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Staff Coordinadora Anna Ancalimë Traductores Krupi Mrs. Seattle Paula V. Riku Natalia C. Lu M. Andrea C. Fdhior Zaira C. Luisi Corrección Anna Ancalimë Corrección final Silvia Maddox Diseño M.Arte

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Sinopsis Con enemigos por todas partes, ¿en quién puede confiar Drake realmente? En la carrera después de escapar de lo que se suponía que era la instalación juvenil más segura del mundo (y hacerla explotar en el proceso), Will Drake sabe que es solo cuestión de tiempo antes de que la Alianza siniestra le capture. Pero Drake necesita una alianza propia; saber en quién confiar es cada vez más difícil, y después de haber estado expuesto mientras huía de la Plataforma al cristal-X, que es potencialmente inestable y mortal, parece que el tiempo podría Página | 5 estar acabándose para él. Su brazo ha comenzado a transformarse en un cristal negro impenetrable, y aunque le da una capacidad sobrehumana de lucha, también podría causar que pierda la cabeza. Rodeado de enemigos y desesperado por tener ayuda, Drake y sus compañeros fugitivos se ven obligados a formar una complicada asociación con un misterioso grupo que también afirma haber sido expuesto al cristal-X. Dicen que saben cómo usar sus poderes para el bien, ¿pero puede Drake seguir huyendo para siempre? ¿Y en quién debería confiar más, sus supuestos amigos, o las voces en su cabeza…? (The rig #2)

Contenido Portada Staff Sinopsis Contenido Dedicatoria Capítulos Capítulo Uno: Zumbando Una y Otra Vez Capítulo Dos: Cuenta de Ahorro Capítulo Tres: Refugio de la Tormenta Capítulo Cuatro: Entrega de Pizza, Sin Piña Capítulo Cinco: Descarrilado Capítulo Seis: Luz Velada Capítulo Siete: El Camino del Yūgen Capítulo Ocho: Despegue Capítulo Nueve: El Delicado Equilibrio Capítulo Diez: El Hombre Esqueleto Tiene Un Plan Capítulo Once: De Vuelta en el Camino Capítulo Doce: Tejido Cicatrizado Capítulo Trece: Echando un Vistazo al Parque Capítulo Catorce: Entrenamiento Mágico Capítulo Quince: Cayendo con Estilo Capítulo Dieciséis: Cena con el Presidente Capítulo Diecisiete: Marcas de Besos Capítulo Dieciocho: Mini Hamburguesas y Rifles de Francotirador Capítulo Diecinueve: La Guerra de las Sombras Capítulo Veinte: Parque Cretácico Capítulo Veintiuno: Hacer Sentir Bien Capítulo Veintidós: Times Square Capítulo Veintitrés: Fuerza Cristal Capítulo Veinticuatro: Mermelada de Moras

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Agradecimientos Sobre el autor Nosotros

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Dedicatoria Para Lil Beth, Deja de crecer tan rápido, niña.

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Dos semanas después de los eventos en La Plataforma…

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Capítulo 1 Zumbando Una y Otra Vez Irene Finlay se acomodó sobre el suelo frío y extendió las manos hacia el orbe de fuego. Un viento ligero movía las hojas en el cielo sobre sus cabezas y arrojaba grandes gotas de lluvia de entre los árboles. El agua chisporroteaba cuando chocaba contra el resplandor azul cristal de las llamas. Página | 10 —No he dormido en tres días —dijo Drake sentado a su izquierda, su aliento cálido se perdía en el frío—. Ni siquiera me siento cansado, solo electrificado, ¿saben? Como si pudiera arrancar estos árboles del suelo o… volar o… o algo. —Se frotó los ojos y su cuerpo se sacudió. Irene pensó por un momento que estaba llorando, pero no, estaba riendo—. Me está volviendo loco, Irene ¿Qué pasa si es así como empieza? ¿Grey no dormía? ¿Y Anderson? —Su voz se convirtió en susurros—. ¿Es lo que los condujo a la locura? Irene arrastró los pies fríos, encerrados en sus zapatos deportivos de La Plataforma empapados y llenos de lodo, acercándolos a la cálida llama azul emanando de la esfera de fuego, que Drake había colgado en el aire con su poder del cristal. En las dos semanas desde que escaparon de La Plataforma solo había dejado de llover durante cinco minutos, y solo para una breve nevada. Incluso ahora llovía tanto que el agua se escurría entre las hojas de los pinos. La humedad se aferraba al aire en una fría neblina. Irene recordaba su tiempo en La Plataforma con diferentes grados de incredulidad, terror y asombro. Asombro por los poderes y habilidades que ella y Drake adquirieron allí, terror por lo que Alianza había estado haciendo e incredulidad de que se las hubieran ingeniado para escapar. Cuando Will Drake llegó por primera vez a La Plataforma, sus hazañas eran toda una leyenda. Se

había escapado de otras tres prisiones de la Alianza. Irene lo había conocido por primera vez en la enfermería de La Plataforma, después de que fuera herido. Ellos juntos habían descubierto los oscuros experimentos que se realizaban con el mineral Cristal-X bajo La Plataforma, buscando una manera de escapar. Enfrentándose al Alcaide Storm y su guardia loco, Marcus Brand, Irene estuvo a punto de morir docenas de veces. Drake y Michael Tristán habían salvado su vida, y ella había salvado la de ellos. Al final, Drake había absorbido más Cristal-X que nadie, y había usado su poder para ayudarlos a escapar. —Creo que el hecho de que te preocupe volverte loco significa que estás bien —dijo Irene. Por ahora. Sonrió y tomó la mano derecha de Drake entre las Página | 11 suyas. La mano izquierda la tenía en el bolsillo para calentarse. La tarde estaba fría, tal vez incluso lo suficiente para que volviera a nevar. ¿Qué vamos a hacer esa noche? La noche anterior habían estado congelándose, pero habían pasado la mayor parte de ella acurrucados en una pequeña cabaña en ruinas—. ¿Sí? Drake se encogió de hombros y miró la esfera azul brillante, irradiando un calor leve pero constante a su alrededor. Su mirada parecía enfurecer las llamas que giraban en el orbe desde el azul suave al rojo vivo. Los bosques a lo largo de la costa y al sur de St. John —la capital de Terranova y Labrador, la provincia más oriental de Canadá— habían proporcionado escasos refugios, pero los había mantenido ocultos de miradas indiscretas. Irene se sentía como en casa, de vuelta en suelo canadiense y fuera del acero retorcido de La Plataforma. —¡Oh, estoy preocupado! —Drake echó un vistazo al cielo a través de los árboles, pero Irene mantenía sus ojos en él, a la espera de más luz extraña—. Va a nevar ¿Verdad? Un poco fuera de estación. —En realidad no. —El calor del fuego atravesó la capa de hielo que se había asentado en los huesos de Irene. Ella suspiró—. Canadá puede tener nieve incluso en mayo, algunos años. —Necesitamos un lugar cálido para pasar la noche. Algo más cálido que el impermeable agujereado —dijo Drake, aparentemente dejando de lado su

preocupación por ahora. Irene estaba preocupada lo suficiente por los dos, pero estaba tratando de mantener una buena cara por él. Después de todo, él le había salvado la vida más de una vez en La Plataforma. Y ella le debía su libertad—. No puedo garantizar que sea capaz de hacer otra de estas cosas de fuego. Solo estoy adivinando, cuando se trata del poder del cristal. Necesitamos algo de ropa nueva, quitarnos estos monos de La Plataforma, y necesitamos algo de comida adecuada. —Eso lo tengo cubierto —dijo Michael Tristan mientras entraba en la cañada, llevando una mochila y una bolsa de papel llena de hamburguesas, patatas fritas y con suerte pasteles de manzana, de una misión en solitario en los suburbios de St. John. Había estado fuera durante una hora, una hora Página | 12 preocupante, y estaba empapado. El olor de la comida grasienta flotó hasta Irene, y su boca se hizo agua. Sin decir una palabra, los tres se dividieron el desorden y comieron en silencio. La comida fue rápidamente devorada. —Y eso es lo último que queda de dinero —dijo Tristán, lamiendo la sal de sus dedos—. Vamos a tener que encontrar un poco más. Drake gruñó, e Irene sabía que estaba molesto por lo que habían hecho para adquirir incluso los fondos lamentables que los habían mantenido alimentados durante las últimas dos semanas. A mitad de la playa rocosa de los muelles y el helipuerto donde el Alcaide Storm había aterrizado su helicóptero de escape, habían llegado a una pequeña tienda para turistas frente a la playa, cerrada y oscura, dada la temprana hora de la mañana. Drake simplemente había derretido la cerradura de la puerta con una palma ardiendo. La caja registradora resultó aún menos de una salvaguarda, y había robado unos cincuenta dólares en monedas y cargado la mochila que ahora Tristán llevaba con aperitivos y bebidas. El estómago de Irene se hizo un nudo al pensar en lo que también estaba escondido en el fondo de la mochila: un revólver de plata elegante, totalmente

cargado con seis balas en el cilindro. Drake había robado el arma del Alcaide Storm durante su huida. Odiaba que él la hubiese guardado. —¿Alguien te reconoció? —preguntó Drake a Tristán. Tristán se subió las gafas al puente de la nariz y se encogió de hombros. La lente sobre el ojo derecho estaba rota, y una cinta sucia sostenía los bordes juntos. —No puedo saberlo a ciencia cierta, pero entré y salí rápidamente. La camisa ayuda, supongo. Otro objeto robado en la tienda frente a la playa durante su escapada Página | 13 apresurada: una camisa blanca que decía Bahía de St. John. Puesta sobre su mono verde, la camisa todavía parecía un poco extraña, pero era mejor que solo un mono de prisión. —Había una cosa —dijo Tristán con cuidado, no mirando del todo a los ojos de Drake—. Un informe de noticias en el televisor mientras estaba esperando el pedido. Drake no dijo nada, así que Irene le preguntó: —¿Sobre nosotros? —Nosotros no —dijo Tristán—. Solo Will... y te estaban llamando terrorista, amigo. El terrorista William Drake, buscado por asesinato y sabotaje de La Plataforma. Irene jadeó. Drake simplemente se rio. —¿Red de Noticias Alianza? Apuesto a que he sido la noticia más importante desde la escapada. —Bueno, sí.

Puso los ojos en blanco. —Lo imaginaba. ¿A quién maté? Tristán hizo una mueca. —Mira, Will, no creo que… La mirada pétrea de Drake hizo que Irene se estremeciera. Él no se está volviendo loco. Está bien. Sus ojos ni siquiera han brillado hoy de color rojo o azul. —Te están buscando por el asesinato de Brand —dijo Tristán—. Así como el de Alan Grey y... y Carl Anderson. Mostraron una lista de nombres en la Página | 14 pantalla, y estaba intentando no parecer muy interesado, ya sabes. —Tristán dio una patada a la tierra alrededor del orbe con el talón de la zapatilla de deporte. Elías estaba allí, y también... Will, lo siento. También estaba la doctora Lambros. Irene había estudiado en la enfermería a cargo de Elías, antes de que hubiera sido sometida a los experimentos oscuros con el Cristal-X pasando bajo La Plataforma. Elías había expuesto a sus compañeros al mineral, los habían usado como ratas de laboratorio, y fue responsable de más de una muerte; o, peor aún, en opinión de Irene, los había vuelto locos. Drake lo había noqueado y lo dejaron por muerto, ya que la instalación bajo el agua fue destrozada por uno de sus sujetos de prueba. Irene no se sentía muy mal por eso. La doctora Lambros, sin embargo, había sido casi amiga de Drake. Y se culpaba a sí mismo por su muerte, por compartir sus preocupaciones sobre La Plataforma. Marcus Brand, el hombre más temible que Irene había conocido, la había matado. El nombre de la doctora Lambros trajo una mueca al rostro de Drake, e Irene le palmeó el hombro. Él se sacudió la mano y se inclinó para protegerse del frío. —Brand y Storm la mataron, no yo.

—Lo sabemos —dijo Tristán rápidamente—. Es solo la Alianza, haciéndote pasar por algún tipo de... Monstruo, pensó Irene, odiando la palabra que había aparecido en su cabeza. Ella conocía a Drake; lo conocía, había pasado semanas con él en La Plataforma, y confiaba en él. Después de todo, ella tenía un toque de magia del Cristal-X, también. No tan poderosa, por supuesto, pero podía curar, entre otros talentos. —En realidad, esto puede ser algo bueno —dijo Drake, tocándose la barbilla sin afeitar—. Si la Alianza solamente emite que escapé, significa que ustedes dos pueden ser capaces de moverse con relativa facilidad. Página | 15 —Sí, pensé eso también —dijo Tristán—. Vi todo el reportaje, y solo se hablaba de ti, Will. ¿Por qué no nos mencionan? Drake se encogió de hombros. —Tal vez están tratando de evitar la vergüenza. Me he escapado antes y empañado su excelente reputación, pero ahora me he escapado con uno de sus secretos: el Cristal-X. Soy la prueba de los experimentos en La Plataforma, de los niños torturados y asesinados. Me quieren muerto mucho más de lo que quieren mantener mi última huida en secreto. —Apretó el puño y miró a la esfera de fuego—. Por lo que saben, Irene no tomó el cristal, y tú nunca fuiste probado. No son tan, bueno, importantes para ellos. Irene ladeó la cabeza y miró a Drake con recelo. —Pero somos importantes para ti, ¿verdad? Drake soltó una risa honesta. —Tú, Irene, tú eres el sol en un día lluvioso para mí. Eres la leche con chocolate sobre la normal. Un tarro de mermelada de moras frescas. Luz de las estrellas en una noche sin luna. Oh, Irene Finlay, eres los malvaviscos en mi cereal, la cereza en la cima de mi helado…

—Y el sirope —intervino Tristán. —Y el sirope, también. Eres más importante que... que... —Drake chasqueó los dedos y maldijo. —¿Que los calcetines gruesos y sidra caliente junto al fuego en invierno? —sugirió Irene, luego resopló—. Chicos —murmuró con cariño—. Mis chicos. Tristán ladeó la cabeza. —¿Oyen eso? —¿Oír qué? —preguntó Irene. Página | 16

—Eso —dijo Tristán, e Irene pudo oír algo, casi inaudible. Un gemido sutil, como el zumbido de un motor de coche al ralentí—. Casi suena como… Algo elegante y plateado irrumpió a través de los árboles, y el ruido se intensificó en la cañada. Drake se puso de pie al mismo momento, e Irene miró, asustada, mientras sus ojos destellaban carmesíes y se movía en un borrón. Un rayo de energía chisporroteante formó un arco de sus dedos extendidos y golpeó la copa de los árboles. ¡Se movió tan rápido! El ruido se detuvo bruscamente, y en medio de una lluvia de hojas y ramas chamuscadas y rotas, una esfera de plata aproximadamente del tamaño de un pomelo cayó del cielo y golpeó el suelo con un golpe seco y con fuerza. Volutas de humo se elevaban desde el pomelo, e Irene alejó los pies mientras rodaba hacia ellos. —Santo infierno —dijo Tristán—. Eso fue genial. Drake rápidamente metió los puños apretados en los bolsillos. Sus ojos eran salvajes, y los cerró, respirando con dificultad. Después de un momento, soltó una profunda expiración, y sacudió la cabeza.

—¿Qué es? —preguntó Irene. —Un avión no tripulado de búsqueda de la Alianza —dijo Drake sombrío. No. ¿Qué pasa contigo, Will? Tristán parpadeó con sorpresa. —Sí, es cierto. Estos son de última tecnología. ¿Cómo sabes de ellos? —Una de estas cosas me disparó después de que escapara de Harronway. Así es como Alianza me atrapó y me envió a La Plataforma. La maldita cosa me siguió durante horas hasta que los matones de la Alianza llegaron. Página | 17

—Bueno, creo que lo mataste. —Tristán se arrodilló y cogió el dron. El humo blanco elevándose desde el dispositivo fue atrapado por el viento y arrastrado hacia el bosque—. Si no está demasiado dañado... —¿Qué? —preguntó Irene. Tristán se encogió de hombros. —Si no está demasiado dañado, podría reprogramarlo, descargar mi propia plataforma operativa de la nube mundial, algo que hice antes de terminar en La Plataforma. —¿Qué puede hacer? —preguntó Drake. Tristán se levantó con el dron en las manos. Jugó con los paneles y lo sacudió arriba y abajo unas cuantas veces, como si intentara sacudirlo hasta que cayera. —Bueno, esa es la cosa. Este dron es bastante avanzado. Vale unos cuantos cientos de miles de dólares. Podríamos conectarlo a un teléfono o una tableta y acceder a internet, correos, incluso redes sociales. Drake se rio.

—¿Quieres usarlo para mandar un tweet? —Sacudió la cabeza y sonrió—. Eres demasiado bueno con todas estas cosas de tecnología. Primero sacarnos los rastreadores en La Plataforma, ¿ahora estás diciendo que puedo ponerme al día con todos los divertidos videos de gatitos que me perdí mientras estaba encerrado? Tristán se mordió el labio y lo consideró un buen rato. —Si podemos hacer que funcione para nosotros, podríamos planear nuestra ruta un poco mejor, si deducimos a dónde vamos. Ponerlo a explorar el área por delante o flotar haciendo guardia mientras dormimos, incluso reservar billetes para un bus o un tren por internet o… hacer llamadas seguras y Página | 18 encriptadas. Drake apretó el hombro de Tristán. —¿Podría llamar a casa? Tristán asintió ausente, y metió los dedos debajo de uno de los paneles que Drake había dañado con el rayo. El panel salió con facilidad, y Tristán miró dentro del dispositivo. —Aquí está la fuente de potencia… —Probablemente deberíamos pensar en movernos —dijo Irene. Se sentía expuesta; si la Alianza tenía una de esas cosas, habría más, y cerca—. ¿No sabrá la Alianza que cayó? ¿Y es una cámara eso en la parte inferior? ¿Qué pasa si el que estaba pilotando el dron nos vio? —Solo estoy quitando la batería —dijo Tristán—. Así podemos llevarlo con nosotros. Pero sí, tienes razón. Tenemos que movernos. Drake abrió la cremallera de la mochila, que aún tenía tres barras de caramelo y un litro de agua embotellada; toda la comida que tenían en el mundo. Tristán colocó el dispositivo en la bolsa con tanto cuidado como si se tratara de un bebé recién nacido. Irene pensó que parecía casi embelesado. Cogió un

cilindro corto, del tamaño y la anchura de un lápiz de labios, y se lo guardó en el bolsillo. —Entonces, ¿por dónde nos vamos? —preguntó Tristán. —No nos queda nada —dijo Drake—. Tenemos que ir a la ciudad. —¿Es prudente? —Irene mantuvo las manos estiradas cerca del fuego, pero el orbe había empezado a parpadear y morir. —Estamos huyendo de la más grande y poderosa corporación del planeta —dijo Drake irónico—. ¡Una empresa con su propio ejército privado, aviones no tripulados de vigilancia y quién sabe cuántos soldados mejorados con Página | 19 Cristal-X! Una corporación que herimos y cabreamos no hace ni dos semanas. Nada de lo que hagamos va a ser prudente por mucho tiempo.

Capítulo 2 Cuenta de Ahorro —Entonces, ¿dónde quieren pasar la noche? —preguntó Drake cuando alcanzaron el borde del bosque que corría a lo largo de las afueras de los distritos sur de St. John. La ciudad descansaba al otro lado de un pequeño río, gris y barrida por el viento contra grandes catedrales de nubes de tormenta—. Un Página | 20 edificio abandonado sería grandioso… no vamos a encontrar muchas cabañas tan cerca de la ciudad. Tal vez un cobertizo o un granero en el patio trasero de alguien, si podemos entrar. Irene lo miró, preguntándose lo serio que estaba. —¿Quieres pasar la noche en un granero? Drake sonrió. A pesar de los círculos en sus ojos y las líneas plegando su frente, sus ojos eran salvajes y vivos: despiertos. Irene sintió una corriente de algo maravilloso: emoción y anticipación. Él nos va a sacar de esto. Estaremos bien. Intentó no pensar en el hecho de que, incluso si lograban salir ese día, había uno después de ese, y luego otro, y así sucesivamente… ¿Dónde termina todo esto? Soy una fugitiva. —No podemos exactamente registrarnos en un hotel —observó Tristán. Drake tropezó y parecía pensativo por un momento. —No —dijo él—. Eso sería ridículo. —Se rio y apuntó a St. John al otro lado del agua—. Pero si podemos sacarle ventaja, eso es exactamente lo que deberíamos hacer. Ir y quedarnos en algún lugar elegante, algún lugar que no esperen, y luego encontrar un tren o algo para salir de aquí. Solo necesitamos dinero y ropa nueva.

—No, no lo estás entendiendo —dijo Tristán—. La Alianza tiene cámaras por todos lados; y software analítico que encuentra tu cara en una multitud de miles. —Se retiró agua de lluvia de la frente y se estremeció—. Quiero decir, demonios, uno de sus drones ya nos encontró. Si vamos a algún lugar poblado, cualquiera, al menos necesitamos gorros y gafas. Diría que incluso botas con tacones altos para cambiar nuestras alturas. —¿Qué? ¿En serio? —Irene sentía la fatiga y la tensión de las últimas semanas como una horca alrededor de su cuello. Estaba cansada, tensa y la paranoia de Tristán hacía que la trampilla debajo de sus pies se agrietara. Cualquier momento a partir de ahora estaba casi convencida que barrerían el Página | 21 suelo debajo de ella—. ¿Son tan buenas las cámaras? —No buenas —contestó Tristán—. Inteligentes. Astutas. El software que corre en estas redes de cámaras fue desarrollado usando ambientes complejos bajo condiciones de restricción de tiempo, como aeropuertos. Centros con masas de gente y lugares con alto tráfico de personas. En realidad ha reemplazado un montón de guardias de seguridad en la mayoría de los lugares. Puede atrapar personas no solo por reconocimiento facial sino también por cómo actúan. Las malditas cosas no solo reconocen tu cara y tu altura, también pueden decir si estás tratando de ocultarte o actuando sospechoso. Drake maldijo. —Entonces no solo tenemos que disfrazar nuestras caras, sino también actuar como si no fuéramos perseguidos por la Alianza en absoluto. —Hizo una mueca—. Esto… no será fácil. —Diría imposible. —Tristán miró a Drake de un lado—. Pero entonces, habría dicho que escapar de La Plataforma era imposible, también. —Ese cajero automático es de la Alianza —dijo Drake—. No me siento culpable por robarles. ¿Ustedes?

Irene cambió su peso de pie detrás de un seto al otro lado del banco, se dio cuenta que parecía culpable, y se forzó a detenerse. El tráfico en la calle era esporádico, pero ya no estaban en el bosque, y si lo que Tristán había dicho sobre las cámaras era verdad… —¿Qué hay de las cámaras? —preguntó ella. Drake se encogió de hombros. —Estaremos lejos de aquí antes de que alguien llegue, y no creo que la Alianza en verdad quiera mostrarle al público en general lo que voy a hacer. —¿Y eso es? —inquirió Tristán, pero la mirada en su cara sugería que ya Página | 22 lo sabía. Drake levantó la mano derecha, dejando la izquierda metida en el bolsillo, y se miró los dedos. Se concentró, frunciendo el ceño, hasta que un sutil brillo empezó a fluir debajo de su piel, a través de sus venas, como si su mano hubiera sido tatuada con corrientes de tinta azul eléctrico. —Hacer una retirada de efectivo —contestó Drake—. Creo que nos deben un pago por todo el trabajo que hicimos en La Plataforma, ¿eh? Una corriente constante de clientes entraba y salía del banco. Iban a tener que ser rápidos y salir del área en minutos, si querían tener alguna esperanza de escapar de la Alianza. Irene abrió la boca para decir: Tenemos que hacer esto. —Sí, tenemos que hacerlo —murmuró Drake. Irene parpadeó. —¿Perdón? —Dijiste que tenemos que hacer esto. Y tienes razón, tenemos que hacerlo.

Drake se colocó la mochila en los hombros y salió del seto hacia la acera. Con la palma prendida con luz azul, cruzó rápidamente la carretera con la cabeza en alto, como si robara un banco cada día antes del almuerzo. Tristán le lanzó a Irene una mirada significativa, una mezcolanza de preocupación y miedo. —¿Acaba de…? —O leyó mi mente —susurró, frotándose la garganta—, o supo lo que iba a decir antes de que lo dijera. —¿Qué crees que le está pasando? Irene solo pudo sacudir la cabeza. —No se dio cuenta, ¿verdad? Pensó que lo dije en voz alta. Estaba a punto de hacerlo… Tristán deslizó su mano en la de Irene y apretó sus dedos. —Absorbió un montón de esa cosa. Más de lo que tú, o… cualquiera, de acuerdo a lo que entiendo. Demonios, debería estar muriéndose en una caja o muerto. Solo Dios sabe lo que le está haciendo… Irene no estaba tan segura de que Dios lo supiera. —Mira, está en el cajero.

En las dos semanas que había estado huyendo con sus amigos, escondiéndose en el bosque y enviando a Tristán por comida, Drake había intentado saber qué podía hacer con su talento de cristal. Era un trabajo lento y nervioso. Algunos días podía chasquear los dedos, iluminar el claro, y crear una defensa contra el frío. Otros días había quemado su mono e incinerado la tierra. Usar su poder había puesto incómodos a Irene y Tristán, así que había limitado sus experimentos. También ponía ligeramente nervioso a Drake el que estuviera

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perdiendo su cordura, como Alan Grey y Carl Anderson. Pero por medio de prueba y error, había conseguido un burdo tipo de control. Si pensaba con fuerza en lo que quería, el poder fluiría. Había conseguido cosas importantes. Flechas de duro cristal que lanzaba a los árboles, esferas de fuego (las cuales no había estado seguro que no explotarían, pero dada la elección entre estar caliente o congelarse hasta morir, había corrido el riesgo), e incluso los escudos de aire proveían de protección contra el viento. Escudos de energía que habían quitado algo del frío en las noches heladas. Drake se paró en frente del cajero y miró la pantalla por un largo instante, Página | 24 su palma derecha brillaba con luz etérea y su mano izquierda metida en lo profundo de su bolsillo. Una pequeña cámara lo observaba, y se preguntó si su cara estaba iluminando las pantallas de seguridad y haciendo sonar las alarmas de los satélites. —Nada que perder. —Drake apretó su mano brillante y la condujo a la máquina. El plástico moldeado y el tablero simplemente se fundieron alrededor de su puño. Sacó la otra mano de su bolsillo y agarró el borde de la máquina, donde se encontraba con la pared. Con un gruñido, que era más de frustración que de esfuerzo, arrancó la consola de la pared en una lluvia de polvo, escombros y gotas de plástico caliente. Tan ligero como una pluma¸ pensó, maravillándose ante la imposible fuerza de sus brazos. El plástico fundido corrió por su mano, pero la luz brillando dentro de su piel lo protegía de daños. Ni siquiera sentía el calor infernal. La multitud en el banco abrió la boca ante él como un pez dorado en un cuenco. Drake les ofreció un guiño y entonces rompió la máquina por la mitad, justo debajo del medio. Cables, maquinaria y un torbellino de billetes canadienses rojos y verdes salieron de las entrañas de la bestia de dinero.

Una sirena aulló dentro del banco, haciendo eco por la calle, y unas llantas chillaron contra el pavimento. Drake lanzó lo que quedaba de la máquina a un lado y sacudió las manos, como si tratara de secarlas. La luz etérea azul se desvaneció, y la piel en su mano derecha estaba inmaculada, entera y sana. Destellos de luz aún danzaban lentamente en los dedos de su izquierda, la mano que había estado manteniendo en su bolsillo, fuera de la vista. —Eso es preocupante —murmuró Drake, mirando su extremidad—. Pero no en la cima de mi lista por ahora. El personal del banco y los clientes habían retrocedido de la ventana de cristal cuando el aullido de la alarma interna resonaba en la calle. Drake abrió Página | 25 la mochila y empezó a meter dinero en sus profundidades. Actuó con rapidez, agarrando fajos de dinero del suelo. Un poco del delicado dinero se estaba fundiendo por el calor, quemándose con llamas azules, y emanando un hedor acre. Cerró el bolso y se puso de pie, cruzando a carrera la calle y saludando a los vehículos parados que se habían detenido en la calle. Irene y Tristán lo miraron solemnemente cuando se agachó detrás del seto. Él les lanzó a ambos una sonrisa. —Bien. Eso fue estúpido pero necesario. Ropas y luego algún lugar donde esconderse, ¿sí?

Capítulo 3 Refugio de la Tormenta —Creo que es seguro decir que la Alianza no estará haciendo este metraje disponible para el público —dijo Drake, mientras paraba para respirar, a unas cuantas calles del banco. El saco colgaba de sus hombros, cargado con dinero y con el dron, pero apenas había soltado una gota de sudor. El Cristal-X está Página | 26 aumentando mi resistencia... o no me deja sentir lo agotado que estoy. Irene le había mantenido el paso, pero Tristán estaba jadeando por aire. —Tú… tú fuiste rápido allá atrás —resolló—. Pero creo que unas pocas personas en el banco te grabaron con sus teléfonos. Drake no había considerado eso. —Bien, entonces supongo que la Alianza va a tener que dar algunas explicaciones. Tristán se encogió de hombros. —La Alianza controla la mayoría de las redes sociales globales y los cargadores de los teléfonos. Si actúan rápidamente, y lo harán, entonces cualquiera que intente subir el vídeo se encontrará desconectado de repente. — Miró al cielo—. De hecho, apuesto que ya estamos bajo un punto oscuro. —¿Punto oscuro? —preguntó Irene. —Habrán quitado el enchufe, básicamente —dijo Tristán— sobre toda esta área. Eso es lo que pasa cuando una compañía posee todo, todas las redes sociales, las líneas… los políticos y los bancos.

Apagar el servicio telefónico, pensó Drake. Y el wi-fi. Aterradoramente inteligente. —Sin móviles, sin wi-fi, en unos cuantos kilómetros. —Tristán miró a Drake—. Es lo que haría, para impedir que algo saliera. Puede que de hecho trabaje en nuestro favor, si salimos de aquí rápidamente. Cada móvil tiene una cámara, y no piensen por un momento que la Alianza no puede acceder a ellas. Pero con las redes sociales apagadas, estamos técnicamente fuera de radar, por ahora. Drake vio a un hombre por la carretera mirando hacia abajo a un pequeño dispositivo en la mano. Lo sostenía sobre la cabeza, mientras intentaba recibir Página | 27 señal desde el aire. —Caray, parece que han hecho justo eso. Santa mierda, da miedo. —No tanto miedo como si se filtrara el metraje de ti rompiendo un edificio con las manos desnudas—señaló Tristán. —Solo una pequeña parte del edificio —ofreció Irene. Drake se rio. —Apenas una parte del edificio. Venga, vamos a zambullirnos en esa tienda. —¿Qué tienda? —preguntó Tristán. Drake señaló a la carretera. —Allí. Ya sabes, ropa donada o no. Vamos a conseguirnos algunos trajes. —Oh. —Tristán se empujó las gafas sobre el puente de su nariz. Drake se echó para atrás, colocándose entre Irene y Tristán y encorvando los hombros. Miró a través del frente de la tienda y vio a una chica joven detrás del mostrador, parecía aburrida y estaba pasando las páginas de una revista.

—De acuerdo. No están buscándoles a los dos, recuerden, así que entren primero. Me quedaré detrás e iré a los probadores. Solo tráiganme cualquier ropa que crean que me encaje. Un suave tintineo sonó en la puerta cuando entraron, y la chica del mostrador alzó la mirada, sonrió brevemente, y volvió la vista a su revista. Drake se metió detrás de unos pantalones de traje y camisas de negocios y rápidamente fue a los probadores de la tienda. Si ella ha visto las noticias esta mañana… su corazón palpitó en el pecho. Esto era peligroso, parar en un lugar, pero dada la actuación en el banco y la red estrechándose, no podía quedarse con el traje de La Plataforma. La Alianza sabe que estás cerca, le dijo una Página | 28 problemática voz en su cabeza. Están viniendo. Mientras esperaba, Drake se tomó un momento para mirarse en el largo espejo de la pared. Su traje estaba húmedo, arrugado, y sucio, y un poco de sangre de La Plataforma se había secado en el tejido, volviendo la ropa verde casi negra. Se quedó mirando su cara: la boca en una línea severa, los ojos inyectados en sangre, y sacó la mano izquierda fuera del bolsillo. La luz todavía bailaba bajo su piel, pero su piel ya no era normal… había cambiado en los últimos días, desde que había empezado a practicar de verdad lo que podía hacer con su poder. Los dedos de la mano izquierda se habían endurecido en un oscuro cristal de obsidiana. Los dígitos todavía funcionaban bien, pero ya no eran carne y hueso, o incluso sangre. Drake los chocó entre ellos y produjo un agudo timbre, como si hubiera golpeado un tenedor contra un cristal. No estaba seguro si lo estaba imaginando, pero el cristal parecía haberse extendido más allá de la parte trasera de su mano hasta la muñeca, desde la última vez que lo había comprobado. Se vuelve peor cuanto más poder uso, pensó. ¿Pero qué otra opción tengo? Drake maldijo y guardó la mano de nuevo en el bolsillo. Pensó que atrapó un leve rayo de carmesí en las pupilas de sus ojos marrones reflejados en el espejo, pero cuando miró de nuevo, no vio nada.

Absorbiste un contenedor de esa cosa. —Mierda —dijo Drake a su reflejo—. Mierda, mierda, mierda. La espera detrás de la cortina pareció angustiosamente larga, horas en lugar de minutos, pero Tristán pronto entró al compartimento con una pila de vaqueros, camisetas, y jerséis. Unos pasos en el siguiente compartimento le dijeron a Drake que Irene se estaba cambiando. —Solo dos vestidores —explicó Tristán—. Irene intentó meterme en el de ella, pero no iba a aguantar nada de esa locura… —Puedo escucharte, sabes —replicó la voz de Irene por encima de la Página | 29 pared. Tristán sonrió y le lanzó a Drake una pila de ropa. —La chica del mostrador empezó a mirarnos. Date prisa. Drake se quedó solo en el bóxer corto y se puso un par de vaqueros oscuros, rasgados en torno a la cinturilla, pero utilizables, con un montón de bolsillos. Los bolsillos estaban bien. En caso de correr, solo podía tomar lo que pudiera llevar. Manteniendo la mano izquierda con los dedos de cristal escondidos de Tristán, se puso una camiseta blanca y un jersey gris de lana. La ropa seca casi se sentía como una ducha caliente, lavando la suciedad y el frío de las últimas dos semanas. Casi. —¿Todo bien por allí? —preguntó la chica del mostrador—. Solo debería haber uno a la vez en el cambiador, realmente. Drake y Tristán se miraron el uno al otro por un momento, y entonces Drake se encogió de hombros. Él tomó su mochila y salió del cambiador. —Lo siento —le dijo a la chica. Cyndy, leyó su nombre en la placa—. Lo siento, Cyndy. ¿No tienes guantes, o botas o algo?

Drake miró su cara pero no vio rastro de reconocimiento en sus ojos. Ella parecía solo uno o dos años mayor que él, bonita, y Drake se preguntó si no había estado atenta a los sucesos locales de esta mañana. —¿Vas a comprar esos? —preguntó, señalando la ropa que llevaba puesta. Las etiquetas de precios salían bajo su cuello y en el cinturón de sus vaqueros. —Seguro. Hemos estado pintando paredes toda la mañana, mis amigos y yo —dijo él—, y hemos arruinado nuestros monos. Solo necesitamos algo para el día. Cyndy se encogió de hombros. —Los guantes están allí, donde los zapatos. No suenas como si fueras canadiense. —No lo soy —dijo Drake—. Vengo de vacaciones de Londres. —¿Estabas pintando en las vacaciones? —Son unas… vacaciones pintando —dijo Drake, golpeándose mentalmente a sí mismo y claramente convencido de que merecía ser atrapado de nuevo. —Está bien —dijo Cyndy y sonrió—. Solo lo que ves en la pared de allí. Los zapatos están colocados por orden de talla. Los guantes están atados juntos en pares en ese contenedor. —Gracias. —Drake hizo de los guantes su prioridad y hurgó en el gran barril de vino, manteniendo la mano izquierda lejos de la vendedora, hasta que encontró un par de gruesos guantes de cuero que parecían lo suficiente grandes. Metió las manos en los guantes y tiró con los brazos, rompiendo el pequeño plástico que ataba a los guantes juntos. —Supongo que compras esos, también —dijo Cyndy.

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—Supongo. —Drake se relajó un poco, ahora que su incriminatoria mano izquierda, y los destellos azules bailando bajo su piel, estaban escondidos—. Solo necesito un par de zapatos. Algunas botas de montaña, o algo. —¿Vas a escalar en tus vacaciones pintando? —preguntó ella. —Ja, ja. —Seleccionó un par de botas de la pared, de cordones, y metió los pies en ellas. Un poco ajustadas, pero no tenemos tiempo. Tristán e Irene se reunieron con él en la pared y seleccionaron algunos zapatos para ellos: unos tenis para Irene, y botas para Tristán. Debajo del brazo, Tristán llevaba sus jerséis y sus viejos zapatos. —¿Eso es todo? —preguntó Cyndy. —Paguemos y vámonos —replicó Drake. Mientras caminaba al mostrador, siguiendo a Cyndy, sacó las etiquetas de su ropa. Irene y Tristán hicieron lo mismo, caminando entre los pasillos. Cuando pasaron un estante de gorros, Drake tomó el primero que vio, un gorro de lana que parecía caliente con solapas para las orejas. Una borla colorida adornaba la cima del gorro, y unas borlas gemelas, de al menos medio metro, colgaban de las solapas de las orejas y acababan en cordones deshilachados de lana. Drake lo puso sobre su cabeza y escuchó a Irene soltar una risita. Miró a los lados de ella y rescató un gorro de hombre viejo para ella, negro y gris, colocándolo sobre su pelo rojizo. Tristán tomó un bombín, de todas las cosas, y se lo colocó. Era demasiado grande, pero la punta de sus orejas y los cristales de sus gafas evitaron que el gorro cayera sobre sus ojos. Colocado en frente del mostrador había un exhibidor giratorio de gafas de sol. Drake eligió un par con una simple envoltura Oakley y las colocó en su cara. Irene y Tristán lo siguieron, eligiendo unas gafas de sol para ellos. Tristán eligió un par con lentes cómicamente gigantes para que entraran sobre sus lentes.

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Cyndy se había movido alrededor del mostrador, y cuando miró a los tres con sus sombreros y gafas, estalló en carcajadas. —Así que ¿de quién se están escondiendo? Drake le dio una sonrisa relajada y le tendió la mano llena de billetes, así ella podía empezar a registrar sus compras. —Qué alivio —dijo Tristán tirando sus ropas ensangrentadas y los zapatos de la Alianza en el contenedor más cercano—. Nunca más —murmuró. Nunca más, acordó Drake, haciéndolo una promesa. Moriré antes de poner un pie de nuevo en el infierno de la Alianza. Página | 32 —¿Deberíamos preocuparnos de que destaquemos por unas gafas de sol? —le preguntó Irene a Tristán. Avanzaron calle abajo, lejos de la tienda y del banco, las sirenas todavía sonaban en la distancia, e intentaron no parecer acosados o con prisa—. Quiero decir, ¿incluso con las cámaras inteligentes? Tristán se encogió de hombros. —Estamos mejor con ellas que sin ellas. —No sonó seguro—. El software analítico de las cámaras es inteligente, pero ¿lo suficiente inteligente como para buscar a tres personas llevando gafas de sol en un día nublado? —Meneó la cabeza—. Quizás… pero les llevará más tiempo, que es lo que necesitamos, ¿cierto? —Es como si hubiéramos escapado de una prisión para estar en otra — murmuró Drake. Las borlas de su gorro le golpeaban el pecho mientras caminaba—. No podemos escondernos de las cámaras. ¡Nunca nada es privado! Tristán resopló. —Privado. Renunciamos a lo privado hace veinte años por los teléfonos inteligentes y las redes sociales. No es que me queje, me encantan esas cosas tecnológicas, pero si acabas en el lado equivocado de la Alianza…

—Estaba pensando en que deberíamos quedarnos en un hotel —dijo Drake—. Ya saben, esconderse en algún lugar tan obvio donde no nos buscarían. Pero ahora no estoy seguro. La red se está cerrando, ¿no? Desde el dron en el bosque hasta el banco. Necesitábamos dinero, pero se están acercando. Si no escapamos de esta ciudad pronto, ahora, entonces no escaparemos. Tan simple como eso. —¿Qué deberíamos hacer entonces? —preguntó Irene—. Esto es lo tuyo, camarada. Drake meneó la cabeza. Ojalá supiera… ¿Cómo demonios voy a volver a Londres? Y después de eso, ¿entonces qué? Página | 33 —¿Un tren para salir de aquí? ¿Creéis que podamos subir sin nuestras identificaciones? —Miró a Irene. —¿Me estás preguntando? —Eres canadiense. —Golpeó un ladrillo de la pared con el pie de la bota—. Esto es Canadá. —Soy de Vancouver, ¡lo que está en la otra punta del país! —Se encogió de hombros—. Will, lo siento. No lo sé. Nunca he estado en esta provincia antes. Nunca hemos tenido que tener una identificación en Vancouver, a menos que quisiéramos utilizar el descuento de estudiantes. —La Alianza controla el Tubo en Londres —dijo Drake—. No se puede comprar un ticket como se solía hacer. Necesitas una tarjeta de pasajero de la Alianza, con tu foto y todo. Probablemente rastrea cada maldito movimiento, también. —No, eso es para lo que sirve tu teléfono —dijo Tristán—. Pero hay maneras de esconderse, si eres inteligente. La calle en la que estaban parecía curvarse hacia el corazón de St. John’s. La gente se había condensado, y los alrededores de la ciudad, con apartamentos

y raras máquina de dinero, habían abierto camino a hileras de tiendas y edificios más altos. Debía de haber una estación de tren por aquí, en algún lugar. Drake mantuvo los ojos abiertos buscando un tablero de información turística o algo. Supuso que podría preguntarle a alguien. —Hay muchas cámaras en la estación de trenes —dijo Tristán—. Y creo que la Alianza estará vigilando cuidadosamente. Especialmente ahora que saben que tenemos dinero. —Estiró una de las correas de la mochila de Drake. —No veo otra opción. —Drake hasta ahora había seguido la red, el mapa en su mente que siempre mostraba una salida y que lo había sacado a él y a sus amigos de La Plataforma, pero no podía entrar en un aeropuerto, y reservar un Página | 34 pasaje en el siguiente vuelo a casa. Un océano entero entre este lugar y Londres…—. A menos que quieran caminar. —¿Caminar a dónde? —preguntó Irene, dándole voz a lo que todos ellos se preguntaban. Unos pocos copos de nieve cayeron del cielo, uno se quedó en la nariz de Drake. Se quedó mirando embobado a los copos que se derretían en su jersey. ¿Dónde, de hecho? —Voy a por un perrito caliente —dijo—, ¿alguien quiere uno? Se acercó al camión de comida ambulante, aparcado en el lado de la calle opuesto a un supermercado, con un gran reloj adornando la parte delantera. La hora se había quedado atascada en las cuatro. —¿Qué te doy? —preguntó el hombre del camión. Hablaba inglés, pero su acento bailaba entre el Francés-Canadiense. —Uno con todo, por favor —dijo Drake—. ¿Chicos? Irene se puso la mano en el estómago, y Tristán meneó la cabeza. —Estoy demasiado nerviosa para comer —dijo Irene, sobre su hombro.

Drake se encogió de hombros y le tendió un billete de veinte dólares al hombre del camión. El hombre le tendió un rollo blanco con mostaza, kétchup, cebollas, chucrut, y algo más debajo de todo, una salchicha de carne de res. El aroma de eso era enloquecedor, y Drake se lo acabó en unos pocos bocados, la mostaza cayendo por la barbilla. —Eso fue asqueroso —dijo Irene. Tristán rio. —Lo inhalaste, compañero. —Sigo hambriento. —Drake tomó más cambio de su cartera y se dirigió Página | 35 al puesto—. ¿Puede darme otro? —El hombre en la furgoneta se encogió de hombros y encendió su cocina de nuevo—. Y algo frío. —Una lata de soda se deslizó sobre el borde. Drake tamborileó sobre la tabla mientras el segundo perrito caliente se preparaba. Tomó tres grandes tragos y sintió las burbujas quemarle la garganta. Hizo una mueca y aceptó la segunda salchicha. Lo comió con un poco más de cuidado, en tanto sus guantes de cuero se cubrían de salsa y grasa. —¿Estás bien? —preguntó Tristán. —Realmente hambriento… —Drake frunció el ceño y se les acercó—. Creo, creo que el uso de tú-sabes-qué toma energía de mí. Por eso estaba siendo tan cuidadoso en el bosque. Necesito recargar mis baterías. —¿Quieres probar con tres? —preguntó el vendedor de comida. Drake sonrió. —Creo que podría. Uno para el camino, quizás. —Le tendió más monedas de su cambio—. ¿Sabes qué? Quédate el cambio. ¿Hay cerca una estación de trenes? El vendedor asintió mientras hacía el tercer rollo con cebollas y mostaza.

—El Newfoundland Railway por la calle Water. Dos calles por este camino. Una gran cosa que construyó la Alianza unos años atrás. No puedes perderte. —Estamos buscando algo para volver al continente —dijo Irene—. Hacia Quebec. El vendedor le tendió a Drake otro perrito caliente y se rascó la nuca frunciendo el ceño. —Hmm… bien, pueden tomar el tren esta noche, probablemente, hacia Argentia. Pero tendrían que tomar el ferri por New Brunswick o Nueva Escocia. O mejor todavía, un vuelo desde Bristol Field. Seguramente encuentres una ruta Página | 36 mejor en el teléfono. Irene le dio las gracias, y Drake lideró el camino a la estación a unas pocas calles. Su estómago gruñó, y lamió la salchicha de sus labios. La comida era lo que necesitaba, pero podría haber a por otro par de rondas en el camión de comida. Cuando usas el cristal, estás quemando más energía o algo. Energía que parecía reponerse desde un inmenso profundo océano, encerrado en su mente, pero su cuerpo debía estar aun así cansado, con más desgaste; incluso no podía dormir. Lo que necesito es algún tiempo para averiguar lo que pasa. Antes de que me mate. La estación de trenes de la calle Water era una moderna construcción de cristal, con varias plantas y construida para enfrentar el frío de la brisa del mar y el puerto de St. John. Drake encorvó los hombros contra la brisa helada y miró el puerto. Sobre el agua, entre las casa flotantes y las plataformas de carga, estaba el gran complejo que transportaba tanto personal como residentes de ida y vuelta entre St. John’s y La Plataforma. Drake tuvo la extraña urgencia de meterse en el puerto y nadar de vuelta a la dilapidada plataforma de petróleo en medio del océano Ártico, a cientos de millas. Un escalofrío le recorrió desde los hombros hasta la parte baja de la espalda, se sentía observado. No por cámaras, los ojos de la Alianza, sino por

algo mucho más cruel y… enfadado. Algo en el cristal. Meneó la cabeza y aclaró sus pensamientos, pero el picor permaneció, emborronándose en la parte trasera de su mente. —Casi hemos vuelto al principio del círculo —dijo Tristán, reconociendo el borde de la isla desde el puerto—. Mierda. —Tenemos que salir de aquí —dijo Irene. —A algún lugar que no sea esta ciudad —acordó Drake, mientras entraban en la estación por las puertas giratorias de cristal. Miró al tablero de salidas y llegadas, justo dentro del gran recibidor abundaban tiendas de comida rápida, bares y pequeñas tiendas de segunda mano. Un constante río de personas, Página | 37 familias, gente de negocios en brillantes trajes, y personal de la estación se empujaban por un espacio en el amplio local—. ¿Cuál es el siguiente que sale para la costa? Irene ya lo había averiguado. —A las 5 en punto para Argentia. Plataforma 7. El chico de los perritos calientes parecía creer que podíamos tomar un ferry desde allí. Había una máquina de autoservicios para billetes en el suelo de mármol pulido. Tristán encontró uno libre y se movió por unas pocas pantallas, mientras Drake e Irene intentaban mirar inocentemente sobre sus hombros. Él se encogió de hombros. —Sí, hay algunos asientos disponibles en ese para Argentia. Oh, incluso una cabina privada en primera clase, pero piden, como, quinientos… —Le dio una ojeada a la mochila de Drake—. Sí, el cajero. ¿Qué dicen? —preguntó, ya pulsando los botones y confirmando los billetes—. ¿Viajar con estilo?

Capítulo 4 Entrega de Pizza, Sin Piña Con media hora extra antes de que el tren partiera, los tres se sentaron en un pequeño café cerca de la Plataforma 7 e intentaron no mirar las cámaras de la pared. Irene trajo agua y galletas para todos, y Tristán deambuló por The Source, una tienda electrónica, con un montón de billetes y un plan. Drake mantuvo la cabeza gacha hacia la mesa, haciendo todo lo que podía para no Página | 38 parecer culpable mientras evitaba mirar a cualquiera a los ojos. No puedo huir siempre, pensó. Pero con el poder del cristal, no tengo que hacerlo. Solo tengo que llegar a Londres. Puedo hacer que mamá sane… Miró a Irene. Con su ayuda, su poder medicinal. Media hora más tarde, el tren partió de la estación a tiempo, con Drake, Irene, y Tristán metidos en el vagón del frente. El inspector de billetes no les había dedicado un segundo vistazo. El compartimento era espléndido, completo con un refrigerador pequeño que contenía todo tipo de aperitivos deliciosos. Filas gemelas de estantes para el equipaje estaban colocadas sobre los asientos, los cuales se plegaban en camas de cuerpo entero. Una pantalla de televisión estaba oculta en el brazo de cada cama despegable, y en la pared externa del vagón se extendía una ventana clara. —Esto definitivamente le gana a la idea de comodidad de la Alianza en La Plataforma —le dijo Drake a sus amigos—. Unas pocas semanas hacen la diferencia, ¿eh? Especialmente después de la cabaña del bosque. —Hace unas semanas, te estabas desangrando hasta la muerte en el suelo de nuestra celda después de que Brand te golpeara —dijo Tristán—. Demonios, estaba seguro de que estabas muriendo.

—Lo habría hecho, de no ser por ti. —Drake sonrió. Se pasó la lengua sobre los dientes de arriba, sobre su hueco. Brand le había dado un gancho derecho y le costó un diente—. E Irene por supuesto, dándote aquellas pastillas de la enfermería. —Bien, de nada. Pero supongo que estamos en paz después de lo que pasó en el Titán. Nos salvaste de hundirnos con el barco… aunque en parte fue culpa tuya que nos hundiéramos en primer lugar. Eh. —Tristán hizo una pausa, entonces pensó, y colocó su billete en el asiento vacío junto a la ventana—. Son cerca de tres horas hasta Argentia. Hora de trabajar. —Sacó las cosas de su bolsa de compras de la tienda electrónica y empezó a acomodar las herramientas y Página | 39 componentes que había comprado en la mesa frente a él. —Esto casi parece demasiado fácil —dijo Irene, con una sonrisa de oreja a oreja, rebotando en los asientos cómodos de cuero. Drake le dirigió una mirada sombría. —No estamos lejos todavía. La Alianza me ha atrapado cada vez que he escapado. Por supuesto, no podía derretir paredes esas veces, pero no tardará demasiado, ¿o sí, Tristán?, antes de que ellos sepan que estamos en este tren. Tristán elevó las palmas hacia el techo y se encogió de hombros. —Depende de lo cuidadoso que quieras ser, Will. Puede que no sepan que cambiamos nuestras ropas, pero seguramente escudriñarán nuestros pasos hasta la estación de trenes y autobuses. Puede que seamos detenidos solo porque somos tres personas viajando juntas, llevando gorros y gafas de sol que compraron billetes de tren en el último momento. —Suspiró—. Quiero decir, podríamos engañar al algoritmo de la cámara, y digo podríamos, pero si cualquiera está vigilando la cinta entonces… bien, destacamos como un pulgar dolorido pintado de un rosa neón. Drake presionó sus pulgares doloridos.

—Hmm… que fastidio. —Dejó que sus hombros cayeran un poco—. Realmente, de verdad quiero evitar una pelea, pero no podemos ser recapturados. Saben eso chicos, ¿verdad? Con lo que sabemos, la Alianza no va enviarnos de vuelta a una de sus prisiones. —Nos matarán —susurró Tristán. Cruzó los brazos y miró por una ventana cuando el tren salió de la estación. La nevada estaba cubriendo St. John—. Está oscureciendo. —Podemos ir en tren hasta una de las estaciones más pequeñas —sugirió Drake, intentando seguir la red unos pocos hilos más abajo de la línea—. En algún lugar fuera del camino, algo rural, sin cámaras. Un cambio de trenes, Página | 40 quizás, haciéndoles perder el rastro. —Si conseguimos llegar tan lejos. —Irene se mordió el labio—. Pero Terranova es todavía una gran isla. Tendremos que usar un ferry o algo, finalmente. Oh, tengo un mal presentimiento sobre esto. —Eso es solo depresión post-escape —dijo Drake—. Los tengo todo el tiempo. Irene puso los ojos en blanco. —Eso no es alentador. Drake se apretó la rodilla y se encogió de hombros, sofocando un bostezo. —Ah, ¿pueden creerlo? No me he sentido cansado y ahora… estamos cómodos. —Se reclinó en su sitio y alzó los brazos sobre su cabeza—. Veré si puedo descansar un poco. Despiértenme por cualquier cosa. —Creo que de hecho está dormido —dijo Irene, a los quince minutos de viaje hacia Argentia. Suspiró. El nudo de preocupación, envuelto alrededor de su corazón, se aflojó un poco—. Es un alivio. Ha estado despierto demasiado tiempo.

Tristán jugueteó con el dron de búsqueda robado en la mesa, un lío de cables enredados y herramientas al alcance de la mano. Miró a Drake y entonces volvió a su trabajo. —¿Entonces irás con él? —¿Disculpa? —A Londres —dijo Tristán—. Él no ha traído el tema a colación todavía, desde nuestra escapada, pero es a dónde irá, ya sabes. Todo de lo que hablaba, cuando lograba que hablase. Encontrar a su madre y ayudarla, si puede. —No lo sé —dijo Irene, levantando los pies y abrazándose las rodillas. Se Página | 41 meció suavemente en su sitio, al ritmo del tren—. ¿Cómo llegaremos allí? Tristán sacudió la cabeza. —No le digas que dije esto, pero no lo haremos. —Se encogió de hombros y desenroscó lo que parecía un circuito dentro del dron—. E incluso si por algún milagro profano consiguiéramos cruzar todo el Atlántico Norte y encontráramos a su madre viva, no estará sola. —La Alianza —dijo Irene. Tristán asintió. —En el momento que Storm reportó nuestra huida, la Alianza habrá enviado a alguien a vigilarla. No conseguiremos llegar a una milla de donde ella vive. Si está viva. Irene le dio una mirada rápida a Drake, todavía dormido en su silla bajo ese estúpido gorro. —No creo que puedan conseguir evitar que llegue hasta ella sin… —Sin matarlo, sí —dijo Tristán—. Cristo, hace dos semanas hundió un superpetrolero y su cuerpo se curó de un disparo, una pierna rota, y una infernal paliza de Marcus Brand. Hoy te leyó la mente. ¿Qué hará mañana, Irene? ¿Ver

el futuro? ¿Disparar rayos láser por los ojos? ¿Volar? ¿Qué pasa si se despierta de su pequeño sueño y es Superman? —Señaló Tristán con dos dedos a Irene y meneó la cabeza—. No importa si está loco o no, como Carl. Se quedará con nosotros, ¿lo crees? ¿Si simplemente puede salir volando? No sé si yo lo haría. —Se quedaría —dijo Irene, pero su voz se quebró y traicionó su preocupación. —Y si… —Tristán suspiró y removió sus gafas, limpiando las lentes fracturadas con el borde de su camiseta—. ¿Y si está mejor por su cuenta? — susurró. Irene elevó una ceja y miró a Drake, comprobando que todavía seguía Página | 42 dormido. Su respiración decía que lo estaba, pero estaba frunciendo el ceño, y sus ojos se movían bajos sus párpados. Pesadillas, pensó ella. Espero que solo sea eso. —¿Estás diciendo que quieres se vaya? —preguntó Irene. Tristán se encogió de hombros. —No, no, no es lo que estoy diciendo. Pero se volverá más peligroso cuanto más se acerque la Alianza. —Aseguró un panel al dron y eligió un destornillador pequeño, meneándolo hacia Irene—. Y se están acercando, Irene. Como una horca alrededor de nuestros cuellos, cuanto más corre él más la aprietan. Todo lo que estoy diciendo es que tener a Will Drake cerca es peligroso. —Sostuvo la mirada un momento antes de volver a su dron—. Eso es todo. Puede que no lo estés diciendo, pero estás pensando en dejarlo. Irene se retorció en su asiento y miró a Drake de nuevo. ¿Qué vamos a hacer? Drake despertó para encontrar un dron de rastreo de la Alianza en el aire sobre la mesa. Maldijo y saltó en su asiento mientras todos los vestigios de un duro y nervioso sueño se alejaban en un instante.

—¡Está bien! ¡Está bien! —dijo Tristán, mirando las manos enguantadas de Drake—. No dispares. Lo he reprogramado. Drake se relajó y se frotó la frente. —Dolor de cabeza —murmuró—. Y un sueño extraño sobre… ¿cuánto tiempo he dormido? —Poco más de una hora —dijo Irene—. Pero te has movido y girado mucho. ¿Caramelos? —Sostuvo una bolsa de golosinas dulces de colores—. Tomé estas del refrigerador. Drake aceptó una y se la puso en la boca. Se quedó mirando el dron Página | 43 volador, los engranajes interiores zumbando suavemente y se preocupó. Los engranajes tenían un suave tictac en ellos, saltándose un golpe, como si alguien los hubiera dañado recientemente con un mágico tornillo luminoso—. ¿Estás seguro que esa cosa no rastrea nuestra localización de vuelta a Alianza? Tristán tosió y le lanzó algo sobre la mesa. Drake lo atrapó y miró lo que parecía un circuito complejo, con docenas de pequeños microchips cubriendo la superficie. —Esto es básicamente el transmisor —explicó Tristán—. Sin esto, el dron no puede reportar a casa sin que se lo diga, o recibir alguna orden externa de la Alianza. Confía en mí, sé lo que estoy haciendo. —Le lanzó a Drake algo más. —¿Para qué es esto? —preguntó Drake, mirando un pequeño teléfono. Presionó el botón de inicio, y la pantalla se iluminó con un montón de aplicaciones—. No podemos usar estos, estarán sobre nosotros en segundos. Tristán cruzó los brazos y sonrió con suficiencia. —No si dirigimos las señales a través de la red inalámbrica de Fluidmesh, los viejos canales de microondas, en el dron. Abre la app de la cámara. Drake dudó y entonces se encogió de hombros. Pulsó el icono de la cámara, y la pantalla mostró una imagen de… de sí mismo, en su sitio en el

compartimento. Miró al dron, a las lentes en su interior, y bajó la mirada a la pantalla. El teléfono estaba recibiendo la información del dron al mismo tiempo. —Vale, esto es bastante mañoso. —Compré teléfonos para todos nosotros —dijo Tristán dándole a Irene una mirada que Drake no pudo leer—. En caso que seamos capturados o algo. Los números están guardados. Drake escaneó su lista de contactos y vio dos números. Irene Finlay y Michael Tristán. Esto le hizo sonreír, cómo Tristán había usado sus nombres propios completos. Le gustan los pequeños detalles. —Una cosa más. —Irene le tendió un trozo de papel sobre la mesa a Drake. Él tomó el papel, sacado de uno de los manuales del teléfono, por lo que parecía, y vio un grupo de números. —¿Qué es esto? —Idea de Irene —dijo Tristán—. Códigos internacionales para llamadas a Londres. Pensamos que quizás querrías llamar a casa. Drake se congeló por un momento, considerándolo, y entonces sonrió. —Caramba… después de tanto tiempo, ¿es tan fácil? ¿Puedo llamar a casa, así como así? —Demonios, puedes postea que has escapado de La Plataforma o tomarte un selfie, si quieres, pero sí, si recuerdas el número de casa —dijo Tristán—. Sería rápido, sin embargo. Guiar la llamada por el dron significa que la Alianza no será capaz de tomar nuestra localización, pero serán capaces de escuchar si le han puesto un micrófono a tu madre. Drake se quitó el guante de la mano derecha y se sintió feliz de que sus dedos no estuvieran aglomerados y que no hubiera luz azul bailando debajo de su piel. Lentamente pulsó los números en la pantalla táctil, como si estuviera

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asustado de que el teléfono se destrozara o desapareciera, o que todavía estuviera soñando. Marcó el número de casa de memoria, asegurándose que fuera correcto después de dos años lejos, y presionó el botón de llamada. La pantalla cambió a una imagen de un teléfono con barras de señales iluminándose en él, y Drake contuvo la respiración. Mientras el tren avanzaba por los raíles nevados de Terranova y Labrador, un pequeño estallido de señal del teléfono de Drake rebotó a través del dron de la Alianza, y se transmitió a través de la red inalámbrica global. El teléfono pitó. El teléfono conectó. Y el ligero sonido de un tono de llamada, viajando a más de cinco mil kilómetros, sonó en la silenciosa cabina. Drake presionó el teléfono contra su oreja, su corazón acelerando, mientras alguien lo tomaba en la otra línea. —Pizza Little Caersar’s —dijo un hombre con un suave acento de Londres—. ¿Recoge o entrega? Drake parpadeó y se apartó el teléfono de la oreja. Leyó el número en la pantalla y maldijo. —Marqué el número equivocado —murmuró y finalizó la llamada—. Tengo comida en la cabeza. No creo que entreguen comida tan lejos, de todas formas. Marcó el número de nuevo, más lentamente, y escribió los dos últimos dígitos para marcar su número actual de casa. El tono sonó dos veces antes de que su madre contestara. —Hola —dijo ella, con su voz delicada pero inconfundible.

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Drake tomó una pausa, sintió una sonrisa salvaje creciendo en el fondo de su garganta, y no podía pensar en nada que decir. ¡Está viva! —Hola —dijo su madre de nuevo—. ¿Hay alguien ahí? —Sonaba enferma, para los oídos de Drake. Estaba enferma. Drake sintió una mano sobre su hombro y miró a Irene. Con una mirada tranquilizadora en su rostro, probablemente parecía un ciervo ante la luz de unos faros. Su barriga se encogió como si hubiera estallado un superpetrolero en todo su estómago. —¿Will? —preguntó su madre—. ¿Will, eres tú? Página | 46

Drake tomó una profunda respiración y exhaló. —Hey, mamá. Sí, soy yo. Um… hola. —Oh, Will, ¿qué has hecho? Las noticias están diciendo cosas terribles sobre ti… —Mamá, no las creas… —La línea chirrió, y Drake alejó el teléfono de su oreja con un silbido de dolor. Comprobó la pantalla, todavía conectada, y con cuidado puso de nuevo el teléfono de vuelta en su oreja—. ¿Hola? ¿Mamá? ¿Estás ahí? —Buenas tardes, Sr. Drake —dijo un voz profunda y lisa—. ¿Sabe quién soy? Drake reconoció la voz, en cualquier parte lo haría. Apretó el teléfono casi tan duro como para romper la funda que cubría el aparato. —Lucien Whitmore —dijo Drake—. Rey de la Alianza. Parece que hemos cruzado de línea… lo siento, estaba intentado pedir una pizza. Whitmore soltó una risita, y Drake lo imaginó detrás de algún escritorio enorme de caoba, vestido con un traje caro, y en una oficina por encima de New York —los cuarteles de la Alianza— en el crepúsculo. O, como Drake lo vio la

primera vez, en lo profundo de La Plataforma, mirando a Carl Anderson en su celda de cristal, detrás de las gafas de sol tintadas que Whitmore llevaba en cada imagen y entrevista. El hombre era un monstruo que criaba monstruos. —¿Tiene hambre, Sr. Drake? —preguntó Withmore—. Está dentro de mis medios proveer pizza, si me dice dónde está. En la mesa Tristán había apretado los puños tan fuerte que sus nudillos estaban blancos. —Cuelga —murmuró. Drake levantó un dedo y lo silenció. —¿Has hecho daño a mi madre? —Todo lo contrario. Estoy vigilando que consiga todo lo que necesita, dada su condición. Le pusiste a la Alianza un ojo negro con tu reciente escapada. — Withmore chasqueó la lengua, su voz sonó como papel de lija—. ¿Qué mejor manera para proteger nuestra reputación que cuidando de la madre del joven y equivocado William Drake? —¿Equivocado? —se mofó—. Las noticas me están llamando terrorista. —Lo que hiciste en La Plataforma fue causa de un gran terror —dijo Withmore—. Y la opinión pública es todo sobre percepción, Sr. Drake. —Sí, ¡pero no maté a nadie! —¿No? ¿Qué hay sobre el chico que dejaste salir de su jaula en mis instalaciones en La Plataforma? ¿Carl Anderson? ¿Por qué lo dejaste ir? Drake tragó y no dijo nada. —¿Fue por qué sabías qué iba a hacer con su breve libertad? Soltaste esa particular flecha del arco, y desató la chispa que causó el incendio. Él murió para que pudieras escapar, y se llevó una buena parte de mis hombres con él. — El tono de Withmore sugería una firme confianza. Drake estaba tratando con el

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hombre que controlaba el mundo, y Withmore lo sabía—. No es el primer joven que muere por tu culpa, ¿no es cierto? ¿No has tenido demasiadas muertes por tu libertad, Sr. Drake? Aaron… Drake todavía sentía el golpe de las llamas de su intento de escapada fallido de Cedarwood. —Adiós, Sr. Whitmore. —¿Cómo escapaste de Harronway? Drake vaciló. —Salí por la puerta delantera, silbando una alegre melodía y chasqueando Página | 48 los talones. Whitmore rio. —No, no, no lo hiciste —dijo él, con tal sinceridad que los hombros de Drake se desplomaron—. No puedes huir para siempre, Sr. Drake. —Míreme. —Lo he hecho, jovencito, y ahora me temo que has alcanzado el final de la línea. El corazón de Drake saltó en su garganta. Final de la línea… terminó la llamada y soltó el teléfono en la mesa. —Él sabe dónde estamos. Tenemos que… El tren dio un bandazo. El movimiento lanzó a Irene y Drake contra sus asientos, y lanzó a Tristán de frente contra la mesa. Los frenos chirriaron contra los raíles y se cayeron los caramelos de Irene al suelo. En el exterior, un rayo repentino de luz barrió el suelo, haciendo que la nieve se iluminara, hasta que se iluminó la cabina. Las hélices pesadas de los helicópteros cortaban el aire, y Drake observó con rostro sombrío, como

hombres enmascarados descendían de dos helicópteros de ataque con la marca de la Alianza mediante cuerdas negras. El helicóptero se balanceó sobre el tren, fuera de la vista, y el golpe de botas pesadas resonó contra el techo. Drake se puso de pie y apretó los puños. —¿Final de la línea, no? Veremos eso.

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Capítulo 5 Descarrilado —Tristán —dijo Drake—, tú llevas el paquete; ¿qué va a hacer el dron? —Seguir nuestra señal —respondió Tristán, colocando el bolso de dinero y provisiones en sus hombros. Sin el dron, la bolsa parecía pesada pero manejable para su pequeña figura. Drake se movió el gorro y deslizó las gafas en su bolsillo. —Bien. Síganme. —¿Qué vamos a hacer? —preguntó Irene, el miedo escrito con claridad en su cara. —Seguir la red —dijo Drake—. Seguir siguiendo la ridícula y vieja red. Créeme, aún no nos han atrapado. —¡Pero ellos son soldados con armas! —Tristán apretó su teléfono con la suficiente fuerza para que sus nudillos se pusieran blancos. Drake asintió y se quitó uno de sus guantes. —Sí, lo son. —Sostuvo en alto su mano derecha y se concentró. Unas llamas de un azul ardiente estallaron de sus dedos, chamuscando el borde de su buzo—. Pero no están listos para esto. —¿Cómo demonios sabes lo que estás haciendo con eso? —preguntó Tristán. Drake se encogió de hombros y salió al corredor.

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—No sé, pero ha funcionado hasta el momento, y está funcionando ahora. Quedémonos en eso, ¿eh? —¿Qué hay sobre…? —Tristán dudó—. ¿Qué hay del revolver del alcaide? —No —intervino Irene. —Mejor no —concordó Drake—. Es más probable que nos disparemos a nosotros mismos; y no deberíamos estar disparando a nadie. —¿No han muerto suficientes por su libertad, Sr. Drake?—. Vamos. Tenemos que apurarnos. — Emprendió el camino a lo largo del corredor a un paso constante, dirigiéndose Página | 51 al extremo del tren. Los pasajeros confundidos sacaban las cabezas de los compartimientos mientras Drake pasaba apresurado, las solapas de su gorro balanceándose. Su brillante mano derecha dejaba un rastro de chispas flotando tras de sí. Entró al vagón comedor, el olor de café tostado en el aire, con Irene y Tristán en sus talones. El siguiente vagón estaba vagamente poblado, con hileras gemelas de asientos a lo largo. Drake redujo su carrera a un paso ligero. Ignoró las miradas extrañas que le dirigían otros pasajeros. Cuando estaba casi a mitad del pasillo, la puerta en el otro extremo se abrió explosivamente. Un soldado alto, vestido con un traje militar de combate negro y una máscara de gas conocida, entró en el carro con su elegante rifle levantado. Pasó el arma alrededor del vagón y la detuvo en Drake. Un largo segundo pasó, y el dedo del soldado se crispó sobre el gatillo del rifle al mismo tiempo que Drake levantaba la mano. El rifle siseó. Drake retrocedió. Un dardo se estrelló contra una barrera invisible en frente de su rostro. Se quedó atrapado en el aire por un instante, como si se hubiera clavado contra una

lámina de vidrio delgado. El agente tranquilizante goteó hasta el piso. Drake sintió la sorpresa reflejada detrás de la máscara del soldado. Antes de que el soldado pudiera disparar de nuevo, Drake dio un paso adelante —actuando únicamente con lo que había sido capaz de deducir en las dos semanas pasadas— y bajó la mano a través del aire. Una violenta ola de fuerza se disparó por el corredor, rompiendo vidrios, agrietando los paneles de madera en las paredes, y forzando a los pasajeros contra sus asientos. El soldado recibió el embate de la ola y se estrelló en la parte posterior del coche. Se desplomó, la cabeza contra el hombro, y el rifle cayó de su agarre. —Sigamos. —Drake comenzó a correr de nuevo. Se quitó el guante de la Página | 52 mano izquierda, pero ocultó el desastre brillante en su bolsillo—. Habrá más de uno. Pasando encima de un soldado inconsciente, Drake empujó la puerta del coche para abrirla. Una fresca y mordaz brisa traía ráfagas de nieve helada, así como el estruendoso sonido de helicópteros sobrevolando. Abrazándose contra el frío, Drake salió del tren; moviendo la cabeza de derecha a izquierda en busca de soldados de la Alianza, entonces giró para asegurarse de que Irene y Tristán estuvieran a la par. —Hace frío aquí, ¿no? —preguntó, como si el clima fuera lo más importante en su mente. El tren se había detenido en un amplio y nevado claro rodeado de las negras siluetas de los árboles; otro bosque. —Un poco fresco, sí —concordó Tristán. Media docena de dardos salieron del tren; los tres objetivos iluminados donde se encontraban, resaltados contra la luz del tren. Irene lanzó a Tristán del vagón y cayó con él en la nieve que llegaba hasta la rodilla. Drake giró y vio tres soldados agazapados contra la nieve, las bocas de sus rifles chispeando mientras disparaban a Drake y sus amigos. Drake levantó la mano, y un escudo invisible se formó en el aire. No podía sentirlo, pero los dardos desplomándose le mostraban que estaba funcionando.

Necesito un escudo que nos siga. ¿Puedo hacer eso? —Solo hay una forma de saberlo —murmuró—. Vamos. Podemos perderlos en los árboles. Drake levantó a Tristán de la nieve con la mano izquierda, manteniendo la derecha encendida fuera del camino para no hacer daño, y lo colocó sobre sus pies. Uno de los helicópteros voló sobre el tren, y corrientes de viento y nieve los golpearon. Al menos, el viento y la nieve lo intentaron; pero el escudo invisible forzó al ventarrón a dividirse alrededor de ellos. —Eso es tan genial. —Se maravilló Irene. —Lo sé, ¿verdad? —Drake rio y empezó a dar pasos largos a través de la nieve de medio metro de profundidad—. Solo espero que no esté quemando mi cerebro. —Creo que ya estaba frito mucho antes de La Plataforma —bromeó Tristán. Estaba cubierto de nieve de su buceo fuera del tren y temblando; si era por el frío o la adrenalina Drake no lo sabía. Tenía su teléfono fuera y estaba grabando lo mejor que podía. —Tres psicólogos de la Alianza y un juzgado en Londres estarían de acuerdo. Avanzar a través de la nieve era un trabajo lento, y los soldados estaban teniendo problemas cercándolos, manteniendo la distancia y manteniéndolos a la vista. El escudo de Drake estaba deteniendo sus dardos, pero no estaba seguro de por qué su escudo había aparecido —solo que había querido que apareciera— o porqué se mantenía a la par con él mientras atravesaba la nieve. El poder que corría a través de su brazo y fuera de su mano se sentía cálido, invitante. Y algo más. Vasto… No, no vasto. Profundo. Antiguo. El segundo helicóptero se había movido de sobre el tren y planeaba sobre la oscura línea de árboles, golpeando las ramas altas de pinos blancos, y tirando

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la nieve suelta. Drake sacudió su brazo iluminado hacia arriba, y una energía maliciosa trazó un arco a través de la nieve —cavando un profundo surco— y se curvó hacia arriba al helicóptero. El pilotó giró el helicóptero alejándose, pero no lo suficientemente rápido. El crescendo de energía blanca cortó limpiamente la cola, separando el rotor posterior. El helicóptero giró fuera de control sobre los árboles —el reflector debajo lanzando luz salvajemente en el borde del bosque— y se estrelló contra un apilamiento de nieve. Las aspas se partieron y volaron por todo el claro, finalmente empalándose en el suelo y los árboles. Un pedazo de chatarra se estrelló contra el escudo invisible de Drake con un resonante chunk de metal Página | 54 rompiéndose. El otro helicóptero se alejó del choque, lejos de Drake. Reluciente cristal, tan azul como el cielo, se había formado por el camino que había trazado el rayo de energía de Drake. Se maravilló ante el cristal — como una ola congelada apunto de estrellarse contra la costa— y tocó el cristal con la punta de los dedos. El cristal cantó, con un repique como campanas de iglesia, y se hizo añicos. Irene y Tristán corrieron a esconderse, pero Drake miró los pedazos caerse como chispas de azul eléctrico mezcladas con blanco. Desparecieron en la nieve y fundieron el polvo por debajo. Las chispas más ligeras fueron barridas con el viento, marcando la prístina nieve con cientos de pequeñas abrasiones. Yo hice eso. Lo que sea que fuera, era hermoso, y lo hice yo. —Ok, eso es un helicóptero menos —dijo Drake. Docenas de pequeños dardos, el arma favorita de la Alianza en La Plataforma, aún estaban estrellándose contra su escudo—. ¿Creen que puedo tumbar el otro? —Frotó ambas manos, y una cascada de chispas azules cayeron hasta al suelo, como si sus palmas fueran la rueda de un molino golpeando metal. —¡Will, no! —dijo Irene—. ¡No lo hagas!

Parpadeó y miró abajo hacia ella. Estaba de rodillas, aterrorizada. No aterrorizada de los soldados; al menos, no solo de ellos, sino también de él y de lo que estaba haciendo. El otro helicóptero había vuelto detrás de los soldados y aterrizado a un lado del tren. Un hombre surgió de la panza de la bestia de acero y… Drake parpadeó. Algo no estaba bien con el hombre. Sus proporciones estaban… mal. Era algo —al menos 2.10 metros— y sus brazos eran largos, delgados y pálidos. Su rostro estaba medio escondido detrás de una máscara respiratoria, pero los ojos, sobre la máscara, y un poco de nariz se veían tan negros como el carbón. Una intensa sensación de maldad, un aura invisible de Página | 55 malicia, se aferraba al hombre. Drake peleó contra la urgencia de gritar con terror y correr. Solo un truco de la luz. Esto no puede ser lo que estoy viendo. La imagen de un esqueleto vestido en la armadura de la Alianza no estaba lejos de lo que Drake estaba viendo en la pálida luz del helicóptero reflejándose en la nieve. El soldado lo miró, en la distancia, y lo saludó como si fueran viejos amigos. Sintió el saludo casi como un gancho en el estómago. Cada instinto de su cuerpo le decía que corriera y se escondiera —que huyera— incluso los vellos de sus brazos y de su nuca estaban de punta. Espadas gemelas de fuego carmesí emergieron de los brazos del hombre, y lanzó ambas extremidades hacia delante. Pequeñas olas de llamas remolinearon a través del aire hacia ellos. Algún instinto en sus entrañas le dijo a Drake que su escudo no resistiría el golpe. Reflejó el movimiento del soldado, su palma derecha iluminándose. La luz azul eléctrica y rojo rubí se encontraron a la mitad. Una explosión colosal hizo eco en el claro, fundiendo la nieve y sacando al tren de sus rieles. Las llamas se mezclaron, el rojo volviéndose azul y luego ambas en blanco. Una delgada espiral de energía al rojo vivo corrió hacia las nubes. En su base, el fuego se separó para revelar un espacio de aire oscuro que debería haber

mostrado la nieve y los árboles más allá, una grieta en el fuego. En vez de eso, rodeada de llamas, la grieta parecía curvarse hacia dentro contra el aire. Una ira incontenible martilleó en el pecho de Drake, mientras perdía toda sensibilidad en el brazo izquierdo; excepto la adrenalina del poder del cristal. ¿Qué era eso? Un terrible pensamiento corrió por su mente, pero lo apartó a un lado. —¿Estás viendo esto? —Tristán levantó su teléfono, mirando la tormenta de fuego a través de los lentes de su dron, que volaba sobre sus cabezas—. ¿Qué demonios es eso? —No tengo ni idea —susurró Drake. —El dron. —Tristán inspiró profundo—. El dron está recogiendo todo tipo de lecturas extrañas. Santa mierda. La grieta entre la columna continuó curvándose, retorciéndose, y formó un túnel detrás del fuego, como un taladro haciendo un surco en una madera gruesa. Un cono de fuego rodeaba el túnel, cayendo en cascadas hacia algo imposible. Drake avistó cristal azul y sintió una brisa de aire más frío que el clima canadiense. Una brisa de aire que hedía a estancamiento y decaimiento. Lo que se avistaba en las profundidades del túnel era un mundo de cenizas grises y nubes de tormenta relampagueando con rayos rojos. La vista se perdió mientras, desde el túnel, una oscura criatura de obsidiana, con al menos media docenas de largas patas cubiertas de púas, trepaba hacia el claro de nieve. La luz blanca parecía perderse contra su cuerpo. No es piedra, pensó Drake. —¡Oh, está hecho de vidrio! —dijo Irene. —Cristal —murmuró Drake, agarrándose la cabeza—. Está hecho de cristal. —¿Qué es eso? —se las arregló para decir Tristán, su voz ronca y conmocionada—. ¿Qué es eso? ¿Qué es eso? ¿Qué es eso?

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Lucía como una araña del tamaño de un carro pequeño. La criatura se empujó fuera de lo que Drake solo podía considerar como un portal a… algún lado. Una ruptura de la realidad causada por la incompatibilidad del poder sobrenatural. Su forma dejaba un profundo surco en la nieve. Sus patas retorcidas, gruesas como balizas, un nido de ojos parpadeantes, y unas fauces de centelleantes dientes de plata goteando alguna sustancia clara; la araña de cristal se arrastró fuera del torbellino de fuego mezclado de color blanco. Mientras la criatura surgía, la espiral de llamas parpadeó y murió —cualquier energía que diera poder a la luz se había gastado— y el portal se cerró con un sonido como el de romper un papel. Dos cristales, brillando azul y rojo, colgaban en el aire sobre la criatura. Página | 57 Los cristales planearon por un momento, destellando, y entonces el azul se lanzó hacia Drake y el rojo fue hacia el otro lado, hacia el alto soldado con poder imposible. Actuando instintivamente, Drake atrapó el cristal, que era del largo de su antebrazo, en el aire. Se lo lanzó a Tristán que gritó y lo dejó caer en el bolso. La araña chilló. Drake hizo una mueca e Irene puso las manos sobre sus oídos. El sonido era algo entre uñas sobre una polvorienta pizarra y metal rozando metal. Tristán se quedó mirando, con la mandíbula suelta, sosteniendo el teléfono entre él y la bestia como si le ofreciera algún tipo de protección. Los soldados al otro lado del claro giraron sus armas hacia la criatura y dispararon. Docenas de dardos tranquilizantes contra su cubierta vidriosa. Algunos de ellos cambiaron a elegantes pistolas negras, con balas reales, letales, pero las rondas rebotaban contra la araña. El soldado alto que había disparado el rayo carmesí de poder lanzó la cabeza hacia atrás, rio, y le ofreció a Drake dos pulgares hacia arriba. La araña, lo que sea que fuera y de donde fuera que viniera, sacudió su bulbosa cabeza, parpadeó con su centenar de ojos y se giró hacia los soldados

de la Alianza. Se movía lentamente, ocho patas cavando en la nieve y pateando pedazos de hielo compacto en su camino. El hombre con los ojos negros y fuego rojo apretó los puños, y los soldados cayeron detrás del helicóptero. Al mismo tiempo, un gran sonido de metal hizo eco al borde el bosque, de los acoplamientos rompiéndose y el acero estirándose hasta su punto de rotura. El motor se liberó del resto del tren y se elevó quince metros en el aire sobre los rieles. Los aterrorizados y conmocionados pasajeros en el siguiente vagón se aferraron a sus asientos mientras el vagón giraba, como un pivote, y llovían desde arriba cristales rotos. Página | 58 —¿Qué estás haciendo? —gritó Tristán. —No soy yo. —El corazón de Drake golpeaba contra su pecho—. Es… es él. El Hombre Esqueleto. El Hombre Esqueleto se quitó la máscara respiratoria, levantó su delgado brazo sobre la cabeza y le dio una perforante y aguda risa que atravesó a Drake como un oxidado gancho de pescar. Se sostuvo la frente, el dolor pulsando en su cráneo. —Oh mi… —jadeó Irene—. ¿Quién es…? El Hombre Esqueleto lanzó el tren a Drake, sobre la lenta araña de cristal, tan fácilmente como lanzar una pelota de tenis. Moviéndose con una gracia casi casual, tan irreal como la vista del tren girando en el aire, Drake levantó las manos y aplaudió una vez. En algún tipo de autopiloto que no entendía, atrapó el tren en una red invisible. Unos cuantos metros sobre la nieve, el vagón rebotó, como en una cuerda de bungee. ¿Ahora qué? Drake bufó, y no pudo evitar que una risa demente se le escapara. Se colocó las manos sobre la boca para detenerla, y dejó caer la mitad del tren. El

extremo más cercano del vagón se estrelló contra la araña de cristal. La criatura se quebró como si fuera cristal fino, y un icor claro salió de su interior antes de que se perdiera debajo del vagón. —Ups —dijo Drake con lágrimas en los ojos, aún luchando con las risitas. Cuidadosamente bajó el otro extremo del tren a la nieve, bloqueándole la vista del Hombre Esqueleto y del helicóptero, asegurándose de que ningún pasajero estuviera debajo—. Tenemos que irnos ahora —dijo él—. Y sí, creo que eso, en realidad, acaba de pasar. Irene y Tristán estaban de pie a ambos lados de Drake, pero asintieron como uno y giraron hacia el oscuro bosque de árboles cubiertos de nieve. El Página | 59 calor de las explosiones, el portal y el helicóptero caído habían fundido un difícil y resbaladizo camino a través de la nieve. Drake lanzó una rápida mirada sobre el hombro mientras sus amigos entraban al bosque, hacia los soldados, justo cuando aparecían al otro lado del extremo más lejano del vagón descarrilado. Dardos zumbaron en el aire a su alrededor y uno le dio a Tristán justo debajo del cuero cabelludo, en la nuca. —¡Ah! —gritó y se tambaleó hacia delante, el tranquilizante en el dardo noqueándolo por completo. Drake maldijo. Su escudo se había disipado, más que seguro cuando estaba jugando a atrapar el tren. Atrapó a Tristán por debajo de los brazos, lo colgó sobre sus hombros y corrió detrás de Irene adentrándose al bosque. Los árboles pronto les dieron protección de los dardos. Drake dejó que Irene los liderara lejos; lejos del tren, los soldados, arañas monstruosas y… el Hombre Esqueleto. Él es uno de los soldados de Cristal-X de la Alianza, pensó Drake. Tiene que serlo. Cristo, mira lo que le hicieron…

La visibilidad debajo de los árboles era oscura, apenas mejor que grises desteñidos. Las sombras que lanzaban los árboles cortaban la nieve. Irene se tropezó en un nudo de raíces de un árbol y cayó con fuerza sobre su rodilla. Soltó un grito, amortiguó un sollozo, y se empujó de nuevo de pie. —Sigue andando —susurró Drake. No estaba usando ningún poder para llevar a Tristán, pero su pequeño amigo era lo suficientemente ligero para no pesar demasiado en sus hombros. Irene sacó el teléfono que Tristán le había dado de su bolsillo. Gastó unos preciosos segundos tecleando en él. Drake estaba a punto de apresurarla cuando un haz de luz brilló del flash de la cámara en la parte posterior. Página | 60 —Aplicación de linterna. Michael pensó que podía ser una buena idea — dijo ella e hizo una mueca de dolor—. Demonios, mi rodilla está sangrando. Debemos arriesgarnos con la luz así no caeremos en un pozo o algo. —Bien. —Drake pensó que podía oír botas sobre la nieve detrás de él, pero eso podría haber sido el palpitar en sus oídos. Confió en que Irene encontrara el camino correcto, cualquier camino, profundo en el bosque, lejos de los soldados de la Alianza. ¿Qué demonios vamos a hacer? La red se estaba cerrando rápido. Tarde o temprano, serían rodeados. ¡Incluso con mi poder y como sea que lo esté usando, la maldita Alianza está en todos lados y controla todo! Drake empujó sus amargos pensamientos a un lado y se concentró en el presente; y en no romperse el tobillo gracias a alguna malvada raíz de árbol. Después de lo que parecieron horas, pero probablemente fueron tan solo cuarenta y cinco minutos, los árboles se hicieron más delgados y alcanzaron un camino de grava debajo de una fina capa de nieve reciente. Arena y grava había sido puesta recientemente —lo más probable que más temprano ese día— para derretir el hielo, lo que significaba que el camino daba a algún lugar poblado.

Ningún soldado los había seguido a través del bosque, pero no estarían muy lejos por detrás. Apoyándose en la pierna izquierda, Irene cruzó la carretera hacia los árboles del otro lado. —Entremos aquí un poco y paremos —dijo Drake. Sus hombros estaban ardiendo por el peso de Tristán, pero no quería intentar usar su poder de nuevo. Hasta ahora había sido capaz de usarlo en su favor, pero en ningún momento había sentido que tenía el control. ¿De dónde diablos vino esa araña? Irene no respondió pero desapareció alrededor de un matorral. Drake la siguió por una estrecha hondonada más allá de los árboles. Más o menos a Página | 61 cincuenta metros de la carretera, la hondonada se abría en un claro al lado de un río congelado y una barrera de árboles y arbustos que, en la pobre luz que había, parecían impasables. —O nos detenemos aquí —dijo Irene, jadeando por aire—, o tenemos que trepar de nuevo por donde vinimos y buscar otro lugar por dónde pasar. Drake miró por el claro, escondido de la carretera, e intentó no pensar en qué lindo lugar sería para una última pelea. El pensamiento lo hizo sonreír y se forzó a no soltar otra risita. Deja de reír. ¡Nada de lo que pasó hoy es divertido! No pudo evitarlo; la risa estaba viniendo, y estaba a punto de dejar caer sesenta kilógramos de Michael Tristán. Dejó a Tristán apoyado contra el tronco de un árbol. Sus hombros gritaron con alivio, cayó sobre las rodillas en la nieve ligera y soltó una carcajada. Drake rio hacia el cielo nocturno: un millón de estrellas titilaban a lo lejos, entre jirones de nubes grises; hasta que las lágrimas se derramaron por su cara. —¿Will? —preguntó Irene, sin aproximarse del todo—. ¿Estás bien?

—¡Está viva, Irene! —Drake se paró rápidamente y alzó a Irene en un rápido abrazo, haciéndola girar en sus brazos—. ¡Mi vieja, bendita sea, ella sigue viva! Una sonrisa floreció en el rostro de Irene y se volvió un manojo de risas. Empujó el gorro de Drake de su frente y lo besó justo en medio de los ojos.

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Capítulo 6 Luz Velada Irene se sentó contra el tronco frío de un árbol al lado de Tristán y enrolló la pernera de su pantalón por sobre la rodilla. Estaba cubierta de sudor por la carrera a través del bosque, pero se estaba secando por el frío contra su piel, haciéndola temblar. Este frío nos matará más rápido que la Alianza, si no Página | 63 tenemos cuidado. Mantuvo sus oídos alertas por el sonido de botas pesadas o el clic de los rifles de asalto. Por ahora, parecía que habían perdido a los soldados. Su rodilla era un desastre sangriento debido a la caída en los árboles. —Ay —dijo Drake—. ¿Quieres que intente sanarlo…? No, deberías hacerlo tú misma. Caramba, probablemente terminaría cortándote la pierna entera. Irene presionó la palma contra su rodilla. La herida estaba palpitando. Se concentró y atrajo su propio poder —pobre comparado con el de Drake— para lidiar con el dolor. Allá en La Plataforma, le habían dado una gota de cristal azul, apenas lo suficiente para cubrir la cabeza de un alfiler, pero lo suficiente para resultar en la habilidad de curar, entre otros trucos. Unas pocas docenas de chispas corrieron por su brazo y se derramaron en su palma. Un fresco bálsamo se extendió sobre su rodilla, gotas de luz líquida, e hileras de humo brillante escaparon de sus dedos. Cuando Irene quitó la mano, su rodilla estaba cubierta de sangre, pero la herida estaba sellada. Drake estaba golpeando suavemente a Tristán en la mejilla, intentando despertarlo. Irene lo miró cuidadosamente. Más de una vez durante su loca escapada del tren y a través del bosque, había visto destellos de luz carmesí

brillando en sus pupilas. ¿En verdad los viste?, se preguntó. Sí, estaban ahí. Sus ojos están empezando a brillar rojos… lo que no es bueno. —Tristán tiene mala suerte en lo que se refiere a la Alianza y sus dardos tranquilizantes —observó Drake—. Le golpeó uno en el pecho en La Plataforma, también. ¿Recuerdas? Ahí es cuando nos conocimos en la enfermería. —¿Crees que está bien? Drake asintió lentamente. —Está respirando bien. —¿Crees que están muy lejos? —Irene aguzó los oídos, pero aparte del silbido del viento y el rozar de las hojas, no oyó nada que sugiriera que estuvieran siendo perseguidos. Drake miró arriba a la subida de la hondonada y hacia la carretera. —¿Qué hora es? —No muy tarde. Seis y media, tal vez. —Tenemos bastante oscuridad para ocultarnos antes de la mañana. — Drake abrazó su pecho y suspiró—. ¿Viste al hombre allá atrás? ¿El que lanzó el tren? —No, me perdí de eso —respondió Irene sarcástica—. No parecía… normal. —Humano —dijo Drake—. Suena absurdo, lo sé, pero no parecía humano. Y se sentía como… ¿Cómo podría decirlo? Irene se levantó, probó su rodilla sana, y bajó la pernera cortada de su pantalón. —¿Cómo podrías decir qué?

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Drake se encogió de hombros. —Sentí como si lo conociera, de alguna forma. Al Hombre Esqueleto. Irene tembló, y no por el frío. —Hombre Esqueleto… es un nombre horrible, pero le encaja. ¿Crees poder hacer un fuego? Mirando en la distancia, Drake parecía perdido en su propio y pequeño mundo. Sus ojos están bien ahora. Después de un largo instante, él parpadeó y le lanzó una media sonrisa. Página | 65

—Seguro, un fuego puedo hacer. —Miró abajo a su mano derecha mientras esta empezaba a brillar—. Eso es fácil. Media hora después, Tristán había despertado. Irene se sentía casi normal de nuevo, a pesar de los dolores en sus extremidades y el frío cortante, que no podía superar del todo el calor de las dos esferas de ondulante energía que Drake había colgado en el aire contra el borde de la hondonada, para ayudar a ocultar la luz de la carretera por encima. —Esa cosa de cristal que hiciste —dijo Tristán, temblando cerca de una esfera—, esa que tumbó el helicóptero. Drake asintió, imaginando el centellante cristal que se había extendido desde la tierra hasta por encima de los árboles. —Pensé que parecía una ola a punto de chocar. —Sí, esa cosa. ¿Qué era? —¿Honestamente? —Drake hizo una pausa y sus ojos se desviaron hacia el río congelado, como si buscara algo—. Qué me aspen si lo sé, amigo. Se sintió… bien. Como que, no quería hacerlo en realidad, pero no podía haber hecho otra cosa, ¿lo ves? Eso no tiene sentido.

Tristán tragó, e Irene lo miró estremecerse por el jugo tranquilizante que aún estaba trabajando en su sistema. Sus movimientos torpes le recordaban a su padrastro después de que hubiese bebido mucho. Pensamientos de ese hombre solo podían dirigirla a un camino, así que los hizo a un lado. —No, eso no tuvo mucho sentido. —Tristán suspiró—. Irene, ¿tú qué crees que fue? Ella intentó sonreír. —Se vio bastante genial, lo que sea que hiciste, y era mucho más lindo que lo que vino después. Ese… túnel con la enorme araña. —No explotó —dijo Drake—. Ya saben, como el cristal que sacaban de debajo de La Plataforma explotaba cuando se lo exponía al aire. Esta cosa no lo hizo. —¿Tú qué crees que significa? —preguntó Tristán. Drake, recostándose contra el árbol con las rodillas arriba, descansó la mandíbula en las manos. —Desearía saberlo. —Ojeó la mochila, llena de dinero, el revólver, el extraño cristal que había sido creado por el portal-araña, y un menguante suplemento de snacks—. Santa mierda, estoy hambriento. —Usar mucho poder absorbe demasiado de ti —dijo Irene—. Por eso devoraste todos esos perritos calientes después de destruir el cajero automático. Drake se encogió de hombros. —Supongo. Tristán sacó su celular y jugueteó con él un momento. —El dron nos está alcanzando —dijo—, se perdió un poco en el bosque. Sacar la mayoría de su hardware de rastreo lo ha hecho un poco lento. Debería

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estar aquí en unos minutos. Será interesante ver qué grabó del portal y la araña. —Se rascó la cabeza—. Oh, me dejé el gorro en el tren. Me gustaba ese gorro. —¿Cómo nos encontraron en el tren? —inquirió Drake—. ¿Fueron los teléfonos? Tristán negó con la cabeza. —Imposible. Créeme. Deben habernos rastreado allá en la estación. En una cámara o algo. Piensa en lo rápido que aparecieron esos soldados. Los teléfonos apenas habían estado encendidos cinco minutos. No, algún analista inteligente de la Alianza nos vio en las cámaras. Página | 67

Drake deslizó su teléfono fuera de su bolsillo y miró a la pantalla oscura por un largo momento. Irene adivinó que él quería hacer otra llamada. Pero si llamaba a casa, la Alianza lo interceptaría de nuevo. Con un suspiro, devolvió el teléfono a su bolsillo y calentó su mano en un orbe de fuego de cristal. Su mano derecha. —No funcionaría de todos modos —continuó Tristán—, al menos no hasta que el dron esté cerca. Podría ponerlo a patrullar esta noche. Nos daría un poco de anticipación si la Alianza se está acercando de nuevo… ¿qué estás mirando? Drake estaba frunciéndole el ceño a una pequeña roca al borde del río congelado. Pestañeó. —Perdón, ¿qué? —Sigues mirando al hielo y… frunciendo el ceño —dijo Irene. —¿Ah, sí? —¿Estás bien? —preguntó ella. ¿Te estás volviendo loco? Cuando le había gritado que se detuviera durante la pelea en el tren, por un horrible instante, Irene había estado segura de que él estaba perdido, de que cualquier control que tuviera sobre su poder se había perdido.

—Sí, estoy bien… —Drake saltó de pie, manteniendo el árbol a sus espaldas—. No. ¿Quién está ahí? —exigió—. ¡Sé que estás ahí! Irene intercambió una mirada con Tristán y se levantaron para calmar a Drake. Él miraba fijamente al río, a la orilla más lejana de densos árboles y arbustos, con los puños apretados. —Will —dijo ella gentilmente—. Oh, Will, no hay nada ahí. Drake se lamió el labio y tragó con fuerza. —No, mira. Solo mira. Irene suspiró y siguió su mirada a una pequeña piedra a dos metros. Barrió Página | 68 los ojos de arriba abajo del río helado, un sentimiento de inutilidad abochornándola. Las únicas personas en la tierra que podría posiblemente entender lo que Drake estaba atravesando se habían ahogado en La Plataforma; y esas personas habían estado bastante dispuestos a cortarlo y experimentar con él. No tenía a nadie que lo ayudara mientras su condición… empeoraba. —Will, de verdad, no hay nada… El aire sobre la roca parpadeó, como si fuera una cortina de plástico claro atrapada en una brisa. Una adolescente apareció, parada sobre la roca. Como si hubiera estado ahí todo el tiempo y no invisible. —¡Ja! —dijo Drake, suprimiendo una ronca risa—. Te lo dije. —¿Quién diablos es ella? —Jadeó Tristán—. Ella… ella no… estaba ahí. —Buenas noches —dijo la chica, sonriendo suavemente—. Mi nombre es Noemí, y no estoy aquí para hacerles daño.

—¿Qué hay, Noemí? —preguntó Drake, como si la hubiera estado esperando todo este tiempo. La posición de sus hombros y la dura línea de su mandíbula le dijo a Irene que no lo había estado haciendo. Aún no ve el futuro. Irene miró a la chica en la roca. Era joven, tal vez de la misma edad que ellos, y asiática. Su cabello oscuro estaba atado en una cola de caballo floja, y su piel color olivo se fundía bien con el fondo blanco y nevado de los árboles elevados y el nebuloso cielo oscuro. Su aliento brillaba en el aire, oscureciendo sus ojos oscuros. Vestía botas de cuero hasta las rodillas sobre unos pantalones negros y una blusa suelta cuello en V. Alrededor de los hombros, atada debajo Página | 69 de su cuello, estaba una extraña capa color plata que engañaba al ojo como si estuviera hecha de piedra gris bajo la luz de la luna. En su cadera, medio escondida por la capa, estaba la empuñadora de una espada en una larga y curvada vaina. Sostenía la empuñadura con una mano cubierta por un fino guante. Mientras Noemí bajaba de la roca, los ojos de Irene tuvieron problemas siguiendo el movimiento, como si fuera a desvanecerse tan rápido como había aparecido. Ha estado expuesta al Cristal-X también. —William Drake —dijo la chica, Noemí—. Te he estado buscando unos cuantos días. Drake levantó la mano y ella dejó de moverse. —Por favor, quédate donde estás. ¿Cómo hiciste ese… truco de desaparición? Sabía que estabas ahí —se golpeó la frente—, pero era como una picazón que no podía rascar. Nos has estado mirando durante al menos diez minutos. Noemí inclinó la cabeza. —Como tú, estoy dotada. —Sonrió, como si ella y Drake compartieran un secreto que se suponía que Irene no conocía—. Sin embargo, jamás he conocido

a alguien capaz de atravesar mis velos. No deberías haber sido capaz de sentir mi presencia en absoluto. —Eras como una abeja zumbando en mi oído… —murmuró Drake y se rascó la cabeza debajo del gorro—. Podía, como que, verte por la esquina del ojo y como… saborearte. —Se lamió el labio y frunció el ceño. —Bonita espada —dijo Tristán—. ¿Para qué es? Los ojos de Noemí se movieron de Tristán a Irene, como si los estuviera viendo por primera vez. Luego volvieron a Drake de nuevo. —Estás siendo perseguido. Puedo ofrecerte medios para escapar de la Página | 70 Alianza. —¿De dónde viniste? —preguntó Drake—. ¿Y cómo demonios nos encontraste aquí en medio de la congelada nada? —Seguí el rastro de destrucción. —Sonrió y sacudió la cabeza, colocando un mechón de cabello suelto detrás de su oreja—. Para aquellos que saben cómo buscar, William, tú brillas como una fogata a medio mundo de distancia. Podríamos estar separados por vastos océanos y altas montañas, miles de millas, y aun así sería capaz de apuntar directo a ti. Con su espalda contra el tronco, Drake cruzó los brazos y no dijo nada. —¿Nos sentamos? —preguntó Noemí—. Tenemos mucho que discutir, y la Alianza quemará este bosque hasta hacerlo cenizas en la mañana para sacarlos. Irene sentía recelo por la recién llegada y le lanzó a Drake una mirada que lo decía. Él asintió levemente, tampoco listo para bajar la guardia, y señaló hacia una de las esferas suspendidas en el aire, irradiando calor. —Quédate en ese lado del fuego y hablaremos.

Noemí asintió. Se adelantó hacia el fuego, sus pisadas tan ligeras que apenas dejaban marcas en la nieve, y entró al círculo de luz del orbe. Irene de nuevo pensó que estaba a punto de desaparecer. Con movimientos como los de un gato, sigilosos y certeros, Noemí cruzó las piernas y se sentó, su espalda derecha y la cabeza inclinada en un ángulo grácil. Su espada la dejó cuidadosamente sobre su regazo, para evitar cavar un surco en la nieve. —Es un honor conocerte, William —dijo ella—. Muchas personas han esperado mucho tiempo a alguien como tú. Drake elevó una ceja y movió el gorro en su cabeza. —¿Ah, sí? —Sí —dijo Noemí, y se movió emocionada—. Al destruir La Plataforma, heriste a la Alianza; hiciste sangrar a la Alianza. Diste un fiero golpe en la Guerra de las Sombras. —¿La guerra qué? —preguntó Tristán—. ¿Guerra de quién? Noemí parecía irritada por la interrupción. —La guerra en contra de la Alianza. Y las cosas controlando la Alianza. ¿Cosas? Las entrañas de Irene se retorcieron mientras pensaba en el Hombre Esqueleto. —¿Qué guerra? —repitió Drake, haciendo eco de Tristán—. No hay una guerra; la Alianza controla el mundo, señorita Noemí. Noemí le sostuvo la mirada por un instante, dándole una mirada que Irene pensó podría haber sido un poco compasiva. —Hace unas pocas horas —agregó— tus amigos aquí han salido también en las noticias.

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Tristán frunció el ceño. —¿Ah, sí? ¿Qué nos están llamando? —Seguidores del terrorista William Drake. Tristán tosió y miró a Drake. —¿Seguidores? Así que somos como tus esbirros o algo así ahora —dijo él, amargamente—. ¡Seguidores del Señor Oscuro Drake! Drake se rio. —Tú eres un esbirro. Irene es más… ¿alguna vez has visto Doctor Who? Página | 72 Irene es mi leal acompañante humana. —Tú no eres el Doctor —dijo Irene pacientemente y palmeó su hombro. Drake miró sus manos y se encogió de hombros. —Si tenían razón sobre el cristal, entonces hay un poco de alienígena en mí. Irene apretó su hombro, preocupada, y le preguntó a Noemí: —Entonces, ¿qué es lo que quieres? Que vayamos contigo, supongo. —No, no ustedes. Solo él. —Apuntó a Drake—. Tenemos un… complejo de entrenamiento —dijo—. Algo así. En inglés, ustedes lo llamarían Refugio. Un lugar al que la Alianza no puede ir, donde no se atreve a ir. William Drake, eres libre de ir allí, lejos de la Alianza, y aprender cómo controlar tu don. En el Refugio, nunca tendrás que mirar sobre tu hombro, temiendo a los soldados y las prisiones aisladas. Un nudo de terror se apretó en el vientre de Irene ante el pequeño parpadeo de melancolía en el rostro de Drake. Para él, la libertad es todo lo que quiere. Así puede ayudar a su mamá. Él lanzó un bufido despectivo, y ella se relajó un poco.

—No tengo razón para creer en ello. Por todo lo que sé, eres una espía de la Alianza. Eres joven como nosotros, supongo, pero ellos estaban usando chicos en La Plataforma para peores cosas. Así que sigue, dime, ¿dónde está el Refugio? Noemí dudó. —En Japón. Drake asintió, como si hubiera esperado que ella dijera la Luna. —Bien. Entonces, supongo que encajaré bien. —Se aclaró la garganta y jugó con las solapas de su gorro—. Dos cosas, primera y más importante, no me Página | 73 tienes sin Irene y Tristán. Huimos juntos. Y segundo, ¿cómo se supone que crea algo de lo que dices? Noemí sonrió. —Un punto justo. —Suspiró y sacó la mano de los pliegues de su capa plateada. En su mano izquierda, tenía puesto un guante de seda negra, el cual se quitó lentamente, mirando los ojos de Drake—. ¿Es esto suficiente para que creas? —preguntó Noemí, levantando su mano para que la vieran. Irene jadeó. El pulgar y el índice de su mano izquierda eran de puro cristal.

Capítulo 7 El Camino del Yūgen Drake se quedó mirando los dedos de Noemí y sintió que una salvaje emoción lo recorría. ¡No soy el único! Tanto si su mano era un destello de salvación o él y la chica japonesa estaban ahogándose juntos quedaba por verse. Chispas de luz azul danzaban en sus dedos de cristal, desapareciendo dentro de Página | 74 la verdadera sangre y hueso de su mano. Él miró a Irene, cuya cara era ilegible, y Tristán; Tristán se veía como si estuviera enfermo. —¿Nunca has estado en La Plataforma, no? —preguntó Drake. Noemí sonrió. —El Refugio, escondido en Japón, tiene su propia fuente de Yūgen. —¿De qué? —Tristán frunció el ceño y probó la palabra—. ¿Yoogahn? —Cerca. Yūgen —corrigió Noemí suavemente—. Creo que la Alianza lo llama Cristal-X, y no tienen idea de qué es lo que encontraron debajo de esa desagradable planta petrolífera. —Caray —dijo Drake—. ¿Quieres decir que hay más de esto? ¿Hay ahí fuera más fuentes? En La Plataforma, si el cristal estaba expuesto al aire, explotaba, muy espectacularmente. Quiero decir, hundí un barco de carga con él, y estoy bastante seguro que todavía se está quemando en el fondo del océano ahora. Si hay más ahí afuera, entonces estás sentada en una bomba de relojería. Noemí sacudió la cabeza.

—No, el Yūgen que recibimos del Árbol de Plata no entra en erupción. —¿De un árbol? —preguntó Irene. —Oh sí. Un gran árbol, tan radiante como la plata pulida, sus ramas repletas de hojas claras tan afiladas como el cristal cortado dos veces. Una vez en cada generación, los arboles dan fruta, y esferas de puro Yūgen caen como pétalos de cerezas al fondo de una piscina que rodea el árbol. Las esferas, cada una más o menos del tamaño de una canica, son dadas a un puñado de niños elegidos de familias de todo el mundo. Familias secretas que se mantienen leales al Camino comen de la fruta del árbol. Debemos sumergirnos bastante para obtener el regalo. —Sonrió—. El Árbol de Plata dará frutos de nuevo pronto. Página | 75 —¿Supongo que fuiste uno de esos niños? —preguntó Drake, asintiendo hacia sus dedos—. ¿Y luego ellos te enseñan cómo… cómo usar el Cristal-X? ¿El Yūgen? —La Alianza había estado haciendo lo mismo en La Plataforma, o algo así, pero mezclado con resultados crueles. No habían estado enseñando tanto como golpeando con palos a los presos con palos y viendo que pasaba. —Aquellos que siguen el Camino del Yūgen pueden aprender a controlar el don, William —dijo Noemí, y destellos de un emocionado azul neón danzaron en la calma de sus pupilas—. Estoy segura que has visto el poder manifestarse en los ojos. Sin el Camino, sin control, incluso una pequeña gota puede sobrepasar tu mente y… —¿Llevar a una persona a la locura? —ofreció Drake—. Oh, confía en mí, hemos visto bastante de eso. —Drake intentó no penar sobre sus propios ojos y la preocupación de que sentía el peso del mundo alrededor del cuello. —Sí, el don puede dañar. —Noemí se estremeció, y Drake supuso que ella había recordado algo desagradable—. Pero el Refugio puede ofrecer luz en la oscuridad. —Suena demasiado bueno para ser verdad —dijo Drake—, y como dije, no me tendrás sin Irene y Tristán. —Tomó una profunda respiración y exhaló

lentamente—. Pero si estuviéramos de acuerdo, y no estoy diciendo que lo estemos, pero si quisiera ir contigo, ¿cómo demonios llegaríamos a Japón? Noemí asintió. —Mi compañero, Takeo, está aparcado cerca en un coche, alrededor de media milla abajo en la carretera. Pensamos que era mejor avanzar cuidadosamente, dada tus circunstancias actuales. Y no lejos de la carretera, en la costa de Argentia, hay un jet privado en el Aeropuerto Bristol Field esperando para llevarnos al Refugio. —¿Un avión privado? —Tristán silbó por lo bajo—. Santa mierda. —Mi familia —dijo Noemí, con una nota de orgullo interior en su voz mientras mantenía su postura perfecta— es una de las más viejas y ricas en el mundo. Nosotros cuidamos del Árbol de Plata y controlamos la suficiente riqueza y recursos para hacer que incluso la poderosa Alianza parpadee. Drake rio suavemente para sí mismo. —¿Todo esto para mí, eh? Noemí se le quedó mirando. —Entiende, William Drake. —Ella elevó sus dedos de cristal—. La marca del usuario del Yūgen, ya ves. Una flor por niño, y el Yūgen les afecta a cada uno de manera diferente. —Ella vaciló—. Dos de mis dedos llevan la marca, y soy considerada una de las más fuertes entre los estudiantes del Refugio. Algunos de los que absorben las flores ni siquiera muestran marcas o talentos. Pero si pude sentir tu fuerza desde Japón… —Noemí sacudió la cabeza, y la máscara de calma que llevaba se rompió un poco. Bajo la máscara estaba aterrorizada—. No tengo idea de lo que serías capaz de conseguir, si decidieras seguir el Camino. Lo único que sé es que será más allá de lo que antes ha sido posible.

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Drake no sabía qué hacer con eso, pero antes de que fueran más lejos, los guantes tendrían que irse, por decirlo de una manera. —Te he mostrado lo mío —dijo Noemí, y Drake casi saltó. ¿Está leyendo mi mente?—. Quizás deberías enseñarme lo tuyo. Él asintió, armándose de valor, y lanzó una mirada culpable a Irene. —Lo siento —dijo él—, pero he estado guardando un secreto. Drake se puso de pie y tiró del guante de la mano izquierda, quitándose el cuero y enrollándose los hombros. Antes de que cualquiera de ellos pudiera obtener un buen vistazo de sus manos, las deslizó en las mangas de su suéter y Página | 77 levantó la tela de lana. Vacilando un momento, levantó el suéter y la camisa sobre su cabeza y expuso su pecho desnudo al frío aire canadiense. Irene jadeó. Tristán hizo un ruido estrangulado, como si una bota invisible estuviera presionando su garganta. Una lágrima cayó por la cara de Noemí, y juntó ambas manos. Todo el brazo izquierdo de Drake estaba cubierto de oscuro cristal. En la luz parpadeante de la esfera de fuego, el brazo de cristal de Drake parecía casi obsidiana, peligroso, como la criatura arácnida que había emergido del portal allá en el tren. Decenas de chispas de luz azul iban en espiral por toda su longitud, desde la punta de sus dedos y hasta su hombro. La mente de Irene corría con las implicaciones de ello. Oh, Dios, ¿qué le está haciendo? El cristal puro acababa en su hombro, desdibujándose en la piel de su cuello, pero venas finas corrían de su hombro y sobre su pecho hasta su corazón. Una docena de dedos torcidos y demacrados arañando a través de su piel. Las

chispas azules ocasionales se disparaban por sus venas. Irene pensó que parecía una infección. —Santa mierda —dijo Tristán, resumiendo los pensamientos de Irene agradablemente. —Empezó después de que escapáramos —explicó Drake—. Durante los días que pasamos en el bosque se puso peor. Esa primera noche estaba preocupado de que no pararía, pero después de hoy… esta mañana solo fue en mis dedos. Usar el poder lo ha empeorado. —Enfrentó a Noemí—. ¿Qué me está pasando? Noemí se levantó y rodeó el fuego, una mano en la empuñadura de su Página | 78 espada. Se aproximó a Drake lentamente, como si él fuera a gruñirle al acercarse en vez de estar parado en las sombras con los hombros caídos y cansados. Tocó su pecho con sus dedos de cristal, y las chispas brillando en su brazo se convirtieron en cientos, miles. Un claro repique, como dos bolas de Boading se arremolinaron en la palma de su mano, cantando justo en el borde de su oído. El sonido hizo a Irene pensar en planicies abiertas y bosques de árboles desapareciendo en el horizonte. Distancia, pensó ella. O tamaño… algo profundo y viejo. Drake tembló al notar el toque de Noemí, y a Irene le costó mantener la expresión glacial lejos de su cara. —¿Todavía funciona por completo tu brazo? —preguntó Noemí. Drake elevó el brazo de cristal sobre su cabeza y movió los dedos. Apretó su puño y le dio a Noemí un pulgar arriba. —¿Has visto esto antes? En tu… ¿qué es, como, una escuela? —Refugio es… —Noemí se quedó mirando su brazo—. Refugio es una escuela, sí, una academia; y el único frente seguro en la tormenta que está por venir.

—¿Tormenta por venir? —preguntó Irene. —Contra la Alianza y la criatura bajo el mar. Drake se alejó de Noemí y se puso de nuevo su camiseta y jersey, reajustando las solapas de su gorro para que colgaran sobre sus hombros. —¿La criatura bajo el mar? Noemí se le quedó mirando solemnemente y juntó las manos sobre su corazón. —Ya la has conocido, William Drake, de alguna manera. Para obtener el Página | 79 poder que tienes, te bañaste en su sangre.

Capítulo 8 Despegue Drake le pidió a Noemí que esperara en el peñasco junto al río mientras él hablaba con Tristán e Irene, que estaban abrazados alrededor de una de las parpadeantes esferas de llamas azules, intentando calentarse. —¿Qué creen? —preguntó él, cuando la chica se hubo ido a esperar. —Creo que ella es, como una bruja ninja o algo así —respondió Tristán, sacudiendo la cabeza—. Es decir ¿escuelas de magia que son secretas y están ubicadas en alguna parte de un mundo antiguo? He leído libros como esos en el pasado, Will. La próxima parada será en un mercado escondido para comprar una lechuza y libros de hechicería. Es demasiado bueno para ser verdad. No podemos confiar en ella. —Me pregunto si puede oírnos… —agregó Irene—. Ella absorbió el Cristal-X. ¿Quién sabe cuáles son sus trucos? Invisibilidad es uno. Eso me asusta más que… —Se mordió el labio. Drake sonrió. —¿Más que yo? —Sí, pero eso no es a lo que me refería… Drake ignoró sus palabras. —Está bien. Yo también me temo y eso era antes de tomar el “baño en sangre” de una criatura marítima extraterrestre.

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—Eso fue bastante dramático. —Tristán se acomodó los anteojos que resbalaban por el puente de su nariz—. La pregunta es: ¿confiamos en ella? —¿Qué otra opción tenemos? —preguntó Drake—. Hablo en serio, ¿qué otras opciones tenemos? La Alianza no debe estar muy lejos, y cuando lleguen, vendrán con más que dos helicópteros. Nuestro futuro inmediato parece ser otra maldita noche abrazándonos por calor alrededor de estas bolas de juego. Y no estoy seguro de que no vayan a explotar. —¿Eh? ¿Lo dices en serio? —Tristán retrocedió, dando algunos pasos para alejarse de la esfera. Drake se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa a su amigo. —No existe manual para esto, compañero. Solo estoy agradecido porque no se me quemen las cejas cada vez que lo uso. —Sin embargo, chamuscaron los puños de tu jersey —comentó Irene, tirando del hilo quemado alrededor de la muñeca de Drake. Se había colocado el guante sobre su mano izquierda de cristal. Ella tomó la derecha y la apretó entre sus dedos con todo el consuelo que podía darle. —Esto es lo que pienso —dijo Drake—. Creo que Noemí dice la verdad. O al menos, una verdad parcial que es parte de otra gran verdad, si eso tiene algún sentido. Nos deja ver un fragmento de una imagen de mayor tamaño. —Ella no es parte de la Alianza —agregó Tristán. —Exactamente. Yo tampoco creo que lo sea. —Y tiene un automóvil —agregó Irene—. Supuestamente. —¿Jet privado a Tokio? —preguntó Drake a sus amigos. No pudo evitar reír—. ¿Quién lo vio venir? —Entonces, ¿iremos con ella? —Irene soltó la mano de Drake y observó por encima de su hombro.

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Drake siguió la mirada de Irene. Noemí estaba de pie con serenidad, junto al río. Sus ojos fijados en el cielo. Parecía una estatua esculpida en mármol pálido, jamás tocada por la nieve. Es callada y modesta, pensó, pero sé que puede usar esa espada a la perfección. —Supongo que las opciones son una bruja ninja esta noche o un Hombre Esqueleto mañana —resumió Drake—. Y hasta el momento, ella no nos ha arrojado un tren encima, así que creo que lo mejor será arriesgarnos con Noemí. ¿Están de acuerdo? Irene y Tristán intercambiaron miradas y luego asintieron en silencio. La caminata hasta la carretera tardó cinco minutos. Noemí los guio, Página | 82 rozando la línea de árboles en caso que hubiese tráfico inesperado. Drake y sus amigos la siguieron de cerca, pero no demasiado cerca. Después de todo lo que acababa de suceder, y teniendo en cuenta que los perseguía la Alianza, no era fácil confiar en alguien. Especialmente en chicas que aparecían de la nada sacudiendo una katana de acero japonés plegado. —Entonces, esta persona con la que estás viajando —dijo Drake— ¿Tiene algún talento especial? —Takeo sigue el Camino del Guerrero. Un destino bien escogido, creo. Ya verán a lo que me refiero cuando lo conozcan… El familiar zumbido de un dron de búsqueda de la Alianza hizo eco en la soledad del camino. Noemí se agachó; su mano voló al mango de la katana y giró sobre los talones. El filo de la espada estaba casi completamente fuera de la funda antes que Drake pudiese siquiera pestañear. —¡Espera! —ordenó Tristán—. No es de la Alianza, es mío. Flotando a dos metros del suelo estaba el dron que Tristán había reprogramado. Recién alcanzándolos tras el problema en el tren. Tristán tomó

su teléfono e hizo que el dron se acercara. Una imagen de ellos cuatro apareció en la pantalla que se iluminaba con un tenue brillo verde por la visión nocturna. Se lo mostró a Noemí. —Yo lo reprogramé —explicó velozmente—. No lo destruyas. La Alianza no puede seguirnos con él. Noemí lo observó por un largo momento antes de dejar caer su katana nuevamente dentro de la funda. —¿Estás seguro? —¡Basta de espadas ninja! Le arranqué el localizador antes de lo del tren, Página | 83 después de que Drake le disparase con electricidad. —Tristán parpadeó, preguntándose quizás si alguna vez volvería a decir algo así—. ¿No es verdad? Drake se encogió de hombros. —Tristán es un genio de las computadoras. Cuando estábamos en La Plataforma nos sacó los malditos localizadores de las muñecas con imanes de refrigerador. —No fue exactamente así… —murmuró Tristán, pero se notaba halagado. Noemí se relajó, observó el dron y luego nuevamente a Drake. —Muy bien. Ahora, debemos darnos prisa. Takeo está al otro lado de la próxima curva. El vehículo detenido junto al camino era más bien una furgoneta azul oscuro con los vidrios oscurecidos. La puerta del conductor se abrió mientras se acercaban y un hombre del tamaño de una pequeña montaña descendió y cruzó los brazos sobre su pecho. —Parece que no debemos preocuparnos por el dron —le dijo Noemí al hombre.

—¿Tres? ¿Noemí? —preguntó. Un severo surco cortó su ceño a la mitad debajo de una cabeza rapada de lo que parecía ser cabello oscuro en la luz tenue. Su tez era morena y sus ojos azules tan severos como su gesto. Señaló a Drake— . Solo hemos venido por él. —No dejará a sus amigos —respondió Noemí—. Tampoco debería, Takeo. Piensa en el Camino, hermano. Después de un momento, Drake comprendió que Takeo no estaba frunciendo tanto al ceño sino que su cara estaba formada naturalmente por una serie de ángulos agudos. Sus brazos tenían el grosor de un tronco de árbol y su pecho, debajo de una camiseta blanca ajustada, rebasaba de músculos. No Página | 84 llevaba una espada, pero la funda que colgaba de su cinturón mostraba una elegante pistola negra, que posiblemente no estaba cargada con simples dardos tranquilizantes. —Lindo vehículo —dijo Drake. —Suban —respondió Takeo, colocándose nuevamente detrás del volante—. La Alianza patrullará esta zona muy pronto, si es que no lo están haciendo aún. Pero pareciera que la suerte nos acompaña esta noche. Hubo un accidente de tren no muy lejos de aquí, lo que significa que podríamos tener la oportunidad de movernos sin que nos noten. Noemí deslizó la puerta lateral, revelando una cabina espaciosa con suficientes asientos como para seis personas. Subió al vehículo. Drake observó a sus amigos y se encogió de hombros. Subió a la furgoneta y se colocó el cinturón de seguridad. Cinco minutos más tarde estaban pasando frente a árboles blancos, iluminados brevemente por las luces del vehículo, mientras la nieve caía lentamente cubriendo el mundo. —¿Cómo estamos de lejos de Argentia? —preguntó Drake.

—Alrededor de cuarenta y cinco minutos —respondió Takeo desde el frente. —¿Te molestaría encender la calefacción? —Drake se frotó las manos y sopló aire tibio a las palmas. El calor no afectó su mano de cristal, pero ayudó con la otra—. Estaba frío allá afuera. —Me alegra que hayas decidido unirte a nosotros, William —dijo Noemí—. Tienes mucho que aprender, y solo el Refugio puede enseñártelo. —De acuerdo, pero no iremos a Japón —afirmó Drake justo cuando el aire caliente salió de la ventilación, junto a sus pies—. Oh, esto es bueno, ¿no? Página | 85

Irene rio. —Son las pequeñas cosas. Tristán había apagado su dron y colocado el aparato en su regazo. Estaba observando una serie de números y datos en la pantalla de su teléfono. —Las lecturas de ese portal son espectaculares. No… no sé qué significa todo esto, pero es genial Por cierto ¿hay posibilidad de hamburguesas y malteadas en Argentia? —Perdón —comenzó a decir Noemí—. ¿No deseas venir a Japón? ¿Al Refugio? William, sabes lo que ocurrirá sin la guía del Camino de Yūgen. Locura y dolor. Deber escoger una disciplina y entregar tu vida a mantener el equilibrio. Para ti, más que para cualquier otra persona que haya bebido de las aguas cristalinas, ignorar el llamado significaría un desastre catastrófico. —¿Ahora son aguas cristalinas? —murmuró Drake—. Hace quince minutos me estabas diciendo que me bañé en la sangre de Cthulhu o algo así. —¿El cu-qué? —preguntó Irene. —¿Will, leíste Lovecraft? —preguntó Tristán, riendo.

—Pasé gran parte de los últimos dos años encarcelado por la Alianza. Cuando no estaba intentando escaparme, estaba leyendo. La prisión de Cedarwood tenía una biblioteca genial. Noemí pareció perturbada ante la conversación. Drake sonrió. —Iré contigo —afirmó Drake—. Todo el camino hasta Japón, si eso permite que suba a tu avión. Pero si quieres que siga tu juego, entonces haremos una pequeña escala. —¿Escala? —preguntó Noemí. Sus ojos brillaron en la oscuridad—. Página | 86 ¿Dónde? —Londres. —William… —Noemí movió su cabeza lentamente. —Llámame Drake. —Drake —repitió ella—. Londres no queda de camino a Japón. —Sí que lo está —corrigió Irene—. Si tomas el camino más largo. —La Alianza controla la mayor parte del espacio aéreo mundial —susurró Noemí, como si le explicara a niños de cinco años—. Les tomaría horas, quizás incluso minutos, encontrarnos y abordar nuestro jet. Y una vez que lo hagan, una vez que el traidor de Lucien Whitmore sepa a dónde vamos, Drake, hará todo lo que esté a su alcance para detenernos. Tendremos que escapar del demonio, y no podré asegurar que lleguemos a Tokio. —Grace y Toby no volarán a Londres —dijo Takeo, de mal humor. —¿Tus pilotos? —preguntó Tristán. Noemí asintió.

—Están preparando el jet mientras hablamos. ¿Por qué quieres ir a Londres? Drake acarició el vello que le empezaba a crecer en el rostro. Con quince años y medio, no necesitaba afeitarse seguido. Pero dos semanas de crecimiento forzoso lograban que le picara la barbilla. —He estado fuera casi dos años, y extraño un poco mi hogar. Además, le prometí a Irene y Tristán que probarían el mejor Fish and Chips con puré de guisantes y salsa de curry del mundo. —La influencia de la Alianza en el Reino Unido es… considerable —dijo Página | 87 Noemí. —Lo sé —confirmó Drake—. De todas formas necesito ir a Londres. Noemí suspiró. —Lo hablaremos una vez que hayamos abordado. Drake se cruzó de brazos y asintió. La travesía a Argentia transcurrió sin eventualidades, por lo que Drake y sus amigos estaban agradecidos. Tras haber pasado gran parte de las últimas dos semanas escapando —sin mencionar la locura que fue escapar de la malévola Plataforma—; lo único que deseaban era dormir y olvidar todo por un rato, descansar sus cabezas en la arena y pretender que todo iba bien. Pero últimamente dormir era un lujo. Mientras Takeo conducía pasando una serie de restaurantes de comida rápida, con las calles casi vacías, Drake le pidió que se detuviera en una de las ventanillas y comprara varias hamburguesas con queso. Nuevamente en movimiento, devoró media docena de las grasientas hamburguesas, alimentando el sangriento monstruo que recorría sus venas y lo convertía, en parte, en cristal. —Sin la guía apropiada —dijo Noemí, observándolo comer—. Te extinguirás.

—Deja de ser tan positiva —se quejó Drake, mientras atravesaban Argentia. Las señales en los lados del camino indicaban que se encontraban a unos cinco kilómetros del aeropuerto. Se recostó en su asiento y dejó caer la cabeza sobre su mano normal, con los ojos cerrados, e intentando no pensar en cómo terminaría el asunto. Solo sigue los hilos de la red, pensó y bostezó. Siempre hay una salida… Takeo golpeó un bache en el camino, y cuando Drake volvió a abrir los ojos, ya no se encontraba en el vehículo. Estaba de pie en una cima, por encima de una vasta planicie y bajo un ardiente cielo anaranjado. Observaba, debajo Página | 88 suyo, lo que alguna vez había sido una ciudad vibrante. Una brisa violenta levantó cenizas y polvo a su alrededor, y el aroma de humo con sabor a rancio llenó el ambiente. —De acuerdo, esto sí que es… algo —dijo Drake. Su voz hizo eco en sus oídos, pero no era más que un susurro robado por el viento tibio. Las ruinas de lo que alguna vez fueron rascacielos llenaban el paisaje, caídos y decadentes como dientes podridos de una calavera gigante enterrada en la tierra. En el corazón de la ciudad en ruinas —que Drake supo que era Londres, de la misma forma que reconocía su reflejo en el espejo— una espiral de cristal azulado se veía en el cielo. Nubes densas y grises giraban en torno al centro de la espiral que era recorrida por venas rojas. Y como si eso no fuese lo suficientemente desagradable. Drake sintió más que ver un par de ojos crueles que lo observaban desde la cima de la espiral. Una risa aguda y malévola hizo eco en su cabeza y sacudió el mundo a su alrededor. En la distancia, torres de cristal cayeron y rumiantes nubes de tormenta dejaron caer rayos carmesí sobre las ruinas. Criaturas que se veían como horrendas arañas monstruosas de cristal cubrieron las ruinas. Cientos. No, miles de bestias.

De acuerdo, esto es una mierda, pensó Drake, sosteniendo su cabeza mientras la calamidad vibraba dentro de su mente y calaba sus huesos, yo no… Alguien lo sacudió. Se sentó derecho, paralizado, mientras la visión se desvanecía. Parpadeó, asustado y confundido, hasta que vio los amables ojos de Irene mirándolo. Estaba de nuevo en la furgoneta, el mundo no estaba en cenizas, y ningún demonio de cristal en espiral cubría el horizonte. —Te quedaste dormido hace unos minutos —dijo Irene—. Ya estamos en el aeropuerto. ¿Te encuentras bien? Drake respiró hondo, consideró la situación y sacudió la cabeza. Un sudor Página | 89 helado le recorría la piel. —No, Irene. No estoy seguro de estar bien. —Notó que Noemí lo observaba atentamente desde su asiento, con sus ojos verdes que parecían saberlo todo. —¿Pesadillas, William Drake? —preguntó. Drake descendió del vehículo y estiró las piernas cansadas. El aroma a combustible aéreo llenaba el ambiente, dulce y repugnante. Algunos copos de nieve cayeron sobre sus hombros. Las luces del pequeño aeropuerto y los focos del jet, estacionado a unos veinte metros de allí, eran suficientes para alejar la oscuridad, pero no el recuerdo de lo que Drake había visto en sueños. —Vi algo —admitió—. Algo que no parecía pertenecerle a mi mente. —Todos somos susceptibles al equilibrio en el éter —dijo Noemí—. Los adivinos y profetas en el Refugio han compartido sus visiones sobre el futuro del mundo si la Alianza sigue sin ser detenida de llevar a cabo su trabajo. Tal vez has visto algo de lo mismo. —Lo que vi… —Drake sacudió la cabeza. Los detalles más pequeños del sueño, la pesadilla, comenzaban a esfumarse, como lo hacían sus sueños

usualmente. Pero recordaba lo suficiente como para saber que les esperaban problemas—. Digamos que no estoy seguro de qué demonios está sucediendo. —¿Recién lo notas? —preguntó Tristán, riendo. —Hay más —insistió Drake. ¿Cómo puedo explicar lo de la espiral, o la presencia en su cima?—. Pero salgamos de aquí ¿de acuerdo? Vayamos a… eh… algún sitio seguro. Las escaleras para subir al jet ya habían sido colocadas, y una pequeña alfombra roja cuadrada con el logo de Aerolíneas SkyWest descansaba en el piso. Takeo montó guardia en la base de las escaleras mientras Noemí abordaba, Página | 90 seguida por Drake, Irene y Tristán. El jet no era grande, pero lo que le faltaba en tamaño —tenía solo ocho asientos— lo tenía en lujos. Drake había volado un par de veces en el pasado, pero sabía que las aerolíneas comerciales no ofrecían asientos reclinables de cuero, cocinas llenas de comida, televisores gigantes y consolas de videojuegos; salvo, quizás, por los de primera clase. Drake estaba sorprendido ante la velocidad de los cambios en su fortuna. Sí, estaba siendo perseguido por hombres y monstruos; además su brazo se había convertido en cristal oscuro y la Alianza tenía a su madre bajo su “cuidado”, pero en este momento tenía videojuegos y sodas. Teniendo en cuenta los altibajos —principalmente bajos— de los últimos dos años, se tomaba tiempo para apreciar los pequeños detalles cada vez que podía. Más importante aún, estaba progresando en el regreso a su hogar. —Listos para partir —dijo uno de los únicos adultos que Drake había conocido recientemente que o no lo conocían o no querían apresarlo. Estaba vestido con pantalones negros y una camisa blanca, con tres de esas líneas amarillas que los pilotos usan en los hombros, tenía la barba enmarañada que lo

hacía parecer incluso mayor de lo que probablemente era. Drake supuso que tendría unos veinticinco años más o menos. —Gracias, Toby —dijo Noemí, mientras se sentaba en el lado izquierdo del avión, en la parte frontal, cerca de la pequeña cocina a la que le seguía un único pasillo que conducía a la cabina de mando—. ¿Pudiste cargar combustible? —Negativo—respondió Toby—. No sin que la Alianza se entere. Son dueños de este aeropuerto. Debemos aterrizar en algún sitio privado en el camino. Grace sugirió la pista que se encuentra junto a las cataratas del Niágara, en el lado canadiense. Está a unos noventa minutos de aquí. Página | 91 —De acuerdo. —Noemí parecía preocupada. —¿Cómo es de largo el vuelo a Londres? —preguntó Drake, dejando que la japonesa viera que no lo había olvidado. Toby parpadeó y movió su cabeza. —El viaje a Tokio, después de cargar combustible, tarda aproximadamente trece horas, quizás media hora más dependiendo del clima. Takeo subió las escaleras pisando con fuerza, agachando la cabeza para ingresar al avión. Luego replegó las escaleras y cerró la puerta, encerrándolos a bordo. —No podemos darnos el lujo de hacer una escala en Londres —dijo con un cierto tono borde en su voz que Drake había oído antes; de los matones y los guardias en las prisiones de la Alianza. —¿Qué van a hacer? —preguntó Noemí—. ¿Abandonarás el avión con tus amigos para pasar los siguientes días corriendo alrededor de la ciudad mientras se esconden de la Alianza sin hacer ningún progreso? —Sonrió—. Esta es la mejor opción. Podremos hablar sobre tus razones para ir a Londres una vez que estemos lejos de aquí.

Drake sintió un escalofrío recorriendo su brazo de cristal. Cerró el puño para contener lo que fuese que estaba por ocurrirle. Su palma quemaba como si estuviese colocándola sobre fuego. Mientras tomaba bocanadas de aire controladas, el calor amainó. ¿Qué demonios era eso? —¿Qué opinan, chicos? —preguntó Drake a Irene y Tristán que ya estaban sentados juntos en el lado opuesto del pasillo de Noemí, mientras que Drake estaba aún de pie en el borde de la cocina, con la vista en la cabina. —Creo que deberías sentarte —confesó Tristán—. Will, ¿cuáles son las posibilidades de encontrar otra oportunidad como esta para huir? Irene se ajustó el cinturón de seguridad, encogiéndose de hombros. —Mejor que soportar el frío mientras intentamos alcanzar el ferri, ¿no? Drake maldijo en voz baja y observó a Noemí y Takeo. —De acuerdo, pero no crean que van a mantenerme encerrado en su complejo en Japón. —Refugio es un lugar seguro, William Drake. Seguro. Drake se sentó y se colocó el cinturón entre gruñidos. —Pregúntale a la Alianza qué ocurre cuando me colocan a mí en sitios seguros, Noemí. No seré encerrado; no lo olvides.

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Capítulo 9 El Delicado Equilibrio El avión salió de Argentia sin incidentes, por lo cual Drake estaba extremadamente agradecido. Imágenes de helicópteros de ataque y soldados súper cargados derribando su avión del cielo durante el despegue, se habían instalado en su mente tan pronto como los motores vibraron a la vida. Página | 93 Pero mientras se elevaban hasta los diez mil pies, según lo que mostraba la pantalla delante de él, se permitió relajarse en tanto sus oídos hacían pop por el cambio de presión. Sentándose cerca de la cola del avión en un amplio y cómodo asiento de cuero que tenía una cabina de bebidas implantada en el brazo, Drake se tomó otra gaseosa de cola, sirviéndola en un vaso de vidrio. Estuvo tentado de agregar una de las mini botellas de vodka o escocés en su bebida, pero su primera y única experiencia de verdad con alcohol hacía dos años, justo antes de que quemara los almacenes de la Alianza y terminara en su primera prisión, le hizo pensarlo mejor. Beber “champaña” barata, a dos libras la botella, en el parque con sus amigos e irse de parranda había resultado en una borrosa escena de vómito en la arena. Drake bufó ante el recuerdo. Extrañaba a sus viejos amigos: Gaz, Jordan y Owen. Se preguntó, mientras tomaba un trago de soda y suspiraba, qué pensaban de todas la historias sobre él en las noticias. El terrorista William Drake. —Usar el miedo para controlar a las personas… —murmuró Drake—. Regla número uno del manual de la Alianza.

Terminó su bebida y se quitó el guante de cuero de la mano izquierda. Miró el cristal oscuro e intentó tragar su miedo. Golpeó los dedos contra el brazo de la silla, sorprendentes y delicados repiqueteos salieron de sus dedos de cristal… y unas cuantas chispas de luz azul desde lo profundo de su palma. Con su mano buena, Drake barrió los dedos suaves sobre el cristal duro, buscando imperfecciones o defectos. La mano era suave como cristal pulido, tan fría como La Plataforma en invierno, y no podía sentir nada. Golpeó la parte trasera de su mano de cristal y no sintió nada. Apretó y aflojó su puño y no obtuvo ninguna sensación de vuelta. La extremidad aún trabajaba como una, pero por todo lo que podía sentir, Página | 94 alguien bien podría haber cortado el brazo entero desde su hombro. —Harías bien en mantener eso en secreto en el Refugio —dijo Noemí, apropiándose del asiento a su lado y colocando las piernas por debajo de ella. Se inclinó hacia él, y Drake sintió el olor de algo como pera y moras que le hizo pensar en la mañana de navidad, de todas las cosas—. Tanto como puedas, al menos. Habrá muchos que se resentirán por tu inclusión en la academia, así como por tu fuerza. El Camino del Yūgen es una disciplina sutil, una devoción a algo cercano a lo divino. Se supone que debemos adorar el poder de los dioses y aceptar una pequeña bendición de él; no poseer un océano completo. Drake deslizó el guante de cuero de vuelta en su mano y bajó la manga hasta sobre su muñeca, ocultando su extremidad de cristal. —Sentí algo —dijo—. Bueno, tuve un sueño y… no tengo otra palabra para ello, Noemí, pero se sentía extraterrestre. Para nada de cómo imaginé que un dios se sentiría. —Nosotros algunas veces podemos sentir una… presencia —explicó Noemí, abrazando sus rodillas y sonriendo afectuosamente—. Del Árbol de Plata. Una fuente de calidez y bondad enterrada en su corazón. Miembros de Refugio han pasado décadas en silenciosa contemplación, esperando conversar con la fuerza dentro del árbol.

—Sí, yo no sentí eso, pero como que… escuché algo reírse —siguió Drake—, cuando me dormí en el auto allá abajo. Pero la cosa en el océano, la criatura debajo de La Plataforma, está enojada y gritando. Nada de calidez ni bondad. Creo que la molesté cuando le dejé caer un superpetrolero encima. — Drake se estremeció y se rascó la nuca—. Noemí, lo que sea que esté ahí abajo en el cristal… no es nuestro amigo. Ella asintió y soltó sus manos. —Eso lo hemos sabido durante muchos siglos. Hay un equilibrio en el mundo, Drake, y la criatura enterrada en las frías aguas del Océano Ártico viola ese equilibrio. La balanza se inclina hacia la oscuridad. Página | 95 Drake se lamió el labio. —De acuerdo… ¿esto es lo que te enseñan en el Refugio? Caramba. No te lo tomes a mal, pero estoy recibiendo una vibra muy fuerte de culto de ti en este instante. Noemí lo ignoró. —Durante siglos ha dormido sin ser perturbado, amenazante pero en silencio, y entonces la Alianza empezó a excavar. Peor, empezó a experimentar con su esencia, forzando rápidos cambios en ti y en otros prisioneros que debieron haber pasado con el tiempo. La criatura en el cristal ha despertado. — Tocó la empuñadura de su espada, descansando en el pasillo en su vaina—. Y ha tenido siglos para alimentar su odio. Debemos estar preparados. —La Alianza dijo que el Cristal-X era un meteorito que se chocó con la tierra hace mucho tiempo. A menos, esa era la historia principal que escuché de un hombre llamado doctor Elías. —Drake se dio cuenta que no le importaba mucho que el doctor Elías se hubiera ahogado en La Plataforma. El hombre había estado experimentando con niños y deshaciéndose de experimentos fallidos usando tiburones mutantes.

No van salirse con la suya con lo que le hicieron a la doctora Lambros, pensó Drake, no por primera vez y no por última. Noemí se encogió de hombros. —Tal vez, pero pienso que es algo más. Algo… —¿Divino? —sugirió Drake. Noemí sonrió. —¿Cuántos años tienes, Noemí? —Diecisiete —respondió ella. —Lo mismo que Tristán. ¿Y hace cuánto que tienes, ya sabes, esos poderes mágicos? —He estado cultivando mi don siete años. Drake se mordió el labio y jugueteó con las solapas de su gorro sobre sus hombros. —¿Alguna vez te… sobrepasa? O, como, hace cosas que no quieres… ¿o te da dolores de cabeza? ¿Te impide dormir? Soy demasiado nuevo en esto para saber lo que es normal. —El equilibrio es normal —respondió Noemí—. Ya sea que tengas el don de una flor o te hayas expuesto a un océano de Yūgen, el equilibrio debe ser mantenido. —Sigues diciendo eso —insistió Drake, intentando evitar el deje de desesperación en su voz—, pero no lo entiendo. Noemí asintió, como si hubiera esperado eso. —No es algo que «entiendes», sino algo que te encuentra con el tiempo.

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—Me temo que no tengo tiempo. Absorbí una cojonuda cantidad de Cristal-X, Noemí. —¿Cómo usas tu don? —inquirió. —¿Qué, como para bien o mal? —Drake rio. —No, no así, aunque hablaremos más de moralidad en un momento. ¿Cómo, físicamente, accedes al poder e impones tu voluntad al mundo? Drake ya estaba sacudiendo la cabeza antes de que ella terminara de hablar. —Desearía saberlo. En verdad que sí. Solo he estado en esto dos semanas. Las cosas que hice en La Plataforma para escapar, curarme, y lo que he hecho Página | 97 desde entonces… como que solo pasa. Pasé dos semanas en el bosque, jugando con ello, y aprendí cómo hacer algunos trucos básicos, como hacer fuegos, pero algunas veces ni siquiera noto el poder que pasa hasta que mis manos se están moviendo y un fuego azul sale de mis dedos. Noemí asintió de nuevo. —Entiéndelo, William Drake, mis estudios me han permitido rasgar apenas la superficie del Camino. A menudo siento como si me estuviera tambaleando en la oscuridad también, pero el equilibrio está ahí para guiarnos. Un pasamanos en la oscuridad, si quieres. Tu subconsciente, la parte de ti que reacciona más rápido que el pensamiento entiende el equilibrio, incluso si tu mente consciente no lo hace. Por lo que, dentro de lo que cabe, debes anclar el equilibrio en la moralidad. Una moralidad en la que creas. Drake se rascó la frente, intentando seguir lo que Noemí estaba diciendo. Su acento suave y su voz cálida eran distractoras. —¿Bien y mal, entonces? ¿Estás diciendo que todo lo que hago depende de para qué estoy utilizando la magia? —«Magia» es una palabra fea para describir al Yūgen —dijo Noemí—. Una que sirve, supongo, pero piensa en ello más como una fuente de poder.

Dijiste que has visto tu justa ración de personas volviéndose locas al ser expuestas a la fuente de Cristal-X de la Alianza. ¿Quiénes eran? Drake se encogió. —Chicos de La Plataforma; prisioneros que la Alianza había enviado a una prisión “inexpugnable”. —Una lenta sonrisa se extendió en su cara—. Van a tener que construir una en la Luna para detenerme. —No les des ideas. Entonces, ¿estos chicos en la Plataforma habían cometido crímenes? —preguntó Noemí—. Y no cualquier crimen, ¿sí? ¿Asesinos? ¿Violadores? —No todos —contestó Drake e hizo una mueca—. Irene tenía sus razones, Tristán… Tristán cometió un error. Pero sí, muchos de ellos fueron llevados a La Plataforma porque eran lo peor de lo peor. Había uno más miserable que los otros, Alan Grey. Oí que mataba personas por diversión con cadenas. Que le gustaba despellejar a las personas mientras… mientras estaban vivos. Era un chico perturbado. —¿Y qué le pasó? La mente de Drake volvió al Titán, a su pelea con Grey mientras el barco se inundaba y empezaba a hundirse en las congeladas aguas del Océano Ártico. Drake había tratado de salvarlo, al final, pero Grey no había querido ser salvado. —La Alianza le dio un montón de Cristal-X y lo volvió completamente loco. Poderoso también. Podía saltar entre plataformas. Casi volar… —Drake sacudió la cabeza y rio—. Demonios, era un idiota. ¿Estás diciendo que debido a quien era, un asesino, el Cristal-X hizo que enloqueciera? ¿Ese es el por qué la Alianza estaba teniendo problemas, porque sus sujetos de prueba eran, qué, malvados? —Hizo sonar sus dedos—. ¿Ese es el equilibrio del que estás hablando? Noemí sacudió la cabeza.

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—No, no estás viendo todo el panorama, William Drake. —Solo Drake —le corrigió—. Entonces ayúdame a verlo. ¿Qué me estoy perdiendo? Grey era un tipo malo, ¿entonces el cristal solo lo hizo peor? —Alan Grey tenía las mismas oportunidades que tú de mantener el equilibrio. —Noemí levantó las manos y entrechocó el pulgar y el índice de cristal—. No es sobre bueno y malo; no hay bueno y malo. Drake asintió y suspiró. —Me perdí. Noemí se lanzó hacia adelante y agarró ambos lados de la cabeza de Drake. Página | 99 Su agarre era firme, y mantuvo sus ojos fijos en los de él. —Lo que estoy a punto de decirte es algo en lo que debes pensar, si es que quieres tener alguna esperanza de conservar tu mente y tu cordura, Drake. El miedo no te salvará. En esto, la esperanza y el coraje son para los tontos. No creo que sea dramático decir que muchas vidas, incluyendo la mía, dependen de que tú entiendas el equilibrio. ¿Me escuchas? —Yo… sí. —Dilo. —Noemí, te escucho. Ella aflojó su agarre. —Entonces escucha bien. Para encontrar el equilibrio, para preservar el equilibrio, debes ver lo bueno en aquello que es malo… y lo malo en aquello que es bueno. Ninguna persona es completamente buena o, independientemente de lo que pienses de ti o gente como Alan Grey, completamente mala. El equilibrio existe entre el bien y el mal, porque ambos estados son ideas erróneas, nunca verdaderamente reflejadas en la realidad.

Drake tomó sus muñecas y gentilmente las quitó de los laterales de su cabeza. —¿Entonces el equilibrio es la tierra media? —No. —Noemí sonrió—. Y sí. —Disfrutas siendo críptica, ¿verdad? —Hemos hablado con claridad, Drake. —Miró su brazo de cristal y sonrió—. Si tienes el ingenio para verlo. No encontrarás el verdadero equilibrio si estoy sosteniendo tu mano a cada paso del Camino. Página | 100

A una hora de vuelo, Irene fue y se sentó al lado de Drake. Él estaba acurrucado en su asiento, su cabeza en las manos, murmurando algo para sí mismo. Intentó hacer de sí misma una presencia consoladora durante algunos minutos, sin decir nada, pero agradecida de estar cerca si él quería hablar. En toda su vida, Irene nunca había conocido a alguien parecido a Will Drake. Era inteligente y lo sabía, pero más que eso, era amable cuando tenía todas las razones para no serlo. Los hombres en la vida de Irene habían sido lo opuesto, egoístas y crueles. Después de cinco minutos, Drake dejó ir su cabeza y le lanzó una sonrisa forzada. —Hola, Irene. —Hola, Will. ¿Qué estás haciendo solo aquí atrás? Tenemos galletas y televisión delante. —Pensando algunas cosas —respondió él—. Lo que dije en el auto, por cierto, sobre ti yendo a Londres conmigo… lo siento si asumí que vendrías. Sé que no hemos hablado de ello, pero sabes que te necesito, ¿verdad?

Irene asintió lentamente. Había tenido la vaga idea de viajar al Lago Moraine, en Alberta, pero esto era más importante. Ella quería ayudar a Drake. —No es como si tuviera algún otro lugar al que ir… pero lo sé. ¿No crees poder curar a tu madre por ti mismo? Drake sacudió la cabeza. —Mira lo que he hecho hasta ahora, Irene. He sido capaz de curarme; no estoy seguro de cómo, ya que simplemente pasa, pero todo lo demás que he hecho con este maldito poder ha fundido cosas o las ha hecho explotar. Ni siquiera sé si es posible curar a mi madre de su cáncer, pero si alguien puede Página | 101 hacerlo… Irene tragó y sintió un aleteo de nervios y mariposas volar en su estómago. —Algo como lo que tu mamá tiene… ¿cáncer? Will, ni siquiera sabría por dónde empezar. Drake la sorprendió con una sonrisa amable. —Lo sé. Me preocupa un poco, pero creo que te conozco lo suficiente ahora para saber qué harás lo mejor que puedas. —¿Lo crees? —Irene se apegó, y sus brazos se rozaron, el suyo contra el de cristal, y pateó su bota con su zapatilla—. Dijiste algo, allá en el tren, cuando los soldados atacaron, que me confundió. —¿Qué? —Dijiste: «Seguir la red», o algo así. —Irene miró más allá de Drake y afuera de la pequeña ventana, a las luces de algún pueblo abajo en la distancia— . ¿Qué significa? Drake la miró y su expresión se suavizó. —No es nada, la verdad. Solo algo que me digo.

—¿Oh? —Suena vergonzoso, decirlo en voz alta —dijo. Irene le sacó la lengua— . Oh, como sea. Cada vez que he escapado de una de las prisiones de la Alianza, el plan que hago en mi cabeza, siempre lo veo como… como la tela de una araña, ¿sabes? Al centro está la meta: escapar o lo que sea, y hay, como, docenas de maneras de llegar allí. Es lo que me digo, cuando me ponen muros o alambre de púas en el camino. —O te colocan en una plataforma petrolífera. —Esa casi me tuvo. —Drake movió los dedos de su mano buena, la derecha, en círculos lentos sobre la palma de Irene. Ella retuvo un Página | 102 estremecimiento y una sonrisa, pero un placentero escalofrío subió por su brazo—. Como sea, seguir la red. Necesito seguirla todo el camino hasta Londres. Esa es la meta, el premio en el corazón de la telaraña. Volver a mi mamá antes de que sea demasiado tarde. Y ahora tengo una manera de salvarla, Irene. Irene tomó una profunda inspiración. —Me tienes a mí. —Sí, te tengo a ti. Con tu habilidad para curar, creo que tenemos una oportunidad. Irene se encontró pensando que quería ir con él, que le creería si él le dijera que saltara del avión sin un paracaídas y que todo de alguna forma funcionaría. Debe estar tan preocupado… pero lo esconde tan bien. —¿Qué hay después? —¿Después? —¿Después de Londres? Le dijiste a Noemí que irías a Japón, a su escuela secreta o lo que sea que ella cree que debes ir. ¿No suena absurdo?

Drake se encogió de hombros. —Creo que vamos a tener que ir allá primero, pero haré que me lleven a Londres desde allí. En tanto tú y Tristán me quieran alrededor, me quedo con ustedes dos. Eso es una promesa. Pero si ella de verdad puede darnos algún lugar lejos de la Alianza… ¿algún lugar seguro? Algún lugar donde pueda relajarme y entender todo este sinsentido del cristal. Irene, eso suena demasiado bien como para dejarlo pasar. Irene estuvo de acuerdo. Página | 103

Capítulo 10 El Hombre Esqueleto Tiene Un Plan —Estamos aproximadamente a diez minutos del Niagara —repicó una voz femenina en la cabina. Drake supuso que pertenecía al otro piloto, alguna mujer llamada Grace—. A punto de iniciar nuestro descenso. Nada de charla en tierra que le indique a saber a la Alianza que estamos aquí arriba. Página | 104 Drake terminó una bolsa de patatas y vio el final de una vieja comedia de final del siglo con Irene y Tristán. Lamió la sal de sus labios y tomó asiento otra vez mientras hacían su descenso. Las luces en el suelo se hicieron más grandes, bandas de centellantes lámparas de alumbrado público y casas, corriendo como arterias a lo largo del terreno. Las Cataratas del Niagara, pensó. Nunca pensé que vería eso. No pudo sacudirse el irritante sentimiento de que Londres seguía alejándose, en tanto Japón —kilómetro por kilómetro— se hacía más cercano. No es una prisión, se recordó a sí mismo. Al menos, Noemí así lo dice. ¿Pero una vez que te tengan, estarán dispuestos a dejarte ir? —¿Serán capaces de detenerme…? Se inclinó sobre su silla y contempló la cima de la cabeza de Noemí, su suave cabello oscuro balanceándose sobre uno de sus hombros en una cola de caballo suelta. Él quería confiar en ella, realmente lo hacía, pero por todo lo que sabía estaban a punto de aterrizar en una base militar de la Alianza. Eso parecía un toque inverosímil, pero él no habría dudado de la capacidad de Lucien Whitmore. Ni siquiera por una linda, mágica, a veces invisible, chica ninja.

—Algo se acerca por un lado hacia nosotros —dijo Toby a través del intercomunicador—. Parece como un... oh mierda; ¡es un Halcón Marino de la Alianza! Drake presionó su rostro contra la ventana y vio un helicóptero manteniéndose al nivel del avión mientras descendían a solo unos cuantos cientos de pies sobre el suelo. Aún debían estar atravesando el aire a cientos de kilómetros por hora. El Hombre Esqueleto, esa criatura demacrada con piel pálida, se inclinó fuera del helicóptero y le sonrió a Drake. Él debía haber sido liquidado, barrido dentro de la corriente de aire que producía el jet, pero las corrientes de aire parecían doblarse a su alrededor, como si estuviera protegido Página | 105 por un escudo invisible. Lucía surreal, y horripilante. El bastardo robó mi movimiento genial de protección, pensó Drake. La mano del Hombre Esqueleto brilló con una esfera de energía amarilla ondulante. —Oh dios —dijo Drake entre dientes, medio segundo antes de que un rayo de luz pura explotara desde el helicóptero y golpeara el avión—. ¡Aguanten! La cabina entera del avión —y los dos pilotos— se desintegraron en un destello de calor y energía cegadora. El resto de la cabina fue dejada expuesta a los elementos, aire frío e hilillos de nubes bajas. Drake escuchó gritar a Irene y sus ojos saltaron mientras lo que quedaba del avión caía hacia adelante dentro de una espiral, la fuerza presionándolo hacia atrás sobre su asiento. A través del agujero donde la cabina había estado, las luces giraban y giraban confusamente. Drake se agarró del asiento enfrente de él. Un miedo en crudo se liberó entre sus entrañas. Los pocos metros frontales del avión, incluyendo media cocina, habían sido separados tan limpiamente como si una cuerda de piano hubiera sido pasada a través de una manzana. El avión iba a estrellarse. No… —¡No!

Un fuego feroz incendió el brazo de Drake e incineró el guante de piel que ocultaba su mano de cristal. Chispas de un azul reluciente emergieron de sus dedos, retorciéndose en tentáculos de poder que se dispararon a través del avión. La energía turbulenta se fusionó a medida que abandonaba el avión. Con el estómago haciendo volteretas, Drake observó, sorprendido, mientras un ave de cristal de reluciente emergía surgía de la llamarada de poder. Con un gran chillido —como el de un halcón o un águila— el ave creció hasta que eclipsó la vista del suelo. Una envergadura enorme equilibró al ave y las garras afiladas se enterraron en el fuselaje arruinado del avión en descenso. Bueno, mejor que una maldita araña. Zarpas de cristal perforaron la cubierta de la aeronave como si fuera nada más que una lata de estaño. Cerca del suelo ahora, Drake vio un torrente de rugiente de agua blanca, cayendo en cascada sobre la cara de un acantilado, a cincuenta metros sobre el río en el desfiladero abajo. ¡Las cataratas del Niágara! Con otro chillido, el ave de cristal tiró del avión hacia arriba y la cabeza de Drake giró mientras libraban la cima de las cataratas. Un rocío congelado aguijoneó su piel como pequeños guijarros. Las zarpas del ave cortaron limpiamente a través de techo y la criatura de cristal perdió su agarre sobre el fuselaje roto y maltratado. Aun llevando una cantidad considerable de velocidad, el avión cayó dentro del río que alimentaba las monumentales cascadas. El agua fría se coló dentro de la cabina al tiempo que Drake era arrojado hacia el frente del impacto, el cinturón de su asiento clavándose dolorosamente en su cintura. La parada repentina lo desorientó por un momento, pero solo un momento. Desabrochó su cinturón y cayó dentro del pasillo, el agua fría ya a un cuarto de metro de profundidad y aumentando mientras las luces de la cabina parpadeaban encendiendo y apagándose. De Noemí y Takeo no podía ver nada, pero Drake se dirigió hacia el frente del avión en busca de Irene y Tristán. Encontró a Tristán moviéndose sobre el agua, nadando en contra de la afluencia del frente de avión, la mochila colgaba

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sobre su hombro mientras hacia su escape fuera hacia el río, ¡Irene aún estaba en su asiento! Una mascará de sangre cubría su cara y su cabeza colgaba contra su hombro. Drake se impulsó hacía la silla de Tristán y sujetó los hombros de Irene. —¡Irene! El agua ahora se había elevado al nivel de los asientos y Drake salpicó el rostro de Irene con un frío puñado. Algo de la sangre se limpió, rápidamente reemplazada debido a una profunda rajadura desagradable sobre el ojo izquierdo, pero ella tosió y respiró con dificultad por el frío. Página | 107

Drake exhaló un fuerte suspiro de alivio mientras ella miraba a su alrededor, desorientada y confundida. Irene lo vio, sonrió, y entonces sujetó el lado dolorido de su cabeza. —¿Qué… Will? —Conjuré algún tipo de ave de cristal —dijo él—. Una vieja gran ave que nos atrapó antes de que nos estrelláramos. Todo mágico y lo que sea. Que me cojan si sé cómo. Sujétate. Drake desabrochó su cinturón mientras el agua llegaba arriba de los asientos de piel y estos comenzaban a flotar. La cabina estaba ahora bajo un metro y lo que quedaba de la cocina se hundía hacia el fondo del río. Parecía como si Tristán hubiera conseguido salir. En la luz empobrecida, Drake no sabía si Noemí o Takeo habían hecho lo mismo, pero sus asientos estaban vacíos. Enrolló su brazo debajo del de Irene y tiró de ella contra la corriente. El fuselaje golpeó el fondo del río y una oleada de burbujas de la cola de la aeronave se precipitó hacia el frente, disparándolo a él y a Irene fuera del avión y dentro del río. Mantuvo un agarre firme alrededor de Irene mientras la corriente los barría de regreso a lo largo de la longitud del avión.

¡Las cataratas! El miedo se apoderó del corazón de Drake. No tendría oportunidad de ayudar a Noemí o Takeo si aún seguían en el avión. Él e Irene estaban a punto de caer en picada hacia sus muertes. La corriente los forzó a mantenerse en la superficie y Drake tomó aire mientras el peso de su brazo de cristal —un peso que él no sentía en la propia extremidad— trataba de llevarlo de regreso hacia abajo. Irene agarró el reverso de su cuello y lo mantuvo a flote. Barrido junto con el río, Drake escuchó las cataratas rugiendo en la oscuridad más adelante. —¡Will! —gritó Irene—. ¡Mira! Ella comenzó a remar, grandes brazadas con su brazo libre y Drake vio Página | 108 que estaban cerca de la orilla: una serie de protuberancias rocosas y tierra seca. Las brazadas de Irene los acercaba más, remontando la corriente, hasta que los pies de Drake rozaron el fondo del rio mientras la profundidad desaparecía. Drake e Irene tiraron el uno del otro hacia la orilla, jadeantes y empapados. Gotas calientes de la sangre de Irene se estrellaron contra el reverso de la mano buena de Drake mientras se agarraban con las uñas a las rocas, desgarrando sus ropas y cortando su piel. —Los otros… —consiguió decir Irene. Apretó los ojos, cerrándolos con dolor y tocó el lateral de su cabeza—. ¿Está muy mal? —Estás sangrando —dijo Drake, temblando—. ¿Puedes sanar… —¡Chicos! —llamó Tristán. Corría a lo largo de la orilla hacia ellos, arriba y sobre las rocas, pareciendo tan congelado como Drake se sentía—. ¿Están bien? Fui barrido, y-yo no pude… —¿Qué diablos pasó? —preguntó Irene—. El frente del avión simplemente… desapareció. Esos pobre pilotos. —Fuimos atacados —dijo Drake, mientras las aspas zumbadoras de un helicóptero cortaban a través del aire—. Tres intentos a que adivinas quien…

El helicóptero de la Alianza, elegante y negro contra el cielo nublado, voló sobre las Cataratas del Niágara, mordiendo a través de la niebla y el rocío. Una amplia luz reflectora en su parte inferior pronto captó las tres figuras enlodadas sobre la orilla rocosa. —¿Qué hacemos? —preguntó Tristán. Drake se puso de pie y miró con furia hacia arriba. —No vamos a huir de este —dijo él—. Ellos quieren tanto esta pelea, la van a tener. —Me duele la cabeza… —Las lágrimas se abrían paso dejando rastros a Página | 109 través de la sangre sobre las mejillas de Irene. Tristán se arrodilló a su lado mientras Drake se hacía a un lado. —Cuídala —le dijo a Tristán y le mostró el dedo medio al piloto del helicóptero. Se aseguró de que el reflector tuviera una buena vista de su rostro mientras conducía al helicóptero lejos de sus amigos, más abajo de la orilla hacia el borde de las cataratas. Vamos, bastardos. Drake movió su mano de cristal en círculos lentos. Lanzas de puro y afilado cristal —largos témpanos de duro cristal de una pulgada de grosor— se formaron en el aire debajo de su mano giratoria. Levantó el brazo y las lanzas se movieron sobre su cabeza, flotando en el aire. Cuatro lanzas, azul brillante, rotaron alrededor de su cabeza, en un halo feroz. Dejó que quien fuera que estuviera en el helicóptero pudiera tener una buena vista del cruel cristal y entonces arrojó su brazo hacia adelante, como si arrojara una jabalina. Las lanzas se dispararon a través del aire y se enterraron en las entrañas del helicóptero. Una dio en las aspas giratorias y explotó en un estallido de fuego azul. El helicóptero viró mientras el piloto trataba de recobrar el control y metal retorcido llovía sobre las cataratas. Dos menos en un día, pensó Drake sombrío.

Mientras el helicóptero se movía en espiral fuera de control sobre el desfiladero alimentado por las cataratas, una figura apareció sobre el borde del espacio de la cabina y saltó de la cabina directo a Drake La figura aterrizó sobre sus piernas, agachado como un tigre listo para atacar, sobre el pequeño espacio de tierra en la orilla sobre las cataratas. Drake se tambaleó hacia atrás, dirigiéndose hacia una serie de rocas parcialmente sumergidas que corrían a lo largo de la orilla de la cascada. La descarga de espuma y el rugir de cientos de miles de litros de agua cayendo en cascada dentro del acantilado era casi ensordecedor. El poder de las cataratas sacudió a Drake hasta los huesos. Llegó hasta la última meseta de piedra húmeda —sin tener a dónde correr de no ser sobre el límite de las cataratas— y dio vuelta para enfrentar al hombre que había saltado desde el helicóptero. —¿Qué pasa, Drake? —gruñó el Hombre Esqueleto—. ¿No me reconoces? Se mantuvo en pie solo un a puñado de metros de distancia, sus brazos y piernas alongados de carne pálida, podrida, colgando como ramas muertas. Cuando él y Drake se habían enfrentado hacía algunas horas, había sido a cierta distancia. En el momento Drake había pensado que algún efecto de luz le había dado al hombre la apariencia de tener ojos negros. Pero no… Tan cerca como estaban ahora, Drake vio que no había sido engañado por la luz. El Hombre Esqueleto parpadeó, y estrellas carmesíes centellaron entre las profundidades de sus ojos demoniacos. —¿Debería reconocerte? —preguntó Drake. —Oh, somos viejos amigos. —La voz del Hombre Esqueleto era como clavos oxidados tallados contra un pizarrón. Se abalanzó, con los brazos delgados extendidos, y ninguna otra cosa sino fuego enloquecido en sus ojos.

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Drake retrocedió un paso —el tacón de su bota quedó a cielo abierto sobre las cataratas— e instintivamente levantó su brazo de cristal. El Hombre Esqueleto se detuvo abruptamente, atrapado por un escudo invisible de poder, sus manos podridas extendidas a unos centímetros de distancia de la garganta de Drake. Sus uñas eran afiladas astillas del color de madera vieja a la deriva. El Hombre Esqueleto rechinó los dientes amarillos contra sus labios separados mientras forcejeaba en contra de la barrera visible que los mantenía aparte. Drake lo sintió empujando contra el escudo, clavando las uñas hacia adelante milímetro a milímetro. Tensó su brazo de cristal y arrojó toda la fuerza que pudo reunir —imponiendo su voluntad sobre el asombroso poder que se Página | 111 había filtrado en su mente en el Titán— en contra del Hombre Esqueleto. Y no fue suficiente. Las uñas del Hombre Esqueleto dibujaron tenues líneas de sangre a lo largo del cuello de Drake. Sujetó su garganta y los empujó a ambos sobre el borde de las cataratas con un grito de triunfo enloquecido. Drake se zafó de una patada del agarre de las zarpas hirientes del Hombre Esqueleto, dibujando un tenue arañazo sobre su cara. Las cataratas lo sacudieron como un muñeco de trapo y lo forzó a alejarse todavía más del monstruo. Drake cayó, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Esto es todo… No sobreviviré a esto. Drake no quería morir. Su mente fue en un destello hacia Irene, sangrando y asustada arriba sobre la orilla. Lo siento tanto. Y entonces pensó en su madre completamente sola en Londres, nunca sabría lo que había pasado. Él le había prometido que iba a regresar a casa. Las aguas vertientes en la base de las cataratas crecieron más grandes y más grandes, y Drake cerró los ojos para no ver el impacto. Tuvo tiempo de respirar profundo y…

La caída se detuvo en una llamarada de luz brillante y un chillido que hacía eco. Algo sujetó el brazo de cristal de Drake y fue sujetado a lo largo de las cataratas, a través de la neblina congelada, sostenido en las garras de una brillante águila azul. El ave que él había conjurado, de alguna manera, mientras el avión se estrellaba lo tenía sujeto. Las brillantes alas tintinearon con el repique del cristal contra el cristal y pronto Drake se elevó sobre las cataratas otra vez. Sin necesidad de decirlo, el águila lo llevó de regreso sobre la orilla rocosa y lo depositó cerca de sus amigos. Mientras aterrizaba, la magia resplandeciente o la cosa endemoniada que fuera el ave se dispersó en cientos de chispas descendientes que parecieron ser succionadas dentro de su brazo de cristal. Una mosca zumbó alrededor de su Página | 112 oreja, y él la aplastó. —¡Irene! —gritó Drake. Noemí y Takeo, tan empapados por el choque en el río como el resto de ellos, se hallaban de pie al lado de Tristán. —Will —dijo Tristán—. Tus ojos… —¡Retrocede! —rugió Takeo y sacó su pistola de la funda en su cintura—. ¡Está poseído por la locura! Noemí desenvainó su katana y se interpuso entre Drake y sus amigos. Drake se burló, movió con rapidez la mano y la empujó hacia un lado, como si la hubiera empujado por la espalda. En un solo movimiento, ella bailó con el golpe, girando sobre un solo pie con tanta gracia como una hoja sobre el viento, y trajo su espada frente a su garganta —¿Qué estás haciendo? —preguntó Drake, sintiendo el frío acero contra su piel. Irene lo miró como si estuviera viendo un monstro. —Tus ojos, William Drake —dijo Noemí— son tan rojos como la sangre. Por encima de la preocupación que sentía por sus amigos, Drake escuchó un zumbido en sus oídos, el cual subió de volumen y repiqueteó alrededor de su cabeza como… Como la risa de esa criatura de mi sueño.

Una fatiga abrumadora inundó a Drake y cayó sobre sus rodillas, sujetándose la cabeza por ambos lados. —Haz que se detenga… —murmuró. Dentro del oscuro cristal de su brazo, vio sus ojos reflejados hacia él: dos puntos de luz carmesí, riéndose del mundo—. ¡Haz que se detenga! Un infierno aplastó sus pensamientos en cascadas de dolor cegador — fluyendo más rápido que el río Niágara— y cayó sobre su espalda. ¿Qué le había dicho Noemí que prevendría esto? Equilibrio… Drake gimió y miró hacia arriba, al cielo nocturno, esparcido con nubes grises como enormes catedrales iluminadas con luz de luna etérea, al tiempo que sus pensamientos descendían Página | 113 dentro de bandas rojo fuego. Irene consiguió sentarse mientras Drake caía, con una mano presionada contra la herida en su cabeza, derramando sangre sobre su ojo, y trató de gatear hacia él. —Irene —dijo Tristán, lo suficientemente fuerte como para combatir el ruido de las cataratas estruendosas—. Estás sangrando mucho. Solo… solo quédate quieta… Irene maldijo y sintió la familiar burbuja de poder fluyendo a través de sus brazos. Ella no se concentró en lo que estaba haciendo y una oleada de energía proveniente de la palma que tenía contra su frente la noqueó hacia atrás como el golpe de un martillo. Vio estrellas —más estrellas— y sintió la propia herida escociendo debajo, fusionando la piel sobre su ojo derecho y tirando de su ceja. La energía envió el mundo a girar otra vez, pero a través de su ojo derecho —el que no estaba pringoso por la sangre— vio a Noemí acercarse a Drake. Él estaba retorciéndose en el suelo, una luz enloquecida destellando en sus ojos. Ella esperaba que eso significara que estaba luchando contra la locura. Noemí se arrodilló a su lado. —Takeo, sostén sus hombros —dijo ella.

—No le hagas daño —consiguió decir abruptamente Irene. El dolor martillando detrás de sus ojos casi la cegaba. Trató de sentarse otra vez y no pudo conseguirlo—. ¡No te atrevas! Tristán no los dejes… Noemí le lanzó una rápida mirada a Irene mientras Takeo retenía a Drake, impidiendo que se sacudiera. Una línea de luz azul cruzó sus labios, como si se hubiera aplicado lápiz labial azul. La chica japonesa se inclinó cerca al lado de Drake y le susurró algo al oído. Después de un largo momento Drake pareció relajarse. Noemí puso su rostro sobre el suyo y lo besó con sus brillantes labios azules. Drake se sacudió, como si hubiera sido golpeado con uno de esos garrotes llevados por los Página | 114 guardias en La Plataforma y la luz roja en sus ojos parpadeó y murió. Él suspiro aliviado y Noemí cayó hacia atrás, sonriendo. Ella le besó Irene sintió que algo de su fortaleza retornaba. Se agarró al brazo de Tristán y se impulsó hasta quedar sentada. —¿Qué hiciste? Noemí se puso de pie y le dio espacio a Drake. Su cara estaba contraída de dolor y se sostenía el estómago mientras se levantaba. Drake tosió y se sentó. Irene sintió tanto alivio cuando vio sus ojos. Cafés y normales, si acaso un poco enrojecidos. Se acercó más a él. —¿Estás bien? —dijo él con voz ronca —¿Qué si estoy bien? —Irene golpeó la rodilla de él con una mano cubierta de sangre—. ¡Estúpido idiota! Caíste por las cataratas y… y… yo necesito lavarme las manos. Irene gateó hacia el límite del agua y se enjuagó las manos en la rápida corriente, lavando la sangre. Aún sentía un poco de mareo, pero al menos el mundo había dejado de tambalearse a su alrededor. Se inclinó cerca del agua,

mojó su cara y se limpió el cabello de sangre lo mejor que pudo. Al hacerlo sintió una protuberancia sobre su ojo izquierdo, donde había estado su herida. Irene pensó que era una costra sobre la herida, pero no dolía cuando la frotaba. No tenía forma de ver su reflejo en el agua oscura moviéndose suavemente, pero se sentía como si una línea de tejido cicatrizado cruzara su frente, a través de su ceja y abajo hacia un lado de su ojo. ¿Qué pasó? ¿Lo… curé mal? —Irene —preguntó Drake—. ¿Qué pasa? —Nada —dijo ella rápidamente. Hizo a un lado su cabello húmedo sobre el lado izquierdo de su rostro, para ocultar el daño hasta que pudiera examinarse Página | 115 mejor—. Estoy bien. —Necesitamos movernos —dijo Tristán mientras Irene regresaba del agua y con sus compañeros—. ¿Ahora qué? Takeo y Noemí intercambiaron una mirada afligida y el chico alto se acarició la barba. —Necesitamos transporte —dijo él—. Vengan, debemos alejarnos de aquí y encontrar un vehículo. Drake se las arregló para ponerse de pie, e Irene puso el hombro debajo de su brazo para ayudarlo a levantarse. —¿Qué hay de esa… esa cosa? —preguntó ella, pasando una mano sobre su cabello y asegurándose de que la burda cicatriz encima del ojo se mantuviera escondida. Seguramente no está tan mal…—. ¿La criatura que te empujó por encima de las cataratas? —El Hombre Esqueleto —dijo Drake, abofeteando su mejilla un par de veces. Lucía muy cansado—. Él dijo que éramos viejos amigos. Pero creo que recordaría esa cara.

Capítulo 11 Otra Vez en el Camino Para cuando Drake y sus acompañantes hubieron caminado un poco río arriba, vadeando partes poco profundas del Niágara y cruzado a la parte apropiada de la costa y entrado a la ciudad de Buffalo, los servicios de emergencia y todo tipo de vehículos, helicópteros y camionetas de noticieros ocupados habían descendido al sitio de lo que se había convertido un accidente aéreo múltiple. Página | 116 Húmedos por el río e intentando no parecer sospechosos —no tan simple cuando un miembro del grupo cargaba una espada y otro un arma—, el grupo de Drake se mantuvo en el camino que corría paralelo al río. Noemí caminaba cojeando, pero Takeo y Tristán habían salido relativamente sanos del accidente. La corriente de agua había arrastrado a Noemí y Takeo del avión en cuanto se desabrocharon los cinturones. Ahora que la adrenalina del choque y la batalla siguiente se habían ido, Drake temblaba del frío y del aterrador vértigo de caer de las cataratas. Buffalo estaba a unos cuantos kilómetros de Terranova y Labrador. No había caído nieve, pero el aire nocturno aún tenía una cruda mordida. Necesitaba tiempo para colgar una de esas feroces orbes antes de que el frío se pusiera peor y sus dedos comenzaran a caerse. —Esperen —dijo Drake—. Ya no estamos en Canadá, ¿cierto? Irene sacudió la cabeza y apuntó atrás hacia las cataratas con el pulgar. Estaban parados en una pequeña colina de hierba, que daba al río por un lado, con la ciudad al otro. —Nos estrellamos en Estados Unidos. Supongo que somos inmigrantes ilegales o algo por el momento. —No es el peor crimen en nuestra lista —dijo Tristán.

—Qué me aspen si esa lista no se está volviendo un poco larga. —Drake sacudió la cabeza—. Necesitamos salir de este frío. —Necesitamos un auto —dijo Takeo. Irene suspiró. —Ducha caliente y un cambio de ropa antes que nada, seguro. —Chocolate caliente —agregó Tristán—. Todo un barril. —No podemos dejar de movernos —dijo Drake, en un tono que no admitía ninguna discusión—. Ni siquiera por chocolate caliente. ¿Cómo vamos a conseguir un auto? Takeo hizo crujir los nudillos y apuntó a una silenciosa calle de los Página | 117 suburbios al fondo de su colina. Viejos árboles de caoba, gruesos con hojas verdes, alineaban la calle, y la única señal de vida era un hombre silbando una tonada y paseando a un Golden retriever. —Tengo una afinidad con la maquinaria —dijo. —¿Qué? ¿Puedes usar tu poder para encender un motor? ¿Ese es tu talento como la invisibilidad de Noemí? —preguntó Tristán. Takeo lo miró con recelo. —No, hombrecito. Mis tíos en Japón son mecánicos más o menos. Iré a buscar el vehículo. —Tenemos toda una bolsa de dinero aquí —dijo Tristán—. ¿Y acaso ustedes los tipos ninja, no tienen tarjetas de crédito en forma de estrellas o algo para acceder esa riqueza y recursos que estaban hablando antes? Podríamos simplemente comprar un vehículo de los clasificados. O rentar uno. —Es tarde —dijo Irene—. ¿Dónde haríamos eso? Y estamos en América ahora. No sé si funciona bien el dólar canadiense aquí. Tal vez aquí de cerca de la frontera… —Yo… buen punto —concedió Tristán—. ¿Todos a favor de robar un auto, entonces? —Levantó una mano. Sigue la red. Drake suspiró e hizo lo mismo.

Irene se quedó sola y tembló, el cabello le caía sobre el rostro. Drake quería poner los brazos a su alrededor y atraerla. No pensó que ella lo apreciaría. Noemí palmeó el hombro de Takeo. Tuvo que ponerse casi de puntillas para alcanzar su mejilla y darle un pequeño beso. —Ten cuidado. Te encontraremos en la esquina justo al final de la calle, junto a esa casa con la cerca blanca. Takeo asintió y corrió por la pendiente de la colina, escondiéndose en las sombras y moviéndose con mucho sigilo para alguien de su tamaño. Drake lo miró ir y suspiró de nuevo, esperando que no robara el vehículo de una ancianita. —Uno más a la lista —murmuró. —¿Crees que la caída mató a la cosa esquelética? —susurró Tristán. Drake miró a Tristán, sintiéndose dubitativo. Algo en su tono parecía raro. Los dientes de Tristán tiritaron en el aire frío. —La caída lo habría matado, sí. —Sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo. Drake y sus amigos —y Noemí— estaban esperando detrás de los árboles al otro lado de la calle de la casa con la cerca blanca cuando Takeo aparcó una camioneta plateada. Se subieron al carro y Drake estuvo agradecido de salir del frío. El motor rugió y la ventana del pasajero había sido rota sospechosamente, pero el auto se estaba moviendo. —Un vehículo viejo —dijo Takeo—, modelo dos mil doce. Menos seguridad. Sin sistema de rastreo Alianza. Irene se apretujó en el asiento del pasajero buscando calor. Drake, Noemí y Tristán se apretujaron en la parte trasera: Drake al medio, Tristán a la izquierda y Noemí a su derecha. Se había quitado la katana y descansó la espada sobre su regado. El extremo de la vaina descansaba sobre las piernas de Drake. —Calefacción, por favor. ¡Potencia máxima! —Irene jugueteó con algunos botones en el tablero, y una corriente de aire fresco que rápidamente cambió a caliente salió por la ventilación.

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—¿Puedes cerrar tu ventana, Takeo? —preguntó Drake. El gigante se revolvió en su asiento, le lanzó una mirada ruda sobre el hombro—. Es una broma, amigo. Tengo, como, siete de ellas. Gracioso, ¿no? Deberíamos conseguirte un espacio en el cuarto común los sábados por la noche, susurró la voz de Marcus Brand en la parte trasera de su mente. Drake se encogió y se pasó la lengua sobre el punto en su boca donde había perdido un diente, a causa de lo que había sufrido a manos de Brand. La paliza finalmente le había dado a Drake la resolución para salir de la red y escapar. Takeo mantuvo una distancia prudente de otros autos en el camino, y después de cinco minutos, el calor de la ventilación fue suficiente para que Drake se relajara. Todos se sentaron en un incómodo charco de ropas y silencio. Página | 119 Tristán jugueteaba con su teléfono, que parecía haber sido dañado ligeramente por el agua. Maldijo y golpeó el aparato contra su palma. El dron estaba guardado en la mochila a sus pies, en medio del revólver, varios miles de dólares canadienses pegados por el chapuzón en el río, y el extraño portal de cristal azul. Nadie preguntó a dónde los llevaba Takeo. Por ahora, era simplemente bueno estar lejos del agua. —¿Qué era ese pájaro? —preguntó Irene—. Estaba hecho de cristal, ¿no es cierto? ¿Cómo lo hiciste, Will? —No tengo idea —dijo Will—. Honestamente, estoy cansado de decirlo, pero solo pasó. Pero échale un vistazo a esto. —Tiró de la manga que cubría su brazo de cristal y les mostró a todos la esfera embebida encima de su muñeca. No más grande que una canica, brillaba con una luz calma y etérea. —Es un águila —dijo él—. No me pregunten cómo lo sé, pero lo sé. Es parte de mí, creo. Si me concentro, podría salir de nuevo. —No en el auto, por favor —dijo Tristán. —Esa luz en tu brazo… invocaste un guardián —dijo Noemí, sorprendida—. Los guardianes son tan raros que se han convertido en una leyenda, pero son mencionados en las historias guardadas del Camino del Yūgen. Nuestros ancestros, grandes portadores del poder, se decía que comandaban la lealtad de tales criaturas.

—Haces que parezca como si esa cosa estuviera viva —susurró Tristán. Drake le lanzó una mirada seria y sacudió la cabeza. —¿Cómo sabemos que no lo está? Noemí rio; una de las pocas cosas que había hecho, pensó Drake, que la hacían parecer de su edad. —Estás destinado a la grandeza, William Drake. Drake ladeó la cabeza y le lanzó una mirada seria. —Estoy destinado a ser un ejemplo de lo que pasa a los idiotas que se levantan en contra de la Alianza. —El bastardo Hombre Esqueleto se las había arreglado para sobrevivir con toda certeza. Lo veremos de nuevo…—. ¿Cómo Página | 120 nos encontraron? —preguntó Drake—. El Hombre Esqueleto descarriló nuestro tren, estrelló nuestro avión y me ha causado un montón de dolor. ¿Podría… podría estar haciéndolo de la misma manera que tú lo hiciste, Noemí? ¿Cómo sea que lo hayas hecho? Dijiste que aquellos que sabían cómo mirar podían encontrarme a un mundo de distancia. —No podría decirlo con seguridad. —Noemí hizo una mueca y acarició la empuñadura de su katana—. Es posible. —También es posible que la exposición al Cristal-X —dijo Tristán— lo deje ver el futuro. Drake consideró eso. —Parece un poco absurdo, incluso dado todo lo que ha pasado. —Lo has estado haciendo, amigo. —Michael —le advirtió Irene. —¿Qué? Lo ha hecho. Antes… Dios, fue hoy día más temprano. Antes respondiste una pregunta que Irene ni siquiera hizo fuera del banco. Ni siquiera supiste que lo estabas haciendo. Drake frunció el ceño y miró entre sus dos amigos. —¿Lo hice?

Irene dudó y luego asintió, una cortina de su cabello castaño ocultando la mitad de su rostro mientras miraba hacia atrás sobre su hombro. —Caray. —Drake rio nerviosamente—. Entonces medio espero que sea la primera opción, ¿eh? Si la Alianza puede ver el futuro... —Entonces no hay dónde podamos escondernos. —Los videntes son una especie rara —dijo Noemí. —¿Tan raros como los loros guardianes legendarios? —replicó Drake. Ella lo ignoró. —Y a menudo sus visiones están abiertas a vastas interpretaciones. Takeo tomó la autopista fuera de Buffalo y se unió al espaciado tráfico; Página | 121 unos cuantos camiones y caravanas, dado que ya estaba por ser medianoche. Una señal reflexiva verde decía que estaban pasando a cien kilómetros por hora y clamaba que faltaban 372 millas hasta Nueva York. La Gran Manzana. —No estamos tan lejos de la Ciudad de Nueva York —dijo Takeo—. El Refugio tiene diferentes apartamentos seguros dentro de los límites de Manhattan que podemos usar hasta que demos con nuestro siguiente movimiento. Quizás llamar refuerzos. —Nueva York. —Drake rio y se frotó la frente—. Esa es una mala broma, ¿verdad? Aunque muero por ver la Estatua de la Libertad y comer pizza, esa ciudad es el cuartel de la Alianza. —Y el último lugar al que esperarían que corriéramos —dijo Noemí—. Nos podríamos esconder bajo la sombra de la bestia. —No si la bestia tiene súper-duper poderes mágicos y puede sentirme a donde sea que voy —señaló Drake—. O ver el futuro. O quizás solo una vieja y anticuada red de cámaras espía. —¿Qué más quieres que hagamos entonces, William Drake? —preguntó Noemí. —No lo sé. Tienes, no sé, ¿otro jet? Tristán rio, pero no había mucho humor allí.

—No al que podamos acceder en una franja de tiempo razonable —dijo Noemí—, y dado cómo terminó el viaje anterior, la pérdida de Grace y Toby, necesitamos replantearnos nuestros medios de escapada a Japón. —Bueno, si es escapar lo que quieres… —Tristán rodó los ojos y sacudió la mano hacia Drake—, has venido al tipo indicado.

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Capítulo 12 Tejido Cicatrizado Poco después de la medianoche, según los kilómetros pasaban perezosamente y Tristán dormitaba contra el hombro de Drake, roncando suavemente, Takeo estacionó en una estación de servicio de 24 horas para poner combustible al auto. Drake había estado luchando contra el sueño —el poco sueño que parecía capaz de lograr estos días— temeroso de lo que podría ver en sus sueños, pero en cuanto el auto se detuvo por completo y la puerta de Takeo se abrió y cerró, sus ojos se abrieron por completo de un sueño leve y estuvo alerta de nuevo. Codeó a Tristán hacia la ventana y se giró a tiempo para ver a Irene salir de auto, sollozando, y alejarse a tropezones del frente de la estación con los hombros caídos. Noemí la vio irse con esa eterna expresión serena en su rostro. Se giró a Drake y le dio una mirada conocedora. —Iré y veré qué le pasa —le dijo, empujándole la rodilla—. ¿Puedes dejarme salir? Las ropas de Drake se habían secado un poco desde el accidente en el río, pero todavía estaban incómodamente húmedas en ciertos lugares. Sacudió los brazos e hizo girar la cabeza para despertarse, no es que pudiera dormirse. Se sentía agotado y lastimado. Atrapó a Irene sentada en un columpio en uno de esos equipos de juegos plásticos que se encuentran en las paradas de descanso en las largas autopistas del mundo, casi como si fueran plantadas y crecieran de la tierra. Un lugar para que los niños jugaran mientras papá cargaba combustible y mamá iba a

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conseguir café para mantenerlos en el camino cien millas más. Irene se balanceaba gentilmente, el chirrido de las cadenas oxidadas hacían eco a través de la pequeña y desierta estación de servicio. Una piscina de luz de la carretera hacía que el parque de juegos pareciera casi plateado. —Oye, dulzura —dijo Drake—. ¿Qué hay? —Por favor vete, Will —susurró Irene, con el rostro escondido por el cabello. Sollozó y se limpió unas cuantas lágrimas de las mejillas con el dorso de la mano—. Quiero estar sola. —Y yo quiero jugar en los columpios. —Drake se sentó en el columpio al lado de Irene y pateó, para obtener un poco de perezoso balanceo—. Así que, Página | 124 ¿qué está pasando por tu mente? —Nada. —Sí, a mí también. Ni una preocupación en el mundo. Irene rio a través de las lágrimas y Drake plantó los pies en el suelo. Sin dejar el columpio, se empujó hacia ella, agarró la cadena de su columpio y la atrajo. Ella no peleó con él mientras gentilmente apartaba el cabello hacia atrás de su rostro y ladeaba su mandíbula hacia la luz de las farolas. —Oh, Irene —susurró Drake—. Mira lo que te han hecho. Irene vio la mirada en el rostro de Drake y lo empujó. Las cadenas chirriaron cuando su columpio los hizo golpearse. Drake se empujó a un lado a una extraña figura de ocho. —Lo estropeé —dijo ella—. ¡No tienes que mirarme así! Drake controló su columpio. —¿Cómo qué? Irene sacudió la cabeza y se levantó. Se abrazó y peleó con más lágrimas. Irene anduvo hacia donde la autopsita cruzaba un pequeño puente, sobre un río

estático. Sus zapatillas mojadas rechinaban en los escalones de piedra cubiertos de hojas secas y crujientes. No le importó si Drake la seguía. Estaba cansada de correr y estar con miedo y tener que lidiar con el imán andante atrae problemas que era William Drake. Eso no es justo… Irene calló a su voz interior y se sentó en una banca de madera húmeda que daba al agua. Con las farolas de la carretera encima, alumbrando el pequeño río, podía ver su reflejo en la superficie del agua en calma. La horrible cicatriz corría desde encima de su ceja hasta la esquina de su ojo izquierdo. Estaba roja e hinchada, sobresaliendo de su piel y, gracias a su poder de curación, lucía como Página | 125 si la hubiera tenido por años. Irene pensó que hacía ver su ojo caído. Unos cuantos minutos pasaron antes de que Drake viniera y se sentara a su lado. —¿Qué te hizo tardar tanto? —murmuró. —Me detuve a jugar en las barras. —La empujó con el codo—. En serio, solo te estaba dando un minuto. No está tan mal, sabes. Ella lo miró con furia y bajó su cabello sobre un lado de su rostro. —Es horrible. —Es genial. —¡Eres horrible! —Soy genial. Irene se mordió una réplica, incluso cuando él se movió más cerca en la banca. Notó que se había sentado de manera que su brazo real, no el de cristal, estuviera a su lado. Aquí estoy yo, preocupándome por una cicatriz, y su cuerpo entero está cambiando.

—Es tonto, lo sé —dijo en voz baja—. Pero, incluso después de esta noche, siempre creí que de alguna forma volvería a la escuela, ¿sabes? Universidad, incluso, en unos cuantos años. Solo tengo dieciséis pero… pero esta es solo otra forma en la que nunca encajaré. Drake rio entre dientes. Ella luchó con más lágrimas. —¿Por qué te estás riendo? —Porque encajar es para los bobos, Irene. —Frunció el ceño—. Perdón, no me gusta esa palabra. Bobos. ¿Qué rayos significa? No importa. ¿Por qué Página | 126 querrías encajar? —Oh, seguro, ¡está bien para ti! —dijo ella—. Eres Will Drake. No te preocupan las cosas, tú solo… tú... —Sí, ¿porque volverme loco y convertirme en cristal no es algo de lo que deba preocuparme? —Drake le golpeó el hombro—. Me preocupo por mi mamá, por lo que me está pasando. Irene, me preocupo por ti; por lo que tú piensas de mí. Irene parpadeó. —¿Lo que yo pienso de ti? Se encogió de hombros. —He hecho cosas —dijo él—. Algunas no tan buenas a personas. La mayoría a no muy buenas personas, lo sé, pero eso no lo hace mejor. Y esta cosa del cristal está jodiéndome. No sé qué está pasando, pero estoy trabajando en eso del equilibrio que dijo Noemí… —¿Qué hay de Noemí? —preguntó Irene, odiando el borde de celos en su voz. —¿Noemí? ¿Qué hay con Noemí? —El ceño de Drake se frunció—. ¿Eh?

—¿Te preocupa lo que ella piense de ti? ¿Bien? Debes haber visto cómo te mira como… como si fueras la cosa más genial que haya visto. Estás “destinado” a la grandeza. Ooh. Drake se rio. —¿Irene, de verdad? ¿Noemí? Solo me quiere por mis superpoderes. Y… —¿Y qué? —Y, bueno, ella no es tú. —Drake dejó escapar un largo suspiro y se frotó los párpados con la palma de su mano verdadera—. No estaba allí en el ascensor debajo de La Plataforma, curándome cuando me caí, o allí en el helipuerto Página | 127 cuando ese helicóptero me partió la pierna por la mitad. No estuvo allí dándole pastillas a Tristán para que siguiera respirando después de que Brand me sacara los dientes del cráneo. No estuvo en La Plataforma. Lo que nosotros tenemos, amistad o… o lo que sea, no puede deshacerse por una chica linda que me mira como si fuera Superman o algo. Irene le miró fijamente. —¿Crees que es linda? Drake bufó y tiró un brazo a su alrededor, acercándola en el frío, en aquella solitaria banca debajo de una vacía autopista muy, muy lejos de casa. Ella descansó la cabeza en el hueco bajo su hombro y escuchó su corazón. Después de un largo minuto así, Irene se apartó de su pecho y se inclinó hacia delante para mirar su reflejo en el lago de nuevo. Colocó el cabello detrás de su oreja y reveló el hinchado tejido cicatrizado sobre su ojo. Suspiró. —Bueno, nadie podría equivocarse y decirme linda… Drake se puso de pie, tomó sus manos entre las suyas y tiró de ella hacia arriba hasta que estuvieron frente a frente. Ella se negó a mirarlo a los ojos.

—Si ese es un error, Irene Finlay, entonces he estado cometiendo muchos por un rato ya. La besó en la frente, en la punta de la nariz, y luego dudó, el aliento cálido contra su piel fría. —Bobo —susurró ella. Irene tiró de las solapas de su estúpido gorro para empujar sus labios contra los suyos.

—Estábamos a punto de ir a buscarlos —dijo Tristán. Estaba apoyado contra el auto, que estaba aparcado en una de las bahías al lado del frente de la Página | 128 gasolinera en la estación. El dron paseaba dentro del auto, y Tristán sostenía uno de los smartphones, obviamente reparado—. ¿Todo bien? Noemí y Takeo se pararon cerca en tanto Drake e Irene se lanzaban una mirada rápida. Irene suspiró y se quitó el cabello de la cara. —Algo salió mal con la curación —dijo—, y ahora tengo esto. Tristán estaba mirando a Drake casi como si fuera un extraño. —¿Qué? —preguntó Drake. No puede saber que nos besamos. Drake miró de nuevo al dron en el auto, el teléfono en la mano de Tristán y pensó que quizás él sí podía saberlo. Seguramente no… —Nada —dijo Tristán rápidamente—. No está tan mal, Irene. Probablemente se desvanecerá con el tiempo. Noemí inspeccionó la herida, corriendo sus dedos de cristal sobre la frente de Irene. —Un trabajo burdo —dijo ella, mientras Irene le sacudía la mano—. Pero dado tu entrenamiento, admirable bajo las condiciones. —Noemí se enrolló la manga de su blusa y reveló un desastre de tejido cicatrizado en su codo—.

Accidente de entrenamiento. Nos define nuestro pasado, Irene. Por las cicatrices que pueden verse y más aún por las cicatrices más profundas. Mejor las primeras que las últimas, ¿sí? Irene se encogió de hombros. —No estoy tan segura. —Entonces, ¿cuál es el plan? —preguntó Drake—. No soy fan de la idea de Nueva York. —Hablé con nuestra gente usando el teléfono de Tristán —dijo Takeo—. Una de nuestras casas seguras cerca de Central Park será preparada para nuestra Página | 129 llegada. El tiempo de viaje a la ciudad debería ser de aproximadamente cuatro horas, sin contar circunstancias imprevistas. Noemí miró a Drake, y luego se encogió de hombros. —No tengo nada, Noemí. Nueva York será. Supongo que si podemos llegar allí, podemos llegar a donde sea.

Capítulo 13 Echando Un Vistazo al Parque Después de La Plataforma y del relativo vacío de St. John’s y el Niágara, Drake encontró que la prisa y el ajetreo de Nueva York eran casi agobiadores. Se sentó en los escalones de la Biblioteca Pública de Nueva York, un viejo edificio con pilares de piedra, protegidos por estatuas de orgullosos leones, en el corazón de la isla de Manhattan en la esquina del número 42 de la Quinta Página | 130 Avenida. Una multitud de alrededor de cientos de millones de personas todos apurados, escurriéndose a través de los ordenados conjuntos de calles, avenidas y carriles que hacían la isla, hicieron caso omiso de Drake. Casi es bueno ser ignorado, pensó Drake, perdido en un océano de rostros… Una vez más se asombró ante el hecho de que solo unas semanas atrás había estado prisionero en La Plataforma, en medio del Océano Ártico. No hubiera llamado a todo lo que pasó desde que se escapó particularmente “buena suerte”, pero aún estaba vivo, aún tenía la posibilidad de llegar a Londres, con su madre y se sentía bastante bien en su mayoría; cuando los aviones no se estaban estrellando a su alrededor y no había águilas de cristal ardiendo desde sus palmas. Lo malo con lo bueno. El pequeño grupo de amigos de Drake y sus nuevos aliados habían conducido durante la noche haciendo solo una o dos paradas, mientras Takeo compartía el volante con Noemí y Drake se comía la comida más grasienta que la carretera tenía para ofrecerle, para llegar a la ciudad justo después de las ocho de la mañana. Dada la cantidad de gente buscando a Drake, Takeo y Noemí habían pensado que sería mejor que se escondiera en las afueras —el mar de rostros— mientras vendían el auto robado por algo más sutil en alguna parte menos llena del pueblo. Como la blusa de Irene estaba manchada y mechones de su cabello sucios con sangre, se había quedado con ellos, ya que iban a

intercambiar autos. Tristán se sentó junto a Drake sobre los escalones de piedra de la biblioteca, jugando con su teléfono. Con su harapiento buzo, sus jeans rasgados y su viejo sombrero descuidado, Drake imaginó que parecía algo vagabundo. Drake se metió el sombrero un poco hacia abajo sobre su frente y se aseguró de que sus gafas de sol, de esa tienda de segunda en St. John’s —¿cuál era el nombre de la muchacha que vendía?— estuvieran firmemente en su lugar. Aquí afuera en una ciudad de millones, ¿se atrevería la Alianza a atacar? Demonios, si Drake se levantara ahora mismo y creara una ardiente columna de cristal azul eléctrico en medio de la calle, ¿la Alianza sería capaz de evitar que Página | 131 la verdad saliera a la luz? Su brazo de cristal se retorció con anticipación, incitándolo a liberar la fuerza, un poder que aún no comprendía. —¿En cuántas cámaras crees que estamos ahora? —le preguntó a Tristán. Tristán gruñó. —Cientos, miles, no importa. Estamos en la pantalla ahora. —¿Cuánto antes de que nos vean? —Ya lo han hecho. —Tristán sostuvo en alto su teléfono y le enseñó a Drake una pantalla zumbando y repleta de alarmantes manchas rojas, amarillas y naranjas—. Esas son las señales que puedo encontrar. Habrá más que me haya perdido. Ya estamos marcados. Solo tomará que un analista humano filtre toda la información marcada y confirme lo que las cámaras ya saben. —Suspiró. —Qué mundo en el que vivimos, ¿eh? —No hay lugar a donde escapar, sabes. Venir a Nueva York fue tan bueno como cualquier otro lugar, supongo. Pero así y todo nos atraparán al final. Drake lo consideró y luego sacudió la cabeza. Se le había ocurrido una idea, durante el viaje a Nueva York, una forma de mantenerse un paso adelante

de la Alianza. Si no puedo esconderme, si solo puedo correr hasta caer o que caigan sobre mí, entonces debo ser más astuto que ellos. Drake sacó su teléfono, un poco desgastado, y anotó su idea en la aplicación del anotador. Mejor que decirlo en voz alta… demasiadas oportunidades de ser escuchado. —Échale un vistazo a esto y luego bórralo —dijo Drake entregándole su teléfono a Tristán. Drake vio fruncirse la frente de Tristán, achicar los ojos y luego aparecer una mirada de preocupación y expandirse por todo su rostro. —Eso es una locura. Nunca funcionará… bueno probablemente nunca. — Tristán borró la nota y le devolvió el teléfono—. Intentarlo es inteligente, pero Página | 132 muchas cosas podrían ir mal. ¿Estás seguro de esto? —Estamos atrapados, compañero, y esta es la única forma que veo que puede darnos una oportunidad. Como dijiste, ya saben dónde estamos. No hay escape esta vez. Nueva York se ha vuelto nuestra última prisión. Te saqué la última vez, así que confía en mí esta vez. Tristán asintió lentamente y se quedó en silencio por un largo rato. —No quiero morir, ¿sabes? O terminar volviendo a una cárcel de la Alianza. Will, ¿qué estamos haciendo aquí? Drake no estaba tan seguro de saberlo él mismo. Para alguien que no confiaba con rapidez, había aceptado la oferta de Noemí y Takeo con mucha facilidad. Quizás era porque lo que le habían ofrecido era su única opción sobre la mesa. Si no hubiera sido por la intervención de Noemí, Drake y sus amigos habrían sido témpanos en el bosque de Terranova esa mañana, en vez de estar a metros de deliciosas rebanadas de pizza. —Encontraremos una forma de escapar —dijo finalmente—. Negocios como siempre, ¿eh? No lo pregunté, ¿pero vas a venir a Japón, verdad? Tristán se encogió de hombros.

—Si Irene va, yo también. De verdad me gusta. —Sí, ella es genial. —Más que gustarme, Will. Drake no dijo nada, pensó en el beso que Irene y él se habían dado detrás de esa parada en la carretera. Tristán sabía sobre el beso, Drake estaba seguro de eso y quería que Drake supiera que él sabía. Tristán amaba a Irene, se había enamorado de ella en La Plataforma. —Bueno... —Drake apretó su hombro—. Habrá tiempo para eso más Página | 133 tarde, después de que hayamos escapado. —Tonto de mí, creí que ya lo habíamos hecho. —Tristán hizo un ademán con su teléfono y las cientos de señales conflictivas volvieron luminosa la pantalla, de un brillante y pulsante rojo—. Sí, pensé que ya lo habíamos hecho, pero no te has equivocado, esta es la verdadera prisión, ¿no? Sin lugar a dónde correr, ningún lugar dónde esconderse. Demonios, podíamos escurrirnos en La Plataforma con mayor libertad de la que tenemos en esta ciudad. —¿Tuviste alguna oportunidad de darle sentido a todas esas lecturas que guardaste de ese portal? —dijo Drake, alejando la conversación de temas más oscuros. Tristán se encogió de hombros. —Es extraño pero creo que los instrumentos del dron miden la frecuencia de tu poder, o lo que sea. Son solo números, pero cuando lo analizas en una aplicación de información, lo pasas a gráficos y hojas de cálculos, hay un patrón. No sé lo que significa el patrón, pero está ahí. Alcanzó su punto máximo cuando tú y el Hombre Esqueleto hicieron ese portal. Se volvió caótico cuando esa araña lo atravesó. —Entonces crees que podría recrear... —divagó.

Un Sedán plateado se detuvo en la intersección y una ventanilla polarizada bajó para revelar a Takeo en el asiento del conductor. Noemí estaba sentada frente a él y Drake entrevió a Irene en la parte de atrás. Él y Tristán se metieron en el auto. —¿Algún problema? —preguntó Drake. —Claro que no —dijo Takeo—. El vehículo robado será limpiado, reparado y dejado en algún lugar donde las autoridades puedan encontrarlo para que se lo devuelvan a su dueño. El Refugio siempre paga sus deudas. Recuperarán su auto en mejores condiciones que las que lo encontramos. Este auto bastará para transportarnos por la ciudad. Página | 134 —¿Entonces a dónde vamos? —preguntó Drake. —Central Park —dijo Noemí—. Refugio nos ha dado un penthouse que da al parque hasta que podamos arreglar un pasaje seguro y transporte adecuado para Japón. Creo que lo encontrarás bastante a tu gusto. Después de vivir en una caja de zapatos con Tristán por más de la mitad del año, Drake estaba dispuesto a aceptar, sin haberlo visto. El penthouse estaba en el lado este de Central Park y la Avenida Park, y Drake se esforzó por recordar haber visto alguna vez algo tan lujoso en su vida. La vista de New York… diecisiete pisos sobre la ciudad; se paró mirando por la ventana. Vio Central Park desde arriba y la Quinta Avenida abajo, hacia el edificio del Empire State. Los claros cielos bañaban de luz la ciudad y abajo, lejos, cientos de taxis amarillos y otros vehículos manejaban por las calles, ajenos al hecho de que el infame terrorista William Drake observaba desde arriba. Drake rio. Nunca volveré a tener una vida normal. —Mejor que sin vida —murmuró.

El apartamento de cuatro habitaciones y tres baños cubría por completo el último piso del edificio, con un balcón abierto que contenía un pequeño jardín y un spa. Estarían más que cómodos, mimados incluso. El piso abierto, las paredes de ladrillos rojos, los pisos de madera dura, la impresionante biblioteca y la gran chimenea de madera le recordaban a Drake a alguno de los edificios de Londres. Ese viejo Londres estético estaba fuera de lugar ligeramente por todos los aparatos y dispositivos modernos: computadoras, televisión, dos refrigeradores de cristal encerrando una cocina aislada de acero, y un montón más. —¿Te puedes creer este lugar? —preguntó Irene, se había doblado dentro de una gran silla giratoria roja con forma de huevo, con las piernas metidas Página | 135 debajo de ella. Le echó un vistazo a la ciudad, todavía vistiendo su blusa manchada de sangre, (¿Qué más podía vestir?) y parecía estar hablándose a sí misma tanto como a Drake. —Me pregunto qué estará haciendo hoy mi madre. —Podrías llamarla —sugirió Drake. Irene no lo miró mientras sacudía la cabeza. —Me odia por lo que le hice a mi padrast… a Thomas. Lanzar un auto sobre él… el maldito bastardo se lo merecía. Drake quería decir algo reconfortante y reafirmante pero no se le ocurrió nada. Noemí regresó de inspeccionar el resto del apartamento con Takeo y Tristán. —De acuerdo, este lugar es seguro, el maestro Tristán me ha asegurado que no hay interferencia tecnológica. Lo que necesito de ustedes dos ahora es que me anoten las tallas de su ropa. Takeo va a ir de compras.

Drake giró su cuello y balanceó la borla de su sombrero hacia atrás sobre sus hombros —¿Qué tiene de malo mi ropa? —Bueno, aparte del hecho de que has estado escapando durante dos semanas y de que necesitas una ducha... —Noemí hizo un gesto desde sus botas hacia su sombrero—. Pareces un vagabundo, William Drake. Drake tenía que admitir que el constante abuso había estirado su campera de lana, deformándola. Los puños estaban quemados y deshilachados y sus jeans, ya rasgados cuando los había comprado, se habían reducido de útiles a Página | 136 gastados. —No haría daño cambiarse de ropa y darse una ducha, supongo. —Drake tomó el cuaderno de Takeo, anotó su talla de cinturón y pidió algunas camisetas de talla media y le entregó el anotador a Irene—. Así que, ¿durante cuánto tiempo creen que estaremos aquí? —Un día o dos. Tres como mucho —dijo Noemí—. A pesar del hecho de que estamos en el corazón del imperio de la Alianza, el relativo tamaño de esta ciudad y el auténtico número de gente que vive aquí trabaja a nuestro favor. Nuestra gente va a negociar con la Alianza, veremos si podemos lograr un pasaje seguro. Otros activos se están colocando en posición, por si, las cosas se ponen feas. Drake resopló. —Whitmore me quiere muerto. Eso no va a funcionar. Noemí le devolvió una pequeña sonrisa. —Tenemos algunas fichas nuestras para regatear, William Drake. Quizás la Alianza, Lucien Whitmore, verá su valor. Nuestra gente se encontrará con su sede central al día siguiente o algo así. Considera este apartamento como territorio neutral hasta que las negociaciones estén completas.

—Sí, le eché un vistazo al edificio de la sede central de la Alianza desde la ventana —dijo Drake—, ¿creen que pueda ir y establecer una queja de cliente sobre el nivel de servicio que he estado recibiendo? Tristán rio. —Estoy seguro de que te darían la atención que mereces. —Estoy segura de que te dispararían al verte —dijo Noemí. —¿Qué vamos a hacer aquí dos o tres días? —preguntó Irene. Takeo tomó el anotador que le devolvió ella y se cruzó de brazos. Página | 137

—Encontrarán mucho con qué entretenerse. Debemos minimizar nuestra presencia cuanto nos sea posible hasta que tratemos de marcharnos, lo que significa quedarnos fuera de las calles. Drake estuvo de acuerdo. En realidad estaba deseando un poco de descanso. Ducha caliente, cambio de ropa, dormir por un año. La idea de dormir volvió más amargos sus pensamientos. Días de fatiga pesaban sobre sus hombros pero lo mejor que podía esperar era una dosis problemática. El CristalX no iba a dejarlo dormir. Peor, cuando se le permitían unos pocos minutos, las pesadillas parecían demasiado reales. Así y todo, dos de tres no están mal. Ducha caliente y cambio de ropa. —Entonces —dijo —, gracias Noemí y gracias, Takeo, por traernos aquí. Se están arriesgando demasiado y lo aprecio. Dicho esto, estoy por ir y atacar el refrigerador pero primero me gustaría saber cómo planean sacarnos de Nueva York cuando llegue el momento, si se nos permite salir en forma segura. —Nos gustaría arreglar pasajes a través del puerto y hacia el mar —dijo Takeo—. Una vez que estemos en aguas internacionales y lejos de la Alianza, podemos cambiar embarcaciones y cruzar el océano hacia Europa. —¿Qué? ¿En bote? —preguntó Tristán.

—Mejor que otro avión... —murmuró Irene y cepilló el cabello hacia abajo sobre su rostro, asegurándose de cubrir la cicatriz. Drake se quitó su sombrero y se pasó una mano por el cabello. —¿Cuánto tardará eso? —El cruce directo se puede hacer en seis días —dijo Takeo—. Probablemente cerca de los ocho. —Una semana en el mar. —Drake pensó en la infinita cantidad de agua que rodeaba La Plataforma y suspiró—. Sabía que si alguna vez volvíamos a ver el mar abierto sería demasiado pronto. Página | 138 Pero tuvo que contener un escalofrío de excitación. Cualquier lugar en Europa lo ponía más cerca de Londres de lo que había estado por más de un año.

Capítulo 14 Entrenamiento Mágico Dadas las dificultades de hacía algunas semanas —el escape de La Plataforma, la mayor parte de dos semanas en fuga, el tren descarrilado, el avión estrellado, y la preocupación constante de que el helicóptero de la Alianza estuviera a punto de dispararle por la espalda— Drake encontró muy difícil relajarse en el apartamento del penthouse. Página | 139 Intentó mirar televisión, leer un libro, intentó hacer ejercicio un rato en el pequeño gimnasio de la esquina oeste del departamento, pero nada podía sacudir la inquietante comezón entre sus hombros de que la Alianza estaba mordiéndole los talones. Eso es porque lo están, Drake, parloteó una voz en su cabeza que sonaba mucho como Marcus Brand. Brand antes de haber sido asesinado por el fuego y el Cristal-X en la bodega del Titán. Ya saben que estás en la ciudad. Solo es cuestión de tiempo antes de que estés corriendo por tu vida otra vez. El Refugio no te podrá ayudar. Drake se hizo un sándwich de jamón para el almuerzo, dado que a pesar de estar bien provisto el refrigerador, no había mermelada de mora para un sándwich de mermelada. Un severo descuido, en su opinión, pero perdonaría al Refugio solo por esta vez, dado que sus circunstancias actuales eran condenadamente mejores comparadas con los campos de hielo canadienses. La primera mañana, Drake y sus amigos la pasaron en ese apartamento. Después que Takeo regresara con guardarropas completos de ropa apropiada para todos los climas y circunstancias, después de que cada uno hubiera pasado una buena hora debajo del agua caliente cayendo a chorros desde la regadera de cromo, lavándose la mugre y más que un poco de sangre, Tristán pareció ser el

único de ellos que pudo ponerse cómodo. Puso tienda con su dron y sus teléfonos y se conectó al banco de terminales de computadora construido dentro de la pared más alejada del apartamento, fuera del gran vestíbulo. Estaba investigando los datos provenientes del dron, que había recolectado toda forma de puntos interesantes acerca del poder de Drake. Drake dio un vistazo a las pantallas de números deslizándose, sintió un dolor de cabeza creciendo y dejó a Tristán con ello. Irene pareció mejorar con el baño y el cambio de ropas, pero silenciosamente se acomodó en un gran puf en la biblioteca, con un libro grueso sobre su regazo y una postura que decía bastante claramente ‘No Molestar’. Página | 140

A Drake le tomó casi la mitad del día darse cuenta de que estaba aburrido y esperando que algo desastroso sucediera. Incapaz de dormir, incapaz de apaciguarse, se mantuvo de pie contemplando fuera de la ventana, mirando la ciudad, sus manos metidas dentro de los bolsillos de un nuevo par de jeans, pensando acerca de sus problemas al dormir. Era un sueño, pero se sentía más como un recuerdo. ¿Un recuerdo de algo que aún no ha sucedido...? Esos pensamientos también le estaban dando dolor de cabeza, haciendo más intenso su aburrimiento, de manera que cuando Noemí emergió de su cuarto, descalza y conun vestido azul con un simple par de leggins blancos —y sin su maldita espada— Drake saltó ante la oportunidad de hacerle algunas preguntas de lo que había estado asediando su mente. —Vamos a sentarnos en el balcón —sugirió Noemí—. Hace un día agradable afuera. La terraza cuadrada sobresalía entre algunos edificios más pequeños y era la parte más alta a lo largo del límite de Central Park. El día era cálido —más cálido de que lo que habían sido Canadá y Niágara, en todo caso— y no había viento. Drake observó un partido de béisbol que se estaba jugando en uno de los campos del parque más abajo, mientras Noemí desenrollaba un tapete de exteriores sobre un entablado elevado al lado de un conjunto de sillas para

asolear en perfecto estado, a la sombra de dos grandes helechos en maceta. Ella se sentó sobre el tapete y cruzó las piernas. Drake se encogió de hombros y se sentó al lado opuesto de ella, casi cayendo hacia atrás por el peso de su brazo de cristal, mientras se esforzaba por cruzar las piernas de una manera similar. Esta maldita cosa... su brazo no le dolía por la transformación, así que Drake trató de no pensar demasiado acerca de su predicamento, lo cual sabía que era tan inteligente como esperar que una sospechosa hinchazón desapareciera por ignorarla, pero estaba dispuesto a apostar que ningún doctor había visto su particular aflicción antes. ¿Así que, en qué puedo ayudarlo hoy, señor Drake? Bueno, doc, absorbí una tonelada de jugo radioactivo alienígena de mierda y ahora mi brazo se ha endurecido en Página | 141 cristal puro. ¿Tiene una crema para eso? —Probablemente no lo cubra el seguro médico de la Alianza de cualquier manera —murmuró. —Estás preocupado por lo que te está pasando —dijo Noemí Drake sostuvo su brazo de cristal oscuro, visible gracias a la camiseta de manga corta. —Esto es algo por lo que hay que preocuparse un poco, sí. —¿Ha progresado el cristal más allá de tu pecho? Drake presionó su mano buena sobre el pecho. —No que yo sepa. Sigo teniendo venas de la sustancia dirigiéndose hacia mi corazón. —¿Y cómo te sientes? Dime la primera palabra que venga a tu mente. —Poderoso —dijo Drake—. Sí, como si pudiera levantar un tren con mis manos desnudas o... o despedazar una plataforma petrolera.

Noemí se mordió el labio y Drake captó un destello de preocupación deslizarse a través de su máscara de calma y mantuvo la mirada sobre él con sus ojos verdes esmeralda, como tratando de leer su mente. ¿Qué tiene que decir que no puede? Drake mantuvo sus pensamientos claros y alejados de cómo le gustaba la figura de ella en aquel vestido azul, particularmente la curva de piel oliva sobre su hombro hasta su pecho y hacia su... Sacudió la cabeza. Noemí sonrió. —¿Entonces, cómo haces que las cosas sucedan con tu poder? —¿Qué quieres decir? —Has hecho algunas cosas bastante milagrosas solo en el corto tiempo que nos hemos conocido. Y todo sin el entrenamiento profesional y guía que les es dado a los estudiantes del Camino en el Refugio. Quiero saber cómo haces que tu don funcione. —Hasta ahora solo he querido que las cosas pasen, y así ha sucedido — dijo Drake. Frunció el ceño y sacudió la cabeza—. En realidad no, es más como que el Cristal-X… —Yūgen —lo corrigió con suavidad Noemí—. Si has de seguir el Camino, entonces la percepción importa. No asocies tu don con el nombre mundano que la Alianza le ha dado a algo tan increíble. Cristal-X es una marca. Yūgen es una manera única de ver el mundo. Drake se encogió de hombros. —Está bien, sí. Bueno, hasta ahora ha sido más como que el Yūgen ha estado haciendo lo que quiero antes de que siquiera sepa que lo quiero. Como los escudos y esa águila guardián o la endemoniada cosa que fuera eso. —Se quedó mirando la pequeña esfera blanca que brillaba dentro del cristal de su muñeca—. Se está anticipando a lo que quiero, como si supiera qué hacer antes que yo lo haga.

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Noemí asintió. —Existen sabios y seguidores del Camino en el Refugio que podrían explicar esto cien veces mejor que yo, pero lo que tú estás haciendo es dejar que el poder te domine, en lugar de que suceda al contrario. Es peligroso y te hará, si no tomas el control, volverte loco. Drake se frotó la frente con su mano buena y rio entre dientes. —Me mantiene despierto. He dormido solo cinco minutos en cuatro días. —Aquellos en Refugio quienes… fallan en imponer control a menudo sufren de insomnio. El descenso suele llevar meses. Sin embargo, dada la Página | 143 cantidad de Yūgen que absorbiste, William Drake, puede que no tengamos tanto tiempo. —¿Crees que ya es demasiado tarde? Noemí sacudió la cabeza fieramente. —Absolutamente no. Te pondré en el camino correcto, equilibrado y en paz, antes de que la locura pueda reclamarte. No he andado todo este camino y perdido dos amigos solo para qué ardas y te consumas. Drake sintió un poco de culpa por no haberse detenido a pensar en Toby o Grace, los pilotos de Noemí, desde que habían sido destruidos por el Hombre Esqueleto. Dos personas habían muerto por él, para ayudarlo a escapar. No quería pensar en ello, igual que no quería pensar demasiado acerca de su brazo, o la doctora Lambros, o Aaron y el fuego en Cedarwood, o su madre… —Entiendo que esto es demasiado con lo que lidiar —dijo Noemí—, especialmente dado tu estado como fugitivo. —La Alianza tiene medio mundo detrás de mi cabeza —dijo él—, llamándome un terrorista y haciendo que mi madre se preocupe. Lo juro, Noemí, si pudiera borrarlos a todos con un movimiento de mi mano… —Miles de chispas corrieron deprisa a lo largo de su brazo de cristal, y Drake contrajo

su puño, poniendo una apretada rienda sobre su enojo—. Ja, ahora sueno como el color del que tratan de pintarme. —Miedo —dijo Noemí—. El gran manipulador. La Alianza tiene mucha experiencia en este juego y ninguno de ellos tanta como Lucien Withmore. Miedo y fe, dos lados de la misma moneda que el poderoso usa para manipular al débil. Una manipulación paciente. Drake lo consideró y encontró que estaba de acuerdo. —Todo esto es solo por mí. Noemí rio entre dientes. —Te liberaste de sus cadenas, figurativamente y literalmente, William Drake. Te convertiste en algo que el gran gigante tiene que temer. Un jugador en lugar de un peón. No solo los has avergonzado, minado su reputación vital, sino que eres la prueba viviente de la verdadera naturaleza de la Alianza. Si vives lo suficiente, si sobrevives; bueno, cualquier cosa es posible. Puedes arrastrar a los promotores del miedo hacia la luz y mostrar al mundo su cobardía. Drake gruñó. —No soy el héroe que tú quieres. A lo sumo, soy como un luchador por la libertad auto empleado, trabajando mis propias horas. Si el Refugio está buscando alguien para luchar la buena pelea y declararse en contra de la Alianza… ese no soy yo. No quiero eso. Solo quiero regresar a Londres. —Por eso es por lo que, ya sea que lo quieras o no, la oportunidad de hacer una diferencia ha caído sobre ti, William Drake. Drake frunció el ceño. —No enredes las cosas así. Estás tratando de hacerme creer que soy una especie de buen tipo, o algo. Y no lo soy, Noemí. Después de lo que hice en Londres para caer en mi primera prisión de la Alianza… De alguna manera lo

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merecía. Mandé a un oficial de la policía al hospital. Él estaba haciendo su trabajo y yo… no a propósito, pero fue mi culpa, le rompí el cráneo. Noemí permaneció en silencio, contemplando los ojos de Drake. —Lo endemoniado de todo es, sin embargo —dijo Drake—, lo volvería a hacer si significara que mi mamá obtuviera la medicina. Siento que haya sucedido, pero lo vol… Lo volvería a hacer. Aun sabiendo que el policía iba a resultar herido, porque la familia es lo primero. Siempre fuimos solo mi mamá y yo mientras crecía. La familia es lo primero. Sí. Pero apuesto que ese policía tiene familia, también. —Actuaste después de que todas las otras vías se te hubieran cerrado, por Página | 145 la Alianza, y gente salió herida. Esto no te hace a ti una mala persona. —¿Qué más podría haber hecho? —preguntó Drake, azotando su puño sobre la tarima—. Era importante. —Le debes al oficial por haberle hecho daño, William Drake. A él y a su familia —asintió Noemí—. Sí, un día tendrás que saldar tu deuda, ganar su perdón y perdonarte a ti mismo. La sociedad demandó que pagaras esta deuda en las prisiones juveniles de la Alianza, pero en cuestiones de culpa y perdón, el sistema de justicia ha caído en la corrupción y la crueldad. Desde que los gobernantes del mundo se arrodillaran ante la Alianza… El dinero ha reemplazado la justicia. —La corporación es el gigante —dijo Drake—. Cuando dices que yo asusté al gigante no te refieres a gente como Lucien Withmore y el Alcaide Storm, estás hablando acerca de la corporación en sí misma, como si estuviera viva. Noemí se encogió de hombros. —¿No lo está? Durante las últimas pocas generaciones, dejamos al gigante crecer, le dimos el control a un puñado de hombres sin rostro, y apenas estamos empezando a ver la cantidad de sufrimiento que la Alianza causará antes de que

se venga abajo. Es demasiado tarde para evitar la lucha que se avecina. Tú y gente como tú arrastraran a la Guerra de las Sombras gritando hacia la luz. La corporación nos vigila, William Drake. Nos escucha. Toca nuestras vidas y le ofrecemos tributo pagando impuestos, comprando la basura materialista escupida desde su boca. La alimentamos y nos odia. La protegemos y nos quita nuestras libertades. —Es un cáncer —murmuró Drake, más que familiar con esa enfermedad en particular. El cáncer era la enfermedad que se comía a su madre desde el interior—. Absorbiendo la vida de todo lo que amamos. —Sí, y el cáncer está vivo, ¿no es cierto? Un tipo maligno de vida. La Página | 146 Alianza es la crueldad y avaricia inherente en toda la humanidad. Una pila humeante de células cancerosas que se han esparcido por todo el planeta. Muy pronto, será demasiado tarde para detenerlo. La red global controlada por la Alianza era enorme, incomprensible en tamaño. Él no podía pensar en una cosa que la Alianza no controlara en alguna manera, forma o tamaño. La lista de en lo que no tenía poder podía haber sido escrita en el reverso de su mano con letras grandes. Demasiado tarde para detenerlo. —¿Así que cual es la solución entonces? —Debemos de mostrarle al mundo lo enfermos que están —dijo Noemí— . Arrastrar a los cobardes pateando y gritando de sus crueles torres. —¿Y eso es lo que crees? ¿Es eso lo que toda tu gente en el Refugio cree? —Si la Alianza es el cáncer, William Drake, entonces el Refugio es la cura. —Entonces, cuéntame más del Refugio. Una sonrisa honesta se extendió por el rostro de Noemí. —El Refugio es maravilloso. Un valle apartado, anidado entre las montañas nevadas y salpicado de bosques y ríos sinuosos, viejos sistemas de

cavernas y senderos secretos. Edificios de más de doscientos años de antigüedad, mercados y bibliotecas, centros de aprendizaje y estudio. Hogar de cientos de personas y familias, el Refugio es el último bastión de privacidad en el mundo. Drake dejó salir una lenta exhalación y se rascó la nuca. —Suena excelente. Como algo salido de un cuento de hadas. —El Refugio ha tenido siglos de usuarios de Yūgen caminando a través de sus campos y sus colinas, sus claros y valles. Alguna de esa intención, ese poder, se ha filtrado dentro de la tierra. Es un lugar bendecido. Página | 147

Durante las siguientes horas, a medida que el sol caía entre los largos cañones de la ciudad de Nueva York y el clima se volvía frío como en Diciembre, Drake trabajó en una serie de ejercicios ideados por Noemí que se suponía lo ayudarían a tomar verdadero control del poder de su cuerpo. —Piensa en el Yūgen como un músculo —le dijo ella—. No lo es. Yūgen no es una fuerza tangible en nuestras mentes, pero la percepción de la fuerza es lo que importa. Así que piensa en ello como un músculo que debe ser ejercitado todos los días. —¿Cómo ejercitas un músculo intangible? —Drake se dio cuenta de la respuesta por sí mismo—: Al usarla. —Sí. Practicó llamando al poder dentro de su mano, creando pequeñas bolas de luz parpadeantes en la palma de su mano; versiones más pequeñas de las orbes que había evitado que se congelaran hasta morir en Terranova y Labrador, y haciéndolas flotar en el aire, como si fuera cargando un pequeño sol. Al principio solo pudo hacer que algunas chispas de luz azul danzaran entre el cristal de su brazo, pero después de concentrarse un largo rato con la mentalidad correcta —equilibrio— se dio cuenta de que tenía cierto control sin importar que el fuego apareciera o no.

—Eso fue interesante. —Apretó el puño extinguiendo la esfera—. No quería suceder, al principio. Cuando practiqué en el bosque, aprendí trucos como bolas de fuego y lanzas de cristal duro. Siempre tuve que forzarlo. —Así que, ¿qué fue lo que hiciste? —Me concentré en hacerlo suceder, algo como tocar con el dedo en el océano de poder en mi cabeza, es casi como un sexto sentido, ¿no es cierto? Noemí ladeó la cabeza. —¿Cómo así? —Quiero decir, activando el poder, es como… como, yo sé cómo respirar, Página | 148 ¿cierto? Todos lo sabemos, inhalar, exhalar, pero los músculos o lo que sea que hagan eso suceder, que me dejan respirar adentro y afuera, no sé cómo trabajan pero aun así puedo hacerlos funcionar. —Drake lo pensó un poco y asintió—. Sí, y el Cristal-X, perdón Yūgen, se siente igual, no sé cómo funciona, pero puedo inhalar y exhalar. —Y puedes fortalecer el músculo a través del entrenamiento —dijo Noemí—. Muy bien. Drake sonrió. —Ahora haz dos esferas de fuego, por favor, del tamaño de uvas y hazlas danzar entre tus dedos. La sonrisa de Drake se difuminó y murmuró para sí por lo bajo. Concentrándose en su respiración levantó su palma hacia el cielo —inhala— y un torrente de chispas azules corrieron rápidamente por su bazo —exhala— y cayeron de su mano, como agua hirviendo sobre el borde de una cazuela. Chispas calientes salpicaron el tapete y quemaron toda la tarima iniciando un pequeño pero fiero incendio en la madera.

Noemí chasqueó sus dedos de cristal y las llamas murieron, dejando nada más que marcas de quemaduras en la madera y el hedor a hule quemado en el aire. —¿Cómo hiciste eso? —preguntó Drake, mientras las luces en su brazo se desvanecían otra vez, todas excepto la luz de mármol del águila. —Mucha práctica. —¿Qué más puedes hacer? Noemí sacudió la cabeza. —Esa pregunta es considerada de mala educación, William Drake. En el Página | 149 Refugio, las habilidades de uno son secretos guardados cuidadosamente. Se nos enseñan habilidades básicas, por supuesto, pero los talentos los desarrollamos en secreto, deambulando por nuestro propio sendero… Podrías también haber pedido verme desnuda. —Se relajó y sonrió—. Sin embargo, no tenías manera de saber eso. —Bueno, ahora ya lo sé. —Ahora lo sabes. —Lo siento —dijo él—, pero no sé cómo hago ninguna de las cosas que hago. Irene puede saber, también, cómo transformar su brazo para hacerlo más delgado. Así es como consiguió zafarse el rastreador cuando estábamos en La Plataforma. No la he visto hacer nada más, pero me he estado dando cuenta a medida que voy progresando. ¿Podría hacer lo que Irene hace, lo crees? ¿O hacerme invisible, como lo hiciste cuando nos encontramos por primera vez? Noemí chocó entre sí sus dedos de cristal, produciendo un tintineo apagado y el aire alrededor de ella centelleó, como calor elevándose de la carretera en un día de verano. Ella se desvaneció. La visión de Drake tuvo un toque borroso hasta que parpadeó algunas veces, pero Noemí no reapareció.

—¡Ja! —dijo él, genuinamente sorprendido—. Eso es sorprendente, ¿aún estas ahí? —¿No puedes sentirme? —Su voz provino desde el aire vacío y, aunque él lo había esperado, sorprendió a Drake. Drake se quedó mirando al punto donde ella había estado sentada —donde está ella sentada— y se concentró. Forzó los ojos para ver a través de lo que fuera aquel poder raro que la había hecho desaparecer y entrevió una vaga silueta. La sentí cuando estaba en el bosque, pero ahora… Estiró el brazo para asegurarse de que ella no se había movido y rozó el Página | 150 pie de ella sobre el tapete. Un escalofrío salvaje irrumpió en él. —Oh, eso es raro. Tocar algo que no parece que está ahí. El aire centelleó otra vez y Noemí reapareció. No se había movido ni una pulgada. —El don se manifiesta en un número de formas. Algunos tienen talentos relacionados con el camuflaje. Algunos encuentran cierta afinidad hacia la curación, encantamientos de batalla, o una infinidad de otras habilidades. —Así que, ¿cuál es mi habilidad entonces? —Drake golpeó sus dedos de cristal contra su pulgar—. Soy bueno en algo como, disparar cargas de energía. —William Drake —dijo Noemí—. Nada de lo que has hecho ha sido habilidoso. Eso es lo que he estado tratando de explicar desde el principio. Lo que has estado haciendo es algo parecido a estar de pie en una tormenta eléctrica agitando una varilla de metal. Estas usando el Yūgen en una forma cruda, destemplada. Estás parado en un charco de gasolina, en la oscuridad y piensas que encender un cerillo es la solución a tu problema. Esto es lo que necesitas controlar antes de que te reduzca a cenizas. Concentración, disciplina y entendimiento del equilibrio son las únicas cosas que sé, te pueden ayudar a tener éxito.

—Inhala, exhala —dijo Drake—. Correcto, puedo trabajar en eso.

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Capítulo 15 Cayendo con Estilo La cena de la primera noche en el apartamento fue pizza de Nueva York de un lugar llamado Lombardi’s. Drake agarró una porción con salchicha, tocino y hojuelas de chili y, después de su primer bocado, decidió allí y en ese momento que nunca dejaría Nueva York. Se acercaban las diez en punto cuando terminaron de cenar, la mesa un lío de cajas de pizza y latas de gaseosa. Ambos, Página | 152 Irene y Tristán, se echaron en la cama. Irene, Takeo y Noemí cada uno tenía un cuarto para sí mismo, mientras que Drake lo compartía con Tristán, en condiciones mucho más opulentas que cuando lo hicieron en La Plataforma. Incapaz de dormir, vio diez minutos de una vieja película de El Hombre Araña, y se encontró distrayéndose. A las once en punto, Takeo desapareció a su cama, mientras Noemí mantenía la guardia. Iban a dividirse los turnos entre ellos, durmiendo alternadamente. A medianoche, aún bien despierto, Drake comenzó a pensar en que iba a ser una larga noche. Salió al balcón y practicó su respiración, temblando ante el toque del aire matutino. Nueva York aún se apresuraba más abajo. La ciudad que nunca dormía parecía encajarle a Drake, dada su incapacidad para dormir, pero aunque él quería salir y explorar, sabía que la Alianza lo encontraría rápidamente, si aún no lo habían hecho. El apartamento era defendible contra amenazas que vinieran de abajo, pero ¿ya los habría rastreado la Alianza hasta allí? ¿Habrían reunido ya las cámaras inteligentes su viaje de ida y vuelta a la librería en la Quinta Avenida? Si estuviese atrapado aquí, ¿no podría la Alianza simplemente poner un ojo en él desde lejos? Territorio neutral, había dicho Noemí. Otra vez, una prisión no tenía que ser siempre de frío concreto y barras de acero. Mientras fuera perseguido, nunca sería libre.

Drake practicó su respiración y se preocupó por lo que el mañana —dada la hora, más tarde ese día— traería. La mañana trajo cereales para el desayuno y la mejor parte de cinco días despierto, con más o menos una hora de siesta. Drake se sentó en la mesa del comedor al lado de la cocina con Tristán. Noemí estaba durmiendo después de su turno de guardia. Takeo se sentó en el salón, un arma cargada a su lado, y otra desmontada para limpiar en la mesa de café. Aún después de la larga noche, Drake no se sentía ni cerca de cansado. Más agotado, como si hubiera tenido un duro pero satisfactorio día de trabajo, y luego le hubieran dicho que volviese a hacer todo, y sonriendo esta vez. Página | 153 ¿Hasta qué punto tengo que preocuparme de que esto me esté matando?, se preguntó. Los cereales saben diferente en América. O tal vez es la leche. Si Drake se concentrase un poco más en cómo se estaba sintiendo, podría sentir su cuerpo trabajando tiempo de más: tirando doble, triple, cuádruple turnos para seguir el ritmo de la transformación del cristal y los largos días sin el descanso apropiado. Dormiría a muerte si pudiese. Trabajar en los Tubos, despejando las tuberías de agua y peor, en La Plataforma lo había dejado agotado durante meses, pero al menos dormía bien después de trabajar. Irene había murmurado un somnoliento buen día y se había servido una taza de té, y ahora estaba sentada en la terraza, mirando la ciudad. Drake terminó sus cereales y salió a verla. Cerró la puerta de vidrio detrás de él y se estiró en el aire matutino. Los cielos despejados sugerían que iba a ser un buen día. —Has estado callada —dijo él. —Solo estaba pensando. —Dos sillas para tumbarse enfrentaban las agujas de Nueva York, sobre la Quinta Avenida, pero Irene se revolvió y acarició el espacio al lado de ella, invitando a Drake a compartir sólo una. Drake se sentó, y ella agarró su mano.

—¿Pensando? —preguntó él. —Sobre que quiero ser cuando crezca. —Voy a trabajar en una granja de moras —dijo Drake. Irene se rio. —Sí, recuerdo esa conversación en La Plataforma. ¿Siquiera tienen granjas de moras? —Claro que sí —dijo Drake, pero no estaba seguro. Él y su madre las habían cogido salvajes—. ¿De dónde crees que viene la mermelada? Página | 154

—¿No mezclan simplemente Ribena (jugo de moras) con fresas? —Cómo te atreves, Irene Finlay. —Drake intentó soltar su mano, pero ella se aferró fuertemente—. En realidad, ahora que pienso en ello, sé con certeza que hay granjas de moras. Fui a una en un paseo escolar en Sussex. Estaba al lado de este pequeño río, y empujé a Harry Robb al agua porque le había tirado una mora a Michelle White, quien me gustaba, y le había dado en el ojo. Vi un zorro, también. —Drake asintió—. ¿O eran frambuesas…? Irene se rio otra vez y golpeó su pecho. —¿Cómo está el brazo? —Hecho de cristal y pájaros mágicos —contestó Drake, dejando de lado ese tema—. Entonces, ¿qué decidiste que quieres ser cuando crezcas? Irene sacudió la cabeza. —No importa, ¿verdad? O estaremos a la fuga para siempre o arrojados a una tumba poco profunda. —Caray, eso es macabro. No voy a dejar que eso pase, Irene. —¿No? ¿Por qué no?

—Porque no puedo esperar a hablarles a mis camaradas en Londres de la pelirroja sexi con la que me besuqueé. Un año mayor que yo, además. No lo van a creer a no ser que tú estés allí, muy viva y no huyendo. Irene peleó una sonrisa, y Drake quería reacomodar el cabello que le escondía la mitad del rostro, pero no pensaba que eso fuese a salir bien, especialmente si lo hacía con su brazo de cristal, así que no hizo nada. —Aún intentas que vaya a Londres, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa amable—. Tan sutil, Will. —Tan solo dime que vas a ser cuando crezcas, de una vez. —Había estado pensando en estudiar, en realidad. —¿Sí? —Drake apretujó sus dedos—. ¿Estudiar qué? —A ti. —¿Un diploma en Will Drake? —Él se rio—. Se tarda unos cinco minutos en completarse. Rompió cosas y salió de ellas. Fin. —En serio —dijo Irene—. Piensa en ello. ¿Durante cuánto más tiempo será la Alianza capaz de mantener el Cristal-X como un secreto? En La Plataforma estaba contenido, nada podía entrar o salir, pero ahora que estás libre y haciendo alboroto… solo es cuestión de tiempo, y el mundo querrá saber todo sobre ello. —Seré famoso —dijo Drake, rodando los ojos—. En lugar de solo un simple viejo infame y buscado por homicidio. Irene sonrió cálidamente. —La verdad saldrá a la luz, y cuando lo haga, quiero decir que estuve ahí todo el tiempo. Voy a conseguir un cuaderno y voy a tomar notas sobre ti. —Deberías hablar con Tristán, está intentando descifrar toda esa información que recolectó el dron. Pero estás asumiendo mucho, lo sabes. Que

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la Alianza no se saldrá con la suya con todo esto, que no moriré o me volveré loco por el Cristal, que al mundo siquiera le importará. Irene pestañeó. —Claro que les importará. —Por lo que dijo Noemí, el Refugio ha estado jugando con el Cristal, con el Yūgen, durante siglos. Creerías que en ese tiempo, algo habría salido, ¿no? Creo que la gente ignora o pretende no ver lo que en verdad los asusta. Irene corrió el pelo de su ojo izquierdo y expuso su cicatriz. —¿Es por eso que no nos contaste lo de tu brazo? Drake forzó una risita. —Me asusta un poco, sí. Irene se quedó mirando la brillante esfera integrada en la muñeca de Drake. —¿Puedo tocarla? Drake vaciló y luego descansó el brazo de cristal en su regazo. El brazo en sí mismo no se sentía pesado para nada cuando lo levantaba, pero el peso en sus piernas era considerable. Irene tocó su antebrazo de obsidiana con la punta de los dedos; gentilmente al principio, y luego presionando lo suficientemente fuerte como para lastimarlo. —¿Puedes sentir eso? —preguntó. Drake negó con la cabeza. Ella cosquilleó su brazo, deslizando los dedos desde su codo hasta su muñeca. —Oh, es cálido cerca de la luz. ¿Sentiste algo de eso? —No.

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—Vi que hacías salir fuego de tu otra mano —dijo Irene—. ¿Por qué esa no se convirtió en cristal? —Una de las miles de preguntas de las cuáles me gustaría tener respuesta. Irene suspiró. —¿Qué dice Noemí? —Que no me acerque mucho al lado oscuro de la Fuerza. —Drake golpeteó los dedos de cristal contra su rodilla—. No lo sé. Ella casi habla en acertijos. “Equilibrio” esto y “equilibrio” lo otro. Algunas cosas tienen sentido. El resto solo suena como un montón de mierda. Página | 157 —¿Está ayudando, crees? Drake respiró hondo y exhaló lentamente. —Tal vez. Aún no he enloquecido, Irene. —Señaló con su pulgar el borde del balcón—. Ves a ese mono con disfraz de payaso haciendo volteretas en el pasamano también, ¿no? Ella se rio y se acurrucó a su lado, atrayendo su brazo bueno alrededor de sus hombros. —Cuéntame una historia, Will. Drake pensó, y luego sacudió la cabeza. —Lo siento, no puedo pensar en nada. No estoy seguro de por dónde empezar… Irene hizo un sonido en su garganta. —Entonces cuéntame cómo termina. Él sonrió abiertamente. —Infamemente.

Tristán se les unió bajo la luz de la mañana casi media hora después, mientras Drake e Irene se reían, intercambiando historias sobre su tiempo antes de La Plataforma. Traía una laptop y el bolso, que contenía el dron robado de la Alianza, el último efectivo de Canadá, el portal de cristal azul, y el pesado revólver del Alcaide Storm. —Hey, compañero —dijo Drake. Se apartó de Irene, solo un poco, ya que habían estado apoyándose uno con otro—. ¿Qué hay de nuevo? Tristán los miró un largo momento, sus ojos ilegibles, luego se sentó en la Página | 158 reposera. —Creo que descubrí algo —dijo—. Acerca del portal, con la data del dron. Quería probarlo. —Abrió el bolso y el dron salió volando, flotando a la altura de sus cabezas. Tristán apretó unas teclas en la laptop y el dron voló en un círculo perezoso. —¿Qué es eso entonces? —preguntó Irene. —Lo até a ti, Drake. Te seguirá. ¿Puedes…? —dudó—. ¿Puedes hacer algo mágico? Como, hacer uno de esos orbes de fuego que nos mantuvieron vivos en el bosque. Drake se encogió, ojeó los apartamentos y edificios más abajo y a lo largo de la longitud de Central Park, y se encogió otra vez. —¿Algo pequeño, eh? —Claro, solo quiero confirmar las lecturas con el dron. Drake se puso de pie y se alejó de sus amigos. Frotó sus manos entre sí, cristal contra carne, y respiró hondo. Chispas azules titilaron a lo largo de su brazo, dividiéndose a través de la marmoleada luz de su muñeca, y saltaron desde las puntas de sus dedos, en diminutos arcos de relámpagos que iban de un brillante azul a un malvado rojo. Usó su mano de verdad para atrapar esos

arcos, creando una red de relámpagos entre sus palmas. El poder se unió en una esfera mientras el dron miraba desde arriba, absorbiéndolo todo. —Eso es bueno —dijo Tristán, mirando la pantalla de su laptop—. Si entiendo esto correctamente, entonces estás usando alrededor de… dos y media unidades de energía haciendo eso. —¿Unidades de energía? —preguntó Irene. Tristán asintió. —No tengo un nombre para lo que sea que en realidad es —dijo—. CristalX, Yūgen, lo que sea que sean esa luz y ese poder. Pero descubrí el patrón, y Página | 159 puedo monitorear el uso de poder de Will. Algo así. Algo así… tal vez. Drake empujó un poco más de poder bajo su brazo, apenas arañando la superficie de la imposible fuente en su cuerpo, y la esfera brilló más, llameó con más fuerza. Era más o menos del tamaño de una pelota de tenis. —¿Qué hay de eso? —Sí, bien. —Tristán se mordió la lengua y miró las figuras en su pantalla—. Como cinco unidades, da o saca un poco. Je. Esto es tan genial. Drake expuso la pregunta que había estado rondando su cabeza durante dos días. —Entonces, ¿cuántas unidades se necesitaron para sacar a esa cosa araña a través del portal allá en el tren? Tristán asintió. —A eso es a donde iba con esto, sí. A donde sea que llevara ese portal, tomó exactamente doscientas diez unidades para hacerlo funcionar. Drake respiró hondo y exhaló lentamente.

—¿No tuvo nada que ver con mi energía chocando con la del Hombre Esqueleto? —No podría decirte —respondió Tristán—. Pero el rayo que les lanzaste a él y a los soldados estaba alrededor de cien unidades de energía antes de chocar. Cuando los rayos chocaron, la energía se duplicó, justo sobre eso, y creó ese portal al infierno de arañas de cristal. —Se pausó—. Y las lecturas que obtuve de eso fueron… terribles. —Podría hacerlo otra vez —dijo Drake—. ¿No? Si me concentrara, descubriera cómo llegar a ese nivel de energía, podría abrirme paso a través de eso. Página | 160 —Este cristal —dijo Tristán, y removió la punta de cristal azul, brillando suavemente, del bolso—, es solo una pieza del rompecabezas. Necesitamos el otro, el rojo que tomó el Hombre Esqueleto, para probarlo debidamente. Estoy bastante seguro de que son las llaves. —Se encontró con los ojos de Drake y le dirigió una mirada significante—. Lo que escribiste en tu teléfono, en los escalones de la biblioteca… hasta donde sé, tienes razón en cuanto a qué significa. —¿De qué están hablando? —preguntó Irene, mientras Tristán ponía el cristal de vuelta en el bolso. Drake dejó escapar un pequeño silbido. —Estuve pensando —dijo—. Sobre abrir ese portal otra vez. Sobre… escapar. Irene hizo una mueca. —¿Por qué querrías volver a abrir eso? ¿Un monstruo no fue suficiente? —¿Qué pasa si es mi talento? —contestó Drake—. Noemí tiene su invisibilidad, tú tu curación, y hasta ahora lo único que he hecho es prender fuego a las cosas. ¿Qué pasa si este… como sea que lo estemos llamando, portal

mágico, es mi mejor truco? —¿Qué pasa si puedo descubrir cómo abrir uno hacia Londres? Una chispa de excitación recorrió su cuerpo. ¿O qué pasa si se abre hacia donde sea el lugar de donde salió esa araña? Drake dejó que se disipara la esfera de energía. Tristán se puso de pie y, acerándose, se encontró con la mirada de Drake. Su boca formaba una fina, severa línea y exhalaba lentamente. —¿Quieren algo para comer? Porque la Alianza está de camino para pasarme a buscar. Los llamé. Hice un trato. No quiero estar huyendo el resto de mi vida, siendo disparado y cayendo del cielo. —¿Tú qué? —jadeó Irene—. ¿Michael, era eso un chiste? —¿Qué has hecho? —preguntó Drake lentamente, mientras el dron aún lo seguía en grandes círculos sobre su cabeza. Irene sintió el mundo deslizarse debajo de sus pies, hasta cuarenta y cinco grados, y su corazón saltó a su garganta. Una sensación nerviosa la hizo sentirse enferma. Tristán levantó el bolso lleno de efectivo y el revólver, ajustando las tiras en su pecho. —Sabes —dijo Tristán a Drake mientras cruzaba los brazos sobre su pecho— tú eres inteligente en maneras que me sorprenden todo el tiempo. —¿Por qué lo hiciste? —preguntó Drake, lanzando otra mirada al dron. Irene lo miró, también. El cielo azul era deslumbrante, la brisa fresca contra su, de repente, piel caliente—. ¿Usaste esa cosa? —Me había quedado sin ser de utilidad para ustedes, es solo eso. Soy inteligente, sabes. Como de nivel genio de inteligente. —Tristán encogió un hombro—. Lo suficientemente inteligente como para saber lo inteligente que soy, ¿sí? Pero tú eres listo, Will. Y hay una gran diferencia entre inteligente y listo. A veces esa diferencia te pone por delante. Odio eso. Pero la mayoría de las veces te hace fácil, bueno, explotar.

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Irene vio como el rostro de Drake se volvía oscuro, sus ojos brillando con duro enojo. —¿Entonces cuál es la diferencia? —Listo suele ser amable. Amable, amable, amable. Inteligente no tiene esa fea debilidad. —Tristán asintió—. Es por eso que inteligente es mejor. Drake respiró hondo, e Irene casi podía sentirlo intentando calmarse. —¿Por qué lo hiciste? —volvió a preguntar—. ¿Por qué usaste ese maldito dron para dejar que la Alianza nos hallara? ¿A ella? —¡Te vi! —Tristán lo miraba a través de sus lentes, enojado y sonrojado. Página | 162 Él gesticuló hacia el dron, sin duda grabando y transmitiendo su conversación de vuelta a la Alianza—. Con el dron. ¡Te vi a ti y a Irene, Will, en esa estación de servicio! ¿No te tomó mucho meterle la lengua, no? —Dices eso como si tuviéramos que estar avergonzados o algo. —Drake apretó y relajó los puños y se alejó un paso de Tristán—. ¿Nos traicionaste a nosotros con la Alianza porque Irene y yo nos besamos? —No. ¡Te traicioné a ti con la Alianza porque andar contigo va a hacer que nos maten! ¡Te quiero lejos de ella! Tú eres el problema. Tú eres el… maldito problema. Hice lo correcto. No estás bien, Will, y ¡mierda, mírate! Ni siquiera eres humano. Nos estás poniendo a todos en riesgo. Drake parpadeó y sacudió la cabeza. —Tú, celoso gilipollas. Tristán sonrió con satisfacción. —No es así. —Creo que es exactamente así.

—Michael —dijo Irene. Sus pensamientos se aceleraron, su mente un enredo de incredulidad—. No pudiste pensar que yo iba a estar de acuerdo con esto, que querría ir contigo. Él le dio tal mirada de nostalgia y lástima que Irene casi lo abofeteó. —No es así —murmuró—. Espero que comprendas pronto. Pero no, no espero que vengas conmigo. Voy a ir, de igual manera. Están menviando a alguien a recogerme. Drake hizo una mueca mientras una luz azul temblaba contra su brazo, en contra de su voluntad. —No vas a lastimarme, Will —se mofó Tristán—. No estás ni cerca de estar loco aún. Por cualquier razón, y tienes muchas para no estarlo, eres demasiado listo. Eres demasiado un tipo bueno. —Estás seguro de ello, ¿no? ¿Me tienes descifrado, no? Tristán se encogió de hombros. —La diferencia entre tú y yo, Will, es que yo más o menos pertenecía a la prisión. Tal vez no a La Plataforma, dado lo que estaba sucediendo allí, pero definitivamente merecía estar encerrado, de acuerdo a la ley: maté a doce personas. Doce… Irene cubrió su boca. —Me dijiste que fueron ocho. —Bueno, seguro. —Sonrió abiertamente y aplaudió con sus manos—. De las que ellos saben. Un escalofrío recorrió la espina de Irene. Una oscura, solitaria noche en La Plataforma, Tristán le había confiado la verdad de sus crímenes a ella en la vieja sala de control que usaban como su lugar secreto de reunión a altas horas de la noche. Él había hackeado y cortado el suplemento de energía a su ciudad natal,

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Perth, y uno de los sistemas de energía del hospital había fallado en encenderse. Él había sido responsable de la muerte de esos pacientes. —También me dijiste que había sido un accidente —dijo ella—. Lo que le hiciste al hospital. ¿Qué estás diciendo ahora? —Que no soy listo. Soy inteligente. Y que no soy un tipo bueno, Will. Soy egoísta, a menudo cruel, por mí. Tienes que serlo, estos días, para tener éxito con la Alianza. De otra manera te aplastarían. Te encerrarían y te convertirían en comida para tiburón. No puedo hacer nada, ¿sabes? Jugué contigo para que me sacaras de La Plataforma, porque eras mi mejor oportunidad, y cuando vi que intentabas tomar algo que quería, le dije a la Alianza dónde venir a Página | 164 encontrarte para sacarte del camino. Para protegerme a mí mismo, más que nada, pero también para alejarte de Irene. Me ofrecieron un trabajo, incluso, para trabajar en esos portales de cristal. —Se rio como si ese hubiera sido el mejor chiste que jamás hubiera escuchado—. Es como un poco de alivio, sabes, ser honesto contigo. Tenía que fingir ser tu amigo todos los días cuando estábamos encerrados en esa celda. —¿Crees que vamos a perdonarte por esto? —preguntó Drake—. ¿Qué lo entenderemos? Tristán empujó sus lentes por el puente de su nariz, un acto que solía parecer inocente, pero que ahora estaba lleno de burla. Él suspiró. —No, supongo que no, pero la Alianza no puede ser vencida, así que voy a aminorar mis pérdidas. Soy libre, gracias a ti, pero eres demasiado peligroso como para juntarse contigo. Las cosas siguen rompiéndose a tu alrededor. — Miró hacia el dron, y luego a Irene—.Y encontraré a otra sexy pelirroja con problemas con papá. Las lágrimas escocían en los ojos de Irene y, por la mirada en el rostro de Drake, estaba preocupada porque él estuviese a un solo paso de tirar a Tristán por el balcón y hacia Central Park. Un brillante meteorito azul de bastardo, pensó ella.

Drake suspiró y se acomodó el cabello con una mano. —Salvaste mi vida en La Plataforma. Alejaste a los perseguidores, detuviste a Alan Grey de destriparme como a un pez… ¿quién diablos eres? —Cómo dije, te necesitaba entonces. No lo sé. No tengo que fingir ser tu amigo. Un sonido familiar, de hojas rotatorias, hizo eco en la calle y Drake asomó la cabeza al borde de la terraza, lejos de Tristán. Él estaba parado justo en el umbral del balcón, en el pasillo de vuelta al apartamento. El helicóptero se distinguía sobre el ruido general de la ciudad mientras Página | 165 volaba para esconderse en el cañón de la calle más abajo y golpeaba la terraza con ráfagas de aire. El Hombre Esqueleto estaba parado en el helicóptero, vistiendo una gran sonrisa y un arnés. Saltó de su punto de apoyo, se ató a una gruesa cuerda negra, y aterrizó en la terraza. Un guardia sin rostro, enmascarado y armado, saltó del punto de apoyo de al lado, atado con una cuerda similar. En el espacio de dos desesperados segundos, el Hombre Esqueleto envolvió sus largos y finos brazos alrededor de Irene, quien gritó y apretujó la mochila contra su pecho. La cuerda de la soga lo tiró de vuelta hacia arriba y fuera del balcón en el aire. La cuerda volvió a su lugar, azotando al Hombre Esqueleto y a Irene —quién se retorcía en su agarre— hacia el helicóptero en el aire. El guardia enmascarado agarró a Tristán, solo medio segundo después que el Hombre Esqueleto, y tiró la cuerda de vuelta a su lugar. Ambos, Tristán e Irene, habían sido llevados hasta el helicóptero. ¡Oh, no lo harás! Drake corrió a través de la terraza y se lanzó sobre la barrera de vidrio, muy alto sobre la ciudad, y fuera hacia el aire libre, sus brazos estirados hacia Irene. Sus dedos rozaron el talón de sus zapatillas mientras era levantada fuera de su alcance, y arrastrada hacia el helicóptero.

El ímpetu de Drake lo llevó hacia delante, y alcanzó la barra de aterrizaje del helicóptero mientras se alejaba del balcón. Un fuego inesperado salió de su brazo de cristal y derritió el agarre alrededor de sus dedos, dejándolo colgando con su mano buena. Drake restringió las llamas y empujó los codos sobre el metal resbaladizo, agarrándose lo más fuerte que podía, mientras el helicóptero se alejaba volando del apartamento y se dirigía hacia la Quinta Avenida, pasando el borde de Central Park. —¡Devuélvela! —rugió Drake. Una furia salvaje forzaba el corazón a su garganta. ¡Este no era el plan! No le importaba estar colgando cientos de metros arriba de la ciudad, que un resbalón significaría la muerte. Quería a Irene de Página | 166 vuelta antes de que el Hombre Esqueleto pudiese lastimarla. El helicóptero voló hacia el centro, moviéndose rápidamente a través de la ciudad, sobre gruesas multitudes de gente y tráfico paralizado, junto a edificios de apartamentos y poderosos rascacielos. La nariz del helicóptero estaba inclinada y sobre el más alto de los edificios en la Isla de Manhattan mientras Drake intentaba empujarse sobre los patines y a la cabina. Intentó balancear las piernas, pero la fuerza de las aspas y el viento lo mantuvieron colgando por los brazos apenas. El Hombre Esqueleto apareció en el borde de la cabina y miró a Drake luchar. Tomó asiento con una sonrisa fácil, hojeando a través del bolso que Irene había estado sosteniendo, y le guiñó un ojo a Drake, embotado de rojo carbón. Billetes de banco, sueltos, verdes y rojos canadienses, salían disparados de la mochila y caían más abajo a la ciudad. —¡Drake! —dijo el Hombre Esqueleto, y su voz pareció reverberar en la cabeza de Drake, por sobre el sonido de los rotores—. Nadie te invitó a esta fiesta. Mierda, hijo, eres como un mal centavo. Impactó su bota en la nariz de Drake, y Drake sintió algo saliendo. El dolor floreció detrás de sus ojos, pero se sostuvo mientras sangre caliente borboteaba

bajo su rostro. Gotas eran arrastradas por el viento, siguiendo el efectivo. Algo en su voz… Drake llevó la cabeza hacia atrás y se dio cuenta de una marca en el pálido, huesudo brazo del Hombre Esqueleto que hizo su mente girar. Un desvanecido y estirado tatuaje de espadas gemelas cruzadas sobre una corona de plata. FC13 estaba grabado bajo el tatuaje en borrosas y quemadas letras. FC… ¡Fuerza Cristal! Las fuerzas militares especiales de la Alianza. FC13. Oh, oh mierda. —¡Estás muerto! —jadeó Drake, y su agarre en el poder disminuyó—. ¡Te Página | 167 quemaste, Brand! El Oficial Marcus Brand, antiguo guardia de la prisión en La Plataforma, frunció el ceño y sacó el pesado revólver del Alcaide Storm del fondo del bolso. Se quedó mirando el arma, una floja mirada en su rostro, como si nunca antes hubiera visto un arma. Y luego la apuntó entre los ojos de Drake. —Suéltate —dijo. —Devuélvela, Brand —gruñó Drake, su voz un embotado rugido sobre el viento y las paletas. Irene luchaba detrás de Brand con otro soldado de la Alianza, que intentaba restringirla en sus brazos. Se encontró con los ojos de Drake brevemente y siguió luchando. Los ojos de Brand destellaron rojos, giraron, e inclinó su cabeza como si estuviera escuchando algo que solo él podía oír. —Uh. Alguien quiere hablar contigo, Drake. Mejor no dejarla esperando. Recuerda ser educado y dale mis saludos. —Brand se lamió los labios, se encogió, y apretó el gatillo. Un hilado marmoleado de plomo caliente llegó a Drake sobre su ojo izquierdo. Sintió un feroz ardor que se disparaba sobre su oído, un frío que quebraba los huesos. Alguien gritó.

Él cayó. Irene gritó mientras un arco de gotas carmesíes salía disparado de la frente de Will, y él caía del helicóptero. Tristán mantuvo el teléfono en su pecho y se quedó mirando, con los ojos bien abiertos y en shock. El corazón de Irene subió a su garganta y un temblor desesperado corrió a través de su cuerpo mientras Will desaparecía, como hojas viejas atrapadas en el viento. Dejó de luchar contra el guardia imbécil enmascarado de la Alianza, que mantenía los brazos en su espalda. Dejó de respirar. Él está bien, él está bien, él está bien… El Hombre Esqueleto —Marcus Brand— le había disparado a Drake en la cabeza. Brand se paró y se quedó mirándola. Su rostro, con gruesa piel estirada sobre una alargada calavera y dientes amarillos, lucía confundido. —Pensé que se soltaría —dijo el guardia enmascarado—. A Whitmore no le va a gustar esto. Brand sonrió abiertamente. Una horrible, estirada parodia de una sonrisa. —Oh, creo que él estará bien. Irene encontró su voz y su furia. —¡Lo mataste! Deslizó sus brazos de las manos del soldado y arremetió contra Brand, agarrando su garganta, sus ojos, su arruinado rostro. Como aplastando a una mosca, él impactó la culata del revólver de Storm en su mandíbula. Ella giró hacia atrás hacia el agarre del soldado y cayó a sus brazos, aturdida. Will Drake estaba muerto.

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Will Drake estaba bastante seguro de que había muerto y lo habían enviado al cielo. Se sentó en la vieja y gastada mesa de su madre en su hogar en Londres. Un plato entero de tostadas con mantequilla esperaba en la mesa, al lado de un frasco de mermelada casera de moras, bien a su alcance. Por alguna razón, toda esa escena parecía imposible. Drake cogió una tostada. Esparció un poco de mermelada en el pan con un cuchillo que sostenía con su mano izquierda. Se quedó mirando esa mano, a su piel, y se preguntó por qué esperaba ver vidrio oscuro. Un embotado dolor sobre su ojo izquierdo le molestaba. Se preocupó, solo por un momento, de que alguien le hubiese disparado en la cabeza. Pero eso era absurdo. La tostada de Drake sabía cómo volver a casa. El reloj en la pared le dijo que eran las ocho de la mañana. Tenía que estar en el colegio en media hora, pero tenía un sentimiento persistente de que se había perdido parte de colegio en el último año y medio. La fresca media luz de Londres se derramaba por las pequeñas ventanas sobre el fregadero. Los restos de la cena de anoche, spaghetti y albóndigas, descansaban en el estante al lado del fregadero. Drake había estado lavando los platos, desde que Mamá no tenía la suficiente fuerza estos días, pero había estado jugando viejos juegos con Gaz hasta tarde anoche. Esperaba que ella no hubiera visto el desastre. Esparcidas sobre la mesa de la cocina había el valor de una farmacia en botellas de medicina: veintidós en total, para ser tomadas dos veces al día. Las únicas medicinas que daba el sistema de asistencia médica de la Alianza eran para personas con enfermedades preexistentes. Píldoras para dejar que el enfermo muriera lentamente, en una cubierta nebulosa de sufrimiento sin mucho sentido.

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La cólera se arremolinó en la tripa de Drake. Si tan solo pudiera conseguir algunas medicinas buenas, el Detrolazyne, su madre tendría una oportunidad. Como venían las cosas, él la enterraría dentro de unos meses, con el brazo de Nana Vera en sus hombros. La enfermedad dejaba un gusto que tardaba en irse del aire que fuera el probable causante de su dolor de cabeza. Drake untó otra tostada con un cuarto de onza de mermelada de mora y masticó ruidosamente. El sabor de la mermelada casi hizo que llorase. No voy a ir hoy. Me voy a quedar en casa con Mamá y voy a hacer algunos trabajos en la casa. Tosió algunas migas que le habían quedado en la garganta. Voy a comprobar el depósito de la Alianza otra vez y ver si encuentro la Página | 170 medicina que ella necesita. Una puñalada aguda de dolor encima de sus ojos lo hizo estremecerse. Vio un destello de edificios ardientes —un policía cayendo y golpeando su cabeza sobre un bordillo de concreto— y el dolor se enterró más profundo, como si alguien le hubiera introducido un punto metálico por la frente. Drake parpadeó, y vio a su madre sentada frente a él en la mesa, llevando un vestido floral de verano y riéndose de él. Sus ojos estaban llenos de vida, de vitalidad. Había pasado tanto tiempo desde que la había visto bien que durante un momento falló en reconocerla, pero su pelo moreno corto, sus ojos negros y la risa cálida era todo demasiado familiar. Ella sostenía una taza de café en sus manos. El vapor se elevó en círculos perezosos ante su cara. —¿Todo bien, Will? —preguntó—. ¿Necesitas una píldora para el dolor de cabeza? Drake echó un vistazo al contador. Las docenas de botellas de medicina habían sido quitadas. Los platos habían desaparecido. Había pasado algún tiempo. Él frunció el ceño y apartó su plato de tostada. El pote de mermelada había sido rellenado, la superficie de la extensión lisa.

—¿Qué es… todo esto entonces? —¿Disfrutaste de tu desayuno? —Bebió a sorbos su café, y sus ojos parecieron coger la luz y brillar como el cristal azul—. Podría hacerte algunos huevos con tocino, si gustas. ¿Tocino veteado? —No creo que yo debiera… debiera estar aquí. —El dolor encima de su ojo se sintió mucho menos como un dolor de cabeza y más bien una bala al cerebro. Vio un destello de luz del sol de la Ciudad de Nueva York, las aspas de un helicóptero que giraban contra las nubes delgadas, una bonita pelirroja, y un bastardo y viviente esqueleto. Él recordó. —Tú no eres mi madre —dijo Drake—. No eres humana. La criatura que llevaba la cara de su madre se rio, pero no llegó a sus ojos, que ahora brillaron de un embotado carmesí. Detrás de aquella risa Drake pensó que había visto algo más, algo… un flash de sorpresa. —Bueno, eso fue inesperadamente rápido de tu parte. Puede que te cueste ordenar tus pensamientos durante un momento, Will. Tejo el daño rápidamente, pero este es el único modo en el que podemos hablar. —Colocó su taza sobre la mesa con bastante fuerza como para que cayeran gotas de café contra la madera—. Demasiado temprano en el juego como para que te retires, William Drake. —¿Quién eres? —Drake sostuvo una mano contra su frente. Lo que parecían litros de sangre rezumaron entre sus dedos, bajo su cara, y se reunieron en la mesa. Él podía sentir un parásito metálico que hurgaba en su cráneo. Un mármol caliente disparado de un feo revólver de plata—. Brand… me disparó. ¡Brand está vivo! —Mis juguetes, luchando entre ellos. —La criatura meneó su dedo hacia adelante y hacia atrás—. Tienes demasiado trabajo que hacer, William, tú y Marcus Brand, ambos, antes de que yo los deje morir.

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—Pretendamos por un momento que no tengo idea de qué diablos está pasando… —Has sido escogido, hijo, para luchar por los buenos. Te he dotado con mi resplandor para poder convertir este mundo en un paraíso. Un Edén, si puedo usar el local vernáculo. Es seguro que será un paseo largo hasta allí, William, pero tú tienes la resolución para poder vernos. —Vale. Seguro. Pero un esqueleto idiota me acaba de disparar en la cabeza. —Tiene a Irene—.Y no estoy completamente seguro de estar vivo. ¿Esto… estoy muerto? —Bastante cerca, pero estamos unidos por la cadera, por así decirlo Mi Página | 172 sangre es tu sangre. —La criatura se rio, y sus mejillas se separaron, revelando el cristal oscuro manchado con luz azul eléctrica—. Una molestia menor. Ya no juegas más en el mundo real. Aquí hay monstruos y magia y reinicios. Pero, hasta que las cosas cambien, este es el único modo por el que podemos hablar, sobre las fronteras del conocimiento. Come tu desayuno, mientras arreglo aquella maldita bala que hay en tu cerebro. El plato de Drake se desbordaba por la sangre de su cabeza. —¿Qué es usted? —Para lo que importa, William Drake, yo soy tu dios. Y tú no puedes morir antes de que me hayas presentado el tributo apropiado. —¿Y qué sería? —preguntó Drake con los dientes apretados. La criatura que se parecía a su madre sonrió abiertamente. Esta se elevó de la silla y anduvo alrededor de la mesa hasta que estuvo de pie al lado de Drake. Este se inclinó abajo hasta que ellos se pudiesen mirar a los ojos. Drake podía oler a su madre, el perfume de las lilas y el jazmín. —Te necesito para sacarme de prisión, William Drake.

La criatura presionó sus labios contra la frente de Drake, contra la herida de bala, y chisporroteante dolor caliente cegó a Drake de todo lo demás. Su mente se tambaleó. Cayó por una neblina de luz roja y dejó la mermelada de mora atrás. La luz del sol brillaba a través del rojo, la cocina desapareció, y un viento rápido silbó por delante de sus oídos por encima de la ciudad de Nueva York. Todavía estirado hacia el helicóptero, Drake giró en el aire, miró fijamente de manera absurda el dron de la Alianza de Tristán, todavía siguiéndolo después de todo el camino desde el apartamento, y luego le dio una buena mirada a la calle a la que estaba de ida aproximadamente a un millón de millas por hora. Página | 173

El recuerdo de la cocina de su madre y la criatura estaba fresco en su mente, y se sintió como si alguien le hubiese presionado un hierro de marcación contra la frente, pero él estaba —de algún modo, imposiblemente— vivo. Y cayendo. Venga, alas de ángel mágicas. ¡O esa maldita águila! ¡Tomaré el águila! Nada, magia o de otra manera, pareció reducir su caída, y Drake se rio mientras caía junto al Empire State Building dando vueltas. Una fuente de chispas azules salió de su brazo, poder salvaje, inútil y caliente. La calle, muy por debajo y aun acercándose, lo mataría tan rápidamente como la bala a la cabeza debería haber hecho. Vivo pero no por mucho tiempo. Muerto dos veces en el mismo minuto. Drake gritó y aplaudió con las manos. Su brazo de cristal estalló con cuerdas de gruesa luz azul. La luz se hizo cristal líquido y nadó por el aire en cien direcciones diferentes. Los tentáculos, serpenteantes de luz viva, impactaban de golpe en los edificios de la ciudad de Nueva York. Drake fue tirado hacia arriba, como si hubiese desplegado un paracaídas.

Los salpicones de luz se levantaron contra los rascacielos, tanto encima como por debajo de Drake, como un juego de ondas estrellándose contra la orilla. Las ondas se agarraban de los lados de los edificios, los grandes pilares de luz azul que agarraban el cristal y hormigón se endurecían de luz líquida a sólida, y formaban una telaraña de lisos cristales casi parecidos al hielo. La luz lo cogió, no más que una docena de metros por encima de la calle, y fue barrido a lo largo, la telaraña llevando la mayor parte de la velocidad de su caída. El helicóptero había desaparecido de la vista. Drake se deslizó a lo largo del cristal, salvajes memorias del Slip ‘N Slide1 en el este de Londres atravesando su mente mientras la Quinta Avenida pasaba Página | 174 borrosa a un costado de su cabeza. La luz corrió delante de él en lazos y curvas, y Drake comenzó a disminuir un poco más la velocidad. El paseo lo hizo marearse, pero no pudo evitar maravillarse por lo que estaba pasando. Giró en un círculo y vislumbró el dron todavía siguiéndolo después de su progreso, rápido y seguro. Una vuelta lo lanzó del tobogán, a lo largo de las ventanas de cristal que formaban la pared de algún complejo de oficina. Atrajo miradas asombradas de los hombres y mujeres dentro y les dirigió una sonrisa antes de que la luz lo cogiera de su espalda otra vez y torciera abajo hacia la calle. Cinco segundos más tarde, Drake se deslizó sobre una subida de cristal y redujo la marcha. La subida cedió el paso a un final en espiral de luz sólida; se tambaleó hacia adelante, sus pies golpearon la acera, y casi cayó sobre su cara entre una muchedumbre de espectadores sorprendidos. —¡Vaya, niño! —dijo un joven en vaqueros holgados y un gorro, que estaba de pie en la esquina de la Quinta Avenida y la calle 42, según el cartel y la biblioteca a través de la calle—. ¡Amigo, eso fue a lo Hombre Araña!

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Deslizador acuático

Drake se estabilizó y tragó con fuerza, comprobando si tenía cortes o fracturas. Lo que pareció una línea desigual de tejido cicatrizado encima de su ojo izquierdo era todo lo que permanecía del tiro de Brand en su cabeza. Su brazo de cristal estaba expuesto para que todo el mundo lo viese, pero aparte de un par de crecientes moretones, parecía estar de una pieza. Había visto la biblioteca pública por el rabillo del ojo. Confirmó donde estaba —exactamente como al principio— y tomó una inspiración profunda y nerviosa que se convirtió en una risa salvaje. Miró hacia atrás a la Quinta Avenida justo a tiempo para ver su red de ondas de cristal y toboganes parecidas a una red romperse en luz brillante. Un millón de chispas cayeron como la nieve. Aterrizaron inofensivamente sobre la Página | 175 calle, los coches, y los neoyorquinos, que se los sacudieron de encima, algunos riendo, antes de que las chispas se desvanecieran. —¿Qué hay con ese brazo, hombre? —le preguntó un tipo en la esquina. Irene. —Luce genial —Se rio—. Hey, ¿quieres comprar una billetera? Cuero de verdad, hombre. La Alianza la tiene… otra vez. Tristán, pequeño idiota. —No, gracias. No necesito una billetera. Necesito matar a Marcus Brand. —¿Estás en una película o algo, con ese brazo? Efectos especiales, hombre. Luces por toda la ciudad. No suenas como si fueras de por aquí. Drake respiró hondo y exhaló con toda la paciencia que pudo reunir. Su frente quemaba y sus huesos dolían. Había perdido a Irene con un monstruo demente quien le había disparado en la cabeza, y una criatura de otro mundo estaba vistiendo el rostro de su madre. Se lamió los labios, que sabían a mermelada de mora, y necesitó un momento en el bordillo. El dron colgaba justo sobre su hombro, atrayendo un

par de miradas curiosas, antes de alejarse abruptamente, al centro y hacia Tristán en el helicóptero. Unos minutos después, Takeo y Noemí estacionaron el sedán plateado a su lado, y Drake maldijo antes de entrar en al auto.

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Capítulo 16 Cena con el Presidente El helicóptero aterrizó sobre la azotea de un rascacielos que dominaba el paisaje urbano del centro de Manhattan. La alta aguja de un edificio estaba construida de un metal oscuro, con las ventanas de cristal grueso, teñido del color de zafiros pulidos. Una brisa fresca golpeó la mandíbula de Irene, que estaba segura estaba rota, mientras era descargada del helicóptero por los Página | 177 soldados enmascarados, que la empujaron a lo largo y detrás de lo que había quedado de Marcus Brand. Él mató a Will. —Irene… —dijo Tristán. Ella lo miró airadamente por entre sus lágrimas y él se calló. Fue apartado por un guardia enmascarado. Irene fue agarrada de los brazos, sus pies arrastrándose a través de la pista de aterrizaje. Un choque tan adormecedor que embotaba el dolor en su mandíbula había enviado su cabeza a dar vueltas. Desde la distancia, hacia fuera del puerto, vio la Estatua de la Libertad y docenas de barcos que flotaban alrededor de la señal. Tal vista parecía de lejos demasiado normal. El mundo no era normal. El mundo era prisiones árticas, cristal encendido, asesinatos, caos, angustia, traición, y el mundo estaba lleno de monstruos que se reían mientras les pegaban tiros en la cabeza a los niños. Irene fue conducida a un juego de puertas metálicas. Brand marcó un botón al lado de las puertas. Estas se deslizaron sobre carriles lisos, revelando un elevador opulento con paredes de madera y una alfombra cara aterciopelada. Irene sintió una explosión caliente de aire desde dentro del carro, y comenzó a gritar: de la tensión, la tristeza, la cólera, no supo cuál.

—Bienvenida a los cuarteles de la Alianza —dijo Brand—. Entra. Las puertas se deslizaron para cerrarse, abandonando a Tristán con el piloto del helicóptero sobre la azotea. Irene fue llevada a una habitación unos pisos debajo de la azotea. Los soldados abrieron el cuarto con una tarjeta de banda magnética, la empujaron en la esquina de la suite, y cerraron de golpe la puerta detrás de ella. Irene no podía ver una cerradura. Intentó girar la manija y esta no se movió. Encerrada otra vez. El espacio era más agradable que las celdas de La Plataforma, pero se sentía mucho más peligroso. Ventanas grandes hacían dos de las paredes, Página | 178 mirando las calles de Nueva York hacia Central Park y el apartamento en que ella se había estado ocultando hasta no hace media hora. Una cama sola y el gabinete decoraban la mayor parte del espacio, en frente un sofá y la televisión. Una pequeña cocina con una caldera y un mini refrigerador conectaba a los servicios. Irene entró en el lavabo y se miró en el espejo. Su mandíbula se sentía como si alguien le hubiese llenado la boca de clavos afilados, o como si le hubiese picado un nido de avispas enfadadas. Cada movimiento y aliento enviaba relámpagos agudos de agonía que se disparaban por su cráneo y bajo su espalda. El viento había barrido el pelo de su cara y había revelado el pedazo de tejido cicatrizado sobre su ojo. Los labios de Irene temblaron mientras luchaba por contener las lágrimas, trató de no pensar en Will Drake, y con cuidado ahuecó la barbilla en su mano. Vaciló un momento antes de convocar el apacible poder de cristal, preocupada de que pudiese equivocarse otra vez, pero una vez que la luz fresca tocó su piel, el dolor en su mandíbula se desvaneció. Irene suspiró y despacio hizo girar su mandíbula en el sentido de las agujas del reloj. Apretó los dientes y pellizcó sus mejillas. El dolor se había ido, y su

mandíbula estaba curada. Un lágrima salió de su ojo y corrió a sus labios, salada y amarga. —Remarcable —dijo una voz desde fuera del baño. Irene saltó. Ella no había oído a nadie entrar en el cuarto, y aun así, apoyada en la entrada estaba una cara que ella conocía demasiado bien. Él llevaba su marca registrada de gafas de sol de espejo, ocultando sus ojos debajo de una melena lisa y brillante de pelo de plata, y sonrió abiertamente con dientes bastante blancos como para cegar. Irene luchó por recordar un día donde ella no hubiese visto a ese hombre retratado en la TV, revistas, periódicos, y la Internet. —Tú eres… —Sí. —Lucien Whitmore alisó el frente de su traje oscuro, vestido con una camisa negra y una corbata azul medianoche, antes de juntar las manos detrás de su espalda—. Un placer, señorita Finlay. Irene tragó y sostuvo una mano a su garganta, incierta y con miedo. —Si usted quiere que le ayude a conseguir a Drake, es demasiado tarde… no es que le fuera ayudar de todos modos… Whitmore se distanció de la entrada y señaló con su mano para que Irene dejara los servicios. Irene cogió el olor de su colonia —un olor fuerte que le recordó a roble y nevada— y ella se movió a través del cuarto, guardando su distancia de él y colocando el sofá entre ellos. —Estoy aquí para ayudarte, Irene. Ah, perdonarme, ¿puedo llamarte Irene? —Whitmore se rio en silencio y pasó una mano por su pelo de plata—. Para traerte del frío, por así decirlo. Debes estar cansada, considerando los acontecimientos de la semana pasada. —No estoy cansada —dijo ella—. Estoy enojada y… ¡y Brand le disparó a Will en la cabeza! ¡Brand lo mató!

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—Ah sí, un asunto desagradable, eso —dijo Whitmore—. Cuando Marcus surgió de debajo de las ruinas de La Plataforma… transformado y… poderoso, yo casi lo hago matar. Mantén un perro rabioso con una cuerda demasiado corta, y él te morderá tarde o temprano, supongo. —¿Entonces por qué no lo hizo? —murmuró Irene y peinó su cabello hacia abajo sobre su fea cicatriz—. Es un asesino. —El mundo está lleno de asesinos —dijo Whitmore—. Manteniendo mis prisiones llenas y provechosas. No destruí a Marcus Brand, mi querida, porque su locura sirve con un objetivo: es dirigida únicamente hacia un joven. —Hacia Will. —Sí. Will. William Drake. Un nombre que he encontrado por casualidad en mi escritorio más de una vez en los dieciocho meses pasados, considerando su cariño por la fuga. Una habilidad útil, una que, en cualquier otra circunstancia, yo habría puesto a trabajar. —Whitmore miró fijamente la ventana durante un momento antes de volverse hacia Irene—. ¿Cómo es? Háblame de William Drake. Solo he oído de él por sus enemigos, deseo escuchar ahora por sus amigos. —¿Qué te importa ahora? —gritó Irene, y su voz se rompió—. Él se ha ido… —Siéntate, Irene Finlay. —Preferiría estar de pie. Whitmore se encogió. —Haz como quieras, pero no gastes mi tiempo. Cada segundo de mi día vale mil doscientos dólares, eso es treinta y cinco mil millones por año. Entonces entiende que no gasto el tiempo frívolamente o en gente que no puede ofrecerme algo de valor.

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Irene vaciló, sintiendo una amenaza en sus palabras, y se sentó con cautela sobre el borde del sofá, al lado de la ventana, todavía guardando aproximadamente la mitad del cuarto entre ella y Whitmore. Whitmore rio. —Maravilloso. Ahora, voy a pedirte asistir a una fiesta mía esta noche, Irene, y antes de que digas que no… quizás algo aún menos cortés, escúchame hasta el final. Ir a esta fiesta ayudará al joven Sr. Drake, y después, tienes mi palabra de que eres libre de irte. —No estás escuchando. ¡No puedo ayudarlo! ¡Tu hombre le disparó en la Página | 181 cabeza y él cayó! —Y hace una semana, la caída sola lo habría matado tan seguramente como nos mataría a ti o a mí, pero el juego ha cambiado, ¿verdad? William Drake es más que humano ahora. ¿Francamente piensas, considerando todo lo que él ha hecho hasta ahora, que algo tan ordinario como una bala podría pararlo? Irene sintió un subidón de algo que ella no quería aceptar como esperanza. —Usted no estaba allí. Lo vi caer… —También lo has visto volar. Irene se mordió el labio, cruzó los brazos, y miró fijamente hacia fuera en la ciudad. ¿Cómo voy a salir aquí? El bolsillo de Whitmore comenzó a sonar. Él sacó su teléfono y sonrió con satisfacción. —Perdóname. Tengo que contestar esto. —Sostuvo el teléfono en su oído—. Me debe dos helicópteros, Sr. Drake —dijo Lucien Whitmore—. Y una plataforma petrolera.

Capítulo 17 Marcas de Besos De vuelta en el apartamento, Drake adelantó a sus aliados y se encerró en el baño. Evitó mirarse en el espejo, salpicó su cara con agua fría y cayó al borde de la bañera con un agotado suspiro. —Irene… —William Drake. —Noemí golpeó la puerta—. Habla conmigo. ¿Qué pasó? ¿Dónde están la Señorita Finlay y el Sr. Tristán? —Solo dame un minuto. Me dispararon a la cabeza. —Tú… no, yo… Pudo sentir a Noemí dudar un momento, luego sus pisadas desaparecieron por el pasillo. Drake apretó el borde de la bañera con la mano de cristal y el mármol se resquebrajó bajo la fuerza de su extremidad. Un puñado de roca partida y polvo cayó al piso. Se puso de pie y se miró en el maldito espejo. Sobre su ojo izquierdo, tocando su ceja, había una accidentada cicatriz en forma de beso, como si la criatura que vestía el rostro de su madre también hubiera estado usando un labial oscuro. —Bueno. —Tragó—. ¿Y si cambiamos eso por una patada en los dientes? La cicatriz lucía como una vieja quemadura, suave y casi brillante. Pasó los dedos de su mano buena sobre el suave tejido y suprimió un estremecimiento de repulsión. Brand le había disparado a matar, en verdad, y lo que sea que

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hubiera debajo de La Plataforma —alienígena o no— lo había traído del borde usando el poder en el cristal. El bastardo se llevó a Irene y me mató. Se sacudió con ira. Al menos pensarán que estoy muerto ahora. —No, no lo harán. —Drake chocó su mano de cristal contra el espejo. El vidrio se rompió así como el marco de madera y una buena porción del ladrillo detrás de él. No van a creer que estoy muerto después del juego de luces allá en la Quinta Avenida. —Irene pensará que estoy muerto. Debería estar muerto. —Drake no sabía cómo se sentía respecto a eso justo ahora, así que decidió no demorarse en ello. Página | 183 Desearía nunca haber sido enviado a La Plataforma—. Hora de… dulces de mantequilla de cacahuate. Hora de hacer rodar los dados, seguir la red y esperar que dé frutos. Drake salió del lavabo y bajó por el pasillo a la cocina. Abrió una bolsa de dulces de mantequilla de cacahuate y lanzó un puñado a su boca. Takeo y Noemí estaban concentrados en una conversación silenciosa en el balcón. Ella sacudía la cabeza mientras él cortaba el aire con la mano. Discutiendo, entonces. El banco de terminales de computadora de Tristán todavía estaba zumbando a lo largo de la pared más lejana. Drake se sintió enfermo; su cuerpo se sacudía con estrés y fatiga, o los dedos desgarradores de la locura, no sabía. Lanzó la bolsa de dulces a un lado. Bajando el pasillo, un fuerte golpe vino de la puerta del apartamento. Alguien estaba afuera en el corredor. La puerta del balcón se deslizó, dejando entrar una fresca brisa y el sonido del tráfico lejano, y Noemí y Takeo entraron de nuevo al apartamento. Los ojos de Noemí se desviaron de Drake a los desperdigados dulces de mantequilla de cacahuate, y de vuelta a Drake. —¿Qué está pasando aquí?

Drake se apoyó contra la encimera y sacudió la cabeza. —Tristán… Michael nos vendió a la Alianza. —¿Por qué lo haría? —La mano de Noemí descansaba en el mango de su espada. Hubo otro golpe en la puerta, un poco más insistente que antes. —Me encargaré de eso —gruñó Takeo—. Tú. —Apuntó a Drake—. No te muevas. —No lo entiendo —dijo Noemí, en tanto Takeo desaparecía por el Página | 184 corredor. Drake solo pudo sacudir la cabeza. Demasiado estaba en juego ahora. Tanto que podría salir devastadoramente mal. Takeo volvió un minuto después, llevando un largo paquete blanco envuelto en delgadas tiras de un lazo morado alegre. Lo apoyó en la isla de la cocina. Había una tarjeta en la caja, en una elegante letra cursiva, que decía: William Drake —Ese era un mensajero de La Alianza en la puerta —dijo Takeo—. Lo hice abrir la caja para asegurarme que no era explosivo. El contenido parece ser para usted, Sr. Drake. Drake le lanzó una mirada y agarró la tarjeta. En el reverso, encontró una invitación para un evento de recaudación de La Alianza en la ciudad esa noche. Querido Sr. William Drake y Señorita Irene Finlay, Están cordialmente invitados a asistir a la presentación del Meteorito Whitmore al Museo Americano de Historia Natural. La Fundación de Ayuda de La Alianza agradecerá recibir donaciones para el desastre del terremoto peruano.

Hora: 7:30PM Vestimenta: Formal Los saluda amablemente, Lucien Whitmore & familia Drake leyó la tarjeta de nuevo, solo para asegurarse de que no estaba soñando. Lo colocó en la encimera y abrió la caja. Dentro encontró un traje negro, que incluso a su ojo no entrenado, lucía mucho más costoso que su casa allá en Londres. ¿A qué juego estás jugando, Whitmore? Se encontró con la mirada de Noemí. No le va a gustar esto. Página | 185 —Es una invitación de una presentación esta noche en el… Museo de Historia Natural. —Drake hizo una pausa—. Lucien Whitmore es el anfitrión, y creo que Irene estará allí. Creo que se la llevó para asegurarse de que yo estaría allí. —No vas a ir en serio —dijo Noemí, en tanto Drake se quitaba la camisa en su habitación. Sonaba dudosa, incrédula. Joven. Drake no dudaba que el traje elegante le quedaría a la perfección—. William Drake, el Refugio ha arreglado un transporte fuera de esta ciudad a Europa, pero debemos irnos ahora. La Alianza sabe que estamos aquí. La red se está cerrando, y ya no estamos protegidos por las negociaciones del Refugio. La Alianza te quiere muerto más de lo que pensábamos. Así que lo digo de nuevo: no vas a encontrarte con Lucien Whitmore. Drake sonrió. ¿Ella le estaba dando una orden? —¿Puedes detenerme? —preguntó él, tan educadamente como pudo—. ¿Tus habilidades y espada contra mi poder crudo? ¿Quién ganaría esa pelea, qué crees, cuando yo puedo hacer mi camino en esta ciudad a lo Hombre Araña? —Aflojó la corbata y la deslizó por su cabeza, contra su cuello, y la volvió a ajustar—. Me alegra que esto venga ya anudado. Nunca tuve necesidad de usar una antes.

—Lucien Whitmore te está lanzando una trampa. Ha gastado considerables esfuerzos y recursos para recapturarte estas semanas pasadas, y ahora que sabe que estás aquí, bajo su pulgar, te tendió una trampa con miel. Drake rio entre dientes. —Irene es tan dulce como la miel, sí. Al demonio todo, pero sí. —¿Crees que estará en esta fiesta? —Noemí lanzo las manos—. Ya debe haber desaparecido en uno de los pozos que la Alianza llama prisiones. —Entonces encontraré ese pozo y la sacaré. Es como mi fuerte. Pero, sí, creo que ella estará allí. Y tengo algo que Whitmore quiere, creo. —Drake miró Página | 186 sus manos—. He absorbido mucho más Cristal-X que cualquiera, y aún sigo siendo medio normal. ¿No ves lo que está haciendo? No puede capturarme por la fuerza, así que me tienta con algo que quiero. No creo que me quiera muerto, no en realidad. —¿Tentándote con Irene Finlay? —Noemí lanzo las manos al aire frustrada. Drake sostuvo su invitación. —Esto está dirigido a ambos. “Sr. William Drake y Srta. Irene Finlay”. Whitmore me está provocando. Ella será mi cita de la noche, supongo. ¿Pero ves lo que yo estoy haciendo, Noemí? —Drake bufó a sí mismo ante lo absurdo de la situación—. Estoy escogiendo a Irene por encima de mi casa. He estado intentado volver a Londres durante tanto tiempo… mucho antes de La Plataforma. Y ahora esto es más importante. Solo por esta noche, tal vez, hasta que Irene esté a salvo, pero estoy escogiendo no dejarla atrás. —Luchó con un gruñido—. Y de vuelta en el tren en Canadá, Whitmore prácticamente dijo que está sosteniendo una espada sobre la cabeza de mi madre… es hora de que hablemos cara a cara, él y yo, y aclaremos las cosas, porque esto no puede seguir.

—William Drake —dijo Noemí—, debo advertirte en contra de esto. Lo que eres, lo que podrías ser en la guerra que se avecina… —Si estás a punto de decir que mi vida es más importante que la de Irene porque bebí toda una botella del Kool-Aid sabor Cristal que tu grupo adora tanto… entonces detente. —Drake ajustó la corbata en el espejo, y reluctante, se quitó su gorro de lana—. Me gustas, Noemí, eres genial, así que no me hagas odiarte. —Una vez que te tengan, no te dejarán ir. Él soltó una carcajada ruda. —No han sido capaces de atraparme hasta ahora, y eso era mucho antes de que tuviera lanzallamas en vez de brazos —Drake suspiró—. Sé que no me dejarán ir, pero he estado pensando en el equilibrio. Has estado intentando hacerme entenderlo desde que nos conocimos, no hace mucho. Básicamente a lo que se reduce el equilibrio es a la percepción, ¿sí? Percepción. Cómo me veo yo en el mundo, lo que estoy dispuesto a hacer, y lo que sé, muy en el fondo, que es lo correcto. El equilibrio no es bueno ni malo. Me intentaste decir eso allá en el avión. Es solo con lo que yo puedo vivir. Lo que puedo aceptar como… aceptable. Eso es lo que hace que el Cristal-X no me vuelva loco. Hacer lo que creo es correcto, y percibirlo, como correcto. En tanto esté peleando por algo que vale la pena, entonces tengo equilibrio: una razón por la cual no ser egoísta. Todo se reduce a esto: no podría vivir conmigo si abandonara a Irene. Me volvería loco tan seguro como si yo la matara. Noemí abrió y cerró la boca un par de veces y luego soltó una triste sonrisa. —Gracias por recordarme el equilibrio —dijo ella—. Mis instructores de El Refugio me habrían azotado con furia, si me hubieran escuchado discutir tu Camino justo ahora. Tienes razón, por supuesto, pero eso no significa que tengas que ir solo. Puedo seguirte bajo un velo, completamente invisible, y cuidar tu espalda.

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Drake lo consideró y luego sacudió la cabeza. —No, sin trucos esta noche. Gracias por la oferta, pero no. —No deberías ir solo… —Esta es mía, Noemí. Quieres que vaya a Japón, entonces dame tu palabra de que no me seguirás. —Y arruinaras el plan—. Puedes estar cerca, si quieres, pero no en ese museo. Noemí lo miró fijamente, y luego de un largo instante, dio un seco asentimiento. Takeo entró a la habitación de Drake. —Michael Tristán no dejó ningún equipo de vigilancia —dijo con un gruñido áspero—. No se llevó más que sus pertenencias y ese dron. Drake asintió. Buena suerte, pequeño idiota. —Saben, nunca iba a ser la Alianza o los poderes del cristal los que se nos interpusieran. Siempre iba a ser ella. Debería haberlo visto venir. Sacó su teléfono —el teléfono que Tristán le había dado— y marcó a su madre. Lucien Whitmore respondió al primer timbrazo. —Me debe dos helicópteros, Sr. Drake —dijo el rey de la Alianza—, y una plataforma petrolífera. Estoy dispuesto a olvidar la absurda cantidad de CristalX que absorbió, una bebida en la casa, por decirlo así, pero no puedo descartarlo del todo con tal poder robado. Una vez ladrón, ¿cierto? —Me debe una chica canadiense, de cabello rojo, linda como un botón — replico Drake, con un peligroso borde en su voz—. ¿Y qué? ¿Estaba simplemente sentado junto al teléfono, esperando que llamara?

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Whitmore rio. —Cualquiera y todas las llamadas originadas desde el continente de Norteamérica a su casa en Londres, o a las familias de la Srta. Finlay y el Sr. Tristán son redirigidas a mi teléfono personal. —Bueno, Mikey Tristán nos lanzó río abajo, así que puede quitarlo de mi lista de amigos cercanos. —¿Qué tan ido esta, Sr. Drake? ¿Mataría al Sr. Tristán si se le diera la oportunidad? —Whitmore rio entre dientes—. Le ofrecí al Sr. Tristán santuario a cambio de su asistencia. Y no tenía que llevarme a la Srta. Finlay, entiendo. En verdad, considero una deuda a ser pagada. Pero sepa por favor que está a Página | 189 salvo; bueno, excepto por una mandíbula rota cortesía de Marcus Brand, pero ella ya la sanó con su remarcable talento. Drake casi aplastó el teléfono en su mano. —¿Le rompió la mandíbula? —Estaba histérica. Gritando que estaba muerto. Brand le disparó en la cabeza, o así me dijeron. —Lo hizo. Lo superé. Whitmore gruñó. —Me disgusta usar lo que Brand se ha convertido, pero creo que es la única criatura en esta buena tierra capaz de obtener resultados cuando se trata de usted. Noemí estaba parada al lado de Drake. Se movió para encontrar su mirada y parecía preocupada. Él le guiñó el ojo. —Medio que fue mi culpa, en verdad —le dijo a Whitmore—. Lo dejé quemarse en ese tanque lleno de Cristal-X.

—William, no quiero encerrarte. Ni siquiera quiero detenerte. Hay una amenaza más grande, ¿no es cierto? Quiero que te me unas. Debemos discutir asuntos de importancia. Drake dejó que aquello colgara en el aire un momento. Lamió sus labios. —¿Habrá mermelada de mora en esta función suya esta noche? —Ansío encontrarme con usted, Sr. Drake. Cara a cara. Drake le colgó a Lucien Whitmore y lanzo su teléfono a la cama. —No sé lo que tienen ustedes contra este tipo —le dijo a Noemí y Takeo, mientras se quitaba la corbata y desabotonaba el botón superior de su fina Página | 190 camisa con cuello. Su gorro de lana con borlas, manchada con apenas un poco de sangre, quedaba mucho mejor que la corbata, de todos modos—. Voy a ir a una fiesta en medio traje y este gorro. Esto es lo que quiero que ustedes dos hagan.

Capítulo 18 Mini Hamburguesas y Rifles de Francotirador Irene quitó hilos imaginarios del vestido azul cerúleo sin defectos que Whitmore le había entregado para la noche. El vestido no tenía mangas, y una estilista personal había pasado una hora haciéndole su cabello y el maquillaje. Los tacones blancos eran caros y le añadían dos pulgadas a su altura. Irene había protestado por todo, pero no había estado sola en la habitación cuando el vestido Página | 191 y el estilista habían llegado. Había hecho un amigo poco probable. Mientras viajaban al centro en la lujosa limosina, Irene se sentaba con los tobillos cruzados y el cuerpo girado en dirección contraria al presidente de la Alianza, quien vestía un inmaculado traje, al otro lado del vehículo. Una escolta de media docena de vehículos y carros de la NYPD liberaban el tráfico y bloqueaban las calles laterales, y la limusina parecía tener todas las luces verdes sin fallar. —¿A dónde vamos? —preguntó Irene. No quería girar la cabeza para dirigir la pregunta a Whitmore, al otro lado del pasillo. Incluso si lo hubiera hecho, solo habría visto su reflejo en las gafas; las cuales usaba incluso de noche, al parecer. —¡A ver dinosaurios! —chilló una emocionada niña a la izquierda de Whitmore. Mientras la Alianza había preparado a Irene para la velada, ella había tenido compañía: Amy Whitmore, la hija del hombre que la había encarcelado, perseguido y hecho secuestrar por un monstruo. No podría tener más de seis o siete años, y había pasado toda la noche burbujeando con emoción sobre la fiesta.

Pero seguía recordando la voz de Will en el teléfono. Está vivo. De alguna forma, está vivo. A menos que todo esto sea un truco. Dado lo que había pasado en La Plataforma, no lo creería imposible para Lucien Whitmore. Whitmore sonrió a su hija y le palmeó el hombro. Él sostenía una tableta en su rodilla, a través de la cual parecía comandar toda la red de Sistemas Alianza. O jugar Scrabble. Irene no estaba segura de cuál, y tampoco le importaba. —Vamos al Museo de Historia Natural —contestó—. Disculpa si no lo mencioné antes. Doy un baile de caridad esta noche por las víctimas del terremoto en Perú de hace unas semanas. Una tragedia, sabes. Página | 192 —En realidad estaba encerrada en La Plataforma hace unas semanas, preocupada de que el alcaide o sus matones fueran a matarme a mí y a mis amigos, así que no, no sé condenadamente nada. —Por favor, Irene, elige tus palabras más cuidadosamente con mi hija en el auto. Irene apretó los labios, miró a la pequeña, y su resolución se tambaleó. Asintió y giró hacia la ventana, mirando las abarrotadas calles de Nueva York pasar de largo. —Solo está siendo amable conmigo por Will —dijo ella—. Soy… el anzuelo. —Sí, lo eres, pero créeme cuando digo que puedo ayudar al Sr. Drake mucho más que esos tontos del Refugio. Mis recursos son ilimitados. Las mejores mentes científicas y médicas en el mundo están a mi disposición. Huyendo arderá y morirá; y tal vez hiera a muchas personas al hacerlo. Bajo nuestro cuidado, el Sr. Drake tiene una oportunidad de controlar sus impresionantes talentos y usarlos para un bien mayor. Y estamos necesitando ese bien mayor esta noche. —¿Qué bien mayor? ¿El de la Alianza?

Whitmore enderezó su corbatín y luego acarició el rubio cabello de su hija, que estaba atado en colas flojas con lazos coloridos. —Hay una guerra acercándose, Irene. Y debemos estar preparados. —No serás capaz de hacerlo pelear por ti. Odia la Alianza. —Cuando vea lo que tengo que ofrecer, hará la única decisión racional disponible. Irene sacudió la cabeza. —No lo entiende en absoluto, Sr. Whitmore. Ha amenazado a sus amigos, Página | 193 peor, a su madre. Ama a su madre. —Me he asegurado que la Sra. Drake reciba nada más que la mejor atención médica… —Está sosteniendo un cuchillo en su garganta, y Will lo sabe. —Irene peleó con una desesperada risa y fracasó. ¿En realidad podría seguir vivo? Decidió que tener esperanza era mejor que ceder ante la aplastante angustia—. Lo que sea que piense que va a ocurrir esta noche, le garantizo que Drake va a encontrar una manera de escapar. Whitmore sonrió. —Sinceramente lo dudo.

El fresco aire de Nueva York no sabía nada al húmedo y antiguo aire de Londres en los labios de Drake, sino peligroso y cargado; como si cualquier cosa pudiera y fuera a pasar. Una noche oscura y sin luna se había asentado sobre la ciudad, las estrellas estaban ocultas detrás de nubes grises. Intentó sentirse cómodo, pero la Alianza ya lo estaba mirando, docenas de cámaras enfocadas en su posición. Takeo y Noemí lo habían dejado en el sedán plateado

justo al frente del Museo de Historia Nacional y habían rodeado la calle, cerca pero no tanto, a tan solo una llamada de distancia. Hace un día estaba huyendo, y solo dos semanas antes de eso en La Plataforma… ahora en fiestas elegantes. La acera y los escalones del frente del museo estaban repletos de personas vestidas con trajes caros y vestidos de noche. Risas, conversaciones corteses y una mesa con champaña apoyada contra los viejos pilares del museo hacían que la noche pareciera saludable. Drake se sintió fuera de lugar incluso con la chaqueta encima de la camisa y un delgado guante para ocultar su mano de cristal. El sombrero con borlas, al menos, lo apartaba de la multitud. Él no quería estar aquí; no pertenecía aquí. Página | 194 Solo era un chico de Londres al que le gustaba jugar un poco de fútbol, robar besos a Mary Mallory detrás del estacionamiento de bicicletas después de la escuela, y tal vez llevarla a la tienda por un especial para estudiantes con papas aplastadas y curry si es que tenía un poco de dinero extra. Con una débil sensación de miedo, trepó los escalones, presentó su invitación a un hombre de expresión seria vestido elegante, quien frunció el ceño a su gorro, y entró al increíble recibidor del Museo de Historia Natural. Una pesada fatiga se había asentado en los huesos de Drake. En las pasadas horas, la falta de sueño y el cúmulo de heridas ganadas en el transcurso de los días habían cubierto sus hombros como un sudario. Se atrapó casi queriendo acurrucarse en su litera, de vuelta en La Plataforma. Al menos allí, lo dejaban lo suficientemente solo, arrastrándose en tuberías de desechos, jugando un poco de rudo rigball durante el día, pero solo de noche. Morí hoy, pensó, mientras se maravillaba ante el amplio espacio abierto del recibidor. Esqueletos de dinosaurios muertos hacía mucho atraían el ojo al centro de la habitación. El cuello de una de las criaturas terminaba en una mandíbula abierta, muy por encima de los pisos de mármol. Mesas de bocaditos y copas centellantes habían sido colocadas entre las muestras de huesos fosilizados. Un cuarteto de jazz tocaba una suave música de fondo en tanto la gente, vestida en sus mejores galas, se mezclaba y reía.

William Drake miró la multitud de ricos y hermosos, jóvenes y viejos, y se preguntó si alguno lo reconocería de los noticieros nocturnos. —¿Sr. Drake? ¿William Drake? —Una mujer con un brillante vestido de noche esmeralda se le aproximó. Tenía el cabello castaño oscuro atado flojamente por atrás y dos mechones rizados enmarcaban su rostro. Miró a Drake por detrás de un par de lentes con marco delgado, sus ojos como piedras grises—. Soy Danielle DeMarco. La asistente personal del Sr. Whitmore. Me pidió que le diera la bienvenida al museo. Le gustaría verlo brevemente. ¿Hay algo que pueda hacer por usted hasta entones? —La conozco —dijo Drake—. Estuvo con Whitmore bajo La Plataforma. Página | 195 Vio lo que estaban haciendo allá abajo. A quiénes ellos, ustedes, mataban. Qué vergüenza, Danielle DeMarco. Qué vergüenza. —¿Quizás le pueda traer algo para beber? —preguntó con una sonrisa, revelando hileras gemelas de dientes perfectamente blancos—. ¿O tomar su… sombrero? —Haré caer todo este museo sobre nuestras cabezas antes de dejar que se lleve mi sombrero. No crea que no lo haré. —Se sintió satisfecho al ver un destello de duda en sus ojos—. Ahora, ¿dónde está Irene Finlay? —Entreteniendo a la joven Amy, creo. —Danielle DeMarco se recompuso y encontró una nueva sonrisa—. Vayamos y veamos si podemos encontrarla. No está del todo segura de que usted esté vivo. —La asistente de Whitmore enlazó su brazo con el de Drake y lo guio hacia dentro del museo, lejos de la gran entrada y cruzando el recibidor. Avanzando entre pilares de mármol, alrededor de viejos mostradores con huesos fosilizados y mesas nuevas de deliciosa comida, Drake comenzó a contar el número de guardias en la habitación. Los viejos hábitos son difíciles de matar, si es que alguna vez mueren. Drake había estado contando guardias de la Alianza durante casi dos años. Incluso vestidos como estaban con trajes caros, Drake conocía el perfil de los soldados de la Alianza: cómo se sostenían, cómo

caminaban, cómo sus ojos escaneaban la habitación. Contó al menos una docena de ellos, esparcidos por todo el recibidor. No dudó que habría más, y que estaban allí por él. Podía sentir sus ojos en la espalda, quemando como cigarrillos presionados contra su piel. —Sí morí hoy —dijo Drake perezosamente. Sus pensamientos se desviaron a la criatura que había vestido el rostro de su madre. El alienígena hecho de cristal viviente que estaba encerrado debajo de La Plataforma en un arrecife de pulsante luz azul. Es una prisión debajo de una prisión… y me necesita para escapar. De alguna forma había llegado a él, a través de la distancia y el tiempo, para salvarle la vida. Pero no es mi amigo. —Tal vez hubiera sido mejor si lo hubieras hecho —dijo DeMarco—. No es muy sabio, Will, enemistarse con el presidente Whitmore. Drake bufó. —¿No eres acaso una cosita leal? Estoy muy descontento con su comportamiento, señorita DeMarco. Usted y su jefe lamentarán lo que han hecho cuando yo termine. Un escalofrío corrió por el brazo de cristal y una cascada de chispas azules se derramaron debajo de la muñeca de su chaqueta y por el borde de su guante. La asistente de Whitmore se encogió, su agarre apretándose en el brazo real, y su sonrisa se volvió más que un poco forzada. —Will… —¿No quiere que la gente sepa de mis trucos mágicos, eh? —Drake recogió una copa de champaña de la bandeja de un mesero que pasaba y la sostuvo gentilmente con su mano enguantada. Encontró los ojos de DeMarco y apretó el vidrio. La copa se quebró y pedazos de vidrio, junto con champaña, golpearon el piso de mármol. Ojos cercanos se giraron a Drake y DeMarco.

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—Ups —dijo él—. Miren la atención que tengo. ¡Damas y caballeros! — Drake hizo una reverencia burlona—. Para mi siguiente truco… Danielle DeMarco tiró de él, alejándolo, y Drake se dejó tirar. La mujer parecía furiosa, detrás de su sonrisa que era más un gruñido y sus ojos mirando rudamente. —Tú, muchacho idiota —murmuró—. Escúcheme atentamente, Sr. Drake: hay soldados de la Fuerza Cristal en los balcones. Varios de ellos tienen rifles de alto poder apuntados directamente a su corazón. Tienen órdenes de matarlo si se desvía. —Sí, uno de esos bastardos de la Fuerza Cristal me disparó hoy. En la Página | 197 cabeza. Medio picó. Y mira la cicatriz genial. —Drake desenganchó su brazo del de DeMarco y la empujó a un lado—. Veo a mi cita por allí. Puedes irte. DeMarco se estiró para alcanzarlo de nuevo y agarró el hombro de su chaqueta. Drake se detuvo, apretó los puños y abrió la boca. —Puede que usted sea capaz de sobrevivir a un disparo, Sr. Drake — susurró DeMarco—. ¿Pero puede Irene Finlay? —Tócala una vez. —Drake sintió una absurda risita elevarse por su garganta—. Y el guante se sale. Lo digo en serio. DeMarco apretó los labios en una fina línea y asintió una vez. —Cinco minutos. Y lo buscaré para su reunión con el presidente Whitmore. Drake se sacudió su brazo del hombro y se adelantó entre la multitud hacia la larga mesa cubierta de una oscura tela de seda. Parada junto a la mesa, de azul, Irene sostenía la mano de una niña que no parecía mayor de seis o siete. —Buenas noches, Irene —dijo Drake, en lo que esperaba fuera un suave y encantador tono de voz—. Drake. Will Drake.

Irene se tambaleó hacia atrás, golpeando la mesa, y luego se lanzó hacia adelante y estiró los brazos en torno a él, abrazándolo tan fuerte que casi envió a Drake al suelo. Él rio, una genuina risa de sorpresa, y colocó su mano buena en la parte baja de la espalda de Irene. —¡No les creí! —dijo ella—. Digo, a Whitmore, él dijo que habías sobrevivido, pero… ¡hay una cicatriz sobre tu ojo! ¿Cómo pasó? Will, ¿qué demonios pensabas saltando a un helicóptero detrás de mí? —Irene se alejó y lo golpeó en el pecho. Las lágrimas brotaban de sus ojos y luchaba con una sonrisa. Estaba dividida entre aliviada y furiosa. —Bueno, me conoces, ¿verdad? —Luchó por encontrar una sonrisa—. Y Página | 198 conocí algo, algo poderoso que me dio un beso en la frente. —Drake exhaló lentamente y sacudió la cabeza—. Irene, te ves… Ella dio un paso atrás y alisó su vestido. —Oh, te gusta lo que ves, ¿no es cierto? Drake sonrió. —No. Iba a decir que te ves horrible y que me gustabas más con tu mono de La Plataforma. Mucho más favorecedor. Irene lo golpeó otra vez —más fuerte esta vez, casi como una bofetada— luego se inclinó y le dio un rápido beso. —¿Así que viniste aquí a rescatarme? Te tomaste tu tiempo. Me estaba aburriendo. Drake saboreó LAS fresas en sus labios. —No. Vine aquí por la comida gratis. Una escuadra de guardias de la Alianza se paró junto a las grandes puertas que daban de vuelta al museo, mirando a Drake firmemente. Su parada, así como los bultos debajo de sus chaquetas, sugerían que estaban armados y no

deseosos de dejarlo ir. Armados con algo más que una pistola. Drake dudó, contempló forzar su camino en un cohete de fuego cristalino, pero predijo mucho daño colateral. Irene pellizcó su antebrazo y Drake se relajó. —Disculpa —dijo la niña al lado de Irene. Se colgó de la muñeca de Irene—. ¿Podemos bailar de nuevo? —preguntó—. ¿Quién es él? Irene sonrió a la pequeña. —Amy —dijo ella—. Él es Will. Amy parpadeó. —¿Están casados? Drake tosió pero Irene mantuvo su amable sonrisa. —No, no. Pero Will y yo no podemos bailar ahora. Tenemos que irnos en realidad. ¿No es cierto, Will? —Me temo que sí —dijo Drake, manteniendo un ojo en los guardias. No le gustaba que Amy se hubiera vuelto un escudo entre él y ellos—. ¿Por qué no buscas a tus padres y bailaremos de nuevo pronto, está bien? Amy pensó en ello y luego asintió. Salió corriendo con una rápida risa, su cabello flotando alrededor de su cabeza como un aura, y los lazos de su vestido saltando en su ida. —Hermosa niña —dijo Drake. —Es la hija de Lucien Whitmore. Vamos, tenemos que irnos. Encontremos otra puerta. —Se supone que debo verme con Whitmore —dijo Drake—. Como que quiero oír lo que tiene que decir. Irene giró hacia él. —¿Estás loco? —Hizo una mueca—. Digo, lo siento…

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Drake se golpeó la frente y la cicatriz en forma de beso de su ceja. —Aún no, pero estoy trabajando en eso. —He hablado con él —dijo Irene, y Drake se sirvió algo que parecía una mini hamburguesa en un mondadientes—. Él… él no es amable, Will. Fue una sensación horrible. —¿Sensación horrible? —Las mini hamburguesas sabían bien. Drake agarró un puñado. —Bueno, fue educado y no me lastimó, pero es como si no tuviera alma. Era frío. Nunca vi siquiera sus ojos detrás de esas gafas que siempre lleva. Página | 200 Drake asintió. —Sucede más de lo que sabemos, sabes. O yo estoy loco, Irene, o hay un demonio alienígena intentado escapar de una prisión de cristal debajo de La Plataforma. Quiero saber lo que Whitmore sabe. Y no creo que pueda detenerme; no creo que quiera detenerme, para ser honestos. Irene frunció el ceño. —¿De qué hablas? —Bueno, he estado pensando. Lo rápido que la Alianza nos encontró en St. John’s, o en ese tren, ¿sobre las cascadas del Niágara? Muy rápido, es la respuesta, una vez que salimos del bosque. Estuvieron tras nosotros todo el tiempo. Probablemente nunca nos perdieron. En cuanto comenzamos a dirigirnos a Nueva York, los soldados y helicópteros nos dejaron solos. Whitmore nos quería aquí, me quería aquí. Él hizo que Brand te secuestrara en el helicóptero para forzarme a venir al museo. —Drake suspiró—. ¿Tristán está aquí? ¿Puedo decirle más? ¿Y si están escuchando? —No, no lo he visto desde el helicóptero.

Drake encogió un hombro. —Él le dijo a Whitmore dónde estábamos. Aparentemente le ofrecieron un trabajo y todo. La pequeña rata era… bueno… una pequeña rata. Irene sacudió la cabeza fieramente. —Aún no puedo creerlo. —Estuviste ahí. Lo admitió. Por él fue que te secuestraron, me dispararon y ahora estamos forzados a comer media docena de estas mini hamburguesas en esta fiesta elegante. —¿Qué le vas a hacer? —preguntó Irene en voz baja—. Si lo ves de nuevo. Página | 201 Drake se encontró con su mirada. —Amablemente pedirle que se vaya. —Sus labios hicieron una sombría línea pero sus ojos reían—. La Alianza ha dejado su puerta frontal desasegurada de nuevo. Irene parecía confundida y luego sorprendida. Su boca hizo una similar línea sombría. —Michael… —dijo suavemente—. No puedo creerlo. —No era tan inútil como hacía parecer en La Plataforma. Tampoco era un buen tipo. —Drake dudó. —Will, tenemos que encontrarlo… —Discúlpenme por la interrupción —dijo Danielle DeMarco—, pero el presidente Whitmore lo verá ahora. Sígame. —Irene también vendrá. —Drake miró arriba, al fósil de dinosaurio, y escaneó los oscuros y ocultos balcones llenos de soldados y rifles. No podía verlos, pero sí creía en la asistente de Withmore: estaban allí arriba.

—Que así sea. —DeMarco se giró y caminó entre la multitud, sonriendo y saludando a los invitados en sus finos trajes y vestidos, y guio a Drake e Irene, mano a mano, al encuentro con el presidente de la Alianza.

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Capítulo 19 La Guerra de las Sombras Irene apretó la mano de Drake mientras la conducía a un conjunto de escaleras de piedra, siguiendo a la mujer con cara de desagrado. Dejaron la fiesta detrás en el amplio vestíbulo y caminaron hasta el tercer piso. Amplias pinturas al óleo de hombres en viejos barcos de madera adornaban las paredes, entre gabinetes de herramientas nativas americanas y prendas de vestir. El fósil Página | 203 de un dinosaurio cuello largo llegaba al tercer piso. Un gran cráneo sonriente de dientes planos y cuencas huecas examinaba la fiesta. Irene siguió la mirada del fósil, a un mar de trajes negros y vestidos de colores, y vislumbró a la pequeña Amy Whitmore girando entre los invitados en la pista de baile. Es una buena chica... que no tiene ni idea de qué clase de monstruo tiene por padre. —¿Están... bien nuestros otros amigos? —preguntó Irene, susurrando al oído de Drake. Ella no conocía bien a Noemí o a Takeo, pero ambos habían peleado para mantenerlos vivos hasta ahora. Y sus pilotos, Grace y Toby, habían muerto al sacarlos de Canadá. Él asintió ligeramente con la cabeza. —Estacionados cerca de aquí. En el peor de los casos podemos escabullirnos por una salida de incendios y dirigirnos al parque. —Le recomiendo que sea amable, señor Drake —dijo DeMarco, sus tacones resonando contra el suelo de piedra—. El presidente Whitmore no soporta a los tontos. —Entonces ¿cómo obtuvo su trabajo? —preguntó Drake e Irene ocultó su sonrisa.

DeMarco lo fulminó con la mirada y luego golpeó suavemente en un conjunto de puertas de madera oscura con los nudillos. Después de un momento, se apoyó contra la madera y la puerta se abrió sobre una alfombra de color rojo oscuro. La habitación estaba bien iluminada, con una ventana con vistas al vestíbulo y la fiesta. Una mesa grande para reuniones ocupaba la mayor parte del espacio, con pantallas integradas en la superficie y un poco elevadas hacia las sillas de cuero con respaldo alto, seis en total. La cresta de la Alianza giraba lentamente en cada una de las pantallas. Una segunda puerta con un mango de oro adornado dirigía dentro del museo. Otra ventana en la pared opuesta mostraba una buena vista de Central Park y algunos de los rascacielos hacia Times Square. Era frente a esta ventana que Lucien Whitmore estaba parado, mirando la ciudad, sus manos cruzadas a la espalda. —El señor Drake y la señorita Finlay, señor —dijo Danielle DeMarco y luego salió en silencio de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella. El agarre de Drake en la mano de Irene se tensó mientras el hombre con el cabello plateado, sus ojos ocultos detrás de esos lentes reflectantes de marca, se volvía lentamente y les ofrecía a ambos una sonrisa que, en cualquier otra persona, podría haber sido encantadora. En Whitmore parecía una media sonrisa de desprecio. —Hola, señor Drake —dijo Whitmore—. Qué día ha tenido. Dígame, ¿qué le mostró la criatura? —No tengo la menor idea de a qué se refiere, compañero —dijo Drake, aunque por la manera en que lo dijo, un inexpresivo pero peligroso filo en su voz, hizo pensar a Irene que sabía exactamente lo que Whitmore quería decir. Whitmore asintió y tomó un vaso de agua con gas de la mesa. Tomó un sorbo e hizo un gesto hacia las sillas.

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—Por favor, siéntense, tenemos mucho de qué hablar, y poco tiempo para hacerlo. Se decidirán esta noche muchas cosas. Irene y Drake compartieron una mirada de temor, y él sacó una silla para ella. Se sentó y tomó la siguiente, más cerca de Whitmore. —¿Qué diablos está haciendo dejando a Marcus Brand libre? —preguntó Drake—. Él es el que me dio esto, ya sabe. —Drake se tocó la extraña cicatriz—. Bala a la cabeza. Lo que quiera de mí, yo debería estar muerto, y fue por su culpa. —Marcus Brand ha sido sancionado por desobedecer mis órdenes. Página | 205 Tendrías que estar sano y salvo. —He derribado helicópteros durante toda la semana. Helicópteros llenos de Sus soldados y sus armas. Sano y salvo es un poco exagerado, ¿no le parece? Whitmore sonrió y alzó las manos con las palmas hacia afuera. —Está aquí, ¿no es así? Y va a escuchar lo que tengo que decir. Irene vio a Drake luchar con su ira, y sin duda con el poder que residía en su brazo de cristal. Su mano enguantada se agarró al brazo de la silla con la fuerza suficiente para romper el fino cuero. —Voy a escuchar, supongo, pero si no me gusta lo que oiga no me puede impedir que me vaya. —Como le aseguré a la señorita Finlay esta tarde, lo único que pido es que escuche. Tengo una oferta para usted, William, la oportunidad de hacer algo bueno en este mundo: limpiar su nombre, por así decirlo, y ayudar a mucha gente. Su madre incluida. Movimiento equivocado, pensó Irene. No debiste haber mencionado a su madre. Drake se enderezó en la silla.

—Voy a decir esto solo una vez, cara a cara. Lucien. —Drake escupió el nombre—. Te acercas a mi madre y te mato. —Un ardor feroz emanaba de Drake, de su brazo de cristal. Apenas estaba en control. Un hormigueo corrió por Irene, y los diminutos cabellos en la parte posterior de su cuello se estremecieron. Ella no estaba sentada al lado de una persona, estaba sentada junto a una botella de rayo enjaulado. Una botella que estaba cayendo desde el cielo, sin poder ser capturada o detenida, y cuando golpeara el suelo... la fuerza del rayo se desataría. Se estremeció de nuevo. Lucien Whitmore podría ser el presidente del Sistema Alianza, podría haber infundido el respeto y el temor de los gobiernos y ejércitos de todo el mundo, pero en el momento en que Drake había absorbido el Cristal-X, el poder de Página | 206 Whitmore comenzó a desmoronarse. Y Whitmore lo sabe. ¿Lo sabrá Will? —Me he asegurado de que su madre reciba nada más que la mejor atención para su condición. Mis médicos personales informan que se encuentra en buen estado de salud, respondiendo bien al tratamiento de leucemia y un proceso de Detrolazyne-V. Pregunta por ti a menudo. Irene quería decir algo, cualquier cosa, para calmar a Drake. Pero también pensó que tal vez en ese momento no necesitaba calmarse. Que cuanto más enojado estuviera, era más probable que salieran vivos del museo. —El bien que ha hecho, o que cree que está haciendo —dijo Drake en voz baja—, no arregla lo que hizo en La Plataforma, no puede. Los niños que murieron. Y lo que Brand le hizo a la doctora Acacia Lambros... Encontré su cuerpo, Whitmore, embutido en un viejo cajón para alimentar a los tiburones. Asesinos, ambos. —Usted no está completamente libre de pecado, señor Drake. —Whitmore se frotó la barbilla—. Permítame que le muestre algo.

Irene parecía olvidada entre los dos. Tocó la parte posterior de la palma de Drake, casi esperando una descarga eléctrica, pero no la miró. Si Whitmore estuviera hecho de hielo, el intenso resplandor de Drake lo habría fundido en la silla. La expresión de Whitmore estaba cuidadosamente controlada: calma, pensó. Ella no podía ver sus ojos, pero una pequeña arruga entre sus cejas le hizo pensar que las palabras de Drake molestaron al presidente de la Alianza más de lo que dejaba ver. Whitmore golpeteó ligeramente la pantalla sobre la mesa frente a él y el logo de la Alianza de las pantallas detrás de Drake e Irene cambiaron. —Oh… —Irene respiró—. ¿Eso es…? —Secuencia tomada al atardecer de hoy, sí, en efecto —dijo Whitmore— . Como se puede ver, su fuga ha causado más daño del que posiblemente podrían haber imaginado. —El infierno... —Drake inhaló profundamente y exhaló lentamente—. Esa es La Plataforma. En la pantalla, un dron de la Alianza rodeaba las cuatro plataformas restantes de La Plataforma desde arriba: al menos unos pocos cientos de metros más o menos. Gran parte de la prisión de la plataforma petrolera estaba cubierta de agujas afiladas y bucles torcidos de cristal oscuro, el color de la medianoche, del brazo de Drake. Mezclados dentro del embrollo, y suspendidos encima de las plataformas, había bandas de cristal claro brillante, que latían azul cada pocos segundos. —Nuestros drones han estado circulando por la instalación desde que forzó una evacuación y escapó. —Si Whitmore estaba molesto por la huida de Drake, su voz no reflejaba lo mismo—. Como puede ver, la caída de la plataforma oriental y la explosión de Cristal-X dentro de la bodega del Titán parecen haber... exacerbado el crecimiento del arrecife submarino.

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Irene se inclinó hacia delante en la silla y miró con los ojos como platos la pantalla. —¿Ha crecido tanto en dos semanas? —Oh, es peor que eso, señorita Finlay. Además de lo que se ve por encima, zarcillos de cristal grueso han crecido durante cientos de millas por debajo del agua. —Juntó las manos y miró a Drake—. Felicidades, Sr. Drake, usted ha despertado a un dios muy antiguo y cruel. Drake se quedó mirando la pantalla y sintió cierto temor retorciéndose en sus entrañas. —Oh, por supuesto —dijo, dejando que su boca tomara el control de nuevo—, porque era yo el que hacía agujeros de perforación en el cristal, ¿verdad? Usted debería haber dejado la maldita cosa ahí abajo. —La criatura está construyendo —dijo Whitmore—. Lo que sea que despertó en las aguas oscuras, criatura o extraterrestre, está construyendo la estructura alrededor de La Plataforma. Esto es lo más cerca que los drones pueden llegar antes de simplemente dejar de funcionar. —¿Qué pasa con...? —dijo Irene—. Ya no hay nadie allí, ¿verdad? —El alcaide Jonathan Storm está en paradero desconocido —dijo Whitmore—. Después de que lo dejara en St. John y volara de nuevo a La Plataforma se negó a evacuar con los helicópteros encargados de recoger al resto del personal y los internos de sus balsas salvavidas. Tanto como sabemos, todavía está en la plataforma. Lo más probable es que haya perecido en este punto. Drake cedió como un segundo de su mente a Storm y no pudo evitar pensar que el mundo estaría mejor sin ese hombre. —¿Dijo que también estaba creciendo bajo el agua? Whitmore asintió.

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—¿Creciendo dónde? —Tentáculos gruesos del arrecife bajo el agua y esa abominación que ve reclamando mi prisión han viajado cientos de millas en cuestión de días. Las rutas de navegación han sido cerradas ya que el cristal cortaba a través de los cascos de tres buques como si fueran de papel. Peor aún, los tentáculos cambiaron su curso para destruir esas naves. Al ritmo actual de crecimiento, y sigue aumentando, estará en nuestras costas... —hizo una pausa y Whitmore echó un vistazo a su reloj—... En una hora y doce minutos. —Vaya, ¿qué? —Drake se echó hacia atrás y miró a Irene—. ¿Va a llegar a tierra? ¿A qué tierra? Página | 209 —Esta tierra, señor Drake. —Whitmore rio entre dientes, pero no había humor en su voz—. El cristal está llegando aquí. —Hizo un gesto detrás de él, hacia fuera en la ciudad—. ¿Por qué cree que lo he guiado hasta aquí? ¿A la ciudad de Nueva York esta noche? La lucha es esta noche, Sr. Drake. La criatura en el Cristal-X está llegando y usted es el único capaz de luchar contra él. Michael Tristán me ha asegurado, a cambio de un perdón en su nombre, que puede abrir un portal utilizando los cristales que fueron creados en el incidente con el tren. Él está trabajando en ellos ahora, tomando datos. Usted y Marcus Brand atravesarán juntos ese portal; se unirá a la Fuerza Cristal, y luchará con estas criaturas. Drake no necesitó pensar demasiado en eso. —No gracias. No voy a trabajar con usted o con Brand. —Drake miró a Irene de reojo—. No soy tu peón, Whitmore. —¡Le estoy pidiendo que sea mi aliado! —Whitmore negó con la cabeza y se ajustó la corbata—. Es libre de irse de aquí esta noche, señor Drake — dijo—. Como lo prometí. Y tomaré su rechazo a mi oferta como definitivo y lo consideraré un enemigo: al igual que esos tontos en Japón, y utilizaré medios mucho menos... decentes para persuadirlo a mi causa. De cualquier manera, ese portal se abrirá.

—No estoy tomando partido —dijo Drake—. Solo quiero ir a casa. —Pero no puedo dejar Nueva York si está a punto de ser atacada. Él suspiró. ¿Pero qué puedo hacer? Whitmore se mofó y se pasó una mano por el cabello plateado. —¿A casa? No puede regresar a casa jamás. Nos guste o no, la cantidad de Cristal-X que absorbió y su capacidad para evitar la locura lo pone en la mira. Tiene el poder, la responsabilidad, para luchar. —No voy a luchar sus guerras: ¡contra extraterrestres de cristal o el Refugio! Página | 210

Whitmore fulminó con la mirada a Drake. —Hay algo más en juego. Lo ha visto, ¿verdad? ¿El mundo que vendrá si la entidad sellada en el fondo del Océano Ártico se abre camino? Lo ha visto en sus sueños. La devastación. —Se lamió los labios y frunció el ceño, como si sus palabras tuviesen mal sabor—. Las agujas de cristal desfiguran la tierra, cenizas y polvo en el viento bajo un cielo carmesí en ruinas. —¿Cómo puede...? —Drake negó con la cabeza—. Quítese las gafas. Muéstreme sus ojos. La sonrisa de Whitmore parecía la de un lobo a punto de comer. —La guerra está llegando, Drake, y serás puesto en servicio de una manera u otra. No podemos permitir que la Degradación ocurra. El destino del mundo depende de ti. ¿Degradación? La palabra sonaba fea y cruel. —Esta es la verdadera Guerra de las Sombras, no importa lo que los cultistas del Refugio te puedan haber dicho. —Whitmore se quitó las gafas y se frotó los párpados—. Y una cantidad significativa de luz está a punto de ser echada en la sombras. Tú eres el único soldado que ha absorbido suficiente Cristal-X para marcar una diferencia esta noche.

Whitmore levantó la vista y se quitó las manos de la cara. Irene se quedó sin aliento, pero Drake se limitó a gruñir al color de los ojos del hombre. Su ojo izquierdo brillaba tenuemente azul, dentro de su pupila, y el derecho tenía un brillo color rojo oscuro. Equilibrio, pensó Drake. Está equilibrado entre la locura y lo que sea que el azul signifique. ¿Cordura? No... Claridad. El Camino. —Noemí lo llamó el Traidor —dijo Drake, juntando las cosas que le deberían haber dicho antes. Él soltó una risa áspera—. Oh, hombre, usted estaba en el Refugio, ¿no es así? Cuando era niño. Participó por una manzana mágica. —Muy astuto, señor Drake. Para ser un ladrón y un matón, es bastante Página | 211 perceptivo. —Whitmore recolocó sus lentes y suspiró—. Perdóneme. Eso fue de mala educación. Una vez fui estudiante del Refugio, sí, la riqueza y la influencia de mi familia lo garantizaba, pero no más. Ellos no podían ver lo que venía, lo que mi padre encontró debajo de La Plataforma. ¿Traidor? Abandoné a esos tontos y su precioso Camino para un bien mayor. No son guerreros, sino meros eruditos. —Ese bien mayor ha matado a una gran cantidad de personas, lo sabe. Pone un precio en cosas que deberían ser derechos humanos básicos —dijo Drake—. La asistencia sanitaria, la justicia... me está pidiendo que tome partido, que elija su lado, pero ya he pasado entre la mierda y la sangre en La Plataforma, Sr. Presidente. He visto lo que le sucede a la gente de su bando. —Se puso de pie y pateó la silla hacia atrás contra la pared—. Irene, nos debemos ir. —Sr. Drake, le pido que se convierta en un miembro de la Fuerza Cristal esta noche. Que lidere una unidad especializada junto a Marcus Brand. Considere la posibilidad de que la criatura haya escogido Nueva York, porque sabía que estaría aquí. Atisbos del futuro son más que posibles, como bien sabe. Sin los recursos y la estructura comandada de la Alianza, el Pájaro Azul te perseguirá solo: no importa lo rápido que corras. —¿Pájaro Azul? —preguntó Irene.

—Así es como la Fuerza Cristal ha designado esta amenaza. Operación Pájaro Azul. Drake rememoró a la criatura que vislumbró oculta bajo la piel de su madre y suprimió un estremecimiento. —Pájaro Azul es demasiado bueno —dijo—. Es algo más feo que eso. Y yo no quiero su trabajo. Whitmore volvió a ponerse las gafas de sol y dio una breve inclinación de cabeza. —Que así sea. Puede dejar el museo, como lo prometí, pero no voy a Página | 212 permitir que salga de la ciudad. Despertar a Pájaro Azul fue en parte por ti, Drake, y vas a sufrir las consecuencias de ello con el resto de nosotros. Drake suspiró y asintió una vez. —Supongo que sí. Hasta luego, Lucien. Drake tomó la mano de Irene, y salió de la habitación, dejando al presidente de la Alianza con sus pensamientos, y pasó rápidamente más allá de Danielle DeMarco y su ceño fruncido, a lo largo del pasillo de vuelta hacia la fiesta. Bajaron los escalones de piedra dos a la vez, casi bailando hasta la planta baja. Los sonidos de alegría y de los zapatos contra el vestíbulo de mármol parecían en desacuerdo con lo que Drake acababa de aprender. —Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Irene—. Y no digas algo inteligente como "vamos a buscar pizza y salir ", Will. Drake chasqueó los dedos. —Je. Me conoces demasiado bien, Finlay. No, yo... No estoy seguro. Déjame pensarlo un minuto. —¿Seguir la red? Drake sonrió.

—Seguir la red. —Le dio un beso rápido, no le acertó a su boca, y tuvo un poco de acción con el labio superior—. Seguir la maldita red. La fiesta estaba en su apogeo, la gente bailaba y bebía y comía aperitivos, mientras Drake, un terrorista buscado si la noticia era cierta, estaba entre ellos: con una buena media docena de balcones sobre sus cabezas que contenía una media docena de soldados de fuerzas especiales altamente capacitados, con una media docena de rifles de alto poder apuntando hacia él e Irene. Las puertas ornamentadas a la calle habían sido cerradas, salvo por una puerta corredera de cristal que era administrada por un grupo de matones de la Alianza. Uno de ellos sonrió y le dio a Drake un saludo rápido. Página | 213 Él apretó el puño de cristal y estuvo tentado a fundir un camino en medio, ver a los guardias dispersarse, pero las armas sospechosas por encima de ellos lo hicieron vacilar. —Deberíamos salir por la escalera de incendios ahora —dijo Irene. —¿Qué, no confías en que Whitmore mantenga su palabra y nos permita salir? —Vamos, hay que adentrarnos más en el museo y encontrar una salida por ese lado. Drake tuvo que aceptar que era la mejor opción, sin llegar a crear una situación de pánico azul cristalino, por lo que se dejó llevar. Irene nadó entre la multitud, haciendo que su vestido se viera bien, y los llevó alrededor del enorme fósil de dinosaurio y en torno a una cuerda de terciopelo que bloqueaba el acceso más allá en el museo. El pasillo estaba iluminado, pero desierto, y terminaba en un giro a la izquierda, un giro a la derecha y un conjunto estrecho de escaleras alfombradas. Una pantalla en la pared decía que la exposición de “Viaje a las Estrellas” estaba a la izquierda y el “Período Cretácico” se podía encontrar en el pasillo a la derecha.

Él e Irene compartieron una mirada, se encogieron de hombros, y giraron a la derecha. El pasillo les condujo a una cámara grande, con techos altos abovedados por encima de una increíble muestra de huesos de dinosaurios. Varios pedestales sostenían esqueletos completos de animales muertos hacía mucho tiempo. Dentro de jaulas de cristal había imágenes holográficas de cómo se veían las criaturas hace millones de años, en un mundo de volcanes en erupción y cielos nublados. Altavoces en las paredes tocaban sonidos que recordaban a Drake la selva tropical. En el corazón de la gran cámara había un fósil enorme y feroz: el favorito Página | 214 de Drake desde que tenía cuatro años, el Tyrannosaurus rex. Marcus Brand, el hombre esqueleto, descansaba a gusto contra el pedestal central por debajo del Tyrannosaurus. Ondeó la mano irregularmente y le dirigió una amplia sonrisa, salvaje. —Hey, Drake, ¿todavía por aquí? —preguntó Brand y presionó su mano contra la cola del T-Rex—. ¿Conoces al nuevo jefe? Te dio un beso, ¿eh? —Ya no vas a trabajar más para Whitmore, ¿verdad? —Drake apretó los puños—. ¿Qué es lo que quieres de mí? —Whitmore cree que puedes detener lo que está por venir. —Brand rio— . Mírame, Drake, ¡mira lo que nos hicimos el uno al otro! No podemos detener a Pájaro Azul. —Tú podrías, ya sabes, no ayudar. Brand se encogió de hombros. —Hey, mira lo que puedo hacer. Una fétida luz amarilla salió debajo de la mano de Brand y se deslizó a través del inmenso fósil como un río de miel. La luz se endureció en contra de

los viejos huesos, recubriendo desde la mandíbula con colmillos del T-Rex hasta la pata con garras, en una cáscara dura de color ámbar. —Genial —dijo Drake, dando un paso delante de Irene. Quería matar a Brand, derrotarlo—. Puedes hacer manzanas acarameladas. O de… El T-Rex rugió y su enorme cabeza giró por el aire. Un fuego rojo se encendió en las profundidades de las cuencas vacías, que parecían mirar a Drake con inteligencia y odio amargo. Drake sacó su teléfono y marcó a Noemí a gran velocidad. Ella respondió a mitad del primer timbrazo. —Dinosaurios —dijo. —¿Disculpa? —Will... —Irene le agarró el brazo. El T-Rex se separó de su pedestal y dio un paso, el primero en sesenta y cinco millones de años, en los pisos de madera. El museo se sacudió. Una década de polvo en las vigas arqueadas de techos altos cayó como nieve. Irene empujó a Drake y comenzaron a correr, de regreso a la fiesta. —¿William Drake? —La voz de Noemí era urgente. —Sí, Brand está aquí e hizo dinosaurios. Noemí, por favor dime que estás esperando afuera con un coche... y un lanzador de cohetes. —¡CORRE, DRAKE! —La risa de Marcus Brand resonó en el techo parecido al de una catedral—. ¡CORRE! Drake corrió.

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Capítulo 20 Parque Cretácico Irene apretó la mano de Drake lo suficientemente fuerte como para herirlo mientras corrían por el mismo camino que habían llegado, hacia la fiesta, mientras el dinosaurio que los perseguía rugía de nuevo, haciendo que traquetearan las ventanas y que las pinturas se cayeran de las paredes. Ella se agachó cuando llegaron a la división del pasillo y se deslizó las tiras de sus tacones de alrededor de sus tobillos. Sin pensarlo realmente, Drake dobló hacia el vestíbulo y, descalza, Irene le siguió el ritmo. El museo se tambaleó nuevamente y un tremendo zumbido en el cemento y el impresionante mármol resonó delante de ellos e hizo que los huesos de Drake se sacudieran. Drake e Irene se separaron en la barrera de terciopelo del vestíbulo, y con su corazón latiendo fuertemente contra su pecho, maldijo. Si esa cosa los había seguido entonces lo habían llevado hasta un cuarto repleto de gente inocente. Y guardias de la Alianza. Oh… demonios, son lo suficientemente inocentes. Otro rugido perverso hico eco a través del corredor. Por supuesto que está siguiéndonos. Él miró de nuevo a Irene a medida que ella golpeaba con su puño la alarma contra incendios de la pared. Una estruendosa sirena hizo eco a través del vestíbulo y llevó la fiesta a un abrupto final. Sin nada de calor o humo para activarlos, los aspersores a lo largo del pasillo no se activaron, aunque de todos modos los aspersores no iban a detener a la bestia. Irene le ofreció a Drake una sonrisa maliciosa a medida que la fiesta empezaba a vaciarse. Él le devolvió la sonrisa y luego observó como una bala le atravesaba el brazo derecho, entrando desde atrás y expulsando un arco de color carmesí, gotitas volando por los aires y cayendo en la cara de Drake. Un

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sabor que le era muy familiar —sangre caliente y cobriza— golpeó sus labios. Irene lanzó un grito y dio una pequeña vuelta antes de caerse, agarrándose el brazo. La bala la había atravesado directamente, desde lo alto, y se clavó en el mármol a los pies de Drake. Él retrocedió un paso, solo uno, antes de que su brazo de cristal estallara a la vida y un haz de luz intensa saliera como una ráfaga de su mano. El guante que llevaba puesto se incineró, igual que el par anterior que había comprado en Canadá lo que parecía haber sido años atrás. Creó una banda de fuego en el aire, un látigo de puras llamas, y los envió arremolinándose alrededor de él e Irene, escondiéndolos de la vista de los demás. El poder apareció tan velozmente que Drake no estaba seguro de si lo había hecho totalmente solo. El instinto Página | 217 surgiendo, pensó él. O estoy dejándolo controlarme. Noemí dijo que usarlo de esta forma era algo malo. —¿Will? —dijo Irene entre dientes mientras él se arrodillaba a su lado envuelto en el capullo de fuego. La sangre brotaba de su brazo y manchaba su vestido—. Ay. Súper ay. —Cúralo Irene. Tenemos que irnos. Drake miró a través de las grietas en el fuego, justo para ver al T-Rex girar su gran cabeza alrededor de la división en el corredor y emitir un antiguo y extinto rugido. Sintió más que vio cuando la avalancha de gente de la fiesta empezó a salir de forma rápida, ahora estimulada no solo por la alarma de incendio, sino también por un grito colectivo que se levantó en el aire, respondido por otro rugido del dinosaurio reanimado. Revisó a Irene, quien asintió, y envolvió su mano alrededor de la herida. Una luz azul bailó bajo su piel y un cálido brillo encendió su sangre desde adentro. Satisfecho de que ella pudiera curarse, Drake se giró hacia el monstruo al final del corredor, el fósil cubierto de ámbar, mientras este destrozaba el museo para alcanzarlo. Poder, pensó él. Un montón de malditas unidades de energía.

Lanzando hacia adelante su brazo de cristal envió bandas de llamas blancas en dirección al T-Rex. La cobertura ámbar que tenía el fósil absorbió la llama, corriéndose como el agua oscura que ha sido golpeada por una piedra, y la bestia bajó la cabeza. Drake sintió la mirada de los vacíos orificios oculares y dobló sus esfuerzos. Vertió más poder desde sus brazos y las palmas de sus manos, uniendo el otro brazo a la mezcla. El brazo de cristal de obsidiana soltó miles de chispas azules con lo que la Alianza llamaba Cristal-X y que Noemí llamaba Yügen. El brazo bueno, de carne y hueso, mostraba destellos blancos por debajo de la piel. Drake concentró el poder en sus palmas, el calor de la energía una vez más chamuscó los puños de su camisa pero dejo su piel sin quemaduras. A medida Página | 218 que la bestia se movía hacia él cavando surcos grandes en el suelo con sus garras, y rasgando las paredes con su cuerpo, Drake abrió las manos como si estuviera suplicando. Un concentrado resplandor de luz y fuego, tan grueso como una pelota de futbol salió de sus manos. Se vio forzado a retroceder un paso, luego otro, y a ponerse de rodillas mientras sus brazos se sacudían debido a la absurda columna de llamas calientes. El rayo rebotaba en las paredes y dejaba marcas ennegrecidas de quemaduras, un rastro de cenizas y humo. Con el poder aun fluyendo de sus brazos, el rayo alcanzó al T-rex a la mitad del pasillo e hizo un hueco en su pecho. La cubierta ámbar se deshizo, y el fuego pasó a través del fósil. Drake sonrió y movió sus palmas abiertas, haciendo círculos lentos con las muñecas. El rayo de fuego se comió al T-Rex en una suave espiral, convirtiéndolo en polvo y en algo menos que eso. Le separó los huesos fosilizados del cuello y el cuerpo del T-rex se separó de la cabeza. El cráneo de la criatura perdió la vida y golpeó el suelo, dejando marcas de color ámbar. Drake juntó sus manos en una gran palmada y apagó el poder. Había prendido el corredor en fuego. El agua salió expulsada de los aspersores, detectando el

humo. La monumental cabeza del T-Rex dio vueltas en el aire, golpeando los pisos de mármol, hasta llegar a los pies de Drake. La mandíbula quedó abierta, como si estuviera gruñendo, pero una vez más, estaba inerte. Más líquido ámbar corrió por sus colmillos. —¿Cómo está el brazo? —preguntó Drake. Había mantenido la banda de fuego girando sobre sus cabezas en caso de que llegaran más disparos, los chisporroteos de las gotas atravesaban las llamas, pero tenía el presentimiento de que los francotiradores habían abandonado sus puestos. Irene miró su ensangrentada palma y luego vio su brazo. —Ni siquiera… ni siquiera una marca —dijo ella—. Un trabajo mejor que la vez anterior, ¿no? La mayoría de los invitados de la fiesta habían forzado su salida hacia la calle, derribando piezas del museo y mesas en su apuro por salir. Docenas de copas de champaña rotas y bandejas de plata cubrían el vestíbulo, mezclados junto a los canapés. Incluso los guardias de la Alianza parecían haber huido del lugar. —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Irene. Drake alzó la mirada y echó un ojo por el corredor. Puso su mano de cristal en el cráneo del T-Rex y lo tiró a un lado. —Brand esta por ahí. Te hirió. Me mató. Voy a… Media docena de criaturas rápidas, brillando bajo la luz del museo, chillaron por la esquina del corredor, siguiendo la estela del T-Rex. Tenían distintos tamaños, entre los noventa centímetros y un metro cincuenta, con un brillo ámbar, e incluso en la distancia Drake pudo ver garras afiladas en cada brazo y pierna. —Raptores —dijo Irene—. ¡Oh, diablos! He visto esta película antes.

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Los raptores, resucitados por Brand, por supuesto divisaron a Drake y chillaron de nuevo. Los seis dinosaurios se movían como un equipo, saltaron por encima de los restos del T-Rex, y chasquearon las mandíbulas en su dirección. Drake analizó hacer otro rayo de fuego y energía, pensó en golpear a seis objetivos en movimiento y en que podría pasar si fallaba, pensó en correr, y seguía pensando cuando Irene tomó la decisión por él, le agarró la mano y juntos, se dieron la vuelta para escapar. Irene llegó a la mitad del camino hacia el vestíbulo, con la mano de Drake en la suya, antes de que pisara un pedazo de vidrio roto. Había dejado de lado Página | 220 sus tacones para poder correr, así que el vidrio cortó su piel profundamente. Irene gritó y tropezó. Con el aliento saliendo en duros jadeos, Drake no la dejó caer. La cargó con su brazo duro y de cristal oscuro e Irene echó los brazos alrededor de su cuello. Le corría sangre tibia a través de la planta del pie y dejaba grandes gotas en el suelo de mármol, mezclándose con la champaña derramada. Mirando por encima del hombro de Drake, vio a los raptores dividirse en el vestíbulo en dos grupos de tres. Un equipo de caza. —¡Más rápido! —gritó ferozmente—. Will, más rápido. Drake lanzó un gruñido y aceleró. Para Irene, olía a fuego, sudor y algo cargado, como el ozono en el aire durante una tormenta eléctrica. Con una patada abrió una puerta lateral que llevaba hacia la calle sin perder mucha velocidad. El aire nocturno era fresco contra la piel enrojecida de Irene. La multitud aterrorizada había corrido por los escalones del museo. La gente huía en todas direcciones, a través de la carretera hacia el parque y hacia Central Park West, desapareciendo en la ciudad. —Noemí y Takeo están en el carro plateado que esta allá —dijo Drake rápidamente—, cerca de la línea de taxis. —Dejó a Irene en los escalones—.

Los dinosaurios vienen detrás de mí, así que voy a dejarte aquí. Bastante defectuosa la cita, ¿no? —Sonrió y subió los escalones de tres en tres. —¡Will! —llamó Irene, su corazón latía fuertemente y sus ojos estaban completamente abiertos. ¡No puedes irte! Los raptores salieron por las puertas del museo, haciendo que los vidrios traquetearan y se rompieran, encontrándose con la nueva ola de gritos de la multitud. Irene rodó por los escalones de piedra, golpeando sus costillas, mientras los asistentes eran atacados por las criaturas extintas. Un hombre mayor con un smoking, que llevaba un auricular de la Alianza, cayó bajo las garras de uno de Página | 221 los raptores. Un arma se cayó del cinturón que estaba usando; era un guardia de la Alianza. La bestia lanzó su mandíbula color ámbar en dirección al cuello del hombre y mordió con fuerza. Sus gritos cesaron instantáneamente. La mayoría de los que quedaban en la multitud corrieron hacia la calle, entre los carros estacionados, los taxis y autobuses. En algún momento, dentro de todo ese caos, Irene había perdido a Drake. Pero logró verlo de nuevo al otro lado de la calle. Sus miradas se encontraron brevemente y él levantó su brazo de cristal en dirección al cielo. Cuatro esferas de luz blanca salieron de su mano, destellos en la oscuridad, y explotaron a veinte metros por encima de la calle como fuegos artificiales plateados. Y como si fueran perros y Drake hubiera lanzado un silbido que solo ellos podían escuchar, los raptores dejaron en paz a la multitud y se dirigieron hacia él. Sonrió burlonamente una vez más —idiota— y saltó la pared hacia Central Park. Arañando los carros y la acera, empujando a la gente, los raptores lo persiguieron y saltaron la pared hacia Central Park en busca de Drake. Sus gritos fueron diluidos por el sonido de la multitud, pero una luz intensa destelló entre la silueta de los árboles. Drake estaba peleando. Él tenía razón… solo van tras él.

Uno de los raptores explotó cuando salto por encima de la pared del parque, golpeado por un rayo de energía azul. El fósil perdió todo vestigio de vida y una lluvia de trozos humeantes golpearon la acera. —Buen tiro, Will. —Irene sacó un pedazo de vidrio de su pie derecho y mantuvo una mano encima de la herida. La bala en el brazo había sido algo muy doloroso, dos centímetros y medio o un poco menos hacia la izquierda y le habría perforado el pecho, pero había sido fácil de curar en medio minuto. En este punto, después de meses en La Plataforma y de remendar a Drake cada cinco minutos, arreglar su pie era un trabajo de cinco segundos. Se puso de pie con las piernas temblorosas, mal del estómago, y con la Página | 222 intención de seguir a Drake para ayudarlo en lo que pudiese. Un desesperado y suave sollozo detrás de ella la hizo detenerse y dar la vuelta. Encorvada contra la pared del museo, con lágrimas corriendo en pequeños ríos por su rostro y abrazando un pequeño y brillante bolso de mano con un osito Teddy sobresaliendo de él como si su vida dependiera de ello, estaba Amy Whitmore. Los ojos aterrados de la niña se posaron en Irene y extendió los brazos. —¡Se comió a Joshie! —dijo la niña, y dirigió una rápida mirada al hombre que había muerto en los escalones—. Era mi amigo. Irene se mordió el labio, oyó en la distancia una explosión que venía del parque, y luego cargó a Amy entre sus brazos. —Ese chico tonto puede cuidarse solo —dijo amablemente, antes de que su voz (y sus nervios) se rompieran—, nosotras, las chicas, debemos permanecer unidas. Vamos Amy, salgamos de aquí. Otra gran idea, Will, pensó Drake, arrojándose en un camino cubierto de hierba y rodando hasta un camino lleno de piedras con un gruñido. Se dio la vuelta sobre su espalda y lanzo una ráfaga de energía al aire, alcanzando a uno de los raptores justo antes de que pudiera clavarle sus garras en el pecho. La

criatura explotó en cientos de pedazos, varios pedazos cayeron sobre sus mejillas y piel expuesta, haciendo pequeños y agudos cortes. Ya cayeron dos… faltan cuatro. Los fragmentos de los fósiles antiguos picaban, pero esa era la menor de sus preocupaciones por el momento, de lejos. Drake se levantó rápidamente, tropezó con un par de personas que estaban agarrándose el uno al otro y les ofreció una sonrisa y un guiño. —¿Un paseo por el parque? —Aspiró—. Raptores, ¿eh? Corran en esa dirección. Página | 223

Él corrió en la dirección contraria, lejos de la pareja, sus pulmones pidiendo un poco de aire. No estaba muy preocupado porque los raptores atacaran a alguien más —ahora tenían la esencia de su cristal— sino en buscar más espacio para poder usar su poder y destruirlos. Una de las criaturas con la cubierta ámbar apareció de entre los arboles a su izquierda. Drake levantó su brazo y la familiar luz alienígena recorrió el brazo y salió por la mano. Un rayo de energía cortó al raptor por la mitad, al igual que el árbol de atrás, como un cuchillo caliente cortando mantequilla. El viejo olmo cayó al suelo, cubierto de llamas azules. Ese era un lindo árbol, pensó Drake, ya cayeron tres. Faltan… Algo que parecía ser o bien un Raptor o un tren de carga, chocó contra Drake y lo envió volando por los aires. Él se giró y su brazo de cristal lanzó una explosión de luz, fuera de control y lo propulsó a través del parque. Látigos de poder golpearon el camino de piedras y la hierba, dejando horribles marcas de fuego a su paso, como si la tierra hubiera sido golpeada por nueve látigos de fuego. Aterrizó sobre sus pies a veinte metros de distancia y siguió corriendo, solo dio tres pasos antes de caer debido al impulso que había tomado con sus piernas, cayendo hacia adelante sobre el duro suelo.

Con otro gruñido, Drake se levantó, herido y sangrando. Había aterrizado en un puente adoquinado, construido sobre una piscina de agua oscura. Había linternas de un suave color naranja alrededor del puente y en los bancos de la piscina. Pero él no tenía tiempo para apreciar su alrededor. Los raptores habían seguido su loco arco en el aire y, uno al frente y dos siguiéndolo como un líder, llegaron al puente y soltaron perversos chillidos. Tenía como cinco segundos. Drake se lamió los labios y unió las manos como en un aplauso. Su palma real chocó contra la de cristal y rebotó como si estuviera hecha de elástico. Entre sus manos surgió una furiosa esfera de luz blanca, creando chispas azules de energía. La esfera creció rápidamente, hasta ser casi del tamaño de una pelota de básquet, y justo cuando los raptores llegaron al puente, Drake separó sus Página | 224 palmas y la pelota de básquet explotó con un calor bruto y mucha luz. Saltó por el borde del puente y lo alcanzó el borde de la explosión, lo cual hizo que su ropa y su genial sombrero se prendieran en fuego, y golpeó el agua tan duro como si fuera una bola de demolición. La piscina no era muy profunda, ciertamente no tan profunda como había sido el océano ártico cuando inundó la bodega del Titán. Drake golpeó el fondo y todo el aire fue expulsado de sus pulmones. Flotó durante bastantes segundos, saboreando el silencio, la piscina se iluminó por encima debido al fuego azul y blanco, y luego creó un delgado escudo de energía según los trozos del puente adoquinado caían en el agua y amenazaban con aplastarlo. Apenas sintiendo sus heridas, o la fatiga que sabía que su cuerpo debía tener, Drake se impulsó con los pies en dirección contraria al fuego. Sus pulmones ardían por la falta de aire y salió a la superficie en la orilla contraria, lejos del puente derrumbado y en llamas y respiró profundamente en medio de ataques de risa. De los raptores, no quedaba nada. Los había evaporizado a los tres en la explosión.

—Soy bueno en esto —dijo con una sonrisa satisfecha y pensó acerca de la oferta de trabajo de Whitmore de unirse a la Fuerza Cristal. Drake se mantuvo en el banco, chorreando de pies a cabeza, con la ropa quemada por el extraño fuego, sangrando y con una docena de marcas y rasguños, moretones a lo largo de sus costillas —incluso algunas podrían estar rotas— y sonrió. Yo soy la Fuerza Cristal.

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Capítulo 21 Hacer Sentir Bien A Drake le llevó quince minutos cojear de vuelta al apartamento, sin poner atención a la Quinta Avenida y el parque. Docenas de patrullas de policía rastreaban el parque, con las sirenas encendidas. Drake mantuvo la cabeza gacha al cruzar la calle, trató de pasar todo lo inadvertido que podía una persona quemada y maltratada y con un miembro de cristal, pero cada vez era más difícil Página | 226 inhalar. Sin el uso de sus poderes, el dolor de las heridas calaba en su cuerpo como agua a través de rendijas en una presa. Cada respiración lo hacía sentir como si una de sus costillas quizá rotas estuviera perforando su pulmón. Las personas a quienes pasaba de cerca en la calle lo rehuían. Imaginó que la expresión en su rostro debía ser espantosa. Yo también me evitaría… El portero le dio un saludo inclinando la cabeza y no dijo nada cuando se acercó al edificio donde estaba el apartamento. El Refugio debe pagarle muy bien. Dado el mundo de poder de cristal y violencia en que se había metido, Drake imaginó que no era el primer tipo ensangrentado y golpeado que el portero había visto colapsar en la casa segura del Refugio. Atravesó el lobby y entró a un ascensor decorado con una rejilla dorada. Drake presionó el botón del último piso, su penthouse, y se desplomó contra la pared mientras el ascensor se tomaba su tiempo en subir. En lo que se sintió como minutos, pero que fueron solo quince segundos después, cayó de frente en el pasillo fuera del apartamento opulento y hubiera vuelto a caer al suelo, con la nariz primero para amortiguar el golpe, de no ser por el par de brazos fuertes que lo atraparon. Drake cayó en el pecho de Takeo y los músculos del hombre gigantón se sentían tan firmes y tan flexibles como una montaña.

—Lesa levando —dijo. —¿Disculpa? —preguntó Takeo, levantándolo para que estuviera en pie. —Dije que hueles a lavanda —dijo Drake, poniendo sus brazos alrededor de los hombros de Takeo—. Todo elegante, amigo. Ese es un buen gel de baño. ¿Encontraste a Irene? Takeo vaciló. —Sí, está dentro con Noemí y… un invitado más joven. —Atravesó el pasillo hasta el penthouse, casi cargando a Drake—. Y tú hueles a agua de pozo y sangre, William Drake. Mucho menos que elegante. Página | 227 —Oye, yo maté a siete dinosaurios esta noche —dijo, sobresaltándose por el dolor en un lateral proveniente de las costillas que seguro estaban probablemente rotas—. Bueno, rematar, volví a matar. ¿Eso me hace responsable de la extinción de los dinosaurios? Ja. —Ya lo sé. Drake frunció el ceño. —No suenas impresionado. —Oh, sí que lo estoy. —¿Cuántos dinosaurios mataste esta noche? —Menos de siete —concedió Takeo. —Jodidamente cierto —murmuró Drake y el pasillo giró. Le enseñó los pulgares hacia arriba a Takeo y puso los ojos en blanco. Se desmayó.

Cuando Takeo trajo —arrastró— a Drake dentro del penthouse, Irene dio un salto alarmada y quitó a la pequeña Amy Whitmore de su camino, apretándola contra sus piernas. Takeo lo cargó con calma hasta la habitación más cercana, pidiendo ayuda de la sala, donde Irene estaba discutiendo discretamente con Noemí acerca de qué hacer con la pequeña a la que había apartado del caos en el museo. —Buscaremos qué hacer —dijo Noemí, apuntando hacia Amy con la cabeza mientras no perdía de vista a Drake—, después de que tú hayas curado a William Drake. —Sí, lo que digas —dijo Irene, mordiéndose la lengua. Se arrodilló frente Página | 228 a la hija de Lucien Whitmore y luchó por encontrar una sonrisa—. Necesito ir a ayudar a mi amigo, Amy. ¿Quieres jugar con tu muñeca en el sofá y quedarte ahí? Solo serán unos minutos. —Creo que debería ir a casa ahora —dijo Amy—. ¿Puedes llamar a mi papi? Irene intentó evitar que la carcajada en su garganta escapara entre sus dientes. —Lo haré, sí, en un minuto, de acuerdo. —Irene Finlay —dijo Noemí. —Sí. Bien. —Irene se apartó el cabello suelto y se lo puso detrás de las orejas, exponiendo su rostro y decidida a no darle importancia al tejido mal cicatrizado. Aún estaba descalza y tenía puesto el vestido azul de fiesta, cortesía de la Alianza. Pasó rozando a Noemí y siguió a Takeo a la habitación. Él había dejado a Drake en la cama y estaba en proceso de desabotonarle la camisa, habiéndole quitado ya la chaqueta del traje quemada. Las solapas de su sombrero estúpido también se habían chamuscado, y la borla de algodón había quedado reducida a una bolita.

—Numerosas laceraciones en el rostro y manos —dijo Takeo, tan rápido como si leyera la carta de aperitivos y no se pudiera decidir entre pan de ajo y una brocheta—. Por la forma en que respira, diría que por lo menos tres costillas rotas. Posiblemente más. Quemaduras menores en el cuello. Creo que también tiene fiebre… Irene gateó en la cama hasta el lado de Drake, inclinándose sobre él. Sus rodillas plantadas muy cerca de su temible brazo de cristal. Sus párpados estaban cerrados pero los ojos se movían bajo estos, e Irene se preguntaba qué estaba viendo. ¿Se ha vuelto loco? Ese pensamiento no la abandonaría, no después de lo que había visto de Carl Anderson en La Plataforma. Pero no, cuando él la dejó en el museo, estaba bien, si persuadir a media docena de Página | 229 dinosaurios para que lo siguieran al parque se puede llamar “bien”. Tan bien como funcionan las cosas cerca de William Drake, de todos modos. Pero, ¿qué tan rápido toma acción la locura… cuando lo hace? De seguro no en menos de media hora. —No importa —susurró ella. Irene posó la mano suavemente en su pecho desnudo, sobre su corazón. Su piel estaba caliente y húmeda por el sudor. Tuvo un recuerdo de estar arrastrándose para bajar en la cavidad del elevador bajo La Plataforma. “Los cortes y cosas así son fáciles, pero arreglar cosas que no puedo ver en el interior… Me preocupa incendiar tu corazón o algo así” había dicho ella. Y Drake se había reído. “Cariño, ya lo hiciste”. —¿No pasó eso hace menos de un mes? —masculló Irene, en cuanto su mano pálida contra la piel oscura brilló con la luz azul—. Sí, puedo creer que así fue. Irene dejó que su poder se filtrara en Drake y sintió lo que estaba mal dentro de él. La luz del cristal viajó a través de su cuerpo, uniendo huesos y sanando los cortes y moretones. Su poder no diagnosticaba lo que estaba mal, tanto como curaba los baches en el camino. Una curación multi-propósito. Irene

permitió que la luz fluyera a través de ella y curara los daños. Pudo sentir sus quemaduras, no el dolor, más como si estuviera pasando su mano sobre un lienzo suave y las yemas de sus dedos se toparan con imperfecciones en el tejido. Su poder curaba estas imperfecciones. Drake estaba amoratado, roto, y lesionado en una docena de sitios diferentes, pero aparte de algunas heridas graves en las costillas, la mayoría era superficial. Su poder tocó la punta de algo más, algo caliente, vigoroso y fibroso, y casi retrocedió. Una ola de cansancio acompañó el calor nauseabundo y vio un destello de ojos rojos bajo una sonrisa manchada de carmesí en el rostro de Drake. Está enfermo, pensó; dijo su poder. No está bien. Página | 230

Irene empujó lo que supuso que era pura locura a un lado y curó a Drake físicamente en dos minutos, mientras Takeo y Noemí miraban desde un lado de la cama. Esperaba que no se hubieran dado cuenta de su lucha para no retroceder. Los ojos de Drake dejaron de moverse bajo sus párpados cuando ella quitó la mano, pero una pequeña arruga se formó entre sus cejas, lo que hizo sonreír a Irene. Es lindo cuando frunce el ceño. Se recostó en la cama a su lado, apoyándose en un brazo, y puso un pulgar con cuidado en su frente y frotó pequeños círculos. Evitó masajear el tejido quemado en forma de beso, cómo lo obtuvo le preocupaba más que casi cualquier cosa. Más que los dinosaurios o todo el poder de la Alianza. Más que el hecho de que él pudiera enloquecer. —¿Entonces vivirá? —preguntó Takeo. —Está quemándose —dijo Irene. Y su mente se está consumiendo sola—. Pero no hay nada que pueda hacer al respecto. Es el Cristal-X -perdón, el Yūgen, quemando dentro de él. —Debemos recordar que es un milagro que haya sobrevivido después de absorber tal cantidad del don —dijo Noemí con dulzura—. Es único en el

mundo. Pero usa el poder imprudentemente, con mucha vehemencia. He intentado guiarlo, pero él es fuego incontrolable y va a arder sin miramientos. —Giró la cabeza—. Estoy fallando. —Su uso del poder lo va a quemar vivo tan ciertamente como un motor que se ha quedado sin aceite —dijo Takeo sombríamente—. Debes ayudarlo, Irene. —¿Yo? —Irene asintió. Sí, por supuesto que yo. —Sí —dijo Noemí, un destello extraño en sus ojos—. Por supuesto que tú. Por cualquier razón te va a escuchar a ti, Irene. —Su tono sonaba neutral, Página | 231 contenido—. William Drake es leal a ti. —Oh, él es completamente leal, Noemí, una vez te has ganado su confianza. —Le dio una sonrisa fría a la chica japonesa—. Gánate su confianza, hazte merecedora de su confianza, y destruirá plataformas petrolíferas por ti. Drake despertó y vio que estaba en la cama con Irene. Se tomó un segundo para procesar eso, encontró agradable la situación, y le guiñó un ojo. —Hola, Srta. Finlay —dijo—. ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —Ni siquiera diez minutos —respondió—. Te curé lo mejor que pude, Will. —Me siento muy bien —mintió Drake. Sentía que lo habían atropellado en la carretera—. Unos cuantos dolores y punzadas, pero nada que una noche de sueño placentero no pueda aliviar. Drake sabía que Irene sabía que él no había dormido más de una hora en toda la semana. Cuando lo había hecho, en su sueño había pesadillas llenas de paisajes de cristal. Llenó sus pulmones de aire y no dolió. Sus costillas estaban reparadas. Irene era una maravilla, y cuanto antes la llevara a Londres, más rápido podría curar a su madre.

Y luego podrían comer pescado y patatas fritas. Puede que al final los últimos dos años de prisión y fuga valgan la pena. —No nos queda mucho tiempo, si podemos creer en Whitmore —dijo Irene—. Solo media hora antes de que la criatura, sea lo que sea, ataque Nueva York. Drake se levantó y atrapó sus labios. La besó profundamente, acunando su mejilla con su mano real. —Gracias —dijo él después del beso e inhaló profundamente, disfrutando el aroma de su cabello, algo como fresas y lluvia. Página | 232 —De nada —dijo ella, con una sonrisa de satisfacción. Irene lo besó de nuevo y Drake movió la mano a su hombro, y luego bajó por la curva de su costado. Posó la mano en su cadera y recordó que casi estaba sin camisa, y el pedazo de camisa que tenía puesto estaba manchada de sangre y negro. Suspiró y se sentó en la cama. Irene se movió a su lado, arrastrando las piernas bajo sí misma y descansando las manos en su regazo. —¿Qué pasa? —preguntó. Él sonrió. —¿Te refieres a además del hecho de que Brand sigue allí afuera y tenemos menos de media hora antes de que, según Whitmore, Nueva York sea atacada por el cristal bajo La Plataforma? —Sí, además de eso. Drake se rio. —Bueno, además de eso, de verdad me gustaría tener una hora contigo, solo los dos, quizá una pizza de Lombardi’s, sin ser interrumpidos por la

Alianza, o por el Refugio, o por el pesimismo y la desesperación relacionada con el cristal. Yo quiero pedirte algo así como una cita para ir por pescado y patatas fritas, Irene Finlay. —Por favor deja de ser tan caballero. ¿Qué vamos a hacer, Will? Irene estaba asustada. Era fuerte, pero estaba asustada. Él se acercó para abrazarla con ambos brazos, reconsideró el poner la monstruosidad de cristal alrededor de ella y en su lugar, le acarició el hombro con la mano real. —Amy Whitmore está en la sala —dijo. —Ella… ¿eh, qué? —Estaba sola en el museo y yo solo… la traje conmigo. No sabía qué más hacer. El tipo que la cuidaba fue asesinado. Temí que hubiera más dinosaurios o que Brand nos encontrara o algo así. Drake lo consideró y luego asintió. —De acuerdo, secuestro. Debemos agregarlo también a la interminable lista de crímenes que hemos cometido. —Yo no la secuestré. —¿Lo sabe su padre? —Ella lo quiere llamar. Drake asintió y sacó el teléfono roto de su bolsillo. La pantalla se había roto y gotas de agua burbujeaban bajo el vidrio. El aparato estaba muerto. —¿Tienes tu celular? —En el banco de la cocina. Drake bajó las piernas de la cama y se tomó un segundo antes de levantarse. La habitación no giró pero sus piernas se sentían como ramas frágiles.

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—Vamos a hacer la llamada. Salió al pasillo e Irene lo siguió a su lado. Lista para atraparme si me caigo. Ese era un pensamiento bonito. Encontró el teléfono en la silla central de la isla de la cocina y entró a los contactos. —¿A quién llamas, William Drake? —preguntó Noemí, acercándose desde el área de la sala para unirse a él en la cocina. Estaba toda vestida de negro, su katana colgando en su funda en la cintura y su cabello negro peinado hacia atrás en una coleta alta. Él miró más allá de ella y vio a Takeo en el sofá jugando con Amy Whitmore. Sostenía una pequeña muñeca de trapo en los brazos y la hacía bailar en el aire. Irene apretó su brazo Página | 234 y camino hacia el sofá. —Michael Tristán —dijo Drake—. Estoy llamando a Tristán, porque no le puedo abandonar. Está trabajando con Whitmore, en algún lugar, informándole de mis secretos. Tenemos que hacer que el presidente Lucien sepa que su hija está a salvo. Noemí arqueó una ceja. —¿A salvo? ¿Cerca de ti? —Ja. Oh, buen punto. Pero si fuera mi familia o algo, yo querría saberlo. Especialmente después del truco que hizo Brand con los dinosaurios. —Estás asumiendo que Lucien Whitmore tiene alguna conexión emocional con esta niña. Drake se encogió de hombros. —Ella quiere que lo llamemos. Una niña pequeña asustada y perdida en una ciudad enorme después de huir de dinosaurios malignos y quiere a su papá, ¿qué harías? —Whitmore puede usar esto como una oportunidad para detenerte.

—Puede que sí, pero no soy fácil de detener. —Drake pensó en las tres veces en que había sido capturado en los pasados dos años después de escapar de la prisión de la Alianza frente a los ojos de todo el mundo—. Bueno, ya no tan fácil. Además, él me dijo que estamos en problemas. Noemí se tensó. —¿Qué tipo de problemas? —¿El cristal bajo La Plataforma? Ha crecido desde que escapé. Y se dirige hacia acá. Creo que lo que sea que viva ahí, la criatura o alienígena o lo que sea, viene por nosotros. Fuimos y lo despertamos. Whitmore dijo que el cristal Página | 235 llegaría a Nueva York esta noche. —¿Y le creíste? —Tenía gráficos, mapas y cosas bastante convincentes, sí. Me dejo influenciar fácilmente por los gráficos. Noemí dudó y luego suspiró. —Debemos abandonar la ciudad. Pero si la población local está tan expuesta al Yūgen… —Pienso casi lo mismo. Esto podría ponerse muy feo. Dame cinco minutos y puedo mostrarte un gráfico que respalda mi posición. —El Refugio está a salvo —dijo Noemí—. Cualquier oscuridad que haya crecido bajo el océano no puede tocar el suelo del Refugio. Nuestras fronteras están a salvo. Si podemos llegar a Japón, entonces podrás descansar. Drake empuñó la mano de cristal y exhaló con calma. —Primero tenemos que salir de Nueva York —dijo—. Y luego saltar, brincar y pasar por encima de un continente o dos. ¿Cuál es el plan? —Iba a ser un barco —dijo Noemí—. Un buque en el puerto que nos sacara al océano. En cuanto estemos lo suficientemente lejos, varios cientos de millas,

un helicóptero de alta gama nos recoge y nos lleva a Europa —Se mordió el labio—. Parece que después de todo vamos a tomar el camino largo, pero si es cierto que la criatura bajo La Plataforma se está acercando, el océano puede ser incierto. —Entonces, ¿avión a Londres? —preguntó Drake. —Hemos llegado hasta aquí, así que, ¿por qué no? —Noemí dudó—. Es tu madre, ¿cierto? La razón por la que quieres ir a casa. Drake asintió. —Takeo ha hecho la investigación respecto a ti. Tuvimos que dejar el Página | 236 Refugio con tanto apuro, después de haberte sentido. No sabíamos nada más aparte de que estabas a medio mundo de distancia. Y luego reportes del terrorista Drake William empezaron a surgir, del caos en La Plataforma, y supe que eras tú a quien había sido enviada a buscar. —¿Estás satisfecha de haberlo hecho? Noemí ladeó la cabeza y sonrió. —Oh sí, de ahora en adelante, iré a donde vayas Drake. —Llámame Will, todos mis amigos lo hacen. —Presionó el pulgar en el nombre Michael Tristán en los contactos del teléfono y se llevó el dispositivo a la oreja. Whitmore respondió al primer timbre. —Buenas, Sr. Drake. —Entonces, ¿Tristán está contigo? —Bien. —Efectivamente. Me disculpo por el disgusto en el museo. ¿Ha reconsiderado mi oferta? —¿Brand aún respira?

—El Sr. Brand será reprendido por sus acciones. Drake frunció el ceño. —Usted sigue repitiendo eso. No le creo. —Si no es para aceptar mi oferta, ¿Entonces qué quiere? —Tengo a Amy aquí —dijo Drake. —Sí. Estoy al tanto de eso. Salió del museo con la Srta. Finlay. Mi gente me dijo que usted ha vuelto al apartamento en Park Avenue. —Whitmore hizo una pausa—. ¿Me va a amenazar con la vida de mi hija, Sr. Drake? Le advierto, Página | 237 esta es una línea que solo puede cruzar una vez. —No, nada de amenazas. ¿Quién demonios cree que soy? Whitmore suspiró en la línea. —¿Siquiera usted sabe quién es ahora mismo? Eso hizo fruncir el ceño a Drake. —Le estoy preguntando si quiere venir a recogerla. O la dejamos en alguna parte. Nos vamos de la ciudad. —No pueden huir de la pelea. —He estado corriendo dos años. ¿Por qué me detendría ahora? Whitmore rio para sí mismo. —Muy bien. ¿Un pasaje a salvo a cambio de mi hija? De acuerdo. Times Square. Diez minutos. —Desconectó la llamada. Drake inhaló profundamente y soltó el aire lentamente. Deslizó el teléfono de Irene en su bolsillo y pensó en el escueto boceto de plan que había estado haciendo durante los últimos días. Esta es mi oportunidad. Sigue la red.

—¿Qué vamos a hacer, Will? —preguntó Noemí. Drake espabiló y alzó la vista. —¿Um? Oh. Times Square. Dejaremos allí a Amy y, con algo de suerte, la Alianza nos dejará salir de la ciudad. —Después de que me ocupe de una cosita más, lo más probable, si te he entendido bien, Whitmore. —Yo no confiaría en que Lucien Whitmore respete su palabra —dijo Noemí. Drake repiqueteó los dedos sobre el banco de mármol de la cocina, produciendo un tintineo suave, y asintió lentamente. Yo tampoco. Página | 238 —¿Un trato es un trato, de acuerdo? Sabes que tiene los ojos de colores. El presidente de la Alianza estuvo en el Refugio hace tiempo, ¿cierto? —Sí, sí estuvo. —Debiste decirme eso antes. ¿Qué puede hacer con el poder? Noemí se erizó. —Te lo dije, la pregunta es descortés por decirlo de la mejor manera y ofensiva de la peor manera. —No lo sabes, ¿o sí? Noemí movió la cabeza. —Lucien Whitmore dejó Refugio cuando yo era solo una niña de cuatro años. Él… hizo enemigos antes de irse, asumió el control de Sistemas Alianza no mucho después de la muerte de su padre. —Algunas de las familias más viejas y adineradas del mundo, eso es lo que dijiste —bufó Drake—. Y luego su familia fue y descubrió otra fuente de Yūgen, bajo el mar helado ártico, azul profundo, y lo que debió pensar de eso…

—El Yūgen bajo La Plataforma no actúa exactamente igual que las piedras preciosas que crecen en el Refugio. Creemos que por eso estaba experimentando en los prisioneros. —También explota cuando se expone al aire. —Sí, eso es interesante. —Y hay algo viviendo en eso. Algo… malvado. Algo que Whitmore quiere enfrentar. Noemí se sacudió y se aferró a la empuñadura de su espada. —Eso me aterra. La criatura bajo el océano. —Pájaro Azul, lo llaman. ¿Qué es? ¿Qué crees? Sinceramente. Ella le miró la frente, sus labios una fina línea pálida mientras examinaba la marca en forma de beso. —Nada amable. Drake asintió y palmeó sus manos… suavemente. —Entonces es mejor que estemos en otro lugar pronto. Si Whitmore está en lo correcto, puede que me esté siguiendo a mí, lo que quiere decir que si me voy no llegará a la ciudad. De cualquier forma, la Alianza tiene suficientes recursos. No es necesario que estemos aquí. Podemos salir mientras están distraídos. Y si no… pues, no puedo dejar la ciudad a su suerte. —Caminó hacia el sofá, hacia Takeo e Irene—. Hola, Amy. Te vamos a llevar a que veas a tu papá ahora. Solo tengo que cambiarme esta ropa apestosa. —Tu sombrero es chistoso —dijo Amy riendo. —Quizá un poco, sí —dijo—. Vamos a salir de aquí, ustedes dos, así que empaquen un bolso. Nos vamos en dos minutos. —¿Estás a cargo ahora? —preguntó Takeo.

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Drake le guiñó. —¿Dejé de estarlo en algún momento? No, somos un equipo, amigo. El Equipo Drake. —Miró a Noemí—. Llevamos a Amy y su padre nos dejará salir de la ciudad. Tenemos que apresurarnos. Dos minutos y atravesamos esa puerta.

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Capítulo 22 Times Square La sanación de Irene se había llevado el borde de fatiga adormecedora de los huesos de Drake. Se sintió recargado, listo para patear traseros, derrotar a todos, beber malteadas y salir del maldito pueblo. Un calor generalizado se había asentado en su pecho, alrededor de su corazón y cerca de las delgadas zarpas de cristal que crecían en afiladas líneas de su hombro. Su frente punzaba, Página | 241 al borde de una migraña. No estaba seguro si era la locura proveniente del Cristal-X o simplemente cómo se estaba enamorando de Irene Finlay. Amor y locura son la misma cosa, pensó, sintiéndose sabio más allá de su edad por un breve segundo antes de resoplar una áspera risa burlona. No sé qué diablos estoy sintiendo… no puedo, con todo éste Cristal-X dentro de mí. Él e Irene caminaron hacia Times Square, sosteniendo las manos de Amy Whitmore, a lo largo de la Calle 59 al lado del parque. Ella pasaba entre saltos en medio de ellos, feliz y riendo, solo como los más jóvenes pueden ser. Noemí y Takeo mantuvieron el camino despejado más adelante. Una escuadra de soldados de la Alianza, idiotas en trajes finos, se había encontrado con ellos enfrente del departamento, y bajo su “guardia”, los oficiales del Departamento de Policía de Nueva York alrededor de Central Park no los abordaron. Caminar sería más rápido que tratar de conducir el auto a través del tráfico y los puestos de control policiacos que habían brotado de repente desde el incidente del museo. Drake había cambiado su ropa por un par de jeans azul marino y una camisa negra de manga corta. Su extremidad de cristal estaba a la vista y se dio cuenta de que no le molestaba mucho. Quizás su falta de preocupación debería haberlo preocupado, lo rápido que se estaba acostumbrando al cambio del color

de la obsidiana. La luz de mármol en su muñeca, el águila guardián, brilló suavemente. No tenía idea cómo hacer aparecer la etérea criatura. Lo que quedaba de su sombrero de borlas mantenía su cabeza tibia; hasta ahí la mayor parte de la lana había escapado al fuego azul, los disparos, a los helicópteros que se estrellaban y a los dinosaurios reanimados. Irene también se había cambiado su vestido de fiesta por unos jeans y una camiseta sin mangas. Ella llevaba una chaqueta ligera para protegerse de la helada mordida de la noche. Nueva York era frío. Takeo y Noemí se habían vestido para pelear. Ropas negras, botas sólidas y mientras Noemí cargaba su espada curvada en su funda a la cintura, Takeo tenía una pistola enfundada debajo de cada brazo. ¿Pero que podía hacer con Yūgen, me pregunto? —¿Crees que Michael estará allí? —preguntó Irene, mientras daban vuelta a izquierda en la Séptima Avenida. Drake se quedó mirando las luces de la avenida en Times Square, algo que no había visto en persona, sino en cientos de filmes y series de televisión. La multitud de gente caminando en las calles lo preocupó. Hasta entonces todos sus encuentros con la Alianza habían terminado en fuego de cristal. Estaban a diez minutos de distancia a paso constante. Drake la miró a los ojos. —Cuento con ello. —Mi papá tiene una tienda de helados cerca de aquí —dijo Amy—. ¿Quieres helado, Irene? Irene sonrió. —Ahora no. ¿Cuál es tu sabor favorito? Amy se encogió de hombros. —Tal vez el rosa. O el que tiene chispas de galleta. ¿Quieres helado, Will?

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—Yo en realidad, en verdad, en verdad… en verdad, en verdad, en verdad lo súper quiero —dijo Drake—. Tal vez después, aunque, ¡ya debe haber pasado tu hora de dormir! Amy resopló. —¡Me dejan quedarme despierta y ver las aventuras de Teddy! —¿Ah, sí? —Sonrió Drake con ironía—. ¿Y a qué hora pasa eso? —Después de Arthur el Antílope. —Ah, claro. Eso es mucho después de mi hora de dormir. —Drake se movió alrededor de un carro de comida lleno de hot dogs y pretzels. Su Página | 243 estómago gruñó, estaba muerto de hambre por todo el poder que había usado, pero resistió la tentación. Un retraso podría costarle en ese punto del juego. El camino enmarañado en su mente tembló. Había demasiado en riesgo, y estaba arrastrando a sus amigos hacia esta, con suerte última, confrontación con la Alianza. Debí haberles dicho que huyeran. Es a mí a quien ellos quieren. Irene no debería estar aquí y tampoco deberían estarlo Noemí y Takeo. Aún tengo un as que jugar. Demasiado tarde para retroceder. La media docena de soldados siguiéndolos, la media docena que podía ver, darían pelea. Y la pequeña Amy no merecía quedar atrapada en el fuego cruzado. Times Square le dio un puñetazo a Drake en la cara con miles de luces brillantes, pantallas llenas de anuncios corporativos y docenas de clubes, bares y tiendas departamentales. Contempló hacer una redada a la tienda de M&M World por las tan necesitadas provisiones, pero como con el vendedor de pretzels decidió en contra de lo que su estómago le decía. La comida vendría después, si Lucien Withmore hacía lo que Drake pensaba que haría.

Tan pronto como entraron al corazón de Times Square, las figuras sombrías en traje se dispersaron y al menos doce SUV con luces cegadoras y sirenas convergieron provenientes de todas las calles aledañas disponibles. Guardias de la Alianza, soldados y oficiales del Departamento de Policía de Nueva York, todos fuertemente armados, emergieron de los vehículos y comenzaron a evacuar Times Square entre la Calle 46 y la 47. Drake observó —se maravilló— manteniendo sostenida la mano de Amy Withmore mientras el espacio se vaciaba. Irene se acercó arrastrando los pies y Noemí y Takeo mantuvieron una mano cerca de sus armas. Habitantes de Nueva York, turistas, artistas, revendedores de boletos y vendedores de comida se movieron de un lado a otro del área. En menos de Página | 244 cinco minutos, Drake se quedó de pie solo con su puñado de aliados y la hija de Withmore, en el atestado y ajetreado corazón de la isla de Manhattan. Los guardias y policías habían instalado un perímetro que abarcaba dos cuadras, con el público en el otro lado, y habían colocado barricadas a la gente en los hoteles y restaurantes. Vacía a excepción de un poco de gente, Drake pensó que Times Square lucía más grande, cavernosa; donde calles amplias se encontraban y se ramificaban. Solo que una vez que el espacio estaba despejado una impecable limusina entró a Times Square, avanzó por la calle y sobre el paso peatonal entre la Séptima Avenida y los rascacielos. Drake y su grupo se habían colocado en un conjunto de escalones rojos y blancos elevándose a sus espaldas, formando el techo del edificio TKTS de Times Square. Las ventas de Broadway se habían detenido repentinamente, dada la situación. La limusina se estacionó enfrente de Drake, atrapando a su grupo entre el auto y las escaleras y, mientras Drake sentía la inquietud de si podría hacer esto funcionar, Lucien Withmore y Michael Tristán emergieron del lujoso vehículo. Así que todos están aquí excepto Brand. ¿Dónde se está escondiendo? Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Drake. Algo estaba a punto de suceder…

El dron robado de la Alianza flotaba detrás de Tristán y él se cargó en el hombro la mochila que Brand había robado durante el secuestro de Irene del departamento. —¡Papi! —gritó Amy Withmore y se lanzó corriendo. Tropezó y Withmore la atrapó en sus brazos, sacudiéndola con un rápido abrazo. Después de un momento, la puso en la limusina y cerró la puerta. —Gracias —le dijo Withmore a Irene— por mantenerla a salvo. Drake miró con intensidad a Tristán y su viejo compañero de celda se movió nerviosamente en el lugar, sosteniendo la cinta de la mochila un poco Página | 245 más apretada. —Ahora nos podemos ir, ¿sí? —dijo Takeo—. Su palabra, presidente Withmore. Withmore puso atención a Noemí y Takeo por un largo rato. —Su precioso Refugio no ofrecerá protección en la guerra por venir. — Los despidió con un ondear de su mano y miró a Drake detrás de sus impecables y reflectantes lentes de sol—. Honraré nuestro acuerdo al grado de permitirles a tus amigos salvoconducto. Los dos provenientes de Refugio y a la señorita Finlay. Pero simplemente no puedo permitirle abandonar Nueva York, señor Drake. Drake rio. —Oh, mire, nos está traicionando, estoy impresionado. Impresionado y sorprendido, ¡maldito sea, Withmore! —Sacudió su puño frente al presidente de la Alianza. Withmore revisó su reloj de muñeca y suspiró. —Ya es hora, damas y caballeros. Drake, acepta el trato; si tus amigos no se van ahora puede que no tengan otra oportunidad.

—¿Dónde está Brand? —preguntó Drake. Otro escalofrío, más fuerte esta vez, casi como una descarga eléctrica—. ¿Qué es…? —Miró a Irene, a Noemí y Takeo y su corazón se saltó unos latidos. El aire se sentía tenso, como si la ciudad entera estuviera aguantando la respiración. La ajetreada y ruidosa actividad de Nueva York, las vistas y los sonidos, se hicieron sosos para Drake. Las vistas y los sonidos seguían ahí, la lenta rotación de diez millones de personas viviendo sus vidas, de calles repletas de carros de comida y taxis amarillos, pero eso se desvaneció en el fondo. Drake se agachó sobre sus piernas y presionó su mano de cristal sobre el concreto. Ladeó la cabeza, hizo una mueca y sintió una leve, pero poderosa Página | 246 vibración brotar con un temblor hasta su brazo y a través de su cuerpo. Eso no es el tren subterráneo, pensó, una fracción de segundo antes de que un tremendo estruendo demoledor hiciera eco, debajo de los cañones de la ciudad de Nueva York. Sus amigos y aliados —y sus enemigos, vestidos en sus armaduras elegantes, sin rostro— todos presionaron las manos contra sus oídos mientras el suelo se sacudía y un vapor blanco brotaba del drenaje y las alcantarillas. Una pesada pausa siguió al estruendo, momento para que Drake y Tristán se dieran una rápida mirada y entonces las cubiertas de las alcantarillas explotaron desde el pavimento y gruesas ramas de cristal oscuro nadando con luz purpuraamoratado salieran desde el subsuelo. Varios miles de tentáculos sobre todos los rincones de Times Square rompieron la superficie, destrozando las calles y volcando los autos estacionados de la Alianza y del Departamento de Policía de Nueva York. Los pilares de cristal, cada uno tan grueso como un antiguo árbol de roble, avanzaron destrozando a lo largo del suelo y serpentearon hasta las aceras de los hoteles y otros edificios, atrapando a la gente dentro. Todo esto sucedió en el lapso de cerca de tres segundos, pero en esos breves instantes un nido enmarañado de cristal oscuro envolvió a Times Square

con una desagradable pared purpura. Arcos de iluminación endiablada crepitaron a lo largo de la superficie del cristal, estrellándose sobre el suelo y el anillo de matones que Withmore había traído con él. Ellos se tambalearon hacia atrás, algunos quemados y gritando, todos ellos atrapados con Drake y sus amigos en el corazón de la plaza. —Bueno —dijo Irene—, eso está feo. El cristal continuó creciendo, arrojándose desde debajo del suelo, y desgarrando su camino hacia arriba por los edificios. Algo se movió en medio del área de zarzas de cristal, algo más que la luz purpura. Drake divisó un par de ojos amarillos, luego otros y detrás de esos ojos seguían formas nadando en Página | 247 medio de las oscuras bandas. Visiones de horrendas arañas de cristal danzaron en su cabeza. Él no necesitaba una habilidad profética para saber lo que estaba a punto de suceder. —Me temo —susurró Drake, entonces se aclaró la garganta—, me temo que estamos en un punto de inflexión. —¡Más de lo que crees, Drake! —Una fuerte y retorcida voz hizo eco a través de Times Square. Con una especie de suspiro apesadumbrado, Drake se dio vuelta y siguió las escaleras rojas y blancas del edificio TKTS hasta la cima. Marcus Brand, el Hombre Esqueleto, su piel macilenta pintada con luz púrpura proveniente de las paredes de cristal y un rifle de buen diseño colgado sobre el hombro, le agitó la mano. —Oh, vean, es ese bastardo… —murmuró Drake. Brand apuntó a Drake. —Ahora observa lo que pasa después.

El cristal ahogando los edificios alrededor de Times Square comenzó a pulsar con una luz opaca y mortífera. Grietas despiadadas astillaron las zarzas arriba y abajo, como una delgada hoja de hielo rompiéndose bajo los pies. Provenientes de esas monstruosidades de cristal.

grietas

brotaron

docenas

—miles—

de

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Capítulo 23 Fuerza Cristal Las criaturas que nacían dentro de las gruesas bandas de cristal brillante salieron disparadas al cielo y cayeron al suelo. De todas las formas y tamaños, parecidas a cucarachas y arañas con alas delgadas, bichos e insectos, todos ellos llegaron al mundo con el familiar sonido de vidrios chocando entre sí. —¡A las armas! —rugió Whitmore—. ¡Protejan la limusina! Drake dirigió su cabeza hacia Brand, justo a tiempo para ver al hombre desaparecer en el borde de los escalones fuera de su vista, con un rifle guindando en su hombro y más armas en su cinturón. Él dio un paso hacia adelante para perseguirlo, para ponerle fin al desastre, pero Takeo agarró su brazo. —Debemos mantenernos unidos —dijo el chico gigante y el agarre que tenía sobre Drake era irrompible. Se podía ver una luz en lo profundo de sus ojos—. Debemos protegernos los unos a los otros. Drake dudó por un momento, pero luego asintió. Se dirigió hacia Whitmore y Tristán, con Irene y Noemí a sus espaldas junto a Takeo. —¿Bien? —dijo. Whitmore presionó un teléfono en su oreja y ladró algunas órdenes. Los soldados y la policía abrieron fuego, disparando a las docenas de monstruos que se encontraban en Times Square con balas que no hacían prácticamente nada. Los disparos resonaron en toda la plaza, reverberando en los pilares de cristal, y arrancaron trozos de material oscuro de las criaturas, pero luces brillantes se arremolinaban alrededor de las heridas curando el daño, devolviendo los pedazos de cristal a su lugar.

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Las cientos de bestias voladoras y gigantes cucarachas volaban en espiral en un solo grupo. Al llegar a la altura del One Times Square, la torre, las cucarachas cristalinas se dispersaron por la ciudad, volando en todas direcciones y empezaron a descender por Nueva York. El repiqueteo de unos miembros de cristal en el concreto atrajo la atención de Drake de nuevo al suelo. Un monstruo de seis patas, con una boca llena de colmillos brillantes, saltó sobre ellos. Levantó las manos y disparó una ráfaga de energía pura —algo que se supone que no debía hacer según Noemí— y destrozó la criatura sin posibilidades de que pudiera ser arreglada. Explosiones distantes, neumáticos chillando en calles que no podían ver y Página | 250 gritos agudos hicieron eco en la ciudad de Nueva York. Drake empezó a disparar violentamente hacia los grupos de criaturas de cristal, matando a todos los que podía solo con pura energía ardiente, con la fuerza suficiente como para romper sus pieles irrompibles. O condenados o muertos, de cualquier forma, pensó Takeo estaba detrás de él, con las manos enfundadas en guantes de luz plateada. Cuando una de las arañas se acercó, Takeo se lanzó hacia adelante y con las manos le agarró la cabeza de ángulos afilados. Con un gruñido, la retorció y le arrancó la cabeza a la araña. El monstruo de cristal se retorció, extendió las patas y cayó al suelo. —¡Will! —exclamó Irene—. ¡Detrás de la limusina! Drake se volvió justo a tiempo para ver una araña clavar sus extremidades en el maletero, girando todo el coche. Levantó el brazo para destruirla, para proteger a la joven Amy, pero Lucien Whitmore dio un paso hacia adelante. El presidente de la Alianza se quitó las gafas de sol y juntó las manos. Un sonido desafinado, que casi ni se podía oír por debajo de todo el ruido del ataque —de la invasión— resonó en la cabeza de Drake.

Una pálida niebla brotó de las manos de Whitmore, serpientes de humo brillando intensamente envolvieron la araña que estaba sobre la limusina. La niebla se comió el cristal, disolviendo al monstruo, reduciendo su forma a retazos maléficos, que rodaron desde el coche. Whitmore abrió la puerta trasera y sacó a Amy, sosteniéndola contra su pecho y protegiendo su rostro. Él se dio la vuelta y corrió pasando a Drake, dándole una mirada desesperada con sus ojos brillando azul y rojo, hacia el frente del vehículo. Una vez allí levantó la mano y una oleada de niebla fresca formó una amplia esfera, como si se estuviera encerrando en una burbuja junto a su hija. Whitmore desapareció bajo su escudo. Página | 251

Algo empujó a Drake desde atrás y muy fuerte, y él cayó contra la limusina. Se giró furioso, para ver que había sido Irene, que saltó hacia atrás cuando una de las patas de la araña barrió el espacio que él estaba ocupando hacía unos momentos. Así de cerca, Drake vio cómo eran de afiladas las patas de los monstruos. Excavó un surco limpio en el hormigón, buscando su cabeza. Takeo agarró al monstruo y lo hizo pedazos, empujando a Drake e Irene juntos. —Gracias —le susurró con una sonrisa satisfecha. Irene sonrió. —No hay problema. Los ojos de Drake se ampliaron e Irene se quedó en silencio al ver la expresión de su rostro. Marcus Brand apareció detrás de ella, con el brazo levantado hacia el cielo, una brizna de luz amarilla fétida —luz sólida— de más de medio metro de largo salía de su mano. Le gruñó a Drake, y movió hacia abajo la espada, hacia el cuello de Irene. Noemí interceptó su ataque a mitad de camino, su elegante katana plateada desvió la espada de Brand antes de que pudiera apartar la cabeza de Irene de sus hombros. Irene se agachó y Tristán la apartó hacia un lado.

Brand hizo desaparecer su espada y dio un paso hacia atrás. Una nueva energía inundó sus manos y disparó una esfera de calor lanzándola hacia Noemí. A una distancia que no podía fallar. La explosión de energía debería haber freído a Noemí en el sitio, pero ella se movió rápido, más rápido de lo que Drake haya visto a alguien moverse, acercándose a Brand. La bola de fuego golpeó los restos de una araña y explotó en una lluvia de afilados trozos de cristal. Noemí rodeó la explosión, el resto de su capa consumiéndose por el fuego, y giró con su espada. Noemí se movía con tanto equilibrio y gracia que Drake sintió como si estuviera viendo la caída de un trozo de seda sobre un vidrio curvado. Ella bailó Página | 252 bajo la guardia de Brand y se movió a su izquierda, cortando y fileteando la carne expuesta con su espada. Dibujo líneas en su carne, la cual sangraba luz, cerrando las heridas tan rápido como lograba hacerlas. La espada no era tanto una herramienta, era más como una extensión de su brazo. Todo esto pasó en segundos, a medida que Drake trataba de acercarse, a través de los restos de la araña de cristal, y esquivando los ataques de unos cuantos más. Miró a Takeo y vio que un anillo de cadáveres de araña lo rodeaban. Sus ojos eran salvajes y lanzó su cabeza hacia atrás y rio. Aún más loco que yo, pensó Drake. Brand incrementó su frustración con la mortal elegancia de Noemí — movimientos que podrían haber matado a cualquier otro oponente para entonces— y sacó un revólver familiar de la funda en su cintura. El revólver del alcaide Storm, robado de La Plataforma, el cual Drake había visto por última vez apuntando a su cabeza antes de que Brand le disparara por encima de Nueva York. No debería haber guardado eso. Brand apuntó el arma hacia Noemí a medida que ella se alejaba. —Esquiva esto, perra —rugió mientras Drake cerraba la brecha y él disparaba el gatillo.

Drake lanzó su brazo hacia el frente para protegerla, pero ella simplemente desapareció. La bala voló a través de la plaza, un horrible sonido hizo eco a través de todo el ruido y golpeó la ventana frontal de la limusina. El cristal blindado se astilló pero resistió. Noemí reapareció desde detrás de su capa, a la izquierda de Brand y, con un grito, movió su katana hacia abajo, cortándole la mano. —¡Sí! —dijo Drake cuando la mano de Brand cayó aun agarrando el revólver. Brand maldijo y se tambaleó hacia atrás, agarrándose la muñeca, que Página | 253 irradiaba luz blanca, la cual pasaba por su sangre. Drake se movió para poner fin a la lucha. Se agachó mientras se acercaba, agarró la pistola por el cañón, y golpeó a Brand en la cara con su propia mano cortada envuelta alrededor de la culata de la pistola. Brand lo golpeó de regreso con el puño cerrado y el golpe rebotó en su mandíbula. Noemí usó la distracción para atacar de nuevo, blandiendo su espada; llevó la espada a través del hombro de Brand, perforando la armadura fundida y su carne. Siete centímetros de acero sobresalieron de su espalda. Él gritó: no de dolor sino de rabia. Una ola de fuerza invisible golpeó a Drake y Noemí perdió su agarre en la empuñadura de su katana. Fueron arrojados de nuevo, Noemí sobre Drake, por el suelo hacia la base roja y blanca de los escalones. Drake podría haber seguido deslizándose pero a Noemí enganchó un pie entre un bolardo de hormigón y una maraña de tuberías de metal, haciendo que parara bruscamente. Ella gritó. El revólver voló de la mano de Drake y golpeó a una de las monstruosas arañas.

—¿Estás bien? —preguntó, quitándose de debajo de ella—. Vamos, no podemos quedarnos aquí. Drake la puso de pie y Noemí hizo una prueba poniéndole peso a su pie. Hizo una mueca pero no cedió. Otro ruido se elevó por encima de los chillidos de las arañas y Drake alzó la vista al cielo, y se maravilló al ver una docena de helicópteros de ataque de la Alianza llegando a Times Square, sobre los pilares torcidos manteniéndolos a todos dentro. En la cubierta de cada helicóptero estaban sentados dos hombres con armas largas y negras, con cañones tan gruesos como ramas de árboles; o del tamaño de una extremidad de cristal. Página | 254 Los helicópteros sobrevolaron Times Square por un largo rato y luego abrieron fuego contra la multitud de arañas. Las rondas que hicieron con las grandes armas batieron a través de las criaturas de cristal, convirtiéndolas en un lío de piernas enredadas que arrojaban una secreción brillante. —Jamás pensé que me haría feliz ver un helicóptero de la Alianza —dijo Drake dándole un codazo a Noemí. Los helicópteros empezaron a moverse dentro y fuera de la zona de matanza, turnándose para bombardear a las criaturas y los pilares de cristal con las armas de alto calibre. Drake tomó una respiración profunda. —¿A dónde fue Brand? El Hombre Esqueleto se arrodilló cerca de la limusina, la esfera de niebla brillante de Whitmore detrás de él se fue haciendo más opaca. Whitmore, sin soltar a Amy, salió de su escudo justo a tiempo para ver a Brand apretar los dientes y arrancar la espada de Noemí de su pecho con un grito de triunfo. Brand encontró su mirada con la de Drake a solo unos metros de distancia, y balanceó el rifle de su hombro a su mano. Whitmore corrió a reunirse con

Irene y Tristán cerca de la limusina mientras los helicópteros iluminaban Times Square. Takeo había quitado una buena cantidad de arañas de cristal de los alrededores de la limusina y escalones a los que Irene, Tristán y Whitmore, con Amy aun en brazos, pudieran salir disparados, lejos de Brand y así poder estar cerca de Drake y Noemí. Un enjambre de cucarachas voladoras se lanzaron a la línea de helicópteros que estaban sobre el campo de batalla —los pilotos no tuvieron una sola oportunidad—. El peso y la ferocidad de las bestias enviaron media docena de helicópteros girando contra los pilares de cristal que habían alumbrado a las criaturas. Fuertes explosiones sacudieron Times Square y trozos de cristal y helicóptero cayeron al suelo, arrastrando consigo más de las arañas de cristal. Página | 255 Metal quemado y aceite de helicóptero se unieron al lío de olores desagradables que flotaba en el aire de Nueva York. Brand se rio del caos y dio un paso adelante. Levantó el arma, apuntando con el cañón a Noemí, quien estaba parada en medio de los dos grupos, y le guiñó el ojo a Drake. Drake se paró frente a ella y extendió su miembro de cristal. Esto tiene que terminar. Necesito hablar con Pájaro Azul. —Me pregunto cuántas balas me tomará acabar contigo, Drake —preguntó Brand—. Vamos a averiguarlo. —¡NO! —rugió Whitmore—. Retírese, Sr. Brand. El dedo de Brand se deslizó hacia el gatillo. Drake se preparó y maldijo. Él ya no está jugando para tu equipo, Whitmore. Esto va a doler. El dedo de Brand se movió de nuevo y una lluvia de metal caliente y mortal llenó el aire.

El corazón de Irene subió hasta su garganta; los vellos de la nuca se le erizaron, en tanto el sonido del arma disparando tronaba en Times Square, mezclándose con la desagradable mezcla de cosas cayéndose, helicópteros huyendo del ataque y el aleteo de alas cristalinas. Brand abrió fuego en el mismo instante en el que Drake levantó el brazo, no delante de él, sino hacia Irene, con una mirada determinada en su cara ensangrentada. Gritó cuando el fuego de Brand salpicó a su grupo de aliados — y Whitmore—, y se volvió hacia Drake, disparándole decenas de balas. Takeo sacó a Noemí fuera del camino, la llevó detrás de Irene, que encontró un escudo impenetrable frente a ella, protegiéndola de los proyectiles mortales. Algunas balas golpearon el escudo y provocaron chispas de luz azul a través de la Página | 256 superficie. El resto golpeó a Drake. Los jeans y la camisa de Drake fueron desgarrados, la tela de algodón tenía manchas de color rojo por la lluvia de disparos, y él cayó de rodillas, como una marioneta de cuerdas. Irene respiraba de forma áspera e irregular cuando el cartucho se vació y Brand tiró el arma a un lado. Drake se desplomó, balanceándose como si estuviera a punto de caer de cara contra la acera. Y entonces se puso de pie. Un millar de puntos de luz cristalina explotaron en las decenas de heridas de todo su cuerpo y Drake levantó la vista, mostró una sonrisa horrible, con su rostro manchado de sangre, y se lanzó contra Marcus Brand. Irene casi no lo vio moverse, pero dejó un rastro de luz azul neón por su camino y cubrió la distancia hasta Brand en menos de la mitad de un latido. Drake chocó contra Brand y una ola de fuerza se desplazó hacia el exterior, lo que obligó a Whitmore, Tristán y Brand a tropezar. Todas las ventanas y vidrios de la plaza y hasta de los rascacielos que aún estaban en una pieza se

rompieron en añicos creando una lluvia de fragmentos. Irene sintió temblar el suelo detrás del escudo. Ella se estabilizó mientras que Will Drake restaba importancia a las heridas de bala como si no fueran peores que las picaduras de un mosquito; y se lanzó contra el Hombre Esqueleto. En un latido, después de que la primera de las balas de Brand impactara a Drake, se encontró una vez más en la cocina de su madre. Muerto o moribundo, tuvo tiempo para pensar, justo como cuando me caí de un helicóptero con una bala en la cabeza. La criatura de debajo de La Plataforma, el alienígena usando el rostro de su madre, ni siquiera pretendió convencerlo de que esto era real. Dondequiera Página | 257 que estuviese, estaba ocurriendo en algún lugar en segundos. ¿Qué había dicho la última vez? Algo sobre como la conciencia, y estar cerca de la muerte, abría las líneas de comunicación. —Hola Pájaro Azul, Brand me disparó de nuevo —dijo Drake—. Un montón de veces. No sabía qué más hacer para ponerme en contacto contigo. La criatura frunció el ceño, dividiendo la falsa piel humana de su frente y revelando el oscuro cristal que había debajo. Un millón de luces azules centelleaban en su cráneo, un nexo de pensamientos alienígenas. —Llegaste hasta Nueva York —dijo Drake—, o tu cristal-X lo hizo, como sea. Está golpeando la ciudad, bichos e insectos extraños están atacando a la gente. Haz que pare. —La criatura no dijo nada, solo lo miró con una expresión curiosa en su cara—. ¿Qué eres en realidad? —Antigua —dijo—. Inquieta. Hambrienta. —Hizo una pausa—. Traicionada. La camisa floral y la piel de mentira que usaba Pájaro Azul se desvaneció, se derritió, al igual que lo hizo la realidad de la cocina a su alrededor. Al frente de Drake se encontraba una criatura de más de dos metros de alto, delgada, de una forma bastante aproximada a la de un humano, pero con un nido

de cristales creciendo en la parte posterior de su cabeza, como las raíces de un árbol. Él trató de no pensar en cómo su brazo de cristal se parecía a uno de los brazos de la criatura. Y, como siempre, las chispas de color azul y blanco nadaban bajo su piel. La cocina había sido remplazada por un lugar horriblemente familiar. Drake estaba de pie en la pista de aterrizaje en el lado sur de La Plataforma. Solo que ahora estaba torcida y arruinada, envuelta con bandas y columnas de cristal de debajo del agua. De las otras plataformas podía ver muy poco, solo destellos de la estructura a través del crecimiento alienígena. Un poco de viento ártico feroz le pegó en la cara y las orejas; un viento que había esperado no Página | 258 volver a sentir. —¿Estamos… de verdad aquí? —preguntó. Vio el cielo, lleno de nubes de tormenta, y decidió que la vida se había hecho rara de alguna forma, a lo largo de las últimas semanas. Cuando la criatura habló, aún sonaba como su madre, pero las palabras hacían eco en su mente, e hizo que le dolieran los dientes. —Aquí es donde podemos hablar. El juego ha cambiado, William Drake. Marcus Brand está cegado por su odio hacia ti. Ese odio… no es de utilidad para mí. —Eso seguro no eran besos de chocolate los que me enviaba desde el cañón de su rifle. ¿Estás curándome de nuevo? —Él es una herramienta contundente. Una, creo yo, que está muy afilada. —Las luces en la cara de cristal formaron un par de profundos ojos azules—. Detenlo, derrótalo, William Drake, y no lo reviviré de nuevo como he hecho por ti. —Está es la segunda vez que él me mata. La tercera vez que me ha disparado. ¿Qué te hace creer que puedo detenerlo? —Drake presionó dos dedos

sobre sus parpados y luchó contra las ganas de solo sentarse y rendirse—. Nunca pensé que diría eso. Sigue la red, Drake —murmuró—, sigue la red. —No extenderé tu vida de nuevo —dijo—, no puedo. Tu mente está fracturada, ahogada en mi resplandor. Y te necesitaré en los próximos días. Debes descansar… aprender y hacerte más fuerte. Drake apretó los puños y respiró profundamente. —No puedo condenadamente dormir, ¿o sí? ¿Cuánto tiempo está pasando aquí? Si Brand les está haciendo daño a mis amigos… —Los segundos son horas aquí. Horas pueden ser meses. Drake tomó una respiración profunda y exhaló lentamente. Lo consideró y luego asintió. —Ok, seguiré jugando. Arréglame bien, nada de horribles marcas en forma de beso, y le pondré final a Brand. De todos modos, ya tenía un plan para eso antes de toda esa explosión sin sentido. Solo te estás metiendo en mi camino. La criatura ladeó la cabeza y Drake juró que podía sentir una sonrisa en esa expresión, en la cara llena de chispas. Ella tendió un brazo delgado y largo de cristal hacia él. Drake dio un paso atrás y levantó la mano. —Una cosa. Lucharé con Brand, pero dejarás a Nueva York en paz. Como sea que hayas traído el cristal aquí, debes llevártelo. Y también a todas esas criaturas. Hay mucha gente aquí y no vas a lastimarlos. —Acepto —dijo la criatura Drake pestañeó. —¿Qué? ¿Solo así? —Una ciudad más o una ciudad menos no hará ninguna diferencia en la guerra que se avecina. Detenlo, y me retiraré. Falla y tomaré la ciudad. Tenemos

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un trato, William Drake. —La criatura presionó la mano contra su pecho y una brillante luz blanca eclipsó la visión de Drake. Un fuego caliente corrió por su cuerpo, un torrente de energía, y el mundo desapareció. Él parpadeó y una vez más estaba en Times Square; su cuerpo nunca se había ido, y la luz blanca como la nieve salía de las docenas de heridas de bala en el pecho, las piernas y los brazos. Solo ha sido un segundo. Ni siquiera eso, pensó, vislumbrando los rostros de sus amigos. No hay tiempo para explicar. El cuerpo de Drake se inundó de poder, con luz alienígena, y se lanzó hacia Brand con la fuerza suficiente como para hacer polvo el hormigón. Lo agarró Página | 260 por la armadura fundida, fusionada a los hombros de Brand, y lo lanzó a través de Times Square como si no pesara nada. La horrible mueca en la cara de Brand se transformó en sorpresa y rebotó en el maletero de la limusina de Whitmore y rodó hasta el suelo. La limusina se sacudió por el impacto, y por el rabillo del ojo, Drake vio a los guardias de protección de Whitmore, que habían sobrevivido al monstruoso asalto, adelantándose con los rifles levantados. Whitmore los alejó con la mano, sus ojos tenían un brillo curioso y peligroso. Él quería que Drake y Brand lucharan. Por encima de ellos, los monstruos y las cucarachas se habían asentado en los pilares de cristal y en los rascacielos; aparentemente también verían a Drake y Brand pelear. Las arañas que aún estaban completas y sin daños hicieron lo mismo, deteniendo su paso. Ninguno de ellos se movía, aun cuando la policía y las fuerzas de seguridad seguían disparando. Ella está cumpliendo su parte del trato… ahora yo tengo que mantener la mía. Drake sangró luz. Las balas que aún no habían logrado traspasarlo se derritieron por el calor, mientras que su propia carne volvía a juntarse. No sintió

dolor, ni siquiera una pizca, pero el calor produciéndose en su pecho se intensificó y una ola de mareos lo hizo sentirse mal del estómago. Hacía ya dos semanas, justo después de recibir el Cristal-x, su cuerpo se había curado por sí solo. Pero no así: no sentía nada, ni siquiera un pequeño cosquilleo por la luz, en tanto las balas eran expulsadas de su cuerpo y las heridas sanadas. Cuando Brand empezó a levantarse, Michael Tristán apareció a la izquierda de Drake. —Tus ojos son azules —dijo—. Lo que sea que estés a punto de hacer, supongo que piensas que es lo correcto. —Los tienes, ¿no? —preguntó Drake. Tristán asintió, mientras el dron giraba sobre sus cabezas en rápidos círculos, grabando todo. Metió la mano en la mochila y sacó dos cristales, uno azul como un rayo y el otro rojo como la sangre. Los mismos cristales que Drake y Brand habían creado tras el descarrilamiento del tren en Terranova. —Hizo exactamente lo que dijiste que haría, amigo. Podemos… Drake interrumpió a Tristán cuando Brand se puso de pie y aulló al cielo nocturno. —¡Solo prepárate! La luz había sanado rápidamente a Drake. Él no sabía cómo, pero había esperado eso, aunque la fatiga empujaba poco a poco a través del río de energía. Incluso la luz tenía sus límites, debido a lo mucho que había estado usándola, y todo lo que había necesitado ser sanado. No puedo confiar tanto en esto. La criatura también se lo había dicho. Su mente se estaba ahogando, lo cual era una forma más elegante de decir que estaba perdiendo la cordura. Volviéndose loco. Su brazo de cristal nadaba con un grupo de chispas, moviéndose en espirales rápidos. Brand hizo un puño con la mano que le quedaba, y un rayo amarillo de luz salió de su palma, azotando la acera, del brazo de Drake brotaron llamas azules.

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Toda su extremidad, desde las puntas de sus dedos hasta el borde de su hombro, estaba brillando, con fuego ondulante. No sintió calor. La manga rota de su camisa fue disuelta por el fuego. Se encontró con Brand a mitad de camino, en el corazón de Times Square, pero esta vez el demente estaba listo para él. Brand no se movió ni un centímetro cuando Drake chocó contra él, llevando su brazo prendido en fuego hacia la garganta del guardián. La cutre mano de Brand se posó sobre el hombro de Drake y se originó un choque de energías en conflicto, rayos de un duro color amarillo y azul eléctrico estallaron hacia el cielo y golpearon la acera que estaba justo debajo de sus pies. —¿Conociste a la jefa? —preguntó Brand cuando lanzó su poder contra Drake—. ¿Te curó de nuevo? Tenemos trabajo que hacer Drake, tú y yo. Ninguno de nosotros puede morir hasta que el trabajo esté hecho. —De hecho —gruñó Drake—, me dijo que estás despedido. Drake recibió el ataque con su propia fuerza, intensificando la luz que emanaba de su brazo, haciéndola tan brillante que era casi imposible de ver. El muñón de Brand en su hombro normal, el que no había sido tocado por el cristal, quemó su piel, pero luz azul brilló de inmediato, curando las quemaduras tan pronto como aparecían. Ese brazo sí se sintió como si se hubiera incendiado. Drake apretó los dientes y contuvo un feroz grito. —Esa cosa, ella quiere que te asesine. —Esa cosa Drake, es un dios. Ella me escogió cuando me quemé en el Titán. ¡Ella me escogió! Drake se tropezó un paso atrás y Brand se movió hacia adelante. Movió la mano izquierda del hombro de Drake y agarró su brazo de cristal. La energía que salía de Brand chisporroteó contra el brazo de cristal. Por primera vez,

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Drake sintió algo en su brazo mutante, un intenso calor y presión, tan fuerte como si hubiera sumergido su brazo en acido. —Son malas noticias —gruñó Drake—, ¡tienes que ver eso! —Ella me salvó, y me dio el poder para destruir a mis enemigos. ¡Para destruirte a ti! Drake gruño y se rio. —Entonces, ¿cómo es que sigo aquí, idiota? Drake atacó con su otro brazo pero no pudo generar más que una fracción de la energía que corría por su brazo de cristal. Aun así, le dio un puñetazo a la Página | 263 destruida cara de Brand y sintió como se le rompía la mandíbula al hombre. Brand no hizo nada, giró la cabeza de forma poco natural y se quedó mirando a Drake, con sus negros, vacíos y perdidos ojos. —¿Puedes oírla? —dijo con un suspiro—. Ella está atrapada bajo La Plataforma, Drake. Se suponía que la salvaras, pero lo estropeaste. Aun no podemos liberarla. No ha tenido tiempo de crecer, pero el tiempo está llegando. —Brand sacudió la cabeza y enfocó su mirada en Drake, en su brazo—.Y tú, mi pequeño narciso, no mereces ese regalo. Con un rugido, Brand apretó su mano restante alrededor del brazo de cristal de Drake y una oleada de puro poder se precipitó a través de su esqueleto. Por un momento, Drake vio a través de su piel destruida, el poder fluyendo por sus venas como sangre. Por un momento, Brand era tan claro como el cristal. Él no es nada más que luz, pensó Drake. Eso es todo lo que él es ahora. Nada de sangre, nada. Solo se mantiene unido por la luz. Un latido después: ¿Cómo diablos puedo matar eso? Su resolución vaciló y Brand ejerció toda la fuerza que tenía en su poder contra el brazo de Drake, usando el antebrazo arruinado de su brazo sin mano para aplicar un efecto palanca. A una larga distancia, Drake escuchó chillidos y

luego el sonido de cristal rompiéndose contra la piedra. Sus ojos se ampliaron y gritó: «¡No!», en tanto grietas agudas, como la red de una araña, surgían a lo largo de su brazo, astillándolo. Brand dio un grito de triunfo y Drake se tambaleó cuando su brazo se rompió a la mitad entre su codo y su hombro. La extremidad de cristal se separó del resto de su cuerpo y una fuente de chispas cayó como cascada desde su muñón irregular hasta el suelo. Las chispas cayeron contra la acera y corrieron como ríos alrededor de su cuerpo. Brand sostuvo el resto de la extremidad sin brillo hacia el cielo y soltó una carcajada, mientras la luz líquida del brazo de Drake corría bajo sus pies. Página | 264 Sigue riendo… estás sobre gasolina y humo, amigo. Drake dirigió la vista sobre su hombro. Tristán estaba ahí, agachado detrás de la limusina. Irene estaba con él. Él asintió y tiró la mochila hacia Drake. Drake, con su extremidad aún derramando luz, se obligó a ponerse de rodillas y con su brazo bueno atrapó la mochila. Metió la mano y saco los dos cristales. —¡Enciéndelos! —gritó Tristán—. ¡Funcionará! Drake lo hizo. Lanzó los cristales hacia los pies de Brand, sobre la piscina de luz y empujó el muñón en la misma dirección. Un torrente de energía golpeó los cristales, los cuales ya estaban brillando sobre la piscina de energía. Tomó menos de tres segundos, mientras Brand lanzaba el brazo roto de Drake a un lado y agarraba las piezas del suelo. Fue muy lento. Los cristales absorbieron la luz igual a como lo habían hecho la noche en que fueron creados. Se creó una división, directamente en frente de Brand, y él saltó sobre los cristales cuando el portal se abrió, el aire cayendo sobre sí

mientras se abría entre Times Square… y cualquier otro mundo que estuviera al otro lado. Brand dio un paso hacia adelante, tratando de alcanzar a Drake mientras él se arrastraba con su brazo bueno hacia Irene y Tristán. Los amigos de Drake lo agarraron desde atrás y lo llevaron hasta la parte de atrás de la limusina mientras la fuerza del portal arrastraba a Brand hacia atrás. Brand gruñó y miró por encima de su hombro. Luchó por dar un paso hacia adelante, crepitando con energía, pero la fuerza del portal era demasiada. Cayó hacia atrás, con los brazos estirados, con un grito furioso. Con la silueta contra el portal, Drake miró a Brand caer con satisfacción. Como había visto en Página | 265 Canadá, el portal se abría a un mundo de cielos grises y suelo cubierto de cenizas. El portal se tragó completamente a Marcus Brand. Pero no sin que antes un arco de luz endiablada, tan grueso como una cuerda anudada, escapara de su única mano. El salvaje látigo de poder no golpeó a Drake, mientras este se levantaba apoyándose en el maletero de la limusina. El látigo no golpeó a Tristán ni a Irene que estaban junto a él. El tiro pasó cerca de Noemí y Takeo, al otro lado del carro. La luz se deslizó por el aire, moviéndose como una serpiente, y golpeó a Lucien Whitmore, que estaba delante de su hija. Whitmore levantó el brazo, vestido con su fino traje de chaqueta y la luz se envolvió en su mano. Déjalo ir, pensó Drake. ¡Idiota, déjalo ir! Con un gruñido y un destello de luz blanca tras los lentes, Whitmore lanzó el látigo de luz hacia un lado, y este saltó hacia la persona que estaba más cerca. Hacia Amy Whitmore. El padre se dio cuenta un latido después lo que había hecho, mientras el látigo de luz se enrollaba alrededor del pecho de su hija y la levantaba. La

mirada de terror en su cara fue la primera emoción real que Drake había visto al presidente mostrar. Y al igual que un pez atrapado en un anzuelo, Brand cayó en la línea de cualquiera fuese ese horrible lugar lleno de cenizas y arañas de cristal al que lo dirigía el portal, y Amy fue arrojada por encima de la limusina, pidiendo ayuda a gritos. Irene se abalanzó hacia sus piernas que se agitaban y falló. Drake lanzo su único brazo hacia adelante, lo suficientemente cerca para ver el terror en sus ojos, y la punta de sus dedos rozaron su hombro mientras Página | 266 ella volaba. La pequeña Amy desapareció después de Brand. Lucien Whitmore gritó. Irene envolvió los brazos alrededor de Will y observó el portal en el aire, al horrible mundo que había al otro lado. Brand estaba al otro lado, con Amy Whitmore agarrada, y daba golpes contra el portal como si una pared de vidrio invisible, o un escudo mágico, cerrara su camino de vuelta a Nueva York. Lanzó su puño contra el portal, la ceniza se arremolinó a su alrededor y fue lanzado hacia atrás. —Es de una sola vía —dijo Tristán, empujando sus gafas por el puente de la nariz—. ¡No puede volver por ahí! —Entonces Amy tampoco podrá —susurró Irene. Brand hizo un ademan de golpear el portal de nuevo, pero paró en el último momento. Miró por encima de su hombro, algo que estaba fuera de su visión, y luego se giró para ver a Drake. Le mantuvo la vista durante un largo y horrible momento.

Brand sonrió, agarró a Amy y la puso bajo su brazo. Ella estaba llorando y gritando aterrada. Desapareció de la vista al otro lado de… dondequiera que estuviese. —¡Tráela de vuelta! —rugió Whitmore. Agarró a Drake, alejándolo de Irene, y lo empujó contra la limusina—. ¡Tráela de regreso! El brazo roto de Drake aún sangraba luz cristalina, gotas brillantes caían en la calle, pero ahora era menos, apenas un hilo. Lucía aturdido y enfermo, a los ojos de Irene. Su pobre brazo. —Te quiere, Drake —dijo Whitmore. El presidente de la Alianza agarró a Drake por el cuello de su camisa con un puño y presionó sus caras—. ¿No Página | 267 puedes sentirlo? Te llamó aquí. Esto estaba destinado a pasar. Pasa a través del portal. —Uh, no. —De hecho, Drake se rio—. ¿Qué? No. Hazlo tú. Whitmore observó el portal y meneó la cabeza. —Entra, tráeme de vuelta a mi hija, o mataré a tus amigos —dijo—. ¡Soldados! ¡Vengan! Voy a empezar con la encantadora señorita Finlay. Lo prometo Drake, voy a esparcir sus cerebros por la acera. Lo dice en serio, pensó Irene. Ella no era tan buena leyendo a la gente, no tanto como Will, pero todo el instinto que tenía le decía que Whitmore de verdad iba a dispararle, dispararles a todos. Los labios de Drake formaron una línea fina. Irene vio que estaba furioso, más de lo que nunca lo había visto. —Bueno, en la manera que yo lo veo, señor presidente, ella ha sido enviada a una prisión de tu creación. Así que, ¿quién debería sacarla de ahí en vez de mí? —Su mirada se encontró con la de Irene y le ofreció media sonrisa—. Tú sabes en donde necesito que estés, ¿cierto? En donde necesitas que…

—¿Qué? —Ella dio un paso al frente, alcanzándolo, pero el grupo de matones de la Alianza la hicieron detenerse. ¿Por qué han dejado de atacar a las arañas? ¿Qué pasó? Media docena de armas siguieron sus pasos—. ¡No te atrevas! No sé qué… —Dejarás que todos se vayan —dijo Drake a Whitmore, y tranquilamente quitó las manos del presidente del cuello de su camisa y retrocedió un paso—. Ellos se van ahora, Whitmore. Todos mis amigos. Diablos, vas a darles un jet para que vayan a donde necesiten ir. —¿Entrarás al portal? —preguntó Whitmore. Él también retrocedió un paso, y deslizó la mano entre su cabello plateado—. ¿Vas a rescatar a mi hija? Página | 268 —¿Vas a venir conmigo? —preguntó Drake. Whitmore no dijo nada. —No lo creo —se burló Drake—. Y por supuesto que voy a ir a rescatarla. Irene corrió a su lado. —¡No puedes entrar… en ESO! —Ella envolvió los brazos alrededor de sus hombros—. Idiota, mira tu brazo. Mira ese lugar. El portal se encogió un poco. Había sido un metro más grande que Brand y ahora si alguien pasara, tendría que hacerlo agachando la cabeza. Amy… lo siento. —Tienes que ir —insistió Whitmore—. Tráela de vuelta y destruye a Marcus Brand. —Te enteraste de que ya no está de tu lado, ¿cierto? —contraatacó Irene—. Will… Tristán, habla con él. Tristán se paró tranquilamente al lado de Drake e hizo una pausa antes de hablar.

—Tiene esa mirada en sus ojos, Irene. La misma que nos sacó de La Plataforma. Irene se estremeció cuando Drake envolvió su brazo restante alrededor de ella y le dijo un rápido abrazo. Se alejó en dirección al portal, y ella se tuvo que forzar a sí misma para no traerlo de vuelta. Él apuntó con su dedo a Lucien Whitmore. —Tu palabra, Whitmore, con lo poco que vale, de que los dejarás ir. Por la vida de tu hija, que honrarás nuestro acuerdo. Whitmore apretó tan fuerte los puños que los nudillos se le pusieron Página | 269 blancos. —La tienes —suspiró—. Por favor. Por favor solo… ve. Sálvala. —Ni siquiera es una pregunta, voy a traerla a casa —dijo Drake—, pero no vas a lastimar o encerrar a mis amigos. Voy hacer lo que pediste, pero primero, Irene se va con Takeo y Tristán. Noemí, no puedo pedirte … —Yo me quedo con William Drake —dijo ella. —No voy a dejarte. ¡Viajamos juntos! —Irene golpeó el suelo con su pie y dibujó una línea en el aire con su mano—. Will, después de todo no puedes solo desaparecer. Él le sonrió, con exasperante calma y sin uno de sus brazos. —Irene —dijo Drake—. Te necesito para seguir la red. Por favor, ve con Takeo y Tristán y sigan la red. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? E Irene lo entendió. Entendió todo muy bien, y supo, que quizás no volvería a ver a William Drake de nuevo. —La criatura, Pájaro Azul, prometió retirarse —le dijo Drake a Whitmore, sin decirle cómo se había enterado de eso y el trato que había conseguido para la ciudad—. Si yo detenía a Brand. Calculo que estoy lo suficientemente cerca.

—¡La Alianza va a proteger la ciudad de Nueva York tanto como podamos, para darte tiempo para hacer lo que te dije! Drake asintió y tomó una profunda respiración; empujó suavemente a Tristán en el brazo con un guiño, y luego se acercó al portal. Con su silueta contra el mundo gris, Drake miró sobre el hombro en dirección a Irene, mientras Noemí se le unía. —Sé buena —le dijo y se agachó para recoger los dos cristales brillantes. Se los dio a Noemí quien los metió en el bolsillo interior de su capa quemada— . Tristán, recuerda el plan. Yo… —Una sonrisa maravillosa se dibujó en su rostro—. Los amo a ambos. Hamburguesa y batidos cuando vuelva, ¿vale? Página | 270 Drake se rio, sus ojos brillaron con luz azul cielo, y caminó de espaldas hacia el portal, agachando la cabeza en el último minuto. Noemí lo siguió. Irene se movió para estar en medio de Takeo y Tristán, teniendo cuidado con los guardias de la Alianza. Las formas de Drake y Noemí brillaban al otro lado del portal y una ligera capa de nieve gris —ceniza— caía sobre sus hombros. Él le envió un saludo a Irene. El portal se cerró con un fuerte chasquido e Irene se quedó sin aliento. Will Drake se había ido.

Capítulo 24 Mermelada de Moras Drake emergió del portal a un mundo que solo había vislumbrado en sus sueños. Se volvió para mirar Times Square y vio a Irene y Tristán como a través de una lente distorsionada. Se veían muy lejos, más de lo que deberían. Los saludó mientras Noemí se unía a él y, con un sonido como de papel que es rasgado, el portal se cerró, dos mitades de la realidad estrellándose de nuevo Página | 271 entre sí para sellar el orificio en el aire. Drake rodó los ojos y se rio entre dientes. —Típico. No hay manera de salir, más que seguir adelante. Estamos siendo arreados, Noemí, apostaría mi último bote de mermelada a ello. —¿Arreados por qué? —Qué, exacto... —Pensó en la criatura de cristal, en Pájaro Azul, y sacudió la cabeza—. Bueno, Times Square fue mejor de lo esperado, para ser honesto. Tristán, te habrás podido dar cuenta, era un doble agente. Nosotros delatamos su traición haciendo pensar a Whitmore que era una simple venganza, para que pudiera poner las manos en los cristales del portal en tu bolsillo. Queríamos forzar a Brand a pasar el portal, dejarlo aquí. Mejor que matarlo, ya sabes, porque ni siquiera estoy seguro de que podamos. Noemí lo fulminó. —¿No sentiste ninguna necesidad de compartir este plan con nosotros, tus aliados? —No estaba seguro de que fuera a funcionar. No esperaba perder el brazo. Y Tristán se arriesgó mucho al regresar a la Alianza. Hicimos que el dron

transmitiera nuestra "pelea" de vuelta a la sede de la Alianza. Utilizar su propia vigilancia contra ellos. Whitmore tenía que creerlo, tenía que dejar a Tristán con todos los datos y la investigación que había hecho de mí y mis habilidades. —Y el que yo esté en esta excursión no era parte de tu plan maestro. —Bueno —dijo Drake y odió la forma en que su voz vaciló—. No, esto no era parte del plan. Tampoco lo era que Whitmore me ofreciera un trabajo en la Fuerza Cristal. Funcionó a nuestro favor... más o menos. Whitmore consiguió lo que quería, en cierto modo. A Brand y a mí en el portal. —No creo que tuviera la intención de perder a su hija en la negociación — dijo Noemí—. Los portales de cristal se han quedado sin brillo, su poder gastado Página | 272 por ahora. Puede que no tengamos un camino de regreso. Drake se encogió de hombros y señaló el mundo que les rodeaba con el muñón de su brazo. —Vamos a estrellar un helicóptero en ese puente cuando toque el momento. Por ahora, echa un vistazo a donde estamos. Imponentes pilares de cristal trenzado estropeaban el paisaje, los dientes torcidos de la mandíbula de alguna bestia monstruosa, bajo un cielo magullado cargado de tormenta gris y nubes rojas. Un hedor de metal ardiente impregnaba el aire. Dolía respirar, picaba la parte posterior de su garganta. Algunos de los pilares, que se elevaban en ángulos irregulares y oscuros, traspasaban las nubes y desaparecían en la tormenta carmesí. —Bueno, esto es un desastre —dijo Drake. Él y Noemí se quedaron en una meseta con vistas al mundo de cristal deformado y retorcido, por encima de un valle sobre unas ruinas de piedra y un río de agua que brotaba negra salpicada de chispas de luz amarilla—. ¿Ves a Brand o a Amy? Noemí se llevó la mano a la nariz, con la cara pálida por el mal olor en el aire, y su mano enguantada, ocultando los dedos de cristal, a la empuñadura de su espada.

—No, no los veo. ¿Qué es este lugar? Lo reconoces, ¿verdad? Drake se encogió de hombros y se tocó la frente, tocó el tejido quemado con la forma de un beso. —Lo he visto antes, ¿no? En algunos sueños espeluznantes. —Este no es un lugar en la Tierra. Drake tenía ideas acerca de eso, pero se las guardó para sí mismo. Tenía un presentimiento, un miedo instintivo, de que tal vez se trataba de algún lugar de la Tierra, solo que por el momento no. Tomó una respiración profunda, lamentándolo tan pronto como el aire acre le picó la garganta otra vez, y señaló Página | 273 a lo largo del valle, río arriba, hacia un lío enmarañado de pilares de cristal. Una aguja de cristal oscura como la noche sin luna estaba enterrada en el corazón de ese lío, la punta afilada abriendo una brecha a través de las venas más ligeras y coronada con una fea nube roja. Un rascacielos de cristal puro, fuerte y desagradable, incluso en comparación con el resto del lugar. —Eso se parece a la fortaleza del Todopoderoso Villano de la Condenación para mí —dijo—. Si yo fuera Brand y le hiciera una oferta al Señor Oscuro, ahí es donde me dirigiría. Sin embargo, él no cree que Pájaro Azul lo quiera muerto. Oh, oh. —Dulce piedad —respiró Noemí—. ¿No estás asustado, William Drake? Drake sintió el fuego rojo quemando justo detrás de los ojos y en el pecho. La ira y el odio que lo podría volver loco, si se deslizaba. No quería nada más que detenerse, comer una docena de pizzas y dormir. —Estoy demasiado enojado imaginando lo asustada que esa niñita debe estar. Por lo tanto, es demasiado tarde para echarse atrás, Noemí. Tú vas a donde yo vaya, ¿recuerdas? Y voy hacia allá. —Miró a lo lejos—. ¿A qué distancia te parece que está la torre?

—Se parece a un zarzal de cristal y espinas de rosa. Es difícil de decir, pero tal vez un poco menos de dos millas. —Sí, yo diría lo mismo. Drake se quedó mirando el muñón de su brazo de cristal, aún chorreando una pequeña cascada de nieve de chispas blancas. Brand pagará por eso, también. No se sorprendió al ver fresca obsidiana de cristal creciendo de la herida sangrante. Su brazo estaba volviendo a crecer. —Sabes, solo han pasado un par de semanas para mí, toda la locura del cristal, pero siento como si hubieran sido años. ¿Cuándo las cosas se volvieron tan absurdas? —Se calló y suspiró—. Me viste quitarme esas balas en Times Página | 274 Square, ¿verdad? Como si fueran nada. Lo que sea que el Cristal-X está haciendo en mí, lo que ella, Pájaro Azul, me está haciendo, no creo que vaya a dejar que me detenga. ¿Y si…? —¿Qué pasa si te vuelves loco? Drake asintió. —Sí, es una preocupación, ¿verdad? Maldita sea, me refiero a que, ¿quién me podría detener si perdiera el control? Carl Anderson hizo estallar la parte oriental de La Plataforma en su locura y, sabiendo lo que sé ahora, podría estar vivo todavía. Vivo y loco. —El Camino del Yūgen te mantendrá cuerdo —dijo Noemí con convicción—. Y más que eso, eres una buena persona. —He lastimado gente, Noemí. Personas que no merecían ser heridas. —También acabas de atravesar un misterioso portal y un mundo peligroso, persiguiendo a un monstruo que ha secuestrado a una niña asustada. Podrías haber encontrado la manera de salir de Times Square. Con Brand desaparecido, el Traidor habría sido incapaz de detenerte. No perdiste tu oportunidad de escapar porque Whitmore amenazaba a tus amigos, la perdiste, porque esa niña

te necesita. —Noemí tomó su mejilla y se encontró con su mirada—. Y te quiero por eso. Drake le lanzó una media sonrisa. —Todavía estoy preocupado por todo este poder que tengo. Podría estar tan equivocado. —Nuestros caminos se han fusionado durante un tiempo, William. — Noemí apretó su callosa y sangrienta mano derecha entre las suyas. Se sentía cálida, segura, fuerte—. Y te veré en Japón pronto. Una vez que escapemos de este lugar con la hija de Whitmore. —La escapada la puedo hacer, creo. —Su brazo se estaba reparando por sí mismo, poco a poco, el cristal curvándose en un nuevo codo—.Voy a encontrar a Marcus Brand y lo voy a golpear con este muñón hasta que se quiebre, y entonces abriré una puerta para... para irnos lejos de aquí. Después, vamos a ir por batidos y algo grasiento, pizza, quizás. —Hamburguesas, dijiste en Times Square. Siempre te mantuviste notablemente optimista, Will. Drake sonrió. —Estoy cansado y hambriento, y algo sin brazos, pero he estado esperando mi vida entera que algo como esto suceda, Noemí, a pesar de la preocupación de volverme loco. No voy a fingir lo contrario. Creo que cada niño sentado en una clase de matemáticas aburrida o de ciencias fantasea con salvar el día. En cierto modo, he ganado la lotería. —Tal vez, pero el costo es mucho mayor que una fantasía —dijo—. Mucho mayor. ¿Seguimos? Hay rastros en la ceniza caída, dirigiéndose a esa monstruosa torre de cristal. Creo, espero, que fueran hechos por Brand. Drake esperaba y creía, también.

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Un áspero sendero de tierra quemada, cubierto de escamas, pero nada de cenizas, llevaba abajo desde la meseta hacia el río. Noemí no dejó caer la mano de Drake mientras salían hacia el río revuelto de agua negra. Después de unos diez minutos de lento serpenteo a través de los escombros, él y Noemí encontraron un camino más ancho que bordeaba el río. Árboles muertos marcados, madera petrificada desde mucho tiempo atrás, puestos cada diez metros más o menos, en medio de las ruinas. El agua fluía a su izquierda, moteada de color amarillo claro, apestaba a putrefacción. El camino por delante parecía rocoso, pero parecía ir directo a la torre de obsidiana. —Está todo tan gris y muerto —dijo Noemí. Inclinó la cabeza—. Siento Página | 276 que no hay vida aquí. —¿Puedes... sentir la vida? —Drake se encogió de hombros—. Eh. Genial. ¿Otro de esos talentos de los que se supone no debo preguntar? —Precisamente. Este mundo está muerto. En Nueva York, por ejemplo, si abriera mis sentidos estaría cegada por el gran número de personas y seres vivos. Aquí, solamente la ceniza se mueve. Te puedo sentir, y un destello de vez en cuando adelante: tal vez la joven Amy, pero nada más. Drake gruñó y algo no del todo gris le llamó la atención, enterrado bajo el polvo y la piedra suelta. Rodeó un árbol roto y dio una patada a la roca, dejando libre el desastre para revelar algo familiar: algo que confirmó sus peores sospechas. —Bueno, mierda. —Necesitaba sentarse, pero le preocupaba no poder levantarse otra vez. —¿Qué es? —preguntó Noemí. En su lugar, Drake se arrodilló y sacó una señal roja y azul desteñida, aproximadamente del ancho de un tapacubos, debajo de los escombros. Estaba arruinada, arañada y polvorienta, y nunca la haría brillar de nuevo, pero la sola

palabra sobre un fondo azul, rodeada de un círculo rojo apagado, era inconfundible. —Subterráneo. —Noemí leyó la señal—. ¿Subterráneo? Drake silbó por lo bajo y sacudió la cabeza. —Sí. Están por todo... por todo Londres —dijo él—. Marcan las entradas al Tubo: el metro bajo tierra. Dejó caer la señal de lo que quedaba de su mano y le dio a las ruinas, en su mayoría de piedra y hormigón pulverizado, otra mirada. Miró más allá del río, la curva de la tierra, y lo que podrían haber sido carreteras, las cáscaras de Página | 277 viejos puentes, y un edificio que, en otro tiempo, podría haber sido una torre de reloj con un impresionante conjunto de campanas. —¿Will? —La voz de Noemí no era más que un susurro. —Caray, lo debería haber visto antes... —Él se rio entre dientes, pero nada era divertido—. Esta era una ciudad, Noemí. Esto era Londres. Desde el aeropuerto, Takeo condujo a Irene y Tristán a través de las calles de la ciudad en un sedán negro alquilado, y fue solo entonces, después de haber estado seguros de que la Alianza no los estaba escuchando, que hablaron libremente de todo lo que sucedió en Nueva York. Irene escuchó, abrazándose las rodillas en el asiento trasero, mientras Tristán explicaba el plan de Drake: un plan que lo había atrapado en un mundo extraño, con la única compañía de Noemí. —Me contó partes, pequeños pedazos, cuando llegamos a la ciudad y estábamos sentados en los escalones de la biblioteca —dijo Tristán—. Drake sabía que no sería capaz de escapar de la Alianza en Nueva York. Todas las cámaras, las redes y las personas que nos buscaban. Le dije lo que él ya sabía, le confirmé que estábamos atrapados. —Tristán sonrió suavemente mientras se dirigían al este por toda la ciudad—: Así que entró en modo Plataforma, como si nos hubieran atrapado en una prisión de nuevo. Trazó un plan burdo en su

teléfono y me lo mostró. Básicamente, el plan era conseguir el otro cristal del portal de la Alianza y utilizarlo para deshacerse de Brand. Sin Brand, tendríamos oportunidad. No sé cuánto tiempo lo planeó o si simplemente la idea se le ocurrió de repente. Pero era bueno. Buenísimo. Y, sabes, después de La Plataforma estaba dispuesto a confiar en él. —Me pregunto por qué no confió en mí con más de este plan. Tristán resopló. —Él no me confió todo el plan, solo pedazos. Pero mira lo lejos que ha llegado desde que lo encontramos en La Plataforma. En aquel entonces, habría escapado sin nosotros, si hubiera podido. Ahora, bien, piensa a dónde vamos, Página | 278 con lo que te ha confiado, Irene. Para los seis meses que lo conozco, no ha habido nada más importante que esto para él. Él sabe que habríamos ido a través del portal con él, pero confió en nosotros para esto. Lo has cambiado, para mejor, creo. La expresión del rostro de Tristán se volvió triste e Irene suspiró. —Me importas tanto —dijo ella—. Tanto. Ustedes son los mejores amigos que he tenido nunca. Todos hemos sido buenos los unos con los otros. Estamos mejor juntos. —Ella hizo una pausa—. ¿Así que quería que Whitmore pensara que tú nos habías traicionado para que pudieras acercarte a él? —Irene rio entre dientes, pero se agarró fuerte las rodillas, preocupada por Drake e insegura de lo que vendría después—. Eras como un súper espía. ¿Un agente doble? —Algo así. De cualquier manera, me fue muy bien. Quiero decir, no "genial como golpear a alguien con su propia mano cortada", pero sigue siendo muy bueno. —Tristán se subió las gafas hasta el puente de la nariz—. Y no creo que fuera una cuestión de confianza, de verdad, por qué no nos dijo más del plan. Él no lo estaba inventando a medida que avanzaba, pero estaba reaccionando a una gran cantidad de cosas que no podía controlar. El plan era fluido, al azar. Hizo malabarismos con un centenar de cuchillos de fuego, con los ojos vendados. Pero Drake es muy listo, Irene. Lo dije en serio, cuando

tuvimos que fingir pelear en el balcón para que la Alianza se lo creyera. Estaban viendo a través del dron. Lo siento, dicho sea de paso, por lo que dije. —Estás perdonado —dijo ella en serio, y le apretó las manos—. Él es listo. Tenías razón sobre eso. Listo e imprudentemente tonto. —Quiero decir, es como si nunca viera un problema al que no pueda enfrentarse, una pared que no pueda subir. Una trampa de la que no puede escapar. Hizo lo mismo que hizo en La Plataforma con el alcaide Storm. En lugar de tratar de ser más astuto que el problema, fue más astuto que el hombre, o los hombres, supongo, que crearon el problema. Storm no lo vio venir y tampoco lo hizo Whitmore o Brand. Esperaban algo listo, pero obtuvieron algo Página | 279 inteligente en su lugar. Drake, da... miedo. —Hizo una pausa—. En realidad, imprudentemente tonto encaja perfectamente. Je. Irene abrazó a Michael Tristán mientras el auto salía de la carretera principal y seguía por una serie de callejones. —Llámalo Will, todos sus amigos lo hacen. —Regresará, ya sabes —dijo Tristán, jugando con su teléfono—. Ah, finalmente encontré la red. —Metió la mano en la mochila a sus pies y encendió el dron de la Alianza—. Y cuando vuelva, todo el mundo va a saber su nombre. No como el terrorista, sino como el chico que enfrentó a la Alianza y lo que hicieron en La Plataforma. —¿Estás seguro de esto? —susurró Irene. Takeo había hablado poco desde que escaparon de Nueva York, pero sabía que su pueblo en el Refugio había mantenido en secreto el Yūgen durante siglos. Lo que ellos estaban a punto de hacer cambiaría todo eso. —Will lo quería así, Irene —dijo Tristán—. Arrástralos a la luz, dijo. Aunque con muchas más maldiciones. —Respiró profundamente y levantó su teléfono—. Presiona enviar y todo el material grabado en el dron, desde el accidente del tren hasta su paso a través del portal en Times Square, se cargará

en internet. Me perdí los dinosaurios en el museo, pero lo grabé cayendo del helicóptero, mientras Brand le disparaba. Es un increíble material, y con lo que sucedió en Times Square, no serán capaces de negarlo. Él ha liberado a la ciudad. ¿Quieres hacer los honores? —¿La Alianza no lo echará todo abajo? Poseen todos los sitios de medios sociales y otras cosas. Tristán se encogió de hombros. —Una vez que esté ahí fuera, estará allí para siempre. La gente va a compartir esto de mil maneras diferentes, a través de las antiguas redes Bluetooth y en la Deep web. En unos treinta minutos, Will Drake será el nombre Página | 280 de tendencia en el mundo. La Alianza puede estrangular internet, hacerlo peor, pero al final será como tratar de retener el agua en un colador. Irene lo consideró, y luego asintió. —Whitmore se pondrá furioso. Tristán sonrió. —Bien. —¿Simplemente pulso enviar? —Simplemente pulsa enviar. Irene vaciló, pensó en Will y confió en que, donde quiera que estuviera, él y Noemí, y Amy, estuvieran a salvo. No podía permitirse hacer hincapié en el hecho de que estaba perdido. Lo veré de nuevo. Encontrará una manera de escapar. Ella dio clic a enviar en el teléfono y Tristán se deslizó el dispositivo en el bolsillo.

—No puedo esperar a ver las consecuencias —dijo, mientras el coche se detenía en una calle llena de apretadas casas adosadas. El camino era estrecho, bordeado con aceras de adoquines y setos verdes. Takeo se detuvo y estacionó el coche. Miró por encima del hombro. —Dos puertas más abajo a la izquierda —dijo—. Este es el lugar. —Tal vez deberías ir primero —dijo Tristán—. Explicar la situación. El corazón de Irene golpeó en su pecho. Un escalofrío corrió a través de ella, pero fueron solo nervios, nervios de los buenos, no los nervios de oh-Dioseste-avión-se-está-estrellando. ¿Qué voy a decir? ¿Cómo lo puedo explicar? Página | 281 Ella se bajó del coche y apretó su chaqueta alrededor de los hombros. Los cielos eran azules y el sol brillaba sobre la pequeña calle, pero era un día frío. Se apartó el cabello de la cara, tratando de no pensar demasiado acerca de su cicatriz. Todos tenemos cicatrices, algunas peores que otras. Noemí tiene razón en eso. Dos puertas y se acercó a un pequeño camino en un pequeño jardín, no más grande que las celdas de La Plataforma, y se detuvo frente a una puerta blanca con una aldaba de bronce en forma de cabeza de león. Irene golpeó tres veces, el corazón latiendo contra su pecho con más fuerza, y cambiando de un pie a otro. Oyó pies arrastrándose desde el interior, el clic de una cerradura, y la puerta se abrió lentamente. Una mujer frágil, pálida y enfermiza, estaba en la puerta, apoyándose encorvada con una sola muleta bajo el brazo. Era muy pequeña, apenas raspando los cinco pies, pero su sonrisa era cálida y sus ojos —los ojos de Will— eran marrones y amables. Su cara angular, hundida tras años de enfermedad, estaba enmarcada por pelo castaño claro y una franja delgada de cejas delgadas y cepilladas. —Hola —dijo—. ¿Puedo ayudar...? —Sus ojos se abrieron.

Irene tragó y miró por la calle para asegurarse de que Takeo y Tristán estaban todavía allí, estacionados en el sedán negro contra el bordillo. —Mi nombre es Irene —dijo ella—. Irene Finlay. Su hijo... Will. Él... Will me ha enviado para venir a verla, Sra. Drake. —Lana —susurró Lana Drake, una mano agarrando su cuello. Las lágrimas brotaban de sus ojos—. Por favor, llámame Lana. Vi tu foto en las noticias. Están diciendo muchas cosas desagradables sobre mi Will, sobre lo que ha hecho. Yo no me las creo. Mi Will nunca lo haría, pero la gente de los medios no deja de llamar. Me gustaría tener desenchufado el teléfono, pero Will llamó hace unos días, ¿estabas con él? — Ella hizo una pausa para tomar aliento, Página | 282 luchando contra las lágrimas de emoción—. ¿Pero escapaste con él? ¿Estás en problemas? —Escapé con él, sí. Sra. Drake... Lana, hay mucho de lo que tenemos que hablar. Pero la Alianza ya no está tras nosotros. No por el momento, de todos modos. Lo importante es que Will quiere que vayamos a un lugar seguro. — Irene estaba segura de que todavía estaban siendo observados. Y teniendo en cuenta el video que acababan de enviar a través de la web, se habían hecho más que enemigos de Lucien Whitmore, que era por lo que tenían que seguir a Takeo a Japón, a Refugio. Sigue la red. —La Alianza vino a verme, también, me dio la medicina —dijo Lana—. Pasaron ayer. Me preocupaba que hubieran encontrado a Will. ¿Está bien? —Hay un lugar al que la podemos llevar —dijo Irene y dio un paso hacia adelante, a través del umbral, para agarrar el brazo de Lana Drake porque se veía como si fuera a caer—. Y yo... nosotros podemos ser capaces de ayudarle a ponerse bien. Algo mejor que el medicamento de la Alianza. —¿Está Will allí? —preguntó ella, una lágrima se aferró a su pestaña antes de correr de forma lenta por su rostro. Irene asintió.

—Se reunirá con nosotros allí pronto. Lo prometió. —Mi Will nunca rompe sus promesas. —No, no, no lo hace. ¿Quiere venir con nosotros? Lana lo consideró y luego asintió. Intentó ponerse de pie sin su muleta, pero se tambaleó por el esfuerzo. Irene ofreció su brazo. —¿Me puede ayudar a empaquetar una bolsa, querida, y agarrar un par de tarros de conservas de mora de la despensa? ¿Le ha dicho Will alguna vez lo mucho que ama la mermelada de mora? Irene se rio. —Oh, sí. Nunca se calla al respecto.

FIN DEL LIBRO DOS

Página | 283

Agradecimientos Para Pete Sturdy y Jonathan Bush, dos tipos inteligentes cuyos comentarios fueron no solo absurdamente útiles, pero innecesariamente (y, sin embargo, deliciosamente) crueles. Lo hicieron bien, muchachos. Para Tracy Erickson, a quien voy a derrotar en combate medieval a orillas del Lago Cráter algún un día, pronto. Para Drusilla Connor. Gracias por leer los primeros borradores, Dru. Para Eugenie Furniss, ¡mi brillante y solidaria agente! Y a mi increíble editor Naomi Colthurst, que no solo allanó los muchos baches en el camino, sino que me condujo a un mejor camino para la historia. Gracias, Naomi.

Página | 284

Sobre el autor Página | 285

Joe Ducie, de 25 años de edad, nacido en Gran Bretaña reside actualmente en Perth, Australia Occidental. Joe fue a la Universidad Edith Cowan y se graduó en 2010 con una licenciatura en Antiterrorismo, Seguridad e Inteligencia. También ha estudiado Escritura Creativa y Profesional en la Universidad de Curtin. Cuando no está escribiendo historias, el trabajo de Joe en los últimos años ha consistido en la protección de fronteras, enlaces entre fuerzas militares nacionales e internacionales, consultorías de seguridad privada, vivir de una maleta, y viajar a algunos lugares interesantes diseminados alrededor del mundo. Es ante todo un escritor de fantasía urbana y ciencia ficción dirigida a adultos jóvenes y, cuando no habla sobre él en tercera persona, disfruta devorando libros a un ritmo absurdamente repugnante y deambulando por las montañas. Preferentemente, al mismo tiempo. Sigue a Joe en Twitter: @joeducie

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