POTEMKIN, V. P. y otros, “Historia de la diplomacia”, Ed. Grijalbo, México, LOS ESTADOS UNIDOS A MEDIADOS DEL SIGLO XK 518 1966. Tomo I sección 4º cap. XIII a XVI (págs. 519-568) a 1865, cuando los Estados Unidos se hallaban atados por la guerra civil y les era imposible llevar a cabo una política de agresión y expansión en amplia escala, la diplomacia norteamericana, a pesar de algunos rasgos específicos, no se distinguió en nada sustancial de la diplomacia rapaz de los Estados capitalistas del Viejo Mundo. La historia de la política exterior de los Estados Unidos es la historia de conquista de territorios ajenos —de los indios, de México, etc.—, primero en la América del Norte continental y luego fuera de ella. Los Estados Unidos extendieron su territorio desde las costas del Atlántico a todo el continente norteamericano, a excepción de Canadá y México, tal como ahora están fijadas sus fronteras, sin que jamás se viesen amenazados de agresión. Tanto más fácil les fue a las fuerzas agresivas norteamericanas desplegar su política expansionista.

CAPITULO XIII

LA DIPLOMACIA EUROPEA DESDE LA PAZ DE PARÍS HASTA LA GUERRA DE PRUSIA Y AUSTRIA CON DINAMARCA (1856-1863) 1.

LA DIPLOMACIA RUSA DESPUÉS DE LA PAZ DE PARÍS. LA DIPLOMACIA FRANCESA DEL SEGUNDO IMPERIO.

A, M, Gorchakov como diplomático. DESPUÉS DE LA PAZ DE PARÍS, Napoleón III pareció durante cierto tiempo el arbitro supremo de Europa. Así le llamaban entonces no sólo los cortesanos en su afán de adularle, sino muchos publicistas burgueses que gozaban de autoridad en el extranjero. En los dos o tres primeros años, se podía creer que Palmerston juzgaba preferible dar al olvido la conducta pérfida de Napoleón en el Congreso de París y trabajaba únicamente para detenerle en el camino, tan peligroso para Inglaterra, del acercamiento a Rusia, Pero este acercamiento hacía rápidos progresos. En Rusia, inmediatamente después del Congreso de París, el Ministerio de Asuntos 'Exteriores pasó de las manos de Nesselrode a las del príncipe Alexandr Mijáilovich Gorchakov, un hombre inteligente, perspicaz y de amplios horizontes. No brillaba por la profundidad de sus conocimientos, pero había estudiado bien la historia diplomática de Europa del período anterior a sus. años. Su carácter estaba dotado' de cierta independencia, lo que le había valido la animadversión de Nesselrode, que no le dejó avanzar/en su carrera. Representante de la alta aristocracia, Gorchakov, aunque ligeramente influido por. las corrientes "liberales" del tiempo de Alejandro II, poseía muchos rasgos característicos de su clase. No obstante, su actitud frente a este zar fue de una independencia incomparablemente mayor que la de Nesselrode frente a Nicolás I. Gorchakov expuso las bases de su política en un informe que elevó a Alejandro II muy poco después de su nombramiento y en notas circulares que anunciaban a Europa el programa a que se iba a .atener la diplomacia rusa. La Russie se recueille (Rusia se recoge sobre sí misma); Rusia se abstiene de la intervención activa en los asuntos europeos; Rusia se repone de sus pérdidas y sacrificios. Tal era uno de los principios de la futura política. El otro era la afirmación de que Rusia no estaba dispuesta en adelante a sacrificar sus intereses para mantener los principios de la Santa Alianza y se consideraba,en completa libertad de elegir a sus futuros amigos. Estas bases de la política de Gorchakov se ajustaban en un todo a las tendencias de la actividad diplomática de Napoleón III después del Congreso de París. De una parte, Rusia dejaba al emperador francés una completa libertad de acción; de otra, Gorchakov apuntaba claramente a Austria al hablar de las decep519

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ciones que Rusia había 'sufrido de sus antiguos compañeros de la Santa Alianza. Entre tanto, un nuevo problema maduraba en la mente de Napoleón III; su solución debería traerle nuevos laureles y también, a diferencia de la guerra de Crimea, grandes adquisiciones territoriales. Se trataba de expulsar de Italia a los austríacos. El acercamiento de Francia y Rusia. Las circunstancias se mostraban muy propicias a los designios del emperador de los franceses. Sus relaciones con Rusia, después de la paz de París, mejoraban casi de día en día. A la coronación de Alejandro II, que tuvo lugar en Moscú, en 1856, Napoleón III mandó a uno de los hombres que le merecían más confianza, el conde de Morny, que ya en plena guerra de Crimea había hablado de la necesidad de reconciliarse lo antes posible. Cuantos se apiñaban el día de la coronación alrededor de la catedral de la Ascensión y en todo el Kremlin pudieron ver que Morny hacía detener sus carrozas a bastante distancia del templo y que toda la embajada francesa, con las cabezas descubiertas, recorría a pie un largo trecho. Las otras embajadas no procedieron así. Más tarde, Morny no cesó de prodigar los signos exteriores de su estimación al zar. Viniera o no viniera a propósito, hablaba de las conveniencias del acercamiento franco-ruso y hasta de la alianza de los dos imperios, lo que les permitiría dominar diplomáticamente en Europa y en el mundo entero. La aristocracia rusa-recibió muy bien al conde de Morny. Casado con una rusa, la princesa Trubetskaia, el embajador francés se convirtió en una persona de confianza en los salones de Moscú y San Petersburgo. El zar no se ocultaba en mostrarle su buena voluntad y la recibía sin cumplidos. Así pudo conseguir sin el menor esfuerzo ciertas ventajas económicas de gran valor para los capitalistas franceses, de las que dijo, al informar jubilosamente a Napoleón: "Veo en Rusia una mina para la explotación francesa." Napoleón III necesitaba el acercamiento con Rusia para debilitar la preponderancia de Inglaterra, la cual había ganado en' la guerra de Crimea mucho más que Francia. Pero, al mismo tiempo, no quería romper con Inglaterra. Para llegar a la alianza fraco-rusa había que desatar los lazos que como aliados seguían uniendo a Francia e Inglaterra después de la guerra de Crimea. Porque Palmerston continuaba sus manejos contra Rusia en el Cáucaso, en Persia, en Turquía y en otros lugares. Además, él propio Napoleón III no se avendría a revisar el tratado de París. Finalmente, Napoleón III echó por tierra mucho de lo conseguido por Morny al manifestar, en una entrevista personal con Alejandro II, que se hallaba interesado en el problema del Reino de Polonia. "Pía osado hablarme de Polonia", dijo irritado el zar a sus allegados, refiriéndose a este incidente. En todo caso, aunque las cosas no llegaron hasta una alianza franco-rusa, Napoleón III podía estar plenamente seguro de que lo mismo Alejandro II que Gorchakov se mostraban firmes en la idea de la colaboración diplomática de Rusia y Francia; si, por ejemplo, Francia atacaba a Austria, Rusia, lejos de ayudar a los austríacos, observaría respecto a aquéllos una neutralidad amistosa. En el Cercano Oriente, en Servia, Montenegro y los principados danubianos, entre 1857 y 1862 el Gobierno del zar y Napoleón III tenían unas aspiraciones comunes: debilitar la influencia de Turquía, Inglaterra y Austria. Empeoramiento de las relaciones angla-francesas. La cuestión de las relaciones con Inglaterra era más compleja. Palmerston seguía con gran inquietud los éxitos de Morny en Moscú y San Petersburgo, la entre-

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vista de los dos emperadores, las acciones acordadas de Francia y Rusia en 1857-1858 acerca de la creación de un Estado nuevo —Rumania—mediante la unión de Moldavia y Válaquia. Todo esto irritaba a Palmerston y en un principio trató de emplear el método de las amenazas e intimidaciones, aunque sin el menor éxito. Napoleón III, en una entrevista con el príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria, le comunicó que tenía dadas órdenes tajantes a sus diplomáticos de que no le mostrasen ninguna nota o memorándum de Palmerston, porque era un hombre que no sabía escribir. Por lo demás, aun sin esta salida insultante del emperador, el primer ministro inglés había bajado mucho de tono desde la segunda mitad de 1857: inesperadamente para él, en el juego de la diplomacia británica habían irrumpido las masas populares de las colonias inglesas. El terrible levantamiento popular iniciado por los cipayos puso en peligro la dominación inglesa en toda la India. En una situación tan grave para ella, la diplomacia de Londres temía irritar a su poderoso vecino del continente. En 1858, cuando el ataque contra Austria se esbozaba ya netamente, Napoleón III tenía todas las razones para no esperar una fuerte oposición de Inglaterra. El 14 de enero de 1858 se produjo el atentado del revolucionario italiano Felice Orsini. y sus compañeros contra Napoleón III. Los conspiradores querían matar al emperador, al que consideraban el obstáculo principal para la unificación de Italia: él era quien con su guarnición en Roma apoyaba el poder temporal de Pío IX. Además, en Italia se hallaba muy extendida la opinión de que Napoleón III había engañado pérfidamente a Cavour y, a pesar de los 15.000 soldados italianos enviados a Crimea, no hacía 'nada en ayuda de la causa del pueblo italiano. Orsini y uno de sus compañeros murieron en la guillotina. Durante la instrucción del proceso se puso en claro que Orsini y sus cómpliceshabían preparado el atentado en Inglaterra, de donde también provenían las armas empleadas. La prensa francesa adicta al emperador emprendió una desenfrenada campaña contra Inglaterra, que era "un asilo de asesinos". Hasta en el Monitor, el órgano oficial, apareció una nota violenta y amenazadora de los coroneles de la Guardia imperial francesa, dirigida contra Inglaterra. La aristocracia y la burguesía de este país dieron muestras de inquietud. Palmerston se alarmó ante las actividades de los revolucionarios emigrados y presentó en el Parlamento un proyecto de ley contra ellos que, de hecho, suprimía el derecho de asilo. Cuando pasó a examen de la Cámara, empezaba ya a debilitarse la impresión de los primeros días que siguieron al atentado de Orsini. El proyecto de ley fue rechazado el 19 de febrero de 1858 y Palmerston presentó la . dimisión, pasando a la presidencia del Gobierno el conservador lord Derby, y lord Malmesbury al Ministerio de Asuntos Exteriores. El examen de la política inglesa convenció al emperador de que, tanto si gobernaban los whig como los lories, la Gran Bretaña no significaba para él ningún peligro y le dejaba el camino tan libre como se lo había dejado Rusia. La actitud de los Estados de la Confederación Germánica frente a> Austria. • Sin embargo, antes de dar los primeros pasos decisivos en la dirección que se había marcado, el emperador encargó a su ministro de Asuntos Exteriores de sondear los sentimientos de los Estados que constituían la Confederación Germánica, porque también era necesario tener en cuenta este peligro potencial, aunque no fuese muy probable ni muy cercano. Existía, sin duda alguna, un movimiento de bastante volumen en favor de Austria, particularmente intenso en los Estados donde predominaba la idea de la "gran Alemania" que debería unificarse alrededor de Austria. Pero era mucho más fuerte el movimiento de la "pequeña Alemania", con su programa C;

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de unificación de los Estados alemanes alrededor de Prusia y dejando al margen a Austria. Este programa de la. "pequeña Alemania", que pasó rápidamente a primer plano, era defendido por el embajador prusiano en París y luego en San Petersburgo, conde Qtto von Bismarck. En efecto, desde hacía mucho Bismarck veía en Austria al enemigo principal de Prusia, y su opinión, según se rumoreaba, era compartida por el propio príncipe Guillermo, que se había encargado de la regencia a consecuencia de la locura que afectó a Federico Guillermo IV. Era poco probable que Prusia quisiera súbitamente salvar a Austria del golpe que la amenazaba. Quiere decirse que también por este lado estaba libre el camino para la agresión contra el Imperio de los Habsburgo. Así, pues, Rusia, Inglaterra y Prusia no intervendrían y no salvarían a Austria de la derrota. : i

jadores franceses en Viena y en los pequeños Estados italianos unidos a la suerte de Austria hicieron correr la voz, a través de sus numerosos agentes y de los periódicos, de que Napoleón III temía la guerra con Austria y seguramente no pondrían en acción su ejército, limitando su ayuda al terreno diplomático. Esta nueva táctica se vio coronada por el éxito más completo. En Austria maduró la decisión de declarar la guerra al Reino de Cerdeña y terminar rápidamente con esta perpetua amenaza. Poco tiempo después de la entrevista de Plombiéres, Napoleón III envió a su primo, el príncipe Napoleón Bonaparte, a Varsovia, a dónde acababa .de llegar Alejandro II. El zar se manifestó enteramente dispuesto a prestar ayuda diplomática a Napoleón III en sus preparativos para derrotar a Austria. El 3 de marzo de 1859 quedó concluido un convenio secreto entre Francia y Rusia. Si se producía la guerra de Francia y el Reino de Cerdeña contra Austria, el zar se comprometía a no oponerse al engrandecimiento del Reino de Cerdeña, siempre y cuando los demás soberanos italianos conservasen sus tronos. Alejandro II prometió también, verbalmente, acercar a las fronteras de Austria algunos cuerpos rusos, que fijarían parte del ejército austríaco en el Este. El acercamiento de Rusia y Francia explica la razón de que Napoleón III y Alejandro II rechazasen al mismo tiempo, de una manera categórica, la idea de una mediación, sugerida por Malmesbury, y propusieran la convocatoria de un "congreso de potencias". Al mismo tiempo, los agentes franceses y sus colaboradores ponían a Francisco -José y a Buol sobre falsas pistas, haciendo creer a los diplomáticos austríacos acreditados en las cortes europeas que en ese "congreso" no se debería admitir a Víctor Manuel. Austria prestó oído a estas sugerencias y ella misma hizo fracasar el congreso con una pretensión tan falta de sentido. Mientras tanto, Cavour y Napoleón III acercaban sus tropas a la frontera misma. Entonces, Buol, enteramente engañado por las falsas informaciones, el 23 de abril de 1859 presentó a Cerdeña su ultimátum. Era lo único que hacía falta: Austria perdía sus derechos a ser apoyada por la Confederación Germánica, y las hostilidades fueron rotas en la situación diplomática más favorable para los franceses y los sardos. Engels escribió que Napoleón III, gracias a su astucia y habilidad, había obligado a Austria a cargar con la grave responsabilidad de .declarar la guerra.

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'La entrevista de Plombíéres (20 de julio de 1858) y el acuerdo franco-ruso (1859),



Napoleón III invitó al primer ministro del Reino de Cerdefia, Cavour, a entrevistarse con él, el 20 de julio de 1858, en la estación termal de Plombiéres. Allí, el emperador y Cavour esbozaron las bases de su fututro acuerdo y se concertaron en la distribución inmediata de los papeles diplomáticos. Se comprende que las conversaciones se mantuvieran dentro del mayor secreto. Napoleón pidió que el Reino de Cerdeña le cediera dos regiones, Saboya y Niza, a cambio de lo cual concluiría una alianza con Víctor Manuel II; declararían de común acuerdo la guerra a Austria y se comprometerían a no deponer las armas mientras los austríacos no fuesen expulsados de Lombardía y Venecia. Estas dos regiones italianas, en posesión de Austria, deberían pasar de pleno derecho a poder del rey de Cerdeña. Tales fueron las bases del acuerdo, que permaneció en secreto durante seis meses aproximadamente. A principios de enero de 1859 se hizo del dominio público. A pesar del misterio de que las conversaciones de Plombiéres habían sido rodeadas, ya en otoño de 1858 presintieron en Austria el peligro y empezaron los preparativos intensos para la guerra. También Francia y el -Reino de Cerdeña desplegaron una gran actividad. El 1 de enero de 1859, con ocasión de la acostumbrada recepción de Año Nuevo en las Tullerías, con asistencia del cuerpo diplomático, Napoleón III se detuvo ante el embajador austríaco, Hübner, y pronunció las siguientes palabras: "Lamento que nuestras relaciones con su Gobierno no sean tan amistosas como e n e l pasado." ' ' • ' , ' Después de esta demostración, nadie en Europa puso ya en duda que la guerra era inevitable. Pero quedaba una cuestión de gran importancia: hacía falta que Austria declarase la guerra al Reino cíe Cerdeña por propia iniciativa. Era necesario porque la Constitución de la Confederación Germánica concedía a Austria el derecho a pedirle ayuda militar en caso de una guerra defensiva. Por consiguiente, había que arreglar las cosas cíe tal modo que Austria fuese el agresor'desde el punto de vista diplomático. Pero el emperador austríaco, en esta peligrosa situación, mostró una extrema prudencia; no respondía a las provocaciones y parecía no advertir los insultos. Sus enemigos decidieron entonces cambiar de táctica. Cavour empezó a difundir y exagerar muy hábilmente rumores acerca de la completa- desorganización y la debilidad del ejército sardo, de la confusión que reinaba en la-'corte de Víctor Manuel II, de que el belicoso ministro Cavour iba a ser procesado de un día para otro como culpable de un delito de lesa patria, de haber vendido en Plombiéres a Napoleón III Saboya y Niza, etc. Por su parte, los emba-

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La guerra de Francia e Italia contra Austria; el armisticio ' ' de Villafranca (1859),

'•>'• El ejército franco-sardo obtuvo sobre Austria las victorias de Montebello y Magenta. Luego siguió^ el golpe demoledor de Solferino, después de lo cual se podía esperar la evacuación completa de Lombardía por las tropas austríacas. Súbitamente, toda Europa se vio 'conmovida por un acontecimiento imprevisto: a los pocos días de la batalla de Solferino, cuando el ejército austríaco retrocedía en desorden, un edecán de Napoleón III, el duque de Cadore, se presentó en el cuartel general del emperador Francisco José como portador de una oferta de armisticio. Francisco José aceptó inmediatamente. Antes de que Víctor Manuel II y Cavour pudieran recuperarse de su asombro, el 8 de julio, ambos emperadores suscribían el armisticio en Villafranca. Napoleón III no se dignó siquiera comunicar su repentina decisión de Víctor Manuel ni le invitó a acudir a Villafranca. La prensa patriótica, italiana protestó indignada de esta traición. La guerra terminó y Napoleón regresó a París. El Gobierno sardo, viniéndose solo, abandonado por los franceses, no se atrevió a continuarla. Los motivos de Napoleón estaban muy claros. En primer lugar, temía que si

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la guerra se prolongaba, tendría que combatir no solamente en el Po, sino también en el Rin. En segundo, no deseaba en absoluto la unificación de Italia, tanto más por vía revolucionaria, aunque hablaba sin tasa de sus simpatías hacia el "principio de la nacionalidad". Le irritaba que los Estados del centro de Italia —Toscana, Parma, Módena— aspirasen abiertamente a la unión con el Reino de Cerdeña, cuando él se disponía a colocar en el trono de Toscana a su primo el príncipe Napoleón Bonaparte. En tercer lugar, la transformación del Reino de Cerdeña en Reino de Italia presuponía la retirada de la guarnición francesa de Roma y la desaparición del poder temporal de los papas. La sola perspectiva de que esto pudiera suceder despertaba el furor de los clericales franceses, cuya buena disposición tanto estimaba el emperador. En cuarto, le parecía inútil en el presente, y peligroso en el futuro, crear una potencia bastante fuerte en las fronteras de Francia. En quinto, proseguir la guerra significaba estar dispuesto a nuevas y graves pérdidas del ejército francés, porque un mes de operaciones contra los austríacos había hecho ver a Napoleón III y a sus generales que el peso principal recaería sobre los franceses. Napoleón sabía, naturalmente, que su brusca decisión colocaba a Cavour en una situación imposible. Dominado por la indignación y en señal de protesta, Cavour presentó la dimisión, pero esto no inmutó al emperador. Por lo demás, la paz no tardó en ser concluida y Cavour volvió a su puesto de ministro del Reino de Cerdeña. Aunque Napoleón III había prescindido con tanto desenfado del acuerdo de Plombiéres, en 1860 consiguió de Víctor Manuel la cesión de Saboya y Niza, que fueron incorporadas a Francia. Actitud ambigua de Rusia en la cuestión de la unificación italiana, Europa contempló con gran interés el papel ambiguo de Alejandro II en la cuestión de la unificación de Italia. Mientras las cosas se reducían a derrotar al ejército austríaco y humillar a Francisco José, Alejandro II se mostró favorable a los proyectos de Napoleón III y Cavour. Pero cuando el mismo año de 1859, y más tarde, en 1860, distintas revoluciones "locales" destronaron a los príncipes de Toscana, Parma y Módena, y Garibaldi expulsó de Ñapóles a los Borbones, el zar tuvo la equivocación, siempre en nombre de los caducos "principios" de 1815, de manifestar su hostilidad a la causa de la unidad italiana. No obstante, cuando en la segunda mitad de 1860 Francisco José hizo mover sus tropas hacia la frontera lombardo-veneciana, Gorchakov organizó, el 22 de octubre, en Varsovia, una entrevista de los tres monarcas: el ruso, el austríaco y el prusiano. Allí, el zar aconsejó decididamente a Francisco José que no emprendiera ninguna acción en Italia. En cuanto a Napoleón III, en 1860-1862 mantuvo una política decididamente hostil a cualquier tentativa del Gobierno sardo —convertido ya oficialmente en 1861 en gobierno del "Reino de Italia"— para dar cima a la unificación del país. El emperador de los franceses recurrió a las amenazas directas para obligar a Víctor Manuel a reprimir por la fuerza de las armas el intento de Garibaldi, que en 1862 quiso apoderarse de Roma. Bien es verdad que los motivos puramente egoístas que habían movido en 1859 a Napoleón a apoyar al Reino de Cerdeña fueron puestos al desnudo ya por las circunstancias y condiciones en que, súbitamente, se llegó al armisticio de Villafranca.

Influencia de las conquistas de Francia en Indochina sobre las relaciones angla-francesas. El año 1856 marca para Francia el comienzo de una serie de guerras coloniales. Napoleón III trataba así de consolidar su prestigio en el seno de la gran burguesía. Francia, de la mano con Inglaterra, mantuvo en China la segunda y la tercera guerras del opio. Entre 1858 y 1862 sostuvo una guerra sangrienta en Indochina, que acabó con la conquista de Cochinchina y con el establecimiento de su protectorado sobre Carnboya. Durante largo tiempo, en Inglaterra no se dieron cuenta clara de lo que, en realidad, querían los franceses en Indochina. La diplomacia francesa, con una destreza increíble, mintió durante años enteros descaradamente a Palmerston, asegurando que sólo se trataba de adquirir una pequeña "estación de carboneo", sin pretender la conquista de un territorio enorme y riquísimo. Cuando todo se hubo consumado, los periódicos franceses pudieron entregarse a sus alardes patrioteros. Sólo entonces vio Palmerston que su "aliado" le había jugado una mala pasada. Poco después de la conquista de Indochina, los franceses obligaban al rey de Camboya, un territorio vasto y muy rico, a reconocer oficialmente el protectorado de Francia sobre su país. Seguidamente, las autoridades coloniales francesas empezaron a alargar sus tentáculos a Tahí (Siam). En el Asia Sudoriental la diplomacia francesa puso a los ingleses —los únicos que les podían hacer la competencia— ante los "hechos consumados". Tentativa fracasada de Napoleón 111 para establecerse en Siria, En 1860, Napoleón III se embarcó en una nueva empresa colonial. La Siria turca fue teatro, en mayo de aquel año, de una sangrienta lucha entre los musulmanes drusos y los maronitas (cristianos que en el siglo xni se habían colocado bajo la obediencia de la Iglesia católica). Los misioneros anglicanos y, en parte, los presbiterianos, incitaban secretamente a los drusos, entre los cuales mantenían su propaganda, contra los maronitas, los cuales, a su vez; sufrían la presión de los misioneros católicos. Lo peor de todo para los drusos y los maronitas era que la .diplomacia inglesa estaba tras los misioneros anglicanos y presbiterianos, y la francesa tras los misioneros católicos. Más de cinco rnil maronitas fueron muertos en 1860 en Damasco, con la participación más activa de los soldados y policías turcos. Hubo también matanzas en Beirut y otras ciudades. El ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Thouvenel, invitó a su despacho a lord Cowly, embajador inglés en París, para proponerle la reunión inmediata de una comisión de representantes de las grandes potencias y el envío de contingentes armados que pusieran fin a los excesos y asesinatos perpetrados por los drusos. Lord Cowly, al corriente del asunto, fingió no creer en las proporciones de la matanza, que con intervalos se sucedían desde hacía dos meses, y trató de salir del paso con algunas observaciones plenas de humor y escepticismo. Pero Thouvenel insistió con energía, y Napoleón III le dio la orden de ponerse en comunicación con Gorchakov. A Palmerston se le hizo saber que el asunto no quedaría así, y que si Inglaterra seguía dando largas, los franceses y los rusos actuarían conjuntamente. Palmerston picó. Lord Cowly recibió instrucciones en el sentido de mostrar inmediatamente el interés más vivo por la suerte de los maronitas. Después de estas dilaciones, Palmerston suscribió en Londres, el 3 de agosto, un acuerdo con el Gobierno francés, temeroso de que Napoleón III lograse apoderarse de Siria, a donde ya había enviado tropas suyas sin que accediese a evacuarlas

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alegando que debía garantizar la seguridad de los maronitas. Las explicaciones llegaron a extremos desagradables. Lord Russell, ministro de Asuntos Exteriores en el gabinete de Palmerston, declaró en el Parlamento que Inglaterra no permitiría crear en Siria una situación como la que desde 1849 existía en Roma, donde las tropas francesas se encontraban desde hacía once años. Esta declaración, hecha el 21 de febrero de 1861, después de siete meses de vanos intentos por parte de los ingleses para obligar a los franceses a retirar sus tropas de Siria, produjo honda impresión. Napoleón III no tenía la menor intención de llegar a una guerra con los ingleses a causa de Siria, y en el mes de junio sus tropas eran evacuadas. Esta vez, los intentos de apoderarse de Siria sufrieron un fracaso completo.

principales iniciadores de la expedición a México, supo a fines de 1861 que Napoleón III se había ganado el apoyo de los clericales, tan poderosos en el país, y mantenía conversaciones con el archiduque Maximiliano, hermano de Francisco José, al que quería colocar en el trono de México. Entonces decidió retirarse de la empresa. Lo mismo hizo el Gobierno español. Pero Napoleón III no los necesitaba ya para nada: lo único que podían causarle eran molestias. En 1862 empezó la gu«rra de México. El conflicto se prolongó más de lo calculado. Consumía muchos hombres y dinero, y en 1863 Napoleón empezó a ver enfriarse sus entusiasmos por la fantástica aventura. Tenía razones de gran peso para el arrepentimiento al ver sus mejores tropas lejos de Europa en unos momentos en que podían servir de apoyo a la diplomacia francesa. Justamente entonces, el año que empezaba la larga guerra de México, en la palestra de la política europea empezó a incrementarse el papel de Prusia. En septiembre de 1862, el conde Bismarck ocupó la presidencia del Consejo de Ministros.

Comienzo de la aventura mexicana de Napoleón III, En 1862 concibió Napoleón III una nueva empresa, mucho más importante y •compleja que la anterior: tratábase de la conquista de la República Mexicana, que él quería convertir en un imperio vasallo de Francia. Esta aventura, _ que los .aduladores, secuaces y palaciegos denominaban "el gran designio del reinado" de Napoleón III, no debía limitarse a México. Si los franceses lograban establecerse •sólidamente en él, se proyectaba la ocupación, en una forma o en otra, de toda América del Sur, o al menos de algunos países, que pasarían a formar parte como -vasallos de un "Imperio Latino". Un elemento sustancial de la política de Napoleón III estaba constituido por el despojo colonial más desenfrenado encubierto por vagas fantasías sobre el futuro de los pueblos de habla romance, sobre la civilización latina y sobre el papel dirigente de la raza "celta-latina". La conquista de México era exaltada por los fabricantes y banqueros, que se prometían grandes •ganancias. La gran burguesía censuró esta aventura sólo cuando ya 'había fracasado. En un principio todo parecía marchar sobre ruedas. La condición principal que hizo posible la aventura era la guerra civil que cada vez se extendía más en los Estados Unidos. El Presidente Abraham Lincoln, desde 1862 hasta su misma muerte, se.vio imposibilitado de oponerse a tan escandalosa violación de la "doctrina de Monroe". La segunda condición que facilitaba a Napoleón III sus designios era la posición ocupada por el Gobierno inglés. Palmerston consideraba muy deseable para su país —lo mismo en el sentido político que en el económico— la victoria de los esclavistas del Sur sobre el Norte, con su consecuencia inmediata de la escisión de los Estados Unidos en dos federaciones independientes. La política de Napoleón III respecto de la guerra civil que desgarraba a los Estados Unidos era idéntica. Atendida esta coincidencia, Palmerston no quería mantener en la cuestión •mexicana una conducta hostil a Francia. No se preveían, pues, estorbos diplomáticos, y la agresión a México podía ser llevada a efecto. El pretexto no pudo ser más nimio. El-año 1860, durante las revueltas desatadas en México (que, por lo demás, fueron reprimidas a fines de aquel mismo año por el Presidente Benito Juárez), el jefe de los insurrectos, Mi-ramón, un conservador partidario rabioso de los clericales, recibió un empréstito del 'banquero parisiense Jecker, en cuyos negocios y ganancias tomaba una gran parte "Morny, el omnipotente favorito de Napoleón III. A la concesión de ese empréstito 'habían contribuido bancas inglesas y españolas. Cuando Benito Juárez hubo aplastado la rebelión, se negó a reconocer la deuda, aunque luego aceptó un compromiso y entregó una pequeña suma. Entonces, a propuesta de Napoleón III, las tres potencias —Francia, Inglaterra y España— organizaron una demostración naval en las costas de México. Sin embargo, la unanimidad de las tres potencias no duró mucho. Palmerston, uno de los

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LA ACTIVIDAD DIPLOMÁTICA DE LAS GRANDES POTENCIAS EN RELACIÓN CON EL LEVANTAMIENTO POLACO DE 1863.

Bismarck como diplomático, "La misma Providencia me destinó para ser diplomático, porque nací el primero de abril", acostumbraba a bromear Bismarck en los momentos de buen humor. En efecto, toda su actividad fue una prueba palmaria de que era un gran maestro en el arte del engaño y del fingimiento. Pero su espíritu penetrante le dictaba las decisiones más oportunas, y sus metas finales fueron siempre precisas y de un gran realismo. La naturaleza le había dotado de un temperamento indomable; la violencia de sus pasiones en su juventud era tal, que los vecinos de su hacienda le llamaban "Bismarck el furioso", pero una voluntad de hierro sabía ponerle freno. Incluso en la revolución —no se le podría dar otro nombre— que en 1850-1860 se produjo en sus ideas fundamentales sobre las tareas de la diplomacia prusiana, mostró su capacidad para someter las violentas pasiones a una razón fría y perspicaz. Monárquico, de espíritu feudal, junker típico, reaccionario, terrateniente prusiano al que la revolución había sacado de sus casillas, en los años 1848 y 1849 gritaba que la horca debía ser puesta "al orden del día"; odiaba a muerte al Parlamento •dé" Francfort, reunido por propia iniciativa en 1848, y aplaudió frenéticamente cuando las bayonetas prusianas lo disolvieron. Pero es el mismo Bismarck el que, poco a poco, empieza a comprender que la unificación de Alemania, que con tan poca fortuna había tratado de conseguir el Parlamento de Francfort, acabaría por abrirse pasó y que oponerse a ella era una •empresa desesperada. Sólo colocándose a la cabeza del movimiento de unificación «ra posible salvar la monarquía prusiana y los privilegios de la nobleza. Bismarck advertía muy bien que ello no podía por menos de encontrar la enemiga dé todas las' grandes potencias del continente europeo. Si se unían, podían aplastar a Prusia. Quiere decirse que la política de Prusia debía ser orientada a la neutralización, al menos, de Francia y de Rusia. En cuanto a Austria, sería preciso hacerle la guerra, puesto que se oponía a la unificación de Alemania bajo la égida de Prusia: esto lo advirtió Bismarck ya hacia 1855, considerando que ninguna sutileza diplomática podría obligar a los Habsburgo a retirarse voluntariamente de la Confederación

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Germánica. Que la unificación de Alemania no podría ser conseguida sin guerra, le parecía también evidente. "Alemania será unificada no mediante palabras, sino por la sangre y el hierro", decía. Antes de que en septiembre de 1862 se convirtiera en el dueño casi absoluto de la política exterior prusiana, había ocupadp sucesivamente tres puestos diplomáticos importantes. En un principio fue representante del Gobierno de Prusia en la Dieta de Francfort; desde aquel punto de observación, durante la guerra de Crimea, estudió atentamente a los hombres y la situación de los distintos Estados alemanes, en particular de Austria. Luego fue embajador de Prusia en San Petersburgo; allí estudió a Alejandro II y advirtió, por primera vez, un adversario inteligente y peligroso en Gorchakov, cuya estrella empezara apenas a levantarse. Después de San Petersburgo, Bismarck fue, en fin, durante cierto tiempo, embajador en París. Allí observó a Napoleón III y juzgó acertadamente los puntos débiles y fuertes del bonapartismo. Engels, que escribió acerca de Bismarck con más profundidad que cualquiera otro, le llamó el Napoleón III alemán. Así, pues, cuando Bismarck fue nombrado primer ministro de Prusia, en la plenitud de sus energías (en 1862 contaba con cuarenta y siete años), poseía una amplia información y una gran experiencia diplomática. La dificilísima tarea histórica con que Bismarck se enfrentaba veíase complicada por la crisis interna en la que el país se hallaba sumido al salir del período revolucionario. El gobierno de los junkers proyectaba la unificación de Alemania "por arriba", "por el hierro y la sangre", es decir, mediante la guerra y bajo el poder de la monarquía de los Hohenzollern, mientras que los intereses de la clase obrera y de todo el pueblo alemán imponían la unificación. revolucionaria "por abajo". Bismarck empezó sus actividades en Berlín oponiéndose con todas sus fuerzas a la intención de Guillermo I, que quería abdicar al agudizarse el conflicto constitucional entre el Landtag prusiano y el Gobierno. El rey Guillermo, que había subido al trono en 1861, a los sesenta y cuatro años, se sentía desamparado y no veía salida a la situación. Era un hombre de cortos alcances, un reaccionario del más viejo tipo; pero como al ser coronado había jurado la Constitución, no se atrevía a violarla y destinar al ejército los recursos que el Landtag se negaba a votar. Bismarck convenció a Guillermo I de que podía violar la Constitución cuanto quisiera, porque si el ejército prusiano ayudaba a la unificación de Alemania alrededor de Prusia, no sólo las clases representadas en el Landtag, sino el propio Landtag, olvidarían su oposición. El rey se mostró dócil a los consejos del canciller, y desde entonces hasta la misma muerte del monarca, en 1888, dio carta blanca a Bismarck en los asuntos diplomáticos, para los que se sentía absolutamente incapaz. "No puedo hacer como usted, con mis dos manos, tirar al aire y recoger a la vez cinco bolas", dijo en una ocasión refiriéndose a la habilidad de su ministro para el complejo juego de las intrigas diplomáticas. Bismarck ponía en marcha hasta con Guillermo I la franqueza un poco grosera, pero fingida, que le permitió engañar durante largo tiempo a muchos diplomáticos. El rey estaba convencido de que Bismarck engañaba a todo el mundo menos a él. Pero el viejo monarca se equivocaba: a él era a quien el canciller engañaba más a menudo y con mayor facilidad que a nadie. Cierto que de los plenos poderes concedidos a Bismarck y de su apartamiento de los asuntos diplomáticos, sólo el rey salía ganando en última instancia. Pero la hora de los triunfos que iluminaron los últimos años de Guillermo estaba todavía muy lejos. Por delante les aguardaba una dura lucha.

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La posición de Prusia con respecto al levantamiento polaco de 1863. Bismarck decía a menudo que hay momentos en la vida de cada persona, y por consiguiente de cada diplomático, en que tiene suerte y la fortuna pasa rozándole; la diferencia entre el diplomático capaz y el inepto consiste en que el primero sabe agarrarla de los faldones y el segundo deja pasar la ocasión. Para Bismarck fue una suerte inesperada el levantamiento de 1863 en la Polonia rusa. En un principio, al iniciarse el levantamiento, Bismarck pensó durante cierto tiempo que, al fin y al cabo, Rusia debería renunciar a Polonia. "Entonces —decía—, empezaremos nosotros, ocuparemos Polonia y dentro de tres años todo estará allí germanizado." Cuando el presidente de la Cámara de Diputados prusiana, Berend, que le escuchaba, puso en duda si "Bismarck hablaba en serio o se trataba de una broma, el canciller replicó: "No es ninguna broma, hablo en serio y de un asunto serio." Pero la debilidad de los insurrectos y la imposibilidad de su victoria militar se hacían cada vez más evidentes. Entonces, Bismarck decidió servirse de este asunto de otro modo. £1 y el rey de Prusia adoptaron decididamente una línea de conducta de ayuda "generosa" al Gobierno del zar. Esta generosidad encontró expresión en la firma en San Petersburgo, el "8 de febrero (27 de enero) de 1863, por Gorchakov y el general Alvensleben, llegado de Berlín, de un convenio por el que las tropas rusas eran autorizadas a perseguir a los insurrectos polacos hasta en el territorio prusiano. Entre las esferas gobernantes de Rusia hubo muchos que no se mostraron satisfechos de esta muestra de buena vecindad. El gran duque Constantino, hermano del zar Alejandro y virrey de Polonia, no ocultó que todo eso estaba muy lejos de agradarle. Se adivinaba que Bismarck perseguía sus fines particulares. Y en efecto: con gran solemnidad y rodeando el acto de intenciones y misteriosos silencios, con gran disgusto de Gorchakov, hizo publicar el texto del convenio, presentando las cosas como si existieran cláusulas secretas de un carácter general, y no particular. Napoleón III e Inglaterra se agarraron inmediatamente a la circunstancia de que, en virtud del propio hecho del convenio de San Petersburgo, Polonia se había convertido en materia de acuerdos jurídicos de índole internacional y de negociaciones diplomáticas entre dos potencias: Rusia y Prusia. Apoyándose en ello y en los tratados de Viena de 1815, Napoleón III y Palmerston manifestaron que deseaban mantener con Alejandro II conversaciones acerca de Polonia. El Gobierno francés, con el pretexto de interceder en favor de Polonia, deseaba desencadenar la guerra, que le podía proporcionar adquisiciones territoriales en la orilla izquierda del Rin y consolidaría la hegemonía de Francia en Europa. La acción de Francia, Austria e Inglaterra con motivo del levantamiento polaco de 1863. Napoleón III entabló inmediatamente negociaciones animadas con Austria acerca de Polonia. Aunque al elevar sus protestas Austria, que había participado en los tres repartos de Polonia, se colocaba en una situación falsa, Francisco José acabó por ceder a las instancias de Napoleón III. Lo único que el Ministerio austríaco de Asuntos Exteriores se reservó fue el derecho a no obrar de concierto con las dos potencias occidentales y a redactar su nota en tonos más moderados El 17 de abril, los embajadores de Inglaterra y Francia presentaron a Gorchakov sus notas; dos días más tarde, el 19, le era entregada la nota de Austria. La más violenta era la nota inglesa. Desde el 1 de julio de 1859, el Ministerio de Asuntos Exteriores británico estaba regentado por lord John Russell; pertenecía HISTORIA BE LA DIPLOMACIA, I.—34

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a la generación de gobernantes ingleses que, desde la guerra ruso-turca de 1828-1829, adivinaban la debilidad interna de la maquinaria del Estado ruso. Lord Russell, convencido de que en 1863 Rusia era incapaz de sostener una guerra contra Inglaterra y Francia, decidió recurrir a la intimidación directa. Partiendo del error de que' Alejandro se había comprometido en 1815, ante el Congreso de Viena, a dar una Constitución a Polonia, Russell expuso en su nota la idea de que Rusia no habíale concedido autonomía política y la mantenía al margen del mundo civilizado. La nota francesa, en tonos más suaves, señalaba la importancia de la cuestión polaca para toda Europa y proponía su planteamiento en un nuevo congreso europeo. La nota austríaca se limitaba a vagas consideraciones acerca de la inquietud que. el problema polaco, al no ser resuelto, producía en la vida de la monarquía de los Habsburgo, así como en la propia Rusia y en Pnisia. Empezaron las conferencias en el despacho del zar. De un lado se expusieron los temores de que se estuviese preparando contra Rusia, una nueva "combinación de Crimea", es decir, de que Rusia se viese ante la amenaza de una. guerra contra Inglaterra, Francia y, acaso, Austria; el país no se'hallaba en modo alguno preparado ni en el sentido militar ni en el financiero. De. otro lado, ceder a las exigencias de las tres potencias —cuando por delante había una amenaza abierta de dos de ellas— significaba poner en peligro la. integridad del Imperio «ruso. Aceptar la idea del Congreso era lo mismo que conformarse de antemano con la separación, del Reino Polaco y con el planteamiento inevitable del problema de Ldtuania, Bielorrusia y las regiones ucranianas de la orilla izquierda del Dniéper. » Alejandro II, que a menudo perdía la serenidad en los momentos difíciles, decidió en este caso no ceder. Las notas fueron cortésmente rechazadas, aunque, siguiendo el consejo de Gorchakov, se hacía la promesa solemne de conceder la amnistía a los insurrectos polacos si en el plazo marcado deponían las armas. Sin embargo, el levantamiento cobró más vuelos en1 Polonia y en Lituania. Una gran agitación se apoderó de Rusia. San Petersburgo era bombardeado con mensajes, declaraciones y resoluciones exigiendo que la intervención de las potencias extranjeras fuese rechazada. Entre los nobles y los comerciantes se desataron las pasiones chovinistas. . . ; Las pretensiones de los nobles polacos, que aspiraban a apoderarse de las tierras ucranianas y bielorrusas, provocaban, por otra parte, la exasperación de los campesinos a quienes tal medida habría afectado. El duque de Montebello y lord Napier, embajadores, respectivamente, de Francia e Inglaterra en San Petersburgo, observaban atentamente cuanto ocurría en • Rusia, advirtiendo con insistencia á París y Londres que Rusia no cedería jamás si no se la obligaba por la fuerza de las armas. Si Inglaterra y Francia no están dispuestas a combatir, decían, deben abandonar esta peligrosa empresa. Ambos embajadores se mostraban unánimes en aconsejar que se dejase de jugar con fuego. Napoleón III, ya bastante ocupado con la guerra que acababa de desatar en México, no deseaba llegar a ese extremo; sin embargo, no prestó atención a las advertencias de.su embajador. Palmerston y Russell le empujaban desde Inglaterra a una oposición enérgica. Los dos lores tenían aún menos deseos que Napoleón III de hacer la guerra a Rusia en aquellos momentos. Les preocupaba más la marcha de la guerra en Norteamérica. Pero al .instigar al emperador de los franceses contra Alejandro II, ponían fuera de combate a dos rivales peligrosos y destruían definitivamente el acuerdo franco-ruso'a que se llegó hacia 1860. Se decidió enviar al Gobierno ruso nuevas notas, que eran más amenazadoras que las de abril. De Rusia no se exigía sólo la conformidad a la convocatoria de un congreso de las grandes potencias para resolver la cuestión polaca. En calidad de

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medidas previas se recomendaba al zar: primero, proclamar en Polonia una nueva amnistía sin esperar al fin del levantamiento armado; segundo, convocar en ella una asamblea representativa; tercero, conceder una autonomía local a Polonia; cuarto, garantizar los derechos de la Iglasia católica; quinto, dar carácter oficial a la lengua polaca en la Administración y en los establecimientos de enseñanza del Reino de •Polonia; sexto, promulgar un- reglamento nuevo de reclutamiento que diera satisfacción a los polacos. . Esta vez, ni Alejandro II ni Gorchakov dudaron lo más mínimo. Aceptar todo esto, y para colmo la idea del congreso, equivalía, en la Opinión del zar y de sus consejeros, a reconocer la derrota diplomática completa del Imperio Ruso. 'Gorchakov recibió las notas y manifestó que las potencias recibirían su respuesta por escrito. En julio de 1863, aproximadamente al cabo de un mes de haber sido entregadas, Gorchakov hacía llegar los tres despachos de respuesta a los representantes rusos: al barón Brunnov en Londres, para su entrega al Gobierno británico; al barón Bidberg en París, para el Gobierno imperial francés, y a Balabin en Viena, para el emperador Francisco José. La negativa estaba redactada en tonos enérgicos. El problema polaco, se decía, afectaba exclusivamente a Rusia, y no a Europa. Todas las demandas eran rechazadas de plano. El Gobierno inglés y Napoleón III se encontraron entonces en una situación delicada. En un principio, lord Russell-y el emperador francés consideraron oportuno que sus representantes probasen una vez más, ahora verbalmente, a intimidar a .Gorchakov. Los gobiernos de Inglaterra y Francia, con sus acciones, habían empujado a los polacos a despreciar la amnistía y a continuar el levantamiento, después de lo cual las represalias del Gobierno zarista se acentuaron: la sangrienta represión de Muraviov estaba'en el verano de 1863 en todo su apogeo. Les parecía imposible no reaccionar a esta bofetada diplomática de Gorchakov. Y lord Napier y el duque de Montebello —que desde el principio mismo habían juzgado perdida la causa de los polacos, y la intervención de las potencias inútil y peligrosa— se vieron obligados a dirigir a Gorchakov unas amenazas; en las que * .no creían y manifestar una indignación que no experimentaban. Gorchakov, con.vencido definitivamente de que no habría • intervención armada en favor de los polacos, repitió a los embajadores su negativa categórica. El sentido de sus elegantes frases podía resumirse así: Rusia no toleró ninguna ingerencia en abril, cuando el levantamiento estaba en. auge; tanto menos lo toleraría ahora, en julio, cuando estaba a punto de extinguirse. - Entonces, Inglaterra y Francia hicieron una nueva tentativa para evitar la derrota' diplomática completa que les amenazaba. En sus notas del 3 de agosto manifestaban que consideraban al Gobierno ruso el único culpable del levantamiento polaco. Hacía mal Rusia en no seguir los consejos de las potencias occidentales: debía culparse a sí misma de las graves consecuencias que en .el futuro pudieran derivarse del levantamiento. . • . • • Todavía hubo una tercera nota de lord Russell en la que se manifestaba que, al haber incumplido sus compromisos respecto de Polonia, Rusia había perdido todos sus derechos en aquellas regiones. En otras palabras, la permanencia de las tropas rusas en el reino polaco era desde entonces, a los ojos del Gobierno inglés, un acto ilegal; ello solo justificaría ya la intervención armada de las potencias europeas en el momento que éstas juzgasen oportuno. Esta nota equivalía casi a la declaración de guerra. En todo caso, hacía inevitable el rompimiento de las relaciones diplomáticas entre Ingfeterra y Rusia. • Sin embargo, la nota había sido escrita no para el emperador que residía, en el Palacio de Invierno de San Petersburgo, sino para el que ocupaba las Tullerías,

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en París. Napoleón III tuvo conocimiento inmediato de la amenazadora nota, pero el documento no llegó a las manos de Alejandro II. Llegó a ser remitida, cierto, a San Petersburgo, al embajador británico lard Napier; pero éste, comprendiendo sin duda de qué se trataba, no pensó siquiera en entregársela a Gorchakov, sino que la devolvió a lord Russell, aconsejándole "revisar" su contenido. El ministro británico no se inmutó por esta acción de su embajador, cuya inteligencia tenía en gran aprecio. Se limitó a esperar la reacción de Napoleón III. Este, sin embargo, a pesar de la aparente energía de Inglaterra de llegar al rompimiento con Rusia, no se decidió a llegar a ese extremo. La maniobra de Russell terminó en un fracaso.

entre Inglaterra y Rusia a causa de Polonia sería una "locura", insistiendo en que solo la rmopia de los polacos" tenía la culpa si alguna vez éstos habían llegado i creer en la posibilidad de semejante guerra. El asunto terminó, pues, con una victoria diplomática de Rusia El zarismo cumplió en Polonia su papel de gendarme. A la derrota del levantamiento contribuyo la resistencia de sus líderes a satisfacer las reivindicaciones de los campesinos asi como las pretensiones nacionalistas de la burguesía y los nobles polacos a las tierras ucranianas, bielorrusas y lituanas. La diplomacia de la Europa occidental mantuvo el juego de apoyo a los polacos solamente para cubrir las apariencias aunque, de hecho, perseguía sus propios fines, unos móviles egoístas.

Renuncia de Inglaterra a la intervención en los asuntos polacos. Lord Russell y Palmerston, que estaba a sus espaldas, se encontraron de nuevo en una situación' embarazosa. No obstante, hallaron una salida simple, muy característica de la diplomacia británica y que mostró a todo el mundo que Polonia no les interesaba en absoluto, que el problema polaco había sido para ellos un mero recurso para hacer presión sobre Rusia. El 26 de septiembre de 1863, lord Russell declaraba públicamente: "Ni los compromisos, ni el honor de Inglaterra, ni sus intereses: nada nos obliga a empezar una guerra con Rusia a causa de Polonia." Un mes y ocho días después de esta declaración de Russell, Napoleón III hizo una> nueva tentativa de intervención diplomática en el asunto polaco. Concibió la idea de seducir a Alejandro II ofreciéndole la posibilidad de un motivo que le permitiera revisar y anular la cláusula del tratado de París de 1856 por el que se prohibía a Rusia mantener una flota de guerra en el mar Negro. Como esto sólo se podía realizar en un congreso europeo, Alejandro II podía mostrarse conforme y acudir a él. Y cuando todos se hallasen reunidos, podrían ser rechazadas las tentativas de Rusia para revisar el tratado de 1856; en su lugar podía tratarse de la revisión del tratado de Viena, de 1815, cuyas cláusulas eran odiosas para la dinastía de los Bonaparte, exigir la incorporación a Francia de la orilla izquierda del Rin y, de paso, examinar el problema polaco. Aunque Polonia no obtuviese nada práctico, los polacos no podrían afirmar que Francia no había tratado de hacer algo en su favor. El 4 de noviembre de 1863, Napoleón III se dirigió a los soberanos europeos para invitarles a reunirse en un congreso. La maniobra tropezó acto seguido con la oposición de Palmerston y Russell, que habían comprendido muy bien su sentido: el congreso era una amenaza para Inglaterra, primero, porque podía significar la aparición de la flota rusa en el mar Negro, y, segundo —lo que era mucho más importante y peligroso—, porque podía traer un nuevo acercamiento de Francia y Rusia. Se decidió, pues, no asistir al congreso que Napoleón III proyectaba. El congreso no llegó a reunirse siquiera sea porque Gorchakov, a pesar de unas perspectivas tan seductoras como la supresión del humillante artículo del tratado de París de 1865, en ningún caso deseaba que en el congreso se hablase del problema polaco, tanto más en unos momentos en que el levantamiento no había sido sofocado por completo. El ministro ruso, sin embargo, con la sangre fría que le caracterizaba, al saber. las inquietudes de Palmerston prefirió demorar un tanto su negativa. No se equivocó en sus cálculos: la primera negativa a la sugestión de Napoleón III no llegó a París de San Petersburgo, sino de Londres, que era lo que Gorchakov buscaba. Sus cálculos, basados en el carácter arrebatado e impaciente de Palmerston, se justificaron de un modo brillante. Cuando el «levantamiento polaco había sido aplastado definitivamente, el'26 de mayo de 1864, Palmerston declaró a plena voz en la Cámara de los Comunes que la misma idea de una guerra

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EL CONFLICTO PRUSO-DANES DE SCHLESWIG-HOLSTEIN

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La posición de Rusia.

CAPITULO XIV

LA DIPLOMACIA DE BISMARCK EN LOS AÑOS DE LAS GUERRAS CONTRA DINAMARCA Y AUSTRIA (1864-1866) 1.. EL CONFLICTO PRUSO-DANES DE ScHLESWIG-HOLSTEIN.

EN LA ÉPOCA del levantamiento polaco de 1863, Bismarck supo obtener de su política un gran éxito diplomático. El fin de este año trajo al ministro prusiano otro acontecimiento que le era muy favorable: el enfriamiento entre Inglaterra y Francia a consecuencia de la negativa de aquélla a participar en el congreso proyectado por Napoleón III. Tres grandes fuerzas —Rusia, Inglaterra y Francia—, que actuando en común podían anular todo intento de unificación de los Estados alemanes alrededor de Prusia, marchaban cada una por su lado. Una ocasión favorable se presentó muy pronto para empezar la amplia operación diplomática que en líneas generales tenía concebida Bismarck desde hacia tanto tiempo. El problema de Schleswig-Holstein después de la muerte de Federico Vil. El 15 de noviembre de 1863 fallecía el rey Federico VII de Dinamarca, y su heredero, Cristian IX, ocupó el trono. Inmediatamente se planteó la cuestión de la suerte de Schleswig y Holstein, que estaban unidos a Dinamarca. Los derechos hereditarios del nuevo rey sobre Holstein y Schleswig habían sido reconocidos mucho antes por todas las potencias, comprendida Prusia. No se trataba, ciertamente, de las sutilezas jurídicas y genealógicas. Todos estos enredos, que desde el siglo xvm nadie había podido poner en claro, no eran más comprensibles para Bismarck, Palmerston, Gorchakov o Napoleón III. Al tener noticia de los primeros pasos de Bismarck sobre esta cuestión, lord Palmerston declaró, no en público, cierto, sino en un círculo íntimo, en los últimos días de 1863: "En toda Europa, hasta hace muy poco sólo había tres personas que entendiesen el problema de Schleswig-Holstein: el príncipe Alberto (esposo de la reina Victoria), un viejo danés y yo. Pero el príncipe Alberto, desgraciadamente, ha muerto; el viejo danés ha sido recluido en un manicomio y yo he olvidado por completo de qué se trataba." Bismarck no pretendía en absoluto al honor de ser la cuarta persona que hubiese comprendido la cuestión de los derechos del rey de Dinamarca a Schleswig y Holstein. Simplemente, decidió convertir este asunto en un nuevo medio para la realización de sus planes. Prusia debía aparecer ante todos los Estados alemanes, ante todo el pueblo alemán, rodeada por la aureola de haber llevado la libertad a los "hermanos alemanes", con lo que tomaría así en sus manos la causa de la unificación nacional de Alemania. 534

Las circunstancias, en 1864, eran incomparables más favorables para Prusia que catorce años antes. Nicolás I había muerto hacía mucho. Su sucesor, después del levantamiento de los polacos, estaba animado por los mejores sentimientos hacia su tío, el rey Guillermo I, y hacia Bismarck. Cierto es que Gorchakov no compartía los entusiasmos de su señor y adivinaba en el primer ministro prusiano a un político muy peligroso y astuto bajo la máscara de su franqueza un tanto grosera. Cuanto más evidente se hacía a Bismarck que Gorchakov no creía ninguna de sus palabras, más intenso era su odio al inteligente diplomático ruso. Todas las irritadas insinuaciones que Bismarck prodigó contra Gorchakov, primero en sus cartas y luego en sus memorias, hallan su explicación en el hecho de que aquél era mucho más inteligente de lo que el canciller prusiano habría deseado. "Su hostilidad hacia mi persona —escribe Bismarck en sus deseos de rebajar los méritos de Gorchakov— era más fuerte que'el sentimiento de su deber ante Rusia... No deseaba nuestros servicios y se esforzaba en separar a Rusia de Alemania... La vanidad y la envidia que sentía hacia mí eran en él más fuertes que el patriotismo... Gorchakov se esforzaba por demostrar al zar que mi devoción hacia él y mis simpatías hacia Rusia eran falsas o, en el mejor de los casos, puramente platónicas. Trataba de quebrantar la confianza que él (Alejandro II) me profesaba, cosa que consiguió más tarde." Por lo demás, el recuerdo del asunto de Polonia estaba aún demasiado fresco en la memoria del zar. Bismarck no tenía, pues, motivo para dudar de la posición de Rusia en el conflicto de Schleswig-Holstein, a pesar de la desconfianza de Gorchakov. Este mismo no podía decidirse a tomar una actitud contraria a Prusia: ello sólo habría sido posible marchando de acuerdo con las potencias que se habían enfrentado a Prusia en la guerra de Crimea y con ocasión del levantamiento de Polonia. Más aún, mostrarse contra Prusia habría significado para Gorchakov el riego de que ella se incorporase a la coalición antirrusa, La posición de Inglaterra, de Francia y de Austria. Pero quedaban Inglaterra, Francia y Austria. Estas potencias podían representar un obstáculo para los propósitos de Bismarck en la cuestión de Schleswig-Holstein. Y entonces el primer ministro prusiano reveló por primera vez su talento diplomático en la palestra europea. Ante todo, necesitaba tranquilizar a Inglaterra y Francia y hacerles creer que no tenía el menor propósito de incorporar a Prusia "los ducados del Elba" (Schleswig y Holstein). Palmerston no debía, pues, mostrarse inquieto pensando que las excelentes costas de los mares Báltico y del Norte podían pasar a una potencia más fuerte que Dinamarca; Napoleón no debía sospechar que su vecina inmediata, Prusia, se robustecía notablemente al aumentar su territorio y su población. Por eso, cuando^ la Dieta alemana, reunida en Francfort, reclamó la cesión de Holstein al duque de Augustenburg, lo que significaba la inclusión de los ducados del Elba en la Confederación Germánica, Bismarck se esforzó por todos los medios en mostrar que no deseaba la agudización del conflicto y censuraba los métodos de violencia para resolver el problema. Él, quería significar, únicamente deseaba una solución que garantizase a los ducados un desarrollo nacional pacífico. Esta táctica tuvo un éxito brillante. En Inglaterra, cierto, se oyeron algunas advertencias: la prensa y los políticos instigaron a Dinamarca a oponerse a todos los intentos de secesión de Schleswig y Holstein. El Gobierno británico, en 1863,

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confiaba aún en mantener la situación existente en el Báltico, suponiendo que Prusia no se aventuraría a una guerra contra Dinamarca, y si lo hacía encontraría la oposición de Francia. Pero ya desde fines de 1863 y durante todo el año de 1864, Bismarck se esforzó particularmente en ganarse la buena disposición de Napoleón III. En este sentido le favoreció particularmente el repentino viraje producido en las relaciones entre Prusia y Austria. De todas las grandes potencias que pudieran ser un estorbo para él, a la que más temía Bismarck era a Austria, aunque no, ciertamente, porque la considerase más fuerte que Francia, Inglaterra o Rusia. Todo lo contrario, Austria era más débil que cualquiera de ellas. Pero Francisco José comprendía que si el problema de Schleswig-Holstein era resuelto por Prusia sola, esto le daria incuestionablemente la hegemonía en el proceso de unificación de Alemania. Schmerling y Rechberg, los dos ministros austríacos que en aquellos años tenían más ascendiente sobre Francisco José, trataban desde 1863 de oponerse a los designios de Bismarck, persuadiendo al emperador para convocar en Francfort una conferencia solemne de todos los Estados alemanes. El Congreso se reunió en agosto de 1863, pero Bismarck se opuso categóricamente a que el rey de Prusia tomase en él la menor participación. El Congreso comisionó al rey de Sajonia para que acudiese a invitar personalmente a Guillermo. Los sentimientos monárquicos de éste se vieron conmovidos: "Toda una multitud de soberanos me invita; el rey de Sajonia llega en calidad de correo; ¿cómo podría negarme?" Pero Bismarck se mantuvo inflexible. £1 mismo se encargó de hablar con el rey de Sajonia, y la negativa fue categórica. En la despedida tuvo que escuchar algunas insolencias de su interlocutor, pero no salió a acompañarle. El emperador presidió solemnemente la Dieta de Francfort de agosto de 1863, pero la ausencia de Guillermo I decía claramente que la oposición prusiana haría imposible la unificación de Alemania bajo la égida de Austria.

Prusia a causa de Dinamarca. Esto no fue óbice para que Palmerston, como jefe del gabinete, y lord Russell, como ministro de Asuntos Exteriores, siguiesen instigando de la manera más activa al rey de Dinamarca a la resistencia: Palmerston no acababa de perder la esperanza de que la resistencia danesa terminaría por empujar a Rusia o a Francia a intervenir en las relaciones entre Dinamarca y Prusia y por indisponerlas con esta última. Confiando en el apoyo inglés, Cristian IX promulgó una nueva Constitución que confirmaba definitivamente los lazos políticos establecidos entre Dinamarca y Schleswig. Era todo lo que Bismarck necesitaba. Inmediatamente declaró que el rey de Dinamarca se había excedido en sus derechos, y el 16 de enero de 1864 presentaba a Cristian IX, paralelamente a Austria, su ultimátum: en el plazo de cuarenta y ocho horas la nueva Constitución debía ser abolida,

El acuerdo entre Austria y Prusia. Y súbitamente los gobernantes austríacos tuvieron la agradable sorpresa de ver que el mismo Bismarck, que poco antes, según palabras de un periódico de Alemania del Sur, "rompía la vajilla sólo de pensar en la influencia de Austria sobre la Confederación Germánica", lejos de rechazarla, acogía favorablemente la participación de Austria en la solución del conflicto de Schleswig-Holstein. Apenas se había extinguido el año 1863, tan rico en acontecimientos, cuando en >Viena y en Berlín se decidía en secreto declarar conjuntamente la guerra a Dinamarca. Bismarck tenía necesidad de la participación de Austria porque ello encubría, ante una Europa alertada en sus sospechas, sus objetivos finales: la conquista de los dos ducados y su incorporación a Prusia. Además, las fuerzas militares unidas de Austria y Prusia eran tan imponentes que podían forzar a abstenerse de toda intervención lo mismo a Napoleón III que a Inglaterra. Es verdad que en caso de una acción conjunta de Napoleón III e Inglaterra, la ayuda austríaca no sería de gran utilidad a Prusia. Pero la cuestión polaca prestó también en este sentido un buen servicio a Bismarck: cuando John Russell hizo al ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón III, Drouin de Lhuys, la proposición confidencial de intervenir conjuntamente en el pleito de Schleswig-Holstein, el ministro francés, aunque en tonos muy amables, respondió con una negativa categórica. Drouin de Lhuys tenía presente el fracaso de la gestión conjunta de ambas potencias contra Alejandro II con ocasión del asunto de Polonia. Palmerston se hizo firme en su propósito de que Inglaterra no entraría sola en la guerra contra Austria y

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Las grandes potencias y la guerra pruso-danesa. Al recibo de esta noticia, Palmerston, invocando la negativa de la reina y de su gabinete, simulando un pesar sincero, se negó a prestar la menor ayuda a Dinamarca. Esta quedó completamente sola. No se podía pensar siquiera en que ella pudiera hacer frente a la invasión de los ejércitos unidos de las dos grandes potencias; la campaña quedó decidida, literalmente, en los primeros días. Pero Dinamarca demoraba la conclusión de la paz, siempre con la esperanza, ya que no en la ayuda militar, en la intervención diplomática de Inglaterra al menos. Sobre la diplomacia británica cayó una granizada de violentas acusaciones en el Parlamento mismo. A principios de febrero de 1864, al discutirse el mensaje de respuesta al discurso del trono, lord Derby, en nombre de la oposición, declaró en la Cámara de los Lores que él, como inglés, se sentía humillado y había perdido la estimación de sí mismo a causa de la política vergonzosa de Russell y Palmerston en la cuestión danesa. Sin embargo, antes de que llegara el invierno la mayoría de los periódicos ingleses dejaron de defender las pretensiones de Dinamarca al Schleswig meridional y a Holsíein. Palmerston y el ministro de Asuntos Exteriores, Clarendon, aceptaron de hecho el fortalecimiento de Prusia: junto a las consecuencias desagradables para Inglaterra, este fortalecimiento ofrecía un aspecto positivo, pues creaba un contrapeso más temible a las pretensiones de Napoleón III a la orilla izquierda del Rin. Ahora bien, aunque no deseaba la intervención de Inglaterra en el conflicto armado, el Gobierno inglés ansiaba estropear las relaciones entre Francia y Prusia, y decidió recurrir de nuevo a la persona que habría podido ayudar a Dinamarca si tal fuese su deseo. Era Napoleón III, que ya una vez se había negado categóricamente a mezclarse en el asunto de Schleswig-Holstein. Los nuevos intentos de enemistar a Francia y Prusia tampoco se vieron coronados por el éxito: en el pleito danés no se consiguió nada. Napoleón III se hallaba demasiado enfangado en su aventura de México y él mismo albergaba el propósito de ponerse de acuerdo con Prusia y hacer que consintiera en el ensanchamiento de las fronteras de Francia en la orilla izquierda del Rin. Al cuarto mes de guerra, los daneses sufrieron una derrota tan grave (el 18 de abril, en Duppel) que Cristian IX, al que los ingleses trataban de calmar asegurando que sus negociaciones con Francia para ayudarle iban por buen camino, preguntó ya directamente al Gobierno francés si podía, en efecto, contar con su apoyo. La respuesta de París fue una negativa categórica. Entonces, Dinamarca consintió en todo cuanto de ella se exigía. Una conferencia de potencias llegó a reunirse en

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LA DIPLOMACIA DE BISMARCK

Londres, pero, naturalmente, Dinamarca no recibió la menor ayuda efectiva. El Gobierno británico había decidido no complicar sus relaciones con Prusia en la esperanza de que ésta le serviría para contrarrestar la influencia de Francia y de Rusia. En 1865, en una carta a lord Russell, Palmerston escribía abiertamente acerca de la conveniencia de que Prusia se apoderase de Shleswig y Holstein a fin de que "Alemania, como un todo, se convirtiera en una fuerza capaz de mantener sujetas a Francia y Rusia, las dos potencias ambiciosas y belicosas que la presionan por el Oeste y por el Este". Las condiciones de la paz con Dinamarca. El 12 de mayo de 1864 era concluido el armisticio, y el 30 de octubre del mismo año firmaba Dinamarca el tratado de paz definitivo con Prusia y Austria. Los ducados de Schleswig, Holstein y Lauenburg eran cedidos a los vencedores y quedaban temporalmente bajo su posesión conjunta. Bismarck había recorrido la primera etapa de su histórico camino. Le, aguardaba la segunda, más llena de riesgos que ninguna otra. Debía saltar una barrera que le era imposible esquivar: Austria. Y no lograrlo equivalía a renunciar a la unificación de Alemania bajo la hegemonía de la monarquía prusiana.

2.

LA GUERRA AUSTRO-PRUSIANA.

El conflicto entre Prusia y Austria a causa de Schleswig-Holstein. Llegaron los tiempos más difíciles de la carrera de Bismarck. Que Prusia no conseguiría expulsar a Austria de la Confederación Germánica sin guerra, sin una guerra victoriosa, que sin ser derrotada en los campos de batalla Austria no permitiría al rey de Prusia colocarse a la cabeza de la Alemania unificada, Bismarck lo había visto ya en 1850, cuando Francisco José y su canciller, el príncipe Schwarzenberg, pidieron en Olmütz ayuda a Nicolás I. Todo cuanto había ocurrido desde entonces convencía a Bismarck de que la monarquía austríaca seguía atentamente todos los pasos de Prusia. Por consiguiente, las maniobras diplomáticas no llevarían las cosas hasta el fin, eso era imposible; pero iniciar la empresa por la vía de la diplomacia se podía y se debía. Esto lo comprendió muy bien Bismarck, a juzgar por sus propias confesiones posteriores, antes de la guerra contra Dinamarca. También sabía que Prusia y Austria no lograrían repartirse pacíficamente el botín arrebatado a Dinamarca; lo sabía y no deseaba ese reparto pacífico. La idea de una guerra contra Austria le había asaltado ya antes de la firma de la paz con Dinamarca. En octubre de 1864, Bismarck visitó a Napoleón III en Biarritz y trató de ver cuál sería la posición de Francia en el inevitable choque austro-prusiano. Vio que el momento de una guerra absolutamente inevitable con Austria llegaba y que para Prusia lo más ventajoso era elegir como pretexto justamente las diferencias sobre el reparto del botín. De ser así, en caso de vencer, los dos ducados del Elba serían incorporados a Prusia en calidad de prima complementaria. Bismarck veía los muchos obstáculos que esta vez se levantaban en su camino, pero poseía la cualidad que caracteriza a todos los grandes maestros del arte diplomático: sabía plantear los problemas en un orden lógico y no ocuparse del segundo antes de haber resuelto el primero. Ante todo, Bismarck necesitaba convertir el problema diplomático, simple a

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primera vista, en un conflicto sin salida; luego, asegurar a Prusia la mejor situación diplomática para la guerra con Austria, y por último, cuando esta situación • fuese creada, colocar a Austria en la tesitura de tener que empuñar las armas. La solución consecutiva de estos tres problemas requirió más de un año y medio, desde octubre de 1864 hasta julio de 1866. El convenio de Gastein (14 de agosto de 1865). Ante todo, Bismarck se mostró dispuesto a dar al problema de Schleswig-Holstein la solución siguiente: el pequeño ducado de Lauenburg era incorporado de plena propiedad a Prusia (a cambio de 2,5 millones de táleros de oro), Schleswig sería gobernado por Prusia y Holstein por Austria. Bismarck se esforzó por consolidar esta combinación mediante un convenio, que ambos potencias suscribieron en Gastein el 14 de agosto de 1865. ¿Qué se proponía con ello? Basta lanzar una mirada al mapa para comprenderlo. Holstein, colocado bajo la "dependencia" de Austria, se hallaba separado de ésta por varios Estados alemanes, entre ellos por la propia Prusia. Esto solo convertía ya en algo precario y peligroso su posesión. Además, Bismarck había embrollado conscientemente el pleito al insistir en una combinación jurídica extremadamente complicada: el derecho de propiedad sobre los dos ducados —Schleswig y Holstein— pertenecía en común a Austria y Prusia, pero la administración quedaba dividida, en el sentido de que Holstein sería gobernado por personal austríaco y Schleswig por personal prusiano. El propio emperador de Austria se resistía a creer en los sinceros propósitos de Bismarck de llegar a una solución definitiva del problema mediante este artilugio político-jurídico ("acertijo sin solución" llamaron más tarde al convenio de Gastein los publicistas austríacos). Desde el momento mismo que terminó la guerra con Dinamarca, Francisco José insistió en que Austria cedería de buen grado sus complicados "derechos" sobre Holstein a cambio del más humilde y modesto territorio prusiano situado en la frontera de los dos países. Cuando. Bismarck se negó a esto categóricamente, Francisco José vio claro el juego y se dedicó a buscar aliados para el chocjue que se avecinaba. Desde el verano de 1865, Bismarck se preocupaba ya de preparar el segundopaso: cómo crear la situación política más favorable ante la futura lucha armada. Dos grandes peligros podían amenazarle. Uno podría emanar del Palacio de Invierno y otro de las Tullerías. Cualquiera de ellos era capaz de echar por tierra todo el edificio que él había construido. Bismarck siempre temió a Rusia. Estimaba que desde el punto de vista geográfico y en otros aspectos Rusia ocupaba una posición mucho más ventajosa que Prusia y que "la política rusa tenía, como consecuencia de ello, el brazo más largo de la palanca". Por esta razón, Bismarck nece~ sitaba forzosamente entenderse con Rusia. Alejandro II, Gorchakov y el problema de la unificación de Alemania. En San Petersburgo no había una unidad total de criterios en cuanto a la em-presa proyectada por Bismarck. Alejandro II se mostraba dispuesto a estimar altamente el "servicio" que Prusia le había prestado en 1863. De que el zar no se opondría en ningún caso a que Prusia ajustase las cuentas con Austria, de eso Bismarck estaba seguro. Alejandro II consideraba como una traición el comportamiento de Francisco José durante la guerra de Crimea y no lo había olvidado. Sin embargo, el zar no deseaba de ningún modo que Prusia crease bajo su égida la Alemania

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unificada y pusiera fin a la autonomía de los pequeños Estados alemanes y de sus dinastías. En cuanto al punto de vista de Gorchakov, el problema era más complejo. El ministro ruso comprendía que no se trataba de saber si Austria y Prusia llegarían a delimitar sus intereses en el problema de Schleswig-Holstein, sino de si Alemania llegaría a unificarse alrededor de Prusia. En los casos en que el interlocutor dependía de Rusia, Gorchakov tenía una manera muy peculiar de hacerle comprender, sin grandes ceremonias, que él se daba cuenta perfecta de esta dependencia. "Tuve ocasión —había de recordar más tarde Bisrnarck— de decir a Gorchakov en una conversación privada: Nos trata no como a una potencia amiga, sino como a un criado que no acude con la rapidez debida cuando se le llama." Gorchakov veía claramente que Alemania, unificada al dictado de la Prusia militarista, podía representar en el futuro un peligro para Rusia. Pero la política del Gobierno de Napoleón III con ocasión del tratado de París y de los asuntos de Polonia excluía el acercamiento con Francia. Gorchakov, lo mismo que en los días del conflicto pruso-danés, debía escoger: o dejar en libertad de acción a Prusia y utilizar su robustecimiento para contrarrestar el peso de los miembros de la coalición de Crimea, o apoyar a Austria, que en 1854-1856 se había colocado contra Rusia. Como fruto de todo ello, a pesar de sus dudas, Gorchakov, lo mismo que el Gobierno del zar en su conjunto, se mostró contrario a la intervención armada en Ja guerra. El peligro ruso se podía considerar como inexistente. Además, las dificultades internas —insuficiencia de recursos financieros, signos de inquietud en Polonia y en las provincias del interior de Rusia— no disponían al Gobierno del zar a una actividad particular en política exterior. Quedaba e] peligro francés. Como es sabido, Engels consideraba a Bismarck como un discípulo de Napoleón III, como un Napoleón III alemán en todo cuanto se refería a la política interior bonapartista. Otra cosa muy distinta era en cuanto a la política exterior, a sus métodos, procedimientos y, sobre todo, sus objetivos. Aquí el emperador de los franceses no tenía que enseñar nada a Bismarck. La entrevista de Bismarck y Napoleón 111 en Biarritz (1864). Durante su permanencia en París como embajador, Bismarck se convenció de que Napoleón III se veía obligado a recurrir a una política exterior belicosa para conservar un poder fruto de la violencia, para no ceder a la oposición del interior, temiendo que las concesiones acabarían por hundirle. En las guerras victoriosas veía el rnodo de robustecer su poder. Cuando en 1865 Bismarck reflexionó sobre la manera de poner a Rusia a salvo de la intervención armada de los franceses en la guerra que él proyectaba contra Austria, se dio perfecta cuenta de que su empresa significaba para Napoleón III la mayor de las amenazas. Impedir el fortalecimiento de Prusia, la derrota de Prusia y la unificación de Alemania alrededor de Prusia, era para la burguesía francesa una necesidad dictada por consideraciones de seguridad nacional. Bismarck comprendió que sería necesario aceptar algún sacrificio que le permitiese comprar la neutralidad de Napoleón III. Llegó el otoño de 1865. La corte francesa se encontraba en la- estación balnearia de Biarritz, en el sur del país. Bismarck se dirigió allí por segunda vez. Sabía que los acuerdos diplomáticos más importantes no se alcanzarían por el intercambio de notas, sino en entrevistas y conversaciones personales. A su llegada a Biarritz, el 30 de septiembre, Bismarck dio a entender a Napoleón III que Prusia, a cambio de la neutralidad de Francia, no se opondría a la anexión por ésta de Luxernburgo.

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Pero el emperador se mostró indiferente al ofrecimiento, haciendo comprender a Bismarck que Prusia debería dar algo más que semejantes bagatelas. Bismarck trató entonces de que su interlocutor aclarase sus pretensiones. Napoleón III hizo una alusión directa a Bélgica. En otras palabras, a cambio de la posibilidad de su victoria sobre Austria, Prusia debería comprometerse a no impedir la incorporación de Bélgica al Imperio Francés. La aceptación significaba para Bismarck tal engrandecimiento de Francia que las regiones prusianas de la orilla izquierda del Rin se encontrarían bajo amenaza directa y permanente. La negativa equivalía a resignarse a una guerra en dos frentes: contra Francia y contra Austria. Bismarck no dijo ni sí ni no, y esta actitud le fue facilitada por el propio Napoleón III, que no insistió y dejó hablar de Bélgica. En el curso de conversaciones ulteriores, Bismarck pudo advertir la razón de este silencio del emperador. Napoleón III quería aguardar a que la guerra entre Prusia y Austria comenzase. El choque de dos grandes potencias militares no podía ser de corta duración, sería sangriento, devastador, agotaría las fuerzas de las dos partes, cualquiera que fuese el vencedor. Y cuando el ejército prusiano se viera absorbido por .esta guerra, Napoleón III haría avanzar un enorme ejército, completamente fresco, hasta el Rin y obtendría —acaso sin disparar un tiro— todo cuanto desease: Bélgica, Luxernburgo y los territorios renanos. Bismarck comprendió que todo acuerdo era imposible y dio por terminada la entrevista. Napoleón III le hizo una despedida afectuosa. Preparación de Prusia para la guerra. De regreso de Biarritz, Bismarck trazó su plan de acción conforme al objetivo que se había marcado netamente: neutralizar a Napoleón III. El emperador francés esperaba una guerra larga que dejase agotada a Prusia; había que hacer, pues, una guerra corta, relámpago, de tal modo que el ejército prusiano quedase con las manos libres y dispuesto a operar en el Rin antes de que Napoleón III pudiera darse cuenta. Mas para que la guerra con Austria fuese corta se exigían dos condiciones: primera, que el ejército austriaco se encontrase dividido y tuviera que combatir en dos frentes; segunda, después del primer choque victorioso con el ejército austriaco, las condiciones que se impusieran a Austria tenían que ser mínimas, tan ligeras como fuese posible. Había que pedirle la renuncia completa a intervenir en los asuntos de Alemania y que no se opusiera a la transformación de la impotente Confederación Germánica en una nueva federación de Estados alemanes bajo la hegemonía de Prusia. No se debía despojarla de nada, ni exigirle una indemnización de guerra, ni humillarla. Si Austria aceptaba la paz después de la derrota, había que concluirla inmediatamente. Ahora bien, ¿cómo conseguir la rápida derrota del ejército austriaco? Toda la situación europea dio la respuesta a Bismarck. El recién constituido Reino de Italia no cesaba de lamentarse de que el armisticio de Villafranca, de 1859, había dejado la ciudad de Venecia y parte de su región en manos de Austria. Bismarck decidió buscar la conclusión de una alianza militar entre Italia y Prusia; ambas potencias deberían atacar a Austria simultáneamente. De este modo, las tropas austríacas deberían quedar divididas en dos frentes: contra los prusianos, que amenazarían a Viena, y contra los italianos, que avanzarían sobre Venecia. Víctor Manuel II dudaba. Comprendía que el ejército de su joven reino no era tan fuerte como para que la victoria sobre las tropas austríacas pudiera darse por segura. El rey y sus allegados más próximos habrían declinado de buen grado las, seductoras pero peligrosas ofertas de alianza. Mas Bismarck no

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deseaba ni podía renunciar a su plan. Según se supo mucho más tarde, el canciller había previsto que los italianos serían derrotados, pero esto no le preocupaba 'lo más mínimo. Llegó a adquirir ante Víctor Manuel el compromiso de que el tratado de paz general entregaría Venecia a Italia cualquiera que fuese el resultado de las operaciones en el frente sur. Víctor Manuel seguía indeciso, y entonces Bismarck recurrió a un procedimiento totalmente imprevisto: amenazó sin ambages con dirigirse directamente al pueblo, por encima del rey, y pedir la ayuda de los revolucionarios italianos, de Mazzini y de Garibaldi. Víctor Manuel se decidió entonces e hizo a Bismarck las promesas necesarias.

persuadir a Francisco José para que cediese pacíficamente Venecia a Víctor Manuel.

'Intervención de Napoleón 111 en las negociaciones diplomáticas de Bismarck, Napoleón III seguía atentamente los preparativos diplomáticos y las maniobras de Bismarck. Pocos días después de que éste saliera de Biarritz; los -agentes del emperador empezaron ya a informarle de las negociaciones que, con vistas a un acuerdo, había iniciado con Víctor Manuel. Napoleón III se dirigió inmediatamente a Francisco José. Le previno del peligro de una guerra en dos> frentes y trató de persuadirle de que cediera voluntariamente Venecia al rey de Italia antes de que fuesen abiertas las hostilidades. El plan era razonable y amenazaba con echar por tierra todos los proyectos de Bismarck. Pero ni Francisco José ni sus ministros tuvieron la suficiente perspicacia y fuerza de voluntad como para comprender la necesidad de tragarse esta amarga pildora. Austria se negó a hacer el gesto que de ella se pedía. Así las cosas, Víctor Manuel hizo saber a Bismarck que un nuevo obstáculo acababa de presentarse: Napoleón III había anunciado categóricamente a Italia que no -deseaba verla como aliada de Prusia. Y él no se atrevía a desobedecer a Napoleón III. Entonces, Bismarck emprendió un juego que había de ser, probablemente, la más complicada de sus partidas diplomáticas. Se esforzó por persuadir al emperador francés de que Austria, al rechazar la proposición justa y razonable que le había hecho Napoleón, de ceder Venecia a Italia, demostraba que no quería aceptar ningún consejo. Bismarck trató de convencer a Napoleón III de que, en cualquier caso, la guerra sería muy difícil para Prusia: Austria, según sus informes, tenía la intención de enviar al Sur, contra Italia, escasas fuerzas de cobertura; por consiguiente, casi todo el ejército austríaco se encontraría en el Norte, contra Prusia; Bismarck habló también en términos muy calurosos de su sueño de unir con fuertes lazos de amistad a Prusia y Francia. En fin dé cuentas, Napoleón III levantó el veto, permitiendo que los italianos firmasen la alianza con los prusianos. Bismarck había obtenido una gran victoria diplomática. En esta ocasión todos los esfuerzos del canciller prusiano fueron dirigidos a calmar a Napoleón, a inspirarle la seguridad absoluta de que la entrada de Italia en la guerra no facilitaría en absoluto la situación del ejército prusiano: la guerra entre Austria y Prusia sería larga y, por lo tanto, agotaría a Prusia. De este modo, Napoleón III podría, con su ejército en el Rin, aguardar el momento propicio para presentar a Prusia las demandas que tuviera por conveniente. El camino estaba libre. El 8 de abril de-1866 fue suscrito el tratado de alianza entre Prusia e Italia, con el compromiso recíproco de no concluir la paz por separado. En el último minuto, los italianos expresaron el deseo de obtener de Prusia un subsidio en metálico. Bismarck no tuvo inconveniente en concederlo. Ahora quedaba encontrar un buen pretexto diplomático para romper las relaciones con Austria. Sin embargo, no se dio a Bismarck tiempo suficiente para la reflexión: supo de fuentes muy fidedignas que Napoleón III trataba de nuevo de

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La guerra austro-prusiana. No se podía perder ni un solo día. El 16 de junio de 1866, el ejército prusiano rompió las hostilidades contra Austria. Más tarde, Bismarck había de decir que nunca apostó tanto a una carta como en junio y julio de aquel otoño. Contra él tenía a Austria, y también a Baviera, Sajonia, Hannóver, Würtemberg, Badén, Hessen, Nassau y Francfort. Dentro de Prusia, el conflicto entre el rey y el Landtag no había sido resuelto. Se acusaba abiertamente a Bismarck de haber provocado una guerra fratricida. La guerra empezó con un revés para los adversarios de Austria. El ejército italiano, grande y bien equipado, se desbandó al primer choque con las tropas austríacas, muy inferiores en número. El hecho ocurrió en Custozza el 24 de junio. La derrota de los italianos trastornó a Bismarck, que, a pesaar de todo, no esperaba tal falta de combatividad de sus aliados. La derrota de Italia amenazaba con hacer fracasar todas las esperanzas que Bismarck había puesto en la división del ejército austríaco. El general Helmuth von Moltke, comandante en jefe del ejército prusiano y excelente estratega, salvó la situación: con maniobras rápidas y hábiles, provocó la batalla decisiva del 3 de julio. Las personas que rodeaban a Bismarck afirmaron más tarde que éste guardaba aquel día un veneno en su bolsillo. En caso de un revés, él, que había provocado una guerra tan impopular, lo habría pagado caro. Pero Moltke consiguió una brillante victoria sobre Benedek, comandante en jefe del ejército austríaco. La batalla de Sadowa significó el triunfo completo de la diplomacia de Bismarck. Mas para explotar el éxito tuvo que sostener una reñida lucha en el cuartel general del rey. Guillermo I y los generales de su séquito, embriagados por la victoria, hablaban de proseguir enérgicamente la guerra, de emprender una marcha sobre Viena, cuyo camino les parecía abierto. Bismarck se opuso, él solo, a todos ellos. Dijo que en aquel momento había que pedir a Austria únicamente la salida incondicional de la Confederación Germánica, su renuncia a Holstein y la conformidad para' la formación de la nueva Confederación de Alemania del Norte bajo la hegemonía :de Prusia. Si Austria lo aceptaba, inmediatamente había que "dar media vuelta a la izquierda" y "volver a casa". Guillermo I, indignado, manifestó a Bismarck que no pensaba que podría privar al ejército de los laureles que merecía, y a Prusia de los frutos de la victoria. Los generales, tan indignados como el rey, hicieron alusiones transparentes a los diplomáticos que siempre estropeaban lo que "la espada prusiana había conseguido". Bismarck, fuera de sí, replicó que al profundizar en Austria, al presentar a ésta condiciones que la obligaran a proseguir la lucha, el rey y los generales le hacían el juego a Napoleón III, el cual podía aparecer de un día a otro en el Rin. El rey se mantuvo firme, y entonces Bismarck declaró que presentaba la dimisión en aquel momento mismo y le dejaba en libertad de buscar otro ministro que se hiciese responsable del funesto camino por el que los generales llevaban al monarca. Después de violentas escenas, el rey transigió. Tomó una hoja de papel y escribió que debía renunciar a proseguir la guerra "porque mi ministro me coloca en una situación difícil de cara al enemigo". Guillermo declaró que este pliego sería depositado en los archivos del Estado. Bismarck se mostró inflexible: había obtenido lo que deseaba.

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Más tarde, Guillermo I supo de labios de Bismarck que una de las causas principales de su moderación para con Austria había sido el temor de que la revolución pudiera estallar en el país vencido, a Inmediatamente después de la batalla de Sadowa, el emperador de Austria telegrafió a Napoleón III que ponía Venecia en las manos de éste. Este paso diplomático, a primera vista tan extraño, tenía su explicación: en primer lugar, el Estado Mayor austriaco quería liquidar cuanto antes el frente Sur, haciendo el sacrificio de Venecia, y transportar el ejército del Sur al Norte, contra los prusianos, en socorro del ejército de Benedek batido en Sadowa. En segundo, Francisco José quería subrayar que los italianos, derrotados en Custozza, no habían conquistado Venecia, que sólo podían recibirla como un "regalo" de su generoso protector Napoleón III. Pero, para desgracia suya, Víctor Manuel y sus ministros, entre los cuales, después de la muerte de Cavour, no había un solo hombre de talento, manifestaron que Venecia era poco: también quería que Austria les cediera Trentino y Trieste. Bismarck, que después de Sadowa había entrado en negociaciones con Austria, sabía muy bien que tampoco en el mar se mostrarían los italianos como héroes; sin embargo, no detuvo a Víctor Manuel y hasta alabó el inesperado celo manifestado tan súbitamente por el Gobierno italiano: le convenía que en plenas negociaciones con los austríacos para la firma del armisticio, Francisco José supiera que no todo había terminado en el Sur y sintiese cierta incertidumbre. Pero ocurrió algo todavía más sorprendente que la derrota del ejército italiano en Custozza. El 20 de julio, la flota italiana, al mando del almirante Persano, fue atacada por la escuadra austríaca del almirante Tegetthoff y destruida por completo. Ls pérdidas de los vencedores fueron muy escasas. El armisticio de Nikohburg (26 de julio de 1866). Víctor Manuel II suponía ingenuamente que los prusianos proseguirían la lucha; pero, con gran desesperación de su parte, supo que el 26 de julio el armisticio había sido suscrito en la ciudad de Nikolsburg: Austria había aceptado todas las condiciones impuestas por Bismarck. Cuando Italia trató de protestar contra la conducta de su aliado, Bismarck le recordó que, a pesar de todo, había obtenido Venecia. Si deseaban Trentino y Trieste, eran libres de continuar la guerra contra Austria por su cuenta. Víctor Manuel se apresuró a declinar este consejo amistoso. Así terminó la segunda de las guerras preparadas por la diplomacia de Bismarck como etapas que le llevaban a su objetivo principal: la unificación de los Estados alemanes alrededor de Prusia. De la misma manera que la primera guerra (contra Dinamarca, en 1864) provocó como algo lógico e inevitable la segunda (contra Austria, en 1866), esta última condujo naturalmente a una tercera, a la guerra contra Francia, que estalló en 1870.

CAPITULO XV

LA PREPARACIÓN DIPLOMÁTICA DE LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA (1867-1870) El papel de Prusia en la Confederación Germánica del Norte después de la paz de Praga. LA PAZ ENTRE AUSTRIA Y PRUSIA, suscrita en Praga el 24 de agosto de 1866, no hacía más que confirmar las condiciones del armisticio de Nikolsburg. Austria se retiraba de la Confederación Germánica, dejando al rey de Prusia el primer lugar en la Alemania unificada. La vieja Confederación desaparecía. Prusia se anexó algunos Estados alemanes de segunda categoría que habían hecho la guerra al lado de Austria, El más importante de todos ellos era Hannóver. Para reemplazar a la Confederación Germánica, a comienzos de 1867 fue creada la Confederación Germánica del Norte. La Constitución de esta última confería al rey de Prusia la presidencia de todos los Estados alemanes situados al norte del Main. Le convertía también en jefe supremo de las fuerzas armadas de la Confederación y le concedía plenos poderes en el campo de la diplomacia. Por su parte, los Estados del Sur (Baviera, Würtemberg, Hessen, Badén) concluyeron acuerdos defensivos y ofensivos con la Confederación Germánica del Norte. Pero Bismarck no consideraba terminada su obra. La Confederación Germánica del Norte debía transformarse en un Imperio en el que entrasen también los Estados alemanes del sur del Main. Bismarck sabía que Francia no permitiría la incorporación de dichos Estados a una Alemania unificada. Sabía también que en esos Estados del Sur, particularmente en Baviera, Würtemberg y Badén, existía una oposición bastante fuerte a la hegemonía prusiana, y no sólo entre los nobles, sino también dentro de la burguesía. La Alemania del Sur era un país mucho menos industrial que el Norte, y su burguesía no mostraba el mismo empeño en la formación de un mercado común de toda Alemania, en la construcción de una gran Marina de guerra, en la adquisición de colonias, etc. El procedimiento más rápido para coronar la empresa era una nueva guerra victoriosa. Esta idea empezó a madurar en Bismarck poco a poco a partir de 1867. La situación de Europa se presentaba entonces como sigue. Actitud de Inglaterra hacia Prusia. Lord Palmerston había muerto el 18 de octubre de 1865. Ni lord Russell, que le sucedió en la presidencia del Consejo, ni Clarendon, que sustituyó a Russell como ministro de Asuntos Exteriores, se mostraban dispuestos, salvo que una necesidad imperiosa les obligase, a mezclarse en los asuntos del continente europeo. La misma HISTORIA DE LA DIPLOMACIA, I.—35

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PREPARACIÓN DE LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA

EL MEMORÁNDUM DE DROUIN DE LHUYS

política mantuvieron, después de la dimisión del gabinete de Russell, el conde Derby, primer ministro conservador, y su hijo lord Stanley, que desempeñaba la cartera de Asuntos Exteriores. En particular, no veían ningún provecho para Inglaterra en la lucha contra el engrandecimiento de Prusia. Esta, a sus ojos, era un contrapeso útil al poderío de Francia. Los intensos trabajos para la apertura del Canal de Suez, del que Francia trataba de apropiarse, causaban inquietud e irritación a los ingleses. Tanto Derby como lord Stanley y la gran prensa burguesa veían en esta empresa francesa una amenaza eventual para la India. Todo ello enfriaba las relaciones entre Inglaterra y Francia, y Bismarck veía que por este lado los acontecimientos tomaban un cariz favorable para Prusia.

"simpatías" hacia el proceso en marcha de unificación de Alemania, insistiendo al mismo tiempo en que se recompensasen estas simpatías y su neutralidad en la guerra austro-prusiana. Sin embargo, Bismarck se apresuró a • dar al olvido todo cuanto estaba dispuesto a ofrecer a Napoleón en Biarritz. Decidió engañarle desvergonzadamente y no darle nada en absoluto. Las exigencias de Francia a Prusia como recompensa de su neutralidad. Bismarck no tenía ya necesidad de la neutralidad francesa. No se podía, naturalmente, revelar a Napoleón que había sido burlado, pues los agentes del canciller prusiano en San Petersburgo y Londres le informaban de que el zar se mostraba descontento por la supresión de la autonomía política de los pequeños Estados alemanes; Alejandro II veía en ello una violación de los derechos de los monarcas y la subversión de todo el sistema político europeo vigente desde los tiempos del Congreso de Viena de 1815. Lo que más inquietaba a Bismarck era que Gorchakov había sondeado el terreno en París y Londres con vistas a una acción conjunta que pusiera freno a los excesivos apetitos de Rusia. Es verdad que informes más, concretos convencieron a Bismarck de que ni el conde Derby ni lord Stanley deseaban mezclarse en ello y de que el proyecto de reunión de un congreso o conferencia, concebido en San Petersburgo, no era visto con simpatía en Londres. Pero hacía falta obrar con cautela para no irritar a Napoleón III. Cinco días antes del armisticio de Nikolsburg, el conde Benedetti, embajador de Francia en Berlín, propuso súbitamente a Prusia la devolución a Francia de las fronteras de 1814, aceptando la anexión de Luxemburgo; Bismarck no contestó negativamente. El 27 de julio, Napoleón III requirió al conde Goltz, representante de Prusia en París, para manifestarle abiertamente sus deseos de incorporar a Francia, con el consentimiento de Pmsia, la región de Landau y el ducado de Luxemburgo. Tampoco esta vez dio Bismarck una respuesta negativa: era el momento en que todavía circulaban rumores tobre los contactos de los diplomáticos rusos, franceses y británicos.

Las relaciones entre Rusia y Prusia, Una importancia mucho mayor tenían para Bismarck las relaciones con Rusia. Gorchakov seguía con inquietud los éxitos de la diplomacia prusiana. La victoria de Sadowa produjo cierta alarma en los círculos militares rusos. La reforma militar •de Rusia no había pasado de la fase de anteproyectos y conversaciones cuando el vecino había demostrado ya brillantemente las excelencias de su organización. Alejandro II compartía sus temores. El zar se sintió también desagradablemente impresionado por la supresión de las monarquías alemanas soberanas "por la gracia de Dios" y la anexión de sus territorios. El Gobierno ruso, ya en julio de 1866, invitó a Inglaterra y Francia a protestar contra la proyectada supresión de la Confederación Germánica y la anexión de Hannóver y de otros Estados alemanes, Gorchakov sugería el planteamiento del problema en un congreso internacional.. Al ministro ruso le aguardaba una negativa. Napoleón III seguía esperando que la guerra austro-prusiana le traería compensaciones en Bélgica o en la orilla izquierda del Rin. Inglaterra no aceptó tampoco las propuestas rusas. Pero Bismarck, alarmado, envió a San Petersburgo al general Manteufel con una misión especial. Debía dar seguridades al zar y a Gorchakov en cuanto al apoyo de Prusia para la supresión de la cláusula del tratado de París que prohibía a Rusia mantener barcos de guerra en el mar Negro. Sin el respaldo de Napoleón III-y de lord Russell, Gorchakov no tenía otro recurso que el de tomar nota de las seguridades de Bismarck. Pero en la corte de San Petersburgo se advirtió que Alejandro II, aun manteniendo las más cordiales relaciones con su tío, Guillermo I, empezaba a distinguir, bastante ostensiblemente, al general Fleury, embajador de Francia en San Petersburgo. 1

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El memorándum de Drouin de Lhuys,

Las relaciones entre Francia y Prusia.

Sin embargo, la tarea más difícil y complicada era para Bismarck la de establecer nuevas relaciones con el emperador de los franceses. Que después de la batalla de Sado\va estas relaciones no podían guardar semejanza con las anteriores, resultaba evidente tanto para el ministro de Prusia como para Napoleón III. Parte de los gobernantes franceses que rodeaban a éste insistían en la necesidad de obrar contra Prusia inmediatamente, sin perder ni un minuto. El ministro de Asuntos Exteriores, Drouin de Lhuys, se esforzaba en conseguirlo, pero Rouher, el favorito, y el príncipe Napoleón, primo del emperador, se oponían con igual energía. Las vacilaciones proseguían cuando, gracias a Bismarck, la guerra contra Austria terminó repentinamente. Se había dejado pasar la oportunidad, para desgracia del Imperio Francés. . A fines de 1.866 y comienzos de 1867, Napoleón III mostraba aparentemente sus

SÍfijíliiiáíÜ-»,

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El 8 de agosto, el ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Drouin de Lhuys, decidió recurrir a la vía oficial para poner fin a las dilaciones de Bismarck. Redactó un memorándum en el que exponía la idea de la conversión de las provincias renanas (de la orilla izquierda del río) en un Estado, el cual gozaría de neutralidad permanente y serviría de "tapón" para prevenir las fricciones y choques entre Prusia y Francia. No quedaba en claro el modo como Drouin de Lhuys concebía las relaciones de este Estado tapón con la confederación de Estados alemanes que Bismarck proyectaba crear al norte del Main. Pero el nerviosismo aumentaba tan rápidamente en las Tullerías que, antes de que en Berlín hubiesen estudiado el memorándum de Drouin de Lhuys, Napoleón III sugería un nuevo proyecto. Antes de remitirlo a Bismarck, el propio autor debía tener sus dudas, porque ordenó a Rouher que mostrase previamente el documento al conde Goltz, embajador de Prusia en París. Invitábase a Prusia a aceptar la anexión a Francia de las regiones de Landau y el Sarre y del ducado de Luxemburgo. Goltz trató de demostrar a Rouher que a Prusia, por razones políticas y morales, le sería difícil consentir en la cesión de unos territorios puramente alemanes. A renglón seguido, el embajador prusiano manifestó que si en el futuro Francia deseaba anexionarse Bélgica, Prusia no pondría ningún obstáculo. Es posible que fuera Rouher, y no Goltz, el primero en hablar de Bélgica y de

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que el proyecto oportuno había sido redactado mucho antes por el propio Napoleón III. En todo caso, el 16 de agosto de 1866, Benedetti recibió desde París'la orden oficial de presentarse a Bismarck y conocer el criterio definitivo del Gobierno prusiano sobre esta cuestión: si se opondría a la incorporación a Francia'de Landau, el Sarre y Luxemburgo; simultáneamente se informaba que el Imperio Francés estaba dispuesto a concluir con Prusia una alianza secreta ofensiva y defensiva. Una de las consecuencias obligadas de este futuro tratado secreto debía ser la incorporación a Francia de toda Bélgica, a excepción de Amberes, que Napoleón III consentía en reconocer como ciudad libre, con una administración independiente. El emperador francés debió recordar las palabras de su tío, Napoleón I: "Amberes es una pistola que apunta al pecho de Inglaterra." En previsión de las eventuales protestas de Inglaterra, Napoleón III renunciaba a esta "pistola". Las conversaciones de Benedetti y Bismarck, Cuando Benedetti se presentó con estas proposiciones, Bismarck le recibió de tal modo que le hiciese concebir esperanzas en la buena conclusión del negocio. En su fuero interno había decidido que Napoleón III no recibiría de él nada en absoluto, aunque no sentía prisas en comunicarle tan desagradable circunstancia. Explicó que sólo estimaba posible ceder a Francia algún territorio alemán fronterizo si la misma población expresaba el deseo de pasar bajo la soberanía francesa. En cuando a Luxemburgo, Bismarck no pronunció una sola palabra que pudiera interpretarse como un consentimiento. Bismarck insistía en que .las dificultades vendrían del lado de Holanda, puesto que ésta, ligada a Luxemburgo por una alianza personal, para asegurar sus fronteras, desearía obtener algún territorio alemán, cosa que Prusia no podía consentir. De toda esta confusa argumentación se desprendía claramente que Bismarck apoyaba por entero a Holanda y que Francia no conseguiría Luxemburgo. En el curso de la conversación, una indicación de Bismarck llenó a Benedetti de alegría: le invitó a formular por escrito todas las reivindicaciones del Gobierno francés; pretendía tener necesidad de este memorándum para someterlo al rey Guillermo I con vistas a una discusión definitiva. En su conjunto, Bismarck parecía hacer menos objeciones a la parte principal —la incorporación del Reino de Bélgica al Imperio Francés— que a los puntos secundarios del proyecto, limitándose a expresar sus temores de que Inglaterra podía protestar a pesar de la renuncia de los franceses a Amberes. Esto hacía concebir la esperanza de que Bismarck se resignaba con el futuro engrandecimiento de Francia. Sólo cuatro años más tarde se dio cuenta Benedetti de toda la perfidia de su interlocutor y comprendió para qué éste le había pedido que expusiera por escrito las aspiraciones de Napoleón III con respecto a Bélgica. El documento deseado fue puesto con presteza en las manos de Bismarck, quien lo guardó por el momento, a la espera de la ocasión propicia para utilizar contra Francia esta terrible arma. Tan pronto como Bismarck dispuso de la prueba de las intenciones agresivas de Napoleón III contra Bélgica, interrumpió las conversaciones con Benedetti, alegando que el rey no había estudiado todavía el asunto. Mientras tanto, se apresuró a poner en conocimiento de Londres y de San Petersburgo los apetitos de Napoleón acerca de Bélgica.

PERSPECTIVAS DE LA'FUTURA GUERRA

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El descontento de Inglaterra a. propósito de las reclamaciones de Francia.

Ul

La reina Victoria preguntó a su primer ministro, el conde Derby, qué se proponía hacer para contrarrestar las intenciones de Napoleón III de modificar las fronteras de Francia e incorporarse nuevos territorios, entre los cuales figuraba Bélgica. El conde Derby dio inmediatamente instrucciones al embajador británico en París, lord Cowly, quien debía informarse de ello cerca del propio emperador. Cowly solicitó audiencia. Napoleón III, tomado de sorpresa, declaró a lord Cowly que los informes acerca de sus intenciones de incorporarse por la fuerza nuevos territorios eran inexactos. Poco después, el emperador ordenó a Drouin de Lhuys escribir una nota para el conde Derby en la que se manifestaba explícitamente que Napoleón III no buscaba en modo alguno la cesión de ningún territorio cediendo a la fuerza o a la amenaza; todo lo esperaba del libre consentimiento de las potencias interesadas. Esto era ya una retirada en toda la línea. Aunque el documento estaba destinado exclusivamente para el conde Derby, cuando lord Cowly lo recibió en París para transmitirlo a Londres se apresuró a mostrarlo al embajador prusiano en Francia, conde Goltz, Este, sin perder momento (el 15 de agosto de 1866), dio cuenta de su contenido a Bismarck. Naturalmente, Bismarck no dejó ver que estaba ya al corriente de todo ello. Al contrario, se hizo el inocente ante esta súbita manifestación de pacifismo del emperador de los franceses, haciendo creer que creía en su renuncia a Bélgica y a Luxemburgo. Después del fracaso del proyecto de las compensaciones, lo mismo Napoleón III que su nuevo ministro de Asuntos Exteriores, De Moustier, sus viejos consejeros y amigos fieles, como Rouher, y la emperatriz Eugenia, todos comprendieron que Francia acababa de sufrir un nuevo revés diplomático de graves consecuencias. Las perspectivas de la futura guerra entre Francia y Prusia. El peligro que entonces se reveló ante el Imperio Francés era de un volumen como hasta entonces no se había podido prever. La creación de la Confederación Germánica del Norte, proclamada oficialmente a comienzos de 1867, convertía al rey de Prusia en el señor de las fuerzas armadas de toda Alemania, a- excepción de los cuatro Estados del Sur. Pero ni siquiera esta última circunstancia representaba para Napoleón III ningún consuelo: ante todo, estos cuatro Estados (Baviera, Würtemberg, Badén y Hessen), en caso de guerra, se comprometían a unir sus ejércitos a las tropas de la Confederación del Norte; en segundo lugar, las exploraciones y sondeos efectuados por los representantes diplomáticos franceses y sus agen^ tes en esos Estados del Sur coincidían en asegurar que, en el caso de una guerra contra Francia, la mayor parte de la población —a pesar de la influencia de los círculos separatistas— tomaría partido por la Confederación del Norte. Esto no era obstáculo, cierto, para que Napoleón III y algunos de sus servidores, entre los que se contaba el incapaz ministro de la Guerra, Leboeuf, se consolasen con la esperanza de que, en caso de conflicto armado, se podrían suscitar discordias entre el norte y el sur de Alemania. Las condiciones en que esta guerra, taii probable, iba a estallar, eran muy poco favorables para Francia. Fue primeramente en los medios de la burguesía francesa donde se empezó a hablar de los fracasos de la diplomacia de Napoleón III, cuando esta clase había seguido hasta entonces dócilmente todos los zigzags de la política imperial, aprobando casi sin crítica todo cuanto emanaba de las Tullerías. De una parte, la aventura mexicana, que se había tragado millones de francos y muchas vidas humanas, terminaba en un fracaso evidente; de otra, en las fronteras

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SITUACIÓN DIPLOMÁTICA EN VÍSPERAS DE LA GUERRA

de Francia, sin la menor compensación o garantía para el Imperio, había 'crecido un poderoso Estado alemán. Era, pues, natural que el descontento se dejase sentir con más fuerza. En estas circunstancias, Napoleón III se resistía a abandonar la idea de Luxemburgo. Después de una pausa de varios meses, volvió a plantearse el asunto de una compensación.

Fracaso de la aventura de Napoleón III en México (1867),

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Apenas si la conferencia de Londres había terminado sus trabajos cuando las noticias más alarmantes empezaron a llegar de México. La retirada de las tropas francesas trajo sus consecuencias naturales: el emperador Maximiliano, un protegido de Napoleón cuyo único apoyo eran las bayonetas francesas, empezó a sufrir derrota tras derrota; en junio de 1867 fue hecho prisionero y fusilado por los republicanos. Este final iluminó con luz siniestra el fracaso definitivo de la aventura napoleónica. "Ya no hay una falta nueva que podáis cometer, porque habéis cometido todas las faltas": estas palabras de Thiers, dirigidas a la diplomacia bonapartista, fueron particularmente recordadas y repetidas después del fusilamiento de Maximiliano. Bajo la influencia de las derrotas diplomáticas, la oposición, hasta entonces recluida en la clandestinidad y desde largo tiempo silenciosa, empezó a levantar la cabeza.

El problema de Luxemburgo. Luxemburgo no había deseado entrar en la Confederación Germánica del Norte. A principios de 1867, la diplomacia francesa logró del Gobierno holandés su consentimiento, en un principio, a la anexión de este ducado. Quedaba Prusia, que mantenía una guarnición en Luxemburgo. En enero de 1867, el embajador de Francia en Berlín, Benedetti, se presentó ante Bismarck para invitarle a exponer, por fin, su punto de vista definitivo sobre el problema luxemburgués. Bismarck, que seguía decidido a no entregar Luxemburgo y, al mismo tiempo, deseaba descargarse de toda responsabilidad, recurrió a la maniobra. Sin negarse abiertamente a suscribir el tratado, que esperaba ya listo en París —condicionálmente hasta que lo confirmase el rey de Holanda—, dio largas al asunto y trató de aprovechar la demora. Se las arregló de modo que puso el Parlamento al servicio de su diplomacia. Hizo que Bénnigsen, el mejor orador y líder del partido nacional liberal, que gozaba fama por la independencia de sus opiniones políticas y se prestaba de buen grado a la polémica con el Gobierno, fuese informado de que Bismarck 'estaba dispuesto a entregar Luxemburgo y tenía miedo a Francia. Bénnigsen organizó una manifestación imponente contra este supuesto espíritu de concesión de Bismarck. Reunió más de setenta firmas de diputados del Reichstag al pie de un documento en el que se protestaba violentamente contra la cesión de Luxemburgo y pronunció un patriótico discurso en ese mismo espíritu. Bismarck, con grandes muestras de turbación, trató de justificarse y presentó excusas. Luego, en las negociaciones posteriores con Francia, alegó que la oposición del Reichstag le impedía prestar su ayuda a la anexión de Luxemburgo. Posición de Rusia. La conferencia de las potencias en Londres (mayo de 1867). La derrota diplomática de Napoleón III era completa. El canciller ruso, Gorchakov, se sentía irritado por los éxitos de Bismarck y por los reveses de Napoleón III. En el primavera de 1867, aun sin el menor deseo de ayudar a éste en el asunto de Luxemburgo, que estaba definitivamente perdido, Gorchakov volvió a su idea de reunir una conferencia de las grandes potencias: deseaba conocer .no tanto los propósitos de Napoleón III en cuanto al problema de Luxemburgo como las intenciones de Bismarck. Esta vez Inglaterra aceptó inmediatamente: las conversaciones sobre las intenciones de Napoleón III de apoderarse de Bélgica mantenían muy inquieto a lord Derby. . • • La conferencia se celebró en Londres y estuvo reunida desde el 7 al 11 de mayo de 1867. Sus decisiones no trajeron nada nuevo: Luxemburgo quedaba en la misma situación de antes, con la única diferencia de que Prusia debía retirar de él sus tropas. La neutralidad de Luxemburgo era puesta bajo la garantía de todas Jas potencias europeas.

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La situación diplomática en vísperas de la guerra franco-prusiana.

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Conforme el descontento crecía en grandes círculos de la opinión pública, mayor era el nerviosismo de que la diplomacia francesa daba muestras. Buscaba abiertamente una nueva guerra victoriosa que pudiese consolidar la corona de Bonaparte. Pero Francia se encontraba aislada. Inglaterra no quería ni podía esta vez ser su aliada. Era evidente que los ingleses no darían un solo paso para impedir la guerra • de Francia con la Confederación del Norte. En Italia, la irritación de las. grandes masas del pueblo contra Napoleón III se veía avivada no ya por el recuerdo de su doblez en julio de 1859, al suscribir el armisticio de Villafranca, sino también por acontecimientos más recientes. El 3 de noviembre de'1867, Garibaldi, con un grupo de voluntarios, había hecho un nuevo intento desesperado de ocupar Roma, pero fue derrotado en Mentana por las tropas que defendían el poder del Papa en los Estados pontificios. Consecuencia de la batalla de Mentana fue una violenta irritación y un vivo resentimiento de Italia contra Francia. Para colmo, Napoleón III parecía empeñado en agriar todavía más la situación al autorizar la publicación de un telegrama presuntuoso del general francés Fally, autor de la matanza de Mentana. A partir de entonces, como es lógico, todas las esperanzas de Italia, deseosa de recobrar Roma, iban unidas al sueño de que Napoleón, a consecuencia de una guerra desgraciada, se viera obligado a retirar de la ciudad sus tropas. Cuanto-más tirantes eran las relaciones de Prusia y Napoleón III, mayor era la cordialidad entre Bismarck y el Gobierno italiano. Quedaba Austria. Francisco José, los círculos aristocráticos de Viena y el alto clero católico, tan influyente en la monarquía de los Habsburgo, no olvidaban la derrota de 1866 y aspiraban al desquite. En 1867, durante la entrevista que Napoleón III tuvo en Salzburgo con Francisco José y su ministro de Asuntos Exteriores, Beust, se reveló la coincidencia de sus puntos de vista en el problema oriental y en el alemán/Sin embargo, no se llegó a concluir una alianza militar. No había materia para ello. No obstante, en 1868, por iniciativa de Napoleón III, entre Viena y París se iniciaron negociaciones para la firma de una alianza. A Beust le detenía el temor a la gran impopularidad con que este tratado sería recibido en Alemania y entre los alemanes austríacos, y también la oposición del primer ministro húngaro, conde Andrassy. Además, estimaba la guerra contra Prusia imposible hasta tanto no quedase terminada la reorganización del ejército austríaco. No cortó, empero, las negocia-

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PREPARACIÓN DE LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA

LAS CONVERSACIONES DE BENEDETTI CON GUILLERMO I

clones, en el curso de las cuales los franceses concibieron la idea de incorporar Italia a la alianza. A pesar de las tendencias antifrancesas que dominaban en el país, a las cuales no eran ajenos ni siquiera los miembros de su Gobierno, Víctor Manuel se declaró dispuesto a concertar un pacto triple con Austria y Francia siempre y cuando los franceses retirasen su guarnición de Roma. Napoleón III no podía aceptarlo, temeroso de provocar el descontento de los clericales franceses. Las negociaciones con Italia quedaron cortadas. Con Austria prosiguieron, aunque sin conducir a nada concreto. A principios de 1870 llegó a París el archiduque Alberto, que en aquel entonces ocupaba uno de los más altos puestos en el ejército austríaco. El archiduque presentó a Napoleón III un plan de operaciones conjuntas contra Prusia, haciendo la salvedad de que la movilización y concentración de sus fuerzas en las fronteras llevarían a Austria cuarenta y dos días. En este tiempo, advertía el archiduque Alberto, su Gobierno debería observar la neutralidad, que aprovecharía para ultimar los preparativos militares. Por lo tanto, durante seis semanas Francia se vería obligada a combatir ella sola. Esto revelaba claramente las intenciones más íntimas de los dirigentes de la política y el ejército austríacos: no repuestos todavía de la conmoción de 1866 y recelando de Rusia, los austríacos querían esperar hasta ver qué cariz adoptaban las operaciones; se alinearían con Francia cuando las armas francesas, con sus éxitos, les hubiesen puesto a seguro de la eventualidad de una derrota.

los Hohenzollern-Sigmaringen, para ocupar el trono español, entonces vacante. Al día siguiente de la aparición de esta noticia, Europa supo que Napoleón III se oponía categóricamente. Las razones de la oposición fueron inmediatamente expuestas y explicadas en la prensa oficial francesa: el Imperio Francés no podía permitir que una misma dinastía —los Hohenzollern— reinase en Prusia y en España, creando así una amenaza para la seguridad de Francia en dos fronteras, por el Este y por el Sudoeste. Una verdadera tempestad se desencadenó en la prensa. De un lado, los propios medios militaristas de palacio echaban aceite al fuego, considerando que este acontecimiento era un buen pretexto para iniciar la guerra contra Prusia; de otro, los periódicos de la oposición atacaban a la diplomacia francesa, y en particular al embajador en Berlín, Benedetti, reprochando al Ministerio de Ollivier su imprevisión, blandura y cobardía ante Bismarck. Inmediatamente, los periódicos adoptaron un tono amenazador: "Si el Sr, Bismarck se imagina que, aquí en Francia, los treinta y seis millones de franceses nos parecemos a Benedetti, se equivoca de medio a medio", escribía Edmond About, uno de los publicistas más prestigiosos de aquella época. Los reproches venían también de los medios situados mucho más a la izquierda. Los ataques al gobierno imperial desde un punto de vista patriótico favorecían a la oposición republicana. El Gobierno de Napoleón III decidió restablecer su prestigio, ocupando la posición más enérgica e irreductible en relación con la candidatura de un Hohenzollern. El 6 de julio de 1870, el duque de Gramont, ministro de Asuntos Exteriores, pronunció ante el Cuerpo Legislativo un discurso plagado de provocaciones a Prusia. "El Imperio Francés —dijo— no manifestará la menor duda en comenzar la guerra contra la potencia que ose tratar de resucitar el Imperio de Carlos V." Todo el mundo comprendió que se trataba de Prusia, el peligroso vecino de Francia, cuya expansión no podía por menos de inspirar vivas inquietudes a los políticos del Segundo Imperio. A renglón seguido, el Gobierno de Napoleón III cometió una serie de grandes errores diplomáticos.

La situación interior y exterior de Francia en vísperas de la guerra franco-prusiana. Napoleón III se sentía muy intranquilo por el vacío que se formaba en torno a su persona: no podía apoyarse en ninguna de las grandes potencias; algunas de ellas, que él llegó a considerar como posibles aliadas (Italia, por ejemplo), podían salir ganando con sus reveses militares. Quedaba Rusia. Gorchakov estaba muy inquieto por los rápidos éxitos y el fortalecimiento de Prusia; Alejandro II compartía su sentir y no ocultaba el mal efecto causado en él por la pérdida de la independencia de los pequeños Estados alemanes. Pero Napoleón III, que no alcanzaba a ver en todo su volumen el peligro que se había cernido sobre las fronteras del este de Francia, no hizo nada para acercarse a San Petersburgo. En el otoño de 1870, cuando Thiers corrió a la capital rusa en solicitud de alianza y ayuda, era tarde. La situación interior del Imperio, a pesar de los intentos de aplicar reformas liberales, seguía siendo poco estable. En la corte de Napoleón III había una camarilla influyente convencida de que sólo una guerra victoriosa podía salvar el Segundo Imperio y la dinastía de los Bonaparte. "La guerra es necesaria para que este niño pueda reinar", dijo en la primavera de 1870 la emperatriz Eugenia señalando a su hijo, el heredero del trono. Estaba apoyada por Rouher. Emile Ollivier, llamado en enero de 1870 a la presidencia del Ministerio como una de tantas "concesiones liberales", estaba lejos de sospechar la fuerza del adversario con el cual debía enfrentarse Francia sin contar ni un solo aliado. Napoleón III, atormentado por el mal de piedra, perdida su energía de otros tiempos, vacilaba, consciente de los efectos de organización de las fuerzas armadas de Francia. La candidatura de Leopoldo de Hohenzollern al trono de España. Súbitamente, el 1 de julio de 1870, los periódicos publicaron un breve telegrama de España anunciando la elección del príncipe Leopoldo, de la rama secundaria de

Las conversaciones de Benedetti con Guillermo I en Ems. En lugar de seguir los conductos ordinarios y de ponerse en contacto con Bismarck, Benedetti se dirigió a Ems, donde Guillermo I hacía una cura, y manifestó su deseo de ver urgentemente al rey. Ante la indicación del mariscal de la corte de que el rey estaba enfermo y no podía concederle audiencia, Benedetti insistió en su petición. Guillermo I accedió a recibirle. El soberano se vio, como siempre, ante una situación de la que no tenía noticia, con algo tramado a sus espaldas por Bismarck. Este iba conscientemente a la guerra. La elección eventual de un Hohenzollern para el trono de España la consideraba como un pretexto excelente para que Francia la declarase. Entonces Prusia quedaría en la posición del país que se defiende del ataque injusto de un vecino agresivo. Tal combinación contribuía a orillar lo que Bismarck temía más que nada: una acción diplomática e incluso armada de Rusia contra Prusia. Cuando la cuestión de la candidatura de Leopoldo de Hohenzollern al trono de España, propuesta por las Cortes, fue examinada en Berlín el 18 de marzo de 1870, Bismarck, Roon y Moltke habían insistido en que Leopoldo debía aceptar la corona. Así quedó decidido. El asunto se llevó en el mayor secreto. Se preveía la oposición de Napoleón III. Guillermo I, que había cedido de mal grado a las instancias de Bismarck, no estaba tranquilo.

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FRANCO-PRUSIANA

Así, cuando la candidatura de Leopoldo tomó carácter oficial y Benedetti se presentó en Ems, el rey de Prusia se limitó a decir que él no era quién para autorizar o prohibir a Leopoldo Hohenzollern que aceptase o no aceptase el trono de España; él, personalmente, nunca había hecho ninguna gestión para que la corona de España fuese ceñida a ninguno de sus parientes. Benedetti comprendió muy bien que la candidatura de Leopoldo sería retirada. En efecto, Guillermo expuso inmediatamente al interesado y a su padre, el príncipe' Antón Hohenzollern-Sigmaringen, la conveniencia de renunciar al trono de España. No sólo llegó esta renuncia, sino que el propio Guillermo, a través de Benedetti, hizo saber a la corte de París que él aprobaba enteramente la decisión de su pariente. La victoria de la diplomacia en aquellos días (8 a 12 de julio) parecía completa: creíase que la política de Bismarck en la cuestión de España había sufrido una derrota completa. La conferencia del 12 de julio de 1870 en el despacho de Napoleón 111. Es en este momento cuando Napoleón III cometió el más funesto de todos sus errores diplomáticos. En un principio se mostraba inclinado a contentarse con este éxito. Pero justamente la facilidad y rapidez con que había sido obtenida la victoria diplomática hizo pensar al emperador que Prusia no estaba preparada para la guerra. Y aun así, cuando el 12 de julio de 1870 por la tarde se reunió en su despacho, bajo la presidencia del emperador, el consejo de altos dignatarios para decidir si se debía dar por terminado el asunto de la candidatura de Leopoldo, en un principio todavía se mostró vacilante. La emperatriz, el ministro de la Guerra, Leboeuf, y el de Asuntos Exteriores, Gramont, se pronunciaron por la guerra. El primer ministro, Emile Ollivier, no se opuso a sus belicosos colegas. "Estamos preparados, completamente preparados; todo está en orden en el ejército, hasta el último botón de las polainas del último soldado", manifestó Leboeuf. Antes todavía, había enunciado otro aforismo: "¿El ejército prusiano? No existe, yo lo niego." El duque de Gramont dio pruebas de la misma ligereza al sostener que, aunque no existía un tratado de alianza formal, Austria intervendría inevitablemente contra Prusia si la guerra llegaba a declararse. Y Napoleón III tomó su decisión. Quedó acordado que sin mostrarse conformes con lo conseguido, se deberían exigir al rey de Prusia nuevas satisfacciones, aunque las nuevas condiciones del Gobierno francés llevaban aparejado el riesgo de una guerra. Las condiciones de Napoleón III a Guillermo I. Apenas había acabado la reunión del Consejo de la Corona, en la noche del 12 al 13 de julio un telegrama de París hizo levantarse de su cama al embajador Benedetti. El ministro de Asuntos Exteriores, duque de Gramont, le ordenaba pedir una nueva entrevista y presentarle una nueva condición, sin precedentes en la historia de la diplomacia: el rey debía presentar el compromiso formal de que prohibiría a Leopoldo aceptar la corona de España si alguien se la ofrecía de nuevo en el futuro. Era una insolencia calculada encubierta con un pretexto absurdo: era evidente que nadie volvería a ofrecer a Leopoldo el trono de España. El 13 de julio por la mañana, a las pocas horas de haber recibido el telegrama de Gramont, Benedetti salió al encuentro del rey durante un paseo de éste por el parque. Guillermo I, mientras le ofrecía amablemente un periódico en el que se anunciaba la renuncia de Leopoldo a su candidatura, dijo con visibles muestras

EL DESPACHO DE EMS

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de satisfacción que celebraba extraordinariamente la feliz solución del asunto. Cuando Benedetti le expuso la nueva condición del Gobierno francés, el rey replicó que no podía tomar tal compromiso. La audiencia terminó con un adiós seco, pero cortés. Acababa de retirarse Benedetti cuando le fue entregado a Guillermo I un informe de Werther, su embajador en París. Buscando el rompimiento completo con Prusia, el duque de Gramont, no satisfecho con la decisión del Consejo de enviar un telegrama al conde Benedetti, se había preocupado de agravar más aún la situación acreciendo la insolencia de las reclamaciones, explicando a Werther que de Guillermo I se exigía la declaración por escrito de que no tenía la intención de atentar contra los intereses y el honor de la nación francesa, y la promesa, también por escrito, de que en el futuro no causaría daño a los intereses y a la dignidad de Francia. Guillermo I acusó el ultraje. Cuando aquella misma tarde, el 13, Benedetti solicitó de nuevo audiencia con el claro propósito de exigir las garantías por escrito de que Werther acababa de informar al rey, éste se negó a recibirle. Sin embargo, todavía se vieron otra vez, el día 14, cuando el rey salía de Ems hacia Gobierna. Benedetti se presentó en la estación. El rey no podía subir al vagón sin cruzarse con él. Guillermo manifestó al embajador que en ese momento no podía decirle nada más y que las conversaciones sobre este asunto proseguirían en Berlín. Antes de partir, el rey ordenó al consejero del Ministerio de Asuntos Extranjeros agregado a su persona, Von Abeken, que resumiera los acontecimientos de la jornada en un telegrama que enviaría a Bismarck, al objeto de tenerle informado de lo sucedido. Llegaba el último acto del conflicto diplomático que iba a desembocar en una guerra sangrienta. Desde el comienzo mismo de las conversaciones de Benedetti con el rey de Prusia en Ems, Bismarck seguía con la mayor atención todas las fases de esta campaña diplomática. Se daba clara cuenta de que París deseaba la guerra y de que Guillermo I no la quería y hasta se hallaba dispuesto a sufrir una humillación para impedirla. Ya la renuncia de Leopoldo a la corona de España era para Bismarck una derrota prusiana. Pero sus agentes en París informaban que el asunto no terminaría ahí y que Napoleón III se disponía a presentar nuevas condiciones. El "despacho de Ems" de Bismarck. El 13 de julio por la tarde, cuando estaba comiendo en compañía del ministro de la Guerra, Von Roon, y con el jefe del Estado Mayor General del ejército prusiano, Von Moltke, le fue entregado a Bismarck el telegrama urgente en el que Von Abeken resumía los acontecimientos sucedidos en Ems. Bismarck, Roon y Moltke quedaron profundamente abatidos, como más tarde había de confesar el propio canciller. Eran incapaces de comprender cómo el anciano rey había podido dar a Benedetti una respuesta conciliadora a tan insolente y provocadora exigencia de Francia. Entonces es cuando Bismarck realizó algo de lo que sólo hablaría abiertamente, e incluso alabándose, veinticinco años más tarde, cuando ya se había retirado a la vida privada. Bismarck preguntó a Moltke si, en efecto, las fuerzas armadas de Prusia se hallaban en tal estado que se pudiera responder por completo de la victoria sobre Francia. Sin dudar, Moltke contestó afirmativamente, agregando que a Prusia le convenía que la guerra estallase cuanto antes. Entonces, Bismarck repitió su pregunta a Von Roon. El ministro de la Guerra confirmó resueltamente las palabras de

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Moltke. "En tal caso, sigan la comida tranquilamente", dijo Bismarck a sus invitados. Se levantó de la mesa y volvió a leer el despacho en la pieza vecina. Luego tomó un lápiz, tachó algunas frases y lo rehizo por completo. Resultaba como si el rey, a través de su ayudante, hubiera señalado la puerta al embajador de Francia. "Será un trapo rojo para el toro galo", manifestó satisfecho Bismarck a sus invitados, después de leerles su obra falsificada. "Ha convertido el toque de retirada en señal de ataque", exclamó Moltke. Sin pérdida de tiempo, Bismarck entregó el texto falsificado para ser publicado en la prensa. Todo estaba hecho. Ya el 15 de julio el Gobierno francés pedía en el Cuerpo Legislativo la concesión de créditos de guerra y anunciaba la inminencia del conflicto armado. Los diputados, tanto los partidarios del Gobierno como los miembros de la oposición, votaron por una mayoría aplastante, sin la menor crítica, entre gritos de indignación por el insulto mortal inferido al honor de Francia, los créditos y aprobaron la declaración de guerra a Prusia, que fue proclamada formalmente el 19 de julio de 1870. Thiers, conocedor de la falta de preparación de Francia para la guerra, protestó débilmente, pero hubo de callar entre los gritos indignados de la mayoría. Al dar a conocer el documento falsificado, Bismarck infirió al Gobierno francés y al emperador una ofensa pública. El asunto, sin embargo, parecía como si fuese Napoleón III el que había provocado la guerra al presentar a Prusia unas condiciones inaceptables y luego, al ser rechazadas, romper con ella. El descontento de Alejandro II por la conducta de Napoleón III. "Creéis que sólo vosotros tenéis amor propio", dijo Alejandro II, sin ocultar su descontento, a su favorito el general Fleury, embajador de Francia en San Petersburgo, al conocer las condiciones presentadas por el Gobierno de París a Guillermo I. Así pensaba Alejandro II de las negociaciones diplomáticas que habían abocado a la guerra. Por ello se decidió Bismarck a su falsificación, pues comprendía cómo había de irritar al zar la conducta de Napoleón III y las ventajas que tal situación proporcionaba a Prusia. En julio de 1870, la diplomacia británica pensaba de esto lo mismo que Alejandro II, aunque su opinión no era para Bismarck tan importante como la del zar ruso. La situación diplomática no podía ser mejor para Bismarck cuando empezó la guerra. Inmediatamente, hizo publicar el memorándum de las reclamaciones secretas de Napoleón III sobre Bélgica, el mismo documento que el embajador francés había tenido la imprudencia de entregarle en 1867. Inglaterra quedó indignada y conmovida por esta prueba del espíritu agresivo y de la perfidia de Francia. El 20 de julio de 1870 callaban los diplomáticos. La palabra decisiva pertenecía ahora a los fusiles y a los cañones.

CAPITULO XVI

LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA Y LA PAZ DE FRANCFORT (1870-1871) La actitud de Rusia, Austria-Hungría e Italia durante la guerra •franco-prusiana. DESDE EL COMIENZO MISMO, las operaciones tomaron un cariz totalmente desfavorable al ejército francés. El mando prusiano terminó los preparativos mucho antes y cuando, en los primeros días de agosto de 1870, pasó decididamente a la ofensiva, los franceses no habían acabado la movilización y la concentración de sus fuerzas en la frontera. Por esta causa, el mando francés tuvo que renunciar a sus proyectos, lo que suponía el abandono de su plan estratégico, que prevenía la rápida entrada en Alemania. Los franceses dejaron escapar la iniciativa, que pasó a manos del enemigo. Los prusianos derrotaron el 4 de agosto en Wissemburgo y el 6 de agosto en Wó'rth al grupo Sur de los franceses, que mandaba el mariscal Mac-Mahón, y el mismo día 6, en Forbach, al grupo Norte, el más importante, puesto bajo el mando del mariscal Bazaine. Con su rápido avance, el mando prusiano impidió la unión de los dos ejércitos, franceses, pudiendo atacarlos por separado. El 18 de agosto las tropas alemanas infligieron al ejército de Bazaine las graves derrotas de Saint-Privat y Gravelotte,. bloqueándolo en la fortaleza de Metz, donde tuvo que encerrarse bajo la protección de sus cañones. Mac-Mahón recibió del emperador la orden de ir en socorro de Metz, pero los alemanes impidieron la realización de este plan. El ejército de Mac-Mahón fue empujado por los prusianos hacia Sedán, donde quedó cercado, y con él Napoleón III. El 2 de septiembre, el emperador francés capitulaba con todo el ejército de Mac-Mahón. Los éxitos de los prusianos fueron debidos, en gran parte, a su superioridad numérica: todas sus victorias en la guerra franco-prusiana (con la excepción única de la batalla de Raissonville, el 16 de agosto) fueron conseguidas con una notable superioridad numérica sobre el enemigo. El factor político principal, sin el que Prusia no habría podido lograr esta superioridad, fue la posibilidad de concentrar todas sus fuerzas en un solo frente: contra Francia. Si los prusianos hubieran tenidoque dividir sus fuerzas, colocando parte de ellas contra Austria-PIungría, ni la más rápida concentración ni la mayor capacidad de maniobra les habría dado la superioridad numérica en los campos de batalla y en el teatro de la guerra en su conjunto. Así, pues, el éxito de Prusia se vio en buena parte asegurado por la circunstancia de que todo se desarrolló como una guerra local en un solo frente. 557

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En los días de la guerra, el problema diplomático fundamental era el mismo para los franceses y los prusianos. ¿Permanecería la guerra localizada o intervendrían otras potencias en ella? Los diplomáticos de los dos países beligerantes se hallaban ocupados en esta cuestión. El Gobierno francés trataba de obtener ayuda de AustriaHungría y de Italia; el prusiano buscaba su neutralidad. La actitud de Rusia era la más importante a la hora de decidir la posición de Austria-Hungría. Nadie había trabajado tanto para ganar la buena disposición de Rusia hacia Prusia como el emperador de los franceses. En comparación con sus "esfuerzos", resultaba modesto lo hecho por la diplomacia de Bismarck. En el período de 1860 a 1870, el .Segundo Imperio no había cesado de poner obstáculos en Oriente a la Rusia zarista. Francia no había abandonado la política de la coalición de Crimea. En San Petersburgo temían el engrandecimiento de Prusia, pero no olvidaban que el emperador Napoleón III era uno de los autores del humillante tratado de París. Estaban también frescos en la memoria los intentos de Napoleón III para intervenir en las relaciones ruso-polacas durante el levantamiento de 1863. Napoleón había mostrado hostilidad hacia Rusia, desprecio por los intereses del Gobierno del zar. Consecuencia de todo ello fue el acercamiento de Rusia a Prusia. •, En San Petersburgo se tenía, también presente otra circunstancia: la derrota de Prusia en la guerra con Francia conduciría inevitablemente al fortalecimiento de Austria-Hungría. En el caso de una victoria de Francia,. Gorchakov preveía la intervención de Austria-Hungría y una "marcha triunfal de los ejércitos autrofranceses sobre Berlín", con la consecuencia forzosa de "un .intento de restauración de Polonia, en el cual, probablemente, tomaría parte Turquía".1 Ya esto era para el Gobierno del zar motivo suficiente para preferir la victoria de Prusia. En 1868, Alejandro II había prometido a Guillermo I que, en caso de guerra entre Francia y Prusia, concentraría un fuerte ejército en la frontera de Galitzia al objeto de forzar a Austria-Hungría a abstenerse de prestar apoyo a Francia. En los primeros días, apenas estallado el conflicto, el Gobierno ruso confirmó sus propósitos de retener a Austria de sus intentos de entrar en la guerra, y también de reforzar sus fuerzas armadas, poniéndolo en conocimiento del Gobierno de Viena. El zar dio seguridades al rey de Prusia en el sentido de que si Austria entraba en la guerra, Rusia prestaría ayuda militar a Prusia.2 El 23 (11) de julio de 1870, Pravítelstvenni Véstnik publicó la declaración de neutralidad de Rusia. La última frase era significativa: "El Gobierno imperial está siempre dispuesto a prestar su concurso más sincero a todo esfuerzo encaminado a limitar el campo de las hostilidades, a abreviar su duración y a devolver a Europa los bienes de la paz." Las palabras "limitar el campo de las hostilidades" eran una invitación a Austria-Hungría a no intervenir en la guerra franco-prusiana. Si bien las negociaciones sobre una alianza austro-francesa no habían conducido a nada concreto, no podía descartarse la intervención de Austria-Hungría en favor •de Francia. El emperador Francisco José,' el archiduque Alberto, vencedor de los italianos en Custozza, los militares, los aristócratas feudales y los clericales austríacos ardían en deseos de tomarse el desquite. El Gobierno francés, ya en los días de las negociaciones de Ems, había reanudado ante la monarquía de los Habsburgo sus insistentes ruegos para concluir un tratado de alianza. La política de los elementos antiprusianos, fuertes en la corte y en la Iglesia, -tropezaba con la oposición de la burguesía austríaca, que no apoyaba ninguna acción 1 Archivo de Política Exterior de Rusia, informe sobre las actividades del Ministerio de Asuntos Exteriores en 1870, suscrito por Gorchakov, folio 41. 2 Ibídem, folio 40. -

ACTITUD DE RUSIA, AUSTRIA-HUNGRÍA E ITALIA

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antialemana. Todavía era más enérgica la actitud contra la entrada en la guerra de la nobleza húngara. Esta veía en Prusia un apoyo contra los eslavos, a los que odiaba, y temía que los Habsburgo, una vez conseguido el desquite, arrebatasen a la clase dirigente de Hungría los privilegios que le otorgaba el acuerdo austro-húngaro de 1867, por el que había sido creada la monarquía doble de Austria-Hungría. De ahí que el primer ministro húngaro, conde Andrassy, se opusiera rotundamente a la alianza con Francia y a la intervención militar de Austria-Hungría. Pero la pugna en el seno de los medios dirigentes de Austria-Hungría fue decidida por la actitud del Gobierno ruso. Durante el primer mes de la guerra los esfuerzos de la diplomacia rusa se orientaron a prevenir el desquite austríaco. Por su parte, Bismarck trabajó sin descanso para complicar las relaciones austro-rusas. Sin detenerse ante la calumnia y la mentira, informó a San Petersburgo sobre supuestos preparativos militares de los austríacos y sus planes de anexión de la Polonia rusa. Después de la derrota del ejército francés en Sedán, la cuestión de la intervención austríaca quedó descartada definitivamente. En lo que se refiere a Italia, como ya queda dicho, el rey Víctor Manuel se inclinaba en un principio hacia la alianza con Francia. Pero las dificultades eran muchas. Consideraciones de política interior impedían a Napoleón III hacer nada contra el clero: no podía, pues, transigir con la supresión del Estado pontificio. Y la unificación nacional de Italia quedaría inconclusa mientras Roma no pasase a formar parte del Estado italiano. Por otra parte, Italia dependía de Francia hasta tal punto en el sentido financiero, que a su gobierno no le resultaba fácil enfrentarse con Napoleón III. Las activas negociaciones que para una alianza franco-austro-italiana se mantenían en vísperas de la guerra se vieron interrumpidas con el comienzo de las hostilidades. No obstante, Bismarck recelaba la intervención de Italia y hasta llegó a establecer contactos con Mazzini y otros republicanos italianos: si Italia entraba en la guerra al lado de Francia, estaba dispuesto a apoyar con dinero y armas un levantamiento republicano. En última instancia, la política exterior de Italia durante la guerra franco-prusiana se vio también determinada por Sedán. Después de la catástrofe quedaron abandonados los planes de ayuda a Francia. En vez de ello, las tropas italianas, el 20 de septiembre, hacían su entrada en Roma. La unificación de Italia era un hecho consumado. Los éxitos militares de Prusia repercutieron sobre la diplomacia rusa de manera distinta a como lo hiciera en Austria e Italia. Gorchakov empezó a pensar en la rápida terminación de la guerra para que Francia no se debilitase excesivamente. En San Petersburgo no se esperaba un triunfo tan rápido de los prusianos. El robustecimiento de Prusia era seguido con creciente recelo. Ya bajo la impresión de sus primeros éxitos, pocos días antes de la batalla de Sedán, el zar remitió una carta a Guillermo I disuadiéndole de la idea de imponer a Francia una paz humillante. La respuesta del rey de Prusia no era muy consoladora; indicaba que "la opinión pública no le permitiría, sin duda, renunciar a las anexiones". En efecto, Bismarck, el Estado Mayor General y el propio rey, con el apoyo decidido de los junkers y de la mayoría de la burguesía, habían decidido imponer a Francia una paz onerosa, rapaz, privándole de Alsacia y de Lorena. Después de Sedán, -el encargado de negocios francés, Gabriac, en sus esfuerzos ' por inclinar a Gorchakov hacia un apoyo diplomático activo a Francia, le indicó que un excesivo fortalecimiento de Prusia sería peligroso para los intereses de Rusia. Sin necesidad de que el diplomático francés lo dijera, esos temores iban en aumento en el seno de las clases dominantes de Rusia. La revolución del 4 de septiembre llevó en Francia a la proclamación de la

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República. Quedó constituido un gobierno provisional integrado por republicanos burgueses y orleanistas, que tomó el nombre de "gobierno de defensa nacional". Gorchakov dio a este nuevo gobierno el consejo de concluir la paz cuanto antes. Prometió que el zar escribiría de nuevo a Guillermo I aconsejándole "moderación", añadiendo que si un congreso europeo llegaba a reunirse, Rusia levantaría su voz en favor de Francia. Accediendo a la petición de Gorchakov, Gabriac le mostró el proyecto de telegrama por el que se disponía a comunicar a su Gobierno la conversación con el ministro ruso. En el telegrama figuraba la frase siguiente: "Rusia no admitirá una paz que no respete nuestra integridad territorial." Gorchakov se apresuró a rectificar esta interpretación de sus palabras. No admitir algo —dijo—, para una gran potencia significa que recurrirá a las armas para impedirlo. Rusia no puede ir tan lejos." 3 San Petersburgo hizo llegar de nuevo a Berlín sus consejos, en efecto; se le sugería la conveniencia de concluir la paz con Francia cuanto antes sobre unas condiciones moderadas. Pero no se fue más allá. En cuanto a Inglaterra, el Gobierno de Gladstone no tenía la menor intención de intervenir en la guerra del continente. Se mostró satisfecho al recibir, en agosto, la confirmación de ambos beligerantes de sus compromisos de respetar la neutralidad de Bélgica. Los círculos gobernantes británicos celebraban el debilitamiento de la potencia que en los mares y en las colonias seguía a la propia Inglaterra, Tanto más que Francia era la dueña del Canal de Suez, el cual, después de ser abierto a la navegación (1869), resultaba el camino más corto a las Indias Británicas. Entre tanto, las operaciones seguían siendo favorables para los prusianos. Después de la batalla de Sedán, parte de sus fuerzas avanzaron sobre París casi sin encontrar resistencia. El resto de sus efectivos se hallaba detenido ante Metz, donde seguía encerrado el numeroso ejército de Bazaine. El 19 de septiembre, los alemanes terminaban el cerco de la capital francesa. Pero allí les esperaba una guarnición fuerte y una resistencia encarnizada, que se apoyaba en el patriotismo de la gran ciudad y, particularmente, de sus obreros. El asedio de París fijaba la segunda mitad de los efectivos del ejército alemán. El 7 de octubre de 1870, un miembro del "gobierno de defensa nacional", Gambetta, se estableció en Tours, donde desplegó una intensa actividad para la formación de nuevos ejércitos. La situación de los prusianos empezó a complicarse. Bismarck temía la intervención de las potencias extranjeras, sobre todo de Rusia. Insistía en que el mando prusiano terminase cuanto antes con la resistencia de París, exigía el bombardeo de la ciudad y se indignaba con el mariscal Moltke porque los prusianos no tenían bastante artillería de sitio para ese bombardeo. Justamente en aquel entonces (septiembre y octubre), Thiers, como delegado del "gobierno de defensa nacional", recorría las capitales de las grandes potencias buscando su intervención en favor de Francia o, al menos, su mediación para concluir la paz. En Londres, Thiers fue bien recibido, pero no consiguió nada sustancial, y lo mismo le sucedió en Viena. El Gobierno de Austria-Hungría se negó en redondo a adoptar una posición activa. La misma respuesta le esperaba en Italia. En San Petersburgo tuvo una amable acogida y se le dijo que el zar deseaba la paz. "Les ayudará a entablar las negociaciones, pero nada más", declaró Gorchakov a Thiers. El zar, en efecto, mandó una nueva carta a Guillermo I. La respuesta de los prusianos se hizo esperar largo tiempo. Cuando, por fin, hubo llegado, Gorchakov hizo llamar a Thiers para comunicarle que "la paz era posible", dando a entender que las condiciones que Prusia impondría eran, según sus informes, aceptables. "Hay que tener el valor de concluir la paz", terminó Gorchakov. 3 Gabriac, Souvenirs Diplomatiqíies de Russie et d'Allemagne, París, 1896, páginas 9-12.

SE SUPRIME LA NEUTRALIZACIÓN DEL MAR NEGRO

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De regreso a Francia, Thiers se dirigió el 30 de octubre a Versalles, donde se encontraba el gran cuartel general prusiano. Fue recibido por Bismarck, y entre ellos empezaron las conversaciones para la firma del armisticio. Thiers se trazó un plan de acción preciso. Se proponía regatear con Bismarck con tenacidad y tanto como pudiera, pero al llegar a un punto en que fuese evidente que el canciller no cedería ya ni un ápice, capitularía. Thiers ardía en deseos de verse libre para aplastar el creciente movimiento revolucionario de la clase obrera. Por esta razón estaba dispuesto a aceptar las condiciones más onerosas de Bismarck. En resumen, Thiers estaba dispuesto a traicionar los intereses nacionales de Francia para salvar los privilegios de clase de la burguesía francesa. El "gobierno de defensa nacional", de hecho gobierno de traición nacional, estaba dispuesto a seguir ese camino. Ahora bien, el Gobierno no se atrevió a llevar a cabo sus propósitos de traición. Le atemorizaba la cólera de las masas populares de París, que exigía a voz en grito la continuación de la lucha contra el enemigo. La noticia del eventual acuerdo de Thiers con Bismarck fue una de las causas del levantamiento producido en la capital el 31 de octubre de 1870. Bajo la presión del pueblo, el Gobierno se vio obligado a rechazar las condiciones de paz que Thiers había traído del Gran Cuartel prusiano. La "delegación de Tours" del Gobierno, y ante todo el jefe de esta delegación, Gambetta, no estaban poseídos del espíritu de capitulación que dominaba a sus colegas. El asedio de Metz y de París mantenía ocupadas las fuerzas de los prusianos, por lo que los planes de Gambetta para la creación de nuevas fuerzas armadas ofrecían perspectivas de éxito. Cierto que el 27 de octubre el traidor Bazaine entregó a los alemanes Metz con todo el ejército a sus órdenes. La capitulación hizo mucho más complicada la situación de Francia: las fuerzas de los prusianos detenidas ante Metz quedaban libres para las operaciones activas. Sin embargo, los nuevos ejércitos organizados por la delegación de Tours proseguían valientemente la lucha, aunque los mismos hombres que los habían creado, por temor a las masas populares, no se atrevían a poner en juego enteramente el patriotismo del pueblo y encauzarlo a la lucha contra los invasores. Sin embargo, el 28 de enero de 1871 el "gobierno de traición nacional" puso fin a la resistencia y firmó el armisticio con los alemanes. Es suprimida la neutralización del mar Negro. El Gobierno del zar se negó a tomar parte en ninguna acción colectiva de las potencias ante el Gobierno de Prusia, como trataban de conseguir los círculos gobernantes de Viena. Durante cierto tiempo, Gorchakov se sintió atraído por la idea de llevar el problema de las condiciones de paz al foro internacional mediante la convocatoria de un congreso, pero no tardó en renunciar también a ello. El Gobierno del zar decidió aprovechar la situación derivada de la victoria de Prusia para liberarse de las condiciones restrictivas del tratado de París. Todavía en septiembre, Bismarck había confirmado su promesa de prestar a Rusia ayuda completa en cuanto a la supresión de las cláusulas del tratado de París relativas a la neutralización del mar Negro, que le prohibían mantener una escuadra en aquellas aguas. La derrota de Napoleón III apartaba de la escena a uno de los inspiradores de este documento desgraciado y creaba una situación favorable para su revisión. El 31 de octubre de 1870, el Gobierno ruso envió a los gobiernos de todas las potencias signatarias del Tratado de París una declaración en la que se enumeraban las repetidas infracciones de sus cláusulas por otras potencias. No se podía admitir, seguía la nota, que un tratado que no se cumplía en muchas de sus cláusulas esenHlSTORlA DE LA DIPLOMACIA, I.—36

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cíales permaneciese en vigor "en los artículos que afectaban a los intereses directos" de Rusia. El Gobierno ruso consideraba sin fuerza el artículo que limitaba el número y tonelaje de los barcos de guerra que las potencias con litoral en el mar Negro podían mantener en él. Las protestas más violentas a esta declaración del Gobierno ruso fueron las de Inglaterra y Austria-Hungría. El Gobierno prusiano, de conformidad con el inglés, propuso la reunión de una'conferencia para tratar el problema de la abolición unilateral del tratado. Gorchakov, en su respuesta, insistía en que la decisión del Gobierno ruso era firme y definitiva, si bien-no se oponía a la reunión de la conferencia. Daba a entender, sí, que acudiría a ella a condición de que de antemano quedase asegurado el cumplimiento de los deseos de Rusia, de tal modo que la proyectada conferencia se redujese a la aprobación formal del nuevo status del mar Negro. La conferencia se. reunió en Londres, en enero de 1871. Todos se daban clara cuenta de que, en aquellas circunstancias, no habría quien se opusiera en serio a las reclamaciones rusas..En efecto, la conferencia, aunque se produjeron violentos debates, declaró abolidas las cláusulas del tratado de 1856 que Rusia pedía. Quedaron suprimidos los tres artículos que limitaban el número de barcos de guerra que podían mantener-los Estados con litoral en el mar Negro (Rusia y Turquía), así como su derecho a levantar fortificaciones en la costa. Los representantes inglés y austríaco trataron de hacer aprobar en la conferencia una disposición, desventajosa para Rusia, relativa al régimen de los estrechos. Su proyecto empezaba confirmando el principio de que los estrechos seguirían cerrados para los buques de guerra de Estados extranjeros. A continuación debería ir un artículo por el que, a título de "medida temporal", se autorizaba al sultán a abrir los estrechos, para la entrada en el mar Negro, a barcos de otras potencias cuando así lo exigiese la conveniencia y la seguridad de Turquía. El representante ruso, Brunnov, protestó. Este proyecto permitía a las flotas extranjeras la entrada en los estrechos y en el mar Negro, pero impedía a los buques rusos la salida al Mediterráneo. Brunnov proponía sustituir la expresión "otras potencias" por la de "potencias amigas " y tachar lo relativo a la entrada de barcos en el mar Negro, puesto que para Rusia se trataba tanto de la salida de este mar como de la entrada en el Mediterráneo, Pero, ante la insistencia de los ingleses, acabó por ceder. Su comportamiento provocó el asombro y el descontento en San Petersburgo. Mas Brunnov, que había dado su consentimiento a los ingleses, no se atrevía a volverse atrás. Así las cosas, el representante de Turquía intervino en la lucha. En Constantinopla comprendían que Inglaterra y Austria-Hungría trataban de imponer a la Puerta una orientación determinada y de restringir la independencia de su política. La Puerta se oponía a tales pretensiones. Los gobiernos inglés y austro-húngaro querían también la concesión a los ingleses de una base naval en Sinope, en territorio turco, como compensación a la renuncia a la neutralización del mar Negro. Tampoco lo aceptó Turquía. En cuanto a Rusia, su actitud estaba clara. • . Sobré el régimen de los estrechos, en fin de cuentas, se llegó a un acuerdo: las palabras "otras potencias" serían sustituidas por potencias "amigas y aliadas". La conferencia de Londres confirmó el principio del cierre de los estrechos a los barcos de guerra extranjeros, aunque el sultán podría abrirlos a los buques de las potencias "amigas y aliadas" para asegurar el cumplimiento de las cláusulas del tratado de París. Aun en esta redacción definitiva, suavizada, la convención de 1871 ampliaba sustancialmeníe el derecho de entrada al mar Negro que la de 1841 concedía a las escuadras extranjeras. Ciertamente, eso no podía por menos de debilitar la seguridad

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de las costas rusas en ese mar. La convención fue firmada el 13 de marzo de 1871 y reguló el régimen de los estrechos hasta el comienzo mismo de la primera guerra mundial. Conclusión de los preliminares de la paz en Versalles. Mientras en Londres estaba reunida esta conferencia, en el continente se sucedían acontecimientos trascendentales. El 18 de enero de 1871 quedó instituido el Imperio Alemán. Se dio cima a la unificación de Alemania "por arriba", bajo la presidencia de la reaccionaria monarquía prusiana. El 26 de febrero fueron suscritos, en Versalles, los preliminares de la paz. Alemania recibía Alsacia, la Lorena Oriental y 5.000 millones de francos en calidad de contribución de guerra. Bismarck, en un principio, quería 7.000 millones, pero bajo la presión del Gobierno ruso tuvo que moderar sus pretensiones. Las tropas de ocupación no abandonarían Francia hasta que se hubiese pagado dicha suma. La anexión de Alsacia y Lorena y la exacción de los 5.000 millones pusieron definitivamente al descubierto ante la faz de los distintos países el cambio experimentado en el carácter de la guerra después de Sedán y de los acontecimientos del 4 de septiembre. La guerra, en un principio nacional, se había transformado para Prusia en una guerra injusta de rapiña. Gorchakov, en el informe anual sobre las actividades del Ministerio de Asuntos Exteriores, decía refiriéndose a las condiciones de paz: Es difícil que contribuyan al mantenimiento de una paz duradera. "Los soberanos alemanes —continuaba— han insistido en buscar la garantía de su seguridad en la debilitación, la ruina y la humillación de su enemigo." La Comuna de París y la diplomacia internacional, La Comuna de París de 1871, el-primer intento en la historia de la humanidad para establecer la dictadura del proletariado, no podía por menos de ejercer profunda influencia sobre las relaciones internacionales. • En los primeros días que siguieron al 18 de marzo, lo mismo el zar Alejandro II que el gabinete británico y Bismarck suponían que el levantamiento era una mera repetición de las revueltas de los obreros parisienses del 31 de octubre de 1870 y del 22 de enero de 1871, reprimidas por el Gobierno. El Cuartel General alemán se mostraba hasta satisfecho, suponiendo que los acontecimientos de París inducirían a Thiers —ahora jefe del Gobierno— y a Jules Favre, ministro de Asuntos Exteriores, a mostrarse más dúctiles a la hora de concretar las condiciones del tratado de paz definitivo. Estas condiciones habían empezado a negociarse inmediatamente después de la firma de la paz preliminar, en Versalles. Thiers, que no había dudado en traicionar a su patria para poner fin cuanto antes a las hostilidades y dejar al Gobierno francés las manos libres para aplastar a los obreros, en cuanto las operaciones hubieron cesado y dispuso de tropas que pudiera llevar contra la revolución, empezó a mostrar firmeza en todo cuanto se refería a las condiciones de la paz. Se trataba de precisar el modo y los plazos de pago de la contribución de guerra y otros muchos puntos importantes. Inmediatamente después de los acontecimientos del 18 de marzo, Bismarck ofreció al Gobierno de Thiers su apoyo contra París. El 21 de marzo, el embajador del zar en Berlín, Ubri, telegrafiaba al canciller Gorchakov: "Ayer por la tarde vi al conde Bismarck. Reconoce la seriedad" de la situación de París, pero no se encuentra demasiado alarmado por ello. Me ha confiado con gran secreto que había ofrecido a Thiers . su concurso para superar la crisis, en el caso de que éste lo solicite. Las tropas en las cercanías de París son suficientes."

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Después de las conversaciones entre el plenipotenciario del Gobierno de Versalles y un representante del mando alemán, el 28 de marzo, en Rúan, era suscrito un convenio: el Gobierno de Versalles quedaba autorizado a incrementar su ejército en la región de París hasta 80.000 hombres, o sea el doble de lo que los preliminares de la paz le permitían. Además, debía empezar la repatriación de los prisioneros franceses, parte de los cuales podía pasar a la disposición del mando de Versalles. Poco después, Bismarck autorizaba un nuevo aumento del ejército destinado a luchar contra el París revolucionario. Ei Gobierno de la Comuna, representado por Cluseret, quiso entrar en contacto con las autoridades alemanas de ocupación al objeto de asegurar su neutralidad. Bismarck, venciendo la oposición de Guillermo I, aceptó las negociaciones, telegrafiando al representante alemán cerca del Gobierno de Versalles, general Fabrici: "Dé órdenes de contestar a Cluseret que está usted dispuesto a escuchar las proposiciones que él desee hacer y hacerlas llegar a mi conocimiento. Sería de desear que usted aclarase con qué recursos piensa la Comuna pagar la contribución de guerra." Estas conversaciones entre Cluseret y el representante del canciller alemán se celebraron en abril. El evidente propósito de Bismarck era servirse de esto como un medio de chantaje sobre el Gobierno de Versalles y obligarle a concluir antes el tratado de paz definitivo, para vender a mejor precio a los versalleses su ayuda en el aplastamiento de la Comuna. Jules Favre probó a presentar una queja en San Petersburgo, pidiendo a Gorchakov que hablase sobre ello con Bismarck. "Al ejercer presión sobre nosotros y negarnos el apoyo moral que en un principio nos concedía y ahora nos retira, Prusia se convierte en cómplice de la Comuna de París:—escribía Favre, indignado, al embajador de Francia en San Petersburgo, Gabriac—. Nosotros lo demostraremos ante todo el mundo si se nos obliga." El canciller ruso manifestó a Gabriac que estimaba infundados los reproches de Favre, aconsejando al Gobierno de Versalles que se diese prisa en la conclusión definitiva de la paz y cumpliese lealmente los compromisos de ella derivados. Lo mismo dijo al embajador francés Alejandro II. Favre no tuvo otro remedio que someterse. La táctica de Bismarck respecto del Gobierno francés después de la revolución del 18 de marzo fue bastante compleja. Hizo cuanto estaba en sus manos para facilitar a Thiers el aplastamiento de la Comuna. A la vez, no quería desaprovechar la ocasión que le ofrecían las dificultades de la burguesía francesa, trataba de arrancarle nuevas concesiones. A un tira y afloja sobre estas concesiones se redujeron las negociaciones que acerca del texto definitivo del tratado de paz fueron mantenidas, primero en Bruselas y más tarde en Francfort del Main. Bismarck no desdeñó la ocasión para asustar a Thiers con la perspectiva de un posible entendimiento con el Gobierno de la Comuna. ¡También había mantenido contactos,, en 1866, con los revolucionarios húngaros! Quiso también intimidar al orleanista Thiers con la amenaza de entregar a Napoleón III todo el ejército prisionero de Francia. "No se deben gastar bromas tan sangrientas", replicó Thiers. El líder de la reacción francesa temía, en realidad, que Bismarck llegase a establecer contacto con el emperador caído, pero nunca pensó en serio que pudiera hacer lo mismo con la Comuna. Y, en efecto, Bismarck ayudó a Thiers cuanto pudo hasta que la revolución fue aplastada. A medida que los círculos dirigentes de todos los países adquirían clara noción del carácter y el volumen de los acontecimientos de París, la diplomacia burguesa se fue viendo ante una tarea completamente nueva: la lucha contra el primer experimento de dictadura del proletariado en el mundo. No tiene, pues, nada de particular que para la lucha contra la Comuna, junto al ejército, la prensa, la Iglesia

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y demás instrumentos de la sociedad y del Estado burgués, fuera también puesta en juego la diplomacia. La dictadura del proletariado instaurada en París, la ardiente simpatía manifestada hacia la Comuna por el Consejo General de la Primera Internacional, los sentimientos de alegría que produjo en los medios revolucionarios, todo esto inspiraba profunda inquietud a los monarcas y gobernantes burgueses de Europa. Crecía la convicción de que el régimen social y político existente se veía amenazado por un gran peligro. Bismarck cuenta que la noticia de la proclamación de la Comuna le produjo la primera noche de insomnio desde el comienzo de la guerra. También el Gobierno del zar se mostraba inquieto. "Podemos estar seguros —escribía Gabriac a Favre el 7 de mayo— que Rusia ha hecho y hará cuanto de ella dependa para obtener que Prusia nos conceda las facilidades necesarias y podamos aplastar la insurrección. Gorchakov acaba de hacérmelo saber oficialmente con mucha mayor claridad que en nuestra última entrevista... Me ha dicho que tanto el emperador como él mismo comprenden la necesidad de ayudarnos a reprimir esta sedición que. amenaza con extenderse a toda la sociedad europea." La primera revolución proletaria dio origen a la alianza de todos los gobiernos de burgueses y de nobles, a pesar de las contradicciones y hostilidades que les dividían. El 6 de marzo de 1871 empezaron en Francfort del Main las negociaciones de Favre y Bismarck para la conclusión del tratado de paz definitivo. Dichas negociaciones se vieron relacionadas directamente con el problema del aplastamiento del levantamiento de París. El 9 de mayo, es decir, en vísperas de la firma de la paz, Bismarck hacía saber a Moltke desde Francfort: "En virtud de un convenio verbal suplementario, que debe permanecer secreto, dejaremos pasar (a las tropas de Versalles) a través de nuestras líneas y, por nuestra parte, mantendremos el bloqueo de París." Y, en efecto, en los días decisivos de la lucha entre la Comuna y los versalleses, el mando alemán no dejó entrar víveres a París. Después que la ciudad fue tomada, no permitió que nadie escapase a las represalias de los verdugos de Versalles. Por el contrario, las tropas de los versalleses encontraron el paso libre a los suburbios del norte de la capital. A pesar de las advertencias de Marx, la Comuna no se había preparado a la defensa por ese lado, confiando ingenuamente en la "neutralidad" de los prusianos. Bismarck no cesaba de exigir a Thiers la rápida liquidación de la Comuna de París. Pero no era él el único en temer la vecindad de la Comuna revolucionaría para el recién proclamado Imperio Alemán. El órgano de las secciones de la Internacional en París escribió en abril que todos los gobiernos europeos adoptaban medidas al objeto de que la revolución no se corriera a otros países. Todas las esperanzas de la diplomacia internacional, proseguía el periódico, estaban puestas en el Imperio Alemán, que debía intervenir como defensor del "orden" en todo el mundo. Rusia, Austria e Italia declararon al Gobierno de Alemania que la intervención de sus tropas contra París tendría la aprobación de todas las grandes potencias. La derrota de la Comuna, el aplastamiento de la más grande de las insurrecciones obreras del siglo xrx, fue motivo de inmenso júbilo para toda la reacción internacional. "No necesito decirle —comunicaba Gabriac a Favre, desde San Petersburgo, el 24 de mayo— el alivio con que la opinión pública ha acogido aquí la noticia de la entrada de nuestras tropas en París. La sociedad europea se siente libre de la terrible pesadilla que la ha agobiado durante dos meses."

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CUEREA FRANCO-PRUSIANA Y PAZ DE FRANCFORT

La paz de Francfort, El 10 de mayo de 1871, en Francfort del Main, era suscrita la paz entre Francia y Alemania. El tratado de Francfort venía a ratificar las cláusulas fundamentales establecidas por los preliminares de Versalles, del 26 de febrero. Francia cedía a Alemania la Alsacia y la Lorena y se comprometía a abonar una contribución de guerra de 5.000 millones de francos. Thiers compró la ayuda de los prusianos contra la Comuna al precio de una agravación de las condiciones de pago de la indemnización y en cuanto a los plazos en que las tropas alemanas debían ser evacuadas del territorio francés. Era una paz de conquista. Ante los medios democráticos de todos los países, el Imperio Alemán, recién constituido, quedaba marcado con el sello de la vergüenza moral y política. El saqueo de Francia despertó también en otros gobiernos miedo y sospechas respecto del nuevo Estado alemán. ¿Qué causas empujaron a Bismarck a ocupar parte del territorio francés? Los gobernantes del nuevo Imperio estaban convencidos de que la guerra de 1870-1871 no ponía fin al antagonismo secular entre Alemania y Francia. Seguros como se hallaban de que una guerra entre los dos países era inevitable, trataron de aprovechar su victoria para asegurar á Alemania unas fronteras ventajosas desde el punto de vista estratégico. "No me hago ninguna ilusión —explicó francamente Bismarck tres meses después de ser firmada la paz de Francfort a Gabriac, que había sido trasladado de San Petersburgo a Berlín—. Por nuestra parte, es absurdo habernos quedado con Metz, que es francés. Yo no quería que pasase a Alemania. Pero el Estado Mayor General me preguntó si yo podía garantizar que Francia no trataría de tomarse el desquite. Contesté que, al contrario, estaba absolutamente seguro de,que esta guerra no era más que la primera de las-que van a estallar entre Francia y Alemania, que será seguida de otras. Me replicaron que, en tal caso, Metz era un glacis tras el cual Francia podía mantener cien mil hombres. Debíamos conservarlo. Lo mismo puedo decirle de Alsacia y Lorena: habría sido un error tomarlas si la paz fuese duradera, porque estas provincias representan para nosotros una carga." "Se convertirán en una nueva Polonia —contestó el diplomático francés—, una Polonia con Francia a sus espaldas." «Sí —admitió el canciller alemán—, una Polonia con Francia detrás de ella." 4 La anexión de Alsacia y Lorena, atendidas las condiciones de aquel entonces, proporcionaba a Alemania, en efecto,'ventajas estratégicas. Con Alsacia en sus manos, los franceses disponían de una excelente base de partida para la invasión del sur de Alemania, de población católica, que con su fuerte espíritu antiprusiano era el punto más vulnerable del Estado alemán recién constituido. Su fidelidad a la unidad imperial parecía bastante problemática. Con la incorporación de Alsacia a Alemania, los franceses quedaban al otro lado de los Vosgos. Ahora, entre los dos países, además del Rin se levantaba una cadena de montañas que dificultaban mucho el paso a un ejército importante. Así, pues, Alsacia presentaba gran importancia defensiva. Por el contrario, la importancia estratégica de Lorena era de carácter ofensivo. Los alemanes adquirían así una base de partida que les acercaba a París por el mejor camino de operaciones y facilitaba considerablemente la repetición de la "experiencia" de 1870: el golpe sobre la capital por el denominado "agujero de los Vosgos", es decir, por la llanura que se extiende entre los Vosgos en el Sur y las Ardenas en el Norte. La llave estratégica de esta zona era Metz, que ahora pasaba a manos de Alemania. Según los preliminares del 26 de febrero de 1871, la rica región minera de Ló-

rena, al oeste de Thionville, quedaba en manos de Francia. Durante-las negociaciones para la paz definitiva, Bismarck, comprendiendo la importancia de las riquezas mineras, propuso al Gobierno francés un cambio: Alemania consentiría en una rectificación de la frontera en Belfort, que por consideraciones estratégicas los franceses deseaban vivamente, a cambio de la cuenca minera situada al oeste de Thionville. Bismarck tropezó al principio con una negativa. Resulta curioso observar que el canciller, que tan implacable se mostraba en cuanto a los plazos de pago de los cinco mil millones, no se sintió afectado en absoluto. "En caso necesario —escribió— preferiré renuncjar a la ampliación de las fronteras antes de que esto lleve al fracaso de las negociaciones." 5 Poco después, sin embargo, los franceses cambiaron de opinión y el trueque tuvo efecto. Francia obtuvo la rectificación de su frontera-en la región de Belfort y entregó a Alemania los yacimientos de hierro. Este episodio demuestra que las riquezas mineras de Lorena fueron tenidas en cuenta en la conclusión de la paz, si bien el papel decisivo en esta anexión no correspondió a las consideraciones económicas, sino a las de orden estratégico.-Ello se comprende: bastará recordar que el hierro lorenés no tenía entonces la importancia vital que tiene hoy día y que sólo había de adquirir hacia 1870, al ser descubierto un método rentable de tratamiento de los minerales ricos en fósforo. * Bismarck veía con una claridad meridiana que la anexión de territorio francés complicaría aún más las relaciones entre los dos países. La situación objetiva a que se había llegado le obligaba a encontrar solución al problema político siguiente: ¿Merecía la pena tratar de descargar la tensión de las relaciones franco-alemanas o era más conveniente preocuparse de obtener las mejores condiciones posibles con -vistas a una nueva guerra? Bismarck lo resolvió en el último sentido. Esto, en buena parte, venía dictado por consideraciones de política interior. Si los intereses estratégicos del Imperio Alemán eran lo determinante en las cláusulas de la paz de Francfort, a su vez se relacionaban en la política de Bismarck con los intereses de la política interior de las clases dominantes del nuevo Imperio, de los junkers y del gran capital. Los intereses de la .reacción alemana, incrementados por el temor de las clases dominantes ante el movimiento obrero, que también levantaba cabeza en el país, tendían al robustecimiento del militarismo en todos los órdenes. Los reaccionarios germano-prusianos veían facilitado el cumplimiento de esta importantísima tarea interior por la tensión de las relaciones exteriores del Estado alemán y se les complicaba si la presión disminuía. La política agresiva de puertas afuera y reaccionaria de puertas adentro constituía un todo homogéneo unido por los lazos más estrechos.Ciertamente, no era la anexión de dos provincias francesas lo que generó el antagonismo franco-alemán. Antes de producirse, gobiernos franceses de todo género se esforzaron durante siglos en impedir la formación de un Estado alemán único. Después de 1871, cuando la unificación fue un hecho, la burguesía de Francia habría soñado" con debilitar a Alemania aun en el caso de que Alsacia y Lorena hubiesen seguido siendo suyas. Pero la anexión proporcionaba al movimiento de desquite cierto carácter defensivo y popular, que dentro de Francia adquiría así más fuerza que nunca. Así miraba las cosas Marx. "Si el chovinismo francés —escribía—, mientras se mantenía el antiguo orden estatal, hallaba cierta explicación material en la circunstancia de que a partir de 1815, la capital de Francia, París, y con ello la propia Francia, se encontraban sin defensa después de algunas batallas perdidas en las fronteras, ¿qué rico alimento recibirá ese chovinismo en cuanto la frontera pase al Oeste por los tJíiíi.

* Documents Diplomatiques Frangaís, serie primera, vol. 1, núm. 42.

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Dic Grosse Politik der europaischen Kabinette, torno I, núm. 15.

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GUERRA FRANCO-PRUSIANA Y PAZ DE FRANCFORT

Vosgos y al Norte por Mete?" e La paz de Francfort fue un acto de gran trascendencia histórica: en ella se encontraban ya los primeros gérmenes de la guerra de 1914-1918, Poco después de empezar la guerra franco-prusiana, Marx hizo un profundo análisis de sus consecuencias. En su carta al Comité de la socialdemocracia alemana, del 1 de septiembre de 1870, escribió: "La camarilla militar, los profesores, los burgueses y los políticos de café afirman que eso (la ocupación por Prusia de Alsacia y Lorena) será el medio para garantizar a Alemania contra una guerra con Francia. Al contrario, es el modo más seguro para convertir esta guerra en una institución europea. Es el recurso más seguro para perpetuar en la Alemania renovada el despotismo militar como condición necesaria de dominación en la Polonia del Oeste, en Alsacia y Lorena. Es el procedimineto más seguro para convertir la futura paz en un simple alto el fuego hasta el momento en que Francia se sienta tan fuerte como para reclamar la devolución del territorio perdido... "... Cualquiera que no haya sido ensordecido aún por completo por el alboroto actual o que no se halle interesado en ensordecer al pueblo alemán, debe comprender que la guerra de 1870 lleva inevitablemente los gérmenes de una guerra entre Rusia y Alemania de la misma manera que la guerra de 1866 llevaba los gérmenes de la guerra de 1870." 7 • La guerra franco-prusiana significó la culminación de toda una serie de profundos cambios en la situación política de Europa. La unificación nacional de Alemania era un hecho. Este acto, progresivo en sí, fue llevado a cabo "desde arriba", bajo la égida de la monarquía prusiana. Quedó constituida una gran potencia nueva que se hallaba bajo la dirección de fuerzas militaristas, agresivas. A lo largo de tres guerras —contra Dinamarca, Austria y Francia— esta potencia había demostrado su poderío militar y sus apetitos de conquista. Al mismo tiempo, había terminado la unificación nacional de otro país, de Italia. Tampoco esto era fruto de una revolución popular, sino que era una victoria de la casa de Saboya. Antes, los vecinos de Francia por el Este eran unos Estados pequeños que carecían de fuerza; Rusia lindaba por el Oeste con una Prusia relativamente pequeña que, además, se encontraba siempre absorbida por su rivalidad con Austria. Ahora, en las fronteras de Rusia y Francia había surgido un poderoso Estado militar: el Imperio Alemán. La situación se modificó para Francia no sólo en el Este, sino también en su frontera del Sudeste. También allí, después de las guerras de 1859 a 1871, en lugar de ocho pequeños Estados, se encontraba con el Reino de Italia unido. Modificaciones semejantes había experimentado la situación de Austria-Hungría. En una palabra, antes las grandes potencias del continente estaban separadas por una serie de Estados pequeños y débiles; constituían a modo de un tapón que amortiguaba un tanto los choques de los grandes rivales. Ahora, ese tapón había sido reemplazado por dos nuevas monarquías militaristas. Con su aparición, los territorios de las grandes potencias quedaban contiguos. La situación internacional se hacía más tirante y la tensión dejaba de ser un fenómeno pasajero: se convertía en un rasgo permanente de la nueva situación internacional. C. Marx y F. Engels, Obras, tomo XXVI, 1» ecl. rusa, pág. 69. Ibídem, págs. 68, 69.

CAPITULO XVII

LA DIPLOMACIA EN EL EXTREMO ORIENTE DURANTE EL TERCER CUARTO DEL SIGLO XIX La ampliación de las junciones de la diplomacia como instrumento de la política colonial de las potencias capitalistas en el Asia Oriental, EL TERCER CUARTO DEL SIGLO xox se distingue por un nuevo incremento de la expansión colonial de los Estados capitalistas en el este de Asia. Las guerras de Inglaterra y Francia en China e Indochina, la intervención de las potencias occidentales contra el levantamiento de los taipines y la forzada "incorporación" del Japón a los contactos con el exterior hicieron que cientos de millones de habitantes del Asia oriental y sudoríental se vieran enrolados por la fuerza al sistema colonial del mundo capitalista. Las potencias capitalistas no desdeñaban, en la aplicación de su política colonial, ningún género de recursos: las acciones mili tares, la penetración comercial, la subordinación financiera, las actividades misionales, la diplomacia. El envío de misiones diplomáticas y de exploración, oficiales y no oficiales, a los países de Oriente, las negociaciones para la conclusión de tratados desiguales, la actividad de los consulados, que a menudo cumplían funciones políticas y de espionaje, y los convenios entre los partícipes de la agresión colonial para el reparto de esferas de influencia, eran materia de la diplomacia de los países capitalistas en el Extremo Oriente. En la política colonial, muy a menudo servían como métodos de la diplomacia burguesa las amenazas y provocaciones, la ingerencia en los asuntos interiores de los países de Oriente, la doblez, la interpretación deliberadamente torcida de los tratados, el disimulo de la agresión bajo frases de defensa de la "igualdad de derechos" de las naciones y del "honor" de su bandera, sobre la propagación del cristianismo y de la "civilización", las declaraciones de protección de "la vida y las propiedades" de sus subditos y otros falsos pretextos. La expansión colonial incrementó el papel de la diplomacia como uno de los instrumentos empleados por los Estados capitalistas en su lucha para el sometimiento colonial de los países del Oriente asiático, para conquistar en ellos posiciones políticas y nuevas bases desde las que pudieran proseguir la expansión. La fuerza más importante en esta expansión colonial siguió siendo Inglaterra, que a mediados del siglo xix había alcanzado la cúspide de su monopolio industrial y comercial y de su dominación "en los mares. Inglaterra era seguida en el Asia oriental y sudoriental por Francia y Estados Unidos. En el Nordeste se consolidaron las posiciones de la Rusia zarista. Orientación principal de la diplomacia de los gobiernos feudales del Asia Oriental. Influencia de los movimientos populares sobre la diplomacia. El rasgo más general y característico en la diplomacia de los gobiernos de los Estados feudales del este y del sudeste de Asia, a mediados del siglo xrx, fue la re569

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