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www.libroonline.org Esperanza es la gerente del Hotel Boonsboro que Justine Montgomery y sus tres hijos, Beckett, Owen y Ryder, han restaurado con mucho esmero y buen gusto. Es la íntima amiga de Claire y Avery, y acaba de terminar una relación con Jonathan, el hijo del propietario del prestigioso hotel de Georgetown donde trabajaba antes. Estaba muy enamorada de él cuando le comunicó, sin previo aviso y total cinismo, su próximo matrimonio con una joven de clase alta. Ahora se ha volcado en su nuevo puesto, y nuevo hogar, y también en un trabajo de investigación: quiere averiguar quién era Lizzy, la joven enamorada cuyo fantasma se pasea por el hotel, dejando tras de sí un intenso olor a madreselva. Esperanza está feliz en Innsboro, feliz de haber dejado atrás su desgraciada historia con Jonathan, y encantada con su nuevo puesto y la compañía de sus dos amigas; pero algo falta en su vida… y los hermanos Montgomery son tres…

www.libroonline.org A Suzanne, la gerente perfecta

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Mejorar es cambiar; ser perfecto es cambiar a menudo. WINSTON CHURCHILL

www.libroonline.org 1 Entre gruñidos y suspiros, el viejo edificio se dispuso a dormir. Bajo el cielo estrellado, sus muros de piedra relumbraban, alzándose sobre la Plaza de Boonsboro como habían hecho durante más de dos siglos. Hasta los cruces estaban tranquilos y a, extendidos entre charcos de sombras y luces. Todas las ventanas y escaparates de Main Street parecían dormir, mecidos por el bálsamo de la noche estival. Ella debería hacer lo mismo, se dijo Esperanza. Acostarse, estirarse. Dormir. Eso sería lo sensato —y se tenía por sensata—, pero el largo día la había dejado inquieta y, se recordó, Carolee llegaría fresca y madrugadora para ocuparse del desay uno. La gerente podía dormir más rato. En todo caso, apenas era medianoche. Cuando vivía y trabajaba en Georgetown, rara vez se había retirado a descansar tan pronto. Claro que entonces dirigía el Wickham y, si no andaba resolviendo algún problemilla o atendiendo una solicitud de un cliente, salía a disfrutar de la vida nocturna. La localidad de Boonsboro, escondida a los pies de las Blue Ridge Mountains de Mary land, quizá tuviera una historia sustanciosa y celebrada y, sin duda, sus encantos —entre los que se encontraba el remozado hotel que ella regentaba ahora—, pero no era famosa por su vida nocturna. Eso cambiaría algo cuando su amiga Avery abriera su restaurante y bar de copas. ¿Y no sería divertido ver lo que la activa Avery MacTavish hacía con su nueva empresa en el edificio de al lado y, en la Plaza, justo enfrente de su pizzería? Antes de que acabara el verano, Avery manejaría dos restaurantes, pensó Esperanza. Y decían que el fenómeno era ella. Esperanza echó una ojeada a la cocina: limpia, resplandeciente, cálida y acogedora. Ya había cortado la fruta, comprobado las reservas y rellenado el frigorífico, de modo que todo estaba listo para que Carolee preparara el desay uno para los clientes, ahora recogidos en sus habitaciones. Había terminado el papeleo, comprobado todas las puertas y hecho las rondas para ver si había algún plato, u otra cosa, fuera de su sitio. Deber cumplido, se dijo, pero aún no le apetecía retirarse a su apartamento de la tercera planta. Se sirvió una generosa copa de vino, hizo una última ronda por el Vestíbulo y apagó la lámpara de araña de la mesa central decorada de vistosas flores estivales. Pasó la arcada y comprobó por última vez la puerta principal antes de dirigirse a las escaleras. Acarició apenas la barandilla de hierro. Había echado un vistazo a la Biblioteca, pero volvió a hacerlo. No era

www.libroonline.org obsesiva, pensó. Cualquier cliente podía haber entrado allí a tomarse un café irlandés o coger un libro. Pero la estancia estaba tranquila, serena como las demás. Miró de nuevo. Tenía clientes en esa planta. Los Vargas —Donna y Max—, que llevaban veintisiete años casados. La noche en el hotel, en la habitación Nick y Nora, era un regalo de cumpleaños para Donna de su hija. Qué detalle. Sus otros clientes, una planta más arriba, en Westley y Buttercup, habían elegido el hotel para su noche de bodas. Le gustaba pensar que los recién casados, April y Troy, se llevarían con ellos recuerdos bonitos y duraderos. Comprobó la puerta del porche de la segunda planta. Entonces, impulsivamente, la abrió y salió a la noche. Con la copa en la mano, cruzó la ancha terraza de madera y se recostó sobre la barandilla. Al otro lado de la Plaza, el piso que había sobre Vesta estaba oscuro y vacío, ahora que Avery se había ido a vivir con Owen Montgomery. Reconocía —para sí, al menos— que echaba de menos mirar y saber que su amiga estaba allí, al otro lado de Main Street. Pero Avery estaba donde debía estar, pensó Esperanza, con Owen, su primer novio y, por lo visto, el último. Él sí que era detallista. Y ella los ay udaría a organizar la boda —novia de may o, flores de may o—, allí, en el Patio, como lo había hecho Clare la primavera pasada. Pensando en ello, Esperanza recorrió con la vista Main Street, hacia la librería de Clare. Pasar la página había sido una apuesta arriesgada para una joven viuda con dos niños y otro en camino. Pero ella había conseguido que funcionara. Clare tenía un don para hacer que las cosas salieran bien. Ahora era Clare Montgomery, la mujer de Beckett. Llegado el invierno, otro bebé completaría la familia. No dejaba de ser curioso que sus dos amigas llevaran tanto tiempo viviendo en Boonsboro y ella se hubiera mudado allí no hacía ni un año aún. La nueva del pueblo. De las tres, ella era la única que seguía allí, en el corazón de la localidad. Era una bobada que las echara de menos, porque las veía casi todos los días, pero, en noches inquietas como esa, a veces anhelaba, solo un poco, tenerlas aún cerca. Habían cambiado tantas cosas, para todos, en el último año… Ella era feliz en Georgetown, con su casa, su trabajo, su rutina. Con Jonathan, aquel capullo que le había puesto los cuernos. Esperanza tenía planes de futuro, sin prisas, sin precipitación, pero planes de futuro, al fin y al cabo. El Wickham había sido su hogar. Conocía su ritmo, sus tonos, sus necesidades. Y había hecho un trabajo excelente para los Wickham y el capullo de su hijo, Jonathan.

www.libroonline.org Iba a casarse con él. No, no había compromiso formal, ni promesas concretas, pero el matrimonio y el futuro estaban en la mesa. No era tonta. Y todo el tiempo que habían estado juntos —o al menos en los últimos meses —, él durmiendo en su cama o ella en la de él, el capullo había estado viéndose con otra. Alguien de su elevado estrato social, por decir algo, musitó Esperanza con persistente amargura. Alguien que no trabajaba diez o doce horas al día, o más, en el exclusivo hotel, sino que se alojaba en él, en su suite más exclusiva, claro. No, no era tonta, pero había sido demasiado confiada y se había sentido humillada y perpleja cuando Jonathan le había dicho que haría público su compromiso —con otra— al día siguiente. Humillada y perpleja, se dijo una vez más, sobre todo porque en aquel momento estaban desnudos y en la cama de Esperanza. Claro que él también se había quedado perplejo cuando ella le había dicho que saliera de allí inmediatamente. No parecía entender por qué su relación debía cambiar. Aquel único instante generó muchos cambios. Ahora era la gerente del Hotel Boonsboro, un pueblo del oeste de Mary land, lejos de las luces brillantes de la gran ciudad. Ya no pasaba su tiempo libre organizando cenitas superespeciales, ni comprando en una boutique los zapatos perfectos para el vestido perfecto que llevaría en el siguiente evento. ¿Echaba de menos todo aquello? ¿Su boutique de confianza, su sitio preferido para comer, los preciosos techos altos y el pequeño patio cercado de flores de su casa? ¿O los nervios de preparar el hotel para la visita de dignatarios, celebridades, magnates? A veces, lo reconocía. Pero no tan a menudo como había pensado, ni tanto como había supuesto. Porque se sentía satisfecha de su vida privada, estimulada en su vida profesional, y el Wickham era su sitio. Sin embargo, en los últimos meses había descubierto algo. Allí, en Boonsboro, no se sentía solo satisfecha, sino que era feliz. El hotel no era solo su sitio, era su hogar. Eso tenía que agradecérselo a sus amigas, y a los Montgomery, a los hermanos y a su madre. Justine la había contratado de inmediato. Por entonces, Esperanza no la conocía lo bastante para sorprenderse por su precipitada oferta, pero sí se conocía bien a sí misma, y aún la asombraba su propia respuesta afirmativa, rápida e impulsiva. ¿De cero a cien? Más bien de cero a ciento veinte y subiendo. No lamentaba el impulso, la decisión, el paso. Comenzar de cero no estaba en sus planes, pero se le daba bien replanificar.

www.libroonline.org Gracias a los Montgomery, el hotel, restaurado con exquisito gusto y mucho esfuerzo, era ahora su hogar y su carrera profesional. Paseó por el porche, examinando las plantas que había colgadas, colocando, al milímetro, una silla de bistró. —Y me encanta hasta el último rincón —murmuró. Se abrió una de las puertas del balcón de Elizabeth y Darcy. El aire se tiñó de fragancia a madreselva. No era la única que estaba inquieta, se dijo Esperanza. Claro que tampoco sabía bien si los fantasmas dormían. Dudaba que el espíritu al que Beckett había llamado Elizabeth por la habitación que había elegido ocupar le contestara si le preguntaba. De momento, Lizzy no se había dignado a dirigirse a su compañera de hotel. Sonrió al pensar en el término y tomó un sorbo de vino. —Una noche preciosa. Estaba pensando en lo distinta que es mi vida ahora y, considerándolo todo, lo mucho que me alegro de que así sea. —Le habló en tono afable. Al fin y al cabo, lo que Owen y ella habían averiguado sobre la huésped permanente había revelado que Lizzy —o Eliza Ford, en vida— era antepasada de Esperanza. Con la familia, a juicio de Esperanza, había que ser cordial. —Tenemos unos recién casados en W y B. Parecen muy felices, de alguna manera frescos y jóvenes. La pareja de N y N celebra que ella cumple cincuenta y ocho años. No se les ve jóvenes, pero en cambio sí muy felices, y a gusto. Me gusta proporcionarles un lugar especial donde pasar la noche, una experiencia especial. Eso es lo que se me da bien. Reinaba el silencio, pero Esperanza notaba su presencia. Amigable, observó. Curiosamente amigable. Un par de mujeres trasnochadoras contemplando la noche. —Carolee vendrá temprano. Mañana hace ella el desay uno, y y o libro. Así que —dijo alzando la copa— un poco de vino, un poco de introspección, un poco de autocompasión mientras hago la ronda y me doy cuenta de que no tengo motivo alguno para autocompadecerme. —Sonriendo, Esperanza volvió a tomar un sorbo—. Así que, una buena copa de vino. » Ahora que y a he hecho todo eso, debería irme a la cama. Aun así, se quedó un poco más disfrutando de la tranquila noche estival, envuelta en el aroma a madreselva.

Cuando Esperanza bajó a la mañana siguiente, olía a café recién hecho, beicon a la plancha y, si el olfato no le fallaba, a las tortitas de canela y manzana de Carolee. Oy ó parlotear en el Comedor. Eran Donna y Max, que hablaban de dar una vuelta por el pueblo antes de regresar a casa.

www.libroonline.org Esperanza enfiló el pasillo y pasó por la cocina para ver si Carolee necesitaba ay uda. La hermana de Justine se había cortado su radiante melena rubia para el verano y llevaba las puntas del flequillo levantadas sobre sus risueños ojos de color avellana. Miró sonriente a Esperanza a la vez que la amenazaba con el dedo. —¿Qué hace usted aquí, jovencita? —Son casi las diez. —¿Y tu mañana libre? —La he pasado, de momento, durmiendo hasta las ocho, haciendo y oga y vagueando. —Se sirvió un café y cerró sus preciosos ojos pardos mientras lo tomaba a sorbos—. Mi primero del día. ¿Por qué es siempre el mejor? —Ya me gustaría a mí saberlo. Intento pasarme al té. Mi Darla está en plan sano y se empeña en arrastrarme con ella. —Carolee hablaba de su hija con afecto y desesperación al mismo tiempo—. Me gusta la mezcla que usamos en Titania y Oberón. Pero… no es como el café. —Nada es como el café salvo el café. —Tú lo has dicho. Está impaciente porque abran el nuevo gimnasio. Dice que, si no me apunto y o a clase de y oga, me apunta ella y me lleva a rastras. —El y oga te va a encantar. —La cara de recelo y de angustia de Carolee hizo reír a Esperanza—. En serio. —Ajá. —Carolee volvió a coger el paño de cocina y siguió limpiando la encimera de granito—. A los Vargas les ha encantado la habitación y, como es habitual, el baño, con su váter mágico, ha hecho furor. Los recién casados aún no se han dejado ver. —Me decepcionarían si hubiera sido de otra manera. —Esperanza se pasó la mano por el pelo. A diferencia de Carolee, probaba a dejárselo largo y cambiar el corte de pincho que había llevado durante los últimos dos años. Las puntas oscuras y brillantes le llegaban y a por la mandíbula, de una longitud lo bastante intermedia como para resultar fastidiosa. —Voy a ver a Donna y a Max, por si necesitan algo. —Ya voy y o —dijo Esperanza—. De todas formas, quería darles los buenos días, y luego creo que me acercaré a PLP a saludar a Clare mientras me quede mañana libre. —La vi anoche en el club de lectura. Tiene un bombo precioso. Ah, hay masa de sobra por si a los recién casados les apetecen más tortitas. —Se lo haré saber. Entró en el Comedor y charló con los clientes mientras comprobaba sutilmente que aún quedaban suficientes frutas del bosque, café y zumo. Una vez se hubo convencido de que sus clientes estaban contentos, subió arriba a coger su bolso y se topó con los recién casados que venían del porche posterior.

www.libroonline.org —Buenos días. —Ah, buenos días. —La novia lucía el fulgor de una mañana de luna de miel bien empleada—. Qué habitación tan maravillosa. Me encanta todo lo que hay en ella. Me he sentido como la princesa prometida. —« Como deseéis» —replicó Esperanza, y les hizo reír a los dos. —Me parece genial que cada habitación lleve el nombre de una pareja romántica y esté decorada en consonancia. —Romances con final feliz —le recordó Troy a ella, y su flamante esposa le dedicó una sonrisa lenta y soñadora. —Como el nuestro. Queríamos darle las gracias por haber hecho tan especial nuestra noche de bodas. Ha sido todo tal y como lo deseaba. Sencillamente perfecto. —A eso nos dedicamos aquí. —Pero… nos preguntábamos si… en teoría, debemos dejar la habitación… —Si quieren dejarla más tarde, lo puedo arreglar —les dijo Esperanza. —Bueno, en realidad… —Habíamos pensado en quedarnos aquí una noche más. —Troy le pasó el brazo por los hombros a April y la atrajo hacia él—. Nos encanta este sitio. Íbamos a coger el coche camino de Virginia, e ir parando por el camino, pero… esto nos gusta mucho. Nos alojaremos en cualquier habitación que hay a disponible, si la hay. —Nos encantaría que se quedaran, y su habitación está libre. —¿En serio? —April dio saltitos de puntillas—. Ay, qué maravilla. Gracias. —Un placer. Me alegro de que estén disfrutando de su estancia. Los clientes satisfechos satisfacen a los gerentes, se dijo Esperanza subiendo deprisa a por su bolso. Bajó corriendo a su despacho a cambiar la reserva y, con los aromas y las voces a su espalda, salió por detrás a través de Recepción. Rodeó el lateral del edificio mirando enfrente, hacia Vesta. Conocía el horario de Avery y de Clare casi tan bien como el suy o. Avery estaría preparándose para abrir esa mañana y Clare habría vuelto y a de su cita temprana con el médico. La ecografía. Con suerte, sabrían y a si Clare esperaba la niña que deseaba. Mientras aguardaba a que se abriera el semáforo de la esquina, contempló Main Street. Ry der Montgomery se encontraba delante del edificio que Montgomery Family Contractors estaba rehabilitando ahora. Casi acabado, se dijo, y pronto el pueblo tendría panadería. Vestía unos vaqueros rotos por la rodilla derecha y salpicados de pintura o y eso o lo que fuera que pudiese salpicar en una obra. Llevaba el cinturón de las herramientas muy bajo, como las pistoleras de un sheriff de los de antes, al menos a juicio de Esperanza. El pelo moreno se le rizaba greñudo por debajo de la gorra de béisbol. Las gafas de sol le tapaban unos ojos que ella sabía que eran

www.libroonline.org verdes con pintas doradas. Consultó algo con dos de sus obreros, señaló arriba, trazó un círculo con el dedo y negó con la cabeza, todo ello en su habitual pose chulesca. Como solo cubría la fachada del edificio una triste capa de imprimación, supuso que hablaban de los colores definitivos. Uno de los obreros soltó una sonora carcajada y Ry der respondió con un esbozo de sonrisa y encogiéndose de hombros. Lo de encogerse de hombros, igual que la pose, era otro de sus hábitos, caviló. Los Montgomery eran interesantes, pero, en su opinión, sus amigas se habían quedado con lo mejor de la cosecha. Ry der le resultaba algo hosco, un tanto insociable. Y, de acuerdo, sexy, de una forma primitiva y ruda. No era su tipo; ni remotamente. Al cruzar la calle, oy ó un silbido largo y exagerado. Sabiendo que era en broma, echó la cabeza hacia atrás en dirección a la panadería, sonrió seductora, y luego saludó con la mano a Jake, uno de los pintores. Este y el obrero que tenía al lado le devolvieron el saludo. Ry der Montgomery no, claro. Él se limitó a engancharse el pulgar del bolsillo y a observarla. Insociable, se dijo de nuevo. Ni se molestaba en saludar con la mano. Entendió el lento ardor de su vientre como la reacción natural de una mujer sana a una mirada fija, prolongada y nada disimulada de un hombre sexy, aunque hosco. Sobre todo de una mujer que llevaba sin mantener contacto sexual con hombres —Dios— un año. Algo más de un año. Pero ¿quién llevaba la cuenta? Culpa suy a, decisión suy a. ¿Por qué darle más vueltas? Llegó al otro lado de Main Street y giró a la derecha hacia la librería justo cuando Clare salía a su precioso porche cubierto. Volvió a saludar al ver a Clare detenerse un momento, con una mano en el bombo que ocultaba su alegre vestido estival. Llevaba su largo pelo dorado en una coleta y unas gafas de montura azul la protegían de la intensa luz del sol matinal. —Venía a hacerte una visita —le gritó Esperanza. Clare le enseñó el móvil. —Te estaba enviando un mensaje. —Volvió a meterse el teléfono en el bolsillo y se dejó la mano allí dentro un rato mientras bajaba los escalones hasta la acera. —¿Y bien? —Esperanza escrutó el rostro de su amiga—. ¿Todo en orden? —Sí. Todo en orden. Hace unos minutos que hemos vuelto. Beckett… —dijo mirando por encima del hombro— va a aparcar en la parte de atrás de la panadería. Se ha traído las herramientas.

www.libroonline.org —Vale. —Algo preocupada, Esperanza le puso una mano en el hombro a Clare—. Cielo, te han hecho la ecografía, ¿no? —Sí. —¿Y? —Vámonos a Vesta. Así os lo cuento a Avery y a ti a la vez. Beckett va a llamar a su madre, se lo va a contar a sus hermanos. Tengo que llamar a mis padres. —¿El bebé está bien? —Perfectamente. Tengo fotos —dijo dándole unas palmaditas al bolso. —¡Quiero verlas! —Pienso pasarme días enseñándolas. Semanas. Es alucinante. Avery salió por la puerta principal del restaurante, con un delantal blanco encima de unos pantalones pirata y una camiseta. Calzaba unos Crocs púrpura. El sol se clavaba en su pelo de guerrera escocesa y hacía refulgir sus puntas cortas. —¿Hay que pensar en rosa? —¿Abres tú sola? —contraatacó Clare. —Sí, empiezo sola. Fran no entra hasta dentro de veinte minutos. ¿Estás bien? ¿Va todo bien? —Todo está perfecta, estupenda y maravillosamente bien. Pero quiero sentarme. Mientras sus amigas se miraban a su espalda, Clare entró, fue directa a la barra y se dejó caer en un taburete. Suspiró. —Es la primera vez que estoy embarazada con tres niños a los que acaban de darles las vacaciones de verano. Es agotador. —Estás un poco pálida —comentó Avery. —Solo cansada. —¿Te apetece algo frío? —Con todo mi ser. Mientras Avery iba a la nevera, Esperanza se sentó y miró ceñuda a Clare. —Te andas con rodeos. Si todo va bien… —Todo va bien y, sí, puede que esté dando rodeos. Se trata de una gran noticia. —Rio para sí y cogió el ginger ale helado que Avery le ofrecía—. Aquí estoy y o, con mis dos mejores amigas, en el bonito restaurante de Avery que y a huele a salsa de pizza. —Es lo que tienen las pizzerías. —Avery le pasó una botella de agua a Esperanza. Luego se cruzó de brazos y examinó el rostro de Clare—. Es niña. ¡Zapatillas de ballet y lacitos para el pelo! Clare negó con la cabeza. —Por lo visto, lo mío son los niños. Guantes de béisbol y muñecos coleccionables. —¿Niño? —Esperanza se inclinó hacia delante y le acarició la mano a Clare

www.libroonline.org —. ¿Desilusionada? —Ni lo más mínimo. —Abrió el bolso—. ¿Queréis verlo? —¿Bromeas? —Avery intentó arrebatarle el sobre, Clare lo apartó—. ¿Se parece a ti? ¿A Beck? ¿A un pez? No te ofendas, pero a mí siempre me parecen peces. —¿Cuál de ellos? —¿Cómo que cuál de ellos? —Hay dos. —¿Dos? —Esperanza casi espurreó el agua—. ¿Gemelos? ¿Vas a tener gemelos? —¿Dos? —repitió Avery —. ¿Tienes dos peces? —Dos niños. Mirad qué dos preciosidades. —Clare sacó la impresión de la ecografía y después se echó a llorar—. No son lágrimas de tristeza —logró decir —. Son de las hormonas, pero no son de tristeza. Ay, Dios. ¡Mirad a mis bebés! —¡Son preciosos! Clare se secó las lágrimas y sonrió a Avery. —No los ves. —No, pero son preciosos. Gemelos. Y van cinco. Ya los habrás sumado, ¿no? Vas a tener cinco chicos. —Sí, y a los hemos sumado, pero aún lo estamos digiriendo. No esperábamos… No habíamos pensado… A lo mejor debería haberlo sospechado. Estoy más gorda que con cualquiera de los otros a estas alturas. Pero cuando el médico nos lo ha dicho…, Beckett se ha puesto blanco. Rio, aún cay éndole las lágrimas. —Como el papel. He pensado que se iba a desmay ar. Luego nos hemos mirado. Y nos hemos echado a reír. A carcajadas. Creo que estábamos un poco histéricos. Cinco. Ay, Dios mío. Cinco chicos. —Vais a estar genial. Todos —le dijo Esperanza. —Sí. Lo sé. Estoy tan deslumbrada, tan feliz, tan perpleja. No sé ni cómo Beck ha podido llegar a casa. No sabría decirte si veníamos de Hagerstown o de California. Estaba como ida, creo. Gemelos. Se llevó las manos al vientre. —¿Sabéis esos momentos de la vida en que una dice, y a está, no se puede ser más feliz ni estar más ilusionada? Pues así me siento ahora. Exactamente. Este es uno de esos momentos para mí. Esperanza la envolvió en un abrazo, y Avery las envolvió a las dos. —Qué feliz estoy por ti —susurró Esperanza—. Feliz, deslumbrada, emocionada, igual que tú. —A los críos les va a encantar la noticia. —Avery se apartó—. ¿Verdad? —Sí. Y Liam, que me había dejado claro que, si era niña, él no se iba a rebajar a jugar con ella, se pondrá especialmente contento.

www.libroonline.org —¿Cuándo sales de cuentas? —preguntó Esperanza—. ¿Antes, con los gemelos? —Un poco. Me han dicho que para el 21 de noviembre. Así que serán bebés de Acción de Gracias, más que de Navidad o Año Nuevo. —Gluglú, gluglú —imitó Avery, e hizo reír a Clare otra vez. —Tienes que dejarnos ay udarte a preparar el cuarto de los bebés —dijo Esperanza. Llevaba la planificación en la sangre. —Cuento con ello. No tengo de nada. Después de Murphy, regalé todo lo que tenía de bebés. Jamás pensé que volvería a enamorarme, a casarme, a tener hijos. —¿Una fiesta preparto? Temática: doble diversión —decidió Esperanza—. O cosas que van a pares, juegos de dos. Algo de ese estilo. Ya veré. Habría que programarla para principios de octubre, por curarnos en salud. —Fiesta preparto. —Clare suspiró—. Empiezo a creérmelo. Tengo que llamar a mis padres y contárselo a las chicas —añadió, refiriéndose a su plantilla de la librería. Se levantó con dificultad—. Bebés de noviembre —volvió a decir—. Para may o, cuando sea la boda, y a me habré quitado de encima los kilos del embarazo. —Ah, sí, que me caso. —Avery extendió la mano y admiró el diamante que había reemplazado el anillo de la bola de chicle que Owen le había puesto. Dos veces. —Te casas y abres otro restaurante, y voy a organizar una fiesta preparto, y reconvertir el actual dormitorio de soltero de un hombre en un dormitorio principal de pareja. —Esperanza le dio un golpecito en el hombro a Avery —. Hay mucho que organizar. —Yo tengo tiempo mañana. —Bien. —Esperanza repasó mentalmente su lista de tareas, las reorganizó y estimó el tiempo que le quedaba—. A la una. Puedo hacer hueco. ¿Te viene bien? —le preguntó a Clare—. Puedo preparar algo de comer y hacemos parte de la planificación antes de que vengan los clientes a registrarse. —A la una, mañana. —Clare se dio una palmadita en la tripa—. Allí estaremos. —Yo también me paso —prometió Avery —. Si veis que llego un poco tarde, es que hemos tenido un pico a la hora del almuerzo. Pero me paso. Esperanza salió con Clare y le dio otro abrazo antes de separarse. La imaginó dándoles la buena noticia a sus padres. Imaginó también a Avery enviándole un mensaje a Owen. Y a Beckett escapándose para ir a ver a Clare durante el día, o sacando unos minutos para estar con ella. Por un instante, deseó tener a alguien a quien llamar, enviar un mensaje o escaparse para ver, alguien con quien compartir las buenas noticias. Rodeó el hotel por detrás y subió la escalera exterior. Entró en la tercera

www.libroonline.org planta, escuchando sus propios pasos en dirección a su apartamento. Sí, se dijo, oía la voz de Carolee y su entusiasmo. Sin duda, Justine Montgomery y a había llamado a su hermana para comunicarle la noticia de los gemelos. Esperanza se encerró en el apartamento. Decidió que pasaría un par de horas tranquila, investigando a la fantasma del hotel y a ese hombre llamado Billy al que ella esperaba.

www.libroonline.org 2 Su madre lo estaba volviendo loco. Como le propusiera un proy ecto más antes de que acabaran alguno de los que tenían en marcha, se largaba con el perro a las Barbados. Ry der podía hacerse una casita mona en la play a. O un lanai hawaiano. Disponía de las habilidades necesarias. Metió la camioneta en el aparcamiento de detrás del hotel; un gran proy ecto, terminado, por suerte, aunque nunca del todo, porque siempre había algo pendiente. El hotel compartía aparcamiento con lo que sería, conforme a la conspiradora Justine, un precioso, inteligente y modernísimo centro de fitness. De momento era una mole espantosa, verde, de techo plano y llena de goteras. Eso por fuera. Su interior albergaba un laberinto de cuartuchos, un sótano inundado, unas escaleras sacadas de una película de terror y unos techos a punto de desplomarse. Por no hablar del estado tan lamentable de la instalación eléctrica y de la fontanería, que no mencionaría hasta que no hubieran demolido todo aquel puñetero desastre. En parte, le daban ganas de colarse ahí una noche con una máquina gigantesca y arrasar semejante engendro. Pero sabía lo que había, y disfrutaba del desafío. Que lo era. No obstante, Owen, con su habitual eficiencia, le había enviado un mensaje diciéndole que y a había llegado el permiso de demolición, así que por lo menos podían empezar a echar abajo el interior. Se quedó un momento sentado con Bobo, su perro hogareño y cariñoso, mientras Lady Gaga cantaba seductora The Edge of Glory. La pobre era rara, se dijo, pero cantaba bien. Juntos, el perro y él, estudiaron la fea mole verde. Le gustaba la demolición. Liarse a golpes con las paredes siempre era gratificante. Toda una experiencia. Y la obra, la transformación de ese horrendo monstruo, resultaría interesante. Un centro de fitness. No entendía a la gente que se enchufaba a una máquina y no iba a ningún sitio. ¿No era preferible algo más constructivo que te hiciera sudar? Un gimnasio, sí, eso sí lo veía, con sacos de boxeo, cuadrilátero de entrenamiento, pesas en condiciones. En cambio, el centro de fitness le sonaba a cursilada femenina. El y oga, el pilates y todo eso. Y las mujeres con esas prendas diminutas y ajustadas, se recordó. Sí, eso sí. Eso era como la demolición, ¿a quién no le iba a gustar? De todos modos, ¿para qué agobiarse? El proy ecto era y a cosa hecha. Salió de la camioneta y Bobo, fiel, lo acompañó. No acababa de entender por qué se sentía tan tristón. La obra de la panadería estaba pendiente de los últimos retoques y la pintura, el MacT de Avery iba

www.libroonline.org viento en popa, y él estaba deseando poder sentarse a tomar una cerveza en el nuevo pub. Tenía una cocina casi completamente remodelada, y Owen estaba gestionando unos armarios empotrados para otro cliente. Mejor mucho trabajo que nada que hacer. Ya se construiría la casa de Barbados cuando fuera viejo. Aun así, se notaba crispado e irritado, y no tenía claro por qué. Hasta que echó un vistazo al hotel. Esperanza Beaumont. Sí, a ella se debía parte de su crispación. Hacía un buen trabajo, de eso no cabía ninguna duda. El que fuera obsesiva, extremadamente organizada y amante de los detalles no le molestaba en especial. Había convivido y trabajado con alguien así toda la vida: su hermano Owen. Solo que había algo de ella que se le colaba muy adentro y le roía las entrañas de cuando en cuando desde que se habían besado en Nochevieja. Había sido un accidente, se dijo. Un impulso. Un impulso accidental. No tenía intención alguna de repetirlo. Pero ojalá fuera una mujer de mediana edad, hogareña y regordeta, con un par de nietos y afición por el punto. —Igual algún día lo es —le susurró a Bobo, que, complaciente, meneó la cola. Encogiéndose de hombros, avanzó, cruzó la calle y abrió la puerta de servicio del futuro Bar Restaurante de MacT por la que entraba la cuadrilla. Le gustaba el local, sobre todo ahora que habían vuelto a unir los dos bloques, abriendo en la pared que los separaba una amplia entrada para que la clientela del restaurante y el bar, y el personal, pudiera pasar de un lado al otro. Avery sabía bien lo que quería y cómo hacerlo realidad, por eso Ry der estaba convencido de que MacT sería un buen local para comer y beber, socializar si a uno le iba eso. Un establecimiento de buena comida para adultos, como decía ella misma, en contraste con el estilo familiar y desenfadado de Vesta. Ry der sentía debilidad por Vesta, y una debilidad aún may or por su pizza del guerrero, pero como Avery llevaba meses probando recetas con ellos, suponía que podría tragarse alguna que otra comida del nuevo local. Se acercó al paso que comunicaba los dos edificios, estudió el espacio del bar. Quedaba mucho por hacer, pensó, pero y a lo imaginaba terminado, con la barra larga que sus hermanos y él estaban construy endo. Maderas oscuras, colores fuertes, ladrillo visto en algunas paredes. Y todas aquellas cervezas de barril. No, no le importaría tener que pasar algún rato por allí, y brindar con una cerveza como recompensa por un trabajo bien hecho. Cuando estuviera hecho. Oy ó voces y retrocedió.

www.libroonline.org En cuanto dejó a la cuadrilla trabajando, fue a la panadería a echar un vistazo a los hombres de allí. Si hubiera podido, se habría ceñido el cinturón de las herramientas y se habría puesto a trabajar de verdad. Pero tenía una reunión matinal en la nueva obra, y y a llegaba tarde. Al rodear el edificio, vio las camionetas de sus hermanos en el aparcamiento. Supuso que Owen habría traído café y donuts, y el permiso de demolición. Con Owen se podía contar en el día a día y hasta en un holocausto nuclear. Pensó en Beckett, casado con Clare la Rubia, padre repentino de tres críos, y ahora ilusionado futuro padre de gemelos. Dios, gemelos. Aunque quizá la emoción de la llegada de los gemelos distrajera a su madre y le impidiera maquinar algún nuevo proy ecto. Seguramente no. Entró por las puertas abiertas que daban a Saint Paul Street, olió el café. Sí, con Owen se podía contar. Cogió el vaso de café para llevar que quedaba, el que tenía una « R» escrita con indeleble por su meticuloso hermano. Le dio un trago mientras levantaba la tapa de la caja de los donuts. De inmediato su perro empezó a mover la cola frenético en el suelo. Oy ó las voces de sus hermanos en algún lugar del laberinto, pero cogió el café y, después de lanzarle a Bobo un pedazo de su donut relleno de mermelada, se acercó a los planos extendidos en la mesa improvisada con un tablón sobre unos caballetes. Ya los había visto, claro, pero lo dejaron pasmado. El diseño de Beckett le proporcionaba a su madre todo lo que quería, y más. Sí, se dijo, mejor que echarlo todo abajo. Era preferible demoler lo justo y construir encima de lo que pudiera aprovecharse. A Ry der no le parecía un gimnasio, al menos no de esos con sacos de boxeo y vestuarios apestando a sudor que él frecuentaba, pero era una belleza. E iba a suponer trabajo y complicaciones de sobra para maldecir a Beckett durante semanas, meses. Años, posiblemente. Aun así… La idea de elevar la azotea y convertirla en un tejado a dos aguas resultaba práctica y estéticamente agradable. Lo de quitar el saledizo de techo plano del lado del aparcamiento y convertirlo en una terraza de madera también era buena idea. Mucho cristal para que hubiera mucha luz, y ventanas y puertas nuevas. Desde luego el sitio las necesitaba, aunque fuera preciso horadar los bloques de hormigón ligero. Vestuarios a la última, con salas de vapor y saunas. Su mentalidad pragmática se rebelaba contra aquello, pero reconocía que también a él le gustaba obsequiarse con una larga y reconfortante sesión de vapor.

www.libroonline.org Se comió el donut, y le lanzó algún trozo al exaltado Bobo, mientras estudiaba la primera planta, la segunda, las máquinas. Excelente trabajo, pensó. Beckett tenía talento e imaginación, aunque parte de esa imaginación resultara siempre un engorro a efectos prácticos. Remojó el donut con café al tiempo que sus hermanos salían del laberinto. —Permiso de demolición. —Hecho —dijo Owen—. Buenos días a ti también. —Llevaba las gafas de sol colgando del cuello de su impoluta camisa blanca. Dado que Beckett pretendía que tomara parte en la demolición, pronto dejaría de estar impoluta. —¿Te planchas los vaqueros, nenaza? —No. —Los serenos ojos azules de Owen se pasearon por los donuts antes de que decidiera partir un buñuelo por la mitad—. Solo están limpios. Tengo un par de reuniones después. —Ya. ¡Hola, papaíto! Beckett sonrió y se pasó los dedos por la mata de pelo castaño. —Los niños quieren llamarlos Logan y Luke. —Lobezno y Sky walker. —Ry der lo meditó divertido—. Simbiosis de X-Men y Star Wars. Interesante elección. —Me gusta. Al principio, Clare lo descartó entre risas, pero parece que la idea empieza a calar en ella. Son buenos nombres. —Lo bastante buenos para Lobezno y Sky walker. —Creo que nos quedaremos con esos, y molan. Pero aún me pitan los oídos. Como después de una explosión, y a sabéis. —Dos es solo uno más uno —señaló Owen—. Es cuestión de planificación y organización. —Claro, tú tienes mucha experiencia con enanos —dijo Ry der resoplando. —Todo es cuestión de planificación y organización —contraatacó Owen—. Por cierto, repasemos los planes y la agenda. —Se soltó el móvil del cinturón. Ry der optó por comerse otro donut, dejar que el azúcar y la grasa lo ay udaran a digerir el bombardeo de datos. Inspecciones, permisos, pedidos y entregas de material, bocetos, diseños definitivos, trabajo en el taller, trabajo en la obra. También él lo memorizaba todo, aunque quizá no con la exquisita precisión de su hermano. Pero sabía lo que había que hacer y cuándo, a quién asignar cada tarea y cuánto debía durar cada fase. Por fuera y, con las sorpresas de una obra, por dentro. —Mamá está mirando máquinas —intervino Beckett cuando Owen paró—. Ya sabéis, las cintas de correr, las bicicletas elípticas y todos esos cacharros de moda. —Prefiero no pensar en eso. —Ry der miró alrededor. Paredes de mierda, suelos de mierda, se dijo. Todo era una mierda. Aún quedaba mucho hasta que

www.libroonline.org pudieran instalar las elípticas, las pesas y las puñeteras colchonetas de y oga. —Igual deberíamos ver qué hacemos con el aparcamiento. Ry der miró a Owen con los ojos fruncidos. —¿Qué le pasa al aparcamiento? —Ahora que lo tenemos entero, en vez de apañarlo, deberíamos levantarlo, nivelarlo, montar el alcantarillado, revestirlo. —Joder. —Le habría gustado oponerse, solo por principios, pero necesitaban el condenado alcantarillado—. Vale. Pero también prefiero no pensar en eso ahora. —¿En qué piensas, entonces? En lugar de contestar, Ry der se largó. —¿Está más borde de lo habitual? —se preguntó Owen en voz alta. —No sabría decirte. —Beckett volvió a examinar los planos—. Esto va a ser una pesadilla, sobre todo para él, pero saldrá bien. —El edificio más espantoso del pueblo. —Sí, se lleva el premio gordo. Lo bueno es que cualquier cosa que le hagamos será una mejora. En cuanto lleguen los contenedores de escombros, podemos… Se calló al ver llegar a Ry der armado con una almádena y una palanqueta. —Id a por las vuestras —les dijo y, dejando a un lado la palanqueta, eligió una pared al azar. Meció la almádena. El potente y satisfactorio porrazo lanzó por los aires pedazos de cartón y eso. —El contenedor… —empezó Owen. —Está de camino, ¿no? —Ry der volvió a darle con todas sus fuerzas—. Según las santas anotaciones de tu sagrada agenda. —Deberíamos traer a parte de la cuadrilla —consideró Beckett. —¿Y por qué dejar que sean ellos los que se diviertan? —Cuando la almádena inició de nuevo su recorrido, Bobo se metió debajo de los caballetes a dormir la siesta. —Cierto. —Beckett miró a Owen, que se encogió de hombros y sonrió—. Habría que empezar por la segunda planta. —Esta no es muro de carga. —Con un par de golpes más, Ry der hizo pedazos la delgada pared interior—. Pero sí —se apoy ó en la almádena y sonrió a sus hermanos—, vamos a destrozar esta mierda.

Tras unos días de golpes y porrazos, a Esperanza le pudo la curiosidad. Dejando a Carolee al mando (la parejita de recién casados y a iba por la cuarta noche de su luna de miel), cruzó el aparcamiento hacia la última obra de los Montgomery. Tenía razones de peso para ir en su busca, pero reconocía que lo hacía sobre todo por curiosidad.

www.libroonline.org Había oído picar durante todo el día y cada vez que se asomaba a la ventana veía a algún obrero descargando escombros en el enorme contenedor verde. Por un mensaje al móvil de Avery se había enterado de que había empezado la demolición en el edificio del futuro centro de fitness. Quería verlo con sus propios ojos. El clamor de mazazos fue aumentando a medida que se acercaba, y pudo oír un estallido de carcajadas masculinas por las ventanas abiertas. Un rock guitarrero y estridente lo acompañaba. Se acercó a la puerta lateral (a lo que quedaba de ella) y se asomó. Los ojos se le pusieron como platos. Jamás había entrado en el edificio, pero lo había visto por las ventanas, y habría jurado que antes había paredes y techos. Ahora apenas quedaba el esqueleto, además de una maraña de cables colgando y una nube de polvo gris. Con mucha cautela, pues los mazazos, golpes y porrazos parecían estremecer la estructura entera, rodeó el bloque en dirección a la puerta principal. La puerta estaba abierta. ¿Para que entrara algo de aire?, se preguntó. A saber. Otra puerta, la que conducía a los antiguos apartamentos de la segunda planta, también estaba abierta. Resonaban por ella la música, las carcajadas y los porrazos. Estudió los estrechos peldaños, la mugrienta escalera, el tremendo estrépito. Decidió que no le interesaba tanto y retrocedió. Cuando volvía a rodear el edificio, dos hombres, recubiertos de polvo gris, casi anónimos con sus gafas de seguridad, sus guantes de trabajo y sus rostros sucios, sacaban otro lote de escombros de alguna pared. Los cascotes cay eron al contenedor con un ruido sordo. —Perdonad… —empezó ella. Reconoció a Ry der por el modo en que volvía la cabeza y ladeaba el cuerpo. Ry der se subió las gafas y acto seguido le dedicó una de esas miradas algo exasperadas de sus exasperados ojos verdes. —No es aconsejable que te acerques. —Eso y a lo veo. Parece que estáis dejando el edificio en el armazón. —Exacto. Es conveniente que te mantengas alejada. —Sí, y a me lo has dicho. —¿Necesitas algo? —En realidad, sí. Tengo problemas con algunas de las luces, con los apliques. Había pensado que, si el electricista andaba por aquí, podía… —Se ha ido. —Ry der le hizo un gesto con la cabeza a su ay udante para que volviera adentro, luego se quitó las gafas de seguridad. Entonces le pareció el negativo de un mapache, y no pudo contener la

www.libroonline.org sonrisa. —Os estáis poniendo perdidos. —Y lo que nos queda —replicó Ry der—. ¿Qué les pasa a las luces? —Que parpadean. No… —¿Has probado a cambiar las bombillas? Lo miró fijamente, ofendida. —Vay a, ¿cómo no se me había ocurrido? —Vale. Pasará alguien a echarles un vistazo. ¿Algo más? —De momento, no. Ry der se despidió con un movimiento de cabeza, entró a toda prisa por la abertura y desapareció. —Muchas gracias —masculló Esperanza a la nada, y volvió al hotel. Tan solo entrar allí solía levantarle el ánimo. Por su aspecto, por cómo olía, sobre todo ahora que las galletas con trocitos de chocolate de Carolee endulzaban el aire. Pero fue directa a la cocina, enfadadísima. —¿Qué demonios le pasa a ese hombre? Carolee, colorada por efecto del horno, introducía en él una bandeja de galletas. —¿A qué hombre, cielo? —A Ry der Montgomery. ¿Tiene por credo la grosería? —A veces es un poco brusco, especialmente cuando está trabajando. Que es, supongo, casi siempre. ¿Qué te ha hecho? —Nada. El pobre es así. ¿Sabes esos apliques que se apagan cada dos por tres, o no se encienden? He ido a decírselo, a él o a quien fuera, pero resulta que me he topado con él. Me ha preguntado si había probado a cambiar las bombillas. ¿Acaso parezco idiota? Sonriente, Carolee le ofreció una galleta. —No, pero una vez tuvieron una inquilina a la que no le funcionaban las luces y, después de ir hasta allí a comprobarlo, se encontró con que la bombilla estaba fundida. La mujer, que sí debía de ser idiota, se quedó pasmada al saber que había que cambiar las bombillas. —Mmm —dijo Esperanza, mordiendo la galleta—. Aun así. —Bueno, ¿qué se cuece por allí? —Porrazos, escombros y carcajadas. —La demolición es divertida. —Supongo. No tenía ni idea de que fueran a dejar el edificio en el esqueleto. Tampoco se va a perder gran cosa, pero no lo sabía. —Y le preocupaba un poco que el ruido pudiera afectar a sus huéspedes. —Si vieras los planos. Yo les he echado un vistazo. Va a quedar de maravilla. —No lo dudo. Trabajan muy bien. —Justine y a ha empezado a buscar las luces y los lavabos.

www.libroonline.org La galleta, y Carolee, le cambiaron el humor a Esperanza. —Está en la gloria. —Lo va a poner muy moderno, elegante, lustroso. Con mucho cromo, dice. Todo del mismo estilo, ¿sabes?, y no como aquí, que hay un montón; sin embargo, aún les queda mucho por hacer. Será divertido ver cómo va transformándose. —Cierto. —Sí, lo sería, reconoció. No había sido testigo de la remodelación del hotel desde el principio. Ahora tendría oportunidad de presenciar la regeneración de un edificio de principio a fin—. Me voy a trabajar un ratito antes de que empiecen a llegar nuevos clientes. —Yo me acercaré al mercado en cuanto estén hechas las galletas. ¿Hay algo que quieras añadir a la lista de la compra? —Creo que y a está todo. Gracias, Carolee. —Me encanta mi trabajo. Y a ella, se dijo Esperanza, instalándose en su despacho. Un Montgomery difícil no iba a estropearlo. Revisó el correo en el ordenador, sonrió al ver la nota de agradecimiento de un antiguo huésped, y luego escribió un informe para satisfacer la petición de un futuro cliente, que quería una botella de champán con la que sorprender a sus padres en su visita. Comprobó las reservas (estarían completos durante el fin de semana) y revisó su agenda personal. Cuando llegó la florista, subió los nuevos arreglos florales a Titania y Oberón. Aunque y a lo había hecho, repasó por última vez la habitación para asegurarse de que todo estaba perfecto para los nuevos huéspedes. Como siempre, entró en la Biblioteca, miró las luces; entre sus tareas diarias estaba la de comprobar todas las luces y lámparas por si había bombillas fundidas; gracias, Ry der Montgomery. Con el móvil se mandó un correo al descubrir una, y añadió una nota para acordarse de subir monodosis para la cafetera de la Biblioteca. Seguidamente, bajó a hacer la misma comprobación en el Salón, el Vestíbulo y el Comedor. Luego se dirigió a la cocina, y tuvo que contener un grito al ver a Ry der atacando las galletas. —No te he oído entrar. —¿Cómo podía ser tan sigiloso con esas botas enormes y aparatosas? —Acabo de llegar. Están buenas estas galletas. —Carolee las ha hecho hace un rato. Aún debe de estar en el mercado. —Vale. Ry der se quedó allí plantado, comiéndose la galleta, mirando a Esperanza fijamente con el perro, sonriente, a su lado. La sonrisa del animal le hizo pensar que también él había probado las galletas.

www.libroonline.org Se había limpiado, algo. Al menos no se había traído polvo de la demolición. —A ver, hay una en la segunda y otra en la tercera. —Dio media vuelta y supuso que la seguiría. —¿Hay alguien en el hotel? —Tenemos huéspedes en W y B, pero han salido, y llegan hoy los de T y O. ¿Ves?, ahora va. —Señaló el segundo aplique al tiempo que subían las escaleras —. He subido hace un rato y no funcionaba. —Ajá. —Mira, pregúntale a Carolee si no me crees. —Yo no he dicho que no te crea. —Pues actúas como si no lo hicieras. —Algo irritada, subió a la tercera—. ¡Ahí tienes! Apagada, tú mismo lo puedes ver. —Sí, y a lo veo. —Se acercó, levantó el globo y desenroscó la bombilla—. ¿Tienes alguna nueva? —Guardo algunas en mi apartamento, pero no es cosa de la bombilla. Sacó la llave y abrió la puerta de su apartamento. Ry der la paró con la mano para que no se le cerrase en las narices. No invadió su espacio, pero, bueno, y a que estaba allí, abrió del todo y echó un vistazo dentro. Limpio y recogido, como el resto del hotel. Además olía bien, como el resto del hotel. No había trastos. Tampoco muchos cachivaches de chica, como esperaba. Muchos cojines en el sofá, pero conocía pocas mujeres que no atiborraran de cojines los sofás y las camas. Colores fuertes, un par de plantas en tiestos, velas gruesas. Esperanza salió aprisa de la cocina, se paró en seco, de nuevo sobresaltada. Luego le dio la bombilla. Él volvió a la escalera y la enroscó. La bombilla lució con intensidad. —No es cosa de la bombilla —insistió Esperanza—. La otra la he puesto esta mañana. —Vale. Bobo se sentó a los pies de Ry der, con los ojos fijos en la puerta del Ático. Meneó la cola. —No me vengas con vales. Te digo que… ¡Mira! —exclamó triunfante cuando la bombilla se apagó—. Lo ha vuelto a hacer. Tiene que haber un cortocircuito o algún fallo en la instalación. —No. —¿Cómo que no? Lo acabas de ver con tus propios ojos. —Mientras hablaba, la puerta del Ático se abrió despacio. Ella apenas se volvió. Entonces cay ó en la cuenta. Olía la madreselva, claro, pero y a estaba acostumbrada. —¿Por qué iba a jugar ella con las luces?

www.libroonline.org —¿Y y o qué sé? —Metiéndose los pulgares en los bolsillos delanteros, Ry der alzó los hombros—. Igual se aburre. Ya lleva tiempo muerta. O está cabreada contigo. —No tiene motivos. —Iba a cerrar la puerta del Ático, pero la abrió del todo —. Se oy e un grifo abierto. Cruzó deprisa el vestíbulo en dirección al ornamentado baño. El agua corría en el doble lavabo, en la generosa bañera de hidromasaje, de la ducha, de los chorros. —¡Por el amor de Dios! —¿Sucede esto a menudo? —Es la primera vez. Venga y a, Lizzy —masculló ella, cerrando los grifos—. Espero huéspedes. Ry der abrió la puerta de cristal, cerró el grifo de la ducha y los chorros. —Estoy investigando. —Nerviosa, cerró el grifo de la bañera—. Sé que Owen también, pero no es fácil encontrar a un tal Billy que vivió, suponemos, en el siglo XIX. —Si tu fantasma te monta el numerito, no puedo hacer nada. —Ry der se secó la mano mojada en los vaqueros. —No es mi fantasma. El edificio es vuestro. —Es tu antepasada —dijo encogiéndose de hombros como solía hacer y dirigiéndose hacia la puerta que daba a la sala de estar. Agarró el pomo para abrir y se volvió hacia ella—. ¿Qué tal si le dices a tu tataraloquesea que pare y a? —¿Que pare el qué? Ry der giró el pomo de nuevo. —Eso es porque… —Lo apartó de un empujón e intentó abrir ella misma—. Esto es ridículo. —Completamente desesperada, siguió manipulando el pomo. Luego alzó las manos indignada y, señalando la puerta con la mano, añadió—: Haz algo. —¿Como qué? —Desmonta el pomo, o la puerta entera. —¿Con qué? Esperanza bajó la mirada, ceñuda. —¿No llevas encima las herramientas? ¿Por qué no las llevas encima? Siempre las llevas encima. —He venido a cambiar una bombilla. El mal humor se le tiñó de pánico. —No has venido a cambiar una bombilla. Te he dicho que no era la bombilla. ¿Qué haces? —Me voy a sentar un momento. —¡No! Al oírla levantar la voz, Bobo se paseó hasta un rincón y se acurrucó en él.

www.libroonline.org Lejos de la línea de fuego. —No te atrevas a sentarte en esa silla. No vas limpio. —¡Por Dios! —Pero no se sentó sino que sorteó la silla y abrió la ventana. Y consideró la logística del tejado. —¡No salgas ahí! ¿Qué hago y o si te caes? —Llamar a Urgencias. —No, en serio, Ry der. Llama a uno de tus hermanos, o a los bomberos, o… —No pienso llamar a los bomberos porque la puñetera puerta no se abra. Ella levantó las manos y respiró hondo. Luego se sentó. —Voy a calmarme. —Buen comienzo. —No hace falta que te pongas chulo. —Se toqueteó el pelo, y sí, aquel largo intermedio desde luego era irritante—. No he sido y o quien ha atascado la puerta. —¿Chulo? —Podría haber sido una sonrisa de satisfacción, o una burlona, pero le salió la perfecta combinación de ambas—. ¿Me pongo chulo? —Tú le das una nueva dimensión a « chulo» . No tengo por qué caerte bien, e intento cruzarme contigo lo menos posible, pero dirijo este hotel, y lo hago de miedo. Es lógico que nos encontremos alguna vez. Podías al menos fingirte educado. Ry der se recostó entonces en la puerta. —Yo no finjo. ¿Y quién dice que no me caes bien? —Tú. Cada vez que te pones chulo. —Igual es porque tú eres una cursi. —¡Cursi! —Verdaderamente ofendida, lo miró con los ojos desorbitados—. Yo no soy cursi. —Tú haces de ello una ciencia. Pero es que eres así. —Se acercó a la ventana y volvió a asomarse. —Has sido grosero conmigo desde que te conocí. En esta misma habitación, antes de que fuera habitación. Esperanza recordaba muy bien aquel momento, el mareo, la intensa emoción que inundó su cuerpo, aquella especie de aura luminosa que parecía rodearlo. No quería pensar en ello. Irritada, dio media vuelta. —Igual es porque me miraste como si fuera a darte un puñetazo en la cara. —No es cierto. Tuve un… nosequé momentáneo. —Será porque vas por ahí con esos taconazos. —Vay a, ¿ahora vas a criticar mis zapatos? —Solo es un comentario. Profirió un sonido gutural que a él le pareció casi felino y, dando un salto, aporreó la puerta. —¡Abre esta condenada puerta!

www.libroonline.org —Ella la abrirá cuando le parezca. Así te vas a hacer daño. —No me digas lo que tengo que hacer. —Ignoraba por qué motivo la reacción serena de Ry der aumentaba su irritación, y eso hacía que su enfado se tiñera aún más de pánico—. Ni siquiera me llamas por mi nombre. Como si no lo supieras. —Sé cómo te llamas. Deja de aporrear la puerta, Esperanza. ¿Ves? Sí que sé cómo te llamas. Para y a. Ry der alargó el brazo y envolvió su puño con la mano. Y Esperanza volvió a sentirla, esa emoción intensa, ese extraño mareo. Con cautela, se apoy ó en la puerta y giró la cabeza para mirarlo. Cerca otra vez, como en Nochevieja. Lo bastante para ver esas motas doradas que salpicaban sus ojos verdes. Lo bastante para verlos relumbrar, y escudriñarla. Esperanza no pretendía inclinarse, pero su cuerpo la traicionó. Para frenarlo, apoy ó una mano en el pecho de Ry der. ¿No tenía el corazón un poquito alborotado? Eso le pareció. Quizá lo imaginó, para no sentirse sola. —Tuvo a Owen y a Avery atrapados en E y D —recordó ella—. Quería que… —Se besaran. Que se descubrieran—. Es una romántica. Ry der retrocedió, y la magia se rompió como un cristal. —Pues ahora nos está fastidiando. La ventana que él había abierto se cerró sola, despacio. —Yo diría que lo está dejando bien claro. —Más tranquila, más serena al ver que él y a no lo estaba tanto, Esperanza se apartó el pelo de la cara—. Venga y a, Ry der, bésame. No te vas a morir, y así nos dejará salir de aquí. —A lo mejor no me gusta que una mujer, viva o muerta, me manipule. —Besarte no me va a alegrar el día, créeme, pero mis huéspedes deben de estar a punto de llegar. O, si lo prefieres —sacó el móvil—, llamo a Owen. —No vas a llamar a Owen. Ya lo tenía. Que uno de sus hermanos viniera a sacarlos sería humillante. Besarla, calculó ella, era el menor de los males. Divertida, le sonrió. —Cierra los ojos y piensa en algo bonito. —Qué graciosa. —Se acercó, le puso una mano a cada lado de la cabeza—. Lo hago solo porque y a he perdido bastante tiempo y me apetece una cerveza fría. —Perfecto. Se inclinó, titubeó un instante, a un milímetro de sus labios. No pienses, se dijo ella. No reacciones. No es nada. No es nada. Fue luz y calor, y, ay, esa sensación, que la recorrió de los pies a la cabeza. Ry der no la tocó, salvo con los labios, anclados a los suy os, y ella tuvo que apretar los puños al cuerpo para no alargar los brazos. Para no abrazarse a él,

www.libroonline.org atraerlo hacia sí. Se dejó llevar, no pudo resistirlo, al tiempo que el beso se intensificaba. Él no pretendía más que rozarle los labios. Como habría hecho con una amiga, una tía, una mujer regordeta de mediana edad con un par de nietos. Pero se sumergió en ello, demasiado. Su sabor, su aroma, el tacto de sus labios bajo la presión de los suy os. Ni tierna ni seca, sino algo misteriosamente intermedio. Algo muy Esperanza. Lo estremeció más de lo que esperaba. Más de lo que quería. Apartarse de ella le costó una barbaridad. Volvió a mirarla un segundo, dos. Luego ella suspiró, abrió los puños e intentó girar el pomo. —¿Ves? —La puerta se abrió—. Ha funcionado. —Sal antes de que nos vuelva a encerrar. En cuanto salieron al pasillo, Ry der se acercó a la bombilla que y a funcionaba perfectamente, cogió el globo del suelo y volvió a montarlo. —Listo. —Se quedó donde estaba; le dedicó otra mirada larga. Ella iba a decir algo, pero sonó el timbre de la puerta principal. —Ya llegan mis huéspedes. Tengo que… —Saldré por detrás. Esperanza asintió con la cabeza y bajó corriendo las escaleras. Ry der oy ó el agudo taconeo de sus zapatos en la madera, inspiró hondo. —No vuelvas a jugármela así —dijo. Seguido fielmente por su perro, se alejó, del aroma a madreselva y de Esperanza.

www.libroonline.org 3 Escaparse del trabajo era complicado, pero cualquier mujer necesitaba poder contarle sus cosas a sus amigas y oír su opinión. Esperanza se hizo un hueco como pudo después de preparar los desay unos de los huéspedes y antes de que abriera Vesta. Cruzó corriendo Main Street cuando dieron las diez y fue directa a la pizzería. Clare y Avery y a estaban sentadas a una mesa, estudiando el vestido de novia de Avery en el iPad, otra vez. —He traído magdalenas. —Dejó la cesta en la mesa y retiró la servilleta roja —. De arándanos, recién salidas del horno. Gracias por reuniros conmigo. —Parecía muy urgente. —Avery olisqueó las magdalenas, emitió un suave « mmm» y cogió una. —No es urgente. Solo algo que quería contaros. Sé que estáis ocupadas. —Nunca demasiado ocupadas. Siéntate —le dijo Clare—. Se te ve agotada, y eso no es normal en ti. —No, no es normal. Exacto. Es que… —Negando con la cabeza, se sentó—. Tenía problemas con un par de luces —empezó, luego les contó toda la historia. —Como lo que nos hizo a Owen y a mí. En cierto modo, resulta tierno. —De tierno nada. Resulta exasperante. Además, él llegó a abrir la ventana, consideró la posibilidad de salir por ella. —Pues claro. Esperanza miró a Clare horrorizada. —¿Pues claro? —No digo que claro que esa fuera la solución, sino que claro que lo pensó. Cosas de hombres. —Risueña pero comprensiva, Clare le acarició el brazo a Esperanza—. Tengo tres hijos varones, sé de esas cosas. —Eso es cierto —confirmó Avery. —Era absurdo, porque los dos llevábamos el móvil encima. Yo propuse llamar a Owen o a Beckett, o a los bomberos. —Que es lo lógico, y cosa de mujeres. Y seguramente el último recurso, si hubiera riesgo de inanición para un tío. —El caso es que era absurdo —repitió Esperanza—. Estaba y a de los nervios y le dije lo que pensaba. —Huy, esto se pone muy interesante. —Avery se frotó las manos. —Es un grosero y un antipático, nunca me llama por mi nombre. Me trata como si y o no hiciera más que darle la lata, y no es así. —Desde luego que no —la tranquilizó Clare. —Hago mi trabajo y no me interpongo en su camino. ¿Y cómo me lo paga? Con sonrisitas burlonas e insultos, eso cuando se molesta en reparar que existo. —A lo mejor le gustas —sugirió Avery —. Por eso te fastidia o te ignora.

www.libroonline.org —Ah. —Esperanza se recostó en el respaldo de la silla y asintió con la cabeza —. Podría ser. ¡Si tuviéramos ocho añitos! Le dije que es un chulo, que es lo que pienso. Y él me contestó que y o soy una cursi. No soy cursi. —Ni mucho menos. Pero… Esperanza miró a Clare con los ojos fruncidos. —¿Pero? —Creo que la gente tiene la idea equivocada de que las mujeres guapas lo son. Cursis, digo. —Eso sí que es una sandez y un prejuicio. Pero gracias. ¡Ah, y se ha quejado de mis zapatos! —Territorio peligroso —masculló Avery. —Parece que os hacía falta aclarar las cosas —sugirió Clare. —Pues no aclaramos nada, salvo que ahora sabemos lo que piensa el otro. —¿Cómo conseguisteis salir? —le preguntó Avery. —Esa es otra —dijo Esperanza, señalándola—. Pensé en lo que me has dicho. En que a Owen y a ti también os lo había hecho. Y le dije que me tenía que besar; entonces se puso chulo con eso. De verdad, tampoco era para tanto, ¿no os parece? No es la primera vez que lo hace, y no se ha muerto, así que… —Un momento, un momento… rebobina —dijo Avery, describiendo círculos en el aire con los dedos—. ¿Ry der y a te ha besado antes? —No fue nada. —Eso lo decidiremos nosotras. ¿Cuándo ocurrió? —Fue… no fue nada. En Nochevieja. Nos encontramos en la cocina de Owen justo cuando empezaba la cuenta atrás. Fue algo embarazoso, y supongo que los dos pensamos que lo sería aún más si no lo hacíamos. Y lo hicimos. No fue nada. —No paras de decir que no fue nada —observó Clare—. Y así parece algo. Sobre todo teniendo en cuenta que no nos lo habías contado. —Porque no fue na… —Esperanza se interrumpió—. No tuvo importancia. Ya se me había olvidado. Lo que quiero decir es que no fue más que un recurso. Como en Nochevieja. Nos enfrentábamos a una fantasma romántica, algo que parece una tremenda estupidez, pero es lo que hay. Así que lo hicimos, y se abrió la puerta. Luego sonó el timbre, llegaban mis nuevos huéspedes. Bajé y me fui. —Repito: rebobina. ¿Has vuelto a besar a Ry der? —Lo habría asesinado si no hubiéramos conseguido salir de esa habitación. Besarlo me pareció menos sangriento. —¿Y cómo fue? Esperanza se levantó y dio vueltas de un lado a otro. —Se le da bien. Y y o estoy en zona de sequía. En un desierto. Estoy a gusto en el desierto, pero no deja de ser un desierto. —¿Sentiste algo hacia él? —la instó Clare.

www.libroonline.org —Sentí algo —reconoció Esperanza—. Se le da bien, y y o estoy en secano. Ahora y a lo he besado, dos veces. Apenas podemos tener una conversación civilizada (borrad eso), ni siquiera podemos conversar sin más, pero lo he besado dos veces. Tengo un problemón, ¿no creéis? —Voy a dejar que Clare se encargue de esto —decidió Avery —, pero antes quiero decirte que lo único que y o veo son dos adultos sanos, sin ataduras, más atractivos de lo que deberían ser, que establecen un contacto físico agradable. —Pero que ni siquiera se gustan. Por no mencionar que es uno de mis jefes. —Os gustaríais si os dierais una oportunidad. Y no es tu jefe. Esa es Justine. Además, creo que os volvéis irritables cuando estáis juntos porque os sentís atraídos. Clare le dio un golpe en el brazo a Avery. —¿No me lo ibas a dejar a mí? —Ah, sí. Todo tuy o. —Gracias. —Clare miró a Esperanza—. Opino lo mismo. Más o menos. Esperanza volvió a sentarse. —Sé que mi jefa es Justine, pero ¿no os parece que él se cree mi jefe también? —No, y opino que se enfadaría si tú lo hicieras. Avery frunció el ceño y simuló un tono de voz bronco. —« Ya tengo bastante de qué ocuparme sin ser tu jefe, por Dios. Eso es cosa de mi madre» . Esperanza rio; notó que se disolvía la tensión de su nuca. —Lo imitas bien, por lo menos en contenido. Entonces ¿qué me preocupa? Lo ocurrido no ha provocado el problema. Era solo un modo de resolverlo. —Centrémonos en eso un segundo. —Avery se escurrió en la silla—. Mientras resolvíais el problema, ¿hubo contacto lingual? —¡Avery ! —Riendo, Clare meneó la cabeza, luego lo reconsideró—: Pero… ¿lo hubo? Con una sonrisa pícara, Esperanza se metió el pelo por detrás de la oreja. —Las dos me conocéis lo bastante como para saber que, si voy a hacer algo, lo hago bien. —Admiro eso de ti —le dijo Avery —. ¿Dónde puso él las manos? —En la puerta; no me tocó. Yo estaba apoy ada en ella, así que… —Mmm. ¿No te encanta contra la puerta? —le preguntó Avery a Clare. —Uno de mis favoritos. Lástima lo de las manos. Apuesto a que las suy as son de las buenas. Creo que viene de familia. Esperanza suspiró. —A pesar de vuestra obsesión por las lenguas y las manos, me siento mejor. Gracias. —A tu disposición. —Sonriendo, Avery le apretó la mano a Esperanza—.

www.libroonline.org Cuando digo « a tu disposición» , va en serio. Lo vas a tener trabajando a ambos lados del hotel no sé por cuánto tiempo. Las probabilidades de que se repita el problemón son infinitas. A Esperanza se le volvió a tensar la nuca. —Yo no quiero más problemones. —Eso no significa que no vay as a toparte con uno. —O abrirle la puerta a alguno —añadió Clare. —Vosotras pensáis así porque ahora mismo vuestra vida se centra en bodas y futuros bebés. Yo estoy volcada en mi tray ectoria profesional. —Nosotras también somos profesionales —señaló Avery. —Excelentes, además. Y deberíamos volver al trabajo. Cuando empezaba a levantarse, se abrió la puerta. Entró Justine Montgomery. Su preciosa melena castaña se escapaba de una coleta mal hecha. Se quitó las gafas de sol de vistosa montura verde y sonrió. —Hola, chicas. No había nada de lo que sentirse culpable, se dijo Esperanza. En absoluto. —¿Asamblea? —Nos estábamos poniendo al día —terció Clare. Justine se acercó y le apoy ó una mano en el hombro a Clare. —¿Cómo vamos? En respuesta, Clare se frotó el vientre. —Vamos bien. —Iba a bajar a verte para preguntarte si puedo robarle a los niños a la canguro esta tarde. Me muero por hacer una merienda al aire libre. —Les encantará. —Hecho, entonces. En cuanto a ti —señaló a Avery —, me gustaría repasar una vez más el nuevo local y buscar un ratito para hablar de la boda. —Estoy en ello. He comprado las luces en la página web que me sugeriste. Son perfectas. Puedo pasarme por la obra en cuanto llegue Dave. —Por mí, genial. En realidad, Esperanza, venía a verte a ti. He encontrado unos muebles para el porche de arriba que me parece que quedarían estupendamente. —Justine abrió su enorme bolso, de vistoso color verde, como la montura de sus gafas, hurgó en él y sacó un folio—. ¿Cómo los ves? —Perfectos. Informales, parecen cómodos, y los tonos y las texturas, ideales. —Eso me ha parecido también a mí. Pídelos. Quiero que nos reunamos en algún momento para ver cómo gestionamos los pases de huéspedes para el gimnasio y qué podríamos incluir en un pack para los clientes del hotel. Aún falta mucho tiempo, pero… —Nunca es demasiado tarde para planificar —terminó la frase Esperanza. —Exacto. El personal será un factor clave, y debo encontrar un buen gerente. He hecho algunos sondeos.

www.libroonline.org —A propósito de gerentes, estaba pensando que podríamos empezar a celebrar una reunión de gerentes, quizá cada cuatro o seis semanas. Para coordinar eventos, ideas, planes de marketing. Justine le dedicó una amplia sonrisa. —Me gusta. —Enviaré un correo a todo el mundo para decidir el momento más oportuno. Si se hace a primera hora de la tarde, se puede usar el Comedor. Y y o debería volver. —No quiero estropearos la fiesta. —Ya nos hemos puesto al día. —Entonces me voy contigo, antes de ir a incordiar a mis hijos. Luego os veo. ¿A ti qué te parece un pizarra clarito en lugar del verde del centro de fitness? —le preguntó a Esperanza mientras se dirigían a la puerta. —Me parece fenomenal. Avery esperó a que se cerrara la puerta. —Aquí hay algo. Contenta, Clare se cruzó las manos sobre el vientre. —Huy, sí, desde luego que hay algo. —¿Y qué nos parece? —Ninguno de los dos es el tipo del otro. Ni de lejos. —Ya lo creo que no —coincidió Avery. —A lo mejor por eso me da tan buena espina. —¡Y a mí! —Avery se levantó de pronto, cogió una CocaCola y un ginger ale de la nevera—. Posiblemente en parte se deba a que nosotras estamos enamoradas de los otros dos hermanos. Queda uno de ellos y una de nosotras. —Es la clase de simetría que le gusta a Esperanza. Si no estuviera tan furiosa y recelosa. Pero no es la razón principal. Los queremos, y queremos que sean felices. Que tengan a alguien que los haga felices. —Ry der sale con muchas chicas, pero… —Nunca se implica —terminó Clare—. Y ella no sale con nadie. No ha vuelto a salir con nadie desde… —Jonathan —dijo Avery asqueada. —Le hizo más daño del que quiere reconocer, ni siquiera a ella misma. Y por eso se ha mentalizado de que no quiere ni necesita salir con nadie ni tener una relación. —Tú estabas igual —señaló Avery. —Lo mío era distinto, y y o sí salía un poco. —Muy poco. —Muy poco. Pero tenía tres hijos en los que pensar, y un negocio que llevar. Y además, lo que es más importante, no hubo nadie especial hasta Beckett. Clare bebió despacio.

www.libroonline.org —Y hay otra cosa, por descabellado que pueda parecer. —No me asusta lo descabellado. —Lizzy. De algún modo, fue quien nos dio a Beckett y a mí, y a Owen y a ti, el empujoncito… Nos sirvió de trampolín, por así decirlo. Y míranos. Tendiéndole a Clare la mano abierta, Avery dijo: —Casada, embarazada de gemelos. Clare imitó el gesto. —Planes de boda. ¿Tú crees que ella sabe algo, ve algo o percibe algo que nosotras no captamos? ¿Algún sentimiento visible o latente? —Puede. Y eso no es más descabellado que tenerla viviendo en el hotel mientras espera a ese tal Billy. —Supongo que no. Ojalá pudiéramos averiguar quién era, qué era para ella. —Cuento con Esperanza y con Owen. Aunque lleve su tiempo, terminarán averiguándolo. —Avery sonrió a Clare a la vez que daba un sorbo a su refresco —. Bueno, y de todo esto, ¿qué les contamos a Owen y a Beckett? —Pues todo. —Muy bien. Se pitorrearán de Ry der, y eso lo cabreará. Estando cabreado, será más fácil que lo ocurrido se repita. Y, oy e, después de lo del capullo de Jonathan, a Esperanza no le viene mal alguien un poco más auténtico. —Ry der es auténtico. —A Clare se le escapó una sonrisa—. Le dijo que era un chulo. —Sí. —Avery se echó hacia atrás, muerta de risa—. Y él va y le contesta que ella es una cursi. Un chulo y una cursi. Sé que está fatal decirlo, pero me encanta. —Está fatal, estoy de acuerdo contigo. —Alzó la lata y brindó con Avery —. Por la promesa de un verano interesante.

Consiguió evitarlo casi toda una semana. Lo vio; no porque lo anduviera buscando, pero era difícil no ver a Ry der Montgomery y endo de una obra a otra en un pueblo de las dimensiones de Boonsboro. De MacT a la panadería, y después al gimnasio. Lo había visto charlando con Dick, el barbero, a la puerta del salón de Sherry, o pararse a hablar con los Crawford. Aquí, allá, en todas partes, se dijo con algo de resentimiento. Para no toparse con él, casi había tenido que enclaustrarse. Qué ridículo. No es que no hubiera estado atareada. En su primer verano de vida, el hotel estaba resultando muy popular. Había atendido a dos autores de fuera a los que Clare había invitado para que firmaran libros. Luego había sido aquella pareja tan agradable que había viajado a la zona para celebrar los cincuenta años de su

www.libroonline.org promoción del instituto, y la pareja joven que se había prometido en Titania y Oberón y que y a estaba pensando en pasar su noche de bodas en la misma habitación. Por el momento, había tenido huéspedes cariñosos, peculiares, exigentes y encantadores. Probablemente todas las opciones intermedias, musitó mientras sacaba la manguera para regar las flores y los arbustos. Ahora tenía seis habitaciones ocupadas: dos hermanas, su madre y tres hijas de las primeras. La noche anterior lo habían pasado de maravilla, y le habían alborotado el hotel. Ojalá durmieran hasta tarde, antes de ir a hacerse sus tratamientos faciales y masajes. Decididamente organizaría una noche de chicas. Clare y Avery, Justine y Carolee, la madre de Clare, la hija de Carolee. Incluso les pediría a su madre y a su hermana que vinieran de Filadelfia. Algo de buena comida, algo de vino, mucha charla de boda y de bebés. Justo lo que necesitaba. Empapó la tierra, satisfecha de comprobar que los rosales y a habían florecido y cuánto había reverdecido la glicinia. Sus flores habían perfumado el aire de may o, y las imaginaba brotando de nuevo para la boda de Avery, la próxima primavera. Canturreó en voz baja, relajada por aquella tarea doméstica, ignorando el ruido de las sierras del edificio del otro lado del aparcamiento. Repasó mentalmente su lista de quehaceres matinales, hasta la tarde y la noche, y concluy ó sus planes del día con un rato dedicado a investigar sobre Billy. Perfecto. Un ruido a su espalda le hizo dar un respingo y volverse. —¡Hola! —acertó a decir Ry der antes de que ella, en un acto reflejo, levantase la manguera que apuntaba a su entrepierna. Le dio en plena cara. —¡Ay, Dios! —dijo ella, apuntando a un lado; nerviosa, controló el chorro. Despacio, muy despacio, él se quitó las gafas de sol. Se quedó allí plantado, con el pelo y la ropa empapados, los ojos brillantes de ira. Bobo chapoteó encantado en el charco de agua. —¿Qué coño haces? —¡Baja la voz! —le dijo ella instintivamente, alzando la vista hacia el porche —. Tengo huéspedes. Mujeres, muchas. —¿Y te propones tumbar a manguerazos a cualquier hombre que se te ponga por delante? —No pretendía… Lo siento. Lo siento mucho. Me has asustado y no… —¿Te divierte? —le preguntó al ver que no podía contener la risa. —No. Sí. Sí, claro que me hace gracia, pero no quiere decir que no lo sienta. Lo siento, de verdad —dijo, y escondió la manguera a su espalda al verlo acercarse—. No deberías acercarte con tanto sigilo a una mujer armada con una

www.libroonline.org manguera. —No me he acercado con sigilo a nadie. Iba andando. —Se apartó de la cara el pelo chorreante—. Déjame echarle un vistazo a esa manguera. —Ni hablar. Ha sido un accidente. Si te la doy, me mojarás a propósito. Espera aquí y te traigo una toalla. —No quiero ninguna toalla. Lo que quiero es un puñetero café. Por eso iba, andando como una persona normal, de la obra, que está allí, a la cocina, que está ahí. —Voy a por un café, y una toalla. —Se situó a una distancia prudencial de él, cerró la llave de paso y entró corriendo dentro. De camino a la lavandería, sonrió, rio satisfecha y terminó riendo a carcajadas; luego cogió una toalla de la estantería, fue deprisa a la cocina y sirvió un café para llevar, añadió los dos azucarillos que sabía que él solía echarle, y le colocó la tapa. Puso una magdalena de trocitos de chocolate en una servilleta para endulzarlo y cogió una galleta para perros de sus reservas. Deprisa, cruzó de nuevo el Vestíbulo, pero se detuvo a asomarse, a asegurarse de que no estaba armado. Tenía un hermano, sabía cómo iban esas cosas. Serena, con el gesto contrito, salió. Y trató de no reparar en que el pobre estaba completamente empapado. —Lo siento. —Sí, eso y a me lo has dicho. —Sin dejar de mirarla, él cogió la toalla y se frotó el cabello oscuro, mojado y alborotado. Viendo que iba a echarse a reír otra vez, Esperanza dio a su voz un tono aún más contrito. —Te he traído una magdalena. Ry der miró la pasta, con la toalla colgada del hombro. —¿De cuáles? —De trocitos de chocolate. —Vale. —La cogió, y también el café mientras ella le daba la galleta al perro —. ¿Qué haces regando eso, y a mí, a las siete y media de la mañana? —Lleva unos días sin llover y tengo huéspedes, por lo que en breve tendré que empezar a preparar el desay uno. Son familia y se acostaron tarde, así que supongo que no madrugarán. Como tenía tiempo… —Se interrumpió, preguntándose por qué se lo estaba explicando todo—. ¿Qué haces tú viniendo a por café a las siete y media de la mañana? —Había olvidado que hoy Owen viene más tarde. Es él quien trae el café. Suponía que estaría Carolee en la cocina. Necesito su llave para entrar en su casa y poder echarle un vistazo a su fregadero. No traga bien. No podía decir que no fuera buen sobrino, o hijo, o hermano. —Vendrá a las ocho. Espera si quieres. Puedo… meter tu ropa en la

www.libroonline.org secadora. —¿Y a esas huéspedes tuy as no les importaría ver a un hombre desnudo rondando por aquí? ¿A ese grupo?, se dijo ella. Probablemente no. —Agradecerían el plus, pero no hay nadie en M y P. Puedes esperarme allí. Desnudo, pensó Esperanza. Huraño, desnudo, fornido. Ay, qué sequía, por Dios. —No tengo tiempo para andar esperando. Tengo trabajo. —Le dio un bocado enorme a la magdalena—. No está mal. Bobo agitó la cola. Cazó al vuelo el trozo que le dio Ry der y lo engulló sin mover más que la cabeza. —Muchas gracias. Ry der la observó mientras daba el siguiente mordisco. —¿Has vuelto a tener problemas con las luces? —No. Pero hace un par de noches tuve una pareja. Él se le declaró en T y O. Me dieron las gracias por sembrarles la cama de pétalos de rosa. No fui y o. Miró hacia el hotel. —Fue un detalle muy bonito. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí. —Supongo que eso significa que tienes una ay udante. —Eso parece. ¿Habrá algún problema si me paso luego por el local nuevo de Avery a ver cómo está quedando? Con los ojos clavados en su rostro, la miró larga y fijamente, luego se los tapó con las gafas de sol. —¿Por qué iba a haber algún problema? —Estupendo. —Por resentimiento, imaginó, se privó de ese pequeño placer. Algo de lo que no pudo culpar a nadie más—. Si has terminado con la toalla… —Sí. —Se la pasó—. Gracias por el café. Y por la ducha. Insegura, le echó agallas y se tragó la risa. —De nada. Ry der salió. Bobo le dedicó a Esperanza su sonrisa de perro feliz, luego se fue trotando detrás de su dueño. —¿Quién era ese? La voz que venía de arriba la asustó. Menos mal que y a no llevaba en la mano la manguera. Alzó la mirada y vio a una mujer en bata recostada sobre la barandilla del porche de la segunda planta. Repasó sus archivos mentales. Courtney, la hermana mediana. —Buenos días. Ese es uno de los dueños. —Ñam. —Sonrió a Esperanza con picardía—. Mi ex es alto, moreno y guapo. Supongo que siento cierta debilidad por los de ese tipo. Esperanza le devolvió la sonrisa. —¿Y quién no?

www.libroonline.org —En eso le doy la razón. ¿Podría bajar a desay unar en bata? Creo que hacía por lo menos seis meses que no me sentía tan relajada y no quiero que esto acabe. —Por supuesto. Hay café recién hecho en la cocina. Enseguida serviré el desay uno. Courtney suspiró encantada. —Adoro este lugar. Yo también, se dijo Esperanza mientras se disponía a guardar la manguera. Y me siento bastante más calmada, observó. Había tenido una conversación de verdad con Ry der sin que se picaran el uno al otro. No tenía más que calarlo hasta los huesos primero. Riendo, volvió a entrar en el hotel para atender a su huésped.

www.libroonline.org 4 Ry der cogió una camisa seca y razonablemente limpia de su camioneta, y desenterró sus vaqueros de emergencia. Pensó que estaba más que justificado si antes te habían atacado con una manguera de jardín. Se los llevó a MacT. —Mujeres —fue lo único que dijo, y Bobo le lanzó una especie de mirada de solidaridad masculina. Al entrar, los recibió la música de trabajo (country en la radio, porque él no había estado allí para cambiarlo a una emisora de rock), el estrépito de los taladros, el silbido y el golpe seco de las clavadoras. Cruzó el comedor, pasó delante de los fontaneros que trabajaban en los baños y entró en la cocina. Beckett estaba de pie junto a una encimera, consultando los planos. —Hola. He pensado que, como al final aquí solo va a haber una puerta, tendríamos… —Beckett alzó la mirada y arqueó las cejas mientras Ry der tiraba su ropa junto a la enorme parrilla—. ¿Te ha sorprendido una tormenta? Ry der soltó un gruñido y se agachó a desatarse las botas. —Una gerente con una manguera de jardín. Beckett soltó una sonora carcajada mientras Ry der se peleaba, maldiciendo, con los cordones empapados de las botas. —Qué fuerte. Te ha dejado completamente mojado. —Cierra el pico, Beck. —¿Qué has hecho, intentar pillar otra vez? —No. Para empezar, y o nunca he intentado pillar. —Enderezándose, se quitó la camisa, la tiró al suelo y la prenda sonó como una bolsa de agua. Ry der lanzó a su hermano una mirada asesina mientras se quitaba enfurecido el cinturón. —Ya te dije que no pillé nada y que fue idea suy a, así que cállate. —Te ha empapado, tío. ¿Qué has hecho, seguirla por todo el Patio? Lo había empapado, desde luego, hasta la ropa interior. Dado que no llevaba repuesto en la camioneta, tendría que ir sin ella. Se desnudó por completo mientras Beckett le sonreía. —Si no fuera porque tu mujer está embarazada, te daría una buena tunda. —Me parece, hermanito, que eres tú quien lleva todas las papeletas. —No necesito papeletas para dártela a ti. —Con cuidado, Ry der puso a salvo sus partes nobles y se subió la cremallera—. Va por ahí regando las puñeteras flores sin mirar a dónde apunta. Además, está de los nervios. —Igual es porque tú la asustas. Con los ojos clavados en Beckett, Ry der se puso el cinturón, pasándolo despacio por cada presilla. —¿Has terminado y a?

www.libroonline.org —Se me podría ocurrir algo más. Cuidado con las humedades, cosas así. Ry der le enseñó los dos dedos de en medio y se puso la camisa. —Quizá la próxima vez te afeite además de ducharte. Vale, y a basta por hoy. —He mandado a Chad a los apartamentos de encima de la panadería para que termine de instalar los juegos de cerradura y pomo y las llaves de la luz. Owen quiere que estén bonitos cuando vay a a enseñarlos hoy. El fregadero de Carolee no va bien y me ha pedido que vay a a echarle un vistazo. Iba de la panadería al hotel a por la llave y un puñetero café cuando se vuelve y me apunta de lleno. Primero a la entrepierna, claro, luego a la cara. —¿Lo ha hecho aposta? Porque, si esperamos a Owen, entre los tres podemos con ella. —Qué gracioso. —Ry der le dio una patada a su ropa mojada—. Le he sacado el café y una magdalena. —¿De cuáles? —De las mías. Voy a subir a los pintores al elevador de personal. Por lo visto, no va a llover en los próximos días y pueden empezar con la siguiente capa exterior. —Bien. Ya hemos tenido chaparrón esta mañana. ¿Qué quieres que le haga? —dijo Beckett levantando las manos con gesto risueño—. Me las pones a huevo. —La próxima vez que llamen del hotel, mandaré a Deke. Que la bese él. Beckett pensó en el obrero: trabajador, de carácter alegre. Y con una cara que solo una madre miope podría adorar. —Qué duro eres, tío. —Si a tu fantasma le gustan los jueguecitos, que juegue con otro. —No es mi fantasma. Y dudo que Lizzy quiera liar a Esperanza con Deke. —A mí no me lía nadie y, si quisiera liarme con doña Perfecta, lo haría y o. —Si tú lo dices. Oy eron voces de niños y un estrépito de pasos. Ry der vio iluminarse el rostro de su hermano cuando los tres críos entraron en la enorme cocina. Murphy, el pequeño de seis años, se abrió paso entre sus hermanos y se lanzó sobre Beckett. Llevaba en la mano un muñeco del Capitán América decapitado. —Se le ha caído la cabeza. Me lo arreglas, ¿vale? Porque la necesita. —A ver… —Beckett se agachó—. ¿Qué ha pasado? —Quería ver cuánto podía volverse, porque los malos siempre se esconden detrás, y se le ha caído la cabeza. —Se la dio a Beckett—. Pero tú lo puedes arreglar. —Podemos enterrarlo. —Liam, el mediano, sonrió—. Tenemos los ataúdes que nos hicisteis. Podríais hacerle otro, solamente para la cabeza. —Desvió hacia Ry der aquella sonrisilla perversa—. Si se te cae la cabeza, estás muerto. —¿Nunca has visto un pollo descabezado? El resto del cuerpo sigue andando, como si estuviera buscándose la cabeza.

www.libroonline.org —¡Venga y a! —exclamó Harry, el may or, con voz de asqueado deleite al ver la expresión de espanto de Liam. —Como te lo cuento, joven Jedi. De hecho… Anda, mira, si es la Rubia. —Lo siento. Hoy teníamos revisiones… todo bien. Se han empeñado en pasar a ver esto antes de ir a la librería. —Puedo quedarme a trabajar. —Harry miró a Beckett con cara suplicante—. Puedo ay udar. —Si Harry se queda, y o también. —Liam le tiró de los vaqueros a Ry der—. Yo también. —Y y o —repitió Murphy, echándole los brazos a Beckett—. ¿Vale? —Teníamos un trato —les dijo Clare. —Solo estamos preguntando. —Harry, que conocía bien a sus objetivos, cambió la mirada suplicante por una de lógica inocente—. Nos pueden decir que no. —No nos vendrían mal unos esclavos —consideró Ry der, y recibió a cambio la sonrisa angelical de Harry. —Ry der, no quiero cargarte con… —Este está un poco escuchimizado. —Le levantó el brazo a Liam y le pellizcó el bíceps—. Pero tiene potencial. —Habrá que dividirse. —Beckett le dio a Murphy el superhéroe arreglado. —Sabía que tú lo podrías arreglar. —Después de abrazarlo con fuerza, Murphy sonrió a su madre—. Porfa, ¿podemos ser esclavos? —¿Quién soy y o para oponerme a cinco hombres guapos? Les he prometido que comeríamos en Vesta, pero… —Nos vemos allí. —Dejando a Murphy en el suelo, Beckett se acercó a ella. Le acarició la mejilla, luego sus labios con los de ella—. ¿Hacia mediodía? —Perfecto. Llama si necesitas refuerzos. Chicos… —una advertencia materna resonó en aquella única palabra—, haced todo lo que os digan. Como os portéis mal, me voy a enterar, aunque no me lo digan. Estoy a un paso de aquí — le dijo a Beckett. —¿Cómo se entera si no está? —preguntó Murphy en cuanto Clare se fue—. Porque se entera. —El misterioso poder de una madre —le contestó Beckett. —De todas formas, si das la lata, te vamos a colgar de la pared por los pies. Cabeza abajo —añadió Ry der—. ¿Te encargas tú del enano? —Sí. —Beckett le puso una mano en la cabeza a Murphy. —Acercaré al jamoncete a los apartamentos. Que ay ude con las cerraduras. —¿Y por qué y o soy el jamoncete? —quiso saber Liam. —Porque eres el de en medio, como en los sándwiches. —Cuando nazcan los bebés, y a no seré el de en medio. Lo será Murphy. —Mira qué calculado lo tiene —señaló Beckett la mar de orgulloso.

www.libroonline.org —¿Otro genio de las matemáticas? Se lo encargaremos a Owen cuando llegue. Yo me llevo a este —dijo, haciéndole una llave a Harry y poniéndolo de puntillas—. No es tan bajito como estos. Nos iremos al gimnasio. De paso, soltaré en la panadería al que todavía sigue siendo el mediano. —Genial. Gracias. —Cuando Ry der salió, seguido de dos de los niños, Beckett se volvió hacia Murphy —. Bueno, vamos a por nuestras herramientas. El pequeño esbozó una sonrisa de ángel. —Nuestras herramientas. Como los dos obreros que estaban trabajando en los apartamentos tenían hijos, Ry der dio por supuesto que no dejarían a Liam hacer ninguna estupidez. No obstante, se quedó unos minutos, y le asignó unas llaves de la luz y un destornillador pequeño. Liam tendría ocho años, pensó, y buenas manos. También era el más astuto de los tres (quizá fuera cosa de los medianos), y el de temperamento más vivo. —Si no la fastidias, te llevas un pavo la hora. Si la fastidias —dijo Ry der—, cero pelotero. —¿Cuánto es cero pelotero? —Nada. —No quiero cero pelotero —protestó Liam. —Ni tú ni nadie, así que no la fastidies. Si os da la tabarra —se dirigió Ry der a sus hombres—, se lo lleváis a Beck. Vamos, Harry Caray. —A mí me tienes que dar más que a Liam, porque soy may or. —Un pavo la hora —repitió él mientras bajaban las escaleras exteriores—. Para todos lo mismo. —Me podrías dar un plus. Tan divertido como fascinado, Ry der estudió a Harry mientras avanzaban. —¿Qué sabrás tú de pluses? —Mamá les da pluses a sus empleados en Navidad porque trabajan mucho. —Vale, recuérdamelo en Navidad. —¿Me vas a dejar usar una de esas pistolas de clavos? —Claro. Dentro de cinco años. —Abu dice que estáis haciendo un sitio al que la gente va a hacer ejercicio y a divertirse poniéndose sana. —Eso pretendemos. —A nosotros nos hacen comer brécol para que estemos sanos, pero tenemos la « noche de tíos» , y esa noche no. —Lo bueno de la noche de tíos es que no hay brécol en el menú. —¿Voy a medir cosas? En casa tengo una cinta métrica que me dio Beckett, pero no me la he traído. —Tenemos alguna de repuesto. Cuando entraron, Harry se quedó plantado, absorto.

www.libroonline.org Acabada la demolición, quedaban las paredes maestras, un tejado espantoso y un espacio grande como un granero. Zumbaban las sierras, aporreaban los martillos, golpeteaban las clavadoras mientras la cuadrilla trabajaba. —Qué grande —dijo Harry —. No me lo imaginaba tan grande, pero lo es. ¿Cómo es que no hay nada dentro? —Porque lo que había no era bueno —respondió Ry der con sencillez—. Construiremos algo que lo sea. —¿Lo construís vosotros? ¿Todo entero? ¿Y cómo sabéis? Consciente de que el crío lo decía literalmente, lo llevó hasta los planos. —Los ha hecho Beckett. Yo lo he visto. El tejado no se parece a eso. Vale, se dijo, el chaval no solo hacía un montón de preguntas, cosa lógica, también prestaba atención. Quizá estuvieran viendo nacer a la siguiente generación de constructores. —Se parecerá. Vamos a tirar el tejado antiguo. —¿Y si llueve? —Nos mojaremos. Harry lo miró sonriente. —¿Puedo y o construir algo? —Sí. Ven, vamos a buscarte un martillo.

Lo pasó en grande. El chico era inteligente y entusiasta, y tenía esa disponibilidad para hacer cualquier cosa que uno solo tiene cuando no la ha hecho nunca antes. Además, era gracioso, a menudo a propósito. Ry der y a se había ocupado de organizar a los niños y las herramientas unas cuantas veces cuando estaban terminando la casa de Beckett, por lo que sabía que Harry era bastante cuidadoso. Le gustaba aprender; le gustaba construir. Al enseñarle al chico algunas cosas elementales, Ry der recordó su infancia, cuando había aprendido el oficio de su padre. Montgomery Family Contractors no habría existido si Tom Montgomery no hubiera tenido las aptitudes, la energía y la paciencia necesarias para construir, y no se hubiera casado con una mujer llena de ideas y de entusiasmo. Ry der notaba que echaba más de menos a su padre al principio de un trabajo, como aquel, cuando el potencial se desplegaba como una alfombra infinita. Aquello le habría encantado, se dijo mientras indicaba a Harry cómo medir y marcar la posición del siguiente tope: el ruido resonando en el inmenso espacio vacío, el olor a sudor y a serrín. Y le habría encantado aquel niño, le habría encantado el potencial del crío. Nueve años, casi diez, recordó Ry der. Larguirucho y de codos puntiagudos y pies demasiado grandes para el resto de su ser. Ahora, dos más en camino. Sí, a su padre le habría puesto muchísimo las pilas

www.libroonline.org la tropa Brewster-Montgomery. El crío tenía cautivada a toda la cuadrilla. Iba y venía incansable. No duraría, pensó Ry der, pero la novedad del día compensaba aquel trabajo tan esclavo, y hacía que el chico se sintiera un hombre. Parte del equipo. Se apartó y bebió un trago de la botella de Gatorade. Harry lo imitó: se quedó, como Ry der, estudiando el trabajo. —Bueno, acabas de levantar tu primera pared. Ahí tienes. —Se sacó un lápiz de carpintero del cinturón—. Toma, ponle tu nombre. —¿En serio? —Desde luego. Quedará tapado con el aislamiento, las placas de cartón y eso y la pintura, pero tú sabrás que está ahí. Encantado, Harry cogió el lápiz y escribió su nombre cuidadosamente sobre el muro desnudo. Al oír gritos, se volvió y vio entrar a Liam. —¿Te han echado? —preguntó Ry der. —¡Qué va! He instalado un millón de llaves de la luz, y un pomo también. Chad me ha enseñado cómo. Luego ha venido Beckett a buscarme para que vay amos a comer pizza. Mientras hablaba, llegó Beckett con Murphy. —¡He levantado una pared! Mira. La hemos hecho Ry der y y o. Liam la miró ceñudo. —¿Cómo va a ser una pared si se puede atravesar? Mira. —Se lo demostró. —Es una pared de entramado —replicó Harry dándose importancia. Al instante, el rostro de Liam adoptó una expresión rebelde. —Yo también quiero levantar una pared de entramado. —La próxima vez. —Beckett lo cogió por el cuello—. Ándate con cuidado. Una norma básica de cualquier obra. —Yo he construido una plataforma. Te puedes subir en ella —dijo Murphy —. Ahora estamos en el descanso del almuerzo y vamos a comer pizza. Había perdido la noción del tiempo, notó Ry der. —Voy a asearlos —señaló Beckett. —Primero vamos a jugar a las maquinitas. ¡Llevo tres dólares! —Liam agitó los billetes. —Sí, sí. —Ry der sacó la cartera al ver la duda dibujada en el rostro de Harry —. Te lo has ganado. —Gracias. ¿Vas a comer con nosotros? —Enseguida voy. Tengo un par de cosas que terminar. —Owen está en el restaurante nuevo, viendo unas cosas con Avery. Ha dicho que a y veinte. —Por mí, bien. —Venga, tropa, vamos a asearnos.

www.libroonline.org Esperanza los vio por la ventana de la cocina, a Beckett y a sus hombrecitos. Qué tierno, pensó. Irían a Vesta a comer, supuso. Decidió que también ella debería comer algo muy pronto, antes de que regresaran sus clientes y no pudiera permitírselo. Ya había hecho su ronda por las habitaciones, recogiendo vasos y tazas, y restos diversos. Además, tenía que pedir más posavasos y toallas para el baño del Vestíbulo. Más tazas, se recordó, porque solían llevárselas. Pero en aquel instante el hotel estaba vacío y silencioso, porque las mujeres habían salido a cuidarse y Carolee había ido con Justine a mirar azulejos y suelos, y cualquier otra cosa que se les ocurriera, para el centro de fitness. El equipo de limpieza llegaría en una hora para cambiar las sábanas y limpiar las habitaciones. Entonces ella volvería a hacer su ronda. Así que acabaría de preparar aquella jarra de té helado y rellenaría el frigorífico de agua y de refrescos. Luego haría un pequeño descanso antes de ocuparse de los pedidos y archivar. Justo cuando dejaba la jarra en la encimera de la isla, al lado de un cuenco de uvas moradas gordísimas, sonó el timbre de Recepción. No esperaba ninguna entrega, se dijo, pero de vez en cuando a algún huésped se le olvidaba la llave, o pasaba por allí alguien a quien le apetecía echar un vistazo. Se dispuso a abrir, con su sonrisa de gerente. Pero esta se desvaneció por completo cuando lo vio a través del cristal de la puerta. Llevaba traje, por supuesto, de verano, de color gris perla. La corbata, anudada con un Windsor perfecto, era exactamente del mismo tono, con una franja carmesí para darle contraste. Lucía un bronceado dorado, era alto y delgado, de belleza clásica, elegante. Y no le apetecía nada verlo. A regañadientes, Esperanza abrió la puerta. —Jonathan. Qué sorpresa. —Esperanza. —Sonrió, encantador, como si hacía poco más de un año no se hubiera deshecho de ella como una se deshace de una prenda anticuada—. Estás genial. Llevas el pelo de otra forma, y te queda muy bien. Alargó los brazos como si fuera a estrecharla entre ellos. Esperanza retrocedió con decidida repulsa. —¿Qué haces aquí? —Ahora mismo, preguntarme por qué no me haces pasar. Es raro encontrar cerrada la puerta de un hotel en pleno día. —Es norma de la casa, y esto es un hostal. A nuestros huéspedes les gusta disfrutar de cierta intimidad. —Desde luego. Parece un lugar muy agradable. Me gustaría verlo. —Esperó

www.libroonline.org un segundo, luego esbozó una sonrisa—. ¿Por cortesía profesional? Le habría gustado darle con la puerta en las narices, pero habría sido infantil. En cualquier caso, él podría haberlo interpretado como que le importaba. —La may oría de nuestras habitaciones están ocupadas, pero puedo enseñarte las zonas comunes si te interesa. —Sí. Mucho. No entendía por qué. —Repito, Jonathan, ¿qué haces aquí? —Quería verte. Mis padres te mandan recuerdos. —Pues dales tú recuerdos de mi parte. —Inspiró hondo. Muy bien, se dijo, qué demonios—. Esta es la zona de recepción. —Es pequeña pero acogedora, y tiene personalidad. —Sí, eso pensamos. —¿Ese es el ladrillo original? Esperanza miró hacia la larga pared de ladrillo visto. —Sí, y eso son fotos antiguas del hotel y de Main Street. —Ajá. La chimenea debe de venir muy bien en invierno. Se esforzó por combatir la desagradable sensación que le producía tenerlo allí, haciendo observaciones sobre su hotel. —Sí, es uno de los rincones favoritos. Tenemos cocina abierta —dijo, dirigiéndolo a ella y deseando haber contado con cinco minutos para poder retocarse el maquillaje y el pelo. Por orgullo—. Los huéspedes pueden servirse lo que quieran. Jonathan escudriñó las llamativas lámparas de hierro, los electrodomésticos de acero inoxidable, la generosa encimera de granito. —¿Código de honor? —No cobramos. Toda la comida y la bebida están incluidas en el precio. Queremos que nuestros huéspedes se sientan como en casa. El vestíbulo está por aquí. Él se detuvo a la puerta de su despacho y volvió a sonreírle de aquella manera. —Tan ordenada y eficiente como siempre. Se te echa de menos, Esperanza. —¿En serio? —Mucho. Se le ocurrieron varias respuestas, pero ninguna de ellas lo bastante educada. Y se había propuesto serlo. —Nos sentimos especialmente orgullosos del embaldosado de todo el hotel. Aquí puedes ver los detalles del mosaico de baldosas de debajo de la mesa central. Una florista de aquí se ocupa de preparar los ramos no solo según la estación del año sino también según el estilo y el tono de cada habitación. —Preciosos. Y sí, los detalles son muy bonitos. Yo…

www.libroonline.org —Como la carpintería —lo cortó, muy educadamente—. O la reproducción de los antiguos arcos. La familia Montgomery ha diseñado, rehabilitado y decorado el hotel. Se trata del edificio de piedra más antiguo de Boonsboro, que en su día fue una posada. El Salón, allí al fondo, era la calzada. —Esperanza… —Le acarició el brazo con la y ema de un dedo antes de que ella pudiera apartarse—. Deja que te lleve a comer después de la visita. Ha pasado demasiado tiempo. No lo bastante. —Jonathan, estoy trabajando. —Tus jefes te darán un descanso razonable para comer. ¿Qué recomiendas? No le hizo falta esforzarse por ser fría. Su tono reflejaba sin más su ánimo. Jonathan la observó esperando a que ella accediera. Más aún, esperando a que ella estuviera encantada, que se sintiera halagada; que se ruborizara un poco, quizá. Le encantó decepcionarlo en todos los aspectos. —Si tienes apetito, te recomiendo que pruebes con Vesta, cruzando la calle. Pero y o no tengo ningún interés en comer contigo. Quizá convenga que veas el Patio antes que el resto de la planta baja. —Abrió las puertas del Vestíbulo. Salió fuera—. Es un rincón estupendo, sobre todo con buen tiempo, para sentarse a tomar un trago. —La vista deja mucho que desear —comentó él, mirando por encima del muro del jardín el edificio verde del otro lado del aparcamiento. —No por mucho tiempo. La familia Montgomery lo está rehabilitando ahora. —Qué trabajadores. Siéntate al menos un rato. Me vendría bien ese trago. Hospitalidad, se recordó Esperanza. Independientemente de quién fuera. —De acuerdo. Vuelvo enseguida. Volvió adentro y se esforzó por destensar la mandíbula. Él podía generarle negocio para el hotel, se recordó. Enviarle huéspedes y clientes que buscaran un sitio apartado, bien dirigido, montado con buen gusto. Fueran cuales fuesen sus sentimientos, Esperanza no podía negar que él sabía de hospitalidad. Haría su trabajo y sería cortés. Le preparó un té con hielo, añadió un platito de galletas. Y, por cortesía, preparó uno para ella también. Cuando sacó la bandeja, lo encontró sentado a una de las mesas con sombrilla. —Me sorprende que no hay as venido con tu esposa. Confío en que esté bien. —Toma, se felicitó Esperanza. Y sin atragantarse. —Perfectamente, gracias. Hoy tenía una reunión del comité y unas compras que hacer. Tú debes de echar de menos Georgetown: las tiendas, la vida nocturna… Eso no lo tienes aquí.

www.libroonline.org —En realidad, me siento muy a gusto aquí. Soy muy feliz. Él le dedicó una sonrisa algo teñida de compasión. Una que decía claramente que creía que mentía para guardar las apariencias. Se imaginó borrándosela de la cara. Pero eso no sería cortés. —Cuesta creer que una mujer con tu dinamismo, tus gustos, quiera instalarse en un pueblecillo en medio del campo. Y llevar una pensión, por encantadora que sea, después de haber dirigido el Wickham. Supongo que vives aquí mismo, en la finca. —Sí, tengo un apartamento en la tercera planta. —Cuando pienso en la casa tan bonita que tenías allí… —Meneó la cabeza y registró de nuevo aquella pizca de compasión—. Me siento en parte responsable de todos los cambios que has sufrido. Ahora me doy cuenta de que podía, debía haber llevado las cosas mejor de lo que lo hice. La cortesía tenía un límite. Ella había alcanzado el suy o. —¿Te refieres a acostarte conmigo, hacerme creer que teníamos una relación monógama y sólida para luego anunciarme tu compromiso con otra? Ah, ¿y hablarme de la otra justo después de que hiciéramos el amor? —Le dio un sorbo a su té—. Sí, eso deberías haberlo hecho mejor. —Si vamos a ser sinceros, lo cierto es que nunca te prometí nada. —No, solo me lo insinuaste, así que fui y o la que te malinterpretó. Lo acepto. —Estudió su rostro al abrigo de la sombrilla. Sí, seguía igual. Zalamero, refinado, seguro de sí mismo. Esa seguridad la había atraído antes. Ahora le parecía arrogancia, y no la atraía en absoluto—. ¿A eso has venido, Jonathan? ¿A saldar cuentas conmigo? —A arreglar las cosas, espero. —Sus ojos revelaban sinceridad, entonces puso una mano sobre las suy as—. Nos separamos enfadados, Esperanza, y eso me angustia mucho. —No pienses en ello. —Lo hago, y he venido a saldar esa deuda. Mi padre está dispuesto a hacerte una oferta muy generosa. Como digo, Esperanza, se te echa de menos. Mirándolo a los ojos, se zafó de su mano. —Ya tengo trabajo. —Una oferta muy generosa —repitió Jonathan—. Donde todos sabemos que deberías estar. Nos gustaría programar un encuentro contigo, cuando mejor te venga, para ponernos de acuerdo en los detalles. Podrías volver, a Georgetown, al Wickham, a tu vida, Esperanza. Y… a mí. Al ver que no decía nada, volvió a cogerle las manos. —Mi matrimonio es lo que es, y seguirá así. Pero tú y y o… echo de menos lo que teníamos. Podemos volver a tenerlo. Te trataría como a una reina. —Me tratarías como a una reina. —Cada una de aquellas palabras se le cay ó de los labios como una piedra.

www.libroonline.org —No te faltaría de nada. Prosiguió, ay, con esa seguridad en sí mismo, y dejó claro que no la conocía en absoluto. Y que nunca la había conocido. —Tendrías un trabajo que te satisfaría y la casa que tú quisieras. Hay una preciosa en Q Street que sé que te encantaría. Creo que deberíamos tomarnos unas vacaciones antes de que tú vuelvas a tu puesto, para que podamos redescubrirnos, por así decirlo. —Se inclinó hacia ella, de forma íntima—. Ha sido un año muy largo, Esperanza, para los dos. Te llevaré a donde quieras. ¿Qué te parece una semana en París? —Una semana en París, una casa en Georgetown. Supongo que algo de dinero para amueblarla, para comprarme ropa, por supuesto, para volver al Wickham… y a ti. Se llevó la mano de ella a los labios, una costumbre que le encantaba antes, y le sonrió desde esa posición. —Como te he dicho, te trataré como a una reina. —¿Y qué piensa tu esposa de tu generosa oferta? —No te preocupes por Sheridan. Seremos discretos, y se adaptará. —Lo vio despojarse del matrimonio, de los votos, de la fidelidad con un gesto de indolencia—. No puedes ser feliz aquí, Esperanza. Me aseguraré de que lo eres. Ella se tomó un momento para contestar, casi sorprendida de poder dar cabida a un insulto de semejante envergadura. También para su sorpresa, mantuvo la voz serena y controlada cuando el insulto la instaba a gritar. —Deja que te explique algo. Soy responsable de mi felicidad. No te necesito, ni tu oferta tremendamente ofensiva, para mí y para tu esposa. No necesito a tu padre, ni el Wickham. Tengo una vida aquí. ¿Acaso crees que mi vida quedó en suspenso porque me utilizaras y te deshicieras de mí? —Creo que te conformas con menos de lo que puedes tener, con menos de lo que te mereces. Te pido disculpas sinceras por el daño que te hice, pero… —¿Por el daño que me hiciste? Lo que hiciste fue liberarme. —Se puso de pie. Adiós a la serenidad y el control—. Me diste un buen empujón, pedazo de capullo, pero fue un empujón lo bastante fuerte como para hacerme reconsiderar la situación. Me estaba conformando con menos, contigo. Ahora este es mi hogar. —Alzó la mano a los porches, le pareció ver un instante la sombra de una mujer—. Un hogar que amo y del que puedo sentirme orgullosa. Tengo unos vecinos con los que disfruto, amigos a los que adoro. ¿Volver contigo? ¿Contigo, cuando lo tengo…? No supo bien qué la llevaba a hacerlo (un impulso, una rabia indecible…), pero, al ver a Ry der cruzar el aparcamiento, decidió seguir adelante. —¡A él, a Ry der! —Cruzó a toda prisa el arco de glicinia cuando lo vio pararse y mirarla ceñudo. Supuso que su sonrisa debía de ray ar en la locura. Le daba igual—. Sígueme la corriente, anda, y te deberé una bien gorda —le susurró

www.libroonline.org acercándose a él a toda prisa. —¿Qué…? Lo abrazó, pegó sus labios a los de él al tiempo que Bobo meneaba la cola e intentaba interponer el hocico entre los dos para tomar parte en la acción. —Sígueme la corriente —le dijo sin dejar de besarlo—. ¡Por favor! No le dejaba elección, porque la tenía pegada a su cuerpo como si fuera una segunda piel. Así que le siguió la corriente. Le enterró la mano en el pelo e interpretó bien su papel. Por un instante, ella perdió la pista de su argucia. Ry der olía a serrín, sabía a caramelo. Caramelo caliente, derretido. Manteniendo apenas el equilibrio, se apartó. —Sígueme el juego, nada más. —¿No lo he hecho y a? —Ry der. —Lo cogió de la mano, se la apretó mientras se daba la vuelta—. Ry der Montgomery, te presento a Jonathan Wickham. La familia de Jonathan es propietaria del hotel donde y o solía trabajar en Georgetown. —Ah, sí. —Vale, y a lo entendía. Desde luego que podía interpretar el papel, sin problemas. Le pasó un brazo por la cintura a Esperanza, notó como temblaba —. ¿Qué tal? —Bien, gracias. —Jonathan miró al perro con recelo una sola vez—. Esperanza me estaba enseñando vuestro hostal. —Es tan suy o como nuestro. Vosotros la perdéis, nosotros la ganamos, ¿eh? —Eso parece. —Examinó con disimulo la ropa de trabajo de Ry der—. Entiendo que hacéis las obras vosotros mismos. —Exacto. Nos pillas con las manos en la masa. —Sonrió al decirlo y se arrimó a Esperanza un poco más—. ¿Te vas a alojar aquí? —No. —El enfado le brillaba en los ojos a pesar de su forzada sonrisa—. Solamente he venido a ver a una vieja amiga. Me alegro de haberte visto, Esperanza. Si cambias de opinión sobre la oferta, y a sabes dónde encontrarme. —No cambiaré. Saluda a tus padres de mi parte, y a tu mujer. —Montgomery —se despidió con un movimiento de cabeza, y se dirigió al Mercedes. Esperanza no dejó de sonreír hasta que lo vio arrancar, alejarse. —Ay, Dios. Ay, Dios. —Se zafó de Ry der, volvió al Patio y dio vueltas por él —. Ay, Dios mío. Ry der pensó en Vesta: en su agradable olor, los niños felices, sin problemas, sin dramas. Alzó la vista al cielo y la siguió hasta el Patio.

www.libroonline.org 5 Se cuidó mucho de decirle que se sentara o se calmara. No había hombre en la Tierra que entendiera a las mujeres, pero él creía tener un dominio razonable de la especie. Así que se sentó, suponiendo que pasaría un rato dando vueltas por el patio. Como llevaba uno de esos vestidos de verano, Ry der no podía quejarse de las vistas. Y siguió allí sentado mientras su perro se acurrucaba debajo de la mesa como si quisiera protegerse de lo que se avecinaba. Pero hacía muchísimo calor y, para colmo, ella estaba tan enfurecida que podría haberse cocido un cubo de langostas con la mirada. Más le valía tirar del hilo, decidió Ry der. —Vale, ¿de qué va todo esto? —¿Que de qué va? Al girarse, se le levantó el vestido y reveló unas piernas largas y desnudas. No, no podía quejarse de las vistas. —¿Que de qué va? —repitió, disparando balas de rabia con aquellos ojos de color chocolate oscuro—. El muy capullo quería ofrecerme un trato. Ry der miró los vasos de té con hielo. Le apetecía, pero no sabía qué vaso era de quién, y no tenía especial interés en beber del de un capullo. —Eso —dijo ella, señalando con la mano el aparcamiento— era Jonathan. —Sí, y a me lo has presentado. —Éramos… —¿Qué?, se preguntó, ¿qué eran? —De eso estoy al corriente. Estabais liados y te dejó por otra. —Se encogió de hombros cuando ella se detuvo lo justo para mirarlo—. Los chismes vuelan. —Pues los chismes vuelan mal. La otra era y o. No lo supe hasta que me dijo que estaba prometido, una bomba que me soltó poco después de que hiciéramos el amor. Y y o crey endo que teníamos una relación, una relación seria, pero él solo tonteaba conmigo. Idiota, idiota, idiota. Su aspecto y su voz eran ardientes, y cuando se enfadaba de verdad, pensó, podía verse el fuego del que provenían. —Vale, él es un capullo y tú eres idiota. Has sido lista y te has librado de él. ¿Este vaso es tuy o? —Sí, y claro que corté con él. Se lo he dejado claro. Aún pensaba que todo iba a seguir como antes. Que y o iba a trabajar para su familia y continuar a su lado. —Entonces el idiota es él. —¡Tú lo has dicho. Sí, señor! —Sinceramente agradecida por el comentario, ella le dio una palmada en el hombro a Ry der al tiempo que reiniciaba su ir y venir—. Se casó en may o; celebración por todo lo alto, claro, en el Wickham, y

www.libroonline.org luna de miel de tres semanas en Europa. —¿Le sigues la pista? Esperanza se detuvo. Alzó la barbilla. —Leo la sección de sociedad del Post. Y, sí, desde luego, sentía curiosidad… como cualquier ser humano. Tú habrías hecho lo mismo. Ry der lo meditó, luego negó con la cabeza. —No lo creo. Si haces algo, hecho está. ¿Qué hacía aquí? Porque eso de visitar a una vieja amiga es una chorrada. —¿Que qué hacía aquí? Te lo voy a decir. Según él, quería hacerme saber que se siente culpable en parte de mi traslado y demás… « en parte» . Según él, quería ver el hotel y llevarme a comer. Según él, se me echa de menos y su padre le ha pedido que me haga una generosa oferta. ¡Generosa, sí! Nunca la había visto tan alterada, observó Ry der. Molesta, enfadada, incluso cabreada, pero no furibunda. No debía de estar bien seguir allí pensando que aquel enfado le sentaba de maravilla. —¿Birlarnos a la gerente? —se preguntó Ry der en tono suave, al contrario que ella—. Eso no está nada bien. —Huy, eso no es todo. No, señor. Por lo visto, este trabajo no va conmigo. Según él, no puedo ser feliz ni sentirme realizada a menos que vuelva a Georgetown y dirija de nuevo el Wickham, y me acueste con él. —Uf. Pues y o te veo muy feliz…, por lo general. —Claro, pero ¿cómo iba a serlo en este pueblecillo, dirigiendo una pensión, y sin estar a su puñetera disposición? Ry der, que y a no sabía qué decir, se rascó la nuca. —Bueno… —Así que me ha hecho una segunda oferta generosa. Que si quería ser la otra, y esta vez con conocimiento de su esposa; él me trataría como a una reina. Un viajecito a París para reencontrarnos, la casa que y o eligiese (aunque, por lo visto, él y a tiene una en mente) y un suculento estipendio todavía por determinar. ¿De verdad piensa que accedería a ponerle los cuernos a su mujer? ¿Que sería su fulana? ¿Que y o me tiraría en plancha a por el puesto por dinero y una juerga en la rue du Faubourg Saint-Honoré? Ry der no tenía ni idea de qué era esa rue nosequé, pero valoró el conjunto. —¿Te ha dicho que si vuelves y te conviertes en su felpudo te untará bien? —En resumidas cuentas. Si Ry der hubiera conocido todos los detalles antes de que el capullo se largara, aquel miserable estaría ahora sangrando e inconsciente en el aparcamiento. —¿Y no le has dado un puñetazo en la cara? —Huy, se me ha pasado por la cabeza. —Una violencia que Ry der admiraba y respetaba brilló en esos ojos oscuros e intensos—. Lo he imaginado. Muy

www.libroonline.org vivamente. Iba a tirarle el té con hielo a la cara y a estropearle su puñetero traje de Versace. Entonces te he visto y me he dejado llevar. ¿Se cree que estoy aquí esperándolo a él? Capullo arrogante, pretencioso e inmoral. ¿Piensa que me puede camelar con dinero, una casa y un condenado viaje a París? —Esperanza… —Quizá fuera la primera vez que la llamaba por su nombre, por lo menos en aquel tono, paciente, pero ninguno de los dos se dio cuenta de eso —. Ese imbécil está más ciego que un murciélago. Y no te entiende. —Desde luego que sí, y no, no me entiende. Por eso se lo he dejado bien claro besándote delante de él y haciéndole creer que estamos juntos. —No le has dado un puñetazo en la cara; le has pateado la entrepierna. —Sí. —Soltó un suspiro—. Y gracias por la ay uda. —De nada. —No, en serio, gracias. Lo de Jonathan ha sido un golpe duro para mi orgullo. Me ha venido muy bien poder devolvérselo. Te debo una. —Sí, eso me has dicho. Se miraron un instante, y algo peligroso e interesante los hizo vibrar a los dos. —Vale. ¿Qué quieres a cambio? A él se le ocurrían montones de cosas peligrosas e interesantes. Probablemente ella esperaba algo así, algo en una habitación medio en penumbra. La tenía por una de esas mujeres que suelen conseguir lo que esperan. —Me gustan las tartas. —¿Cómo dices? —Las tartas. Que me gustan. Es buena época para hacer una tarta de cerezas. Bueno, tengo que irme. —Se levantó, y el perro también—. Mira, a veces el que la hace la paga; otras no, y hay que conformarse con una buena patada en la entrepierna. Quizá sí, pensó ella mientras él se iba, pero ¿por qué aquello no la consolaba? Ahora que se le había pasado el enfado y estaba sola, todo lo que había hecho junto a Jonathan carecía de sentido. Los años dedicados al negocio de su familia, a él, a ser la empleada, compañera y anfitriona perfectas le parecían insípidos y artificiales. La hacían sentirse fatal. No solo les había dado a los Wickham y a Jonathan lo mejor de su existencia, sino que, al final, con lo mejor no había bastado. Mucho peor aún, la habían utilizado. No cabía duda de que los padres de él estaban al corriente de todo. La habían invitado a su casa como… ¡pareja de su hijo! Les había presentado a su familia. La habían traicionado. Se habían burlado de ella. No. Se puso en pie y volvió a colocar los vasos en la bandeja. Eso se lo había hecho ella. Era responsable de sus actos, de sus decisiones, como de su felicidad. Llevó la bandeja dentro, a la cocina, y tiró con serenidad el té sobrante a la

www.libroonline.org pila. Sí, se le había pasado el enfado, se dijo mientras metía los vasos en el lavavajillas. Ahora estaba triste, triste y avergonzada. De pronto los ojos se le llenaron de lágrimas, y las dejó escapar. ¿Por qué no? Estaba sola. Afanosa, bajó al sótano a por botellas de agua y latas de refrescos. Rellenó el frigorífico, luego apoy ó la frente en la puerta metálica. Entonces olió ese aroma fresco y cálido a madreselva, y sintió que una mano le acariciaba el pelo. Cerró los ojos con fuerza. No estaba sola, después de todo. —Se me pasará. Ya verás. Solo tengo que reponerme de este disgusto. « No llores por él» . No estaba segura de si había oído aquellas palabras o las había pensado. —No. No es por él. Es por mí. Por los tres años que le he dedicado crey endo que le importaba. Resulta duro descubrir que nunca fue así. Cuesta entender, digerir, que y o no era para él más que un accesorio que podía comprar, usar, dejar de lado y, peor, volver a coger cuando quisiera. Inspiró hondo. —Se acabó. Ya está. Se volvió, despacio; vio solo la cocina vacía. —Supongo que aún no estás preparada para dejarme verte. Quizá tampoco y o esté preparada. Pero es un alivio que hay a otra mujer por aquí. Sintiéndose mejor, entró en su despacho a por el estuche de pinturas que guardaba allí. Después de retocarse el maquillaje, hizo la lista de la compra. Tenía que preparar una tarta. Mientras escribía, oy ó abrirse la puerta del Vestíbulo. Cuando se levantaba, dando por supuesto que volvían sus huéspedes, Avery la llamó. —Estoy aquí. Salió a su encuentro. —¿Qué ha ocurrido? —quiso saber Avery —. ¿Estás bien? —Sí. ¿Por qué? —Ry der me ha dicho que ha venido Jonathan y que estabas disgustada. —¿Eso ha dicho? —Bueno, en realidad me ha dicho que ha venido el capullo de tu ex y te ha puesto de los nervios. El resto me lo he figurado. ¿Qué hacía aquí ese desgraciado? —Pues… —Se calló cuando oy ó la puerta principal y voces en la entrada—. No te lo puedo contar ahora. —La sacó por la puerta del Vestíbulo—. Ya han vuelto mis huéspedes. Te lo cuento luego. —Termino a las cinco. Voy a por Clare y … —No puedo; mientras hay a huéspedes, no. Y a estas señoras les va la fiesta. —Pero aquello había que hablarlo cara a cara, se dijo. Con unos mensajes o unos correos no haría nada—. Mañana, cuando se vay an.

www.libroonline.org —Dame alguna pista —insistió Avery. —Quería que volviera a Georgetown, recuperara mi puesto y fuera su querida. —¡La madre que lo trajo! —Desde luego. No puedo hablar ahora. —Miró por encima de su hombro. —¿Tienes algún ingreso mañana? —No, no tengo ninguna reserva para mañana. —Ahora y a tienes una. Clare y y o vendremos a pasar la noche. Traeré comida para hacernos una fogata de campamento con los cataplines encogidos de Jonathan. —Bien. —Lo peor de su enfado se esfumó cuando abrazó a Avery —. Eso es precisamente lo que necesito. Justo eso. Tengo que volver dentro. —Llámame si me necesitas antes de mañana. —Lo haré, pero y a me encuentro mejor… mucho mejor. Una siempre podía contar con sus amigas, pensó Esperanza mientras se volvía hacia la puerta. Ellas nunca te defraudaban. Lo que no había esperado era que Ry der pudiera tener la perspicacia suficiente para darse cuenta de que las necesitaba. Quizá debería haber imaginado que la tendría.

Esa noche, cuando el hotel volvió a estar en silencio (aunque Esperanza se preguntaba si el eco de seis mujeres achispadas jugando a Rock Band rondaría las habitaciones durante días), se puso un rato con su portátil. El desay uno le tocaba a Carolee, se dijo, de modo que podría dormir hasta tarde si lo necesitaba. Quería dedicar una hora a buscar a Billy antes de acostarse. Recordó la sensación de una mano acariciándole el pelo cuando estaba triste. Las amigas nunca te defraudan, caviló, y supuso que Lizzy era su amiga, o algo así. Abrió la página web de la Liberty House School. La había fundado su antepasada, Catherine Darby, que, según había descubierto, era hermana de Eliza Ford, su Lizzy. También ella había ido a aquella escuela, como sus hermanas, su madre y su abuela. Quizá aquella conexión diera sus frutos. Encontró la dirección electrónica de la bibliotecaria y le escribió un correo. Puede que hubiera alguna documentación, viejas cartas, algo. Ya había bombardeado a su propia familia, pero, según todas las personas con las que había podido hablar, los papeles relacionados con Catherine Ford Darby se habían devuelto a la escuela hacía mucho tiempo. —Un nombre —murmuró—. Solo necesitamos un nombre.

www.libroonline.org A lo mejor las hermanas se habían escrito cuando Eliza abandonó Nueva York para ir a Mary land, por Billy. Si no, seguramente Catherine habría hablado de su hermana a amigos o familiares en sus cartas. Después escribió a un primo lejano, uno al que no había llegado a conocer. Sus familiares le habían asegurado que dicho primo estaba escribiendo una biografía sobre Catherine. Si eso era cierto, el primo podría ser una fuente de información. Resultaba difícil escribir sobre Catherine sin mencionar a su hermana, esa hermana que murió joven y tan lejos de casa. Tras enviar los correos, abrió la web que tenía la lista de todos los soldados de la Guerra Civil enterrados en el Cementerio Nacional de Sharpsburg. Creían que Billy era soldado, de la zona o bien que había luchado en Antietam. Quizá ambas cosas. Pero, según los datos que tenían de Lizzy, había llegado al hotel antes de la batalla, y había muerto durante los combates. Todo parecía indicar que había dejado a su familia acomodada e influy ente de Nueva York para mudarse a Boonsboro joven y sola. Por Billy. La intuición le decía que había ido allí por él, por amor. ¿Se habrían fugado? ¿Lo destinarían allí? ¿Habrían llegado a verse, aunque fuera solamente un instante, antes de que ella contrajera las fiebres que le quitaron la vida? Esperaba que sí, pero todo parecía señalar que Eliza Ford había muerto sola, sin amigos ni familia a su lado. Habían fallecido tantos soldados, se dijo Esperanza. Emprendió la triste tarea de leer los nombres. Eran muchos, y William era un nombre corriente. Aun con todo, se puso a ello, e hizo anotaciones hasta que empezó a palpitarle la cabeza y a enturbiársele la vista. —No puedo hacer más por hoy. Cerró el portátil y recorrió el apartamento para comprobar las luces y la puerta. Cuando se metió en la cama, repasó la lista de cosas que debía hacer al día siguiente. Pero se quedó dormida con el recuerdo de aquel beso en el aparcamiento. De la mano de Ry der enterrada en su pelo. Una ráfaga de madreselva pasó por encima de ella, pero esta vez Esperanza no notó que ninguna mano le acariciara el pelo.

Al día siguiente por la tarde, cuando la cuadrilla terminó su jornada, Ry der aprovechó la tranquilidad para repasar su lista de comprobación y realizar algunas modificaciones en la asignación de tareas de la siguiente jornada. Bobo roncaba debajo del tablón sujeto por los caballetes, soltando gemidos de cuando en cuando mientras soñaba con lo que sea que sueñan los perros. Qué día tan largo, se dijo. Qué semana tan larga. Le apetecía una cerveza fría y una ducha caliente, en ese orden. Iría pronto a Vesta, en compañía de sus hermanos, porque las chicas tenían

www.libroonline.org una fiesta de mujeres en el hotel esa noche. Verían los progresos y se daría el gusto de decirle a Owen de que y a podían dar por terminado el edificio de la panadería. Al parecer, el nuevo inquilino podría instalar su equipo y mobiliario durante el fin de semana. Dentro de unas semanas, quizá a mediados de agosto, Avery podría planificar la inauguración. Entonces podría centrarse en ese lugar, reflexionó, mirando las paredes desnudas. Si todo iba bien, y deseaba con todas sus fuerzas que así fuera, a la semana siguiente tirarían ese tejado espantoso y empezarían a montar el esqueleto del nuevo. Sabía que su madre y a estaba mirando baldosas y pinturas, y se quitó aquello de la cabeza. Debía plantearse primero lo más inmediato, y lo más inmediato era traer las vigas de acero, cortar los bloques de hormigón ligero e instalar un montón de ventanas nuevas. No, rectificó, eso era para mañana y la semana siguiente. Lo inmediato era aquella cerveza fría. Despertó al perro con el pie. —Puedes dormir en la camioneta, pedazo de holgazán. El animal bostezó, se estiró y se incorporó; luego se instaló en el regazo de Ry der. —Para ti no hay cerveza. —Ry der le rascó las orejas y acarició ese hocico que le era tan familiar—. No te sienta bien. ¿No te acuerdas de lo que ocurrió la última vez? Cuando me quise dar cuenta, y a te habías tomado a lengüetazos media cerveza vertida, y luego, ¿qué pasó? Que andabas chocando contra las paredes y terminaste vomitando. Eres un borracho penoso, Bobo. —Mi abuela tenía una gata que bebía coñac. Esta vez fue ella quien lo sobresaltó. Se revolvió, inquieto, al ver a Esperanza entrar por la puerta de Saint Paul Street. Por un instante, la luz la enmarcó, reflejándose en las puntas de su pelo. Aquella mujer le cortaba la respiración a cualquier hombre, se dijo Ry der. —¿Ah, sí? —Sí. Se llamaba Penelope y le apasionaba el Azteca de Oro. Bebía unas gotas todas las noches y murió con veintidós años. La gata que no se moría. —A Bobo le gusta el agua del váter. —Lo sé. —Se acercó y dejó el plato de la tarta sobre el tablón de madera—. Deuda saldada. Se había tomado la molestia de hacer un enrejado de masa en la parte superior de la tarta, observó él. Clavó el dedo en uno de los huecos, ignorando la exclamación de espanto de ella. —¡No! Ay, de verdad. Ry der sacó un poco con el dedo y probó. Había logrado un equilibrio perfecto

www.libroonline.org entre ácido y dulce. Debió suponer que lo haría. —Está buena. —Estaría aún mejor en un plato, con un tenedor. —Puede. Luego la pruebo así. —¡No! —repitió Esperanza, y esta vez le dio un palmetazo. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un Milk Bone para el perro—. Se beberá el agua del váter, pero sus modales son mucho mejores que los tuy os. —Le hizo una caricia en el cogote—. ¿Te parece bien que haga unas fotos de la obra mañana? —¿Para qué? —Había pensado en actualizar la página de Facebook del hotel e incluir algo de lo que está ocurriendo. Esto, el local de Avery, la panadería. Vamos a ofrecer pases gratuitos de un día a los huéspedes, así que puede que algunos de los que tienen previsto reservar estén interesados en el progreso de la obra. Sobre todo si puedo darles una fecha aproximada de inauguración. —Mira alrededor —dijo él, trazando círculos con el dedo—. ¿Tú crees que puedo darte la fecha de inauguración? —Aproximada. —No. Haz todas las fotos que quieras. Pronto podrás informar de la apertura de la panadería. —¿Cuándo? —Pregúntaselo a la panadera. Mañana nos darán el certificado final de obra y el permiso de ocupación, luego y a depende de ella. —Qué bien. Me pondré en contacto con ella. —Titubeó—. Gracias por decirle ay er a Avery que estaba disgustada. —Pasaste de enfadada a tristona. Supuse que eso era territorio de mujeres. Sí, pensó ella, era más perspicaz de lo que había creído. Y más amable. —Algo así. Debería volver. Como no tenemos huéspedes esta noche, Avery y Clare van a pasar la noche en el hotel. —Estoy al tanto. —Se levantó y cogió la tarta—. Yo iré a tomar una cerveza. —Estoy al tanto. —Esperanza salió y, por cortesía, esperó a que él cerrara—. ¿De qué color vais a pintar esto? —De otro. —Eso y a es una mejora. Tu madre dice que de azul pizarra, detalles cromo, bordes blancos, cantería gris por la base. —Todo eso es cosa suy a. —Se le da bien. ¿Has visto el logo de Avery para el nuevo local? —¿El del carlino tirando una cerveza de barril? Es gracioso. —Muy tierno, también. Owen y ella van a comprar uno este fin de semana… un carlino y, por lo visto, también un labrador, porque no se han puesto de acuerdo. También se había enterado de eso. Owen tenía listas.

www.libroonline.org —Se le van a comer los zapatos, las botas, los muebles y se van a hacer pis por todas partes, y a Owen le va a dar algo. Te apuesto lo que quieras. Metió al perro en la cabina de la camioneta, con las ventanillas medio bajadas y, como conocía a Bobo, dejó la tarta en el suelo del vehículo. —Bueno —empezó ella—, que… No pudo decir más, porque él la atrajo hacia sí, la obligó a ponerse de puntillas y le dio un beso que hizo que las demás palabras le salieran disparadas de la cabeza. Ella consiguió agarrarse a la cintura de él para mantener el equilibrio, aunque no se habría caído ni con un terremoto, por lo menos mientras él la tuviera tan bien sujeta, con una mano en el pelo y la otra en la parte posterior de la blusa. Le bajó el calor por los brazos, le subió por las piernas, le atacó el vientre, certero como un ray o. Esperanza subió las manos por su espalda y lo agarró de la camisa mientras surcaba ese ray o. Ella no se apartó, ni hizo ningún aspaviento de sorpresa o de protesta. Él la habría soltado si lo hubiera hecho. Pero estaba harto de mirar para otro lado, o de intentarlo. De ignorarla, o de intentarlo. Lo había provocado ella. Podía justificarse de ese modo. En el Ático, y luego otra vez en el condenado aparcamiento. Ya la había catado. Ahora quería darle un buen mordisco saludable. Esperanza olía a verano. A brisa cálida, a flores de nombres exóticos bañadas por el sol. Sabía igual que la tarta, el equilibrio perfecto entre ácido y dulce. Y satisfacía las exigencias del beso sin titubear. Anhelo por anhelo. Cuando la soltó, se tambaleó un poco. Sus ojos seductores entornados y vivos. Esperanza juntó apenas los labios, como para retener el sabor, y volvió a provocarlo. —¿A qué ha venido eso? —le preguntó ella. —Quería que esta vez fuera iniciativa mía. —Ladeó la cabeza—. ¿Quieres que te haga una tarta? Le arrancó una carcajada por sorpresa. —No hace falta. He hecho dos. Una pregunta: ¿tú te consideras mi jefe? —¡Qué dices! —No solo pareció perplejo sino también irritado—. Tu jefa es mi madre. Yo no tengo tiempo para mandar a nadie. Ya tengo bastante con lo mío. —Muy bien. —Oy e, si piensas que esto es algo como lo del capullo con el que estabas… —Ni mucho menos. —Vio que su irritación se transformaba en rabia, así que le puso una mano en el brazo para tranquilizarlo—. Ni mucho menos. Solo es un detalle que quería confirmar, por los dos. Entonces eso y a está claro, por si a alguno de los dos le surge la duda. Disfruta de la tarta —le dijo, y volvió al hotel. —Va a costar más entenderla de lo que pensaba —murmuró él, luego se giró

www.libroonline.org hacia el perro—. Échate una siesta. Regresaré en un rato. Dejó la camioneta donde estaba y fue a reunirse con sus hermanos.

Esperanza preparó vino y queso, galletitas de hierbas y unos frutos del bosque, además de una jarra de limonada recién hecha para la futura mamá. Andaba ocupada con pequeños detalles cuando oy ó entrar a Clare. —¡Ya estoy aquí! —gritó. Sirvió limonada en un vaso alto con hielo y se la ofreció a Clare al entrar. —Bienvenida al Hotel Boonsboro y a nuestra primera noche oficial de chicas. —He estado acordándome de ti todo el día. ¿Cómo estás? —Ah, bien, pero tengo mucho que contaros. ¿Y Avery ? —Terminando algo en Vesta. Esperanza, tenías que haber llamado en cuanto Jonathan puso sus zapatos de Gucci en este establecimiento. —En realidad, eran unos Ferragamo. Y me pilló por sorpresa, lo admito, pero lo tenía controlado. —Avery me ha dicho que tuvo la desvergüenza de proponerte que regresases a Georgetown y volvieras con él. —Clare, con el pelo extendido por los hombros igual que la luz del sol, se dejó caer en el sofá y gruñó—. Nunca me gustó, luego lo odié. Pero ¿ahora? Ahora quiero hacerle daño. Quiero dejarlo inconsciente a palazos y después tatuarle en el culo: « Soy un capullo infiel» . —Te quiero. —Yo también te quiero. —Pica algo. —No hago otra cosa que picar. —Clare suspiró—. Me paso el día comiendo. No puedo parar. —Comes para tres. —A este paso, voy a terminar pesando trescientos kilos. Pero me da igual. Siéntate y pica algo tú también, para que y o no me sienta como una vaca hambrienta. —No puedo sentarme aún. —No mientras durara el zumbido sexual de aquel beso. Pero se untó un poco de queso en una galletita y se sirvió una copa de vino. Y, al oír que llegaba Avery, sirvió otra. —¡Dios, siempre surge algo! —Avery cogió la copa y le dio un buen trago al vino—. Venga, que empiece la quema. Huy, frambuesas. —Se comió dos; luego se dejó caer al lado de Clare en el sofá de cuero de color mantequilla, se soltó la melena y la agitó—. Cuéntanos. Y eso hizo, desde que Jonathan había aparecido a la puerta del hotel. —Se equivoca, y es imbécil —la interrumpió Clare—. Mira que decir que aquí no puedes ser feliz. Tú y a eres feliz aquí. —Lo soy, pero ¿sabéis?, cuando me lo ha dicho me he dado cuenta de cuánto.

www.libroonline.org Que estoy exactamente donde quiero estar, haciendo exactamente lo que quiero hacer. Y encima os tengo a vosotras. —Gusano asqueroso —masculló Avery —. Es un gusqueroso. —Un gusqueroso —dijo Esperanza, luego siguió. Cuando llegó a la « oferta» de Jonathan, Avery se levantó como un resorte y agitó los puños en el aire. —¿Se cree que puede llamarte fulana? Porque eso es justo lo que ha hecho. Hay que castigarlo. Hay que hacerle pagar. —Lo que hay que hacer es ignorarlo —la corrigió Esperanza—. Sufrirá más. Pero, según Ry der, le he dado una buena patada en la entrepierna. —Ojalá se la hubieras dado de verdad —masculló Clare. —El embarazo la vuelve violenta —le dijo Esperanza a Avery —. Le estaba diciendo lo que pensaba de su oferta (que se la podía meter por donde le cupiera) cuando he visto a Ry der cruzar el aparcamiento. Me he dejado llevar. Lo he llamado, me he acercado a él y le he dado un beso apasionado. —¿A Ry der? —trató de aclarar Clare—. ¿Has besado a Ry der? —Delante de Jonathan… y a lo pillo. —Cruzándose de brazos, Avery asintió con la cabeza—. Que te den, capullo. Mira qué bombonazo tengo ahora. —Exacto. Le he pedido a Ry der que me siguiera la corriente, lo ha entendido y lo ha hecho. Jonathan parecía que se hubiera tragado un limón entero… y podrido. Ha sido una gozada. Luego se ha ido. Se acabó. —¿Estás segura? —Clare se cruzó las manos en el regazo—. Podría volver. Podría intentar algo. Yo creía que Sam no era más que un pesado, pero… —Cielo, cielo… —dijo Esperanza, acercándose al sofá a sentarse con Clare y cogerle la mano—. No es lo mismo, cielo. Sam era un hombre enfermo, obsesionado. Te acosaba, y tú nunca habías estado con él. No le habías dado motivo. Yo tuve algo con Jonathan. Él es arrogante, de dudosa moral, y un capullo integral, pero no es igual en absoluto. Es demasiado orgulloso y vanidoso para volver. Dará por supuesto que voy a cambiar de opinión y, cuando vea que no, se buscará a otra. —Debes tener cuidado. Prométemelo. —Lo haré, lo hago. Lo conozco. Pensaba que aceptaría encantada su oferta de recuperar el trabajo, volver con él. Le parecía lo lógico, sin problema. Se lo he dejado muy claro. No significo lo bastante para él como para que intente nada. Ahora sé que, en realidad, nunca le he importado mucho. —Lo siento. Me alegro, pero lo siento. —Yo no. Aún me duele en mi orgullo, pero no lo siento. Me ha demostrado que he perdido el tiempo con él, y lo que hizo me trajo aquí. Justo donde quiero estar. —Habría preferido que Ry der le diera una paliza —terció Avery —. Lo mío no es porque esté embarazada; soy así de natural.

www.libroonline.org —Hablando de Ry der, fue muy considerado, y me estuvo escuchando despotricar de todo después de que se fuera Jonathan. Esperó a que me calmara. De hecho —rectificó—, me ay udó a calmarme. —Eso se le da bien —convino Avery —. No es su estado habitual, pero a mí me ha dado unas cuantas palmaditas, metafóricas, en la cabeza. —No me esperaba eso de él. No esperaba que me escuchara, mucho menos aún que me dijera algo sensato. Que me dijera lo que necesitaba oír. Supongo que tiendo a juzgar mal a determinados hombres. Le dije que estaba en deuda con él y ¿sabéis qué me pidió a cambio? —Madre mía, esto se pone interesante. —Avery se sirvió más vino. —Una tarta. —¿Hablas en clave? —No, una tarta, tarta. —En el fondo es más tierno de lo que parece —le dijo Clare. —No sé si será tierno, pero sí que ha sido muy amable, y sensato, y gracioso. Le he hecho la tarta, y llego a lo último. Hemos tenido otra conversación civilizada. Ahí hemos batido récords. Hemos salido juntos del centro de fitness y, cuando hemos llegado a su camioneta, me ha agarrado por la cintura y me ha dado un besazo. —Sí, señor; está más que interesante. —Encantada, Avery brindó con ella—. ¿Y luego qué? —Luego he vuelto aquí y él se ha ido a Vesta. —¡Venga y a! —No, en serio. Eso es todo. —Contenta, Esperanza alzó la copa y bebió—. Todavía no sé si quiero ir más allá o no. Es tentador, pero, como y a os he comentado, hay mucha sequía. No tanta como antes después de esos besazos, pero aun así… Resulta una posibilidad interesante. Complicada, pero interesante. —No tiene por qué ser complicada —protestó Clare. —Para empezar, creo que él es un hombre complicado, y nuestra situación también lo es. Trabajo para su madre. —¿Y? —quiso saber Avery. —Ese « y » es lo que tengo que meditar y resolver. Pensaba que vosotras dos podríais contarme algo más de él, darme una imagen más clara. —Podemos, claro, pero ¿y si lo hacemos mientras cenamos? —Clare se acarició el vientre abultado—. Me comería media vaca. —¿Te sirve una ensalada verde, lasaña y pan de ajo? —Y tarta de cereza —añadió Esperanza a la lista de Avery. —Que vay a entrando. —Clare se levantó con dificultad—. Todo.

www.libroonline.org 6 Noche de tíos. Ry der no tenía intención de dejar que lo enredaran para pasar la noche con niños y perros. Ocurrió sin más. Además, Beckett invitaba a espaguetis con albóndigas, comida de hombres y, por lo visto, una tradición en las noches de tíos. En cualquier caso, le apetecía estar con los niños, que, junto con Yoda y Ben, los cachorros de labrador mestizo, generaban energía más que de sobra para abastecer a todo el puñetero condado. Bobo estaba en la gloria. Ignoraba qué normas se aplicaban cuando estaba presente la señora de la casa, pero la noche de tíos era sinónimo de descontrol general. Los niños corrían por ahí como demonios, comían como lobos, peleaban como enemigos mortales y reían como locos. Le recordaba a su infancia. La casa estaba hecha para niños y perros, se dijo. Grande, espaciosa, diáfana, de colores vivos. Sabía que Beckett había alterado los planos de la casa por terminar cuando Clare y él se habían juntado, y la había rediseñado pensando en su familia. Ahora los críos tenían un cuarto de juegos de may ores, con estanterías empotradas y armarios para sus trastos. Lo sabía porque él había ay udado a construirlo, y porque Murphy lo había arrastrado arriba para que lo viera. Luego había procedido a sacar todos los muñecos coleccionables habidos y por haber. Ry der tenía su colección guardada en una caja. Ciertas cosas eran sagradas para un hombre. —Yoda se comió al Duende Verde. —Si ni siquiera están en el mismo universo. —El de verdad, no, ¡el nuestro! Lo mordisqueó todo, porque aún era cachorro. Ahora no se come nuestros muñecos. Además, Santa me trajo uno nuevo en Navidad. Me lo dejó en el calcetín. Y también me trajo a Gambito. —¿Tienes a Gambito? —Ajá. —Emocionado, Murphy hurgó entre los vistosos muñecos y lo sacó—. A veces Lobezno y él se pelean, pero casi siempre luchan juntos contra los malos. Ry der siempre había sentido debilidad por Gambito. —Deberíamos organizar una guerra ahora. Mira, podíamos usar la Batcueva y el Halcón Milenario como bases, y al Duende Verde, a Magneto y al Joker, que están planeando un ataque en el garaje. ¿Ves?, aquí se pueden meter coches, pero también puedes meter a los malos. Qué demonios, decidió Ry der, y ay udó al crío a organizarlo.

www.libroonline.org La guerra resultó atroz, sangrienta y, como en todas las guerras, hubo cobardía, heroísmo y numerosas bajas. Entre los daños colaterales, un T-Rex cojo, tres soldados de las Fuerzas Imperiales y un maltrecho osito de peluche. —¡Al osito le han dado en la tripa! —gritó Murphy. —La guerra es el infierno, chico. —La guerra es el infierno —repitió Murphy, porque era noche de tíos, y rio como un loco. Owen entró justo cuando los Vengadores, los X-Men y los Power Rangers, aliados, volaban la base enemiga. —Los hemos vencido. —Murphy se levantó de un salto para hacer su baile de la victoria y chocar los cinco con Ry der—. Pero Iron Man está gravemente herido. Está en el hospital. —Es Iron Man —lo consoló Owen—. Se repondrá. Ve tú a boxear con Harry en la Wii —le dijo a Ry der—. Me ha dado una paliza tremenda. —Que pelee Beckett con él. —También ha tumbado a Beckett. Y a Liam. Eres nuestra última esperanza. —Muy bien. Pues ay uda tú al enano a recoger todo esto. —Yo no he luchado en esta guerra —protestó Owen—. Estaba en Suecia. Ry der pensó un momento. El cuarto parecía un campo de batalla… sacudido por un tornado. El soborno siempre funcionaba. —Tengo una tarta en la camioneta. —¿De dónde la has sacado? —Tarta de cerezas. Si quieres, ay uda al enano. Yo voy a tumbar al otro. —A mí me gusta la tarta de cerezas —atacó Murphy con su sonrisa angelical. —Recoge y te doy un poco. Un trato redondo, decidió Ry der mientras se dirigía al salón: se había librado de recoger y había evitado comerse él la tarta entera, porque habría podido hacerlo y seguramente se habría puesto malo después. Entró, hizo unas rotaciones de hombros y se marcó un bailecito de boxeador. —Vas a caer, Harry Caray. Te voy a dejar K. O. Harry levantó ambos brazos. —Invicto. Campeón mundial. ¡Hasta he tumbado a Owen! Le han salido equis en los ojos. —A Owen Mandíbula de Cristal —se mofó Ry der, golpeándose la suy a—. Menuda hazaña. —Se acercó a la nevera de debajo de la barra y cogió una cerveza—. Reza lo que sepas. —Yo rezo por ti —dijo Beckett a su hermano—. El chico no tiene compasión. —Ahórratelo. Por cierto, en el suelo de la camioneta, hay una tarta de cerezas, ¿por qué no vas a por ella? —¿Tarta? —Liam saltó de pronto del suelo, donde jugaba con los perros—. Yo quiero tarta.

www.libroonline.org —Y tarta tendrás, pequeño saltamontes. —Beckett se levantó del sillón de cuero. —Bueno, actual campeón a punto de ser derrotado, prepáralo. Harry accedió al Mii de Ry der, de pelo oscuro, ojos verdísimos, gesto ceñudo, y le ofreció el mando. El público se volvió loco. El crío le dio una paliza. Ry der se dejó caer en el sofá, cerveza en mano, mientras Harry daba vueltas en círculos por todo el salón con los puños en alto. —¿Qué pasa, que juegas todo el santo día? —Tengo un talento natural. —Sí, claro. —Me lo ha dicho el abuelo. A él también le gano, pero él es un poco viejo. —¡Yo quiero jugar! —entró Murphy de repente. —Ahora me toca a mí. —Liam se preparó para defender sus derechos—. Beckett ha dicho que luego podíamos jugar a la Play Station, y elijo y o: WWF. Primero boxeo y ahora pressing catch, se dijo Ry der. Beckett debía de dormir como un tronco todas las noches. —Voy a por la tarta. —Ry der se levantó. Su ímpetu infantil cambió de rumbo de inmediato y salieron los tres en estampida hacia la cocina.

No quedó ni una miga de la tarta, algo que Ry der lamentó un poco. Lucharon, persiguieron a ladrones, derrotaron a asesinos. Liam fue el primero en caer rendido, y se quedó traspuesto con los perros. Beckett lo cogió en brazos y se lo llevó a la cama. Al volver, Beckett se encontró a Harry boca abajo en el sofá. Mientras repetía el proceso, Murphy, sentado en el suelo con las piernas cruzadas y bien despierto, enseñaba a Owen a jugar a Mario Bros. —¿Nunca cae? —preguntó Ry der, señalando a Murphy con el pulgar. —Es como un vampiro. Se quedaría despierto hasta el alba si lo dejáramos. Hora de irse a la cama, Murph. —Si no estoy cansado. Mañana no hay colegio. Quiero… —Te dejo que veas una película arriba, en mi cama. —¡Vale! ¿Me dejas ver dos? —Por ahora, una. —Beckett cogió a Murphy en brazos, y se lo echó al hombro para hacerle reír. Mientras Beckett se llevaba a Murphy, Owen se tumbó en el sofá. —¿Dos más? —Sí, pero Beck y a tiene perfectamente controlado lo de ser papá. Además, tendrá su propio equipo de baloncesto en cuanto el enano crezca unos

www.libroonline.org centímetros. —Avery y y o hemos pensado en dos. —Bonita cifra. —Distraído, metió la mano en un paquete de patatas chips con sabor a barbacoa medio magulladas—. ¿Tienes planificadas las fechas de la concepción, el nacimiento y la graduación universitaria? Acostumbrado a esos comentarios, Owen se limitó a encogerse de hombros. —Madre mía, sí que las tienes. —Solo una aproximación. De todas formas, vamos a empezar con perros. —No sé y o si los carlinos son perros. Son más bien de tamaño gato. —Son perros y se llevan muy bien con los niños. Hay que ser previsor. Cuando investigamos las razas… —Cuando investigaste. —Lo que sea. A Avery le gustaba mucho la idea de un carlino. Luego habló con mamá y ella le habló de los refugios. Así que al final vamos a adoptar a un carlino de un año que se llama Ty rone y es sordo de un oído. —Medio carlino, querrás decir, y no lo digo por la sordera, sino por el tamaño. El carlino es medio perro, de modo que, con el labrador, tendréis perro y medio. —Bingo —dijo Owen, negando con la cabeza—. ¡Hay que tener mala sombra para llamar a un perro Bingo! Como solo tiene cuatro meses, se lo vamos a cambiar. Le daremos un poco de dignidad. Volvió Beckett, que fue directo a por una cerveza. —Dios, llevo con esto casi un año, más o menos, y a veces aún me pregunto cómo se las apañaba Clare cuando estaba ella sola. Le quitó las piernas del sofá a Owen, de un manotazo, y se dejó caer. —Es la primera vez que pasa la noche fuera. Se me hace raro. —Ya la has dejado embarazada —señaló Ry der—. Ahora déjala en paz. —Quiere empezar a preparar la habitación de los bebés. Ya me está hablando de cucos y de cambiadores. —¿Nervioso? —Puede, pero más que nada es lo de los cucos. Me suena a niña. —¿Qué puñetas es un cuco? —preguntó Ry der. —Como un cesto montado sobre un pie. —¿Vas a meter a tus hijos en un cesto? —Un cesto especial para bebés. El que me ha enseñado lleva un faldón blanco con volantes y lazos azules. —Necesitado de apoy o, Beckett los miró suplicante—. No se puede meter a un niño en un cesto con faldones de volantes. No está bien. —Pues ponte los pantalones y demuéstrale quién manda —propuso Ry der. —Está embarazada. —Por eso estás ahí hablándonos de faldones con volantes. Qué vergüenza.

www.libroonline.org —Que te den. —Beckett miró a Owen, tirado en el sofá—. Se me ocurre que podíamos construir algo. Bueno, serían dos algos. Una especie de cuna, pero elevada sobre un pie, para que no hay a que agacharse a coger al niño. Algo bonito que le guste a Clare, lo suficiente para que no quiera taparla con unos puñeteros faldones. —Sí, podríamos. Y que se meza. —Con los nombres de los niños grabados. Intrigado, Beckett miró a Ry der. —Los nombres. —Así sería única, y evitaría que los confundieras. Y vete pensando en algo para que no se te mosqueen los tres que y a tienes. —Voy a hacerles una casa en un árbol. Pero no he pasado de la fase de diseño. Tengo demasiadas cosas entre manos. —Nada como una casa en un árbol —dijo Owen—. Nosotros nos pasábamos horas en la nuestra. Almacén de chuches, cómics. ¿Recuerdas la revista guarra que le compraste a Denny ? Yo vi mi primer porno en esa casa. Qué buenos tiempos. —Yo eché mi primer polvo allí. Tiffany Carvell. Qué tiempos grandiosos. —Dios. —Beckett cerró los ojos—. No habléis de porno ni de polvos a Clare o no me dejará construirla en la vida. —Nenaza. Beckett miró a Ry der con desdén. —Ya me lo dirás cuando te cases. —Para eso y a estáis vosotros dos. Las mujeres del mundo necesitan al menos un Montgomery soltero y sin compromiso. —A mí me va a gustar estar casado —comentó Owen. —Casi es como si lo estuvieras y a. —Sí. Y me gusta. Saber que estará esperándome en casa cuando vuelva, o que llegará luego. Y también se me hace raro que no esté esta noche —le dijo a Beckett. —Lo deben de estar pasando en grande. Clare solo me ha llamado una vez para saber de los niños. Y me ha dicho que Esperanza necesitaba compañía femenina. Por cierto, ¿qué ha ocurrido con ese tal Wickham? Clare no me lo ha contado todo. —Se pensaba que podía birlárnosla. —Capullo. —Un capullo con un traje de cinco mil dólares. —Fue él el que la dejó, ¿no? —Owen bebió despacio un sorbo de cerveza—. Por una rubia. Una rubia buenorra, para el que le gusten de esas. Avery me enseñó una foto en la sección de sociedad del Post. —¿En la sección de sociedad? —se mofó Ry der—. ¿En serio?

www.libroonline.org —Vete a la mierda. Lo vio Avery, y me lo enseñó. Así que la deja por la rubia, celebra una boda por todo lo alto y viene aquí, a nuestro hotel, a birlarnos a la gerente. Dan ganas de patearle el culo y estropearle su bonito traje de cinco mil dólares. —Le ofreció un incentivo: podía volver con él y le pondría un piso. Owen se incorporó de golpe. —¿Cómo has dicho? —Ya me has oído. Que quería convertirla en su fulana. Comprarle una casa, darle un poco de dinero para gastos y llevársela de viaje a París o no sé qué mierda. —Y sigue vivo —masculló Beckett—. ¿Por qué no le diste una buena tunda? —Porque no me enteré hasta que y a se había ido. Además, ella lo llevó bien, manejó perfectamente la situación. Ya lo estaba mandando a tomar viento fresco cuando y o llegué. Y no os lo perdáis… —dijo, metiendo la mano en el paquete de patatas fritas— se me acerca, me dice que le siga la corriente y me planta un besazo largo y apasionado. —De eso no me había enterado. —Owen miró a uno, después al otro—. ¿Cómo es que no me había enterado? Yo me entero de todo. —Fue ay er, y hemos estado ocupados. Seguro que y a se ha corrido la voz, algo en lo que ella probablemente no pensó en ese momento. —¿Le seguiste la corriente? —preguntó Beckett. —Claro. ¿Por qué no? Vi lo que pasaba, y no me gustó ese tío. Ni su traje. Supuse que quería mosquearlo, darle celos. A mí me daba igual. Luego, cuando el tío se fue… noté que ella estaba temblando. —Maldita sea —masculló Beckett. —No paraba de despotricar. Cabreadísima. Poniéndolo a caldo, sobre todo. Pero también estaba conmocionada. Owen sacó el móvil. —¿Viste el coche que llevaba? —Un Mercedes C63 de este año, negro. —Ry der le cantó la matrícula—. Dudo mucho que vuelva. Ella le dio donde más le dolía. Claro que no está de más tener los ojos bien abiertos. —Exacto. Ese malnacido acaba de casarse y y a quiere convertir a Esperanza en su… Le hizo un favor cuando la dejó. —Sí, creo que eso y a lo sabe. —¡La tarta te la ha hecho ella! —dijo Beckett señalándolo con el dedo. Ry der sonrió. —Una tarta muy rica. Supongo que quería compensarme. Así que la acepté, luego le devolví la jugada. Me gusta llevar ventaja. —¿La volviste a besar? —quiso saber Owen. —Las otras veces había empezado ella. Comenzaba a sentirme utilizado.

www.libroonline.org Beckett rio y Owen le dio un puñetazo en el hombro. —¡Oy e! —Puede que no tenga gracia. ¿Te estás enrollando con Esperanza? Ry der le dio un trago lento a la cerveza. —Eso entraría en la categoría de « no es asunto tuy o» . —Es la gerente. —Avery es arrendataria nuestra, y eso no te detuvo. —Sí, pero… —Mientras Owen trataba de salir de aquella, Ry der se encogió de hombros. —Relájate. Por favor, besar a una mujer, disponible y dispuesta, es un derecho que Dios otorga a todo hombre. No busco nada serio. Además, empezó ella. —Y está como un queso —añadió Beckett. —Casado, padre de tres niños y con dos más en el horno —señaló Ry der. —Aunque fuera padre de veinte, seguiría teniendo ojos en la cara. Es lista, está buena (fue miss, no lo olvidéis) y hace tartas. Buen trabajo, hermano. —Y cómo se mueve. Owen se agarró la cabeza con las manos y Beckett se echó a reír otra vez. —Se agobia por todo, este hombre. —Es la gerente. La mejor amiga de Avery y Clare. La dejó el hijo de su jefe. —No se te ocurra ponerme en el mismo saco que a Wickham, hermano. —No lo hago. Solo expongo los hechos. Uno más: mamá está loca con ella. De modo que, si quieres acostarte con ella y ella quiere acostarse contigo, estupendo. Pero, por favor, no la fastidies. —Estás empezando a cabrearme —le dijo Ry der con calma, siempre un signo de peligro—. ¿Por qué no me nombras a una sola mujer con la que la hay a fastidiado? —No es una mujer cualquiera. Es Esperanza. Y ella me… —¿Sientes algo por ella? —preguntó Ry der. —Vete a la mierda —le espetó Owen—. He pasado más tiempo con ella que cualquiera de vosotros, acondicionando el hotel, e investigando a nuestra fantasma. Para mí es una especie de hermana. —Para mí tú eres una especie de hermano. —Sí, por eso es raro. Además, Avery me ha contado los detalles escabrosos del asunto Wickham. Se la jugó bien gorda, Ry. Toda la puñetera familia. Y ahora… puede que esté algo vulnerable. —¿A qué te refieres con toda la puñetera familia? —A que todos lo sabían. El padre, la madre… También tiene una hermana. Todos sabían que la utilizaba y, tanto si les parecía bien como si no, lo dejaron estar. Les dirigía el hotel y era responsable de planificar muchos de sus eventos

www.libroonline.org personales. La invitaban a cenar con ellos, la llevaban a su casa de los Hamptons. Avery dice que la trataban como a una más de la familia, y así era como ella se sentía. Por eso fue como si la familia entera la dejara, Wickham se la jugara y sus empleados la usaran. Le hicieron una putada de las gordas. Con eso quedaba todo claro. Ry der decidió que el clan Wickham al completo se podía ir a hacer puñetas. —Yo no hago putadas a las mujeres. Mi familia tampoco. —No, tú no. Ni nosotros. Pero ahora tienes una idea clara de lo que hay. —Sí, ahora lo tengo claro. Si llega a haber algo entre nosotros, que no digo que vay a a haberlo, me aseguraré de que a ella también le quede claro. ¿Satisfecho? —Sí. —Y no vay as corriendo a contárselo a mamá. —¿Y por qué iba a hacerlo? No soy un soplón. —Le contaste que le había roto el jarrón de vidrio tallado de un balonazo y que había escondido los trozos —le recordó Beckett. —¡Tenía ocho años! —exclamó Owen, verdaderamente dolido y ofendido—. ¿Cuánto tiempo vas a estar echándomelo en cara? —Eternamente. Me castigó tres días sin ver la tele por esconder los pedazos y uno más por jugar a la pelota en casa. Me perdí las Tortugas Ninja. —Madura y cómprate el DVD. —Ya lo he hecho. Pero eso no te libra. Entre hermanos, un secreto es sagrado. —Tenía ocho años. Aprovechando que a Owen le preocupaba y a más otra cosa que su vida sexual, Ry der se levantó. —Vosotras solucionad esto, como damas. Yo me voy a casa a dormir un rato. —El material llega a las ocho —le recordó Owen. —Lo sé. Allí estaré. —Yo iré al taller a trabajar en los paneles de la barra. Si necesitas que vay a, mándame un mensaje. —Puedo pasar un día entero sin ver tu cara bonita. Pero tú sí me vienes bien —le dijo a Beckett—. A las siete. —Tendrá que ser a las ocho, a las ocho y media. La madre de Clare quiere que le llevemos a los niños mañana. Tengo que levantarlos, vestirlos, darles de desay unar y llevarlos allí. Clare está en el hotel, no lo olvides. —Tú ven. Vamos, Bobo. —Se puso en marcha—. Y no juegues a la pelota dentro de casa. Se acordó del plato de la tarta en el último momento y retrocedió para cogerlo. Acompañado de Bobo, recorrió en coche la escasa distancia que lo separaba de su hogar: salió del bosque, bajó por la carretera y entró de nuevo en

www.libroonline.org el bosque, donde se ocultaba entre los árboles su casa. Le gustaba así, escondida y privada. Le gustaba tener su propia casa, y que fuera grande. Había contratado un equipo de paisajismo que se ocupara de su parcela. Su madre había querido hacer de él un jardinero, pero no había cuajado. Podía cavar un hoy o para un árbol, algún seto de vez en cuando, pero ¿plantar flores? Eso y a no. Le gustaba cómo quedaban, las distintas alturas, las texturas, las sombras que producían en la pasarela y en las luces de la terraza. Como Beckett lo había lavado, Ry der dejó el plato de la tarta en la camioneta para que no se le olvidara. Permitió que Bobo olisqueara e hiciera lo que hacen los perros mientras él disfrutaba, allí de pie, de aquella paz bajo un cielo repleto de estrellas. No podía imaginar vivir en ningún otro sitio, ni se le pasaba por la cabeza. No solo porque hubiera crecido allí, aunque suponía que eso influía bastante, sino porque aquel lugar, ese aire, los sonidos de esas noches silenciosas, lo tenían cautivado. Siempre había sido así. Había elegido ese lugar, bien lejos de la carretera principal, para echar raíces, para levantar su propio hogar. Había rondado y recorrido esos bosques toda su vida. Sabía cuál sería su sitio mucho antes de hacerse hombre. Entró por el lavadero a la cocina y encendió la luz. Él mismo había diseñado esos espacios, con ay uda de Beckett. Líneas limpias, sencillas, y lo bastante espacioso para que cupiese una mesa. Enchufó el móvil, que al fin había dejado de resistirse a usar, al cargador; luego cogió una botella de agua. Se daría esa ducha caliente, muchísimo más tarde de lo que había planeado. El perro subió trotando con él, y fue derechito al enorme cuadrado de cojines que le servía de cama. Lo rodeó una vez, dos, tres y, suspirando hondo, se acurrucó con el gato viejo de peluche que tanto le gustaba. Quieto, agitando la cola contento, observó a Ry der vaciarse los bolsillos y quitarse el cinturón. Se desnudó, tiró la ropa al cesto y entró desnudo en el baño grande y lujoso del dormitorio. Un hombre que trabajaba con las manos, con la espalda, merecía tener la reina de todas las duchas. Sobre todo si era contratista y sabía cómo hacérsela. Rivalizaba con los baños que habían construido en el hotel: los azulejos y suelos, en su caso, de gris piedra, la larga encimera blanca, los lavabos de acero inoxidable. Abrió al máximo el chorro superior y los laterales, y bien caliente, y dejó que el agua le masajeara con fuerza los músculos tensos después de un largo día de trabajo, y de juego. Y cuando estos empezaron a relajarse, pensó en Esperanza. No la iba a fastidiar. Y, estaba claro, él no era culpable de sus historias con capullos. Había empezado ella. Se recordó aquel detalle porque era la pura verdad. Él

www.libroonline.org había mantenido las distancias, hasta hacía muy poco. Porque había habido algo desde el principio. Y él no quería nada, y menos con un bellezón de ojos almendrados y pómulos prominentes que probablemente pagaba más por uno solo de sus pares de zapatos de tacón que él por todos los que tenía en el armario juntos. Puede que esos tacones le hicieran las piernas interminables, pero daba igual. Ella no era su tipo y, desde luego, él tampoco el suy o. A ella le iban los tíos con traje y corbata de diseñador, que asistían a la inauguración de exposiciones y a galas. Y disfrutaban. Quizá a la ópera. Sí, el capullo ese parecía de los que iban a la ópera. Había empezado ella y, si cortaban, se aseguraría antes de que los dos pusieran las cartas sobre la mesa. Jugaba limpio. Y, aunque Owen tenía razón en ciertas cosas, las meditaría un poco antes de tomar una decisión. Y si llegaba un momento en que los dos querían, pues jugaría más limpio aún. Sin problemas. Cerró la ducha, cogió una toalla y se secó el pelo. Le recordó a Esperanza, manguera en ristre, y le hizo sonreír. Igual no le había parecido gracioso entonces, pero ahora sí. No siempre era perfecta. Ella también cometía errores y daba pasos en falso. Le gustaba más así. Perfecta habría resultado aburrida, intimidadora o desagradable. Le gustaban esas grietas, y se preguntó si aquello seguiría adelante. Calma, se dijo. Bastantes cosas tenía y a en la cabeza, bastantes preocupaciones sin añadirla a ella ahora mismo, de inmediato. Volvió desnudo al dormitorio y estiró las sábanas… su forma de hacer la cama. El perro dormía, y la ventana estaba abierta a la brisa y los sonidos nocturnos. No se molestó en poner el despertador. Lo llevaba en la cabeza y, si no sonaba, sonaría Bobo. Pensó en encender la televisión, para dormirse. Pensó en Esperanza otra vez, volvió a ver en su recuerdo la expresión de su rostro, la de después del beso. Y, pensando en ella, se quedó dormido.

www.libroonline.org 7 Ry der abrió la puerta del hotel poco antes de las siete, cuando el sol de primera hora caía de lado en los rosales que bordeaban el muro del jardín. Había puesto en marcha a la cuadrilla muy temprano, antes de que el calor de finales de junio los aplatanara. Ya resonaban martillos, sierras y taladros desde el otro lado del aparcamiento. El hotel estaba en silencio, y no le sorprendió. Suponía que unas mujeres que tenían el hotel entero para ellas, y nada que hacer más que lo que fuera que hacían cuando se quedaban solas toda la noche, dormirían hasta tarde. Recordaba vagamente cómo era dormir hasta tarde. Entró en la cocina. Fuera lo que fuese lo que hacían las mujeres cuando se quedaban solas toda la noche, dejaban limpia la cocina, observó. Dejó el plato vacío de la tarta en la encimera y se dispuso a salir de allí. Dio media vuelta. Como le habían enseñado a hacer las cosas bien, abrió un par de cajones y buscó algo con lo que escribir. Al tercer intento, dio con un bloc de posits y un bolígrafo. Una tarta muy rica. Estamos en paz. Lo pegó en el borde de una sartén, pero luego vio la cafetera y se lo pensó mejor. Mientras tanto, entró Clare medio dormida y soltó un grito agudo. —Tranquila. —Por si el peso de los bebés le hacía perder el equilibrio, rodeó la isla para agarrarla del brazo. Pero ella se zafó de él agitando la mano. —Qué susto me has dado —dijo Clare, riendo, y se apoy ó en el frigorífico, con una mano en el vientre, como hacían todas las embarazadas—. No esperaba encontrarme a nadie tan pronto. —Solo he venido a devolver este plato. —El pelo le caía como las rosas se descolgaban de sus tallos y su rostro desprendía un resplandor silencioso. Le sentaba bien estar embarazada, decidió Ry der—. ¿Qué haces levantada? Suponía que estaríais todas para el arrastre, después de una noche de desenfreno femenino. —La costumbre, creo. Mi reloj corporal no ha cambiado al horario de verano. Aun con todo, a estas horas los niños suelen estar despiertos. —Se frotó el vientre—. Estos dos lo están. La idea de que hubiera un par de criaturas rodando por ahí dentro incomodó un poco a Ry der. —Deberías sentarte. —Primero, café. Maravillosa cafeína calentita y despejante. Me dejan tomar

www.libroonline.org una mísera taza al día. Ry der intentó imaginarse aguantando el día entero con una sola taza de café. No era capaz. —Pues siéntate, que y o te lo preparo. Estaba pensando en llevarme un poco. Encantada de que le sirvieran, Clare se subió a uno de los taburetes. —Gracias. Fue un detalle que Owen y tú os quedarais anoche con Beckett y los niños. —A cambio, me dieron de cenar. —Ry der se volvió hacia ella mientras encendía la cafetera… Clare la de la melena dorada, el amor de toda la vida de su hermano—. Tu primogénito es un crack del boxeo. —Y se encarga de que todo el mundo lo sepa. Les encantan sus noches de tíos. Solemos hacerlas coincidir con las del club de lectura. Cuando nazcan los gemelos, me los llevaré conmigo, creo, para que se mantenga la tradición hasta que sean lo bastante may ores para participar. —¿No confías en que Beckett vay a a poder con los cinco? —No tiene experiencia con bebés. Es mucho para él. —Ya se las apañará. —Lo sé. Es un padre genial, espontáneo y paciente. Me ha cambiado la vida. Supongo que nos la hemos cambiado mutuamente. —Sonrió cuando Ry der le ofreció su taza de café; se serviría el suy o en un vaso para llevar—. Estaba buena la tarta, ¿eh? —Sí. Voló. —Esperanza nos ha contado lo de la visita de Jonathan. No soy boba, sé que hay gente mala y egoísta por el mundo, pero aún me sorprende que pudiera tratarla como lo ha hecho. Como lo hizo en su día. Para Ry der, los malos y egoístas superaban la cifra de los buenos y generosos. —Está acostumbrado a tener lo que quiere solo con quererlo. Así lo veo y o. —Creo que tienes razón. Ella merece algo mejor. Siempre lo ha merecido. —No te cae muy bien ese tío, ¿verdad? —No. Bueno, en realidad apenas lo conozco, pero nunca me ha caído bien. Esperanza dice que no es como Sam. Ry der se vio entrando en el dormitorio de la casita de Clare en Main Street detrás de Beckett. Encontrándola pálida, aturdida, temblorosa cuando ese canalla de Sam Freemont la siguió. A Beckett dándole un puñetazo en la cara, después de que Clare le hubiera atizado con lo único que tenía a mano: un puñetero cepillo de pelo. —No, no es lo mismo, Clare. Freemont es un malnacido enfermo. ¿Wickham? —Recordó el calificativo de Esperanza—. Ese no es más que un capullo asqueroso. —Ella me ha convencido, casi. Pero ahora que sé lo lejos que pueden llegar

www.libroonline.org algunos, lo mucho que se obsesionan… ¿Tú podrías tenerla un poco vigilada? —Ya lo estoy haciendo. Cogió la taza que él le ofrecía. —Así y a me siento mejor. —Inspiró el aroma del café—. Mucho mejor. —Tengo que irme. ¿Estás bien tú sola? Ella sonrió con ternura y se dio una palmadita en la tripa. —Estamos estupendamente. Ry der salió, sacó a Bobo de la camioneta y juntos fueron caminando hasta MacT. Puede que le tomara el pelo a Beckett con lo de ser marido y papá, pero en el fondo sabía que le había tocado el gordo con Clare. La tenía por una entre un millón. Se habían cambiado la vida el uno al otro, como decía ella, pero las cosas tenían que cambiar. El cambio implicaba progreso, mejoras, alguna sorpresa agradable. Como cuando habían echado abajo el muro que separaba el restaurante del bar y se habían encontrado el viejo revestimiento de madera con sus dos viejas ventanas. También a Owen le había tocado la lotería con Avery, pensó. Le había echado un vistazo al revestimiento y, en vez de pedir que lo taparan de nuevo, había decidido conservarlo, había sabido apreciar su valor y lo que aportaba al edificio. Imaginaba que, en un puñado de años, también Owen estaría compaginando los niños con el trabajo y con la vida. Por muy planificador que fuese, Owen no era tan estúpido ni tan rígido como para no saber adaptarse. Al cambio, se dijo mientras empezaba otra jornada; a eso era a lo que él se dedicaba. Trabajó duro con sus herramientas, interrumpido un par de veces por el móvil, que empezaba a odiar otra vez. Cruzó al centro de fitness a solucionar un problema, luego volvió al restaurante, donde se encontró a Beckett, que había reemprendido su trabajo. —Owen ha hablado con el inspector —dijo Beckett—. Nos ha dado luz verde con la panadería. —Ya me he enterado. —Ahora ha quedado con Lacy —añadió Beckett, refiriéndose a la panadera —. Luego irá a por el permiso de ocupación. Una preocupación menos. —Aún queda mucho por hacer. Por aquí todo está bajo control. —Ry der miró alrededor para cerciorarse—. Te puedes venir conmigo. —¿Adónde? —Vamos a tirar ese puñetero tejado. —Eso íbamos a hacerlo a mitad de semana. —Hoy no va a llover, ni pasaremos de los treinta grados. Así lo dejamos listo. No era la primera azotea que tiraban, pero sí la más grande. Beckett

www.libroonline.org recordaba, con poquísima ilusión, lo laborioso, sucio y absolutamente desagradable que era. —¿No prefieres esperar a Owen? —¿Tienes miedo de sudar, cielo? —le dijo Ry der con retintín. —De que me dé una insolación, más bien. —Échale agallas y quitémonoslo de en medio.

No fue tan malo como Beckett recordaba. Fue peor. Pringado de sudor y de protector solar, resoplaba a través de la mascarilla mientras clavaba la pala. Le ardían los músculos como si los tuviera cubiertos de brasas ardientes. Los obreros se llevaban los escombros en carros y carretillas o subían neveras llenas de agua muy fría. Bebían como camellos y nada parecía saciarlos, porque cada gota de agua que bebían la derramaban en forma de sudor. —¿Cuántas capas de mierda de esta lleva la puñetera azotea? —gritó Beckett. —Es un milagro que la condenada no se hundiera el invierno pasado. Ry der levantó un trozo más con la pala eléctrica, alzó la mirada y sonrió. —Ya sale. —Si no nos mata primero. ¿De qué te ríes? —Me gustan las vistas. Beckett paró, se limpió el sudor y se asomó. Los ray os del sol resplandecían sobre el tejado de cobre del hotel. Vio la Plaza, los coches que pasaban, la gente que entraba en Vesta para comer y, al girar y mirar calle abajo, Pasar la página. —Preferiría disfrutar de esta vista a la sombra de un porche, con una cerveza en la mano y mi chica al lado. —Tú échale imaginación. —Ry der se quitó la mascarilla saturada y bebió agua a grandes tragos. Como no podía desperdiciarla, imaginó que se echaba esa agua fría por la cabeza. Mientras hacía una breve pausa para desentumecerse los hombros doloridos, vio a Esperanza salir al porche de la segunda planta. Ella se detuvo un momento y miró a un lado y a otro, observando el trabajo de los obreros. Ry der lo supo en cuanto sus ojos se encontraron; sintió, podría jurarlo, como un pinchazo en la entrepierna. Ella estuvo quieta un instante, como él, luego abrió la puerta de J y R y desapareció. —Debe de tener algún huésped —comentó Beckett. —¿Eh? —Que te he visto mirar. Ry der cogió una mascarilla nueva. —Que y o sepa, no está prohibido.

www.libroonline.org —Aún no. ¿Por qué no le pides que salga contigo? —¿Por qué no sigues dándole a la pala? —Una cenita, algo de conversación. Si hasta te ha hecho una tarta, por Dios. —De la que tú comiste tanto como y o. Llévala tú a cenar y habla con ella. —Ya lo he hecho. Bueno, Clare y y o la hemos invitado a cenar con nosotros. ¿Necesitas ay uda, hermano? Podemos invitaros a cenar a los dos, allanaros el camino. —Que te den —le dijo Ry der, y siguió trabajando.

Por mirar no hacía daño a nadie, se dijo Esperanza. Fue adentro, abrió Eve y Roarke. Allí podría subir las persianas, lo justo para ver la azotea. O lo que suponía que quedaba de ella. No tenía ni idea de cómo pensaban quitarla entera. Iban a necesitar un montón de palas afiladas, barras pesadas y algún tipo de sierra. Además de muchísimo ruido. Supuso que sería un trabajo horrible, pero le ofrecía vistas interesantísimas. Casi todos los hombres iban descamisados. Confiaba en que se hubieran puesto abundante crema protectora o lo lamentarían por la noche. Titubeó un instante, luego se dijo: ¿qué demonios? Subió corriendo a su apartamento, cogió sus gemelos de teatro y bajó aprisa. Desde luego era un trabajo horrible, concluy ó cuando pudo verlo de cerca. Madre del amor hermoso, sí que estaba bien hecho ese hombre. Ya lo había observado, aun con camisa, y lo había notado las pocas veces que lo había tenido pegado a su cuerpo, pero… no había nada como un primerísimo plano de un hombre sudoroso con los músculos en acción. Ninguna mujer podía negar el cosquilleo que eso producía, aunque el hombre sudoroso y musculoso no fuera su tipo. Lo vio mirar, quitarse la mascarilla para gritarle algo a uno de los obreros. Además, tenía un rostro hermoso, de rasgos muy afilados, algo desaliñado y barbudo, pero guapísimo. Y cuando sonreía, como ahora, otro cosquilleo la recorría por dentro. Profirió un sonido de estremecimiento. —¿Esperanza? No estaba segura de qué querías hacer con… Se giró. A punto estuvo de lanzar los gemelos, pero no andaba tan distraída. En su lugar, sonrió, con cara de boba quizá, al ver a Carolee a la puerta. —Estoy espiando a los vecinos. —¡No me digas! —señaló Carolee meneando las cejas, y se acercó—. ¿Qué…? Ah, los de la azotea. Uf, qué calor, tienen que estar sudando la gota gorda… —Se interrumpió, rio—. Y de eso se trata. Déjame echar un vistazo. Cogió los gemelos, miró por entre las lamas de la persiana.

www.libroonline.org —Qué guapos, ¿verdad? Solo veo a dos de los chicos… de los de Justine. Owen debe de haber encontrado un modo de escaquearse. Un trabajo horrendo. Deberíamos prepararles un poco de limonada. —Bueno, no sé si… —Por supuesto que sí. —Sonriente, Carolee le devolvió los gemelos—. Cogeremos un par de botellas termo, un cubo de hielo y algunos vasos de plástico. Abajo hay una mesa plegable que nos vendrá muy bien. —¿Y tengo que pagar por el espectáculo? Carolee le dio una palmadita. —Yo no lo diría así. Vamos, no tardaremos mucho. Aún faltan un par de horas para el registro. No podía decirle que no a Carolee, sobre todo porque la había sorprendido comiéndose con los ojos a su sobrino. De modo que hicieron un montón de limonada. Salieron cargadas con la mesa plegable, botellas termo, hielo y vasos. Carolee llamó por su nombre a uno de los obreros y le pidió que se acercara. Eso inició un ir y venir de hombres del tejado al interior del hotel. Oy ó muchos « gracias, Esperanza» , o, en algunos casos, « señorita Esperanza» . —Nos has salvado la vida. —Beckett se bebió un vaso y acto seguido le guiñó el ojo a su tía. —Tened cuidado ahí arriba. —Claro. Casi hemos terminado. Ya estamos llegando al condenado caucho. Habéis aparecido muy oportunamente. Pararemos para comer, y terminaremos luego. —Repasa bien esa zona por si hay algún clavo —le ordenó Ry der a alguien; luego cogió un vaso y se lo bebió de un trago—. Gracias. —Voy a pedir la comida —anunció Beckett, y se alejó con el móvil. —Toma, Ry der, bébete otro. Tu madre vendrá más tarde. —¿A qué? —Porque le he dicho que estabais tirando el tejado y quiere verlo. Voy a hacer más limonada y así tendréis para la comida. —Y querrá ver el restaurante, y la panadería. ¿Dónde puñetas está Owen? —Toma. —Esperanza le sirvió otro vaso—. No te acalores. —No hay suficiente limonada en el mundo para eso. —Pero se la bebió—. Habremos terminado de tirar esa porquería antes de que empiece a apretar el calor, algo es algo. Al oír la voz de su dueño, Bobo salió de su refugio, se frotó contra las piernas de Ry der. Esperanza se sacó una galleta para perros del bolsillo. —Esperará una galleta cada vez que te vea. —Tú tienes limonada. —Él no ha estado tirando una azotea de alquitrán y gravilla, sudando a mares.

www.libroonline.org Esperanza se agachó a acariciar al perro, ladeó la cabeza de modo que sus ojos brillaron a través de una oscura mata de pelo. —Igual debería ir a por la manguera. —No me vendría mal al final del día. —Titubeó—. ¿Tienes huéspedes hoy ? —Sí. Tres habitaciones, unos se quedan todo el fin de semana. —Vale. —¿Lo preguntas por algo en particular? —No. Volvemos a los monosílabos, se dijo ella, y probó por otro camino. —Me han contado que la tarta voló en la noche de tíos. —Los críos son unos buitres. Los había subestimado. —Me queda media de otra. Te la puedes llevar si quieres. —Me la llevaré. —Cógela antes de marcharte. Tengo que volver al trabajo. —Luego os devolvemos la mesa y lo demás. Se agradece. —Muy bien. Ah, si quieres que te riegue un poco, puedo buscar un hueco. Se dio el gustazo de verlo fruncir los ojos, intrigado, antes de dar media vuelta para marcharse. Esperanza se consideraba buena jueza y, a su juicio, Ry der Montgomery y ella estaban coqueteando descaradamente. A ver a dónde los llevaba todo aquello.

Owen apareció cuando Ry der bajaba de la azotea por última vez. Se habría cabreado con él, pero vio que iba sudado y sucio, y que aún llevaba el cinturón de las herramientas. Pero, qué demonios, un poco de pique entre hermanos era un signo de afecto. —Suponía que aparecerías cuando estuviera hecho el trabajo sucio. —Alguien tiene que encargarse de la otra cuadrilla cuando te da la venada de cambiar de planes. Ya te has dado el gusto de quitar esas baldosas horrendas, ¿no? No precisamente, se dijo Ry der, y no pudo evitar alegrarse de no haber tenido que hacerlo. —Si traes el material mañana, podemos empezar el tejado nuevo. —Estará aquí a las ocho. —Owen miró a Ry der de arriba abajo—. Parece que te has ganado una cerveza. —Me he ganado un puñetero pack de seis. —Avery cierra esta noche y me iba a acercar un rato. Le toca pagar a Beckett. —Beckett se va a casa —anunció el aludido—. A darse una ducha de cinco horas. —Pues solo quedamos tú y y o, Ry.

www.libroonline.org —Quedas solo tú —corrigió Ry der—. Yo voy a hacer lo mismo que Beckett, y mi perro también. —Me parece bien, teniendo en cuenta lo mal que oléis los dos. Lo dejaremos para mañana. Hay que repasar unas cosas, de las dos obras. Podemos hacerlo antes de que llegue la cuadrilla por la mañana o cuando terminemos la jornada. —Cuando terminemos —dijo Ry der, rotundamente. —¿Un viernes por la noche? —Beckett arqueó las cejas—. ¿Ninguna cita? —Mis citas no empiezan tan temprano, ni acaban muy tarde. —De todos modos no iba a salir, ni se lo había planteado. Igual cuando se quitara cinco o diez centímetros de porquería se lo pensaría un poco. —Pues nos vemos mañana. —Cuando Owen se fue, Beckett echó un vistazo al edificio. Ry der y él se quedaron allí de pie como un par de evadidos del infierno—. ¿Nos echamos a suertes quién hace la última comprobación y cierra todo? Recordando sobre todo su conversación con Clare en la cocina a primera hora, Ry der se encogió de hombros. —Vuelve a casa con tu mujer y tus hijos. Ya lo hago y o. —Me voy volando. Ry der volvió a entrar, cogió su sujetapapeles. Quería anotar un par de cosas, cuando se hiciera a la idea de que había vuelto a quedarse solo. Comprobó la puerta que daba a Saint Paul Street y cogió su botella termo. Pensó en la limonada. No tenía tiempo para eso, se dijo. Y, aunque le apetecía la tarta, no iba a entrar en el hotel con ese aspecto. Tendría que dejar eso para mejor ocasión, también. Se disponía a salir cuando una camioneta se detuvo a la puerta. Era la de Willy B., con su madre al volante. Procuró no pensar en que el padre de Avery se acostaba con su madre. Prefería seguir viendo a Willy B. como siempre: un viejo amigo de la familia, un tío genial que había sido el mejor amigo de infancia de Tommy Montgomery. Si pensaba en ese grandullón de barba pelirroja como el amante de su madre, la cosa se complicaba. Justine bajó del vehículo. Llevaba pantalones pirata y una camiseta de chica con zarandajas en el cuello. Se había arreglado un poco, el pelo y la cara, y estaba guapísima. —No te acerques mucho —le dijo levantando una mano—. No estoy para que se me acerque nadie. —Te he visto peor, pero esta camiseta es nueva, así que… —Le tiró un beso. —Otro para ti. ¿Cómo va, Willy B.? —Va bien. —Casi dos metros de altura. Un hombre grande de gran corazón y con una buena mata de pelo rojo en la cabeza a juego con la barba. Con los

www.libroonline.org pulgares en los bolsillos, contempló el edificio—. Habéis limpiado por completo la azotea. —De limpia no tenía nada. Supongo que querréis echar un vistazo dentro. —No estaría mal. Si tienes que irte, y a cierro y o. —Da igual. —Encabezó el grupo. Willy B. se agachó, inclinó la cabeza a un lado y a otro, arriba y abajo según iba recorriendo el espacio. —Qué imaginación tienes, Justine. —Va a quedar fabuloso. Mis chicos no se conformarán con menos. —No nos deja elección. A primera hora de la mañana nos llegará el material para poder empezar el tejado nuevo. Habló de tejados y ventanas con Willy B., después dejó que Justine lo llevara de un lado a otro, señalándole los espacios vacíos que se transformarían en taquillas, una pequeña aula, el espacio de recepción. —Espero que te hagas socio. —Anda y a, Justine. —Nada de anda y a —le dijo ella, agitando el dedo, luego le dio una palmadita en el hombro—. Te haré descuento, dado que vamos a ser consuegros. Willy B. sonrió al oír eso. —Qué bueno, ¿verdad? Mi hija y tu hijo. A Tommy le encantaría, ¿no crees? Así era Willy B., se dijo Ry der. Eso era lo que lo convertía en Willy B. Siempre pensaba en sus amigos. —Le encantaría, sí. Y me habría dicho que estoy loca por comprar este sitio. Pero luego se habría puesto manos a la obra. Ay, te digo y o que va a quedar genial, y no habrá nada igual en esta zona. Tengo grandes planes para las taquillas. —Tu madre me ha hablado de las taquillas y eso —le dijo Willy B. a Ry der —. Conozco a un tipo que hace cosas de este estilo. —Owen lo ha estado mirando un poco. Igual podrías darle el nombre. —Eso haré. Dentro de un rato iremos a Vesta. Se lo daré a Avery. —Owen está allí. —Perfecto —asintió ella—. Queremos echarle un vistazo al nuevo restaurante antes de ir a cenar. —Owen tiene la llave. Él os lo enseñará. —Te invito a una cerveza —le ofreció Willy B.—. Y a pizza, si quieres. —Con esta pinta, no —dijo Ry der señalándose—. Sanidad le cerraría el local. Pero, gracias. —Cuando esto esté terminado, podrás ducharte y darte un baño de vapor aquí. —Justine le sonrió—. He oído decir que le estás tirando los tejos a nuestra gerente. —Ay, no, Justine —le susurró Willy B. al ver fruncir el ceño a Ry der.

www.libroonline.org —No es cierto. —Entonces alguien que se te parece mucho la besaba ay er en el aparcamiento. —Eso… no fue nada. —Pues a Mina Bowers, que pasaba por allí en coche y se lo contó a Carolee, que me lo dijo a mí, sí le pareció algo. Sabía que se correría la voz, pero no esperaba que la voz le llegara a su madre tan pronto. —La gente debería meterse en sus asuntos. —Bah, eso nunca pasa —dijo Justine, satisfecha—. Además, me he enterado de primera mano por Chrissy Abbot, que iba paseando al perro, de que habíais tenido otro « no fue nada» antes. Indagando un poco, he sabido que el hombre del traje caro que estuvo aquí entonces era ese tal Jonathan Wickham. —Sí, vino a robárnosla y llevársela a su hotel, y a convencerla de que volviera a acostarse con él. —Pensaba que él se había casado —intervino Willy B. —Huy, Willy B., qué ingenuo eres. Es un malnacido —dijo Justine, indignada —. ¿Cómo es que me cuentan que la has besado a ella pero no que le has dado una paliza a ese imbécil? Ry der sonrió de oreja a oreja, y le salió del alma. —Te quiero, mamá. De verdad. —Eso no es una respuesta. —Porque me enteré tarde. Ya se encargó ella de cantarle las cuarenta. —No esperaba menos. Si ese hijo de perra vuelve a aparecer por aquí, quiero que lo saques a patadas de nuestras propiedades. O llámame, y lo haré y o misma. Será un placer. Debería ir al hotel a hablar con ella. —Tiene huéspedes. —Pues hablaré con ella mañana. —Inspiró hondo dos veces para calmarse —. Y si quieres tirarle los tejos y que la gente no hable de ello, hazlo en privado. —No le estoy tirando los tejos. —Entonces me decepciona que no lo hagas. Anda, ve a asearte y descansa. Luego hablo contigo. Ah, Ry, estáis haciendo un buen trabajo aquí. Ya se ve. Ella sí, se dijo él mientras salían. Como siempre. A veces hasta incomodar. —Que le estoy tirando los tejos. Dios. Que te decepcionaría si no lo hiciera. No hay quien entienda a las mujeres, ni siquiera a las madres. Sobre todo a ellas. Venga, Bobo, vamos a darnos una ducha. El animal, que conocía la palabra, meneó la cola emocionado y salió trotando detrás de Ry der. Acababa de cerrar cuando, al volverse, vio a Esperanza por el aparcamiento, en dirección a su camioneta, con otro plato de tarta. ¿Por qué demonios siempre tenían que coincidir en el puñetero

www.libroonline.org aparcamiento? —Mi madre y Willy B. se han ido ahora mismo. —Ah. Podían haber venido al hotel. —Pensaba que tenías huéspedes. —Y los tengo —dijo ella, señalando los dos coches aparcados junto al suy o y el de Carolee—. Y seguro que les habría encantado conocerla. Tu tarta. —Se agradece. —Carolee les está sirviendo vino y queso a los huéspedes, y y o debería volver a echarle una mano, pero antes quería preguntarte una cosa. —Vale. —¿Te estás planteando la posibilidad de acostarte conmigo? —¿Y qué quieres que conteste a eso? —Me valdría con la verdad. Valoro la sinceridad en cualquier tipo de relación, por informal que sea. Ya he pasado por eso, y he aprendido la lección. Así que quería saber si, igual que y o, te lo estás pensando. Sin rodeos —prosiguió ella, mientras él, mudo de asombro, la miraba ceñudo—. Sin compromisos, sin complicaciones. Si no, no pasa nada. Solo me gustaría saber a qué atenerme. Eso era poner las cartas sobre la mesa; sí, señor. —A qué atenerte. Si no sé ni a qué atenerme y o. Estaba cansado, sucio, y ella le estaba tirando los tejos en el aparcamiento. ¿Qué decía, que aún no la acababa de entender? Dios, no había forma de entenderla. —Muy bien. Cuando lo sepas, me lo cuentas. —Te lo cuento —repitió él—. Si sí o si no. —Así es más sencillo, ¿no crees? Pareces cansado —observó Esperanza—. Estarás mejor en cuanto te asees y comas algo. Yo tengo que volver. Buenas noches. —Sí. —Abrió la camioneta para que entrara Bobo. Tras pensárselo un poco, decidió conducir con la tarta en el regazo. De lo contrario, el perro no podría resistirse a meter el hocico entero en ella. Se sentó al volante y se quedó allí un rato. —No, no hay quien entienda a las mujeres, Bobo. No hay quien las entienda.

www.libroonline.org 8 Como los huéspedes habían salido, las habitaciones estaban limpias y Carolee había ido al mercado, Esperanza pudo al fin pasar un tiempo en su despacho. Tenía nóminas y facturas de las que ocuparse, el sitio web, la página de Facebook, correos, reservas, y un poco de tranquilidad para hacerlo todo. Después estaban las tareas rutinarias de siempre. Los clientes le comentaban lo limpio, lo bonito y lo perfumado que estaba el hotel, y tenerlo así requería un esfuerzo constante. Cuando terminó con las nóminas, subió unas cuantas fotos nuevas a la página de Facebook, y añadió un comentario, luego pasó a los correos. Acababa de contestar el último cuando sonó el timbre de Recepción. Un momento tan bueno como cualquiera para hacer una pausa, pensó. Iba a levantarse cuando se le vino a la cabeza la imagen de Jonathan. Si se lo encontraba en la puerta, estupendo. Hasta le venía bien. Esta vez le iba a decir lo que pensaba de verdad. Se preparó, casi deseándolo, pero quien llamaba a la puerta era Justine. —¡Hola! Pensaba que tenías llave. —Y la tengo, pero no me gusta usarla. —Se volvió para mirar a los obreros que martilleaban y serraban sobre el esqueleto de un tejado—. Espero que el ruido no sea un problema. —No es para tanto; además, la vista mejora a diario. La gente está emocionada con que vay amos a tener un centro de fitness en el pueblo. —Eso es lo que quiero oír. —Siento haberme perdido vuestra visita de ay er. —Por eso he venido. Aquí siempre huele tan bien. —Justine entró en la cocina y se cogió un refresco del frigorífico—. Me sube el ánimo cada vez que vengo. Por cierto, ¿has visto que a Lacy y a le están instalando las máquinas? La panadería debería estar lista, en marcha y abierta al público en unos diez días. —Qué ganas tengo de que abra. Me va a gustar tener una vecina, y que encima hace unas pastas riquísimas. —Avery me ha dicho que nos vamos a chupar los dedos. Hemos alquilado también los dos apartamentos de encima de la tienda. Así que tendrás más vecinos. ¿Podemos hablar tranquilamente? —Claro. —Reorganizó mentalmente sus quehaceres y se sentó con Justine en la isla de la cocina. —¿Tienes huéspedes hoy ? —Tenemos una pareja majísima que está pasando el fin de semana en J y R. Él es un entusiasta de la Guerra de Secesión. Tanto es así que ay er se acercaron a PLP antes de que cerrara y volvió con un puñado de libros de autores locales que no tenía. Parecía que hubiera encontrado oro. Ahora están de paseo por el campo

www.libroonline.org de batalla. Han contratado el paquete de Aventura Histórica. El trato es que ella lo acompaña hoy y mañana él tiene que ir con ella a ver tiendas de antigüedades. —Me parece justo. —No para de contar anécdotas. Anoche hubo otras dos parejas y los entretuvo a todos hasta pasada la medianoche. Le encantó el ajedrez de la Guerra de Secesión que hay en el Salón. Confía en que alguno de los clientes que entran hoy sepa jugar. —Tommy y Willy B. solían jugar. Yo prefiero el Monopoly. —Rio con ganas. —Juegas muy bien. Te iba a mandar un correo electrónico en cuanto tuviera todos los detalles, pero hay alguien que quiere reservar el hotel para una fiesta nupcial. —¿Una boda? —No, y a tienen sitio para la boda y el convite, pero su intención es reservar el hotel para la noche antes. Los novios, los invitados, los padres. Y para la noche de bodas. Lo he bloqueado, de momento. En principio, me lo confirmarán el lunes. —Suena bien. ¿Qué tal vuestra noche de chicas? —Fenomenal. Agradezco mucho la posibilidad de hacer algo así. Me gustaría poder organizar otra más adelante, con Carolee y contigo, quizá con Darla también. Y con mi madre y mi hermana, si pueden venir. —Eso suena todavía mejor. —Asintiendo satisfecha con la cabeza, se recostó en la silla—. Eres feliz. —Este es el trabajo de mis sueños, Justine. No podría ser más feliz. —Entonces ¿no te sientes tentada de aceptar la oferta de Jonathan Wickham? Esperanza hizo una mueca. —Tendría que habértelo contado y o, ¿verdad? —No necesariamente —dijo Justine con un gesto desenfadado—. Al final termino enterándome de todo lo que merece la pena saber. —Supongo. Y no, no me tienta en absoluto. Este es mi hogar. Puede que Jonathan piense que no existo sin Georgetown, el Wickham y él, pero se equivoca. Aquí me siento más… y o, de lo que me he sentido en mucho tiempo. —Me alegra oír eso. Me alegra saber que no has hecho ni caso a ninguna de sus dos propuestas. —Huy, huy, huy, no me hagas hablar de la segunda. Justine volvió a reír. —Precisamente a eso he venido. A hacerte hablar. Los hombres nunca cuentan los detalles, solo te hacen un resumen. —¿Quieres saber con qué clase de persona he estado? —Se echó hacia atrás y se cogió un refresco también—. Sabía que tenía defectos; todo el mundo los tiene. Además, sabía que tenía flaquezas y, cómo no, pensé que y o las mantendría a ray a. No suelo ser tan estúpida, pero…

www.libroonline.org —Te acostumbraste a él. Le tenías aprecio. —Sí, sí, así es. Ahora veo que fue un poco todo. El sitio, Jonathan, la gente. Tenía a su hermana por una de mis mejores amigas. No lo era. Creía estar en mi sitio, y aquel estilo de vida… Estaba muy bien. O eso parecía. Me cuesta reconocer que todo era pura apariencia. —¿Cómo se puede ver algo así desde dentro? —Mirando. —Suspiró—. Aun habiéndome dado cuenta, habiéndolo admitido, viéndolo todo claro, y viendo cómo es él en realidad, me dejó completamente atónita su propuesta de retomar lo que teníamos… a cambio de una sustanciosa suma. —Capullo. —Como poco. Cuando conseguí calmarme, llamé a mi madre y me desahogué con ella cerca de una hora. Siempre fue muy cariñoso con mi madre, con mi familia. Eso era muy importante para mí. Ella me apoy ó cuando todo se fue al garete, pero sé que sentía debilidad por él. Hasta que se lo conté todo. Cuando terminé, estaba aún más enfadada que y o. —Creo que tu madre y y o nos llevaríamos bien. —Sí, sí. Mira que venir aquí con su traje de Versace y su corbata de Hermès, con el bronceado de su luna de miel aún intacto, y decirme que a mí esto no me llena, que aquí estoy fuera de lugar, que tendría que volver al Wickham, con un aumento, y con él, que me trataría como a una reina… Gilipollas. —Gilipollas se parece mucho al adjetivo que se me estaba ocurriendo. —Nunca pensé que me daría pena de Sheridan, su esposa. Pero me da. —Un momento. ¿No fue ella a restregártelo a la cara? ¿No fue a tu despacho, sabiendo de sobra lo que había entre vosotros, a decirte que quería que te encargaras de organizar su boda en el hotel? —Sí. —Esperanza frunció los ojos—. Desde luego que sí. Ya no me da pena. Son tal para cual. —Eso creo y o. Me alegro de que Ry der llegara a tiempo para que tú pudieras restregarles algo a la cara. Esperanza miró a Justine; la observaba risueña y sorbiendo despacio. —¿También te has enterado de eso? —Yo me entero de todo, cielo. Siempre. —Supongo que no pensaba que Ry der te lo fuera a contar. No me parece de esas cosas que él vay a contando. —Me he enterado por otra vía, después le he pinchado para que me informara. Y del segundo encuentro. —No fue un… ¿También te has enterado de eso? —Esto es un pueblo. Si besas a un hombre en un aparcamiento, seguro que alguien se entera. Y ella que pensaba que y a se había acostumbrado a las costumbres del

www.libroonline.org pueblo. Supuso que aún le quedaba mucho por aprender. —Como es lógico, entendería que prefirieras que no me… que no nos… relacionáramos de ese modo. Yo… —¿Y por qué iba a preferir eso? —Arqueó las cejas—. Ya sois may orcitos. —Él es tu hijo. Yo soy tu empleada. —Quiero a mi hijo. Lo quiero lo bastante para creer que puede y debe tomar sus propias decisiones, seguir su camino. Adoro este hotel, no tanto como a mis hijos, pero por ahí anda. Nunca habría puesto a su cargo a alguien en quien no crey era, a quien no apreciara, alguien a quien no respetara y en cuy as decisiones no confiara. Si Ry y tú decidís tener una relación, del tipo que sea, eso es decisión vuestra. Hizo una pausa y sonrió de oreja a oreja. —He visto las chispas, cielo. Me preguntaba a qué demonios esperabais. —Ni siquiera estaba segura de que nos gustáramos. Aún no lo estoy del todo. —Yo no soy imparcial, pero diría que ambos tenéis motivos para gustaros. Ya los iréis descubriendo. Y si resulta ser solo sexo, os lo pasaréis en grande. —Eso es algo que no esperaba oír de mi jefa, ni de la madre de un hombre. —Ante todo, soy Justine. Una vez aclarado eso, ¿hay algún asunto del hotel que tengamos que tratar antes de que me acerque a la librería a asegurarme de que Clare se está cuidando y está cuidando de mis nietos? —A propósito, ¿te parece bien que hagamos aquí la fiesta de premamá? Sé que no será hasta entrado el otoño, pero, si me das luz verde, querría fijar una fecha cuanto antes y reservarla. —Me parece perfecto. Ya me dirás si puedo ay udar en algo. —Pues podríais alojaros aquí. Tú, Clare, Avery, la madre de Clare, Carolee. Habría sitio para tres más si Clare quiere. —¿Una fiesta de premamá seguida de una noche de chicas? Más que perfecto. Cuenta conmigo. En cuanto te pongas de acuerdo con Clare, dime la fecha. Podríamos hacer lo mismo con la despedida de soltera de Avery. —Esperaba que dijeras eso. Dios, va a ser divertidísimo. —Creo que Lizzy quiere asegurarse de que la invitamos. —No me había dado cuenta —dijo Esperanza al oler el aroma a madreselva —. A veces ni lo noto. Forma parte del lugar. Bueno, ella lo es. —Eso significa que estás a gusto con ella. —Así es. Espero información de una prima que está escribiendo una biografía de Catherine Darby. También me he dirigido a la escuela, a la bibliotecaria, confiando en que tengan en sus archivos cartas o documentos. Encontrar a Billy con tan pocos datos está resultando complicado. Asomó su frustración. Cuando uno tenía un cometido, una tarea, un deber, debía hacerlo. Descubrir que no podía, al menos no como a ella le gustaría, la irritaba.

www.libroonline.org —Ojalá nos dijera, a cualquiera de nosotros, algo más. Su apellido, algo. Habló con Owen. Solo me queda esperar a que vuelva a hacerlo. —¿Quién sabe qué barreras hay entre su mundo y el nuestro? Quiero pensar que te dirá lo que pueda cuando pueda. —¿A mí? —Tú estás con ella más tiempo que cualquiera de nosotros, y es tu antepasada —señaló Justine—. ¿Alguno de los huéspedes ha mencionado algo? —Hubo una mujer que me comentó que había oído música en plena noche y que le había parecido que olía a madreselva. Se despertó porque no se encontraba bien y luego no podía conciliar el sueño, así que fue a la Biblioteca a por un libro y, cuando estaba allí ley endo, oy ó la música. —Interesante. —Pensó que se había quedado traspuesta y lo había soñado. No sé y o si no sería así, porque la música nunca ha formado parte del repertorio de Lizzy. —No me sorprendería nada que diversificara. Voy a tener que dejarte y a. Dime esas fechas en cuanto las sepas, y las anotaré con tinta indeleble. —Lo haré. Esperanza se levantó con ella y la acompañó a la puerta. Se detuvieron un rato a observar a los hombres que trabajaban al otro lado del aparcamiento. —La primera vez que vi a Tommy Montgomery estaba subido a una escalera, trabajando, sin camisa. Yo empezaba mi nuevo trabajo y quería ser muy profesional, muy digna. Y lo vi y pensé: « Madre mía» . —Riendo un poco, Justine se llevó la mano al corazón—. Aquello fue el fin y el principio para mí. —Me habría gustado poder conocerlo. Todo el mundo habla muy bien de él. —Tommy era un buen hombre. Tenía sus defectos, como todos. Me ponía histérica algunas veces, pero me hacía reír muchísimo. No lo habría querido distinto. Ni una pizquita. —Se dispuso a abrazarla—. Si Ry der no te hace reír, olvídate de él. El sexo no merece la pena si no te hace reír. Creo que voy a ir a interrumpirlo un rato antes de darle la tabarra a Clare. La vio cruzar el aparcamiento con sus deportivas rojas, saludando a su hijo con la mano por el camino. Ry der se irguió, meneó la cabeza y sonrió a su madre. ¿A quién no le gustaría ser como Justine de may or?, se dijo Esperanza, y volvió dentro.

En cuanto empezaron a llegar los clientes del viernes, no le quedó tiempo para pensar en posibles amantes ni en fantasmas. Subió y bajó (trotando, en ocasiones) más veces de las que fue capaz de contar. Supuso que, hasta que abriera el centro de fitness, hacía cardio de sobra en su puesto de trabajo. Llevó a los clientes a sus habitaciones, respondió a preguntas, aceptó los cumplidos sobre

www.libroonline.org la decoración en nombre de su jefa, sirvió refrescos y ofreció consejos sobre dónde ir a cenar o de compras. Cuando volvió la pareja de la Guerra de Secesión, les sirvió vino en el Patio a petición de ellos. Algunos huéspedes, lo sabía por experiencia, buscaban un escondite íntimo donde la gerente fuera casi tan invisible como Lizzy. Otros querían que formara parte de su experiencia, compartir con ella las aventuras del día. Esperanza escuchaba y charlaba cuando ellos querían, y se esfumaba cuando no. Y, al igual que Justine con el pueblo, siempre tenía la oreja pegada al suelo del hotel. Hacia las cinco, el hotel estaba al completo, con huéspedes en el Patio y en el Salón. —Si quieres, me quedo —dijo Carolee—. La mujer de E y D te tiene loca. Daba por supuesto que tendríamos carta de vinos —dijo imitando su acento cursi —. Y cuenta, desde luego, con que tengamos y ogur griego. No me importa ir a buscarlo, pero podría pedirlo de buenas maneras o, mejor aún, con antelación. —Lo sé, lo sé. Es una petarda. —Esperanza sirvió otro cuenco de aperitivo—. Son solo dos días —dijo a modo de mantra—. Son solo dos días. E igual deja de ser tan petarda a medida que pase el tiempo. —Esas nacen petardas. Es de las que te llaman chasqueando los dedos. Era cierto, recordó Esperanza, pero, por alguna razón, aquello le hizo reír. —« Niña, niña (porque soy demasiado importante para recordar tu nombre), ¿tendrás al menos galletitas sin levadura?» . Yo sí que le iba a dar galletitas… Ahora fue Carolee la que rio. —El resto de la gente parece muy agradable y dispuesta a relajarse y disfrutar. Si quieres, me quedo —repitió. —No, vete a casa, Carolee. Te necesito mañana temprano, despejada, para que me ay udes a preparar el desay uno a esta multitud. Bob, el de la Guerra de Secesión, seguro que me los entretiene a todos otra vez. —A esa no la entretendría aunque hiciera malabares con bolas de fuego y en cueros. Llámame si quieres que vuelva. Si me necesitas, puedo dormir en tu cuarto de invitados. —Eres la mejor. —Porque lo era de verdad, Esperanza la abrazó de repente —. Lo tengo todo controlado. No te preocupes. Sacó más aperitivos, otra botella de vino y sonrió relajada cuando la Petarda le pidió unas aceitunas rellenas. Como tenía, las puso en un cuenco bonito y las sacó. Charló con los que querían charlar, luego volvió dentro a echar un vistazo a los huéspedes del Salón. E hizo un par de rondas más hasta que al fin la Petarda y su marido salieron a cenar y ella pudo respirar y dar gracias al cielo. Bob, el de la Guerra de Secesión, bendito fuera, logró convencer a su mujer

www.libroonline.org y a dos de las otras parejas para que pidieran unas pizzas y jugaran un rato en el Salón. Al oírlos reír con ganas, supo que y a nadie la llamaría chasqueando los dedos. Ahora podría cenar algo ella también, investigar un poco mientras comía, siempre con la oreja pegada al suelo por si la necesitaban. Pero antes daría una vuelta por el Patio y recogería los platos y las servilletas. Esperanza salió a la noche cálida. Qué luz tan bonita, se dijo, y qué descanso, ahora que la cuadrilla de la obra había terminado su jornada. La próxima noche que no tuviera huéspedes se daría el gustazo de cenar en el Patio. Incluso se prepararía alguna exquisitez, para ella sola, acompañada con un par de copas de champán. Una pequeña licencia de gerente, se dijo recogiendo las botellas para reciclarlas. Quizá él había dejado de ser tan silencioso, o ella estaba más sensibilizada, pero alzó la vista justo cuando Ry der pasaba por debajo del arco de glicinia. —Mucha gente —comentó él. —Estamos al completo, y algunos han aprovechado esta noche tan fantástica. Ya es tarde para que aún sigas por el pueblo. —Tenía cosas que hacer. Reunión en Vesta. —Con tanta obra en marcha, hace falta reunirse. —Eso dice Owen. —Tiene razón. El tejado está quedando muy bien —dijo, señalando al edificio en construcción—. Me imagino esa parte acabada. Parecerá mucho más grande, y mucho mejor. Ry der le cogió el barreño en el que llevaba las botellas vacías. —Trae, que te lo llevo. —Ya lo hago y o. —Te lo llevo —insistió él, quitándoselo por la fuerza. Fue hasta el cobertizo y tiró las botellas en el contenedor de reciclaje. Antes de que ella pudiera coger la bolsa de basura que había llenado, se la llevó también. —Gracias. Ry der cerró la puerta del cobertizo y se volvió para mirarla. —¿Hay algo que…? —Sí. Al ver que enmudecía, Esperanza arqueó las cejas. —Muy bien, ¿de qué se trata? —Sí —repitió él—. Me lo estoy pensando. —Que te… ¡ah! —No era una conversación que esperara tener con el hotel lleno de gente jugando al gin rummy. —Bueno, para ser exactos, y a me lo he pensado. —Ah. ¿Y a qué conclusión has llegado? Él la miró con esa cara medio sonriente, medio socarrona, medio satisfecha.

www.libroonline.org —¿Tú qué crees? —Me voy a arriesgar a decir que has llegado a una conclusión favorable. —Bien hecho. —Él se acercó; ella se apartó. —Tengo gente dentro. Huéspedes. No me parece el momento más oportuno para llevar a la práctica esa conclusión. —No pensaba tirarte al suelo aquí y ahora mismo. —Pero se metió las manos en los bolsillos porque, de repente, la sola idea parecía seducirlo bastante—. Entonces ¿cuál sería para ti el momento más oportuno para…? Dios, y a hablo como tú. ¿Cuándo te viene bien? —Yo… Él se sacó las manos de los bolsillos y agitó una como quitándole importancia. Sabía hacerlo mucho mejor, por el amor de Dios. Ella lo despistaba. —¿Te apetece ir a cenar o algo? Por mí bien. Si tienes alguna noche libre o alguna sin reservas, y o me organizo. —Al verla titubear, él se encogió de hombros—. Salvo que hay as cambiado de opinión. —No. —Sencillo, se recordó ella. Directo, sin adornos. Eso era lo que quería. ¿No era eso?—. No he cambiado de opinión. —Muy bien. Tú llevas la agenda en esa hoja de cálculo que tienes por cabeza. Yo tengo un hermano con el mismo tipo de cerebro. —El martes me viene bien. —Perfecto, pues el martes. Podemos… —Vay a. Perdona. —Vio a alguien que cruzaba el Vestíbulo hacia la cocina—. Tengo que encargarme de los huéspedes. Cuando ella entró disparada en el hotel, Ry der miró a su perro. —Espera aquí. Ya sabes cómo se pone si entras cuando hay gente. Bobo suspiró y se dejó caer como un saco de patatas, lo miró con cara de pena, luego enterró el rostro entre las patas. Ry der entró. Oy ó una sonora carcajada proveniente del Salón, seguida de muchas voces. Después oy ó otra que venía de la cocina. Qué buen ambiente, se dijo. Nunca había estado allí con clientes de verdad. Estaba bien saber que, cuando los había, lo pasaban en grande. Deseó que se fueran a hacer puñetas todos unos minutos para que ellos pudieran terminar de quedar en algo. Mejor aún, podían irse a hacer puñetas un par de horas, y ellos tendrían tiempo de sellar el trato. Notó que olía a madreselva y puso los ojos en blanco. —Eh, tú no te metas en esto —masculló. Volvió Esperanza con un tipo que llevaba lo que Ry der calificaba de vaqueros de padre, aunque el suy o nunca se había puesto unos de esos. Él sujetaba dos cervezas, una en cada mano; ella con dos copas de vino tinto. —Se te ha presentado un huésped sin avisar, Esperanza. —El hombre sonrió, todo afabilidad—. Más vale que prepares una cama plegable.

www.libroonline.org —¡Ry der! Eh, Bob Mackie, este es Ry der Montgomery. Su familia es la dueña de este hotel. —Claro, claro, si nos has hablado de ellos. —Bob asujetó las cervezas con una mano y le tendió la otra a Ry der, saludándolo con entusiasmo—. Encantado de conocerte. Habéis hecho un trabajo increíble aquí, un trabajo verdaderamente increíble. Mi esposa y y o aún no nos hemos ido y y a estamos pensando en volver. —Me alegro de que le guste. —Solo por los baños. —Bob sonrió de nuevo—. Y por la historia del lugar. Me encantan las fotos antiguas que tenéis. Soy un entusiasta de la Guerra de Secesión. Connie y y o hemos pasado el día en Antietam. Precioso. Sencillamente hermoso. —Lo es. —¿Te apetece una cerveza? —Solo he venido… —Anda, venga, un hombre siempre tiene tiempo para tomarse una cerveza. Quiero presentarte a Connie. Y a Mike y a Deb, y a Jake y a Casey. Son buena gente. —Le puso una cerveza en las manos a Ry der—. Oy e, estamos en Jane y Rochester. Apuesto a que costó una barbaridad subir esa bañera de cobre hasta allí. Casi se lo llevó como un perro pastor se habría llevado a una oveja tozuda. Esperanza hizo una pausa para recomponerse. Ry der, que no era precisamente el hombre más sociable que había conocido, iba a ser objeto de una sesión intensiva de Bob.

Intentó escabullirse. No es que no le gustara; Bob Mackie era tan simpático como un cachorro. Trató de poner como excusa al pobre perro, que estaba fuera en el Patio, pero lo único que consiguió fue que todos le pidieran que trajera a Bobo dentro del hotel. Allí lo acariciaron y lo mimaron como a un príncipe de visita. Mike, de Baltimore, quería hablar de carpintería. Al final Ry der acabó enseñándoles a todos el hotel, mostrándoles algunos de los detalles, explicándoles cómo lo habían hecho, por qué, cuándo. Le hicieron un millón de preguntas. Antes de que terminara, regresaron cuatro huéspedes más, y le hicieron otro millón de preguntas. Esperanza no le ay udó, ni una pizca. Se limitaba a sonreír, a ir recogiendo detrás de ellos, o peor aún, planteando nuevos temas de conversación. Cuando logró salir de allí, era y a noche cerrada y estaba aturdido. No de la cerveza; con eso había tenido cuidado. Sino del parloteo. Ya había cruzado el Patio cuando se abrió la puerta del Vestíbulo. Se relajó un

www.libroonline.org poco al oír el taconeo de los zapatos de Esperanza. —¿Cómo lo haces? —quiso saber—. ¿Todo el tiempo? —¿El qué? —Hablar con absolutos desconocidos. —Me gusta. —Me preocupas. —Son un grupo muy majo, salvo los que han subido derechos a su habitación nada más llegar. En eso has tenido suerte. Ella probablemente te habría pedido que remodelaras algo de su cuarto de inmediato. La llamo la Petarda, secretamente. —Sonrió y le puso una mano en el brazo—. Has sido muy correcto, hasta cariñoso. Debe de ser gratificante que la gente, absolutos desconocidos, admire así tu trabajo. —Sí, pero no quiero hablar con ellos. Esperanza rio. —Bob te ha caído bien. —Él sí. Pero la próxima vez que sepa que tienes huéspedes me cuidaré mucho de acercarme por el hotel. El martes, ¿no? No habrá nadie. —Solo y o. Y Lizzy. —Contigo y con Lizzy no tengo problema —respondió Ry der, y se la arrimó antes de que ella pudiera escaparse. A la luz de la luna, con el perfume de las rosas. Entre las sombras del hotel, bajo el brillo intenso de las estrellas. Ella no buscaba un romance, pero, si te caía en suerte uno, ¿qué ibas a hacer? Ella se abrazó a él y a todo aquello. El calor, la promesa, el quedo esplendor de la noche. Se amoldó al cuerpo de Ry der como si hubiera nacido para eso. Y su perfume de mujer se mezcló con el de las rosas. Uno podía emborracharse solo con su aroma. Mejor no. Se apartó. —El martes. ¿Quieres cenar o no? —Pediremos que nos traigan algo. En los labios de Ry der se dibujó una sonrisa. —Por mí, bien. Venga, Bobo, vámonos a casa. No iba a verlo cruzar el aparcamiento, se dijo ella. Era absurdo y nada apropiado para lo que había entre ellos, fuese lo que fuese. Pero sí se volvió una vez, una solamente, mientras se dirigía al hotel. Volvió dentro, al bullicio, el jaleo, las carcajadas. Sonriente, con su secreto, entró en la cocina a preparar una bandeja de galletas para sus huéspedes.

www.libroonline.org 9 El grito hizo que se incorporara como un ray o en la cama a las dos de la madrugada. ¿Soñaba?, se preguntó. ¿Habría sido…? El segundo la sacó volando de la cama. Esperanza cogió el móvil de camino y salió disparada al pasillo vestida solo con su pijama de pantaloncitos cortos y camiseta de tirantes. Con el corazón en la boca, bajó a toda prisa a la segunda planta, donde cundía el pánico. La Petarda soltaba un alarido espeluznante detrás de otro mientras su marido, en boxers, agarrándola por los hombros, le gritaba que parara. Alarmados por el jaleo, otros huéspedes iban saliendo de sus habitaciones en distintos estados de desnudez. Calma, se dijo Esperanza, alguien tenía que mantener la calma. —¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ocurre? Señora Redman… Señora Redman… Lola, ¡basta y a! —espetó con dureza, y sonó más como una bofetada en la cara que como una ofensa. La mujer inspiró hondo. Su rostro recobró el color. —No me hable en ese tono. —Disculpe. ¿Se encuentra bien? Palideció de nuevo, pero al menos y a no gritaba. —Hay alguien… algo… ahí dentro. Lo… la he visto de pie junto a mi cama. ¡Me ha tocado! —Lola, ahí no hay nadie —intervino su marido. —La he visto. ¡El balcón estaba abierto, de par en par! Ha entrado por ahí. Cuando todos empezaron a hablar a la vez, Esperanza levantó las manos. —Un minuto, por favor. Abrió la puerta de Elizabeth y Darcy, pensando « Maldita sea, Lizzy » , y encendió las luces. No vio nada fuera de lugar, pero, desde luego, olía a madreselva. El señor Redman entró detrás de ella, seguido de Jake Karlo. La mujer de Jake sostuvo la puerta, con los ojos como platos mientras se ataba el albornoz del hotel que se había echado por encima. —Aquí no hay nadie —señaló Redman, y comprobó las puertas del balcón—. Las puertas siguen cerradas desde dentro. —En el baño tampoco hay nada —anunció Jake, luego se puso a cuatro patas para mirar debajo de la cama—. Todo despejado. —Ha sido una pesadilla, eso es todo —dijo Redman, y se masajeó la cabeza de pelo cano rapado—. Ha tenido una pesadilla. Lamento mucho las molestias. —Por favor, señor Redman, no se disculpe. —Austin —la corrigió el señor Redman, frotándose la cara con una mano—. Voy en calzoncillos. Llámame Austin, por favor. Lamento haber salido así, por cierto. —Suspirando, se acercó a coger uno de los albornoces del colgador del baño.

www.libroonline.org —Todos vamos igual. —Jake se había puesto los vaqueros tan deprisa que no le había dado tiempo a abrochárselos—. ¿Hay algo que podamos hacer? —Estoy segura de que está solucionado —le dijo Esperanza—, pero gracias. Salió al pasillo, donde seguía aún la señora Redman, con los brazos cruzados con fuerza, agarrándose los codos con las manos. Aunque fuera una petarda, temblaba y estaba visiblemente aterrada. —Austin, a su mujer no le vendría mal un albornoz. —Me da igual que ahora y a no hay a nadie. —Lola alzó la barbilla, trémula —. Me da igual que las puertas del balcón estén cerradas. Ahí había alguien. —Lola —con una paciencia que encontró admirable, Austin echó el albornoz por encima de los hombros a su mujer—, has tenido una pesadilla, eso es todo. Solamente ha sido una pesadilla. —La he visto. El balcón estaba abierto y la luz la atravesaba. No pienso volver a entrar en esa habitación. Nos vamos. Nos vamos ahora mismo. —Son las dos de la madrugada. —Una mezcla de irritación y vergüenza asomó a la paciencia de Austin—. No nos vamos ahora mismo. —¿Qué les parece si bajo a preparar un poco de té? —propuso Esperanza. —Eso estaría muy bien —dijo Austin al ver que su mujer guardaba silencio —. Gracias. —Te echaré una mano. La mujer de Jake (Casey, recordó Esperanza) se situó a su lado. —No se moleste. —No me importa. Tampoco a mí me vendría mal. Yo de ti —prosiguió, bajando la voz mientras descendían—, añadiría un buen chorro de ese whisky que tenéis en la Biblioteca. Tentador, se dijo Esperanza. —Lo sugeriré. —Se dirigió a la cocina y puso la tetera—. ¿Qué le apetece? —Ya me lo pongo y o misma. Bastante te ha hecho trabajar esa mujer esta noche. No hace falta que digas nada —añadió—. Sé de qué pie cojea. Trabajé de camarera para pagarme la universidad. Con toda naturalidad, Casey cogió una botella de vino abierta del frigorífico y le quitó el tapón. —Es de las que te detallan cómo quieren que les traigas lo que han pedido, se quejan de la comida, del servicio, de la mesa, te dan una propina irrisoria y se comportan como si te estuvieran haciendo un inmenso favor dejándote esa miseria. Mientras hablaba, cogió dos copas del armario y sirvió dos vinos. —Este hotel es precioso, y y a habéis hecho mucho, muchísimo, por alojarla, con clase. Hay quien, aunque le pusieras un bar en el desierto cuando se muere de sed, protestaría de que el agua no es lo bastante húmeda. —Por desgracia, es cierto. —Y eso, decidió Esperanza, era todo lo que podía

www.libroonline.org decir al respecto sin pecar de indiscreta—. Aun así, lamento que se hay an despertado. —No pasa nada. Cualquier emoción es siempre un plus. Además, Jake y y o aún no nos habíamos dormido. —Sonrió y bebió—. Estábamos a punto de hacerlo. Bueno, Esperanza —dijo, subiéndose a un taburete—, háblame del fantasma. —Yo… —se interrumpió al ver entrar a Jake. —Las otras mujeres se han llevado a Lola a la Biblioteca. Austin está tomando un whisky con Bob en el porche. Creo que ella está empezando a calmarse un poco. —Con suerte, el té terminará de tranquilizarla. —Esperanza estaba a punto de hablarme del fantasma. —¿Sí? —Le cogió la copa de vino a su esposa y dio un trago—. ¿De qué va? —A Jake le encantan los fantasmas —explicó Casey —. Siempre que vamos de viaje, buscamos un hotel u hostal antiguo o interesante, con potencial. Como este. —Hace un par de horas, en el porche, me ha parecido verla. Joven, de época. Quizá del siglo XIX. Solo un instante. Así —chasqueó los dedos—. Y el aire olía dulce. —Yo no la he visto, pero en lo del perfume tiene razón. Dulce y agradable. —Vay a nochecita —masculló Esperanza, y calentó con agua una de las teteras de servir. —No me ha parecido amenazadora ni aterradora, pero supongo que si no te va todo esto y te despierta un fantasma, gritar es una opción como cualquier otra. —Venga y a. —Casey recuperó su copa de vino—. Gritaba como si el chucho de alguien le estuviera mordisqueando el talón de sus Jimmy Choo. Gritaba tantísimo que ha despertado a Bob y a Connie, que están en la habitación del porche trasero. —Si no lo hubiera hecho, nos habríamos perdido los calzoncillos de Mickey de Bob. Eso ha sido un plus. Vale —dijo Jake cuando Esperanza le sirvió un vino—. ¿Qué sabes de ella? Sabrás algo. Vives con ella. Quizá fuera la hora, o la compañía relajada tras el nerviosismo de la situación, pero Esperanza de pronto se encontró explicándoles la historia. —Se llama Eliza Ford. Vino de Nueva York y murió en septiembre de 1862. Lo que habéis olido es madreselva. Le encanta. —¡Eso es! No conseguía dar con el olor. —Jake le sonrió—. Madreselva. Todo esto me encanta. —¿Cómo murió? —preguntó Casey. —De unas fiebres. Era joven, y de una familia adinerada. Vino aquí en busca de un tal Billy. Aún lo está esperando. —Qué triste, y qué romántico. ¿Cómo sabes lo de Billy ?

www.libroonline.org —Nos lo ha contado ella —contestó sin más, y terminó de preparar el té—. Una mujer fiel, divertida y, sí, romántica, y del todo inofensiva. Además, casualmente, es antepasada mía. —¿En serio? —inquirió Casey espantada—. ¿No bromeas? —Esto me gusta cada vez más. —Eso es todo lo que puedo contar. Debo llevarle el té a la señora Redman. —Espera, que te lo llevo y o. —Jake cogió la bandeja que había preparado—. Eliza tendría que haber venido a nuestra habitación. Nosotros no habríamos gritado como posesos. —Dudo que a la señora Redman la hubiera divertido tanto. —Además, pensó mientras subían las escaleras, no creía que Lizzy pretendiera divertir. Eran casi las tres y media cuando al fin reinó de nuevo el silencio en el hotel y sus huéspedes volvieron a la cama. El whisky en el té (el propio Austin echó un poco) funcionó. Cuando Jake y Casey se ofrecieron a cambiarles la habitación, él, agradecido, condujo a Lola, medio dormida, a Titania y Oberón. De vuelta en su apartamento, Esperanza suspiró hondo. —Lizzy, ¿en qué estabas pensando? —Con un gran bostezo, se metió despacio en el dormitorio—. Ah, y a sé en qué estabas pensando. Esa mujer es grosera, impertinente, desagradecida y completamente insufrible. La has asustado a propósito, a modo de venganza silenciosa. Volvió a enchufar el móvil al cargador, luego puso el despertador como precaución antes de meterse en la cama. —Pues lo has conseguido. Aunque hay amos logrado acostarla, con la ay uda de un par de chorritos de whisky irlandés, su marido no podrá convencerla para que no se vay an mañana, un día antes de lo previsto. Tampoco creo que quiera hacerlo… y a la ha aguantado bastante. Como y o. Así que les arreglaré la factura y me despediré de ellos mañana. Dudo que vuelvan. Alargó la mano para apagar la luz, pero se quedó a medio camino. Lizzy no se hizo visible ni tomó forma como una foto en un baño químico. Sencillamente apareció allí, con su melena rubia recogida en la nuca, su vestido gris, no, azul, su vestido azul, algo abombado. En sus labios, una sonrisa de satisfacción. —Que se vay a con viento fresco —dijo. —Estás aquí —consiguió decir Esperanza. —No sé estar en otro sitio. Pero me gusta eso, sobre todo ahora que estás tú. —Tienes que contarme más para que pueda encontrarlo, encontrarte a Billy. Todo queremos encontrarlo, por ti. —Se desvanece. —Lizzy alzó las manos, las volvió. Cada vez se veían menos —. Yo me desvanezco. Pero el amor vive. Tú puedes hallar el amor. Eres mi Esperanza. —Dime su nombre. El resto del nombre.

www.libroonline.org —Ry der. ¿Ha venido? —Ha estado aquí antes. Volverá. Dime el nombre completo de Billy. —Ha estado aquí. —Se llevó ambas manos al pecho—. Cerca, pero muy lejos. Yo estaba enferma, y se desvanece, como una carta antigua. Descansa ahora. —Eliza… —Pero se fue tan de repente como había aparecido. Esperanza salió de la cama. Mientras aún la tenía fresca, anotó los detalles de aquella conversación breve y surrealista. No te duermas, se dijo, quédate quieta en la oscuridad, vigilando por si Lizzy vuelve a aparecer. Sin embargo, en cuanto cerró los ojos, cay ó rendida.

No se levantó de la cama a rastras, pero casi. Abrió la ducha al máximo, bien caliente; luego, apretando los dientes, la remató con un chorro de agua fría, con la confianza de despertar así tanto su cerebro como su cuerpo. Al verse la cara en el espejo, le entraron ganas de llorar. Ese día iba a necesitar mucho corrector de ojeras. Cuando llegó a la cocina, Carolee estaba allí, canturreando mientras preparaba la mezcla de los gofres. —Lo siento. Llego un poco tarde. —No, qué va. Tómate un café y cuéntame qué tal anoche. —Uf, pues tengo mucho que contar. —Sabía que esa mujer iba a dar problemas. —Y te quedas corta. —Se sirvió café, se obligó a beberse uno solo primero. Colocó la fruta fresca que había cortado por la noche mientras le contaba a Carolee todos los detalles. Carolee se deshizo en madremías, enserios y nodoy créditos, pero le dio tiempo a contárselo todo al tiempo que preparaban la fruta, el beicon, los zumos y los cereales. —¡Estarás agotada! —No tendría por qué ser así, pero este grupo está repleto de noctámbulos. —¿No te ha enseñado Justine que, aunque un huésped quiera pasarse la noche en vela, tú no tienes por qué hacerlo? —Sí, pero no puedo acostarme hasta que no se acuestan ellos. Lo intentaré. —En cuanto terminemos con los desay unos, te subes a dormir una siesta. —A ver cómo va. De todas formas, hoy nos quedamos en siete habitaciones. —Que se vay a con viento fresco —susurró Carolee, y Esperanza sonrió. —Eso fue lo que me dijo ella. Lizzy. —Qué emoción. —Los ojos color avellana de Carolee brillaron con fuerza—. Habló contigo. Sabía que lo haría tarde o temprano. Y si hubiera podido, habría chocado los cinco con ella por espantar a esa mujer de aquí.

www.libroonline.org —Nos va a tocar aguantar a muchos huéspedes groseros o difíciles. Son gajes del negocio de la hostelería. —Siéntate, tómate otro café. Yo voy a poner las mesas. —Están puestas. Anoche tuve mucho tiempo. ¿Por qué no llenas la cafetera? Yo preparo los huevos. Le gustaba cómo se organizaban Carolee y ella cuando estaban al completo. También las conversaciones que tenían entre viajes al comedor para llevar la comida y dar los buenos días a los huéspedes. A pesar del jaleo nocturno, varios se habían levantado temprano y con hambre. Ella misma le llenó la taza de café a la señora Redman en uno de sus paseos por el Comedor. —¿Cómo se encuentra? —Estupendamente, gracias —le contestó, muy digna, pero Esperanza detectó más vergüenza que descortesía en su tono de voz. Echó un vistazo a los calientaplatos, los rellenó, sacó más jarras de zumo, habló con Connie de los anticuarios más llamativos de la zona y con Mike y su esposa de la excursión que pensaban hacer a Cunningham Falls. Agradeció que los huéspedes no mencionaran el jaleo de la noche anterior, y supuso que hablarían entre ellos del asunto cuando Lola no pudiera oírlos. Mientras algunos se tomaban el café con tranquilidad y charlaban un rato y otros subían a coger lo que necesitaban para las aventuras del día, preparó la factura de los Redman. Austin llamó a la puerta de su despacho. —Estoy cargando nuestro equipaje en el coche —le dijo—. La llave. —Gracias. Siento que su estancia no hay a sido tan agradable como esperaban. —No es culpa tuy a. Yo sí he disfrutado. —Eso espero. ¿Quiere que se lo cargue en la tarjeta? —Sí, perfecto. —Deme un momento. —Creo que voy a coger un par de botellas de agua para el viaje. —Coja lo que quiera. Al entrar en la cocina, se lo encontró charlando amigablemente con Carolee. —Gracias, Austin. Conduzca con cuidado. —Por todas las molestias. —Le cogió la mano y le puso en ella unos billetes. —No, no es necesario. —Por favor. Te agradecería que lo aceptaras. Ha sido un placer conoceros. Cuidaos mucho. Cuando se fue, Esperanza miró los dos billetes de cincuenta doblados que tenía en la mano.

www.libroonline.org —Su modo de excusarse —dijo Carolee—. No se rehúsa una disculpa sincera. —Aun con todo, no era necesario. Toma. Tu mitad. Carolee negó con la cabeza. —Eso es tuy o, cielo. —Carolee… —No. —Para darle may or énfasis, agitó el dedo—. Es tuy o, te lo has ganado. ¿Por qué no subes a descansar un rato? —Demasiado café. —La combinación de fatiga y cafeína la hacía sentirse como un hámster agotado que no podía dejar de correr por la rueda—. Quizá luego. Pero Avery abre hoy. Igual me paso por allí, a hablar con ella. —Sí, te vendrá bien. Pasar un rato con una amiga resultaba tan reconfortante como una siesta, se dijo mientras cruzaba Main Street. Además, necesitaba opiniones, consejos, comentarios. Llamó a la puerta de cristal y esperó a que Avery, con el pelo recogido en un moño y el delantal puesto, saliera de la cocina cerrada. —Hola, ¿qué pasa? Creía que estabais al completo. —He dejado allí a Carolee. Estoy haciendo un descanso, y tengo un montón de cosas que contarte. Ojalá Clare estuviera también. —¿Algo interesante? ¿Un buen cotilleo? —Todo eso y más. —Ven adentro y cuéntamelo todo. Anoche tuvimos un buen pedido de pizzas y estoy preparando más masa. —Cojo una Coca-Cola. No debería tomar más cafeína, pero necesito espabilar. —¿Una noche movidita? —Todo eso y más. —Pasó dentro, y Avery se puso delante de la encimera de acero inoxidable a cortar masa para cubrir las latas—. Primero, lo de la Petarda. —¿Hubo fuegos artificiales? —Siempre estás pensando en lo mismo. La Petarda es Lola Redman. —Ah, y a sé de qué me hablas —entendió Avery cuando se explicó un poco —. Nosotros también tenemos de esos. Hay clientes con los que se puede tratar y otros con los que no. ¿Te he contado lo del tío de la semana pasada…? Perdona, sigue. —Y hay más. Aún no sé si contártelo por orden cronológico o de impacto. —De impacto. —Aun así, me cuesta decidirme. Así que voy a empezar por el sexo. —¿Ha habido sexo? —Se llevó a la cadera las manos pringadas de harina—. ¿Cuándo has tenido tiempo para acostarte con alguien desde la última vez que te vi? —No me he acostado con nadie aún. Me voy a acostar con alguien. Por

www.libroonline.org suerte. El próximo martes por la noche. —¿Has quedado con un tío para acostarte con él? —La miró con cara de pena y suspiró—. Qué cosas tienes. —Es una cuestión de logística —señaló Esperanza—. El martes por la noche no tenemos ninguna reserva. No puedo acostarme con nadie si hay huéspedes. —¿Por qué no? Tienes un apartamento con puerta y cerradura. Sospecho, llámame chiflada si quieres, que algunos de tus huéspedes lo hacen en sus habitaciones. —Sí, pero no quiero correr riesgos la primera vez. Podría tocarnos otro grupo de esos a los que les gusta trasnochar. Quisiera tener algo más de intimidad. —¿Vas a tirar la casa por la ventana? —Hace más de un año —le recordó a Avery —. Puede que y a la hay a tirado. Tengo que comprarme ropa interior nueva. Llevo un año sin comprarme lencería sexy y es una pena, muy grande. Para esta ocasión necesito algo nuevo, ¿no te parece? —Por supuestísimo. Aunque dudo que Ry der le vay a a prestar mucha atención cuando te la arranque. —Yo no he dicho que vay a a acostarme con Ry der. —Sé leer entre líneas. —Avery llevó las latas de masa a la nevera de debajo de la encimera y removió la salsa que y a burbujeaba en el fuego—. ¿Vais a salir antes, a cenar o al cine, o iréis directos al asunto? —Le propuse que pidiéramos comida a domicilio, y le pareció bien. Luego iré directa al asunto. —Qué tierno. —Avery le sonrió—. ¿Quieres que os prepare algo, una comida de adultos? ¿Uno de los entrantes de MacT? —No hace falta. La pasta está bien. —La de Vesta está más que bien, pero ¿por qué no subir un poco el listón? Será mi pequeña aportación al acontecimiento « Esperanza por fin echa un polvo» . —Agradecemos tu apoy o. —Tú déjamelo a mí. En pago, me vale con que me llames o mandes un mensaje al móvil en cuanto tengas un segundo para confirmarme el « despegue» . —Hecho. ¿Crees que habrá alguna complicación que deba preocuparme? ¿Con Ry der, digo? —Ry der no es un tío complicado. Él Tarzán, tú Jane. Estoy completamente segura de que todo irá bien. Conozco a algunas de las mujeres con las que ha salido. —¿Cómo son? Venga, es normal que quiera saberlo, ¿no? —añadió. —Esperanza, lleva saliendo con chicas, y hablo de « salir» —enfatizó haciendo un gesto de comillas en el aire—, desde que era un crío. Ha habido un

www.libroonline.org poco de todo. Lo que he observado es que, cuando dejan de « salir» —volvió a usar las comillas—, siempre quedan como amigos. —No pido más. Sexo agradable y sin tropiezos con un hombre que me gusta, algo que y a es sorprendente, y que me atrae, algo que no me sorprende en absoluto. Vale —dijo, agitando las manos en el aire—. Resuelto. Veamos el resto de la historia. Me metí en la cama en torno a las doce y media de la noche y, a poco más de las dos, me despertaron unos gritos que venían de abajo. —Ay, Dios. —Avery dejó de rellenar el plato de los ingredientes—. ¿Qué era? —Deja que te lo cuente —le dijo Esperanza, y así lo hizo. Cuando vio que Avery se tronchaba de risa, meneó la cabeza. —No pensé que fuera a parecerte gracioso. Lizzy y tú tenéis mucho en común. —Lo hizo aposta. Sabes que sí. Lizzy nos tiene cariño, y la Petarda te estaba tratando como si fueras su criada retrasada en vez de su anfitriona discreta y elegante. Se merecía un buen susto. —Y se lo llevó. Todo el mundo apiñado en la segunda planta, en ropa interior, albornoz o medio desnudo, incluida y o, y ella berreando como si le hubieran clavado un picahielos en un ojo. Me siento culpable por no haberle dicho que de verdad había visto algo, o a alguien, pero… —Se habría puesto aún más histérica. —Exacto. No me pareció acertado. A Jake y Casey sí se lo dije. Él y a había visto a Lizzy antes en el porche. Le va todo eso de los fantasmas, pero no parece darle mal rollo. Estoy casi segura de que hoy se va a pasar la noche rondando por ahí, a ver si consigue que se le vuelva a aparecer. Bueno, al final, con dos tazas de té reforzadas con whisky, conseguimos que Lola volviera a la cama. Pero a la de T y O. Jake y Casey les cedieron la habitación, con lo que a mí me tocó cambiar las sábanas y las toallas de las dos habitaciones, claro. Eso sí, después todo estuvo en calma. —¿A qué hora volviste a la cama? —Cerca de las cuatro. —Dios, debes de estar completamente zombi. —Cafeína —levantó la Coca-Cola—. Hoy es mi mejor amiga… aparte de ti. Pero la cosa no termina ahí. Luego la vi. —¿A la Petarda? —A Lizzy. Eliza. Estaba hablando con ella mientras me preparaba para volver a la cama. A veces lo hago, por si se anima a comunicarse. Y funcionó, oy e. —¿Estaba en tu apartamento? —No es la primera vez, pero sí es la primera vez que se deja ver. O y o la veo. Y habló conmigo, Avery. Con los ojos como platos, Avery le cogió la mano a Esperanza. —¿Qué te dijo? ¿Le preguntaste por Billy ?

www.libroonline.org —Antes que nada, muestra admirable de autocontrol y presencia de ánimo, por cierto. —Encomiable, sí. ¿Qué te dijo? —Me lo apunté todo. Creo que palabra por palabra, para enseñárselo a Owen. A todo el mundo, pero sobre todo a él. —Sacó la nota que se había guardado doblada en el bolsillo y se la ley ó a Avery. —¿Y qué tiene esto que ver con Ry der? —No sé. Yo entiendo que, como es tan romántica, nos quiere emparejar. —El martes por la noche se pondrá muy contenta. —Puede, pero quizá la decepcione nuestro planteamiento del amor. —Quizá no. —Avery alzó los hombros y las manos en un gesto de paz—. Solamente opino. Se desvanece… ella se desvanece. Eso es horrible. Pobre Lizzy. Suena a que y a no lo recuerda, o a que no consigue acordarse de todo. Va y viene. ¿Crees que será eso? ¿Que va y viene, como ella? —Podría ser eso. —Sí podría, sí. Ya te conté que y o empecé a notarla, a olerla, cuando me colé en el edificio de cría. Y Beckett empezó a percibir su presencia cuando comenzaron las obras en el hotel. Hacía rondas nocturnas cuando vivía por aquí, hablaba con ella. Fue él quien le puso nombre… Eso sí que es un puntazo, ¿verdad? Lo del nombre. —Sobre todo porque resultó ser un diminutivo del suy o. —Ahí lo tienes. —¿El qué? —preguntó Esperanza. —Que da un poco de y uy u. —Se llevó los dedos a las sienes como indicando cierta locura—. El caso es que parece que se va fortaleciendo con el hotel. —¿Quieres decir que la remodelación la ha revivido? —Algo así, sí. Es su casa, y no estaba en buen estado. Estaba destrozado, sucio, abandonado, y a lo sabes. Era un montón de ventanas rotas, escombros y excrementos de paloma. Eso tiene que ser energía negativa, ¿no crees? —Para mí los excrementos de paloma son energía muy negativa. —Después los Montgomery lo fueron devolviendo a la vida, poquito a poco. Y lo hicieron con esmero, hasta con cariño. Fue mucho más que un trabajo. —Y se nota. —Y se siente —añadió Avery —. Carolee y tú hacéis lo mismo, todos los días. Lo hacéis con esmero y con cariño, y lo tenéis precioso. Owen piensa que le gusta volver a verlo bonito, y que hay a gente por allí. Yo también lo creo. Pero quizá tenga algo que ver también con la energía, positiva en este caso. Esperanza asintió con la cabeza, pensativa. —El lugar posee una energía especial y quienes lo ocupan han reavivado la del espíritu de Lizzy. Una teoría interesante. —Tú estás allí. Vives allí. Es antepasada tuy a —dijo Avery —. Eso tiene que

www.libroonline.org suponer mucha más energía. —Y responsabilidad —añadió Esperanza—. Lo noto. Ella deposita mucha fe en mí, Avery. No quiero decepcionarla. —Se lo tienes que contar a Owen, desde luego, pero antes tendrías que hablar con Ry der, porque te ha hablado de él. Puede que vuelva cuando él esté allí contigo, que hable con los dos. Puede que, si estáis los dos, la vibración sea may or. No sé. Podría ser. Igual así consigue decirte el nombre completo de Billy. —Merece la pena intentarlo. Dale esto a Owen. —Le pasó a Avery la nota—. Tengo otra. —Por supuesto. Hoy están todos haciendo la barra y los armarios empotrados de mi local. Podrías pasarte, hablar con ellos. —No puedo dejar sola a Carolee cuando estamos tan ocupadas. —Yo pasaré por allí de camino a casa. Tienen pensado seguir con eso mañana. Puedo avisarte cuando lo sepa seguro. —Mañana por la tarde me puedo escapar una o dos horas. Trabajan en casa de su madre, ¿no? En ese edificio grande que parece otra casa. —Eso es. Yo no trabajo mañana, así que a mí me viene bien a cualquier hora. Se lo digo a Clare, si te parece. Si no tiene nada pendiente, nos reunimos en pleno para estudiar el asunto del fantasma. Otras voces, otras opiniones, otras historias. Toda ay uda le vendría bien. —Me pondré de acuerdo con Carolee. Bueno, tengo que volver. No tardarán en limpiar las habitaciones y vamos a tener un buen cargamento de sábanas y toallas. —Sé que nunca encuentras tiempo para echarte una siesta, pero búscalo hoy. Se te ve cansada. —Llevo dos kilos de corrector de ojeras aplicado con pericia. —Te conozco, así que el maquillaje no me engaña. Échate un rato, o al menos deja que Carolee dirija el cotarro esta noche. —Ahora que la Petarda y a no está, igual se lo digo. Seguro que lo pasa bien con el resto del grupo. Pon a Clare al tanto de lo nuestro. Te veo mañana. —Si vuelve Lizzy, ¡llámame! —Lo haré. Esperanza salió a paso más ligero, luego miró ceñuda al cielo. Las nubes empezaban a tapar el sol. Quizá el parte meteorológico no anunciara lluvia, pero ella reconocía una fuerte tormenta cuando la veía. Lo que significaba que los clientes seguramente volverían pronto de su salida, o se encerrarían en el hotel y no saldrían. Tachó de inmediato de su lista aquella posible siesta.

www.libroonline.org 10 Esperanza subió la cuesta que conducía a casa de Justine más tarde de lo previsto aquel domingo por la tarde. No obstante, había disfrutado del paseo campo a través por esas carreteras sinuosas con las ventanillas bajadas y el viento agitándole el pelo. Un día perfecto para ir en descapotable, se dijo. Hubo un tiempo en que había querido comprarse uno, pero no le veía mucho sentido con la vida urbana que llevaba. Ahora no se lo veía por los inviernos largos y a menudo nevados del campo. Ser tan práctica era una tortura. Le gustaba el modo en que la casa de Justine parecía escondida en la espesura aun con lo grande que era. Entendió por qué cuando vio a Justine arrancando hierbajos con un sombrero de paja de ala ancha, guantes púrpura y un cubo de rojo intenso al lado. Cuando Esperanza paró y aparcó detrás de un trío de camionetas, un montón de perros se acercaron corriendo a olisquearla, a menear la cola, a dar brincos de alegría. Los dos labradores de Justine, Atticus y Finch, fue contando mientras abría la puerta del coche, los de Clare, Yoda y Ben, el de Ry der, Bobo… y … ¡ay, un cachorrito! Los perros siguieron olisqueando y meneando la cola mientras los acariciaba. —Tú debes de ser Spike. ¡Qué mono eres! Justine, con los auriculares de botón colgando, dio unas palmadas. —Muy bien, chicos, apartaos un poco. —Mientras hablaba, un carlino rodeó con andares de pato el enorme cubo rojo. —Uf, si están por todas partes. —Riendo, se puso en marcha mientras Justine cogía el cubo lleno de hierbajos y se acercaba a saludarla. —Sí, por todas. Este es Ty rone, y está algo aturdido. —Los otros son tan grandes… Hola, Ty rone. —Solo tiene una oreja, y aún está algo cohibido, pero, cuando coge confianza, es muy cariñoso. Los tres niños corrieron hacia ellas desde el taller, Murphy apretando el paso para dar alcance a sus hermanos. Los perros, menos Ty rone, fueron aprisa a rodearlos. —Mamá viene ahora —anunció Harry —. Tenemos sed. —Nos va a traer bebidas. ¿Podemos tomarnos un « especial» , Abu? ¿Eh? Justine le volvió la visera a la gorra de Liam. Había estado haciendo acopio de zumos multivitamínicos y el « especial» consistía en echarle una gotita de ginger ale. —Por mí, vale. Llévate a este. —Señaló al carlino—. Y ocúpate de que no se haga caca en mis suelos.

www.libroonline.org —¡Vale! Murphy se abrazó a las piernas de Esperanza y la miró con cara de felicidad. —Tenemos muchos perros. Tenemos más perros que nadie del universo. —Ya lo veo. —¡Esperad! ¡Esperadme! —gritó al ver que sus hermanos salían corriendo. —Me parece que se acabó lo de estar sola con mis dos perros por un tiempo —dijo Justine, llevando los hierbajos a la compostadora—. Aunque los niños siempre estaban buscando una excusa para venir a verme, ahora vienen ellos con toda la tropa. —Y a ti te encanta. —Cada segundo. ¡Clare! —gritó Justine llevándose un puño a la cadera al verla bajar la cuesta desde el taller—. Podía haber traído y o las bebidas de los niños. —No me viene mal hacer un poco de ejercicio, ni sentarme dentro un ratito. No te he oído llegar —le dijo a Esperanza—. Hay muchísimo ruido allí al fondo. —También va a haber mucho ruido dentro —le hizo ver Justine. —A eso y a estoy acostumbrada. De todas formas, me han echado del taller. Van a empezar a pintar y barnizar algo y no quieren que inhale los vapores. —No he criado idiotas. Id dentro. Yo casi he terminado aquí y enseguida voy a echaros una mano con las fieras. Esperanza, ¿por qué no subes al taller y te enteras de cuándo van a poder hacer un descanso? —Muy bien. Se dirigió al taller y los perros salieron detrás de ella. Finch tenía los ojos como platos y llevaba en la boca una pelota vieja llena de babas. —No pienso tocar eso —le dijo ella. El animal la dejó caer a sus pies. —Ya te he dicho que no la pienso tocar. Repitió el proceso cada varios pasos, todo el camino al taller, cuy o porche estaba atestado de sillas, mesas, marcos de ventana viejos y diversos materiales que no supo identificar. Atronaba la música por las ventanas abiertas y se oían voces de hombre acaloradas por lo que podría ser una discusión, un debate o una disputa. Asomó la cabeza por la puerta y vio hombres, muchas herramientas dentadas, pilas de madera, botes de pintura, estanterías abarrotadas de latas y frascos y sabe Dios qué más. Finch entró de golpe y dejó caer la pelota a los pies de Ry der. Sin mirar apenas, sacó la pelota por la ventana de un puntapié. El animal se tiró por la ventana en su busca. Se oy ó un fuerte estrépito. Mientras ella retrocedía para asegurarse de que el perro estaba bien, vio rodar a Finch con la pelota entre los dientes y volver a entrar a toda velocidad en el taller. —Madre mía —susurró ella. Reculó de nuevo, esta vez entrando en el taller.

www.libroonline.org Levantó las manos justo a tiempo para coger la pelota y evitar que le diera en la cara. —Buenos reflejos —comentó Ry der. —Puaj. —Tiró la pelota fuera. Finch, pletórico de gozo, voló tras ella. —Tampoco lanzas mal. —Pues tú podías mirar un poco a dónde tiras esa cosa asquerosa. —Habría salido por la ventana si no te hubieras puesto en medio. —Se sacó un plátano del bolsillo. Lo miró solo cuando le ofreció y, en su lugar, buscó en el bolso un frasquito de gel desinfectante. —No, gracias. —¡Esperanza, mira mi barra! —Avery, vestida con bermudas militares, camperas y el pelo recogido con un pañuelo verde hierba, parecía más uno de los exploradores de la ruta de los Apalaches que una empresaria de hostelería. Esquivó como pudo el lío de herramientas eléctricas y tablones de madera para coger a Esperanza de la mano y tirar de ella—. Estos son los paneles que van sobre la barra. ¿A que son preciosos? Ella no sabía mucho de carpintería, pero crey ó ver potencial en aquella madera sin terminar, en sus detalles perfectamente definidos. —¿Todo eso? Va a ser más grande de lo que imaginaba. —¡Acércate! —Avery meneó el trasero—. Ya casi he decidido lo que quiero para la cubierta. No hago más que cambiar de opinión. Hoy vamos a empezar a pintar algunos paneles para que y o pueda ver cómo quedan. —De « vamos» nada —la corrigió Owen. —Pero si… —¿Me meto y o en tu cocina? —No, pero… —¿Por qué? Avery puso los ojos en blanco. —Porque eres muy tiquismiquis, te empeñas en tenerlo todo bien colocadito como si fueran soldados en formación y te niegas a experimentar. —Y tú no eres así. Por eso eres buena cocinera. Yo soy buen carpintero precisamente por ser tiquismiquis. Hizo algo que Esperanza jamás se habría esperado del tiquismiquis de Owen. Se chupó el pulgar y frotó la madera sin pintar. —Bien —dijo cuando la humedad resaltó el tono vivo, intenso de la pieza—. Ve a cocinar algo. Cuando ella le enseñó los dientes, él rio, la atrajo hacia sí y le dio un besazo y un pellizco en el trasero. Entonces vino Beckett de otra zona cargado con un par de latas grandes. —Ya os he dicho que sabía dónde estaba. Hola, Esperanza.

www.libroonline.org —Si lo hubieras dejado donde lo puse y o, no habrías tenido que buscarlo. —Señoras… Esperanza se volvió hacia Ry der. —No, no es a vosotras. Me refiero a ellos. Abrid las puñeteras latas —les dijo a sus hermanos—. Me gustaría terminar de pintar estas piezas en este siglo. —Dejadme hacer un poquito —pidió Avery con la mejor de sus sonrisas—. Solo una esquinita de un panel pequeño. Así podré decir que y o también participé. Relájate, Owen. —Sí —coincidió Beckett—. Relájate, Owen. Así empezó otra discusión. —¿Siempre es así? —le preguntó Esperanza a Ry der. Ry der bebió un trago de Gatorade. —¿Cómo? Antes de que ella pudiera contestar, volvió Finch con la pelota. Se retiró justo a tiempo para que no le cay era, sucia y babeada, en el zapato. Ry der volvió a lanzarla de un puntapié por la ventana para que el perro, loco de contento, saltara a por ella. —Jugaba al fútbol en el instituto —le explicó al ver que lo miraba ceñudo. —¿No te da miedo que se haga daño? —Hasta ahora, nunca se lo ha hecho. Haznos un favor y llévate a la Pelirroja de aquí. Se tarda el triple con todo cuando hay mujeres alrededor. —¡No me digas! —Salvo que cuando coja una herramienta sepa usarla, sí. Además, si queréis hablar de lo del fantasma antes de que anochezca, más vale que te la lleves. —Si la conoces bien, y a sabrás que no se va a marchar hasta que hay a hecho su esquinita. Cuando la haga, y o me la llevo. —Muy bien. —Cogió una encoladora y trazó una línea de gotas por el borde de lo que parecía una especie de encimera con estanterías. —¿Qué va a ser eso? —Un armario empotrado para la sala de camareras. Si te vas a quedar ahí de pie, pásame la grapa. Ella echó un vistazo a una mesa sembrada de tornillos, herramientas, trapos, tubos de pegamento, y vio una grapa. Entonces notó algo por encima del pelo. —¿Me estabas olisqueando? —Hueles bien. Si te esfuerzas por oler bien, no te sorprenda que te olisqueen. —Sus ojos se encontraron por encima de una grapa de fijación—. ¿Por qué no vienes a mi casa cuando terminemos aquí? —Tengo huéspedes. —Tienes a Carolee. Esa intensa sensación se apoderó de nuevo de ella, pero negó con la cabeza. —Martes noche. —Se retiró antes de que le diera tiempo a arrepentirse—.

www.libroonline.org Avery, vamos a quitarnos de en medio. —Ya has hecho tu esquina, Pelirroja —dijo Ry der—. ¡Lárgate! Aquí no se permiten chicas. —Los chicos son malos —dijo Avery, clavándole el dedo en la tripa a Ry der al pasar. Cuando salieron fuera, donde los niños y los perros corrían como salvajes, enlazó su brazo en el de Esperanza. —Percibo intensas vibraciones sexuales. —Para y a. —Las reconozco cuando agitan el aire. Sabes que vive a dos minutos de aquí. —Tengo… —Huéspedes. Aun así. Los polvos rápidos están infravalorados. —Repito: no piensas más que en eso. —Estoy prometida. Se supone que tengo que pensar en eso. —Se supone que tienes que pensar en vestidos de novia y banquetes de bodas. —Y en sexo. —Riendo, Avery se quitó el pañuelo y se peinó con los dedos—. No quiero elegir vestido aún. He estado viendo revistas y buscando ideas en internet, tratando de encontrar un estilo que me convenza. Como con el revestimiento de la barra. —Avery … —Asombrada por la falta de prioridades románticas de su amiga, Esperanza suspiró—. Tu vestido de novia no es como la barra de un bar. —Lo digo porque los dos tienen que ser exactamente como los quiero, tienen que ser fabulosos y emocionarme. —Vale, tu vestido de novia es como el revestimiento de la barra. Avery entró por la puerta de la cocina, donde Clare, sentada a la encimera, pelaba zanahorias. Justine, de pie, troceaba apio con el carlino enroscado a sus pies. Algo hervía en el fuego. —Avery, va a venir tu padre. —Genial. Así conocerá a los cachorros. —Se agachó a acariciar a Ty rone, que en ese momento se escondía debajo del taburete de Clare. —Hoy, barbacoa —anunció Justine—. Ry me ha estado lanzando indirectas de cuánto echa de menos la ensalada de patata y he caído en que, con tres ay udantes, eso tenía fácil solución. —Me encantaría echar una mano —dijo Esperanza—, pero tengo que volver dentro de una hora. —He llamado a Carolee. Vigilará el fuerte hasta que vuelvas. —En serio, debería irme, que venga ella a estar con la familia. —A ella le da igual —insistió Justine—. Avery, ¿podrías preparar ese adobo que haces tú para este pollo? El picante. A nosotros nos gusta así. Ya haremos algo más suave para Harry y Liam. Sabe Dios que a Murphy le encanta el picante. El crío se comería los chiles como gominolas si lo dejáramos.

www.libroonline.org —Le gustan más aún que las gominolas —convino Clare—. Relájate —le dijo a Esperanza—. Así tendremos más tiempo para hablar de lo de Lizzy. Eso era cierto, pensó Esperanza. Pero, de haber sabido que le iba a sobrar tiempo, habría aceptado la propuesta de Ry der de pasar un rato por su casa. ¿Quién pensaba ahora en sexo? —Me encantan las barbacoas —dijo, sonriendo a Justine—. ¿En qué os ay udo? Justine le pasó un pelapatatas.

Ry der entró en la casa con sus hermanos, un puñado de niños y una manada de perros. Siguió el caos de inmediato. Carreras, brincos, peleas, gritos de quiero comer, beber. Su madre, como era de esperar, los ignoró o se dejó llevar. Avery se sumó a ellos, también normal. Clare afrontó la locura de los críos con una mirada que casi la partió en dos (esas cosas de madres) mientras Beckett cogía vasos para atender las demandas de los muertos de hambre. Nada de eso sorprendió a Ry der. Ver allí a Esperanza, sí. Tenía al pequeño subido en el regazo y escuchaba con las convenientes caras de espanto y admiración el relato detallado y acelerado de su última hora. Las mujeres habían empezado y a el vino, pero dudaba que la serenidad de ella se debiera a eso. A su juicio, se limitaba a lidiar con lo que le tocaba. —¿Podemos picar algo? —preguntó Liam a Justine tirándole de la ropa—. Nos morimos de hambre. —Vamos a comer en cuanto os lavéis y llegue Willy B. —Eso puede ser dentro de una eternidad. —Creo que será antes. De hecho, y a oigo acercarse la camioneta de Willy B. También los perros, que salieron disparados por la puerta, excepto Ty rone, que siguió pegado a Justine como una lapa. —Venga, lavaos las manos, que vamos a comer en la terraza. Ry der abrió la nevera para coger una cerveza; entonces vio el cuenco de ensalada de patata. Sonrió. —Las manos quietas —le ordenó Justine, viéndolo venir—. Ve a lavártelas. Así que Esperanza comió pollo a la brasa y ensalada de patata en la terraza esa noche de principios del verano, pegada a Ry der, con los perros rondando lastimeros el patio en busca de alguna limosna. Salvo Ty rone, que se sentó, a pesar de las protestas de Justine, en el regazo de Willy B., y lo miraba con absoluta devoción. —Esto está buenísimo. Justine arqueó las cejas. —¿Cuánto le estás dando a escondidas a ese perro?

www.libroonline.org —Venga y a, Justine, si no le estoy dando nada. Es buen chico, ¿verdad que sí? Ni siquiera me pide. —Ty rone plantó las patas delanteras en el pecho inmenso de Willy B. y agitó la cola extasiado mientras le lamía la cara barbuda. Luego apoy ó la cabeza en el hombro de Willy B. —Ya está —dijo Avery, meneando la cabeza—. Papá, ese perro y a es tuy o. Willy B. lo miró con idéntica devoción y le acarició el lomo. —Es mi primer nieto canino. —No, digo que el perro es tuy o, que te lo quedas. —¡Avery, cómo voy a llevarme a vuestro cachorro! —Ese perro es tuy o. Reconozco un flechazo en cuanto lo veo, y ahora lo estoy viendo. Yo le gusto, y acabaría queriéndome, pero está loco por ti. Y tú por él. Te lo quedas. —Avery tiene razón —convino Owen—. Estáis hechos el uno para el otro. El perrito se acurrucó en los brazos grandes de Willy B. —No quiero… —Ty rone se volvió, lo miró con sus ojos oscuros y saltones—. ¿Estáis seguros? —Pásate a recoger sus cosas cuando vay as para casa. Ya tienes un regalo más del día del Padre. —El mejor que me han hecho nunca. Pero si cambiáis de opinión… —Papá… —Avery alargó la mano y le acarició con cariño el lomo a Ty rone —, el amor es el amor. Sí, así era, pensó Esperanza. Y había mucho por allí esa noche de principios de verano. Cuando acabaron de comer, consiguieron distraer a los niños con los juguetes que Justine había estado guardando en el cuarto de invitados, el que ahora ella veía como el cuarto de los niños. Se quedaron sentados fuera mientras Esperanza les relataba los pormenores de su ajetreado viernes por la noche. —Antes de que hablemos de lo que esto podría implicar, me gustaría preguntarte, Justine, si quieres que establezcamos alguna norma. ¿Les hablo a los clientes de Lizzy o no les digo nada? —Me parece que una norma resultaría demasiado restrictiva. Tú ve haciendo lo que te parezca más oportuno en cada caso. Decide tú que decir a cada cliente, y en qué medida. Esta es la primera vez que Lizzy molesta a alguien —opinó Justine—. Además, parece que lo hizo a propósito. No le gustó que alguien te tratara mal. —Que hubiera tenido mejores modales —dijo Willy B., y le hizo cosquillas debajo del hocico a Ty rone, que gruñó feliz. —Bueno, los buenos modales no son un requisito para un cliente que paga. Son un plus que se agradece. Lo cierto es que me ha tocado ver casos peores. —Pero no hablamos de Ry —señaló Beckett, y sonrió cuando Ry der lo miró

www.libroonline.org haciéndole burla. —Yo creo que Lizzy está haciendo ciertas concesiones —siguió Esperanza—. Le he pedido que haga algunas más. —¿Has vuelto a hablar con ella? —preguntó Owen. —No exactamente. Yo hablo con ella a veces. Solo que ella no me contesta. Menos el viernes por la noche. —Me parte el corazón —susurró Clare—. Eso que dijo de desvanecerse. —Y, aun así, casi nunca parece triste. Mantiene la esperanza. —Beckett sonrió a Esperanza—. Incluso antes de que tú llegaras. No acabo de entender por qué habla de Ry der. Él se ha relacionado menos con ella que Owen o y o. —¿Cómo lo sabes? —inquirió Ry der. —No recuerdo haberte oído hablar mucho de ella hasta el día en que os la jugó a Esperanza y a ti en el Ático. —Todos hemos pasado mucho tiempo en ese edificio, juntos y por separado. Ella y y o nos tolerábamos. Nos dejábamos espacio el uno al otro. —¿La has visto alguna vez? —le preguntó Owen. —No hace falta verla para saber que está ahí. Le caía mal Shawn, el carpintero al que contratamos nada más empezar, ¿os acordáis? —A todos nos cay ó mal Shawn cuando descubrimos que birlaba materiales para otros trabajos —señaló Owen. —Y que le tiraba los tejos a la mujer de Denny. ¿Qué clase de imbécil intenta ligarse a la mujer de un policía, sobre todo cuando el policía es amigo de sus jefes, y encima a la mujer no le interesa? —Antes de que nosotros lo caláramos y despidiéramos, a Lizzy y a le caía mal. Le escondía las herramientas, el almuerzo, los guantes, cosas así. Al principio creía que el tío era descuidado, luego encontré algunas de sus cosas en el viejo sótano, donde él no había estado. Estaban todas allí, bien colocaditas, y olían a madreselva. —Tuvo mejor criterio que nosotros, entonces —decidió Owen. —Eso parece. Alguna vez ha asustado a la cuadrilla, pero en broma. Y… —Ajá —dijo Beckett señalándolo—. Nos estabas ocultando algo. —No me parecía relevante, pero y a que profundizamos… —Ry der se encogió de hombros—. Cuando me encerró con Esperanza en el Ático, no fue la primera vez. Fue justo después de que Esperanza apareciera y mamá la contratara. En el acto. —Lo que demuestra que también y o tengo buen criterio. —Bueno, vale, sí. Puede que me irritara un poco que la contrataras tan rápido, sin preguntar a nadie. —Fuiste un grosero —le recordó su madre—. Un grosero y un cabezota. —Expresar una opinión no es ser cabezota. Grosero, vale. Y y a me disculpé —señaló—. Igual aún estaba un poco furioso. Volví arriba para trabajar un poco

www.libroonline.org más. La puerta se cerró de golpe en cuanto entré, y no se abría. Aún no habíamos instalado las cerraduras, pero la condenada puerta no se abría. —Te dio una buena lección —intervino Avery. —¿Quién está contando la historia? Noté su olor y eso me cabreó aún más. Las ventanas no se abrían, la puerta no se abría. Me tenía atrapado. —Rio relajado—. No me quedaba más opción que rendirme. Entonces escribió tu nombre en la ventana, dentro de un corazoncito. Esperanza lo miró sorprendida. —¿Mi nombre? —Dentro del corazón. Capté la indirecta. Que le caías bien, te quería por allí y y a podía hacerme a la idea. Me cabreó más, pero es inútil discutir con un fantasma. —Y lo arreglaste poniéndote chulo conmigo. Dile a la gerente no sé qué, dile a la gerente no sé cuántos. Ry der volvió a encogerse de hombros. —A ella le pareció bien. —Mmm… —Quizá deberías intentar hablar con ella, Ry der —sugirió Clare—. Dado que te ha mencionado a ti concretamente. Y ahora que Esperanza y tú… os lleváis mejor. —No hace falta que hables en clave —le dijo Justine—. Pero tienes razón. —Ya me cuesta hablar con los vivos. —No pierdes nada por intentarlo —insistió Esperanza—. Ella se siente unida a ti, a vosotros tres —les dijo a los hermanos—. Avery y y o hemos hablado de esto. Nos parece que, como habéis devuelto a la vida su casa, su hogar, se siente en deuda. Como vosotros y vuestra madre os habéis preocupado de restaurarlo, ponerlo bonito, darle calor otra vez, la habéis ay udado. No sabe estar en otro sitio, eso fue lo que dijo. Así que le gusta que alguien aprecie y valore el sitio donde se ve obligada a estar. Todos sois responsables de eso. Pero tú, Ry der, eres el que ha hecho el trabajo físico. Quizá a ti te cuente lo que no parece querer contarnos a los demás. —Muy bien. Muy bien. Le preguntaré a la muerta. —Con respeto —le advirtió su madre. —Por otra parte —prosiguió Esperanza—, he recibido respuesta de mi prima y de la escuela. Mi prima promete enviarme lo que pueda. No se ha creído la historia de la fantasma ni un segundo. Me contesta muy divertida, en tono condescendiente, pero lo está investigando con entusiasmo, y le encanta que alguien más de la familia muestre interés, aunque no sea por la misma hermana. La bibliotecaria está haciendo todo lo que puede, pero se debe a su relación con la familia y al apoy o que esta lleva tiempo ofreciendo a la escuela, así que no puede pasarse de la ray a. Hay cartas. Confía en poder escaneármelas en las

www.libroonline.org próximas semanas. —Has avanzado. —Owen se recostó en el asiento—. Mucho más que y o. —Si todo sale bien y termino con una pila de documentos, te pasaré la mitad. —Estoy listo y dispuesto. Por la puerta abierta de la terraza se oy ó discutir a los niños. —No podía durar siempre —dijo Clare y se dispuso a poner orden. —Ya voy y o. —Beckett la obligó a sentarse otra vez. —Déjate querer —intervino Justine—. Los mimos del embarazo tampoco duran siempre. Además, tengo helado para sobornarlos. ¿Alguien más se apunta? Se levantaron manos por toda la mesa. —Os lo agradezco de veras —dijo Esperanza—, pero ahora sí que tengo que irme. Carolee y a lleva demasiado rato vigilando el fuerte. Gracias por la cena, y por todo. Ha sido estupendo. —Lo repetiremos —prometió Justine—. Ah, y me gustaría ver esas cartas cuando recibas las copias. —Te aviso en cuanto las tenga. Buenas noches. Ry der estuvo veinte segundos dándose golpecitos en la rodilla con el dedo, luego se levantó de la mesa. —Vuelvo enseguida. Mientras iba hacia la puerta, Owen hizo unos ruidos exagerados de besos. Ry der le hizo una peineta y siguió adelante. —Ay, mis chicos —suspiró Justine—. Mira que son elegantes. Ry der alcanzó a Esperanza antes de que llegara al coche. —Espera un minuto. Ella se volvió; su pelo ondeó en el aire un instante. —¿A qué hora estás libre el martes? —Ah. Hacia las cinco y a habré terminado. Puede que a las cuatro y media. —Me vale, siempre que pueda usar una de las duchas. —El hotel es tuy o. —No se trata de eso. —Entonces, sí, puedes usar una de las duchas. La que quieras. —Vale. Al ver que él no decía nada, que se quedaba allí, provocándole esa sensación con su mirada fija, ladeó la cabeza. —¿Qué? ¿Me vas a dar un beso de despedida? —Ahora que lo mencionas… La dejó sin aliento y queriendo más, mareada y temblorosa. El remate perfecto de una velada estival inesperada, se dijo. —Con eso te vas apañando. Sonrió y meneó la cabeza mientras se metía en el coche. —Espero que te apañes tú. Buenas noches.

www.libroonline.org —Sí. La vio recular y dar la vuelta. Cuando enfilaba el camino de entrada, sacó la mano por la ventanilla. Se quedó plantado donde estaba, y Bobo se acercó a sentarse a sus pies, a mirar al infinito como Ry der. —Madre mía, Bobo, ¿qué es lo que tiene esta mujer? ¿Qué demonios tiene? Algo inquieto por si llegaba a averiguarlo, regresó a casa con su perro.

www.libroonline.org 11 Todo le llevó más tiempo del previsto, pero eso no era nada nuevo. La rehabilitación de un edificio llevaba su propio ritmo y, cuando se compaginaban dos obras grandes, los horarios siempre se iban al garete. Salvo que fueras Owen. En una de las obras el tejado estaba listo para entablillar, y en la otra iban a instalar y a las placas de y eso y el revestimiento de ladrillo. Se volvió a contemplar el edificio, al otro lado del aparcamiento, más allá de la enorme grúa. Ese nuevo techo lo cambiaba todo, la forma, la sensación de espacio y de equilibrio. Suponía que cualquiera podría ver y a su potencial. Decidió concentrarse en otra cosa. No quería pensar en tablillas ni en placas de y eso. Quería pensar en llevarse a Esperanza Beaumont a la cama. En realidad, no quería pensar en ello. Quería hacerlo. Pasó a Recepción y echó un vistazo alrededor. Todo en orden, como siempre. Trató de imaginar que era un cliente que entraba allí por primera vez. Sí, decididamente, querría alojarse allí; no le importaría en absoluto. Cuando se dirigía a la cocina, ella salió de su despacho a recibirlo. Todo en orden allí también, desde el vestidito de verano y los taconazos sexis hasta la mata de pelo resplandeciente. Se detuvo en seco cuando el perro de Ry der se acercó a ella meneando la cola. —Donde voy y o, va Bobo —le dijo. —Ah. Bueno. —Lo acarició distraída—. No he podido localizarte en el móvil. —Se me ha olvidado cargarlo. —Y no le dolió nada que no hubiera sonado e interrumpido su trabajo un millón de veces—. Si necesitabas que trajera algo, puedo ir a buscarlo, siempre que no me lleve mucho tiempo. —No, no es eso. Yo… Pero él la agarró y la atrajo a su cuerpo. Si iba a ir por el mundo con ese aspecto, debía esperar que el hombre con el que había accedido a acostarse quisiera catarla. Pero en cuestión de segundos decidió que de catarla solo, ni hablar. Tenían que subir. Si quería conversación, y a hablarían después. Mucho después. —Vamos arriba. Elige una habitación. Coge una llave. —Ry der, espera. —Me ducho primero. —Recordó algo tarde que llevaba una jornada entera de sudor y porquería encima—. Mejor aún, te puedes duchar conmigo. —Ay, Dios —suspiró ella, levantando una mano a la vez que se apartaba—. Eso suena muy bien. Extraordinariamente bien. Pero tengo clientes. ¿En qué idioma le estaba hablando?

www.libroonline.org —¿Que tienes qué? —Clientes. Arriba, en W y B. Imprevistos. Han venido hace un par de horas. He intentado llamarte, pero… —Se suponía que no iba a haber nadie. —Lo sé. No había nadie, pero han venido a la puerta y querían una habitación. No puedo rechazar a un huésped mientras tengamos habitaciones. No pretenderías que les dijera que se fueran, ¿verdad? Se quedó mirándola. Vestidito de verano, piernas interminables, ojos pardos de los que te hacen un nudo en el estómago. —¿Me lo preguntas en serio? —Ry der, es mi trabajo. Por mí, les habría dicho que no tenemos sitio, créeme, pero no puedo hacer eso. —Eres espantosamente responsable. —Pues sí, lo soy. Esa es una de las razones por las que me contrató tu madre. Se han fugado, o están en ello. Mañana irán al juzgado a casarse y llevaban y a horas en la carretera. —¿Y por qué no se han ido a un motel? Yo los llevo. Les pago la habitación. —Ry der. —Se echó a reír, algo frustrada—. Él quería regalarle algo especial, dado que no va a poder tener una boda de verdad. Nos vio en el iPad en una parada, pero no llamó porque quería darle una sorpresa a ella. Han reservado dos noches para poder tener una especie de luna de miel, porque tienen que volver al trabajo, y hacer frente a sus familias. —¿Y por qué te han contado todo eso? —Te sorprendería lo que la gente le cuenta a una gerente. Además, son jóvenes, están ilusionados, enamorados, y él pensaba que, sin reserva, a lo mejor le diría que no si no había una historia romántica de fondo. Aunque no fuera mi trabajo, no habría podido negarme. Al padre de ella no le gusta él. —A mí tampoco. —Sí, a ti sí. O te gustaría. Lo siento mucho, pero… —¿Qué ha sido eso? —la cortó y retrocedió a la puerta—. ¿Ha sido un grito? —Ya empiezan otra vez. —Cuando volvió a mirarla, ceñudo, ella se encogió de hombros—. De verdad necesitaban una habitación. —Es… ¡Dios! —Ladeó la cabeza y escuchó un poco—. Hay doble aislamiento, en suelos, techos y paredes. ¿Te dan siempre estos espectáculos sonoros? —No. ¡No! Gracias a Dios. Es algo excepcional. Creo que por la frecuencia. —¿Cuántas veces pueden hacerlo en un par de horas? —No me refería a ese tipo de frecuencia —dijo ella, y lo vio sonreír—. Aunque…, ja, ja, ja, eso también. Hablaba de frecuencia sonora, como la radiofrecuencia. Aparte de que tienen las ventanas abiertas. —¿Sí? —Ry der fue a la puerta y salió afuera. Escuchó los gritos, los gemidos,

www.libroonline.org los chillidos mientras Esperanza le tiraba de las manos. —¡Para y a! —insistió, riendo otra vez—. No está bien. Es una intromisión. Vuelve dentro. —No soy y o el que tiene las ventanas abiertas. Merezco una compensación. —No, de eso nada. Es más… —Consiguió llevarlo dentro, luego fue corriendo al mostrador y encendió su iPod. —¿Para qué haces eso? —Cotilla. —Como si tú no hubieras estado escuchando. —Solo hasta que he caído en lo que era. Bueno, e igual un poquito después. Lo siento mucho, Ry der, pero… —Podemos pasar de ellos. —¿Cómo dices? —Que están ocupados. —Señaló al techo—. Muy ocupados con lo que hacen. Así que no les preocupa lo que hagas tú. —No puedo. Resultaría violento, y poco profesional, y debo estar disponible. Terminarán saliendo de ahí, y querrán comer. —Están quemando muchas calorías. —Supongo que sí. Debo estar disponible cuando decidan salir. Él la miró con los ojos fruncidos. —Apostaría a que has sido girl scout. —Perderías. No tenía tiempo para explorar. Mira, está ahí toda la comida. Avery nos ha preparado una comida estupenda, así que no tengo más que calentarla. Al menos podrías beber y comer algo. Maldita la gana que tenía de irse a casa y gorronear algo. —Necesito una ducha. Ella le sonrió. —Elige una habitación… salvo W y B. —Me quedo con la de aquí abajo, que es la más alejada de… los huéspedes. —Buena elección. Voy a por la llave. —Llevo ropa de repuesto en la camioneta. Salió antes de que Esperanza pudiera decirle que se llevara el perro. —No te muevas de ahí —le ordenó a Bobo, y fue a su despacho a por la llave. Confiando en que el perro le hiciera caso, fue a Marguerite y Percy, abrió la puerta, encendió las luces y le echó a la habitación un vistazo rápido de gerente. Volvió Ry der con una pequeña bolsa de lona; ella le ofreció la llave. —¿Sabes cómo funciona todo? —Todo menos tú, pero y a lo averiguaré. —No es tan complicado. Se quedaron un momento a la puerta de la habitación.

www.libroonline.org —Podrías poner un cartel. Dejarles el número de Vesta y un pack de cervezas. —Sí, esa es la clase de servicio del que nos enorgullecemos en el Boonsboro. —Le puso una mano en el brazo—. Mañana libro. Puedo estar fuera hasta las nueve, las diez a lo mejor. Podría ir a tu casa. —Eso estaría bien. Yo no tengo huéspedes inesperados. —Considéralo una reserva. —Se apartó para que él pudiera cerrar la puerta. Se lo había tomado mejor de lo que pensaba. Y, la verdad, mejor de lo que se lo había tomado ella al principio. Volvió a la cocina, sacó lo que Avery les había preparado. Lo fue calentando para que pudieran comer en cuanto a él le apeteciera. Luego abrió una botella de vino y lo dejó oxigenarse. Ella se merecía una copa de vino. Mañana, se prometió, se centraría en sus asuntos personales, incluida su visita a casa de Ry der. Seguramente sería mejor así. No habría interrupciones, ni problemas, ni fantasmas que tuvieran ganas de jugar. Solo ellos dos. Miró al suelo, donde Bobo dormitaba. Bueno, los tres. Sacó dos copas del armario, y estaba a punto de servirse la suy a cuando oy ó pasos en las escaleras. Típico, se dijo, y dejó la copa. Asomó el pelo rubio de punta de Chip Barrow. Con unos vaqueros gastados, llevaba la misma camiseta vieja de los Foo Fighters que cuando se habían registrado. Solo que ahora del revés. Dudaba mucho que se hubiera dado cuenta. Le dedicó una sonrisa adormilada y ebria de sexo que le dio mucha envidia. —Hola. —Se aclaró la garganta—. Siento molestar. —No es molestia. ¿Puedo ay udar en algo? —Marlie y y o pensábamos cenar algo. Algo para llevar, que podamos… —Hay una opción muy sencilla. —Aunque debían de tener una en el pack de bienvenida de su habitación, Esperanza abrió un cajón y sacó la carta de Vesta—. Está justo enfrente y lo traen al hotel si queréis. —¿En serio? Magnífico. Una pizza estaría genial. Son buenas, ¿no? —Muy buenas. Cuando hay áis decidido, os haré el pedido encantada. —Yo y a sé lo que le gusta a Marlie —dijo con cara de felicidad—. Querríamos una familiar con pepperoni y con aceitunas negras. Y un postre de estos. El Chocolate Decadence. También tiene pinta de estar buenísimo. —Y lo está, te lo aseguro. —Mmm. ¿Nos lo podrían subir a la habitación y avisarnos llamando a la puerta? —Sin problema. ¿Una botella de vino de obsequio? —¿En serio? Sí, fenomenal.

www.libroonline.org —¿Tinto o blanco? —Mmm, ¿por qué no lo elige usted? Ah, ¿y unas CocaColas también? —Un segundo. Esperanza sacó una bandeja, una cubitera y metió dos Coca-Colas en ella. Luego añadió el vino que había abierto para ella, las dos copas. —Qué pasada. Marlie ha alucinado con la habitación. Hasta hemos encendido la chimenea. Ha empezado a hacer mucho calor, así que hemos abierto las ventanas, pero queda muy romántico con la chimenea encendida. Ella se mordió el carrillo. —Seguro que sí. Ahora os… Ah, Ry der. Este es Chip. —Hola —dijo Chip. —¿Qué tal? —Fenomenal. —¿Quieres que os suba esto? —se ofreció Esperanza. —No, gracias. Ya lo subo y o. ¿Nos pide la pizza y eso? —Enseguida. Calcula unos veinte minutos. —Guay. Marlie va a flipar con el vino. Gracias. —De nada. Mientras Chip salía con la bandeja, Esperanza apretó los labios para no reírse. —Fenomenal —susurró. —¿Cuántos años tiene, doce? —Veintiuno, los dos. La chica los cumplió la semana pasada. Me han parecido tan jóvenes que les he pedido el carnet. —Sacó otra botella de vino—. ¿Por qué no abres tú el vino mientras y o hago este pedido? Si prefieres cerveza, hay en la nevera. —El vino está bien. —Un pequeño cambio de hábitos. Como con ella. Sirvió una copa para cada uno, probó la suy a. Y decidió que quizá le gustaran los cambios. En cuanto ella hizo el pedido, él señaló con la cabeza el fuego. —¿Qué se cuece? —Se calienta, no puedo apuntarme el tanto de haberlo cocinado. Medallones de ternera, patatas asadas, zanahorias y guisantes en crema de mantequilla. Y un pequeño aperitivo de vieira. —Suena bien. Esperanza sacó el aperitivo. —Pruébalo y verás. Cogió un poquito. —Está bueno. La Pelirroja Buenorra es una artista. —Lo es. Cuando estábamos en la facultad, ella trabajaba en una pizzería. Siempre sabía cuándo la había hecho ella. Estaba muchísimo más rica. —Se tiró en plancha a por Vesta, y consigue que funcione.

www.libroonline.org —Sí, ella es de las que se tiran en plancha. —Decidiendo de pronto que podían seguir con la primera parte del plan de esa noche, sacó un plato de aceitunas y se sentó en un taburete. Aperitivo y charla allí, la cena en el Comedor. La fase tres tendría que esperar al día siguiente. El perro se tumbó debajo de los taburetes. —¿Te sorprendió que Avery y Owen empezaran a salir? —No especialmente. Ella le había hecho tilín desde que éramos niños. —Clare a Beckett desde el instituto, y le duró todos esos años. —Él siempre tuvo claro que ella estaba con Clint. Nunca se metió en medio. Lo sufrió en silencio —añadió Ry der—. Salvo para los que vivíamos con él. Escribía unas canciones malísimas de esas de « tengo el corazón hecho pedazos» y las cantaba en su cuarto hasta que Owen y y o lo amenazamos con liarnos a ladrillazos con él. —¿Ah, sí? —Rio, intentando imaginárselo—. Qué tierno. Lo de las canciones, no lo de los ladrillos. ¿Erais amigos de Clint? —Sí, aunque no íntimos, la verdad. Jugábamos al fútbol, nos emborrachamos una o dos veces. Él estaba muy pendiente de Clare, y ella de él, y tenía pensado alistarse en el ejército. —Con lo jóvenes que eran. Como Chip y Marlie. —¿Quién? —Wesley y Buttercup, los casi recién casados. Yo no conocí a Clare hasta que volvió a Boonsboro y Avery nos presentó. Después de la muerte de Clint. —Fue una época difícil para ella. Se la veía… —Sigue —dijo ella al ver que se interrumpía—. Dime. —Frágil, me imagino. Como si fuera a hacerse añicos si la mirabas mucho. Dos críos, casi bebés, el enano por llegar. Pero no lo era. Frágil, digo; en el fondo, no. Clare tiene más agallas que nadie que y o conozca. Aquel debía de ser su discurso más largo sobre alguien desde que lo conocía, pensó Esperanza. Más aún, dejaba ver su afecto y admiración profundos. Ya había observado ese afecto y esa admiración por sus amigas, pero oírselo decir la emocionaba. —Soy afortunada de tenerlas a Avery y a ella en mi vida. Si no fuera así, probablemente ahora estaría en Chicago en lugar de aquí. Donde creía que apuntaba mi brújula después de lo de Jonathan. Prefiero esto. —No acabo de entender qué viste en él. Esperanza dio un sorbo a su vino y estudió a Ry der. —¿Quieres saberlo? —Me tienes aquí sentado… —Muy bien. No quiero compararme con Clint, con todos sus años de servicio, sus sacrificios, pero, igual que él, y o también tenía un plan de vida. Cosa de familia. Mi hermana quería ser veterinaria desde los ocho años y mi hermano

www.libroonline.org siempre quiso ser abogado. A mí me encantaban los hoteles, los dramas, los rompecabezas, la gente, la constancia y el fluir de las cosas. Todo eso. De modo que mi plan de vida consistía en dirigir un hotel. El Wickham. Jonathan era parte del Wickham, y tenía tanta clase (o eso pensaba y o) y tanta elegancia como el hotel. —Eso es lo que te pega. —La clase y la elegancia tienen su atractivo —matizó—. Y él era encantador, créeme. Sabía de arte, de música, de vinos, de moda. Aprendí mucho, y quería hacerlo. Me perseguía, y eso resultaba halagador y excitante. Su familia me abrió las puertas, y eso se me subió a la cabeza. Mi plan de vida se expandió. Yo dirigiría el Wickham, me casaría con Jonathan. Seríamos una de las parejas más poderosas de Washington. Recibiría a celebridades, con brillantez; dirigiría el hotel, también con brillantez; terminaríamos teniendo un par de hijos a los que ambos adoraríamos, y bla, bla, bla… Sé lo tremendamente superficial que te suena todo esto. —Eso no lo sé. Es un plan. —Yo pensaba que lo quería, y eso influy e. Pero no. —El darse cuenta de eso le había supuesto alivio y dolor—. No me partió el corazón, como era de esperar. Aunque me partió el ánimo, y eso rebaja mucho. Me hizo pedazos el orgullo, y de eso cuesta recuperarse. Pero no me partió el corazón, así que, en cierto sentido, ahora veo que también y o lo utilicé. —Chorradas. Aquella respuesta rápida y tajante la sorprendió. —¿Eso crees? —Eso creo. Él te persiguió, tú lo has dicho. Su familia le siguió el juego. Tenías motivos para creer que todo saldría según tu plan. Y pensabas que lo querías. Puede que fueras tonta, pero no lo utilizaste. Se quedó pensativa. —Creo que me gusta más la idea de haberlo utilizado que la de ser tonta. —De todas formas, y a es historia. —Sí, lo es. ¿Y tú? Tienes dos hermanos que han querido a la misma chica desde que eran niños. ¿Tú, qué? —¿Yo? —La idea le pareció graciosa—. No. Eso se lo dejo a Owen y a Beck. —¿Nunca te han roto el corazón? —Cameron Diaz. No sabe que existo. Me cuesta digerirlo. Consiguió hacerla reír otra vez. —Yo tengo el mismo problema con Bradley Cooper. ¿Qué les pasa? —Eso digo y o. Estamos tan buenos como ellos. —Por supuesto. Además, el cinturón de las herramientas te queda más natural a ti. Este tipo de accesorios son muy sexis —explicó ella—. Son como las cartucheras, las de los cowboy s. Cuando una ve a un hombre con cinturón,

www.libroonline.org ceñido con naturalidad, sabe que se las apaña bien. —Mucho mérito para un simple cinturón de herramientas. —A ti te gustan mis zapatos —dijo ella, señalándolo. —¿Los taconazos? —Sí, los taconazos. Me lo dices a menudo, lo que me hace pensar que te fijas. Y que te fijas en cómo me resaltan las piernas. —Sacó una y giró el pie—. Son bonitas. —Ladeó la cabeza y la sonrisa—. A lo mejor no tan largas como las de Cameron, pero son bonitas. —No mientes. —Ry der la agarró por la pantorrilla, haciendo que girara hacia él. Cuando empezó a subirle la mano por la pierna, ella se apartó y se levantó enseguida. —Deberíamos cenar. He pensado que estaríamos mejor en el Comedor. Ry der la rodeó y apagó el horno. Luego se arrimó a ella y atacó. Esta vez no fueron solo sus labios, también las manos, rápidas, impacientes, casi bruscas. El deseo, siempre a flor de piel cuando lo tenía cerca, se abrió paso e hizo que le flojearan las piernas. Una parte aún cuerda de su ser reparó en lo indecoroso que resultaría aquello si entraban los clientes. Pero esa parte no fue lo bastante fuerte para frenar el instinto. —Quédate ahí —le ordenó Ry der al perro, que suspiró y volvió a tumbarse. Esperanza aún estaba tambaleándose cuando él la cogió de la mano y la sacó a rastras de la cocina. —Ry der… —Tienen vino, pizza y sexo. Será un milagro si salen de ahí en toda la noche. —Se detuvo un instante en el despacho de ella. M y P no, pensó, que tenía dos camas—. Aquí abajo, no. Vamos a necesitar una cama más grande. —No puedo… —¿Te apuestas algo? Y el apartamento de ella tampoco. Ni loco se la iba a llevar a la tercera planta. Cogió la llave de T y O, salió con ella y se la llevó escaleras arriba. —Pero si necesitan algo… —Ya tienen lo que necesitan. Va siendo hora de que lo tengamos nosotros. La hizo volverse en las escaleras, la estrujó contra la pared y la besó hasta que incluso la idea de protestar le pareció no solo imposible sino también absurda. Si no lo tenía, y y a mismo, iba a explotar. Y entonces dejaría de haber gerente. —Rápido —consiguió decir ella, y empezó a tirar de él. Con la respiración entrecortada no solo de subir las escaleras, se colgó de él cuando llegaron a la segunda. Ahí fueron sus manos las que lo tomaron impacientes, cabalgando por sus caderas, subiendo por la espalda mientras se dirigían a la puerta dando tumbos.

www.libroonline.org —Rápido, rápido, rápido —le apremió ella, y le clavó los dientes en el hombro mientras él se peleaba con la llave. Le temblaba la mano. Le habría resultado humillante si hubiera podido pensar. Pero solo sentía… deseo, deseo. Cuando la llave al fin entró, Ry der metió a Esperanza en la habitación, con la entereza justa para cerrar la puerta antes de tirarse en la cama con dosel. —Déjate los taconazos —le dijo él. Ella rio y lo atrajo hacia sí. La risa se transformó en un jadeo agradecido cuando él le bajó el vestidito hasta la cintura. Su boca, sus manos, su peso, su aroma. Lo quería todo, lo necesitaba todo desesperadamente. Deseaba sentir cómo su miembro erecto empujaba en su interior, con desenfreno, más de lo que necesitaba respirar. —Sí, sí. —Giró el rostro hacia su cuello—. Lo que sea, todo, por todas partes. Aquella ola gigantesca la inundó, la recorrió entera, al fin. El calor, el placer, las rápidas punzadas de pánico y de locura. Manos duras en su carne; boca hambrienta en su pecho. Que tomaba, se nutría, destrozaba. Más. Más. Más. Ry der notó las manos de ella en su cinturón, manipulándolo, tirando de él, y su aliento caliente en el cuello, en el oído. Todo se desdibujó, el tacto de su piel, delicado como la seda, suave como el agua, caliente como la lava. Su voz en un grito de placer al levantarle el vestido y encontrarla. El movimiento, todo el movimiento, sus caderas, sus manos, sus piernas. La boca de ella buscó la suy a, se aferró a él con voracidad mientras levantaba las caderas, anclada a él. Punzadas de deseo lo desgarraron entero cuando ella le bajó los vaqueros y lo envolvió con la mano. Y ella le enroscó las piernas en la cintura. Se tomaron presos de una especie de locura, todo viveza y desesperación, desatando un placer tan intenso que cortaba. Ella se aferró a él mientras su cuerpo se sacudía, mientras la delicia de aquellas réplicas la estremecía y la agitaba. Luego, flojas, sus manos se deslizaron. Agotado, él se desplomó sobre ella, y se quedó allí quieto esperando a que su mente y su cuerpo volvieran a conectarse. Lo había… aniquilado, descubrió. Y eso sí que era una novedad. Cay ó apenas en la cuenta de que llevaba las botas puestas y los vaqueros enroscados en los tobillos; el vestido de ella, un delicado bulto en su cintura. No era precisamente lo que él había planeado. Y muchísimo menos lo que había esperado de ella. Al fin Esperanza soltó una mezcla de suspiro y gemido. —Dios. Dios. Gracias, Dios. —¿Rezas o me das las gracias? —Las dos cosas.

www.libroonline.org Él consiguió apartarse de ella y ambos se quedaron tumbados el uno al lado del otro, como estaban, prácticamente vestidos, aturdidos y plenamente satisfechos. —Tenía un poco de prisa —dijo ella. —A mí me lo vas a decir. Esperanza volvió a suspirar y cerró los ojos. —He sufrido una sequía considerable en cuanto a sexo. Hacía más de un año. —¿Un año? Madre mía, tengo suerte de seguir vivo. Ella contuvo una carcajada. —Te aseguro que sí. ¿Y y o para qué me habré gastado dinero en ropa interior? Si ninguno de los dos lo ha apreciado… No, se dijo, no era en absoluto lo que él había esperado. En todos los sentidos, muchísimo mejor. —Ah, pero ¿llevabas ropa interior? —Mira, aún la llevo. Solo que no donde debería estar. Todavía tumbado boca arriba, él alargó la mano, la bajó, acarició el sujetador de encaje hecho un gurruño con el vestido alrededor de la cintura. —Ya te lo puedes poner en su sitio. Lo agradeceré cuando te lo quite luego. La próxima vez lo haremos completamente desnudos. —Me gusta eso de completamente desnudos. Tienes un cuerpo precioso, pero… bueno, con las prisas… Volvió la cabeza, estudió su perfil… esos huesos fuertes, esas curvas prietas. Al poco, también él volvió la suy a, de forma que se miraron a los ojos. Condenadamente guapa, se dijo Ry der. Debería ser ilegal tener ese aspecto. Volvía locos a los hombres. —Debemos de estar ridículos —susurró ella. —No mires. —Yo no miro si tú no miras. ¿Tienes hambre? —Esa es una pregunta capciosa, teniendo en cuenta la situación. Ella sonrió mientras se recolocaba el sujetador. —¿Por qué no bajamos a comer y fingimos que somos adultos civilizados? —Demasiado tarde para lo segundo. —Nunca es demasiado tarde para ser civilizado. —Ya estás pensando otra vez en los críos de W y B. —Avery nos ha preparado una comida deliciosa, y deberíamos comérnosla. Así, de paso, estoy disponible por si me necesitan. Luego podemos subirnos el vino, si es que queda algo. Y podrás admirar mi ropa interior nueva. —Es un buen plan. —Se levantó lo justo para subirse los boxers y los vaqueros—. E igual la próxima vez me da tiempo a quitarme las botas antes de que te abalances sobre mí. Ella se puso bien el vestido y sonrió.

www.libroonline.org —No prometo nada.

www.libroonline.org 12 Ry der no sabía bien cómo definir su situación con Esperanza. No estaban saliendo. No eran amigos. No eran lo que su tía Carolee llamaba « un rollo» . Pero lo mirara como lo mirara, le gustaba. Quizá hubiera un par de cosas raras, como que siempre aparcara la camioneta detrás de Vesta o al lado de la obra del centro de fitness en vez de detrás del hotel. No era imposible imaginarse lo que estaba ocurriendo si se prestaba atención. Y siempre había alguien que lo hacía. Aun así, no le parecía bien ser tan descarado. Quizá también resultara un poco raro que subiese por las escaleras del Patio hasta la tercera planta y entrara en el edificio por ahí. Algunas noches oía voces de abajo y se encerraba con Bobo en el apartamento hasta que ella terminaba su trabajo. Y puede que de pronto le interesara el funcionamiento del hotel un poco más de lo que esperaba, pero también pasaba en él más tiempo del que había imaginado, y era lógico. Y ese funcionamiento le parecía extraordinario. Aunque no le sorprendía, porque, en muchos aspectos, ella era un Owen con faldas. Cuando repasaba las habitaciones, se enviaba notas por correo con el móvil y después las convertía en listas de tareas pendientes en su ordenador de sobremesa. Pilas nuevas para el mando a distancia de N y N, más papel higiénico para W y B, packs de bienvenida, cartas o bombillas de repuesto donde fuera. Imaginó que así se ahorraba viajes, pues se pasaba el día subiendo y bajando: reponiendo café en la Biblioteca, cargando cajas de vino, refrescos y agua del almacén del sótano. Ella vivía de las listas, a su parecer. Y, como su hermano, de las notas adhesivas. Siempre se encontraba alguna cuando entraba en su piso mientras ella atendía a los clientes. « Hay cerveza en la nevera» , en la puerta, como si no pudiera abrirla y verlo él mismo. « Por si tienes hambre, ha sobrado algo de pasta» , pegada al horno, igual. Pero debía reconocer que le gustaba que se molestara. Supuso que la había imaginado más estricta, implacable con sus horarios, como con sus listas y sus notas adhesivas. Pero, cuando era preciso, sabía ser flexible, y mucho: cedía aquí, ajustaba allá, reforzaba esto o prescindía de lo otro. Debía admitir que había esperado que ella empezara a establecer normas o plantearle exigencias sobre… lo suy o. En cambio, se dejaba llevar, y se dejaba llevar mucho con él, pensó mientras colocaba la siguiente ventana en el centro de

www.libroonline.org fitness. Justo cuando pensaba en ella la vio salir, ay udando al servicio de lavandería a llevarse un montón de sábanas y toallas. Estaba tan fresca y tan guapa. Ahora y a la había visto despeinada, y la había despeinado él también, pero seguía siendo capaz de quitarle el hipo a un hombre. Esperanza se volvió al ver que alguien salía por la puerta del Vestíbulo. Estaban al completo, lo sabía, para el fin de semana del Cuatro de Julio. Aunque no la oía, la vio reír y charlar animadamente con las tres mujeres que salían. —¿Algún problema con la ventana? —¿Eh? —Se volvió y vio que Beckett se acercaba por detrás. —Ah, sí, bonita vista. Clare me ha dicho que van a tener dieciséis huéspedes, todo el fin de semana. —Es festivo —replicó Ry der, y siguió instalando la ventana. —Sí, los niños están deseando ir al parque mañana. Iremos temprano para que puedan comer y desfogarse un poco antes de los fuegos artificiales. Así cogeremos sitio para todo el mundo. Lástima que Esperanza no pueda venir. —Verá los fuegos desde la azotea del hotel. —Pero era un fastidio, admitió. No recordaba la última vez que había pasado el Cuatro de Julio sin pareja. Claro que nada le impedía pedírselo a otra, en teoría—. ¿No tienes nada que hacer? — le preguntó. —Ya lo he estado haciendo. Tú estás con las últimas ventanas. Los del tejado, con las tablillas; está quedando muy bien, también. Owen me ha mandado un mensaje desde MacT. El acero está de camino. Parece que levantaremos las vigas hoy. —La semana que viene esto estará lleno de subcontratistas. —Ry der terminó y se apartó de la ventana—. Siéntate encima de mamá hasta que hay a elegido el estilo y el acabado de las barandillas. —¿Y por qué tengo que sentarme y o encima de ella? —Porque se me ha ocurrido a mí primero. —Miró el reloj. Era casi la hora de la comida, pero, si el acero estaba en camino, no quería marcharse—. Y también puedes ir a por algo de comer. —¿Puedo? —Yo tengo demasiado lío aquí para irme y quiero repasar contigo un par de cosas de los planos. Beckett apretó la mandíbula. —Cambios, querrás decir. —Bueno, no te precipites, hermano. Solo son unos ajustes, unas aclaraciones. Si vamos a montar y a el esqueleto de este sitio, quiero dejar resuelta la iluminación. —Lo hacemos ahora. Pediré que nos traigan algo. ¿Qué quieres? —Comida. —Uno de los hombres le hizo una seña, y Ry der dejó que fuera

www.libroonline.org Beckett quien lo decidiera. Se instalaron en un rincón del fondo, en lo que sería la zona de entrenamiento, para repasar juntos los planos. Ry der siempre quería hacer cambios, Beckett lo sabía; como Ry der sabía que Beckett solo se oponía si los cambios fastidiaban el concepto o carecían de sentido desde el punto de vista arquitectónico. —Le estoy haciendo una lista a mamá —dijo Beckett—. Número de luces, tipos, zonas. Ella es la que sabe qué aire quiere darle. —No la dejes pedir nada sin haber comprobado tú antes el voltaje. —Ya. No nací ay er, Ry. —Le sonó el móvil; lo sacó—. Owen está en el Patio con la comida. —¿Y qué hace ahí? —Si quieres comer, más vale que lo averigüemos. Claro que quería comer, y estaría presente por si llegaba el acero. Como tenía los planos grabados en la cabeza, no los necesitaba para darle la lata a Beckett. —En cuanto a los suelos de bambú… —Mamá ha elegido bambú, y y o estoy de acuerdo, por cierto. Ni te molestes. —Nos ahorraría tiempo y dinero, y quedaría genial, poner el suelo acolchado en todo el gimnasio. —Quedaría soso y vulgar. El bambú da un toque bonito al aula, las escaleras y los pasillos. —Las escaleras van a ser un suplicio para mí si las forramos de madera. —En eso no pienso ceder —le contestó Beckett—. Y te apuesto lo que quieras a que mamá tampoco. Salieron al Patio, donde los esperaba Owen, sentado bajo una alegre sombrilla, con tres recipientes de comida para llevar y una pila de papeles. —Esperanza me ha pillado cuando pasaba y me ha dicho que comiéramos aquí. Se está bien. —¿Qué me has traído? —Ry der abrió el recipiente y asintió cuando vio el panini con patatas fritas—. Me vale. —He estado repasando el sistema de pintura del exterior del centro de fitness. Va a llevar muchos pasos, un proceso complejo, lograr que esos bloques de hormigón dejen de parecerlo. —No empieces —le advirtió Beckett, y cogió su panini—. No vamos a darle una manita de pintura y y a está. Se quedará igual de feo. —Ya es menos feo —señaló Ry der—. Pero estoy contigo en esto. —¿Quién dice que y o no? —Estiró las piernas y giró el cuello agarrotado—. Digo que podemos hacerlo, pero deberíamos subcontratar a alguien que sepa cómo. Nosotros vamos a tardar mucho, y hay demasiada superficie para fastidiarla.

www.libroonline.org Antes de que Ry der pudiera discutírselo, salió Esperanza con una bandeja. Una jarra enorme, vasos y un plato de galletas. —Té con hielo —anunció—. Y dentro tengo más. Ha entrado julio y esto se ha convertido en un horno. Dicen que el domingo pasaremos de los cuarenta grados. —Gracias. No tenías que molestarte —le dijo Owen—. Avery me ha dicho que este fin de semana estás a tope. —Ya te digo. Todos los huéspedes han salido, de modo que tengo un minuto. El centro de fitness y el nuevo restaurante están despertando muchísimo interés. Todos quieren saber cuándo abrirán. —Todos tendrán que esperar —murmuró Ry der. —Yo les digo que estén al tanto de la web y de la página de Facebook. Avisadme si necesitáis algo más. Cuando ella regresó dentro, Ry der se bebió de golpe medio vaso de té. —Vuelvo enseguida —dijo, y la siguió. —¿Se da cuenta de lo colado que está? —se preguntó Owen en voz alta. —¿Ry ? Qué va. —Era una pregunta retórica. Mediados de agosto para MacT —añadió Owen con la boca llena—. Va bien, y sé cómo es Ry con los plazos, pero será un problema. Supongo que tardará más o menos el mismo tiempo en ver que está colado. Esperanza iba a meterse en su despacho cuando oy ó que se abría y se cerraba la puerta. Volvió hacia la cocina y sonrió al ver que era Ry der. —Le he dicho a Owen que comierais dentro, que se está más fresco. Si queréis, puedo… La agarró (siempre lo hacía, como si fuera a escaparse), y el beso fue cálido como el mes de julio. —Solo quería hacer esto —le dijo—. Ahora y a no estaré tan distraído. —Qué curioso, a mí me produce el efecto contrario. —Bueno, están todos fuera, así que… —No. —Se zafó de él riendo—. Tentador, pero no. Estamos a tope. —Carolee… —Ha ido a hacerse una endodoncia. La mueca de dolor de Ry der fue sentida. —No sabía nada. —Ha ido esta mañana porque y o le he insistido. Iba a aguantar con ibuprofeno hasta el lunes. Laurie, de la librería, vendrá luego a echarme una mano. —¿Necesitas ay uda hasta entonces? Puedo prescindir de Beck. —No, y a me las apaño. Ahora y a sabía cómo iba su trabajo, y un fin de semana con dieciséis clientes

www.libroonline.org significaba que no pararía en todo el día. —No te vendrían mal unas vacaciones, un fin de semana largo. Algo. —Creo que libraré un par de días en septiembre. Los pasaré en plan marmota. —Resérvatelos. A mamá no le importará. —Me lo pensaré. —Señaló hacia su despacho, donde sonaba el teléfono—. Pero somos un establecimiento popular. —Resérvatelos —le repitió él, y la dejó trabajar. Ry der se dejó caer en su silla otra vez y cogió su panini. —Carolee ha ido a hacerse una endodoncia, y la gerente está sobrepasada. —La puedes llamar Esperanza —señaló Owen—. Te acuestas con ella. —¿Endodoncia? —Como su hermano, Beckett hizo una mueca de dolor—. ¿Necesita ay uda, Esperanza? —No lo sé. No es mi área. Pero cuando no tiene gente, está preparándolo todo para cuando la tiene, y todo ese lío del marketing. Lo que sea. Necesita tiempo libre. —¿No habrá ningún interés personal en todo esto? —inquirió Owen. —El sexo no es el problema. Si el trabajo la agota, estamos perdidos. —Vale, eso es cierto. Además, ninguno de nosotros quiere verla sobrepasada. Así que… Owen se interrumpió al verla salir corriendo por la puerta. —Tengo documentos —anunció—. Me ha escrito mi prima. Hay montones. No sé cuándo me voy a poner con ellos, pero… —Pásamelos a mí —le dijo Owen—. Les echaré un vistazo mientras tanto. —Ya lo hago y o, y a buscaré algún hueco. Me da que vamos a encontrar algo. —Inconscientemente, apoy ó una mano en el hombro de Ry der mientras hablaba —. Necesito confiar en que vamos a encontrar algo. —¿Por qué no te sientas un momento? —Antes de que pudiera responder, Ry der tiró de ella y se la sentó en el regazo. Cuando ella intentó escaparse, él sonrió a sus hermanos y la agarró más fuerte—. Le da mucha vergüenza. —No me da vergüenza. Estás sudando. —Hace calor. Cómete unas patatas fritas. —Me acabo de tomar un y ogur… —Entonces te hacen falta unas patatas. Sabía bien que no la soltaría hasta que comiera, así que cogió una del recipiente. —Ya está. Ahora… —Bebe un poco. —Le puso su vaso en la mano. —Vale, vale. —Bebió y dejó el vaso en la mesa. —Ry nos estaba diciendo que te vendría bien algo más de ay uda —dijo Owen.

www.libroonline.org La espalda se le puso rígida como una tabla. —¿Ha habido alguna queja? —No, pero… —¿Me he quejado y o? No —respondió ella misma—. Sé con lo que puedo y con lo que no. Tenlo presente —le dijo a Ry der, clavándole el codo en el estómago y poniéndose en pie—. Tengo que volver al trabajo. —Qué bocazas eres, Owen. —Nos acabas de decir que… —Qué bocazas. Ahí llega el acero. —Cogió el panini y se fue. —Decididamente, está colado —observó Beckett. —Ha sido él quien ha dicho que la veía sobrepasada de trabajo. —Sí, porque es él quien está colado.

Le mandó flores. Ry der siempre había tenido la idea de que, si una mujer se enfadaba, por lo que fuera y sin importar quién tuviera la culpa, el hombre le mandaba flores. Aquello volvía a suavizar las cosas, más que nada. Después, distraído por el sudor y el esfuerzo del trabajo, se olvidó de ello hasta que estaba cerrando y apareció ella. —Las flores son preciosas. Gracias. —De nada. —Solo tengo un minuto, y eso no significa que esté sobrepasada de trabajo. Significa que estoy trabajando. Maldito Owen, pensó él. —Vale. —No quiero que vay as diciéndole a tu familia que no puedo con esto. —No lo he hecho. —Si necesito ay uda, hablaré con Justine. Sé hablar por mí misma. —Entendido. A un hombre le habría valido con eso, pero como esperaba, ella, al igual que la may oría de las mujeres, siguió insistiendo. —Yo agradezco tu preocupación, Ry der. Es todo un detalle, y no lo esperaba. A veces el trabajo produce mucho estrés y tensión. Seguro que el tuy o también. —Eso no te lo voy a discutir. —Tampoco te vendrían mal unas vacaciones, un fin de semana largo o algo. Ry der rio al contestarle ella con sus propias palabras. —Sí, probablemente. El caso es que tengo los próximos dos días libres. —¿Cuánto tiempo te pasarás en el taller, o ideando nuestro plan de ataque de la próxima semana, o hablando con tu madre de este trabajo? Ahí lo había pillado. —Un poco.

www.libroonline.org Bobo se arrimó a ella y le empujó la mano con el hocico. —Cree que estoy enfadada contigo. No lo estoy. —Me alegra saberlo. Se acercó y lo besó en la mejilla. —A lo mejor podrías pasarte mañana después de los fuegos artificiales. —Sí, puedo hacer eso. —Te veo mañana, entonces. —Oy e —la llamó cuando se iba—. ¿Te apetece ir al cine? No digo esta noche —añadió él cuando vio su cara perpleja—. La semana que viene, en tu noche libre. —Ah… eso lo podría arreglar. Claro. Me encantaría. —Arréglalo y me cuentas. —Muy bien. —Sonrió, aún perpleja—. ¿Le sacas una entrada al perro? —Se la sacaría, pero no lo dejarían entrar. —¿Tienes DVD? —Claro. —¿Microondas? —¿Cómo iba a cocinar si no? —Entonces ¿por qué no me voy a tu casa? Podemos ver una película allí… los tres. Ahora era él el perplejo. —Vale. Si eso es lo que quieres. —¿El miércoles por la noche? —Perfecto. ¿Querrás cenar? —Si vas a cocinar tú en el microondas, no. —Puedo poner algo al grill. —Entonces, sí. Iré hacia las seis, te echaré una mano. Tengo que volver. Laurie está sola. —Hasta luego. Ry der se metió las manos en los bolsillos y la vio alejarse. —Cada vez que pienso que y a la entiendo —le dijo a Bobo—, resulta que no.

La noche siguiente, cuando empezaba a ponerse el sol, Ry der le dio la segunda mitad de su segundo bocadillo de carne picada a Murphy. —Eres un pozo sin fondo. —Está bueno. Y y a no les queda helado. —Tendría que ser ilegal. —Pues los llevamos a la cárcel. —Sonriendo y con las manos pringosas, Murphy se subió a su regazo—. Mamá ha dicho que podemos pasar por la Heladería si aún está abierta cuando lleguemos. ¿Quieres venir?

www.libroonline.org Noche calurosa de julio. Helado. —A lo mejor. —Mamá me ha dicho que Esperanza no va a venir porque tiene que trabajar. —Devorando el bocadillo, Murphy se lamió la salsa que le escurría por las manos—. ¿Esperanza es tu novia? —No. —¿Lo era? Dios. —¿Y por qué no? Es muy guapa, y casi siempre tiene galletas. Visto así, la combinación tenía un atractivo tan innegable como la del helado en una noche calurosa de julio. —Buenos argumentos. —Mi novia es guapa. Se llama India. Dios, el crío era la bomba. —¿Qué clase de nombre es India? —Pues el nombre de India. Tiene los ojos azules y le gusta el Capitán América. —Le bajó la cabeza a Ry der y le susurró—: Le di un beso, en la boca. Y estuvo bien. Tú le das besos en la boca a Esperanza, así que es tu novia. —Te voy a dar un beso en la boca a ti como no te calles. La carcajada de Murphy le hizo sonreír. —Ya van a empezar, ¿verdad? ¿Verdad? —En cuanto se haga de noche. —Tarda un montón en hacerse de noche, menos cuando no quieres que se haga. —Qué listo eres, joven Jedi. —Voy a jugar con mi sable láser. —Se escurrió, cogió el sable de juguete que Beckett le había comprado y lo blandió en el aire. Sus hermanos lanzaron un ataque de inmediato. —Así eras tú —le dijo Justine. —¿Cuál de ellos? —Los tres. ¿Por qué no te acercas al hotel y ves los fuegos desde allí? Ry der se estiró en la tumbona plegable. —Tradición familiar de los Montgomery. —Te otorgo una dispensa. Puso una mano encima de la de su madre. —No pasa nada. Está ocupada. —¡Liam! Como no pares, te voy a quitar esa cosa. Justine miró a Clare y suspiró. —Y así era y o. Todo se va, Ry der. —Volvió la mano debajo de la de su hijo y puso la otra encima de la de Willy B., que estaba sentado al otro lado, con Ty rone tumbado en su regazo—. Hay que disfrutar de las cosas buenas mientras se pueda. —No me digas que has comprado algo más.

www.libroonline.org —Ya sabes a qué me refiero. Está empezando —le susurró mientras una estela de luz cruzaba el cielo—. No hay nada como el comienzo de algo grande.

Desde el porche del hotel, Esperanza vio estallar el cielo. Alrededor, los huéspedes aplaudieron, admirados y sorprendidos. Había preparado margaritas para quienes quisieran; ella misma estaba tomándose uno mientras contemplaba el espectáculo de luz y color. Y pensó en Ry der, en el parque con su familia. Flores, caviló. Vay a sorpresa. Le gustaban las sorpresas, pero también saber lo que significaban. En este caso, una disculpa, concluy ó. Aunque no era necesaria. Luego lo de la película. ¿A qué había venido eso? De nada, que ella supiera. Boba, se dijo. Una película era una película y punto. Pero era la primera vez que él le proponía ir a algún sitio (¿una cita, quizá?) desde que habían empezado a acostarse. ¿Ahora salían? Salir era distinto de acostarse. Lo de salir tenía su estructura y un conjunto de normas, flexible a veces, pero normas y estructura, a fin de cuentas. ¿Debía empezar a pensar en eso, en normas y estructura? ¿Por qué se empeñaba en complicar algo tan extraordinariamente sencillo? Disfrutaban en la cama y, además, se gustaban y disfrutaban también el uno del otro fuera de ella. Y los dos eran personas sensatas, directas y atareadas. Saborea el momento, se ordenó. Disfruta de los fuegos artificiales. Una mano cogió la suy a, y ella se volvió. Nadie la tocaba; todos miraban al cielo. —Muy bien, Lizzy —susurró—. Vamos a verlos juntas. Cuando sonó la traca final, bajó a preparar otra ronda de copas. La complacía muchísimo saber que sus huéspedes disfrutaban de sus vacaciones, y hablaban incluso del espectáculo, el ambiente, el color de la zona. También la complacía saber que Lizzy buscaba su compañía. Preparó más patatas chips con salsa, emplató las magdalenitas con la bandera de Estados Unidos que había comprado en la panadería. Dejó algunas en la encimera para los que bajaran, puso el resto en la bandeja para subírselas a los que preferían pasar un rato más al aire libre en aquella noche de verano. Subió la bandeja. Entonces cay ó en la cuenta de que quizá Ry der quisiera probarlas cuando fuera por allí, si iba. Se escapó un momento, bajó y emplató unas cuantas más. Ahora siempre tenía cerveza en su nevera particular. ¿Y eso qué significaba? Solo que estaba a menudo en compañía de un hombre que prefería la cerveza

www.libroonline.org al vino, se dijo mientras volvía a subir las escaleras. Se detuvo en seco cuando vio venir a Ry der de la tercera planta. —No sabía que estuvieras aquí. —He dejado a Bobo en tu apartamento. Está agotado de jugar con los niños. ¿Las has hecho tú? —No, son de la panadería… Cogió dos, se comió la primera de un bocado. —Qué ricas. —Sí, lo están. Las iba a subir a mi apartamento por si venías y te apetecían. —Bien pensado. Me apetecen. —Se comió la segunda; entonces le dio una especie de varita de plástico rematada por una estrella—. Te he traído un regalo. —Me has… ¿Qué es? —¿A ti qué te parece? Es una varita mágica o de hada. En el parque venden estos juguetes con luz. A los niños les he comprado sables láser y pistolas de ray os. Esto es más de chica. —Más de chica. —Es divertida, mira. —Pulsó un par de botones y la varita empezó a cantar y a despedir luz. Riendo, Esperanza la cogió, la sacudió un poco en el aire. —Tienes razón. Es divertida. Gracias. —¿Has visto los fuegos? —Sí, ha estado genial. Hemos tomado patatas con salsa y margaritas afuera. —No es el Cinco de May o. —El cliente siempre tiene razón. Y los margaritas me han salido buenísimos. ¿Quieres salir a tomarte uno? —Pues no. Hoy y a he cubierto el cupo de gente. El parque estaba atestado. —Toma. Coge las magdalenas. Subo en cuanto pueda. —¿Te tengo que guardar alguna? —Sí. —Sabía que esto tenía truco. —Hay cerveza en la nevera —le dijo, y volvió fuera con sus huéspedes.

Era más tarde de lo que habría querido, pero montaron sus propios fuegos artificiales. Aunque había dormido poquísimo, se levantó a hacer el desay uno con Carolee. En cuanto encontró un minuto para escaparse, subió, pero Ry der y el perro y a se habían ido. ¿Ves? Sencillo. Directo. Luego cogió la varita y la encendió. Sintió que se le ablandaba un poco el corazón, más que con las flores, notó. La dejó donde estaba y fue a reorganizar el hotel tras el largo fin de semana.

www.libroonline.org Cuando llevaba las sábanas a la lavandería hasta que fueran a recogerlas, Avery asomó por allí. —Haz un descanso. —Antes sabía lo que era eso. ¿Qué haces tú en el pueblo? —Vengo a secuestrarte. Pasa a ver el nuevo local. Hace más de una semana que no vas por allí. —Quería acercarme, pero… —Lo sé. Ahora y a se han ido todos. Haz un descanso. —Hay que limpiar todas las habitaciones, y tengo que pedir más suministros. Más tarde vendrá una pareja. —Eso será más tarde. Vamos. Viene Clare también. Tenía que mirar no sé qué en la librería. Te puedes escapar veinte minutos. —Tienes razón. Y me vendrá bien. Espera que se lo digo a Carolee. —Ya se lo he dicho y o. —Avery la cogió de la mano—. Déjame que presuma. —He visto el rótulo. Es precioso. Tiene encanto, es bonito y divertido. —Sí, vamos a tener mucho encanto, diversión y buena comida. —Se la llevó de la mano—. Owen dice que acabarán a mediados de agosto y y o estoy encantada, pero, a este paso, igual antes. Quiero decir que terminarán antes y tendré más tiempo para prepararlo todo y dejarlo perfecto. —El sábado por la noche habrías tenido dieciséis clientes, eso te lo aseguro. Te estoy haciendo muchísima publicidad. —Se agradece. —Mientras cruzaban la calle, Avery sacó las llaves—. Prepárate para alucinar. —Preparada. Avery abrió la puerta de golpe. Las viejas baldosas oscuras y a no estaban. Las habían cambiado por suelos de madera noble, de un color vivo e intenso, protegidos por lonas y láminas de cartón, pero Esperanza pudo ver lo bastante para alucinar. El cobre labrado del techo brillaba, y las paredes estaban llanas, imprimadas y listas para pintar. —Avery, va a quedar aún mejor de lo que imaginaba. —Pues aún no has visto nada. Han alicatado los baños. Tiró más de ella para enseñarle el alicatado, las paredes de la cocina, el acceso y a enmarcado a la zona del bar. —Ay, si han restaurado el revestimiento. ¡Es fantástico! —¿Verdad? —Avery acarició la madera pulida—. Ha sido la may or sorpresa, y fíjate en mi pared de ladrillo visto… ¡es perfecta! Van a pintar y a poner las luces y los sanitarios del baño, el equipamiento de la cocina… después instalarán la barra. Creo que me echaré a llorar cuando la vea puesta. » Traeré pañuelos de papel. Ahí viene Clare. Y mira la plataforma elevada; los niños han ay udado a construirla. Voy a llorar y a. Cielo —dijo cuando vio a

www.libroonline.org Clare de cerca—, ¿te encuentras bien? Te veo un poco verde. —Estamos en julio —le recordó, dando unos sorbitos a su botella de agua—. Y son gemelos. —Hay una banqueta en la cocina. No te muevas. —Estoy bien —dijo, pero Avery y a se había ido—. Aunque no me vendría mal sentarme. —No deberías salir con este calor. —No me voy a quedar mucho rato, pero, embarazada o no, tengo que vivir. Beckett se encarga de los niños, de los perros y del magnífico aspersor. —Te ha tocado el gordo. —Lo sé. —No discutió cuando Avery le trajo la banqueta; se sentó sin más—. Gracias. Esto tiene muy buena pinta. Todo está quedando como lo querías. —Mejor aún. Hay un abanico por ahí. Voy a por él. —Avery, déjalo. Estoy bien. Aquí dentro se está mucho más fresco que fuera. Solo me he mareado un poco. Ya se me ha pasado. —Cuando te vay as, te acompaño al coche, y si no estás bien, te llevo a casa. —Hecho. Ahora relájate. Queda mucho verano. Y no le digas nada a Beckett. En serio —añadió Clare apuntándole con el dedo—. Él no ha pasado por esto antes. Yo sí. Si a los gemelos o a mí nos pasara algo raro, lo sabría. Son síntomas normales del embarazo en verano. —Multiplicados por dos —intervino Esperanza. —Dímelo a mí. Estoy inmensa y todavía me quedan meses. Ya dan pataditas —anunció, llevándose una mano a un lado y luego al otro—. Os juro que parece que y a se estén peleando. —A ver… —dijeron Avery y Esperanza a la vez, acercándose a palpar. —Uau. Pumba, pumba, pumba —señaló Esperanza. —Qué maravilla, ¿no? Cuánta vida. Merece la pena ponerse un poco verde. Tu primer retoño para mediados de agosto, entonces —le dijo a Avery. —Eso dicen, ahora. Voy a organizar una velada para amigos íntimos y familia, probablemente más cerca de septiembre, cuando esté todo perfecto. Tened paciencia. —Ry der me mandó flores. Avery la miró asombrada. —¿Perdón? —No, perdonad vosotras. —También atónita, se dio un golpecito en la sien—. ¡No sé por qué he soltado eso! Me ronda la cabeza. —¿Qué pasa porque te mande flores alguien con quien tienes una relación? — le preguntó Clare. —Nada. Me encanta que me regalen flores. Ha sido un detalle muy tierno. Ry der no suele ser tierno. —En el fondo, sí —la corrigió Avery.

www.libroonline.org —Fue una disculpa, más que nada. Por entrometerse en mi plan de trabajo. —Ah. Los hombres suelen hacer eso cuando el trabajo interfiere en el sexo. —No. —Negó con la cabeza, sonriendo—. No fue por eso, porque no es así. Supongo que todavía estoy recuperando el tiempo perdido, porque me apetece incluso después de un día brutal. El caso es que me mandó flores. Ni siquiera discutimos, no. —Lo de mandar flores a una mujer es su estilo —le dijo Avery —. No lo digo en el mal sentido. Me refiero a que se le da bien. A su madre le encantan las flores, por eso se le da bien. —Entonces, y a está. Pero… hay más cosas. Quiero opiniones. —Yo tengo una. Avery también. —Yo, siempre. —Vale. Cuando le di las gracias por las flores, me propuso ir al cine. —Madre de Dios. —Tambaleándose, Avery se llevó la mano al corazón—. Qué horror. ¿Y luego? ¿Te propondrá que vay áis a cenar? ¿O al teatro? Sal corriendo. Volando. —Bueno, y a vale. Hasta ahora no me había propuesto salir, no en ese plan. Nos quedamos en casa. Pedimos comida a domicilio o preparo y o cualquier cosa; muchas veces viene después de cenar. Tarde, si tengo huéspedes. Y hacemos el amor. ¿Y qué significa eso? ¿Cine, flores…? Y encima me regala una varita mágica. —¿Una qué? —dijo Clare. —Una de esas cosas que venden en el parque cuando hay fuegos artificiales. Una varita con una estrella, que se ilumina y tiene música. —Aaah —fue la respuesta de Avery. —Sí. Es adorable. Pero ¿por qué me compra una varita mágica? —Porque es adorable —sugirió Clare—. Y tú no pudiste venir con nosotros. Qué tierno. —Ya salió otra vez la palabrita. No entiendo qué significa, si significa algo. No estamos saliendo. —Claro que sí —discrepó Clare con una sonrisa entre compasiva y divertida —. ¿Aún no lo pillas? Tienes una relación con Ry der. —No es así. A ver, sí, claro, porque nos estamos acostando, pero… —Las personas que se acuestan juntas se dividen en categorías muy concretas. —Avery se ay udó de los dedos para citarlas—. Rollos de una noche, que no es el caso; amigos con derecho a roce, que tampoco, porque no erais muy amigos antes del roce; placer por dinero, que queda descartada completamente; o dos personas que se gustan, se aprecian y tienen sexo juntas. Eso encaja, y se llama tener una relación. Asúmelo. —Intento asumirlo. Tengo que entenderlo primero, y no sé si lo entiendo bien. No quiero hacerme ilusiones. Eso y a lo hice en su día.

www.libroonline.org —No lo compares con Jonathan ni por un instante —le advirtió Clare. —No. Ni hablar. Soy y o. Lo que pasó con Jonathan, en parte, fue culpa mía. Me hice ilusiones y … —Para el carro. —Avery levantó una mano—. ¿Jonathan te dijo que te quería? —Sí. —¿Te habló de futuro, de la posibilidad de que tuvierais uno juntos? —Sí, lo hizo. —Él es un capullo rastrero y mentiroso. Ry der, no. Si alguna vez te dice que te quiere, eso va a misa. Ya te he dicho que conozco a algunas con las que ha salido. Es un tipo tranquilo, no se compromete, o hasta ahora no lo ha hecho, pero no miente, ni engaña, ni se escaquea. ¿Mi opinión? Te aprecia. Se porta bien, y sí, es tierno. Decente y tierno. También puede ser antipático y desagradable. Tiene varias capas. Ve quitándoselas si quieres entenderlo. —Opino igual que ella. Y te trajo esa varita del parque porque pensaba en ti —añadió Clare—. Te pide que salgas con él porque quiere pasar tiempo contigo y que te olvides un poquito del trabajo. Si tú no piensas en él, ni quieres estar con él salvo por el sexo, déjaselo claro. —Por supuesto. Nunca le haría a nadie lo que Jonathan me hizo a mí. Sí pienso en él. Solo que no estoy segura de qué significa. Quizá me preocupe lo que pueda significar. No lo sé. Pensé que todo sería más fácil. —Esto nunca es fácil. —Avery le pasó un brazo por la cintura a Esperanza—. No debería. Porque estar con alguien debería importar lo bastante como para que sea al menos un poquito complicado. ¿Vas a ir al cine? —En realidad, le he propuesto que cenemos en su casa y veamos una película. Igual no debería haberlo hecho. —Deja de buscarle tres pies al gato. —Clare se puso de pie—. Disfruta de él, y de ti misma. Deja que las cosas pasen. —Eso se me da de pena. —Inténtalo. Puede que se te dé mejor de lo que crees. —Como se me dé fatal, la culpa va a ser tuy a. Tengo que volver al hotel. Avery, me encanta tu local. —Y a mí. Vamos, Clare, que te acompaño al coche, y te doy mi veredicto. Se separaron en la calle. Clare cogió a Avery de la mano mientras cruzaban Main Street. —Se está enamorando de él. —Ya te digo. Tú y y o sabemos que es difícil resistirse a un Montgomery. —Le compró una varita mágica, Avery. Yo diría que la cosa es mutua. —Va a ser divertido verlo.

www.libroonline.org 13 Después de un día larguísimo y tremendamente caluroso que había incluido una ronda en compañía de un inspector al que le habían dado ganas de estrangular con un pulpo, uno de los hombres clave de la cuadrilla en urgencias al que habían dado doce puntos y una metedura de pata en una entrega de materiales, Ry der se preguntó por qué no acababa el día en su casa, en calzoncillos, tomándose una cerveza y una pizza del guerrero. Pero un trato era un trato, así que se duchó rápido y se molestó en afeitarse. Se acordó de hacer la cama, que rara vez hacía. Luego puso los ojos en blanco y, mascullando maldiciones que llevaron a Bobo a tumbarse en su rincón, la deshizo y quitó las sábanas. Lo mínimo que podía hacer un hombre era cambiar las sábanas si iba a tumbar en ellas a una mujer. Conocía bien las normas. Y sábanas, toallas y baño limpios eran parte de ellas. Las mujeres eran muy quisquillosas, y Esperanza (ahora había pasado bastante tiempo en su apartamento y había podido comprobarlo por sí mismo) era más quisquillosa que la may oría. Pues muy bien. Satisfecho al ver que el dormitorio había quedado pasable, bajó las escaleras recogiendo cosas por el camino. No era un dejado, se dijo. Y tenía a Betts, la señora de la limpieza, cada dos semanas, pero entre el trabajo y el tiempo que pasaba con Esperanza, la casa estaba un poco desordenada. Fue a la cocina y tiró al cuartito de la lavadora lo que había ido recogiendo, más tarde se ocuparía de ello. La cocina no era problema. La tenía resplandeciente, porque si pasaba su madre por allí (y lo hacía), le echaba la bronca. En realidad, no. No era necesario, porque como viera pilas de platos sucios o bolsas de basura por ahí, le lanzaba una de esas miradas suy as. Sacó la botella de Cabernet Sauvignon que había escogido, buscó una copa. Después, mascullando nuevamente, sacó una más. A él no le importaba beber vino, y era menos descortés que no acompañarla. Conocía bien las puñeteras reglas. Tenía la casa limpia, muy limpia. Tenía vino y copas decentes donde tomarlo. Tenía un par de filetes. Él no cocinaba; solamente usaba la barbacoa y el microondas. Así que haría el filete a la barbacoa, las patatas al microondas y echaría en un cuenco la ensalada preparada que había elegido. Si a ella no le gustaba, que se fuera a casa de otro tío a cenar. ¿Por qué se comportaba como si estuviera nervioso? Él no estaba nervioso. Eso era absurdo. Ya había invitado a otras mujeres a su casa. Normalmente después de ir a algún sitio, pero no era la primera vez que usaba la barbacoa y el microondas para obsequiar a una mujer. Lavó bien un par de patatas y luego

www.libroonline.org abrió el vino. Se sorprendió haciendo varias cosas a la vez: poniendo música, sacando a Bobo, dejándolo entrar. Sintió un gran alivio cuando oy ó que llamaban a la puerta. Se le daba mejor hacer que pensar en hacer. Estaba impresionante. Cada vez que la veía le daba un vuelco el corazón. —Te has cortado el pelo. —Sí. —Se llevó la mano al pelo corto con las puntas largas y disparadas—. Tenía tiempo, y me estaba volviendo loca. ¿Qué te parece? —Te queda bien. —Todo le quedaba bien. Resaltaba aquellos ojos seductores, a juego con su voz seductora. Llevaba un vestido, uno de esos que le hacían anhelar que el verano no acabara nunca. Con los hombros al descubierto, y buena parte del muslo, y de la espalda, observó sin perder detalle cuando ella entró. —Toma. Ni había visto que llevaba flores en la mano, y ahora las miraba ceñudo. —¿Nunca te han regalado flores? —No puedo decir que sí. —Pues déjame que sea la primera. También te he traído esto de la panadería. ¿Has probado los brookies que hacen? —No. ¿Qué son? —Orgásmicos. —Pensaba que de eso y a nos ocupábamos nosotros. —¿Por qué conformarnos con eso? Créeme, te van a encantar. Ya pongo y o las flores en agua. ¿Tienes un jarrón? —Eh… me parece que no. —Encontraré algo. Y no me he olvidado de ti —dijo a Bobo mientras el perro se frotaba contra sus piernas. Abrió el bolso y sacó un hueso de cuero inmenso. —Madre mía, ¿te has cargado a un mastodonte? Riendo, señaló a Bobo con el dedo hasta que este se sentó, meneando la cola. —Ha sido una cruenta batalla, pero al final he ganado y o. Bobo lo atrapó con los dientes y acto seguido se fue la mar de orgulloso con él al salón, donde se tumbó a mordisquearlo. Esperanza miró a Ry der sonriente. —¿Y bien? —Tengo vino en la cocina. —Justo lo que necesitaba después de derrotar a un mastodonte. Echó un vistazo alrededor, discretamente, mientras lo seguía a la cocina. Había estado en su casa una vez, pero no había visto mucho más que el dormitorio. Le gustaba el espacio, el uso del color y del confort, y el detalle de la

www.libroonline.org madera. Sabía que la habían construido sus hermanos y él, como las de Owen y Beckett. Si alguna vez compraba una casa, se aseguraría de que fuera un proy ecto de Montgomery Family Contractors. Le encantaba la cocina, esa sencilla eficacia, de líneas puras, maderas oscuras, estanterías al aire, armarios con puertas de cristal. —¿Te importa que busque algo donde poner las flores? —No, claro. Seguro que habrá alguna jarra o algo por el estilo. Mientras ella buscaba, él sirvió el vino. —He oído decir que ha habido problemas con el inspector en MacT. —Es un poco puntilloso, nada más. Lo solucionaremos. —Vi el local el otro día. Dios, va a quedar fenomenal. Encontró una jarra vacía y la llenó de agua. —A la primera ronda invita la Pelirroja Buenorra. —Cuenta con ello —dijo mientras colocaba las flores—. Me encanta tu casa. Es muy tuy a, muy vuestra. Y de tu madre, seguro, los jardines. Tiene todos los toques de los Montgomery. —No se hace nada en lo que no participemos todos. —Qué bien. En mi familia no somos muy hábiles. Con cosas prácticas, digo. Mi madre es creativa y artística, y mi padre puede hablarte de cualquier libro o película que se te ocurra, pero ninguno de los dos sabe usar nada más allá de un destornillador. —Gente así es la que mantiene el negocio a flote. —Tienen los números de todas las empresas de mantenimiento en marcación rápida. Personalmente prefiero hacer y o misma las chapuzas. —Lo vio sonreír con aire de suficiencia, frunció los ojos—. Sé hacer reparaciones de poca monta, y las hago. ¿Crees que os llamo cada vez que hay que clavar o atornillar algo? Tengo herramientas. —¿Esas tan bonitas con los mangos de flores? —No —contestó ella, clavándole el dedo en la tripa. Cogió el vino, conmovida al comprobar que era su favorito—. ¿Qué hago? —¿Con qué? —La cena. ¿En qué te ay udo? —No hay mucho que hacer. Podemos salir y pondré en marcha la barbacoa. La llevó por un comedor que usaba de despacho. Allí, el espíritu organizador de Esperanza se estremeció. Papeles sin archivar, material revuelto, un escritorio que temblaba con el peso de tantas tareas pendientes. —No empieces —dijo él al verle la cara. —Unos se desenvuelven bien entre herramientas, otros lo hacen en despachos. Diré con orgullo que y o me defiendo bien en lo primero y soy un genio en lo segundo. Podría echarte una mano con esto.

www.libroonline.org —Sé… —… dónde está cada cosa —terminó ella—. Eso es lo que dicen todos. Esperanza salió a una amplia terraza y respiró hondo. Justine, no le cabía duda, había diseñado aquel precioso jardín de aire rústico cuy as plantas rebosaban color. Todo fluía hacia la verde extensión del bosque y la elevación de la colina. —Esto es maravilloso. Me tomaría el café aquí todas las mañanas. —Por las mañanas nunca da tiempo para eso. —Abrió una barbacoa enorme, de un plateado resplandeciente, que a ella le resultó intimidatoria—. Jamás habría imaginado que pudiera gustarte vivir en el bosque. —No sé, quizá es que nunca he tenido ocasión de planteármelo. De la periferia a la ciudad, de la ciudad a un pueblo pequeño. Todo me ha gustado. Creo que también me gustaría vivir en el bosque. ¿Por dónde vive Clare? ¿Y Avery ? Después de encender la barbacoa, se acercó a ella y se colocó a su espalda. Levantándole el brazo con el suy o, señaló en una dirección. —Avery. —Luego señaló en otra—. Clare. Y… —La hizo girar otra vez—. Mi madre. —Es agradable estar cerca. Pero no demasiado cerca. —Cuando llega el otoño, veo las luces de sus casas. Están bastante cerca. Esperanza miró por encima del hombro para sonreír, y de pronto se encontró de frente a él, pegada a él. Ry der atrapó la boca de ella con la suy a, muy apasionado. Una sorpresa, porque le había parecido de lo más natural. Una sorpresa maravillosa, se dijo, mientras el deseo de él despertaba el suy o. Ry der le cogió la copa de vino y la dejó por ahí. —Luego cenamos. —Y, agarrándola de la mano, se la llevó dentro. Ella lo siguió a trompicones. —Muy bien. Al llegar a las escaleras, la empujó contra la pared, se torturó con sus labios, con su cuerpo. —Déjame que… Ry der encontró la cremallera corta que empezaba a media espalda, se la bajó. Sin casi darse cuenta, se vio desnuda salvo por un tanga, los tacones y los pendientes. —Dios. Maldita sea. —Se había jurado que no le pondría las manos encima hasta después de la cena, hasta después de la película, o al menos hasta la película, pero con aquel aspecto, aquel perfume, aquella voz… Era demasiado. Demasiado. Se llenó las manos con sus pechos, atacó su boca. Y ella le respondió, tan ansiosa, tan desesperada como él. Le subió la camisa, se la sacó por la cabeza, la tiró, le recorrió la espalda desnuda con sus largas

www.libroonline.org uñas, consiguió que se le hiciera un nudo en el estómago. Cuando la cogió en brazos, se derritió en él, como cera caliente y perfumada. No pesaba nada. La llevó escaleras arriba como si cargara con una pluma. Nunca había subido las escaleras en brazos de nadie, y menos aún después de haberse dejado tirado el vestido en el suelo. Magnífico. Esperanza se alimentó de su cuello, de su cara, se dio un festín con su boca mientras él entraba al dormitorio. —No puedo quitarte las manos de encima. —No lo hagas. —Lo envolvió con fuerza mientras ambos caían sobre la cama—. No me quites las manos de encima. Ry der quería esa piel suave y cálida, esas líneas y curvas perfectas e infinitas. Que su sabor lo llenara mientras iba descendiendo por su cuerpo. Ella se arqueó, gritó. Sabía que era brusco, intentó aminorar la marcha, procuró ser tierno, un poco. Trató de recordar la delicadeza de ella y la dureza de sus manos. Volvió a besarla, más suavemente ahora, un beso largo e intenso. Su cuerpo femenino era un motor revolucionado que empezó a ronronear. Algo se revolvió en el interior de Esperanza, un torbellino líquido y lento, luego otro, y otro, que la dejaron aturdida, la dejaron débil. Ella susurró su nombre mientras los labios de él se deslizaban por su cuerpo, suaves como una pluma ahora. Una droga que se le filtraba por las venas. Alargó las manos de nuevo, lo acarició suavemente, soñando, dejándose envolver por las sensaciones como si fuera papel de seda. Luego, dispuestos a saborear más que a devorar, a seducir más que a arrebatar, se movieron juntos bajo la luz aplacadora. Cuando le sujetó la cara entre las manos, cuando sus ojos se encontraron, Esperanza sintió una mezcla de gozo y deseo. Él vio curvarse sus labios antes de rozarlos con los suy os. Notó que le hundía los dedos en el pelo. Y cuando ella se arqueó hacia él, cuando se abrió para recibirlo, él se adentró en su interior de cálido terciopelo. Contuvo la respiración, la soltó, volvió a contenerla. Y esos ojos se clavaron en los suy os mientras los dos subían y bajaban. Unos ojos profundos y perplejos que se volvían oscuros y ciegos a medida que él la instaba a subir y subir, y a desbordarse. Su cuerpo se tensó como un arco y, tras estremecerse, se desplomó lánguido de placer. Ry der escondió el rostro en su cuello, e hizo lo propio. Soñando aún, Esperanza volvió la cabeza, le acarició el pelo con los labios y paseó la mano arriba y abajo por su espalda, mientras los dos y acían inmóviles. Cuando él se movió al fin, ella se acurrucó en su costado. Él la envolvió con el

www.libroonline.org brazo. Adormilado, no cay ó en que el afecto se había enredado con la pasión, a ambos lados. —Supongo que debería asar la carne. —Tengo hambre. Pero creo que voy a necesitar el vestido. —Estás muy bien sin él, pero es un vestido bonito. Voy a buscarlo. —Y mi bolso… —¿Para qué? —Necesito retocarme un poco. Él la miró ceñudo. —¿Para qué? —repitió—. Estás muy bien. —No tardaré ni cinco minutos en estar mejor. Como estaba, y a le alborotaba el corazón a un hombre, pero Ry der se encogió de hombros y bajó. El vestido olía a ella, se dijo, olfateándolo al tiempo que buscaba el bolso en la cocina. Bobo, con el hueso y a algo deslucido aún en la boca, le lanzó una mirada de « sé lo que habéis estado haciendo» . —Te da envidia. —Le llevó el vestido y el bolso arriba, donde la encontró sentada en la cama, agarrándose las rodillas. Al verla sonreír, le dieron ganas de volver al ataque. —Gracias. Enseguida bajo a echarte una mano. —Vale, pero no hay mucho que hacer. La dejó sola antes de que le fallara la voluntad y se abalanzara sobre ella. Fiel a su palabra, Esperanza terminó en cinco minutos. —No veo diferencia salvo por el vestido —le dijo él. —Mejor. Se supone que no tienes que verla. —¿Cómo te gusta la carne? —Cruda. —Así es más fácil. —Metió un par de patatas enormes en el microondas, pulsó unos cuantos botones; luego sacó la ensalada del frigorífico. —¿La quieres aliñada? —le preguntó ella. —Tengo un frasco de salsa italiana y otro de queso azul. Esperanza asomó la cabeza a la nevera para coger los ingredientes. —Se me ocurre algo mejor, si tienes aceite de oliva. —Sí. Ahí arriba —dijo él, señalando un armario. Ella abrió el armario, encontró otro par de cosas que le venían de perlas y las sacó. —¿Un cuenco pequeño, un batidor? —Tengo el cuenco. —Entonces eso y un tenedor. Se puso manos a la obra, tranquila y rápida, y no parecía en absoluto la mujer que hacía apenas unos minutos le había nublado la razón. Salió al jardín a

www.libroonline.org asar la carne. Cuando volvió dentro, la vio removiendo la ensalada. —No encuentro tus palas de servir. —No tengo. Usa tenedores. —De acuerdo. —Dejó dentro del cuenco los tenedores que había usado. —He pensado que podíamos comer fuera. —Perfecto. —Esperanza sacó la ensalada, y volvió dentro a buscar platos y cubiertos. Cuando Ry der trajo la carne, ella y a había puesto la mesa, con las flores, y había rellenado las copas de vino. Había encontrado mantequilla, crema agria, sal, pimienta. También había emplatado las patatas. Lo admitía: la mesa tenía un poquito más de clase que si le hubiera dejado ponerla a él. —¿Cuál era tu talento en ese concurso de belleza? ¿Los trucos de magia? Esperanza se limitó a sonreír mientras él le ponía la carne en el plato. —Esto tiene una pinta estupenda. Le sirvió ensalada a él, luego se sirvió la suy a y alzó la copa para brindar. —Por las largas noches de verano. Mis favoritas. —Lo suscribo. ¿Cuál era tu talento? —repitió él—. Hay que tener uno, ¿no? Apuesto a que hacías malabares con mazas encendidas. —Te equivocas. Le dio un sorbito al vino y luego cogió el tenedor. —Va, suéltalo, princesa. O le digo a Owen que lo busque. A él se le da mejor que a mí investigar en internet. —Canté. —¿Cantas bien? Ella alzó los hombros mientras comía. —No gané por esa parte del concurso. —No cantas bien. —Canto bien —replicó ella rotunda—. También toco el piano, y bailo claqué. Pero quería centrarme en una sola cosa. —Sonrió mientras se comía la ensalada —. Ganó la chica que bailaba claqué mientras hacía malabares con mazas encendidas. —Te lo estás inventando. —Búscalo en internet. —¿Y cómo ganaste el concurso si perdiste en lo del talento? —Arrasando en todo lo demás. Bordé la entrevista. —Seguro que también bordaste el desfile ese en traje de baño. Esperanza volvió a sonreír, con aquella sonrisa lenta y seductora. —Podría decirse que sí. Pero de eso hace mucho. —Apuesto a que aún guardas la corona. —La tiene mi madre. Lo mejor es que me dieron la beca. Era lo que pretendía. No me agradaba la idea de endeudarme y endeudar a mis padres. Ya

www.libroonline.org tenían dos hijos en la universidad y a punto de empezar estudios de posgrado. El ganar me vino bien. Además, me lo merecía. Esos concursos son brutales. El caso es que gané y aprendí. —Cántame algo. —No —se negó ella, azorada y divertida al mismo tiempo—. Ahora estamos comiendo. La carne está perfecta, por cierto. ¡Eh! —Quiso coger el plato, pero él fue más rápido y se lo quitó de las manos. —Canta si quieres cenar. —No seas ridículo. —Quiero oírte, juzgar por mí mismo. —Vale, vale. —Pensó un momento, luego le cantó un par de compases del Rolling in the Deep de Adele, que había oído en la radio del coche cuando iba hacia allí. Grave, sexy, cálida. Se preguntó por qué le sorprendía. —Cantas bien. Sigue. —Tengo hambre… —No tengo piano. —Le devolvió el plato—. Pero después de cenar no te escapas de bailar claqué. Esperanza frunció los ojos al ver que le tiraba un trozo de carne al perro. —Tu madre te ha enseñado mejores modales. —Ella no está aquí. ¿Qué más sabes hacer? Negó otra vez con la cabeza. —No. Te toca a ti. ¿Qué sabes hacer tú, aparte de lo que y a conozco? —Sé chutar. —Te he visto chutarle la pelota al perro de tu madre. —Eso no es nada. Metí el tanto de la victoria en mi último año de instituto. Ganamos el campeonato. —De eso hacía mucho, se dijo. Pero qué importaba—. Sesenta y tres y ardas. —Supongo que eso es impresionante. La distancia, digo. —Cielo, que y o sepa, lo máximo que se ha conseguido en ligas juveniles han sido setenta y ardas. —Entonces estoy impresionada. ¿Seguiste jugando en la universidad? —La beca me vino bien. También éramos tres. La universidad no era lo mío, pero lo intenté. —¿No te planteaste dedicarte a ello profesionalmente? —No. —No le apasionaba, pensó. No lo llevaba en las venas—. Era un juego. Me gustaba. Pero quería lo que tengo ahora. —Resulta agradable que las cosas salgan bien. Que uno consiga lo que quiere. En ese aspecto, los dos hemos tenido suerte. —Hasta ahora. Oscureció mientras acababan la cena y saboreaban el vino. Cuando

www.libroonline.org centellearon entre las sombras verdes las primeras luciérnagas, ella se levantó para recoger. —Ya lo recojo y o por la mañana —le dijo él. —Lo recojo y o ahora. No puedo relajarme si los platos están por lavar. —Igual necesitas terapia. —Cuando todo está en su sitio, el mundo está en equilibrio. En cuanto acabe, me puedes llevar al cine. ¿Qué vamos a ver? —Ahora decidimos. —De momento, le valía con verla a ella—. ¿Palomitas? —Esa también es una cuestión de equilibrio —dijo, cargando el lavaplatos—. Película. Palomitas. No puede haber lo uno sin lo otro. —¿Con mantequilla y sal? Iba a decir que no, pero cedió. —Qué demonios. Es mi noche libre. Además, voy a tener un centro de fitness a la puerta del hotel dentro de poco. —¿Te pones uno de esos conjuntos mínimos? Ella lo miró de lado por debajo de los mechones largos y puntiagudos. —Pues sí. Pero, con la excusa de la inauguración, me compraré algo nuevo. Ahora no me ve nadie cuando tengo tiempo para ponerme un DVD de ejercicios. Ry der metió la bolsa de palomitas en el microondas y acto seguido la miró. —Vas a querer que las ponga en un cuenco, ¿verdad? —Sí, voy a querer. Y vamos a necesitar un plato para los brookies. —Más platos que recoger. —Se hace así, Ry der. Igual debería llamar a Carolee antes de que empecemos con la película y las palomitas. —¿Sabe dónde estás? —Sí, claro. —Si necesita algo, puede llamar ella. Déjalo. —Si lo he estado haciendo fenomenal hasta ahora, solo que acabo de sufrir una pequeña recaída. Él le sonrió. —Se te da bien el hotel. —Gracias. Al principio no pensabas eso. —No te conocía. Ella arqueó las cejas. —Pensaste: una chica de ciudad, con un traje pijo e ideas pijas de ciudad. Ry der abrió la boca como para decir algo, pero se arrepintió. —Lo pensaste —dijo, dándole un codazo—. Esnob. —Yo creía que la esnob eras tú. —Pues creías mal. —A veces pasa. —Le acarició el pelo, lo cual sorprendió a ambos—. Me

www.libroonline.org gusta tu pelo —dijo, resistiendo apenas la tentación de meterse la mano en el bolsillo—. Más corto que el mío. —A ti te hace falta un buen corte. —No he tenido tiempo. —Te lo puedo cortar y o. Ry der rio. —No, ni hablar. —Se me da bien. Él sacó las palomitas y las volcó en un cuenco. —Vamos a ver una película. —Hasta tengo las herramientas necesarias. —No. ¿Quieres más vino? Tengo otra botella. —Tengo que conducir, así que no. Beberé agua. —Coge esas cosas de chocolate. La supertele está abajo. Ella lo siguió al piso de abajo, hizo un aspaviento, sonrió. —¡Qué maravilla! —Me gusta. Supuso que él lo veía como un refugio de tío, pero de refugio no tenía nada. Las puertas de cristal se abrían al exterior y producían una sensación de amplitud. También allí había utilizado perfectamente el color, llamativo, nada suave, ni clarito, a juego con la madera oscura y brillante, y mucho cuero. Encantada, se paseó por la estancia, estudió el rincón donde tenía las pesas, una fuente de agua anticuada, los sacos… ¿cómo eran? De entrenamiento, recordó. Se asomó al baño pequeño en blanco y negro, de inspiración déco. Tenía videojuegos (a los Montgomery les chiflaban). Una máquina de pinball, una Xbox, hasta una de esas máquinas de pantalla táctil que Avery tenía en Vesta. Pero lo mejor de todo era la barra de bar, tallada y compacta, y la nevera retro, los estantes de cristal con botellas viejas. —¿Esto es una reproducción de las de antes? —preguntó ella. —Es de las de antes. Me gustan las antigüedades. —Abrió el viejo Frigidaire y le dio una botella de agua. —Es como estar en los cincuenta pero en el presente. Genial. —Admiró la mesa de póquer, la máquina de pinball… —Debes de montar unas fiestas geniales. —Eso es más cosa de Owen. —Debería haber dicho que aquí podrías montar unas fiestas geniales. —Su mente planificadora ideó de inmediato temas, menús, decoraciones—. Y ese es, sin lugar a dudas, el televisor más grande que he visto en mi vida. —También me gustan las cosas grandes. Ese es el armario de las películas. Elige la que quieras.

www.libroonline.org —¿Elijo y o? Qué detalle. —Ahí dentro no hay nada que y o no quiera ver, así que tú misma. Ella rio y, antes de decidirse por ninguna, se acercó y se enroscó a su cintura. —Eso no hacía falta que lo dijeras. Habría pensado que lo hacías por mí. —Y por eso lo he hecho. —Eso me gusta. —Y a mí. Ah, ¿cómo se llamaba lo de delante de las películas? —¿Tráiler? —No, me refiero a lo que ponían antiguamente antes de la película. —¿El preludio musical? —Sí, eso. —Él la cogió en brazos—. Pues vamos a por el preludio. Esperanza rio cuando él se tiró con ella en el sofá de cuero negro.

www.libroonline.org 14 Cuando la mujer por la que uno estaba colado trabajaba mucho y a horas extrañas, uno empezaba a vivir igual. A él no le importaba. Le quedaba libre su tiempo de ocio, y así tenía más alternativas. Trabajar, ver deporte por la tele, tomarse una cerveza. Podía cenar de gorra en casa de su madre o de alguno de sus hermanos. O, como ese día, pasar la noche en el campo de béisbol con sus hermanos y sus sobrinos. A juicio de Ry der, no había nada como el béisbol de liguillas. Desde luego, una excursión a Candem Yards para ver a los O en la vistosa catedral del béisbol era, sin lugar a dudas, una experiencia inigualable. Las liguillas ofrecían la intimidad, el drama y la simplicidad del juego estival. Y si se le añadían tres niños, aquello era una auténtica gozada. Allí sentado, engullía un perrito caliente bien cargado, bebía una cerveza fría (porque Owen y él habían decidido que condujera Beckett) y disfrutaba como un crío. La multitud abucheaba, gritaba, silbaba a los lanzadores, hasta a los suy os. Los Hagerstown Sun, dos carreras por debajo en la quinta, tomaron el campo. El calor de mediados de julio que había hecho toda la tarde fue cediendo con una suave brisa a medida que el sol se ponía. Ry der vio al lanzador liquidar al primer bateador y luego miró a Harry, que devoraba la situación, con los codos clavados en las rodillas, el cuerpo inclinado hacia delante, el rostro atento, como solo un fan devoto del béisbol podía entenderlo. —¿Estás tomando nota, Houdini? Harry sonrió mientras el siguiente bateador subía a la base. —El entrenador me ha dicho que el sábado lanzo. —Eso he oído. —Trataría de estar ahí para ver al crío pavonearse. —Estoy practicando mi parábola. Beckett me ha enseñado a hacerlo. —Él es bastante bueno. Ry der se acomodó para contemplar el siguiente lanzamiento. Al ver que la pelota salía del campo, se movió instintivamente, aupó a Liam y lanzó al aire su mano enguantada. Se ladeó y notó, igual que Liam, que la pelota golpeaba la parte mullida del guante. —¡La tengo! —Atónito, emocionadísimo, Liam miró boquiabierto la pelota que sostenía en la mano—. ¡La he pillado! —Qué bien. —Beckett dedicó a Liam y a su hermano una sonrisa inmensa—. Fenomenal. —El señor Hoover es un horror. Déjame verla —pidió Owen, y seis varones examinaron la pelota como unos mineros examinarían una pepita de oro.

www.libroonline.org —Yo también quiero. —Murphy abrió su guante—. ¿Me ay udas a coger una? —Tienen que tirarla aquí. Esa venía muy alta. —Ry der se cuidó de decir que habían tenido suerte—. Abre muy bien los ojos y ten el guante siempre a punto. —¡Ry ! Me ha parecido que eras tú. La guapísima rubia de melena sexy y curvas generosas embutidas en shorts y camiseta ajustada se hizo hueco para ponerse a su lado. Colgándose de su cuello, le dio un beso sonoro y gozoso. —Jen. ¿Qué tal? —Genial. He oído lo que estáis haciendo en Boonsboro. A ver si encuentro el momento de acercarme y verlo y o misma. Hola, Owen, Beck. ¿A quién tenemos por aquí? —Sonrió a los niños. —Son de Beck y Clare —le dijo Ry der—. Harry, Liam, Murphy. —¡Vay a, hola! Me han dicho que Clare y tú os habéis casado. ¿Qué tal está? —Está bien. Me alegro de verte, Jen —dijo Beckett. —Mi mamá lleva dos hermanos más en la tripita —anunció Murphy. —¿Dos? ¿En serio? ¡Vay a! Enhorabuena. ¿Y es cierto eso que dicen de que Avery y tú os habéis prometido, Owen? —Sí, así es. —Tengo que ir a verla y ponerme al día, pasarme un día a comerme una pizza. Y a ver su nuevo restaurante cuando abra. Cuántas novedades. Dos de los hermanos Montgomery fuera de circulación —prosiguió mientras Harry la miraba—. Ahora sí que debes de estar cotizadísimo, Ry. —Soltó otra vez una de sus carcajadas histéricas—. Oy e, he venido con un par de amigas. ¿Me llevas a casa cuando termine el partido y nos ponemos al día? —Ahora estoy … —Extendió las manos para abarcar al grupo. —Ah, claro. Vale, ¡llámame! Bajo a Boonsboro y me invitas a pizza en Vesta. Dile a Avery que voy a ir a verla, Owen. —Se lo diré. —Vuelvo a mi sitio. —Le dio a Ry der otro beso sonoro y le susurró al oído—: Llámame. En cuanto se fue, sus hermanos lo miraron. —Ya vale —masculló. Tras un incómodo debate interno, se levantó—. Enseguida vuelvo. —Tráeme una cerveza —le gritó Owen. —¿Me compras unos nachos? —preguntó Murphy —. ¿Eh, me los compras? Ry der agitó la mano a modo de afirmación y continuó caminando. Dio alcance a Jen cuando el segundo base cazaba una pelota rápida y el lateral se retiraba. —Voy a por bebidas —le dijo—. Te invito a una cerveza. —Estupendo. Han pasado tantas cosas. Me muero por ver ese hotelito vuestro. Vi el artículo del periódico el invierno pasado, y me pareció impresionante. Y

www.libroonline.org Beckett va a tener gemelos, Owen se casa… ¡con Avery ! No paró de hablar en todo el camino. A Ry der nunca le había importado eso, porque ella era feliz parloteando y le daba igual que él no contestara. O que no prestara demasiada atención. Se conocían desde el instituto, habían salido de forma algo intermitente, bastante intermitente, porque ella había terminado casándose. Luego divorciándose. Habían seguido siendo amigos, de aquella manera, sin nada más que algo de sexo cuando a los dos les venía bien. Era más que obvio que a ella le venía bien en ese momento. La invitó a una cerveza, compró la de Owen, la suy a, los nachos del niño, luego lo dejó todo en una de las mesas altas mientras decidía cómo abordar el asunto. —Yo hoy casi no vengo. Ando atareadísima también. Me alegro de que Cherie y Angie me hay an convencido. ¿Te acuerdas de Cherie? —Sí. —Probablemente. —Se divorció hace un año. Lo ha pasado fatal. —Siento oír eso. —Sale con uno de los jugadores. El centrocampista. Así que hemos venido con ella a ver el partido. —Muy bien. —Oy e, ¿qué haces este fin de semana? Podría bajar y así me enseñas el hotel. —Le sonrió con ojos chispeantes—. Igual podíamos reservar una habitación. —Salgo con alguien. —No supo que iba a decir eso hasta que las palabras se le escaparon de la boca. —Qué novedad, tú siempre… Ah. —Aquellos ojos chispeantes se abrieron como platos—. Hablas de salir, salir. Uau. ¿Os habéis bebido todos la misma poción? —Yo… nosotros no… Solo salgo con alguien. —Me alegro por ti, y por ella. ¿Quién es? Cuéntamelo todo. ¿La conozco? —No. No lo creo. Es la gerente del hotel. —¿En serio? Ahora sí que tengo que ir a verlo. —Venga y a, Jen. —Venga y a, Ry —contestó ella—. ¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos? Yo nunca te enredaría. —No —suspiró él—. No lo harías. —Además, me alegro mucho por ti. Lo siento un poco por mí —reconoció—, pero me alegro por ti. He tenido una suerte espantosa con los hombres últimamente. —Será porque los hombres en los que te fijas son imbéciles. —Hay muchos de esos por ahí. De todas formas, bajaré a charlar con Avery,

www.libroonline.org echar un vistazo a lo que estáis haciendo. —Estupendo. —Me voy antes de que mis amigas manden una partida de búsqueda a por mí. Gracias por la cerveza. —No hay de qué. —¿Cómo se llama? —Esperanza. —Qué bonito. ¿Es guapa? —Es la mujer más hermosa que he conocido nunca —dijo, de nuevo sin saber de dónde venían aquellas palabras. —Uf. —Jen se inclinó y le dio un beso en la mejilla—. Buena suerte, cielo. —Sí. Lo mismo digo. Lo que acababa de pasar, pensó Ry der mientras cogía las bebidas y los nachos, había sido rarísimo. Inició el camino de vuelta, se detuvo un momento, manteniendo en equilibrio los nachos y la cerveza, para ver al bateador de los Sun cazar un doble del campo izquierdo, hacer una carrera y poner un hombre en la segunda y la tercera. Barbilla bien alta, se dijo, y se abrió paso hasta su sitio. —¿Has visto? —le preguntó Harry. —Sí, buen golpe. —Ry der dejó la bandeja de nachos en el regazo de Murphy y le pasó a Owen la cerveza. —¿Y bien? —dijo Owen. —¿Y bien qué? —¿Que qué le has dicho a Jen? —Que estoy saliendo con alguien. Dios, Owen, y o no vacilo así a las mujeres. —Él no vacila así a las mujeres —repitió Murphy muy serio—. Dios, Owen. Ry der rio a carcajadas, Beckett hizo una mueca, y los Sun la carrera decisiva.

Ry der tenía decidido ir a casa y quedarse en ella, entrenar una hora (para compensar los perritos, los nachos y la cerveza), luego tumbarse con su perro a ver otro partido en la televisión. Quince minutos después de que Beckett lo dejara en su casa, volvió a salir con el perro. Molesto consigo mismo, se subió a la camioneta y fue a Boonsboro. Pensaba que y a lo habían dejado todo claro. Habían puesto las cartas sobre la mesa. No quería rollos raros. No quería rollos, punto, así que lo solucionarían de una vez. Vio dos coches en el aparcamiento, con el de ella. Sabía que tenía huéspedes. Sin problema, decidió. Subiría y la esperaría en su apartamento, luego lo

www.libroonline.org hablarían. Y así tendría tiempo de pensar en cómo hacerlo. Las luces exteriores brillaban en la oscuridad, convertían el Patio en un sueño avivado por la fragancia de las rosas que rebosaban por encima del muro de piedra. Lo había diseñado Beckett, recordó. El muro, las flores, el sauce del centro. Daba un encanto al lugar que no entendía cómo no había huéspedes disfrutándolo. Subió a la tercera planta por las escaleras exteriores y entró en el edificio. Reinaba un agradable silencio en todo el hotel, así que dedujo que los huéspedes se habían instalado en el Salón a ver una película o jugar una partida de Scrabble. Abrió la puerta del apartamento de Esperanza, entró con Bobo. Como en casa, cogió una Coca-Cola de la nevera y pensó en cómo matar el tiempo hasta que subiera. Probablemente debería avisarla de que estaba allí, pero no le apetecía bajar y volver a subir. Le mandaría un mensaje tras tirarse en la cama a ver el partido. Entró en el dormitorio, y allí estaba, en la cama con las piernas cruzadas, vestida con pijama de verano, los auriculares conectados a su iPod, concentrada en la pantalla de su portátil. Le dio un vuelco el corazón. Era humillante la facilidad con que le producía ese efecto sin quererlo. Sin saberlo siquiera. Bobo, encantado, se acercó trotando y le plantó las patas delanteras encima de la cama. Ella gritó como si alguien le hubiera clavado un cuchillo en el vientre. —Eh, eh. —Se acercó al verla saltar y llevarse la mano al corazón. —Me has dado un susto de muerte. —Pasándose los dedos por el pelo, se sentó sobre los talones—. No te esperaba esta noche. —Sí, bueno… Yo pensaba que estarías con los clientes. Debería haber llamado a la puerta. —Los huéspedes de las dos habitaciones han querido ir a acostarse temprano. —Volvió a masajearse el corazón, luego rio—. Madre de Dios, vivo con un fantasma. No debería asustarme tan fácilmente. ¿Te he asustado y o a ti? —le ronroneó al perro, acariciándole la cabeza—. Estaba aprovechando la tranquilidad para echar un vistazo a estos documentos y cartas a Lizzy. —¿Algún progreso? —No estoy segura. Pero empiezo a conocerla un poco mejor. Sé que su padre tenía mano dura y que su madre a menudo se acostaba aquejada de « dolor de cabeza» , que empiezo a pensar que era más una excusa para evitar el conflicto que un problema de verdaderas migrañas. Su padre era rico y ostentaba una posición social destacada, tenía influencia política, y … —No me acuesto con nadie más. Ahora —añadió él, algo tarde.

www.libroonline.org Ella se lo quedó mirando un momento. —Me… alegra saberlo. —Si piensas salir con alguien más o acostarte con otros, quiero saberlo. —Me parece justo. No. Ahora mismo, no. —Vale. —Ry der echó un vistazo, vio que Bobo se había instalado en la cama que ella le había comprado, con las patas en la hamburguesa de plástico con silbato que ella había incluido en el lote—. Si quieres seguir, te dejamos tranquila. —Creo que prefiero que te quedes y me cuentes a qué ha venido eso. —Por nada en particular. Solo quiero evitar malentendidos, evitar rollos raros. —Entiendo. ¿Qué tenían algunas mujeres?, se preguntó Ry der. Esas que, como su madre, sabían usar el silencio con la eficacia de un poli veterano interrogando a un testigo. —Me he encontrado con una amiga en el partido. Eso es todo. —Ah —dijo ella con naturalidad—. ¿Y qué tal el partido? —Bien. Al final han ganado los Sun, cuatro a tres. Liam ha pillado una pelota que se ha salido del campo. —¿En serio? —Sonrió, aplaudiendo deprisa—. Se habrá puesto como loco. —Sí, le durará un rato. —Qué maravilla que los niños hay an podido salir una noche con vosotros tres. —Mirándolo a los ojos, dejó que se hiciera el silencio. —La conozco desde el instituto. Esperanza se limitó a ladear la cabeza, no dijo nada. —Ay, Dios mío. Nos acostamos a veces. Nada serio. ¿Qué demonios te pasa? —preguntó al ver que guardaba silencio. —No me pasa nada. Estoy esperando a que termines. —Vale. Me la he encontrado, eso es todo, y me ha pedido que quedáramos. Quería ver el hotel y, y a sabes, igual reservar una habitación. —Ah. —Esperanza cruzó las manos—. Eso ha tenido que ser muy violento, teniendo en cuenta que ahora te acuestas con la gerente. La miró ceñudo, y sus ojos adquirieron un color verde fulgurante. —« Violento» es una palabra estúpida. De chicas. Ha sido raro. He tenido que decirle que estaba saliendo con alguien, porque no quería rollos raros. —¿Se ha enfadado? —No. No es de esas. Somos amigos. Esperanza, toda comprensión, asintió con la cabeza. —Es buena idea, incluso aconsejable, que puedas seguir siendo amigo de alguien con quien te has acostado. Dice mucho de ti. —No se trata de eso. —Su calma, sus respuestas condenadamente razonables lo pusieron nervioso—. Se trata de ser claro. Yo no voy a acostarme con nadie más, así que tú tampoco. Eso está claro.

www.libroonline.org —Por supuestísimo. —No soy como ese capullo con el que estabas liada. —No eres en absoluto como ese capullo —coincidió—. Y otra cosa igual de importante para mí: tampoco soy la misma que cuando estaba liada con ese capullo. ¿No es genial que seamos quienes somos, e incluso mejor, que podamos ser quienes somos el uno con el otro? —Supongo que sí. —Él suspiró y liberó, por fin, casi toda su frustración—. Me descolocas —reconoció. —¿Por qué? —Porque no haces preguntas. —Hago muchas preguntas. De lo contrario, no sabría que te hiciste esa cicatriz del trasero al volcarse el trineo cuando tenías ocho años. O que perdiste la virginidad en la casa del árbol que tu padre os construy ó, por fortuna hace y a unos años. O… —Sobre hacia dónde vamos —la interrumpió él—. Las mujeres siempre queréis saber hacia dónde vamos. —Me gusta donde estamos tú y y o ahora, y no necesito saber dónde podríamos estar. Me gusta estar aquí. Soy feliz contigo, y eso me basta. Aliviado, se sentó al borde de la cama, se volvió para mirarla. —Nunca he conocido a nadie como tú. Y me cuesta entenderte. Ella le acarició una mejilla. —A mí me pasa lo mismo. Me gusta que hay as venido hoy a contarme esto. Que te hay a preocupado lo bastante como para tener que decírmelo. —Algunas mujeres no soportan que un tío tenga amigas, o que hable con una con la que se ha acostado. —Yo no soy celosa. Quizá, si lo hubiera sido, si hubiera sido menos confiada, no me habrían traicionado, pero y o soy así. Si no puedo confiar en el hombre con el que estoy, no debería estar con él. Confié en Jonathan, y me equivoqué. Confío en ti, y sé que hago bien. No mientes, y eso es importante para mí. Yo no te voy a mentir, y todo irá bien. —Tengo más amigas. Riendo, se colgó de su cuello. —Apuesto a que sí. —Le dio un beso suave, que alargó—. ¿Te vas a quedar? —Igual sí. —Bien. Entonces déjame guardar esto.

Hacía unas horas extra todas las noches, a veces solo, otras con uno de sus hermanos, o con los dos. Si ella no tenía huéspedes, cenaban juntos o salían a algún sitio, después se quedaban en casa de él. Esperanza nunca se dejaba nada en su casa, algo que a Ry der le parecía

www.libroonline.org extraño. Las mujeres siempre iban dejándose cositas por ahí. Pero ella no. Así que igual compraba un frasco del gel de ducha que ella usaba para tenerlo en su casa. Dios, le gustaba cómo olía, mucho. Y se hizo con un par de toallas nuevas, porque las suy as y a estaban un poco gastadas. No era como llenar la casa de flores y velas perfumadas. Ella le compraba cervezas, él su gel de ducha, y sí, también su vino favorito. No era para tanto. Tampoco ella le daba importancia. Esperanza nunca se quejaba del perro, y muchas se lo habían echado en cara. Pero ella no. Si incluso le había comprado a Bobo una cama y un juguete para que se sintiera como en casa cuando pasaban la noche en su apartamento. Pensaba en eso más de lo que debía, más de lo que quería, en que ella no hacía las cosas que él suponía que haría. Aquellas sorpresas lo descolocaban de un modo que había llegado a apreciar. Y valoraba que no fuera de las que protestaban cuando el trabajo lo retenía, como en ese momento. Echó un ojo al bar de MacT, satisfecho con aquella distribución del espacio, el brillo de los suelos de madera, la simetría de las luces. —Cuando acabemos esta mole —dijo, mientras sus hermanos y él remataban la barra—, quiero una pizza del guerrero. Le toca pagar a Beckett. —Yo no puedo. —Beckett hizo una pausa para limpiarse el sudor de la cara—. Tengo que volver a casa y echarle una mano a Clare. Termina siempre agotada. —De todas formas, hoy le toca a Ry —dijo Owen—. Y a mí sí me apetece. Avery cierra, así que me viene fenomenal. —¿Cómo que me toca a mí? —Así van los turnos. Madre mía, esta cosa es inmensa. Y preciosa. Al colocar la última pieza, retrocedieron y admiraron el lustre oscuro de la caoba, el detalle de los paneles que habían construido e instalado. Aún le faltaba el reposapiés, la superficie y los grifos, pero a Ry der le parecía que habían hecho un trabajo impresionante. Owen pasó la mano por el canto. —Al ritmo que vamos, en una semana, semana y media máximo, lo tenemos. Nos ha venido bien que Ry esté colgado de la gerente y tenga que entretenerse aquí. —Está quedando muy bien —dijo Beckett—. El único inconveniente es que, con todo este trabajo, y lo ocupadísima que Ry tiene a Esperanza, no hemos avanzado en la búsqueda de Billy tanto como nos hubiera gustado. —Hay mucho que revisar —le recordó Owen—. Ya casi lo tenemos. El padre de Lizzy se las arregló para eliminar datos de los registros oficiales. Hay lagunas. ¿Qué clase de padre se dedica a eliminar todo rastro de su propia hija? —Uno de esos de los que huy en los hijos —dijo Ry der—. Como hizo ella. —¿Owen? ¿Estás ahí? He visto luces cuando… —Avery entró por el acceso

www.libroonline.org del restaurante al bar, se paró en seco—. ¡Ay ay ay ! La barra. La habéis terminado. ¡Me habéis hecho la barra! No me lo habíais dicho. —Si no fueras tan cotilla, te habríamos dado la sorpresa mañana, que es cuando colocaremos la superficie. Los tíos del mostrador harán las inserciones a primera hora. —Es preciosa. Sencillamente preciosa. —Entró corriendo y pasó por encima la mano—. Tiene un tacto divino. —Luego se dio la vuelta, agarró a Owen, bailó con él, se volvió hacia Beckett, luego hacia Ry der—. ¡Gracias, gracias! Tengo que ver el otro lado. Bordeó la barra a toda prisa y soltó unos grititos. —Es tan bonita por detrás como por delante. Ay, ojalá Clare y Esperanza pudieran verla, ¡ahora! Puedo mandarle un mensaje a Esperanza para que se acerque. —Tiene huéspedes —le dijo Ry der. —Solo un minuto. Necesito una mujer. No puedo creer que hay áis terminado sin que y o me hay a enterado —siguió diciendo mientras sacaba el móvil. —No ha sido fácil —reconoció Owen. —Pero ha sido un detallazo. Dice que viene enseguida. Está pasando de verdad. Tengo tanto que hacer. Dejadme que os saque una foto a los tres delante de la barra. —Yo os saco una a Owen y a ti —dijo Ry der. —Primero vosotros tres, que la habéis hecho. Luego Owen y y o. La complacieron, y Owen se puso detrás de la barra, como si atendiera. —Una más —murmuró ella, y disparó. —Ahora tú, Pelirroja… —Ry der la cogió en brazos y la sentó en el borde—. No te inclines, que te caes. —No me inclino. —Pero se inclinó, y apoy ó un codo en el hombro de Owen, que se puso de pie a su lado—. Voy a subirlas a Facebook ahora mismo. Quiero que todo el mundo las vea. Owen… Le tendió las manos, se abrazó a él mientras la ay udaba a bajar. —Dios, si necesitáis una habitación, hay un montón al otro lado de la calle. Ry der se volvió justo cuando Esperanza iba a llamar a la puerta. —Estaba a punto de venir cuando Avery me ha mandado el mensaje —dijo tan pronto como Ry der le abrió—. Tengo… ¡Anda! Habéis terminado la barra. —¿A que es preciosa? —Avery acarició el canto como acariciaría el lomo de su mascota preferida—. Me la han hecho mi novio y sus hermanos. —Una obra de arte. En serio, maravillosa. Todo esto está genial. Me encantan los colores, Avery, y las luces. El suelo. Todo. Vas a tener un éxito rotundo. Se acercó y estudió la parte del restaurante desde el arco que separaba las dos áreas. —Y tenéis hecha y a la zona de camareros. No me hacía a la idea, pero…

www.libroonline.org —¿Ya está? ¡No la había visto! —Avery se levantó de un salto, fue corriendo. —Le habéis alegrado la noche —le dijo Esperanza a Ry der. —Tú estás acelerada por otra cosa —observó Ry der. —¿Se nota? Estoy acelerada. He encontrado algo en una de las cartas de Catherine a mi prima. Era larga y estaba repleta de conversaciones sobre la familia, comentarios sobre la guerra, un libro que había leído sin que lo supiera su padre. Y, entre esas cosas, he encontrado este pasaje sobre Eliza. —¿Algo nuevo? —preguntó Owen. —Habla de que estaba preocupada porque su padre iba a concertar la boda de Eliza con el hijo de un senador del estado. Y Eliza se rebelaba contra él. Está claro que la rebelión no era algo que su padre tolerara. Hay más: cuenta que Eliza se escapaba por las noches para verse con uno de los albañiles a los que su padre había contratado para que levantaran un muro que cercase la finca. —Un albañil —meditó Owen—. Un hombre de categoría social inferior, ¿no? Papá no lo aprobaría. —Catherine escribe que teme lo que pueda suceder si la sorprenden con él, pero que ella no quiere hacer caso. Asegura que está enamorada. —¿Hay algún nombre? ¿Dice ella cómo se llama? —preguntó Beckett. —No, por lo menos aún no lo he encontrado. Pero ese tiene que ser Billy. Tiene que ser él. Ella estaba enamorada, y se arriesgaba a desatar la ira de su padre. Los dos, de hecho. La carta se escribió en may o de 1862, unos meses antes de que Lizzy viniera aquí. Meses antes de Antietam. Si pudiéramos encontrar algún registro de quién trabajó en la finca, o los nombres de los albañiles de esta zona… —Si vino aquí fue porque él estaba aquí —coincidió Avery —. O vivía aquí o se alistó y lo destinaron aquí. Es un gran avance, Esperanza. —Esto es lo mejor que hemos tenido en semanas. En meses, en realidad. Empieza a tener sentido, al menos algunas partes. Su padre era estricto y temible, y las mujeres, sus hijas, debían hacer lo que les dijeran, casarse con quien les dijeran. Ella se enamoró de alguien que él jamás habría aprobado. Se escapó y fue a su encuentro. Vino a esperar a Billy. Y murió esperando. —Por aquel entonces era un camino muy largo, de Nueva York a Mary land —dijo Beckett—, y además en tiempos de guerra. Se arriesgó mucho. —Amaba —espetó Esperanza sin más—. Lo suficiente para dejar a su familia, renunciar a su estilo de vida, poner en peligro su seguridad. Últimamente ha estado tan callada que me pregunto si querrá contarnos más si le digo lo que he averiguado. —Merece la pena intentarlo —opinó Owen. —Vamos ahora. Ahora mismo —insistió Avery. —Tengo clientes, y una pareja en E y D. Temo que no es el mejor momento. Mañana. Cuando se vay an. Lo intentaré entonces.

www.libroonline.org —Me acercaré al hotel. ¿A las once y media? —Sí, bien. Estoy segura de que hemos dado un gran paso. Estamos más cerca de encontrarlo. Tengo que volver. —Te acompaño. —Muy bien. —Quédate ahí —le dijo Ry der al perro. —No has dicho mucho —señaló Esperanza cuando salían. —Pensaba. Vale, puede que tengas razón, que él fuera el albañil con el que ella estaba enrollada, pero, sin un nombre, es como dar palos de ciego. —Conseguiremos un nombre. —No iba a descansar hasta que lo tuviera—. Tengo más cartas, más papeles que revisar, y Owen también tiene. Lo encontraremos. —Se volvió hacia él al llegar a la puerta de Recepción—. Intenta ser positivo. —Es que va contra mis principios. —Si lo sabré y o. —¿Has cenado y a? —Aún no. Como tenía un ratito, me he puesto a mirar las cartas. —Te puedo traer algo. Los clientes se imaginarán que comes. —Muy bien, gracias. Una ensalada estaría genial. La Palace. —¿Y y a está? —Son enormes. —Le dio un beso suave—. Gracias. Y la barra es preciosa. —Y quedará todavía mejor cuando estrenen el grifo y me sirvan una cerveza. Vuelvo con tu lamentable concepto de cena en una hora más o menos. —Ahí estaré. Ah, por si te interesa, he pedido a la panadería que me traigan caracolas para el desay uno. —Ahí estaré y o también.

www.libroonline.org 15 Esperanza se despidió del último de sus huéspedes. A medianoche una tormenta había descargado una lluvia muy necesaria y había dejado tras de sí una manta de calor y humedad. Estuvo fuera un minuto, mirando al otro lado del aparcamiento, entre el montón de camionetas. Necesitaba encontrar veinte minutos para ir allí y hacer fotos de los progresos de la obra para subirlas a la página web. Pero esa mañana tenía otras prioridades. Volvió dentro, a la cocina, donde Carolee limpiaba la isla de granito. —Estamos sin existencias —le dijo Carolee—. Ya sé que lo tienes en la lista de cosas pendientes, pero he pensado que podía acercarme y o a por suministros. Quizá se sienta más cómoda si hay menos gente por aquí. —No sé qué haría sin ti. —Mientras lo averiguas, cojo la lista y me encargo y o. Justine vendrá después, así que y a nos cuentas a las dos. ¿Qué crees que pasará cuando le encuentres a Billy ? —No sé. Si pasa… a mejor vida, la voy a echar de menos. —Te entiendo. A mí también me gusta hablar en alto sin tener la sensación de que hablo sola. Y notar que anda por ahí. Ya sabes a qué me refiero. —Desde luego. —No tardaré mucho. —Carolee cogió el bolso y guardó la lista de la compra —. Ay, ¿dónde tendré la cabeza? Antes, como has empezado a contarme lo de esa carta, se me ha olvidado comentarte las novedades. Justine y a tiene director y subdirector para el centro de fitness. —¿Ha encontrado a alguien? Qué gran noticia. ¿De la zona? —De la zona y con mucha experiencia y, según Justine, desborda energía. —Justo lo que uno querría del director de un centro de fitness. —Justine tiene un don para encontrar a la persona perfecta para cada puesto —dijo Carolee abrazándola con un solo brazo—. Te veo en unas horas. Ya sola, respiró hondo. Como había decidido tras meditarlo toda la mañana, empezó a subir las escaleras. Aquello había que abordarlo desde la « zona cero» . Acababa de pasar delante de su despacho cuando empezó a sonar el teléfono. Estuvo a punto de dejar que saltara el contestador, pero retrocedió para cogerlo. —Buenos días. Hotel Boonsboro. Veinte minutos después, volvió a intentarlo. Y Avery entró corriendo. —Se me ha complicado la mañana. ¿Has intentado y a hablar con ella? —No, también a mí se me ha complicado. ¿Conoces a My ra Grimm? —Puede ser. Conozco a Brent Grimm. Trabaja en Thompson’s y viene mucho por Vesta. Creo que My ra es su hermana may or. ¿Por qué? —Quiere reservar el hotel para una celebración discreta de segundas nupcias.

www.libroonline.org Lo que puedo decirte es que se divorció de Mickey Shoebaker hace dieciséis años, recuperó su apellido de soltera, vive a tres kilómetros del pueblo y trabaja en la Funeraria Bast. —Por suerte, no he tenido que hacer negocios con ella. —Conoció a su futuro marido allí hace tres años, cuando enterró a su esposa. —Huy. Nunca habría pensado que se pudiera ligar en una funeraria. —El amor siempre encuentra su camino —dijo Esperanza riendo—. El caso es que él le hizo la pregunta, como dice ella, y quieren casarse el mes que viene. —Van rápido. —Ya no son unos críos, dice. Algo discreto, de veinte a veinticinco personas. Por la tarde. Ya me darán detalles. —Una boda discreta en segundas nupcias por la tarde —meditó Avery —. Puedo preparar algo sencillo, y encargar una tarta. —Eso le he sugerido y o. Va a hablar con su prometido, claro que, como dice, a él le vale cualquier cosa que le parezca bien a ella. —Suerte que tiene. —Estaba como loca. Qué tierno. Bueno… —Miró hacia las escalera, se volvió al oír llamar a Clare a la puerta del Vestíbulo. —Quería estar presente, si no os importa. Ella me ha ay udado, y he pensado que quizá el tenernos a las tres aquí la ay ude a ella. —Buena idea. Vamos para arriba. E y D es su habitación favorita, así que lo intentaremos allí. —Qué raro es esto, ¿verdad? —dijo Avery, a la retaguardia, detrás de Clare —. Pero no raro de y uy u. Más bien como ir a hablar con una amiga a la que no conoces muy bien en realidad, pero a la que aprecias. —Yo cada día la conozco mejor. Llevaba una vida limitadísima. Por la época, por la cultura, pero también porque su padre era severísimo, demasiado estricto. ¿Sabéis que no he encontrado ni una sola carta de ella entre las cosas de su hermana? Debería haber alguna. En aquella época, la gente se escribía mucho. —Era el correo electrónico del siglo XIX —comentó Avery. —Unas hermanas se habrían escrito —coincidió Clare—. Pero si el padre era tan estricto, puede que destruy era todas las cartas que escribió Lizzy. —Creo que fue así. Hay mucho mensaje subliminal en las cartas que he leído —prosiguió Esperanza—. Catherine lo temía. Tiene que ser horrible temer a tu padre. Creo que Catherine fundó la escuela, una vez estuvo casada y libre del y ugo paterno, por la clase de limitaciones que habían sufrido. A Catherine le encantaba leer y, durante la guerra, descubrió su vocación médica. Quiso estudiar, pero era impensable. —De modo que fundó una escuela para que otras mujeres sí pudieran hacerlo. —A Clare se le empañaron los ojos—. Para que otras pudieran perseguir sus sueños.

www.libroonline.org —¿Y Lizzy ? —añadió Esperanza—. Ella solo quería enamorarse, casarse, formar un hogar y una familia. Justo lo que quería su padre, salvo por lo primero, porque el amor no entraba en los planes que tenía para sus hijas. Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. —Anoche tuvimos huéspedes en esta habitación. Aún no la han limpiado. —Creo que por una cama sin hacer no nos vamos a desmay ar. Siéntate, Clare —le ordenó Avery. —Estoy bien. —Una embarazada nunca debe desperdiciar una ocasión de sentarse. —Sí, tienes razón. —Clare se instaló en la silla de terciopelo púrpura—. ¿Crees que se queda aquí cuando tienes huéspedes en la habitación, como anoche? —Según. A veces noto que está arriba, en mi apartamento. O en la Biblioteca si entro a rellenar el decantador de whisky o a reponer el café de la cafetera. —Le gusta hacerte compañía —dijo Avery —. Cuéntanos lo de la carta. —Ya os lo he dicho. —Cuéntanoslo otra vez y así quizá se lo cuentes a ella también. —Hay cientos. Mi prima y la archivista de la escuela se han esforzado mucho por encontrar cartas recibidas por Catherine y escritas por ella. La may oría de las que tienen y de las que y o he podido leer se las escribieron a ella. Son cartas de amigos, de parientes, de la institutriz que tuvo de pequeña, de su profesora de música, etc. Avery asintió con la cabeza, sentada al borde de la cama. —Hay cartas de James Darby, el hombre con el que se casó, y varias que ella le escribió a él. Son mis favoritas por ahora. En ellas se ve la evolución de lo que sentían el uno por el otro, el afecto, el humor, el respeto. Él se enamoró primero, creo, y me parece que su amor por ella, el modo en que él la veía, la ay udó a descubrirse. —Tuvo mucha suerte —afirmó Clare—. Se casó con alguien a quien amaba y que la amaba a ella. —Creo que fueron muy felices juntos —dijo Esperanza—. Él no solo financió gran parte de la escuela que Catherine quería sino que llegó a compartir su ilusión. James era de buena familia, de posición social y económica consolidada, y el padre de ella aprobó el enlace. Pero ellos se querían. Pudo vivir feliz con el hombre al que amaba. No fue un matrimonio por miedo, obligación o conveniencia. Al oler la madreselva, Esperanza se sentó despacio al lado de Avery. —El amor amplió sus horizontes. Quería a su hermana, pero aún era joven, tenía miedo, y no sabía lo que era estar enamorada. Por lo que sé, le guardó el secreto. Sus cartas destilan lealtad. No creo que te traicionara. Escribió a tu prima Sarah Ellen. Tenían casi la misma edad y compartía con ella sus sentimientos, sus

www.libroonline.org pensamientos, sus alegrías y sus preocupaciones. Temía que te pasara algo si tu padre se enteraba de que te escapabas a ver a Billy. Él era un albañil que trabajaba en la finca de tu padre. ¿No es así? Tienes que decirnos si es así para que pueda seguir buscando. Apareció delante del balcón. —Grabó en piedra nuestras iniciales. Me lo enseñó. Dentro de un corazón. Luego lo enterró en el muro para que durara siempre y nadie más lo supiera. —¿Cómo se llamaba? —preguntó Esperanza. —Billy. Mi Billy. Yo estaba montando a caballo y fui más allá de donde se me permitía. Sola. Hasta el arroy o. Y él estaba allí, pescando, un domingo por la tarde. No debería haber estado allí, ni y o. Una fría tarde de marzo, y el agua del arroy o abriéndose paso entre los restos del deshielo. Lizzy cerró los ojos como si se retrotrajera. —Podía oler a la primavera intentando desplazar al invierno, aunque la nieve aún se ocultaba entre las sombras. El cielo era de un gris invernal; el viento, crudo. Abrió los ojos y sonrió. —Pero allí estaba él, y de pronto y a no hacía frío. Jamás debí haber hablado con él, ni él conmigo. Aun así, lo supimos como si siempre lo hubiéramos sabido. Una mirada, una palabra, y nuestros corazones se abrieron. Como en las novelas que Cathy me leía y de cuy os relatos de amor a primera vista y o tanto me reía. Esperanza se vio tentada de hablar, interrumpirla. Su nombre, dinos su nombre. Pero no tuvo valor. —Nos vimos cuando y o pude escaparme, y nos amamos ese frío marzo y durante la florida primavera hasta el lozano estío. Le tendió una mano a Esperanza. —Tú lo sabes. Las tres sabéis lo que se siente cuando se quiere así a alguien. Trabajaba con las manos, no con madera como vuestros amados, sino con piedra. Solo por eso y a no era digno a los ojos de mi padre. Nosotros lo sabíamos. —¿Se enteró tu padre? —le preguntó Esperanza. —Él jamás habría creído, ni sospechado siquiera, que y o pudiese desafiarlo de ese modo. Me eligió un marido y lo rechacé cuando nunca me había opuesto a nada. Al principio fue como si no me hubiera pronunciado. Siguió con sus planes de boda. Yo seguía negándome, pero en realidad no habría tenido elección. Y la guerra… Se volvió hacia Clare. —Tú sabes bien lo que la guerra les hace a los que luchan en ella, y a los que quedan atrás, esperando y temiendo. Me dijo que debía luchar, debía ir, por su honor. Le rogué que no lo hiciera, pero su voluntad era inquebrantable. Nos iríamos juntos, nos casaríamos y y o me quedaría con su familia hasta que él volviera a por mí.

www.libroonline.org —¿Dónde estaba su familia? —intervino Avery. —¿Aquí? —Lizzy se tocó el cuello alto de su vestido, mirando alrededor—. ¿Cerca? Se desvanece. Su rostro es nítido, su voz, sus caricias. Sus manos duras. Duras y fuertes. Ry der. —Sí —murmuró Esperanza—. Manos fuertes y duras. ¿Te fugaste con Billy ? —No pude. Esa noche mi padre firmó mi contrato nupcial. Debí callar, pero le grité, perdí el control. Pensé en Billy y endo a luchar y me enfurecí con mi padre. Jamás me casaría si no era por amor. Podía golpearme, encerrarme, echarme de casa, pero ni con esas haría lo que me pedía. Así que me encerró en mi cuarto. Me pegó. Como si ese recuerdo estuviera aún demasiado fresco, se tocó la mejilla. —Cuando mi madre fue a acostarse, él volvió a pegarme, me llevó a rastras a mi cuarto y me encerró allí. No pude salir, ni pude escaparme. Tres días con sus noches me tuvo encerrada en mi cuarto a pan y agua. Hice lo que debería haber hecho antes. Le dije que obedecería. Le pedí perdón. Mentí y mentí, y esperé mi oportunidad. Tomé cuanto pude y en plena noche abandoné aquella casa y a mi familia, y a mi hermana, a la que quería muchísimo. Cogí el tren a Filadelfia. Asustada, ilusionada. En busca de Billy. Viajé en coche de caballos. Hacía mucho calor. Era un verano muy caluroso. Yo estaba enferma. Escribí… a su madre. Creo. Se desvanece. Le escribí, y vine aquí. Él estaba aquí. —¿Billy vino aquí? —le preguntó Esperanza. —Cerca. Iba a venir. Oía el tronar de los cañones, pero estaba muy enferma. Él iba a venir. Me lo prometió. Lo estoy esperando. —Eliza, necesito saber su nombre. Completo. —Esperanza se puso en pie—. Se llamaba William. —No. Era Billy, pero Joseph William. Iba a construir una casa para nosotros, con sus manos. ¿Hará tu Ry der una casa para vosotros? —Él y a tiene una casa. Eliza… —Y perro. Tendríamos perros. Abandoné a mis perros, mi casa, a mi familia. Pero tendríamos perros y una casa y una familia. Creo que y o estaba embarazada. —Ay, Dios —susurró Avery. —Creo… Las mujeres sabemos esas cosas. ¿No es así? —le preguntó a Clare. —Creo que así es. —Nunca se lo dije. Yo empecé a sospecharlo cuando vine aquí. Luego el calor y la enfermedad. Y se desvanece. Demasiado tiempo. —Les tendió una mano a través de la que se podía ver—. Todo se desvanece. —Ay, no… —le dijo Esperanza, pero Lizzy se desvaneció como su mano. —Preñada, sola y enferma, mientras el hombre al que amaba iba a la guerra. —Avery se levantó y se puso en cuclillas junto a Clare, apoy ando la mejilla en su mano.

www.libroonline.org —Lo mío no fue así. Yo nunca estuve sola. Tenía una familia que me quería. Pero, sí, entiendo el miedo que debió de pasar. Y, Dios, qué valor tuvo de marcharse con lo puesto, venir a un lugar desconocido… Y luego saber que estaba embarazada. —Luego pasar los días en cama, enferma y moribunda, oy endo los cañones. Billy combatió en Antietam —dijo Esperanza—. Estoy convencida. Estaba cerca, y era soldado. —Su familia también —le recordó Avery —. Y no buscamos a un William, sino a Joseph William. ¿Williams, quizá? ¿Lo llamarían Billy ? —No sé, pero tener un posible primer y segundo nombre, o nombre y apellido, nos va a venir muy bien. —Cuanto más hablaba, o lo intentaba, menos « estaba» . Se la veía menos según iba hablando con nosotras. Esperanza asintió al comentario de Clare. —Eso y a ha pasado antes. Debe de ser alguna especie de energía. A saber. Podría empezar a indagar sobre actividades paranormales, apariciones, pero me robaría tiempo del que necesito para encontrar a Billy. Esa es la prioridad. —Se lo contaré a Owen, para que investigue él. Pero ha hablado con nosotras. —Avery cogió de la mano a Clare cuando esta se levantaba, después a Esperanza —. Con nosotras tres. En todo este tiempo no había podido contarle la historia a nadie. Solamente quería a Billy, un hogar, una familia y un perro. Ojalá se nos apareciera su padre. No sé si se puede zurrar a un fantasma, pero me encantaría intentarlo. —Ahora este es su hogar —suspiró Esperanza—. Y nosotros su familia. —Beckett la despertó. Estoy convencida de eso —le dijo Avery a Clare—. Hubo algo en él que la animó a manifestarse. Quizá le recordara a Billy. Quizá todos le recuerden a Billy ; los tres, Owen y Ry der también. Confía en ellos, los aprecia. Existe algún tipo de conexión entre ellos, y quizá sea algo más que el que ellos hay an rehabilitado el edificio. —Sí —dijo Esperanza, circunspecta—. Tienes razón. Hay algo… —Se interrumpió al oír que se abría la puerta de abajo y unas voces que subían—. Las de la limpieza. —Tengo que volver a la tienda. —Clare se irguió con dificultad—. Deberíamos anotar todo esto. Puedo hacerlo y o. A lo mejor, teniéndolo por escrito, vemos algo que se nos ha escapado al oírlo. —Empezaré a buscar por Joseph William, o Williams, tan pronto como pueda. —Esperanza bajó la primera. —Tendríamos que reunirnos. Los seis, y Justine, si quiere. —Yo estoy libre mañana por la noche. ¿Tienes canguro? —La busco —le dijo a Esperanza—. ¿Podemos vernos aquí? Puede que eso nos dé el empujón que necesitamos.

www.libroonline.org Se detuvieron en el Vestíbulo, charlaron con las mujeres de la limpieza. Cuando sonó el teléfono, Esperanza se despidió de sus amigas. Sin parar de darle vueltas mentalmente a la reunión, desafió el calor saliendo a arrancar las malas hierbas. Pensaba mejor si tenía las manos ocupadas. Habían adelantado mucho, lo veía. El impulso las llevaría por la vía correcta. ¿Y luego qué?, se preguntó. Cuando encontraran a Billy, cuando descubrieran dónde había vivido y muerto, cómo había muerto y cuándo, ¿qué pasaría con Lizzy ? Ella nunca había tenido una oportunidad, pensó Esperanza, una de verdad. Justo cuando pensaba que su vida empezaba, se terminó. Sin embargo, su espíritu permaneció fiel, compasivo, lleno de humor y de afecto. Y de amor, pensó. Lizzy sencillamente resplandecía de amor. Habrían sido felices juntos, caviló. La casa de piedra, la familia, los perros. Por joven que fuera, por trágica que fuese su vida, siempre había sabido lo que quería, y se había esforzado por conseguirlo. ¿Y tú qué quieres?, se preguntó Esperanza. Su propia pregunta la sorprendió y la paralizó. Tenía lo que quería, ¿no? Un trabajo que le encantaba, amigos a los que adoraba, una familia con la que podía contar cuando la necesitaba. Un amante al que apreciaba y con quien disfrutaba. Con eso le bastaba, como le había dicho a Ry der. Era más que suficiente. Sin embargo, algo la inquietaba, algo en su interior que buscaba expandirse. No lo estropees, se advirtió. No empieces a hacerte ilusiones. Tómate las cosas como vienen, y sé feliz, disfruta del presente. Se volvió al ver llegar a Carolee y salió al aparcamiento a reunirse con ella. —¡Vengo cargada! —anunció Carolee. —Y y o vengo a ay udarte. —Ella también. —Carolee señaló a Justine, que aparcaba en ese momento—. La he llevado detrás los dos últimos kilómetros. Llegas a tiempo —le gritó Carolee—. Coge una bolsa y llévala dentro. Justine, que calzaba unas sandalias con cintas de arcoíris y unas gafas de sol de color rosa chicle, apretó el bíceps. —Mirad qué poderío. Madre de Dios, hace un calor de mil demonios. —Creí que con la tormenta de anoche refrescaría. —Carolee metió la mano dentro del coche y sacó un paquete enorme de papel higiénico—. No ha habido suerte. —Tumbó una rama tan grande y ancha como Willy B. en mitad de mi salida. He tenido que sacar la condenada motosierra. —¡Sabes usar la motosierra! —exclamó Esperanza, admirada. —Cielo, sé usar la motosierra, el cortaleña hidráulico y casi cualquier cosa que me pongas en las manos. Si no queda otra. Lo habría hecho uno de los chicos,

www.libroonline.org pero no iba a pedirles que dejaran el trabajo cuando podía hacerlo y o misma. —Yo sé usar la desbrozadora —bromeó Carolee mientras llevaban la compra al hotel—, pero y o llevo años viviendo en el pueblo y Justine en el bosque. ¿Recuerdas que a mamá casi le parecía que Tommy se te iba a llevar al extranjero cuando compró esa parcela? —Mamá pensaba que me iba a volver una palurda. Tommy le tomaba el pelo diciéndole que iba a montar un alambique. —¿No le caía bien? —quiso saber Esperanza. —Huy, lo adoraba. Estaba loca con él. Solo que no le gustaba la idea de que me soltara en medio del monte, que era como veía ella cualquier cosa que estuviera a más de cinco kilómetros del pueblo. Mi padre se crio en una granja no lejos de aquí y estaba deseando mudarse a la civilización. Estaban hechos el uno para el otro. —Todo el mundo tiene su sitio —señaló Carolee. —Y el mío está en el bosque. Tengo suerte de que mis hijos piensen lo mismo, porque así los tengo cerca. —No, siéntate —le dijo Esperanza a Justine al ver que quería salir otra vez—. Ya voy y o a por el resto. Tómate algo frío y, cuando terminemos de meter las cosas, te cuento lo último de Lizzy. —Pues sí, voy a hacer eso, y a ver cómo guarda mi hermana todo esto. —Siempre me has mangoneado. —Porque a ti siempre te ha gustado. Divertida, Esperanza las dejó a lo suy o y salió a buscar la última bolsa del coche de Carolee. Cuando se disponía a hacerlo, un BMW Roadster rojo llegó al aparcamiento. No reconoció el coche, que era nuevo, pero sí a la mujer que lo conducía. Apretó la mandíbula y se le tensaron los hombros. No se molestó en esbozar una falsa sonrisa cuando Sheridan Massey Wickham pisó el suelo del aparcamiento con sus preciosas (¡maldita sea!) sandalias de tacón de aguja de Louboutin. La melena le caía formando ondas tan resplandecientes y perfectas que Esperanza estaba segura de que Sheridan se había detenido unos minutos por el camino para repasarse el peinado y el maquillaje. Llevaba un vestido de estampado acuarela (Akris, supuso Esperanza), unos pendientes lágrima de platino y un anillo de casada que habría llamado la atención de cualquiera. Qué suerte la mía, se dijo Esperanza, ahora que estoy sudada, llevo el vestido de desbrozar el jardín y no me he vuelto a dar brillo de labios desde esta mañana. Perfecto. —Sheridan —la saludó sin más. Sheridan se quitó las gafas de sol y las guardó en el bolsito de piel rosa chicle. —Te lo voy a advertir una sola vez: mantente alejada de Jonathan.

www.libroonline.org Reconocía la furia cuando la tenía delante, lo que no entendía era el porqué. —No lo veo por aquí. —¿Me vas a mentir a la cara? Sé muy bien que ha estado aquí, no lo niegues. Sé que ha estado contigo. Sé perfectamente lo que pretendes hacer. —No tengo pensado mentirte a la cara ni a la espalda, ni motivo para hacerlo. Ya he escuchado tu innecesaria amenaza, y a puedes irte. Si no te importa, estoy trabajando. Que tengas buen viaje de vuelta. —¡Escúchame, zorra! —Sheridan la agarró del brazo, clavándole los dedos —. Sé que estuvo aquí. Paró a poner gasolina; he visto el resguardo. No soy imbécil. Sí, se dijo Esperanza, las celosas como ella revisan los resguardos, el correo, registran los bolsillos. Qué forma tan triste de vivir. —Deberías hablar de esto con él. Pero te diré que sí estuvo aquí, una sola vez, a principios del verano. Vino a decirme que su padre quería que volviera al Wickham e iba a hacerme una oferta. —Eres una mentirosa, y una furcia. —No soy ninguna de las dos cosas. —Se zafó bruscamente de su mano. —Si su padre quisiera que volvieses, y o me habría enterado. Además, tú no habrías desaprovechado una oportunidad así. —Obviamente te equivocas en las dos cosas. Más furiosa aún, Sheridan empezó a levantar la voz. —No voy a consentir que sigas con tus juegos de antes. Ahora soy su esposa. Yo soy su esposa y tú no eres nada. Esperanza contuvo la tentación de rascarse el brazo. Sheridan le había clavado las uñas al agarrarla. —Yo nunca he jugado a nada. —Te acostaste con él para conseguir el puesto de directora e intentaste casarte con él del mismo modo. Y sé que lo sigues intentando. ¿Crees que no sé a quién viene a ver cuando dice que tiene un viaje de negocios o una reunión hasta tarde? A Esperanza le habría dado pena de ella si la rabia se lo hubiera permitido. Procuró, en cambio, controlarse para no gritarle ella también. —Sheridan, métete esto en la cabeza: Jonathan no podría interesarme menos. Si piensas que voy a dedicarle mi tiempo y menos aún acostarme con él después de lo que me hizo, realmente eres imbécil. —¡Zorra mentirosa! La bofetada de Sheridan en la cara la dejó atónita y llegó con la fuerza suficiente para hacerla retroceder un paso. —¡Dime la verdad! Quiero la verdad ahora mismo o… —Más vale que te largues. —Ry der apartó a Sheridan—. Y bien lejos. —Quítame las manos de encima o llamo a la policía.

www.libroonline.org —Ry der… —Ve dentro, Esperanza. —Sí, sal corriendo. —Sheridan agitó su bonita melena y sonrió con desdén—. Como hiciste cuando Jonathan te dijo que había terminado contigo. —Yo no voy a ir a ningún sitio, pero te sugiero que lo hagas tú. —Sí, sí, me voy, pero directa a tu jefe. Ya puedes ir buscándote otro sitio donde aterrizar, porque, cuando le diga lo que te propones, se acabó tu trabajo aquí. —¿Y por qué no me lo dices y a? —le sugirió Justine, acercándose a ella—. Este hotel es mío. Esperanza es mi gerente. Así que más te vale hacerlo bien, porque, si no, le pediré a mi hijo que llame a la policía para que te saque de mi propiedad. —La está utilizando, como hace con todo el mundo. Jonathan me ha dicho que lo llamó rogándole que viniera a hablar con ella, y que le suplicó que volvieran. —Encanto, si y a tienes problemas así nada más casarte, la cosa no va muy bien. Que vengas aquí a incordiar a Esperanza no los va a solucionar. —Yo he visto a Jonathan solamente una vez desde que me fui de Washington —dijo Esperanza—. No lo he llamado. Ni me he acostado con él. No lo quiero, Sheridan. Y, la verdad, no acabo de entender por qué tú sí. Cuando Sheridan se abalanzó sobre ella, Ry der se interpuso entre las dos. —Vuelve a ponerle las manos encima y te aseguro que lo vas a lamentar. Sheridan frunció los ojos. —Así que vuelves a las andadas, ¿no? ¿A acostarte con el hijo de la jefa? ¡Qué pena das! —Señora, hay una docena de hombres allí que la han visto abofetear a Esperanza. Todos ellos declararán en su contra cuando ella la denuncie por agresión. —Yo… —Calla, Esperanza —le soltó él—. Y tú coge el coche y lárgate de una vez. Y no se te ocurra volver, porque si me entero de que has vuelto, y en un pueblo todo se sabe, haré que te detengan. Seguro que a los Wickham les encantará ver su nombre en las páginas de sucesos del Washington Post. —Os está utilizando. —Pero esta vez Sheridan lo dijo con lágrimas en los ojos y voz temblorosa—. Os está utilizando e intenta arruinar mi matrimonio. Serás tú el que lo lamente cuando te cambie por un partido mejor. —Sheridan —le dijo Justine con asombrosa delicadeza—, te estás poniendo en ridículo. Vete a casa. —Me voy. De todos modos, no hay quien razone con un par de paletos. Justine sonrió de oreja a oreja mientras Sheridan se metía en el coche. —¡Fuera! —gritó Justine cuando el BMW arrancó. Le pasó un brazo por los

www.libroonline.org hombros a Esperanza y añadió—: Ay, cielo, no dejes que esa boba penosa te disguste así. —Lo siento. Lo siento mucho. Ry der se volvió. Había querido asegurarse de que el Roadster seguía adelante. Al volverse, vio que rodaban lágrimas por las mejillas de Esperanza. —Deja de llorar. Para y a. —Lo siento. —No hay nada que sentir. Entremos —la instó Justine—. Vamos a poner un poco de hielo en esa mejilla. Te ha dado un buen bofetón, ¿eh? —Lo siento —repitió ella; no parecía capaz de decir otra cosa—. Tengo que… Se zafó del abrazo, fue corriendo hacia la puerta, pasó por delante de Carolee, que se quedó atónita, y subió directa a su apartamento. —Ry der, ve con ella. —No. Ni hablar. Justine se giró de inmediato, con los ojos iny ectados, los puños en la cadera. —Ve ahora mismo con ella. ¿Qué demonios te pasa? —Está llorando. A mí no se me da bien eso. A ti, sí. Ve tú. Va, mamá, ve tú. —Dios, esto es impensable. —Justine le dio un puñetazo en el pecho—. ¿Qué clase de hombre he criado que no es capaz de ir con su chica cuando llora? —La mía, mamá. Por favor. Yo hablaré con ella cuando se le pase. Tú sabrás qué decirle, qué hacer. Justine resopló furiosa. —Muy bien. Pues tú haz lo que se te da bien y cómprale unas puñeteras flores. —Después de asestarle otro puñetazo, más fuerte esta vez, Justine dio media vuelta y entró. Frotándose el pecho con una mueca de dolor, Ry der sacó el móvil para llamar a la floristería del pueblo.

www.libroonline.org 16 Justine consideró la posibilidad de coger la otra llave del apartamento de la gerente, pero pensó que Esperanza y a había visto bastante comprometida su intimidad ese día. En su lugar, subió a la tercera planta, albergando en su cabeza oscuros pensamientos sobre mujeres tontas que culpaban a otras personas de sus fracasos matrimoniales y hombres que no tenían el valor de enfrentarse a una mujer llorosa. Alzó la mano para llamar a la puerta, y esta se abrió, enseguida, suavemente. Esperanza se levantó como un resorte del sofá, donde estaba llorando. —No la he abierto y o —dijo Justine, levantando los brazos con inocencia—. Alguien más cuida de ti. —Necesito unos minutos para serenarme. —Lo que necesitas es un hombro en el que llorar y, si no fuera tan temprano, tres dedos de whisky. De momento, nos conformaremos con el hombro, además del té que te voy a preparar en un minuto. Se fue derecha a Esperanza y la abrazó con fuerza. —¡Ay, Dios mío! —pudo decir, impotente ante aquel apoy o incondicional—. Ha sido horrible. Justine la meció suavemente para tranquilizarla. —Bueno, en una escala del uno al diez, donde el uno sería cortarte con una hoja de papel y el diez rebanarte la mano con un machete, esto no ha sido más de un tres. Pero y a es bastante malo. —Lo sien… —No vuelvas a pedirme disculpas por el mal comportamiento de otra persona. —Aunque lo dijo seria y brusca, lo hizo mientras la consolaba frotándole la espalda. —Yo no estuve con Jonathan por ascender profesionalmente. Y lo de Ry der… Por favor, no pienses que es eso. —Ven, vamos a sentarnos y te explico por qué es innecesario que me digas esas cosas. Cielo… —Justine apretó los labios cuando vio la marca roja en la mejilla de Esperanza—. Espera, que primero voy a ponerte hielo. —No pasa nada. —Instintivamente se llevó una mano hacia el dolor, sordo pero constante—. Estoy bien. —Te ha dado justo en el pómulo. Son muy bonitos, pero un blanco fácil. Anda, siéntate. Justine entró en la cocina y rebuscó en el congelador. —No tienes guisantes congelados. Yo siempre tenía cuando los chicos vivían en casa… aún tengo. Siempre están dándose golpes. —Vio bolsas de congelación y llenó una de hielos—. Esto servirá. Póntelo en la mejilla unos minutos —le ordenó y le pasó la bolsa fría improvisada—. ¿Por dónde iba?

www.libroonline.org —Justine… —Ah, sí. Tú y ese impresentable de Jonathan Capullam. La deliberada deformación del apellido le arrancó una inesperada risa. —Toda mujer tiene derecho a cometer un error. Yo tuve mi impresentable a los dieciséis, cuando me volví loca por Mike Truman. Me engañó con una majorette de pechos grandes. Ya se ha divorciado dos veces, y parece que va a por la tercera. Para que veas. Parloteaba, las dos lo sabían, para que a Esperanza le diera tiempo a serenarse. —¿Qué fue de la majorette? —preguntó Esperanza. —Se puso gorda. Es muy mezquino por mi parte sentirme superior por eso, pero toda mujer tiene derecho a ser un poco mezquina de vez en cuando. A Esperanza se le escapó un suspiro, en parte disgustada, en parte divertida. —Ay, Justine. —Cielo, pusiste tu fe y tus emociones en las manos equivocadas, y él no fue capaz de respetar ninguna de las dos. Por lo visto, tampoco respeta las de su esposa, pero eso no es problema tuy o. Esa boba, de zapatos carísimos y mirada desesperada, quiere convertirlo en problema tuy o para poder culparte de que obviamente su marido es ahora su impresentable. —Lo sé. Lo sé, pero, Justine, se ha montado un lío horrible. —El lío lo tiene ella, no tú. Podías haberle dicho que él vino aquí a proponerte que tuvierais una aventura juntos. —No me ha parecido necesario. Ella no me habría creído. —Huy, en el fondo, sí. En el fondo, ella sabe lo que hay. —Mientras hablaba, Justine se levantó a por pañuelos de papel. Volvió a sentarse y se puso a secarle ella misma las lágrimas a Esperanza—. Me enfurece y abochorna. Como te abochorna a ti. Eso es lo que lamento. En cuanto a Ry der, ¿por qué iba y o a pensar que estás con él por interés profesional? Tú y a eres la gerente del hotel, y no tengo pensado montar una cadena hotelera. Además, Ry tiene defectos, bien lo sabe Dios, pero es un buen hombre. Da gusto mirarlo y tengo la impresión de que sabe lo que hacer y cómo hacerlo, bueno, en la cama. —Ay, Dios. —Eso te abochorna, pero, cielo, sería una pena que Ry y tú no lo estuvierais pasando bomba en la cama en este momento de vuestra relación. Dicho esto, tú tienes tu integridad y tu orgullo. Si no, estarías con el impresentable cuando pudiera escapar de esa boba, y te servirías del sexo como trampolín para sacarle lo que quisieras. —¿Por qué no me dejan en paz de una vez? Yo los he dejado en paz. —Tú vas a ser una pesadilla para ella mientras esté con él, que calculo que no será más de un año, dos a lo sumo. Y también lo serás para él. Lo abandonaste — dijo Justine sin más—. Eso nunca lo entenderá, ni entenderá que la culpa es solo

www.libroonline.org suy a. Dudo que alguno de los dos vuelva a molestarte, pero, si lo hacen, quiero enterarme. Quiero que me lo cuentes. Y no es negociable. —Muy bien. —A ver, déjame ver eso. —Justine cogió la bolsa fría y examinó la mejilla —. Con eso valdrá. —Ya está bien. De verdad. Ha sido la conmoción. Y me he quedado pasmada. Tú le habrías devuelto la bofetada. —Le habría dado un revés que la habría dejado sentada sobre su raquítico trasero. Pero y o soy así, cielo. Tú eres distinta. Te voy a preparar ese té. —Gracias. —Es parte del pack. —De vuelta en la cocina, puso la tetera al fuego, buscó por los armarios hasta que encontró su colección de tés. Eligió el de jazmín, uno de sus favoritos—. Ahora me toca a mí disculparme. —¿A ti? —Se limpió unas lágrimas que aún asomaban—. ¿Por qué? —Por mi hijo. Tendría que haber subido él, a ofrecerte su hombro, a escuchar, a soltarte el sermón, a hacerte un té. Le brotó una sonrisa que resultó un verdadero alivio. —Le habría fastidiado mucho. —¿Y qué? Ellos nos dejan la tapa del váter levantada y no apuntan bien cuando se han bebido más cervezas de la cuenta. Y nosotras tragamos. Las lágrimas lo repelen, siempre ha sido así. Los otros lo llevan algo mejor, pero Ry no. Si te cortas un dedo, él es tu hombre pero como llores por ello, se larga. —No se lo reprocho. —A mí me gustan los hombres que saben aguantar unas cuantas lágrimas, siempre que la mujer no sea de esas que se echan a llorar con un cortecito de papel. No te voy a preguntar si puedo darte un consejo, porque me dirías que sí, pese a que, en realidad, a nadie le gustan. Así que te lo voy a dar. Tú procura que él te escuche. Los sentimientos hay que expresarlos. No siempre se entienden como uno querría. Vertió agua caliente sobre la taza con la bolsita de té. —Como digo, es un buen hombre. Inteligente. Espabilado y trabajador, de los que te dicen la verdad te guste o no. Si no te va a decir la verdad, mejor no dice nada. Tiene un lado tierno que no siempre se ve y uno arisco que se ve demasiado. Le llevó el té a Esperanza, y reclamó su atención. —En su vida se ha tomado en serio a ninguna mujer. Las respeta, disfruta de su compañía, las aprecia, pero siempre ha puesto mucho cuidado en pisar tierra firme. Contigo está resbalando un poco, no sé si te has dado cuenta. —No, no me había… ¿Tú crees? —Lo creo. Te va a mandar flores, y confía en que la tormenta hay a pasado cuando vuelva a verte. —Se inclinó y le besó la frente a Esperanza—. No dejes

www.libroonline.org que se salga con la suy a. Anda, bébete el té y tómate un poco de tiempo para serenarte. —Gracias. Gracias, Justine. —Son gajes del oficio. Voy a ver qué han estado haciendo mis chicos. Llámame si me necesitas. —Lo haré. Cuando Justine se dirigía a la puerta, esta se abrió. Rio de asombro. —Cuesta acostumbrarse. Bueno, parece que vas a tener compañía un rato.

Mientras su madre estaba con Esperanza, Ry der intentó que se le pasara el enfado trabajando. Cuanto más trabajaba, más enfadado se sentía. Estaba rodeado por todas partes de subcontratistas, de bullicio y de preguntas. Se interponían en su camino, y estaba harto. Harto de tener que saber las respuestas, harto de tomar decisiones, harto de terminar todos los puñeteros días cubierto de sudor y porquería. Al próximo que se le pusiera delante lo iba a… —Oy e, Ry, necesito que me… Se volvió hacia el pobre Beckett. —Vete a la mierda. —No sé qué bicho te ha picado, pero cálmate. Tengo… —Me importa muy poco lo que tengas. Te he dicho que te vay as a la mierda. Estoy ocupado. Varios miembros de la cuadrilla se situaron a una distancia prudencial. —Yo también, así que te jodes. —Beckett frunció los ojos, lo miró tan furioso como Ry der a él—. Si te pones borde, y o también, pero no me escaqueo del trabajo. —Se volvió y, alzando la voz, gritó—: A comer. Ya. Todo el mundo. —Soy y o quien dirige a la cuadrilla. Yo les digo cuándo descansan. —¿Quieres público? Por mí, estupendo. Ry der apretó los dientes. —A comer. Ya. Largo todo el mundo. Si se trata de algo de MacT —le dijo a Beckett—, soluciónalo tú. Yo estoy hasta aquí arriba. —No me importa en absoluto hasta dónde estés. Tómate el puñetero día libre. Lárgate a casa. Líate a hostias con tu saco de boxeo o lo que sea. —Tú no me das órdenes. —Y tú no me das por saco. Si tienes problemas con el trabajo o has discutido con Esperanza, te jodes, Ry. Gritándome delante de los obreros no haces más que quedar como un capullo. —No tengo problemas. Ni he discutido con Esperanza, joder. Déjame en paz. Beckett se acercó a la nevera portátil y levantó la tapa. Sacó una botella de agua y se la tiró a su hermano.

www.libroonline.org —Tranquilízate —le sugirió cuando Ry der la cazó a centímetros de su cara. Ry der estuvo a punto de devolvérsela, pero se lo pensó mejor, desenroscó el tapón y bebió un trago. —La rubia esa viene aquí dándose aires para agredir a Esperanza. Le ha soltado un bofetón. —¿Cómo? ¿Quién? ¿Que Esperanza le ha dado un bofetón a una rubia? —Al revés. —Ry der se frotó la nuca con la botella fría. Le extrañó que su piel no desprendiera vapor. —¿Qué diablos pasa? —Entró Owen, con el cinturón de las herramientas puesto—. Dos de los obreros han venido a MacT a decirme que ha habido una pelea de gatas en el aparcamiento y que ahora vosotros os ibais a zurrar aquí. —¿A ti te parece que nos estamos zurrando? Owen escudriñó a sus hermanos. —Me parece que por falta de ganas no será. ¿Qué está pasando? —Ry me lo estaba contando. Una rubia le ha dado una bofetada a Esperanza. —Madre mía. ¿Le ha pegado una clienta? —No, una clienta, no. —Ry der se dio cuenta de que lo estaba liando todo—. La zorra de la mujer de Wickham. He salido a hablar con el representante del sistema de pintura exterior y he visto a Esperanza con esa rubia pija junto al coche de Carolee. Se palpaba la tensión, el drama. Y lo había, porque la rubia gritaba como una posesa y, cuando me he querido dar cuenta, se ha abalanzado sobre Esperanza y le ha soltado un bofetón. Se ha oído el puñetero tortazo por todo el aparcamiento. —Madre de Dios —murmuró Beckett. —Cuando he llegado, la rubia iba a darle más. Le estaba gritando un montón de gilipolleces de que Esperanza se estaba acostando con el capullo ese, que se lo había tirado para ser directora y un montón de chorradas más. —Parece que ese capullo y la rubia son tal para cual —opinó Owen. —Puede ser, pero ella no paraba de atacar a Esperanza, la amenazaba con irle con el cuento a su jefe de que se estaba tirando a Wickham para volver a Washington. Entonces ha intervenido mamá. —Mamá estaba allí. —Beckett sonrió por fin, de oreja a oreja—. No he oído ninguna ambulancia. —Ha debido de salir mientras tanto, no la he visto, pero le ha dicho a la rubia que se largara volando. Y más. También la ha amenazado con llamar a la policía. —¿Mamá ha dicho que iba a llamar a la policía? —preguntó Owen. —La rubia. Y y o le he dicho que eso era lo que íbamos a hacer nosotros. Bueno, el caso es que al final se ha ido. Ha montado una buena. —Volvió a beber —. Pero se ha ido. —Vale. —Beckett se quitó la gorra y se peinó con las manos—. No ha llegado la sangre al río.

www.libroonline.org —Ha hecho llorar a Esperanza. —Maldita sea. —Beckett descansó la espalda en la pared. Eso sí que no—. Me parece que vamos a tener que hacer un viajecito, tener una charla con Wickham. —Y cuando os saque de la cárcel, entonces ¿qué? —quiso saber Owen—. Darle una paliza a Wickham no va a ay udar a Esperanza. No la hará sentirse mejor. —A nosotros sí —dijo Beckett, y Owen tuvo que asentir. —Sí, la verdad es que sí. Va, y o conduzco. —Yo me encargo de todo —dijo Ry der. Pero el saber que contaba con sus hermanos aplacó un poco su ira. —Alguien tiene que pagarte la fianza —le recordó Owen. —No voy a zurrar a nadie. Lo más seguro. Se me ocurre una idea mejor. Tengo que irme. Vosotros sustituidme el resto del día. Y cuidad de mi perro. —¿Qué vas a hacer? —preguntó Beckett. —No le voy a dar en la cara. Le voy a dar en la cartera y en el orgullo. Supongo que eso sí lo entenderá. —Llama si necesitas refuerzos —le dijo Owen mientras se quitaba el cinturón de las herramientas. —No los voy a necesitar.

De camino a Washington le dio tiempo para pensar. Le venía fatal, pero no veía elección. En algún momento entre el calentón y la calma, había entendido cómo podría acabar (y seguramente acabaría) todo ese asunto. La rubia, enfadadísima y furibunda, le iría con el cuento de Esperanza a Wickham. Volvería a meterla en aquello. Se desahogaría también en la peluquería, en el centro de manicura, en el puñetero club de campo. Ensuciaría el nombre y la reputación de Esperanza. Y eso sí que no lo iba a consentir. Todas esas bobadas podían hacer que Wickham pensara que Esperanza estaba ahora más dispuesta a aceptar su oferta, dado que y a la acusaban de ello. Igual le daba por hacer otro viaje a Boonsboro, llamarla, mandarle correos y enredarla otra vez. Eso tampoco lo iba a consentir. Podía advertir a Wickham que no lo hiciera, pero el muy miserable se crecería. Él y la loca de su esposa habían humillado a Esperanza, y en su terreno. Les iba a dar de su propia medicina. Al entrar en Washington, siguió las instrucciones del GPS, maldijo el tráfico, las calles de un solo sentido, las rotondas, la incompetencia de otros conductores. Odiaba bajar a la ciudad, lo evitaba como a la peste. Solo había edificios, calles, gente, desvíos por obras, todo muy junto y organizado sin sentido para él.

www.libroonline.org Estaba deseando salir de allí. Pero el deber era el deber, se dijo cuando logró aparcar. El calor y la humedad lo golpearon nada más bajar de la camioneta, lo bañaron al dirigirse a la impoluta entrada del Wickham. Elegancia colonial y mares de flores estivales, amplios ventanales y un portero con librea de digno gris y ray a roja. Tan digno que no pestañeó al abrirle la puerta a un hombre vestido de obrero. Vestíbulo extenso, suelos de mármol blanco con veta negra, inmensos tiestos, bosques de flores. Paneles de roble oscuro, lámparas de cristal, sofás de terciopelo, todo ello diseñado para transmitir un mensaje: clase alta. Y un mostrador de recepción resplandeciente presidido por una mujer ataviada de negro que podría haberse ganado la vida en cualquier pasarela. —Bienvenido al Wickham. ¿En qué puedo ay udarle? —Necesito ver al dueño. A Wickham. Padre. —Lo siento, el señor Wickham no está disponible. Si lo desea, puede hablar con nuestra directora. —Con Wickham. Dígale que Ry der Montgomery quiere verlo. No se moleste en llamar a la directora —le dijo, adelantándose—. Ni a seguridad. Dígale a Wickham que he venido a hablarle de la denuncia por agresión presentada contra su nuera. —¿Cómo dice? —Ya me ha oído. Dígale que si le parece bien, me voy a casa y sigo adelante. De lo contrario, tendrá que hablar conmigo. —Ry der se encogió de hombros al verla perder la compostura lo bastante como para mirarlo atónita—. Lo espero. Se apartó del mostrador y miró alrededor. Le había parecido ver un bar precioso al fondo del vestíbulo. Habría querido entrar, no a beber (enseguida tendría que volver a coger la camioneta con aquel tráfico infernal), sino a ver cómo lo habían montado. Imaginaba a Esperanza allí. Con su traje estupendo y sus zapatos carísimos. Encajaba muy bien con el mármol y el cristal, con el brillo y la elegancia de las flores tan condenadamente grandes que parecían infladas de esteroides. —Señor Montgomery. Se volvió, estudió al hombre de traje oscuro. —¿Seguridad? No hace falta que me saque de aquí. Ya veré al señor Wickham en los tribunales. —Lo acompaño al despacho del señor Wickham. Y me quedo. —Por mí, bien. Subieron por una escalera de caracol, siguieron por un entresuelo, y pasaron una puerta doble de roble hasta un vestíbulo secundario. El tipo de seguridad llamó a otra puerta doble. —¡Adelante!

www.libroonline.org —El señor Montgomery, señor. —Retrocedió y adoptó la posición de descanso. Wickham permaneció sentado ante un escritorio de talla extraordinaria digno de un presidente o del rey de una nación pequeña. Tenía una buena mata de pelo cano, fríos ojos azules y un perfecto bronceado dorado. —No consiento que nadie amenace a mi familia. —¿Ah, no? —Ry der se metió los pulgares en los bolsillos—. Yo tampoco. Permítame que le deje clara una cosa y, cuando lo haga, diga lo que quiera y se acabó. Mi familia es propietaria del Hotel Boonsboro. Esperanza Beaumont es la gerente. —Estoy al corriente. —Bien, así nos ahorramos los preliminares. No voy a entrar en lo que hubo entre Esperanza y su hijo, su participación en ello o la de quien fuera. Yo no estaba y, de todas formas, eso y a es historia. Le hablo del presente. —Mi familia no tiene que ver con la suy a, señor Montgomery, y y o me tomo muy en serio las amenazas a la esposa de mi hijo. —Bien, hágalo, porque van muy en serio. En cuanto a que su familia no tiene nada que ver con la mía, cuando acabe de hablar con usted, tendrá que replanteárselo. Hace un par de meses, su hijo apareció en nuestro hotel. Le dijo a Esperanza que usted tenía una oferta para ella, una lo bastante sustanciosa como para que volviera. Eso es asunto suy o, y puedo entender que lo intente. Ella es buenísima en su trabajo. Luego le hizo otra oferta. Le dijo que, si volvía con él, la trataría como a una reina, que le pondría un piso y la colmaría de atenciones. Un intenso rubor, mezcla de ira y vergüenza, tiñó las mejillas de Wickham. —Si cree que puede venir aquí… —Déjeme acabar, señor. Ella lo rechazó. Si la conoce, no le sorprenderá. Esperanza se fue de aquí porque él le mintió, la engañó, la utilizó. Y cuando supo que iba a casarse con otra, se quitó de en medio. Pero a algunos no les basta con eso. —Lo que hubo, o hay, entre su empleada y mi hijo es asunto de ellos. —Ni hubo ni hay nada, y usted lo sabe bien. —Ry der se lo vio en los ojos—. Él y la loca de su mujer lo han convertido en asunto mío. Hoy, esta mañana, la esposa de su hijo ha venido a Boonsboro, a nuestro hotel. Conduce un BMW Roadster rojo, un modelo de este año. Llevaba unos zapatos de tacón altísimo, con suelas rojas, y uno de esos vestidos sin mangas en los que parece que hubieran pintado un jardín. Probablemente pueda averiguar qué modelito se ha puesto hoy, si quiere verificarlo. Ha montado un numerito en nuestra propiedad. Yo lo he presenciado, igual que muchas otras personas. Ha acusado y amenazado a gritos a Esperanza. Cree que ella se está acostando con su hijo otra vez, y le garantizo que no es así, aunque es obvio que se acuesta con alguien que no es su esposa. Las mujeres saben esas cosas. Después ha rematado la escena

www.libroonline.org agrediendo físicamente a Esperanza y no ha querido parar hasta que la hemos amenazado con llamar a la policía. Una visible pesadumbre se apoderó de Wickham, y de su voz al hablar. —Siéntese, señor Montgomery. —No, gracias. —Jerald. —Wickham le hizo una seña al de seguridad, que salió con sigilo. Wickham se puso en pie y se volvió hacia la ventana, que daba al jardín trasero y al patio de su hotel. —Me incomoda hablar de mi familia con usted. Solo diré que no tengo motivo para no creer lo que me dice. —Así ahorramos tiempo. —¿Han llamado a la policía? ¿Han presentado cargos? —Todavía no. —¿Qué quiere? —Quiero cinco minutos a solas con su hijo y a su nuera treinta días en prisión, pero me conformo con que ninguno de los dos vuelva a acercarse a Esperanza ni venir a Boonsboro, y que no vuelvan a contactar nunca con ella por ninguna vía o motivo. Ah, y si me entero de que divulgan alguna mentira sobre ella que dañe su reputación, me encargaré de destrozar y o la suy a y, por extensión, la de usted y la de este hotel. Ocúpese de eso y estaremos en paz. —Tiene mi palabra. —Wickham se volvió hacia él, con el rostro sombrío, y Ry der vio en sus ojos un atisbo de repugnancia—. Ni mi hijo ni su esposa volverán a molestar a Esperanza de ningún modo. Lamento profundamente que lo hay an hecho. —Muy bien. Me fío de su palabra; fíese usted de la mía. Pero se lo advierto, señor Wickham, si ellos no respetan su promesa, les voy a complicar mucho la vida. —Entendido. —Cogió una tarjeta del escritorio y escribió algo en el dorso—. Llámeme, este es mi número particular, si cualquiera de los dos falta a mi palabra. Créame, señor Montgomery, y o puedo complicarles la vida más que usted. Y lo haré. —Perfecto. —Ry der se guardó la tarjeta en el bolsillo. —Jerald lo acompañará a la salida. —Conozco el camino. Confío en que no tengamos que volver a hablar.

Ry der tuvo que lidiar con un tráfico horrible de vuelta a casa y empezó a notarse menos tenso en cuanto divisó a lo lejos las montañas, rumbo norte. Había hecho lo que creía correcto; no lo satisfacía tanto como darle una patada en la entrepierna a Jonathan Wickham, pero no era su satisfacción lo que buscaba.

www.libroonline.org Esperaba que Wickham cumpliera su palabra. A saber qué clase de ira y presión sería capaz de desatar y ejercer, pero imaginaba que mucha y potente. No era solo irritación y vergüenza lo que había visto en su rostro al final. También había arrepentimiento. Salió de la autopista y tomó la carretera sinuosa y gozosamente familiar que recorría aquellas montañas, entraba y salía de Middletown y lo conducía a Boonsboro. Giró en la Plaza, vio la camioneta de Beckett pero, cuando aparcó a su lado, no encontró a su perro dentro. Sí vio un instante a Esperanza, con uno de sus vestidos vaporosos, sirviendo bebidas a unos huéspedes en el Patio. Tenía que ver qué se había hecho en el gimnasio en su ausencia, y en MacT; tenía que encontrar a su perro y tomarse una cerveza bien fría. Pero, mientras salía de la camioneta, Esperanza rodeó el muro del Patio. No encontró restos de lágrimas en sus ojos, gracias a Dios, aunque tampoco pensaba que fuera a dejar que los clientes lo notaran. —¿Cómo estás? —le preguntó. —Muy bien. Me gustaría hablar contigo. En privado. —Vale —dijo él. —Ahí dentro. —Señaló el centro de fitness—. Carolee está en el hotel. Sin esperar una respuesta, se dispuso a cruzar el aparcamiento. De acuerdo, se dijo, estaba enfadada porque no la había consolado cuando lloraba. Igual no le habían llegado las flores todavía. Sacó la llave y abrió. Echó un vistazo rápido. Progresos en la instalación eléctrica y en la fontanería de esa planta, e indicios de avances en el sistema de calefacción, ventilación y aire acondicionado. Debía subir y echar un vistazo arriba. Quizá hubieran… —Ry der, te agradecería que me prestaras atención. —Vale. ¿Qué? —No sé por qué te enfrentas a Jonathan a mis espaldas. No tenías derecho a ocuparte del asunto por mí, ni a hacer nada en absoluto sin hablarlo conmigo primero. Es cosa mía. ¿Creías que no me iba a enterar de lo que hacías, de a dónde habías ido? —No lo he pensado. Y no me he molestado en dirigirme al capullo de tu ex. He recurrido a instancias superiores, suele ser lo preferible. He hablado con su padre. —¿Has…? —Primero se puso pálida, luego la furia le encendió las mejillas —. ¿Cómo has podido hacer eso? ¿Por qué lo has hecho? Eso es cosa mía, mi problema. Acababa de pasar tres horas conduciendo para ir y venir de lo que consideraba un infierno creado por el hombre, ¿y encima ella le echaba la

www.libroonline.org bronca? —Tú eres cosa mía. ¿En serio crees que, después de que esa zorra rubia viniera aquí a abofetearte, iba a quedarme como si nada hubiera pasado? —A mí me ha dado una buena bofetada, pero ella está casada con Jonathan. Diría que se lleva la peor parte. —Exacto. No se va de rositas. No se va tan fresca después de haberte pegado, de haberte hecho llorar. Ya está. —No lloraba porque me hubiera hecho daño. Para mí ha sido una humillación. Peor aún. Ni siquiera se me ocurre una palabra. Que tu madre hay a tenido que ver eso, oír todo eso. —Para ella no es un problema. —Y los obreros, todos ellos lo han visto. A estas alturas, el pueblo entero sabe y a lo que ha pasado, o alguna versión de lo ocurrido. —¿Y qué más da? —Dios, estaba agotado y empezaba a dolerle la cabeza, y ella seguía allí echándole la bronca por hacer lo que había que hacer—. Es lo que hay, y la que queda como una imbécil es ella, no tú. Y no, no, por Dios, no llores otra vez. —¡No lloro! —Se le escapó una lágrima—. Además, tengo derecho a llorar. ¡La gente llora! Asúmelo. —Toma. —Ry der cogió un martillo del cinturón que se había quitado antes—. Atízame en la cabeza. Eso lo puedo soportar. —Para. Basta y a —rogó, para sí tanto como para él, enterrándose las manos en el pelo mientras se volvía de espaldas—. Eso me da igual. ¡No es ese el problema! Lo has hecho tú solo, sin consultarme; te has ido al Wickham a contarle al padre de Jonathan todo este sórdido asunto. —Eso es. He hablado con él, y y a está arreglado. —Hablas con él, pero no conmigo. No me has concedido ni cinco minutos, pero sí que has invertido casi cuatro horas en un viaje de ida y vuelta a Georgetown para hablar con Baxter Wickham. Yo no espero que me seques las lágrimas, Ry der, tampoco que me beses para consolarme, pero desde luego espero que hables conmigo, que tengas en cuenta mi opinión, mis sentimientos, mis necesidades. Hasta entonces, no pienso volver a hablar contigo. —Espera un momento —dijo al verla irse a grandes zancadas hacia la puerta. Ella se volvió. —He esperado cuatro horas. Te toca a ti. Y gracias por las puñeteras flores. Se fue, y lo dejó perplejo y disgustado una vez más.

www.libroonline.org 17 Mientras subía y bajaba por la escalera de mano para quitar, lavar y volver a colocar todos los filtros de ventilación del hotel, Esperanza no dejaba de pensar en Ry der. Concluida aquella tarea aparentemente interminable, buceó en el papeleo. Habían cometido un error, evidentemente, al creer que podían mantener alguna relación con tanta pasión y tan poco en común. No pensaban igual; sus caracteres eran muy distintos. No podía estar con alguien que no respetara sus sentimientos, sus necesidades, sus capacidades. Prefería que hubieran dado un gran paso atrás antes de que la cosa se complicara. Su trabajo la tenía ocupada y suficientemente satisfecha. Además, esa noche, si había acabado todo lo de la lista, podía dedicar un poco de tiempo a investigar lo de Lizzy y Billy. Como había hecho la noche anterior, y la anterior, y la anterior a esa, dado que Ry der seguía manteniendo las distancias. Curioso, se dijo, teniendo en cuenta que él trabajaba todos los días a un paso. Salió del despacho para recibir el pedido de flores para las habitaciones que había hecho ese día, y subió contenta los arreglos florales. Bajó justo cuando Avery entraba por la puerta del Vestíbulo. —He llamado primero. —Avery se guardó la llave. —Estaba arriba, en el Ático. Está reservado para esta noche. —Genial. ¿Ahora no hay nadie? ¿Tienes un minuto? —Tengo varios si los quieres. ¿Pasa algo con MacT? —No es eso. Sigue previsto que abramos en dos semanas a partir del jueves, o al menos será esa noche la fiesta para la familia y los amigos. La apertura oficial, el viernes. —Se llevó una mano al vientre—. Se me revuelve un poco la tripa cuando lo digo, pero no en el mal sentido. ¿El notición? Creo que he encontrado mi vestido de novia. —¿Dónde? ¿Cuándo? —En internet. Esta mañana, cuando andaba curioseando, antes de venir. —¿En internet? Pero… —Lo sé, lo sé, pero con lo rápido que va mi nuevo local y el jaleo de Vesta, Clare que está empezando a caminar como un pato… no le digas que he dicho eso, y tú siempre liada aquí, no tengo muchas oportunidades de ir a las tiendas. Además, solo estaba curioseando, intentando hacerme una idea del estilo que y o podría querer, de lo que me parecía que podía quedarme bien, y allí estaba. Esperanza levantó una mano. Ella compraba mucho en internet, sobre todo para el hotel, y entendía que era muy cómodo, pero todo tenía un límite. —¿Te has comprado el vestido de novia por internet?

www.libroonline.org —¡Todavía no! ¿Por quién me has tomado? No pediría ni un petardo de boda, si quisiera uno, sin que lo vierais Clare y tú primero. Acabo de ir a PLP a enseñárselo a Clare. —Sacó el iPad que llevaba encima—. Ahora quiero que lo veas tú. No os he enviado el enlace porque quería ver vuestra reacción, sincera, de primera mano. —Vale. Enséñamelo. —Lo tengo en los favoritos del iPad. —Vamos a sentarnos. —Si no te gusta, me lo puedes decir —le comentó mientras iban a la cocina. —¿Qué le ha parecido a Clare? —No, no. Quiero que lo veas sin prejuicios. —Avery se sentó, respiró hondo y le enseñó la imagen en la tableta. En silencio, Esperanza la estudió con detenimiento. —Bueno, es bonito. —Bonito no dice mucho de un vestido de novia. Te sangrarían los ojos de ver vestidos bonitos en internet. Son el corte y los detalles lo que me ha llamado de este. Yo soy de constitución menuda y no puedo ponerme un vestido aparatoso de princesa, a mi pesar. Pero tengo buenos brazos y hombros, y puedo llevar un palabra de honor. El fruncido del corpiño disimula mi poco pecho. —Tú tienes un pecho precioso. —Huy, gracias. Pero no tengo mucho. Además, mira, es más estilo imperio, que me hace más alta, y los detalles, los adornos de cuentas… —Agrandó en la pantalla el detalle de la pedrería de la falda—. Todo a pequeña escala. —Como tú. —Sí. La falda tiene un poco de vuelo, pero no inflada. —Suspiró un poco—. Me habría encantado inflada. Si no puedes llevar una falda inflada el día de tu boda, ¿cuándo, entonces? Me he hecho esa pregunta y he llegado a la conclusión de que, en mi caso, nunca. Soy demasiado blanca para ir de blanco, y creo que el marfil me sentará mejor. Voy a pasar del velo; prefiero algo tipo diadema. Ese será mi detalle de princesa. Quiero algo de princesita. —Con uno de estos, parecerás una —decidió Esperanza, cogiendo la tableta para desplazar la imagen, moverla, agrandarla, encogerla y poder juzgarla mejor—. Una princesa de cuento. Tienes razón: mejor un poco de vuelo que una falda inflada, la cintura alta, los detalles más pequeños y más delicados. Vas a estar preciosa. —Intuy o que hay un « pero» por ahí escondido. —Es que, si lo pides por internet, no puedes probártelo, compararlo con otros, tocar el tejido. —Me lo puedo probar cuando llegue, tocar el tejido. Y, si no me convence, puedo devolverlo. Esperanza pensó en la emoción, única en la vida, de verse rodeada de

www.libroonline.org vestidos de novia, de seda, de tul, de distintos tonos de blanco. Y cay ó en la cuenta de que esa emoción era suy a, más que de Avery. —Eso es cierto. —Posaré para Clare y para ti. Y para Justine. Si no me convence, aún tengo mucho tiempo para elegir otro. Después de examinar por última vez el vestido y a su amiga, Esperanza le devolvió la tableta. —Te encanta. —Me encanta la foto. Quiero saber si me encanta vérmelo puesto. —Entonces, pídelo. —Estupendo, porque lo tengo en el carrito de la compra, y mis datos introducidos. Lo único que tengo que hacer es… —Avery tocó la pantalla, deslizó el dedo por ella, tragó saliva y pulsó « Pedir» —. Ay, Dios. Acabo de comprarme un vestido de novia. Riendo y con los ojos empañados, Esperanza se acercó dando saltitos a abrazarla. —¿Cómo te sientes? —Asustada, pero bien. Y entusiasmada de comprar en internet algo que no sea para cocinar, congelar o desatascar, que es en lo que me he estado gastando el dinero. —Quiero que me avises en cuanto te llegue. —Prometido. Supongo que aún es pronto para hacer el seguimiento del envío. —Sonrió, volvió a abrir la imagen para mirarla—. Algo que estaré haciendo cada hora hasta que llegue. —Zapatos. Necesitas unos absolutamente fabulosos. —Quiero unos con taconazo —anunció Avery —. Sexis, preciosos, altísimos. Ya me los cambiaré por unos más bajos cuando bailemos, pero quiero sentirme alta. Con algo brillante, como la diadema, así resplandeceré de los pies a la cabeza. —Excelente idea. —Frunció los ojos—. También los tienes en favoritos. —En realidad, tengo tres pares en favoritos. Esperanza abrió las páginas en la tableta. —Vamos a verlos. Pasaron los siguientes diez minutos debatiéndose entre zapatos de salón, sandalias de tiras y zapatos de salón con los dedos al descubierto. Esperanza descartó los de salón, bonitos pero demasiado refinados, y, siguiendo su consejo, Avery pidió un par de los otros dos, para poder compararlos cuando se probara el vestido. —Sabía que podía contar con tu sabio consejo para elegir los zapatos ideales. —Avery dio un último vistazo al vestido, y dejó la tableta—. Bueno, ¿qué tal con Ry ? ¿Cómo va lo vuestro?

www.libroonline.org —No hay nada entre Ry der y y o, por lo visto. No he vuelto a hablar con él desde anteay er. —Uf, si tuviera que decidir cuál de los dos es más cabezota, lo tendría crudo. —Yo no soy cabezota. Si quiere hablar conmigo, aquí me tiene. —Y si tú quieres hablar con él, lo tienes ahí mismo. —Avery señaló la puerta con los ojos en blanco—. ¿Ni siquiera quieres saber qué le dijo al padre de Jonathan y qué le contestó él? —Eso es irrelevante. —Aunque la trajera de cabeza—. Además, tú lo sabes. Seguro que y a se lo habrá contado a Owen. Avery resopló. —¿Así que en vez de hablar directamente con Ry der, prefieres que te cuente lo que Owen me ha dicho que él le dijo? —Sí. —Pero no eres cabezota —añadió Avery. —¿A ti te parece normal que fuera hasta allí para enfrentarse a Baxter Wickham sin hablar conmigo primero? Resoplando de nuevo, Avery se levantó y cogió un refresco de la nevera. Aquello se iba a alargar más de lo previsto, y le iba a dar sed. —Tú creciste con una hermana y una madre, amén de un hermano y un padre. En mi caso, solo éramos mi padre y y o, y la familia adoptiva de los Montgomery, que eran tres tíos. Por eso, en algunas cosas, tengo una perspectiva más de tío. —¿Y qué me quieres decir con eso? —Creo que Ry hizo exactamente lo que su instinto le dijo que hiciera, o quizá su segundo instinto, porque el primero sería ir a por Jonathan y darle una buena tunda. A mí me gusta más el primero, pero a ti no. El segundo es más civilizado. —¿Civilizado? Esperanza se quedó tan parada, que Avery levantó los hombros y extendió las manos. —Perdona, pero así lo veo y o. Se fue hasta Washington, y deberías saber que odia ir allí. Para Ry der, la interestatal 270 es como el séptimo infierno. Además, debió de cabrearlo perder medio día de trabajo. Pero lo hizo porque nadie te iba a fastidiar de ese modo e irse de rositas. —Pero… —Una relación no tiene por qué ser siempre racional y equilibrada, Esperanza. Somos humanos. Y tú mantienes una relación con un hombre que es más de obras que de palabras, de hablarlo, discutirlo, sopesar alternativas. Complicado para ti, que eres de las que todo lo hablan, lo discuten y lo sopesan. No es que estés equivocada; ninguno de los dos lo está. Solo que abordáis las cosas de forma distinta. Ver que su mejor amiga no la apoy aba incondicionalmente en aquel asunto, e

www.libroonline.org incluso la reconvenía, resultó un trago difícil de dirigir. Pero prefería la sinceridad a que le dieran la razón como a los tontos. Por lo general. —Ese es el problema, ¿no? Que somos demasiado distintos. —También lo somos Owen y y o. De hecho, él es más como tú; y o, como Ry. Pero y o no estoy enamorada de Ry der. No me voy a casar con Ry der vestida con lo que acabo de comprar por internet. Soy desordenada e impulsiva, y salto enseguida. Pero Owen no intenta cambiarme. —Yo no pretendo cambiar a Ry der. No es eso lo que quiero —rectificó cuando Avery arqueó las cejas—. Era un problema mío, Avery. —Chorradas. Yo me planteé lo de mi madre con las mismas miras estrechas. Estaba equivocada. —Ahora crees que me equivoco. —Creo que Ry der y tú tendríais que hablar en lugar de estar de morros. Y, sí, te equivocas, también. Muy a su pesar, Esperanza rio. —Yo prefiero pensar que estoy meditabunda. Bueno, va, cuéntame qué le dijo Ry der a Baxter Wickham y qué le contestó Baxter a Ry der. —No. —Avery se levantó, negando rotundamente con la cabeza—. Pregúntaselo a Ry der. Puede que costara digerir los desacuerdos, pero las disensiones se atascaban directamente en la garganta. —¡Avery ! —No. Y me largo antes de que me convenzas. Te quiero, y no voy a ay udarte a evitar algo que las dos sabemos que debes afrontar sola. A lo mejor lo tuy o con Ry no sale bien, pero deberíais al menos concederos el puñetero privilegio de hablarlo. Se quedó pasmada mirando cómo Avery cogía el iPad, se dirigía a la puerta, la abría y salía. —¡Maldita sea! —repitió. Ahora tenía que saber lo que se habían dicho o se volvería loca. Quizá Avery tuviera razón, a medias por lo menos. Aun así, no podía ir a preguntarle a Ry der. Además, tampoco podía, ni lo haría, disculparse por tener sentimientos y opinión. Quizá valorara la situación tal cual estaba, considerara una posible solución. Pero no iba a ceder sin más. Y eso no era ser cabezota ni ofuscarse. —Y si es así, ¿qué? —masculló. Intranquila y disgustada, sacó la bolsa de basura de la cocina al cobertizo. Aprovechando que y a estaba fuera, arrancó unos hierbajos, cortó unas rosas mustias. Y, sí, miró hacia el centro de fitness para ver cómo iba. No vio a Ry der, y se dijo que era preferible así. Buscaría la mejor salida al

www.libroonline.org punto muerto en el que se hallaban. De regreso al hotel, iba a entrar por el Vestíbulo, pero encontró la puerta cerrada con llave, cuando sabía bien que la había dejado entornada para poder entrar de nuevo fácilmente. Se encogió de hombros y sacó la llave del bolsillo. La introdujo, pero la llave no giraba. —Para y a —musitó—. Déjame entrar. El pomo no cedía. Tampoco el de la otra puerta, ni el del acceso de la segunda planta. —¡Por el amor de Dios! ¡Esto es una chiquillada! Volvió a bajar las escaleras a toda velocidad. Muy bien, iría a por la de Avery. Y si eso fallaba, llamaría a Carolee y le pediría que viniera pronto. Furibunda, enfiló la calle del hotel y se detuvo a un paso de Ry der, que venía en su dirección. Él la miró fijamente un momento. —¿Algún problema? —No. Sí, maldita sea. Me ha dejado encerrada fuera. —¿Carolee? —No, Carolee no. Mi llave no abre ninguna de las cerraduras de fuera. Ry der se limitó a tenderle la mano para que le diera la llave, la cogió y se fue hacia la primera puerta. La llave entró y giró. —Ahora sí funciona. —Ya lo veo. —¿Qué has hecho para cabrearla? —Yo no he hecho nada. —Le arrebató la llave y se dispuso a entrar. Una gran llamarada salió de la chimenea, de pronto encendida. Todas las luces empezaron a lanzar destellos. Desde donde estaba, oy ó cerrarse de golpe la puerta de la nevera, una y otra vez. —Pues a mí sí me parece cabreada. —Ry der la apartó de un empujón. En cuanto entró él, cesó toda la actividad. —¿Acaba de empezar? —Sí, hace un minuto. No sé por qué se ha enfadado. Las últimas dos noches he dedicado un total de cinco horas a investigar lo suy o. —Ya se ha tranquilizado. —Se volvió hacia la puerta, y entonces empezó otra vez. Ry der cogió el mando a distancia y apagó la chimenea. —¡Basta y a! La respuesta fue un clic audible de la cerradura de la puerta. —Puede que se hay a enfadado porque no has venido por aquí estos dos días —sugirió Esperanza. Ry der dejó el mando a distancia.

www.libroonline.org —Tenía la impresión de que la gerente no quería que viniera. —Pues tenías la impresión equivocada. No me gustó nada que hicieras algo que me afectaba directamente sin consultarme primero. —A mí no me gustó que te dieran una bofetada. —Se encogió de hombros—. No tiene por qué gustarnos todo. —No hago mal queriendo que hables conmigo. —Ni y o queriendo defenderte. Iba a discutírselo, pero se dio cuenta de que no podía. Ni quería. —Dime que no hago mal por querer que lo hablaras conmigo y y o te diré que tú no haces mal por querer defenderme. —Vale. Tú primero. Ella soltó una carcajada casi a la vez que él esbozaba su sonrisa pícara. —Vale. No haces mal. —Tú tampoco. ¿Ya está? —No, no está. Necesito saber que tendrás en cuenta mis sentimientos. El rostro de Ry der volvió a teñirse de frustración. —No tengo en cuenta otra cosa. Tuve muy en cuenta tu dolor y tu vergüenza. No iba a pasarlos por alto. —Si hubieras hablado conmigo primero… —No me habrías convencido de que no lo hiciera. Habríamos discutido antes, pero y o habría ido de todas formas a decir lo que tenía que decir. —No te habría convencido de que no lo hicieras —coincidió ella—. Lo habría intentado al principio. Luego te habría acompañado. Él se quedó parado un momento, ceñudo. —¿Habrías ido allí? —Sí. De hecho, antes de enterarme de que habías ido tú, y a me había calmado lo suficiente para pensármelo. Iba a arreglarlo por carta, una carta a Baxter Wickham con todos los detalles. Porque me di cuenta de que no podía, ni debía, dejarlo correr. —Cara a cara es mejor. Pero no se me ocurrió eso… que tú quisieras ir. Estabas llorando. —Dejé de llorar. Necesitaba llorar, pero después paré, y empecé a pensar. Había cosas que tenía que decir y quería escribirlas. Reconozco que habría hecho varios borradores, que me habría llevado unos días conseguir el tono adecuado y las palabras. —Seguro. —Pero si me lo hubieras dicho y hubiera visto que no iba a poder impedírtelo, habría ido contigo, Ry der. Me habría enfrentado a él cara a cara. —Vale. —Relajó los hombros y asintió con la cabeza—. Vale. Siento haberlo hecho sin ti. —Yo siento no haberte agradecido como es debido que dieras la cara por mí.

www.libroonline.org —Muy bien. ¿Ahora y a está? —No. —Ay, Dios. —Voy a traerte una bebida fría y me cuentas lo que le dijiste a Baxter, y lo que te dijo él. Ponte en mi lugar. Sabes bien que tú querrías que te lo contara. —¿Quieres que te cuente toda la excursión? —Por supuesto. —Mierda. —Detalles, se dijo él. Las mujeres siempre querían detalles—. Vale, pero entonces y o quiero sexo de reconciliación. Ella cogió una Coca-Cola fría de la nevera y sonrió. —Trato hecho. Tenía tiempo, calculó él, dejándose caer en un taburete. Le apetecía descansar los pies cinco minutos. Le apetecía mirarla, de cerca, percibir su aroma, oír su voz. Podía contarle el trato que había hecho con Wickham. Pero no veía la necesidad de contarle que si se habían topado el uno con el otro a la puerta del edificio era porque él había decidido dejar lo que estaba haciendo en esos momentos con la intención de encontrarse con ella y tener una bronca de las gordas. Ya estaba más que harto, harto de darle tiempo y espacio para que se serenara. Harto de pensar en ella todo el puñetero día y ni siquiera poder dormir. Ninguna mujer le había quitado nunca el sueño. Y también estaba harto de intentar averiguar qué demonios quería que hiciera cuando su infalible ramo de flores no había servido de nada. Así que le debía un favor a Lizzy por arreglarlo todo para que él pudiera estar donde quería estar. Mejor aún, reconoció, porque se estaba tomando una CocaCola fría y Esperanza estaba sentada a su lado, aguardando. Observándolo. Y encima lo esperaba una sesión de sexo de reconciliación. —¿Y bien? —dijo ella al fin. —Estoy pensando. ¿Cuánto calculas que tardará la rubia en dejar al capullo con el que se ha casado, poniéndote como excusa? —No la conozco tan bien. Probablemente no tarde mucho —reconoció. —Y siendo un capullo rastrero, ¿cuánto crees que tardará él en hacerle creer que ha sido cosa tuy a, que tú has ido a por él y demás? —Nada. Será inmediato. —Sí, lo suponía. Aún tienes contactos por allí, gente del mundillo, o personas a las que les gusta viajar, alojarse en sitios bonitos, en lugares exclusivos. —Sí, sí. En tu escenario, para protegerse de alguien a quien le da todo igual y proteger su orgullo, podrían intentar destruir mi reputación. Podrían difundir mentiras y chismes sobre la pobre y maquinadora Esperanza que se acostó con el hijo del jefe para conseguir el trabajo, y ahora volvía a hacer lo mismo. —No es bueno para el negocio.

www.libroonline.org —Entonces lo has hecho por el negocio. —También cuenta. —Poquísimo, quizá, en el conjunto, pero cuenta, claro—. Cuenta más aún que ninguno de los dos merece librarse de todo esto fácilmente. ¿Darle una paliza a él? Owen se pone muy pesado con las detenciones y los juicios por agresión. —Eso también cuenta —dijo ella con sequedad. —En mi opinión, merece la pena, hasta que empiezas a pensar en moratones y huesos rotos y en lo que tardan en curar. Después hay quien termina sintiéndose mal por el capullo al que ha acabado zurrando, por merecido que fuera. Así que prefería algo con ventajas a largo plazo. Ese capullo no tiene lo que hay que tener. Y si te fijas bien en la tía con la que se ha casado, se ve claramente que lo que los mueve es el dinero, la apariencia, el estatus. Para presumir hacen falta dinero y oportunidades. El viejo Wickham sigue dirigiendo todo aquello, así que él es la madre del cordero. Podía cortarles el grifo, o las fuentes del grifo, y cerrarles puertas. Ella había llegado a las mismas conclusiones, pero reconocía, avergonzada, que no había creído a Ry der capaz de hacerlo él. —¿Todo esto se te ocurrió a ti? —El camino hasta allí es largo de narices y con un tráfico de mil demonios. Tuve tiempo de sobra para pensarlo. Por cierto, el hotel es precioso. —Sí, lo es. —No resultaba difícil imaginarte allí. —¿Sí? —Te pega, todo ese lujo. —Me pegaba. En su día. La estudió en silencio un instante. —Supongo que se podría decir que y o estaba un poco fuera de lugar, porque fui directamente desde el trabajo. Fueron muy atentos, tengo que reconocerlo, y seguro que también me habrían echado atentamente a patadas de no ser porque insinué que, si Wickham no me recibía, pondría en marcha una demanda por agresión. —¿Agresión? —Te dio una bofetada. —Sí, pero… —Eso es una agresión. Si y o le hubiera partido la cara a ese capullo, ten por seguro que habría habido policía y abogados. Puede ser que aquí no acudamos a la policía y a los abogados por un bofetón o un puñetazo, pero supuse que ellos sí. En eso tiene razón Owen. —Te dio tiempo a pensar mucho en un atasco. —O eso o compraba un arma y le pegaba un tiro a alguien. Le pidió a su guardia de seguridad que me acompañara arriba, a su despacho.

www.libroonline.org —¿A Jerald? —Sí, así lo llamó Wickham. En cuanto le planteé la situación, le hizo una seña para que se retirara. Pensé que nos llevaría un rato, que habría mucha acción, ataques y contraataques, ofensiva y defensiva. Pero no, la verdad es que no. —¿Qué le dijiste, Ry der? —Que Jonathan había venido aquí voluntaria, inesperada e inoportunamente, que te había dicho que su padre te haría una oferta si volvías. Y que él te hizo la suy a a cambio de que te liaras con él otra vez. Que no estabas interesada. No le hizo gracia, al padre. Me pareció que se sentía culpable por lo tuy o. Que tenía remordimientos. Cuando le conté la segunda parte, cuando le dije que además había venido la rubia, fue entonces cuando mandó salir al tío de seguridad — recordó Ry der. —Supongo —convino ella. —Entendió lo que pasaba y llegamos a un acuerdo. —¿A qué acuerdo? —Él se asegura de que te dejan en paz de una vez, y eso incluy e el no divulgar mentiras sobre ti, y estamos en paz. Como alguno de ellos venga aquí a molestarte, lo pagarán. Y y a está. —¿Y y a está? —Sí. Me dio una tarjeta con su número particular, y me pidió que lo avisara en caso de que alguno de los dos no respetara el trato. —Un momento —alzó la mano, estupefacta—. ¿Baxter Wickham te ha dado su número particular? —Sí, ¿y qué? No es Dios. No es más que un hombre, avergonzado y cabreado, que tiene un hijo gilipollas. Ahora y a está, como te he dicho. —Bebió un buen trago, porque tenía la sensación de haber estado hablando una hora sin parar—. La experta en comunicación, en expresión eres tú. Hablar, hablar, hablar. Igual deberías haberte comunicado con ese imbécil, haberle expresado algo, haberle hablado, cuando vino. El viejo me parece un tipo muy razonable. « Razonable» no era el término más usado para describir a Baxter Wickham, pensó Esperanza. Poderoso, reservado, en ocasiones agresivo. —Fue mi jefe muchísimos años. Y creía que sería mi suegro. Pero tienes razón. Debí haber acudido a él. Supongo que aún estaba dolida y rabiosa con él, aparte de que la sangre tira. —Puede, y que no hubiera dado ninguna importancia a la oferta de su hijo. Eras libre de aceptar o no. Pero lo de la nuera… No. Ese capullo igual no tiene pelotas para mantenerla a ray a, pero su padre sí lo hará. —La cosa no debería haberse complicado tanto. Lo lamento. —Con el sexo de reconciliación lo compensamos. Al verla reír, él alargó la mano sin pensar y le acarició la mejilla de un modo que la hizo enmudecer.

www.libroonline.org —Echaba de menos tu cara —le dijo. Conmovida, ella le agarró la mano por la muñeca. —Yo la tuy a. Se puso en pie, sereno y ágil, la levantó del taburete y la estrechó entre sus brazos. Esperaba apremio e impaciencia, preludio del sexo de reconciliación. Sin embargo, aquel beso sobrevoló sus sentidos, tierno y etéreo. Le iluminó por fuera el corazón, luego por dentro, antes de que tuviera tiempo de entenderlo, de prepararse. Aun cuando él se apartó, siguió allí, latiendo en su interior. Él le acarició la mejilla con el pulgar. De piel callosa, de caricia suave. —Voy a por algo de comer y vengo luego. —Muy bien. Tengo… —… huéspedes. Lo sé. Estoy al tanto. Te espero. —Sus ojos, verdes y penetrantes, se clavaron en los de ella un instante más—. Te esperamos — rectificó—. Bobo también te ha echado de menos. Salió, y la dejó frágil y confundida. ¿Era aquello lo que había creído que sentía por Jonathan? Qué boba, qué boba. ¿Cómo había podido confundir la satisfacción, la costumbre, lo que había resultado ser afecto y lealtad inmerecidos con esa emoción abrumadora, penetrante, cegadora? Tuvo que sentarse, para recobrar el aliento, esperar a que dejaran de temblarle las piernas. No lo sabía, no sabía que el amor causara una reacción física semejante. Se sentía febril, convulsa y, tuvo que reconocer al cerrar los ojos, aterrada. Ella tenía un plan. Enamorarse no formaba parte de ese plan. —Adáptate —se ordenó, y apoy ó la mejilla en el frío granito—. Adáptate. Algunas personas nunca sentían lo que ella sentía ahora. En aquel momento no sabía si envidiarlas o compadecerlas. Pero había que hacer frente a la realidad. Estaba enamorada de Ry der Montgomery. Solo tenía que decidir qué demonios hacía al respecto. —¿Era eso lo que sentías tú? —Esperanza se quedó donde estaba, inspirando la madreselva, procurando mantener el equilibrio—. No me extraña que esperaras. ¿Qué otra cosa podías hacer? Él también te amaba. Tú lo sabías. No albergabas dudas, inquietudes, preocupaciones. Si tú esperaste, si pudiste, él también. Lo encontraré. « Billy » . Esperanza detectó el gozo en aquel nombre, la vida que había en él. « Ry der» . —Sí. —Suspirando hondo, volvió a sentarse en el taburete—. Eso parece. Parece que me trasladé aquí, a esto, desde aquel primer minuto. Mareada, acalorada, abrumada, deslumbrada, asustada. Igual que ahora. No debería haber

www.libroonline.org sido así, pero es. Tampoco debería haber sido así en tu caso, pensándolo bien. Será cosa de familia. « Billy. Ry der» . —Apuesto a que también Billy era arrogante. No sé por qué nos atrae tanto. Te conquistó por completo. Lo entiendo. Ahora lo entiendo. Te dio igual quién fuera tu padre, cuál fuera su posición social. Él te amaba. Te vio y el resto dejó de importar. Me pregunto cómo será eso. Tener a alguien tan fuerte y tan seguro de sí mismo que, en cuanto te ve, en cuanto te mira, y a solo le importas tú. Suspiró y se puso en pie. —No puedo pensar en eso ahora. No puedo esperar eso. Tengo que terminar mi lista y debería hacer unas magdalenas antes de que lleguen los huéspedes. La puerta del armario en el que guardaba los ingredientes de las magdalenas se abrió de pronto, y se cerró de golpe. —No hay motivo para que te enfades conmigo. Billy te amaba. Lo entiendo. Quería casarse contigo. Ry der no… Retrocedió instintivamente al tiempo que la puerta volvía a cerrarse de golpe. Oy ó los nombres claramente. « Billy. Ry der» . —Muy bien, Eliza. Ya basta. Si digo que ojalá Ry der sintiera por mí lo que Billy sentía por ti, ¿te darás por satisfecha? Pero Billy y Ry der no son… Hizo una pausa y se agarró con una mano a la encimera, cay endo en la cuenta. —Ay, Dios, ¿es eso? ¿Era así de fácil? ¿Billy Ry der? Joseph William Ry der. ¿Es eso? ¿Así se llama? Las luces brillaron intensas, latiendo como un corazón. —Billy Ry der. Tuy o y, por lo visto, mío. ¿Su antepasado? ¿Podría ser? Antepasado suy o, igual que tú eres antepasada mía. Espera. Cogió el teléfono de la cocina y llamó a Ry der al móvil. —¿Qué? Ignoró su antipatía automática. Odiaba que lo interrumpieran; lo sentía. —Ry der también es apellido, ¿verdad? —¿Eh? Dios, ¿y qué? Alzó la voz para compensar los martillazos del otro lado de la línea. —¿Era el apellido de soltera de tu madre? ¿El apellido de su familia? —Sí, ¿y qué? —También es el apellido de Billy. Se llama Joseph William Ry der. —La madre que lo parió. —¿Reconoces el nombre? ¿Te suena? —¿Por qué me iba a sonar? Murió un par de siglos antes de que y o naciera. Pregúntale a mi madre. A Carolee. Llama a Owen. Cualquiera de ellos lo sabrá mejor que y o.

www.libroonline.org —Muy bien. Gracias. —Enhorabuena. —Aún no lo he encontrado. Pero, sí, esto hay que celebrarlo. Luego hablamos. Colgó antes que él y llamó de inmediato a Carolee. No tenía tiempo de hacer magdalenas. Decidió que compraría algo en la panadería. El tiempo que le quedara libre lo emplearía en buscar a Joseph William Ry der.

www.libroonline.org 18 Hizo falta algún tiempo y unos cuantos cambios de planes para que pudieran reunirse todos a la misma hora, en el mismo sitio. A petición de Justine, se juntaron en su casa. Allí, le pareció a ella, todos podrían hablar y especular con libertad. Y aprovechando que tenía bajo el mismo techo a todos sus seres queridos, bien podía convertirlo en una fiesta. Conocía a sus hombres, así que adobó unos filetes de lomo, compró mazorcas de maíz en su puesto favorito de la carretera, y recogió tomates y pimientos frescos de su huerto. —No es necesario que te lleves tanto trajín. —Willy B. se encontraba sentado junto a la encimera, limpiando judías de su propio huerto. El carlino, acurrucado debajo de su taburete. —Me gusta el trajín. El verano ha pasado volando y apenas hemos podido reunirnos todos así. Además, esto me relaja. —Roció de pimentón un plato de huevos rellenos que había cocinado con mucho picante, uno de los favoritos de Owen—. Cuando pienso en ello, Willy B., en que y o tenía que hacerme con ese hotel, en aquella corazonada. Ahora resulta que hay conexión. Billy Ry der. Después de tanto tiempo. Suspiró. —Yo nunca he hecho preguntas sobre los míos, al menos no demasiadas. Nunca me he preocupado de indagar mucho. —Tú has vivido tu vida, Justine. Tenías a Tommy y a los chicos, y a Carolee. —Lo sé, y y o siempre he pensado más en el presente y en el después. Aun así, ¿no he sido y o la que ha querido comprar esos edificios antiguos? Así que hay algo. De todos modos, Carolee no sabe mucho más que y o. Ni papá. Cuando nos enteremos de lo que sea que averigüemos, me voy a esforzar más por saber de mis antepasados. Tú investigaste a los tuy os, me acuerdo. —Fue interesante descubrirlo. —Interrumpió su tarea para rascarse la barba —. De qué parte de Escocia procedían, cómo habían llegado aquí… los que lo hicieron. Además, pensé que Avery debía saberlo. Tal vez me pareció que, como no tenía mucho por parte de su madre, tenía que darle y o todo lo que pudiera de la mía. —Eres el mejor padre que conozco. Nadie lo habría hecho mejor. —Bueno, fue fácil con la mejor hija del mundo. —Sonrió, luego se revolvió en el asiento y se aclaró la garganta—. Justine, tú no querrás casarte y eso, ¿verdad? —¡Willy B. MacTavish! —Batió las pestañas. La pregunta le llegó de sopetón, pero supo abordarla—. Esa es la propuesta más romántica que me han hecho jamás.

www.libroonline.org —Venga y a, Justine. Ella rio, llena de afecto. —¿Por qué me lo preguntas? —Pues no lo sé. Supongo que de tanto hablar de las familias… de la boda de mi hija y tu chico. Tú estás sola aquí, y no me mires así. Ya sé que sabes cuidarte y todo lo demás, pero tú y y o y a llevamos un tiempo… y a sabes… —Me gusta ese « y a sabes» , Willy B. Eres el hombre más tierno que conozco, y si quisiera o necesitara casarme, no buscaría más. Estamos bien como estamos, ¿no? En respuesta, él le cogió la mano. —Tú lo eres todo para mí, Justine. Solo quiero que lo sepas. —Lo sé, y te agradezco que me lo hay as pedido. Quizá más adelante te lo pida y o a ti. —Venga y a, Justine. —La idea ruborizó a Willy B., y eso la hizo reír otra vez a ella, que rodeó la encimera para abrazarlo con fuerza—. Te quiero una barbaridad, Willy B. —Se apartó lo justo para plantarle un beso en la boca. Entonces entró Ry der, seguido de Bobo. —Puf. —Los evitó por completo, fue derecho a la nevera a por una cerveza —. Puf —volvió a decir, destapando la botella. Ty rone se levantó de golpe, tembló un poco al ver que Bobo iba a olfatearlo. —Venga y a, Ty rone, que Bobo no te va a hacer nada. —Pero Willy B. se bajó del taburete, se agachó a tranquilizar al cachorro y le rascó las orejas a Bobo. —¿Dónde está Esperanza? —le preguntó Justine. —Tenía jaleo. Luego viene. —Veloz como el ray o, porque un hombre debía ser rápido en la cocina de su madre, cazó un huevo relleno. —¿Ha vuelto a tener problemas con los de la ciudad? —No, ni creo que los tenga. El caso está cerrado. —Bien. Anda, saca fuera a esos perros. Ty rone se lleva bien con Finch y Cus. No tardará mucho en llevarse bien con Bobo. Ry der obedeció y sacó de allí al cachorro reticente empujándolo con la puntera de la bota. —Beckett y su tropa acaban de llegar. Los perros también. —Huy, vay a, igual debería… —Willy B., deja que ese cachorro socialice —le ordenó Justine—. Si no, lo vas a volver neurótico. —Son todos más grandes que él. —Tú eres el más grande de todos y no haces daño a nadie. —De un armario, sacó tres pistolas de pompas que y a había cargado y se las llevó a los niños. Unos segundos después entró Clare con un cuenco. —¿Qué traes? —preguntó Ry der y le cogió el cuenco—. ¿Ensalada de patata?

www.libroonline.org Eres mi cuñada favorita. —Soy tu única cuñada, aunque no por mucho tiempo. Avery y Owen venían justo detrás de nosotros. —Se acercó a besar a Willy B. en la mejilla. —Siéntate aquí, descansa los pies. —Eso voy a hacer, y a limpiar las judías que quedan. —Vale. Entonces me voy fuera a… Clare arqueó las cejas al ver que Willy B. salía corriendo por la puerta. —Le agobia que los otros perros traumaticen a esa rata suy a de ojos saltones. —No lo harán. Y Ty rone es adorable. —Parece un perro marciano. —Igual sí. —Limpió judías mientras los niños gritaban, los perros ladraban. Unas carcajadas masculinas lo envolvían todo—. Ve fuera. Quieres ir. Yo estoy bien. Me sirve de cura de salud. —Si tú lo dices. Ry der quería salir, sí, sobre todo porque había guardado el viejo Super Soaker en el cobertizo para una ocasión así. Cuando llegó Esperanza, aquello era la guerra. Niños, perros, hombres, todos completamente empapados, luchaban con diversas armas de agua. Miró a los combatientes con recelo. Confiaba más o menos en que los niños no se atrevieran a apuntarle, a los perros tenía que evitarlos sin más, pero sabía bien que los hombres y a creciditos no podrían resistirse a un nuevo blanco. Salió con cuidado, usando la puerta del coche como escudo mientras buscaba algo en el asiento de atrás. Entonces detectó el brillo de los ojos de Ry der detrás de su pelo chorreante. —¡Traigo tartas! —gritó—. Si me mojas, se mojan las tartas. Piénsatelo bien. Ry der bajó el arma. —¿De qué son…? —Y, ahora vulnerable, recibió un disparo por la espalda del guerrero benjamín. —¡Te he dado de lleno! —gritó Murphy, luego empezó a gritar histérico cuando Ry der comenzó a perseguirlo. Esperanza aprovechó la distracción y su escudo de tarta de cereza para salir disparada hacia la casa. —Ahí fuera están todos empapados —proclamó, y vio a Avery, sujetando una copa de vino, con una camisa de hombre que le llegaba por las rodillas—. ¿Una baja? —Yo me he defendido como he podido, pero se han confabulado contra mí. No se puede una fiar de los hombres. —Bueno, y a estamos todos. —Justine le dio un abrazo rápido a Esperanza—. Willy B., ¿por qué no vas encendiendo la barbacoa? —Bueno… —Con el cachorro en el regazo, miró desconfiado hacia la puerta. —Ah, esto lo arreglo y o. Esperanza, coge algo de beber. —Dicho esto, Justine

www.libroonline.org salió. Esperanza se acercó y se asomó con curiosidad. Vio a Justine abrir la manguera. Apuntó sin piedad, sin advertencia previa, mientras resonaban los gritos de « ¡Mamá!» y « ¡Abu!» . —Hora de la tregua. Buscad ropa seca y lavaos. Comemos en media hora.

La vestimenta quizá fuera algo excéntrica, pero la comida estaba exquisita. Se habló del restaurante, porque Avery y a contaba los días. Se habló de las obras, del pueblo, de los bebés y de la boda. Se vaciaron los platos, los niños y los perros salieron corriendo al patio bajo la prohibición expresa de las mujeres de la casa de utilizar otra cosa que no fueran pompas y pelotas. —A ver —dijo Justine recostándose—, os voy a contar cómo están las cosas por mi lado. Existe un antiguo libro de familia que Carolee ha conseguido rastrear hasta nuestro tío Henry, el hermano de nuestro padre —dijo, dándole una palmadita en la mano a su hermana—. Tío Hank. Cuando murió el padre de mi padre, tío Hank y su esposa se lo llevaron todo. Algunas personas son así. Sabe Dios qué querría hacer con todo aquello, pero llenó dos camiones de mudanza. El libro de familia iba allí. Ese registro se remonta bastante tiempo atrás, de forma que si Billy es de los nuestros, aparecerá en él. Lo único que hay que hacer es recuperarlo. —Me ha dicho que nos lo presta —intervino Carolee—. Cuando lo encuentre. Asegura que está guardado, lo que probablemente significa que lo tiene enterrado debajo de algún montón de cosas. —Él no tiene prisa por desenterrarlo —prosiguió Justine—, pero he hablado con mi prima, su hija. Siempre nos hemos llevado bien. Ella se encargará de insistirle. Por otro lado, mi tío no recuerda a ningún Joseph William Ry der; mi padre tampoco. Pero a papá le suena haber oído contar a su abuelo que dos de sus tíos habían luchado en la Guerra de Secesión y uno de ellos, cree, murió en Antietam. Claro que no puedo asegurarlo con certeza. Quizá papá lo recuerde así porque se lo he preguntado así. —Es un principio —dijo Esperanza. Lentísimo, eso sí—. Yo no he encontrado a mi Joseph William Ry der en los registros del Cementerio Nacional. —Yo no tengo nada de momento —añadió Owen—, pero aún queda mucho por revisar. —Papá me ha dicho que sabe que hay una bay oneta de la Guerra de Secesión y algunas cosas más, bombas, una gorra de uniforme, e incluso viejas balas de cañón —dijo Carolee—. Lo que no sabe es si son de nuestra familia o solo las encontraron enterradas en la granja. Se encuentran muchas cosas de ese tipo.

www.libroonline.org —Yo apenas recuerdo la granja —les comentó Justine—. Se vendió antes de que nacieran los chicos. Levantaron casas allí y el Servicio de Parques compró parte. Pero papá dice, y de eso estaba seguro, que hay un pequeño cementerio familiar. Esperanza se irguió. —¿En la granja? —A veces la gente enterraba a los suy os en el campo, en vez de en las iglesias o los cementerios. Dice que se llega por un antiguo camino lleno de baches, oculto entre unos árboles. Puede que aún esté ahí. —Puedo averiguarlo —dijo Owen—. Si los exhumaron, habrá papeles. Trasladar una tumba tiene su procedimiento. —En la vieja granja Ry der hay un lago. —Ry der miró ceñudo la cerveza—. Uno pequeño. —Papá me ha contado que tenían una poza. ¿Cómo sabes tú eso? —Salí con una chica que vivía en una de las casas que han levantado. También hay un pequeño cementerio, antiguo. Está cercado por un muro de piedra bajo, con una placa. Como las del Servicio de Parques. No me fijé. Estaba más preocupado por lograr que se bañara desnuda. —¿Por qué no lo has dicho antes? —quiso saber su madre. —No suelo hablarte de las chicas a las que intento desnudar. —Y le sonrió—. Mamá, tenía dieciséis años. Era la primera chica a la que llevaba por ahí después de que me dieran el carnet. ¿Cómo se llamaba? Angela… Bowers, Boson… no sé qué. No conseguí que se desnudara, así que no duró. Y no había vuelto a caer en la cuenta hasta ahora. Recuerdo que pensé: « Mierda, algunos de esos muertos son parientes» , luego volví a confiar en que se desnudara. —A los dieciséis, la capacidad de atención de un tío es escasa —dijo Beckett —. Salvo cuando hay chicas desnudas de por medio. —Todavía sigue ahí —recordó Justine—. Tendríamos que haberlo sabido. Qué falta de respeto por nuestra parte, Carolee. —Papá quería largarse de la granja —le recordó Carolee—. Quería alejarse de todo lo que tuviera que ver con la agricultura. Y él y el abuelo lo discutieron mucho. No me extraña que no lo supiéramos. —Ahora lo sabemos —les dijo Owen—. Iremos a echar un vistazo. —Muy bien. —Justine se levantó—. Reunid a los niños y los perros. —¿Qué? —Owen la miró espantado—. ¿Quieres ir ahora? —¿Qué tiene de malo? —El sol no tardará en ponerse y … —Entonces, no perdamos tiempo. —Si esperamos a mañana, puedo ir y o, echar un vistazo, y contaros lo que… —¿Para qué malgastas saliva? —le preguntó Ry der. Tras las prisas, una pausa para discusiones y mucha excitación de los niños

www.libroonline.org por lo que prometía ser una aventura, se amontonaron en varios coches y camionetas. Una de las discusiones fue por los perros y, al final, dejaron a Ben y a Yoda con Cus y Finch, y redujeron así el número. Esperanza iba en la camioneta de Ry der, con Bobo desparramado entre los dos asientos, a toda pastilla. —Habría sido más sensato ir mañana —comentó. —Todo esto no tiene nada de sensato —le replicó él. —No, eso es cierto. Si en el fondo me alegro de que vay amos esta tarde. Puede que Billy no esté allí, o que las lápidas estén deterioradas. Incluso puede que nunca las hubiera. —Estupendo. Tú sigue así de positiva. —Me preparo para lo que pueda pasar. —También puede pasar que encuentres lo que buscas. —Supongo que estoy un poco nerviosa, tanto por si encontramos algo como por si no encontramos nada. Ry der soltó una mano del volante para cogerle una a ella; aquel gesto le alborotó el corazón. —Para y a, y relájate. Como esa orden brusca estaba más en la línea de lo que solía oír, obedeció. —Todo esto eran tierras de cultivo —le dijo al tomar un camino sinuoso sembrado de casas lo bastante espaciadas como para tener habitaciones decentes, césped, árboles frondosos. —Debía de ser precioso. Todo campos y colinas onduladas. —La gente tiene que vivir en algún sitio. Y no los han apiñado, algo es algo. Tuvimos bastante trabajo por aquí durante el boom. La gente ampliaba, remodelaba. Se inclinó hacia delante. —¿Es esa…? —Sí, la vieja granja Ry der. El promotor fue lo bastante listo de no tirarla; invirtió en ella, y apuesto a que le sacó provecho. —Es muy bonita; la cantería, el « pan de jengibre» … Además es grande. Los jardines y los árboles son preciosos. Ese solárium debieron de añadirlo después, pero está bien hecha. Es un sitio encantador. —Lo miró mientras pasaban por delante y volvían a girar—. ¿Has estado dentro alguna vez? —Hicimos unas obras hace unos tres años. Arreglamos la cocina, dos baños, añadimos una habitación más encima del garaje. Y el solárium que tanto te gusta. —¿Cómo te sentiste? —¿Entonces? Supuso un buen trabajo. ¿Ahora? —Se encogió de hombros—. Supongo que entiendo lo que decía mamá. Deberíamos haberle prestado más atención a esta parte de nuestras vidas, sentir más respeto por ella. Mi abuelo

www.libroonline.org odiaba la granja, y es obvio que no se llevaba bien con su padre, y y o nunca he pensado mucho en ello. Giró una vez más, en dirección a un camino angosto de gravilla. —¿Esto es propiedad privada? —Tal vez. Quizá sea del Servicio de Parques. Les plantaremos cara si hace falta. —¿Lucharon aquí? ¿Norte y Sur, niños y hombres? —Un infierno de ida y vuelta —confirmó Ry der—. ¿Ves allí? Esperanza se fijó en el pequeño estanque del que él había hablado, de aguas oscuras y profundas a la luz cada vez más tenue. Se apiñaban a su alrededor las espadañas, con sus cabezas de terciopelo marrón, y los helechos, verdes del verano, formando una frondosa alfombra. Algo más allá, antes de llegar a la espesura, pudo ver un muro bajo de piedra. Uno, pensó, que Billy Ry der podía haber construido. En el centro, lápidas ladeadas. Contó dieciséis, picadas por el paso del tiempo y las inclemencias meteorológicas, algunas inclinadas por el accidentado terreno. —Se ve muy solitario. Triste y solitario. —No creo que la muerte sea una fiesta. Aparcó y salió con el perro detrás. Al ver que Esperanza se quedaba sentada, rodeó la camioneta y le abrió la puerta mientras llegaba el resto del convoy familiar. —Puede que esté aquí y puede que no. En cualquier caso, nosotros sí. Ella asintió, salió a su lado. Le parecía menos solitario con gente, con voces. Con los niños correteando y los perros olisqueando. Aun así, se sentía lo bastante insegura para coger a Ry der de la mano, para agradecer que él entrelazara sus dedos con los de ella. Más de dieciséis, observó cuando se acercaron. Algunas de las lápidas eran poco más que una piedra a ras de suelo. No todas las tumbas tenían nombre o, si lo tenían, el tiempo lo había borrado. Pero ley ó los que pudo. Mary Margaret Ry der. Daniel Edward Ry der. Y uno diminuto que señalaba la tumba de Susan, a secas, que había muerto en 1853 a la tierna edad de dos meses. Alguien cortaba la hierba allí, caviló Esperanza, para que no creciera salvaje. No obstante, aquello tenía aspecto de abandonado. Para compensar la del bebé, encontró la tumba de Catherine Foster Ry der, que había vivido de 1781 a 1874. —Noventa y tres —susurró Justine a su lado—. Una vida larga. Ojalá supiera qué parentesco tenía conmigo. —Cuando tengas el libro de familia, lo sabrás. —¿Por qué no se quedan en el hotel con Lizzy ? —le preguntó Murphy —. ¿Por qué tienen que estar aquí? —Lizzy es especial, me imagino. —Justine lo cogió en brazos, hundió la cara

www.libroonline.org en su cuello mientras Esperanza se volvía. Pensaba que Ry der estaba a su lado, pero entonces vio que se había alejado, hacia la derecha, y estaba solo junto a un trío de tumbas. Se dirigió a él, notó que el corazón le palpitaba al hacerlo. —Es el de en medio. —¿Qué? —Temblorosa, volvió a cogerlo de la mano. —Nació el último, murió el segundo. Eran hermanos. —¿Cómo ves…? Yo no distingo los nombres. —Se va la luz —dijo él mientras ella se arrodillaba para ver mejor. —Ay, Dios, Billy Ry der. No le pusieron su nombre verdadero en la tumba. Solo Billy. 14 de marzo de 1843 a 17 de septiembre de 1862. —Y Joshua, a principios de ese mismo año. Charlie, veintidós años después. Tres hermanos. —Es Billy. —Fue lo único que pudo pensar al principio. Allí. Habían dado con él—. ¿Está ella aquí? —Esperanza levantó la cabeza—. ¿Cómo puede ser? —No, no es ella. —Comprendiendo de pronto, Ry der señaló—: Madreselva. Casi ha enterrado el muro que hay detrás de estas tumbas. Ry der se volvió y miró a su madre. Cuando sus ojos se encontraron, no tuvo que llamarla, que hablar. Los de ella se empañaron mientras se dirigía a él. —Lo habéis encontrado. —El tiempo ha deslustrado el grabado, pero aún se distingue el nombre. Murió el mismo año que Lizzy. El mismo mes, más o menos el mismo día. Owen se acercó a su madre, le pasó un brazo por la cintura, sin soltar la mano de Avery. Luego Beckett con Clare, y los niños, milagrosamente callados. Y Willy B., que le dio una palmadita en la espalda a Carolee cuando esta soltó un leve sollozo. Se puso el sol y el aire propagó el denso aroma a madreselva. Esperanza repasó el nombre con un dedo, luego se lo llevó al pecho. —La próxima vez traeremos flores. —Justine apoy ó la cabeza en el hombro de Owen, una mano en el de Beckett, otra en el de Ry der—. Es hora de recordarlos. Estamos aquí gracias a ellos, así que y a es hora de que los recordemos. Llevado por un impulso, Ry der sacó su navaja, cortó unos tallos de madreselva y los puso sobre las tumbas. —Algo es algo. Absolutamente conmovida por aquel gesto tan sencillo, Esperanza se levantó y le cogió la cara con las manos. —Eso es perfecto —dijo, y lo besó. —Ya empieza a refrescar. Te vas a enfriar —dijo Beckett a Clare—. Voy a ir a por los perros y me llevo a Clare y a los niños a casa. —Hay que decírselo a ella. —Clare miró a Esperanza—. Creo que

www.libroonline.org deberíamos estar todos allí cuando se lo digas. —Puede esperar hasta mañana. Te pones pálida cuando estás cansada. —Le acarició la mejilla—. Y ahora estás pálida. Puede esperar hasta mañana. —Igual es mejor —señaló Avery —. Así podemos pensar en cómo decírselo. A ver, lo hemos encontrado, está aquí, pero ¿eso qué significa? Me parece casi cruel decirle que está enterrado aquí, a kilómetros de donde está ella. —Por la mañana —convino Justine—. A las nueve, por ejemplo. Sí, te rompe el día —le dijo a Ry der antes de que él pudiera hablar—. Pero es antes de que Clare y Avery abran, antes de que Esperanza y Carolee tengan huéspedes. —A las nueve está bien. —¿Vendrás tú, Willy B.? —Se volvió hacia el hombretón con el perrito en brazos—. ¿Podrás hacer un hueco? —Si quieres que vay a, Justine, allí estaré. —Te lo agradecería. Quiero saber cuál de estas es su madre. Perdió a dos de sus hijos, quizá también al tercero, antes de morir. Qué horror. —Se le enturbió la voz y tuvo que respirar hondo para serenarse—. Quiero saber su nombre y recordarlo. —Se está haciendo de noche. —Willy B. le dio una palmadita en el hombro, luego la acarició—. Deja que te lleve a casa, Justine. —Muy bien. Vámonos todos a casa. Pero cuando los otros empezaron a marcharse, Ry der se quedó allí un poco. Se obligó a apartarse del trío de tumbas cuando Esperanza le tocó el brazo. —¿Estás bien? —Sí. No sé. Es raro. —¿Que fueran tres, como Owen, Beckett y tú? —No sé —repitió él—. Me afecta mucho, supongo. Es familia de mi madre. De los nuestros. Ella es de los tuy os. Yo llevo su nombre; su apellido es mi nombre. Y… —Meneó la cabeza como si quisiera sacudirse de encima aquella sensación—. Vamos. —¿Qué? ¿Y qué? —insistió ella mientras él se la llevaba de allí. —Nada. Solo que es raro, y a te lo he dicho. No le contó que, en cuanto había pasado el murete de piedra, había sabido dónde encontrar a Billy. Había sabido qué camino tomar, lo que encontraría. Imaginaciones suy as, claro, se dijo mientras volvían a subir a la camioneta. Cosas que pasan cuando visitas un cementerio al anochecer. Pero había presentido algo, notado algo, como un escalofrío bajo la epidermis. Cuando empezaron a alejarse, miró por el retrovisor. Echó un último vistazo al murete de piedra, a las lápidas y a la madreselva floreciente. Luego volvió a fijar la vista en la carretera que tenía delante.

www.libroonline.org 19 Conocía esa tierra, su grandeza y su decadencia, la extensión de sus campos, las rocas que los poblaban. Conocía los muros de piedra que cercaban los pastos donde pacían las vacas. Sus manos habían ayudado a levantar algunos, con el paciente tutelaje de su tío. Aunque había viajado lejos de aquella tierra, de su grandeza y su decadencia, siempre había previsto volver. Crear su hogar cerca de algún recodo del arroyo que corría por encima de las rocas y enfriaba sus aguas al abrigo del bosque. Amaba aquella tierra como ninguna otra que hubieran pisado sus pies. Pero esa mañana de septiembre, el paisaje era infernal. Esa mañana, el sudor le empapaba el uniforme y mojaba la tierra de debajo. El sudor, pero no la sangre. Todavía no. Ese día luchó, y vivió como lo había hecho otros días desde que aquella necesidad irrefrenable lo llevó a alistarse. Y ese día, deseó con todo su corazón, con toda su alma, haberse arrancado esa necesidad y haberla pisoteado con sus botas. Había creído que encontraría honor, emoción, incluso aventura. En cambio, había encontrado desesperación, terror, miseria y preguntas que no sabía cómo responder. El cielo, que había amanecido hermoso y azul, se había convertido en una niebla sucia bajo el humo negro de los cañonazos. Las balas minúsculas silbaban en su despiadada trayectoria y terminaban en un crescendo de tierra volando por los aires, carne destrozada. Ay, qué ofensa para el cuerpo y el alma era la guerra. Los gritos de los hombres asaltaban sus oídos, sus entrañas, hasta que oía poco más, sordo incluso a los cañonazos, al interminable chirrido de los proyectiles, al repiqueteo metálico de las balas. Yació un instante, esforzándose por recuperar el resuello que parecía no querer volver a su cuerpo. La sangre que llevaba en el uniforme era del amigo que había hecho durante la marcha, George, un aprendiz de herrero, con el pelo del color de la pelusa del maíz y los ojos tan azules y alegres como el verano. Ahora la pelusa del maíz se había teñido de rojo y aquellos ojos miraban a la nada desde su rostro desfigurado. Conocía esa tierra, se dijo Billy de nuevo mientras le pitaban los oídos y el corazón le latía con la fuerza de los tambores de guerra. La carretera tranquila que la cruzaba separaba las granjas de los Piper y los Roulette. Sus padres eran amigos de los Piper. Se preguntó dónde estarían ahora, ahora que aquella frontera serpenteante hundida en aquella tierra ondulada servía de línea de sangre y muerte. Los rebeldes de la colina se ocultaban en esa carretera hundida y usaban ese

www.libroonline.org escondrijo para lanzar descargas mortíferas contra las tropas al ataque que devastaban igual que una cerilla encendida entre arbustos secos. En esa primera descarga, un proyectil de mosquete le había arrancado a George media cara, y tumbado a solo Dios sabe cuántos más. Tronaba la artillería, sacudía el suelo. Parecía que llevase horas allí tendido, mirando fijamente el azul del cielo a través del humo, escuchando los gritos, los gemidos, los alaridos y el interminable, incesante, atronador clamor de los proyectiles y los cañonazos. Minutos solo en realidad. Solo minutos para respirar, para comprender que su amigo había muerto y él vivía de milagro. Le tembló la mano cuando se hurgó bajo el uniforme y sacó con cuidado la fotografía. Eliza. Lizzy. Su Lizzy de pelo como el sol y sonrisa que le abría el corazón. Ella lo amaba, pese a todo. Lo esperaba y, cuando aquel infierno terminara, se casarían. Él le construiría una casa, no muy lejos de donde estaba tendido ahora. Pero la casa viviría de amor y alegría, de las risas de sus hijos. Cuando aquel infierno terminara, regresaría con ella. Le había llegado una carta, solo una, que Lizzy había conseguido sacar de su casa y le había enviado a la madre de Billy, y ella se la había pasado a él. Había sabido de su desesperación al encontrarse encerrada bajo llave la noche en que habían planeado escaparse los dos, y de su certeza inquebrantable de que volverían a verse. Él le había escrito la noche anterior, formando cuidadosamente las palabras mientras se encontraba inquieto en el campamento. Había hallado un modo de hacerle llegar la carta. Ningún hombre podía vivir un infierno y no creer en el cielo. Él tendría el suyo con Eliza. Tendrían todo el tiempo del mundo. Billy oyó cómo les ordenaban a gritos que se reagruparan, que volvieran a avanzar por aquella carretera hundida. Cerró los ojos, besó la imagen de Eliza, volvió a guardarla con cuidado. A salvo, se prometió. A salvo junto a su corazón. Se puso en pie. Respiró, respiró. Cumpliría con su deber para con su país, confiaría en Dios, y encontraría el camino de vuelta a Lizzy. Cargó de nuevo, la lluvia asesina de proyectiles caía de ambos lados. Vivió otra vez mientras los cuerpos, reventados, llenaban esas tierras antes en paz. Pasaron horas que parecían años, pero también minutos. La mañana dio paso a la tarde. Supo por el sol que había vivido otro día. Jamás flaqueó en su deber, hombro con hombro junto a otros que habían jurado servir a la nación. Avanzó, saltando vallas, a un huerto de manzanos, salpicado de fruta caída que rondaban las abejas medio ebrias. Y, desde un alto, miró a los hombres de aquella carretera. Por fin la posición de ventaja les favoreció y se colaron por una brecha. Él se quedó cerca de un recodo de la carretera, miró hacia abajo horrorizado. Tantos muertos. Parecía imposible; resultaba indecente. Apilados unos sobre otros como leños y, aun así, los que sobrevivían disparaban y disparaban,

www.libroonline.org decididos a defender aquella tierra ensangrentada. ¿Para qué? ¿Para qué? ¿Para qué?, se preguntó una parte afligida de su cerebro, pero oyó la orden de disparar y obedeció. Robó su hijo a otra madre, su amor a otra mujer. Se llevó la vida de otro hombre que, como él, solo quería irse a casa. Y entonces pensó en Lizzy, pegada a su corazón. Lizzy, que lo amaba, pese a todo. Que lo esperaba. Pensó en su madre, llorando por su hermano Joshua, muerto en Shiloh. No podía disparar otra vez, ni parar un corazón más, hacer llorar a otra madre. Aquello era una masacre. Cientos de muertos y otros tantos por morir. Granjeros, albañiles, herreros, tenderos. ¿Por qué no se rendían? ¿Por qué luchaban y morían en esa hondonada, rodeados de sus hermanos sin vida? ¿Era eso el honor? ¿Era eso el deber? ¿Era esa la respuesta? Agotado, descorazonado, asqueado de la carnicería de allí abajo, bajó el arma. No notó cómo le entraba el primer proyectil, ni el segundo. Solo notó un súbito y terrible frío, y se encontró una vez más en el suelo, mirando al cielo. Pensó que las nubes habían cubierto el sol. Todo se volvió gris y sombrío. Y el ruido, todo aquel infierno se redujo a una especie de serena quietud. ¿Había terminado? ¿Había terminado por fin? Se metió la mano por la guerrera en busca de Lizzy, sacó su fotografía. La miró bien, la miró mientras la sangre manchaba su hermoso rostro. Entonces lo supo. Lo supo. El dolor llegó en un torrente repentino y espeluznante mientras la sangre brotaba de sus heridas. Gritó para contenerlo, volvió a gritar con una pena muy honda para soportarla. Nunca construiría una bonita casa de piedra cerca del arroyo cantarín donde crecía salvaje la madreselva como le había prometido. Nunca llenarían esa casa de amor, de niños. Había cumplido con su deber, y había perdido la vida. Intentó besar su rostro por última vez, pero la fotografía se le escapó de los dedos entumecidos. Aceptaba su muerte, había hecho un juramento, pero también le había hecho una promesa a Lizzy. No podía aceptar que no volvería a verla, a tocarla, nunca más. Susurró su nombre mientras el aliento y la sangre abandonaban su cuerpo. En su último pensamiento, creyó que lo llamaba. Le pareció verla, ver su rostro pálido, empapado en sudor, los ojos vidriosos como de fiebre. Ella dijo su nombre. Él dijo el de ella. Joseph William Ryder, conocido como Billy para todos los que lo querían, murió en el recodo de la carretera, sobre la hondonada a la que se dio el nombre de Bloody Lane.

www.libroonline.org Ry der despertó helado hasta los huesos, con la garganta completamente seca y el corazón al galope. Junto a la cama, Bobo, hocicándole la mano, soltó un gemido nervioso. —Estoy bien —le susurró él—. Estoy bien. Pero, en realidad, no sabía cómo demonios estaba. Todo el mundo tenía sueños, se dijo. Buenos, malos, raros, eróticos. Él había soñado con Billy Ry der. Acababan de encontrar la tumba del chico. Tampoco era tan descabellado que soñara con él, con su muerte en Antietam. ¿Un soldado que muere el 17 de septiembre de 1862? Lo más probable es que cay era en combate en el día más sangriento de la guerra. Billy Ry der había ocupado su mente, eso era todo. Qué bobada. No seas imbécil, se ordenó. Había sentido algo en el cementerio y volvía a sentirlo ahora. Algo extraño, algo que no acababa de entender del todo. El descanso no lo había ay udado, obviamente. Miró el reloj, vio que aún no eran siquiera las cinco. Dudaba que fuera a dormir más, y tampoco estaba seguro de querer arriesgarse, de todas formas. El sueño, vivo como la vida misma, como la muerte, lo había dejado tocado. Había estado en el campo de batalla. Había caminado por la hondonada de Bloody Lane. Y aunque se consideraba un hombre práctico, con los pies en la tierra, había sentido el tirón del lugar, su poder. Había leído libros sobre Antietam, a fin de cuentas vivía allí. Lo había estudiado en el colegio, llevado a visitar la zona a amigos y parientes de otros lugares. Sin embargo, hasta esa noche, jamás lo había imaginado; no, se corrigió, jamás lo había sentido tan vivamente. Los olores, los sonidos. El humo punzante, la sangre fresca, la carne quemada, la furiosa tormenta de artillería que llenaba el mundo por encima de los gritos de los hombres moribundos. Si hubiera sido un hombre fantasioso, habría dicho que lo había vivido a través del sueño, y que había muerto en él. Como Billy Ry der. Olvídalo, se dijo. A su lado, Esperanza se movió un poco y su calor cubrió ese frío que no conseguía quitarse de encima. Pensó en darse la vuelta, hacia ella, borrarse todo aquello de la cabeza con ese cuerpo tierno y esbelto. Pensó en la hora; le pareció muy injusto despertarla antes del amanecer, aunque suponía que podía conseguir que le mereciera la pena. En cambio, salió de la cama, se acercó a las puertas de cristal, las abrió y salió a la terraza del dormitorio. Quizá solo necesitara un poco de aire fresco. Le gustaba la quietud de aquella hora y el modo en que aquel pedazo de luna,

www.libroonline.org que no había terminado de hacerse con la noche, se mostraba entre los árboles. Deseó fugazmente haber cogido agua antes de salir, luego se quedó allí absorbiendo la paz. Todo el esfuerzo, la tensión, las frustraciones del trabajo merecían la pena por momentos como aquel. Los de absoluta tranquilidad y quietud antes de que la noche terminara y empezara el día. Pronto el sol teñiría de rojo el cielo al este, los pájaros despertarían parloteando, y el ciclo comenzaría de nuevo. Le gustaba el ciclo, pensó, bajando la mano distraído a la cabeza de Bobo cuando el perro se apoy ó en su pierna. Tenía lo que quería. Un buen trabajo, una buena casa, una familia que no solo le importaba sino que además lo entendían, y si tenía que ponerse sentimental, lo querían de todas formas. ¿Qué más podía pedir? Entonces ¿por qué tenía la sensación de que algo no acababa de encajar? Que había algo colgando, ligeramente desalineado, y lo único que tenía que hacer era girarlo un poco y entraría justo donde debía estar. —¿Qué ocurre? Se volvió y vio a Esperanza. Había algo por encajar, algo que debía desplazar para que entrara. —¿Ry der? —Salió ella, atándose aquella bata cortita que él habría preferido que ni siquiera se hubiera molestado en ponerse. —Nada. Estoy despierto, eso es todo. —Es temprano, hasta para ti. —Se acercó a él, se apoy ó en la barandilla—. Mira qué tranquilidad. La paz del campo, la oscuridad del campo. A veces se puede llegar a olvidar, con todo el bullicio, que hay momentos y lugares tan maravillosamente tranquilos. Como él había estado pensando casi lo mismo, la observó. ¿Cómo podía ser tan condenadamente perfecta? Lo descolocaba. Ella le sonrió y, al verla así, con el aspecto aún sonrosado y tierno de quien acaba de levantarse, despertó sus apetitos. —Si quieres, hago café y nos sentamos aquí a tomarnos la primera taza del día mientras vemos amanecer. —Se me ocurre algo mejor. —La deseaba, demasiado y demasiado a menudo, pero ¿de qué servía combatirlo? Cay ó en la cuenta de que no quería volver a la cama, donde había soñado con una muerte sangrienta y una pérdida amarga. Así que la cogió de la mano y se la llevó por las escaleras que iban abajo. —¿Qué haces? Ry der, no puedes andar por ahí de esta forma. Vas desnudo. —Ah, sí. —Rápido y sagaz, le quitó a ella la bata y la tiró a una de las sillas de la terraza—. Ahora tú también. Pese a sus protestas, se la llevó abajo. —La oscuridad del campo, la quietud del campo, la intimidad del campo. ¿Qué te preocupa? No hay nadie alrededor que pueda verte. Bueno, Bobo, pero él

www.libroonline.org y a te ha visto desnuda antes. Yo también. —Yo no voy a ir andando por aquí sin ropa. —No pensaba andar mucho. —Dicho esto, la tumbó sobre la hierba, húmeda y fresca del rocío. —Ah, claro, que esto no es tan descabellado como andar por ahí desnudos. Podemos… Le tapó la boca con la suy a, detuvo sus palabras con un beso lento y ardiente. —Quiero acariciarte mientras sale el sol. Quiero observarte, estar dentro de ti cuando empiece el día. Solo te necesito a ti —le dijo, y volvió a besarla. Y con aquellas palabras que le llegaron al corazón, la sedujo. Con sus manos hábiles y expertas, la excitó. Ella se entregó a él, entusiasmada de que la deseara, agradecida de desearlo. Se abrió a él en la hierba mojada mientras las últimas estrellas se iban apagando como velas, mientras la luna se desvanecía ante el auge de la tierra de las sombras. Mientras aquellos primeros destellos de rojo y dorado se abrían paso entre los bosques oscuros como la noche. Él tomó lo que ella le ofrecía, le dio lo que tenía. Con ella terminó la noche y empezó el día. Los sueños de muerte y desesperación se esfumaron. En su interior, algo giró levemente, hizo clic y encajó. Allí estaba su esperanza. Allí estaba Esperanza. Y era perfecta. Cuando notó que ella alcanzaba su clímax, despertaron cantando los pájaros. Y en el cielo floreció un nuevo amanecer.

Esperaba huéspedes a las tres, y a la familia bastante antes. Después de coger el coche y volver al hotel, pasó el rato haciendo sus comprobaciones de rutina. Necesitaba estar ocupada, se dijo, para no verse tentada de pensar en voz alta. Para no hablar con Eliza. En Nick y Nora, comprobó las luces, el mando de la televisión, el pack de bienvenida, añadió un poco de aroma al difusor de la habitación; después salió e hizo lo mismo en Jane y Rochester. Las flores frescas llegarían a primera hora de la tarde. Fue de habitación en habitación cambiando las bombillas cuando hacía falta, ajustando la temperatura. De vuelta en la cocina, llenó un cuenco de fruta, sacó unas galletas y preparó una jarra de té con hielo. En su despacho, revisó el correo electrónico y envió respuestas, contestó a los mensajes del teléfono; se entretuvo como pudo, deseando que el tiempo pasara rápido. Hoy le dirían a Lizzy que habían encontrado a Billy. Ignoraba qué pasaría. Pero quería saberlo. Igual que quería saber qué había tras aquella mirada de Ry der en la

www.libroonline.org oscuridad previa al amanecer. Había estado demasiado callado, hasta para él, desde que habían encontrado la tumba de Billy Ry der. Y lo había encontrado discretamente apremiante cuando habían hecho el amor. Deberían haberse reído, se dijo. Dos personas que hacen el amor tiradas en la hierba en la compañía silenciosa de un perro deberían haber reído, jugado. Pero él había estado intenso, muy centrado. ¿Y ella? Ella se había visto conquistada, arrebatada por el intenso deseo de él. Quería entenderlo. Creía que había empezado a hacerlo, ¿y ahora? No sabía, y él no se lo diría. Recordó las palabras de Avery. Que uno no intentaba cambiar a quien amaba. Eso era cierto, eso era así. Esperaría a que él estuviera preparado para contarle lo que había tras aquella mirada. Oy ó entrar a Carolee y llamarla. Esperanza ordenó el resto de su trabajo, añadió algunas cosas a su lista, tachó las que y a había hecho, y salió a la cocina. —He traído caracolas de al lado —dijo con una sonrisa algo avergonzada—. Necesitaba hacer algo. —Sé a lo que te refieres. —Luego he pensado que igual eso no era lo mejor que podía hacer. —Las caracolas siempre están bien. —Entendiendo de golpe, le pasó un brazo por los hombros a Carolee. —¿Crees que esto cambiará las cosas? Sé que suena egoísta, pero no quiero que cambien. Me encanta todo lo de este sitio, incluida Lizzy. Sé, una parte de mí lo sabe, que lo que estamos haciendo es importante. Lo importante a menudo trae cambios. —Ojalá y o lo supiera. —Supongo que pronto lo sabremos. He dejado abierta la puerta del Vestíbulo —dijo cuando la oy eron abrirse—. Me ha parecido que así sería más fácil. Clare y Avery entraron juntas. —Huy, pastas —dijo Avery —. Acabo de decirle a Clare que deberíamos ir a la panadería a por algo. Os habéis adelantado. —La comida es un consuelo. —Clare se acarició la tripa—. Yo les he hecho huevos con queso a Beckett y a los niños esta mañana. No sé, necesitaba hacer algo. Beckett se ha ido temprano para intentar adelantar trabajo. —Owen también. —Entonces han ido los tres —dijo Esperanza—. Ahí llegan Justine y Willy B. Justo a tiempo. —¿Nerviosa? —Clare le dio la mano a Esperanza. —Sí. Hemos hecho lo que nos pidió. Ahora le contaremos lo que sabemos. Tendría que estar ilusionada, pero… —Es triste —intervino Avery —. No es que esperáramos encontrarlo vivo, a salvo e instalado en Las Vegas, pero es triste.

www.libroonline.org —Huy, caracolas —observó Justine—. Yo he hecho buñuelos. —Dejó el plato en la isla—. He estado inquieta toda la mañana, y hacer postres me ay uda. —Hambre no pasaremos —decidió Avery —. Igual nos da un coma diabético, pero no me importa correr el riesgo. —Hay té con hielo, pero voy a hacer café. —Ya lo hago y o. —Carolee le dio una palmadita en el hombro a Esperanza —. Deja que me encargue y o. Entraron juntos, los tres hermanos, con ropa y botas de faena. Esperanza notó el olor a madera, barniz y pintura. Sin saber por qué, la relajó un poco. —Bueno… —empezó Owen. —Tengo algo que decir —lo interrumpió Ry der—. A ella, supongo. A todos. Le he estado dando vueltas antes —añadió, mirando directamente a Esperanza. —Vale —asintió ella. —Esta noche he soñado con él. Con Billy Ry der. Y no empecéis a vacilarme —advirtió a sus hermanos. —Nadie va a vacilarte —lo tranquilizó Beckett. Pensó que, si hubiera sido al revés, él sí que les habría vacilado. Y agradeció que se contuvieran. —Ha sido todo muy real. Como si estuviera allí. —¿Como si estuvieras dónde? —quiso saber Justine. —En Antietam. El 17 de septiembre de 1862. Uno lee sobre ello, ve películas, pero esto… No sé cómo alguien puede sobrevivir a una cosa así, salir de ello con vida. Estaba en el asalto de la Unión sobre Bloody Lane. Aún era de día y habían sufrido muchas bajas. Al chico del que se había hecho amigo, George, aprendiz de herrero, casi le habían volado la cabeza. Billy iba cubierto por completo de su sangre. Estaba aturdido, seguramente conmocionado. Sabía dónde estaba. Quiero decir, literalmente. Conocía a los Piper, conocía bien el terreno, sabía que la carretera hundida separaba las dos granjas. Carolee se acercó a él y le ofreció una taza de café. —Gracias. —La miró pero no bebió. Todavía no—. He podido oír lo que pensaba. No como si le ley era el pensamiento, sino más bien como… —… si estuvieras dentro de él —sugirió su madre. —Sí, supongo. Pensó en ella. En Eliza. Ella le escribió la noche en que habían planeado fugarse juntos, para decirle que no había podido escapar. Consiguió hacerle llegar la carta por mediación de la madre de él. La recibió y le contestó, pero no pudo enviar la respuesta. No sabía, imagino, a dónde mandarla. La noche anterior a la batalla, Billy le escribió una carta. —La amaba —dijo Clare en voz baja. —Tenía una fotografía suy a —prosiguió Ry der—, y la sacaba para mirarla, y pensaba en que iría a buscarla cuando todo terminara, que se casarían, le construiría una casa, tendrían hijos. Ella lo había cambiado. Lo había abierto, era

www.libroonline.org como lo veía él. El caso es que le parecía, en el sueño, en sus pensamientos, que llevaba mucho tiempo allí tendido, cubierto por la sangre de su amigo y pensando en seguir vivo para poder tener una vida con ella. —Dios, Clare, no llores. —Es triste, y estoy embarazada. No puedo evitarlo. —Cuéntanos el resto —le pidió Esperanza. ¿No olía nadie más la madreselva? ¿Nadie más se daba cuenta de que Lizzy necesitaba oír el resto? —Les dieron orden de atacar. Si conocéis algo de esa fase de la batalla, sabréis que duró horas, con las tropas confederadas agazapadas en la hondonada, y la Unión intentando romper las líneas enemigas. Los dos bandos sufrieron muchas pérdidas. Ni loco iba a darles detalles, en aquella cocina soleada, con una embarazada llorando silenciosamente. —Por la tarde, aunque ambos bandos trajeron refuerzos, hubo una carnicería. Alguien la fastidió ordenando al frente confederado que se retirara y eso proporcionó a la Unión el espacio que necesitaba. Él tomó parte en ese ataque, cuando las tropas confederadas se vieron reducidas a cientos y con la Unión en una posición privilegiada. Tú sabes cómo fue, mamá, pan comido. Los fueron abatiendo hasta que los cadáveres empezaron a amontonarse. Billy no podía con aquello. Disparaba y mataba pensando en su amigo, en su deber. Pero llegó un momento en que y a no pudo hacerlo más. Pensaba en ella, en su madre, en su hermano muerto, en la sangre y en los cadáveres y no pudo hacerlo más. Quería que terminara. Quería estar con ella y ser felices juntos. Y, cuando bajó el arma, le dispararon. —Murió allí —susurró Esperanza. —Cay ó donde estaba. Veía el cielo. Pensaba en ella, seguía pensando en ella, y volvió a sacar su fotografía. Fue entonces cuando supo que todo había terminado para él. Al ver la sangre y sentir el dolor. Pensó en ella hasta el final, y crey ó verla, imaginarla, llamándolo, enferma, asustada y llamándolo. Dijo su nombre, y se acabó. Miró el café que llevaba en la mano, esta vez le dio un buen sorbo. —Dios. —Billy forma parte de ti. —Justine abrazó a Ry der, con fuerza—. De todos. Necesitaba alguien que contara su historia, alguien que se lo contara a ella. Me parte el corazón. —Para y a. —Pero Ry der le limpió una lágrima de la mejilla a su madre—. Bastante duro es y a sin que os echéis todas a llorar. —Basta de lágrimas. —Eliza Ford apareció al lado de Esperanza, sonriente. —Madre de Dios. —Willy B., con Ty rone en brazos, se dejó caer pesadamente en el taburete que había al lado de Clare—. Con perdón. —Lo has encontrado.

www.libroonline.org Ry der deseó por lo más sagrado que Eliza hubiera elegido a otro para clavarle aquellos ojos. —Está enterrado a unos kilómetros del pueblo, en parte de lo que en su día fue la granja de su familia. Está enterrado con sus hermanos. —Adoraba a sus hermanos y, cuando se enteró de la muerte de Joshua, decidió alistarse él también. Pero no, no hablo de la tumba. No es eso lo que importa. Se llevó la mano al corazón. —Su espíritu. Billy pensaba en mí… Gracias por recuperar ese pensamiento, ese espíritu. Él pensaba en mí y y o en él cuando todo terminó. Yo quería una casita de piedra, una familia, el día a día, pero, sobre todo, quería a mi Billy. Quería su amor y poder darle el mío. Ahora lo tengo y lo noto. Hacía tanto que no lo notaba… Levantó su mano y la observó. —Ya no se desvanece. Lo has encontrado. Ahora él puede encontrarme a mí. Tú eres de los suy os. —Eliza se volvió hacia Esperanza—. Tú eres de los míos. Nunca olvidaré este regalo. Ahora solo tengo que esperar a que venga. —Había madreselva cerca de su tumba —dijo Esperanza. —Mi favorita. Me prometió que la dejaría crecer salvaje cerca de nuestra casa. Murió siendo soldado, pero no nació para serlo. Murió pensando en los demás. En mí. Mi Billy. El amor, el de verdad, nunca se desvanece. Debo esperar, vigilar. —Lizzy … —Beckett se acercó. —Tú fuiste el primero que habló conmigo, el primero que se hizo amigo mío. Tú, todos vosotros, me habéis ay udado a volver a ser, me habéis devuelto mi hogar. Me habéis devuelto el amor. Él vendrá a mí. —El amor puede obrar milagros —dijo Justine cuando Lizzy se desvaneció —. Voy a creer que ella está en lo cierto. —Ahora y a es feliz. —Con los ojos empañados, Avery se recostó en Owen —. Me encanta que sea feliz. —Luego sonrió a su padre, que se había quedado de piedra, con las patas de Ty rone en los hombros, y el cachorro lamiéndole la cara entera—. ¿Qué te pasa, papá? Ni que hubieras visto un fantasma. —Madre de Dios —volvió a decir él, y cogió una caracola. Presa de una repentina carcajada lacrimosa, Clare se inclinó para darles a él y a su cariñoso cachorro un fuerte abrazo. Cuando se marcharon todos, al trabajo, a hacer recados, a vivir su día a día, Ry der salió con Esperanza al Patio. —No estaba evitando hablar contigo. —Lo sé. De verdad —le prometió ella—. Has vivido una experiencia extraña y difícil. Imagino que habrá sido como si tú mismo estuvieses en la guerra. —Sí, y quien diga que la guerra es un infierno se queda corto. Es peor aún.

www.libroonline.org —Necesitabas digerirlo, tomarte tu tiempo. Que hables conmigo no significa que me cuentes todo lo que se te pasa por la cabeza. —Vale. Tal vez podríamos establecer unas pautas en algún momento. —Tal vez. —Tengo que volver a lo mío. Esta noche a lo mejor te apetece una ensalada de esas que tanto te gustan. —Estaría bien. —Te veo luego. Los vio alejarse a él y a su perro y, sonriendo para sí, volvió dentro a trabajar ella también.

www.libroonline.org 20 A petición de justine, Esperanza reservó el hotel para la noche de amigos y familiares del Bar Restaurante de MacT. Durante los diez últimos días de un mes de agosto sofocante, Avery y su cuadrilla, y cualquiera a quien lograra reclutar, cargaron bultos, los llevaron donde tocaba, fregaron y limpiaron el nuevo local. Cuando hacía su última ronda nocturna del hotel, Esperanza veía a menudo las luces al otro lado de la calle y sabía que Avery y Owen aún no habían acabado su jornada. Otras veces veía la camioneta de Willy B. aparcada por allí a última hora de la noche, o se asustaba cuando Ry der y Bobo entraban en su apartamento bastante después de que ella se hubiera acostado. Ry der solía decir: —Dios, la Pelirroja es una máquina, no hay quien la pare. Esperanza ay udaba en lo que podía, colgando cuadros o fregando azulejos y, como con el hotel, fue testigo de la transformación de un espacio abandonado en otro lleno de vida, excitante y con clase. Pasó casi todo el día del evento haciendo lo que más le gustaba, retoques de última hora, mientras Avery perfeccionaba las recetas, traía ingredientes frescos y celebraba su última reunión de personal. —Irá bien, ¿no? —Avery hizo un descanso; le llevó a Esperanza una botella de agua y se cogió otra ella. —Avery, va a ir de maravilla. —Sí, va a ir bien. —Asintiendo, Avery giró en círculo por la zona del bar—. Ha quedado fenomenal. —La palabra es « perfecto» . Las luces daban un toque entre contemporáneo y clásico, con formas curiosas y tonos bronce oscuro. Sobre la larga superficie de granito de la barra de caoba colgaban lámparas de techo. Los asientos altos y bajos, y los sofás de cuero invitaban a sentarse en una sala repleta de carácter y textura. Desde el revestimiento de madera rehabilitado hasta el ladrillo al estilo antiguo, las viejas paredes doradas y los detalles de color verde salvia, Avery había creado un espacio que Esperanza imaginaba lleno de gente y de diversión. —Es exactamente lo que quería. Los fabulosos Montgomery lo han logrado. —Avery se apoy ó en el quicio de la puerta, sonrió al ver el baño donde había estado Esperanza haciendo retoques aquí y allá, poniendo jarrones de flores en la encimera, junto al lavabo de cobre, puliendo el marco de bronce del espejo—. Hasta los baños están perfectos. Avery retrocedió al oír que se abría la puerta del restaurante. —Lo siento, no he podido venir antes. —No te disculpes —le dijo a Clare—. ¿Tú has visto lo embarazada que estás? Clare se frotó la barriga prominente.

www.libroonline.org —Embarazadísima. —Se dejó las manos allí mientras miraba alrededor—. Parece que y a no me necesitáis. Esto está increíble, Avery. Los suelos de madera oscura resplandecían. Las luces centelleaban. —No parece el mismo sitio. Ay, y huele genial. —Estoy preparando sopa. ¿Tienes hambre? —A todas horas. —Vamos a la cocina y la pruebas. —Después. Quiero echar un vistazo antes. —Clare se dirigió a la zona del bar, le pasó un brazo por la cintura a Esperanza—. Uau, mira cuántos grifos. —Bueno, es una cervecería —le recordó Avery —. Te ofrecería una cerveza, pero igual a los gemelos no les hace mucha gracia. —Igual no. El médico me ha dado su visto bueno para que esta noche me beba una copa de vino, saboreando cada sorbo, y brinde por tu local. ¿Dónde están todos? —preguntó Clare. —La cuadrilla vuelve en… —Miró aterrada el reloj—. Ay, Dios, en una hora más o menos. Es más tarde de lo que pensaba. Siempre pasa igual. —Si lo tienes todo hecho. —Esperanza le cogió la mano, también a Clare—. Vas a venir al hotel, te vas a tomar un respiro y te vas a dar un baño de espuma. —No tengo tiempo para baños de espuma. —Claro que sí, porque y a está todo listo. —¡Clare se tiene que tomar la sopa! —Entonces y o le doy la sopa a Clare, echo un vistazo rápido a todo el local y cierro con llave. Tú vete y a, así puedes descansar, darte ese baño, arreglarte y ponerte como la preciosa propietaria del fabuloso restaurante nuevo de Boonsboro. —Y cervecería. —Y cervecería —dijo Esperanza riendo—. Venga, Avery, aprovecha la hora. Será la última que te quede hasta que cierres esta noche. —Vale. Bien. Me estaré remojando en la increíble bañera de cobre de T y O. Ay, Dios, tal vez debería pasar primero por Vesta para asegurarme de que… —No. Vete. Ya. —Esperanza la arrastró hasta la puerta, abrió y la sacó fuera —. ¡Adiós! Riendo, Clare se subió a uno de los taburetes del bar. —En realidad, no me apetecía mucho la sopa. Solo quería distraerla un poco. —¿Seguro? Yo la he probado antes. Está deliciosa. Pimiento rojo asado y tomate. —Uf. Bueno, si insistes. Solo medio cuenco. Para probarla. —Insisto. Siéntate, anda —añadió Esperanza al ver que Clare se levantaba—. Yo te la traigo. Disfrutando de aquella cocina novísima, Esperanza sirvió sopa en un cuenco y apagó el fuego. Cuando la sacó, Clare estaba sentada a la barra, vuelta hacia la

www.libroonline.org sala. —Gracias. Estaba pensando… En el instituto, Avery y y o éramos cocapitanas del equipo de animadoras. Nos llevábamos bien, pero no éramos amigas íntimas. Empezamos a intimar cuando volví a casa, después de que muriera Clint. Me ay udó un montón a montar la librería, a hacer la transición de mi vuelta a casa. Sin ella, nunca te habría conocido a ti. Y aquí estamos. Probó la sopa y puso los ojos en blanco. —Maravillosa. —Sin Avery, y o tampoco te habría conocido a ti, ni sería la gerente del hotel. —Ni te habrías enamorado de Ry der. —Clare sonrió al ver que se callaba—. Resulta evidente, al menos para alguien con las hormonas disparadas. —Pensé que lo pasaríamos bien juntos y después quedaríamos como amigos. Enamorarme no formaba parte de mi plan. —Pues te sienta bien estar enamorada. —Yo me siento bien por dentro. —No se lo has dicho. —Eso sí que no forma parte de mis planes. Estamos bien como estamos, Clare —insistió—. Él me aprecia. No espero más. —Deberías. —Lo bueno es estar con alguien que sabes que te aprecia. No que lo supones —aclaró—, que lo sabes. Con alguien que, incluso cuando crees que no hace falta, sale en tu auxilio. Alguien que te manda flores y te compra varitas mágicas. No te voy a decir lo que veo después si me asomo un poco. —Dame ese gusto. Si te asomaras, ¿qué verías? —La posibilidad de crear una vida juntos. Supongo que quiero lo que Eliza: amor, un hogar, una familia nacida de mí y del hombre al que amo. Y, por supuesto, mi trabajo, unos músculos bien tonificados y una fabulosa colección de zapatos. —Esos tres tú y a los tienes, así que voy a invertir la magia de mis hormonas en conseguirte los tres primeros. Venga, frota a los bebés mágicos. Entre risas, Esperanza obedeció y acarició con cuidado la tripa de Clare. —Dan pataditas. —Siempre están o dando pataditas o peleándose encima de mi vejiga. Miedo me da pensar en lo activos que pueden llegar a ser cuando salgan y tengan espacio. —¿Más sopa? —No me tientes. Me he tomado el resto del día libre para ay udar aquí y resulta que no hace falta ay uda. Los niños están con mi madre. Papá y ella los traerán esta noche, porque, como bien ha dicho Harry, ellos son familiares y amigos también. Luego se quedarán a dormir en casa de mis padres. Soy libre como el viento.

www.libroonline.org —También te alojas en Eve y Roarke. Ve a hacer lo que está haciendo Avery. Date un baño de espuma. —¿Tú sabes cuándo fue la última vez que pude darme un baño de espuma, sola, completamente sola, sin tener que estar pendiente de declaraciones de guerra? —No. —Yo tampoco. —Date uno ahora, y ten el móvil a mano. Si los bebés mágicos y tú no podéis salir de la bañera, me mandas un mensaje de socorro. —Cruel y considerada a la vez. Va, que te acompaño a hacer la ronda y a cerrar.

Esperanza no disponía de tiempo para un baño de espuma, pero se concedió el capricho. Ry der le había dicho que eligiera habitación, así que había elegido Elizabeth y Darcy. Por sentimentalismo, supuso, y porque pensó que Lizzy disfrutaría de la compañía. —Hoy es la gran noche de Avery. —Cómoda con un albornoz del hotel después de la ducha, se aplicó meticulosamente el maquillaje—. Va a ser estupendo. El may or acontecimiento del pueblo desde que abrieron el hotel, me parece a mí. Todo ha quedado fantástico, y esta noche será solamente para amigos y familiares. Una especie de bautizo y ensay o al mismo tiempo. Se giró al ver que el estuche de sombra de ojos que había elegido se elevaba en el aire. —Juguetes de mujeres. Son divertidos. Para hoy he elegido la gris parduzco, un poco de brillo, un vestido rojo de infarto y unos zapatos impresionantes. Decidió que debía de haber pocas mujeres vivas, o no, a las que no les gustara jugar con el maquillaje. A su juicio, esas se perdían una de las may ores recompensas de la condición femenina. —Hoy Clare me ha hecho pensar en lo afortunada que soy, de tener este sitio, a mis amigas, de tener a Ry der y a todos los Montgomery. De tenerte a ti. Se escudriñó con severidad en el espejo de aumento, luego se apartó para tener una visión de conjunto. —No está mal, ¿eh? Pasó al dormitorio para vestirse, con calma, disfrutando cada paso, cada fase de la preparación para una gran noche fuera. Se sentó para abrocharse las sandalias de tacón altísimo, después se levantó para volver a examinar el conjunto justo cuando Ry der entraba, mugriento del trabajo y con una cerveza en la mano. Ry der se paró en seco, más que nada porque ella lo había dejado petrificado. El vestido, de rojo sirena, se adhería a sus curvas; era corto, de escote

www.libroonline.org pronunciado. La larga línea de sus piernas acababa en sus sandalias plateadas de tacón de aguja. Llevaba pendientes brillantes, y parecía refulgir a la luz de la lámpara de Tiffany. —Bien —dijo él. Ella arqueó las cejas; acto seguido giró despacio y le lanzó una mirada seductora por encima del hombro. —¿Solo bien? —Vale, estás de infarto. —Me lo tomaré como un cumplido. —Se estiró el vestido por la cadera—. ¿Un día duro en la oficina? —Ja. Me han entretenido un poco. —Pero ¿habéis avanzado? Ry der se tuvo que recordar que ella quería detalles, de modo que los buscó mientras Esperanza se echaba ese perfume que lo volvía un poquito loco. —Preliminares aprobados esta mañana y empezamos y a con el aislamiento. Con la cantería exterior. —Sí que habéis avanzado. —¿Por qué estás vestida y a? —Voy a pasarme temprano, para ay udar. —Yo no voy a llevar traje —dijo a modo de advertencia, amenaza quizá. —¿Por qué ibas a hacerlo? —Willy B. lleva traje. Con chaleco. Y corbata. Yo no. —Muy bien. Como y a estoy lista, me voy a acercar a ver qué puedo hacer. —Te metería mano si no fuera porque te voy a estropear el modelito. —Me puedes meter mano luego. —Se acercó, se inclinó, lo justo para que no se le manchara el vestido, y lo besó—. Te veo allí cuando te hay as vestido no de traje, chaleco y corbata. —Sí. —La vio, aun después de que hubiera salido, resplandeciente, vibrante y más hermosa de lo que nadie tenía derecho a estar.

La máquina de música no paraba, los grifos manaban cerveza y las voces inundaban un espacio demasiado tiempo vacío. Familiares y amigos charlaban con unos y otros mientras tomaban aperitivos, se sentaban y hablaban, hablaban, hablaban, saboreaban los entrantes, y alzaban sus copas para brindar por MacT. Avery iba de la cocina al comedor, de ahí al bar, y vuelta a la cocina; una pelirroja loca con un vestido verde corto y un anillo de feria colgando de una cadena al cuello. Por fin Esperanza pudo pararla y darle un fuerte abrazo. —Ha quedado fenomenal —le dijo Avery —. ¿Ha quedado fenomenal? Tenemos algunos problemas técnicos.

www.libroonline.org —Ha quedado fenomenal, y no se notan. —Los estamos solucionando. Velas en las mesas, música, buena comida. Buenos amigos. —Has hecho diana, Avery. Has dado en el blanco. Como hiciste con Vesta. Vais a estar siempre a tope, día tras día, noche tras noche. —Mañana y a estamos completos para la cena, y pasado también. ¿Has visto cómo se asoma la gente a mirar por los ventanales? —Lo he visto. —Mira, Clare y Beckett están bailando, y mi padre está hablando con Owen y Ry der a la barra. Esa es mi barra, ¿sabes? —Ciertamente. Y bien bonita que es. —Y ese tío que está sentado en uno de los taburetes de mi barra es mi novio. Qué mono. Creo que me voy a casar con él y viviremos felices para siempre. —Te lo garantizo. Me alegro tanto por ti, Avery. Estoy tan contenta por ti. —Todos los que me importan están aquí, aquí mismo, en este local. Mi local. ¿Qué más puedo pedir? Anda, siéntate y tómate algo. Necesito comprobar unas cosas. Pues no me vendría mal, se dijo Esperanza, y se dirigió al bar y a Ry der, que se bajó del taburete y le indicó con la mano que se sentara al verla sonreír perpleja. —Siéntate tú. Tienes que tener los tobillos destrozados. —Mis tobillos son de acero, pero gracias. —Se sentó. —Ponle un poco de ese champán que tenéis —le dijo al barman—. Esta noche estás de champán. —Gracias. Tú también estás muy bien. —Claro que no tanto como Willy B. Willy B., con su traje de chaqueta oscuro de tres piezas y su corbata de topitos, se ruborizó. —Venga y a. —¿Dónde está Avery ? —preguntó Owen. —Ha ido a comprobar algo. —Tiene que sentarse cinco minutos, lo sepa o no. Ya me encargo y o. Cuando Owen se fue, Willy B. sonrió mirando su cerveza. —Quiere mucho a mi niña. —Suspiró y echó un vistazo al establecimiento—. Mirad lo que ha hecho mi niña. Lo que habéis hecho todos —corrigió y chocó su jarra con la de Ry der. —La máquina es ella. —Voy a decirle que estoy orgulloso de ella. —Otra vez —comentó Ry der cuando Willy B. se marchó—. No está bebido, solo contentísimo. —Cuando lo necesite, no tiene más que cruzar la calle y meterse en la cama,

www.libroonline.org así que puede emborracharse un poquito si quiere. Es una gran noche para Avery. Para Boonsboro. Para todos nosotros. —Sí. —Ry der la miró fijamente a los ojos—. Grande. Estuvieron allí hasta medianoche, luego se reunieron en el hotel para repasar la velada hasta después de la una. Cuando subió las escaleras por última vez ese día, los tobillos de acero de Esperanza habían empezado a derramar algunas lágrimas. Otra de las grandes recompensas de la condición femenina, se dijo: quitarse los zapatos, el vestido de infarto, el maquillaje y meterse en una cama repleta de almohadas al lado de un hombre guapo y sexy. Al entrar en E y D con Ry der, vio la botella de champán. —Como he dicho antes, hoy estás de champán. Podríamos sentarnos un rato en el porche y beber un poco. Se despojaría de los zapatos, el vestido y el maquillaje más tarde, se dijo. —Me parece estupendo. Salió con él, se sentó en el banco de madera y esperó a que él se uniera a ella. Pero en cuanto le puso una copa de champán en la mano, él se acercó a la barandilla y se apoy ó en ella. Ni loca iba a ponerse a su lado, decidió. Ya no aguantaba esos zapatos. —Sé que se ha dicho y a muchas veces, y de muchas maneras, pero la fiesta ha estado fenomenal. —Sí. Avery lo ha hecho muy bien. Se volvió. Lo dejó ahí. Se lo había pensado. Le había dado muchas vueltas y tomado una decisión. Pero ahora, al verla, vibrante, resplandeciente, con una copa de espumoso en la mano, se preguntó si había perdido la cabeza. Miss, chica de ciudad. Sí, estaba allí, era Esperanza, pero eso era parte de ella. Como su perfume, esos ojos seductores, esos zapatos que costaban más que una sierra de mesa decente. —Odio la ópera. Me niego a escuchar ópera. —Ignoraba por qué había soltado eso de repente. Le había venido a la cabeza. —Muy bien. A mí tampoco me gusta la ópera. —Sí, sí te gusta. —No, no me gusta. —Tienes un trasto de esos para la ópera. Mientras daba un sorbo a su champán, ella lo miró perpleja. —¿Qué trasto? —Esos… esos binoculares pijos. —Los gemelos de teatro. —Ella rio—. Cierto, pero no son solo para la ópera. También resultan útiles para espiar a obreros sexis en los días calurosos de verano cuando se quitan la camiseta.

www.libroonline.org Él esbozó una sonrisa. —¿Ah, sí? —Sí. Y para el ballet, y … La sonrisa se desdibujó. —Tampoco pienso ir al ballet. —Lo siento mucho por ti. —Ni a ver películas de autor, de otros países, ni nada… nada con subtítulos. Esperanza ladeó la cabeza. —¿Y cuándo te he propuesto y o ir a ver una película de autor? —Yo lo digo por si acaso. Ni películas de chicas —añadió rotundo, agitando la mano en el aire—. Completamente descartadas. Luego ladeó la cabeza hacia el otro lado. —De vez en cuando me gusta una buena comedia romántica. Te la cambiaría por dos películas de acción. —Bueno. Siempre que hay a algún desnudo parcial. Ay, la hacía reír. La hacía temblar. Respiró hondo. —Yo odio el fútbol. El rostro de Ry der se contrajo como si sufriera un dolor agudo. —Dios. —Sin embargo, no me opongo a que un hombre disfrute una tarde de domingo de un partido en su enorme televisor o en el campo, mientras no se pintarrajee la cara como si estuviera mal de la cabeza. —¿Tú me has visto alguna vez pintarme la cara? —Yo lo digo por si acaso —lo imitó—. Yo no me vería obligada a arrastrarlo al ballet, que a él no le gustaría, y él no se sentiría obligado a arrastrarme a un partido. El baloncesto sí me gusta. Intrigado, Ry der se acercó al banco, cogió la copa de champán que se había servido y no había pensado que le apeteciera de verdad. —¿Sí? —Sí. Me gusta la velocidad, y los uniformes, el drama. Tampoco me disgusta el béisbol. Pero me reservo mi opinión hasta que vea un partido en el campo. —¿Ligas menores o may ores? —Creo que debería probar ambas para poder llegar a una conclusión, o dictar alguna norma definitiva al respecto. —Vale, parece justo. No quiero más almohadas en la cama que la que usas. Ella negó con la cabeza, bebió muy despacio, preguntándose si eso le calmaría el corazón desbocado. —No, ni hablar. En eso no cedo. Las quitas por la noche y las vuelves a poner por la mañana. Son dos minutos y dan un aire más elegante y acogedor el dormitorio. En esa cuestión, soy inamovible. Ry der se sentó en el banco y estiró las piernas. Tras pensarlo un poco, decidió

www.libroonline.org que no merecía la pena discutir por eso, y lo de las almohadas no era para tanto. —Yo me niego a ir de compras contigo, para cargar bolsas y que me preguntes si un vestido te hace el culo gordo. —Te juro por lo más sagrado que eres la última persona a la que me llevaría de compras. Además, a mí ningún vestido me hace el culo gordo. Apúntalo, grábatelo en la memoria. —Lo tengo. Suspiró. No, el champán no le había serenado el corazón, pero no importaba. Le gustaba alborotado. —¿Qué estamos haciendo, Ry der? —Tú y a sabes lo que estamos haciendo. —Quiero oírtelo decir, si no te importa. —Debí suponerlo. —Tuvo que levantarse otra vez, acercarse a la barandilla —. Desde el primer instante. Entraste, subiste las escaleras y sentí como si me sacudiera un ray o. No me gustó. —¿En serio? —Sí, en serio. Me mantuve alejado de ti. —Cuando menos —murmuró ella. —Mantuve las distancias. Luego tú quisiste sexo. —Ay, Ry der. —Rio y meneó la cabeza—. Bueno, eso es cierto. —Así que te di una oportunidad. Se supone que solo iba a ser sexo, ¿no? —Sí. —No pasaba nada porque nos gustáramos. Es mejor así. O nos conociéramos un poco, hasta ahí bien. Sin embargo, cuanto más te conocía, menos era solo sexo. Eso tampoco me gustaba. —Hay que ver lo mal que lo has pasado. —¿Ves, ese tonito, por qué me engancha tanto? Tú me enganchas, Esperanza, del cuello, de las entrañas, de las pelotas, del corazón. A ella se le cortó la respiración. Qué tontería. Qué maravilla. —Has dicho corazón. —No dejaba de pensar que era por tu físico, porque tu físico es de los que quitan el hipo a un hombre. Pero eso no es más que un accesorio agradable. Mucho. Pero no es por tu físico. Es por cómo eres. Todo andaba por ahí, buscando su sitio, hasta que hizo clic y encajó. Listo. Tú. Desnuda en la hierba al amanecer. Eso fue. —Yo lo vi antes —consiguió decir ella—, pero no mucho antes. —Así que te lo voy a decir. —Bebió otra vez—. Se lo he dicho a mi madre, y a Carolee; a mi abuela y, estando lo bastante borracho, hasta a mis hermanos, pero nunca se lo he dicho a una mujer. No está bien decir algo de lo que no estás seguro, o usarlo para allanar el camino. —Espera. —Dejó la copa, se levantó y fue con él, a su lado, con Main Street

www.libroonline.org de fondo, mirándolo a los ojos—. Dímelo ahora. —Te quiero. Y no me importa. Rio. El corazón le botaba de alegría, pero rio y le cogió la cara con las manos. —Te quiero. Y a mí tampoco me importa. —No soy poeta. —No, Ry der, no eres poeta, pero me defiendes. Me dices la verdad. Me haces reír y me haces querer. Me dejas ser y percibes quién soy. Y te has enamorado de mí aun cuando no querías. Él le agarró las muñecas. —No voy a parar. —No, no pares. Ella se inclinó hacia él, sobre él, se dejó inundar de esa maravillosa sensación y dejó que su corazón la surcara. —Soy feliz de quererte. Feliz de tenerte, exactamente como eres. Feliz de que me lo hay as dicho esta noche, esta noche de amigos y familiares, esta noche de hogar. —Antes me agobiaba que fueras perfecta. —Ay, Ry der. —Me equivocaba. —La apartó un poco, para verla—. Lo que eres es perfecta para mí. Así que… —Se metió la mano en el bolsillo, sacó una cajita y la abrió. Ella miró el diamante, luego a él. —¿Me…? —La sorpresa y la alegría no le permitían encontrar las palabras —. ¿Me has comprado un anillo? —Pues claro que te he comprado un anillo —dijo él indignado—. ¿Por quién me has tomado? —¿Por quién te he tomado? —Intentó recobrar el aliento, pero no pudo. Y miró embobada el anillo, que brillaba como una estrella bajo las luces del porche —. Exactamente por quien eres. Exactamente. —Te quiero, así que nos casamos. Ella extendió la mano, le señaló el dedo anular. —Bien. —Él cogió el anillo, se lo calzó en el dedo. —Me vale —dijo ella en voz baja—. ¿Cómo has sabido la talla? —Medí uno de los tuy os. —Qué suerte tengo de casarme con un manitas. —Cuando lo hagas, te mudarás. Mi esposa no va a vivir en el hotel. —Ah. —Detalles, se dijo Esperanza. Los detalles y ajustes se le daban bien. Así que lo abrazó—. Seguro que a Carolee no le importará ocupar el apartamento de la gerente y cambiar turnos conmigo. Ya lo arreglaremos. —Más adelante —decidió él. —Más adelante —coincidió ella, y se perdió en él—. Qué bonito. Qué bonito

www.libroonline.org es todo. Apoy ó la cabeza en su hombro y empezó a suspirar. De pronto, exclamó sin aliento: —Ry der. Ay, Dios, Ry der, mira. Allí. —Señaló al otro extremo del porche. Estaban juntos entre las sombras, fundidos en un abrazo. Él llevaba las ropas toscas de un obrero, no un uniforme rasgado y ensangrentado. Esperanza vio cómo Billy agarraba con el puño el vestido de Lizzy por la espalda, como le hacía Ry der a ella. —La ha encontrado. Su Billy la ha encontrado. Se han encontrado. Ya están los dos juntos. —No llores. Venga. —Lloro si lo necesito. Acostúmbrate. Después de tanto tiempo, después de tanta espera, lo han conseguido. Te pareces un poco a él. A su Billy. —Puede. No sé. —Yo sí. Creo que tú le has enseñado el camino. No sé cómo. Da igual cómo. —Sus ojos se toparon con los de Lizzy un instante. Gozo con gozo—. Todo el mundo está donde tiene que estar.

www.libroonline.org Epílogo En una bonita tarde de primavera, Avery le daba vueltas y vueltas a su anillo de feria mientras Clare y Esperanza le abrochaban el vestido de novia. —No estoy nerviosa. —Claro que no —dijo Esperanza. —Vale, un poco, pero solo porque quiero estar muy guapa. —Créeme, lo estás. Vuélvete y mira —le ordenó Clare. En el dormitorio del Ático, Avery se volvió hacia el espejo de cuerpo entero. —Ay, sí. Estoy guapa de verdad. —Lo que estás es preciosa —la corrigió Esperanza—. Avery, estás preciosa. El vestido es increíble. No debería haber dudado de tu buen ojo para comprar por internet. —Es perfecto. —Encantada, giró para que la falda volara y brillara con ella —. Soy y o. —Relumbras como una vela. —Clare acarició el pelo brillante de Avery —. Como una llama. —¡Champán! ¡Rápido! Antes de que me eche a llorar y estropee el maquillaje que con tanto esmero me ha aplicado Esperanza. —Para la novia y para sus acompañantes. —Esperanza sirvió el espumoso—. Y hasta para la madre de los lactantes. —Los gemelos pueden con esto. Luke y Logan son tipos duros. —Míranos: la esposa, la novia y la futura novia. —Avery alzó la copa y brindó por todas ellas—. Tú en septiembre —le dijo a Esperanza. —Lo estoy deseando. Una locura, porque aún tengo muchísimo que hacer. Pero hoy es tu día, y te prometo que todo está maravillosamente perfecto. —No podía ser de otro modo. Me caso, acompañada de mis mejores amigas, mi padre, la mujer que me ha hecho de madre desde que era una cría, mis hermanos… Y lo hago en el sitio más hermoso que conozco. —Voy a mandarle un mensaje al fotógrafo para que suba. Vamos bien de hora —le recordó Esperanza. Lo comprobó todo. Las flores, la comida, la decoración de las mesas. Las velas, los manteles. Paró lo justo para ay udar a Beckett a pasarles los gemelos y sus tres hermanos a la madre de Clare y a Carolee. Para retocarle la corbata a Ry der, una mera excusa para besarlo. —¿Por qué no nos casamos ahora? —le preguntó él—. Ya vamos arreglados. Viene un cura. —En septiembre. —Le dio un beso largo—. Merecerá la pena esperar. Al momento exacto, agarró a Willy B. —Gracias a Dios. —Justine le dio una palmada en la cara—. Está tan nervioso como la novia.

www.libroonline.org —Es mi niña. —Lo sé, cielo. Ve a por ella, anda. Esperanza esperó, repartió los pañuelos al ver que a Willy B. se le empañaban los ojos y le dio un último retoque al maquillaje de Avery. —¿Qué murmuras? —le preguntó a Clare. —Estoy rezando. Rezo para no oír llorar a los bebés, porque, como los oiga, me empieza a subir la leche. —Ay, Dios mío. Tenía que haber traído tapones. —Pero, riendo, cogió a Clare de la mano para ir corriendo juntas a la puerta. Avery quería hacer una entrada triunfal, así que bajaron las escaleras hasta el Patio, donde estaban sentados los invitados y Owen esperaba con sus hermanos. Todos tan guapos, pensó Esperanza. Todo perfecto. En pocos meses, también ella bajaría esas escaleras para llegar hasta Ry der. Miró al otro lado, a la carpa blanca donde el centro de fitness Boonsboro se alzaba con su pintura azul claro y sus remates plateados. Se alegraba de tenerlo ahí, y la apenaba que Ry der y a no se colara por detrás del hotel todos los días. Se preguntó qué se le ocurriría a Justine ahora y le hacía ilusión saber cuál iba a ser su próximo proy ecto. Luego le apretó la mano a Clare. —Mira. En el porche que daba al cenador forrado de flores, estaba Lizzy con su Billy. —Aún están aquí —dijo Clare en voz baja—. No deja de sorprenderme. —Son felices aquí. De momento, por lo menos. Este es su hogar. Y el suy o, se dijo Esperanza. Su pueblo, su casa, su hogar. En él había construido una vida con el hombre al que amaba. Se volvió, le tiró un beso a la novia y bajó las escaleras rumbo a esa promesa.

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NORA ROBERTS. Seudónimo de Eleanor Wilder. También escribe con el pseudónimo de J. D. Robb. Eleanor Mari Robertson Smith Wilder nació el 10 de Octubre de 1950 en Silver-Spring, condado de Montgomery, estado de Mary land. En su familia, el amor por la literatura siempre estuvo presente. En 1979, durante un temporal de nieve que la dejó aislada una semana junto a sus hijos, decidió coger una de las muchas historias que bullían en su cabeza y comenzó a escribirla… Así nació su primer libro: Fuego irlandés. Está clasificada como una de las mejores escritoras de novela romántica del mundo. Ha recibido varios premios RITA y es miembro de Mistery Writers of America y del Crime League of America. Todas las novelas que publica encabezan sistemáticamente las listas de los libros más vendidos en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. Como señaló la revista Kirkus Reviews, « la novela romántica con Suspense romántico no morirá mientras Nora Roberts, su autora megaventas, siga escribiendo» . Doscientos ochenta millones de ejemplares impresos de toda su obra en el mundo avalan su maestría. Nora es la única chica de una familia con 4 hijos varones, y en casa Nora sólo ha tenido niños, por eso describe hábilmente el carácter de los protagonistas masculinos de sus novelas. Actualmente, Nora Roberts reside en Mary land en compañía de su segundo marido.

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Page 3 of 232. Esperanza es la gerente del Hotel Boonsboro que Justine Montgomery y sus. tres hijos, Beckett, Owen y Ryder, han restaurado con mucho esmero y. buen gusto. Es la íntima amiga de Claire y Avery, y acaba de terminar una. relación con Jonathan, el hijo del propietario del prestigioso hotel de. Georgetown ...

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