Página

1

Agradecimientos Transcripción Bren'DG, Flopyna, Lucy511, Karina27, Mary Ann, Sandriuus, Layla, Alex Yop EO, Kte Belikov , Anaid, Lornian, Andylove, Susana, Darkiel, Vania, Estereta, Linda Abby, Airin, Joy98, Karlaberlusconi.

Corrección Carol, Kte belikov, Ladypandora, Lia Belikov, Karla Mich, LizC, Anaid, Mary Ann, Patite cour, Anaid, Alex Yop EO, Eneritz.

Moderación Karlaberlusconi

Revisión & Recopilación Karlaberlusconi

Diseño

Página

2

Eneritz

4

Prólogo

5

Capítulo 1

6

Capítulo 2

27

Capítulo 3

57

Capítulo 4

90

Capítulo 5

118

Capítulo 6

141

Capítulo 7

167

Capítulo 8

189

Capítulo 9

221

Capítulo 10

273

Capítulo 11

300

Capítulo 12

316

Capítulo 13

342

Capítulo 14

365

Capítulo 15

382

Capítulo 16

406

Capítulo 17

421

Epílogo

448

Sobre la Autora… Amanda Grange

450 Página

Sinopsis

3

Índice:

Sinopsis

M

i queridísima Jane: La mano me tiembla al escribir esta carta. Tengo los nervios deshechos y estoy tan alterada que creo que no me reconocerías. Los dos últimos meses han sido un

espeluznante remolino de circunstancias extrañas y perturbadoras, y el futuro... Tengo miedo, Jane... La mañana de su boda, Elizabeth Bennet se sentía la mujer más feliz del mundo, pero tras iniciar el viaje de luna de miel rumbo a París, se ve inesperadamente involucrada en una trágica maldición que pondrá a prueba su amor por Darcy. Una tenebroso, conmovedora y visionaria

Página

4

historia llena de peligro, oscuridad y amor mortal.

PRÓLOGO DICIEMBRE 1802 Transcrito por karlaberlusconi

M

Corregido por Carol

i queridísima Jane: La mano me tiembla al escribir esta carta. Tengo los nervios deshechos y estoy tan alterada que creo que no me reconocerías. Los dos últimos meses han sido un

espeluznante remolino de circunstancias extrañas y perturbadoras, y el futuro… Tengo miedo, Jane. Si algo me pasa, recuerda que te quiero y que mi espíritu siempre estará contigo, aunque quizás no nos volvamos a ver. El mundo es un lugar sombrío y aterrador en donde nada es lo que parece. Todo era tan distinto hace apenas unos meses. Cuando amanecí la

Página

5

mañana del día de mi boda, me creí la mujer más feliz del mundo…

Capítulo 1 OCTUBRE 1802 Transcrito por Bren'DG & flopyna Corregido por Carol

L

a mañana del día de la boda de Elizabeth Bennet había una suave niebla y una agradable luz solar. Elizabeth abrió las cortinas de su habitación para ver el ensoñador paisaje inglés,

sereno y bello debajo de una suave capa blanca. La niebla era más espesa en el río; ahí se posaba voluptuosamente sobre el agua y luego iba adelgazándose sobre los campos y pastizales para finalmente desaparecer, sin dejar rastro, en los árboles. Los pájaros estaban en silencio, pero había una sensación de expectativa en el aire. Era como si el mundo estuviera esperando que el sol se levantara,

eliminara con su calor el brumoso velo, y revelara los

verdaderos colores de la campiña, no el blanco apagado y gris de ahora, sino verde, azul y dorado.

hasta que sus rodillas quedaron frente a ella. Se abrazó las piernas y sus

Página

6

Elizabeth se sumió en el asiento junto a la ventana y dobló las piernas

pensamientos volaron hacia la ceremonia que habría de tener lugar un poco más tarde. Le pasaban las imágenes por la mente: ella y su padre caminando por el pasillo central de la iglesia, Darcy esperándola al final, el anillo deslizándose en su dedo… No sólo ella se había levantado temprano. Su madre ya estaba despierta quejándose, con todo aquel que estuviera dispuesto a escucharla, de lo nerviosa que estaba; Mary estaba tocando el piano; Kitty preguntaba a gritos «¿Alguien ha visto mi moño? » y el señor Bennet ponía punto final a su seca respuesta al cerrar la puerta de la biblioteca. Al lado de Elizabeth estaba Jane, todavía durmiendo. Mientras miraba por la ventana el despertar del mundo, Elizabeth pensó en el último año y en lo afortunadas que eran ella y su hermana. Ambas habían conocido a hombres a los que ahora amaban y, después de muchas tribulaciones y dificultades, se iban a casar con ellos. Elizabeth no pudo recordar de quién había sido la idea de hacer una ceremonia conjunta, pero estaba contenta de saber que su hermana habría de compartir con ella el días más feliz de su vida; no, no el día más

pero sí el día más feliz de su vida hasta ese momento.

Página

7

feliz de su vida, pues estaba segura de que ese estaba todavía por venir,

Conforme salía el sol y la niebla se disipaba, Jane se movió, parpadeó y se colocó de costado sobre su codo; luego se acomodó el pelo quitándoselo de la cara y poco a poco lució su hermosa sonrisa. —Te despertaste temprano —le dijo a Lizzy. —También tú. —Ten. —Jane se bajó de la cama, fue detrás de la puerta, descolgó una bata y se la echó sobre los hombros a su hermana—. No querrás resfriarte. Lizzy tomó la bata y se la puso, luego, impulsivamente tomó la mano de su hermana y dijo: —Imagínate, en unas horas más estaremos casadas. Yo estaré camino al Distrito de los Lagos para mi viaje de bodas y tú, camino a Londres para visitar a los parientes de Bingley. Jane se sentó frente a Elizabeth en el asiento junto a la ventana y Elizabeth se recorrió un poco para hacerle más espacio. Jane dobló una pierna frente a ella, dejó la otra recargada sobre el asiento y meneó el pie que colgaba a unos cuantos centímetros del suelo.

su hermana y le dijo:

Página

enrollaba uno de sus hermosos rizos con el dedo; luego volteó la mirada a

8

Mientras veía en dirección a la ventana, con la mirada ausente, se

—¿Hubieras preferido que fuéramos juntas a nuestros viajes de bodas? —Sí —respondió Lizzy— y no. Jane asintió reflexiva. —Voy a extrañarte, Jane, pero necesitamos pasar tiempo a solas con nuestros esposos —dijo Lizzy—, en especial durante los primeros tiempos. Pero vas a escribirme, ¿no? —Claro, ¿y tú a mí? —Todos los días bueno quizás no todos los días —dijo Lizzy con una sonrisa repentina—, y quizás al principio no voy a escribirte en lo absoluto, pero escribiré continuamente para contarte de mí y tú deberías hacer lo mismo. Escucharon el sonido de pasos en la escalera y supieron que era su madre, que venía para apurarlas a arreglarse a pesar de que la ceremonia no empezaría sino hasta después de unas tres horas. La saludaron afectuosamente, con una alegría que les impedía agobiarse por nada y escucharon todas sus preocupaciones, reales e imaginarias. Le aseguraron que Kitty no tosería durante la ceremonia y que la señora Long no se

—Estoy segura de que sería capaz de hacerlo —dijo la señora Bennet.

Página

9

robaría al señor Bingley para su sobrina en el último momento.

—El señor Bingley ama a Jane —dijo Lizzy. La señora Bennet sonrió complacida. —No me sorprende. Sabía que la hermosa de Jane no sería en vano. Bueno, niñas, bajen ya. El desayuno está servido en el comedor. Elizabeth y Jane se miraron. No soportaban la idea de un desayuno familiar con su madre quejándose y Mary dando lecciones de moral. —No tengo hambre —dijo Elizabeth. —Tampoco yo —dijo Jane. Su madre protestó, pero no hubo forma de persuadirlas; así que la señora Bennet bajó la escalera gritando. —¡Kitty! ¡Kitty, corazón, quiero hablar contigo!… Elizabeth y Jane suspiraron aliviadas cuando volvieron a estar a solas. —Sí deberíamos comer algo, aunque no tengamos ganas —dijo Jane. —No podría comer nada —dijo Lizzy—, estoy demasiado emocionada. —Deberías intentarlo —dijo Jane mientras se ponía de pie y la miró con afecto—. Va a ser una mañana muy larga y no querrás desmayarte en la

Página

—De acuerdo —dijo Lizzy—, lo haré por ti, pero sólo si no tenemos que

10

iglesia.

bajar. Jane descolgó su bata y se la acomodó sobre los hombros, después salió de la habitación. Elizabeth se recargó sobre la ventana y sus ojos miraron hacia Netherfield. Imaginó a Darcy levantándose también y preparándose para la boda. Jane interrumpió sus pensamientos al llegar con una charola con pan y chocolate y juntas hicieron un desayuno aceptable. Cortaron trozos de roles calientes que comieron entre sorbos de chocolate caliente. —¿Cómo piensas que va a ser? —preguntó Elizabeth. —No lo sé —dijo Jane—, diferente. —Tú te quedarás aquí en Netherfield —dijo Elizabeth—, pero yo voy a vivir en Derbyshire. —Con el señor Darcy —dijo Jane. —Sí, con mi querido Darcy —dijo con una gran sonrisa. Pensó en ella y en Darcy en Pemberley, paseando por sus exuberantes terrenos y viviendo sus vidas dentro de sus lujosas habitaciones, y se

Las dos jóvenes se levantaron del asiento junto a la ventana y fueron a

Página

para decirles que era tiempo de arreglarse.

11

quedó perdida en felices ensueños hasta que su madre volvió de nuevo

lavamanos; ahí se quitaron sus camisones y se lavaron con agua aromatizada antes de ponerse su ropa interior. Se sentaron pacientemente a que Hill las peinara, trenzando perlitas por entre los mechones de sus delicados moños y luego, antes de ponérselos, se probaron el corsé la una de la otra y estuvieron riéndose todo el rato. Se tomaron más silenciosas cuando llegó el momento de ponerse sus vestidos de boda. Habían querido que sus vestidos fueran parecidos, pero no iguales. Ambos eran de seda blanca, pero el vestido de Jane tenía el cuello redondeado y estaba decorado con un listón, mientras que el de Lizzy tenía el cuello cuadrado decorado con encaje. Primero Elizabeth le ayudó a Jane a pasarse el vestido por arriba de la cabeza. El vestido fue cayendo sobre el cuerpo de Jane hasta que, al llegar al suelo, se oyó un crujido de seda; Elizabeth se lo ajustó, luego se hizo a un lado y miró a Jane en el espejo. Le dio un beso en la mejilla y dijo: «Bingley es un hombre afortunado.» Luego, Elizabeth levantó los brazos para que su hermana pudiera pasarle

Elizabeth se miró en el espejo y pensó que, de alguna manera, se vea

Página

Elizabeth y al caer al suelo se escuchó también un buen crujido.

12

el vestido por arriba. El vestido cayó suavemente sobre la silueta de

diferente. Elizabeth Bennet estaba por desaparecer y Elizabeth Darcy no había aparecido todavía. Por el momento, se encontraba atrapada entre eses dos mundos, no era ni una ni la otra. Le daría pensar dejar ir a la primera, pero al mismo tiempo, estaba deseosa de que la segunda llegara: un nuevo nombre, y con él, un nuevo mundo y una nueva vida. Las dos jóvenes se miraron, se abrazaron y se rieron. Se pusieron sus tocados con el velo, se pusieron sus largos guantes blancos y tomaron sus ramos, con lo que se dispersó el aroma de rosas por el aire. Luego, tomadas de la mano, bajaron la escalera. —Pues aquí estamos; dos novias —dijo Elizabeth cuando llegaron al final de la escalera y, repentinamente, se estremeció. —¿Qué pasa? —preguntó Jane. La voz de Elizabeth sonó rara. —No lo sé. Tuve una sensación extraña, casi como un presentimiento. —¡Ah! No es otra cosa que los nervios de la boda —se oyó la cálida voz de su padre detrás de ella cuando volteó, lo vio mirándola amorosamente—.

serio— hayas cambiado de opinión, Lizzy. Si es así, es mejor que lo digas

13

de una vez. Sabes que sólo tienes que decirlo. Todavía no es demasiado

Página

Todos los sienten el día de su boda. A menos que —dijo repentinamente

tarde. Elizabeth pensó en su amado Darcy y en la forma en que él la miraba como si fuera la única mujer en el mundo y dijo: —No, por supuesto que no, papá. Es sólo lo que tú dices, los nervios de la boda. —Qué bueno, porque no soportaría que te fueras con alguien que no te mereciera o con alguien quien no amaras verdaderamente —dijo de modo escrutador. —Sí lo amo, papá, con todo el corazón —dijo Elizabeth. —Bueno, el carruaje está listo y sus damas de honor están esperándolas. Su madre ya se fue a la iglesia y es hora de que nosotros nos vayamos también. Le ofreció un brazo a cada una de sus hijas y luego, con Lizzy a su derecha y Jane a su izquierda, las condujo afuera, hacia el carruaje.

Las calles de Meryton estaban llenas de personas llevando a cabo sus

14

rutinas diarias, pero todas se detenían a mirar y a sonreír conforme

Página

*****

pasaba el carruaje de los Bennet, que fue el centro de atención en su recorrido hacia la iglesia. Al llegar, Elizabeth y Jane vieron que la entrada estaba decorada con flores. —Ésa fue idea de su hermana Kitty —dijo el señor Bennet mientras ayudaba a sus hijas a salir de carruaje. Kitty bajó del carruaje detrás de ellas y junto a la otra dama de honor, Georgiana Darcy, y se sonrojó de placer al ver el evidente gusto de sus hermanas. —No obstante, su hermana Mary pensó que era un gesto bien intencionado pero fútil, pues el estado de la entrada no tendrá ninguna injerencia en su felicidad futura; de hecho, eso es algo que ella ya aprendió —añadió con sequedad el señor Bennet. Elizabeth se rio, pero mientras recorría el pasaje hacia la iglesia, sintió que su buen humor la dejaba y cómo los nervios empezaban a abrumarla. ¿Estaría ya Darcy ahí? ¿Habría cambiado de parecer? ¿Acaso llevaría puesto su abrigo azul?

Cuando llegaron a la puerta de la iglesia, el señor Bennet se detuvo.

Página

que eran sus preocupaciones y se rio en silencio.

15

Ese mal pensamiento llegó a su mente y le hizo darse cuenta de lo absurdo

—Bueno, niñas, déjenme verlas por última vez —dijo con los ojos sospechosamente humedecidos—. Sí, les va a ir muy bien —añadió finalmente con una sonrisa sincera—. De hecho, les va a ir más que bien. Sin duda, ustedes son las dos novias más hermosas de Inglaterra. Después de darle un abrazo a cada una, las condujo al interior. Cuando entraron a la iglesia, Elizabeth y Jane vieron que sus familiares y amigos se habían congregado para presenciar su boda. La señora Bennet estaba sentada a un lado del pasillo con los Gardiner y los Phillip; Caroline Bingley estaba del otro lado con su hermana y su cuñado. Los amigos y vecinos estaban esparcidos por todos lados y muy deseosos de presenciar la ceremonia. El señor Collins dijo en un fuerte susurro que, en su calidad de clérigo, estaba listo para conducir la ceremonia en caso de que el párroco de Meryton se hubiera enfermado repentinamente; pero como el señor Williams era un hombre joven e incluso ya estaba de pie frente a ellos, no parecía que su ofrecimiento fuera a ser necesario.

bodas si loa anillos estaban a salvo. Ambos se veían muy bien y estaban

Página

nerviosos uno al otro y repetidamente preguntaban a los padrinos de

16

Los dos novios estaban esperando al frente de la iglesia; se sonreían

vestidos inmaculadamente con frac negro y pantalón blanco. Sus fulares estaban recién almidonados y sus camisas blancas estaban plegadas a la altura de la cintura. En cuanto a Elizabeth y Jane comenzaron a caminar por el pasillo central, Mary, que estaba sentada en el órgano de la iglesia, tocó una sonata y todos voltearon a ver a las novias. Se escuchó un murmullo de admiración que poco a poco fue desapareciendo. Cuando Elizabeth y Jane llegaron frente al altar, entregaron sus ramos a Kitty y a Georgiana y luego se colocaron de pie al lado de ellas. Hubo unos cuantos tosidos, aunque por suerte ninguno de Kitty, y el sacerdote comenzó. —Queridos hermanos, estamos aquí reunidos… Elizabeth miro furtivamente a Darcy. Se veía más nervioso que nunca antes; más nervioso incluso que cuando había ido a verla al mesón de Lambton después de su separación. Pero, al sentir su mirada, el volteó a verla y ella sintió que sus nervios desaparecieron y, sonriéndose uno al

reverendo Williams.

Página

—¿Quién da a esta mujer en matrimonio con este hombre? —preguntó el

17

otro, volvieron la mirada al sacerdote.

—Yo —respondió el señor Bennet con una mirada de amor paternal y orgullo. El señor Darcy tomó la mano de Elizabeth con su mano derecha y repitió después del señor Williams: —Yo, Fitzwilliam Charles George Darcy, te tomo, Elizabeth Eleanor Anne Bennet, como mi esposa. Para quererte y cuidarte, desde hoy en adelante, en las buenas y en las malas, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad, para amarnos y honrarnos hasta que la muerte nos separe. Mientras repetía, se oyeron suspiros de toda la congregación, pero más notablemente, de la esquina en la que estaba sentada Caroline Bingley. Elizabeth y Darcy se soltaron las manos y luego ella tomó la mano derecha de Darcy con su mano derecha y pronunció sus votos con una voz tan clara, que hizo que la señora Bennet tuviera que limpiarse las lágrimas de los ojos con su pañuelo; cuando Darcy le puso el anillo a Elizabeth, se escucho en toda la iglesia un murmullo de aprobación. Una vez hechos los votos, fueron a la sacristía a firmar el registro,

firmaban sus nombres como Bennet por última vez, Mary interpretó otra

Página

pronunciado en tono igualmente amoroso. Mientras Elizabeth y Jane

18

acompañados de Jane y Bingley, cuyos votos también se habían

sonata. —¡Ay, señor Bennet, sólo piénselo, nuestra Elizabeth es ahora la señora Darcy! ¡Dios mío, con un ingreso de diez mil libras al año! —escuchó Elizabeth claramente la voz de su madre murmurando en un tono jubiloso cuando salieron de la sacristía. Recorrieron el pasillo central de regreso para recibir las felicitaciones. Cuando salieron de la iglesia, se acercó a ellos sir Williams Lucas, quien les obsequió un augusto discurso y, detrás de él, apareció el señor Collins, quien les hizo una reverencia y aderezó sus felicitaciones diciendo: —Estimada patrona, lady Catherine de Bourgh —antes de dejarlos caminar

libremente.

Cuando llegaron al final de camino, el señor Gardiner le entregó al señor Darcy algunos mensajes que habían llegado de quienes no habían podido asistir a la ceremonia y le enviaban buenos deseos. El señor Darcy se los leyó a Elizabeth mientras llegaban a donde los estaba esperando el carro de los Darcy.

tenía el interior húmedo y la tapicería remendada. Incluso las persianas

Página

la piel de los asientos, era totalmente diferente al carro de los Bennet, que

19

Elizabeth subió al carro y se encontró con el aroma a cera y la suavidad de

del carro de los Darcy eran de seda. Entre los alegres gritos de la congregación, el carro tomó el camino de regreso a Longbourn para el desayuno de la boda. El señor Darcy iba sentado frente a Elizabeth y ella vio una expresión de amor tan puro en el rostro de él, que sintió que se le cerraba la garganta. Se volteó, momentáneamente abrumada, y él continuó leyendo los mensajes de buenos deseos. Luego Elizabeth saludó con la mano por la ventanilla a los jóvenes de la familia Lucas, que reían y vitoreaban mientras el carro los pasaba. Pero no pudo mantener la mirada apartada de él durante mucho tiempo y volteó a verlo en el reflejo de la ventanilla, con el deseo de ver su cara otra vez… luego su corazón se sobresaltó, pues la expresión de amor en su rostro había cambiado por una de tormento. Se sintió repentinamente asustada y se preguntó qué podía significar. Por un momento, pensó si quizá él se arrepentía del matrimonio. Pero no, ciertamente, no se trataba de eso. Él le había dado tantas pruebas de sus sentimientos, amándola a pesar de sus prejuicios ciegos, a pesar de que lo

segura de que no lo lamentaba. Pero sí había visto una expresión de

Página

garbo cuando se encontraron de improvisto en Pemberley; que estaba

20

hubiera rechazado en Rosings y a pesar de su triste e incómoda falta de

tormento en su rostro. Debía saber que significaba. En espera de lo peor, volteó a verlo y encontró que la expresión había desaparecido y que él estaba tranquilamente leyendo los mensajes. Estaba

sorprendida;

entonces

pensó

si

quizás

el

cristal

había

distorsionado sus rasgos. No era un espejo, era una ventanilla y no estaba hecha para reflejar; además, la luz podía jugar trucos raros incluso sobre la superficie más lisa. Estaba claro que ahora no había ningún rastro de angustia en su rostro. El carro dio la vuelta hacia el corredor de autos de la Casa Longbourn, y al ver la multitud esperándola para darle la bienvenida, dio por concluido el asunto. Los vecinos que habían salido antes que ellos, estaban muy sonrientes esperando para saludarla. El ánimo era contagioso. Darcy la ayudó a salir del carro y luego estrechó las manos de todos los invitados mientras arrojaban pétalos de rosas y los llenaban de buenos deseos.

felicidad señor y señora Bingley!»

Página

de: «¡Felicidades señor y señora Darcy!» se unieron los de: «¡Larga vida y

21

El carruaje de Jane, que venía detrás del de Elizabeth, llegó, y a los gritos

Elizabeth, dispersando su incertidumbre, tomó un puñado de pétalos de rosas y se los arrojo alegremente a su hermana. —¡Tres hijas casadas! —gritó la señora Bennet, y el señor Bennet se aclaró la garganta más de lo necesario para quien no padece tos. Todos entraron. El recibidor estaba adornado con flores y los invitados pasaron hablando y riendo en su recorrido hacia el comedor. Ahí estaba ya dispuesto el desayuno de la boda. La mesa estaba cubierta con tela de un blanco inmaculado y el cristal y los cubiertos estaban relucientes. Mientras los invitados tomaban sus lugares a la mesa, la señora Bennet entraba y salía de la habitación incesantemente hasta que el señor Bennet le dijo que Hill se había encargado de todo. —Siéntese, querida, y deje que Hill se haga cargo de todo —dijo mientras la señora Bennet se levantaba de la silla por enésima vez. Al centro de la mesa había una variedad de platillos servidos en porcelana china y decorados con flores cristalizadas. Pollo frío, agachadiza, gallina, faisán, jamón, ostras y res, además de ensaladas coloridas, las últimas de

decorados, uno con las iniciales E y F y otra con las iniciales J y C.

Página

y pasteles de queso. Al centro de la mesa, había dos pasteles de bodas

22

año. A un lado había tartas de frutas, bebida hecha de leche, vino y azúcar

Las voces se silenciaron conforme la gente empezó a comer y lo único que rompía el silencio eran el tintineo de las copas y el chasquido de los cubiertos sobre los platos. Cuando por fin los invitados saciaron su apetito, sir William Lucas se puso de pie. —Y ahora —dijo—, quiero proponer un brindis: a las joyas más hermosas de país, la señorita Jane Bennet y la señorita Elizabeth Bennet… —¡Sí, sí! —se escucharon los gritos. —… quienes ahora serán llevadas en brazos por sus afortunados esposos como la señora Bingley y la señora Darcy. Se escucharon más gritos y vivas. —Estoy segura de que no pasará mucho tiempo antes de que mis otras niñas se casen. Kitty es muy servicial y tan bonita como Lizzy, y Mary es la niña más perfecta de estos lugares —dijo la señora Bennet. Una vez terminado el desayuno y pronunciados los discursos, llegó el momento de partir los pasteles. Elizabeth y Jane se pusieron de pie, una al

orgullo de la cocina de Longbourn. El rico pastel de frutas había sido

23

envinado con brandy antes de cubrirlo con pasta de almendras y con un

Página

lado de la otra y con sus esposos detrás de ellas. Los pasteles eran el

suave betún blanco. Elizabeth y Darcy, así como Jane y Bingley pusieron una mano sobre sus respectivos cuchillos y partieron los pasteles. —¡Pidan un deseo! —les grito Kitty. Y de repente, una corriente fría sacudió a Elizabeth, pues la asaltó el temor

innumerable

de

que

debía

haber

una

respuesta

a

sus

presentimientos. —Quisiera que me dijera verdaderamente si lamenta nuestro matrimonio —le dijo en voz baja a Darcy mientras lo miraba. En un instante la sonrisa de Darcy desapareció y ella vio una fuerte emoción llegar a su rostro. La mano de él se cerró convulsivamente sobre la de ella, de modo que la apretó con firmeza. Y ella vio una mirada de resolución en el rostro de él conforme le respondía. —No. Nunca —luego, él presionó la mano de Elizabeth, forzándola hacia abajo con una rapidez y fuerza perturbadoras y juntas sus manos deslizaron el cuchillo hasta el fondo del pastel. Sin embargo, a pesar de sus palabras, él no estaba tranquilo, y tan pronto

Él tomó la mano de ella y la sostuvo firmemente con la suya. Le agradeció

Página

vayamos.

24

como se apagó el vitoreo, le dijo a Elizabeth—: Es hora de que nos

a los congregados por su presencia y sus buenos deseos y luego dijo que él y su esposa debían irse pues tenían un largo camino por recorrer. Se oyeron más buenos deseos mientras él conducía a Elizabeth hacia el carro y la ayudaba a subir. —Ha habido un cambio de planes. Quiero que nos lleve a Dover —le indico Darcy al conductor cuando Elizabeth se estaba acomodando dentro. —¿Dover? —pregunto ella sorprendida en cuanto Darcy se subió al carro. Él se acomodó frente a ella—. Pensé que iríamos hacia el norte, al Distrito de los Lagos. Dover está en dirección contraria. —Podemos ir al Distrito de los Lagos en cualquier momento. No debe apegarse a esa idea; ese plan fue de corta duración y preferiría llevarla al continente. Quiero mostrarle París. —¿Pero no es peligroso? —pregunto Elizabeth. Él la miró con cierta perturbación y se inclinó hacia adelante en su asiento. —¿Qué ha oído? —le preguntó. —Nada —respondió ella, sobresaltada por el cambio en su actitud—. Solo

—¡Ah, solo eso! —dijo él, volviendo a reclinarse sobre su asiento—. No

Página

y que cuando eso suceda los ingleses no estarán a salvo ahí.

25

que la guerra con Francia podría estallar de nuevo en cualquier momento

tiene nada de qué preocuparse. Es perfectamente seguro. La paz va a durar un buen tiempo todavía. Y tengo amigos y familiares en París que quiero volver a ver, gente a la que además quiero que conozca. —Nunca antes había hablado de ellos —dijo ella. —No fue necesario. Le resultarán agradables, estoy seguro, y también usted

a

ellos.

—Nunca he ido a París —dijo ella en tono meditativo—. Nunca he salido de Inglaterra. —París está cambiando, pero todavía es una ciudad de gran elegancia, y los parisinos son encantadores. A veces demasiado encantadores —dijo y una sombra cruzó por su rostro. Luego su estado de ánimo se aligeró y

Página

26

dijo—: Tendré que cuidarla bien.

Capítulo 2 Transcrito por Lucy511 Corregido por Karla Mich

L

a comitiva era bastante grande. Detrás del carro de Darcy y Elizabeth había un segundo carruaje con el criado de Darcy, la doncella de Elizabeth y baúles de ropa. Había lacayos que

montaban guardia contra algún ataque y escoltas que iban delante de ellos para pagar el peaje, de modo que el carro de los Darcy pudiera pasar sin detenerse. Todo era muy distinto de los viajes que Elizabeth había hecho con su familia.

En

ellos,

Elizabeth

había

sufrido

todos

los

retrasos

e

incomodidades que forman parte de un tipo de viaje menos lujoso. Había viajado apretada, junto a otros seis pasajeros que se habían reído, peleado, quejado o protestado durante todo el viaje. El carro pronto dejó Hertfordshire atrás y comenzó a viajar en dirección al

Pascua anterior cuando visitó a Charlotte en la rectoría de Rosings. No

27

obstante, esta vez no se detuvieron en Londres sino que se siguieron hasta

Página

sureste. Ese camino le resultaba familiar a Elizabeth; lo había tomado la

Kent. El carro pasó por ciudades y pueblos, pero, la mayor parte del tiempo, estaban en campiña, que estaba radiante por la fertilidad otoñal. Había moras que resplandecían en los arbustos y manzanos llenos de fruta en el campo. Darcy habló muy poco durante el viaje. Parecía estar pensando en algo y a Elizabeth no le gustaba molestarlo. Por lo menos, la expresión de su rostro ya no era de tormento, sino de abstracción, pero ella seguía pensando si quizá él era presa de humores extraños. Ella se preguntó qué tanto lo conocía en realidad. Lo había visto en Netherfield, en Rosings y en su casa de Derbyshire, pero siempre había habido otras personas y ella sabía que los hombres, estando en compañía, no son como cuando están solos. Habían estado a solas cuando recorrieron las calles de Longbourn, ya comprometidos; pero ni si quiera entonces habían estado verdaderamente solos: en todo momento había habido algún vecino que iba de compras, un labriego de camino al mercado o algún sirviente en el cumplimiento de una diligencia. Ahora que

facetas de su carácter se mostrarían en las siguientes semanas. También

Página

ante la posibilidad de saber más sobre él, y se preguntaba qué nuevas

28

estaban solos, Elizabeth estaba emocionada, pero también angustiada,

pensaba en qué otros cambios de planes habría durante el viaje de bodas. Ese pensamiento la llevó a otro que la hizo sonreír. Darcy le lanzó una mirada interrogativa. —Pensaba en que no estaba destinada a visitar el Distrito de los Lagos — dijo Elizabeth—. Se suponía que iría el año pasado con mis tíos, pero los asuntos del negocio de mi tío nos hicieron cambiar de plan. Y ahora, los planes han cambiado de nuevo. Me pregunto si alguna vez veré los lagos. —Le prometo que iremos, pero si no vamos al continente ahora, podrían pasar años antes de que volvamos a tener la oportunidad. Napoleón podrá hablar de paz, pero ya he visto a hombres como él y, a pesar de lo que digan, sólo piensan en la guerra. Ahora hay un cese a las hostilidades y debemos aprovecharlo. El sol estaba por ponerse, y si bien el día había sido cálido, era octubre y los días duraban poco. Darcy comenzó a bajar las persianas del carruaje, pero Elizabeth, deseosa de ver la puesta de sol, se desplazó para detenerle la mano. Él no se detuvo y le explicó que el interior del carruaje guardaría

contradecirlo.

Página

un tono inusual en su voz, que hizo que Elizabeth no quisiera

29

mejor el calor si bajaban las persianas. Hubo algo en la forma que lo dijo,

Continuaron su viaje en silencio y Elizabeth pensó, con una leve sensación de intranquilidad, que esto no era lo que había esperado. Había anhelado que llegara el momento de este viaje, pensando que estaría lleno de conversación y risas y quizás del tipo de amor que el matrimonio trae consigo, pero su esposo parecía preocupado. Estaba sentado, con la mirada en otro lado y ella lo observaba, examinaba su perfil. Era un rostro fuerte, de rasgos hermosos y, sin embargo, había algo en él que no lograba entender. Era el hombre con el que se había casado y, al mismo tiempo, era otro distinto, más distante, y ella se preguntaba si sería por la naturaleza agotadora del viaje o si quizás estaba retomando su anterior forma de ser, más reservado. Aunque Elizabeth no podía ver nada fuera del carro, percibía los cambios en los sonidos y en los olores conforme se acercaban a la costa. El dulce canto de los mirlos y petirrojos fue sustituido por el estridente grito de las gaviotas, y el olor a hierba y flores fue remplazado por el penetrante olor de la sal, que impregnó todo el carruaje. Elizabeth no sólo lo sentía en la nariz,

comenzó a sacudirse y a traquetear debajo de los adoquines, y el chapaleo

Página

El carruaje, que había andado suavemente sobre caminos lodosos,

30

sino también en los labios y en la lengua.

de las ruedas se sumó a los ásperos sonidos de las aves marinas. Impaciente por ver en dónde estaban, Elizabeth abrió una de las persianas y su esposo no se movió para detenerla. Lo primero que vio fue la imponente silueta negra del castillo de Dover, que se elevaba sobre el paisaje y se estremeció, pues en la oscuridad, el castillo parecía algo enorme y maligno, un inmenso vigía montando guardia; pero a ella no le quedaba claro si parecía proteger o aprisionar a la ciudad. Y luego vio los riscos, eran tan blancos como los huesos de una jibia y, bajo la pálida luz de la luna, tenían un resplandor palpitante. Frente a ellos, se delineaban las siluetas de barcos de altos mástiles que subían y bajaban con el oleaje. Sus cabos atracados crujían y lanzaban fuertes suspiros con el movimiento, como el murmullo de almas intranquilas. Luego el carruaje dobló en una esquina y todo cobró un aspecto más alegre. Frente a ella, Elizabeth vio un mesón. Se veían luces en las ventanas y, afuera, colgaba un rótulo en colores brillantes. El carro entró

miedo innombrable que se había apoderado de ella al llegar al puerto.

Página

alboroto y bullicio y calor y color y Elizabeth se rio de sí misma por el

31

al patio, tan iluminado por antorchas, que incluso parecía de día. Había

El conductor jaló las riendas de los caballos y el carro se detuvo suavemente. Su viaje no había tenido retrasos ni frustraciones como los que había pasado cuando viajaba con su familia; no se había perdido tiempo en procurar llamar la atención de alguien, pues, en cuanto el carro se detuvo, se les brindó atención a los caballos, se abrió la portezuela, se colocó el escalón de ascenso y descenso del carruaje y el mesonero les dio una obsequiosa bienvenida. Los escoltó hasta el interior, reverenciándolos continuamente mientras les preguntaba sobre su viaje y les aseguraba que se habían detenido en el mejor mesón de Dover. —La chimenea del salón está encendida, para cuando estén listos para cenar —dijo— y pediré que prendan lasa de sus habitaciones. Pueden descansar con la tranquilidad de que atenderemos todas sus necesidades. Darcy se detuvo justo al entrar al mesón. —Usted continúe —le dijo a Elizabeth— yo tengo que ir al puerto a arreglar nuestros pasajes para Francia. —¿No podría arreglarlo uno de los escoltas? —le preguntó.

Le hizo una reverencia y salió. Elizabeth fue conducida al segundo piso por

32

la esposa del mesonero y mientras subía volvió a pensar en las acciones

Página

—Prefiero hacerlo yo mismo —respondió él.

inesperadas de su esposo. La mujer abrió la puerta de un departamento bien amueblado y se quedó de pie, aun lado de la puerta, en actitud deferente mientras Elizabeth entraba. El cuarto estaba bien iluminado, tenía una cama de cuatro postes con un cubrecama que hacía juego con las cortinas. Había una chimenea en la esquina y ya una de las mucamas estaba encendiendo pacientemente el fuego. Luego, la esposa del mesonero abrió una puerta que conectaba ese departamento con una habitación un poco más grande y menos iluminada. Sin duda, había sido amueblada para recibir a un caballero; tenía muebles de roble sólido y pinturas de barcos colgadas en las paredes. —Gracias, con esto estaremos perfectamente —dijo Elizabeth. —Gracias, señora —dijo la esposa del mesonero al tiempo que le hizo una reverencia—. ¿A qué hora van a cenar? —En cuanto llegue mi esposo —dijo Elizabeth. —Muy bien —dijo la mujer y se retiró después de una última reverencia.

cubrecama estaba ya abierto y ella imaginó la cabeza de él sobre la

33

almohada, con su pelo oscuro contrastando contra el blanco de las

Página

Elizabeth estuvo un momento más en la habitación de Darcy. El

sábanas. Repentinamente sintió deseos de tocar su pelo, de sentir su textura entre sus dedos y de percibir su olor. Volvió a su habitación y vio que la camarera ya había colocado una jarra de agua caliente en la jofaina. Se quitó la ropa con la sensación de estar sucia por el viaje y, de pie sobre un hermoso polibán de porcelana, se lavó todo el cuerpo; apretaba la esponja para que el agua le escurriera y dejara a su paso canales de agua limpia. Cuando el agua comenzó a enfriarse, se enjuagó más rápidamente y, al termina, fue hacia su cama, en donde su doncella

había

colocado

el

vestido

azul

nuevo

que

había

traído

especialmente como ajuar de novia. Annie, su doncella, salió del vestidor y la ayudó a vestirse; le pasó por arriba de la cabeza su ropa interior decorada con encaje y le ajustó el corsé. Mientras lo hacía, Elizabeth pensó en lo raro que se sentía que la vistiera alguien a quien ella no conocía. En Longbourn nunca había necesitado una doncella, pues siempre había estado su hermana Jane para ayudarla y, mientras se arreglaban para los bailes, charlaban y reían; también

pronto y que, cuando estaban listas, daba unos pasos hacia atrás para

Página

necesitaban y las regañaba y apuraba para que terminaran de arreglarse

34

siempre había estado Hill, que les brindaba más ayuda cuando la

admirarlas. También habían estado su mama y Kitty y Mary y Lydia; pero aquí no había nadie más que Annie. Mientras terminaba de arreglarse poniéndose los largos guantes blancos de noche, Annie abrió la boca como para hablar, pero volvió a cerrarla. Luego volvió a abrirla y, en un ademán nervioso, se secó las manos sobre el mandil. —¿Sí, Annie? —preguntó Elizabeth. —Bueno, señorita, señora, estaba pensando si será verdad; eso es todo. Como los otros están diciendo que vamos a salir de Inglaterra… ¿de verdad vamos a ir a Francia? —Sí, así es —dijo Elizabeth, suspendiendo por un momento la maniobra de abrocharse el botón del guante para mirar a Annie—. ¿Te preocupa? — le preguntó. —No —respondió Annie incierta—, pero algunos de ellos no están tan seguros. Cosas malas suceden en Francia; eso dicen ellos, cosas muy malas.

sonaba—. No nos quedaremos si corremos peligro.

Página

acabó —dijo Elizabeth, con la esperanza de sentirse tan segura como

35

—En Francia han sucedido cosas terribles en los últimos años, pero eso se

Annie asintió con una expresión que denotaba que no le creía enteramente, entonces Elizabeth le mostró una sonrisa tranquilizadora y luego salió, para bajar al salón privado en donde había una chimenea encendida. La ventana daba al frente del mesón y se podía ver también el camino, así que se quedó mirando afuera, con la intención de ver llegar a Darcy. Finalmente se cansó y, cuando volteó la mirada a otro lado, vio que él estaba ahí, en el salón. La recorrió un estremecimiento, no comprendía cómo era posible que él hubiera entrado sin que ella lo escuchara abrir la puerta. Pero se olvidó de todo en cuanto vio su mirada de admiración y lo escuchó decir: —Se ve usted hermosa. —Gracias. Él dio un paso adelante, tomó la mano de ella y la besó. —Elizabeth, si parezco preocupado es sólo porque tengo mucho en que pensar en este momento. La voy a hacer feliz, se lo juro.

Él levantó su mano hacia la mejilla de Elizabeth, pero detuvo su gesto

36

cuando el mesonero entró al salón. Por su rostro cruzó una expresión de

Página

—Sé que lo hará —dijo ella.

frustración; luego soltó la mano de Elizabeth y tomó su lugar en la mesa al tiempo que ella tomaba el suyo. —¿Pudo arreglar lo de nuestros pasajes? —preguntó ella cortésmente mientras servían la comida. Con los sirvientes yendo y viniendo ella no quiso hablar sobre nada más íntimo. —Sí, zarparemos mañana por la mañana. ¿Se marea usted durante la navegación? —preguntó él. Ella levantó las cejas. —No lo sé. Nunca antes he estado en un barco. —Entonces ésta es su oportunidad para descubrirlo. Creo que lo va a disfrutar. El capitán dice que el mar estará tranquilo mañana. Es un hombre bastante hábil y está acostumbrado a mis formas. Por lo general viajo con él cuando cruzo al continente. Continuaron hablando del viaje y de sus planes para el día siguiente hasta que terminaron de cenar y entonces Elizabeth se retiró al cuarto. Su

Se desvistió con la ayuda de Annie y se puso su camisón nuevo, decorado

Página

expectativa del momento en el que él se le uniera.

37

esposo dijo que tenía que hablar con el mesonero, así que ella subió con la

con un fino encaje de Brujas y luego le dijo a su doncella que podía retirarse. Se puso nerviosa mientras pensaba en todas las indecencias que les había contado Lydia, las historias desalmadas sobre la vida de los casados. Elizabeth se preguntaba si sería así para Darcy y para ella. Ella creía que no. Para pasar el tiempo, Elizabeth fue al escritorio de viaje que había traído consigo y comenzó a escribir una carta para Jane.

Mi queridísima Jane:

Te vas a sorprender cuando te diga que, después de todo, no vamos al Distrito de los Lagos; estamos de camino a Francia…

Le resultaba difícil mantenerse enfocada en la carta, así que irguió la cabeza para ver si escuchaba los pasos de Darcy en la escalera o el girar

Entonces volvió a su carta. Escribió sobre su viaje, sobre el mesón, sobre

Página

estaba en silencio, salvo por el murmullo de voces que venía de abajo.

38

del picaporte de la puerta que conectaba sus habitaciones; pero el mesón

sus esperanzas para el futuro pero su esposo no llegaba.

…Dime, Jane, ¿el matrimonio es lo que esperabas?

Escribió.

¿Bingley tiene estados de ánimo extraños? ¿Cambia de parecer rápidamente? ¿Tiene extravagancias? Nunca pensé que Darcy sería así, con arranques y caprichos extraños, y cambios de ideas tan repentinos, y tampoco nunca pensé que me abandonaría en nuestra noche de bodas, pero he estado en mi habitación durante una hora ya y todavía estoy sola. Quizás está cansado después del viaje, o quizás cree que yo estoy cansada… A menos de que haya hecho algo que lo ofendiera. Pero no, ¿qué pude haber hecho?

El reloj marcó las doce de la noche y ella continuó escribiendo hasta que

Página

39

finalmente se quedó dormida en la silla.

*****

La doncella despertó a Elizabeth. Su cuerpo estaba rígido y adolorido por haber pasado la noche en la silla y se sintió avergonzada de que su doncella la hubiera visto abandonada, pero ella no mostró ninguna señal de haber presenciado nada inusual. En lugar de ello, se ocupó de arreglar las cosas de Elizabeth. Una hora más tarde, refrescada por el agua y el jabón aromático, Elizabeth bajó. Darcy ya estaba en el comedor. Cuando ella entró, él levantó la mirada y, al verla, sus ojos destellaron; de esa forma, él le decía, más claramente que con palabras, que lucía encantadora. Tomó su mano y la besó, luego la condujo hacia la mesa sin mencionar nada respecto a la noche anterior y ella no podía decir nada frente a la gente de servicio. Comieron un buen desayuno y luego emprendieron su camino hacia los muelles. Como Elizabeth extrañaba sus caminatas diarias, decidió no ir en el carro, por lo que se fueron a pie. El día estaba inusualmente hermoso.

movían delicadamente sobre el paisaje y Elizabeth se preguntó cómo podía

Página

hacían parecer todavía septiembre. Todo estaba en calma, las sombras se

40

Ya era octubre, pero el aire suave, el viento fresco y el sol brillante lo

haber percibido el castillo, el mar y los riscos como algo amenazante. Ahora le parecía que eran pintorescos y que le añadían encanto a la vista. Darcy fue amable en todo momento y sus pensamientos estuvieron en sintonía cuando comentaron sobre el puerto, la gente y el bullicio a su alrededor. Como en la noche había llovido, Darcy jugaba a molestar a Elizabeth siempre que su falda se arrastraba en el lodo. —Señora Darcy, ¿se da cuenta de que sus enaguas tienen 15 centímetros dentro del lodo? Ella se rio y recordó cómo, casi un año antes, debido a que Jane estaba enferma, había ido a Netherfield caminando y había llegado con aspecto de haberse arrastrado por el suelo. —¡Caroline estaría horrorizada! —dijo mientras dirigía la mirada abajo, hacia su dobladillo enlodado. —El año pasado estaba francamente horrorizada. —¡Ya me imagino mi aspecto! Debe usted haber creído que yo era una criatura extraña por haber aparecido en la casa con todo ese lodo.

hubiera recorrido a pie todo ese camino para ver a su hermana cuando, en

41

realidad, ella no tenía nada más que un ligero resfriado; sí, debo admitir

Página

—En lo absoluto. Es cierto que pensé que era innecesario que usted

que fui muy arrogante, pero sus ojos, lo recuerdo claramente, estaban llenos de brillo por el ejercicio. De hecho, toda su cara resplandecía. No creo haber visto jamás a una mujer lucir tan encantadora. Creo que fue desde entonces que comencé a sentir que corría peligro frente a usted, aunque, desde luego, no lo reconocí en ese momento. —Está usted determinado, por lo que veo, a concentrarse en el resplandor de mis ojos en lugar de en mi apariencia salvaje. —¡Naturalmente! Sus cualidades positivas están bajo mi protección, si lo recuerda, y tengo su permiso para exagerarlas tanto como me sea posible. Ella se rio mientras recordaba ese encuentro en el verano. —Pero en caso de que quisiera evitar el lodo en adelante, hay forma de hacerlo. Si usted me permitiera comprarle un caballo, podríamos montar y evitarle así la molestia a su ropa —dijo Darcy. Luego la miró pensativo y dijo—: Siempre me he preguntado por qué usted no monta. Jane no le tiene aversión a los caballos; la recuerdo montando hacia Netherfield, pero a usted nunca la he visto a caballo.

toman tanto tiempo. Primero, hay que pedir el caballo; luego tienen que

42

prepararlo, siempre que papá pueda permitírselo, claro; luego, caminan

Página

—Yo tampoco le tengo aversión a los caballos, pero los recorridos a caballo

tan despacio que me siento tentada a bajarme y cargarlo yo en lugar de que él me cargue a mí. —Ah, ya veo, usted no tiene objeción alguna a montar, sino a los inconvenientes de montar. —Espero que esté bromeando conmigo, señor Darcy; si no, debo parecerle horriblemente mimada. —En absoluto —respondió él—. Me alegra que no le disguste montar. Le compraré un caballo en París y verá la gran diferencia entre una yegua bien elegida, con buen paso, y un caballo de granja. También verá la diferencia de tener un animal que está listo cuando uno lo necesita, en lugar de uno al que hay que esperar, y de uno que en realidad pueda andar más rápidamente en sus cuatro patas de lo que uno puede andar sobre sus dos piernas. —¿Habrá a dónde ir a caballo? —Desde luego. ¿Qué cree usted que hacen los parisinos? —le preguntó jugando.

prefiero montar que caminar.

Página

bien, puede usted comprarme una yegua y yo me ocuparé de descubrir si

43

—Supongo que tienen lugares a los que pueden ir a caballo, es cierto. Muy

—Pero no debe tener miedo de decirme si no le gusta. —No. Usted me conoce lo suficientemente bien como para saber que no haré mal uso del ejercicio si estoy determinada a ello. Él la tomó del brazo y continuaron caminando calle abajo hacia el muelle. Había mucho movimiento ahí. Había ruido y bullicio en todos lados mientras cargaban y descargaban los barcos y mientras las carreteras llevaban y traían la carga desde los muelles. Los marineros se paseaban perezosamente si no tenían trabajo en los barcos o, si estaba por zarpar, se gritaban órdenes. —¿Cuál es nuestro barco? —preguntó Elizabeth. —Ése —respondió Darcy señalando un buen barco de navegación—. El Mary Rose. El Mary Rose se meneaba sobre el agua, sus velas estaban recogidas y sus cabos atados firmemente al poste de anclaje. Todo a su alrededor era actividad. La servidumbre de Darcy estaba ocupada revisando que todo estuviera bien con el carro mientras lo subían a bordo y los mozos de

Los animales estaban inquietos y los mozos les hablaban con suavidad

44

para tranquilizarlos, de modo que cruzaron la estrecha pasarela sin

Página

establo estaban conduciendo a los caballos hacia la pasarela de abordaje.

ningún incidente. Luego fue el turno de subir sus pertenencias, que fueron llevadas a bordo por marineros robustos que subieron los baúles como si no pesaran nada. Una vez que todo estuvo dentro, la comitiva de los Darcy caminó por la pasarela para abordar, todos salvo uno de los escoltas, quien se negó a ir luego de decir que Francia era un país idólatra. Se le dio su paga sin demora, pues el oleaje era preciso para la partida. Uno de los marineros se acercó y le ofreció a Elizabeth su ayuda para abordar el barco, pero ella simplemente sonrió y caminó con certeza por la pasarela, mientras lo hizo, se rio al sentir cómo se agitaba y sacudía bajo de sus pies. Darcy fue detrás de ella y, una vez a bordo, el capitán dio la bienvenida. —Es un buen día para navegar —les dijo— Llegaremos del otro lado del canal en poco tiempo. ¿Alguna vez ha cruzado el canal, señora Darcy? —No, nunca —respondió Elizabeth. —No hay nada como estar en el mar. Estoy seguro de que le resultará

aditamentos para la navegación; luego vio el cañón.

Página

Ella miró alrededor de la cubierta, vio lo cabos enrollados y todos los

45

interesante.

—¿Es común que un buque esté armado? —preguntó ella con cierta aprehensión. —No es inusual en estos tiempos difíciles —respondió él—. Unas cuantas modificaciones al barco y unos cuantos hombres hábiles pueden hacer una gran diferencia en la seguridad de un barco. El sólo verlos mantiene a todos a salvo. —Pero creí que estábamos en un período de paz —dijo Elizabeth. —Y lo estamos, pero nunca se sabe cuándo puede ocurrírsele a un capitán extranjero olvidar las órdenes que tiene; además, están los corsarios —dijo el capitán—. Pero no se preocupe. No es probable que vayamos a enfrentar problemas durante nuestro viaje. Estarán en Francia en un abrir y cerrar de ojos. —¿Hay más pasajeros? —preguntó Elizabeth. —No, sólo ustedes —respondió el capitán—. Dispuse que les prepararan un camarote. Tiene todo lo que puedan necesitar durante el viaje. Apareció el maestre y los Darcy lo siguieron abajo, hacia el camarote. A

que Darcy le dijo que, para los estándares de los barcos, era espacioso.

46

Tenía una mesa con dos sillas y dos tarimas para dormir; Elizabeth se

Página

Elizabeth le pareció que era pequeño y que estaba amontonado, a pesar de

sorprendió de que todos los muebles estaban clavados. —Es para cuando hay tormenta —dijo Dacy—. Eso impide que todo se mueva de un lado a otro. Elizabeth asintió pensativa. No permaneció abajo por mucho tiempo. Aunque el camarote estaba bien equipado, el aire ahí era sofocante y Elizabeth sabía que se sentiría mejor arriba, al aire libre. Subieron a cubierta y vieron cómo el barco zarpaba mientras los marinos levantaban anclas e izaban las velas. La tela blanca de las velas se hinchó con el viento y movió el barco hacia adelante. Elizabeth se sintió vivificada al sentir el viento sobre la cara y se rio cuando ese mismo viento le deshizo el chongo que se había hecho. Darcy sonrió y le acomodó el pelo detrás de las orejas y, al hacerlo, su dedo trazó un arco quemante sobre su mejilla. Al sentir su tacto, el mundo desapareció para Elizabeth y se quedó hipnotizada mirando sus ojos. Nada ni nadie más parecía existir. No fue sino hasta que uno de los marineros chocó contra ella, que

conciencia de dónde estaba, ella se percato de que estaba estorbando. Se

47

hizo a un lado y se inclinó sobre el barandal sintiendo el rocío de sal en la

Página

Elizabeth salió de su trance. El marinero se disculpó, pero al recobrar la

cara, que salpicaba conforme el barco cortaba el agua a su paso. Darcy se quedó de pie a su lado y puso su mano suavemente sobre la espalda baja de ella. —¿Ha estado en Francia muchas veces? —preguntó ella. —Sí, muchas, muchas veces. Había algo en la voz de él que ella no lograba entender y al voltear a verlo, se dio cuenta de que él tenía la mirada abstraída en la distancia. —¿Las cosas estaban muy mal? —preguntó ella, mientras trataba de imaginar qué estaba pensando él. —No, por el contrario. No he vuelto a Francia en años —explicó—: la última vez que visité el país fue antes de la Revolución. —Entonces habrá sido apenas un niño —dijo ella. —Bueno, sin duda era más joven de lo que soy ahora —respondió él. Luego, trayendo de nuevo sus pensamientos al presente, dijo—: Veo que no se marea. —No, al parecer no —respondió Elizabeth—, por lo menos hoy, que el

había navegado, ni siquiera en un barco de paseo?

Página

—Toma tiempo acostumbrarse al movimiento —dijo él—. ¿Nunca antes

48

clima está bien. ¡Aunque no estoy muy firme sobre mis pies!

—No, rara vez íbamos a la costa. Mi madre siempre quería ir; hablaba mucho de Lyme y de Brighton y de Cromer cuando yo era más chica, pero mi padre siempre estaba satisfecho de quedarse en casa. Lo más que logró mi madre fue convencerlo de que fuéramos a Londres, a visitar a mi tía Gardiner y a su familia; bueno, también salimos en otra ocasión, cuando ella le dijo que el aire de mar le sentaría bien para los nervios. —¿Y sí? —No, y es por eso que nunca más fuimos. Él dijo que ya una vez ella le había prometido que le haría bien para los nervios y que, como no había pasado nada, no volvería a salir en encomiendas inútiles. —¿Y nunca quisieron conocer un lugar de temporada? —Nunca lo pensé. Siempre había algo nuevo que hacer o que ver en casa, tantos cambios en la gente que me rodeaba, que nunca quise otra cosa. Pero ahora veo que me gustaría volver a la costa otra vez. Podríamos ir a Ramsgate, siempre que Georgiana no sufra al recordar el tiempo que pasó ahí con Wickham.

Él le platicó de los lugares a los que había ido y luego prestaron atención a

Página

otros lugares de temporada a los que podemos ir.

49

—Creo que sería mejor que no fuéramos a Ramsgate, pero hay muchos

los barcos que estaban a su alrededor. Algunos era buques navales, otros eran mercantiles y otros más eran embarcaciones civiles; algunos iban hacia Inglaterra; otros, hacia Francia; algunos incluso iban más lejos, al servicio de la East India Company. Cuando estaban a mitad de camino, Dzrcy bajó para asegurase de que los caballos estuvieran cómodos y no muy tensos por el viaje y a dar instrucciones para el desembarque cuando llegaran. Elizabeth permaneció en cubierta, observando otros barcos y, de tanto en tanto, la inmensidad del océano, pues el mar se llenaba y vaciaba a su alrededor. Durante uno de estos intervalos vio una vela solitaria en el horizonte. La siguió con la vista sin mucho interés, pero conforme se acercaba, percibió un cambio en el ambiente y sintió la tensión entre los marineros, que comenzaron a levantar la mirada en dirección a la embarcación y a procurar hacerse sombra en los ojos con las manos. —¿De qué se trata? —preguntó Elizabeth—. ¿Es una embarcación francesa? —Se trata de problemas —respondió el maestre.

Con creciente alarma, Elizabeth observó el barco. Se acercaba rápidamente

50

y lo que en un principio se veía como figuras informes, pronto se convirtió

Página

—Sí —dijo uno de los marineros—, cosarios, piratas.

en formas bien definidas de personas sobre cubierta. De pronto comenzó a haber gran actividad a su alrededor: el maestre daba órdenes y los marineros trepaban la jarcia, izaban y recogían velas para procurar hacer virar el barco. Pero fue inútil; no pudieron ni virar ni moverse lo suficientemente rápido y los piratas estaba casi sobre ellos. Elizabeth tenía miedo. Se alejó del barandal, con la mirada fija en los piratas y con la esperanza de que hubiera un cambio en el viento o una calma repentina, lo que fuera que pudiera alejar ese barco del barco en el que ella estaba. Pero seguía acercándose. Ahora podía ver las caras de los piratas, llenas de un júbilo salvaje. Se volteó para dirigirse abajo y se topó con su esposo, que recién regresaba a cubierta con el capitán. Él la abrazó y ella sintió una fuerza inusual emanando del cuerpo de él y una sensación de fuerza bruta. —¡Darcy! —dijo ella agradecida y refugiándose en su cercanía—. Los piratas… —volviendo la mirada al barco que se acercaba rápidamente con su tripulación de asesinos.

escucharse sus murmullos de angustia al tiempo que se alejaban del

Página

Su mirada triunfal fue sustituida por una mirada de miedo y podían

51

Y, de pronto, vio cómo los piratas palidecían y mudaban sus expresiones.

barandal. Luego se dispersaron y comenzaron a trepar la jarcia mientras su capitán les lanzaba insultos. El barco viró y se retiró a toda prisa, desapareciendo en la distancia tan rápidamente como había aparecido. Ella se quedó de pie mirando el lugar, ahora vacío, que el barco había ocupado unos segundos. —¿Qué sucedió? —le preguntó al maestre mientras sentía cómo su pulso volvía a la normalidad. —No lo sé con certeza —respondió el maestre con el ceño fruncido. —Yo sí —murmuró uno de los marineros lúgubremente—. Hay algo abordo que los asusta. Y no hay muchas cosas que asusten a ese tipo de hombres. —¡Nuestro cañón! —dijo el capitán satisfactoriamente. Elizabeth volteó a la parte de cubierta en donde estaba ubicado el pequeño cañón, pero los marineros todavía murmuraban y uno de ellos dijo algo que sonó como albatros. —¿Albatros? —dijo el maestre y escupió. —Discúlpelo, señora Darcy —dijo el capitán—. Mis hombres son buenos

El capitán sacudió la cabeza.

Página

—¿Qué significa albatros? —preguntó Elizabeth.

52

tipos, pero no tienen modales de salón.

—Los marineros son tipos muy supersticiosos, y tan pronto como algo sale mal, por nimio que sea, deben encontrarle una razón. Dicen que es mala suerte dispararle a un albatros, así que cuando algo raro sucede, desde luego debe ser porque alguien a bordo disparó a una de estas aves. Ésa es, sin duda, una explicación mucho más razonable que la de que los piratas temían a nuestras armas. Elizabeth sonrió, pero la sensación de intranquilidad permaneció en el aire. Todavía cuando el capitán escoltó a los Darcy abajo para que almorzaran los tres juntos podían escucharse murmullos entre la tripulación. Algunos era en inglés y otros en una mezcla de otras lenguas europeas. Pero una frase sobresalía de las demás. —¿Qué están diciendo? —un marinero le preguntó al otro. —Viejo —respondió el marinero malhumoradamente. —¡Viejo! ¡Nuestros cañones no tienen nada de viejo, no el barco! Son nuevos. Bueno, nuevos en términos navales, señora Darcy, y, ciertamente, lo suficientemente nuevos como para asustar a cualquier otro revoltoso

Abajo estaba dispuesta una comida simple sobre la mesa del capitán y,

53

muy pronto, los tres estaban comiendo. Darcy estaba contento de

Página

que se cruce con nosotros —dijo el capitán riéndose.

escuchar al capitán en lugar de hablar, y Elizabeth estaba contenta mirándolo; observaba cuidadosamente sus dedos mientras él pelaba una naranja. Él aprovechó que el capitán se retiraba de la mesa por un momento y colocó la naranja en el plato de ella; ella la partió en dos, separando con sus manos los suaves segmentos, y le dio a él una de las mitades. —Ya pronto llegaremos —dijo el capitán cuando terminaron de comer—. Ha sido un placer tenerlos a bordo, señora Darcy. A su esposo lo he transportado en muchas ocasiones, pero espero poder tener el gusto de transportarla a usted de nuevo. Espero que su primer viaje no hay sido demasiado desagradable. Le aseguro que nuestro pequeño inconveniente fue algo inusual y no es probable que vuelva a ocurrir. —No me asusto tan fácilmente —dijo Elizabeth, ganándose así una mirada de admiración de su esposo—. Creo que me hubiera alarmado más una travesía turbulenta. —¡Sí, eso puede ser muy desagradable! Pero usted tiene algo de marinero,

Elizabeth dirigió la mirada a la portilla que permitía que la luz natural

Página

tempestad.

54

señora Darcy. Apostaría a que estaría con los pies firmes incluso en una

entrara al camarote y se dio cuenta de que por ahí podía ver el contorno distante de tierra firme. —¿Eso es Francia? —preguntó, dirigiéndose a la portilla para mirar. —Así es —dijo el capitán, poniéndose de pie en cuanto Elizabeth se levantó—. ¿Van a estar mucho tiempo allá? —Quizá unas cuantas semanas —respondió Darcy, poniéndose también en pie. —Hay muchas cosas que ver. Esperemos que las disfruten —dijo el capitán al tiempo que les hacía una reverencia. Como el capitán quería hablar algunas cosas con Darcy, Elizabeth aprovechó para volver a su camarote, en donde se arregló el pelo. Al regresar a cubierta, vio que Darcy ya estaba ahí. Cuando estuvieron juntos de nuevo, Darcy la abrazó protectoramente y así permanecieron mientras se acercaban a la costa y pudieron distinguir, primero los edificios, y luego las personas en los muelles. —¿París está lejos de aquí? —preguntó Elizabeth.

el camino, pues hay muchas cosas que quiero mostrarle.

Página

haciendo el viaje por etapas, deteniéndonos a disfrutar de los paisajes en

55

—Nos va a tomar varios días llegar —respondió Darcy—. Pero vamos a ir

El barco entró sin dificultad al puerto y los Darcy desembarcaron. Al tiempo que pisaba suelo francés por primera vez, Elizabeth miró a su alrededor con mucho interés y pensó en qué traerían consigo las

Página

56

siguientes semanas.

Capítulo 3 Transcrito por Karina27 & Mary Ann♥

M

Corregido por Kte Belikov

i queridísima Jane: Hace casi una semana que te escribí por última vez y, de hecho, he sido bastante negligente, pues he olvidado enviarte la última carta. No importa, voy a enviar las dos

cartas juntas y, así, tendrás el gusto de recibir dos cartas a la vez; o, lo que es más probable, una después de la otra, pues dicen que el correo de aquí, del continente, no es muy confiable.

Ahora estamos en París, y es la ciudad más hermosa. Al principio me sentí nerviosa de venir, pero mis miedos eran infundados. Esta ciudad, contrario a lo que esperaba, es lo que más civilizada y, hasta ahora, los franceses parecen amistosos. Hemos tenido algunos problemas con la comida, que está llena de ajo, y muchos de los sirvientes se han enfermado; de hecho,

permanecía aquí. Afortunadamente, no nos fue difícil remplazarlo. Mi

57

doncella se niega comer nada que no sea el pan y queso que ella misma

Página

uno de nuestros lacayos nos dejó, explicando que terminaría envénenado si

compra en el mercado y debo confesarte que, más de una vez, la he acompañado con esas mismas comidas simples.

Tampoco Darcy come mucho aquí; pero la comida es lo de menos. Hay muchas tiendas y todas son muy elegantes, y hay cosas esplendorosas por doquier. Mi querido Darcy tiene un amplio círculo de amigos y parientes y compadezco a mi pobre mamá por haberle dicho que, en Hertfordshire, Llegábamos a reunirnos incluso hasta con veinticuatro familias, pues hasta ahora debo haber conocido a cientos de amigos suyos. Anoche fuimos a una soirée y hoy en la noche vamos a ir a un salón organizado por una de las primas de Darcy. ¿No suena grandioso? Quizás empiece una tendencia por los salones cuando vuelva a casa. Tú y yo podemos organizarlos, Jane, y ser las mujeres más en boga de Inglaterra.

¿Qué tal Londres? ¿Están contentos tú y tu querido señor Bingley? Yo estoy contenta con mi Darcy y, sin embargo, Jane, todavía no ha venido a mi

todos son desconocidos y a nadie de ellos puedo decirles las cosas que a ti

Página

tendría alguien con quien platicar. Toda la gente aquí es muy amable, pero

58

habitación en la noche, y no sé por qué. Quisiera que estuvieras aquí, así

te diría Escríbeme en cuanto puedas a la dirección que aquí te mando.

Tu hermana que te quiere, Elizabeth.

Le puso dirección a la carta y se la dio a uno de los lacayos para que la llevara a la oficina postal, junto con la otra carta que había escrito en Dover y luego subió a arreglarse. Mientras subía, se dio cuenta del abismo que había entre su vida anterior y la de ahora. Sus experiencias en París le habían mostrado, por primera vez, cuán verdaderamente distintas eran su vida y la de Darcy. Antes de su boda, lo había visto en Pemberley con su hermana, en Rosings con su tía y en Netherfield con Bingley, pero nunca lo había visto en sociedad. Y ahora, era muy distinto.

cuantas semanas antes, cuando ella había procurado persuadirla de que

59

no se casara con Darcy explicándole que todas las personas vinculadas a

Página

Elizabeth pensó en la visita de lady Catherine a Longbourn apenas unas

él la censurarían, la desdeñarían y despresarían y que su alianza sería una desgracia; le dijo también que, si fuera sabia, no renunciaría a la esfera social en la que había crecido. A todo ello, Elizabeth había respondido molesta que ella no consideraba que, al casarse con él, estaba renunciando a su esfera social, puesto que Darcy era un caballero y ella era, de igual modo, hija de un caballero. Y era cierto, pero no fue sino hasta París que ella se dio cuenta del abismo que existía entre la hija de un caballero de una finca en el campo y un caballero de la talla de Darcy. La gente que él conocía en París era bastante distinta de la alta burguesía del campo en Inglaterra. Nunca antes había visto gente tan bonita y fascinante. Las mujeres ondulaban, en lugar de caminar a lo largo de los salones, con la sinuosa belleza de las serpientes, y los hombres eran igualmente seductores. Le hablaban en voz baja, sosteniéndole la mano prolongadamente y mirándola a los ojos con una intensidad que la atraía y le provocaba repulsión a la vez.

La casa parecía insignificante desde el exterior. Estaba ubicada en una

Página

para divertirse.

60

No obstante, le gustaba París, y para cuando llegó al salón, estaba lista

calle sucia y la fachada era estrecha y austera; pero dentro, todo era distinto. El recibidor tenía techos altos y una gruesa tapicería escarlata y había una espléndida escalinata que conducía al primer piso. La casa estaba llena de gente; todos vestidos con las extrañas nuevas modas de los parisinos.

Ya

no

se

veían

los

elaborados

estilos

de

los

años

prerevolucionarios, con faldas amplias y arqueadas y con pelucas altísimas. Semejantes muestras de riqueza se habían descartado por el miedo y, ahora, la simplicidad era la orden del día. Los hombres llevaban el pelo largo, que caía sobre los altos cuellos de su abrigos llevaban pantalones hasta la rodilla y bastante ajustados. Las mujeres usaban vestidos con la cintura alta y faldas ligeras, hechas de un material tan fino que parecía casi transparentes. Se escuchaba el sonido de conversaciones mientras los Darcy subían por la escalinata. Una o dos personas se colocaron sus monóculos para examinar a Elizabeth. Ella sintió que su vestido era muy inglés y que parecía tosco al lado de la elegancia parisina. La tela era mucho más

pero no era como la cálida bienvenida que había recibido en Hertfordshire;

Página

Darcy la presentó con algunas personas que le dieron la bienvenida a París;

61

gruesa y el estilo más rebuscado.

era, en conjunto, un saludo de evaluación. Elizabeth y Darcy llegaron al final de la escalinata y esperaron a ser anunciados. Las puertas del salón habían sido removidas y a la entrada se le había dado la forma de un arco oriental. Enmarcada tan perfectamente a la anfitriona, que Elizabeth supuso que todo ella era premeditado. Madame Rousel, reclinada sobre un chaise longue, parecía un retrato viviente. Tenía el pelo oscuro, sostenido por arriba de la cabeza con un broche de madreperla y, desde ahí, se derramaban artísticamente sus rizos alrededor de sus finos rasgos y hasta sus hombros desnudos. Su vestido era escotado, con pequeños olanes que pasaban por mangas y le caían por los hombros hasta fundirse con un olán delicado que hacía el conjunto en el cuello. La tela transparente de su falda era acomodada a su alrededor en pliegues que hacían recordar las esculturas y en los pies llevaba sandalias doradas. Sobre las rodillas, y en una disposición aparentemente casual, tenía puesto un chal rojo oscuro, cuyos pliegues hacían parecer que

pretendía mostrar. Elizabeth se dio cuenta de que ésa era la razón por la

Página

tan perfecto que sólo podía ser resultado del artificio y no del descuido que

62

flotaba sobre la tapicería dorada del Chaise longue. Pero cada pliegue era

que ella se sentía incómoda, todo en el salón, las personas, la ropa, los muebles, era resultado del artificio, una superficie cuidadosamente arreglada que brillaba como el mar en un día de verano pero que disfrazaba aquello que ocultaba debajo. Los Darcy fueron anunciados. Al escuchar el nombre, muchas de las personas que estaban en el salón voltearon a verlos. Incluso aquí, en París, el nombre Darcy era bien conocido. Los miraban abiertamente, de una forma en que los ingleses nunca lo harían, y con un descaro inquietante. Entraron y madame Rousel, la prima de Darcy, les dio la bienvenida. —Por fin, Darcy, estaba pensando cuándo vendrías a visitarme. Han pasado muchos años desde la última vez que te vi. —No ha sido fácil visitar Francia —respondió él. —Para uno de nosotros siempre es fácil —dijo ella en tono reprobatorio— Pero ahora estás aquí y eso es lo que cuenta. Ella le alargó la mano, con sus finos dedos blancos cubiertos de anillos, y él la besó. Luego retiró la mano y la colocó de nuevo sobre sus muslos, en

—Así que usted es Elizabeth —dijo— Debe ser muy especial para haberse

63

ganado el afecto de Darcy. Nunca creí que fuera a casarse. La noticia nos

Página

la misma exacta posición en la que estaba antes.

sorprendió a muchos —luego volvió su mirada otra vez a Darcy. Permaneció un momento en silencio con expresión meditativa y, por último, inclinó levemente la cabeza entre Elizabeth y les deseó una alegre velada en su salón. —Vas a encontrarte a muchos de los viejos amigos aquí y a otros nuevos también —le dijo a Darcy. Darcy y Elizabeth continuaron hasta el enorme salón para que madame Rousel pudiera saludar a sus siguientes invitados. Al entrar, cuatro mujeres al mismo tiempo le dieron la bienvenida a Darcy; se acercaron a él con movimientos ágiles y miradas prolongadas. Sus vestidos eran de tonos arco iris, con los colores de las gemas y de tela muy delgada, como todos los vestidos parisinos. Todas ellas tenían el pelo oscuro y la piel pálida. —Tendrá que tener cuidado —escucho Elizabeth detrás de sí. Volteó y vio a un hombre de rasgos finos y pelo revuelto. Tenía aire de aburrimiento y aunque, por lo general, a Elizabeth no le caían bien

atractivo.

Página

daba a su boca un giro malhumorado que resultaba indudablemente

64

quienes se aburrían fácilmente, había en él algo magnético. Su ennui le

—Si pueden, se lo van a quitar —continuó diciendo el hombre mientras la miraba. Elizabeth volteó a verlas y, al hacerlo, recordó a Caroline Bingley y sus esfuerzos constantes para atraer la atención de Darcy. Él se había mostrado impenetrable con Caroline y hacía lo mismo con las mujeres parisinas, a pesar de todos sus esfuerzos por embelesarlo. Lo miraban furtivamente y le hablaban y le sonreían y se recargaban en él para sacudir restos imaginarios de polvo en su abrigo y para quitar cabellos imaginarios de sus mangas. Pero al darse cuenta de que no respondía a sus intentos por cautivarlo, redoblaron esfuerzos; una de ellas le murmuraba al oído, otra se le acercaba cara a cara y otras dos caminaban tomadas de los brazos, frente a él, para mostrarle sus figuras. —No está bien lo que hacen, está recién casado —dijo una mujer acercándose a Elizabeth y se quedó de pie junto a ellos —. Pero discúlpeme, me olvidé que no nos han presentada. Soy Katrine du Bois y él es mi hermano Philippe.

pudo ver en ella algo de melancólico, como si hubiera sufrido una gran

Página

al salón y Elizabeth percibió en ella a una amiga. No obstante, también

65

La mujer tenía un aire de calidez que le faltaba a muchos de los invitados

decepción de la que nunca se hubiera recuperado. —No, no está bien —dijo Philippe—. Pero es la naturaleza, ¿qué puede uno hacer? —y volteó a ver a Elizabeth con compasión. Pero a Elizabeth le entretenía la escena. —Pobrecitas —dijo. Darcy tenía la misma expresión que tenía el día que ella lo había visto por primera vez en la reunión de Meryton y, a pesar de la diferencia entre ambos eventos, la ruidosa vulgaridad de la reunión y la refinada elegancia del salón, él seguía por encima de quienes lo acompañaban. El color oscuro de su pelo encendía en contraste con el lino blanco de su camisa y su cara de bellos rasgos se veía hermosa incluso junto a semejante compañía. Sus ojos oscuros vagaban inquietamente por arriba de sus compañeras hasta que llegaron a posarse en Elizabeth. Y entonces su expresión se relajó y se mostró lleno de calidez y amor. —Yo quisiera que un hombre me mirara de la forma en que Darcy la mira a usted —dijo Katrine.

Y lo que hubiera querido, más que estar en compañía de los otros, era

Página

No se había casado por riqueza o posición social; se había casado por amor.

66

—Soy muy afortunada —dijo Elizabeth con sinceridad.

haberse quedado en el mesón, donde podían estar solos. Peo sabía que no se quedarían en Paris por siempre. Las visitas y los compromisos llegarían a su fin y luego tendrían más tiempo para estar juntos, solos los dos. —Vaya que sí —dijo Katrine—. Yo poseo muchas cosas, tengo joyas y ropa, carruajes y caballos, una excelente casa y mejores muebles aun, pero lo daría todo por una mirada como ésa. Las cuatro mujeres procuraron de nuevo la atención a Darcy y él tuvo que volver su atención a ellas. Al hacerlo, puso una de sus manos sobre su pecho, tomó algo que tenía debajo de la camisa, se lo alejó del pecho y luego lo soltó. —¿Qué está haciendo? —preguntó Katrine—. ¿Lleva algo alrededor del cuello? —Sí, ayer le compré un crucifijo. La tiendas en París son muy tentadoras —respondió Elizabeth—. Al principio se negó a aceptarlo, pero me ha dado tantas cosas y yo a él tan pocas que le insistí y al final, me permitió ponérselo al cuello.

—Bueno, ya hemos hablado suficiente de Darcy —dijo Philippe—. Si

Página

—Sí, creo que me quiere mucho —contestó Elizabeth.

67

—Debe quererla mucho —dijo Katrine en tono reverencial.

continuamos me voy a poner celoso. Pero las recompensaré hablando de las muchas perfecciones de nuestra anfitriona. ¿No les parece hermosa? — preguntó mientras dirigía una mirada de añoranza hacia ella. —Parece encantadora —contestó Elizabeth. —Sí, lo es; es muy encantadora —dijo él con calidez. —Pero, ¿siempre recibe a la gente reclinada en su sofá? —pregunto Elizabeth con humor ligero. —Ah, le parece divertido —dijo él, percibiendo el humor en la mirada de Elizabeth— Y sí que lo es, una afectación divertida. A nuestra gran anfitriona, como a todos, le gusta tener alguna afectación. ¿A los anfitriones de su tierra no les gusta causar alguna impresión? —No le sé decir, rara vez atiendo asuntos sociales —dijo Elizabeth— o, por lo menos, no este tipo de asuntos sociales, y nadie en Meryton se vestiría así ni pasaría la noche reclinado en un sofá, a no ser que estuviera enfermo. —¿Entonces su esposo no la lleva a los salones de Londres? —preguntó

casamos a penas hace una semana.

Página

—Difícilmente sé a dónde me lleva, o debo decir, a dónde me llevará. Nos

68

Philippe—Creí que sí.

—Ah, claro. Tan recientemente casados que tendrán mejores cosas que hacer con su tiempo que ir a los salones —dijo Philippe levantado las cejas. Para su propia sorpresa, Elizabeth se sonrojó por el comentario y, al darse cuenta de ello, Katrine le dijo: —No le hagas caso a mi hermano —y lo golpeó con el abanico en el brazo para mostrar su desapruebo— Es muy francés, no entiende el concepto inglés del bueno gusto. No piensa en otra cosa que el placer carnal y no tiene ningún tipo de discreción. —¡Me ofendes, ma soeur! —dijo pretendiendo estar lastimado—. ¿Qué impresión de mí le vas a dar a la belle Elizabeth? —luego, mirando a Elizabeth dijo—: Pienso en muchas cosas, en mis caballos y carruajes, en mis amigos y mi familia, en el arte y la música... es más, se lo voy a mostrar. Voy a llevarla a conocer a nuestro genio residente y verá cómo lo escucho con arrobo. Le ofreció el brazo con tal galantería que ella no pudo negarse, y la condujo hasta el otro lado del salón, en donde un joven comenzaba a tocar el piano.

Era un joven muy guapo en el estilo francés, de aspecto intelectual, el pelo

Página

instrumento o permanecían de pie en posición de adoración junto a él.

69

Estaba rodeado de un círculo de admiradoras que se recargaban sobre el

liso y brillante y rasgos pronunciados. Tocaba con un gusto exquisito; sus dedos recorrían las teclas más rápido de lo que parecía posible y fundía las notas con una extraña y ondulante fluidez. La música emanaba de sus dedos a toda la habitación y llenaba el espacio con su hipnótica melodía —Traje a alguien para que te conozca —le dijo Philippe. Presentó a Elizabeth con las tres mujeres recargadas del otro lado del piano y luego la presentó al pianista, Monsieur Huilot: «Un joven genio de la música». Monsieur Huilot aceptó con gracia el cumplido, sin distraerse ni por un momento de sus hipnóticas melodías, y le preguntó a Elizabeth si le gustaba la música. Cuando ella respondió que sí, él dijo: —Eso es bueno. La música alimenta el alma, y el alma necesita alimento Siguió tocando; sus dedos medían las teclas y la música era magnifica. Pero Elizabeth no podía mantener su mirada en él, pues siempre volvía a Darcy, que continuaba mirándola a pesar de los esfuerzos de las cuatro mujeres por mantener su atención. Hubo un intervalo de silencio en la música y Darcy lo aprovecho para

—Usted mejor que nadie sabe que soy una pianista promedio —le

Página

—¿No va a tocar?

70

cruzar el salón hasta donde estaba Elizabeth y le dijo:

respondió Ella había tocado frente a él en varias ocasiones, primero en Hertfordshire, cuando ambos estaba ahí como invitados de Sir William Lucas y luego, en Rosings, en a casa de la tía de Darcy. Ella no había querido tocar, ni siquiera en esas reuniones pequeñas, y estaba mucho menos dispuesta a tocar aquí, en donde había tanto talento musical. —Le suplico que cambie de idea; usted toca muy bien. Además, no tendrá la intención de negármelo ahora que he venido aquí con toda pompa a escucharla —dijo él con una sonrisa irónica. Elizabeth se rió, pues ésa había sido su queja en Rosings, donde él se había portado indiferente y arrogante y ella había creído que él estaba intentando incomodarla; pero estaba equivocada, él simplemente quería estar cerca de ella. —Muy bien —dijo ella y añadió para los demás invitados— están advertidos. Ella tocó y cantó y recibió una respuesta cortés, a pesar de que sí, era una

a la práctica. Pero esa respuesta tibia fue más que bien recompensada por

71

la mirada de Darcy y por el hecho de que, poco después le dijera: «Ya

Página

pianista promedio, pues no estaba dispuesta a dedicar varias horas al día

estuvimos aquí el tiempo suficiente ¿Qué le parece si vamos al baile de Lebeune? Me gustaría bailar». No fue necesario que insistiera. El ambiente suntuoso estaba empezando a oprimirla y la gente extrañamente sinuosa era inquietante. Se sintió aliviada al salir y respirar el aire fresco. La noche cubría la ciudad como un manto oscuro, perforando con la luz de candelabros y, arriba, parecía haber mil estrellas. Había tanta actividad como durante el día. París era una ciudad que no dormía. Los carruajes pasaban por las calles con pasajeros vestidos en colores brillantes de camino a bailes y soirées y la luz y las risas se derramaban fuera de las tabernas. Se podían escuchar voces en inglés mezcladas con las francesas, pues muchos compatriotas de Elizabeth aprovechaban el tiempo de paz para visitar París. Pero, a pesar del color y de las risas, debajo del esplendor había algo terrible latente, una sensación de que la violencia podría estallar de nuevo en cualquier momento. Pues, no obstante su elegancia París era una

—Está muy callada —dijo Darcy.

Página

marca.

72

ciudad desgarrada por la destrucción. La Revolución había dejado su

—Estaba pensando —respondió Elizabeth. —¿En qué? —En la Revolución. En cómo cambió todo. —No todo —dijo él, tomándole de la mano. El carruaje se detuvo afuera de un edificio grande de piedra y entraron. La casa Lebeune estaba descuidada, llena de un esplendor desvanecido y de grandeza estropeada. Las columnas de mármol del recibidor estaban deslustradas y la alfombra que cubría la escalinata estaba ya raída de tanto uso. Mientras Elizabeth subía al primer piso, miró los retratos que colgaban de las paredes, pero estaban tan sucios que no podía distinguir los rasgos, no podía ver más que contornos oscuros y borrosos. También los marcos estaban sucios y aunque eran dorados, hacía mucho que habían perdido su brillo. Había un candelabro colgado del techo, espléndido en tamaño y forma, pero tan falto de velas que no daba más que un tenue resplandor. También las personas parecían marchitas. Los abrigos de los hombres

los vestidos de las mujeres estaban remendados y parchados. Vestían al

73

viejo estilo, con vestidos pesados, faldas completas y telas damasquinas.

Página

brillaban en las partes más desgastadas y sus zapatos estaban raspados, y

Elizabeth ya había conocido a gente así, en Inglaterra, gente que alguna vez había sido rica, pero que ahora vivía de la caridad de sus amigos: no del dinero de ellos, pero sí aceptando invitaciones a comidas o estancias que, bien lo sabían ambas partes, nunca podrían corresponder. Sin embargo, a pesar del aspecto deslustrado tanto de las personas del lugar, Elizabeth lo prefería al de la casa Rousel. Ahí, la superficie brillaba, pero lo que subyacía era opresivo y aquí era lo opuesto: debajo de sus deslustradas sonrisas, la gente era cálida y amigable. Ellos conocían la pena y la pérdida y, no obstante, su espíritu había sobrevivido. Elizabeth sintió que podía respirar con más libertad. Le presentaron una serie de personas a quienes les platicó de Inglaterra y de su propia cuidad, pero al final, no pudo resistir más y con una mirada a Darcy, lo invitó a conducirla a la pista de baile. —¿Una pareja de casados? ¡Qué outré! Fue lo que se escuchó conforme tomaban sus lugares, pues no era usual que las parejas de casados bailaran juntas. Pero a Elizabeth no le importó.

todo lo que habían visto y escuchado ese día. Hablaban de arte y de

74

música, de la gente a la que habían conocido y de la gente a la que

Página

Era como en los días de su cortejo. Ella y Darcy hablaban libremente sobre

esperaban conocer. —Como lo suponía, usted le agradó a mi prima —dijo Darcy orgulloso. Elizabeth recordó la mirada de madame Rousel y pensó que quizás agradó no el término más indicado, pero por lo menos no la había desaprobado y le había dado la bienvenida. —Es bueno que no toda su familia esté en contra del matrimonio —dijo ella—. ¿La invitará a que nos visite en Pemberley? —Puede ser, pero no creo que deje Francia, Su vida está aquí, con el glamour y los entretenimientos de París. A Elizabeth no le pesaba. No podía imaginarse a madame Rousel en Inglaterra, en donde sus delgadísimos vestidos, se moriría de frío.

*****

Elizabeth se despertó tarde por la mañana después del baile. Ella y Darcy

—¡Dios santo! —dijo mientras saltaba fuera de la cama—. ¿Por qué no me

Página

mañana y, cuando por fin se levantó, era casi medio día.

75

no habían regresado a casa sino hasta un poco antes de las cuatro de la

despertaste? —le preguntó a su doncella. —El señor dijo que la dejara dormir —respondió Annie mientras colocaba una charola de pan y chocolate en frente de ella. —Bueno, quizás tenía razón. Pero ahora debo apúrame —dijo Elizabeth, mientras desayunaba—. Se supone que vamos a salir a montar en una hora. Darcy le había comprado una yegua que debía de haber llegado esa mañana y habían acordado salir a dar un paseo a caballo a lo largo del Sena si el clima lo permitía. Ella no llevaba traje para montar, pues no tenía intenciones de hacerlo, pero había comprado uno en París. El dinero y el nombre de Darcy habían asegurado que le hiciera, un traje y se entregaran rápido y ahora estaba listo para que lo usara. El traje no tenía arte de la sastrería inglesa, pero era más fino que cualquier que ella hubiera usado hasta antes de ser la señora Darcy. Estaba hecho con velarte color verde oscuro, con cintura alta y una falda larga y ligera, y ella lo combinó con un sombrero verde y

Mientras cruzaba el recibidor, escuchó una voz conocida y sonrió de gusto,

Página

asomaba entre las solapas. Se miró al espejo y luego bajó las escaleras.

76

guantes de color canela de York. Su camisa blanca con pechera plisada se

pues se trataba de uno de los primos ingleses de Darcy, el coronel Fitzwilliam. Ella lo conocía bien. Se habían visto por primera vez en Rosings la Pascua anterior y habían pasado muchas horas alegres caminando y platicando juntos. Se habían llevado tan bien, que él había juzgado necesario decirle, aunque de forma indirecta, que no podía casarse con una mujer pobre y que debía casarse con una heredera si quería tener las comodidades que había aprendido a esperar de la vida. Ella no se había ofendido pero incluso, le pareció que había hecho bien pues, además, ella no tenía ningún interés en él como esposo; de hecho, en ese momento tampoco estaba interesada en Darcy. Entró al salón deseosa de saludarlo, pero antes de hablar sin que ellos se hubieran percatado de su presencia, oyó al coronel Fitzwilliam decir: —¿Estás loco? No debiste casarte con ella. ¿En qué estabas pensando, Darcy? Elizabeth estaba conmocionada. No sabía que el coronel se oponía a la pareja, pues estaba segura de que en Rosings había trabado una buena

—Déjala ir, Darcy —siguió diciendo—. No puedes hacerle esto. Envíala a

Página

rector de su tía, no le agradaba como esposa de Darcy.

77

relación, pero parecía que, mientras que ella le agradaba como invitada del

su casa. —No —dijo Darcy, dándose vuelta desafiante. Al hacerlo, vio a Elizabeth. Le extendió la mano y ella fue a su lado; lo tomó del brazo para presentarle un frente unificado a su primo. —¿Y bien? —preguntó el coronel Fitzwilliam. —¿Y bien? —respondió Darcy implacable. —¿No vas a decírselo? Por lo menos eso le debes. Dale esa opción. Darcy parecía estar librando una batalla interna. Luego volteó a verla y buscó su mirada, como si fuera a encontrar la respuesta a su problema escrita ahí y le acarició la cara. —Bien, Lizzy, ¿usted qué dice? —preguntó mirándola a los ojos—. Mi primo quiere que usted vuelva a Longbourn. Yo quiero que se quede conmigo. ¿Qué responde? Elizabeth sabía que la familia de Darcy no la aceptaba, que había recibido miradas de desaprobación en el salón Rousel y que quizás nunca sería aceptada por la familia, pero eso no le preocupaba más. No era el tipo de

Europa ni a romper su matrimonio por malas voluntades. Si el coronel

78

Fitzwilliam creía que se iba a intimidar ante una recibida de mala

Página

persona que se intimidaba con facilidad y, ciertamente, no se iba a ir de

intención, tenía mucho que aprender sobre su carácter. Ella volteó a ver a Darcy. —A donde usted vaya, yo voy. Si usted se queda, yo me quedo. —¿Lo ves? —dijo Darcy tomándola por la cintura y, volteando a ver a su primo. —Lo único que veo es que ella no sabe qué es lo que debe temerle. Si no vas a tomar mi consejo, habla con tu tío —dijo el coronel Fitzwilliam—. A él siempre lo has respetado. Ve a verlo y que él te guíe. Darcy se suavizó y luego dijo: —Ya había decidió hacerlo. Elizabeth y yo vamos a ir a verlo cuando terminemos nuestra estancia en París. Ahora, si nos disculpas, vamos a salir a montar. —Me sorprende que puedas encontrar un caballo que soporte tu peso — dijo el coronel sombríamente. —Traje mi propio caballo de los establos de Pemberly — respondió Darcy—. Viajó con nosotros, apersogado a la parte trasera del carro.

Elizabeth volteó hacia Darcy con una mirada interrogativa mientras el

Página

inclinación de cortesía—: Darcy, señora Darcy —y se retiró.

79

—Debí suponerlo —dijo el coronel Fitzwilliam. Y luego agregó, con una

coronel salía de la habitación. —¿Qué fue todo eso? —preguntó—. ¿Desaprueba nuestro matrimonio, o cree que estoy esperando que su familia me dé la bienvenida? ¿Acaso no sabe que ya sé que hay personas en su familia que nunca me van a aceptar? ¿Y de verdad me cree tan pobre de espíritu que piensa que voy a tener miedo de un comentario hiriente o de una actitud fría? —Elizabeth… —¿Si? Él pareció estar a punto de decir algo más y de pronto ella tuvo una sensación de terror, como si hubiera algo oscuro latiendo bajo la superficie de su vida, algo que amenazaba su mundo, su seguridad, su felicidad. Pero entonces él le acarició el pelo y todo volvió a la normalidad. Él se relajó y ella también. —No importa. Los caballos están listos. Veamos si puedo convencerla de disfrutar Paría a caballo. Salieron a la calle y ahí, frente a la casa, estaba el imponente corcel negro

esa yegua era excepcional.

Página

una mujer de caballos, toda su vida había vivido en el campo y sabía que

80

de Darcy y la más dulce yegua que Elizabeth hubiera visto. Aunque no era

—Se llama Nevada —dijo Darcy. El nombre le quedaba muy bien. Era blanca, con crines y cola larga, no más de catorce cuartas de alto, con las patas esbeltas y los hombros adecuadamente inclinados. Tenía el cuello arqueado y, en general, su aspecto era elegante. A la señal de Darcy, el mozo de establo hizo trotar a la yegua de un lado a otro de la calle con cabestro, mostrando sus maneras de andar y sus pequeños y limpios cascos. —Parece como si tuviera sangre árabe —dijo Elizabeth mientras el mozo la hizo detenerse. —Sí, la tiene. Elizabeth tomó una zanahoria del mozo y, al dársela a la yegua, sintió su suave boca en su mano. —¿Le gusta? —preguntó Darcy. —Vaya que sí —respondió Elizabeth. Él le ayudó a montarla deteniéndole la mano mientras subía el escalón

enganchando una pierna alrededor de la perilla de su silla lateral antes de

81

arreglarse la falda, para luego permitirle al mozo ajustar las correas. Por

Página

para montar, luego ella se acomodó sobre el lomo de la yegua,

último, dijo que estaba lista. Darcy montó su corcel y ambos emprendieron su marcha en dirección al río. El centro de la cuidad estaba sucio, pero ya cerca del Sena, el paisaje era limpio y hermoso. El río estaba bordeado de edificios grandiosos cuyos contornos, largos y elegantes, continuaban a lo largo del horizonte. Sus muros eran de piedra y sus techos, de color gris pálido, como si un acuarelista hubiera elegido el tono para hacerle eco al río y al cielo. Pasaron el Louvre, en donde ya habían estado toda una mañana observando los exquisitos cuadros de Tiziano y Rubens y en donde ahora vieron una buena cantidad de gente aprovechando la Paz de Amiens para recrearse con las actividades que desde hacía mucho tiempo les habían estado negadas. Elizabeth disfrutaba de las vistas y se deleitaba con los diestros pasos de su yegua, con el aire cálido y con la compañía de su esposo. —¿Cuando su primo hablo de que visitáramos a su tío, a que tío se refería?

espirales, ventanas rosadas y contrafuertes impresionantes por su arte y

Página

La gran catedral gótica se erguía con el cielo de fondo; era una mezcla de

82

—preguntó mientras pasaban sobre un puente para llegar a Notre Dame.

tamaño—. No se refería a su padre, supongo, o lo hubiera dicho. —No, no se refería a su padre, Tengo otro tío aquí en el continente. Es con él con quien iremos. Detrás de ellos se oyó un grito: «¡Darcy, Elizabeth!» Katrine y Philippe venían sobre sus caballos bayos; ambos estaban espléndidamente vestidos, Katrine con un traje de montar de terciopelo y Philippe con un gabán con capa y pantalones a la rodilla que desaparecían dentro de las lustrosas botas. —Esperaba encontrarlos aquí —dijo Katrine—. Éste es el lugar donde todo el mundo se encuentra en París. Todos vienen aquí a ver y ser vistos. —Supe que recibió la visita de su primo, Darcy —dijo Philippe, mientras él y Katrine llegaban hasta los Darcy, y los cuatro continuaron juntos—. Me dice que irán a quedarse con su tío. Los envidio. Han pasado años desde la última vez que estuve en los Alpes. Extraño el aire puro, los bosques aromáticos, sentir el viento nocturno en la cara... —¿Alguna vez ha ido a los Alpes? —Katrine preguntó a Elizabeth.

—No habíamos planeado salir de Inglaterra siquiera.

Página

—¿No estaban planeando como parte del recorrido?

83

—No, nunca.

—Ah, ha sido una sorpresa; pero no ha sido desagradable, espero. —No, en lo absoluto. Me gusta conocer nuevos lugares y gente nueva. —Vraiment, es bueno lo que dice. Si no conocemos lugares y gente nueva nos envejecemos antes de tiempo. Debemos esforzarnos por hacer cosas nuevas, ¿no es cierto? Eso es lo que le da sabor a la vida. —Pero, ¿volverán a París? —preguntó Philippe. —No —respondió Darcy sin más. Philippe levantó las cejas, pero no dijo nada. —Por lo menos no durante un tiempo. Pero más adelante, quién sabe — dijo Katrine. —Tienen que volver —le dijo Philippe a Elizabeth—. Nunca perdonaremos a Darcy si nos priva de su compañía, ¿cierto, Katrine? —Yo a Darcy le perdonaría cualquier cosa —dijo mirándolo con añoranza—. Pero vámonos, Philippe, tenemos que irnos. Tengo que llevar con los du Barier en una hora y prometiste escoltarme. Y se alejaron en una ráfaga de crines y cascos.

tema anterior—. Por lo que escuché de su conversación con su primo, me

84

pareció que quiere su consejo respecto a nuestro matrimonio y nuestro

Página

—¿Por qué necesita ver a su tío? —preguntó Elizabeth, continuando con el

recibimiento en sociedad. ¿Cierto? —No en la forma en que usted se imagina —respondió. —¿En qué forma entonces? Él vaciló, como si quisiera elegir las palabras cuidadosamente. —Usted y yo somos diferentes. Somos uno para el otro y, sin embargo, no somos iguales. Mi tío es una persona con mucha experiencia; quizá él ya pasó por las dificultades que nosotros hemos de pasar y sabrá cómo enfrentarlas —dijo. Elizabeth permaneció en silencio, Darcy también. Lo único que se escuchaba era el sonido de sus caballos, de los cascos a lo largo del camino. —Está usted muy callada —dijo él después de uno o dos minutos. —Estoy… sorprendida —dijo ella—. Creí que nuestras indiferencias estaban resueltas, por lo menos las diferencias importantes, las que tienen que ver con nuestro corazón y nuestra mente. Creí que las otras, las diferencias de nuestras posiciones sociales y la opinión de los demás ya no

—Las he superado, desde hace mucho tiempo. Tiene usted razón, eso no

Página

las había superado.

85

le importaban, así como a mí nunca me han importado. Creía que usted ya

importa. —Pero algo sí importa —dijo ella al tiempo que detuvo a su yegua— pues usted no es feliz. Él parecía sorprendido. —Estoy feliz —dijo. —Entonces algo respecto a nosotros lo tiene intranquilo —ella insistió—. Si no, ¿por qué buscar el consejo de su tío? De nuevo, él pensó ates de hablar. —Elizabeth, hay cosas que usted todavía desconoce —dijo con el ceño fruncido. —¿Respecto a usted? —Respecto a mí y a mi familia. —¿Se refiere a que hay esqueletos en los armarios? —dijo ella mientras daba unas palmadas a su yegua en el cuello. Él esbozó una leve sonrisa. —No, esqueletos no —respondió—. Pero creo que quizás desestimé los

Página

protegerla, quiero hacerla feliz.

86

problemas que enfrentaremos. Por mí no importa, pero por usted… Quiero

—Lo soy. —No, no del todo. La he visto mirarme confundida ya algunas veces desde que nos casamos. Ella no podía negarlo. —Es porque no siempre comprendo —dijo ella. —A veces ni yo me entiendo. —Siempre ha sido un hombre difícil de sondear —continuó ella—. Ni siquiera en el baile de Netherifield pude descifrarlo. Y creo que últimamente se ha vuelto más confuso en lugar de menos. Espero que su tío pueda ayudar. —Creo que mi tío le va a parecer agradable y también que le van a gustar los Alpes. Los paisajes son distintos a todo lo que ha visto en su vida. — Sus ojos rieron y luego añadió—: A su madre sin duda le agradaría mi tío: vive en un castillo. —¿Un castillo? —preguntó ella, impresionada a pesar de sí misma—. ¿Es más bonito que Perberley?

—Por lo menos, más imponente.

Página

—¿Más bonito que Rosings?

87

—Sin duda es más grande.

Los caballos comenzaron un trote más rápido, como si hubieran percibido el aligeramiento en los estados de ánimo de sus jinetes y pronto llegaron a un lugar más amplio. —¿Y qué hay de la repisa de chimenea? —preguntó Elizabeth juguetona. —Es la repisa de chimenea más impresionante que he visto; el tipo de chimenea que enloquecería al señor Collins. —Entonces le suplico que no le hable de ella, sino encontrará una forma de visitar a su tío y de llevar consigo a la pobre Charlotte —dijo Lizzy riéndose—. ¿Cómo se llama su tío? ¿Es un Darcy o un Fitzwilliam? —Viene de…una rama más antigua de la familia —respondió él—. Es un tío lejano. No es ni Fitzwilliam ni Darcy. Es el conde Polidori. —¿Un conde? —preguntó Lizzy divertida—. Entonces no debemos contarle a mi madre sobre él, ¡o querrá presentárselo a Kitty! —Es demasiado viejo para Kitty —dijo él. —Qué alivio. La pobre Kitty ha tenido motivos suficientes para llorar estos últimos meses, luego de que papá le dijo que la vigilaría cuidadosamente y

montañas? —le preguntó.

Página

que papá lo había dicho en broma. ¿Cuándo planea que salgamos para las

88

no la dejaría salir. Hubo que consolarla mucho antes de que pudiera creer

—Depende; podemos irnos tan pronto o tan tarde como usted quiera. ¿Ha visto París lo suficiente o quisiera quedarse más tiempo? —Creo que he visto todo lo que necesito ver —respondió ella—. Es muy elegante a pesar de la destrucción que trajo consigo la Revolución. También la gente me ha sorprendido, pero... —¿Pero? —Creo que este lugar no termina de gustarme. Todos los edificios son bonitos, pero añoro ver los campos verdes de nuevo.

Página

89

—Entonces comencemos los preparativos y saldremos en cuanto esté listo.

Capítulo 4 Transcrito por flopyna & Sandriuus Corregido por LadyPandora

E

l clima era bueno cuando salieron de París. Era un octubre dorado, con días soleados, cálidos y ligeros. Emprendieron su viaje sin prisa, para disfrutar del viaje. Al principio, Elizabeth

viajó en el carro. Una vez que pasaron la ciudad y tomaron rumbo hacia el sureste, se detuvieron a almorzar en un mesón cerca de Fontainebleau y después Elizabeth continuó a caballo, montando al lado de Darcy. Las mojeras comenzaban a perder sus hojas y eso creaba un espacio abierto por arriba de ellos, el aire tenía una claridad que hacía cantar a los colores. Pasaron el castillo de Fontainebleau y Elizabeth lo miraba maravillada. A su lado, Pemberley y Rosings parecían pequeñas. ―Por lo menos, la Revolución no destruyó esto ―dijo ella.

pero el palacio estaba intacto, imponente en su belleza. Tenía proporciones

90

gráciles y líneas elegantes y, al frente, estaba decorado con la curva de una

Página

Había visto mucha destrucción en París; edificios mutilados o demolidos,

escalinata en forma de herradura. Y alrededor del palacio estaban el verde de los jardines y el azul del lago. ―El exterior no, pero el interior sí fue saqueado y los muebles, vendidos. Ni François ni Luis, ni María Antonieta lo reconocerían. Hablaba de ellos como si los conociera, pero la educación de Elizabeth, aun sin haber tenido una institutriz, era suficiente para que ella supiera que se refería a los reyes y reinas franceses de siglos pasados. ―El otoño era siempre la temporada de Fontainebleau ―dijo él―. Era cuando la corte venía aquí a cazar. Pero ya no es así. Nada dura. Todo se desvanece. Solo los arboles permanecen ―Señaló uno, un árbol antiguo que se erguía solo―. Yo solía trepar ese árbol de niño ―dijo―. Era perfecto para mí. Las ramas más bajas estaban lo suficientemente bajas para que las pudiera alcanzar saltando, sino en el primer intento, al segundo o al tercero, y las ramas mas altas eran lo suficientemente fuertes para soportar mi peso. Cuando llegaba a ellas, permanecía agarrado del tronco y miraba los alrededores de la campiña y pretendía que estaba en un barco,

Él se rio.

Página

—Puede treparlo ahora si quiere —dijo ella—. Lo espero.

91

que había trepado al mástil y estaba buscando la tierra.

—Dudo que las ramas soporten mi peso. Eso fue hace mucho tiempo. A ella le gustaba oírlo hablar de su niñez y, mientras continuaban el trayecto, él le contó más de su infancia. Ella respondía con relatos de su propia niñez, juegos de persecuciones con su enorme número de hermanas en el jardín de Longbourn, y de las tardes lluviosas que pasaba, libro en mano, acurrucada en el asiento junto a la ventana de la biblioteca. Elizabeth dio unas palmadas al cuello de su yegua cuando llegaron a una encrucijada; tomaron hacia el sur. Los carruajes venían detrás de ellos. —¿Ya la conquisto Nevada? ¿Le gusta montar? —dijo Darcy viendo a Elizabeth. —¿Como no iba a gustarme con semejante montura? —dijo Elizabeth—. Pero… Se reacomodó en su silla de montar. —¿Dolor de silla? —Preguntó él. —Sí, sabe, no estoy acostumbrada a ella. —¿Preferiría continuar a pie?

La ayudó a desmontar y luego desmontó él. Continuaron a pie,

92

conduciendo a sus caballos, hasta que Elizabeth se cansó y tomó de nuevo

Página

—Creo que sí, por lo menos durante un rato.

su lugar en el carro. Los Alpes se veían cada vez mas cerca. —Ya son dos veces que no se me cumple la promesa de un viaje al Distrito de los Lagos, pero en ambas ocasiones he estado contenta de cambiar de destino. Nunca pensé que algo podría ser tan hermoso. Levantó la vista a las cumbres, que estaban cubiertas de nieve. —Debe haber visto imágenes de ellas —dijo Darcy. —Sí, pero las imágenes no me prepararon para su tamaño o magnificencia —respondió. Conforme pasaban los días, dejaron atrás las tierras bajas y comenzaron el ascenso, siguiendo un camino serpenteante al pie de las montañas que, a cada vuelta mostraba una amplia vista. Teniendo las montañas como fondo, podían ver los árboles altos, valles sombreados y, a cada tanto, cabras de montaña. En las praderas todavía había flores. Las mariposas revoloteaban entre las gencianas, campánulas y saxífragas, su color azul tornasolado y sus alas amarillas atraían la luz.

Como Darcy ya conocía el camino, siempre, al término de cada día, antes

Página

donde se detenían a beber.

93

De cuando en cuando, encontraban manantiales frescos y burbujeantes en

de que el sol se pusiera, los conducía a una acogedora casa de campo en donde pudieran refugiarse a salvo. Al final de varios días de viaje, se detuvieron en un pequeño mesón a pasar la noche. —No es como los mesones de Inglaterra —dijo Darcy mientas se acercaban. —Es encantador —contestó ella. Estaba ubicado entre las montañas y al lado de un lago con aguas tan quietas que cobraban el aspecto de un espejo. Ella miró la construcción rústica con sus postigos pintados con colores alegres, sus maceteros florecientes y sus aleros voladizos. Les dieron una cálida bienvenida con hospitalidad genuina. Al principio, el tamaño de su comitiva causó cierta consternación, pero el problema fue rápidamente resuelto por medio del buen uso de las construcciones anexas que se encontraban cerca del mesón. La habitación de Elizabeth era acogedora y tenía muebles de pino. Había un cuadro en la pared de la cabecera de la cama, pero el verdadero cuadro

enmarcada por la ventana. Elizabeth recargó los brazos en el reborde de la

94

ventana y miró la puesta del sol que, con sus últimos rayos tornó el cielo

Página

era la vista que tenía la habitación, una vista magnífica que quedaba

dorado; luego el sol se puso anaranjado y rojo y el cielo fue cambiando, primero de azul a morado y, cuando el sol finalmente se hundió, a negro. La punta blanca de la montaña, podía verse todavía resplandeciendo suavemente bajo la luz etérea de las estrellas que perforaban el cielo. Elizabeth la miró, disfrutando de su novedad y del esplendor de su majestuosidad, hasta que el viento se volvió más frío y ella corrió las cortinas. Se lavó, se cambió y luego bajó para cenar. El comedor era un apartamento simples con tres mesas únicamente, cada una de ellas flanqueadas por bancas. Pero era un espacio lindo, con cojines de guinga sobre las bancas y cortinas también de guingas en las ventanas. A pesar de lo remoto del lugar, los Darcy no eran los únicos huéspedes. Una pareja de ingleses, en sus cincuenta, el señor y la señora Cedarbrook, también estaban hospedados ahí. Parecían gente de buena reputación; la expresión del señor Cedarbrook era el de una persona sensata. Estaban vestidos con ropa buena pero no ostentosa; la señora llevaba un chal de

El mesón era tan pequeño que fue inevitable que, pronto, los cuatro

Página

sastrería con pantalones y un fular al cuello.

95

casimir sobre su vestido de cambray y el señor llevaba un abrigo de buena

entablaran conversación. —¿Vienen de lejos? —pregunto el señor Cedarbrook, mientras el mesonero les llevaba una sopera de algo delicioso y procedía a servir una apetitosa sopa en tazones de barro y gruesos pedazos de pan de costra dura en los platos de al lado. —De París —respondió Darcy. —¡Ah, París! Me encanta París —dijo la señora Cedarbrook. —¡Mmh! —dijo su esposo al probar la sopa; luego emitió un sonido de aprecio y tomó otra cucharada—. Las grandes ciudades no son para mí. —Mi esposo es botánico —explicó la señora Cedarbrook—. Prefiere la campiña. Estamos en un recorrido a pie para acopiar plantas. —Nuevas especies —dijo su esposo mientras trozaba un pan—. Hay muchas en los Alpes. ¿Que hacen ustedes? —le pregunto a Darcy. —Soy un hombre de ocio —dijo Darcy. —Aun así, el hombre necesita un pasatiempo —dijo el señor Cedarbrook—. Debería adoptar la botánica.

Página

—No sé por qué no —respondió él.

96

—Querido, no todos quieren ser botánicos —dijo su esposa.

La señora Cedarbrook sonrió con indulgencia y con una expresión en los ojos de buen ánimo y sentido común. Ella le recordaba a Elizabeth a su tía Gardiner, que trataba las debilidades del señor Bennet en la misma forma en que la señora Cedarbrook trataba con las excentricidades de su marido. —¿Siempre viajan juntos? —preguntó Elizabeth. —Ahora sí —respondió la señora Cedarbrook—. Cuando nuestros hijos eran pequeños yo me quedaba en casa, porque no me gustaba estar lejos de ellos durante meses, pero ahora que ya todos se casaron y viven en sus propias casas, disfruto nuestros viajes y aprovecho para conocer nuevas partes del mundo. —¿Y qué hace mientras su marido estudia plantas? —le preguntó Darcy. —Tengo mi cuaderno de bocetos y mis acuarelas y hago un registro visual de todo lo que vemos —respondió. —Además eso es muy útil —dijo su esposo. Durante la cena, los Cedarbrook platicaron de su experiencia en los Alpes y les compartieron su gozo del lugar. También, platicaron sobre sus

camino al continuar su viaje.

Página

y, así, los otros supieron que dificultades habrían de enfrentar en el

97

respectivos viajes y, como habían llegado al mesón desde distintos rumbos

Cuando terminaron de cenar, el mesonero les trajo una botella de un licor local y la señora Cedarbook le dijo a Elizabeth: —Creo que es tiempo de que nosotras nos retiremos. —Con mucho gusto —dijo Elizabeth. Había pasado mucho tiempo sin que ella estuviera en la compañía de otra mujer con la que pudiera platicar, una mujer madura y sensata y, sin duda, sentía la necesidad de tener alguien con quien hablar. Como no había un salón al cual retirarse, se dirigieron a la habitación de la señora Cedarbook y ahí se sentaron a hablar. La señora Cedarbrook miraba a Elizabeth y, luego de un rato, dijo: —Hay algo que te molesta, querida, ¿puedo ayudarte? —No, no es nada —dijo Elizabeth. —Yo tengo dos hijas y puedo ver que hay algo que no anda bien. ¿Quieres contármelo? Elizabeth

anhelaba

poder

hacerlo,

pero

no

sabía

cómo

empezar.

—Eres de Hertfordshire, si no mal recuerdo lo que dijiste —dijo la señora

—Sí, así es, de una pequeña ciudad llamada Meryton —dijo Elizabeth.

98

—No la conozco, pero he pasado por Hertfordshire en varias ocasiones. Es

Página

Cedarbrook.

un distrito bonito, pero muy distinto de los Alpes. Estás muy lejos de casa, ¿no te sientes sola aquí, en donde hay tan poca gente? —Tengo a mi esposo —respondió Elizabeth. —Claro, pero a veces una mujer necesita otra mujer con quien hablar. Elizabeth no dijo nada, pero estaba de acuerdo con ella. Ya llevaba un tiempo preocupada y, como en su casa siempre había tenido alguien con quien hablar, le resultaba muy difícil guardarse para sí sus sentimientos. —Estás muy lejos de tu madre —dijo la señora Cedarbrook. —Vaya que sí —dijo Elizabeth. Y dibujó una sonrisa melancólica mientras pensó en ella. —Ah —dijo la señora Cedarbrook casi en silencio y añadió—: Y de tus amigas. —Sí —respondió Elizabeth con un suspiro. —Debes extrañarlas —dijo la señora Cedarbrook con dulzura. —Sí, pero no tanto como a mi hermana. —Si necesitas alguien con quien hablar querida, aquí estoy.

Cedarbrook era una desconocida, también era una mujer comprensiva y

99

Elizabeth necesitaba poder hablar con alguien. Sus amigas y su familia

Página

Elizabeth la miró con incertidumbre y luego se decidió. Si bien la señora

estaban muy lejos y no tenía a quien mas recurrir en su necesidad de alguien que la escuchara y, lo que era más importante aún, alguien que la aconsejara. —Hay algo que te preocupa —dijo la señora Cedarbrook con gentileza. —Es solo que… —Elizabeth no sabía por cómo iniciar—. Es sólo que… —Sí, querida, te escucho. —Es sólo que, a veces, no comprendo a mi esposo. —¿Llevas mucho tiempo casada? —No, nos acabamos de casar. Estamos en nuestro viaje de bodas. —Parecen muy felices juntos. Es fácil darse cuente de que tu esposo te quiere mucho. —No sé —dijo Elizabeth y bajó la mirada hacia sus manos, que estaban frunciendo la tela de su falda a la altura de su regazo. —¿Qué te hace decir eso? —preguntó la señora Cedarbrook. —Es solo que, en todo este tiempo, no me ha tocado siquiera. Es atento y

—Sí.

Página

que me mira, usted ha visto la forma en que me mira.

100

amigable y considerado, tenemos mucho de que hablar y la forma en la

—Pero en la noche, cuando podríamos estar solos, me evita. La señora Cedarbrook la miró pensativa. —Eres muy joven, quizás sólo te esta dando tiempo para que te ajustes a tu nueva vida. Provócalo, querida. Eres muy hermosa y no hay un solo hombre vivo que se te resistiría si te lo propones. —Ese es precisamente el problema —dijo Elizabeth—; no sé cómo. —Eres una mujer enamorada; sabrás cómo hacerlo cuando llegue el momento. Ve tú a su habitación si él no va a la tuya. Estoy segura de que no pasará mucho tiempo antes de que estés contenta. —Me quita un peso de encima —dijo Elizabeth—. El solo hecho de poder hablar del tema me ha servido mucho. Se escuchó un sonido que venía de abajo. —Creo que los caballeros han concluido su conversación. Vete ya, querida. Estoy segura de que pronto se resolverán tus problemas. Las dos mujeres se pusieron de pie y Elizabeth volvió a su habitación. Annie la ayudó a desvestirse, Elizabeth le agradeció y esperó a que se

aroma suyo.

Página

Darcy ahí, pero la habitación estaba vacía, solo podía percibirse un leve

101

retirara para ir a la habitación de su esposo. Creía que encontraría a

Sobre la jofaina, su criado había acomodado sus cepillos y navaja; Elizabeth se acercó a ellos y los recorrió con sus dedos. Esas eran las cosas que él había tocado y ella quiso sentirlas. Luego, recorrió con la mirada el pequeño y rústico departamento y por último, posó sus ojos en la ventana. Estaba abierta. El aire nocturno era refrescante, pero estaba frío y llevaba al interior una sensación helada. Elizabeth se dispuso a cerrarla, pero cuando iba a hacerlo, su mano se quedó detenida sobre el picaporte y se asomó para observar el tranquilo paisaje iluminado por la luna. El lago brillaba plácidamente bajo la luz plateada; a lo lejos, el contorno de los árboles se delineaba sobre el fondo blanco de la montaña y, arriba de ella, estaba la luna, casi llena, que se veía fosforescente en la oscuridad. Un movimiento atrajo su atención y, al voltear, vio la silueta oscura de un ave, no, no era un ave, era un murciélago que se estaba acercando a la ventana. Elizabeth la cerró rápidamente para que el murciélago se quedara revoloteando afuera. Sin embargo, mientras lo observaba, se sintió presa

interior.

Página

quedado afuera a pesar de ser parte, y a la vez no, del calor y de la luz del

102

de una sensación extraña. Pensó en cuán solo debía sentirse al haberse

Luego, el murciélago se alejó volando; el momento había terminado y ella se acercó a la chimenea para calentarse. Todavía no había ninguna señal de Darcy. Elizabeth volvió a su habitación y se sobresaltó al encontrarlo de pie sobre el tapete de la chimenea, pues no había oído sus pasos en el corredor; pero la impresión pronto se convirtió en expectativa. Por fin había ido a ella. Elizabeth se le acercó, pero sintió en él una tensión creciente, como si estuviera intentando contener un poder inmenso con su sola fuerza de voluntad. Ella temblaba pero no por el frío. Podía escuchar la respiración de él, agitada y poco profunda. Él se acercó a ella… …entonces ella vio los puños de él apretados; parecía como si hubiera librado una batalla interior cuyo triunfo no le brindaba ningún placer y le había costado caro. Él le dio un suave beso en la mejilla; sus labios a penas la tocaron y luego le dijo: —Buenas noches, Elizabeth —y, cerrando la puerta detrás de sí, se fue a

Ella todavía sentía el calor de los labios de él sobre su piel y levantó la

103

mano para cubrirse la mejilla y conservar la sensación que, no obstante,

Página

su habitación.

poco a poco fue desvaneciéndose hasta que, por último, no quedó nada de ella. Elizabeth se estremeció y, luego de un momento, vio que también la ventana de su habitación estaba abierta. La cerró y se fue a la cama, pero permaneció despierta durante mucho tiempo antes de poder conciliar el sueño. La despertó la luz de la mañana que se filtraba por una cuarteadura en los postigos. Por un momento se sintió confundida, no reconocía el lugar en el que estaba; luego recordó que estaba en los Alpes y saltó fuera de la cama. Abrió los postigos para ver que el cielo era de un azul asombroso y que las montañas se erguían sobre él majestuosamente. Su mirada se dirigió hacia abajo, a las praderas y las flores que rodeaban la hostería y luego miró el quieto y plácido lago. Y al prestar más atención, vio que había alguien nadando ahí. Su corazón latía con fuerza al darse cuenta de que era Darcy. Quería ir con él y, aunque al principio consideró que no era propio hacer una cosa semejante, luego cambió de parecer y

Se puso su ropa interior y una bata, luego tomó una toalla y bajó

104

suavemente la escalera. Se escuchaban los sonidos usuales de las

Página

pensó, ¿por qué no?

primeras horas de la mañana en la hostería, el siseo de la cocina y el crujido de la madera al ser cortada, pero el frente de la hostería estaba en silencio. Todavía era muy temprano y los otros huéspedes seguían durmiendo. Elizabeth salió sin ser vista, sintió la frescura del aire y luego, al salir de la sombra, sintió el calor del sol y comenzó a correr a lo largo de la pradera. A su paso, sus pies aplastaban la alfombra de flores silvestres y liberaban así su aroma, que la rodeaba como una nube dulce y embriagante. Cuando por fin llegó al lago, se detuvo, ya sin aliento pero vivificada. Era del azul más profundo que ella hubiera visto y tan liso como el cristal, y reflejaba las montañas y los altos pinos que lo rodeaban, pues no había una

sola

onda

que

deformara

el

reflejo.

Dejó su toalla al lado del agua y metió un dedo del pie en el lago. Estaba muy frío, pero poco a poco fue acostumbrándose a la temperatura y, en lugar de fría, comenzó a sentirla refrescante. Entonces metió el tobillo, luego la pantorrilla y se sintió sobrecogida por el repentino deseo de nadar.

cabeza: «Provócalo». Permaneció indecisa por un momento, pero no había

Página

ropa interior cuando le llegaron las palabras de la señora Cedarbrook a la

105

Se desabrochó la bata y se la quitó; estaba a punto de echarse al lago en

nadie alrededor, ni era probable que alguien llegara a tan temprana hora de la mañana, así que se quitó también la ropa interior y se deslizó dentro del agua. Se le cortó la respiración cuando el frío líquido cubrió su cuerpo y emprendió un vigoroso nado hacia la otra orilla del lago. Poco a poco, el movimiento comenzó a calentarla. Buscó a Darcy con la mirada y vio la cabeza saliendo de la superficie. Comenzó a acercarse y, cuando estuvo más cerca, vio también que le escurrían gotas de agua por el cuello, pasando por dos pequeñas cicatrices que tenía, y hasta los hombros. De pronto se sintió nerviosa, pero era demasiado tarde para retroceder. Él ya la había visto. Una expresión de sorpresa y deleite cruzó su rostro y sus ojos, que primero se mostraron alegres, luego se oscurecieron conforme el deseo inundó su rostro. Con unas cuantas brazadas, él llegó hasta ella; sus ojos recorrieron su cara y pelo y, por último, se posaron sobre su cuello, que estaba desnudo fuera del agua. —Usted es tan hermosa —murmuró mientras inclinaba la cabeza hacia

sobrecogedora fuerza de deseo de él, y su piel lo anhelaba. Entonces sintió

Página

Ella sintió cómo su deseo la debilitaba, se sintió rendida frente a la

106

ella—. Es embriagante, cautivadora, exquisita.

como si ellos no fueran dos seres separados sino dos mitades de un ser entero que había estado dividido durante mucho tiempo y que anhelaba volver a unirse. Él puso sus manos sobre los hombros de ella y ella sintió su cuerpo volverse pesado y lánguido. Él se inclinó para besarla; Elizabeth sintió su respiración como un murmullo de seda cálida en el cuello y volteó la cara para exponer el cuello, pues sus sentidos estaban consumidos por el deseo que sentía por él e hipnotizados por su respiración

y

por

el

rítmico

latido

de

su

corazón.

Y luego, como un sonámbulo al que despiertan, escuchó las ruedas de un carruaje que se detuvo al lado del lago. Oyó el abrir y cerrar de la portezuela y luego, una voz que le resultó a la vez conocida y desconocida. Darcy levantó la cabeza y cuando Elizabeth volteó, vio la silueta de Lady Catherine de Bourgh y, a su lado pálida y exangüe, a su hija Anne. Elizabeth pensó que debía estar soñando, pues todo, el nadar en el lago, las manos de Darcy tocándola, su pesada languidez y la extraña e inquietante aparición de Lady Catherine y su hija, parecía irreal. Lady

se dio cuenta de que no era un sueño: estaba despierta y todo aquello sí

Página

Pero cuando sus sentidos comenzaron a volver a la normalidad, Elizabeth

107

Catherine se veía insustancial y fantasmal bajo la fuerte luz del sol.

estaba ocurriendo. Darcy la puso detrás de sí y ella se alegró de recibir su protección, pues algo en Lady Catherine le resultaba amenazante. En Rosings, su presencia había sido dictatorial; en Longbourn, ridícula; pero aquí, resultaba aterradora. Estaba vestida de negro. Su larga caperuza colgaba pesadamente sobre su cuerpo y su velo, que caía desde el sombrero, le cubría el rostro. Estaba recargada sobre una sombrilla, también negra, que usaba a modo de bastón. —¿Cómo nos encontró? —preguntó Elizabeth. —Nuestro viaje y nuestro destino no eran ningún secreto —respondió Darcy—. Si estaba en París, simplemente debió haber preguntado en dónde estábamos y alguien le habrá dicho. Lady Catherine dio un amenazante paso hacia adelante. —Así que lo hiciste. Contra todos los consejos, te casaste con esta... persona. Nunca pensé ver el día en que harías algo tan estúpido, tú de

—Sabías que me iba a casar con ella —dijo Darcy con hostilidad.

108

—Sabía que pretendías casarte con ella, pero pensé que, con el tiempo,

Página

todos, Fitzwilliam —dijo lady Catherine.

volverías a tu sano juicio. Te dije que la familia iba a rechazarla, ya incluso estuviste en París, sabes que tengo razón. Pero te empecinaste y te casaste con ella. —Tengo derecho a mi propia vida —dijo él. —¡Tú no tienes derechos! Casarse es una cuestión de familia. La decisión está en manos de los que son más viejos y más sabios que tú. No es cuestión de caprichos. —Ya es demasiado tarde para quejarse —dijo Darcy en un tono de advertencia—. Estamos casados y así es. —¡Claro que te casaste! —dijo Lady Catherine en tono malévolo—. Lo hiciste a mis espaldas, cuando estaba fuera del país; no debí haberme ido, y no lo hubiera hecho de haber pensado que llevarías a efecto este acto escandaloso. —No debió haber venido aquí. Darcy y yo estamos felices —dijo Elizabeth—. Una vez trató de separarnos y no lo logró. Ya debería saber que no lo logrará. ¿Quién es usted para decidir qué podemos hacer y qué no? Es

—¡Guarde silencio! —dijo siseando Lady Catherine.

Página

Lady Catherine la miró con ojos malévolos y Elizabeth sintió temor.

109

hora de que lo acepte u nos deje en paz.

Elizabeth abrió la boca como para decir algo, pero no pudo emitir palabra. —Debiste haberte casado con Anne —dijo Lady Catherine, dirigiéndose de nuevo a Darcy—. Anne es tu consorte. Ella es con quien estabas destinado a casarte. Proviene de una familia antigua y honorable. Ella es quien mantendrá la línea de sangre pura. —Es demasiado tarde para eso —dijo Darcy sombríamente—. Lo hecho, hecho está. —No —dijo Lady Catherine—. No es demasiado tarde. Para nosotros nunca es demasiado tarde. Sólo espero que vuelvas a tu juicio más temprano que tarde, porque sin duda volverás a tu juicio. —Entonces déjame en paz y déjame disfrutarlo mientras pueda —dijo Darcy. —¿Disfrutarlo? —dijo Catherine con una sonrisa amarga—. No vas a disfrutarlo. Cada momento será tormentoso para ti. Sabes que no te puedes casar con una mujer como ella y ser feliz. Tu orgullo debió haberlo impedido, orgullo de quién eres y de lo que eres y orgullo del lugar que

conciencia debió habértelo impedido.

110

—¡Suficiente! —dijo Darcy—. Vete ya.

Página

ocupas en el mundo. Y si tu orgullo estaba aletargado, entonces tu

—El solo verte me enferma, así que sí me iré, pero no será la última vez que me veas —dijo lady Catherine—. Si continúas por este camino nos pondrás a todos en riesgo. De ti depende, de todos nosotros depende, asegurar la continuidad de nuestra especie, para que no se extinga. Has visto cómo capturan y asesinan a tus semejantes; sabes de lo que hablo. Elizabeth pensó en la Revolución y en las personas acaudaladas y con títulos que habían sido presas de su despiadada guadaña. —¡Eso no tiene nada que ver conmigo! —dijo Darcy. —Tiene algo que ver con todos nosotros —dijo ella. Luego lanzándole otra mirada venenosa más, volvió a su carruaje seguida por Anne, que parecía un espectro apesadumbrado. Cuando se fue, Elizabeth se percató de cuan fría estaba. Había estado inmóvil en el agua helada durante toda la perorata de Lady Catherine y temblaba. —Está helada —dijo Darcy, repentinamente solícito—. Necesita vestirse. Elizabeth comenzó a nadar hacia la orilla del lago, pero el agua estaba

—¡Señora, ay, señora! Tuvo visitas —dijo Annie rebosante de alegría—.

Página

dispuso a salir, vio a su doncella Annie que venía corriendo hacia ella.

111

muy fría y le rechinaban los dientes. Cuando llegó a la otra orilla y se

Una señora muy distinguida, una tal Lady Catherine de algo. Le pedí que esperara, pero me dijo que no podía. —Está bien, Annie —dijo Elizabeth—. Nos encontró. —¿Nos? Elizabeth miró alrededor y vio que Darcy se había ido. No lo había visto irse y se sintió perdida sin él. Pero al considerar cuál podía ser la razón de que hubiera desaparecido, reparó en que lo había hecho para ahorrarles un sonrojo a ella y a su doncella. Annie le ayudó a salir del lago. —Esta agua está muy fría para ponerse a nadar —dijo Annie al pasarle la toalla a Elizabeth—. Va a agarrar un resfrío de muerte. Elizabeth

se

secó

vigorosamente,

pero

los

dientes

continuaban

rechinándole; luego se puso su ropa. Seguía temblando cuando llegó a la hostería. En cuanto volvió a su habitación, se quitó la ropa húmeda y se sentó frente al fuego mientras Annie le secaba el pelo con una toalla. —Fue un buen gesto de Lady Catherine venir a brindarle sus buenos

ustedes aquí.

Página

visita en los Alpes. Debe haberse sorprendido de encontrarlos también a

112

deseos —dijo Annie—. Dijo que era la tía del señor Darcy; que estaba de

Elizabeth no respondió nada. Se acurrucó cerca del fuego y luego comenzó a estornudar. —Ahí lo tiene, se lo dije, va a agarrar un resfriado de muerte —dijo Annie, mirándola con una expresión de preocupación. —No es nada —dijo Elizabeth—, pero, de cualquier forma, me gustaría tomar algo caliente. —Se lo traigo enseguida. Annie salió de la habitación y cuando la puerta volvió a abrirse, Elizabeth volteó a punto de decir gracias, pero no era Annie, era Darcy. —La escuché estornudar, no debí haberla dejado en el lago por tanto tiempo. —No fue su culpa —dijo Elizabeth—. Sabía que Lady Catherine no estaba de acuerdo con nuestro matrimonio, pero nunca pensé que nos seguiría en nuestro viaje de bodas. ¿Por qué lo hizo? ¿Y por qué dijo todas esas cosas horribles? —Lady Catherine es una mujer vieja —explicó él.

—Las cosas no son tan simples.

Página

para que la edad disculpe semejante comportamiento —dijo Elizabeth.

113

—No tan vieja como para no saber cómo comportarse, y no tan vieja como

—A mí me parecen simples. Él la miró con una sonrisa nostálgica. —Usted es muy joven —dijo él. —Sólo tengo siete años menos que usted. Sus ojos se quedaron mirando los de ella durante un largo rato y luego dijo: —Lo lamento profundamente. Sus palabras sonaban tan tristes que Elizabeth sintió que se le cerraba la garganta y extendió la mano hacia él, pero él ya se había dado la vuelta y un instante después estaba en el pasillo, dándole instrucciones a su criado. Elizabeth tenía el ánimo apachurrado. La perorata de Lady Catherine la había inquietado, pero el extraño comportamiento de Darcy la inquietaba aún más, así que anhelaba tener a alguien con quien hablar. Una conversación alegre sobre cosas ordinarias era justo lo que necesitaba para disipar su desaliento. De inmediato pensó en la señora Cedarbrook, pues sabía que unos cuantos minutos de charla sobre el señor Cedarbrook y su botánica podrían ayudarla a dibujar una sonrisa en su cara. Escribió

—Lo siento, señora, pero ya se fueron —dijo Annie—. Salieron hace una

Página

y cuando Annie volvió con su bebida, le pidió que se la llevara.

114

una pequeña nota en la que le pedía a la señora Cedarbrook su compañía

hora. El señor Cedarbrook quería continuar con su acopio de plantas. Elizabeth se sintió decepcionada, pero no había nada que hacer al respecto, así que apuró su bebida y luego escribió una carta a Jane.

Mi queridísima Jane:

Quisiera que estuvieras aquí. Cuánto añoro poder hablar contigo. Han sucedido tantas cosas que no sé por dónde comenzar. Salimos de París hace unos días y ahora estamos en los Alpes. Las cosas están cambiando tan rápidamente que la cabeza empieza a darme vueltas. Primero Dover, luego cruzar el mar, luego París y ahora las montañas... Jane, querida, hoy me desperté sin saber en dónde estaba. Pero luego vi a Darcy por la ventana, nadando en el lago y las cosas comenzaron a cambiar. Fui con él y por primera vez, la vida de casada comenzó a ser lo que creí que sería. Estábamos cerca, cuerpo, mente y espíritu y yo lo deseaba tanto como él a mí. Todo lo demás cayó en el olvido hasta que llegó Lady Catherine de

¿A ti te importunan los familiares de Bingley? ¿Los persiguen?

Página

¿Puedes creerlo? Nos siguió hasta aquí.

115

Bourgh y se rompió el momento.

Estoy empezando a pensar que la familia de Darcy nunca nos va a dejar en paz. Quizás lady Catherine tenía razón. Quizás su actitud sí me importa después de todo. ¡Pero no! ¿Qué estoy diciendo? ¿Cómo puede importarme si tengo a Darcy? Durante unos minutos en el lago estuvimos tan cerca, y si sucedió una vez, puede volver a ocurrir. Para estar seguro, Darcy se ha vuelto a retirar a donde no puedo seguirlo y, sin embargo, no será por mucho tiempo. Él me desea, sé que sí, es su familia y su preocupación por mí o quizás lo que él cree que yo siento debido a que todo esto es nuevo para mí, lo que lo mantiene distante. Escribirte me hace sentir bien. Estaba desalentada cuando comencé a escribirte, pero ahora las cosas están cobrando un aspecto más colorido. Vamos a adentrarnos aún más en las montañas para visitar a un tío de Darcy y, quizás ahí, podamos acercarnos de nuevo. Darcy respeta a su tío y va en busca de su consejo, no sé bien sobre qué. Sólo espero que eso le sosiegue la mente y le permita sentirse libre para escuchar su corazón, que

adieu.

Página

Debo irme, pero volveré a escribirte cuando lleguemos al castillo. Por ahora,

116

yo sé, Jane, que lo guía hacia mí.

Puso arenilla en la carta y luego la guardó en su escritorio para terminarla después. Durante un tiempo, Annie había estado empacando sus cosas. —Las órdenes del señor son que emprenderemos el viaje en cuanto estemos listas —dijo ella. —Sí —dijo Elizabeth—. Quiere que lleguemos al castillo antes de que anochezca. Se vistió con ropa más caliente que antes, pues todavía tenía frío. Eligió un vestido de manga larga y se puso un pellón largo en lugar de su abrigo corto. Se quitó el sombrero que traía puesto y eligió un gorro que le cubriera las orejas. Se anudó el listón debajo de la barbilla y estuvo lista. Darcy la estaba esperando abajo. El carro ya estaba listo en la puerta y ella pudo percibir que él estaba impaciente por irse. Sus anfitriones les desearon buen viaje y se fueron. Elizabeth estaba contenta de dejar atrás el mesón. Sabía que Darcy estaba

Página

llegaran al castillo.

117

ansioso y lo único que esperaba era que las cosas mejoraran cuando

Capítulo 5 Transcrito por Layla

A

Corregido por Lia Belikov

l principio de su viaje Elizabeth estaba complacida de mirar por la ventanilla, en donde el sonriente paisaje estaba iluminado por el cálido resplandor de las primeras horas de la

mañana; pero para cuando llegó el mediodía, el paisaje cobró un aspecto más salvaje. Las faldas de la montaña se volvieron más escabrosas y pasaron varias cascadas espectaculares, cuyas aguas caían en torrentes y levantaban nubes de espuma color arco iris en el aire. Las plantas alpinas florecían aferradas a las rocas y los precipicios bostezaban al lado del camino. Darcy miraba a Elizabeth mientras ella veía el paisaje. Él ya había visto esos magníficos paisajes muchas veces antes, pero para Elizabeth todo ello era nuevo. Sin embargo, el ver las expresiones de Elizabeth frente a las vistas provocó que su gusto por el paisaje se revitalizara y le despertó de

Había muy poca gente en el camino, pero cada tanto veían algún hombre

118

llevando a cuestas una carga de leña o alguna mujer conduciendo una

Página

nuevo la capacidad de maravillarse ante él.

mula o, de vez en cuando, a un niño llevando una canasta llena de bayas. —La gente de por aquí parece muy religiosa —dijo Elizabeth, mientras un hombre se hacía a un lado del camino para esquivar el carro y se persignaba; lo que parecía una costumbre común. —Las cosas aquí son muy diferentes —dijo Darcy—. La gente tiene sus propias tradiciones y su propia manera de hacer las cosas. Elizabeth, cansada de montañas y glaciares y cataratas, observó la vestimenta rústica de las mujeres, admiró sus faldas coloridas con mandiles blancos y las curiosas telas con las que se cubrían la cabeza. —¿Se molestará su tío de que lleguemos de visita sin habérselo anunciado? —preguntó ella cuando se encontraban de nuevo en un tramo desierto del camino—. ¿O le escribió para avisarle que vamos? —No —respondió Darcy—. En estas partes tan remotas no hay oficinas postales y un mensajero viajando solo sería blanco de ataques. Pero mi tío no se va a molestar. Siempre le da gusto verme y el castillo es tan grande que hay lugar de sobra para invitados.

—El castillo va a engullirse a la comitiva —dijo él—. Podría recibir a diez

119

comitivas así. Es un castillo muy viejo y de formas muy irregulares, y es

Página

—¿Incluso con nuestra enorme comitiva?

tan grande que podría albergar a un pueblo entero si fuera necesario. —¿Y alguna vez es necesario? —preguntó Elizabeth con curiosidad. —Lo fue en el pasado; cuando los bandidos atacaban el pueblo, todos iban a meterse al castillo llevando consigo su ganado y sus pertenencias, y no salían hasta que el peligro había pasado. —¿Cómo es él, su tío? —preguntó ella. —Es un hombre de mundo, inteligente, encantador —dijo Darcy—. Es un gran pensador y tiene algo de filósofo. Ha viajado mucho y sabe muchas cosas. A veces es divertido y vivaz, pero la mayoría de las veces se sienta y escucha o apela a sus compañeros con preguntas y comentarios interesantes. Tiene mucha sabiduría a su disposición, pero nunca busca imponerse.

Creo

que

le

resultará

agradable.

«¿Y le agradaré yo?» se preguntaba Elizabeth. En casa nunca se le hubiera ocurrido semejante pensamiento, pero aquí era diferente. No tenía amigos ni familia cerca que le hicieran sentir seguridad, ni lugares conocidos y queridos que le dieran certeza. Al

cálida

o,

por

lo

menos,

no

tan

fría.

Página

perdió confianza en sí misma; así que esperaba que la bienvenida fuera

120

principio eso no había importado, pero conforme se alejó de su mundo,

El ascenso comenzó a volverse más sinuoso y el carro continuó su camino muy lentamente. Elizabeth sugirió que salieran y caminaran para facilitarles la tarea a los caballos, pero Darcy no estuvo de acuerdo. —Los caballos están bien entrenados. Han llevado cargas más pesadas a lo largo de caminos más empinados que éste —dijo. —Pero no es necesario que lo hagan aquí. No nos hará ningún daño caminar. Además, me gustaría hacer un poco de ejercicio y sentir el viento en la cara —ella protestó. —En otro momento estaré gustoso de complacerla —respondió él mientras puso su mano sobre la de Elizabeth para impedir que abriera la portezuela—, pero no estamos en Inglaterra. Estaba a punto de preguntarle a qué se refería con eso cuando miró por la ventanilla y vio dos órbitas rojas, mismas que había pensado que eran bayas, parpadear y moverse repentinamente, e impactada se percató de que eran Ojos. Miró a derecha e izquierda y vio que había más ojos a su alrededor.

Ella volvió a reclinarse sobre su asiento, asustada. Lobos, osos quizás...

Página

—Lobos y Cenas peores —añadió él casi murmurando.

121

—¿Hay lobos aquí? —preguntó nerviosa.

Estaba muy lejos de Hertfordshire. Entonces se sintió alegre y segura de ir dentro del carro. Era un carro bastante sólido y soportaría un ataque de lobos o de cualquier otro animal que pudiera estar al acecho. También estaba contenta de que hubiera escoltas armados, que eran una advertencia para los predadores de dos piernas y una protección contra los de cuatro patas. Ella se esforzó en interesarse de nuevo en las vistas, pero sentía que habían perdido algo de su encanto, pues debajo de su belleza, acechaba el peligro. Mientras el carro continuaba su ascenso, el cielo comenzó a tornarse oscuro, como si estuviera poniéndose a tono con sus pensamientos, y pasó de azul a índigo. Las nubes se movían rápidamente y pronto se hizo evidente

que

iba

a

llover

—Va a haber tormenta —dijo Elizabeth—. ¿Hay algún mesón cerca en donde podamos refugiarnos hasta después de que pase? —No, no hay nada en muchos kilómetros; pero no hay problema, en otra

presente. De pronto, atrás de ellos, el cielo se iluminó y resplandeció con

Página

Se escuchó un estruendo a lo lejos y la tormenta que amenazaba se hizo

122

media hora más, una hora cuando mucho, estaremos ahí.

un brillo espeluznante antes de volver a oscurecerse. Se estaba volviendo difícil ver dentro del carro, y la cosa empeoró cuando el camino se adentró en un denso bosque con árboles más grandes y gruesos que arrojaban largas sombras. Elizabeth apenas podía distinguir los rasgos de su esposo, a pesar de que estaba sentado apenas a unos cuantos centímetros de ella. Cuando salieron de la espesura el cielo ya estaba casi negro y dentro del carro siguió igualmente oscuro. Otro trueno, que se escuchó más cerca esta vez, rompió el silencio y unos cuantos minutos después comenzó a llover. Los truenos se hicieron más fuertes con la tormenta; un relámpago dentado que cayó hasta el suelo en una red de venas brillantes rasgó el cielo. Los caballos relinchaban mucho, se empinaban y agitaban las patas en el aire. El carruaje se tambaleaba de un lado a otro; el conductor estaba procurando controlar a los caballos y Elizabeth tuvo que sostenerse de la correa que pendía del techo del carro. Se sujetó con fuerza, pues iba traqueteándose y rebotando de aquí para allá. Logró mantenerse sentada hasta que los caballos por fin se aquietaron, pero ni siquiera entonces se

—Ya no está lejos —dijo Darcy sostenido de la correa que colgaba de su

Página

—¿Cuánto más falta? —preguntó ella.

123

soltó, pues sabía que otro relámpago volvería a asustarlos.

lado. Cayó otro relámpago que iluminó el cielo y mostró una forma misteriosa en el horizonte, una silueta de espirales y torrecillas que se erguía en un pináculo rocoso: un castillo, pero no como los de Inglaterra, cuya sólida magnitud yacía pesadamente sobre el suelo. Era una inercia frágil, alta, delgada y larguirucha. Y luego, el cielo se oscureció y se perdió de vista. La lluvia estaba cayendo a cántaros y golpeteaba sobre el techo del carro, así que Elizabeth estuvo contenta cuando por fin vio la caseta de guardabarrera. El conductor hizo que los caballos disminuyeran su velocidad y los condujo por el último tramo del camino. Hubo una pausa en la caseta y, sobre el aire y la lluvia, Elizabeth escuchó un intercambio de palabras gritadas entre el conductor y el guardabarrera. En ese momento, chirrió el torno y se abrió el puente levadizo; sus cadenas chacolotearon contra el aire lluvioso antes de caer y producir un ruido seco al acomodarse en el suelo. Al atravesar el puente, Elizabeth vio un precipicio profundo a cada lado.

estaban patrullando con una mano sosteniendo la correa de grandes

Página

capas que ondeaban por el aire y gorros que les cubrían hasta los ojos;

124

Finalmente, llegaron al patio. Había hombres armados, cubiertos con

perros sabuesos que parecían más lobos que perros y con la otra sobre la empuñadura

de

sus

espadas.

—No hay nada que temer —dijo Darcy al ver que Elizabeth se retraía en el asiento—. Éste es un distrito salvaje y mi tío emplea a soldados para protegerse de grupos de bandidos que andan por ahí. —¿Se refiere usted a que emplea mercenarios? —preguntó Elizabeth. —Si así quiere verlo. Como sea, son hombres armados a su servicio. Elizabeth escuchó como volvía a levantarse el puente levadizo detrás del carro y al oír el chacoloteo de las cadenas contra la reja al cerrarse, sintió pánico de pensar que estaban encerrados. Darcy le tomó la mano en un gesto silencioso de apoyo y eso la tranquilizó, y el ver lacayos con librea que salían del castillo disipó mucho de su miedo. Darcy salió del carro mientras los lacayos lo descargaban y luego ayudó a Elizabeth a salir. Entonces apareció el mayordomo, un hombre que había ya pasado la juventud y que no obstante, no estaba viejo aun, con ojos luminosos a los que no se les escapaba nada al observar a Darcy para

con unas cuantas palabras difícilmente comprensibles, con un inglés

125

bastante confuso y pronunciado con un fuerte acento extranjero; luego les

Página

reconocerlo y al observar con atención vigilante, a Elizabeth. Los saludó

hizo una reverencia y les señaló la escalinata que conducía a la enorme puerta de roble. Darcy devolvió el saludo y se quedó a un lado para permitirle

a

Elizabeth

pasar

delante

de

él

hacia

la

puerta.

Elizabeth cruzó el umbral de la puerta y se escuchó un sonido áspero: una de las hachas exhibidas sobre la puerta, dentro del recibidor, se soltó de su amarre y se cayó al suelo. Poco faltó para que cayera sobre Darcy, quien en ese momento estaba cruzado la puerta; Elizabeth ya estaba a unos treinta centímetros de ahí. Hubo un momento inicial de conmoción, pero todos rápidamente recobraron la compostura. No así el mayordomo, quien soltó un grito en un idioma raro y movió sus ojos rápidamente por el miedo. No era un principio de buen agüero para la visita, ni tampoco lo fue la caminata a lo largo del enorme recibidor, cuyos grandes muros de piedra oscura devolvían un sonoro eco de los pasos y exhibían lóbregos colguijes, y en donde, además, las antorchas estaban apagadas por las corrientes de aire. Pero una vez que llegaron al salón, las cosas mejoraron. Se sentía

muebles, a pesar de ser oscuros y pesados, eran de buena calidad. Había

Página

chimenea de piedra. La alfombra era vieja pero no estaba raída y los

126

más caliente gracias al calor de los leños que ardían en una enorme

un hombre, sentado en una silla y con las piernas extendidas en dirección al

fuego,

a

quien

Elizabeth

tomó

por

el

conde.

El mayordomo anunció a los Darcy en un idioma extranjero y el conde se puso en pie con un sobresalto, pero su mirada de asombro cedió rápidamente a una de bienvenida. Su apariencia era de cierto modo extraña, pues era inusualmente alto y de facciones muy angulosas, dedos largos y delicados y rasgos que le daban un aspecto perpetuo de altivez, pero a pesar de ellos, sus formas, al saludar a Darcy fueron amistosas. Elizabeth se permitió observar la ropa del conde, que le hizo sentirse más segura, pues le resultaba familiar: era el tipo de ropa que usaban los caballeros del campo en Inglaterra. Llevaba un abrigo desgastado por el uso, pero de buen corte, hecho de velarte color bermejo, con una camisa con pechera plisada, que alguna vez debió de ser blanca pero que ahora estaba percudida y, debajo de ella, llevaba pantalones a la rodilla, también color bermejo, y medias zurcidas. Sus zapatos negros estaban lustrados, pero también parecían desgastados por el uso. Lo único que Elizabeth no

incluso como alguien excéntrico.

Página

Que en Hertfordshire lo hubiera hecho destacar por estar fuera de moda o

127

había visto en ninguno de sus vecinos campestres era la peluca polveada.

El conde y Darcy se hablaban en una lengua extranjera que Elizabeth no reconoció. Parecía guardar semejanzas con el francés, pero muchas de sus palabras eran desconocidas y ella no entendía lo que se estaban diciendo. En cuanto Darcy se percató de ello, cambió de nuevo al inglés. El conde se sorprendió por un momento, pero miró a Elizabeth y una vez comprendió la razón del cambio, comenzó también a hablar en inglés, aunque el suyo era un inglés con mucho acento y pronunciado con una entonación extraña. —Darcy, éste es un gusto que no esperaba —dijo él—, pero son bienvenidos aquí. Tu invitada también, también ella es bienvenida. Le extendió la mano a Darcy y ambos se estrecharon las manos con firmeza. —Gracias —dijo Darcy—. Siento mucho no haberte enviado noticias de nuestra venida, pero no quise enviar a un mensajero solo al castillo. —El camino al castillo no es seguro —estuvo de acuerdo el conde—. Pero eso no importa, mi ama de llaves siempre está preparada para recibir

—Elizabeth —dijo el conde inclinándose frente a su mano—. Un bonito

Página

—Elizabeth —respondió Darcy tomándole la mano y acercándola hacia él.

128

visitas. Y esta joven tan encantadora ¿es? —preguntó.

nombre para una hermosísima dama. ¿Elizabeth? —Elizabeth Darcy. Mi esposa —dijo Darcy con un orgullo circunspecto. —¿Tu esposa? —preguntó el conde retrocediendo un poco como si hubiera sentido una picadura. —Si, nos casamos hace tres semanas. —No lo sabía —dijo el conde recuperándose rápidamente, eso es inusual, en général, me entero de las cosas que conciernen a la familia muy rápidamente. Pero aquí estamos bastante fuera de alcance —dijo mirando con curiosidad a Elizabeth antes de volver su atención a Darcy—. Así que estás casado, Fitzwilliam. Es algo que creí que no vería. —Hay un tiempo para todo —dijo Darcy—, y éste es mi tiempo, —Y terminó la presentación diciendo—, Elizabeth, él es mi tío, el conde Polidori. Elizabeth le hizo una reverencia y dijo todo lo necesario, pero no estaba completamente tranquila. Aunque el conde era cortés y encantador, ella percibía una curiosidad subyacente y algo más, no exactamente hostilidad,

—No es un día placentero para el viaje que hicieron —dijo el conde—. Vaya

Página

si también él pensaba que Darcy debía haberse casado con Anne.

129

pero sí algo que le decía que no lo complacía el matrimonio. Se preguntaba

que llueve mucho en las montañas, y tenemos muchas tormentas. La oscuridad, tampoco la oscuridad es agradable, pero no importa, ahora están aquí. Mi ama de llaves los conducirá a sus habitaciones de inmediato. Querrán cambiarse la ropa mojada creo. Yo ya cené, pero deben decirme cuando quieran comer y mi ama de llaves les preparará una comida, a menos de que prefieran que les lleven algo a sus habitaciones. Sintiéndose repentinamente cansada, y también sabiendo que había algo que Darcy tenía que hablar con el conde, Elizabeth aprovechó la oportunidad para retirarse a su habitación y dijo que, para ella era más que suficiente con que le llevaran algo en una charola a su habitación. El conde le hizo una reverencia completa y tocó la campana. Se escuchó una campanada lastimosa, que hizo eco en algún lado del interior del castillo, y Elizabeth se preguntó desde dónde tendría que caminar el ama de llaves para llegar hasta el salón. Mientras esperaban, el conde continuó preguntándoles sobre su viaje y se compadeció de ellos por las dificultades que habían pasado. Por fin llegó el ama de llaves, una mujer hosca,

incomprensible pero tan esperado, que Elizabeth creyó comprenderlo bien;

Página

ella en su propia lengua. Ella inclinó la cabeza y luego ella dijo algo

130

pequeña y alerta. Al parecer no hablaba inglés, pues el conde se dirigió a

y,

por

último,

condujo

a

Elizabeth

fuera

del

salón.

Conforme la puerta se cerraba detrás de ella, Elizabeth escuchó a Darcy decirle al conde: «Debo hablar contigo respecto a un asunto de suma importancia» y al conde responder seriamente; «Sí, eso veo. Hay mucho de qué

hablar».

Qué era lo que había que hablar, Elizabeth no lo sabía, pero comenzaba a preguntarse si tenía algo que ver con la dote del matrimonio. Eso explicaría el por qué Darcy estaba renuente a hablarlo con ella, pues él no querría que ella se sintiera incómoda de que su dote hubiera sido tan pequeña. Sus padres habían dejado de ahorrar dinero desde hacía muchos años y lo poco que poseían lo habían usado cuando tuvieron que pagar a Wickham al casarse con Lydia. Elizabeth sabía que a Darcy eso no le importaba para sí mismo, pero, ¿para sus hijos?... Lo usual era que la parte de la novia se legara a los hijos, y muy bien podía tratarse de que Darcy necesitara el consejo del conde respecto a cómo compensar a un futuro hijo por la falta de fondos de ella. También era posible que ese

Ella siguió al ama de llaves a lo largo del recibidor y hacia arriba por una

Página

familiares de Darcy la trataban.

131

asunto fuera en parte responsable de la frialdad con la que algunos

escalera de piedra. Los escalones estaban desgastados en la parte del medio, en donde un incontable número de pies había pisado a lo largo de los siglos, y sus pasos producían un eco hueco. Luego, el ama de llaves dio vuelta hacia un pasadizo enrollado antes de subir una escalera espiral hacia

la

habitación

de

una

torrecilla.

Annie ya estaba ahí, desempacando las cosas de Elizabeth. Había una enorme cama de cuatro postes en el centro de la habitación, adornada con colgaduras de terciopelo rojo y había una mezcla de muebles pesados dispuestos alrededor de ella: una jofaina, un armario, una cajonera, un escritorio y, acomodada debajo de la mesa, una silla. También había un tocador, pero era un tipo de mueble distinto a los otros, una pieza delicada pintada en azules suaves y rosas, con patas que se iban adelgazando y terminaban con una delicada cubierta de oro en la base. Los gruesos muros tenían ventanas verticales estrechas. Al lado de las ventanas colgaban gruesa cortinas de terciopelo que no estaban corridas aún. Ya había fuego en la chimenea, aunque era muy débil todavía, pues había

habitación que trazaban un círculo perfecto dentro ella. El muro de piedra

Página

y pronto habría un fuego vivo. Se habían dispuesto velas alrededor de la

132

sido recientemente encendido; pero los enormes leños comenzaban a arder

arriba de la cama estaba suavizado con un tapiz. El ama de llaves murmuró algo inteligible, luego hizo una reverencia y estaba a punto de retirarse cuando Elizabeth le dijo: —Un momento. El ama de llaves se detuvo. —No hay espejo sobre el tocador —dijo Elizabeth, procurando mostrarle con una especie de pantomima lo que quería decir—. ¿Podría hacer que me subieran uno, por favor? Pero ya sea que el ama de llaves no la entendió o bien que no había espejos que pudieran darle, ella negó con la cabeza enfáticamente y luego se

retiró.

—Bien —dijo Annie—, no hay duda de que las personas de por aquí son raras. Primero, toda la plática en el recibidor de la servidumbre y ahora esto. ¡De verdad no hay espejo! ¿Cómo esperan que una dama se vista sin un espejo? —No importa —dijo Elizabeth, pensando en que se lo pediría al conde al

preguntó con curiosidad—: ¿Qué plática en el recibidor de la servidumbre?

133

—Puros disparates inútiles —respondió Annie—. Estaban diciendo que la

Página

día siguiente—. Quizás no me entendió —se quitó la caperuza y luego

caída del hacha significaba que usted causará la muerte del señor Darcy. Dijeron también que ya una vez se había caído cuando el conde y su esposa pasaron por la puerta y mire lo que le pasó a ella. ¿Va a ponerse el vestido azul o el color limón para la noche, señora? —Ninguno —dijo Elizabeth—. Voy a comer algo aquí en la habitación, así que no necesito arreglarme para la cena. ¿A qué te refieres con que la caída del hacha significa que le voy a causar la muerte al señor Darcy? —Bueno, señora, dicen que como el hacha se cayó mientras ambos estaban cruzando por la puerta y cayó más cerca de él que de usted significa que usted va a matarlo o algo así. Todos estaban negando con la cabeza y murmurando al respecto cuando entré a la cocina. La mayoría de ellos no habla una palabra de inglés, pero el criado del señor Darcy me dijo de qué estaban hablando. Puros disparates de idólatras. —Yo no creo que sean idólatras —dijo Elizabeth abstraída—, por el contrario, al parecer se persignan mucho. De camino al castillo, los lugareños se persignaban siempre que el carro los pasaba.

Pensó en todos sus amigos y vecinos de casa. A la distancia, las cosas

Página

—No, no lo son —dijo Elizabeth.

134

—De todas formas, señora, no son como la gente de Hertfordshire.

absurdas de allá no parecían tan absurdas, y más bien, parecían reconfortantes. Incluso el recuerdo del señor Collins parecía entrañable más que ridículo. Annie terminó de desempacar y luego cerró las cortinas. El fuego ya estaba llameante y la habitación comenzaba a sentirse más cálida. Elizabeth se quitó la ropa mojada y se puso un vestido de lana. Luego extendió sus manos al fuego, pues las tenía muy frías y, poco a poco sintió cómo comenzaron

a

entrar

en

calor.

Se oyó que llamaron suavemente a la puerta. Entró una joven doncella con una charola con algo caliente y apetitoso y, mientras cruzaba la habitación para colocar la charola sobre el escritorio, permaneció lo más alejada que pudo de Elizabeth y la miraba con ojos llenos de miedo. —¿Qué le dije? —preguntó Annie en un tono afligido mientras la doncella se apuraba a salir de la habitación—. Es una de las sirvientas de día. Ésas son peores. Ni siquiera pasan la noche en el castillo; dicen que ven cosas, cosas

anormales.

Elizabeth tomó la cuchara que estaba junto al tazón y probó el platillo, que

Página

—Sabe mejor de lo que se ve —dijo Annie—. Yo comí un poco en la cocina.

135

Elizabeth caminó hacia la charola y miró el estofado.

era una especie de estofado de pollo con un sabor distintivo. —Pimientos, eso es lo que le ponen para que sepa así —dijo Annie—. Mucho mejor que tanto ajo en París; esto no sabe tan mal. Elizabeth trozó un pedazo de pan y se lo comió con el estofado. Cuando terminó, Annie se llevó la charola y Elizabeth, ya sola, se paseó por la habitación. Examinó los pocos libros que estaban sobre un estante junto a la ventana y observó el tapiz, pero en lugar de tranquilizarla, el contenido de la habitación la inquietó. Los libros no eran como los de la biblioteca en Longbourn, que olían claramente a piel, estos libros estaban húmedos y olían a polvo. También el tapiz era inquietante. Mostraba una imagen en rojos, esmeraldas y dorados ya desteñidos y parecía ser un tipo de bestiario. Mostraba un bosque habitado por criaturas extrañas: lobos de proporciones gigantescas con las caras afiladas, en las que predominaban los ojos rojos y brillantes; murciélagos de tamaños monstruosos con rostros humanos; sátiros y dragones y basiliscos; y en una pequeña esquina, una mujer demacrada con flores en el pelo. Los monstruos le

imágenes le parecían ridículas y aquí, en el castillo, no le resultaban

Página

leía de niña en Longbourn, pero allá, en donde se sentía segura, esas

136

hicieron recordar las imágenes en los libros de los cuentos de hadas que

fáciles de olvidar. La idea de que Caperucita Roja se perdiera en los bosques cercanos al castillo no parecía imposible; ni la idea de la Bella Durmiente bajo el hechizo de una bruja malévola que la hizo quedarse dormida durante cien años; ni la de hombres que eran bestias y bestias que eran hombres. Lo único que le daba satisfacción era el tapiz que colgaba de la cama, pues le impedía ver las imágenes mientras se dormía. Se dirigió a su escritorio de viaje, que ya Annie había desempacado y sacó los utensilios para escribir. Se sentó a terminar su carta para Jane. Leyó lo que había escrito hasta ese momento, que terminaba con:

Darcy respeta a su tío y va en busca de su consejo, no sé bien sobre qué. Sólo espero que eso le sosiegue la mente y le permita sentirse libre para escuchar su corazón, que yo sé, Jane, que lo guía hacia mí. Debo irme, pero volveré a escribirte cuando lleguemos al castillo. Por ahora,

Página

Entonces continuó.

137

adieu.

Ya hemos llegado al castillo y es el lugar más remoto que espero visitar en mi vida. También es el más raro, y me siento muy sola. Cómo quisiera que estuvieras aquí, Jane. Extraño tu carácter tranquilo y dulce y tu bondad y fu capacidad de ver lo mejor en los demás. Todo aquí es raro. Llegamos al castillo bajo una terrible tormenta. Está ubicado en un área remota de las montañas y está rodeado de bosques en los que habitan lobos. Los vi de camino aquí, corriendo junto al carro, con el pelaje gris y los ojos rojos brillando por entre el follaje. Puedo escucharlos aullando a la luna mientras escribo. El castillo es una construcción vieja de roca, es oscuro y tenebroso y está en mal estado. Cuando llegamos, una de las hachas se cayó de la pared y por poco nos cayó encima a Darcy y a mí. La servidumbre dice que eso significa que yo voy a causar la muerte de Darcy. Y, a pesar de que sé que es ridículo, no puedo evitar sentir miedo. Me siento encerrada aquí; de hecho, cuando el puente levadizo se levantó detrás de mí, me sentí como una prisionera. Las cosas no parecerían ni la mitad de lo malo que parecen si estuvieras a mi lado. Juntas nos reiríamos de los lobos y de los presagios

idiotas con risas. Sin recibir cartas de casa me siento extrañamente sola.

Página

quiera que termine como mi madre. Escríbeme pronto y sácame de mis ideas

138

extraños. Pero sin ti, mi querida Jane, estoy increíblemente nerviosa. Dios no

Cuéntame de mi tía y tío Gardiner y de sus hijos. Ayúdame a recordar, que hay un mundo más allá de éste y que el orden y la familiaridad y la calma y la seguridad sí existen. Cuéntame también sobre los encantos de Londres y de tu amado Bingley. Espero que tus miedos sean menos y tus alegrías más que las mías. ¡De verdad quisiera que estuvieras aquí! Necesito a mi jane para platicar, y no sólo del castillo. También necesito hablar contigo sobre mi matrimonio. Darcy no ha vuelto a acercarse a mí, aunque ya es tarde. Y me doy cuenta de que ya no me sorprende su ausencia. De hecho, ahora pienso que lo que me sorprendería sería que viniera. Eso no puede ser bueno. Pero quizás estoy pensando así porque estoy cansada. Ha sido un día muy largo y raro. Me voy a descansar. Estoy segura de que las cosas cobrarán otro aspecto mañana.

Puso arenilla sobre la carta y la guardó, luego, apagó todas las velas

reparador, pues estuvo plagado de sueños perturbadores.

Página

vela y se acostó. Se durmió rápidamente, pero no fue un descanso

139

menos una y se subió a la cama. Arregló el cubrecama, apagó la última

Página

140

Capítulo 6 Transcrito por Alex Yop EO, Kte Belikov & Anaid Corregido por Lia Belikov

E

lizabeth estuvo contenta de despertarse a la mañana siguiente. Había pasado la noche corriendo por el bosque perseguida por lobos o perdida en el castillo o atormentada

por pesadillas inquietantes, así que le alegró de poder dejarlas atrás. Se vistió con ropa para el frío. Se envolvió en su grueso chal y salió de la habitación. Encontró fácilmente el camino fuera de la torrecilla, pero al llegar abajo se detuvo, pues no tenía certeza sobre por dónde seguir. Por suerte, uno de los lacayos del conde pasaba por ahí. La miró lleno de miedo, pero ella no lo dejó continuar sin antes hacerle entender que quería comer, así que él la guió hasta el comedor. Darcy ya estaba ahí para el desayuno. Se puso de pie con una sonrisa en los labios y ella tranquilizó inmediatamente. Ésta era la realidad. Aquí estaban la cordura y el reposo, mundo

del

sueño,

sino

en

el

de

la

vigilia.

—¿El conde ya desayuno? —preguntó ella mientras le servían una especie de avena que se veía poco apetecible pero que estaba sorprendentemente

141

el

Página

no

buena. —Sí, se levantó antes del amanecer. Se fue a consultar a algunos de sus amigos y vecinos sobre el asunto que me ha estado inquietando. Todos ellos están dispersos en un área de unos cincuenta kilómetros de terreno de difícil acceso, así que no volverá sino hasta la noche. —¿Le fue posible darle algún consejo al respecto? —No todavía, pero espero que pronto encontremos una respuesta. Ella esperó a que los sirvientes salieran del comedor y luego dijo: —Ya una vez le pregunté si lamentaba nuestro matrimonio y me respondió que no. Necesito preguntárselo de nuevo —hizo una pausa, pues no sabía cómo continuar. Quería decirle, ¿Por qué no me visita en las noches? Pero ahora que el momento había llegado, se sintió con la lengua anudada y no supo cómo abordar el asunto. —No, desde luego que no —dijo él con el ceño fruncido—. La pregunta ni siquiera cabe y lamento mucho hacerla sentir así. —¿Los problemas que lo inquietan tienen que ver con la dote? —preguntó

—No, no es eso precisamente —dijo en tono evasivo—. Pero espero que los

142

asuntos se aclaren pronto y entonces podamos olvidarnos de esto y

Página

ella—. ¿Es por eso que necesita el consejo de su tío?

disfrutar el resto de nuestro viaje de bodas. Él tomó la mano de ella y la besó; ella sintió que su mano irradiaba calor en el lugar en el que él había puesto sus labios. Un haz de luz entró por la ventana y Elizabeth, que ya se había terminado la avena, dijo: —Salgamos al patio —pues alcanzaba a ver algo como un pequeño jardín por la ventana y quería estar al aire libre. —Por supuesto —respondió él. La lluvia había cesado, pero a pesar del brillo del sol, la mañana estaba cerrada y prometía más lluvia por venir. El jardín alguna vez debió ser bonito, pero ahora estaba cubierto de hierba. Era cuadrado y estaba rodeado por los muros de piedra gris del castillo; en su centro había un estanque lleno de maleza. Le entraba muy poca luz e incluso esta poca era lánguida y pálida, como si el esfuerzo de llegar hasta el patio la hubiera despojado de su energía. La maleza crecía por entre las piedras y la hierba amarilla competía por espacio con los helechos de

lado,

sobre

el

suelo,

cubiertas

de

musgo

y

liquen.

Página

estatua de un sátiro, pero estaba rota, sus flautas de Pan estaban a un

143

aspecto insalubre. De una maraña de plantas trepadoras se erguía la

—Es una pena que este tan descuidado —dijo ella—. Es un lugar protegido del viento y podría ser agradable caminar aquí si el jardín no estuviera cubierto

de

hierba.

—El castillo es viejo y su mantenimiento es caro —dijo Darcy al mismo tiempo que le ofreció su brazo—. Mi tío no tiene suficiente dinero para atender todo lo que se necesita aquí. Su fortuna ha sufrido un revés, se ha estado mermando últimamente, y él ha tenido que dejar que algunas partes del castillo caigan en el descuido —la miró y comenzaron su paseo por el jardín—. Supongo que yo no noto sus deficiencias porque estoy acostumbrado a ellas. Amo este lugar desde que era niño. Pero creo que a usted no le gusta. —No, debo confesar que no —respondió ella—. Me parece bastante amenazante, y no solo es el castillo. El idioma es raro y los chismes… —Usted no es el tipo de persona que atiende los chismes —dijo él. —No, lo sé, pero aquí me siento diferente, como si no fuera yo misma. Me siento atrapada, encerrada —ella se estremeció al recordar el puente

como si fuera una prisionera.

Página

alrededor del cuerpo—. Cuando levantaron el puente detrás de mí, sentí

144

levadizo retumbar al momento de cerrarse y se ajustó un poco más el chal

—El puente levadizo es para mantener a la gente fuera, no para encerrarla dentro —dijo él poniendo su mano sobre el brazo de ella para tranquilizarla—. Estamos en una parte bastante remota y hay muchos bandidos por estos lugares que gustosos saquearían el castillo si no estuviera bien defendido. —Sí, claro. Pero no solo es el puente, es todo. Esta mañana, al mirar fuera por la ventana, vi un precipicio terrorífico al final del cual solo se veían piedras

puntiagudas.

No

estoy

acostumbrada

a

eso

—dijo

ella

disculpándose. —Usted está acostumbrada a praderas ondulantes y ríos serpenteantes en una parte pacífica del mundo —dijo él— pero este castillo está en un área menos hospitalaria. Fue construido como una fortaleza en el tiempo en el que se necesitaban fortalezas. Las rocas lo mantienen a salvo; sirven para asegurar que nadie puede trepar y asaltarlo por atrás. Sé que puede parecer prohibitivo si uno no está acostumbrado a ello, pero ¿dentro también se siente asustada?

—Continúe.

Página

pequeñas y el castillo es lóbrego. Y los rumores…

145

—No, no precisamente asustada, pero sí ansiosa. Las ventanas son

—Son tonterías, desde luego, pero en el recibidor de la servidumbre dicen que el hacha que se cayó fue una premonición de su muerte y de que yo la causaría. Dicen que la misma suerte sobrevino a la esposa del conde. ¿Es cierto? Él vaciló. —Hasta cierto punto —dijo él—. El conde perdió a su esposa, pero no hubo nada en raro en su muerte. Había estado enferma durante mucho tiempo. —¿Y se cayó el hacha? —Sí, pero el castillo es muy viejo. Algunos de los accesorios de los muros se han aflojado, eso es todo. —Sí, claro —dijo ella; las palabras tranquilas de Darcy la llenaban de alivio—. No sé por qué hice caso. Es simplemente que la atmósfera aquí es opresiva. —Es una pena. Esperaba que le gustara. Pero no estaremos aquí mucho tiempo. El conde volverá esta noche y no tenemos que quedarnos más que unos cuantos días. Tengo un pabellón de caza cerca de aquí y quiero

iremos.

Página

más, pero para el final de la semana, si todavía se siente incómoda, nos

146

aprovechar para ir a verlo y, por cortesía, debemos quedarnos unos días

Elizabeth se sintió reconfortada. —¿De verdad tiene un pabellón de caza aquí? —preguntó ella—. Ésta muy lejos de Pemberley. —Tengo pabellones de caza por toda Europa, reliquias de los viejos tiempos. Ya no los uso, pero de vez en cuanto encuentro algún inquilino para alguno de ellos. El conde cree que a uno de sus amigos le gustaría rentar el pabellón más cercano de aquí, así que quiero ver si necesita reparaciones. ¿Por qué no viene conmigo? Podemos ir mañana y eso le dará un descanso del castillo. —Ay, sí —dijo ella—. Eso me gustaría mucho. —Muy bien, voy a hacer todos los arreglos para ello. Mientras él se fue a los establos, Elizabeth entró y no encontró el salón sino hasta después de tres intentos. No lo había visto bien la noche anterior y esperaba que hubiera un piano, pero no había ningún instrumento. Se dio toda una vuelta por el salón, examinado los retratos que colgaban de los muros hasta que llegó a la chimenea. Arriba de ella

llevaban pelucas oscuras y rizadas que les caía hasta la cintura.

Página

Estaban vestidos a la moda de entonces, con abrigos y pantalones y

147

había un magnifico retrato de dos caballeros con ropa del siglo XVII.

Los observó con más cuidado. No era fácil distinguirlos claramente desde donde estaba, pero algo en ellos le pareció familiar. Se preguntó a quien le recordaban y luego se dio cuenta de que se trataba de Darcy y el conde. —Los cuadros son muy buenos, ¿no le parece? —se escuchó una voz detrás

de

ella.

Ella casi saltó del susto. —Me disculpo, no tenía la intención de asustarla —dijo el conde, que era quien estaba ahí. —Pensé que estaba visitando a sus vecinos —dijo ella. —Sí, pero las cabalgatas son difíciles con huesos viejos. Le hubiera dicho a mis sirvientes: vayan y hagan la diligencia por mí, pero Darcy es un sobrino a quien valoro mucho y no me gusta enviar a un criado en asuntos que le conciernen a él. Cuando llegué, mis vecinos, que son buenos conmigo, me dijeron «Nosotros mismos iremos al siguiente castillo para evitarle el viaje. Así su cometido se realizará en la mitad del tiempo y con menos ajetreo para sus huesos viejos». Y así se hizo. Una visita al otro y

los motivo diciéndoles «Bienvenidos a mi castillo, tengo conmigo una novia

148

nueva» —dijo él con brillo en los ojos—. Usted recibió poca hospitalidad

Página

cada uno de ellos viaja solo un trayecto corto hasta el siguiente castillo. Y

ayer, pero hoy será distinto. Le agradarán mis vecinos, creo. Algunos de ellos son familiares y todos son amigos míos. La van a atender y repararán la oscuridad del castillo con su humor y conversación. Y usted les agradará. Usted es un adorno para mi casa. Ya son muchos años desde que no había tanta hermosura en este castillo. Espero que usted se sienta cómoda. ¿Tiene todo lo que necesita? —Sí, gracias. —Si hay algo que pueda hacer para que su estancia aquí sea más aceptable, debe decirme: ¡conde, requiero esto! —Sí hay algo —dijo Elizabeth —Solo menciónelo. —No hay espejo alguno en mi habitación. Él se quedó estático como una garza. Luego, por fin sus manos se movieron

y

dijo:

—¡Qué pena! No tengo espejos. He sido viudo durante mucho tiempo, usted comprenderá, soy un hombre sin pretensiones de belleza, un

—No importa —dijo Elizabeth rápidamente con la esperanza de no haber

Página

excepto eso.

149

hombre que no busca llenar su casa con estas cosas. Pídame lo que quiera

herido sus sentimientos—. Gracias, no hay nada más que necesite. —Me alegra. El castillo es antiguo y no está hecho para el presente, está hecho para los viejos tiempos, cuando mis ancestros necesitaban de una fortaleza contra la guerra, pero yo lo he convertido en mi casa. Elizabeth se sintió incómoda por un momento, preguntándose si quizás él había escuchado sus comentarios respecto al cuidado del castillo, pero luego pensó que eso era imposible. Conforme continuaron conversando, Elizabeth comenzó a sentirse más tranquila de su alrededor. El conde hablaba disculpándose por el castillo, pero era evidente que lo amaba como su casa, y ella empezó a verlo con ojos nuevos. —¿Los retratos son buenos, no le parece? —preguntó el conde volteando a ver el cuadro que ella había estado examinando—. Por lo menos de ellos no tengo de qué avergonzarme. Fueron hechos por un artista local, un hombre con mucho talento. Ése en particular es uno de mis preferidos. El artista logró una excelente textura para las telas. ¡Vea el encaje!

—El primero es de mi estirpe, el primer Polidori —dijo él señalando al

150

hombre de la izquierda—. Es de él de quien heredé el castillo. Y el de la

Página

—¿Quiénes son? —preguntó Elizabeth—. ¿Los hombres retratados?

derecha es Darcy. —Sí, eso creí. El parecido familiar es asombroso —dijo Elizabeth. —Oui, aunque creo que Darcy es más delgado que el hombre del retrato. Y más guapo, ¿n´est-ce pas? Cambiaba al francés con la facilidad de la aristocracia inglesa y Elizabeth estaba contenta de que no cambiara a su propia lengua materna que, si bien se parecía un tanto al francés, era un idioma que no reconocía. —¿Cuándo lo pintaron? —preguntó ella. —Hace más de cien años, en 1686. Los tiempos eran muy diferentes entonces. El castillo estaba lleno de luz y de risa. Ha cambiado mucho —el conde pareció perderse en el ensueño y Elizabeth no quiso molestarlo; pero luego se levantó y dijo—: Pero no podemos vivir en el pasado. Debemos aceptar lo que tenemos en el presente y eso no es tan malo, pues esperamos una visita de los amigos. Mi ama de llaves hará todo lo que pueda para mejorar la apariencia del castillo en honor de mis queridos invitados. Si no es demasiada molestia para usted, tomará su comida al

Inglaterra las llaman horas del campo.

Página

las seis. Lo hacemos todo temprano en el castillo, me parece que en

151

medio día en su habitación y permanecerá ahí hasta la hora de la cena, a

Elizabeth respondió que eso no le molestaba en lo absoluto y el conde se disculpó y se retiró. También ella se retiró del salón con su ánimo más ligero que el que había tenido desde que había llegado al castillo. Encontró a Annie en su habitación; estaba planchando sus vestidos para la noche con una plancha calentada al fuego y esa escena hogareña la reconfortó aún más. —Hoy almorzaremos de una charola, Annie —dijo ella— y luego habrá invitados para la cena. Creo que me pondré mi vestido de seda color ámbar, con muchas enaguas. Hace mucho frío cuando se está lejos de las chimeneas. Y me pondré mi chal de casimir. —¿Se va a poner las cuentas de ámbar o el collar de oro? —preguntó Annie. —Creo que las cuentas —dijo Elizabeth, recordando la ropa desgastada del conde: ella quería que Darcy estuviera orgulloso de ella, pero no quería parecer demasiado refinada. —Muy bien, señora. Una de las doncellas pronto llegó con una charola en la que llevaba un

noche anterior y Elizabeth pensó cuán impresionada estaría su madre por

152

esta deficiencia en el manejo de la casa y luego se puso a pensar en la

Página

estofado caliente y humeante que sabía exactamente igual a la cena de la

esposa del conde. Se imaginó cómo habría sido la condesa y pensó que era una tragedia que se hubiera muerto. Pues ella sospechaba que, de estar viva la condesa, el castillo estaría mejor cuidado, a pesar de la disminución

de

la

fortuna

del

conde.

Después del almuerzo. Elizabeth terminó la carta para Jane y, bueno, sabía que no la podía enviar en un lugar tan remoto y que tendría que esperar hasta que regresaran a la civilización para poder mandarla. No había cuarto de vestir, la habitación ocupaba toda la torrecilla, pero uno de los lacayos subió cargando un polibán y las doncellas subieron jarras de agua caliente para que Elizabeth pudiera bañarse. Fue un deleite poder enjuagarse en el agua caliente y jabonosa y mitigar todas las dolencias ocasionadas por el ajetreo en el carro el día anterior. Alrededor de las tres de la tarde, comenzó a escucharse un escándalo que provenía de abajo y que se filtraba por la por la puerta cada vez que Annie la abría para traer más agua caliente y Elizabeth se dio cuenta de que estaba ansiosa de que llegara la noche. Aromatizada, caliente y

bien con su color de piel y su cuello redondo complementaba la forma de

Página

luego, comenzó a arreglarse para la noche. El vestido ámbar le quedaba

153

delicadamente enjuagada, salió de la bañera y se secó frente al fuego;

su cara. —Listo —dijo Annie al terminar de arreglarle el pelo, dando un paso hacia atrás con aire de satisfacción. —Gracias, Annie —dijo ella. Le pareció extraño bajar sin haberse mirado en un espejo para asegurarse de que estaba arreglada de forma que les gustara, pero no había nada que hacer al respecto, así que se puso sus guantes, recogió su chal y bajó. El castillo estaba más iluminado que antes, con una gran cantidad de velas alumbrado el recibidor y tazones con flores silvestres dispuestos sobre las mesas. Había un murmullo de voces y, desde afuera, se escuchaba el sonido de los caballos y de las ruedas de los carruajes. La puerta se abrió y una corriente entró al recibidor. Con ella entró también el sonido de risas. —Se ve muy hermosa —dijo Darcy, materializándose a su lado—. ¿Le parece si entramos? Ella lo tomó del brazo y entraron al salón.

tenía un aire luminoso de bienvenida. El fuego rugía en la chimenea y no

154

sólo irradiaba calor, sino también luz, y el sonido de conversación bullía

Página

Todo se veía completamente distinto. Había velas por todos lados y el salón

por todas partes. Era una lengua extranjera, pero sonaba de buen ánimo y vivaz. Poco a poco el bullicio se apagó y uno a uno los invitados del conde voltearon hacia la puerta. La mayoría eran hombres, vestidos con ropa desgastada y cómoda que, no obstante, parecía ser lo mejor que tenían. Las pocas mujeres que había entre ellos estaban todas vestidas con ropa de lana, también desgastada por el uso, y Elizabeth se percató de que estaba mejor arreglada que sus vecinas. Era la primera vez que se sentía así desde que habían iniciado el viaje de bodas. En Francia se había sentido evidentemente fuera de moda al lado de las criaturas tipo mariposa que revoloteaban alrededor de las salas de baile y los salones, pero aquí se sentía como un ave exótica en un habitación llena de gorriones; pero también pronto se dio cuenta de que los invitados del conde no lo resentían, sino que les daba gusto ver a una novia en todo su esplendor.

su corazón.

Página

hombres con jovialidad y acercándose a ella—. Es fácil ver por qué perdió

155

—¿Así que usted es la mujer que atrapó a Darcy? —dijo uno de los

Se hicieron las presentaciones y los invitados hicieron sentir a Elizabeth muy bienvenida. Por primera vez desde su boda, Elizabeth sintió que estaba en un mundo que podía comprender. Aunque la ropa, las costumbres y el castillo fueran desconocidos, ella estaba recibiendo todas las reverencias que se acostumbran para la novia en un viaje de bodas. Ella era el centro de atención y cada una de sus palabras era escuchada con gran interés. —Cuéntenos cómo se conocieron —dijo Gustav—. No sabemos nada al respecto. —Nunca nos enteramos de nada aquí —dijo Clothilde. —Sí, cuéntenos —dijo Isabella. —Sí —dijo Frederique. —Nos conocimos en Hertfordshire —dijo Elizabeth— cuando un amigo de Darcy rentó una casa en mi vecindario. Darcy asistió a una asamblea local con

su

amigo…

—Y fue amor primera vista, ya veo —dijo Louis.

—¿No? Pero ¿cómo? Darcy; ¿no te enamoraste de inmediato de la bella

Página

—En absoluto —dijo ella.

156

Elizabeth se rio.

Elizabeth? —él volteó a ver a Elizabeth—. Si yo hubiera estado ahí, me hubiera postrado a sus encantadores pies. —¿Cuándo fue entonces que Darcy vio el error de sus formas? —preguntó Gustav. —No fue sino hasta meses después —respondió Elizabeth. —¡No lo creo! ¡Darcy, eres un zopenco! —dijo Frederique. Darcy sonrió. —¡Ah, sí, querido amigo, tú puedes permitirte sonreír! Tú te ganaste la mano de la bella Elizabeth y nos la traes aquí como tu esposa. —Pero ¿cómo fue? —preguntó Carlotta—. Cuéntenos cómo fue que Darcy cambió de parecer. Nada iba a ser suficiente para ello a no ser que escucharan el relato entero. Elizabeth no mencionó a Georgina y a Wickham para nada; sólo mencionó de pasada la huida de Lydia y no dijo más que Darcy había ido a ayudar a su hermana cuando, estando tan lejos de casa, había pasado tiempos difíciles.

durante ésta, que consistió de venado, tubérculos y perdiz, le hicieron

157

contar sobre su casa en Hertfordshire. Gustav dijo que él había ido a

Página

Todavía seguían haciéndole preguntas cuando anunciaron la cena y,

Inglaterra muchos años antes y platicó con Elizabeth respecto a los méritos de ese país. Las mujeres se portaron simpáticas y los hombres atentos, así que Elizabeth se sentía encantada. Pues, a pesar de su ropa desgastada, sabían cómo tranquilizarla y los hombres sabían cómo elogiarla con delicadeza y cómo hacerla reír. Luego del postre, se repartió oporto y las damas se retiraron. Las invitadas del conde estaban llenas de admiración por el vestido de Elizabeth y querrían que les contara todo sobre las modas de París. —Y dígame, ¿cómo se llevan las mangas este año, largas o cortas? — preguntó

Clothilde.

—Difícilmente hay manga —dijo Elizabeth—. No tienen nada más que olanes en la parte superior del brazo. —Eso está muy bien para un salón calentado, en donde la cercanía de los cuerpos hace que uno permanezca caliente, pero no va a funcionar en las montañas, en donde tenemos nieve la mitad del año —dijo Isabella

Clothilde—. Me gusta la idea de mangas que no son más que olanes.

Página

—Podría funcionar si nos sentáramos cerca de la chimenea —dijo

158

riéndose.

—¿De verdad quieres estar sentada cerca de la chimenea todo el día? —le dijo Isabella jugando—. No puedes quedarte sentada más que unos minutos. Te levantarías e irías a algún lado a hacer algo. —No siempre; en las noches, cada tanto, quedarse un rato sentada no sería tan malo si eso significara estar comme á la mode. ¿Y cómo son las faldas, son todas como su vestido, con la cintura muy alta? —Sí —dijo Elizabeth—. Son así desde hace tiempo. —Pues entonces vamos muy retrasadas —dijo Carlotta—. Antes nos llegaban revistas de moda, pero desde que empezaron los problemas no ha sido fácil que lleguen hasta acá. —Entonces deberíamos ir a París —dijo Clothilda—. Deberíamos darnos ese gusto. Durante mucho tiempo nos hemos conformado con vivir en los bosques. Haremos un viaje a la capital y volveremos cargadas de vestidos y chales y guantes y abanicos. Sorprenderemos a nuestros hombres con nuestros vestidos a la moda y quizás eso los anime a ir también a la ciudad y conseguir ropa nueva. Estoy segura de que les haría mucho bien.

bastante cómoda —dijo Clothilde—. ¡Creo que va a usar esa ropa hasta

Página

—No creo que Frederique vaya a usar ropa nueva; su ropa vieja es

159

Nuestros amigos se ven bastantes torpes junto a Darcy.

que se caiga de vieja! ¿Tienes hombres así en Inglaterra, Elizabeth? —Tenemos hombres de todo tipo —respondió ella—. Hay algunos que siguen la moda y otros que se visten como les viene en gana. —¡Ah, entonces es lo mismo en todos lados! Pero, bueno, ya llegan. Estábamos hablando de cuánto nos gustaría ir a París y comprar ropa nueva y de que también ustedes deberían ir —dijo ella mientras los hombres entraban. —¡Ropa nueva! —dijo Louis horrorizado—. No la soporto. Siempre es incómoda: o pica o es demasiado dura o demasiado holgada y nunca tiene la forma adecuada. Un abrigo debe usarse un año antes de que se vuelva cómodo. —Lo ve, Elizabeth, no hay nada que hacer con ellos —dijo Carlotta riéndose. Alguien sugirió que jugaran a las cartas y todos rápidamente estuvieron de acuerdo con el plan. Estaban tomando sus lugares a la mesa de juegos cuando se escuchó que alguien tocaba a la puerta principal con fuerza.

—¿Quién podrá ser? —preguntó el conde.

Página

recibidor.

160

Elizabeth, sobresaltada, levantó la mirada y todos voltearon hacia el

Se escucharon voces en el recibidor. Se escuchó al mayordomo enojado y despectivo y a una mujer, que sonaba como una mujer vieja y no obstante, resuelta. Un momento después, la puerta se abrió de par en par y la vieja entró, seguida del mayordomo furioso, quien dijo algo en su propia lengua al conde. A pesar de que Elizabeth no comprendía sus palabras, su indignación era evidente, así como el hecho de que estuviera avanzando hacia la vieja. Pero el conde levantó su mano y el mayordomo dio un paso atrás murmurando. —Tenemos ante nosotros una vieja bruja que pide decirnos nuestro destino.

¿Qué

opinan?

—Que la dejen entrar —dijo Frederique, bajando su mano de cartas—. Sería una verdadera pena dejar pasar este entretenimiento. —¿Qué opinan las damas? ¿Les gustaría? —preguntó el conde. —Desde luego —dijo Clothilde. —¡Sin duda! Me gustaría descubrir qué ve en mi mano —dijo Isabella con una sonrisa pícara.

La vieja se hizo hacia adelante. A la luz del fuego Elizabeth pudo ver que

Página

—¿Tiene algún inconveniente, señora Darcy?

161

El conde cuyos ojos brillaban por la luz de las velas, volteó hacia Elizabeth.

no era tan vieja como le había parecido al principio, su rostro tenía líneas de expresión, pero no estaba arrugado y su presencia se dio por sentada. Elizabeth supuso que la mujer era una amiga del conde, alguien que había accedido a hacerse pasar por adivina por divertir a sus amigos y entonces dijo: —No, no tengo ningún inconveniente. —Alars, por favor, acérquese al fuego —dijo la adivina. Hablaba con bastante acento, pero hablaba en inglés, lo que confirmaba la opinión de Elizabeth respecto a que era una amiga del conde y no la mujer campesina que parecía. Se acomodó en un banco junto al fuego, protegida del resplandor de las velas por la sombra que hacía la repisa de la chimenea. Clothilde dio un paso al frente, pero la vieja la detuvo. —No todavía, mi oscura dama. Hay alguien aquí que debe pasar antes que usted; veo una novia —la vieja fijó su mirada sobre Elizabeth— le voy a decir su suerte a la novia.

—Debe hacer una cruz en mi palma con plata —dijo.

Página

brazo con la mano abierta hacia ella.

162

Elizabeth se acercó a la mujer y se sentó frente a ella; la mujer alargó el

—¡Ah, con que de eso trataba! —dijo Frederique riéndose—. La suerte no es nada, la plata lo es todo. Hubo un murmullo de risas entre los invitados del conde y luego Darcy se acercó a la mujer y puso una moneda en su palma. La adivina asintió, mordió la moneda y luego la deslizó dentro de uno de los pliegues de su caperuza. —Ahora, acérquese, ma belle —tomó la mano de Elizabeth y la colocó con la palma hacia arriba— Veo una mano joven, la mano de una mujer al inicio de su travesía. Ve —dijo, señalando unas líneas que atravesaban su mano—, aquí están los peligros y dificultades que va a enfrentar. Su mano es el mapa de su vida y las líneas son los peligros que correrá. Hay muchos y son grandes y riesgosos. Va a ser sometida a una dura prueba, en cuerpo y espíritu, y debe tener cuidado si quiere salir librada. —¡Todo eso suena muy emocionante! —dijo Gustav. —Y muy general —dijo Clothilde riéndose. Ella se había acercado y estaba ahora junto al fuego.

Antes de que Clothilde pudiera reaccionar, la adivina tomó su mano y la

Página

mano.

163

—¿Le parece? —preguntó la adivina incisivamente—. Entonces deme su

puso con la palma arriba. Pasó su dedo a lo largo de las líneas y luego soltó un lamento y comenzó a mecerse. —¡Oscuridad! —dijo ella con un lamento—. ¡Aahh! ¡Aahh! ¡La nada! ¡El vacío! ¡Todo es oscuridad! —¡Vaya que monta un buen espectáculo! —dijo Federique con un murmuro que pudiera escucharse. —¡No monto ningún espectáculo! —dijo la mujer volteando a verlo con severidad—. Nunca antes había sentido tanto vacío, tanto terror ni tanta oscuridad. Ese frío me aterroriza, me hiela los huesos. Pero usted, ma belle —dijo volviendo su atención de nuevo a Elizabeth y mirándola con sinceridad—, usted pertenece a la luz. Debe tener cuidado. Hay peligro a todo su alrededor. Crea esto si no va a creer nada de lo demás. El bosque está lleno de criaturas extrañas y hay monstruos encubiertos bajo distintas apariencias. No todos los que caminan sobre dos piernas son hombres; no todos los que vuelan son bestias; y no todos los que recorren el camino de los tiempos lo pasarán siendo sombras.

luminosidad de su mirada.

Página

pesar de sí misma, estaba impresionada por su intensidad y la

164

Elizabeth no pudo sacar nada en claro de lo que dijo la mujer, pero, a

—Mais oui —dijo la vieja asintiendo—¸ comienza usted a creer. Ha visto cosas en sus sueños. Y no es la primera. No, sin duda no es usted la primera. Hubo una joven como usted, hace muchos años, que vino a este castillo. La llamaban la gentille, porque era noble y buena y porque amaba las flores gentiane. Siempre llevaba una ramita en el pelo. Era joven y estaba enamorada y, como todas las jóvenes enamoradas, pensaba que podía conquistarlo todo. Y tenía razón, pues el amor puede conquistarlo todo si es verdadero y profundo. Pero cuando llegó el horror, dudó; y cuando llegó el terror, huyó. Corrió por los bosques y los lobos la persiguieron y, al final, la atraparon. ¡Tenga cuidado! ¡Tenga cuidado! Hay oscuridad a todo su alrededor. No vacile; no dude o también usted correrá la misma suerte. Elizabeth miró fijamente los ojos de la vieja, desalentada, a pesar de sí misma, por las palabras de la mujer. Luego, el contacto de una mano sobre su brazo la hizo volver al salón con las velas danzarinas y el ambiente de bonhomie y alegría y se rio de sí misma por haberse dejado

sido

un

buen

entretenimiento.

El conde le pagó generosamente a la mujer, pero mientras ella salía por la

Página

había

165

llevar por la adivina y estuvo de acuerdo con los otros invitados en que

puerta, Elizabeth miró a Darcy y vio que él no estaba sonriendo. En lugar de eso, su mirada era amarga. Hubo mucha risa mientras se comentaba la visita de la adivina y el tema fue olvidado cuando la atención volvió al juego de cartas. Se dividieron en grupos y jugaron con puntuación; Elizabeth quedó en segundo lugar de su grupo, después Clothilde y Darcy ganó en el suyo. —Darcy siempre gana —dijo Louis. —No siempre —dijo Darcy y una sombra cruzó por su rostro. Pero luego se fue. La noche llegó a su fin. Uno a uno, los invitados dieron las buenas noches y se retiraron a sus habitaciones. Elizabeth se disculpó y se retiró también. Su habitación estaba fría, pues la madera se había quemado lentamente hasta consumirse. Se desvistió rápidamente y pronto estuvo en la cama. Pero cuando se dispuso a apagar la última vela, miró el tapiz y algo le llamó la atención. Levantó la vela para poder verlo mejor y vio, con horror, que la mujer que destacaba de entre la multitud de criaturas extrañas

Página

166

llevaba una ramita de genciana en el pelo.

Capítulo 7 Transcrito por Lornian Corregido por LizC

A

la mañana siguiente, mientras se arreglaba para ir al pabellón de caza con Darcy, Elizabeth pensó que, sin duda, se trataba de lo que había sospechado: la adivina era una de las

amigas del conde. ¿De qué otra forma hubiera tenido acceso al castillo y cómo más pudo haber sabido sobre la figura femenina del tapiz? Sin embargo, 1a noche había dejado su marca y no le resultaba fácil dejar de pensar en ello. Había algo misterioso en la adivina y su historia parecía fuera de proporción para alguien que quería entretener a un grupo de amigos. Mientras el carro salía por la entrada principal, Elizabeth se sintió contenta de dejar el castillo, aunque fuera por un rato. No le animaba el recorrido por el bosque, pero para su sorpresa, vio que con la luz del día

de la generosidad de la naturaleza, con bayas y nueces que crecían por

Página

lugar había rayos de sol danzarines y claros de luz. La maleza estaba llena

167

cobraba otro aspecto. Ya no había sombras oscuras y tenebrosas y en su

doquier y también, por aquí y por allá, se podían ver pedazos de tierra con hongos. —Cuando éramos niñas, Jane y yo acostumbrábamos salir a recoger zarzamoras con una canasta —dijo Elizabeth—. Salíamos temprano por la mañana y Hill nos daba algo de lo que sobraba en la alacena, un trozo de empanada de pollo con una manzana y una rebanada de pastel, por ejemplo. Nos íbamos a los campos y bosques de alrededor de Longbourn y pasábamos el día llenando la canasta. Cuando volvíamos a casa, llegábamos cargadas de fruta y cansadas, pero muy contentas. Kitty y Lydia bailaban a nuestro alrededor y Mary levantaba la vista del piano y sus ojos resplandecían. Mamá nos regañaba por haber ensuciado nuestros vestidos, o por lo menos a mí, porque Jane nunca arruinaba su ropa, y papá nos sonreía y decía que habíamos hecho bien. Luego de presumir nuestro botín a la familia, llevábamos la canasta a la cocina. Hill decía que era la mejor cosecha que había visto y preparaba un pay para el té. Recuerdo muy bien el sabor de ese primer pay de zarzamora de la

en el despoblado. En Pemberley me sabía el señor de la casa y sabía que

Página

—Yo recogía fruta en estos mismos bosques. Siempre me sentía libre aquí,

168

temporada; siempre sabía mejor que los demás.

tenía que ser ejemplar ante quienes me rodeaban. Aquí podía ser yo mismo. Paseaba por los bosques desde la mañana hasta la noche y no volvía a casa sino hasta que oscurecía —dijo Darcy con nostalgia. —¿No temía a los lobos o llevaba escoltas que lo cuidaran incluso entonces? —No, no tenía escoltas y no, no tenía miedo. Sabía cómo protegerme. Elizabeth pensó en la educación de un caballero inglés y supo que él habría aprendido a manejar una espada y armas de fuego, así como ella había aprendido a coser y a pintar. Lo imaginó caminando por los bosques con certeza y sin miedo. —¿A sus padres les agradaba que usted paseara? —Sí —respondió él—. Nunca me impidieron que hiciera nada que quisiera hacer y, además, pensaban que era bueno para mí estar al aire libre. —¿Acostumbraba quedarse en el pabellón de caza o se quedaba con el conde en el castillo? —Cuando llegaba me quedaba con el conde, pero después me iba al pabellón.

—Cinco. Eran siete, pero dos de ellos estaban en tan mal estado que me

169

deshice de ellos ya hace tiempo. Ahora casi nunca viajo a Europa; mi

Página

—¿Tiene muchos pabellones de caza? —preguntó ella.

tiempo está comprometido en Permberley. —La propiedad de Pemberley es más grande de lo que creí y abarca más de lo que imaginaba —dijo Elizabeth mientras pensaba, aunque no por primera vez, en que había cambiado a una esfera de vida muy distinta—. Desde luego, sabía de la existencia de las casas de Londres y Pemberley, pero no sabía nada de propiedades en Europa. —Antes había una casa en París, pero fue destruida durante la Revolución. Tengo la intención de remodelarla o quizás de comprar otra allí cuando la revuelta se acabe definitivamente. —¿Cree que las guerras con Francia acabarán alguna vez? Él asintió. —Eventualmente todo termina, y espero que suceda más pronto que tarde —respondió él—. También hay otras propiedades en Europa y otras más pequeñas dispersas por Inglaterra; espero poder mostrárselas con el tiempo. Elizabeth pensó en cómo los ojos de su madre se abrirían grandes ante la

al respecto.

Página

Inglaterra. Casi podía escucharla contándoles a lady Lucas y al señor Long

170

idea de más propiedades en Europa y de propiedades dispersas por

El carro continuó por entre los árboles hasta que llegó a un muro alto que corría al lado del camino. Un poco más allá, había una reja de hierro y, a través de sus barrotes, Elizabeth pudo ver una casa cuadrada, tan alta como ancha. Uno de los lacayos saltó fuera del carro para abrir la reja, que chirrió al moverse, y el carro pasó; subió por un camino descuidado, lleno de maleza y hierba robusta, que invadía también los jardines descuidados y se detuvo fuera del pabellón. Aunque lo llamaban pabellón, era más grande que muchas de las casas de Meryton, con tres pisos y grandes chimeneas. Parecía, por lo menos a primera vista, estar en buen estado. La escalinata que conducía a la puerta principal era sólida y las habitaciones, aunque olían un poco a viejo, estaban secas y en buenas condiciones. Las tablas del piso se sentían firmes y las contraventanas no mostraban señales de descomposición. No había muebles ni decoración, salvo por las telarañas hiladas en todas las esquinas y que colgaban como guirnaldas de todos los anaqueles o repisas. Elizabeth abrió las ventanas de par en par, para dejar entrar el aire fresco.

necesitan atención; también necesita muebles, pero más allá de eso, no

Página

habitaciones y abrían las ventanas—. Necesita limpieza y los jardines

171

—Está mejor de lo que esperaba —dijo Darcy, mientras recorrían las

veo ninguna razón por la que no se rentaría. Elizabeth pensó en otro alquiler, lejos de ahí, hacía justo un año y recordó lo emocionante que había sido. Su madre no había pensado en otra cosa durante semanas. Ella se preguntaba si, en las montañas, había familias semejantes a la suya que estuvieran tan emocionadas de tener un nuevo inquilino en Netherfield Park. Se imaginaba a esta gente arreglándose con su mejor ropa y yendo... ¿a dónde?, no había salones de reunión cerca; a un baile privado, quizás. Cuando ya habían revisado el pabellón de arriba abajo, Darcy, luego de haber visto lo que quería ver, sugirió que volvieran al castillo. Estaban por salir del pabellón cuando oyeron una conmoción afuera. Lo primero que pensó Elizabeth fue que se trataba de bandidos, pero pronto se escuchó más claramente que se trataba de gritos amigables y de patas galopantes que se detuvieron justo afuera de la ventana del salón. Al asomarse, Elizabeth vio a algunos de los invitados del conde saltando fuera de sus monturas y dirigiéndose, sin aliento y emocionados, hacia dentro de la

rudas en el campo; las mujeres llevaban trajes prácticos para montar y los

Página

Estaban vestidos con ropa simple de lana, adecuada para cabalgatas

172

casa.

hombres llevaban abrigos gruesos y pantalones con botas desgastadas de tanto uso. Desaparecieron de la vista y luego se escuchó que se abrió la puerta principal y la voz de Gustav. —El conde fue quien nos dijo que habían venido al pabellón de caza, así que pensamos que quizás les gustaría un poco de compañía. Trajimos cosas para hacer una comida de campo. El salón pronto estuvo lleno de gente; sus caras estaban ruborizadas por el ejercicio y todos reían y hablaban a la vez. —¡Qué mañana! —dijo Gustav—. La mejor de muchas. No hay nada que le gane a una luminosa mañana de otoño, cuando el aire está fresco y la sangre fluye con la emoción de la persecución. Debemos persuadir a Darcy y a Elizabeth de salir de caza mañana. —Elizabeth no caza —dijo Darcy abruptamente. —Entonces debes enseñarle. No hay nada como la caza para aguzar los sentidos y hacerlos cobrar vida. Cada vista, olor y sonido se magnifica. Vivir sin cazar es estar vivo a la mitad. ¿Qué dice, Elizabeth? ¿Saldrá a

—Es una pena. Pero quizás todavía podamos convencerla —dijo Louis.

Página

—No, gracias, no es para mí —respondió Elizabeth.

173

cazar mañana con nosotros? —preguntó Isabella.

Para entonces, Carlotta había desempacado lo que había en la canasta y lo había acomodado sobre el tapete del asiento de la ventana. Había pollo frío y jamón, panes y quesos, aves de caza y carne de venado, y para acompañar la comida, había botellas de vino. —A usted tenemos que agradecerle por esto, Elizabeth —dijo Gustav mientras pasaban los platos—. Polidori no nos había invitado al castillo en años. Me había olvidado de cuán divertido es cazar por estos lugares. —Espero que no hayan olvidado nuestro acuerdo y no estén matando cosas que no deben —dijo Darcy. —No hay nada que temer, hemos respetado la propiedad del conde y sus deseos. Cazamos para vivir, no para enemistarnos con nuestros vecinos. —Deberían venir más seguido —dijo Frederique, llevándose una pierna de pollo a la boca. —Sí y también deberían traer a sus amigos y familiares. ¿Tiene alguna hermana tan hermosa como usted, Elizabeth? —Sí —respondió Elizabeth.

—Pero ninguna tan hermosa como usted —dijo Darcy.

Página

—Tengo cuatro hermanas —dijo Elizabeth.

174

—No —respondió Darcy al mismo tiempo que ella.

—Naturalmente. ¿Cómo sería posible igualar la perfección? —preguntó Louis con galantería pícara—. Pero si no son tan hermosas, por lo menos son muchas. Cuatro hermanas es toda una familia. —Dos de ellas están casadas —dijo Elisabeth. —Lo que significa que las otras dos no. Tendré que ir a Inglaterra de nuevo cuanto antes. —¿Y usted tiene hermanos? —le preguntó Elizabeth. —Yo tengo dos hermanos, pero ninguno de ellos es tan guapo como yo — dijo sin pena. Frederique se rio. —Sus hermanos son los hombres más guapos que haya usted visto. Lo dejan, como se dice comúnmente, en la sombra. —¿Están casados? —preguntó Elizabeth. —Mais oui. Ambos llevan muchos años casados. —¿Tiene sobrinos? —preguntó Elizabeth.

de hijos, cuando todos estaban corriendo ruidosamente en una tarde de

Página

Elizabeth se rio. A veces le parecía como si su tía Gardiner tuviera cientos

175

—Más de los que puedo contar. Tengo cientos —dijo él.

verano. —¿Alguno de ustedes tiene hermanas? —preguntó Elizabeth, mientras se congregaban en el tapete y comenzaban a comer. —Yo tengo dos —dijo Clothilde, entre mordidas de pay—, ambas mayores que yo. Yo soy la bebé de la familia. —¿Viven cerca de aquí? —preguntó Elizabeth. —No, mi familia está dispersa —respondió ella—. Algunos viven en Francia, otros en Austria y algunos incluso más lejos. —Así es que por eso pensó que Charlotte se había establecido a buena distancia de su familia —le dijo Elizabeth a Darcy—. Si se compara con establecerse en otro país, entonces sí. —Todo es relativo —dijo Frederique mientras se servía un vaso de vino y luego le sirvió uno a Elizabeth. —¿Y qué están haciendo aquí? —Isabella le preguntó a Darcy—. Espero que no estén pensando en vivir entre nosotros de nuevo. —No —dijo darcy—. El conde cree que quizás haya encontrado un

Todos estaban deseosos de saber, y cuando Darcy dijo el nombre cada uno

Página

—¿Vraiment? ¿Quién?

176

inquilino para mí.

tuvo su opinión al respecto. —No le va a gustar. Cree que quiere vivir en el campo, pero nunca va a estar contento fuera de la ciudad —dijo Louis. —Vendrá por unos meses, pero luego se irá —dijo Carlotta. —¿Está casado? —preguntó Elizabeth—. Cuando un caballero soltero se mudaba a Meryton, todo mundo hablaba de él y se le veía como la propiedad de una u otra de las hijas de Hertfordshire. Siento mucho si los ofendo, pero así era. Isabella se sentó derecha y miró a Louis con interés. —¿Y es guapo? —preguntó ella. —No es lo suficientemente guapo para ti —respondió Louis riéndose. —¿Y cómo sabes qué es guapo para mí? —ella preguntó—. Quizás me agrade mucho. —Sí, supongo que sí. Pues es soltero. —¡Louis! —dijo Frederique con un gemido—. ¡Eres un traidor! Por qué no les dices que está casado, para que el hombre pueda estar en paz cuando

divertir que todas ellas lo visiten en cuanto llegue.

Página

—Creo que le gustará mucho la compañía de tan hermosas jóvenes; le va a

177

llegue.

—¿Pero qué dices? —dijo Isabella—. ¿Cuándo nosotras hagamos una visita? Serán nuestros padres quienes harán la visita. El padre de Carlotta no puede hacer la visita, es cierto, pero mi padre la hará en nombre de nosotras dos. Siguieron riendo y bromeando y molestándose durante toda la comida; las mujeres hicieron más preguntas sobre el posible inquilino y los hombres se reían de ellas mientras le servían a Elizabeth todo lo más exquisito de la canasta. Fueron atentos y galantes y Elizabeth respondió a ello encantada. Cuando terminaron de comer, las damas guardaron lo que sobraba en las canastas y los caballeros las llevaron afuera y las pusieron sobre el techo del carruaje. Doblaron el tapete, y dejaron limpio el espacio, de donde antes habían limpiado el polvo, y cerraron las ventanas. Cerraron la puerta y salieron. Los que traían caballos los montaron en una ráfaga de faldas y botas, todos menos Carlotta, que confesó estar cansada. Darcy le ofreció su lugar en el carro y la ayudó a subir, al igual que a Elizabeth. El camino de regreso estuvo lleno de jocosidad y no olvidaron a Elizabeth y

Por fin el castillo apareció a la vista. Con la luz de la tarde como fondo, el

Página

platicando con ellas por la ventanilla.

178

a Carlotta. Louis y Frederique cabalgaron al lado del carruaje, riendo y

castillo parecía menos tenebroso que hasta entonces, pero una vez que cruzaron el puente levadizo, Elizabeth volvió a sentirse nerviosa. Los mercenarios estaban todavía patrullando el patio con sus sabuesos en correas y ni siquiera el ver a Gustav y a Frederique desmontar y hablar con ellos hizo que el panorama pareciera menos amenazante. Los que habían cabalgado llevaron a sus caballos a los establos, para que los mozos los limpiaran y Elizabeth entró de nuevo al castillo. Subió a arreglarse el pelo y a cambiarse la ropa de exterior. Cuando había subido la mitad de la imponente escalinata de piedra, escuchó a Darcy llamándola. Se detuvo y dio vuelta. Él estaba de pie en la base de la escalinata viéndola. —¡Elizabeth! —dijo él de nuevo mientras comenzó a subir hasta donde ella estaba. Iluminada por la luz de la gran ventana, Elizabeth se veía hermosa. Sus mejillas estaban radiantes, sus ojos brillaban y toda ella irradiaba ánimo y salud.

—No sé a qué se refiere —dijo ella sorprendida.

Página

pero sería bueno no alentarlos demasiado —dijo él con cierta agitación.

179

—Me alegra que haya disfrutado la compañía de los invitados de mi tío,

—Estaba disfrutando de sus atenciones —dijo él con un arrebato repentino de celos. Lo injusto de su comentario la tomó por sorpresa y respondió: —¿Y por qué no habría de hacerlo? Nunca recibo las suyas. Él se sobresaltó. —¿A qué se refiere? —Sabe perfectamente a qué me refiero. Hemos estado casados durante semanas y, a pesar de ello, todavía no soy su esposa. —Elizabeth —dijo él, y luego se detuvo, como si no encontrara las palabras. —¿Por qué nunca viene? —ella le preguntó dolida. —Yo... —sacudió la cabeza—. No debí haberla traído aquí —dijo él. —¿Por qué lo hizo entonces? —preguntó ella. —No sabía que iba a ser así. Pensé que sería distinto. —¿Distinto cómo? —No tan difícil, o sí, difícil, pero difícil de otras formas.

—Entonces explíquemelo. Hable conmigo, Darcy —le suplicó y, mirándolo

Página

—No, sé que no —dijo él, pero se abstuvo de tomarle la mano.

180

—No veo qué es tan difícil —dijo ella y extendió la mano para tocarlo.

fijamente a los ojos, lo tomó de las manos—. Dígame qué es lo que está mal. No me moveré de aquí hasta que hable conmigo, no importa si el sol se mete y todo se oscurece; aquí me quedaré. Él levantó la mirada, pero no la dirigió hacia ella, vio más allá, por encima de su hombro, hacia el sol enrojecido. Entonces toda su actitud cambió. —Ésa no es la puesta del sol —dijo. Ella se sobresaltó y mirando atrás sobre su hombro, vio que tenía razón. El cielo no estaba teñido de carmesí, estaba teñido por el resplandor del fuego. En los establos comenzó a sonar una campana y afuera, del lado del patio, se escuchó un clamor. Elizabeth vio por la ventana cómo los mercenarios montaban sus caballos a toda velocidad mientras el chirrido de las cadenas del puente levadizo rasgaba el aire. El vasto puente comenzó a descender y los mercenarios lo cruzaron a toda velocidad, llenando el aire con el resplandor de sus espadas brillantes. —No hay tiempo que perder —dijo Darcy, tomando a Elizabeth de la mano

—Rápido —dijo el conde—, tienen que irse de inmediato. La multitud viene

Página

escalera.

181

y jalándola escalera abajo, y en ese momento el conde apareció al pie de la

en camino. Elizabeth estaba alarmada, pues recordó todo lo que había escuchado sobre la Revolución en Francia, cuando el pueblo había tomado por asalto las casas de la nobleza y había destrozado todo, prendiendo fuego y asesinando a su paso. —No podemos dejar el castillo —dijo ella—. Los muros son gruesos. Aquí estaremos a salvo. —Sí podemos y tenemos que irnos —dijo Darcy. El conde murmuró algo y Elizabeth creyó escucharlo decir: —Sácala de aquí. A ella no la van a defender —pero se dio cuenta de que debía estar equivocada, pues esas palabras no tenían sentido. Luego, con más volumen, dijo—: No se detengan por sus cosas. Yo se las haré llegar. —No podemos salir de noche —dijo Elizabeth—. Los caballos... —No podemos montar nuestros caballos, no hay tiempo para que los preparen —dijo Darcy. —Van a encontrar todo lo que necesitan en su sitio —le dijo el conde a

Darcy asintió y luego dijo:

Página

espaldas.

182

Darcy—. Váyanse pronto, amigo mío, y ojalá que el viento esté a sus

—Envía entonces nuestras cosas —y luego se dirigió a Elizabeth—: Tenemos que irnos. Arrebatada por la sensación de urgencia, Elizabeth corrió escalera abajo al lado de Darcy, pero cuando se dirigió hacia la puerta, él la tomo de la mano y la llevó a otras escaleras que descendían a las entrañas del castillo. Los escalones estaban suaves y resbalosos y su frío penetró en los pies de Elizabeth por las suelas de sus zapatos. La luz fue haciéndose más tenue conforme las ventanas se hacían más pequeñas, así que estaban corriendo casi en la oscuridad total. Luego, Darcy la jaló hacia una puerta claveteada; ahí tomó una antorcha de un brazo de luz en la pared y tocando sin ver sobre un anaquel, buscó un polvorín y encendió la antorcha; su luz brilló como un espantoso eco de las antorchas de la multitud. Estaban en una bodega en donde había costales de harina apilados contra las paredes. Estaba labrada en la roca sobre la que se erguía el castillo, y el techo era tan bajo que Darcy tenía que agacharse y Elizabeth corría peligro de pegarse en la cabeza.

estaban en un túnel oscuro y mojado, por cuyas paredes escurría agua y

Página

antorcha con una mano y a Elizabeth con la otra y la guió. Ella vio que

183

Darcy empujó los costales y, detrás de ellos, había una puerta. Tomó la

tembló de frío y de miedo. El suelo estaba disparejo y se tropezó dos veces, pero rápidamente se reincorporó. Mientras continuaba se preguntó hacia dónde se estarían dirigiendo. Supuso que estaban pasando por debajo de los muros del castillo y el sólo pensar todo el peso que estaba sobre ellos la oprimió tanto que apresuró su paso. Finalmente, llegaron a otra puerta gruesa que tenía barrotes de troncos de roble. Darcy le entregó la antorcha y luego levantó un barrote para zafarlo y abrió la puerta. Más allá había una maraña de espinas y hiedra que encubría una entrada y, a lo lejos, el bosque. Un lobo aulló y el pulso de Elizabeth se disparó ante el pensamiento de los peligros que les esperaban adelante y los que dejaban atrás. Darcy apagó la antorcha y la aventó a un lado de ellos. Luego, la condujo cuidadosamente hacia delante, quitando con sus manos las trepadoras del camino y abriéndole paso entre la gruesa y espinosa maraña. Con todo y eso, ella se raspó la cara y su caperuza se atoró en una raíz antes de que ella pudiera ponerse de pie en la parte densa del bosque.

terrible y severa oscuridad. Y debajo de ella había un furioso resplandor

Página

ascenso de la luna nueva en el cielo, flotando como un fantasma en la

184

Por un claro de la bóveda celeste arriba, se vio la tenue y pálida luz del

rojo desplazándose hacia el castillo; pero el castillo ya estaba detrás de ellos y Elizabeth se detuvo a recuperar el aliento. —No, no nos podemos detener aún —dijo Darcy—. Todavía no estamos a salvo. Se escuchaban gritos lejanos y el golpear de acero contra acero, pero cerca, todo estaba en silencio. Darcy volteó hacia el frente; más adelante podía verse una cabaña por entre los gruesos y retorcidos troncos de los árboles y se dirigieron hacia allá. Se movían rápida y sigilosamente; su aliento se volvía vapor en el viento y sus pulmones jadeaban por el frío. Casi habían llegado a la cabaña cuando vieron el movimiento de una sombra desplazándose fuera del resto de la oscuridad y Elizabeth se quedó helada. Al principio no pudo ver qué era, parecía demasiado grande para ser un lobo o un hombre, pero luego se dividió y pudo ver que estaba conformada por unos seis hombres, cada con un garrote. —Nos estaban esperando —dijo Darcy en un murmullo—. Nos traicionaron.

para protegerla con su cuerpo. Entonces ella escuchó que una rama se

185

rompió atrás de ella y, aterrada, sintió que alguien la tomaba del brazo y la

Página

Y comenzó a retroceder de los hombres y empujó a Elizabeth tras de sí

empujaba hacia atrás en una ráfaga de golpes y gritos. Y luego, de la nada, se levantó un viento, que se arremolinaba con fuerza y velocidad, y escuchó un rugido. No podía ver ni escuchar nada con claridad, todo era un desorden confuso de sonidos e imágenes y luego, repentinamente, todo se tranquilizó. El viento descendió, los gritos se silenciaron y, de pronto, estuvo sola, de pie, en el bosque. No estaba atrapada por las manos que antes la sostenían, no había nadie en ningún lado. El bosque estaba vacío. —¿Darcy? —dijo suavemente al principio por si había algún enemigo cerca. Pero luego, la necesidad de escuchar una voz conocida al costo que fuera, la hizo hablar más fuerte—. ¿Darcy? —Todo está bien —dijo él—. Aquí estoy. Él estaba justo ahí, al lado de ella, aunque ella no lo hubiera visto ni escuchado antes. —¿Qué pasó? —preguntó ella. —Alguien debió saber lo que íbamos a hacer y trataron de interceptarnos —dijo él.

Y cuando volteó hacia ella, la luz de la luna le iluminó un lado de la cara.

Página

—Se fueron —dijo él.

186

—Sí, ¿pero y luego? ¿El viento, los gritos, qué les pasó a los hombres?

Estaba despeinado, tenía la ropa desajustada y ella vio con horror que tenía sangre en la boca. —Está lastimado —dijo ella; se quitó el guante y levantó la mano para tocarle la herida. Él la detuvo y de pronto ya no estaban en el bosque, no estaban en ningún lado; se encontraban en algún reino entraño en donde sólo existían ellos dos y en donde toda ella lo necesitaba. Lo miró a los ojos y algo se detonó entre ellos, algo que los conectaba, los unía y los hacía uno. Ella sintió el deseo de él, lo veía en sus ojos, y su corazón dejó de latir. Luego, él se separó abruptamente de ella. —¿Qué pasa? —ella preguntó suplicante—. ¿Qué pasa? ¿Por qué no me dice? —Nunca debí permitir que ella me hiciera esto —murmuró él—, pero de no ser así, nunca la hubiera conocido a usted. Escucharon llegar hasta ellos un murmullo grave como el mar y vieron que se estaba acercando el resplandor rojo.

De nuevo, la tomó de la mano y juntos corrieron por el bosque,

187

serpenteando por entre los troncos de los árboles y saltando por encima de

Página

—Tenemos que irnos —dijo él.

las raíces retorcidas hasta que llegaron a la puerta de la cabaña. Rápidamente, Darcy tocó a la puerta con un golpeteo distintivo. De inmediato, apareció una mujer que llevaba una vela que irradiaba una luz muy tenue. La mujer le dijo algo a Darcy en una lengua extranjera y él le agradeció, luego llevó a Elizabeth por la casa y hacia afuera por el otro extremo. Delante de ellos había un granero y un hombre conduciendo un par de caballos, ambos ensillados y listos para partir. Elizabeth miró a su caballo con algo de nerviosismo. No parecía una criatura gentil, sino enorme e ingobernable y tenía montura para hombre. No había nada que hacer; tenía que montarlo. Darcy la ayudó a subir, luego él montó su caballo y emprendieron su marcha. Ella apenas podía controlar al caballo, pero tenía la esperanza de que se volviera un poco menos ingobernable cuando ya hubiera desgastado algo de energía. —¿A dónde vamos? —preguntó ella. —Al otro lado de las montañas —respondió él. —Pero, ¿y el conde?

lo profundo de la oscuridad.

Página

El caballo de Darcy apuró el paso y el animal de Elizabeth lo siguió hasta

188

—Sobrevivirá. Ha sobrevivido a cosas peores.

Capítulo 8 Transcrito por Alex Yop EO & andylove Corregido por Anaid

L

a noche fue larga y agotadora. Los caballos eran fuetes y no estaban acostumbrados a sus jinetes, de modo que Elizabeth apenas podía aguantar la cabalgada. La montura era incómoda

y no pasó mucho tiempo antes de que le dolieran los brazos y las piernas por el esfuerzo, al que no estaba acostumbrada. Por fin, su caballo comenzó a agotarse y ella pudo relajarse un poco, pero, aunque eso era un alivio, el camino parecía no tener fin y ella deseaba con toda el alma que pronto terminará la travesía. Al principio, cabalgaron lado a lado, pero conforme el camino fue estrechándose, Darcy comenzó a cabalgar delante de ella, deteniéndose en cada intersección a decir por donde continuar. —¿No había estado aquí antes? —preguntó ella.

—¿Cree? —preguntó ella con voz desanimada.

Página

de los tres caminos—. Creo que es por aquí.

189

—Sí, pero hace mucho tiempo —respondió él mientras observaba cada uno

Él la miró con compasión. —¿Está cansada? —preguntó él preocupado. Ella se irguió sobre la montura. —No —mintió—. Nunca me he sentido mejor. Él sonrió, pues era evidente que ella estaba mintiendo, pero también era evidente que su mentira denotaba valentía. La miró con admiración y luego ambos se rieron. Había un sonido luminoso en el bosque desierto que resonaba por entre los árboles y eso los mantuvo alentados hasta que ese sonido fue respondido por el aullido de un lobo y sus risas se apagaron. Darcy dio vuelta a la derecha y Elizabeth lo siguió. El camino empezó a descender y a hacerse sinuoso hasta que llegó a un valle, en donde le agua que se había acumulado ahí ya estaba congelada; una vez que cruzaron el valle, el camino comenzó a ascender de nuevo y fue haciéndose cada vez más estrecho hasta que finalmente se convirtió en un sendero, y los caballos tenían que elegir cuidadosamente donde dar el paso.

continuó estrechándose; los árboles estaban ya tan cerca que las ramas se

190

alargaban hasta ellos y rasgaban a Elizabeth al pasar, enganchando su

Página

Las ramas de los árboles estaban cada vez más cerca de ellos, y el sendero

caperuza y enredándose en la crin de su caballo. El animal relinchaba continuamente, y movía los ojos de un lado a otro. Su cansancio lo ponía cada vez más nervioso e intento volver atrás, así que Elizabeth tuvo que batallar para hacerlo continuar hacia adelante por entre la maraña de troncos y la maleza mientras ella atendía la posición de su cuerpo para evitar las ramas bajas. El nerviosismo del caballo se le trasmitió a Elizabeth y ella comenzó a sobresaltarse incluso con el más mínimo ruido. Sus nervios se tensaron tanto que se estremecían como un arco pulsado, pues el bosque estaba lleno de ruidos. Las hojas y las ramas crujían, y cada tanto, un lobo aullaba, enviando sus solitarios aullidos a lo alto del aire, pero se oían como lamentos de almas torturadas. Todavía peor era la agonía de la expectativa, pues a un aullido llegaba otro en respuesta, así que era casi un alivio escucharlo, aunque pronto aparecía de nuevo la tensión provocada por un nuevo terror: el saber que los lobos estaba ahí afuera y que cazaban en grupo.

caballo de ella y lo condujo detrás del suyo, mientras ella permanecía

Página

desvaneció por el agotamiento. Entonces Darcy tomó las riendas del

191

Continuaron cabalgando más allá de sus fuerzas, hasta que Elizabeth se

desplomada sobre la moldura. La luna salió y se ocultó, deslizándose por la oscuridad como un espectro pálido. No fue sino hasta que ella la vio ocultarse, tan lejos que parecía alcanzar el horizonte, cuando se percató de lo que eso significaba; estaban saliendo del bosque. Más adelante, la espesura cedía y, justo al final de la línea de árboles, había una pequeña choza. Estaba en ruinas, pero a ella le pareció tan atractiva como un palacio. Para cuando llegaron, ella estaba tan cansada que se dejo caer de la montura a los brazos de Darcy, que la estaban esperando. La llevó adentro y la recostó sobre una cama de helecho cubierta de suaves pieles blancas de cabra, pero para cuando tocó la cama, ya estaba dormida.

*****

A la noche siguió el día, que se metió a la choza como un fantasma, lentamente y vacilante, pero cobrando fuerza mediante la oscuridad se

cuerpo de Elizabeth durmiendo.

Página

pequeña choza y mostrar un cotillón de motas de polvo bailarinas y el

192

desvanecía, pasando del negro al gris antes de reunir valor e iluminar la

Estaba vestida tal y como había estado durante la huida, salvo por el hecho de que Darcy le había quitado el gorro y se le veía el pelo suave y revuelto, y que estaba cubierta con el abrigo de él. Se veía angelical. La preocupación había desaparecido de su rostro y, en cambio, tenía un gesto de tranquilo reposo. Sus pestañas descansaban pesadamente sobre sus mejillas y su color café ahora se veía dorado cremoso contra el gris oscuro del abrigo. Su mano estaba encima del adorable cubrecama, con las uñas cortas y bien formadas con lunas crecientes en las puntas. Cuando el sol tocó su mejilla, ella se movió, pero simplemente se dio vuelta y siguió dormida. Pero ya su sueño fue más ligero, y continuo moviéndose hasta que finalmente emergió al mundo de la vigilia para ver a Darcy sentado enfrente de la puerta, viéndola. —Se ve hermosa cuando duerme —le dijo. Había algo tan tierno en su mirada que le llegó directo al corazón y ella se sentó, deseosa de empezar el día. Al hacerlo, el abrigo se cayó y al darse

empañando el aliento. Lo único que le importaba era él.

Página

sus extremidades dejó de importar, así como la cama dura y el frío

193

cuenta de que él la había cubierto, se sintió tibia y halagada. El dolor de

Empujo suavemente el abrigo para hacerlo a un lado y se puso de pie, sacudiéndose el vestido arrugado y estirándose para liberar los calambres en sus extremidades. —¿Cuánto tiempo lleva despierto? —le preguntó. —Lo suficiente —respondió el. Ella lo miró con curiosidad. —Lo suficiente para asegurarme que nada la molestara. Ella recordó a los lobos y dijo: —Tuvimos suerte de no haber sido atacados anoche. Estaba segura de que los lobos nos atacarían. —No tiene nada que temer. Siempre la protegeré y la mantendré a salvo — dijo él. —Esto no es lo que imaginé cuando emprendimos nuestro viaje de bodas —dijo ella recobrando su buen humor natural—. Pensé que me estaría despertando en un mesón con agua caliente y un buen desayuno a la mano.

Página

Él salió y volvió con el agua caliente en un balde.

194

—Puedo darle por lo menos la primera. Afuera hay agua caliente al fuego.

—¿Puedo beberla? —Sí, aquí esta. Él vertió un poco dentro de un bote que había en las alforjas y se lo pasó. Ella bebió gustosa y el resto del agua la usó para rociarse. Los ojos de él seguían el movimiento de las manos de ella, que tomaban el agua del balde, y luego miraba las gotas de agua correr por su cara y cuello. Se secó lo mejor que pudo con su pañuelo y luego salió para ponerlo al fuego a secarse. Pero al hacerlo, vio que había un hombre de pie junto al fuego y retrocedió. La cara del hombre estaba curtida por la intemperie y su ropa estaba hecha de piel de gamuza, que paseaba con pies firmes en las montañas. El hombre parecía un pastor, pero tenía una bolsa en la mano izquierda y, luego de todas las alarmas del día anterior, ella temió que quizás llevara ocultos un arma de fuego o un cuchillo. Sin embargo, el no hizo ningún movimiento que pareciera amenazante, y de la bolsa saco una hogaza de pan oscuro y una buena porción de queso duro.

Elizabeth tomó la comida agradecida y comió rápidamente, casi sin sentir

Página

buen ánimo—, pero por lo menos le quitará el hambre.

195

—No se puede comprar con roles y chocolate caliente —dijo Darcy con

su sabor en la boca, y hasta que no hubo más. Cuando acabó, se dio cuenta consternada de que se lo había comido todo e intentó disculparse, pero Darcy simplemente se rio y le dijo que él y Jean-Paul ya habían comido. Él volteo a decirle algo al pastor y, a pesar de que no hablaron en francés, Elizabeth no pudo comprenderlo, pues parecía tener algún tipo de acento regional o ser un dialecto. —¿Está lista para continuar? —le preguntó Darcy—. Todavía no estamos fuera de peligro y no podemos regresar, así que debemos seguir adelante; y quizás sea bueno, pues todavía hay muchas cosas que quiero mostrarle. Eso significa que hay que seguir cabalgando y ahora debemos viajar en mula, pues a donde vamos no pueden llegar los carros, pero tampoco los caballos. —¿A dónde vamos, que ni siquiera los caballos aguantan? —preguntó ella. —A cruzar las montañas —dijo el—. Vamos a cruzar los Alpes, por el monte Cenis, en donde sólo las bestias de pies firmes pueden andar. Y

—Sí, Italia —dijo Darcy—. Creo que le va a gustar, y tengo muchos amigos

Página

—¡Italia!

196

luego hacia abajo, por el otro lado de las montañas, hasta Italia.

allá. —Tiene muchos amigos en todos lados —dijo ella. —Cuando un hombre ha vivido hasta mi edad, es imposible que no sea así —dijo él sombríamente. Luego, abandono su desánimo y dijo—: Quiero llevarla a Venecia. Es una ciudad hermosa, llena de tesoros y hay uno que quiero mostrarle especialmente. Sé que ha tenido que soportar mucho en los últimos días, pero se supone que éste es su viaje de bodas, y quiero que sea algo que recuerde siempre. —No corremos ningún peligro de que lo olvide, se lo aseguro —dijo Lizzy jugando. Darcy se rio. —No, supongo que no, pero quiero que lo recuerde por mejores razones que las que tiene por el momento. Quiero que lamente volver a casa, no que lo desee. —¿Lamentar ir a casa, a Pemberley? Creo que eso nunca va a suceder. Pero debo confesar que si me gustaría ver algo de Europa más allá de

—Jean—Paul viene con nosotros —dijo Darcy—. El será nuestro guía.

Página

aventuras.

197

lobos y bosques. En casa no me van a creer cuando les cuente todas estas

¿Está lista para continuar? —Sí —respondió ella. —Entonces es hora de irnos. Luego de procurar arreglarse el pelo, Elizabeth se colocó el gorro y lo amarro firmemente debajo de su barbilla. Miró desconfiada a su mula, pero el animal permaneció plácidamente inmóvil mientras Darcy la ayudó a montarlo. Solo esperaron a que Jean—Paul reuniera algo de comida y luego se pusieron en marcha. Salieron de los últimos árboles protectores y pronto estuvieron por encima de la línea de los árboles. A todo su alrededor había picos de color morado, eran los Alpes bañados por una luz solar directa y cubiertos de nieve resplandeciente. Elizabeth sintió el frio y estuvo alegre de traer caperuza, guantes y botas calientes. Sintió

que

su

ánimo

comenzaba

a

levantarse

a

pesar

de

sus

preocupaciones. Era imposible estar deprimido en medio de semejante magnificencia, pues estaban rodeados por la majestuosidad de los Alpes.

terrible grandiosidad de esas vistas. Pronto se acostumbró a la mula. El

198

robusto animal elegía su camino obstinadamente, pero con seguridad,

Página

Sus viajes hasta el momento no la habían preparado para la sublime y

sobre los duros y rocosos senderos que se elevaban hasta alturas vertiginosas durante el ascenso de la montaña. Pasaron por glaciares cubiertos de nieve y cataratas que caían con estruendo a los valles de abajo. Cruzaron puentes desiguales que pasaban sobre los espantosos torrentes y que extendían su frágil fuerza a lo ancho de las majestuosas cascadas. Pasaron fuertes corrientes de nieve y caminaron al lado de precipicios escarpados; ascendieron hasta estar por arriba de las nubes; se detuvieron a mirar abajo y vieron como las nubes despejaban lugares que mostraban visos de moradas e iglesias en las praderas de abajo. Luego, se pusieron en marcha de nuevo y subieron aún más, hacia las cumbres vertiginosas. El aire iba haciéndose cada vez más frío, hasta el punto en que incluso las cascadas estaban congeladas y caían en gruesas hojas de hielo que reflejaban verde y blanco bajo el cielo despejado. No vieron a nadie en su camino, salvo por uno o dos pastores desviados y, por aquí y por allá, algún cazador. Vieron muy poco de la vida silvestre,

Por fin comenzaron el descenso. Bajaron por entre las nubes; el nebuloso

Página

robusto de montaña.

199

sólo las gamuzas que recorrían los riscos y, ocasionalmente, ganado

vapor los cubría como una mano húmeda y no podían ver nada salvo la blancura que los rodeaba. Pero eventualmente, mojados y temblorosos, emergieron y vieron el sendero de la montaña hacerse más amplio y menos escarpado y, más allá, abajo, el pasto verde y fresco de las planicies. El aire comenzó a volverse más callado y sintieron que dejaban atrás el invierno y entraban a la primavera. Las rocas y los peñascos fueron gradualmente remplazados por árboles y hierba y luego por pedazos de pradera iluminados por la luz y por el verde, azul y amarillo de las últimas flores silvestres. Se detuvieron a descansar en una ladera con hierba al pie de la montaña. Jean—Paul miró a Darcy y dijo algo que Elizabeth no comprendió, pero entendió la respuesta de Darcy: le estaba agradeciendo por toda su ayuda y se estaba despidiendo de él. Jean—Paul asintió a modo de despedida y luego de tomar las riendas de las mulas comenzó a caminar de regreso por las faldas de las montañas y hacia los peñascos rocosos, camino a su casa. Elizabeth lo miró irse con pesar. Él había sido una presencia valerosa, de

—¿Ahora caminamos? —preguntó Elizabeth.

Página

agradecida por haberlos acompañado y haberles mostrado el camino.

200

pies firmes y conocedora durante su cruce por los Alpes y ella le estaba

—No, está demasiado lejos como para caminar. Contrataremos unos caballos allá —dijo Darcy señalando una granja cercana. Él le dio su brazo y emprendieron la marcha. —¿Qué son esos lugares a la distancia? —preguntó ella volviendo su atención hacia las tierras que se veían al fondo de las laderas. —Piamonte —dijo Darcy—, el pie de la montaña. Más allá está Lombardía, y a la distancia se puede ver Turín. Y después de Turín está Venecia. Contrataron caballos en la granja, animales robustos que marchaban lentamente por las faldas de la montaña y continuaron su recorrido al lado del río Doria. Pasaron por bosques con una sucesión de lagos que le daban variedad al paisaje y con casillos y monasterios animados entre ellos. Por fin llegaron al valle, en donde había ovejas que pastaban plácidamente. Luego llegaron a Susa, un pueblo amurallado. —Nunca pensé que estaría tan contenta de ver un pueblo —dijo Elizabeth al cruzar la entrada principal. A pesar de que los paisajes de los Alpes habían sido sublimes, ahora sentía

Pronto estuvieron en el mesón. Cuando entraron al patio, los demás los

Página

comida caliente y satisfactoria.

201

la alegría de tener acceso al agua caliente, a una cama suave y a una

miraron con sospecha, inclusos los mozos de establo, quienes vieron con desconfianza los caballos de granja; pero luego, la cara de uno de ellos se iluminó por el reconocimiento y gritó algo en italiano. El mesonero salió rápidamente y su esposa detrás de él; saludaron emocionados y, aunque Elizabeth no entendió ni una sola palabra, entendió las sonrisas en sus caras, su reverencia de cortesía y su alegre gesto que indicaba la puerta abierta. Ella y Darcy fueron muy bienvenidos y la esposa del mesonero condujo a Elizabeth hacia las escaleras mientras llamaba a las doncellas. Pronto, Elizabeth estuvo en una pequeña habitación bonita con un polibán y todo listo para su uso. La rapidez con la que resolvían todo la mantuvo en asombro hasta que se vio reflejado en el espejo y retrocedió horrorizada por lo que vieron sus ojos. No se había cepillado en días y su pelo parecía un nido de pájaros, revuelto y cubierto con trozos de ramas y hojas colgantes. Parecía que había dormido con su ropa, lo que era cierto, y su cara estaba manchada de mugre. Estaba segura de que, sino hubiera

Agradeció al poder quitarse la ropa y se hundió en la abundante agua con

Página

echado cual si se tratara de una vagabunda.

202

entrado con Darcy a un mesón en donde lo conocían bien, la hubieran

un suspiro de satisfacción. Y no fue sino hasta que sus dedos comenzaron a arrugarse, que se lavó el pelo y salió del polibán. Se seco con una toalla esponjosa y luego se sentó junto al fuego para secarse el pelo. Cuando estaba casi seco, la esposa del mesonero entró a la habitación seguida de una doncella que llevaba un tazón grande con sopa y un enorme pedazo de pan, que Elizabeth comió agradecida. Luego de eso, le llevaron una comida que ella desconocía con una salsa a base de carne sobre algo ni suave ni duro, de color dorado pálido y cortado en tiras delgadas y largas. Le fue muy difícil comerlo y estuvo contenta de haber elegido comer en su habitación, pues su barbilla terminó llena de salsa. Pero su sabor era agradable y al terminar se sintió repleta. Fue al tocador, en donde se cepillo para desenredarse el pelo y mientras lo hacía, pensó en los raros y maravillosos acontecimientos de los últimos días. No había pensado mucho durante la travesía por los Alpes; de hecho, el camino había sido tan difícil y tan sublime, que había tenido poco tiempo

pensó en los peligros que habrían enfrentado todos los que se habían

Página

o para mirar con admiración temerosa los magníficos paisajes. Pero ahora,

203

para pensar en otra cosa que no fuera cómo continuar por entre los riscos

quedado en el castillo y se preguntaba con angustia cual había sido su suerte. Intento convencerse de que seguramente estaban ilesos y de que Darcy tenía razón al asegurarle que todos estarían bien y que el conde había sobrevivido a cosas peores. Pensó en los gruesos muros del castillo y en el puente levadizo y en los mercenarios pero no lograba consolarse. Si no había peligro, entonces ¿por qué habrían huido sabiendo que enfrentarían un camino tan arduo, aunque bellísimo? Pensó en las extrañas palabras del conde «Sácala de aquí. A ella no la van a defender», y se preguntó si las había escuchado correctamente. Por mucho que intentó, no logró entender qué sentido podían tener. Y, no obstante, ella y Darcy habían huido del castillo casi inmediatamente después de ello. Era un acertijo sin respuesta; otro acertijo sin respuesta, ahora su vida estaba llenándose de ellos. Y, no obstante, su vida también estaba llena de alegrías. Pero ya habían pasado las incomodidades de la travesía y ahora podía

mayor placer, tanto las alturas inesperadas de las montañas como las

204

profundidades insondables del carácter de su esposo. Recordó su ternura

Página

recordar las vistas maravillosas y encantadoras de los últimos días con

y recordó también, con placer, la expresión de amor puro en su rostro cuando se había despertado y él estaba ahí, frente a ella, cuidándola.

*****

Los siguientes días fueron días bastante ajetreados, pues tuvieron que ocuparse de llevar a cabo todas las actividades correspondientes a su llegada repentina sin sus pertenencias. La modista local visitó a Elizabeth en su habitación y le prometió ropa nueva pronto. Afortunadamente, Susa era una parada para muchos de los viajeros ingleses que visitaban Italia y la modista estaba acostumbrada a cubrir las necesidades de las damas que recién llegaban al país. Sabía que requerían ropa a la moda italiana y que la necesitaban rápido, así que mantenía un almacén de vestidos ya cortados y a medio coser en una variedad de tallas. Llegó con tres asistentes que llevaban cajas llenas de estos vestidos y Elizabeth pasó una encantadora mañana probándose una

Elizabeth se los quitaba, cuidando de no pincharse con los alfileres.

Página

la tela, la marcaba con alfileres y la bastillaba para ajustarlos y luego

205

multitud de ropa. Mientras ella se los veía en el espejo, la modista doblaba

Cuando terminaron, la modista se fue con la promesa de que, al menos uno, estaría listo a la mañana siguiente y que el resto se lo entregaría pronto. También Darcy necesitaba ropa y a él también lo visitó un sastre del lugar para tomarle las medidas y prepararle un nuevo guardarropa. Mientras terminaban su almuerzo, que estaban comiendo en un salón privado, llegaron las noticias esperadas. El mesonero entró al salón y le habló a Darcy en italiano. Darcy respondió y el mesonero salió después de responderle «Si, signor». Elizabeth miró a Darcy intrigada. —Acaba de llegar un mensajero que quiere hablar conmigo. —¿Viene del castillo? —preguntó Elizabeth. —Pronto lo sabremos —dijo Darcy mientras se quitaba la servilleta para levantarse. Dejó la mesa y se dirigió a la chimenea, en donde se detuvo y permaneció de pie con las manos entrelazadas por la espalda.

—Ah, signor Darcy —dijo mientras entraba a la habitación y luego añadió

Página

aspecto vigoroso que al entrar se quitó el sombrero.

206

El mesonero regresó seguido del mensajero, un joven despeinado y de

algo que Elizabeth no comprendió. Le entregó una carta a Darcy. —Es del conde —dijo Darcy mientras rompía el sello y abría la carta—. El mensajero ha viajado noche y día por las montañas, acompañado de dos de los mercenarios del conde, para traérnosla. Elizabeth fue al lado de Darcy, deseosa de saber qué decía la carta, pero cuando Darcy la desdobló, vio que estaba en italiano. La escritura era delgada y fina y cubría muchas páginas. —¿Y bien? —preguntó ella con impaciencia mientras los ojos de Darcy examinaban la primera página. —El castillo está a salvo —dijo Darcy todavía leyendo. —¡Gracias a Dios! —dijo Elizabeth con un suspiro de alivio. Había temido lo peor y el mensaje era un gran consuelo para ella. —Hubo una breve escaramuza cuando algunos hombres treparon por la entrada posterior y comenzaron a prender fuego a las banderas y a las carretas en el patio —continuó Darcy—, pero los mercenarios de inmediato

no hubo ningún daño mayor —Darcy pasó la primera página atrás del

207

resto y continuó leyendo—: Varios de los mercenarios fueron heridos, así

Página

controlaron la situación y el peligro pronto pasó. Extinguieron el fuego y

como uno de los lacayos del conde; también muchos de los habitantes resultaron heridos, pero no hubo muertos ni heridos graves. —¿Y Annie? —preguntó Elizabeth, mirando por encima del hombro de él para procurar ver el nombre de Annie en algún lado de la página. Él pasó a la tercera página y Elizabeth señaló el nombre de su doncella. —Annie está bien —dijo Darcy—. Le suplica al conde que le informe que empacará sus vestidos con cuidado y le dará su carta al mensajero para que la lleve a la oficina postal —dejó de hablar, para leer mejor y luego, cuando hubo terminado de leer, dobló de nuevo la carta y le entregó toda su atención a Elizabeth. Sonrió—. Creo que pronto, todos estarán con nosotros. El conde ya dispuso lo necesario para que escolten a nuestra comitiva por las montañas. —El carro no va a poder cruzar como nosotros lo hicimos —dijo Elizabeth, recordando los senderos escarpados y los estrechos puentes que cruzaban los barrancos. —No, el carro tendrá que ser enviado por mar, al igual que las cosas más

—¿Los esperaremos aquí? —preguntó Elizabeth.

Página

de nuestras cosas por las montañas.

208

grandes y más pesadas, pero los hombres del conde cargarán la mayoría

—Creo que no —respondió Darcy—. Ellos viajaran más lentamente de lo que lo hicimos nosotros porque son más y porque llevan equipaje, lo que los hará más lentos aún. Y no quiero retrasar nuestro viaje. Aquí podemos contratar escoltas que nos acompañen. Le diré al conde qué ruta tomaremos para que nuestra comitiva nos encuentre fácilmente luego de cruzar

las

montañas.

Quizás

nos

encuentren

antes

de

que

nos

embarquemos a Venecia. Le dijo algo al mensajero y luego fue al escritorio que había en el salón. Se sentó, metió la pluma en la tinta, se acercó un papel y escribió una nota con escritura fluida. —¡Qué bonita escritura, señor Darcy, y qué rápido escribe! —le dijo Elizabeth con buen ánimo. Él sonrió. —Por el contrario, mi escritura es inusualmente lenta —dijo él. —Estamos a un mundo de distancia de Netherfield, ¿no es cierto? — preguntó Elizabeth mientras miraba alrededor del mesón, con sus

—Sí, así es —dijo Darcy, deteniéndose a mirar a su alrededor antes de

Página

montañas más allá.

209

acogedoras mesas y bancas de pino, para luego mirar el paisaje de las

proceder a poner sobre la carta arenilla—. Pero espero que sea un cambio mal recibido. —No, en lo absoluto. Estoy disfrutando ver más del mundo. En cuanto la tinta se secó, Darcy dobló la carta y luego la selló, presionando el anillo contra la cera para dejar el sello Darcy. Se la dio al mensajero, que la guardó en uno de los bolsillos de su frac; luego, Darcy le dijo algo en italiano, el mensajero respondió, hizo una reverencia y se fue. —No hay ninguna razón para que nos quedemos en Susa —dijo Darcy—. En cuanto esté lista nuestra ropa, continuaremos el viaje. Estoy deseoso de mostrarle Venecia y el palazzo. —¿Palazzo? —preguntó Elizabeth—. ¿Se refiere a un palacio? —preguntó ella sorprendida—. Nos quedamos con un conde en los Alpes, y ahora ¿nos vamos a quedar con un príncipe? —No, no nos vamos a quedar con nadie. Nos vamos a quedar en una de mis propiedades italianas, el palazzo Darcy. —¿Me está diciendo que tiene un palacio? —preguntó Elizabeth.

a encantar.

Página

riéndose—. Está sobre el Gran Canal y creo, no, estoy seguro, de que le va

210

—No, le estoy diciendo que tenemos un palacio —respondió Darcy

*****

Luego del esplendor de las montañas, Elizabeth se deleitaba con la belleza más discreta de las tierras bajas conforme viajaban por el norte de Italia hacia Padua, en donde pretendían tomar la barcaza a Venecia. Pasaron la noche en un mesón y, a la mañana siguiente, Elizabeth estuvo encantada de saber que su comitiva los había alcanzado ahí. Annie estaba entre ellos y no se veía nada mal luego de su aventura, pronto le hizo un recuento a Elizabeth de la noche fatídica, con toda su inquietud y violencia y con su conclusión pacífica. —Estoy

muy

contenta

de

que

estén

a

salvo

—dijo

Elizabeth—.

Cuando atacaron el castillo, temí lo peor. —No fue nada en realidad —dijo Annie, con toda la bravura de alguien cuya horrible experiencia ya ha concluido—. Fue muy desagradable

pero los mercenarios del conde pronto se encargaron del asunto. Debo

Página

cuando prendieron fuego a las cosas del patio a su paso. Estaba asustada,

211

cuando la multitud penetró por la entrada posterior, de verdad, y también

decir que cuando llegamos al castillo, no me gustó el aspecto de esos hombres, pero me sentí aliviada y agradecida de que estuvieran ahí esa noche y, al final, todo terminó bastante rápido. De cualquier forma, la noche había dejado sus estragos, pues dos de los lacayos de Darcy se habían regresado a Inglaterra explicando que no podían más. El conde había intentado persuadirlos de que se quedaran y les ofreció una mejor paga, pero para cuando fue claro que ninguna cantidad los haría quedarse, el propio conde ya había conseguido sustituir su ausencia con dos de sus hombres. De Padua continuaron el viaje en barcaza por el río Brenta. Ahora que sabía que todos estaban a salvo, Elizabeth estaba de buen ánimo para disfrutar y vio muchas cosas que le agradaban. A su paso vieron las villas de los nobles venecianos en un paisaje de esplendor siempre cambiante, lleno de álamos, cipreses y sauces que sumergían sus ramas en el río. Y luego, la milagrosa ciudad de Venecia se hizo presente a la vista, elevándose del agua como si fuera un sueño.

forma parece irreal. ¿Con qué se sostienen los edificios? ¿Por qué no se

Página

tenía idea de que algo pudiera ser tan maravilloso y, sin embargo, de cierta

212

—Nunca había visto algo así —dijo Elizabeth mientras se acercaban—. No

hunden? —Sus cimientos están construidos sobre vigas enormes que se fijan al lodo dentro del agua —le respondió Darcy. —¿No pudieron encontrar un lugar más hospitalario para erigir su ciudad? —Sí, y así lo hicieron, pero fueron forzados a dejar sus tierras sureñas hace muchos siglos. Huyeron al norte y se asentaron a orillas de la laguna en donde las tierras pantanosas los mantenían a salvo. Cuando el peligro volvió a amenazar, esta vez desde el mar, se refugiaron en el centro de la laguna, en donde las aguas eran someras y los barcos de sus atacantes encallaban. Se dieron cuenta de que ahí estaban a salvo y comenzaron la construcción de su ciudad. Llegaron a Venecia por agua, pues no había ahí caminos ni bulevares sobre los que resonaran las ruedas de los carruajes y el trote de los caballos. En lugar de ello, había canales que atravesaban la ciudad y que cambiaban de color con el juego del aire, el movimiento de las nubes y el reflejo de las construcciones a cada lado de ellos.

estrechas vías acuáticas estaban llenas de embarcaciones delgadas cuyos

Página

ciudad. Ahí dejaron la barcaza y continuaron su viaje en góndola. Las

213

Llegaron al Gran Canal, cuyo cauce serpenteaba por el corazón de la

remos elevados partían el agua. Sobre una plataforma, en la parte trasera de la barca, había un gondolero de pie, sosteniendo su largo remo firmemente con ambas manos. Darcy ayudó a Elizabeth a abordar la góndola y a tomar su lugar sobre los cojines que estaban esparcidos dentro. Ella se reclinó de la misma forma en que vio a otros hacerlo y poco a poco se fue acostumbrando al mecerse de la barca. Ya no había más nieve de las montañas ni más frío. Aquí había calor, color y luz. ¡Y qué colores! El azul del cielo se reflejaba en el agua, los rosas y verdes de la ropa de seda generaban vistas deslumbrantes. Pasaron palazzos de una belleza gloriosa, adornados con balcones suspendidos sobre el agua, decorados con arcos góticos y coronados con un delicado trabajo de filigrana en piedra. Las fachadas eran de diferentes colores y se erguían desde el agua como prodigios de fuerza y orgullo. Se detuvieron frente al palazzo Darcy. Elizabeth miró el impresionante edificio, con su fachada rosa oscuro. Su pasillo de arcos agudos conducía hacia una terraza sombreada en donde las sombras oscuras contestaban

El gondolero ató la barca a uno de los postes de colores brillantes junto a

Página

arriba, vio que tenía tres pisos, cada uno de ellos con su propio peristilo.

214

agudamente con los pedazos iluminados por la brillante luz. Al mirar

los escalones y, con la certeza de quien está acostumbrado a semejante actividad, Darcy saltó de la embarcación a la plataforma de desembarco. Luego, le extendió la mano a Elizabeth, quien se puso de pie con cuidado, se levantó el dobladillo de la falda y salió de la góndola sintiendo como se mecía debajo de sus pies. Subió los escalones, tomó el brazo de Darcy y juntos caminaron bajo los arcos góticos. Elizabeth sintió frío al pasar de la luz a la sombra y continuó caminando hacia un patio ensombrecido antes de subir la escalinata de piedra que conducía a la puerta del palazzo. Ahí, los esperaba el ama de llaves, quien saludó a Darcy con respeto y calidez. Al verla, Elizabeth recordó a la señora Reynolds, el ama de llaves de Pemberley, pues ambas mujeres le tenían mucha admiración a Darcy. Luego de darles la bienvenida, el ama de llaves los condujo hacia un departamento grande. Estaba fresco y apenas iluminado por los rayos de luz que podían filtrarse por entre las contraventanas, pero cuando el ama de llaves las abrió, la luz del sol inundó el interior.

con la cabeza inclinada hacia atrás, para admirar las magníficas pinturas

Página

Y alegre miró cómo Elizabeth daba vueltas en el centro de la habitación,

215

—¿Le gusta? —preguntó Darcy.

en el techo. Ella había visto muchas casas grandiosas en Inglaterra, pero nada la había preparado para el tamaño y la magnificencia del salón, con sus cuadros históricos y alegóricos en el techo. Ni siquiera Rosings era tan magnífica. —Es impresionante —respondió ella. Salió al balcón y miró la abundante vida abajo: las góndolas que iban y venían por el Gran Canal y la gente yendo de un lado a otro. —Podría mirar esta vista por siempre y no cansarme de ella —dijo Elizabeth—. ¿Desde cuándo tienen los Darcy este palazzo? —Desde hace cien años —respondió él, saliendo al balcón detrás de ella—. Venecia es todavía hermosa, pero ya no es lo que era. Debería haberla visto antes, Elizabeth, en toda su gloria, cuando estaba en la cima de su poderío. Su voz era hipnótica y Elizabeth podía imaginar todo aquello que él iba relatando: los primeros pobladores refugiándose en la miríada de pequeñísimas islas en medio de la laguna salada y luego domesticando las

esplendor del Palacio Ducal; la construcción de la Basílica de San Marcos;

Página

ciudad que creció alrededor de los canales; el orgullo del Dux y el

216

crecientes del agua para construir canales a modo de vías de tránsito; la

los venecianos viajeros que exploraban los mares, trayendo tesoros para la fachada de la Basílica; los grandes exploradores que descubrían nuevas tierras. Darcy habló también del desmonte de los edificios alrededor de San Marcos y de la pavimentación de la gran plaza; del Campanile, con su enorme campana; de la construcción de los barcos que habrían de salir al mundo para explorar y comerciar; de la construcción del Rialto, con sus múltiples tiendas que vendían mercancía de todas partes del mundo y de los príncipes mercaderes que se enriquecían con las ganancias del comercio. Y habló de toda la riqueza y orgullo y amor que sentían los venecianos por el hecho de que su ciudad le diera forma a su arte y por los grandes artistas Tiziano, Bellini, Canalettol; y habló también de los bailes de máscaras y del carnaval. Ella podía imaginarlo todo claramente, así de vívida era su narración; y mientras él hablaba, ella sentía el suave murmullo del aliento de él acariciándole delicadamente el cuello. —No sabe usted lo bien que huele, ni lo encantadoramente apetitosa que

ella—. Su cuello es tan delicado, tan preciado, tan frágil. Es tan tentadora

Página

encontraba rutas seductoras y provocativas que atravesaban la piel de

217

es —dijo él conforme acercaba su boca al cuello de ella y su aliento

—el retiró los rizos que le caían sobre la nuca y le besó el cuello respetuosamente—. Tan blanco, tan puro, tan seductor. Usted es ambrosía para mí. He intentado resistirla, pero es tan difícil… tan difícil… Y ella se desvanecía con el éxtasis. Él volvió a besarla, sus labios acariciando su piel con una sensibilidad exquisita. El corazón de Elizabeth comenzó a acelerarse, enviando la sangre en pulsaciones extáticas por sus venas y embriagándola de placer. También hubo un cambio en él, pues el éxtasis de ella lo seducía más allá de lo que podía soportar. Ella sintió el corazón de él casi saliéndose del pecho y latiendo cada vez más fuerte mientras le besaba el cuello y la estrechaba contra sí. Sus besos estaban llenos de un fervoroso deseo y de algo más, algo peligroso y mortal. Y en ese momento de exquisita anticipación, ella se contuvo por fuerza de algún poder grandioso que se mantenía en equilibrio entre la seguridad y el peligro, lo conocido y lo desconocido, lo natural y lo sobrenatural.

violentamente de ella, con la cara lívida por la emoción, y caminó hacia el

Página

…Y, con un repentino bramido de frustración, él la soltó, separándose

218

—¡Darcy! —dijo ella en un murmullo.

otro lado de la habitación, en donde se quedó de pie, de espaldas a ella para que no pudiera verle la cara. El extraño poder que la había controlado comenzó a disiparse y ella sintió su pulso y sus sentidos volver a la normalidad. Se quedó mirándolo, sin comprender qué había pasado, hasta que, por fin, él volteó hacia ella y, con una sonrisa torturada, le dijo: —Le voy a dar una hora para que descanse y luego la llevaré a conocer todos los lugares de los que le hablé. Cuando se fue, Elizabeth se retiró a su habitación con la sensación de estar exhausta. Lo que había sucedido recién era confuso, pero también, muy estimulante, pues a pesar de ser aterrador, era también fascinante. Finalmente, se cansó de intentar entender las sensaciones que fluían dentro de ella y que la mantenían perpleja y decidió cambiarse la ropa de viaje por uno de los trajes nuevos que había comprado en Susa. Cuando bajó, Darcy ya estaba esperándola. Ni él, que estaba todavía sacudido por el hecho, ni ella mencionaron nada al respecto. En lugar de eso, ella le

recubrimientos dorados y dando vueltas sobre las piedras.

Página

descendiendo del cielo bailoteando en los reflejos del agua, salpicando los

219

sonrió y le dijo que estaba lista. Afuera, había luz por doquier,

Exploraron la ciudad como amantes, viajando en góndolas, caminando por las estrechas calles tomados del brazo, cruzando los puentes jorobados que se extendían sobre el canal y recorriendo plazas con fuentes e iluminadas por la brillante luz solar. Darcy parecía estar de buen ánimo y despreocupado y se mostró atento y cariñoso con ella mientras le enseño todos sus lugares preferidos de la ciudad. «Por fin», pensó Elizabeth, «esto es lo que siempre esperé de mi luna de

Página

220

miel»

Capítulo 9 Transcrito por Lora & Naná Corregido por Karlaberlusconi

L

os Darcy no eran los únicos ingleses en Venecia. Muchos de sus compatriotas, animados por la posibilidad de viajar más fácilmente debido al cese de las hostilidades con Francia,

también habían decidido visitar Italia. La mesa de Elizabeth pronto estuvo llena de tarjetas tanto de gente a la que conocía de antes, como de aquellos a quienes recién habían conocido, pues, al viajar, todos los ingleses estaban autorizados a hacerse amigos. Y una mañana, al volver de conocer el Campanile, mientras Elizabeth revisaba las tarjetas que acababan de llegar exclamó de gusto. —¿Qué pasa? —preguntó Darcy. —Esta tarjeta es de los Sotherton. —No creo conocerlos —dijo él.

pues ellos son los dueños de Netherfield Park y, por las deudas del señor

221

Sotherton, se vieron obligados a dejarla y a rentársela al señor Bingley.

Página

—Pero tiene una razón para estar agradecida con ellos, al igual que yo,

Sabía que estaban viajando en el exterior, pero nunca creí encontrarlos aquí. —Al final, todo el mundo viene a Venecia —dijo Darcy—. Debemos invitarlos a nuestra conversazione y tengo que evitar la tentación de agradecerle al señor Sotherton por haber manejado mal sus finanzas, pues de haber sido más diestro con sus negocios, nunca la hubiera conocido. —Enviaré la invitación cuanto antes —dijo Elizabeth. Entraron al salón. Ella miró el techo, como lo hacía siempre al entrar, maravillada por la habilidad artística de los pintores que habían logrado crear semejante obra de arte sobre una superficie tan fuera del alcance. Se dirigió al escritorio en el otro extremo del salón, escribió la invitación y luego se la dio a uno de los lacayos para que fuera a entregarla. —¿Ya está todo preparado para la noche de mañana? —preguntó Darcy. —Sí. —¿Está nerviosa? —le preguntó. —No —respondió ella, aunque no era estrictamente cierto.

todo estuviera perfecto. Si la hubiera organizado en Longbourn, le hubiera

222

resultado natural; si lo hubiera hecho en Pemberley, hubiera sido un reto,

Página

Era la primera vez que ella organizaba una reunión social y quería que

pero habría sabido perfectamente qué era lo que se esperaba de ella y lo que ella pretendía lograr; pero aquí, en Italia, todo era diferente, las formalidades, las costumbres, la comida y la bebida y, para acabar de complicarlo todo, estaba el problema del idioma. Darcy la ayudaba hablándoles a los sirvientes en su nombre y traduciendo siempre que era necesario, pero Elizabeth sabía que el hecho de no hablar italiano era un obstáculo para ella y ya había empezado a tomar clases con un maestro brillante. Pero todavía habría de pasar algún tiempo antes de que pudiera entender y hacerse entender y, hasta entonces, la ayuda de Darcy era invaluable. Juntos habían conseguido arreglar todo al gusto de Elizabeth y ahora ella esperaba con ansiedad la conversazione. Cuando Darcy fue a hablar con el mayordomo para disponer los arreglos finales respecto al vino, Elizabeth tomó una hoja de papel y escribió una carta muy retrasada para su hermana. Recordó la última carta, la había escrito desde el castillo y bajo la impresión de que todo ahí era muy extraño. Aquí, desde su ventana veía el Gran Canal, las góndolas y los

Página

pareció ya muy lejano.

223

edificios iluminados por la luz solar, de modo que el miedo del bosque le

Mi queridísima Jane:

Lo primero que tenía que hacer, lo sabía bien, luego del tono alarmante de la última carta, era asegurarle a su hermana que todo estaba bien.

A veces pienso que debo haber soñado las últimas semanas, en las que todo era oscuro y aterrador y te ruego que también tú te olvides de ellas, pues eso se acabó. De hecho, comienzo a cuestionarme si en realidad fueron tan oscuras y aterradoras como las percibí. El castillo estaba en un lugar solitario y creo que eso me pesaba en el ánimo y provocaba que todo me pareciera peor de lo que era en realidad. La aparición de la multitud fue alarmante, es cierto, pero el peligro pronto pasó y nadie resultó seriamente lesionado, sólo hubo heridas menores que para ahora ya habrán sanado. Aquí en Italia todo es muy distinto. No hay castillos tenebrosos ni bosques siniestros. Todo es mágico. Debes decirle a Bingley que te traiga, Jane. Los edificios, la gente, las tiendas, ¡ay, las tiendas! El Rialto es una cueva de

libros para papá y un par de guantes para Charlotte. Darcy me compró una

Página

un nuevo vestido para Kitty y otro para Lydia, un chal para mamá, algunos

224

Aladino, y ahí te compré un abanico. También compré partituras para Mary,

sombrilla para proteger mi piel del sol. Mañana en la noche vamos a ser anfitriones de una conversazione aquí, en el palazzo Darcy; en Francia las reuniones se llaman salones y aquí, conversaciones, pero son lo mismo en realidad: reuniones por la noche en las que la gente se encuentra con sus amigos y se divierte. A la noche siguiente vamos a ir a una cena a la que invita un grupo de buenos amigos de Darcy. Tengo muchas ganas de ir, pues me dará la oportunidad de conocer a más personas que son importantes para él. Los italianos que he conocido son encantadores. Tienen la voz más musical que te imagines y mueven mucho las manos al hablar. Son gente muy expresiva, tanto los caballeros como las damas. En eso son muy diferentes a los caballeros de Inglaterra, que la mayoría del tiempo lo pasan con las manos entrelazadas por detrás. También hay compatriotas nuestros aquí, así que, por lo menos podré comprender lo que digan algunos de nuestros invitados, aunque mi italiano

lista de cosas que tenían que hacer para asegurarse de que todos sus

Página

Darcy regresó; Elizabeth dejó la carta inconclusa y juntos repasaron la

225

está mejorando mucho.

preparativos estuvieran listos para la conversazione.

*****

A la noche siguiente, la plataforma de desembarco, el peristilo y el patio estaban llenos de antorchas llameantes para cuando comenzaron a llegar los invitados. Elizabeth estaba de pie en la entrada del salón para recibirlos junto a Darcy. Él hablaba un italiano perfecto con los invitados italianos y Elizabeth los saludaba con algunas frases cuidadosamente ensayadas. Ambos lograron hacer sentir a sus invitados ingleses como en casa. El salón estaba colmado de conversaciones en una variedad de idiomas, pues había también algunos invitados de Suiza, de Austria y de otros países europeos. Elizabeth vio con gusto que todos tenían su propio grupo de amigos y que Darcy conocía gente de muchos países. Con todos ellos era liviano y seguro de sí y ella pensó que, con quienes conocía, no era el

desde que la había conocido, todavía no estaba enteramente cómodo a

Página

desconocidos. A pesar de que había hecho un gran esfuerzo en ese sentido

226

mismo hombre formal y reservado al que le resultaba difícil conversar con

menos que conociera bien a la gente. Con los desconocidos o con los que sólo conocía muy poco siempre se volvía reservado. —¡Elizabeth! —gritó Susan Sotherton cuando apareció en el umbral de la puerta. Era bajita y rechoncha, con un pelo hermoso y abundante que se rizaba naturalmente alrededor de su cara y llevaba un vestido moderno de seda color marfil. —¡Susan! —dijo Elizabeth, dándole una cálida bienvenida—. Ella es la señorita Sotherton —le dijo a Darcy. —Ya no, ahora soy la señora Wainwright —dijo Susan—. Me casé en el verano. Mamá y papá me pidieron que los disculpe, porque papá no está bien y mamá no creyó que fuera buena idea dejarlo solo. Elizabeth asintió comprensiva. La palabra más precisa para describir la enfermedad del señor Sotherton era embriaguez y esa propensión, aunada a la de apostar descontroladamente, era lo que había ocasionado las dificultades económicas de los Sotherton.

El señor Wainwright se acercó. No era un hombre bien parecido, pero tenía

227

un semblante complaciente y parecía tener buen humor. También, por la

Página

—Permíteme presentarte a mi esposo —dijo Susan—. Ah, aquí está.

ropa y joyas que llevaba Susan, se veía que era rico. Pero el sólo ver la expresión de Susan le mostraba a Elizabeth que el matrimonio no se había realizado por razones mercenarias, y eso le daba gusto. A ella le había costado mucho trabajo perdonar a Charlotte por haberse casado por razones prácticas, así que le alegraba que Susan no hubiera sucumbido a la misma suerte. —¿Desde cuándo están aquí? —preguntó Susan. —Recién llegamos —respondió Elizabeth. —Eso pensé, si no ya te hubiera visto. Es bueno ver caras conocidas; hemos estado viajando durante meses. Pero hablaremos más de eso después, tienes otros invitados a quienes darles la bienvenida. Una vez que todos habían llegado, Elizabeth estuvo libre para unirse a las conversaciones. Había mucha plática, en especial, sobre la situación política; se hablaba larga y pesarosamente sobre la reciente invasión de los franceses a Venecia. Cuando el ánimo estuvo a punto de tornarse demasiado oscuro, Elizabeth cambió la conversación hacia el arte, un tema

Los invitados admiraron extasiados los techos del palazzo Darcy, así como

Página

defensores de todas las artes.

228

que, sin duda, revitalizó a los invitados italianos, que eran grandes

las estatuas y esculturas que decoraban las habitaciones. A Elizabeth le resultaron encantadores y amenos muchos de los invitados, pero fue cuando por casualidad se encontró con Susan en el salón de las damas cuando realmente comenzó a disfrutar de la noche. —Nunca me había sorprendido o alegrado tanto como cuando me enteré de que te habías casado con Darcy —dijo Susan mientras se miraba al espejo y se reacomodaba el pelo—. Me alegro de que algo bueno saliera de las locuras de mi pobre papá. Siempre pensé que no querrías casarte con nadie de Meryton; eres demasiado lista para ellos. El señor Darcy parece estar muy enamorado, difícilmente puede mantener su mirada lejos de ti —separó los rizos alrededor de su cara y, uno por uno, los enrolló alrededor de su dedo para refrescarlos—. ¿Y qué te parece mi señor Wainwright? —Me agrada —dijo Elizabeth. —También a mí. Tuve suerte de encontrarlo. Pensé que iba a tener que quedarme con mamá y papá en casas de huéspedes el resto de mi vida,

que no estaba bien resguardado, así que pronto se le resbaló de los dedos.

229

Lo bueno es que Netherfield está sujeta a vínculo, sino, también la hubiera

Página

pues papá perdió todo el dinero de mi dote en sus apuestas. Era un dinero

apostado. Mamá quería que me casara con el heredero de papá, alguna relación distante de apellido Mobberley, para que cuando papá muera, yo pueda volver a casa y, desde luego, ella conmigo. —Eso es exactamente lo que mamá quería que yo hiciera —dijo Elizabeth—. Quería que me casara con el señor Collins, una relación lejana de papá, y se enojó mucho cuando me negué. —Supongo que tu papá te apoyó —dijo Susan. —Sí, dijo que yo debía ser una desconocida para uno de mis padres, pues mi mamá ya había declarado que no me volvería a ver si rechazaba al señor Collins y él, que no me volvería a ver si lo aceptaba. —Ah, mi querido señor Bennet, qué suerte tienes de tener un papá así, aunque no ha sido muy sensato en lo que respecta al ahorro. Por lo menos nosotras no tendremos ese tipo de problemas cuando nos hagamos viejas, pues ambas hemos tenido la fortuna de amar a hombres ricos. —Y, no obstante, no te casaste por dinero. Es fácil ver que amas a tu esposo.

Arthur, pero nunca me hubiera casado con él, pues nunca me gustó. Y

230

amo a mi Wainwright; quizás demasiado —dijo traviesamente al tiempo

Página

—Tienes razón. El odioso señor Mobberley es más rico que mi querido

que recargó la mano sobre su estómago—. Ya viene en camino un pequeño Wainwright. Al principio, Wainwright fue prudente, para no arriesgarse a darme un hijo mientras estábamos viajando, pero su prudencia tuvo un límite, así que ahora tenemos que retrasar nuestro regreso a Inglaterra. No es muy seguro para mí hacer un viaje por los Alpes en esta condición y no tengo ganas de emprender un viaje largo por mar. Me dan náuseas con mucha frecuencia y no quiero arriesgarme a tener mareo marino justo en los momentos en los que las otras náuseas me dejen en paz. Mientras la escuchaba, Elizabeth pensó en que eso era algo que no había considerado. Había pensado en un sinnúmero de razones por las que Darcy podía estar evitándola, pero acababa de escuchar una que no se le había ocurrido antes. Él quería mostrarle Europa, pues sabía que ella nunca había salido de Inglaterra y que quizás, debido a la volatilidad de la situación política, no hubiera otra oportunidad de hacerlo. Quizás él había determinado que era bueno retrasar cualquier posibilidad de que ella sufriera mareos o algún otro tipo de malestar hasta no estar de vuelta en

mucho más reducido y su huida del castillo hubiera sido verdaderamente

Página

De haber resultado encinte como Susan, su viaje habría tenido que ser

231

Inglaterra.

complicada. La magnífica travesía por los Alpes le hubiera resultado de lo más desagradable por los mareos y, además, hubiera sido peligrosa para ella y para el bebé. Pero no habrían de estar en Europa para siempre y quizás tampoco la contención de Darcy duraría tanto más, así como la del señor Wainwright. Mientras bajaba la escalinata, trató de comparar las ventajas de que no ocurriera sino hasta regresar a Inglaterra contra el placer de que ocurriera durante su viaje por Europa y, al volver con sus invitados, se encontraba de mejor ánimo. —Se ve alegre —le dijo Darcy acercándosele. —Lo estoy —dijo ella con una sonrisa radiante. Él la abrazó por la cintura y la llevó a conocer a algunos de los invitados más importantes que se declararon encantados de conocerla. La noche se volvió

todavía

más

alegre

con

las

interpretaciones

musicales

de

improvisación; así que fue con gran pesar que Elizabeth vio la noche llegar a su fin. Conforme se retiraban, los invitados les expresaron su agradecimiento por una de las noches más amenas que habían pasado en

Darcy y Elizabeth observaron desde la ventana cómo sus invitados

Página

—Fue un gran éxito —le murmuró Susan a Elizabeth al oído, al despedirse.

232

mucho tiempo.

abordaban las góndolas, que los esperaban al igual que en Londres lo hacían los carruajes. Elizabeth reclinó la cabeza sobre el hombro de Darcy y emitió un suspiro alegre mientras veía la flotilla de barcas gráciles deslizarse por las suaves aguas del canal.

*****

Al día siguiente, Elizabeth recibió muchas notas de felicitaciones y estuvo contenta de que su primera fiesta hubiera sido un éxito. Eso la animaba a organizar más de esas fiestas cuando estuvieran de regreso en Pemberley. Luego de complacerse con el tono de las felicitaciones, Elizabeth volvió su atención al siguiente compromiso, esta vez, como invitados a casa de uno de los amigos venecianos de Darcy. Ese amigo no había podido asistir a la conversazione Darcy y Elizabeth estaba deseosa de conocerlo.

—Estaba caminando de regreso a casa, después de un baile, y escuché

Página

saber más sobre la vida de su esposo.

233

—¿Cómo fue que conoció a Giuseppe? —preguntó Elizabeth, que quería

gritos. Vi a unos criminales atacando a dos jóvenes, una dama y un caballero —dijo Darcy—. Fui a ayudarlos y juntos, el joven y yo, ahuyentamos a los asaltantes. Él me agradeció, se presentó y luego me presentó a su hermana. Luego me invitaron a su casa, en donde conocí al resto de la familia. Me hicieron sentir bienvenido y decidieron mostrarme la ciudad, ayudándome a verla no como un turista sino como un local. Me llevaron a todos los sitios famosos, pero también, a los lugares menos conocidos

y

me

abrieron

puertas

que,

de

otra

forma,

hubieran

permanecido cerradas. —¿No tenía usted cartas de presentación cuando llegó? —preguntó Elizabeth. Ella sabía que eso era lo habitual para los jóvenes de las altas esferas sociales en su Grand Tour. —Sí, y también tenía una guía, pero me servían sólo hasta cierto punto. Giuseppe y Sophia hicieron mucho más por mí. Me llevaron a conocer los talleres de los grandes pintores y me mostraron dónde comprar las

sangre; es parte de ellos, de su vida. Giuseppe, que ama todas las cosas

Página

que mis tutores no lo habían hecho. Los venecianos llevan el arte en la

234

mejores esculturas. Me enseñaron cómo apreciar el arte en una forma en

bellas, una vez me dijo que, si lo lastimaran, de su cuerpo no emanaría sangre, sino pintura. —Esperemos que no sea necesario comprobarlo —dijo Elizabeth. Darcy se tornó silencioso, pero luego, poniéndose de pie, dijo: —Me ayudaron a elegir muchas de las obras de arte que ahora decoran los muros de Pemberley; un buen número de los cuadros en el pórtico y la mayoría de las esculturas del recibidor y del resto de la casa son de Venecia. Hablaba tan cálidamente de sus amigos, que Elizabeth se sintió ansiosa por conocerlos, pero la noche siguiente, cuando estaban en la góndola de camino a casa de sus amigos, Darcy dijo: —Quizás, a veces, Giuseppe pueda dar la impresión de ser malhumorado. Los problemas recientes de Venecia lo han vuelto sombrío. La invasión de Napoleón a la ciudad lo lastimó mucho y se sintió profundamente insultado cuando la ciudad que ama fue entregada a los austríacos como si no fuera más que una moneda de cambio. Los despojaron de muchas de

cuelgan banderas francesas de las ventanas del Palacio Ducal.

Página

caballos que decoraban la Basílica, el carnaval fue proscrito, y ahora

235

las costumbres y tradiciones que él ama y se llevaron a París los grandes

—Sí, entiendo —dijo Elizabeth. Y era cierto, comprendía los sentimientos de Giuseppe al ver invadida la tierra que amaba. También Inglaterra había enfrentado la amenaza de invasión y, a pesar de que la firma del tratado de paz suspendía momentáneamente la amenaza, podía volver a presentarse algún día. Cuando los Darcy llegaron a la casa de los Deleronte, Elizabeth vio que era tan espléndida como cualquiera de las del Gran Canal. El pabellón de desembarco estaba muy iluminado y el poste de amarre estaba pintado de colores alegres. Había muchas más góndolas yendo y viniendo, así que la góndola Darcy tuvo que esperar antes de poder acercarse. Darcy salió primero de la barca, luego le ofreció la mano a Elizabeth y ella salió detrás de él. Ahora estaba acostumbrada al meneo de la barca y podía calcular con exactitud su movimiento al acercarse y alejarse de la plataforma de desembarco, de modo que salió en el momento preciso. Caminaron por el peristilo y hacia el patio iluminado con antorchas, y luego subieron la escalinata, en donde encontraron a los anfitriones

acostumbraba para las reuniones más grandes. El ambiente era más

Página

Se trataba de una fiesta pequeña, así que no hubo la ceremonia que se

236

esperando para recibirlos.

informal, una reunión de amigos, y la bienvenida de Giuseppe y Sophia reflejaba esa informalidad. Saludaron cálidamente a Darcy y expresaron su deleite de conocer a Elizabeth. Conforme los conducían al salón, Elizabeth recordó a Charles y Caroline Bingley, pues Caroline había sido la anfitriona de su hermano en Netherfield, así como Sophia era la anfitriona de Giuseppe aquí; pero ahí terminaba la semejanza. Sophia no era la mujer fría y con aires de superioridad que era Caroline; Sophia era cálida y apasionada y movía sus manos expresivamente al hablar. Su hermano era más callado y, al recordar las palabras de Darcy, Elizabeth pensó que era evidente que él tenía aspecto melancólico. Físicamente, los hermanos eran muy parecidos: tenían el pelo y los ojos negros y la piel suave y translúcida. Estaban vestidos a la vieja usanza, al igual que sus otros invitados. No eran para ellos los estilos griegos que habían cobrado fuerza en Inglaterra y Francia en los últimos cinco años. En lugar de ello, llevaban ropa suntuosa en colores de piedras preciosas, y

que todos compartían el color oscuro del pelo y los ojos, así como la piel

Página

A Elizabeth la presentaron con los otros invitados, doce en total, y ella vio

237

los vestidos de las mujeres se ajustaban a la altura de la cintura.

suave y translúcida. Le resultó difícil calcular sus edades, pues sus caras no tenían líneas de expresión, pero sus ojos estaban llenos de experiencia. La trataron con deferencia y la hicieron sentir como en casa. Les exigieron detalles del viaje de bodas y molestaron a Darcy diciéndole a Elizabeth que era evidente que ella le había hecho mucho bien. —Nunca lo había visto tan contento —dijo Sophia, quien, como anfitriona, llevaba la batuta de las conversaciones. —¿Quién no estaría contento de haberse casado con una mujer tan hermosa como Elizabeth? —preguntó Giuseppe con galantería. —¿Y qué le parece Venecia? —preguntó Alfonse, que estaba con su esposa María—. ¿No es la ciudad más prodigiosa que ha visto? Elizabeth estaba encantada de poder compartir su visión de Venecia y los invitados asentían sabiamente con cada cumplido a su tierra. Le preguntaron si había conocido las grandes catedrales y si había caminado en las plazas y cuando ella respondió que sí, que ella y Darcy ya habían recorrido muchos lugares y que todo era milagrosamente hermoso,

—Y me queda claro el porqué —dijo Elizabeth.

Página

hermano. Él ama nuestra gran ciudad».

238

Sophia sonrió y respondió: «Ha dicho usted lo indicado para agradar a mi

—Es una lástima, Venecia ya no es tan hermosa —dijo Giuseppe— como antes de que Napoleón pusiera su bota sobre su hermoso cuello. —Disculpe a mi hermano. Él resiente mucho lo que sucede —dijo Sophia. —¿Quién no? —gritó él—. Elizabeth lo va a entender, ella es inglesa. Vive en una isla, así que puede comprender nuestros sentimientos. Fue un momento terrible para nosotros cuando los soldados de Napoleón marcharon dentro de Venecia. Luego de la mención de Napoleón, el ambiente se alteró sutilmente y se llenó de melancolía. Elizabeth se imaginó las tropas de Napoleón marchando por las calles de Hertfordshire y se estremeció, pero para ella era sólo una imagen, la visión de un instante, nada más. Para los que la rodeaban, la invasión de su tierra era una realidad. —Ah,

sí,

sabía

que

usted

entendería

—dijo

Giuseppe

al

ver

el

estremecimiento de Elizabeth—. Los ingleses y los venecianos tenemos mucho en común. Ambos somos grandes naciones que son islas, somos valientes e intrépidos, somos exploradores y aventureros, tenemos un gran

Navegamos los mares en busca de nuevas tierras y nuevas mercancías

239

para comerciar… Ah, pero se me olvidaba —dijo él con una sonrisa

Página

amor por nuestras naciones y tenemos un gran orgullo en nuestros logros.

graciosa— que los ingleses desprecian el comercio. A Darcy le horroriza incluso la palabra. Contrario a lo que dijo, Darcy estaba sonriendo, consciente de que lo estaban molestando. Pero debajo de ello había algo más. Elizabeth se percató de que Giuseppe estaba indagando sobre sus creencias y sabía que, a pesar de que los amigos de Darcy habían hablado del mucho bien que ella le había hecho a él, todavía estaban evaluándola y cuestionándose si ella era suficiente para su amigo, no en términos de posición social o riqueza, sino en términos de poder hacerlo feliz. —¿Qué pensará Elizabeth de nosotros, cuyas fortunas provienen de grandes aventuras mercantiles? —continuó Giuseppe. —Siento mucho decepcionarlo, pero no desprecio el comercio. Uno de mis tíos tiene un negocio en Londres, e incluso, si no fuera así, no lo despreciaría, pues fue justamente el comercio lo que le procuró a Bingley, el amigo de Darcy, el dinero para rentar Netherfield, y si eso no hubiera sucedido, nunca hubiera conocido a mi esposo.

esperarse, pues ambos amamos el comercio y odiamos a Napoleón —dio

Página

—¡Excelente! Bien dicho. Entonces tenemos mucho en común, como era de

240

Hubo risas generales y Darcy miró a Elizabeth con admiración y apruebo.

Alfonse riéndose. —¡Napoleón! —dijo Giuseppe de nuevo acongojado—. ¡Ese advenedizo! ¿Qué le dio derecho a marchar hacia nuestra ciudad, destruir en unos cuantos días lo que nos tomó siglos construir y robarnos nuestros más grandes tesoros? ¿Qué le dio derecho a despojar al mundo de algo maravilloso? El ánimo se estaba tornando melancólico y los hombres se estaban poniendo de malas. Las mujeres estaban incómodas y daban vuelta a los abanicos en sus manos o se arreglaban las faldas para ocultar su inquietud. Sophia probó su valor como anfitriona al aligerar el ánimo de inmediato y al dar en el blanco de lo único que podría rescatarlos de la melancolía: una celebración. —Dejemos que Napoleón haga sus decretos —dio ella, despidiéndolo de la conversación con un gesto de oleaje con la mano—. Dejemos que le entregue

Venecia

a

Austria.

Dejemos

que

todos

conspiren

para

quieran, nosotros tendremos un baile, un gran baile de máscaras en honor

241

a Elizabeth y en honor a la esplendorosa Venecia. Mostrémosle a Elizabeth

Página

controlarnos. No romperán nuestro espíritu. Dejemos que digan lo que

cómo vivíamos los venecianos. La idea fue bienvenida de inmediato. —Y sí, mostrémosle a Elizabeth algo del viejo esplendor de Venecia. ¡Un baile de máscaras para Elizabeth! El ánimo había cambiado. La melancolía había desaparecido y fue reemplazada

por

gusto

y

emoción.

Todos

hicieron

sugerencias

y

comenzaron a definir los detalles del baile. —Que sea un baile de disfraces —dijo María. —Sí, un baile de disfraces. Y que refleje uno de nuestros mejores siglos, usemos la ropa de un tiempo glorioso. Nos vestiremos con ropa del siglo XIII —dijo Alfonse. —No, del siglo XV —dijo María. —Del XVI —dijo Giuseppe—, el siglo de los grandes artistas Tiziano y Tintoretto. —Muy bien —dijo Sophia—, será con ropa del siglo XVI. —No tengo ese tipo de ropa —dijo Elizabeth con pesar, pues la idea del

sorprenderemos a los caballeros —dijo Sophia.

Página

—Usará la mía, yo tengo mucha, y también máscaras con las que

242

baile era emocionante.

—Claro —dijo Lorenzo—, eso es parte de lo emocionante, tratar de adivinar quién está detrás de la máscara. —Dejemos que los demás terminen de afinar los detalles y ocupémonos en algo más interesante: le ayudaré a elegir su ropa. Venga, Elizabeth —dijo Sophia—, ya verá que nos vamos a divertir. Llevó a Elizabeth arriba y a lo largo de corredores bordeados por grandes obras de arte hasta un hermoso departamento, con techos altos y enormes espejos alrededor. Tocó la campana para llamar a la doncella y pronto la habitación estuvo iluminada con las velas que iban floreciendo a la vida. —¡Aquí! —dijo Sophia, abriendo un par de enormes puertas y entrando a una antecámara llena de ropa. Era ropa de todos los estilos y colores, algunas prendas nuevas y otras muy viejas—. De aquí vamos a elegir lo que vamos a usar en el baile —dijo Sophia, mostrándole a Elizabeth una colección de vestidos—. Estos vestidos son del tiempo de la gloria veneciana. Al observar la ropa, Elizabeth se dio cuenta de que era muy vieja: las telas

—¿Su familia nunca se deshace de la ropa? —preguntó Elizabeth

Página

eran de una belleza exquisita.

243

hermosas se habían decolorado con el paso del tiempo, pero los vestidos

asombrada ante la cantidad de prendas que había. —En mi familia… —dijo Sophia melancólicamente—. No, nos recuerdan otros tiempos, otros bailes, otras vidas, otros amores. Y para eso vivimos, ¿cierto?, para amar. Usted que acaba de casarse sabe que tengo razón. Mire, éste es el vestido que llevaba puesto cuando conocí a Marco Polo. —¿Cuando conoció a Marco Polo? —preguntó Elizabeth divertida—. ¡Eso la haría ser una mujer de quinientos años! Las manos de Sophia se quedaron inmóviles sobre la tela y dijo: —Se está riendo. ¿Entonces Darcy no se lo ha dicho? —¿Decirme qué? Sophia se quedó tan inmóvil que parecía un retrato, extraordinariamente hermosa pero de cierta forma irreal. Luego, justo cuando Elizabeth comenzaba a desconcertarse, Sophia encogió un poco los hombros y dijo: —No es nada importante, es sólo que debió haberle dicho que mi inglés no es muy bueno. Tendrá que perdonarme si las cosas que digo no siempre tienen sentido.

Se rieron y luego Sophia volvió a la ropa.

Página

mejor que mi italiano.

244

—Desde luego —dijo Elizabeth—. Y de todas formas, su inglés es mucho

—A ver, ¿cuál será para usted? —le dijo. Elizabeth miraba los gloriosos vestidos hechos de suntuosas telas en colores azules, amarillos y escarlatas. Luego, sacó un vestido de terciopelo azul oscuro, entrecruzado con un patrón de celosía dorada que hacía juego con los cortes largos en las mangas que permitían ver la seda dorada de la manga interior. Lo levantó y la luz de las velas hizo tintinear el oro del hilo con el que estaba hecho el patrón de celosía. —¡Ah, sí! —dijo Sophia—. Ése es muy hermoso. Está muy bien elegido. Pruébeselo. Sophia ayudó a Elizabeth a ponerse el antiguo vestido. Mientras Sophia se lo amarraba, Elizabeth se miró al espejo y se sorprendió. —Me veo bastante diferente —dijo. —Ya ocurrió la transformación —dijo Sophia poniéndose de pie detrás de ella. El vestido se ajustaba a la altura de la cintura, lo que mostraba la figura de Elizabeth, que por lo general permanecía oculta bajo sus vestidos de

bordado con más hilo de oro.

Página

piso. El vestido era escotado, con el cuello cuadrado y suntuosamente

245

cintura alta; y las faldas de mayor volumen flotaban en pliegues hasta el

Elizabeth recordó su infancia, el día que ella y Jane se vistieron con la ropa vieja de su mamá para un juego de charadas. Les habían encantado las telas suntuosas y las faldas con aros y habían disfrutado mucho probarse una variedad de pelucas. —Y ahora tiene que elegir una máscara —Sophia le mostró a Elizabeth una colección de máscaras de todas formas y estilos y le dijo—: Nosotros los venecianos adoramos nuestras máscaras. Las hemos usado siempre, hasta ahora que Napoleón las prohibió. Pero son parte de nosotros, parte de nuestra herencia. Amamos el misterio y la emoción de lo desconocido. Eso es bueno para una nación de exploradores. Tanto lo amamos que incluso en un baile debemos explorar: nos exploramos uno al otro. Levantó una de las máscaras. —Ve, aquí tenemos una máscara que cubre toda la cara; los rasgos están exquisitamente moldeados. Y mire —dijo levantando otra máscara—: aquí tenemos las máscaras más sencillas. Ésta no tiene ningún sujetador, sólo una barra por atrás que debe sujetarse con los dientes.

—Pero claro, es cierto, esta máscara no es nada cómoda y hace que

Página

curiosidad.

246

—Debe ser muy incómoda —dijo Elizabeth mientras la examinaba con

conversar sea imposible. No va a usar ésa. Quizás le guste ésta. Elizabeth levantó una máscara completa que estaba sostenida por un palo, pero luego de sostenérsela frente a la cara por unos minutos, supo que muy pronto se le cansaría el brazo. —Creo que ésta —dijo al elegir una media máscara que se sujetaba por medio de una banda que pasaba por detrás de la cabeza. —Sí, con ésa se puede comer y hablar, pues tiene la boca descubierta, pero la nariz y los ojos no se distinguen, ni las mejillas ni la frente, de modo que se preserva el misterio. ¡Los otros van a tener que adivinar quién es usted! También el pelo tiene que cambiar; los estilos de entonces eran semejantes a los de ahora, pero no iguales. Debe dividirlo y sujetarlo suavemente por arriba, con ondas a los lados de la cara y el resto recogido en un —dijo algo en italiano—. No, no se entiende, no sé cómo decirlo en inglés; pero no importa, mis doncellas saben cómo arreglar en esos estilos y voy a enviar a una de ellas para que la ayude el día del baile. Es muy importante hacerlo bien —dijo ella—, si no se arruina todo.

el comedor, la plática sobre el baile se intercaló con conversaciones sobre

247

otros temas de interés, y para los italianos uno de los temas de mayor

Página

Bajaron justo en el momento en que se estaba anunciando la cena y, ya en

interés era su arte. Alfonse dijo que Tiziano era mejor artista que Canaletto y Giuseppe declaró que no, que Canaletto era el mejor de los dos. Consultaron la opinión de Darcy y, a todo lo largo de la cena, continuó una viva discusión. Al final de la noche, Elizabeth abordó con alegría y ligereza la góndola, que habría de llevarla, junto a Darcy, a su propio palazzo.

*****

Elizabeth estaba tan ocupada con las novedades de Venecia que no fue sino hasta algunos días después que terminó la carta que había empezado para Jane, pero cuando tuvo un poco de tiempo libre, tomó su pluma y terminó la carta.

Darcy y yo hemos estado por todo Venecia, conocí el Palacio Ducal y el Arsenale y una multitud de otros lugares maravillosos. Cruzamos el puente

pero todavía hay grandes bellezas por doquier.

Página

la ciudad ya no es lo que era antes de que Napoleón saqueara sus tesoros,

248

Rialto y paseamos por la plaza de San Marcos. Los venecianos me dicen que

Hoy en la noche vamos a ir a un baile de máscaras en mi honor y lo espero con ansias. Quizás podríamos tratar de organizar algo similar en casa, aunque pienso que esta ropa y máscaras se verían muy extrañas en Hertfordshire. Aquí, en Venecia, parecen de cierta forma adecuadas. La máscara se siente increíblemente cómoda, aunque no puedo ver muy bien a los lados cuando la llevo puesta. Es hermosa, una obra de arte, como todo lo demás en Venecia. Tiene la forma de un rostro humano y, en la parte superior, está decorada con joyas. Ya no hay tiempo de nada más, pues si no, nunca voy a enviar esta carta. Adieu por ahora, mi querida Jane,

Ta hermana que te quiere, Elizabeth.

—Sí —dobló la carta y le puso la dirección.

Página

al salón.

249

—¿Está escribiendo a Jane? —se oyó la voz de Darcy, que recién entraba

—¿Le cuenta sobre el baile? —Sí, o por lo menos, le cuento que vamos a ir a uno. Le escribiré de nuevo mañana para contarle todo al respecto. —¿Está listo su disfraz para la noche? —preguntó él. —Sí, ¿y el suyo? —Sí. —¿Qué va a ponerse? —Si se lo digo, arruinaría la sorpresa —dijo él. La miró con una sonrisa—. Me encanta verla así, contenta y emocionada. Sabía que Venecia le iba a gustar. El reloj, una obra de arte decorativo, hecho de bronce y recubierto de oro, dio la hora. —Es hora de arreglarse —dijo Elizabeth. Volvió a su habitación, un departamento grande y fresco, decorado con frescos y muebles de mármol recubierto de oro y ahí comenzó su prolongado proceso de prepararse para el baile. Mientras se bañaba con

un baile en Longbourn y recordó todo el ruido que había: Lydia corriendo

250

por todos lados en busca de un zapato o un listón que no encontraba;

Página

agua aromatizada, pensó en todas las veces que se había arreglado para

Mary moralizando, y su madre regañando a todo el que se encontraba, antes de quejarse de sus nervios. No extrañaba ni el ruido ni la charla con ellos, pero sí extrañaba a Jane. ¡Qué divertido hubiera sido arreglarse y disfrazarse con ella! Pero esos pensamientos no duraron mucho; había muchas cosas en qué pensar y muchas cosas que hacer. Sophia cumplió su palabra y envió a una de sus doncellas para ayudarla. Al principio, Annie receló la presencia de la italiana, pero pronto se le pasó. Elizabeth se sentó frente al tocador para que la doncella de Sophia le arreglara el peinado y Annie prestó mucha atención y ayudó a alisar el pelo de Elizabeth a la altura de la coronilla y a arreglar las ondas alrededor se su cara y luego, a colocar el resto del cabello en un chongo en la parte trasera de la cabeza. Ambas le ayudaron a Elizabeth a ponerse el vestido, que era más pesado que los habituales, lo amarraron por atrás con manos diestras y, por último, retrocedieron un poco para admirar el resultado. Elizabeth

—¡Ay, señora, los va a engañar a todos! —dijo Annie.

Página

la máscara, el disfraz estuvo completo.

251

difícilmente se reconocía en el espejo móvil de cuerpo entero y al ponerse

La doncella de Sophia soltó una serie de expresiones en italiano que ni Elizabeth ni Annie comprendieron, pero parecía estar complacida. —¿El señor Darcy está todavía aquí? —preguntó Elizabeth. —No, señora, ya se fue —respondió Annie. —Entonces yo también debo irme —dijo Elizabeth. Habían acordado transportarse al baile por separado, porque parte del reto era ver cuánto tiempo les tomaría reconocerse. Elizabeth se puso su caperuza, pues las noches eran frías, y corrió escalera abajo con buen ánimo y lista para divertirse. Cruzó el patio y bajó al canal, en donde abordó la góndola con toda facilidad. Ya estaba tan acostumbrada al movimiento que no titubeó y, mientras la góndola se encaminaba hacia el canal, se acomodó grácilmente sobre los cojines de seda dispuestos en el interior. El agua estaba oscura y la perforaban los reflejos dorados de las muchas antorchas que retaban la oscuridad de la noche. Su movimiento la hacía plegarse al contacto con la barca y su sonido se mezcló con la voz del gondolero cuando comenzó a cantar con

—Sobre el amor, signora. ¿De qué más se puede cantar? El hombre y la

Página

—¿De qué trata su canción? —preguntó ella mientras él tomaba aliento.

252

una espléndida voz de tenor y rebosante de emoción.

mujer de esta canción no encuentran la forma de estar juntos, así que ella decide ahogarse en el canal. Es muy trágica y romántica. —Pero es mucho más romántico vivir —dijo Elizabeth. —La hermosa Signora tiene razón —dijo él—. Los vivos disfrutan de placeres que les están negados a los muertos. Se detuvieron frente al palazzo de Sophia. El gondolero salió de la góndola y la ató a uno de los postes de colores alegres. Elizabeth salió de la góndola con tanta certeza como lo había hecho él y luego subió la escalera hacia el palazzo. Estaba todo encendido y sus luces se derramaban por las ventanas e iluminaban la noche. Entró al patio y, mientras ascendía por la escalinata de piedra hacia la puerta, escuchó un alboroto de conversaciones y risas. Cuando le abrieron la puerta, escuchó también música de violines. Al entrar, los invitados voltearon a verla y, con rostros enrarecidos por las máscaras, mostraron su interés por la recién llegada. Algunos llevaban medias máscaras, como ella, que les cubrían solamente los ojos, las

hoyos bien formados para los ojos y la boca y algunas otras estaban

Página

hechas especialmente para ajustarse a quienes las llevaban puestas, con

253

mejillas y la frente y otros llevaban máscaras completas. Algunas estaban

distorsionadas

para

que

las

caras

cobraran

aspectos

extraños

y

animalescos. Narices largas respingadas o encorvadas, como picos de aves, cambiaban la fisonomía y le añadían un toque grotesco a la escena. Ella procuró encontrar algunas caras familiares, pero o las máscaras funcionaban muy bien o la gente a la que ella conocía no estaba cerca de la entrada. Se deslizó entre la gente para llegar al salón de baile y, a su paso, provocaba miradas de aprecio de los hombres. Estaba lleno de gente disfrazada; las faldas completas de las mujeres competían en brillo con las túnicas de terciopelo de los hombres. Algunos de los invitados ya estaban bailando, pero Elizabeth no reconocía ni la música ni los bailes, de modo que supuso que provenían de tiempos pasados pues la fiesta era para celebrar la gloria de Venecia en siglos anteriores. Los hombres daban saltos atléticos y levantaban a sus parejas y les daban vueltas antes de volver a ponerlas sobre el piso. Todos los invitados se sabían los pasos, así que ella pensó que debían haber

Mientras observaba a los otros invitados con la esperanza de reconocer a

Página

más tarde habría bailes que ella sí supiera.

254

contratado maestros de baile. Ella no conocía la danza y se preguntó si

alguien, vio una extraña figura que la observaba por un hueco entre la multitud. Estaba vestido con colores de hojas muertas y su máscara era de color crema oscura con toques dorados. No era Darcy, de eso estaba segura, y le pareció extrañamente convincente. Su máscara estaba diseñada con un semblante sonriente, pero la sonrisa estaba distorsionada, de modo que parecía casi malévola. Su mueca tenía algo de regocijo, algo cruel. Ella quiso mirar a otro lado, pero alguna fuerza incomprensible se lo impedía. Sólo pudo librarse cuando alguien se interpuso entre ambos. —¿Me permite el honor? —preguntó el hombre que le había tapado la vista. Hablaba con una voz fingida, pero era imposible no reconocerlo. —¿Está seguro de que es aceptable bailar con su esposa? —preguntó ella en tono juguetón. La máscara de él también era una media máscara, así que ella pudo apreciar en él una sonrisa de decepción. —Me reconoció —dijo él. —Sí —dijo ella y pensó: lo reconocería en cualquier lado, sin importar

amorosa y dijo:

Página

Él había seguido el tren del pensamiento de ella, pues la vio con mirada

255

cómo estuviera vestido—. Y usted a mí —añadió.

—Siempre. Ninguna máscara podría ocultarla de mí. Conozco su presencia, Lizzy, y nada puede cambiar eso. Él le ofreció la mano, pero ella dijo: —No conozco ese baile. Ni siquiera sé cómo se llama. Aunque no creo que sea tan difícil —añadió con una sonrisa pícara. —¿No? —preguntó él. —No. Incluso los salvajes bailan. Él se rio. —Esa noche estaba de mal humor. No sé cómo pude haber sido tan grosero con sir William; después de todo, el pobre hombre sólo estaba tratando de hacerme sentir bienvenido. —¡Mientras consideraba a una joven que había sido ignorada por otros hombres! —¿Alguna vez mereceré perdón por semejante comentario? Quizás no, no lo merezco. —Bueno, creo que, ahora que me ha dado un palacio, es posible que lo

Página

—¿Sólo es posible? —preguntó él.

256

considere —dijo ella juguetona.

—Muy bien, si me enseña el baile, puede considerarse absuelto. ¿Es un baile únicamente veneciano? —preguntó ella mientras él le daba la mano para llevarla a una esquina tranquila de la pista de baile. —No, la gallarda se baila en todos lados, o se bailaba, hace mucho tiempo. Era un baile extraño, lleno de saltos y levantamientos y giros, pero pudo aprender los pasos observando a los demás y escuchando las indicaciones de Darcy. —Y ahora, la levanto —dijo él. La tomó por la cintura, la levantó y dio una vuelta. Ella sintió el calor de las manos de él traspasando su vestido y se reclinó sobre él antes de que él la pusiera de nuevo sobre el suelo. —Huele maravillosamente —dijo él luego de inhalar profundo. —¡Así debería ser, estoy usando el perfume más fino de Venecia! —dijo ella. —No —respondió él con fuerza—, no es el perfume, es usted. Se habían trasladado a un mundo propio, en el que no tenían ojos para nadie más; se quedaron envueltos en el olor, la visión y el tacto del otro y

mundo de los sentidos agudizados. Tomaba a mal el que algunos invitados,

Página

Elizabeth tuvo una honda sensación de pérdida y se esforzó por recobrar el

257

no salieron de ahí sino hasta que acabó la música.

elogiando la forma en que bailaba Darcy, se lo llevaran a conocer a otros invitados. Y luego, también ella fue requerida, un caballero la tomó de la mano y le suplicó que bailara con él. Era un hombre alegre y de buen ánimo y, para su sorpresa, descubrió que era Giuseppe. —¡Ah! ¿Pero cómo lo supo? —preguntó él. —Le reconocí la voz. —Entonces debo fingirla si no quiero arruinar la sorpresa también para otros. ¿Ya reconoció a Sophia? —No —dijo Elizabeth mientras miraba alrededor de la sala de baile—. ¿Está aquí? —Sí, adivine quién es. Elizabeth hizo dos intentos incorrectos antes de adivinar, pues Sophia llevaba máscara completa. La verdad es que Elizabeth le reconoció porque recordó el vestido como uno de los que había visto en el vestidor de Sophia el día que habían elegido su ropa para el baile. —¿Se están divirtiendo? —preguntó Sophia luego de haber cruzado la sala

—¿Es distinto de los bailes que hacen en su país?

Página

—Sí, mucho —respondió Elizabeth.

258

de baile y llegar hasta donde ellos estaban.

—Sí, es completamente distinto. —Ustedes no usan máscaras, ¿cierto? —No, no las usamos. Pero no sólo son las mascaras —dijo Elizabeth—. La ropa, los bailes, la música, todo es distinto. —Ah, sí, ustedes en Inglaterra tienen bailes bastante solemnes —dijo Alphonse uniéndose a ellos—. Lo sé porque lo he visto; levantan la nariz y no ven a nadie; luego caminan por la sala de baile en silencio y dan vuelta cuando llegan al otro extremo. Elizabeth se rio de la descripción de los bailes ingleses. —Quizás sea así en los bailes privados, pero es muy diferente en las reuniones, en donde hay una multitud de bailarines del campo —dijo ella—. Hay mucha charla y risa, se los aseguro. —¿Una reunión? Creo que nunca he ido a una reunión. —Entonces es preciso que vaya —dijo Elizabeth. —Darcy, ¿alguna vez has ido a una de estas reuniones? —le preguntó Giuseppe al momento en que llegó con ellos.

Página

—Pero no le gustó en lo absoluto —dijo Elizabeth juguetona.

259

—Sí.

Darcy levantó las cejas y los otros exclamaron, pues querían saber más. —No es para tanto —dijo Darcy. —Confiéselo —dijo Elizabeth riéndose—, le pareció insufrible. —¿Cómo es posible si está llena de bailes animados? —preguntó Sophia—. A mí me suena fascinante. —Sólo había estado ahí unos días y no conocía a nadie —dijo Darcy. —Y claro que es imposible conocer a otros en una sala de baile —dijo Elizabeth. Giuseppe se rio. —Me lo imagino perfectamente —dijo y volteó a ver a Darcy—. Darcy, con la nariz respingada al aire y caminando con grandes zancadas. Tienes gesto de estar horrorizado, amigo mío, pero así es. Lo he visto —volteó a ver a Elizabeth—. Se ha casado con un hombre orgulloso, de linaje noble; así ha sido siempre. —Pero Elizabeth lo ha hecho más humano. Y ahora, a bailar —dijo Sophia—. Darcy, sea mi pareja.

Volvieron a la pista, Elizabeth se sintió ciertamente más cómoda con la

Página

reverencia.

260

—Y la adorable Elizabeth será mi pareja —dijo Alfonse haciendo una

gallarda y pronto pudo bailarla sin tener que ver a los demás. Era un baile energético y la sala resonaba con el sonido que producían los caballeros al aterrizar sobre el suelo luego de saltar y girar. A ése, siguieron otros bailes igualmente extraños y Elizabeth tenía que aprenderse los pasos de cada uno de ellos, así que estuvo contenta cuando fue hora de la cena. Mientras se dirigía al comedor, sintió una emoción extraña recorrerle el cuerpo y, casi contra su voluntad, sus ojos voltearon hacia las sombras de la esquina, en donde volvió a encontrarse con el hombre de la máscara rara. —¿Quién es él?—preguntó. —¿Quién? —preguntó Giuseppe. Elizabeth volteó para señalárselo, pero se había ido. —No se preocupe —dijo Giuseppe—, verá quién es cuando llegue el momento de desenmascararse, después de la cena. Elizabeth disfrutó de la comida tanto como disfrutó de la compañía. Había

era muy fino. Para los italianos era muy importante pronunciarse respecto

261

al sabor del vino y discutir sobre los viñedos e incluso sobre el tipo de uvas

Página

bullicio y buen ánimo y risas. La comida era buena y abundante y el vino

con que estaba hecho. Todos comieron contentos, aunque fue más difícil para quienes traían máscaras completas, pues tenían que levantar la esquina de la máscara, pero tenían que hacerlo con cuidado, para no revelar su identidad. Hubo muchos intentos por descubrir la identidad de los invitados y, al final de la cena, hubo un murmullo de emoción, pues pronto sería el momento de desenmascararse. Volvieron a pasar a la sala de baile, en donde los músicos tocaron suavemente para darle música de fondo a las conversaciones y, a la medianoche, se escuchó un acorde fuerte de los violines. Sophia y Giuseppe pidieron la atención de todos. —Han sido todos muy pacientes… —comenzó Sophia, alzando la voz para que se escuchara por encima del alboroto. Se escucharon sonidos pidiendo silencio por toda la sala y se acabó el alboroto. —Todos han sido muy pacientes —dijo Sophia de nuevo, hablando con

Se escuchó un crujido al momento en que todos los invitados se retiraron

Página

pero el momento ha llegado. Signore e signori, quítense las máscaras.

262

menos volumen ahora que no tenía que sobreponerse al ruido general —,

su máscara y se vieron rostros sonrientes y emocionados por doquier. Hubo gritos de sorpresa, gritos de reconocimiento y muchas voces diciendo que ya habían adivinado las identidades de los otros, algunas hablaban con verdad y otras no tanto. Quienes la rodeaban, felicitaron a Elizabeth y Darcy, que se había acercado a ella. —¿Disfrutó su primer baile de máscaras? —preguntó Darcy. —Sí, mucho —respondió ella—. Quizás podríamos pensar en organizar algo similar en Pemberley. Sería divertido. Y estoy segura de que a Georgiana le gustaría. —Lo que usted quiera —dijo él. La noche estaba por terminar. Algunos de los invitados comenzaron a despedirse y les agradecían, a Sophia y a Giuseppe, por una noche maravillosa y también le agradecían a Elizabeth, ya que el baile había sido en su honor. Elizabeth y Darcy sumaron sus agradecimientos a los de los demás y, una vez que se fueron el resto de los invitados, también ellos

No fue sino hasta que Elizabeth estaba subiendo a la góndola, cuando se

263

percató de que no había visto al desconocido cuando todos se habían

Página

bajaron al canal.

quitado la máscara; pero se olvidó del asunto tan pronto como se recargó de espaldas sobre Darcy y sintió su abrazo. El gondolero estaba cantando cuando comenzó a mover su remo y la barca se deslizó por el Gran Canal, iluminado por la luz de la luna. La atmósfera romántica ejerció su encanto: una vez de vuelta en el palazzo, Darcy escoltó a Elizabeth hasta la puerta de su habitación y le dio un beso en los labios: no se trataba de una señal de tortura, sino de profunda añoranza. —Buenas noches, Lizzy —dijo él suavemente y ella se estremeció luego de pensar que ya pronto llegaría su momento. Se desvistió lentamente, pues estaba cansada, y cuando tuvo puesta su bata de noche, bostezó y se metió en la cama. Apagó la vela, pero se quedó un rato en un estado como de ensueño, ni dormida ni despierta. Por su mente pasaban y pasaban las imágenes de la fiesta hasta que, finalmente, el sonido del correr del agua sobre las piedras la arrulló hasta quedarse dormida.

imágenes de Venecia, la ropa excéntrica, las máscaras extrañas, las calles

264

estrechas, los canales oscuros, los palacios relucientes y las góndolas

Página

Pasó del mundo de la vigilia al del sueño sin ningún impedimento. Las

románticas se arremolinaban en el paisaje de sus sueños. Soñó que estaba en el baile de máscaras, bailando con Darcy. Luego, la escena cambiaba y estaba platicando y riéndose con él mientras caminaban por la plaza de San Marcos. Había gente alrededor de ellos, riéndose y gesticulando con las manos mientras hablaban en italiano, francés e inglés y los lenguajes se fundían en un único murmullo. Bandadas de pájaros cruzaban el cielo revoloteando. El sol brillaba a lo alto y de muy lejos llegaba la canción del gondolero. Cruzaban la plaza, daban vuelta en una calle estrecha y salían a una plaza más pequeña con una fuente. Luego, entraban a otra calle pequeña, también ruidosa, también alegre; pero algo cambiaba en cuanto entraban. El bullicio se suspendía, como si lo hubieran cortado con cuchillo, y, en un abrir y cerrar de ojos, la luz cambiaba del color dorado solar a la dura y fría luz de la luna. Elizabeth se sintió abrumada por una creciente ola de pánico y quiso correr. El mundo había dejado de ser un lugar reconfortante y, ahora, era ominoso. Los edificios se alzaban por encima de

parecerle románticos y se habían tornado oscuros y amenazantes, la

Página

atrapada. Los canales que corrían al lado de la calle habían dejado de

265

ella como peñascos y la estrechez de la calle la hacía sentir encerrada,

profundidad de sus aguas ocultaba secretos oscuros y mortíferos. Ella buscó el brazo de Darcy, pero no lo sintió. Volteó hacia él y vio horrorizada que se había ido. Corrió calle abajo buscándolo y llamándolo, pero no hubo respuesta. Continuó corriendo por el laberinto de calles hasta que supo que se perdería si no daba marcha atrás. Intentó regresar por el camino que había seguido, pero se dio cuenta de que las calles habían cambiado y que ella también había cambiado. Ya no estaba vestida con muselina color azul pálido y, en lugar de ello, ahora estaba sosteniendo amplias faldas de seda escarlata que flotaban a su alrededor como fuego líquido. —¿Darcy? —gritó con miedo, pero su voz sólo fue respondida por la frialdad del silencio—. ¿Darcy? —gritó de nuevo. Pero no hubo respuesta. Y luego, justo cuando más añoraba el sonido de otra voz humana, escuchó algo. Apenas lo oía, de modo que no distinguía qué era, pero luego reconoció que era música. Sus notas apenas audibles provenían de algún

hacia el lugar de donde provenía. Conforme se acercaba, también comenzó

Página

Sonaba extraña en ese lugar oscuro y sombrío, pero ella comenzó a correr

266

lado frente a ella. Eran violines tocando una tonada alegre.

a escuchar voces, parecían muy lejanas, pero su sonido era inconfundible, así que las siguió, corrió sobre los puentes y a lo largo de los estrechos pasajes con sus faldas flotando detrás de ella. Adelante vio la luz de muchas antorchas. Había personas en la plaza; estaban vestidas con disfraces luminosos y máscaras amigables. Sintió un flujo de alivio recorrerle el cuerpo y comenzó a correr más rápidamente cuando vio a las personas voltear a verla con sorpresa mientras ella cruzaba el último puente y; en ese momento, desaparecieron. La luces se apagaron en un abrir y cerrar de ojos; las voces se silenciaron abruptamente y, de pronto, estaba, sola y con una sensación de horror, en la plaza vacía. Se apuró a cruzar la plaza en busca de los parranderos, pero se habían ido. Se asomó en todas las calles estrechas, con la esperanza de ver alguna señal de ellos; pero no había nada. Al final de la última calle, vio a un hombre disfrazado y con una máscara cuyo gesto era una sonrisa extrañamente distorsionada. Él se volvió para mirarla y, en ese momento,

de ella y directamente hacia él.

Página

drenando toda su voluntad y como si su voluntad estuviera flotando fuera

267

ella sintió cómo se le iba toda la fuerza; sintió como si su cuerpo estuviera

Él la llamó con una seña y ella se movió hacia adelante, como un títere sin control. Ella sintió un breve despertar de su voluntad, que duró mientras resistían sus últimos vestigios y, por un momento, permaneció inmóvil, luchando contra la fuerza que la atraía hacia él. Pero luego él volvió a llamarla con una seña y las piernas de ella comenzaron a moverse por su propia cuenta. —No —dijo ella. Y luego, gritó despiadadamente—: ¡No! De pronto, las calles estaban llenas de gente otra vez. La gente estaba corriendo enloquecidamente y gritando: «¡Incendio, incendio!» Se respiraba pánico en el ambiente y el horizonte tenía un resplandor rojo que se hacía cada vez más brillante y, cuando ella volvió la mirada hacia arriba,

vio

que

el

Palacio

Ducal

estaba

en

llamas.

Las

llamas

perversamente victoriosas lanzaban fuertes latigazos al aire y tronaban y quemaban todo alrededor de la oscura pesadilla. Ella continuó corriendo hacia adelante, para ir a ayudar, pero antes de que llegara al palazzo, todo volvió a cambiar y ella se quedó de pie, perpleja y sin saber por dónde

Y luego sintió que los vellos de la piel se le erizaban. Sintió que el horror la

Página

oscura silueta de los edificios.

268

continuar. Sin el resplandor del fuego, no podía ver nada más que la

tomaba presa, pues supo, con toda la certeza de la que era capaz que había alguien o algo detrás de ella. Estaba detrás de las sombras, esperando su oportunidad, jugando con ella como un gato con un ratón, burlándose de ella. Era algo aterrador y, a la vez, glorioso, grandioso y terrorífico. Y viejo. Ella se sentía muy atraída hacia ello, pero sabía que no debía acercarse, no debía acercarse, no debía… Se resistió a su atracción, comenzó a retroceder y gritó. —¡No! Sintió que aquello se reía y se hacía más fuerte, de modo que ejercía más presión sobre ella, doblaba su voluntad. —¡No! —gritó ella de nuevo. Se recogió las faldas, se dio vuelta y corrió a lo largo de las calles y los canales huyendo de la implacable fuerza oscura y maligna. Continuó; pasó por el Palacio Ducal, y los fantasmas que se aparecían en sus puentes trataron de agarrarla. Se llevó las manos a las orejas para no escuchar el lamento de sus suspiros, de sus terribles suspiros.

mi sereníssima.

Página

—Sí —llegó un murmullo en el aire—. Eres mía, eres mi amor, mi novia,

269

—¡No! ¡No! ¡No! —gritó

Ella siguió corriendo; el agua, rezumando y viva, comenzó a crecer a todo su alrededor, se desbordó por los canales, inundó las calles, iba detrás de ella, persiguiéndola. —¡Acque alte! —gritó ella. —¡Elizabeth! —¡Acque alte! ¡Acque alte! —Elizabeth —dijo Darcy de nuevo, sacudiéndola—. Elizabeth, despierte. Es un sueño, amor mío, es sólo un sueño. Las aguas lo escucharon y se detuvieron; se retrajeron hacia los canales como serpientes sumisas. Darcy estaba ahí, a su lado, era un pasaje de regreso al mundo real. Estaba inclinado hacia ella y la sacudía suavemente. Su pelo revuelto le caía por los ojos y hasta la tela blanca de su camisa de noche con pechera plisada. Mientras ella salía del extraño mundo de los sueños, él la cargó, se dejó caer en una silla y la acunó con su cuerpo. Ella estaba en su habitación de nuevo; las velas brillaban, el fuego resplandecía y todo estaba a salvo y en serenidad.

—¡Ah, es usted, es usted! —dijo ella con un suspiro de alivio—. Estaba tan

Página

su calor.

270

—Shhh —dijo él para calmarla y se quedó abrazándola y envolviéndola con

asustada… Las calles estaban inundadas, el Palacio Ducal estaba en llamas y usted se me había perdido. Y yo buscaba y buscaba, pero no podía encontrarlo en ningún lado. —Calma, amor mío, no fue nada. Sólo fue un sueño. Ella lo abrazó por el cuello y recargó su mejilla sobre el hombro de él. Su corazón comenzó a tranquilizarse y a normalizar su ritmo. Sobaba su mejilla contra la suave tela de la camisa de noche de él y suspiró varias veces antes de que el resto del sueño fluyera fuera de ella por completo. Luego, volteó a verlo y le sorprendió ver que estaba angustiado. —¿Qué pasa? —preguntó ella mientras acariciaba su mejilla con el dorso de su mano. Ahora que estaba a salvo y que el sueño se había desvanecido, se sintió una tonta por haberse asustado tanto. —Nada —respondió él. Le besó la mano y luego le dio vuelta y le besó la palma y luego, la muñeca—. Es sólo que estoy sorprendido, eso es todo.

—No lo sé —dijo ella—, alguien debió habérmelo dicho; quizás Giuseppe —

Página

llamaron acque alte?

271

¿Cómo supo sobre las inundaciones? ¿Y cómo supo que los venecianos las

pero ella misma sabía que no había tenido ninguna conversación al respecto. —¿Y el fuego? ¿Cómo supo que el Palacio Ducal se incendió? —No lo sabía. Pensé que sólo era mi sueño. ¿De verdad se quemó? —Sí, hace mucho tiempo. Hace siglos. —Entonces alguien debió habérmelo dicho, o quizás lo leí en algún lado. —Sí, quizás —dijo él, pero su ánimo permaneció sombrío. —No fue nada, amor mío —dijo, y ahora era ella quien lo reconfortaba—. Una pesadilla, eso es todo. —Claro —dijo él con una sonrisa distante.

Página

272

Pero la abrazó y no la soltó.

Capítulo 10 Transcrito por Karina27 y Susana Corregido por Mary Ann♥

A

la mañana siguiente hubo un cambio en el clima. La luz solar del verano había desaparecido y en su lugar había una neblina brumosa, espectral. Cuando Elizabeth salió a su

balcón, no vio el glorioso cielo azul y los resplandecientes colores del final del verano, sino el miasma blanco y fantasmal del otoño, que envolvía los palacios y los puentes como una enredadera asfixiante. Las góndolas se vislumbraban por entre la niebla como espectros y aparecían y desaparecían debajo de ella con un aire sepulcral, y el doloroso tañido de la campana del Campanile parecía muy distante. Durante el desayuno, tanto Elizabeth como Darcy estuvieron deprimidos y no comieron en el patio, como lo habían hecho hasta entonces, sino en el comedor, una habitación imponente y formal decorada con frescos clásicos.

Elizabeth hubiera mostrado interés, pero estaba pensando en la cita que

Página

tenía para que le hicieran unas botas. En cualquier otro momento,

273

Darcy comió poco y, en cuanto terminó, se retiró para ir a una cita que

tenía con Sophia en el Venezia Trionfante con un mal presentimiento. Habían acordado encontrarse ahí para platicar sobre el baile pero, con semejante niebla, ella no tenía ningún interés de salir. Se consoló pensando en que quizás la niebla se desvanecería para cuando llegara el momento de salir, pero no fue así. Muy a su pesar, Elizabeth se puso la caperuza, la capucha y los guantes y salió del palazzo con Annie. El patio parecía triste y melancólico por la falta del sol y, por primera vez, ella se dio cuenta de que los escalones se estaban desmoronando y que había lama verde sobre la plataforma de abordaje. Se quedó debajo del peristilo, pues pensó que la góndola no estaba y no se dio cuenta de que la góndola estaba ahí, en su lugar habitual, sino hasta que el gondolero la llamó. Ella tomó su mano y se alegró de que la ayudara. Ahora que la plataforma estaba resbalosa por la humedad y la góndola oscurecida por la niebla, no le pareció cosa fácil abordar la frágil nave. Se sentó y se reclinó sobre los cojines, pero estaban húmedos y fríos, así que volvió a erguirse. Volteó a ver a Annie y ambas,

—¿A dónde va, signora? —preguntó el gondolero

Página

adelante.

274

con el rostro abatido, se ajustaron sus caperuzas y miraron la niebla

—Al Venezia Trionfante —respondió ella. —¿Venezia Trionfante? —preguntó él con el ceño fruncido—. No conozco ese lugar. Se escuchó un grito por entre la niebla cuando otro gondolero lanzó un grito de advertencia y unos segundos después, apareció otra barca. —¡Hey, Carlo! ¿Dónde está el Venezia Trionfante? —gritó su gondolero. Hablaba en italiano, pero Elizabeth descubrió con gusto que podía entenderlo. —¿El Venezia...? No conozco tal lugar —respondió el otro gondolero, recargándose sobre su remo para pensar. —Es un café —dijo Elizabeth. —¡Un café! —gritó su gondolero. —No hay ningún café con ese nombre en Ven... ¡Ah, se refiere al Florian! Desde hace muchos, muchos años no se llama Venezia Trionfante, creo que sólo se llamó así cuando lo abrieron, y eso fue hace ochenta años. Estos ingleses, están locos, no saben nada.

Elizabeth; le agradeció a su compañero y emprendieron de nuevo la

275

partida por entre la arremolinada neblina y hacia las aguas ocultas más

Página

—¡Ah, sí, el Florian; está en la plaza de San Marcos! —gritó el gondolero de

allá. Los edificios aparecían frente a ellos cada vez que la niebla se desvanecía por unos segundos, pero en lugar de ver los colores cálidos y las espléndidas proporciones; Elizabeth veía las esquinas desmoronadas y los ladrillos expuestos en las partes en las que se había caído el yeso. El recubrimiento dorado estaba resquebrajado y se veía poco elegante bajo la luz opaca. También el agua parecía más oscura, más sucia y llena de secretos sombríos. La niebla seguía igual de densa para cuando llegó a la plaza de San Marcos. La gran basílica estaba oculta y también el alto Campanile. No veía el Florian por ningún lado; recorrió cubriéndole la cara hasta que por fin lo encontró. Entró y se sintió reconfortada por la compañía de Annie, pues la gente la miraba con hostilidad y ella se sentía incómoda y fuera de lugar. Cuando se dio cuenta de que Sophia no estaba ahí, se sintió aún peor y decidió quedarse de pie junto a la puerta un momento para determinar qué hacer.

querido que hubiera alguna mujer, porque no había ni una y, aunque

Página

otros con sospecha y los meseros la escudriñaban inexpresivos. Hubiera

276

Los clientes continuaban mirándola, algunos con miradas de evaluación,

Sophia le había dicho que las mujeres eran bienvenidas en el café, todos eran hombres. —Esperaremos un poco —le dijo a Annie, al tiempo que tomaba asiento en mesa un tanto alejada del resto—. Estoy segura de que Sophia llegará pronto. Me temo que llegamos temprano. El mesero llegó y Elizabeth pidió café. En Inglaterra hubiera disfrutado de mirar a las personas que estaban sentadas platicando o de mirar la vida pasar, pero algunos de los que estaban en el café tenían aspecto peligroso y ella mantenía la vista baja, sin querer ver a nadie a los ojos. Miraba su café y lo revolvía con la cuchara de plata. Y luego, por fin escuchó llegar a Sophia. Se sintió aliviada, levantó la mirada y vio que los meseros y muchos de los clientes la saludaban con calidez y, de pronto, el café cobró aspecto más alegre. —Ah, Elizabeth, siento haberla hecho esperar, me retrasé —dijo Sophia—. María y yo fuimos a ver a los enfermos y moribundos para socorrerlos y la niebla nos retrasó durante el regreso. Esta mañana nada se ha movido con

todo es pesadez y duda, y con razón, pues un paso mal dado puede

277

acarrear una desgracia con semejante clima y la ciudad tan llena de

Página

rapidez en Venecia, ni la gente en las calles, ni las góndolas en los canales;

canales. Es el cambio de estación. En el verano tenemos sol, y este año duró bastante, pero ahora, hoy, ya es otoño y la niebla ha descendido como una cubierta sobre nosotros. —¿Es común la niebla aquí? —preguntó Elizabeth. —Sin duda, y el invierno es peor: tenemos nieve. El viento frío desciende de la montaña y los canales se congelan. Pero no importa, estamos en el Trionfante, ¿qué nos importan la niebla o el hielo o la nieve? Espero que no haya tenido problema para encontrarlo. —Al principio sí; mi gondolero tuvo que preguntar dónde estaba el Trionfante. No sabía en dónde encontrarlo hasta que se percató de que ahora se llama Florian —respondió Elizabeth. Sophia hizo una pausa. —¡Ah, sí, Florian; claro! Florian fue el dueño hace muchos años y el café se conoce con ese nombre, lo olvidé. Es un lugar encantador, ¿no es cierto? —Sssssí —dijo Elizabeth. —¿No le gusta? Ah, lo veo en sus ojos, tiene miedo de algunas de las

mostrarle que sabía que semejante pensamiento era ridículo.

Página

—Sí, parece que están conspirando —dijo Elizabeth con una sonrisa para

278

personas que están aquí. Parecen murmurar para ocultarse, ¿cierto?

Pero Sophia tomó sus comentarios con toda seriedad. —Sí, están conspirando: quieren ponerle fin a la intervención francesa; quieren que Venecia vuelva a lo que era antes. ¿Pero cómo podemos recuperar lo que se ha ido? —preguntó ella sombríamente. Elizabeth tenía la sensación de que estaba hablando de algo más personal que el destino de Venecia y no interrumpió sus pensamientos con una respuesta; de hecho, estaba segura de que Sophia no estaba esperándola. —La gloria se ha terminado —continuó Sophia, mirando alrededor del café—. Los buenos días se han ido. No hay lugar en el mundo para nosotros —dijo y volvió repentinamente la mirada hacia Elizabeth—. A menos de que volvamos a tomarlo, y eso derramaría mucha sangre. Hay quienes lo harían, pero yo amo a los seres humanos y no puedo acabar con sus vidas, ni siquiera para restaurar lo que se perdió. Y sin esa crueldad, la gloria se desvanece y la fuerza se pierde. El ánimo de Elizabeth, que de por sí era sombrío, decayó aún más. Algo oscuro acechaba debajo del recubrimiento dorado de la ciudad, y Venecia

pero ahora, en lugar de belleza, veía sólo decadencia. Y también Sophia,

279

que había lucido tan iluminada la noche anterior, ahora parecía agotada y

Página

había perdido su atractivo. No sabía bien cómo o cuándo había sucedido,

su conversación, macabra. Al percibir algo del decaimiento de Elizabeth, Sophia se esforzó por aligerar la conversación y comenzó a hablar sobre el baile. —Usted fue un éxito total anoche. Por todos lados se hablaba de «la novia inglesa». Nosotros, los italianos, somos apasionados del romance, y su matrimonio con Darcy es justo el tipo de cosas que nos gustan: dos personas que se juntan, a pesar del gran abismo que los separa, por el amor que triunfa sobre todo lo demás. Es algo que no sucede con frecuencia y, cuando sucede, lo celebramos, sin importar lo duro que pueda ser el futuro. Todos mencionaron el vestido que usó, lo buen que le quedaba y los sorprendidos que estaban cuando se quitó la máscara. Elizabeth hizo un gran esfuerzo para responder, pero no logró retomar su entusiasmo ni por Venecia ni por el baile, y estuvo agradecida cuando tanto ella como Sophia se terminaron el café, pues era momento de despedirse. Elizabeth y Annie volvieron al palazzo Darcy con el mismo ánimo con el que habían salido.

nubes todavía estaban bajas y había poca luz. Elizabeth subió la escalera

280

de piedra del patio y, al entrar al enorme recibidor, vio que también Darcy

Página

La niebla se había dispersado un poco para cuando llegaron, pero las

ya había vuelto de su cita matinal. —¿Se divirtió? —preguntó él mientras ella entraba—. ¿Sophia charló mucho sobre el baile? —Sí, charló mucho —dijo Elizabeth, haciendo caso omiso de la primera pregunta. Ella pensó en lo distinto que era hablar del baile con Sophia en lugar de platicar sobre los bailes en Meryton con Jane y Charlotte. En Inglaterra hubiera sido placentero revivir casa instante, bueno o malo, y aquí sólo había sido fatigoso. Mientras se quitaba la caperuza, Elizabeth volvió a sentirse lejos de casa. Los paisajes que tanto la habían deleitado apenas unas cuantas semanas antes, ahora eran inquietantemente ajenos y sólo pudo mostrar un poco de entusiasmo cuando Darcy le recordó que irían a una conversazione esa noche. —¿Se siente usted enferma? —preguntó él mirándola con intriga—. No tenemos que ir si se siente mal.

luego estaré de mejor ánimo para divertirme.

Página

cansada, eso es todo. Descansaré durante el mediodía y estoy segura que

281

—No, desde luego que no, estoy perfectamente bien. Estoy un poco

Pero no fue así. Había algo opresivo en el ambiente de la conversazione y el aire estaba viciado. Con un clima más cálido, las ventanas hubieran estado abiertas, pero ahora que el clima había cambiado, las ventanas estaban firmemente cerradas y el bullicio le taladraba los oídos. Vio a Giuseppe, quien le hizo una reverencia desde donde estaba, y vio también a Sophia y a Alfonse, pero había muchas personas a las que no conocía. El sólo pensar en conocer a tanta más gente nueva la intimidaba y, por primera vez en su viaje de bodas, Elizabeth deseó estar en su habitación con las cortinas cerradas. Se retiró a una esquina, en donde Darcy pronto la encontró. De inmediato se dio cuenta de que estaba pálida. Y cundo ella confesó que tenía dolor de cabeza, él dijo: —Hace calor aquí. Le voy a traer algo de tomar. Lo observó abrirse paso entre la gente mientras ella se acomodaba grácilmente sobre un sofá. Por casualidad, uno de los caballeros miró en dirección a donde ella estaba y se acerco de inmediato. —Discúlpeme, signorina, pero me parece que no se encuentra bien.

hablar alegremente.

Página

Ella logró dibujar una especie de sonrisa en su rostro y se esforzó por

282

¿Necesita que le traiga algo?

—No, gracias, estoy perfectamente, se lo aseguro. —No parece. Creo que está abrumada por el calor. Permítame traerle algo refrescante. —Es muy amable de su parte, pero no es necesario; mi esposo ya fue a traerme una bebida. —¿Su esposo? Ah, le suplico me perdone, signora, me toma por sorpresa. Semejante hermosura no debería estar casada, debería ser tan libre como el viento para inspirar a todos los hombres con su belleza. Elizabeth se rio. —¿Se divierte en lugar de sentirse halagada? —preguntó él sorprendió, pero luego bajó las cejas y sonrió—. ¡Pero, claro, es usted inglesa! Son de lo más prosaicas y para nada románticas. —Le aseguro que somos muy románticas, con el hombre correcto. —¿Y su esposo es el hombre correcto? Él es mil veces afortunado. —Debe conocerlo —dijo Elizabeth viendo que Darcy se acercaba a ellos—. Darcy, este caballero se dio cuenta de que yo estaba indispuesta y fue lo

—¿Darcy? —preguntó el caballero sorprendido—. ¿El Darcy de Pemberley,

Página

Tomó la bebida que Darcy le había traído y se la bebió con sorbos cortos.

283

suficientemente amable como para ofrecerse a traerme algo refrescante.

en Derbyshire, Inglaterra? Su acento hacía que los nombres tan conocidos sonaran raros y exóticos y Elizabeth pensó si su país le resultaría tan exótico a los venecianos como esa ciudad le resultaba a ella. —Sí —respondió Darcy. No parecía sorprendido de que incluso aquí su nombre resultara conocido entre los desconocidos. —Pero qué maravilla. Nunca creí que lo conocería y ya ve. Pues tenemos amigos en común, su primo, el coronel Fitzwilliam y yo nos conocemos desde hace muchos años. Permítame presentarme, soy el principe Ficenzi. Elizabeth no sabía cómo debía responder a la presentación, no sabía si debía hacer alguna reverencia especial en reconocimiento de su titulo, pero el propio príncipe le salvó de su ignorancia al decirle: —No, se lo suplico, no se levante; es preciso que se recupere. Felicitó a Elizabeth por su nuevo estatus de esposa y le dijo que el coronel Fitzwilliam le había mencionado la boda, y felicitó a Darcy por su hermosa

—Fue cerca de mi casa, más al sur de Italia, cerca de Roma. Es un lugar

Página

conocido al coronel Fitzwilliam.

284

esposa. Luego habló amenamente sobre la ocasión en la que había

hermoso, mejor que Venecia, creo, aunque no se lo diría a ninguno de mis amigos de aquí. Tenemos la hermosura del mar, pero también otras cosas. Hay agua, que la tienen mis amigos de Venecia, pero también colinas y montañas, que no tienen mis amigos de Venecia. Tenemos senderos en la campiña... ¡Ah! —interrumpió su conversación al ver la reacción de Elizabeth— ¿Le gustan las caminatas por el campo? — Sí. En ese momento, el pensamiento de una caminata en la campiña le pareció extraordinario y extrañó aún más su casa. —Entonces, les suplico que me visiten —dijo él—. Tengo una villa allá y ahora todo está muy hermoso. Mi jardín es uno de los mejores de Italia. Las estaciones son más amables con nosotros, cerca de Roma, que con Venecia. No tenemos vientos tan fríos ni niebla, ni la nieve del invierno. Nuestras flores todavía están floreciendo y llenan el aire con su aroma; no como aquí, en donde el aire no es tan bueno. Los canales son intrigantes, pero el olor no siempre es de lo mejor —dijo, haciendo una cara cómica—.

No podía haber dicho nada más calculado para atraer a Elizabeth.

Página

Hogareño.

285

Creo que les gustará el campo. Es magnífico y... ¿cómo dicen los ingleses?

—Me enteraría ir, ¿sí...? —dijo ella y volteó a ver Darcy. —Entonces está hecho —dijo el príncipe con una reverencia galante—; pues, ¿quién puede negársele a una dama? Por lo menos, Darcy no; así que pronto se hicieron los arreglos para el viaje. Elizabeth no supo si fue la bebida refrescante o la sola idea de dejar Venecia, pero su dolor de cabeza simplemente había desaparecido cuando el príncipe los dejó para ir a reunirse con los demás invitados, y ella se dio cuenta de que ya se sentía mejor para tomar parte en las conversaciones y mostrar interés en la vida de los demás invitados, lo que le hubiera sido imposible media hora antes.

*****

El palazzo estuvo lleno del alboroto propio de los preparativos previos a la partida. La habitación de Elizabeth estaba llena de cajas y mientras Annie

dentro de su escritorio de viaje. Abajo, Darcy se aseguraba de que los

286

preparativos para el viaje se estuvieran llevando a cabo a su entera

Página

empacaba la ropa, Elizabeth reunió su papel, tinta y pluma y las puso

satisfacción y, por fin, estuvieron listos para partir. Al abordar la góndola por última vez, Elizabeth pensó en lo contenta que había estado al llegar, pero también en lo contenta que estaba de partir. El carro de los Darcy había sido enviado a Italia por mar y los estaba esperando fuera de la ciudad. El verlo fue muy gratificante para Elizabeth. Ahí estaba, con su exterior negro pulido, sus faroles encendidos y sus cuatro caballos. Cuando vio a los caballos, se percató de lo mucho que los había extrañado. Los caballos eran parte de su vida diaria en Hertfordshire, a pesar de que ella eligiera no montar. Se usaban para arrastrar los arados en las granjas, sus amigos y vecinos los montaban para llevar a cabo sus rutinas diarias o los usaban para jalar sus carruajes y los oficiales mostraban orgullosos el paso de sus animales. En Venecia no había visto ni uno sólo y había extrañado verlos, olerlos y escuchar tanto sus conocidos resoplidos como el reconfortante sonido de sus patas sobre los caminos. En cuanto cargaron las cajas, Darcy ayudó a Elizabeth a entrar. Ella se

persianas de las ventanillas hasta los aros de las correas colgantes, con el

Página

olor de la piel y miró todos los detalles conocidos, desde la seda de las

287

acomodó gustosa en el asiento con vista al frente, inhaló el reconfortante

placer de quien se reencuentra con viejos amigos. El conductor chasqueó a los caballos y el carro comenzó a moverse en dirección al sur. Detrás de él, comenzaron a moverse también el carro donde venían el criado de Darcy, Annie y muchas cajas y el resto de la comitiva. Poco a poco, el clima fue volviéndose más cálido y la vista desde la ventanilla era la de una campiña suave y ondulada. Luego de ver tantos edificios, plazas, calles y canales, qué bien le caía esta vista a Elizabeth. Los olivos y los árboles de cítricos, algunos de ellos con las últimas frutas sobre sus ramas, eran el recordatorio de un ritmo de vida más pausado, y el panorama era más amplio y distante. El horizonte ya no estaba a unos cuantos metros de ella, sino a kilómetros de distancia, pasando por acres de onduladas colinas y valles. —Supongo que ha estado en Roma antes —dijo Elizabeth. Su ánimo se había mejorado desde que salieron de Venecia y también Darcy parecía estar de buen humor. —Sí.

—Quizás vayamos un día —dijo ella.

Página

—A China —respondió y luego añadió—, todavía.

288

—¿Hay algún lugar al que no haya ido? —preguntó ella en tono juguetón.

—¿Le gustaría? —Creo que, por el momento, estoy bien con Europa. Tiene suficientes cosas nuevas que ver, quizás incluso demasiadas. Me alegra estar en el campo otra vez. —¿Le gustaría cabalgar? —preguntó él. La yegua de Elizabeth había hecho el viaje con el carro Darcy y ahora estaba trotando detrás de ellos junto al propio caballo de Darcy. —Sí, creo que me gustaría. Darcy tocó en el techo del carruaje y comenzaron a descender la velocidad hasta detenerse por completo. —Debí haberme puesto mi traje —dijo Elizabeth mientras él la ayudaba a salir. —Aquí no hay nadie que la vea, sólo yo, y yo no puedo criticar su apariencia —dijo él con una sonrisa. Las riendas de su yegua estaban apersogadas en la parte trasera del carro, al igual que las del caballo de Darcy; él la ayudó a montarse y luego montó

cuando podían, disfrutando de la frescura del viento.

Página

dentro del camino cuando estaba bordeado por muros y sobre el campo

289

él. El coche emprendió su marcha de nuevo y ellos a su lado, cabalgando

Cabalgaron intermitentemente durante su viaje al sur: volvían al carruaje cuando Elizabeth estaba cansada o cuando la lluvia hacía desagradable la cabalgata y estaban cada vez más cerca de Roma. Pasaron un bosque de pinos que llenaba el aire con un aroma limpio y dulce y más allá del bosque pudieron ver el mar Mediterráneo. Sus aguas eran de un azul radiante y cambiaban de tono en donde se volvían más profundas y donde se encontraban con el horizonte celeste. Al conductor le habían dado instrucciones para llegar a la villa, pero aun así, tuvo que detenerse varias veces para pedir referencias. El príncipe la llamaba villa y Elizabeth no sabía si se encontrarían con la pequeña residencia de un caballero o con una gran propiedad. Por fin la vieron en la distancia, tenía tres pisos, pero daba la impresión de ser un edificio bajo porque era muy extensa. Era una construcción simétrica, con ventanas altas en forma de arco y balcones que adornaban la fachada. Cuando pasaron la entrada principal se encontraron con elegantes jardines. A cada lado del impresionante camino había arriates de flores

no noviembre. En conjunto, la vista era un aluvión de colores rosa, rojo y

Página

cubiertos de flores que florecían tan profusamente como si fuera agosto y

290

dispuestos en rectángulos y cuadrados, bordeados con cercas bajas y

naranja, con un fondo salpicado de verde. Los arriates de flores estaban divididos con senderos de grava para pasear y había fuentes en donde los senderos se entrecruzaban. Estaban adornadas con estatuas de figuras míticas, sirenas, grifos y sátiros, que arrojaban agua al aire. Las caras de las estatuas estaban mirando hacia arriba, de dónde salía el chorro de agua, y parecían observarlo justo mientras colgaba en su exuberante ápice antes de descender como una lluvia de diamantes brillantes que centelleaban y destellaban por la luz del sol. —Nunca pensé que existiera algo así —dijo Elizabeth mientras bajaba la ventanilla para ver mejor—. En noviembre del año pasado estaba viendo la lluvia en Hertfordshire y ahora, estoy aquí, en medio de toda esta belleza, y en la misma temporada del año. Darcy sonrió plenamente. Era evidente la alegría que le provocaba el deleite de ella y esa alegría llenaba el carruaje con su energía, como los efectos posteriores de una tormenta de rayos.

tormenta. Los sueños oscuros se habían quedado atrás y unas cuantas

291

semanas de diversión despreocupada en la villa eran justo lo que

Página

Y de hecho, Elizabeth se sentía como si hubiera sobrevivido a una

necesitaba. Las ruedas del carruaje crujían sobre el camino de grava que los llevaba cada vez más cerca de la villa. Cuando Elizabeth logró apartar su mirada de los jardines, prestó atención a la villa. La entrada estaba en el primer piso y se accedía a ella por medio de dos escalinatas, una que subía desde el este y otra desde el oeste, y se encontraban en una terraza en el medio. El carruaje se detuvo y lacayos en librea se desbordaron escalera abajo para formar una avenida viviente de color púrpura y dorado, por la cual apareció el príncipe. Estaba vestido con telas de oro y se veía cómodo entre todos los esplendores de su casa; les dio una cálida bienvenida, sin ostentaciones, y los condujo arriba por la escalinata oriental hacia la puerta principal. Cuando llegaron a la terraza, Elizabeth vio que el techo estaba sostenido por columnas de mármol, entrelazadas por sirenas esculpidas y recordó su primera visita a Rosings, con sus muchos esplendores; pero Rosings parecía palidecer ante esta villa, y entonces imaginó la opinión que la villa

número de ventanas y haciendo un recuento de lo que debía haber costado

Página

hablándole sobre el peso de las columnas, el tamaño de las esculturas, el

292

le merecería al señor Collins. Se lo imaginó caminando adelante de ella

el encristalado. —Algo la ha hecho sonreír —dijo el príncipe. —No, no es nada; bueno sí. Tengo una amiga casada con un hombre al que le impresionan las casas grandes. Y simplemente estaba imaginando cómo reaccionaría ante su villa. —Ah, sí, también tenemos ese tipo de personas en Italia. ¿Usted no está impresionada? —Sí, lo estoy —dijo Elizabeth mirando a su alrededor mientras entraban al recibidor y admirando los frescos, las estatuas de mármol y las pinturas—. Es una casa verdaderamente extraordinaria y muy hermosa. —Pero usted no la admira tan verbalmente como su amigo; ni tan obsequiosamente. Había buen humor en su voz. —No —admitió ella y pensó: sería imposible. —Además, usted también tiene una casa hermosa. Me han dicho que Pemberley es muy elegante.

Aunque, claro, deben haberla visitado antes de su boda, desde luego.

Página

—¿Tan pronto? ¿Cómo puede ser?, pensé que estaban en su viaje de bodas.

293

—Sí, lo es —dijo Elizabeth y miró a Darcy—, y está llena de recuerdos.

—Elizabeth iba con sus tíos —dijo Darcy—, no muy seguido pero son días que jamás vamos a olvidar. Elizabeth le sonrió y compartieron un momento privado mientras recordaron la ocasión en que se habían encontrado ahí inesperadamente. Había sido un momento lleno de incomodidad y vergüenza pero, justamente por ello, exquisito y lleno de nerviosismo y esperanza. —Les suplico que disfruten de la villa tanto como si fuera su propia casa —dijo el príncipe—. Hay una biblioteca y una sala de música y pueden hacer uso de ellas siempre que lo deseen. Encontraran mucha compañía en la villa; tengo muchos invitados y creo que les resultarán agradables y divertidos. También van a encontrarse con más ingleses aquí, al igual que con gente de toda Europa e incluso de más lejos. Luego de haberlos hechos sentir enteramente bienvenidos, los dejó con el ama de llaves, quien inclinó la cabeza respetuosamente ante ellos y luego los condujo a su departamento. Las habitaciones eran elegantes y frescas, con muebles de mármol y enormes espejos de adorno en todas las paredes.

Se encontró con los otros invitados, con Darcy y con el príncipe en el

Página

antes de volver a bajar.

294

Elizabeth vio que su vestido estaba desacomodado, así que se lo arregló

jardín. Había pasado el calor del día y había una brisa refrescante que hacía que caminar fuera un deleite. Muy pronto, Elizabeth se sintió como en casa. El príncipe le dio una copa de vino que tomó de la charola de uno de los lacayos que recorrían la propiedad con bebidas refrescantes y la presentó con una serie de invitados ingleses, varios de los cuales conocían Hertfordshire. Para su sorpresa, uno de ellos, sir Edward Bartholomew, conocía a sir William Lucas, pues les habían conferido el título al mismo tiempo. —Lo recuerdo bien —dijo él—. Estas piernas se arrodillaron frente al Rey, y estos hombros sintieron el contacto de su espada cuando me nombró sir Edward Bartholomew. El momento en que me invistieron con mi insignia ha sido el mayor orgullo en mi vida. Yo no era más que un humilde tendero hasta el momento en que recibí el nombramiento de caballero, señora Darcy, nunca creí elevarme a semejante altura. —Pero todos lo sabíamos —dijo su esposa con lealtad y, volteando hacia Elizabeth dijo—; sir Edward ha hecho una gran contribución a nuestro

—Sir William Lucas siente lo mismo que yo, que es un honor servir a

Página

Sir Edward sonrió con modestia y dijo que no había sido nada y añadió:

295

distrito, y su alcaldía fue ejemplar. Todo el mundo opinaba lo mismo.

nuestra nación y que se nos recompensa ampliamente con este reconocimiento a nuestro servicio. Espero que su familia esté bien, ¿cómo están su esposa y sus encantadoras hijas? —Los conocimos en Londres —explicó la señora Bartholomew—, o por lo menos, a los hijos más grandes. Los otros no estaban, porque eran demasiado pequeños para comprender el honor que se le confería a su padre. —Sí, todos están bien —respondió Elizabeth, luego de darle un sorbo a su vino—. La mayor de sus hijas, Charlotte, está casada. Se casó con un conocido mío, un tal señor Collins, que es pastor en Kent. Lady Bartholomew pareció sorprendida, pero pronto ocultó su sorpresa y dijo: —Me da mucho gusto saberlo. Era una joven sensata y agradable. Espero que no se haya establecido lejos de su casa. —Mi esposo cree que es una distancia corta, pero a mí no me lo parece, pues está a unos ochenta kilómetros —dijo Elizabeth.

—¡Ay, cómo añoro los buenos caminos! —dijo otra mujer inglesa, la señora

296

Prestin—. Tenemos la impresión de que todos nuestros viajes han sido

Página

—Un poco más de medio día de viaje si hay buenos caminos —dijo Darcy.

traqueteados desde que salimos de Inglaterra. Los otros invitados se unieron a la conversación, los franceses e italianos declararon que viajar era más fácil en sus países que en ningún otro lado y uno, un tal monsieur Repar, afirmó con buen humor que su carruaje se había volcado tres veces durante su viaje por Inglaterra. —Es bueno escucharla reír —dijo el príncipe acercándose a Elizabeth—. Sabía que le agradaría mi casa. Me honra tenerla aquí, y a su esposo; me agradan mucho los ingleses y cualquier amigo del coronel Fitzwilliam es bienvenido aquí. Elizabeth sintió que su ánimo revivía en el aire suave y cálido. Ella y Darcy aprovecharon una pausa en la conversación para alejarse de los otros invitados y caminar solos por los jardines, en donde la blancura de los enarenados contrarrestaba con el color escarlata de las flores y con el azul del mar. —¿Contenta? —preguntó Darcy. —Sí, mucho —respondió Lizzy tomándolo del brazo.

lejos otra vez, así que aprovechemos mientras estemos aquí.

Página

—Sí, así fue, pero ahora me siento mejor. No creo que volvamos a venir tan

297

—Cuando estábamos en Venecia pensé que quería irse a casa.

Elizabeth intentó dejar su copa en la charola de uno de los lacayos que pasó al lado de ellos, pero en el último momento, el lacayo se dio la vuelta y la copa cayó al suelo y se rompió. Elizabeth soltó una exclamación de disgusto y se agachó a recoger la copa antes de que alguno de los otros invitados la pisara —¡No! —le gritó Darcy, que se había agachado al mismo tiempo que ella, con una rapidez inexplicable. Le agarró la mano, e intentó impedírselo, pero al hacerlo, uno de los dedos de ella se pinchó con la punta del cristal roto y de la herida brotó un chorro de sangre color escarlata luminoso. Ella sintió que una energía terrible emanaba de él y lo vio temblando—. ¡Vaya inmediatamente adentro! —dijo él mientras se ponía de pie y se alejaba de ella—. Que su doncella le atienda la herida. ¡Ya! —No es nada —dijo ella perpleja mientras se reincorporaba —Sólo permítame usar su pañuelo, eso es todo lo que necesito. —Venga —le dijo lady Bartholomew, que había visto el accidente y se había acercado a ayudar—. Su esposo tiene razón. En este clima caliente,

no toleran ver sangre; por lo general son muy delicados. Agrade a su

Página

una voz más queda, le dijo—: Casi siempre pasa esto, muchos caballeros

298

cualquier herida, sin importar lo pequeño que sea puede infectarse —y en

esposo en esto, no querrá parecer débil frente a los otros invitados. Elizabeth le permitió a la señora Bartholomew guiarla, pero cuando entró a la villa, sintió una sensación de agitación e intranquilidad, la mirada en los

Página

299

ojos de Darcy no había sido delicada, había sido voraz.

Capítulo 11 Transcrito por Skye Corregido por Mary Ann♥

M

i queridísima Jane: Ahora estamos en el sur de Italia, cerca de Roma, y el clima es tan cálido que hoy ni siquiera tuve que usar mi chal para salir. Tú, supongo, estás envuelta en tu pelliza y

caperuza. Aquí los días son largos y se pasan lentamente. Hay bailes improvisados casi todas las noches, y si no estamos bailando, estamos jugando cartas o backgammon y, si no, entonces tocamos el piano y cantamos. Durante el día, caminamos por los jardines. Justamente estoy por salir a jugar una partida de croquet. ¡Me estoy volviendo una experta! Darcy sigue siendo un enigma. Cuando me mira, unas veces tengo una fuerte sensación de expectativa, pero otras, me lleno de una inquietud

Página

casa. Todavía no me he cansado de Italia. Y, por ahora, adieu.

300

inexplicable. Quisiera poder hablar contigo y, sin embargo, no deseo volver a

El juego de croquet estaba por comenzar cuando Elizabeth se unió al resto de su grupo en los prados detrás de la villa. Sir Edward y lady Bartholomew estaban ahí, al igual que monsieur Repar, la señora Prestin y Darcy, cuya mirada seguía siendo voraz. —¡Ahí está, señora Darcy! Llega justo a tiempo para darnos cuerda —dijo sir Edward con jovialidad. Elizabeth hizo su tiro y pasó la pelota limpiamente por en medio del aro. A ella le siguieron lady Bartholomew y la señora Prestin. Los caballeros elogiaron sus tiros y luego hicieron los suyos. Había una rivalidad amigable entre sir Edward y monsieur Repar, quien sonrió ampliamente cuando sir Edward hizo un mal tiro, pero sólo para recibir lo mismo de parte de su contrincante cuando él mismo hizo un tiro demasiado abierto y provocó una risa amigable en sir Edward. Darcy jugó bien, pero fue lady Bartholomew quien los superó. Todos los tiros que hizo fueron limpios: la pelota iba a donde tenía que llegar, no demasiado lejos, sino sólo lo suficiente y navegaba por entre los aros

Estaba a punto de hacer su último tiro, lo que la haría ganar el juego,

301

cuando, de la nada, aparecieron nubes en el cielo y se hizo presente una

Página

rodando suavemente sobre el pasto.

tormenta. El día se oscureció y la luz se volvió morada. La única nube que había, pasó de ser un ligero bollo luminoso a una masa oscura e hinchada que pulsaba como si fuera un moretón vivo. —Pobre hombre, no le tocó ver el lugar en su mejor momento —dijo sir Edward al ver que un carro se detenía frente a la entrada de la villa y arrojaba a un nuevo visitante—. Difícilmente se ve nada con esta luz. Lady Bartholomew hizo su último tiro y ganó el juego justo a tiempo, pues un fuerte viento sacudió los vestidos de las damas a la altura de sus tobillos y luego comenzó a llover. Todos corrieron hacia adentro, pero para cuando llegaron al recibidor a refugiarse, ya estaban empapados. El grupo se dispersó; los caballeros acordaron que, una vez estuvieran secos, se reunirían a jugar una partida de billar y las damas anunciaron su intención de escribir cartas y de ocuparse en sus propias habitaciones. Cuando Elizabeth estuvo lista, decidió retirarse a la biblioteca, en donde esperaba encontrar algo en inglés que pudiera leer con el propósito de pasar el tiempo mientras llegaba la hora de la cena. Había visitado la

de las ventanas altas, era muy difícil ver, pues afuera estaba casi tan

Página

muy grande, tenía techos altos y estaba llena de libros. Pero hoy, a pesar

302

biblioteca poco después de haber llegado a la villa y era impresionante. Era

oscuro como si fuera de noche, tanto, que era casi indispensable una vela; pero prefirió no encender velas, pues consideraba que era demasiado temprano para hacerlo. Los libros estaban encuadernados en piel y tenían un exquisito trabajo de labrado sobre sus pastas. Los títulos y los nombres de los autores estaban escritos en inscripciones doradas y con caligrafía florida. Elizabeth pensó en la biblioteca de Longbourn, con sus libros desgastados por el uso, y pensó en cuánto le agradaría a su padre la colección del príncipe. Mientras se paseaba por la habitación, inclinó la cabeza para leer mejor los títulos, a pesar de que la mayoría estaban en italiano y eran incomprensibles para ella. Pero por aquí y por allá reconocía algunos libros ingleses: Tom Jones, Robinson Crusoe y las obras de Shakespeare. Se sintió curiosamente atraída hacia una esquina, en donde había mayor densidad de libros y un libro en particular le llamó la atención. Lo sacó y lo miró. Estaba encuadernado en piel vieja de color rojo profundo y con caligrafía dorada, pero había sido hojeado tantas veces, que su

Al abrir el libro, vio que había sido publicado en 1572, en Colonia, y que se

Página

título: Civitates Orbis Terrarum.

303

cubierta comenzaba a escamarse; pero, de cualquier forma, se podía ver el

trataba de un libro de grabados. Contenía mapas, perspectivas y vistas aéreas de varias ciudades del mundo. También aparecían personas en los grabados, estaban ataviadas a la moda del siglo XVI: las mujeres con vestidos largos flotando hacia dentro de los carruajes detrás de ellas y los hombres con capas cortas. Era fascinante ver las vistas de varias ciudades en tiempos pasados y, conforme daba vuelta a las páginas, se dio cuenta de que había imágenes de lugares que conocía. Inmediatamente reconoció las imágenes de Venecia, que mostraban San Marcos y el Palacio Ducal; y al ver esta última, se sintió sobrecogida por el miedo, pues el Palacio Ducal estaba en llamas. Era el fuego que había visto en su sueño, y si ya entonces la había asustado, ahora se asustó tanto que quiso soltar el libro, pero de alguna manera, el libro parecía estar atorado entre sus dedos y ella se sentía obligada a ver la imagen. «Debo haber visto este grabado antes, en algún lado, y debe ser por eso que vi esa imagen en mi sueño. Debe ser un recuerdo».

pues la vista en el Civitates presentaba la imagen del palacio ardiente

Página

ya lo hubiera visto, el libro no podía ser la fuente de la imagen de su sueño,

304

Pero estaba segura de que no había visto ese libro antes y de que, aunque

desde el canal, y en su sueño ella lo había visto desde el otro lado. «No lo soñé», pensó Elizabeth horrorizada, «estuve ahí, en el pasado». Tiró el libro, los dedos se le habían entumecido y simplemente lo dejó caer. Y, a pesar del enorme valor y la antigüedad del libro, Elizabeth no sintió más que un ligero alivio cuando vio que el libro no cayó al suelo, sino que aterrizó sobre otras manos, las de uno de los invitados del príncipe que había entrado a la biblioteca y había impedido que el libro se azotara contra el suelo. —Señorita —dijo él preocupado—, está tan blanca como los fantasmas. ¿Se siente mal? Ella volteó a verlo y le costó trabajo distinguir los rasgos de su rostro, pues parecía eterno: no tenía arrugas, pero daba la sensación de ser muy viejo y tenía una expresión comprensiva y, a la vez, diabólica. El hombre flotaba alrededor de ella en una especie de burla silenciosa y su comportamiento era completamente contrario a sus palabras, de modo que ella se sintió muy extraña.

pasó por sobre su propio brazo diciéndole:

Página

Ella no respondió, sólo lo miraba. Entonces él tomó el brazo de ella y lo

305

—Tenga —dijo él al tiempo que le ofreció su brazo.

—Permítame acompañarla a un asiento. Cuando él la tocó, ella sintió que su voluntad se alteraba: fluía en dirección a él y se fundía con la suya mientras se desplazaban hacia uno de los asientos junto a la ventana. Estaba hechizada por él, sentía su cuerpo ligero y etéreo y sus pensamientos sin nada de claridad, como si su mente estuviera llena de niebla. Y luego se sintió aún más extraña cuando la biblioteca comenzó a distorsionarse y a cambiar cual si se tratara de un cuadro mojado por la lluvia: el tapiz verde comenzó a derretirse y a escurrirse por las paredes mientras un color ocre oscuro descendía en grandes gotas para remplazarlo. También las cortinas estaban cambiando, su terciopelo verde oscuro se deslavó y fue sustituido por ríos de seda dorada. Aparecieron imágenes y desaparecieron los espejos y, sobre el suelo, las patas de las consolas comenzaron a estrecharse y de sus superficies fluía el mármol; los floreros fueron remplazados por piezas de porcelana y relojes de bronce. La alfombra cedía el paso a tarimas pulidas y el ambiente se llenó con el

murmuraba frases en un lenguaje ininteligible.

Página

bailaba con ella al son de un vals por todo el salón, mientras le

306

sonido de risas sobrenaturales. Él la tenía apresada en sus brazos y

—No me siento muy bien —dijo Elizabeth; su corazón latía de forma extraña y su mente intentaba asirse a la realidad. —¿No? —preguntó él—. A mí me parece que usted está muy bien. Caras desconocidas la miraban fijamente, pues también el salón se había llenado de gente que reía, charlaba y la examinaba por entre los orificios de sus máscaras. Elizabeth se llevó la mano a la cabeza, pues la sentía palpitar, y luego, entre toda esa confusión, escuchó una voz conocida; era Darcy. —No es nada, no tema; la dama no se siente bien, eso es todo y yo estoy cuidando de ella. Por favor, no se detenga por nosotros —dijo el caballero dirigiéndose a Darcy. Elizabeth quería decirle: «No, no quiero que me cuide, quiero estar con mi esposo». Pero no emitió ni una sola palabra. Entonces miró a Darcy con ojos suplicantes y le pareció que estaba inmensamente lejos de él y como si lo estuviera mirando a través de un vidrio que distorsionaba su imagen. Pero las palabras de él fueron claras.

«Apetezco la suya», pensó Elizabeth. «Debió haber dicho “Apetezco la suya”».

Página

—¿No? Pero yo sí la apetezco.

307

—Ella no apetece su compañía —le dijo al hombre.

—Déjela ir —dijo Darcy en tono amenazante. —¿Por qué? —preguntó el caballero. —Porque es mía —respondió Darcy. No fue sino hasta entonces que el caballero volvió su mirada hacia Darcy y lo mismo hicieron los ojos de Elizabeth. Y en ese momento, vio algo que hizo que su corazón retumbara sobre su caja torácica y se colapso. Presenció algo tan impactante y tan terrorífico que el suelo subió hasta ella al tiempo que todo se fundió en oscuridad.

*****

Cuando volvió en sí, estaba en su cama y su doncella le estaba refrescando la frente con una esponja mojada en agua fresca y aromatizada. —¿Qué pasó? ¿En dónde estoy? —preguntó Elizabeth, mirando alrededor de la habitación sin reconocerla.

—Pero nunca me desmayo —dijo Elizabeth esforzándose por levantarse.

Página

Se desmayó, eso es todo —dijo Annie.

308

—Está a salvo, señora, está en su propia habitación en la villa del príncipe.

—Recuéstese —dijo Annie al tiempo que la detuvo por el hombro con presión suave pero firme. Elizabeth, al ver que la habitación empezaba a dar vueltas, no tuvo más alternativa que obedecer. Al recostarse, se dio cuenta de que llevaba puesto el mismo vestido, pero que le habían aflojado el corsé para que no le constriñera la respiración y trató de recordar exactamente lo que había sucedido: estaban jugando al croquet, cayó una tormenta, se fue a la biblioteca y luego… No se acordaba de nada más. —Fue el clima —dijo Annie—. Cuando las nubes se hincharon, el aire se volvió sofocante. Es una suerte que nadie más se haya desmayado. —Sí, supongo que sí —dijo Elizabeth—. Sólo que estoy segura de que algo pasó… Se esforzó por traer a su memoria el recuerdo, pero se había ido. Esperó hasta sentirse un poco más recuperada; luego, volvió a tratar de incorporarse y consiguió sentarse. Si bien la habitación había dejado de dar vueltas, todavía le costaba trabajo respirar libremente y al mirar

extraño debajo de ese cielo oscuro, los colores parecían transformados y la

Página

bajas, de modo que atrapaban el calor como una manta. El paisaje se veía

309

afuera por la ventana descubrió por qué. El cielo estaba oscuro y las nubes

luz innatural. Annie seguía enjuagándole la frente, pero el agua, que al principio estaba fresca, ahora estaba desagradablemente tibia, así que, irritada, Elizabeth le empujó la mano para que dejara de hacerlo. —Voy a buscar agua fresca —dijo Annie. Salió y cuando la puerta se cerró detrás de ella, Elizabeth se sentó a la orilla de la cama y se columpió las piernas. Permaneció así durante unos minutos con el propósito de asegurarse de que ya no se sentía débil; luego, se puso de pie y caminó alrededor de la habitación, pero estaba muy intranquila y no lograba calmarse. Cuando la puerta volvió a abrirse, Elizabeth estaba por pedirle a Annie que se retirara, pero al volver la vista, vio que no era ella sino Darcy, con una expresión atormentada en el rostro. Levantó la mano en dirección a él, con la intención de recibir consuelo y seguridad cuando él le tomara la mano, pero él no respondió a su gesto y tampoco hizo ningún ademan de entrar en la habitación. Simplemente se quedó en la puerta mirándola.

—¿No se acuerda de lo que sucedió?

Página

—¿Acordarme de qué? —preguntó ella deteniendo su incesante andar.

310

—¿No se acuerda, verdad? —le preguntó.

—No —respondió ella—. Pero Annie me dijo que me desmaye por el calor. —El calor. Su voz sonaba rara y Elizabeth se sintió muy lejos de él, a pesar de que no había más de tres o cuatro metros de distancia entre ellos. Todos los incidentes que habían complicado y perturbado las últimas semanas, además de la nostalgia de estar tan apartada de su ambiente familiar y el pesar de la desavenencia con Darcy, y es que era imposible seguir pretendiendo que no había desavenencias entre ellos, así como la conmoción y el llanto que todo lo anterior le provocaba, amenazaron con ocasionarle una recaída. Dejó caer la mano y se sentó a la orilla de la cama. Se había repetido mil veces a sí misma que sólo era cuestión de tiempo antes de que las cosas estuvieran bien entre ellos. Había inventado innumerables razones para justificar el hecho de que él no fuera a su habitación, pero ya no podía continuar engañándose. Él simplemente no quería estar con ella. Había confundido sus sentimientos y ahora era preciso que enfrentaran

—Sí.

Página

—¿Todavía se siente mal? —le preguntó mirándola con preocupación.

311

las consecuencias.

—Elizabeth, fue una mañana desagradable, pero… —No tiene nada que ver con la mañana —dijo ella—. Tiene que ver con nosotros. Nunca debimos casarnos. Él se quedó pasmado. —He tratado de hacerme creer usted no me busca porque me está dando tiempo para adaptarme a nuestra nueva vida juntos y que ya pronto lo hará, pero no puedo seguir engañándome. Ahora sé que nunca debimos habernos casado. No me voy a quedar aquí para avergonzarlo y para afligirme aún más —pensó el Longbourn y una oleada de melancolía la anegó. Hubiera querido estar entre su gente—. En cuanto me sienta lo suficientemente bien, voy a hacer mis maletas y me iré de regreso a Inglaterra. —No, no puede irse, se lo prohíbo —dijo él y entró con grandes pasos a la habitación, pero antes de llegar hasta donde ella estaba se detuvo. Su rostro estaba desgarrado por el dolor. —No hay nada que hacer —dijo ella—. Esto no es un matrimonio. No soy

Darcy palideció; era evidente que estaba procurando contener una

312

emoción demasiado fuerte para mantener la compostura; pero le fue

Página

su esposa.

imposible y, presa de la conmoción, dijo: —No puedo tocarla, hay cosas de mí que usted desconoce… —¡Entonces dígamelas! —gritó ella mientras saltaba fuera de la cama—. Eso es lo que hacen los hombres y las mujeres cuando están enamorados: hablarse. Comparten sus pensamientos y sentimientos; comparten sus problemas; comparten sus secretos; comparten todo —ella se detuvo y suspiró, esforzándose por dominar su abrumadora emoción y luego de una pausa, un poco más tranquila, continuó—: ¿No va a decirme qué es lo que le preocupa? Estamos casados, Darcy. Hicimos un juramento para amarnos en los buenos tiempos y en los malos, en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad o en la salud. Esas palabras significan algo: significan que estamos juntos incluso en los momentos más difíciles y que compartimos nuestros problemas al igual que nuestras alegrías. No hay nada que no podamos enfrentar juntos. Él seguía pálido. —No puedo compartir esto con usted —dijo él.

—Entonces, ¿qué es? —gritó ella.

Página

—No es eso.

313

—¿Por qué no? ¿No confía en mí? —le preguntó.

Él sacudió la cabeza como si lo estuvieran acicateando más allá de lo que podía soportar y dijo: —Es por su propio bien. —¿Cómo puede ser por mi propio bien? —gritó ella sorprendida—. Cualquiera que sea su secreto, no puede ser peor que el dolor que siento en este momento. Él se sobresaltó, pero luego soltó un grito y dijo: —Si se lo digo, entonces no hay marcha atrás. Una vez que lo sepa no podrá hacer de cuenta que no lo sabe; y va a ser demasiado tarde cuando decida que era más feliz antes de saberlo. —Pues si no me lo dice, no tenemos ninguna esperanza de que esto funcione —dijo ella dejando caer sus hombros. —No diga eso. —¿Qué más se puede decir? La expresión de él sufrió un ligero cambio y ella pensó que lo estaba convenciendo. Así que, de nuevo, extendió la mano hacia él, que estuvo a

—¡No puedo! Pero tampoco puedo seguir así —dijo él en agonía—. Tengo

Página

luego los retractó.

314

punto de tomarle la mano, extendió los dedos en dirección a ella, pero

que pensar. Y caminó con grandes pasos hacia la puerta. Ella tuvo la horrible sensación de que si lo dejaba ir no volvería a verlo.

Página

315

—¡Darcy! —gritó, pero era demasiado tarde, él ya se había ido.

Capítulo 12 Transcrito por Darkiel Corregido por patite cour

P

ronto Annie regreso con un tazón de agua fresca y volvió a refrescar con una esponja la frente de Elizabeth. Pero ella no sentía nada más que el vacío de su propio corazón. Cuando

Annie terminó, Elizabeth se puso de pie y fue al escritorio para terminar la carta que había empezado para Jane.

Ya no puedo seguir ocultándote el verdadero estado de las cosas, pues ya también es imposible ocultármelo a mí misma. Mi esposo no me ama. Me he esforzado por creer que no es así, pero no puedo seguir negándolo. Cuando me casé con mi querido Darcy, nunca pensé que regresaría sola a casa unos meses después de mi boda, pero ya no veo otra alternativa. No puedo estar con él, pues me rechaza constantemente. No sé qué le voy a decir a papá, y

afecto es siendo la señora de Pemberley y sin ello, creo que no me querrá de

316

nuevo en casa. Temo sus exhortaciones constantes, pero contigo, mi querida

Página

con mamá será incluso peor. Pienso que la única forma de ganarme su

Jane, sé que contigo habrá consuelo. Te visitaré todos los días en Netherfield. O, bueno, no todos los días, para darles a ti y a Bingley tiempo para estar a solas. Qué maravilloso debe ser que tu esposo te ame. Escríbeme, Jane, no he recibido ni una sola carta desde que salí de Inglaterra y, aunque quizás ya no me encuentre aquí, sería una bendición para mí recibirla. Escuchar el sonido de tu voz, aunque sea por escrito, me resultaría enormemente reconfortante. Y de verdad necesito sentirme reconfortada. ¿Cómo voy a vivir sin él? ¿Y será posible siquiera que lo intente? Es un escándalo que una mujer casada deje a su esposo y, sin embargo, seguir viviendo con él es algo que rebasa mis fuerzas. Necesito amor, consuelo y buenos consejos y anhelo estar en casa, en donde tú y mi tía Gardiner me ayudarán.

Tu hermana que te quiere, Elizabeth.

que se envíe hoy mismo.

Página

—Entrégasela de inmediato a uno de los lacayos, quiero asegurarme de

317

Cuando terminó la carta, se la entregó a Annie y le dijo:

—Muy bien —dijo Annie. Elizabeth miró por la ventana y vio que el clima había mejorado. Después de la tormenta, el cielo se había aclarado. Desde la ventana entró una brisa fresca que la hizo querer salir a dar un paseo. Había un grupo de gente cerca de la puerta, charlando y riéndose, pero más allá, cerca de la ventana francesa que conducía hacia fuera de la sala de estar, no había nadie. Y como no tenía ánimo de estar en compañía, decidió salir de la villa por ahí. La sala de estar tenía una opulencia que le resultaba atractiva y repulsiva a la vez. Los espejos recubiertos de oro, las mesas de mármol y las sillas damasquinadas eran hermosas, pero desalmadas. Estaban en perfecto estado, sin señales de uso o de antigüedad, a diferencia de los muebles de Longbourn que estaban raspados y desgastados por los años de uso de la vida familiar. Había algo innatural respecto a la villa, como si hubiera sido preservada artificialmente, atrapada en el tiempo sin poder envejecer. Parecía un museo más que un hogar.

percibido su presencia y, a pesar de que estaba cerca de un espejo y de

Página

salto, pero se trataba del príncipe. Su cercanía la asombró, pues no había

318

Sintió unas suaves pisadas detrás de ella y el corazón de Elizabeth dio un

que eso le daba una buena visión de la puerta, en ningún momento había visto su reflejo. Volteó hacia él y lo vio haciéndole una reverencia. El príncipe era guapo y cortés, y estaba vestido con las mejores ropas, pero ella anhelaba estar cerca de sus amigos y de su familia, cerca de la gente a la que conocía de toda la vida, porque, por amable que fuera, el príncipe era un perfecto desconocido para ella. —Me dicen que se encuentra usted mal —dijo él preocupado—. Lo lamento mucho. Tanta belleza no debería nunca estar afligida. Espero que aquí encuentre todo lo que necesita. —Sí, gracias, todo está bien. —¿Y se siente mejor? —le preguntó y la miró fijamente—. Discúlpeme, pero todavía parece estar bastante pálida. —Estoy mucho mejor, gracias. —Es el calor; es hermoso, sin duda, pero a veces es abrumador. En el jardín hay brisa fresca que le va a caer muy bien. ¿Quiere salir a caminar

Elizabeth todavía se sentía algo inestable al estar de pie, así que pensando

Página

sombreados y descansaremos, si así lo quiere, en la casa de campo.

319

conmigo? No iremos bajo el rayo del sol, caminaremos por los senderos

en que quizás podría necesitar de su brazo como apoyo, le dijo: —Sí, gracias. Salieron por las puertas francesas y hacia el jardín. Pronto estuvieron de camino sobre una avenida en la parte trasera de la casa, en donde la sombra de los árboles altos hacía más agradable la caminata, y la brisa era refrescante, como ella lo había esperado. El príncipe parecía percibir el ánimo de Elizabeth, pues no le requería su compañía. Él le hablaba con gentileza de las vistas y, cada tanto, se detenía a mostrarle alguna vista agradable, pero no esperaba que ella le respondiera y eso la ayudó a comenzar a relajarse. A medio camino se encontraron con una fuente y Elizabeth, que ya tenía necesidad de descansar, se sentó sobre el borde. Él se sentó a su lado y la miró con gentileza mientras le tomaba la mano. —Creo que hay algo que la está haciendo infeliz. Y no se moleste en negarlo, porque puedo verlo. En la sociedad inglesa no siempre es de buen gusto hablar sobre los asuntos del corazón, pero aquí en Italia es distinto.

que confíe en mí como anfitrión y como amigo también —su voz era sueva

Página

experiencia y usted es una joven dama muy lejos de casa, así que espero

320

Aquí no tiene a nadie de su confianza, pero yo soy un caballero con

y reconfortante y la sentía como un bálsamo para su espíritu afligido—. Es Darcy, ¿verdad? —le preguntó. —Sí —dijo ella con renuencia; pero entonces no pudo aguantar más y las palabras salieron en un torrente que brotaba de ella como agua contenida durante mucho tiempo desbordándose por la presa—. No sé qué le ha pasado, qué nos ha pasado. Pensé que estábamos enamorados… sí estábamos enamorados… Cuando recién nos comprometimos, acordamos que seríamos la pareja más feliz del mundo —dijo ella y sonrió al recordar. Luego, su sonrisa se desdibujó—. Pero en cuanto nos casamos, todo cambió. —¿Cuándo se dio cuenta del cambio en él? —preguntó con gentileza el príncipe. —Es difícil saberlo —dijo ella y puso su mano bajo el chorro de la fuente para que el agua fresca se resbalara entre sus dedos—. Aunque no, quizás no. Comenzó el día de la boda. Fue justo después de la ceremonia. Íbamos de regreso a casa después de la iglesia y, en un momento dado, vi su

Ahora estoy segura de que fue ahí donde comenzó. Entonces supuse que

Página

de tormento. Pero creí que me lo había imaginado y dejé de pensar en ello.

321

rostro reflejado en la ventanilla del carruaje y vi que tenía una expresión

habría leído algo que lo había perturbado, pero ahora creo debe haber sido otra cosa. —Ah —dijo él e hizo una pausa para pensar—. ¿Su relación comenzó como amor a primera vista? —le preguntó. —No, en lo absoluto —ella respondió—. De hecho, cuando nos conocimos, nos desagradamos. —Yo creo que usted no puede desagradarle a nadie —dijo el príncipe. —Bueno, quizás no le desagradé, porque no me conocía y hubiera sido difícil que tuviera alguna opinión respecto a mí o, más bien, respecto a mi carácter; pero no le parecía adecuada para bailar conmigo: «apenas aceptable» —dijo Elizabeth riéndose, pero su risa se desvaneció en cuanto pensó que quizás él había vuelto a adoptar esa primera opinión. —Y eso a usted la intrigó, ¿no es cierto? Lo sintió como un reto y procuró ganarse su favor. Ya veo cómo fue. Él es un hombre rico y poderoso y a usted no le gustó que él la descartara, así que se dispuso a cautivarle y a ganarse su favor.

mí.

Página

y mucho menos en querer cautivarlo, porque él no significaba nada para

322

—Muy por el contrario —dijo Elizabeth—. Yo no tenía ningún interés en él

—Es un hombre con muchas propiedades y excelentes ingresos, ¿cómo me dice que no significaba nada para usted? —dijo el príncipe sorprendido. —No era mi amigo, ni mi vecino y en cuento al hecho de que tiene muchas propiedades y excelentes ingresos, ¿qué con eso? —dijo Elizabeth—. ¿Cómo puede eso importar si viene acompañado de rudeza, arrogancia y desdén por los sentimientos de los otros? —Y ¿se lo dijo, le dijo que era rudo y arrogante y desdeñoso? —preguntó el príncipe. —Sí —aceptó Elizabeth con una sonrisa triste. —Ya veo —dijo él y se quedó pensativo. Elizabeth le lanzó una mirada interrogativa. —¿Qué ve? —le preguntó. —Veo cómo sucedió —dijo él y la miró con compasión—. Así es con algunos hombres. No quieren una conquista fácil; quieren un reto. El reto es difícil de encontrar para hombres como Darcy, porque las mujeres lo buscan; lo elogian, lo halagan, se le arrojan. Sonríe porque lo ha visto, ¿no?

aprobación, y también en París había mujeres así.

Página

mejor amigo; siempre estaba intentando llamar su atención y ganar su

323

—Sí —dijo Elizabeth—. Había una mujer en Inglaterra, la hermana de su

—Pero usted es diferente. Usted no se fascinó por su nombre o su fortuna, usted exigía algo más de él, una prueba de su dignidad de hombre. Y eso despertó su interés. Hay hombres así. Y una vez que una mujer atrapa su interés, las procuran con pasión y dedicación; hacen lo que sea por ganársela, hacen amistad con sus amigos y familiares, se ofrecen a ayudar… ¡ah, se sorprende! —Darcy ayudó a mi hermana —dijo Elizabeth—. E hizo amistad con mis tíos, a pesar de que al principio también a ellos los había catalogado como gente por debajo de su interés. —Así es como procede un hombre determinado. No se detiene ante nada para conseguir a la mujer que quiere; pero cuando la tiene, ¿qué le digo? —y se encogió de hombros—. Es la persecución lo que cuenta. Esos hombres son cazadores, predadores; para ellos es un reto conseguirla, y el éxito de su empresa los revitaliza. Pero cuando la tienen, cuando han atrapado a la presa, el interés decae hasta que finalmente desaparecer por completo.

—¿Y eso es lo que usted cree que le pasó a Darcy?

Página

borde de la fuente.

324

Elizabeth quitó la mano del chorro y la recargó sobre la piedra caliente del

—No se me ocurre otra razón por la cual esté descuidándola. —Él dice que hay una razón, pero que no puede decírmela. —Ah —dijo el príncipe. Y su expresión dijo más que mil palabras. —¿Usted cree que si tuviera una razón me la diría? —preguntó ella. —No creo nada. —Quizás no, pero yo sí. Él la miró compasivo. —Usted es muy joven —dijo él—. Usted es una novicia en estos asuntos. Él ha lastimado a una inocente y eso estuvo mal hecho. —No tenía intención de lastimarme. —¿No? —dijo incrédulo y añadió—: Bueno, quizás usted tenga razón; pero de cualquier forma la lastimó, y si se queda con él, volverá a hacerlo. ¿Quiere tomar mi consejo? —Quizás —dijo ella siendo cautelosa.

Vuelva a Inglaterra. Dígale a Darcy que se equivocó. Si él se entera de que

Página

tiene amigos y familiares que se preocupan por usted; vaya con ellos.

325

—Entonces le aconsejo que se vaya de aquí cuanto antes. No está sola;

usted es verdaderamente infeliz a su lado, la dejará ir. Y usted volverá a vivir, volverá a amar… —¡No! —Ah —dijo el príncipe con delicadeza—. Bueno, quizás no, pero ¿quién sabe? Usted es muy joven y el tiempo lo cura todo. Pero sea lo que se que aguarda el futuro, una cosa es segura: no hay nada para usted aquí, solo infelicidad, rechazo y pérdida. —Lo sé —admitió ella. Era la misma conclusión a la que había llegado ella misma hacía menos de una hora y con el consejo del príncipe en el mismo sentido, no había nada que le levantara el ánimo. —Es difícil, lo sé, pero es para mejor —dijo él—. Una vez que logre romper con esto, podrá comenzar a vivir de nuevo. Ella pensó en lo agradable que sería quedarse sentada en la fuente por siempre. La idea de tener que moverse, aunque fuera un solo paso, era demasiado pesada, peor aún el tener que llegar de nuevo a la villa y dar la

tenía que atender a su regreso a Inglaterra. Pero sabía que debía hacerlo.

326

Se puso de pie con gran esfuerzo; sacudió la mano, enviando así gotas de

Página

orden de que se empacaran sus cosas y lidiar con los mil y un arreglos que

agua que brillaban en el aire y mientras movía la mano su anillo de bodas reflejó la luz. Era un símbolo de todas sus esperanzas y sus sueños, pero ahora parecía burlarse de ella y, no obstante, no lograba decidirse a quitárselo. El sonido de pasos crujiendo sobre la grava la sacó de su arrobo y cuando levantó la mirada vio que Annie iba hacia ella con paso apresurado. —Señora —dijo Annie sin aliento. —¿Qué pasa? —dijo Elizabeth. —Sí, ¿por qué molestas a tu señora? —preguntó el príncipe al tiempo que se puso de pie y puso una mano protectora sobre el hombro de Elizabeth—. ¿Es algo urgente? Annie parecía extrañada y dijo: —No, en realidad no. —Entonces no fastidies a tu señora ahora —dijo el príncipe. Annie vaciló, luego inclinó la cabeza y se volteó para regresar a la villa, pero se volvió de nuevo hacia Elizabeth y dijo:

—Gracias —dijo Elizabeth abstraída.

Página

me pidió, señora, y los puse en su valija.

327

—Solo vine a decirle que ya terminé de bastillar los pañuelos nuevos que

El príncipe despidió a Annie con un gesto autoritario de la mano y Annie se retiró, pero Elizabeth siguió abstraída. —Hágalo ya —dijo el príncipe—. No va a encontrar la fuerza si se espera, y aquí no hay nada para usted más que pesares. Hágalo mientras su esposo está fuera: salió a cabalgar. Escríbale una nota y yo me encargaré de que la reciba. Mi carro está a su disposición y enviaré un aviso por adelantado a los mesones a lo largo del camino para que la estén esperando cuando llegue, y también enviaré un mensajero con usted para que haga todos los arreglos que sean necesarios durante su viaje y para que le haga guardia. —Es muy amable de su parte. —No es nada —dijo él—. No podría hacer nada menos por una hermosura afligida. Sea fuerte, se recuperará. Usted cree que no, pero unas cuantas semanas en el calor de su familia serán muy buenas para sanar su herida. —Sí —dijo ella—, mi familia. Pensó en Jane y en su tía Gardiner y anheló estar en casa. —Solo necesita hacerse cargo de que empaqueten sus cosas, lo demás

asuntos insignificantes hasta que llegaron a la puerta.

Página

El príncipe la escoltó de regreso a la villa, hablándole con gentileza de

328

puede dejármelo a mí —dijo él.

Cuando estuvo en su habitación, Elizabeth tocó la campana para llamar a Annie y se sentó a escribir una nota para Darcy. No fluían las palabras, pero al final, logró decir lo que tenía que decir.

Mi querido Darcy:

No puedo quedarme aquí más tiempo. No lo estoy haciendo feliz y el abismo que existe entre nosotros ha destruido toda mi paz y alegría. Me voy a casa, a Longbourn. El príncipe ha sido muy amable dejándome usar su carruaje y va a enviar a un mensajero conmigo para que me ayude a hacer más fácil el viaje. Espero que encuentre lo que está buscando. Ahora sé que no soy yo.

Elizabeth.

no llegaba, bajó a buscar al príncipe. Lo encontró en la sala de música con

329

sus otros invitados. Elizabeth pensó en lo extraño que era que continuaran

Página

Volvió a tocar la campana para llamar a Annie, pero al ver que su doncella

con la fiesta como si nada hubiera sucedido. Sir Edward y lady Bartholomew tan francos y alegres, monsieur Repar y la señorita Prestin y todos los demás invitados. Para ellos era un día como cualquier otro. Tan pronto como el príncipe la vio, se escabulló y dejó a sus invitados cantando y charlando para encontrarse con Elizabeth junto a la puerta. Tomó la nota, le prometió asegurarse de que Darcy la recibiera y le dijo que el carruaje estaba listo. —Enviaré a uno de los lacayos arriba para que cargue sus cajas —le dijo. —Todavía no están empacadas —dijo Elizabeth y añadió con un toque de buen humor—, parece que extravié a mi doncella. —Ah, lo ve, se ha quitado un peso de encima. Una decisión tomada, sin importar lo difícil que sea nos libera del peso de la indecisión y, vaya que la indecisión pesa. Ya está más alegre. Es bueno verla sonreír, aunque sea por un instante —dijo él con jovialidad—. Pero ahora debemos encontrar a su doncella. Llamó a uno de los lacayos y le pidió que fuera al recibidor de la

—¿Qué pasa? —le preguntó el príncipe.

Página

El lacayo se incomodó.

330

servidumbre a buscar a la doncella de la señora Darcy.

El lacayo dijo algo en italiano y aunque Elizabeth no entendió todas sus palabras, logró captar que recién había ido al recibidor de la servidumbre y que Annie no estaba ahí. El lacayo tenía aspecto de tener más información pero de no estar segura de que fuera prudente decirla. —¿Qué más sabes? ¡Dilo! —exigió el príncipe. El lacayo, un poco inseguro, dijo que Annie era amiga de uno de los jardineros, que el jardinero tenía la tarde libre y que él mismo los había visto de camino al bosque. —¡Ah! —dijo el príncipe con una sonrisa burlona—. ¡Amore! Está muy mal de su parte, desde luego, pero ¿qué le vamos a hacer? —luego, miró a Elizabeth—. Enviaré a una de mis doncellas para que la ayude y la acompañe al mesón más cercano y, en cuanto vuelva, le enviaré a la signorina Annie —y al lacayo le dijo—: Encárgate de todo. —El lacayo hizo una reverencia mientras se retiraba y el príncipe le dijo a Elizabeth—: Lamento que tenga este inconveniente. —No importa, por lo menos el amor de alguien sí está prosperando. Solo

siempre abiertas para usted y espero que, la próxima vez que venga a Italia,

Página

—Ya volverán —dijo el príncipe—. Sepa que las puertas de esta casa están

331

me apena tener que llevármela justo ahora.

traiga a su encantadora familia. Todos ustedes serán bienvenidos aquí. ¿Cree que le guste a su madre? —Estoy segura de que sí —dijo Elizabeth, y volvió a sonreír mientras pensó en su madre exclamando de admiración ante los muebles y luego intentando persuadir a todos los caballeros en la villa de que Kitty o Mary serían unas encantadoras esposas para ellos. Pero Elizabeth no estaba tan segura de que el príncipe fuera a disfrutar la visita tanto como su madre. —Entonces vuelva pronto y sepa que puede quedarse aquí todo el tiempo que quiera —dijo el príncipe y le hizo una reverencia. Elizabeth le agradeció la invitación tan generosa y volvió a su habitación, donde se sintió decaída de nuevo. Dejar la villa era una dura prueba para ella, pues ahí había estado contenta y todavía esperanzada en que ella y Darcy pudieran estar juntos finalmente. De modo que irse significaba aceptar que la esperanza había muerto. La llegada de una de las doncellas del príncipe hizo que los pensamientos

para llevarlas al carruaje. Elizabeth se detuvo un momento más a mirar de

Página

Muy pronto, las cosas de Elizabeth estuvieron empacadas y llegó un lacayo

332

de Elizabeth cambiaran de rumbo, pues tenía que darle instrucciones.

nuevo la habitación y luego siguió al lacayo escalera abajo. El carruaje la estaba esperando en la puerta lateral y todo estaba listo; el carro tenía un escudo de armas blasonado y estaba flaqueado por dos lacayos. —Para que la protejan —le dijo el príncipe. Ambos estaban vestidos con las libreas color escarlata de servidores del príncipe y, de pie a un lado de la portezuela del carro, estaba el mensajero. Era un joven bien parecido, encantador y respetuoso y tomó su lugar al lado del conductor sobre el pescante, en donde ya estaba acomodada también la doncella. —Hasta la próxima vez —dijo el príncipe y se inclinó frente a la mano de Elizabeth. —Gracias por su hospitalidad —dijo ella—, y gracias por su amabilidad y su consejo. —No es nada —dijo él—. Sea valiente, pronto estará con su familia y entonces recuperará su alegría.

Los lacayos tomaron sus lugares, de pie sobre los estribos a cada lado del

Página

sí sobre el suntuoso asiento tapizado en seda.

333

La ayudó a subir y, una vez arriba, ella se acomodó las faldas alrededor de

carruaje; luego, el conductor chasqueó a los caballos y el pesado carruaje comenzó a moverse lentamente y fue adquiriendo velocidad y rodada conforme salía del camino particular de la villa. A su llegada, las fuentes habían estado cantando y, ahora, parecían estar llorando, así como Elizabeth. Por orgullo, había aguantado sus lágrimas, pero aquí, en la soledad del carruaje, dio rienda suelta a su emoción y brotaron ríos de lágrimas cálidas de sus ojos. Buscó su valija, en la que Annie había guardado sus pañuelos nuevos recién bastillados y la encontró debajo el asiento. La sacó y, al abrirla, su corazón dejó de latir, pues ahí, sobre las telas había un paquete de cartas, todas escritas por ella y dirigidas a su familia y amigos. Incrédula, lo tomó en sus manos. Debe haber algún error, pensó ella sin dar crédito de lo que estaba viendo con sus propios ojos y, con las manos temblorosas, lo desató y abrió la

Página

Mi queridísima Jane:

334

carta que estaba hasta arriba.

Te vas a sorprender cuando te diga que, después de todo, no vamos al Distrito de los Lagos; estamos de camino a Francia…

Sacó otra carta:

Mi queridísima Jane: (…) Ahora estamos en París, y es la ciudad más hermosa…

Y otra:

Mi queridísima Jane: Quisiera que estuvieras aquí. Cuánto añoro poder hablar contigo. Han sucedido tantas cosas que no sé por dónde comenzar. Salimos de París hace unos días y ahora estamos en los Alpes.

ahí? ¿Cómo es que nunca se habían enviado?

Página

había ido de Inglaterra. Su mente estaba dando vueltas. ¿Por qué estaban

335

Todas, cada una de ellas, eran las cartas que había escrito desde que se

Y entonces pensó en el extraño incidente cuando Annie había ido a buscarla a los jardines para decirle que ya había bastillado sus pañuelos. No era una noticia urgente, podría haber esperado. Y entonces, con una sensación de pánico que le subió por la espalda cayó en la cuenta de que Annie no había ido a buscarla para decirle lo de los pañuelos; la había buscado para decirle lo de las cartas y, al ver que Elizabeth no estaba sola, no había dicho más que una advertencia velada. Entonces, ¿si Annie sabía lo de las cartas, habría sido ella quien las puso ahí? Si sí, ¿en dónde las había encontrado? ¿Y quién se había encargado de que no se enviaran? Elizabeth recordó el comportamiento extraño de Annie cuando vio que estaba el príncipe con ella y pensó si quizás Annie sospechaba que él mismo se había robado las cartas. Pero luego de un momento pensó que, a pesar de lo que Annie sospechara, no podía haber sido el príncipe, pues la mayoría de las cartas se habían escrito antes de que Elizabeth fuera a la villa.

podía excluir, de modo que solo quedaban los lacayos. ¿Pero qué buena

Página

eran Annie y los lacayos que las llevaban a las oficinas postales. A Annie la

336

¿Entonces quién? Los únicos que habían tocada las cartas, además de ella,

razón tendrían cualquiera de ellos para hacer semejante cosa? Todos eran leales a Darcy. Habían sido empleados de su familia durante años. Excepto… Recordó un incidente en París cuando uno de los lacayos se había enfermado y había sido rápidamente remplazado. Tenía excelentes referencias pero ellos no sabían nada de él personalmente. Parecía ridículo pensar que estuviera involucrado, pero hecho era que las cartas no habían sido enviadas. ¿Acaso le habrían pagado para que ocultara las cartas? Y si sí, ¿por qué? ¿Y de parte de quién? Era posible que Annie supiera, pero Elizabeth no podría preguntarle porque… se estremeció… porque Annie había desaparecido. ¿Qué le había pasado a Annie? ¿En dónde estaba? ¿En verdad estaba en el bosque con un amante o le había pasado algo? —¡Detengan el carro! —gritó Elizabeth, golpeando sobre el piso del carruaje con la sombrilla para que el conductor la escuchara—. ¡Detengan el carro ahora mismo!

—¡Deténgase! ¡Deténgase, señor conductor, se lo ordeno!

Página

Bajó la ventanilla y gritó:

337

Pero el carro no parecía desacelerar su tumultuosa marcha.

Pero la respuesta del conductor fue acicatear a los caballos y hacerlos correr más rápido. Elizabeth sintió una creciente ola de pánico al darse cuenta de que estaba en el carruaje del príncipe, conducido y rodeado por servidores del príncipe. Se asomó por la ventanilla para ver si era posible saltar fuera del carro, pero iba demasiado rápido. Cuando el carro pasaba granjeros de camino al mercado, ella les gritaba pidiendo ayuda, pero ellos se persignaban y se hacían a un lado para dejar pasar al carruaje. Las expresiones en sus rostros eran hoscas y hostiles, pero cuando escuchaban sus gritos, esas expresiones mudaban por unas de horror y piedad. Una mujer, determinada a ayudarla, corrió a acercarse cuando el carruaje desaceleró para tomar una curva, le arrojo un collar de florecitas blancas por la ventanilla y le dijo algo ininteligible, pero su gesto era claro: póngaselo alrededor del cuello. Elizabeth, aterrada por la forma en que la mujer le había mirado y por el hecho de que luego de verla había comenzado a llorar, hizo lo que le dijo.

Comenzó a recordar relatos extraños, cuentos populares que había leído

Página

silvestre.

338

Al ponérselo, sintió un olor punzante y supo que las flores eran de ajo

en la biblioteca de Longbourn, historias de criaturas extrañas que se alimentaban de los seres vivos y que rondaban los bosques de Europa, mitad hombres, mitad bestias, hipnóticas y seductoras, pero peligrosas y malignas; criaturas que mordían a sus víctimas para perforarles la piel y beber su sangre; bestias a las que era posible mantener a raya con el ajo. —No, no voy a pensar en eso —dijo Elizabeth en voz alta—. No son más que historias, mitos, cuentos populares. No hay tal cosa como un vampiro. Pero se aferró al collar y con la presión que ejercía al sostenerlo, trituraba las delicadas flores. El carro continuó su marcha tumultuosa y, cuando Elizabeth se dio cuenta de que se dirigían al bosque, se apoderó de ella una terrible sensación de pánico y tuvo miedo de los árboles que comenzaban a vislumbrarse. Debe haber algo que pueda hacer, pensó. Buscó desesperada con la mirada a todo su alrededor y vio que su escritorio de viaje estaba empacado debajo del asiento frente al suyo. Tan

Página

comenzó a escribir:

339

pronto como pudo, lo sacó y abrió y, luego de mojar la pluma en la tinta,

Mi queridísima Jane:

La mano me tiembla al escribir esta carta. Tengo los nervios deshechos y estoy tan alterada que creo que no me reconocerías. Los dos últimos meses han

sido

un

espeluznante

remolino

de

circunstancias

extrañas

y

perturbadoras, y el futuro… Tengo miedo, Jane. Si algo me pasa, recuerda que te quiero y que mi espíritu siempre estará contigo, aunque quizás no nos volvamos a ver. El mundo es un lugar sombrío y aterrador en donde nada es lo que parece. Todo era tan distinto hace apenas unos meses. Cuando amanecí la mañana del día de mi boda, me creí la mujer más feliz del mundo… ¿Pero de qué sirven esos pensamientos ahora? Hubiera preferido evitarte este pesar, pero corro un terrible peligro. No tengo a dónde dirigirme y tú, mi querida Jane, eres la única persona en la que puedo confiar. Los servidores del príncipe Ficenzi me han raptado y estoy escribiendo esta carta desesperada, desde

que uno de los habitantes de aquí la vea. Y creo que se asegurarán de

Página

ayudarme. Pretendo arrojar esta carta por la ventanilla, con la esperanza de

340

el carruaje del príncipe, porque no se me ocurre ninguna otra forma de

enviar la carta pues, gracias a Dios, tengo razones para suponer que si pueden, me ayudarán. Si esta carta te llega, pídele por favor a papá que pregunte por mi paradero, empezando por la Villa Ficenci, cerca de Roma. Dile que no permita que lo despachen con alguna excusa, pues sin duda el príncipe sabe a dónde me están llevando y seguramente también sabe qué suerte me espera. Cuando pienso en la enorme distancia que nos separa, temo que mi padre llegará demasiado tarde, pero debe intentar y, si Dios quiere, querida Jane, quizás podamos volver a vernos. No hay tiempo para más, ya casi llegamos al bosque y debo dejarte. ¡Ayúdame, querida!

Elizabeth.

Dobló la carta y escribió la dirección en la parte de afuera luego, bajó la

carruaje estaba entrando al bosque y de pronto los árboles se cerraron a

341

su alrededor y no hubo más personas a la vista. El mundo se volvió oscuro

Página

ventanilla y arrojó la carta fuera. Y lo hizo a penas justo a tiempo, pues el

y misterioso, con sombras verdes, espectrales y malévolas, proyectadas alrededor del carruaje. Los sonidos desaparecieron y el ambiente se tornó denso y pesado. Por fin llegaron a un claro en donde crecían grandes y exuberantes helechos y del cielo llegaba un resplandor desvanecido, que le indicaba a Elizabeth que era el atardecer, el momento nebuloso en el que los mundos opuestos se tocan, la noche con el día y la oscuridad con la luz. El carruaje se detuvo. Elizabeth, que durante kilómetros había querido que el coche se detuviera, ahora sentía pánico. —¡Siga andando! —gritó ella llena de miedo—. ¡No se detenga! ¡Continúe!

Página

342

Pero el carruaje no se movió.

Capítulo 13 Transcrito por ALex Yop EO & Vannia Corregido por LadyPandora

E

lizabeth miró desesperada a su alrededor y, bajo la brumosa luz, vio que en medio del claro había una figura, un hombre, de pie, inmóvil y en silencio. Su ropa era de satín, llevaba un

abrigo verde decorado con encaje de oro y pantalones verdes cosidos con hilo de oro. Sobre la cabeza llevaba un sombrero de plumas y sobre la cara, una máscara. Era la máscara que había visto en el baile de Venecia y luego, en un sueño. Era la máscara del hombre que se había apoderado de su voluntad y la había llevado al pasado. Una sensación de horror le recorrió el cuerpo. El miedo le subía por la espalda y su voluntad se paralizó. No se podía mover; solo pudo observar como, con espantosa ceremonia, él le hizo

Ahora lo reconocía, no era el príncipe, como lo temía, sino uno de sus

343

invitados. Era el hombre que había aparecido a su lado en la biblioteca

Página

una reverencia y se quito la máscara.

cuando estaba viendo el libro de los grabados y cuando las paredes se habían derretido. Lo miró fijamente llena de miedo. Era un hombre de una hermosura terrible y su cara resplandecía con una luminosidad pavorosa. Sus rasgos eran tan suaves que parecían tallados en mármol; eran de una perfección rígida y fría. Él levantó el brazo y la llamó con la mano; la portezuela del carruaje se abrió sola. Ella se movía conforme a la voluntad de él, así que salió del carruaje y cruzó el bosque hasta llegar a dónde él estaba. Él le tomó la mano y la besó en una especie de farsa de un saludo cortes. De pronto, Elizabeth empezó a escuchar notas de música extraterrena y el bosque comenzó a disolverse. Los árboles fueron remplazados por columnas de mármol y el claro dio paso a un piso de baile. Él la tomó entre sus brazos y comenzó a darle vueltas al compás de un vals y luego, también la sala de baile se disolvió y estaban en las calles de Venecia; había parranderos que los pasaban riendo y corriendo

ellos dos, el carruaje y los servidores habían desaparecido.

Página

calles de Venecia desaparecieron y estaban de nuevo en el bosque, sólo

344

por entre la luz de las antorchas y las góndolas y los canales. Luego, las

—Permítame presentarme —dijo mientras hacia una reverencia frente a la mano de ella—. Es un honor conocerla, señora Darcy. Pero ¿cómo? No me devuelve el saludo. —No sé su nombre —dijo ella y, al hacerlo, se dio cuenta de que por lo menos su boca si obedecía su voluntad. —Entonces es preciso que se lo diga. Mucha gente me llama de diferentes formas, pero usted puede llamarme esposo. —Yo ya tengo un esposo —dijo ella. Él sonrió con una sonrisa antinatural. —Usted no tiene nada. Tiene un hombre que teme tocarla. Se casó con usted, pero no la ha hecho su esposa; así que no es su esposo. —¿Qué quiere conmigo? —preguntó ella. —No quiero nada más que hacerla feliz —dijo en un murmullo mientras caminaba alrededor de ella y le recorría la espalda, de hombro a hombro con los dedos de la mano. Quiero darle lo que su corazón desea. Usted es tan hermosa —dijo y se detuvo frente a ella. Luego, levantó su mano

helado en la espalda.

Página

las mejillas y los labios de Elizabeth, con lo que provocó un escalofrió

345

blanca y fría, le tocó el pelo y continuó su caricia pasando sus dedos por

—¿Quién es usted? —preguntó ella pasmada. —Ya se lo dije —respondió él, posando su mano sobre el hombro de ella e inclinando la cabeza para acercársele al cuello. —¿Quién es usted? —preguntó ella. —Soy un vampiro —respondió—. El más viejo de los viejos, el más antiguo de un linaje antiguo. Soy el miedo y el horror. Ella comenzó a temblar. Quería correr, pero no podía moverse. La voluntad de él la mantenía inmóvil. —Tan hermosa —dijo él reverencialmente mientras acercaba más y más la cabeza hacia el cuello de ella—; tan madura, tan exquisita, tan llena de vida; tan vital, tan saludable, tan llena de sangre. Inclinó la cabeza y sus dientes rozaron la piel de ella… …y del otro lado del claro, se escuchó una voz amenazante. —¡Aléjese de ella! Elizabeth volteó y vio a Darcy acercándose rápidamente al claro con una

El vampiro se rió.

Página

—Déjala ir —dijo Darcy con un gruñido—. Es mía.

346

mirada furiosa.

—¿Tuya? —dijo burlándose—. No es tuya. No has tenido la fuerza para tomarla. No hay ningún aroma tuyo en su sangre, no hay ninguna señal tuya en su piel. —¡Aléjese de ella! —dijo Darcy amenazante. El ánimo burlón del vampiro se tornó siniestro y detestable. —No intentes interponerte entre mí y lo que por derecho me pertenece — su voz estaba llena de amenaza, y con ella llegó la tormenta. De la nada, aparecieron nubes negras que se desplazaban por el cielo con terrible rapidez y que burbujeaban y rodeaban con horrible malevolencia mientras se tragaban el cielo y las estrellas. Era una fuerza voraz que retumbaba a lo largo del claro; su horror era inexplicable, era una entidad apabullante e innombrable, una cosa vil, grotesca y muy vieja. Darcy se vio obligado a retroceder y el vampiro sonrió. —¡Ah! Ahora sabes quien soy —dijo y su voz fue tan repugnante como la tormenta. —¡No, no puede ser! —dijo Darcy con miedo y aversión—. ¡Está muerto! La

tus amigos.

Página

—Una criatura de mi edad no muere fácilmente, a pesar de lo que crean

347

gente descubrió cuál era su ruina y lo destruyó.

—Pero le prendieron fuego a su cuerpo con las antorchas cuando estaba tan débil que no podía ni alimentarse… —Me atacaron cuando estaba desamparado y se burlaron de mí —dijo—. Sabían que mis hijos me habían abandonado y que no podía defenderme. Se me acercaron, temerosos y dubitativos, y al ver que no los atacaba, se volvieron valientes. —«Envíenlo a la guillotina», gritaban. «Que vean que la guillotina también tiene colmillos». Y ese fue su error. Me llevaron a un sitio de matanza y me alimenté por la piel. Cuando me fortalecí, me levanté por encima de ellos, elevado por alas poderosas. Se quedaron inmóviles de horror ante mí, temerosos por lo que habían hecho y luego, caí sobre ellos y bebí con placer goloso. Bebí y bebí; satisfice mi sed, mi piel revivió, mis huesos recobraron su fuerza y seguí bebiendo hasta que volvía a cobrar un aspecto de juventud y vigor. Cuando por fin terminé, salí del sitio de la matanza y volví a la vida en todo su glorioso esplendor. Me fui a Paris y a mis andanzas de siempre, para tomar parte en todos mis placeres

corresponde a mi derecho. Ya ves, todavía tengo algunos amigos que me

Página

pero que me la habían ocultado en lugar de habérmela enviado, como

348

conocidos. ¿Y de qué me entero? Que había una novia en nuestra familia

cuentan lo que sucede. Primero, pensé en tomarla, pero deseaba vivir la emoción de la persecución. Así que la observé y la seguí. Mis buenos amigos, que me son leales, me ayudaron en mi cometido. Y ahora estoy aquí para reclamar mis derechos. Estoy aquí por mi droit de signeur. —¡No! —dijo Darcy. —¿No? Lo dices como si hubiera una alternativa. Toda novia vampiro debe venir a mí. Debe ser mía antes de que pueda sentir el contacto de su esposo. —¡Nunca! —dijo Darcy—. ¡Déjela ir! —¿Por qué, para que tú la disfrutes? —dijo con una sonrisa diabólica—. No sabes como hacerlo. Eres débil, Darcy. Ella te deseaba, te necesitaba, pero tu conciencia te prohibió probarla. La mía no tiene esos escrúpulos. —No tiene conciencia —dijo Darcy con un gruñido, saltando hacia adelante y mostrando sus colmillos. A Elizabeth le vinieron los recuerdos como cascada: el momento en el que la biblioteca se estaba transformando, se abría la puerta y ahí estaba

gruñido, lo había visto tal como era.

Página

Ahora sabía porque se había desmayado, y es que cuando Darcy había

349

Darcy, primero sorprendido, luego enojado y después terrible.

Había descubierto su horrible secreto y el impacto había sido demasiado para ella. Pero ahora no era demasiado para ella. Elizabeth corrió hacia uno de los bordes del claro y se quedó de pie junto a los árboles por donde había aparecido Darcy. De la nada, apareció un viento fuerte que impedía el avance de Darcy; pero él hizo un esfuerzo firme y continuó su marcha inexorable hacia adelante, hacia el antiguo vampiro. Luego, el viento se intensificó y Darcy ya no pudo continuar; lo único que podía hacer era permanecer de pie. Y durante un momento ambas fuerzas se quedaron trabadas, Darcy no podía continuar hacia adelante y el viento no podía hacerlo retroceder. Luego, Darcy volvió a avanzar, pero el viento repentinamente lanzó una ráfaga que lo tumbó y lo hizo estrellarse contra un árbol al otro lado del claro. El árbol crujió y se quebró con un sonido desgarrador y Darcy cayó al suelo ofuscado. El vampiro saltó hacia él, llevado por el terrible viento, y con una mano lo tomó del abrigo y lo levantó y, con la otra, lo agarró del cuello. —¡No! —gritó Elizabeth mientras la mano del vampiro se cesaba… pero de

nubes de humo negro que ascendían en espirales hacia el cielo.

Página

alternativa que dejar caer a Darcy. De la mano del vampiro, brotaban

350

pronto, la mano del vampiro empezó a arder en llamas y no tuvo más

—¡Aahh! —gritaba horrorizado y se retorcía mientras de su mano seguían saliendo nubes de humo negro. Elizabeth corrió hacía Darcy, que estaba levantándose del suelo lo más rápido que podía y tomados de la mano, se apresuraron hacía el caballo, cuyos ojos estaban desorbitados por el miedo. Él la subió en la montura y luego montó detrás de ella, soltó las riendas que estaban atadas a una rama y le dio rienda suelta a su caballo. No necesitaba que lo acicatearan, el odio y el horror que inundaban el claro estaban ahuyentando a todas las criaturas. Los pájaros volaban como dardos fuera de las ramas y piaban desesperados; los animales se escabullían de sus madrigueras; los gusanos salían de sus hoyos en la tierra. El suelo del claro estaba lleno de criaturas huyendo. El caballo corrió, saltó arroyos y zanjas, serpenteó entre los árboles y entró y salió de valles. Continuó hasta dejar los árboles atrás y hasta encontrarse galopeando por sobre los caminos. Siguió por campos y olivares hasta llegar al mar. Continuó a lo largo de la costa. Y siguió su

valle, había una casa pequeña y cuadrada y hacia allá se dirigió Darcy.

Página

colinas, con el mar de un lado y la campiña del otro. Y ahí, anidada en un

351

marcha hasta llegar a un valle lleno de verdes

Se acercaron por un camino tranquilo del campo y llegaron hasta las rejas de hierro forjado que se abrieron en cuanto Darcy las tocó. —Un pabellón de caza —dijo Elizabeth cuando, al entrar al camino particular del pabellón, el caballo cambió de galope a trote—. ¿Es suyo? —Sí —respondió él. Elizabeth suspiró y se recargo sobre Darcy mientras el miedo terminaba de salir de ella. Se detuvieron frente al pabellón. Darcy desmontó, luego levantó a Elizabeth y ella se deslizó grácilmente hasta el piso. Ninguno de los dos habló sobre la revelación; todavía era demasiado terrible como para discutirse. El caballo estaba temblando; los había llevado a lo largo de varios kilómetros y estaba cubierto de sudor. —Tengo que encargarme del caballo —dijo Darcy—, aquí no tengo mozos de establo capaces de atender sus necesidades. Elizabeth asintió comprensiva. —Entre —dijo él y con una sonrisa añadió—, hay alguien adentro a quien

Elizabeth subió las escaleras y entró por la gruesa puerta principal.

352

Cuando estuvo en el recibidor, una mujer estaba bajando las escaleras y,

Página

le dará gusto ver.

para su sorpresa, vio que era su doncella. —¡Annie! —exclamó. —¡Ay, señora, esta a salvo! —dijo Annie. —¡Y tú también! —dijo Elizabeth—. He estado tan preocupada por ti. Cuando encontré las cartas temí lo peor. —Y yo de usted. Se ve agotada. Aquí esta la sala de estar —y se dirigió a la puerta para abrirla—. Voy a traerle té. No pensé que iba a encontrar té en Italia, pero el señor lo mandó a traer especialmente para usted. Eso fue lo que me dijo su criado. Elizabeth entró, era una sala pequeña pero agradable. Tenía pocos muebles, sólo un sofá raído y unas cuantas sillas desgastadas que, no obstante, parecían cómodas. Pero no se sentó, pues había pasado mucho tiempo en la montura, así que se quedó de pie junto a la ventana y dejó sus ojos vagar mientras su mente intentaba acomodar lo que recientemente había descubierto. Annie volvió con el té.

Elizabeth se lo tomó agradecida, y luego de beber dos tazas, se sintió lo

Página

bríos —dijo.

353

—No esta tan bueno como el de casa, pero está caliente y le dará nuevo

suficiente refrescada como para preguntar: —¿Qué fue lo que pasó, Annie? A Annie no le hizo falta que le hicieran ninguna otra pregunta. —Todo empezó cuando usted me dio la carta para que la enviara, justo después de que se había desmayado —dijo Annie—. La llevé abajo, se la di a uno de los lacayos y él dijo que se encargaría de enviarla al correo; un momento después, me volví otra vez hacia él, para preguntarle cuándo iría a la oficina postal y fue entonces cuando lo vi metiendo la carta dentro de su chaqueta. Estaba a punto de decirle algo, pero me contuve. Él estaba mirando furtivamente a su alrededor, así que supuse que algo estaba pasando. Me hice hacia atrás para que no me viera y luego lo seguí para saber qué iba a hacer con la carta, con el propósito de recuperarla. Entró a su habitación y luego de un momento volvió a salir. Así que seguramente la había escondido ahí. De modo que esperé a que se fuera, entré a su habitación y busqué en su armario hasta encontrarla. Nunca se me va a olvidar la imagen cuando la encontré, porque no era la única carta

—¿Era el lacayo que contratamos en París cuando nuestro lacayo se

Página

otras cartas envueltas en un paquete.

354

que había, estaba hasta arriba de una pila entera de cartas, todas sus

enfermó? —preguntó Elizabeth. —Sí, era él. Uno de nuestros hombres nunca hubiera hecho algo así. Total que puse las cartas en la bolsa de mi mandil y fui a buscarla para contárselo, pero entonces vi que estaba con el príncipe y dudé. No quise que el príncipe me escuchara, señora; porque no confiaba en él. Los rumores en el recibidor de la servidumbre decían que había heredado la villa

de

un

primo

suyo,

pero

que

ese

primo

se

había

muerto

repentinamente, que un día estaba sano y fuerte y que al otro había muerto. La explicación fue que había sufrido un accidente, pero nadie nunca vio el cuerpo, y tampoco el accidente, aunque seguramente debía haber personas en el camino cuando ocurrió. Y luego, apareció el príncipe para reclamar la herencia. Los sirvientes dicen que asesinó a su primo por la herencia, que lo envenenó y ocultó el cuerpo. Dicen también que el príncipe tiene un amigo que es mucho, mucho peor que él y que lo más probable es que él estuviera detrás de todo esto. Al principio no hice caso, pensé que eran chismes, pero cuando encontré sus cartas me puse a

hacer algo así según yo, era el príncipe.

Página

que alguien debía estarle pagando para que lo hiciera, el único que podía

355

pensar. El lacayo no las hubiera ocultado por sí mismo; ¿para qué? Así

—Así que inventaste la excusa de los pañuelos para asegurarte de que yo viera dentro de mi valija —dijo Elizabeth. —Sí, señora, fue lo único que se me ocurrió en ese momento. Volví a su habitación y guardé las cartas del pasillo. Los escuché detenerse fuera de la puerta y cuando el picaporte dio vuelta me asusté y me deslicé por la puerta que conectaba con la habitación del señor Darcy. Y qué bueno que lo hice. Luego, escuché al lacayo entrar la habitación junto con el conductor del carruaje y, por lo que dijeron, supe que me estaban buscando. No querían que yo la ayudara. Luego, uno de ellos caminó hacia la puerta de conexión y la cerró; «Para que no nos molesten», dijo. Y yo pensé, «Es demasiado tarde para eso, ya escuché todo lo que dijeron». Pensé que lo mejor era quedarme ahí hasta que regresara el señor Darcy, pero el conductor se burló del lacayo por haber cerrado la puerta y le dijo que no corría ningún peligro, pues el príncipe tenía hombres en los establos esperando al señor Darcy.

mejor sería avisarle al señor Darcy. De modo que fui a esperarlo un poco

356

más allá de los establos y le conté lo que había sucedido. Me dijo que no

Página

No sabía qué debía hacer y como usted parecía estar bien, creí que lo

me preocupara, que él la iba a cuidar y me dijo que me fuera al pabellón con su criado, que él conocía el camino. Me dijo también que le enviara un mensaje a su criado con uno de nuestros mozos de establo y así lo hice. Y, bueno, aquí estamos. —¿Y qué hay con el resto de la comitiva? —preguntó Elizabeth—. ¿Dónde están? —Se fueron de regreso a Venecia, al palazzo, por órdenes del señor — respondió Annie—. Nunca me alegró tanto ver a alguien como cuando la vi a usted cabalgando hacia acá. —Y aquí estoy, a salvo, gracias a ti —dijo Elizabeth—. Sin tu ayuda… — dijo y se estremeció. —No vale la pena pensarlo —dijo Annie. —No —dijo Elizabeth—. Nunca podré agradecerte lo suficiente. —Me alegra que esté a salvo, señora. Annie se llevó la charola con el té de regreso a la cocina y, por fin, Elizabeth se sentó en el sofá, pero estaba demasiado inquieta para

Darcy con… a Darcy con… colmillos.

Página

una pesadilla: el viaje en el carruaje, el hombre de la máscara y ver a

357

permanecer sentada mucho tiempo. Todo lo que recién había pasado era

Todas las historias que había escuchado sobre vampiros y que en Meryton le habían parecido simplemente increíbles, ahora le murmuraban con terror siniestro y cobraban un nuevo aspecto de horror. Ahora sabía por qué Darcy no la había hecho su esposa. Ahora sabía cuál era el secreto que había entre ellos, la verdad que él no se atrevía a decir. Qué rara su suerte, conocer a un hombre que al principio le había desagradado; luego, tener que cambiar todas sus opiniones respecto a él y darse cuenta de que lo amaba y ahora, descubrir que era una criatura de la noche. Y quién sabe qué más le deparaba el destino todavía. Se escuchó el chirriar de la puerta y ella levantó la mirada; era Darcy. Era el mismo y, a la vez, otro distinto. Estaba desaliñado por la larga cabalgata. Se había quitado el abrigo y llevaba sus pantalones y su camisa blanca con pechera plisada, desfajada y húmeda por el esfuerzo. Su pelo revuelto y sus ojos desorbitados. Se paró frente a ella, enteramente vulnerable, pues no sabía si ella lo iba a aceptar o a rechazar. Elizabeth

momento, pero luego la restricción cedió y caminó con grandes paso

358

rápidos a lo largo de la sala hasta ella y la miró fijamente, como si en sus

Página

impulsivamente extendió la mano hacia él. Él luchó consigo mismo por un

ojos pudiera leer las respuestas a los misterios del universo. Luego, la tomó por detrás de la cabeza y la besó con total abandono, disolviéndose en ella, fundiéndose con ella… hasta que le mordió el labio y de su boca salió una gota de sangre. Todo su cuerpo se estremeció, como si lo hubiera recorrido una sacudida de electricidad y hubo un cambio en él, una oleada estrepitosa de hambre, un ansia de necesidad tribal y corrió lejos de ella atormentado. —¿Qué he hecho? —dijo horrorizado—. Ay, amor mío, ¿qué he hecho? La asusté. Está temblando —caminó hacia adelante, pero luego se detuvo con un esfuerzo de la voluntad y se obligó a desandar sus pasos—. Nunca quise que fuera así. Creí que no era necesario que lo supiera jamás. Creí que podía mantenerlo oculto de usted, creí que podíamos ser felices y, quizás, si las cosas hubieran sido distintas, si hubiera sido lo que creí que eran… Pero no debí haber corrido el riesgo, nunca debí haberla arrastrado a esta pesadilla. Lo lamento tanto Elizabeth. La quería tanto, que me engañé y creí que era posible. Pero no lo es. Nunca lo seré.

intentaba decírselo, pero no me era posible encontrar palabras, e incluso si

Página

—He querido decírselo tantas veces. Cuando me preguntaba qué pasaba,

359

—Darcy…

las hubiera encontrado, no tenía el derecho de despojarla de su mundo conocido y seguro. ¿Cómo pude arrastrarla a un mundo de semejantes pesadillas? Un mundo más profundo, más oscuro, en el que las criaturas acechan la noche. No fue mi intención lastimarla. No fue mi intención que supiera. Nunca quise hacerle esto, hacerla temer, ni verla temblar… —No estoy temblando de miedo, estoy temblando de alivio —dijo con la garganta

cerrada—.

Si

supiera

lo

que

he

estado

pensando,

los

pensamientos oscuros que han plagado mi alma. Pensé que era algo mucho, mucho peor. Creí que no me amaba. Él la miró incrédulo. —¿Creyó que no la amaba? —Se quedó de pie, asombrado. Luego se acercó a ella con un solo paso y le acarició el pelo—. La amo hasta la locura. Pensé que iba a enloquecer estando con usted todos los días y sin poder tocarla. Si sólo supiera cuánto he añorado poder hacer esto, sentir su piel, pasar mis manos entre su pelo y sobre su cara, sentirla, tocarla, estar con usted… pero no podía, no podía. Fue distinto cuando nos casamos. Pensé

no era necesario que usted lo supiera, jamás. Pero el día de la boda supe

Página

ocultarle mi naturaleza; creí que podíamos vivir juntos en Pemberley y que

360

que mientras no la mordiera, usted nunca se convertiría y que podía

que había una posibilidad, una simple posibilidad de que usted se convirtiera en un vampiro si yo la hacía mi esposa. —La expresión de tormento —dijo Elizabeth, recordando—, eso fue lo que la causó. —Sí. —Fue uno de los mensajes —dijo ella, luego de caer en cuenta que eso debió haber sido. —Sí, estaba entre los mensajes de felicitaciones. En ese momento no sabía si era cierto; podía ser una broma cruel, diseñada para destruir mi matrimonio, pero tenía que saberlo con certeza. Así que fue por eso que la traje a Europa, para consultarlo ampliamente con personas que quizás lo sabrían. —¿Y lo sabían? —No, amor mío. Nadie lo sabe con certeza. Y mientras haya una sola posibilidad de que yo la convierta si estamos juntos, ése debe ser nuestro último beso. Si tengo que estar con usted, día tras día, antes o después, mi

—No —dijo ella resuelta—. Nunca lo voy a dejar. Estamos juntos por

Página

como yo, una criatura de la noche. Tiene que alejarse de mí.

361

fuerza de voluntad va a sufrir un desliz y podría usted terminar siendo

siempre. Pase lo que pase, sólo hay un lugar en el que quiero estar, y ése es cerca de usted. Él le tomó la mano y le besó la palma, con lo que provocó un cálido estremecimiento en todo el brazo de Elizabeth. Los párpados de ella se cerraron y sus extremidades se sintieron pesadas y lánguidas. Luego, lo sintió inclinarse hacia ella y, por un momento, se quedó inmóvil, pues sabía que estaba ante un animal predador; pero instintivamente inclinó la cabeza y expuso el cuello. En una esquina recóndita de su mente, Elizabeth sabía que era peligroso, pero ya no le importaba. Sentía su aliento cada vez más cerca del hermoso arco de su cuello y luego, sintió el suave tacto de sus labios sobre su piel. No se quitó, estaba hipnotizada por él y sabía que sería incapaz de resistirse a su mordida. Darcy hizo a un lado los mechones de pelo que le caían a Elizabeth sobre el cuello y sus labios volvieron a encontrar su piel. Él emitió un murmullo al que respondió la sangre de ella siguiendo su curso por sus venas. Y en eso momento, se escuchó el tronar de los leños al fuego. El sonido rompió

Sus manos permanecieron sobre los hombros de Elizabeth hasta que con

Página

la fuerza de su determinación.

362

el hechizo y él se alejó del cuello de ella a su pesar, lentamente y con toda

un gruñido, logró separarlas de ella. Sus ojos estaban llenos de dolor y su cuerpo se retorcía de agonía, pero se obligó a caminar hasta el otro lado de la chimenea, en donde se desplomó sobre una silla ya lejos de la tentación. Conforme él se alejó, los sentidos de Elizabeth se despejaron y ella volvió a recargarse sobre sus talones. —Es por eso que debe alejarse —dijo él en voz baja y pesarosa—. Nosotros los vampiros somos fascinantes; de modo que si yo pierdo el control, usted no tendrá otra alternativa más que rendirse. Si hubiera… ¿De qué sirven ya los hubiera? Le permití hacerme esto y está hecho. —Ya antes había dicho algo así —dijo Elizabeth, recordando la vez que había dicho algo similar, cuando estaban huyendo del castillo del conde—. ¿Alguien lo convirtió en vampiro? ¿Es eso lo que está diciendo? ¿Así que antes era humano? —Sí, hace mucho, mucho tiempo. —¿Cómo sucedió? Él no dijo nada.

—Muy bien. Por lo menos eso se merece. Pero tiene frío —dijo él al verla

363

temblar—. Necesita una comida caliente —tocó la campana y, al llamado,

Página

—Quiero saberlo —dijo ella.

respondió uno de los sirvientes del pabellón. Darcy le dio instrucciones y el hombre hizo una reverencia y se retiró—. Primero comeremos algo y luego

Página

364

se lo contaré todo.

Capítulo 14 Transcrito por estereta & Vannia Corregido por Ladypandora

L

os sirvientes regresaron para avisarles que la cena estaba lista. Darcy condujo a Elizabeth al comedor, en donde ya estaban puestos sus dos lugares. El brillo de los cubiertos de plata

resaltaba contra el color de la madera oscura de la mesa. Había sillas dispuestas de forma extraña a cada lado y una estufa de leños encendida a un lado del comedor. El fuego de la chimenea resplandecía con el movimiento caprichoso de las llamas. Uno de los sirvientes sostuvo las sillas mientras Elizabeth y Darcy se sentaban y luego llevó una procesión de bandejas de plata al comedor. No fue sino hasta que las vio y olió el aroma de carne asada y verduras que Elizabeth se dio cuenta de lo hambrienta que estaba. No había comido nada desde el desayuno, en la mañana, y el día había estado lleno de

Elizabeth no necesitó que le insistieran; las manos le estaban temblando

Página

cuchillo y Darcy le pidió que comiera.

365

miedo y angustia. En cuanto le sirvieron el plato, tomó el tenedor y el

por todo lo que había sucedido durante el día y conforme se metía bocados de comida caliente a la boca, iba sintiendo que la energía y la fuerza fluían de nuevo dentro de ella. Él la miraba amorosamente y seguía con la mirada el subir y bajar del tenedor, del plato a la boca, y cada vez que ella abría los labios, los ojos de él se abrían un poco más, como si quisiera poder ver lo más posible de ella. Él permaneció sentado en silencio mientras ella comía y no habló sino hasta que ella hubo terminado su copa de vino. «—Fue en el año 1665 —dijo—, el año de la Peste Negra. La plaga se dispersaba desenfrenadamente por las calles de Europa cobrando miles de vidas. Ningún lugar era seguro. Los pueblos, las aldeas y las ciudades se infestaron con su toque terrorífico. Había pánico en las calles y se evitaba a todo aquel que tuviera los signos de la plaga. Las casas en las que alguien se hubiera contagiado, las marcaban con cruces y, en muchas ciudades, los muertos superaban a los vivos. »Yo estaba en Londres cuando comenzó. Mi familia pertenecía a la clase

misma. Teníamos una casa en la ciudad y una propiedad en el campo. Mi

366

padre estaba buscando un ascenso y decidió que nos mudáramos a la casa

Página

media con propiedades y estaba vinculada a la nobleza sin ser noble por sí

de Londres durante un año. Poco después de que llegamos hubo un brote de la plaga, pero no parecía demasiado alarmante. Había aparecido en una de las áreas más pobres de Londres, y no se esparció a ningún otro lado de la ciudad. Pero eso cambió cuando llegó el verano. Fue uno de los veranos más calientes que ha habido. El calor quedaba atrapado entre los edificios y la plaga prosperó bajo esas condiciones de calor sofocante y se esparció por toda la ciudad. La corte se mudó al palacio de Hampton Court y la nobleza comenzó a trasladarse hacia sus propiedades en el campo. Nosotros permanecimos en Londres hasta que el benefactor de mi padre decidió retirarse a Northumberland. Entonces, mi padre determinó que lo mejor era irnos a la propiedad que teníamos en el campo. Hubo mucho ajetreo en la casa; todavía lo recuerdo: los sirvientes corriendo de arriba abajo, mi madre supervisando todo y, mientras, Georgiana jugaba en el jardín con su muñeca. »Cuando todo estuvo empacado, subimos al carro y emprendimos la marcha en dirección al campo. Desafortunadamente, todos los demás

la velocidad de los caracoles y, entonces, el movimiento se detuvo

Página

mudándose. Las calles estaban atestadas de carruajes y nos movíamos a

367

habían pensado igual que mi padre. Parecía que todo Londres estaba

definitivamente. El alcalde había cerrado las puertas de la ciudad en respuesta al pánico. Las únicas personas a las que se les permitía salir eran aquellas que llevaran un certificado que asegurara que estaban en buenas condiciones de salud. »Así que, cuando fue evidente que no íbamos a poder continuar nuestro viaje, simplemente nos regresamos. Mi padre procuró conseguir un certificado para nosotros en el que se aclarara que estábamos libres de la enfermedad. Tenía amigos en altos cargos y, luego de un día entero de buscarlos para pedirles su ayuda, cosa difícil, puesto que quedaban muy pocos de ellos en la ciudad, regresó a casa satisfecho. Le habían prometido un certificado, y él le dijo a mi madre que en unos días más podríamos emprender el viaje nuevamente. »Pero antes de que le otorgaran el certificado, cayó enfermo. De inmediato supimos de qué se trataba. Mi madre llamó al médico, pero ninguno de los remedios que le recetaron surtió efecto. Entonces supimos que no había nada que hacer más que mirar y esperar. Mi madre lo atendió leal y

sería mi turno de contagiarse y que no quedaría nadie para cuidar de

Página

vivimos sus procesos de enfermedad y los vimos morir. Supuse que pronto

368

amorosamente hasta que también ella se contagió, y Georgiana y yo

Georgiana. Ese pensamiento me puso en marcha. Empaqué unas cuantas cosas y comida, y emprendí de nuevo el viaje con mi hermana con la esperanza de que pudiéramos escabullimos por las puertas de la ciudad y de llegar a la seguridad del campo. »Las calles de Londres estaban vacías y, al llegar a las puertas de la ciudad, nos escondimos hasta que se acercó una procesión de carruajes de la nobleza. Mientras los guardias examinaban la documentación, Georgiana y yo nos metimos en el carruaje del medio y logramos pasar las puertas de la ciudad como parte de la comitiva de nobles. Una vez que estuvimos en el campo, saltamos del carruaje, comimos algo de lo que llevábamos y luego emprendimos la caminata en dirección a nuestra propiedad, hacía el norte.»Sabía que viajaríamos muy lentamente, pero creí que llegaríamos antes del invierno. Yo atrapaba peces en los ríos para que comiéramos y recogíamos frutas y bayas en los campos y de los arbustos. Dormíamos al aire libre; evitábamos pasar por los pueblos, pues no sabíamos hasta dónde se había esparcido la plaga y tampoco sabíamos si nosotros

ningún granero a la vista, dimos con el camino particular para carruajes

Página

refugiábamos en graneros. Una noche de tormenta en la que no había

369

estábamos infectados y podíamos contagiar a otros. Cuando llovía, nos

de una casa. Mi hermana se veía cansada y tenía frío, y no habíamos comido en todo el día. Como ya estábamos muy lejos de Londres, decidí correr el riesgo de acercarme a la casa para ver si alguien nos daba algo de comer. »Al doblar la esquina, vi que no había luz en las ventanas. Primero me desalenté, pero luego pensé que quizás era mejor que la casa estuviera deshabitada. Encontré una ventana a la que se le había roto el picaporte, en la parte trasera de la casa, y pronto estuvimos dentro. Había algo de comida en la alacena, un poco de queso y unas cuantas manzanas, y yo tomé algunos huevos del gallinero que estaba afuera. Comimos hasta saciarnos y luego subimos y, por primera vez en semanas, vi a Georgiana dormirse en una cama. »A la mañana siguiente quise que continuáramos el viaje; pero Georgiana era todavía una niña y estaba agotada por todo el esfuerzo del viaje y por el pesar de la muerte de nuestros padres, que frecuentemente la hacía llorar. Era necesario que continuáramos para poder llegar a nuestra propiedad,

recogía fruta y hierbas; con eso, con lo que sobraba del queso y los huevos,

Página

Georgiana se reponía. Yo atrapaba conejos, palomas y peces y Georgiana

370

pero decidí que podíamos quedarnos ahí durante unos días en lo que

sobrevivimos. »Yo intentaba animar a Georgiana con la idea de llegar a ver a nuestra querida nana y, finalmente, me dijo que estaba lista y decidimos ponemos en marcha a la mañana siguiente. »Pero al llegar la mañana, Georgiana estaba enferma y yo vi, alarmado, que los síntomas de su cuerpo eran los de la plaga. »Fue un momento horrible. Yo había creído que nos habíamos librado, pero estaba decayendo muy rápidamente, y para empeorar la situación, en ese momento volvió la dueña de la casa. »Por la tarde, escuché el carruaje. Había pasado tanto tiempo sin que hubiera escuchado los sonidos de los quehaceres humanos que, por un momento, no supe lo que era, pero en cuanto lo identifiqué, me escondí. Caminé a gatas hasta la ventana y me asoné para ver cuántas personas venían. »Cuando el carruaje se detuvo frente a la casa, salió una mujer. Estaba vestida espléndidamente, se trataba, sin duda de una mujer de rango y a

casa; me llené de miedo. Me dirigí a toda velocidad hacia la puerta, con la

Página

perdí de vista en cuanto entró al pórtico y supe que estaba entrando a la

371

la moda y estaba acompañada de una niñita delgada y demacrada. La

intención de subir y proteger a Georgiana, pero oí voces en el recibidor y me escondí detrás del sofá, con la esperanza de que la mujer no entrara al salón. Pero no fui lo suficientemente rápido y me vio. »—Vaya, ¿qué tenemos aquí? —dijo ella al entrar al salón. »Si hubiera estado solo, hubiera corrido, pero Georgiana estaba arriba y no podía irme. Me puse de pie y le dije a la mujer que no tenía ninguna mala intención. Le dije que me había resguardado en su casa durante una noche y que iba a continuar mi viaje. »—¿Estás solo? —me preguntó. »Le dije que sí, pero mis ojos me traicionaron y ella siguió la dirección de mi mirada: arriba. Me agarró de las muñecas y me llevó consigo por el recibidor y escalera arriba; la niñita pálida venía detrás de nosotros. No fue necesario que me preguntara a dónde dirigirse, pues se escuchaban los lamentos de Georgiana. »La mujer entró a la habitación donde estaba Georgiana y al verla dando vueltas inquieta sobre la cama, se dio cuenta de que estaba a punto de

Georgiana y le tomó la mano. De inmediato, Georgiana dejó de revolcarse,

Página

quedó en donde estaba, y tampoco detuvo a su hija cuando se acercó a

372

morir. Yo esperaba que la mujer retrocediera, pero en lugar de eso se

abrió sus ojos y dibujó una leve sonrisa. Hubo una conexión instantánea entre las dos niñas. »—Ten, si quieres, puedes abrazar a Evelina —le dijo la niña pálida a mi hermana al tiempo que le pasaba su muñeca. »Yo esperaba que la mujer agarrara la muñeca para impedir que Georgiana la tocara, pues la gente estaba aterrorizada por la posibilidad de contagio en ese tiempo, pero no lo hizo, y cuando me volví para verla, vi que tenía lágrimas en los ojos. »Subió la mirada para evitar que las lágrimas le rodaran y adoptó un modo enérgico. »—¿Quieres que salve a tu hermana? —me preguntó—. Puedo salvarla si quieres. »—¿Es usted médico? —le pregunté. »—No —me respondió—. Soy un vampiro. »Pensé en todas las historias que había escuchado, pero no tuve miedo. Había visto la forma en que miraba a su hija y era la misma forma en que

»—Sí; pero debes apresurarte, le queda poco tiempo. Si te tardas

Página

»—¿Si la salva también ella se hará vampiro? —le pregunté.

373

mi madre miraba a Georgiana.

demasiado, no podré salvarla. Nadie podrá hacerlo. »Me volví a ver a mi hermana. »—Georgie —le dije—, esta señora puede salvarte, pero si lo hace, te vas a volver como ella: te vas a convertir en un vampiro. »También Georgiana había escuchado historias al respecto y miró nerviosamente a la mujer y luego a la niña. »—¿Eres un vampiro? —le preguntó. »Sí —respondió la niña. »Mi hermana volteó a verme y asintió. »—Muy bien —le dije a la mujer—. Pero sólo si también me convierte a mí. »Ella me miró con agudeza. »—No tienes ningún síntoma de la plaga —me dijo. »—A donde vaya Georgiana yo he de seguirla. Le prometí a mi madre que la mantendría a salvo y no lo podría hacer si ella sigue viva mientras yo envejezco y muero.

quizás… ¿quién sabe?

Página

una —dijo y añadió pensativa mientras me miraba—: y con el tiempo…

374

»—Pues entonces mi Annie tendrá dos compañeros de juegos en lugar de

»Se movió con tanta rapidez que no distinguí lo que hizo, y luego vi las marcas de una perforación en el cuello de mi hermana. La mujer se volvió en dirección a mí, con los colmillos escurriéndole rojo y, en un instante, me perforó el cuello». —¿Así que eso es lo que son tus cicatrices en el cuello? —dijo Elizabeth pensativa—. Las vi cuando nadamos en el lago. —Sí. Nunca sanaron, aunque, por lo general, quedan ocultas bajo mi fular; pero nunca van a sanar. Darcy se quedó en silencio. Su cara se ensombreció y Elizabeth permaneció sentada mirándolo: sus bellos rasgos se acentuaban por la luz tenue, su mirada misteriosa. Elizabeth pensó en todas las cosas que él debía haber visto en sus siglos de vida: el nacimiento y la caída de naciones, las vidas y muertes de reyes… Pensó en él viviendo en Pemberley durante siglos y se preguntó cómo era que nadie se había dado cuenta de la permanencia de su vida. Al verla mirándolo, él alargó su mano hasta ella, sobre la mesa y luego se

—Tiene todo el derecho. Es mi esposo.

Página

—No tengo derecho a tocarla —dijo.

375

retractó.

—¿Todavía? —Sí, todavía. Lo amo, Darcy, nada puede cambiar eso. Ella tomó la mano de él y él la estrechó agradecido, devolviéndole el gesto. —Pero no está comiendo —le dijo él. Era cierto. Ella se había terminado su sabroso plato de carne y verduras y estaba ahí, vacío frente a ella. Él se puso de pie y jaló la cuerda de la campana que estaba junto a la pared y luego volvió a su lugar en la mesa. —No se ha terminado su comida —dijo ella mientras miraba su plato. Él vaciló. —No —respondió. —¿Come? O ¿come… otras cosas? —le preguntó y un escalofrío le recorrió el cuerpo. —No, eso nunca —respondió él luego de haberle leído la mente—. Elegimos lo que comemos. Hay quienes se alimentan de los humanos, pero Georgiana y yo nunca lo hemos hecho; satisfacemos nuestra sed de otras formas.

diciendo «La gloria se ha terminado. Los buenos días se han ido. No hay

376

lugar en el mundo para nosotros, no a menos de que volvamos a tomarlo,

Página

Elizabeth recordó algo que había escuchado en Venecia. Recordó a Sophia

y eso derramaría mucha sangre. Hay quienes lo harían, pero yo amo a los seres humanos y no puedo acabar con sus vidas, ni siquiera para restaurar lo que se perdió. Y sin esa crueldad, la gloria se desvanece y la fuerza se pierde». Ella había creído que Sophia se refería a la caída de Venecia y al conspirar de algunos para derrocar a los franceses con derramamiento de sangre, pero ahora entendía. —Sophia es vampiro, ¿verdad? —dijo Elizabeth. —Sí —respondió Darcy. —¿Y los demás que conocí en Venecia? —Muchos sí. —¿Así que por eso querían hacer un baile de disfraces: les recuerda su propio pasado, su propia juventud? —Sí. Elizabeth pensó en la hermosa ropa. No había pasado de generación en generación como había creído; la habían guardado sus propios dueños.

—Todos mis amigos, todos mis amigos vampiros, han tomado la misma

Página

Sophia, como usted, eligió no cazar humanos.

377

—Y es por eso que sabía los pasos de la gallarda. Ya la había bailado. Y

decisión. Sólo aquellos que deciden encaminarse a la maldad o aquellos que son convertidos por un vampiro maligno, en contra de su voluntad, cazan humanos —dijo él. —Vampiros malignos —dijo Elizabeth y se estremeció al recordar su experiencia—. ¿Quién era el vampiro del bosque? —Respecto a su identidad, nadie sabe. Él es uno de los más viejos de nosotros, es un Antiguo, pero no sabemos cómo se convirtió. —¿Cree que nos encuentre aquí? —Espero que no. Estamos bien escondidos y no sabe que poseo este pabellón. Además, está herido. Permanecerá oculto para recuperarse y lo más probable es que no salga sino hasta dentro de muchos años. —¿Tanto? —Un año no es nada para un vampiro —dijo él. La puerta se abrió y los sirvientes regresaron. Sus pisadas suaves eran casi mudas sobre la alfombra. —Un poco de fruta y queso, y cualquier otra cosa que tengan para agradar

Pronto regresaron con una bandeja con pan y queso y varios racimos de

378

uvas. Colocaron la comida cerca de Elizabeth y le pusieron un plato limpio

Página

a mi esposa —les dijo Darcy mientras recogían los platos.

en su lugar; siempre con movimientos respetuosos. Ella tomó una uva, y la separó de su racimo y se la llevó a la boca. —¿Y la gente en Pemberley? ¿Lo sabe? —le preguntó. —Algunos de los sirvientes sí. —¿La señora Reynolds? Dijo que lo conocía desde que usted tenía cuatro años. —Ella era nuestra nana. Nos estaba esperando cuando volvimos a nuestra propiedad, a donde nos llevó lady Catherine; fue ella quien nos convirtió. También ahí se había esparcido la plaga y los otros sirvientes habían huido, pero la señora Reynolds se había quedado. Al vernos, nos dijo que nos mantuviéramos alejados de ella, pues creyó que nos iba a infectar, pero lady Catherine le ofreció la misma elección que a nosotros y la señora Reynolds aceptó. Elizabeth asintió. Tomó un cuchillo y cortó un trozo de queso y lo comió con un poco del pan rústico y luego comió más uvas. —Si estaba vivo en 1665, entonces debe tener ciento cincuenta años —dijo

—No, ni una vez —dijo él.

Página

hubo una señora Darcy?

379

Elizabeth pensativa—. Y en todo ese tiempo nunca estuvo casado. ¿Nunca

—Por la maldición —dijo ella. —No —dijo él con simpleza—, porque no la había conocido a usted. Él acarició con sus dedos el dorso de la mano de ella y con su pulgar, le acarició la palma; luego, levantó la mano hasta sus labios y la besó amorosamente. —¿No hay nada que podamos hacer? —preguntó ella—. ¿No hay forma de cambiar las cosas? ¿De deshacer lo hecho? —No —respondió él, con una profunda mirada de tristeza—. Ninguna. Los sirvientes se inquietaron. —¿Terminó? —le preguntó a Elizabeth. —Sí —respondió ella. —Entonces vayamos al salón y dejemos que los sirvientes recojan. —Desearía… —dijo Elizabeth mientras se retiraban. —¿Sí? —Quisiera que pudiéramos olvidar todo esto, aunque fuera por un día, o

sonrisa—. Seamos simplemente el señor y la señora Darcy como se supone

Página

—Entonces lo haremos, aunque sea por unos días —dijo él con una

380

dos.

Página

381

que somos.

Capítulo 15 Transcrito por LadyPandora & Linda Abby Corregido por Anaid

U

na vez resguardados en el pabellón de caza, y lejos de todo, Elizabeth estuvo más contenta de lo que había estado desde el día de la boda. Ella y Darcy, olvidados temporalmente de

los problemas que los aquejaban, se paseaban por los jardines en las primeras horas de la mañana, cuando el pasto estaba lleno de rocío y el aire estaba fresco y limpio. Se deleitaban con las flores que, aunque estaban menos vigorosas que al principio de la estación, todavía estaban floreciendo. Platicaban de muchas cosas, de su niñez y de sus familias y, como todos los recién casados, de sus esperanzas y de sus sueños. Charlaban de todos los temas menos de uno pues, por el momento, lo estaban evitando. En las horas más calientes, durante el medio día, se quedaban dentro, se

Más tarde, cuando el calor comenzaba a disiparse, se aventuraban más

382

lejos para oler el dulce aroma de la hierba y caminaban a lo largo de los

Página

sentaban en el pórtico sombreado y comían aceitunas y otras exquisiteces.

arroyos o paseaban bajo las sombras de los álamos de Lombardía, que se erguían como centinelas en guardia en los campos. —Mañana traeremos comida para comer aquí afuera. Hay un lugar que quiero mostrarle —dijo Darcy. Al día siguiente, se pusieron en marcha antes de que hiciera demasiado calor y recorrieron un camino en el campo hasta llegar a un sendero que conducía hacia un risco, desde cuya cima se veía el mar. Ahí, había un pequeño bosque de árboles y sus ramas extendidas proyectaban una buena sombra. Cuando el viento agitaba las hojas, se reflejaba una luz moteada que bailoteaba en el suelo y formaba patrones siempre cambiantes sobre la hierba. Cerca de ahí había un arroyo, y el sonido del paso del agua sobre las piedras era refrescante. Darcy extendió el tapete, se sentaron y desempacaron la buena comida que

llevaban

desde

casa:

pan,

queso,

carnes

frías,

pastelillos,

racimos de uvas y vino dulce. Comieron a placer, disfrutando de la vista y de la novedad de comer al aire libre. Cuando terminaron, Elizabeth se

sus planes para Pemberley.

Página

la besó suave y gentilmente. Estuvieron un buen rato así, charlando sobre

383

recostó y colocó la cabeza sobre el regazo de Darcy y él le acarició el pelo y

—Cuando volvamos a Inglaterra, me gustaría que pintaran su retrato. He pensado en ello durante mucho tiempo, desde la vez que caminó hasta Netherfield cuando Jane estaba enferma. Fue Caroline quien sugirió la idea, aunque lo hizo para ridiculizarme, porque se dio cuenta de que yo estaba interesado en usted. Primero me dijo que colgara en la galería un retrato de sus tíos, los Phillip, junto al de mi tío abuelo, el juez, y luego me dijo que no se me ocurriera mandar pintar un retrato de usted, porque no habría pintor alguno que pudiera hacerle justicia a sus ojos. Supongo que se ofendió cuando yo dije que los ojos de usted eran muy hermosos — explicó él. Elizabeth sonrió por el cumplido y, como sus ojos estaban más hermosos que nunca, Darcy se sintió animado a besarla otra vez. —Desde entonces he estado pensando lo bien que se vería su retrato en Pemberley. Pretendo colgarlo en el recibidor —dijo Darcy. —No —dijo Elizabeth—. En el recibidor no, debo estar junto a su retrato de la galería, el que vi cuando visité Pimberley con mis tíos por primera vez.

sonrisa, y entonces lamente todos mis prejuicios tontos que me habían

Página

especial que me hizo recordar que usted me había mirado con esa misma

384

El artista captó perfectamente sus rasgos; lo retrató con una sonrisa

impedido ver quién era usted en verdad y que me habían hecho aferrarme a la primera impresión que tuve de usted. —Que no fue muy favorable. —No, así como tampoco fue favorable la primera impresión que tuvo usted de mí. —¿Cómo no pude haber visto su belleza? —pregunto él—. Ahora veo esa belleza en todo su esplendor y apenas puedo contenerme para no… Se quedó en silencio al percatarse de que se había acercado a un terreno peligroso. —Deberíamos hacer una reunión familiar para Navidad —dijo él para cambiar el tema. —Si —respondió Elizabeth—. Deberíamos invitar a mamá, a papá y a las chicas, y también a Jane y a Bingley y Charlotte y al señor Collins. Darcy dejó de acariciar el pelo de Lizzy justo cuando ella mencionó los Collins. —¿Es necesario que vengan ellos también? —pregunto él.

—Quizás ella prefiera ir a la casa de los Lucas a visitar a su familia —dijo

Página

me gustaría que Charlotte nos acompañara.

385

—No si usted no quiere, pero a mí me gustaría invitarlos o, por lo menos,

Darcy con la esperanza de que así fuera. —Sí, es cierto, pero creo que de cualquier forma debo invitarla. No la admiro por haberse casado con el señor Collins; de hecho estoy bastante decepcionada de su gusto y de su discernimiento, pero tuvo razón cuando me dijo que ella y yo no somos iguales, y no tengo derecho a juzgarla por su decisión. Aunque quizás ya no sienta la amistad tan grande que antes sentía por ella, es mi amiga y me gustaría volver a verla. —Entonces invítela —dijo Darcy—. Desde luego tendrán que venir sus tíos Gardiner. De no ser por ellos, quizás nunca nos hubiéramos vuelto a ver. —Si no hubiéramos ido a Pemberley, ¿hubiera dejado las cosas como estaban?

—preguntó Elizabeth y volteó a verlo—. ¿Hubiera seguido su

camino y me hubiera dejado a mí seguir el mío? —No —confesó él—. No podía olvidarla, aunque lo intentara y a pesar de lo grandes que eran los obstáculos que nos separaban. Creo que hubiera ido a Netherfield con Bingley. Sabía que tenía que decirle que Jane había estado en Londres y que yo se lo había ocultado y, una vez que se lo dijera,

—Y todo hubiera resultado igual.

Página

resistido las ganas de volver a verla, así que yo también hubiera ido.

386

sabía que él volvería a Netherfield. Y estoy seguro de que no hubiera

—Sí, Lizzy. Usted y yo estábamos destinados a estar juntos. —Sí, yo también lo creo. Aunque... —¿Sí? —No sé por qué le tomó tanto tiempo proponerme matrimonio. Vino de nuevo a Longbourn con Bingley, pero luego no volvió a hablarme durante semanas. ¿Fue por lo de su maldición? —le preguntó Elizabeth. —Sí, fue por eso. Yo estaba convencido de que era imposible, pero al final, la amaba tanto que no podía vivir sin usted. Había intentado olvidarla y no lo había logrado y, mientras más cosas sabía de usted, más tenía la certeza de que quería estar con usted. —¿No se le ocurrió que yo me daría cuenta de que usted no envejecería? ¿O acaso me iba a decir que su familia estaba bendecida con longevidad natural? —añadió en tono travieso. Él se rio. —Sabía que eventualmente iba a darse cuenta, pero también sabía que podría estar junto a usted por lo menos quince años antes de que

fui egoísta.

Página

horas, más de dos millones de minutos y cada uno de ellos preciado. Pero

387

comenzara a sospechar. Y eso son más de cinco mil días, más de cien mil

—No, me halaga que me quisiera tanto —dijo ella con alegría. Él la besó suavemente. —Entonces no puedo lamentarme por ello —dijo él—. No puedo lamentarme de nada, pues todo en mi vida me condujo hacia este momento con usted. Permanecieron así, en un silencio afable hasta que el sol se ocultó detrás de una nube, entonces recogieron las cosas de la comida y volvieron juntos al pabellón tomados de los brazos. Elizabeth se sentó a tocar el piano. Se trataba de un instrumento viejo y estaba desafinado, pero era una actividad familiar para ella y le resultaba agradable, además de que a Darcy le gustaba escucharla. Después, se acomodaron para escribir cartas, Elizabeth a Jane y Darcy a Georgiana. Pero cuando Elizabeth tomó su pluma recordó algo que había olvidado y se volvió hacia él consternada. —Cuando estaba en el carruaje del príncipe le escribí una carta a Jane y la aventé por la ventanilla con la esperanza de que uno de los habitantes de

—Sólo a usted se le pudo haber ocurrido semejante cosa en ese momento

Página

secuestrando y le suplicaba que le pidiera a mi padre que me buscara.

388

esos lugares se encargara de enviarla. En ella le decía que me estaban

—dijo Darcy admirado. —Si la carta llega, mi familia se va a preocupar —dijo Elizabeth un tanto alterada. —Enviaré a los sirvientes a que vayan a buscarla cuanto antes. ¿En dónde estaba? Elizabeth le explicó lo mejor que pudo. —Si ya la enviaron... —dijo ella. —Nos preocuparemos por eso después. Por el momento veamos si es posible encontrarla. Él caminó al otro lado del salón, en donde estaba la chimenea, y jaló la cuerda azul de la que colgaba la campana. Escucharon el conocido sonido de la campana a lo lejos y pronto apareció uno de los sirvientes. —La señora Darcy dejó caer una carta en el bosque —dijo Darcy y le dio indicaciones al hombre—. Encuéntrela si es posible, si no, pregunte en la aldea qué pasó. Y tráiganmela en cuanto la encuentren. —Sí, Señor de los Tiempos —dijo al tiempo que hizo una reverencia y se

Y soltó la pluma por el asombro—. Entonces, ¿lo saben?

Página

—¿Señor de los Tiempos? —preguntó Elizabeth con la mirada desorbitada.

389

retiró.

—Sí, sí lo saben. —Y no les molesta —dijo Lizzy con admiración. —No —dijo Darcy; caminó de regreso al escritorio y se sentó junto a ella en una silla maltratada pero cómoda—. Hace mucho tiempo les ayudé a salvar la vida del jefe de la aldea. Estaba de camino a la otra aldea para arreglar un matrimonio y unos bandidos lo emboscaron y atacaron. Él me agradeció y me invitó a que hiciera una casa aquí y cuando así lo hice, él dispuso de su gente para que me sirviera. Durante muchos años viví aquí y protegí la aldea de los ataques. Las colinas y los bosques de por aquí ahora son seguros, pero entonces estaban asolados por bandidos. —Hay tantas cosas de usted que desconozco —dijo Elizabeth—.Usted no es el hombre que creí que era. —Ojalá lo fuera. Nada me gustaría mas que llevarla a Pemberley y que viviéramos nuestras vidas como usted quería, como usted esperaba... como usted tenía derecho a esperar. El ánimo se tornó sombrío, pues había surgido el tema que, con tanto

—No lo sé —respondió él—. Solo sé que quiero que estemos juntos.

Página

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Elizabeth con la mirada triste.

390

cuidado, habían evitado y, esta vez, no había manera de evitarlo.

—¿Ya no quiere que me vaya? —No, no soportaría que se fuera. Pero ¿qué es lo que quiere usted? ¿Todavía quiere ir a casa en Pemberley? —su voz se escuchaba bien, pero ella se daba cuenta de la fuerte emoción que lo abarcaba—. La libero de nuestro matrimonio si eso es lo que desea. Usted no sabía con qué se estaba casando entonces, en la iglesia de Meryton. —La iglesia —dijo Elizabeth al recordar —. ¿Cómo fue posible que usted entrara? ¿Y como le fue posible usar la cruz que le regale? —Ésa no es mi debilidad —dijo él—. Cada familia vampiro tiene una debilidad. Para algunas es el ajo; la debilidad de mi tío, el conde, es que no tiene reflejo. La debilidad de mi familia es que no podemos estar fuera durante el amanecer o el atardecer. En esos momentos del día, nos volvemos traslúcidos, de modo que no podemos pasar desapercibidos entre los hombres, y si estamos fuera en esos momentos del día con mucha frecuencia, una parte de nuestra solidez se desvanece y nunca volvemos a recuperarla. Así que, como ésa no es mi debilidad, yo puedo entrar a una

fortuna como la mía es posible encontrar una forma de hacerlo.

Página

pregunta. ¿Quiere liberarse de este matrimonio? Para un hombre con una

391

iglesia y llevar una cruz, aunque me irrita la piel. Pero no respondió mi

Había algo tan vulnerable en él mientras la miraba, que ella extendió su mano hacia él y él la tomó con fervor. —No —respondió ella—. Estamos destinados a estar juntos. Me gustaría que volviéramos a Pemberley, como estaba planeado. Pero ¿en verdad podemos vivir ahí? ¿No cree que sus vecinos en Derbyshire se vayan a dar cuenta de que no envejece? —Tengo formas de ocultarlo. Justo antes de que mis vecinos se den cuenta de que hay algo fuera de lugar, me voy de Pemberley y, unos meses después, se corre la noticia de que tuve un accidente o de que sucumbí a una enfermedad. Mucho después, vuelvo a Pemberley como el nuevo heredero, algunas veces como mi propio sobrino o como si fuera un primo mío. Esta vez regrese como si fuera mi hijo. —¿Y nadie sospechó de que nunca hubieran visto a su hijo de niño? —Uno de mis primos, Fitzwilliam tenía un hijo chiquito que me visitaba cada tanto. Los sirvientes y vecinos lo aceptaron como el señorito Darcy, que había nacido en el extranjero y cuya madre tristemente había muerto

—¿Y nadie se daba cuenta de que era usted mismo? —preguntó Elizabeth.

Página

familiares, la escuela y luego, la universidad.

392

durante el parto. Su ausencia se explicaba con visitas prolongadas a los

—El parecido siempre se ha entendido como parecido familiar, en especial porque las modas me ayudan a enmascarar mi apariencia. Hasta hace muy poco, era usual que los hombres llevaran pelucas y un hombre con una peluca de pelo oscuro que le cae hasta la cintura en una multitud de caireles siempre se verá diferente a un hombre con una peluca corta y polveada. Y recientemente, la moda es no llevar peluca. —¿Y supongo que usan el mismo tipo de artimaña para ocultar el que Georgiana no envejece? —preguntó Elizabeth—. Qué difícil debe haber sido su vida —dijo ella en tono compasivo. —Pero ésa no era la peor parte de mis dificultades —explicó él. Miró la hoja de papel de Elizabeth, que seguía sin una sola palabra escrita. —¿Se lo contará a Jane? —le preguntó. —No lo sé. Siempre le he confiado todo a ella, pero esto… no sé decidirme. ¿Lo sabe Bingley? —No. —¿Se lo dirá?

—Por ahora creo que no lo voy a mencionar. Voy a decirle que hemos

393

estado viajando por Europa, pero que tenemos la intención de volver

Página

—Quizás más adelante, si usted se lo dice a Jane.

pronto y voy a dejar lo demás para otro momento.

*****

El interludio dichoso no podía durar por siempre. Ambos sabían que debían de enfrentar de nuevo el mundo y cuando el clima cambió y llegó la lluvia, supieron que había llegado el momento de hacerlo. —Annie me dijo que usted había enviado a la comitiva de regreso a Venecia —dijo Elizabeth mientras miraba la lluvia caer. —Sí —respondió Darcy—. En ese momento me pareció que ése era el lugar más seguro para ellos. —¿Volvemos a Venecia en nuestro camino de regreso? —No. Creo que el viaje de regreso será por mar. Será más fácil que cruzar las montañas en esta temporada del año. ¿Está lista para volver a Inglaterra? —le preguntó. —Sí, creo que sí —respondió Elizabeth—. Me gustaría estar en casa para

Y pensó que una vez que estuvieran de vuelta en Pemberley ella y Darcy

394

tendrían que encontrar una forma de vivir, una forma de soportar el

Página

Navidad.

terrible tormento de su maldición. —Entonces empezaré a disponer las cosas para el viaje. La voy a dejar por unas horas; debo ir al banco de Roma, porque esa tarea no puedo encargársela a nadie más, pero estaré de regreso en cuanto pueda. Salió del salón y Elizabeth lo escuchó dando instrucciones para que prepararan su caballo. La lluvia no duró mucho y Elizabeth decidió salir a caminar a la playa para sacarle el mayor provecho a sus últimos días en Italia. Eran playas muy diferentes a la de Inglaterra. Muchos años atrás, cuando había visitado la costa con su familia, se había encontrado con playas a las que las recorría un viento frío y con vacacionistas que se cambiaban la ropa en las casetas de playa alineadas sobre la arena y que, determinados a divertirse, se metían al agua helada del mar. Aquí no había viento frío y el agua era cálida; no había casetas de playa ni ningún signo de quehaceres humanos, sólo había arena, mar, riscos y por arriba de todo, el cielo. Las olas eran pequeñas y juguetonas; se enrollaban de camino a la playa y

En un impulso repentino, Elizabeth se sentó, se quitó los zapatos y las

Página

mezclaba con los gritos de las gaviotas que revoloteaban en el cielo.

395

luego se desenrollaban de vuelta al mar con un sonido silbante que

medias, se puso de pie, se levantó la falda y caminó hasta el agua. La arena estaba caliente, así que avanzó a saltos alternando los pies, que se hundían en la arena fina cada vez que caían, hasta que por fin llegó a una arena más firme, oscura y mojada, que soportaba mejor su peso y, a su paso, iba dejando huellas perfectamente trazadas de sus pies. Su mirada vagaba placenteramente por todo el agradable paisaje y se posó sobre un carruaje que rodaba a toda prisa a lo largo del amplio camino en la punta del risco. Pero cuando se detuvo y dio vuelta en el estrecho sendero que conducía a la playa comenzó a sentirse nerviosa. Corrió al otro lado de la playa para refugiarse en los riscos y rápidamente se secó los pies con su pañuelo se puso los zapatos. El ruido del carruaje se escuchaba cada vez más fuerte y el crujido de las ruedas y los relinchidos de los caballos se escuchaban cada vez más cerca y, cada tanto, se escuchaba también al conductor proferir blasfemias conforme el camino se volvía más complicado. Luego, el ruido cesó y se escuchó el sonido de las portezuelas del carruaje

—¡Señorita Bennet!

Página

que se trataba de lady Catherine de Bourgh.

396

abriéndose y Elizabeth escuchó una voz que reconoció y, asombrada, vio

Cualquier intento de esconderse era inútil. Lady Catherine ya la había visto, así que Elizabeth se salió de su refugio en los riscos y encaró a lady Catherine que, junto con su hija Anne, iba caminando por la arena en dirección a ella. —¡Señorita Bennet! ¿Dónde está mi sobrino? Debo hablar con él cuanto antes. Es un asunto urgente. Ya estuve en el pabellón, pero la servidumbre se negó a decirme dónde puedo encontrarlo. Al igual que cuando la había visto en los Alpes, lady Catherine estaba vestida de negro y Anne, al lado de ella, estaba vestida de verde opaco, con la pelliza colgándole pesadamente sobre su delgada figura. Vestidas así, se veían inapropiadas para la playa. —Salió a caballo —dijo Elizabeth. —No juegue conmigo —dijo lady Catherine—. ¿En dónde está? —No puedo decírselo. —Por lo menos dígame cuándo lo espera de regreso —dijo lady Catherine. —Tampoco puedo decírselo —respondió Elizabeth.

—Los traicionaron —dijo Anne, y con ese par de palabras en tono tranquilo

Página

Tiene que decírmelo pronto.

397

—Jovencita necia, obstinada —dijo lady Catherine en tono molesto—.

logró lo que su madre no había conseguido con su iracunda perorata y obtuvo así la atención de Elizabeth—. Fue Wickham. —¡Wickham! —exclamó Elizabeth asombrada. —Sí, George Wickham. Venimos de París. Mamá quiso quedarse allá por unos días después de que los vimos en los Alpes y fue ahí donde vimos a George. —Había bebido —dijo lady Catherine, determinada a participar en la conversación. —Y estaba asustado —dijo Anne. —Y con buena razón —declaró su madre. —Si Darcy se entera de lo que ha hecho… —dijo Anne. —Wickham parece haber nacido para ser una espina al lado de Darcy —le dijo lady Catherine a Anne—. Primero el intento de fugarse con Georgina; luego su huida con la hermana de la señorita Bennet; y ahora esto. —Y esto no es lo peor de todo —dijo Anne.

es más vieja de lo que se puede imaginar, un monstruo, un…

Página

—La traicionó con un viejo diablo —le dijo a Elizabeth—, con una cosa que

398

Lady Catherine asintió.

—¿Vampiro? —dijo Elizabeth. —¿Lo sabes? —dijo lady Catherine frunciendo el ceño. —Se cansó de su hermana y la dejó en Inglaterra para volver a su libertinaje en París —dijo lady Catherine—. Se complació en la bebida, las mujeres y las cartas y se lamentó de su suerte frente a compañeros comprensivos. Pero había alguien ahí que debía estar muerto y que no debió haber escuchado a Wickham decir que se había casado con la cuñada de Darcy; porque entonces supo que Darcy se había casado. El Antiguo todavía cree en las viejas formas, así que cree que toda novia vampiro debe ser suya en la noche de bodas. Por eso, está determinado a tomarla. Tiene un amigo, un príncipe, que pretende invitarla a su villa. Si aprecia su propio bienestar, no vaya. —Su advertencia me llega tarde —dijo Elizabeth—. Ya estuvimos ahí, y el Antiguo ya intentó reclamarme como suya. —¡Imposible! —dijo lady Catherine—. Si la hubiera encontrado no habría podido escapar.

a Elizabeth.

Página

—¿Darcy? Pero entonces eso significa que… —dijo lanzó una mirada aguda

399

—Escapé con la ayuda de Darcy.

—Sí, ya sé la verdad sobre Darcy —dijo Elizabeth con osadía. —¿Y no huyó de su lado llena de repulsión o desesperación? —preguntó lady Catherine asombrada. —Como ve, todavía estoy aquí. —Me sorprende, es más valiente de lo que creí —dijo con admiración reticente—. Pero eso no le servirá de nada. Al final, terminará sucumbiendo al miedo o a la aversión. Eso es lo que siempre pasa cuando un mortal ama a un vampiro. —No, mamá —dijo Anne—, papá no sucumbió. —Tu padre fue la excepción —dijo lady Catherine y su expresión se suavizó—. Él era excepcional en todo. —Yo creo que también Elizabeth es excepcional —dijo Anne y miró a Elizabeth con una mirada de evaluación. —No es nada fuera de lo ordinario —dijo lady Catherine mientras, con la mano, hacía ademán de descartar la idea. —Ella cautivó a Darcy, y eso es algo que nadie más había podido hacer —

—Quizás hay algo de cierto en lo que dices, pero eso no tiene caso ahora —

Página

Lady Catherine miró a Anne y dijo:

400

dijo Anne.

y miró d enuevo a Elizabeth, pues lo que importa es que asegura que Darcy la salvó del Antiguo, y eso no debió suceder. Ahora que el Antiguo ha recuperado mucha de su fuerza, nadie puede oponérsele. —No fue fácil —dijo Elizabeth—, pero cuando agarró a Darcy del cuello, su mano comenzó a quemarse. Creo que fue porque Darcy llevaba una cruz al cuello. —Una cruz no pudo hacerle daño —dijo lady Catherine desdeñosa—. Lo único que puede lastimar a un vampiro es algo más viejo que él, y el Antiguo ya era anciano cuando Cristo era joven. Además, ¿qué buen motivo tendría Darcy para llevar puesta una cruz? Nunca usaría algo así. —Porque yo se la di —respondió Elizabeth. —¿Por qué usted se la…? —preguntó lady Catherine asombrada y luego, para sorpresa de Elizabeth, sonrió—. Así que fue de ese modo como Darcy consiguió vencer al Antiguo. Estaba equivocada respecto a usted, señorita Bennet, no, no le voy a decir así, la voy a llamar por su verdadero nombre: señora Darcy. Ahora veo que estaban destinados a estar juntos, así como

maldición, le doy mi bendición —se levantó el velo para inclinarse hacia

401

adelante y darle un beso a Elizabeth en la mejilla—. La mano del Antiguo

Página

Sir Lewis estaba destinado a estar conmigo. En lugar de enviarle mi

no se quemó por la cruz, se quemó por su regalo: se quemó por… De pronto, de improviso, lady Catherine fue empujada con enorme fuerza hacia atrás y Elizabeth, sobresaltada, vio que era Darcy quien estaba de pie entre ellas. Había vuelto de su diligencia y al ver la postura de lady Catherine, se había desplazado a una velocidad fuera de lo normal para defender a Elizabeth. —¿La lastimó? —preguntó Darcy y preocupado tomó la cara de Elizabeth entre sus manos examinarla—. ¿La tocó? ¿La mordió? —No —respondió Elizabeth—. No es lo que usted cree. No me estaba amenazando vino a advertirme sobre el Antiguo, pero cuando se enteró de que usted lo había vencido nos deseó bien. Ahora sabe que no es posible separarnos. Él se alegró y sonrió. —Tenía la esperanza de que se diera cuenta en algún momento. Ella amó a un mortal y sabe lo que significa ser incapaz de dejar a quien se ama. Entonces se dio vuelta para ayudar a lady Catherine a reincorporarse, pero

A pesar de que él le había dado un levísimo empujón, la fuerza la había

402

arrojado hasta un risco del otro lado de la playa. Pero semejante golpe,

Página

ella ya no estaba ahí.

aun cuando hubiera podido matar aun mortal, no le había causado ningún daño a lady Catherine. Elizabeth la vio ponerse de pie y encaminarse al sendero de la playa seguida de Anne. Y vio que había dejado una hendidura en el risco; así de poderoso había sido el golpe. El velo de lady Catherine había salido volando y se había incrustado en la roca, en donde permaneció ondeando al aire. —Vinimos a entendernos un poco mejor —dijo Elizabeth mientras veía a lady Catherine retirarse—. No tuvo tiempo de terminar su oración, pero sé lo que iba a decirme. El Antiguo fue vencido por mi regalo para usted, por algo más viejo que él: por el amor. La expresión de Darcy se suavizó y se inclinó hacia adelante para besar a Lizzy suavemente. —No puedo sopórtalo más —dijo ella mientras acariciaba la cara de él con sus manos—. Quiero estar con usted, a cualquier costo. Tómeme, se lo suplico, deje que estemos juntos como esposos pase lo que pase. —No sabe lo que dice —dijo él, la voz le temblaba por el esfuerza de

envejecerá, pero tendrá que ver a todos los que la rodean envejecer y morir.

Página

dentro de él—. Hay tormentos que tendrá que enfrentar si se convierte. No

403

controlar la enorme marea de pasión que ella podía sentir agitándose

Se va a quedar aislada de la vida, formando parte de ella y a la vez, no. Va a ser una desterrada por siempre. —No me importa —murmuró ella—. Soportaré cualquier destino por ser su esposa. Él la miró a los ojos profundamente para asegurarse de que ella sabía bien lo que estaba diciendo y entonces la tomó entre sus brazos y la cargó por toda la playa y hasta el pabellón, en donde subió los escalones de dos en dos y pateó la puerta para abrirla. Conforme cruzaba el recibidor en dirección a las escaleras una sombra se movió en la esquina y un criado caminó hacia él. —Hay alguien que quiere verlo —dijo. —Ahora no —dijo Darcy sin detenerse. —Sí, ahora —se escuchó una voz desde las sombras. —Es el jefe de nuestra aldea, Nicolei —dijo el criado. Un hombre viejo y encorvado salió de las sombras. Estaba recargado sobre el brazo de un hombre más joven.

—No, Señor de los Tiempos, no puede esperar —dijo Nicolei, miró a

Página

escaleras.

404

—Puede esperar hasta mañana —dijo Darcy ya encaminado hacia las

Elizabeth y luego volvió a mirar a Darcy—. Debe ser ahora, antes de que haga algo de lo que luego pueda arrepentirse. Hay una forma de liberarlo

Página

405

de su peso. Hay una forma de romper la maldición.

Capítulo 16 Transcrito por Airin

S

Corregido por Alex Yop EO

e hizo un profundo silencio en el recibidor. De afuera llegó el sonido del crujir de las hojas y el grito de un ave marina, que se escuchó más fuerte que siempre por tan innatural quietud.

Darcy dejó a Elizabeth suavemente sobre el suelo, la tomó de la mano y la llevó a la sala de estar; Nicolei fue detrás de ellos. Darcy caminó con pasos largos hasta la chimenea, Elizabeth se puso de pie a su lado y se quedaron abrazados por la cintura mientras Nicolei caminaba lentamente para llegar hasta donde ellos estaban. El joven lo llevó hasta una silla y lo ayudó a sentarse. —Me está diciendo entonces que conoce una forma de que vuelva a ser humano —dijo Darcy con incertidumbre una vez que Nicolei estuvo sentado. Hablaba en italiano, pero Elizabeth ya estaba tan acostumbrada al idioma

—Y sin embargo, así es —dijo Nicolei y lo miró respetuosamente—. Ese

Página

—Nunca había escuchado algo semejante —dijo Darcy.

406

que no necesitaba traducción.

conocimiento se ha pasado de jefe a jefe en nuestra aldea durante generaciones —Nunca me había dicho nada al respecto —dijo Darcy frunciendo el ceño. El viejo descansó las manos sobre su bastón. —No

sabía

que

le

interesaba,

Señor

de

los

Tiempos.

Usted

es

magníficamente, una criatura de la noche, que no está muerta y no es mortal. Usted vuela con alas poderosas; protege a los débiles; es un heraldo tanto del bien como del mal; trae venganza y justicia. Disipa a sus enemigos como si fueran paja al viento. Nunca creí que querría dejar semejante grandiosidad. Los siglos son para usted lo que las estaciones son para sus hijos, pues eso es lo que somos bajo su sombra, nada más que niños, débiles, ciegos y dignos de compasión. La tierra y el mar y el cielo son su hogar. Usted viaja grandes distancias antes de que nosotros podamos dar un solo paso. Sus sentidos son más agudos y más claros que los nuestros: usted ve la hormiga llevando a cabo sus tareas, escucha el chasquido de su mandíbula, huele el mar cuando está en la cima de la

ser silente? No. Nunca pensamos en eso.

Página

viento si ya no quiere soplar? ¿Acaso le preguntamos al trueno si preferiría

407

montaña y siente el sabor del polen en la brisa. ¿Acaso le preguntamos al

—Y sin embargo ahora lo piensa. —Sí —dijo al tiempo que asentía lentamente—, así es. Mi familia, aquellos a quien usted tiene aquí a su servicio, lo escucharon hablar cuando estaba comiendo con su hermosa esposa. Supieron que había encontrado el amor y que ahora era un hombre distinto del que conocían. Se dieron cuenta de que su maravilloso carácter ahora es para usted una maldición, y eso los preocupó. Ellos están orgullosos de servirlo, ésa es su forma de recompensarle los servicios que usted hace por ellos, pero ese servicio ha sido siempre, de ambos lados, de buena voluntad. Y ahora ya no es así. Entonces vinieron a buscarme para preguntarme qué hacer y yo les pedí que me trajeran aquí para que pudiera hablarle de aquello que debe saber. El fuego estaba llameando resplandecientemente sobre la chimenea. La atmósfera era pacífica. Los muebles estaban desgastados pero firmes y la luz del sol estaba brillando afablemente por las ventanas. «Qué extraño», pensó Elizabeth, «que todo esté tan en calma cuando se están desvelando secretos tan oscuros».

esperanza en la voz.

Página

vampiresa? —preguntó Darcy, todavía incrédulo pero con un tono de

408

—¿De verdad puede ofrecerme una forma para librarme de mi parte

—Sí, si es lo que desea. Pero piense sobre ello, Señor de los Tiempos, se lo suplico. —No he pensado en otra cosa en este último año. He deseado que fuera posible, pero pensé que no lo era. Nicolei asintió. —Si es así, voy a ayudarlo. Mi deseo es servirlo y si ese es el servicio que desea, entonces lo haré de buena gana. —¿Cómo es posible lograrlo? —preguntó Darcy mientras lo miraba resueltamente. —No puedo hacer más que señalarle la primera parte de su travesía —dijo Nicolei—. Las respuestas que busca han de ser encontradas en una cámara subterránea. Es tan vieja, que un templo romano fue construido encima de ella y el templo ya tiene una edad venerable. Pero antes de que decida recorrer este camino, tenga cuidado, porque implica grandes peligros. Ya una vez, en los tiempos de mis antepasados, se hizo un intento. No sé qué pasó con el vampiro que lo intentó, sólo sé que nunca

—Hay peligro en todo —dijo Darcy—. Vivir implica peligro también. Y una

409

aventura como esta no viene a la ligera, siempre se paga un precio; pero

Página

volvió.

estoy dispuesto a pagarlo. ¿En dónde está el templo? —Eso no lo sé. Sólo sé que está ubicado sobre un risco en un valle verde y que enfrente está el mar y detrás hay un risco aún más grande con un árbol que crece sobre él. Sé de tres templos cerca de aquí, pero ninguno tiene esas características. Tienen el mar o los riscos o el valle, pero no las tres cosas a la vez, y no conozco ningún templo con un árbol cerca. —Y no obstante, lo que usted describe me suena conocido —dijo Darcy meditabundo—. Creo quo he visto ese lugar, a unos quince kilómetros al noroeste de aquí. Nicolei frunció el ceño, como si estuviera tratando de recordar el lugar al que Darcy se refería. Luego, el gesto se le aclaró, asintió y dijo: —Ya sé a qué lugar se refiere, pero no es un templo romano, son las ruinas de un monasterio. —Pero debajo de ellas hay un templo romano —dijo Darcy—. Lo descubrí un día que estaba jugando ahí, de niño. Me caí en un agujero del suelo del monasterio mientras exploraba las cavas y vi que estaba en un lugar

romanos.

Página

estoy seguro de que era un templo. Las estatuas parecían ser de los dioses

410

extraño circundado por columnas y estatuas. Era un lugar muy viejo y

—Entonces quizás sí sea ese lugar —dijo Nicolei con cautela—. Si es así, la cámara que está buscando debe estar en algún lado, ahí, debajo. —Entonces es preciso que vaya. En ese entonces no vi ningún pasaje hacia abajo, pero quizás haya uno oculto —dijo Darcy separando su brazo de la cintura de Elizabeth. —Yo iré con usted —dijo ella. —No —dijo Darcy—. Ya escuchó a Nicolei; puede ser peligroso. —Ella estaba a punto de protestar cuando Darcy dijo—: No puede venir conmigo. No se trata sólo de que quiera protegerla, también se trata del destino. Recuerde el castillo, Lizzy, el hacha que se cayó de la pared; y recuerde el significado de la premonición: que usted causaría mi muerte. No puede venir conmigo, amor mío. Debo ir solo. Elizabeth pensó en el tiempo que estuvieron en el castillo del conde. Qué lejano le pareció todo aquello ahora. Recordó que el hacha se había soltado y que había caído más cerca de Darcy que de ella; y recordó lo que Annie le había dicho respecto a que en el recibidor de la servidumbre se decía que

usted mismo— pero al ver el cambio en la expresión de Darcy se dio

Página

—Pero esas eran solo supersticiones —dijo ella con voz incierta—. Eso dijo

411

la caída del hacha significaba que ella habría de causar la muerte de Darcy.

cuenta y dijo—: Lo dijo para reconfortarme. —Sí, así fue —admitió él. —Entonces usted cree en la premonición. —No lo sé —respondió él—, pero prefiero no ponerla a prueba. —Y, no obstante, en realidad no sabe lo que significa —dijo Nicolei inesperadamente—. Las premoniciones son cosas maravillosas, pero no nos hablan abiertamente; nos hablan de formas misteriosas. Vio a Elizabeth y luego a Darcy. —¿A qué se refiere? —preguntó Elizabeth. —Me refiero a que una premonición, si es cierta, sucederá no obstante todas las medidas que se tomen para evitarla. Y si no es cierta, entonces no afectará el futuro, a pesar de lo que se haga —luego volteó a ver a Darcy y dijo—: Si su esposa ha de causar su muerte, ¿cómo sabe que será así si lo acompaña? ¿No puede ser que cause su muerte si se aleja de usted? Elizabeth y Darcy se miraron profundamente y luego ella dijo:

tormento.

Página

Esta vez Darcy no dijo nada, pero su rostro tenía una expresión de

412

—Iré con usted.

—Y también yo —dijo Nicolei—, con mi hijo Georgio, para que me ayude. Iré con ustedes, mi destino está ligado al suyo, Señor de los Tiempos. Creo que este es mi destino. Aunque Darcy estaba renuente, al final accedió. —Pero tendrá que viajar en el carruaje que lo trajo hasta aquí, pues no tengo carruaje en el pabellón —le dijo Darcy. —De acuerdo —respondió él. Darcy tocó la campana. Cuando respondieron a su llamado, dio instrucciones de que prepararan el carruaje y Elizabeth añadió sus propias instrucciones para que pusieran plumas para suavizar los asientos y algunas mantas para hacer más caliente el interior. Luego, Darcy volteó a ver a Nicolei y dijo: —Ha hecho un largo viaje para llegar hasta aquí. ¿Cuándo comió por última vez? —Hace muchas horas —respondió el viejo. —Entonces es preciso que usted y Georgio coman algo antes de que

Georgio lo ayudó a ponerse de pie y a salir del salón, pero antes de llegar a

Página

—Gracias —dijo Nicolei.

413

partamos.

la puerta Nicolei dijo: —Estaremos

listos

en

cuanto

hayan

enjaezado

a

los

caballos.

Cuando se retiraron, Darcy volteó a ver a Elizabeth y le dijo: —Vaya por su caperuza, amor mío. El viaje será largo y el viento está frío. Elizabeth asintió, pero luego, repentinamente dijo: —¿Está seguro de que esto es lo que quiere? —Y lo vio con mirada escrutadora—. Nicolei tiene razón; no lo había considerado, pero usted tiene dones privilegiados en su vida. Si se libera de la maldición, también se deshará de ellos. Ya no verá ni escuchará ni sentirá las cosas con tanta agudeza, riqueza o profundidad y perderá su inmortalidad. Dejará de ser eterno; envejecerá y morirá. Él tomó la cara de ella entre sus manos y dijo; —Con gusto trocaría la eternidad por estar con usted un momento. Ella emitió un suspiro largo y estremecido; luego, él la besó. Fue un beso suave y prolongado, un dulce encuentro de bocas, corazones y espíritus. Al separarse, ella supo que no había vuelta atrás.

luego se sentó a escribir rápidamente y con letra desigual.

Página

su abrazo y subió a buscar su capa. Al hacerlo, vio su escritorio. Vaciló, y

414

Ella hubiera querido permanecer entre los brazos de él, pero se separó de

Mi queridísima Jane:

Te he escrito muchas cartas a lo largo de mi luna de miel con la certeza de que habían sido enviadas y, sin embargo, ninguna de ellas fue depositada en la oficina postal. Esta carta la escribo con la esperanza de que nunca salga de mi escritorio, hasta que, al final, la eche al fuego, porque voy a enfrentarme a un gran peligro y pretendo darle instrucciones a mi doncella para que lleve esta carta a la oficina postal en caso de que yo no regrese. ¡Ay, Jane! Si pudiera decirte aunque fuera la mitad de las cosas que han sucedido desde que me fui de Longbourn. Ha habido mucha cosas difíciles y aterradoras en mi vida, pero también ha habido mucha belleza: la pavorosa e

impactante

majestuosidad

de

los

Alpes

mientras

Darcy

y

yo

cabalgábamos sobre sus alturas cubiertas de nieve; la pacifica tranquilidad de Piamonte; el grandioso río Brenta con sus sauces llorones sumergiendo sus ramas al agua; Venecia irguiéndose como un sueño desde la laguna y

irreprimible y Sophia con sus vestidos antiguos, su gran amor por su ciudad

Página

serena. Y la gente: Phillip con su galantería; Gustav con su buen humor

415

asoleándose con la cálida luz solar de la mañana, eterna, sin tiempo y

y sus recuerdos: el nacimiento de los príncipes mercaderes; la construcción de los palacios; la creación de las esculturas; las pinturas y la poesía; las travesías de los grandes exploradores; los triunfos de Marco Polo, con quien ella habló y bailó. Sí, Jane, lo conoció y ella todavía baila y canta, aunque él se haya convertido en polvo desde hace mucho tiempo. Ella es la custodia de todas las cosas del pasado, ella y otros como ella; también mi querido Darcy es un custodio, un guardián, un protector: uno de los sin tiempo. Mi querido Darcy es un vampiro. Y, sin embargo pretende librarse de su maldición y de su ser de guardián protector. Va a emprender una travesía oscura y peligrosa y yo voy con él. No sé cuánto tiempo estaremos en ello, y tampoco sé si regresaremos. Pero lo amo con todo mi corazón e iré a donde él vaya. Piensa mucho en mi si no vuelves a verme y dale mi nombre a una de tus hijas, pero no a la primera, ella debe llamarse Jane, como su madre, pero sí a la segunda, a menos de que sea un niño y no pueda llamarse Elizabeth. Ay, Jane, qué bueno es hablar contigo, aunque estés tan lejos. Incluso en los

la verdad de mi vida. Si regreso, quizás nunca te lo diga. Pero si muero en

Página

Debo irme, ya oigo a los caballos abajo. Pero no podía irme sin hacerte saber

416

tiempos oscuros y difíciles, me siento más alegre de sólo pensar en ti.

alguna cámara subterránea, entonces me reconfortará saber que conoces la verdad, tú, que siempre has sabido todo sobre mí y que ahora también sabrás la verdad respecto a mi querido Darcy. Y ahora, mi querida, mi más amada hermana. Adieu.

Llamó a Annie y le dio la carta, que ya había sellado y en la que ya había escrito la dirección de Jane. —Annie, tengo que hablar contigo respecto a un asunto de gran importancia. El señor Darcy y yo vamos a hacer una travesía y quizás sea peligrosa. Si no volvemos dentro de una semana, quiero que le envíes esta carta a mi hermana. Llévala a la oficina postal tú misma, Annie. No dejes qua nadie más la toque. —Así lo haré, señora, se lo prometo —dijo Annie al tiempo que tomó la carta. —Mientras tanto, quédate aquí y atiende el pabellón durante el tiempo que

Inglaterra. Hay dinero en el cajón de mi tocador, puedes llevártelo todo. El

417

criado del señor Darcy irá contigo y él sabrá cómo hacer los arreglos para

Página

estemos fuera. Si ni yo ni el señor Darcy regresamos, entonces vuélvete a

el viaje. Ve con mi tío en Gracechurch Street, su dirección la puedes encontrar en mi escritorio; él te ayudará. —¿Pero qué debo decirle, señora? —preguntó Annie preocupada. —Dile... —Elizabeth hizo una pausa—. Dile que hicimos un viaje y no regresamos. Dile que al lugar al que fuimos estaba lleno de bandidos y que debemos haber sufrido un accidente o que fuimos victimas de la violencia en las colinas —el sonido de las patas de los caballos y de las ruedas de un carruaje llegó desde abajo—. Debo irme. Se puso su pelliza y su caperuza, se cambió los zapatos por botas gruesas y tomó un par de guantes antes de correr escalera abajo. Se dirigió a la sala de estar y ahí encontró a Darcy. Estaba vestido con ropa de exterior. Tenía el gabán con capa sobrepuesto por encima del frac y los pantalones y se había puesto sus botas para montar. Estaba mirando hacia abajo, en dirección a algo que llevaba en la mano y tenia una mirada de placer inesperado, sus rasgos bien parecidos estaban dispuestos en una sonrisa.

gran sonrisa cuando se dio cuenta de que era la carta que le había escrito

Página

de una carta. Su corazón saltó de emoción y el rostro se le cubrió con una

418

Al escucharla entrar a la sala, le extendió la mano y ella vio que se trataba

a Jane mientras se la llevaban en el carruaje del príncipe. —Los sirvientes la encontraron justo en donde la arrojó —dijo Darcy. —¡Gracias a Dios! Ahora, por lo menos Jane no habrá de sufrir ese pesar. —No, ese problema se acabó —dijo Darcy. —¡Ése es un buen augurio! —dijo ella—. Pensé que nunca iba a escapar de esa situación y, sin embargo, así fue. Y si una situación tan desesperada terminó bien, ¿no es posible que una menos desesperada resulte bien también? —Claro que lo es, y así será —dijo Darcy—. Elizabeth, estamos destinados a estar juntos. Nos libraremos de esta carga y seremos lo que siempre estuvimos destinados a ser. Ella lo tomó de las manos y sus ojos resplandecieron. —Sólo piense que, quizás muy pronto, estaremos caminando juntos en Pemberley o de visita con Jane y Bingley en Netherfield y caminando por los senderos de alrededor, los cuatro juntos, felices y a salvo, con un futuro floreciente en el horizonte, en lugar de uno lleno de angustia y

Salieron y vieron que Nicolei ya estaba en la parte trasera del carretón y

Página

—Entonces, en marcha —dijo él.

419

miedo.

que Georgio, su hijo, ya estaba listo sobre el pescante para conducirlo. El caballo de Darcy estaba al lado. —¿Cabalgará conmigo? —le preguntó a Elizabeth. Elizabeth montó alegre delante de Darcy; a pesar de la inquietud del caballo, ella se sentía segura teniendo a Darcy detrás y, de inmediato,

Página

420

emprendieron su marcha.

Capítulo 17 Transcrito por Joy89

E

Corregido por Anaid

l camino a las ruinas pasaba a lo largo de senderos soñolientos bordeados por olivos y viñedos. A pesar de las circunstancias, Elizabeth se complacía en el paisaje, en el

trote continuo del caballo y por sentir los brazos de Darcy rodeándola mientras llevaba las riendas. Era un buen jinete, pues tenía una vida entera de experiencia cabalgando y conducía a su caballo sin más que una suave presión de los talones cada tanto o con un leve movimiento de las riendas. Elizabeth, que era una jinete promedio, pensó en lo diferente que era ver el mundo desde el lomo de un caballo cuando no era ella quien tenía que guiarlo. Pasaron árboles de cítricos y casas con techos rojos y siempre, de su lado izquierdo, las tranquilas aguas azules del mar. Luego de un rato, Darcy se dirigió tierra adentro, el carretón iba detrás de

subía por una colina y, una vez que llegaron a la cima, Elizabeth pudo ver

Página

después, dejaron el sendero y se adentraron por una senda abrupta que

421

él e ingresaron a un sendero estrecho en el campo. Unos veinte minutos

unas ruinas abajo, a lo lejos. Estaban ubicadas en un valle con hierba y estaban flanqueadas, al este, por el muro de un risco y, al oeste, por un precipicio hacia el mar y estaban cubiertas por las grandes ramas de un viejo árbol retorcido. La luz ya estaba desapareciendo cuando el caballo comenzó a descender la colina y el carretón marchaba estruendosamente detrás de él. Conforme se acercaban, Elizabeth pudo distinguir que las ruinas eran grandes y que sus portales tenían arcos que se habían colapsado, al igual que el techo. Había partes de los muros que todavía estaban en pie, y debajo de ellos, yacían las rocas que se habían caído. Entre las rocas crecía la hierba larga y había flores silvestres alrededor. Darcy detuvo al caballo al lado de las ruinas; desmontó y luego ayudó a Elizabeth. El carretón se detuvo al lado de ellos. Darcy apersogó al caballo a las ramas más bajas del árbol y el caballo comenzó a mordisquear el pasto. Darcy miró hacia el horizonte con nerviosismo. El sol había comenzado a

roto y continuó hasta más allá de los arcos del portal. Ahí se detuvo y miró

Página

hacia las ruinas, dando grandes pasos sobre la roca derrumbada y el piso

422

ponerse y esparcía franjas rojas a lo largo del cielo. Darcy caminó aprisa

a su alrededor, como si quisiera llevar a su mente la imagen de un recuerdo muy lejano. Dio unos cuantos pasos más, se arrodilló y comenzó a separar las largas hierbas que habían crecido entre las rocas derrumbadas con la intención de encontrar una forma de bajar. Elizabeth lo estaba observando y, conforme los colores del sol se hicieron más vibrantes y espléndidos, él comenzó a cambiar. Estaba dejando de ser enteramente sólido; su contorno resplandecía débilmente en la luz del atardecer y cobraba una calidad etérea. Se volvió transparente ante la mirada temerosa y maravillada de ella. Elizabeth tuvo la necesidad de tocarlo y, para su tranquilidad, se sentía sólido; de hecho, al recargar la mano sobre el hombro de él, pudo sentir sus músculos, pero tuvo la extraña sensación de que si él continuaba perdiendo más forma, su mano terminaría por deslizarse en medio de él como si no estuviera tocando nada más que aire. —¡Aquí! —gritó Darcy repentinamente y ella quitó la mano justo cuando él comenzó a tirar de la hierba con más fuerza; arrancaba manojos enteros

fue a ayudar a Darcy: sus fuertes músculos trabajaban rápidamente para

Página

Georgio, que se había quedado al lado del carretón para atender a caballo,

423

para dejar ver el oscuro pasaje que yacía debajo de la tierra.

retirar el escombro de la entrada. En cuanto la entrada fue visible, Elizabeth alcanzó a distinguir una rampa que conducía al interior, hacia las entrañas de la tierra. Estaba muy oscuro, de modo que no se veía el final de la rampa. Georgio volvió al carretón y regresó con antorchas. Las encendió y le dio una a Elizabeth y otra a Darcy, luego volvió al carretón para ayudar a su padre a salir. En cuanto Nicolei y Georgio llegaron hasta la entrada de la rampa, juntos, los cuatro, procedieron cuidadosamente el descenso encabezados por Darcy. Se encontraron en un pasadizo subterráneo con techos bajos. Extrañas sombras oscilaban en los muros y podía escucharse el goteo de agua. La rampa continuaba descendiendo. Más abajo, más abajo. Luego, cuando Elizabeth creyó que ya no aguantaría más tiempo en un espacio tan confinado, la rampa desembocó en una cava, en la que todavía podían verse botellas de vino sobre una rejilla de madera cubierta por una gruesa capa de polvo. Darcy continuó lentamente hacia adelante y le hizo una seña a Elizabeth

piso se había hundido.

Página

suelo, hacia el fondo de la cava, había un enorme hoyo negro en donde el

424

para que se quedara donde estaba. La razón pronto se hizo evidente: en el

—Probablemente hace tiempo hubo un movimiento telúrico que dañó los cimientos y ocasionó que se colapsara la construcción —dijo Darcy. Bajó la antorcha y se asomó por el hoyo—. Esta parte no va a ser fácil —les dijo a Elizabeth y a Nicolei—: ¿Siguen determinados a continuar? —Yo sí —dijo Elizabeth. —Yo también —dijo Nicolei. Darcy asintió renuente. Luego, le pasó su antorcha a Georgio y se metió en el hoyo. Todo estaba en silencio, sólo el goteo del agua marcaba el paso del tiempo. Y luego, escucharon la voz de Darcy: —Está bien, pueden bajar. Elizabeth se sentó al lado del hoyo y luego, con toda precaución, se metió. Darcy la estaba esperando para sostenerla y ayudarla a llegar hasta abajo. Se encontró en el interior de una caverna subterránea iluminada con una extraña luz verde y sintió admiración y temor al mirar el sublime remanente de los tiempos antiguos a su alrededor. El templo era grande y

acanaladas y coronadas con un exquisito trabajo ornamental que

425

circundaba el templo en los ocho puntos cardinales. La mayoría de ellas

Página

circular. Entre las sombras alcanzaban a verse columnas romanas

todavía estaba de pie, pero dos se habían derrumbado y yacían rotas sobre el suelo. Dentro del círculo, estaban colocadas seis estatuas de mármol que, sostenidas sobre sus plintos, alcanzaban unos cuatro metros de altura. Elizabeth caminó alrededor de círculo con la antorcha levantada y, al examinar las estatuas, se dio cuenta de que eran similares a las que había visto en los museos de Londres cuando fue a visitar a sus tíos y que se trataba de dioses romanos. Detrás de ella y con gran dificultad, Darcy y Georgio lograron pasar a Nicolei a través del hoyo. Ella se detuvo frente a la primera estatua y vio que era Neptuno, el dios del mar. Llevaba una toga plisada que le cubría la mitad del torso, tenía una barba larga y rizada y en la mano sostenía un tridente. A sus pies, al lado de él, había un monstruo de las profundidades. La siguiente estatua era Apolo, el dios del sol; el joven, sin barba, llevaba un arco y flecha en las manos y tenía su lira a un lado. Luego estaba Minerva, la diosa de la sabiduría, con un búho posado sobre su brazo extendido. Después de ella estaba su padre, Júpiter, el señor de los cielos. Luego Plutón, el dios del

la del amor por el aprendizaje, había una imagen perturbadora de Baco, el

Página

Después de él y para cerrar el círculo, justo en frente de la diosa Minerva,

426

inframundo, de aspecto temible, con su Cerbero, el perro de tres cabezas.

dios de vino, el señor del caos, con un imprudente sátiro enroscado en sus piernas. Una vez que lograron pasar a Nicolei por el hoyo, Georgio pasó rápidamente después de él y se reunieron todos en el centro del templo. —¿Y ahora qué? —preguntó Elizabeth. —Si estamos en el lugar correcto, debe hacer una cámara debajo de nosotros —dijo Nicolei—, y ésa es la cámara que buscamos. —Entonces en marcha —dijo Darcy. Georgio encendió otras dos antorchas más y con más luz pudieron ver que, más allá de las columnas había una serie de pasadizos. Mientras los demás se daban a la tarea de examinar los pasadizos, Nicolei se sentó sobre una de las columnas rotas. —Éste conduce hacia abajo —dijo Darcy. —Éste también —dijo Georgio desde otro de los pasadizos. —Y éste también —dijo Elizabeth desde la boca de otro.

descenso, negó con la cabeza.

Página

Nicolei, que todavía estaba respirando pesadamente por el esfuerzo del

427

—¿Sabe cuál es el que debemos seguir? —le preguntó Darcy a Nicolei.

—No, señor de los Tiempos. —Entonces voy a tener que recorrerlos uno por uno. —Iremos juntos —dijo Elizabeth. —No —dijo Darcy—. No sabemos qué acecha en la oscuridad. Quédese aquí con Nicolei y yo iré acompañado de Georgio. En cuanto encuentre el camino hacia abajo, regresaré por ustedes. Le dio un beso en la frente y se fue, desapareció con Georgio por uno de los pasadizos. Elizabeth lo miró irse y, cuando desapareció, ella fue a sentarse junto a Nicolei sobre la columna rota. —¿De dónde vienen, los vampiros? —le preguntó. Ella sabía muy poco sobre ellos y Nicolei parecía saber más—. ¿Tuvieron su origen aquí, cerca de Roma? —No lo sé —dijo él—. Sólo sé que mi gente los reverencia y que son muy viejos. —Darcy me dijo que conoció a su gente cuando le salvó la vida al jefe

—Sí, así es. El hombre al que salvó es mi bisabuelo y el matrimonio que

428

iba a arreglar era el de su hijo, mi abuelo. Si el Señor de los Tiempos no lo

Página

durante su viaje hacia otra aldea para arreglar un matrimonio.

hubiera salvado, el matrimonio no se hubiera efectuado y hubiera habido guerra entre nuestras aldeas. Se hubiera creído que los vecinos habían rechazado las propuestas de mi bisabuelo y que lo habían matado por orgullo y enojo. Pero gracias al Señor de los Tiempos, nuestras aldeas se unieron y prosperaron en paz durante muchos años. Toda mi gente está agradecida con él por esta razón; y yo estoy agradecido porque, sin su ayuda, mi abuelo no se hubiera casado con mi abuela y ni yo ni Georgio estaríamos aquí. Elizabeth se quedó pensativa y luego dijo: —¿Sabe qué hay en la cámara que estamos buscando? —No —respondió Nicolei. —¿Pero se trata de algo más viejo que el templo? —Mucho, mucho más viejo. Proviene de un tiempo en el que la naturaleza era superior al hombre y, a la vez, estaba más en armonía con él. El vampiro encarna esto, pues es hombre y bestia a la vez. —¿Qué hará cuando Darcy deje de ser vampiro? —preguntó Elizabeth con

—Las cosas ya no están tan mal como antes, ahora somos más prósperos

Página

¿Quién protegerá su aldea?

429

la palabra 'cuando' y no 'si' con la intención de desear que así fuera—.

y más numerosos. Tenemos muchos hijos fuertes y, si es necesario, podemos pagarles a otros para que nos ayuden. También, ahora las colinas son menos peligrosas que antes. Sí hay bandidos, pero no tantos. Sobreviviremos —dijo Nicolei—. Pero algo está pasando, algo de gran majestuosidad y un poder está saliendo del mundo. Ambos se quedaron en silencio. Luego, Elizabeth no aguantó más y se paró a caminar alrededor de la cámara para calmar su espíritu. Nicolei la observó, pero luego, curioso respecto a sus alrededores, le suplicó que le ayudara sosteniéndolo con su brazo. Ella se lo dio gustosa. Examinaron las estatuas más detalladamente y luego las columnas, y vieron que las había esculpido un artista con mucho talento. Los muros detrás de las columnas parecían estar hechos de roca sólida, tenían la superficie desigual y les escurría agua en pequeños arroyos continuos. Tenían el color de la arena seca teñido por vetas ocasionales de verde y óxido que destellaban caprichosamente bajo la luz de las antorchas. Y entre cada dos columnas, a la altura de la

regular que poco a poco se dio cuenta que también estaban talladas.

Página

pensó que eran vasijas naturales, pero su disposición espacial era tan

430

cintura, los muros tenían una vasija insertada. Al principio, Elizabeth

Habían dado ya tres cuartos de la vuelta completa cuando Elizabeth escuchó pasos. Al principio se escuchaban tan débilmente que ella creyó que los estaba imaginando, pero luego se volvieron más sonoros y fuertes y ella corrió hacia la boca del túnel de donde provenía el sonido. El eco fue engañoso, pues Darcy emergió de la boca de otro túnel. Estaba totalmente desaliñado: tenía el pelo revuelto, su abrigo estaba todo cubierto de un polvo fino arenoso y rasgado a la altura del hombro; su fular estaba desgarrado y le colgaba del cuello en una maraña de hilo; sus pantalones estaban rasgados a la altura de la rodilla y sus botas estaban cubiertas de lodo. Georgio estaba justo detrás de él y estaba pálido. —¿Qué pasó? —preguntó Elizabeth que corrió hacia él y levantó la mano para tocarle la mejilla. Él tomó la mano de ella y la besó, pero lo único que dijo fue: —Ése no es el camino. Tenemos que intentar otro de los pasadizos. Georgio palideció aún más. —No puedo... —dijo temblando de miedo.

—No pretendo que me acompañes. Has enfrentado un reto que muy pocos

431

hubieran hecho y te condujiste con enorme valentía, pero los horrores de

Página

Darcy lo miró compasivamente.

los pasadizos no son para ustedes. Debo enfrentarlos yo solo. —¡No! —dijo Elizabeth. —Amor mío, es la única forma. Debo hacerlo; por usted, por mí, por nosotros. —Y sin embargo —dijo Nicolei hablando lentamente—, quizás nadie tenga que hacerlo; creo que hay otra forma. Darcy le lanzó una mirada interrogativa y Elizabeth siguió la mirada de Darcy. Nicolei estaba de pie junto al muro en la parte oriental del templo, cerca de una de las vasijas. —Encontré... creo que encontré... inscripciones —dijo Nicolei. Frotó el polvo de la superficie con sus dedos y Elizabeth pudo ver que debajo del polvo había una magnífica inscripción. —¿Qué dice? —preguntó ella. —Es muy antigua, es un dialecto. Pocos lo hablan ahora. Dice... dice que el camino se facilitará por medio de... por algo cerca de... No puedo leer esta palabra... Algo cerca del pellejo... no, la piel... Creo que esta palabra

—Significa que tener algo que haya usado mi procreador, el vampiro que

Página

—No comprendo —dijo Elizabeth.

432

significa padre... no, padre no, el que hace. Creo que significa procreador.

me convirtió, me facilitará el camino —dijo Darcy. —Hay más —dijo Nicolei mientras volvió a frotar con sus dedos—. Dice: descánsalo en... colócalo en... colócalo en el hueco. Creo que significa que debe poner el objeto dentro del hueco del cuenco. —Si tan sólo tuviera algo —dijo Darcy con pesar—, pero no tengo nada. Tendré que continuar mi búsqueda así. —Quizás no —dijo Elizabeth, vaciló un momento para recordar claramente y luego volteó a ver a Darcy—. Cuando empujó a lady Catherine creyendo que me estaba atacando, en la playa, su cuerpo dejó una hendidura en el risco y su velo se quedó incrustado en la roca. Lo vi ondeando al viento. La cara de Darcy se iluminó. —Entonces iré a traerlo —dijo enérgicamente—. No tardaré mucho. —Nos tomó horas llegar aquí —dijo Elizabeth. Darcy sonrió, sus ojos brillaban por la luz de la antorcha. —Pero yo soy un vampiro —dijo él. Hubo una agitación repentina del aire y luego, desapareció con una

forma negra fluida que desapareció ante su vista. Difícilmente podía digerir

433

lo que recién había sucedido, así que tuvo que sentarse, pues sintió sus

Página

rapidez que ella creía imposible. Elizabeth sólo alcanzó a percibir una

piernas debilitarse. Era un día de prodigios, terribles y temibles, pero también maravillosos y únicos. Nicolei volvió a sentarse junto a ella sobre una de las columnas caídas y Georgio se sentó sobre la otra, mirando hacia el suelo y en silencio. En cuanto Elizabeth recuperó la calma, quiso preguntarle qué había sucedido, pero no se atrevió a hablar de ello. A Georgio le había vuelto el color, pero cuando una de las antorchas chisporroteó y encendió otra con la que estaba por apagarse, Elizabeth pudo ver que todavía le estaban temblando las manos. También Nicolei se había quedado en silencio y parecía estar absorto en sus pensamientos. Elizabeth se dispuso para una larga espera, pero antes de que creyera que era tiempo de que Darcy volviera pronto, hubo un batir de alas y un revoloteo de aire y Darcy apareció de nuevo frente a ellos y con el velo negro de lady Catherine en la mano izquierda. —¡Lo encontró! —dijo ella—. Temía que quizás se hubiera volado con el

Luego su expresión se volvió seria—. Y ahora hay que ver qué sucederá.

Página

—No, estaba justo donde usted dijo que estaría —dijo él con una sonrisa.

434

viento.

Caminó hacia la estatua de Apolo, pasó entre dos de las columnas estriadas y llegó al muro. Las antorchas no iluminaban hasta el techo, sólo iluminaban una pequeña porción del muro sobre el que estaba la vasija y la luz oscilaba constantemente. Darcy miró la escritura durante un momento antes de colocar el velo dentro. Una vez dentro, el velo yacía en la vasija suave e insustancial; nada más que una sombra en el hueco del cuenco. Elizabeth lo observó, pero como nada sucedía, comenzó a sentir su ánimo decaer. Nada ocurrió. Y la verdad es que, en el fondo, ella no había esperado que algo sucediera. Y luego, lentamente y con un chirrido, el muro de roca frente a ellos comenzó a moverse. Se abrió con suavidad y Elizabeth se dio cuenta de que estaban frente a un balcón de roca que daba a una caverna mucho más grande, una cámara modelada naturalmente sobre la piedra que estaba a unos seis metros de donde ellos estaban. Darcy tomó la antorcha con una mano y a Elizabeth con la otra y

Elizabeth miró hacia abajo. Al principio creyó que eran columnas que se

Página

balcón que corría alrededor de la circunferencia de la caverna.

435

continuaron juntos; pasaron a través del enorme portal y llegaron hasta el

erguían desde el suelo allá abajo, lejos de ellos y hasta el techo, pero luego vio que no eran columnas, sino árboles y que sus ramas sostenían el techo. —Es un bosque petrificado —dijo Darcy. Elizabeth miró admirada y temerosa los árboles petrificados y se preguntó cómo y cuándo se habrían convertido en piedra. Algunos estaban exactamente como cuando estaban creciendo, con gruesas ramas que sostenían ramas más delgadas y que terminaban en pequeñas ramitas; todas con hojas petrificadas que resplandecían con destellos verdes y cobrizos. Algunas se habían caído y yacían como montones de piedra sobre el suelo del bosque. Entre ellas había helechos petrificados. Todo ello tenía una apariencia misteriosa e, iluminado por la luz artificial, producía un resplandor entre azul y morado. Tomados de la mano, Elizabeth y Darcy comenzaron a descender la escalera que conducía hacia el suelo del bosque. Nicolei, que iba bajando lentamente detrás de ellos con la ayuda de su hijo, dijo sin aliento: —¡Es magnífico!

—Es cierto —dijo Darcy deteniéndose a escuchar.

Página

atención—, y zumbando.

436

—Los árboles están resplandeciendo —dijo Elizabeth y escuchó con

Sin el sonido de sus pasos, el murmullo se escuchaba más claramente, parecía un zumbido grave y distante de abejas. Elizabeth y Darcy reemprendieron en el descenso y llegaron al final de la escalera y ahí se detuvieron un momento a mirar a su alrededor. Ahora que estaban más cerca, pudieron ver que algunos de los troncos de los árboles habían sido moldeados para dar forma a figuras extrañas que no eran ni hombres ni bestias, sino reliquias asombrosas de un tiempo largamente olvidado. Y no obstante, eran hermosas. Se erguían orgullosas en medio de los claros que había por aquí y por allá o aparecían desde atrás de grupos de árboles, algunas vacilantes, otras traviesas; otras más, bizarras y, sin embargo, gloriosas a la mirada. Elizabeth y Darcy comenzaron a caminar hacia adelante, eligiendo su camino cuidadosamente por el suelo del bosque, pisando sobre leños caídos, y tejiendo su camino entre los helechos de piedra. Por un truco extraño de la luz parecía que caían rayos de luz de color morado y azul por la bóveda arriba de ellos y hasta el suelo del bosque, a pesar de que ni un

minerales de los árboles y los muros.

Página

un efecto provocado por la luz de la antorcha, que se reflejaba por los

437

rayo de luz exterior se filtraba hacia el interior de la caverna. Parecía ser

Sin que ése hubiera sido su propósito, llegaron hasta un claro en el centro del bosque; era como si hubieran sido guiados hasta ahí por senderos misteriosos. En medio del claro se erguía un tronco roto y sobre él, iluminada por uno de los extraños y maravillosos rayos de luz púrpura, había una tablilla de piedra. Ellos miraron la tablilla y vieron que había runas extrañas talladas a todo lo largo de ella. —Ya antes había visto este tipo de escritura, en la biblioteca del conde — dijo Darcy, mientras acercaba la antorcha para verla mejor. —¿Puede leer lo que dice? —preguntó Elizabeth. —Sí, por lo menos puedo leer las palabras; pero no comprendo su significado. Dicen algo respecto a la caída... algo con caída... Y como si fuera una respuesta a sus palabras, se escuchó un crujido y luego un chirrido detrás de ellos. Elizabeth se dio vuelta justo en el momento en que una enorme placa se desprendía del techo y, al caer, cubrió enteramente el portal. La tierra debajo de sus pies se sacudió, perturbada por el impacto, y comenzaron a aparecer pequeñas grietas en

hacia atrás sobre sus plintos y Elizabeth contuvo el aliento, pero poco a

438

poco la tierra comenzó a asentarse de nuevo y luego de un suspiro y un

Página

el suelo del bosque. Las estatuas se mecían lentamente hacia adelante y

crujido, se quedó quieta. Con un último traqueteo, las estatuas también terminaron por quedarse quietas. Nicolei no había tenido tanta suerte. Estaba todavía en las escaleras, pero se había caído. Darcy comenzó a moverse en dirección a él, preocupado. —¡Continúe! —gritó Nicolei con voz temblorosa para asegurarle a Darcy que no estaba herido, mientras Georgio lo ayudaba a ponerse de pie—. Debe terminar lo que ha iniciado. Es la única forma. Darcy asintió y volvió de nuevo su atención a la tablilla. —Esta palabra es romper... —dijo. Hubo otro retumbo desde abajo y la tierra volvió a sacudirse; las pequeñas grietas se hicieron más grandes y aparecieron otras nuevas. Algo golpeó a Elizabeth en el hombro y al volver la mirada hacia arriba, vio que el movimiento de la tierra había causado que aparecieran también grietas en el techo y que estaban cayendo pequeños pedazos de piedra. —Apresúrese —le dijo a Darcy. —Todo estará iluminado —dijo Darcy leyendo— sí... sí... elegir...

puso de nuevo sobre sus pies, pero no había nadie que atrapara las

439

esculturas que se mecían con enorme fuerza, hacia adelante y hacia atrás,

Página

El suelo se enrolló y Elizabeth se cayó hacia adelante. Darcy la atrapó y la

como péndulos gigantes, mientras caían grandes trozos de roca. Y lo que fue más alarmante aún, de una de las grietas salió disparada una llamarada de fuego, y a ella siguieron llamas más pequeñas que aparecieron en las fisuras de alrededor. Darcy y Elizabeth se miraron y luego Darcy volvió a leer: ... no te alarmes ...no temas ...comenzará a derrumbarse, cayendo, rompiendo, destruyendo... El retumbo, que se había escuchado grave y ronco, se desató en un bramido al tiempo que gigantes estacas de roca empujaban hacia arriba por las fisuras; eso provocó que las estatuas cayeran al suelo y se quebraran en trozos petrificados, de modo que se levantó una nube de polvo que se arremolinó en el aire lleno de llamas. Luego se escuchó un repugnante sonido de desgarramiento y, mirando alrededor como si fueran uno solo, Elizabeth y Darcy se percataron de que se había abierto un enorme precipicio a mitad de las escaleras que las separaba del portal. Nicolei, todavía sostenido por Georgio, se veía como

Darcy elevó la antorcha y dio unos cuantos pasos a un lado, para poder

Página

—Ya no podemos regresar, aunque quisiéramos —dijo Elizabeth.

440

una figura pequeña y frágil al otro lado.

ver mejor la inscripción. —Aférrate —leyó, mientras el bramido se hacía más fuerte y ahogaba el zumbido del bosque—. Aférrate a la verdad... no, aférrate a aquello que es verdadero. Se escuchó un sonido de resquebrajamiento y se abrió una fisura profunda entre Darcy y Elizabeth, que, con una rapidez aterradora, se hizo cada vez más grande, hasta que estuvieron separados por un océano de lava fundida, y entonces aparecieron nuevas fisuras que los separaban de la tablilla. —¡La inscripción! —gritó Elizabeth. —Se acabó —gritó Darcy por sobre el ruido de las llamas—. Eso era todo lo que decía. —Entonces haga lo que dice —gritó Nicolei—. Aférrese a aquello que es verdadero. La tablilla, Señor de los Tiempos, la tablilla es verdadera. Darcy miró la tablilla. Pero justo cuando iba a saltar al otro lado del vasto precipicio cubierto de lava, tuvo un instante de calma, y mientras la

—No —dijo—, es Elizabeth. Elizabeth es lo verdadero.

Página

su alma.

441

tempestad destruía todo alrededor, una voz le habló en la tranquilidad de

Saltó hacia el otro precipicio y se aferró a ella mientras el suelo se desplazaba, los majestuosos árboles se derrumbaban y el techo comenzaba a colapsarse. Llovían pedazos enormes de roca sobre ellos y él cubrió a Elizabeth con su pecho y sus manos. El suelo hervía alrededor, y con un bramido salvaje aparecieron una masa hirviente de rojo deslumbrante y un fuerte viento que los sacudió y amenazaba con lanzarlos fuera de su isla y arrojarlos a la lava. Elizabeth se aferró a Darcy y él a ella. Y

entonces

apareció

el

agua.

Salía

a

grandes

chorros

por

las

resquebrajaduras que recién se habían abierto, desde el interior de la tierra, y comenzó a anegarlo todo, ascendiendo rápidamente en forma de un río helado. Elizabeth observaba con fascinación y terror, desgarrada entre la desesperación y la esperanza, cómo el fuego y el agua libraban su batalla ante ella. El fuego hervía el agua y la convertía en vapor, pero el agua seguía ascendiendo y consumía el fuego con un siseo áspero.

Pero su esperanza duró poco. El fuego se sofocó por completo, pero el agua

Página

veía las llamas chisporrotear y apagarse.

442

—Todo va a estar bien —dijo ella, sintiendo todavía la esperanza, mientras

siguió ascendiendo y comenzó a cubrir la isla de roca sobre la que ellos estaban, de pie y con los cuerpos presionados uno contra el otro. Primero, les cubrió los pies, luego las rodillas; era un océano cálido, como la sangre, que continuó ascendiendo rápidamente hasta que ella y Darcy estuvieron cubiertos de agua hasta los muslos. —Era la tablilla —gritó Nicolei con pesar, su voz era apenas audible por la conmoción des desgarramiento de la tierra abriéndose, el siseo del fuego y el bramido del viento—. Debió haberse aferrado a la tablilla, Señor de los Tiempos. La tablilla era verdadera. Elizabeth elevó la mirada hasta los ojos de Darcy. —No debí haberle permitido que viniera —dijo Darcy, entregándole toda la atención a ella y tomándole la cara entre sus manos—. Nunca debí haberlo permitido. —No fue su culpa; fue mía —dijo ella—. Debí haberme quedado. Usted intentó hacerme escuchar. No debí haber ido en contra de la premonición. —No hubiéramos podido evitarla, hiciéramos lo que hiciéramos, ahora lo

—Usted es inmortal —dijo ella—. Usted no morirá.

Página

involucrada en esto y que no tuviera que morir conmigo.

443

sé —dijo Darcy—. Sólo desearía que usted no hubiera tenido que estar

—No puedo morirme de viejo, pero sí puedo ahogarme —dijo él—. Pero usted no debió haber tenido que compartir mi suerte. Debería estar en casa, a salvo en Meryton. —No me arrepiento de nada —dijo ella. El agua los cubría ya hasta la cintura y continuaba su pavoroso y vertiginoso ascenso hacia sus hombros—. No me importaba morir si puedo morir con usted. Sólo béseme y moriré contenta. Él le levantó la cara en dirección a la suya y la besó desenfrenadamente; ella respondió con un beso apasionado mientras el agua ascendía hasta sus hombros y ahí, en medio del ruido y de la agitación, se besaron y se besaron de nuevo mientras esperaban el fin. Pero el fin no llegó. El agua comenzó a retroceder; primero descendió poco a poco de los hombros hacia la cintura, y luego fue cobrando más velocidad, pasando por las rodillas hacia los tobillos, para desaparecer debajo del suelo rocoso tan rápidamente como había aparecido. Hubo una convulsión final de la tierra y cayó una lluvia de piedras desde arriba, pero

Elizabeth separó su mano del cuello de Darcy y, al hacerlo, se llenó de un

Página

destrucción y, no obstante, milagrosamente, ambos estaban intactos.

444

luego todo quedó en silencio. Ahí estaban, de pie en medio de toda la

temor reverencial. —Sus marcas. Las mordidas —dijo ella mientras pasaba sus dedos sobre la suave piel del cuello de él—, se han ido. El agua las curó. Él llevó su mano hasta el cuello y se tocó, y entonces sus ojos se llenaron de profunda admiración. —¿Qué significa? —preguntó ella. —No lo sé. Espero... Lo interrumpió el llamado de Georgio y, al voltear, vieron que Nicolei y Georgio no habían sufrido ningún daño. Ambos habían vuelto a subir las escaleras y estaban de pie junto al portal. Nicolei se recargaba pesadamente sobre el brazo de Georgio. —Sigan su camino —gritó Darcy desde el otro lado del precipicio que los separaba—. No nos esperen. Encontraré la forma de que Elizabeth y yo salgamos. Vuelvan al pabellón, ahí los volveremos a encontrar. Georgio hizo un ademán con la mano para indicarles que así lo harían y él y Nicolei desaparecieron por el portal.

pues estaban rodeados de fisuras y resquebrajaduras—. Creo que si vamos

445

por aquí —dijo él, señalando un sendero por el que parecía posible

Página

—Y ahora, es preciso que encontremos una forma de salir —dijo Darcy;

continuar con pequeños saltos sobre grietas no muy grandes—, podemos acercarnos más hacia el portal. Elizabeth, que había llegado a la misma conclusión, estuvo de acuerdo. Comenzaron a saltar sobre las grietas, pero apenas habían cruzado dos de ellas cuando la tierra volvió a mecerse y Elizabeth estuvo a punto de caerse. Se incorporó rápidamente, luego se puso las manos sobre las orejas, pues se escuchó un terrible retumbo y, para su sorpresa, ese lado de la caverna comenzó a deslizarse, separándose del resto. Ella miró atenta y sorprendida. Se alejaba cada vez más rápidamente, deslizándose hacia abajo y revelando a su paso la vista del cielo azul y la luz del día. Antes de que hubiera pasado un minuto, estaban en una nueva caverna desde donde podía verse el agua luminosa del Mediterráneo. Darcy emitió una exclamación de asombro y ambos miraron a su alrededor fascinados. —Es lo más hermoso que he visto —dijo Elizabeth. El sol estaba levantándose en el horizonte, esparciendo su luz dorada

—¡No está transparente! —le dijo.

Página

temor a lo que habría de ver, pero lo hizo y se sintió enteramente aliviada.

446

alrededor del mundo. Difícilmente se atrevió a volverse hacia Darcy por

Él bajó la mirada para verse. —Así que eso es lo que significaba la premonición —dijo—. La maldición se ha roto, ya no me cubre la sombra. Después de todo, sí causó mi muerte, Lizzy, o por lo menos la de una parte de mí. Fue la muerte del vampiro la que usted provocó. Darcy volteó la cara hacia el sol, luego estiró sus brazos y echó la cabeza hacia atrás para recibir el resplandor de la salida del sol. —Hacía muchos, muchos años que no hacía esto —dijo él—. Ver el amanecer de un nuevo día, sin miedo, es algo en verdad maravilloso. Ella lo miró con un amor irresistible. Y luego, él se volvió hacia ella. Por primera vez, desde que lo había conocido no había ninguna tensión en él, ninguna reserva, ningún secreto doloroso. Sólo había un hombre despojado de cargas y maldiciones. Un hombre libre. Sus ojos se oscurecieron y comenzaron a llenarse de deseo y ella sintió que sus piernas se debilitaban. Él acarició con el dorso de su mano las mejillas

Página

se hicieron uno.

447

de ella y ella comenzó a temblar. Y ahí, junto al mar, a la luz de la mañana,

Epílogo Transcrito por Karlaberlusconi

M

Corregido por Eneritz

i queridísima Jane: Estoy segura que debes haberme escrito, pero ninguna de tus cartas me ha llegado y yo sé que ninguna de las cartas que yo escribí te llegaron. El correo es muy poco confiable

por aquí. No, no en el Distrito de los Lagos, mi querida Jane, en el continente. Mi querido Darcy me trajo a Europa y hemos tenido muchas aventuras en el camino. He aprendido mucho respecto a él, la mayoría de ello, inesperado, pero todo, en su propia forma, maravilloso; con ello quiero decir, querida Jane, que estuvo lleno de fascinación. Ahora sé por qué era tan reservado y por qué nunca permitía que se le acercaran las personas. Y ha aprendido esto, Jane: conocer absolutamente a otro ser humano y amarlo es la aventura más grande de nuestras vidas. Ahora debe irme; el carruaje me espera. Pero no pasará mucho tiempo antes

Página

de contarnos!

448

de que vuelva a Inglaterra. Añoro volver a verte. ¡Cuántas cosas habremos

Y cuántas cosas habré de ocultar, pensó Elizabeth mientras leía su carta y luego pensó que quizás habría de contárselo todo a Jane, un día. La puerta se abrió y un criado respetuoso estaba ahí, de pie. —El carruaje está en la puerta —dijo. —Un minuto —dijo Elizabeth. Firmó la carta, luego la dobló y le escribió la dirección. El criado caminó hacia ella para tomarla—. Gracias, pero la llevaré yo misma a la oficina postal —dijo ella. —Muy bien. Darcy entró al salón, con aspecto alegre y despreocupado. —¿Estás lista? —le preguntó—. El carruaje nos está esperando, no es tan cómodo como nuestro propio carro, pero tuve suerte de poder contratar algo con tan poco tiempo de anticipación y tan lejos de una ciudad. No viajaremos mucho en él. Pronto estaremos a bordo de un barco con rumbo a Inglaterra. —Inglaterra y Pemberley —dijo ella. Elizabeth miró alrededor del pabellón de caza por última vez y luego tomo el brazo de él—. Entonces, vámonos.

Página

Fin.

449

Es tiempo de ir a casa.

Sobre la Autora… Amanda Grange

Página

450

Amanda Grange nació en Yorkshire y pasó sus años de adolescencia leyendo a Jane Austen y Georgette Heyer, mientras que también encontraba tiempo para estudiar música en la Universidad de Nottingham. Tiene dieciséis novelas publicadas incluyendo entre ellas seis narraciones de Jane Austen. Ella misma dice sobre el diario de Mr Darcy: "Mucha diversión, esta es la historia detrás del macho alfa".

Mr. Darcy Vampiro - Amanda Grange.pdf

Whoops! There was a problem loading more pages. Retrying... Mr. Darcy Vampiro - Amanda Grange.pdf. Mr. Darcy Vampiro - Amanda Grange.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying Mr. Darcy Vampiro - Amanda Grange.pdf.

1MB Sizes 6 Downloads 283 Views

Recommend Documents

El diario de Mr. Darcy- Amanda Grange.pdf
he contado lo que sucedió en Ramsgate. Page 3 of 394. El diario de Mr. Darcy- Amanda Grange.pdf. El diario de Mr. Darcy- Amanda Grange.pdf. Open. Extract.Missing:

dArcy Lunn - bio & portfolio.pdf
... The End of Polio (Campaign Manager),. UNICEF U-Report (Consultant) and ambassador with UNICEF, RESULTS and many others... I enjoy the best things in ...

amanda crew ...
Try one of the apps below to open or edit this item. amanda crew 2012______________________________________________________.pdf. amanda crew ...

Amanda Ross
Policy Development and Evaluation” (with Carlianne Patrick and Heather Stephens). “Does Crime Affect ... “What Matters More for Economic Development, the Amount of Funding or the Number of. Projects Funded ... Montana State University; West Vir

Amanda Oya Mage.pdf
Page 1 of 1. http://tinyurl.com/sdj98s. Page 1 of 1. Amanda Oya Mage.pdf. Amanda Oya Mage.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying Amanda Oya Mage.pdf. Page 1 of 1.

Armand, el vampiro, Anne Rice.pdf
Armand, el vampiro, Anne Rice.pdf. Armand, el vampiro, Anne Rice.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying Armand, el vampiro, Anne ...

Amanda Schwartz Valedictorian.pdf
southern city and find my place helping others see that every human life is infinitely. valuable. I believe in you all to continue making empathetic and logical decisions in your. futures, and continue doing what inspires you. We must be more environ

Amanda Greenberg CV.pdf
Page 1 of 3. ╲ ◌ ╱. ·. ╱ ╱. amanda greenberg. illustration &. design. 246 cornelia street. brooklyn new york. 203 605 6921. www.amanda-greenberg.com. Page 1 of 3 ...

El vampiro 2.pdf
Page 1 of 2. Página de Horacio Quiroga. Prosa Modernista. EL VAMPIRO. –Sí –repuso el abogado Rolón–, yo hube de tener esa causa. Ustedes recuerdan los ...

Amanda Y. Agan
“The Effect of Criminal Records on Access to Employment” (with Sonja Starr) ... Quantitative Research Methods, Woodrow Wilson School (Princeton), Fall ...

Amanda Tate and Samantha Rone
... the opinion ofthe owner- to see howimportant hethinks good communication is in a. business. ... half oftheir daily requirements ofmany essential vitaminsand minerals (Author Amanda ... Download] Database Systems With Case Studies PDF.

Lucky Number Four- Amanda Jason.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. Lucky Number Four- Amanda Jason.pdf. Lucky Number Four- Amanda Jason.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In.

Hooray-For-Amanda-Her-Alligator.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. Hooray-For-Amanda-Her-Alligator.pdf. Hooray-For-Amanda-Her-Alligator.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In.

El Profeta - Amanda Stevens.pdf
... Robert Fremont, a quien asesinaron con un tiro por la espalda, le. pide ayuda para encontrar a su asesino. Page 3 of 252. El Profeta - Amanda Stevens.pdf.