LITURGIA DE LA PALABRA EPIFANÍA DEL SEÑOR -6 enero 2014Oración inicial Oh Dios vivo y verdadero, que has desvelado la encarnación de Tu Verbo con la aparición de una estrella y has conducido a los Magos a adorarlo y a llevarle generosos dones, haz que la estrella de la justicia no tenga ocaso en el cielo de nuestras almas, y el tesoro para ofrecerte consista en el testimonio de la vida. El esplendor de Tu gloria, oh Dios, ilumine los corazones para que, caminando en la noche del mundo, al fin podamos llegar a Tu morada de Luz. Danos, oh Padre, la experiencia viva del Señor Jesús que se ha revelado a la silenciosa meditación de los Magos y a la adoración de todas las gentes; y haz que todos los hombres encuentren verdad y salvación en el encuentro luminoso con Él, nuestro Señor y nuestro Dios. Amén. Una estrella ha guiado a los Magos hasta Belén para que allí descubrieran “al rey de los Judíos que ha nacido” y lo adoraran. Mateo añade en su Evangelio: “Entrados en la casa, vieron al niño con María su madre, y postrados lo adoraron”. El viaje del Oriente, la búsqueda, la estrella aparecida a los Magos, la vista del Salvador y su adoración constituyen las etapas que los pueblos y los individuos tuvieron que recorrer en su andar al encuentro del Salvador del mundo. La luz y su reclamo no son cosas pasadas, ya que a ellas recuerdan la historia de la fe de cada uno de nosotros. Para que pudieran experimentar la alegría de ver a Cristo, de adorarlo y de ofrecerle sus dones, los Magos han pasado por situaciones en las que han tenido siempre que pedir, siempre seguir el signo enviado a ellos por Dios. La firmeza, la constancia, sobre todo en la fe, es imposible sin sacrificios, pero es justo de aquí que nace la alegría indecible de la contemplación de Dios que se revela a nosotros, tal como el gozo de dar o de darse a Dios. “Al ver la estrella, sintieron una inmensa alegría”. Nosotros podemos ver la estrella en la doctrina y en los sacramentos de la Iglesia, en los signos de los tiempos, en las palabras sabias y en los buenos consejos que, juntos, constituyen la respuesta a nuestras preguntas sobre la salvación y sobre el Salvador. Alegrémonos, también nosotros, por el hecho de que Dios, velando siempre, en su misericordia, en quien camina guiado por una estrella nos revela de tantos modos la verdadera luz, el Cristo, el Rey Salvador. 1. Primera lectura Is 60,1-6 2. Salmo 71 Oh Dios, confía tu derecho al rey… 3. Segunda lectura Ef 3,2-3.5-6 4. Evangelio Mt 2,1-12
PREGUNTAS PARA AYUDAR A LA REFLEXIÓN 1. "¿Dónde está el rey de los Judíos que ha nacido?". ¿Me pregunto seriamente, sobre lo que es importante en mi existencia: Qué estoy buscando? 2. "Hemos visto su estrella y venimos a Adorarlo”. ¿Vivo de verdad una relación de amor con Dios, lo dejo entrar en el latido mismo de mi corazón? 3. “Al oír esto, el rey Herodes quedó turbado…”. Según tú, ¿por qué Herodes tiene miedo de un niño? ¿De dónde nace y qué alimenta el miedo 4. “La estrella, que habían visto salir, les precedía, hasta que llegó y se paró sobre el lugar donde el niño se encontraba”. ¿Hay una estrella que hoy guía tu camino hacia Dios? Invocaciones espontáneas... Padrenuestro... Oración final Señor Jesús, según una lógica nuestra, hemos dividido los hombres en “cercanos” y “lejanos”: los que se encontrarían junto a Ti, seguros e instruidos, y los que, en cambio, resultarían por elección o sin culpa suya del todo, no alcanzados por Tu salvación. Nosotros, naturalmente, estamos colocados en la primera categoría, ciertos de poseerte, de tenerte al alcance de la mano. Pero de tanto en tanto, Tú trastornas nuestros esquemas y nos haces encontrar “magos”, que vienen de lejos guiados por una estrella, que manifiestan un deseo y unas ganas de encontrarte desconocidos a nosotros. Todo esto, Jesús, nos incomoda, porque mirándonos en el espejo nos damos cuenta de que nos parecemos a los jefes de los sacerdotes y a los escribas que conocían de memoria la Biblia, pero permanecieron en Jerusalén, mientras los extranjeros sentían la alegría de encontrarte y de reconocerte. No permitas, Te ruego, que me cierre en mis seguridades, infunde en mí la inquietud de la Salvación. Amén.