cómo hacerlo y lo haremos. —De acuerdo. De acuerdo. No puedo ganar siendo cinco contra uno. Y es una idea cojonuda. Temeraria, aterradora y brillante. Conozco una poción que podría retocar y que debería funcionar, y vamos a escribir el hechizo... Y voy a necesitar hasta la última hora de esos quince días que nos quedan. —Y nos tienes a nosotros para que te ayudemos a retocarla —señaló Connor. —Os voy a necesitar a todos. Aun así, sería más fácil si tuviéramos lo que vendría a ser una especie de control fuera de la red onírica. —¿Tendría que estar aquí mismo... con nosotros, me refiero? — preguntó Meara. —¿Quieres decir físicamente? —Connor la miró, pensativo—. No veo por qué. —Entonces vosotros tenéis a vuestro padre. Y está la abuela de Iona. Compartís la sangre y un fin, ¿no? Y también el amor. —¡Y eso también es brillante! —Con una carcajada, Connor se volvió hacia Meara y la levantó de la silla para hacerle dar una vuelta—. Eso servirá a las mil maravillas. ¿Branna? —Podría..., no, claro que serviría. Y si me hubiera librado del zumbido en mi cabeza, lo habría visto. La abuela de Iona, nuestro padre y... —Se volvió hacia Fin—. Tu prima Selena. ¿Estaría dispuesta? Tres es mejor que dos, y le da a todo esto el poder y la sangre de cada uno de nosotros. Creo que el tres mantendría el equilibrio, en caso de que necesitáramos recuperarlo otra vez. —Estará más que dispuesta. Está en España, pero la llamaré. Lo hablaré con ella.

—Entonces esta parte está zanjada. Lo estudiaré. —Yo lo he estado haciendo —le dijo Connor—. La poción para abrir la visión la compartiremos todos dentro del círculo ritual. Mejor hacerlo fuera, al aire libre. Nos llevaremos también a nuestros guías; el caballo, el perro y el halcón. Branna se disponía a decir algo, pero lo pensó mejor. —Te lo has estudiado. —Así es. Fin, tu caballo, tu halcón... Supongo que no tendrás un perro de aquí a quince días, ¿verdad? Tres para tres. —Tengo uno. Tengo a Bicho. —¿El pequeño Bicho? —comenzó Iona, pensando en el perro del establo grande. —Pequeñito pero matón. Tres para tres —repitió Fin, asintiendo—. El caballo para Boyle; el halcón para Meara; y el perro, por llamarlo de alguna forma, para mí. Bien pensado, Connor. —Eres tú quien debe unirlos a los otros, ya que proceden de ti. —Así lo haré. —Y dentro del círculo, nuestro círculo y nuestros guías —dijo Connor —. Nuestro círculo, los seis, con las manos unidas mientras recitamos las palabras, mientras lanzamos el hechizo. Y las mentes también unidas, cosa que haré yo. Con la mente, el corazón y las manos unidos iremos juntos en el sueño a la víspera de Todos los Santos, a Samhain, en el año en que Brannaugh, Eamon y Teagan, hijos de Sorcha, regresaron a Mayo. —Su presencia aporta poder. —Branna se sentó de nuevo, cogiendo una galleta—. La noche en que el velo se hace más delgado. Podemos unir su poder y el de Sorcha con el nuestro. No, es imposible que se espere eso. Hay tiempo suficiente para perfeccionar la poción y el hechizo. Y luego le atraemos allí. De eso se encargará Meara. —¿Yo? Branna le dedicó un bufido a su hermano. —No le has hablado de ello. —Entre unas cosas y otras, no. Es a ti quien quiere utilizar esta vez —le dijo Connor a Meara—, así que serás tú quien le utilice a él. Lo atraerás cantando. —¿Cantando? —Música, luz, alegría; emociones. Llamas para atraer a la polilla — explicó Connor—. Cuando llegue, debemos hacerlo tan rápido como sea

posible; no debemos darle tiempo para que se escabulla otra vez. —Lo haremos de forma similar a como lo hicimos en el solsticio — comenzó Branna. —No. —Fin se puso de pie—. Entonces fracasamos, ¿no es así? —Tenemos una nueva estrategia, un arma más fuerte. —¿Y si consigue separaros a los tres otra vez aunque solo sea un momento? Si el hechizo, el ritual, el final, debe venir de vosotros, entonces hay que retenerlo mientras vosotros lo expulsáis. Boyle, Meara y yo lo entretendremos. Ya le hemos hecho sangrar y le hemos causado dolor antes. Esta vez le haremos algo peor. Le haremos algo peor mientras vosotros hacéis lo que es mejor. —Fin, ¿tú quieres acabar con él o quieres su sangre? —Quiero ambas cosas, y tú también, Branna. No puedes derramarla para beneficiarte ni por placer. —Tampoco deberías tú. —Y no lo haré. No lo haremos. Pero la derramaremos y haremos algo peor para protegeros a los tres. Para defender la luz. ¿Y si ello no produce placer? Una bruja también es humana. —Yo estoy con Fin —anunció Boyle—. Iona es mía. Y todos vosotros sois mi familia. Me alzaré para defenderla a ella, a vosotros. No me quedaré al margen. —Los dos han hablado ya por mí. —Meara se encogió de hombros—. Así que está decidido. —Apoyó las manos en las rodillas—. Bueno, tal y como yo lo veo, dentro de quince días todos nosotros, incluyendo caballos, perros y halcones, retrocederemos a algunos siglos atrás sumidos en un sueño. Yo cantaré y, al igual que hizo el flautista de Hamelín con las ratas, atraeré a Cabhan. Tres lucharemos, tres lanzarán el hechizo para destruirlo. Cuando el trabajo esté hecho, recibiremos las ovaciones y luego despertaremos de nuevo aquí, donde tendremos que recibir una nueva ovación, ya que habremos aniquilado al mal. Imagino que entonces nos iremos al bar a tomarnos unas cervezas. —Eso sí que es resumirlo en pocas palabras —comentó Connor. —De acuerdo entonces. Creo que debería correr el whisky, ya que todos estamos como una jodida regadera. —Exhaló un suspiro, cogió una galleta y la mordió—. Pero al menos uno de nosotros prepara unas galletas de jengibre que están de vicio. Divertido, Connor sirvió whisky para todos, levantó su vaso y lo chocó

con el de Meara. —Tanto si salimos victoriosos como jodidos, no existen otras cinco personas con quienes prefiriera luchar. Así que, a la mierda. Sláinte. Y todos bebieron.

Tenían trabajo que hacer, y mucho. Branna apenas salía del taller. Si no tenía la nariz metida en un libro de hechizos —el de Sorcha, el de su bisabuela, el suyo propio—, estaba en su trabajo probando pociones o escribiendo hechizos. Cuando la vida a su alrededor se lo permitía, Connor se unía a ella, o bien lo hacían Iona o Fin. Meara se encontró llevando y trayendo cosas, cocinando... o repartiéndose esas tareas con Boyle. Tan a menudo como le era posible, se libraba de alguna para practicar con la espada. Y todos vigilaban el bosque, los prados, las carreteras, atentos a cualquier señal. —Todo ha estado muy tranquilo. —Meara esquivó el ataque de Connor con facilidad en una de las pocas ocasiones en que conseguía apartarlo del trabajo o de la brujería. —Está vigilando y esperando. —Es eso, ¿verdad? Está esperando. Apenas he visto su sombra desde hace ya días. Está guardando las distancias. Está esperando a que nosotros movamos ficha porque sabe que vamos a hacerlo. —Atacó, fintó y luego giró hacia arriba, casi desarmándolo—. No estás prestando atención —se quejó—. Si estas hojas no estuvieran encantadas podría haberte cortado la oreja. —Entonces solo escucharía tu voz a medias, y eso sería una lástima. —Deberías ir a por él, Connor. —Tenemos un plan, Meara. Ten paciencia. —No se trata de tener paciencia, sino de estrategia. —Estrategia, ¿no? —Giró la mano libre y creó un pequeño ciclón de aire. Cuando Meara lo miró, Connor avanzó y le puso la espada en el cuello —. ¿Qué te ha parecido esto? —Bueno, si quieres hacer trampas... —¿Crees que Cabhan va a jugar según las reglas? —Lo dudo. —Retrocedió—. Lo que digo es que deberíamos hacer un

amago. —Atacó, se desplazó y atacó de nuevo—. Hacerle pensar que vamos a por él y dejar que se apuntara uno o dos puntos. Pensará que ya hemos movido ficha, y así cuando lo hagamos lo pillaremos por sorpresa. —Hum. Es... interesante. ¿Tienes algo en mente? —Tú eres la bruja, ¿no? Así que tú y los que son como tú tendréis que elaborar el ritual. —Bajando la espada, analizó lo que solo había ideado a medias en su cabeza—. Pero ¿y si lo hiciéramos cerca de aquí... cerca de la casa donde podríamos batirnos en retirada? Porque batirnos en retirada sería parte del plan. Que piense que nos ha acorralado él. —Eso es difícil de creer, pero ya veo por dónde vas. Vamos. —La agarró de la mano y la hizo entrar en el taller, donde Branna estaba vertiendo un líquido azul claro dentro de una delgada botella. Iona estaba machacando hierbas con el almirez—. Meara tiene una idea. Frunciendo el ceño, Branna se concentró en el líquido que se deslizaba del embudo a la botella con fluidez. —Aún estoy trabajando en la última idea que se nos ha ocurrido. —Es perfecto, Branna. —Iona paró cuando Branna le puso un tapón de cristal a la botella. —¿Y cuántos hechizos oníricos para seis personas y sus guías has lanzado tú? —Este será el primero. —Pero Iona sonrió—. Y es perfecto. Cuando lo he terminado, unas diminutas estrellitas azules se han elevado y han girado alrededor del caldero. —Creo que está bien. —Branna se frotó la zona lumbar—. He añadido la amatista como me sugeriste, Connor, y creo que es correcto. Tiene que macerar protegido de la luz durante al menos tres días. Cogió la botella y la llevó hasta un armario. —Deja que te prepare un té —comenzó Iona, pero Branna negó con la cabeza. —Gracias, pero no. Los últimos días he tomado suficiente té para seis meses. Me apetece un vino. —Entonces nos tomaremos un vinito mientras escuchas la idea de Meara. Mejor aún; ¿no te apetece cocinar algo? —Connor intentó ganarse una sonrisa—. ¿No echas de menos tu cocina, querida hermana? Esta es la clase de idea que va bien con un buen tazón de sopa y estando todo el círculo reunido. Meara le propinó un empujón.

—Creo que la idea es buena, y que todos deberían oírla. Pero yo puedo preparar la sopa mientras tú te sientas a beberte el vino. —Yo lo haré, porque a pesar de que mi hermano piensa con el estómago, echo de menos mi cocina. Todavía tenemos verduras en el huerto. — Señaló a Connor—. Ve a por unas pocas. —¿Qué prefieres? —Me da igual. Improvisaré sobre la marcha. Y como has tenido una idea tan buena, Meara, puedes contármela mientras me tomo el vino. No veo por qué debería esperar a los demás. Deja eso, Iona. Ya nos pondremos con ello más tarde. Vamos a disfrutar de un rato en la cocina. Meara pensó que ella también iba a completar las cosas sobre la marcha. Y cuando todos llegaron, había pulido un poco los detalles. —Así que —concluyó— si hacemos algo ahora sin posibilidades reales de ganar, le haremos creer que hemos atacado y hemos metido la pata, o que al menos hemos fracasado. Que nos hemos visto forzados a retirarnos a la casa... donde estamos protegidos. Que estamos confusos, ya sabéis. Y resentidos. Si nos ha derrotado de forma tan humillante no creerá que vayamos a lanzar otro ataque en cuestión de días. —Si vamos a medio gas, podría causarnos graves daños —señaló Boyle —. ¿Por qué no ir a por todas? —Seguimos necesitando el tiempo que nos queda para el plan que hemos trazado. He estado trabajando en el hechizo para la noche que hemos elegido —explicó Branna—. No quiero intentarlo otra noche. Tiene que ser en Samhain. —Lo que Meara quiere decir es que, al perder, tendremos más probabilidades de ganar. —Connor le propinó un golpecito en el hombro a Boyle—. Y sé que perder, aunque sea algo planeado, sienta mal. —Tendríamos que hacer que fuera muy aparatoso. No se tragará algo que parezca poco convincente e improvisado. —Pero Fin esbozó una sonrisa—. Y podríamos hacerlo muy espectacular. Fuego y tormenta, terremoto e inundación. Le arrojaremos los elementos. No sería lo correcto, no por sí solo en todo caso, pero sería ruidoso y potente, y parecería muy virulento. —Una invocación de los elementos. —Branna comenzó a sonreír—. Oh, podríamos hacer que fuera muy virulento. Incluso hacer que tiemble un poco. Habrá que colocar un escudo, ya que tenemos vecinos aquí. El prado..., la colina detrás de los huertos.

—Es más lejos de lo que había pensado —comenzó Meara—. Si vamos a dejar que nos acorrale, es una carretera larga para batirnos en retirada y ponernos a salvo. —No nos retiraremos —replicó Connor—. Al menos no corriendo. Volaremos. —¿Volaremos? —Meara exhaló un profundo suspiro—. Creo que me tomaré otro vino para asimilar la idea. —Eso es, además, una declaración. —Iona hizo los honores con el vino —. Hemos sido derrotados y tenemos que volar para ponernos a salvo. ¿Cuándo vamos a intentarlo? —Estamos en cuarto menguante. —Connor miró hacia la ventana—. Eso podría ser útil. Me gustaría hacerlo esta noche, pero creo que sería mejor hacerlo cuando falte menos para el verdadero ataque. ¿Dos noches más? Si acabamos un poco chamuscados, tendremos tiempo de curarnos. —Dos noches más. —Branna fue a remover la sopa.

Incluso un ataque fingido requería planificación. Los tres añadieron más protección alrededor de la casa. Si Cabhan los creía débiles, tal vez intentara entrar para asestarles el golpe de gracia. No podían permitirse una sola grieta. Meara lo consideraba una especie de representación. Aunque una parte tendría un guión, y ella había repasado su papel más de una docena de veces, otra tendría que escribirse y representarse en el momento. —Estoy nerviosa —le confesó a Connor—. Más nerviosa de lo que estaba en el solsticio. —Lo harás bien. Todos los haremos bien. Recuerda que el objetivo principal es defender. El ataque es solo un agradable extra. —Ya es casi la hora. —Se frotó las manos, como si quisiera calentárselas—. Puede que ni siquiera venga. —Creo que vendrá. Pensará que estás débil, y que estamos divididos. Verá una oportunidad y la aprovechará. No comprende la familia ni los lazos de la amistad. Pero entenderá el señuelo que le hemos puesto. Le asió la mano a Meara y fue con ella al taller, donde ya se habían reunido los demás. Incluso para eso había que seguir el ritual, pensó Meara. De modo que encendieron las velas rituales, miraron mientras el humo

del caldero se elevaba en pálidas volutas azules. Branna cogió el cáliz ritual que había colocado en el círculo y recitó las ya familiares palabras. —De mano en mano y de boca en boca de este cáliz los seis bebemos para sellar con vino nuestra unidad. Seis corazones, seis mentes como un solo ser esta noche, cuando nos disponemos a emprender esta lucha. Bebamos todos como uno y mostremos que los aquí presentes respondemos a la llamada. —Se pasaron la copa tres veces de mano en mano, de boca en boca—. Un círculo somos, dos anillos, tres y tres, que forman uno solo. Esta noche te pedimos fuerza y poder para guiarnos en la hora más oscura. A los cuatro elementos invocaremos para causar la caída de Cabhan. Fuego, tierra, agua y aire revueltos en un mar embravecido. Hágase mi voluntad. Los tres cerraron el círculo. —Estamos listos. El círculo ha sido trazado y el hechizo ha empezado. Si tenemos tiempo para trazar un círculo en la colina, mucho mejor. — Branna miró a Meara—. Sabrás cuándo empezar. Eso esperaba. Fueron a pie hasta la colina, portando velas, el caldero, armas y varitas, ocultos para que nadie los viera salvo Cabhan. Connor le dijo que habían dejado una ventana para que él pudiera hacerlo. Mientras subían la colina, él trató de cogerle la mano, pero Meara se apartó con brusquedad. Y así dio comienzo la representación.

20 —Te dije que no te acercaras a mí. —Ah, vamos, Meara, no fue más que una cerveza en el bar. —Los rumores corren como la pólvora, Connor, así que sé cómo pasas el tiempo en el bar. —Le lanzó una mirada de puro asco—. Y mientras tanto yo apenas era capaz de mantenerme en pie después de lo que me pasó. Después de lo que me pasó por tu culpa. —Joder, Meara, solo flirteé un poco. Un poco de conversación, un poco de diversión. —Diviértete y conversa cuanto quieras, pero ni se te ocurra venir a acurrucarte junto a mí después. —Apretó el paso adrede—. Ya me conozco tus mañas. ¿Quién mejor que yo? —¿Qué quieres? —Encorvó los hombros mientras subían la suave loma —. Necesitaba un respiro, es todo, después de estar encerrado en casa día tras día o hasta arriba de trabajo en la escuela de cetrería. Tú no podías hacer otra cosa que dormir durante horas. —¿Y por qué era eso? —Se detuvo, emprendiéndola con él—. Tú y tu magia me dejasteis postrada, ¿no es así? Connor se mantuvo firme, fulminándola también con la mirada. —¡Fuimos mi magia y yo quienes te salvamos la puñetera vida! —Y mientras yo me aferraba a esa vida, tú estabas de cháchara con Alice Keenan en el bar. —¡Basta, basta, basta! —les espetó Branna a los dos—. No tenemos tiempo para esto. ¿No os he dicho que mi carta astral dice que la mejor oportunidad que tenemos de ponerle fin a esto es esta noche? No podemos hacer lo que hay que hacer si vosotros dos andáis a la greña. —Estoy aquí, ¿no? —Meara levantó la cabeza—. Estoy aquí, arriesgando mi vida otra vez porque dije que lo haría. Yo cumplo con mi palabra. A diferencia de otros. —Un hombre invita a una chica a tomar una cerveza, ¿y ya es un mentiroso? —Coloca las velas, Connor. —Branna se las entregó con brusquedad—. Y concéntrate en lo que tienes entre manos. Por los dioses, ¿no podías haber esperado hasta que terminásemos esto para rondar a Alice Keenan? Con un bufido de indignación, Meara arrojó su mochila al suelo.

—Oh, ¿así que está bien que ligue a mis espaldas después de que yo os haya sido útil? —Eso no es lo que quería decir —repuso Branna, en tono brusco y displicente—. Deja de portarte como una imbécil. —¿Así que ahora soy una imbécil? Te pones de su parte aun sabiendo que estaba con esa pelandusca. —Parad. ¿Queréis parar todos? —Iona se tapó las orejas con las manos. —Será mejor que no te metas —le aconsejó Boyle. —No puedo quedarme al margen. Son mi familia y no puedo soportar más que se peleen así. Dame eso. —Le arrebató las velas a Connor y comenzó a colocarlas formando un círculo en la colina—. ¿Cómo vamos a trabajar juntos, cómo vamos a hacer lo que hemos jurado hacer si nos peleamos? —Qué fácil es para ti decirlo. —Meara golpeó con la mano la empuñadura de su espada—. Cuando tienes a Boyle, que se comporta como un perrito faldero. —No soy el perrito faldero de nadie, y métete en tus asuntos. —¿No te dije que esta noche no era el momento? —Fin desenvainó su daga ceremonial y la examinó a la luz de la luna menguante. —Si yo digo blanco, tú dices negro —replicó Branna—. Solo para llevarme la contraria. —¿No fuiste tú quien dijo que tenía que ser en el solsticio? Y aquí estamos otra vez, meses después, porque tú lo dices. —Y yo me sigo preguntando cuánto te contuviste aquella noche. Si hiciéramos lo que yo digo, tú no estuvieras aquí, jamás estarías con nosotros. —Branna, te has pasado. —Connor le puso una mano en el hombro. Ya viene, le dijo a ella y a los demás. Y deprisa. —Pasarse o no llegar no es la cuestión ahora. Estamos aquí. Branna extendió la mano y encendió las velas. Colocó el caldero en el punto situado más al norte. Detrás de ella, Connor rozó con sus dedos los de Meara. Ella contuvo el aliento y se preparó. La niebla se levantó en una densa cortina, trayendo consigo un frío capaz de calar los huesos. Un rugido la atravesó, vibrando sobre la alta hierba. Justo cuando ella desenvainaba la espalda, Connor la empujó a un lado. Meara sintió que algo pasaba a su lado como un rayo, hiriéndole el

brazo, provocándole dolor y una gélida quemadura. No tuvo que fingir miedo ni confusión. Ambas cosas se impusieron dentro de ella. Entonces la voz de Connor resonó en su cabeza. Estoy contigo. Te quiero. Giró, colocándose espalda contra espalda con Boyle, y se preparó para atacar o defenderse. El suelo tembló bajo sus pies cuando Fin invocó la tierra. —Danu, Diosa y madre, por tu poder haz que esta tierra se sacuda y estremezca. Aun estando protegida por el ritual, Meara casi cayó de bruces cuando la tierra se sacudió. —Por Acionna, por Manannán mac Lit yo te invoco —gritó Branna—. Que sobre la cabeza de Cabhan descargue vuestra ira. La lluvia manó del cielo, como si alguna deidad hubiera invertido el curso de un río revuelto. Entre la niebla, entre el aluvión, vio brillantes rayos negros moverse como flechas. Y para su sorpresa, la niebla siseó. Se enroscó alrededor de su pierna como una serpiente. Cortó las volutas de forma instintiva y se las arrancó. Salpicaduras de negra sangre brotaban de la niebla. Invocadas por Iona, bolas de fuego fueron catapultadas, reduciendo las negras flechas a cenizas. —El poder del fuego invoco en nombre de Brighid para quemar la oscuridad con luz y llamas. Sintió que Boyle se tambaleaba y giraba para defenderse, y acto seguido lo vio cercenar un espinoso zarcillo de niebla que se dirigía hacia Fin. Se agachó para esquivarlo, blandió la espada con fiereza, y luego tuvo que pegarse al suelo cuando este se alzó bajo ella. —Sidhe, atiende a tu siervo, a tu hijo, y con tu aliento llévale la perdición. Observó a Connor, una llama dentro de las llamas, levantar los brazos en alto. Mientras luchaba por ponerse de pie vio abrirse el enfurecido cielo. Y lo vio arremolinarse. Un relámpago salió disparado de la oscuridad para golpear la estremecida tierra. El fuego chispeaba incluso en la lluvia. Vio caer a Iona y a Boyle apresurarse a levantarla. Sus manos arrojaban llamas al lobo, al hombre, a los sinuosos y serpenteantes tentáculos de niebla. Se abrió paso con uñas y dientes de nuevo hacia el círculo en donde las

velas aún brillaban como faros. Hacia Connor, que había tomado la mano de Branna y luego la de Iona, de modo que los tres se iluminaron como si también fueran velas. El lobo aulló. El hombre rió. Las velas, cera y mecha, chisporrotearon y comenzaron a debilitarse. —¡Retirada! —gritó Branna—. Hemos perdido. Hemos perdido la noche. Nos la han arrebatado. Huyamos mientras podamos. Connor agarró a Meara de la cintura; sus manos fuertes; su rostro fiero, cubierto de sudor, de sangre. Una lluvia de estrellas, de chispas de fuego, atravesaba el aire. Una luz tan brillante que tuvo que cerrar los ojos con fuerza y volver la cabeza. Estaba descendiendo muy rápido, demasiado rápido, tanto que la velocidad privó de aire sus pulmones. Lo siguiente que supo fue que estaba tirada sobre Connor en el suelo de la cocina y su corazón latía acelerado bajo el de ella como un caballo desbocado. Un espantoso rugido se extendió sobre ellos, a su alrededor, haciendo que las ventanas vibraran. Unos grandes puños aporrearon las puertas, las paredes, de forma que la casa se sacudía. Durante un momento Meara se preparó para que esta se derrumbara sobre sus cabezas. Entonces todo quedó en silencio. Los demás estaban en el suelo, como supervivientes de un terrible y violento choque. Kathel saltó por encima de ella para llegar a Branna, le lamió la cara y gimoteó. —Estoy bien, tranquilo. Todos estamos bien. —Eso debería convencerlo de que esta noche hemos ido a la guerra porque, joder, a mí sí que me ha convencido. —Connor acarició el cabello de Meara al moverla—. ¿Estás herida? —No lo sé. Creo que no. Tú estás sangrando. Connor se pasó los dedos por un corte en su sien. —No lo esquivé lo bastante rápido. —Vamos, deja que lo vea. —Branna se acercó con celeridad—. Iona... —Sé lo que necesitas. Mientras ella corría hacia el taller, Meara se subió la pernera del pantalón y vio el moratón que le rodeaba la pierna justo por encima del tobillo.

—Venga, deja que me ocupe de eso. —Al tiempo que Branna lo atendía a él, Connor alargó las manos y las sostuvo sobre el moratón. —La niebla... se convirtió en serpientes. Y tenía espinas. Le salieron espinas. —Espinas no; dientes —corrigió Fin, sentado en el suelo de la cocina, con la espalda apoyada contra un armario y el rostro empapado en sudor. —Estás herido. Ponle un poco de eso en la cabeza a Connor —le espetó Branna a Iona, levantándose para ir con Fin—. Asegúrate de que esté bien limpia. ¿Te ha mordido? —le preguntó a Fin sin miramientos. —Solo me he quedado sin aire. Branna apoyó la mano en su pecho. —Es más que eso. Déjame verlo. —Yo mismo me ocuparé cuando haya recobrado el aliento. —Oh, joder. —Agitando la mano, lo desnudó de cintura para arriba. —Si quieres desnudarme, nos vendría bien un poco de intimidad. —Cierra el pico. —Volvió la cabeza y dijo con apremio—: ¡Iona, el ungüento! —Yo me ocuparé —comenzó Fin. —Te dejaré inconsciente si no te estás quieto y calladito. Sabes que puedo hacerlo y lo haré. Connor, te necesito. —¿Es muy grave? Lo vio por sí mismo cuando atravesó la cocina. Unas negras punciones recorrían el torso de Fin por ambos lados, como si unas monstruosas fauces se hubieran cerrado sobre él. —No son profundas. —Branna mantuvo la voz baja y firme—. Gracias a los dioses por ello. Y el veneno... —Levantó la vista con brusquedad—. ¿Qué has hecho para impedir que se extienda? —Soy de su sangre. —Respirando con dificultad, Fin hablaba despacio, de forma casi demasiado concisa—. Lo que él hace con la sangre se debilita en mí. —Sientes dolor —dijo Connor. —Siempre hay dolor. —Pero apretó los dientes cuando Branna trabajó a un nivel más profundo—. Joder, mujer, tus cuidados son peores que la herida. —Tengo que extraerlo, debilitado o no. —Mírame, Fin —le ordenó Connor. —Yo soportaré mi propio dolor, gracias.

Connor se limitó a agarrarle de la mandíbula y a volverle la cabeza. Meara se dio cuenta de que estaba asumiendo el dolor. Estaba asumiendo el dolor de Fin con el objeto de que la curación fuera rápida. Y para que así Branna no pudiera asumirlo ella misma. Boyle sacó el whisky, de modo que se levantó para ir a por vasos. Luego se sentó de nuevo en el suelo y los repartió cuando Branna se sentó también y asintió. —Me vendrá bien. —La pelea ha sido mayor de lo que habíamos previsto. —Connor se apoyó contra los armarios enfrente de Fin. Su cara brillaba de sudor a causa del esfuerzo, del dolor—. Pero le hemos chamuscado el culo y nosotros estamos de una pieza y a salvo. —Creerá que nos hemos acobardado —sugirió Branna—. Creerá que nos estamos peleando entre nosotros, lamiéndonos las heridas, dudando de si debemos intentar algo así otra vez. —Y cuando lo ataquemos dentro de dos días lo reduciremos a cenizas antes de que se percate de que lo hemos engañado. Un buen espectáculo por parte de todos. —Levantó su vaso—. Una idea brillante, mi querida Meara, y que puede haber inclinado la balanza. No es de extrañar que te quiera. Bebió, igual que hicieron los demás, pero Meara sujetó su vaso en el aire y lo estudió. —¿No te apetece el whisky? —le preguntó. —Estoy esperando a que mi corazón tiemble. Puede que esté en estado de shock. ¿Por qué no me lo repites? Veremos si aguanta. Connor dejó el vaso y fue gateando hasta donde ella estaba sentada. —Te quiero, Meara, y siempre te querré. Meara se bebió el whisky de un trago, dejó el vaso y se puso de rodillas frente a él. —No, no tiembla. Pero claro, ¿qué clase de corazón débil y estúpido tiembla de miedo ante el amor? ¿Lo haría el tuyo? —Posó la mano en su pecho—. Veamos si tiembla. Te quiero, Connor, y siempre te querré. —Puede que se haya parado durante un segundo. —Asió sus manos, y las apretó contra sí—. Pero no hay miedo, no hay dudas. ¿Sientes eso? Está bailando de felicidad. Meara rió. —Connor O’Dwyer, el del corazón bailarín. Te acepto. —Lo rodeó con

los brazos y reclamó su boca. —En fin, ¿queréis que nos vayamos? —replicó Boyle—. ¿Que os dejemos intimidad ahí, en el suelo de la cocina? —Ya te avisaré —murmuró Connor, y volvió a besar a su amada. Acto seguido se levantó, tiró de ella y la cogió en brazos, lanzándola en el aire despacio para hacerla reír—. Pensándolo mejor, nos largamos nosotros. Abandonó la cocina con ella, que volvió a reír. —Es lo que siempre has querido —le dijo Fin a Branna. —Lo que sabía que podía ser, lo que sentía que debía ser y sí, lo que quería. —Dejó escapar un suspiro—. Voy a poner la tetera.

—¿Ha sido la batalla o vivir una experiencia de vida o muerte lo que ha apaciguado tu corazón? —le preguntó más tarde, acurrucado en la cama con ella, con la casa en silencio y la luz de la luna entrando por la ventana. —Tú asumiste su dolor. —¿Qué? ¿De quién? —En la cocina. Aunque él no quería eso de ti, tú no deseabas que sufriera, así que has asumido el dolor de Fin. He pensado que, en el fondo, ese eras tú. Un hombre que asumiría el dolor de un amigo... o de cualquiera. Un hombre poderoso, amable. Divertido, leal y amante de la música. Y que me ama. —Ahuecó una mano sobre su mejilla—. Te he amado desde que alcanzo a recordar, pero no podía permitirme aceptarlo, aceptar ese regalo del que hablabas, ni tampoco darlo. Eso era miedo. »Y al verte esta noche en el espantoso fragor de la batalla, en la brillante luz de la cocina, he pensado cómo podía tener tanto miedo de aceptar lo que deseo. ¿Por qué sigo convenciéndome a mí misma de que podría ser igual que mi padre o por qué dejo que lo que él hizo defina toda mi vida? Estoy en deuda con Cabhan. —¿Con Cabhan? —Pensó que al traerme la imagen de mi padre me haría sufrir, haría que me avergonzara y temblara. Y lo consiguió, desde luego, pero salía de mí. Y al ver con toda claridad lo que guardaba en mi interior, pude empezar a ver la verdad. Él no nos abandonó ni a mi madre ni a mí ni a los demás. Él abandonó su propia vergüenza, sus errores y sus fracasos porque no podía quedarse y verlos en el espejo. —Tú siempre te mantienes firme y siempre miras.

—Lo intento, pero no miraba desde el ángulo correcto. No me permitía inclinar el espejo. Fue mi madre quien se quedó, con la vergüenza que él le dejó, quien vivió..., a su manera insegura..., con los errores y fracasos que eran de él. Y se irguió y se quedó, por mí y por mi familia, aun después de que nos hiciéramos adultos. Ahora es feliz y está libre de eso, tanto si lo sabe como si no. Yo también soy libre. Así que estoy en deuda con Cabhan. Pero eso no me impedirá hacer lo que pueda para mandarlo al infierno. —Entonces yo también estoy en deuda con él. Y juntos lo enviaremos al infierno.

Resultó difícil dejar de irradiar felicidad fuera del refugio de la casa durante los dos días siguientes. Tuvo que desempeñar su trabajo y evitar el contacto con Meara hasta que estaban dentro de ese santuario. Sintió a Cabhan tantear una o dos veces, pero de manera suave y cautelosa. Y tenía heridas, oh, sí, le habían causado unas cuantas. Se había metido en la lucha estando más débil de lo que lo había estado... y creyendo que el círculo estaba roto, cuando en realidad era más fuerte y más vital de lo que lo había sido jamás. Y, sin embargo... —Tienes dudas —le dijo a Branna. Solo quedaban unas horas, de modo que había ido a casa para ayudar en lo que pudiera. —Es un buen plan. —¿Pero? Ella sacó la poción onírica y la guardó con cuidado en una caja de plata con el interior acolchado que era una reliquia de familia, dejándola junto a la pócima de color rojo sangre que esperaba acabase con Cabhan. —Tengo un presentimiento y no sé si es fiable. Me pregunto si en el solsticio me mostré tan segura de mí misma que ahora dudo de cuándo es el momento de intentarlo otra vez. O si hay realmente algo que no veo, que no hago, y que hay que ver y hacer. —Esto no es solo responsabilidad tuya, Branna. —Lo sé. Piense lo que piense Fin, lo sé muy bien. —Recogió las herramientas que había limpiado y encantado para envolverlas en terciopelo blanco. Luego abrió el cajón y sacó una caja de plata más pequeña—. Tengo una cosa para ti, sea lo que sea lo que nos depare esta noche.

Presa de la curiosidad, Connor la abrió y vio el anillo, el intenso brillo del rubí en oro forjado. —Esto era de nuestra bisabuela y lo heredaste tú. —Ahora es tuyo si lo quieres para Meara. Ella es mi hermana, y ese vínculo se estrechará más cuando le des el anillo. Otro círculo, y debería ser suyo. Pero solo si es lo que tú quieres. Connor rodeó la encimera y la abrazó. —Después de que termine la noche. Gracias. —Ahora más que nunca, quiero que esto termine. Quiero veros a Meara y a ti construyendo una vida juntos. —Le pondremos fin. Es nuestro destino. —Es tu corazón el que habla. —Lo es, y si tu cabeza no estuviera hablando tan alto, escucharías al tuyo. —La apartó de sí—. Si no confías en tu corazón, confía en tu sangre. Y en la mía. —Eso hago. Connor recogió sus propias herramientas y se preparó para la noche que tenían por delante. Se reunieron en el establo grande y, a petición de Fin, Connor ensilló a Aine, la yegua blanca que había comprado para aparearla con Alastar. —Creía que Fin iba a llevar a Baru, su semental. Connor volvió la vista hacia Meara. Llevaba botas y pantalones resistentes y un ancho cinturón con su espada y la vaina. Sabía que Iona le había trenzado amuletos en el cabello. Y llevaba puesto su colgante sobre una camisa de franela. —Y así es. Nosotros tenemos que llevarnos a Aine, y Boyle e Iona a Alastar. El tercer caballo hace que llegar allí sea más fácil. —Así que tenemos que cabalgar hasta la cabaña de Sorcha. —En cierto modo... ¿Estás preparada para lo que se avecina? —Tanto como es posible. Pasó la mano por encima de la silla para tomar la de ella. —Lo superaremos. —Eso lo creo. Juntos llevaron el caballo fuera para unirse a los demás bajo la pálida luz de la luna creciente. —Una vez allí hay que actuar con rapidez, sin dar un paso en falso. Mi padre, la abuela de Iona y la prima de Fin controlarán las cosas y nos

traerán de regreso si algo va mal. —Tú me traerás a mí —dijo Meara. Una vez que él montó, Meara se subió detrás. Connor miró a Boyle y a Iona, que ya estaban sobre un inquieto Alastar. Quería ponerse en marcha, quería ponerse manos a la obra. Vio que Fin cogía al pequeño chucho, montaba en el semental negro y luego le tendía la mano a Branna. —Esto es duro para ella —murmuró Connor—. Ir con él así. —También lo es para él. Pero Branna montó y luego le hizo una señal a Kathel. El perro salió corriendo. Roibeard llamó desde el cielo y Merlín, el halcón de Fin, respondió. —Agárrate a mí —le advirtió Connor, y los tres caballos emprendieron el galope. De inmediato alzaron el vuelo. —¡Madre del amor hermoso! —exclamó Meara, y acto seguido soltó una risotada—. ¡Es genial! ¿Por qué no lo hemos hecho antes? El viento era frío y húmedo cuando las nubes pasaban de forma intermitente por delante de la luna. El aire se impregnó del olor a especias y a tierra, a cosas que se complicaban antes de que ellos les dieran descanso. Volaron, surcando el aire por encima de esa tierra, internándose en las entrañas del bosque y atravesando las enredaderas hasta la cabaña de Sorcha. —Y ahora hay que darse prisa —le dijo Connor. Tuvo que dejarla para ir con Branna e Iona, para iniciar el círculo, con un centenar de velas, los cuencos y el caldero. Branna abrió la caja de plata y sacó la poción onírica. —Los espíritus deambulan esta noche. Venimos a unirnos a ellos con nuestra luz. En este lugar y en esta hora, invocamos a todo aquello que irradia luz y poder. Somos los tres, y tres más. Juntos cruzamos la puerta y nos adentramos en el sueño para encontrar el significado de nuestro destino. Así pues bebemos tres y tres, uno y uno. —Vertió la poción en un cáliz de plata y lo alzó. Luego lo bajó y bebió de él—. En cuerpo, sangre, mente y corazón al sueño partimos. Le pasó la copa a Fin. Este bebió, repitió las palabras y se lo entregó después a Iona; así fue recorriendo el círculo.

Sabía a estrellas, pensó Connor cuando le llegó el turno; tres y tres. Unió su mano con la de su hermana, con la de Meara y con su círculo recitó las palabras. —Por derecho, con poder, con luz buscamos la noche. Un viaje onírico atrás en el tiempo para deshacer la maldad de Cabhan. A la época en que los tres de Sorcha regresaron. Hágase mi voluntad. No estaban flotando, como él había experimentado antes, sino que más bien nadaban entre la bruma y colores, con un murmullo de voces a la espalda, al frente, e imágenes en su visión periférica. Cuando la bruma se disipó, estaba donde había estado, con su círculo, y asiendo con una mano la de Meara, y con la otra la de Branna. —¿Hemos retrocedido en el tiempo? —Mira ahí —le dijo Connor a Meara. La cabaña estaba cubierta de enredaderas, pero se encontraba en pie. Y jacintos silvestres florecían en la tierra junto a la tumba. Los caballos se encontraban con los halcones, posados en ramas por encima de ellos. Kathel estaba sentado junto a Branna, con la placidez de un rey, mientras que Bicho temblaba un poco entre las botas de Fin. —Estamos todos aquí, como tenía que ser. Llámale ya, Meara. —¿Ya? —Empieza —le confirmó Branna, y sacó el vial lleno de líquido rojo—. Atráelo hasta aquí. Dentro del vial, la brillante pócima palpitaba y se arremolinaba. Luz líquida; fuego mágico. —En el centro del círculo. —Connor la asió de los hombros y la besó—. Y canta, pase lo que pase. Meara tuvo que serenarse, apaciguar su corazón y abrirlo acto seguido. Había elegido una balada, que cantó en gaélico aunque Connor dudaba de que ella supiera el significado de las palabras. Eran desgarradoras, y tan hermosas como la voz que se elevó sobre el claro, en medio de la noche, y cruzó el onírico tiempo. Connor decidió que le pediría que cantara para él cuando hubieran puesto fin a la oscuridad y estuvieran a solas. Ella cantaría esa balada de nuevo, y lo haría para él. —Él te oye —susurró Fin. —Es una noche que atrae a la oscuridad y a la luz, al negro y al blanco. Él vendrá.

Branna salió del círculo, luego lo hizo Connor y después Iona. —Pase lo que pase —repitió Connor—. Canta. Ya viene. —Sí. —Fin salió del círculo, dejando a Boyle para proteger a Meara. Desenvainó una espada e hizo que ardiera. Llegó con la niebla; una sombra que se convirtió en un lobo. Se aproximó a la hilera formada por las cuatro brujas y luego giró y se abalanzó sobre el círculo. Boyle bloqueó el cuerpo de Meara con el suyo, pero el lobo retrocedió de un salto para esquivar la bola de fuego que Iona le lanzó. Se paseó por el claro, mirando a los caballos hasta que Alastar piafó, y entonces se irguió como un hombre. —¿Pensáis intentar acabar conmigo otra vez? ¿Pensáis destruirme con una canción y con vuestra débil magia blanca? —Agitó una mano y la llama de la espada de Fin se extinguió. Fin se limitó a alzarla y a hacerla arder de nuevo. —Ponme a prueba —le sugirió Fin, y dio un paso al frente. —Mi hijo, sangre de mi sangre, tú no eres mi enemigo. —Soy tu muerte. Fin atacó blandiendo la espada, pero solo atravesó la niebla. Aparecieron las ratas, una marea en movimiento de feroces ojillos rojos. Aquellas que corrieron en masa hacia el círculo chillaban al arder en llamas. Pero Meara vio que una de las velas parpadeaba con brusquedad y se apagaba. Desenvainó la espada y cantó. Aine se encabritó, enseñando los cascos. Tenía los ojos en blanco por el miedo. Fin agarró las riendas y se valió de la espada para trazar un círculo de fuego a su alrededor. Mientras los dos sementales aplastaban a las ratas, los halcones se lanzaban a por ellas. Del cielo llovieron murciélagos. Connor vio apagarse otra vela. —Está atacando el círculo para llegar a ella. Tiene que ser ya, Branna. —Tenemos que conseguir que se acerque más. Connor echó la cabeza hacia atrás, invocando el viento. Su huracanada fuerza perforó las delgadas alas hasta que el aire se llenó de humo y chillidos. La voz de Meara tembló cuando un retorcido cuerpo cayó junto al borde del círculo y se apagó una tercera vela.

—Tranquila, chica —murmuró Boyle. —Estoy tranquila. —Tomando aire, alzó la voz para que se escuchara por encima de los chillidos. —Te desgarraré la garganta y te arrancaré el corazón a través de ella — le dijo Cabhan, arrojando un negro rayo al círculo; sus ojos eran casi tan rojos como su piedra. Boyle aprovechó la ocasión para atacar con su cuchillo y herirlo por primera vez. La explosión de aire lo lanzó hacia atrás. La sangre en la punta de su cuchillo tocó el suelo, que se chamusco y se puso negro como el alquitrán. —Tiene que ser ya —gritó Connor, y comenzó con el canto. El poder brotó; un calor cristalino. Una vez más oyó voces, no solo las de Meara e Iona, sino otras. Lejanas, murmurando, murmurando a través del delgado velo. Por encima de ellas se alzaba la canción de Meara, llenando su corazón. Fin blandió su espada para que las velas se encendieran otra vez, para que las llamas ardieran con fuerza. Las ratas se alejaron, dirigiéndose hacia los tres. Cabhan se puso a cuatro patas, y en forma de lobo cargó contra Kathel. Connor sintió el miedo de Branna, de modo que se giró junto con Iona para atacar al lobo con su poder. Pero la tierra se sacudió bajo el animal; obra de Fin. Entonces Kathel mordió al lobo en la cruz y Roibeard se unió al ataque. El cánido gritó, luchó para zafarse y echar a correr hacia los árboles más allá del claro. —¡Cortadle el paso! —gritó Connor—. ¡Traedlo aquí otra vez! Pero se le paró el corazón cuando Boyle y Meara abandonaron el círculo para unirse a Fin. El lobo salió disparado hacia la derecha, giró y, desesperado, comenzó a atacar. La espada de Meara llameó. La punta le chamuscó el pelaje antes de que el animal frenara y se diera media vuelta de nuevo. Connor captó un movimiento con el rabillo del ojo. Volvió la vista y vio tres siluetas en la cabaña. Una imagen parpadeante, pues sus voces luchaban por atravesar el velo. De repente solo veía a su hermana y a Iona, solo los tres y la ardiente andanada de poder. Branna hizo que el vial quedara suspendido delante de ellos y, con las

manos unidas, las mentes unidas, sus poderes unidos, se lo arrojaron al lobo. Hubo una explosión de luz, como un millar de soles, que lo golpeó y lo atravesó. —Por el poder de tres acabado estás. Con nuestra luz, tu oscuridad se desgarra. Con nuestra luz, esta telaraña se teje, con nuestra sangre perdido estás. No queda vida ni alma ni magia para ti. Hágase nuestra voluntad. La luz centelleó de nuevo, aún más intensa. Brotaba en sus ojos, hervía en su sangre. Y una vez más, en medio del resplandor, vio tres figuras. Una le tendía la mano, tratando de llegar a él. Tratando de llegar a él. Entonces desaparecieron, y también la luz. La oscuridad cayó, disipada solo por la luz de la luna y el círculo de velas. Rompiendo su vínculo con los tres, Connor corrió hacia Meara. —¿Estás herida? ¿En alguna parte? —No, ni un rasguño. —No tenías que dejar de cantar, no tenías que salir del círculo. —Se me quedó la garganta seca. —Esbozó una sonrisa, con la cara manchada de hollín, y lo rodeó con los brazos—. ¿Hemos acabado con esto? ¿Hemos acabado con él? —Dame un momento. —Sobre la tierra se esparcían cenizas y sangre, y había diminutas manchas negras ardiendo aún—. Por los dioses que lo que queda de él tendría que estar aquí. Dame un momento. —No está acabado. Puedo sentirlo. —Fin se limpió la sangre de la cara —. Puedo sentirlo, puedo olerlo. Puedo encontrarlo. Puedo terminar con él. —No puedes abandonar el claro. —Branna lo agarró del brazo—. No puedes, pues corres el riesgo de no regresar. Con expresión feroz, Fin se soltó de ella. —¿Qué más da eso si acabo con él, si le pongo fin a esto? —Eso no te corresponde. —La decisión no es tuya. —Ni puede ser tuya —replicó Branna, y le lanzó de nuevo al interior del círculo—. Connor. —Joder. Con considerable pesar, arremetió contra Fin y lo sujetó, pero recibió un puñetazo en la cara antes de que Boyle interviniera. —Rápido. —Branna posó una mano en el hombro de Connor, y asió la de Meara con la otra, haciéndole una señal con la cabeza a Iona mientras

los hombres forcejeaban en el suelo. Cerró los ojos y rompió el hechizo. Atravesaron de nuevo la oscuridad y la luz, los colores y la neblina hasta llegar al claro, con las ruinas de una cabaña y el ulular de un búho. —No tenías derecho a detenerme. —No solo lo tenía ella —repuso Connor, frotándose la mandíbula mientras miraba a Fin—. Lo teníamos todos. No podemos hacerlo sin ti. —¿Estás seguro? —exigió Meara—. ¿Estás seguro de que no hemos acabado con él? Sin decir nada, Fin se quitó la chaqueta y se sacó por la cabeza el jersey que llevaba debajo. La marca de su hombro estaba roja, en carne viva, y palpitaba como un corazón. —¿Cómo? —inquirió Branna con brusquedad—. ¿Sientes su dolor? —Tu antepasada se ocupó de que así fuera. Está herido, pero ¿quién puede decir si lo está de muerte? Yo podría haber acabado con él. —Si hubieras salido del claro, te habrías perdido —adujo Connor—. Estás con nosotros, Fin. Tu lugar, tu tiempo, está aquí. No hemos acabado con él. Yo también lo sentí antes de que Branna rompiera el hechizo. Pero no aquí, no ahora. Y esta vez solo tenemos algunos rasguños y magulladuras..., si no contamos el puñetazo que me has pegado en la cara..., y él está maltrecho, sangrando y herido, y también medio ciego; eso lo sé. Puede que no sobreviva a esta noche. —Puedo mitigar el dolor —le dijo Branna a Fin. Él se limitó a mirarla. —Prefiero que no. —Fin. —Iona se acercó, poniéndose de puntillas para tomar su rostro entre las manos—. Mo dearthair. Te necesitamos con nosotros. Después de debatirse un momento, Fin apoyó la frente en la de ella y exhaló un suspiro. —En fin. —Deberíamos regresar. —Meara entregó a Bicho a Fin, que se meneó en sus brazos y le lamió la cara—. Puede que no hayamos puesto fin a esto, pero esta noche hemos hecho un buen trabajo. Y en cuanto a mí, tengo la garganta más seca que la mojama. —No ha terminado. —Branna fue hasta la tumba de Sorcha, dibujando con el dedo las palabras en ella grabadas—. Aún no ha terminado, pero lo hará. Juro que será así.

Se subieron a sus monturas, sucios y exhaustos. Connor se quedó un poco rezagado, volviendo la vista hacia el claro por encima del hombro antes de atravesar las enredaderas. —Los he visto; tengo que decírselo a los demás. —¿A quién has visto? —A los tres. A los tres hijos de Sorcha; sus sombras. Eamon con una espada; Brannaugh con un arco; Teagan con una barita. Una parte de ellos estaba allí; se manifestó y entró en el sueño. Intentaron llegar a nosotros. —Podríamos haberlos usado; más que a sus sombras. —Eso es verdad. —Hizo girar a Aine en dirección a su casa—. Durante un momento, durante un instante pensé que lo habríamos logrado. —Yo también. Querías ir con Fin. Querías ir con él y terminar con esto a cualquier precio. —Así es, pero no podía. —Porque no debía ser así. —Más que eso. No podía dejarte. —Detuvo a Aine para poder volverse hacia ella, tocar su cara—. Ni podía ni quería dejarte, Meara, ni siquiera por eso. »Tengo una cosa para ti. Metió la mano en el bolsillo, sacó la cajita de plata y la abrió para que la luz de la luna se reflejara en el rubí. —Oh, pero, Connor... —Es un anillo precioso, y me ocuparé de que encaje bien... como tú encajas conmigo y yo encajo contigo. Es una herencia de familia. Branna me lo ha pasado a mí para que pudiera dártelo a ti. —¿Me estás pidiendo matrimonio a caballo, mientras olemos a azufre? —Me parece romántico y memorable. Mira. —Le puso el anillo en el dedo, dándole un suave golpecito—. ¿Lo ves? Encaja, tal y como he dicho. Ahora tendrás que casarte conmigo. Meara miró el anillo y de nuevo a él. —Entonces supongo que lo haré. Connor le dio un beso tan dulce como torpe. —Y ahora agárrate —le dijo. Y emprendieron el vuelo.

Buscando su guarida, se arrastró por el suelo, más sombra que lobo, más

lobo que hombre. Su negra sangre chamuscaba la tierra a su paso. Solo conocía el dolor, el odio y una terrible sed. Y esa terrible sed era de venganza.

Nora Roberts es una de las escritoras estadounidenses con mayor éxito en la actualidad. Cada novela que publica encabeza rápidamente los primeros puestos de las listas de best sellers de Estados Unidos y Reino Unido; más de cuatrocientos millones de ejemplares impresos en el mundo avalan su maestría. Sus últimas novelas publicadas en España son las dos primeras entregas de la trilogía de los O’Dwyer, formada por Bruja Oscura y Hechizo en la niebla, La testigo, La casa de la playa, el duo de novelas Polos opuestos y Atrapada, la trilogía Hotel Boonsboro (Siempre hay un mañana, El primer y último amor y La esperanza perfecta) , Llamaradas, Emboscada y la tetralogía Cuatro bodas (Álbum de boda, Rosas sin espinas, Sabor a ti y Para siempre). Actualmente, Nora Roberts reside en Maryland con su marido.

Título original: Shadow Spell Edición en formato digital: septiembre de 2014 © 2014, Nora Roberts © 2014, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U. Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona © 2014, Nieves Calvino Gutiérrez, por la traducción Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial / Yolanda Artola Fotografía de portada: © Shutterstock Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. ISBN: 978-84-9062-469-2 Composición digital: M. I. maqueta, S.C.P. www.megustaleer.com

Índice Hechizo en la niebla Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Biografía Créditos

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