1

2

Moderadora: Nelly Vanessa

Traducción: Nelly Vanessa y Lectora

Corrección: 3

Just Jen

Dabria Rose

Nony_mo

Viriviri

Niki26

Pachi15

Osma

Recopilación y revisión final: Pachi15

Diseño: Móninik

Índice

4

Sinopsis

Capítulo 27

Capítulo 54

Capítulo 1

Capítulo 28

Capítulo 55

Capítulo 2

Capítulo 29

Capítulo 56

Capítulo 3

Capítulo 30

Capítulo 57

Capítulo 4

Capítulo 31

Capítulo 58

Capítulo 5

Capítulo 32

Capítulo 59

Capítulo 6

Capítulo 33

Capítulo 60

Capítulo 7

Capítulo 34

Capítulo 61

Capítulo 8

Capítulo 35

Capítulo 62

Capítulo 9

Capítulo 36

Capítulo 63

Capítulo 10

Capítulo 37

Capítulo 64

Capítulo 11

Capítulo 38

Capítulo 65

Capítulo 12

Capítulo 39

Capítulo 66

Capítulo 13

Capítulo 40

Capítulo 67

Capítulo 14

Capítulo 41

Capítulo 68

Capítulo 15

Capítulo 42

Capítulo 69

Capítulo 16

Capítulo 43

Capítulo 70

Capítulo 17

Capítulo 44

Capítulo 71

Capítulo 18

Capítulo 45

Capítulo 72

Capítulo 19

Capítulo 46

Capítulo 73

Capítulo 20

Capítulo 47

Capítulo 74

Capítulo 21

Capítulo 48

Capítulo 75

Capítulo 22

Capítulo 49

Capítulo 76

Capítulo 23

Capítulo 50

Capítulo 77

Capítulo 24

Capítulo 51

Epílogo

Capítulo 25

Capítulo 52

Epílogo extra

Capítulo 26

Capítulo 53

Sobre la autora

Sinopsis Brant Se convirtió en multimillonario de la tecnología para su cumpleaños número veinte. Ha estado en una relación conmigo durante 3 años. Me ha propuesto matrimonio 4 veces. Ha sido rechazado 4 veces. Lee Corta el césped cuando no está coqueteando con las amas de casa. Es bueno con sus manos, boca y pene. Me ha perseguido implacablemente por casi dos años, lo sepa o no.

5

Vamos. Júzgame. No tienes ni idea de lo que implica mi amor. ¿Y qué sí la única cosa que pensé que necesitaba, era la única cosa que no me dejaba avanzar?

Prólogo Observé el apartamento de Molly, una casa de pueblo anaranjada de estilo mediterráneo con jardines en las ventanas llenas de hibiscos rosados. El jeep de él se encontraba allí, un cuadro de masculinidad americana cubierto de barro en un mar de autos extranjeros. Habían pasado veintidós minutos desde que él entró, sus manos sumergidas en los bolsillos de sus jeans, su cabeza hacia abajo, sus pasos caminando sin pensar, como si hubiera recorrido el camino cientos de veces.

6

Hice repiquetear mis uñas desnudas contra la palanca de cambios. Cerré mis ojos un momento y dejé que la brisa del aire acondicionado me refrescara. Tenía un masaje programado en una hora, por lo que esta situación debía resolverse pronto o llegaría tarde a mi cita con las manos de Roberta. Movimiento, apartamento superior a la derecha. El de ella. Una puerta se abrió de golpe, la cabeza de Lee avanzando rápidamente por el abierto pasillo, una cabeza rubia de cerca, tirando de su camisa, brazos sacudiéndose salvajemente. Podía imaginar las palabras que salían de su boca. Lee, no te vayas. Lee, ¡no es lo que piensas! Me pregunté si la palabra “amor” salió de su boca, si su relación habría progresado hasta ese punto. Desapareció en el hueco de la escalera. Me incliné hacia delante, deseando tener un trago, algo que abrir y disfrutar al mismo tiempo que mi trabajo daba sus frutos. Esto tenía que funcionar; esto tenía que suceder. Ella no podía tenerlo; él era mío. Su cabeza serpenteaba entre los autos, su rostro entró en mi visión mientras se acercaba a su jeep. Rostro fijo, rasgos duros, una mirada que no había visto en su cara antes, pero que conocía bien. Determinación. Decisión. Apreté mis manos con entusiasmo, viendo como el rostro de ella aparecía a la vista, sus ojos abiertos y manchados, su boca moviéndose rápidamente, pechos gigantes agitándose mientras gritaba algo y agarraba sus hombros. Quería bajar mi ventana, solo dar un vistazo, lo suficiente como para escuchar ese intercambio, lo suficiente como para saborear este momento solo por un poco más de tiempo.

Eso es correcto. Date la vuelta y aléjate de este hombre. Él no tocará tu rostro en mucho tiempo. Ya no le hará el amor a tu cuerpo. Es mío. Yo voy a tomar tu lugar. Lo vi entrar a su auto, su puerta golpeando con la fuerza suficiente como para hacerla saltar. Y luego, con el chillido de neumáticos —el mejor sonido del mundo, mejor que mis fantasías— un sonido final que la dejó de pie en el lugar de estacionamiento vacío, las lágrimas de rímel negro manchando sus mejillas, su grito lo suficientemente fuerte como para pasar a través de mi vidrio polarizado. La victoria es mía. Sonreí, dándome una palmada virtual, y puse a andar mi Mercedes. Bajando por la calle, me dirigí hacia el sur. Tal vez después de mi masaje pasaría por la oficina de mi novio. Le daría un sándwich. Celebraría mi victoria con otro hombre en mi vida. Vamos. Júzgame. No tienes ni idea de lo que implica mi amor. Amo a dos hombres. Follo a dos hombres. Si piensas que has oído esta historia antes, no lo has hecho.

7

Parte uno Esta es una historia de amor, pero no es una fácil de leer. 8

Uno Mi vida siempre ha tenido un plan. Creo que mis padres, antes de mi concepción, se sentaron y me planearon. Me inculcaron con recordatorios constantes y un régimen de seguimiento basado en ejemplos. Yo era una niña rica, una de la que se esperaba hiciera todo. Un 4.0 era requerido, aunque nunca tuve un trabajo. La Ivy League era obligatoria, pero solo porque era ahí donde conocería a mi marido. No podía ganar peso adicional, ya que sería una vergüenza, pero no podía mostrar mi figura, ya que eso sería no tener clase.

9

El plan era sencillo. Obtener un título respetable mientras era moldeada para ser la esposa perfecta. Casarme rápidamente. Apoyar a mi marido mientras perseguía mis otros intereses, como obras de caridad y el funcionamiento de mi casa. Nunca me gustó el plan. Me frustrada de tantas maneras agresivas y pasivas como era posible. Aprendí a una edad temprana a ocultar la traición detrás de una sonrisa dulce y fachada inocente. A los ojos de mis padres, me comportaba. Prosperaba. Convirtiéndome en la mujer que su ADN se merecía. Pero en la realidad, yo estaba a la espera, acomodando cada detalle a la perfección y teniéndolos listos para el día que importaba: mi cumpleaños veinticinco.

Ocho años atrás Veinticinco velas. Era ridículo que estuviera teniendo un pastel de cumpleaños; la tradición debía dejarse para los años de adolescencia. Sin embargo, aquí estaba mi pastel, cargado en los brazos de mi madre. Mi madre, la imagen perfecta de mi futuro, de mi futuro que debería incluir Bótox y rellenos, los labios estirados y cejas excesivamente depiladas. Sonreí como se esperaba. La dejé cantar la canción, la voz de mi padre cayendo después de las primeras palabras, su atención atrapada por el sonido de su teléfono. Sonreí para la foto y apagué las velas, fallando en tres a propósito, viendo los ojos de mi madre parpadear, su sonrisa quedándose fija.

10

Ella cortó el pastel, el aroma de Chanel N°5 yendo a la deriva sobre la mesa mientras me servía la más pequeña rebanada posible, un corte central, lejos de la decadencia de una pieza final. Luego comimos, los tres dispersos sobre una mesa de doce asientos, el roce de plata contra la cerámica era el único sonido en la habitación. Mi padre se levantó primero, dejando su plato, y me besó en la cabeza. —Feliz cumpleaños, cariño. Entonces solo quedamos mi madre y yo, y comenzó el interrogatorio. —¿Estás saliendo con alguien? —Dejó su tenedor. Alejando su rebanada de pastel apenas tocada y miró la mía enfáticamente. —No. —Sonreí como me habían enseñado. Siempre sonreír. Las sonrisas escondían los sentimientos. —¿Por qué no? Tienes veinticinco. Solo te quedan unos pocos buenos años. —Soy feliz, madre. Encontraré a alguien pronto. —Creo que deberías reconsiderar a Jeff Rochester. Saliste con él durante casi dos años. —Cuatro meses. Cuatro meses que convertimos en una relación de dos años para mantener a mis padres apaciguados y a su estilo de vida gay en secreto. —Oí que Jeff está viendo a alguien. Y realmente no tenemos ninguna química. —Di otra mordida a mi pastel, disfrutando del dolor en sus ojos cuando me lo tragué.

—La química no es importante. Es de buena familia, te proveerá muy bien. Mi fondo fiduciario me proveería. No necesitaba una relación sin química, una condena para la prisión que pintaría una sonrisa en mi locura y me llevaría a un caso temprano de depresión y de uso farmacéutico de drogas. Pero no quería hablar de mi fondo fiduciario. No cuando estaba a una hora de terminar esta fiesta y de dirigirme directamente al banco. —Janice Wilkins me dijo que te vio trabajando en el centro. Por favor, dime que no es verdad. Sonreí. —Tengo una licenciatura en ciencias cuantitativas. No es irracional que considere usarla. Estoy haciendo consultoría para una empresa médica. Supervisando algunas pruebas para la FDA1. —Por favor, no lo hagas. El trabajo provoca estrés, lo que te envejece prematuramente. Y solo tienes…

11

—Unos pocos buenos años —terminé la frase, manteniendo mi voz ligera. Tomé otro bocado de pastel. Raspando cada pedacito de glaseado del plato y deslizando el tenedor en mi boca. Chupando toda la cosa. Asesinado un poco el alma de mi madre. —Trabajamos muy duro para que tuvieras una buena vida. —Y la tengo. Hiciste un trabajo maravilloso, y soy muy feliz. —¿Qué pasa con Ned Wimble? Oí que él y esa heredera Avon terminaron. Dejé mi tenedor, apreté mis manos debajo de la mesa, y sonreí. Salí de la casa de mis padres un par de horas más tarde, con una bolsa de regalos en el maletero de mi auto. Un suéter de cachemira. Pendientes de zafiro de mi padre. Un libro de bolsillo de J.D. Robb por parte de Becky, la criada que probablemente sabía más de mí que mis padres juntos. Ella era quien limpiaba mi vómito en el baño cuando mi yo borracha y adolescente no pasaba la noche. Quien había desechado los condones, los paquetes de pastillas anticonceptivas y las botellas de vodka. Ella era quien me había abrazado a los quince cuando sufrí mi primer corazón roto, cortesía de Mitch Brokeretch, quien no merecía mi virginidad y mucho menos mis lágrimas. Mi regalo real no estaba en el maletero. Estaba en la fecha, en el papeleo de mi fondo fiduciario que se había completado antes de mi primer cumpleaños. Doce millones de dólares me esperaban en una cuenta conjunta que había visto de lejos por más de una década. Con 1

FDA: (Food and Drug Administration) en español, Agencia de Alimentos y Medicamentos.

esa fecha, con los papeles que estaba a punto de firmar, sería libre de mis padres, de sus expectativas y requisitos que habían mantenido ese dinero por encima de mi cabeza por los últimos veinte años. Me dirigí a la oficina del fiscal, y, treinta minutos más tarde, era una mujer libre. Me permití una pequeña sonrisa, una de verdad, mientras salía de Jackson & Scottsdale. Permitiéndome una completa sonrisa una vez que visité el banco y transferí los fondos a una cuenta de dinero que estaría únicamente a mi nombre. Después, la libertad. Se sentía muy bien. Bajé la parte superior de mi convertible y grité al viento. Celebré la noche con uno de los valets de mi edificio, un chico de veintiún años quien solo aguantó unas cinco metidas, pero que trajo un poco de buena hierba y se reía de mis chistes. Era un triste inicio para mi nueva vida.

12

Dos Tres años atrás

13

Pasé mis primeras dos décadas planeando, esperando el momento en que podría abandonar esta cultura. Tirar mi chaqueta de cardigan y mis modales y precipitarme de cabeza hacia la vida. Bailar bajo la luna. Fumar un cigarro. Dar un paseo en moto y enamorarme por una razón distinta a la posición social. Tuve románticas nociones de servir mesas, de hacer autostop a través de los Estados Unidos, de besar a un muchacho extraño, de sentir una oleada de posibilidades desconocidas. Odiaba cada centímetro de mi entorno y ansiaba escapar. Quería dejar las cenas formales, el desdén arraigado de los demás, y las cejas levantadas en juicio. Quería el felices para siempre que sucedía en las películas. Quería una familia que compartiera su día mientras comían en una mesa redonda. Quería tener la vida en un mundo donde las madres abrazaban a sus hijas cuando sufrían contusiones y las consolaban después de que sus primeras citas salían mal. Mi sueño tenía piernas, fantasías completamente desarrolladas, mi futuro era tan claro como mi pasado. El día de mi cumpleaños veinticinco, me sentiría libre. Llena de esperanza y de posibilidades. El primer día del resto de mi vida. Sin embargo, cinco años más tarde, todavía estaba atascada. Había tenido un par de noches salvajes. Follado a unos desconocidos con callos en sus manos. Visitado un 7-Eleven y comprado un hot dog. Había ido a Tijuana el tiempo suficiente como para darme cuenta de que nunca volvería. Entonces… como un ave migratoria, me permití tener un hogar en este mundo. Regresando sin siquiera darme cuenta. Cinco años más tarde y todavía estaba rodeada por la gente de mi juventud. Por los amigos que no eran amigos. Por las fiestas en las que todo el mundo sonreía pero que nadie se divertía. Donde la vida era una constante carrera de superar a los demás, y la reina del baile seguía siendo la perra que a nadie le agradaba pero a la que todo el mundo acudía como gusanos a la carne. Necesitaba escapar de esta vida, necesitaba encontrar algo diferente,

tenía que hacer mi propio camino, pero era difícil escapar del único mundo que había conocido siempre. El hombre apareció en la puerta detrás de mí, con el sombrero de chofer en la mano, y me miró a los ojos en el espejo. —Estaré en el frente, cuando esté lista para salir al evento, Srta. Fairmont. —Gracias. Estaré afuera en poco. Asintió, girándose para salir, y mis ojos volvieron al espejo. Ojos marrones ligeramente delineados de un color chocolate de menta. Maquillaje suficiente para ocultar defectos, pero no más. Con clase, no vulgar. Mi madre me había entrenado bien. Miré fijamente mis ojos y traté de encontrar a la persona en ellos. El espejo mostraba a la mujer que había planteado ser. Con un vestido de diseñador que era sutil pero sofisticado. Un exterior pulido, desde mi cabello hasta mis talones. Miré mi cascarón y me pregunté por qué no podía romperlo. Esta noche era la gala primaria de recaudación de fondos para una organización que apreciaba mucho. Un evento importante que no me debía perder.

14

Tal vez mañana podría darle vuelta a una nueva página. Intentar de nuevo dejar el nido y vivir una auténtica y feliz vida. Apliqué una capa de brillo transparente sobre mi lápiz labial y evité mis ojos en el espejo.

—Brant Sharp. —Layana Fairmont. —Me gusta tu cabello. —No soy una prostituta. Su boca no cambió, pero sus ojos se calentaron. —Puedo pasar por alto ese hecho. Las cinco líneas de nuestra reunión, volvieron dos horas en la gala de recaudación de fondos. Poco romántico. Culpaba mi respuesta audaz al alcohol, dos copas de vino ya derribadas, mi auto-odio ligeramente tranquilizado por el merlot. Acepté la mano que él extendió, estrechándola con firmeza mientras estudiaba al hombre, su nombre al instante reconocido tan pronto como había salido de sus magníficos labios. Había —de alguna manera inofensiva—, acechado a este hombre desde que me involucré con la Juventud sin Hogar de América. Brant Sharp. Genio. Multimillonario. Filántropo.

Él tenía incluso una mejor apariencia de la que me imaginaba, la imagen en miniatura utilizada en los comunicados de prensa apenas mostraba sus fracciones. Ciertamente no le hacían ninguna justicia a este hombre, su aspecto era digno de una portada de GQ. Pero su intensidad, eso fue lo que realmente me sorprendió. Me miró como si yo fuera un problema, y buscara en mi alma una solución. También parecía excesivamente contento por mi cabello, sus ojos con frecuencia dejando los míos para mirar las hebras erráticas. Puedo pasar por alto ese hecho. Me reí de la respuesta, el sonido parecía contento, su propia boca se crispó un poco. No en una sonrisa, pero cerca. Para mí, una sonrisa significaba emoción enmascarada, era un cambio refrescante. —Es un placer conocerte. Soy un gran fan de tu trabajo con JSHA. — Jóvenes sin Hogar de América era el único vestigio de la dolorosa crianza de caridad a la que mi madre me empujó a una edad temprana, una que terminó atrapando mi corazón y no lo dejó ir. Cualquier insinuación de una sonrisa desapareció.

15

—Yo no diría que es trabajo. Mi oficina firma un cheque. Nada más se hace. —Los fondos significan mucho. —Decir fondos a su contribución era restarle importancia. El año pasado yo personalmente había donado medio millón de dólares, seis por ciento de las donaciones anuales. Su cheque cubría noventa y dos por ciento. Era suficiente para hacerlo presidente honorario de la Junta, aunque nunca había mostrado su rostro en las instalaciones ni en las reuniones de la misma. Habíamos oído, discutido libremente con un café y donas rancias, los rumores en torno a nuestro presidente. Beth Horton, una madre de siete hijos con una lengua afilada, cuyo rostro tenía una expresión adusta permanente, a menos que compartiera una pieza interesante de chismes, había traído escoltas para mí. —Ha habido cientos —confió ella en una reunión de junta del año pasado, esparciendo todo el polvo de su dona en su boca mientras yo observaba de cerca, tan interesada en la perspectiva de que se asfixiara como estaba en la discusión sobre la vida sexual de Sharp—. El hermano de mi chofer es portero en su apartamento del centro y dice que las chicas aparecen a todas horas. Chicas guapas, pero claramente prostitutas. Nunca se va con ellas, y solo se quedan por unas horas. —Asiento, medio creyendo las palabras. Eso explicaría por qué nunca había sido fotografiado con una mujer. El hombre parecía no tener en citas, un hecho que volvía locas a las mujeres de San Francisco y se había desatado rumores ocasionales de homosexualidad. Los rumores nunca iban demasiado lejos… demasiadas mujeres se habían encontrado con el

hombre, trabajado para el hombre, disuadidas por él. Me gustaba la idea de las prostitutas, del hombre desatando el santo infierno en una mujer de la noche en la intimidad de su hogar. Los fondos significan mucho. Él no respondió al comentario, y se quedó colgando entre nosotros. Tomé un sorbo de champán. —Estoy sorprendida de verte aquí. —¿Por qué? —El enfoque láser de este hombre era desconcertante. Cuando te miraba, no había vacilación, sin duda iba a escuchar tus palabras y a procesarlas en consecuencia. Traté de relajarme, la presión de una respuesta inteligente era alta, el conocimiento de que estaba en presencia de alguien brillante pesaba en mí. Nunca había sido una mujer que encontrara sexy la inteligencia, cuatro años en el festín nerd que estaba Stanford curaba a cualquier mujer de esa errónea idea. Pero este hombre… tal vez no era su inteligencia. Tal vez era la combinación de inteligencia con confianza e intriga, mezclada en un vaso Martini y las miradas intercambiadas.

16

Me encogí de hombros. Tomé otro sorbo de coraje líquido. Deseando algo más fuerte que champán. Al darme cuenta de que se había acercado más, tuve el impulso natural de inclinarme hacia él y olerlo. De probar las aguas colocando mis manos en sus solapas y tirar de su esmoquin. ¿Mantendría su contacto visual? ¿Retrocedería? ¿O me arrastraría a algún lugar privado y me follaría hasta dejarme sin sentido? Mi imprudente confianza vaciló ante la presencia de este hombre. Tragué. Intenté traer mi mente de nuevo a la conversación. —Nunca has ido al campus. O asistido a una reunión de la junta. Supuse que la recaudación de fondos de primavera también te la saltarías. —Thomas Yand está en la lista de invitados. Estoy esperando hablar con él. Ha estado evitando mis llamadas. —Ahhh… —Me acerqué. Bajé la voz—: Así que esta es una emboscada. —Ese era el plan. Una conspiradora ayudaría. —Me levantó las cejas juguetonamente, y cada hueso femenino en mi cuerpo puso atención. Sí, definitivamente no era gay. Podía entender por qué sus empleadas se apresuraban a defender a este hombre. Había pasado dos minutos en su presencia y mi cuerpo había alcanzado nueve escalas de excitación. Tragué. Puse una expresión improvisada en mi rostro. —¿Qué tienes en mente?

Él no necesitaba una conspiradora. Era uno de los hombres más ricos del mundo. Tan poderoso como Bill Gates, en términos de la comunidad tecnológica. Pero jugamos bien nuestro papel. Coqueteando sobre las bandejas de queso y susurrando sobre el champán. Sosteniendo sonrisas conspirativas cuando Yand fue acorralado —conmigo a un lado, con Brant en el otro. Dejé que su conversación despegara, luego me alejé. Retirándome al otro lado de la habitación, donde Anne Waters, una blanca rubia con copas doble D, me abordó, lamiéndose pastel de cangrejo de los dedos y buceando en una larga historia de sus compras de primavera en la ciudad. Asentí educadamente mientras mi mente vagaba, mi decisión de vivir una vida diferente se fortalecía con cada lamida poco femenina de sus dedos. Le di una mirada a Brant, viendo su profunda concentración mientras asentía hacia Yand.

17

Dentro de mí, había una chispa de deseo, un tirón que me sorprendió. Ciertamente esperaba respetar al hombre, era imposible no respetar a un hombre cuya inteligencia duplicaba la mía, cuyas donaciones anuales eran la sangre que mantenía la mitad de los corazones de las organizaciones benéficas de la ciudad latiendo; pero en mis expectativas, cuando había imaginado conocer al hombre solitario, no pensé que le agradaría. Razón #1: Él era increíblemente rico, había vivido ese estilo de vida desde que era adolescente, se esperaba de él y lisonjeaba de eso todos los días de su vida adulta. Era una receta comprobada para un tarado. Razón #2: Él era increíblemente inteligente. Habría esperado que su ego coincidiera con su cerebro, creando un pomposo, arrogante nerd. Uno que esperara sumisión en forma de adoración. Uno que abiertamente expusiera hechos sin interés mientras miraba mis pechos. Era todo lo que no me esperaba. Muy confiado. Sin pretensiones. Guapo. Intenso interés. Él apartó la mirada de Yand por un momento, sus ojos fueron a los míos, y todo se detuvo cuando nuestras miradas se encontraron. Sus ojos rompieron el contacto, y lo vi extender una mano, realizando un movimiento superficial y luego se giró, desestimando a Yand con una sonrisa cortés, sus piernas guiándolo en mi dirección. Una vez más, nuestros ojos se encontraron, y quise apartar la mirada, pero no pude. Solo podía verlo mientras caminaba por la habitación con pasos suaves hasta que estuvo frente a mí, una sonrisa apareciendo en sus ojos cuando hice mi mejor esfuerzo para no desmayarme. Su presencia detuvo la conversación. Dándome cuenta del silencio, miré a Anne.

—Discúlpame, por favor —murmuré, aprovechando la oportunidad para huir. Brant sacó mi silla, asintiendo cortésmente a mis compañeros de mesa, cuyos ojos vigilantes siguieron cada movimiento, un círculo de buitres listos para su siguiente comida. Juntos, con su mano guiando el camino, nos escapamos hacia las puertas traseras. —Gracias por tu ayuda con Yand —dijo en voz baja, su cabeza agachada un poco hacia mí. —Gracias por salvarme de esas mujeres —le susurré, sonriendo amablemente mientras pasaba a Nora Bishop, una mujer que estaba bastante segura había pasado la mayor parte de los años noventa acostándose con mi padre en su escritorio.

18

Eran doce pasos para llegar a las puertas. Doce pasos durante los cuales me di cuenta de lo mucho que deseaba a este hombre. Pensé en las historias de las prostitutas, entonces el calor de su mano se movió, de regreso a mi codo, suave pero apremiante. Controlado y con cortesía. Y quería más. Necesitaba más. Entonces nuestros cuerpos estuvieron fuera y solos en el balcón, la cálida noche de verano trayendo una suave brisa que olía a mar y a verano. Allí, con su mano izquierda en mi codo, tuve la oportunidad de tener un momento de pensamiento claro. Apoyé mis codos en el borde del áspero balcón, el corte de concreto era reconfortante contra la ridícula gala de riqueza. Todo esto un espectáculo. Pasábamos todo el año recaudando fondos para los niños que lloraban con la perspectiva de zapatillas nuevas, entonces desembolsábamos cien mil dólares en una fiesta. Me volví y miré las ventanas de cuerpo entero que se alzaban tres pisos y que mostraban la entera producción en toda su falsa gloria. Entonces miré a Brant, atractiva elegancia entubada en traje negro, una imagen que pertenecía a este mundo junto con un hombre que yo sentía estaba por encima de él. —¿Valió la pena? —Hice una seña a la fiesta y lo miré, su perfil fuerte, sus ojos en el horizonte, la luz parpadeante de las antorchas iluminando su rostro con sombras dramáticas—. ¿Lidiar con estos buitres por la oportunidad de hablar con Yand? —Valió la pena en cuanto te vi. —Palabras suaves. Impacto dramático. Sonriendo, me moví hacia la delgada cornisa, una que me permitía inclinarme por el balcón y poner mi rostro de lleno en el viento. —No me conoces, Brant. —Ni siquiera me conozco a mí misma. —No, no lo hago —dijo las palabras suavemente, como si el concepto no fuera importante.

Me volteé y lo miré. Vi el conjunto calmado de sus facciones. Estaba tranquilo, sin inmutarse. Como si mi atracción por él no fuera importante, ya sea debido a la confianza o porque no le importaba si alguna vez nos veíamos de nuevo. La confianza fue la opción que preferí; la otra era un problema. Estaba acostumbrada a la negación, a perder, a la idea de ser descartada por ser difícil de comprender. No sabía quién era yo misma, lo que quería, pero sabía de lo que era capaz. No tenía nada más que autoconfianza. Me tragué una extraña semilla de inseguridad. —Vamos a salir de aquí. Con eso volteó su cabeza. Con las manos en sus bolsillos, se acercó lo suficiente como para que oliera su colonia, un perfume caro que me hizo pensar en yates y cigarros. —¿A dónde quieres ir? Inclinándome, cerré mis ojos contra la brisa del mar, y exhalé. —Lejos de aquí.

19

Tres Saltamos la valla del balcón en el otro extremo, donde había una escalera que estaba cerrada a la fiesta, el pequeño acto de rebelión perfecta en su ridiculez. Me quité los tacones, hicimos nuestro camino por las escaleras casi como Cenicienta escapando, su fuerte mano tirando de la mía, nuestros dedos entrelazados cuando llegamos a la parte inferior. Traté de juntar la mayor parte de mi vestido, la cara tela echa ruinas en la parte inferior, Versace tendría una cita con mi tintorería. Renunciando, busqué a mi chofer en el mar de autos de color negro en el lote que mostraba la falta de capacidad para diversificar de las personas de las clases altas. El valet se movió, viéndome primero, el guante blanco de un botones apareció y abrió la puerta para mí.

20

—Srta. Fairmont —dijo el joven con rigidez, extendiendo una mano para ayudarme a entrar en el carro. Medio esperaba que Brant me tocara en el auto, ya sea su mano sobre mi pierna, sus hermosos labios tocando mi cuerpo de alguna manera. No hizo ninguno, simplemente se acomodó en el asiento a mi lado, sus dedos tamborileando un patrón en el reposabrazos mientras miraba por la ventana. —A mi casa, Mark. —El chofer de mi familia, un hombre que había estado en mi vida desde hace más de una década, asintió, sus ojos nunca dirigiéndose hacia el espejo retrovisor. Mi uso de él era raro, reservado para situaciones como esta, eventos donde esperaba beber. A pesar de los garabatos de mi madre en sus cheques de pago, yo tenía su lealtad. Quién sabía qué secretos guardaba para mis padres, pero tenía el valor de un tener un espacio para guardar los míos. Saqué mi atención de él y la dirigí al misterio a mi lado. Había conocido a un montón de genios. Stanford estaba provistamente completo, así que había experimentado cada marca y tipo. Y, en su mayor parte, no eran hombres conocidos. Por un lado, estaban los que la genética había bendecido con inteligencia, pero sin habilidades sociales. Luego estaban los hombres pomposos, inseguros que fingían confianza vomitando cositas de conocimiento en cada oportunidad. Después el tipo que me ponía más nerviosa: los hombres callados que te observaban mientras notaban todos los matices de tu personaje para su

análisis un momento más tarde. El tipo con el que estaba compartiendo el auto en estos momentos. Él apartó la mirada de la vista y se volvió hacia mí. Me estudió con demasiada intensidad, sus ojos abriendo cada poro dañado en mi psique. —Detente. —Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. Su boca se torció. —¿Por qué? —No pienses. A tu cerebro probablemente podría venirle bien un descanso. —Sonreí. —¿Preocupada por lo que pueda descubrir? —No. —Sí. —¿Por qué te fuiste conmigo? —Abierta curiosidad en sus ojos. Como si cualquier mujer necesitara explicar por qué había salido huyendo con un multimillonario. —Pensé que debías tener una noche por la que no tuvieras que pagar.

21

Sus ojos sonríen. —Me gusta pagar. —¿Por qué? —Ahora yo era la curiosa. Sobre cada pieza de este hombre. Era fascinante, la pieza más interesante es su absoluta falta de preocupación por mi opinión sobre sus acciones. —Es menos sucio. Puedo dictar la noche. Sin emociones involucradas. —Las emociones pueden hacer que sea más caliente. —Y más dolorosa. —¿Te lastimaron? —Todavía no. —Me miró de manera incesante, un extraño énfasis había sido puesto en las palabras, como si estuviera dándome su corazón con sus dos manos, seguro de que lo lideraría a su destrucción. De repente, no lo quise. No quería el peso y la presión de las expectativas. No quería hacer otra cosa que devolver la luz a los ojos de este hombre. El auto fue más lento, y vi las puertas delante de nosotros, moviéndose lentamente mientras esperábamos el ingreso. Me estiré, desabrochando su cinturón, sus ojos siguieron mi mano, sus cejas levantándose ligeramente. —Aquí estamos.

Mark nos dejó frente las puertas delanteras, mi mano empujando el pomo, y llevé a Brant hacia la casa oscura, sus silenciosos pasos siguiéndome directamente a través de la parte posterior. Allí, con el silencioso deslizar de vidrio contra caucho abrió la pared de atrás de mi dormitorio, el océano extendiéndose ante nosotros. Era un acto que había hecho antes, la vista impresionante, el aire del océano despejando la rigidez de la habitación, la vista de repente vergonzosa frente a un hombre que probablemente poseía islas. Me aparté de él, escondiendo el repentino rubor de mis mejillas, y levanté mi cabello. —Desnúdame.

22

Hubo un momento de pausa, un momento donde incliné mi cabeza, esperando la presión sobre mi cremallera. Luego llegó, el arrastre lento, los dedos de la otra mano siguiéndola, cuatro puntos arrastrándose por mi espalda desnuda mientras lo bajaba todo el camino, más allá de la curva de mi espalda, hasta que se detuvo, medio poniendo mi trasero al descubierto, su respiración trabándose, unas pocas inhalaciones que pusieron una sonrisa en mi rostro. Entonces, sí es humano. Sus manos se deslizaron hacia arriba, puntos calientes de contacto, y fueron la parte superior de mis hombros, quitándome el vestido mientras caía por mis brazos y mi cuerpo. Me volteé, desnuda, salvo mi ropa interior, y eché una sonrisa traviesa hacia su propia ropa. —Quítatela. —Tú hazlo. —Un tono de reto y de orden. Negué. —Tengo que romperte el hábito de ordenarles todo a las mujeres. Frunció el ceño, tiró de la corbatita, hasta que se soltó y trabajó en los botones de la parte delantera de su camisa. —¿Cuándo fue la última vez que hiciste lo que te dijeron? Me encogí de hombros. —Es difícil recordar algo tan pasado. —Entonces, tanto como quería estar allí y verlo desnudarse, me di la vuelta y salí de mi vestido, oyendo el ruido sordo de su zapato de vestir cayendo al suelo. Me subí a la cama, estirándome para tirar de la manta, y salté un poco cuando sentí el calor de su mano girándome contra la dura superficie de su pecho. Una presión en todo el cuerpo de piel contra piel, duros planos encontrándose con curvas suaves. Nada entre él y mi…

—¿Sin ropa interior? —murmuré, nuestros rostros a centímetros de distancia, el suyo iluminado por el resplandor de la noche. —Parecía como una pérdida de tiempo. —No me besó, a pesar de que levanté mi barbilla, invitándolo al toque. Su mano rodó bajo la línea de mis bragas y tomó mi trasero. —Entonces, ¿en qué convierte eso a la mía? —Una bonita distracción. —Deslizó su mano más arriba y la envolvió apretadamente alrededor de mi cintura, y creo que vi un vistazo de una sonrisa antes de que los dos nos lanzáramos sobre la cama. Un rollo de piel desnuda, piernas enredadas. Arrastrándome sobre él, nuestras bocas se encontraron y el primer beso se formó. Su boca era vacilante, sus manos confiadas, y por un momento me pregunté si habría besado a sus acompañantes antes de follarlas. Entonces, el beso se profundizó, nuestra conexión se solidificó, y sacó de mi cabeza la idea de las prostitutas.

23

Cuando se retiró, se sentó alejado de mí, su mano arrastrándose sobre las curvas de mi piel, luego hubo una pausa. Una pausa llena del suave sonido de su respiración, una pausa llena de un momento de decisión cuando me miró a los ojos y su mirada sostuvo una pregunta. No le respondí con mi boca. Me di la vuelta hasta que mis piernas dejaron la cama y mis pies tocaron la alfombra. Di un paso a mi tocador, abrí un cajón y fui a través de bragas y tangas hasta que mi mano tocó una envoltura. Saqué un condón y caminé de regreso, mis ojos dándose un apreciativo tour por su cuerpo mientras él yacía sobre su espalda, expuesto. Sus ojos me sonrieron, su boca solo se curvó lo suficiente para poner en relieve lo que podría ser un hoyuelo, ningún movimiento hecho para cubrir el impresionante órgano que yacía contra su muslo. No esperaba la confianza que él tenía —pensé que un nerd informático estaría más avergonzado de su cuerpo, más arrogante de su mente. Pero él no había citado un solo hecho, no había sacado a colación su empresa o su dinero de ninguna manera. Trataba esto de la misma manera que yo, como dos adultos en busca de un buen momento. Levantó una mano, tomó el condón, y luego lo puso detrás de él en la mesa de noche, su mano volvió a agarrar la mía. —Todavía no. Ven aquí. —Me llevó a su lado, siguió hasta que nuestras partes se tocaban y estaba lo suficientemente cerca como para presionar un beso contra mis labios, sus dedos fueron a mis hombros, trabajando suavemente en los músculos de mi cuello, sondeando tiernamente mientras su toque corría por las líneas de mi figura. Cerré mis ojos, dejando escapar un suspiro mientras me relajaba contra la almohada

y él deslizaba sus manos, sus palmas sobre la curva de mis pechos, su toque suave mientras extendía sus manos y me sostenía en ellas. —Eres hermosa —dijo, un susurro atrapado en su tono. Su cuerpo se acercó—. Lamento si no estoy… acostumbrado al romance, Layana. Mis ojos se abrieron, mis errantes manos pararon su delicada exploración que estaba a punto de llegar a su pene. —No creo que esté buscándolo. —Pensé que toda mujer buscaba eso. —Me puso de costado, pasó sus manos alrededor, hasta que tomó mi trasero y me atrajo hacia él, caliente aire entre nosotros. Miré sus ojos, y finalmente encontré el momento en que bajó su boca a la mía. No. Esto. Esto era lo que toda mujer buscaba. Una boca que respondiera con avidez y aun así tiernamente cuando la besaban. Esto. El firme arrastre de mi cuerpo hacia el final de la cama, unos ojos dominantes, manos fuertes, el empuje de mi inquisición hasta el colchón. Esto. Mis manos en su cabello, arañando sus hombros, mi cuerpo retorciéndose bajo su talentosa lengua entre mis piernas.

24

Esto. Nuestros cuerpos entrelazados en mis sábanas, su peso en mis muñecas, el momento de la primitiva conexión cuando separó mis piernas y se empujó a sí mismo en mi interior, su pene moviéndose con seguras estocadas, mis gritos de placer silenciados por su beso. Esto. Su cuerpo arqueado sobre el mío, sus manos tirando de mí con fuerza contra él, enterrando su pene cuando terminó, jadeando mi nombre, estremeciéndose con su aliento en mi boca mientras me daba una estocada final. Esto. Esto era lo que quería, lo que mi nuevo yo deseaba. Romance, eso podría esperar.

Cuatro Brant —¿Que hiciste qué? —La voz chillona resonó en la gran oficina, rebotando en los escritorios antiguos y en los diplomas enmarcados. —Soy un adulto, Jillian. Tengo todo el derecho de entretenerme con quien quiera.

25

—Ella no es una mujerzuela de casas rodantes, Brant. Es un miembro respetado de la sociedad. Extremadamente inteligente, aunque no lo notarías por la vida de ocio que lleva. —Consideraría que esas marcas están a su favor. Estás hablando como si prefirieras que saliera con una tonta inculta. Salí de su casa ayer por la noche y regresé a la mía electrificado. Trabajé durante toda la noche y resolví nuestros problemas con recuperación de datos. La mujer encendió algo en mí. Jillian se levantó, sus perlas tintineando, la furia en sus ojos buscando su objetivo y quemando la piel que tocaban. —Está en busca de un marido. De un nuevo apellido, de una línea de llegada en la carrera de la vida que todas estas debutantes viven. —Me parece interesante que sepas mucho acerca de sus intenciones. —Me conoces, Brant. No tengo más que los mejores intereses para ti en mente. Confía en mí cuando digo, que lo que sea que pasó anoche, será el final de ello. No necesitas una relación, y sería mejor que te mantuvieras alejado de esa mujer. La próxima vez que desees encontrar una liberación, déjame llamar al servicio. Impulsándome con un pie en la pata del escritorio, me eché hacia atrás. —Te das cuenta de lo ridículo que es que llames para pedirme putas. La mayoría de las figuras maternas estarían radiantes de verme salir con una mujer respetable.

—Tu madre querría esto. Confía en mí. Fruncí el ceño, aventando un pedazo de basura al cesto antes de mirarla a los ojos. —No te entiendo la mitad de las veces. Me sonrió, un toque de tristeza en su rostro. —Confía en mí, Brant. Podría decir lo mismo de ti.

26

Cinco Corrí por la arena, mis zapatillas chirriando con agua salada, el hundimiento de la arena bajo mis suelas era alentadora cuando sentí mis músculos responder, mi piernas subían y hacían tracción, saltando a la acción mientras iba por la playa, lo que aumentaba mi velocidad mientras mi casa entraba en visión, la línea de la meta a la vista. Jadeé cuando me detuve, mis manos tambaleantes en mis muslos, la quemadura de mi pecho coincidiendo con el grito de mis músculos, el alto nivel de endorfinas haciendo que valiera la pena. Me obligué a ponerme de pie, a moverme hacia adelante, mis músculos agradecidos por el ritmo pausado de mis pasos. Mis brazos se sacudieron, mis músculos se aflojaron mientras movía los hombros y cuello.

27

Más de tres kilómetros. Menos que ayer, pero más rápido. Miré el reloj, el cronómetro estaba congelado allí. 15:04. Lo borré, el tiempo regresó a la pantalla, y empecé mi camino cuesta arriba a la cubierta, donde un banco y una estación de ducha me esperaban. La mujer de pie en la puerta me detuvo en seco, su postura rígida me trajo de vuelta el recuerdo de cada directora que tuve en mis escuelas. Hice una pausa, mirándola con recelo, y luego continué mi movimiento hacia adelante. —¿Hay algo con lo que la pueda ayudar? —Abrí la puerta, entrando en el mismo espacio que ella, preguntándome, mientras miraba al frente del lote, cómo había llegado hasta aquí. Éramos muy contrarias, mi piel mojada por el rocío del mar y sudor, un sujetador deportivo y una licra era lo único que cubría mi cuerpo. Ella llevaba al menos dos capas, medias de nylon cubiertas por un traje de pantalón, un jersey de cuello alto se asomaba por su chaqueta. Mis gotas de sudor versus a su collar de perlas. Mis salvajes rizos marrones apenas contenidos por una banda elástica, su peinado alto apenas temblando en el fuerte viento. Mi pecho todavía exhalaba mientras ella estaba de pie, erguida, con una fría mirada de desdén en sus facciones arrugadas. Fruncí el ceño ante la expresión. ¿Qué demonios le había hecho? —Jillian Sharp. —Comenzó a estirar la mano, sus labios fruncidos, ojos barriéndome, pero luego lo pensó mejor, eligiendo asentir en su lugar, como si fuera la reina de Inglaterra, y le debiera hacer una reverencia.

—Layana Fairmont. ¿Hay algo en lo que la pueda ayudar? Mi mente estaba trabajando a toda marcha mientras repetía la pregunta sin respuesta. Jillian Sharp. CFO2 de BSX, los conglomerados digitales de Brant. Ella era la encargada detrás del encargado, la que llevaba a cabo las conferencias de prensa, entrevistas, o reuniones. Era, más de lo que yo era consciente, muy inteligente, muy buena en los negocios, y muy ocupada. Lo que dejaba la pregunta de por qué estaba de pie en mi terraza, robé un vistazo a mi reloj… a las 1:12 de un lunes. —Hablé con Brant esta mañana. Mencionó su pequeña… —Resopló de una manera que tomé como desaprobación, sus rasgos arrugándose, una mirada irritada en una ráfaga de viento—… reunión de anoche. — Probablemente quería ser invitada a entrar. Sería la cosa educada de hacer, dado el sol elevándose sobre ella, el aire salado que sin duda estaba arruinando su traje Chanel. La dejé reposar allí, mi mente trabajando en asimilar sus palabras. —¿Y? —¿Puedo entrar? —Resopló, como si estuviera molesta con la pregunta, y contuve la sonrisa que quise dejar salir.

28

—Por supuesto. —Sonreí—. Ya estás en mi propiedad, bien podrías entrar a mi casa. Me senté en el banco junto a la puerta de atrás. Desatando los cordones de mis zapatillas tan lentamente como podía, sintiendo su irritación crecer mientras desnudaba mis pies, luego los calcetines, y luego lavaba mis pies descalzos con la manguera y los secaba. Si no hubiera estado aquí, me habría desnudado. Metido en la ducha exterior. Lavado el sudor de mi cuerpo y disfrutado de una media hora de agua caliente, golpeándome y dándole masajes a mis cansados músculos. Entonces me habría envuelto en una toalla e ido al interior. Así que, la nueva Layana retuvo algunos pocos modales. Me sequé mis pies hasta que quedaron completamente secos y abrí la puerta. Recogí dos botellas de agua de la nevera, deslicé una sobre la isla hacia Jillian, quien inspeccionó la botella antes de sentarse. No dijo nada mientras la miraba y yo bebía la mía hasta su última gota antes de limpiarme la boca con el dorso de mi mano. Silencio. Era seguro como el infierno que yo no iba a decir nada. Ella era la invitada sorpresa del día. La que estaba muy ocupada, la que tenía cosas que hacer, la mujer importante. Yo podría estar aquí toda la semana sin estar afectada en lo más mínimo.

2

Siglas inglesas de Chief Financial Officer, Gerente de Finanzas.

Se aclaró su garganta, el sonido apestaba a tomar té y comer bollos, pero conocía su pasado. Había leído un artículo en la revista Glamour que la promocionaba como una de las mujeres más poderosas de Silicon Valley. No era una sangre azul. No fue educada incluso correctamente. Asistió a la universidad comunitaria. Trabajó como maestra de cuarto grado hasta 1997, cuando su sobrino, un ya reconocido Brant Sharp, construyó una computadora en su sótano. Una computadora que hizo ver a las últimas tendencias de creación de IBM3 como un tazón de gelatina. Un equipo que hizo que sus padres dejaran todos los planes de futuro e invirtieran sus ahorros en el Equipo Brant. Él era joven. Tenía once. Necesitaba un acompañante. Así que la tía Jillian dejó su trabajo y se enganchó en el vagón de Brant. Vivió de cupones de alimentos y de sus ahorros en una habitación de invitados en la casa de Brant durante dos años. Vivió de cupones de alimentos y de sus ahorros en una habitación de invitados en la casa de Brant durante dos años. Entonces ella negoció su primer acuerdo y todos los Sharp trasladaron los decimales de su cuenta bancaria siete lugares hacia la derecha. —Me gustaría que te mantuvieras alejada de Brant.

29

Guauu. No era lo que esperaba. Casi había esperado que sacara un libro de citas y anotara nuestra boda mientras que el calendario de verano estuviera disponible. Tragué una bocanada de agua antes de hablar. —¿Discúlpeme? —Brant no necesita la distracción de una relación en este momento. —Permaneció en su lugar, de pie en el piso de mi cocina, recta, con un palo firmemente atravesado en algún lugar de su trasero. ¿Sabía que él se acostaba con prostitutas? —Esa parece una decisión que Brant debe tomar. —Me incliné en el mostrador, encontrándome con sus ojos quietos. Estás en mi casa. Retrocede—. Que yo sepa no tiene once años ya. Sus ojos parpadearon, como si la información que había compartido fuera secreto, como si no fuera algo conocido por cualquier persona dispuesta a desprenderse de $3.99. Su mandíbula se tensó. —No asumas que lo conoces o a mí, solo porque hiciste una búsqueda en Internet. Él no está construido para una relación, no tiene tiempo para ti. Vine aquí, de mujer a mujer, a pedirte que te mantengas alejada. —Y yo te digo, de mujer a mujer, que no es de tu incumbencia. — Cualquier interés que hubiera tenido en Brant se estaba cuadruplicando Siglas para International Business Machines, en español algo como máquina de negocios. 3

con cada palabra que salía de la boca de esta mujer. Había sonreído y obedecido por veinticinco años. No estaba a punto de ser puesta en mi lugar por esta maestra de escuela. Se movió, buscó en su bolso Hermes color crema, el cual yo tenía en verde. Una risa burbujeó en mi garganta cuando vi lo que sacó de su mano. —¿Tratarás de sobornarme para permanecer lejos de él? —Su mano se congeló con mi risa, ojos duros balanceándose entre mí y el clic de su lapicero—. Pasamos una noche juntos. No está pensando en proponerme matrimonio. —Es mejor prevenir que lamentar —dijo con frialdad—. Además, en este punto, no existen emociones involucradas. Alejarse debe ser, en tu caso, una brisa. Eres una chica inteligente. Estoy segura de que tomarás una decisión inteligente. —Firmó un cheque que ya había llenado, arrancándolo con la sutileza de una hiena, luego lo empujó hacia mí, como si fuera a quemar sus dedos si lo mantenía por más tiempo en su toque.

30

No lo vi; mantuve mi mirada fija en su rostro hasta que me miró con exasperación, nuestros ojos encontrándose sobre la isla de granito. —Agradezco la visita, pero creo que es hora de que te vayas. —Es por tu propio bien, cariño. No querrás a Brant. Es un bien dañado. —El ácido de sus palabras fue dicho con una pizca de afecto, la sutileza no minimizó la verdad en sus ojos. Ella lo creía. Dejó el cheque. Empujándolo hacia adelante con su lapicero. —No necesito tu dinero. —Un millón de dólares no le hacen daño a nadie, querida. Dejé caer mis ojos al cheque, sorprendida de ver su nombre en la parte superior. Un millón de dólares. Para mí, era como una casa de vacaciones extra. Tal vez un condominio en Colorado. Nada de eso cambiaría mi vida. Pero seguía siendo una importante cantidad de dinero. Especialmente para ser dada de baja de su cuenta personal. —¿Vale un millón de dólares que siga soltero? ¿O es a mí a quien le tiene tanto desdén personal? Ese destello de color gris apareció de nuevo. Una tormenta tropical de emociones en esta pequeña mujer. —Confíe en mí. Quiero lo mejor para Brant. Y para ti. Aparté el cheque. —No gracias. Y eso no tiene nada que ver con Brant. No seré comprada por cualquier cosa.

Se rió entre dientes, el sonido nada jovial. En su lugar, raspó largas, muertas uñas por mi columna, reduciéndome, en un apretón de sus cuerdas vocales, a una niña que se comportó mal. —Oh, lo fácil que es para una niña rica tomar el terreno moral. Me imagino, que si hubieras tenido trabajar un día en tu vida, reaccionarías de manera diferente. Si fuera el dinero con el que construiste esta casa. Con el que compraste tu vista frente al mar. La miré fijamente, tragándome palabras de réplica que en realidad no tenían ninguna sustancia. Estaba en lo cierto. Eso no significaba que iba a dejarla estar aquí, en mi maldita casa, y hacerme sentir culpable por ello. Vi como rompía el cheque por la mitad. Dejando que las piezas se dispersaran en el mostrador. —Bien. ¿No quieres mi dinero? ¿Qué pasa con JSHA? Mis dedos se cerraron sobre el mostrador, todo cambió en la cocina en aquel momento. No lo haría. No podía. —¿Qué con eso?

31

—El año pasado BSX donó… —Movió su mirada alrededor de la cocina, como si hubiera matemáticas complejas que realizar en algún rincón de su mente. —Siete millones y medio de dólares. —Encontré mi voz saliendo de mi garganta sin invitación. No lo haría. —Siete punto seis —me corrigió, su voz dura—. Dirijo nuestro equipo de contribuciones caritativas, junto con otros doce departamentos en BSX. Apártate, o no haré la donación de este año. Mi mundo se volvió un poco más pequeño. Las donaciones se debían hacer el siguiente mes. Esperábamos de BSX ocho millones, lo que, además de los gastos normales, pagaría la deuda existente de tres casas nuevas que pusimos en construcción el año pasado. Sin esa donación, la organización tendría que cubrir ambas hipotecas por un año completo. Una tarea imposible. Y, sinceramente, mis habilidades para recaudar fondos… no podrían compensar ese déficit. De ninguna manera. Apenas pude conseguir los dos millones de dólares que había logrado el año pasado. Tragué. Mirando a esta mala mujer que de repente sostenía una casa llena en su tonto juego. Una casa llena de niños sin hogar. —Malditamente lárgate de mi casa. Y así comenzó mi relación con Jillian.

Seis No reaccionaba bien cuando me decían qué hacer. También era egoísta. Estas dos flechas apuntaban en la dirección de llamar a Brant. Plantarme yo misma de frente y al centro en su vida era todo lo que podía hacer.

32

Pero no podía ignorar a los niños. Aquellos con los que pasaba los martes y jueves, el único descanso de mi vida superficial, la mirada que recibía de una sola, triste existencia de JSHA me iluminaba en pequeñas maneras. En aspectos importantes. La anciana tenía razón en una cosa. No había emociones unidas en este punto, no había razón por la que no pudiera simplemente alejarme del hombre. Irme y permitir que miles de niños tuvieran un poco de brillo en sus vidas este año. ¿Les quitaría eso solo por el despecho de Jillian Sharp? Sí. Probablemente. Nunca pedí ser una santa. La manipulación nunca debe ganar. Además, qué perdería. Mi nuevo mantra era hacer lo que deseaba, no lo que la sociedad esperaba o quería. En ese sentido, estaba casi obligada a hacerle el proverbial dedo medio. Serví una generosa cantidad de Kahlúa4 en mi café, me senté en mi sofá, y medité sobre mi decisión. Meditando sobre por qué Jillian estaba totalmente en contra de una posibilidad que ni siquiera se había convertido en una posibilidad todavía. ¿Era yo? ¿Algo de odio en una extraña que no conocía? ¿O era por cualquier mujer que pudiera interrumpir en el flujo de la vida de Brant? ¿En cuántas cocinas se habría parado? ¿Cuántos cheques habría escrito? ¿A cuántas enemigas habría enfrentado? Tres tazas de café más tarde, me dejé caer en el sofá, el cojín dejando marcado mi rostro con sus diseños caros, cuando sonó mi teléfono. Lo sacudí, moviendo mis manos y pies por un breve momento mientras encontraba mi camino para levantarme y recupar mi orientación. Me quedé allí por un breve momento, mis pies descalzos sobre el piso de bambú; parpadeé, y traté de encontrar la fuente de mi despertar. El Kahlúa: es un licor de café mexicano, bien conocido en el mercado internacional por su textura densa y sabor dulce, con un distintivo aroma y sabor a café, y un suave aspecto de barniz natura, su contenido de alcohol varía entre 20% y 26,5% 4

estridente sonido de mi tono me lo recordó, mis ojos legañosos encontraron el celular en el mostrador de la cocina, mis débiles piernas me acercaron. BRANT se mostraba en la pantalla. Lo silencié, tropezando de nuevo al sofá, y me derrumbé boca abajo. Piensa en los niños.

Mi segunda siesta terminó en algún momento después de la comida, el gruñido irritado de mi estómago perforando a través de cualquier sueño inducido por el alcohol. Atravesé la mitad de los escalones que me separaban de un sándwich de ensalada de pollo antes de acordarme de la llamada de Brant, mis dedos con mayonesa fueron a mi teléfono y marcaron mi buzón de voz. Un nuevo mensaje. Recibido a las 11:07 A.M. —Layana. Soy Brant Sharp. Disfruté de anoche, lamento haberme ido sin decir adiós. Me gustaría invitarte a cenar esta noche para compensarlo. Avísame si estás libre.

33

Sin despedida. Solo finalizó la llamada; mi voz grabada me informó de mis opciones en lo que respectaba a su mensaje. Apreté el 4, guardar, poniéndole fin a la llamada, y arrojé el celular. Terminé de preparar mi sándwich, un ceño arrugando mis facciones.

Llamó dos veces más esa semana. Dejó dos mensajes de voz. La siguiente semana nada. La siguiente nada. La cuarta semana, envió un gran arreglo de orquídeas. La tarjeta simplemente decía: “Llámame”. En el día treinta y cuatro: Era la donación anual de BSX, cumpliendo nuestra petición, de ocho millones de dólares. En el día treinta y cinco, lo llamé de regreso. —Hola. —Silencio total en el fondo. Sin zumbido de maquinaria, sin la concurrida calle de San Francisco. »Lo siento. —Confía en mí, no te dejaré en la mitad de la noche otra vez. Aprendí la lección. Me reí. Su tono irónico me hizo sonreír.

—No fue eso. En verdad. Solo tenía que ordenar algunas cosas antes de verte de nuevo. Su siguiente frase fue un gruñido de palabras. —¿Limpiando la banca? Más como esperar un contrato. —Algo así. —Entonces… ¿tu banca está disponible? Me reí. —Tan poco atractivo como suena, sí. —Bien. Me gustaría invitarte a cenar esta noche. Sonreí. —Recógeme a las siete.

34

Jillian debía tener una línea directa conectada al cerebro de este hombre. Llamó a las tres horas. Un número desconocido, le contesté mientras doblaba la ropa, hilos blancos descansando a través de mi sofá como banderas de rendición. —No esperaba que fueras una mujer que renegara de un acuerdo. — Sin palabras corteses de saludo, sin introducción antes de sumergirse en la carne del asunto. Reconocí su voz al instante, mi sonrisa ampliándose a ya que obtuve el valor de un mes de placer con el sonido de irritación en su voz. —Todo vale en la guerra y el amor, Jillian. Tenemos un año antes de la próxima donación de BSX a JSHA. Eso debería darnos a ambas tiempo suficiente para ordenar este asunto. —No espero que recuerde tu nombre en un año. Le chasqueé mi lengua. —¿Te doy un consejo, Jillian? No me presiones. Solo causarás que lo persiga más. —¿Un consejo, cariño? —soltó la última palabra con veneno, dibujándola de manera que hizo que arqueara mis cejas en admiración—. Debes darte cuenta cuando alguien está tratando de hacerte un favor. No tenía una respuesta ingeniosa para eso. Realmente no entendía lo suficiente como para responder. Tragué, doblando la parte superior del top blanco dos veces en mis manos y añadiéndolo a la pila. —No te preocupes por Brant. No lo lastimaré.

—Eso no es realmente lo que me preocupa. —Vaciló; podía escucharla tomando una respiración profunda antes de que volviera a hablar—: Llámame cuando lo sepas. No hablé con ella de nuevo durante nueve meses. La llamé la noche que descubrí su secreto.

35

Siete Los hombres ricos eran una raza que conocía bien; un hombre rico me crió, mis impresiones de él robadas de sus breves momentos de notabilidad durante mis primeros dieciocho años. Había salido con versiones más jóvenes, aquellos que habían nacido en el mundo de fondos fiduciarios, legados de Harvard, y clubes de campo. Sus sentidos de lo correcto siendo apoyados solo por sus inmerecidos egos. Entonces, me gradué de la universidad y me mudé al mundo de los hombres, a las versiones más grandes que me recordaban mucho a mi padre, los hombres que tomaban en lugar de pedir, y que esperaban la sumisión de cualquier persona con pechos.

36

Los hombres ricos tenían sus beneficios: limusinas, casas de vacaciones, jets privados, y regalos exorbitantes. También tenían sus deficiencias: arrogancia, infidelidad, un horario imposible, y, muy a menudo, una opinión de las mujeres que dejaba mucho que desear. Pero oye —esa era la cosa rara que había tenido en común con la mayoría de mis citas, la falta de respeto mutuo. Y probablemente la razón por la que nunca había tenido una relación que haya dado frutos. Brant era completamente diferente a cualquier otro hombre rico que había conocido en mi vida. Escuchaba cuando yo hablaba. Me miraba a los ojos y no a mis pechos. Preguntaba mis opiniones, valoraba mi intelecto. Acercaba nuestra nueva relación de la manera prudente que un gato se acercaba a la comida, empujándola delicadamente antes de conseguir el equilibrio, sus pasos igual de nuevos y exploratorios como los míos. Bailábamos alrededor del otro, nuestros movimientos volviéndose más fuertes, pies firmes con cada día que pasaba. Juntos, creamos y exploramos nuestros roles; sexo la única área de nuestra vida en la que no era necesaria nuestra práctica. El hombre… era un animal. Tomé un sorbo de mi café y me moví en mi asiento, el dolor de mi cuerpo recordándome lo de unas pocas noches atrás, su hábil manipulación de mi cuerpo me había llevado al cuarto, quinto… después sexto orgasmo. Me retorcí un poco, viendo a Brant mientras entraba en el café, sus ojos encontrándose con los míos mientras caminaba, rozando un beso en mis labios. —¿Estuviste esperando mucho tiempo?

—Cinco minutos. Toma. —Empujé su café—. Negro puro, tú hombre aburrido. Se acomodó en el asiento, recogiéndolo con el ceño fruncido. —Es varonil. Hace crecer pelo en mi pecho. Me reí en mi taza. —No quiero pelo en tu pecho. Lo prefiero como está, perfectamente cuidado por tu equipo de estilistas. Eso me valió una mueca real. —No tengo estilistas. Son… —Mi hombre elocuente pareció estar de repente sin palabras. Me reí, empujando suavemente su muñeca hasta que el café estuvo fuera de su alcance, luego me incliné sobre la mesa y le robé otro beso. Agarró la parte posterior de mi cuello, tirando de mi boca más duro contra la suya, afirmando su masculinidad en un momento aproximado de pasión. Me alejé, sonrojándome mientras me sentaba, una mujer que pasaba me miró como si acabara de follar en el piso de la cafetería.

37

—Lamento lo de ayer. —La jovialidad había desaparecido de la voz de Brant. Me encogí de hombros. —No fue gran cosa. Fui de compras. Hice algunas diligencias mientras estuve en el centro. —He estado luchando con una fecha límite con el ajuste de este wireframe5… a veces me meto en la zona de trabajo y pierdo la noción del tiempo. —Está bien. Simplemente estaba preocupada. No estoy furiosa, odié molestar a Jillian al respecto. —Odiar molestar a Jillian era una manera suave de decirlo. Brant y yo habíamos hecho planes para cenar a las 6 de la tarde en Alexander. Había esperado en nuestra mesa durante media hora antes de irme, mis llamadas a Brant quedando sin respuesta. Había recibido un texto de Jillian, mis dedos finalmente moviéndose por la pantalla puramente por la preocupación en caso de que algo hubiera sucedido, en caso de que él hubiera desaparecido. Medio esperaba una respuesta sarcástica, algo que hiciera referencia a la forma poco importante que yo debía de ser para él. Pero había respondido con rapidez y profesionalidad.

Wireframe: es un algoritmo de renderización del que resulta una imagen semitransparente, de la cual solo se dibujan las aristas de la malla que constituye al objeto. De ahí su nombre. 5

Está aquí en la oficina. Probablemente trabajará hasta tarde. Sin duda perdió la noción del tiempo. Lo siento. El hecho de que ella hubiera sido amable en su respuesta solo me irritó más, inclinando la balanza un poco a su favor, estableciendo la precedencia de un acto de amabilidad similar de mi parte. Rompí un trozo de mi muffin. —Quiero compensártelo. Lo observé mientras masticaba, los arándanos mezclándose con el azúcar y la harina para hacer una deliciosa combinación en mi boca. —Adelante —murmuré. —Hoy, saldré del trabajo. Seré todo tuyo. Tragué mi bocado. —Pero estás en tu plazo. Has estado trabajando durante tres semanas para hacer…

38

—No me importa. —Se acercó a la mesa y agarró mi mano—. Tú eres más importante, y aparté un día lleno de servilismo para compensarte por lo de anoche. Levanté una ceja. —¿Un día completo? Eso es un compromiso fuerte, señor Sharp. Se encontró con mis ojos. —Uno que estoy dispuesto a hacer. Me incliné, bajando la voz. —¿Y qué es lo que planeas en este día lleno de servilismo? Tiró de mi mano hasta sus labios. —Pensé que te gustaría empezar yendo a mi condominio. Tengo unas cuantas ideas de maneras para hacerlo, pero depende de ti. —¿Maneras sexys? —susurré juguetonamente. Se inclinó hacia delante, una mano suavemente tirando de la parte posterior de mi cuello hasta que su boca estaba en mi oído. —Maneras que harán que tus piernas tiemblen alrededor de mi cuello. Maneras que me tendrán tan duro y listo que puede que no llegue a terminar todo el camino. Maneras que te tendrán gritando mi nombre y… —Vamos. —Me levanté, las patas de mi silla chirriando mientras se deslizaban por el suelo. Tirando de su mano, fui hacia la puerta.

Ocho El condominio de Brant era su guarida de sexo, el lugar donde las prostitutas de clase alta habían entretenido a mi hombre y satisfecho todos sus deseos carnales que había tenido en las últimas dos décadas. Sí, yo estaba ahora de pie en una sala donde otras mujeres habían gemido su nombre, atendido su pene. Me importaba poco. Debido a que el hombre de pie delante de mí, con sus ojos oscuros, su cuerpo tenso, sus dedos arrancando la ropa de mi cuerpo… podía ver en su alma. Él no tenía ojos para nadie más en el mundo. No estaba pensando, imaginando, deseando, nada menos de lo que yo tenía para ofrecer. Me levantó, acomodándome en la barra superior, sus manos deslizándose por los shorts en mis piernas, quitándome mis sandalias, acariciando mi piel mientras sus manos viajaban de regreso.

39

Se arrodilló en el suelo, miró mis ojos, y se empujó en el interior de mis rodillas, extendiendo mis piernas hasta que estuvieron abiertas, sus ojos cayeron, la nueva altura de él a un nivel perfecto. —Brant —gemí, exponiendo demasiado, la postura abierta hacía que el aire me golpeara lugares que normalmente estaban ocultos. —Cállate, nena. —Deslizó sus manos hasta mis muslos, mis manos encontrando su camino hasta su cabello al mismo tiempo que su mano derecha me rozaba. Aspiré, abriendo mis piernas aún más, y gimió ligeramente cuando pasó un dedo sobre los labios de mi sexo, rozando los pliegues con un suave toque, jugando con la caricia, haciendo que mi cuerpo reaccionara, gritando por él de la única manera que sabía, mi humedad se reunió, mi aliento silbando mientras él empujaba un dedo parcialmente. Miró hacia arriba, su cabeza moviéndose debajo de mi mano, sus ojos bloqueándose en los míos, manteniendo el contacto visual mientras sacaba su dedo y probaba mis jugos, cerrando sus ojos brevemente. —Dios, sabes tan dulce. Quiero enterrar mi cara en ti, Lana. — Restableció el contacto visual, su dedo regresó, tentándome, suaves trazos destrozándome mientras acariciaba cada parte de mí, la yema de sus dedos explorando, probando, dando vueltas y empujando. Arqueé mi espalda, mi boca abierta mientras lo miraba, incapaz de sacar mis ojos de la escena de su toque.

Jalé su cabeza cuando no pude soportarlo más, colocando su boca en mi sexo, mi cuerpo temblando cuando el toque caliente me envolvió, su lengua inmersa dentro de mí antes de cubrir mi clítoris y comenzar una succión húmeda de estimulación que me hizo jadear por aire, mis manos frenéticas en su cabeza, mis ojos capturando el tenue reflejo de nosotros en la ventana, la imagen mostraba una desesperada necesidad. Agarré el mostrador y empujé su cabeza, incapaz de… me resistí debajo de su boca. —Brant… Yo… —Entonces grité, incapaz de detenerme, mis caderas moviéndose a un ritmo frenético contra su boca, sus manos agarrando mis caderas, fijándome en mi sitio, sosteniéndome mientras me rompía en pedazos. Relajó su boca mientras me venía, su lengua manteniendo el movimiento pero ablandándolo, mi orgasmo extendiéndose debajo de su lengua, mi respiración dura, y mis brazos cedieron. Colapsé en la barra, mis piernas quedaron lazas, sus manos finalmente dejando que mis piernas se cerraran. Abrí los ojos cuando me levantó.

40

Me llevó al dormitorio, mis miembros luchando por volver a despertar, me depósito suavemente en la cama, sus manos moviéndose por mis brazos y piernas en su lugar, dejando caer sus pantalones y revelando cuán listo estaba. —Wow. —Mis brazos se movieron lo suficiente como para sostenerme, mis ojos dirigiéndose desde su excitación hasta sus ojos, capturando la media sonrisa que tiraba de la comisura de sus labios. —Eres tan hermosa en este momento —dijo, abriendo un condón y deslizándolo sobre su eje, envainando su tentador pene. El nivel de su erección me hizo agua la boca. Incliné mis rodillas y abrí mis piernas, dándole la vista carnal que sabía que él quería. Una maldición baja salió de su boca mientras se ponía de rodillas en la cama, pasando sus manos a lo largo de mis piernas antes de prepararse para entrar—. Dime si te lastimo —murmuró. Moviéndose hacia adelante, su punta se empujó dentro, la circunferencia causó que un suspiro se deslizara de mis labios, mis ojos cayendo para beber la hermosa vista de los labios de mi vagina envueltos alrededor de su pene. Era grueso. Duro. Preparado. Hermoso. Empujó un poco, luego salió, varios centímetros más quedaron, el condón humedeciéndose con mi excitación, el pelo ralo de mi vagina estaba mojado y enmarañado, enmarcando su pene mientras se tomaba su tiempo, dejando que me ajustara, el lento arrastrar de él tan… todo. Perdí cualquier pensamiento inteligente, rompiendo mi vista de nosotros y la levanté hacia él, sus ojos en

los míos, y la expresión de su rostro tan vulnerable, tan primitivo. Me miró como si yo fuera su mundo, como si nuestro noviazgo de un mes fuera mucho más, como si ya tuviera su corazón y él tuviera el mío. Adoró mi rostro con su mirada, y el único movimiento fue el ascenso y caída de su cara cuando se empujaba y entraba en mí. El momento en que se introdujo totalmente, cuando pasó de lo dulce y se volvió doloroso, fue el momento en que mi cuerpo se ajustó totalmente a su longitud y grosor, la necesidad tan grande como la satisfacción… Y lo vi. Lo dijimos con nuestros ojos, las palabras innecesarias, nuestro vínculo completándose mientras bajaba su boca a la mía y robaba un pedazo de mi alma. Me estaba enamorando de él.

41

Nueve Me di la vuelta contra su pecho, mi toque encontrando su camino a través de su estómago, las líneas de su cuerpo, sus abdominales saltando bajo mis dedos mientras él exhalaba. Mi mano se movió más abajo, deslizándose bajo la sábana, un gruñido saliendo de su garganta cuando cerré mi mano a su alrededor, el grueso músculo despertando debajo de mi toque. —No empieces a menos que quieras más.

42

—¿De eso? —bromeé—. Siempre quiero más. —Le di un último apretón y luego lo solté, arrastrando mi mano hasta su pecho, deseando unos minutos más de esto. Brant estaba relajado, su intensidad moderada a un nivel que era adorable, sus ojos cerrados en este momento contra la almohada, los únicos movimientos el ascenso y caída de su pecho debajo de mi mano. Nos quedamos en silencio por un rato, los placeres del post-sexo aun extendiéndose hacia mis extremidades por la sinapsis de vez en cuando. Cerré mis ojos y reproduje el sexo. No entré en esta relación virgen. Había tenido mi cuota de amantes, siete u ocho si tenía que adivinar. Había tenido orgasmos. Unas extrañas noches donde había entrado en el lado más salvaje de las sábanas. Pero nunca había tenido sexo como el que había tenido con Brant. Una sesión completa con un hombre donde la atención se centraba en una cosa: mi placer. Su orgasmo llegaba, siempre incluido, al final del acto, como un efecto secundario, no la meta. El objetivo de Brant, siempre y cada vez, era dejarme saciada, cada posible orgasmo tiraba, tiraba, y tiraba de mi cuerpo con sus codiciosas manos, boca y pene. Envolví mi pierna alrededor de él, jalándolo con más fuerza. Sentí que su mano me apretaba en respuesta. —Dime sobre las mujeres de compañía. —No sé de dónde vino eso; salió de mis labios sin previo aviso. Debajo de mí, sentí el cuerpo de Brant tensarse un poco, su mano detuvo la exploración perezosa de mi piel que había comenzado. —¿Qué oíste? —De muchas, cientos. Que vinieron aquí, no a tu casa.

—Esto está más cerca de la oficina. Y… tengo demasiados objetos de valor en casa, mi trabajo, mi privacidad. Esto funcionaba mejor. Apoyé mi barbilla en su pecho y observé su rostro, sus ojos azules fueron a los míos. —¿Cientos? —pregunté. Frunció el ceño. —No. Durante los últimos veinte años… —Se encogió de hombros—. Probablemente ha habido quince. Digerí el número. Por un lado, era más que el mío. Por otro, eran menos de lo que había esperado. —Y… ¿por qué prostitutas? Se sonrojó, algo que nunca había visto en él. —Complacer a una mujer… es importante para mí. Quería que me enseñaran, una profesional. —¿Qué te enseñaran?

43

Él movió un rizo de cabello de mi mejilla. Lo envolvió alrededor de su dedo antes de meterlo detrás de mi oreja. —Era joven la primera vez. Diecisiete. Nunca había besado a una chica antes, todo mi mundo prácticamente estuvo confinado al sótano. Quería salir, mis hormonas estaban volviéndose locas, pero Jillian y mis padres no querían que corriera por la ciudad y fuera por la primera chica que viera. —¿Así que pediste una prostituta? —Empujé su costado, el movimiento causando que mis senos se movieran, sus ojos cayeron a ellos, una exhalación profunda salió de su pecho mientras se tomaba un momento, sus manos deslizándose por mi espalda y curvándose hacia adelante, tomando mis pechos con reverencia—. Brant —dije, tratando de centrarlo mientras sacaba su concentración de mis senos—. Brant — repetí—. ¿Tus padres contrataban prostitutas? —No —murmuró, tratando de jalarme, su boca acercándose, besando mi cuello y tratando de hacer su camino más abajo—. Jillian me consiguió a Bridget McCullen, una muchacha de dieciocho años, directamente de las páginas de mis fantasías. —Una prostituta —repetí, deslizándome más abajo, alejando mis pechos, la nueva posición dejando que sintiera exactamente lo mucho que mi cuerpo lo afectaba. Sonreí a pesar de mí misma. Finalmente alzó la vista.

—Bueno, no sabía que era una prostituta. Jillian la hizo tocar mi puerta un día, cuando estaba solo en casa. La chica casi me arrastró desde el sótano hasta mi habitación. Me dio mi primera mamada y me hizo olvidar todo sobre computadoras por unos buenos tres minutos. —¿No es… ilegal? Tenías diecisiete. ¡Ella es tu tía! Eso es espeluznante en tantas diferentes maneras que ni siquiera puedo nombrarlas todas. Se echó a reír. —Fue lo mejor que pudieron hacer por mí en ese momento. Y yo no quería salir de la casa, no quería… —Miró hacia abajo, ocupándose de subir nuestra sábana—. Entendía por qué ellos me mantenían cerca. Protegiéndome. No sabía lo que era una prostituta. Pensé que le gustaba, y apenas se había movido a las cercanías. Anduvo por ahí alrededor de dos años. Me llevó de niño a hombre. Entonces… se fue. —¿Qué pasó? Se encogió de hombros.

44

—¿Se mudó, consiguió a un novio? No lo sé. Me partió el corazón. Me encontraba seguro de que estábamos destinados a estar juntos, hasta que Jillian tuvo una corazonada y me lo contó todo. Cómo la chica estaba interesada en su pago, nada más. Cuánto debía concentrarme en lo bueno, en lo que había recibido de la relación. Estaba enojado. No hablé con ella durante días. Me había mudado para entonces, estaba viviendo aquí. Pasaron unos días, luego envió a una nueva chica. Entendí la prueba. No podría estar enojado con ella por darme algo que yo quería. Así podría apartarme de la chica, sabiendo que era una prostituta, o llevarla y aceptar la realidad de lo jodida que era mi vida. —Me miró—. Así que me la tiré. Y fue diferente que con Bridget. Entendí la dinámica, y pude controlar la situación. Así que me concentré en lo que quería: en mi capacidad de complacer a una mujer. Y pensé, que un día, me gustaría tener a una mujer que valiera la pena para utilizar esa habilidad. Me quedé mirándolo. Parpadeé. Lo miré un poco más. —Te das cuenta —dije lentamente—, que no deberías haber compartir todo esto conmigo. Ese es el material que se supone que debes mantener en secreto. Los esqueletos muestran tu vulnerabilidad. Se rió, sus brazos envolviéndose alrededor de mí, y nos rodó otra vez hasta que estuvo encima, su pene aún seguía ahí, pidiendo atención. —Entonces, ahí los tienes. Todos mis esqueletos. ¿Todavía me quieres? —Mordisqueó un camino a lo largo de mi cuello, y me reí, estirando una mano hacia abajo y agarrando la parte de él de la que no podía tener suficiente. —¿Esqueletos? —reflexioné—. Bueno, me gusta un buen hueso.

Gimió en mi cuello, moviéndose entre mi mano. —Eso fue tan cursi. Me reí. —¿Cursi bueno? Negó contra mis rizos. —Cursi malo. —Me gusta lo malo —le susurré, mi mano apretándose, sus caderas follando su pene en mi agarre. —Dios, mujer. —Se inclinó hacia delante, extendiéndose a través de mi cuerpo y tirando de la manija de la mesita de noche, sus manos golpeando los artículos en su prisa—. No sé qué hacer contigo. —¿En serio? —bromeé—. ¿No sabes qué hacer conmigo? —Corrijo eso —rugió, levantándome lo suficiente como para cubrir su pene, sus manos agitándose ligeramente en su urgencia—. Sé exactamente qué hacer contigo.

45

Entonces estuvo de regreso encima, y su pene estaba dentro de mí, y me mostró exactamente lo que sus planes implicaban.

Diez Jillian y yo nos vimos envueltas en una batalla silenciosa, una donde ella empujaba en todos las maneras pasivo-agresivas que podía, haciendo campaña con todas sus fuerzas contra la relación que Brant y yo estábamos formando. Una batalla sin palabras, pero a través del hombre que amaba y del que me había enamorado.

46

Me encontré con el siguiente obstáculo un martes por la mañana, mi día dedicado a JSHA. Pasando a través de las puertas, fui recibida por un nuevo y brillante ejemplar de hombre, con un verdadero six-pack, cegadora sonrisa blanca y buena apariencia que un modelo de Hilfiger habría matado por tener. Corría por el césped, líneas de suciedad arrastrándose por los músculos marcados en su pecho, un trío de niños lo perseguían, sus brazos luchando por la pelota de fútbol que llevaba. Lo vi correr hacia mí y me pregunté quién era y qué hacía en el interior del santuario que era esta propiedad. Los empleados y voluntarios en JSHA eran cuidadosamente examinados. Se verificaban antecedentes, pruebas de drogas, y se requerían referencias. Habíamos tenido el mismo personal, más o menos, durante los seis años que había estado involucrada. Un nuevo rostro no se veía a menudo. Lo observé, su cabeza alzándose mientras mi convertible se detenía, su mano levantándose en señal de saludo. Estacioné el auto, mi boca curvándose al ver a los niños separándose del extraño para correr hacia mi auto. Al abrir la puerta, se me acercaron con abrazos, codiciosas manos tiraron de mi ropa, y un útil chico cerró mi puerta con solemne responsabilidad. —Gracias Lucas. —Envolví un brazo alrededor de sus hombros informalmente y lo abracé brevemente. —Les gustas. —El desconocido se hallaba delante de mí, sus piernas ligeramente separadas, el balón de fútbol saltaba en un perezoso viaje entre sus dos manos. —Les gustan todos. —Sonreí, extendiendo una mano—. Layana Fairmont.

—Billy —dijo, dándole a mi mano un apretón firme, después sostuvo mi mano un poco más de lo necesario. Tiré de mi mano, volteándome a los niños para disimular el movimiento. Extendiendo la mano, la enganché al cuerpo más cercano y lo atraje hacia mí, haciéndole cosquillas a la niña brevemente antes de girarme hacia la casa principal y correr. —¡Una carrera hasta el cuarto principal! Mis zapatos golpeteaban la hierba húmeda, el chillido de las voces detrás de mí me hizo aumentar mi velocidad. Miré por encima del hombro, viendo al nuevo chico, Billy, detrás de mí, sus ojos dejaron mis piernas para llegar a mi cara, disparándome una sonrisa coqueta.

47

Ignoré la mirada, volviéndome y centrándome en la colina delante de mí, mis piernas moviéndose del terraplén mientras reducía mi paso un poco para darles a los niños una oportunidad de pelear. Reggie, un estudiante de séptimo grado quien había llegado a nosotros hace tres años, con sus brazos ya cubiertos con tatuajes de pandilla, me pasó, sus largas piernas devorando la distancia. Lo dejé pasar, echando una rápida mirada a mi alrededor para encontrar a los otros niños. Reduje el paso un poco más, entonces dejé escapar un grito de frustración simulado cuando la carrera terminó. Me agaché, respirando de manera dramática, recibiendo unas palmaditas en la espalda de consuelo de Hannah, mi personal favorito en el compuesto JSHA. Me volví para sonreírle, mis ojos encontrándose con los de Billy, quien me observaba de cerca, una sonrisa interesada en su rostro. Aparté la mirada.

—¿Cuánto tiempo has sido voluntaria aquí? —La pregunta vino desde el otro extremo de la cocina principal de la casa. No detuve la producción de mi emparedado con mantequilla de maní y jalea, no me volteé, conocía la fuente de eso sin mirar, el varonil acento delatándolo. —Cinco o seis años. Estoy aquí solo dos veces a la semana. — Desenrosqué la tapa de la jalea, evitando mirar al hombre que, de seguro, acababa de moverse más cerca. —Soy nuevo. —Duh—. Solo un voluntario. —¿Cómo te enteraste de JSHA? —¿De quién? Detuve mi aplicación de jalea. Miré por encima de mi hombro para ver los ojos del hombre alrededor.

—De JSHA… Jóvenes sin hogar de América… —Algo estaba mal con esto, y traté de precisarlo. El hombre se encontraba nervioso. —Oh. —Soltó una breve carcajada—. Umm… creo que leí sobre ello en línea. Nop. Éramos una organización financiada con fondos privados, nos manteníamos con donaciones. Permanecíamos, en su mayor parte, bastante discretos. —¿Quién es tu referencia? —Había abandonado los emparedados, había dejado el cuchillo y estaba apoyada en el mostrador, cualquier intento de evitar mirar sus abdominales fue poco exitoso. —¿Mi referencia? —Fascinada, miré los puntos de sudor en su frente y me pregunté qué diablos escondía este hombre. —Los nuevos voluntarios requieren una referencia personal de alguien dentro de la organización. —Crucé mis brazos y miré su rostro.

48

Sus ojos se movían como pelotas de ping-pong. Sabía que tenía una referencia. Tenía que tenerla. No habría llegado a las puertas, no tendría tarjeta de identificación oficial, la cual al no tener puesta una camiseta, la había enganchado a la parte delantera de sus shorts de entrenamiento. —Umm… —Miró a su alrededor, como si buscara alguien para que lo rescatara. Me acerqué, incliné mi cabeza y lo inmovilicé en su lugar, mis ojos sin apartarse de los suyos. No podía entender por qué estaba tan nervioso acerca de mi inocente pregunta, una que nunca había causado que nadie hiciera una pausa tan larga. Tragó, el bulto de su manzana de Adán moviéndose dolorosamente en el tramo estrecho de su cuello. Para el momento en que su boca se movió, estaba dispuesta a meterme en su garganta y sacar las palabras—. Jillian Sharp. Debería haberlo sabido, debería haber esperado el nombre. Un apuesto extraño en JSHA, tropezando consigo mismo para hacerse mi amigo, cada músculo firme completamente en exhibición para mis ojos. Sonreí. —Jillian —arrastré las palabras—. Qué agradable sorpresa. —Incliné mi cabeza y estudié su rostro, un lienzo guapo que parecía como si fuera a vomitar en la papelera más cercana—. Pareces un buen chico, Billy. Tú y yo probablemente nos llevaremos mejor si nos mantenemos alejados el uno del otro. Tragó. —¿Mantenernos alejados uno del otro? Sonreí.

—Síp. ¿Suena bien? Su frente se frunció. —¿Para siempre? Me reí. —Si ella te mantiene en la nómina tanto tiempo. —Me moví a su alrededor, dando un paso hacia la casa principal. Un último pensamiento vino a mi mente y me giré, señalándolo con el dedo—. Ah, ¿y Billy? —¿Sí? —Su respuesta estuvo llena de pavor. —No les hagas daño a estos niños. Se encariñan fácilmente. Me importa un bledo si te quedas o te vas, pero no los lastimes. —Lo miré fijamente hasta que asintió, un movimiento lleno de dudas. Mantuve el contacto con sus ojos hasta que estuve segura de que lo entendió, entonces seguí subiendo la colina.

49

Once Dos años, ocho meses atrás No entendía. Pasé mis manos suavemente por el cabello de Brant, su profunda respiración indicando un mejor nivel de sueño del que yo obtendría esa noche. Era hermoso en reposo. El grueso roce de sus pestañas. Los huesos de su rostro que creaban el lienzo perfecto. Su brillantez y belleza, todo en uno.

50

No entendía por qué yo era su primera relación. Por qué, una vez que terminaba su viaje de virilidad, había seguido utilizando acompañantes para el sexo. Por qué no tenía amigos de verdad, él no tenía lazos reales con nadie distinto a sus padres y a Jillian. Por qué, cuando parecía hecho a la medida para una relación. No era perfecto. Le había encontrado algunos defectos. Era distraído, no siempre escuchaba las conversaciones, o los planes, tenía una memoria que probablemente lo calificaría para ayuda farmacéutica. Se perdía sus citas. O no aparecía en absoluto, su celular se quedaba sin respuesta hasta la mañana siguiente, cuando proporcionaba una débil excusa de caer dormido en su escritorio. Un hombre diferente, podría haber sospechado que me engañaba. Pero Brant dejó claro desde el principio, dónde estaba su concentración. En el trabajo y en mí. En nada más, en nadie más. La dedicación del hombre era impresionante, incluso podría haber sido alarmante, si no hubiera estado tan dispuesto a una relación con tantas válvulas reguladoras abiertas de par en par. No había otros hombres que esperaban en mis alas. Cualquier aventura casual había terminado cuando conocí la intensidad de este hombre. Cada herramienta en su cobertizo era superior por dos a cualquier otro pretendiente. Y mi interés había sido aumentado por el hecho de que su tía me pagaría un millón de dólares solo para mantenerme lejos. Me encantaba que fuera diferente a los hombres de mi pasado. No tenía el manto de aristocracia, no le importaba lo suficiente como para ser distante, arrogante, no le importaba si jugábamos con las reglas de la sociedad o escribíamos las nuestras. Habíamos creado, en los tres meses

de estar juntos, un iglú de clases en la sociedad de San Francisco. Un paraíso para dos, un lugar donde me sentía cómoda diciendo “al diablo”, incluso si no iba realmente muy lejos de las líneas. Vendría, mi mundo se estaba expandiendo, mis límites eran difusos. Me movía en la dirección correcta hacia la felicidad. Brant, en su olvido de todo menos el trabajo, y nosotros, estaba halándome allí. ¿Amor? La palabra no se había verbalizado aún, pero llegaría. En nuestros ojos, en los toques, en el afecto. Pero éramos cautelosos, guardando nuestros corazones vírgenes con manos ineficaces. Seguía recordándome a mí misma que solo habían pasado tres meses. Tres meses desde que finalmente había regresado su llamada y los dos nos sumergimos en esta relación. Me giré hacia delante, quitando la vista de su hermoso perfil y me volteé, encajando mi cuerpo en la curva del suyo propio, mi brazo elevándose y apretándolo a mí alrededor mientras él suspiraba en mi cuello, mi nombre en un susurro de sus labios. No tenía sentido. Él era demasiado perfecto. ¿Cómo era yo la primera mujer que lo atrapaba?

51

Dentro de cinco horas, conduciríamos dos horas, y conocería a sus padres. Quizás eran la razón de que mi perfecto novio estuviera todavía soltero. Quizás eran satánicos, o me pedirían una muestra de piel. Tal vez eran creyentes del fin del mundo, me enseñarían sus latas de verduras y me mostrarían su colección de armas. Brant no decía mucho acerca de ellos, su principal punto de contacto era Jillian. El Internet proporcionaba incluso menos. Pero tal vez eran el motivo de su soltería. Me deslicé de la cama, di un suave beso al antebrazo de Brant, y traté de ir a dormir.

—¿Quieres más limonada? —El delicado tono de Gloria Sharp hizo que levantara mis ojos. —No, gracias. —Tomé un sorbo del vaso todavía lleno, preguntándome si su pregunta era un intento silencioso de que bebiera el agua de limón tibia. Dejé el vaso, intercambiando la cristalería por los cubiertos, cortando un pequeño trozo de pollo y colocándolo en mi boca. Comida. La excusa que todos tenemos para no hablar, masticar proporcionaba un conveniente descanso de la educada conversación que todos habíamos sufrido. Los Sharps no parecían acostumbrados a la compañía. Me miraban como si fuera de una nueva especie en exhibición en un museo, haciendo algunas preguntas, contentos con mirar, de mí a Brant, y de Brant a mí, como tratando de juntar las piezas en un rompecabezas que no coincidían.

Brant se levantó, plato en mano, inclinándose y besando la parte superior de mi cabeza. —Discúlpenme por un momento. Miré hacia arriba con una sonrisa, rogándole con mis ojos que se quedara, pero asintió también. —Baño —explicó. Lo vi salir, dirigiéndose al comedor, mis ojos tirando de su camiseta roja en vano. Me volteé hacia los Sharp, encontrando dos pares de ojos sobre mí. Sin masticar, solo mirando. Tragué. —Me encanta su casa. El hecho de que aquí es donde Brant… —Srta. Fairmont—habló el padre de Brant, la voz de un hombre más viejo que sus años. Sobrecargado. Gruesa por el desuso. Detuve mi progresión de la conversación. Alisando mi servilleta en mi regazo y esperando a que continuara. Sonreí. Dios, odiaba usar esa sonrisa. —¿Sí, señor Sharp? —Probablemente debería saber que no pensamos que sea una buena idea que Brant esté en una relación. Parece una chica muy agradable, pero probablemente debería pensar en seguir adelante.

52

Sonreí. Había dominado la acción. Aprendido a mantener mis ojos relajados, mis músculos de mi rostro se soltaron. Así la acción parecía natural, no forzada ni apretada. Podría decir mucho sobre una persona la forma en que sonreía. Pero no yo. Mi sonrisa no delataba nada de las maldiciones de mi alma. —¿Por qué, señor Sharp? —Miré a su esposa. Sus ojos hacia abajo, con las manos nerviosas. —Brant ha estado mejor en la vida cuando no tenía novia. Brant es un adulto. Me quedé con la sonrisa en su lugar. Bajándola a un nivel que no se viera desquiciada. —Me preocupo mucho por su hijo. Es un hombre brillante. Debe estar muy orgulloso de donde está en la vida. El hombre me dio una sonrisa exasperada, como si estuviera listo para que mi mierda se acabara. —Nos gustaría si pudiera mantener su distancia. Restringir su tiempo con él a un mínimo. Dejar que se centre en su trabajo. Está mejor cuando hace eso. Se oyó el ruido de una puerta en otra parte de la casa y él me miró, viendo a Brant pasar, apropiándose de un trozo de carne de una sartén en la cocina antes de continuar, sus ojos tímidamente reuniéndose con los míos. Puse mi tenedor en el plato.

—La cena fue deliciosa, señora Sharp y les agradezco a ambos por haberme recibido. Brant, ¿te importa mostrarme el sótano? Me encantaría ver tu viejo sitio de trabajo. La boca de su madre se retorció, la de su padre se endureció, y ambos podían besarme el trasero porque Brant era un adulto, más inteligente que el resto de la casa junta, incluida yo misma. La mujer se levantó, sus sandalias contra azulejo sonaron mientras tomaba mi plato y se dirigía a la cocina, una mirada a mi medio comida carne no pasó desapercibida. Brant fue campante por la habitación, agarrando mi mano en su dirección. Un corto pasillo más tarde, se abrió de golpe una puerta y di un paso por un tramo de escaleras en el sótano. Aproximadamente seiscientos metros cuadrados de espacio con poca luz, la pared del fondo estaba iluminada por luz fluorescente, un entorno impresionante de hazañas impresionantes. Se sentó en un taburete, girando un poco mientras extendía los brazos y se recostaba. —Esto es todo. Mi casa durante casi una década.

53

—Elegante. —Caminé lentamente a lo largo del mostrador, un movimiento de mi dedo recogió el polvo suficiente para ahogar a un tábano6. Miré por encima del muro, un sistema minucioso de cubículos y cubos, sin fotos ni recuerdos pegados a su superficie salpicada de agujeros—. ¿Cambió este lugar desde que viviste aquí? Abrió el cajón más cercano, distraído por un momento, hojeando artículos antes de empujar, cerrarlo y echarse hacia atrás. Mirando por encima de la habitación, dijo: —Parece casi igual. —Pasó su mano sobre el trabajo de rejilla de almacenamiento—. Puse todo esto en su lugar. Parece que papá no lo ha tocado. Extendiendo su mano, dio unas palmaditas en el mostrador de madera gastada—. Aquí es donde construí a Sheila. —¿A Sheila? —Sonreí al ver la expresión de cariño en sus ojos y me senté en el taburete a su lado. La habitación se sentía bien. Viva, a pesar de sus décadas de soledad. —Sheila Anderson. La chica más caliente en mi clase de tercer grado. Jillian empezó a educarme en casa en cuarto grado. Así, la memoria de Sheila Anderson me mantenía vivo. Centrado. Pensé que construir un equipo me haría genial. —¿Tratando de impresionarla? Torció la boca, mirando hacia otro lado. —Algo así. 6

Insecto, bicho.

Moví mi silla más cerca. —¿Funcionó? Pasó la mano por la superficie como si memorizara las líneas de la madera. —No lo sé. Nunca la volví a ver. —El taburete chirrió mientras giraba, enfrentándome plenamente. Moviéndose en el tubo hasta que estuve entre sus piernas abiertas. Incliné mi cabeza y le di un ceño simulado. —Estoy un poco celosa de esa chica Sheila. Sus manos se movieron hacia adelante, haciendo pequeños giros en la parte delantera de mi camisa, desabrochando un botón, después dos, después todo el frente de mi camisa, la tela abierta, un suspiro saliendo de su boca mientras deslizaba sus manos en el interior. Quitando el encaje que tenía mi sostén, mi piel volvió a la vida bajo sus manos. —No tienes nada de que estar celosa.

54

—No lo sé… —le susurré. Un pequeño gemido se me escapó cuando sus dedos quitaron las copas de mi sostén, mis pechos cayeron ante él, colgando pesados por la necesidad, el roce de sus manos sobre ellos poniendo mis pezones en alerta máxima—. Ella tenía una computadora que tenía su nombre… —Dejé mis manos sobre mis rodillas. No hizo nada para detenerme mientras se tomaba su tiempo con mi piel, el roce de sus labios suaves mientras se inclinaba hacia delante y se encontraba con mi cuello. Pasando la lengua por el hueco de mi garganta mientras sus manos tiraban suavemente de mis pezones, luego se movían para exprimir el peso de mis pechos. —Esa computadora era un pedazo de basura —susurró, moviendo su cabeza hacia atrás y tomando mi boca con la suya. Su suave beso, sus movimientos lentos. Chupó mi labio inferior y jugó con mi boca. Cedí con el agarre de mis manos en mis rodillas y doblé mis manos en su cabello. Lo acerqué. —¿A cuántas chicas besaste aquí? —pregunté contra su boca. —Hmmm… —Sus labios se movieron, besó un camino suave a lo largo de mi mandíbula, sus manos tomándose libertades con mis pechos que harían a Sheila Anderson sonrojar rojo brillante—. ¿Contándote a ti? —No. —Saqué la cabeza de su cabello. Guiándolo de nuevo a mi boca.

—Entonces a ninguna. A menos que cuente el cartel de Farah Fawcett7 al que le profesé mi amor. —Shhh. Estás arruinando esto con tu charla de tercera edad. Se rió, yendo a mi cinturón. Allí estaba el crujido de una puerta y me puse rígida, empujando a Brant hacia atrás. Me mantuve de espaldas a la puerta al oír los pasos de las sandalias de su madre. —¿Brant? El postre está listo. Los ojos de Brant se quedaron en mí, su boca se curvó en una sonrisa de niño, su mirada cayó a mi pecho expuesto, mi camisa todavía estando abierta. —Muy bien mamá. Iremos en un segundo. No hubo respuesta de ella. Solo el retiro de las pisadas y el clic de una puerta. Puse mi mano sobre mi boca mientras una risita ridícula brotaba de mi boca. Extendió la mano, dándome un último toque antes de pararse, presionando un beso en la parte superior de mi cabeza.

55

—Abróchate los botones, mi pequeña descarada. Vamos a salir de aquí antes de que me salga con la mía. Lo hice callar, mis manos torpes, segura de que mis mejillas estaban sonrojadas y su sonrisa cerró nuestras acciones. Pero unos minutos más tarde, cuando nos abrimos paso a través de la casa y de vuelta a la mesa, sus padres parecieron no enterarse. Postre, una tarta de limón que pondría a Marie Callender8 en vergüenza, fue más agradable, la conversación en movimiento a algo más estable. Si tuviera que adivinar, la madre de Brant le había dado a su padre una severa advertencia durante nuestro tiempo en el sótano. El hombre parecía arrepentido, y los ojos de la señora Sharp se disculpaban con cada contacto. Cuando el cubierto de plata raspó los platos vacíos, me levanté para ayudar a limpiar la mesa. La seguí a través de una puerta giratoria a una pequeña cocina, la nevera era amarilla y las encimeras de formica indicaban la falta de deseo de gastar su riqueza. Raspé los platos en la basura, el pequeño espacio callado con nuestro repentino aislamiento de los hombres. —Lo siento —dijo de repente, su voz suave—. Por lo que dijo Spencer. Acerca de que no salieras con Brant. Actriz estadounidense. Fawcett alcanzó la fama internacional cuando protagonizó la primera temporada de la serie de televisión Los ángeles de Charlie. 8 Cadena de restaurantes con más de 75 lugares en el Estados Unidos y México 7

—Está bien. Realmente. —No quería hablar acerca de eso, no quería darle a las cien preguntas curiosas dentro de mí una apertura para derramarse. Mi actitud solo dañaría esta frágil conexión. Busqué un tema seguro—. Es maravilloso que le permitieran a Brant, a una edad tan joven, dejar la escuela para construir a Sheila. —¿A Sheila? —La señora Brant miró por encima del fregadero, la confusión se borró de su rostro cuando entendió mi referencia—. Oh, el ordenador. Casi lo había olvidado; ha pasado tanto tiempo desde que se refirieron a ella así. Era como una cosa memorial… el nombre no le quedaba. Apple no quería connotaciones negativas asociados al proyecto. —Cerró el agua, tomando los platos de mi mano y deslizándolos en el agua jabonosa. —¿Connotaciones negativas? Miró por encima.

56

—Oh, lo olvidé, eras demasiado joven. Sheila Anderson. La niña que fue asesinada hace todos esos años. Fue el verano en que Brant comenzó a trabajar todo el tiempo. Nunca encontraron a su asesino ni su cuerpo por cierto. Solo… —Su voz se quebró—. Solo la ropa. Sangrienta. No muy lejos de aquí. Unas niñas desaparecieron ese verano, pero ella fue la primera. Y… Brant siempre tuvo un enamoramiento con ella. Lo tomó muy mal. Fue alrededor de ese tiempo… bueno. —Dejó de hablar, mirando por encima de mi hombro, la cocina más pequeña de repente mientras sentía a Brant moverse detrás de mí, su mano envolviéndose alrededor de mi cintura y tirando de mí a su cuerpo. —¿Mamá te puso a trabajar? —Me dio un beso en la cabeza. —Apenas. Me estaba diciendo sobre… —Viejos recuerdos —interrumpió ella—. Gracias por traerla, Brant. — Agarrando una toalla de mano, se limpió las palmas—. Fue un placer conocerte, Layana. Sonreí. —Gracias. Fue maravilloso conocerlos a ambos. —¿Te vas? —El gran cuerpo del padre de Brant cerró la puerta, y el espacio de repente fue claustrofóbico. —Sí. Gracias. —Brant golpeó a su padre en la parte posterior, y presionó nuestro camino para salir de la cocina e irnos. Estuve callada durante el viaje a casa, mi mente yendo de vuelta a través de la noche. Me pregunté las razones detrás de Jillian y de la aversión del señor Sharp sobre nuestra relación. Me pregunté si la señora Sharp estaba de acuerdo con su marido, a pesar de sus disculpas por su declaración.

Me pregunté sobre Sheila Anderson y por qué Brant no mencionó que había muerto. Podría preguntarle. Pero no lo hice. Miré por la ventana y pensé.

57

Doce Dos años, seis meses atrás Metí la cabeza en el despacho de Brant, su cabeza subió, mientras sus furiosas manos estaban en el teclado, una pausa en la cadencia mientras sonreía. —Esta es una agradable sorpresa.

58

—Sin embargo, no te emociones demasiado. —Bromeé, caminando alrededor del escritorio, sus dedos tecleando a un ritmo más rápido de lo humanamente posible con sus ojos clavados en mí; su mente es capaz de más acción simultánea que la mía. —Te secuestraré. —Suena… —Terminó su tipificación, moviendo sus manos hacia arriba y girando su silla para enfrentar mi mirada, sus manos extendiéndose y tirando de mí a su regazo—. Interesante. ¿A dónde iremos en este secuestro? Negué. —Nop. No te lo voy a decir. Eso sería arruinar la diversión. ¿Cuánto tiempo necesitas antes de que podamos irnos? —Miré las pantallas del ordenador, tres monitores de lado a lado se visualizaban en la pantalla descargando archivos en progreso. —Soy tuyo. Róbame antes de que Jillian me recuerde acerca de la reunión sobre presupuesto que se inicia en catorce minutos. —Hecho. —Salté de su regazo, tomando mi bolso del suelo—. Entonces sácame de aquí. —Me haces tan malo —murmuró, sus ojos oscuros mientras me tomaba de nuevo para un último beso. —Oh, sí —me reí—. Sáltate las reuniones de presupuesto. Puedes quitarte tu equipado chaleco de cuero ahora. Quédate conmigo y te irás a la cama sin usar hilo dental. Haz una locura.

Lo dirigí dándole la vuelta al escritorio, mirando a escondidas su puerta con gesto exagerado antes de voltearme y poner un dedo sobre sus labios. —Corremos a la de tres —le susurré—. Uno… dos… —Abrí la puerta y corrí.

—¿Aquí? —Brant miró por la ventana a las casas ante nosotros, mi auto estaba en un lugar en el frente—. He estado aquí antes. —En el corte de cinta. Lo sé. Yo también estuve allí. Eso no cuenta. Vamos. —Abrí la puerta y salí, dando unos pasos hacia atrás y apropiándome de un unicornio de peluche del césped.

59

Cerrando la puerta, Brant y yo lo miramos, su postura incómoda, sus ojos barriendo el compuesto, cinco casas de ladrillo, un patio cercado para conectarlas, tres niños juntos a la sombra de un roble, un perro olfateando el borde de la valla y mirándonos como si se preguntara si debía atacar. Sus ojos marrones me golpearon y su cola empezó a menearse. Di un paso hacia la puerta y puse el pestillo. Atravesando y poniéndome en cuclillas, pasé mis manos sobre el collie. —Hola Buster. —Le hice hacer sus tres trucos: sentarse, sacudirse, y abajo, mirando por encima cuando Brant entró en el patio y se agachó a nuestro nivel. —Buster, ¿eh? —Extendió una mano y revolvió la cabeza del collie. —Síp. Conozco al perro más querido en el área metropolitana de la Bahía. Oí el suave sonido de pasos antes de que un pequeño cuerpo fuera arrojado por el aire, golpeando mis cuclillas mandándome de regreso al blando césped. —¡Miz Lana! —Hannah, un paquete de travesuras de seis años, chilló mientras apretaba mi cuello con fuerza suficiente para restringir el flujo de aire. —Hola cariño —me quedé sin aliento—. Permíteme un minuto para poder presentarte a alguien. —Puse una mano en la hierba y las dos nos pusimos de pie, lanzándole una sonrisa a los otros dos chicos, los cuales nunca había visto pero que diría eran unos pocos años mayor que Hannah, sus cuerpos juntos indicando una familiaridad de hermanos confirmada por el cabello rojo que ambos gemelos poseían. Reajusté el

peso de Hannah hasta que descansó en mi cadera—. Hannah, este es mi amigo, el señor Brant. —Hola señor Brant. —Ella extendió una mano solemne, una mano que Brant estrechó con la misma seriedad. —Encantado de conocerte Hannah. —Los ojos de Brant volvieron a los míos. Oscuros e inteligentes. Me volví hacia los otros. —Ustedes deben ser nuevos. Soy Lana, y este es mi amigo Brant. —Les dije a todos acerca de ti —dijo Hannah con importancia, sus brazos oscuros apretados alrededor de mi cuello. —Bueno… háblame de ellos, entonces, ya que lo sabes todo — bromeé. —Este es Samuel y Ann. Son de Boatland. —Oakland —corrigió el chico, mirando a su hermana. Sonreí.

60

—Bienvenidos a la casa, chicos. ¿Con quién se están quedando? — Las casas eran nombradas por los estados, el objetivo de la JSHA era tener cincuenta en los próximos cinco años. Por el momento, nuestra finca de tres hectáreas tenía cinco. Estábamos buscando un montón en Sacramento para más hogares, así como lugares en San José y en Los Ángeles. —Georgia. A pesar de que dijo que tenemos que separarnos el mes que viene. —Miradas de preocupación se dispararon entre dos rostros que eran demasiado jóvenes como para tener alguna preocupación que no fuera la leche derramada. —No te preocupes por eso. —Reajusté a Hannah en mi cadera, su peso era agotador—. Para el próximo mes, ya tendrán amigos aquí y estarán rogando por tiempo lejos el uno del otro. Y la separación solo será por la noche. Los días y las comidas son todas libres entre los hogares, por lo que tendrán un montón de tiempo juntos, si lo desean. —Miré a Brant. — Tengo que llevar al señor Brant adentro, pero los veré de nuevo antes de que nos vayamos. —Puse suavemente abajo a Hannah, dándole a cada nuevo una gran sonrisa antes de enredar mi brazo con el de Brant y tirara de él hacia la casa principal, una estructura cuadrada de seis mil pies en la parte trasera de la propiedad, donde se servían comidas, se dormía fuera de casa y se tenían las noches de cine, y era un caos general, que se producía durante todo el día, todos los días. —Este lugar es increíble —dijo, mirando las casas, la cancha de baloncesto llena de movimiento de cuerpos, un grupo de chicas corriendo

a velocidad en la esquina de una casa cercana y volando por delante de nosotros. —Lo es. — Asentí—. Todo hecho posible por tu donación. —Tal vez debería aumentarla. Sonreí. —Eso fue, en parte, mi motivo ulterior de traerte aquí. Hizo una pausa, su firme control sobre mi mano me hizo detenerme. —No necesitas motivos, Lana. Cualquier cosa que quieras, cualquier cosa que te haga feliz… solo tienes que pedirla. —Lo sé. —Incliné mi cabeza—. Pero pensé que también podrías ver el impacto de tu dinero. —Lo jalé—. Vamos. Quiero mostrarte la casa principal.

61

Nos detuvimos en el tercer piso con suelo, un área abierta dispersa con muebles de exterior, un grupo de chicas tomaba el sol a nuestra derecha. Desde su altura, podía ver todo el campus. —¿Cuántos niños viven en esta casa? —preguntó. —Ninguno. Este es el centro social, donde todo el mundo come, juega, y estudia. Las casas están preparadas para desayunar y dormir, poco más. Ese sistema parece reducir las rabietas sobre quién está en cuál casa. —No puedo imaginar que los niños quieran volver a irse. Este lugar es como un campamento de verano. Aparté la vista. —Cada niño quiere amor. Tener padres que orienten sus esfuerzos a su felicidad. Nosotros no podemos hacer eso por un centenar de niños. Lo intentamos, pero no podemos. Todos dejarían esto en un segundo por tener la oportunidad de sentirse queridos. Amados. —¿Tú no lo hubieras hecho? Me reí, empujando su brazo. —Estaba hablando de chicos de la calle, no de mis padres. Mis padres me dieron todo lo que siempre quise. —El dinero y los regalos no hacen lo mismo que el amor. Yo vivo en una casa enorme que no tiene ni un poco amor. Sé lo que es sentirse vacío. Es una de las razones por las que odio la vida solitaria.

—Mis padres me quisieron. —Sé que las palabras deberían ser verdad. Los padres quieren a sus hijos. Simplemente eligen mostrarlo de diferentes maneras. Los míos decidieron querer con expectativas. —Yo te amo. —Se acercó más, sus manos tomaron mi cintura—. A ti, Layana Fairmont, es imposible no amarte. Me burlé. —No me conoces lo suficiente como para amarme. —Nunca he sido amada. Treinta años y ningún hombre había pronunciado esas palabras. Una triste verdad. Hecha posible por las líneas oscuras de mi capacidad para alejar a todo hombre que no fuera el que estaba delante de mí, acercándome más, sus ojos poseyéndome. Este hombre se acercó más, había tomado mi corazón en algún lugar a lo largo del lugar donde hice el valiente esfuerzo para tratar de escapar del plan de vida artificial que se estaba arraigando en mi sangre azul. —Te amo. Cada pieza oscura e iluminada de ti. —Bajó su boca, pero detuve su beso, presionando una mano en su pecho. —Sin besos en el campus —le susurré—. Política JSHA.

62

Frunció el ceño. —¿No tengo una oficina de algún tipo en esta organización? —En la Junta Presidencial. Sonrió. —Por la presente, y durante los siguientes cinco minutos, se quitará esa regla de los libros. —Me acercó y presionó sus labios contra los míos, un dulce, suave roce de compromiso, uno que cambió, volviéndose más apasionado y posesivo, su mano moviéndose para tomar la parte posterior de mi cabeza, su boca sellando el trato, capturando mi corazón mientras saltaba sobre el borde de para siempre. Amaba a este hombre también. Punto. Mi corazón estaba oficialmente frito. Cuando el beso terminó, le dije eso, su boca tomando la mía con un toque final que celebró la ocasión. Oí un grito ahogado de nuestro lado derecho y nuestra conexión se rompió. Dándome vuelta para ver a Hannah, sus ojos marrones grandes como platos, alarma en su rostro por nuestra flagrante violación de las reglas. La pequeña presionó un dedo firme en sus labios, luego hizo un movimiento de que la cerraba con un cierre, haciendo una solemne pantomima y cuidando de cerrar los labios y tirar la llave. Entonces, su rostro se iluminó con una sonrisa y arrancó hacia la casa con un chillido.

Trece Dos años, cuatro meses atrás

63

Me detuve en su casa, las luces de la entrada brillaban, iluminando el camino mientras mi auto avanzaba, percibiendo la presencia de otro vehículo, más luces se acercaban, palmeras y piedras saliendo a la vida en una agrupación que debió haber sido establecida por Brant con unos cientos de miles de dólares. Apreté el botón de la puerta del garaje para abrirla y estacioné. Esperé a que la puerta se cerrara, a que detuviera el fuerte viento. Dejé mis zapatos adentro, el nivel de TOC9 con la limpieza de Brant era ridículo. Caminé a través del silencio de la casa, esperando en la base de la escalera; incliné mi cabeza y escuché. No había sonidos. Probablemente estaba en la planta baja. Tomé el elevador, las puertas abriéndose tranquilamente en un laboratorio informático subterráneo que rivalizaba con el de Ironman en tamaño y capacidades. Su espalda desnuda estaba encorvada bajo los tubos de luz fluorescentes y llevaba pantalones de pijama. Sentado en un taburete, trabajaba encima de un montón de cables, dando vueltas sobre la cabeza, sus manos se movían rápidamente, herramientas estaban alineadas junto a él perfectamente ordenadas. Me acomodé en la silla de cuero en la esquina de la habitación. Agarré una manta de la parte posterior y la envolví alrededor de mi cuerpo. Lo observé trabajar. —Hola nena. —No se giró, el sonido de las herramientas era la única señal de su actividad. —Hola amor. —Terminaré pronto. —Tómate tu tiempo. ¿Te importa si pongo algo de música? —Por favor. Ajusté las pistas. Dime que te parece. 9

TOC: Trastorno Obsesivo Compulsivo.

Agarré a Laya, el último prototipo de Brant, una tableta que no saldría al mercado hasta dentro de un año. Abriendo el centro de música, al instante quedé impresionada. Hizo más que ajustar las pistas. El diseño era completamente diferente. Elegí mi estado de ánimo: perezoso. Dibujé un resumen con el dedo, un remolino perezoso con un punto ocasional o salto de interés, hice clic en tocar. Conocía mi toque, reconocía las huellas dactilares con la velocidad de un parpadeo. En segundos, sonaba la canción deseada, una canción que no conocía, pero era exactamente lo que quería. Coldplay. La música fluía a través de altavoces ocultos a lo largo de las paredes y me acurruqué en la silla mirando al amor de mi vida. Amor. Ya no era una palabra fuerte para nuestra relación. Ahora era la palabra perfecta para nuestra relación. Amaba a este hombre. No me podía imaginar la vida sin él. Era el complemento de mis temores, un hombre firmemente establecido en la parafernalia que deseaba, pero con la independencia y la confianza para guiñarle un ojo a todo. Juntos, evitábamos la vida pública, iniciando una vida simple de elegancia, explorando los matices de diferencias mientras disfrutábamos de los placeres con los que habíamos sido dotados.

64

Con este hombre, podía ver la posibilidad de formar una familia. De una vida auténtica. Casada y feliz, sin ser dominada por un hombre que desea una esposa trofeo. —¿Lo apruebas? —No se giró, continuó trabajando. —Lo apruebo —dije en voz baja—. Eres brillante, nene. —Gracias amor. Lo observaba, su espalda flexionada, la forma en que sus músculos se movían cuando pasaba las manos por su cabello. Lo escuchaba murmurarse a sí mismo algo del trabajo. Sonreí mientras la habitación se iba quedando a oscuras, crescendos tocando mi piel y me dormí contra el suave cuero. Fui despertada con sus besos. La caricia de sus manos sobre mi piel mientras me estiraba en la silla, abriendo mis piernas, la quemadura de su piel mientras mis rodillas desnudas rebotaban contra el duro músculo de sus muslos. No debería ser musculoso. No debería tener la piel bronceada, brazos musculosos y un pecho definido. Debería ser pálido. Escuálido. Pasaba doce horas al día bajo las luces fluorescentes, frente a las computadoras. Pero no pregunté cómo fue que Dios lo bendijo. No cuestioné cómo ni por qué, sobre todo, no en momentos como este. Me recostó totalmente, hasta que mi espalda quedó contra el asiento de la silla y mi trasero colgando hacia afuera, sus manos suaves, explorando, levantó mis pierna y tiró de la suave seda de mis shorts, la

picazón jugando con el encaje de mi tanga mientras las deslizaba por mis piernas. Dejándome desnuda, sus manos empujaron hacia arriba el algodón de mi top, sobre mis pechos, su cuerpo inmóvil cuando estuve expuesta ante él. —Perfecta —reiteró. Pasó sus manos ligeramente, desde mi pecho hasta mis muslos, adelante y atrás, de lado a lado, un ligero toque sobre mi piel, lo suficientemente ligero para que me arqueara ante su contacto, rogando por más. Esperé. Aspiré. Abrí mis piernas y levanté las rodillas, poniendo mis pies en el borde de la silla y me abrí para él, sin nada que no pueda ver. Sus ojos cayeron hacia el centro entre mis piernas, un suave gemido escapó de su boca, sus dedos se arrastraron hacia abajo y pasaron suavemente sobre los labios de mi sexo. —Perfecta —repitió, sus dedos acariciando arriba y abajo sobre ese punto, sin empujar, sin extenderse, solo una suave caricia que me hizo levantar las caderas, susurrar su nombre, deseando, necesitando más. Luego empujó un dedo y todo cambió.

65

—Dios… —maldijo mientras su boca bajaba a la mía. Inclinándose hacia adelante, los duros músculos de su pecho se presionaron contra el mío mientras me besaba. Envolví mis piernas alrededor de él, apretando su mano dentro de mí, el suave movimiento de ese dedo cortándome la respiración y su boca consumiéndome. —Sí, Brant. Oh, Dios mío, sí. —Te amo tanto —susurró, dejando mis labios para besar mi cuello, una mano empujando mis piernas mientras se movía por mi cuerpo, su boca suave en mi piel, un delicioso viaje mientras su dedo continuaba su perfecto juego dentro de mi cuerpo. Era increíble lo que un dedo podía hacer. Ese pequeño dedo, capaz de ir exactamente allí. Mi espalda fue levantada del asiento de cuero y mi respiración se detuvo cuando tocó un lugar que hizo que mi mundo se apagara—. No te detengas —susurré—. Oh, Dios mío, no pares. No podía mantener mis ojos abiertos, pero quería hacerlo. Quería ver la expresión de su rostro, la oscura intensidad que se apoderaba de su rostro cuando me veía. Quería ver el momento en que sacara su pene, quería ver su firme punta, su mano envuelta alrededor de la base, la caricia de sus dedos mientras se estiraba. Ese es su momento favorito, cuando estoy por venirme. Eso hace que la piel de su pene se estire y endurezca a un nivel más allá de la creencia. Causaba que sus ojos se oscurecieran y su aliento jadeara. Los músculos de su pecho se tensaron, sus manos se aceleraron y mi nombre salió en un gemido rápido de sus labios. Sabía lo que vendría. Lo que sucedería mientras los temblores cesaban, mientras caía por la deliciosa colina que

era mi orgasmo. Era ese momento, ¿el momento más perfecto que mi cuerpo conocería siempre? Era cuando empujaría. Retiró sus dedos y empujó. Llenándome y rompiéndome antes de comenzar un ritmo que triunfaría sobre el éxtasis que acababa de experimentar. El conocimiento, la expectativa… abrí mis ojos y lo vi prepararse, su propia excitación anticipando lo que iba a suceder… Sus pesados párpados y su aliento se agitaban mientras su dedo continuaba su perezosa caricia dentro de mí. Me sacudí contra su mano y me vine con tanta fuerza que me rompí. Olas sobre las olas, cosas sin sentido proviniendo de mi boca. Me arqueé contra su mano, como un animal en celo, mi cuerpo explotando, el movimiento rápido y perfecto de su dedo, la visión de su rostro, su oscura intensidad, su pene, duro y listo y no pude detenerlo, se estiró y continuó esta hermosa locura que convirtió mi mundo en estrellas y mi cuerpo en una constelación. Entonces, antes de que cayera del cielo, en el momento que volví a respirar y abrí los ojos, se empujó dentro de mí y me perdí de nuevo.

66

Duro, rápido. Me folló como si me odiara, pero las palabras que salieron al exterior fueron nada más que de amor. Se inclinó sobre mí, hundiendo sus manos en mis caderas y me sostuvo con fuerza en el lugar. Cansado, repitió mi nombre en su lengua, la urgencia en sus movimientos me llevaban cada vez más alto, estimulando mi placer. Esto era para él y fue todo para mí, sabía que la pérdida de su control era un regalo, una rareza que solo yo podía ver. Envolví mis piernas, clavando mis talones y pasé mis uñas por su piel. Cuando se vino, fue agudo e intenso, con una mano apretando mi cuello y la otra apretando mi trasero, empujando con más fuerza, como si nunca fuera suficiente o lo suficientemente profundo, sin tener suficiente de mí. Se empujó hasta el fondo, gimió mi nombre y se estremeció por las folladas finales de su orgasmo. —Te amo tanto —susurró, levantándome, metiendo las manos debajo de mi cuerpo, acomodándome de una manera que su pene se quedó dentro, girándonos hasta que él quedó abajo y yo encima, extendida a lo largo de su cuerpo, mi pecho contra su pecho, el latido rápido de su corazón fuera de sincronización. —También te amo, cariño. En el exterior, escuché un trueno. Se acercaba una tormenta.

Catorce Brant —¿Cuándo es el evento? —Tomé un sorbo de agua con hielo, mis ojos capturando los del camarero, el hombre corriendo a mi lado con la cuenta. —El próximo martes. Te llamaré por la tarde y te lo recordaré. —Jillian dejó el tenedor, relajándose en su silla, sus manos alisando la servilleta en su regazo.

67

—No tengo 16 años. Recuerdo una cena. Aunque, si me dejas tener una asistente, podrías dejar de preocuparte por completo. Podría atarme los zapatos y conseguir que llegue a tiempo. Los ojos de Jillian se suavizaron. —Sabes que eres olvidadizo. —No tienes tiempo para mantenerme organizado. Eres una mujer ocupada. La empresa te necesita más que yo. —Saqué una tarjeta de crédito de mi cartera y la dejé caer en la cuenta, empujándola hacia el borde de la mesa antes de volver mi mirada hacia ella. —No estás lo suficientemente ocupado como para necesitar una asistente. Y no quiero a una pequeña extraña hojeando los detalles de nuestras vidas. Tú y yo hemos cuidado el uno del otro durante veinte años. No hay necesidad de cambiar eso ahora. La miré, mi mente saltó, y me enfoqué de nuevo en ella cuando su palma golpeó el mantel con la fuerza suficiente para hacer que me sacudiera. —Quédate conmigo Brant —dijo bruscamente—. Estás distraído y tengo que correr. Cena… el próximo jueves. Debes estar allí. —Layana lo recordará. Envíale los detalles. —Me eché hacia atrás, mirándola de cerca, la vi retorcerse en el asiento en la silla—. Todavía la odias.

—No —habló bruscamente—. Nunca la odié. Y no lo hago ahora. Ella está bien. Simplemente no es lo que necesitas. —No sé cómo sabes lo que necesito. Ni siquiera nos has visto juntos. Pasa, ella es una cocinera increíble. Podrías unirte a nosotros para la cena. Jillian sacudió su cabeza obstinadamente, el destello de luz se reflejó en sus diamantes. —No. Te agradezco la oferta, pero no. Además… —Alisó sus manos sobre la pila de papeles ante ella, enderezó la línea de su borde—. No creo que ella me quiera allí particularmente. Me reí. —¿Layana? Ves, realmente no la conoces. Ella no tiene ni un hueso poco amigable en su cuerpo. —Otro cambio. Mis ojos se estrecharon. Ella estaba ocultando algo. Pero, de nuevo, siempre había sentido eso de ella—. ¿Qué? —Nada. ¿Hay planes para esta semana? —Algo tengo planeado con Layana. Necesitaré el avión. Su figura detuvo todo movimiento.

68

—¿Por cuánto tiempo? —La piel alrededor de su boca se apretó. Sus arrugas se enfatizaron. La miré y me pregunté por qué ella era tan apegada a mí. Tenía tanto miedo de mi relación con Layana. No era natural. No era normal. Me encogí de hombros. —Estaremos de regreso el lunes. No te preocupes, el trabajo no se verá afectado. —Es un momento muy ocupado, Brant. Incliné mi cabeza. —En realidad no. No hay hierros en el fuego. E hiciste un buen trabajo de acallar cualquier pregunta. —La reunión de la junta es el lunes. —Y estaré de vuelta para entonces —repetí lentamente, viendo cómo se ponía de pie con un movimiento rápido. —Por favor no te olvides el caso Rosewood. Haré que mi asistente le envíe los detalles a ella. A ella. No creo que Jillian alguna vez haya murmurado el nombre de Layana. Un pequeño desaire, pero notable. Jillian era más una madre para mí que la mía propia. Era importante para mí que se llevaran bien.

Quince La mujer no se daba por vencida; tenía que darle eso. Desde el principio, Jillian estableció las líneas de batalla ante Brant y se preparó para la guerra. Cada día había sido una batalla, su horario a menudo se llenaba de elementos de emergencia atrapándolo en un día que debería estar libre. Dos veces durante los meses anteriores, él me recogió, Jillian le había enviado un mensaje de texto con una excusa de mierda después de las repetidas llamadas a su celular que no obtuvieron respuesta. Y él le permitía hacerlo todo. Él disculpaba sus acciones con un encogimiento de hombros. —No entiendo por qué me odia.

69

—Es protectora —me explicó—.Y terca —añadió, estirándose sobre la mesa para tomar una oliva de mi ensalada. —¿Protectora? ¿Por qué? —Lo miré a través de la mesa, la costa californiana enmarcando perfectamente sus facciones. Él llevaba una camiseta suelta con cuello “v” blanca, haciendo juego con sus pantalones vaqueros de diseñador, el reloj en su muñeca fue su regalo de cumpleaños por sus 35 de su servidora. Se veía cada pedacito como un playboy de California, muchos de los cuales salpicaban esta costa. Lo que no parecía era a un genio. No se suponía que los genios venían en paquetes perfectos con dientes rectos, magníficas facciones y fuerte construcción. Se suponía que venían con protectores de bolsillo y cicatrices de acné, modales horribles en la mesa y egos desagradables. El hermoso hombre ante mí se encogió de hombros. Tomó un sorbo de agua helada. —Siempre ha estado preocupada de que una mujer vaya en pos de mí por las razones equivocadas. Asentí. —Una preocupación razonable. —No conocía a un hombre rico que no compartiera la misma preocupación. Pero esos mismos hombres se habían comido los beneficios de su preocupación. Habían atravesado sus veinte años usando a las camareras como Kleenex. Brant… bueno todo en Brant era diferente—. ¿Eso te preocupa?

Dejó de masticar, tragó, y dejó su tenedor. —¿Si me preocupas tú? —Sonaba genuinamente confundido—. ¿Sales conmigo por mi dinero? —O por tu cerebro. O por ese pene. —Le levanté mis cejas sugestivamente, pero su expresión no cambió. Ojos serios, muertos, me devolvieron la mirada. —Nunca se me pasó por la mente. —No dijo la frase en un tono que indicara que necesitaba considerarlo. Dijo la frase como la idea absurda que era y como si estuviera debajo de él. Extendí mi mano, pasé mis dedos por encima de los suyos, su palma girando bajo mi toque y acunó mi mano. La levantó, llevándola a sus labios y dándome un beso suave en mis dedos. Sonreí. —Gracias por el voto de confianza. —Gracias por seguirme la corriente. —Pero estaremos juntos este fin de semana, ¿verdad? ¿Tú, yo, y Belice?

70

—No me lo perdería. Nuestra conexión fue rota por el personal, quien trajo nuestro segundo plato en medio de un aluvión de bandejas y servilismo y modales. Nos movimos al bistec y al salmón, y nuestra conversación cambió de Jillian lo difícil en Navidad y cuya familia sería bendecida con nuestra presencia. Pero no dejó mi mente. Lo vi cortar su bistec, mirar mis ojos y escucharme, tomando sorbos ocasionales de su cerveza. Y pensé en Jillian. Entendí su sobreprotección Sentía emoción donde Brant estaba preocupado —una feroz necesidad de proteger lo que era mío. El problema para Jillian era que él era mío. No de ella. Una tía no tenía ninguna propiedad para proteger, ninguna reclamación sobre la que hacer valer su dominio. Y ya era demasiado tarde. Yo lo tenía, nunca había estado tan segura de algo en mi vida. Era una chica presumida y estúpida. ¿Sentada en la mesa? ¿Sumida en la confianza de mi posesión? Nunca había estado tan equivocada. No lo tenía. Solo era dueña de la mitad de él. ¿La otra mitad? Vivía una vida de la que yo no sabía nada.

Dieciséis Brant

71

He estado con un centenar de mujeres, pero nunca había amado a ninguna hasta ella. Podría estar con mil más y nunca encontrar a otra Layana. Es hermosa, con clase, pero con un borde afilado que define su personalidad, un hilo de oscuridad que complementa toda su luz. Uno que te cortará si te metes con ella. Uno que luchará por lo que quiere, sus necesidades, sus opiniones. Ella me mira fijamente a los ojos y me ama con una vehemencia propia de su naturaleza. Un tipo de amor atemorizante y apasionado. Uno que rasga todos los pretextos y nos permite amarnos desnudos y sin consecuencias. Entiendo que mis padres estén asustados. Que Jillian pelee contra Layana con garras, aterrada de que su participación en mi vida sea una repetición del pasado. Pero soy más fuerte ahora. Un hombre, no el chico de antes. Nunca me he sentido tan en control, con los pies en la tierra. Tal vez es por la medicación, tal vez es por la madurez. Pero no me arriesgaré; voy a seguir con medicación hasta el día en que me muera. Me equilibra. Mantiene mi relación con Layana segura. Con su ayuda, ella nunca lo sabrá. El amor verdadero vuelve a una persona imprudente, la hace tomar riesgos y hacer sacrificios. El amor verdadero prueba los límites de nuestra persona, nos hace desear ser mejor y luchar por el suelo que pisamos. Lucharé por este amor. Mentiré por él. Robaré por él. Ella es digna de eso. Sobre el papel, somos un par horrible. No tengo ninguna luz; Layana posee eso en cantidades. Lo digo en serio; es muy divertida. Pero fuera del papel, es donde se produce nuestra magia. Quiero ser más como ella. Quiero escuchar su risa y tener algo que ver con ello. La amo por completo. Layana me devuelve el amor salvajemente. Este amor le da valor a las verdades no dichas. A las mentiras ocultas.

Diecisiete Supe en el momento en que sonó su celular, agitándose contra el granito, que traería problemas. Me acerqué a la isla, le di la vuelta y vi JILLIAN en la pantalla. Mientras silenciaba la llamada, regresé a mis cereales Cheerios, y escuché la estática de la ducha de Brant. Mis maletas estaban junto a la puerta. Las de Brant siendo empacadas mientras yo masticaba, la tarea a cargo de dos chicas que parecían bien versadas en todas las cosas de viajar. Necesitaba pedírselas prestadas para el próximo viaje. Infiernos, con su nivel de eficiencia, solo debía mudarlas a la casa de huéspedes. Habían resuelto la mitad de mis problemas de organización en un mes.

72

Mordí el cereal, escuchando el sonido de cremalleras y puertas abriéndose, después, las dos mujeres trajeron una sola maleta, sonrisas corteses asintiendo en mi dirección. Las dejé irse, volví a mi desayuno, y oí el tono de un sonido de buzón de voz en el mostrador. La maldita mujer llamó a los diez minutos, en el momento inconveniente cuando Brant estaba en la cocina, apoyado en el mostrador, una manzana en su mano. Dio un paso adelante, dándole la vuelta al teléfono. —Hey L. Sus ojos se cruzaron con los míos y sacó el teléfono de su oreja, presionando un botón y el altavoz se encendió, la aflautada voz de Jillian llenó la cocina. —…equipo de mantenimiento lo tiene ahora. Puede que tengan que pedir una pieza; se están corriendo pruebas de diagnóstico ahora. Pero no hay manera de que sea un vuelo que valga la pena. Tonterías. Mis ojos se posaron en Brant. No dijo nada, se frotó el cuello mientras miraba fijamente el teléfono. Su suspiro crujió a través del teléfono. —Lo siento, Brant. No me gusta que esto arruine tu viaje. El avión debe estar en orden en unas pocas semanas. Tal vez puedan reprogramarlo después del lanzamiento de Vision 5.

—Está bien. No hay nada que puedas hacer al respecto. Me alegro de que nos alcanzaras antes de dirigirnos al aeropuerto. Extendiendo su mano, tomó el teléfono en altavoz, y terminó la llamada con algunas palabras cortas. Después arrojó el teléfono al mostrador, dándome una mirada irónica. —Nena lo siento. Me encogí de hombros, estirándome para abrir mi bolso y sacar cualquier líquido que tuviera exceso de tres onzas. —No es gran cosa. Tomaré mi portátil. Veré qué vuelos están abiertos. Frunció el ceño, entrecerrando sus ojos. —¿Vuelos? Me enderecé. —Sí. Vuelos comerciales. —Yo… no vuelo comercialmente. Me reí, levantándome y mirándolo.

73

—¿Qué quieres decir con que no vuelas comercialmente? ¿Tu cuerpo no tiene físicamente las capacidades? Sus ojos se endurecieron. —Iremos en otra ocasión. —No. —Lo miré—. Lo atrasarás y nunca iremos. Ya empaqué todo para este viaje. Tú y yo nunca hemos salido juntos. Algo siempre sale. Vamos. —Vuelo comercial —dijo la palabra como si supiera físicamente mal a su salida de su boca. —Sí. Primera clase. Aprende a ser fuerte. —Esto era interesante. Cinco minutos antes, habría dicho que Brant no tenía ni un hueso esnob en su cuerpo. Que no necesitaba ninguna de las trampas de la riqueza y el lujo del que pasaba todo el día haciendo caso omiso. Tal vez me equivoqué. Tal vez tomaba todo esto tan bien como yo. Tal vez también estaría perdido en un mundo que no incluía masajes y conserjes y suficiente dinero que dure el resto de nuestras vidas. Abrí mi portátil y le di la espalda a Brant. Busqué vuelos a Belice mientras maldecía la mano de Jillian en esto. Se necesitaba una entrometida para reconocer a una entrometida, y apostaría diez mil dólares que no había nada malo con el avión BSX.

—Esto es una mierda.

—Esto es normal. Bienvenido a la vida. —Me quedé mirando la parte posterior de una camisa hawaiana, el turista delante de nosotros había entendido mal el clima de San Francisco al hacer sus planes de viaje, anticipando un clima soleado en el que las sandalias y las mangas cortas serían apropiadas en abril. Supe esa información por su esposa, una mujer flaca con codos afilados y una voz que comunicaba, una voz que le había dado un sermón al hombre sobre sus opciones de embalaje por los últimos veinte minutos. Veinte minutos en los que nos habíamos movido aproximadamente mitad de camino hasta el punto en que nuestros boletos de primera clase harían una diferencia en nuestra autorización de seguridad del tiempo de espera. Veinte minutos más detrás de esta pareja. La llamarada de las fosas nasales de Brant me advirtieron que no lo lograría. No lo estaba manejando bien. Se había resistido un montón desde que dejamos su Aston, no le gustó la mirada de los encargados del aparcamiento. Había estado menos alterado sobre rodar su equipaje por un kilómetro hasta el terminal. No entendía, a nuestra llegada al mostrador de Delta, que la fila de cuerpos que se estiraba a través del espacio, era todas las personas delante de nosotros esperando en la línea.

74

Estaba harta de su mal genio. Demonios, tal vez esa era la razón por la que Jillian no esperaba que duráramos. Puede ser que eso fuera el profundo y oscuro secreto que había anticipado en los últimos nueve meses. Brant era un cobarde para el transporte público. Mi cerebro se estremeció ante la crudeza de mis pensamientos, y miré alrededor para asegurarme de que casualmente mi obscenidad no se haya telegrafiado. No, todo despejado. La línea delante de nosotros se movió y dimos un hermoso paso hacia adelante. Miré mi reloj, preocupada por el tiempo. Demasiado tarde, llevé de mi muñeca hacia abajo. Tratando de ocultar el movimiento con un elaborado bostezo. —¿Se nos hizo tarde? Brant se había obsesionado con el tiempo. Estaba seguro de que íbamos a perder el vuelo. Había mirado su reloj y calculado nuestra tasa de progresión al aeropuerto tantas veces que le quité el reloj. Lo metí en uno de los nueve compartimentos con cremallera de mi bolso Michael Kors10. —No —mentí—. Estamos bien. Considerado como uno de los diseñadores más importantes de Estados Unidos por su vestimenta denominada de “sport-lujo”. 10

75

—No creo que lo estemos. Hay 121 personas entre el primer punto de control de seguridad y nosotros. Parecen procesar a los individuos a una velocidad de quince a veinte segundos por interacción. Si les toma un promedio de dieciocho segundos por persona, entonces estamos viendo casi dos mil doscientos segundos. Treinta y seis minutos. Dado que no puedo ver la siguiente etapa del proceso, solo podemos adivinar la duración de la espera. Pero nuestras entradas indican que el embarque termina quince minutos antes de la salida. Así que a menos que tu reloj tenga un tiempo de 10, 12 o posterior, lo cual nos permitiría una ventana estrecha de veinte minutos para la siguiente etapa del proceso de seguridad, vamos a perder el avión. —Se quedó mirando mi muñeca como si el poder de su mirada por sí sola pudiera obligar a los huesos de mi muñeca a girar. Metí mis manos en mis bolsillos por pura terquedad. ¿Por qué no podía ser normal? ¿El tipo de novio que miraba un reloj y hacía alguna predicción infundada de que podríamos perder nuestro avión? No necesitaba bases inteligentes para mis preocupaciones. Solo quería moverme inconscientemente hacia mi muerte. Me daba cuenta de que el parlanchín frente a nosotros había dejado de hablar de ropa y se había movido a nuestro espacio, sorprendido frente a Brant como si fuera una pantalla informativa, los codos de su esposa golpearon la circunferencia de su marido. Ella dio un paso hacia Brant, su cabeza ladeada, y ahogué una risa por la alarma que cruzó su rostro. —Parece que tendrás que calcular de nuevo —le susurré, asintiendo hacia una nueva línea que se abrió a la derecha, la acción atrapando la atención de toda la sección, las cabezas se voltearon, los pies corrieron, mientras todo el mundo hacía un baile espasmódico donde trataban de decidir entre embarcarse en un nuevo camino o quedarse en la ubicación actual que se haría más corta—. ¿Nos movemos? Observó el tráfico, sus ojos en despedida, luego sacudió la cabeza. —No. Me quedé en mi lugar, dando un paso adelante mientras nuestra línea disminuía considerablemente. —No estoy segura de que estés en lo correcto —le dije cortante, viendo el ritmo rápido de la nueva línea. —¿Sobre qué? —Parecía más tranquilo, su apretar de mandíbula menos notable. —Esta fila comienza a ser más rápida. —No lo es. Lo miré, sus manos haciendo una pausa en su búsqueda de una menta.

—¿Qué? —Esta línea no es más rápida. Nos llevará un extra de cinco a siete minutos aquí. Giré mi cabeza, mirando con desesperación a la otra fila, al tipo de camisa hawaiana y a su esposa gritona, a unas buenas ocho personas más cerca de la seguridad que nosotros. —¿Entonces por qué me dijiste que me quedara aquí? —No pude evitarlo. Miré mi reloj. —La vi. —Señaló a la esposa del hawaiano—. Entonces decidí el curso opuesto de acción. —Se encontró con mi mirada. La esquina de su boca estaba un poco torcida. No pude evitar reír; burbujeó con suficiente fuerza que tuve que sentarme, mi trasero en el borde de mi maleta, cada onza de estrés del día me dejó en aquel momento. Y de pronto, no importaba si alcanzábamos el avión o no. Si el fin de semana era un desastre, o se salvaba. Lo único que importaba era que estaba con él. Negué. Moviendo mi cabeza hacia atrás cuando se inclinó, tirando con una mano suave de mi cola de caballo mientras me besaba.

76

—Realmente te amo —susurré contra su boca. —No tienes ni idea de lo feliz que eso me hace —contestó, tomándose el tiempo para un beso extra. Detrás de nosotros, sonó un suspiro exasperado, el movimiento irritado de un zapato femenino llamando nuestra atención a la conocida fila. Me ofreció su mano y me levantó, su otra mano recogiendo mi maleta y nos movimos unos pasos más cerca para despegar.

Podría haber pasado años sin descubrir su secreto. Desde luego lo escondió lo suficientemente bien, Jillian fue una ayuda principal en el engaño, una gran parte de su mundo dedicado a su control. Yo no era la única sin idea. Era algo que los medios de comunicación, una fuerza que amaba a Brant, no tenían ni idea. Algo que los ejecutivos de la compañía desconocían. Y yo, alguien que veía al hombre una o dos veces a la semana, que tenía sus manos sobre mi piel, su boca en mi oreja, sus ojos fijos en los míos… Tomó nueve meses para que descubriera el secreto. Podría haber tomado más tiempo. Ahora miro atrás y veo pistas muy pequeñas. Pero cuanto más nos acercábamos, con más tiempo en la presencia del otro… era solo una cuestión de tiempo. Ahora entendía la lucha de

Jillian, su batalla por mantenernos separados, las cosas de menor importancia que hacía para colocar obstáculos en nuestro camino. Por así decirlo, descubrí su secreto en nuestra primera noche en el paraíso.

77

Dieciocho Vi la solapa de cortinas de tono oscuro cuando me desperté. El choque de las olas me puso en mi dormitorio, pero había algo el mal acerca del aire. No era la común frialdad californiana, sino una caricia suave, lo suficiente cálida como para confortarme, suficientemente fría como para besar mi piel. Me senté, mis ojos se ajustaron, las cortinas de lino blanco ondeaban en el viento, la luz de la luna era visible. Me relajé contra las sábanas, laminadas, estiradas en mis brazos, sin sentir nada más que vacío a mi lado. Quieta, traté de captar algún sonido, pero levanté mi cabeza cuando no escuché nada. —¿Brant?

78

Un silencio de muerte. Nadie estaba en nuestra suite, excepto yo. Me deslicé fuera de la cama, mis pies descalzos golpeando el piso mientras me dirigía al baño. Encontré mi bolso y saqué mi celular. Lo prendí. Este complejo no creía en la electrónica; tenían la mentalidad de que no podías relajarte a menos que te “¡Alejaras de todo!” y “¡Regresaras a la naturaleza!” Era uno de esos conceptos que parecían una buena idea hasta que llegabas aquí. Al cabo de dos horas nos dimos cuenta de nuestro apego al aire acondicionado y a Internet, con nuestros retiros de tecnología llegando a su punto máximo en el momento en que no encontramos en la habitación sin enchufes eléctricos para cargar nuestros celulares. Encendí la luz del baño y observé mi Samsung entrando en funcionamiento, el tiempo finalmente apareció. La 1:22 a.m. Tarde. Llamé al celular de Brant, dándome cuenta, cuando se fue al correo de voz, que su celular estaba apagado, su ahorro de batería era una misión más importante que la mía. Me acerqué a su maleta, abriendo la parte superior y revisando, en busca del ladrillo de su celular. Lo que no estaba buscando, cuando mi mano hizo a un lado la ropa interior y rebusqué, fue la caja de un anillo. Oh, no. Mi mano se congeló, mientras miraba fijamente la caja de terciopelo negro. No. No. No. A una mujer le proponían matrimonio solo una vez, asumiendo que escogería sabiamente. Que lo manejaría perfectamente, con la cantidad correcta de sorpresa encantada llenando sus ojos. Este descubrimiento, en este momento en el tiempo, podría arruinar mi reacción. Me estiré hacia delante, rozando mis dedos sobre su

superficie, y luchando contra el impulso de sacarla. De abrirla. De darle un pequeño vistazo. No lo hice. Me aparté. Cerré la maleta. La miré. Quería ser sorprendida. No había visto el anillo. Acababa de practicar mi rostro sorprendido. Asegurándome de que no fuera grotesco o demasiado exagerado. Vi su teléfono, el bulto sobresalía de un bolsillo lateral y lo agarré. Puse los dos teléfonos en la mesa de entrada y me arriesgué, caminando hacia el balcón de atrás y saliendo. Mientras mis ojos buscaban en la playa, la luz de la luna se reflejaba en las olas, la arena virgen, inmaculada. No había un multimillonario caminando a largo de su superficie. Nada más que naturaleza. Sí, era bonita. Gran cosa. Lo habría cambiado todo por un televisor con HBO.

79

Un anillo. Una propuesta. Este era el lugar perfecto para ello. Sra. Layana Sharp. El nombre por sí solo me erizaba la piel. ¿Era lo que quería? Absolutamente. No había duda. Mi mayor queja con nuestra relación era que quería más. Más tiempo con Brant. Más dentro de la belleza que era su mente, a las piezas ocultas detrás de su leve sonrisa. Quería una alianza, quería hijos con el hombre, querían entrar y llenar una casa con recuerdos. Ser su esposa. Crecer y tener un propósito. Y mañana, al parecer, lo tendría. Recorrí la playa por última vez y me giré, dando un paso atrás en la habitación y cerrando las puertas, el sonido del océano se silenció. Miré hacia atrás a la cama. Me tomé un momento y contemplé regresar a ella. Estaba acostumbrada a despertarme sola. Las pocas noches que pasaba con Brant, a menudo se levantaba durante la noche. Se dirigía al sótano a trabajar o se dirigía a la oficina. No me molestaba; no era alguien que necesitara un compromiso de cama de una noche completa para sentirme segura. Pero aquí, en este complejo, sin trabajo a la vista, ¿dónde estaba? ¿Y por qué no dejó una nota? Las preguntas tiraban de mí. Eso evitó que me moviera hacia la cama. Me moví al armario en su lugar. Tiré un manto encima de mi pijama de seda, holgadamente atándola con el cinturón, y metí mis pies en zapatillas. Agarré ambos teléfonos, mi llave de la habitación, y un puñado de dinero en efectivo. Colocar una sonrisa tonta en mi cara sería más apropiado. Entonces salí, cerrando la puerta detrás de mí. Y fui a encontrar a mi futuro esposo. No pasó mucho tiempo. Era un complejo pequeño —otro punto que aseguraba que los Sharp no estarían haciendo una visita de regreso. No solo no había suficiente para hacer aquí. No para una pareja que no quería caminar por senderos naturales o ver deportes. Sobre todo para un

hombre que no se interesaba por cosas a menos que sonaran o se iluminaran. Diez minutos más tarde, entré en el lugar por el que debía haber comenzado —el bar del hotel. Incluso aunque Brant realmente no bebía, no buscaba mezclarse socialmente ni pertenecía a grupos de personas. Pero, casi a las 2 a.m., era uno de los únicos lugares abiertos dentro de las puertas. Entré, miré a la escasa multitud, y lo vi, de espaldas a mí, su mano descansando en la barra, encontrándose rodeado por un grupo de personas que no reconocí. Sonreí, el alivio pasó a través de mí. No sabía lo que me esperaba, lo que el estricto control de los músculos de mi espalda había anticipado, pero la tensión me dejó cuando lo vi. Hice mi camino a través de la barra, mis pijamas estaban fuera de lugar, unas cuantas mujeres me dieron miradas que merecían una palabra fuerte, pero seguí. Saqué su teléfono de mi bolsillo mientras me movía, encendiéndolo. Le daría su teléfono, lo besaría dándole las buenas noches y, después haría mi camino al piso de arriba. No necesitaba estar ahí abajo; quería volver a nuestra cama, tendría mi celular si se emborrachaba y necesitaba ayuda para encontrar su camino de regreso a la habitación. Sonreí ante la idea absurda de un Brant borracho y me acerqué más.

80

A pocos pasos de distancia. Cuerpos se movieron a un lado, dándome una mejor vista de él. Más cerca. Mis zapatillas se quedaron atrapadas en el azulejo y tropecé ligeramente. Me sorprendí a mí misma, mi cara se calentó. Escuché el murmullo de su voz. Me llegó. Puse mi mano en su hombro y tiré suavemente. El suave rotar de su torso, el vistazo que dio sobre su hombro y la mirada que me lanzó… En los siguientes minutos, todo acerca de nuestra relación cambió. Me había enamorado de él. Planeado nuestro futuro, y mentalmente aceptado su propuesta. Resultó que ni siquiera lo conocía.

Diecinueve Dos años, tres meses atrás Brant 81

Tenía la intención de proponerle matrimonio en Belice. Tuve que cancelar ese plan cuando el avión se averió. Reestablecí el plan cuando Lana nos metió en un vuelo comercial. Entonces nuestro viaje tuvo una pequeña dificultad; ella se enfermó y el momento nunca sucedió. Esta noche. El segundo intento. Saco una pastilla, la coloco debajo de mi lengua y trato de relajarme. Bebo un vaso con agua helada y miro la pared de atrás de mi oficina, una superficie de acero inoxidable separando el cristal con vista a las montañas. Todo exacto. Todo perfecto. Ella no se merece menos. Este sería el momento que solidificaría nuestro futuro. Una historia que contaremos a los hijos de nuestros hijos. Ella ya es una bala perdida, sin duda frustrará los planes para esta noche de alguna manera y todo está en su lugar para minimizar el impacto. Todo lo que importa, al final de la noche, es que tengo el anillo y puedo hacer la pregunta. El resto se arreglará solo. Ella dirá sí. Es un hecho. Nos amamos, atravesamos hace meses esas barreras. La unión entre nosotros es incuestionable. Mi personalidad había necesitado un análisis cuantitativo para tomar la decisión; ella no necesitará nada más que sus emociones. El fuego que le hace levantar sus brazos alrededor de mí y besarme el cuello. Las sonrisas que veo en su rostro. La combustión lenta que reflejan sus ojos cuando me mira en una habitación llena de gente. Está comprometida. Estamos enamorados. El matrimonio es el siguiente paso. Tengo el anillo en mi bolsillo y me levanto, saliendo de la oficina, controlando el reloj y reafirmando que estoy a tiempo. Tres horas hasta el para siempre.

Dos horas hasta el para siempre. La veo ponerse sus pendientes, la postura ante el espejo es de elegancia informal, aunque sexy en todos los sentidos. Piernas ligeramente separadas, cadera ladeada, cabeza inclinada, todas sus curvas se presentan ante mí. Doy un paso más cerca, ubicándome detrás, nuestros ojos se encuentran en el espejo mientras tiro de ella unos centímetros hacia atrás, presionándola contra mí. Está nerviosa. Puedo ver oscuridad en sus ojos, un temblor en su mano mientras empuja el diamante a través del lóbulo de su oreja. Algo está mal, desde la profunda inhalación a la sonrisa que me da. Con más fuerza, menos libertad. No es la imagen falsa que le presenta a los demás, no es la sonrisa que conozco. Es una mezcla preocupada de las dos. Algo está en su mente. Algo dicen sus ojos de lo que no está lista para hablar. Me inclino hacia delante, inhalo el rico aroma de ella mientras pongo un suave beso en su clavícula.

82

—¿Prefieres quedarte? No tenemos que salir —pregunto, su respuesta puede arruinar los planes de esta noche, pero no quiero una compañera reacia. No esta noche, en el inicio oficial de nuestra vida juntos como uno solo. Otra sonrisa que no es su sonrisa. —No. Tenemos que ir. Quiero hacerlo. —Su respiración está agitada. Más rápida de lo habitual. De repente quiero llevarla al dormitorio. Deslizarle hacia arriba el vestido y unirme con ella. Perder nuestros sentidos con la dura presión de nuestros cuerpos. Dejar nuestras defensas atrás, tranquilizarme de que es mía, que está aquí y que es feliz. No lo hago. En cambio, mantengo su abierto abrigo, dejándolo caer sobre sus hombros y abro la puerta principal para mi futura esposa. La cierro y le ruego a Dios que diga que sí. De repente, todo lo que sé parece estar en el aire. Tal vez no esta noche. Tal vez espere hasta que pase este temor. Hasta que sonría y la luz alcance sus ojos. La veo moverse por las escaleras y la sigo.

Una hora hasta el para siempre. Ella no cuestiona el helicóptero, o el uso poco ortodoxo esa noche del Rolls y de mi chofer. Escondida bajo mi brazo, mirando por la ventana, las pequeñas luces de San Francisco contra la costa mientras el helicóptero se mueve a través del cielo.

No hace preguntas. Solo se apoya en mi brazo y mira el reflejo del atardecer iluminando los picos de las colinas y el oleaje. —Te amo —dice en voz baja. Mis brazos la aprietan, aferrándose a ella. Le encanta que la abrace, una parte de su ansiedad para la confirmación física de nuestro vínculo. —También te amo. Levanta su cabeza y se encuentra con mis ojos. —Para siempre —dice con firmeza. —Para siempre —repito, inclinándome y dándole un beso en la frente. El helicóptero se mueve y aprieto mis manos—. Cinturón de seguridad. Estamos aterrizando. Para siempre. Había sonado desventurado en sus labios.

83

Veinte Brant

84

A pesar del fuerte viento, el helicóptero aterrizó con facilidad en Farallon Island. Abrimos la puerta para encontrarnos frente a dos personas con trajes de etiqueta, esperándonos con los brazos abiertos para ayudarnos a bajar y caminar por el suelo irregular. Nos movimos y corrimos, los pies descalzos de Lana ágiles en la superficie irregular, sus tacones en mano, una verdadera risa saliendo de sus labios mientras agarraba mi brazo con fuera y subíamos sobre la pequeña colina de rocas frente a nosotros, la superficie resbaladiza de mis zapatos de vestir haciéndolo un viaje peligroso. Justo lo que necesitaba. Me imagino el titular: PAREJA TROPIEZA A PREMATURA MUERTE MOMENTOS ANTES DE PROPUESTA DE MATRIMONIO. No era que alguna vez hubiese habido una muerte oportuna. Todo valió la pena cuando su cabeza recorre las rocas y oigo su voz entrecortada. Sus ojos encuentran la mesa puesta en una roca plana, con el mantel blanco, velas, y el champán presente. La altura nos eleva en una repisa con nada más que la roca y el mar y la puesta de sol en todos los lados, el horizonte dentado de San Francisco a muchos kilómetros al este. A nuestra derecha hay una capa hasta los pies que pongo sobre ella antes de meterme en la mía, el viento soplando dándole a la noche un escalofrío. Sentados, aceptamos las copas de champán mientras el sol poniente pinta un paisaje de belleza en todos los lados. Es perfecto. Tal como lo imaginaba, la pequeña isla es un santuario privado para este momento. —Pensaste en todo. —Se encuentra con mis ojos sobre la mesa. Directo. Nada más entre nosotros ahora mismo. —Si hubiera pensado en todo habría coordinado con las ballenas. Su unión no estaría de acuerdo a las demandas, pero espero que veamos algunas esta noche. —Asiento hacia a las olas—. Me dijeron que este es el lugar para verlas chapotear.

Un momento de silencio cae sobre nosotros mientras ella se envuelve en su abrigo apretadamente y mira hacia el agua. Deseo que pase una ballena, que la naturaleza demuestre su apoyo a nuestra unión con un espectáculo dramático de gracia. En mi bolsillo derecho, doblo y desdoblo cien veces mi discurso. No necesito el papel; conozco las palabras. Las había recitado perfectamente mientras me afeitaba. Probé un punto diferente, un tono diferente, mientras conducía a la oficina. Había cambiado el formato diez veces, redactándolo otras veinte. El peso del papel había sido reconfortante durante todo el día, sin embargo, de repente parecía mal. Desecho el plan y tomo su mano. —Sabes que te amo. Sus ojos se mueven a nuestras manos. —Lo sé. No. Necesito ver sus ojos. Tener esa conexión, para leerla. La Layana que conozco no se oculta. No lo entiendo, pero sigo adelante—. Sabes que haría cualquier cosa por ti. Para hacerte feliz. Ella mira hacia arriba. Por fin.

85

—Lo sé. De pie, me muevo junto a su silla y me arrodillo, sacando la caja que contiene nuestro futuro. —Te amo con cada pedazo de mi corazón. Pasaría mi vida haciéndote sonreír. Por favor, ¿me harías el honor de pasar el resto de tu vida como mi esposa? —Abro la caja, subiendo la tapa fácilmente, el cielo oscureciéndose hace al diamante azul no menos impresionante. Lo sostengo, dándome cuenta, antes de que mi brazo termine la acción, con sus ojos clavados en él, todas las cosas equivocadas con esta situación. El rubor de su rostro. El pánico en sus ojos. La mordida de su mejilla. Pesar en su mirada. La humedad en el borde de su rímel. Cierra sus ojos con fuerza y una solitaria lágrima oscura gotea por su rostro. Me quedo mirando esa lágrima, y siento cada pieza de mi mundo cuidadosamente construido romperse.

No me da una razón. No hace nada más que llorar mientras la observo, examinando cada línea de ella mientras se cubre el rostro.

Finalmente, hay una sacudida rígida de su cabeza y cierro la tapa, poniendo el anillo en su caja y de nuevo en mi bolsillo. Algo pasó. Algo tuvo que haber ocurrido y roto la perfección entre nosotros. Tengo que averiguar lo que sucedió. Podemos arreglarnos. Nada cambiará eso. Esperaré hasta el día que muera por ella. Para mí, no hay, y nunca habrá, nadie más.

86

Veintiuno Nuestra relación había sido perfecta. Un magnífico y brillante hombre. Uno que me amaba con cada centímetro de su corazón. Me consentía. Me escuchaba. Me valoraba. Uno al que amaba apasionadamente de regreso. Me había adelantado y hecho planes para nosotros. Grandes planes ocupando una gran parte de mi corazón. Planes que implicaban una casa llena de niños, envejecer como uno, una unión de nuestras vidas que nunca terminaría. Entonces, me enteré de su secreto. Y esa noche, mi mundo se desplomó.

87

Cada fantasía que tenía de un felices para siempre, de los niños y del matrimonio —se fueron. Me encontraba frente a un agujero de engaño y tenía que decidir si quería saltar o alejarme. Podría haber acabado todo. Roto con él y continuar intentando encontrar otro amor, un final feliz diferente. En cambio, me quedé en la madriguera del conejo del infierno y bajé la mirada. Moviéndome en la línea de indecisión, incluso mientras rechazaba su propuesta. Parloteé, me auto-sermoneé, y ahogué mis penas en chardonnay. Y entonces… ¿por fin? Cuadré mis hombros y me quedé. No lo dejé porque sabía su secreto. Pero ese día, ¿cuando mi cuento de hadas murió? Perdí mi confianza en él, en nuestra relación. Y unos meses más tarde, conocí a Lee.

Parte dos Mentiras. Una montaña de ellas entre nosotros. 88

Veintidós Dos años atrás Unos meses después de Belice, estaba en una tienda de conveniencia, examinando las líneas de colores de caramelos, tratando de decidir cuál era digno de mi cambio, cuando él entró. Fuera de mi barrio normal, fui impulsada a ir a Palo Alto para visitar Brant en el trabajo. Me detuve en un área donde no debería estar porque mi Mercedes necesitaba gas y mi vejiga no se callaba.

89

Lo sentí antes de verlo, una presencia detrás de mí, incómodamente cerca, giré mi cabeza y capté sus ojos. Mirándome directamente. No evasivos, no avergonzados. Mirándome de la misma manera que un bebé, inocente y directo, tan directo que quise romper el contacto, pero no lo hice. Su mirada era tan diferente a la de Brant que mentalmente brinqué, atrapada en ese momento en el tiempo en el que ambos nos miramos y luego sonrió. Guauu. Gallardo. Confiado. Sexual. Tan diferente a Brant. La expresión fija de Brant era de intensidad, con el rostro quieto y estoico. Brant era un hombre que escuchaba, y después reaccionaba, el impulso no era característico en sus habilidades. Tampoco era despreocupado, juguetón, ni coqueto. La sonrisa de este hombre era las tres cosas, y fui atraída hacia ella, mi propia sonrisa se curvó en respuesta. —Difícil decisión —dijo, señalando con su barbilla los estantes. —Sí. —Asentí, mi sonrisa aún puesta. Como si fuera una muñeca de marioneta, con la torpe expresión pintada en su lugar. Debería voltearme. Alejarme. En cambio, mantuve el contacto visual, mi relación dañada del tipo frágil donde las habilidades de tomar de decisiones debieron haber sido revocadas. —Te conozco… —dijo lentamente, entrecerrando sus ojos ligeramente, su sonrisa un poco más reservada, el reconocimiento amaneciendo en sus ojos. Reconocimiento real, no el “¿Te conozco?” en forma de coqueteo.

Dejé de respirar, mi sonrisa todavía en su lugar, temiendo pero todavía curiosa sobre cualquier palabra que viniera después. Hubo un momento de “ajá” cuando hizo la conexión. —¿No eres la novia de Brant Sharp? —Se giró lejos de mí, su cabeza inclinada mientras examinaba el revistero detrás de nosotros, con la mano estirada y tomando una revista. Un gemido se escapó de mi mandíbula apretada. Wired Magazine11: para los frikis informáticos del mundo, acababa de se proclamada la Caliente Tecnóloga del Año, un honor que debería haber sido otorgado a alguien que realmente perteneciera en la industria electrónica, no solo a la novia de una idealista original de este siglo. Sin embargo, ahí estaba yo, en la brillante portada, cubierta con nada más que cables, la sonrisa confiada en mi rostro haciendo de esta su revista más vendida hasta el momento. A los frikis aparentemente le gustaba la desnudez, sin importar quién la llevara. Y allí, en letras gigantes a través de mi abdomen, la validación de mi apariencia: “Layana la Suertuda: de donde Brant Sharp obtiene su creativa inspiración”.

90

Dejé de sonreír, me estiré y le arrebaté la revista de las manos, di cuatro pasos al lado y la metí detrás de algunos números de Martha Stewart Living12. —Bueno, ahora, eso acaba de responder mi pregunta —dijo con una sonrisa, poniendo una mano en el estante e inclinándose lo suficiente como para que pudiera oler el aroma de la hierba fresca que salía de él. Dios, ese es un buen olor. Robé una discreta aspiración y luego di un paso atrás. Así que… el hombre guapísimo no me conocía. Solo me había reconocido de la revista, ya sea por la portada de Wired o de otra. En los últimos meses, la maquinaria mediática de Brant había ido a toda marcha, poniéndome en siete de ellas, la campaña de la banda encabezada por Jillian, una mujer que había saltado plenamente al “equipo Layana”. Ella y yo habíamos hablado, la noche en que descubrí el secreto. Remendar las vallas era nuestro nuevo objetivo común para mantener el secreto. La rigidez seguía allí, pero con un objetivo ahora compartido entre nosotras, ella se había movido hacia las gradas, su energía pasando a otras cosas aparte de ponerle fin a nuestra unión. Sus más recientes esfuerzos se centraban en empujarme hacia el centro de atención. Sabía lo que estaba haciendo. No deseaba la concentración en él, quería su privacidad intacta mientras los buitres se peleaban por mi

Revista Americana. Es una revista y un programa de televisión que tiene como precursora a la empresaria Martha Stewart. Ambos, la revista y el show de TV, se enfocaban en las "artes domésticas". 11 12

carne en su lugar. Había estado funcionando. Había hecho cinco entrevistas ese mes. La máquina de los medios de comunicación me acuñó como “Layana la Suertuda”, debido a mi supuesta inspiración para la creación pasada de Brant: La Laya. La Laya era responsable por sí sola del aumento de la rentabilidad de BSX por unos adicionales ocho ceros ese trimestre. Una estrella brillante. Todo gracias, en la mente de los medios de comunicación, a mí. Ridículo. —¿Así que eres tú? Mi regreso al dilema de los caramelos estaba viéndose como una causa perdida. —¿Quién soy yo? —La Suertuda. —Su voz baja, llena de intenciones, de deseo, y de sexo quiero-follarte-justo-aquí.

91

Miré hacia arriba, encontrando su mirada y me sorprendí por el chisporroteo de la química entre nosotros. Esto no era nada como era con Brant. Esta era electricidad, peligro y deseo crudo, una combinación que presionaba mis botones femeninos y me volvía imprudente. —¿Por qué no tratas de averiguarlo? Se rió entre dientes, dio un paso atrás, la gamuza de color amarillo de sus botas de trabajo crujiendo en el suelo de linóleo. —No eres ese tipo de chica. Me quedé con el contacto visual, me tragué la aprehensión en mi garganta. Esto estaba mal. Estaba equivocado. Debía correr a casa, esperar a Brant, y olvidar que esto había pasado. Mi voz desobedeció, saliendo fría, confiada. Exactamente como siempre había deseado que sonara un flirteo, sin embargo, esta vez fue cuando finalmente lo logré. —¿No soy esa clase de chica? Entonces realmente no me conoces. —Cualquiera puede tener una boca grande en público. —Sus ojos me retaron, su sonrisa arrogante regresó, y miró la revista oculta, luego a mí. —Entonces llévame a un lugar privado. —El reto estaba en mi tono, incluso mientras mi conciencia gritaba que me detuviera. Privado resultó ser la parte trasera de la tienda, una gran cantidad de grava se cerraba a ambos lados con cercas privadas y chatarra de autos, un cubo abandonado y paquetes vacíos de cigarrillos ensuciando el suelo que nuestros pies pisaban. Me empujó contra la pared, sus manos tirando de mi top Vince sin mangas, deslizándolo hacia abajo sobre mis hombros, el escote haciendo explosión mientras se extendía más allá de sus límites, sus fuertes manos rasgando más, hasta que la parte superior pálida de mis

pechos fue expuesta, mirando a escondidas por los encajes de mi sujetador. —Bonito —murmuró, dejando caer su cabeza, tirando hacia abajo con codiciosas manos las copas de mi sujetador, las cuales fueron arrojadas a un lado y mis pechos colgaron libres, fuera de la tela, sus manos los tomaron y exprimieron mientras su cuerpo se presionaba contra mí. Dentro de mí, mi conciencia luchaba por la necesidad, cada caricia, agarre y toque de su mano era como fuego a través de mi piel, iluminando mi excitación hasta que estuvo en el punto de la locura. Luché con mis emociones, incapaz de mantener despejada mi mente mientras me faltaba el aliento, su cabeza se elevó hasta que estuvimos mirándonos uno al otro y todo se detuvo. Una larga congelación en el tiempo, ambos atrapados hasta que el momento se rompió con el largo roce de una risita. —¿Qué estás haciendo Suertuda? ¿No llegarás tarde a tomar el té? Le gruñí, inclinándome hacia adelante y mordiéndolo en el cuello, el sabor de su piel, de sudor y sal, calor y hombre. Tierra y miseria. Muy lejos de la colonia y dignidad a la que estaba acostumbrada.

92

—Pensé que eras un hombre ¿Preocupado de no poder competir?

de

acción.

¿Estás

nervioso?

Sacó mi boca de su cuello. Volteando mi rostro con su mano hasta que estuve mirando toda su fuerza. Ojos dominantes, su alegría perdida. Nada más que un precioso macho alfa, fuerzas competitivas reproduciéndose en sus profundidades. Había visto esa mirada en los ojos de Brant antes. Cuando estaba atacando un problema. Yendo tras un competidor. Pero nunca cuando se me había quedado mirando. —Me preocupa que voy a follarte tan bien que voy a arruinarte la vida. Dios, sé que estaba mal. Pero acontecimientos, cerré mis ojos a la razón.

en

vista

de

los

recientes

Me gustaba. Lo deseaba. Quería que me follara. Y lo hizo. Allí mismo, en ese estacionamiento cubierto. El auto de un empleado viéndonos joder y gemir contra el ladrillo sucio. El cielo arriba maldiciendo mi alma mientras abría mis piernas y dejaba que su pene me tomara duro. Con un condón barato de gasolinera en su pene. Duro y limpio y más caliente que el que había tenido antes. Incluyendo al de Brant. Él me follaba para usarme, su enfoque en su placer, su atracción por mí no era enmascarada de ninguna manera. Debía haberme sentido mal, no debería haberme sido caliente, pero lo era, sucio y desesperado, y me

vine duro, mis manos agarrando el ladrillo áspero, mis piernas temblando, el placer rasgando un prohibido camino a través de mi cuerpo. Terminó un minuto después con un rugido, sin intentar censurar su discurso, su grito azotado por el viento, mi fuerte gemido contra su cuello, sus manos en mi trasero apretado, tirando de mí contra él, sus jadeos y respiración agitada me decía cuánto tiempo y qué tan buena había sido su venida. —Joder —maldijo, alejándose del edificio, su pene cayendo fuera de mí, una de sus manos con fuerza contra mi hombro, manteniéndome clavada en la pared mientras se quitaba el condón y metía su pene de nuevo en sus pantalones. Subió la cremallera de sus vaqueros con una mano mientras sus respiraciones eran pesadas y sus ojos salvajes viajaban por mi cuerpo—. Así que eso es lo que obtiene la otra mitad. —Vete a la mierda —le respondí con tanto desafío como pude, mientras mis shorts de lino estaban estirados apretadamente alrededor de mis tobillos, mi camisa arriba, mis senos fuera. Una fuerte brisa sopló, y mis pezones respondieron, estirándome la piel, mi vagina pesada y húmeda con mi excitación.

93

Se puso en cuclillas delante de mí. Apoderándose de la parte superior de mis shorts y moviéndolos, mis piernas juntas ayudándolo, el desgaste de mis sandalias enjoyadas contra la grava mientras el calor de sus dedos recorrían mis piernas, sus ojos nunca moviéndose de los míos, su franqueza siendo más una invasión que su pene. En mi ombligo, sentí el cambio de sus manos mientras abrochaba el botón, y luego deslizaba sus nudillos más arriba. La piel áspera de ellos rozó mi estómago, después la curva de mis pechos, mi aliento atorándose mientras movía sus manos y los apretaba posesivamente. Lo suficiente para que casi doliera, utilizó el agarre para subir, y tuve que mirar hacia arriba cuando se levantó en toda su estatura. Otro apretón. Sentía cada dedo extenderse a través de mi pecho. Alternó la presión y me hubiera reído, excepto que estaba a punto de pedirle la segunda ronda. Me soltó. Subió mi sujetador y bajó mi blusa tan rápidamente que me distraje de todo lo que estaba a punto de decir. Y… con la ropa en medio de nosotros, de repente tuvimos menos en común. —Vuelve a su mansión, Suertuda. Estoy seguro de que te está esperando. —No lo está. Sonrió de nuevo, esta vez menos lúdico, más duro, cínico. —¿Siempre jodes a extraños a los cinco minutos de conocerlos?

—¿Dejaron ese hecho fuera del artículo? —Supongo que a las perras de clase alta les gustan los penes como cualquier otra. —Supongo que los de las vidas bajas no saben cómo sacar a una chica en una cita. Una picardía en esos ojos. Un asentimiento lento, las comisuras de su boca moviéndose un poco, una ruptura de su hoyuelo. Brant tenía un hoyuelo, aunque no lo había visto en meses. —Entonces deja que te lleve a comer. Miré el reloj, el espumoso Tag brillante contra el sol de la tarde, enmarcado por el beso en la piel de California. —Es un poco tarde para el almuerzo. —Cervezas entonces. A menos que sea demasiado bajo para ti. Me encogí de hombros. —Puedo follar en un estacionamiento; creo que puedo bajar a algunos pozos de dólares.

94

Su rostro se ensombreció, y ya había visto más emoción en él en treinta minutos que el mes pasado con Brant. Desde mi rechazo a su propuesta, había aparecido un tipo de brecha. Tal vez era yo, tal vez él se había retirado, tal vez era un poco de ambos. Cualquiera que fuera la razón, la pasión de este hombre, su actitud… era un cambio refrescante. Nos subimos a su auto, un jeep, que tenía un remolque lleno de podadoras y herramientas, mis ojos saltaron al contenido, inventariando todo, sus ojos controlando el movimiento. —Lo siento. Dejé mi Ferrari en casa. Me senté en un asiento de vinilo roto, mis dedos deseando estirarse para abrir la guantera y comprobar el registro, poner un nombre y alguna poca comprensión en el hombre que estaba sentado a mi lado. El jeep brincó, luego se sacudió, lanzándome contra el volante mientras arrancaba del estacionamiento, mi Mercedes blanco todavía aparcado delante, la barra de dulces todavía presente mientras lo dejaba conducir. —¿Qué pasa con las herramientas? —Tuve que gritar sobre la música, una canción country sobre corazones rotos y Texas, su mano dejó la inestable palanca de cambios para bajarle al sonido, la manera sencilla en que su mano volvió a la palanca sexy como el infierno. —Hago paisajismo. Corto, recorto, bordeo, planto. Trabajo con mis manos. —Me miró—. ¿Eso funciona para ti?

—No tiene por qué funcionar para mí. —Agarré el cinturón de seguridad. Esperaba que su próximo giro cerrado no nos lanzara por la zanja. Quien decidió en quitarle las puertas a estos vehículos necesitaba ser fusilado. Me pregunté sobre la calificación de seguridad del vehículo. —¿Siempre eres tan perra? Me reí. Negué. —No. —Brant nunca me llamaba perra. No usábamos palabras como esa. El pensamiento de ellas era como poco inteligente, una pérdida de sílabas cuando había tantos términos más apropiados. —¿Así que estoy de suerte? —Eres… diferente —reflexioné, sin saber cómo decir todas las cosas que no necesitaba decir. —Solo soy ordinario, Suertuda. Eso no es necesariamente algo malo. No. Pensaba que un pedazo de todos nosotros anhelaba ser ordinario. Me gustaría escapar de mí misma en algún momento.

95

Fue a un bar que nunca había visto, en una parte de la ciudad que nunca había visitado. El In Between, estaba intercalado entre dos bares más grandes que probablemente servían comida y tenían camareros y una clasificación de saneamiento por encima de la D. Pero entramos en el In Between. El barman nos miró con una sonrisa familiar y lo saludó por su nombre. Lee. No habría adivinado eso. Lee extrañamente encajaba en él, le tomaría algo de ajuste en mi mente. Supongo que perdimos las presentaciones en nuestra prisa romántica en el estacionamiento. En el primer asiento en que me senté se tambaleó mucho, lo descarté y probé el asiento #2. También un fracaso. Acepté el fracaso, enganchando mis pies en los peldaños, y miré el rostro aburrido del camarero. —¿Qué quieres? —¿Qué tienes? —Millers, Bud y Pabsts. Súper elegante. —Miller Lite, por favor. Botella. Tuve mi bebida dos minutos más tarde, el vidrio luciendo todo menos limpio, un vaso de plástico sería más que bienvenido, si tenía alguno disponible. Tomé un fuerte trago de la cerveza, feliz de encontrarla fría, entonces la bajé, sintiendo sus ojos en mí. Giré mi cabeza, vi un atisbo de

su sonrisa, el vaso haciendo una pausa en su camino de regreso a mi boca. Su sonrisa era mi kriptonita. Era tímida en la forma en que solo un hombre de confianza puede tener, el lento acento de una boca que te pedía permiso para dar un paso dentro y arruinar tu mente. Tomé otro sorbo de cerveza y miró mi boca. Y aun cuando su sonrisa se detuvo, continuó en sus ojos. Me folló con esos ojos. Sentí que me sacaba la ropa y me empujaba hacia atrás, subiéndose encima de mí y haciéndome suya. No podía apartar la mirada; no pude evitar sonreír de nuevo. Debería tener confianza, debería mantenerme firme, pero en lugar de eso me sonrojé y perdí la noción de pensamiento. Este hombre, podía ser la muerte para mí. Lo sabía, pero temía no poder permanecer alejada. Valía la pena perder la guerra por el tiempo en la batalla con él. Se limpió la boca con el dorso de su mano. —¿Alguien alguna vez te dijo que eres rara? —¿De qué manera? Se echó a reír.

96

—De todas. — Tomó un gran sorbo, estirándose, y me atrapó, entre mis piernas, su mano rozando los muslos de mis shorts mientras agarraba la madera y tiraba de ella, mis manos tomando la barra superior para mantener el equilibrio mientras jalaba el taburete y me llevaba hacia él, deteniéndose cuando estuve entre sus piernas, su mano en mi muslo desnudo, rebosando confianza mientras llegaba al dobladillo de mis shorts. —Tú también. —No me conoces todavía. Tenía razón en eso. Este hombre era un completo misterio para mí. —Tengo una idea bastante buena. —Me alegro de que uno de nosotros la tenga. Lo miré fijamente, fascinada. Fascinada por la forma en que sus dedos cayeron bajo la línea de mis shorts, por la forma en que era sexual y franco, todo reservado. Gallardo, pero con un toque de vulnerabilidad. Mostraba desdén y atracción hacia mí todo a la vez, y actuaba como si fuera completamente normal. Pero lo más fascinante, lo más tentador: era todas las formas en que era diferente a Brant. En el gesto suelto de su mano, mientras movía la cabeza hacia atrás y vaciaba su copa. La hombría en cada movimiento, el olor de él, tanto a tierra como hierba y sudor. La masculinidad personificada, y demostraba ser legítima por la forma en que me había follado contra la pared. Duro, invasivo. Por propia necesidad más que por la mía. Ambicioso, animal. Me marcó con su pene. Era el tipo

de hombre del que siempre había corrido, pero que podía ser el tipo que siempre había necesitado. Se volteó de nuevo en su banquillo, doblando una mano alrededor de mi espalda y deslizándome hasta el borde de la mía, tomándose un momento para levantar una pierna, luego la otra, hasta que estuve casi a horcajadas sobre él, empujando sus vaqueros contra los míos, lo que era enloquecedoramente estimulante. —Bésame. —Sacó el vaso de mi mano. Poniéndolo en el mostrador y enfrentándome plenamente. Tomó mi rostro y miró mis ojos. Esperando. Cerré mis ojos, exhalé. Llevé mi rostro hacia el suyo. Nada. Abrí mis ojos para ver su sonrisa, el ligero movimiento de una risa aproximándose. —No dije, “serás besada”. Dije, “bésame”.

97

La ira me hizo dar un tirón de su camisa, tomar la tela y acercarlo, mi trasero trabajando su camino fuera del banco hasta su regazo. Ataqué su boca, sorprendida por el encuentro, sorprendida por lo suave y flexible que era su respuesta, sus manos curvándose hacia abajo por mi espalda desnuda y tirando de mí más fuerte contra él. Me encantaba mi boca en la suya, el movimiento de su lengua bajo la mía. No nos sentíamos como extraños; nuestras bocas instintivamente se conocían entre sí. Se giró en su taburete, llevándome con él, apoyando mi espalda contra la barra mientras sus manos me mantenían pegada a su regazo, su boca dejando la mía el tiempo suficiente para hablar. —¿Quieres más? —susurró—. Porque quiero sentir el interior de tu boca antes de enviarte de nuevo a él. —Quiero más —me quedé sin aliento. Dos minutos más tarde, estábamos en el cuarto de baño. No creía que lugares como ese, bares más pequeños que mi vestidor, tuvieran baños. Pero este lo tenía. Un pequeño cubículo, un lavabo de pedestal atornillado a la pared, dispensador de preservativos, un desagüe debajo de mis pies. Nueve metros cuadrados, máximo. La puerta se cerró de golpe mientras mi espalda la empujaba, sus manos realizando el trabajo, el sabor de la cerveza en su lengua mientras nos besábamos. Sus manos tiraron de mi blusa, llevándola por encima de mi cabeza. Un tirón rápido de sus manos liberaron mi sostén, sus manos rozando las correas de mis hombros. Nuestro beso caliente y febril me hizo alejar cualquier pensamiento racional de mi cabeza y disfrutar del momento, disfrutar del toque de un hombre del que no podía tener suficiente.

Tomó un descanso de mi boca, dejando caer su cabeza y mirándome fijamente, como si nunca hubiera visto unos pechos antes, un profundo suspiro dejándolo mientras los tomaba en sus manos, su abrazo tierno, su boca hermosa. —Dios, estas son hermosas. —Mordisqueó la delicada piel, inhalando profundamente mientras su lengua rodeaba mi pezón, chupando uno en su boca y devorándolos por turnos mientras mi cabeza caía hacia atrás contra la puerta. Oí el metal de su cinturón, el ting de él contra el azulejo mientras sus pantalones caían, mis propias manos ayudando a pasar la camisa por su torso hasta que se desnudó delante de mí, su cabeza saliendo de mi pecho, sus ojos, cuando se encontraron con los míos, mostrándome el punto de ruptura de su control. Y Dios, estaba duro. Lo pude ver con mi visión periférica, sentirlo mientras chocaba contra mí. —Ponte de rodillas —dijo con voz áspera.

98

No tenía ningún interés en tocar ese piso. Estoy bastante segura de que no había visto un trapeador en meses. Pero tenía todo el interés de tomarlo en mi boca. Cada interés en hacer que su mirada primitiva de lujuria continuara. Tomé su pantalón, creando una almohada para mis rodillas, y me arrodillé delante de él. Santo Dios. A pesar de que había hecho esto cientos de veces, se sentía diferente. Abriendo mi boca, envolviendo mi mano alrededor de la rigidez completa que era su pene, lamiendo mis labios y oyéndolo inhalar… nunca había estado tan mojada. Nunca había deseado tanto esto. Nunca había deseado una mano dura en la parte de atrás de mi cabeza, un empujón impaciente, una mirada en los ojos de un hombre y ver la falta de respeto y deseo, todo en una mirada caliente. Me zambullí en su pene, bombeando con mi mano, inhalando por la nariz, y tomé tanto de él como pude, tragando a veces, mi boca encontrando un ritmo —chupando y retirándome, chupando y retirándome— los gemidos de su boca diciéndome que lo estaba haciendo bien. Lo chupé hasta que mi mandíbula me dolió y sus manos me tiraron hacia arriba. Bajó mis shorts, el botón voló en alguna parte, mi cuerpo desnudo delante de él, sus manos girándome hasta que ambos enfrentamos el sucio espejo, nuestros ojos anchos, nuestras respiraciones jadeantes. Algo fuera chocó contra la puerta, recordándome nuestra ubicación. —Inclínate —gruñó, y lo hice, moviendo mis piernas hacia atrás hasta que estuve apoyada en el fregadero, mirando nuestro reflejo mientras él miraba hacia abajo, envolviendo su pene, probando mi vagina, y luego empujándose en mi interior.

Agarré el fregadero y traté de no gritar, pero oh-mi-Dios, era una adicta.

99

Veintitrés Volvimos al bar, a dos cervezas calientes esperando, el bar el doble de lleno de cuando nos fuimos, lo que significaba que seis cuerpos ahora salpicaban el pequeño paisaje. Él tomó el vaso, bebió su trago, luego cuando estaba vacío lo empujó hacia adelante. —Gracias por la cerveza. Levanté mis cejas. Lo ignoré. Saqué mi celular de mi bolsillo y comprobé las llamadas perdidas. Ninguna. —Gracias a ti por la cerveza.

100

Le hizo un gesto al camarero, un hombre en una camisa apretada, que me dio una sonrisa que estaba bastante segura era de burla por nuestro tiempo de juego en el baño. —No. Estoy bastante seguro de que tu presupuesto para beber y follar es más grande que el mío. Estaré en la camioneta. —Se volvió hacia mí, estrechando unas pocas manos y recibiendo una palmada en la espalda su salida, su paso relajado, confiado. Me volteé para mirar al camarero, quien limpió el mostrador y me dio una mirada expectante. —¿Él tiene cuenta? —No es que haya pagado recientemente. —El hombre se estiró por nuestras vasos, levantando una ceja cuando vio el mío lleno antes de volcar los dos en el lavabo. —Me lo imaginaba. —Hurgué en mi bolsillo, saqué un billete de veinte, y di un golpe dejándolo sobre el mostrador. —Gracias. —No hay problema. Siempre es genial ver a una de las chicas de Lee. Me detuve en mi salida, dándome la vuelta para mirarlo. —No soy una de sus chicas. El hombre resopló una carcajada, encogiéndose de hombros mientras tomaba el dinero en efectivo, metiéndolo en el bolsillo delantero. —Lo que sea.

Una de las chicas de Lee. Ojalá hubiera conducido. Ojalá pudiera volver a mi auto y volver al lujo. En su lugar, me arrastré hasta su jeep. Sufrí el paseo en auto de diez minutos de regreso a la tienda de conveniencia, el viento azotando mi cabello mientras sus altavoces crepitaban a través de los golpes bajos de Florida Georgia Line. Se detuvo bruscamente detrás de mi auto, sus ojos barriéndolo detenidamente. —Supongo que este es tuyo, Suertuda. —Es Layana. —Tomé mi bolso y me desabroché el cinturón de seguridad, deteniéndome cuando abrió el cenicero y sacó una tarjeta de negocios, los bordes desgastados y doblados—. Lana para mis amigos. —No soy fanático de ese nombre. —No soy fanática de Lee. —Lo que sea. Llámame si alguna vez quieres un trío. —Me sonrió. Revivió su motor como si estuviera listo para salir.

101

Me quedé mirando la tarjeta. Quería arrugarla pero no lo hice. Tenía una tarjeta de negocios. El hecho era tanto ridículo como entrañable. Salí sin tener idea de qué hacer con la tarjeta. Vi cómo su jeep arrancaba, el movimiento detrás de él enviando una nube de polvo en el estacionamiento hacia mi cara. Me metí en mi auto, mi piel sucia, mi vagina tomada, la mitad de mi ropa tendida o arruinada. Me detuve tres calles antes de casa y me estacioné en lote de Lowe, cerré mis puertas, bajé mi cara para quedar frente al volante, y lloré.

Veinticuatro Dos años, seis meses atrás Caminé por mi casa, desnudándome apenas entré en el dormitorio, necesitando una ducha pero no queriendo lavar su olor. Olía como él. Como aceite y hierba, a sexo y tierra. Estaba fuera de lugar en mi mundo, en mi habitación, en mi vida. Sabía que no tenía sentido, pero quería y amaba a Brant aún más después de esta tarde.

102

Había sido tan diferente a Brant, tan fuera de nuestra caja. Me gustaba que sea diferente. Quería más de lo mismo y me odiaba por eso. Quería más de lo que puedo merecer de Brant, más lados, más del hombre que me sostenía la mano y escuchaba mis palabras y me bajaba la luz de la luna. Abrí el agua y temí entrar en la ducha. Coloqué mi pierna sobre la bañera y metí mis dedos. Cerré mis ojos por el necesitado dolor de allí. Lo quería a él. Si lo borraba, lo iba a necesitar de nuevo. Abrí la puerta y entré en la corriente de agua. Lloré mientras lavé cada parte de mi cuerpo con recuerdos del día. Lentamente cerré el agua, debía apurarme. Tenía que vestirme. Iba a cenar con Brant esta noche.

Mentiras. Una montaña de ellas entre nosotros, el mantel de lino era demasiado pequeño para contenerlas a todas. Cayéndose por todos lados, derramándose alrededor y atestando los filetes ante nosotros, la mantequilla derretida capturando alguna de ellas. Yo tenía muchas; él pocas. Soy plenamente consciente de mi engaño y podía adivinar el suyo. Hablamos durante horas de nuestra relación, pero había poco que decir que no fuera, de alguna forma, una mentira. —Escuché que estarás honrando a tus padres en el Evento Xavier. Asintió. Comiendo un pedazo de hongo.

—Decidí nombrar al nuevo edificio en su honor. —Un edificio. Una inversión de cien millones de dólares, sus nombres se mostraban con orgullo en la parte superior. Un gesto amable, si no fuera porque era el décimo edificio que había construido esta década. Tres de ellos en el campus BSX ya llevaban mi nombre. Los novios regalaban rosas; Brant regalaba edificios. Literalmente los regalaba. Mi nombre estaba en los títulos de propiedad, sus empresas me pagaban una buena suma por la renta de cada mes. Bebí un poco vino. Sostuve el sabor por un momento antes de tragarlo. 1961 La Misión Haut-Brion. Un final persistente en mi lengua. El éxito bajó sin problemas. —¿Le darás la construcción a su fundación? Asintió sin responder. Cortó un trozo de carne. —Mañana, ¿puedes ponerte en contacto con Jillian? Mira las donaciones de las fundaciones de este año. Fíjate si estás de acuerdo cómo van.

103

Jillian. Escondí mi bronca por esa sugerencia con una sonrisa amable. Aunque, en el esquema de actividades para realizar con Jillian, destinar millones de BSX sonaba como una actividad agradable. —Claro. Puedo preparar un resumen de las organizaciones y del impacto… Detuvo la oferta antes de beber su vino. —Eso no es necesario. Mientras estés feliz, yo seré feliz. ¿Qué hiciste hoy? Un cambio brusco de conversación. Típico de Brant, pero aun así me sentí inquieta por ser el centro de atención, como si hubiera sido llevada a una tabla de picar para mi pronta ejecución. —Mandados. Dormí. —Leí en un artículo una vez que los mentirosos son fantasiosos. Lo creía. Mi lengua se moría de ganas de ser fantasiosa. Estiró el brazo. Tocando suavemente la parte superior de mi brazo, un gesto habitual, uno que me encantaba. Una mini conexión en nuestra vida amorosa. —Suena bien. —Tal vez puedas venir mañana. Pasar el día en la cama conmigo. Sacudió bruscamente la cabeza. —No es posible. Estoy a punto de romper las capacidades de batería de Onyx a una quinta parte de los niveles actuales. Lo qué podría significar…

—Que eres brillante —interrumpí con una sonrisa. Miró hacia arriba. —Que tengo suerte. Le di una mirada irónica y me incliné sobre la mesa, pinchando un pedazo de su carne y llevándola a sus labios. —Prométeme que después de descifrar el tema de la batería celebrarás conmigo. Dame dos días Brant, a donde quiera llevarte. —Lo prometo. —Aceptó la ofrenda de comida, recostándose en la silla mientras el camarero con esmoquin se acercaba. Un mes más tarde, creó una batería más delgada que la que tiene el competidor más cercano, una que duraría nueve días sin cargarse. Planeé las vacaciones. Reservamos la casa. Pero no fuimos. Y lo entendí.

104

No era un individuo normal. Lo sé. Solía ser rara. Solía ser linda. Ahora que lo pensaba, cuando peinaba mi cabello en la mañana… cuando me tomaba el tiempo para enfrentar mi reflejo y mirarme a los ojos… Creo que estaba sola. Sola y desesperada, deseando ser abrazada y amada y deseada. Tal vez eso era normal. Tal vez era la forma en que me movía hacia ese objetivo lo que me hacía extraña. Me senté mirando la tarjeta de Lee durante una semana. Escondida en el marco del espejo. La miraba mientras me aplicaba rímel y lápiz labial. La veía mientras me lavaba los dientes y usaba el hilo dental. Cuando cerraba mis ojos por la noche, pensaba en él. Cuando mi mano rodaba debajo de las mantas y presionaba con fuerza el dolor entre mis piernas, pensaba en él. Observé la salida del sol sobre el césped mientras bebía café y pensé en contratarlo para que lo corte. Entonces pensaba en todas las maneras en que eso podría ir mal. No debía llamarlo. Pero no podía no llamarlo. No podía permanecer alejada. No lo entenderían. Pero cuando lo llamé, no respondió. No tenía correo de voz. Esperé una semana. Llamé de nuevo. A la tercera semana, su teléfono estaba desconectado. Me volví frenética, después agradecida por el obstáculo, después frenética. Lo deseaba; lo necesitaba. No estaba lista para decirle adiós. Necesitaba que me llenara otra vez con su pene. Me obsesioné, pero no podía encontrarlo. Cuanto más buscaba, menos lo encontraba. Así que me tomé algo de tiempo libre. Forcé a mi mente a alejarse de la búsqueda de Lee y a centrar mi atención en Brant.

Durante las vacaciones planeadas, pasamos más tiempo en su casa. Fuimos a Nueva Zelanda. Compré una casa en Hawaii. Les quitamos la cáscara a nuestras propias ostras en Key West. Traté de olvidar a Lee. Traté de encontrar partes de él en Brant. Fallé miserablemente en ambos. Lo llamé de nuevo y esta vez su teléfono sonó. Fue en la semana siete u ocho. Aún no tenía correo de voz. Escuché sonar el teléfono hasta que se desconectó. Entonces le di una oportunidad en vez de acecharlo. Cuatro meses después de nuestro primer encuentro, lo encontré.

105

Veinticinco Un año, ocho meses atrás —¿Qué estás haciendo aquí? —Se detuvo al lado de su camioneta, moviendo sus llaves lentamente en su mano mientras sus ojos se encontraban con los míos. El hombre no tenía miedo del contacto visual. Los ojos de Brant estaban constantemente en movimiento, siguiendo su mente. Los ojos de este hombre se apegaban y arraigaban en tu lugar, su concentración desconcertante.

106

—Vi tu camioneta. Pensé en decirte hola. —¿Simplemente conducías por el camino? —Sus ojos se posaron sobre la calle. Encontró mi auto, y luego regresó a mi rostro—. No me parece que sea tu barrio. No era mi barrio. Pero estaba a menos de unos kilómetros de donde nos encontrábamos. A dos cuadras del bar donde me folló en el baño. Me encogí de hombros. —Visitaba a un amigo. —Acechándote. —¿Aún eres esa maldita perra rica? —Sus ojos no dejaron mi rostro cuando dijo las crudas palabras. Salieron de su lengua como putos mármoles, lisos y simples, el calor de su mirada haciendo que mi vagina brincara con anticipación. Dios, lo deseaba. Su postura, las piernas ligeramente desplegadas, completa masculinidad mostrándose, la fuerza de su cuerpo exhibido en la camisa ajustada y jeans gastados, en sus botas de trabajo. —Sí. —Me acerqué, mis talones crujiendo bajo la grava, y su dominante mirada finalmente dejó mis ojos, cayendo a mis pies y arrastrándose a lo largo de mis piernas, una sonrisa sobre su boca—. ¿Aún quieres follar a la perra rica? Su sonrisa se detuvo y estiró su mano, enganchando su gran palma alrededor de mi cintura y tirándome hacia adelante, mis pies tropezaron, pero entonces estaba al ras contra él, mi espalda contra la camioneta, su

boca dura mientras me besaba profundamente, suficiente para que probara la cerveza en su lengua. Mis manos se enredaron en su camisa, insistentes, sintiendo su boca silbando contra mi lengua cuando pasé mis manos por él y aferré la entrepierna de sus jeans. —Dios, eres una mujer jodida. Pasó una mano sobre la mía, dejándome sentir su erección, y colocándola sobre sus jeans, mis dedos lo delinearon, y lo apreté, saboreando la sensación de él. —Retrocede —murmuró, alejando su boca de la mía, su cabeza caída hacia atrás mientras sacaba mi mano, dejándola caer, y de repente, la conexión se rompió—. Joder —maldijo, frotando una mano sobre su boca, mirándome por encima de ella, esos ojos tirando de mi alma con una mirada cautelosa. Di un paso atrás, sintiendo su deseo de separación, sin saber lo que estaba causando el cambio—. Joder — repitió—. Estás loca.

107

Me encontré con su mirada. No dije nada. Mi cuerpo todavía estaba pidiendo más a gritos. Más. Más. No era como con Brant. No sé por qué era tan diferente, no lo entendía, pero independientemente de la razón, mi conexión sexual con este hombre era mucho más fuerte. Él tenía que sentirlo. Sus ojos decían que sí. Sus ojos eran constantes mientras se mordía el pulgar. Pensando. —Tengo novia —dijo las palabras como si fueran sucias, y dejó caer su mano, levantándose en toda su altura y elevando la barbilla—. ¿Es un problema? Sí. Uno malditamente grande. Traté de no dejar que mi rostro mostrara la guerra de emociones que estaban lanzándose a un partido de pánico en la sala de estar delante de mi cabeza. —No —susurré la palabra. Algo más fuerte y escucharía la mentira en ellas. Abrió la puerta de su camioneta. Se quedó allí un minuto, su cuerpo bloqueando la entrada a su asiento, mi mente lo alcanzó, queriendo desesperadamente saber lo que iba a ocurrir. —Es un problema para mí. Nos vemos, Suertuda. —Se burló de la última palabra, como si yo valiera poco, el tono una bofetada en mi cara. Me quedé allí de pie —mis tacones torcidos en la grava, mi rostro rojo, bragas húmedas— cuando apretó el acelerador y me dejó allí, en el estacionamiento de la ferretería. Sola. Su cabeza no se volteó, no me miró cuando pasó por delante. Solo se fue. Probablemente para ir con ella. Mis manos se cerraron en puños.

Brant no volvió a casa esa noche. Usé mi llave para entrar en su casa, diciéndome que permanecería allí para sorprenderlo con el desayuno, no porque quisiera que me abrazara toda la noche y me tranquilizara diciéndome que me amaba. En cambio, pasé la noche sola en su cama, abrazando una almohada a mi cuerpo y tratando de no dejar que mi mente vagara. Lee dominaba mis pensamientos. Él tenía novia. Una por la que me había dejado en el estacionamiento. Una que probablemente follaba a mitad de la noche. Cerré mis ojos, jalé la manta con más fuerza, y deseé que fuera el brazo de Brant. Me quedé dormida en su cama vacía y no me desperté hasta el mediodía.

108

Veintiséis Brant Cuando realmente amas a alguien, no puedes alejarte. Sin importar lo que hagan. Sin importar las mentiras que salen de sus bocas, o las acciones de sus cuerpos, te atas fuertemente a sus velas y prometes estar allí contra viento y marea. Dejas que el viento sople a donde sea. Incluso si ese lugar es un choque. Aunque ese lugar te destroce y mate todo lo bueno.

109

Veintisiete —El nombre de la chica es Molly Jenkins. Es estudiante de medicina en la UCLA13. Está en la lista del Decano allí, tenía una beca de atleta hasta que se dañó el ACL14. —¿En qué deporte? —Di la vuelta a través de la carpeta, imagen tras imagen de la rubia boyante haciéndome rechinar los dientes. La chica era más guapa que yo. Joven. Más alegre. Con lo que parecían ser copas D. ¿Era esto lo que le gustaba a Lee? —En tenis. Cerré la carpeta, no queriendo ver nada más de perfección. Tenis. Ugh.

110

—¿Qué hay de malo en ella? —¿Perdón? —El hombre demacrado ante mí se movió en su asiento. Se ajustó las gafas. —No quiero sus puntos fuertes. Quiero sus debilidades. ¿Se droga? ¿Tiene un hijo? ¿Tiene un remolque de basura los fines de semana? Parpadeos mudos y grandes detrás de un vidrio de montura metálica. Contraté a la mejor empresa en la ciudad y esto es lo que conseguí. —Uhmm… mi informe fue muy completo… —Y no dejaste algo negativo. —Tiré la carpeta en su escritorio—. ¿Dónde está lo sucio? —No encontré nada de eso… —Se humedeció los labios. Nervioso movió sus manos en alguna extraña pantomima golpeando sus piernas. Me quedé mirando sus manos hasta que se detuvieron. —¿Dónde trabaja? Su rostro se relajó un poco. —En Olive Garden. El que está en Stonestown. —Tráeme una copia de su horario. Qué días de esta semana estará trabajando.

13 14

Universidad de California en Los Ángeles. Ligamento cruzado anterior, tejido conectivo de la rodilla. Es una lesión común.

Asintió, corta y nerviosamente, inclinando su cabeza y revelando unos surcos que manchaban el paisaje de su frente. —¿Algo más? —No. —Golpeé mis dedos contra mis labios—. Todavía no. Saqué mi cajón del escritorio. Tomé un talonario de cheques y escribí su nombre en el frente. Lo terminé con una cantidad lo suficientemente generosa como para incentivar adecuadamente al hombre. Entonces arranqué el cheque y me puse de pie, entregándoselo. —Llámeme cuando sepa más Sonrió, dejando al descubierto una hilera de dientes manchados, sus puntas apuntando en varias direcciones como un sostener de lápices. —Sí, Srta. Fairmont. Le di una sonrisa amable y recogí mi celular. Esperé hasta que oí la puerta cerrarse detrás de él, luego completé mi llamada.

111

Nunca la había tomado contra una chica antes. No tuve archienemigas en la preparatoria, chicas malintencionadas de la televisión que mataban las esperanzas y sueños mientras modelaban alta costura. Mis amigas de la secundaria eran civilizadas y estructuradas. Las mujeres de Stanford estaban más centradas en los grados y en las futuras rivales, que en gastar cualquier esfuerzo disponible y que fuera desperdiciado. Así que estaba entrando en este juego virgen. Pero, en mis propias estimaciones, como una bien equipada. Financiada. Inteligente. Y… como un pequeño punto a mi favor… había follado a su novio… dos veces en tres horas. Tenía alguna idea de lo que le gustaba, de lo quería. Tenía bastante confianza en su atracción por mí, a pesar del hecho de que ella era absolutamente preciosa y que no se parecía en nada a mí. Era como si hubiera abierto una enciclopedia, movido a la sección de la “Opuesta de Layana” y seleccionado la foto. ¡Mira tú! Además de mi lado estaba: el elemento sorpresa. Era una partida de una. Sola en esta batalla, sin que nadie fuera consciente de mi intriga, sin defensas levantadas. Estaría atacando a un gatito durmiendo. A un inocente, frágil gatito. Alejándola de Lee y cortando cualquier posibilidad de re-conexión. Debería haberme sentido culpable, debería haber tenido compasión, pero no la tenía. El amor es la guerra y Lee era, o sería, mío.

El texto llegó mientras estaba en la ducha. Lo descubrí mientras me secaba con la toalla, mi dedo húmedo moviéndose en la pantalla del teléfono, unos pocos intentos necesarios antes de que pudiera desbloquear la pantalla y viera la alerta. Un nuevo mensaje de texto. Lo abrí. Corto y dulce, de mi investigador privado siempre servicial. Él está con Molly jenkins ahora. Panera en la calle 43. Le envié un mensaje de regreso. Avíseme cuando se vayan Miré el reloj. Las 11:12 a.m. Se suponía que debía estar almorzando con Brant al mediodía. Dejé mi teléfono y corrí hacia el tocador, tirando de un par de jeans oscuros y poniéndolos en la cama.

112 Entré en el estacionamiento del centro comercial al mismo tiempo que el jeep de Lee salía, mis ojos recorriendo el cuerpo color verde oscuro, dos cabezas en el interior, mientras salían al tráfico. Mi teléfono sonó. Se están yendo. Los seguiré. Gracias. Lo llamé, diciéndole que estaba allí, despidiéndolo por el día tan pronto como mi auto alcanzó a Lee. No debería estar allí. No debía estar al acecho de un hombre del que no sabía lo suficiente como para que tuviera algún interés en mí. Mi teléfono sonó de nuevo. Esta vez, Jillian. Brant no llegará al almuerzo. Mis disculpas.

IP15

15

Sinvergüenza. Metí mi teléfono en mi bolso, le hice señas al auto del y recibí un asentimiento a cambio.

Investigador Privado.

Dos personas, dos motivaciones diferentes, unidos con un objetivo común. Apreté el acelerador, yendo a través del tráfico, y vi el jeep de Lee. Conducía como loco, su cabeza dando vuelta a menudo en su dirección, su sonrisa visible desde mi lugar detrás de ellos, cada ráfaga de su sonrisa un puñal en mi corazón. En un semáforo se estiró. Descansó una mano en el apoyo para la cabeza y se inclinó, sus bocas reuniéndose por un momento desgarrador antes de que mi mano se portara mal y tocara la bocina. Su cabeza se alejó, mirando hacia la luz, que cambió en ese momento. Luego miró en el espejo retrovisor, sus ojos demasiado lejos para poder leerse, pero estoy segura de que había irritación en ellos, su jeep se sacudió hacia adelante, nuestra conexión se perdió mientras apretaba el acelerador. Mi boca se curvó detrás del tinte de mis ventanas. Lo siento nene.

113

Unos kilómetros más adelante se detuvieron en un parque, Lee esperó mientras ella salía, sus modales inmutables en su ignorancia de protocolo de apertura de puertas. Vi cómo le tendía una mano, la suya encajando en la de ella, y caminaron, una manta bajo el brazo de ella, un bolsa en un hombro que pasó demasiado tiempo en el sol. Aparqué mi auto en la sombra, escondida entre un camión en movimiento y los suburbios. Saqué los binoculares que había robado de la casa de Brant, los ajusté, afinando en la pareja. Hola acechadora, soy Layana. Encantada de conocerte.

Cuando ella corría, sonreía, y él la perseguía. Cuando ella durmió la siesta en el sol, él pasó una mano suavemente por su cabello. Cuando él se quitó la camisa y se estiró para disfrutar del raro sol de San Francisco, vi sexo en los ojos de ella. Me senté y miré. Centrada y espiando. Gruñí como un puñado de frutos secos rancios mientras vi pedazos de lo que podría ser amor. Me bebí el agua tibia y la tiré. Él la tenía a horcajadas mientras su arrogante boca se movía, su pelvis meciéndose debajo de ella, vi su grito con tanta claridad como si pudiera escuchar el maldito sonido. Se besaron, pararon y se apresuraron, empacando su bolso y manta, y corrieron hacia el auto. No seguí al jeep cuando se retiró. Sabía cómo se veían los juegos previos. No necesitaba verlos entrar en una casa para saber más. No quería sentarme en un auto y saber que estaban follando. Tuve el repentino reconocimiento de un sentimiento, la oleada de emoción en la

parte posterior de mi garganta, una que retrocedió hasta las lágrimas, y tragué en su lugar, sacando mi auto hacia la carretera, y dirigiéndome a casa. Necesitaba un plan. Había visto suficiente. Lo que tenía que averiguar era cómo destruirlos.

114

Veintiocho Un año, siete meses atrás —Estaba pensando en ir a la isla por una semana. Parpadeé hacia Brant a través de una mesa llena de brunch. Él nunca quería hacer viajes. Normalmente estaba enterrado en el trabajo que lo alejaba de la diversión. —¿Cuándo?

115

—Tal vez el sábado. Acabamos de terminar la fase de diseño de los marcos de fotos. Le tomará una semana más o menos al equipo técnico hacer las maquetas iniciales. Tragué una mezcla de salmón y queso crema. Me limpié la boca con una servilleta mientras pensaba. Una semana. Un ligero respiro en medio de la Operación Matar a la Barbie con Tenis. Una semana. Con el hombre que amaba. Veinticuatro horas al día con Brant, y cualquier destello de personalidad que pudiera convencer de salir a jugar. Necesitábamos esto. Él necesitaba esto. Habían pasado tres o cuatro meses desde que habíamos ido a alguna parte, su psique se centraba en el desarrollo más reciente, luego en el siguiente, luego en el siguiente. Vivía para construir. Para mejorar. Y el proyecto de esta semana era al parecer nosotros. La isla a la que se refería era nuestra casa de Hawai. En realidad no estaba en una isla, a menos que contaras a Honolulu, la gran masa donde nuestra península privada sobresalía. Nuestra propiedad tenía veinte mil metros cuadrados de casa de vacaciones, completa con piscina privada, gimnasio, spa. Cocineros, masajistas, mayordomos y sirvientas. Sería bueno alejarse. Saltar de un paraíso al siguiente. Le sonreí. —Claro. Lo coordinaré con Jillian. Verificaré que se hagan los arreglos.

Se puso de pie, dejando su plato, y se acercó. Poniendo una mano sobre la mesa se inclinó. Movió sus labios sobre los míos y sonrió. —Te amo. Me senté en mi asiento, miré hacia arriba, sentí el roce de su mano mientras acunaba mi barbilla. —Yo también te amo. —¿Cuándo me dejarás ser tu marido? —Había una cáscara en las palabras. Necesidad detrás de la pregunta. Miré los ojos de mi amor. Un hombre que, en cierto modo, era todavía un niño solitario que jugaba en su sótano, mientras cualquier otro niño estaba fuera. —Un día. —Mi respuesta no era una respuesta, sin embargo, era la respuesta que le había dado por un año. —Un hombre puede cansarse de esperar. —La curva de su boca desmentía sus palabras. Extendí mi mano, agarré su camisa y me puse de pie. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y me presioné contra él. —Bueno, entonces tal vez debería darte otra razón para quedarte.

116

Aceptó mi beso. Profundizándolo. No se opuso cuando mis manos quitaron la camisa de sus pantalones. Me dejó arrastrarlo a la sala y subirme a horcajadas. Y allí, con el sol del domingo entrando por las puertas francesas, con la mayoría de su ropa todavía puesta, lo distraje de pensamientos de matrimonio y lo tranquilicé con mi amor de la manera en que mejor sabía.

Veintinueve El más reciente hecho sobre Molly Jenkins: a ella le gusta beber. Miré el informe del IP, página 9, que incluía un inventario de su bote de basura, con fotos junto a una lista de inventario. La exploré, tocando los artículos mientras pasaba de página. 12 botellas vacías: Smirnoff Ice 4 latas vacías: Bud Light Etiquetas de una prenda de vestir de Gap. $ 24.99 Recibo de limpieza en seco: One Price Cleaners Botella vacía: Kahlua

117

Botella vacía: Vodka Absolut de Vanilla Tarjeta de agradecimiento y sobre de “Mamá”: ver foto Estado de cuenta mensual de tarjeta de crédito Capital: ver foto Bolsa vacía de Doritos Nachos Cheesier Lo llamé, meditando sobre la lista mientras el teléfono sonaba. —Sí, Srta. Fairmont. —¿Es esto normal? ¿Tanto alcohol? —Es la primera bolsa que inventariamos. Es de la semana pasada. Dejé afuera todo lo de comida, pero si desea también podemos incluir eso. —¿Comida? —Ya sabe, cáscaras de plátano, café molido, sobras, cáscaras de huevo… —No —interrumpí—. No necesito todo eso. Solo este tipo de elementos. ¿Cuándo estarán disponibles el resto de las bolsas terminadas? —Puedo poner a alguien en eso hoy, si piensa que es importante. —Sí. Por favor, envíeme todos los informes cuando estén terminados. Lo antes posible.

—Sacaré a la gente de otros proyectos. Lo haré pronto. —Gracias. —Colgué el teléfono, miré la lista de nuevo. Abrí la imagen con su crédito extracto en la tarjeta. Supe todo acerca de sus actividades de ese mes con un desplazamiento hacia abajo de la cuenta. Era ridículamente invasivo, uno de los aspectos del informe. Gran parte de su vida desglosada en hechos sencillos por su basura. Giré en la silla. Vi el bote plateado que estaba a metros de distancia. Me pregunté cuánto de mi vida se contaría a través de su contenido. Hice una segunda llamada. —John, habla Layana. A partir de ahora, haz que el ama de llaves queme mi basura. Además compra una trituradora, por favor. Algo grande estilo industrial. —Colgué, interrumpiendo su respuesta, segura de que la solicitud era lo suficientemente simple para que la completara sin más instrucciones. Luego volví a la lista. Miré los artículos y traté de encontrar una grieta.

118

Recibí cuatro mensajes de correo electrónico por la tarde, cada uno con una nueva lista de basura. Cada lista con fecha, cubriendo los últimos meses de la vida de Molly Jenkins. Más alcohol. Conté seis botellas y cinco 6-packs. No le bastaba con ser alcohólica, sino que a la chica le gustaba ir de fiesta. También iba a la universidad, así que tal vez era algo normal. Obtuve más información de su estado de cuenta bancario. Poniéndolo al lado de su tarjeta de crédito, hice una comparación de notas. Aprendí algunas cosas. Frecuentaba The Ginger Break. Debió haber estado allí cinco veces el mes pasado, cuatro veces los miércoles y una vez un viernes. Una búsqueda en Google me dijo que era un bar a una cuadra de su apartamento. Otra búsqueda me dijo que el miércoles era noche de Martini a $5. Hice clic con mi pluma, examiné mi calendario. El miércoles estaba a tres días. Factible. Me recosté en la silla y miré el techo. Junté pensamientos dispersos para formular un plan. Primer paso. Encontrar un cebo. Segundo paso. Secuestrar a Lee. Tercer paso. Ver y disfrutar.

Treinta —¿Por qué haces esto? Miré por encima de un Martini de granada a sus profundos ojos azules. Había elegido bien. Su ceño estaba fruncido de una manera que era magníficamente masculino. Sus ojos parecían inteligentes, pero compasivos. Como si rescatara gatitos de los árboles antes de escuchar sus problemas. Tenía la boca llena. Temblaba cuando sonreía. Como si después de que escuchara tus problemas, te llevara a la cama y te follara para alejar cualquier preocupación. —¿Hacer qué, exactamente?

119

—Aquí. —Dejó su cerveza. Se inclinó sobre la mesa y bajó la voz—. Jugar con alguna adolescente. —Inclinó su cabeza hacia Molly, una chica que yo había estado mirando desde hace quince minutos. Estábamos en la versión de una sala VIP en Ginger. Situado por encima de la barra, con vidrios polarizados para siempre tener privacidad, teníamos una vista completa de abajo. La sección no abriría hasta dentro de tres horas, pero doscientos dólares nos dieron un alto asiento junto a las ventanas, mis rodillas chocando con las de Marcus si me apoyaba en las zonas profundas. Me encontré con su mirada. Directa. Se comían los agujeros de las partes oscuras de mi alma. —Vamos a repasar el plan. Suspiró, se recostó y estiró sus brazos hacia fuera, observándome con una mirada aburrida. —Conozco ese plan. Vas allí abajo, yo voy allí abajo. Bebemos; tú te vas. Más bebidas; nos vamos. La llevo a casa, la jodo de ocho maneras hasta el domingo, luego me voy en mi alegre caminito. Me moví. —Sí. Se inclinó hacia delante de nuevo, su rodilla chocando contra la mía, su mano se extendió y suavemente tocó la parte superior de mis dedos. —No tienes nada de qué preocuparte con ella. Moví mi mano.

—¿De qué manera? —Eres una mujer hermosa y sexy. Ella… —Miró hacia abajo, a la cabeza de la rubia por la que todo esto estaba a punto de comenzar—. Es una chica. No puede competir. —Se inclinó más cerca, y me senté de nuevo. Lo observé con la mirada más helada que tenía. —No te contraté para que me follaras, Marcus. Estoy en una relación. Tomada. Se rió en voz baja. —Perdóname, Layana, pero estás aquí. Y no te ves como tomada para mí. Vacié mi Martini y me paré, tirando de mi mano desde debajo de la de él. —Guarda tu mierda sexy para ella. Yo estoy bien cuidada. —Tomé mi bolso—. Te veré abajo en veinte. —Entonces lancé un puñado de billetes y me dirigí al baño de chicas.

120

Tomé una respiración profunda y miré el espejo. Ajusté la peluca en mi cabeza. Mil dólares y la cosa todavía se sentía como algo que comprarías en una tienda de monedas de diez centavos. Picaba. Calurosa. Pero por lo menos me disfrazaba. Esperaba nunca verla otra vez, pero no podía ser demasiado cuidadosa. Y esperaba que ella me reconociera de una portada de revista. Metí una hebra falsa de rubio rojizo detrás de mi oreja y sonreí al espejo. Traté de verme amigable. Traté de limpiar mi mirada de odio posesivo de mis ojos. Algo así sucedió. Abrí la puerta, di un paso atrás en el club y me dirigí hacia Molly.

El siguiente taburete estaba desocupado y lo tomé, evitando mirarla mientras atraía el ojo del camarero. —Flirtini, por favor. Sentí el suave toque de una mano suave en mi brazo. —¿Flirtini? Suena bien. Guau. Eso fue fácil. Me volví casualmente, como si no estuviera interesada, le di una pequeña sonrisa cuando me di cuenta de todo lo que faltaba en el informe del IP. Sus ojos azules brillaban. Eran abiertos, genuinos, la sonrisa que inundaba su rostro no era forzada ni falsa. Su

bronceado era natural, sus pechos parecían reales, y pude literalmente oler la sexualidad salir de ella. Tuve una breve visión en mi cabeza de ella y Lee follando, y parpadeé alejándolo. —Lo es. Tiene champán. —Asentí al camarero—. Así que, te conseguiré uno. —¿Me comprarás uno? Oh, no, no tienes que hacer eso. —No me importa. —Le resté importancia—. Por Favor. Me vendría bien la compañía. —El camarero deslizó dos vasos en nuestra dirección y empujé uno delante de Molly—. Aquí. —Levanté mi bebida, brindando con ella—. Por aprovechar las oportunidades. Se rió. —Por aprovechar las oportunidades. Bebimos, entonces puse mi bebida abajo y le ofrecí mi mano. —Soy Britney. —Molly. —¿Estás aquí sola? —pregunté, mirando a su alrededor.

121

Se encogió de hombros con una sonrisa tímida. —Sí. Me gusta llegar temprano a la Noche de Chicas. De lo contrario se pone demasiado loco. —Puedo entender eso. Me gusta la escena más tranquila. —La vi sorber la bebida, ampliando sus ojos azules. —¡Guau! Esto es muy bueno. Bebe, nena. Bebe. Molly era una bebedora amigable. Veinte minutos y dos bebidas, y estaba descubriendo más de lo que necesitaba saber. Dirigí la conversación hacia Lee. —¿Algún chico guapo que venga por aquí? Se sonrojó. Sacudiendo su cabeza. —En realidad no. Hice una mueca. —Ugh. Odio estar soltera. ¿Y tú? Se echó a reír. —No, estoy tomada. —Sonrió, como si el pensamiento de mi hombre fuera uno que le gustara mucho. Apreté mis dientes. —¿Dónde está tu hombre esta noche? Se encogió de hombros.

—Es como escamoso. No siempre aparece… a veces es un poco “desaparecido en combate”. Apuesto a que sí. Aunque su ausencia esta noche se había calculado cuidadosamente. Tenía a un equipo de tres manteniéndolo lejos de este lado de la ciudad. Tomé un sorbo de mi Martini. Mantuve mi voz suave. —Eso es una mierda. Pero ya sabes sobre los hombres y su trabajo… — Sonreí—. Es probable que esté trabajando como un burro para malcriarte. Vi el destello de un ceño fruncido cruzar su rostro. Entonces, Marcus entró en el bar, nuestros ojos se reunieron sobre la multitud, y me incliné hacia delante, agarrando el brazo de Molly con falsa urgencia. —Oh mi Dios —silbé—. Mi ex acaba de entrar. Su cabeza se levantó, vinculación femenina en toda su fuerza, y estiró el cuello. —¿Dónde? —Alto, rubio, y hermoso. —Mantuve mi cara hacia adelante, mi mano agarrando sus muñecas hasta que sus ojos dejaron de moverse y se cerraron en un solo lugar—. ¿Lo ves?

122

—¿Sexo en traje? Gemí, luchando contra una sonrisa bajo su inquebrantable mirada. —Sí. Por favor, dime que no se dirige en esta dirección. —Todavía no. —Le sacó sus ojos de encima—. ¿Qué sucede con él? —¿Con él? Nada. Su residencia estaba en San Diego, y podría haberme desviado un poco durante el tiempo separados. —Gemí de nuevo en buena medida, sintiendo su brazo doblado cuando dejó de moverse. —¿Residencia? —susurró. —Sí. Es cardiólogo. Además, un monstruo absoluto de la naturaleza en la cama. —Salté a mis pies, agachando mi cabeza y arrastrando doscientos dólares a través de la barra—. Huiré antes de que arruine mi dignidad y babee por él. —¿Te vas? —Me lanzó una mirada con los ojos abiertos—. ¿No quieres hablar con él? —¿Para así recalcar el peor error que he hecho? —Negué. Le hice señas al camarero y señalé el efectivo, y luego a Molly—. No… Ya estoy por encima de eso. —Lancé una mirada por encima de mi hombro, luego le tendí los brazos y le di un abrazo—. Fue realmente un placer conocerte —susurré en su oído.

—Igualmente. Tal vez nos veamos de nuevo. Ah, y gracias por las bebidas. Sostuve el abrazo. Me aseguré de que el cuchillo estuviera firmemente en su espalda, y luego la solté. Sonriendo con pesar, hice mi camino a través de la gran multitud. Le hice un guiño a Marcus sobre el espacio. Ve por ella. Él tendría éxito. Ella estaba borracha. Preparada. Él era encantador y sexy, y en lo que a ella concernía, era un doctor con las habilidades sexuales de una estrella porno. Asentí a otro miembro de este equipo, un hombre cuyos anteojos Google, en combinación con cámaras de seguridad de mi condominio, documentaría adecuadamente la totalidad de la noche. Salí del bar y me dirigí a mi auto, una genuina sonrisa iluminando mi rostro. Tal vez ella amara a Lee. Tal vez él la amaba a ella. Pero él era mío, lo supiera o no.

123

Treinta y uno Estaba lista para cuando llegara la llamada. Tenía mis pies envueltos con una toalla húmeda, apoyados sobre la mesa central, y con una borrachera en pleno efecto, mi teléfono sonó. Miré el reloj y respondí la llamada de Marcus. —Dame una buena noticia. —Ella no lo hizo. —Sonaba derrotado, como si hubiera perdido una apuesta de millones de dólares. Considerando que le prometí un bono de diez mil dólares si cerraba el trato, entendía su actitud. —¿Qué? —Me senté derecha, sacando mis pies de la mesa—. ¿Por qué no?

124

—No lo sé. No lo hizo. No la presioné, me detuve cuando dijo que no. Me di cuenta que tenía mi boca abierta y la cerré antes de que perdiera la compostura. —¿Hasta dónde llegaste? —Regresó a su apartamento. Nos besamos… su camisa voló. No hubo mucho más. —Pensé que tus habilidades eran mejores que eso. —Quizás deberías haberlas probado. —El tono burlón de su comentario me llevó al borde de la locura. —Vete a la mierda, Marcus. Es ridículo que no pudieras acostarte con una adolescente. —Está comprometida. Comenzó a llorar, diciendo que cometió un error. ¿Qué se supone que debería haber hecho, abrir mi cierre y sacar mi pene? —Lo que sea. Quiero saber si lo llama. Voy a comprobar la filmación de las cámaras. Me quedaré con el plan original, a menos que la cinta sea inútil. Así que, a menos que diga lo contrario, seguiremos adelante. —Lo haré. —Hizo una pausa—. O este tipo vale un millón o eres una perra psicótica. Sonreí. —O las dos cosas.

—Sí. O las dos cosas. —Hubo una pausa en la que no sabíamos qué decir. Luego dijo—: Buenas noches. —Buenas noches.

Me registré en el programa de seguridad del centro de mi condominio, un palacio de tres mil metros cuadrados en el que rara vez ponía un pie. Comencé la descarga de archivos de la noche mientras llamaba a Don, el IP que tenía rastreando a la pareja durante toda la noche. Respondió con un bostezo. —Estoy descargando las imágenes ahora. —¿Tiene algo bueno? —Unas pocas que te gustarán. Te las enviaré por correo electrónico en un plazo de una hora. —Cuanto antes, mejor.

125

Terminé la llamada, hice clic en el archivo de la cámara de seguridad descargado y me senté a ver como fracasaba Marcus. Lo intentó, eso era seguro. Todo lo hizo bien. No la persiguió, dejó que ella fuera a él. Fue distante, pero sexual. No se jactó del apartamento, dejándola decir ooh y ahh en su lugar. Cuando ella se arrastró a su regazo, la agarró del cabello, acercó sus caderas lo suficiente como para hacerla sentir su excitación y su tamaño. Se besaron… ella lo quería… habían estado cerca. Pude ver el momento en que ella se perdió. El momento en que su cerebro y la culpa aparecieron en acción. Cuando lo alejó, sacudiendo su cabeza, una mano presionando su pecho para alejarlo. Entonces, se movió a una silla. Lloró. Abrazó su cuerpo y se balanceó, soltando todo su teatro de oh-miDios qué hice. Marcus fue torpe, en un momento miró una cámara del techo haciendo una mueca. Luego se sentó junto a ella. Acercándola a sus brazos y alisó la parte superior de su cabello. Ella lloró en su pecho hasta que se calmó. Ugh. ¿Por qué no podía ser una chica habitual de veintiún años, una chica borracha que sucumbía al médico sexy con el pene grande y casa de lujo? Salía con un jardinero por amor de Dios, quien era frívolo e

irresponsable y que estaba DEC16 la mitad del tiempo. Eso tenía que ser fácil, tendría que haber ganado. Lo bueno es que no necesitaba su error. Solo necesitaba crear la ilusión de uno. Reinicié la filmación y miré de nuevo, tomando capturas de pantalla de los momentos relevantes. Los revisé todos, mi confianza aumentando. Sí. Tenía suficiente. Y eso sin siquiera ver las imágenes de Don. Le envié un correo electrónico a mi diseñador gráfico, adjuntando las imágenes. Llegó el correo electrónico de Don y también se lo reenvié. El diseñador sabría qué hacer, cuáles elegir. Tendría una prueba lista para el sábado en la mañana. La misma mañana que iría con Brant a Hawái. Revisaría la prueba y luego volaríamos a la isla. Les iba a dar a los chicos la semana para que trabajen y tengan todo listo para el momento en que volviera. Cerré mi laptop y fui al baño. Desenvolví mis pies y los enjuagué. Me acosté con mi corazón y pies con olor a pepino. Pronto. Pronto, todo se arreglará. Pronto, Lee será totalmente mío.

126

El arma de mi plan —la prueba del periódico— sería hermosa. Miré la fotografía, comprobando el título, la fecha, número de copia en el lado que enmarcaba cada parte de nuestro engaño. Todo legítimo. Todo preciso. Ella iba a sentir la necesidad de comprobar la publicación, encontraría lo que debería. Le hice fácil el acceso a sus manos. El centro de la página, el evento principal, debajo del título, el cual era la belleza de la prueba. En letras gigantes en la parte superior: ESPOSA DE CIRUJANO DE ÁREA PIDE EL DIVORCIO EN MEDIO DE UN ENGAÑO ESCANDALOSO. Fotos. Nítidas en blanco y negro, una noticia que un periódico respetable que no imprimiría pero que en esta mentira, hablaría más fuerte que cualquier palabra que pudiéramos decir: Molly y Marcus. En el Ginger. Su mano sobre su pierna, su boca en su oreja, una sonrisa que la había visto utilizar con Lee apareciendo en la página, sus rasgos fácilmente reconocibles.

16

DEC: Desaparecido en combate.

Molly y Marcus. En su auto, sus bocas unidas, la presión de su mano como sombra en la ventana. Molly y Marcus. En mi sala de estar. En el sofá. El zoom de la foto mostraba su espalda desnuda, inclinada sobre él, los ojos de ella ardiendo. Molly y Marcus. Mi favorita. Las manos de él clavadas en su espalda, la boca de ella en su cuello, su cabeza hacia atrás, sus ojos cerrados. El ángulo parecía como si él estuviera dentro de ella, teniendo el momento de su vida, ninguna persona creería algo diferente. El texto era corto, debajo de las fotos, un párrafo que ningún par de ojos vería a excepción de los que importaban.

127

Uno de los cardiólogos más respetados de nuestra ciudad recibió hoy los papeles de divorcio, lo que podría ser el final de una unión de cinco años. El buen doctor, cuya esposa lo tuvo bajo vigilancia después de incidentes en el pasado por engañarla, fue capturado en las siguientes fotos incriminatorias con una joven no identificada. No se sabe durante cuánto tiempo ha sucedido su romance. La mayoría de las fotos recibidas son inapropiadas para imprimir. Para preguntas y comentarios, por favor escriba a Don Insit [email protected] o llame al 213-323-9811. La página se veía espectacular, las fotos resaltaban de una manera que no se podía evitar mirar. Él las vería. Ella las miraría. Él la acusaría. Ella se opondría o confesaría. De cualquier forma, eso funcionaría. Contesté a la dirección del correo electrónico, aprobando el trabajo y llamé a Don. Le di las gracias efusivamente y verifiqué el plan. Él imprimiría dos portadas del periódico de cuerpo entero. La semana próxima sustituirá la portada del día con esta. Lo pegaría en su entrada con una nota desagradable, en un lugar que Lee lo viera. Iba a dejar que lo de las fotos fluyera. Luego retrocedí y coseché la recompensa de mi trabajo. Impecable. Inteligente. Me di una palmadita en la espalda y le colgué a Don. Entonces me moví, agarré una bolsa y escarbé en los cajones. Me iba en dos horas, pero no necesitaba empacar mucho. Nuestros armarios hawaianos estaban llenos, los baños y cocinas abastecidos por un personal esperando nuestra llegada. No necesitaba más que mi cepillo de dientes y laptop. Tiré un par de libros de bolsillo en mi bolsa, junto con un nuevo conjunto de lencería que Brant todavía no había visto. Le envié un mensaje a Jillian para asegurarme que Brant estaba ahí y listo, y me dirigí a la ducha.

Treinta y dos Me di un festín de Brant con una urgencia que nos sorprendió a ambos, cayendo de rodillas en el avión, su boca se abrió de par en par cuando tiré de la cremallera y saqué su pene.

128

—¿Aquí? —susurró, el sonido convirtiéndose en un gemido cuando tomé su suavidad en mi boca. Endureciéndose. En contra de mi lengua, el empuje de vasos sanguíneos expandiéndose al tamaño de él, llenándome rápido hasta la parte trasera de mi garganta mientras me retiraba para tratar de acomodarlo. El empuje de sus manos a la parte trasera de mi cabeza, deteniéndome, necesitándome. Agarré sus muslos tensos y lo chupé. Más duro, más necesitada de lo que había estado en mi vida. Dios, amaba a este hombre. Dios, lo deseaba. Todo. Quería que me mirara y no viera a ninguna otra mujer. Quería ser su esposa y tener sus bebés, pero que ninguno de ellos, ni nosotros, o él saliera lastimado. Quería lo imposible, y me aferré a este momento en su lugar. Susurró mi nombre, sus piernas temblaban bajo mis manos, y sus manos guiaban mi cabeza. Urgentemente, se empujó en mi boca. —No te detengas. —El ruego en su boca—. Sí nena. —La señal de que estaba cerca de venirse. Y luego. Se desmoronó. Su mano se enredó en mi cabello, empujó duro arriba y arriba en mi garganta, una mano buscando a tientas y agarrándose del reposabrazos mientras gemía mi nombre y se disparaba en mi garganta, mi boca trabajando, chupando su semen, arriba y abajo, arriba y abajo, y luego me apartó. Levantándome por mi cabello hasta que estuve en su regazo, su pene contra mi muslo, sacudiéndose, todavía mojado por mí. Me sostuvo en sus brazos, besó su sabor de mi boca, y susurró su amor contra la parte superior de mi cabeza. Amaba a este hombre. Con todo mi corazón. Lo necesitaba. Me completaba.

Cerré mis ojos, acurrucada en su pecho, y lo sentí envolver sus brazos alrededor mío.

Yacía en la cama, el ventilador girando por encima de mí, y me quedé mirando el anillo. Ubicado en una caja de color azul oscuro, el destello de su diamante brillante, incluso en la oscuridad. Él lo había sacado horas antes. Mientras comíamos en la cubierta de la azotea, las olas del océano como nuestro telón de fondo de la cena, champán enfriándose en el calor de nuestra comida. Hizo todo de nuevo, poniéndose sobre una rodilla y presentándome el anillo. —No te darás por vencido. —Le fruncí el ceño. —Nunca me voy a dar por vencido con nosotros. —Yo tampoco —le prometí, inclinándome hacia presionando mis labios contra su cabeza—. Yo tampoco.

129

delante

y

Quería el anillo. Quería el título. Quería el para siempre. Saqué suavemente el anillo y lo sostuve, dejando la caja en la mesita de noche. Rodando la banda de platino en mis dedos, la única piedra de diamante brillando ante mí. Azul, un color que nunca había visto en un diamante. No demasiado grande. De dos a tres quilates perfectos, no demasiado ostentoso. Impecable. Sería la única cosa en nuestra unión intachable y honesta, sin nada que ocultar. Sin merecernos. Se merecía una novia inocente casándose con un hombre con nada más en sus ojos que amor. Pero tal vez esas eran las parejas que recibían los productos imperfectos y descuento de Zales. Quizás diamantes perfectos, de valor incalculable eran los reservados para las esposas trofeo y para los maridos infieles. Para los fondos de herencias de los hijos de las amantes. Para gente como yo. Y Brant. Tal vez este diamante igualaba nuestras deficiencias con unos pocos quilates tomando represalias de su perfección. Me deslicé el diamante, ajustándose perfectamente a mi dedo, el resplandor de él caliente contra mi piel. Me di la vuelta, pasé mi mano a lo largo de la espalda de Brant, su piel bronceada como el perfecto telón de fondo del diamante que nunca me pondría. Entonces me incliné hacia delante, lo besé en la piel, y me acurruqué contra su calor, el peso del anillo reconfortante. Cerré mis ojos y soñé con la perfección. En algún momento, en el crepúsculo de la mañana, antes de que el sol se expusiera plenamente en nuestra habitación, me quité el anillo y lo devolví cuidadosamente. Lo puse de nuevo en su maleta, su lugar apretujado entre el protector solar y un montón de calcetines. Luego me metí en la cama. Lloré su pérdida. Y me pregunté por un breve momento,

si Molly habría llamado a Marcus. Era un pensamiento negro en un día perfecto, pero Lee no dejaba mi cabeza. Acechaba mis sueños. Dominaba mi imaginación. Tiraba de mí con manos insistentes cuando mi mente tenía un momento incontrolado. Debería haberlo olvidado. Debería haberlo abandonado a él y a Molly en su vida de aparente felicidad. Pero no podía. En su lugar, me estaba acercando más. Entrelazando mi vida con la de él hasta que no podía distinguir cuando terminaba la mía con Brant, y la mía con él empezaba. Un juego peligroso. Uno que de seguro empeoraría. Mucho más.

130

Treinta y tres Corrí a lo largo de la arena, a mi ritmo regular para andar, acelerando mientras iba a través de los abismos y dejaba huellas con el retroceso de la marea. La playa era más suave que en casa, menos rocas, más pintoresca. En este momento de la mañana, estaba sola. Unos pocos chicos con toallas, sentados en sillas, nada más. Soledad. El murmullo del agua limpiando mis pensamientos.

131

Estaba perdida. Era oficial. Di la vuelta en un punto en que no sabía si estaba yendo cuesta arriba o hacia abajo. ¿Mi obsesión, mi juego con Lee? Se había perdido, dirección imposible. Lo sabía. Sabía que lo más inteligente, lo más seguro de hacer, sería ignorarlo. Que viviera su vida. Y yo permaneciera en mi lado de la ciudad. Con Brant. No amaba a Lee. Amaba a Brant. Lee era… una distracción. Una distracción que me folló como si fuera creado para hacerlo. Una distracción que me daba otro lado de la vida, lejos de las galas, un lado de la vida lleno de impulso y diversión. Una distracción que necesitaba para mantener el nivel del subibaja de mi relación con Brant. Empujé más fuerte, mi respiración entrecortada mientras sacaba mi frustración a través de mis músculos. Moviendo mis brazos y quedándome sin aliento mientras hacía mi carrera más rápida, a veces deslizándome en la arena, mis pantorrillas quemaban mientras corría a través de la misma. Más rápido. Más rápido. Corrí hasta que mi corazón dolía y mis pulmones se rompieron. Hasta que me hundí en la arena, mis rodillas golpeando la humedad, mi pecho agitado mientras caía sobre mi espalda. Cerré mis ojos y deseé que fuera la arena de California bajo de mi espalda. No funcionó. Me quedé en ese lugar hasta que mi ritmo cardíaco se calmó, mi pecho se calló. Entonces me di la vuelta, intentado mi mejor esfuerzo para quitar la arena de mi espalda, y me dirigí a casa. A Brant. A la vida que debía vivir.

—¿Vivirías aquí? Miré arriba y le disparé a Brant una mirada burlona.

Se encogió de hombros. Se recostó en su silla, la costa de Hawái pintaba un impresionante telón de fondo detrás de él. —Estaba pensando, que tal vez deberíamos pasar unos meses aquí. Tal vez la mitad del año, pasar los inviernos aquí. —¿Qué pasa con la empresa? Se encogió de hombros. —Podría trabajar desde aquí. Convertir el garaje en un taller. Tal vez contratar a unos pocos locales para ayudar en tiempos de proyecto. Sonreí. —¿A unos pocos locales? Te tomó cinco años encontrar a Frank. — Frank, el único tecnólogo BSX que había sobrevivido a la idiosincrasia de Brant el tiempo suficiente para aprender a no molestarlo. —Entonces podríamos traer a Frank. —Sonrió, se acercó y me agarró la mano—. Me gustan las vacaciones, Layana. Rodé mis ojos. Dejé que llevara mi mano a sus labios.

132

—¿Qué es lo que le gusta a Layana de las vacaciones? —Frunció sus labios. Ladeando la cabeza como para pensar—. Libertad. —¿Libertad? ¿Qué soy, una Teletubbie? —Tiré la pieza restante de mi panecillo en su dirección. —Bien. Sin preocupaciones. Menos tensas. —Me levantó las cejas. —Todo el mundo está menos tenso en una isla. O tal vez es el hecho de que estoy a un millar de kilómetros de Jillian. —Le saqué la lengua. —Oooh… cuidado con lo que dices. Probablemente tiene este lugar cableado. —Miró la planta más cercana como si pudiera albergar una bomba. Me puse de pie, limpiándome mi mano en una servilleta y tirándola abajo. Me paseé y empujé los brazos de su silla, separándolo de la mesa. Montando su cuerpo, pasé mis manos por su cabello. —En ese caso —susurré, mordiendo su oreja juguetonamente—. Debemos actuar. —Estoy en ello —gruñó, abriendo mi bata y tomando más palabras de mi boca con su beso. Allí, bajo el resplandor del sol de la mañana, arruinamos a fondo la moral de cualquier persona que pudiera estar escuchando. El despegue del jet fue suave, un millar de piezas de maquinaria de trabajo en perfecta sincronización para traernos de vuelta a casa. Me acerqué a la parte trasera del avión, al dormitorio, y aparté las sábanas. Esponjando las almohadas y llamé a Brant de nuevo.

—¿Qué quieres ver? —Pasé por las opciones de la pantalla táctil, saltando cuando la mano de Brant serpenteó por la puerta abierta y me llevó de regreso, arrastrándonos hacia la cama, su pie pateando la puerta para cerrarla. —Quiero ver que te vengas —susurró, tomando la tablet y arrojándola a un lado, sus dedos tirando de mis pantalones y arrastrando la tela sobre mis caderas. —Bien —me burlé, empujando sus hombros hasta que su boca rozó la línea de mi cadera, mi cabeza cayó de nuevo cuando el calor húmedo y caliente se cerró sobre mi piel—. Haz lo que mejor sabes hacer. Una media hora más tarde, apagamos las luces, los dedos de Brant rodando mi perezoso cuerpo otra vez hasta que ambos quedamos de lado, su cuerpo alrededor del mío, y observó a Gene Hackman y a John Cusack pelear en la gran pantalla. Para el momento en que los créditos finales aparecieron, Brant estaba dormido, su respiración pesada y regular contra mi cuello. Estiré mi mano. Busqué alrededor de la mesita de noche hasta que toqué mi celular. Lo encendí y le envié un breve correo a Don:

133

En camino de regreso de Hawái. Por favor asegúrate de que la copia final esté lista para que la recoja. Entonces me di la vuelta, en su cuerpo, y cerré mis ojos. Traté de dormir. Traté de apreciar este momento con él. Me quedé allí, con los ojos cerrados, mi respiración rítmica a juego con la suya, pero el sueño no llegó. En unas pocas horas, estaría en casa. Rodeada de impresoras, recogiendo los periódicos y asegurándome de que estuvieran perfectos. Luego golpearía el saco y recuperaría el sueño. Mañana sería un gran día. Uno donde una relación terminaría.

Treinta y cuatro Era una persona de planes. Siempre lo había sido. Me gustaba el orden. El refinamiento. El pensamiento intelectual que ponía los objetos en movimiento. Controlar el resultado. Molly había sido mi problema. Este periódico, esta trampa: mi solución. Medidas cuidadosamente elaboradas para garantizar un resultado positivo. Molly pierde. Lee gana. Continuamos.

134

Ganar me daría una sensación de logro. Una rectificación de un error. Pero aun así, un problema más grande se alzaría. Una vez que los tuviera a los dos, entonces, ¿qué? ¿Cómo terminará esta historia? Los mejores planes todavía merecían un propósito. Necesitaba encontrar el mío. Por ahora, este parecía infalible. Pasé una mano por el periódico. Nuestra falsa cubierta tomaba alrededor de treinta y dos páginas de legitimidad. No podría identificar la diferencia. Flotaban sin problemas. Nuestros artículos coincidían en las páginas interiores, el peso del periódico, el color y la consistencia del mismo, los números de teléfono y correos electrónicos listados eran los de Molly directamente a Don. Era una obra de arte. Las repasé, yendo de regreso. Pasé mis manos por las deslumbrantes fotos que gritaban sexo. Hacían una buena impresión. Saqué un Sharpie rojo. Escribí PUTA en grandes letras rojas con enojo en la parte delantera. Bajándola miré desde el ángulo que Lee haría. Perfecto. No se lo perdería. Entonces agarré mi celular, tomé una foto de la escritura y le envié un mensaje de texto a Don con las instrucciones. Entonces lo llamé. —Es perfecto. Acabo de enviarte un texto con un toque para agregar. Don no estaba confundido. Sabía a lo que me refería. —Bien. ¿Apruebas la copia? —Se ve muy bien. ¿Tienes a un chico vigilando su casa?

—Síp. Y yo estoy con tu chico. Tan pronto como se dirija allá, haré que pongan un periódico en su casa. —No sé cuándo va a ir allí. El proceso puede durar unos pocos días. O incluso semanas. Solo imprime un periódico fresco cada día con la fecha correcta. —Lo sé, me lo dijiste. Nos quedaremos en la parte superior. —Su voz era tranquila, competente. Solté un poco de ansiedad. —Y llámame cuando tus investigadores lo vean dirigirse en esa dirección. Quiero estar allí. —Tú eres la jefa. —Gracias. —Deslicé el periódico en una bolsa de papel, cerrándola con cuidado. Terminé la llamada y me dirigí a la despensa. Puse la evidencia de nuestro engaño en el compactador de basura, luego me dirigí a la ducha.

135

Una semana más tarde, observé el apartamento de Molly, una casa de pueblo anaranjada de estilo mediterráneo con jardines en las ventanas llenas de hibiscos rosados. El jeep de él se encontraba allí, un cuadro de masculinidad americana cubierto de barro en un mar de autos extranjeros. Habían pasado veintidós minutos desde que él entró, sus manos sumergidas en los bolsillos de sus jeans, su cabeza hacia abajo, sus pasos caminando sin pensar, como si hubiera recorrido el camino cientos de veces. Hice repiquetear mis uñas desnudas contra la palanca de cambios. Cerré mis ojos un momento y dejé que la brisa del aire acondicionado me refrescara. Tenía un masaje programado en una hora, por lo que esta situación debía resolverse pronto o llegaría tarde a mi cita con las manos de Roberta. Movimiento, apartamento superior a la derecha. El de ella. Una puerta se abrió de golpe, la cabeza de Lee avanzando rápidamente por el abierto pasillo, una cabeza rubia de cerca, tirando de su camisa, brazos sacudiéndose salvajemente. Podía imaginar las palabras que salían de su boca. Lee, no te vayas. Lee, ¡no es lo que piensas! Me pregunté si la palabra “amor” salió de su boca, si su relación habría progresado hasta ese punto. Desapareció en el hueco de la escalera. Me incliné hacia delante, deseando tener un trago, algo que abrir y disfrutar al mismo tiempo que mi

trabajo daba sus frutos. Esto tenía que funcionar; esto tenía que suceder. Ella no podía tenerlo; él era mío. Su cabeza serpenteaba entre los autos, su rostro entró en mi visión mientras se acercaba a su jeep. Rostro fijo, rasgos duros, una mirada que no había visto en su cara antes, pero que conocía bien. Determinación. Decisión. Apreté mis manos con entusiasmo, viendo como el rostro de ella aparecía a la vista, sus ojos abiertos y manchados, su boca moviéndose rápidamente, pechos gigantes agitándose mientras gritaba algo y agarraba sus hombros. Quería bajar mi ventana, solo dar un vistazo, lo suficiente como para escuchar ese intercambio, lo suficiente como para saborear este momento solo por un poco más de tiempo. Eso es correcto. Date la vuelta y aléjate de este hombre. Él no tocará tu rostro en mucho tiempo. Ya no le hará el amor a tu cuerpo. Es mío. Yo voy a tomar tu lugar.

136

Lo vi entrar a su auto, su puerta golpeando con la fuerza suficiente como para hacerla saltar. Y luego, con el chillido de neumáticos —el mejor sonido del mundo, mejor que mis fantasías— un sonido final que la dejó de pie en el lugar de estacionamiento vacío, las lágrimas de rímel negro manchando sus mejillas, su grito lo suficientemente fuerte como para pasar a través de mi vidrio polarizado. La victoria es mía. Sonreí, dándome una palmada virtual, y puse a andar mi Mercedes. Bajando por la calle, me dirigí hacia el sur. Tal vez después de mi masaje pasaría por la oficina de mi novio. Le daría un sándwich. Celebraría mi victoria con otro hombre en mi vida.

Treinta y cinco En el momento en que llegué a la oficina, Brant no estaba allí, un hecho que no me sorprendía. Guardé su emparedado en la nevera de la oficina y le escribí una nota. Me fui, lejos de Palo Alto, por la carretera serpenteante que me llevaba a casa. Hice mandados en el camino, tomándome mi tiempo, paseando por la parte del mundo de Lee, con la pequeña esperanza de que el destino nos juntara. Nada. Volví a la interestatal y conduje con el sol poniéndose.

137

Entré en mi casa, mi boca se curvó en una sonrisa al ver la camioneta de Lee, estacionada en el lado derecho, su fuerte y alta figura apoyada en la puerta, mirándome, sus piernas alejándose de la camioneta mientras me detenía. No pasó mucho tiempo. Salí. Apoyé mi mano en la parte superior del auto y lo miré, sus manos metidas en los bolsillos delanteros, hombros encorvados pero sus ojos constantes, juguetones, el aire frío nos sacudió a los dos. —¿Te perdiste? —grité. —Supongo que tengo que dejar los barrios bajos de vez en cuando. —Agitó un papel en el que escribí mi dirección hace unos dos meses. Miró la casa. —Te ves sucio. —Levanté mis cejas. Así se veía. Con arena en el caballo, como si hubiera llevado el jeep, de arriba a abajo, a través del desierto—. ¿Seguro que no me estás usando para una ducha de agua caliente? Se acercó, sus manos dejando sus bolsillos, y se apoyó ligeramente en mi techo. —Intentas lograr que me desnude. Conocía su sonrisa arrogante. —No necesito agua caliente para eso. —Cerré la puerta del auto, caminé alrededor, sus pasos detrás subiendo la escalera—. ¿Dónde está la novia? —Las palabras salieron bien. Casuales. Inocentes. —Se fue. —Se encogió de hombros, pero mi mirada de reojo vio su dolor. La forma en que sus ojos estaban bajos, el nudo en su garganta, el intento de ocultarlo con una pequeña tos.

Desbloqueé la puerta. La abrí y esperé a que pasara. Me tomé mi tiempo en cerrar la puerta detrás de mí, sabiendo que, tan pronto como se cerrara, la dinámica de esta situación cambiaría. Clic. Me giré, Lee caminó cerca. Tan cerca que cuando dio un paso adelante me recosté contra la puerta, las llaves cayeron al piso, mi aliento se atoró de algún lugar en el espacio entre nosotros. Avanzó, el calor de su cuerpo totalmente sobre mí, una pierna deslizándose entre las mías, su dura presión era agradable, en una pequeña parte, en mi interior. Dejó escapar un suspiro tembloroso contra mi cuello, sus manos bajando por mi cuerpo y tomando la curva de mi trasero. Moliéndose contra mí mientras me apretaba con más fuerza. —No quiero ser tu rebote —susurré.

138

—No quiero ser tu pieza adicional —susurró las palabras contra mi cuello—. Pero esta noche, necesito un puto rebote. Tengo que sumergirme dentro de ti y sentir todo. Esta noche, estaré a tu lado como una pieza adicional. Así que podemos follar como adultos y podemos conseguir olvidarnos de todo y sentirnos como una mierda por ello. —Me apretó el trasero tan fuerte que dolió, mi respiración entrecortada, levantó la cabeza, hasta que su boca estuvo a la altura de la mía, sentí su aliento caliente antes de presionar sus labios contra los míos. Tomó una respiración profunda mientras se apretaba contra mi muslo—. ¿Sientes eso, afortunada? —Agarró mi mano. La puso en su cremallera. La mantuve allí hasta que mis dedos se movieron. Lo tomaron—. Ese es el nivel de mi necesidad en este momento. Ahora, sé una buena puta. Busqué el botón. Lo abrí y bajé la cremallera. Luego me sumergí dentro. Se estremeció cuando mis dedos se cerraron y liberaron su polla. Tan dura en mi mano. Tan lista. Envolví mi mano a su alrededor. Follé su longitud mientras atacaba mi boca, silbando contra mis labios diciéndome que le gustaba. Empujó sus caderas, el golpe con fuerza contra mi adolorida vagina no era suficiente. Nada se comparaba con el órgano en mi mano. El cual estaba latiendo debajo de mi mano. El cual cuya punta estaba mojada por la excitación, caliente por la necesidad. Dejé caer su pene, apoyé mis manos sobre su pecho y lo empujé, su boca peleó, una de sus manos capturó mi muñeca y colocó mi mano de regreso sobre su polla, mi nombre un ruego en sus labios. Dios, me fascina este hombre. Lo necesitaba. Necesitaba que sea completamente mío. No quería ser la segunda mejor. No quería ser sexo de rebote. La mirada en sus ojos, la dominación y la lujuria. Me volví adicta a esa mirada. Mi necesidad por él ganaba sobre cualquier cosa con Brant. No podía evitarlo. No podía evitar las diferentes cosas que quería de cada hombre. Sabía que en este momento, necesitaba más que mi mano sobre

su polla. Necesitaba sentir, por lo menos durante un corto período de tiempo, una conexión total. —El dormitorio —susurré. Moví mi mano, tratando de salir de su agarre, de avanzar hacia la escalera que nos llevaría a la cama. —No. —La firmeza en su voz me detuvo. Lo miré. Estaba parado, sus piernas separadas, el pantalón debajo de sus caderas desnudas y su enorme polla en su puño—. Te necesito ahora mismo. Abajo. —¿Aquí? —Miré el piso, a la alfombra persa que me costó unas buenas seis cifras. —Cristo, Layana. Ahora. Desnúdate. Tiré de mi ropa, mis ojos en sus manos. Una presionaba la base de su polla, la otra hacía movimientos lentos, frunciendo su rostro, sus ojos se cerraron por un momento antes de que ardieran a la vida y me mirara, mi cuerpo casi desnudo, mis manos torpes en la correa de mi sujetador. Cayó de rodillas, tirándome, sobre mi espalda, el roce de la alfombra era mi fiesta de bienvenida.

139

Extendió mis piernas, sosteniendo mi cintura y me tiró hacia adelante, esperando por su polla. Dios. Lo sabía. Había tantas cosas mal en esta imagen. Pero Dios, se sentía tan bien. Miré fijamente sus ojos, escuché mi nombre en un susurro y disfruté cada segundo de ello. Durante esos minutos, me olvidé de Brant, de la Barbie con tenis, éramos nosotros y este momento del tiempo. Era su rebote. Él era mi pieza adicional. Y los dos queríamos más. Al menos yo lo hacía. Tal vez todo lo demás era mentira.

Treinta y seis Jillian

140

Es seguro decir que nunca me gustó Layana. Hay algo acerca de una mujer, cuando te mira a los ojos y ves lo calculadora que es, y eso no me gusta. Prefiero los libros abiertos, las incontables mujeres que pasan por esta oficina, llenas de sonrisas y brillo y de optimismo. No las miro a los ojos y me pregunto lo que están pensando. No las escucho hablar y busco significados ocultos. No me hacen preguntarme, cuando salen, hacia dónde van. Pero así, desde el primer día, es como ha sido con Layana. Tenía la esperanza de que pasara de largo. Esperaba que otra mujer atrapara el interés de Brant, que no se fuera por sus piernas largas y lío de rizos. Pero, por desgracia, lo hizo. Ella se quedó. Y ahora, aquí estamos. Dos mujeres que pelean por este hombre. Solo quiero protegerlo. Ella lo ama. Tenemos diferentes puntos de vista sobre lo que conlleva amarlo. No quiero pensar en lo que hace para mantenerlo. Sea lo que sea, está funcionando. El hombre no aparta los ojos de ella. Estoy segura de que hay cosas que podría hacer. Envenenar su relación. Exponer sus mentiras, poner un temblor de muerte en la existencia perfecta en la que él piensa que viven. El problema es que ella conoce el secreto. Ese que guardo en un abrazo, con el férreo control de una madre osa, contra mi pecho. El que he pasado años protegiendo, la sangre, el sudor y las lágrimas filtrándose a través de las barras de hierro que construí para contenerlo. ¿Destruir su relación? ¿Su confianza en ella? El secreto se quemaría en el suelo junto con su amor. Quedaría expuesto en el aire, abierto para quien quisiera apoderarse de su verdad frágil y se volviera salvaje. En ese secreto no hay nada más que destrucción. Así que me siento aquí. Les sigo pagando a los hombres para que vigilen a Brant absolutamente todo el tiempo. Sonrío cuando ella entra.

Ayudo a ocultar sus mentiras. Pretendo amarla con el mismo vigor que lo amo a él. Y espero que algún día se desvanezca de su vida. Puedo cuidar de él. Ella solo puede romperlo, más bien lo romperá, en dos. Fragmento, El Diario de Jillian Sharp.

141

Treinta y siete —Quédate. —Vi sus manos ralentizarse, el roce de la toalla por su cabello detenerse. Bajó sus manos, limpiándose la cara antes de dejar caer la toalla en el suelo y pasar por encima de ella, una segunda toalla envuelta alrededor de su mitad inferior mientras se paseaba a sus pantalones. —No puedo. Si permanezco demasiado tiempo en este lugar, voy a empezar a pensar que pertenezco aquí.

142

—Es una noche. —Una noche que necesitaba desesperadamente. ¿Qué diferente sería una noche con Lee? ¿Se quedaría toda la noche o me dejaría en la oscuridad de la noche como Brant hizo tantas veces? ¿Me envolvería en sus brazos o se desparramaría al otro lado de la cama? Dejó caer la toalla, mis ojos cayendo en picado. Observando el movimiento descuidado mientras se ponía sus pantalones, sin preocuparse de mis ojos, su boca se curvándose en una sonrisa confiada mientras los pasa sobre sus caderas. —Tengo ropa aquí. Si quieres otras nuevas. Frunció el ceño. —¿Brant? Tenía tantas respuestas para eso, pero me fui con la más sencilla. —Sí. Se acercó a la cama, jalando la sábana hasta que salió de la cama y mi desnudez estaba totalmente expuesta. —Follo a su mujer, no quiero su vida. —Estiró una mano áspera, frotando una palma por encima de mi pecho derecho, mi pezón endureciéndose bajo su toque, la mirada oscura en sus ojos convirtiéndose en un rayo de satisfacción. Suspiré, estirando mi propia mano y colocándola en su pene, el corte abierto de sus vaqueros exponiéndolo, sobresaliendo, a nivel perfecto de mi ojo desde mi lugar en la cama. Estaba caliente, su piel acalorada por el espray de la ducha y su mano se movió de su lugar en mi pecho a mi cabello, juntando los largos mechones de mi cabello y tirando de mí en posición vertical, empujándome en la dirección de su pene.

—Dime —respiró, mi boca llegando a su piel, mi lengua suave mientras la pasaba por su eje, el órgano respondiendo debajo de mi lengua—. Dime a quien prefieres. Levanté mi vista hacia él. Abrí mi boca y lo tomé. Vi sus ojos cerrarse, su caída de cabeza hacia atrás mientras gemía, su agarre en mi cabello, empujándose a sí mismo más en mi boca. Luego jaló dolorosamente, alejándose mientras me quitaba su pene y levantaba mi cabeza. Bajando su barbilla, me miró a mis ojos. La mirada necesitada de un hombre que realmente no me deseaba. —Dime —dijo entre dientes. —Tú eres mejor —le susurré, nuestros ojos se engancharon como uno, la verdad en mi declaración. La necesidad cruda en los dos. Él necesitaba tranquilidad. Yo lo deseaba. Quería que dejara de pensar en Brant y en Molly y se centrara en mí. Que me deseara. El resto caería en su lugar. Tenía que hacerlo.

143

Empuja. Se metió de nuevo en mi boca. Demasiado duro, abrí más mi boca, traté de tomarlo, mis ojos mojándose por la intrusión en bruto. Metió su mano y sus caderas se movieron, el roce de la cremallera contra mi barbilla, sus palabras cayendo sobre mí como lágrimas olvidadas. —Mírame a los ojos, Suertuda. Mírame a los ojos mientras chupas mi pene. —Frenó su movimiento. Lo miré con ojos que me ardían mientras chupaba su eje mojado, frotando la punta de él contra mi boca antes de que me rogara con su mirada por más. —Te gusta esto ¿no? ¿Ser mi puta mientras él paga tus cuentas? ¿Dejarme usar cada centímetro de tu cuerpo y enviarte de vuelta a él arruinada? —gruñó, aumentando su movimiento, mi toma de aire cortada, mis manos empujando sus muslos mientras mis ojos se apretaban. Su pecho se movió, sus piernas se doblaron bajo mis manos, temblando mientras se inclinaba hacia adelante, completamente en mi boca, agarrando mi cabeza con su mano derecha, y con la otra en la parte posterior de mi cabeza, y descendiendo por mi garganta. Mi garganta estaba dolorida. El sabor de él todavía en mi lengua, y lo vi moverse. Tiró de su camisa. Se abotonó los pantalones. Pasó una mano por su cabello mientras palmeaba sus bolsillos en busca de sus llaves. Me pregunté, al azar, donde guardaría sus llaves. Si se quedaban en su camioneta. Cómo no se perdían en el viento. No las encontró en los bolsillos y no pareció que le importara. Hizo una pausa, a medio camino por la puerta, y se volvió hacia mí. Como si de repente se diera cuenta de que podría ser necesario un adiós.

—Te veré más tarde. No era lo que esperaba. No era lo que quería. Ellos habían terminado. Mis meses de completa planificación. Ahora era el momento para nuestra relación. No para que me jodiera y se fuera, con una pequeña frívola referencia a verme de nuevo. Quería salir. Quería consideración. Adoración. Por lo menos un “Muchas gracias” por los dos orgasmos. No le había dado a Brant dos orgasmos en una noche en los últimos… probablemente nunca. Pero… nada. No respondí y él se volteó, dio una palmada en el marco de la puerta, y salió. Menos de un minuto después, oí el tono de mi alarma. La alerta que me decía que había abandonado el edificio. Me tumbé en la cama y traté de averiguar lo que hice mal. Tal vez era demasiado pronto. Tal vez él necesitaba tiempo para sanar. Tal vez volvería. Dormí sola en sábanas que olían a hierba, a sexo y engaño.

144

Treinta y ocho —¿Cuál es tu opinión sobre los niños? —La voz de Brant era tranquila, casi inaudible por encima del viento, la parte superior del convertible estaba abajo. Miré su perfil, sus ojos estaban hacia delante, sus dos manos en el volante. —¿Qué quieres decir? —Quité un trozo de pelusa de mi falda. Apoyé mi cabeza en el reposacabezas y miré por la ventana abierta. Una minivan pasó, la cara de un niño estaba presionada contra el tinte de la ventana, sus ojos amplios mientras miraba el auto de Brant. Le sonreí, una ola de tristeza pasó sobre mí.

145

—Niños. Cuando empezamos a salir, solías hablar de tener familia. No lo has mencionado en mucho tiempo. No dije nada. Mirando el horizonte pasar, el sol fundiéndose en un resplandor romántico sobre una ciudad con demasiadas personas hacinadas en sus calles. Traté de encontrar las palabras para decir las cosas que no podía decir. Una tarea imposible. Finalmente tragué, consciente de que Brant tenía una paciencia infinita. —Realmente no pienso más en una familia. —¿Por qué no? Naciste para ser madre. Aparté la vista, sorprendida por su declaración. —¿Por qué dices eso? —Vuelves a la vida con los niños de JSHA. Ellos te aman. —Apartó la mirada de la carretera por un momento, encontrando mis ojos el tiempo suficiente para comunicar su sinceridad. Miré de nuevo la vista. —Están desesperados. Mis propios hijos podrían sentirse de manera diferente. —Cállate de una puta vez. —La irritación en su voz fue tan fuera de lugar, la explicación haciéndome dar marcha atrás, miré su boca—. Nunca he visto a alguien como tú. Una mujer que esté perfectamente hecha para cada situación. Para estar parada a mi lado en la empresa. Rodando desnuda en mi cama y dejándome complacerte. Para criar niños

que son amados y adorados. Para ser un reto. Con quien quiero envejecer. —Giró el volante, los neumáticos gruñendo contra el asfalto mientras salía de la autopista hacia un carril lateral, el auto quedo sin control por un breve momento antes de que frenara en seco. Dejó el auto estacionado y se inclinó hacia delante, agarrando mi cuello y tirando de mí hacia su boca; su beso duro y exigente, mis manos presionadas y luego tiré de su camisa. Nos besamos al lado de la carretera como si no nos hubiéramos tocado en días, nuestras manos a tientas y tirando, el bocinazo y los vítores de los autos que pasaban combinándose con el viento, y las luces y la puesta de sol, un telón de fondo de un momento que no me merecía. Me arrastró a través de la consola central, mi falda se amontonó mientras me acomodaba en el estrecho espacio de su regazo, nuestro beso profundizándose en la nueva posición, mis manos subiendo la falda alrededor de mi cintura, sus palmas y dedos amasando mi trasero, su boca golosa mientras dominaba la mía.

146

—Te amo tanto —dijo, apoyando su cabeza hacia atrás para mirar mis ojos, mis manos se hicieron un puño en su cabello, repitiendo el sentimiento de regreso mientras bajaba mi boca. Él detuvo el beso, sus impresionantes ojos mirándome mientras susurraba la pregunta que quería evitar—. ¿Es debido a nosotros, Lana? ¿Es por eso que ya no quieres tener hijos? Traté de darle un beso, sus manos me retuvieron mientras sus ojos buscaban los míos. Miré su rostro y dije las únicas palabras que mi corazón me permitió, la mentira deslizándose sin causar daños de mi boca. —No, Brant. No. Te lo juro. Dejó escapar una respiración áspera, su mano rodando en mi cabello y haló, su alivio sintiéndose en su desesperado regreso a mi boca. Y, en ese momento, con el viento y los autos y el zumbido de la ciudad a nuestro alrededor, me permití creer la mentira. No era él. No éramos nosotros. Éramos perfectamente.

Treinta y nueve —Molly regresó. —Su rostro estaba sombrío mientras decía las palabras. Levanté la vista de mi lugar en el sofá, un destello de alarma atravesándome. —¿Cuándo? —Se presentó en In Between la otra noche. Pocos minutos después de que llegué. Me quiere de regreso. —Se frotó un callo fresco en su palma y me miró. Lo quiere de regreso. No es una sorpresa. Traté de mantener mi nivel de voz.

147

—¿Qué hiciste? —¿Quieres saber si la follé? —Se levantó de su lugar junto a la ventana. Se acercó, era como una torre sobre mí. Sus ojos contrastando con la mirada sombría en su rostro. Más arrogante que enojado, estaba más sexy a cada segundo. Sabía que me afectaba. Me miró y vio el miedo que no podía esconder. Lo vio. Se alimentó del mismo. Le encantaba mi mirada celosa cuando la veía. Extendió una mano y tomó mi cabeza. Moviéndome a su pelvis. —Chupa mi polla. —¿Qué? ¿Ahora mismo? No. —Empujé su estómago y me agarró la muñeca. Empujándome hacia abajo, hasta que mis dedos estuvieron en sus vaqueros. —Chúpamela y ve si te ganaste el derecho de que le dije que no. — Nos peleamos con nuestros ojos. Quería chuparle la polla. Dios, mi boca se hacía agua por el sabor de su pene duro raspando mi lengua. Pero que me condenen si me forzaban a hacer algo. Me alejé de su pantalón y tiró más duro de mi cabeza. Manteniéndome en mi lugar. —Chúpamela y recuérdame por qué le dije que no. —¿Le dijiste que no? —Aparté mi vista de su pantalón desgastado y lo miré. Ojos tan torturados como los míos.

—Sí —soltó, liberando un silbido cuando abrí el botón de su pantalón, pasando un dedo a lo largo del borde de su piel. Bajé la cremallera con un movimiento inseguro—. Dios, no sé por qué lo hice, su bello rostro rogando para que me inclinara sobre ella y la foll… —El resto de la frase se perdió en el gemido que salió cuando enterré su polla en mi garganta. Empuñó mi cabello, miró mi rostro y se meció contra mi boca, las palabras de Molly reemplazadas por mi nombre. »Tú lo follas —dijo, mientras su polla se ponía totalmente dura, apreté su muslo y su eje, y recé para que las lágrimas en mis ojos se secaran y nada más—. Lo jodes todo el tiempo y luego esperas que sea un santo. — Ignoré el comentario, centré mi atención en guiarme por el suave gemido de sus labios que me decía que estaba en el camino correcto—. ¿Por qué? —preguntó—. ¿Por qué tengo que serlo? Nunca respondí a su pregunta, solo a su necesidad. Y… cuando su orgasmo terminó y me llevó al sofá, sus brazos envolviéndome en su pecho, mi boca húmeda por él, la respuesta no importaba.

148

Cuarenta Un año, tres meses atrás

149

Mi casa estaba desacostumbrada a la presencia de un hombre. Al peso en los almohadones del sofá. A los zapatos sucios en el vestíbulo. El aroma de Lee invadía los pasillos, compitiendo con el olor del esmalte y de las flores, la masculinidad junto con la delicadeza, aplastando la suciedad. El impacto masculino era nuevo en mi casa; Brant vino dos veces, al principio de nuestra relación y después nunca volvió. Aún tenía algunas de sus cosas colgando en un armario de la habitación de invitados, todos los artículos que trajo a casa en mis primeros días, antes de que tuviera un armario en la mansión. Vi a Lee casi todos los días de la semana pasada, pasando mi tiempo con él mientras podía soportarlo. Brant había estado DEC. Jillian dijo que lo vio un par de veces, entrando a la oficina corriendo esporádicas veces, sin responder a las llamadas ni los mensajes de texto. Dijo que era normal que se comportara de esa manera. Sobre todo en tiempos de alta tensión. Y, con las negociaciones de iTunes en un punto final, algunos miles de millones de dólares en el aire, ahora era un momento de tensión. Un momento en el que debería estar allí, pero él no estaba. La vida continuaba. Ella se encargaría. No me importaba. Me daría tiempo con Lee. Tiempo para que me abrazara. Para que me sostuviera, insegura de cuántas oportunidades tendría con él. Podía sentir el final de nuestro futuro. Sentado en una repisa de probabilidades. Él desaparecería. Lo sabía, podía sentirlo en cada momento de perfección. Y luego, todo este ciclo empezaría de nuevo. Con un nuevo hombre, una nueva persona que sería mi pieza lateral a Brant. Él estaba delante de la nevera, una mano en la parte superior, sus ojos vacíos, rodeado del aire frío que flotaba. —No tienes nada —anunció. —Está lleno. Eso no califica como nada.

—Ninguna cerveza. No hay comida chatarra. No hay helado. Podría comer cada cosa de esta nevera y bajar de peso. —Cerró la puerta, caminando hacia la sala de estar—. Vamos a cenar. —¿Ahora? —Miré mi reloj—. Son casi las nueve. —Es por eso que tengo hambre. Esa patética excusa de cena que comimos hace cuatro horas no cuenta. Rodé mis ojos. La “patética excusa de cena” fue foie gras17. Era el plato favorito de Brant. Debería haberlo sabido, en este complicado escenario de conflictos, que Lee lo odiaría. —Está bien. —Me levanté, tirando el control en el sofá—. Iré a cambiarme. —Eh-eh. Estás bien. —Me agarró del codo, llevándome hacia la puerta. Miré mis jeans. —¿A dónde vamos? —Vamos a conducir. Tiene que haber algún lugar por aquí que esté tenga comida decente.

150

Salí, agarrando las llaves del mostrador y apreté el botón del garaje, haciendo una pausa cuando vi a Lee en el camino de entrada. Tenía la cabeza girada hacia el garaje, toda la gama de autos lentamente revelándose mientras las puertas se levantaban. Cerré la puerta, bajando los escalones de la entrada a tiempo para escuchar su silbido. —Maldita sea, Suertuda. Podría empezar a follar a este chico. Me enfrenté a él, la irritación corriendo por mi cuerpo. —Tengo mi dinero. No todo es de Brant. —Una defensa ridícula para decirle a Lee, más por el hecho de que tres de los cuatro autos eran regalos de Brant. Caminé hacia el Mercedes, mi auto de todos los días, pero extendió su mano y me detuvo. —Vamos a tomar el negro. Me detuve, girando mi cabeza. —¿El negro? —repetí. El negro en cuestión era un Land Rover Defender 2004. Era el único auto en el garaje que compré, negociando mi último vehículo. Tan torpe Foie gras: El foie gras, llamado a menudo «foie» en España, es un producto alimenticio hecho del hígado hipertrofiado de un pato o ganso que ha sido especialmente sobrealimentado. 17

como era esta situación, lo compré como regalo para Brant. Quería, de alguna manera, reembolsar algo por la cantidad de regalos que me daba. Por desgracia, Brant no era fan del vehículo. De una forma brutalmente honesta que yo amaba, me lo dijo en cuanto le entregué las llaves. —Las SUVs no son lo mío. —Sostuvo la llave torpemente, mirando el vehículo negro y luego a mí, una mirada tímida sobre su rostro—. No me gusta porque son inseguras. La calificación de seguridad IIHS las colocó en la peor clasificación de riesgo de vuelco. El… —Está bien. —Sonreí. Me acerqué y tomé la llave—. Debería haberte preguntado. —Simplemente no necesito un vehículo que no voy a conducir. —Se inclinó, poniendo una mano alrededor de mi cintura y besó la parte superior de mi cabeza—. ¿Te importa? ¿Importarme? Había mirado fijamente la camioneta, una buena desvalorización de diez mil dólares había ocurrido en los dos días desde que firmé la escritura de compra. Levanté la vista hacia él. Dejándolo agacharse y besarme.

151

—No nene. Me alegro de que me lo dijeras. Un empleado de la BSX manejó el vehículo a mi casa, donde pasó la mayor parte de su vida en el garaje. Ahora, Lee estaba a mi lado a punto de subirse a la maldita cosa. Di unos pasos lentos en dirección del teclado. Levanté las llaves del Defender de su caja y se las entregué a Lee. —Toma. Tú manejas. Tomó las llaves sin agradecimiento, saltando en el vehículo, sus manos corriendo sobre el volante forrado de piel y ajustando las perillas y haciendo ajustes, el rugido del ruidoso motor resonando en el garaje. Lo miré con recelo. Esperé a que lo sacara del espacio cerrado antes de caminar alrededor del lado del pasajero. Entré en el vehículo de 225000 kilos de masculinidad pura. El vehículo para el que Lee parecía hecho, su cuerpo suelto y en control, su mano agarrando la palanca de cambios con facilidad. Esto era exactamente lo que me imaginé cuando compré la camioneta. Tal vez por eso la compré. Tal vez trataba de probar mi ingenio y revolcarme en una tina de masculinidad y peligro. De raspar sus bordes lisos. Me coloqué el cinturón de seguridad y tragué mi lado de culpa. Con un chirrido de neumáticos, Lee salió a través de las puertas.

Diez minutos más tarde, el estruendo de la radio competía con el látigo de viento, toqué el brazo de Lee y señalé. —Aquí. —En el centro comercial, había un bar deportivo. Lee siguió mi mano, estacionó la camioneta y saltó, su mano apoyada en el lado de la Defender un poco más de lo necesario, algo de nostalgia en sus ojos. Me reuní con él, nuestras caderas chocando mientras caminábamos hacia el restaurante, su brazo alrededor de mi hombro, un gesto casual sin embargo familiar. A las pocas semanas de follar estábamos a gusto con la presencia del otro. Me sonrojé y me incliné dándole un beso en la mejilla. Sentí el tirón de su brazo mientras lo besé. Esto no se sentía como un rebote. Se sentía como debería sentirse. Completo. Esto funcionaría. Él se enamorará de mí, solo de mí. Me detuve repentinamente cuando mis ojos se encontraron con Jillian.

152

Los ojos de Jillian nos miraron, notando sobre todo a Lee con una larga mirada. Un cambio, invisible para alguien más, pero era una cartelera de emociones extendiéndose por todo su rostro. No podía mirar hacia otro lado, incapaz de moverme. La miré fijamente hasta el momento en que su mirada crítica encontró su camino a mis ojos. Allí, mantuvimos el contacto visual, dos mujeres en lados opuestos de un campo de batalla, mis armas sexo y pasión, las de ella lazos de familia e historia. Mantuvimos una conversación entera a través de esa mirada. La acalorada batalla de emociones, las peleas discutidas con labios apretados y miradas silenciosas. Entonces, la batalla se terminó, la mujer mayor cerró sus ojos, por mucho tiempo, un momento de dolor. Sentí su decepción. Su ira. Su frustración. Lo sabía porque la sentí en mi corazón. Me aparté de Lee, colocando un mechón de cabello detrás de mí oreja, guardé mis manos en los bolsillos, sus ojos leyendo el movimiento. —¿Qué? —La miró, sus ojos yendo y viniendo de Jillian, la mujer no registrando su búsqueda de problemas. —Una amiga mía. Continúa. Estaré allí en un minuto. Se encogió de hombros. —Lo que sea. —Me tiró las llaves y se giró. Podía apostar, por el movimiento en el rostro de Jillian, que le guiñó un ojo al pasar. Esperé, dando un paso adelante, viéndolo desde mi visión periférica entrando al bar, escuché el aumento de la música y las voces hasta que la puerta se cerró detrás de él y nos quedamos en silencio, dos fuerzas separadas por un metro de hormigón.

—¿Qué estás haciendo Layana? —Su voz era cansada. Abatida. Como si hubiéramos tenido esta conversación millones de veces y no pudiera soportar la idea de volver a tenerla. —No puedo… —Me detuve. Traté de encontrar las palabras—. Sabes cómo es con Brant. —Señalé a Lee—. Es diferente. Intenté… no puedo permanecer alejada. —Amas a Brant. —Suspiró, exhalando como una anciana—. Sé que lo haces. Asentí. —Lo hago. Miró por encima del hombro. —¿Y él? ¿Tiene algo de tu corazón? Tragué. Buscando en lo más recóndito de mi corazón que no creía que existiera. —Una parte de mí lo ama también. Realmente no puedo separar eso. Su boca se apretó.

153

—Estás jugando con fuego. —Es mi decisión. Soy la que está en la relación. —Lamenté el momento en que las frívolas palabras salieron de mi boca. Sus ojos ardieron con furia. —Eres una chica estúpida. —Señaló con un dedo el bar. —Él va a dejarte, Layana. Un día, te despertarás y ese chico de ahí se habrá ido. Brant te ama. Estará contigo para siempre. Asentí. —Lo sé. —Me giré, escondiendo mi bolso bajo el brazo porque necesitaba hacer algo con mis manos y me dirigí hacia la torre de neón. Su voz, tranquila pero firme, me detuvo. —Brant me dijo que te propuso matrimonio de nuevo. —Sí. —Me di vuelta. Miré sus ojos—. ¿Debo casarme con él? Se rió con enfado, un sonido frío y quebradizo que hablaba de incredulidad y desesperanza. —Lana, sabes que no me preocupo por ti. —Soy muy consciente. —Pero no creo que me guste apoyar a alguna mujer que salga con Brant. Pudiste haberlo dejado. Allá en Belice, cuando te enteraste de su secreto. Pero no lo hiciste. Te quedaste. Hace cinco minutos te habría dicho que sí, que te casaras con él. ¿Ahora? ¿Viéndote con él? —Señaló

con su cabeza hacia el bar—. Estás amenazando todo lo que tienes porque quieres todo lo que no tienes. No consigues todo cuando se trata de Brant. Conseguiste lo que comparte contigo. Tienes que ser feliz con eso. Encontré mi voz en algún lugar alrededor de la boca de mi vergüenza. —No sé si puedo ser feliz solo con eso. Negó, una mirada de decepción en su rostro. —El amor no se trata de ser feliz. Puedes estar soltera y ser feliz. El amor es preocuparte por la otra persona, de su cordura, de su felicidad, primero. Si no estás dispuesta a hacer eso, entonces realmente no estás enamorada. Con ese golpe justificado, se dio la vuelta, sus tacones resonando por el estacionamiento, su cabeza baja y los hombros encorvados. Había una parte de mí que quería a esa mujer. Que le encantaba su lucha por Brant. Había otra parte de mí que odiaba sus entrañas.

154

Di media vuelta y me dirigí al bar, mi camino al infierno lleno de señales de neón y tentación, todo en la forma de Lee.

Cuarenta y uno —Layana. —Jillian levantó la vista de su escritorio, elevando sus cejas puntiagudas en dirección de su administrador, un hombre que positivamente tembló a mi lado—. Qué sorpresa… Di un paso adelante, me apoyé en el borde de la silla más cercana; cualquier tiempo que pasara de pie se habría sentido muy similar a mi tiempo en la oficina de la directora. —Me gustaría hablar contigo acerca de algo. Se levantó, extendiendo sus manos. —Absolutamente. Siempre estoy feliz de verte. Chad, por favor déjanos, y que no haya interrupciones.

155

Oí sus pasos de huida, los duros ojos de ella regresaron a los míos. —¿Qué sucede? —Gracias por no hacer una escena anoche. Asintió con rigidez. —Realmente no tenía opción. —Hago un montón por Brant. Por ti. Por BSX. Frunció sus labios. —Guardas un secreto. No lo pongas como si fuera una hazaña monumental, querida. —Necesito algo a cambio. De ti. —¿Y qué es? —Se movió a un escritorio antiguo, situado a lo largo de la pared derecha de su oficina, y comenzó el proceso de servir una taza de café. No me ofreció ninguna, y sonreí ante el pequeño desaire. —Necesito saber cuántos hombres… —Miré la puerta—. Con cuántos hombres Brant ha… —Traté de encontrar la palabra adecuada para usar en este lugar público—… estado en contacto. Si Lee es el único. Cuáles son las posibilidades de más. Su frente se arrugó y me indicó que cerrara la puerta.

—¿Piensas coleccionar más novios, Layana? ¿Hacer malabarismos con un puñado de hombres a la vez? —Agitó una cucharada de azúcar en el líquido negro—. No eres lo suficientemente inteligente como para eso. Confía en mí. Nadie lo es. —Solo tienes que responder a la pregunta, por favor. —No podía arrojar mis modales; yacían en mi piel como la grasa que solo se manchaba más cuando hacía intentos de lavarla. Dejó la cuchara. —Solo es Lee. Hubo algunos otros chicos en el pasado, pero todos se fueron. Por eso traté de advertírtelo antes. Esa parte de la vida de Brant… tienes que olvidarlo. Concentrarte en construir, en fortalecer tu relación con él, y olvidarte de cualquier otra cosa y persona. —¿Cuánto tiempo duraron los demás? ¿Los otros muchachos? — Tragué, de repente con miedo de la respuesta. Se encogió de hombros. —Es difícil decirlo. No hablan exactamente conmigo. Diría que dos o tres años en promedio, algunos hasta cinco. ¿Y Layana?

156

Me miró a los ojos. —Lee es el más débil de ellos. Un par de ellos han sido… feos. Violentos. No puedes salvarlos a todos. Enganchaste a Lee, felicitaciones. No dejes que se te suba a la cabeza y creas que el próximo chico será igual. Puede que el siguiente chico te ponga sobre tu estómago y te viole por el trasero. Me sentí mal, las palabras crudas rodando por su lengua eran tan discordantes como la imagen que las acompañaba. Me imaginé todas las posibilidades, todas las cosas impensables que nunca había considerado, mi vida demasiado limpia como para conocer la verdadera depravación. —Probablemente sería mejor, en este momento, que o bien te alejes, o te pongas tus bragas de chica grande. Tienes que tomar una decisión. O amas a Brant a pesar de eso, o no lo haces. ¿Cuánto lo amas? La habitación se reorientó ante sus palabras, su desafío. Cerré mis ojos y me imaginé el rostro de Brant. El hombre detrás de la brillantez. El hombre que amaba de una manera que no creía que fuera posible. El hombre por el que pelearía, por él incluso mentiría, engañaría y robaría. El hombre, que, de alguna manera, o forma, era salvable. Sabía lo que era. Lo que tenía que ser. Abrí mis ojos y me encontré con Jillian. ¿Cuánto lo amas? —Suficiente. Más que suficiente. Suspiró. Bajó su taza de café. —Ciertamente eso espero.

Cuarenta y dos Un año, dos meses atrás Lee estaba borracho. Cuando salió, se tropezó. Cuando se inclinó en la barra, su brazo se deslizó. Miré al camarero, el mismo pendejo de hace diez meses y pedí una botella de agua. Me dio un vaso sucio y me hizo un guiño hacia el cuarto de baño. A la mierda. Le deslicé el vaso de regreso. Me senté en el taburete más cercano. Moviéndome suficientemente cerca para evitar su caída si se iba por encima.

lo

—¿Qué pasó?

157

Tiré de su barbilla, su rostro se movió lo suficiente para que viera lo que parecía un labio partido y su mandíbula hinchada. —El maldito dueño de la casa. Dijo que la semana pasada que fui, corté solo la mitad de la hierba. —¿Lo hiciste? —La mirada penetrante que me dio respondió la pregunta. Levanté mis manos—. Lo siento. —Miré al camarero—. ¿Puedes darme un poco de hielo? —El hombre me dio unos puñados, los cuales estaban colocados en la parte inferior de una bolsa de basura. Torcí el paquete y lo apreté suavemente contra su boca—. ¿Cómo llegaste a esto? —El imbécil amenazó con decirle al resto del barrio. —Se encogió de hombros—. Así que le di un puñetazo. Parpadeé, el nivel de inteligencia detrás de esa historia era asombroso en su inmadurez. —¿Por qué no solo te alejaste? Se apartó el hielo, movió su mandíbula de lado a lado mientras me miraba a través de ojos acuosos. —Necesito trabajo. Necesito dinero. —Trató de estirarse para tomar una cerveza que ya no estaba allí—. De alguien que nunca ha trabajado un día en su vida, no esperaría que entendiera.

Nunca ha trabajado un día en su vida. Es cierto. Me mudé de Stanford a un trabajo de tiempo parcial a la vida de una retirada mimada. Mi trabajo de tiempo completo era Brant y ahora Lee. Lee acabó la oración con un lado de disgusto, como si mi falta de un día de trabajo me hiciera menos persona. Era algo que Brant nunca había mencionado, y de repente me pregunté si era algo que pensaría. Las emociones y los sentimientos a menudo quedaban ocultos. Empujados hacia abajo hasta que encontraban otra salida para deslizarse de nuevo hacia arriba. Moví el hielo de sus labios, sus ojos ardiendo mientras la compresa fría golpeaba la herida abierta. —Cállate —le susurré—. Tómalo como un hombre. Se apoyó en mi mano, el olor a alcohol y a hierba, a tierra y a hombre invadieron mis sentidos. —¿Te importa renunciar a ese asiento princesa?

158

Los ojos de Lee se abrieron de nuevo mientras rompía el contacto, girándome para ver a un hombre detrás de mí, su brazo tatuado envuelto alrededor de una mujer que describiría cortésmente como dura. La otra mano del desconocido agarrando el borde de mi taburete, como si estuviera contemplando darle un firme tirón que me voltearía sobre los infestados gérmenes del piso. Mis ojos observaron el bar, cuerpos llenaban el pequeño espacio, el paisaje intacto por el áspero hombre delante de mí. Yo era la única diferente en esa escena, en pantalones de lino y Jimmy Choos. El bolso en mi brazo costaba más de la mitad de los vehículos en el estacionamiento. Fue estúpido de mi parte venir aquí, en una noche de viernes y a medianoche. Estúpido de mí caminar en una atmósfera de alcohol y hombres rudos, y esperar no ser notada, empujada. Puesta en mi lugar. Me deslicé del taburete, mis tacones encontrando el piso, mi mano apoyándose en la barra. —Claro. —Sonreí, el rostro inmutable del hombre, su satisfacción al obtener un asiento oculto por su descuido, mugre y dureza. —Siéntate —gruñó Lee, quien levantó la cabeza lo suficientemente alto como para captar mi mirada. Me miró con orden en sus ojos. —Debería estar yéndome de todos modos —dije, mi voz lo suficientemente baja como para no ser escuchada. Dios, no necesitaba esto. El borracho Lee, quien ya estaba ensangrentado por una estúpida pelea, defendiendo mi honor en un lugar con el que debería haber sido lo suficientemente inteligente como para evitar.

Lee se puso en pie, tambaleándose ligeramente cuando se volteó para mirar al hombre detrás de mí. Un hombre que, por desgracia, no se había movido y se encontraba a solo un paso, su novia todavía metidasuccionada a su lado. —¿Cuál demonios es tu problema? Jalé de su brazo. —Lee. —Una palabra que me valió un momento, una mirada en la que todo se congeló, y él me miró y vi todo lo que no me podía decir en aquel momento. Él no me podía comprar autos. No me podía ahogar en diamantes y edificios y viajes a Dubai. No podría incluso pagar por las cervezas que llenaban su estómago. Pero esto, esto era una cosa que podía hacer. Podía defenderme, pelear, sangrar por mí. Esto, era algo que Brant nunca haría. Una situación de nuestra vida alternativa en la que nunca habríamos de estar. Este era el mundo de Lee. Aquí él era el rey. Aquí mataría al dragón tatuado y sería mi héroe. Sus ojos ardían en el aire entre nosotros y dejé escapar un suspiro tembloroso. Solté su brazo y me hundí de nuevo en el muy controvertido taburete.

159

—No están bebiendo. Hagan lugar para alguien que sí lo hace. —En dos frases vi dientes amarillentos, una sonrisa burlona por la que cruzaría la calle para evitar, y el endurecimiento de todo el cuerpo de Lee. Tuve un momento de admiración por el doblez de los músculos de su espalda cuando se lanzó hacia adelante, un gancho de derecha que casi me alcanzó por poco, con el hombre echándose hacia atrás y fácilmente evitando el puñetazo. Cerré mis ojos. No podía ver más. Me empujé del taburete mientras el golpe de puño contra carne sonaba alto en el espacio. Un espacio que de repente se quedó en silencio, el empuje de la multitud hacia adentro mientras una docena de cuerpos se detenía y tensaba para una mejor visión. Abrí mis ojos a tiempo para ver a Lee tambalearse hacia adelante y lanzar un golpe, la cabeza del hombre moviéndose hacia atrás de una manera antinatural. Me lancé hacia delante, metiéndome entre los dos, mis ojos capturando los de la otra mujer en esta ecuación. Ella enseñó un fajo de encías y miró hacia otro lado, como una abeja por mi taburete, su preocupación por estos hombres no existía, siempre y cuando su asiento estuviera seguro. —¡Detente, detente! —grité las palabras al rostro de Lee, su larga pausa suficiente para que lo metiera de nuevo en la multitud, el mar de cuerpos tragándonos a los dos, el bar no era lo suficientemente grande como para acomodar un cambio en la multitud sin la reubicación de la

población, el oleaje cortándonos de la ofensiva fiesta. Pasé mi brazo en el suyo y salí, arrastrándolo por la puerta y llevándolo hacia la calle. Esperaba maldiciones, exclamaciones de poder masculino, un intento de regresar adentro, pero solo lo encontré inestable. Tambaleándose hacia adelante y hacia atrás, luego se sentó, sus rodillas pandeadas de tal manera que hizo su descenso en el suelo casi gracioso, arrugado en su asiento, en la acera sucia, sus brazos descansando, doblados sobre sus rodillas, su cabeza caída en sus antebrazos. Me senté a su lado, tan cuidadosamente como pude. Consciente, mientras mi trasero golpeaba el concreto, que estaba condenando a mis pantalones de lino a una sentencia de muerte temprana. Silencio. Estaba a gusto en el silencio. Se ajustaba a este momento en el tiempo, me recordaba otros tiempos, otros lugares. Un respiro de la locura de esta noche. Bajé mi cabeza y me pregunté qué estaba haciendo. Debería estar en casa. En mi tranquila casa, hasta el cuello en un baño de burbujas, un libro en mano. O doblada en la hamaca en mi terraza de atrás. Escuchando el océano hasta que me durmiera.

160

—Nunca lo harás. —Sus palabras eran un insulto de depresión, engrosadas por el alcohol y la desesperación. —¿Hacer qué? —Mantuve mi cabeza baja y ojos cerrados. No quería ver el rostro que acompañaba esa declaración. Realmente no quería saber la respuesta a la pregunta que acababa de hacer. —Dejarlo. —Un largo silencio, roto en algún lugar de la oscuridad por la crisis de vidrios y una maldición—. No lo harás, ¿o sí? —Sentí sus ojos en mí, me obligué a levantar mi cabeza y le di el respeto de mi contacto con los ojos. Un hombre destruido estaba sentado delante de mí, sus brazos alrededor de sus rodillas, un escalofrío en contra de mi alma. Había visto a este hombre de muchas luces diferentes, pero esta era la más débil. Esta era la que me conmovía en lo más profundo y la que me más dolía. La que, de alguna manera, más amaba. Lo miré y le dije lo único que pude. —No, no lo haré. Nunca lo dejaré. Rompió el contacto, apoyó su cabeza en sus manos, y el silencio cayó sobre la calle. Luego, con un tirón hacia adelante y un grito ahogado, se inclinó hacia adelante y vomitó sobre el asfalto sucio.

Un taxi nos llevó a mi casa. Odiaba dejar mi auto, pero no quería un Lee borracho en el auto mientras estaba conduciendo. Necesitaba las dos manos, en caso de un contratiempo durante el viaje de veinte minutos. No hubo hipo. Se acostó en el asiento, su cabeza en mi regazo, una mano suelta apoyada en mi muslo, como para tranquilizarse con mi presencia. Roncó un par de veces durante el viaje, golpes duros silenciando su sueño, su cabeza rodó contra mi regazo, lo que provocó nuevos temores de un segundo incidente de vómito. Pero el taxi se detuvo a través de mis puertas sin ningún evento. Nos dejó en la parte delantera, un extra de veinte dólares por convencer al conductor que me ayudara a llevarlo a mi cama. Y allí, su ropa fue quitada, mi edredón se detuvo sobre su pecho desnudo, y durmió. Me acomodé en mi lado de la cama junto a él y miré su bello rostro. Lo miré, pensé y traté de resolver el lío de sentimientos en mi cabeza.

161

Cuando me desperté por la mañana, se había ido, junto con el dinero de mi cartera. Verdaderamente se fue. Su celular estaba muerto. Su jeep fue encontrado, supuestamente abandonado, por mi ojo privado. Sin señales del hombre que tenía un gran pedazo de mi corazón. No lo volví a ver durante siete meses. Traté de olvidarlo. Traté de aceptar su desaparición como una bendición. Las cosas en mi mundo con Brant continuaron. La vida era suave, sin estrés. El trato con iTunes fue cerrado, Brant duplicó su riqueza, y la vida retomó su actividad. Pero cada vez que estaba lejos de Brant, pensaba en Lee. Me preguntaba sobre él. Lo extrañaba. Rechacé otra propuesta de Brant, esta con velas y langosta en el piso superior de su yate. Casi acepté. Con Lee lejos, tuve que luchar para no decir que sí. Pero no lo hice. Tenía que saber si Lee todavía estaba allí. Tenía que cavar de nuevo en la oscuridad, verificar su existencia, saber más. No terminaría de otra manera.

Cuarenta y tres Brant Me quedé con el anillo en mi oficina, en el cajón de mi escritorio principal. Su caja estaba gastada, mis manos habían girado el terciopelo demasiadas veces como para contarlas. Más de las que había sido fabricado.

162

Compré el anillo hace trece meses. En un capricho, mi cabeza se despejándose lo suficiente como para darme cuenta de que estaba en el centro de la ciudad, por una razón que no sabía, un enjambre de gente alrededor, la maldita gente diaria que estaba en San Francisco. Odio esta ciudad, su empujón de demasiada gente en un espacio demasiado apretado, la claustrofóbica sensación de una pelea por la necesidad de aire. Estuve en esa calle llena de gente, con grietas sucias bajo mis pies, y vi la joyería, al otro lado de la calle, una señal plateada de calma en blanco y negro contra la locura que era la calle llena de gente. Me abrí paso entre la multitud y entré. Pendientes tal vez. Algo brillante entre los oscuros rizos de su cabello. Entré en la calma y la tranquilidad y respiré más fácil. Le sonreí al hombre que me atendió. Me adentré, no hacia el mostrador de collares y aretes, sino a la izquierda, mis piernas llevándome hacia la extensión brillante de los anillos de compromiso. No sabía lo que estaba pensando. No podía proponerle matrimonio sin estar limpio. Sin decirle algo sobre el negro en mi alma. Soy un bien dañado. Sé eso. Ella merece saber eso. Conocer a lo que está entrando. El dolor al que voy a arrastrarla, si la medicación alguna vez deja de hacer su trabajo. Pero todo eso salió de mi mente cuando me acerqué al cristal. Cuando mis ojos se movieron sobre los anillos mediocres y vieron la superficie por encima de un grupo en especial. —Déjeme ver ese. Salí sin un anillo. No había encontrado nada digno de ella. Pero habían funcionado para mí. Había rastreado una piedra que le quedaba. Un diamante azul natural. Les tomó tres semanas encontrar uno lo

suficientemente grande. 2,41 quilates, en forma de escudo. Una forma única, una piedra única, perfecta para ella. La pusieron en una montura simple, entonces lo entregaron por mensajería. Estuvo en mi escritorio otro mes antes de que me sintiera seguro, de que me sintiera bien. La decisión más importante de mi vida, más importante que cualquier cosa, que cualquier desarrollo. Sopesé cuidadosamente la decisión, analicé los pros y los contras, examiné todas las facetas de mi relación con Layana. Lo miré como una decisión de negocios, a pesar de que el matrimonio debía ser todo lo contrario. Pero ya sabía lo que sentía mi corazón. No tenía sentido mantenerlo bajo el agua para ahogarse en una situación imposible de ganar. Tenía que atravesar un proceso analítico para asegurar el éxito. Antes de proponerle matrimonio, completé el análisis para mí (resultado positivo), y después el de ella. Intenté determinar si se trataba de una decisión inteligente para ella. Traté de anticipar las consecuencias que se producirían si o cuándo descubriera mis secretos. Tal vez ella estaría bien. Tal vez lo entendería. O tal vez huiría a las colinas.

163

Lo había analizado, trabajado diferentes escenarios, giré el anillo más de mil veces… entonces fui por ello. Tomé la decisión, le avisé a mis contadores y a mi familia, y le dije adiós a toda razón lógica. Amor. Nos hace hacer cosas locas. Le di la vuelta al anillo contra la yema de mi pulgar, contemplando la luz del diamante no reclamado a la luz de mi lámpara de escritorio. Entonces lo puse de nuevo en su caja, cerré la tapa, y lo devolví a su casa semi-permanente. Apagué la luz y me senté allí por un largo momento, mi oficina y mi corazón, vacíos y silenciosos.

Cuarenta y cuatro Siete meses atrás La siguiente vez que vi a Lee, él vino a mí. Su complexión apoyada en la pared de atrás de mi casa, la luz de la madrugada proyectando sombras doradas sobre su cuerpo. Desnudo, en shorts, secando el agua salada de su cuerpo.

164

Me detuve, mi sostén deportivo estaba pegado, sudor caliente corriendo por mi rostro. Me limpié el rostro y miré sus ojos, mi respiración agitada por mi corrida del día. —Hola. —Hola. —Regresaste. Salió de entre las sombras, el sol iluminando su piel, sus ojos entrecerrados cuando se detuvo frente a mí, extendiendo su mano y tirando de mi cola de caballo. —Sí. —Te extrañé. —No pude contener la frase. Era verdad, no importaba cuánto lo odiaba. Su sonrisa se rompió, bajó su mirada, tratando de ocultar la reacción. Su hoyuelo mirando hacia otro lado, la combinación hizo mis piernas débiles. —No me dejes de nuevo. —Demostré debilidad en mi voz y me volvió a mirar. Estudió mis ojos con una serenidad que era más de Brant que de Lee. —Bien. —Asintió.

Bajé de mi orgasmo, su polla profundamente en mi interior, su cuerpo cubriendo el mío, dos formas, dobladas contra la ventana del dormitorio, su boca en mi cuello, arqueando su pecho contra mi espalda mientras empujaba, gimiendo y gruñendo mi nombre mientras me marcaba plenamente como suya. Se estremeció dentro de mí, susurrando mi nombre con un beso en la parte de atrás de mi cuello. Mis piernas cedieron y su mano me capturó antes de que cayera, arrastrándome hacia atrás hasta que ambos estuvimos acostados en mi cama. —Dios, amo follar contigo. —Su respiración era pesada y la cama se movió cuando rodó y me acercó. —Lo mismo digo. —Cerré mis ojos. Apreciando el aire a la deriva a través de mi piel. Recuperándome. —Necesito una ducha. Sonreí. —Yo también. Dame un minuto. —No tengo nada que hacer hoy. Tómate el tiempo que necesites.

165

Me quedé con mis ojos cerrados. Lo sentí levantar mi mano. Pasar sus dedos sobre las líneas en mi palma. Presionar sus labios contra el lugar, mis dedos cerrándose alrededor de su boca. —Te amo así. —Su boca contra las almohadas, amortiguada ligeramente. Mantuve mis ojos cerrados, mi boca curvándose en una sonrisa. —¿Cómo? —Desnuda. Satisfecha. Sin nada, nada que me haga sentir inferior. Eso me abrió los ojos. Giré mi cabeza, inclinándome hacia él. —¿Inferior? ¿Por qué te sientes de esa manera? —Vivimos en mundos diferentes, Lana. No me insultes ignorando ese hecho. Me quedé callada. Sintiendo la caricia suave de su mano sobre mi espalda que se disculpaba por el tono de su voz. —Pero ahora estás aquí. —Sí. Aunque no puedo decirte dónde estuve. Todo… —Se quedó en silencio—. Todo se desvanece a menos que esté contigo. Debería haber sido un cumplido. En cambio, pareció más una pena de prisión. Una declaración de hechos. No respondí.

—Ojalá mi mamá te hubiera conocido. Me olvidé, por un momento, de respirar. Esperé a ver lo que vendría después. Qué camino tomaría esta conversación. —Era tan hermosa. Cabello como el tuyo… rizado. Nunca en control. Solía perseguirme alrededor de la casa y saltaba, como una tercera persona en la habitación. —Su voz bajó, como si se hubiera dormido y necesitara más. Cuando volvió a hablar, apenas podía escucharlo—. Honestamente no puedo recordar a mi padre. Tenía ocho años cuando fueron asesinados. Un conductor ebrio, algún estúpido de un country club un domingo por la tarde manejando su auto. Él vivió, ellos no. —La mano en mi espalda se había endurecido. Silencio. —Lo siento mucho, Lee. —No sabía qué más decir. Ignoró el sentimiento. Continuó hablando como si las palabras estuvieran embotelladas y necesitaran un escape, su voz fuerte y rápida, cada sílaba sumergida en la ansiedad.

166

—No tenía ningún otro familiar. Me pusieron en el sistema de cuidado de crianza temporal. Había estado en ocho casas diferentes cuando cumplí dieciocho años. Tres de las casas estuvieron bien, cinco… — Escuché el sonido de su garganta cuando tragó. La mano en mi espalda se había ido y me di la vuelta. Apoyé mi cabeza en su hombro y envolví mi brazo alrededor de su pecho. Pasé una pierna por encima, hasta que cada parte de mi cuerpo estuvo unida con la suya. Le di consuelo de la única manera que sabía. —Cinco… fueron malas. Desaparecí cuando cumplí los dieciocho años. Conseguí unos cuantos miles dólares por parte del Estado y despegué. —Devolvió su mano. Trazó una línea por mi espalda—. Tú y yo… hemos vivido diferentes vidas. Nunca estuve de novio con nadie. Nunca tuve suficiente para cuidar de otra persona y mucho menos para arruinar a una mujer como tú. Toda mi vida ha sido una cuestión de supervivencia. Luché para llegar a donde estoy. Para llegar al punto en el que era lo suficientemente bueno para alguien más. No dije nada. Me quedé allí, envuelta en sus brazos. Sintiendo el momento en que se detuvo a la espera de una respuesta y se quedó dormido, sus manos flojas y pesadas contra mi piel. Era una historia maravillosa. Poética en la descripción de su vida. Entrañable. La creación de este torturado, confundido hombre delante de mí. Explicando perfectamente su desesperación por amor, mezclado con un lado de nunca-seré-lo-suficientemente-bueno.

Lástima que todo fuera una mentira. Me quedé en sus brazos y me pregunté a cuántas mujeres les habría dicho lo mismo.

167

Cuarenta y cinco Brant En cierto modo somos tan cercanos en todo, como una vida en la que uno comienza y el otro acaba, una unión tan completa que somos uno. En otras formas… Somos un mundo aparte. Mentiras. Las mentiras que nos mantenían separados. Empecé esta relación con una mentira, una parte de mi pasado a la cual encerraba y de la que esperaba ella nunca se enterara. Layana comenzó esta relación limpia e inocente, y ha amontonado mentiras desde entonces.

168

Quiero librarnos de todas las mentiras, comenzar desde cero con una sesión de una confesión. Pero estoy aterrorizado de decirle mi secreto. Y estoy aterrorizado de oír que me diga el suyo. Lo sé, pero no quiero hablarlo, no quiero que sea más cierto de lo que ya sé. Solo quiero saber por qué. ¿Por qué me engaña? ¿Qué es lo que no le doy? ¿Qué parte de mí no es lo suficientemente buena? ¿Por qué, cuando su amor por mí arde lo suficientemente brillante como para quemarnos… se escabulle con un extraño? Mi mayor temor es que lo ame. Mi mayor temor es que él se haya arrastrado como un gusano hasta su corazón. La amo demasiado como para compartirla. Lo odio a él con una venganza que vuelve mi sangre blanca. He hecho que los sigan. Me reuní con un investigador privado e hice que pasara un mes siguiéndola. Pero ella fue demasiado inteligente, su informe reveló que pasa tiempo con un solo hombre: yo. Ahora, tengo a Jillian vigilándola. Con la tarea de descubrir cualquier cosa y todo lo relacionado con el hombre que tiene al amor de mi vida en sus manos. Soy un hombre inteligente. Lo tengo todo calculado. Pero no soy frío; no soy insensible. Mi amor quema tan brillante como el de ella, igual que mi posesión. Pero mi rabia, mi emoción, no se cocina a fuego lento en la superficie. Se esconde, esperando por el momento en que tenga que entrar en erupción.

Cuarenta y seis Cinco meses atrás —No te vas a casar conmigo. —¿Es una pregunta o una afirmación? —Es el comienzo de una pregunta. —Entonces… termínala.

169

—Me gustaría, si dejaras de hablar el tiempo suficiente para permitírmelo. Miré hacia arriba a la pila de fruta delante de mí, mis manos agarrando una naranja que tenía que estar suficientemente buena, nada más en el suave montón. Le sonreí a Brant. —Entonces habla. Arrojó un mango en mi dirección, haciendo su camino hasta que estuvo más cerca de mí. —No te casarás conmigo… pero, ¿por qué no vivimos juntos? Sí, ¿por qué Layana? Busqué en mi cerebro una respuesta aceptable, aparte de Lee. Estaba bastante segura que Lee no estaría de acuerdo con follarme en la cama de Brant. Entonces otra vez… tenía mi apartamento en el centro, el cual Molly y Marcus no usaron de forma adecuada. Se merecía una buena ronda de folladas. —Tal vez —dije finalmente, moviéndome a un lado, frente a las limas, la mano de Brant tirando de la parte posterior de mi suéter de cachemira, moviéndose de una manera que no debía. —¿Tal vez? —Pasó un brazo alrededor de mí. Mordisqueó la parte trasera de mi cuello antes de mirarme fijamente con una expresión sombría—. Tal vez es tu respuesta a mis propuestas. —Es una buena respuesta. —Le sonreí. Levantándome de puntillas y besando sus labios.

—Es una respuesta horrible —gruñó, tirando de mí cuando traté de darle la espalda—. ¿Me amas? Me detuve. Dejando mi cesta en el suelo, envolví mis manos alrededor de su cintura. Miré su rostro, el rostro del hombre que amaba más que a la vida misma. —Por supuesto que te amo. No vuelvas a dudar eso. Se inclinó hacia delante. Rozando mis labios tan suavemente que cerré mis ojos. Necesitaba más. —Entonces, múdate conmigo —susurró—. Sé mi novia ilegítima. —Eso no sería apropiado —le dije contra su boca. —Entonces cásate conmigo —dijo, dándome un fuerte beso y alejándose. Echando un vistazo a nuestro alrededor con expresión exagerada—. ¿Quieres que lo haga? ¿Arrodillarme aquí? —Palpó en sus bolsillos, pretendido sacar un anillo que sabía muy bien estaba en su oficina de seguros.

170

—¡No! —grité—. Por el amor de Dios, no. Me iré a vivir contigo —le prometí, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello y robándole un último beso. —¿Me lo prometes? —Lo prometo. —Entonces grité, sus manos levantándome, nuestra cesta se volcó, la fruta rodando a todos los extremos del pasillo—. Brant, ¿qué estás haciendo? —Buscando una casa. —Me abrazó contra su pecho, con destreza moviéndose, mi cabeza estirándose hacia nuestra cesta. —¿Qué pasa con la fruta? —Te compraré una casa con huerto —prometió, dejándome suavemente abajo en el suelo junto a su coche, su mano abriendo la puerta y la mantuvo así para mí. —¿Ahora? —le pregunté en silencio, dando un paso al asiento, observando su rostro mientras cerraba la puerta y se movía hacia el lado del conductor. —Ahora. —Pensé que solo me mudaría a tu casa. —Casa no era realmente la palabra adecuada para ello. Era una mansión. Quince mil doscientos cuarenta metros cuadrados de espacio que apenas se utilizaba. Un laboratorio en el sótano que tenía diez millones de dólares en equipamiento. Él no podía mudarse. No era posible.

—Esa es mi casa. Quiero nuestra casa. Un lugar para construir nuestro futuro. Un lugar que tú escojas. —Se movió y aventó su teléfono en mi regazo—. Llama a Jill. Averigua a qué agente de bienes raíces debo utilizar, después consíguelos por teléfono. Nuestra casa. Le marqué a Jillian y me pregunté qué tan bien le caería esto a Lee. Tal vez estaba cometiendo un error.

Compré mi primera casa una semana después de mi cumpleaños veinticinco. Tenía un presupuesto de tres millones de dólares. Me volví loca y gasté cuatro. Vi doce casas diferentes antes de llegar a la difícil decisión de elegir una. Con Brant, esperaba más producción. Resultó ser ridículamente simple. En mi rango de precios anterior, mezquino, había tenido que tomar decisiones. ¿Quería la cocina al aire libre o el porche de sol? ¿Teatro dentro o biblioteca? ¿Oficina con vista al mar o dormitorio adicional?

171

En el rango de precios de Brant, cada casa tenía todo. Y había solo tres para elegir. El agente de bienes raíces nos ofreció una limusina, pero fuimos en el Aston Martin de Brant, serpenteando hacia la costa, las casas a veinticuatro kilómetros de distancia. Todo lo que pudieras desear por treinta millones de dólares. Fue una decisión fácil. La primera era un palacio de detalles ostentosos, techos pintados a mano, y pesadas cortinas de terciopelo. Gritaba dinero viejo y arrugado, y era completa con cuarto de servicio y un piso entero dedicado a salas formales que nunca usaríamos. Tenía salón de baile, una enorme extensión que me imaginaba siendo utilizada en una variedad de formas, la más importante una pista de patinaje para nuestros futuros hijos. Pero el consenso, una mirada entre Brant y yo a nuestra salida, fue un no. Windere fue la segunda propiedad, en un alto acantilado, propiedad en un momento de los Kennedys. Tenía cuatro acres cerrados, nueve habitaciones, canchas de tenis y un ascensor que nos llevaría al piso 42 más abajo de la playa. También venía con una casa de playa de dos dormitorios, en la base del ascensor, una caja enjoyada de mil doscientos metros con spa adjunto y segunda piscina. Tenía privacidad, necesitaba personal de al menos ocho, y estaba a una buena media hora de Palo Alto, pero era cómoda. Moderna. Nosotros. También tenía una plaza en el sótano de mil ochocientos veintiocho kilómetros. La compramos.

—Esto es todo. —Brant le aplaudió a la de la inmobiliaria, una mujer pequeña con una gran mordida, que se encontraba en la parte posterior—. Buen trabajo. —Tengo una propiedad más que mostrarles… en Santa Cruz… es una hermosa casa… —Su voz vaciló y me miró en busca de ayuda. —Esta es perfecta. —Hice eco de la opinión de Brant. Enlacé mi brazo con el suyo y lo miré. —Haga el contrato. —Deslizó un brazo alrededor de mi hombro, se inclinó y me besó en la boca—. Te amo —murmuró, la de la inmobiliaria alejándose para darnos privacidad. —Yo también te amo. —Primeros pasos, ¿verdad? Sonreí. —Primeros pasos. Pasos de bebé. Gruñó contra mi boca.

172

—No digas de bebé. Ya estoy deseando verte embarazada, con niños corriendo por esta casa. La luz en mi corazón se desvaneció un poco, y me empujé a mí misma, robándole un beso antes de que la emoción golpeara mis ojos. —Vamos a darle una última mirada a nuestro futuro hogar.

Cuarenta y siete —¿Qué está pasando? Levanté la vista desde mi lugar en el piso, a media envoltura del marco de una foto. Lee estaba en la puerta, levantando las manos con confusión. Miró alrededor de la sala de estar vacía, la mitad de los muebles habían sido quitados y empaquetados la semana pasada para su envío. Me incliné hacia atrás. —¿Frank? Un momento después, una cabeza rapada caminó dentro de la habitación. —¿Sí, señorita?

173

—¿Puedes reunir a los chicos? ¿Llevarlos a almorzar? Necesito un poco de privacidad. —Claro. —Asintió saludando a Lee y salió de la habitación. Me levanté, dejando el marco abajo y me sacudí. —Hola nene. —¿Qué está pasando? —repitió. —Me mudo. Intenté llamarte. He estado llamándote. Deberías tener correo de voz. Miró a su alrededor como si no entendiera el concepto, dando unos pasos hacia la cocina antes de regresar. —Casi todo se ha ido. ¿Cuándo te irás? —El viernes. —Entonces, ¿dónde será tu nueva casa? —No lejos. —Di un paso adelante, envolviendo mis manos alrededor de su cuerpo, mi cuerpo al ras con el suyo, su reacción inmediata. Miró hacia abajo, se inclinó y me besó. —Quiero verla. —¿Ahora? Se encogió de hombros.

—Claro. Parece que necesitas un descanso. Miré alrededor, a mi casa llena de cajas. Una casa que Frank y su equipo podían manejar. —Bien. Permíteme agarrar las llaves. Tomamos el Defender, las manos de Lee familiares sobre el volante. Estuve a punto de darle el vehículo, su amor era evidente cada vez que se sentaba detrás del volante. Tal vez más tarde. Ahora solo causaría una pelea. Preguntas de Brant. Demasiada confusión, demasiado balanceo del barco. Conducimos en silencio, las únicas palabras fueron cuando señalé donde dar vuelta, dando instrucciones. Robé miradas de Lee mientras conducía por las calles, un mundo lejos de su parte de la ciudad. Sus ojos se movían constantemente, melancólicos. Conocía a Lee. Este era el Lee inseguro. El que se volvía hostil e irritable con mi vida de lujo. El que odiaba a Brant con un fervor que me asustaba. Tal vez hoy era el día equivocado para mostrarle la casa. —Me muero de hambre. —Me estiré, colocando la mano junto a él—. ¿Quieres comer primero?

174

—No tengo hambre. —Sacó su mano liberándola. Cambiando la velocidad—. ¿Tu nueva casa no tiene comida? Miré por la ventana. Me tragué mi respuesta. Esto iba a ser un desastre.

Vi la vacilación de Lee cuando señalé la nueva casa, la lenta parada del Defender en las rejas, el guardia de paso en la pequeña cabina, nos vio a los dos y saludó, las puertas comenzando su movimiento lento, revelando la belleza que era Windere. Su movimiento de cambios fue retrasado, entró por el sendero lentamente, el crujido de las hojas muertas audible en ausencia del viento. Cuando la camioneta se detuvo, ante el garaje de seis lugares, lo estacionó, giró la llave y se sentó allí, el motor muerto y sus manos en el volante. —Te mudarás con él. —Una sentencia de muerte. —Sí. Puedes entrar. Quiero que te sientas cómodo aquí. Se rió entre dientes. Dejó caer sus manos del volante y me miró. —No voy a entrar, Suertuda. No sé… no me di cuenta. Deberías habérmelo dicho.

—Es solo un lugar para vivir. No cambia nada entre nosotros. —Lo hace. Tú casa… estaba bien allí. Este lugar… —Inclinó su cabeza y miró hacia arriba, a los cuatro pisos de exceso—. Este lugar tiene su propia oficina de guardia, ¡por Dios! ¿Crees que van a dejar que folles por ahí? —Está bien, Lee. Puedes ir y venir en cualquier momento. —En cualquier momento que él no esté aquí. Joder. —Soltó un profundo suspiro y se giró. Mirándome—. Nunca podré darte esto. Mierda, nunca podré darte nada. —No necesito que lo hagas. —Negué—. Solo necesito que me ames. —Las palabras atascadas hicieron su camino, mi boca lamentándolas mientras salían de mis labios. No lo entendería, pensaría más de lo que era, la declaración ponía demasiado peso en nuestra aventura. —¿Amarte? —Miró hacia abajo, se rió suavemente entre dientes antes de mirarme de reojo—. Suertuda, te he amado durante tanto tiempo como te he conocido. Solo que nunca pensé que podría tenerte.

175

Me quedé sin aire, y avancé lentamente sobre la consola central, sentándome en su regazo y envolví mis brazos alrededor de su cuello. Besé su boca a la vista de la cabina de seguridad y un trío de la mudanza que nunca vería más allá de la siguiente semana. Sus manos se deslizaron por mi cuerpo. Apretaron mi trasero mientras su boca reclamaba la mía. Había sido la declaración incorrecta por mi parte, su admisión me rompió el corazón e hizo mi año, todo al mismo tiempo. Me retiro, respirando con dificultad, encontrando su mirada y le di una versión torcida de la verdad. —Yo también te amo. —Todo el bien que nos hace. —Ven adentro —supliqué—. Podrás bautizarlo, fóllame en cada habitación de la casa. Hazme tuya. Su cuerpo se endureció debajo de mí. —¿Ya no hice eso? Sonreí contra su boca. Tomando una probada final de su boca. —No de esa manera —susurré. —Me retracto si alguna vez lo llamé inteligente. —Envolvió sus brazos alrededor de mí, abrió la puerta y me sacó de la camioneta. Me puso suavemente sobre mis pies, su mano cerrando la puerta mientras miraba con cautela la casa—. Rico malnacido —murmuró, inclinándose contra mí y tirando de mi mano, sus pasos poco a poco lo llevaron hasta los escalones de la entrada, un motor nos pasó en el camino, una sonrisa profesional destellando hacia nosotros.

—Señorita Fairmont. Señor Sharp. —La mujer saludó, sus pasos continuaron, sin pausar su andar. Sentí el inicio del paso de Lee, lo jalé de lleno en la casa. —Pensó que era Brant —dijo entre dientes, mirando por encima del hombro a la mujer. —Estás conmigo. No ha estado aquí. Los de la mudanza probablemente asumieron eso. —Señalé a la habitación ante nosotros, un corredor de entrada de tres pisos, con no menos de cuatro hombres desempacando activamente ante nosotros. —¿Lo que significa que puedo follarte aquí y ninguno de ellos lo sabrá? —Se acercó, empujándome contra la columna más cercana, presionando su cuerpo por lo que quedó muy claro a donde se habían ido sus pensamientos. Me reí, apartándome. —Compórtate —murmuré, alejándome y tocando el brazo del individuo más cercano.

176

—Sí, señorita Fairmont. —El hombre se giró y sonrió mientras asentía respetuosamente hacia Lee. —Nos gustaría un poco de intimidad. ¿Podrían encontrar a Ann y decirle que limpie la casa de personal? —Por supuesto. —El hombre se escabulló, Lee lo observó con asombro. —¿Todo el mundo hace todo lo que les dices? Di un paso hacia atrás contra la columna y lo tiré contra mí. —Bésame. Sus ojos se oscurecieron, obedeció, aplastando su cuerpo contra el mío, su beso duro y posesivo, sus manos descaradamente tentándome sobre el algodón fino de mi vestido de verano. —Supongo que es un sí —murmuró. —Sí —acordé—. Ahora, fóllame de ocho maneras hasta el domingo. —Sí, señorita Fairmont —dijo arrastrando las palabras, bajando mi ropa interior con mano firme—. Con mucho gusto.

Cuarenta y ocho Sé que no entienden. Sé que me odian. Pero pronto descubrirán el secreto de Brant. No puedo mantenerlo oculto. No se quedará callado, está gritando en silencio hasta que se jale el tapón y su aullido llene el aire. Y una vez que lo averigüen, lo entenderán. Habrían hecho lo mismo.

Había pasado casi dos años con Lee. Entrando en su vida. Eliminando todos los obstáculos. Haciéndole enamorarse de mí, forzando que el amor saliera de sus poros y envolviera su corazón.

177

Había tenido éxito. Lo tenía completamente en mis manos. El único problema era que no sabía qué hacer con él en ese punto. Solo podrías controlar, manipular, tanto a un hombre antes de que tu correa de mando se rompiera. Especialmente a un hombre como Lee. Un hombre que agarraba todo lo que podía y quería más. Podía sentir la punzada en mi correa. El crujido débil de las discusiones mientras tiraba con fuerza de mis lazos. Duros en la dirección de Brant. Su odio hacia él crecía más de lo que Lee sentía por mí. Jillian tenía razón. Estaba jugando con fuego. Y lo estaba arriesgando todo por mi propia meta egoísta.

Cuarenta y nueve Dos meses atrás La casa de huéspedes frente al mar se convirtió en nuestro lugar para follar, lo suficientemente lejos de la casa principal como para ser nuestro propio oasis.

178

A veces, Lee me visitaba dos veces a la semana, a veces dos veces al mes, su aparición era tan esporádica como el sol. El estrés de Lee al atravesar a los guardias se calmó a la quinta o sexta vez que entró por nuestras puertas sin un momento de vacilación de su parte, un gesto amistoso el único indicador de su presencia. —Tus guardias apestan. —¿Qué quieres decir? —Estiré mi cuello hacia atrás, mi cabeza en su regazo, encontrando su perturbada mirada. —Podría estar matándote aquí. Me reí. —Entonces he estado muerta desde hace meses. —Pasé el canal. Encontré ESPN y me detuve. Había visto más deportes el año pasado que lo que había visto en toda mi vida. Brant leía e inventaba en su tiempo libre, mientras Lee veía juegos sin sentido que no tenían ningún impacto en la vida de nadie. —Lo digo en serio. ¿Cuál es el punto de tener guardias si solo sonríen y saludan a todo el que entra? —Te lo dije, saben quién eres. —¿Qué soy qué? ¿Tu compañero para follar? —El tono amargo en su voz me dio que pensar. Silencié el televisor y me di la vuelta, rodando sobre mi lado y mirando su rostro. —No soy amiga íntima de ellos, Lee. Les dije que siempre te dejaran entrar. ¿No es lo suficientemente bueno? —¿Por qué no son leales a Brant? Él es quien paga su salario. Paga las facturas de todo este lugar. ¿Y dónde diablos está? —Este era Lee el

enojado. De humor cambiante, el Lee que se enfurecía por nada y por todo. La versión que menos me gustaba de él, un efecto secundario de un hombre apasionado. Brant nunca se enojaba tanto—. He estado aquí más de diez veces, y nunca ha estado en casa. ¿Acaso siquiera vive aquí? —Sabes que lo hace. —Dejé caer mi cabeza hacia atrás, miré el techo y me pregunté cómo me había involucrado en estas situaciones. Cuántas preguntas más imposibles tendría Lee para mí hoy—. ¿Recuerdas? Esa fue una pelea en sí misma. —He peleado con este hombre diez veces más de lo que he peleado con Brant. —Maldito riquillo. —Me empujó fuera de su regazo mientras se levantaba, mi cuerpo cayendo del sofá, una mano capturándome mientras volteaba mi cabeza y miraba a Lee. Se paseó hacia la ventana, manos en sus caderas, la pose acentuando cada corte de su mitad superior desnuda—. Lo juro Lana, será mejor que nunca me tope con él… Me envías aquí como el maldito chico de la piscina mientras él te folla allí en esa mansión… —Odias la casa principal. Por eso venimos aquí.

179

—¿Te ha follado aquí abajo? —Se giró bruscamente, atenuando la luz de la casa cuando el sol se movió más abajo. Me miró con ojos llenos de odio y dolor. —Por favor, deja de decir follar —le susurré. —¿Folló tu pequeña dulce vagina en esta casa? —Se acercó más, enfatizando cada palabra, su voz un gruñido mientras terminaba, sus manos arrastrándome sobre mis pies y levantándome con fuerza de la cintura, su agarre tan fuerte que me dolió, llevándome hacia el mostrador de la isla de granito, donde me depositó, sus manos empujando mis piernas, su cuerpo tomando su lugar entre ellas. —No. —Su mano capturó mi cara cuando salió mi respuesta, su agarre con fuerza, su boca siguiendo su ejemplo, colisionando contra mis labios con una necesidad que dolía. —Prométemelo. —Su otra mano golpeó duro mi trasero, arrastrándome hacia el borde del mostrador hasta que me sostuvo totalmente contra él, la tela blanda de sus shorts no haciendo nada para disimular su excitación. Odiaba la forma en que podía hacerlo. Su necesidad al instante excitándome, convirtiéndome en una caverna en carne viva de deseo. —No lo ha hecho. —Di un grito ahogado—. Por favor, necesito… —Lo arañé, envolví mis piernas alrededor de él, tirando de su cuello para llevar su boca de nuevo a la mía. —Dime.

Mis manos se enredaron en la parte superior de sus shorts. Metiendo mi palma en su interior, lo tomé, apretando mi agarre en el momento en que lo tuve totalmente en mi mano. —Esto. —¿Sabes lo que creo que necesitas? —Empujó mi mano—. Ser mala. —¿Sí? —Sí. Tragué con mi boca llena de lujuria. —Entonces hazme ser mala. —Te voy a hacer algo peor. Entonces me folló. Allí mismo, en el mostrador. Y grité mi orgasmo contra las olas y las gaviotas y el viento. Y cuarenta y dos pisos por encima de nosotros, la colosal mansión en el acantilado estaba silenciosa y vacía.

180

Cincuenta La convivencia cambia una relación. Brant y yo no teníamos los problemas normales de relación. No había platos sucios sobre que discutir. Ni lavandería en los pisos sin barrer. No, las causas tradicionales de peleas eran manejadas por nuestro personal de siete demasiado atento. Pero incluso sin peleas, nuestra relación había cambiado, mejorado como resultado de la fusión de nuestras direcciones.

181

Si tenía alguna duda de mi amor, desaparecía con cada mañana que me despertaba al lado de este hombre. Su concentración era mejor en la mañana, cuando me despertaba con golpes suaves de sus dedos por mi cabello, suaves besos colocados en la superficie de mi piel. Me acomodaba en sus brazos, y ahí pasábamos una hora más en la cama, haciendo parpadear el sueño de nuestros ojos mientras la calidez del café inundaba nuestras venas. A veces él leía, mi cuerpo curvándose en el de él mientras me quedaba dormida en su hombro. A veces follábamos, su erección imposible de pasar por alto entre nosotros, besos juguetones convirtiéndose en mucho más que sus manos. Principalmente hablábamos. Acerca de su día o del mío. Acerca de los eventos JSHA o de los proyectos BSX. Acerca de nuestro futuro y si tendríamos dos hijos o cuatro. Si irían a enseñanza privada o pública. A Stanford o al Cuerpo de Paz. Por las noches, él llegaba a casa, y cocinábamos. Christine, la chef, actuaba como instructora, nuestra habilidad crecía con cada cena. Mi habilidad era la ejecución, preparar todo para Brant. Poníamos música; Christine nos daba la instrucción general, y luego dejaba que falláramos horriblemente. A veces llegaba a casa demasiado tarde. Yo le guardaba un plato de su creación y me sentaba con él en el porche superior. Escuchaba el sonido del océano y hablábamos mientras yo sorbía el vino y él comía como adolescente. Su apetito era enorme. Nunca lo supe antes de que viviéramos juntos. Nunca supe que comía botanas constantemente luego de las grandes comidas, como si estuviera quemando mil calorías al día, su gusto por la gastronomía era tan variado como el mío. También trabajaba horas imposibles. No podíamos recuperar la mitad de sus días cuando nos sentábamos a hablar. Perdíamos la noción del

tiempo cuando los bistecs estaban en la parrilla. Nos encantaba, por encima de todo, el sonido de mi orgasmo. Quería, por encima de todo, pasar el resto de su vida conmigo. Cuanto más nos acercábamos, más quería hablar realmente. Acerca de los secretos que había entre nosotros. Ya había una manera de que tuviéramos un futuro real. Lo sabía. A la mierda Jillian y las cosas que me había dicho. Creía fuertemente que nuestro amor nos podría hacer atravesar todo. Creía que podría ser el pegamento que lo mantuviera unido al mundo cuando este se viniera abajo. Quería patear las vigas de soporte de todo lo que él conocía. Exponer la verdad detrás de todo esto. Decirle todo. Y ver si sobrevivía. Ver si se quedaba. Me arriesgaría a perderlo. Me arriesgaría a destruir su vida. Me arriesgaría a salvar nuestro amor. Nuestro futuro.

182

Cincuenta y uno Brant No soy un hombre sencillo. Sé eso. Todos nos dimos cuenta de eso el verano de mi cumpleaños once. El verano en que nevó en San Francisco. El verano en que tres niñas desaparecieron. El verano en que mis padres me compraron un ordenador, y dejé de jugar al aire libre. Ese verano, todo lo que conocía cambió.

183

El sencillo procesador Apple II, creado en la oficina de mi padre, abrió todo un mundo para mí. La introducción a la tecnología avanzada fue mi obsesión de la infancia dejando a las calculadoras y a los pequeños aparatos a un nivel completamente nuevo. Un interruptor se encendió en mi mente, y me abrió más la puerta, dejando un mar reprimido de procesos de pensamiento suelto de “y si”. Desmantelé la nueva y costosa compra, sus entrañas extendiéndose por todo el escritorio de mi padre, y me aprendí su lengua en un día. Mis padres estaban furiosos, luego confundidos, luego vieron mi ingenio, y el equipo y yo nos mudamos al sótano. Me dieron un espacio de trabajo, herramientas, y libertad. Aprendí a un ritmo vertiginoso. Visité la biblioteca, trayendo todos los libros de tecnología sobre los que pude poner mis manos encima. Mi interés se convirtió en una obsesión, mi pasión en locura. Cuanto más aprendía, más desbloqueaba piezas diferentes en mi mente y aprendía de su potencial, más lejos presionaba mis límites intelectuales. El caos comenzó a reinar en mi mente, una carrera complicada de competencia intelectual, mientras un proceso de pensamiento competía con otro, todo en un intento de luchar al frente de mi subconsciente primero. Trabajé mucho más. No comía. Casi no dormía. Ignoraba a mis padres, me volví irritable. Pasaba cada momento libre en el sótano. Era como si la tecnología hablara el único lenguaje que mi recién descubierta locura entendía. Y dentro de esas paredes del sótano el caos se detuviera por un breve momento.

La concentración llegó. Todo lo demás desapareció. Trabajé en mi nueva casa y mis padres llamaron a los especialistas. Discutieron en voz baja como si estuviera enfermo. Entonces, pasó el 12 de octubre. La versión de nuestra pequeña familia de Armagedón —un desastre de proporciones épicas. Me llevaron a los médicos. A una gran cantidad de ellos. El Dr. F. fue la cara que se me quedó. Una presencia constante en el carrusel de diferentes pruebas y medicamentos. Era psicólogo, hizo preguntas, examinó mis experiencias. Trató de ordenar el caleidoscopio de mi mente y de entender su estructura y equilibrio. Le dije cien historias, él repasó cada pieza de mi pasado. Todo, excepto lo que ocurrió el 12 de octubre. Sobre esa fecha en particular me quedé mudo. No fue una decisión consciente, no estaba siendo terco o secreto. No le dije porque no sabía lo que pasó. Era tan simple como eso. No podía recordar. O mi subconsciente no me dejaba recordar.

184

Con el tiempo, la vida tomó una nueva realidad: Jillian y yo contra el mundo. Yo construía computadoras, ella hacía ofertas de mediación, y redefinimos el éxito. Cualquier engaño que orquestáramos… no pareció importar. El dinero entraba, estaba bien ajustado, y mis padres creían todo lo que les decíamos. Mentí por casi una década, Jillian cubría mis pecados con una sonrisa y palabras tan suaves que casi las creí yo mismo. Entonces, las mentiras se detuvieron, la medicación arregló todos mis problemas. Habían pasado 27 años desde el 12 de octubre. Y ahora estaba en control. Estaba enamorado. La había convencido de ser mi esposa. Nunca había estado mejor.

Cincuenta y dos Una semana antes

185

El sonido de un plato corta profundamente en mi espalda, los brazos de Lee tirando todo lo de la mesa en un enojado barrido. Estaba borracho, sus ojos turbios, su declaración era firme y con tendencia constante de apoyarse en el timbre de la puerta entre la casa de huéspedes y la casa principal. Me coloqué una bata y fui al elevador, el incesante zumbido de la campana a través del elevador siendo el único presagio del choque de trenes que me recibió. —¡Nunca quise esto! Tú entraste en mi maldita vida y ahora que me tienes, ¡no me quieres! —Respiraba con fuerza, su pecho subiendo y bajando, sus ojos muy abiertos y el dolor deformando sus facciones. —Por supuesto que te quiero. Te amo. —¡Pero sigues con él! ¿Qué clase de enferma retorcida eres? Lo juro por Dios, no puedo… no puedo aceptarlo. No puedo saber que vuelves y lo vas a follar. Me está matando. No puedo soportar que te toque. —Me miró fijamente, sus ojos eran piscinas de dolor, tanta emoción girando a través de ellos. Su pecho se sacudió y exhaló con fuerza, sus dedos temblando mientras se acercaba, tirándome contra él y me miró mis ojos. —Dime que me amas. —Te amo. —Encontré su mirada y deseé que pudiera entender, mis ojos llenos de lágrimas. —Dímelo otra vez. —Te amo. Arrancó mis pantalones, tirando de la tela hacia abajo con una mano mientras la otra se apoderaba de mi cuello con tanta fuerza que dolía. Estaba frenético, necesitado y cuando se empujó dentro de mí, no estaba

lista y él estaba tan duro y jadeé, pero por una razón diferente que por el oh-mi-Dios, pero hice el amor con este hombre. —No puedo —jadeó, tirándome hacia el borde de la mesa, la superficie pellizcándome el trasero mientras sus manos me mantenían fija y sus caderas comenzaban a moverse—. No puedo perderte, Lana. Eres todo para mí. —Su boca tembló contra mi clavícula mientras dejaba caer su cabeza, el roce suave de sus labios en mi piel diferente a cualquier otra pieza de esta ecuación, me arqueé debajo de sus manos, empujando contra su polla y tiré su cabeza contra mi cuello, su boca siguiendo su ejemplo, besando y mordiendo la piel, dejando un rastro posesivo, y metía y sacaba, marcándome con su polla, aumentando el ritmo y gemí, mis manos agarrándose de su piel, los músculos debajo de mis dedos doblados mientras me follaba con sus sentimientos. Entonces abrió su boca contra mi piel y gritó, un gemido de mi nombre, sus embestidas desacelerándose mientras se vaciaba dentro de mí. Nuestros cuerpos desaceleraron, sus embestidas finales duras y profundas y entonces se detuvo. Se quedó en mi interior mientras gemía en mi cuello.

186

—Dímelo. —Te amo. Luego me levantó y me llevó a la cama. Me acostó y me rodeó, así mi espalda quedaba contra su pecho, abrazándome, sosteniéndome firmemente con su brazo. Era mucho más grande, me sostuvo poniendo su boca contra la parte superior de mi cabeza. —No sé qué hacer. —Su voz era borrosa y suave en el dormitorio oscuro, palabras casi perdidas por el zumbido del ventilador—. Te amo demasiado como para dejarte. Pero no puedo hacer esto. Me está matando. —Entonces dijo las palabras que me aterraron, las que nunca quería escuchar, pero que me acechaban en mis sueños—. Tendrás que elegir. Tienes que hacerlo. Diez minutos más tarde, su respiración se igualó. Me quedé allí, sus brazos relajados a mí alrededor y lloré. A veces, conseguir todo lo que siempre has querido apesta. Había pasado el tiempo suficiente. Cualquier amor que hubiera tenido era lo suficientemente fuerte. Ya era hora. Necesitaba exponer todas nuestras mentiras.

Parte tres Era tiempo de exponer todas nuestras mentiras. 187

Cincuenta y tres Dos años, cuatro meses atrás En el momento en que Brant se volteó, en ese bar del hotel de Belice, a las 1:43 a.m., sabía que algo andaba mal. Pero no podía definir qué. No podía entender por qué se erizó la piel en mis brazos. No podía entender por qué el ruido del bar de repente pareció desvanecerse. Me quedé allí, mirando fijamente, y traté de identificar el problema.

188

—Hola. —Sonrió. Una amplia sonrisa que mostró sus hoyuelos y dientes blancos y juegos despreocupados de fútbol los sábados por la noche. Cuando sonreía, sus ojos realizaban el gesto, arrugándose en los bordes, el efecto total de un hombre que sabía de su encanto y lo llevaba con facilidad—. Te ves perdida, amor. —Su mano se extendió hacia delante, agarró el borde de mi codo y me tiró más cerca, mi mano se estiró y tocó su camisa. Empujándolo sin ninguna fuerza. Solo tratando de detener mi movimiento hacia adelante mientras permitía que mi mente ordenara esta situación que se sentía mal. Mis ojos se movieron a la derecha, a una rubia sentada en el taburete más cercano, cuyo atuendo gritaba que era empleada del resort, su mano agarrando el cuello de una cerveza de la cual estaba bastante segura no tenía la edad suficiente para beber. La otra mano de Brant, la que no me arrastró a su espacio, estaba descansando en su muslo desnudo. Me quedé mirando esa mano y me pregunté por qué no la movió. »Cariño. —Un nombre diseñado para llamar la atención. Mis ojos fueron a su rostro, el cual tenía una amplia sonrisa todavía allí, sus ojos en mí. Había estado hablándome. Me llamó cariño. Cariño. Esa era una palabra que nunca había oído salir de sus labios. Miré de nuevo a su lado. Vi cómo sus dedos se movían. Acarició la piel de su muslo. Mientras yo malditamente observaba. Arranqué mis ojos de la vista, llevándolos de nuevo hacia él, mis ojos recorriendo todas las superficies de su rostro, en busca de pistas. ¿Se encontraba drogado? Sus pupilas estaban normales. ¿Borracho? Realmente no lo parecía. Se veía normal.

Si normal era que tuviera una cara que en nada se parecía a Brant. Si era normal que se viera coqueto y fácil de sobrellevar. Como un hombre que tenía amigos y veía deportes. Como un hombre cuya mano se movía más arriba de la pierna de pollo de la rubia con tenis. Me alejé con fuerza de su pecho y señalé con mis dedos a la chica. —Tú. Fuera de aquí antes de que haga que te despidan. —Ella parpadeó. Miró a Brant. Luego de vuelta a mí. No esperé una respuesta, me giré hacia Brant y me preparé para darle una ración completa de todas las emociones enojadas de mi cuerpo. Su rostro tropezó con mis planes tiránicos. Era irritante, su mano extendiéndose y agarrando del hombro a la rubia, empujándola hacia abajo en el banco cuando ella se levantó. —Quédate Summer —dijo en voz baja, ese nombre combinado con la acción, hizo que mi nivel de enojada se elevara a un punto que no había alcanzado en… nunca. ¿Summer? Él se puso de pie, elevándose por encima de mis tenis de hotel—. Señorita, probablemente deberías ser la que se vaya.

189

¿Señorita? Lo miré boquiabierta. Si cariño me había irritado, señorita me dio una patada. Evité mirar a mi derecha, odiando la sensación de los ojos de la rubia mientras mi novio me hacía quedar en ridículo. —¿Señorita? —escupí—. ¿Qué carajos está mal contigo? Sacudió su cabeza, miró a la gente junto a él —extraños a los que nunca había conocido— como si yo fuera la loca en esa situación. Dio un paso más cerca de mí, bajando su voz mientras inclinaba su cabeza hacia abajo y me miraba directamente. —¿Me perdí algo? ¿Te hice algo sin darme cuenta? —Sus ojos cayeron, y me sonrojé por un momento rápido cuando me di cuenta de que estaba mirando la gran tela de mi top, la túnica se había abierto lo suficiente como para que viera mi escote. Di un paso atrás, envolviendo la bata con más fuerza. Mi boca se movió, mi mano sacando su celular, incoherentes pensamientos afectando mi habla, la ira tomando su lugar. —No sé qué tipo de juego enfermo quieres tener Brant, pero ya fue suficiente. Toma tu celular y vuelve tu solo al maldito cuarto. —¿Brant? —Sus cejas se juntaron de una manera que nunca había visto, pero que era increíblemente caliente. La imagen casi me distrajo de la siguiente línea que salió de su boca—: Mi nombre no es Brant. Mi nombre no es Brant. La frase más estúpida que, podía garantizar, alguna vez había salido de la brillante boca del hombre. Me reí. —¿Tu nombre no es Brant?

—No. —Lo dijo con tal absoluta certeza que, por un momento, pensé que podría ser la loca en la habitación—. Me confundiste con otra persona. —Él extendió una mano como si tuviera algún interés en estrecharla. Miró mis ojos—. ¿Quién eres tú? La noche había dejado a Ciudad del infierno atrás. Parpadeé y no entendí nada, excepto que todo estaba roto.

—Sabes mi nombre —susurré la oración. Inclinó su cabeza como si estuviera considerándolo, luego la sacudió. —No. Lo siento. ¿Ya nos conocimos?

190

Eché un vistazo a la inocente cara de la rubia, sus cejas levantadas en una expresión que indicaba su impresión de mi cordura. Entonces mis ojos se movieron, la multitud alrededor de nosotros tenían expresiones similares, su compasión fija en una fuente común: yo. No en Brant, quien parecía estar en medio de una crisis nerviosa. Uno en el que se veía en su sano juicio, pero perdido de todo concepto de quien era. No, todo el mundo pensaba que yo estaba loca. Crucé mis brazos y me pellizqué la piel, justo al norte de las costillas, solo para asegurarme de que no estaba soñando. No lo hacía. Miré el celular de Brant, todavía afuera, ignorado por todos, menos por mí. Sin decir una palabra, lo deslicé en mi bolsillo, me giré y huí del bar. Lágrimas calientes se deslizaron por mi rostro, lágrimas salidas de la confusión, mezcladas con un poco de pérdida. Viré, vi una puerta de la escalera y la empujé, mi trasero golpeando el primer escalón que encontré, mi compostura contenida hasta que la puerta se cerró y estuve completamente sola. ¿Era este el final de nosotros? ¿No por Jillian, no por un romance o por un desacuerdo sobre las invitaciones de boda? ¿Sino por esta loca media confrontación nocturna con un hombre que no sabía mi nombre? Detuve el movimiento de balanceo que mi cuerpo había comenzado. ¿Era eso lo que acababa de encontrar? ¿Un hombre que no sabía mi nombre? Lo analicé. Su rostro. Reacciones. Palabras. Mis sentidos. Creí las palabras que salieron de su boca. Creí que él las creía. Era lo que había hecho toda la escena enloquecedora. Pero si creía las palabras que había dicho, si creía que no me conocía, si creía que no era Brant… ¿Era este el secreto? Si era así, significaba que era real. Que no era un problema pasajero de anormalidad, sino un… estilo de vida. Por siempre.

Saqué mi teléfono, marqué el número de Jillian, y que se condenaran las consecuencias. Ella contestó al último llamado antes de que perdiera los nervios por el correo de voz. —¿Hola? —Su voz había envejecido, o tal vez era solo el hecho de que eran las dos de la mañana. Me aclaré la garganta. —Soy Layana Fairmont. —Tengo identificador de llamadas. Soy muy consciente de quien eres. —Yo solo… Brant… estaba abajo en el bar. Y no me reconoció. — Cerré mis ojos y esperé que esas frases tuvieran sentido. Esta era la prueba. Donde sabía exactamente lo que estaba diciendo, o saltaba a la conclusión de que mi novio se había vuelto loco. Lo cual, desde donde estaba, seguía siendo una posibilidad bastante buena. Su suspiro me dijo todo lo que necesitaba saber. No se sorprendió. No se irritó. Fue resignado. Expectante. —¿Quién era?

191

—¿Qué quieres decir? Dijo que no era Brant. Otro suspiro. —Tenía la esperanza de que esto no fuera a suceder. —¿Discúlpame? Ella se quedó en silencio durante un largo rato. Cuando finalmente habló, fue la voz de una anciana. —Había una razón por la que no quería que se fueran juntos. Crees que te odio. Crees que estoy tratando de arruinar tu relación. Pero te equivocaste. Solo estaba tratando de mantener esto oculto. Tratando de salvar alguna posibilidad de que Brant tuviera cierta normalidad. —No entiendo. —El eufemismo del siglo. —Brant tiene trastorno de identidad disociativo, TID. Ha tenido unas cinco personalidades diferentes en las últimas tres décadas. Me gustaría que hubieras conseguido el nombre de la parte con la que te encontraste esta noche. Pensé que había mejorado… —Se detuvo por un momento, la línea quedándose tan callada que me preocupé de haberla perdido. Eché un vistazo a la pantalla. El maldito icono de batería baja apareció—. No sé tanto como me gustaría. Es muy bueno para la clandestinidad; sus personalidades son aún mejores. Siguen, hasta hoy, escondiéndose de Brant.

—¿Escondiéndose de Brant? —Me puse de pie. Apreté mis puños y traté de frenar los pensamientos atravesando mi mente—. ¿Él no lo sabe? —No. —Su voz se había afilado a un punto fino en esa palabra—. Y no puede saberlo. Sus médicos han sido muy claros en eso. Su conciencia camina en una cuerda floja emocional. Averiguarlo… se compararía a empujarlo por el borde de la cuerda y hacer que se bloquee. Todo colapsaría. Sus dones, sus personalidades… los médicos ni siquiera saben si Brant permanecería en control, en la vanguardia. Correríamos el riesgo, en ese momento, de perder al Brant que conocemos, al Brant que amamos… posiblemente para siempre. Me senté, mis piernas temblorosas, incapaz de sostener algo que no fuera mi cordura. Presioné mis dedos en las líneas de mi frente. Cerré mis ojos y deseé que fuera un sueño. El secreto. Había temido eso. Evitado excavar en busca de pistas. Había llegado. Me lo había encontrado. Y quería nada más que dar marcha atrás al reloj y recuperar los pedazos de mi corazón. Allí estaban, como vidrios rotos, de regreso en ese bar, aplastados bajo los pies de Brant y de esa mujer.

192

—No durará mucho tiempo —añadió—. Normalmente solo se queda en una personalidad durante unas horas. Volverá pronto, dependiendo de cuánto tiempo ha estado fuera. —Me tengo que ir —murmuré en el teléfono. No sé lo que me esperaba. Tal vez Jillian con un fragmento de compasión y tratándome como algo que no fuera una piraña avariciosa. Pero dijo solo tres palabras: —Guarda el secreto.

—¿Layana? —Su voz era confusa. Levanté la cabeza de mis brazos y lo miré. Mi novio estaba delante de mí, con las manos en sus bolsillos, preocupación en sus ojos. Layana. Había dicho mi nombre, enmarcado por el polvo gris de la escalera vacía. Me quedé mirándolo, accediendo. La amplia sonrisa había desaparecido, igual que la chica. Summer. Dije su nombre en mi lengua. —¿Brant? —¿Qué estás haciendo aquí? —Se agachó hasta quedar a nivel de mis ojos, sus manos corriendo sobre mis brazos en un método que normalmente creaba calidez—. ¿Estás bien?

Asentí. Bien estaba casi tan lejos de mi estado actual como las posibilidades lo permitían. Sonreí, buscando su rostro, buscando todo lo que sabía que había. Responsabilidad. Seriedad. Un aura inquebrantable de calma. Me estiré, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello, respirando su aroma, el humo aún en su ropa. Apreté mi agarre mientras sus manos se deslizaban alrededor de mi cuerpo. Presioné mis labios contra su cuello mientras me preguntaba si la habría besado. Me levantó de las escaleras y me llevó, como a una niña, a nuestra habitación. Me acurruqué contra su pecho, y cuando me puso en la cama, me hice la dormida. No quería preguntas, tenía demasiadas preguntas dentro de mi propia cabeza que podrían estallar a la superficie. Me acosté en la colcha suave. Dejando que arrastraras las mantas sobre mí. Sintiendo el raspado de la cama cuando, media hora más tarde, con su piel oliendo a jabón, se arrastró dentro. Envolvió su brazo alrededor de mí y jaló mi cuerpo contra el suyo. Oí el susurro de su voz mientras hablaba en la habitación callada. —Te amo.

193

Yo también te amo. Mantuve mi cuerpo quieto, mi aliento raso. Esperé a que se durmiera e intenté no pensar en el anillo en su maleta.

Cincuenta y cuatro A la mañana siguiente, me quedé en la cama. Gemí cuando los labios de Brant rozaron la parte de atrás de mi cuello. —Vamos nena. —Su voz era dulce contra mi piel—. Tengo grandes planes para hoy. Llevé mis rodillas a mi pecho y pensé en la caja del anillo. Grandes planes. Aterrador. Tiré de la manta con más fuerza. Solté otro gemido que sonó más alarmante. —¿Qué pasa? —Su mano era gentil en mi cabello. Probablemente la misma mano que había deslizado en la pierna de la otra mujer. Acariciando su muslo como si quisiera follarla.

194

—No me siento bien. —¿En serio? —La preocupación se mezcló con decepción. —Por favor, llama a recepción. Ve si tienen una enfermera en el personal. —No levanté mi cabeza, dejando que la almohada amortiguara las palabras, segura de que su significado sería suficiente. —¿Una enfermera? ¿Estás tan mal? —Su mano se movió más arriba. Tocó suavemente mi frente, como si estuviera caliente, como si la fiebre fuera un síntoma de angustia. —Date prisa —le susurré las palabras y oí el raspado de las sábanas, la cama aligerándose cuando se movió hacia el escritorio. Habló con palabras silenciosas que me esforcé por escuchar. —Alguien estará aquí en unos pocos minutos. ¿Qué puedo traerte? ¿Agua? ¿Una aspirina? —Había pánico en el revestimiento de sus palabras ahora. No hice más que gemir en respuesta. El servicio de cinco estrellas trajo a dos enfermeras y a nuestro mayordomo. Hice una mueca de dolor y le pedí a Brant que me diera intimidad con las enfermeras. Quinientos dólares en efectivo, divididos entre los dos, me consiguió rostros serios y un anuncio, al regreso de Brant a la habitación, que tenía que regresar a casa inmediatamente. El mayordomo dio un paso adelante, ofreció sus servicios para conducir un jet prestado. Brant aceptó, más propinas fueron dadas, el dúo

de enfermeras recibió doble compensación, entonces todo el mundo entró en acción, las enfermeras iniciando la tarea de empacar nuestros artículos mientras Brant se arrodillaba al lado de mi cama, su rostro al nivel de mis ojos, su mano agarrando la mía. Me estremecí bastante, endureciendo los dobleces de mi cuerpo. —Lo siento tanto, amor. Me gustaría que hubiera algo que pudiera hacer. —Cerré mis ojos, esperando que se detuviera. Que se alejara—. Te amo mucho. Si algo te sucediera… —Hubo una pausa en su voz, una desesperación. Me asomé desde debajo de mis párpados, lo vi tanteando en sus bolsillos, mirando a su alrededor salvajemente. No. Saqué mi mano, atrayendo su atención. —Solo quiero dormir en este momento —murmuré—. Las enfermeras me dieron algo para el dolor… —Cerré mis ojos y dejé que mi mano aflojara su agarre. Sentí el cambio de su mano mientras se levantaba. La presión de sus labios contra mi cabeza. Luego, ambos toques se fueron y lo oí comenzando a soltar órdenes a la habitación.

195

El viaje de regreso fue hecho en un jet privado, una carta que probablemente estableció Brant con treinta mil dólares. Sin líneas de seguridad. Sin reclamo de equipaje. El coche se detuvo en el aeropuerto privado y estuvimos en el aire quince minutos más tarde. La azafata me instaló en el sofá, Brant en el otro extremo. Unas manos me quitaron los zapatos y mis pies quedaron en su regazo, sus manos suaves mientras rozaban mis dedos. Lo estaba evitando. Evitaba mirar en su dirección, oír su voz. Retrocedí del toque de sus manos, aterrorizada de hacer cualquier cosa para animarlo a sacar esa caja de anillo y hacer la pregunta que había pasado seis meses deseando. Cerré mis ojos, lo evité y conté las horas hasta el aterrizaje. …Trastorno de personalidad disociativo. Dado el tiempo y las diferentes etapas de su vida, había tenido como cinco personalidades diferentes… El hombre que había conocido en la planta baja. Su mano en su muslo. Brillo labial destellando. ¿A cuántas mujeres habría follado el año pasado? Es muy bueno en la clandestinidad, sus personalidades son aún mejores. Citas perdidas. Las cosas por las que lo había culpado de olvidar. Tantas veces que se había ido durante la noche… Corremos el riesgo de perder al… Brant que amas… para siempre. Quería estar en casa. Quería mi casa y mi soledad, y quería entender este lío y examinar si había alguna posibilidad de juntar mi corazón de nuevo en una sola pieza.

¿Qué habrías hecho tú? ¿Cuándo, tres meses más tarde, Lee apareció en esa gasolinera y entró a la tienda mostrando su sonrisa? Había amado un lado de Brant. ¿Era realmente tan extraño que me enamorara de otro lado de él?

196

Cincuenta y cinco En el presente

197

Es el momento. Tengo que hacerlo. Tengo que sentarme con Brant y hablar de esto. Es un ser inteligente e individual. Me ama. Lee me ama. Debería hablar con Jillian sobre esto, pero no quiero. Estoy demasiado preocupada por lo que vaya a decir. Las órdenes que metería en mi garganta. Pedidos que no tengo intención de seguir. Sé qué es lo que hay que hacer: permitirle a Brant vivir sus vidas separadas sin interferencias. Entiendo eso. Pero es demasiado tarde para hacerlo. Arruiné toda esta situación hace dos años. Cuando vi a Lee y me acerqué. Lo follé en un estacionamiento y me enamoré de su sonrisa. Lo perseguí y peleé por su corazón con sumisión. Mis opciones son limitadas. Perder a Lee o decírselo a Brant. Poner el bienestar psicológico de Brant en peligro porque soy demasiado egoísta como para perder a Lee. Una vez más, sé lo que debo hacer. Qué camino seguir, uno por el cual Jillian me gritaría, su serio odio con cada sacudida injustificada de mi cabeza. ¿Soy tan horrible? Creo que la respuesta es sí; sé que está mal, pero mi amor es demasiado fuerte como para sentir cualquier otra cosa. No puedo perder a Lee. Hice todo esto por amor a Brant. Sí, esto es egoísta. Sí, pondré a Brant en peligro. Sí, salvaré posiblemente mis relaciones en el proceso. Sí, haré la apuesta más grande de mi vida. Los amo demasiado como para perderlos. Tomé dos copas de vino con mis manos y salí a la oscura noche, la suave briza del océano besando mi piel. Tomé mi lugar en el sofá al aire libre junto a Brant y moví un pie desnudo debajo de mí. Dándole su vaso, traté de averiguar por dónde empezar.

Cincuenta y seis Su vino había bajado a la mitad para el tiempo cuando finalmente hablé. —He estado escondiéndote algo. —Puse mi copa sobre la mesa delante de nosotros y me giré hacia él. No necesitaba llamar la atención a la conversación, su enfoque era completo, como siempre. Hizo lo mismo, dejando su vino, sus ojos sobre mí, el apretón de su mandíbula la única señal de tensión. Me quedé mirando ese músculo tenso y me pregunté sobre ello, el tic que pocas veces había visto en Brant. Tragué, tratando de encontrar la siguiente frase, mis manos moviéndose nerviosamente mientras intentaba juntar un pensamiento inteligente.

198

—¿Se trata de otro hombre? —Su voz era calmadamente mortal. Una calma que nunca han oído de él, pero que habría esperado en una versión enojada de Brant. Calculada. Controlada. Enojada. Parpadeé. —¿Qué? —El otro hombre que has estado viendo. —Dijo las palabras casualmente, pero vi la opresión en su rostro, la línea dura de su boca. —¿De qué estás hablando? —Por supuesto que lo sabe. El hombre era brillante. Podía detectar cambios mínimos en un centenar de códigos de páginas. No encubrí exactamente mi comportamiento, que digamos. Me imaginé que un hombre ausente no podría captar a alguien que en su mente no existía. —Los dos somos adultos inteligentes, Layana. No te hagas la estúpida. —Su voz fue más dura de lo que antes le había oído, pero tranquila. No gritona. Tragué. —Bueno. Sí, en parte esto se trata de él. Solo… ten paciencia conmigo por un minuto. Llegaré allí. —He estado esperando que me lo digas. Esperando a que expliques que es lo que no te estoy proporcionando. —Pude oír los hilos de dolor en su voz. Pequeños. Fácilmente perdidos, sin embargo, en la estructura de la voz de Brant, los escuché tan fuerte como si estuviera gritando. —No es lo que piensas. Yo…

—¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cinco meses? ¿Más tiempo? Lo sospeché antes, pero no lo supe a ciencia cierta hasta que vivimos juntos. —Se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre sus rodillas, sus ojos con intención en los míos. Analizando. Buscando la verdad entre tantas mentiras viejas. —Dos años. Eso le dolió. Noté el estremecimiento en sus facciones. El trago en su garganta, la humedad apareciendo en los bordes de sus ojos. Dejó caer la cabeza sobre sus manos. —¿Es por eso que no te casas conmigo? —No en la forma que piensas. —No tenía la intención de que mi relación con Lee fuera el catalizador que iniciara esta conversación, pero seguí. Dejando que la puerta se abriera aún más. —¿Lo amas? Me incliné más cerca, tomando la mano de Brant y forzándolo a mirarme a los ojos. —Te amo a ti. Todo esto ha sido por ti.

199

Él sacó sus manos. —Deja de hablar mierda con adivinanzas, Lana, y dime por qué. —Necesito que me mires. Necesito que me escuches. Lo hizo. Dejó de hablar, me miró a los ojos, y se centró. Perdió su ego, perdió su dolor, y se centró en mis palabras. Hizo lo que Brant fue construido para hacer. Analizar e interpretar. Renuncié a buscar las palabras perfectas y hablé: —Su nombre es Lee. Lo conocí en Mission Bay. Hace trabajos ocasionales de paisajismo por ahí por dinero. Estuvo saliendo con otra chica una gran parte del año pasado. He estado acostándome con él de vez en cuando por dos años. Solía hacerlo en mi casa, ahora lo hago en la casa de la piscina. Lee no es su verdadero nombre, se trata de una identidad que adoptó. —Tragué, y luego me preparé para matar—. Brant, su verdadera identidad… eres tú. Él es una personalidad que tu cerebro creó, una identidad que adoptas a veces. Mayormente en momentos de estrés. Tienes una condición llamada trastorno de identidad disociativo. Es lo que solía llamarse trastorno de personalidad múltiple. No he estado engañándote. El otro hombre… eres tú. Es solo un lado diferente de ti, tiene su propia personalidad. Su expresión no cambió cuando dejé de hablar. Solo me miraba a los ojos y escuchaba en silencio. Parpadeó un par de veces, por intervalos largos.

—Estoy pensando —dijo finalmente—. Tratando de decidir si estás mintiendo o si crees sinceramente lo que me acabas de decir. —No te estoy mintiendo. Sus ojos se fijaron en los míos. Estudiándolos. Se movió un poco como si un proceso ocurriera detrás de ellos. —Pienso que en verdad crees lo que me estás diciendo —dijo lentamente—. Eso no significa que no estés loca. Sonreí ligeramente. —No estoy loca. —Uno de nosotros lo está. Prefiero que seas tú. —Mi sonrisa cayó. —Tú no estás loco. —Soy distraído, no estoy viviendo vidas separadas. —He estado follando a tu otra personalidad durante dos años. Eres tú. —¿Lo amas? —La pregunta, cuando se repitió una segunda vez, tuvo tonos completamente diferentes.

200

—Sí. —Parpadeé, lágrimas de repente apareciendo, la riqueza de mi emoción en su punto más alto. No era justo amar a un hombre de dos maneras diferentes. De una forma ya era bastante difícil. —¿Más que a mí? —No. —Te equivocas. —Su mandíbula estaba tensa. —Jillian es la que me lo dijo. —Una apuesta, pero esas palabras fueron las que realmente captaron su atención. Se giró de nuevo a mí. —¿Qué? Me moví en el suelo delante de él y me arrodillé, mis manos sobre sus rodillas. —En Belice. El fin de semana que me propusiste la primera vez. Me desperté en medio de la noche y no pude encontrarte. Fui abajo… y te vi en el bar. Pero no eras tú mismo. No me reconociste. Te presentaste como alguien más… Me detuve, su forma de elevarse por encima de mí, dando un paso hacia un lado, su mano áspera empujándome a un lado. Era como Lee, no como Brant. Ahogué el resto de la frase. —Te equivocas. Estabas confundida. Probablemente borracha. Luché por levantarme, tratando de alcanzar su mano y fallando, la frustración atravesándome.

—¡No! Estuve en el bar y me dijiste que no me conocías. Me humillaste, me hiciste quedar como una loca. Te presentaste como otra persona. Tenías tus manos sobre otra mujer. Salí del bar y llamé a Jillian. Ella me lo dijo. —Bajé mi voz, su mirada finalmente de regreso en mis ojos—. Me dijo que sufrías de TID desde que tenías once. Desde que te volviste sabio. Dijo que el médico les había dicho que nunca debías saberlo. Que era posible que tuvieras un descanso mental, que perderíamos a Brant y adoptarías a uno de los otros personajes. Tus padres, Jillian… todos lo saben. ¡Guardan el secreto para protegerte! —Mi voz cedió en la última palabra, la escofina ronca finalmente rompiéndose. Dio un paso más cerca, sus manos apretándose, el sonido tranquilo de su voz no pudiendo competir con la frustración de su tono. —Entonces, ¿por qué Layana, me estás diciendo esto?

201

—No puedo… —Perdí los estribos. No queriéndole dar voz a mis egoístas pensamientos—. Lee… quiere que elija. Lo que haces en tus otras vidas… No puedo ignorar eso. No puedo ser tu esposa y saber que cuando estás lejos de mí, cuando estás viviendo otra vida, tocas a otras mujeres. Amas a otras mujeres. Necesito que seas completamente mío. Necesito que me ames solo a mí. En este momento, tengo ambos. Te amo tanto. Pero Lee… quiere que elija. No puedo perderte, Brant. Tengo que encontrar una manera de tenerlos a los dos, sin perder a ninguno de los dos. —Así que tu plan era decírmelo. Para que me encargara de esto. —Una parte de mí esperaba que fuera liberador. —Quiero hablar con Jillian. No te creo. —¿Cómo puedes amarme, querer casarte conmigo, y creer que mentiría sobre esto? —Lo miré, deseando más, queriendo que el hombre que amaba reconociera al hombre sin el que no podía vivir. —Es inconcebible, Layana. ¿Qué harías si te dijera que hay otra persona viva dentro de ti? —Pero no la tengo. —Así es como me siento yo. Estoy en mi cabeza todo el día. Ha sido así durante casi cuarenta años. Confía en mí, no hay nadie más allí arriba. Con eso, se alejó de mí y fue al interior. Menos de un minuto después, oí el rugido de su auto. Lo escuché irse y me pregunté quién regresaría.

Cincuenta y siete Brant

202

Esto no es posible, sin embargo, ella no está mintiendo. No puede. Todo acerca de la interacción gritaba que era verdad. Necesitaba a Jillian. Tenía que mirar su rostro y averiguar la verdad. Siento estrés, apretando mi pecho de manera que no puedo respirar. Ahora es el momento para una píldora. Puedo sentir un apagón viniendo, empujando el borde de mi cordura con sentimientos codiciosos, la fuente del alivio de mi mente simple en su oscuro olvido. Lucho contra las ansias, repentinamente sospechoso del único alivio que he conocido, la blanca píldora que calma mi mundo. Que reenfoca mi ansiedad. Que me deja dormir. Que me deja continuar mi ininterrumpida vida. ¿Todo lo que he conocido es una mentira? ¿A qué profundidad se relaciona este nivel de engaño? El 12 de octubre me desmayé. Me desperté con la mitad del rostro de Jillian amoreteado. Dijeron que me había vuelto loco. Había tratado de apaciguarme y la había tomado contra ella. Puñetazos y patadas, y la había golpeado hasta hacerla retroceder. Me desperté en la sala de siquiatría infantil con absolutamente ningún recuerdo del intercambio. Eso fue cuando solía tener apagones. Me explicaron que era la forma en que mi cerebro enfrentaba las presiones que mi intelecto forzaba en él. Puntos en el tiempo en el que actuaría de manera que no tenía sentido. El más largo duró cinco horas. Hace dos décadas, Jillian encontró un médico que resolvió mi problema. Me proveyó un cóctel de medicamentos que calmaban mis demonios oscuros. Los apagones se detuvieron, mis únicos momentos de oscuridad produciéndose cuando el efecto secundario de la somnolencia me noqueaba. Había vivido sin una recaída durante décadas. Apagones. Eso es lo que me dijeron, lo que creí. Empujé más fuerte el acelerador, mis manos temblando contra el volante. Jillian. En la raíz de todo esto, estaba Jillian. Ella tendría las respuestas.

Jillian está de pie delante de su casa cuando llego. El viento amortigua el abrigo largo alrededor de ella, sus manos metidas en sus bolsillos, una mirada resuelta en el rostro de la mujer a la que quiero como a una madre. Apago el coche y nos miramos fijamente el uno al otro a través del cristal, una mirada larga donde leo miedo y trato de entenderlo. Estoy tan confundido. Tan perdido. Necesito a Layana. Abro la puerta del coche y me bajo. Veo a Jillian dar un paso hacia atrás hasta que llega a los escalones y se da la vuelta, moviéndose rápidamente hacia ellos, su figura con revestimiento negro enmarcado por su colosal casa blanca. A nuestro alrededor, el anochecer comienza a aparecer y las luces de repente se encienden, iluminando árboles y pilares, acentos dramáticos que son innecesarios en esta jodida situación. Doy un paso lejos del coche y meto las manos en mis bolsillos por el frío. Mis zapatos son pesados mientras subo las escaleras, su perfil iluminado por la puerta principal abierta, su mano descansando en el marco. Me encuentro con sus ojos mientras entro. —Jillian. —Brant —dice con un suspiro de resignación—. Vamos a la guarida.

203

Guarida es una palabra usada por una mujer que no entiende lo que significa. Las guaridas deben ser cómodas, no el ambiente formal que proviene de esa habitación. Me siento en el borde de un diván y veo su rostro mientras se acomoda en una silla de respaldo recto. —Layana me llamó —dice—. Me dijo lo que te reveló. Miro sus manos suavizar los pliegues frontales de sus pantalones. —Nunca quise que salieras con esa mujer, Brant. No las palabras que estaba esperando. —¿Ella dijo la verdad, Jillian? Mira sus manos, luego a mí. —Ni siquiera me creerías si te lo dijera, Brant. Ella te tiene alrededor de su dedo. ¿Personalidades múltiples? —se burla—. Es su ilusorio intento de explicar una aventura. —Se levanta y camina delante de mí, sus zapatos repiqueteando contra el suelo—. Tú eras quien sospechaba que te engañaba. —Me señala con un dedo tembloroso. Tembloroso. ¿De ira o de miedo?—. Sabes lo que está pasando aquí, Brant. Ella se encuentra con alguien más y no quiere perderte por ello. Imito su postura, levantándome. —¿Así que inventó el trastorno de identidad disociativo para explicarlo? ¿Tienes alguna idea de lo loco que eso suena? —Jillian no me mira a los ojos. Su mirada enfocándose en la pared—. Ella no sabe —

continúo—, sobre mis apagones. No tiene otro motivo para respaldarlo. Me miró a los ojos y me dijo algo que piensa que es verdad. Me dijo algo que dice que tú le contaste. —El aliento sale de mi pecho en olas de calor, los golpes en mi cabeza doliéndome. Coraje. Es esta emoción. Una extraña emoción que no he sentido en mucho tiempo. No lo entiendo. Siento a mi psique destaparse, perdiendo algo que entiendo es control. Parpadeo, centrándome en Jillian, puedo sentir el gruñido en mi voz mientras doy un paso más cerca. —Brant… no lo entiendes. —Vacila—. Tu medicamento detuvo todo eso. —¿Todo, qué? ¿Los apagones? ¿O yo entrando en otro personaje totalmente? Levanta sus manos, y me detengo. Dándome cuenta de lo cerca que estoy de ella. Cuán amplios y blancos están sus ojos por el miedo. ¿De mí? Un pensamiento gracioso. Estiro mis dedos para relajarme y me concentro en respirar.

204

—No sé nada acerca de otra persona. Todo lo que sé, es que has estado perfectamente. Tu trabajo nunca ha estado mejor, tu enfoque más nítido, tu visión creativa está más en sintonía. —A la mierda el trabajo. Estoy hablando de mi vida, la persona que soy cuando bajo mi cabeza para dormir. —No quieres decir eso. —Se endereza—. Tu trabajo es todo, Brant. Tú y yo… vamos a cambiar el mundo. —Estamos construyendo computadoras, Jill. —Estiro mi mano. Agarro su hombro y fuerzo su mirada a encontrarse con la mía—. ¿Qué está pasando conmigo? ¿Ella tiene razón? —Le ruego con mis ojos que me diga la verdad, y veo una indecisión vacilar en la suya. La furia corre a través de mí por eso, desgarrando las venas de mi compostura y agarro su otro hombro con mi mano izquierda. Hago sonar los pequeños huesos de una mujer que creía que conocía. —¡Dime! —le grito a la cara—. ¿Hay alguien más dentro de mí? ¡Dime! Observo, en cámara lenta, el chasquido de su barbilla, doblándose mientras sacudo sus hombros. El sentimiento, un odio abrumador a lo desconocido, rompe todos los lazos del autocontrol que tenía en su lugar. Noto, por primera vez en décadas, el lazo de mi mundo rompiéndose en pedazos. El barrido oscuro del olvido mientras toma mi ira y la disuelve en un mar negro. Negro. Nada.

Tal vez es otra personalidad tomando el control. O tal vez es la inyección apuñalando mi espalda. Los ojos de Jillian separan de los míos por un breve instante para mirar por encima de mi hombro y asentir.

Me despierto atado, mis muñecas y tobillos teniendo un rango limitado de movimiento, unos cinco centímetros aproximadamente, lo mejor que mi drogada mente puede determinar. Tiro y tiro, la acción siendo inútil, con excepción del hombre moviéndose en mi habitación. Giro mi cabeza, el movimiento libre y sin restricciones, mi rostro levantándose fácilmente mientras estiro el cuello para ver al calvo acercarse, sus facciones entrando en mi visión, la nube de mi mente reconociendo todo sobre él en un segundo. —Dr. F. —Muevo mi cabeza hacia atrás mientras se acerca, su mano apoyada con tranquilidad sobre mi pecho, su cara mirándome con preocupación—. ¿Dónde estoy? —Estás en casa de Jillian. Pensó que este sería un lugar mejor para mantenerte, lejos de la prensa o del ojo público.

205

—Desátame. —Trato de pedir con tanta cortesía como me es posible, pero estoy seguro de que oye los improperios detrás de mi tono. —Todavía no. Jillian me dijo lo que pasó… por nuestra propia seguridad necesitamos mantenerte refrenado un poco más. —Su mano acaricia mi brazo como si estuviera rechazando mi solicitud de un helado, no de que devuelvan mi derecho a la libertad. —Déjame de una puta vez. No voy a lastimarte. No he hecho nada para permitirle que me ate como a un animal. —Escupí las palabras, tirando con todas mis fuerzas las ataduras, la sensación de claustrofobia hinchándose a través de mí. —Brant, olvida las ataduras para un momento. Tenemos que hablar. —Regresa a su asiento, haciendo caso omiso de mi alarma personal, tirando de un bolígrafo y haciendo clic para abrirla. Cierro mis ojos y les ordeno a mis músculos que se relajen, que le pongan fin a la presión de la piel contra la cuerda. Veo la placa base 18 de Laya. Los componentes que se conectan haciendo que corra. Las piezas de tonterías que se comunican para darle vida a un objeto inanimado. Paz. Abro los ojos. —Habla. Placa base: Es una tarjeta de circuito impreso a la que se conectan los componentes que constituyen la computadora. 18

—¿Qué pasó cuando perdiste el conocimiento? —¿Cuándo? —Ayer. Aquí. Te desmayaste en la guarida de Jillian. —No es una maldita guarida. Es una sala formal diseñada para cháchara sin interés. Y no pudo haber sido ayer. Tuvo que ser hoy… yo… — Puedo ver la luz entrando por las ventanas. Fue ayer—. ¿Dónde está Lana? Quiero verla. —Tengo que explicarle cosas que todavía no sé. —No creo que debas recibir visitas hasta que resolvamos esto. —¿Discúlpeme? —No pensamos que… —Te escuché. Simplemente no puedo creer que me hables como si fuera un niño. Soy un adulto. Sin importar lo que pienses. —Sr. Brant, has sido declarado incompetente. Por el momento, yo soy tu médico personal, a menos que Jillian nombre a otro. Y Jillian es tu representante personal.

206

Dios mío. Voy a romperme de nuevo. Puedo sentir la fluencia, puedo ver los puntos en mi visión… —No puedo haber sido declarado incompetente. Hay un proceso en cuestión. Una corte testamentaria. Un examen psicológico de un médico. —Yo soy ese médico, Brant. Y Jillian tenía algunos hilos tirados. Tenemos una aplicación provisional en proceso, que ha sido aprobado por un juez local. Deberás reposar hasta que los tribunales lo abran el lunes. Por favor, relájate y déjanos tratarte. Mi cerebro trata de agarrar un clavo ardiendo que no puede alcanzar. —Necesito mi medicina. —Suspiro—. Por favor. —Vamos a esperar antes de inducirte cualquier medicamento hasta que veamos la frecuencia de tus interruptores. —¿De mis interruptores? —Me duele el pecho. El estrés está aferrándose tanto que temo que vaya a romperme. —Tus interruptores de otras personalidades. No podemos entenderlas hasta que las observemos. —¿Otras personalidades? —Así que es cierto. Necesito a Layana. Necesito explicarle… NEGRO.

Cincuenta y ocho Me despierto con una puta vieja elegante frente a mí. Lee se mueve en la cama, su mirada yendo sobre los adornados papeles tapices, su mente tratando de colocar dónde está. Cuán borracho se puso como para llegar a casa con una persona mayor y terminar en su cama. Moviendo su cabeza lentamente hacia la izquierda, se encuentra cara a cara con un viejo hombre calvo. Él parpadea, el hombre mirándolo como si tuviera previsto una disección. Trata de sentarse y se da cuenta de que sus manos no se mueven, un duro tirón de su muñeca no hace nada pero le advierte el hecho de que sus brazos están adoloridos, como si hubiera forcejeado durante horas. —¿Quién diablos eres tú? —le gruñe.

207

El hombre sonríe, un gesto paciente. —Dime tu nombre primero. Entonces te diré el mío. —Lee. —Lee, ¿qué? Lee hace un seño, no estando seguro de a dónde se está dirigiendo con todo esto. —Lee Déjame-levantarme-antes-de-que-patee-tu-maldito-trasero. El calvo tiene las agallas de reír. —Oh, ese Lee. Encantado de conocerlo. Soy el Dr. Finzlesk. —¿Estoy bajo arresto? —No sería la primera vez que se despierta en una celda de la cárcel. Aunque la mayoría de las celdas no tienen pisos de madera, techos de tres metros, ni arte enmarcado. —No. Solo me gustaría hacerle algunas preguntas. —¿Cómo llegué hasta aquí? —¿Es esa una pregunta que a menudo se hace? Lee lo mira fijamente. —Responda la maldita pregunta. —Se volvió violento; estuvo sedado. Lo atamos para que no lastimara a nadie.

—¿Lastimé a alguien? —No mucho. —El hombre sonría en momentos en que una sonrisa parecía fuera de lugar. Repasando su respuesta, Lee intenta averiguarlo. Le duele la cabeza. Cierra los ojos. —¿De quién es esta casa? —De una mujer llamada Jillian Sharp. ¿Reconoce el nombre? —No. —Sharp—. ¿Ella estaría relacionada con Brant Sharp? —Sí. Sí. Muy útil. Los modales del Calvo junto a la cama apestan. Así que había lastimado a una persona en casa de alguien relacionado con Brant Sharp. Tal vez finalmente se había roto. Rastreado a ese rico pendejo y pateado su trasero. Luchado por la mujer a la que realmente no merecía. —¿Qué es lo último que recuerda? Al diablo con este pendejo. ¿Quién ata a alguien, quiere examinar su cabeza, y no le proporciona ninguna información por su cuenta? Él se queda mirando al techo.

208

—¿Lee? ¿Qué es lo último que recuerda? —Vete a la mierda. Dame mi llamada telefónica. Es lo último que dice. Horas vienen y van, el Calvo se queda junto a su cama, y Lee mantiene su boca cerrada. Ignora todas las preguntas que le hace. En algún momento, las ventanas se oscurecen, la hora se vuelve desconocida, el hombre se levanta con un suspiro. Dejando su cuaderno en blanco, abre una bolsa, sacando un elemento, y se acerca a la cama. Lee se sacude ante el pinchazo de metal caliente, volteándose con el rostro furioso hacia el médico, sus brazos moviéndose, sus músculos tirando de las implacables ataduras. —¿Qué fue eso, maldito imb…? NEGRO.

Cincuenta y nueve Han pasado dos días. Brant no responde su celular, tampoco Lee. Es curioso cómo, incluso ahora, todavía pienso en ellos como individuos separados. Conduje ayer hasta la casa de Jillian. Me paré en su camino de entrada y la miré a los ojos. Sus pupilas rojas, su cara tan tensa como la mía. Las dos lo amamos; entiendo eso. Entiendo que ella se ha ocupado de esto por décadas más tiempo que yo. Entiendo que está molesta conmigo por romper el equilibrio, por empujar la verdad en su cara a pesar de las consecuencias. Puedo ser responsable de perderlo. Pude haber inclinado la balanza y causado que su psique colapsara. Que cayera a una profundidad de la que fuera incapaz de levantarse. Podría haber, en mi momento de confesión, perdido al hombre que amo.

209

Es un pensamiento innombrable, pero debo tenerlo en cuenta. Ella no sabía dónde se encontraba tampoco. Él no la había llamado, no había respondido sus mensajes de texto. No lo dijo, pero podía sentir la culpa. Esto era de lo que me advirtió, y su rostro claramente daba su opinión de mí. Por primera vez, sentí que me merecía su desprecio. Estuvimos de acuerdo en no llamar a la policía. De esperar y esperar a que resurgiera. Ella está supervisando sus tarjetas de crédito y cuentas bancarias. Tarde o temprano, debe utilizar una. Volví a casa después. Caminando por cada piso de nuestra casa y orando hasta las primeras horas de la mañana.

A las 4 de la madrugada, me despierto con una idea. La repaso y giro sobre ella antes de que mis funciones cerebrales sean suficientes como para tener un plan. Considero y descarto a Don, después, llamo a Marcus. —¿Dónde estás? —En la cama. Es media noche. —Iré allá. Envíame tu dirección por mensaje de texto. —¿Se trata de Molly? Cuelgo el teléfono sin contestar, meto mis pies en Uggs y agarro mis llaves. Tomo el ascensor para bajar y entro en el garaje. Mi teléfono suena

con la dirección de Marcus, al mismo tiempo que las puertas del garaje se abren. Marcus se había deshecho de Molly. Ojalá pueda ayudarme a encontrar a Brant.

Marcus abre la puerta en nada más que un pantalón de pijama, la vista de sus abdominales cincelados no provocándome absolutamente nada. Me adentro a su casa, yendo a la cocina y doy una palmada contra el mostrador con un trozo de papel en mano. —Esto es lo que necesito. —Le explico el plan, después empujo mi celular hacia él—. Llámalos. Me mira con la especulación. —¿Una llamada telefónica? ¿Eso es todo? ¿Por mil dólares? Me encojo de hombros.

210

—Son las cinco de la mañana. Me imagino que estoy pagándote tasas con sobrecargo. Hazlo. Deja escapar un ruido sordo de suspiro, jala el papel más cerca, y marca el número. —Ponlo en el altavoz —susurro. Lo hace, dándome una mirada que muchos clasificarían como falta de respeto. —Asistencia Eurowatch, ¿en qué puedo ayudarle? Marcus me mira. —Soy Brant Sharp. Necesito ayuda para localizar mi coche. —Desde luego, señor Sharp. Tendré que hacerle una serie de preguntas de seguridad para verificar su identidad primero. —Adelante —dice Marcus con una mirada cautelosa en mi dirección. Asiento hacia él. —¿Cuál es el número de bastidor del coche que le gustaría hacer un seguimiento? —J2R43L2KS14JD799F —recita él, leyendo la línea de números en el papel. —Excelente. Por favor espere mientras reviso su perfil. —Hay una serie de pulsaciones de teclas antes de que el interrogatorio continúe. Cruzo mis dedos y espero tener suficiente información. Le había quitado el seguro a tantos archivos de importancia como pude agarrar, conseguido el archivo

del coche, así como el archivo personal que contenía copias de todos sus documentos de identificación. No me podía imaginar que Aston Martin supiera mucho más de lo que le fue presentado en el momento de la compra. —Sr. Sharp, ¿puedo tener su dirección, por favor? —23 Ocean’s Bluff Drive. —¿Y el número de licencia de conducir? Hay tres preguntas más que Marcus repasa, ambos respirando con más facilidad cuando el representante continúa. —Por favor espere mientras localizamos el vehículo. ¿Quiere que le avisemos también a la policía local? —No —dijo Marcus con una risa fácil—. Mi sobrino debió haber llegado a casa hace dos horas. Me lo pidió prestado para una cita. Estamos pensando que está durmiendo en una fiesta en alguna parte. Voy a respirar más fácil cuando sepa dónde está. —Excelente, señor. Un minuto más para localizarlo.

211

Le doy un pulgar hacia arriba y él frota sus dedos. Cavando en mi bolsillo, tiro su dinero sobre el mostrador. Acercando el papel, agarro un lápiz. Espero a que la voz me diga la ubicación de mi alma gemela. Cruzo mis dedos y rezo para que se haya quedado con su coche. —Sr. Sharp, si tiene pluma, tengo la ubicación. —Prosiga. Me muevo sobre el papel. —En 8912 Evergreen Trail, San Francisco, California. Por favor, sepa que, si lo desea, podemos desactivar de forma remota el motor. Marcus me mira, y sacudo mi cabeza en respuesta. —Eso no será necesario. Gracias por su ayuda. —Gracias por llamar a Eurowatch, señor Brant. Y gracias por ser miembro de la Familia Aston Martin. Marcus se estira y termina la llamada. —¿Eso ayuda? —Sí, gracias. —Pongo la dirección en mi teléfono, agarrando los papeles, mi mente mentalmente yendo a través de los siguientes pasos. Debería llamar a Jillian. Involucrarla, o por lo menos meterla en el circuito antes de que dirigirme hacia donde está Brant. Hago una parada repentina frente la puerta, su cuerpo chocando contra el mío desde atrás.

—¿Qué? —dice, dando un paso atrás—. ¿Todo bien? Me quedo mirando mi teléfono, el primer resultado de la búsqueda brillando: el sitio tasador de propiedades del Condado de San Francisco. 8912 Evergreen Trail es una casa. Una grande, comprada por 6.500.000 dólares hace siete años por una Jillian Sharp. Cierro mi teléfono y paso enojada por la puerta principal, la furia dominándome. —¿Qué pasa? —grita Marcus tras de mí, mi mirada de soslayo notándolo en la puerta, sus manos apoyadas a cada lado del marco. Doy un paso atrás, arranco una página de la carpeta y garabateo las pocas cosas que el representante de Aston Martin pediría. Empujo el papel hacia él. —Llama de nuevo. Inventa una nueva historia, pero averigua cuánto tiempo ha estado allí su coche. Después envíame ese texto. —¿Gratis? —La incredulidad en su voz tiene a mis ojos enfocándose en él, sus manos levantándose cuando ve el fuego en mi mirada—. Bien. Solo bromeaba. Los llamaré.

212

—¡Ahora! —grito, me volteo y corro por la colina de la entrada de su casa, mis llantas chirriando cuando acelero. Mis sospechas se confirman cuando llega el texto de Marcus. Desde viernes en la noche. Perra. Esa mujer se había parado en el porche delantero y me había mentido. Su auto, sin duda, estaba escondido en uno de sus garajes. Me dejó estar parada allí, llena de culpa, y me llevó a creer que Brant estaba vagando y perdido. Sin estar seguro de quién era él, en medio de una ruptura psicológica debido a mis acciones. Me había quedado allí con su mirada crítica sobre mí. Cuando él había estado en el interior de su casa la totalidad del tiempo. ¿Brant habría permanecido junto a la ventana y me habría visto? ¿Estaría enojado conmigo? ¿Ella estaba usando este tiempo para ponerlo contra mí? Necesitaba saber lo que le dijo, donde está su mente. Si está en un lugar fuerte o uno débil. 5:24 a.m. Tomo la salida de su casa y me doy una patada a mí misma por no reconocer al instante la dirección en el momento en que fue anunciada por el representante de servicio al cliente con el obligatorio acento británico. Brant y yo hemos conducido a su casa tan a menudo que la conozco de vista, sin ver la dirección. Me congelo.

Me muerdo el labio y trato de organizar mis pensamientos. Pronto, veré a Brant. Él está seguro, no perdido. Su mente se encuentra intacta si está con Jillian. Tengo que hablar con él. Sin él, estoy perdida.

213

Sesenta Jillian vive en Nobb Hill, la zona presumida de San Francisco, si tengo derecho alguno a llamar a algo presumido. Entro en su calzada y me estaciono, apago el motor y miro la casa. Ahí está estacionado un BMW último modelo en los adoquines a mi lado. Lo veo con nuevo interés, tratando de recordar si había estado allí ayer. No descubriendo nada, paso hacia la puerta principal. Haga una pausa y considero el hecho de que son las cinco y media de la mañana. Sería extremadamente grosero tocar a esta hora. Mis modales detienen mi movimiento. Doy un paso atrás. Piensa. Un paso adelante y le doy vuelta a la perilla. Cerrada. Gran sorpresa. Hago una mueca de dolor, entonces me estiro y desato mi furia contra la puerta.

214

Mi temor desaparece en el momento en que Jillian abre la puerta, completamente vestida, maquillada. Su mirada de asombro se convierte en un espectáculo impresionante de alarma al verme. —¿Qué pasa? ¿Es Brant? ¿Lo encontraste? La miro, mi boca abierta, mi mente trabajando furiosamente, algo que debería haber hecho durante el camino hacia aquí. Está continuando la fachada. Esperaba que cuando llegara tan temprano en la mañana a la casa de Jillian, que se quebrantara y fuera honesta. —No… —digo lentamente—. No lo he hecho. ¿Puedo entrar? Su boca se cierra y una mirada pesarosa pasa por su rostro. —Es muy temprano, Lana. El personal ni siquiera ha aparecido todavía. Puedo decir que eso es pura mierda. Jillian exige que las secretarias de BSX lleguen antes de las 6:30 a.m. Estoy bastante segura de que el personal de su casa comienza su día antes de que salga el sol. También noto su uso de “Lana” —un cariño que nunca extendió antes. Si piensa que soy tan flexible, la disuadiré en este momento. Doy un paso hacia adelante, presionando una mano firme en la puerta y apretándola, un bufido de fastidio anunciando mi entrada. —Solo necesito un minuto, Jillian. Me estoy volviendo loca de la preocupación. —Permito que mi voz se tambalee, esperando que pase como histérica.

—Bueno, por favor, baja la voz —dice con frialdad—. Esta tiene que ser una visita corta, Lana. Visita corta, mi trasero. Espero a que cierre la puerta. Que se voltee y haga un gesto hacia la silla más cercana.

He subestimado a esta mujer. La he enfrentado durante tres años, pero no había conocido el nivel de sus engañosas habilidades hasta ahora. Ahora, en una situación donde ya sé la verdad, todavía casi caigo con su actuación. Me siento en su casa, escucho su mentira, y alimento su cuerda. Me alimento de su pie tras pie en la cuerda y observo, sentada en una silla de respaldo recto rojo de peluche, atando un nudo complicado alrededor de su cuello y colgándola de ella misma.

215

Es un acto maestro. Uno que pasa por la irritación, después por la simpatía, después, un desglose completo de lágrimas sobre “dónde podría estar nuestro chico”. Su preocupación por él. Su interpretación de una aterrorizada tía cariñosa. Actuado a la perfección. Observo su farsa con ojos muertos, horrorizada por la capacidad de esta mujer, quien ha orquestado la vida de Brant por dos décadas. Quien dirigió BSX durante ese tiempo. Quien protegió secretos mientras decía mentiras por su cuenta. Me siento frente a ella, agarrando el brazo de una silla, y me pregunto en qué parte de la casa estará Brant. Una vez que la soga ya está atada. Una vez que ya sé sus egoístas lealtades. Una vez que ya entiendo a mi enemiga. Me levanto. Echo mi cabeza hacia atrás y grito el nombre de Brant tan fuerte como me es humanamente posible.

Sesenta y uno Jillian se dispara sobre sus pies, confusión en sus ojos, su mirada lanzándose hacia la derecha, y echa a correr hasta la escalera, mis Uggs llevándome más rápido de lo que una persona mayor de tacón alto puede incluso pensar en moverse. Grito por él, chillando su nombre una y otra vez mientras corro por un pasillo de mármol, mis pies frenando en seco cuando escucho mi nombre siendo llamado desde un par de puertas traseras, y me doy la vuelta, apresurándome en el dormitorio mientras mis ojos capturan la vista de la entrada de Jillian desde lo alto de las escaleras.

216

No entiendo la escena al principio. Un hombre que nunca he visto se encuentra de pie en el borde de una cama, la figura sacudiéndose ante él una maraña de sábanas y movimiento. Me detengo, el extraño y yo nos miramos el uno al otro por un breve momento, luego mis ojos se dirigen hacia Brant, me sonríe, y siento como si mi corazón fuera a explotar. —Lana. —Se queda sin aliento—. Sácame de aquí. —Luego agita sus manos y veo ataduras, y todo mi mundo es de color rojo. —¡¿QUÉ CARAJOS LES PASA?! —Avanzo, la entrada de la habitación de Jillian bordeaba por dos empleados, los tres rostros sonrojados mirándome fijamente como si se prepararan para la batalla. —Layana —comienza Jillian, sus manos moviéndose en el aire de una manera calmante. —¿QUIÉN CARAJOS TIENE LAS LLAVES PARA SACARLO DE ESAS? — Señalo los grilletes que retienen a Brant. Que lo retienen, como si fuera malditamente peligroso. O demente. O algo más que Brant, mi magnífico, brillante hombre que actualmente se encuentra atado como un animal. —Tuvimos que contenerlo. Fue violento. —No, no lo fui —habla Brant desde detrás. —¡No sabes lo que fuiste! —suelta Jillian. —Tú —le gruño—. No tienes ningún maldito derecho a dirigirle la palabra otra vez. Lo llevaré conmigo ahora mismo.

—Cuida tu lenguaje. —Jillian chasquea su lengua en desaprobación— . Es agradable ver el vocabulario fluido que se encuentra debajo de esa sonrisa de sangre azul, Layana. La miro con incredulidad. —¿Mi lenguaje? ¿Eso es de lo que quieres discutir en este momento? ¿Mientras tienes a Brant atado? —Miro las extrañas caras de sus empleados, todos luciendo inseguros—. ¿QUIÉN DIABLOS TIENE LAS LLAVES? —grito, mi propia racionalidad siendo cuestionable. —Yo. —El hombre en la sala da pasos hacia adelante. Saca un llavero del bolsillo y ve a Jillian. Me muevo entre ellos, bloqueando su vista, y señalo a la cama. —Desátalo. —No te muevas, George —dice la voz de Jillian. Doy un paso hacia adelante, arrebatando el llavero del hombre y moviéndome hacia la cama. Los ojos Brant me miran mientras libero su mano derecha. —Te amo —le digo.

217

—Lo siento —responde. —Cállate nene. —Me dirijo a su correa de la pierna y quedo pecho a pecho con Jillian, sus dedos envolviéndose alrededor de mi muñeca con agarre de hierro. —Por favor llamen a Duane y a Jim —le dice secamente a las mujeres detrás de ella—. Necesito que vengan aquí inmediatamente. Zafo mi mano de un tirón, girándola hasta que sus dedos pierden su agarre. Pongo mis dos manos en su pecho y empujo, la mujer dejando escapar un grito mientras tropieza hacia atrás, sus piernas cediendo y cayendo al piso. —¡Alto! —les grito a las mujeres uniformadas, su salida deteniéndose mientras dos rostros se encuentran con mi mirada—. Justo ahora. — Suspiro—…Tendrán que tomar una decisión. Asumo que ambas son empleadas de BSX. Si tienen algún interés en el futuro de la seguridad de su empleo, vengan aquí y ayúdenme a liberar al dueño de su empresa.

Sesenta y dos Brant No hay un momento en que sienta el interruptor, cuando burbujea a través de mí y remplaza a una persona con otra. No hay nada contra que luchar. Contra que pelear. Simplemente abro mis ojos en un lugar que no reconozco. Miro fijamente alrededor, disfrutando de mi entorno, y luego continúo.

218

Nuestras mentes son únicas en su manera infantil de aceptar lo que se muestra. No me sorprende que no recuerde el ayer, porque no siempre tengo un ayer. Para mí, es normal. Esa personalidad nunca ha vivido de otra manera. No me resulta extraño que de repente despierte y esté en un restaurante y a mitad de una comida, porque eso es lo que conozco. Cómo sé que es la vida. El mundo regular, como especies, no cuestiona el hecho de que cierran los ojos y —por ocho horas— el tiempo pasa literalmente en un abrir y cerrar de ojos. No cuestiona el hecho de que podemos haber dicho cosas en nuestro sueño, mantenido una breve conversación en medio de la noche con tu cónyuge, una conversación de la que no recuerdas nada. Y del mismo modo que no cuestionas eso, nunca cuestionas las dos décadas donde las cosas no siempre tuvieron sentido. Culpas las lagunas en tu memoria o los cambios repentinos de ubicación a los efectos secundarios de la medicación. Pero ahora, de repente, me acuerdo de algo. Un vistazo, un día del que me he preguntado por veintisiete años. No sabía mucho de mi mundo cuando abrí los ojos el 12 de octubre, con excepción de unos pocos hechos simples. Era Jenner. Tenía once años. Había una chica por la calle llamada Trish que tenía un ratón de mascota y no me dejaba jugar con él. Me había mostrado la diminuta, temblorosa figura unas semanas antes y lo había tocado. De color pálido blanco con los ojos rojos, y lo había apretado de una manera demasiado tosca y ella me alejó. Lo acercó a su pecho y gritó que nunca la tocaría de nuevo.

Estoy divagando. Era Jenner. No sabía quién era esta mujer frente mí y no tenía ningún interés en ella como mi autoridad. Quería a mi mamá. Quería mi casa azul con la barandilla en el porche rota y la jarra de té helado que recogía de la nevera. No quería estar en un sótano con una mujer cuya boca estaba apretada y sus ojos eran negros, que olía a vinagre y a café y cuyo dedo no paraba golpear el papel delante de mí. —Concéntrate, Brant. Multiplica las fracciones. No tenemos todo el día. Nunca había visto este montón de mierda antes. Los números por encima y por debajo de las líneas. La cruz torcida, la cual sabía que significaba multiplicar, pero que no sabía cómo multiplicar. Alejé el papel y la miré. Dije la única verdad que no me hacía sonar estúpido. —No soy Brant. —Ciertamente eres Brant. E hiciste tres páginas de estos ayer en el tiempo que me llevó utilizar el baño. Así que no me digas que no sabes cómo hacerlas. No sé cómo hacerlas. No dije nada, solo miré su rostro.

219

—Quiero a mi mamá. —No era tanto mi deseo de querer a mi madre como quería alejarme de esta mujer. Me miró. —Tu madre está en el trabajo, Brant. Lo sabes. Estará en casa a las seis. Hasta entonces, estás atascado conmigo. Ella era una mentirosa. Esta fea mujer abría la boca y todo lo que arrojaba eran mentiras. Mi madre ni siquiera tenía un trabajo. Se quedaba en casa todo el día. Pasaba el rato conmigo. Me dejaba ver la televisión y me daba Hershey y vasos de leche durante las pausas comerciales. Cerré mi boca y me quedé mirando el papel. Odiaba a esta extraña. —¿Quieres trabajar en el ordenador durante un poco, y luego volver a esto? —Quiero ver la televisión. —El reloj de los estantes mostraba que eran casi las cuatro. Mi mamá me dejaba ver la televisión en cualquier momento después de las tres. La desconocida frunció el ceño. —Ya no te gusta la televisión, Brant. Lastima tu cabeza, ¿recuerdas? Por qué no trabajas en tu computador. —Tiró de mi brazo y lo zafé, su agarre resbalando, luego regresó su mano con más fuerza, sus uñas clavándose en mi piel suave de una manera que dolía. No sabía lo que ella esperaba que hiciera con un montón de chatarra extendida y una pantalla de computador enganchada a una cadena de

piezas. No había un ordenador allí, solo un revoltijo de cables. El único computador que había utilizado era el de mi padre, en el cual era simple y fácil encontrar el botón de encendido. No había ningún botón de encendido allí, y eso solo servía para hacerme sentir más estúpido. Negué. —Entonces regresaremos a las fracciones. —Suspiró ella—. Haz estas cuatro páginas ahora, sin excusas, Brant. Miré hacia arriba, a la página gastada que había sido empujada y tirada entre nosotros hasta que vi una pequeña rasgadura en la esquina derecha. —¡No soy BRANT! —grité, la ira empujándose por mi garganta como si tuviera piernas y brazos y luchara para ser escuchada. La mujer se levantó, su cabeza sacudiéndose hacia atrás, y vi un cambio en sus ojos, una vacilación de alguna clase. La mirada que me gustaba. Me aparté de la mesa, poniéndome de pie, casi tan alto como ella, mi etapa de crecimiento ya poniéndome una cabeza más alto que mis compañeros de clase. Dándome la fuerza sobre otros. Sobre esta mujer.

220

—¡Dios, Brant! —me regañó, recuperando el equilibrio y poniendo una mano sobre mi hombro, hundiendo sus uñas y tratando de empujarme hacia abajo, a la silla, los músculos de mis piernas peleando contra su intento sin lucha. —¡NO SOY BRANT! —grité y me estiré. Empujado ambas manos en su pecho, teniendo un momento de placer adolescente al sentir los prohibidos senos femeninos, incluso si estuvieran conectados a una anciana. Ella cayó, tropezando, su mano dejó mi hombro y se agitó violentamente en su camino hacia abajo. Me acerqué más, sentándome sobre su estómago, como Rowdy Roddy Piper le hizo a Hogan en la televisión unas semanas antes. El movimiento funcionó bien, ella luchó y gritó, pero no prosperó. Hulk había hecho un salto atlético que habría lanzado a Roddy fuera al otro lado del ring, pero ella solo se retorció debajo de mí como un perro demasiado ansioso. —¡Brant! —gritó, golpeando mi pecho y usando la voz que hacía mi madre cuando estaba hablando en serio sobre algo. —¡NO SOY BRANT! —Levanté mi puño, de la forma en que mi padre me enseñó en el garaje contra su guante de béisbol, guardando el pulgar, con mi muñeca fuerte. Vi su cabeza voltearse, sus gritos pararon mientras sus manos volaban para proteger su rostro, golpe tras golpe rompiendo fácilmente por el aleteo de sus manos, su voz convirtiéndose en un río de sollozos, finalmente callándose en el momento en que mis manos se cansaron.

Mi padre había sido claro en sus enseñanzas. Solo te permites golpear a alguien que te presiona hasta un determinado punto, entonces te echas hacia atrás. Te defiendes solo, primero con tus palabras, después con tus puños si las palabras no son eficaces. Había utilizado sus palabras con esta mentirosa. Le dejé en claro lo que quería antes de usar la violencia. Los puños. Había disfrutado los puños. Miré a la mujer todavía debajo de mí y casi esperé que me llamara Brant de nuevo. Arrastrándome fuera de ella, me miré las manos, ignorando el gemido detrás de mí. Tengo sangre en mis manos. Sangre de otra persona. La primera vez para mí. La limpié en mis pantalones, dándome cuenta demasiado tarde de que mi madre estaría molesta por las rayas rojas contra la tela de color canela. Entonces me dirigí a la puerta, seguro de que en algún lugar cercano habría una televisión. Y tendría casi dos horas para verla antes de que mi madre llegara aquí para recogerme. Subí el conjunto desconocido de escaleras y sonreí, seguro de que mi padre estaría orgulloso.

221

Sesenta y tres Brant termina la historia, el tormento rasga la vulnerabilidad a través de sus ojos y por un momento creo que va a llorar. Que va a romperse frente a mí. Agarro su mano, llevándola a mi boca. —Brant, ese no fuiste tú. Sabes eso. —Lo que acabo de ver… cuando me fui… ese era yo. Yo mirando otro mundo que no posee ton ni son. Lo hice. La golpeé una y otra vez, como si fuera un objeto, un juego. Mi madre… Su voz cae y su mano se levanta, pellizcando la piel entre sus ojos.

222

—Mi madre llegó a casa y me encontró en el sofá, viendo la televisión, comiendo palomitas de maíz, con sangre en mis manos. —Deja escapar un silbido—. Me acuerdo de eso. Como si fuera yo, a pesar de que no lo era. ¿Por qué repentinamente estoy recordando eso? Después de veintisiete años de nada. —¿Conoces a Lee? ¿Recuerdas algo de él? —Casi tengo miedo de la respuesta. De la reacción de Brant ante el recuerdo de Lee. Niega. —No. No tengo… nada, Lana. Un recuerdo, eso es todo. Eso es suficiente. Después de esto, no quiero más. Aprieto su mano y la suelto. —Vamos a entrar. Deja de pensar un poco y deja que te cuide.

Anna se ha ganado cada pedacito de su salario. Entramos a una casa que huele a comida y a hogar, el personal desvaneciéndose en esquinas discretas por nuestra llegada. Brant se sienta a la mesa de la cocina, el silencio cayendo sobre la sala mientras aleja una tortilla de carne de cangrejo y dos galletas. Evita mis ojos, su mirada fija en la comida delante de él. Cuando termina, se levanta con una tos tranquila, limpiándose la boca con una servilleta de lino. —Dile a Christine que le doy las gracias por el desayuno. —Lo haré. Anna preparó un baño si deseas uno.

—Creo que voy a tomar una ducha en su lugar. Cualquier pensamiento que tengo de meterme en las burbujas calientes con él desaparece. Asiento, sonriendo. —Por supuesto. De repente somos como extraños, dos amantes incómodos en su propia casa. No sé qué decirle y él parece avergonzado. Quiero abrazarlo. Quiero alejar sus temores y eliminarlos. Besarlo y decirle que lo amaré siempre. Pero él camina, se mueve, habla —todo con una nube en torno a él, una que grita “¡No tocar!”. Me quedo en mi lugar y lo observo dirigirse hacia el dormitorio. Cuando me estiro para agarrar su plato, Anna se escabulle desde la esquina. —Déjeme recoger esos, Srta. Fairmont. —Gracias. —Dejo caer mi mano—. ¿Encontraste a la doctora? —Sí, estará aquí en una hora. —¿Puedes enseñarle la suite principal cuando llegue?

223

—Por supuesto. —Gracias. —Al no tener más propósito en la cocina, camino a la habitación, cerrando la puerta en silencio antes de entrar en el interior. Las luces están apagadas, la única iluminación siendo el amanecer, tenue sobre el Pacífico. Detrás de mí, el crepitar del fuego elimina cualquier rastro de frío en el aire. Entro al cuarto de baño, comprobando que las toallas se están calentando, mis ojos dirigiéndose al cristal empañado de la ducha. Me quedo mirando el cristal, tratando de adivinar lo que quiere este hombre. Terminando en blanco, me quito mi ropa, dejándola en el suelo de mármol, y entro en la ducha. La ducha es como una niebla, la mano ante mí ocultada por una nube blanca. Tropiezo a través del vapor, mis pies dirigiéndose a tientas por el suelo de piedra hasta que golpeo el cuerpo caliente de Brant, su piel salta debajo de mi toque. No digo nada, solo doy un paso más cerca, en el espray caliente, mis brazos envolviéndose alrededor de su cuerpo, mi cabeza apoyada en su pecho mojado. —No soy muy buena compañía en este momento —dice entre dientes, sus manos deslizándose sobre mí, apretándome en un fuerte abrazo contra su pecho. —Siempre eres buena compañía. —Me pongo de puntillas, presionando un suave beso en sus labios, mi primer intento perdido cuando nuestros movimientos se enfrentan. —Estoy tan perdido en este momento, Lana —susurra.

—Me tienes a mí. Juntos, nunca nos perderemos. —¿Te tengo por cuánto tiempo? No querrás aguantar esto. Paso mis manos por sus brazos y hombros, mis dedos terminando donde quería: acunando su rostro. —Por siempre. Te he estado diciendo eso durante años, Brant. Años en los que sabía acerca de tu condición. Años en los que te he amado. Te amo a pesar de esto. Te amo, incluyendo esto. Cada parte de ti, incluso las partes que no conoces. Gruñe, su pecho vibrando contra mí. —Eso me vuelve loco. Estoy celoso de él, ¿sabes eso? —Su tono brusco contiene un sentimiento de posesión, y sonrío, alegrándome de que no me pueda ver. —¿De quién, Lee? —Sí, Lee. —Dice el nombre como si estuviera sucio. —Es una aversión mutua. Él está muy celoso de ti. —¿Lo está? —El shock en la voz de Brant me hace reír.

224

—¿Estás bromeando? ¿Del multimillonario que pasa las noches con mi sexy trasero? Por supuesto que está celoso. Sabe cuánto te amo, incluso si no te das cuenta. Baja su boca hacia mí y siento nuestra conexión regresar, un enderezamiento del equilibrio entre nuestras almas. —Esta es la razón, ¿verdad? ¿Del por qué no te casas conmigo? Trago. Paso mis manos por su pecho y espalda, llevando mi boca a su piel y beso la línea de su clavícula. —Es por eso que no me casaría contigo. Debido a mis mentiras, los secretos que te oculté a causa de ello. No pensé que merecieras a una mujer con un secreto. Baja su mano hasta que descansa entre mis nalgas. Me aprieta con amor. —¿Y ahora? Me alejo lo suficiente para mirarlo, el vapor apenas permitiéndome distinguir los rasgos de su rostro. —Y ahora… no hay más mentiras. No de mí. Todo su cuerpo se congela en ese momento, tensado su piel, formando rigidez, mis manos y cuerpo sienten el cambio. Cuando habla, solo sus labios se mueven:

—¿Estás diciendo que… ahora… —Su voz cae, la vulnerabilidad llevándose el susurro de sus palabras—…te casarás conmigo? ¿Conmigo así de jodido? Doy un paso hacia adelante, presionando cada pedazo de mí contra él, deseando poder meterme y abrazar su roto corazón aterrorizado. —Estoy diciendo que nada me haría más feliz que eso. Gime, presionando sus labios contra los míos tan duro, tan fuerte, que casi duele, sus manos tomando mi piel con largos y posesivos agarres, tirando de mí contra él como si nunca fuera a tener la oportunidad de tocarme de nuevo. —¿Eso es un sí? —pregunta bruscamente, tirando de mi boca, como si necesitara una verificación de último minuto. Sonrío, encontrando sus ojos. —Ese es un sí, Brant Sharp. Me casaré contigo y seré tu esposa siempre que me quieras tener.

225

—Ayer —espeta, regresando a mi boca—. Ahora. —Me acerca y tira de mí con más fuerza, mi cuerpo consciente del tamaño de su necesidad—. Siempre. Entonces mi futuro marido me hace el amor en la ducha de nuestro hogar. Y me aseguraré de que, por los siguientes quince minutos, nadie cruce por su mente. Literal y figurativamente.

Sesenta y cuatro —¿Cuándo estará aquí la doctora? —Usando unos bóxeres, Brant se pone una camiseta, sus manos buscando unos jeans cuando me gustaría mucho que estuviera en pijama, en la cama, comportándose como mi paciente. —En la siguiente media hora. Abre un cajón y rebusca en el interior, tomando una botella de Aciphex y me la arroja. —Pregúntale qué es y qué es lo que trata. Examino la botella, abriendo la tapa para verla llena de píldoras de color blanco.

226

—¿Estas no son Aciphex? —No. —Me ve, por un breve momento, avergonzado—. Jillian me dijo que eran para controlar mis apagones. —¿Tus qué? —Levanto una mano—. Espera. Tenemos tanto que discutir que es una locura. La mayoría de ello concierne a Jillian. ¿Me puedes contar todo en quince minutos? Se encoge de hombros. —Puedo hacerlo en cinco. Guardo el frasco de pastillas. —Vamos a sentarnos en la terraza y a hablar.

—Cuando tenía once años, todo en mi vida empezó a cambiar. Llegó con el inicio de mi familia comprando una computadora, la introducción de tecnología avanzada afectó algo más que mis intereses. Era como si mi cerebro se encendiera con toda su fuerza, de mil maneras a la vez, desbloqueando una puerta que tenía cerrada. Siempre fui inteligente, pero de repente era superdotado. Empecé a aplicar los hechos, los conceptos, las matemáticas que sabía, y los utilicé en la forma en que el equipo lo hacía, como reglas simples que podían trabajar unas con otras para concluir una salida. Mi cerebro renació y se obsesionó con el

descubrimiento. Podía pensar, podía procesar, hacer un centenar de cálculos en un minuto, pero también fui bombardeado con colores, imágenes, pensamientos… Más de lo que podía manejar al mismo tiempo. Quería construir tres cosas a la vez. O tener dos opiniones diferentes sobre el mismo tema, al mismo tiempo. Discutía conmigo mismo, presentando ambos lados de un argumento, mi mente comprendiendo los matices y las opiniones de cada lado y sintiendo fuertemente en ambos puntos. — Piensa tranquilamente, luego continúa. »Todo se volvió, en los sucesivos meses, enloquecedor. Mi cerebro trabajaba tiempo extra, y estaba agotado por ello. En algún momento durante ese tiempo, durante ese verano… Fue entonces cuando los apagones comenzaron. Mi cerebro iba a cien por hora y luego… nada. Había horas de tiempo donde se quedaba en negro. Decía y hacía cosas que no recordaba. Hace una pausa y espero a que continúe.

227

—Luego, el 12 de octubre… me desperté de un apagón en una sala de psiquiatría de niños. Jillian estaba en el hospital. Fue entonces cuando los médicos y las pruebas médicas comenzaron. No recuerdo mucho de ese tiempo, pero cuando salí, Jillian se mudó a nuestra casa. Nunca volví a la escuela, no vi a mis amigos otra vez, todo se centró en mantenerme en mi casa, en mantener a mi cerebro ocupado. Descubrimos que estaba mejor si tenía un problema y me centraba en él. Con problemas matemáticos complejos o desenredando códigos para depurar un virus… cualquier cosa que involucrara pensamientos complejos calmaba la locura. Eso fue antes de la utilización comercial del internet, cuando las computadoras eran instrumentos de cálculo básico de meter y sacar datos. Procesadores de datos. Eso era todo. Ya había aprendido a construir una computadora. Cuando estaba en el sótano a tiempo completo, empecé a enfocarme en mejorar la máquina, su rendimiento, entonces, una vez resolví sus capacidades. —Toma un sorbo de vino, mirándome. »Pero los apagones continuaron. Mis padres… estaban preocupados. Preocupados de que tuviera otra episodio de lo había sucedido en octubre. Así que me daban sedantes, algo para mantenerme calmado. Detuvieron los apagones, pero no podía pensar. Me atontaba en todo, incluso mi capacidad para procesar con pensamiento inteligente, al menos no en el mismo nivel que antes. Me volvía cada vez más callado, perdí interés en las computadoras, en todo. Así que… —Se mueve, levantando un pie y colocándolo contra la piedra de la pared—. Jillian y yo hicimos un trato. Mi boca se seca a medida que olvido tragar. —¿Un trato?

—Dejaría de tomar la medicación y ella cubriría cualquier apagón que tuviera. En esos momentos, estaba cerca de completar a Sheila, por lo que estaba en el sótano el noventa por ciento del tiempo, con ella durante la mayor parte de ello. A mis padres solo los veía en las comidas y antes de acostarme. Cualquier apagón que tuviera, Jillian lo ocultaría. A cambio, me centraría en terminar a Sheila y a tenerla lista para nuestras reuniones con los inversores. —Tenías, ¿qué? ¿Doce en este momento? —Sí, acababa de cumplir doce años. —No lo suficientemente mayor para hacer tratos. —No era un típico chico de doce años. Era lo suficientemente inteligente como para tomar una decisión cuantificada de riesgo frente a la recompensa. Y como Jillian tenía el de mayor riesgo, debido a que era la que pasaba tiempo conmigo… tomé la decisión. —No. Ella tomó la decisión. ¿Cuánto ganó de tu venta inicial? —Unos pocos millones de dólares. El diez por ciento de la operación.

228

Me callo, permitiéndole sacar sus propias conclusiones de mis pensamientos sobre el asunto. Después de un momento, reanuda: —Cuando tenía alrededor de veinte años, empezamos BSX. Dejamos de vender mis desarrollos y en su lugar nos mudamos de la casa. Nuestros ingresos se incrementaron diez veces y decidí que tenía suficiente. Suficiente dinero para vivir el resto de mi vida en la riqueza. Ingresos residuales suficientes para que mis hijos nunca tuvieran que trabajar. Fui a Jillian y le dije que quería un cambio. Le dije que quería reanudar la medicación. —¿Por qué? Suspira. —No saber sobre mis apagones… era un miedo constante en mi vida. Los tenía sin siquiera saberlo. Jillian usaba una camisa de manga larga, y me preguntaba si estaba cubriendo algunos moretones hechos por mí. Estábamos congelados, en su mayor parte, secuestrados del mundo exterior. Y quería vivir, tener una vida, trabajar en un entorno en el que pudiera colaborar con otros, tener relaciones, amistades. Quería normalidad y estaba dispuesto a sacrificar mi carrera por ello. Complacientemente dejando a un lado las computadoras y viviendo una vida intelectual silenciada si eso significaba la seguridad de saber y controlar mis acciones. Sabiendo, más importante, mi falta de acciones desconocidas. —¿Qué dijo ella?

Resopla. —No lo tomó bien. Pensó que era una idea horrible. Enumeró los proyectos que teníamos en curso. Imprimió nuestro plan de diez años. Me maldijo por desperdiciar mi talento. Pero me eludió. Rastreó a mi viejo médico, el hombre al que conociste esta mañana en casa de Jillian. Le dio un salario de BSX. Una especie de gruñido salió de mi boca. Se ríe, extendiendo sus brazos. —Ven aquí. —Me muevo de mi silla a la suya, la chaise longue no siendo lo suficientemente grande como para permitir otra cosa que no sea yo doblada en su regazo, sus brazos rodeándome y abrazándome a su pecho—. El doctor F me trató con una medicación diferente, lo que hay en esa botella. Se suponía que sería algo similar a la cafeína, algo que me tranquilizaría aunque me mantendría alerta, concentrado. Funcionó inmediatamente. Mis procesos cerebrales eran tan fuertes como siempre, mis apagones se detuvieron. Esperé más, el momento extendiéndose hasta que mi curiosidad ganó.

229

—¿Y? —Eso fue todo. He estado con esa medicación durante casi dos décadas. No he tenido un apagón desde entonces. Me inclino hacia atrás y lo miro. Su boca es firme, sus ojos distraídos. Analizando el problema ante él. Le doy la oportunidad de sacar sus propias conclusiones. —Entonces… ¿crees eso? ¿O crees que ella ha estado mintiéndote? ¿Ocultándote los apagones? Deja caer su mirada y veo el dolor en las líneas alrededor de sus ojos, el endurecimiento de su mandíbula cuando traga. —Ha… sido como una madre para mí. He dependido de ella durante tanto tiempo. No puedo imaginar… no sé por qué haría eso. Tonterías. Él sabía exactamente por qué haría eso. Pero no iba a insultar su inteligencia deletreándoselo. Conociéndolo, probablemente tenía medio diagrama de Venn ya completado en su cabeza. —Hay otro asunto. —Mira hacia otro lado, suspira, reacomodándome en su regazo—. Jillian dice que me declaró incompetente, designándose a ella misma como mi tutora. —¿Tu tutora? ¿Lo que significa que estaría en control de tus negocios, de tus finanzas? —Frunzo el ceño—. ¿Puede hacer eso?

—La cuestión de mi competencia sin duda podría ser impugnada. Puedo ver un argumento válido para la posibilidad de que otra de mis personalidades tomara decisiones que afectaran negativamente mi vida y esa capacidad de toma de decisiones debe ser removida de mi persona toda junta. —Pero… eres brillante. ¡Has estado controlando tus decisiones durante veinte años! —¿Y arriesgar lo que tenía? ¿Alguna vez me viste tomar acciones como Lee que me pusieran en peligro o a nuestro estilo de vida? —Me gira en su regazo para que podamos tener contacto visual directo. Comunicación visual que evito mientras repaso los pasados dos años. Lee: viendo a varias mujeres. Poniendo en peligro nuestra relación, su posible exposición a enfermedades de transmisión sexual. Lee: borracho, en peleas sangrientas, y magullado. Una pesadilla de responsabilidad, así como en peligro para sí mismo y para otros. Lee: un bebedor empedernido, propenso a la ira y a conducir bajo la influencia de drogas. Más responsabilidad. Más riesgo.

230

—¿Lo he hecho? —Brant presiona por mi respuesta, su mano llevando mi rostro hacia él. —De algunas maneras —respondo cuidadosamente—. Lee es una bala perdida. No tiene nivel de control, ni inteligencia. No piensa bien las cosas, actúa primero. Pero él tampoco va a entrar en tu banco y retirar tu dinero. No tiene ni idea de que es tú; no va a meterse con tu negocio ni finanzas. El riesgo que representa para ti es más que de responsabilidad. Que pudiera hacerte algo por lo que Brant Sharp fuera demandado. No es un hombre peligroso por intención, solo es imprudente. Brant gime, dejando caer su cabeza hacia atrás. —Eso suena desastroso. —¿Cuándo sucederá eso? Lo de la competencia. —Mis días son un poco confusos debido a la medicación, pero creo que será pasado mañana. Detrás de nosotros, la puerta corrediza se mueve, la cabeza de Anna sobresaliendo tentativamente. —¿Señor Sharp? ¿Señorita Fairmont? La doctora está aquí cuando estén listos. —Gracias. —Le sonrío, esperando que la puerta se cierre detrás de ella, entonces me encuentro con sus ojos—. Permíteme llamar al abogado de mi familia. Hacer que detenga a Jillian. No confío en los abogados de BSX.

—Yo tampoco —me interrumpe—. Estoy de acuerdo. Usa a un abogado externo. El de tu padre funcionará hasta que podamos encontrar un abogado permanente. —Debes llamar a tus padres. Frunce el ceño. —Lo sé. No es una conversación que esté deseando tener. —¿Crees que estarán del lado de Jillian? Niega un poco, su mirada fija sin ver el agua. —No lo sé —dice lentamente—. La dejamos dirigir las cosas durante tanto tiempo, sin duda. No sé si lo hubiera creído si no me hubiera encadenado a una cama. Lo miro apretar sus manos, el primer indicio que veo de ira. Me retuerzo en su pecho. —Te amo —susurro. —También te amo, Lana. Gracias… por quedarte conmigo y atravesar esto.

231

Sonrío. —Gracias por no rendirte cuando rechacé tus otras propuestas. Tira de mi mano, pasando sus dedos sobre los dedos desnudos. —El anillo está en la oficina. Vamos a conseguirlo hoy. No quiero otra noche sin verlo en tu dedo. —Hecho. —Me desenredo de su regazo y me levanto—. ¿Listo para ver a la doctora? —Por supuesto.

Sesenta y cinco Me había encontrado previamente con la Dra. Susan Renhart varias veces. Casi tan alta como Brant, nos saludó a ambos con una sonrisa tensa, sin mostrar ninguna de las sonrisas brillantes que les daba a los niños de JSHA. Los presento a los dos, entonces Brant le explica lo que más recuerda. —He estado con estas píldoras durante casi veinte años. —Empuja la botella, sus cejas elevándose al leer el nombre, sus manos abriéndola con una eficiencia practicada y poniendo las blancas pastillas a lo largo de su palma marrón. —¿Qué le dijeron que eran?

232

—Un depresor de alguna clase, uno que tenía un agente de cafeína. Algo para mantenerme productivo, para mantenerme lo suficientemente calmado como para evitar un apagón. Siempre que me estreso, me tomo una. También tomo dos al día, por las mañanas. Escucho a medias, interesada en sus palabras, pero necesitando llamar al abogado. Me muevo por mi celular, al número de John Forsyth, un hombre con el que no he hablado en años, y aprieto Enviar. La doctora tira las pastillas en su mano antes de tomar una y ponerlas de regreso. —¿Cuándo fue la última vez que tomó una? —Han pasado unos dos días. La mañana antes de ayer. Y… sin haberlas tomado, pude haber tenido apagones en el tiempo que estuve con Jillian. No estoy seguro. —¿Apagones? —Frunce el ceño—. Pensé que el tema era sobre TID. —Lo es. —Se detiene, mirándome—. Lo siento. Estoy tan acostumbrado a pensar en ellos como apagones, eso es lo que sé que son. Se encoge de hombros. Desestimando el pensamiento. —¿Tomó algún medicamento en casa de Jillian? —No de buena gana. Pero el médico me inyectó algo. Tal vez dos veces, no estoy seguro. Quiero saber lo que está en mi sistema ahora. Y tener documentación de eso, en caso de que la necesite.

Asiente, sacando los artículos en su bolsa. —Vamos a sacarte un poco de sangre y a obtener una muestra de orina. —Layana. —La voz del abogado, un sonido bajo, cruje a través de mi celular, y me alejo, al pasillo. —Hey John. Necesito tu ayuda.

233

El equipo de Jillian aparece antes de que la Dra. Renhart haya terminado, la oficina del guardia llama a la casa para alertar de su presencia. Tarda menos de cuatro minutos para que su brigada entre, las tres camionetas Escalades haciendo un rodeo rápido a través del camino fuera de nuestras puertas. Supongo que ver a tres guardias armados bloqueando nuestra puerta cambió la mente de Jillian. Observo desde un balcón de arriba, y trato de entender a la mujer debajo de mí. Una que parece firme en su creencia de que está en lo correcto, justificada. Incluso en sus mentiras, en su engaño. ¿Por qué? ¿Por el bien de Brant? ¿Por el bien de BSX? ¿O por el bien de sí misma? Doy un paso lejos de la ventana y bajo las escaleras, la forma de Brant se encuentra junto a la puerta, su mano toma la de la doctora, despidiéndola con toda su fuerza. —Los resultados de los análisis de sangre no estarán disponibles hasta mañana. Le enviaré los resultados por correo electrónico en el momento en que se procesen. Pero me imagino, que hablar acerca de su experiencia… todo lo que le inyectaron atravesará su sistema en las próximas veinticuatro horas. —Saca una tarjeta de su bolsillo—. Este es el Dr. Henry Terra. Es el mejor, una primera autoridad en TID. Le sugiero que lo llame inmediatamente, si no por su propia terapia psicológica, entonces para obtener su apoyo y asesoramiento jurídico para cualquier pelea en la que termine. Tengo que asumir que el tratamiento del TID ha progresado desde que era un niño. —Se vuelve hacia mí y se estira, envolviéndome en un abrazo firme—. Una vez que resuelvas esto, espero verte en JSHA. —Me conoces, no puedo estar lejos. —Le sonrío, y hay un momento de tristeza en la conexión, cuando veo la compasión en sus ojos y quiero quitársela. Brant y yo estamos bien. Somos fuertes. Expuse mis mentiras y sobrevivimos, estamos luchando, nuestra ira centrándose en Jillian. Tenemos amor, el resto vendrá para bien o para mal y preferiría estar peor que tener más mentiras. Sostengo la puerta y la veo irse. Envuelvo el brazo de Brant y lo acerco, su boca suave contra mi cuello mientras se inclina para besarme. Es horrible de mi parte pensar, desear, pero en aquel momento de paz, de unidad, ¿de los dos contra el mundo? Una parte de mí quiere

realmente que Lee aparezca, que me tome contra la pared y me folle hasta el olvido. Sin pensar, sin analizar, simplemente cruda necesidad encontrada por ambos. Ruedo en los brazos de Brant. Trato de presionarme contra él y de encender el fuego de mi cuerpo, pero no hay nada allí. No en este momento en que estoy rota y agotada y el sombrero blanco es tan pesado sobre mi cabeza. Preferiría estar peor que tener más mentiras. Me digo eso. Había amado a Brant, solo había ido tras de Lee con el propósito de mantener las dos mitades de mi hombre leal, manteniéndolo cerca. Si él se va, si la doctora tiene una cura, si elimina a Lee y me quedo con solo Brant, todo deberá ser perfecto, ¿verdad? ¿Verdad? Evito las respuestas que mi corazón impulsa. La admisión, en mis huesos, de que una parte de mí ama a Lee. Lo necesita.

234

Sesenta y seis Martes

235

La orden de Jillian de declarar a Brant incompetente se detiene, cortesía de nuestro nuevo equipo de representación legal: seis abogados rigurosamente opuestos a cualquier y todos los ataques contra la figura de Brant Sharp por unos entusiastas ochocientos dólares por hora. Jillian tiene fondos, por lo que podría pelear con uñas y dientes, pero no creo que lo haga. No cuando un resultado final requerirá meses de batallas legales que solo le harán daño a la imagen pública de BSX, así como a cualquier posibilidad de una reunión familiar entre ella y Brant. No cuando los resultados de las pruebas mostraron que le había inyectado a Brant un cóctel de drogas ilegales mientras lo mantuvo prisionero. No hemos sabido nada de ella desde su llegada a nuestra casa ayer. Estoy asumiendo que está lamiendo sus heridas, mientras elimina cualquier rastro de la prisión que tuvo en su casa. El zumbido de la carretera es un sonido apagado a través del auto mientras nos dirigimos de regreso de la oficina, mi dedo anular sintiéndose pesado con mi nueva adquisición. Finalmente me sentí digna de él, de permitirle a Brant ponerse sobre una rodilla en la alfombra y repetir la pregunta que ha pasado años perfeccionando. Habíamos decidido esperar hasta hoy, por cualquier cuestión legal que debiera tratarse antes de que se presentara en la oficina, no queriendo que la policía esperara nuestra llegada, o alguna escena similar orquestada por la fanática del control que es Jillian. —¿Qué vas a hacer con ella? —Miro fuera de la ventana, mis ojos viendo la rápida mirada de Brant mientras quita sus ojos de la carretera para encontrarse con la mía por un momento. Su mandíbula se tensa, su agarre en el volante de cuero es duro mientras dobla sus manos. —No lo sé. Quiero hablar con el experto de TID, averiguar mi capacidad para dirigir la compañía. De todos modos, no creo que tenga otra opción con respecto a Jillian. Tiene que ser quitada de cualquier roll de poder.

Suspiro. —Su vida es la empresa. Lo ha sido durante veinte años. —Él no va a querer dirigir una empresa. Al menos no el viejo Brant. Las hojas financieras lo aburren, las juntas lo llevan a la locura y no puede nombrar a diez de sus empleados en su cabeza. Le gusta estar en una habitación, a solas. Trabajar, concentrarse, crear. Jillian ha hecho un gran trabajo en su papel, incluso si había sido psicótica en su tratamiento con Brant. No tengo ningún deseo de recompensar a la mujer, excepto por el odio dejado por la situación. Las manos de Brant se mueven en el volante y le echo un vistazo, veo sus dedos sacar el teléfono y marcar el número de BSX. Una voz alegre responde momentos después. Brant se aclara la garganta. —Hank Michen de Seguridad, por favor. —Parpadeo, sorprendida de que se sepa el nombre del de seguridad. Tal vez sí puede nombrar a diez empleados sin pausa. La siguiente voz es más profunda. Más intimidante en su saludo.

236

—Hank, soy Brant Sharp. Necesito bloquear a Jillian Sharp de todo. Hay una larga pausa. Finalmente, la voz sale a través del receptor. —Arriesgándome a perder mi trabajo, voy a preguntar… ¿es una broma? —Asumo que tienes identificador de llamadas. Verifica el directorio corporativo interno. También puedes verificar el número de licencia o el número de seguro social, los cuales asumo tienes en los archivos de algún lugar. —Eso no será necesario, señor Sharp. Cuando dice todo, quiere decir… —Su oficina, su correo electrónico, su control remoto. Cualquier cosa que pueda darle un ápice de acceso. Apaga sus códigos de la puerta del campus y del transpondedor. No quiero que pase al campus de BSX sin ser marcada y sea detenida por un miembro de tu personal. Otra larga pausa. —¿Es esta una situación temporal o permanente? —Todavía no estoy seguro. Por ahora, es indefinida, a menos que escuches lo contrario. El hombre se aclara la garganta. —Debe saber, señor Sharp, que recibimos una llamada similar ayer de la señorita Sharp con las mismas instrucciones para usted.

—¿Y? —Y me negué. Traté de llamarle en ese momento, pero no respondió su celular. Le dejé un correo de voz. —Hiciste lo correcto. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que detengan su acceso? Hubo sonido sordo de un receptor siendo cubierto y luego del regreso a la línea. —Menos de una media hora. Tendremos que cortar el acceso remoto antes de que finalice esta llamada, señor. —Gracias. Te llamaré directamente si hay algún cambio. No aceptes órdenes de nadie excepto de mí. Y envíame un texto con tu número de celular. —Sí, señor. Brant me mira. Parece con pesar por algo en su mente.

237

—Hank, si llamo, o si alguien llama haciéndose pasar por mí, no escuches mis directivas a menos que verifiques mi identidad con una palabra código. No me importa si estoy de pie delante de ti, no hagas lo que te diga a menos que diga la palabra de verificación. —¿Cuál sería esa, señor? —El hombre parece no estar afectado por la extraña demanda. —Sheila. —Lo tengo. —Además, podrás aceptar instrucciones de Layana Fairmont, si estoy incapacitado por cualquier razón. —Realmente no me siento cómodo tomando órdenes de alguien que no sea empleado de BSX, señor Sharp. —Esta es una situación única. Solo hasta que tengamos esto resuelto. El hombre suspira, un sonido grueso con sus sentimientos sobre el tema. —¿Ella tiene una palabra código también? Hablé, mi voz atrapada fácilmente por el Bluetooth. —Usaré la misma palabra, solo para mantener las cosas simples. —Bueno. ¿Algo más, señor Sharp? —El énfasis en el nombre Sharp dejó claro su nivel de aceptación sobre mí. Sonreí con el desaire, estirándome y pasando una mano sobre el respaldo de Brant.

—Eso es todo. Gracias Hank. —Termina la llamada y agarra mi mano. No dice nada mientras el auto va a cuatrocientos sesenta kilómetros por hora.

Esa noche, en la cama, el televisor estando apagado, sus brazos envueltos alrededor de mí, siento su preocupación. Siento el momento en que su cerebro repasa todas las posibilidades que los últimos tres años han traído. —¿Te he engañado? —Su voz es baja contra mi cuello, con un hilo de esperanza de que esté dormida. Ruedo, permaneciendo cerca, mirándolo a la cara. —Nunca. —Pero… como Lee… Nunca he tenido… Me inclino hacia delante y lo beso. —Lo hiciste, pero no estabas engañándome.

238

—No se justifica, Lana. Si besé… toqué a otras mujeres… te fui infiel. —Hice algunas cosas bastante despreciables para ganarte —le digo—. Cosas de las que no estoy orgullosa. Frunce el ceño. —¿Con hombres? Doy palmadas en su pecho. —¡No! —La oscuridad deja sus ojos y es su turno de robarme un beso, esta vez más profundo, sus manos acercándome mientras nos da la vuelta. —Dios —susurra, sus manos deslizándose por mi espalda y tomando la carne de mi trasero, apretándolo tan fuerte que duele—. Había tantas noches en que te vi dormir y me pregunté si me estarías engañando. Que me preguntaba lo que me estabas ocultando. Me tira de regreso, sentándome sobre él, la luz vacilante de la televisión iluminando la tortura de su rostro. —¿Qué? Nunca me dijiste nada. —¿Qué te hubiera dicho? ¿Acusarte de serme infiel? —Sí. Eso es exactamente lo que deberías haber hecho. No puedo creer que no me enfrentaras. —Frunzo el ceño, sin saber por qué exactamente mis sentimientos están un poco dolidos por la omisión. Siempre hemos sido tan francos. Tan honestos. Por lo menos en todo, con excepción el gigantesco agujero anterior al engaño.

—No quiero perderte, Lana. —Se estira, pasando los dedos de una mano por mi cabello, su ceño fruncido mientras me lleva a sus labios, su otra mano jalándome contra él, su necesidad frotándose contra mí—. Estaba preocupado —susurra—, que pudieras… —Nunca te preocupes —digo, aceptando su beso cuando me acerca, el choque de sus labios mientras su mano me mantiene quieta, mis caderas moviéndose debajo de su empuje, meciéndome hacia adelante y hacia atrás contra el calor de su pene, mis bragas mojándose, la fricción adicional enloquecedora en su delicioso roce. Jadeo contra su boca—. Me tendrás para siempre. Siempre. Él nos tira como una unidad, su áspera mano entre nuestros cuerpos, arrancando mis bragas y bajando la parte superior de sus bóxeres hasta que retiró las barreras entre nosotros y se empujó de repente en mi interior. Dios mío. Es la primera vez que Brant se introduce desnudo. A pesar de que había tenido a Lee, es diferente. Todo siempre había sido diferente entre ellos. Sus besos, sus toques, sus folladas. Brant se mete y abro mis piernas, hundiéndome con manos codiciosas, y grito su nombre mientras se entierra con cada pedacito de su posesión con trazos que reimprimen su nombre en mi alma.

239

Sin las mentiras, sin los secretos… es mejor de lo que ha sido alguna vez. Me rompo bajo su cuerpo y cedo la última parte de mi corazón a este hombre. Este complicado, brillante hombre con muchas capas rodeándolo. Dueño de mi alma.

Sesenta y siete Miércoles El Dr. Terra, el especialista, vuela a San Francisco desde Dallas, llegando por la tarde. Brant había hablado con él ayer, subrayando la necesidad de una reunión inmediata. El hombre había dejado su agenda de toda la semana con la mención de Brant de una generosa compensación. Supongo que los multimillonarios con TID son pocos y distantes entre sí.

240

Estamos a la espera en el aeropuerto privado cuando el Dr. Terra aterriza, la figura de Brant alzándose con la vista del jet. Puedo sentir sus nervios, el salto en su piel cuando es tocado, el movimiento de sus rodillas que indica una abundancia de nerviosismo. Es diferente sin la medicación. Reacciona en formas nuevas e inesperadas. Conversa más. Sonríe más. Incluso en un día en que hemos tenido pocas razones para sonreír. Enredo mi mano con la de él y esperamos, viendo a un hombre negro bajo cojeando hacia nosotros, su boca curvándose en una sonrisa mientras hacemos contacto visual. —Buenas tardes. —Sonríe—. ¿Brant Sharp, supongo? —Sí. Esta es mi prometida, Layana Fairmont. —Es un placer conocerlo. Gracias por venir en tan poco tiempo. Asiente rápidamente, frotándose las manos. —Estoy ansioso por hablar con los dos. —Mi auto está al frente —dijo Brant—. Vayamos a la casa. Podemos adentrarnos al tema en todo el camino.

—Mi principal preocupación es arreglar esto —dice Brant en el momento en que las puertas del auto se cierran y la privacidad es establecida. Enciende el auto, el Aston saltando a la vida, el médico alcanzando rápidamente el cinturón de seguridad.

—Arreglar… personalidades?

¿Por

arreglar

quiere

decir

quitar

el

exceso

de

Sofoco una sonrisa, mordiendo el interior de mi mejilla mientras Brant se detiene súbitamente a la salida del aeropuerto, esperando con impaciencia mientras la puerta se abre lentamente. La paciencia es el punto débil de Brant, en todas las áreas de estudio. Estará frustrado con la necesidad de atrapar a este hombre en el desastre de nuestra situación. Estará frustrado con las puertas, con el tráfico y los inconvenientes de encargarse de todos los detalles que Jillian previamente manipuló. El dinero ayudará. Siempre lo hace. Más empleados pueden ser contratados; la situación se resolverá por sí sola. Pero el dinero no puede llevar al Dr. Terra por el pasado de Brant. El dinero no puede eliminar el hecho de que, en este momento, mi hombre se siente roto.

241

—El Trastorno de Identidad disociativo no es una aflicción que se arregle fácilmente. Mientras que otros trastornos psiquiátricos pueden ser controlados con medicación, la TID no es una enfermedad “curable”. El medicamento original que te dieron cuando eras niño, tengo que asumir, fueron depresores, dados a un nivel que habrían entorpecido cualquier personalidad a un punto en el que fueran indistinguibles. Obviamente, no es una solución que valga la pena explorar. La mano de Brant se estrecha alrededor del lapicero en su mano, el apretar el antebrazo distrayéndolo. Coloco una mano en su brazo, apretando el músculo allí. —Entonces, ¿qué solución vale la pena explorar? —pregunta en voz baja. —Terapia. No es sexy y necesita tiempo, pero tiene la mayor probabilidad de éxito. Te puse con un médico local y tendrás que ir un par de veces a la semana. Atravesar una gran cantidad de hipnosis. El médico hablará contigo y con Lee. Los asesorará a ambos a través del proceso. Finalmente, Lee o bien se desvanecerá, o partes de su personalidad se fusionarán con la tuya. Veo señales que nadie nunca podría reconocer. El ligero tirón de la piel alrededor de sus ojos. El blanco del dorso de su mano mientras su puño se aprieta. —Simplemente no se siente como si alguien más estuviera dentro de mí. ¿Podría ella estar equivocada? —No me mira. Nos sentamos uno al lado del otro, nuestras piernas tocándose en el sofá de esta oficina temporal, sin embargo, a un centenar de kilómetros de distancia. ¿Podría

estar equivocada? Una pregunta que realmente significa “¿Ella está mintiendo?” El hombre sonríe con una risa que se sumerge en sí en la tristeza y sale con comprensión. —Puedes no conocer a Lee aún, pero lo harás antes de que este proceso haya terminado. Suponiendo que participes en mi sugerido programa de terapia. —Voy a participar. Quiero hacer lo que pueda para sacarlo. —El dolor de su voz me pone nerviosa. Igual que la palabra “sacarlo” en lo que respecta a Lee. —Los tomará a los dos. Voy a necesitar la ayuda de Layana para hablar con Lee. Para convencerlo de irse. Miro hacia arriba. —¿Convencerlo de irse? —Nunca he convencido a Lee, en dos años, de hacer nada. Cada interacción fue una pelea, mi único éxito de la manipulación de él es en lo que respecta a la ruptura con Molly.

242

—Sí. No podemos obligarlo a salir de la vida de Brant. Solo tendremos éxito si Lee está dispuesto. Asiento, aunque contradice mis pensamientos internos. —Haré lo que pueda para ayudar. —Las palabras son esperadas, así que las digo. En el interior, trato de imaginar cómo me siento acerca de Lee dejándome para siempre. Brant habla: —Y no quiero que me remita a un especialista. Lo quiero a usted, aquí. Por los próximos meses por lo menos. Sonrío educadamente, la falsa pintura de un rostro que pensé que había abandonado. Sonreír y buscar a través de los oscuros recovecos de mi alma en un intento por desentrañar los pensamientos que están nublando mi cerebro. Tratar de entender cómo me siento acerca de esto. Detente. Me fuerzo a realizar la acción, forzando a mis engranajes mentales a tener a un alto. No importa lo que yo quiera. A quién ame. Mi felicidad es sacrificarme para salvar a Brant. Miro la boca del médico. Intento descifrar su movimiento y ponerme al corriente en el lugar actual de la conversación.

Sesenta y ocho Dos meses después

243

—¿Estás rompiendo conmigo? —Lee me mira fijamente, sus manos firmemente en la silla frente a él, su rostro vació mientras muerde el interior de su mejilla, un gesto nervioso que de repente olvidé. Echaré de menos ese tic. Extrañaré la forma en que a veces baja los ojos cuando hace una pregunta, como si tuviera miedo de la respuesta. Extrañaré la forma en que su sonrisa se vierte a través de sus ojos, como sexo desprendiéndose de su cuerpo. Extrañaré la forma en que es el hombre más sexy, más confiado que he conocido, pero aun así inseguro de una manera que duele. Ha estado aterrorizado del rechazo desde el día en que lo conocí. Y ahora, en una habitación que no reconoce, la nueva fría e impersonal oficina del psiquiatra, sus temores se están volviendo en realidad. —Lee, trata de relajarte —dice el Dr. Terra, hablando desde detrás de nosotros. Cierro mis ojos ante el sonido de la voz del médico. Tiene que callarse. No debería estar aquí. Le dije eso. Le dije que este es un momento privado. Que saldría mejor si no era parte del rechazo de Lee. Sobre todo la parte en que siente la necesidad de intercalarse. Pero, el médico y Brant se preocuparon por mi seguridad. Pensaban que el médico y su sedante debían estar presentes, en caso de que necesitaran ser utilizados. En caso de que Lee se pusiera violento. No lo hará. Sé que no lo hará, no conmigo. Pero no me escucharon. Así que ahora éramos Lee y yo… y el médico. Un doctor en el que Lee acaba de poner su plena atención. —Lo siento, ¿quién diablos eres tú? —En tres pasos Lee tiene su garganta en la mano, el médico está sobre sus pies y apoyado contra la pared. Su rostro cerca, todo su cuerpo tiembla mientras él mira por encima de mí, sin pensar en la delicada garganta agarrada en su mano—. ¿Estás hablando malditamente en serio, Lana? ¿Estás rompiendo conmigo? ¿Por este pene rico? Miro los ojos de Lee todo el tiempo. Durante el momento torpe cuando el doctor mete la mano en su bolsillo. El instante cuando su mano

se retira y la jeringa apuñala el fino algodón de la camisa de Lee. Sostengo su mirada cuando los ojos de Lee se inmutan. Cuando la traición se filtra a través de ellos y me mira como si me odiara, amara y extrañara, todo al mismo tiempo. Lo miro y veo sus ojos cerrarse y desplomarse.

244

Sesenta y nueve Brant Desde que me enteré de mi condición, he leído todo lo que puedo encontrar sobre el Trastorno de identidad disociativo, mi investigación siendo obstaculizada por el hecho que hay muy poco disponible sobre el tema. Pero lo que he leído es preocupante, más por la evidente omisión de lo que mi mente no revela.

245

El TID es causado por algún tipo de trauma emocional. Abuso, o un evento significativo, uno que el cerebro trata de ocultar, creando inicialmente la primera sub-personalidad como una especie de protección de defensa contra los conocimientos que no quiere que el cerebro tenga. Las raras excepciones de TID son daños cerebrales, físicos a las deficiencias que causan un cortocircuito en el lóbulo craneal de la que las idiosincrasias son el resultado. No he tenido ningún daño físico, no hay golpes duros en mi cabeza, no hay accidentes terribles que hubieran causado que múltiples Brants emergieran. También, con excepción del 12 de octubre, no he tenido ningún evento traumático. Y 12 de octubre sucedió después —fue el resultado del desarrollo de mi TID. La respuesta obvia es que debo haber tenido una experiencia traumática y que la debo haber escondido psicológicamente. Les pregunté a mis padres y les creí cuando dicen que ignoran eventos desencadenantes. Mi curiosidad no vale ponerse en contacto con Jillian, mi enojo creció a un resentimiento que no desaparecerá pronto. El Dr. Terra ha tratado, de una manera indirecta, de desenterrar esa posibilidad. Se olvida del hombre con el que está tratando. Soy una persona bastante inteligente como para atacar un problema de frente. No necesito sutiles picoteos en las esquinas de mi cerebro. Tengo que dividir mi psique y cavar en la raíz de mi problema. Puedo sentir el incidente. Fastidia a una parte de mí, así como cuando entras a una habitación para hacer algo y que luego se te olvida. Se

encuentra, fuera de su alcance, pero está en la esquina de mi mente, de vez en cuando llama a la corteza de mi cerebro cuando quiere volverme loco. Necesito desenterrarlo. Necesito abrir mi pasado y encontrar la clave. Ahora, después de treinta y dos noches seguidas, lo intento. La silla debajo de mí cruje mientras estoy sentado en la parte posterior del porche, mis pies apoyados en la barandilla, el cielo oscuro mientras se acerca una tormenta. Puedo sentir el aire engrosarse, los truenos como rayas aclarando el cielo. Contemplo entrar, evitar la lluvia, pero el voladizo me mantendrá seco. Mientras los cielos se abren, la lluvia golpea un staccato en el techo por encima de mí, cierro mis ojos y trato de recordar el pasado. Trato de recordar un verano de hace veintisiete años. Y entonces, escuchando el sonido familiar de la lluvia contra un techo, viene a mí.

246

Setenta Sheila Anderson había sido hermosa. Mitad cubana, tenía piel bronceada, cabello oscuro y ojos que brillaban cuando se reía. Nunca había hablado con ella. Solo me sentaba tres asientos detrás y un escaño más, y la miraba. Estaba nervioso; estaba incómodo. Era intocable. Cuando salía de la escuela, la seguía. Siempre lo hacía. Tenía una excusa. Vivía a una calle más; nuestros caminos a casa seguían una ruta lógica. Así que la seguía, viendo rebotar su cabello y me quedaba un poco más. Ella siempre estaba con amigos, se reía, les susurraba, canturreaba, y yo escuchaba. Hasta el día en que lloró y mi mundo se partió en dos.

247

Un miércoles. Llovió. Un aguacero descuidado y grande, donde un pie fuera significaba ropa empapada sobre la piel no había una alternativa para mantenerte seco. La vi de pie, en frente de la escuela, sus pasos indefinidos mientras contemplaba dar el paso inicial hacia el torrente. Me puse de pie a su lado, ofreciéndole una pequeña sonrisa. Esperamos, en conjunto, hasta el momento en que ella movió la cabeza y corrió, chillando, sus manos cubriendo su cabeza. Así que la seguí. Y éramos solo dos corriendo por el estacionamiento. A través de la iglesia. En la misma calle con la valla. Más allá de la casa con el perro. Corrimos y nos mojamos con una lluvia incesante. Luego desaceleró, aminoró la marcha y llegó el momento en que yo tenía que dar la vuelta. Me detuve. Siguió adelante. Sonrió. Me saludó a través de la lluvia que caía. La observé hasta que apenas pude ver su blusa rosa. Luego mi mirada la perdió, miré mi buzón apenas visible a través de la lluvia, agaché mi cabeza contra las agujas mojadas, y corrí tras ella. El brazo de un hombre es uno que he visto en un centenar de pesadillas y nunca entendí su lugar. Grueso y oscuro, no por el color de su nacimiento, sino por los tatuajes. Una manga de demonios, cráneos y serpientes, los músculos de su brazo saltando con la acción de su tinta. Yo estaba a una casa de nuevo cuando su brazo salió disparado, tomándola por la parte posterior con la misma facilidad que uno podría arrancar a un gato, la lluvia oscureciendo mi visión mientras veía en una falta de definición sus brazos y piernas, el pesado golpeteo de la lluvia ahogando los gritos. Reduje la velocidad, sin saber lo que estaba sucediendo mientras

la empujaba contra su pecho y la apartaba de la acera, hacia la pesada sombra de los árboles, esquivando el patio del que había venido. Me limpié mi cara y me acerqué más, mi pecho agitado por el esfuerzo y algo más, una sensación de opresión de que algo andaba mal. El patio no mostraba ninguna señal de ellos, pero la escuché. Gritos ahogados por algo distinto a la lluvia. Miré a la derecha y a la izquierda, tratando de ver, de encontrar algo que no fuera la lluvia. Un adulto. Necesitaba a un adulto. Luego me moví. Más cerca de la casa. Abriéndome camino sobre sus peldaños, uno lo suficientemente resbaloso como para que cayera en el césped, mis manos deslizándose por el suelo y ensuciándome mientras me empujaba sobre mis pies. No podía oírla más y eso me asustaba más que los gritos. Levanté mi mochila y me limpié las manos en la parte delantera de mis jeans. Miré el paso delantero del porche de la casa. Subí un escalón y dejé la lluvia atrás.

248

Era extraño estar cubierto. Más silencioso. Lo suficientemente callado que oí algo. Tomé los dos siguientes escalones cuidadosamente y me moví a la puerta principal. Miré. El timbre de la puerta. Eso. El timbre de la puerta. Hubo un ruido adentro y salté a la esquina del porche. Me metí hecho una bola detrás de un columpio que crujió, moviéndose, y regaló mi posición con la reacción de su cuerpo. Me alejé de él, contra la casa, y fui lo suficientemente valiente, por un breve momento, para arrodillarme y mirar por la ventana. Vi a través de la rendija desnuda entre dos cortinas azules. Vi una televisión. Una alfombra. Una lata de cerveza, a su lado, a pocos metros de la basura. Entonces mis ojos se levantaron, a la sala de más allá de la lata, y vi a Sheila Anderson.

No voy a compartir los horrores de lo que vi, sobre mis rodillas, en ese porche. Sé que cerré los ojos demasiado tarde. Sé que mis manos estaban en puños a ambos lados de mi cabeza mientras trataba de ahogar los sonidos suaves de sus gritos. Ahora sé por qué me gustaba el sonido de la lluvia. Ahora sé por qué, aquella tarde de agosto, mi mente se rompió en pedazos y bloquearon ese momento. Mi pie cae de la barandilla mientras me levanto, luchando sobre mis pies, la imagen de ese día impreso en mi mente. Me tropiezo hacia la puerta, queriendo como mínimo, escapar del ruido de la lluvia. La ventana se desliza, veo a Lana salir de su lugar en el sofá, sus ojos sobre mí. —¿Recordaste? —pregunta.

Asiento, incapaz de decir algo más, y abro mis brazos mientras ella se adelanta y me envuelve en un fuerte abrazo.

249

Setenta y uno Un meses después Ronda 2: Es la segunda vez que estoy tratando de romper con Lee y esta vez el médico está de acuerdo en quedarse callado. En mantenerse detrás del cristal unidireccional en la habitación contigua. Brant lo odia; nos maldijo tanto hasta que perdió el control y salió de la habitación, pero eventualmente estuvo de acuerdo, ahora estoy sola, repitiendo las líneas que he preparado, las líneas que sacarán a Lee por la hipnosis de Brant.

250

Mi intento de ruptura inicial se había hecho sin que Lee tuviera idea de su condición. Con el gran fracaso de ese experimento, nos reagrupamos. Decidimos compartir la condición y la esperanza de un mejor resultado. Hace dos semanas, el Dr. Terra le dijo a Lee acerca de la TID. Lee se negó a creerlo, quería hablar con Brant, luego destrozó la habitación cuando se le negó esa opción. El Dr. Terra mantuvo la calma, citando hechos que establecían la verdad en letras grandes y gordas como para que un niño las entendiera y creyera. Lee se resistió, vocalizando su odio por Brant con cada palabra de cuatro letras que conocía. Fue desastroso. Huí de la habitación a mitad de camino a través de la explosión, no pudiendo ver el desglose sistemático de un hombre que una parte de mí amaba entrañablemente. Desde entonces, el Dr. Terra ha hablado con él cuatro veces más, Lee cada vez siendo menos agresivo y más indiferente con cada sesión. La última reunión habló, pero no se levantó, ni siquiera abrió los ojos. Solo se acostó en el sofá cereza y escogió las preguntas que tenía ganas de contestar. Hoy, solo espero que sea abierto. Espero que escuche. Espero que no rompa más mi corazón. —Suertuda. —Sus ojos se abren y se sienta. Mira a su alrededor. Espero que su cuerpo se apriete, que salte y se levante con los puños cerrados, pero no lo hace. Solo se frota el cuello y me lanza una triste sonrisa—. Todavía atascada en la ciudad del infierno, ¿eh? —Sí.

Extiende sus brazos. —Ven acá. Necesito olerte. Tocarte. Una solicitud tan básica. Camino hacia adelante, rompiendo nuestro plan desde ahora, pero lo necesito. Lo extraño. Me siento de lado en su regazo y me acuesto en su pecho mientras él inhala contra mi cuello, su pecho subiendo mientras me huele, su boca rozando mi cuello, sus dientes raspando y luego mordiendo suavemente la piel justo debajo de mi oreja. Me inclino más, sintiendo cada pizca de sus manos mientras las mueve a lo largo de las líneas de mi cuerpo, su boca soltando mi nombre mientras besa una línea desde mi oído a mi clavícula. —No hagas eso —susurra—. Sé lo que vas a decir y no puedes decirlo.

251

—Tengo que hacerlo. —Respiro, su mano corriendo sobre la parte superior de mi muslo desnudo y se arrastra hacia abajo, en medio de mis piernas, sus dedos empujando ásperamente contra cualquier intento mío de mantenerlas cerradas. Pienso en el hombre al otro lado del cristal. En el video filmando esta instancia para los ojos de Brant después. En el guión que se supone que debo cumplir. Aquel en el que le digo a este hermoso hombre que nunca lo amé. Que solo salí con él para vigilar a Brant. Que quiero que se vaya para poder estar con Brant. Mentiras. Negras y sucias mentiras. Siento el impulso de sus dedos mientras desliza su mano más arriba de mi muslo, debajo de la falda que no está haciendo otra cosa que ayudar a su causa. Escogí esta falda. Me la puse esta mañana cuando podría haber usado un centenar de trajes más restrictivos. ¿Lo sabría? ¿La escogí intencionalmente? ¿Soy realmente tan cruel? ¿Conmigo misma? ¿Con Brant? Temo hacer la pregunta cuando parte de mí ya conoce la respuesta. —No tienes que hacerlo —dice, una mano viajando más arriba mientras la otra mano curiosea en mis piernas abiertas, su boca caliente en mi cuello, robándose besos entre sus palabras. Besos que arañan mi piel y que me dejan marcas que no se quitarán. —Lo hago, Lee. —Abandono totalmente el guión en el momento en que mis piernas pierden la batalla y se abren más, los dedos de su mano en la seda de mi ropa interior, frotando líneas calientes sobre mi sexo apenas cubierto, jugando conmigo a través de la tela, su boca gimiendo mi nombre en mi cuello—. No puedo seguir arrastrando a Brant a través de esto. La única manera de que funcione es si te vas. Mueve hacia un lado mis bragas y empuja dos dedos dentro, la repentina invasión haciéndome jadear, su boca aprovecha la apertura y se estrella con fuerza contra mis labios. Me besa mientras empuja y curvas sus dedos. Me folla con el dedo allí en el sofá, mis piernas completamente abiertas mientras creamos una imagen que me pone colorada. Pero no

puedo detenerme. No cuando he necesitado esto todas las noches que me he acostado junto a Brant. Sintiendo la fría distancia, mientras él trata de ordenar su camino a través de esto. Abro mis piernas y dejo sus dedos deslizarse en el interior, sintiendo el nivel de mi necesidad. Llevándome al borde por el que quiero caer. —Me importa un comino ese hombre —gruñe, alejándose de mi boca y volteándose debajo de mí, botándome de su regazo y atrapándome con sus manos antes de que toque el suelo, su jalón áspero de mí creciendo con la necesidad de que lo monte—. Inclínate hacia delante — ordena, tirando de la cremallera de sus jeans—. Suertuda, nunca te dejaré. Nunca voy a dejar que lo folles sin mi nombre en el borde de tus labios. — Empuja con fuerza por mi espalda, metiéndose en mí otra vez, su otra mano moviendo mi falda—. Dime que todavía me amas.

252

Mi espalda se arquea sin control ante su primera estocada, una penetración dura de un enojado hombre que se empuja sin ningún tipo de control. Jadeo, arañando el respaldo del sofá mientras él se retira y luego se empuja de regreso. Veo estrellas cuando se mete y siento el delicioso deseo cuando se retira. Grito cuando se detiene, cuando hace una pausa con solo su cabeza en mi interior, el suave empujón tan diferente, el detenimiento de él tan discordante. —Por favor —le ruego, estirándome por él, mi momento de necesidad nunca tan fuerte como lo es en este momento. —Dime que aún me amas. Lucho, cerrando mis ojos tan fuerte que las lágrimas caen, mis pies tensos en puntas de pie mientras se mece un poco en mi interior y rompe hasta la última represa alrededor de mi corazón. —Te amo —le susurro, y gano uno o dos centímetros de su empuje. —Dime que me necesitas. —Te necesito —grito—. Por favor. Pasa una mano por mi espalda y toma mi trasero, apretando la tela de mi falda mientras se empuja totalmente y luego se arrastra hacia fuera. Una vez. Y otra vez. Y otra vez. Y más. Me folla como si fuera su sucia puta y solo suya para hacer lo que quiera. Me folla como si pudiera dar una orden y yo fuera a caer de rodillas para adorarlo. Me folla como si su pene estuviera en mi alma y cada golpe de él me atara a su voluntad. Grito su nombre y cierro mis ojos por las lágrimas mientras me folla porque todo es cierto.

—Nunca te dejaré, Suertuda —susurra mientras se inclina hacia adelante y envuelve una mano alrededor de mi pecho. Jala mi cabello hasta que mi cabeza se arquea hacia atrás y su boca cubre la mía. Pone un beso en mis labios y se traga un poco de mi alma en el proceso—. Nunca te dejaré —promete mientras se entierra en mí y se viene.

253

Setenta y dos Brant No puedo mirarla. No puedo hacerlo sin imaginarla inclinada sobre el sofá. La expresión de su rostro cuando él se empujó. Cuando ella gritó. Cuando le dijo que lo amaba.

254

No puedo expresar con precisión lo que siento. Ver mi cuerpo, mi rostro, follando a mi prometida. Antes de que el Dr. Terra comenzara a grabar nuestras sesiones, había una parte de mí que no lo había creído. Que pensaba que tal vez ella estaba loca. Que ella y Jillian estaban mal de la cabeza y yo era el único cuerdo. Que de alguna manera mis padres habían bebido del mismo KoolAid. Era una probabilidad imposible, sin embargo, mi cerebro se aferraba a ello como a un salvavidas. Pero entonces vi la primera sesión de hipnosis y me miré a mí mismo actuar de una manera en la que nunca actuaría. Sonriendo de una manera que nunca sonreiría. Diciendo palabras que nunca he usado. Follando a mi mujer de una manera que nunca lo he hecho. No sé lo que me molesta más. La imagen de su dolor emocional o el hecho de que disfrutó de ello. Sé cómo se ve la excitación en su piel. Conozco la lucha que tuvo, la lucha contra el orgasmo. Me gustaría pensar que le he hecho eso antes. Que le hice ansiar mi cuerpo de esa manera. Que perdió el control y la cordura con empujes simples de mi pene. Me gustaría pensar que no estoy mintiéndome a mí mismo, que mis celos justifican una parte de mí que ella necesita. Ahora, nos dirigimos de vuelta a casa. A la casa en la que se supone que debemos tener hijos. A la casa que se siente repentinamente vacía. Estamos desconectados. Necesito encontrarme a mí mismo para poder encontrarla a ella de nuevo y podamos ser un todo. Necesito que nos curen, pero estoy demasiado ocupado sanándome a mí mismo. ¿Ese hombre follándola? Estuvo más cerca de ella de lo que he estado en semanas y lo odio aún más por ello.

No puedo mirarla. No puedo mirarla y ver la decepción en sus ojos. Ver su deseo de que fuera Lee. Miro la carretera y hago rugir el motor lo suficientemente fuerte como para ahogar mis pensamientos.

255

Setenta y tres 256

Tengo que hacerlo. Tengo que dejar de arruinarlo y hacer lo que hay que hacer. La hipnosis de Brant no trae a ninguna otra personalidad. Lee es el único, la única alma entre yo y Brant y la normalidad. Necesitaba romper con Lee. No hacerle caso por las próximas cinco o diez sesiones, el tiempo suficiente como para que renunciara. Para que renunciara y se quedara en un rincón de la mente de Brant donde nunca pueda resurgir de nuevo. El Dr. Terra dice que una mente con TID crea personalidades alternativas para proteger a la parte primaria, o para actuar de una manera que la primaria no lo permitiría. Si la primaria puede llenar ese vacío por sí mismo, la personalidad alternativa puede desaparecer por completo. Puede. La corta palabra llevando tanto peso. Las otras posibilidades son… El Dr. Terra no discutió las otras posibilidades. Dice que estar consciente de las posibilidades aumenta la probabilidad de que la mente de Brant explore esos caminos, jugando con los delicados hilos de su cordura por ninguna buena razón aparente que no sea volvernos locos a ambos. Así que hoy, lo intentaré de nuevo. Acabaré con ello de una manera que no deje ninguna duda en la mente de Lee. No como la última vez, cuando mi patético intento terminó con su pene enterrado dentro de mí, con mi cabeza arqueándose por su agarre, todo frente a la vista de las cámaras. Estoy avergonzada por ese momento, por la debilidad mostrada ante el médico y Brant. Pero Señor, ayúdame, no puedo mirar el rostro de ese hombre, el mismo rostro de mi futuro marido… y fingir que no lo amo. No puedo ver la angustia, ya sea de sus ojos o los de Lee, y pretender que no me importa. No puedo tener el toque de él contra mi piel y no verme afectada. Especialmente el toque de Lee. Haré todo lo posible. Y sé, mientras me acomodo en la silla, con Brant dándome una sonrisa tensa, que Lee verá a través de mí. Respiro profundamente, observo a Brant mientras se recuesta en el sofá, y comienza la escritura de la hipnosis.

Cuando él sale esta vez, es diferente. La lucha está atenuada en sus ojos. No viene inmediatamente a mí, no brinca sobre sus pies. Parece, de repente, un anciano en el cuerpo de Brant. No me muevo de mi lugar en la silla. Me quedo ahí y siento como que estoy viéndolo morir. Cuando habla, sus palabras son débiles. —No soy inteligente. No me comparo a ti, ni a Brant. Siento lágrimas y no sé por qué, no sé de dónde vienen, excepto que mis conductos lagrimales saben más sobre esta situación que yo. —Pero, estoy asumiendo que tienes un plan. Tú y él. Un plan para que me retire. Miro hacia abajo. Rompiendo el contacto que se extendía entre nosotros. Sintiendo el goteo de una lágrima mientras mi cuerpo me traiciona. —¿Cuál es? ¿El plan? —Suspira como si el peso de la pregunta fuera demasiado.

257

—Ya sabes que quiero romper contigo. —Mi voz se tambalea cuando hablo y dirijo mi mirada de nuevo hacia el hombre que podría nunca volver a ver. —¿Y luego? ¿Cuándo luche contra ello? ¿Cuándo salga del cuerpo de Brant cada vez que su conciencia pierda el control? —Se supone que debo ignorarte. Desairarte. Dejar en claro lo que siento. Se ríe suave y tristemente, una risa que recorre sus dedos por la parte interna de mi muslo y me rompe el corazón, todo al mismo tiempo. —Tus sentimientos por mí se muestran cada vez que me miras a los ojos. Solía pensar que era tu amor por mí. Ahora, creo que es tu amor por él. —Frota una áspera mano sobre la parte delantera de sus pantalones—. Hablé con el doctor, en algún momento después de que tú y yo follamos aquí. —Me estremezco por las palabras, las cuales son habladas sin cuidado, como si el acto no hubiera significado nada. Como si no hubiera arrancado mi corazón y lo hubiera dejado en la alfombra que ahora yacía entre nosotros. —¿Hablaste con el Dr. Terra? —Frunzo el ceño, irritada por el hecho de que Brant y el Dr. Terra hayan escondido eso de mí. —Sí. —Se inclina hacia delante, apoyando los codos en sus rodillas y me mira, el movimiento más cerca de hacer que mi corazón lata un poco más rápido—. Me explicó cómo me sacarías, cómo me arruinarías, solo para quedarte con Brant. —Se pone de pie, sosteniendo mis ojos, y camina más cerca—. Cómo cada vez que me besas. Abres las piernas para mí. Te

pones de rodillas y me chupas el pene, es para él. ¿Entiendes cómo me hace sentir eso? —Se inclina hacia delante, colocando una mano en cada brazo de la silla y se agacha hacia mí, mi espalda poniéndose rígida mientras baja su rostro a mi cuello e inhala mi olor. Entierra su rostro en mi cabello y susurra mi nombre mientras me huele—. Dios, voy a extrañar tu olor. Las lágrimas corren por mis mejillas, mi control rompiéndose en mil pedazos mientras aprieto mis ojos, los cierro y me quedo quieta, mis dedos clavándose en el cuero del asiento con tanta fuerza que mis manos se acalambran. Tomo un suspiro tembloroso, la acción provocando un sollozo, su cabeza retrocediendo lo suficiente como para colocar un suave beso en mi mejilla, las suaves huellas de sus labios a lo largo de mis pómulos y mentón, borrando mis lágrimas antes de acariciar mi boca. Abro mis labios, pero él se retira, empujando los brazos del sillón. Siento su ausencia antes de abrir mis ojos, mi visión aclarándose para verlo de pie delante de mí, sus manos metidas en los bolsillos, su rostro apretado en una mezcla de angustia e ira.

258

Ira. Lo entiendo, pero lo odio. Entiendo, mirándolo a los ojos, que piensa que lo usé. Demonios, tal vez lo hice. No lo amé de manera justa y completamente. Amaba a Brant. Amaba follar a Lee. Amaba las imperfecciones de Lee cuando Brant era tan completo, aterrizado, brillante. Amaba el lado salvaje de Lee, mi capacidad para justificar que yo no era mi madre, que había elegido mi vida y una vida de clase baja, aunque fuera solo el tiempo suficiente como para comer alitas picantes, follar a un chico y viajar en un vehículo que se hizo en Estados Unidos. ¿Usé a Lee? Miro sus ojos y veo el odio, el amor y el dolor. Me cuesta hablar, pero no puedo encontrar nada digno que decir. —Te amaba. Todavía te amo. Incluso cuando te odio, te amo. Siempre lo haré. No soy un hombre inteligente, pero lo sé. —Se muerde el labio de una manera que me dice que está a punto de romperse. De llorar. Ese solo movimiento trae una nueva ola de lágrimas, mi visión desenfocándose y froto una mano sobre mis ojos, queriendo cimentar hasta la última vista de este hombre antes de perderlo para siempre. Parpadea y su rostro se aprieta—. Dime lo que quieres. Si lo quieres, me iré. No por él. Nunca volveré a hacer nada por él. Sino por ti, lo haré. Malditamente me mataré dentro de él. Quiero decirle que lo amo. Quiero decírselo, pero no estoy segura si lo diría en serio. Ya no estoy segura si lo amo y no porque sea una parte de Brant. La culpa de lo que he hecho de repente es pesada, enorme. Quiero decirle todo lo que sé que quiere oír. Quiero decirle las cosas que hago por amor a él, pero solo va a complicar la situación aún más. Por eso digo lo

correcto. Lo que ayudará más a Brant. Digo las palabras y me pregunto los efectos que causarán. —Quiero que te vayas, Lee. Brant y yo… queremos una familia. Una vida. Pero nunca te olvidaré. Siempre te extrañaré. Baja su mirada, tragando mientras observo su boca apretarse en una línea dura. Mira hacia arriba, sus ojos húmedos, su rostro rojo de emoción, y nos miramos el uno al otro. Lo amo. Debo hacerlo. De lo contrario no estaría rompiéndome ahora mismo. Cierra sus ojos, dejando caer su cabeza. Habla sin mirarme. —Llama al doc, Suertuda. Deja que me lleve. Trago. —¿Te irás? Se encogió de hombros, sin levantar la vista.

259

—Según él, puedo dejarme ir. Ir a vagar a la tierra o desaparecer en Brant en alguna parte. Disolverme en la nada. Voy a dejar que me lleve a través del proceso. No te quiero aquí para eso. Quiero abrazarlo. Quiero que envuelva sus fuertes brazos alrededor de mí, que me bese y me dé un último momento. Quiero que hunda sus dedos en mi piel y que me acerque como si no pudiera tener suficiente. Soy egoísta. Lo deseo aunque lo rompa. En cambio, me levanto. —Te buscaré en Brant. Él podría servirle ser un poco más como Lee. —Sí. Lo que sea, Suertuda. Entonces me levanto y camino hacia la puerta. Me quedo ahí por un momento y espero a ver si mira hacia arriba, dándome un último contacto, pero no lo hace. Se queda mirando el piso y nunca le doy una última mirada a sus ojos. Abro la puerta y dejo una parte de mi corazón en la habitación.

Setenta y cuatro 260

Espero en el salón de la oficina del médico durante cuatro horas. Camino. Veo la televisión. Trago cada mini chocolate que está en el plato de cristal de la recepcionista. He llegado a un nuevo nivel de nerviosismo. Me siento como cuando estaba en la secundaria, cuando los padres de Dianna Forge estaban fuera de la ciudad y las cuatro teníamos grandes fiestas de manicura en su casa de huéspedes. Rodábamos, reíamos y rebuscábamos en el dormitorio de sus padres hasta que encontrábamos un consolador y su gabinete de licor. Compartíamos sorbos de algo amargo y caro. Todo era diversión y juegos hasta que cada una se desmayaba y yo era la única despierta y los tops se disipaban y me llevaban muy, muy abajo. Parpadeaba y rechinaba mis dientes hasta las 5 a.m., cuando los medicamentos finalmente se calmaban lo suficiente como para dejar que mi cuerpo se rompiera. Hoy no estoy mirando las tres cabezas rubias, paranoica de que hubiéramos tomado demasiadas pastillas, o que los padres de Dianna pudieran volver de Cabo antes de tiempo. No estoy en una combinación farmacéutica de estupidez. Estoy, en cambio, temblando de nervios, esperando ver si mi futuro marido regresa como dos hombres o como uno. Finalmente me voy. Le digo a la recepcionista que me dirijo a casa y que me llame cuando parezca que están cerca de concluir. Tomo el auto de Brant y voy por la carretera a Windere. Cuando llego, salto a la ducha y me meto en la cama completamente vestida. Pulsando el botón para cerrar las persianas, la habitación se oscurece en tono negro, el zumbido del ventilador siendo mi canción de cuna para dormir. Cierro mis ojos, mis piernas nerviosas y doloridas de caminar, y envuelvo una manta alrededor de mí misma. Le ordeno a mi mente que deje de moverse, digo una larga oración por Brant. En algún momento durante la oración, me duermo.

Mi celular me despierta, mi cuerpo sacudiéndose a la vida, mis piernas pateando la manta antes de que mi mano encuentre el teléfono. Respondo mientras me muevo fuera de la cama, mi mano tanteando en la

oscuridad en busca del interruptor, mis pies encontrando mis zapatos antes de que mi mano halle la pared. —Hola. —Señorita Fairmont, soy Irene de la oficina del Dr. Terra. Quería decirle que él y el señor Sharp casi terminan. —Estaré allí en diez minutos. Gracias Irene. —Cuelgo el celular y salgo de la habitación, echando a correr. Pronto, lo tendré de vuelta. En cualquier forma que venga. Ya no me importa en este punto. Solo lo quiero a él.

261

Cuando sale de la oficina, va hacia el auto en reposo, el viento pegando su camisa contra su fuerte figura, y sonrío. Brant está de vuelta. El mismo Brant que me dio la mano hace tres años en la Gala de AH. El mismo Brant que repetidamente me propuso matrimonio a pesar de mis negativas. El peso de sus hombros, la mirada dolida que había aparecido el día que arruiné su vida, ya no estaba. Su confianza está de regreso, el fuerte tirón de su mano alrededor de mi cintura fue sorprendente, como el beso posesivo que planta en mi boca. —¿Todo bien? Me estudia por un rápido momento, su mano todavía sosteniéndome como si no tuviera planes de soltarme. Luego sonríe. —Estamos bien. Vamos, podemos hablar en el auto. —Regresa a mi boca sin esperar una respuesta, mi respiración siendo cortada por la fuerza de su beso, más fuerte de lo que estoy acostumbrada de él, el tipo de beso que garantiza una larga y prolongada follada en el momento en que entras en la casa. Suelta mi boca y mi cintura, pero tira de mi mano, en dirección al auto.

—¿Qué pasó? —hablo en el momento en que el auto está en la unidad, las horas de espera y ansiedad vertiéndose al exterior en dos palabras. —El Dr. Terra habló con Lee. Estuvo de acuerdo en irse. Espero más. Espero un poco más. —¿Y? —digo finalmente. —Y se fue.

Echo un vistazo a mi reloj. —Pasaron siete horas. Frunce el ceño, mirando lejos a la carretera, sus manos deslizándose sin esfuerzo a través del volante mientras reduce la marcha, el suave movimiento recordándome sus manos a través de mi piel y el hecho de que no hemos estado juntos en casi tres semanas. —¿Siete horas? —Mira su reloj—. Wow. Yo… —Mira su reloj de nuevo, luego el reloj del tablero para verificar—. Él deb haber estado en la cabeza de Lee más de lo que pensé. Aparto la mirada de él, por la ventana. —¿El Dr. Terra no te dijo lo que involucraba dejar a Lee? —Por ti, lo haré. Malditamente me mataré dentro de él. Las palabras de Lee vuelven a mí. —No. Quiero decir… nada más que el hecho de que Lee tenía que aceptarlo. La probabilidad de éxito es mucho más posible si él está dispuesto a participar.

262

—Entonces, ¿se fue? ¿Nunca va a regresar? —Mis palabras son educadas. Salen niveladas y no afectadas. —No estoy curado. Me mantendrá con medicación… La misma droga que he estado tomando en las últimas pocas semanas. Mis posibilidades de recurrencia son altas, especialmente si mis emociones o el estrés se salen de control. Y debo evitar el alcohol. Sabes eso; estabas allí cuando él reviso esas normas. Asiento. Mientras Brant había estado en las sesiones de terapia un día completo en las últimas semanas, la mayor parte de mi participación ha sido estar detrás de la pared de cristal, observando las sesiones y espiando algunas de las instrucciones. La nueva vida de Brant implica un montón de reglas. Mucha estructura. Lo contrario a la vida a la que Jillian lo había llevado. El subconsciente de Brant había creado personalidades adicionales para hacerse cargo cuando su mente se sintiera abrumada. Cuando era joven, fue porque su cerebro no podía manejar el constante asalto a su inteligencia, el funcionamiento de su cerebro sin escalas causaba un corto de cierta clase que daba lugar a otra personalidad, una que era más lenta y estúpida y emocionalmente inestable. Cuando fue mayor, ocurría cuando estaba bajo estrés extremo o en situaciones extrañas, o ansioso por algo. No era una coincidencia que hubiera cambiado la noche antes de que mi hiciera su primera propuesta. O los días previos a la nueva versión de un producto o de la fusión de empresas. Un riesgo que solo se incrementó con los medicamentos suministrados por Jillian. Con las nuevas reglas, la nueva estructura, y el hecho que ahora sabía de su condición, esperábamos que viviera una vida relativamente

poco cambiante. Una que no incluyera ninguna presencia exterior, incluyendo una problemática máquina sexual que ya echaba de menos. Miro las paredes cubiertas de hiedra en Windere moverse, el garaje estando próximo a la vista, el auto deteniéndose. Siento sus dedos tomar la parte de atrás de mi cuello, atravesando el desorden de rizos que se derraman sobre mis hombros. —¿Estás bien? Me doy vuelta y miro sus ojos. Veo al hombre del que me enamoré sin haber conocido a Lee. El hombre con el que, en Belice, estaba dispuesta a contraer matrimonio. —Sí —le susurro—. Estoy bien. Estaciona el auto. Desabrocha el cinturón y se inclina hacia adelante. Me jala hasta que estamos cerca. —Seré más —dice con voz ronca—. Seré todo lo que él era también. Cierro mis ojos. Trato de calmar mi corazón antes de abrirlos de nuevo. Encuentro sus ojos en mí tan pronto como lo hago. —Eres todo lo que necesito, Brant.

263

—Lo seré —dice, inclinándose hacia adelante hasta que nuestros labios comparten el mismo aire—. Te prometo que un día lo seré. Luego presiona sus labios contra los míos, y por un momento, puedo probar el sabor de Lee.

Setenta y cinco Cinco meses después

264

Estoy de pie ante un espejo de cuerpo entero y no veo a mi madre. Es un pensamiento extraño para tener en el día de tu boda, sin embargo, es uno feliz. Me giro, costosas manos apresurándose a ajustar la cola de mi vestido, los bordes acordonados enmarcando mi espalda. Estoy hermosa, el organizador de bodas de más alta élite de San Francisco garantizaba ese hecho, cada detalle que me rodeaba estaba perfectamente coordinado para lograr la más inmaculada pequeña boda del mundo. No había ninguna élite en la sociedad de hoy. No había sonrisas falsas de las mujeres que fingí, durante tantos años, que me agradaban. Vamos a ser un pequeño grupo de nueve: los padres de Brant y los míos propios, Anna y Christine, Brant y yo, además de nuestra niña de las flores. Mi relación con los padres de Brant ha cambiado. No somos cercanos, la propia relación de Brant con ellos es lejana por sus años de aislamiento debido a la mano controladora de Jillian. Pero las cosas entre ellos se están arreglando, su unidad familiar cada vez es menos disfuncional mientras pasa el tiempo y la confianza crece. Me volteo al oír el grito de nuestra niña de las flores antes de que llegue, un manojo de blanco dando la vuelta en la esquina y llega a un pequeño alto frente al espejo. —Wow —suelta Hannah, sus ojos en el espejo—. Estás preciosa. —Gracias cariño. —Extiendo una mano y un asistente me ayuda a bajar las escaleras de pedestal, donde me agacho ante la niña—. Tú te ves igual de hermosa. —Tomo su pequeña mano y abro mis ojos, impresionada por sus uñas de color rosa cerezo. —Una señora me las hizo. —Se deja caer sobre la alfombra, sin preocuparse del mini Dior que bautiza su cuerpo. Agarrando una enjoyada zapatilla de mil dólares y quitándosela, sostiene su pie descalzo, moviendo los dedos de sus pies delante de mí—. ¡Mira! ¡Mis dedos coinciden! —Muy impresionante. —Sonrío—. ¿Tienes tu técnica de lanzamiento pétalos estudiada? —Le regreso su zapato y veo como tira de él con una

pequeña lengua rosada sobresaliendo del lado de su boca en concentración. Con la tarea completa, mira hacia arriba con una sonrisa, poniéndose de pie y haciendo exagerados gestos, completados con mini saltos. —¡Sí! —grita. —Increíble. —Levanto mi puño y ella levanta el suyo con una mini versión, riendo cuando los chocamos. —¿Dónde está el señor Brant? —pregunta de repente, mirando a su alrededor. Me encojo de hombros, levantándome. —No estoy segura. ¿Por qué no vas a localizarlo y lo escoltas hasta el jardín? No queremos que llegue tarde a la ceremonia. Asiente solemnemente, la importancia de su tarea tomada muy en serio. —Lo encontraré en este momento —promete antes de girar, y con una carcajada, echar a correr a través de la puerta abierta.

265

Me vuelvo hacia el espejo, enderezando la línea de mi vestido. —Es una niña adorable —dice la mujer detrás de mí, sus ojos encontrándose con los míos en el espejo. Asiento, sonriendo ante el recuerdo de Hannah a bordo de nuestro jet, sus manos tocando cada superficie dos veces antes de que el avión despegara. —Lo es. Siempre lo ha sido. Adorable con una cara de demonio —le advierto—. Mantén un ojo en ella; encuentra problemas tan rápidamente como abrazos. —Un oportuno choque de sonidos sale de la dirección de la cocina, enviando a la mujer delante de mí a correr. Me río, dando un paso hacia el tocador y acaparando la pieza final del día de hoy, los pendientes de diamantes que Brant me dio nuestra primera Navidad juntos, poniéndomelos mientras miro el espejo. El día mi boda —mi gran momento a punto de ocurrir— la unión de mi vida y la de Brant. Busco en mis ojos temor, pero no lo hallo. No me sorprende. Puedo marcar el abandono de Lee tan claramente como mi nacimiento, el cambio en nuestra relación siendo mayor de lo que jamás hubiera esperado. Viéndolo en retrospectiva, era como si nuestra relación hubiera comenzado de nuevo ese día.

Setenta y seis Camino por un corto pasillo bordeado de hibiscos, nuestra casa de Hawai detrás de mí, Brant y un pastor están solos frente a mí, el océano de fondo en este momento de nuestro amor. Cada paso más cerca es como una página volteándose en nuestras vidas.

266

Paso. La noche en que Brant regresó del doctor, Lee finalmente dejó nuestras vidas. Sus manos estuvieron en mí el momento en que entramos, los dos cayendo en el sofá, nuestras manos frenéticas, necesitadas, mientras arrancaban la ropa de mi cuerpo hasta que estuve desnuda debajo de él. Me folló como nunca lo había hecho, como Lee acostumbraba hacerlo, como si me estuviera marcando, haciéndome suya. Agarró mi cabello cuando se empujó dentro de mí. Gimió mi nombre cuando me dio la vuelta y me tomó por detrás. Me hizo venirme con su pene, después con sus dedos, luego con su boca, antes de golpear un ritmo en mí que nunca olvidaré. Después, me llevó al suelo del centro de la gran sala, con fuego en la chimenea frente nosotros, nuestros pechos abarrotados de satisfechas respiraciones mientras me daba la vuelta y me tomaba por segunda vez, más lento. Más como el Brant que me amaba. Susurró su amor mientras remendaba cada follada con la que me había roto. Luego dormimos, nuestros miembros entrelazados. Y cuando el sol salía por las ventanas, él todavía estaba allí. Mi Brant. Y solo mi Brant. Paso. Su abandono a Jillian, la destitución de ella en el consejo de Administración, el nuevo lugar de Brant como ejecutivo de la compañía, además de desarrollo. No trabaja como lo hacía antes, la puerta de su oficina ahora está abierta a los empleados, dos asistentes mantienen su agenda al corriente de una manera que Jillian nunca podría. Él está formando equipos de colaboración, ya no es un equipo solitario de creación. Me encanta verlo trabajar con otros, el temor en los ojos de los desarrolladores cuando ven el alcance de su brillantez. Todos estábamos preocupados por la posible pérdida de su capacidad intelectual, el riesgo siendo discutido y aceptado por Brant. Pero su terapia, mientras afecta otras piezas de su personalidad, no ha obstaculizado eso de ninguna manera. Paso. Lee sigue ahí, piezas de él rocían la personalidad de Brant, brillando como el sol. Lo veo en la sonrisa que Brant ahora lleva, una

amplia sonrisa que me aprieta el corazón cada vez que parpadea. Lo veo en la risa que de vez en cuando irrumpe, en el parpadeo engreído que me dio la semana pasada cuando salió de la ducha y captó mis ojos sobre su cuerpo desnudo. A veces, cuando me mira, juro que es Lee, sonriéndome, con los ojos viéndome como si supiera un secreto que yo no sé, como si ese secreto fuera la clave de mi alma y fuera toda suya para hacer lo que quisiera. Pensé que perdería a Lee, pero en lugar de eso solo gané más lados de Brant.

267

Paso. Veo un revoltijo blanco y el deslizamiento de la mano de Hannah en la de Brant, su rostro elevado hacia él mientras sonríe. Brant se me ha estado uniendo los martes al complejo de JSHA. Ha aprendido a amar a Hannah tanto como yo. Esta noche, después de la ceremonia, una vez que su vientre esté lleno de pastel y los dedos de sus piececitos de color blanco con arena de Hawai, se lo preguntaremos. A ver si nos permite tenerla como parte de nuestra familia. Brant ya había abogado para completar el papeleo. Todo lo que necesitábamos era su bendición y hará que tramiten su adopción. Le guiño a los dos, su sonrisa es suave mientras aleja sus ojos de ella y se encuentra con mi mirada Allí, en las ventanas de su alma, veo nuestro futuro. Más bebés, dos o tres de nuestra unión, tal vez más de JSHA. Los veranos en esta casa, los inviernos en la otra, dándole a Windere la familia que se merece. Paso. Me detengo frente él y miro su rostro. Siento mi futuro en su intensa mirada, en la conexión que ahora es fuerte como el hierro. Somos un equipo, y después de habernos precipitado violentamente, eso hará del resto de nuestra vida un juego de niños. Le mentí a este hombre, robé por él, engañé por él, y le vendí mi alma con nuestro primer beso. Amo a este hombre. Repito, después del pastor, las simples palabras que entrelazan nuestras vidas, y siento su apretón en mis manos. Inclinándome hacia adelante, cierro mis ojos y beso a mi marido.

Setenta y siete Brant

268

No sé cómo tuve la suerte de terminar con esta mujer. De que mi alma la encontrara, la robara, la convenciera de amor lo suficiente como para mantenerla a través de esta montaña rusa del infierno que ha sido nuestra relación. Ella es más de lo que mi ser roto alguna vez merecería, pero nunca podría dejarla ir, ella posee, ya sea si lo sabe o no, todas las partes de mí, cada centímetro de mi cuerpo y alma. Su amor incondicional me trajo a la vida. Me sacó de una existencia solitaria antes de salvarme, literalmente, de mí mismo. Un día, voy a merecerla. Un día, me arreglaré totalmente y le demostraré que valí la pena. Voy a poner cada gramo de mi esfuerzo para llegar a ese día. Me estoy acercando, lentamente atando los cabos sueltos de mi cordura. Fuimos a la policía la noche en que me acordé de la muerte de Sheila. Les dije sobre el hombre. De sus tatuajes, de la ubicación de su casa. Condujimos y la encontramos, mi recuerdo de ese día ahora dolorosamente claro, como si las décadas lo hubieran dejado intacto y sin estrenar, en un rincón secreto de mi mente. Había esperado un arresto, pero el oficial me informó que el hombre, un tal Nick Coppen, murió seis años después de que Sheila desapareció. Que la evidencia encontrada en su casa lo había implicado en varios casos sin resolver. Dejé esa estación con un peso menos del que tenía cuando había entrado, la mano de Lana apretada y fuerte en la mía. Mi viaje en esta relación no ha sido tan difícil como el de ella, pero hubo veces en las que luché. Gracias a Dios no me alejé cuando sospeché una aventura. Gracias a Dios mi corazón siguió un férreo control sobre ella y no me permitió irme. La frustración, el desconocimiento, los celos… era agotador, pero reforzaba una de las primeras cosas que le dije a Lana: “Valió la pena tan pronto como te vi”.

Y así fue. Valía más que la pena. Era el comienzo de mi vida, el día que mi corazón comenzó a latir. Amaba a esta mujer. Siempre la amaré, con cada parte de mi alma.

in 269

Epílogo Todo es culpa de ella. Sabía que sería un problema, debería haber trabajado más duro, hecho más, aumentar los medicamentos de Brant hasta que él se rompiera y ella huyera. Si no hubiera aparecido, abriéndose camino a su vida, entonces todo estaría bien. Iría de acuerdo al plan. BSX sería fuerte, Brant y yo seríamos los líderes del próximo milenio. Las putas lo mantendrían satisfecho; los medicamentos, productivo. Sus otras personalidades no le hacían daño a nadie; habían estado ocultadas. La vida había sido buena, todo debido a mi duro trabajo y planificación. Nada en la vida es dado; todo se gana o se toma. Yo me gané un buen negocio. Tomé las piezas que no pude ganar. Y había cosechado los frutos, igual que Brant. Él no tendría nada sin mí. ¿Cómo podía olvidar eso? ¿Cómo dejaba que ella lo cegara de ese hecho?

270

Necesito separarlos. Debido a Layana, mi propia hermana no quiere hablar conmigo, no viene de visita. Debido a Layana, fui expulsada de BSX como una criminal, mis títulos arrancados, cualquier autoridad que una vez tuve, revocada. Yo construí ese negocio, me esclavicé a él durante dos décadas. Vertido mis esperanzas y sueños en los cimientos del edificio, solo para ser bloqueada. Si los separo, tendría otra oportunidad. Hablaría con él. Lo traería de regreso a su verdadero potencial. Las drogas lo harán. Podría ayudarle a hacer eso. Juntar el antiguo equipo. Poner las sombras de nuevo en él. Recontratar al Dr. F. Recontratar a Molly. Tal vez ella pueda sumergirse en el cerebro de Brant y hacer que Lee salga, incluso si falló horriblemente la primera vez. Sí, con una adecuada planificación, con un diseño inteligente, todo se puede enmendar de nuevo. Tiene que enmendarse de nuevo. No puedo seguir en esta vida tal como está. No tengo nada. No tengo a nadie. Y ella… ella lo tiene todo. Extracto, Del Diario de Jillian Sharp. Este diario fue confiscado de la habitación de un paciente durante una revisión de rutina el 23 de marzo. También fueron confiscadas tres pastillas de

color blanco que parecen haber sido tomadas de otros pacientes. Debido al contenido de materia escrita, así como a la posesión de narcóticos, la paciente continuará admitida involuntariamente hasta el momento en que no haya riesgo de daño para sí misma ni para otros. A partir de la fecha de este informe, la siguiente evaluación se llevará a cabo en 86 días. Informe tomado por John Ferguson, Fondo Hendu para el Paciente Mentalmente Inestable.

271

Epílogo extra Dos años después —¡Hannah! —Me paré en la base de las escaleras y grité, mi voz flotando en la nada, silencio la única respuesta. Era oficial. Esta casa era demasiado grande. No había ninguna manera posible de llenarla, pero había un centenar de maneras de ocultarse en ella. Escuché detenidamente, en busca de pasos, risitas, pero no hubo nada.

272

Me volteé, corriendo por las escaleras, mis pies descalzos golpeteando el piso mientras aceleraba mis pasos. Íbamos a llegar tarde. Íbamos a llegar tarde y esta demonio vestida de niña se escondía. Está bien. Podía esconderse de mí. Pero Morton la encontraría. Me acerqué a la habitación principal, abriendo la puerta y dejando escapar un silbido bajo, toda la cama temblando cuando dos patas gigantes se asomaron por debajo, negro y marrón estirándose y arrastrándose hasta que su nariz, orejas, después la parte superior de su cuerpo aparecieron a la vista, un hueso gigante en sus mandíbulas. —Deja eso —regañé, abriendo mi mano, un movimiento que él conocía muy bien, el hueso empapado cayendo al suelo con un golpe húmedo. El Rottweiler me miró, sus orejas hacia arriba. Esperando. —Hannah. Búscala. —Abrí la puerta detrás de mí y di un paso atrás—. Ve. —No dudó, saltando por la puerta, el roce de sus patas sobre la piedra haciéndolo fácil de seguir, su viaje interrumpido por pausas ocasionales y olores antes de llevarme a la puerta de la despensa. Se sentó de inmediato fuera de ella y miró, llevando hacia adelante sus patas delanteras, la señal que se le había enseñado. Dejé la despensa sola, abriendo un armario y sacando un frasco de vidrio de golosinas, sus ojos siguiéndome, su entrenamiento ignorado por la presencia de tocino—. Morton… —le advertí. Él chasqueó sus ojos de nuevo hacia la puerta, la única señal que rompió el movimiento de su cola, la cual se agitaba a un ritmo feliz en el suelo. Me agaché y le di de comer la golosina. —Hannah —grité—. Estás acorralada. O sales con las manos en alto, o te enviaré a Mort.

—¡Adelante! —La voz desafiante de adentro me hizo sonreír—. No iré a clases de piano. ¡Las odio! —Te lo advierto… —dije lentamente con un poco de amenaza—. Él está babeando extra hoy. Y acaba de comer una ardilla del patio. Tiene aliento a tripa. Silencio. Entonces una risita. —No come ardillas. Él… El resto de la frase se perdió cuando abrí la puerta y Morton entró en acción, lanzándose a sí mismo en el espacio profundo, sus chillidos golpeando mis oídos mientras se convertía en un borrón de lamidas, caricias y pelo, sus patas suspirando mientras le daba su mejor versión de un abrazo. —¡Piedad! —gritó ella—. ¡Piedad! ¡Iré! Sonreí. —Morton. Regresa. Él hizo una pausa, girando su cabeza de nuevo hacia mí mientras fruncía el ceño, su lengua fuera, el inicio de una lamida más en sus ojos.

273

—Ve. Regresa. —Giró, sus pies trotando y lo vi regresar en dirección a la habitación, mi mente imaginando el movimiento de la cama mientras se movía de nuevo a su lugar favorito. Me voltepe hacia la despensa para encontrar a Hannah de pie, sus manos haciendo un elaborado espectáculo de limpiar su camisa. —¿Lista? —Supongo —se quejó. *** No íbamos a clases de piano. Si Hannah hubiera estado prestando atención, se habría dado cuenta de que era martes, no miércoles. Pero las lecciones de piano eran una distracción más fácil que la verdad. Si hubiera mencionado el doctor, ella habría hecho preguntas. Montones y montones de preguntas. La niña debería escribir una enciclopedia un día con las respuestas a todas sus preguntas. Llamé a Brant desde el coche, poniéndolo en modo privado y sosteniendo el teléfono en mi oreja. —¿Dónde estás? —Su saludo rápido y de frente al grano. —Acabo de dejar la casa. —Vas a llegar tarde. —Lo podía imaginar, calculando el tiempo y la distancia en su cabeza—. No aceleres —añadió, en el último momento—. Tómate tu tiempo. Yo estaré aquí.

—Bien. Estaba preocupada de que te quedaras atrapada en el trabajo. —No había estado demasiado preocupada. Mi hombre ausente de antes no estaba. Brant no faltaba a las citas ni desaparecía. Su cercano equipo en BSX conocía su condición, todos participábamos en el juego constante de ver, mantener un ojo para detectar cualquier señal de preocupación. —No me perdería esto. Lo sabes. Sonreí. Lo sabía. Un mes antes. El empuje de sus manos en mis caderas, forzándome de regreso hasta que golpeé la puerta de su oficina, su mano estirándose, bloqueando la cerradura, su boca caliente sobre la mía, necesitando derretirme en su beso mientras sus manos viajaban hacia atrás y se clavaban en mi trasero. Empujó sus caderas hacia delante y apretó sus manos, inclinándome contra su cuerpo mientras gemía en mi boca como un adolescente cachondo. —Ahora mismo —susurró, sus codiciosos dedos moviéndose hacia arriba y dándole un tirón a la cintura de mis pantalones vaqueros.

274

—Shh —respiré, consciente de nuestro ruido sordo contra la puerta, su cuerpo duro contra el mío, su necesidad anulando cualquier deseo ocasional para mantener en secreto nuestra inminente follada de su secretaria. —Quítate estos —gruñó, sus manos frustrándose con mis shorts, su boca moviéndose a mi cuello mientras trabajaba en sus propios pantalones. —Brant… No puedo… Llegaré tarde… —Jadeé, sus manos portándose mal, abriendo el botón y empujando mis shorts de seda hacia abajo, un pie saliendo de ellos, la segunda mitad de la frase perdiéndose mientras su mano se movía rápido, empujando mi pierna hacia fuera, sus dedos deslizándose hacia abajo dentro mí, mi ojos cerrándose cuando la presión dentro llegó ahí… al punto donde no podía decir que no. —Solo déjame hacerte venir. Dame dos minutos. —Su petición no tenía sentido, su pene ya sobresalía de la bragueta abierta de sus pantalones, desnudo y listo. Chocando contra mi estómago mientras movía sus dedos y me volvía loca. —Dos minutos. —Me quedé sin aliento, agarrando su hombro, dejando que me pegara contra la pared, las piernas inútiles en este momento—. Después tengo una reunión arriba. —Al diablo la reunión. —Curvó sus dedos dentro de mí y empezó a follarme con ellos, empujes duros y cortos que tuvieron a mi orgasmo corriendo toda su fuerza hasta el borde del acantilado, lista para volar.

—Tu pene. Ahora. —Me quedé sin aliento, no deseando venirme en sus dedos, queriendo la conexión completa. Estas intensas folladas, estos momentos en los que podía sentir a Lee, en los que podía verlo en los ojos de Brant, en el toque áspero de un hombre que no podía controlarse a sí mismo, de un hombre que toma más de lo que pide y espera todo sin pelea… cuando sale ese lado de Brant quiero tanto como puedo conseguir. Quiero dejar que mi marido me folle en su despacho con veinte personas al otro lado de la puerta. Quiera dejar que me tome, que me ordene, que me haga rogarle. —No tengo condón —comentó Brant. —Me saltaré la reunión, puedes omitir el condón. —No voy a lograrlo, no puedo mantener a raya este orgasmo, sus dedos cada vez son más fuertes, más duros, la mirada oscurecida en sus ojos al oír mis palabras, no puedo…

275

No supe cuándo se metió, no sabía cuándo ni cómo sus dedos se movieron a un lado y el ritmo no falló, pero de repente estaba llena. Llena de cruda, espesa masculinidad, gruesa y áspera. Tomando mi orgasmo y haciéndolo pedazos. Su mano golpeó la puerta mientras la otra me clavaba en mi lugar y me follaba sin sentido. Mi nombre, gritado de sus labios mientras golpeaba… golpeaba… golpeaba, cada empuje rápido y más rápido, como si hubiera perdido el control. Su boca mordió mi cuello por un breve momento antes de que maldijera una serie de palabras y se viniera, sus movimientos de repente más largos y profundos, enterrado por completo antes de salir lentamente, mi nombre un crescendo repetitivo en sus labios antes de que finalmente se detuviera. —¿Estás ahí? —La preocupación en su voz me trajo de vuelta al presente. —Sí. Lo siento. Estaba pensando en lo que nos metió en este lío. — Sonreí. —Detente. Vas a ponerme duro aquí, en esta sala de espera. —Lo áspero de su voz me hizo reír. —Entonces deja de hacerlo. Estoy a punto de estacionarme. — Terminé la llamada, esperando, y consiguiendo la pregunta tan pronto como doblé hacia el complejo de oficinas.

—Esta no es la casa de la señora Hobbins. ¿Dónde estamos? —Mi pequeña chica exigente, su voz creciendo con indignación desde el asiento trasero. —Es la oficina del médico.

—No estoy enferma. —No es por ti. Silencio. Era una respuesta tan inusual que me volteé, mirando hacia atrás mientras me desabrochaba el cinturón de seguridad, la sorpresa inundándome por las lágrimas en sus ojos, su pequeño rostro arrugándose. La debilidad en la niña de acero. —Está bien, Hannah. No pasa nada. Me estiré, liberándola de su asiento de seguridad, su pequeño cuerpo moviéndose a través de la camioneta y chocó contra mi pecho. Me maldije. La madre de Hannah murió de cáncer. Debería haber pensado, debería haber… —No es un médico para enfermos, Hannah. Todo está bien. —¿Cómo el Dr. Terra? —Resopló, sus manos rápidas tirando de mi camisa, secándose los ojos. —Bueno… no exactamente. El Dr. Terra un psicólogo. Sé paciente. No llores. Lo entenderás cuando estemos dentro.

276

—No estoy llorando —sorbió, sus ojos mirándome, las lágrimas delatoras aún húmedas donde no pudo limpiarlas. —Está bien. —La besé en la mejilla y abrí la puerta—. Las niñas que no lloran, bajan de mi regazo antes de que me aplasten hasta la muerte. Se movió, lanzándose hacia el pavimento, sus pies golpeando de lleno y se dio la vuelta. Tendió una mano con importancia y me agarró, cerrando la puerta y caminando hacia el consultorio del médico. Al abrir la puerta de Planificación Familiar y del embarazo Moran, me encontré cara a cara con Brant, sus ojos en los míos, su rostro descendiendo a medida que colocaba un rápido beso en la cabeza de Hannah antes de inclinarse para acariciar mis labios. —¿Lista? —preguntó. Miré más allá de él, a la enfermera que estaba de pie detrás de él, esperando. Asentí. —Estoy lista. Vamos a confirmar esto. Luego, con cada una de mis manos sostenida por mi familia, dimos un paso hacia la siguiente pieza de nuestro futuro.

Datos de la autora Alessandra Torre 277

Soy una autora independiente y publicada tradicionalmente. Cuando escribo romance erótico contemporáneo y suspenso erótico, lo hago bajo el nombre de Alessandra Torre (para romance erótico) y A.R. Torre (para suspenso erótico).

278

Black Lies.pdf

Page 3 of 278. 3. Moderadora: Nelly Vanessa. Traducción: Nelly Vanessa y Lectora. Corrección: Just Jen. Nony_mo. Niki26. Osma. Dabria Rose. Viriviri. Pachi15. Recopilación y revisión final: Pachi15. Diseño: Móninik. Page 3 of 278. Black Lies.pdf. Black Lies.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Page 1 of ...

2MB Sizes 2 Downloads 165 Views

Recommend Documents

164341406--Red-Black-and-Green-Black-Nationalism-in-the-United ...
164341406--Red-Black-and-Green-Black-Nationalism-in-the-United-States-pdf.pdf. 164341406--Red-Black-and-Green-Black-Nationalism-in-the-United-States-pdf.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying 164341406--Red-Black-and-Green-Blac

Black Label B Black Label C Black Label D Sleeve Luff ...
Black Label D. Sleeve Luff. Black Label E. Sleeve Luff. Black Label A & B. Black Label C. Black Label D. Black Label E. Comparison of sail sizes (Black Label rigs). Mainsails shown in position when rigged on a. Graphite boom. © 2009. Black Label A.

[Read] eBook Policing Black Bodies: How Black Lives ...
many settings, including the public education system and the criminal justice system, into a powerful narrative about the myriad ways Black bodies are policed. Policing Black ... is a powerful call to acknowledge injustice and work for change. Relate

pdf-1837\black-liberation-a-comparative-history-of-black-ideologies ...
... the apps below to open or edit this item. pdf-1837\black-liberation-a-comparative-history-of-bla ... ed-states-and-south-africa-by-george-m-fredrickson.pdf.

black panther.pdf
Sign in. Page. 1. /. 10. Loading… Page 1 of 10. Page 1 of 10. Page 2 of 10. Page 2 of 10. Page 3 of 10. Page 3 of 10. black panther.pdf. black panther.pdf. Open.

black widow.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. black widow.pdf.

Black physicians.pdf
Sachin H. Jain, MD, MBA. Abstract: Throughout history, Black physicians have been bound by a dual obligation: to. pursue excellence and success in their ...

Black Hole Information Revisited
Jun 22, 2017 - 4D: hard radiated quanta are always accompanied by an infinite cloud of tightly correlated soft quanta. In this note we conjecture that the full ...

pdf-098\cuban-underground-hip-hop-black-thoughts-black ...
... the apps below to open or edit this item. pdf-098\cuban-underground-hip-hop-black-thoughts-bla ... erican-and-caribbean-arts-and-culture-by-tanya-l.pdf.

Cheryl Black-AFTER
(512) 555-7474 | [email protected]. RESTAURANT MANAGER ... employee, effective leader, spirited team player. WORK EXPERIENCE ... Created new contacts by marketing to local businesses as well as following up with clients that had ...

black orpheus.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. black orpheus.

Black Cat.pdf
Page 1 of 1. ©2015 Kathleen Berlew / kbbcrafts.blogspot.com / for personal use only. Black Cat Cross-Stitch Chart. Symbol Strands Type Number Color. O 2 DMC 310 Black. Page 1 of 1. Black Cat.pdf. Black Cat.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Mai

Black Pearl.pdf
The present appeals, by special leave, call in question. the legal propriety of the order dated 11.1.2013 passed by. the learned Single Judge of the High Court of ...

Black Lies.pdf
Pachi15. Diseño: Móninik. Page 3 of 278. Black Lies.pdf. Black Lies.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying Black Lies.pdf. Page 1 of 278.

BLACK DIAMOND.pdf
Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. BLACK DIAMOND.pdf. BLACK DIAMOND.pdf. Open. Extract.

Black Arts -
The Board of Directors of the Hamilton Hill Arts Center proudly invites you to our. Annual Dinner ... Please return the enclosed response card by February 12 ...

Black-Christmas.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item.

BLACK CAT.pdf
Page 1 of 6. 1. Judul naskah : BINATANG / Black Cat. Karya : Edgar Alan Poe. DALAM SEBUAH SEL. DUDUK SEORANG LELAKI SETENGAH TUA. IA AGAK NAMPAK. MURUNG. DAN WAJAHNYA MISTERIUS. GARIS-GARIS DIWAJAHNYA DIPERTAJAM OLEH. PENDERITAAN BATINNYA YANG BERAT,