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Sinopsis Adrian Blackstone construyó un negocio de millones de dólares con trabajo duro y determinación… y por seguir siendo profesional en todo momento. Negar su eterna atracción por su hermosa asistente ejecutiva no ha sido fácil, pero es necesario. Ella es indispensable, y él no puede soportar la idea de perderla si las cosas no salen bien. Por más de un año, Rachel Carter ha estado soñando en silencio de todas las maneras en que nunca seducirá a su sexy y reservado jefe. Ha trabajado demasiado duro para llegar a donde está para cruzar esa línea, sin importar lo mucho que le gustaría llevar a cabo sus fantasías. Pero entonces una malvada tormenta de nieve los deja varados en un invernal país de las maravillas romántico…

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Lo que comienza como un simple beso y unos cuantos malos chistes de Santa se convierte en un fin de semana lleno de pasión desenfrenada y esperanzas de algo más. Pero con el lunes, viene el retorno a sus complicadas realidades, y Adrian debe demostrar que las promesas hechas son promesas mantenidas, especialmente en Navidad.

Uno Traducido por Smile.8 y Addictedread

Si alguien le preguntara mientras estaba lo bastante ebrio como para olvidar sus puntos clave en las relaciones públicas cuál era el secreto para su éxito, Adrian Blackstone diría que era un camaleón. Tenía la habilidad de ser lo que la persona al otro lado de la mesa quisiera que fuera. Renovaciones Históricas Blackstone, especializada en modernizar propiedades históricas sin sacrificar su encanto y autenticidad, había sido construida con esa habilidad. Después de haber trabajado desde ayudante de carpintero de poste y viga como un adolescente, tenía una relación natural con los contratistas y los trabajadores de la madera. Gracias a haber devorado revistas, programas de noticias financieras y haber obtenido un título universitario, pudo ponerse un traje a medida y hablar de negocios con los multimillonarios y los banqueros. Era un hombre que sentía el corazón y el alma de un edificio a la vez que veía el trasfondo financiero.

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Los recatados tacones de Rachel Carter sonaban contra el suelo de mármol y, por mucho que quería ver sus caderas balancearse en el traje gris que llevaba, mantuvo los ojos en su rostro. Llevaba su cabello rubio en una coleta elegante que era profesional sin ser severa, y llevaba solo el

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Y, mientras observaba a la mujer caminando por el vestíbulo de su mayor logro hasta la fecha, no se parecía a nada más que un Director Ejecutivo esperando una actualización de su asistente ejecutiva. Ella nunca sabría que la deseaba más de lo que jamás había deseado a una mujer en su vida.

suficiente maquillaje como para acentuar sus ojos azules y su boca llena sin verse demasiado maquillada. Había estado en la compañía durante casi cinco años y había trabajado directamente para él como su asistente ejecutiva durante dieciséis meses. Dieciséis meses de recordarse a sí mismo cada maldito día todas las razones por las que no podía tocarla. Había llegado a la compañía con un título en negocios y una pasión por la arquitectura y la historia. Era su alma gemela profesional. Pero a nivel personal, sería mucho más fácil encontrar una mujer para compartir su cama que sustituir a Rachel en la oficina. Ella estaba cien por ciento fuera de los límites. —Espero que no hayas estado esperando mucho tiempo, señor Blackstone. Y nunca lo llamaba Adrian. —Acabo de bajar. —Te preguntaría si tu habitación es adecuada, pero dado que fue diseñada según tus especificaciones, sería raro si dices que no. Amaba cuando su sonrisa iba un poquito más allá de una cortesía profesional. Ocurría a veces, por supuesto. Trabajaban juntos todos los días y a veces viajaban juntos, de modo que estaban bastante cómodos uno alrededor del otro. Simplemente no demasiado cómodos. No era la curva de su boca cuando ella realmente sonreía lo que le encendía. Era la forma en que sus ojos se arrugaban y las líneas de expresión en las esquinas aparecían. Sospechaba que, fuera del trabajo, tenía un gran sentido del humor y se reía mucho, lo cual le gustaba en una mujer. Cuando se movió ligeramente, cambiando el bolso del ordenador colgado en su hombro, el sol atrapó su cabello, reflejándose en los cristales húmedos. Alargó la mano para quitárselos pero se contuvo, convirtiéndolo en una seña.

—¿Con tacones, sin abrigo?

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—No tenía ganas de estar sentada en mi habitación, así que fui a dar un paseo por la nieve.

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—Tu cabello está húmedo. ¿Estuviste fuera?

—No fui muy lejos. —La verdadera sonrisa iluminó su rostro—. Había nieve blanca y esponjosa cuando llegamos aquí, pero ahora es solo una mezcolanza de hielo. No es tan divertido para jugar con ella. —O para conducir por ella. Adrian y Rachel estaban en el Hotel Grand Resort Mount Lafayette para reunirse con Rick Bouchard, un promotor inmobiliario multimillonario que tenía una gran cantidad de colegas multimillonarios promotores inmobiliarios. Era un círculo exclusivo y Adrian quería entrar. Bouchard volaba hacia Estados Unidos con su familia durante las vacaciones y esta reunión era la oportunidad de Adrian para convencerlo que Renovaciones Históricas Blackstone era la compañía para renovar la villa en la Toscana que Bouchard había comprado recientemente. Los Bouchard tenían tres hijos, por lo que Rachel había dispuesto que el servicio de autos los recogiera en el aeropuerto en una inmensa SUV. El conductor tendría tracción a las cuatro ruedas a su disposición, de modo que con suerte, el tiempo no tendría impacto en su llegada. Sin embargo, quienquiera que hubiera previsto unas pocas ráfagas de material ligero y blanco debía ser relegado a la sala de correo de redacción. Miró el Rolex que sólo usaba cuando se reunía con los propietarios y banqueros para comprobar el tiempo. Los Bouchard ya debían estar en camino, así que estaba fuera de sus manos. Rachel y él deben haber conducido por delante de la tormenta durante todo el camino, dejando Boston en su camioneta mientras todavía estaba oscuro para así tener tiempo de volver a verificar el alojamiento y configurar la presentación antes de que Rick Bouchard y su familia llegaran.

—No hay tiempo como el presente. —La siguió hasta el ascensor, escondido discretamente en una esquina—. ¿Hay una máquina de café?

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—Tengo la llave de la sala de conferencias —dijo ella—. Podemos ir cuando estés listo.

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Después del registro, se habían ido por caminos separados para descansar y refrescarse después del largo viaje por carretera. Él se había sorprendido al descubrir que su habitación estaba a tan sólo dos puertas de la suya. Por lo general, se quedaba en una suite y ella en una de las habitaciones más baratas, a menudo ni siquiera en el mismo piso. Sin embargo, sólo una de las suites estaba disponible y la habían reservado para los Bouchard. Dado que el resort no ofrecía esas habitaciones más baratas, Rachel y él eran prácticamente vecinos.

—Hay una cafetera de un solo vaso disponible con un surtido de cafés y tés de sabores. —Perfecto. Quería hacerme una taza en mi habitación para traerla, pero empecé a comprobar mi correo electrónico, perdí la noción del tiempo, y no quería hacerte esperar. Una vez que lo llevó a la sala de conferencias, diseñada por él para ser cálida y confortable incluso en las reuniones diarias, él les preparó a cada uno una taza de café mientras ella abría su portátil y se ponía a trabajar. Después de añadir crema y azúcar al de ella, puso la taza junto a su portátil y llevó el suyo hasta el otro extremo de la mesa. Mirando el archivo de notas en su teléfono, Adrian repasó los puntos importantes que quería hacer. Por lo general dejaba que Rachel se encargara de los aspectos visuales de la presentación, incluyendo el pulido portafolio que le darían al cliente, mientras que Adrian tomaba la palabra. Él prefería no seguir las notas, ya fuera en papel o en su teléfono, y en su lugar hablar de una manera relajada y confiada. El teléfono móvil de Rachel emitió un sonido que reconoció como la señalización de una llamada de la oficina y, a pesar de que sólo estaban ellos dos, se disculpó y se alejó de la mesa para responder. Estaba de espaldas a él, ofreciendo una oportunidad tentadora para dejar vagar su mirada sobre la curva de su culo, pero temía que lo pillara mirando en el reflejo de la ventana.

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La presentación calmó sus nervios. Cada vez que un acuerdo importante estaba a punto de cerrarse, empezaba a sentirse inadecuado en el mejor de los casos o directamente un fraude total. Simplemente era un pobre chico de los bosques de Vermont y no era su trabajo el pedirle a un promotor inmobiliario que le diera millones de dólares basado en algunos bocetos.

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En su lugar, se enfocó en la presentación de fotos que ella había enviado a su teléfono, en el cual representaciones arquitectónicas mostraban cómo se vería la villa en ruinas en la Toscana que Rick Bouchard había comprado por poco dinero cuando Renovaciones Históricas Blackstone hubiera terminado con ella. Por dentro y por fuera, la villa se vería como si alguien la hubiera restaurado con esmero a su estado original. Pero tendría todas las comodidades tecnológicas que los nuevos hoteles de cromo y vidrio ofrecían, sin arruinar el encanto de casa de campo antigua.

Pero esos bocetos le recordaban que era uno de los mejores en el negocio, con una reputación que traía a los hombres con dinero a su puerta, en lugar de que él fuera quien tuviera que salir a la calle a buscar trabajo. Tal vez por eso la reunión en el Hotel Gran Resort Mount Lafayette había significado tanto para él. Era su proyecto más exitoso hasta la fecha y esperaba que el hotel, junto con su visión de la villa, convenciera a Bouchard para firmar el contrato con RHB para hacer las renovaciones. Engancharía el interés del hombre cuando el panel de la pared, que prácticamente gritaba siglo XIX, se deslizara para revelar las representaciones arquitectónicas en vivo en una enorme pantalla LED, y luego Adrian lo atraparía del todo al hablar. Ese pensamiento calmó la última de las mariposas en su estómago. Puede que hubiera comenzado como un chico pobre de Vermont, pero el amor de su padre por la madera y la dedicación de su madre en su educación construyeron las bases de su éxito. Las becas habían pagado su camino hacia la universidad para obtener un título de negocios y trabajar para una empresa de restauración de antiguas construcciones lo mantuvo al día de la tecnología que descubrió en la escuela. Cinco años después de obtener su título, habló con los padres de un amigo suyo para que le dejaran restaurar su casa, que estaba en el casco histórico de su ciudad, por el costo de los suministros y una cuarta parte de la tasa de un trabajador normal. Tres propiedades más tarde, presentó los documentos para hacer oficial Renovaciones Históricas Blackstone y ahora, a los treinta y ocho, tenía cuatro equipos seleccionados a mano para dirigir las casas y oficinas, mientras él y su equipo personal se encargaban de los grandes proyectos como hoteles en New Hampshire y, con suerte, villas en la Toscana. Rachel se giró hacia él, la mano que sostenía su teléfono celular cayó a su lado. Tenía los labios apretados, como hacía a menudo cuando estaba concentrada o a punto de decirle algo que no creía que él quisiera oír. En algunas mujeres ese aspecto tenso podría haber sido poco atractivo, pero amaba todo sobre su boca.

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Le tomó unos segundos entender sus palabras, pero cuando lo hizo, olvidó lo hermosa que se veía su boca.

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—Me temo que tengo malas noticias, señor Blackstone —dijo, matando su esperanza de que simplemente hubiera estado perdida en sus pensamientos—. Los Bouchard no vienen.

—¿Qué quieres decir con eso, que no van a venir? Rachel se aseguró que su insulsa expresión perfectamente profesional no se alteraba con la cara de disgusto de su jefe. Nunca lo hacía. —El señor Bouchard llamó a la oficina y habló con Alex. La nieve se convirtió en precipitación mixta más temprano allí, con una gran cantidad de aguanieve y lluvia helada. Llegaron a Boston antes de que cerraran el aeropuerto, pero no hay manera de que puedan llegar hasta aquí. Él se pasa los dedos por su cabello oscuro en un familiar gesto de frustración que nunca dejaba de distraerla momentáneamente. —¿Cómo diablos ocurrió esto? Esto ocurrió porque Adrian Blackstone quería causarle una buena impresión a Rick Bouchard de modo que, en lugar de reunirse en la oficina, la reunión fue fijada en el Hotel Gran Resort Mount Lafayette, en lo alto de White Mountains. Donde la Madre Naturaleza era célebre por arruinar los escrupulosamente organizados planes con un movimiento caprichoso de su muñeca. —Maldita sea —gruñó Adrian.

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Solo una vez, le gustaría verlo en jeans y camiseta; algo desteñido, ligero y ajustado al cuerpo. Quería conocer su película favorita y si le gustaba la vainilla, el chocolate o los sabores combinados.

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Cuando él se puso de pie y caminó hacia la ventana, ella se permitió verlo moverse. Él ya estaba con la chaqueta de su traje, con su corbata ajustada contra su garganta, incluso aunque la reunión estuviera programada para algunas horas después. Aunque ocasionalmente colgaba su chaqueta en la oficina y enrollaba las mangas de su camisa, siempre que se reunía con un cliente, estaba completamente vestido al momento en que ella se encontraba con él. Parte de él se preparaba psicológicamente, asumió ella.

Cuando él se giró hacia ella, le dio una pequeña media sonrisa, sabiendo que él no veía nada más que a su asistente esperando pacientemente sus instrucciones. —Bien podríamos ponernos en marcha dado que esto está arruinado —dijo él—. Tal vez puedo hacer la presentación mañana en su hotel. Y las buenas noticias siguieron llegando. —En realidad, el gobernador acaba de declarar estado de emergencia y la autopista está cerrada. Sus oscuros ojos se ensancharon más. —¿Qué significa eso? —Significa que está nevando. —Lo que significa que ella estaría pasando la noche en el mismo pasillo de su fantasía favorita sin socios de negocios o clientes alrededor que actúen como inconscientes chaperones. —¿En serio? —Sí, señor Blackstone. —Ella cerró su portátil y lo guardó en su bolso, junto con el portafolio de carpetas y su bloc de notas—. Muy en serio. Al parecer el clima tomó un extraño giro después de que nos dieran nuestra última actualización. No tenemos que preocuparnos de la energía o los servicios aquí en el hotel. El resort cuenta con su propio generador de energía a vapor o algo así. —Estoy al tanto. Por supuesto que sí. Este proyecto se llevó a cabo mientras ella estaba haciendo trabajo de oficina y preparando café como una novata en la compañía, pero era una renovación de la que él estaba particularmente orgulloso. No solo por el tamaño, sino por los resultados. Entrar al Mount Lafayette era como retroceder en el tiempo por lo menos un siglo, excepto por las comodidades modernas ingeniosamente disfrazadas. Los huéspedes no sufrían la falta de internet inalámbrico, pantallas planas, toma de corriente o enchufes.

—Sí, señor. —Incluso Adrian Blackstone no podía comprarse un billete de regreso a Boston esta noche.

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—¿Entonces, eso es todo? ¿Estamos atrapados aquí?

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Él frotó sus sienes.

Él lo aceptó con un suspiro y un encogimiento de sus fuertes hombros, los cuales destacaban por el corte de su traje color carbón. —Dado que no he estado aquí desde que terminamos las renovaciones, ¿qué hay para hacer en este lugar? ¿Desnudarse, tener sexo salvaje con el jefe y despertar felizmente satisfecha; a pesar de quedar inminentemente desempleada? —Hay algunos servicios que podrían interesarte. Encontrarás el folleto en el bolsillo interior de tu abrigo, donde lo pusiste cuando te lo entregué. Lo sacó y le dirigió una sonrisa antes de abrirlo. Dios, él tenía una sonrisa tan increíble. —Veo que encerraste en un círculo la tienda. Dado que hice que te quedaras atrapada aquí, siéntete libre de cargar cualquier cosa que necesites a tu habitación. Ella asintió, incluso aunque no quisiera. A pesar de que Renovaciones Históricas Blackstone pagara por el viaje, la estadía y la comida; ella no cargaría objetos secundarios o personales a su cuenta. Incluso si era culpa del director que sus planes hubieran cambiado. —Supongo que tienes algo de tiempo para vacaciones no programadas —continuó él con una sonrisa tímida—. A diferencia de ti, apenas he hecho mella en mi café, así que me quedaré y trabajaré en mis notas para la propiedad de Newport. Sabía que Adrian estaba considerando comprar una casa que había visto en Newport, Rhode Island, para hacerle una renovación completa y luego venderla. Sería la primera para Renovaciones Históricas Blackstone. Ya que solo habían hecho renovaciones a propiedades privadas de otras personas, habían hablado mucho de los pro y los contra. El riesgo era mayor, ya que la propiedad tendría que ser vendida para que les pagaran, pero así era el potencial beneficio marginal.

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—Más que nada voy a leer las notas que ya hemos hecho, así que, no tienes que quedarte. Les dejaré saber a la recepción cuando haya terminado para que puedan reabastecer el café. —Él tomó la llave de la habitación cuando ella se las ofreció—. Ve a divertirte. Asegúrate de disfrutar todo lo que el hotel tiene para ofrecer, y estoy seguro que te veré por ahí.

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—¿Quieres que me quede?

—Sí, señor. Estaré recibiendo actualizaciones regulares sobre las condiciones de viaje, te avisaré en cuanto los caminos sean seguros. Mientras tanto, si necesitas cualquier cosa, por favor me avisas. Lo dejó con su trabajo, preguntándose qué haría ella durante el resto del día. El plan original había estado dirigido para que todos disfrutaran de una agradable tarde después de la reunión, incluyendo la cena. Luego Adrian y Rachel partirían a Boston temprano por la mañana, dejando que la familia Bouchard disfrutara del resto del día y otra noche por cuenta de Adrian, antes de viajar a Colorado para sus vacaciones navideñas. Ahora Rachel no tenía planes para el futuro previsible, excepto intentar no imaginar ciento un formas de seducir a su jefe. Logró diecisiete antes de llegar al final del pasillo.

Para la hora de la cena, Adrian estaba aburrido. Había presionado a su equipo para terminar todo antes de que ellos se dispersaran para las vacaciones, así que lo único que estaba sobre la mesa era el contrato de los Bouchard. Con los Bouchard atrapados en Boston, donde él debería haberse quedado, maldita sea, no tenía nada en qué ocupar su mente. Y sin nada más en qué pensar, sus pensamientos seguían dando vueltas alrededor de Rachel y en el hecho de que estaban solos en uno de los hoteles más hermosos y románticos del país.

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Por un lado, Renovaciones Históricas Blackstone era extremadamente proactiva cuando se trataba de educación sobre el acoso sexual y el jefe haciéndolo con su secretaria sobre su escritorio, contra la pared o cualquier otro lugar en que él pudiera tenerla, no daría un buen ejemplo. Por otro lado, ella era la mejor asistente que jamás había tenido y no quería perderla.

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Tal vez no estaban totalmente solos. Por supuesto, había otros huéspedes, además del personal. Pero nadie de su mundo. Sin compañeros de oficina. Sin clientes. Esencialmente, estaban lo suficientemente solos para que él siguiera pensando cosas que un jefe no debería pensar.

Pero saber que estaba a dos puertas en el pasillo, mientras todos lo demás estaban al otro lado en Boston, era agua fría provocando un infierno en sus nervios. Adrian pensó en llamarla y pedirle que se reuniera con él para la cena. Ambos necesitaban comer y no tenía sentido comer solos. Pero ellos no tenían el hábito de compartir las comidas cuando viajaban. Mantenían el horario apretado, así que ambos usualmente recurrían al servicio de habitación mientras trabajaban. Pero estaba cansado de estar encerrado y el comedor lo llamaba. Desafortunadamente, era un comedor que apestaba a romance todo el año y especialmente en Navidad. No tenía ganas de pedir una mesa para uno. Y temía que si invitaba a Rachel a unirse a él, ella aceptaría simplemente porque él es el jefe y se sentía obligada. A la mierda. Iría al bar. Si recordaba correctamente, servían sándwiches básicos con bebidas, y necesitaba ambos. Nunca se permitía emborracharse, especialmente en público, pero quizás una cerveza o dos se llevaría la frustración sexual y lo ayudaría a dormirse. No llevaba ningún jeans con él, pero se saltó el abrigo y la corbata. Dejando desabotonados los dos botones superiores de su camisa blanca, enrolló las mangas justo debajo de su codo y pasó una mano por su cabello para despeinarlo ligeramente. Lo suficientemente bueno. Deteniéndose en la entrada del bar, examinó la habitación, debatiéndose entre una mesa y la barra. Entonces vio a una mujer sentada sola en el bar, su mirada quedó atraída hacia ella por alguna razón, y consideró una forma diferente de quitarse su frustración sexual. Ni los ligues de bar, ni el rollo de una noche eran su estilo generalmente, pero su deseo secreto por Rachel estaba alcanzando un punto crítico.

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Él la observó un minuto más y ella nunca miró alrededor o hacia la puerta, así que probablemente no estaba esperando a nadie. Aunque definitivamente era la sombra exacta de su asistente, desconociendo a cualquiera de las dos mujeres, tal vez una compañía lo ayudaría a distraerse.

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La mujer en el bar tenía una cascada de cabello rubio, una delgada figura envuelta por su brillante suéter rojo y pantalones negros. Pero no era demasiado delgada, el suéter se aferraba lo suficiente para revelar la curva de su cadera. Y cuando ella alcanzó su copa, él notó la falta de un anillo de bodas o una reveladora marca.

Empezó a caminar hacia ella pero entonces se detuvo, paralizado, cuando ella echó la cabeza hacia atrás y rio de algo que el camarero dijo. Era un sonido alegre y despreocupado, y Adrian se encontró deseando ver una comedia con la mujer o contarle bromas tontas, solo para escuchar su risa nuevamente. Se deslizó sobre el taburete a su lado. —Es demasiado cerca de Navidad para estar sentada sola en un bar. Ella se giró hacia él y Adrian sintió como si todo el aire hubiera escapado de sus pulmones. Cristo, era hermosa.

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—¿Rachel?

Dos Traducido por Antoniettañ y Lyla

La número treinta y dos, aproximadamente, en la lista de Rachel de ciento un formas de seducir a su jefe era pretender ser una extraña en un bar. Ser confundida por una extraña en un bar estaba muy cerca de enviar un pequeño chisporroteo por su espina dorsal. —No creo nunca haberte escuchado reír así antes —dijo él, y no fue en su voz del señor Blackstone. Definitivamente era su voz de estoy ligando a una mujer en un bar. —Nunca me has contado un chiste sobre dos elfos, un reno y un bastón de caramelo. Él giró su taburete un poco hacia ella, de modo que sus rodillas casi se tocaban. —Déjame comprarte otro trago y pensaré en un chiste.

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Su trabajo con Renovaciones Históricas Blackstone era desafiante y venía con viajes a hermosos lugares y respeto profesional. El trabajo era duro y las horas podían ser agotadoras, pero la recompensa financiera lo compensaba. Más allá de eso, Adrian Blackstone era un hombre que respetaba a sus empleados y decía “por favor” y “gracias”. Sería un trabajo difícil de perder.

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Debería alegar agotamiento y regresar a su habitación. Por cualquiera que sea la razón, Adrian Blackstone estaba mirándola de una forma totalmente nueva esta noche y, aunque había fantaseado con esa mirada muchas veces, en la realidad quería conservar su trabajo.

No podía poner todo en riesgo por una aventura. Sería un enorme error. —Un trago —se escuchó decir—, y luego me voy a la cama. Dos horas después, el estómago de Rachel dolía por reírse y había tenido más de un trago. No lo suficiente para estar ebria, pero lo suficiente para hacerla reír de los horribles chistes de él. Y su sincronización cómica era tan mala que se reía aún más fuerte. Estaban totalmente uno frente al otro en los taburetes del bar, una de las rodillas de él estaba metida entre las rodillas de ella. Con ambos apoyados contra la barra, sus cabezas juntas, sabía cómo se veían para las otras personas en la habitación: un hombre y una mujer tratando de conseguir la forma de ir juntos al piso de arriba. —¿Cómo se le llama a la persona que tiene miedo de Santa Claus? —No más —chilló ella, levantando sus manos en señal de rendición— . No puedo soportarlo más. —Claustrofóbico. —Él capturó sus manos y la empujó más cerca—. Baila conmigo. El pulso de ella se aceleró y miró alrededor de la habitación tenuemente iluminada. —Nadie más está bailando. —Entonces, tendré que seguir contándote chistes porque todavía no estoy listo para regresar a mi habitación. —Él frunció el ceño un poco, como si tratara de pensar en alguno bueno, o alguno realmente malo. —Está bien. Un baile. —Podía sobrevivir cuatro minutos o más de estar en los brazos de Adrian sin quedar en ridículo. Probablemente—. Debería advertirte que no soy la mejor bailarina del mundo.

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—Tampoco yo —confesó, su aliento cepillando el cabello de su sien mientras se balancean ligeramente con “I’ll Be Home for Christmas”—. Aunque, no importa. Todo lo que tengo que hacer es llevarnos bailando

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Se puso de pie y la apartó de los taburetes, luego deslizó sus manos desde sus hombros a sus caderas antes de tomar una de sus manos en la de él. La otra descansaba solo lo suficiente bajo en la espalda de ella para dejarla un poco sin aliento.

hasta esa esquina donde está colgado el muérdago, y entonces puedes permanecer inmóvil mientras te beso. Con su cuerpo prácticamente moldeado al de él y su mano extraviándose muy lentamente hacia el sur, Rachel no pudo encontrar la voluntad para decirle que no era una buena idea. Había querido que la besara desde hacía demasiado tiempo para que el sentido común la convenciera de lo contrario.

A Adrian no le importaba si caía demasiada nieve como para que nunca consiguieran salir. No había otro lugar en el que quisiera estar que bailando en un bar con Rachel. Ella no había respondido a sus intenciones en el muérdago, pero no le dijo que no o se alejó. Y el resplandor en sus mejillas le hizo sospechar que él no era el único que lo quería. La idea de que Rachel pudiera estar atraída hacia él como lo estaba hacia ella era una sensación embriagadora, y tuvo que buscar profundo en su interior por algo de auto control. Mientras el cantante cantaba en voz baja sobre estar en casa para navidad y las letras se hundían en su cerebro, Adrian suspiró. —Ahora me siento mal, sabes, por arrastrarte hasta aquí. Si hubiera tenido la reunión en Boston, estarías en casa y, con la Navidad a la vuelta de la esquina, probablemente tienes un millón de cosas por hacer más importantes que bailar conmigo.

—Bien, porque estamos casi en el muérdago. Unos pocos pasos más. La sintió suspirar, su aliento soplando caliente contra su cuello.

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—En realidad, no. Mis padres viven en Florida, pero vienen cada febrero para un viaje de esquí, así que celebramos Navidad en ese momento. El día de Navidad se trata de andar en pijamas de franela viendo todas esas increíbles películas viejas que solo transmiten una vez al año así que, no, no tengo nada que hacer que sea más importante que bailar contigo.

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Ella rio de nuevo, y sonó incluso mejor estando cerca.

—Supongo que es mi responsabilidad recordarte que besar a tu secretaria es una muy mala idea. —Eres mucho más que una secretaria para mí, Rachel. Y he estado diciéndome que besarte es una mala idea durante un año y medio, pero me he estado mintiendo a mí mismo. Es una muy buena idea. —Dos pasos más deslizándose y estarían ahí—. Además, aunque fuéramos por caminos separados ahora mismo, estoy demasiado lejos. Jamás te veré en la oficina otra vez sin recordar cómo luces esta noche, con tus ojos resplandeciendo y tu rostro ruborizado por reírte tan fuerte de mis estúpidos chistes. —Dios, ¿todavía no estamos ahí? —Lo suficientemente cerca —dijo él, y luego, finalmente, la estaba besando. Al principio su boca fue suave con la de ella, hasta que sus manos se envolvieron alrededor de su cuello y ella gimió contra sus labios. Entonces la devoró. Dieciséis meses de imaginarse este momento y ni siquiera se había acercado a lo increíble que era. Era… perfecto. Digno de cada agonizante mes deseando y esperando. Pero fue demasiado corto. Algunos idiotas soltaron un aullido de lobo y Rachel alejó su rostro, riendo. —Estamos dando un espectáculo, Adrian. El sonido de su nombre en sus labios fue tan potente como una caricia física. —Sabes, ésta es la primera vez que me llamas por mi nombre de pila. Se arrepintió de las palabras cuando la risa abandonó sus ojos. —Yo… sabes, es por eso que esto era una mala idea. Eres mi jefe y, francamente, incluso si no besaras como algún tipo de… Dios griego de los besos, no hay nadie más para quien preferiría trabajar. Amo mi trabajo, y tener una noche con tu jefe es una cosa increíblemente estúpida.

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—Guau. Primero, tu trabajo no está en peligro. Eres invaluable para mí. Probablemente podrías golpearme la cabeza con una botella de vino y robar mi billetera y no te despediría. Segundo, me gusta la cosa de Dios griego. Y tercero, ya que solo te he escuchado llamarme Adrian en mi

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Trató de alejarse, pero él la agarró rápido.

mente, algunas veces cuando estoy durmiendo y algunas veces cuando estoy en la ducha, quiero escuchártelo decir más seguido. Sus mejillas se pusieron más rojas por sus palabras francas. —Es solo que se siente un poco raro, bailar contigo debajo del muérdago. Adrian levantó el rostro de ella para así poder ver sus ojos. —No te sientes presionada, ¿cierto? ¿Como si el decir que no, pudiera afectar tu trabajo? Para gran alivio de él, su sonrisa fue una sincera. —No, no me siento presionada. Te besé porque lo he querido hacer desde hace un largo tiempo. La anticipación lo atravesó y empujó sus caderas más cerca de modo que ella también pudiera sentirlo. —Bien. Ahora, volviendo a mi lista. Cuarto, tú y yo teniendo una aventura de una noche ni siquiera ha cruzado mi mente.

Rachel sintió que sus mejillas se ponían muy calientes y fijó su mirada en el botón superior de la camisa de él. ¿Una aventura de una noche no había cruzado su mente? ¿A dónde, exactamente, pensaba él que bailar, besarse y la impresionante erección presionada contra su cadera los estaba llevando? Adrian besó el costado de su cuello y ella se estremeció cuando su boca se movió hasta su oído para poder susurrar:

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La risa después de sus palabras le hizo cosquillas en la piel y ella se estremeció.

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—Será más que una aventura de una noche. Te he deseado demasiado tiempo para que me llene de ti en una noche. Serán al menos dos.

—Creo que hemos llegado lo más lejos posible con una audiencia para un cargo por exposición indecente. —¿Vas a pasar la noche conmigo, Rachel? —Ella asintió y él gimió en su cabello—. ¿Estás segura? Se puso de puntillas y lo besó hasta que todo a su alrededor, los otros clientes, el villancico que canalizaba los altavoces, se desvaneció. Cuando él lo terminó y la miró a los ojos como buscando algo, ella tomó su mano y lo condujo hacia la salida. Tardaron casi seis minutos en llegar a la habitación de Adrian y Rachel no se permitió ni siquiera un segundo para darle pensárselo dos veces. Esta noche era para el dormitorio. Se preocuparía por la sala de juntas más tarde. Cuando la puerta se cerró, Adrian se acercó detrás de ella y envolvió sus brazos alrededor de su cintura mientras le acariciaba la nuca. —¿Te he dicho cuánto amo tu nuevo perfume? ¿Cómo sabía que era nuevo? Habían descontinuado su fragancia favorita anterior un mes antes y había tenido que luchar para encontrar una nueva esencia. —No, no creo que lo hayas hecho. —Lo usaste por primera vez el día de la reunión con Edelstein. Estaba tan distraído que olvidé el nombre de su compañía en tres momentos diferentes. Cuando deslizó las manos debajo de su suéter y pasó las puntas de sus dedos sobre su vientre desnudo, Rachel casi olvidó de lo que estaban hablando. —Yo… no parecías distraído.

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Con un estremecimiento, Rachel se admitió para sus adentros que su carrera no era lo único que estaba haciendo un mal trabajo en proteger. Su corazón estaba en tanto peligro como su trabajo.

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—Eso es por toda la práctica. —Sus manos se posaron bajo sus pechos, sin tocarlos del todo, y ella se hundió contra él con un suspiro—. He tenido que fingir que no te deseaba todos los días de trabajo de los últimos dieciséis meses… tuve que pretender que me importaba el informe de gastos de alguien cuando todo lo que quería era tocarte.

Viajar juntos tan a menudo como lo hacían se prestaba a una cierta cantidad de intimidad. No intimidad en el sentido que sus manos rozaban su vientre desnudo en su camino hacia sus pechos como lo estaban haciendo actualmente, sino en el sentido de conocerse muy, muy bien. Había estado un poquito enamorada de Adrian Blackstone durante meses y ahora, saber que la química sexual era tan potente como ella había imaginado, estaba en peligro de deslizarse de un poquito a un pleno tipo de amor que te deja sin aliento y cantas canciones en la ducha a todo pulmón. —¿Hablas de la distracción por la que acordaste reembolsar a Dana por sus viajes a la cafetería? —bromeó ella, pensando que, si mantenía las cosas ligeras, podía mantener sus emociones fuera. —Le reembolsé el café porque estaba manteniendo a una nueva madre cuerda. —Él mordió el lóbulo de su oreja mientras sus manos finalmente acunaban sus pechos, y las sensaciones duales la hicieron aspirar para tomar aire—. Probablemente la misma razón por la que trabajaste hasta tarde tres semanas después de que ella volviera de la licencia de maternidad para que nadie supiera que estaba luchando por ponerse al día. —No sabía que lo supieras. —Sé todo lo que sucede en mi compañía, especialmente si estás involucrada. Y tu compasión es una de las cosas que encuentro muy, muy atractiva de ti. —Sus pulgares rozaron sus pezones a través del satén de su sujetador—. Junto con tus ojos, tu sonrisa, tu sentido del humor. Esas piernas. Tu risa. Rachel agarró el final de su suéter y se lo pasó por encima de la cabeza, con la esperanza de inducirlo menos a hacer listas y más a hacer el amor.

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Cualquier respuesta que ella podría haber hecho huyó de su mente cuando Adrian deslizó las correas de su sujetador rojo festivo sobre sus hombros. Mientras sus manos se deslizaban bajo el satén para desnudar sus pechos a su toque, ella comenzó a trabajar en sus botones.

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—Oh, Feliz Navidad para mí —murmuró Adrian, y luego la giró en sus brazos para que ella se enfrentara a él.

Adrian Blackstone se ejercitaba. Mucho. Rachel pasó las yemas de sus dedos a través de la extensión bronceada de su torso, su cuerpo temblando cuando él rozó sus pezones con sus pulgares. —No estoy seguro de cuán lento puedo soportar esto —le dijo con una voz ronca—. Solo estar cerca de ti me ha tenido excitado desde hace casi un año y medio, así que tú tocándome… digamos que estoy rechinando los dientes y recitando estadísticas de fútbol en mi cabeza para no avergonzarme a mí mismo. —Entonces aceleremos este primer encuentro y programemos uno posterior largo y detallado. Él rio y desató el broche de su sujetador. —Ya que eres la guardiana de mi agenda, ¿cuándo puedes apuntar ese seguimiento? Envalentonada por su comodidad despreocupada, Rachel deslizó las manos por su tenso estómago y le desabrochó los pantalones. —¿Dentro de unos veinte minutos? Adrian dejó que su camisa se deslice al suelo y empezó a retrocederla hacia la cama. —Entonces, vamos a acelerar las cosas. Los siguientes minutos pasaron en una sensual bruma de desnudarse, besarse y tocarse. Un montón de toques. Sus manos apretaron sus pechos, sosteniendo sus pezones cautivos con su lengua hasta que ella gimió con necesidad. Mientras él la provocaba, ella exploraba su cuerpo con las yemas de los dedos, sintiendo los músculos de sus hombros, su espalda y su trasero. Y fue incluso mejor que las muchas veces que ella lo había imaginado.

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Sin embargo, la sonrisa murió cuando su mano se deslizó entre sus piernas. Ella arqueó la espalda a medida que sus dedos la acariciaban, la sensación casi demasiado para soportar. Y cuando deslizó un dedo dentro de ella, no pudo detener el gemido.

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—He pensado en esto muchas veces y la realidad es incluso mejor que la fantasía —le dijo Adrian, levantando la cabeza de sus pechos, y ella sonrió ante la sincronía de sus pensamientos.

—Te sientes tan bien —susurró él contra su cabello. —Quiero sentirte. Demasiado pronto, y sin embargo no muy pronto, Rachel oyó el característico sonido del envoltorio de un condón y luego Adrian estaba entre sus muslos. Suspiró cuando él lentamente entró en ella, su dura longitud empujando más profundo con cada golpe lento. La sensación era exquisita y ella hundió su mano en su cabello, haciéndolo besarla cuando finalmente se enterró completamente dentro de ella. Él gimió contra su boca a medida que se movía, y el sonido crudo la enardeció. Pasó las manos por sus omóplatos, levantó las caderas, encontrando su ritmo y luego lo instó a empujar más rápido. Más fuerte. Su espalda se sintió caliente y resbalosa bajo sus manos, y se deleitó con la sensación de su piel desnuda. Mientras se movía dentro de ella, su aliento soplaba caliente contra su cuello y cerró los ojos para saborear las sensaciones. —Eres tan hermosa —dijo él con una voz ronca a medida que sus dedos pellizcaban su pecho. Ella gimió cuando el orgasmo la sacudió y se encontró con él embestida tras embestida mientras atormentaba su cuerpo. Y cuando él se derrumbó encima de ella, jadeando tanto como ella, envolvió sus brazos alrededor de él y lo estrechó. —Por eso valió la pena esperar —murmuró él en su cabello unos minutos después. Rachel estaba de acuerdo de todo corazón.

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Había deseado a Adrian durante mucho tiempo, pero la realidad había sido incluso mejor de lo que había imaginado. Sin importar lo que pasara mañana, o más acertadamente el lunes, iba a disfrutar al máximo esta noche con él.

Tres Traducido por SoleMary y LizC

Adrian no era una persona mañanera, por regla general. Le tomaba tres ciclos de siestas rendirse a la alarma del reloj y más de una taza de café para hacerlo coherente. Pero hoy, incluso mientras abría sus ojos, estaba sonriendo. Envuelto alrededor de Rachel, con su cara enterrada entre el cabello de ella, demonios si era una buena manera de despertar. Podía escuchar el granizo cayendo contra la ventana y eso significaba que tenía al menos hoy con ella. Tenía que aprovecharse de esto al máximo. Por mucho que quisiera compartir el desayuno con ella en el pequeño y romántico comedor con vista al lago congelado, sería demasiado fácil irse por caminos separados. Una vez terminaran de comer, ella podía decir que había trabajo que hacer y desaparecería al interior de su habitación. Justo así, las paredes estarían de vuelta entre ellos. Si él ordenaba servicio a la habitación, se quedarían justo ahí, en su habitación. Le gustaba mucho más esa idea. Acarició con su nariz su cabello para besar un lado de su cuello. —¿Estás despierta?

—Café ahora.

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—¿Quieres café ahora o quieres bajar al comedor?

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—Café —murmuró ella tan suavemente que casi no la escuchó.

Si no hubiera pensado también en esto, Adrian habría creído que Rachel era una persona mañanera. Se aparecía cada día entre semana con brillo en los ojos y lista para abrirse paso a través de cualquier trabajo que estuviera frente a ella. Por otro lado, probablemente no se quedaba hasta tarde cada noche haciendo el amor. Esperaba. Pasó sus manos por su cadera pero cuando ella no se movió, rio entre dientes y se deslizó fuera de la cama. Después de ponerse unos calzoncillos, fue a la cafetera y le sirvió a cada uno una taza. Mientras la máquina trabajaba, puso a cargar su teléfono porque había estado demasiado preocupado la noche anterior como para pasar por la rutina. Escuchó la ducha en el baño y Adrian se dio unos segundos para pensar en unírsele. Pero tuvo la sensación que estaba más interesada en su café que en cualquier otra cosa que tuviera para ofrecerle justo ahora. Preparó el de ella con crema y azúcar, luego tomó unos pocos sorbos del suyo mientras caminaba hacia la ventana. Abrir las persianas no permitió que mucha luz entre a la habitación. Al otro lado del vidrio, el día estaba oscuro y gris, con la luz atenuada por la mezcla entre hielo y nieve. Hacía una deprimente vista, incluso con la festiva apariencia de los pesados copos blancos, pero no le importaba. Con nada mejor que hacer, era la clase de día para acurrucarse con Rachel frente a una de las muchas chimeneas del hotel. Ella finalmente salió del baño envuelta en una de las gruesas toallas azules del hotel. Iba descalza y su cabello caía en húmedas y rubias ondas. La observó ir directo por la taza del café y de hecho cerró sus ojos cuando tomó su primer sorbo. Luego tomó unos pocos sorbos más antes de finalmente hacer contacto visual con él. —Gracias —dijo, dándole una sonrisa somnolienta—. Me temo que no soy muy sociable antes de mi primera taza. —No estaba seguro si debería ordenar servicio a la habitación o no. Ella arrugó su nariz.

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—Tampoco yo. —Él se sentó en una de las butacas recargadas cerca de la ventana, poniendo su taza sobre una de las mesitas ornamentales junto a esta—. Tu cabello lucía diferente anoche. Y esta mañana también.

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—Generalmente no como justo después de levantarme.

Ella pasó una mano por su cabello, como si se cohibiera de eso. —Uso muchos productos y una plancha de cabello para alisarlo para el trabajo. —¿Por qué te molestas? Me gusta cómo luce en el trabajo, pero también me gusta como lucía anoche. Lucía suave. —Sonrió—. También se sintió suave. —La coleta es de bajo costo y luce bien todo el día, sin importar cómo esté el clima. Pero si no lo aliso, no luciría elegante. Luciría como si no me hubiera molestado en arreglar mi cabello, así que lo pongo en una coleta en su lugar. —Oh. —No estaba muy seguro de ver la diferencia entre una coleta con el caballo liso a una coleta con el caballo ondulado y decidió anotarlo como uno de esos misterios femeninos que los hombres nunca deberían intentar entender—. Bueno, me gusta de ambas forma. Estuvo agradecido cuando ella se acercó y se sentó en la otra butaca. Las mañanas siguientes eran lo suficientemente raras sin ella viéndose como si quisiera salir huyendo de la habitación si pudiera encontrar la forma de hacerlo sin derramar su café. —No parece que vayamos hoy a casa —dijo él—. Probablemente tampoco es un buen día para cruzar el país esquiando. Se giró hacia él, apoyando sus piernas sobre la silla en sí de forma que amenazaba con convertir su bata en un espectáculo erótico. —¿Cruzas el país esquiando? —No —dijo riendo—. Solo fue la única actividad al aire libre que pude pensar. ¿Tú esquías? —No en años. No era muy buena en eso. Y era incluso peor cuesta abajo. —Nunca aprendí cómo esquiar. Tomó un sorbo de su café antes de poner su taza al lado de la de él.

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—No teníamos mucho dinero, así que crecí pensando que esquiar era para los niños ricos. —Pensó en esto por unos segundos y se dio cuenta

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—¿Se te permite ser de Vermont y no saber cómo esquiar?

que no sabía mayor cosa de Rachel profesionales—. ¿En dónde creciste?

fuera

de sus

cualidades

—En muchos lugares. Mi papá estaba en la Fuerza Aérea, así que nos mudábamos seguido. Estuvimos en la Base de la Fuerza Aérea de Hanscom cuando me gradué y me había enamorado de Boston, así que me quedé ahí incluso después de que mi padre se retirara y eventualmente se mudaran a Florida. —¿Hija de militares, eh? Eso explica tu organización excepcional y tus habilidades de dirección. Ella se rio. —No sé nada sobre eso. Pero creo que mudarme tanto me ayudó a encender mi pasión por los edificios históricos. Esa sensación de hogar permanente me atrajo. Y sobre la organización y la dirección, soy una virgo. Me gusta dirigir las cosas. —Y RHB te agradece por eso. —¿Qué hay de ti? He leído muchos artículos sobre ti, pero toda la propaganda de relaciones públicas no me dice realmente que encendió tu pasión. Le gustó que ella usara la palabra pasión. Que no era solo un trabajo para él. —Vamos a vestirnos y te contaré sobre todo en el desayuno. Aunque ella sacudió su cabeza, Adrian pudo ver la sonrisa jugando en las esquinas de su boca y supo que cedería. —Estaba planeando pasar el rato en mi habitación y terminar algo de trabajo. —El problema de usar esa excusa es que sé que en realidad no hay nada de trabajo que terminar en este momento.

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—Lo dice el hombre que será anfitrión de la fiesta de Navidad de la oficina dentro de una semana y cree que hay hadas planificadoras de fiestas, aparentemente.

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Ella le arqueó una ceja.

—Incluso las hadas planificadoras de fiestas necesitan comer. — Sostuvo su mirada, retándola a decirle que sí. Aún no estaba en absoluto listo para que ella regresara al modo trabajo. —Está bien, pero solo el desayuno. Luego me iré a trabajar.

Aunque eran solo dos puertas en el pasillo, Rachel se sintió ridícula caminando a su habitación en bata con su ropa de la noche anterior envuelta en su brazo. No estaba segura si contaba como la caminata de vergüenza, pero se sintió suspirar de alivio cuando entró a su habitación sin ser vista. Después de dejar su ropa, se desplomó sobre su cama y miró fijamente el techo. Había pasado la noche con Adrian Blackstone. Aunque era tentador saltar de arriba abajo en su cama riendo y chillando, se esforzó para quedarse quieta y pensar en cómo esto afectaría su posición en Renovaciones Históricas Blackstone. Supuso que dependería no en una pequeña parte en cuál dirección tomara su relación cuando estas idílicas vacaciones forzadas se dieran por terminadas. Los romances en el lugar de trabajo eran complicados, especialmente con él siendo su jefe, pero probablemente podrían hacerlo funcionar. O quizás él solo estaba disfrutando de su compañía para mantener a raya la claustrofobia.

Cuando salió al pasillo y vio a Adrian reclinado contra la pared opuesta de su puerta, su corazón se saltó unos latidos. Aparentemente,

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Afortunadamente, Rachel siempre empacaba ropa extra y sutilmente había entrenado a Adrian para que haga lo mismo. Los café derramándose y las manchas con salsa de pasta suceden, así como los ocasionales tiempos extra o los desvíos en los viajes. Sacó unos pantalones negros y una sobria camisa blanca de botones antes de llevar su cabello a una coleta, aunque se saltó el alisado esta vez.

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Sin una bola de cristal para ayudarla a ver las intenciones de Adrian, no tenía sentido preocuparse por esto, decidió. Era hora de vestirse y encontrarse con su cita del desayuno.

uno de sus conjuntos de repuesto era uno de los que tradicionalmente vestía cuando iba a un sitio de construcción activo. Pantalón caqui y una camiseta polo verde oscura bordada con el logo de la compañía. La tela de punto abrazaba su pecho y hombros con firmeza, y ella quiso recorrer sus manos sobre él. En lugar de eso, cerró la puerta y sonrió. —¿Listo? Él tomó su mano mientras caminaban hacia el ascensor y la sostuvo agarrada durante el paseo hasta el piso principal. La profesional en ella, que había pasado tanto tiempo asegurándose que no hubiera ninguna evidencia visual de su atracción por Adrian, se preguntó si él la soltaría cuando las puertas se abrieran. Cuando no lo hizo, se obligó a relajarse. Si los pocos empleados que sabían que ella trabajaba para él querían juzgar, más poder para ellos. De alguna manera, no creía que esa actitud sería tan fácil de mantener en la oficina. Adrian la condujo al comedor más pequeño y más íntimo, y supuso que debía haber llamado antes porque la anfitriona lo saludó por su nombre y los condujo a una mesa semi-privada con una vista impresionante del lago. Estaba un poco oscuro por el clima, pero todavía un precioso telón de fondo para una comida. Y, lo que es más importante, ya había café en la mesa y la anfitriona le sirvió a cada uno una taza de la jarra. —El señor Blackstone indicó que ambos tomarían el desayuno buffet, así que siéntanse libres de servirse cuando estén listos. —Gracias —dijo Rachel. Y entonces, cuando estuvieron solos, miró a Adrian—. Eres bastante bueno con las gestiones. —Debe ser por todo el tiempo que he pasado observándote. La insinuación en su tono la hizo sonrojar, y ella miró hacia el buffet.

—Veamos lo que tienen.

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Adrian se puso en pie y rodeó la mesa para ayudarla a retirar su silla cuando ella se levantó.

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—Eso huele increíble.

Rachel terminó con un muffin inglés y una tortilla de huevo rellena con champiñones y queso, mientras que Adrian escogió huevos revueltos, tostadas, papas fritas caseras y tanto tocino como pudo poner en su plato sin rebanadas deslizándose hacia el suelo. Una vez que se sentaron, ella se estiró a través de la mesa y robó una rebanada. —Creo que puedes disponer de una. Sus mejillas se ruborizaron. —El tocino fue como un regalo muy raro a lo largo de mi vida. Incluso aunque he estado financieramente estable por un tiempo ahora, no puedo controlarme cuando se trata de tocino en un buffet de todo lo que puedas comer. —Hablando de tu vida, creo que me prometiste una historia. —Lo hice, ¿eh? —Él le guiñó un ojo, su tenedor cargado de huevos se detuvo a medio camino de su boca—. Había una vez, una secretaria traviesa… Rachel casi se atragantó con el bocado del muffin inglés que había tomado. —¡Adrian! La lenta sonrisa que le dio hizo que sus sentidos chisporrotearan. —Supongo que esa es más una historia antes de acostarse. Me guardaré esa para esta noche. Ella se quedó sin aliento al darse cuenta de lo que decía. Adrian esperaba o daba por hecho que pasaría la noche con él otra vez y no estaba segura de cómo reaccionar a eso.

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Las llamas del deseo reavivaron y ardieron un poco. Aún estaba por determinar cómo iba a afectarle profesionalmente esta aventura, pero al menos sabía lo que estaba pasando en su vida personal. Adrian simplemente la iba a sacar de su sistema.

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—Te dije que una noche no sería suficiente —dijo él en voz baja, lo cual hizo que un escalofrío baje por su espalda—. Ni siquiera he comenzado a sacarte de mi sistema.

No muy halagador, pero tal vez podía hacer lo mismo. Quemarían la química entre ellos y entonces podrían volver a la normalidad. —Dime cómo llegó a formarse Renovaciones Históricas Blackstone. Él se encogió de hombros. —Mi papá era de la muy vieja escuela y se enorgullecía mucho de todo lo que construía. También sentía lo mismo. Y cuando trabajé con un hombre que hacía postes y vigas, fue triste cuánta gente quería derribar esas casas y hacer nuevas construcciones por más comodidades. En algún momento todo convergió para mí. Quería conservar los edificios del ayer para las generaciones del mañana. Señalándolo con su tenedor, ella sacudió la cabeza. —Esa última línea está entre tus panfletos de relaciones públicas. —Culpable. Pero sigue siendo la verdad. Continuaron con el desayuno mientras Adrian le contaba historias sobre sus primeros días en la construcción. Estaba totalmente relajado y cada vez que ella decía que debía ir a su habitación, él se lanzaría a otra historia y ella se encontraría escuchando y riendo. Siempre podía trabajar más tarde.

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Después del desayuno, él se había ofrecido a enseñarle el hotel. Parte de ello era por orgullo. El Mount Lafayette era un edificio del que él estaba extremadamente orgulloso y quería mostrárselo a ella. Pero también le compraba más tiempo antes de que ella regresara a su

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A mediados de la tarde, la tormenta estaba disminuyendo y unas horas más tarde, todo lo que estaba cayendo era el tipo de copos de nieve gordos que capturabas con tu lengua cuando eras un niño. Adrian los vio caer desde su silla frente a la crepitante chimenea. Con Rachel sentada frente a él, reflexionando sobre el tablero de ajedrez y su siguiente movimiento, pensó que era uno de los mejores días que había tenido en mucho tiempo.

habitación para trabajar. Temía que si eso sucedía, ella podría quedarse allí. Después del recorrido, terminaron en una de las salas de estar dispersas por todo el resort y él pidió que la chimenea de gas sea encendida. Las ramas de pino colgadas en la habitación daban a la habitación un perfume navideño, levemente condimentado por las velas de arándano apagadas colocadas en las mesas de los extremos. El tiempo y la tormenta pasaron mientras ellos se relajaban, hablando de todo, desde el trabajo a sus programas de televisión favoritos hasta las mejores navidades de cada uno. —El año en que conseguí mi muñeca Cabbage Patch —contestó Rachel—. Se parecía a mí y tenía un certificado de nacimiento real y todo. Nunca había querido nada de la manera que quería esa muñeca. Le gustó la forma en que su cara se suavizó ante el recuerdo. Suponía que era probablemente una chica bastante seria, excepto cuando se reía. Incluso como niña esa risa probablemente había atraído la atención. —¿Y la tuya? —incitó ella—. ¿Cuál fue tu mejor Navidad? Tuvo que pensar en ello. —No teníamos mucho, pero la Navidad siempre fue mi día favorito. Mi papá y yo siempre cortamos nuestro árbol de los bosques de atrás, y mi mamá y yo encendíamos las luces y luego colgaríamos las decoraciones caseras que hice a lo largo de los años. Pero el año en que tuve once, mi regalo fue un cuchillo de bolsillo nuevo. Entonces el año siguiente, tallé una estrella para la cima del árbol. Mi papá pasó sus manos sobre ella y se quedó un poco impresionado. Dijo que la forma en que manejé la madera le hizo sentirse orgulloso. Todavía la ponen en el árbol cada año.

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No era nadie de la oficina. Ella estaba en términos amistosos con todo el personal, y parecía que la persona en el otro extremo no era alguien que conociera muy bien. En su mayor parte escuchó durante unos minutos, y luego agradeció a quienquiera que estuviera en el otro extremo antes de terminar la llamada.

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Incluso ahora, el recuerdo hizo que su corazón se apretara. Y, a juzgar por sus ojos brumosos, su emoción tampoco le pasó por alto a Rachel. Pero antes de que él pudiera decir algo más, su teléfono sonó. La conocía lo suficiente como para saber que no lo ignoraría.

Ella suspiró. —Buenas noticias. Tienen los caminos abiertos, lo que significa que podemos volver a la ciudad si tenemos cuidado. Él no creía que eso fuera una buena noticia. Tan pronto como llegaran a su camioneta y él se dirigiera hacia Boston, no tenía ninguna duda de que Rachel comenzaría a llamarlo otra vez “señor Blackstone”. —Por supuesto, si no te sientes cómodo conduciendo en condiciones de dudosa situación, podemos esperar hasta mañana —continuó ella. Tuvo la sensación de que ella tampoco estaba muy feliz de que la carretera estuviera despejada. —O podemos tomarnos el fin de semana. —¿Qué quieres decir? —Es viernes y sería tarde cuando lleguemos a casa. ¿Por qué no disfrutar el fin de semana aquí y regresar a casa el domingo? —Yo… no lo sé. —Ella miró su teléfono, como si le ofrecería una respuesta—. Ni siquiera sé si nuestras habitaciones están disponibles. Él podía encargarse de la logística. Quería saber cómo se sentía ella en cuanto a pasar el fin de semana con él. —Me encargaré de eso. Y estaba pensando que solo necesitamos una habitación, así sería más fácil. No podía hacer la invitación más descarada que eso sin explicarlo. Y ahora que podían irse libremente, se sorprendió por lo mucho que significaba para él que ella decidiera quedarse. —¿De verdad crees que es una buena idea?

Sus ojos se encontraron con los suyos, hirviendo a fuego lento con todo lo que él sentía por dentro, y sabía que uno de los mejores días que

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—¿Cómo puedo dejar pasar una invitación así?

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—Creo que es la mejor idea que he tenido. —Le dio lo que él consideraba su sonrisa encantadora, ya que eso era lo que su madre siempre había dicho cuando trataba de usarla en ella—. Lo que sucede en New Hampshire se queda en New Hampshire. Como en Las Vegas, solo que mucho más frío.

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había tenido iba a convertirse en uno de los mejores fines de semana de la historia.

Cuatro Traducido por Gigi D y Camii.beelen

Rachel transfirió el contenido del cajón superior de regreso a su maleta, luego añadió los pocos artículos que seguían colgados en el armario. Si volvía a colgarlos tan pronto llegara a la habitación de Adrian, no tendría que volver a plancharlos. —Es a dos puertas. ¿Por qué no podemos hacer varios viajes? Miró a Adrian, quien estaba desparramado en un sofá después que ella hubiera rechazado su ayuda para empacar. —No voy a llevar mi ropa interior abiertamente por el pasillo, sin importar cuántas puertas sean. —Podría ir detrás de ti y recoger las que se caigan. Ella rio y cuidadosamente revisó dos veces cada cajón para asegurarse que no faltara nada. Luego fue al baño para repasarlo una vez más. Cuando se vio en el espejo, se detuvo, observando el reflejo.

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Pasar una noche juntos después de muchas copas en el bar era una cosa. Luego habían pasado el día juntos, lo que no era en sí mismo algo novedoso. Pasaban muchos días juntos en la oficina, y viajando. Pero hoy había sido diferente. Casi habían actuado como una pareja. Compartir una habitación de hotel solo amplificaría esa sensación de que eran una

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Compartiría una habitación de hotel con Adrian Blackstone. Aunque había hecho todo el asunto de empacar sus cosas, aún no podía creer que estaba pasando. Y no estaba segura si debería estar pasando.

pareja y no dos personas teniendo un breve amorío para quemar la química que tenían entre sí. Cuando el rostro de Adrian apareció en el espejo, Rachel saltó un poco y vio el rubor expandirse por sus mejillas. Cuando él envolvió sus brazos en la cintura de ella y apoyó la barbilla en su hombro, sus miradas se encontraron en el reflejo. —Aunque tu mente es una de las cosas que más me atraen de ti — dijo—. Tengo el presentimiento de que estás pensando demasiado en este momento. Había demasiado en juego como para no pensar en ello. Sin embargo, pensar era algo difícil de hacer ahora que él tenía su cuerpo presionado contra el de ella y su aliento soplaba en su mejilla. —Ahora es demasiado tarde. Les dijimos que dejaríamos libre esta habitación. —Nunca es demasiado tarde. —Él besó su cuello antes de volver a mirarla a los ojos en el espejo otra vez—. Podemos conseguir otra habitación. O, ahora que han despejado las carreteras, yo puedo quedarme en ese motel que pasamos cuando veníamos. Aunque las palabras eran reconfortantes de oír, tan pronto como él las dijo, Rachel supo que eso no era lo que ella quería. Si esta vez en New Hampshire sería todo el tiempo que tendría con Adrian fuera del trabajo, entonces pensaba aprovechar al máximo cada minuto. —¿Estás intentando librarte de esa cena romántica que me prometiste? —De ninguna manera. —Las manos de él se deslizaron por su cadera—. Devolvamos esta habitación a recepción antes de que olvide que ya no debemos estar aquí.

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Los de la limpieza ya habían pasado, por supuesto, ya que la cama que habían desordenado juntos estaba prolijamente hecha y todo estaba inmaculado. El hábito la hizo moverse y colgó su ropa en el armario junto a la de Adrian y tomó el segundo cajón que estaba vacío.

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Pudieron llevar sus cosas en un solo viaje y, cuando la puerta se cerró detrás de ellos, de repente se sintió terriblemente incómoda. Aunque había pasado la noche en su habitación, de alguna manera era diferente. Ahora era la habitación de ambos.

—No me dieron nada descafeinado para después de la cena — murmuró él, hurgando los paquetes de café que la limpieza había reemplazado. Ahora, eso sí lo podía manejar ella. De nuevo en terreno conocido, Rachel se dirigió al teléfono. —Llamaré y haré que suban algunos. Adrian la atrapó a medio camino y la sujetó contra su cuerpo. —Oye. Estás fuera de horario laboral, señorita Carter. —Solo será un segundo. —Apuesto que solo me tomará un segundo desnudarte. —Él gruñó suavemente contra su cuello y la hizo reír. —Aún no termino de desempacar. —¿Estoy alterando tu esquema de organización? Él estaba alterando todo, desde su esquema de organización a su habilidad para formar pensamientos coherentes y lógicos. Y entonces la besó, sus dedos trabajando en los botones de su blusa, y ella olvidó todo sobre su maleta aún sin desempacar. —Repasemos mi itinerario para la noche. —Él liberó el último botón y empujó la blusa por sus hombros—. Podemos bajar al comedor y tener una elegante cena romántica. Eso sonaba mucho menos tentador que hace un rato, antes de que sus pulgares le estuvieran acariciando los pezones por encima del sujetador. —¿O? —O, puedo hacerte el amor, pedir servicio a la habitación y volver a hacerte el amor.

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—Yo creo, señor Blackstone, que la opción B sería el uso más eficiente de su tiempo.

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Rachel echó la cabeza hacia atrás a medida que él dejaba un rastro de besos por su garganta.

Él la empujó hacia la cama que compartirían por el resto del fin de semana, su mirada oscura y hambrienta recorriéndola mientras la devoraba. —Entonces veamos con cuánta eficiencia puedo quitarte esta ropa.

El sábado a la mañana amaneció calmado y despejado, con el sol reflejándose en los árboles y paisaje congelados. Aunque, el brillo del sol era engañoso, y Rachel tembló por el aire frío. —¿Tienes frío? Ella apretó la mano enguantada de Adrian. —No lo suficiente para volver adentro. Después de que finalmente salieran de la cama para devorar un desayuno llevado a la habitación para recuperar fuerzas después de una larga noche haciendo el amor, Adrian había sugerido que salieran a caminar. Como sus músculos estaban un poco cansados, pero en una forma buena, y estaba agradecida de que la actividad no involucrara esquiar, accedió.

—El sol se ve hermoso cuando refleja el hielo en los árboles — comentó ella—. No paso mucho tiempo afuera en invierno, además, no tenemos vistas así en la ciudad.

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Pero sintió una necesidad de llenar el silencio. Si daba mucha libertad a sus pensamientos, comenzaban a vagar hacia la forma en que este fin de semana afectaría su relación profesional y estaba intentando no hacer eso. Esto era como un regalo de Navidad que se estaba dando a sí misma y se preocuparía por las repercusiones más tarde.

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Cada uno tenía un abrigo, guantes y botas en la camioneta de Adrian, dado que solo los idiotas viajaban en invierno a Nueva Inglaterra sin ellos, pero Rachel había pasado por la tienda del hotel para comprar una bonita bufanda a la que le había echado el ojo el viernes. Ahora caminaban tomados de la mano por los senderos del resort, que ya habían sido despejados por los empleados. Eran tranquilos y románticos, y tendría que hacer mucho más frío para que Rachel quisiera volver adentro.

—¿Y qué haces cuando no estás en la oficina? —preguntó él. —Duermo. Se rio y sacudió la cabeza. —Oh, vamos. No te hago trabajar tanto. —Cuando no estoy trabajando hago mandados, lavo ropa y limpio mi apartamento. Cosas así. Realmente no soy una persona fiestera, pero sí voy mucho al cine con mis amigos. Y de compras. Y leo. También me gusta cocinar. ¿Qué hay de ti? —Si tengo varios días libres seguidos, normalmente intento ir a casa a Vermont. Si no, trabajo mucho. Leo muchas publicaciones sobre comercio y me gusta viajar, por así decirlo, en internet. Puedes ver cualquier lugar del planeta en línea. E intento ir a algún juego de los Bruins con mis amigos de vez en cuando. Era charla de una primera cita, y eso hizo sonreír a Rachel. Se conocían hacía mucho tiempo, pero cuando se trataba de sus vidas personales, había mucho misterio. Para empezar, ella no tenía idea de que él era fanático del hockey. A diferencia de otros jefes que había tenido en el pasado, él no esperaba que ella manejara sus asuntos personales. —No sé mucho sobre hockey —le confesó—. Pero mi papá es un gran fanático del béisbol. Es uno de los motivos por lo que él no peleó con mi mamá cuando ella le sugirió mudarse a Florida. Entrenamientos de primavera. —Jugué béisbol de niño. De hecho, era el lanzador estrella. —Nadie jamás dice que fue un mal lanzador. Todos eran estrellas. Él hizo un sonido ofendido y dejó de caminar. —¿No me crees?

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—Mira esto. —Él caminó hacia un banco de nieve y tomó una bola. Luego señaló a un letrero. Cuando lanzó la bola de nieve y lo golpeó en todo el centro de la señalización, se volvió hacia ella con una sonrisa de suficiencia.

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—No dije eso. Simplemente hago una observación. —Ella intentó no reír por su expresión ofendida, pero falló.

La bola de nieve que ella había formado lo golpeó en el pecho y ella rio hasta que él se agachó para juntar más nieve en sus manos. Luego, con un chillido, se escondió detrás de un enorme árbol e intentó hacer su propio arsenal. La batalla se prolongó un rato, ambos corriendo de escondite a escondite, hasta que ella estaba sin aliento y muerta de calor en su abrigo. Entonces lo vio, al descubierto, desarmado, y arrojó su última bola. Él giró al último segundo, por lo que explotó en su cabello. Con un gruñido, él cargó y la hizo caer sobre un banco de nieve, aterrizando sobre ella. —Creo que olvidaste un pequeño detalle sobre tu crianza. Ella lo miró inocentemente. —¿Oh, acaso no mencioné el campeonato estatal de softball del secundario? —¿Lanzadora estrella? —De hecho, receptora. —Ah. Eso explica tu cinismo hacia los lanzadores. Ella le pegó en su hombro. —No soy cínica. Solo estoy diciendo que, en algún lugar tiene que haber alguien que fue alguna vez un lanzador pésimo. —Y no le está diciendo a nadie. —Eres pesado y no estoy vestida para rodar en los bancos de nieve contigo. —El frío estaba filtrándose en su cuerpo con la misma seguridad que la humedad de la nieve estaba humedeciendo sus pantalones. Él se empujó para levantarse, luego extendió su mano para levantarla. —Al menos tú no tienes nieve derritiéndose en tu espalda.

El calor se enroscó a través de su cuerpo, ahuyentando el frío.

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—Deberíamos regresar a la habitación y sacarnos estas ropas húmedas.

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—Porque fui lo suficientemente inteligente para ponerme mi suéter.

—Espero que la limpieza haya llevado mi ropa limpia de vuelta o no voy a tener ropa seca para ponerme. —No veo cuál es el problema en eso. Rachel se rio y tomó su mano, tratando de mantener el ritmo mientras él caminaba de regreso al hotel mucho más rápido de lo que habían caminado al alejarse de ahí.

Adrian se contuvo hasta que estuvieron seguros detrás de la puerta cerrada de su habitación compartida, pero tan pronto como la cerradura hizo clic, la presionó contra la puerta y la besó como si tal vez jamás conseguiría besarla de nuevo. Se las arregló para quitar sus dos abrigos sin despegar sus labios de los suyos, pero su camisa era un jersey sin botones, por lo que tuvo que alejarse para promover su causa de tenerla desnuda. Ella obviamente tenía el mismo plan porque estaba trabajando en los botones de su camisa. Él desabrochó su bragueta para liberar parte de la presión y para permitir que ella arranque la camisa fuera de sus pantalones. —Tenemos que sacarte de esos pantalones —dijo él—. No quiero que atrapes un resfriado. —Están un poco húmedos. —¿De verdad? —dijo y sonrió. Rachel puso sus ojos en blanco.

—¿Necesitas ayuda con tus botas? —preguntó ella.

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Él la llevó a la cama y la hizo sentarse en el borde para así poder quitarle sus botas. Luego agarró los dobladillos de sus pantalones y empezó a tirar de ellos. Con cada tirón, ella se deslizó un poquito por la cama. Riendo, ella los empujó hacia abajo por sus caderas antes de que terminaran en el suelo. Luego él se detuvo para disfrutar de la vista.

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—Gracioso. Ayúdame a sacarme las botas si quieres que estos pantalones estén fuera en cualquier momento próximo.

—Hay una razón por la que uso botas sin cordones. —¿En caso de que tengas una súbita necesidad de tener sexo con alguien que te empujó contra un banco de nieve? —Exactamente. Hubiera sido un niño explorador si hubiera una insignia para ese tipo de preparación. —Se quitó sus botas y se deshizo del resto de su ropa en menos tiempo del que le habría costado a ella sacar una de sus botas. —“No necesitamos insignias de mal olor”. —Amo a una mujer que puede citar líneas clásicas de películas durante el sexo. Ella se rio, abriendo sus brazos mientras él trepaba encima de la cama y se inclinaba sobre ella. —No tenía idea de que fueras tan fácil. Debería agregar algunos canales de películas a mi cable básico. —Consigue algunos de esos canales de pago y obtendrás algunas citas de película que volarían mis calcetines. —Hablando de calcetines, tengo puesta más ropa que tú. —No por mucho tiempo. Él comenzó a sacar sus calcetines pero pasó por encima de las bragas de encaje, dirigiéndose hacia el norte hasta el sujetador que levantaba sus pechos. El material de satén hacía poco para ocultar sus pezones, así que chupó uno en su boca. Su lengua se deslizó sobre el sujetador, provocándola hasta que estaba gimiendo. Enganchando su dedo bajo el encaje, tiró hacia abajo la tela húmeda para exponer su pecho entero. Luego, mientras él prodigaba atención allí, él se estiró y empujó sus bragas lo suficientemente lejos para que ella pudiera sacarlas.

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Él aceleró su ritmo mientras sus uñas se clavaban en sus hombros, y gemía cuando su clímax la golpeó. Ella se apretó alrededor de él y dijo su

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Adrian se tomó su tiempo tocándola. Él amaba la sensación de su piel y el sabor de ella. Y cuando finalmente le rogó que estuviera dentro de ella, él amó su calor. Se movió lentamente, con un ritmo tranquilo, esperando prolongar las cosas incluso sabiendo que era inútil. Ella se sentía muy bien.

nombre en un jadeo sin aliento. Eso era todo lo que necesitaba. Gimió, derramándose en el condón a medida que su cuerpo pulsaba. Con sus músculos agotados por su lucha con las bolas de nieve y otro orgasmo, él descansó por un momento antes de botar el condón en la basura y acomodarse junto a ella. —¿“No estás entretenido”? —murmuró ella. Él giró su cabeza para mirarla. —¿Qué? —Es de Gladiador. Con Russell Crowe. Se echó a reír y la empujó contra su cuerpo antes de cerrar sus ojos. Solo por un minuto.

Rachel se despertó sobresaltada, cosa que la tomó por sorpresa. No había dormido en medio de un día por tanto tiempo, que no podía recordar la última vez. Por supuesto, tampoco podía recordar la última vez que había tenido un sexo increíble a mitad del día. Cuando oyó un repiqueteó, se dio cuenta que su teléfono celular la había despertado y lo alcanzó. Adrian se resistió, tratando de retenerla, pero ella alargó el brazo y lo agarró.

—Hola, Rachel, es Alex. ¿Estás ocupada? —No. ¿Qué pasa?

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Pero no podía permitirse que la llamada llegara al buzón de voz. El personal nunca la llamaba solo para charlar. Simplemente rezaba para que Adrian se mantuviera callado. No es que quien estuviera al otro lado de la línea saltaría a la conclusión de que estaban en la cama juntos si la voz de Adrian se oía en el fondo, ya que eso sucedía con bastante frecuencia, pero Rachel lo sabía. Eso era lo suficientemente malo.

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El número de la oficina estaba parpadeando en la pantalla de identificación de llamadas, y un rubor culpable calentó su piel. Sabía que era estúpido, pero no podía evitarlo. Estaba desnuda junto al jefe.

—Te reenvié el correo electrónico desde el restaurante para que pudiéramos aprobar el menú final para la fiesta de Navidad y no he escuchado tu respuesta. Han pasado un par de horas, así que, pensé en llamarte. —Te das cuenta que es sábado, ¿verdad? —¿Y qué decía de ella eso de ser esclava de su teléfono cuando un correo electrónico sin ser visto durante dos horas merecía una llamada telefónica? —Oh, ¿eso hace una diferencia ahora? Rachel rio. —Bien, sabelotodo. Voy abrir mi correo electrónico y leeré el menú. —¿Pronto? —Dame diez minutos. —Estás de vuelta en Boston, ¿verdad? Rachel tragó fuerte, tentada a mentir por un segundo antes de darse cuenta de lo innecesario que era. —No, la tormenta cerró los caminos, así que todavía estamos en Mount Lafayette. —¿Todavía no están abiertos? —La autopista está abierta, pero algunos de los caminos más pequeños de aquí siguen siendo un desastre. —Eso no era del todo mentira, ya que probablemente era cierto en algunos lugares. —Atrapada con el jefe, ¿eh? Divertido. No tienes idea. —Me pondré con ese correo electrónico y te veré el lunes. Cuando la llamada terminó, Adrian la rodeó con el brazo y la arrastró hacia él.

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—Están acostumbrados a que responda al correo electrónico de inmediato. Probablemente temían que hubiera sido secuestrada por algún hombre de la montaña local y fuera forzada a cocinar su animal atropellado.

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—No se supone que estés trabajando.

—Tan fascinante como eso suena —dijo, pasando su mano por su muslo—, no contestes más el teléfono. —Tengo que leer el correo electrónico de Alex. —Ella contuvo el aliento cuando su mano rozó lo suficientemente alto entre sus muslos para que su nudillo acaricie su piel sensible. —Puedes contestar su correo electrónico con una condición. —Mi jefe sobornándome para no trabajar no es raro en absoluto. —Puedes responder su correo electrónico, pero luego vamos a pasar el resto del día y la noche en esta cama. Servicio a la habitación. Algo de champán. Tal vez un pequeño desvío a esa enorme bañera en el baño. —¿Con burbujas? Él suspiró, exagerándolo como si la idea de sumergirse en un baño de burbujas tuviera un gran costo para su dignidad masculina. —Con burbujas. —Necesito cinco minutos. Diez máximo. Y sin tu mano entre mis piernas. Retiró su brazo y se apoyó en su codo para observarla. —Diez minutos, y luego mi boca va a terminar lo que mi mano comenzó.

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Le tomó los diez minutos completos, y aun así no tenía ni idea de lo que acababa de aprobar. Macarrones con queso, tal vez. Pero a los once minutos ya no le importaba.

Cinco Traducido por VckyFer y âmenoire

Los viajes no eran fáciles para Adrian. A él le gustaba su oficina y su condominio, tener sus propias cosas a su alrededor por lo que, ya fuera por un avión o en auto, irse lejos de casa era un poco fuerte para él. Ahora, por primera vez, él estaba arrastrando sus pies por ir a casa. Excepto por el hecho de que no podía durar, el fin de semana había estado jodidamente cercano a la perfección y daría todo lo que fuera por prolongarlo. —Te ves muy serio —dijo Rachel, empujando el carrito de servicio a la habitación hacia la puerta. Aún estaban en batas azules después de su larga ducha, su cabello rubio estaba envuelto en una toalla y sus pies estaban descalzos, lo cual él encontraba increíblemente sexy. Quizás era porque se sentía tan real. Era una escena doméstica que apretaba su corazón y le hacía desear esas cosas a las que no le había dado mucho pensamiento antes. Sabía que algún día encontraría una esposa y tendría niños, pero su concentración había estado en los negocios. Ahora su concentración estaba firmemente en la mujer que estaba tan cómoda y natural con él. —Solo me preguntaba sobre las condiciones del camino —mintió él.

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—No vas a escaparte del trabajo tan fácilmente. Las carreteras están bien y tenemos que ir a casa hoy.

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No pensaba que alguna vez se cansaría de su risa.

No era el trabajo. Amaba su trabajo, lo cual probablemente tenía mucho que ver en que él fuera bueno en ello. No quería dejar este nido de intimidad que Rachel y él habían hecho. Hizo un falso sonido de tos. —Creo que me está dando algo. —No voy a jugar al doctor contigo. Ahora él se rio, sentándose al borde de la cama. —Estaba intentando escaparme del trabajo, pero siempre estoy dispuesto para jugar a los roles. Puedes ser una rubia caliente en el bar y yo voy a ser el extraño que le invita bebidas y le cuenta chistes malos. —¿Chistes malos? Eso nunca funcionaría. Él la tomó por la cintura mientras ella pasaba y ambos cayeron sobre la cama. La toalla en su cabeza se deslizó, liberando una cortina de mojado y enredado cabello. —Algunas mujeres encontrarían eso sexy. —Te recomendaría encantarlas con las bebidas primero y luego los chistes malos. —¿Por eso subiste conmigo? ¿Por qué te di las bebidas? Ella besó la punta de su nariz, lo cual hizo que él riera. —Subí contigo porque eres sexy, gracioso y te quería. Obviamente la química hervía y teníamos que sacarla de nuestros sistemas. —Aún está hirviendo. —Puedo sentir eso. Creerías que un hotel como este tendría batas más gruesas. —Quizás debería ver un doctor por ello. Ella puso los ojos en blanco.

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—Está bien. —No había forma de que saliera de la cama mientras su bata estuviera tentándolo con vistazos de su piel—. Puedo ser un pirata y tú puedes ser mi moza.

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—Aun así, no voy a jugar al doctor contigo.

—No. —Ella estaba intentando no sonreírle, pero él sabía que la batalla estaba casi perdida—. Qué tal si soy la mujer que tiene un montón de cosas que empacar y tú eres el hombre que lleva su equipaje al auto. Él se movió de modo que terminó encajado entre sus piernas de manera más firme. —Depende. ¿Conseguiré algo especial? —Claro, un consejo. No te comas la nieve amarilla. —Listilla. —Él tomó su rostro en su mano, corriendo su dedo por su labio—. ¿Qué tal si soy el hombre que piensa que eres maravillosa y hermosa y no puede mantener sus manos lejos de ti? —Entonces voy a ser la mujer que es susceptible a ese tipo de galantería. —La rapidez de su victoria pesó sobre la rapidez del deseo, y Adrian empujó más abajo la bata por sus hombros—. Sin embargo, tenemos que ir a casa hoy. —Eventualmente —concedió él antes de tomar uno de sus pezones en su boca. Era casi el atardecer cuando finalmente condujeron lejos de Mount Lafayette, pero Adrian no lamentó el viaje tardío. Una vez que entró en la autopista, él puso el control de crucero y manejó con su mano izquierda, mientras sostenía la mano de ella con la otra. Ninguno de los dos en realidad había mencionado el mañana. Deseaba saber cuáles eran sus expectativas, en cuanto a su relación. Si él asumía demasiado, podía hacer las cosas complicadas en el trabajo. Pero si asumía muy poco, podía perderse algo grande. Miró hacia ella, tratando de encontrar las palabras correctas para sutilmente sacar a relucir el tema, y luego tuvo que reírse suavemente. Ella ya estaba dormida, su cabeza acunada en su cinturón de seguridad.

—Hola, cariño. Tienes que despertar y decirme en dónde vives. —Sabes donde vivo —murmuró ella.

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Cuatro horas y media de buscar por la radio y luchar contra la hipnosis del camino después, sacudió a Rachel para despertarla.

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Tanto para una conversación. Aunque tenía que admitir que, estaba un poco aliviado. Si no hablaban de eso, ella no podía decirle que había sido una aventura de fin de semana que ya estaba dejando atrás.

—En teoría, sí. ¿En la realidad al navegar en esta ciudad de noche? No mucho. Somnolienta, se sentó erguida y le dio las direcciones hasta su apartamento. No había lugar para estacionar en la calle, así que él tomó su llave y la dejó en la SUV mientras él llevaba su maleta por las escaleras y la dejaba justo dentro de su puerta. Ella lo encontró a medio camino, claramente exhausta. —Lamento haberme dormido en todo el camino a casa. Supongo que no fui una buena compañía. —No, fue buena. Tus ronquidos me mantuvieron despiertos. —Ella puso sus ojos en blanco, aparentemente demasiado cansada para golpearlo en el brazo—. Te veré mañana, ¿cierto? Ella le dio una mirada extraña. —Por supuesto. Tú eres el que estuvo fingiendo una tos, yo no. Se dio cuenta vehementemente que había hecho la pregunta de forma incómoda, como si estuviera hablando con una cita regular a la que quería ver de nuevo. Por supuesto que vería a Rachel mañana en la oficina. Lo que él realmente quería saber era si la vería después del trabajo. Pero podía ver el cansancio en su rostro, así que dejó eso para preocuparse al día siguiente. Inclinándose cerca, le dio un lento beso perezoso. —Buenas noches, Rachel. Ella le dio una sonrisa somnolienta. —Buenas noches, Adrian.

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Sus bostezos habían sido contagiosos, así que una vez que estaba de regreso en su SUV, apagó la calefacción y encendió la radio. Una vez que la vio cerrar su puerta, dejó la acera. Cantando con fuerza, pero muy mal, junto a una vieja banda con el poder de una balada, se dirigió a casa.

Rachel no era una persona que se quejaba de los lunes. No era su día favorito de la semana ni mucho menos, sentía que marcaba el tono para todo el trabajo de su semana, así que siempre trataba de mantenerse positiva. Pero en este lunes, su bus iba tarde, la cafetería puso saborizante de avellana en su café que no lo probó hasta muy tarde para regresar, y cuando entró en la oficina de Adrian, él levantó la mirada y le dio los buenos días antes de poner el horario en su teléfono. Justo como hacía cada lunes por la mañana. Pero no era cualquier lunes por la mañana. Era el día después de que él le dio un beso de buenas noches y la dejó con promesas brillando en sus ojos. Pero, en su nerviosismo por la situación, ella captó sus señales. —Buenos días, señor Blackstone. —Rick Bouchard llamó —dijo él, revisando varios papeles—. Alex debe haber hecho un trabajo increíble con la presentación porque Bouchard está ansioso por hablarme. Desafortunadamente, es del tipo de persona que le gusta verte a los ojos mientras hablan contigo, así que necesito un vuelo de inmediato a Vail, Colorado. Mañana en la mañana, preferiblemente. —Esas son buenas noticias. —Y lo eran. Si Rick Bouchard estaba ansioso por hablar con Adrian y quería que la conversación se llevara a cabo antes de Navidad, su contrato con RHB para encargarse de la renovación de su villa era un hecho—. ¿Voy a viajar contigo? Otro resort. Otro invierno maravilloso con la posibilidad de quedarse atrapados en la nieve. Ella sintió una oleada de emoción en su estómago.

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Él parecía tener toda una lista de razones para que ella no fuera a Colorado con él, y el revoloteo en su estómago murió. Incluso si era una lista valida, pudo haberla parafraseado con algo como “realmente me gustaría llevarte conmigo, pero…”

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—No esta vez. Va a ser muy casual porque él no debería estar trabajando durante las vacaciones familiares. Y necesito que mantengas al personal concentrado en el verdadero trabajo hasta que sus vacaciones comiencen oficialmente. Además, la fiesta de Navidad está acercándose y eso te mantiene muy ocupada.

—Voy a agendar tu vuelo tan pronto como terminemos aquí. ¿Prefieres un servicio o un auto rentado en Colorado? —No voy a tener tiempo para ver el lugar, así que probablemente un servicio de auto. Debería ser reconfortante, este regreso a la normalidad profesional, pero hizo que Rachel se sintiera vacía. Él ni siquiera la estaba mirando, así que era difícil ver si había un calor especial en sus ojos por ella, por lo menos. —Me pondré en eso de inmediato —dijo ella, y luego se giró y salió de su oficina. Cuando llegó a su oficina más pequeña, dejó la puerta abierta como siempre hacía. El personal asomaría sus cabezas de ida y vuelta durante todo el día, y mantenía la comunicación abierta. Descubrió que, si cerraba la puerta, eran reacios a molestarla. Encendió su computadora, dando un trago al desagradable café de avellana. Había una cafetera en la oficina, pero había pagado mucho por el que tenía y era un hábito a considerar. Siempre compraba su primera taza de café del día. —Hola, Rachel, ¿tienes el reporte de gastos de su viaje a Filadelfia en octubre? —preguntó Del desde su puerta. Él hacía la contabilidad, asumiendo que no perdiera la información que le daba ella. —Lo hice en octubre, cuando te lo envié. Le dio una sonrisa avergonzada. —¿Ups? —Te la reenviaré. —Ella sacudió su cabeza ante su despreocupado gesto de agradecimiento y descargó su correo electrónico.

—Hay un problema con el roble que el señor Blackstone quería para la cabaña de Nantucket.

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Pasó otra hora hasta que otra cabeza apareció. Esta vez fue Michelle, quien hacía trabajo general de oficina.

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Por suerte no tuvo que encontrar una hoja del libro de contabilidad de mayo, reenvió el archivo a la dirección de Del y mentalmente lo tachó de la lista de pendientes. El boleto de avión y servicio de auto para Colorado era lo siguiente.

—¿Cuál es el problema? —Es un pino. —¿El roble es un pino? —El roble no es un pino. Pero enviaron un pino en lugar de un roble. Rachel frotó su sien. Las meteduras de pata de los proveedores era la única parte de su trabajo que realmente odiaba. Significaban múltiples llamadas de parte de ella para resolver el problema. Retrasos de los contratistas. Excusas y negaciones del proveedor. Y un muy enojado Adrian Blackstone. —Envíame la información a mí. El señor Blackstone se irá a Colorado en la mañana, así que yo me encargaré. —Solo para que lo sepas, el contratista general llamó al proveedor directamente y le dijo que no debería utilizar un martillo si es demasiado estúpido para saber la diferente entre un roble y un pino. Así que la situación ya es nuclear y sé por historia pasada con este proveedor, que no se va a resolver antes de Navidad. Podría ser un retraso de dos semanas, sino es que más. Así que está vez, el contratista general podría estar incluso más enojado que Adrian. —Gracias por el aviso. Y hazme un favor. Busca proveedores alternos para los materiales que compramos con este tipo. Al señor Blackstone no le va a gustar la forma en que le habló a un miembro de su equipo. Necesitaré números en caso de que quiera retirar su negocio. —Seguro.

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Tal vez que Adrian se fuera a Colorado era lo mejor. Su ausencia le daría el espacio para volver a poner los pies en la tierra, mientras que el paso del tiempo le daría algo de distancia de su encuentro amoroso en Mount Lafayette.

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Siguió así durante la mayor parte del día, manteniéndola demasiado ocupada para mortificarse por el repentino distanciamiento emocional de Adrian. Y cuando programó una reunión con cena con un inversionista para esa tarde, ella supo que no obtendría respuestas pronto. No con él teniendo un vuelo antes del amanecer saliendo del aeropuerto Logan a la mañana siguiente.

Mientras él estuviera en Vail congraciándose con el dueño de la villa, Rachel aprovecharía la oportunidad para sacarlo de su sistema con absoluta fuerza de voluntad, y tal vez algunas lágrimas.

La mente de Adrian nadaba en incertidumbre, incapaz de concentrarse en un plan. No era algo que sintiera a menudo mientras estaba sentado detrás del enorme escritorio de maple que había rescatado de una venta de deshechos y reacondicionado él mismo. Era su primer día de vuelta en la oficina desde su regreso de Colorado. Rick Bouchard había sido un dolor en el trasero, insistiendo en múltiples reuniones de bajo perfil en lugar de solo terminar todo de una buena vez. Lo importante era que Bouchard había firmado sobre la línea punteada, pero ahora era jueves y la fiesta de la oficina era mañana en la noche, y sentía como si estuviera retrasado en todo. Lo peor era que no tenía idea en dónde estaba parado con respecto a Rachel. Ella había dado el primer paso la mañana del lunes con su abrupto “Buenos días, señor Blackstone”, apestando a profesionalismo aún cuando habían estado solos en su oficina en ese momento. La había llamado varias veces desde Vail, pero sin importar cuánto tratara de mantener la conversación casual, ella seguía regresando a hablar de trabajo.

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Simplemente necesitaba que no estuvieran tan ocupados de modo que pudiera hablar con ella fuera de la oficina, y no iba a suceder hasta después de la fiesta por las festividades. RHB estaría cerrado desde el mediodía del viernes, para darle tiempo a todos de arreglarse para las festividades y llegar al restaurante donde se llevaría a cabo la fiesta, hasta el seis de enero.

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Desafortunadamente, él podía entender las indirectas. Ella quería mantener sus interacciones estrictamente profesionales, y no había nada que él pudiera hacer al respecto. Ya había cruzado una borrosa línea al llevársela a la cama. No cruzaría una línea definitiva al presionarla sobre su relación mientras estaban en el trabajo.

Aún cuando trabajaría desde casa durante ese tiempo, y Rachel invariablemente también lo haría, tendría casi dos semanas de tiempo libre para tratar de resolver las cosas y arreglarlas entre ellos. No estaba completamente seguro de qué era lo correcto todavía, pero ciertamente esto no lo era. Escuchó los tacones de Rachel aproximándose y empujó sus pensamientos personales a la parte posterior de su mente. Ahora que tenía un plan, tal vez podía concentrarse. —Recibimos un mensaje de voz sobre la villa en Toscana —dijo ella. —¿Tan pronto? —Bouchard era un tipo intenso y no iba a dejar que ningún problema surgiera bajo este proyecto—. ¿Hay algún problema? —Dado que mi italiano es inexistente, no tengo idea. La abuela de Del hablaba italiano cuando él era un niño y piensa que solo es una introducción, pero no apostaría mi dinero en su interpretación. Dado que el proyecto de la villa era un gran montón de dinero, tenía que tener mejor información que esa. —Necesito que busques a alguien en el área que podamos contratar para actuar como un intermediario. Tal vez un agente de bienes raíces o un abogado. Bilingüe y que no esté conectado ni con Bouchard o con los contratistas de alguna manera. Alguien cuya lealtad estará con nosotros. O con nuestro dinero, mejor dicho. —Sí, señor. La forma en que Rachel dijo esas dos palabras cortó a través de Adrian. No fue insolente. Fue más como si su voz fuera tan plana. Impersonal. ¿Dónde estaba la mujer que amaba reír y burlarse sobre su brazo de lanzador? Su postura era tan rígida como su voz, y él se dio cuenta que ella estaba siendo estrictamente más profesional de lo normal. La única razón que podía ver en eso era la posibilidad de que ella estuviera tratando de ocultar la misma confusión personal que él estaba sintiendo.

Maldición, claro que era importante. —Creo que lo es. Tal vez podrías cerrar la puerta.

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—Tengo mucho que hacer hoy, a menos que sea importante.

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—Rachel, ¿podemos hablar?

La máscara se deslizó y ella lució vulnerable por un momento. Como una mujer que no quería tener una conversación que no creía que terminara bien. —Adrian, no puedo en este momento. Al menos lo había llamado por su nombre de pila. Ese era un buen inicio. —¿Por favor? Pareció como si estuviera indecisa, pero antes que pudiera contestar, Del apareció detrás de ella. —Hola, señor Blackstone. Rachel. Escuché el mensaje de voz otra vez y, ahora que está más callada la oficina, creo que escuché la palabra bastardo. —Acabo de firmar el contrato hace dos días —dijo Adrian—. ¿Cómo es que ya podríamos haber molestado a alguien? —¿Tal vez está llamando al señor Bouchard un bastardo? —Del frunció el ceño—. O tal vez era un número equivocado. —Encuentren un maldito traductor —gruñó Adrian—. ¿No hacen una aplicación para eso o algo así? —Me encargaré de esto —dijo Rachel y se movió para seguir a Del a través de la puerta. —Rachel, espera. —Tenemos que saber si hay un problema en Toscana —dijo—. Voy a utilizar mi teléfono para grabarlo e ir a ese lugar italiano a dónde vamos por comida algunas veces. El cocinero ahí habla italiano.

Su teléfono vibró y presionó el botón sin mirar la pantalla. —Adrian Blackstone.

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Pero luego recordó su plan. Dos semanas sin personal sobre el que preocuparse. Sin gente entrando y saliendo de sus oficinas e interrumpiéndolos con lo que podrían ser o no ser maldiciones en italiano.

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Se había ido antes que pudiera decir que Del o Alex o cualquier otra persona de la oficina podía llevar una grabación a un restaurante. Lo frustraba que claramente ella estaba evitando hablar con él como si pensara que podría no ser relativo al trabajo.

—Adrian, es Diane. ¿Me vas a recoger mañana en la noche o enviarás un auto por mí o debo encontrarte en la fiesta?

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Oh, maldición. Había estado tan ocupado pensando en Rachel que se había olvidado por completo de Diane.

Seis Traducido por LizC y Smile.8

Todo era perfecto. Rachel miró alrededor de la sala de banquetes privada del restaurante de lujo, satisfecha de que se hubieran encargado de cada detalle. Este era el tercer año que las fiestas de Renovaciones Históricas Blackstone no se celebraban en las oficinas y, aunque era mucho más trabajo, pensaba que valía la pena el tiempo y el gasto para celebrar en un entorno tan hermoso. Además, Rachel no tenía que lavar los platos por sí misma cuando la fiesta hubiera terminado. También marcaba el inicio de la parada anual de vacaciones de RHB y esperaba con ansias las dos semanas fuera de la oficina más de lo que lo había hecho antes. La tensión era un dolor de cabeza, pero no había manera de que tuviera una conversación con Adrian sobre su vida personal mientras estuvieran en la oficina. Aunque, lo extrañaba. Lo echaba de menos personalmente, el Adrian que había conocido en New Hampshire, pero también lo echaba de menos profesionalmente. Las cosas habían sido incómodas entre ellos y, aunque probablemente fuera en parte culpa suya, no estaba segura de cuánto tiempo podía soportarlo.

—Lo juro, este es el mejor trabajo que he tenido.

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—Comí unos cuantos en la cocina. Tengo que estar de acuerdo con la parte increíble.

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—Los aperitivos están increíbles —dijo Michelle, sosteniendo un pequeño plato que llevaba una variedad de entremeses—. ¿Has probado alguno?

—Yo también —dijo Rachel, pero Michelle ya se alejaba. Se movió alrededor de la habitación, asegurándose de hablar con todo el mundo, presentándose a cualquiera que no conocía. Todo el mundo estaba pasando un buen rato, pero la multitud empezaba a preguntarse en susurros silenciosos en dónde estaba su intrépido líder. Rachel se quedó inmóvil cuando Adrian finalmente entró en la habitación. Aunque, el nudo en su estómago y la debilidad en sus rodillas no tenía nada que ver con lo increíble que el hombre se veía en pantalones de vestir y un jersey de color crema informal. Diane Austin estaba en su brazo. Se veía tan elegante como siempre en un pequeño vestido negro, con su cabello oscuro cayendo en un corte elegante y corto, la mujer la vio y sonrió. Rachel devolvió la sonrisa por puro hábito mientras su mente tambaleaba. Adrian había traído una cita a la fiesta de Navidad de la oficina. Y ni siquiera le había dado la simple cortesía de un aviso. —¡Feliz Navidad, Rachel! —Diane estaba cruzando la habitación y abrazándola antes de que Rachel pudiera encontrar una manera discreta de escapar—. Lamento que lleguemos tarde. Un cliente me llamó con una crisis y no podía rechazar su llamada. —Feliz Navidad, Diane. Cuando Rachel se apartó del abrazo de la otra mujer, se aseguró de que su expresión no fuera más que cálida y acogedora. Se conocían desde que Rachel se había unido a Renovaciones Históricas Blackstone porque Diane y Adrian habían estado saliendo en ese momento. —Todo se ve genial, Rachel —dijo Adrian, y sus ojos lucieron cálidos cuando él le sonrió—. Haz hecho un gran trabajo, como de costumbre.

Por supuesto que él no le había dado un aviso de que Diane iba a venir, se dijo. Diane estaba en la lista de invitados, tal como estaba cada

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Con la mayor gracia posible, Rachel se fue. Pasando junto a la cocina, fue al baño de mujeres y se encerró. Entonces la máscara profesional se desmoronó y observó su triste expresión en el espejo.

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—Le delegué la mayor parte de esto a Alex este año, ya que yo estaba… estaba lejos. —Pensar en la nevada con Adrian mientras Diane tenía su mano en su brazo le hizo sentirse incómoda—. Pero si me disculpas, quiero comprobar algo en la cocina.

año. Incluso después de que hubieran dejado de estar envueltos románticamente, Adrian y Diane habían seguido acompañándose entre sí en los eventos sociales. Sin embargo, saber eso y tener una explicación lógica para que aparezcan juntos no hizo mucho para aliviar el nudo doloroso en su pecho. No podía evitar sentirse desprevenida, y la pregunta era si Adrian lo había hecho deliberadamente o no para enviarle un mensaje. No quería creer que fuera capaz de eso, pero no podía estar segura. Después de unos minutos, se obligó a superarlo y volver a la fiesta. Lo último que quería era que sus compañeros de trabajo le preguntaran qué era lo que estaba mal mientras estaban a la escucha de Adrian y Diane. Sería demasiado embarazoso. Agarrándose un plato y llenándolo con los aperitivos que parecían más satisfactorios, y llenos de calorías, Rachel empezó a mezclarse de nuevo. Con una cierta socialización estratégica y moviéndose a través de la multitud, podía evitar a Adrian por un rato. Sabía que no iba a durar mucho, pero por el momento le evitó darle la misma sonrisa falsa que le estaba dando a todos los demás. A diferencia de ellos, él vería a través de ella.

Adrian tomó un sorbo de su bebida e hizo toda la charla adecuada con sus empleados y sus acompañantes, pero en su mente estaba pensando en Rachel. De nuevo. O tal vez nunca había parado. De cualquier manera, pensar en ella constantemente se había convertido en un hábito que no podía romper. —No puedo creer que por fin conseguiste el coraje para hacerlo, y ahora estás arruinándolo.

—El coraje para hacerlo con Rachel. —Su expresión debe haber cedido paso a la sorpresa, porque ella se rio de él—. No soy ciega ni estúpida, Adrian. La química entre ustedes es tan demente, me sorprende

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—¿El coraje para hacer qué?

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Adrian miró a Diane por el borde de su copa, con las cejas fruncidas.

que tu personal no se haya dado cuenta. O lo hacen y son lo suficientemente inteligentes como para mantener la boca cerrada. —Entonces, ¿cómo lo estoy arruinando? —Bueno, trayendo una cita a la fiesta no fue tu mejor movimiento, Casanova. —No eres una cita. Eres… —Las palabras se perdieron cuando entendió por completo lo que había dicho—. Maldición. Cuando Diane le dio una sonrisa simpática y se encogió de hombros, Adrian suspiró. Había supuesto que Rachel sabía que las cosas entre él y Diane eran estrictamente platónicas, pero ahora se preguntaba si era por eso que ella había desaparecido por un tiempo poco después de que él hubiera llegado. Después de la primera fiesta de Navidad que había preparado para su personal, había hecho un punto al llevar a Diane. Cuando estaba solo, sus empleados parecían tener dificultades para relajarse a su alrededor. Pero cuando tenía a una mujer con él, parecía menos como un jefe y más como otro hombre que simplemente pasaba un buen rato. A veces hacía lo mismo con Diane. Era conveniente cuando se esperaba un acompañante para un evento. —Podrías haberme llamado y haberme pedido que no viniera, Adrian. No solo habría entendido, sino que habría estado feliz por ti. —Es complicado. —Es por eso que no tienes relaciones sexuales con las personas que trabajan para ti. —Cuando él la miró, ella se encogió de hombros—. Es verdad y lo sabes. Especialmente cuando esa persona es tan indispensable para ti como Rachel.

Sabía que tenía razón, pero considerando cuán cautelosa había sido Rachel cuando se trataba de hablar, no pensaba que sería fácil conseguir

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—Deberías hablar con ella sobre mí esta noche. No dejes que eso se encone hasta que decidas que es tiempo de llevar a cabo el plan, ¿de acuerdo?

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—Tengo un plan. La oficina estará cerrada por dos semanas, así podemos desentendernos de los demás y pasar algo de tiempo juntos aquí en Boston. Para arreglar las cosas antes de volver a trabajar.

estar a solas con ella aquí, rodeada por toda la gente cuyas opiniones valoraba. —Mientras tanto —continuó Diane—. Voy a buscar un cóctel fresco y visitaré a Del por un rato. Eso captó su atención. —¿Del? Ella se encogió de hombros. —Creo que son las gafas. Es lindo, ¿cierto? Adrian asumió que era una pregunta retórica que no requería ningún tipo de afirmación por su parte. La vio alejarse antes de escanear a la multitud, buscando a Rachel. La vio parada al lado de la larga mesa de postres, hablando con Michelle y Dana. A pesar de que casi no podía oír el sonido por la música y las charlas, pudo ver que estaba riéndose y eso le dolió. Tenía que arreglar todo con Rachel. Estaba demasiado lejos como para perderla ahora.

Mientras veía a Adrian en la esquina con Diane, sus cabezas cerca como si tuvieran una conversación privada, Rachel no pudo evitar la tristeza que la atravesó.

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Pero el viaje a Mount Lafayette había sido el punto culminante y estaba totalmente enamorada. Eso no era algo que pudiese dejar a un lado cuando pasaba por las puertas principales de la oficina cada día y no podían continuar de esa manera. No iba a ser mejor. No pronto al menos.

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No había duda en su mente, o en su corazón, de que ya nada podría ser lo mismo. Amaba a Adrian Blackstone y no había marcha atrás. Había sido más fácil cuando estaba un poco enamorada de él desde la distancia donde podía decirse que era solo un enamoramiento pasajero.

No podía continuar viviendo con la negación. Dolía demasiado y no podía continuar haciéndose eso y no podía continuar haciéndoselo a Adrian. Por la manera en que había tratado de que ella hablara con él un par de veces, él sabía que su relación se había acabado. La última cosa que quería era confesar que se había enamorado de él. Aunque era una de las cosas más duras que había hecho jamás, Rachel sonrió durante el resto de la fiesta de Navidad. Tradicionalmente, Adrian se iba de primero y ella no pensó que pudiera respirar bien hasta que lo viera salir de la habitación del banquete con Diane. Pasó otra hora antes de que todo el mundo se fuera. Los abrazos y besos y deseos de una Feliz Navidad y un Feliz Año Nuevo fueron un alegre final para la noche, pero Rachel tuvo un difícil momento metiéndose en el espíritu de la ocasión. La única cosa que sentía era entumecimiento. Una vez que el último juerguista se fue, Rachel dio gracias al equipo del restaurante y encontró su abrigo. Hacía mucho frío afuera ahora que estaba completamente oscuro, y deseó haber pedido un taxi. Se giró hacia la parada de bus y casi tropezó con Adrian. Era demasiado. Quizás fueron las dos bebidas que había tenido o el subidón de azúcar de la mesa de postres, pero se enfadó y eso quemó toda la tristeza. —¿Una emboscada? ¿En serio? —Déjame llevarte a algún sitio para que podamos hablar. Le dio un empujón. —El único lugar a donde voy es a casa. Buenas noches. —¡Espera! Rachel, quiero hablar contigo por un momento. Dejó de caminar, pero respiró profundamente para contenerse antes de girar para enfrentarse a él. —Hace un poco de frío para tener una conversación ahora mismo.

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Miró los copos de nieve que caían vagamente sobre su oscuro cabello y resistió la urgencia de limpiarlos.

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—Dos minutos. Has estado evitándome toda la semana. Creo que me puedes dar dos minutos.

—No he estado evitándote. Eso hubiera sido raro dado que trabajo para ti. —Ese es mi punto. —Metió sus manos en los bolsillos de su abrigo—. Las cosas son raras y no quiero que sean así. —Tampoco yo. Es por eso que me voy. Él la miró fijamente, y se preguntó si podía escuchar el sonido de su corazón golpeando en su pecho. No estaba segura de lo que iba a hacer hasta que las palabras salieron de su boca, pero, sin importar cuán doloroso fuera decirlo, pensó que era lo correcto. —¿Qué quieres decir con que te vas? —Voy a buscar un trabajo nuevo. Ya no puedo trabajar para RHB. Él negaba con su cabeza, como si pudiera hacer que retirara sus palabras con su solo deseo. —No tienes que hacer esto, Rachel. Por favor, no. Podemos arreglarlo si tan solo hablas conmigo. —Lo que pasó entre nosotros fue un error. —Dolió tanto decir eso, así como ver el impacto que provocó en Adrian—. Y estaba esperando que no afectaría cómo me siento sobre este trabajo, pero lo hace. —No tiene que hacerlo. Mira, lo arruiné. No estaba seguro de cómo actuar en la oficina cuando volvimos, así que estaba sin recursos. Y después la cagué y traje a Diane esta noche. No hay nada entre nosotros. No ha habido nada desde hace años. —No es solo eso, Adrian. Y al final es esto: ya no quiero trabajar para ti. Sabía que nunca olvidaría la sorpresa en sus ojos. Y casi pudo sentir su sensación de traición. Pero no podía retirarlo, incluso si quería. Su relación estaba irrevocablemente rota.

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Milagrosamente, no lloró durante su viaje a casa. En lugar de bañarse con burbujas y ponerse sus pijamas más cómodas, como normalmente hacía después de una fiesta, se dejó caer en el sofá. El alcance de lo que había hecho era abrumador y casi no tuvo la fuerza para quitarse los tacones.

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Sin decir nada más, Rachel caminó y esta vez él no trató de pararla.

Había terminado con cualquier esperanza de tener una relación con el hombre que amaba. Y había renunciado al mejor trabajo que probablemente jamás tendría. Ahora tenía que actualizar su currículo, tratar de encontrar una buena excusa para las entrevistas de por qué había dejado una empresa con la reputación de RHB, e ir a buscar un segundo mejor trabajo.

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Pero primero, iba a tener un largo y buen llanto. Dado que las lágrimas caían y los sollozos hicieron temblar su cuerpo, no tuvo otra opción más que sobrellevar su corazón roto.

Siete Traducido por Addictedread y Lyla

—Apenas has tocado tu pastel, Adrian. —La voz de su madre puso fin a la interminable corriente de pensamientos sobre Rachel, y él parpadeó—. No estás enfermo, ¿verdad? —No, mamá. Solo estoy un poco cansado, eso es todo. —Sonrió para tranquilizarla y luego atacó el enorme pedazo de pastel de calabaza con crema batida que ella había puesto delante de él. Como lo hacía cada año, Adrian había conducido a casa en Vermont para pasar la Navidad con sus padres. No era la pequeña casa en la que él había crecido. Su padre no dejó que Adrian les construyera una nueva casa, pero unos diez años antes, Don Blackstone había encontrado una asombrosa casa tipo hacienda que estaba vendiéndose bastante económico. Tenía una estructura sólida, pero tenía que ser retirada de la tierra o nivelada; así que Adrian había comprado la casa y pagó el exorbitante proceso de moverla. Luego ellos la habían renovado juntos.

—Rachel presentó la renuncia. Está buscando un nuevo trabajo.

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Él no quería hablar de eso, pero no quería que su madre pasara la Navidad preocupándose por él.

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—Te ves un poco raro, hijo —dijo su padre—. Sabes que tu madre va a preocuparse, quizás hasta convencerse de que estás muriendo de alguna enfermedad horrible, si no le dices lo que pasa.

Ambos lucieron tan atónitos como él mismo se había sentido, pero fue su madre quien habló primero. —No puedes dejarla hacer eso. —En realidad no puedo detenerla. —Pero ella es tan buena. Siempre estás hablando de lo buena que es. Y he hablado con ella por teléfono y es una mujer encantadora. ¿Por qué quiere irse? Él tomó una profunda respiración, dejándola salir lentamente. —Nos involucramos. —Oh, hijo. —Su padre sacudió la cabeza—. Deberías haberlo sabido. —Ella no te está demandando ni nada así, ¿verdad? —Su madre siempre se había enfocado en los asuntos prácticos. —No, no me está demandando. No es eso. Su mamá dejó caer otra cucharada de crema batida sobre su pastel, como si eso arreglara todo. —Entonces, ¿qué es? —Metí la pata. —¿Peor que involucrarse románticamente con una empleada? —Llevé una cita a la fiesta de Navidad de la oficina. Hubo silencio en la sala de estar por tanto tiempo, que Adrian se retorció en su asiento. Ambos padres estaban probablemente tratando de encontrar un nombre con el que pudieran llamar a su propio hijo para indicarle cómo se sentían sobre esta situación sin insultarlo tan gravemente.

—No puedo hacer que se quede —repitió. —Podrías por lo menos luchar por ella.

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—¿Así que, eso es todo? —preguntó su padre cuando él hubo terminado—. ¿Simplemente vas a dejarla ir?

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Él les contó toda la verdad de principio a fin, tan honestamente como pudo. No tenía sentido tratar de contarla para que él mismo se viera mejor. Eran sus padres. Uno, ellos verían a través de él. Y dos, no tenía que fingir con ellos. Lo amaban incluso cuando había sido un total patán.

—No sé qué hacer, papá. No quiero hacer que esto empeore para ella. O para mí. —Escúchame. —Su padre se sentó erguido en su sillón, apoyando sus codos en sus rodillas—. Nosotros no teníamos mucho que darte. Hicimos lo mejor que pudimos, pero no era mucho. Debiste luchar por todo lo que tienes. Luchaste con las calificaciones para obtener becas. Luchaste para ser aceptado en una buena escuela. Luchaste para formarte con los mejores constructores y luchaste para validarte en un mundo donde los hombres tienen tanto dinero que ni siquiera pueden contar los malditos ceros. ¿Pero esto? La cosa más importante que un hombre puede tener en su vida, ¿y tú simplemente vas a dejarla ir? Adrian tragó pasando el nudo en su garganta. —No sé si puedo recuperarla. —Si no haces nada, ya la has perdido —dijo su madre suavemente— . Pero el que ella deje su trabajo de ensueño, significa que está herida. Y si está herida, eso significa que está interesada y probablemente mucho. —Cuando ella haya terminado de celebrar la Navidad, tienes que ir a ella. Sin orgullo, sin presión. Solo dile cómo te sientes. —Su familia celebra en Febrero porque sus padres viven en Florida — les dijo—. Pasa la Navidad sola, mirando películas. Ambos padres arquearon una ceja hacia él de una manera tan sincronizada, que él casi se rio. Pero él no podía marcharse ahora. Siempre pasaba las fiestas con sus padres. Como si leyera su mente, su padre sacudió la cabeza. —No seas tonto, Adrian. Amas a esta mujer. No la hagas sentarse sola y miserablemente, mientras tú te sientas aquí solo y miserable. Ve con ella.

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—Ya tengo un regalo para ella.

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—Tal vez puedes encontrar una tienda abierta y comprarle un regalo de Navidad. Algo que brille. —Su madre estaba recién comenzando a sentir la desesperada necesidad de tener nietos, al igual que todos sus amigos.

Rachel usualmente disfrutaba de sus tradiciones navideñas. Eran poco convencionales, pasar el día sola, pero funcionaba para ella y su familia. En Febrero, cuando sus padres regresaban de Florida para esquiar, Rachel se reuniría con ellos en la casa de su hermana al norte de New York para un tardío fin de semana de Navidad. No solo alegraba lo que era normalmente un mes triste, sino que podían aprovechar las ventas después de Navidad cuando hicieran sus compras. Así que no había razón para deprimirse mientras estaba sentada sola con su pijama de franela, viendo películas. Usualmente. Pero este año estaba deprimida. Y llorando. Y arrasando con casi todos los alimentos a base de azúcar en la casa. ¿Qué tan estúpido era tener sexo con tu jefe? O, peor aún, ¿enamorarte de él? Debería haberlo visto venir, ya que probablemente había estado un poco enamorada de él incluso antes de que llegara a ver el lado no laboral de él. Pero había pasado el fin de semana con él, aunque él había dicho de plano que lo que pasaba en New Hampshire se quedaba en New Hampshire. Vestida con su pijama de Navidad favorito: de franela azul con muñecos de nieve blancos por todos lados; Rachel encendió la televisión y buscó una película para ver. No estaba segura que alguna de ellas pudiera apartar su mente de su situación actual, pero iba a intentarlo. El golpe en la puerta a mitad de la versión de 1951 de A Christmas Carol con Alastair Sim la sobresaltó. Nadie se detenía aleatoriamente en la casa de alguien en Navidad.

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Después de sacar la cadena de seguridad de la puerta, la abrió y retrocedió para dejarlo entrar. El frío del viento era glacial y ella no iba a quedarse afuera en pijama. Insegura de lo que él quería, sencillamente esperó a que hablara.

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Cuando miró a través de la ventana de seguridad, su corazón se apretó y casi no lo dejó entrar. Pero él volvió a llamar y no estaba segura que se marcharía si no hablaba con él.

Él sacó un sobre sellado de su bolsillo interior y se lo entregó. —Pensé que querrías empezar a buscar un trabajo lo antes posible, así que te escribí una carta de recomendación. Eres talentosa y quiero asegurarme que cualquiera que te entreviste lo sepa. Haz que te den lo que quieres, porque lo mereces. Las palabras de alabanza apretaron su corazón. Claro, eran un impulso para su ego profesional, pero no eran las palabras que realmente quería escuchar de él. —Gracias, señor Blacks… Adrian. —Tomó el papel que él tenía en la mano, esperando que no notara el temblor en la suya—. No tenías que venir el día de Navidad para darme esto. No te voy a dejar en la estacada, así que estaré de vuelta en la oficina. A menos que me reemplaces de inmediato. —La oficina está cerrada por una semana y, como dije, no estaba seguro de cuán pronto empezarías a enviar tu currículum. —Se frotó las manos, como si estuvieran frías—. Y nunca te reemplazaré en la oficina, Rachel. Podría encontrar a alguien que pueda hacer el trabajo casi tan bien como tú, pero nunca habrá otra tú. Alguien que no solo es una brillante asistente ejecutiva, sino que comparte mi pasión por salvar propiedades históricas. Estaba tentada a rendirse. Lo último que quería era ir a trabajar para otra compañía. Y no era solo por Adrian. Él la inspiraba y ella amaba ser una parte de su trabajo, pero también gozaba del personal y del trabajo en sí mismo. Renovaciones Históricas Blackstone eran únicas en su tipo, por lo que a ella se refería. Pero no podía verlo todos los días, tratando de esconder un corazón roto mientras él la consideraba una mujer que había sacado de su sistema. Tenía que irse. —Gracias —dijo de nuevo, porque ¿qué más diría?

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Era un copo de nieve del tamaño de su palma, tallado en madera pálida, con un cordón plateado haciendo un lazo a través de un pequeño agujero. Pasó el pulgar a través de la superficie mientras lágrimas empañaban su visión. Trató de parpadear, pero un par escapó para correr por su mejilla.

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Él se volvió para irse, luego hizo una pausa como si tuviera más para decir. Deslizando su mano en el bolsillo, sacó algo y se lo entregó.

—Hice eso para ti. Trabajé en él mientras pensaba en nosotros. Pensaba en por qué las cosas se torcieron para nosotros cuando volvimos a la ciudad. —Cuando entré en tu oficina el lunes por la mañana, me saludaste como lo hacías todas las mañanas desde mi promoción a tu asistente ejecutiva. Supuse que lo decías en serio cuando dijiste que lo que pasaba en New Hampshire se quedaba en New Hampshire. Él sacudió la cabeza. —Eso fue solo una expresión estúpida. Quería que supieras que no iba a dar a conocer en la oficina que habíamos pasado el fin de semana en la cama. Pero no quise decir que lo que sucedía en New Hampshire terminaba en New Hampshire. Y entonces fuiste tan… tú. Llamándome “Señor Blackstone” con ese tono profesional. Pensé que era una señal de que se había terminado. Que había sido por tres noches y volvimos a todo trabajo y nada de diversión. Así que cada uno pensó que el otro no quería traer su relación de vuelta a Boston con ellos. Pero eso no abordaba su otro asunto. —En el desayuno después de nuestra primera noche juntos, dijiste que no me habías sacado de tu sistema todavía. Cuando te vi con Diane, supuse que lo habías hecho. —Nunca te sacaré de mi sistema. Llevar a Diane a la fiesta fue un gran error. Fue por costumbre más que nada y porque sé que nuestra amistad es estrictamente platónica, nunca se me ocurrió pensar en ella como una cita. Lo siento mucho por eso. —Sabía que ella estaba en la lista de invitados. Sé que ustedes han sido el acompañante del otro cuando es conveniente. Supongo que pensé, aunque no estaba segura si algo iba a ocurrir con nosotros, que no la llevarías.

Él se acercó a ella y el dolor en sus ojos la hizo apretar el copo de nieve con más fuerza.

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—Nunca podría hacer eso. Es por eso que te di mi aviso.

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—No debería haberlo hecho. Debería haberte llevado a ti. Debí haberte besado el lunes por la mañana y llamado todas las noches. Debería haberte dicho que no quería fingir que el fin de semana pasado nunca ocurrió.

—Dijiste que lo que pasó entre nosotros fue un error, pero no lo creo, Rachel. Quedar atrapado por la nevada contigo fue lo mejor que me pasó y me niego a creer que fue un error. —También fue lo mejor que me pasó —admitió ella con voz suave. Tomando su mano, él la atrajo hacia sí y ella no se resistió. —Te quiero, Rachel. Si no puedo tenerte en mi vida y en mi oficina al mismo tiempo, elijo tenerte para volver a casa. Puedo encontrar a alguien como asistente, pero nunca podré reemplazarte en mi corazón. Las lágrimas comenzaron a fluir sin control, y ella puso su mano sobre su corazón. —Yo también te quiero, Adrian. Y no quiero trabajar para nadie más. El trabajo que haces es increíble y quiero ser parte de él. Y luego, al final del día, podemos ir a casa juntos. —Te prometo que podemos hacer que esto funcione. Quiero pasar el resto de mi vida contigo.

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—Feliz Navidad para mí —murmuró ella, justo antes de envolver sus brazos alrededor de su cuello y besarlo.

Epilogo Traducido por LizC

Un año después… Rachel se levantó y salió al vestíbulo en respuesta a la invitación de su jefe, llevándose su teléfono con ella en caso de que tuviera que tomar notas o revisar su horario. Sin llamar, abrió la puerta de su despacho y entró. Adrian y su cliente potencial miraron en su dirección y ella les dio una sonrisa cálida pero profesional. —¿Qué puedo hacer por usted, señor Blackstone?

Tan pronto como la puerta se cerró detrás de ella, Rachel buscó la aplicación de teléfono que utilizaba para hacer un seguimiento de las

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Bill se puso de pie para estrechar la mano de Rachel e intercambiaron bromas. Sabía que Adrian le daría su número de teléfono celular y cualquier otra información que él necesitara, así que se excusó al reconocer las señales de que la reunión se acercaba a su fin y salió de la oficina.

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—Rachel, éste es Bill Kennedy. Él representa a un desarrollador que está de acuerdo en contratarnos para convertir un antiguo hotel de esquí en un spa holístico en Vermont. —Lo cual ella sabía, ya que había estado en el trabajo preliminar entre bastidores, pero así era como él introducía a los nuevos clientes si iban a la oficina—. Bill, tendrás que tratar con Rachel con bastante frecuencia, especialmente si viajo, pero ella se asegurará que esté disponible si necesitas hablar conmigo personalmente.

innumerables cosas que tenía que recordar e hizo una nota para ver quiénes del equipo tenían disponibles durante el período de conversión de hotel a spa. Mientras Adrian daba la aprobación final a todo, el trabajo de Vermont sería manejado casi exclusivamente por uno de los capataces de RHB. Con la villa en la Toscana tomando forma para ser un gran éxito, Adrian había sido recomendado a desarrolladores con abundante dinero y se estaba moviendo en las grandes ligas. Mientras ella estaba en eso, hizo una nota para decirle a Adrian que su asistente ejecutiva necesitaba su propio asistente. —Hola, Rachel, ¿sigues aquí? —Del estaba claramente en su camino a la puerta, al igual que la mayoría del personal. —Él está terminando con un cliente, así que no por mucho más tiempo. —Entonces, nos vemos en la fiesta. Rachel comprobó la hora en su teléfono y se estremeció cuando regresó a su oficina. Ya debería estar preparándose, ya que le gustaba llegar al restaurante temprano y asegurarse que todo era perfecto para la fiesta de Navidad. Tan pronto como pudo, empacó todo lo que necesitaba para alejarse de la oficina hasta después del día de Año Nuevo, escuchando al resto del personal salir. Por último oyó el bajo retumbar de la voz de Adrian a medida que salía con Bill Kennedy y lanzó un suspiro de alivio. Olvídense de llegar antes de la fiesta. A este punto, tendría suerte de llegar a tiempo. Cuando Adrian apareció en su puerta, aflojando su corbata, sintió la familiar corriente de calor a través de su cuerpo. Nunca se cansaría de este hombre. —Felicitaciones, señor Blackstone. Avanzó hacia ella, haciéndola retroceder hasta que ella estaba contra su escritorio.

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Tampoco se cansaría de oír eso. Habían pasado seis meses y la forma en que la llamaba “señora Blackstone” la hacía temblar. Igual que la forma en que su boca encontraba la suya, devorándola como si

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—Ya que fue tu investigación sobre spas holísticos lo que me ayudó a conseguir el trabajo, felicidades a ti también, señora Blackstone.

hubieran pasado días desde que la hubiera besado, en lugar de meras horas. —Todo el mundo se ha ido —murmuró él contra sus labios mientras trataba de empujar sus caderas un poco más cerca de la suya. Ella lo empujó, riendo. —Oh, no, no lo harás. Tenemos que salir de aquí para no llegar tarde a tu propia fiesta. —Llegar tarde está de moda. —Buen intento. —Ella metió su computadora portátil en su bolso y miró alrededor de la oficina por última vez—. Hablando de estar de moda, recogiste el traje de la tintorería, ¿verdad? —Pensé que era tu turno. Una rápida ráfaga de pánico la hizo girar para enfrentarse a él. —No, definitivamente era tu turno. Adrian, necesito que el vestido… —Su risa la interrumpió y ella sacudió la cabeza—. No es gracioso, Adrian. —Es tan fácil empujar tus botones. —Apagó las luces a medida que ella salía de la oficina y juntos se aseguraron que todo estuviera cerrado y con llave para las vacaciones antes de salir a la calle. El frío le golpeó como una bofetada en la cara, y ella deslizó su mano en la suya para el corto paseo hasta su auto. —Deberíamos tener la fiesta de Navidad en julio. Él rio. —Estoy bastante segura que eso confundirá a todo el mundo.

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—Va a ser aún más frío en el norte —dijo él cuando se deslizó en el asiento del conductor—. No es demasiado tarde para ir al sur, ¿sabes? Pasar las vacaciones en alguna isla tropical.

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—No a los invitados llevando vestidos y tacones. Todos entenderían perfectamente. —Suspiró aliviada cuando él abrió el auto y ella se deslizó en el asiento del pasajero. Dado que tenía un control remoto para el encendido, el aire cálido y los asientos de cuero con calefacción se llevaron el frío casi instantáneamente.

—Ni de broma. —Ella extendió la mano y apretó la suya—. Prometimos que pasaríamos el fin de semana en Vermont con tus padres, y luego vamos a Mount Lafayette, justo como me lo prometiste. —Donde tendremos cantidades insanas de sexo y pasaremos el día de Navidad viendo películas en pijamas. —¿Vas a intentar sacarme de tu sistema otra vez? Él sonrió ante su broma, luego la acercó para besarla. —Voy a pasar el resto de mi vida haciendo el amor contigo, esposa mía. Muy felizmente, podría añadir. —Entonces vamos a ponernos en marcha, porque cuanto más pronto termine esta fiesta, más pronto podré empezar a hacerte cumplir tus palabras. La besó una vez más antes de poner el auto en marcha. —Feliz Navidad, señora Blackstone.

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FIN

Sobre la Autora

Shannon Stacey se casó con su Príncipe Azul en 1993 y es la orgullosa madre de dos increíbles hijos. Vive en Nueva Inglaterra, donde sus dos actividades favoritas son intentar mantener el calor y escribir historias de felices para siempre. Sus dos gatos se rehúsan a acurrucarse en su regazo y mantenerla caliente mientras escribe, pero su Shih Tzu nunca está lejos.

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Cuando no está escribiendo, está complaciendo su otra pasión... ¡andar en cuatrimoto! De mayo a noviembre, la familia Stacey pasa sus fines de semana en sus vehículos todo terreno, creando montones de ropa sucia para mantener a Shannon ocupada cuando no está en su computadora.

Creditos Moderadora LizC

Traductoras Addictedread âmenoire Antoniettañ Camii.beelen Gigi D LizC Lyla Smile.8 SoleMary VckyFer

Corrección, recopilación y revisión Mae

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Diseño

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LizC

78

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