Tercera entrega de «Cuatro bodas», la deliciosa serie de Nora Roberts. Ahora es el turno de Laurel: ¿logrará seducir al gran amor de su vida? Son cuatro amigas inseparables. De niñas lo compartieron todo, y ahora también comparten negocio. Cada una de ellas está especializada en un aspecto de su actividad: organizar las bodas más sonadas, originales y glamurosas que pueda imaginarse. Y la verdad es que tienen mucho éxito, aunque de sus vidas sentimentales no pueda decirse lo mismo. La chef Laurel McBane ha trabajado duro durante toda su vida para asegurarse de que su sueño sea una repostera galardonada. Ahora sus deliciosos pasteles de boda están más cerca que nunca de la perfección; impresionantes creaciones que complementan las hermosas fotografías de Mac y los arreglos florales de Emmaline. Debido a lo mucho que se ha esforzado por superar su dura educación, no se fía y no está dispuesta a que nada ni nadie se interponga en su trabajo. Pero la química que existe entre Del, el hermano de Parker, y ella de repente se vuelve demasiado intensa como para ignorarla…

Nora Roberts

Sabor a ti Cuatro bodas 3 ePUB v1.0 Mapita 28.07.13

Título original: Savor the moment Nora Roberts, 2010 Traducción: Silvia Alemany Vilalta Nº de páginas: 265 Editor original: Mapita (v1.0) Colaboran: Enylu, Mística y Natg {Grupo EarthQuake} ePub base v2.1

Prólogo

M

momento que marcaría el final de su último año de instituto, Laurel McBane tuvo que reconocer un hecho indiscutible. No existía nada peor que el baile de graduación. Desde hacía semanas, lo único de lo que todo el mundo quería hablar era de quién iba a pedirle a quién que le acompañara al baile, quién se lo había pedido a quién, y quién se lo había pedido a… otra, con lo que se habían provocado situaciones de crisis e histeria. En su opinión, durante el trimestre del baile de graduación las chicas habían sufrido entre la agonía del suspense y el tener que esperar pasivamente. Los pasillos, las aulas y el patio habían sido un hervidero de emociones, desde la alocada euforia (porque un chico las había invitado a ese baile tan sobredimensionado) hasta las lágrimas más amargas (porque un chico no se lo había pedido). Todo el ciclo completo giraba alrededor de «un chico», lo que a ella le parecía tan estúpido como desmoralizador. Y después la histeria había continuado, e incluso se acrecentó, con la elección del vestido y los zapatos, debatir hasta la extenuación si llevar un recogido alto o bajo, la limusina, las fiestas particulares que seguirían al baile, las suites de hotel (sexo, ¿sí?, ¿no?, ¿quizá?)… Habría pasado de todo aquello si sus amigas, sobre todo Parker «Con derecho de paso» Brown, no se lo hubieran impedido. Su cuenta de ahorros, todos esos dólares y centavos ganados con esfuerzo e incontables horas sirviendo mesas, se había quedado temblando cada vez que retiraba dinero: para un vestido que no volvería a ponerse jamás en la vida, para un par de zapatos, el bolso y todo lo demás. De eso también tenía que culpar a sus amigas. Parker, Emmaline y Mackensie le habían empujado a ir de compras con ellas, y acabó gastando más de lo debido. La idea de que sus padres le pagaran el vestido, como amablemente le había insinuado Emma, había sido descartada por Laurel. Su decisión quizá fuera producto del orgullo; en casa de los McBane el dinero era un tema espinoso desde la debacle de las arriesgadas inversiones que había hecho su padre y la inspección de Hacienda. De ningún modo les habría pedido nada a sus padres. Ella ganaba su propio dinero, y llevaba haciéndolo desde hacía varios años. Se dijo que ya no tenía importancia. A pesar de las horas que trabajaba en el restaurante al salir de clase y durante los fines de semana, no había conseguido ahorrar ni de lejos lo suficiente para matricularse en el Instituto Culinario y costearse su estancia en Nueva York. Lo que se había gastado para aparecer deslumbrante una única noche no iba a cambiar ese hecho y… ¡qué diablos!, ahora estaba guapísima. Laurel se puso los pendientes mientras en el otro extremo de la habitación de Parker, donde se habían reunido todas, Emma y la propia Parker experimentaban con el pelo de Mac que, siguiendo un impulso, se lo había cortado a tijeretazos y parecía César cruzando el Rubicón, en opinión de Laurel. Intentaban arreglar lo que quedaba del pelo rojo fuego de Mac con horquillas, purpurina para dar brillo y unos IENTRAS EL RELOJ AVANZABA HACIA EL

pasadores con brillantitos, mientras las tres hablaban sin parar y en el reproductor de CD sonaba de fondo Aerosmith. Le gustaba escucharlas así, cuando ella estaba algo apartada. Tal vez porque, en ese momento, se sentía un poco aparte. Habían sido amigas toda la vida pero, con o sin ese rito de iniciación del baile, las cosas iban a cambiar. En otoño Parker y Emma se irían a la universidad. Mac se pondría a trabajar y, en su tiempo libre, haría cursillos de fotografía. En cuanto a ella, al no cumplirse su sueño de ir al Instituto Culinario por culpa de los problemas económicos y la última gran desavenencia entre sus padres, tomaría algunos cursos en una escuela universitaria. De administración y empresa, suponía. Tenía que ser práctica. Realista. Ahora no le apetecía pensar en eso. Valía más disfrutar del momento y de ese ritual que Parker, con su estilo parkeriano, había organizado. Aunque Parker y Emma iban al baile de graduación de su academia privada, y Mac y ella al de su instituto público, disfrutarían juntas de unas horas: las de vestirse y maquillarse. En el piso de abajo las esperaban los padres de Parker y de Emma para sacarles un montón de fotos, exclamar «¡Mirad a nuestras niñas!», abrazarlas y soltar quizá alguna que otra lagrimita. La madre de Mac era demasiado ególatra para interesarse por el baile de graduación de su hija y, teniendo en cuenta cómo era y actuaba Linda, tal vez fuera lo mejor. En cuanto a sus propios padres… Bueno, estaban demasiado inmersos en su vida, en sus problemas, para que les importara dónde estaba o qué iba a hacer su hija esa noche. Ya se había acostumbrado. Incluso lo prefería. —Tan solo la purpurina en plan hada —decidió Mac, ladeando la cabeza para juzgar el efecto—. Parezco Campanilla en versión guay. —Tienes razón —afirmó Parker. Su brillante melena castaña, lisa como la seda, le caía por la espalda—. Pareces una niñita desamparada, pero con estilo. ¿Qué te parece, Em? —Creo que hay que realzarle los ojos, darles un toque teatral —dijo Emma, entrecerrando sus ojos oscuros y soñadores—. De esto me encargo yo. —Tú misma —accedió Mac encogiéndose de hombros—. Pero no estés mucho rato, ¿vale? Todavía tengo que prepararlo todo para nuestra foto de grupo. —Vamos bien de tiempo. —Parker consultó su reloj de pulsera—. Nos quedan treinta minutos antes de… —Se volvió y vio a Laurel—. ¡Eh, estás fabulosa! —¡Oh, sí que lo estás! —Emma juntó las manos entusiasmada—. Lo sabía, sabía que ese era el vestido. El rosa satinado hace que tus ojos parezcan más azules. —Si tú lo dices… —Te falta una cosa. —Parker corrió hacia el tocador y abrió un cajoncito de su joyero—. Este pasador para el pelo. Laurel, una chica esbelta vestida de rosa satinado y peinada con unos largos rizos dorados como el sol por insistencia de Emma, se encogió de hombros. —Como quieras… —Anímate —le ordenó Parker mientras estudiaba, sosteniéndolo sobre el pelo de Laurel, cómo le quedaría el pasador—. Te divertirás. «¡Por favor, contrólate, Laurel!» —Ya lo sé. Lo siento. Sería más divertido si las cuatro fuéramos al mismo baile, ¡sobre todo porque

estamos impresionantes! —Sí, sería fantástico. —Parker decidió apartarle unos bucles de las sienes y recogérselos hacia atrás —. Pero nos veremos después y nos montaremos nuestra fiesta particular. Cuando salgamos del baile, nos venimos a casa y nos lo contamos todo. Ya está, mírate. Hizo que Laurel se diese la vuelta para que pudiera verse en el espejo, y las dos chicas contemplaron su propio reflejo y luego el de su amiga. —Estoy fabulosa —dijo Laurel, y su comentario arrancó las risas de Parker. Alguien llamó con delicadeza a la puerta y entró. La señora Grady, el ama de llaves de los Brown desde hacía muchos años, se llevó las manos a las caderas mientras daba un repaso general. —Causaréis sensación —dijo—, que es lo mínimo después de la que habéis liado. Id terminando y bajad para las fotografías. Tú —añadió apuntando con el dedo a Laurel—, tú y yo tenemos que hablar, jovencita. —¿Qué he hecho? —preguntó Laurel, mirando a sus amigas una por una, mientras la señora Grady salía por la puerta—. Yo no he hecho nada malo. Sin embargo, como lo que decía el ama de llaves iba a misa, Laurel se apresuró a seguirla. Cuando llegó a la sala de estar de la familia, la señora Grady se volvió y cruzó los brazos. La postura de los sermones, pensó Laurel, y el corazón le dio un vuelco. Empezó a repasar en la memoria, buscando una infracción que mereciera la reprimenda de aquella mujer que, durante su adolescencia, había hecho más de madre para ella que la suya propia. —Bien —empezó a decir la señora Grady mientras Laurel entraba a toda prisa en la estancia—, supongo que os pensáis que ya sois muy mayores. —Yo… —Pues no lo sois, aunque no tardaréis en serlo. Habéis correteado por esta casa todas juntas desde que ibais en pañales. Algo de eso cambiará porque, a partir de ahora, cada una seguirá su camino, al menos durante un tiempo. Un pajarito me ha dicho que tu camino es Nueva York y esa elegante escuela de repostería. El corazón le dio otro vuelco, y Laurel sintió la punzada dolorosa de un sueño perdido. —No, yo… ah… yo seguiré trabajando en el restaurante y me apuntaré a unos cursos de… —No, de eso, nada. —La señora Grady le apuntó de nuevo con el dedo—. Ahora veamos, una chica de tu edad sola en Nueva York tiene que ser lista y andarse con ojo. Y por lo que me han dicho, para triunfar en esa escuela hay que trabajar duro. Se trata de algo más que hacer bonitos glaseados y galletas. —Es una de las mejores escuelas que hay, pero… —Entonces te tocará ser una de las mejores. —La señora Grady se metió la mano en el bolsillo, sacó un cheque y se lo entregó—. Esto cubrirá el primer semestre, las clases, un lugar decente donde vivir y comida suficiente para mantener el cuerpo y la mente sanos. Vale más que lo aproveches, niña, o tendrás que darme muchas explicaciones. Si te portas como espero que lo hagas, hablaremos del segundo semestre cuando llegue el momento. Laurel se quedó mirando anonadada el cheque que tenía en la mano. —Usted no puede… yo no puedo… —Yo puedo y tú lo aceptarás. No hay más que hablar. —Pero…

—¿No acabo de decirte que no hay más que hablar? Como me falles, te la cargas, lo prometo. Parker y Emma irán a la universidad, y Mackensie se dedicará en cuerpo y alma a la fotografía. Tú tienes otro camino, y lo seguirás. Es lo que quieres, ¿verdad? —Más que nada en el mundo. —Le escocían los ojos y le dolía la garganta—. Señora Grady, no sé qué decir… Se lo devolveré, yo le… —Pobre de ti si no lo haces. Me devolverás el favor convirtiéndote en alguien. Ahora es cosa tuya. Laurel abrazó con fuerza a la señora Grady. —No lo lamentará. Haré que se sienta orgullosa de mí. —Estoy segura. Vamos, termina de ponerte guapa. Laurel seguía abrazada a ella. —Nunca olvidaré esto —susurró—. Nunca. Gracias, muchísimas gracias. Se dirigió corriendo hacia la puerta, ansiosa por compartir las novedades con sus amigas, y entonces se volvió, joven y radiante. —Me muero por empezar.

1

S

NORAH JONES SUSURRANDO una canción en el i-Pod, Laurel transformó una lámina de fondant en un elegante encaje comestible. Ni siquiera oía la música, que se ponía más de fondo que para escucharla, cuando montó el adorno con cuidado en el segundo de los cuatro pisos. Retrocedió un paso para observar el resultado y dio una vuelta alrededor de la tarta buscando los fallos. Los clientes de Votos exigían perfección, y eso era exactamente lo que ella quería darles. Asintió satisfecha, y luego cogió un botellín de agua para apagar la sed mientras estiraba la espalda. —Dos completados, faltan otros dos. Miró el tablón de la pared donde había colgado varias muestras de encaje antiguo y el diseño final del pastel de boda que había elegido la novia del viernes por la noche. Tenía que completar tres diseños más (dos para el sábado y uno para el domingo), aunque eso no era nuevo. En Votos, la empresa de bodas y celebraciones que dirigía con sus amigas, el mes de junio era temporada alta. En unos pocos años habían convertido una idea en una empresa floreciente. A veces demasiado floreciente, pensó, y por eso estaba preparando fondant a la una de la mañana. Aunque eso era estupendo, decidió. Y adoraba su trabajo. Cada una tenía pasión por algo. Emma por las flores, Mac por la fotografía, Parker por los detalles… y ella por los pasteles. Y las pastas, se dijo, y los bombones. Aunque los pasteles eran la joya de la corona. Se puso de nuevo manos a la obra y empezó a estirar otra lámina. Como de costumbre, se había recogido el pelo dorado con un pasador para apartarse los mechones de la cara. Bajo el delantal espolvoreado de harina de maíz llevaba unos pantalones y una camiseta de algodón, y se había calzado unos zuecos para que sus pies no sufrieran al tener que estar tantas horas de pie. Sus manos eran fuertes, hábiles y rápidas, fruto de los años que había pasado trabajando, estirando y levantando masas. Cuando empezó con el siguiente adorno, su rostro anguloso y de rasgos cincelados cobró una expresión seria. Cuando se trataba de su arte, la perfección no era solamente un objetivo. Para Glaseados de Votos era una necesidad. El pastel de boda era algo más que hornear y decorar con la manga de pastelería, o que trabajar la pasta de goma y el relleno. Del mismo modo que las fotos de boda que hacía Mac trascendían los simples retratos, y los centros, los arreglos y los ramos que Emma creaba distaban mucho de ser tan solo flores. El cuidado por los detalles, la programación y las ganas que ponía Parker resultaban, al final, mayores que la suma de sus partes. Esos elementos reunidos se convertían en una ceremonia única, y en la celebración de un viaje que dos personas decidían emprender juntas de por vida. Muy romántico, sin duda, y Laurel creía en las historias de amor románticas… al menos en teoría. Aunque creía más en los símbolos y las celebraciones. Y en un pastel de boda verdaderamente fabuloso. Al terminar el tercer piso el rostro de Laurel se había dulcificado y, cuando levantó la vista y vio a Parker en el umbral, en sus intensos ojos azules se reflejó una mirada cálida. —¿Por qué no estás en la cama? OLA, CON

—Unos detalles. —Parker trazó con el dedo círculos imaginarios sobre su cabeza—. No podía dejar de darles vueltas. ¿Llevas mucho rato trabajando? —Bastante. Quiero terminar el pastel para que repose esta noche. Además, mañana me tocará montar y decorar las dos tartas del sábado. —¿Quieres compañía? Se conocían lo suficiente para encajar un posible «no» sin ofenderse. A menudo, cuando Laurel estaba enfrascada en su trabajo, su respuesta solía ser negativa. —Claro. —Me encanta el diseño. —Parker dio una vuelta alrededor del pastel como había hecho antes su amiga—. Encuentro muy delicado el contraste entre los blancos, muy interesante las diferentes alturas de cada piso… y qué trabajados están. Parecen de verdad diferentes trozos de encaje. Con un toque retro, vintage, que es el tema que eligió la novia. Lo has clavado. —Adornaremos el pedestal con una cinta azul celeste —explicó Laurel empezando con la siguiente lámina—, y Emma pondrá pétalos de rosas blancas en la base. Quedará imponente. —Ha sido agradable trabajar con esta novia. Parker, cómoda con su pijama y con la larga melena castaña suelta en vez de recogida en la cola lacia o el ligero moño de las horas de trabajo, puso a calentar un hervidor de agua para preparar un té. Uno de los alicientes de tener la empresa en casa y de que Laurel viviera con ella, así como de que Emma y Mac estuvieran a la vuelta de la esquina, eran esas visitas a horas intempestivas. —Sabe lo que quiere —comentó Laurel mientras elegía un utensilio para festonear los bordes de la lámina—, pero está abierta a las propuestas, y hasta ahora no ha hecho ninguna locura. Si consigue pasar las próximas veinticuatro horas con la misma serenidad, sin duda ganará el codiciado título de Mejor Novia de Votos. —Esta noche, durante el ensayo, ambos estaban contentos y relajados, y eso es buena señal. —Aaa-já —musitó Laurel, que seguía decorando y añadiendo con precisión calados y nudos—. Y ahora dime de una vez por qué no estás en la cama. Parker suspiró mientras calentaba una pequeña tetera. —Supongo que he tenido un bajón. Estaba tomándome una copa de vino y relajándome en mi terraza, y contemplaba las casas de Mac y de Emma. Las dos tenían las luces encendidas, me llegaba el olor del jardín… estaba tranquilo y precioso. Luego se han apagado las luces, primero las de la casa de Emma y un poco más tarde las de Mac. Me he puesto a pensar en que estamos organizando la boda de Mac y que Emma acaba de comprometerse. Y en todas las veces que jugamos al «día de la boda», las cuatro, cuando éramos niñas. Ahora es real. »Así que estaba sentada, disfrutando del silencio y la oscuridad, y me he encontrado deseando que mis padres estuvieran aquí para verlo. Para que vieran lo que hemos construido y cómo somos ahora. Me sentía dividida —se detuvo para poner la medida de té— entre la tristeza porque han muerto y la alegría porque sé que estarían muy orgullosos de mí, de nosotras. —Pienso mucho en ellos. Todas nosotras lo hacemos —comentó Laurel sin dejar de trabajar—. Porque fueron importantísimos en nuestras vidas, y porque esta casa guarda tantos recuerdos de ellos… Así que sé a qué te refieres con lo de sentirte dividida. —Estarían encantados si supieran lo de Mac y Carter, lo de Emma y Jack, ¿verdad que sí?

—Claro que sí. ¿Y qué me dices de lo que hemos hecho en esta casa, Parker? Es una pasada. También estarían encantados con eso. —Qué suerte que estuvieras levantada trabajando. —Parker llenó la tetera de agua caliente—. Me siento mejor. —Para servirla a usted. Y voy a decirte quién más ha tenido suerte. La novia de este viernes, porque… fíjate en este pastel. —Laurel se apartó el pelo de los ojos con un soplido y asintió con aire de suficiencia—. Es la bomba, y cuando prepare la corona hasta los ángeles cantarán. Parker dejó a un lado la infusión para que reposara. —En serio, Laurel, tendrías que sentirte más orgullosa de tu trabajo. Laurel sonrió. —A la mierda el té. Casi he terminado. Ponme una copa de vino.

Por la mañana, tras seis horas de un sueño reparador, Laurel se obsequió con una sesión rápida en el gimnasio antes de vestirse para ir a trabajar. Pasaría la mayor parte del día encadenada a su cocina, pero antes de dar comienzo a esa rutina, tenía que acudir a la reunión general que precedía a las celebraciones. Laurel bajó a toda prisa del ala que ocupaba en el tercer piso y se dirigió a la cocina, situada en la planta baja. En ese momento la señora Grady estaba preparando una bandeja con fruta. —Buenos días, señora Grady. El ama de llaves arqueó las cejas. —Pareces animada. —Me siento animada. Y decidida —dijo Laurel mostrándole los puños y flexionando la musculatura —. Quiero café, todo el que tenga. —Parker se lo ha llevado arriba. A ti te toca subir la fruta y estas pastas. Come fruta. No deberías empezar el día con un bollito glaseado. —Como usted diga, señora. ¿Han venido las demás? —Todavía no, pero he visto salir la camioneta de Jack hace un rato, y supongo que Carter se presentará con carita de pena esperando que le prepare un desayuno decente. —Me largo. —Laurel cogió las fuentes y las sostuvo en equilibrio como la camarera experta que había sido en otro tiempo. Subió con ellas a la biblioteca, que en la actualidad era la sala de reuniones de Votos. Parker estaba sentada a la mesa principal y había colocado el servicio de café en el mueble aparador. Como siempre, ya tenía su BlackBerry al alcance de la mano. Se había peinado con una cola de caballo, lisa y brillante, que le despejaba el rostro, y llevaba una camisa blanca y almidonada para transmitir la seriedad que requería su trabajo. Iba tomando café mientras consultaba unos datos en su ordenador portátil con esos ojos azul medianoche a los que Laurel sabía que no se les escapaba nada. —Provisiones —anunció Laurel. Dejó las bandejas sobre el mueble aparador y se apartó tras la oreja el pelo cortado a la altura del mentón antes de seguir las recomendaciones de la señora Grady y servirse un cuenco de frutos del bosque—. No estabas en el gimnasio esta mañana. ¿A qué hora te has levantado? —A las seis, y ha sido una suerte porque la novia del sábado por la tarde ha llamado pasadas las siete. Su padre ha tropezado con el gato y tal vez se haya roto la nariz. —Vaya…

—Está afectada, pero sobre todo porque no sabe el aspecto que tendrá el hombre el día de la boda, ni cómo quedará en las fotografías. Llamaré a esa maquilladora que es una artista a ver qué se puede hacer. —Siento la mala suerte que ha tenido el PDNA, pero si todos los problemas del fin de semana van a ser como este, estamos en racha. Parker le hizo una señal de advertencia. —No vayas a ser gafe ahora. Mac entró a zancadas, alta y esbelta, con unos tejanos y una camiseta negra. —Hola, compañeras del alma. Laurel entornó los ojos cuando vio la sonrisa franca y los ojos verdes adormilados de su amiga. —Has tenido sexo esta mañana. —Esta mañana he tenido un sexo estupendo, gracias. —Mac se sirvió una taza de café y tomó una magdalena—. ¿Y tú? —Zorra. Mac estalló en una carcajada, se dejó caer en una silla y estiró las piernas. —Me quedo con mi ejercicio matutino en lugar de tu rutina gimnástica y tu máquina de musculación. —Y encima mala y mezquina —afirmó Laurel metiéndose una mora en la boca. —Me encanta el verano porque el amor de mi vida no tiene que levantarse y marcharse temprano a iluminar las mentes de los jóvenes. —Mac abrió su ordenador portátil—. Ahora me siento preparada para dedicarme al trabajo en cuerpo y alma. —Es posible que el PDNA del sábado por la tarde se haya roto la nariz —le contó Parker. —Menudo desastre. —Mac frunció el ceño—. Puedo arreglarlo con el Photoshop si quieren, pero para mí eso es hacer trampa. Hay que tomar las cosas como vienen, y en mi opinión esta anécdota acabará siendo un recuerdo divertido. —Ya veremos qué piensa la novia cuando su padre vuelva del médico. —Parker miró hacia la puerta, por donde entraba Emma corriendo. —No llego tarde. Todavía faltan veinte segundos. —Con sus negros rizos al viento, se dirigió hacia el aparador del café—. He vuelto a dormirme. Después. —Oh, a ti también te odio —musitó Laurel—. Hay que instaurar otra norma: prohibido fardar en las reuniones de trabajo de haber practicado sexo si la mitad de sus miembros no lo han hecho. —Secundo la moción —añadió Parker de inmediato. —Ayy… —Emma rio y se sirvió fruta en uno de los cuencos. —El padre de la novia del sábado por la tarde tal vez se haya roto la nariz. —Ayy… —repitió Emma, preocupada sinceramente por la noticia que acababa de darle Mac. —Nos ocuparemos de eso cuando tengamos más datos. De todos modos, pase lo que pase, en realidad el asunto solo nos concierne a Mac y a mí. Te mantendré informada —le dijo Parker a Mac—. Empecemos por la celebración de esta noche. Los acompañantes de los novios, los familiares y los invitados que venían de fuera ya han llegado. La novia, la MDNA y las damas llegarán a las tres para la sesión de peluquería y maquillaje. La MDNO tenía cita en su peluquería y llegará antes de las cuatro, con el PDNO. El PDNA llegará con su hija. Procuraremos distraerlo y darle alguna ocupación hasta el momento de salir en las fotos oficiales. Mac… —El vestido de la novia es una preciosidad. Es romántico, de inspiración vintage. Resaltaré eso.

Mientras Mac iba detallando el plan previsto y el horario, Laurel se levantó para servirse otra taza de café. Tomó notas de vez en cuando mientras Mac hablaba, y cuando le tocó el turno a Emma, siguió anotando. Laurel había concluido prácticamente su trabajo y solo intervenía cuando y si su opinión era necesaria. Era una dinámica de trabajo que habían perfeccionado desde que Votos pasó de ser una idea a convertirse en una realidad. —Laurel —dijo Parker. —El pastel está terminado y es de campeonato. Pesa mucho, por eso me hará falta que lo acarreen nuestros ayudantes hasta donde se celebra la recepción, pero el diseño no requiere que tengamos que montarlo in situ. Emma, necesitaré que pongas la cinta y los pétalos de rosa blancos cuando el pastel esté en su lugar; con eso bastará hasta el momento de servirlo. La pareja no ha querido el pastel del novio y se ha decantado por un surtido de pastelitos y bombones en forma de corazón. Ya los he preparado. Los serviremos en una vajilla de porcelana blanca que lleva una cenefa de blonda para que haga juego con el diseño del pastel. El mantel de hilo donde lo presentaremos es de color azul claro, con una vainica bordada. El cuchillo y la pala de servir son de los novios. Pertenecieron a la abuela de la novia y tendremos que estar atentas para que no desaparezcan. »Hoy me pasaré casi todo el día trabajando con los pasteles del sábado, pero habré terminado hacia las cuatro por si alguien me necesita. Al final los ayudantes envolverán el pastel que haya sobrado en unas cajitas con una cinta azul en la que hemos grabado los nombres de los novios y la fecha de la boda. Procederemos igual si sobran bombones o pastelitos. Mac, me gustaría que sacaras una fotografía del pastel para mis archivos. Este diseño no lo había hecho nunca. —Cuenta con ello. —Emma, necesito las flores para el pastel del sábado por la noche. ¿Me las traerás cuando vengas a adornar la recepción de hoy? —Claro. —¿Puedo plantear un tema personal? —Mac había levantado una mano para reclamar la atención de todas—. Nadie ha mencionado que mi madre se casa, de nuevo, mañana en Italia. Por suerte, eso queda a muchísimos kilómetros de nuestro feliz hogar de Greenwich, en Connecticut. De todos modos, hoy me ha llamado sobre las cinco de la mañana. Linda no acaba de entender que existen zonas horarias y, en fin, digámoslo claro, le importa un bledo. —¿Por qué no has dejado sonar el teléfono? —preguntó Laurel a pesar de ver que Emma consolaba a Mac dándole unos golpecitos en la pierna. —Porque habría sonado sin parar, y ahora intento lidiar con ella… en mis términos, para variar. — Mac se pasó la mano por el cabello rojo intenso que llevaba cortado a lo chico—. Ha habido, como era de esperar, lágrimas y reproches, porque resulta que ha decidido que quiere que asista a la boda, al contrario que la semana pasada, que no quería. Como no pienso subirme de un salto a un avión para ver cómo se casa por cuarta vez, sobre todo teniendo en cuenta que esta noche tengo una celebración, mañana dos y el domingo otra más, no me habla. —Ojalá dure. —Laurel… —musitó Parker. —Lo digo en serio. Tú lograste cantarle las cuarenta —le recordó Laurel—, y yo no tuve ocasión. Es

algo que me quema por dentro. —Y lo aprecio —intervino Mac—. De verdad. Pero como veis, no estoy muerta de miedo, no me revuelvo en el fango de la culpa y ni siquiera estoy cabreada. Creo que encontrar a un hombre sensato, tierno y de carácter firme solo me ha dado ventajas. Y a esas ventajas sumo el hecho de poder disfrutar de un sexo matutino absolutamente increíble. Todas me habéis apoyado cuando he tenido que enfrentarme a Linda, habéis intentado ayudarme para que no me afectaran sus exigencias y sus arrebatos de locura. Supongo que Carter ha contribuido a inclinar la balanza y ahora puedo lidiar con esto sola. Quería que lo supierais. —Pues yo, solo por eso, practicaría el sexo con él todas las mañanas. —Aparta tus manos de él, McBane, pero gracias por la intención. En fin… —Mac se levantó—. Quiero terminar unas tareas antes de centrarme en la celebración de hoy. Volveré y tomaré unas fotos del pastel. —Espera, voy contigo —dijo Emma levantándose de golpe—. Vuelvo enseguida para reunirme con el equipo y poner los pétalos de rosa en tu pastel, Laurel. Cuando se marcharon, Laurel se quedó pensativa. —Lo ha dicho en serio. —Sí, eso parece. —Y no le falta razón. —Laurel se tomó un minuto más para reclinarse en la silla y disfrutar del café —. Carter es el único que ha sabido abrir su corazón. Me pregunto cómo será contar con un hombre que sea capaz de eso, que pueda ayudarte así, sin agobiarte. Que sepa amarte. Supongo que, bien pensado, le envidio más eso que lo del sexo. —Se encogió de hombros—. En fin, vale más que me ponga a trabajar.

Laurel no tuvo tiempo de pensar en los hombres durante los dos días siguientes. No tuvo ni tiempo ni energías para pensar en el amor y en las historias románticas. Podía estar metida hasta el cuello en celebraciones de boda, pero eso era por negocio… y el negocio de las bodas exigía concentración y precisión. Su pastel Encaje Antiguo, que le llevó casi tres días crear, tuvo su momento estelar antes de ser troceado y devorado. El sábado por la tarde la estrella fue su caprichoso Pétalos en Color Pastel, con centenares de pétalos de rosa grabados con pasta de azúcar, y el mismo día por la noche presentó su Jardín de Rosas, un pastel con capas alternas de rosas rojas y de un bizcocho aromatizado con vainilla y glaseado con una sedosa crema de mantequilla. Para la boda del domingo al mediodía, más sencilla e informal, la novia eligió el modelo Frutos de Verano. Laurel había horneado la masa y preparado el relleno, había montado la tarta y la había glaseado con un trenzado artesanal. En ese momento, mientras la novia y el novio pronunciaban sus votos en la terraza del jardín, completaba la creación adornando con fruta fresca y hojas de menta cada uno de los pisos. Detrás de ella, sus ayudantes estaban dando los últimos toques a la decoración de las mesas para el convite. Laurel, que debajo del delantal llevaba un traje de casi el mismo color que las frambuesas que había elegido, dio un paso hacia atrás y estudió las líneas y el equilibrio de las formas. Luego tomó un racimo de uvas de color champán para decorar uno de los pisos. —Parece sabroso.

Laurel frunció el ceño y siguió agrupando unas cerezas frescas. Solían interrumpirla mientras trabajaba, pero eso no significaba que a ella le gustase. Por si fuera poco, no esperaba que el hermano de Parker se presentase en la casa durante la celebración de una boda. Claro que, tuvo que recordarse, él entraba y salía cuando le venía en gana. Sin embargo, cuando vio que metía la mano en uno de los recipientes, le dio un manotazo para que la apartara. —Quita las manos. —Como si fueras a echar de menos un par de moras. —A saber qué habrás estado tocando. —Laurel formó un trío de hojas de menta; aún no se había molestado en mirarlo—. ¿Qué quieres? Estamos trabajando. —Yo también. Más o menos. En mi faceta de abogado. Tenía que traeros unos documentos. Se encargaba de todos sus asuntos legales, tanto a nivel individual como los relacionados con la empresa. Laurel sabía de sobra que les dedicaba muchas horas, a menudo sacrificando su tiempo libre. Pero si ella no le pinchaba, sería como romper con una larga tradición. —Y lo has calculado para llegar a tiempo y ver si podías pillar algo del catering. —Siempre hay que buscar alicientes. ¿Será un almuerzo ligero? Rindiéndose, Laurel se dio la vuelta. Que él hubiera elegido presentarse con unos tejanos y una camiseta no le impedía dar la imagen del típico abogado formado en una de las universidades de la Ivy League. Delaney Brown, de los Brown de Connecticut, pensó. Alto y delgado, con el espeso cabello castaño tal vez demasiado largo según el canon que dictaba la moda para los abogados. ¿Lo hacía a propósito? Ella suponía que sí, pues era uno de esos hombres que siempre lo tienen todo planeado. Sus ojos azul medianoche eran del mismo color que los de Parker, pero, a pesar de conocerlo desde siempre, Laurel no lograba descifrar qué ocultaba tras ellos. En su opinión, su atractivo le hacía un flaco favor, y su tolerancia no complacía exactamente a todo el mundo. Por otro lado, era leal hasta la muerte, generoso sin alardear y protector hasta resultar irritante. Ahora él le sonreía, con una sonrisa breve y franca y un cierto toque de humor que desarmaba. Imaginó que esa debía de ser su arma letal en los tribunales. O en la cama. —Salmón marinado y frío, rollitos de pollo relleno de espinacas y queso, verduras del huerto a la brasa, tortitas de patata, una selección de quiches, caviar con su aderezo, pastas y panes variados con un surtido de fruta y queso, y a continuación, pastel de semillas de amapola relleno de mermelada de naranja, glaseado con crema de mantequilla al Grand Marnier y coronado con fruta de temporada. —Me apunto. —Espero que sepas convencer con tu labia al personal del catering. —Laurel movió a un lado y a otro los hombros y el cuello antes de elegir las bayas siguientes. —¿Te duele? —Hacer la decoración trenzada te deja los músculos agarrotados. Del empezó a levantar las manos, pero se retractó y las metió en los bolsillos. —¿Jack y Carter están aquí? —Por ahí andan. Hoy no los he visto. —Creo que iré a buscarlos. —Muy bien.

Sin embargo, Del se acercó a los ventanales y contempló la terraza alfombrada de flores, las sillas enfundadas de blanco y a la hermosa novia que miraba a su sonriente novio. —Están dándose los anillos —anunció Del en voz alta. —Eso acaba de decirme Parker. —Laurel dio unos golpecitos a los auriculares—. Estoy lista. Emma, el pastel es todo tuyo. Colocó una ramita cuajada de bayas encima del piso superior para darle el toque final. —Cinco minutos para la cuenta atrás —anunció, y empezó a llenar una caja con la fruta que había sobrado—. Servid el champán y comenzad a mezclar los combinados Bloody Mary y Mimosa. Encended las velas, por favor. —Laurel iba a cargar con la caja, pero Del forcejeó con ella para arrebatársela. —La llevo yo. Laurel se encogió de hombros y puso la música de fondo, que sonaría hasta el momento en que la orquesta se encargara de amenizar la velada. Bajaron por la escalera trasera y pasaron junto a unos camareros uniformados que subían unos entrantes para acompañar los combinados. Ese aperitivo entretendría a los invitados mientras Mac tomaba las fotos oficiales de los novios, el cortejo nupcial y la familia. Laurel abrió la puerta batiente de la cocina, donde el personal del catering trabajaba a toda máquina. Acostumbrada al caos, se deslizó por la estancia, tomó un cuenco y metió en él un poco de fruta que le ofreció a Del. —Gracias. —Intenta no estar en medio… Sí, ya están listos —informó a Parker a través de los auriculares—. Sí, en treinta segundos. Tomando posiciones. —Laurel observó a los del catering—. Seguimos el horario previsto. Ah, Del está aquí… De acuerdo. Del la observó apoyado en la encimera y comiendo bayas mientras Laurel se quitaba el delantal. —Vale, salimos ahora mismo. Del se apartó de la encimera y la siguió al cuartito de los abrigos, que pronto se transformaría en una despensa y una cámara refrigeradora. Laurel se quitó el pasador del pelo, lo dejó por ahí, sacudió la melena para darle forma y se preparó para salir. —¿Adónde vamos? —Yo voy a acompañar a los invitados que están llegando. Y tú te vas con la música a otra parte. —Me gusta donde estoy. Entonces fue ella la que sonrió. —Parker me ha dicho que me libre de ti hasta que llegue el momento de limpiar. Ve a buscar a tus amiguitos, Del, y si os portáis bien, luego os daremos de comer. —Vale, pero si vais a liarme para que me quede a recoger, quiero que me guardéis un poco de ese pastel. Se separaron; él se dirigió a la remodelada casa de la piscina que servía de estudio y hogar de Mac, y ella se encaminó hacia la terraza, donde los novios intercambiaban su primer beso de casados. Laurel se volvió para mirarlo una vez, solo una. Lo conocía de toda la vida… así que supuso que era cosa del destino. Pero era culpa suya, y su problema, que hubiera estado enamorada de él desde siempre. Se permitió un suspiro antes de obligarse a estampar una cálida sonrisa profesional en el rostro y disponerse a acompañar a los invitados al lugar donde se celebraba la recepción.

2

S

último invitado hubiera partido y de que el personal del catering lo hubiese recogido todo, Laurel se arrellanó en el sofá de la sala de estar con una bien merecida copa de vino en la mano. No tenía ni idea de dónde se habían metido los hombres (tal vez en su leonera particular, pertrechados con unas cervezas), pero era muy, muy agradable poder relajarse entre mujeres y disfrutar de la relativa paz. —¡Qué fin de semana tan genial! —Mac alzó la copa en un brindis—. Cuatro ensayos y cuatro celebraciones. Sin un solo error. Ni el más mínimo fallo. Todo un récord. —El pastel estaba soberbio —añadió Emma. —Le has hincado el tenedor —le acusó Laurel. —Ha sido un bocado celestial. ¡Qué día tan dulce…! Me ha encantado que el hijo del novio hiciera de padrino. Era una monada. Me han entrado ganas de llorar. —Serán una familia estupenda. —Parker estaba sentada, con los ojos cerrados y la BlackBerry en el regazo—. Cuando veo parejas con hijos que vuelven a intentarlo, pienso: ¡agárrense, que vienen olas! Pero ¿con los de hoy? Se veía a las claras que el niño y ella se quieren con locura. Ha sido muy tierno. —He sacado unas fotos fenomenales, y el pastel era increíble —añadió Mac—. Me parece que elegiré el de semillas de amapola para mi boda. Laurel movió los dedos de los pies para aliviar los calambres. —La semana pasada querías el de crema italiana. —Quizá tendría que elegir un surtido. Versiones en pequeño de distintas tartas, con diseños diferentes. Sería una orgía culinaria, y las fotografías quedarían estupendas. Laurel le apuntó con los dedos como si fueran una pistola. —Te voy a matar, Mackensie. —Tendrías que ser fiel a la crema italiana. Es tu pastel favorito. Mac secundó a Emma con un mohín. —Tienes razón, es mi día. ¿Y por cuál te has decidido tú, experta en pastelería? —Ni siquiera lo he pensado. Todavía me cuesta creer que esté prometida. —Emma examinó el diamante que llevaba en el dedo con una sonrisa petulante—. Además, cuando empiece a planificar la boda con detalle, seguro que me volveré una neurótica. Así que deberíamos postergarlo todo lo posible. —Sí, por favor —suspiró Laurel dándole la razón. —De todos modos, primero necesitas el vestido. —Parker seguía con los ojos cerrados—. Siempre hay que empezar por el vestido. —A eso lo llamo yo hablar con sensatez —musitó Laurel. —No le he dado muchas vueltas al tema, solo unas mil —explicó Emma—. Si apenas debo de haber visto medio millón de fotos. Adoptaré la versión princesa. Con metros y más metros de falda. Tal vez un cuerpo que deje los hombros al aire y un escote en forma de corazón, para presumir de pecho. —De eso puedes presumir —coincidió Mac. OLO BASTANTE DESPUÉS DE QUE EL

—Nada de ir sencilla. La palabra clave en mi caso es «fastuosa». Quiero llevar una tiara… y cola. —Sus ojos oscuros se iluminaron al imaginarse—. Además, como hemos podido hacer un hueco para mi boda el próximo mayo, me diseñaré un ramo increíble y… eso, fastuoso. En tonos pastel, creo. Quizá. Seguramente. Unos maravillosos y muy románticos tonos pastel. —Suerte que ni siquiera lo habías pensado —apostilló Laurel. —Vosotras también vestiréis con colores suaves —prosiguió Emma sin inmutarse—. Mis amigas, como flores de un jardín. —Dejó escapar un hondo y soñador suspiro—. Y cuando Jack me vea, se le cortará la respiración. En ese momento, ¿sabéis?, en el que nos miraremos a los ojos y el mundo se detendrá para los dos. Durante un minuto, un increíble minuto. Sentada en el suelo, Emma reclinó la cabeza en la pierna de Parker. —Qué poco nos lo imaginábamos de pequeñas, cuando jugábamos al «día de la boda». Qué poco nos imaginábamos lo que significaba este momento especial. Tenemos suerte de verlo tan a menudo. —Este es el mejor trabajo del mundo —murmuró Mac. —Es el mejor porque somos las mejores. —Laurel se incorporó para brindar—. Nuestra responsabilidad es hacer disfrutar a los demás de este momento increíble. Y tú tendrás el tuyo, Em. Organizado hasta el mínimo detalle por Parker, rodeada de las flores que tú misma habrás elegido, fotografiado por Mac. Y lo celebraremos con un pastel que crearé especialmente para ti. Fastuoso. Te lo prometo. —Uauu… —A Emma se le iluminaron los ojos—. Por mucho que quiera a Jack, y vaya si le quiero, sin vosotras mi felicidad no sería ahora completa. Mac le ofreció un pañuelo de papel a Emma. —Pero antes voy yo —le dijo a Laurel—. Quiero un pastel ex profeso para mí. Si vas a prepararle uno especial a ella, a mí también. —Podría decorar los pisos de la tarta con unas cámaras y unos trípodes diminutos. —¿Y con unas estanterías de libros en miniatura para Carter? —rio Mac—. Menuda burrada… aunque reconozco que encaja. —Continuarías con el estilo de las fotos de compromiso. —Emma se enjugó las lágrimas—. Me encantó el posado: Carter y tú en el sofá, con las piernas entrecruzadas… él con un libro en el regazo y tú como si acabaras de tomarle una foto. Los dos sonriendo. Eso me recuerda que quería preguntarte por mi retrato de compromiso. ¿Dónde, cuándo, cómo? —Muy fácil. Jack y tú en la cama, desnudos. Emma le asestó un puntapié. —Basta. —Eso también encaja —sentenció Laurel. —¡Jack y yo nos dedicamos a más cosas aparte de practicar sexo! —Por supuesto. —Parker entreabrió un ojo—. A pensar en cómo vais a practicarlo. —Tenemos una relación muy rica en muchos aspectos —insistió Emma—, y uno de ellos es el sexo. Pero en serio… —Se me han ocurrido varias ideas. Tendríamos que comparar agendas y encontrar un hueco. —¿Ahora? —Pues claro. Parks debe de tener la agenda de las dos en su BlackBerry. —Mac alargó el brazo para

cogerla. Parker abrió los dos ojos y la fulminó con la mirada. —Si la tocas, te mato. —Por Dios… Vayamos al estudio a consultar mi agenda. Además, deberíamos ir ya a recoger a los chicos. Jack tiene que reservar la hora para las fotos. —Excelente. —¿Dónde estarán? —se preguntó Laurel. —Abajo, con la señora Grady —le informó Emma—. Comiendo pizza y jugando al póquer. Al menos, ese era el plan. —Y no nos han invitado. —Laurel, que seguía echada, se las arregló para encogerse de hombros cuando las demás se la quedaron mirando—. Vale, rectifico. No me apetece el plan de pizza y póquer porque prefiero estar aquí con vosotras. De todos modos… —En fin… —Mac se puso en pie—. Puede llevarnos algo de tiempo «recogerlos» en estas circunstancias. Vayamos a informar, y luego ya organizaremos el calendario. —Buena idea. A trabajar, chicas —dijo Emma levantándose. Cuando salieron, Laurel se desperezó. —Necesito un masaje. Tendríamos que contratar a un masajista que se llamara Sven, o Raúl. —Lo apuntaré en la lista. Mientras tanto, ¿por qué no llamas a un servicio de masajes y reservas hora? —Pero si tuviéramos a Sven (creo que prefiero Sven a Raúl), me daría el masaje ahora mismo y luego me iría a dormir como nueva. ¿Cuántos días faltan para las vacaciones? —Demasiados. —Eso lo dices ahora, pero cuando llegue el momento de ir a los Hamptons, seguirás con esa BlackBerry pegada a la mano. —Puedo pasar de ella. Laurel le devolvió la sonrisa a Parker. —Comprarás una funda impermeable y así podrás nadar con ella. —Más bien deberían hacerlas sumergibles. La tecnología ya debe de estar preparada para eso. —En fin, voy a dejaros a ti y a tu único y verdadero amor solos para sumergirme en un baño caliente y soñar con Sven. —Laurel rodó por el sofá y se levantó—. Qué bien ver a Emma y a Mac tan felices, ¿verdad? —Sí. —Hasta mañana.

El baño caliente obró maravillas, pero en lugar de relajarla para irse a dormir la desveló. En vez de perder una hora luchando contra el insomnio, Laurel encendió el televisor de la sala de estar para que le hiciera compañía y se sentó frente al ordenador a repasar la agenda de la semana. Buscó recetas (se había convertido en una adicción para ella, tanto como la BlackBerry para Parker), y descubrió un par que decidió guardar para darles más adelante su toque personal. Como seguía desvelada, se acomodó en su butaca favorita con el cuaderno de dibujo. La butaca había pertenecido a la madre de Parker, y Laurel siempre se sentía protegida y segura en ella. Cruzó las piernas

sobre el mullido cojín, puso el cuaderno en el regazo, y empezó a pensar en Mac. En Mac y en Carter. En Mac con el fabuloso vestido de novia que había elegido… o, mejor dicho, que Parker le había encontrado. Líneas limpias y estilizadas, reflexionó, que se adecuaban tan bien a la figura esbelta y delgada de Mac. Sin apenas adornos, tan solo un toque coqueto. Dibujó un pastel que reflejara ese estilo: clásico y simple. E inmediatamente lo descartó. Un vestido de corte sencillo, claro, pero Mac también era color y destellos, originalidad y atrevimiento. Y esa, comprendió, era una de las razones por las que Carter la adoraba. Atrevimiento. Una boda con los colores del otoño. Los pisos de la tarta cuadrados en vez de los tradicionales redondos, glaseados con crema de mantequilla, que era la cobertura preferida de Mac. Coloreada. ¡Sí, exacto! En oro viejo y adornada con flores de temporada. Unas flores enormes, de pétalos grandes y bien definidos, de colores castaño rojizo, anaranjado intenso y verde musgo. Color, textura y forma para atraer la mirada de la fotógrafa experta, y romanticismo para la novia. Lo coronaría con un ramo del que colgaran unas cintas en oro cobrizo, y daría unos toques de blanco con la manga pastelera para reavivar el color. «La caída de las hojas», pensó Laurel sonriente mientras iba añadiendo detalles a la composición. Era el nombre perfecto: por la estación, y por la manera en que su amiga había «caído» literalmente sobre el amor. Laurel sostuvo en alto el dibujo y sonrió satisfecha. —¡Qué buena soy! Me ha entrado hambre. Se levantó y dejó el cuaderno abierto apoyado en una lámpara. Decidió que en la primera ocasión que se le presentara se lo enseñaría a Mac para que le diera su opinión como novia. De todos modos, conociéndola como la conocía, aquello iba a provocar un feliz «¡Uauuu!». Se merecía un tentempié, quizá una porción de pizza fría si quedaba algún resto en la nevera. Lo lamentaría por la mañana, se dijo mientras salía del dormitorio, pero ¡qué se le iba a hacer! Estaba desvelada y le había entrado hambre. Uno de los incentivos de llevar su trabajo y su vida por sí sola era poder permitirse algún capricho de cuando en cuando. Caminó a oscuras y en silencio, guiada por su conocimiento de la casa y por el rayo de luna que se colaba por las ventanas. Salió del ala donde se encontraba su habitación y empezó a bajar la escalera mientras se convencía de que sería mejor olvidarse de la pizza fría y optar por la combinación más sana de fruta e infusión. El lunes tenía que levantarse temprano para hacer ejercicio antes de ponerse a hornear. Por la tarde venían tres parejas a una degustación; debería prepararlo todo y luego adecentar su espacio. A última hora había programada una reunión general con una clienta para empezar a concretar los detalles de una boda que se celebraría en invierno. Y luego le quedaba la noche para hacer lo que tuviera que hacer… o lo que le viniese en gana. Por suerte se había impuesto una moratoria de citas y no tenía que preocuparse de vestirse para salir, del conjunto que llevaría, de mantener una conversación y de decidir si le apetecía terminar la velada con sexo. Así la vida era más fácil, pensó mientras giraba al llegar al pie de la escalera. Más fácil, y más simple y menos tensiones si tachabas las citas y el sexo del menú.

Chocó de frente contra un objeto sólido, un objeto con apariencia masculina, y se tambaleó hacia atrás. Soltó un taco e hizo aspavientos para no perder el equilibrio. El dorso de su mano golpeó algo carnoso… y provocó otro taco que esta vez no era suyo. Cuando empezó a caerse, se agarró a un pedazo de tela. Y oyó cómo el tejido se desgarraba mientras el objeto sólido con apariencia masculina se le desplomaba encima. Sin aliento y con la cabeza latiéndole por el golpe que se había dado contra un escalón, quedó tirada como un muñeco de trapo. Aún aturdida y a oscuras, reconoció el cuerpo y el olor de Del. —¡Joder! ¿Eres tú, Laurel? Maldita sea. ¿Te has hecho daño? Inspiró con fuerza al sentir el peso de él aprisionándola… y también porque cierta parte de ese peso presionaba de manera muy íntima entre sus piernas. Pero ¿por qué habría estado pensando en el sexo? O en la falta de sexo, más bien. —Sal de encima —le ordenó. —Lo intento. ¿Estás bien? No te había visto. —Del se puso de lado y sus ojos se cruzaron bajo la claridad azulada y neblinosa de la luna—. ¡Ay! El movimiento de su cuerpo incrementó la presión, justo en el centro, y Laurel notó que se le disparaba el latido en otra zona que nada tenía que ver con la cabeza. —Levántate. Ya. Mismo. —Vale, vale. He perdido el equilibrio… y tú me has agarrado por la camisa y me has hecho caer. He intentado cogerte. Aguarda, deja que encienda la luz. Laurel se quedó quieta, esperando recobrar el aliento y el ritmo de todos sus latidos. Del encendió la luz del vestíbulo y ella cerró los ojos para protegerse de la claridad. —Ah —exclamó Del, y carraspeó. Laurel estaba tumbada en los escalones, con las piernas abiertas, vestida con una fina camiseta blanca de tirantes y unos pantaloncitos rojos. Llevaba las uñas de los pies pintadas de rosa. Del prefirió concentrarse en esas uñas en lugar de en sus piernas, en cómo le sentaba la camiseta blanca o… en lo demás. —Deja que te ayude. —«A ponerte una bata muy larga y gruesa», agregó mentalmente Del. Laurel lo despachó con un gesto displicente, se incorporó y se tocó la nuca. —Maldita sea, Del, ¿cómo se te ocurre ir de puntillas por la casa? —Yo no iba de puntillas. Caminaba. La que iba de puntillas eras tú. —Yo no iba… ¡Vivo en esta casa! —Yo también… antes —murmuró Del—. Me has roto la camisa. —Por tu culpa casi me parto la crisma. El enojo de Del se convirtió en preocupación. —¿Te he hecho daño? Déjame ver… Sin darle tiempo a moverse, se agachó y le palpó la nuca. —Te has dado un buen golpe, pero no sangras. —¡Ay! —Al menos la repentina punzada apartó de su mente la camisa rasgada y la musculatura que se ocultaba debajo—. Deja de toquetearme. —Hay que ponerte hielo. —No pasa nada. Estoy bien. —Y agitada, sin duda, pensó Laurel, y deseosa de que aquel hombre

despeinado y descompuesto no estuviera tan ridículamente sexy—. ¿Qué diablos haces aquí en mitad de la noche? —No estamos en mitad de la noche, ni siquiera es medianoche. La miraba fijamente a los ojos. Debía de estar buscando alguna señal de conmoción o trauma, supuso Laurel. En cualquier momento le tomaría el maldito pulso. —No has contestado a mi pregunta. —La señora Grady y yo nos hemos quedado charlando. Hemos tomado unas cervezas. Las suficientes para que haya decidido… —Del señaló al piso de arriba—. Iba a dejarme caer en una de las habitaciones de invitados porque no quería conducir un poco tocado. No podía discutir con él por haber actuado con sensatez, y él siempre era muy sensato. —Habías decidido… —Laurel imitó su gesto y señaló hacia arriba. —Levántate. Quiero asegurarme de que estás bien. —No soy yo la que anda achispada por la casa. —No, tú eres la que se parte la crisma. Ven. —Del zanjó el asunto tomándola por las axilas y levantándola. Al estar Laurel un escalón más arriba que él, sus caras quedaron a la misma altura—. No hay estrellitas en tus ojos ni pajarillos revoloteando alrededor de tu cabeza. —Muy gracioso. Del le dedicó su sonrisa característica. —He oído piar a un par de pajarillos cuando me has dado un manotazo a traición. A Laurel se le escapó una sonrisa a pesar de que seguía con el ceño fruncido. —Si hubiera sabido que eras tú, te habría arreado con más fuerza. —Esa es mi chica. «¿Así es como me ve?», pensó Laurel con una ambigua mezcla de rabia y decepción. Una más de sus chicas. —Ve a dormir la mona, y deja de andar por ahí como un ladrón. —¿Adónde vas? —preguntó Del mientras Laurel se alejaba. —Adonde me da la gana. Típico de Laurel, pensó Del, y también una de las cosas que más le atraían de ella. A menos que pensara en cómo se le veía el culo con aquellos pantalones cortos rojos. Que no era en lo que estaba pensando. No. Tan solo se aseguraba de que se aguantaba en pie. Sobre aquellas fenomenales piernas. Dio media vuelta con decisión y subió la escalera hasta el tercer piso. Fue al ala de Parker y abrió la puerta del dormitorio que había ocupado durante su infancia y adolescencia. No era el mismo cuarto. Ni lo habría esperado ni le habría gustado. Cuando las cosas no cambian, se estancan y se pudren. Ahora, en las paredes de un verde suave y difuminado, unos cuadros enmarcados con sencillez sustituían a sus antiguos posters de deportes. La cama, un precioso mueble antiguo con dosel, había pertenecido a su abuela. Una cosa era la tradición, y otra muy distinta el estancamiento, pensó. Se sacó las monedas y las llaves del bolsillo y las dejó sobre una bandejita del escritorio. Entonces se vio en el espejo. Llevaba la camisa rasgada en el hombro, iba despeinado y, si la vista no le engañaba, en la mejilla lucía la leve marca de los nudillos de Laurel.

Siempre había sido una chica dura, pensó mientras se quitaba los zapatos de un puntapié. Dura, fuerte y un punto temeraria. La mayoría de las mujeres se habría puesto a chillar. Laurel, no. Laurel había peleado. Si la empujaban, devolvía el empujón. Con más fuerza. No podía por menos que admirarla. Le había sorprendido su cuerpo. Podía admitirlo, se dijo mientras se quitaba la camisa rasgada. No era que su cuerpo le fuera desconocido. En todos esos años la había abrazado muchas veces. Ahora bien, abrazar a una amiga era muy distinto de estar encima de una mujer a oscuras. Muy distinto. Y algo en lo que mejor no recrearse. Acabó de desnudarse, dobló el cubrecama (obra de su bisabuela), dio cuerda al despertador antiguo de la mesilla de noche, puso la alarma y apagó la luz. Cuando cerró los ojos, la imagen de Laurel tumbada en la escalera le vino a la cabeza… y se quedó allí. Se dio la vuelta, pensó en las citas que tenía concertadas a la mañana siguiente… y la vio alejándose con aquellos pantaloncitos rojos. —Qué más da… Un hombre tenía derecho a recrearse en lo que quisiera cuando estaba solo y a oscuras.

Como era habitual los lunes por la mañana, Laurel y Parker llegaron casi a la vez al gimnasio particular. Parker quería hacer yoga y Laurel, ejercicios cardiovasculares. Como las dos se lo tomaban muy en serio, hablaron poco. Laurel estaba a punto de llegar a los cinco kilómetros y Parker empezaba su rutina de pilates cuando Mac entró cansinamente y contempló la máquina de musculación con su acostumbrado desdén. Divertida ante la reacción de su amiga, Laurel disminuyó la velocidad para bajar el ritmo de las pulsaciones. Mac había empezado a ejercitarse diariamente porque se había propuesto lucir unos brazos y unos hombros espectaculares el día de su boda. Su vestido tenía un escote palabra de honor. —Te veo muy bien, Elliot —le dijo mientras tomaba una toalla. Mac le respondió con una mueca. Laurel tendió en el suelo una colchoneta para hacer unos estiramientos mientras Parker le daba unos consejos a Mac sobre la mejor manera de ponerse en forma. Cuando Laurel tomó las pesas, Parker empujaba a Mac hacia la bicicleta elíptica. —No quiero. —Las mujeres no solo tenemos que hacer ejercicios de resistencia. Quince minutos de práctica cardiovascular y quince de estiramientos. Laurel, ¿cómo te has hecho este moretón? —¿Qué moretón? —El del hombro. —Parker se acercó a ella y le pasó un dedo por el moretón que su camiseta sin mangas y entrada de hombros dejaba a la vista. —Ah, tropecé y caí debajo de tu hermano. —¿Cómo? —Él paseaba por la casa a oscuras y yo bajé a hacerme una infusión, aunque al final opté por pizza fría y soda. Del tropezó conmigo y me echó al suelo. —¿Por qué iba paseando a oscuras?

—Eso mismo le pregunté. Cervezas y señora Grady. Ha dormido en uno de los dormitorios de invitados. —No sabía que hubiera pasado la noche en casa. —Todavía no se ha ido —dijo Mac—. Su coche está aparcado delante. —Iré a ver si se ha levantado. Quince minutos, Mac. —Bah… ¿cuándo se liberan las endorfinas? —le preguntó Mac a Laurel—. ¿Cómo me enteraré? —¿Cómo te enteras de que tienes un orgasmo? —¡No me digas! —exclamó Mac entusiasmada—. ¿Es eso lo que se siente? —Por desgracia, no, aunque rige la misma norma de «lo sabrás cuando lo notes». ¿Te quedas a desayunar? —Lo estoy pensando. Creo que después del ejercicio, me lo merezco. Puedo llamar a Carter para que se apunte y convenza a la señora Grady de que nos prepare unas torrijas. —Bien pensado. Quiero enseñarte una cosa. —¿Qué? —Se me ha ocurrido algo. Eran más de las siete cuando Laurel, con la ropa de día y el cuaderno de dibujo en la mano, entró en la cocina de la casa. Pensaba que Del ya se habría ido, pero se lo encontró allí mismo, apoyado en la encimera y sosteniendo una humeante taza de café. Carter Maguire, como imitando su reflejo en un espejo, se había colocado enfrente. Aun así, ¡qué distintos eran! Del, todavía con la camisa rasgada y unos tejanos, proyectaba una imagen de masculina elegancia, mientras que Carter desprendía una dulzura que desarmaba a cualquiera. Sin ser edulcorado, pensó, lo que sería horrible. Más bien era una bondad innata. A pesar de que Del había resultado bastante torpe caminando a oscuras, era ágil y atlético, mientras que Carter tendía a ser patoso. «De todos modos, los dos son una monada». Estaba claro que la robusta señora Grady no era inmune a sus encantos. Atareada en los fogones (las torrijas habían ganado por goleada), tenía la mirada encendida y las mejillas arreboladas. «Está contenta porque los chicos han venido a desayunar», pensó Laurel. Parker entró desde la terraza y se metió la BlackBerry en el bolsillo. Su mirada se cruzó con la de Laurel. —La novia del sábado por la noche. Los nervios típicos, pero todo va como la seda. Emma y Jack vienen a desayunar, señora Grady. —Bien, si tengo que cocinar para un ejército, que empiece a sentarse la tropa. Quita las manos del beicon, chico —le advirtió a Del—. Siéntate a la mesa como la gente civilizada. —Solo quería empezar antes. Ya serviré yo. Eh, Laurel, ¿qué tal va tu cabeza? —Sigue encima de mis hombros. —Laurel dejó el cuaderno de dibujo en la mesa y tomó la jarra del zumo. —Buenos días —dijo Carter sonriéndole—. ¿Qué le ha pasado a tu cabeza? —Del me la golpeó contra la escalera. —Después de que ella me pegara y me arrancara la camisa.

—Porque estabas borracho y me tiraste al suelo. —No estaba borracho, fuiste tú quien se cayó. —Porque tú lo dices. —Sentaos y comportaos —ordenó la señora Grady, que se volvió al ver que Jack y Emma entraban en la cocina—. ¿Te has lavado las manos? —le preguntó a Jack. —Sí, señora. —Entonces toma esto y ve a sentarte. Jack sujetó la bandeja de torrijas y las olisqueó agradecido. —¿Ha preparado algo más para los otros? La señora Grady soltó una carcajada y le dio un manotazo. —Eh, hola —saludó Jack a Del. Eran amigos desde la universidad, y casi como hermanos desde que Jack había regresado a Greenwich para abrir un estudio de arquitectura. Luciendo un porte de actor, el pelo rubio oscuro y ondulado, los ojos soñadores y la sonrisa fácil, se sentó a la mesa rinconera de la cocina. El hecho de que vistiera traje le indicó a Laurel que esa mañana, en lugar de una visita de obra, tenía una reunión con un cliente en el estudio. —Llevas la camisa rota —le señaló Jack a Del mientras le escamoteaba una loncha de beicon. —Es culpa de Laurel. Jack enarcó las cejas varias veces en dirección a la joven. —Peleona. —Idiota. Intercambiaron una sonrisa y en ese momento entró Mac. —¡Ostras! Ojalá valga la pena. Ven aquí —dijo Mac agarrando a Carter y tirando de él para darle un sonoro beso—. Me lo merezco. —¡Qué… sonrosada estás! —murmuró él, e inclinó la cabeza para devolverle el beso. —Dejaos de tonterías y sentaos antes de que la comida se enfríe. —La señora Grady le tiró del brazo mientras se acercaba con la cafetera para llenar las tazas. Laurel sabía que el ama de llaves estaba en su elemento. Reunir a la pandilla le permitía atarearse y dar órdenes. Estaba encantada de acoger a la bulliciosa prole, porque cuando se hartara, los echaría a todos de la cocina o se retiraría a sus dependencias para disfrutar de un poco de paz y tranquilidad. Sin embargo, por el momento, entre aromas a café, beicon y canela, y a medida que las bandejas se vaciaban y se llenaban los platos, la señora Grady disfrutaba porque todo iba como ella quería. Laurel comprendía esa necesidad de nutrir, el deseo, incluso la pasión, de poner un plato ante alguien y apremiarle a comer. Era un acto que hablaba de vida y comodidad, de autoridad y satisfacción. Y si se había preparado esa comida con las propias manos, gracias a la propia habilidad, también era, de una manera real y tangible, un acto de amor. Suponía que ella misma había aprendido todo eso en aquella cocina, en los momentos en que la señora Grady le enseñó a amasar tartas, a preparar pasta de buñuelos o a probar una barra de pan para comprobar si estaba cocida. No solo había aprendido los rudimentos de la repostería, sino que había entendido que, con amor y orgullo, la masa sube mejor. —¿Qué tal la cabeza? —le preguntó Del.

—Mejor, pero no gracias a ti. ¿Por qué? —Porque te noto callada. —¿Y quién podría meter baza? —repuso ella refiriéndose a las conversaciones que se entrecruzaban en la mesa. —¿Puedo hacerte una consulta profesional? Laurel se detuvo antes de dar un mordisco a una torrija y lo observó con cautela. —¿De qué se trata? —Necesito un pastel. —Todos necesitamos un pastel, Del. —Ese debería ser tu lema. Dara va a regresar tras la baja maternal. He pensado en organizarle una pequeña fiesta de bienvenida en el bufete para celebrar el feliz nacimiento y todo eso. Un gesto muy considerado hacia su ayudante, y muy propio de él. —¿Cuándo? —Ah… el jueves. —¿Te refieres a este jueves? —También era muy propio de él, pensó Laurel—. ¿Qué clase de pastel quieres? —Uno que sea bueno. —Todos lo son. Dame una pista. ¿Para cuántas personas sería? —Unas veinte. —¿Una o varias capas? Del la miró con aire suplicante. —Ayúdame, Laurel. Tú conoces a Dara. Decide tú. —¿Es alérgica a algo? —No, que yo sepa. —Del le llenó la taza de café justo cuando ella había decidido hacerlo—. No hace falta que sea espectacular. Un pastel bonito para una celebración de oficina. Podría ir al supermercado y comprarlo allí, pero… ¿lo ves? Eso es lo que conseguiría —dijo Del refiriéndose a la mueca de asco que Laurel esbozaba—. Podría venir a recogerlo el miércoles después del trabajo, si aceptas el encargo. —Acepto el encargo porque me cae bien Dara. —Gracias. —Del le dio unos golpecitos cariñosos en la mano—. Tengo que irme pitando. Recogeré esa documentación el miércoles —añadió dirigiéndose a Parker—. Ya me tendrás al corriente cuando te hayas organizado. Del se levantó y se acercó a la señora Grady. —Gracias. Le dio un beso espontáneo y fugaz en la mejilla. Luego la abrazó, con aquel abrazo que siempre hacía estremecer el corazón de Laurel. La estrechó contra él, apoyó la mejilla en su pelo, cerró los ojos y la acunó. Los abrazos de Del eran abrazos de verdad, pensó Laurel, y lo hacían irresistible. —Haz el favor de comportarte —ordenó la señora Grady. —Delo por hecho. Hasta la vista. —Saludó con la mano al resto del grupo y salió por la puerta trasera. —Vale más que me vaya yo también, señora Grady —dijo Jack—. Es usted la diosa de la cocina, la

emperatriz de lo epicúreo. El ama de llaves estalló en carcajadas. —Ve a trabajar. —Voy. —Será mejor que yo también me ponga en marcha. Iré contigo —dijo Emma. —De hecho, me gustaría que me dieras tu opinión sobre un tema —dijo Laurel a Emma antes de que pudiera levantarse. —Entonces me sirvo otra taza de café. —Emma se atareó con el nudo de la corbata de Jack y luego le dio un beso en los labios—. Adiós. —Nos vemos esta noche. Te traeré esos planos revisados, Parker. —Cuando quieras. —¿Queréis que me vaya yo también? —preguntó Carter cuando Jack se marchó. —Puedes quedarte, e incluso dar tu opinión. —Laurel se levantó deprisa y corriendo para tomar su cuaderno de notas—. Anoche estuve dándole vueltas y me parece que di con una idea para vuestro pastel de bodas. —¿Para mi pastel? Nuestro pastel, quiero decir —rectificó Mac sonriéndole a Carter—. ¡Quiero verlo, quiero verlo! —El lema de Glaseados de Votos es dar con una buena presentación —dijo Laurel con seriedad—. Por eso, a pesar de que la inspiración de este diseño proviene en principio de la novia… —¡De mí! —… también tiene en cuenta lo que la diseñadora del pastel considera las cualidades de dicha novia que han atraído al novio, y viceversa. Creo que en este caso hemos conseguido una acertada combinación entre lo tradicional y lo innovador, tanto en la forma como en el sabor. Hay que añadir el hecho de que hace más de dos décadas que la diseñadora conoce a la novia, y que ha tomado un cariño profundo y sincero al novio, factores estos que desempeñan un papel determinante, pero aceptará de todo corazón cualquier crítica a la idea que va a presentar. —¡Menuda bobada! —Parker levantó los ojos al cielo—. Te vas a cabrear como a Mac no le guste. —Tienes razón. Si no le gusta, es que es imbécil, y eso significa que hace más de veinte años que tengo una amiga imbécil. —Déjame ver tu maldito diseño. —Podremos cambiar el tamaño del pastel cuando hayas cerrado la lista de invitados. La idea que te presento es para unos doscientos comensales. —Laurel pasó las hojas del cuaderno y sostuvo en alto el esbozo. Ni le hizo falta oír a Mac conteniendo la respiración para saberlo. Solo tenía que mirar la felicidad pintada en su rostro. —Los colores se ajustan mucho al resultado final. Te habrás fijado en que es una combinación de varios pasteles y rellenos. El pastel de crema italiana que te gusta, el de chocolate con frambuesa que le gusta a Carter y el amarillo también, quizá con crema pastelera… Así podremos convertir en realidad tu sueño de disfrutar de varios pasteles distintos. —Si a Mac no le gusta, me quedo yo con él —anunció Emma. —A ti no te va. El pastel es de Mac, si lo quiere. Podemos cambiar las flores —puntualizó Laurel— por las que escojáis Emma y tú para el ramo y los centros, pero yo optaría por esta paleta de colores. Tú

no eres de glaseados blancos, Mac. A ti te va el color. —Por favor, procura que te guste —le murmuró Mac a Carter. —¿Cómo quieres que no me guste? Es asombroso. —Carter se quedó mirando a Laurel y le dedicó una sonrisa franca y dulce—. Además, me ha parecido oír que será también de chocolate con frambuesa. Si hay que votar, me decanto por este. —Yo también —intervino Emma. —Estoy pensando que será mejor que escondas el dibujo —le indicó Parker a Laurel—. Si nuestras clientas lo ven, las novias van a pelearse por conseguir ese pastel. Lo has clavado a la primera, Laurel. Mac se levantó y se acercó a Laurel para quitarle el cuaderno y estudiar el esbozo de cerca. —La forma, las texturas, por no hablar de los colores… ¡Oh, oh, las fotografías que van a salir de ahí! Tú ya habías pensado en eso, claro —añadió mirando fijamente a Laurel. —Cuesta pensar en ti y olvidar que eres fotógrafa. —Me encanta tu pastel, y lo sabes. Sabías que me enamoraría. Qué bien me conoces. —Mac abrazó a Laurel y empezó a bailotear—. Gracias, gracias, gracias… —Déjame eso. —La señora Grady tomó el cuaderno de dibujo de las manos de Mac y analizó el esbozo con los ojos entornados y los labios fruncidos. Al final asintió y miró a Laurel. —Bien hecho, niña. Ahora, todo el mundo fuera de mi cocina.

3

E

L MIÉRCOLES,

LAUREL HIZO MALABARES para repartirse entre sus horneados, las degustaciones, las reuniones y las sesiones de diseño. El frigorífico y el congelador estaban hasta los topes de rellenos, glaseados y coberturas debidamente etiquetados para confeccionar los pasteles y los postres de los actos del fin de semana siguiente. Y todavía le quedaban cosas por hacer. Había encendido el televisor de la cocina para disfrutar, de fondo, de los chispeantes diálogos de Historias de Fiiadeifia mientras añadía, una a una, yemas de huevo a una mezcla de mantequilla y azúcar en un cuenco. En el tablón de la pared había pinchado los esbozos y las fotos de los diseños de la semana, y también una lista de las tareas pendientes. Cada vez que terminaba de incorporar una yema, añadía una mezcla de harina y levadura tamizada tres veces que iba alternando con una medida de leche. Estaba batiendo claras de huevo con una pizca de sal en un cuenco aparte cuando entró Mac. —Estoy trabajando. —Lo siento. Necesito unas galletas. Por favor, por favor, ¿puedes darme? —¿No le quedan a la señora Grady? —No son para comer. Quiero decir que no me las comeré. Las necesito para una sesión que tengo dentro de un par de horas. Se me ha ocurrido una idea y he pensado que las galletas funcionarían muy bien. Emma me ha dejado unas flores. Laurel arqueó las cejas al ver la sonrisa suplicante que le dirigía Mac y añadió una cuarta parte de las claras montadas a la masa. —¿Qué clase de galletas quieres? —No lo sabré hasta que las vea. Siempre tienes galletas hechas. Resignada, Laurel le hizo una seña con la cabeza. —En el frigorífico. Anota lo que te llevas en el tablón de las existencias. —¿Otro tablón? ¿Tienes un tablón para anotar las galletas? Laurel incorporó las últimas claras a la masa. —Nuestro mundo tiene ahora dos hombres. Con fama de come-galletas. Mac ladeó la cabeza e hizo un puchero. —¿Le das galletas a Carter? —Le habría dado mi amor y mi devoción si no hubieras llegado tú primero, colega. Por eso le doy galletas. Viene por aquí casi a diario desde que terminaron las clases y se puso a trabajar en su libro. —Ya veo que no solo trabaja en su libro, sino que se dedica a comer galletas que luego no comparte conmigo en casa. Ah, estas de trocitos de chocolate… —anunció Mac metiendo la cabeza hasta el fondo del refrigerador—. Grandes como un puño, tradicionales, el modelo perfecto para fotografiar. Me llevo media docena, bueno… siete, porque me voy a comer una ahora mismo. Mac tomó una cajita de cartón mientras Laurel vertía la masa en unos moldes que ya había dispuesto previamente. —¿Quieres una? —Al ver que Laurel sacudía la cabeza, Mac se encogió de hombros—. Nunca he

entendido cómo puedes resistirte. La sesión de hoy es la de tu degustación. —Muy bien. Tengo a los clientes en mi lista. —Me encanta esta película. —Mac mordió una galleta y apartó la vista del televisor para fijarse en la tarea de su amiga—. ¿Y este diseño? No lo tengo catalogado. Laurel golpeó los moldes contra la encimera para evitar que se formaran burbujas en la masa. —No aparece en el catálogo. —Colocó los moldes en el horno y accionó el minutero—. Es para la ayudante de Del. Ha terminado su baja de maternidad y van a obsequiarle con un pastel y unos cafés. —Qué detalle… —El pastel lo he hecho yo. —También es un detalle, señorita Refunfuñona. Laurel iba a gruñirle pero se contuvo. —¡Mierda! Es verdad que soy una refunfuñona. A lo mejor es por culpa de mi moratoria de sexo. Tiene su lado bueno, pero también el malo. —Puede que te convenga un amigo con derecho a roce. —Mac le hizo un gesto de advertencia señalándola con lo que quedaba de su galleta—. Alguien que te dé una alegría cada quince días. —Es una idea —contestó Laurel forzando una sonrisa alegre y franca—. ¿Me prestas a Carter? —No. Ni siquiera para que le des galletas. —Egoísta, más que egoísta. —Laurel se puso a limpiar la zona de hornear. Consultó la lista y comprobó que le tocaba cristalizar unas flores para el pastel del viernes. —Tendríamos que ir de compras —decidió Mac—. Salgamos todas a comprar zapatos. Laurel consideró la proposición. —Sí, los zapatos son un sustituto viable del sexo. Programemos una salida, y que sea pronto. Ah, ahí viene la mujer capaz de programar cualquier cosa —dijo al ver que Parker entraba decidida en su cocina —. De todos modos, tiene cara de trabajo. —Perfecto, veo que Mac está contigo. Voy a preparar un té. Laurel y Mac intercambiaron una mirada. —Ay… —musitó Mac. —De «ay», nada. O no mucho —matizó Parker. —No tengo tiempo para ese no mucho. Tengo que cristalizar millones de rosas de pitiminí y de pensamientos. —Empieza entonces mientras preparo un té. Era inútil protestar, pensó Laurel sacando las rejillas de acero, los moldes de hornear y los cuencos, y reuniendo los ingredientes necesarios. —¿Mia Stowe, la novia de enero? —comenzó Parker. —La de la gran boda griega —comentó Mac—. La MDNA es griega, y los abuelos viven en ese país. Quieren que les preparemos una ceremonia griega tradicional que sea muy sonada, sin escatimar en detalles. —Eso es, exacto. Parece ser que los abuelos, siguiendo un impulso, han decidido que vienen a visitarnos. La abuela quiere controlar los preparativos de la boda. Todavía no le ha perdonado al yerno que se llevara a su hija a Estados Unidos, y no confía en que nosotras o quienquiera que sea sepa organizar la clase de boda que ella quiere.

—La abuela quiere… —repitió Laurel sacando las flores comestibles que Emma le había traído de la cámara frigorífica. —De nuevo, exacto. La MDNA está aterrada. La novia, desorientada. La abuela exige una fiesta de compromiso. Y sí, llevan prometidos unos seis meses, pero eso no es ningún inconveniente para la abuela. —Que celebren la fiesta entonces —dijo Laurel encogiéndose de hombros y empezando a arrancar los tallos de las flores. —Es que quiere celebrarla aquí para darnos su aprobación, controlar el espacio, nuestros servicios y lo que haga falta. También quiere que sea la semana que viene. —¿La semana que viene? —espetaron Mac y Laurel al unísono. —Lo tenemos todo reservado —señaló Laurel—. Vamos a tope. —El martes por la noche, no. Sí, lo sé… —Parker alzó las manos en son de paz—. Creedme, lo sé. Acabo de pasar más de una hora al teléfono hablando con una MDNA que está histérica y una novia que se siente atrapada entre dos fuegos. Sé que podemos hacerlo. He hablado con la empresa de catering y he conseguido una orquesta. Emma me ha dicho que se encargará de las flores. Quieren unos retratos formales de la familia y algunos espontáneos, pero hay que centrarse en los formales —le dijo a Mac—. Prefieren repostería tradicional griega, y quieren que el pastel sea como para una boda. —¿Como para una boda? Parker se limitó a alzar las manos al cielo ante el tono incisivo de Laurel. —La novia se niega en rotundo a reproducir el diseño que ha elegido. Además, esta fiesta será más pequeña. Unas setenta y cinco personas, aunque yo lo planearía para cien. Me ha dicho que deja a tu elección el diseño y el sabor. —Es todo un detalle por su parte. —Está atada de pies y manos, Laurel. Me da pena. Yo me encargaré del resto, pero os necesito a los dos a bordo. —Dejó su taza de té en la encimera y Laurel mojó una flor en una mezcla de claras montadas y agua—. Le he dicho que la llamaría después de hablar con mis socias. Laurel sacudió el sobrante de las claras, secó los pétalos con un papel y espolvoreó la flor con azúcar glas. —Has dicho que ya habías reservado la orquesta. —Puedo anularlo. Somos un equipo. Laurel colocó la primera flor sobre una rejilla de acero. —Creo que prepararé un surtido de baklavas. —Miró a Mac—. ¿Estás en esto? —Sí, ya nos las arreglaremos. Las madres locas son mi especialidad; una abuela loca no debe de ser tan diferente, ¿no? Anotaré la fiesta en mi agenda y hablaré con Emma de las flores. Mándame el diseño del pastel cuando lo tengas. —Gracias, Mac. —Es nuestro trabajo —le respondió a Parker—. Ahora toca una sesión de fotos —añadió antes de escabullirse de la cocina. Parker tomó su taza de té. —Buscaré a alguien para que te ayude. Sé que no te gusta la idea, pero lo digo por si lo necesitas. Laurel remojó otra flor.

—Puedo arreglármelas. En el congelador hay bases y rellenos preparados para un caso de emergencia. Creo que lograré elaborar un pastel que deje a la abuela griega con la boca abierta… y se la cierre para siempre. Puede que elija el Vals de las Prímulas. —Oh, ese me encanta, pero da mucho trabajo, si no recuerdo mal. —Vale la pena. Tengo el fondant y puedo preparar unas prímulas con antelación. Mia tiene un par de hermanas menores, ¿verdad? —Dos hermanas y un hermano. —Una sonrisa iluminó el rostro de Parker—. Sí, somos conscientes de estar plantando una semilla para el futuro. Haz una lista; yo me encargo de las compras. —Trato hecho. Ve a llamar a la MDNA para que te obsequie con unas lágrimas de agradecimiento. —Lo haré. Oye, ¿te apetece una noche de pijama y peli? —Es la mejor oferta que me han hecho hoy. Nos vemos luego. Laurel siguió rebozando flores. Pensó que las únicas citas que tenía últimamente eran con su gran amiga Parker.

Después de hornear las bases, envolverlas y colocarlas en el refrigerador para que la masa se aposentara, y tras poner a secar las flores cristalizadas en la rejilla de acero, Laurel se preparó para la degustación. En la antesala de la cocina dispuso los álbumes de sus diseños junto con las flores que Emma le había dado. Dobló en forma de abanico unas servilletas de aperitivo con el logo de Votos y colocó a la vista los cuchillos, las cucharas, las tazas de té, las copas de vino y las de champán. Regresó a la cocina y cortó en finos rectángulos varias porciones de distintos pasteles que dispuso sobre una fuente de cristal. En unos platitos también de cristal sirvió unas cucharadas de una variedad de glaseados y rellenos. A continuación fue al baño para retocarse el maquillaje y el peinado, se puso una americana corta y se cambió los zuecos de la cocina por unos zapatos de tacón alto. Cuando los clientes llamaron al timbre, ya estaba lista para recibirlos. —Steph, Chuck, me alegro de volver a veros. ¿Qué tal la sesión de fotos? —Con un ademán, los invitó a entrar. —Muy divertida. —Stephanie, una morena muy risueña, iba del brazo de su prometido—. ¿Verdad que ha sido divertido? —Sí, cuando he conseguido que se me pasaran los nervios. —Odia que le hagan fotos. —Me siento extraño y ridículo. —Chuck, un hombre tímido de cabellos rubios como la arena, sonrió con modestia. —Mac me ha hecho ponerle una galleta entre los labios porque le dije que el día de nuestra primera cita comimos galletas. Teníamos ocho años. —Yo no sabía que iba a una cita. —Yo sí. Dieciocho años después, ya eres mío. —Bueno, espero que os hayáis quedado con apetito para el pastel. ¿Os apetece champán o preferís vino? —Me encantaría tomar champán. Dios, adoro este lugar —dijo Steph hablando con entusiasmo—. Lo

adoro absolutamente todo. ¿Esta es tu cocina? ¿Aquí es donde preparas los pasteles? A Laurel le gustaba que los clientes entraran en su cocina para hacerse una idea… y para que la vieran relucir como los chorros del oro. —Aquí mismo. Empezó siendo una cocina secundaria que usaban los del catering, pero ahora es toda mía. —Es realmente bonita. A mí me gusta cocinar, y se me da bastante bien. La repostería, en cambio… —Steph hizo aspavientos. —Requiere práctica, y paciencia. —¿Qué es esto? ¡Qué preciosidad! —Flores cristalizadas. Acabo de prepararlas. Tienen que reposar varias horas a temperatura ambiente. —Ojalá que no las toquen, pensó Laurel. —¿Se pueden comer? —Claro que sí. Es mejor no emplear flores ni decoraciones en los pasteles a menos que sean comestibles. —Quizá podríamos elegir algo así, Chuck. Con flores de verdad. —Hay muchos diseños que van con flores, y puedo haceros uno a medida. ¿Por qué no entráis y os ponéis cómodos? Iré a buscar el champán y así podremos empezar. Qué fácil resultaba con clientes tan predispuestos como aquellos, pensó Laurel. Les gustaba todo, y estaban encantados de quererse. Su trabajo más duro, comprendió tras los primeros diez minutos, sería averiguar qué les hacía más felices. —Lo encuentro todo buenísimo. —Steph se sirvió un poco de mousse de chocolate blanco aromatizado con vainilla en rama—. ¿Cómo se deciden los clientes? —Lo mejor es que es imposible equivocarse. A ti te gusta el especiado con moca —le dijo Laurel a Chuck. —¿Cómo no va a gustarme? —Es una combinación muy acertada para el pastel del novio, y va de perlas con el ganache de chocolate. Es muy varonil —sentenció Laurel guiñándole el ojo—. Este diseño, además, representa un corazón grabado en el tronco de un árbol, y los nombres y la fecha van inscritos con la manga pastelera. —Oh, me encanta. ¿No te encanta a ti? —le preguntó Steph a su prometido. —No está mal. —Chuck ladeó la foto para verla mejor—. No sabía que yo también podía elegir un pastel. —Es optativo. Piensa que elijas lo que elijas, acertarás. —Encarguemos un pastel para ti, Chuck. Si él elige un diseño varonil, yo podré pasarme de femenina con el pastel de boda. —Trato hecho. Este es el de ganache, ¿verdad? —preguntó Chuck tomando un trozo sin dejar de sonreír—. Ah, sí. Me lo quedo. —¡Vale! ¡Qué divertido es esto también! Nos habían dicho que planear una boda era un quebradero de cabeza, que nos pelearíamos y nos enfadaríamos. En cambio, lo estamos pasando muy bien. —Dejad que nos ocupemos nosotras de los quebraderos de cabeza, las peleas y los nervios. Steph alzó las manos riendo. —Dime tu opinión. Con Chuck, la has clavado. —Muy bien. Celebráis la boda el día de San Valentín. ¿Por qué no explotamos la veta romántica?

Veamos, como os ha gustado la idea de las flores cristalizadas, os enseñaré un diseño con pasta de azúcar. En mi opinión, es romántico y divertido y muy, muy femenino. Laurel localizó la foto en el álbum y le dio la vuelta para que la vieran. Steph se llevó las manos a la boca. —¡Oh, es fantástico…! Definitivamente, pensó Laurel, lo era. —Son cinco pisos que van disminuyendo de tamaño, separados con unas columnitas en medio para darle un aire más ligero —explicó—. Las columnitas van recubiertas de pétalos de pasta de azúcar, y cada piso va sembrado con pétalos y flores. Estas son hortensias, pero puedo hacer cualquier clase de flor: pétalos de rosa, flores de cerezo… lo que queráis. En todos los colores. En este pastel he usado glaseado real, pero en general lo uso en cada piso y doy forma a la corona con la manga pastelera. Aunque insisto en que puedo personalizar el pastel. Con el fondant le doy un aspecto más estilizado y puedo hacer cintas o perlas, en blanco o del mismo color que las flores. —Mis colores son estos: el azul y el rosa lavanda. Lo sabías. Lo sabías y por eso me has enseñado el pastel perfecto. —Steph dejó escapar un suspiro de admiración—. Es precioso. —Lo es —coincidió Chuck—. Pero ¿sabes una cosa más? Es verdaderamente encantador, como Steph. —Oh, Chuck… —Estoy de acuerdo. Si optáis por este estilo, podríais elegir distintos sabores y jugar con los rellenos. —No es que sea mi estilo, es que el pastel me encanta. Es mi pastel. ¿Podemos ponerle unas figuritas? Me refiero a los novios. —Claro que sí. —Perfecto, porque quiero que tú y yo salgamos en la tarta. ¿Puedo tomar otra copa de champán? —Por supuesto —dijo Laurel levantándose para servirla. —¿No puedes acompañarnos? ¿No te dejan? Laurel se volvió y sonrió. —Soy la jefa, y ahora mismo me encantaría tomar una copa. El champán y los clientes la dejaron de un humor excelente. Y como había terminado la jornada, decidió servirse una segunda copa y prepararse una bandeja de fruta y queso para acompañar el champán. Relajada, se sentó frente a la encimera para comer mientras preparaba la lista de compras para Parker. Repostería griega significaba mantequilla, mantequilla, mantequilla y frutos secos. Tendría que preparar láminas de pasta filo, una tarea de chinos… pero así era el trabajo. Y miel, almendras, pistachos, nueces y harina de fuerza. Puesta a organizar, pensó en los artículos de primera necesidad y en el próximo encargo de su proveedor. —Este es el trabajo que me gustaría. Laurel levantó la cabeza y vio a Del en el umbral. En plan abogado, pensó ella, con traje a medida gris, de raya diplomática, una corbata elegante con un nudo Windsor perfecto y un severo maletín de cuero. —Si quieres pasar diez horas de pie, te lo regalo.

—Vale la pena. ¿Está recién hecho el café? —Más o menos. Del se sirvió una taza. —Parker me ha dicho que pienses si la prefieres sexy, lacrimógena o tontorrona. Si eso tiene algún significado para ti, me alegro. La película de aquella noche, pensó Laurel. —Vale. ¿Vienes a recoger el pastel? —No hay prisa. —Del se acercó y con el cuchillo de Laurel untó camembert en un cracker—. Bien. ¿Qué hay para cenar? —Lo que estás comiendo. Una mirada de desaprobación cruzó su semblante. —Tendrías que prepararte algo mejor, sobre todo después de una jornada de diez horas. —Sí, papá. Impasible ante el sarcasmo, Del picó un trozo de manzana. —Habría podido traerte algo de cenar, porque tu jornada ha sido tan larga por mi causa. —No hay para tanto. Si me hubiera apetecido otra cosa, la habría preparado o habría ido a tirar de las faldas de la señora Grady. Tan solo una más de sus chicas, pensó Laurel al borde de la frustración. —Curiosamente las mujeres adultas sabemos sobrevivir sin que tengas que echarnos el sermón sobre nuestras elecciones nutricionales. —El champán debería de haberte mejorado el humor. —Del ladeó la cabeza para repasar las listas —. ¿Por qué no escribes eso en el ordenador? —Porque lo escribo a mano, porque aquí abajo no tengo impresora y porque no me apetece. ¿A ti qué te importa? Sintiendo que empezaba la diversión, Del se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos. —Te conviene echar una siesta. —A ti te conviene tener un perro. —¿Un perro? —Sí, para tener a alguien de quien preocuparte, a quien echarle un sermón y dar órdenes. —Me gustan los perros, pero para eso ya te tengo a ti. —Del se detuvo y soltó una carcajada—. Ha sonado fatal. Además, lo de echar un sermón lo hacen las abuelas, o sea que busca otra palabra. Preocuparme por ti forma parte de mi trabajo, no solo como abogado y socio sin voz de la empresa, sino porque eres una de mis chicas. En cuanto a lo de darte órdenes, solo lo hago la mitad de las veces, aunque quinientos tantos resulta un buen promedio en el béisbol. —Eres un jodido cabrón, Delaney. —Puede —respondió él probando un trozo de Gouda—. Tú eres una lunática, Laurel, y no te lo echo en cara. —¿Sabes cuál es tu problema? —No. —Exacto. —Lo amonestó con un dedo y saltó del taburete—. Iré a buscar tu pastel. —¿Por qué la has tomado conmigo? —preguntó él siguiéndola a la cámara frigorífica.

—No la he tomado contigo. Estoy enfadada. —Laurel tomó el pastel que ya había empaquetado en una caja de cartón. Le entraron ganas de volverse y encajarle el paquete entre las manos, pero ni siquiera enfadada era descuidada en su trabajo. —Vale, dime por qué estás enfadada. —Porque siempre estás en medio. Del alzó las manos en son de paz y se apartó a un lado. Laurel salió de la cámara y dejó el pastel sobre la encimera. Abrió la tapa y le hizo señas para que se acercara. Con pies de plomo, porque la situación empezaba a molestarle, Del se acercó, miró en su interior y se le escapó una sonrisa. Las dos capas circulares, o pisos, se corrigió a sí mismo, eran de un blanco reluciente y llevaban unos dibujos de colores que simbolizaban la vida de Dara: maletines, caminadores, libros de Derecho, sonajeros, balancines y ordenadores portátiles. En medio había una graciosa caricatura de la madre sosteniendo un maletín en una mano y un biberón en la otra. —Es fantástico. Perfecto. Le encantará. —El primer piso es amarillo y va relleno de crema de mantequilla. El segundo es de chocolate negro y merengue suizo. Asegúrate de llevarlo derecho. —Vale. Realmente te lo agradezco. Fue a sacar la cartera y Laurel siseó furiosa: —De ninguna manera permito que pagues este pastel. ¿Qué demonios te pasa? —Solo quería… ¿Qué demonios te pasa a ti? —¿Que qué demonios me pasa a mí? Te diré lo que demonios me pasa. —De un empellón en el pecho le hizo retroceder un paso—. Me pones de los nervios porque eres un mandón y un creído y vas perdonando la vida a los demás. —Buf… ¿Me dices eso porque quiero pagar el pastel que te encargué? Estamos hablando de tu empresa, por Dios. Tú haces pasteles y la gente paga por llevárselos. —Primero me echas un sermón, y sí, la expresión es «echar un sermón», porque ceno de cualquier manera, y después sacas la cartera como si yo fuera la asistenta. —Eso no es lo que… Maldita sea, Laurel. —Nadie puede hacerte sombra, ¿verdad? —exclamó ella alzando las manos con un gesto de desesperación—. Gran hermano, consultor legal, socio de la empresa y gallina clueca. ¿Tienes que ser todo eso? ¿No te basta solo con una de esas facetas? —No, porque encajo en más de una. —Del no gritaba como ella, pero por el tono de voz se notaba que empezaba a perder la paciencia—. Aunque no soy una gallina clueca. —Entonces deja de manipular la vida de los demás. —Hasta ahora nadie se ha quejado, y ayudarte forma parte de mi trabajo. —En el campo legal y empresarial, pero no en el personal. Deja que te diga una cosa, e intenta meterte esto en la cabezota de una vez por todas. No soy tu mascota, no soy tu responsabilidad, ni tu hermana, ni tu chica. Soy una mujer adulta, libre de hacer lo que quiera y cuando quiera. No tengo que pedirte permiso ni buscar tu aprobación. —Me estás tomando por el cabeza de turco —le espetó Del—. No sé qué mosca te ha picado. Si te apetece, me lo dices, pero no me escupas el veneno.

—¿Quieres saber qué mosca me ha picado? —Sí. —Ahora verás. Quizá fue el champán. Quizá fue un ataque de locura. O puede que fuera la mirada atónita y molesta de Del, pero Laurel dio rienda suelta al impulso que burbujeaba en su interior desde hacía años. Lo agarró por el nudo perfecto de su elegante corbata, tiró de él llevándose al paso un mechón de su pelo y lo acercó a su rostro. Y lo besó presionándole los labios, con un beso tórrido, apasionado y furioso que le disparó el corazón cuando su mente le susurró: «Lo sabía». Le hizo perder el equilibrio, aposta, hasta que Del terminó asiéndola con fuerza por la cadera durante un instante glorioso. Laurel se abandonó. Quería saborear a ese hombre, absorberlo. Sabores y texturas, fuego y pasión al alcance de la mano. Se sació de él, como quería, y luego lo apartó de un empujón. —Ya está. —Se echó hacia atrás el cabello con la mirada de él clavada en sus ojos—. El cielo no se ha desplomado, el mundo sigue girando, no nos ha partido un rayo ni hemos bajado a los infiernos. No soy tu maldita hermana, Delaney. Con esto queda claro. Salió de la cocina con paso decidido y sin volver la vista atrás. Excitado y sin poder salir de su asombro, Del, todavía enojado, se quedó clavado en el sitio. —¿Qué demonios ha sido eso? ¿Qué diablos…? Hizo ademán de salir tras ella pero se detuvo. Eso no terminaría bien, o terminaría de una manera que… Mejor no pensarlo. Primero tenía que recuperar sus facultades mentales. Frunció el ceño al ver una copa de champán por la mitad. Se preguntó cuántas más se habría tomado antes de llegar él. Luego, como sentía la garganta más seca de lo normal, levantó la copa y se bebió hasta la última gota. Debería irse a casa, directamente, y olvidarlo todo. Achacaría el incidente a… lo que fuera. Ya inventaría algo cuando recuperara el sentido. Había ido a ver a Laurel para recoger su pastel, nada más, pensó tapando la caja con cuidado. A ella le había dado por pelearse y luego lo había besado para darle una lección. Así estaban las cosas. Él se iría a casa y dejaría que Laurel reflexionara sobre lo que había sucedido. Tomó el pastel. Sí, se iría a casa y se daría una buena ducha de agua fría.

4

L

al asunto. La apretadísima agenda de bodas de ese verano le ayudaba a no pensar en lo que había hecho, al menos durante cuatro minutos de cada cinco. Claro que su trabajo era tan solitario que tenía todo el tiempo del mundo para reflexionar y preguntarse por qué había cometido aquella increíble estupidez. Del se lo había merecido, sin duda. Se veía venir desde hacía tiempo. Pero si lo analizaba con detalle, ¿a quién si no a sí misma castigaba con aquel beso? Porque ya no se trataba de teorías ni conjeturas. Ahora sabía cómo era, cómo se sentía ella si se abandonaba, aunque fuera un minuto, en los brazos de Del. Nunca más podría convencerse de que besarlo en la vida real no estaría a la altura de sus sueños. Se lo había buscado, y ahora tenía su merecido. Si Del no le hubiera hecho perder los papeles, pensó mientras corría de un lado para otro con los preparativos durante el breve intervalo entre las dos bodas de aquel sábado. Si Del no hubiera sido tan estúpidamente Del, con sus «¿Y por qué no lo haces así?», «¿Y por qué no comes como es debido?», y luego hubiera echado mano de su cartera grande y abultada como si… ¡Qué injusta había sido! Había provocado a Del y le había clavado el aguijón. Había demostrado que andaba buscando pelea. Laurel colocó la última pieza en el piso superior de un pastel precioso, blanco y dorado, al que había puesto el nombre de Sueños de Oro. Era una de sus creaciones más extravagantes debido a la textura de seda de la capa exterior y a las escarapelas que llevaba en los lados. Mientras decoraba la base con ellas y esparcía otras más sobre un reluciente mantel dorado, pensó que la tarta no encajaba con ella. Quizá porque no era fantasiosa y tampoco demasiado extravagante. Era pragmática, decidió. Una mujer inmersa en la realidad. Ni una romántica como Emma, ni un alma libre como Mac u optimista como Parker. En el fondo, su trabajo consistía en poner en práctica varias fórmulas. Podía experimentar cambiando las cantidades y los ingredientes, pero al final había que aceptar que determinados elementos no combinaban entre sí. Cuando se insistía en mezclar lo que era incompatible, solo se conseguía una bazofia incomible, y solo cabía reconocerlo y pasar a otra cosa. —Fabuloso. —Echando un vistazo aprobatorio al pastel, Emma se deshizo del cesto que llevaba en el brazo—. Traigo las velas y las flores para las mesas. —Consultó su reloj de pulsera y dejó escapar un suspiro—. Seguimos el horario previsto. Todas las salas están decoradas, y los exteriores también. Mac está a punto de terminar la sesión de fotos previa a la ceremonia. Laurel se volvió para contemplar el salón de baile y se sorprendió del cambio que había sufrido mientras ella había estado divagando. Más flores, más velas listas para ser encendidas y mesas por todas partes vestidas con el oro deslumbrante y el azul veraniego que la novia había elegido. —¿Y el salón principal? —Los del catering todavía no han terminado, pero mi equipo sí. —Emma arregló las candelas, las velitas bajas y las inflorescencias con sus hábiles manos de florista—. Jack está entreteniendo a los AUREL INTENTÓ NO DARLE MUCHAS VUELTAS

acompañantes del novio. Me gusta que arrime el hombro. —Sí. ¿No lo encuentras raro? —¿El qué? —Lo de Jack y tú. ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que es muy raro? Os conocéis desde hace años, habéis sido amigos, y de repente dais un giro de ciento ochenta grados… Emma retrocedió y volvió sobre sus pasos para retocar unos milímetros la posición de una rosa. —A veces aún me sorprende, pero me asusta más pensar lo que habría ocurrido si hubiéramos seguido igual y no hubiésemos dado ese giro. —Emma se retocó una horquilla intentando controlar su mata de rizos—. A ti no te resulta extraño, ¿verdad? —No. Incluso me pregunto si no es extraño que no me parezca raro. —Laurel hizo una pausa y sacudió la cabeza—. No me hagas caso. Tengo la cabeza en otra parte. —Aliviada, oyó la voz de Parker en su auricular—. Faltan dos minutos. Si puedes seguir tú sola, bajaré para ayudar con el cortejo nupcial. —Me las arreglaré. Cuando acabe, iré a echaros una mano. Laurel salió tras quitarse el delantal y soltarse el pelo. Se apresuró y llegó al punto de encuentro con treinta segundos de adelanto. Volvió a pensar que esa ceremonia no era de su agrado, pero tenía que admitir que la novia sabía lo que se hacía. Media docena de damas formaban una hilera siguiendo las órdenes de Parker. Deslumbraban con sus faldas doradas de campana y los vistosos ramos que Emma había creado con unas dalias azules y unas rosas blancas para compensar el efecto. La novia, que parecía una princesa vestida de una lustrosa seda con unas perlas nacaradas y una cola tradicional de fulgurantes lentejuelas, aparecía radiante junto a su padre, muy apuesto vestido de esmoquin y con un corbatín blanco. —La MDNA está en posición —murmuró Parker a Laurel—. La MDNA entra con su acompañante. ¡Señoras, acuérdense de sonreír! Caroline, estás espectacular. —Me siento espectacular. Bien, ha llegado el momento, papá. —No me pongas nervioso —dijo él tomando la mano de su hija y llevándosela a los labios. Parker dio la orden de cambiar de música y sonó la orquesta de cuerda que la novia había elegido para dar la entrada. —Número uno, adelante. ¡La cabeza bien alta! ¡Sonreíd! Estáis preciosas. Ahora… número dos. Arriba esa cabeza, señoras. Laurel alisó faldas, fijó tocados y se quedó junto a Parker para ver desfilar a la novia por el pasillo sembrado de flores. —La palabra que me viene a la mente es «espectacular» —decidió Laurel—. Pensaba que nos pasaríamos de la raya y caeríamos en lo grotesco, pero hemos conseguido no traspasar los límites de la elegancia. —Sí, aunque te aseguro que me alegraré si no vuelvo a ver los colores amarillo oro y oro viejo durante un mes. Quedan veinte minutos para trasladar a los invitados al salón principal. —Me tomo diez y voy a dar una vuelta. Necesito hacer una pausa. Parker se volvió de inmediato. —¿Estás bien? —Sí, solo quiero descansar un rato. Un tiempo para despejar la cabeza, pensó Laurel poniéndose a pasear. Un tiempo apartada de la

gente. El servicio de sala comía en la cocina antes de empezar el turno, por eso dio un rodeo y salió por las terrazas laterales al jardín, donde podría disfrutar del silencio y de la abundancia de flores estivales. Para acentuar aquella exuberancia, Emma había dispuesto unas urnas y diversas macetas con lobelias de color azul en cascada e impatiens rosadas que se balanceaban delicadas al viento. La hermosa y antigua mansión victoriana se había engalanado para la boda con las dalias azules que tanto gustaban a la novia y unas rosas blancas arracimadas en el pórtico con guirnaldas de tul y encaje para contribuir al romanticismo del escenario. Sin esos adornos la casa también tenía un aire romántico, al entender de Laurel. El discreto azul pastel entreverado de colores crudo y oro pálido, las líneas del tejado y los hermosos trazos que recordaban a una casita de cuento aportaban su toque romántico, de ilusión y rancio abolengo. Siempre había sido su segunda casa, desde que tuvo uso de razón. Ahora era su hogar, y esa preciosa mansión se encontraba tan solo a unos metros de la casita de la piscina y de la casa de invitados donde vivían y trabajaban sus amigas. No podía imaginar que las cosas fueran tan diferentes, aun cuando ahora también contaban con Carter y con Jack, y las obras del nuevo anexo al estudio de Mac, que convertiría su espacio particular en una vivienda para una pareja, estaban a punto de terminar. No, no lograba imaginar su vida sin esa finca, sin la casa, la empresa que había levantado con sus amigas y… la comunidad que habían terminado constituyendo entre ellas. Laurel necesitaba reflexionar sobre eso, tenía que admitirlo, para entender por qué había organizado su vida de esa manera. Debía su triunfo al esfuerzo de su trabajo, sin duda alguna, y al esfuerzo que sus amigas dedicaban a su propio trabajo. Se lo debía asimismo a la visión de Parker, al talón que la señora Grady le había entregado hacía muchos años y a la confianza que había depositado en ella, tan preciada como el dinero. Todo eso le había abierto muchas puertas. Sin embargo, no todo terminaba ahí. La casa, la finca y lo que contenía esta habían pasado a pertenecer a Parker y a Del cuando sus padres fallecieron. Del había depositado una confianza inquebrantable en ellas tan crucial y esencial como la que había demostrado la señora Grady al extender ese talón bancario. Ese también era el hogar de Del, pensó Laurel retirándose para examinar la estructura, la gracia y la belleza del edificio. Sin embargo, Del se lo había cedido a Parker. Entre ellos discutían temas legales, modelos de negocio, proyectos, porcentajes, contratos… pero el poso permanecía intacto. Cuando su hermana, o mejor dicho, ellas cuatro, el Cuarteto, como le gustaba llamarlas, habían querido algo y se lo habían pedido, él se lo había dado. Del había creído en todas ellas y les había ayudado a convertir su sueño en realidad. No lo había hecho por una cuestión de porcentajes o por tener determinados proyectos en mente. Había actuado de esa manera porque las quería. —Maldita sea. —Enfadada consigo misma, Laurel se pasó una mano por el pelo. Le daba rabia ser injusta, malvada y, por si fuera poco, tonta de remate. Del no merecía todo lo que le había dicho, y si le había soltado tantas barbaridades era porque le resultaba más fácil enojarse con él que reconocer que le atraía. Besarlo había sido lo más estúpido que había hecho en la vida. Ahora tendría que rectificar, protegerse y poner al mal tiempo buena cara. Conseguir aquel triplete no iba a ser fácil.

Sin embargo, era ella quien había cruzado los límites y la que tendría que poner en orden sus sentimientos. Por eso le tocaba arreglarlo. En ese momento oyó que Parker ordenaba que encendieran el cirio del amor y la unión y que diese comienzo el solo vocal. Se había acabado el tiempo, se dijo Laurel. Ya daría con la solución más tarde.

Laurel se situó junto a la mesa del pastel; con aquel diseño tan complicado, no se fiaba de que nadie más pudiera cortarlo bien. Primero esperó a que los novios dieran un corte simbólico (en el lugar que ella les indicó) y se ofrecieran una porción mientras Mac inmortalizaba el momento. Después, cuando la música dio comienzo al baile, se encargó ella. Armada con un cuchillo de cocinero, separó los ornamentos laterales. —Me parece que la has fastidiado. Laurel miró a Jack y empezó a cortar porciones que luego fue depositando en bandejas para servir. —Este pastel está pensado para comerlo. —Cuando veo algo así pienso: si lo hubiera construido yo, debería estar muy lejos cuando lo demolieran. Y aun así puede que incluso se me saltaran las lágrimas. —Las primeras veces cuesta más, pero no creas que esto es como una casa. Tú no construyes pensando en la bola de derribos balanceándose frente a tu creación. ¿Quieres un trozo? —Te lo ruego. —Espera hasta que llene las dos primeras bandejas. —Eso le proporcionaría la excusa para sonsacarle información, pensó—. Dime, ¿Del no viene esta noche a jugar contigo? —Creo que había quedado con alguien. Alguien femenino, supuso ella, pero no era cosa suya y no le daría más vueltas. —Imagino que últimamente andáis muy liados para salir juntos. —De hecho, fuimos a cenar el jueves por la noche. Después del Beso, pensó Laurel. —Y ¿alguna novedad? ¿Qué se cuece por ahí? —Forzó una sonrisa intentando leerle la expresión. —Los Yankees llevan un buen promedio este mes —comentó Jack devolviéndole la sonrisa. No estaba incómodo, ni hablaba con retintín, concluyó Laurel. Dudaba sobre si debía sentirse insultada o aliviada porque Del no le hubiera mencionado el incidente a su mejor amigo. —Toma. —Le ofreció una generosa porción de pastel. —Gracias. —Jack saboreó un bocado—. Eres un genio. —Eso no te lo niego. —Satisfecha de haber cortado las porciones necesarias por el momento, se mezcló entre los invitados para ir a comprobar la mesa de los postres y el pastel del novio. Siguiendo el ritmo de la música la gente había ido llenando la pista. Los ventanales de la terraza estaban abiertos de par en par a la cálida noche y los invitados bailaban o salían a charlar. Parker se acercó a ella con sigilo. —El pastel es un exitazo, para tu información. —Me alegro. —Laurel examinó la mesa de los postres y calculó que durarían todo el baile—. Oye, ¿esa es la MDNA? —preguntó haciendo una señal hacia la pista—. Esa mujer tiene ritmo. —Era bailarina profesional. En Broadway.

—No me extraña. —Así fue como conoció al PDNA. Él era uno de los patrocinadores y un día fue a ver un ensayo. Dice que se enamoró de ella en el acto. Ella bailó hasta que nació su segundo hijo. Unos años después se puso a dar clases particulares. —Qué encanto… pero, dime, ¿cómo puedes acordarte de esas cosas? Parker siguió inspeccionando el salón con ojos de lince por si detectaba algún problema. —Del mismo modo que tú recuerdas todos los ingredientes que hay en ese pastel. Los novios han pedido una hora más. —Ay… —Ya lo sé, pero lo están pasando muy bien. A la orquesta no le importa. Entregaremos los regalos como teníamos previsto, así liquidaremos el asunto; y luego, que bailen si quieren. —La noche va a ser larga —comentó Laurel valorando de nuevo la cantidad de postres que había en la mesa—. Iré a buscar más pastelitos. —¿Necesitas ayuda? —Puede que sí. —Llamaré a Emma por el busca. Ella y Carter están libres. Te los envío abajo.

A la una de la madrugada el equipo de limpieza se empleaba a fondo en el salón de baile y Laurel terminaba de comprobar la suite de la novia. Recogió varias horquillas, un zapato desparejado, una bolsita de pinturas de piel de color rosa y un sujetador de encaje. La ropa interior debía de ser la señal de un polvo rápido durante el banquete, o de la necesidad que había tenido una de las damas de liberar sus senos. Los artículos irían a parar a la bolsa de objetos perdidos de Parker hasta que alguien los reclamara, y ese alguien no estaría obligado a dar explicaciones. Cuando Laurel salía de la suite, se cruzó con Parker. —Parece que ya hemos terminado de recoger. Me quedaré con esto. Reunión de personal. Será breve. Todos los músculos del cuerpo de Laurel protestaron al unísono. —¿Esta noche? —Será una reunión breve. Cuento con una botella casi entera de champán para aliviar las penas. —Vale, vale… —En nuestro salón. Dentro de un par de minutos. De nada servía quejarse, pensó Laurel, y se dirigió al lugar de encuentro con la intención de apropiarse del sofá. Se estiró en él y soltó un gruñido. —Sabía que llegarías antes que yo. —Mac, que no había podido enseñorearse del sofá, se echó en el suelo—. El padrino me ha tirado los tejos. Carter lo ha encontrado divertido. —Señal de que confía en sí mismo. —Supongo que sí. Lo curioso es que antes de salir con él nunca me habían tirado los tejos durante una celebración. Me parece muy injusto que quieran ligar conmigo ahora que no estoy disponible. —Por eso quieren. —Laurel suspiró y se quitó los zapatos—. Creo que los hombres llevan un radar incorporado para estas cosas. Si no pueden conseguirte, te encuentran más sexy.

—Porque son unos marranos. —Claro. —Os he oído —dijo Emma entrando en el salón—, y creo que ese comentario es cínico y falso. Te han tirado los tejos porque estás preciosa, y porque como ahora tienes a Carter, te muestras más feliz y extrovertida. En consecuencia, te ven más atractiva. —Se dejó caer en una butaca y se acurrucó con las piernas dobladas—. ¡Qué ganas tengo de meterme en la cama! —Únete al club. Mañana nos reunimos para repasar la jornada del domingo. ¿Por qué no puede esperar el tema de hoy? —Porque —dijo Parker mientras entraba y apuntaba con un dedo a Laurel— tengo que deciros una cosa que hará que nos acostemos más contentas. —Se sacó un sobre del bolsillo—. El PDNA nos ha dado una prima. La he rechazado, por supuesto, con mucha educación y delicadeza, pero él no ha aceptado un no como respuesta. —Se quitó los zapatos y lanzó una exclamación de alivio—. Le hemos dado a su niña la boda soñada, y a él y a su mujer, una noche extraordinaria. El hombre ha querido agradecérnoslo con creces. —Qué bonito… —dijo Mac bostezando—. Lo digo en serio. —Nos ha dado cinco mil dólares. —Parker sonrió al ver que Laurel se incorporaba de golpe en el sofá—. En metálico —añadió sacudiendo los billetes como si fueran un abanico. —Es una manera muy bonita de dar las gracias, y muy verde también —comentó Laurel. —¿Puedo tocarlos antes de que los escondas? —preguntó Mac—. ¿Me dejas verlos antes de que vayan a parar a los fondos de la empresa? —Voto por quedarnos con el dinero —propuso Parker alzando los billetes—. A lo mejor se debe al cansancio, pero voto por la pasta. Mil dólares para cada una, y mil para que se los repartan Carter y Jack. —Agitó los billetes—. Vosotras decidís. —Voto que sí —respondió Emma levantando la mano—. ¡Me quedo con la pasta de la boda! —Apoyo esa moción, rotundamente. Quiero tocar la pasta —exigió Mac. —No pienso llevaros la contraria —terció Laurel negando con un dedo—, porque esos mil pavos me irán muy bien. —De acuerdo entonces. —Parker le ofreció la botella de champán a Laurel—. Sirve tú mientras yo cuento los billetes. —Y se arrodilló en el suelo. —¡Qué momento más dulce! Champán y dinero en efectivo para acabar una larga jornada. —Mac tomó una copa y se la pasó a Emma—. ¿Recordáis nuestra primera celebración oficial? Cuando terminamos descorchamos una botella, comimos el pastel que había sobrado y bailamos. Las cuatro y Del. —He besado a Del. —Todas hemos besado a Del —señaló Emma brindando con Mac. —No, lo que quiero decir es que el otro día le besé. —Al oír sus propias palabras, Laurel se quedó atónita, aunque a continuación se sintió muy aliviada—. Es increíble lo estúpida que puedo llegar a ser. —¿Por qué? Solo es… —Mac parpadeó y entonces comprendió la cuestión—. Ah, o sea que diste un beso a Del. Ya. Buf. —Estaba malhumorada, fuera de mí, y entonces Del vino a buscar el pastel que me había encargado. Su manera de hablar y de comportarse fue tan típica de él… —Laurel habló con un rencor que creía

superado. —A mí también me ha sacado a veces de quicio —comentó Emma—, pero nunca me ha dado por besarlo. —No fue para tanto. Al menos no para él. Ni siquiera se ha molestado en comentarlo con Jack. Es decir, para él no tuvo importancia. Tú no se lo digas a Jack —le ordenó a Emma—. Es Del quien tendría que haberlo hecho, y no ha sido así. En resumen, no le da importancia. Para nada. —Tú tampoco nos lo habías dicho hasta ahora. Laurel miró a Mac con rabia. —Porque… tenía que pensarlo antes. —Pero para ti sí ha significado algo —murmuró Parker. —No lo sé. Fue un impulso, un momento de locura. Estaba furiosa. En realidad, no siento nada especial por él. Oh, mierda… —murmuró, y hundió la cabeza entre las manos. —¿Te devolvió el beso? Cuéntanos —pidió Mac, y Emma le arreó un puntapié—. Solo le hacía una pregunta. —No, no me lo devolvió, pero mi beso le tomó por sorpresa. Yo tampoco me lo esperaba. Fue instintivo. —¿Qué te dijo? Y tú no me des otro puntapié —le advirtió Mac a Emma. —Nada. No le di la oportunidad. Prometo que lo arreglaré —le dijo Laurel a Parker—. Fue culpa mía, aunque él se mostrara quisquilloso y mandón. No te inquietes. —No estoy inquieta, en absoluto. Solo me pregunto cómo no me había dado cuenta. Te conozco tan bien como a las demás. ¿Cómo no he notado, visto, sabido que sentías algo por Del? —Porque no siento nada. Bueno, sí siento, pero tampoco pienso en él día y noche. Es algo que me pasa de vez en cuando. Como una alergia. Solo que en lugar de hacerme estornudar, me siento como una idiota. —La ansiedad que le punzaba en el estómago se reflejó en su voz—. Sé que estáis muy unidos, y lo encuentro fantástico, pero, por favor, no le cuentes lo que acabo de deciros. No era mi intención sincerarme de esta manera, pero me ha salido así. Creo que me cuesta controlar mis impulsos. —No le diré nada. —Bien, muy bien. No fue importante, de verdad. Solo un beso en los labios. —¿No hubo lengua? —Mac esquivó a Emma, y luego se encorvó al notar la mala cara que esta le ponía—. ¿Qué? Me interesa. A todas nos interesa, si no ¿cómo íbamos a seguir escuchándola a la una de la mañana con cinco mil dólares encima de la mesa? —Tienes razón —intervino Laurel—. No tendríamos que estar hablando de esto. Solo he sacado el tema porque necesitaba desahogarme. Dejémoslo, tomemos el dinero de la prima y vayámonos a la cama. De hecho, ahora que lo he soltado, no entiendo por qué estaba tan bloqueada. No fue nada importante… —Enfatizó sus palabras con unos aspavientos. Se dio cuenta de la vehemencia del gesto y dejó las manos quietas—. Está claro que no tuvo importancia, y seguro que Del no va a perder el sueño por eso. No os comentó nada a Jack o a ti, ¿verdad? —preguntó a Parker. —No he hablado con él desde principios de semana, pero no, no me ha dicho nada. —Mirad —Laurel esbozó una tímida sonrisa—, lo que ocurre es que me lo he tomado como una colegiala; y eso que cuando lo era, no reaccionaba así. Basta. Cojo el dinero y me voy a la cama. — Tomó uno de los montoncitos que Parker había distribuido—. En fin, no pensemos más en ello, ¿vale? Sigamos… con normalidad. Todo es… normal. Así que buenas noches.

Se retiró a toda prisa y sus tres amigas se miraron. —De normal no tiene nada… —comentó Mac. —Tampoco es anormal. Es… diferente. —Emma dejó la copa y recogió su dinero—. Está avergonzada. Deberíamos aparcar el tema y dejarla tranquila. ¿Podemos hacerlo? —La cuestión es más bien si podrá ella —concluyó Parker—. Ya veremos.

Parker lo dejó correr… por el momento. Esperó a que terminara la celebración del domingo y le dio tiempo a su amiga para que reflexionara por la noche. El lunes, sin embargo, buscó una hora libre para coincidir con ella justo cuando sabía que la encontraría liada en la cocina preparando la fiesta que habían improvisado para esa semana. Cuando la vio pasando el rodillo por la pasta filo, supo que había sido oportuna. —Aquí tienes un par de manos extra. —Lo tengo todo controlado. —Esta excentricidad griega te ha caído encima como una losa. Necesitas manos. —Parker levantó las suyas—. Estas limpiarán todo lo que tú ensucies. —Empezó a retirar unos cuencos vacíos—. Podríamos contratar a un ayudante de cocina. —No quiero un ayudante. Siempre acaban metiéndose por en medio, por eso tú tampoco tienes a nadie que te ayude. —Le estoy dando vueltas a la idea. —Parker empezó a cargar el lavaplatos—. Quizá podría formar a alguien para que se ocupara de todo el trabajo preliminar. —No llegará ese día. —Hay que pensar si queremos seguir como hasta ahora o nos proponemos ampliar el negocio. Si ampliamos, necesitaremos ayudantes. Podríamos aceptar más celebraciones durante la semana si contratáramos personal. Laurel se detuvo. —¿Es eso lo que quieres? —No lo sé, pero de vez en cuando lo pienso. A veces decido que no, otras, en cambio, me decanto por el sí. Sería un gran cambio; cambiaríamos de orientación. Tendríamos empleados en lugar de colaboradores externos. Ahora nos va bien. De hecho, nos va genial, pero a veces un cambio abre otras puertas. —No sé si nosotras… Un momento. —Laurel entrecerró los ojos y miró a Parker, que seguía de espaldas a ella—. Has utilizado esto como metáfora para seguir hablando, o empezar a hablar del asunto de Del. Se conocían demasiado bien, pensó Parker. —Quizá. Necesitaba tiempo para pensar y luego obsesionarme con lo que pasaría si Del y tú abordarais este tema… y también para dar vueltas a la posibilidad de que no lo hicierais. —¿A qué conclusión has llegado? —A ninguna. —Parker se volvió hacia ella—. Os quiero a los dos, y eso no va a cambiar. Por mucho que me considere el centro del universo, no se trata, o no debería tratarse, de mí. De todos modos, reconozco que sería un cambio.

—Yo no he cambiado. ¿Lo ves? Estoy aquí mismo, en este lugar. No hay cambios. —Ya te has movido, Laurel. —He vuelto a donde estaba —insistió su amiga—, a donde empezó todo. Por Dios, Parks, solo fue un beso. —Si hubiera sido solo un beso, me lo habrías dicho en el acto y te habrías reído. —Parker se detuvo un instante para darle a Laurel la oportunidad de rebatir sus palabras, aunque sabía que no sería capaz—. Te quedaste preocupada, y eso quiere decir que o bien fue más que un beso para ti, o bien sigues preguntándote si hubo algo más. A ti te importa Del. —Claro que me importa. —Laurel se ruborizó y blandió el rodillo en el aire—. A todas nos importa Del. Es cierto, eso es parte del problema, o del asunto. Creo que es más un asunto que un problema. — Siguió pasando el rodillo por la pasta hasta dejarla fina como el papel—. A nosotras nos importa Del y a Del le importamos todas nosotras. A veces se preocupa tanto que me gustaría darle un puñetazo en plena cara, en particular cuando habla de nosotras como si todas estuviéramos en el mismo saco, como si fuéramos un solo cuerpo con cuatro cabezas. —A veces somos… —Sí, ya sé que a veces somos así. Sin embargo, es frustrante estar dentro de ese saco, y pensar que se cree obligado a cuidar de mí. No quiero que cuiden de mí. —No puede evitarlo. —Eso también lo sé. —Las miradas de ambas se cruzaron—. Y alimenta esa frustración. Él va como una moto, yo también, y el problema… el asunto… Prefiero «asunto» a «problema». —Llamémosle asunto entonces. —El asunto es cosa mía exclusivamente. Tiene que resultarte extraño hablar de esto conmigo. —Un poco, pero intento superarlo. —No es que no pueda vivir sin él o que me haya enamorado perdidamente. Solo es… —Un asunto. —Sí, y visto que actué como lo hice, he decidido quitarle hierro al asunto. —¿Tan mal besa? Laurel le dirigió una mirada anodina y tomó el cuenco donde tenía el relleno. —Tomé yo la iniciativa, y ahora que ya no me avergüenzo, me siento mejor. La culpa fue de la pelea que yo provoqué. Mi culpa. Bueno, casi mi culpa. Del no debería haber intentado pagarme el pastel. Fue como mostrarme una capa roja mientras yo hollaba la tierra con la pezuña. Tú no intentarías pagarme un pastel. —No. —De todos modos, Parker levantó un dedo—. Veamos si lo he entendido. No quieres que te meta en el mismo saco que a las demás, por decirlo de alguna manera, pero tampoco quieres que se ofrezca a pagar por tus servicios, porque entonces te sientes insultada. —Tendrías que haber estado allí. —¿Podemos olvidar un instante que se trata de mi hermano? —No estoy segura. —Deja que haga un resumen. —Parker, con aire desenfadado, se apoyó en la encimera—. Os atraéis. Sois dos personas interesantes, sin compromiso, guapas. ¿Por qué no ibais a sentir atracción el uno por el otro?

—Porque hablamos de Del. —¿Qué le pasa a Del? —Nada. ¿Lo ves? Es raro. —Laurel asió el botellín de agua y volvió a dejarlo sin tomar un sorbo—. No es lógico, Parker, y eso no puedes solucionarlo por mí. Lo arreglaremos, Del y yo, quiero decir. Casi lo he superado, y me extrañaría que él le hubiera dedicado ni un pensamiento. Ahora, largo. Quiero concentrarme en este baklava. —Muy bien, pero cuando quieras, hablamos. —¿No hablamos siempre? Así había sido hasta entonces, pensó Parker, sin ganas de remover el asunto.

5

C

mujeres le había dado muchas tablas a Del. Una de las normas que había aprendido, y que encajaba perfectamente con la situación, dictaba que cuando un hombre no entendía lo que estaba sucediendo, y su desconocimiento podía darle algún que otro disgusto, lo mejor era poner tierra de por medio. Sabía asimismo que esa misma regla se aplicaba a las relaciones entre hombres y mujeres, y eso le venía como anillo al dedo dadas las circunstancias. Se había mantenido alejado de Laurel, y aunque la distancia no le hubiera aclarado las ideas, tenía la esperanza de que al menos ella se hubiera replanteado las cosas. No le importaba pelearse de vez en cuando. En parte porque eso le estimulaba, y en parte también porque despejaba el ambiente enrarecido. Sin embargo, le gustaba conocer las normas del combate, y en esa ocasión, las ignoraba por completo. Estaba acostumbrado a su mal carácter y a sus golpes de genio. Los ataques de Laurel contra él no eran ninguna novedad. Pero ¿besarlo como una posesa? Eso sí había sido una novedad. No se quitaba ese beso de la cabeza. Le había dado muchas vueltas, pero no había llegado a ninguna conclusión. Lo que le molestaba. Las conclusiones, las soluciones, las alternativas y los compromisos… eran su especialidad, pero ante un rompecabezas tan personalizado, no conseguía encontrar las piezas fundamentales. Aun así, no podía alejarse para siempre. Le gustaba ir a visitarlas cuando tenía tiempo, y además tenía que tratar con Parker sobre los diversos aspectos legales de la empresa. Decidió que con una semana bastaría para darse tiempo y apaciguar los ánimos. Luego tendrían que arreglarlo entre ellos. De alguna manera. Lo conseguirían, por supuesto; tampoco era algo tan grave. Para nada, se dijo mientras giraba para tomar el largo camino de entrada de la finca. Tan solo se habían peleado… y habían introducido un elemento nuevo. Ella había intentado demostrarle algo, y al menos en un punto él había tomado nota. Solía pensar en Laurel, en todas ellas, como su responsabilidad, y aquello la enfurecía. Pues si le molestaba, que se aguantase, vaya si eran responsabilidad de él. Era el hermano de Parker y el abogado de las cuatro; y por una serie de circunstancias que escapaban a su control, y que nadie podía cambiar, era el cabeza de familia. Sin embargo, intentaría ser más sutil a la hora de ejercer su responsabilidad. Tampoco podía decirse que cada dos por tres anduviera fisgando en su negocio. De todos modos… De todos modos, se dijo, intentaría marcar cierta distancia. Era indiscutible que Laurel había logrado dejar claro su punto de vista. No era hermana suya, pero eso no significaba que no fuera un miembro de su familia, y él tenía todo el derecho de… «Basta», se ordenó. No arreglaría nada si se acercaba a ella con el aire de quien está dispuesto a estropear las cosas de entrada. Mejor sería analizar el terreno y dejar que tomara ella la iniciativa. Así podría reconducir a Laurel hacia el lugar que le correspondía. «Sutileza», se recordó. RECER EN UN HOGAR DOMINADO POR LAS

¿De dónde diablos habían salido todos esos coches?, se preguntó. Era martes por la noche y no recordaba que hubiera ninguna celebración programada en Votos. Se acercó al estudio de Mac para aparcar, salió del coche y frunció el ceño al ver la casa. Estaban celebrando una fiesta. Vio los arreglos manuales de Emma expuestos con prodigalidad en el pórtico de la entrada y oyó, aun desde lejos, los sonidos y las voces típicas de las fiestas. Durante unos instantes Del se quedó inmóvil contemplando la escena. Las luces resplandecían a través de las ventanas convirtiendo la casa en un lugar de celebración y acogida. Se respiraba hospitalidad, con un toque de elegancia. Como siempre. A sus padres les encantaba actuar de anfitriones en pequeñas reuniones íntimas, y también dando grandes y espectaculares fiestas. Supuso que Parker había heredado el testigo con toda naturalidad. Sin embargo, en momentos como ese en que llegaba a casa inesperadamente (porque esa seguía siendo su casa), solía sentir una leve punzada, un dolor agudo que le recordaba su pérdida, la de él y la de las chicas. Siguió el trazado del sendero hasta la mansión y, al llegar, eligió la entrada lateral que daba a la cocina. Había esperado encontrar a la señora Grady atareada en los fogones, pero vio la cocina vacía e iluminada por el reflejo de una sola lámpara. Se acercó a la ventana y se puso a observar a los invitados que se habían reunido en la terraza y que paseaban por el jardín. Parecían relajados, sintiéndose como en casa, impresionados, decidió Del. Imprimir aquellas cualidades en una celebración era otra de las habilidades de Parker, o de la combinación de las habilidades del Cuarteto. Reconoció a Emma y a algunos miembros del catering. Trasladaban manteles y flores de un lado a otro. Supuso que iban a hacer unos arreglos de última hora y se quedó contemplándolos mientras vestían una mesa. Trabajaban con rapidez y eficacia, y entretanto Emma iba charlando con los invitados. Sonrisas, calidez… ese era el sello de Emma. Nadie sospecharía que su mente estaba organizando ya el siguiente punto del programa. Emma y Jack. Eso sí que había sido un arreglo de última hora que le había costado asimilar. Su mejor amigo y una de sus chicas. Mientras pensaba en ello, vio a Jack con una caja de velitas circulares. Arrimando el hombro, pensó Del, como lo arrimaban todos de vez en cuando. Aunque en ese momento era distinto. Era la primera vez que contemplaba a Emma y a Jack juntos, sin que ellos se dieran cuenta. La mirada que intercambiaron ambos era distinta, sin duda. Jack le acarició el brazo con naturalidad e intimidad, como hacen los hombres cuando necesitan tocar lo que aman. Comprendió que lo que había entre los dos era bonito, y que al final terminaría por acostumbrarse. Mientras tanto se encontraba en la mansión, y se estaba celebrando una fiesta. Iría al salón de baile a arrimar el hombro.

Laurel pensó que, después de trabajar como una loca, pocas cosas le daban tanta satisfacción como ver devorar su obra. Una vez hubo cortado el pastel y dispuesto las bandejas del postre, dejó que el servicio de catering se ocupara del resto y se tomó un descanso para recuperar el aliento. La música sonaba, y los que no se habían agolpado alrededor de las mesas del postre, aprovecharon para bailar. En algunas mesas todavía seguía sentada gente, y la mayoría tomaba ouzo. ¡Opa!

Cuánta alegría, pensó ella, y todo bajo control. El momento justo para desaparecer unos minutos y quitarse los zapatos. Se dirigió a la puerta sin dejar de inspeccionar la sala por si veía algún problema potencial. —¿Señorita McBane? Casi, pensó Laurel, aunque se dio la vuelta y esbozó una sonrisa profesional. —Sí, ¿qué desea? —Soy Nick Pelacinos. —Le tendió la mano—. El primo de la novia. Y bastante guapo, pensó Laurel estrechándole la mano. Un dios griego bronceado, con los ojos de color ámbar líquido y un hoyuelo en la barbilla. —Encantada. Espero que te estés divirtiendo. —Solo un idiota no se divertiría. Habéis organizado una fiesta sensacional. Seguro que estás muy ocupada, pero mi abuela quiere hablar contigo. Es allí donde concede audiencia. Nick señaló hacia la mesa de presidencia, rebosante de gente, bebida, comida y flores… y gobernada, sin ningún género de dudas, por una matriarca de pelo de acero y ojos de láser. La abuela, pensó Laurel. —Por supuesto. —Laurel lo acompañó preguntándose si debería llamar a Parker para pedir refuerzos. —Los abuelos solo vienen a Estados Unidos cada dos años —le contó Nick—. En general somos nosotros quienes vamos a verlos, por eso este viaje es un acontecimiento único en la familia. —Lo comprendo. —Me han dicho que tus socias y tú habéis conseguido organizar todo esto en menos de una semana. Eso es tener clase, de verdad. Colaboro en la dirección de los restaurantes de la familia en Nueva York, y sé muy bien lo que representa algo así. Laurel repasó mentalmente la historia familiar que le había contado Parker. —Te refieres a los restaurantes Papa's. He comido en el del West Side. —Vuelve un día, pero avísame antes. La cena correrá de mi cuenta. Yaya, te he traído a la señorita McBane. La mujer inclinó la cabeza con una majestuosidad propia de las reinas. —Ya veo. —Señorita McBane, le presento a mi abuela, Maria Pelacinos. —Stephanos —Maria tocó el brazo del hombre que tenía sentado al lado—, deja que se siente la chica. —Por favor, no se moleste… —empezó a decir Laurel. —Levántate, levántate… —La abuela despachó al hombre de un gesto y le señaló la silla—. Ven, siéntate a mi lado. Nunca se discutía con una clienta, se recordó Laurel mientras ocupaba la silla libre. —Ouzo —pidió la mujer, y casi de inmediato le pusieron una copa entre las manos que colocó delante de Laurel—. Estamos brindando por tu baklava. Maria alzó la copa y, enarcando una ceja con aires de emperatriz, observó a Laurel. Sin apenas elección, Laurel levantó la copa y, haciendo acopio de sus fuerzas, bebió. Conocía el ritual y plantó la copa encima de la mesa con un golpe seco.

—Opa. Cosechó una tanda de aplausos y el gesto de aprobación de Maria. —Tienes un don. Hay que contar con algo más que unas manos y unos buenos ingredientes para preparar una buena comida. Es necesario que la cabeza funcione, y que el corazón esté dispuesto. ¿Tu familia es griega? —No, señora. —Ah… —La abuela obvió ese comentario—. En cualquier caso, todos somos griegos. Te daré mi receta personal del pastel lathopita para que lo prepares en la boda de mi nieta. —Me encantaría tener su receta. Gracias. —Creo que eres una buena chica. Baila con mi nieto. Nick, baila con la chica. —En realidad he de ir a… —Esto es una fiesta, o sea que ¡a bailar! El chico es buena persona, y además es guapo. Tiene un buen trabajo y no está casado. —Ah, si es así… —dijo Laurel, y Maria se echó a reír. —Bailad, bailad. La vida es más corta de lo que creéis. —No aceptará un no como respuesta —le advirtió Nick tendiéndole de nuevo la mano. Un baile, pensó. Sus doloridos pies podrían aguantar un baile. Además, realmente quería esa receta. Laurel dejó que Nick la llevara a la pista de baile y en ese momento la orquesta empezó a tocar música lenta. —Puede que no lo parezca —comentó Nick tomándola entre sus brazos—, pero mi abuela te ha hecho un gran cumplido. Ha probado un trozo de cada uno de los postres y está convencida de que eres griega. No habrías podido hacer pasteles tradicionales griegos con tanta maestría si no lo fueras. Además… — Nick la hizo girar con mucho estilo—, tus socias y tú nos habéis evitado una discusión familiar. Conseguir que la abuela diera su aprobación para esta fiesta no ha sido fácil. —Y si Yaya no está contenta… —Exacto. ¿Vas a Nueva York a menudo? —De vez en cuando. —Con los tacones, Laurel quedaba casi a la misma altura que él. Resultaba agradable para bailar, decidió—. El negocio nos obliga a estar mucho en casa. A ti debe de pasarte lo mismo. Trabajé en varios restaurantes mientras estudiaba y antes de que consiguiéramos levantar la empresa. Es un negocio muy sacrificado. —Sí, crisis seguidas de dramas seguidos de caos. De todos modos, Yaya tiene razón. La vida es más corta de lo que creemos. Podría llamarte un día e intentamos escaparnos del trabajo. Moratoria de citas, se recordó a sí misma. Aunque… quizá fuera buena idea darla por terminada, así dejaría de obsesionarse con Del. —¿Por qué no? El baile terminó y la orquesta entonó una danza tradicional griega que se bailaba en corro. Laurel hizo el gesto de retirarse de la pista, pero Nick la tomó de la mano. —No irás a perdértelo. —No puedo, de verdad… Además solo he visto bailar esta danza en las celebraciones, y siempre desde el tendido. —No te preocupes, yo te guío.

Antes de que pudiera inventar una excusa, alguien la tomó de la otra mano y Laurel quedó incluida en el círculo. A la porra, decidió. Era una fiesta. Del había entrado en el salón de baile durante el lento y se puso a buscar a Parker de manera automática. O eso se dijo, porque de inmediato vio a Laurel. Bailaba. ¿Con quién estaba bailando? No tendría que bailar con desconocidos. Tendría que estar trabajando. ¿Se habría traído un amigo? Por cómo se movían, parecía que se conociesen… Y de qué manera le sonreía ella a aquel tipo. —Del, no te esperaba esta noche. —Parker se acercó a su hermano y lo besó en la mejilla. —He venido a… ¿Quién es ese? —¿A quién te refieres? —Al que está bailando con Laurel. Parker, divertida, miró hacia la pista de baile y distinguió a Laurel entre el gentío. —No estoy segura. —¿No va con ella? —No. Es un invitado. Estamos celebrando una especie de recepción pos-compromiso o pre-boda, como más te guste. La historia es larga. —¿Desde cuándo bailáis en las celebraciones? —Depende de las circunstancias. —Parker miró a hurtadillas a su hermano—. Humm… —Su exhalación quedó ahogada por el bullicio de la música y las charlas—. Hacen buena pareja. Del se limitó a encogerse de hombros y se metió las manos en los bolsillos. —No es buena idea animar a los invitados a que os tiren los tejos. —Lo de animar es muy discutible. En cualquier caso, Laurel sabe cuidar de sí misma. Oh, me encanta esta danza tradicional —añadió Parker cuando la música cambió—. Es tan alegre… ¡Mira a Laurel! La ha pillado. —Siempre se le ha dado bien el baile —musitó Del. Laurel reía y ejecutaba los pasos siguiendo el ritmo sin problemas. Parecía distinta, pensó Del. En qué, no sabría decirlo. No, no se trataba de eso: él estaba mirándola de manera distinta. La miraba a través de aquel beso. Las cosas habían cambiado y ese cambio le inquietaba. —Tendría que ir a dar una vuelta. —¿Qué? —Tengo que ir a dar otra vuelta —repitió Parker ladeando la cabeza para observarlo con atención. Del frunció el ceño. —¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así? —Por nada. Puedes mezclarte con los invitados si quieres. A nadie le importará. Si te apetece comer algo más aparte de un postre, baja a la cocina. Del iba a decir que no quería nada, pero entonces se dio cuenta de que no era cierto. En el fondo no sabía lo que quería. —Puede que sí. Solo venía a verte. No sabía que trabajabais esta noche… casi todas —añadió sin apartar la vista de Laurel, que giraba danzando. —Aceptamos esta fiesta en el último momento. Falta una hora más o menos para que termine. Ve al

salón familiar, si quieres, y espérame allí. —Creo que regresaré a casa. —Bueno, pero si cambias de idea, nos vemos luego. Del decidió que le apetecía una cerveza, pero como quería tomársela sin verse obligado a colaborar con las chicas, decidió ir a la cocina principal en lugar de pedirla en la barra de invitados. Debería marcharse a casa y tomarse allí la cerveza, se dijo mientras se dirigía hacia la escalera. Por desgracia no le apetecía regresar, sobre todo porque no se quitaba de la cabeza a Laurel bailando como si hubiera nacido en Corfú. Decidió que tomaría la cerveza y charlaría un rato con Jack. Seguro que encontraría a Carter por ahí también. Primero, la cerveza, y luego, a pasar el rato con los amigos. Con hombres. La mejor manera de dejar de obsesionarse con las mujeres era sentarse a tomar una cerveza entre hombres. Se retiró a la cocina y descubrió una cerveza Sam Adams en la nevera. Justo lo que le había recetado el médico, decidió. Abrió la botella y volvió a mirar por la ventana para ver si reconocía a sus amigos entre el gentío. Sin embargo, solo había desconocidos en esa terraza iluminada con velas y luces de colores. Tomó un sorbo de cerveza y se puso a pensar. ¿Por qué diablos estaba tan inquieto? Podría estar haciendo una docena de cosas en lugar de plantarse en una cocina solitaria a beber cerveza y observar a unos desconocidos por la ventana. Debería irse a casa, trabajar un rato, o mandar a la mierda el trabajo y ver un programa en la cadena de deportes ESPN. Era demasiado tarde para quedar con alguien para salir, ir a cenar o tomar unas copas… y, maldita sea, no le apetecía estar solo. Con los zapatos en la mano y paso cansino, Laurel entró sigilosa en la cocina. Lo que necesitaba era estar sola. En cambio vio a Del de pie, frente a la ventana, y en ese momento le pareció el hombre más solitario del mundo. Aquello le chocó. Nunca se lo había imaginado como un hombre solitario. Eran tantos sus conocidos y trataba con tantas personas que a Laurel le sorprendía que no buscara más la soledad. Sin embargo, esa noche parecía solo, apartado, silenciosamente triste. Una parte de sí misma quería rodearlo entre sus brazos y alejar la preocupación de su rostro, pero en lugar de eso decidió protegerse y dio un paso atrás para marcharse. En ese momento Del se dio la vuelta y la vio. —Lo siento. No sabía que estabas aquí. ¿Necesitas a Parker? —No. La he visto arriba. —Del enarcó las cejas al verla descalza—. Supongo que te has machacado los pies con tanto baile. —¿Eh? Ah… no he bailado tanto, pero al final de un día como el de hoy, el cansancio se acumula. — Laurel decidió retomar el tema pendiente y pedirle disculpas aprovechando que los dos se encontraban a solas—. Se me han acumulado varias cosas, pero déjame aprovechar que estás aquí para decirte que la otra noche me pasé. No debí abalanzarme sobre ti. Y no era eso lo que habría querido decir, pensó. —Comprendo que sientas la obligación de… cuidar de nosotras —explicó Laurel, a punto de atragantarse de la rabia—. A mí eso me molesta, y no puedo evitar ponerme de los nervios, del mismo

modo que tú no puedes evitar actuar así. En fin, pelearnos no tiene ningún sentido. —Ajá. —Si eso es lo único que se te ocurre, doy el tema por zanjado. Del levantó un dedo y dio otro sorbo a la cerveza sin apartar la vista de ella. —Se me ocurren unas cuantas cosas más. Lo que no entiendo es por qué demostraste tu enfado de esa forma tan curiosa. —Mira, estabas insoportable como siempre, y me harté. Por eso dije cosas que debería haberme callado. Es lo que suele pasar cuando la gente se enfada. —No me refería tanto a tus palabras como a tus actos. —Es lo mismo. Estaba furiosa y lo siento. Si te gusta, bien, y si no, también. Del sonrió, y Laurel sintió que la rabia empezaba a arder en su pecho. —Te has puesto furiosa conmigo muchas veces, pero nunca me habías besado de esa manera. —Es lo mismo que les ha pasado a mis pies. —¿Perdón? —Acumulación. Me da rabia cuando vas en plan «Del sabe lo que te conviene». Con los años, la rabia se ha sedimentado y… Quise darte una lección. —¿De qué? Me parece que no lo capté. —No le des tanta importancia —lo cortó Laurel con las mejillas encendidas, signo de su mal humor —. Somos dos adultos. Menos violento fue darte un beso que un puñetazo en la boca, aunque ojalá te hubiera pegado. —Vale. A ver si lo he entendido: te enfadaste conmigo, y este enfado dura desde hace años. Luego me besaste para no darme un puñetazo en plena cara. ¿Lo he resumido bien? —Sí, letrado, bastante bien. ¿Quieres que vaya a buscar la Biblia y jure sobre ella? Por Dios, Del… Laurel abrió la puerta del frigorífico de par en par y cogió un botellín de agua. Sabía que esforzándose daría con alguien que la pusiera más furiosa que él, pero en esos momentos Delaney Brown encabezaba la lista. Destapó el botellín con un gesto violento, se volvió… y chocó contra él. —Alto ahí. —Aunque nunca lo habría llamado pánico, el ánimo de Laurel cambió un grado. —Tú has abierto la puerta —dijo Del señalando la nevera abierta—. La metafórica, también. Supongo que ahora estarás furiosa. —Sí, lo estoy. —Bien, ahora tú y yo estamos en el mismo juego, y ya sé cómo funcionan las reglas… —Del la asió por los hombros y la obligó a ponerse de puntillas. —No te atre… —Laurel no pudo seguir hablando porque le fallaron las palabras. El fuego de sus bocas fue el contrapunto de la gélida temperatura que notó a su espalda. Había quedado atrapada entre el hielo y el fuego y era incapaz de moverse. Él seguía sosteniéndola tambaleante en ese espacio estrecho. Luego bajó las manos hasta posarlas en su cintura y la besó con suavidad y lujuria. La atrajo hacia sí y notó que el cuerpo de ella le obedecía. Laurel bajó la guardia. El gemido que oyó, débil y suave, gutural, no indicaba rabia sino rendición. La sorpresa de descubrirla, como si fuera un regalo guardado durante años… Del ansiaba desenvolverla despacio, con cuidado, e ir encontrando lo que había debajo. Laurel se asió a él… y el agua fría del botellín los salpicó a los dos. Del se echó hacia atrás, se miró

la camisa mojada y vio que ella también se había manchado la blusa. —Vaya… Laurel parpadeó, y sus oscuros ojos reflejaron aturdimiento. Del esbozó una sonrisa, pero ella se apartó apurada. Gesticuló con el botellín aún en la mano, y el movimiento fue tan brusco que volvió a derramar agua. —Vale, vale… Bien, ya estamos empatados. —Laurel intentó secarse la blusa con la mano—. Tengo que volver. Me necesitan. Mierda… Giró sobre sus talones y salió corriendo. —Eh, olvidas los zapatos. —Del cerró la puerta del frigorífico y tomó la cerveza que había dejado sobre la encimera—. En fin… Curioso, pensó mientras se apoyaba en la encimera. La cocina había vuelto a quedar silenciosa. Se encontraba mejor. Genial, de hecho. Observó los zapatos que Laurel se había dejado olvidados. Eran sexis, sobre todo con el traje de ejecutiva que llevaba puesto. Se preguntó si los habría elegido deliberadamente o siguiendo un impulso. ¿Y no era extraño estar pensando en sus zapatos? Aunque… Sonriendo para sí, abrió un cajón y buscó un bloc de notas. ¿Que estaban empatados?, pensó mientras escribía. A él nunca le habían interesado los empates.

A la mañana siguiente Laurel eligió nadar en lugar de hacer ejercicio en el gimnasio de casa. La excusa fue que le apetecía un cambio, aunque se daba perfecta cuenta de que en el fondo quería evitar a Parker hasta decidir qué iba a contarle, si es que le contaba algo. Quizá mejor dejarlo correr, se dijo trazando un nuevo largo en la piscina. En realidad no había nada que contar. Del era muy competitivo, ella le había dado un beso y él se lo había devuelto. Multiplicado por dos. Era su estilo. Un modo como otro cualquiera de ponerla en su lugar. Típico de él. ¿Y aquella sonrisa? Dio de nuevo media vuelta al llegar al extremo de la piscina. ¿Aquella sonrisa estúpida, petulante y superior? Muy propia de él, por cierto. Menudo imbécil… Era ridículo pensar que sentía algo por él. Perdió la cabeza durante un minuto, o quizá una década. Pero ¿qué más daba cuánto tiempo, alguien lo estaba contando? Volvía a ser ella misma. Bien. Normalidad absoluta. Cuando tocó de nuevo el borde de la piscina, cerró los ojos y se hundió. Tras haber nadado unos largos matadores la sensación de ingravidez era perfecta. Sencillamente sumergirse, dejarse caer al fondo… dejarse llevar, pensó, como hacía en su vida personal. Y no ocurría nada, estaba bien, sí. No tenía por qué modelar, organizar y estructurar cada faceta de su vida. Estaba bien, era correcto sentirse libre para hacer lo que le apeteciera cuando terminaba la jornada laboral o, como entonces, antes de que empezara. No tenía que darle explicaciones a nadie. No era necesario que todo encajase a la perfección. Ni siquiera lo deseaba. Del, o el asunto de Del, tan solo era un bache en el camino, y ya estaba allanado. Mejor. Se pasó las manos por el pelo para escurrir el agua, y cuando iba a alcanzar la escalerilla se le escapó un grito. Parker estaba frente a ella tendiéndole una toalla. —¡Por Dios, qué susto! No te había visto.

—El susto nos lo hemos dado las dos. Por un momento he pensado que tendría que lanzarme al agua para sacarte. Laurel tomó la toalla. —Me he dejado caer al fondo. Me he dejado llevar. Un cambio de ritmo después de ir a toda máquina los últimos días. No nos dejamos llevar lo suficiente, si quieres que te dé mi opinión. —Muy bien, lo anotaré en la lista. Laurel soltó una carcajada y se envolvió la toalla en la cintura. —Seguro que sí. Vas vestida. ¿Qué hora es? —Las ocho más o menos. Me parece que te has dejado llevar mucho rato. —Creo que sí. Fue una noche dura. —Sí, es cierto. ¿Viste a Del? —¿Por qué? Sí, lo vi, pero ¿por qué lo preguntas? —Porque estuvo en casa, y tú desapareciste durante un buen rato. —No desaparecí sin pedir permiso, mi capitán. Solo quería descansar un momento. —Y cambiarte de blusa. Laurel sintió un amago de culpabilidad. —Me cayó agua por encima. ¿Qué te pasa? —Siento curiosidad. —Parker le tendió un sobre—. Esto estaba en la encimera de la cocina. La señora Grady me lo ha dado para ti. —¿Por qué no ha esperado a que yo…? ¡Oh! —Laurel reconoció la letra de Del. —¿No quieres saber lo que pone? Porque yo sí. —Parker le cortó el paso esbozando una sonrisa de oreja a oreja—. Lo más educado por mi parte sería meterme en casa y dejar que leyeras la nota a solas, pero me falta madurez para eso. —No pasa nada, de verdad. —Sintiéndose un poco idiota, Laurel abrió el sobre. Si piensas que esto ha terminado, te equivocas. Me he quedado con tus zapatos como prenda. Ponte en contacto conmigo dentro de cuarenta y ocho horas como máximo u olvídate de los Prada. Laurel soltó una carcajada que remató con un taco. Parker se asomó por encima de su hombro para leer. —¿Tiene tus zapatos? —Eso parece. ¿Qué voy a hacer? —preguntó Laurel jugueteando con la nota—. Dejarme llevar. Decido que me dejo llevar, y ahora a él le apetece jugar. Acababa de comprarme esos zapatos. —¿Qué ha pasado para que ahora los tenga él? —No pienses cosas raras. Me los quité y me olvidé de ponérmelos al marcharme… No pasó nada. Fue ojo por ojo y diente por diente. Parker asintió. —¿Hablamos de tu ojo o de su diente…? —No líes las cosas, malpensada. Le pedí disculpas por haberle saltado encima, pero no le bastó con eso y empezó a mirarme de arriba abajo. Estábamos junto a la nevera y una cosa llevó a la otra. Es difícil explicarlo.

—Ya lo veo. —Se ha pasado de listo. Por mí, puede quedarse con los malditos zapatos. —¿Ah, sí? —Parker sonrió con la mirada tranquila—. A mí me parece, y creo que a Del también se lo parece, que tienes miedo de enfrentarte a la situación, a él o a las dos cosas a la vez. —No tengo miedo, y no adoptes ese tono conmigo. —Laurel agarró la toalla y se frotó el pelo con furia—. Lo que ocurre es que no tengo ganas de remover más este asunto. —Porque cuesta dejarse llevar cuando todo está revuelto. —Sí. En fin, tengo otros pares de zapatos, mejores aún. No le daré la satisfacción de entrar en su estúpido juego. Parker volvió a sonreír. —Los chicos son tan tontos… Laurel puso los ojos en blanco. —Pero es tu hermano —musitó, y dándose la vuelta se fue a la casa. —Sí. —Parker calculó cuánto tardaría su mejor amiga en rendirse—. Más de veinticuatro horas y menos de cuarenta y ocho. De repente sonó la BlackBerry que llevaba en el bolsillo. Miró el número y echó a andar por el césped. —Buenos días, Sybil. ¿En qué puedo ayudarte?

6

S

IEMPRE PODÍA OBTENERSE INFORMACIÓN .

En opinión de Parker, la información no solo era poder, sino también el arma que garantizaba la eficacia, y en su mundo esa palabra lo gobernaba todo. Para actuar bien, y de manera eficaz, era preciso especificar y enumerar los hechos. Además, siempre que fuera posible, había que combinar varias tareas a la vez. El primer punto del orden del día, a unas escasas veinticuatro horas del secuestro de los zapatos, era conseguir que Del la acompañara en coche. No le había costado arreglarlo, sobre todo porque había decidido que el mecánico de su hermano le hiciera la puesta a punto del coche. Malcolm Kavanaugh podía mostrarse brusco y darse aires chulescos, pero en su trabajo era muy bueno, y eso tenía su importancia. Otro punto a su favor era su amistad con Del. Tenían el fin de semana lleno de celebraciones, empezando con un ensayo esa misma tarde, y no estaría mintiendo si le pedía a Del que la acompañara en coche alegando que a ninguna de sus socias le daba tiempo. Que hubiera podido llamar a un puñado de personas o a un taxi, para empezar, no era relevante, pensó mientras se retocaba los labios con la barra. El favor que le pedía activaría en él el papel de hermano mayor, que le encantaba, y a ella le daría la oportunidad de sonsacarle información, porque Laurel se había cerrado en banda. Comprobó el contenido del bolso y repasó la agenda en su BlackBerry. Hablar con Del. Recoger el coche. Reunirse con unos clientes para almorzar, ir a la tintorería y al mercado, y regresar antes de las cuatro y media para preparar el ensayo. En sendas entradas secundarias había anotado los puntos a tratar en la reunión, lo que tenía que recoger de la tintorería y la lista de la compra. Se volvió frente al espejo. Los clientes eran importantes y, como habían reservado mesa en el club de campo, era vital dar la imagen adecuada. El vestido veraniego color amarillo pálido era el contrapunto perfecto, entre desenfadado y profesional. Las joyas, discretas, aunque los ojos de lince de la madre de la clienta sabrían reconocer su valor y con eso podría anotarse un tanto. Se había dejado el pelo suelto para variar… como quien va a una comida de chicas para estar entre amigas. Evitó lo llamativo, lo espectacular. La mujer que planificaba una boda bajo ninguna circunstancia tenía que ensombrecer a la novia. Satisfecha, tomó un jersey fino de color blanco para resguardarse del aire acondicionado si los clientes elegían comer dentro del club. Todavía faltaban diez minutos para que llegara su hermano, pero Parker bajó a la planta baja. La casa que tanto amaba estaba silenciosa y parecía enorme en plena mañana sin la presencia de clientes ni de celebraciones programadas que le exigieran tiempo y atención. Los imponentes arreglos y los detalles florales de Emma perfumaban el ambiente, y las fotos de Mac se alternaban con las pinturas de la casa. Sin embargo, Parker había cambiado pocas cosas de la estancia; se había limitado a trasladar los objetos personales a sus habitaciones o a las de Laurel. La mansión seguía siendo un hogar, un lugar feliz que había sido testigo de centenares de celebraciones… y de peleas, pensó mientras recolocaba un

cuenco. Risas, lágrimas, dramas y locuras. Que ella recordase, en esa casa jamás se había sentido sola, ni le habían entrado ganas de marcharse. Consultó el reloj, calculó el tiempo de que disponía y decidió ir a ver a Laurel. La encontró frente a la encimera de su cocina trabajando un círculo de fondant. Seis bases de pastel se enfriaban sobre unas rejillas. Parker se dio cuenta de que su amiga había elegido un programa de entrevistas en lugar de poner música, y por eso sospechó que buscaba distraerse. —Me marcho —le anunció—. ¿Necesitas algo? Laurel alzó la cabeza. —Ese color te queda fenomenal. —Gracias. Me siento radiante. —Así es como se te ve. Necesito unos dos kilos de fresas, muy frescas. Tampoco quiero que todas sean rojas y maduras. Que estén mezcladas. Me ahorrarás tener que salir esta tarde. —Cuenta con ello —dijo Parker sacando la BlackBerry para anotarlo en su lista—. De todos modos voy a ir al mercado después de almorzar con Jessica Seaman y su madre. —Muy bien. —Laurel dejó de amasar y cruzó los dedos. — La MDNA quiere hablar del menú y de la música. ¿Esto es para mañana? —preguntó Parker señalando los ingredientes mientras Laurel espolvoreaba la superficie de trabajo con almidón de maíz. —Sí. Son seis capas, con fondant, cobertura plisada y unas orquídeas de pasta de azúcar que harán juego con la flor emblema de la novia. —Laurel empezó a trabajar con el rodillo la primera lámina de fondant—. Oye, ¿no tenías el coche en el taller? —Sí, y ya está listo. Del me llevará. —Ah… —Laurel frunció el ceño. Quizá por la mención de Del, quizá porque había descubierto unas burbujas de aire en la lámina. En cualquier caso, tomó una aguja para pincharlas. —¿Algún mensaje… para él o para tus zapatos? —Muy graciosa. —Laurel trabajaba deprisa. Levantó la lámina de fondant con ambas manos y cubrió el primer piso—. Podrías decirle que deje de portarse como un cretino y me los devuelva. —Vale. —No, no le digas nada. —Laurel se encogió de hombros y alisó la parte superior y los laterales para eliminar las burbujas—. No necesito los zapatos. Ya me había olvidado de ellos. —Por supuesto. Laurel tomó un cortador de pizzas y lo blandió ante Parker. —Conozco tus artimañas, Brown. Intentas provocarme para que lo llame, pero no funcionará. —Vale. —Parker esbozó una sonrisa franca mientras Laurel recortaba la base del pastel con el instrumento para quitar el fondant sobrante—. Del no tardará en llegar. Regresaré con las fresas. —Tráelas de tamaños y tonalidades diferentes —le dijo Laurel alzando la voz. —Ya he tomado nota. —Parker se dirigió a la puerta principal contenta de haber conseguido lo que pretendía: Laurel trabajaría todo el día sin dejar de pensar en Del y en sus zapatos. Salió al porche, se puso las gafas de sol y enfiló el camino de entrada en el mismo momento en que su hermano aparcaba. —Justo a tiempo —saludó él. —Tú también.

—Somos los hermanos Brown. Nos obsesiona la puntualidad. —Considero que es una virtud, y un don. Gracias por el favor, Del. —De nada. Aprovecharé el viaje para reunirme con un cliente y luego iré a comer con Jack. Todo arreglado. —¡Qué polivalente eres! Esa es la clave del éxito. ¿Zapatos nuevos? —preguntó la joven. —No. —Del la observó sin dejar de conducir—. ¿Por qué? —Ah, he oído decir que acabas de conseguir unos zapatos fabulosos. —Es verdad —respondió Del esbozando una leve sonrisa—, pero no son de mi número. Además, caminar con tacones altos me agarrota los dedos. Parker le dio un golpecito en el brazo. —Mira que llevarte los zapatos de Laurel… ¿Cuándo dejarás de tener doce años? —Nunca —contestó Del llevándose la mano al pecho como quien hace un juramento—. ¿Se lo ha tomado mal o le ha hecho gracia? —Ni una cosa ni la otra; puede que las dos a la vez. Yo diría que está confundida. —Entonces misión cumplida. —Típico de ti. ¿Por qué quieres confundirla? —Empezó ella. Parker se bajó las gafas y lo miró por encima de la montura. —Creo que acabas de hacer una regresión a los ocho años. ¿Qué es lo que ha empezado Laurel? Del le lanzó una mirada reprobatoria. —Puede que yo tenga ocho años, pero os conozco, a ti y a tus amiguitas. Lo sabes muy bien, porque Laurel te lo ha contado, y ahora intentas sonsacarme para que te dé mi versión. —No tengo por qué sonsacarte, y tú no tienes por qué contarme nada. —De repente, sonó su teléfono —. Disculpa. ¡Shawna, hola! Acabo de hablar con Laurel. Está en la cocina terminando tu pastel. Será fantástico. Muy bien. Ajá. No, no te preocupes. Llamaré a mi agencia de viajes y… Bien pensado. ¿Sabes cuál es su nuevo vuelo? Sí. Parker sacó un bloc de notas y un bolígrafo y repitió en voz alta la información que su clienta le iba dando. —Lo comprobaré ahora mismo para asegurarnos de que sigue el horario previsto. Enviaré un coche para que vaya a recogerlo y lo traiga al ensayo. No, no es ningún problema. Déjamelo a mí. Nos vemos esta noche. Relájate, todo está bajo control. Ve a hacerte la manicura y no te preocupes. Sí, yo también. Adiós. »Han cancelado el vuelo del padrino —explicó Parker guardando el bloc—. Ha tenido que cambiar de ruta y esta noche llegará tarde. —Ya empezaba a preocuparme. —Laurel tiene razón. Eres un imbécil. —¿Eso es lo que te ha dicho? Parker se encogió de hombros, indiferente, y se guardó la BlackBerry. —Veo que sabes torturar con crueldad. Te diré lo que ha pasado: Laurel ha cambiado las reglas del juego, y quiero saber si me apetece seguirlas. No sé si es una buena idea, pero… por algo se empieza. ¿Algún comentario?

—Ambos queréis tomar las riendas. Creo que os pelearéis como dos perros rabiosos, o puede que os enamoraréis locamente. A lo mejor ni siquiera tenéis la opción de elegir, porque lo que sentís el uno por el otro es muy fuerte y viene de lejos. Vuestros sentimientos irán cambiando si… encajáis. —No busco pelea, ni enamorarme locamente. Solo estoy explorando las posibilidades de una nueva dinámica. ¿Tan extraño te resulta? Era curioso que los dos le hubieran hecho la misma pregunta, pensó Parker. —Todavía no lo sé. Cuando Laurel se ponga en contacto contigo para recuperar sus zapatos, cosa que hará, aunque ella cree que no, no te pavonees. —Solo por dentro. —Del giró y entró en el aparcamiento del taller de reparaciones—. ¿Dices que se pondrá en contacto conmigo? —Le gustan mucho esos zapatos. Además pensará que si no da la cara, ganas tú. —Parker se inclinó para darle un beso en la mejilla—. Gracias por el trayecto. —Si quieres, te espero. Mal debe de andar por ahí, charlaré con él mientras tú terminas con el papeleo. —No hace falta. —Si Del charlaba con Malcolm, este sabría que ella estaba en el taller e iría a saludarla. Prefería evitarlo—. He telefoneado y me esperan. —Ya me imaginaba que habrías llamado antes. Bueno, dile a Mal que lo veré esta noche en la partida de póquer. —Ajá. Ven a cenar la semana que viene. —Parker salió del coche—. Celebraremos una cena en familia. Déjame consultar las agendas y te propongo una noche. A ver si estás libre. —Lo estaré. Oye, Parker, estás preciosa. Su hermana sonrió. —Mis zapatos, ni mirarlos. —Cerró la portezuela al son de las carcajadas de Del y entró en la oficina. Una mujer con el pelo de color anaranjado y unas gafas de lectura de montura verde, que estaba sentada tras el mostrador y hablaba nerviosa por teléfono, le hizo señas para que se acercara. Parker había hecho sus averiguaciones y sabía que era la madre de Malcolm. No era que le interesase aquella información en particular, pero le gustaba saber con quién trataba. —Exacto, mañana por la tarde. A partir de las dos. Escuche, cielo, la pieza de recambio acaba de llegar y el chico solo tiene dos manos. —La señora Kavanaugh, que iba dando sorbos a una gaseosa Dr. Pepper, dirigió una mirada de inteligencia hacia Parker. Sus ojos eran verdes y vivos, del mismo tono que los de su hijo—. ¿Qué prefiere usted: que vaya rápido o que lo haga bien? Le dijo que primero tenía que llegar la pieza, y que a partir de entonces tardaría un día. Yo misma le oí explicárselo. Quizá le habría salido más a cuenta comprarse un coche americano. Si termina antes de lo previsto, le llamaré. Es lo único que puedo decirle. Sí, que tenga usted un buen día. —La mujer colgó—. Capullo… La gente cree que el mundo gira a su alrededor —le dijo a Parker—. Quien más, quien menos, todos se imaginan que son el centro del universo. Dejó escapar un suspiro y luego le dedicó una sonrisa muy dulce a Parker. —Estás preciosa, y vas muy veraniega. —Gracias. Tengo una reunión con una clienta. —Aquí tienes la factura. La he impreso después de que llamaras. Estoy pillándole el truco a este

maldito ordenador. Parker recordó la frustración de la señora Kavanaugh con el ordenador el día que se conocieron. —En realidad, si se tiene por la mano el programa, se ahorra tiempo. —Voy mejorando. Al principio tardaba tres veces más que escribiendo la factura a máquina, y ahora menos del doble. Toma. —Fantástico. —Parker se acercó a la mesa para revisar la factura. —Conocía a tu madre, aunque solo de vista. —¿Ah, sí? —Te pareces un poco a ella, ahora que lo pienso. Era toda una señora, de esas que no necesitan darse aires de superioridad. —Sé que le habría encantado oír eso. —Satisfecha con el importe que reflejaba la factura, Parker sacó la tarjeta de crédito—. Creo que también conoce a Maureen Grady. Se encarga de la casa y lleva toda la vida cuidando de nosotras, que yo recuerde. —Sí, un poco. Supongo que al cabo de un tiempo de vivir en Greenwich acabas conociendo a todo el mundo. Mi chico juega al póquer con tu hermano. —Sí —asintió Parker firmando el recibo—. De hecho, es Del quien me ha traído. Me ha dicho que le recuerde a Malcolm que se verán esta noche en la partida de póquer. Ya está, pensó, mensaje transmitido. —Puedes decírselo tú misma —dijo la mujer al ver que Malcolm entraba por la puerta lateral del taller limpiándose las manos con un pañuelo de color rojo. —Mamá, necesito que… —Malcolm se detuvo y esbozó una sonrisa—. Hola… ¡Qué agradable sorpresa! —La señorita Brown ha venido a recoger el coche —dijo su madre tomando las llaves y lanzándoselas, para horror de Parker. Malcolm las atrapó al vuelo—. Acompáñala. —No es necesario. Solo… —Está incluido en el servicio. —Mal le abrió la puerta de la oficina para que saliera. —Gracias, señora Kavanaugh. Me alegro de haberla visto. —Vuelve cuando quieras. —Tengo mucha prisa —le espetó Parker a Malcolm al salir de la oficina—, así que… —¿Vas a una cita? —A una reunión. —Una pena desperdiciar este vestido en una reunión de trabajo. No te preocupes, no tardaremos mucho. Malcolm olía a mecánico, aunque el olor no le resultó tan desagradable como había imaginado. Llevaba unos tejanos agujereados en la rodilla y manchados de grasa en la pernera. Parker se preguntó si llevaba camiseta negra para que no se vieran las manchas. Tenía el cabello oscuro y revuelto, enmarcándole el cincelado óvalo del rostro. Advirtió que no se había afeitado, y que su imagen no resultaba desaliñada, sino más bien peligrosa. —Bonito carro —dijo Mal haciendo tintinear las llaves y mirándola a los ojos al llegar al coche—. Y bien cuidado. No te hemos cobrado el servicio de limpieza por ser la primera vez, aunque tampoco habría podido cobrártelo. Tu máquina está limpia como los chorros del oro. —Las herramientas de trabajo funcionan mejor si cuidamos de ellas.

—Ese es mi lema, aunque la mayoría no hace caso. Dime, ¿qué vas a hacer después de la reunión? —¿Cómo? Ah… unos recados… y luego voy a trabajar. —¿Cuándo no tienes reuniones, recados o trabajo? —Casi nunca. —Parker sabía reconocer si le estaban tirando los tejos, pero no recordaba haberse sentido nunca tan agobiada—. Necesito las llaves, en serio. ¿Cómo voy a arrancar el coche si no me las das? Mal las soltó sobre la palma de su mano. —Si encuentras uno de esos raros momentos libres, llámame. Te llevaré a dar una vuelta en mi cacharro. Mientras Parker intentaba articular una respuesta, Mal señaló con el pulgar. Ella miró hacia donde le indicaba y vio una motocicleta grande, aparatosa y muy reluciente. —Me parece que no… No lo creo, no. Mal se limitó a sonreír. —Si cambias de idea, ya sabes dónde encontrarme. —Esperó unos segundos a que ella subiera al coche—. Es la primera vez que te veo con el pelo suelto. Te queda bien con el vestido. —Ah… «Por dios, Parker —se dijo—. ¿Te has quedado sin lengua?» —Gracias por todo. —Gracias a ti. Parker cerró la portezuela, le dio la vuelta a la llave y, con gran alivio, se alejó del taller. Aquel hombre, decidió, la descolocaba.

Laurel se dijo que había que terminar con las tonterías. Al principio le había parecido buena idea pasar de los jueguecitos de Del, pero cuanto más lo pensaba, más creía que su actitud podría interpretarse como si lo estuviera evitando. Eso daría ventaja a Del, y no iba a permitirlo. No comentó su plan con nadie. Su presencia no era necesaria en el ensayo, así que no vería a sus amigas… y no caería en la tentación de sincerarse con ellas. Estuvo en la cocina preparando un relleno de nata y un glaseado de crema de mantequilla para el pastel Fresas Estivales del sábado por la tarde. Luego comprobó la lista de tareas pendientes en el tablón y el tiempo que le quedaba, e intentó no sentirse culpable por salir a hurtadillas de su hogar. Se quitó el delantal y soltó un taco. No iría sudada y desaliñada a casa de Del para solventar la papeleta. Adecentarse no significaba ponerse guapa. Subió por la escalera trasera y se escabulló hacia el ala que ocupaba para darse una ducha y refrescarse tras su jornada laboral. Si le apetecía maquillarse, lo haría. A fin de cuentas, se maquillaba a diario. También le gustaba llevar pendientes, y tenía todo el derecho a ponerse unos, que además fueran a juego con una blusa bonita. No era un crimen querer tener buen aspecto, fueran cuales fuesen las circunstancias. Sin querer plantearse nada más, bajó por las mismas escaleras con la intención de salir sin que la vieran. Estaría en casa antes de que se percataran de su ausencia. —¿Adónde vas?

El plan se fue al traste. —Ah… —Laurel se volvió y vio a la señora Grady en el huerto—. Tengo que hacer un recado, nada importante. —Bien, vete entonces. Esa blusa es nueva, ¿verdad? —No. Sí. Más o menos. —Odiaba aquel sentimiento de culpabilidad que la iba atenazando por dentro—. No tiene ningún sentido comprarse una blusa nueva y no ponérsela. —Por supuesto —comentó la señora Grady en un tono calmado—. Anda, vete, y diviértete. —No voy a… Da igual. No tardaré en volver. —Laurel dio la vuelta a la casa y fue a buscar el coche. Como mucho estaría fuera una hora, y luego… —Hola, ¿sales? ¡Por Dios! Aquello era peor que vivir con varios padres a la vez. Laurel se obligó a sonreír cuando saludó a Carter. —Sí, voy a hacer una cosa, pero vuelvo enseguida. —Vale. Voy a suplicarle a la señora Grady que me dé uno de sus guisos. Tardará un poco en descongelarse. Lo digo por si te interesa para luego. —Gracias, pero he picoteado una ensalada antes. Disfrutad. —Lo haremos. Estás muy guapa. —¿Y qué? —Laurel sacudió la cabeza—. Lo siento, perdona. Estaba pensando en otra cosa. Tengo que irme. Se apresuró a meterse en el coche, no fuera a ser que se tropezase con alguien más. Mientras circulaba con rapidez se le ocurrió que debería haber ido a casa de Del durante el día para no encontrárselo. Sabía dónde escondía una llave de reserva y conocía el código de la alarma. De todos modos, era probable que lo cambiara con regularidad, como medida de seguridad. Aun así habría podido arriesgarse, entrar en la casa y buscar sus zapatos. Luego se habría tomado la revancha dejándole una nota. Ese sí habría sido un buen plan. Ya era tarde para eso, aunque quizá no estuviera en casa. Su vida social era muy activa: amigos, clientes, ligues. Era un hermoso anochecer de verano, eran las siete y media… Sí, probablemente habría quedado con alguna chica para ir a tomar unas copas, cenar y enrollarse con ella. Podría entrar en su casa, buscar los zapatos y dejarle una nota divertida. Querido secuestrador de zapatos: Nos hemos escapado y hemos informado al FBI. Un equipo táctico viene de camino. LOS PRADA

Le entrarían ganas de reír cuando la leyera. A Del no le gustaba perder, ¿a quién podía gustarle?, pero se reiría, y eso daría por zanjado el asunto. Siempre y cuando no se disparara la alarma y ella tuviera que reclamar sus servicios como abogado de oficio. «Piensa en positivo», se ordenó a sí misma, y dio vueltas a su nuevo plan mientras conducía. Plan que se hundió como un soufflé mal horneado cuando reconoció el coche de Del en el camino de entrada. «En fin, vuelta al plan A».

Del tenía una casa magnífica; a ella le había encantado desde que él se la hizo construir. Quizá era demasiado grande para un hombre que vivía solo, pero Laurel comprendía la necesidad de espacio. Sabía que Jack la había diseñado siguiendo unas directrices muy concretas: que no fuera demasiado tradicional, pero tampoco demasiado moderna, con mucha luz y muchas habitaciones. Además, los guijarros y la inclinación de los tres tejados dotaban a la vivienda de un aire de elegancia desenfadada que encajaba con el propietario. Laurel reconoció que se estaba demorando aposta. Salió del coche, se dirigió a la puerta principal y llamó al timbre. Se revolvió inquieta y tabaleó en la rodilla. Eran los nervios, advirtió. Maldita sea, estaba nerviosa porque iba a ver a un hombre que conocía de toda la vida, con el que había jugado y se había peleado de pequeña. Si incluso se habían casado un par de veces… cuando Parker lo había engatusado, sobornado o chantajeado para que accediera a ser el novio en el juego del «día de la boda». Y en ese momento sentía un nudo en el estómago. Lo que hacía de ella una cobardica, decidió. Odiaba a las cobardicas. Volvió a llamar al timbre, con renovada decisión. —Lo siento, habéis ido tan rápido que… —Del abrió la puerta con el pelo mojado y la camisa desabrochada; unas gotas de agua brillaban apenas en su pecho. Se quedó quieto y ladeó la cabeza—. Tú no eres el chico de los repartos del China Palace. —No. He venido porque… El China Palace no hace repartos por esta zona. —A mí sí, porque defendí al hijo del propietario por posesión de drogas y conseguí meterlo en un programa de rehabilitación en lugar de en una celda. —Del sonrió y metió el pulgar en el bolsillo de los tejanos que se había puesto a toda prisa pero no se había abotonado—. Entra, Laurel. —No he venido de visita, sino a recoger mis zapatos. Dámelos y me iré antes de que llegue tu arroz frito con gambas. —He pedido cerdo agridulce. —Buena elección. Mis zapatos. —Entra, mujer. Negociaremos las condiciones. —Del, esto es absurdo. —Me gustan las situaciones absurdas de vez en cuando. —El asunto quedó zanjado cuando la asió de la mano y la obligó a entrar—. ¿Quieres una cerveza? He abierto una Tsingtao para acompañar la cena china. —No, no quiero cerveza china. Quiero mis zapatos. —Lo siento, están en un enclave secreto hasta que los términos del rescate queden aclarados y satisfechos. ¿Sabías que sueltan un grito agudo y finísimo cuando retuerces los tacones de aguja? —Del retorció un puño a modo de demostración—. Pone los pelos de punta. —Sé que te consideras muy divertido, y reconozco que lo eres, pero hoy he tenido un día muy largo y he venido a buscar mis zapatos. —Después de una larga jornada laboral te mereces una Tsingtao. Mira, ya llega la cena. ¿Por qué no sales al porche trasero? Se está muy bien al aire libre. Ah, de camino coge un par de cervezas de la nevera. Hola, Danny, ¿qué tal? Por mucho que discutiera y montara una escena no iba a conseguir los zapatos si a Del no le apetecía

dárselos, pensó Laurel. Lo que tenía que hacer era mostrarse serena. Apretando la mandíbula para disimular la rabia, se dirigió a la cocina. Oyó que Del hablaba de béisbol con el chico de los repartos. Le pareció entender que la noche anterior un equipo de no sabía dónde había hecho varios lanzamientos que quedaron sin batear. Entró en la espaciosa cocina, iluminada por la suave luz del atardecer. Sabía que ese espacio tenía múltiples usos aparte de servir para tomar cerveza china y comida rápida oriental. Del tenía dos especialidades que bordaba: las cenas íntimas que organizaba para seducir a las mujeres y muy buena mano para preparar tortillas a la mañana siguiente. Al menos, eso le habían contado. Abrió la nevera y sacó una cerveza. Aprovechando la ocasión, tomó otra para ella. Conocía aquella habitación tan bien como si estuviera en su propia casa. Abrió el congelador, cogió un par de jarras de cerveza puestas a enfriar y se fijó en la selección de guisos y sopas de la señora Grady que Del conservaba debidamente etiquetada. Esa mujer alimentaba al mundo entero. Estaba sirviendo la segunda cerveza cuando Del entró con las bolsas de la comida. —Fíjate, me tomo una cerveza. Ahora estamos en paz. Cuando la termine, me das los zapatos. Del la miró con cara de pena. —Me parece que no acabas de entender la situación. Tengo algo que tú quieres, y soy yo quien impone las condiciones. —Eligió un par de platos y de servilletas y luego sacó dos juegos de palillos de un cajón. —He dicho que no quiero cenar. —Son jiaozi —anunció Del sacudiendo una de las bolsas—. Tienes debilidad por estas empanadillas chinas. Tenía razón, y además la ansiedad y el aroma de la comida se habían aliado para despertarle el apetito. —Muy bien. Tomaré una cerveza y una empanadilla. —Laurel se llevó las cervezas al porche y se sentó a la mesa que presidía el césped del jardín. El agua de la piscina centelleaba. Justo en el borde había una glorieta preciosa, y en su interior, una inmensa barbacoa. Del tenía fama de gobernarla con instinto territorial durante sus fiestas de verano. Los invitados jugaban al aire libre a la petanca disputando partidas a vida o muerte y luego se zambullían en la piscina. Ese hombre sabía cómo distraer a la gente, pensó Laurel. Debía de llevarlo en los genes. Del salió al porche con una bandeja en la que había colocado los envases de cartón con la comida y unos platos. Al menos se había abrochado la camisa, advirtió Laurel. Ojalá no le gustara tanto físicamente. Podría controlarse mejor. O no. —Imaginaba que hoy cenaría mirando el canal de deportes y repasando unos papeles del trabajo. Esto es mucho mejor. —Del le puso un mantel individual delante y abrió los envases—. Hoy habéis tenido ensayo, ¿verdad? —Se sentó y se sirvió un poco de cada uno—. ¿Qué tal ha ido? —Supongo que muy bien. No me necesitaban y me he puesto a preparar lo del fin de semana. —Me verás en la ceremonia de compromiso del domingo —le contó Del. Mientras él hablaba y comía, ella daba sorbos a la cerveza—. Fui a la universidad con Mitchell y redacté el contrato de su sociedad. ¿Qué pastel harás?

—Uno de mantequilla y chocolate relleno de mousse de chocolate blanco y glaseado con chocolate deshecho. —Triple bomba. —Son amantes del chocolate. El pastel va alternando unas capas de flores de geranio en láminas de espuma para centros florales. Emma está entrelazando varios geranios en forma de corazón que irán en el piso de arriba. ¿Te pregunto yo cómo te ha ido el día? —¡Qué mala eres! Laurel suspiró porque sabía que tenía razón. —Me robaste los zapatos —puntualizó ella rindiéndose al aroma de los alimentos. —«Robar» es una palabra muy fuerte. —Son míos y te los llevaste sin que te diera permiso. —Tomó una empanadilla. Era cierto que tenía debilidad por ese plato. —¿Valen mucho para ti? —Solo son unos zapatos, Del. —¡Venga ya! —exclamó Del con unos aspavientos—. Tengo una hermana y sé el valor que las mujeres dais al calzado. —Vale, vale… ¿Qué quieres: dinero, pastelitos, tareas domésticas? —Una oferta tentadora, pero prefiero esto para empezar. Deberías probar el agridulce. —¿A qué te refieres? —Laurel estuvo a punto de atragantarse con la cerveza—. ¿«Esto» es una cita? —Dos personas, cena, bebida, un bonito anochecer. Cuenta con todos los ingredientes para serlo. —He venido sin avisar. Por casualidad. Es… —Laurel se detuvo al notar que volvía a sentir un nudo en el estómago—. Bien, aclarémoslo. Tengo la sensación de que empecé algo que no sé… —¿… que no sabes lo que es? —propuso Del. —Exacto. Me dio por ahí y actué siguiendo mi instinto, y tú reaccionaste de manera parecida. Ahora veo que la frase «estamos empatados» fue como arrojar el guante; lo sé, porque te conozco. No pudiste dejarlo correr, y te llevaste mis dichosos zapatos. Ahora estamos tomando comida china y cerveza a la luz del crepúsculo, cuando los dos sabemos que nunca habías pensado en mí de esta manera. Del reflexionó un instante. —Eso no es exacto. La frase exacta sería que he intentado no pensar en ti de esta manera. Asombrada, Laurel se apoyó en el respaldo de la silla. —¿Y cómo lo llevas? —Hum… —Del movió la mano de un lado a otro. Laurel se lo quedó mirando. —Maldito seas, Del.

7

N

O PODÍA DECIR QUE SE ESPERARA ESA REACCIÓN,

pero con Laurel todo era posible. —¿Por qué me llamas maldito si puede saberse? —Por hablar con propiedad. A ti se te da bien hacerlo, salvo cuando metes la pata. Reconozco que en general siempre aciertas. Lo que pasa es que a mí no me apetecía oír eso. —Tendrías que haber sido abogada. —Estoy comiendo otra empanadilla —musitó. Esa mujer lo cautivaba, y a veces lo enfurecía. Quizá todo se reducía a lo mismo. —¿Recuerdas cuando fuimos todos juntos a la fiesta que dieron los padres de Emma el Cinco de Mayo? —Claro que me acuerdo. —Laurel frunció el ceño y desvió la mirada hacia su cerveza—. Tomé demasiado tequila, como es natural. Un Cinco de Mayo es lo que toca. —Sí, borrachuza. —Ja, ja… Te sentaste en los peldaños del porche delantero para hacerme compañía, en plan hermano mayor. —Preocuparse porque a una amiga se le ha subido el tequila a la cabeza no es hacer de hermano mayor, pero en fin… —Tomó una empanadilla con los palillos y la mojó en la salsa agridulce que quedaba en el plato de Laurel—. Antes había estado con Jack, mirando al personal, como haces tú. —No, eso lo haces tú. —Vale. De repente, vi un par de piernas fantásticas asomando debajo de un vestido azul y… —Del hizo un gesto vago para darle a entender lo que significaba ese «y»—. Pensé que eran preciosas, muy bonitas, y se lo comenté a Jack. Él me dijo que las piernas y el resto, lo que yo estaba contemplando, te pertenecían a ti. Admito que me asusté. Del calibró la reacción de Laurel, y la vio francamente sorprendida. —Para ser sincero, también admito que no era la primera vez. Por lo tanto, no sé si lo que he dicho ha sido lo más apropiado, pero sí he sido exacto. —Soy mucho más que un par de piernas; en cuanto a ese «y»… —Tienes razón, pero es que tus piernas son muy bonitas. Eres una mujer preciosa, y en eso también soy exacto. Hay quien tiene debilidad por las empanadillas, y hay quien la tiene por las mujeres bellas. Laurel apartó la vista y observó el atardecer. —Ahora debería enfadarme. —También eres una buena amiga, y desde hace muchos años. —Por su tono de voz, advirtió que Del ya no bromeaba—. Para mí es importante. —Es cierto. —Laurel apartó el plato porque empezaba a sentir náuseas. —Creo que también sería exacto decir que la otra noche, cuando actuaste por impulso, me pasó algo inesperado, o al menos sorprendente. Las sombras fueron espesándose y las luces del jardín y del patio cobraron vida. A lo lejos se oía el eco del inquietante trino del somorgujo. Del encontró la escena muy romántica, y adecuada en cierto

modo. —¡Qué delicado eres hablando! —Mujer, es nuestra primera cita —contestó Del, y su comentario le hizo reír. —He venido a recoger mis zapatos. —No es verdad. Laurel dejó escapar un suspiro. —Puede que no, pero confiaba en que habrías salido con alguna chica y yo podría entrar a hurtadillas en tu casa, recoger los zapatos y dejarte una nota ingeniosa. —Te habrías perdido todo esto, y yo también. —Ya empezamos… —murmuró Laurel—. Creo que mi moratoria sexual es la responsable directa de que esté aquí. Del alzó la cerveza, divertido. —¿Cómo lo llevas? —Tan bien que estoy… ¿cómo se dice en términos delicados? Inquieta, más inquieta de lo normal estos días. —En nombre de la amistad podría llevarte arriba y ayudarte a superar esa inquietud, pero eso no va a pasar. Laurel iba a decirle que no necesitaba su ayuda, que le agradecía el interés y que ella sola ya sabía cómo dejar de sentirse inquieta, pero comprendió que le estaría dando demasiada información, por muy amigos que fueran, y se desentendió encogiéndose de hombros. —Esto no tiene nada que ver con la historia de Jack y Emma —dijo él. —Ellos dos no andan inquietos. Van… —Despacio y con buena letra —atajó Del suavemente—. Me refería a otra cosa. Ellos eran amigos antes, y siguen siéndolo, pero se conocieron hace… ¿cuánto, diez o doce años? Es mucho tiempo, sí, pero tú y yo… nos conocemos de toda la vida. No somos amigos, sino de la familia. Nuestro parentesco no es tan ilegal e incestuoso como para que esta conversación acabe poniéndonos los pelos de punta, pero somos familia al fin y al cabo. Nuestra relación es tribal —decidió—. Pertenecemos a la misma tribu. —Una relación tribal —repitió Laurel—. Veo que has estado pensando en el tema, y creo que voy a darte la razón en todo. —Lo encuentro fantástico para variar. De lo que aquí se está hablando es de cambios, y no solo respecto a nosotros, sino respecto a… toda la tribu. —Seguro que acabarás siendo el jefe. —Laurel, con el codo sobre la mesa, apoyó el mentón en la mano—. Siempre acabas mandando. —Te dejo ser la jefa si me ganas un pulso. Laurel era fuerte, y se enorgullecía de ello, pero también conocía sus límites. —Supongo que siendo el jefe de la tribu, ya habrás decidido cómo vamos a enfocar este asunto. —He esbozado lo que podríamos llamar unas directrices… el borrador de unas directrices. —Te pareces tanto a Parker… Quizá eso influye. Si Parker fuera un tío, o ella y yo fuéramos lesbianas, nos casaríamos, y ya no tendría que ir buscando plan, que es un fastidio. Por eso estoy en moratoria sexual, y quizá por eso también estamos teniendo esta conversación. —¿Quieres oír cuáles son las directrices? —Sí, pero paso del interrogatorio que vendrá a continuación.

—Vamos a darnos un mes. —¿Un mes? —Para valorarlo. Nos iremos viendo así, como hasta ahora. Saldremos a pasear, nos quedaremos en casa, charlaremos, nos relacionaremos con los amigos y haremos actividades. Saldremos juntos, como hace la gente cuando empieza a ser pareja. Además, dado nuestro vínculo tribal, y porque entiendo que los dos queremos minimizar la posibilidad de dañar nuestra relación actual… —Ya me dirás quién es ahora el abogado. —Por todo eso —siguió explicando Del—, y aunque literalmente me fastidia, seguirá vigente la moratoria sexual. —¿Tú también te impones una moratoria sexual? —Es lo justo. —Hum. —Laurel dejó la cerveza y bebió agua—. ¿Saldremos juntos, como pueden salir dos adultos sin compromiso y de consentimiento mutuo, pero sin practicar el sexo, ni juntos ni con otros? —Esa es la idea. —Durante treinta días… —No me lo recuerdes. —¿Por qué treinta? —Es un período de tiempo razonable para que los dos decidamos si queremos dar el siguiente paso. Es un gran paso, Laurel. Me importas demasiado para precipitarme contigo. —Salir juntos va a ser más difícil que practicar el sexo. Del estalló en carcajadas. —¿Con qué clase de tipos has estado saliendo? Procuraré que sea fácil. ¿Te parece bien que vayamos al cine después de la celebración del domingo? Vemos una película y nada más. Laurel inclinó la cabeza. —¿Quién la elige? —Lo negociamos. Las lacrimógenas, fuera. —Las de terror también. —Vale. —Quizá tendrías que redactar un contrato. Del encajó la provocación encogiéndose de hombros. —Si se te ocurre algo mejor, estoy abierto a las propuestas. —No tengo ni idea. Nunca pensé que llegaríamos al punto de necesitar propuestas. ¿Por qué no nos acostamos y lo dejamos en un empate? —Muy bien. —Del sonrió al ver que Laurel se quedaba boquiabierta—. No solo te conozco, sino que detecto un farol cuando lo oigo. —No creas que lo sabes todo. —Claro que no. Precisamente por eso supongo que vale más que nos demos tiempo y lo descubramos. Si a ti te va bien, por mí trato hecho. Laurel examinó su rostro, tan atractivo y familiar, los ojos serenos, la postura relajada… —Seguramente nos llevaremos a matar casi todo el tiempo. —Eso no será ninguna novedad. ¿Trato hecho, Laurel?

—Trato hecho. —Laurel le tendió la mano para sellar el acuerdo. —Creo que la situación pide algo más que un apretón de manos. —Sin embargo, Del la tomó de la mano y le obligó a ponerse en pie como acababa de hacer él—. Además, hay que aprovechar ahora que ninguno de los dos está enfadado. Laurel sintió que un leve escalofrío de emoción y nervios le recorría la espalda. —¿Cómo sabes tú que no estoy enfadada? —No lo estás. Quita esa arruguita de ahí. —Del le pasó el dedo por el entrecejo—. Cede, ríndete. —Espera —protestó ella cuando notó que Del le acariciaba los brazos—. Me siento cohibida. Cuando pienso demasiado, va fatal y… Del la interrumpió besándola en los labios, despacio y con ternura. —O no… —murmuró Laurel asiéndolo de la nuca. Todavía quedaban sorpresas, pensó Del al detectar calidez y curiosidad en ella, en lugar de pasión e instinto. La dulzura y la tranquilidad fueron notas inesperadas que aderezaron su relación familiar. A Del no le resultaba extraño el olor de esa mujer, ni la forma de su cuerpo, pero su sabor, maduro y atrayente, le abrió posibilidades desconocidas hasta entonces. Prolongó el momento para saborear esa nueva mezcla de sensaciones. Laurel se abandonó y aprovechó cada uno de los minutos que tantas veces había imaginado. Caía la tarde, la luz era suave, la brisa estival susurraba quedamente… Las fantasías alocadas de una jovencita enamorada se habían sumado a sus anhelos y, con el tiempo, habían cristalizado en los deseos de una mujer. Las fantasías y los deseos se habían convertido en realidad. Con ese beso Laurel se dio cuenta de que sus necesidades coincidían, y que pasara lo que pasase, ese momento del anochecer siempre les pertenecería. Sus labios se separaron, pero Del no se apartó de ella. —¿Cuánto tiempo crees que ha durado? —Difícil de calcular —respondió Laurel. Le habría resultado imposible decirlo exactamente. —Sí. Del rozó los labios de Laurel una vez más, los tanteó, los incitó, y se hundió en su boca hasta que ambos se quedaron sin aliento. —Vale más que vaya a buscar tus zapatos. —Muy bien. —Laurel lo atrajo hacia sí y gimió al notar sus manos en las caderas. Del estuvo a punto de romper el pacto, pero se obligó a apartarse de ella. —Los zapatos… —logró articular—. Liberemos a los rehenes. Tienes que irte a casa, en serio. A casa. Excitada y trémula, Laurel se apoyó en la barandilla del porche. —Ya te he dicho que salir juntos será peor que practicar sexo. —A nosotros nos van los retos. Tienes unos labios preciosos. Siempre me han gustado, y ahora más. Laurel esbozó una sonrisa. —Acércate y repíteme eso. —Dejémoslo. Voy a buscar tus zapatos. Laurel lo observó marcharse y pensó que ese mes se le haría eterno.

Entrar en la casa a hurtadillas debía de ser forzosamente más sencillo que escabullirse de ella. Carter y Mac se habrían retirado a su estudio, y Emma y Jack estarían en la casita del jardín. En cuanto a la señora Grady, se encontraría en sus acogedoras habitaciones viendo la televisión, con los pies en alto, tomándose su té de la noche, o bien habría salido con sus amigas. Parker probablemente seguiría trabajando en su zona de la casa, vestida con ropa cómoda. Aparcó aliviada al ver luces en el estudio y en la casita de invitados. Le apetecía estar sola y pensar en lo sucedido, en los cambios venidos y por venir. escalera de puntillas. —¿Acabas de llegar? Le faltó muy poco para soltar un grito. Giró en redondo y se quedó mirando a Parker boquiabierta. Tuvo que sentarse en un escalón para no desplomarse. —¡Por Dios! Das más miedo que un rottweiler. ¿Qué estás haciendo? —¿Qué estoy haciendo? —Parker balanceó ante sus ojos un envase que tenía en la mano—. He bajado a buscar un yogur y vuelvo a mi habitación. ¿Qué haces tú subiendo la escalera de puntillas? —No voy de puntillas. Camino sin hacer ruido. Hay yogures en la nevera de tu habitación. —No de arándanos, y yo quería un yogur de arándanos. ¿Algún problema? —No, no. Claro que no. —Laurel procuró recuperar el aliento y se dio unos golpecitos en el pecho —. Me has dado un susto de muerte. Parker la acusó con la cuchara en ristre. —Tienes cara de culpable. —No es verdad. —Estás frente a mí, y yo reconozco una expresión de culpabilidad cuando la veo. —¿Por qué iba a sentirme culpable? No hay toque de queda, ¿verdad, mamá? —¿Lo ves? Te sientes culpable. —Vale, vale, aparta la manguera antidisturbios —protestó Laurel levantando las manos en señal de rendición—. He ido a casa de Del a recoger mis zapatos. —Eso ya lo veo, Laurel. Los llevas en la mano. —Exacto. Sí. En fin, son unos zapatos fenomenales y quería que me los devolviera —explicó la joven acariciando uno con cariño—. Del había encargado comida china. Empanadillas. —Ah. —Asintiendo, Parker fue a sentarse junto a Laurel. —No tenía la intención de quedarme, pero lo he hecho. Nos hemos sentado en el porche y hemos hablado del beso que le di, y del beso que me dio él a mí. Sé que esto último no te lo conté. Es curioso, pero me cuesta hablar contigo de estas cosas, más que con él. —Supéralo. —Estoy en ello, ¿vale? En fin, en cualquier caso teníamos que plantearnos una solución. Del propuso unas directrices. —Es obvio. Parker sonrió y tomó una cucharada de yogur. —Entiendo que no te sorprendas, porque los dos sois iguales. Le dije que si tú y yo fuéramos lesbianas, nos casaríamos.

Parker volvió a asentir y siguió comiendo el yogur. —Lo suponía. —Hemos decidido que saldremos juntos y haremos lo que suelen hacer los demás, pero sin enrollarnos. Parker enarcó las cejas y lamió la cuchara. —¿Vais a salir juntos sin enrollaros? —Durante treinta días. En teoría durante ese plazo de tiempo sabremos si lo que buscábamos era sexo o si en realidad… Somos adultos y hay que actuar con sensatez, aunque el sexo nos apetezca. —Queréis daros tiempo para estar seguros de que luego os seguiréis gustando. —Sí, ese es el objetivo, pero hay más razones: las tribus y mis piernas, aunque en realidad se trata de ver cómo va la relación. ¿Te parece bien? Parker le dio unos golpecitos con los nudillos en la cabeza. —Claro que me parece bien, y si no me lo pareciera, tendrías que mandarme al infierno y decirme que no metiera las narices donde no me importa. ¿Quieres un poco de yogur? —No, gracias, he comido empanadillas. —Laurel apoyó la cabeza en el hombro de Parker—. Me alegro de no haberme salido con la mía y de que me hayas atrapado in fraganti cuando entraba de puntillas. —Más bien alégrate de que haya decidido mostrarme magnánima en lugar de insultada. —Eres mi mejor amiga. —Es verdad, lo soy. Del es buena persona. Sé que es un mandón, porque estamos hechos de la misma pasta y conozco sus defectos, pero es bueno. —Parker posó su mano sobre la de Laurel durante un breve instante—. Te merece. Tú y yo vamos a hacer un pacto ahora mismo. Cuando necesites contar pestes de él, o él de ti, considera que se trata de un chico cualquiera. No te sientas coaccionada porque Del sea mi hermano. Piensa que digas lo que digas, no me ofenderás. —Muy bien. Entrelazaron los meñiques y pronunciaron un juramento. —Me marcho. He de terminar un par de cosas —dijo Parker levantándose—. Por cierto, Emma y Mac se sentirán dolidas si no se lo cuentas. —Se lo diré. —Laurel se obligó a levantarse y subió con ella a su habitación.

Sinceridad total, se dijo Del, y decidió quedar con Jack a la mañana siguiente para hacer ejercicio. Se había propuesto dar la cara, y por eso le había dicho que se trajera también a Carter. Acababa de empezar los ejercicios cardiovasculares cuando Carter apareció mirando la cinta de correr con profundo respeto. —Siempre tengo la precaución de no practicar estos ejercicios en público. Alguien podría salir herido. —Empieza despacio y luego ve subiendo la velocidad cada dos minutos. —Para ti es muy fácil de decir. —Echaba de menos este lugar. —Como muestra de solidaridad, Jack ocupó la máquina que había al otro lado de Del—. Tener el gimnasio en casa va muy bien, pero echas de menos el bullicio del grupo, y ver a todas esas mujeres atléticas vestidas con unos equipos minúsculos. ¿Qué? —exclamó Jack al notar

la mirada de Del—. Aunque esté prometido, sigo estando vivo. —No entiendo que a alguien le guste caminar por una cinta cuando la calle está llena de aceras. —Sin soltarse de la barra por si acaso, Carter gesticuló vagamente—. Además, pisas suelo firme. —Acelera, Carter. Los caracoles van a adelantarte. ¿Cómo está mi Macadamia? —Bien. —Carter, con el ceño fruncido, aumentó un poco más la velocidad—. Esta mañana se reúne con las socias y luego tiene una sesión de fotos en el estudio. Creo que se ha alegrado de perderme de vista durante un par de horas. —Pronto tendrás tu despacho particular —le dijo Jack—. Luego diseñaré el nuevo espacio de Emma y, finalmente, el de Laurel. —Hablando de Laurel, salimos juntos. —Oyó un «uf» a mano izquierda y miró en esa dirección—. ¿Estás bien, Carter? —He perdido el paso. Cuando dices salir juntos, ¿te refieres a que sales con ella? —Exacto. —Acabas de darme una buena excusa para saltarte encima y exigirte una explicación. ¿Qué pretendes aprovechándote de una de mis chicas? Del miró a Jack y aumentó la velocidad. —A diferencia de ti, yo no esquivo el tema, y tampoco me escondo. —Yo no esquivé el tema, ni me escondí. Lo que pasó fue que me costó explicar mi relación con Emma. Ahora que voy a casarme con una integrante del Cuarteto, tengo deberes, pero también disfruto de ciertos privilegios. Si te acuestas con Laurel… —No me acuesto con Laurel. Salimos juntos. —Eso, y cogiditos de la mano contempláis la luna y cantáis canciones junto a una hoguera. —Eso haremos durante un tiempo, menos lo de cantar. ¿Tú qué opinas? —le preguntó Del a Carter. —Me cuesta mantenerme en pie. —Carter se agarró a la barra para poder hablar—. Para empezar, lo que me viene a la cabeza es que este imprevisto cambia las cosas. —Eso fue lo primero que pensé, pero ahora ya no estoy seguro. Tengo la sensación de que lo nuestro se estaba cociendo desde hacía tiempo. —Me tenías muy engañado —dijo Jack aumentando la velocidad hasta igualar el ritmo de Del—. ¿Desde cuándo se cocía la historia? —Nos peleamos, y ella no solo me dijo, sino que también me demostró que no somos hermanos. Es cierto. Por eso ahora estamos saliendo juntos y me he decidido a contároslo. —Vale. ¿Llegamos a los cinco kilómetros? —Allá vamos. Acelera, Carter —le dijo Del. —Ay… —suspiró Carter.

Era domingo por la mañana. Laurel había terminado en la cocina y subió como una flecha a la sala de reuniones para asistir a la sesión previa del día. Cuando vio que sus tres socias ya estaban sentadas, levantó la mano. —No he llegado tarde. —Había tomado ya un par de tazas de café y optó por el agua—. Por si os interesa, está lloviendo.

—La previsión del tiempo dice que parará a media mañana —afirmó Parker—, pero podemos trasladar todo dentro si las cosas no cambian. —Los arreglos son fáciles de montar —dijo Emma tomando la palabra—. Si a mediodía escampa, podemos tener todo instalado fuera sobre la una. Si no, nos trasladaremos al salón principal, dispondremos un gran arreglo floral en la chimenea y añadiremos unas velas. Lo tenemos todo previsto. Las dos suites estarán listas antes de las diez. —Los novios llegarán a las once. —Haré las fotos oficiales en ambas suites —le dijo Mac a Parker—. A los novios los presentarán sus hermanas. Será precioso. Sacaré buenas fotos siguiendo ese hilo conductor. Al no haber novia, no perderemos tanto tiempo en la sesión de peluquería y maquillaje. Además solo hay un acompañante por novio. En resumen, creo que las fotos oficiales estarán antes de las doce o doce y cuarto. —Los invitados llegarán a las doce y media —dijo Parker leyendo el horario—, y les ofreceremos un combinado. A la una formaremos el cortejo nupcial para la ceremonia al aire libre. Los acompañantes entrarán por el pasillo central y los novios aparecerán por ambos lados. El tiempo estimado de la boda es de veinte minutos. Mac tomará unas fotos después y los del catering servirán unos canapés. —Iré rápida. Con quince minutos bastará. —Anotad que a la una cuarenta y cinco anunciaremos a los novios, presentaremos el bufet y daremos paso a los brindis. El DJ pinchará la primera pieza a las dos treinta. La pareja cortará el pastel a las tres treinta. —Las pastas del bufet de los postres ya están listas. Terminaré el pastel de boda antes de las diez y lo colocaremos en el salón de baile. El cuchillo y la pala de servir van por nuestra cuenta. La feliz pareja ha pedido que les reservemos el primer piso de la tarta porque quieren llevárselo a casa. —Muy bien. El baile empezará a las tres cuarenta y terminará a las cuatro quince. Repartiremos los regalos y anunciaremos la última pieza. A las cuatro treinta, fin de fiesta. ¿Dudas? ¿Problemas que puedan surgir? —Por mi parte, no. Estos chicos son una monada, y muy fotogénicos además. —Para los ojales han elegido unos geranios grandes y alegres que van a juego con el pastel —añadió Emma—. Son preciosos. —Ellos mismos han redactado el texto de la ceremonia —dijo Parker señalando su ficha—. Es muy bonito, y dulce. Será un mar de lágrimas. Laurel, ¿cómo va lo tuyo? —Me falta el adorno de la parte superior del pastel. Me lo tiene que dar Emma. Todo controlado. —Lo guardo en la cámara frigorífica. Te lo traeré. —Perfecto entonces. —No tan deprisa —terció Mac alzando un dedo cuando vio que Laurel iba a levantarse—. Todo perfecto en el terreno profesional, pero en el privado, no. ¿Qué novedades hay con Del? —Ninguna. Solo han pasado ocho horas. —¿No te ha llamado? —preguntó Emma—. ¿No te ha enviado un mensaje, algo que…? —Me ha enviado un e-mail con una lista de películas para ir al cine esta noche. —Ah. —Emma se esforzó en no parecer desilusionada—. Muy considerado por su parte. —Muy práctico —corrigió Laurel—. Chicas, estamos hablando de Del, y de mí. No espero recibir notitas de cariño ni mensajitos sexis.

—Pues son muy divertidos —murmuró Emma—. Jack y yo nos enviábamos mensajes sexis. Todavía lo hacemos. —¿Qué te pondrás? —preguntó Mac. —No lo sé. Vamos al cine. Algo apropiado para ver una película. —Pero él llevará traje —señaló Emma—. No puedes ir muy informal. Tendrías que ponerte la blusa azul, la del escote redondo que se anuda en la espalda. Esa te sienta fenomenal. Combínala con los pantalones pitillo blancos, que yo me pondría encantada si no me hicieran las piernas cortas, y las sandalias de tacón fino. —Vale, gracias por ocuparte de mi atuendo. —Un placer —respondió Emma con una gran sonrisa para contrarrestar el sarcasmo de su amiga. —Hemos montado una porra —le informó Mac—. Nadie confía en que paséis treinta días enteros sin que os arranquéis la ropa. Carter es el que cree más en vuestra fuerza de voluntad: os da veinticuatro días. —¿Vais a apostar para ver quién adivina cuándo me acostaré con Del? —Exacto, querida. Tú quedas eliminada —apostilló Mac impidiéndole retomar la palabra—. Conflicto de intereses. En cuanto a mí, os doy dieciséis días, no porque confíe en vuestra gran fuerza de voluntad, sino porque tengo fe en vuestra tozudez… Lo digo por si puedo influir en ti y consigo aumentar los fondos para mi boda. —Esto es injusto —canturreó Emma. —¿Cuánto os habéis jugado? —Cien pavos cada uno. —¿Quinientos dólares en total? ¿De verdad? —Seiscientos, contando a la señora Grady. —Jo… —Empezamos con diez dólares por cabeza —comentó Emma encogiéndose de hombros y mordisqueando una fresa que había cogido—, pero entonces Mac y Jack se desafiaron. Suerte que los paré cuando llegaron a cien. Parker es la tesorera. Laurel enarcó las cejas con aire desafiante. —¿Y si nos acostamos y no se lo decimos a nadie? —Por favor… —sentenció Mac poniendo los ojos en blanco—. En primer lugar, no sabrías guardar el secreto, y en segundo lugar, aunque lo intentaras, lo descubriríamos. —Me da rabia, pero tienes razón. ¿Nadie ha apostado por los treinta días? —Nadie. —Bien, entonces cubro la apuesta; y estoy en mi derecho, porque se trata de mí y de lo que voy a tardar en acostarme. No podéis eliminarme. Pongo cien dólares, y si llegamos a los treinta días, el bote es mío. Todas protestaron, pero Parker las disuadió con un gesto. —Me parece justo. —Ya sabéis lo competitiva que es —se quejó Mac—. Aguantará treinta días solo para ganar la apuesta. —Entonces lo habrá merecido. Dame los cien pavos y anoto tu apuesta.

—Estáis perdidas. —Laurel se frotó las manos contenta—. Mira por dónde ganaré un buen dinerito gracias a mi moratoria sexual. Tengo que ir a glasear un pastel. —Al llegar a la puerta les dedicó un meneo con la cadera—. Hasta luego. Sois unas primas. —Ya veremos quién es la prima —dijo Parker cuando Laurel salió bailando por la puerta—. Muy bien, señoras, a trabajar.

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DEL COMO NOVIOS EN LUGAR DE amigos resultaba extraño y curioso a la vez. Laurel descubrió que era cómodo en muchos sentidos, y positivo. Ninguno de los dos estaba obligado a escuchar la vida del otro, porque ambos conocían ya sus historias personales. No habían probado todo el pastel, pensó la joven, pero varios pisos, sí. Sería más divertido ir descubriendo el relleno. Sabía que Del había colaborado en la revista de derecho de Yale, y jugado a béisbol mientras era estudiante en la universidad. No ignoraba que el derecho y los deportes eran sus dos grandes pasiones. Sin embargo, desconocía que se hubiera planteado elegir entre ambas profesiones. —No sabía que te hubieras planteado en serio convertirte en un profesional del béisbol. —Había que ver de cuántas cosas se enteraba una, pensó Laurel en su tercera cita. —Por supuesto. Me lo tomé tan en serio que lo mantuve casi en secreto. Paseaban por el parque lamiendo unos helados de cucurucho. Una luna de verano plateaba el estanque: el broche perfecto para una cena informal, según Laurel. —¿Cómo te decidiste? —le preguntó. —No era lo bastante bueno jugando a béisbol. —¿Por qué dices eso? Te vi jugar en la academia, y un par de veces cuando ibas a Yale. Luego te he visto jugar a softball. —Laurel observó el perfil de Del mientras caminaban y frunció ligeramente el ceño —. Aunque no soy forofa del béisbol, entiendo el juego, y sé que lo tenías muy por la mano. —Claro, y además era bueno, pero eso no bastaba. Quizá habría llegado a ser muy bueno si hubiera echado toda la carne en el asador. Hablé con unos ojeadores de la cantera de los Yankees. —¡No fastidies! —exclamó Laurel dándole un empujón—. ¿De verdad? No lo sabía. ¿Los Yankees intentaron ficharte? ¿Por qué no me enteré? —No se lo dije a nadie. Tuve que tomar una decisión. Podía ser un abogado excelente o un jugador de béisbol del montón. Laurel recordó que había visto jugar a Del desde… siempre. Le vino a la mente su imagen de niño disputando la liguilla. Dios, qué atractivo era. —Te encantaba el béisbol. —Y todavía me gusta mucho, pero me di cuenta de que no me apasionaba lo suficiente para implicarme a fondo y abandonar todo lo demás. Es decir, no era lo bastante bueno. Laurel lo comprendió; sí, lo comprendió perfectamente. Se preguntó si ella habría sido capaz de hacer una elección tan sensata y racional y abandonar algo que amaba y deseaba. —¿Lo has lamentado alguna vez? —Cada verano, pero me dura unos cinco minutos. —Del le pasó el brazo por los hombros—. Mira, cuando sea viejo y me siente en el balancín del porche, les contaré a mis biznietos que, de pequeño, los Yankees se fijaron en mí. A Laurel le chocó esa imagen, pero le arrancó una sonrisa. ALIR CON

—No te creerán. —Claro que sí. Me querrán mucho, a mí y a los caramelos que siempre llevaré en el bolsillo para ellos. ¿Y tú? Cuéntame si hay algo de lo que te arrepientes. —Me arrepiento de más cosas que tú. —¿Por qué? —Porque Parker y tú siempre parecéis conocer vuestros deseos y cómo alcanzarlos. Veamos… — Laurel mordió el cucurucho mientras reflexionaba—. Ya lo tengo. A veces me pregunto qué habría pasado si hubiera ido a vivir a Francia, si hubiera sido la propietaria de una pastelería exclusiva… y vivido muchas historias de amor. —Normal. —Diseñaría pasteles para la realeza y las estrellas de cine, y maltrataría a mi personal. Allez, allez! Imbéciles! Merde! Del soltó una carcajada al ver los aspavientos exagerados de Laurel, típicamente galos; incluso se vio obligado a esquivar su cucurucho. —Sería el terror de las reposteras, un genio reconocido en el mundo entero que volaría a lugares insospechados para elaborar el pastel de cumpleaños de una princesita. —No te veo en ese papel. Más bien te imagino soltando tacos en francés. Laurel estaba más que llena y tiró los restos del cucurucho a la papelera. —Es posible, pero a veces pienso en esta clase de cosas. De todos modos, básicamente me dedicaría a lo mismo que ahora. No habría tenido que elegir. —Sí elegiste. Tuviste que decidir si trabajabas sola o te asociabas con otras personas, si te quedabas en Estados Unidos o te ibas a Europa. Tomaste una decisión importante. Mira, si hubieras ido a Francia, nos habrías echado muchísimo de menos. Bueno, eso era absolutamente cierto, pensó Laurel, pero prefirió seguir hilvanando su historia y sacudió la cabeza. —Habría estado tan ocupada lidiando con mis pasiones salvajes y mi ego desbordado que no os habría echado en falta. De vez en cuando me habría acordado de vosotros con cariño, y habría ido a veros aprovechando algún viaje a Nueva York. Mi aire europeo os habría dejado con la boca abierta. —Es cierto que tienes un aire europeo. —¿Ah, sí? —A veces, cuando estás trabajando, hablas entre dientes o maldices en francés. Laurel se quedó sorprendida y frunció el ceño. —¿Hago eso? —En alguna ocasión, sí, y con un acento perfecto. Es curioso de ver. —¿Por qué no me lo ha dicho nunca nadie? Del la tomó de la mano mientras se alejaban del estanque. —Quizá porque todos daban por sentado que ya lo sabías. Como eras la única que murmuraba y maldecía… —Puede ser. —Si te hubieras ido, nunca habrías dejado de pensar en esto, en el trabajo que estás haciendo. —Sí. De todos modos a veces imagino que tengo una hermosa pastelería en un pueblecito de la

Toscana donde solo llueve de noche, y que unos niños encantadores vienen a verme para pedirme dulces. No está mal como sueño. —Y aquí seguimos los dos, en Greenwich. —Un buen lugar para vivir. —Hoy por hoy, es casi perfecto. —Del tomó el rostro de Laurel entre sus manos para besarla. —Todo parece tan fácil… —observó Laurel mientras ambos se encaminaban hacia el coche. —¿Por qué tendría que ser difícil? —No lo sé. En general lo fácil me hace sospechar. —Al llegar al coche se dio la vuelta y se apoyó en la portezuela para mirarlo—. Cuando todo resulta tan sencillo es que algo malo va a ocurrir. Justo a la vuelta de la esquina, bajarán un piano por una ventana y me caerá en la cabeza. —Da un rodeo para esquivarlo. —A lo mejor no estás mirando y… clac, un cable se rompe y el Steinway te deja hecho papilla. —La mayoría de las veces los cables no se rompen. —La mayoría —repuso Laurel dándose unos golpecitos en el pecho—. Pero con una sola vez basta. Por eso es mejor ir mirando hacia arriba, por si acaso. Del le apartó un mechón de pelo y se lo puso detrás de la oreja. —Puedes estrellarte en una curva y partirte la crisma. —Es cierto. En todas partes hay desgracias. —¿Te iría bien que nos peleáramos? —Del apoyó las manos sobre el coche, una a cada lado de ella, y se inclinó para besarla en los labios—. Si quieres, te hago rabiar para ponértelo difícil. —Tendrías que enfurecerme mucho. —Laurel lo atrajo hacia sí y le dio un beso apasionado—. Veinticuatro días más… —murmuró—. Puede que no sea tan fácil, después de todo. —Ha pasado casi una semana —comentó Del abriéndole la portezuela—. Están en juego ochocientos dólares. Todos habían apostado, pensó Laurel mientras Del daba la vuelta al coche para sentarse tras el volante. Sus cien dólares también habían ido a parar al bote. —Podrían pensar que nuestra tribu se entromete demasiado montando una porra para adivinar cuándo vamos a acostarnos. —Quien piense eso no es de los nuestros. Hablando de tribus, ¿por qué no nos reunimos con la nuestra el día cuatro? —¿El cuatro de qué? Ah, de julio… Falta poquísimo. —Podríamos jugar a pelota, comer salchichas y ver los fuegos artificiales desde el parque. Ese día no tenéis prevista ninguna celebración, supongo. —Ni una. Jamás en un Cuatro de Julio, por mucho que nos lo supliquen o quieran sobornarnos. Es una tradición en Votos. Nos tomamos el día libre. —Laurel suspiró—. Un día entero y libre, todo para mí, sin poner los pies en la cocina. No sabes cuánto me apetece. —Bien, porque le he dicho a Parker que podríamos reunirnos toda la tribu. —¿Y si yo hubiera dicho que no? Del esbozó una sonrisa franca. —Te habríamos echado de menos. Laurel entornó los ojos, pero sonreía con los labios. —Supongo que vais a hacerme un encargo.

—Nos gustaría pedirte un pastel patriótico, si no es una molestia para ti. Luego podríamos ir a Gantry a escuchar música. —No contéis conmigo para haceros de chófer. Si horneo un pastel, me habré ganado el derecho a tomar unas copas. —Lo encuentro razonable. Conducirá Carter —decidió Del, y Laurel soltó una carcajada—. Podemos ir todos en la furgoneta de Emma. —Me parece perfecto. —Todo estaba saliendo perfecto, pensó Laurel mientras Del tomaba el camino de la finca. Tendría que andarse con ojo por si caían pianos del cielo.

Eligió inspirarse en los fuegos artificiales, y eso significaba que tendría que hilar caramelo. Quizá era una tontería tomarse tantas molestias para ir de picnic al parque con los amigos, pensó Laurel mientras sacaba unos filamentos calientes de la batidora eléctrica y los ponía a enfriar sobre una rejilla de madera, pero sería divertido. Con los filamentos modeló unos castillos de fuego y los dispuso sobre un pastel que había decorado previamente con la manga pastelera en rojo, blanco y azul. Añadió unas banderas de pasta de azúcar en el borde y el resultado final fue espectacular. Se estaba divirtiendo. A continuación dio forma a los fuegos artificiales mezclando el caramelo hilado con un poco de cera de abeja para hacerlo más maleable. Retrocedió unos pasos para comprobar los primeros resultados… y casi soltó un grito al ver a un hombre en el umbral. —Lo siento. Perdón. No he querido interrumpirte porque he visto que estabas trabajando. Lamento haberte asustado. Soy Nick Pelacinos, estuve en la fiesta de compromiso que organizasteis en el último momento. ¿Te acuerdas? —Claro. —Ese hombre llevaba en la mano un ramo de flores de temporada que resultaba sospechoso —. ¿Qué tal estás? —Bien. Tu socia me ha dicho que viniera, que no estabas trabajando, pero… —Este pastel no es un encargo. —Tendría que serlo —comentó él acercándose a la tarta—. Es divertido. —Sí. El caramelo hilado da mucho juego. —Tienes las manos llenas de caramelo. Será mejor que deje esto aquí —dijo Nick apartando las flores para que no molestaran. —Son preciosas. —¿Había flirteado con ella? Sí, un poco—. Gracias. —Traigo la receta del pastel lathopita de mi abuela. —Genial. —Me ha ordenado que te la entregue en persona. —Nick sacó una tarjeta del bolsillo y la dejó junto al ramo—. También me ha dicho que te traiga flores. —Es un detalle muy tierno por su parte. —Le caíste muy bien. —A mí también me cayó bien ella. ¿Te apetece un café?

—No, gracias. Lo último que me ha ordenado es que te invite a cenar, cosa que ya pensaba hacer de todos modos, pero como a ella le gusta organizarlo todo… —Ah, un bonito detalle por parte de los dos. De todos modos, ahora estoy empezando a salir con alguien, desde hace poco. Bueno, es un decir. —¡Qué desilusión para mi abuela, y para mí! A Laurel se le escapó una sonrisa. —¿Puedo quedarme con la receta? —Con la condición de que me permitas que le diga que me has rechazado porque estás locamente enamorada de otro. —Por supuesto. —Además… —Nick sacó un bolígrafo, giró la tarjeta con la receta del pastel y escribió—. Voy a darte mi número. Llámame si las cosas cambian. —Serás el primero a quien llame. —Laurel tomó un filamento de azúcar de la rejilla y se lo ofreció —. Pruébalo. —Muy bueno, como tienen que ser los premios de consolación. Se miraron con una sonrisa en los labios y en ese momento entró Del. —Hola. Lo siento, no sabía que estuvieras con un cliente. Qué inoportuno, pensó Laurel. —Ah, Delaney Brown, Nick… —Pelacinos —dijo Del—. No te había reconocido… —Del, claro… —Nick le tendió la mano para estrechársela—. ¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal estás? Quizá no fuera tan inoportuno, decidió Laurel mientras los dos hombres charlaban relajadamente. —Hablé con Terri y Mike hace un par de semanas. ¿Estás encargando un pastel de boda para ti? —¿Para mí? No, para una prima mía que se casará en la finca dentro de unos meses. —La abuela de Nick ha venido de Grecia para asistir a la ceremonia —intervino Laurel sospechando que habían olvidado su presencia—. Celebramos una fiesta previa para que la mujer pudiera juzgar el montaje. —Lo sé. Esa noche estuve aquí. —Tendrías que haberte sumado a la fiesta. Lo pasamos muy bien. —Estuve un rato mirando. Bailaste con Laurel en la pista. —Del la miró deliberadamente—. Fue una noche muy divertida. Laurel siguió trabajando con el caramelo hilado. —He conseguido una receta de la matriarca gracias a ese baile —contestó ella con una sonrisa tan dulce como el azúcar que modelaba—. Fue una gran noche. —Será mejor que me vaya. Diré a la abuela que he cumplido con el encargo. —Dile que se lo agradezco mucho, y que intentaré que se sienta orgullosa el día de la boda. —Lo haré. Me ha gustado volver a verte, Laurel. Del… —Te acompaño. ¿Cuál es ahora tu handicap? —preguntó Del mientras los dos hombres salían de la cocina. Laurel se los quedó mirando con el ceño fruncido hasta que comprendió que Del estaba hablando de golf. Sacudió la cabeza y añadió más azúcar. No le apetecía presenciar una escena incómoda.

Consideraba los celos un síntoma de debilidad que solo conllevaba obsesiones y perjuicios. Ahora bien, si tan solo se trataba de unas pinceladas… como la cera de abejas que se mezcla con el caramelo hilado… eso no le hacía daño a nadie. Nick le había pedido para salir. Incluso había dejado su número anotado donde ella pudiera verlo cada vez que quisiera consultar la receta para preparar la tarta lathopita. Qué ingenioso por su parte, pensó Laurel. Del ignoraba la jugada, pero habría podido deducir lo que estaba pasando, y su deducción podría haberlo intranquilizado, como mínimo. Pues no, lo único que se le ocurrió fue decir: «¿Qué tal? ¿Cómo va el golf?» Los hombres, o mejor dicho, los hombres como Del, no captaban los sutiles matices que existían en una relación. Del regresó al cabo de unos minutos. —Es fantástico —dijo refiriéndose al pastel mientras abría un armario—. ¿Quieres una copa de vino? A mí me apetece. Laurel se encogió de hombros. Del descorchó una botella de pinot y sirvió dos copas. —No sabía que ibas a venir —comentó ella sin prestar atención al vino, para concentrarse en la maraña de fuegos artificiales que iba a añadir al pastel. —Me quedo a pasar la noche. Así saldremos todos juntos mañana por la mañana. La señora Grady irá con unos amigos suyos y nos encontraremos allí. Ha traído comida suficiente para alimentar a todo el pueblo. —Ya lo sé. Del tomó un sorbo de vino y la observó. —Vaya, vaya… Te ha traído flores. Laurel fingió desinterés y continuó trabajando. Con toda naturalidad y siguiendo una costumbre adquirida con los años, Del abrió la caja de las galletas. —No es tu tipo. Laurel se detuvo y enarcó las cejas. —¿Ah, no? ¿Los hombres atractivos y atentos que trabajan en el gremio de la alimentación y quieren a su abuela no son mi tipo? Gracias por decírmelo. Del mordió una galleta. —Juega al golf. —¡Por Dios! Búscate otra excusa. —Dos veces a la semana. Cada semana sin falta. —Basta. Empiezas a darme miedo. Del le apuntó con la galleta y acto seguido le dio otro mordisco. —Además le gustan las películas de arte y ensayo, esas que van subtituladas y están llenas de símbolos. Laurel hizo una pausa y bebió de su copa de vino. —¿Has salido con él? ¿Acabó mal vuestra relación? —Ahora que lo dices, conozco a una persona que sí salió con él. —¿Hay alguien a quien no conozcas? —Soy el abogado de su prima Theresa, y de su marido. En fin, Nick coincide con el prototipo de

Parker, no con el tuyo. De todas maneras, da igual, porque su agenda es más aberrante que la de ella y, aunque se lo propusieran, nunca conseguirían quedar. —A Parker no le gustan especialmente las películas de arte y ensayo. —No, pero va a verlas. —Y yo no porque… no fui a Yale, ¿verdad? —No, tú no vas porque te aburren. Era cierto que le aburrían, ¿dónde estaba el problema? —Hay otras cosas aparte del golf y las películas de autor para saber si alguien es o no es tu tipo. Nick baila bien —le espetó, y luego se arrepintió del tono defensivo que había impreso a su voz—. Y a mí me gusta bailar. —De acuerdo. —Del se acercó a Laurel y la rodeó con sus brazos. —Déjalo estar. No he terminado con el pastel. —Tiene buena pinta. Tú también, y además hueles de fábula —dijo él olisqueándole el cuello—. A azúcar y a vainilla. No reconocí a Nick cuando bailabas con él. —Del la movió con suavidad, primero hacia la derecha y después hacia la izquierda—. Había mucha gente y yo solo te miraba a ti. De verdad, solo a ti. —Me gusta —murmuró ella. —Es verdad. —Del inclinó la cabeza y la besó en los labios—. Hola, Laurel. —Hola, Del. —Si le regalas esas flores a Parker, te compraré otras. La dosis perfecta de cera de abeja para mezclar con el azúcar. —Lo haré.

Las vacaciones, el mejor momento para descansar del trabajo, escaseaban tanto en su vida que el reloj interno de Laurel la despertó a las seis en punto. Iba a levantarse cuando recordó que no hacía falta que madrugara. Volvió a acurrucarse con la misma ilusión loca que sentía de pequeña si el día amanecía nevado inesperadamente. Suspiró y cerró los ojos, y entonces pensó que Del estaba durmiendo en una cama de la mansión, muy cerca de ella. Podría levantarse, colarse en su habitación y acostarse con él. Al diablo con las apuestas. Siendo el día de la Independencia, ¿por qué no mostrarse independiente? Era poco probable que Del fuera a quejarse o a gritar pidiendo auxilio. Podría ponerse algo más sexy que la camiseta de tirantes y el pantaloncito del pijama. Tenía varias opciones. El del osito azul le serviría, o quizá fuera más apropiado el camisón de seda con el dibujo de la flor color pastel… Se durmió pensando en la ropa. Una oportunidad desaprovechada, concluyó al bajar a la cocina principal tres horas más tarde. Quizá fuera mejor de esa manera, porque los demás se habrían regodeado de que ambos hubieran perdido la apuesta. De hecho, era la mejor manera de demostrarles que eran dos personas adultas con fuerza de voluntad y sentido común. Solo faltaba un par de semanas. Valía la pena no perder por una tontería. En la cocina, las voces de sus amigos y un rico aroma a desayuno impregnaban el ambiente. Del

estaba con ellos, guapísimo y relajado, tomando café y coqueteando con la señora Grady. Lamentó no haber hecho caso de su impulso matutino. —Ya se ha levantado la señora —anunció Mac—. Justo a tiempo. Estamos tomando un desayuno gigantesco porque hoy es fiesta. Además, gracias a los poderes de persuasión de Del, hay gofres. —Ñam. —Sí, lo sé. Hoy lo único que haremos será comer y criar culo, y cuando lleguemos al parque, a comer otra vez y a criar más culo. Incluso tú —añadió Mac señalando a Parker. —No todos los culos son iguales. Antes reorganizaré un poco el despacho. Me relaja. —Tu despacho está organizado como Villa Obsesiva —insinuó Emma. —Es el lugar donde vivo y me gusta organizarlo a mi manera. —Molestad a la chica si queréis, pero terminad de poner la mesa —ordenó la señora Grady—. No dispongo de todo el día. —Hoy comeremos en la terraza porque es fiesta —dijo Mac tomando los platos y sacudiendo la cabeza al ver que Carter se ofrecía a ayudarla—. No, cariño. Coge algo que no se rompa. —Bien pensado. —Pondremos unas mimosas como hacían los mayores —dijo Emma pasándole a Carter la cesta del pan—. Será el preludio de las vacaciones que haremos la semana que viene. Cada día será una fiesta. —Yo me ocuparé del bar —propuso Jack tomando una botella de champán y una jarra de zumo de naranja. —Deberíais haberme despertado. Le habría echado una mano con todo esto, señora Grady. —Lo tengo controlado —afirmó el ama de llaves blandiendo una espátula—. Sacad todo lo demás. El desayuno estará listo dentro de un par de minutos. —Bonita manera de empezar el día —le dijo Laurel a Del mientras ambos llevaban las bandejas fuera—. ¿Ha sido idea tuya? —¿A quién le apetece desayunar dentro en un día así? Laurel recordó las divertidas comidas estivales que se organizaban en la terraza de esa casa cuando era pequeña e iba a visitar a su amiga. Las flores, los platos suculentos y una compañía inmejorable eran la tónica de esas mañanas encantadoras y distendidas. Juntaron varias mesas para que cupieran todos los miembros del grupo, las vistieron con bonitos manteles y las adornaron con unas flores y la vajilla buena. La cristalería arrancaba destellos al sol. Laurel había olvidado lo que se sentía al disfrutar de un día de asueto en el que la única obligación era divertirse. Aceptó la copa que Jack le ofrecía. —Gracias. —Laurel dio un sorbo—. Podrías haberte dedicado a esto. Jack le tiró del cabello con un gesto cariñoso. —Siempre va bien contar con una alternativa laboral. Cuando la señora Grady salió con la última de las bandejas, Del se la cogió de las manos. —Reina de los gofres, usted presidirá la mesa. Era lógico que lo amara, pensó Laurel observando las atenciones que Del le dedicaba a la señora Grady, y que no cesaron hasta que la dejó sentada con una rama de mimosa en las manos. ¿Cómo iba a resistirse a alguien como él? Laurel se puso de puntillas y lo besó en la mejilla. —Bien hecho.

Así sería su vida a partir de entonces, y no se refería a desayunar gofres en la terraza contemplando las mimosas, sino a estar en grupo, a formar parte de aquella familia. Durante las vacaciones y en las comidas familiares que improvisaran, siempre vería aquellas caras y oiría aquellas voces. En la mesa se cruzaban las conversaciones y las bandejas con comida. Emma tomó un gofre y Parker eligió una pieza de fruta mientras comentaba con Carter el libro que ambos acababan de leer. Mac se decidió por un gran plato de nata montada, y Del y Jack se enzarzaron en una discusión sobre una decisión arbitral durante un partido de béisbol. —¿Qué pasa por tu cabeza, niña? —le preguntó la señora Grady a Laurel. —Nada, y me parece bien para variar. La señora Grady se acercó a ella y bajó el tono de voz. —¿Vas a enseñarles el diseño que acabas de hacer? —¿Debería? —Primero, come. Mac hizo tintinear su copa con una cucharilla. —Quiero anunciar que después del desayuno hemos organizado una visita comentada a la nueva biblioteca de Carter Maguire. Anoche trasladamos medio millón de libros, o sea que esperamos que nos regaléis los oídos y le hagáis la pelota al arquitecto —advirtió Mac alzando la copa en honor de Jack. —Solo fueron doscientos cincuenta mil —corrigió Carter—, pero ha quedado fantástica. De verdad, Jack, es una maravilla. —No hay nada que me guste más que unos clientes satisfechos. —Entonces dirigió una mirada a Emma—. Bueno, casi nada. —Se terminaron los martillazos, los ruidos del serrucho y el olor a pintura. Que conste que no nos quejamos… —explicó Mac—, pero menudo alivio. —La semana que viene trasladaremos los martillazos y los ruidos a casa de tu vecina —advirtió Jack. —Tapones para los oídos —le dijo Mac a Emma—. Te lo recomiendo encarecidamente. —Lo soportaré. Para conseguir una nueva cámara frigorífica y una zona más amplia de trabajo, lo que haga falta. —También empezaremos las obras en tu espacio, Laurel, a la vez. —Esta te morderá —dijo Mac señalándola con el tenedor—. Yo soy una santa, pero ella da mordiscos y siempre se queja. —Es posible. —Laurel se desentendió con un gesto y se enfrascó en su gofre. —Aislaremos la zona en obras —le explicó Jack—. Así no interferiremos en tu cocina. —No escaparás de sus mordiscos. Ella es así. Laurel miró a Mac con frialdad, se levantó de la mesa y entró en la casa. —¿Qué? ¿Qué pasa? Estaba hablando en broma. Más o menos. —No pasa nada. Si Laurel se hubiera enfadado, ya te habría arrancado la cabeza —dijo Parker siguiendo a su amiga con la mirada—. Volverá. —Es cierto. Tú no te has enfadado, ¿verdad? —le preguntó Mac a Del sin dejar de agitar el tenedor —. Lo digo porque si ella se enfada, tú te enfadarás también por solidaridad, porque estáis colgados el uno del otro.

—Supongo que esa norma solo se aplica a las chicas. —No, no solo a las chicas. La norma se aplica a las parejas. —Mac miró a Emma buscando apoyo. —Pues sí, si es que sabes lo que te conviene. —Yo no estoy enfadado. Si Laurel se ha molestado, tendrá que superarlo sola. —Veo que no has entendido la norma —decidió Mac—. Parker, tendrías que explicárselo por escrito. Las normas son el entramado de un tejido, y en el de Del hay agujeros. —¿De qué normas estamos hablando? ¿De normas para las chicas, para las parejas o para el Cuarteto? —Las tres coinciden —contestó Parker—. Te pasaré un informe. —Alzó la vista cuando vio que Laurel regresaba con su cuaderno de dibujo—. Pero por el momento dejémoslo correr. —¿Qué es lo que vais a dejar correr? —preguntó Laurel. —La norma de la rabia y los insultos. —Ah, no me he enfadado, ni me siento insultada. Solo he decidido ignorarla —precisó Laurel dando un rodeo a la mesa para sentarse al lado de Carter—. Esto es para ti; para ella, no. Solo para ti. —Muy bien. —Carter le echó una mirada a Mac—. ¿Esto está permitido? —Depende. —Ella no tiene ni voz ni voto. Si te gusta, es tuyo. Es el pastel del novio. —Laurel inclinó el cuaderno para que Mac no pudiera verlo y lo abrió para enseñárselo a Carter. Observó su expresión y vio exactamente lo que esperaba: el fulgor del hechizo. —Es asombroso. Perfecto. Nunca se me habría ocurrido algo así. —¿Qué es? —preguntó Mac levantándose de su silla. Laurel, sin embargo, cerró de golpe el cuaderno. El taco que Mac soltó arrancó varias carcajadas a la mesa, y entonces la joven cambió de táctica y puso cara de sufrimiento. —Por favor… Te lo pido por favor, vamos… Laurel abrió el cuaderno durante una fracción de segundo. —Solo te lo enseño por consideración a Carter, no porque me apetezca que lo veas. —Vale. Laurel abrió el cuaderno y notó que a Mac se le cortaba la respiración. —Oh… —logró articular finalmente la joven con voz trémula. Jack alargó el cuello para intentar ver algo. —Hay un libro, y queda precioso. Lo encuentro muy apropiado. —No es un libro cualquiera. Es Como gustéis. Es nuestro libro, ¿verdad, Carter? —Daba ese curso en clase cuando empezamos a salir. Incluso está abierto por la parte del parlamento de Rosalinda. Mirad. —Carter recorrió con el dedo la página abierta—. «Fue al verse cuando se amaron». —Oh, qué encanto… —Emma se acercó para observar el dibujo—. Me gusta mucho el punto de libro con los nombres de los dos. —Creo que quitaré el de Mac y pondré solo el de Carter —reflexionó Laurel—. Sí, solo su nombre. Carter Maguire, doctor en filosofía. —No quitarás mi nombre del pastel porque sé que me quieres.

Laurel dejó escapar un bufido. —Tú me quieres —repitió Mac abalanzándose sobre ella—. Has diseñado el pastel perfecto para mi novio. Me quieres. Mac abrazó a Laurel y se puso a bailar con ella. —A lo mejor a quien quiero es a Carter. —Por supuesto. Es imposible no quererlo. Gracias, gracias —le susurró al oído—. Nunca había visto un pastel igual. —Estás a punto de merecer que te lo regale —susurró a su vez Laurel, que se echó a reír y le dio un fuerte abrazo. —Voy a ojear este cuaderno mientras vosotros os ocupáis de los platos. —La señora Grady hizo un gesto para enviarlos a todos a la cocina—. Cuando hayáis terminado, empaquetad la comida que os llevaréis al parque. Tendréis que ir a por las cestas. —Empaquetado en la cocina principal a las tres treinta —anunció Parker—. Repartiré las tareas específicas después. Cargar la furgoneta a las cuatro, y eso incluye comida, sillas plegables, mantas, equipos deportivos y personas. Os he asignado los asientos que ocuparéis durante el viaje —añadió limitándose a ladear la cabeza ante las protestas—. Nos ahorraremos discusiones. Conduzco yo. — Parker levantó una mano en son de paz—. Soy la única que está sin pareja, y por eso os apiadaréis de mí, me lo consentiréis todo y me obedeceréis. —Podrías tener pareja si quisieras —objetó Emma—. Puedo conseguirte una cita en cinco segundos. —Es un detalle por tu parte, pero no. Rotundamente no. —Parker se levantó y empezó a amontonar los platos—. Terminemos con esto porque quiero dedicarme a la tarea relajante y satisfactoria de eliminar unos archivos. —Eso sí es triste —comentó Mac sacudiendo la cabeza y cogiendo una bandeja. —¿A quién podrías conseguir en cinco segundos? —preguntó Jack. Emma lo miró risueña por encima del hombro y se alejó con unos platos. —Ahora voy —le dijo Del a Laurel—, pero primero tengo que encargarme de una cosa. —Si tardas más de cinco minutos, te atizo con una sartén. Del sacó su móvil y la señora Grady alzó los ojos del cuaderno de dibujo. —¿Qué te traes entre manos? —Quiero cuidar bien de mi hermana. —Y se alejó para hacer una llamada.

Laurel pensó que aquello parecía una casa de locos. Entre ellos había un profesional liberal de éxito, un profesor de jóvenes, un representante de los ciudadanos en los tribunales y, sin embargo, nadie era capaz de estar en el lugar acordado a la hora prevista. En el último minuto todos cayeron en la cuenta de que habían olvidado algo de vital importancia y tenían que ir a buscarlo. Discutieron sobre la manera más idónea de cargar la camioneta, y también sobre la distribución de asientos que había hecho Parker. Laurel rescató un refresco de una de las neveras, lo abrió y fue a sentarse en uno de los muros bajos del jardín en espera de que se resolviera el caos. —¿Por qué no te has puesto a organizarlos? —le preguntó a Parker cuando esta se sentó junto a ella. —Dejo que se diviertan —comentó la joven pidiéndole que le pasara el refresco—. Además, había

contabilizado veinte minutos extra para cargar la furgoneta. —Era de esperar. ¿De verdad has pasado la tarde borrando archivos? —Hay quien se dedica a hacer crucigramas. —¿Cuántas llamadas has recibido? —Cinco. —¡Menudo día de fiesta! —Para mí ha sido perfecto. A ti también parece que te vayan bien las cosas. Laurel siguió la mirada de Parker y vio a Del metiendo una cesta y un par de sillas plegables en el vehículo. —Todavía no nos hemos peleado. Me pone de los nervios. —Bah, no te preocupes. Ya os pelearéis —dijo Parker dándole unos golpecitos en la rodilla antes de levantarse—. Muy bien, chicos, este autobús se va. Todo el mundo a sus puestos. Del cerró la portezuela trasera de la furgoneta, fue a buscar a Laurel y la tomó de la mano. —Te sentarás conmigo. Mi hermana lo ha arreglado así. —Ahí dentro vamos a ser muchos. A lo mejor tendré que sentarme en tu regazo. Del sonrió mientras ella subía al vehículo. —La esperanza es lo último que se pierde.

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G

PARKER SE hicieron con un buen sitio para montar lo que en opinión de Laurel iba a ser el campamento. Desplegaron sillas, extendieron mantas y descargaron cestas y neveras. Del lanzó un guante de béisbol que fue a parar al regazo de Laurel. —A la derecha del campo. —Siempre me toca a la derecha —se quejó ella—. Quiero jugar en la primera base. El hecho de que salieran juntos no le impidió mirarla con cara de lástima. —McBane, tienes que reconocer que juegas como las chicas. Tus lanzamientos no saldrán del campo interior. Necesito a Parker en la primera base. —Parker es una chica como yo. —Pero no juega como si lo fuera. Jack cuenta con Emma y Mac. Carter será el árbitro para que nadie salga herido, y además sé que lo hará bien. Ah… ahí viene mi baza ganadora. Laurel levantó la vista. —¿Has reclutado a Malcolm Kavanaugh? La mirada de Del acusó su espíritu competitivo. —Es un hacha jugando, y además compensa el grupo. —¿Lo dices por las alineaciones? —No, lo digo por Parker. —¿Por Parker? —Laurel pasó de la sorpresa a la burla, pero se apiadó de él—. ¿Le has montado una cita a Parker? Del, te va a matar. —¿Por qué? —Con aire ausente, el joven lanzó la pelota y la recogió con el guante—. No le estoy pidiendo que se case con él. He montado una salida de grupo. —Te has cavado tu propia tumba. —¿Por qué lo dices? —volvió a preguntar Del—. ¿Tiene Parker algún problema con…? ¡Eh, Mal! —Hola. —Mal atrapó la pelota que Del le había lanzado y se la devolvió—. ¿Qué tal va todo? — preguntó a Laurel. —Ya veremos… Mal iba con unos tejanos gastados, una camiseta blanca y unas gafas de sol. Lanzó una bola al aire y la golpeó con el bate que se había traído. —Me ha gustado el plan: un partido y comida gratis. Mi madre ha salido con la señora Grady y unas amigas —explicó llevándose el bate al hombro—. ¿Cuál es la alineación? —Saldrás en la tercera base, como cuarto bateador. —Me parece bien. —Laurel estará a la derecha del campo, como primera bateadora. Juega fatal en su posición, pero su bate es bueno. —Eso no es verdad —protestó ella dándole a Del con el guante—. Sigue así y no te costará nada ganar la apuesta, Brown. RACIAS A LA PLANIFICACIÓN DE

Laurel se marchó airada. Mal tanteó el terreno con precaución. —¿De qué apuesta habla? Laurel fue en busca de Mac. —Quiero cambiar de equipo. Yo juego con Jack y tú con Del. —Eres una pesada, Laurel. Por mí, vale, pero mejor habla primero con Jack. Jack estaba sentado en la hierba anotando la alineación. —Mac y yo nos hemos cambiado. Ahora estoy en tu equipo. —Me quitan a la pelirroja y me ponen a la rubia. Vale, deja que piense… Jugarás a la derecha del campo, como primera bateadora. Qué cabronazo, pensó Laurel entornando los ojos. ¿Ahora se comunicaba con Del por telepatía? —¿Por qué a la derecha del campo? Jack la miró con curiosidad y Laurel notó que estaba reconsiderando su respuesta. —Tienes un brazo fuerte. —Bien dicho —respondió Laurel alzando un dedo. —¿Cómo…? ¡Mira quién viene por ahí! ¿Ese no es Mal? ¿Del ha reclutado a Mal? —preguntó Jack enfureciéndose—. Este tío va a por todas. —Machaquémoslo. Jack se levantó y chocó la palma con Laurel. —He elegido ser el equipo local. Salgamos a nuestro campo. A Laurel se le daba bien jugar a la derecha del campo, y no solo porque no solían lanzar pelotas hacia la banda, sino porque se sentía a gusto en esa posición. Tras encajar tres bolas en la almohadilla, cambió el guante por el bate y fue a hacer sus lanzamientos desde el montículo. Del estaba frente a ella y le guiñó el ojo. Laurel le contestó con un gruñido y golpeó al aire sin acertar. Del intentó engañarla con un lanzamiento bajo y exterior, pero ella pudo darle a la bola. Atrapó el tercero también, y bateó con tanta fuerza que consiguió llegar a la base. A la primera ocasión que se le presentó se quitó el casco de bateadora y se dirigió a Parker. —Del ha llamado a Mal porque quiere emparejaros. —¿Qué? —Parker, que esperaba agachada junto a la almohadilla, estiró las piernas—. ¿Bromeas? ¿Me ha montado una cita de consolación? —Sí, y además Mal juega muy bien. He pensado que te gustaría saberlo. —Me conoces bien. —Parker miró a Del con expresión asesina mientras su hermano se colocaba en el montículo y levantaba el brazo para lanzar—. Me las pagará. Todavía no habían llegado a la cuarta entrada y Del había decantado ya el marcador. Iban cinco a tres. Laurel tuvo que admitir que reclutar a Malcolm había sido un acierto. Tenía una buena técnica. Cuando Del tocó la segunda base sin detenerse en la primera, se oyó el grito de strikeout. Sus compañeros de equipo y un público de espontáneos corearon la carrera. Laurel observó la posición de Del. Mientras tanto Jack intentaba quitarse de encima a un catcher de doce años que quería aconsejarle. Jack lanzó una pelota rápida, o al menos eso le pareció a ella. Y le pareció aún más rápida cuando Del bateó y la bola salió volando. En su dirección. —Mierda. Oh, mierda.

Oyó unos gritos mientras ella corría para interceptarla; quizá fueran suyos. Los fuertes latidos de su corazón le impedían distinguirlo. Alzó el guante y elevó una plegaria al cielo. Cuando la bola impactó en él, su sorpresa fue mayúscula. Tiró al aire pelota y guante en agradecimiento a los gritos que la multitud coreaba. Entonces se dio cuenta de que Del ya había salido y corría hacia la tercera base. Laurel le lanzó la bola a Emma, que desde lejos se la pedía agitando las manos. Su lanzamiento, fuerte y acertado, dio en el guante de su amiga. Emma se había tirado al suelo para recogerla, pero ya era demasiado tarde. De la alegría al drama en menos de cinco segundos, pensó la joven. El béisbol era una mierda. —Buena recepción, Laurel. —No seas paternalista, Jack —musitó ella cuando su equipo salió de la entrada y Mal seguía atento en la tercera base. —¿Paternalista, yo? Del ha lanzado muy fuerte. Si no hubieras atrapado la bola, ahora tendríamos un par de carreras menos. Los hemos parado —afirmó Jack golpeándole en el hombro en plan fraternal. —Era una buena recepción. —Laurel asintió satisfecha. Quizá el béisbol no fuera tan horrible, después de todo. Lo era, porque perdieron por siete a cuatro. De todos modos, Laurel se quedó satisfecha porque había comprobado que su juego no era tan malo como decían algunos. —Bien jugado —dijo Del lanzándole una lata de refresco—. Dos tiros sencillos y una carrera remolcada, y además no me has dejado anotar dos carreras completas. —Eso te pasa por decir que juego fatal. —Es verdad, casi siempre —observó él dándole un golpecito en la visera con la misma camaradería con que Jack le había tocado el hombro. Laurel se quitó la gorra y lo agarró por la camiseta. —Creo que olvidas algo —dijo tirando de él para besarlo en los labios. Su gesto arrancó una salva de aplausos al grupo, que empezaba a tomar posesión de las mantas y las sillas. —No, eso lo recordaba —respondió Del pasándole los brazos con toda naturalidad por la cintura—, pero gracias por refrescarme la memoria. —Bueno, bueno, esto es toda una sorpresa. —Hillary Babcock, una amiga de la señora Grady, sonrió al verlos—. ¡No tenía ni idea de que estuvierais juntos! Maureen, no me cuentas nada… —Ni falta que hace, porque todo lo descubres. —¡Es impresionante! Pensaba que erais como hermanos, pero ya veo que estáis saliendo en plan romántico. —Laurel ha atrapado una bola muy alta. —Del pasó el brazo por los hombros de la joven y la acarició al notar su irritación—. Merecía una recompensa. Hillary se echó a reír. —¡La próxima vez, me apunto yo! En serio, ¿cuánto tiempo lleváis saliendo juntos? ¡Hacéis tan buena pareja…! —dijo la mujer sonriendo con franqueza y con lágrimas en los ojos—. Parece que fue ayer cuando vosotras cuatro y Del correteabais por el parque con los demás niños, y ahora habéis crecido

tanto… ¡Y además habéis encontrado pareja! Oh, Maureen, tendrías que convencer a estas chicas de que celebren una boda triple. Eso sí sería especial. —Hilly, el chico le ha dado un beso. No se van a poner a elegir la vajilla… Vamos, saca la ensalada de patata de la nevera que hay ahí detrás. —Sí, claro. Kay, este debe de ser tu chico, Malcolm. ¡Cómo ha crecido también! Y veo que sale con Parker. ¡Qué bonito! Mal tomó la palabra sin apartar la mirada de Parker. —Esta mujer ha luchado a brazo partido lanzando bolas directas y elevadas, pero no he tenido tiempo de besarla. Todavía. —En realidad Mal no sale… La mirada furibunda de Parker enmudeció a su hermano. Sabiendo que Del la estaba mirando, se acercó a Mal, lo asió por la nuca y le dio un beso lento, pausado, sabroso. Luego se apartó de él y paladeó la sensación. —Con esto bastará. Mal la tomó por la cadera. —Creo que se impone un doble juego. Parker le dedicó una sonrisa escueta, miró con frialdad a Del y fue a sacar la comida de las cestas. —¿Qué ha pasado? —preguntó Del acercándose a ella y agachándose a su lado—. ¿Qué demonios has hecho? —¿Qué? Ah, eso… Intentaba crear una atmósfera bonita para que el grupo quede compensado. ¿No era lo que querías, hermanito? —Por Dios, Parker, yo solo… Mal es amigo mío, ¿no puedo pedirle que venga? Además dijiste que eras la única que estaba sin pareja. —Y te agradezco el detalle de que me hayas buscado una sin preguntarme siquiera si me apetecía. — Parker le dio unos golpecitos en el brazo mientras hablaba—. Vale más que no te entrometas en mis asuntos personales o me acostaré con él y tu vida será un infierno. Del palideció visiblemente. —No te atreverás. —No me pongas a prueba, Delaney —dijo ella pinchándole con un dedo—. No me tientes. —Hora de dar un paseo —terció Laurel tirándole del brazo—. Hablo en serio. Es hora de pasear. Hay cosas en las que ni siquiera tú deberías meterte —musitó la joven llevándose a Del. —¿Qué le pasa? —Se ha cabreado contigo, claro. Te lo dije. Del se apartó del trayecto de un disco volador y se detuvo. —No se habría cabreado si tú no se lo hubieras dicho. ¿Por qué lo has hecho? —Porque es amiga mía, y yo estaba furiosa contigo antes que ella incluso. Pero eso ya no tiene importancia. No puedes sacarte de la manga una pareja sin decírselo, Del, porque si no, se lo diré yo. —Ya hemos topado con otra norma. Quizá Parker tendría que enviarme un memorando. Laurel lo tenía cogido de la mano y le dio un tirón. —Tendrías que habértelo figurado. —¿Figurármelo yo? Es ella quien ha agarrado a Mal y lo ha besado delante de todo el mundo. —Debería haberlo arrastrado hasta los arbustos y haberle dado un morreo en privado, pero ya

conoces a Parker. Es una descarada. —¿Lo encuentras divertido? —Del se quedó mirándola—. Se ha puesto en evidencia. Está furiosa conmigo, y ahora me tocará hablar con Mal. Yo no lo encuentro divertido. —No, no hables con él. Déjalo, señor Arreglalotodo. Ya son mayorcitos. —Tú tienes tus reglas, yo las mías. —A veces no sé lo que… —Laurel desvió la mirada, y luego volvió a mirarlo a la cara—. ¿Con cuántos chicos hablaste y/o aconsejaste en mi caso? Del se metió las manos en los bolsillos. —El pasado, pasado está. —Es contigo mismo con quien deberías tener una charla. —Ya lo he hecho, créeme, y no me ha servido de mucho. Ahora prefiero saborearte. —¿Saborearme? —Sí. Tú que entiendes de sabores sabrás que algunos son irresistibles. El tuyo, por ejemplo. Laurel soltó un breve suspiro y le acarició el rostro. —Casi estás perdonado. Vayamos por el camino largo. Nos abrirá el apetito.

Al cabo de quince minutos Laurel decidió que entre los dos conocían a demasiada gente. Quisieron pasear por el parque, y el paseo consistió en ir saludando y soportando la curiosidad indiscreta de los que por primera vez los veían como pareja. Los rumores eran persistentes como el zumbido de un mosquito. —Al menos la señora Babcock lo ha preguntado directamente —comentó Laurel mientras daban media vuelta para desandar el camino. —¿El qué? —dijo Del mirándola fijamente. —«¿Qué pasa entre estos dos? ¿Salen juntos? ¿Se acuestan? ¿Qué hace Delaney Brown con Laurel McBane? ¿Desde cuándo están juntos? ¿Van en serio?». Tengo la sensación de que debería haber tenido redactado una declaración de objetivos. —A la gente le gusta meter baza en la vida de los demás, sobre todo cuando existe la posibilidad de destapar un escándalo o parece que hay sexo de por medio. —Noto miraditas a mi espalda. —Laurel movió los hombros como si quisiera sacudírselas de encima —. ¿A ti no te molesta? —¿Por qué? De hecho pienso que es mejor darles algo de que hablar. —Del la tomó al vuelo y le dio un beso apasionado—. Ya está. La respuesta a sus preguntas. Vayamos a comer esa ensalada de patata. A él le resultaba sencillo porque trataba a la gente con naturalidad, pensó Laurel. Además, era Delaney Brown, de los Brown de Connecticut, y eso significaba mucho en Greenwich. A Laurel no le importaba, y sospechaba que él solo recurría a su nombre cuando era estrictamente necesario. Sin embargo, era un dato relevante para los demás. Del no solo tenía nombre, sino posición social y económica. En su primera salida en público como pareja, Laurel tomó conciencia de que el papel de Del implicaba otras facetas aparte de la de amigo de infancia y amante potencial. Sexo y escándalo, pensó. Bien, en su familia había habido bastante de eso. Dedujo que la gente le

echaría en cara el pasado y que sería la comidilla de las fiestas y los clubes de tenis. Todos se dedicarían a especular sobre los motivos que la habían llevado a fijarse en Del. Pero le daba igual. No permitiría que los cotilleos le afectaran. A menos que eso influyera en él o en Parker. —Le estás dando a la mollera —dijo Mac acercándose para darle un codazo cariñoso—. No está permitido comerse el coco en un día de fiesta nacional. —No pensaba nada… —Aunque aprovechando la ocasión…—. ¿Alguna vez te has preguntado qué hacemos aquí tú y yo? Mac tenía los dedos pringados de glaseado y se los lamió. —¿Es un pensamiento zen? —No, eso sí sería darle a la mollera. Hablo de ti y de mí en concreto, de las dos niñas que fueron a la escuela pública y vivieron una infancia accidentada con una familia de pena. —Mi infancia fue más turbulenta que la tuya. —En eso me ganaste. —Sí… —Mac se quedó observando su vaso de limonada—. Hablando de baches en el camino, Linda regresó ayer. —No nos habías dicho nada. Mac se encogió de hombros. —Ese tema ya no me preocupa. Vive en Nueva York con su nuevo marido y sigue martirizándome, aunque a una distancia prudente. —Esperemos que siga así. —Me da igual, porque el premio gordo lo tengo en casa —dijo Mac mirando a Carter, que estaba hablando con un par de alumnos que había encontrado entre el gentío. —Carter es fantástico —comentó Laurel—. ¿Tuvimos algún profesor tan mono como él? —El señor Zimmerman, que nos dio Historia de Estados Unidos. Era monísimo. —Ah, sí. El profe Zim. Muy mono pero gay. Con los ojos verdes abiertos como platos, Mac bajó el vaso de limonada. —¿Era gay? —Por supuesto. Debías de estudiar en la academia cuando saltó la noticia. —Me perdí muchas cosas buenas de tanto ir arriba y abajo. En fin, gay o hetero, fue el protagonista de mis sueños adolescentes. Por el profe Zim. —Por el profe Zim —repitió Laurel entrechocando su lata con el vaso de Mac. —Bueno —concluyó Mac retomando la palabra—, hablabas de ti y de mí. —Prefiero hablar de Emma. Nació en una familia estructurada. Aunque son muchos, son firmes como una roca. Eso es un privilegio. Luego viene Parker. Los Brown son el no va más de Greenwich. A continuación estás tú, que con una madre loca y un padre irresponsable nunca sabías por dónde andabas. Y por último yo, con un padre que se mete en problemas con Hacienda y se lía con una amante. Mi familia se arruina y todos dejan de hablarse. Conservamos la casa por los pelos, y a mi madre le sienta peor tener que despedir al servicio que enterarse de la existencia de una amante. ¡Qué época más extraña! Mac le dio un codazo en el brazo en señal de solidaridad. —Eso está superado. —Es cierto, y aquí estamos. Pensaba que no lo conseguiría, sobre todo mirando el pasado. Me sentía avergonzada, y estaba confusa y furiosa. Imaginaba que me largaría al cumplir los dieciocho.

—Estudiaste en Nueva York y te buscaste la vida. Fue tan divertido… sobre todo para mí. Tener una amiga con piso en Nueva York… joven, soltera y con su sueldecillo… Lo pasamos muy bien, cuando no nos deslomábamos a trabajar. Laurel encogió las piernas y apoyó la mejilla en ellas. Seguía mirando fijamente a Mac. —Tú y yo siempre hemos tenido que trabajar. No quiero decir que Emma y Parker se tumbaran al fresco, pero… —Tenían un colchón —terció Mac asintiendo—. Tú y yo, no. Pero las teníamos a ellas. —Es verdad. Ellas fueron nuestro colchón. —Por eso tampoco me preocupa tanto. Aquí estamos, y eso es lo que cuenta. Mira, veo un bonito premio por ahí, y dedicado a ti. Laurel levantó la cabeza y se quedó mirando a Del. —No lo he reclamado aún. —Sé que hay dinero en juego, McBane, pero he de preguntártelo: ¿cómo te explicas que aún no lo hayáis hecho? —No me lo explico.

Más tarde, cuando las primeras luces salpicaron el cielo, Del se sentó a su espalda y la atrajo hacia sí para que se apoyara en él. Laurel disfrutó entre sus brazos del color y del sonido del espectáculo. Había llegado hasta allí sin saber muy bien cómo, pero allí se quedaría.

Cargar de nuevo las cosas en el automóvil desencadenó la misma tensión del principio. Terminada la tarea, Parker los guió hasta un bar de copas de la zona. Antes de entrar le entregó a Carter las llaves del coche. —Del invita a la primera ronda —anunció. —¿Yo? —Sí, y el conductor que acabamos de asignar no sacará la cartera en este local —afirmó Parker. En ese momento llegó Mal—. Vale más que cojamos un par de mesas. Juntaron dos mesas y se acomodaron. Tras pedir la primera ronda, las mujeres fueron en grupo al baño. —¿Qué creéis que hacen ahí dentro? —se preguntó Mal. —Hablan de nosotros —dijo Jack— y montan la estrategia. —Aprovechando que estamos solos —intervino Del—, quiero decirte que Parker ha montado la escena de antes porque estaba enfadada conmigo. Mal le sonrió con naturalidad. —Me parece muy bien. Hazla rabiar otra vez. —Muy gracioso. Mira, te llamé sin consultárselo y lo ha interpretado mal. Malcolm, divertido por la situación, echó la silla hacia atrás y recostó el brazo en el respaldo. —¿Ah, sí? ¿Qué es lo que ha interpretado mal? —Ha creído que intentaba emparejaros. —¿Tu hermana no encuentra tíos para salir?

—No es eso. —Entonces no te preocupes. La banda se puso a tocar en el momento en que les servían las copas, y entonces aparecieron las mujeres. —¡Bailemos! Vamos, Jack. —Emma lo tomó de la mano y tiró de él. —Acaban de traernos la cerveza. —Primero bailemos. Deja la cerveza para luego. —Bien pensado. —Del se levantó y sacó a bailar a Laurel—. Hacía tiempo que tú y yo no bailábamos. —A ver cómo te portas. —Vamos, Carter. —Soy pésimo bailando —le recordó el joven a Mac. —Tendrás que bailar en la boda. Vale más que practiques. —Visto así… Mal esperó unos segundos, y luego se levantó y tendió la mano a Parker. —No hace falta que… —Sabes bailar, ¿no? —Claro que sé bailar, pero… —¿Te da miedo bailar conmigo? —¡Qué ridiculez! —Parker se levantó molesta—. ¡Ni que me hubieras pedido para salir! Oye, siento mucho lo de antes, estaba… —Furiosa con Del. Lo comprendo. Tomemos una copa y bailemos. No pasa nada. La música era trepidante, rápida. Mal le hizo dar un giro inesperado, la atrajo hacia sí y empezó a moverse. Ese hombre tenía ritmo, y Parker tardó solo un minuto en acoplarse a sus pasos y a su velocidad. Tuvo que admitir que había vuelto a pillarla desprevenida. —Veo que has ido a clases de baile —comentó ella. —No, pero comprendí que bailar sirve para ligar con las mujeres —sentenció Mal haciéndola girar de nuevo y estrechándola contra él hasta que sus cuerpos encajaron—. También me sirvió en el trabajo. Las escenas de luchas son coreografías, y yo trabajé de extra muchas veces. —Trabajo y mujeres. —Sí, la vida es mejor si tienes ambas cosas. Cerca de ellos Laurel chasqueó los dedos ante los ojos de Del. —Basta. Los estás mirando fijamente. —Solo… comprobaba una cosa. —Mírame. —Laurel le apuntó a los ojos con los dedos. Del la asió por las caderas y se acercó a ella. —Estabas demasiado lejos. —Sí. —Laurel lo asió por la nuca y balanceó las caderas—. ¿Qué tal ahora? —Mucho mejor. —Del reclamó sus labios—. Y ahora más, pero esto me está matando. —Tómalo —dijo Laurel rozando su labio con los dientes—. O tómame a mí.

—Soy hombre muerto. Ven, sentémonos. Laurel recordó la última vez que había ido a un bar de copas con sus amigas. Ninguna de las cuatro tenía una relación estable y una noche fueron a bailar a un local de moda en Nueva York. Cuántas cosas podían cambiar en unos meses, pensó. Ahora eran ocho en lugar de cuatro. Tenían que apretujarse para caber en las dos mesas y gritaban para hacerse entender por encima de una música ensordecedora. De vez en cuando Del le acariciaba el pelo o la espalda. No imaginaba lo que ese contacto distraído suscitaba en su cuerpo. Laurel tuvo ganas de acurrucarse en sus brazos y ronronear, o arrastrarlo hasta la furgoneta para quedarse con él a solas. Era lamentable lo mucho que sufría, lo mucho que Del podía darle con un simple gesto. Si él supiera que estaba locamente enamorada… sería muy amable con ella, y eso la mataría. Era muchísimo mejor ir despacio, con calma, como había propuesto él al principio. Quizá consiguiera calmar sus sentimientos, quizá pudieran encontrar un punto intermedio para que no le doliera tanto el corazón. Del la miró y sonrió. Laurel notó el latido de su sangre. Todo cambiaría, pensó la joven, pero el deseo seguiría igual. Alrededor de la medianoche se amontonaron en la furgoneta y Carter se puso al volante. Laurel escuchaba el murmullo de las voces de sus amigos y los últimos sonidos de la jornada. Sin embargo, la luna y las estrellas seguían luciendo en el firmamento. Quedaba toda la noche por delante. —Mañana tengo que cenar con un cliente —le dijo Del—, y luego, partida de póquer. Piénsate un lugar adonde ir la próxima vez. —Muy bien. —Con suerte me echarás de menos. —Puede que sí. Cuando Carter tomó el desvío de la casa de Del, este se despidió de Laurel con un beso. —Propóntelo al menos. —Hizo ademán de salir del vehículo, pero antes tocó a Parker en el hombro —. Ya no estás enfadada, ¿verdad? Su hermana lo miró con frialdad. —Si no estoy enfadada es porque hemos ganado el partido y Mal ha resultado ser un buen bailarín. Vuelve a intentarlo y saldrás herido. —Te lo has pasado bien —concluyó Del besándola en la mejilla—. Gracias por el trayecto. Hasta pronto. A vosotros, tíos, hasta mañana. Noche de póquer. Salió de la furgoneta, los saludó con la mano y se encaminó hacia la puerta de su casa. Laurel estuvo luchando consigo misma durante casi medio kilómetro. —¡Para, para! Detente a un lado. —¿Te encuentras mal, cielo? —preguntó Emma incorporándose y volviéndose hacia atrás. —No, no, es que… ¡Qué estupidez! ¡Esto es una estupidez…! —Laurel abrió la portezuela con ímpetu—. A la mierda la apuesta. Voy a casa de Del. Marchaos. Ignoró los gritos de alegría y dio un portazo al salir. —Espera —dijo Carter asomándose por la ventanilla—. Te acercaré porque… —No, gracias. Marchaos.

Laurel se dio la vuelta y echó a correr.

10

D

tal efecto tenía en el vestidor, puso el móvil a cargar y decidió que nadaría un poco antes de acostarse. Necesitaba practicar una actividad física que le hiciera olvidar su frustración sexual para poder conciliar el sueño. Se quitó la camisa y los zapatos y fue a la cocina a buscar un botellín de agua. Esa espera era lo más indicado. Laurel ocupaba un lugar demasiado importante, y complejo, en su vida para forzar la situación. No era tan solo una mujer interesante y atractiva. Era Laurel. Una Laurel McBane dura y divertida, lista y tenaz. Tenía muchas de las cualidades que más admiraba en el sexo femenino, y todas ellas arropadas por un cuerpo impresionante. Durante todos esos años había considerado que ese cuerpo estaba fuera de su alcance, y ahora que ella… que él… que los dos se habían saltado las prohibiciones, la deseaba más de lo que nunca hubiera imaginado. Ese deseo añadía un nuevo aliciente a la espera. Del era partidario de actuar siguiendo sus impulsos, salvo cuando se trataba de alguien tan importante para él como Laurel, en todas sus facetas. Despacio y con sensatez, se dijo. Su relación funcionaba, ¿no? En el poco tiempo que hacía que salían juntos, estaban descubriendo facetas el uno del otro que nunca habían abordado en todos aquellos años de amistad. Se irían juntos de vacaciones, como cada verano… pero con un enfoque radicalmente distinto, bajo una nueva luz. Esta clase de cosas eran las que requerían práctica antes de dar el siguiente paso. Lo consideraba justo, y sabría estar a la altura. ¿Cuándo terminaría ese mes? No veía el momento. «A nadar», se ordenó a sí mismo, y en ese instante oyó que alguien aporreaba la puerta principal y que el timbre sonaba con insistencia. Fue corriendo a abrir. Cuando vio a Laurel sin aliento, con los ojos desorbitados y sofocada, notó que el pánico le atenazaba el estómago. —¿Ha habido un accidente? Parker… —Del la agarró para comprobar que no estuviera herida mientras su mente se ponía en marcha—. Llama a una ambulancia, yo iré… —No, no ha habido ningún accidente. No pasa nada. Todos están bien. —Laurel sacudió las manos y procuró respirar hondo—. Te diré lo que pasa. Hoy no cuenta, porque de hecho ya es mañana, o sea que no vale. El primer día tampoco, porque es el primero. —¿Qué? ¿Estás bien? ¿Dónde están todos? ¿Qué ha pasado? —Nada. He vuelto. —Laurel levantó una mano para tranquilizarlo y se pasó la otra por el pelo—. En realidad es una cuestión matemática, e influye que hoy sea mañana, porque ya es más de medianoche. Así están las cosas. Además, los fines de semana no cuentan. ¿Quién cuenta los fines de semana? Nadie. Cinco días laborables, te lo dirá cualquiera. Del pasó del pánico al asombro. —¿De qué estás hablando? EL LANZÓ LAS LLAVES A UN CUENCO QUE A

—De lo nuestro. Escúchame bien —dijo Laurel presionándole el brazo con un dedo—. Tú sígueme. —Te seguiría si… supiera de qué demonios estás hablando. —Tú escucha, ¿vale? —Laurel empezó a quitarse las sandalias que se había calzado después del partido, pero se detuvo—. La cosa funciona de la siguiente manera: quitas el primer día y el día de hoy, y también los fines de semana. Eso hace un total de diez días, que en realidad mucha gente consideraría que son dos semanas. —Laurel hablaba por los codos sin dejar de gesticular—. Por otro lado, creo que hay que olvidar el concepto de darnos un plazo de treinta días cuando en realidad te referías a un mes. Eso son cuatro semanas. Veintiocho días… que son siete por cuatro. Son matemáticas básicas. Si quitas las dos semanas que no cuentan a causa de los fines de semana y de lo demás, en realidad la fecha ya ha pasado. —La fecha de… Ah. —Del respiró aliviado al comprender su razonamiento, y sintió una oleada de alegría y gratitud—. Ajá, pero no estoy seguro de haberlo entendido bien. ¿Puedes volver a explicármelo? —No. Solo es un cálculo. Créeme. Por eso he venido, porque la fecha ya ha pasado. —Y no puede ser, ¿verdad? —Así son las matemáticas. Ahora viene la elección tipo test: A, me llevas a casa; B, llamo un taxi; C, me quedo. —Déjame pensar… Ya está. —Del la asió con fuerza y la besó en los labios. —Respuesta correcta. —De un salto, Laurel se colgó de su cintura—. Y acertada. Luego me agradeces que haya estudiado tan bien la situación. —Laurel lo besó apasionadamente—. Pero ahora creo que me he vuelto loca, y más vale que tú estés loco también. —Estaba pensando en ti y en lo mucho que te deseaba. —Del subió la escalera—. No podía quitarme tu imagen de la cabeza. Agradezco en el alma la norma de los cinco días laborales. —La industria manda —logró pronunciar Laurel mientras el latido de su corazón amortiguaba el sonido de sus palabras—. Hemos dado demasiada importancia a nuestro pacto. Al sexo. No puedo ordenar mis ideas cuando estoy obsesionada, y no me quito de la cabeza que quiero estar contigo. Me paso el día imaginando esta situación, y yo no quiero imaginar. Quiero que pase. Hablo demasiado, ¿lo ves? Estoy chalada. —Que pase entonces. Cuando Del se tumbó en la cama con ella, Laurel le rodeó la cintura con las piernas mientras le acariciaba la espalda. Laurel sintió las primeras punzadas de deseo cuando sus labios volvieron a encontrarse. La pasión encendió su cuerpo apoderándose de ella con tanta rapidez e intensidad que apenas podía respirar. Había esperado demasiado, pensó; la imaginación y el deseo la habían desbordado. Laurel se asió a las caderas de Del y se estremeció al sentir los suaves mordiscos de Del por todo el cuello, que despertaron docenas de sensaciones a la vez. Intentó alcanzar el botón de sus tejanos, pero Del la tomó por las muñecas y acarició con los pulgares su pulso alterado. —No tan deprisa… —Llevo siglos esperando. —Entonces podrás esperar un poco más. —Del se retiró y empezó a desabrocharle la blusa a la luz de la luna—. Nunca he podido mirarte como voy a hacerlo ahora. Quiero disfrutar de la vista, del tacto,

del sabor… Del le abrió la blusa y recorrió su piel con la yema de los dedos. Tocarla fue como juntar las piezas de un rompecabezas y admirar por primera vez su belleza y complejidad. Los ángulos de su rostro y las curvas de su cuerpo, listos para ser explorados. Cuando Laurel lo abrazó, él la incorporó para quitarle la blusa y poder saborear la tersa piel de sus firmes hombros. Le soltó el sujetador, y al bajarle los tirantes oyó un suave jadeo. Del gozó del contacto de aquella piel sedosa y Laurel echó la cabeza hacia atrás invitándolo a besarla. Despacio, ardientes de pasión, besándose mientras Del volvía a recostarla para contemplar aquellos intrépidos ojos azules y rozarle los pechos. Laurel se estremeció y su reacción desencadenó un fuerte deseo en el vientre de Del. —Déjame a mí —murmuró Del y le besó el pecho. El placer abrasó la piel de Laurel y recorrió su cuerpo mientras se rendía a sus manos, a sus besos. Del la deseaba, y la exploró centímetro a centímetro, excitándola, torturándola, explorando su vulnerabilidad, sus deseos, como si conociera sus secretos. —He deseado tanto que pasara esto. Te he deseado tanto… —murmuró Laurel. —Ahora lo tenemos. Nos tenemos el uno al otro. Del le bajó los tejanos y recorrió su vientre y los muslos con los labios. El tiempo se dilató, se volvió eterno, y luego se detuvo. Justo ahora, pensó ella. En este momento. penetró y permaneció dentro de ella mientras sus cuerpos temblaban. Laurel pronunció su nombre en un único y largo suspiro, y se alzó para acogerlo. No más preguntas, tan solo respuestas, una maravillosa respuesta con cada movimiento. Al fin… al fin, pensó Laurel, y se abandonó. Luego siguió acostada bajo su cuerpo, cansada y feliz, sonriendo, abrazada a Del, notando los latidos de sus corazones al unísono. Laurel había permitido que Del guiara todos sus movimientos, y Del había terminado tan agotado y satisfecho como ella. Laurel le acarició la espalda y sus tersas nalgas, por el simple placer de hacerlo. —Esto ha sido idea mía. Del consiguió articular unas risas y se acostó de lado junto a ella. —Sí, has tenido una idea brillante. —Si nos basamos en las matemáticas y en mis fórmulas, en realidad no hemos perdido la apuesta. —Creo que, dadas las circunstancias, no importa perder. Los dos ganamos de todos modos. Laurel se sentía tan feliz que poco le faltó para ponerse a pintar corazoncitos rosas y unos azulejos piando. —Supongo que tienes razón —reconoció, dejando escapar un suspiro de satisfacción—. Mañana tengo que levantarme muy temprano. —Muy bien —respondió él, pero la rodeó con el brazo impidiéndole ir a ninguna parte. Laurel le mostró la mejilla para que le diera un último beso. —¿Valía la pena esperar? —Por supuesto. Cerró los ojos y se quedó dormida en sus brazos.

Ojalá hubiera tenido a mano una linterna pequeña; y un cepillo de dientes también. Tantear en la oscuridad a la mañana siguiente no facilitaba las cosas. Por lo menos había encontrado el sujetador y un zapato; y cuando palpó la banda elástica de sus bragas, soltó una exclamación de pura satisfacción. El sujetador, un zapato y las bragas. Tendría que marcharse solo con eso. El bolso estaría abajo, donde lo había dejado. Dentro había unas pastillas mentoladas y dinero para tomar un taxi. Habría asesinado a alguien por conseguir un café. Habría mutilado a quien fuese por oler el aroma del café. Siguió examinando el suelo a cuatro patas y exclamó mentalmente «¡Ajá!» cuando tropezó con el zapato que le faltaba. —¿Qué haces ahí debajo? —Lo siento —respondió ella poniéndose en cuclillas—. Estoy buscando la ropa. Ya te dije que tenía que levantarme temprano. —¿Tanto? Si aún no son las cinco… —Es el horario que seguimos las reposteras. Mira, si enciendes la luz unos treinta segundos, buscaré la ropa que me falta y me largaré para que puedas volver a dormirte. —No has venido en coche. —Pediré un taxi desde abajo. Me falta… —La luz se encendió y Laurel parpadeó tapándose los ojos con una mano—. Podías haberme avisado. Espera un segundo. —Estás muy… interesante. —Supongo que sí. —Lo daba por supuesto. Desnuda, con el pelo enredado como un nido de pájaros, a cuatro patas y con la ropa interior y los zapatos en la mano. ¿Por qué ese hombre no podía tener el sueño pesado? —Dame dos segundos. —Laurel localizó la blusa y se preguntó cuál sería la posición menos digna para ir a buscarla: gatear o caminar erguida. Decidió que gatear era más ridículo. El hecho de andar desnuda no le importaba. Del ya la había visto sin ropa, aunque no por la mañana. En sus peores momentos, cuando ni siquiera se parecía a ella misma, no la había visto jamás. Deseó que dejara de sonreírle de esa manera. —Duérmete, Del. Laurel iba a levantarse para ir a buscar la blusa cuando Del tiró de ella para que volviera a la cama y los zapatos salieron volando por los aires. —Del, tengo que marcharme. —No tardaremos mucho —respondió el joven poniéndose encima de ella y dejándole bien claro que su melena revuelta no lo desanimaba. La levantó por las caderas y la penetró. Laurel supo que no era el café lo que más le convenía de buena mañana. —Creo que puedo quedarme un par de minutos. Del soltó una carcajada y hundió el rostro en el hueco de su hombro. Laurel se entregó a la subida, primero despacio, con suavidad, dulzura, y luego con el pulso acelerado, entre suspiros de abandono. Sintió calidez y laxitud al notar que ese hombre llenaba su interior, en mente y cuerpo.

La bajada, tan placentera como la subida, le hizo desear acurrucarse junto a él y volver a dormirse. —Buenos días —murmuró Del. —Mmm. Iba a decir que siento haberte despertado, pero en realidad no lo siento. —Yo tampoco. Supongo que será mejor que encontremos tu ropa y te lleve a casa. —Tomaré un taxi. —Ni hablar. —No seas tonto. ¿Para qué vas a levantarte, a vestirte y a coger el coche para acompañarme cuando lo único que tengo que hacer es llamar a un taxi? —Porque has dormido en mi cama. —Bienvenido al siglo veintiuno, sir Galahad. Llegué por mi propio pie, así que puedo… —Mira, es un mal momento para discutir. —Del se apoyó sobre los codos y la observó—. Dentro de diez minutos te daré otra razón que te convencerá de que no tienes que tomar un taxi. —Eres muy optimista valorando tu tiempo de recuperación. —¿Quieres comprobar si miento? —Deja que me levante. Ya que te muestras tan caballeroso, ¿por qué no me consigues un cepillo de dientes? —Hecho. Incluso podemos llevarnos un par de tazas de café. —Por un café, dejo que me lleves a donde quieras.

En menos de quince minutos y armada con un café largo, Laurel se asomó por la puerta principal. —Está lloviendo a cántaros —comentó. ¿Cómo no se había dado cuenta?—. Del, no quiero que… —Deja de discutir. —La agarró de la mano y echó a correr hacia el coche. Laurel se metió dentro empapada y cuando Del se hubo instalado tras el volante, sacudió la cabeza. —No estaba discutiendo. —Bien, negociando entonces. —Eso… puede —accedió Laurel—. No quiero sentar el precedente de que tengas que llevarme a casa. Si sigo un impulso, soy yo quien tiene que cargar con las consecuencias, como es ahora el caso. —Aplaudo que seas impulsiva, pero cuando salgo con una mujer, la acompaño siempre a su casa. Considera que estamos aplicando la regla general Brown. Laurel consideró sus palabras sin dejar de tamborilear con los dedos sobre la rodilla. —Es decir, que si hubieras seguido tú el impulso, yo estaría obligada a llevarte a casa. —No. Y no considero mi regla sexista, sino elemental. —Del la miró con ojos adormilados mientras conducía bajo la lluvia—. Estoy a favor de la igualdad de derechos, de salarios, de elecciones, de oportunidades, de lo que sea… pero cuando salgo con una mujer, la acompaño a su casa. No me gusta que tenga que conducir en mitad de la noche ni que vaya sola por ahí a las cinco y media de la mañana si puedo evitarlo. —Porque tienes un pene. —Sí, y lo conservo. —¿Ese pene te protege de los accidentes, las averías y los pinchazos? —Lo interesante de ti, y reconozco que a veces me fastidia, es que eres capaz de complicar lo más sencillo.

Aunque hubiera acertado, eso no cambiaba las cosas. —¿Y si hubiera ido en coche a tu casa? —No has venido en coche. —¿Qué habría pasado entonces? —Lo averiguaremos otro día. —Del enfiló el camino de entrada. —Eso son evasivas. —Es verdad. ¿Quieres anotarte un tanto? No voy a acompañarte hasta la puerta. Laurel ladeó la cabeza. —Pero esperarás a que haya entrado. —Eso, sí. —Del se inclinó hacia ella, la tomó por el mentón y la besó—. Ve a hacer pasteles. Laurel hizo ademán de salir, pero se volvió y se dio la satisfacción de darle un beso muy largo. —Adiós. Salió corriendo hacia la casa principal, se dio la vuelta goteando y lo saludó con la mano antes de entrar. Una vez sola en el silencio de su casa, se apoyó en la puerta y se dejó llevar. Había hecho el amor con Del. Había dormido en su cama, se había despertado junto a él. Todos sus sueños se habían convertido en realidad en una sola noche, por eso tenía derecho a sentirse feliz, a sonreír como una posesa, a abrazarse y a sentirse de maravilla, de locura… Nada de lo que había imaginado hasta entonces podía compararse con esos momentos, y sola, envuelta en el silencio, los rememoraba. Recordó todos y cada uno de esos instantes y los saboreó. Quién sabía lo que les depararía el futuro. Por lo pronto, el presente le estaba ofreciendo lo que siempre había querido. Subió por la escalera como si flotara y entró en su dormitorio. Tenía el día por delante, pero su primera idea fue enviarlo todo a paseo y dejarse caer sobre la cama, lanzar los tacones al techo y felicitarse. Tarea imposible. Sí podía, en cambio, disfrutar de una larga ducha caliente. Se quitó la ropa mojada, la colgó en un toallero, se soltó el pasador del pelo, que había rescatado del bolso, y sin dejar de sonreír, se metió bajo el chorro. Estaba disfrutando del vapor y el aroma cuando detectó un movimiento al otro lado de la mampara. Soltó un grito tan espontáneo que le sorprendió no haber agrietado el cristal. —Por Dios, Laurel, soy yo… —Mac abrió un resquicio de la puerta—. He llamado al timbre y he echado voces, pero estabas tan enfrascada cantando que no me has oído. —Mucha gente canta en la ducha. ¿Qué diablos quieres ahora? —Nosotras no solemos cantar «I've Got Rhythm». —Yo no cantaba eso. —¿Estaba cantando ella eso? Ahora se le quedaría grabado el sonsonete—. Vete, se escapa el vapor. —¿Por qué tardas tanto? —preguntó Emma entrando en el baño. —¿Y Parker? —preguntó Mac. —En el gimnasio —contestó Emma—, pero le he dicho que venga. —¡Será posible! ¿Estáis chaladas o es que no veis que me estoy duchando? —¡Qué bien huele! —comentó Mac—. Ya estás limpia. Sal. Comeremos unas tortitas para celebrar la

historia de amor que vas a contarnos desayunando. —No tengo tiempo de hacer tortitas. —Se encargará la señora Grady. —En casa solo hay gofres. —Ah, tienes razón. Entonces tomaremos una tortilla a la francesa, y mientras tanto nos cuentas tu noche de sexo. Te esperamos abajo dentro de diez minutos —ordenó Emma—. A los hombres les hemos prohibido que vengan. —No quiero… Mac cerró la puerta de la mampara y Laurel se apartó de los ojos el cabello, que estaba chorreando. Si se escabullía para refugiarse en su cocina particular, sus amigas irían a buscarla y no dejarían de meterse con ella. Resignada, salió de la ducha y se envolvió en una toalla. Veinte minutos después entró en la cocina principal y vio la mesa puesta, a Mac, a Emma y a la señora Grady trabajando en los fogones. —Escuchad, hoy estaré muy liada y… —El desayuno es la comida más importante del día —la sermoneó Mac. —Eso dijo la princesa de las galletas Pop-Tarts. Bueno, tengo que ir a trabajar, en serio. —Prohibido pasar del tema —sentenció Emma con un dedo—. Nosotras compartimos con las demás nuestras historias de amor, y la señora Grady ya ha empezado a preparar las tortitas para que nos cuentes una historia sexy para amenizar el desayuno, ¿verdad, señora Grady? —Sí. Vale más que te sientes —le aconsejó la mujer a Laurel—. Piensa que no te vas a librar de estas. Además, como me han dicho que has vuelto a casa hace una media hora, a mí también me pica la curiosidad. Laurel se bebió el zumo sin perder de vista la expresión de cada una de sus amigas. —¿Tenéis alguna especie de radar? —Sí —dijo Parker entrando en la cocina—. Y cuando me llaman para que baje sin ducharme, vale más que merezca la pena. —Vestida con unos pantalones cortos de andar por casa y una camiseta holgada, Parker fue a servirse una taza de café—. Imagino que Del no atrancó la puerta y te despachó con viento fresco. —Es una situación tan rara… —Laurel tomó la taza de Parker—. Es que es rara. —Es lo que ocurre con las tradiciones, que son raras —dijo Parker alegremente tomando otra taza para ella—. Cuéntanos lo que pasó. Laurel se sentó y se encogió de hombros. —Perdí la apuesta. —¡Bien! —Emma se acercó a ella como una flecha—. Yo también he perdido, pero hay cosas más importantes que el dinero. —¿Quién ha ganado, Parker? —quiso saber Mac. Parker se sentó y con el ceño fruncido se concentró en su taza de café. —Malcolm Kavanaugh. —¿Kavanaugh? —Laurel tomó una tostada recién hecha de la rejilla—. ¿Cómo se ha metido Mal en nuestra porra? —Se enteró y me acorraló durante el partido. Me negué, le dije que las apuestas estaban cerradas, pero es pesado e insistente. Además dijo que apostaba doscientos dólares por ser el último, y que el

cinco de julio pasaría a recoger el bote. —¿Quieres decir que ha acertado de plano? —preguntó Mac—. ¡Menuda suerte la de ese tío! —Sí, tiene suerte. Creía que no acertaría, porque como ese día salíamos todos juntos, pensé que nos marcharíamos juntos también. No esperaba que Laurel saltara de la furgoneta y echara a correr. —Fue muy romántico —dijo Emma sonriendo—. Deprisa y corriendo, sofocada, sin poder esperar más… ¿Qué pasó cuando llegaste a casa de Del? —Abrió la puerta. —Confiesa —insistió Mac amenazándola con un dedo. —No te sentirás incómoda porque es mi hermano, ¿verdad? —intervino Parker—. Tú y yo hemos sido amigas toda la vida, y Del siempre ha sido mi hermano. O sea que todo arreglado. —Comed —ordenó la señora Grady sirviendo las tortillas. Laurel dio un bocado en señal de obediencia. —Estudié el asunto desde un punto de vista matemático. —¿Matemático? —se extrañó Emma. —Descubrí que hay días que no cuentan. Es complicado. Hay que seguir una fórmula. Cuando Del lo comprendió, desde un punto de vista logístico, coincidió en que tenía sentido, pero pensó que teníamos que renunciar a la apuesta, y eso fue lo que hicimos. —Tiene que ver con los fines de semana, ¿verdad? —dijo Mac zampándose unos huevos—. Lo pensé. Los fines de semana no cuentan. —Exacto, y el primer día y el último, tampoco. Es más complicado, pero va por ahí. De todos modos, como no eran esas las condiciones, decidimos renunciar al bote. ¡Qué más daba si esa situación era rara! Esas cuatro mujeres eran su familia. —Fue maravilloso. En parte temí sentirme nerviosa, incómoda… pero no fue así. Ninguno de los dos lo estuvo. Del no quería precipitarse, y no dejó que me precipitara yo tampoco. Fue algo muy dulce y lento. Él… Al faltarle las palabras, Parker suspiró. —Si crees que pondré caras raras porque vas a decir que mi hermano es un buen amante y que además es considerado, te equivocas. Entiendo que no solo tiene técnica, sino que además siente respeto y cariño por su pareja. —Me hizo sentirme como si en el mundo solo existiéramos él y yo, como si lo más importante fuera ese momento. He dormido con él, y me he sentido protegida, de la manera más natural. Y eso que a mí me cuesta mucho confiar en alguien hasta el punto de dormir con él. Emma le acarició la pierna en señal de afecto. —Nos has contado una buena historia sexy para amenizar el desayuno. —Esta mañana nos hemos liado. —¿Más sexo? —Sí. No piensa en nada más —le confesó a Mac—. Quería encontrar la ropa a oscuras, llamar luego a un taxi y marcharme, porque si supierais la jornada que me espera… Sin embargo, él se ha despertado y nos hemos vuelto a liar, aunque yo tenía el pelo enredado de haber dormido. —A mí me da una rabia… —murmuró Emma—. Tendría que existir un remedio instantáneo que arreglara el pelo cuando una se levanta.

—Ha insistido en acompañarme a casa. —Claro. Laurel miró a Parker sin dar crédito. —Veo que los dos tenéis el mismo código de conducta. ¿Por qué tiene que levantarse, vestirse y llevarme en coche a casa cuando puedo llegar por mis propios medios? —Porque estabas en su casa, punto número uno. Punto número dos: porque has dormido en su cama. A eso se le llama tener modales, y tu independencia no peligra. —¿Ya estás aplicando la regla general Brown? Parker esbozó una leve sonrisa. —Supongo que podría llamarse así. —Es lo que dijo él. En fin, basta porque tengo que ponerme a trabajar. —¿Acaso nosotras no? Esta mañana llega medio millón de lirios que habrá que seleccionar, y las obras empiezan hoy mismo. —¿Aquí también? —preguntó Laurel. —Aquí también, según Jack —dijo Emma consultando el reloj—. Llegarán en cualquier minuto. —Os tocará vivir una época interesante —aseguró Mac—, y ruidosa. —Valdrá la pena. No me cansaré de repetírmelo. Gracias por el desayuno, señora Grady. —Me ha gustado la historia. Me considero bien pagada. —Si me vuelvo loca trabajando en mi cocina, ¿podré trasladarme aquí? —Claro que sí. Emmaline y Mackensie, habéis sido vosotras quienes queríais conocer la historia de Laurel. A fregar platos. Voy a dar un paseo por el jardín antes de que empiecen los martillazos. Parker salió con Laurel. —Lo que cuenta es que seas feliz. Cuando vuelvas a sentirte rara conmigo, recuerda que en lo que respecta a Del y a ti, me encanta veros felices. —Lo procuraré. Dímelo si ves que voy a fastidiarlo, ¿vale? —Descuida. —En ese momento sonó el teléfono de Parker—. El timbrazo que inaugura la jornada. Nos vemos luego. Buenos días, Sarah, ¿cómo está la novia hoy?

11

L

EMMA PERFUMABAN EL AIRE mostrando sus tonalidades veraniegas de escarlata brillante, amarillo mantequilla, rosa caramelo y blanco deslumbrante. La novia que iba a casarse la mañana del 5 de julio no había encajado bien que la manicura hubiera fallado, pero en aquel momento posaba radiante para Mac mientras Parker intentaba localizar la chaqueta y la corbata que uno de los acompañantes del novio había perdido. Tras comprobar que no había urgencias que atender, Laurel llevó en persona la pieza central del pastel al salón de baile. Era un jarrón de azúcar moldeado a partir de un cuenco hexagonal que había completado con unos lirios enanos. Los lirios de Emma no podían compararse con los suyos en cuanto a tiempo empleado y a su confección. Laurel había forrado un rodillo con una cinta de otomán de textura gruesa para marcar la pasta de goma y luego había recortado con meticulosidad cada uno de los pétalos. La composición final, una vez hubo atado y sumergido los tallos en un glaseado real clarificado, resultaba refinada y elegante. Examinó con detenimiento el pastel de boda que presidía el salón sin prestar atención al bullicio del montaje. Había adornado cada uno de los pisos con más pétalos en relieve que repetían esos colores intensos en una danza circular. Finalmente, sobre el tablero que conformaba la base del pastel había esparcido unos cuantos más para darle un toque bello y orgánico. Laurel sacó el jarrón de su envoltorio en el preciso instante en que alguien volcaba una silla en un descuido. Ni siquiera parpadeó. Del advirtió el detalle. Era como si esa mujer fuese inmune al ruido, los gritos y el movimiento. Observó que centraba el cuenco de flores en el piso superior, se retiraba para comprobar el efecto, sacaba de la caja uno de sus útiles de repostería y dibujaba una línea, o mejor dicho, trazaba una línea con la manga pastelera. Del, por la cuenta que le traía, procuraba hablar con precisión. Laurel trazó un par de líneas perfectas alrededor del cuenco con unas manos precisas como las de un cirujano. Dio la vuelta a su creación y asintió. —Es fantástico. —¡Oh! —Laurel dio un paso atrás—. No sabía que estabas aquí. Ni que ibas a venir. —Era la única manera de averiguar si estarías libre este sábado por la noche. —Qué detalle… Del le acarició la mejilla con el pulgar. —¿Tengo glaseado en la cara? —No, tienes una cara preciosa. ¿Cuántas flores has puesto ahí? —Unas cincuenta. Del observó los adornos florales. —Parece como si Emma y tú hubierais hecho combinaciones de pétalos. —Eso es. Bien, como hasta ahora todo ha ido como la seda, quizá pueda… —¡Código rojo! —gritó Emma a través de sus auriculares. —Mierda. ¿Dónde? OS LIRIOS DE

—En el salón principal. Venid todos. —Ahora mismo. Código rojo —le dijo a Del antes de salir corriendo hacia las escaleras—. Es culpa mía. He dicho que todo iba como la seda y jamás se ha de hablar así. —¿Qué problema hay? —Todavía no lo sé. —Laurel llegó al rellano del segundo piso y se encontró con Parker, que venía del ala opuesta. —La madrastra y la MDNA se están peleando. Mac y Carter están con la novia, que todavía no se ha enterado. Laurel se quitó el pasador del pelo y se lo metió a toda prisa en el bolsillo de la chaqueta del traje. —Creía que habían pactado una tregua. —Por lo que parece, se ha acabado. Del, me alegro de que hayas venido. A lo mejor te necesitaremos. Desde el salón principal les llegó un griterío y el sonido de un objeto al romperse. De repente, alguien chilló. —Quizá será mejor llamar a la policía —comentó Del. Entraron corriendo en el salón y vieron a Emma con el pelo revuelto y las horquillas sueltas intentando a la desesperada separar a dos mujeres vestidas con elegancia que no paraban de vociferar. La madrastra tenía el cabello y la cara chorreando de champán porque la MDNA le había echado por encima el contenido de su copa. —¡Zorra, ahora verás! Esquivando los empujones y los manotazos, Emma resbaló y cayó de espaldas sin poder evitar que las dos mujeres se enzarzaran en una pelea. No se arredró. Con una mirada resolutiva, Emma se levantó como pudo mientras Parker y Laurel saltaban encima de las agresoras. Laurel agarró a la que tenía más cerca y tiró de ella mientras las dos mujeres se cruzaban salvas de insultos como si fueran metralla. —¡Basta, deténganse! —Laurel esquivó un puñetazo y bloqueó un codo con el antebrazo. El impacto le repercutió directamente en el hombro—. ¡He dicho que basta! ¡Por Dios, es la boda de su hija! —Es la boda de mi hija, sí, y mi hija es solo mía —gritó la mujer a la que Parker y Emma intentaban reducir—. Es hija mía, no de esta zorra, niñata destruye-familias. —¿Niñata? ¿Niñata yo? Voy a destrozarte el último lifting que te has hecho, lunática estrecha. Emma atajó el problema sentándose encima de la MDNA mientras Laurel seguía forcejeando con su contrincante. Del se jugó la piel interponiéndose entre las dos mujeres, y en ese momento Laurel vio que llegaban refuerzos. Jack y Malcolm Kavanaugh curiosamente se metieron en la refriega. Arrodillada en el suelo, Parker hablaba con voz queda y firme con la MDNA, que lloraba desconsolada superado ya el arrebato. Laurel, que sujetaba a la madrastra, le hablaba al oído. —Así no se arreglan las cosas, y si te importa Sarah, aunque solo sea un poco, olvidarás esto y te dedicarás a enjabonarla todo el día. ¿Me escuchas? Si quieres pelea, no son estos el momento ni el lugar. —No es culpa mía. Ha sido ella quien me ha tirado el champán a la cara. Mira mi pelo, el maquillaje, el vestido… —Lo solucionaremos —dijo Laurel mirando a Parker e interpretando su gesto de asentimiento—.

Del, necesito que subas un par de copas de champán a mi habitación, y luego te llevas a… lo siento, he olvidado tu nombre. —Me llamo Bibi —dijo la madrastra con un tono de voz que parecía un vagido—. Esto es un desastre… Todo se ha estropeado. —No, todo se arreglará. Del, llévale el vestido de Bibi a la señora Grady. Ella se ocupará. Ven conmigo, Bibi. Lo solucionaremos. Laurel abandonó el salón con Bibi mientras Parker hacía lo mismo con la MDNA. —Emma la acompañará para que se refresque un poco. Yo iré en un par de minutos. —No se lo digas a Sarah —sollozó la MDNA—. No quiero que se ponga triste. —Claro que no. Vaya con Emma. Suerte que no quiere darle un disgusto a su hija… —musitó Parker cuando la mujer ya no podía oírla. —Esta fiesta es un asco —comentó Mal. Parker tiró de su traje de chaqueta y se pasó la mano por la falda. —¿Qué haces aquí? —He venido a cobrar mis ganancias. —Ahora no tengo tiempo para eso —le espetó ella, y lo despachó volviéndose hacia uno de sus ayudantes—. Asegúrate de que no queden cristales ni restos de champán por el suelo. Si encuentras algo roto o estropeado, díselo a alguien del equipo de Emma para que lo solucione. Jack, ve a buscar al PDNA, por favor. Tengo que hablar con él en mi despacho inmediatamente. —Por supuesto. Siento haber tardado tanto. Estaba fuera cuando he recibido la alerta. —Una vez trabajé de gorila en Los Ángeles —le contó Mal—. Si quieres que eche a alguien… —Qué bien, a lo mejor te necesito. A por el PDNA, Jack. Gracias. Mac… —Parker habló por el micrófono mientras se alejaba. —¡Cómo se mueve esa mujer! —Mal la observó alejarse y desaparecer por la puerta. —Todavía no has visto nada —dijo Jack—. Vayamos a buscar al PDNA. —Oye, Jack, ¿qué diablos es un PDNA?

Laurel examinó el vestido de seda color albaricoque que Bibi se había quitado por orden suya. A través de la puerta del baño de su dormitorio oía el agua de la ducha y los sollozos de la mujer. Unas cuantas manchas, una costura descosida… Podría haber sido peor, reflexionó Laurel. La señora Grady lo arreglaría, y aplicando el plan de emergencia que tenían para esos casos, sabía que Parker no tardaría en movilizar a un equipo de peluquería y maquillaje. No le quedaba otro remedio que aceptar su misión. Le había tocado tranquilizar a Bibi, ayudarle a reponerse, escuchar sus lamentaciones, su maledicencia, sus quejas… y conseguir, mediante un juramento de sangre si era preciso, que prometiera comportarse durante la ceremonia. Alguien llamó a la puerta. Se pasó la mano para arreglarse el pelo y fue a abrir. —Dos copas como me habías ordenado —explicó Del entrando en la habitación y dejando las copas encima de una mesa. Miró de soslayo hacia el baño—. ¿Qué tal va? —Bueno, ha pasado de los sollozos a los lamentos. Aquí tienes el vestido. No está muy mal. Parker debe de haber advertido ya a la señora Grady, o sea que lo estará esperando.

—Muy bien. —Del le tocó el pendiente izquierdo—. ¿Puedo hacer algo más por ti? —Ve a ver a Mac y comprueba que la novia no se haya enterado de nada. Parker debe de haber inventado alguna excusa para retrasar un poco la ceremonia. —Calculando, Laurel se frotó la nuca para aligerar la tensión—. Vamos con un retraso de veinte minutos, que en realidad serán diez o quince. ¡Qué buenas somos! No oigo la ducha. Vale más que te vayas. —Me marcho. A propósito, buena parada —dijo él levantando el brazo como si quisiera imitarla. Laurel se rio, lo echó de un empujón y cerró la puerta. Respiró hondo para recobrarse, fue al baño y llamó con los nudillos. —¿Todo bien? Bibi abrió la puerta. Llevaba puesto el albornoz bueno de Laurel, y el pelo rubio, oscurecido por el agua, le goteaba sobre los hombros. Le brillaban los ojos, que tenía hinchados y enrojecidos, como si estuviera a punto de echarse a llorar otra vez. —Mírame, estoy hecha una birria. —Esto te irá bien. —¿Es una pistola? —Es champán. Siéntate y descansa. Están arreglándote el vestido, y dentro de un rato vendrán a peinarte y a maquillarte. —Ay, gracias a Dios… —Bibi tomó un largo sorbo de champán—. A Dios y a ti. Me siento fatal. Tengo náuseas. ¡Qué estúpida soy! Doce años… Llevo casada doce años con Sam. ¿No cuenta eso para nada? —Claro que sí. —«Cálmala», pensó Laurel recordando las directrices de Votos: calma, reconforta y pacifica. —Yo no destrocé esa familia. Ellos dos estaban separados cuando nos conocimos. Bueno, técnicamente no, oficialmente, no, pero sí en la práctica. Esa mujer me odia porque soy más joven que ella. Ella fue la pionera para él, yo la mujer trofeo. Siempre va poniendo etiquetas a la gente, pero a mí me parece que después de doce años… en fin. ¡Mierda! —Nunca es fácil manejar bien las relaciones y los lazos sentimentales. —Lo he intentado. —Bibi pedía comprensión con los ojos enrojecidos—. De verdad. Ellos estaban divorciados antes de que nos prometiéramos. Bueno, casi. Además, quiero a Sarah. La quiero mucho. Y Brad es fantástico. Padre e hija son fantásticos, y quiero que los dos sean felices. —Eso es lo que cuenta. —Sí. —Bibi suspiró y tomó otro sorbo más despacio—. Firmé un acuerdo prematrimonial. Fui yo quien lo pidió. No me casé por dinero, aunque ella siempre ha dicho lo contrario. Todavía lo dice. Nos enamoramos. Eso no se improvisa. Tampoco puedes evitar enamorarte de alguien, ni adivinar cuándo o cómo será. Sucede sin más. Está enfadada porque su segundo matrimonio se fue a pique y el nuestro todavía funciona. Siento los problemas que os he causado. Sarah no tiene que enterarse. —No, al menos por hoy. —No se acostaban. Cuando conocí a Sam, dormían en habitaciones separadas y cada cual llevaba su vida. Eso es como estar separado, ¿no? Laurel pensó en sus propios padres. —Supongo que sí.

—Puede que yo fuera el pretexto para que Sam diera el paso y pidiera el divorcio, pero no tuve la culpa de que ellos no fueran felices. Es mejor dar el paso que seguir juntos y ser desgraciados, ¿no crees? —Por supuesto. —Doce años contaban para mucho, pensó Laurel—. Bibi, tu matrimonio funciona y tienes una buena relación con la hija de tu marido. Puedes permitirte el lujo de liquidar esto por la vía rápida. —Ella me gritó. Me tiró champán a la cara. Me rompió el vestido. —Lo sé, lo sé… —«Cálmala, cálmala», volvió a decirse Laurel—. Mira, tienes la oportunidad de ser tú la que dé el primer paso. Olvida todo esto por hoy y céntrate en Sarah. Ayúdale a que este sea el día más feliz de su vida. —Sí, tienes razón. —Bibi se llevó los puños a los ojos como si fuera una niña—. Siento mucho lo que ha pasado. —No te preocupes. —Laurel se levantó cuando oyó que llamaban a la puerta—. Dentro de un cuarto de hora estarás perfecta. —Yo… ni siquiera sé cómo te llamas. —Laurel. —Laurel… —Bibi esbozó una sonrisa trémula—. Gracias por escucharme. —No te preocupes. Vamos a ponerte guapa otra vez —dijo Laurel abriéndole la puerta a la peluquera.

La novia, tranquila y ajena al drama que se había desencadenado entre bambalinas, aguardaba junto a su padre mientras sus damas caminaban hacia la pérgola inundada de flores. Laurel pensó que esa novia, con el velo de gasa jugueteando al compás de una agradable brisa, resplandecía como pocas. Mac iba cambiando de ángulo y Laurel supuso que habría plasmado el destello de alegría e ilusión con que Sarah se volvió para sonreírle a su padre. —¡Vamos allá! Empezó a sonar la pieza musical que anunciaba la entrada de la novia. Laurel vio que Sam miraba a Parker e inclinaba la cabeza. Quizá en señal de agradecimiento, quizá acatando sus órdenes… quizá ambas cosas a la vez. Tomó del brazo a su radiante hija y la condujo hasta donde la esperaba el novio. —De momento, esto va bien —murmuró Del, que estaba junto a ella. —No pasará nada. Seguramente ha sido una suerte que se pelearan antes de que empezara la boda. Así se han desahogado. —Se acabaron los problemas —dijo Parker en un tono glacial como el hielo de enero—. Al menos, por ese lado. —¿Qué le has dicho al padre? —preguntó Del. La sonrisa de Parker habría congelado el mismísimo fuego. —Digamos que la MDNA y la madrastra se comportarán civilizadamente, que Votos recibirá una compensación por haber tenido que volver a facturar la peluquería y el maquillaje, el retoque de los vestidos y el resto de los daños —informó Parker dándole unos golpecitos en el pecho a su hermano—. Además, no tendrás que ayudarnos a recoger.

—He de ir a terminar el montaje —dijo Laurel consultando el reloj—. Considerándolo bien, no me sobra tanto tiempo. —¿Quieres que te ayude? —preguntó Del. —No. Ve a tomar una cerveza. Regresó a su cocina buscando el silencio y amparándose en el frescor del ambiente. Quería sentarse un par de minutos. Escuchar a Bibi la había deprimido y necesitaba reponerse. El desamor, los hogares infelices, el factor imprevisible de la existencia de otra mujer… Laurel conocía a la perfección el triste caldo de cultivo que esos ingredientes formaban, y el regusto amargo que costaba tanto olvidar. Sin duda a Sarah le resultaría familiar también, porque habría tomado ese caldo en más de una ocasión. Sin embargo, radiante de alegría, marchaba del brazo de su padre, de ese padre que le había sido infiel a su madre, de ese padre que había roto los mismos votos que ella estaba a punto de hacer. Comprendía que existieran matrimonios desgraciados, pero no entendía, y no podía aceptar, que esa infelicidad justificara o racionalizara la infidelidad. ¿Por qué no se daba carpetazo a una relación? Si se quería a otra persona, si se deseaba otra cosa en la vida, ¿por qué la gente no rompía de buenas a primeras en lugar de engañar, mentir, pasar por alto las cosas y seguir viviendo como si nada? El divorcio no podía ser más doloroso para una pareja o para los hijos implicados que el engaño, la hipocresía y la rabia que iba acumulándose. ¿Acaso no era esa la razón por la cual, después de tantos años, una parte de ella deseaba que sus padres se hubieran separado en lugar de fingir que seguían casados? —¡Mira qué bien! Vengo a ver si puedo ayudarte después del problema que habéis tenido y te encuentro holgazaneando —dijo la señora Grady con los brazos en jarras. —Ahora mismo me pongo en marcha. Frunciendo los labios, la señora Grady se acercó a Laurel, la tomó por el mentón y la miró a los ojos. —¿Qué te pasa? —Nada, de verdad. Nada. A veces la señora Grady movía las cejas con un claro significado no verbal, y en ese momento le estaba diciendo: bobadas. —Lo de antes me ha afectado un poco. No pasa nada. —No es la primera vez que se monta una gresca en una de las celebraciones, y tampoco será la última. —La pelea no importa. Al final incluso ha tenido su gracia. Parker estará un par de días pensando lo contrario, pero en realidad hemos vivido unos momentos espectaculares. —Eso son evasivas. —Lo que me pasa es una estupidez. Me ha tocado tranquilizar a la madrastra, casi por sorteo. La mujer estaba triste y avergonzada, y se ha sentido obligada a explicarme que empezó a salir con el PDNA cuando él estaba separándose y la convivencia con su mujer consistía básicamente en ocupar la misma vivienda. —Muchos hombres que quieren echar una cana al aire dicen algo parecido. —Sí, es una excusa muy pobre, y una falsedad. De todos modos, la he creído. Me refiero a la

madrastra. ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué es correcto salir con alguien que está a punto de dejar a su mujer? En ese momento siguen estando casados, ¿o no? —Cierto —concedió la señora Grady—, pero en la vida hay pocas cosas verdaderas o falsas. Más que de blanco o de negro, hablamos de gris. —Entonces, ¿por qué demonios no terminan si se cuelgan de otra persona? Con un gesto que revelaba un sentido más práctico que protector, la señora Grady le alisó el pelo. —A mi modo de ver, la gente es capaz de justificar lo injustificable. —Ella lo lleva bien. Me refiero a la novia. Recuerdo cuando vino a asesorarse, las degustaciones, el ensayo… Quiere mucho a sus padres, sin duda, y también quiere a su madrastra. ¿Cómo lo consigue? —No siempre hay que tomar partido, Laurel. —Eso ya lo sé, pero yo no tuve la oportunidad de elegir entre dos bandos, porque ambos lo hicieron fatal. —No hacía falta explicar que se había puesto a hablar de sus propios padres—. Incluso ahora, cuando lo pienso, eso de los bandos… Considero que ellos están en uno y yo en el otro. Será una estupidez, pero una parte de mí sigue cabreada porque… les da igual. —En lugar de estar enfadada, deberías sentir pena por ellos. No saben lo que se pierden. —A los dos les gusta el arreglo. —Laurel se encogió de hombros—. Ha dejado de ser asunto mío. —Laurel Anne —la atajó la señora Grady tomando la cara de la joven entre sus manos y llamándola por un nombre que casi nadie utilizaba—. Siempre serán tus padres, y siempre será asunto tuyo. —¿No hay manera de que dejen de decepcionarme? —Eso depende de ti. —Supongo que sí. —La joven suspiró profundamente—. Bien, se acabaron las reflexiones. Tengo que ir a llevar el pastel del novio y organizar los postres. —Ya que estoy aquí, te echaré una mano. Las dos mujeres cargaron con las cajas de pastelitos hasta el salón de baile. —Nunca salgo de mi asombro cuando veo estas flores —comentó la señora Grady admirando el espacio—. Nuestra Emma tiene un toque mágico. Me gustan los colores de esta boda. La novia no ha elegido ninguno pálido; todos son intensos y atrevidos. Vaya, vaya… no puedo creerlo. —La mujer se acercó al pastel de boda y lo estudió con detenimiento—. Hablando de toques mágicos… Te has superado a ti misma, Laurel. —Me parece que va a ser mi pastel favorito de este verano. Le reservaré un trozo. —Con mucho gusto. Los pasteles de boda traen suerte. —Eso he oído. Señora Grady, ¿ha pensado alguna vez en volver a casarse otra vez o…? A la mujer se le escapó una carcajada de la sorpresa. —Algún que otro «o» he vivido, y no me tomes por una vieja loca. Ahora bien, de ahí a casarme… —Se puso a ayudar a Laurel con los postres—. Tuve un gran amor. Mi Charlie. Mi elegido. —¿Cree en esas cosas? —preguntó Laurel—. ¿Cree que existe una persona para cada uno? ¿Solo una? —En ciertos casos, sí. En otros puede que las cosas no vayan bien o se sufra una pérdida. Por eso aparecen otras personas. Sin embargo, hay gente que solo tendrá un amor en la vida, porque nadie más encajaría ahí, nadie podría llenar su corazón. —Sí, pero no siempre le toca a una ser la que sobreviva. —Laurel se obligó a apartar de su mente la imagen de Del—. ¿Todavía echa de menos a su Charlie?

—Cada día. Este noviembre hará treinta y tres años que se fue, y le echo de menos cada día. De todos modos, fue mío. Conocí a una persona muy especial para mí, y no todo el mundo puede decir eso. Tú sí. Laurel desvió la mirada muy despacio. —En tu caso Del ha sido esa persona desde el principio. —La señora Grady retomó la palabra—. Has tardado mucho en ir a buscarlo. ¿Qué sentido tenía negarlo?, pensó Laurel. ¿Por qué iba a fingir con alguien que entendía tanto de esas cosas? —Tengo miedo. La señora Grady soltó una carcajada. —Claro que sí. ¿Prefieres vivir tranquila? Busca un cachorrito y enséñale a sentarse sobre las patas traseras. El amor da miedo. —¿Por qué? —Porque sin miedo, no hay excitación. —En ese caso, a mí la excitación me va a matar —afirmó Laurel, y de repente ladeó la cabeza—. Esa es la señal de Parker. Aperitivos y cena. —Ve a echarle una mano. Terminaré con esto. —¿Está segura? —Me gusta meter baza de vez en cuando. Ve. —Gracias, gracias… —repitió Laurel posando una mano sobre la de la mujer—. Le guardaré un trozo de pastel, cuente con ello. Una vez a solas, la señora Grady sacudió la cabeza y suspiró. Sus chicas… pensó, sabían todo lo que había que saber de bodas pero el amor las alteraba. Sin embargo, en eso precisamente consistía el amor.

Cuando la casa se vació de invitados, Laurel salió a la terraza para relajarse en compañía. Del le ofreció una copa de champán. —Te la has ganado. —Eso está claro. Gracias. ¿Dónde está Parker? —Tenía algo pendiente. —Mac estiró las piernas y movió los dedos de los pies para mitigar el dolor —. No tardará. Siento haberme perdido la batalla de las madres. He oído que ha sido digna de cobrar entrada. —Breve pero brutal. —Laurel bostezó y pensó en almohadas esponjosas y sábanas fresquitas. —¿Montáis muchos combates de lucha libre? —preguntó Mal. —A mí una vez me dieron un puñetazo —intervino Carter moviendo la mandíbula. —Es un aliciente más —decidió Mal—. La comida estaba muy buena, y el pastel era una delicia. — Levantó su cerveza para brindar por Laurel. En ese momento Parker salió a la terraza con el aspecto de haber pasado el día tomando el té en lugar de dirigiendo a un grupo de doscientas personas. —Tus ganancias —dijo ella tendiéndole un sobre. —Gracias. —Con un gesto de cadera, Mal se lo metió en el bolsillo—. ¿Mañana os toca lo mismo?

—Otra vez el gran montaje —gruñó Emma—. Normalmente los domingos organizamos celebraciones más sencillas, pero en esta época del año nos piden muchas bodas a lo grande. Pensándolo bien, me voy a la cama. —Vale más que me lleve a mi chica —dijo Jack poniéndose en pie y tomando de la mano a Emma—. El lunes te traeré la furgoneta, Mal. —De acuerdo. Yo también me voy. —Gracias por arrimar el hombro —dijo Mac desperezándose—. Vamos, profesor. Vayamos a casa que quiero echar el gato a patadas de nuestra cama. —Yo no puedo moverme. —Laurel, feliz de estar cerca de Del, apoyó la cabeza en su hombro—. Un minuto más. Adiós, Mal. —Y cerró los ojos. —Te acompaño —dijo Parker—. Mañana os veo —añadió antes de salir para acompañar a Mal a la puerta. Con la cabeza recostada todavía en el hombro de Del, Laurel abrió los ojos. —He intuido que hay que plantar la semilla. —¿Cómo? —Sabía que Parker tendría que acompañar a Malcolm a la puerta si yo me quedaba aquí contigo. Hacen buena pareja. —¿Qué? Venga ya… Laurel intentó ordenar sus ideas, pero se rindió y volvió a cerrar los ojos. —Lo siento. Olvidaba que estaba hablando con su hermano. Te aseguro que no hay ni pizca de atracción sexual entre ellos dos, que bajo Ja superficie no late un fuego abrasador. Nada. —Él no es su tipo. —Exactamente. Además, no hace falta que te obsesiones, porque no se trata de mí. ¿Me ayudas a levantarme? —Si él no es su tipo, ¿por qué has hablado de atracción sexual y de un fuego abrasador? —Debía de estar hablando de mí —contestó Laurel riendo cuando él le hizo ponerse en pie—. Soy yo la que se derrite por ti y siente una atracción sexual irresistible cuando andas cerca. —Buen intento, y una buena manera de distraer mi atención. —Es verdad. —Laurel se sentía espesa y estaba aturdida por el cansancio—. ¿Te quedas esta noche? —Ese era el plan. Del desvió la mirada hacia la puerta al llegar al pie de la escalera y Laurel adivinó que estaba considerando salir a dar una vuelta para… actuar a su manera, como siempre hacía cuando se trataba de vigilar a Parker. —¿Lo ves? Saltan chispas por el aire y me derrito por ti —dijo ella apartándolo de un codazo y subiendo un escalón para poder darle un beso desde esa altura. —Cariño, dirás lo que quieras, pero te estás durmiendo de pie. —Es verdad. Soy un desastre para quedar un sábado por la noche. —Prefiero contemplar el futuro y centrarme en el domingo por la mañana. —Me encantará quedar contigo el domingo por la mañana —dijo Laurel mientras subían la escalera —. Sobre todo teniendo en cuenta que la celebración de mañana es por la noche y no tengo que levantarme al amanecer. ¿Te va bien a las ocho?

—Perfecto. —¿Quedamos en la ducha? —¿Me propones una cita en la ducha el domingo por la mañana? Mejor aún. Laurel lo condujo a su dormitorio, y entonces se acordó de cerrar la puerta, algo que raramente hacía porque muy pocas veces tenía motivos para ello. —Me gusta dejar las puertas de la terraza abiertas. ¿Te importa? —Como quieras. No he oído que Parker entrara en casa. ¿Sigue ahí fuera? Laurel puso los ojos en blanco y consideró las distintas alternativas. Se volvió, se quitó la chaqueta del traje y se bajó la cremallera de la falda, despacio. —Creo que no estoy tan cansada. —Se quitó la falda y se quedó con la camisa, las medias y los zapatos de tacón puestos—. A menos que tú lo estés… —Estoy recobrando la energía milagrosamente. —Debe de ser el aire fresco. Laurel se acercó a él y procuró distraerlo echando mano de sus recursos personales. Era lo mínimo que podía hacer, pensó entrando en materia. Todo fuera por la amistad.

12

P

ARKER SE ASOMÓ A LA COCINA DE

LAUREL.

—¿Me dedicas un minuto? —Sí. Creía que ahora tenías una consulta y una visita guiada. —Las tenía, y ya están liquidadas. Laurel abrió unas vainas de vainilla, las raspó, incorporó las semillas a una mezcla de leche y azúcar que estaba calentando al fuego y añadió las vainas. —¿Qué tal ha ido todo? —En la consulta concretamos detalles, pero también han surgido dudas. Los clientes nos han reservado el último domingo que teníamos disponible el mes de mayo. —Parker miró hacia el cuarto de los abrigos y se fijó en la lámina de madera contrachapada que impedía acceder a él. Detrás se oían martillos y taladros—. No hacen tanto ruido como era de esperar. —Me ayuda poner la televisión o la radio e imaginar que se trata del bullicio de fondo de una celebración. Podría ser peor. Quiero decir que las pruebas fueron tan duras que esto es gloria. —Piensa que valdrá la pena. Ganarás mucho espacio. —Es lo que me digo constantemente. —¿Qué estás haciendo? —Crema pastelera. —¿Te apetece tomar algo fresco? —Sí. —Laurel terminó la preparación con agua y hielo mientras Parker servía dos vasos de limonada. —Hoy no sales con Del, ¿verdad? —Hoy no. Los chicos se van a animar a los Yankees y a comer salchichas. —Laurel levantó la vista y arqueó las cejas—. ¿Te apetece que nos organicemos las chicas? —Lo estaba pensando. Me parece que he encontrado el vestido de boda para Emma. Laurel se detuvo. —¿En serio? —Sé lo que anda buscando, y como con Mac me estrené… me gustaría darle una sorpresa esta noche. Podría probarse el vestido y decidir si le sienta bien. —Me apunto a la fiesta. —También me gustaría hablar de otro asunto. —Dime. —Laurel removió la mezcla cuando alcanzó el punto de ebullición. —Me he enterado de que Jack ha invitado a Malcolm Kavanaugh este agosto a pasar unos días en la casa de la playa. —¿Ah, sí? —Asimilando la información, Laurel apartó la cacerola del fuego y la tapó. Cascó cuatro huevos en un cuenco que había sobre la encimera, separó la clara de cuatro huevos más e incorporó las yemas—. Supongo que se han hecho muy amigos. Además hay espacio de sobra, ¿no? Tengo unas ganas de ver la casa… de estar horas y horas sin hacer nada… —comentó batiendo la mezcla—. Quiero

abandonarme al placer de estar de vacaciones hasta que… Perdona —se interrumpió al ver que Parker levantaba una mano—. Me he dejado llevar por la idea de pasar día y noche haciendo lo que se me antoje. —Sigo. Acaba de llamarme Del. Me ha jurado por su vida que no ha tenido nada que ver con la invitación. —Bueno, le echaste un buen rapapolvo el Cuatro de Julio. —Es cierto. A lo mejor ahora le toca a Jack. —Uauu… —Laurel empezaba a divertirse. Incorporó el azúcar y siguió batiendo. —¿No se te cansa el brazo? —Sí. —El destino de Jack cuelga de… —De repente sonó su móvil—. ¡Maldita sea! Aguarda. Acostumbrada a las interrupciones de su amiga, Laurel terminó de preparar la mezcla de huevo y azúcar, sacó la vaina de vainilla de la leche y volvió a ponerla al fuego. Mientras esperaba que arrancara a hervir, bebió un poco de limonada y escuchó cómo Parker solucionaba el problema de una futura novia. Más que tener un problema, se diría que esa chica vivía en un mar de confusiones, decidió Laurel mientras seguía esperando. Cuando la leche llegó al punto de ebullición, añadió la mitad a la mezcla de huevos y yemas y siguió batiendo. —De eso me encargo yo —dijo Parker—. Por supuesto. Dalo por hecho. Os veré a ti y a tu madre el día 21 a las dos de la tarde. No te preocupes. Adiós. —Parker colgó—. Ni una palabra —le advirtió a Laurel. —No iba a preguntarte nada. —Laurel vertió la mezcla en la cacerola y se puso a batir con brío—. Sigue contándome lo de antes. Te escucho; con aire crítico, pero te escucho. —¿Por dónde iba? —Hablabas de lo que le espera a Jack. —Sí. Que machaque o no a nuestro querido Jack dependerá de si esto es una encerrona. —¿De verdad crees que a nuestro querido Jack se le ocurriría emparejarte con Malcolm? —No, pero a Emma quizá sí. —En ese caso me lo habría dicho —observó Laurel considerando la posibilidad—. Estoy segura. No habría podido aguantarse. Me habría hecho jurar que le guardara el secreto, y yo se lo habría jurado, aunque amparada en la cláusula que prohíbe las mentiras. Por lo tanto, si me lo hubieras preguntado, habría tenido que decirte la verdad. —Te lo pregunto ahora. —No, Emma no me ha contado nada. Por eso declaro a Emma y a Jack inocentes de todos los cargos. ¿Algún problema con Mal? —No especialmente. Lo que pasa es que no me gustan los montajes. —A ninguna de nosotras. Por eso no emparejamos nunca a las demás, y eso lo sabes, Parker. La aludida tamborileó con los dedos en su vaso, se levantó, fue hasta la ventana y volvió a sentarse. —Siempre hay excepciones, sobre todo cuando sois varias las que vivís cegadas por el amor y pensando en bodas. Qué inquieta estaba, pensó Laurel. Parker nunca andaba de un lado a otro. —Que yo sepa, no es el caso. Tendrás que imaginar que levanto la mano para jurarlo porque no puedo dejar de batir.

—Muy bien. Jack se ha librado de momento. Supongo que habrá espacio suficiente porque Del y tú compartiréis el dormitorio. Parker concentró la mirada en su refresco y Laurel terminó de batir y apartó la cacerola del quemador. —¿Qué pasa? —le preguntó Laurel a su amiga. —No sé si vale la pena confirmar que Malcolm no se lleve una impresión equivocada o esperar hasta que se presente el momento de aclararlo todo, si es que ese hombre quiere aclarar las cosas. Laurel pasó la crema por un cedazo y la vertió en el cuenco que había dejado en remojo con agua y hielo. —¿Quieres mi opinión? —Sí. —A mí me parece que si empiezas a hablar de falsas impresiones antes de tiempo, esa es la impresión que darás precisamente. Es posible que se enfade, y aun así, a lo mejor decide actuar de todos modos. Me da la sensación de que a este le gustan los retos. Yo lo dejaría correr. —Tiene sentido. —Yo también doy en el clavo de vez en cuando. —Laurel tomó unos trozos de mantequilla que previamente había reservado y, sin dejar de batir la crema, los fue incorporando uno a uno. —Muy bien. Consideraré que Malcolm es un compañero de juegos de los chicos y lo dejaré correr. —Bien pensado. —Laurel dejó de batir finalmente y le tocó el brazo con cariño—. Me cae bien Mal. No lo conozco a fondo, pero me cae bien. —Es agradable. —Y además es sexy. —Perdona, pero ¿no estás acostándote con mi hermano? —Cierto, y espero seguir haciéndolo, pero una nunca dejará de admirar a los hombres que son sexis. Y como me digas que no te habías fijado en él, voy a tener que meterte esta agua con hielo en las bragas para bajarte el calentón. —No es mi tipo. ¿Por qué sonríes? —Del dijo lo mismo. —¿Ah, sí? —La expresión de Parker reflejaba desafío y rabia. —Fue el típico comentario que esperas de él, porque con su instinto protector siempre anda diciendo que ningún hombre es digno de su hermana. Sin embargo, cuando lo dijo, pensé: «Es verdad, no es su tipo. Por eso me gusta». Parker le dio un sorbo a la limonada. —¿No te gustan los hombres que encajan conmigo? —No empieces a complicar las cosas, Parker. Mal es sexy, interesante y distinto de los hombres con los que normalmente… Esto podría ser divertido. Quizá tendrías que dejar que se llevara una falsa impresión de ti. —El amor te ciega. —Supongo. —¿Por qué te preocupa eso? Laurel dejó de masajearse los dedos y apuntó con uno a Parker.

—Estás cambiando de tema. —Sí, pero mi pregunta va en serio. —Ya lo sé —confesó Laurel—. Nunca he querido a alguien como lo quiero a él. Tengo tanto para darle… Estoy segura de que le importo mucho, pero hay una diferencia abismal entre importarle mucho a alguien y quererle. Es terrible, y ya me han dicho que así son las cosas del amor, pero eso no quita hierro al asunto. —Del nunca te haría daño. No tendría que haberte dicho esto —dijo Parker dándose cuenta en el mismo instante—. ¿No quieres que sepa que tienes mucho para ofrecerle? —No puedo decirle algo así, porque lo último que querría él es hacerme daño. —Y eso te dolería aún más. —Sí. Procuro vivir el presente, y creo que lo estoy haciendo bien. Más o menos. De todos modos, ando ojo avizor para detectar las falsas trampillas y los cables trampa. —Y por si caía algún piano del cielo, pensó Laurel. —Ahora seré yo quien te dé un consejo. A veces, de tanto mirar al suelo para no tropezar, te das de bruces contra un muro. —Ojalá te equivocaras. Bueno… —Laurel hizo ademán de borrar una pizarra—. Vivo el presente. Podría decirse que me he vuelto zen. —Pues sigue con esa actitud. Voy a llamar a Mac y a organizarlo todo. ¿A las seis te va bien? —A las seis es perfecto. Parker se levantó y respiró hondo. —Supongo que me dejarás probar eso. No imagino que puedas ser tan cruel para no dejarme. Laurel cogió una cucharada de crema, que todavía estaba templada, y se la ofreció. —Oh, Dios mío… —Parker cerró los ojos—. Batir sin parar ha valido la pena. ¡Mierda! —exclamó cuando sonó su móvil. —¿No se te ha ocurrido nunca la posibilidad de no contestar al teléfono? —Sí, pero entonces parecería una cobarde. —Parker leyó el nombre que aparecía en su pantalla mientras salía de la cocina—. Soy Parker, de Votos. ¿Qué tal está, señora Winthrop? Laurel seguía oyendo a Parker cuando vio que Del entraba en la cocina por la otra puerta. —¡Qué lugar más concurrido! —¿Por qué nunca me había fijado en que estás muy sexy con delantal? —Del se inclinó para besarla, pero Laurel vio sus tejemanejes y, de un cachete, le apartó la mano del cuenco de crema. —¿Quieres meterme en problemas con sanidad? —No veo a ningún inspector por aquí. Laurel cogió una cuchara limpia y le dio a probar la misma cantidad que le había dado a Parker. —Muy buena. Riquísima. Pero tú sabes mejor. —No pienses que por halagarme conseguirás más. —Laurel le apartó el cuenco de delante—. Creía que ibas al partido con tus colegas. —Sigue en pie. He quedado aquí con Jack y Carter, y luego iremos a buscar a Mal. —¿Otra vez vais al partido en limusina? —Aquello era típico de Del, pensó Laurel. —¿Qué hay de malo? Te tomas una cervecita y no tienes que preocuparte de aparcar, ni te pones nervioso por el tráfico. Sales ganando.

—Debería de haberte dado una cuchara de plata —comentó Laurel dejando la suya en el fregadero. —A ver si me enfado y no te doy el regalo. Intrigada y con aire de sospecha, Laurel se volvió. —¿Qué regalo? Del abrió su maletín y sacó una caja. —Este, pero a lo mejor, sabelotodo, no te lo mereces. —Las sabelotodo también necesitamos regalos. ¿Por qué me lo has comprado? —Porque lo necesitas, listilla. —Del le entregó un paquete—. Ábrelo. Laurel vio que el paquete estaba envuelto con un papel de la Mujer Maravilla y un gran lazo rojo. Sin embargo, lo abrió rasgándolo sin piedad. Vio la fotografía de la caja y frunció el ceño. Parecía un ordenador pequeño o una grabadora gigante. —¿Qué es? —Algo que te ahorrará tiempo. Mira, lo he conectado antes. Del abrió la caja y, con un destello en los ojos que delataba que aquel regalo le habría gustado para él, sacó de dentro un aparato. —Cuando quieras escribir una lista, pulsas «Grabar». —Del apretó el botón y luego dijo «huevos»—. ¿Lo ves? —Se volvió y le enseñó que la palabra «huevos» había aparecido en una pequeña pantalla—. Ahora le das a «Seleccionar», y ya lo has incorporado a la lista. Ah, pensó Laurel, ahora sí que había despertado su interés. —¿A qué lista te refieres? —A la que tendrás cuando hayas acabado y aprietes aquí —respondió Del pulsando otro botón—. Esto sirve para imprimir y, lo que es mejor, ordena los artículos por categorías, como, por ejemplo, los lácteos, los condimentos, lo que sea… Todo, había captado todo su interés… —Quita. ¿Cómo hace eso el aparato? —No lo sé. A lo mejor hay alguien metido ahí dentro. También tienes la opción «Biblioteca» para que puedas añadir artículos especializados que no estén en la base de datos. Tú usas muchos ingredientes raros. —Déjame probar. —Laurel tomó el aparato y pulsó «Grabar»—. Semillas de vainilla —dijo, pero frunció los labios cuando leyó la pantalla—. Aquí dice «pudin de vainilla». —Probablemente no existirá la palabra en la biblioteca porque la mayoría compra la especia en frasco. —Es verdad. ¿Puedo introducir eso? —Sí, y la próxima vez te saldrá. Además puedes añadir las cantidades. Por ejemplo, tres docenas de huevos o las semillas de vainilla que quieras comprar. ¿Son semillas de verdad? —Sí, las raspo de la vaina —murmuró Laurel examinando su regalo—. Me has hecho un regalo que sirve para grabar listas de ingredientes. —Sí, y es magnético, para ponerlo en una de tus cámaras frigoríficas o donde te convenga. —Casi todos los chicos regalan flores. Laurel vio que Del de repente cargaba el peso más sobre una pierna. —¿Prefieres unas flores?

—No, qué va… Prefiero un ramo entero de aparatos como este. Es un regalo increíble. —Lo miró a los ojos—. Realmente increíble, Del. —Bien. Espero que no te pongas celosa porque le haya comprado uno igual a la señora Grady. —La muy miserable. Del sonrió y le dio otro beso. —Voy corriendo a dárselo. Tengo que marcharme si no quiero llegar tarde. —Del —dijo Laurel cuando él ya estaba en la puerta. Le había comprado un chisme para la cocina que era práctico y gracioso a la vez. Quiso decirle «te quiero» con todo su ser, de viva voz. Tan solo eran dos palabras, pero no pudo—. Diviértete en el partido. —Eso pensaba. Hablamos luego. Suspirando, Laurel se sentó a esperar que la crema se enfriara y se puso a juguetear con su regalo.

No había mejor plan que pasar una noche de chicas. Aquellas veladas consistían en cenar, ver un DVD, comer palomitas y cotillear con la tranquilidad que daba estar entre amigas siguiendo una tradición que se remontaba a la infancia. Si además añadían al programa el vestido de novia de Emma, eso ya era poner la guinda al pastel. Sabiendo que le esperaba una noche muy agradable, Laurel se puso a ordenar la cocina. En un momento dado entró Emma. —Sabía que te encontraría aquí. —Estaba terminando —le dijo Laurel. —Me han hecho un pedido de dos docenas de magdalenas —dijo Emma, y añadió rápidamente—: para entregar dentro de dos semanas. Al menos es de agradecer que la clienta no lo haya comunicado de un día para otro. Se trata de mi prima. Quiere dar una fiesta en el despacho para celebrar el embarazo de su socia. La única condición es que sean una preciosidad. —¿Será niño o niña? —Sorpresa, o sea que el sexo del bebé no te servirá de guía. Inventa lo que quieras. —Vale, anótalo en el tablero. —Te lo agradezco —dijo Emma escribiendo el encargo y la fecha en el tablero de tareas de Laurel —. ¿Qué es esto? —preguntó luego toqueteando el aparato electrónico. —Del me ha hecho un regalo. —¡Oh, qué simpático! ¿Qué te ha regalado? —Esto. Es genial. Mira. —Laurel tomó el aparato y pulsó «Grabar»—. Mantequilla dulce. He programado la palabra. Fíjate, ahí está. Aprieto aquí y sale en la lista. Emma se quedó mirando fijamente el artilugio. —¿Este es el regalo? —Sí. Sé que para ti un regalo que no brille no puede considerarse un regalo, sobre todo si te lo da un hombre. Si lo prefieres, le pego unas lentejuelas. —No tiene por qué brillar. También puede oler bien. En fin, es ocurrente y a ti te gusta. En resumen, como regalo funciona. ¿Qué celebras? —Nada especial. —Ah, ¿ha tenido un detalle inesperado? Del empieza a subir enteros. —Pues caerá en picado cuando te diga que también le ha comprado uno a la señora Grady.

—¡No puedo creerlo! —Emma se puso en jarras con aire de ofendida—. Lo siento, pero esto salta a la categoría de detalle sin importancia. Un regalo tiene que ser personal y único en estas circunstancias. Eso de ahí es un detalle ingenioso. Esto otro, amiga mía, sí es un regalo —sentenció la joven moviendo la pulsera que Jack le había regalado—. Y los pendientes que Carter le regaló a Mac por San Valentín, también. Me temo que Del necesita entrenamiento. —Si fuera tu novio, sí. —¡Del es tu novio! —exclamó Emma riéndose y bailoteando con Laurel. —Cualquiera diría que aún vamos al instituto… Hemos de encontrar otra palabra. —¿Por qué bailáis? —preguntó Parker entrando en la cocina. —Del es el novio de Laurel y ha tenido un detalle con ella. Lo siento, pero no entra en la categoría de regalo. Mira. Parker se acercó. —¡Oh! Los he visto, y quiero comprarme uno. —No me extraña, siendo como eres su hermana. —Emma suspiró—. De todos modos, ¿considerarías que esto es un regalo si supieras que también se lo ha comprado a la señora Grady? —Hum… Es ambiguo, claro, pero también es práctico, y muy apropiado para Laurel. —¿Lo ves? —terció Emma alzando un dedo en señal de triunfo—. Lo que yo decía… Ahí viene Mac. Mac, necesitamos un desempate. —¿Para qué? ¿Qué hacéis todavía en la cocina? Hoy toca noche de chicas. —Antes hay que solucionar un asunto: ¿esto es un regalo o un detalle? —preguntó Emma señalando el aparato de Laurel. —¿Qué diablos es eso? —¿Lo ves? Es un detalle. Si hubiera sido un regalo, Mac lo habría sabido sin necesidad de preguntarlo. Parker, dile a Del que le compre algo bonito a su novia. —¡No, basta! —Laurel protestó empujando a Emma, aunque luego soltó una carcajada—. A mí me gusta. Cuando te gusta lo que te regalan, no hay normas que valgan. —¿Qué diablos es eso? —volvió a preguntar Mac. —Un aparato electrónico para organizar compras y gestiones —explicó Parker—. Yo también quiero uno. ¿Por qué Del no habrá comprado uno para mí? A mí me gustan los regalos. —Querrás decir los detalles —insistió Emma. —A ti no te hace falta otro organizador —le dijo Laurel a Parker. Mac fruncía el ceño. —Por favor, no se lo enseñéis a Carter. Querrá uno, y además me obligará a usarlo a mí. —Del ha comprado otro para la señora Grady. —Ahora seguro que Carter lo verá —comentó Emma. —¡Maldita sea! —Estáis haciendo una montaña a costa de mi nuevo juguete. Me voy arriba. —¿Sabéis si la señora Grady hará una pizza? —preguntó Emma—. Llevo todo el día pensando en su pizza y en tomarme unas cuantas copas de vino. —Eso luego. Ahora tengo que resolver un asunto. —Tú no te pones a trabajar —soltó Emma agarrando a Parker por el brazo—. Estoy deseando

disfrutar de una noche de hidratos de carbono, alcohol y amigas. —No es trabajo exactamente. Hoy he ido a recoger una cosa y quería que me dierais vuestra aprobación. Tenéis que verla. —¿Qué es lo que…? ¡Oh, oh! —Emma hizo girar a Parker marcándose un baile—. ¿Es mi vestido de boda? ¿Has encontrado mi vestido? —Es posible, y siguiendo nuestra recién inaugurada tradición, hay que ir a la suite de la novia. —Es la mejor de las sorpresas que podías darme. La mejor. —Si el vestido no te va… —empezó a decir Parker, pero Emma tiró de ella escaleras arriba. —Eso no quita que sea una sorpresa. Oh, qué nerviosa estoy… —Emma se detuvo frente a la puerta de la suite—. No me tengo en pie de los nervios. Bueno, ¡allá vamos! —Puso la mano en el pomo y la retiró—. Soy incapaz de abrir. Por favor, que alguien abra la puerta. Laurel fue quien se ofreció. —Adentro —le dijo dándole un empujoncito. Emma ahogó un grito y se llevó la mano a los labios. Parker nunca fallaba, pensó Laurel. Ese vestido era Emma. Tenía un aire romántico, unas faldas etéreas y larguísimas que resultaban algo extravagantes, y el toque sexy se lo daba un cuerpo espectacular que dejaba los hombros completamente al aire. La falda era de un blanco roto, y en el punto en que iba recogida florecían unas rosas de tela que se extendían como en un jardín por la larguísima cola, digna de una princesa. —Es un vestido de cuento de hadas —logró articular Emma—. Oh, Parker, es un cuento de hadas. La señora Grady las esperaba en la suite con una botella de champán. —Toma —dijo la mujer ofreciendo una copa a Emma—. No llores con la copa en la mano. Aguarás la bebida. —Es el vestido más bonito del mundo. —Tienes que probártelo. Desnúdate, Emma —le ordenó Laurel—. Parker y yo te ayudaremos. Mac plasmará el momento. —La falda… —Emma acarició con reverencia la tela—. Parecen nubes… y se hinchará al andar. ¡Oh, mirad la parte de atrás! —Unos diminutos capullos de rosa disimulaban la cremallera—. ¡No hay mejor vestido para una florista! —Estaba pidiendo a gritos que te lo trajera —dijo Parker, que le ayudaba a vestirse con Laurel. —¡No mires! —ordenó Laurel al ver que Emma iba a girar la cabeza para mirarse en el espejo—. No puedes verte hasta que hayamos terminado. —Necesita un par de retoques —dijo la señora Grady acercándose con unas agujas mientras Mac daba vueltas alrededor de Emma con la cámara. —Laurel, la cola tiene que ir… Sí, eso es —dijo Mac—. Oh, Em… estás… ¡uauu! —Tengo que verme. —Aguanta un poco, chica —murmuró la señora Grady poniéndole unas agujas. Cuando terminó se apartó un poco y asintió. —¿Lista? —Emma aguantó la respiración y se volvió. Mac lo había plasmado, pensó Laurel. Había captado el momento de asombro, el brillo de las lágrimas de alegría. —Durante toda mi vida, desde que éramos unas niñas, he soñado con esto —murmuró Emma—. Y

ahora que llevo puesto este vestido de boda me siento exactamente como había imaginado. —Pareces una princesa —le dijo Laurel—. De verdad, Emma, estás impresionante. Emma se acercó al espejo y lo tocó. —Soy yo, y llevaré este vestido para casarme con el hombre al que amo. ¿No es increíble? —Buen trabajo —le dijo Laurel a Parker pasándole el brazo por el hombro—. Tú sí que sabes… — Aceptó el pañuelo de papel de su amiga y se enjugó las lágrimas—. Brindemos por la novia. —Dame la cámara, Mackensie —ordenó la señora Grady—. Os sacaré una foto a las cuatro. Eso es. ¡Qué imagen más bonita! —Y entonces pulsó el botón. Más tarde, reunidas alrededor de una pizza y una botella de champán, se dedicaron a hacer planes para la boda. —Le diré a mi madre, y puede que a mi hermana también, que me acompañen a la tienda para hacer la primera prueba. Sé que me pondré a llorar otra vez, que todas lloraremos. —He dicho que te reserven dos tocados: uno por si vas con un recogido alto y el otro por si te decides a llevarlo bajo. Tu madre puede ayudarte a elegir. —Parker, piensas en todo. —Emma parpadeó sorbiéndose la nariz—. No, no pienso llorar más. ¡Oh, menudo ramo voy a diseñar para este vestido! Mis tres damas de honor… ¡Eh, serán dos señoritas y una señora! —No me imagino como una señora —dijo Mac mordiendo un trozo de pizza. —Lavanda. Distintas flores, pero todas del mismo tono. Me inclino por el blanco y el lavanda. Muy suave y tenue… y muy romántico. Con velas blancas por todas partes. —En el pastel podríamos combinar flores auténticas con otras de seda y de pasta de azúcar —musitó Laurel. —¡Sí! Fijaos, Parker ha empezado a tomar notas. ¡Parker toma notas para mi boda! —Claro. —Quiero que la semana que viene hagamos la sesión de las fotos de compromiso al atardecer —le dijo Mac—. Me apetece que esté oscuro porque… quiero darle a las fotos un toque sexy y atmosférico. Será en el jardín. —¿En el jardín? Me parece perfecto. Tengo las mejores amigas del universo. —Me gustaría acompañaros a la prueba del vestido —añadió Mac—. Así podré haceros fotos a ti y a tu madre. —¿Por qué no organizamos la primera prueba aquí? —propuso Laurel dándole un sorbo al champán —. Pide que te dejen los tocados, Parker. ¿Lo ves posible? —Por supuesto. —A Parker se le iluminó el rostro a medida que la idea iba cobrando forma en su cabeza—. Dalo por hecho. —El día que Mac tome fotos podríamos organizar la consulta con tu madre y hablar de lo que hayas decidido y de las ideas que se te hayan podido ocurrir. —Bien pensado —aprobó Parker. —De vez en cuando acierto. —Podríamos subir más el listón —añadió Mac—, y dar trato de clienta vip a tu madre. —Estará encantada, y yo también. Ay, que vuelvo a llorar… Laurel dio a Emma otro pañuelo de papel.

—Piensa en los zapatos. —¿Qué zapatos? —Los que irán con el vestido. —Ah, los zapatos… —¿Lo ves? Nadie se pone a llorar por unos zapatos. Yo elegiría unos llamativos, un poco sexis y absolutamente fabulosos. —Habrá que ir de compras. Todavía no has encontrado los zapatos de boda, ¿verdad, Mac? —Todavía no. —¡Vámonos de safari, a ver si caen esos zapatos! —exclamó Emma—. ¡Qué divertido! —Espera cuando te toque elegir las invitaciones, las tarjetas de las mesas… y la tipografía empiece a obsesionarte —explicó Mac sacudiendo la cabeza—. Nunca pensé que me obsesionaría por algo así, y ya ves… Es como una droga. Conozco esa mirada, McBane. —Mac le apuntó con un dedo en señal de advertencia—. Pones los ojos de quien está por encima de todo y además lo encuentra divertido. Estás pensando que nunca caerás tan bajo como yo. Pero caerás. Ya lo verás. Un día la tipografía no te dejará dormir. —Lo dudo mucho. En fin, como no voy a casarme… —¿No crees que Del y tú… en un momento dado…? —aventuró Emma. —Solo hace un mes que salimos juntos. —Eso son evasivas —concluyó Mac—. Os conocéis desde hace muchos años. —… y además estás enamorada de él —remató Emma. —No pienso en eso. —¿En qué, en estar enamorada o en pasar el resto de tu vida con él? —preguntó Parker. —No… eso sería llevar las cosas demasiado lejos. —Basta —ordenó Parker. —Me cuesta mucho. —¿Qué pasa? —preguntó Emma paseando la mirada de una a otra—. ¿Qué te cuesta tanto? —A Laurel le cuesta hablar porque no se quita de la cabeza que Del es mi hermano, y al final me lo voy a tomar mal. —¡Maldita sea, Parker! Ahora haces trampa. —No, me limito a aclarar las cosas. ¿Prefieres que me vaya? —¡Basta ya! —Laurel puso cara de disgusto y le dio un trago muy largo al champán—. Siempre has jugado sucio. Muy bien, como quieras. Sí, estoy enamorada de él. Siempre lo he estado, y me siento insegura porque no sé si eso es una proyección. A veces me parece que no estoy enamorada porque he estado negándolo durante muchos años, y sin conseguirlo, por cierto. Es decir, la respuesta es sí. Si alguna vez llegamos al punto en que tengamos que plantearnos si vamos a unir nuestras vidas, me zambulliría de cabeza, saltaría sin paracaídas… Elegid el tópico que más os guste. Ahora bien, ese entusiasmo tendría que ser mutuo. —¿Por qué crees que Del no te quiere? —preguntó Emma. —Claro que me quiere. Nos quiere a todas. Las cosas han cambiado conmigo, pero tampoco… —Por Dios, qué humillante era aquello, pensó Laurel, aunque se tratase de sus mejores amigas—. Es difícil amar sin ser correspondida, y hay que asumirlo; hay que saber manejar los sentimientos, con

responsabilidad. —Lo entiendo —dijo Mac apretándole la mano en un gesto afectuoso—. Carter se sintió así por mi causa. Yo no quería enamorarme, entrar a fondo, saltar sin paracaídas, zambullirme… y me eché atrás. Sé que le hice daño. —No estoy dolida. Bueno, puede que un poco, pero quizá sea el orgullo lo que tengo herido. Estoy contenta tal como llevamos la relación. Sé que en adelante no me bastará, pero por ahora esto es más de lo que esperaba. —Me sorprende que te conformes con tan poco —comentó Parker—. Tú siempre has apuntado alto. —Cuando se trata de trabajar o competir para lograr un objetivo, sí. Ahora bien, el amor es distinto. No te dan un premio, y tampoco es un juego. De pequeñas jugábamos al «día de la boda», y convertimos el juego en nuestra profesión. Sin embargo, cuando pasamos a ser las protagonistas, las cosas cambian. No necesito elegir el vestido y el anillo, ni decantarme por una determinada tipografía —añadió Laurel sonriéndole a Mac—, pero sí necesito saber que soy yo la elegida, y eso no se trabaja. Eso ocurre, y ya está. —¡Qué lista eres! —murmuró Emma. —Para Del no ha existido ninguna mujer especial —le dijo Parker—. Si no, yo lo habría sabido. —¿Ni siquiera Cherise McConnelly? —¡Qué horror! —exclamó Parker fingiendo que temblaba—. ¿En qué estaría pensando mi hermano, aparte de en eso…? —añadió al ver que Laurel enarcaba una ceja. —Si hay que juzgarlo por haber elegido a Cherise, diría que últimamente su gusto ha mejorado mucho —afirmó Laurel tomando otra porción de pizza—. Todavía hay esperanzas…

13

J

DEL OCUPARON DOS TABURETES JUNTO a la barra del restaurante Los Sauces y la propietaria salió a atenderlos. —¡Vaya, vaya…! Hoy me ha tocado la lotería por partida doble. —¿Qué tal vas, Angie? —No me quejo, y eso ya es mucho teniendo en cuenta cómo es gran parte de la clientela que se derrumba en estos taburetes. ¿Qué os pongo? —Un agua Pellegrino —pidió Del. —Yo tomaré una cerveza Sam Adams. —Marchando. ¿Habéis venido solo a tomar una copa? —preguntó Angie llenando una jarra de cerveza y poniendo hielo en un vaso. —Yo sí —le dijo Jack—. Este ha quedado para cenar. —¿Ah, sí? ¿Quién es la afortunada esta noche? —Hoy ceno con Laurel. —¿Con Laurel McBane? —Angie lo miró disimulando su asombro—. ¿De verdad te has citado con ella? —Sí. —Buen cambio, para variar. —Conociendo sus gustos, la joven añadió una rodaja de lima en el vaso de agua carbonatada y les sirvió las bebidas—. Había oído rumores, pero pensaba que solo serían habladurías. —¿Ah, sí? ¿Por qué? —Porque conoces a Laurel desde hace veinte años y nunca le habías pedido para salir. Hace tiempo que no la veo por aquí, pero he oído que su empresa va viento en popa. —Exacto, viento en popa. —He ido a un par de bodas de las que organizan ellas y, oye, ¡qué categoría…! Es cosa de tu hermana, ¿verdad? —añadió Angie pasando el trapo por la barra—. En cualquier caso, tienen mucha clase. Todavía echo de menos a Laurel. Fue la mejor chef repostera que hemos tenido jamás. Dime, Jack, ¿cómo está Emma? ¿Y vuestros planes de boda? —Muy bien. Ha encontrado el vestido, y ahora ya tiene las llaves del reino. —Eso va a misa, te lo aseguro. Veo que las aguas andan revueltas entre vosotros. Primero Mac, ahora Emma… —Angie le guiñó el ojo a Del y tamborileó con los dedos en su vaso—. Cuidado con lo que bebes. —Y se fue a servir a otro cliente que se había sentado junto a la barra. Jack se echó a reír. —No sé por qué te sorprendes tanto, tío —le dijo levantando la jarra en su honor—. Es ley de vida. —Salimos desde hace… ¿cuánto, un mes? ¿Tú crees que hacer planes de boda es ley de vida? Jack se encogió de hombros. —Primero Mac, luego Emma, y ahora le toca a Laurel. Parece una de esas comedias que terminan con tres bodas a la vez. ACK Y

—Laurel no lo ve así. —¿Acaso habían olvidado que la conocía desde hacía veinte años?—. Para ella las bodas son un negocio. Es empresaria, una profesional emprendedora y ambiciosa. —Como las demás. Las mujeres emprendedoras y ambiciosas también se casan —sentenció Jack estudiando a Del por encima de su jarra—. ¿No se te había ocurrido en ningún momento? —«Ocurrido» es una palabra muy vaga —dijo Del esquivando la respuesta—. Estamos acostumbrándonos a nuestra nueva relación. No soy contrario al matrimonio. De hecho, te presento a un admirador de la institución, aunque todavía no me haya planteado seriamente casarme. —Me parece que ha llegado el momento de intercambiar los papeles, teniendo en cuenta el chorreo que me soltaste cuando Emma y yo empezamos a salir. Dime cuáles son tus intenciones con mi hermana putativa. —Voy a cenar con ella. —¿Y luego probarás suerte? —Sería un idiota si no lo hiciera. Estamos disfrutando de esta nueva etapa. Ahora es… distinto — aventuró Del—. Para los dos. Laurel me importa mucho; siempre me he preocupado por ella, y lo sabes. Solo que… lo que siento es diferente, aunque tampoco quiero que creas que estoy pensando en contratar a mi hermana para que planifique la boda. —¿Porque no ha llegado el momento? —Por Dios, Jack… —Del notó la garganta seca y bebió un generoso trago de agua. —La pregunta es justa. —Solo ves bodas en tu cabeza —murmuró Del—. Puede que sí se esté cociendo algo entre nosotros. En fin, yo qué sé… En realidad no lo había pensado, y ahora no me lo quito de la cabeza. Mira, conozco a Laurel. Sé que no se plantea casarse, y que no le afecta que vayan a casarse Mac y Emma. Hablamos de la chica que fue a estudiar a Nueva York y a París. Es más, incluso pensó en mudarse a París y por eso se puso a trabajar, para ahorrar el dinero que necesitaría, y entonces… —Sí, ya lo sé. —La mirada zumbona de Jack se desvaneció—. Todo eso cambió cuando tus padres murieron. —Laurel cambió de planes y no fue a París. —Del no lo había olvidado, y jamás lo olvidaría—. Nunca habría dejado sola a Parker, y pensándolo bien, sé que en parte se quedó por mí. Luego triunfó la creatividad de Parker y sus proyectos acabaron por unirlas a todas. —Los planes cambian. —Sí, es cierto, pero lo que quiero decir es que Laurel siempre ha seguido su camino, su instinto, y no se ha conformado con una vida convencional. Si las cosas hubieran ido de otra manera, ahora estaría viviendo en un piso moderno del París bohemio y dirigiendo un negocio exclusivo. —No lo creo —comentó Jack sacudiendo la cabeza—. Cuando hubiera llegado el momento de la verdad, la unión de esas cuatro mujeres se habría impuesto. Quizá habría ido a Nueva York, pero a Europa, no. El tirón de las otras era demasiado fuerte. —No hace mucho le dije lo mismo un poco en broma. Jack tomó una almendra del platito que Angie había colocado en la barra. —Antes de que entre Emma y yo cambiaran las cosas creía que entendía cómo funcionan esas mujeres, pero ahora que vivo en la finca, que formo parte del grupo… veo que lo que existe entre las cuatro es prácticamente una conexión psíquica. A veces incluso da miedo, si quieres que te diga la

verdad. —Jack levantó la jarra como si brindara—. Eso es amor, tío, un amor generoso y profundo. —Siempre lo ha sido —reflexionó Del—. De todos modos, mantengo que Laurel no piensa casarse, pero también te diré que si fuera así, las otras tres lo sabrían. Podrías tantear a Emma. —De ninguna manera haría eso. Ni siquiera por ti. Acabaría teniendo que justificar mis ideas sobre los hombres y mi negativa a tantearte sobre el asunto. —Jack se metió en la boca otra almendra—. De ahí a la locura, hay solo un paso. —No te falta razón. Además, eso les daría alas. Laurel y yo estamos bien así. Dejémoslo correr. De momento el camino es llano. ¿Para qué buscar un desvío? Jack sonrió. —Eso es lo que yo decía de Emma y de mí. —No sigas por ahí. —Tengo que admitir que me divierte meter el dedo en la llaga. Volviendo al tema de nuestra boda, ¿verdad que serás el padrino? —Claro. No aceptaría ningún otro papel. —Bien. Esa era la tarea que me quedaba por hacer. En general basta con que sonría y diga que sí cuando Emma me comenta las decisiones que han tomado para la boda. Parker me dijo que tengo que encargarme de la luna de miel, y me pasó el número del mejor agente de viajes que conoce. También me sugirió que eligiera un paquete a Bora-Bora porque es un lugar al que Emma siempre ha querido ir, y además es exótico y romántico. Supongo que eso es lo que haremos. Intrigado, Del se llevó el vaso de agua a los labios y examinó a Jack. —¿Tú quieres ir a Bora-Bora? —Sí… Cuando vi el paquete, pensé: genial. Tu hermana es de miedo, Del. —Ya lo sé. —Carter ha elegido un paquete a la Toscana que incluye unos discos para aprender italiano. Del soltó una carcajada. —Supongo que también se ha encargado de eso. —Tú dirás. Oye, tengo que marcharme. Antes de salir del despacho he recibido un correo de Emma. Hoy tiene ganas de cocinar. —Te invito a la cerveza. —Gracias. —Oye, Jack. El traje de casado te queda bien. —Porque me siento bien. ¿Quién iba a decirlo? Hasta pronto. Se sentía bien no solo porque se casaba, reflexionó Del, sino por la vida que llevaba con Emma, por lo que estaba creando: un hogar, una familia, cenar juntos al terminar una larga jornada… Acabarían necesitando más espacio del que tenían en la casita de invitados. Conociendo a Jack, ya se le ocurriría algo. La finca empezaba a parecer una comunidad. Del pensó que esa idea habría complacido y divertido también a sus padres. —Su mesa está lista, señor Brown —dijo el maitre acercándose—. ¿Quiere sentarse o prefiere esperar a su acompañante en la barra? Del echó un vistazo al reloj. Laurel llegaba tarde, aunque quizá el retraso fuera por culpa de Mac, porque esta le había propuesto dejarla en el restaurante de camino a una sesión que tenía concertada.

—Aparecerá en cualquier momento. Me sentaré a la mesa. Decidió pedir una botella de vino. Acababa de elegir cuando oyó su nombre. —¡Hola, forastero! —Deborah. —Se levantó y saludó con un beso amistoso a una conocida de hacía años—. Estás fantástica. ¿Qué tal? —Fenomenal. —La joven se apartó de la cara un mechón de su exuberante melena pelirroja—. Acabo de regresar de España. He estado allí un par de meses… y las últimas dos semanas en Barcelona. —¿Por negocios o por placer? —Por las dos cosas, y ha sido intenso. He quedado con mi madre y mi hermana para pasar un rato entre mujeres y ponernos al día. Llego pronto, como siempre; y ellas tarde, para variar. —Siéntate conmigo a esperarlas. —Encantada, Delaney. —Deborah le dedicó una sonrisa radiante cuando él le retiró la silla—. No te había visto desde… ¿Cuánto hace? Creo que desde el baile de primavera. ¿Qué has estado haciendo? —Nada que supere tu viaje a Barcelona. —El sumiller le mostró la botella para que diera su aprobación y, tras mirar la etiqueta, Del asintió. —Bueno, ponme al día. ¿De quién se habla? ¿Alguien se ha liado con algún conocido? ¿Ha habido algún escándalo? Del sonrió antes de probar el vino que el sumiller le había servido en la copa. —Creo que para eso será mejor que confíes en tu madre y en tu hermana. Es perfecto —le dijo al sumiller, y le indicó con un gesto que sirviera a Deborah. —Eres tan discreto… Siempre lo has sido. —Dio un sorbo a su vino—. Y sigues teniendo un gusto excelente para los vinos. Vamos, confiesa… Me ha llegado el rumor de que Jack Cooke está prometido. ¿Es verdad o no? —Eso es verdad. Jack y Emmaline Grant han fijado fecha para la boda. Será la próxima primavera. —¿Se casa con Emma? ¿De verdad? Bien, brindo por ellos —dijo Deborah levantando su copa—, aunque una legión de solteras guardará luto por él. Está claro que no estoy al día. Ni siquiera sabía que fueran pareja. —Creo que todo fue muy rápido entre los dos. —Me alegro. ¿No te resulta extraño? Quiero decir que Emma es casi como una hermana para ti, y Jack es tu mejor amigo. —Me costó un poco al principio —reconoció Del—, pero les va muy bien. Cuéntame cosas de Barcelona. Nunca he ido. —Hay que ir. Las playas, la comida, el vino. El amor. Se palpa en el ambiente… —añadió ella sonriendo. Estaban riendo, inclinados el uno ante el otro, compartiendo mesa, y en ese momento entró Laurel. Se detuvo en seco, como si hubiera topado con un muro de cristal… y ella se encontrara en el lado equivocado. Se lo veía cómodo, pensó Laurel. Los dos estaban relajados, y eran guapísimos… tanto él como ella. Si Mac estuviera ahora allí habría podido sacarles una foto, captar el instante, la viva imagen de dos personas atractivas que comparten un vino y unas risas a la luz de las velas. Parecían la pareja perfecta, y estaban en la misma onda.

—Hola, Laurel. —Hola, Maxie. —Laurel procuró sonreírle a la camarera que se había detenido junto a ella—. La noche está movidita. —Dímelo a mí —dijo Maxie poniendo los ojos en blanco—. No sabía que venías hoy. Te montaremos una mesa. —De hecho, he quedado con una persona. —Ah, vale. No dejes que Julio te vea —le dijo guiñándole el ojo y refiriéndose al chef—. No resistiría la tentación de arrastrarte a la cocina en una noche como esta. Te echamos de menos. —Gracias. —Tengo que seguir. Hablaremos luego. Laurel asintió y se escabulló hacia el servicio para concederse un poco más de tiempo. Se dijo que era una idiotez que le afectara tanto ver a Del tomando una copa con una amiga, sentirse inferior porque unos años antes había trabajado duro en esa cocina en lugar de estar sentada a una mesa, porque en su calidad de repostera habría estado preparando un postre delicioso para parejas con la imagen de Delaney Brown y Deborah Manning. —No hay nada malo en eso —se dijo en voz alta, y mientras se sermoneaba a sí misma se retocó con el brillo labial. Estaba orgullosa del trabajo que había desempeñado en ese restaurante… y del dinero que había ganado para contribuir a que Votos despegara. Le enorgullecía su talento, porque la capacitaba para tener un negocio propio, ganarse la vida y hacer feliz a la gente con sus creaciones. Sabía cuidar de sí misma y tomaba sus propias decisiones. Eso era lo más importante. Sin embargo, se sentía herida sin remedio al recordar que, en cualquier caso, siempre había vivido al otro lado de ese muro de cristal. —No importa —dijo volviendo a guardar en el bolso el pintalabios y respirando hondo—. En realidad, no tiene ninguna importancia. La confianza era como el brillo labial, se recordó a sí misma. Lo único que había que hacer era darse unos retoques. Salió de los servicios, giró hacia el comedor y se dirigió a la mesa. «Bien, allá vamos». Le ayudó sobremanera apreciar la mirada cálida que Del le dirigió al reconocerla. Se levantó y le tendió una mano. Deborah se revolvió en la silla y alzó los ojos. Laurel comprendió que le costaba situarla y adivinar su nombre. Era normal. Deborah y ella no se movían en los mismos círculos. —Laurel, recuerdas a Deborah Manning, ¿verdad? —Claro. Hola, Deborah. —Laurel, me alegro de volver a verte. Del acaba de contarme lo de Emma y Jack. Seguro que ya les habrás diseñado un pastel estupendo. —Tengo un par de ideas. —Me encantaría que me lo contaras. Las bodas son tan divertidas… ¿Puedes sentarte? Del, necesitaremos otra copa. Por suerte Deborah comprendió la situación enseguida, y su cutis inmaculado de pelirroja se encendió como una llama al darse cuenta de su metedura de pata.

—¡Qué imbécil soy! —exclamó riendo y levantándose—. Era a ti a quien esperaba Del. Te diré que ha tenido el detalle de hacerme compañía. —Me alegro —«Soy una mujer muy madura», pensó Laurel—. No has terminado tu vino. Pediremos otra silla. —No, no. Estoy esperando a mi madre y a mi hermana. Saldré fuera a llamarlas para asegurarme de que no me hayan dado plantón. Gracias por el vino, Del. —Me ha gustado verte, Deborah. —A mí también. Disfrutad de la cena. Deborah salió del comedor con aire impecable, pero a Laurel no se le escapó su mirada atónita e interrogativa. —He llegado tarde por culpa de Mac —dijo Laurel con ligereza. —Valía la pena esperar —respondió Del retirándole la silla—. Estás preciosa. —He pensado lo mismo de ti al verte. Con la discreta eficacia de que hacía gala el restaurante, un camarero se llevó la copa de Deborah y le sirvió vino a Laurel. La joven dio un sorbo y asintió. —Muy bueno. —Tomó la carta que le ofreció el maitre y la dejó encima de la mesa sin abrir—. Hola, Ben. —Hola, Laurel. Me han dicho que estabas aquí. —¿Qué me recomiendas hoy? —El pagro con ragú de cangrejo, salteado con una reducción de vino blanco y acompañado de arroz de jazmín y espárragos. —Perfecto. Tomaré una ensalada de la casa para empezar. —Ahora me toca a mí —intervino Del—. ¿Me sugieres algún otro plato? —El solomillo de cerdo con salsa de miel y jengibre. Lo servimos con patatas paja y verduras asadas a la nigoise. —Fenomenal. También tomaré la ensalada. —Una elección excelente. En cuanto Ben abandonó la mesa, otro camarero se acercó para servir el pan de aceitunas de la casa con su aliño. —El servicio es muy bueno en este restaurante —comentó Del—, pero contigo se esmeran. —Siempre hemos sabido cuidar de los nuestros —afirmó ella mordisqueando el pan. —Había olvidado que trabajaste aquí. No lo pensé cuando te propuse venir a cenar. Tendremos que probar el postre para que puedas comprobar si tu sustituta está a la altura. —Creo que van por la sustituta de la sustituta. —Cuando se ha tenido a la mejor, cuesta conformarse con menos. ¿Lo echas en falta? Me refiero a trabajar en equipo, a la energía, al caos controlado… —No siempre está tan controlado. En realidad, es lo contrario. Me gusta tener mi propio espacio, y el horario de un restaurante es brutal. —¡Hablas como si dispusieras de mucho tiempo libre! —Pero ahora se trata de mi tiempo, y eso es muy diferente. Ah, me parece que la madre y la hermana de Deborah acaban de llegar —dijo Laurel señalando hacia una mesa cercana con la copa en la mano.

Del echó un vistazo y vio a tres mujeres siguiendo al camarero hasta una mesa. —No creo que hayan tardado tanto como decía Deborah. Lo que pasa es que ella suele ser muy puntual. —Claro… —Laurel habló con naturalidad, con calma, con madurez… y se felicitó por ello—. Lo sabes porque saliste con esa mujer. —Duró poco y fue hace mucho, antes de que se casara. —Imaginaba que no habría sido durante su matrimonio. ¿Qué pasó después del divorcio? Del sacudió la cabeza. —Fui su abogado y llevé su caso. Tengo por norma no salir nunca con clientas. Es una mala idea. —Penny Whistledown —afirmó Laurel apuntándole con un dedo—. Recuerdo que llevaste su divorcio y que además saliste con ella un par de años después. —Por eso digo que es una mala idea. —Esa mujer parecía desamparada. Cuando no podía localizarte en casa o en el despacho, llamaba a la finca y mareaba a Parker para que le dijera dónde estabas. —Laurel bebió un poco de vino—. Eso, letrado, fue un error de bulto por tu parte. —Culpable de todos los cargos. Tú tuviste una pareja. —Huy, huy, huy… A mí no me interesan los desamparados. —Los errores de bulto. Drake… no, Deke no sé qué. ¿Cuántos tatuajes tenía? —Ocho, creo. Quizá nueve. Pero ese tipo no cuenta. Yo tenía dieciséis años y me apetecía fastidiar a mis padres. —También me fastidiaste a mí. Laurel arqueó las cejas. —¿De verdad? —De verdad. Ese tío rondó mucho por casa durante el verano. Iba con camisetas de manga recortada y unas botas de motorista. Llevaba un pendiente, y diría que era de los que ensayan la sonrisa en el espejo. —Te acuerdas más de él tú que yo. —Laurel esperó a que Ben les sirviera la ensalada y llenara las copas—. Conocemos demasiado bien nuestra vida sentimental. Eso puede ser peligroso. —No te lo tendré en cuenta si tú no me lo tienes en cuenta a mí. —Me parece justo y razonable —concluyó ella—. La gente se pregunta qué nos traemos entre manos, qué está pasando entre tú y yo. —¿Qué gente? —Hablo de esas conocidas tuyas aquí presentes —dijo ella ladeando la cabeza con disimulo para referirse a la mesa en la que las tres mujeres fingían no ocuparse de ellos—, y de mis conocidos también. —¿Te molesta? —En realidad, no. Un poco, quizá. —Se encogió de hombros y se concentró en la ensalada—. Es natural, sobre todo cuando uno de nosotros es un Brown de los Brown de Connecticut. —Yo diría que es natural porque estoy sentado con la mujer más bella del comedor. —Bien por ti. Buen tanto. No en vano los clásicos lo son por alguna razón. Del le acarició la mano. —Sé valorar lo que está frente a mí.

Desarmada, Laurel entrelazó los dedos con los de él. —Gracias. Que especularan, pensó, que hablasen. Ella tenía lo que siempre había querido tener, en la palma de la mano. Cenaron picoteando de un plato y del otro, bebiendo un buen vino y charlando de lo que les venía a la mente. Laurel recordó que ellos dos siempre habían hablado a gusto, de todo y de nada a la vez. Se dio cuenta de que era capaz de levantar un muro de cristal alrededor, dejar el mundo fuera y saborear ese paréntesis tanto como la comida. Ben les sirvió un trío de mini-suflés. —Cortesía de Charles, el chef repostero. Se ha enterado de que estabas en el restaurante y ha querido prepararte algo especial. Está un poco nervioso —añadió el camarero bajando la voz e inclinándose hacia ella. —¿De verdad? —Tú eres un peso pesado, Laurel. Si prefieres otra cosa… —No, me parece fantástico. Son muy bonitos —dijo ella probando el postre de chocolate y untándolo con una perla de nata montada. Cerró los ojos y sonrió—. Glorioso. Pruébalo —le dijo a Del, y luego saboreó el de vainilla—. Maravilloso. —Le gustaría venir a saludarte. —¿Por qué no voy yo a la cocina? Después de hacer justicia a los suflés, claro. —Vas a darle una alegría. Gracias, Laurel. Probó la última variedad cuando Ben se alejó. —¡Qué rico! El de limón es exquisito. Tiene la proporción ideal de acidez y dulzura. —Yo seré un Brown de los Brown de Connecticut, como has dicho antes —dijo Del mientras compartía el postre con Laurel—, pero ante mí tengo a la diva de los postres. —La diva de los postres… —Laurel soltó una carcajada. Se controló y sonrió—. Me gusta. Puede que adopte el título. Ay, mañana voy a tener que matarme en el gimnasio porque no quiero herir sus sentimientos —añadió la joven tomando otra cucharada—. Escucha, iré a saludarlo, pero solo tardaré unos minutos. —Voy contigo. —¿Estás seguro? —No me perdería esto por nada del mundo —dijo él levantándose y dándole la mano. —Ahora estarán más tranquilos en la cocina —comentó Laurel—. La hora punta de cenar ya ha pasado. De todos modos, no toques nada. Julio está loco de atar. Si amenaza con filetearte como a una trucha, no lo tomes como un ataque personal. —Conozco a Julio. Ha venido varias veces a saludarme a la mesa. Laurel miró fijamente a Del antes de entrar en la cocina. —Entonces es que no lo conoces —afirmó empujando la puerta. Suerte que Laurel había dicho que la cocina estaría tranquila, pensó Del. Era obvio que esa palabra no significaba lo mismo para los dos. El personal se movía sin cesar y el ruido era ensordecedor: vocerío, tintineo de platos, zumbidos de campanas y conductos de ventilación, golpeteo de cuchillos y siseo de planchas.

El vapor hacía aumentar el calor y la tensión del ambiente. A uno de los lados de unos fogones inmensos estaba Julio, con su delantal y su gorro de chef, maldiciendo en varias lenguas. —¿No es capaz de decidirse? ¿Necesita más tiempo? —Julio soltó una salva de tacos en español que enrareció el de por sí caldeado aire de la cocina—. No quiero setas; quiero una ración extra de zanahorias. ¡Gilipollas! ¿Dónde está su jodido plato? —Todo sigue igual —afirmó Laurel en voz alta para que la oyera. Julio giró en redondo. Era un hombre esquelético, con las cejas muy pobladas y negras, de mirada ojerosa. —Contigo no me hablo. —No he venido a hablar contigo —respondió Laurel acercándose a un joven que salseaba con frambuesas una porción de pastel de chocolate—. Tú debes de ser Charles. —Prohibido hablar con él hasta que acabe. ¿Crees que estás en un club de contactos? Charles puso los ojos en blanco. Tenía un rostro atractivo, del color del café recién molido. —Un momento, por favor. Esparció unas bayas para terminar el plato y enmarcó con unas galletas muy finas un cuenco de un bizcocho borracho de crema y frutas. Como siguiendo una señal secreta, una camarera tomó el postre y se fue volando por la puerta. —Estoy tan contento de conocerla, tanto… —Tus suflés eran extraordinarios, sobre todo el de limón. Gracias. Del vio que a ese chico se le iluminaba el rostro, como si ella le hubiera transmitido una descarga de electricidad. —¿Le han gustado? Cuando me dijeron que estaba en el restaurante, quise preparar algo especial para usted. El de limón precisamente… ¿Le ha gustado el de limón? —Sobre todo ese. Es sabroso y fresco a la vez. —Todavía no está en la carta. Es una creación mía. —Creo que lo has bordado. Imagino que no querrás pasarme la receta… —¿Quiere la receta? —preguntó sin aliento el repostero—. La escribiré ahora mismo. Voy a anotársela, señora McBane. —Laurel. —Laurel. Del habría jurado que su nombre le salió de los labios como una plegaria. Cuando Charles fue a buscar la receta, Laurel se dirigió a él. —Ahora mismo vuelvo. Del se quedó solo en la cocina, metió las manos en los bolsillos y se dedicó a observar. Julio bebía agua directamente de un botellín y no lo perdía de vista. —Medallones de cerdo. —Exacto. Buenísimos. —Gracias, señor Brown —respondió Julio, y luego paseó la mirada entre Laurel y él—. Hum… Tapó la botella y fue a buscar a Laurel. La joven hablaba con Charles en una postura algo encorvada. —Todavía estoy furioso contigo.

Laurel se encogió de hombros. —Te marchaste de mi cocina. —Avisándote con mucha antelación, y además vine durante mi tiempo libre para formar a mi sustituto. —Tu sustituto… —Julio soltó un taco y blandió una mano en el aire—. Era un inútil. Se echaba a llorar. —Eso les pasa a algunos de tanto aguantar que los machaques continuamente. —No quiero a llorones en mi cocina. —Tienes suerte de contar con Charles, y considérate afortunado si quiere conservar el trabajo y es capaz de aguantar la mierda que le echas. —Este trabaja bien, y no llora. Además no es respondón. —Dale tiempo. Te enviaré esa receta, Charles. Creo que es un intercambio justo —dijo Laurel metiéndose en el bolso la que Charles le había dado. —Gracias por entrar a saludarme. Ha significado mucho para mí. —Volveremos a vernos. —Laurel le estrechó la mano y luego se volvió hacia Julio—. El pagro era fabuloso, cabrón. —Y le dio un beso en la mejilla. Julio soltó una carcajada que tronó como un insulto. —Puede que te perdone. —A lo mejor me dejo. Buenas noches. Del le acarició la espalda al salir. —Lo que has hecho es muy bonito… con los dos, quiero decir. —A veces puedo ser simpática. —Eres como el suflé de limón, Laurel. La mezcla perfecta de acidez y dulzura. —Se llevó su mano a los labios y le dio un beso. Laurel parpadeó. —Bueno, me parece que alguien va a tener suerte esta noche. —Eso esperaba.

14

M

OVIÉNDOSE CON SIGILO EN LA OSCURIDAD ,

Laurel entró en el baño para ponerse un sujetador de deporte y unos pantalones de ciclista. La noche anterior Del había decidido quedarse a dormir y ella había querido sacar el equipo del dormitorio. Eso era lo que habría hecho Parker, pensó mientras se embutía los pantalones. Se recogió el pelo con un pasador, se puso los calcetines y decidió irse así, con las zapatillas de deporte en la mano. Cuando abrió la puerta del dormitorio, soltó una exclamación. Del estaba sentado en la cama y había encendido la luz de la mesilla de noche. —¿Qué pasa? ¿Tienes superoídos? No he hecho ruido. —Más o menos. ¿Vas a hacer ejercicio? Buena idea. Iré a buscar algo de ropa y te acompaño. Visto que Del estaba despierto, Laurel se sentó para ponerse las zapatillas. —Puedes dejar tus cosas aquí para la próxima vez. Del sonrió. —En nuestra tribu hay gente muy susceptible con esos temas. —Yo no. —Me alegro, porque yo tampoco. Es más fácil así. —Del echó un vistazo al reloj y esbozó una mueca —. Por lo general. —Vuelve a dormirte. No te lo tendré en cuenta, ni pensaré que eres un macarra, un blandengue o un perezoso. Del entornó los ojos y la fulminó con la mirada. —Nos vemos en el gimnasio. —Muy bien. Laurel salió de su habitación pensando que empezar el día bromeando con Del, hacer luego una hora de ejercicio y rematarlo todo con una ducha caliente, un buen café y una jornada de trabajo por delante era un plan fantástico. De hecho, era perfecto. Cuando entró en el gimnasio vio a Parker haciendo unos ejercicios de resistencia cardiovascular mientras veía un programa de la cnn. —Buenos días —dijo en voz alta. —Buenos días. Es insultante lo contenta que se te ve. —Es que me siento de fábula. —Laurel tomó una colchoneta de la estantería, se echó y calentó el cuerpo con unos estiramientos—. Del va a venir a hacer gimnasia. —Eso explica tu alegría insultante. ¿Qué tal la cena? —Bien, muy bien en realidad, solo que… —¿Qué? Laurel miró hacia la puerta. —No creo que tarde mucho en llegar. Te lo cuento luego. —Mientras empezaba sus estiramientos observó el equipo de Parker. Su amiga vestía unos pantalones ajustados de color chocolate y una

camiseta sin mangas y con un estampado de flores. Un conjunto muy práctico y femenino—. Creo que me compraré ropa de deporte. Mis conjuntos están hechos polvo. Parker subió a la otra bicicleta elíptica que había en el gimnasio. —¿Cuánto tiempo has estado? —Más de treinta minutos. —A ver si te atrapo. —No lo creo. Estoy a punto de llegar a los cinco kilómetros y luego me pondré a hacer pilates. —Haré esos cinco kilómetros y compensaré tu pilates con un poco de yoga. Quizá llegue hasta los seis. Anoche tomé suflé. —¿Valió la pena al menos? —Por supuesto. El chef repostero de Los Sauces es muy bueno. —Charles Baker. —No se te escapa ni una, sabelotodo. —Sí —dijo Parker con satisfacción—. Ya he llegado a los cinco kilómetros. Parker secó la máquina con la toalla, apagó el televisor y puso música. —Buenos días, señoras. —Vestido con unos pantalones cortos de gimnasia de hacía varios años y una camiseta descolorida, Del abrió el armario y sacó un botellín de agua para él y otro para Laurel, y luego se dirigió a la máquina donde había estado Parker. —Gracias —dijo Laurel cuando él metió el botellín en el soporte. —Tienes que hidratarte. ¿Cuánto ha corrido Parker? —Cinco kilómetros. Yo correré seis. Del subió a la otra máquina y la programó. —Yo correré ocho, pero si a ti te basta con seis, no voy a echártelo en cara, y tampoco te tomaré por una blandengue. —¿Ocho? —Laurel asintió—. Acepto la apuesta. Eran competitivos, pensó Parker tumbándose en la colchoneta para hacer unos ejercicios abdominales. ¿Quién era ella para culparles? Parker lo era tanto que empezaba a lamentarse de no haber corrido los tres kilómetros que le faltaban para igualar su marca. Hacían muy buena pareja, aunque no sabía si se daban cuenta. Y no solo físicamente, pensó la joven mientras hacía unos ejercicios de tijera, sino en su manera de moverse y de conectar el uno con el otro. Quería que su relación funcionara. Es más, quería que funcionara tan bien que casi se emocionaba al imaginarlo. En su momento había deseado lo mejor para Mac y Emma, pero ahora se trataba de su hermano, y de una hermana que aunque no lo fuera de sangre, lo era en todo lo demás. Esas dos personas eran lo más importante de su vida, y deseaba con toda el alma su felicidad. Para ella sería un regalo tan preciado como podía serlo para ellos. Parker creía fervientemente que cada persona, cada alma, tenía destinada su media naranja. Siempre lo había creído, y comprendía que esa creencia inamovible era una de las razones que la hacían buena en su trabajo. —¡Ya llevo un kilómetro y medio! —anunció Laurel. —Has empezado antes que yo. —Ese no es mi problema.

—Bien —dijo Parker viendo que Del aumentaba la marcha—. Ya no hay chico simpático que valga. —Sacudió la cabeza y empezó una nueva tanda de abdominales. Del iba en cabeza al llegar al quinto kilómetro, y en ese momento entró Mac con andar cansino. —Ahí está —dijo la joven con una mueca de disgusto al ver la máquina de musculación—. Mi enemigo. —Frunció el ceño al ver que Parker terminaba su sesión con unas posturas básicas de yoga a modo de estiramientos—. Ya estás, ¿verdad? Lo he adivinado por la cara de suficiencia que pones. Parker juntó las manos en la posición de oración. —Mi cara refleja la paz y el equilibrio de mi cuerpo y mi espíritu. —Vete a hacer puñetas, Parks. Oye, no mires, pero aquí se ha colado un hombre. —Están echando una carrera para ver quién llega antes a los ocho kilómetros. —¡Qué locura! ¿Por qué? ¿Quién va a querer resoplar subido a esa máquina durante ocho kilómetros? A ver, dime qué te parece. —Mac dio una vuelta completa para enseñarle su camiseta de deporte y sus pantalones cortos de yoga—. Entré en Crisis y compré un equipo de esos que venden para que una se aficione y se inspire. —Muy bonito, y práctico. Bien por ti. —Parker terminó haciendo el pino y Mac tuvo que bajar la cabeza para mirarla. —Ahora que me he comprado el equipo, ¿crees que podré hacer eso? —Te guiaré si quieres intentarlo. —Déjalo. Me lastimaría y he quedado con Carter para ir a hacer unos largos cuando termine la tortura que me he impuesto. ¿Le has visto nadar? —Ajá. —Parker volvió a poner los pies en el suelo y se enderezó—. Lo vi una vez al salir a la terraza. Te aseguro que no fue en plan mirona. —Pues está para comérselo con los ojos. Es una monada en bañador, pero lo mejor de todo es que cuando se mete en el agua, de repente deja de ser el profesor Patoso y se convierte en Míster Maravillas. —Preparó la máquina y se puso a hacer unos ejercicios para tonificar los bíceps—. ¿Por qué será? —Quizá porque en el agua no puede tropezar con nada sólido. —Hum… podría ser. En fin, cuando termine de maltratarme en el gimnasio, Carter y yo iremos a nadar, que es un ejercicio civilizado. Puede que el único. Hablando de gente monísima… —Mac bajó el tono de voz y con el mentón señaló hacia las bicicletas elípticas—. Míralos. Parker asintió, se echó la toalla al cuello y bebió agua. —Hace un rato estaba pensando lo mismo. —Consultó el reloj—. Mira, me da tiempo de escaparme y nadar un poco antes de empezar la jornada. A las diez, sesión consultiva, el equipo al completo. —Lo sé. —Nos vemos luego. Ah, Mac… tienes unos hombros espectaculares. —¿De verdad? —A Mac se le iluminó la cara de satisfacción y esperanza—. ¿No dirás eso porque me quieres y me ves sufrir? —Espectaculares —repitió Parker marchándose a ponerse el bañador. —Espectaculares… —musitó Mac colocando la pieza que necesitaba para ejercitar sus tríceps. —Seis kilómetros y medio. —Del agarró su botellín de agua y dio un trago muy largo—. Fíjate, vas detrás de mí. —Me estoy reservando para el tramo final —dijo Laurel enjugándose el sudor de la cara. No podría

atraparlo, pensó, pero le haría sudar la gota gorda. Lo miró de reojo. El sudor le había marcado la camiseta con una V oscura que le atenazó el vientre de deseo. Laurel recurrió a esa sensación para emplearse más a fondo. Tenía las sienes mojadas y se le destacaban unos rizos muy sexis. Le brillaban los brazos y se le marcaban los músculos. Su piel debía de estar salada, pensó Laurel. Ese hombre podría resbalar en esos momentos bajo sus manos, y su energía, fuerza y resistencia podrían moverse encima de ella, debajo, envolviéndola, penetrándola… Se le aceleró la respiración por algo que nada tenía que ver con el ejercicio, y entonces llegó a los seis kilómetros. Del la contempló, y Laurel reconoció en sus ojos el mismo temblor bajo la piel, la necesidad acuciante, primigenia. Le latía el pulso al compás de la música, le bullía la piel con la aceleración de la máquina. Su corazón se desbocó. Laurel esbozó una sonrisa y habló sin aliento. —Te estoy atrapando. —No te quedan fuerzas. —Te equivocas. —Estás molida. —Tú también. Resistiré hasta el final, ¿y tú? —Observa y verás. Mac, desde el otro extremo del gimnasio, puso los ojos en blanco y, consciente de que ni siquiera las amigas íntimas pueden estar presentes en ciertos momentos, se escabulló de la sala. Ninguno de los dos se dio cuenta de que se marchaba; ni siquiera recordaban que estuviera ahí. Del aminoró la marcha y Laurel comprendió que la carrera había finalizado. Empezaba entonces una danza sexual, intensa y primitiva. Terminarían juntos la sesión. —Veamos cómo aguantas el tramo final —exigió Del. —¿Quieres que te haga una demostración? —Sí, eso quiero. —A ver si me coges. —Laurel sacó fuerzas de flaqueza para seguir la marcha, hasta que sintió, asombrada, la excitación del placer más oscuro. Cuando Del volvió a atraparla, se le escapó un gemido. Laurel cerró los ojos y se dejó llevar, embargada por una necesidad imperiosa y tórrida que casi resultaba dolorosa. Alcanzaron la meta juntos. Con la respiración agitada, abrió los ojos y se quedó mirándolo. La quemazón de su garganta no la calmaría el agua. Al bajar de la bicicleta elíptica le fallaron las piernas. —Creo que paso del yoga. —Bien hecho —afirmó Del tirándole del sujetador de deporte y atrayéndola hacia sí. Laurel recibió su boca enfebrecida, que le anuló los sentidos hasta llevarla al delirio. Necesidad, hambre… el deseo de Del era tan hondo y desesperado como el de ella, y eso solo ya era excitante. Una nueva oleada salvaje de calor le recorrió el cuerpo hasta hacerle plantearse cómo era posible resistir. —Démonos prisa. Deprisa. —Laurel se separó de él intentando recuperar la respiración. Durante un momento muy intenso se quedaron mirando—. ¡A ver si me coges! —exclamó ella, y salió corriendo

hacia la puerta. De camino hacia su dormitorio, se le escapó una carcajada enloquecida. Del la atrapó justo delante de la puerta, y los dos la franquearon en volandas. Sin dejar de reír, Laurel se volvió, lo empujó contra la hoja y lo besó en la boca. Le arrancó la camiseta, la lanzó por los aires y le acarició el pecho. —Estás sudado, resbalas y… —le lamió la piel—… sabes a sal. Me vuelves loca. Deprisa —exigió la joven haciendo ademán de quitarse los pantalones cortos. —No tan deprisa. —Del invirtió las posiciones y empujó a Laurel contra la puerta. Le quitó el sujetador, lo lanzó por encima de sus hombros y puso las dos manos en sus pechos. Laurel inclinó la cabeza al notar que le acariciaba los pezones. —No puedo… —Sí puedes. La carrera no ha terminado. No sabes lo que estás haciendo conmigo. No sé qué estás haciendo, pero quiero más. Te quiero a ti, quiero que me lo des todo. Laurel le tomó el rostro y lo atrajo hacia su boca. —Toma lo que quieras, tómalo. Pero no dejes de tocarme, no pares. Del no podía parar. ¿Cómo iba a apartar las manos y la boca de ese cuerpo terso y prieto, de esa piel suave y caliente? Laurel se estrechó contra él murmurando, apremiándolo a que hiciera con ella lo que quisiese, que tomara lo que necesitase. Ninguna otra mujer lo había excitado hasta hacerle sentir el latido de la sangre golpeteando bajo la piel. Deseo era una palabra demasiado simple y serena para describir lo que Laurel desencadenaba en él. Pasión, un recurso fácil. Levantándole los brazos la sostuvo contra la puerta mientras se comía a besos su boca y su cuello; luego recorrió su cuerpo, disfrutándolo. Estaba hambriento de ella. Los pantalones de ciclista le sentaban como una segunda piel y moldeaban sus caderas y muslos. Fue bajando por su cuerpo y se los quitó, y luego sus manos se acoplaron a ella, hasta que sus labios y su lengua se identificaron con el calor húmedo de Laurel. El orgasmo la sacudió alterando sus sentidos y nublando su visión. Se le combaron las piernas, pero él la sostuvo con firmeza. Del hizo con ella lo que quiso, tomó lo que necesitaba. Laurel apenas conseguía respirar, sumergida en un torrente de placer. Le costaba mantener el equilibrio en la densa y sofocante oscuridad. Solo podía sentir la sacudida loca que la había dejado temblorosa a la espera del siguiente asalto. Del volvió a levantarle los brazos y la asió por las muñecas. Con la mirada fija en sus ojos, la penetró. Ella se corrió por segunda vez, y una lágrima de asombro la delató. Laurel se estremecía y él empujaba, y entre estremecimientos y sacudidas el placer fue creciendo hasta que les resultó imposible contenerse. Laurel se escurrió de las manos de Del y se agarró a sus hombros al notar que le fallaban las fuerzas. Vio que él aceleraba el ritmo sin dejar de observarla, acompasándose a ella… hasta que llegaron juntos a la meta. Al terminar se dejaron caer al suelo, demasiado débiles para moverse. Cuando lograron recuperar el aliento, Laurel suspiró.

—Nos haremos ricos. —¿Eh? —Olvídalo. Tú ya eres rico. Yo me haré rica, y tú serás más rico aún. —Vale. —Lo digo en serio. Acabamos de descubrir la motivación infalible para hacer ejercicio: la llamada sexual de la selva. Seremos tan ricos como Bill Gates. Escribiremos un libro. Editaremos varios DVD y rodaremos anuncios. Nuestro país y el mundo entero se sentirán motivados y satisfechos sexualmente. Y tendrán que darnos las gracias a nosotros. —¿En los DVD y los anuncios incluiremos demostraciones de la llamada sexual de la selva? —Solo en las versiones para adultos. Jugaremos con la niebla, la iluminación y los ángulos de la cámara para darles un toque elegante. —Cariño, la llamada sexual de la selva no tiene que ser elegante. —Lo será a efectos de producción. Aquí no entra el porno. Piensa en los millones que ganaremos, Delaney. —Laurel rodó hasta quedar boca abajo y lo miró a los ojos—. Piensa en los millones de cuerpos que habrá que poner en forma, en la gente que leerá nuestro libro, verá los DVD o los anuncios y pensará: «¡Jo! ¿Eso me va a pasar a mí si hago ejercicio?». Hemos de constituir el Club de Salud Motivacional McBane-Brown y captar socios. Abriremos franquicias. Pagarán, Del. Oh, sí, pagarán mucho por eso. —¿Por qué en el Club de Salud Motivacional tu nombre va primero? —Porque ha sido idea mía. —Es verdad, pero si yo no te hubiera hecho tambalear hasta perder el mundo de vista, esa idea no se te habría ocurrido. —Tú también has perdido el mundo de vista gracias a mí. —Eso es verdad. Ven aquí. —Del tiró de ella hasta situarla sobre su pecho—. Me parece bien que tu nombre vaya primero. —De acuerdo entonces. Tendremos que editar los DVD por niveles. Como Yoga para principiantes y todo eso. Los niveles serán inicial, medio y avanzado. No queremos lesiones. —Me encargaré del papeleo. —Bien. Vaya, vaya… ocho kilómetros y la llamada sexual de la selva. Tendría que estar agotada, pero siento que podría volver a empezar y… ¡Ay, mierda! —¿Qué? —¡La hora! Ocho kilómetros más la llamada sexual de la selva ocupan más tiempo que cinco kilómetros más yoga. Tengo que ducharme. —Yo también. Laurel le pellizcó en el hombro. —Te dejo, a condición de que solo te des una ducha. Voy retrasada. —Laurel, los hombres tenemos un límite, y creo que esta mañana he llegado al mío. Ella se levantó y se echó hacia atrás el pelo. —Debilucho —dijo, y salió disparada hacia la ducha.

Tras haber horneado los pasteles de la mañana Laurel ya había recuperado el tiempo perdido. Eligió el

DVD de La cena de los acusados, y mientras el diálogo entre Nick y Nora zumbaba en el televisor, dispuso en un hermoso plato unos pastelitos para la visita de las diez. Un aroma delicioso a azúcar y café cargado enriquecía el ambiente. La nota de alegría la aportaban las margaritas de Emma. Parker entró en el momento en que Laurel se estaba desatando el delantal. —Ah, ya has terminado. Venía a ayudarte con el montaje. —¿Cuando solo faltan cinco minutos? No es tu estilo, Parker. —Los clientes han llamado para cambiar la hora. Vendrán a las diez y media. Laurel cerró los ojos. —Me he matado para terminar a tiempo. Podrías habérmelo dicho. —Acaban de llamar… Bueno, hace veinte minutos. De todos modos, así no hay que correr. —No se lo has dicho a las demás. —Me encanta tu blusa —dijo Parker en tono alegre—. ¡Qué pena que vayas tan tapada con la chaqueta del traje! —Esas cosas solo funcionan con los clientes distraídos. —Laurel se encogió de hombros y tomó la chaqueta que había colgado antes de ponerse a hornear—. Pero es cierto: la blusa es fantástica. —¡No hemos llegado tarde! —exclamaron al unísono Emma y Mac. —No, pero la clienta sí —les contó Laurel—. Nuestra manipuladora amiga se lo tenía muy callado. —Solo durante veinte minutos. —Buf… No sé si enfadarme o sentir alivio. Necesito un estimulante. —Mac abrió la nevera y cogió una Pepsi sin azúcar. La destapó, bebió un trago y observó a Laurel—. Te veo distendida y relajada. —Estoy muy bien. ¿Por qué? —Oh, apuesto a que estás muchísimo mejor que bien. Estar bien sería colgarse de una farola cantando bajo la lluvia a grito pelado después de haber hecho ejercicio, y permite que ponga unas comillas a la palabra «ejercicio». —Mac dejó la botella en la encimera y dibujó unas comillas en el aire. —Oye, ¿has metido una cámara oculta en mi habitación? —¿Por quién me tomas? Si no hay cámaras es porque no se me había ocurrido antes. Por otro lado, tampoco la habría necesitado. Os estabais tirando los tejos con tanta pasión que he tenido que irme antes de que me cayera alguno encima, no fuera a ser que me abalanzara sobre los dos y acabáramos montando un trío. —¿De verdad? —preguntó Parker marcando las tres sílabas. —Lo del trío, no… Laurel no es mi tipo. Me gustas más tú, chica sexy —insinuó Mac, guiñándole el ojo con malicia a Parker. —Creía que tu tipo era yo —protestó Emma. —Soy un pendón. En fin, los dos se han montado en la bici elíptica y el ambiente se ha ido cargando. De repente, van y se ponen a hablar de sexo en código gimnástico. —No es verdad. —Sí, porque lo he desencriptado —puntualizó Mac levantando un dedo—. «Te estoy atrapando, no te quedan fuerzas, resistiré hasta el final…». Me enciendo solo de pensarlo. —Es verdad que eres un pendón —decidió Laurel. —Un pendón con novio, no lo olvides. De todos modos, tendría que daros las gracias, porque he

descargado mi inesperada frustración sexual en Carter después de nadar unos cuantos largos. Él también os lo agradece. —A mandar. —Todo esto es muy interesante, en serio, pero… —Parker dio unos golpecitos a su reloj—. Tenemos que preparar el salón. —Espera. —Emma levantó la mano como un guardia de tráfico—. Una pregunta antes de ponerme a descargar las flores de la camioneta. ¿De verdad os queda energía para practicar el sexo después de hacer ejercicio? —Lee el libro y mira los anuncios. —¿Qué libro? —preguntó Emma mientras Laurel salía de la cocina con la bandeja de pastelitos—. ¿De qué anuncios hablas? —Ve a buscar las flores —ordenó Parker, y se llevó el carrito con el juego de café. —Maldita sea… No expliquéis nada sustancioso hasta que regrese. Ven y ayúdame a descargar las flores. —Pero si quiero… Emma lanzó un exabrupto y le mostró un dedo a Mac. —Vale, vale… Una vez en el salón, Laurel y Parker empezaron a montar el refrigerio. —¿Ahora es luego? —¿Luego? —preguntó Laurel. —Me refiero al «luego» que me has dicho antes, en el gimnasio. —Sí, ahora es luego. —Laurel se puso a doblar servilletas dándoles forma de abanico—. ¿Cuántos clientes esperamos? —Vendrán la novia, la MDNA, el PDNA, el novio, la madrastra del novio… Cinco en total. —Muy bien. El PDNO era viudo. ¿No va a venir? —Está de viaje. No tienes por qué contarme nada. Da igual. Bueno, claro que no da igual, pero te lo digo porque eres amiga mía y no quiero que te sientas incómoda. —Estás hecha un buen elemento. —Laurel se echó a reír—. No es que no quiera contártelo, es que me siento idiota. Sobre todo ahora, después de haber practicado la llamada sexual de la selva. —¿La llamada sexual de la selva? —preguntó Emma al entrar con una caja de la que sobresalía una profusión de lirios orientales—. ¿Qué clase de ejercicio es ese? ¿Cuánto dura? Concreta, y tú, Parker, toma apuntes. —Primero son ocho kilómetros en la bici elíptica. —Uf… Olvídalo. —Emma suspiró y empezó a desembalar los jarrones y a distribuirlos por el salón —. Después de ocho kilómetros subida a un aparato me moriría, Jack practicaría la llamada sexual de la selva con otra persona y a mí me daría un ataque de rabia. Tiene que existir una manera más fácil. —Me pregunto… —intervino Parker—. ¿Es posible…? ¿Podría decirse que todas estamos un poco obsesionadas con el sexo últimamente? —Es culpa de Laurel —terció Mac mientras ayudaba a Emma con las flores—. Lo entenderías si hubieras estado en el gimnasio mientras volaban los tejos por todas partes. —Ahora no estamos hablando de sexo —dijo Laurel.

—¿Cuándo habéis cambiado de tema? —preguntó Emma. —Antes de que entraras. Estamos hablando de otro asunto. —Mejor, porque no voy a hacer ocho kilómetros subida a una máquina. ¿De qué hablabais? —De la cena de anoche, o mejor dicho, de unos momentos antes. Llegué tarde por culpa tuya —dijo Laurel señalando a Mac. —Oye, no pude hacer nada para evitarlo. La sesión en el estudio duró más de lo previsto, y no encontraba los zapatos que necesitaba. Además, tampoco llegaste tan tarde. Quizá unos diez o quince minutos. —Suficiente para que Deborah Manning se sentara a nuestra mesa y tomara una copa de vino con Del. —Creía que estaba en España. —Hay cosas que se te escapan —dijo Laurel sonriendo con ironía hacia Parker—. Te aseguro que ha regresado, porque la vi tomando un vino con Del. —A mi hermano no le interesa Deborah. —Antes sí. —Eso fue hace años, y solo salieron un par de veces. —Ya lo sé. —Laurel levantó ambas manos para interrumpir a Parker—. Lo sé, por eso me siento como una idiota. No estaba celosa… No soy celosa. Al menos, no lo estuve de ella. En caso contrario, me habría sentido más idiota aún, porque lo cierto fue que Del no mostró ningún interés por esa mujer. Y ella por él, creo que tampoco. —¿Cuál es el problema entonces? —preguntó Emma. —Es que… cuando entré en el restaurante y los vi con una copa de vino y riéndose como la pareja perfecta… —No digas eso —la atajó Parker sacudiendo la cabeza. —Tú no los viste. Los dos tan guapos, elegantes, perfectos… —Admito que son guapos y elegantes, pero no son la pareja perfecta. Viste a una pareja atractiva porque los dos son atractivos, pero eso no equivale a ser la pareja perfecta. —Un pensamiento profundo. Muy profundo, en serio —dijo Mac—. Sé muy bien a qué te refieres. A veces fotografío a parejas y pienso: «¡Qué buena toma, qué bien han salido los dos…!», pero sé que no son la pareja perfecta, y eso no se puede cambiar, no puedo arreglarlo, ni manipularlo, porque es así, y ya está. —Exactamente. —De acuerdo. Diré entonces que eran guapos y elegantes. Me quedo con esa imagen. Durante un minuto me sentí muy cortada, como si la situación no fuera conmigo. Sé que es una idiotez… —Laurel se echó hacia atrás el cabello—. Los contemplé a través de un muro de cristal: en uno de los lados estaba yo; en el otro, ellos. —Lo que dices es insultante para los tres —la interrumpió Emma dejando sus flores y dándole un golpecito en el hombro—. No os lo merecéis ninguno de los tres. Deborah es muy simpática. —¿Quién es Deborah? —No la conoces —le contestó Emma a Mac—, pero es una mujer muy agradable. —Yo no he dicho que no lo fuera. La conozco poco. Solo digo que no creo que haya servido mesas o sudado la gota gorda en la cocina de un restaurante.

—Eso es ser esnob, pero al revés. Laurel se encogió de hombros al oír el comentario de Parker. —Puede que sí. Ya te he dicho que me sentí como una imbécil, y lo superé, de verdad. Sé que es problema mío, y me da rabia, pero eso fue lo que sentí en aquel momento; y volví a sentirlo cuando ella se dio cuenta de que Del iba a cenar conmigo porque salíamos juntos. Parpadeó asombrada sin poder evitarlo. Tardó muy poco en disimularlo, y estuvo muy correcta —comentó a Emma—. Ella no tuvo la culpa de mi reacción, y eso fue peor. Me tomó desprevenida. A veces me pasa. Luego la cena fue una delicia, una maravilla. Es decir, que una parte de mí se lo estaba pasando de fábula, y otra, la oculta, se sentía rematadamente imbécil por haber reaccionado de esa manera. Odio parecer tonta. —Eso es bueno —asintió Parker—, porque cuando se odia una cosa en concreto, uno la abandona. —En ello estoy. —Entonces… Ah, esos deben de ser los clientes —dijo Parker al oír el timbre—. Mierda, se me había ido el santo al cielo. Emma, deshazte de estas cajas. Laurel, llevas puestos los zuecos de cocinar. —Maldita sea. Ahora mismo vuelvo. —Laurel salió corriendo del salón y Emma la siguió con las cajas vacías. —No has abierto la boca —dijo Parker arreglándose el traje chaqueta. —Porque conozco ese muro de cristal —dijo Mac—, y sé lo que se siente cuando estás detrás. Necesitas tiempo y esfuerzo para echarlo abajo, pero Laurel lo conseguirá. —No quiero que exista ningún muro entre nosotras. —Entre nosotras, no, Parker. Entre las cuatro no hay muros. Con Del es diferente, pero sé que ella romperá ese cristal. —Muy bien. Si ves que vuelve a sentirse así, dímelo. —Te lo prometo. —Bien —asintió Parker—. Empieza la función. —Y fue corriendo a abrir la puerta.

15

D

LAUREL TUVO el placer de reunirse con la hermana de Carter y su novio. Sherry Maguire chispeaba como el champán que Laurel mantenía en frío, y se mostraba igual de deliciosa. Desde la primera reunión (el día que Carter sustituyó a Nick y se puso en contacto con Mac), la palabra clave de la boda que estaban programando para el otoño había sido «diversión». Laurel quería asegurarse de que esa misma alegría se plasmara también en el pastel. —Estoy nerviosísima —dijo Sherry revolviéndose en su butaca—. Todo está saliendo tan bien… No sé qué habría hecho sin Parker; sin todas vosotras, quiero decir. Probablemente volver loco a Nick. —¿Más aún? —exclamó el novio sonriéndole. Sherry rio y le dio un toque cariñoso. —Solo hablo de la boda unas cien veces al día. Ah, mamá ya tiene el vestido. ¡Es precioso! Critiqué todos los vestidos sosos que se probó intentando encajar en el papel de madre de la novia hasta que al final se rindió. —Sherry soltó una de sus carcajadas contagiosas—. Es rojo. Lo digo en serio, rojo chillón, con unos tirantes que brillan y una falda con vuelo que quedará fenomenal en la pista de baile, porque, no sé si lo sabíais, queridas, pero mamá es un hacha bailando. Mañana acompañaré a la madre de Nick a buscar el suyo, y no dejaré que elija el típico modelo de matrona que quiere pasar inadvertida. Me muero de ganas de convencerla. Laurel sacudió la cabeza, encantada de lo que acababa de oír. —Y pensar que hay novias a las que les preocupa que les hagan sombra… Sherry despachó la idea con la mano. —Los invitados de nuestra boda estarán espectaculares. Ya me aseguraré yo de dejarlos a todos con la boca abierta. —De eso no me cabe la menor duda. Sherry se volvió hacia Nick. —¿A alguien le extraña que esté loca por él? —A nadie —contestó Laurel—. ¿Os apetece una copa de champán? —No puedo, pero gracias —dijo Nick—. Esta noche trabajo. —En urgencias no toleran que los médicos vayan a trabajar entonados de champán —dijo Sherry con una risita traviesa—, pero yo no trabajo esta noche, ni conduzco, porque Nick me dejará en casa de camino al hospital. Laurel le sirvió una copa. —¿Un café? —le preguntó a Nick. —Perfecto. Le sirvió una taza y se sentó. —Quiero deciros que las cuatro lo hemos pasado muy bien trabajando en esta boda. Nos hace la misma ilusión que a vosotros que llegue el mes de septiembre. —Entonces debéis de estar ilusionadísimas, y no acaba todo ahí, porque en diciembre celebraremos URANTE ESA MISMA SEMANA

la siguiente boda de los Maguire. —Sherry se revolvió de alegría en su silla—. ¡Carter se casa! Mac y él son… Para mí son la pareja perfecta, ¿verdad? —Conozco a Mac de toda la vida y puedo decir sin miedo a equivocarme que nunca la había visto tan feliz. Solo por eso ya quiero a Carter, pero es que además tu hermano se hace querer. —Es el mejor. —A Sherry se le humedecieron los ojos y parpadeó varias veces—. Vaya, con un sorbo de champán ya me pongo sentimental. —Hablemos del pastel entonces —propuso Laurel colocándose un mechón de pelo tras la oreja y sirviéndose una taza de té—. He preparado varias muestras para que las degustéis: pastel, relleno y glaseado. Si consideramos la lista de invitados, os recomendaría que eligierais un pastel de cinco pisos, de tamaños escalonados. Podemos combinar los pasteles y los rellenos de cada piso o bien optar por algo uniforme. Como queráis. —Estas cosas se me dan fatal, porque nunca me hago a la idea —explicó Sherry—. Te advierto que para cuando nos hayamos decidido, no te hará tanta ilusión la boda. —No lo creo. ¿Queréis que os muestre el diseño que se me ha ocurrido? Si no os gusta, iremos probando hasta dar con el que se adapte más a vosotros. Laurel no diseñaba pasteles a medida para todos los clientes, pero Sherry era como de la familia. Abrió el cuaderno de dibujo y se lo ofreció. —Oh, cielos… —Sherry se quedó mirando fijamente el diseño y parpadeó—. Las capas… quiero decir los pisos… no son redondos. Son… ¿Qué forma tienen? —Son hexágonos —aclaró Nick—. Muy moderno. —¡Parecen cajas de sombrero! Unas cajas sofisticadas rebosantes de flores de varios colores, a juego con los vestidos de las damas. No es blanco y formal. Pensé que harías un pastel blanco y formal, y precioso también, pero que no… —¿…sería divertido? —atajó Laurel. —¡Sí! Este es divertido y además bonito. Es especial, divertido y hermoso a la vez. ¿Lo has diseñado especialmente para nosotros? —Sí, pero quiero que lo elijáis solo si os gusta. —Me encanta. A ti también te gusta, ¿verdad? —le dijo Sherry a Nick. —Creo que es fantástico, y quiero decir que esto está resultando mucho más fácil de lo que pensaba. —El glaseado es de fondant. Al principio pensé que le daría un toque demasiado clásico, pero cuando se me ocurrió pigmentar cada piso con los colores que eligieran tus damas, quedó muy diferente, y comprendí que se ajustaba a vuestro estilo. Sherry sonrió de oreja a oreja al ver el dibujo y Laurel se reclinó en su butaca y cruzó las piernas. Nick tenía razón. Aquello estaba resultando mucho más fácil de lo que pensaba. —Las flores añaden más colorido al pastel, y le dan un aire atrevido y alegre que huye de los convencionalismos. Emma y yo trabajaremos juntas para que las flores encajen con la composición que hará para ti, y pondremos más en la mesa del pastel. Los adornos hechos con manga pastelera son de color dorado, pero puedo cambiar la tonalidad si lo preferís. Me ha gustado cómo contrasta con los demás colores, por eso he creído conveniente vestir la mesa con un mantel dorado que haga resaltar el pastel. Ahora bien… —¡Calla! —exclamó Sherry levantando una mano—. No quiero ver más opciones. Esta me encanta. Me gusta todo… El pastel está pensado para nosotros. Lo has clavado. ¡Es impresionante! —Sherry

brindó entrechocando la taza de café de Nick. —Bien, ahora os pido que apartéis los ojos de mí, por favor, porque voy a comportarme como jamás debe hacer una profesional. —Laurel sonrió y lanzó los puños al aire—. ¡Sí! Sherry estalló en una carcajada. —Uau… ¡Cómo te implicas en tu trabajo! —Es cierto, pero he de confesar que quería que aprobarais este diseño, y no solo por vosotros, sino también por mí. Me hará mucha ilusión prepararlo. ¡Qué bien…! —exclamó Laurel frotándose las manos —. De acuerdo, dicho esto volvamos a ser profesionales. —Me caes muy bien —dijo Sherry de repente—. Quiero decir que no te conocía… tanto como a Emma o a Parker. A Mac he llegado a conocerla muy bien porque sale con Carter, pero contigo… Cuantas más cosas sé de ti, mejor me caes. —Gracias —respondió Laurel sonriéndole—. El sentimiento es mutuo. Probemos el pastel. —Ahora viene mi parte favorita —dijo Nick tomando una muestra. Les llevó mucho más tiempo decidirse por el interior que por el exterior del pastel. Tras mucho deliberar y argumentar distintos puntos de vista, Laurel los fue guiando un poco y al final terminaron escogiendo una selección tan deliciosa como encantadora era su forma. —¿Cómo los distinguiremos? —preguntó Sherry cuando ya se iban—. Me refiero a cómo sabremos cuál es el pastel de manzana con el relleno de caramelo, el especiado de moca con albaricoque o… —Me ocuparé de eso, y los camareros pasarán por las mesas ofreciendo todas las variedades. Si vas a cambiar de idea, me lo comentas. —No sabes lo que dices… —le advirtió Nick, y Sherry se echó a reír otra vez. —Tiene razón. Me da rabia, pero tiene razón. No toquemos ni una coma. Espera a que mamá y papá prueben las muestras. —Sacudió la caja que Laurel le había dado—. Gracias, por todo, Laurel. —Y le dio un gran abrazo—. Tendríamos que ir corriendo a saludar a Carter y a Mac. —Creo que no están en casa —dijo Laurel consultando el reloj—. Mac tenía una sesión al aire libre y ha acompañado a Carter al Coffee Talk. Se ve que él ha quedado con ese amigo suyo… Bob. —Ah, bueno, lo dejaremos para la próxima vez. Laurel fue a despedirlos y decidió que acababa de tener la reunión más gratificante que recordaba. Ella disfrutaría creando ese pastel, y ellos estaban encantados no solo con su propuesta, sino también por el hecho de estar juntos, pensó la joven al ver el beso que se dieron al acercarse al coche. Estaban en sintonía, pensó, aunque el ritmo de Sherry era más impulsivo y rápido y el de Nick más pausado y reflexivo. Se complementaban, se entendían, y lo mejor de todo era que disfrutaban de su mutua compañía. El amor era algo maravilloso, pero estar en sintonía… implicaba, recorrer un camino largo y difícil. Se preguntó si Del y ella estaban en sintonía. Quizá cuando uno se encontraba en el fregado no era capaz de descubrirlo, al menos con seguridad. Pensó que se tenían el uno al otro, y que estaba claro que disfrutaban estando juntos. Ahora bien, ¿encontrarían, serían capaces de encontrar, la manera de acompasar sus ritmos? —Se me han escapado —dijo Parker saliendo fuera en el momento en que el coche de Nick giraba para incorporarse a la carretera—. Maldita sea. Me han entretenido por teléfono y… —¡Menuda novedad! ¡No puedo creerlo!

—Bah, cállate. La novia de este viernes por la noche acaba de descubrir que no tiene un virus estomacal ni está atacada de los nervios. —Está embarazada. —Sí, claro. Y está un poco asustada, un poco ilusionada y un poco sorprendida. Querían tener hijos al cabo de un año, pero parece que las cosas se han precipitado. —¿Cómo se lo ha tomado él? —preguntó Laurel a sabiendas de que la novia ya se lo habría contado. —Se quedó estupefacto, sin saber qué decir, pero ahora está contentísimo. La mima cuando le dan los mareos por la mañana. —Dice mucho en su favor que le ayude incluso cuando está vomitando. —Merece una medalla de oro. Ella se lo ha dicho a sus padres, y él a los suyos. No lo sabe nadie más. Quería que la aconsejara sobre si debería decírselo a la dama de honor y a las otras damas… en fin, a todos. La conversación ha sido larga, pero esperaba poder llegar a tiempo para despedirme de Sherry y Nick. ¿Qué tal ha ido? —Mejor, imposible. Ha sido uno de esos momentos de satisfacción absoluta en que piensas que esta profesión es la única que tiene sentido y no entiendes cómo es posible que los demás no se hayan dado cuenta. De hecho, deberíamos entrar en casa, servirnos una copa de la botella de champán que he abierto para Sherry y brindar por lo buenas que somos. —Ojalá pudiera. Guárdame esa copa. Tengo una reunión en Greenwich. Volveré dentro de un par de horas. —Muy bien. Por hoy he terminado. Puede que antes vaya a nadar y me tome esa copa luego. —Si estás intentando darme envidia, lo has conseguido. —Otro éxito que me apunto en el día de hoy. —Eres mala. Con expresión divertida, Laurel contempló a Parker, que se dirigía a su coche con su precioso traje veraniego color crema de mantequilla y sus tacones rosa chicle. Se le ocurrió que a lo mejor Emma habría acabado la jornada y podrían ir a nadar juntas y relajarse luego con una copa de champán antes de que Jack regresara. Estaba de tan buen humor que no quería pasar la tarde sola. Se miró los tacones que se había puesto para la reunión y decidió que no era buena idea ir caminando de esa guisa hasta la casa de invitados. Sería mejor regresar a casa y telefonearla desde allí, aunque si Emma todavía no había terminado, le costaría más convencerla que si iba en persona. Decidió cambiarse los zapatos e ir a buscarla para proponerle pasar el rato en la piscina y tomar una copa de champán. Entró en la cocina, se puso los zuecos de trabajar y salió por la parte trasera. Laurel decidió que un baño en la piscina era lo más indicado en ese cálido atardecer. Oyó el zumbido de las abejas que se atareaban en el jardín, percibió el aroma de la hierba segada por la mañana, de las flores amodorradas por el calor. El paisaje se desperezaba, interminable. Al día siguiente a esa misma hora estarían ensayando la celebración del viernes por la noche, y tardarían varios días en tener un momento libre. Por eso había decidido saborear la ocasión, disfrutar de los azules y verdes del verano, los aromas, los sonidos y la sensación de que el tiempo era inamovible. Pensó que sería buena idea llamar a Del y preguntarle si le apetecía acercarse a la mansión. Podrían cenar todos al aire libre, encender la barbacoa

y pasar una noche de verano en compañía. Más tarde podrían hacer el amor con las puertas de la terraza abiertas de par en par al aire sofocante. Incluso le quedaría tiempo para preparar una tarta de fresas. Mientras maduraba el plan llegó al estudio de Mac… y vio un deportivo pequeño y agresivo aparcado delante. Un instante después se fijó en que una rubia provocativa iba a abrir la puerta que Mac nunca se tomaba la molestia de cerrar con llave. —¡Linda! —gritó Laurel en un tono seco. Se alegró al ver que la otra se sobresaltaba. Linda, con un vestido muy ligero de tirantes y unas vertiginosas sandalias de tiras, giró en redondo. La fugaz expresión de culpabilidad que asomó a sus ojos satisfizo los bajos instintos de Laurel. —Laurel, me has dado un susto de muerte —exclamó Linda sacudiendo su dorada melena al viento, que volvió a posarse impecable en torno a su hermoso rostro. Era una pena que su belleza interior no estuviera a la altura de su belleza exterior, pensó Laurel acercándose a ella. —He venido desde Nueva York para visitar a unos amigos y he decidido pasar a saludar a Mac. Hace muchísimo tiempo que no la veo. Linda lucía un bronceado delicado y luminoso, probablemente adquirido en alguna playa italiana o en el nuevo yate de su esposo. Su maquillaje era perfecto, y Laurel dedujo que se había tomado la molestia de parar a retocarse antes de «pasar a saludar». —Mac no está en casa. —Ah, bueno, saludaré a Carter entonces —dijo la mujer moviendo una mano para que el sol destellara en los impresionantes diamantes de sus anillos de boda y compromiso—. Le preguntaré a mi futuro yerno qué tal le va. —Está con Mac. No te queda nadie a quien saludar, Linda. Tendrías que volver a Nueva York. —Me sobran unos minutos. Fíjate qué imagen tan… profesional —dijo Linda repasando de arriba abajo el traje de Laurel—. Qué zapatos tan interesantes… —Parker te dejó muy claro que no eres bienvenida. —Fue en un momento de rabia —atajó Linda encogiéndose de hombros, aunque una sombra de mal genio endureció su mirada—. Aquí vive mi hija. —Es verdad, y la última vez que pisaste esta casa te dijo que te marcharas. Por lo que sé, no ha cambiado de idea, y Parker sigue pensando igual. Linda resopló. —Esperaré dentro. —Intenta abrir esa puerta, Linda, y te doy una patada en el culo. Te lo aseguro. —¿Quién te has creído que eres, mocosa? No eres nadie. ¿De verdad crees que puedes plantarte aquí con un traje de rebajas y unos zapatos horribles y amenazarme? —Es lo que acabo de hacer. —Si vives aquí es porque Parker se siente obligada a darte un techo. No tienes ningún derecho a decirme que me quede o me vaya. —Los derechos no van a servirte de nada cuando tengas que levantar el culo del suelo. Regresa a Nueva York y vete con tu último marido. Le diré a Mac que has venido. Si quiere verte, se pondrá en contacto contigo. —Siempre has sido fría y repelente, incluso de pequeña.

—Vale. —No me extraña, con esa madre tan engreída que tienes. Le encantaba fingir que era mejor que los demás, incluso cuando tu padre intentó joder a Hacienda, y a cualquier otra mujer que no fuera ella. — Linda sonrió—. Al menos a ese hombre la sangre le corría por las venas. —¿Crees que me molesta que mi padre y tú echarais un polvo en la habitación de algún motel asqueroso? —En realidad sí le molestaba, pensó Laurel sintiendo una punzada en el estómago. Le molestaba mucho. —Fue en una suite del Palace —puntualizó Linda—; antes de que le congelaran las cuentas corrientes, claro. —Cuando una historia es sórdida lo es en cualquier parte. No me importa lo que digas, Linda. No me ha importado nunca. Si nosotras tres te hemos tolerado ha sido por Mac, y ahora ya no tenemos por qué hacerlo. Bien, ¿quieres que te ayude a subir al coche o prefieres hacerlo sin cojear? —¿Crees que porque te has trabajado a Delaney Brown eso te convierte en una de ellos? —Linda soltó una carcajada que sonó como un gorjeo en la brisa estival—. Ah, cuántas cosas he oído decir… Muchísimas. A la gente le encanta hablar. —Supongo que debes de haberte cansado de tu última adquisición si pasas tanto tiempo hablando de mi vida sexual. —¿De tu vida? —Linda la miró con una expresión entre divertida y piadosa para enfurecerla—. Tu vida no tiene ningún interés. La gente se fija en él porque es un Brown, sobre todo cuando se dedica a jugar con el servicio. En el fondo te admiro por el intento. Las que no tenemos nombre ni posición hemos de recurrir a lo que sea para conseguir ambas cosas. —¿No me digas? —dijo Laurel con frialdad. —Pero ¿un hombre como Del? Oh, sí, se acostará contigo. Los hombres se acuestan con cualquier mujer que les siga el juego. Eso deberías haberlo aprendido de tu padre. Ahora bien, si crees que por eso va a casarse contigo, desengáñate. Un Brown no se casará con alguien que no sea de su clase social, cariño. Y a ti… te falta clase. —Bueno, en esto último creo que nos parecemos, salvo en que… Bah. —Le temblaban las rodillas y tuvo que presionarlas para mantenerse en pie—. Voy a pedirte una vez más que te marches, y luego te obligaré yo misma. Estoy deseando que no hagas caso de mi advertencia. —No me interesa seguir en este lugar —soltó Linda con un aspaviento mientras se encaminaba hacia su coche y se sentaba tras el volante—. Eres el hazmerreír de todos. —Giró la llave y arrancó—. Y más van a reírse cuando ese hombre corte contigo. —Aceleró y salió disparada con el pelo rubio volando al viento. A Laurel ya no le apetecía nadar ni tomar una copa de champán. Tampoco tenía ganas de cenar al aire libre con sus amigos. Se quedó esperando para cerciorarse de que Linda salía a la carretera y arrancaba a toda velocidad con su llamativo coche. Le dolía la cabeza, y tenía el estómago revuelto. Se echaría un rato a dormir. Nada de lo que pudiera decir esa mujer tenía importancia. Maldición. Laurel advirtió que estaba a punto de echarse a llorar y se esforzó por controlarse. Apenas había dado unos cuantos pasos hacia la casa principal cuando Emma salió a su encuentro. Laurel entrecerró los

ojos y respiró hondo para disimular las lágrimas. —¡Qué calor hace! Me encanta —exclamó Emma alzando los brazos—. El verano y yo hacemos buenas migas. Pensaba que nunca llegaría el momento de tomarme un descanso. ¿Qué pasa? —Cuando vio la cara de Laurel, se le borró la sonrisa del rostro. Aceleró el paso y la tomó de la mano—. Dime qué te pasa. —Nada. Solo tengo dolor de cabeza. Iba a tomarme algo y a echarme hasta que se me pasara. —Ya… —Emma la observó con la mirada ensombrecida—. Conozco esa expresión. No tienes dolor de cabeza. Estás triste. —Estoy triste porque me duele la cabeza. Emma le pasó el brazo por la cintura. —Iremos a casa juntas, y te daré la lata hasta que me digas qué es lo que te ha provocado este dolor de cabeza. —Por Dios, Emma, todo el mundo tiene dolor de cabeza. Para eso han inventado las pastillas. Vete con tus flores y déjame tranquila. Me pones de los nervios. —Como si eso fuera a funcionar conmigo… —Ignorando el gesto malhumorado con el que su amiga quiso zafarse, Emma mantuvo la postura y acompasó su paso al de ella—. ¿Te has peleado con Del? —No, y mi humor, mis dolores, mis días y mis noches, mi vida entera no gira exclusivamente alrededor de Delaney Brown. —Ajá. Entonces ha sido por otra cosa, o por otra persona. Vale más que me lo digas. Sabes que no te dejaré en paz hasta que me entere. No me obligues a sacártelo a la fuerza. Laurel estuvo a punto de echarse a reír, pero en lugar de eso suspiró. Cuando Emma creía que una amiga suya estaba triste, se le pegaba como una lapa. —He tenido un encontronazo con Linda la Espeluznante, eso es todo. Cualquiera tendría dolor de cabeza. —¿Ha estado aquí? —preguntó Emma deteniéndose en seco y mirando hacia el estudio de Mac—. Mac y Carter están fuera, ¿verdad? —Sí. De todos modos, he comprendido que eso no iba a detenerla. —A esa nada la detiene. De hecho, la muy fresca se ha presentado aquí cuando Parker le había dicho, sin pelos en la lengua, que no viniera nunca más. ¿Parker la ha…? —Ha ido a una reunión. —Ah, entonces has tenido que enfrentarte a ella tú sola. Ojalá hubiera salido de casa antes. Esa mujer habría conocido la auténtica cólera de Emmaline. Sí, porque cuando esa cólera despertaba, era para echarse a temblar, pensó Laurel. Suerte que eso pasaba pocas veces. —Me la he sacado de encima. —Sí, pero está claro que te ha afectado. Ve a la terraza y siéntate a la sombra. Iré a buscar una aspirina y un refresco. Luego me cuentas exactamente qué ha pasado. No le serviría de nada ponerse a discutir, y además el asunto cobraría más importancia de la que tenía, o debería tener. —Prefiero sentarme al sol. —Bien, entonces ve. Mierda, ¿los obreros siguen trabajando? —No, se han marchado hace rato.

—Mejor, así no habrá ruidos. Hay que reconocer que Mac y Carter llevaron muy bien el tema de las obras. No supe valorarlo hasta que empezaron en mi casa, y en el cuarto de los abrigos, tu futuro anexo. Ven, siéntate. Laurel le obedeció y Emma entró corriendo en la casa. Al menos mientras estuviera ocupada buscando una aspirina y algo para beber, Laurel tendría la oportunidad de calmarse un poco. Se dijo que debía tener en cuenta la fuente de todos sus males. Se recordó a sí misma que a Linda le encantaba hacer daño, y que tenía una habilidad especial para atacar los puntos débiles de los demás. No le sirvió de nada. Laurel siguió sumida en sus pensamientos hasta que Emma apareció con una bonita bandeja de té frío y galletas. —He saqueado tus provisiones —dijo Emma—. La ocasión exige unas galletas. —Le pasó el frasco de aspirinas—. Toma dos y trágatelas con el té. —La reunión para asesorar a Sherry y a Nick ha sido fantástica. —Esa pareja es un encanto. —Y es feliz. Me han puesto de muy buen humor. De hecho, iba a preguntarte si querías nadar un rato y tomar una copita del champán que había sobrado de la reunión cuando he visto a Linda a punto de entrar en casa de Mac. —El buen humor se fue a paseo, y con él mi champán. —Sí. Ha empleado su estilo habitual, una gran sonrisa y carita de inocencia. Me ha contado que pasaba por allí porque había ido a ver a unos amigos. —Laurel tomó una galleta, le dio un mordisco y siguió contando la historia. —¿Le has dicho que le darías una patada en el culo? —la interrumpió Emma entusiasmada—. ¡Oh! ¡Ojalá hubiera estado allí para verlo! En serio. ¿Qué te ha contestado? —Básicamente que aquí no tengo ni voz ni voto, porque vivo de la caridad de Parker. —Menuda idiotez. —Quería pincharme sacando el tema de mis padres. Ha dicho que soy fría y dura como mi madre, y que por esa razón mi padre la engañó acostándose con ella… y con otras. —Ay, cariño… —Siempre imaginé que había tenido un escarceo con Linda, más que nada porque cualquier marido del condado que quiera engañar a su mujer va a buscarla, pero… —Duele —murmuró Emma. —No lo sé. No sé si duele. Creo que sobre todo me cabrea, y me decepciona también, aunque pensándolo mejor, es absurdo. —Pero se trata de Linda. —Sí. —Quien tenía una amiga, tenía un tesoro. Sobre todo si conocía las cosas tal como eran—. No le he hecho caso. No permitiría que me hiciera daño con ese tema. Le he devuelto el golpe bajo y le he dicho que se marchara por su propio pie si no quería que le obligara yo. —Bien hecho. —Entonces me ha soltado lo de Del. —¿A qué te refieres? —Me ha dicho que corren rumores sobre Del y sobre mí, que soy el hazmerreír de todos y que él

nunca irá en serio con una persona como yo porque no soy de su clase… de la clase social de los Brown. —Es una zorra —espetó Emma cerrando los puños—. Me gustaría darle un puñetazo. Como me digas que te lo has tragado, el puñetazo te lo doy a ti. —Estoy aterrada —dijo Laurel suspirando—. No es cuestión de que me lo tragara, Emma. Conozco a esa clase de personas y su manera de pensar. Y si no fuera esa su opinión, me habría dicho lo mismo, para darse el gusto de machacarme. De todos modos… Lo que ocurre es que se trata de Delaney Brown, y la gente habla, especula, incluso debe de haber quien se está riendo a mi costa. —¿Y qué? —Ya lo sé. Es lo que me digo. —Laurel notó con infinita rabia que las lágrimas se le agolpaban en los ojos y le bajaban rodando por las mejillas—. La mayoría de las veces no le doy importancia, pero hay momentos en que… —¿Crees que Del sale contigo porque estás disponible? —No. —Laurel se enjugó las lágrimas con impaciencia—. No, claro que no. —¿Crees que a él solo le interesa acostarse contigo? —No. —¿Crees que le ha pasado por la cabeza la idea de que tu nombre no es de rancio abolengo como el suyo? Laurel sacudió la cabeza. —Emma, sé reconocer cuándo me comporto como una imbécil, pero saberlo no me impide serlo. Ojalá no fuera tan vulnerable en este sentido. Te aseguro que no habría permitido que Linda me clavara ese puñal, pero ahí soy vulnerable. —Todas lo somos, de un modo u otro —precisó Emma tomando su mano—. Sobre todo cuando amamos a alguien. Por eso necesitamos a las amigas. —Me ha hecho llorar. Eso es ser débil. Habría subido a mi habitación para deshacerme en llanto si no lo hubieras impedido tú. Cuando pienso que me enfadaba con Mac por dejar que Linda manipulara sus emociones… —Laurel soltó un bufido. —Esa mujer es veneno puro. —Del peor. Bueno, al menos la he echado de la finca. —La próxima vez me toca a mí. Parker, Mac y tú habéis tenido vuestra oportunidad. Yo quiero la mía. —Me parece justo. Gracias, Emma. —¿Te encuentras mejor? —Sí, mucho mejor. —Vamos a nadar. —Vale —Laurel asintió con un gesto brusco—. Acabemos con la autocompasión.

Más tarde y recuperada la serenidad, Laurel se instaló en su despacho. Necesitaba dedicarse al papeleo, y como vio que le sobraba un rato, se puso manos a la obra. Se ocupó de los archivos, los pedidos y las facturas acompañada de la música de Bon Jovi. Al terminar consultó las páginas web de sus proveedores. Quería comprar filtros de manga pastelera, cajas para pasteles, estuches para pastelitos y quizá papel sulfurizado, unas bolsas de polipropileno y varias

blondas. Tras ocuparse de lo indispensable, hizo una búsqueda de utensilios y artículos que no necesitaba pero resultaban entretenidos. Laurel sabía que Glaseados de Votos podía darse algún que otro capricho. Ya encontraría alguna utilidad a unas pinzas crimper, unos moldes de chocolate y… un cortador de guitarra doble que era una preciosidad. No obstante, la faceta más práctica de su personalidad le obligó a retreparse en la silla y considerar el precio. Cuando acabaran las obras de su almacén le quedaría espacio suficiente para guardar ese cortador tan grande. Le sacaría provecho, seguro. Podría cortar doble cantidad de pastelitos, bombones y ganaches. Además el aparato llevaba incorporados cuatro cortadores. Ya colgaría en eBay el que había comprado de segunda mano. ¡Qué diablos! Se lo merecía. Sin embargo, y mientras elegía la opción «Añada al carrito», no pudo evitar sobresaltarse al oír que alguien la llamaba por su nombre. Se volvió con aire de culpabilidad. Era Mac. —¡Por Dios! No me espíes cuando estoy gastando un dinero que no debería gastar. —¿En qué? Ah… —Mac se encogió de hombros cuando vio que estaba conectada a una página web de productos de repostería—. ¿Quién no necesita utensilios? Escucha, Laurel… —Emma te lo ha contado —dijo Laurel soltando un bufido—. Espero que no hayas venido a disculpar a Linda. —Tengo derecho a lamentar lo que ha pasado —protestó Mac metiéndose las manos en los bolsillos —. Mi primera reacción ha sido llamarla para echarle la bronca, pero he comprendido que con eso la convertiría en el foco de atención, que es lo que más le gusta, aparte del dinero. Por eso he decidido ignorarla. No se saldrá con la suya. Sé que va a enfadarse, y mucho. —Bien. —A ella la ignoraré, pero a ti te diré que siento mucho lo que ha pasado… Deja que te lo diga. —Muy bien, siéntelo. —Laurel consultó el reloj con un gesto deliberado y contó hasta diez—. Ya. Se acabaron las lamentaciones. —Trato hecho. ¿Sabes qué me gustaría? No tener que invitarla a la boda. Pero estoy obligada a hacerlo. —Nos las arreglaremos. —Ya lo sé. A lo mejor se produce un milagro y se comporta como es debido. —Mac rio al ver que Laurel alzaba los ojos al techo—. Lo sé, pero como novia, me permito fantasear. —Esa mujer no te entenderá nunca, y a nosotras, tampoco. Ella se lo pierde. —Eso es cierto. —Mac se inclinó y la besó en la coronilla—. Te veo luego. Los restos de autocompasión que pudieran quedar en ella se desvanecieron al marcharse Mac. «Se acabó», pensó la joven, y se compró el cortador de guitarra doble. Nuevo y por estrenar.

16

S

LAUREL se presentó en el bufete de Del. Había ido en contadas ocasiones por cuestiones personales o legales, pero conocía el despacho. Estaba situado en una antigua y majestuosa finca de la ciudad. Como era de esperar, la puerta principal daba paso a un vestíbulo también majestuoso donde había una zona de recepción, con varias plantas frondosas en maceteros de cobre, unas mesas antiguas y unas butacas mullidas de color discreto que la luz se encargaba de realzar. Los despachos preservaban la intimidad de los clientes tras unas gruesas puertas antiguas restauradas con primor, y unas alfombras desgastadas por los años contrastaban con el tono intenso de las anchas lamas del parquet. Sabía que a Del le gustaba la mezcla de estilos: la solera con la calidez desenfadada. Laurel abandonó el calor sofocante del exterior y entró en el vestíbulo. Annie, con quien había coincidido en la escuela, se encargaba de la recepción y manejaba el ordenador. La muchacha se volvió y cambió su sonrisa profesional por otra más amistosa. —¡Laurel, hola! ¿Qué tal? No te había visto desde hacía meses. —Me tienen encadenada al horno. Oye, te has cortado el pelo. Me encanta. Annie sacudió la cabeza. —¿Atrevido? —Y muy llamativo. —Lo mejor de todo es que por la mañana solo tardo dos minutos en arreglarme. —¿Cómo te van las cosas? —Muy bien. Un día de estos tendríamos que salir a tomar algo y ponernos al día. —Me encantaría. He traído un paquete para Del. —Laurel dejó encima de la mesa la caja de cartón que había traído. —Si se parece al pastel que hiciste para Dara, tengo que decirte que engordé más de dos kilos solo de mirarlo. Del está reunido con un cliente. Puedo… —No le interrumpas —dijo Laurel—. Ya le darás tú el paquete. —No sé si soy de fiar. Laurel soltó una carcajada y le confió la caja. —Hay bastante para los dos. Tenía que venir a la ciudad y he pensado que podía traer estos pastelitos antes de que… —Espera un momento —la cortó Annie al oír que sonaba el teléfono—. Buenos días, Brown y Asociados. Mientras Annie atendía la llamada, Laurel paseó por recepción y se detuvo frente a los cuadros de las paredes. Sabía que eran pinturas originales de artistas locales. Los Brown siempre habían sido mecenas de las artes y tenían intereses muy diversos en el condado. Nunca se había detenido a pensar en los inicios del bufete. Recordaba que Del lo inauguró tras la muerte de sus padres, poco antes de que ellas crearan Votos. Debían de figurar entre las primeras IGUIENDO UN IMPULSO DESCONOCIDO

clientas. En esa época ella trabajaba en Los Sauces para mantener a flote su economía mientras Votos se estrenaba con sus primeras celebraciones. Había estado demasiado ocupada, y cansada también, para cuestionarse cómo debía de estar conjugando Del su bufete en ciernes con la gestión de las propiedades de sus padres y la constitución legal de Votos como empresa y como asociación. Entre tantos planes, obligaciones, experiencias piloto y trabajos a media jornada para llenar las arcas, todos llevaban una vida de locos. Sin embargo, Del nunca había dado la impresión de andar desbordado. Supuso que cabía atribuirlo a la serenidad de los Brown, así como a la seguridad en apariencia innata de aquella familia, que conseguía que fructificara cualquier cosa que se propusiera. Todos ellos guardaron luto. Fueron unos años muy difíciles, pero el dolor y las circunstancias adversas sedimentaron su unión. Laurel se mudó a vivir con Parker sin mirar atrás, al menos seriamente. Del siempre estuvo junto a ella para solucionar cualquier detalle que le hubiera pasado por alto. Fue consciente de su apoyo, pero no lo valoró lo suficiente. En ese momento vio que entraba una pareja y se volvió hacia la puerta. Iban sonrientes y cogidos de la mano. Laurel pensó que sus caras le resultaban familiares. —¿Cassie? —En primavera les había preparado el pastel Encaje Nupcial—. Hola, y… No recordaba el nombre del novio. —¿Laurel? ¡Hola! —Cassie le estrechó la mano—. Me alegro de verte. Zack y yo estuvimos el otro día cenando con unos amigos y les enseñamos el álbum de boda. Estamos deseando asistir a la boda de Fran y Michael, que será dentro de un par de meses, para volver a la finca. Me muero de impaciencia por ver lo que montaréis para ellos. Si Laurel fuera como Parker, recordaría perfectamente quiénes eran Fran y Michael, y si la ceremonia estaba poco o muy organizada a esas alturas. Como no lo era, Laurel se limitó a sonreír. —Espero que se sientan tan felices como vosotros. —No sé si será posible, nosotros estamos en las nubes. —Venimos a firmar la compra de nuestra primera casa —le dijo Zack. —Felicidades. —Es maravilloso, e impone lo suyo. Ah, Dara… Justo a tiempo. Laurel imaginó que Annie había avisado a Dara y se volvió para saludarla. —¡Qué pastel…! —Dara soltó una carcajada y abrazó a Laurel—. Era una preciosidad… y además estaba delicioso. —¿Qué tal tu bebé? —Muy bien. Tengo un centenar de fotografías que te enseñaré si no sales antes corriendo. —Me encantan las fotos de bebés —dijo Cassie—. Me apasionan los bebés —añadió mirando fijamente a Zack. —Primero la casa, luego iremos a por el bebé. —Yo os ayudaré a conseguir lo primero. Venid conmigo. —Dara le guiñó el ojo a Laurel y se fue con los clientes. Laurel oyó que volvía a sonar el teléfono de Annie (en ese bufete todos andaban atareados) y decidió

escabullirse hacia la salida. En el momento en que ese pensamiento le cruzó por la cabeza, oyó la voz de Del. —Intente no preocuparse. Ha hecho lo correcto, y haré todo lo posible por resolver el problema con rapidez. —Muchas gracias, señor Brown. No sé qué habría hecho sin usted. Todo es tan… —A la mujer se le quebró la voz. Aunque Laurel había retrocedido, pudo ver a Del con su clienta. Él la rodeó por los hombros cuando ella se deshizo en lágrimas. —Lo siento. Creía que me había desahogado del todo en su despacho. —No lo sienta. Ahora quiero que vaya a casa e intente quitarse esto de la cabeza. —Del le acarició el brazo. Laurel reconoció el gesto de apoyo y consuelo que tantas veces había visto en él, y sentido en carne propia. —Concéntrese en su familia, Carolyn, y déjeme esto a mí. No tardaré en ponerme en contacto con usted. Se lo prometo. —Muy bien, y gracias. Gracias por todo. —Recuerde lo que le he dicho. Del acompañó a su clienta a la puerta y entonces vio a Laurel. Una expresión de asombro cruzó por su rostro antes de centrar de nuevo su atención en la mujer a la que acompañaba. Le murmuró unas palabras al oído y a ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Asintió y se marchó. —Vaya, hola… —le dijo Del a Laurel. —Perdona que te moleste. He venido a traerte una cosa y entonces he visto a una pareja que estaba citada con Dara. Los conozco y… —Zack y Cassie Reinquist. Preparasteis su boda. —Dios, Parker y tú tenéis una hoja de cálculo por cerebro. Dais miedo. En fin, me largo para que puedas… —Pasa a mi despacho. Me sobran unos minutos antes de la siguiente cita. ¿Qué me has traído? —Voy a buscarlo. —Laurel fue a recoger la caja de pastelitos. —Lo siento —murmuró Annie apartando el teléfono—. Tengo que ir abriendo compuertas. Laurel hizo un gesto para quitar importancia al asunto y se llevó la caja. —¿Me has traído un pastel? —No —respondió ella entrando en su despacho. Los rayos de sol se colaban a través de los ventanales y se reflejaban en los muebles antiguos. Vio el escritorio que sabía que había pertenecido a su padre y a su abuelo destacado en primer plano. Laurel abrió la caja. —Te he traído unos bizcochos individuales. —Unos bizcochos… —Del, confundido como era de esperar, miró en el interior de la caja y vio una docena de pastelitos glaseados de varios colores—. Tienen buena pinta. —Son el alimento de la alegría. —Laurel se quedó mirándolo. Tal y como Emma había dicho de ella, conocía esa expresión—. Pones cara de necesitarlo. —¿Ah, sí? Bueno… —Del se inclinó y la besó con aire ausente—. Esto me alegrará. ¿Tomamos café

con los bizcochos? Laurel no tenía intención de quedarse, porque su agenda la reclamaba tanto como a él, pero se dio cuenta de que ese hombre estaba necesitado de alegría. —De acuerdo. Me ha parecido que tu clienta estaba muy alterada —dijo ella siguiendo con la mirada a Del, que estaba junto al aparador Hepplewhite, donde tenía instalada la cafetera—. Supongo que es confidencial. —En líneas generales, sí. Su madre ha muerto tras padecer una larga enfermedad que se había ido complicando. —Lo siento. —Mi clienta fue su cuidadora, y cuando la salud de su madre exigió más atenciones, pidió una baja laboral para poder cuidar de ella a tiempo completo. La mujer quería morir en casa y ella compartía su deseo. —Se necesita mucho amor y dedicación para comprometerse a algo así. —Sí. Un hermano suyo vive en California, y de vez en cuando venía a ayudarla. Tiene otra hermana en Oyster Bay, pero siempre andaba muy ocupada y solo venía de visita un par de veces al mes, como mucho. Del le ofreció un café a Laurel y se apoyó en la mesa. Tomó un pastelito y lo observó. —No todo el mundo tiene esa capacidad de amor y entrega. —Eso es cierto —murmuró Del—. El seguro no lo cubría todo, y mi clienta pagaba lo que faltaba de su propio bolsillo. Un día su madre lo descubrió e insistió en incluir a su hija como titular en su cuenta corriente. —Una prueba de amor, y de confianza. —Sí —respondió él con una tímida sonrisa—. Es verdad. —Es como si a pesar de vivir una historia tan terrible, entre esas dos mujeres hubiera habido una conexión muy especial. —Tienes razón. La baja laboral de mi clienta representó una carga en su economía, pero ella y su familia se las apañaron como pudieron. Su marido y sus hijos también arrimaron el hombro. ¿Sabes lo que debe de ser cuidar de una madre que está muriendo? Piensa que al final no puede moverse de la cama, es incontinente y necesita una alimentación especial y cuidados constantes. No solo era triste, pensó Laurel, sino injusto. Daba mucha rabia. —Me lo imagino… El esfuerzo tiene que ser terrible, en el plano físico y en el emocional. —Dos años duró, y los últimos seis meses tuvo que dedicarle las veinticuatro horas del día. La bañó, la cambió, le lavó la ropa, le dio de comer, se ocupó de sus cuentas, le limpió la casa, le hizo compañía y leyó para ella. La madre cambió el testamento y legó la casa, con todas sus pertenencias salvo alguna excepción, y el grueso de sus bienes a esta hija. Ahora que ha muerto, y mi clienta y su hermano han costeado todos los gastos del funeral, la otra hermana ha impugnado el testamento. Acusa a mi clienta de influenciar con malas artes a su madre para que testara a su favor. Está furiosa, y la ha acusado personalmente de haber robado dinero, joyas y enseres de la casa, y de poner a su madre en contra de ella. Laurel no hizo ningún comentario y Del retiró su taza de café. —Al principio mi clienta quiso doblegarse a los caprichos de su hermana. Estaba dolida y muy cansada, y no podía enfrentarse a nada más. Sin embargo, su marido y su hermano, detalle que le honra,

no aceptaron su decisión. —Y entonces vinieron a consultarte el caso. —La hermana ha contratado a un abogado que le viene como anillo al dedo. Voy a darles su merecido. —Apuesto por ti. —Esa mujer tuvo su oportunidad. Sabía que su madre se estaba muriendo, que el tiempo que le quedaba era limitado, y no quiso estar con ella, despedirse, decirle todo eso que la mayoría consideramos superfluo porque creemos que siempre habrá tiempo. Ahora reclama su tajada, y no le importa destruir la relación que tiene con sus hermanos. Ni añadir más dolor al que de por sí ya siente mi clienta. Y todo eso por dinero. No entiendo por qué… Perdona. —De ninguna manera. Nunca me había planteado en serio cómo es tu trabajo. Me figuraba que te dedicabas al típico papeleo de abogado. Del esbozó una sonrisa. —A eso me dedico. Este caso generará papeleo. —No, me refiero a las cosas que tanto nos fastidian a los demás. Firme aquí, archive eso… mientras habláis en unos términos complicados, un lenguaje ridículo que llega a enfurecerme. —A los abogados nos gustan nuestros considerandos. —Considerandos o no, tratáis con personas. Tu clienta sigue dolida, pero su sufrimiento es menor porque sabe que te tiene a ti detrás. Lo que haces es muy importante, y yo nunca lo había pensado. Laurel le acarició el rostro. —Cómete un bizcocho. Para complacerla quizá, él dio un bocado; y cuando sonrió, sus ojos habían recuperado la alegría. —¡Qué rico! Un bizcocho que da alegría. Este me vuelve loco. No me había dado cuenta hasta que has venido a traérmelos. —¿Anoche estuviste trabajando en este caso? —Básicamente, sí. —Por eso estás cansado hoy. Pocas veces te he visto cansado. Si quieres, paso por tu casa esta noche y te preparo algo de cenar. —¿No ensayáis hoy la celebración de mañana? —Puedo organizarme para esta noche. Mañana será otro día. —Creo que tendré aspecto de cansado más a menudo. ¿Y si voy yo a la finca? Me he pasado dos días encerrado entre mi casa y el despacho. Me iría bien un cambio de escenario; y estar contigo, más aún. Te he echado de menos. A Laurel ese comentario le llegó al corazón, y se lanzó a los brazos de Del para darle un beso muy sentido. Él apoyó la mejilla en su pelo. En ese momento sonó el teléfono. —Ha llegado mi cliente —murmuró. —Me marcho. Reparte los bizcochos. —Ya veremos. —Si te comes la docena entera, te pondrás malo… y no tendrás hambre para cenar, aunque vale la pena que recuerdes que soy mejor repostera que cocinera. —Puedo encargar una pizza —propuso Del alzando la voz para hacerse oír. Laurel se marchó riendo.

Del se concedió unos instantes más con el pastelito y el café mientras pensaba en ella. No había sido su intención explicar tantas cosas de su clienta y de los momentos que estaba viviendo. En realidad no se había dado cuenta de que esa historia le daba mucha rabia, y la clienta no le pagaba para que mostrara su ira, sino para que representara sus intereses. Ya le pagaría después, cuando él hubiera pateado el culo al abogado de su hermana. Había decidido renunciar a su porcentaje. Podía permitírselo, y además no le parecía correcto aceptar dinero de alguien que había sufrido tanto con ese asunto. Sin embargo, lo que más le impresionó fue descubrir el alivio que representaba contar con alguien para desahogarse, alguien que comprendiera por qué ese caso en concreto le había afectado tanto. No era necesario explicarse con Laurel. Ella ya lo sabía. Era una cualidad muy valiosa, pensó. Laurel le había acariciado el rostro con un gesto sencillo y cómplice que le había llegado al alma. Ignoraba la razón, y si eso tenía algún significado, pero cada vez que la miraba veía algo nuevo y distinto en ella. ¿Cómo era posible conocer a alguien de toda la vida y descubrirle facetas nuevas? Tendría que pensar en eso, se dijo. Dejó junto a la cafetera la caja de pastelitos con el alimento de la alegría y fue a buscar a su cliente.

Laurel pensó que habría tenido que dejarle encargar la pizza. Iba atareada de un lado a otro de la cocina porque todavía le quedaban varios pasteles y postres pendientes de terminar, y el ruido de las obras había alcanzado su punto álgido. Era imposible preparar la cena en esas condiciones. —Si quieres, me encargo yo —se ofreció la señora Grady. —Eso sería hacer trampa. Ah, y piense que aunque usted no lo diga, yo la oigo. —Como quieras. Lo único que he dicho sin decirlo es que estarías haciendo trampa si te hicieras pasar por la cocinera. Laurel consideró sus palabras y deseó seguir su consejo. Podría explicarle a Del que la señora Grady había hecho la cena porque ella había estado demasiado ocupada. A Del no le importaría, pero… —Le he prometido que cocinaría yo. Además usted sale esta noche con sus amigas. —Laurel suspiró hondo—. A ver, ensalada verde con una vinagreta balsámica sensacional, linguine con frutos de mar y pan. Es sencillo, ¿verdad? —Pues sí, bastante. Quien no se aclara eres tú, y él tampoco. —Solo se trata de preparar una cena. Me conozco en este aspecto, pero me cuesta cambiar. Todo tiene que ser perfecto, y eso incluye la presentación. —Con aire ausente, Laurel se sujetó el cabello con un pasador—. Mire, señora Grady, si alguna vez tengo hijos, seguro que pasaré veinte minutos cuidando la presentación de un bocadillo de mantequilla de cacahuete y mermelada. Luego la familia entera tendrá que ir a terapia. —Creo que harás muy bien tu papel. —Nunca me lo he planteado. Me refiero al tema de los hijos. —Tomó unas lechugas, unos tomates en rama y unas zanahorias. Quería lavarlos, secarlos, pelarlos y ponerlos a enfriar antes de montarlos en una ensalada—. Siempre he tenido tantas cosas que hacer que nunca me he planteado el futuro.

—¿Te lo planteas ahora? —La señora Grady se puso a secar las hojas de lechuga que Laurel había lavado. —Supongo que de vez en cuando sale el tema. A lo mejor es mi reloj biológico. —Quizá eso ocurre cuando una se enamora. —Es posible. Pero para eso es necesario que los dos estén enamorados. Esta mañana he visto a una pareja que se casó aquí en primavera —comentó Laurel, admirando por la ventana los tonos verdes y azules del verano mientras manipulaba las verduras—. Estaban en el bufete de Del porque querían resolver el papeleo de la compra de su primera casa. Dara lleva el asunto y, como quien no quiere la cosa, ha salido el tema de los hijos. La novia, bueno, la esposa, ha puesto una mirada tierna al imaginarse a su futuro bebé, y él le ha dicho: primero la casa, luego vendrá el bebé… o algo parecido. Lo encuentro absolutamente razonable. —Los bebés no siempre llegan en el momento más adecuado. —¡Dígaselo a la novia de mañana! Yo me refería a que tiene sentido planificar las cosas, asumirlas en su orden lógico. Tener paciencia. —A ti te gusta ir despacio —comentó la señora Grady acariciándole con cariño la espalda. —A veces, sí. Me sobra todo este jaleo, cuidar el detalle, la pompa y el boato… Lo que representa nuestro trabajo, en esencia. A Emma le gusta, y a Parker también le gustará cuando llegue el momento. En cuanto a Mac, se ha visto metida en el sarao. —Es verdad, y creo que ella es la primera sorprendida. —Para mí no es así. No necesito el anillo, el libro de familia o un vestido blanco espectacular. No es el hecho de casarme lo que me importa, ni mucho menos. Es la promesa. Es saber que alguien quiere que yo forme parte de su vida, que me quiera, que sienta que soy la elegida. No es que me baste, es que eso lo es todo para mí. —¿Con quién crees que Del querría pasar la noche si no es contigo? Laurel se encogió de hombros. —No lo sé. Sé que quiere pasar la noche conmigo. Eso no lo es todo, pero a mí me basta. —El temporizador que había puesto unos minutos antes se disparó—. Mierda. Tengo que volver a mi cocina. No haga nada sin mí. —Seré tu pinche, nada más. Terminaré de lavar estas verduras, las secaré y las reservaré para cuando vuelvas. Eso no es hacer trampa. —Tiene razón. Gracias. Laurel se fue corriendo para hacerse cargo de la siguiente tarea. La señora Grady se preguntó por qué la chica no consideraba que Del también podía querer algo de ese todo. —El amor… —musitó lavando las verduras—. Quienes lo descubren nunca saben cómo manejarlo.

Como era de esperar, para una vez que Laurel necesitaba que el ensayo discurriera con tranquilidad y rapidez, se encontró con un circo ambulante que presentaba los números de la novia llorona (por el baile de hormonas quizá), de la MDNO mareada por el calor y del acompañante del novio, achispado por haber ensayado un poco más de la cuenta la celebración. Por si fuera poco, la niña que llevaba las flores y el niño de los anillos, que además eran hermanos, habían elegido la ocasión para hacer gala de su rivalidad

fraternal. Con los dos niños corriendo y gritando, la novia cediendo a un ataque de llanto en brazos de su madre y la MDNO abanicándose a la sombra, Laurel no pudo escabullirse como tenía planeado. Parker manejó muy bien la situación; todas estuvieron a la altura, pero Parker parecía estar en todas partes a la vez. Se apresuró a servirle agua a la MDNO, café con hielo al amigo del novio, controló a los niños y distrajo al novio. La DDH, que era la madre de los niños guerreros, hizo lo que pudo para restablecer el orden. Sin embargo, Laurel, que estaba sirviendo té frío a los clientes, se dio cuenta de que esos chiquillos la superaban. —¿Dónde está el padre? —le preguntó en voz baja a Emma. —En viaje de negocios. Su avión se ha retrasado. Está de camino. Me encargaré de la niña, a ver si puedo entretenerla enseñándole a hacer un ramillete de flores. Quizá podrías ocuparte tú del niño… —Carter es el profesor. Él es la persona indicada. —Está atareado con el amigo borrachín. Creo que a la DDH le iría bien un descanso. Podría echarle un cable a la MDNA y ayudarnos a consolar a la protagonista. Mac y Parker se encargarán del resto. —Muy bien, de acuerdo. Emma fue a calmar a la madre y Laurel dejó encima de la mesa el té helado y los vasos, y se acercó al niño. —Ven conmigo. —¿Por qué? —Porque sí. El niño pareció entender la respuesta, aunque frunció el ceño con expresión rebelde. Siguió a Laurel arrastrando los pies y mirando a su hermana con cara de pocos amigos. —No quiero llevar esmoquin. —Yo tampoco. El chiquillo soltó un bufido despreciativo. —Las chicas no van con esmoquin. —Si quieren, sí. —Laurel lo miró fijamente. Dedujo que tendría unos cinco años y que era muy listo, cualidad que se le notaría si no estuviera agotado, nervioso y enfurruñado—. Mañana todos los hombres irán con esmoquin. Claro que… a lo mejor eres demasiado pequeño para ponerte uno. —¡No soy pequeño! —exclamó el niño sintiéndose insultado—. Tengo cinco años. —¡Qué alivio! —dijo Laurel llevándolo al estanque—. Las cosas se complicarían si tuviéramos que buscar a otra persona para que mañana se encargara de los anillos. Los novios no pueden casarse sin anillos. —¿Por qué? —Porque no. Tendremos problemas si hay que buscar a otro. Tu trabajo es muy importante. —¿Más que el de Tissy? Laurel comprendió que ese era el nombre de su hermana. —Su trabajo también cuenta, pero es un trabajo de niñas. El tuyo es de chicos. Ella no puede llevar esmoquin. —¿Aunque quiera?

—Ni siquiera así. Mira eso —dijo señalando una hoja de lirio que había en la orilla y servía de balsa a una rana de vientre hinchado. Del llegó a la finca en ese momento y la vio junto al estanque, cerca de las ramas caídas del sauce llorón, asiendo de la mano a un niño de pelo rubio y claro como el suyo. Esa imagen lo tomó por sorpresa, y sintió un vahído en el estómago. La había visto con niños otras veces. En general siempre había algún que otro crío en las bodas, pero… la escena que se desarrollaba ante sus ojos le resultó extraña, como si fuera un sueño. El niño y ella junto al estanque, cogidos de la mano, sus rostros difusos a causa de la distancia, y sus cabellos bañados por la luz del sol. Vio que tomaban el camino de regreso mirándose a los ojos. —Eh, Del. Salió de esa extraña ensoñación y se volvió hacia Carter. —Hola, ¿qué tal va? —Ahora bien, por lo que parece. Hace diez minutos la situación era crítica. Estamos a punto de empezar. Otra vez. —¿Hoy tocaba un ensayo difícil? —Te aseguro que sí. Creo que Laurel… Ah, ahí está. Laurel se detuvo para charlar con una mujer que llevaba a una niña pequeña subida a la cadera. Intercambió con ella unas risas y luego se inclinó hacia el chiquillo para murmurarle algo al oído. El pequeño sonrió como si acabara de prometerle que le regalaría galletas durante toda su vida. Del fue a su encuentro. —¿Has hecho un nuevo amigo? —Eso parece. Vamos retrasados. —Me lo han dicho. —Parker reconducirá la situación —afirmó ella al oír que su amiga invitaba a los presentes a ocupar sus puestos. Del y Carter se retiraron de la escena, y Parker empezó a dar instrucciones mientras las demás se ocupaba de colocar a clientes y familiares. Al ver que todos sonreían, Del pensó que aquello iría como la seda. No se le escapó la fugaz sonrisa que Laurel intercambiaba con el pequeño mientras este caminaba hacia la pérgola. Unos momentos después, Laurel le hizo señas a Del y se metió en la casa.

17

L

sumida en plena actividad. —Voy un poco retrasada —se justificó Laurel—. No sigo un horario como Parker, pero… Del se interpuso en su camino, la atrajo hacia sí y se recreó con un largo y cálido beso. Cuando notó que ella cedía el punto justo, se retiró. —Hola. —Ah, hola… ¿Te estaba contando algo antes de que mis neuronas se fundieran? —Algo decías sobre tu horario. —Ah, sí. He puesto a enfriar una botella de Sauvignon blanco. ¿Por qué no la descorchas y la probamos mientras voy acabando de preparar la cena? —Me gusta que mi tarea principal sea descorchar el vino. ¿Qué problema ha habido durante el ensayo? —preguntó Del yendo a por la botella. —Qué problema no ha habido, dirás. —Laurel giró la cabeza y lo fulminó con sus ojos azul campanilla—. La novia ha sabido esta semana que está embarazada. —Buf. —Los dos se lo han tomado bien. De hecho, esta noticia inesperada no ha supuesto un problema para ellos, sino una sorpresa. —Mejor así. —Es cierto, pero eso ha añadido más presión… y la novia está más sensible y muy cansada. Se ha echado a llorar mientras los niños intentaban asesinarse entre sí. La MDNO ha terminado exhausta, y el calor la ha rematado. Quizá porque ya estaba agotada. Añade a todo eso un amigo del novio que ha empezado a celebrar la boda antes de la cuenta, y ya puedes imaginar cómo ha ido esta maravillosa jornada. Laurel puso a hervir el agua para la pasta, añadió aceite de oliva en una sartén y fue a coger los ingredientes de la ensalada que había preparado con la ayuda de la señora Grady. —Menos mal que tenía la cena a medio hacer. De todos modos, esperaba escabullirme durante el ensayo, pero como no ha podido ser, falta trocear las verduras. —Del le pasó una copa de vino—. Gracias. Laurel tomó un sorbo y se puso a pelar y a laminar el ajo. —Me siento culpable de que tengas que cocinar después de haber trabajado todo el día. ¿Quieres que te ayude? Soy bastante diestro con el cuchillo. —No, todo está controlado. Satisfecho por no tener que hacer nada, Del la observó mientras ella añadía el ajo y unas tiras de pimiento rojo al aceite. —Esto es nuevo para mí. —¿Eh? —Verte cocinar. Cocinar para la cena, claro. —Ah, de vez en cuando practico un poco. He aprendido cosas de la señora Grady, y también de haber A ENCONTRÓ EN LA COCINA PRINCIPAL

trabajado en restaurantes. Es un cambio de ritmo bastante interesante. Cuando me sale bien. —Parece que siempre estás a cargo de la cocina. Que conste que lo he dicho como un cumplido — aclaró Del al ver que ella fruncía el ceño. —Supongo que sí, siempre y cuando eso no me sitúe en el mismo bando que a Julio. —Estás en un bando completamente diferente. Y en otro terreno. Laurel añadió un poco de mantequilla al aceite y fue a buscar unas gambas. —Bien, porque no suele gustarme, ni quiero, tener compañía en la cocina. De todos modos es raro que me dé por lanzar cuchillos. —Laurel añadió las gambas al aceite y metió la pasta en el agua hirviendo. —¿Te sabes de memoria los ingredientes y cuándo es el momento de añadirlos? —A veces. ¿Quieres que te dé clases? —Ni hablar. Los hombres de verdad se dedican a la barbacoa. Laurel se rio y, armada con una cuchara en una mano y un tenedor para la pasta en la otra, removió ambas cosas a la vez. —Pásame el vino, por favor. —Borrachina. —Y le pasó la botella. Laurel dejó el tenedor y vertió una copa de vino en la sartén. Del esbozó una mueca de disgusto. —Ese vino es muy bueno. —Entonces también será bueno para cocinar. —Sin duda. —Se fijó en sus manos, rápidas, eficientes, y pensó que nunca se había percatado de ese detalle—. ¿Qué hay para cenar? —De segundo, linguine con frutos de mar. —Laurel hizo una pausa para tomar un sorbo de vino—. También hay ensalada verde, un pan a las finas hierbas recién hecho, para remojar, y de postre, créme brulée aromatizada con vainilla en rama. Del bajó la copa y observó a su Laurel, con el pelo recogido con un pasador, como acostumbraba en el trabajo, y las manos actuando con rapidez y eficacia. —Estás de broma. —Sé que tienes debilidad por la créme bruiée —precisó ella alzando un hombro sin darle importancia mientras los aromas de la cena impregnaban el ambiente de la cocina—. Y he pensado que, puesta a cocinar, mejor elegir un menú que te guste. Del pensó que debería haberle llevado flores, vino o… algún que otro obsequio. Comprendió que, llevado por la fuerza de la costumbre, no se le había ocurrido, que había ido a la finca como quien regresa a casa. La próxima vez no lo olvidaría. Cuando el vino comenzó a bullir, Laurel bajó el fuego y tapó la sartén. Probó la pasta, consideró que ya estaba hecha y la escurrió. A continuación sacó una bandeja de aceitunas de la nevera. —Ahí tienes un tentempié —dijo, y centró su atención en la ensalada. —¿Sabes cuando antes te he dicho que siempre te veía metida en la cocina? —Ajá. —El hecho de que estés al mando te vuelve espectacular. Laurel alzó los ojos y parpadeó de la sorpresa. Del lamentó de nuevo no haberle llevado unas flores. —Ya te he prometido la créme bruiée —acertó a decir ella.

—Eres preciosa. Siempre lo has sido. —Nunca se lo había dicho de esa manera—. Al cocinar se ve, del mismo modo que se le ve a un bailarín al bailar o a un atleta al practicar deporte. Nunca me había dado cuenta hasta ahora. Será porque me he acostumbrado a verte horneando a todas horas. Es como si lo diera por sentado. Tendré que andar con cuidado para no hacer eso. —Entre tú y yo no hace falta andar con cuidado. —Yo creo que sí. Sobre todo porque nos hemos acostumbrado el uno al otro. Quizá la expresión no fuera ir con cuidado, sino cuidar del otro, pensó Del. ¿No era eso lo que estaba haciendo en esos momentos Laurel? Estaba cuidando de él, preparando un menú a su gusto porque sabía que había tenido un día muy complicado. Eso sí era una novedad, y no tenía nada que ver con el hecho de que salieran juntos o se acostasen. Al menos, no tendría que ser así. Del ignoraba adónde les llevaría esa relación, pero en sus manos estaba empezar a prestarle más atención. —¿Quieres que ponga la mesa? —le preguntó. —Ya está puesta. A Del le encantó notar cierto sofoco en Laurel. —He pensado que podríamos cenar en el comedor porque… —Me parece perfecto. ¿Y Parker? —Ha cumplido con su papel de buena amiga y esta noche ha decidido desaparecer. —¡Qué simpática! Laurel se volvió, comprobó la salsa, añadió mantequilla y unas vieiras y exprimió un poco de limón. —Huele de maravilla. —No está mal. —Añadió unas hierbas, sal y pimienta, y removió un poco—. Tiene que cocer un par de minutos más y luego reposar. El plato es resultón. —Tal como yo lo veo, es más que eso. —Yo no sabría redactar un escrito legal, sobre todo porque no acabo de entender lo que es. Supongo que los dos hemos elegido unas profesiones seguras. —Laurel cruzó la mirada con la de él mientras mezclaba la ensalada—. La gente siempre tendrá que comer, y necesitará abogados. —Tanto si quieren como si no, tendrán que vérselas con los abogados. Laurel se echó a reír. —Yo no he dicho eso. —Abrió un cajón y sacó un encendedor—. Es para las velas —le dijo—. Ve a encenderlas, y llévate la ensalada. Del la notó un poco nerviosa cuando se llevó la ensaladera al comedor. Pensó que quizá ella no se habría dado cuenta. Se fijó en que había puesto la vajilla buena, unos candelabros estilizados para las velas y un jarrón de cristal azul con unos girasoles esplendorosos. Las mujeres de su vida tenían el talento y la vocación de embellecer las cosas. Le hacían la vida agradable a uno cuidando de pequeños detalles que, combinados entre sí, creaban el escenario perfecto. Podía considerarse un hombre afortunado. Muy afortunado, pensó un momento después cuando se sentaron frente a la ensalada, el pan recién horneado y el vino. —Cuando estemos en la playa… —Del se interrumpió al oír que ella gemía—. ¿Qué pasa? —Lo siento, siempre tengo un orgasmo cuando pienso en las vacaciones.

—¿De verdad? —Divertido ante la respuesta, la observó mientras se llevaba un poco de ensalada a la boca, percibió un destello en su mirada—. Pronunciaré la palabra a menudo. Decía que cuando estemos en la playa te asaré un filete en la barbacoa que te chuparás los dedos. De hecho, voy a proponer a los hombres que organicemos en serio una comida. Lo único que os pediremos es que comáis. —Me apunto. En mi despacho he colgado un calendario en el que voy tachando los días que faltan. Como hacía de pequeña cuando esperaba que llegaran las vacaciones escolares. Así es como me siento ahora: como una niña suspirando por el verano. —La mayoría de las niñas no tienen orgasmos cuando piensan en las vacaciones. Al menos, que yo sepa. —Veo que a ti te gustaba más la escuela que a mí —apostilló Laurel bebiendo un poco de vino, al tiempo que él reía—. Yo lo paso mejor con mi trabajo actual que cuando estudiaba, y aun así estoy dispuesta a largarme un par de semanas. Tengo ganas de dormir hasta el mediodía, de holgazanear y leer sin pensar que tendría que estar haciendo otra cosa, de olvidarme del traje chaqueta, de los tacones y las reuniones. ¿Y tú? —Secundo lo último, salvo en lo de los tacones. Me apetece no tomar decisiones, plantearme solo si me tomo una cerveza o me echo una siesta. Me sentará bien. —Ay, las siestas… —Laurel suspiró y cerró los ojos. —¿Otro orgasmo? —No, un cosquilleo íntimo. Estoy impaciente. ¡Qué sorpresa tan agradable nos dio Parker cuando nos dijo que habíais comprado la casa! ¿No es fantástico? —Me siento satisfecho. Parker confió en mí sin haberla visto. Solo le enseñé un par de fotografías. Es una buena inversión, sobre todo teniendo en cuenta cómo va ahora la economía del país. Hemos hecho una buena operación. —Ahora habla el abogado. ¿Es bonita? —En los dormitorios se oye el mar, y se ve desde las ventanas delanteras. Hay un estanque, y se respira calma y tranquilidad. —Vale, no hace falta que me cuentes nada más. No podría soportarlo. —Laurel se estremeció y se levantó para retirar los platos de la ensalada—. Ahora vuelvo. —Puedo… —No, me encargo yo. ¿No habías dicho que era yo quien estaba al mando? Del le llenó la copa y se reclinó en su silla para paladear el vino. En ese momento ella regresó con el segundo plato. Había aderezado la pasta con unas ramitas de romero y albahaca. —Laurel, esto tiene una pinta increíble. —Nunca subestimes el poder de una buena presentación —dijo ella sirviéndole. —¡Está riquísima! Tanto, que ya no me siento culpable —exclamó Del tras el primer bocado—. Bueno, lamento que Parker se lo haya perdido. —Le he dejado una ración en la cocina. Bajará de puntillas a buscarla. —Se acabó la culpabilidad —dijo Del tomando otro bocado—. Ahora que ya te has estrenado, te pediré que prepares más cenas como esta. —Si tú te encargas de la barbacoa de vez en cuando. —Trato hecho.

—¿Sabes? Ayer estuve a punto de llamarte. Me apetecía organizar una cena al aire libre, pero tuve un encontronazo con Linda y… —¿Un encontronazo? —Parker se había ido a una reunión, y como yo había terminado la jornada decidí ir a buscar a Emma para preguntarle si le apetecía nadar un rato. De camino vi a Linda frente a la puerta de casa de Mac, dispuesta a entrar, a pesar de que ellos no estaban. Eso me enfureció. Del entornó los ojos de rabia. —Parker le dijo que no volviera a poner los pies en la finca. —Sí, y a Linda le entró por un oído y le salió por el otro. En fin, hubo una escena muy desagradable y terminé echándola. —¿Qué escena? Laurel se reprimió y no le contó lo que había pasado. —Linda es especialista en montar escenas. Lo importante es que salí ganando. —¿Qué te dijo? —Me dijo que no tenía autoridad suficiente para echarla y cosas así… Me asombra que alguien como esa mujer haya tenido algo que ver con el nacimiento de Mac. No sé si llegará a entender algún día que su hija no lo dejará todo para hacer su santa voluntad. Del advirtió que rehuía el tema y la tomó de la mano para manifestarle su apoyo. —Te dio un disgusto. —Claro que sí. Es Linda. Da disgustos solo por el hecho de existir. Oye, ¿no podríamos conseguir una orden de alejamiento? Podríamos alegar que esa mujer es un coñazo. —¿Por qué no me llamaste? —¿Para qué? Conseguí que se marchara. —Pero te disgustaste. —Del, si te llamase cada vez que me pasa eso, siempre andaríamos colgados del teléfono. Linda se marchó, y Emma y yo fuimos a nadar, aunque se me quitaron las ganas de cenar al aire libre. No dejemos que ahora nos estropee los linguine. —No podría, pero si vuelve, quiero saberlo. —Muy bien. —Prométemelo. Si vuelve, me encargo yo, pero tengo que saberlo antes. —Me parece bien. Te lo prometo. ¿De verdad no puedes conseguir una orden de alejamiento alegando que es un coñazo? —Hay otras maneras de pararle los pies a Linda. Mac nunca quiso que me ocupara, pero ahora las cosas han cambiado. —¿Puedo hacerte una consulta legal? Ella cometió allanamiento de morada técnicamente. Si yo la echo a patadas, ¿podría denunciarme por agresión? Del sonrió porque comprendió que ella estaba esperando ese gesto. —Zona turbia. Pero te sacaría del apuro. —Me alegro de saberlo, porque la próxima vez no seré tan educada. Bueno, hablemos de cosas más alegres. Me reuní con Sherry Maguire y su novio para hacer la degustación y aprobar el diseño del pastel. Me divertí muchísimo.

La cena transcurrió entre comentarios desenfadados y novedades sobre las amistades mutuas. Sin embargo, Del seguía preguntándose qué habría dicho Linda para disgustar tanto a Laurel.

Tras la cena, y antes de dar un paseo, encontraron en la cocina una divertida nota de Parker. Felicidades a la chef. En agradecimiento a sus esfuerzos, lavaré yo los platos. Ni os atreváis a contradecirme. P.

Aprovechando que los días eran más largos en verano fueron a pasear por los jardines bajo la suave luz del anochecer. El calor intenso y pegajoso se había desvanecido, aunque seguía presente en el aroma penetrante y vigoroso de las flores. Las estrellas titilaban ya cuando Laurel y Del llegaron al estanque y la joven le mostró la rana que había descubierto. Del se agachó para examinarla de cerca. Laurel no daba crédito. —Sientes la misma curiosidad y fascinación que Kent, el niño de la boda. —Cualquier hombre es capaz de apreciar una buena rana. Esta es enorme. Podría intentar cazarla, y luego me pondría a perseguirte, como solía hacer de pequeño. —Inténtalo y te darás cuenta de que ahora soy más rápida. Además, a quien pillabas siempre era a Emma. —Porque era la más femenina de todas, y la más gritona también. ¡Qué días aquellos! —Del siguió en cuclillas contemplando los prados, el verdor y el fresco que se notaba a la sombra—. En verano, antes de que oscureciera, me gustaba bajar al estanque, y me sentaba aquí. —Del se sentó—. Dejaba vagar el pensamiento en compañía del perro mientras se iban encendiendo las luces. ¿Ves?, esa era la habitación de Parker —explicó señalando hacia la casa principal. —Me acuerdo. Pasé muy buenos ratos en ese dormitorio —dijo Laurel sentándose junto a él—. Ahora es la suite de la novia. Sigue siendo una habitación alegre, y muy femenina. Con la tuya pasa lo mismo. Recuerdo cuando te trasladaste al tercer piso para tener un poco de intimidad. —Me quedé de piedra cuando mis padres me dieron permiso. Comprendí que confiaban en mí, y no me quedó más remedio que instalarme, aunque en el fondo tenía miedo. Tuve que sobornar al perro para que durmiera conmigo. ¡Cómo lo echo de menos! —Oh… —exclamó Laurel apoyando ligeramente la cabeza en su hombro—. Ese perro era fantástico. —Sí. A veces pienso que querría tener uno, pero entonces recuerdo que estoy poco en casa, y no me parece justo. —Búscate dos perros. Giró la cabeza para mirarla. —¿Dos? —Para que se hagan compañía cuando tú no estés. Serán amigos, se relacionarán entre ellos y hablarán de ti. La idea le hizo gracia.

—Bien pensado. Del se volvió, rodeó a Laurel con sus brazos y la besó en los labios. —De mayor traía a mis chicas a este lugar para besuquearlas. —Ya lo sé. Nosotras te espiábamos. —No es verdad. —Claro que sí. —Laurel soltó una carcajada al verlo atónito y desconcertado—. Fue muy instructivo, y distraído también. Nos sirvió para hacernos a la idea de lo que nos esperaba cuando fuera nuestro turno. —Qué dices… —Llegaste a la segunda base con Serena Willcott, en este mismo lugar. —Bueno, basta. Se acabó hablar del pasado. —Te movías con suavidad, incluso entonces. Apuesto a que conmigo podrías tocar la segunda base también —dijo Laurel cogiéndole la mano y llevándosela al pecho—. ¿Lo ves? Ya estás en ella. —He tocado más bases desde la época de Serena Willcott. —¿Ah, sí? ¿Por qué no pruebas conmigo? Sin dejar de acariciarla, Del volvió a inclinarse para besarla en los labios y mordisquearla. —Sí, esto también funciona. —Entonces probaré con esto otro. —Con el dedo, resbaló desde su garganta hasta el botón superior de su blusa, y lo desabrochó—. Ni muy rápido, ni demasiado despacio —murmuró Del junto a sus labios. Le desabrochó el segundo botón y luego el tercero, demorándose para rozar con el tacto su piel recién expuesta. —Sí, me parece que has mejorado. —Le dio un vuelco el corazón. Laurel dejó escapar un suspiro de satisfacción cuando notó sus labios en el cuello, y otro de sorpresa cuando con una mano le desabrochó el sujetador—. Buena jugada —logró articular—. Deberíamos ir dentro. —No —protestó él besándola y tumbándola en la hierba sin dejar de acariciarla—. Quedémonos aquí. —Pero… —No creo que esta noche vayan a espiarnos cuatro chiquillas, y te deseo. Quiero tenerte aquí mismo, junto al agua, bajo las estrellas, en la hierba, al aire libre. Lamió la piel oculta bajo la copa del sujetador y alcanzó el pezón, haciéndole temblar de deseo. Ese hombre podía con ella, y le gustaba la sensación. Quería entregarse a él, abandonarse al sentimiento que le inspiraba. La calidez de la hierba y del aire y el jugueteo de sus manos y de sus labios reclamaban su presencia en ese momento y en ese lugar. Laurel se confió a él, y las estrellas parecieron cobrar vida en el cielo reflejadas en sus encandilados ojos. El aroma de esa mujer, seductor como una noche de verano, lo cautivaba. Su sabor, irresistible, lo excitaba. Del se entretuvo acariciándola, jugando con ella y complaciéndola mientras la noche cerrada los envolvía en su manto. Las dos notas del canto de un búho se destacaron entre los zumbidos de la noche estival. La luz de la luna danzaba en la superficie del estanque, y bailó también sobre su cuerpo mientras él la desvestía. Laurel se incorporó para desabrocharle la camisa, pero él se lo impidió.

—Todavía no. —Laurel notó su mirada hambrienta devorándole la piel, y se estremeció—. Estás preciosa. Preciosa. Del se consumía de deseo, anhelaba tocarla, saborearla en ese preciso instante. Lo quería todo de esa mujer. Y lo tomó, dejó que la lujuria se apoderara de ambos, y los gritos y los gemidos de ella acrecentaron su deseo. Laurel le clavó las uñas mientras su cuerpo se combaba, pero él siguió demorándose. Una explosión de estrellas la cegó, y el impacto de tantas sensaciones hizo que perdiera el aliento. Yacer en el prado indefensa, desnuda y enloquecida mientras él hacía lo que se le antojaba tenía un regusto prohibido, maravilloso. La camisa de él le rozó el pecho, y Laurel volvió a gemir. Necesitaba notar el contacto de su piel, y saber que él estaba vestido y ella expuesta acrecentó su deseo hasta convertirlo en una delirante angustia. Y la angustia llegó a su clímax. —Ahora. Penétrame. ¡Del! Le tiró de la camisa y del cinturón hasta que entre ambos lograron quitarle la ropa. Laurel rodó, se puso a horcajadas encima de él y lo tomó. El placer la inundó y espoleó. Echó hacia atrás la cabeza y se dejó invadir por la sensación. Del la tomó por los senos, le acarició el cuerpo y la asió de las manos. La tempestad arreció, salvaje, y los dos se dejaron arrastrar por ella.

La intención de Laurel había sido provocarlo un poco, tentarlo con juegos preliminares para continuar luego en el dormitorio. Sin embargo, ahora se encontraba junto al estanque, desnuda, atónita y agotada, oyendo el croar de la rana a modo de aprobación. Acababa de practicar sexo salvaje con Del al aire libre, en el mismo estanque donde solían jugar de pequeños. No estaba muy segura de si la escena le resultaba monstruosa o perfecta. —¿Qué decías de la segunda base? —preguntó él acariciándole la espalda y los glúteos—. Cariño, esto ha sido un Grand Slam. Laurel no pudo evitar reírse, aunque le salió una risa espasmódica. —Por Dios, Del… Estamos desnudos y sudorosos. ¿Y si Mac y Carter, o Emma y Jack, hubieran decidido dar una vuelta y acercarse al estanque? —No lo han decidido. —Pero ¿y si…? —No lo han hecho —insistió Del con un tono de voz tan perezoso como la mano que seguía acariciándola—. Además, te habrían oído gritar como una loca desde lejos antes de llegar a ver nada, y se habrían desviado en señal de educación, suspirando de envidia. —Yo no he gritado como una loca. —Sí has gritado. Has gritado como en una película porno. Un nuevo campo profesional se abre ante ti. —De ninguna manera, jo… Del se puso encima de ella y le mordisqueó los pechos. Laurel no pudo evitar gemir y ahogar un grito. —¿Lo has oído ahora? El que gritaba no era yo. Del solo la había rozado, y Laurel no tardó en recuperar el aliento.

—Muy bien. Es bueno saber que si Votos quiebra podré ganarme la vida gritando como una actriz porno. —Ha nacido una estrella. —Quizá tendrías que amordazarme. —Cuando Del levantó la cabeza y sonrió, sintió que volvía a acalorarse—. No hablaba en serio, de verdad. —Podríamos estudiar esa opción. —Del volvió a acurrucarse en ella, pero la libró del peso de su cuerpo—. Si se nos hubiera ocurrido traer una tienda podríamos pasar aquí la noche. La idea arrancó un suspiro irónico a Laurel. —¿Cuándo fue la última vez que saliste de acampada? —Creo que tenía doce años. —No es tu estilo, y el mío tampoco. Me parece que tendremos que vestirnos y volver a casa. —Estamos desnudos y sudados, pero eso puede arreglarse. —Montando encima de ella, la obligó a rodar. Laurel comprendió demasiado tarde, tan solo un instante antes del impacto, lo que Del tenía en mente. —¡No, Del! No puedes… Cayeron al agua fría del estanque con los cuerpos entrelazados. Ella tragó un poco de agua, se zafó y subió a la superficie escupiendo. Del reía como un loco. —¡Mierda, oh, mierda! ¡Estás loco de atar! Ahí dentro hay ranas, y peces… ¡Ay, un pez! —exclamó al notar un roce en la pierna. Tuvo el instinto de nadar hacia la orilla, pero él la agarró. —El agua está buenísima. —Aquí hay peces —insistió ella dándole un empujón—, y ranas. —Y estamos tú y yo. Me baño desnudo en el estanque con Laurel McBane, y su cuerpo resbala… ¡Uau! —exclamó al deslizar una mano entre sus piernas y tocarla. —Del… —Laurel se quedó sin aliento, y se abrazó a él—. Nos ahogaremos. —Ahora lo veremos. No se ahogaron, pero Laurel apenas logró reunir fuerzas para salir del agua y dejarse caer sobre la hierba jadeando. —Nunca, y oye bien lo que te digo, nunca vimos nada parecido con los prismáticos. Del se echó hacia atrás de la sorpresa. —¿Teníais unos prismáticos? —Claro. No podíamos acercarnos tanto, y si queríamos ver algo, había que usar prismáticos. La rana no los necesita. Ya ha visto demasiado. —Tendrá que guardarnos el secreto si quiere conservar las dos ancas. Laurel consiguió volver la cabeza y su mirada se cruzó con la de Del. —Ahora estamos desnudos y mojados. —Pero contentos. Ella sonrió. —No te lo discuto. ¿Cómo vamos a entrar en casa? —Soy un Brown. Y un Brown siempre tiene un plan. Al final ella se puso su camisa y él, los pantalones. El resto de la ropa la llevaron en brazos. Empapados e intentando controlar la risa, se escabulleron por la puerta lateral y subieron corriendo a la

habitación. —Lo hemos conseguido —dijo ella cerrando la puerta y deshaciéndose del montón de ropa—. Me estoy helando. Necesito una ducha caliente. —Sí, no me extraña. Tienes toda la pinta de haber echado un polvo en el estanque. Le pasó el brazo por el hombro para reconfortarla y fueron a ducharse. —Del, recuérdame que haga una tanda extra de ejercicio la próxima vez que te prepare la cena.

Laurel durmió como si estuviera en coma, y recobró la conciencia, grogui y desorientada, cuando sonó la alarma del despertador. —No puede ser. No me digas que es por la mañana. —Abrió un ojo y vio la hora que marcaba el reloj. Apagó la alarma con un manotazo de resignación. Del, a su lado, se puso a murmurar e intentó retenerla. —Tengo que levantarme. Duérmete. No te muevas de la cama. —Buena idea —respondió él dándose la vuelta. Laurel torció el gesto, se levantó y se vistió a oscuras. Bajó a su cocina, encendió la cafetera y tomó una taza de café, solo y muy caliente, mientras repasaba la agenda del día. Fue como si estuviera leyendo en griego. Para aclararse las ideas se sirvió una segunda taza, le añadió una generosa cucharada de azúcar, cogió la caja de metal donde guardaba los bollos y sacó uno. Se llevó el café y el bollo fuera, al aire libre, para disfrutar de lo que sin duda era el mejor momento del día para ella: antes del alba, cuando la luz pugnaba por vencer a la oscuridad, cuando todo permanecía inmóvil y el mundo, el mejor lugar del mundo, le pertenecía. Quizá estuviera cansada, y un par de horas más de sueño habrían sido una bendición, pero era difícil superar esa vista, la sensación de ser testigo del despertar callado de la mañana. Se tomó el bollo y se bebió el café. Contemplando el cielo rosicler que despuntaba por el este, notó que su cerebro se ponía en marcha. Escrutó el horizonte, paseó la mirada por los prados y la posó en cada uno de los detalles del jardín, en las terrazas y la pérgola que Emma y su equipo pronto empezarían a adornar. Vio el juego de luces que el día reflejaba en el agua del estanque, y la incipiente sombra del sauce llorón nadando en ella. Pensó en la noche anterior, en Del, dormido en su cama, y sonrió. Iba a ser un día precioso.

18

V

ACACIONES.

LAUREL LAS TENÍA TAN PRESENTES que casi podía olerlas y tocarlas. Las vacaciones empezarían cuando aquella celebración terminase de una maldita vez. Las ceremonias de los domingos por la tarde solían ser de poca envergadura. Fueran sofisticadas o desenfadadas, encopetadas o alocadas, los clientes que reservaban un domingo por la tarde para celebrar una boda o una fiesta de aniversario se inclinaban por un brunch completo o una merienda elegante, y en general terminaban pronto para que los invitados pudieran irse a casa y ver el partido de béisbol o una película. Aquella, en cambio, no. La última boda antes de paladear la gloria de las vacaciones no terminaría pronto. A las cuatro de la tarde la sala de baile bullía de actividad. Corría el champán. Los novios, unos cuarentones que celebraban segundas nupcias, bailaban los éxitos de otras décadas que ponía el DJ como si fueran un par de adolescentes disfrutando de unas vacaciones escolares. —¿Por qué no van a casa a echar un polvo? —le preguntó Laurel a Emma en voz baja. —Porque se conocen desde hace tres años y llevan uno viviendo juntos. Seguro que practican sexo cuando les apetece. —Pero hoy es su noche de bodas, y solo podrán celebrarla en rigor hoy. A medianoche, se acabó el plazo. Deberían disfrutar de su noche de bodas. ¿Crees que es buena idea mencionárselo? Emma le dio unos golpecitos a Laurel en el hombro. —Una idea muy tentadora, pero habrá que esperar hasta las cinco. —Echó un vistazo al reloj. —Llevas una tirita con la figura de Campanilla en el dedo. —¿Verdad que es una monada? Casi compensa que me rebanara el dedo soñando despierta con las vacaciones. En fin, según mi reloj nos quedan cuarenta y nueve minutos, y luego tendremos dos semanas para nosotros, Laurel: catorce días en la playa. —Solo de pensarlo me pican los ojos, aunque si me echo a llorar la gente pensará que me he emocionado con la boda. Tampoco pasaría nada. —Tuvo que obligarse a permanecer quieta—. Todas hemos hecho el equipaje —comentó mirando a Emma con los ojos entornados. —Yo también, yo también he hecho las maletas. —Muy bien. Dentro de cuarenta y nueve minutos cargamos los coches. Nos daremos un margen de unos veinte minutos más para cargar las cosas de la playa… y luego hay que contar con las discusiones. Eso da un total de sesenta y nueve minutos. Démosle diez más a Parker, para que compruebe sus listas una y otra vez, y habremos llegado a los setenta y nueve minutos. Hora de salida. Las vacaciones empiezan en el momento de salir a la carretera. —Es cierto —respondió Emma sonriéndole a un grupo de invitados que iba al bar—. Nos quedan setenta y ocho. En dos horas más nos plantaremos en la playa y tomaremos unos margaritas helados. Del habrá preparado los cócteles, ¿verdad? —Más le vale. ¿Para qué ha ido a la playa, si no? —Mujer, alguien tenía que adelantarse para abrir la casa, comprar provisiones y asegurarse de que todo esté en orden.

—Ya. Imagino que debe de estar tumbado con una cervecita, pero intentaré no echárselo en cara. Si me conformo es porque dentro de ciento noventa y ocho minutos, más o menos, habremos llegado. Mierda, tendremos que cambiarnos. Añade otros veinte minutos. Doscientos dieciocho… —Diecisiete —rectificó Emma—, y que conste que no somos de las que siempre están mirando el reloj… —Nos tomaremos los margaritas, y nuestra única preocupación será pensar qué preparamos para cenar. —Laurel pellizcó a Parker en el brazo cuando esta se les acercó. —¡Ay! —Era para asegurarme de que no estamos soñando. Hemos empezado la cuenta atrás en la intimidad. Faltan doscientos diecisiete minutos para tomarnos unos margaritas en la playa. —Doscientos setenta y siete. Acaban de pedirme la hora extra. Los grandes ojos castaños de Emma se entristecieron como los de un cachorro hambriento. —Oh, Parker… —Ya lo sé, ya lo sé… pero lo han decidido así, es su dinero… y no podemos negarnos. —Alguien podría llamar avisando de una amenaza de bomba. Era una sugerencia —dijo Laurel cuando Parker la miró con frialdad—. Empezaré a llevar los regalos a la limusina. Así pasará más rápido el tiempo. Si me necesitas, hazme una señal. Se entretuvo supervisando la carga y colaborando en persona en el traslado de regalos. Al terminar subió a las suites de la novia y del novio para asegurarse de que hubieran quedado recogidas y fue a buscar a la cocina las cajas que necesitaba para embalar el pastel y los postres sobrantes. «Doscientos veintinueve minutos», se dijo. A las seis en punto las cuatro socias, acompañadas de Jack y Carter, despedían a los recién casados y a los rezagados. —Marchaos ya —dijo Laurel entre dientes—. Adiós. Arrancad y no volváis la vista atrás. —Te arriesgas a que alguno de ellos sepa leer los labios —aventuró Jack. —Me da igual —espetó Laurel, pero lo agarró del brazo y se colocó detrás—. Id a casa. Marchaos. Bien, ahí van los últimos. ¿Qué hacen de pie hablando? Han tenido horas para charlar. Sí, sí, ahora vienen los abrazos… besos, más besos… Marchaos, por el amor de Dios. —Están subiendo a los coches —informó Mac a su espalda—. Esto se mueve. Arrancan el motor y dan marcha atrás. Conducen, están conduciendo… —exclamó Mac agarrando a Laurel por los hombros —. Se acercan a la carretera, casi están… ¡ahora! —¡Vacaciones! —gritó Laurel—. Todo el mundo a sus puestos, id a buscar vuestras cosas. —La joven entró en la casa disparada como una flecha y subió las escaleras. Al cabo de quince minutos, vestida con unos pantalones recortados, una camiseta de tirantes, un sombrero de paja y unas sandalias, bajó a rastras el equipaje hasta la planta baja… y torció el gesto cuando vio a Parker. —¿Cómo has podido ir más deprisa que yo? No lo entiendo. He volado como el viento. Parecía un tornado recogiendo mis cosas a toda velocidad, y sin olvidarme de nada. —Soy una superdotada. Traeré el coche. La señora Grady salió a despedir a las chicas y les entregó una bolsa térmica. Laurel y Parker estaban cargando el equipaje en el coche.

—Son provisiones para el viaje: agua fresca, fruta, queso y unas crackers. —Se merece un premio. —Laurel se volvió y la abrazó con fuerza—. Cambie de idea y venga con nosotros. —Ni pensarlo. Dos semanas en esta casa disfrutando del silencio me irán de perlas. —Rodeó a Laurel con sus brazos y observó a Parker—. Veo que las dos ya estáis listas, y vais preciosas además. —Dignas chicas de la playa de Southampton —dijo Parker dando una vuelta con elegancia—. La echaremos de menos. —No es verdad —dijo la señora Grady, sonriendo al recibir en la mejilla un beso de Parker—, pero os alegraréis de verme cuando volváis. Ahí viene el resto del grupo —indicó con el mentón mientras Mac y Carter aparcaban tras el coche de Parker—. Carter, procura que nuestra pelirroja no olvide untarse entera de filtro solar, si no se freirá como un huevo. —Vamos bien equipados. La señora Grady le dio otra bolsa térmica. —Comida para el viaje. —Gracias. —Emma llega tarde, como es natural. —Parker consultó su reloj—. Carter, irás en medio del convoy para que no te perdamos. —Sí, capitana. —¿Has anotado la dirección en el GPS por si acaso? —Todo controlado. Preparados… —Mac se ajustó la visera de su gorra de béisbol—, listos, ya. —El trayecto dura dos horas y diez minutos —explicó Parker. Laurel ignoró sus palabras y miró fijamente en dirección a la casa de Emma, como si quisiera invocarla con el poder de su mente. —¡Ha funcionado! Ahí viene. Adiós, señora Grady. Si se siente sola, venga a vernos. —No es probable. —Prohibido dar fiestas salvajes e invitar a chicos por la noche en casa —dijo Parker con semblante serio y poniendo las manos sobre los hombros de la señora Grady—. No quiero drogas, y alcohol tampoco. —Eso no me deja mucho donde elegir. —La señora Grady soltó una carcajada y le dio un abrazo de despedida, no sin antes musitarle unas palabras al oído—. No seas tan buena chica. Diviértete. —Divertirme es el primer punto de la lista. Laurel subió al coche mientras la señora Grady le entregaba la bolsa de provisiones a Emma y las dos mujeres intercambiaban un abrazo. Laurel dio un brinco en el asiento cuando Parker se sentó al volante. —Ya está. —Sí, amiga mía, ya está. —Parker encendió el motor y conectó el GPS—. Vámonos. —¡En marcha! —exclamó Laurel al enfilar el camino de entrada—. Ya noto la arena en los zapatos y la brisa salada en el pelo. Debes de estar muerta de ganas de llegar. Eres la propietaria y todavía no has visto la casa. —La copropietaria. He visto las fotos de la inmobiliaria Realtor y también las que tomó Del. —No puedo creer que precisamente tú amueblaras la casa por teléfono y por internet.

—No era posible hacerlo de otra manera. No había tiempo para ir en persona. Además es muy práctico comprar así, sobre todo cuando en principio es para una inversión. Hemos conservado algunos muebles de la casa porque el propietario anterior no quiso llevárselos. Habrá que comprobar si son demasiado formales. Será divertido decidir lo que se puede aprovechar, si hay que volver a pintar… —¿Qué es lo primero que harás mañana cuando te despiertes? —Probar el gimnasio y pasear por la playa con un tazón de café. Aunque a lo mejor me salto la gimnasia y voy a correr por la playa. Correr. Por. La. Playa. —Sin tu BlackBerry. —No sé si llegaré a tanto. A lo mejor tendré síndrome de abstinencia… ¿Y tú? ¿Qué es lo primero que harás? —Eso es lo mejor. No lo sé. No sé qué me apetecerá, ni lo que haré. Mac se dedicará a hacer fotos. Emma se plantará en la playa y contemplará el mar haciendo gorgoritos de contento. Y tú, admítelo, después del ejercicio y del paseo por la playa, o de correr, consultarás el ordenador y el móvil por si tienes mensajes. Parker se encogió de hombros. —Es probable, pero también he pensado llevar una vida contemplativa y dedicarme a hacer gorgoritos de contento. —Y a escribir una lista con los cambios que vas a hacer en esa casa. —Todas nos planteamos las vacaciones a nuestra manera. —Sí, y gracias de antemano. —¿Por qué? —Por las dos semanas que pasaremos en la casa de la playa de Southampton. Ya sé que somos socias y amigas, pero podías haber elegido disfrutar de estas dos semanas sola. —¿Qué haría yo sin vosotras? —Esa es una pregunta sin respuesta —afirmó Laurel abriendo la bolsa. Sacó dos botellines de agua y los abrió. Puso el de Parker en uno de los soportes del salpicadero y los entrechocó para brindar—. A nuestra salud. Por las chicas de la playa de Southampton. —Brindo por eso. —¿Música? —Por supuesto. Laurel encendió la radio. El paisaje cambió cuando salieron de Nueva York por la carretera del este y atravesaron la estrecha isla. Bajó la ventanilla y se asomó. —Creo que huele a mar, o eso me parece. —Todavía estamos a medio camino —dijo Parker tomando un trozo de manzana—. Tendrías que llamar a Del para decirle la hora de llegada. —Buena idea, porque estaré muerta de hambre y delirando por un margarita. ¿Le digo que encienda la barbacoa? ¿Hay barbacoa en la casa? —Del es copropietario, Laurel. —Entonces habrá barbacoa. ¿Hamburguesas, pollo o filete? —Creo que siendo nuestra primera noche de vacaciones, se impone un filete enorme.

—Lo anotaré en el pedido. —Laurel tomó el móvil y marcó el número de Del. —Hola, ¿dónde estás? —preguntó Del. Laurel miró el GPS y le dio su localización. —¿Habéis encontrado tráfico? —No, nos ha retrasado el trabajo. Los clientes se lo estaban pasando tan bien que han pedido una hora extra, pero no tardaremos mucho. Parker le ha dicho a Carter que nos siga. Conduce en medio, y Jack cierra filas. Anota nuestro pedido: muchos margaritas, helados, y unos filetes enormes. —Será un placer. Escucha esto. Laurel oyó un rumor sordo. —¡Es el mar! Escucha, Parker —exclamó la joven acercándole el móvil al oído—. Ese es nuestro mar. ¿Estás en la playa? —le preguntó a Del cuando volvió a recuperar el teléfono. —He bajado a dar un paseo. —Diviértete, pero no mucho. Espera a que lleguemos. —Me moderaré. Ah, por cierto, ¿sabes si Mal ha salido? —No. ¿Viene esta noche? —No lo ha confirmado. Lo llamaré. Hasta pronto. —Me muero de impaciencia —respondió Laurel, y cerró el móvil—. Es posible que Mal llegue esta noche. —Fantástico. —Ese tío no está nada mal, Parker. —Yo no he dicho lo contrario. Lo que pasa es que me choca que nuestro grupo cambie de dinámica. —Es de esos hombres que con la mirada te están diciendo: ¿qué me cuentas, preciosa? —¡Exacto! —Parker señaló con un dedo a Laurel—. Lo has clavado. No me gusta su estilo. Es un pavo real, y además va de ligón. —Sí, pero es honrado. ¿Te acuerdas de aquel tío con quien saliste un par de veces? Geoffrey (había que deletrearlo como los británicos). Era un potentado de los vinos, si no me equivoco. —Tenía intereses en varios viñedos. —Hablaba francés e italiano con soltura, decía «cine de autor» en lugar de peli y esquiaba en San Moritz. Resultó ser un asqueroso, un capullo sexista bajo toda esa apariencia de cultura y refinamiento. —Buf, es cierto… —El recuerdo arrancó un suspiro a Parker, y un gesto de incredulidad—. En general los veo venir, pero ese volaba por debajo de mi radar. Mira. Laurel volvió la cabeza y reconoció el mar. —Ahí está —murmuró—. No es un sueño. ¡Qué suerte tenemos, Parker…! Más tarde volvió a recordar lo afortunada que era cuando, atónita, vio la casa por primera vez. —¿Es esa? —Ajá. —¿Esa es vuestra casa de la playa? Es una mansión, Parker. —Es espaciosa, pero hay que tener en cuenta que nosotros somos muchos. —¡Qué maravilla! Parece que siempre haya estado aquí, forma parte del lugar, y además es elegante y nueva. —Es fenomenal —comentó Parker—. Lo suponía, sabía que las fotografías le harían justicia; y

además está aislada. ¡Ah, mira! La arena, el agua, el estanque… ¡Lo tiene todo! Examinaron las líneas del tejado y los generosos ventanales, y alabaron el encanto de unos porches acogedores y unas estilosas cúpulas. Enfilaron el camino particular que llevaba a la fachada delantera y Laurel vio una pista de tenis y una piscina. Era en momentos como esos cuando Laurel tomaba conciencia de que Del y Parker no eran ricos. Eran muy ricos. —Me encanta la distribución —dijo Laurel—. Seguro que desde cualquier habitación se ve el mar o el estanque. —Es una vivienda protegida. Del y yo hemos querido implicarnos y conservarla en condiciones perfectas. Fue él quien la encontró, y tengo que decir que es ideal. —Quiero verla entera, de arriba abajo. —En ese momento Del apareció en el porche delantero y fue a recibirlas. Laurel se olvidó de todo durante unos breves instantes. Se lo veía relajado. Iba descalzo, con sus pantalones de algodón, una camiseta y unas gafas de sol que no lograban disimular la alegría de sus ojos. Laurel bajó del coche mientras él se acercaba a ofrecerle la mano. —Ya habéis llegado. —Le dio un beso de bienvenida. —Muy bonita, tu choza de la playa. —Es lo que pensé cuando la vi. Parker salió del coche y se quedó contemplando la casa, a continuación se volvió y observó el mar y las vistas. —Buen trabajo —dijo asintiendo. Del levantó un brazo invitándola a que se acercara, y durante un momento los tres, abrazados juntos, se quedaron admirando la casa y el panorama que, mecido por la brisa, se desplegaba ante sus ojos. —Creo que le sacaremos partido —decidió Del. En ese momento aparecieron los demás, y con ellos el ruido, el trajín y las exclamaciones de aprobación y curiosidad. Descargaron los coches y trasladaron el equipaje y las provisiones al interior de la casa. Las sorpresas se iban sucediendo sin pausa: el sol, el espacio, las maderas relucientes, los colores suaves… Desde las ventanas se veía la amplitud del mar, la extensión de arena, se percibía la soledad y el recogimiento, la invitación a disfrutar de un lugar donde sentarse o un sendero por el que perderse. Los techos eran altos y las habitaciones se comunicaban entre sí con naturalidad, añadiendo una atractiva pincelada informal a la elegancia sobria del mobiliario. Era un lugar en el que se podía estar cómodo tanto con los pies encima de la mesa como tomando champán vestido de etiqueta, pensó Laurel. Tenía que admitir que los Brown podían dar lecciones de estilo. Sin embargo, la sorpresa más grata fue la cocina. Era de color paja, con unas superficies generosas y unos armarios de cristal esmerilado que, como en una vitrina, exponían una vajilla de loza Fiesta de alegres colores y realzaban el brillo de la cristalería. Abrió los cajones donde se guardaba la batería de cocina y alabó con un murmullo la variedad de cazuelas y sartenes. Unos ventanales en arco situados ante un fregadero doble abrían la estancia a la playa y al rompiente de las olas. Mientras Laurel estaba intentando digerir lo que había descubierto, oyó un alarido. Era Jack. —¡Una máquina del millón!

Su grito significaba que debía de haber un salón de juegos en la casa, pero por el momento Laurel estaba más interesada en la cocina, en el amplio rincón destinado a los desayunos y en la cercanía del porche, que facilitaba organizar comidas al aire libre. Del le obsequió con un margarita helado. —Lo prometido es deuda. —¡Qué bien! —Laurel dio un sorbo al frío combinado—. Ahora estamos oficialmente de vacaciones. —He elegido uno de los dormitorios. ¿Quieres verlo? —Por supuesto. Del, este lugar es… mucho más de lo que esperaba. —¿En el buen sentido de la palabra? —En el sentido de que me ha dejado sin habla. De camino, Laurel fue echando un vistazo a las habitaciones. Vio una galería, lo que imaginó que sería una salita de estar, un salón y varios aseos. Subieron las escaleras de madera y entraron en un dormitorio del segundo piso. Unos amplios ventanales daban al mar y ocupaban la pared entera. Laurel se imaginó remoloneando en la cama de hierro forjado, con baldaquino y dosel, entre sábanas blancas y almidonadas. Los visillos flotaban al viento y escapaban por los ventanales que daban al porche, y que Del había abierto unos minutos antes. —Es muy bonito, es precioso… Escucha… —Laurel cerró los ojos y se dejó acariciar por el rumor del océano. —Ve a mirar allí. —Del le hizo señas, y ella se metió en el baño. —Bueno, después de esto… —dijo la joven dándole unos golpecitos en el brazo—. Podría quedarme a vivir aquí. Puede incluso que no salga jamás de este dormitorio. Una bañera de grandes dimensiones presidía una serie de ventanales y descansaba sobre unas baldosas color arena. Tras una mampara de cristal había una ducha de varios cabezales, distintos chorros corporales y un banco de mármol. —Es una ducha de vapor —aclaró Del, y Laurel estuvo a punto de gemir de placer. Los lavabos eran amplios, del color y la forma de una concha. En la pared que había a los pies de la bañera destacaba una pequeña chimenea de gas y una televisión de pantalla plana. Laurel empezó a fantasear, y pasó de verse remoloneando en la cama a chapotear con pereza en la bañera de burbujas. Los armarios de espejo reflejaban las baldosas, el brillo de los complementos, la profundidad de las superficies y las hermosas acuarelas de las paredes. —Este baño es más grande que mi primer apartamento. Mac entró precipitadamente, con los ojos desorbitados y haciendo aspavientos. —El baño. El baño es… ¡Caray, mira este! En fin, da igual. ¡Qué baño! —volvió a exclamar, y salió corriendo tal y como había entrado. —Creo que acaban de ponerte un diez —le dijo Laurel a Del.

Una hora después la barbacoa humeaba y el grupo al completo se había reunido en el porche. Al menos eso fue lo que pensó Laurel hasta que miró a su alrededor. —¿Dónde está Parker? —Inspeccionando por cuenta propia. —Emma suspiró, y dio un sorbo a su copa, que empezaba a

gotear—. Tomando notas. —Yo no cambiaría nada. —Tras sus enormes gafas de sol y su sombrero de ala ancha, Mac iba jugueteando con los dedos de los pies—. Ni un solo detalle. No me movería de aquí durante estas dos semanas si no fuera porque he visto unos rincones increíbles para holgazanear a mis anchas. —Tendremos que inspeccionar bien la playa —le dijo Jack a Emma dándole un beso en la mano. —Sin duda alguna. —Es un lugar magnífico para avistar aves —intervino Carter—. Antes he ido a dar un paseo y he visto una pardela cenicienta que… —Carter se interrumpió y se ruborizó—. Alerta roja, habla el sabihondo. —A mí me gustan las aves —afirmó Emma dándole unos golpecitos de ánimo en la mano—. Voy a ayudarte con la cena, Del. —Me encargo yo —dijo Laurel levantándose—. La próxima vez que queramos cenar dentro os tocará a vosotros. Prepararé algo para acompañar los filetes. En realidad Laurel tenía ganas de explayarse en la cocina. Parker entró en el momento en que rehogaba unas patatas hervidas con mantequilla, ajo y eneldo. —¿Te echo una mano? —Todo controlado. Del debe de haber saqueado las existencias de algún mercadillo de frutas y verduras de camino hacia aquí. Un detalle por su parte. —Es muy detallista. —Parker observó la cocina—. Me he enamorado de este lugar. —Ay, yo también. Las vistas, la atmósfera, los sonidos… La casa en sí es increíble. ¿Cambiarás muchas cosas? —No, más que cambiar, les daré otro aire —comentó Parker acercándose a la ventana. La brisa le trajo un rumor de voces y risas—. ¡Ah, mis sonidos preferidos! Todo es tan bonito que seguro que en invierno también vale la pena. —Me has leído la mente. Estaba pensando en nuestra temporada baja, después de las vacaciones de invierno. —Sí, yo también. Quién sabe. Del parece tan feliz… y en parte es gracias a ti. Laurel se quedó inmóvil. —¿Tú crees? —Sí. Os veo a los dos: él controlando la barbacoa, tú aquí dentro preparando la guarnición, y lo encuentro muy bonito —afirmó Parker mirándola de nuevo—. Me hace feliz, Laurel, del mismo modo que las voces de fuera me dan una alegría inmensa. —A mí me pasa lo mismo. —Me alegro. Os quiero a los dos y por eso me alegro. Bueno… —Parker cambió de tema y se alejó de la ventana—. ¿Cenamos dentro o fuera? —¿En una noche como esta? Fuera, sin duda. —Pondré la mesa. Más tarde pasearon por la playa para bajar la cena. Chapotearon entre las olas y contemplaron las luces de los barcos lejanos que seguían su travesía nocturna. Refrescaba, y Laurel pensó en darse un largo baño iluminada por el fuego de la chimenea. La tentación voló sin embargo ante la llamada del salón de juegos. El silencio se pobló de la algarabía de tintineos y silbidos que salía de la estancia.

Jack y Del combatían a muerte disputando una partida en la máquina del millón cuando Laurel decidió que tiraba la toalla. Subió al dormitorio y se dio el gusto de tomar el largo baño con el que había soñado. Tras ponerse un camisón y salir al porche, se dio cuenta de que hacía horas que no consultaba el reloj. Eso sí eran vacaciones. —Me preguntaba adónde habías ido. Laurel se volvió y vio a Del. —Voy a tener que practicar mucho antes de poder ganaros a ti o a Jack. Me he dado un baño increíble ante la chimenea, mirando al mar. Me siento como una heroína de novela. —Si lo hubiera sabido, me habría metido en la bañera contigo y habríamos escrito una escena de amor. —Del la rodeó con los brazos y Laurel apoyó la cabeza en su hombro—. ¿Has pasado un buen día? —El mejor. En este lugar, con estas vistas, la brisa, los amigos… —Tan pronto como vi la casa, lo pensé. Esto es lo que necesitamos. Laurel advirtió que no había hablado en singular. Del había elegido el plural con toda naturalidad. —Nunca se lo pregunté a Parker, pero siempre me sorprendió que vendierais la casa de East Hampton. —Quisimos conservar la de Greenwich porque era nuestro hogar. La otra, en cambio… Los dos sabíamos que esa casa no nos dejaría seguir adelante, que no la disfrutaríamos. La finca era un consuelo porque nos recordaba a nuestros padres, pero la casa de la playa… Nos faltaron fuerzas. Este lugar es nuevo, y nos traerá otros recuerdos. —Además teníais que daros tiempo, y distanciaros. —Supongo que sí. Me gusta este lugar, y noto que ha aparecido en el momento adecuado. —A Parker le encanta, y sé que eso es importante para ti. Me lo ha dicho, pero aunque no hubiera sido así, me habría dado cuenta. Nos gusta a todos. Gracias por haber encontrado el lugar adecuado en el momento justo. —De nada —respondió él besándola en el cuello—. ¡Qué bien hueles! —murmuró. —Huelo bien y me siento bien. —Laurel sonrió cuando notó que él le acariciaba la espalda—. Mira, ¿lo ves? —Inclinó hacia atrás la cabeza y le rozó los labios con un beso—. Creo que tendríamos que escribir esa escena de amor. —Buena idea. —Con un ademán ostentoso, la tomó en brazos—. Creo que esta es una buena manera de empezar. —Si es un clásico, por algo será.

Laurel no era capaz de imaginar un lugar más perfecto, un momento más idóneo y un estado de ánimo mejor. Su reloj interno se empeñó en despertarla antes del alba, pero regodeándose en el hecho de no tener que levantarse, se quedó en la cama aovillada junto a Del, escuchando la serenata que les dedicaba el mar. Dormía a intervalos, y la sensación era perfecta, como lo fue ver salir el sol por el este, sobre el mar. Pensó que el astro desplegaba sus rosas y dorados solo para ella, que permanecía de pie en el porche, dando la espalda al vuelo de unos transparentes visillos.

Siguiendo su inspiración, tomó unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes y bajó corriendo los escalones del jardín. Parker estaba al pie de la escalera, equipada como ella, con el pelo castaño recogido en una larga coleta que sobresalía de una llamativa gorra blanca. —Te has levantado igual que yo. —Sí, claro. Laurel levantó las manos. —¿Qué nos pasa? —Nada. Los demás han elegido dormir durante las vacaciones. Tú y yo vamos a exprimirlas al máximo. —Eso es una verdad como un templo. La playa nos reclama. Vamos a correr, como habíamos dicho. —Me has leído el pensamiento. Calentaron de camino, y al llegar a la arena empezaron a correr a un ritmo tranquilo. Sin necesidad de hablar, acompasaron la marcha y avanzaron por la orilla, junto a la espuma de las olas. Las aves levantaban el vuelo o se paseaban ufanas por el borde del agua. Probablemente Carter conocería el nombre de la especie, pensó Laurel, pero a ella le bastaba con que estuvieran ahí, levantaran el vuelo, graznaran y picotearan mientras el sol resplandecía sobre las aguas. Al regresar mantuvieron el mismo ritmo hasta que la casa volvió a aparecer ante sus ojos. Laurel tocó a Parker en el brazo cuando aminoraron la marcha. —Mira. Ahí es adónde vamos. —No me lo tengas en cuenta, pero estoy pensando que es un lugar estupendo para organizar bodas en la playa en plan informal. —Me parece que voy a darte un puñetazo. —No puedo evitarlo. Este lugar es fabuloso. —¿Cuántas llamadas te han hecho desde que hemos llegado? —Solo dos. Bueno, tres, pero las he solucionado sin problemas. Además, he corrido por la playa al salir el sol y ahora me muero por una taza de café, en serio. A propósito… la última en llegar se encarga de la cafetera. Salió disparada y Laurel no tardó en alcanzarla, aunque sabía perfectamente que le tocaría a ella preparar el café. Parker corría como un guepardo. Al llegar al porche, tuvo que doblarse y apoyar las manos en las rodillas para recuperar el aliento. —Iba a preparar yo el café de todos modos. —Ajá. —Odio que ni siquiera te hayas despeinado. Haré el café, y unas tortillas de clara de huevo. —¿De verdad? —Me apetece. Los demás empezaron a desfilar hacia la cocina, probablemente atraídos por el aroma del café y por la música que Parker había puesto bajita. Del se apoyó en la encimera y se pasó los dedos por el cabello todavía revuelto de dormir. —¿Por qué no te has quedado en la cama conmigo? —Porque he corrido cinco kilómetros por la playa y he tomado mi primera taza de café —explicó ella sirviéndole una—. Ahora prepararé el desayuno, y vale más que aproveches que me siento generosa.

Del tomó un buen sorbo de café. —Vale —dijo, y salió al porche para dejarse caer sobre una tumbona. Emma dejó de cortar la fruta y puso los ojos en blanco con una expresión que indicaba a las claras: «Hombres…». —Hoy dejaré que se salga con la suya porque estoy de muy buen humor. —Laurel se interrumpió al oír un motor y se acercó a la ventana—. ¿Quién podrá ser? Parker dejó una jarra de zumo encima de la mesa y se volvió para ver a Malcolm Kavanaugh, quien se quitó el casco, sacudió la cabeza para poner en orden el pelo y bajó de la motocicleta. —Muy bonita tu casita —dijo en voz alta saludando a Del y subiendo las escaleras. Le dedicó una breve sonrisa a Parker—. ¿Qué tal estás, Piernas? Parece que llego a tiempo de desayunar. Laurel pensaría más tarde que ese hombre encajaba en el grupo. Quizá a Parker le enfureciera, pero ese hombre encajaba de veras con ellos. A media mañana ya tenían montado el campamento en la playa con unas sillas de tijera, toallas, sombrillas y neveras portátiles. El aire olía a mar y a filtro solar. Laurel estaba a punto de quedarse dormida sobre su libro cuando Del la arrancó de la silla. —¿Qué…? Basta ya. —Hora de bañarse. —Si quiero darme un baño, voy a la piscina. ¡Para! —No puedes venir a la playa y mirar el mar de lejos. —Del se la cargó al hombro, entró en el agua y la tiró. La joven logró soltar un taco y luego aguantó la respiración. La envolvió el agua fría, y notó arena por todas partes al subir a la superficie. Parpadeó para quitarse el agua salada de los ojos y entonces lo vio de pie, con el agua hasta la cintura y sonriendo. —Maldita sea, Del. Está fría. —Está fresca —la corrigió él, y se zambulló bajo una ola. Laurel, evidentemente, no la vio y la fuerza la derribó de nuevo. Se quedó sin aire y cubierta de arena. Cuando iba a levantarse, Del la tomó de la cintura. —Eres un pesado, Brown. —He conseguido que te metieras en el agua, ¿o no? —Me gusta mirar el mar y nadar en la piscina. —En casa no hay mar que valga —precisó Del—. Ahí viene otra. Al menos esta vez la ola no la tomó por sorpresa, así que se dejó llevar y tuvo la satisfacción de hundir a Del de un empujón, aunque solo sirvió para que este saliera a la superficie riendo a carcajadas. Como ya estaba mojada y llena de arena y sal, decidió ponerse a saltar olas. La piel y los músculos reaccionaron al ejercicio y tuvo que admitir que la argumentación de Del era impecable. En casa no había mar que valiera. Laurel volvió a zambullirse, por el puro placer de sumergirse, y una vez más Del la rodeó por la cintura. —Ya basta. Ahora, sal. —Pesado —protestó Laurel. —Es posible. —Del la tomó en brazos y flotaron en el mar. Laurel notó que Del daba unas cuantas patadas para empujarse hacia la orilla. Qué diablos, decidió

relajando el cuerpo. Que trabajase si quería. Sus amigos estaban en la arena, en el agua, y le llegaron las voces, el sonido de las olas, la música. —Podría llegar a la playa por mi propio pie —le dijo—. También habría podido meterme solita en el agua si hubiera querido. —Sí, pero entonces no habría podido hacerte esto. —Del le dio la vuelta y la besó en los labios dejando que el agua los meciera. Una vez más Laurel tuvo que admitir que no le faltaba razón.

19

L

E ENTRARON GANAS DE HACER UNAS TARTAS .

Quizá fuera a causa de la lluvia que repiqueteaba en las ventanas y había convertido la playa en una acuarela perlada, o puede que se debiera a que llevaba varios días entrando en la cocina sin hacer otra cosa que preparar café o meter unas palomitas en el microondas. Laurel supuso que le pasaba lo mismo que a Parker cuando esta se escabullía un par de horas para encorvarse frente al ordenador o a Mac saliendo con la cámara en la mano. Incluso Emma había ido a una floristería a comprar género para decorar la casa. Después de unos cuantos días de dormir a pierna suelta, holgazanear por ahí, dar largos paseos y celebrar torneos de juegos nocturnos, tenía ganas de hundir las manos en una buena masa. Al revisar la despensa y ver la provisión de productos básicos de repostería que contenía, comprendió que Del la conocía bien. Sorprendida, dedujo que debía de haberse fijado en lo que guardaba en su propia despensa, porque los artículos que vio eran de repostería profesional. Pero Del no debía confiarse creyendo que lo sabía todo, pensó Laurel, porque lo que le apetecía en esos momentos era hacer unas tartas. Confeccionó una lista mentalmente, sabiendo que la elección final dependería de lo que encontrara en el mercado, y le dejó una nota a Parker. Voy al mercado. He tomado prestado tu coche. L. Cogió las llaves y el bolso, y salió de la casa dispuesta a correr una inocente aventura.

En el gimnasio Parker contemplaba la lluvia mientras terminaba su tabla de ejercicios cardiovasculares. No había puesto las noticias como tenía por costumbre; era una concesión a las vacaciones. Las noticias graves tendrían que esperar a que ella regresara a casa. A menos que tuvieran que ver con novias. Aunque en realidad, tampoco había pasado gran cosa. Tan solo había tenido que hacer unas cuantas llamadas y resolver desde la distancia algunos problemas y dificultades. De hecho, le tranquilizaba pensar que podía estar en otra parte y seguir gestionando sus asuntos. Sonrió al reconocer a Mac, que con su mata de pelo rojizo oculta bajo una gorra de béisbol y vestida con un chubasquero de color azul intenso se dirigía con la cámara a una playa barrida por la lluvia. Por muy lejos que estuvieran de la casa, pensó Parker, seguían siendo las mismas. Se quedó observándola un rato y luego fue a cambiar la música con la intención de terminar su tanda de ejercicios con algo más suave. Era un lujo poder disponer de todo el tiempo que una quisiera, no tener que consultar el reloj o adaptar la clase de gimnasia al horario que le imponía una cita o un asunto que resolver.

Eligió la barra y ejecutó unos pliés. En ese momento entró Mal y la vio con el pie en la barra y la nariz pegada a la rodilla. —¡Qué flexible! —comentó arqueando las cejas cuando ella se volvió para mirarlo—. ¿Te molesta si hago un poco de ejercicio? —No, claro que no. —Le fastidiaba que ese hombre la pusiera tensa y sacara a la luz su mal carácter, por eso hizo el esfuerzo de mostrarse agradable—. Adelante. Cambia la música si quieres. No me importa. —¡Faltaría más que le importara lo que hiciera ese individuo! Mal se limitó a encogerse de hombros y fue a buscar las pesas para practicar unos levantamientos en la banqueta. —No sabía que hubiera alguien despierto hasta que he oído a la melenas. —Mac ya está en la playa tomando fotografías. No había razón para no ser civilizados, se dijo Parker. —¿Con esta lluvia? —Parece que nos cuesta reprimirnos —dijo Parker con una sonrisa y volviéndose hacia él. Sobre todo para evitar que le mirara el culo si seguía de espaldas. —Como quieras. He visto alguna de sus fotos. Tendrías que colgarlas por aquí. Parker se sorprendió, porque ya había planeado hacer eso. —Sí, es cierto. Dime, ¿cuánto peso levantas? —Unos diez kilos aproximadamente. Veo que tienes unos buenos brazos —dijo él después de repasarla de arriba abajo—. ¿Cuánto peso levantas tú? —Unos siete u ocho, depende. —No está mal. Parker lo miraba de soslayo mientras hacía sus estiramientos. No podía negarse que él sí tenía buenos brazos. Se le marcaban los músculos al levantar las pesas, pero sin exagerar, y entonces se le movía el tatuaje en forma de nudo, símbolo celta de «hermandad», que lucía en su estilizado bíceps derecho. Había buscado el dibujo en Google movida por la curiosidad. Parker respetaba a los hombres que se mantenían en forma, y había visto a Mal desvestirse antes de meterse en el mar. No pretendía fijarse en él, pero se dio cuenta de que Kavanaugh pertenecía a ese grupo. Parker empezó sus abdominales mientras Malcolm ejercitaba los bíceps. Ella añadió luego unos ejercicios de pilates, y él trabajó los pectorales. Él iba a lo suyo, sin molestar, y Parker casi llegó a olvidar su presencia y terminó su sesión con unos estiramientos de yoga. Cuando se volvió para beber de su botellín de agua, casi tropezó con él. —Lo siento. —No pasa nada. Está muy musculada, señorita Brown. —Tonificada —le corrigió ella—. Lo de musculado se lo dejo a usted, señor Kavanaugh. Mal sacó dos botellines de agua de la nevera y le pasó uno. De repente, Parker se vio con la espalda contra el electrodoméstico, las manos de ese hombre aferradas a sus caderas y los labios tomando posesión de su boca. Se dijo que fue la profunda sorpresa (¿de dónde había salido eso?) lo que prolongó el momento, el beso, su lento y sensual sofoco. Entonces lo apartó de un empujón y respiró hondo.

—Un momento, espera un momento. —Muy bien. Parker lo fulminó con la mirada, pero él pareció no sentirse afectado por su hiriente expresión. Se quedó quieto, como si no tuviera intención de repetir. Tan solo la observaba con sus intensos ojos verdes. El gato acechando al ratón, pensó Parker. Así era como se sentía, y eso que no era la presa de nadie. —Mira, si se te ha metido en la cabeza que yo… que porque los demás están emparejados nosotros… —No. Lo he hecho por ti, por el Cuatro de Julio. Lo recuerdo muy bien. —Eso no tuvo ninguna importancia. —Me gustó. Por si quieres saberlo, no se me ha metido nada raro en la cabeza. Me gustan tus labios, y he pensado que valía la pena poner a prueba mis recuerdos. La memoria no me ha traicionado. —Bien, aclarado este punto… —Parker se apartó de él de un codazo y salió echando chispas. Mal soltó una exclamación entre divertida y satisfecha y fue a cambiar la música. Prefería a su melenas con la guitarra y la batería.

Laurel se puso a descargar las bolsas con la alegría de haber descubierto las excelencias del mercado del pueblo. Quizá se había pasado un poco, pero estaba tan contenta que no veía ningún mal en ello. Contaba con los ingredientes necesarios para hornear unas tartas, pan, un bizcocho de frutas… y dejar volar la imaginación. —Creo que está empezando a clarear. Laurel se volvió y vio a Mac, que subía por los escalones de la playa con el chubasquero brillante por el agua de la lluvia. —Sí, eso es obvio. —Hablo en serio. Mira hacia allí. —Mac señaló al cielo en dirección este—. Por ahí se abren claros. Ya sabes que soy una optimista. —Y veo que estás más mojada que un pollo. —He hecho unas fotos magníficas —le explicó ayudándole con las bolsas—. Teatrales, soñadoras, temperamentales… ¡Caray, esto pesa! ¿Qué has comprado? —Cosas. Mac echó un vistazo al contenido de una bolsa y sonrió a Laurel con aires de suficiencia. —Vas a hacer pasteles. Siempre serás una cocinillas. —Mira quién habla… La Annie Leibovitz del grupo. —Emma decía el otro día que quiere diseñar un jardín que se adapte a la playa, plantar unas colas de zorro y… no sé qué más. No nos habremos vuelto adictas al trabajo, ¿verdad? —No, somos mujeres productivas. —Eso me gusta más —confesó Mac mientras le ayudaba a subir las bolsas—. Lo he pasado fenomenal, y me muero de ganas de descargar las fotos digitales para ver cómo han salido. He filmado también. Me pregunto si costaría mucho convencer a Parker y a Del de que monten un cuarto oscuro. —Parker cree que este lugar es perfecto para organizar bodas en plan informal en la playa. Mac frunció los labios pensativa. —Quizá eso sea ir demasiado lejos, aunque… Jo, tiene razón.

—No la animes —le ordenó Laurel, cambiándose las bolsas de mano para abrir la puerta. En ese momento apareció Del. —Aquí estás —dijo tomando una bolsa de cada una de las chicas—. ¿Nos faltaban provisiones? —A mí sí. Del dejó las bolsas sobre la encimera y se inclinó para darle un beso a Laurel. —Buenos días. Eh, Macadamia, estás empapada. —Se están abriendo claros —insistió Mac—. Voy a tomar una taza de café. ¿Has visto a Carter? —Hace un momento. Tenía un libro así de gordo en las manos —especificó Del extendiendo el pulgar y el índice. —Estará ocupado entonces. —Se sirvió una taza y se marchó con un saludo. —Esta mañana te he echado de menos en la cama —dijo Del—. Me he despertado con la lluvia y las olas pensando que me encontraba en el lugar perfecto, pero me faltabas tú. —He salido en una misión. —Ya lo veo. —Del metió la mano en una bolsa y sacó varios limones—. ¿Vas a preparar limonada? —Una tarta de limón y merengue y otra de mermelada de cerezas. También quiero hornear pan, y puede que prepare un bizcocho de frutas. Las mañanas de lluvia me inspiran para dedicarme a la repostería. —Me temo que la lluvia no nos inspira lo mismo de buena mañana. Laurel rio sin dejar de vaciar las bolsas. —Si te hubieras despertado antes, habríamos podido hacer las dos cosas. No, déjame a mí. Sé dónde quiero cada cosa. Del se encogió de hombros y dejó que ella organizara todo. —Viendo las tartas que me esperan, vale más que me meta en el gimnasio. Si tienes el ticket o te acuerdas de lo que has gastado, dímelo y te lo abonaré. Laurel dejó lo que estaba haciendo. —¿Por qué? —No hace falta que compres tú las provisiones —dijo Del con aire distraído mientras sacaba una botella de Gatorade de la nevera. —¿Y tú sí? —No pudo evitar que una ola de calor le recorriera la espalda. —Bueno, es… —¿Tu casa? —Sí, pero iba a decir que es más… democrático, ya que tú pones el trabajo. —Anoche nadie puso el trabajo cuando salimos todos a cenar y tú pagaste la cuenta. —Eso fue porque… ¿Qué problema hay? La próxima vez invitará otro. —¿Crees que me importa tu dinero? ¿Crees que salgo contigo porque puedes invitarnos a cenar y comprar una casa como esta? Del bajó la botella. —Por Dios, Laurel… ¿De dónde has sacado eso? —No quiero que me devuelvas el dinero. No quiero que me cuides, y puedes meterte el sentido democrático donde te quepa, porque no voy a permitirlo. Soy capaz de pagar mis gastos y puedo comprar las provisiones que se me antojen cuando quiera hacer tartas.

—Vale. Me sorprende que te fastidie tanto mi ofrecimiento de pagar unos limones, pero siendo así, lo retiro. —No entiendes nada —musitó Laurel mientras oía el eco burlón de los consejos de Linda—. ¿Cómo vas a entenderlo? —¿Por qué no me lo explicas? Laurel sacudió la cabeza. —Voy a preparar unas tartas. Hornear me hace feliz. —Tomó el mando a distancia y puso una emisora de música al azar—. Bueno, ve a hacer ejercicio. —Ese es el plan. —Del dejó la botella en la encimera, tomó su rostro con ambas manos y se quedó mirándola—. Quiero que estés contenta. —La besó, cogió la botella y se fue. —Lo estaba —murmuró ella—, y volveré a estarlo. Decidida, Laurel empezó a disponer las provisiones y los ingredientes a su modo. Mal entró en el momento en que ella preparaba una mezcla de harinas para la masa pastelera. —Me gusta ver a una mujer que sabe gobernar la cocina. —Me alegro de complacerte. Mal se acercó a la cafetera, examinó un resto de café y lo echó al fregadero. —Voy a hacer café. ¿Te apetece? —No, ya he tomado. —¿Qué hay de menú? —Tartas. —Laurel notó el retintín de su voz y procuró dulcificarlo—. De merengue con limón y de cereza. —Tengo debilidad por las tartas de cereza. —Mal encendió la cafetera y se acercó a la superficie de trabajo para observarla—. ¿Usas limones de verdad para preparar el merengue de limón? —Sí, se terminaron los mangos. —Laurel le dedicó una mirada atenta mientras añadía agua helada—. ¿Qué quieres que use? —Pues… esa cajita que lleva una foto de una porción de tarta. Laurel soltó una carcajada distendida. —Eso no entra en mi cocina, amigo. El zumo y la piel que utilizo son de limones auténticos. —¿Qué te parece? —Mal se sirvió un café y hurgó en uno de los armarios—. Oye, aquí hay PopTarts. ¿Te molesta si me quedo a husmear? Perpleja, Laurel dejó de amasar y se quedó mirándolo. —¿Quieres ver cómo preparo las tartas? —Me gustaría, pero si te molesto, me largo. —Si no tocas nada… —Trato hecho. —Mal tomó un taburete y se sentó al otro lado del área de trabajo. —¿Tú cocinas? Mal rasgó el paquete de las Pop-Tarts. —Cuando fui a vivir a Los Ángeles, si no aprendías a cocinar te morías de hambre, y aprendí. Me sale una salsa de tomate de chuparse los dedos. Puede que la haga para cenar, sobre todo si sigue lloviendo. —Mac dice que amainará.

Malcolm observó la fina lluvia que seguía cayendo. —Ya… —Eso mismo he dicho yo. —Laurel tomó el rodillo de amasar. Era de mármol, y adivinó que Del lo habría comprado pensando en ella. Se arrepintió de haberlo tratado mal. Dejó escapar un suspiro mientras espolvoreaba con harina la zona de trabajo. —Es difícil ser rico. Laurel levantó la cabeza y volvió a observarlo. —¿Qué? —Aunque es más difícil ser pobre —añadió Mal sin cambiar de tono—. Yo he sido las dos cosas, podría decirse, y ser pobre es peor. Aunque los ricos tienen sus pegas. Las cosas me iban bien en Los Ángeles. No me faltaba el trabajo y me gané una buena reputación. Había ahorrado un pellizco cuando me herí filmando una escena, y eso acabó con mi suerte. Sin embargo, al final me indemnizaron con una cantidad indecente de pasta. —¿Quedaste muy mal herido? —Me rompí los huesos que me faltaban por romper y otros que ya me había roto antes. —Se encogió de hombros y mordió una galleta—. Lo que quiero decir es que, a mi modo de ver, me salía el dinero por las orejas. Hubo gente que pensó lo mismo que yo y creyó que podría sacarme la pasta. Los ratones salen del agujero cuando huelen el queso, y luego se enfadan si no lo compartes con ellos o si consideran que te pasas compartiéndolo. Aprendí a distinguir lo que es importante de lo que no, y a valorar a quien lo merece. —Sí, lo imagino. —Del siempre ha nadado en la abundancia. Pero su historia es distinta. Laurel dejó de amasar. —¿Estabas escuchando? —Pasaba por aquí y me ha parecido oír el final de vuestra conversación. No me apetecía taparme los oídos y ponerme a cantar. Si quieres saber mi opinión… —¿Por qué iba a interesarme? El tono glacial con que ella le contestó no pareció afectarle. —Porque entiendo lo que te pasa. Sé lo que representa tener que demostrar que sabes defenderte solo, llevar las riendas de tu propia vida. Mis orígenes no son los tuyos, pero tampoco somos tan diferentes. A mi madre le gusta hablar —añadió Mal—, y yo le dejo. Por eso conozco un poco tu historia. Laurel se encogió de hombros. —No es un secreto. —Es jodido ser el blanco de las críticas, sobre todo cuando se trata de asuntos del pasado que además tienen que ver con tus padres y no contigo. —Supongo que yo también debería sincerarme y decirte que sé que perdiste a tu padre y que tu madre vino a Greenwich y se puso a trabajar para tu tío. También sé que no te llevabas bien con él. —Es un cabrón. Siempre lo ha sido. —Mal siguió hablando con la taza de café en la mano—. ¿Cómo haces la capa de masa que va encima? Te queda completamente redonda. —Es la práctica. —Sí, casi todo se hace bien con un poco de práctica. —Mal observó en silencio mientras Laurel

doblaba la masa, la colocaba en un molde y la desdoblaba—. Un aplauso para eso. En fin, mi opinión es… —Si vas a darme tu opinión, vale más que me eches una mano y deshueses las cerezas. —¿Cómo? Laurel le dio una horquilla del pelo limpia y ella tomó otra. —Así. —Para demostrárselo, clavó la horquilla en la base de la cereza hasta que el hueso salió por la parte de arriba. A Mal se le iluminaron los ojos de puro interés. —Es tremendamente ingenioso. Déjame probar. Empezó a deshuesar cerezas con más pericia de la que Laurel esperaba. Viendo el resultado, colocó frente a él dos cuencos. —Aquí, los huesos, y aquí, la fruta. —Entiendo. —Mal se puso manos a la obra—. Del no piensa en el dinero como la mayoría de nosotros. No es que sea tonto, por supuesto. Es generoso por naturaleza; por educación también, si lo que he oído contar de sus padres tiene fundamento. —Eran unas personas increíbles. Admirables. —Eso es lo que se dice por ahí. —Mal deshuesaba con rapidez y destreza manipulando la horquilla. Laurel estaba impresionada—. Es sensible con los demás, y justo. No es un prepotente, sino que para él el dinero no solo es para disfrutarlo y tener comodidades, sino para construir cosas, para hacer algo importante, para cambiar vidas. Es un tío cojonudo. —Lo es. —Además no es un gilipollas, y eso dice mucho en su favor. Oye, no irás a ponerte a lloriquear, ¿verdad? —preguntó Mal con cautela. —No. No me saltan las lágrimas así como así. —Bien. A lo que iba: Del compra esta casa… Del y Piernas. —¿De verdad vas a llamar Piernas a Parker? —Tiene un buen par. Los dos hermanos compran la casa para invertir, eso está claro, y para tener un lugar donde pasar las vacaciones. Ahora bien, ¿qué hacen una vez la consiguen? La abren para los demás. Podrían haberos dicho: «Muy bien, nos vamos de vacaciones. Hasta dentro de un par de semanas». Pero no ha sido así. —No, eso es cierto. —Laurel empezó a mirar a Mal con otros ojos. Ese hombre era comprensivo, y sabía valorar a los demás en su justa medida. —La casa se llena de gente. A mí me ha costado un poco venir, porque me parecía que me pegaba a vosotros, pero eso es cosa mía. Del considera que esta casa hay que aprovecharla. Sin cargas ni ataduras. —Tienes razón. Toda la razón del mundo. Los intensos ojos verdes de Mal se cruzaron con los de ella y su mirada comprensiva casi le hizo llorar. —Lo que ocurre es que no entiende que cada cual carga con lo suyo y tiene sus propias ataduras. Ni lo nota, ni lo ve, porque si no… —Se enfadaría, o se sentiría insultado. —Sí, pero a veces las chicas necesitan comprar ellas los limones, y entonces hay que tragarse los enfados y los insultos.

Laurel terminó una segunda capa de masa y la colocó en otro molde. —He de intentar explicárselo. Supongo que ahora me toca a mí. —Eso parece. —Justo cuando empezabas a caerme bien… —comentó ella con una sonrisa. Laurel estaba haciéndole una demostración sobre cómo hay que preparar un merengue cuando Emma entró en la cocina. —Hay un torneo en el salón de juegos dentro de una hora. —¿Póquer? —preguntó Mal animándose. —De eso están hablando. Jack y Del han organizado una especie de decatlón de juegos, y el póquer va incluido. Ahora están deliberando sobre la puntuación. ¡Oh, tarta…! —Todavía no está lista. Cuando la acabe hornearé pan, mientras Mal prepara una salsa de tomate. —¿Tú cocinas? —Prefiero jugar al póquer. —Ah, bueno, si quieres yo… —Ni hablar —exclamó Laurel advirtiendo con un dedo a Mal—. Tú y yo hemos hecho un trato. —Muy bien, pero el torneo no empezará hasta que yo haya terminado la salsa. Y además no fregaré los platos. —Me parece justo —accedió Laurel—. Tardaremos noventa minutos —le dijo a Emma—. Si los demás participantes quieren cenar esta noche, van a tener que esperarnos. Laurel ajustó el temporizador para calcular el tiempo que tardaría en subir por segunda vez la masa del pan y se lo metió en el bolsillo. Había puesto a enfriar las tartas en una rejilla mientras la salsa de Mal iba cociéndose a fuego lento. Era un buen plan, teniendo en cuenta que llovía. Cuando entró en el salón de juegos se fijó en que Del y Jack habían conseguido el equivalente a su tarta de limón. Habían montado varios puestos por toda la estancia e incluso los habían numerado: una mesa de póquer, una videoconsola Xbox, la colchoneta del videojuego musical Dance Dance Revolution y el temido futbolín. Era muy mala jugando a futbolín. La gente se había ido asomando a la cocina durante la última hora para ir a buscar algo de aperitivo o de bebida, y ahora en la barra había cuencos de patatas fritas, salsas, queso, fruta y crackers. Por último habían dibujado una tabla de puntuación y habían anotado los nombres en ella. —Parece que esto va en serio. —Las competiciones no son para los sarasas —le dijo Del—. Parker ha intentado prohibir que se fumen cigarros en la mesa del póquer y le hemos quitado el mando. Me han dicho que Mal ha preparado algo para cenar. —Sí. Ese tema está controlado, aunque tendremos que hacer un par de pausas en el juego para ir a comprobar cómo marcha la cocina. —Me parece justo. Lo veía justo, pensó Laurel, porque ese hombre era justo. Generoso por naturaleza, como había dicho Mal. Se había tomado muchas molestias. Cierto que había sido en beneficio propio, porque le gustaba

jugar, pero también quería que todos lo pasasen bien. Laurel le hizo señas con un dedo indicándole que quería hablar con él en un aparte mientras Mac deliberaba con Jack sobre los videojuegos que elegirían. —No voy a disculparme por lo que te he dicho, sino por mis maneras. —Muy bien. —No quiero que ninguno de los dos dé por sentado que el primero que tiene que sacar la cartera has de ser tú. Del se enfurruñó. —Yo nunca he dicho eso, y tú tampoco. No es que… —Eso es lo que importa entonces. —Laurel se puso de puntillas y le dio un beso en los labios—. Olvidémoslo. Bastante trabajo vas a tener procurando que no te vapulee en este torneo. —No tienes ninguna posibilidad. El trofeo del I Torneo Anual de Juegos de Playa Brown será mío. —¿Hay un trofeo? —Claro que sí. Jack y Parker han hecho uno. Laurel miró hacia donde Del señalaba y vio que en la repisa de la chimenea había un trozo de leña o un madero recuperado del mar al que habían colocado estratégicamente unas conchas en forma de un biquini primitivo. Unas algas secas le cubrían lo que parecía ser la cabeza, y en la cara le habían dibujado una mueca fiera y dentuda. Laurel se echó a reír y se acercó para observarlo con detenimiento. La cosa iba mejor, pensó Del. Se le había pasado el enfado. De todos modos, que se le hubiese pasado no significaba que no lo llevara dentro y que en otro momento no volviera a soltarlo. Había tenido tiempo para reflexionar y creía haber dado con la razón y el origen de su mal humor, o al menos eso le pareció. También creía que podría averiguar algo más si le sonsacaba algo a alguien. Miró a Emma, que estaba a cargo del bar. Decidió darse un poco de tiempo para enfocarlo de la manera adecuada. —Que empiecen los juegos —propuso Jack a voz en grito, sosteniendo en alto un sombrero—. Que todos cojan un número para la primera ronda.

El futbolín se le daba fatal. Era tan mala que incluso Carter le ganó, y eso resultó humillante de verdad. De todos modos, barrió a los demás en el juego del millón. Tuvo tanta suerte y fue tan hábil que venció a Jack y a Del en ese terreno… para disgusto de los muchachos. ¡Qué satisfacción! En el póquer, cumplió. Sin embargo, Mal y Parker se los estaban llevando a todos de calle mientras competían entre sí en la colchoneta del DDR. Laurel tendría que afilar sus cuchillos si quería optar al trofeo. Cuando vio que Parker y Mal conseguían una doble A al terminar la segunda de las tres rondas, decidió tomar un sorbo de vino. Mierda, aquello le estaba saliendo fatal. Posiblemente era un poco retorcida al pensar que la presencia de Mal equilibraba las cosas, pero era cierto. Parker era muy capaz de buscarse novio si era eso lo que deseaba, pero ese hombre estaba

dándole un toque muy agradable a las vacaciones. Además, hacían muy buena pareja. Realmente buena. Quizá debería pasarse al agua si lo que pretendía, ni que fuera remotamente, era hacer de casamentera. Se encogió de hombros, tomó un sorbo de vino y se preparó para jugar con la consola Xbox. Llegó a la ronda final con cinco puntos y empatada con Mac tras liquidar a Jack en el videojuego musical DDR. —Maldita Wii… —se quejó Jack en voz baja—. Me ha bajado la media. —Vas en cuarto lugar —dijo Emma poniéndole el dedo en el vientre—. Yo voy la última. Algo le pasa a la máquina del millón, y el mando de la Xbox falla. —Le quitó el cigarro de los dedos—. A ver si esto me da suerte… —Y le dio una calada al puro—. Uf, no me compensa. Al cabo de cuarenta minutos de jugar al Texas Hold 'Em, Laurel recuperó su inversión con una fantástica escalera de color. El bote la situaría en cabeza y eliminaría potencialmente a Emma, a Mac y posiblemente a Carter. Sintió un hormigueo al ver que los jugadores iban pasando uno tras otro en esa mano. Hasta que le tocó el turno a Carter. Este se quedó pensativo, sopesó la jugada, en lo que a la joven le parecieron unos minutos interminables, y vio la apuesta. —Escalera de color con el as de corazones —cantó Laurel mostrando sus cartas. —¡Qué bonito! —comentó Del. —Ah… —Carter se ajustó las gafas y adoptó una expresión compungida—. Full de reinas y sietes. Lo siento. —¡Bravo! —exclamó Mac. Laurel torció el gesto ante el aplauso de su amiga. —Perdona que lo adule, pero es que vamos a casarnos. —Podrías ir a ver si está hecha la salsa —intervino Mal. —Sí, será mejor —afirmó Laurel, levantándose airada de la mesa—. Ha sido por culpa del estúpido futbolín. Se entretuvo un rato removiendo la salsa y luego salió al porche. La predicción de Mac se había cumplido. Estaba despejado. La lluvia había tardado todo el día en escampar, pero el cielo volvía a ser de un azul radiante. Más tarde saldrían la luna y las estrellas. Sería una noche preciosa para dar un paseo por la playa. Cuando entró, vio que Emma estaba en la barra sirviéndose una Coca-Cola Light. —¿Estás eliminada? —Eliminada estoy. —Al menos no he quedado yo la última. —Podría odiarte por lo que acabas de decir, pero me siento magnánima. Jack está a punto de salir con el rabo entre las piernas. El amor no nos ha servido hoy para darnos alas, y la técnica y la suerte se han confabulado contra nosotros, pero ha sido divertidísimo. Ah, ahí viene mi novio. Supongo que ahora tendría que darle ánimos. La eliminatoria duró media hora, y tardaron unos minutos más en anotar los puntos.

Al final Del dejó la tabla de puntuación y cogió el trofeo. —Señoras y señores, tenemos un empate. Parker Brown y Malcolm Kavanaugh ganan por ciento treinta y cuatro puntos cada uno. Mal le sonrió a Parker. —Parece que vamos a repartirnos el botín, Piernas. —Podríamos desempatar, pero estoy demasiado cansada —dijo ella estrechándole la mano—. Compartamos el trofeo.

20

D

Emma a solas cuando le sugirió que fueran en coche al vivero de la zona para que eligiera las plantas que más le gustaran para el jardín. La joven se apuntó al plan con tanta rapidez y entusiasmo que Del se sintió un poco culpable. Decidió que la compensaría dejando que escogiera libremente, aunque eso implicara tener que contratar a un equipo de paisajistas local para que se encargara del mantenimiento. Su mala conciencia se disipó en el mismo momento en que Emma entró en el coche. —La clave está en buscar un mantenimiento mínimo —dijo Emma—. Me encantaría diseñar un jardín inundado de color y con texturas muy diversas, pero como no vivís aquí, no tiene ningún sentido, porque al final lo cuidarían otros. Vosotros estaréis yendo y viniendo durante todo el año. —Exacto. —Le daría lo que le pidiese, se dijo de nuevo Del. Lo que le pidiese. —Lo siguiente que hay que hacer es optar por unas plantas y un césped que sean compatibles con la playa y procurar darle un aire natural. ¡Será muy divertido! —Seguro que sí. —Claro. —Emma rio y le apretó el brazo—. Me voy a divertir un montón, y además quiero que lo consideres un detalle de agradecimiento por mi parte, por haberme invitado a venir de vacaciones. Este lugar es precioso, Del. Todos estamos muy contentos de haber venido. —¿Un detalle de agradecimiento? Por favor, Emma… —A mí me gusta dar las gracias, y no te consiento que me lleves la contraria. No se hable más. Chico, ¡qué día más bonito…! Me muero de ganas de empezar. —Es muy agradable salir de la ciudad y relajarse. Nos irá bien a todos. —Tienes toda la razón. —Te olvidas de las presiones. Vivimos con mucho estrés, y no solo por el trabajo, sino por cosas que nos preocupan. A Laurel le afectó mucho la escena con Linda. —¿Ah, te lo contó? No estaba segura de si lo haría —dijo Emma retrepándose en el asiento, al notarse que se acaloraba de la rabia. —Fue una suerte sorprender a Linda antes de que entrara en casa de Mac y Carter, pero no me gustó que tuviera que enfrentarse a esa mujer sola. —Manejó bien la situación y la envió a paseo, pero comprendo lo que quieres decir. Cuando Linda fue a por ella, no supo defenderse. Le afectó mucho. Esa mujer sabe exactamente dónde clavarte el cuchillo. —Lo que diga Linda no tiene ninguna importancia. —No, pero las palabras hieren, y ella sabe usarlas. Es… una depredadora, eso es lo que es, y va a buscar los puntos débiles. A Laurel le dio de lleno. Primero atacando a su padre, y luego a ti. La apuñaló y le clavó las garras. —Los padres en general son un punto débil para mucha gente. Laurel se ha hecho a sí misma, incluso a pesar de su familia, y eso es digno de orgullo. —Estoy completamente de acuerdo, pero para nosotros es más fácil porque nunca nos han EL TUVO LA OPORTUNIDAD DE HABLAR CON

despreciado. Siempre nos han querido y nos han apoyado. Imagínate que te enteras de que tu padre fue lo bastante débil (y tuvo el mal gusto) para enrollarse con Linda… Tragarse una cosa así tiene que costar; y mientras Laurel intenta digerir la historia, esa bruja le suelta que es el hazmerreír de todos al creerse que alguien como tú irá en serio con ella. Por si fuera poco, además la insulta diciéndole que todos saben que va detrás del dinero y de la posición de los Brown, porque solo hace falta ver cuáles son sus orígenes. Emma se interrumpió para calmarse y Del se quedó en silencio mientras procesaba mentalmente toda esa información. —Se acabó montando un lío espantoso —siguió contando Emma—. Laurel quedó como una cazafortunas de baja estofa y tú como el energúmeno que te tiras a la amiga de su hermana porque le apetece. Y como eso es exactamente lo que piensa Linda, sabe clavar el puñal con autoridad. Le hizo llorar, y ya sabes que a Laurel hay que darle con un palo para arrancarle las lágrimas. Si Linda no se hubiera ido ya cuando llegué, le habría… Ay, mierda… ¡Mierda! Laurel no te lo había contado. —Me contó que Linda apareció en la finca y que ella la echó, pero pasó por alto varios puntos importantes. —Maldita sea, Del. ¡Eres lo que no hay! Me has manipulado para que te contara toda la historia. —Es posible, pero ¿no tengo derecho a enterarme? —Puede que sí, pero yo no tenía derecho a contarte algo así. Me la has jugado y ahora he traicionado a una amiga. —No has traicionado a nadie —especificó Del aparcando en el vivero y volviéndose hacia ella—. Escucha, ¿cómo quieres que lo arregle si no me entero de lo que ha pasado? —Si Laurel quisiera que lo arreglaras… —Por lo que sé se enfada cada vez que quiero arreglar las cosas, pero dejemos eso por ahora. Linda es un problema, y no solo para Laurel, sino para todos nosotros. Sin embargo, en este caso en concreto, fue a por ella, y le hizo daño. ¿No ibas a decir que te habrías encargado personalmente si lo hubieras sabido antes? —Sí, pero… —¿Crees que salgo con Laurel porque sí, que me acuesto con ella porque la tengo a mano? —No, claro que no. —Laurel sí lo piensa, créeme. Al menos, en parte. —Sin comentarios, y no me parece bien que me interrogues. —Bien, plantearé la cuestión de otra manera. Emma se quitó las gafas de sol con brusquedad y lo fulminó con la mirada. —No me intimidarás con tu palabrería de abogado, Delaney. Ahora mismo estoy que me subo por las paredes. —Era necesario que me enterara. Laurel no dejará que meta baza. En parte por orgullo, pero también porque no se quita esa idea de la cabeza. Puede que yo tenga la culpa, que haya provocado que se sienta insegura… Ayer pensé que los tiros podrían ir por ahí, pero tenía que confirmar mis sospechas. —¡Qué listo eres! —Emma abrió la portezuela del coche con decisión y Del la detuvo asiéndola por el brazo. —Emma, si no me entero de lo que está pasando, si no tomo cartas en el asunto y actúo, le haré daño, y lo último que quiero es herirla. —Deberías habérselo preguntado directamente.

—Ella no habría querido hablar del tema conmigo. Lo sabes muy bien. Solo se prestará si encuentro la manera de acorralarla, y ahora ya estoy preparado. Ayer me equivoqué cuando me ofrecí a devolverle el dinero de la compra, porque no entendí la situación. No se trata de Linda, aunque ya quise ocuparme de ella hace tiempo, y pienso hacerlo. Se trata de mí y de Laurel. —No andas desencaminado. —Emma suspiró—. Pero me has puesto en una situación muy difícil, Del. —Lo siento, y vas a seguir en esta situación, porque voy a pedirte que no le digas nada. Al menos hasta que pueda hablar con ella. Si Laurel no cree en nuestra relación a estas alturas, no funcionará. No saldrá bien. Y si tengo ni que sea una mínima parte de responsabilidad en eso, me toca arreglarlo. Te pido por favor que me des esta oportunidad. —¡Qué bueno eres! ¿Cómo quieres que te diga que no? —Hablo en serio. Laurel y yo tenemos que quitarnos la careta y hablar claro de lo que está pasando. Quiero que me des la oportunidad de poder hacer eso. —Os quiero a los dos, y me gustaría que fuerais felices. Créeme, Del, si te digo que vale más que lo arregles. Si fastidias las cosas, o dejas que ella meta la pata, te echaré a ti las culpas. —Me parece bien. ¿Vas a seguir enfadada conmigo? —Te lo diré cuando hayas hablado con ella. —Emma… —Del se inclinó y le dio un beso en la mejilla. —Oh… —Emma suspiró hondo—. Vamos a comprar plantas. Del procuró armarse de paciencia durante la interminable inspección, búsqueda y selección de género, y en los momentos en que se atrevía ni que fuera a cogerla del brazo para reanudar la marcha, ella lo fulminaba con una mirada glacial. Al final metieron en el coche lo que pudieron y encargaron que les enviaran el resto, que era una cantidad considerable, a domicilio. —Llévatela a la playa —le sugirió Emma durante el trayecto de vuelta—. Procura que no se entrometa nadie. No intentes hablar con ella de este tema en la casa o en los alrededores. Hay demasiadas posibilidades de que os interrumpan, y si eso pasa, le darás la oportunidad de cerrarse en banda o de huir. —Bien pensado. Gracias. —No me las des. Puede que no lo haga por ti, sino por ella. —Como quieras. —Id a dar un largo paseo. Ahora bien, como Laurel regrese trastornada, te aseguro que te vas a enterar. Le diré a Jack que te dé tu merecido. —No estoy tan seguro de que vaya a poder, aunque tú sí podrías. —Métete esto en la cabeza y no la pifies. —Emma se interrumpió—. ¿Tú la quieres? —Claro que sí. La joven se volvió hacia él. —Menuda bobada… Decir eso es ridículo. Me están entrando ganas de darte una patada en el culo. —¿Por qué…? —Basta —exclamó Emma sacudiendo la cabeza, y desviando la mirada al frente—. Se acabaron las pistas. Vas a tener que solucionar esto tú solo; si no, no servirá de nada. Yo me mantendré al margen. Me

zambulliré de cabeza en mis plantas. Me desentiendo de vosotros dos. Es lo mejor que puedo hacer. —Y entonces se mordió el labio—. Pero no seas idiota y nunca más digas «claro que sí». —Vale. Del aparcó el coche frente a la casa y Emma hizo honor a su palabra. Descargó las herramientas nuevas y se enfrascó en su trabajo. A su pesar, Del tuvo que posponer el plan de llevarse a Laurel a dar un largo paseo. —Laurel se ha ido con Parker de compras —le aclaró Jack—. Parker quería unas cosas para la casa y ha hecho una lista. También he oído que hablaban de unos pendientes. Mac está en la piscina, Carter en la playa, con uno de sus libros, y Mal anda por ahí. Yo bajaba ahora mismo. —¿Han dicho cuándo volverán? Me refiero a Laurel y a Parker. —Tío, yo qué sé… Han ido de compras… Igual pueden tardar una hora como tres, o incluso cuatro días. —De acuerdo. —¿Hay algún problema? —No, no… Quería saberlo. Jack se puso las gafas de sol. —¿A la playa? —Sí, bajo enseguida. —Iré a ver si Emma quiere que le ayude antes de marcharme. Por cierto, muchas gracias. —Espera a que llegue el resto. No nos cabía en el coche. —Fantástico. Al cabo de una hora Parker y Laurel todavía no habían regresado, y Del empezó a enfadarse. Se dedicó entonces a pasear arriba y abajo del porche repasando mentalmente diversas situaciones posibles, como haría antes de comparecer en los juzgados. Oyó las voces de Emma, Jack, Carter, Mac y Mal. Vio a unos en la playa, dándose un baño, y a otros en el paseo, y cuando a la hora del almuerzo oyó que se acercaban, probablemente para picotear, salió para darse un chapuzón a solas y reflexionar. Al caer la tarde, cuando empezaba a plantearse si debería o no llamar a Laurel al móvil, vio que el coche de Parker enfilaba el camino de entrada. Mientras las chicas descargaban un montón de bolsas con sus compras, Del se acercó para ayudarlas. No paraban de reír, como dos niñas a quienes pillan abriendo una caja de galletas. Sabía que no venía a cuento, pero verlas tan alegres le irritó. —Oh, Emma… ¡esto es precioso! —gritó Parker. —Lo es, y todavía no está terminado. —Descansa un rato y ven a ver lo que hemos comprado. Lo hemos pasado bomba. ¡Eh! —exclamó Laurel sonriéndole a Del—. Llegas a tiempo para ayudarnos a cargar con las bolsas. Huy, vamos retrasados y ya es hora de menear la coctelera. Las compras nos han dado mucha sed y queremos tomar unos margaritas en la playa. —Empezaba a preocuparme… —Del oyó el tono de su voz y estuvo a punto de esbozar una mueca de disgusto. —Bah, ahora no nos des la lata, papi. Carga con esto. —Laurel le pasó unas cuantas bolsas—. Em, hemos descubierto una tienda de regalos increíble. ¡Habrá que volver!

—¿Para qué? No debe de quedar nada. —Mal se acercó para echar una mano. —Creo que hemos entrado en todas las tiendas que existen en ochenta kilómetros a la redonda, pero no creáis que lo hemos comprado todo. ¡Qué triste estás! —Laurel se rio mirando a Del—. Te he traído una cosa. Visto que no le quedaba otra alternativa, Del subió las bolsas, y se vio obligado a permanecer en un discreto segundo plano mientras las mujeres se abalanzaban para abrirlas y enseñar sus trofeos. —¿Por qué no vamos a dar una vuelta por la playa? —le propuso a Laurel. —¿Estás de guasa? He caminado ochocientos mil kilómetros y ahora necesito un margarita. ¿Quién se encarga hoy de prepararlos? —preguntó alzando la voz. —Me ocupo yo —se ofreció Mal dirigiéndose a la cocina. Del miró a Emma con la intención de que le echara un cable, pero ella se limitó a encogerse de hombros y admirar las adquisiciones. Ojo por ojo, pensó Del. —Toma —dijo Laurel entregándole una caja—. Te he traído un recuerdo. Puesto que no podía con ellas, Del decidió relajarse. —Es un atrapasoles —le dijo cuando Del abrió el paquete—. Está hecho con cristales de la playa reciclados. —Laurel tocó uno de los suaves fragmentos de colores—. He pensado que podrías colgarlo en casa… para recordar los buenos tiempos. —Es fantástico. —Del dio unos golpecitos en uno de los lados y el móvil tintineó ejecutando una danza—. En serio. Gracias. —He comprado otro más pequeño para mí que colgaré en la sala de estar. No he podido resistirme. Tomaron unos margaritas y hablaron de preparar la cena. Del no consiguió convencerla. Paciencia, se recordó y logró seguir su propio consejo hasta que se puso el sol. —Paseo. Playa. Tú y yo —dijo Del tomándola de la mano y empujándola hacia la puerta. —Pero si ahora vamos a… —Luego. —Mandón —exclamó Laurel, pero entrelazó los dedos con los suyos—. ¡Qué bien se está aquí fuera! Mira el cielo. Supongo que se impone una visita a la playa, ya que hoy he pasado el día de compras — comentó tocándose los pendientes nuevos—. De todos modos, la cantidad de cosas bonitas que me he comprado me recordarán estas dos semanas. Cuando en invierno tengamos que quedarnos encerrados en casa, miraré a mi alrededor y diré: el verano ha vuelto. —Quiero que seas feliz. —Tus deseos son órdenes. Estoy muy contenta. —Necesito hablar contigo, preguntarte una cosa. —Dime. —Laurel se volvió y caminó hacia atrás mirando la casa—. Emma ha acertado con las plantas y el césped. —Laurel, préstame atención. Ella se detuvo. —Está bien. ¿Qué pasa? —No estoy muy seguro. Necesito que me lo digas tú. —Entonces te diré que no pasa nada malo.

—Laurel… —Le cogió las manos—. No me contaste que Linda se metió contigo por mi causa, que se metió con los dos. Notó que las manos de ella se tensaban. —Te dije que me enfrenté a Linda. Emma no tenía ningún derecho a… —No es culpa suya. Se lo sonsaqué sin que se diera cuenta. Creyó que me habías contado toda la historia, que es lo que deberías haber hecho. Es más, Laurel, deberías haberme dicho que creías que parte de lo que había dicho era verdad. Si por lo que he hecho o dicho te has sentido… —Olvida eso. —No. —Del la asió con fuerza al notar que ella iba a retirar las manos—. Linda te hizo daño, y yo también, indirectamente. No se me olvida que por mi culpa te sentiste herida. —Olvídalo, Del. Te absuelvo de todo pecado, y no quiero hablar de Linda. —No estamos hablando de ella. Hablamos de ti y de mí. Por Dios, Laurel, ¿no puedes ser sincera conmigo? ¿No podemos ser sinceros el uno con el otro? —Lo soy. Te he dicho que no pasa nada. —No es verdad. Si lo fuera, no te pondrías furiosa cuando me ofrezco a pagar la compra, o cuando quiero abonarte un pastel. Sé que no se trata del dinero, sino de lo que este enmascara. —¿Cuántas veces te he dicho que no tienes que estar sacando siempre la cartera? No permitiré que pagues por mis servicios… —Laurel. —Habló con un tono tan pausado que ella se calló—. Esa nunca ha sido mi intención, y deberías saberlo. Me dijiste que teníamos que movernos en el mismo terreno, pero no podremos si no me dices lo que quieres, lo que necesitas y sientes. —¿No lo sabes? —No lo sé si tú no me lo dices. —¿Tengo que decírtelo? ¿Durante todo este tiempo me has mirado, me has tocado, has estado conmigo y aún no lo sabes? —Laurel se zafó con un gesto brusco y se volvió de espaldas—. De acuerdo, bien… Soy la única responsable de mis propios sentimientos, y es una estupidez quedarme esperando hasta que seas capaz de verlo. ¿Necesitas que te lo diga yo? Bien, te lo diré. Dices que tenemos que movernos en el mismo terreno, pero eso es imposible si andas siempre preocupado por mí y yo estoy perdidamente enamorada de ti. Siempre he estado loca por ti, y tú sin darte cuenta. —Espera… —No. ¿Quieres sinceridad? Seré sincera. Tú eres el único hombre que ha contado para mí. Siempre lo has sido, y nada, nada de lo que he hecho ha logrado cambiar eso. Me mudé a Nueva York, trabajé para labrarme un futuro y convertirme en alguien de quien pudiera sentirme orgullosa, pero seguía sintiendo que Del era el único hombre para mí, y por muchas cosas que hiciera, por muchos triunfos que consiguiera, él seguía faltándome. Intenté entablar relaciones serias con otros hombres, pero solo conseguí afectos pasajeros, o fracasos directamente, porque no encontré a nadie como tú. Cuando el viento sopló y el pelo le tapó los ojos, se lo apartó de la cara de un manotazo. —No podía hacerme la dura ni convencerme a mí misma con argumentos, por muy dolorosa y humillante que fuera la situación, aunque me diera rabia. Lo manejé como pude, y luego le di un vuelco a mi vida. Cambié las cosas, Del. —Tienes razón. —Del le enjugó las lágrimas que raramente le rodaban por las mejillas—.

Escucha… —No he terminado todavía. Cambié las cosas, pero tú sigues, y seguirás, intentando encargarte de todo, y de mí también. No quiero pasar a ser responsabilidad tuya, ser una obligación para ti, tu mascota. No lo toleraré. —Por Dios, ¿cuándo he dicho yo algo así? No es esto lo que siento por ti. Te quiero. —Sí, me quieres. Nos quieres a las cuatro, y tuviste que ponerte al frente de todo cuando tus padres murieron. Lo sé, Del, lo entiendo, y sentí mucho que tuvieras que vivir eso, y asumirlo. Ahora que estoy contigo, comprendo mejor las cosas, y tus sentimientos también. —No se trata de eso. —En cierto modo, sí; siempre sale el mismo tema. Ahora que han cambiado las cosas entre los dos, o que tendrían que haber cambiado, estoy contenta tal y como lo vivimos… o al menos lo estaba. ¿No acabo de decirte que me siento feliz? Si ahora me preguntas qué necesito o qué deseo, y me pides que haga una de tus malditas listas, te diré que no es esto lo que quiero, ni lo que necesito. No te estoy pidiendo que te declares, ni que me hagas promesas. Sé vivir el presente, y soy feliz. Pero también estoy en mi derecho de sentirme herida y triste cuando alguien como Linda me clava las zarpas. Incluso tengo derecho a refugiarme en mí misma hasta que sanen los arañazos. No necesito que te hagas cargo de mis cosas, que procures solucionarlo todo, y tampoco lo deseo. No quiero que me presiones para que analice mis sentimientos cuando yo nunca hago eso contigo. —Eso es cierto —musitó Del—. ¿Por qué no lo has hecho nunca? —Quizá porque no me apetece oír lo que puedas decirme; porque, en el fondo, no quiero saberlo —le espetó antes de que Del pudiera retomar la palabra—. Acabo de abrirte mi corazón y me siento como una idiota. Ahora no podría oírte decir nada. No esperes eso de mí. Necesito ir a dar una vuelta para digerirlo. Deja que vaya a pasear. Márchate. Del la observó mientras ella se alejaba corriendo por la playa. Podría alcanzarla y obligarle a que lo escuchara, pero ella se negaría. La dejó marchar.

Comprendió que esa mujer necesitaba algo más que palabras, y él quería dárselo. Le había abierto su corazón, y gracias a su sinceridad, le había quedado muy claro lo que sentía por él. Laurel corrió y paseó hasta serenarse. Había comprendido que la escena de la playa era obligada, que si no hubiera sucedido en ese momento, habría sucedido igualmente, quizá en otro lugar. Era inevitable abordar la cuestión. Para ambos. Mejor que hubiera ocurrido más pronto que tarde. Si la consecuencia era que rompía con Del, saldría adelante. Laurel sabía curarse las heridas y aceptar las cicatrices. Del se había comportado con amabilidad y ella se había enfurecido, pero de alguna manera ambos se habían movido de sitio. Laurel subió a su dormitorio por las escaleras exteriores con la intención de no encontrarse con nadie hasta la mañana siguiente. Sin embargo, sus tres amigas la esperaban. Emma se levantó al verla. —Lo siento. Siento mucho haberle contado lo de Linda. —No es culpa tuya, no te preocupes.

—Sí lo es y me preocupa. Lo siento. —Yo también lo siento —intervino Mac—, porque fue mi madre quien colocó la bomba. —Y yo —afirmó Parker tendiéndole la mano—, porque Del es mi hermano. —Bueno… ¡Vaya grupo de plañideras…! —soltó Laurel sentándose en la cama—. En realidad no es culpa de nadie. Las cosas son como son. Aunque creo que esta noche paso de las risas y los juegos. Podéis buscar una excusa para mí, ¿verdad? Decid que tengo dolor de cabeza, que estoy cansada de haber ido de compras o que me he tomado demasiados margaritas. —Sí, por supuesto, pero… —Mac se interrumpió y miró a Parker y a Emma. —¿Qué? ¿Qué pasa? —Del se ha ido —dijo Parker sentándose a su lado. —¿Se ha ido? ¿Qué quieres decir? —Ha dicho que regresará mañana por la mañana, que tenía que ir a ocuparse de un asunto. Insinuó que se trataba de un tema de trabajo, pero… —Nadie se lo ha tragado. —Laurel escondió la cabeza entre las manos—. Fantástico. Mejor, imposible. He sido yo la que le ha dicho que se marchara. ¿Ahora resulta que me escucha? He metido la pata. Tendría que haberme ido yo. ¡Por Dios, estoy en su casa! —Volverá —intervino Emma acariciándole la espalda—. Seguramente ha querido darte tiempo. Ya arreglarás las cosas, cariño. —No se trata de arreglar nada. He dicho cosas que… —Todos decimos barbaridades cuando nos ponemos furiosos o estamos tristes —la consoló Mac. —Le he dicho que le quiero, que siempre le he querido, que nunca ha habido nadie más. Básicamente le he abierto mi corazón y se lo he puesto en bandeja. —¿Qué ha dicho él? —preguntó Parker. —Nada. No le he dejado hablar, porque no quería oír sus comentarios. Lo único que quería era que se marchara, y yo he desaparecido, corriendo más que andando. —¿No ha ido tras de ti? —Emma soltó un bufido—. Ese hombre es imbécil. —No. Me conoce muy bien y sabe que hablaba en serio. Pero yo no esperaba que se marchara en realidad. Crees que conoces a alguien porque lo has tratado toda la vida, y un buen día te da una sorpresa. Procuremos que algo así no nos estropee las vacaciones. Creo que me pondría enferma si eso ocurriera. Lo único que quiero es irme a la cama. —Te haremos compañía —murmuró Emma. —No, de verdad. Voy a acostarme, pero si queréis hacerme un favor, salid y fingid que todo va bien, que la situación es completamente normal. Eso sí os lo agradecería. —Muy bien —dijo Parker antes de que Emma empezara a protestar—. Si necesitas compañía o cualquier otra cosa, solo tienes que llamar a mi puerta. —Lo sé. Estaré bien, y por la mañana, aún mejor. —Si no es así, y quieres volver a casa, iremos contigo —afirmó Parker abrazándola. —O echaremos a los hombres y nos quedaremos aquí nosotras solas —propuso Mac. —Sois las mejores amigas del mundo. Estaré bien. Laurel permaneció inmóvil cuando se hubieron ido, pero como sabía que alguna de ellas regresaría al cabo de una hora para comprobar si se encontraba bien, se obligó a levantarse y fue a prepararse para ir

a dormir. Pensó que había pasado unas buenas vacaciones, y que eso nadie podría quitárselo. Por si fuera poco, ese verano había disfrutado del amor de su vida. No todo el mundo podía decir lo mismo. Sobreviviría. Quizá Del y ella no serían amantes, pero siempre serían familia. Del y ella encontrarían la manera de superar la ruptura. Se quedó acostada y a oscuras, dolida. Muy dolida. Intentó consolarse diciéndose que el tiempo lo curaba todo. Hundió la cabeza en la almohada y lloró un poco, porque en el fondo no se lo creía. La brisa marina susurró en su mejilla como si le diera un beso, dulce y delicado. Laurel suspiró, y tuvo ganas de aferrarse al sueño, de dejarse llevar por su aturdimiento. —Vas a tener que despertarte. Laurel abrió los ojos y vio a Del mirándola fijamente. —¿Qué? —Despiértate y levántate. Ven conmigo. —¿Qué? —Laurel le dio un empujón e intentó ordenar sus pensamientos. La callada y mortecina luz de plata de unos instantes antes del amanecer envolvía la estancia—. ¿Qué haces? ¿Has vuelto ya? —Levanta. Laurel intentó agarrarse a la sábana cuando notó un tirón, pero no lo consiguió. —Has dejado plantados a tus amigos. Te has ido cuando… —Bah, cállate. Yo te he escuchado antes, ahora me escucharás tú a mí. Vámonos. —¿Adónde? —A la playa, a dejar las cosas claras. —No bajaré a la playa contigo. La comedia ha terminado. —Eres una mujer contradictoria, Laurel. O vienes por tu propio pie o te llevo a rastras, pero tú y yo acabaremos en la maldita playa. Como me preguntes por qué, te juro que te arrastro hasta allí. —Tengo que vestirme. Del vio que llevaba puestos la camiseta de tirantes y los pantaloncitos cortos del pijama. —Vas tapada. No me pongas a prueba, McBane. No he dormido y llevo muchas horas conduciendo. No estoy de humor. —¿No estás de humor? ¡Eso sí es una novedad! —Laurel balanceó las piernas para darse impulso y plantó los pies en el suelo—. Muy bien, liquidaremos esto en la playa, ya que es tan importante para ti. Laurel se apartó de él de un manotazo cuando Del quiso tomarla de la mano. —Yo tampoco he dormido bien precisamente y no he tomado café. Así que no me pongas a prueba tú a mí. Salió enfurruñada al porche y bajó los peldaños que conducían a la playa. —Vale más que te tranquilices —le aconsejó Del—. No tiene sentido enfadarse. —Para mí, sí. —Para ti, siempre. Por suerte, yo soy una persona más equilibrada. —Y una mierda. ¿Quién ha aparecido en mitad de la noche amenazando con sacarme de la cama a rastras? —Está a punto de salir el sol. De hecho, es un momento fantástico. Me gusta, por aquello de que nace un nuevo día. —Del se quitó los zapatos al llegar a la arena—. Anoche no llegamos más lejos, geográficamente, quiero decir. Creo que podemos mejorar eso en otro terreno. Manos a la obra.

Le dio la vuelta y tiró de ella para darle un beso tórrido y posesivo. Laurel le dio un empujón para zafarse, pero se encontró frente a un muro sólido e inamovible. Sin embargo, Del notó su tensión y la soltó. —No hagas eso —dijo ella con voz queda. —Tienes que mirarme y escucharme y… Laurel, tienes que prestarme atención. —La cogió por los hombros con suavidad—. Tal vez tengas razón y puede que yo no vea nada pero, maldita sea, tú no escuchas. Ahora estoy mirando y veo. Si me escuchas, oirás. —Muy bien, de acuerdo. No tiene ningún sentido que nos enfademos. Solo… —¿Cómo quieres oírme si no te callas? —Dime que vuelva a callarme y… —amenazó mirándolo con aire desafiante. Del le tapó la boca con la mano. —Voy a arreglar las cosas. Mi trabajo consiste en encontrar soluciones, y además eso coincide con mi manera de ser. Si me amas, vas a tener que aceptarlo. —Del apartó la mano de sus labios—. Pero si quieres pelea, a mí no me importa. —Me alegro por ti. —Odio haberte hecho daño porque, por un lado, no he ido con cuidado y, por otro, he sido demasiado meticuloso. Supongo que los Brown siempre estamos intentando encontrar el equilibrio. —Yo soy la única responsable… —De tus propios sentimientos, ya… Ignoro si has sido la única mujer que ha existido para mí. Estaba acostumbrado a verte y a pensar en ti de otra manera. Por eso no lo sé. —Lo entiendo, Del, de verdad, yo… —Calla y escúchame. Diste un giro a nuestra relación, y eso me tomó por sorpresa. No lo lamento; es más, tendría que darte las gracias. No sé si en el pasado fuiste la única —repitió Del—, pero ahora sí lo eres, lo serás mañana, el mes próximo y el año que viene. Serás la única durante toda mi vida. —¿Qué? —Ya me has oído. ¿Quieres que te lo diga más claro? Eres tú. Laurel se quedó mirándolo y su expresión le resultó muy familiar. Entonces lo comprendió y en ese instante su corazón se llenó de alegría. —Te he querido toda mi vida. Quererte ha sido fácil para mí. No estoy muy seguro de cuándo me enamoré de ti, pero sí sé que me costó un poco más. Mis sentimientos son honestos, auténticos, y si hay complicaciones, no me importa. Te quiero. —Pienso que… —A Laurel se le escapó la risa—. No, no puedo pensar. —Entonces no pienses. Escucha, y por una vez deja de imaginar lo que pienso y siento yo. Creía que lo lógico era ir despacio, darnos tiempo para adaptarnos a nuestra nueva situación, a lo que empezaba a sentir yo. Le cogió la mano y se la llevó al corazón. —Supuse que lo que necesitabas era asumir las cosas. Tenías razón, y yo andaba equivocado. Tendría que haberlo entendido, pero tú tampoco te diste cuenta de lo mucho que te amo, de que te quiero y te necesito. Me compraría un par de perros si me apeteciera vivir acompañado, y en cuanto a hermana, ya tengo una. No es así como te considero, y te aseguro por lo más sagrado que no quiero que pienses eso de mí. Ahora estamos empatados. Estamos en el mismo nivel, Laurel.

—Hablas en serio. —¿Cuánto tiempo hace que me conoces? A Laurel se le empañaron los ojos y parpadeó. —Mucho. —Entonces ya sabes que hablo en serio. —Te quiero muchísimo. Me decía a mí misma que lo superaría, pero era mentira. Nunca habría superado algo así. —No he terminado. —Del se metió la mano en el bolsillo, sacó una cajita y la abrió. Laurel se quedó atónita—. Era de mi madre. —Ya lo sé. Yo… Oh, Del… —Fui a retirarlo de la caja de seguridad del banco hace un par de semanas. —Hace semanas… —Después de aquella noche en el estanque. Las cosas habían cambiado ya, pero después de esa noche… en realidad fue cuando viniste a mi despacho. Entonces lo supe… supe cómo quería que fuera nuestra relación. Lo he adaptado a la medida de tu dedo. Si he sido un poco arrogante, te aguantas. —Del… —Laurel se quedó sin aliento—. No puedes… es el anillo de tu madre. Parker… —He ido a despertarla antes que a ti. Le parece bien. Me ha ordenado que te dijera que no seas idiota, que nuestros padres te querían. —Oh… —Le saltaron las lágrimas—. No quiero llorar, pero no puedo evitarlo. —Nunca se me había ocurrido pedirle a nadie que llevara este anillo, y quiero que lo lleves tú. He ido en coche a Greenwich para recogerlo, y he regresado hoy mismo para dártelo. Quiero que lo lleves porque eres la única mujer que existe para mí. Cásate conmigo, Laurel. —Dile a Parker que no seré idiota, pero primero dame un beso. Quiero celebrar que no hace falta que deje de quererte. La brisa le rozó la piel y el pelo cuando ambos juntaron sus labios, y el fuerte latido del corazón de ese hombre se acompasó al suyo. En ese momento se oyeron unos silbidos y unos gritos de animación. Laurel volvió la cabeza y apoyó su mejilla en la de Del. El grupo se había reunido en el porche de la casa. —Parker ha despertado a los demás. —Sí, lo nuestro siempre ha sido un asunto de familia —comentó Del separándose de ella—. ¿Lista? —Sí, estoy completamente lista. Del todo. El anillo que le puso en el dedo reflejó los primeros rayos del sol mientras una luz rosicler despuntaba por el este. Laurel paladeó ese instante y lo selló con un nuevo beso. —Estamos en el momento y en el lugar perfectos —le dijo—. Dime otra vez que soy la única mujer que existe para ti. —Eres la única —repitió Del tomando la cara de ella entre sus manos—. La única mujer que existe para mí. Iba a ser la única a partir de ese día que nacía, pensó Laurel, y durante todos los días que vendrían. Se cogieron de la mano y subieron los peldaños de la playa para ir a compartir ese momento con la familia.

NORA ROBERTS, Eleanor Marie Robertson, fue la menor de cinco hermanos, la única niña. Fue educada durante un tiempo en una escuela católica antes de casarse muy joven con el Sr. Smith y establecerse en Keedysville, Maryland. Durante un tiempo trabajó como secretaria legal pero permaneció en casa después del nacimiento de sus dos hijos. El matrimonio se divorció. Bajo el seudónimo de J.D. Robb, Robertson también escribe la serie «In Death» de ciencia ficción futurística sobre temas policiacos. Las protagonizan la detective de Nueva York Eve Dallas y su marido Roarke y tienen lugar a mediados del siglo XXI en Nueva York. Las iniciales «J.D.» son de sus hijos, Jason y Dan, mientras que «Robb» es una forma apocopada de Robertson. Sus últimas novelas publicadas en España son Polos opuestos, Siempre hay un mañana, Llamaradas, Emboscada, la tetralogía Cuatro bodas (Álbum de boda, Rosas sin espinas, Sabor a ti y Para siempre) , Colinas negras, la trilogía del Jardín (Dalia azul, Rosa negra y Lirio rojo) , Ángeles caídos, Sola ante el peligro y Admiración.

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