Mariano Estrada

Animales en el corazón

© Texto: Mariano Estrada Vázquez www.mestrada.net © Edición: OBRAPROPIA, S.L. C/ Puerto Rico, 40-bajo. 46006 VALENCIA ISBN: 978-84-15671-78-7 Depósito legal: V-3521-2012 Impreso en España por Diazotec S.A. Primera edición: Diciembre 2012 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra son contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de un delito contra la propiedad intelectual (artículos 270 y siguientes del Código Penal).

www.obrapropia.com

Mariano Estrada

Animales en el corazón

A manera de prólogo

Una mirada a las fuentes

P

ara situar adecuadamente a los lectores, quiero decir un par de cosas. Primera: en el tiempo y lugar en que yo fui niño, la vida de las personas era inseparable de la vida de los animales. Segunda: la casa de mis padres era tan grande que los habitantes de la ciudad casi no pueden ni imaginarla. –¿Y por qué necesitaban tus padres una casa tan grande, si se puede saber? –Claro que se puede saber: porque vivíamos muchos en ella. –¿Muchos? ¿Cuántos son muchos? –Pues, mira, para empezar, éramos dos padres y cinco hermanos. –¿Y a eso llamas tú muchos? Para lo que entonces se llevaba, esa era una familia más bien reducida. –Cierto, pero vivían con nosotros un abuelo y un tío. –De todas formas, nueve no eran demasiados. –Ni demasiado pocos. Además estaban los gatos, que eran tres, por lo menos, ya que había numerosos ratones. –¿Gatos y ratones? Esos no cuentan. –Y también estaban los perros, uno para la caza y tres o cuatro para el ganado. Lo que quiere decir que había ovejas y cabras. Doscientas, entre unas y otras. –Pero esas estarían en un corral. –Claro, un corral enorme y descubierto, pero rodeado completamente de edificaciones, algunas de ellas con cobertizos para preservar a los animales de los inviernos, que eran largos y fríos. –Y tantas edificaciones, ¿para qué? –Para encerrar a las vacas, que eran tres, como mínimo, con independencia de los terneros que pudieran traer al mundo, que los traían. Además, había una yegua, a la que a veces le daba por parir, como es lógico. Y también había una burra con Mariano Estrada . Animales en el corazón

5

las mismas necesidades e inclinaciones que la yegua y las vacas. Todos estos «bichos» tenían allí sus cuadras, naturalmente. El resto de las edificaciones eran las siguientes: dos pajares, una panera, un gallinero, un leñero, un cubil, el portalón del carro y una cocina con horno en la que, además de amasar el pan, se solían curar los derivados de la matanza. Finalmente, estaba el edificio principal, que tenía dos plantas y era propiamente la vivienda. –Vaya, estás empezando a convencerme. –Y no te he hablado aún de los cerdos, que solían ser hasta tres, a veces hasta cuatro. Y las hembras, cuya esperanza de vida abarca un solo año, aportaban a la casa unas buenas camadas de gorrinos. –¿Había algún animal que no tuvieran tus padres? –Hombre, sí, elefantes no tenían, ni avestruces tampoco. Pero sí tenían gallinas, unas veinte o treinta, a las que a veces venía a visitar una zorra. También había un gallo con espolones y, de vez en cuando, el corral se llenaba de polluelos. –¿Habrá más animales en el mundo? –Sí, los conejos, que a decir que mi madre eran muy socorridos. –Y ya está, supongo. –Supones bien, si prescindimos de las moscas, que eran tan numerosas como molestas. Por otro lado, mi padre traía de vez en cuando alguna liebre, algún conejo o alguna perdiz, aunque estos entraban muertos en casa. –¿Y tus padres no tenían una jaula con pájaros, por casualidad? –No, los pájaros acudían libremente al corral, a birlarles el pienso de las gallinas, pero no exigían grandes espacios, ni siquiera los que anidaban en los árboles de la huerta, en los agujeros de las paredes o en los aleros de los tejados. Los pájaros eran auténticos regalos para el espíritu, ya que ellos nos daban cada mañana la música de la que nosotros carecíamos… –Y con los pájaros se agota la enumeración, quiero entender.

6

Animales en el corazón . Mariano Estrada

–Sí, solo quedan ya las minucias, que, sin embargo, tenían una importancia esencial. Te recuerdo que, ocasionalmente, los niños teníamos lombrices, que nos martirizaban hasta que hacía efecto el ricino. Y también había piojos, pulgas y liendres, que nuestros padres trataban de exterminar y nunca exterminaban del todo. Luego estaba el ganado, que solía dar cobijo a determinados parásitos incómodos y peligrosos, como las gusaneras y las garrapatas, que había que eliminar con zotal, un desinfectante de olores pestilentes. Toda esta caterva de bichos, y otros que quedan sin nombrar, no es exactamente cuantificable, pero tampoco ocupaban mucho espacio que dijéramos… –Ahora sí, ahora me has convencido totalmente: más juntos no se puede vivir… –Ni más revueltos tampoco. –Tampoco, tampoco. Puedes decirlo bien alto. –En tal caso, permíteme que insista: en el tiempo de mi niñez, del que los niños de ahora no saben demasiado, el mundo de las personas era indisociable del mundo de los animales. Pero ¿podía ser de otro modo? Creo que no. Más aún, creo que esa convivencia era propiamente la vida. A los que en un momento dado tuvimos que romper con ella, nos ha quedado dentro una marca que no es posible borrar, por más que pueda permanecer agazapada y silenciosa. En mi caso ha encontrado un cauce de liberación o desahogo a través de las palabras plasmadas en este libro que, si bien están racionalmente ordenadas, en realidad son borbotones atropellados nacidos a impulsos del corazón. Porque es ahí, en el corazón, donde, en armoniosa convivencia con las personas, he llevado siempre a los animales. Mariano Estrada, 25-09-2012

Mariano Estrada . Animales en el corazón

7

Mi corazón Mi corazón está atado al aldabón de la puerta; paciente como una mula, callado como una piedra ¿A quién espera? A nadie. Tan solo sueña. Los fríos no lo entumecen, los vientos no lo cimbrean. Está montado en sus años y no le duelen las piernas. ¿De qué se nutre? Del aire. De la más pura inclemencia. De los templados calores de la inocencia. Mi corazón es el sueño de una verdad de las buenas: la juventud sin dinero, la cuna, la adolescencia, el hombre con la palabra y no tan solo la lengua. Por eso tengo amarrado mi corazón a la puerta. Aquí viví con los hombres una verdad sin caretas. ¿Y qué hay más cierto que el sueño de una verdad que es eterna? Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

8

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Lobos: del miedo a la admiración Si mi cuerpo es de tierra suspirada, cuyo alimento es un agua de frío manantial, ¿qué vegetación va a cubrirme si no es de brezo y de roble? ¿Qué sombra he de sufrir si no es víbora o lobo?

L

a primera noticia directa que yo tuve del lobo fue una tarde de nubes y olor reciente de lluvia. Según calculo ahora, basándome en acontecimientos familiares de muy difícil olvido, habrían pasado siete años desde el día de mi nacimiento. Por un asunto de tratos en ganadería, de los que a mí me llegaba únicamente el enternecedor balido de los corderos, mi padre había ido a un pueblo de lo que para mí era entonces la ultramontana Cabrera, más allá de Velilla, donde había un lago azul, un pico muy alto, llamado Vizcodillo –que en agosto conservaba intacta la nieve–, y un lejano tufillo de supersticiones y fantasmagorías, no muy bien definidas, entre las que estaban las historias espeluznantes del lobo y los mágicos ululares de ciertas almas en pena, a cuya sombra se cobijaban los forajidos y malhechores. Podía haber ido a lomos de una yegua rojiza, que yo montaba a pelo entre galopes de temeridad y rozaduras, pero no había sido posible, pues la yegua estaba preñada y en la casa iba a haber un parto inminente; un parto que, si realmente ocurría, atendería con solvencia mi abuelo... Y ocurrió, fue un potrillo salvaje y pelirrojo por el que, casi un año después, arrancado de mis brazos por el tratante que lo había formalmente adquirido, yo sentí emociones elocuentes que terminaron en lágrimas. De regreso, atravesando las cumbres de la Sierra de la Cabrera, desde las cuales se abarcan las amplias lejanías de la provincia, pero también las cercanas laderas de Aguablanca, el Ferradal, Tijeo..., la tarde mandaba su inminencia hacia una noche cerrada. En ella estaban los miedos y las sombras, las meigas y los lobos. Mariano Estrada . Animales en el corazón

9

Mi madre, hecha de cariños y prudencias, me obligó a ir a la cama, una cama de roble y de carcomas donde yo acosté mis tímpanos despiertos... La habitación era un lóbrego vacío de ferocidades, algo así como las fauces negras de un lobo. Yo tocaba el suelo con la mano para crear la realidad y los objetos, porque mi madre se había llevado el candil y, en la tiniebla, el espacio era un tinglado de burbujas desvanecientes atravesadas por lluvias abundantes y amenazadoras: las aguas de mis ojos que plasmaban en el techo unos zarpazos de muerte... Pero la muerte no vino. Yo crucé la mañana del domingo en un letargo cansado y, al despertar, ya en las proximidades de la comida, una risa grande y unos ojos alegres y despiertos se estrellaron contra el rostro de mi padre que me miraba sonriente. – ¿No te levantas hoy, Jeremías? –me preguntó. –¿Por qué tardaste tanto? –le pregunté yo a mi vez, con acento de recriminación más bien perdonable. – Es que me salieron los lobos –dijo él, tan tranquilo. – ¿Sí? ¿Y qué hiciste? –repliqué yo, entre admirado y temeroso. – Muy fácil, me subí a un roble y esperé a que se hiciera de día. – ¿Y los lobos, no intentaron cogerte? – Pues claro, pero yo no los dejé... ¿Qué te habías creído? – ¿Y por qué no llevaste la escopeta? – ¿Para qué, si me bastó con la cacha? Le fue suficiente con la cacha... Y la cacha era de roble, por supuesto. Y el roble era magnífico y robusto, como mi padre. Y yo, que siempre he amado a mi padre, amé también al roble. Hoy amo al roble y a mi padre, que ya ha muerto. Pero también a los lobos, que afortunadamente perviven en los montes de roble de Velilla. ¿Qué sería de ellos si mi padre, aquella noche oscura y tenebrosa, hubiera matado a sus desconsiderados antecesores?

10

Animales en el corazón . Mariano Estrada

La loba Anduvo a rabiar por el monte detrás de una loba parida, con perros que siguen el rastro, con ojos de acecho y vigilia. Siguió los regueros del agua, las cuestas abajo y arriba; llevaba polainas de cuero y postas de plomo y mochila. Pegó con manadas de corzos y dio con la zorra, que huía; con tejos, con gatos monteses y hurones que acaso no había. De aquello que andaba buscando, de aquello, ni loba ni cría. De pronto, mirando a la luna, se vio con la barba crecida. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

11

El gorrión desprendido Para Guillermo (1), que tiene patria en Muelas, con los pájaros.

F

ue en el lapso de tiempo que va de un sol pajizo y declinante a la hora imprecisa de los murciélagos. En lógica correspondencia, las pizarras azules de los tejados y los sillares grises de los edificios tenían sombra en el este, matizando así la uniformidad machacona de los colores. Sobre un silencio esencial y una calma de densidades perceptibles, la tarde se extendía en un susurro de árboles y un piar creciente de pájaros. La torre de la Iglesia, con su veleta de gallo venturoso, apuntaba hacia un oscuro azul, un cielo extenso con purezas de campo y de montaña. Finalmente, una brisa suave y cadenciosa corría por las calles con las melazas de agosto. En ese espacio adusto y apacible, casi íntimo, donde la belleza es sencilla y la naturaleza exhibe una semblanza armónica y antigua, Guillermo pudo sentir con alterada sangre los pálpitos de vida de un pequeño gorrión. Fue un instante mágico, por lo que el hecho tiene de misterioso. Emancipado del nido antes de hora, acaso desprendido por accidente, el gorrión se debatía entre desesperados aleteos y conatos inútiles de fuga, hasta que ¡zas!, alguien lo cogió sin excesivas dificultades y, con meditada delicadeza, se lo depositó en el asombro de los ojos y de las manos. Guillermo resistió con entereza los naturales intentos de liberación del asustado pajarillo y, cuando este se tranquilizó y abandonó los forcejeos, pudo percibir en su conciencia de niño de seis años la suavidad de un plumaje virginal, la dulzura de unos ojos desamparados y los latidos conmovedores de un corazón que, como el suyo, apenas había salido a la calle y a la vida. Con la lógica de un niño pequeño y, dado que estaba en aquel pueblo de visita, Guillermo quiso guardarlo en una caja de cartón para llevarlo a su casa de Alicante, junto al mar y la luz y las gaviotas. Allí lo tendría para siempre, cuidándolo con hojas de lechuga,

12

Animales en el corazón . Mariano Estrada

con agua, con alpiste, con azúcar de multiplicada eternidad. Su padre, en cambio, con la lógica aplastante de una persona mayor –si bien con el disgusto de tener que arrebatarle a Guillermo una ilusión no solo comprensible sino en cierto sentido incluso maravillosa–, le dijo con firmeza, aunque también con amor y con ternura, que su deseo no podía cumplirse porque el gorrión se moriría de juventud y de pena, que necesitaba a sus padres y a sus hermanos, que necesitaba aquellos árboles, aquel clima, aquellas aguas, que le era imprescindible aquel paisaje, aquel ambiente. Que toda la grandeza del mar no iba a ser bastante para salvarle la vida. A los ojos de Guillermo acudieron las mareas del Mediterráneo, pero hizo un ejercicio de comprensión y logró ver que su padre, por esta vez, había pensado las cosas con la lógica de los mayores, pero en claro favor de los pequeños. Acaso el gorrión no necesitaba una protección tan rigurosa como su padre le había dicho, pero sí la compañía de sus ya añorados congéneres, la naturaleza amable de aquel concreto lugar, llamado Muelas de los Caballeros, y la libertad que reclamaban sus alas para tener apego a la vida. De todos modos, para evitar unas lágrimas mayores que las precedentes –y ya serían casi de dimensiones oceánicas–, su padre tomó el pájaro en las manos y, en una distracción de Guillermo –de las que son tan frecuentes en los niños–, corrió a depositarlo amorosamente donde por fuerza había de encontrar a los suyos: en el exacto lugar en que su libertad, si bien con intenciones muy nobles, había sido violentada e interrumpida. Al saber lo sucedido, Guillermo –ahogando en su doliente corazón unos latidos muy grandes que huían hacia el pájaro–, decía estar conforme mediante leves asentimientos de la cabeza, pero miraba a su padre desde un hoyo de resignación, callada, pensativamente, con la voluntad y la fuerza necesarias para contener las tempestades del mar, que otra vez se aproximaba a sus ojos. (1) Guillermo es hijo de José Luís Ferris, poeta, escritor y biógrafo de Miguel Hernández.

Mariano Estrada . Animales en el corazón

13

La vaca de Severiana

C

omo era de esperar, la Navidad había venido con nieve, mucha nieve, tanta que las casas con fachadas a barlovento amanecieron con las puertas cegadas. La estampa era hermosa. El manto que cubría las calles, en sus puntos más gruesos, ganaba en altura a los perros y a las ovejas, e incluso a ciertos niños de 6 o 7 años a los que la malicia no dejaba crecer. ¿Sería cierto aquello de que la malicia no deja crecer a los niños? – ¿Eh, papá? –preguntó Isidro–. ¿Es verdad eso que dicen de la malicia? – Puede ser, hijo, puede ser –respondió Juan, su padre, y en su respuesta iba un aderezo de sorna–. Ya sabes que «cuando el río suena...» – Sí, y también sé que cuando llueve hay barro. Pero tú, ¿qué dices, eh? ¿Te parezco yo pequeño para mi edad? – ¿Pequeño, tú? ¡Nooo! Una vaca tendría que cagar dos veces para taparte... Con semejante nevada ante sus ojos, la gente no sabía qué hacer ni para dónde tirar, pero el Alcalde, en un concejo de urgencia al que los hombres acudieron con picos y las mujeres con palas, o al revés, no sé, pero todos ellos armados de voluntad y, por supuesto, pletóricos de musculatura, mandó llenar el pueblo de un tinglado de zanjas que a los niños les resultaban divertidas. Hartos de batallas campales o de hacer horribles muñecos, la ocasión era excelente para jugar al «escondite, lerite, tranliré, móquili–móquili, zis–zás, tú salvadito estás». Y ello fue así hasta que se puso delante la vaca de Severiana. – ¿La que se tira? –preguntó Jacinto, Herrero de apellido y de profesión, gracias a la fragua que, por mitad, le habían dejado sus padres. – La que se tira o la que se cae –respondió Tiburcio, quien gozaba de las mismas herrerías y era un poco mayor–. Porque has de saber, Jacinto, que en este otoño último se le cayó al pozo ella sola.

14

Animales en el corazón . Mariano Estrada

– Al pozo van los gatos de agosto, pero no van solos. Uno cae del burro o del tejado por accidente, no por voluntad. Las hojas caen del árbol a su tiempo, también la fruta madura. Cae la lluvia y la nieve y el granizo... Cayó Jesús, cayó el Imperio Romano.... Caer no está en la intención, Tiburcio, y yo te digo: esa vaca embiste... Disquisiciones aparte, lo cierto es que la vaca apareció de repente por el carril y los muchachos, cogidos por sorpresa, no veían refugio donde meterse. Algunos de ellos eran tan pequeños que andaban casi en pañales. – ¡Ese niño! ¡Ese niño!... –Gritaron varias voces mayores desde sus respectivas atalayas. Pero el niño no se inmutó. La vaca le pasó por encima sin hacerle un solo rasguño y, con aire suficiente y majestuoso, se dirigió hacia el centro de la Plaza de Matalera, que también era el centro de aquel improvisado laberinto de nieve. Allí clavó sus patas en un quietismo extraño y, de este modo, los vecinos agolpados en los alrededores pudieron ver erigida la estatua que algunos no dejaban de reclamar y el Alcalde no acababa de conceder. «Por mis huevos de Alcalde, que son equilibrados y comprensivos, ¿para qué querrán una estatua estos mamones, habiendo como hay necesidad?». Nevaba en los horizontes de Muelas. Los copos se depositaban mansamente sobre la ancha piel del cuadrúpedo, cuyo pelo era rubio y bermejo. Nevaba en los castaños y en el tilo, en las acacias y en los aleros, pero ahí nevaba ya sobre nevado. Nevaba también en las espaldas de los concurrentes y en las sufridas orejas de los que, teniendo puesta la boina, no la tenían calada hasta las amígdalas. La vaca seguía en sus quietudes, tal vez en sus profundos nirvanas. – ¡El Minotauro! –gritó Fernando, un diletante que, por razones no indagadas, pasaba las Navidades en Muelas. Se trataba de un ingeniero de Zamora que tenía en común con su mujer una barriga de imposibles cinturones, anchas vestimenMariano Estrada . Animales en el corazón

15

tas y muy flexibles tirantes. No tenían hijos. Se decía que los médicos no les daban explicación, y esa explicación que no les daban los médicos se aceptaba en el pueblo como causa de no poder tener hijos, sin meterse en mayores honduras. Pero los niños tenían un porqué de verdad: – Hombre, porque con esa barriga no le llega, ¿por qué otra cosa va a ser? Y creían saber el remedio: – Coño, con ponerse atravesados... En lo tocante a la vaca, nadie acertaba la razón por la que había llegado al baile ella sola. ¿De dónde había salido? – De Creta –insistió Fernando, y miraba intensamente al Alcalde. – Que no decreto, hombre, que no decreto –dijo este–. El presupuesto no da para estatuas y mucho menos con artificios y cinceladuras. – Decreto yo por ti, Alcalde –replicó Juan–. Y decreto de este modo: si los de Cuenca son cuencos, como parece, los de Creta han de ser cretos por necesidad, o al menos por derivación o por lógica, pero puede que la excepción haya hecho que algunos sean simplemente cretinos. Esta no es Minotauro, don Fernando, bien se ve, esta es una vaca marela que al sacar el hocico a la nieve le ha dado un pasmo de congelación... – No es marela, Juan, sino bretona –dijo el mayor de los Herreros. – ¿Y no será la Bruja Dolores? –medió Jacinto, su hermano y socio, que seguía de cerca la tertulia–. La melena que tiene es una mata florida y el rabo un espeluzno con tirabuzones... – Entonces no hay más que hablar –sentenció Fernando–. Es el Minotauro vestido de Piconera. Se hizo un breve silencio, durante el cual, la cordura de los presentes miraba hacia la extraña chaveta de Fernando, que algunos creían atolondrada: «Panza tienes mucha, mamón, pero el exceso lo llevas en el cacumen. Si tuvieras algo que hacer...». A Jacinto, en cambio, todo el mundo le perdonaba las ocurren-

16

Animales en el corazón . Mariano Estrada

cias y las sandeces, porque, siendo estas claras y distintas, eran parte inexcusable del acervo corriente de los vecinos. Las de Fernando eran cábalas oscuras que, siendo de difícil comprensión, no hallaban encaje ni acomodo dentro de la tradición aborigen. – ¿Y tú que ves, chaval? –le preguntó a Isidro una voz de mayor que, procedente de una retaguardia en altura, resultó ser la de un tal José Antonio, primo de la familia. – Yo veo una montaña nevada –contestó Isidro, al tiempo que se rascaba una falange amenazada de sabañón. – Ya, y yo soy Franco, no te amuela... – No, tú eres José Antonio, que te conozco. Y también conozco a Franco, que tiene un comercio de ultramarinos enfrente de mi casa. Y se llama Francisco. Y tiene bolas de anís. Lentamente, el cielo se iba abriendo e iba entrando la luz. En la plaza se instaló una blancura inmarcesible cuya intensidad hacía daño en los ojos. La gente empezó a desfilar con parsimonia y hasta la vaca tomó de nuevo el carril para dirigirse mansamente a la cuadra, donde, si no el calor de un hogar, tenía el de la paja menuda. Y también tenía el pienso, que, tal como expuso Descartes en su día, es la confirmación in extremis de la existencia. El narrador es consciente de que ha dicho a la cuadra y tal vez hubiera debido decir al establo. ¿Por qué? Porque hay algunos países en los que, aun siendo del entorno de nuestro idioma, una misma palabra puede tener significados diferentes, induciendo a confusión, como puede verse en este texto de Borges: «Lento el andar, en la posesión de la espera, llego a la cuadra y a la casa y a la sincera puerta que busco». No obstante, en los pueblos de La Carballeda zamorana, el establo se asocia mayormente con el Portal de Belén y, este, debido a sus connotaciones ecuménicas y religiosas, ha gozado siempre de la consideración de impoluto, algo que evidentemente no trasmite la cuadra. Por otra parte, es cierto que la cuadra tiene un nombre menor: la corte, pero todo el mundo dice que la Mariano Estrada . Animales en el corazón

17

corte está en Madrid y que de tales identidades nominativas solo pueden salir inconveniencias y mancillamientos, dados los agravios de contenido. – A ver si te embiste el Minotauro, Fernando, que tú no pasas desapercibido y el laberinto tiene los carriles estrechos. – Más los tiene la vida, Juan, y, de una forma o de otra, por la vida vamos airosos. Además, ya se ha roto el hechizo y el que antes fue Minotauro ahora es solo una vaca. – Nada es del todo lo que parece –arguyó Juan con una cierta ironía–, pero, por más que las cosas descarrilen, todo vuelve a su esencia primigenia. La nieve se licuará y el laberinto será tierra de nuevo. Eso sí, tierra mojada. La tierra se hará barro y el barro se hará polvo. De manera que en el polvo confluiremos, allá por el verano, porque en verano volvéis, ¿no?, calculo... Y, mira, cuando el verano se agoste, confluiremos en el polvo de la eternidad, que es ceniza y es frío... Durante unos instantes, la vaca de Severiana fue una estatua de nieve y de belleza. La de Eleuterio había sido en su día un modelo de canto y de fornicación. Si las vacas de la India embistieran no podrían ir sueltas por las ciudades, sorteando los automóviles, engullendo los lotos de los jardines, sacralizando sus rumios bajo una estatua de Buda o de Vishnú. La vaca de Severiana era un poco toruna en las maneras, pero no fue nunca machorra. Parió varios terneros en su larga vida. El último le vino atravesado y... ¡Bendito sea Dios!: se los llevó la parca. Pero eso fue más tarde, en los tiempos de la prosperidad, en los que Isidro había salido del pueblo para hacerse un hombre.

18

Animales en el corazón . Mariano Estrada

La desgracia tenía nombre de perro A mis hermanas Charo y Tere, que recordarán muy bien estas cosas.

T

ranscurrida la primera juventud, cuando Isidro ya era, sin remedio, todo lo hombre que se podía ser desde su metro sesenta y cinco de estatura, algo más dotado en inteligencia, pero no lo suficiente como para entrar en los servicios de espionaje, y algo más dotado de corazón, aunque no haya muerto de amores finalmente, ni haya dado el alma a ciertas causas honrosas con más o menos grados de humanidad. Es decir, cuando Isidro era el hombre que sus padres, ya muertos, hubieran deseado que fuera... Entonces, solo entonces, Isidro se dio cuenta de que los paraísos perdidos son los únicos cielos posibles, ahora y en la hora de nuestra muerte, incluso antes y después. Pero sus padres, que habían arrastrado sus cuerpos por aquella tierra tan dura y tan poco generosa en su correspondencia con las inexcusables abnegaciones, le habían dicho siempre que él estaba llamado a otras cosas más altas: más grandes y más altas. Sin embargo, desde la ciega transparencia de los besos, Isidro veía aquellas otras cosas como una caverna de oscuridad. – ¿Qué cosas? –preguntó, plasmando en la pregunta todos los temores del mundo. – Tenedor de libros, hijo, un oficio de sabios –contestó su padre, con tono de seriedad y de respeto. ¿Tenedor de libros? Tornadera de diccionarios. Horca de palabras. Pincho malo. Mala espina... ¿Qué oficio era ése? ¿Cómo se tenían los libros, quién te los daba? ¿Y dónde había que tenerlos, y para qué? ¿Y había que estudiar para ser una cosa tan tonta? Un mundo incomprensible, una cueva oscura. Cada vez que veía un tenedor lo veía clavado en el Catón, único habitante, en libros, de su casa, para luego transformarse en un tridente sostenido por un demonio. Yo te arrojo al averno... También Mariano Estrada . Animales en el corazón

19

se imaginaba de rodillas, con dos gruesos diccionarios en cada mano y la maestra expectante y vigilante para que no se inclinara el ecce homo de los castigos, la balanza justiciera de los brazos en cruz... Tenedor y cuchillo, a veces cuchillo solo. «Esos brazos, muchacho, arriba España». – Yo no quiero ser esa cosa –concluyó tajantemente. – Bien, pues serás ingeniero de caminos. Y entonces se veía de caminero, como Ambrosio el Zurdo, con una pala al hombro paseando por los bordes de la carretera, diz que arreglando las cunetas. ¿Cun eta mano o cun eta ota? La carretera era de grijas y gravilla, coches no había casi ninguno, los carros campaban a su antojo tirados por su lenta caballería rusticana, tanto por carreteras como por caminos, incluso campo a través. ¿Qué tenía que hacer allí un ingeniero? – Sustituir al burro –dijo Juan, entre «brómulas» y «vérulas». Y como Isidro se quedara mirando, puntualizó: – Los burros van por lo fácil, es verdad, pero hacen muchas curvas y los coches de hoy en día se saldrían por la tangente. El carro en el que viajaban emitía unas sonatas de alta pedrería de granito y regios golpes de tango, que en las cuestas arriba era un tango de lentitud, parsimonioso y eterno. El cielo era azul y contrastaba con los colores melosos del otoño: robles ocres, castaños y chopos amarillos... La temperatura era suave, casi veraniega, y la tarde se inclinaba hacia un ocaso de sombra venturosa. En aquellos momentos, la idea de que se pudiera ser más feliz, a Isidro no le hubiera cabido en la cabeza. Sus padres hablaban y reían, él oía y callaba, sentía y se empapaba. Nada más. El carro prolongaba su concierto de ejes contra bujes, de quejumbres extraídas a las maderas, de llantas que se batían machacona y tenazmente con los morrillos. El amor tenía el tamaño de los árboles, de los montes, de las amplias lontananzas que abarcaban la imaginación y los ojos. ¿Quién podía pensar, desde la afabilidad de esos instantes, que el tiempo atmosférico iba a dar una vuelta de campana para transformarse en aquella horrible tormenta en la que los

20

Animales en el corazón . Mariano Estrada

cielos resplandecían y se resquebrajaban y la lluvia caía con una intensidad aterradora? La Serrería de Donado tenía las puertas cerradas, de modo que descargaron los troncos que, no sin ciertas dificultades, habían cargado anteriormente en el sobrante de Valdelaseras. Dificultades provenientes de que una de las vacas estaba a medio domar y quiso andar a la contra. La Virgen de La Peregrina, cuya romería se celebra en septiembre, solía traer unas lágrimas copiosas en otoño, pero no en su dimensión de diluvio universal, como era el caso, ni en sus retumbes de dios escandinavo y enfurecido, sino con ponderada intensidad y no menos clemente mansedumbre. ¿Habría pecado alguien de soberbia, que es pecado fanático e inmundo? Descargados los troncos, cosa que hicieron con soltura y con apremio, el cielo se rompía en largas grietas eléctricas que, no por casualidad, sino por algo semánticamente parecido, se convertían en fuegos deslumbrantes que, a su vez, dejaban en la noche una oscuridad infinita. Tanta que los ojos, tras aquel aparato incandescente, se quedaban inservibles durante unos interminables segundos, incluidos los ojos de las vacas que, sin gobernante y sin timón, se salían de la carretera por sus tangentes sin curva. Juan no sabía qué hacer, salvo tratar de encarrilar a aquellos pobres animales desorientados desde unos ramalillos invisibles y escurridizos. Ana apretaba a su hijo contra su corazón, donde también apretaba sus miedos. Finalmente, los tres se daban de bruces contra las lógicas prevenciones de las vacas que, temerosas y perdidas, acababan deteniéndose en la oscuridad de la carretera y en la incertidumbre repentina del mundo. Con acertada decisión, el carro había quedado aparcado en la Serrería. – ¿Sabéis lo que podemos hacer? –dijo Isidro, que parecía el más clarividente de los cinco. – ¿Qué? –respondieron sus padres a una. Las vacas no dijeron ni mu, pues aunque a veces se expresan claramente en el lenguaje de Brahma, los intrépidos bramidos de Thor las haMariano Estrada . Animales en el corazón

21

bían acobardado y enmudecido. – Pues, mirad, yo cierro los ojos y los aprieto bien con la mano hasta que pasen los relámpagos. Luego los abro y os guío. Vosotros me avisáis cuando terminen los resplandores... Esa fue la forma en que a Isidro, de quien su padre decía que era listo como las avispas, pero no creía que tanto, se le había aparecido la Virgen de la Peregrina, patrona de un pueblo tan pequeño que casi podía meter todas sus casas, incluidos los pajares y los corrales, en aquel esplendoroso santuario de piedra que tanta devoción suscitaba no ya entre los vecinos, sino entre los vecinos de los vecinos de los vecinos, en un rosario extenso que trascendía las parameras de León, la Maragatería de Astorga y la famosa Burga de Orense. Pero ello no contuvo las desatadas furias de los cielos; al contrario, tan inclementes se mostraban estos que hicieron proferir a su padre: –¡Lá óspera, cómo relampampija! Por su parte, y según lo convenido, Ana estaba al quite de los deslumbramientos, esperando los principios de la oscuridad. –¡Ahora, Isidro, ahora!... ¿Ves algo? –le espetó en el momento oportuno. –¡Sí, sí...! –contestó Isidro, con una voz que trataba de trasmitir confianza y alegría. (Él estaba seguro de su éxito, puesto que, antes de anunciar aquel plan, lo había experimentado por su cuenta). Su madre le apretaba la mano con gratitud, casi con lágrimas. – Así me gusta, hijo –le animó–. Valiente, como tu abuelo, que rompió la cincha a pedos. La alegría era grande. La felicidad ensombrecida por la tormenta había sido parcialmente recuperada. Isidro estaba contento, casi exultante, casi luminoso; se sentía pequeño como un niño, pero útil y responsable como un David armado con pacíficas hondas de inteligencia. No era para menos, pues aquella idea feliz estaba sacando a sus padres de un apuro engorroso. Y de paso lo hacía con las vacas que, por supuesto,

22

Animales en el corazón . Mariano Estrada

eran parte sustantiva de la familia. Es cierto que proseguían los chuzos y los truenos y las emanaciones luminosas y cegadoras, que el infierno no había cerrado aún sus puertas de fuego y chaparrón, que los corazones latían con la insistencia cercana del peligro. Pero allí estaba Muelas ya, de frente, más que vislumbrado intuido, a menos de un kilómetro de sus agobios y comezones, con toda la felicidad que, sin duda, se iba a restablecer a su ya inminente llegada. Lo que no pudo restablecerse tan pronto fue la electricidad de las bombillas, cuyos voltajes eran corrientes y molientes, casi como aquellos de la tahona de Peñalavega que fueron anteriores a los postes de madera alquitranados y a la catenaria repetida de los tendidos. De modo que prendieron la lumbre y el candil, se cambiaron de ropa, tomaron una cena frugal y, finalmente, después de reconocerse agraciados por el cielo, se metieron felices en la cama. Ya de mañana, contenidas las furias celestiales y a la luz hermosa del sol, vieron con espanto que, detrás de aquel monte de alegría, la felicidad era trunca. Ahora tocaba la desgracia y la desgracia tenía nombre de perro: se llamaba Totó... Más que un perro al uso, Totó era una especie de confluencia de manifestaciones familiares que, de otra forma, hubieran tenido una difícil canalización, algo así como un vínculo amoroso en el que todos se encontraban a gusto. Había otros perros en la casa, tres o cuatro, según, todos ellos queridos, por supuesto. Pero este era Totó, el ungido por las estrellas, el que había nacido con bula, el que llevaba en su ingenuidad y en su descaro un trozo del corazón de sus dueños, especialmente de Isidro, quien, por haber crecido con él, tenía el alma llena de sus innumerables arañazos, de sus juguetonas dentelladas, de su inagotable y amorosa saliva. El día anterior, por causas que no es necesario recordar, Totó había quedado amarrado a la cancela de un cobertizo, hecha de tablas de roble a media altura y colocadas de punta. Al parecer, el perro se había asustado con la tormenta y había tratado de saltar hacia la parte de dentro, donde acaso esperaba sentirse Mariano Estrada . Animales en el corazón

23

protegido. Y efectivamente, saltó, pero la cadena a la que estaba atado era corta. No llegó al suelo, a pesar de que el pobre lo intentó con desesperación, estirando completamente las patas. Cuando Juan se percató de la desgracia, tenía la lengua fuera y estaba rígido y frío, tal como corresponde a un cadáver. En la casa quedó un tufo de dolor, un ahogo triste y un halo de resignación y de muerte. Isidro lloró con soledad, con impotencia, con la amarga desesperación de un niño indefenso. De nada le valían los consuelos, tan poco convincentes, que trataban de darle sus padres. Después de todo, los corazones de sus padres también estaban llenos de desolación y de angustia. Totó era un perro lanudo que tenía un cascabel dorado y una cara de bendición y de mimo.

24

Animales en el corazón . Mariano Estrada

La importancia de las abejas A Daniel Estrada y a Eli Expósito

A

lomos de una yegua rojiza, Juan, padre, e Isidro, hijo, se dirigen al colmenar de Tijera (Tijera es el nombre de un precioso paraje de Muelas de los Caballeros, en la provincia de Zamora). A la altura del cementerio, se les une una tercera persona que, en contra de lo que pudiera parecer, no es el Espíritu Santo, sino un ocasional compañero de viaje. Se llama José Antonio y lleva perro y montura. –Los cementerios siempre me producen escalofríos –reflexionó el incorporado en voz alta. –Hombre, en el invierno son lógicos –repuso Juan con un rictus de sorna. –Lógicos o cronológicos, lo cierto es que la carne se me pone de gallina. –Entonces, José Antonio, el caldo lo tienes de balde. El lugar llamado Tijera, donde se curva el Fontirín para adentrarse, después, en territorios ignotos, es la parte más baja que Isidro anduvo nunca del río, un río cuyas aguas transparentes permiten ver a las truchas cuando salen de sus escondrijos bajo las piedras. Y es ahí, bajo las piedras, donde a veces son sorprendidas por determinados pescadores aventureros que, emulando a un gato famoso, suelen pescar con botas. Otros pescan con cañas de bambú, pasando del mosquito a la cucharilla, tal vez de la paciencia al desánimo. El trasmallo se considera un aparejo depredador y está prohibido por ley, como la nasa. No digamos las redes o los venenos. –¿Y la lombriz? –inquirió en este punto José Antonio. –Quien pesca con lombriz –repuso Juan– no solo no transgrede la ley, sino que es un inocente y un cándido. A no ser que las lombrices sean las propias, porque entonces está ahorrando el ricino. –Tan cierto es lo que acabas de decir, Juan, que incluso tiene Mariano Estrada . Animales en el corazón

25

un nombre: pescar a ojete. –¿Con lombrices? No sé, José Antonio, la versión original venía con un garbanzo en el culo... A pesar de la edad, o precisamente por ella, a Isidro no le impresionaban estas conversaciones de chirigota que, asumidas por la costumbre, tomaba exactamente por lo que valían. En cambio, había otras cosas que, siendo mucho más naturales, no le dejaban de impresionar: –¿Sabes, papá?: ayer vi una culebra que estaba tragándose a una trucha. –¡Vaya! ¿Era la primera que veías? –Sí, la primera. La tenía engullida por la mitad y no podía moverse. ¡Menuda boca, Dios, parecía que se le iba a desencajar! –Claro, la trucha sería grande y... –razonó Juan, un tanto absurdamente–. ¿Y tú qué hiciste? –concluyó. –Nada, las empujé con un palo hasta la orilla y las estuve mirando un buen rato; luego las dejé donde estaban. –¿Y no sentiste una especie de repelús? –Al principio, sí, un poco. Luego las miré tranquilamente y... ¡qué quieres!, al final me dio pena. –¿Pena? –se sorprendió Juan–. ¿Por qué? –Hombre... –razonó Isidro, tratando de justificar su sentimiento–, la trucha estaba muerta, la pobre; y la culebra era inválida... ¿Cuánto le costará digerirla? –No lo sé, Isidro, pero tiene todo el tiempo del mundo... Al llegar a Villarrío, donde la primavera es un manto que estremece, José Antonio procede a despedirse de sus circunstanciales compañeros de viaje, pero antes se ve en la necesidad de decir: –Virgen Santa, Juan, ¿será por flores?... Si este año no hay miel es que las abejas son zánganos. –Así es –contestó Juan, desde una satisfacción no contenida–. A finales de semana las colmenas pueden ser hervideros; además, los robles van a atiborrarse de enjambres. –¿Enjambres? –se sorprendió José Antonio–. Yo soy lego en abejas, Juan, pero si veo un enjambre lo que hago es que salgo

26

Animales en el corazón . Mariano Estrada

zumbando. –Bien se ve, José Antonio –se apresuró a decir Juan– que tu reina no es de este mundo. Pero estás en un error: las abejas de un enjambre pierden el instinto de la picadura. Mucho las tienes que cabrear para que piquen. –¿Cabrearlas yo? ¡Ni churros, hombre! Y te digo más, Juan, acabas de conjurar el peligro de por vida... A medida que avanzaba la mañana, la mente de Isidro se iba acabando de despejar. Máxime cuando los pensamientos, tras la última conversación de los mayores, estaban taladrados por las abejas. –Papá –dijo, mientras miraba las espaldas de José Antonio–. ¿Es verdad que las abejas son machorras? –Sí, salvo la reina, que es la que pone los huevos. –Pues a mí me parecen delicadas y femeninas, como las mujeres. –Y lo son, pero también son estériles como las mulas. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? –No sé, yo me acuerdo de Justa, la hermana del pastor, ya sabes. Es una mujer pero parece un hombre. Las abejas, en cambio, jamás parecen zánganos. –Menos mal, Isidro, así no se matan entre ellas. –¿Y por qué los matarán, por holgazanes? –¿A los zánganos? No creo –, contestó Juan, serena y razonadamente–. Lo hacen porque, cumplida su misión, las abejas los juzgan inservibles. –Entonces, papá, ¿por qué no matamos nosotros a los viejos? –¡Vaya una pregunta, muchacho! –se admiró Juan, en tanto meditaba una respuesta–. Las abejas –dijo finalmente– actúan por instinto. A nosotros, por fortuna, nos mueve el corazón y las razones. Cuando a Isidro le decían en la escuela que mayo era el mes de las flores, nadie le hablaba jamás de las abejas, sino de la Virgen. ¿Por qué? Es más, nadie pensaba en las abejas cuando, por indicación de maestros o de curas, salía a coger flores a los Mariano Estrada . Animales en el corazón

27

prados para ofrecérselas a La Virgen. Y para colmo, a la Virgen se la honraba con flores pero, como éstas, posteriormente, no se veían muy bien en el altar debido a que la Iglesia era oscura, entonces se iluminaban con cirios. ¿Y a alguien se le ocurría pensar que los cirios provenían de la cera donde las abejas depositaban la miel? No, la Virgen se llevaba las flores y los cirios, porque tenía de antemano la veneración, lo cual se relaciona con la fe. Y la fe mueve montañas, ciertamente, pero sugiere la sumisión de la voluntad, y la sumisión de la voluntad asume el reconocimiento de la concepción sin mancilla. Virgen y madre. Génesis misteriosa. No ha conocido varón. Para ella los cirios y las flores. –Papá: ¿las abejas son importantes? –No sé, Isidro, ¿es importante la miel? A Isidro se le fueron los pensamientos a las rebanadas de pan de la merienda y reconoció gustosamente: – Sí, la miel es importante, pero, si quitáramos la miel, ¿las abejas seguirían siendo importantes? –Tú dirás, muchacho, ¿son importantes las lagartijas y las mariposas? Las colmenas eran troncos de roble vaciados interiormente, sobre los que se ponía, después, una losa plana de pizarra. Entre el vaciado de los troncos y la colocación de la losa, mediaban unos cuantos agujeros, por los que las abejas se comunicaban con el mundo, y una serie de travesaños que servían de sujeción a los panales de cera. Las colmenas de Juan estaban en el interior de un recinto, levemente escarpado y pizarroso, en el lateral este del Fontirín, quedando hacia el oeste el agua y la vista. Las flores emergían por todas partes, ya que el monte limítrofe era un brezo profuso y extendido. Los alrededores del colmenar, incluidas las paredes y los peñascales, acogían a una hueste prolija de lagartijas. ¿Eran importantes las lagartijas? «Tú dirás, muchacho». Las mariposas trazaban sobre las flores un número incontable de revoloteos. ¿Eran importantes las mariposas?

28

Animales en el corazón . Mariano Estrada

–¡Siiií! –gritó Isidro de pronto–. ¡Las abejas son importantes! –Vaya –replicó Juan–. ¿Y cómo lo has sabido? –No lo sé, papá, solo te puedo decir que estaba viendo un campo enorme de flores donde, extrañamente, no revoloteaban las abejas ni las mariposas, y pensé: esas flores no pueden ser solo para la Virgen, porque juntas no cabrían en todas las catedrales del mundo. Pero las flores, cortadas por manos invisibles, llegaban en manojos a la Iglesia, amontonándose en el altar, donde crecían y crecían... Hasta tal punto crecieron que los fieles, «Venid y vamos todos», se vieron aplastados contra los muros, «con flores a porfía», donde antes se proyectaban sus cánticos, «con flores a María», y ahora se ahogaban sus estertores, «que Madre nuestra es».... Ninguna mariposa, ni una triste abeja, ni un solo abejorro... –¡Caramba! –susurró Juan, entre ahogos y enternecimientos–. Sí que has ido tú lejos con los dibujos... Pero Isidro, que estaba como ausente, no dio muestras de oír el comentario de su padre, de modo que prosiguió con la linde: –Entonces miré hacia el exterior y vi la escuela sin niños, los aleros sin golondrinas, las calles sin gatos y sin perros. Y de pronto me vi solo en el mundo: sin padres, sin hermanos, sin amigos, sin sonrisas... Por eso temblaba cuando grité. ¿Te diste cuenta? Por eso te he cogido la mano... –Pues ahora me la tienes que soltar, amigo, porque acabas de reencontrarte con el mundo y porque, mira, ya nos están esperando las abejas. Cuando llegaron al colmenar, al que Isidro accedió con el respeto conveniente y, por lo tanto, con la debida protección, Juan se dirigió a la colmena más próxima a la entrada y, remangándose la camisa, metió dentro los brazos y los dejó a merced de las abejas durante algunos segundos. Cinco, diez, quince, veinte... Isidro miraba a su padre desde una confianza absoluta, por supuesto, pero también con el corazón asombrado y encogido. Veinticinco, treinta, treinta y cinco... Un tiempo, en todo caso, que a Isidro le pareció la eternidad. Mariano Estrada . Animales en el corazón

29

–Ya sabes, Isidro, que con esto se me quita el reúma –le aclaró su padre, mientras sacaba los brazos de la colmena. –¿Y no sientes dolor? –le preguntó Isidro. –Claro que lo siento... –¿Y por qué no se te tuerce la cara? –¿A ti se te torcería? –Ya lo creo, incluso si me picara una sola. –No sé, a lo mejor quiero hacerme el valiente... –Sí, sí, el valiente... Se quedó pensativo unos momentos y, sin dejar de mirar a su padre, prosiguió con el interrogatorio: –¿Y por qué no se te hinchan los brazos, vamos a ver? –No lo sé, Isidro, quizás por la costumbre –contestó Juan, casi desmigando las palabras–. Pero quiero decirte una cosa: las picaduras de abeja no son malas en sí, siempre que no sean excesivas. Y, lo que es más importante, siempre que no tengas alergias. ¿Tú tienes alergias, Isidro? –¿Alergias? No las conozco ni de nombre, papá, pero, si son como el miedo, se me van a juntar con las lombrices... –Son peores que el miedo, Isidro; tanto es así que «alergia y picadura pueden acabar en sepultura». De Tijera hacia arriba, el río tiene parajes intransitables que a Isidro le parecen particularmente maravillosos. Hay zonas abruptas y peñascosas, que están cubiertas de ramas enmarañadas en un mestizaje selvático: salgueras, urces, carrizos, escobas, helechos, zarzamoras, escaramujos... Hasta los robles se acercan a la orilla a compartir la humedad con los humeros, árboles genuinos y definitorios, formas vegetales, acaso trascendencias del agua. De vuelta hacia el pueblo, montado en su alazán y con su padre al lado, Isidro va recreándose en un río cuyo cauce no se deja ver, pero que puede imaginar perfectamente, porque él ha estado allí, por dentro, en esa soledad íntima y sonora, en esa insospechada magnificencia, donde los árboles hacen arco al agua y esta se estanca o se derrama, caprichosa y libremente,

30

Animales en el corazón . Mariano Estrada

en repentinos saltos de espuma. Y en medio de esa nube, a Isidro se le va asomando a los ojos una sonrisa tranquila. ¿Es feliz? Sin duda. Pero él no tiene conciencia de su felicidad, ni siquiera de una forma remota, sino que se limita a vivir cada momento, involucrando en su vida no solo a sus padres, a sus hermanos y a sus amigos, sino también a las culebras, a las truchas, a las lagartijas... y especialmente a los árboles, a los que se sube tan a menudo, a los que abraza y a los que quiere, sintiéndose savia de sus savias, hoja de sus hojas, madera de sus maderas. Desde esa dimensión, en ese espacio ancho de naturaleza compartida, ¿no iban a ser importantes las abejas y las mariposas?

Mariano Estrada . Animales en el corazón

31

Reflexiones de un cordero blanco

Q

ueridos amigos: quiero que caiga sobre mí vuestra ternura, pero no esa sombra de compasión que adivino en el fondo de vuestros ojos. Miradme, pero no con pena. No erréis el tiro de modo tan certero, ya que vuestra congoja es totalmente injustificada. Mi soledad en este hermoso rincón es tan solo aparente. He sido yo el que he elegido el lugar y la postura para estar un rato a solas y resguardarme de los vientos y del frío. Dentro de un momento me meteré en los enfaldos lanudos de mi madre, que es la oveja más buena de este mundo, y allí tendré el cariño que os parece que me falta, además de unas ubres repletas y obsequiosas, de las que brota un alimento que es más blanco que yo y que recibe el nombre de vida. Luego correré con mis hermanos y amigos por las praderas circundantes hasta alcanzar el cansancio y completar un día entero de gozo. He querido informaros de estas cosas para que nadie se confunda y llore por algo que no debe. Las lágrimas podéis reservarlas para asuntos que de verdad las requieran. Vosotros sabéis perfectamente que las apariencias pueden ser engañosas. Y esta lo es, sin duda. No estoy triste. La tristeza no tiene esta apacible tranquilidad que siento yo por dentro ni creo que la felicidad requiera de otras poses o de otras apariencias forzadas ni tampoco de otros lugares ni de otros adornos. Soy consciente de que solo soy un bebé y de que no tengo ninguna autoridad para dirigirme a vosotros, seres inteligentes que me miráis con buenas intenciones, aunque con ojos bastante confundidos y superficiales. Y ya que estáis ahí, embelesados, quiero decirlos que tal vez debáis buscar algún rincón parecido, en el que podáis estar a solas con vuestra intimidad y con vuestros pensamientos. A lo mejor descubrís que una buena parte de las miradas que dirigís a otros aspectos o intereses de la vida, están condicionadas, como ésta, por prejuicios que no se ajustan nada a la realidad. Si reguláis el mecanismo de los ojos, que es por donde ve vuestro cerebro, tal vez consigáis

32

Animales en el corazón . Mariano Estrada

que algunas de las ocupaciones que os absorben y no os dejan vivir, se caigan con todos sus engaños y exigencias de los pedestales en los que ahora están subidas. Probadlo, no es difícil. A lo mejor concluís que hay que aliviar las alforjas de lo innecesario y de lo superfluo, que la felicidad no está en la enajenación continuada de los sentidos, sino que estos requieren de algunos espacios de calma y de sosiego, de algún rincón íntimo para reflexionar sobre la vida que queda por vivir en relación con la que ya hemos vivido. Ya sé que no se comprende fácilmente, y mucho menos se acepta o se tolera, que estas cosas las diga un cordero como yo, de apariencia tan frágil, que está empezando a vivir. Esperaba no tener que aclararos que el mío es un discurso sugerido y que en realidad os he utilizado sin escrúpulos ni contemplaciones. Sois vosotros los que habéis dicho las cosas que acabamos de oír mientras yo he permanecido callado en esta admirable fotografía silenciosa. Un cordero que hablara de este modo sería una amenaza terrible para la sociedad de los borregos, que es la vuestra y la mía, y cualquiera de sus dirigentes me mandaría sacrificar para ofrecerme de plato principal en la cena de Nochebuena.

Mariano Estrada . Animales en el corazón

33

Tijeras y trasquilón: el esquileo de las ovejas

Y

a sé que el oficio de esquilador, en general, es muy poco atractivo, y mucho menos para acomodarlo en los altos aposentos de la lírica. Total, se trata de quitarles los pelos a las ovejas. Unos pelos que están enrevesados, sucios, sudados y grasientos, ya que las ovejas no se lavan jamás, salvo después del esquileo, precisamente, por razones sanitarias... O si llueve. Pero si llueve tampoco es que se laven demasiado, porque la lluvia resbala sobre la lana apelmazada y sebosa. –¿Y para qué se los quitan? –¿Los pelos? Para que no tengan calor en el verano. ¿O no nos quitamos nosotros la ropa y nos cortamos la melena? –¿Y no quedan muy chungas las ovejas esquiladas? –Quedan chunguísimas. Además, como en mayo aún hace fresquito, andan un tanto encogidas por la parte de atrás, por donde se sienten desnudas. Sí, se ponen realmente feúchas, las pobres. Lo que pasa es que son ovejas, no creo que la estética les preocupe demasiado. –A ellas no, pero a los machos… –A los machos, ¿qué? A ellos también se la pelan. –¿Se la pelan? –Sí, la lana, igual que a las ovejas. –¿Y qué hacen con la lana pelada? –La venden. –Pues a mí me dijo mi madre que la usaban para hacer jerseys y calcetines y guantes y pasamontañas… –Bueno, sí, pero no toda. La mayor parte la venden. –También me dijo mi madre que hacían colchones con ella. –Y es verdad, pero para eso utilizaban la borra y antes que la borra utilizaron la paja. Con paja se hacían colchones y jergones, lo cual era síntoma de mucha pobreza. –¿Y qué es la borra?

34

Animales en el corazón . Mariano Estrada

–La borra es lana también, pero de mala calidad. –¿Y qué es la lana virgen? –Pues la lana virgen… Oye, ¿tú eres tonto o qué? –Sí, y en mi casa no hay botijo. Nunca lo ha habido. ¿No ves que soy de asfalto y de ciudad y no sé distinguir un huevo de una castaña? Es más, hasta el otro día no sabía lo que era un cencerro. Yo creía que era una persona despendolada, como le había oído decir a mi madre. Ahora sé que el cencerro es una esquila, pero más grande. Y, bueno, ¿me vas a decir lo que es la lana virgen o qué? –Pues mira, coges un vellón, tal como sale del esquilado, le quitas las impurezas, lo lavas con queroseno o gasolina, lo secas y ya está. –¿Y qué es un vellón? –¿No te lo ha dicho tu madre, tontoelhigo? Pues un vellón es una bola que se hace con la lana que se le quita a la oveja. Tantas ovejas, tantos vellones. Lo que se ve por fuera es el corte, las vedijas miran hacia dentro. –¿La vedijas? –Sí, las greñas, las guedejas... Oye, ¿pero es que tú no sabes nada de nada? –De ovejas, no. Solo las cosas que me decía mi abuelo… –¿Ah sí? ¿Y qué cosas te decía tu abuelo? –«Soy pastor de ovejas viejas / no me quieren saltar los caños / Si no me dan de la rosca / no se las guardo más años». ¿Te ha gustado? –Sí, ¿pero eso qué tiene que ver con el esquileo? –No sé, mi abuelo decía también que a las ovejas había que defenderlas del lobo, que las ajagaba. Quería decir que las mordía en el cuello, como los vampiros. También decía que en toda familia hay una oveja negra y que «oveja que bala, bocado que pierde». –¿Tu abuelo era pastor? –No, cabrero. –Pero cabrero es pastor. Mariano Estrada . Animales en el corazón

35

–Ah, pues tendré que mirar el diccionario de sinónimos. –Lo que tendrás que mirarte es la chola, bobo, que la tienes descuajaringada. Un cabrero es un pastor de cabras, ¿no te lo dijo tu abuelo? –No, mi abuelo me dijo que «estaba la cabra cabratis subida a la peña peñatis» y que «vino el lobo lobatis» y tuvieron una conversación que terminaba con la cornamenta y eso, Aleluya. Mi abuelo era un sabio. –Pues tú eres un borrego marón. –Borrego es como zoquete, ¿no?, pero ¿qué es marón? –Un marón es un borrego capado. ¿Entiendes lo que es capado? Castrado, emasculado. ¿Eso no te lo dijo tu abuelo? –No, mi abuelo me dijo que «no hay animal como el chivo cuando quiere echarse un cohete. La chiva levanta el rabo y va el chivo y se la mete». –Vaya una guarrada, no hay duda de que tu abuelo era realmente un cabrero. –Oye, ¿y las cabras se esquilan? –No, que yo sepa. –Pues a lo mejor era pastor de ovejas, porque también le oí decir otra cosa. –¿Qué cosa, una cochinada como la de antes? –No, no, porque esta se la decía a mí abuela y a mi abuela le tenía mucho respeto y la quería mogollón. –A ver, don Mendo, desembucha: –Bueno, pues un día oí que le decía: «Tan pronto yo acabe en la era / me arrimo / Me arrimo a buscarte la lana». –Pues mira, chaval, no sé si tu abuelo era pastor de ovejas o de cabras o de gamusinos, lo que sí sé es que tenía un instinto certero. Sabía exactamente lo que había que buscar. Seguro que vareaba la lana como nadie. Y seguro que la pesaba a su conveniencia con la romana. ¿Sabes lo que es una romana? –¿Una mujer de Roma? –De Roma y de Pernambuco y de la Cochinchina. Una romana es una palanca larga que tiene un platillo y un pilón. Y

36

Animales en el corazón . Mariano Estrada

no me preguntes ahora lo que es un pilón, porque a lo mejor te lo digo. –No hace falta, lo sé. –¿Lo sabes? ¿Te lo dijo acaso tu abuelo? –No, lo miré yo en el diccionario de uso, que eso lo hago muy bien. Un pilón es un recipiente donde se abrevan las vacas y las caballerías. –Exacto. Allí es donde tu abuelo pesaba la lana. Primero la mojaba, que mojada pesa más. Y luego se la metía a quien podía. –Ahora no sé lo que dices, me he perdido, pero mi abuelo decía que hay lanas que valen su peso en oro. –Ya lo creo, muchacho. Tu abuelo era listo como las avispas. Tenía que tener un monumento en el pueblo. Pero ya ves, «unos cardan la lana y otros llevan la fama». El monumento se lo hicieron al alcalde, que era gállaro…Y no te molestes en buscar esa palabra, que en los diccionarios no viene. Yo la aprendí del maestro, que estaba empeñado en preservar las palabras en peligro, porque eran una riqueza, decía, pero no consiguió que esta prosperara a pesar de sus apelaciones al patrimonio y a la cultura, unas apelaciones que, por cierto, le costaron un huevo. Pero un huevo de verdad, no una metáfora. –Gállaro, gállaro… que no se me olvide. El alcalde era gállaro. Le tendré que preguntar a mi madre, seguro que a ella se lo dijo mi abuelo. ¿Y no es lo mismo gállaro que gállara? En el diccionario sí vienen las gállaras del roble… ¿Es gállaro el roble? Mi abuelo decía que había una mujer en el pueblo que era hermafrodita, y que tenía barba. Pero hermafrodita es un nombre canónico. Mamá, ¿el borrego es gállaro? ¿Y el marón? ¿Qué día es bueno para esquilar las ovejas?

Mariano Estrada . Animales en el corazón

37

Esquileo Tijeras y trasquilón. Cuanto mayor es la oveja, más abultado el vellón. Las unas van con esquila, las otras con esquilón. ¿A quién le toca el borrego? Lo haremos al alimón. Tijeras las que yo traigo para esquilar al marón. ¿Quién las afila? El herrero, que sabe de afilador. La del badajo de hueso tiene un cencerro tolón. ¿A qué te suena ese ruido? A hueso sobre latón. Por donde pasa la lana, también discurre el calor. La borra ¿para qué sirve? Para atacar un colchón. Tijeras y trasquilón. La oveja queda desnuda, desnuda, como el amor. Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

38

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Esquiladores Ajustaron la lana. Trajeron unas tijeras para cortarla. Fue en primavera. Trajeron una romana y una tijera. Eran diez hombres. En el pueblo les llaman esquiladores. Esquiladores. Con la lana que esquilan pueblan la noche. ¡Ay, si tuvieran un vellón de esa lana con la que sueñan! Del libro «Tierra conmovida» (1987)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

39

Ojo con las víboras Estas líneas se las dedico a mi amigo de la niñez Valentín Alonso Fernández, Tino, que no solo no les tenía miedo a las víboras, sino que las cogía con inquietante naturalidad. No sé si la procesión iba por dentro, pero por fuera no se notaba. Sin embargo, lo último que sé es que al final le acabó mordiendo una de ellas, creándole problemas tan graves que han requerido el internamiento en un hospital. Por fortuna puede contarlo. Lo que no sé es si, a pesar de lo ocurrido, aún las sigue cogiendo. ¿Las coges, Tino? ¿Los cojo, Ness?

E

s evidente que la risa va por barrios y que cada cual tiene sus fobias y sus filias, sus demonios y sus ángeles, sus rarezas y sus miedos específicos. En los tiempos de mi juventud –lejanos ya en la memoria, pero aún vivos–, conocí a una chica muy joven, muy dulce, muy guapa y muy simpática, lo que nada tiene de extraño, supongo. Lo extraño es que, a pesar de tener novio, solo había dos cosas en el mundo que le causaban respeto: las víboras y las vacas. Y yo me he preguntado alguna vez: ¿fue ella consciente del significado de su declaración? ¿En qué sentido? ¿Utilizó frívolamente el diccionario? ¿Hizo uso a propósito de semejante bifidez intencional? ¿Era corta de miras? ¿Era inteligente? ¿Era buena?... ¿Que por qué veo fantasmas en todas partes? ¿Y tú me lo preguntas? Porque no es amor, es miedo, lo que don Mendo me inspira. Debo señalar, por otra parte, que el miedo a las vacas no lo comparto en absoluto, a pesar de la cornamenta y–eso–aleluya. Sin embargo, y en esto coincido ciegamente con la chica, por las víboras siento mucho respeto. Ahí van mis razones.

40

Animales en el corazón . Mariano Estrada

La víbora

R

eptil, culebra, ofidio, la víbora es bífida de lengua, ciertamente, pero no bilingüe, que es algo muy distinto. Bilingües son los catalanes, por ejemplo, sin que ello tenga nada que ver. «¿Digui?» Digamos que es «birrámica y unitronca», si así puede decirse porque yo, ignaro, lo ignoro. Entre las víboras del lugar –las extranjeras siempre han sido más raras–, no hay ninguna bicéfala. Bicéfalos eran los «lisos», sus primos, y a estos sí los vi, en los prados, cuando «yo era adolescente y nadie me había amado todavía». ¿Y cómo dice usted que se llaman? Lisos. ¿Y no serán anfisbenas, monstruos mitológicos, supuraciones de la fantasía? ¿O sugiere usted que son conflictos genéticos reales, tal vez teratologías procedentes de la experimentación? ¿De la experimentación? Para mí son reptiles, simplemente; seres naturales que habitaban los prados del lugar mucho antes de la manipulación de los genes y la clonación de las ovejas. Lo que no sé es cómo lograrán coordinarse si, por ejemplo, las cabezas difieren en los gustos y una quiere ir a Murcia a desayunar y la otra refocilar con un congénere de Barcelona. ¿Se tirarán de los pelos? Son calvos. ¿La emprenderán a patadas? Son ápodos. ¿Intentarán arreglarlo con razones? ¿Gente que tiene dos cerebros? ¿Razonarán acaso con el culo? Vamos, corazón, ¿se puede razonar con el esfínter? Parece ser que sí, que es muy flexible. ¿Flexible? ¡No me digas! La víbora común, la que conozco, posee una segunda bifidez que, mucho más sutil que la anterior, se manifiesta claramente en la estética, ya que es a un tiempo repelente y bonita, repulsiva y hermosa. No obstante, su hermosura no debe embelesarnos hasta el punto de la confianza, que es depositaria del peligro, y mucho menos de la aproximación, familiaridad o cercanía, porque ella no pregunta, sino que muerde. Muerde con violencia y decisión, muerde con astucia y con sigilo, muerde con rapidez y con veneno. Do you understand, Murdock? Mariano Estrada . Animales en el corazón

41

Yes, my brother, que es asilvestrada y fulgurante, que es indómita y certera, que tiene en su body sigiloso la genuina velocidad de la luz… Dos dientes huecos, situados en la mandíbula superior, dos latigazos vertiginosos, dos inyecciones intrépidas que pueden ser mortales de necesidad, si no lo evita a tiempo un torniquete, con sajadura y chupetón, o, mejor aún, un antídoto. Y no es que sea mala, la pobre, es que es así, es víbora: ella no te puede querer. Normal. Las mulas son falsas y dan coces. Tampoco ellas te quieren. ¿Te quieren quizás los alacranes o las avispas, los escorpiones o las abejas? En cuanto al rosario que tiene sobre el lomo... ¡Ah, sí!, perdone, ¿no es reminiscencia de un determinado pisotón? ¿No es la marca, digamos indeleble, de una vieja maldición bíblica? Hombre, la similitud con el rosario no implica experiencias religiosas, tipo Enrique Iglesias, y mucho menos bondades evangélicas, tipo madre Teresa de Calcuta, pero tampoco es el estigma que ejemplariza y perpetúa un castigo; se trata de un adorno natural, un sello específico más o menos determinista, como los tigres del Eufrates, como los propios pasos de cebra, es decir, las rayas anteriores al color, es decir, los dálmatas. La víbora no es exactamente el demonio, ni siquiera como una de sus formas… Por otra parte, el triángulo de la cabeza no tiene implicaciones con las Bermudas ni con los montes de Venus, ni con la Plaza Triangular de Benidorm, ni tampoco con las matemáticas o la geometría, por más que estuvieran formuladas por Euclides, por Pitágoras, por Tartaglia. ¿Que es sorda? Ciertamente. O algo parecido. Pero bien lo suple ella con una vista de lince, que al lince no le vale de nada; con la capacidad mimética del camaleón, que es emblemática y cierta; con el proverbial olfato del perro, con el sigilo del gato, con la astucia de la mujer... Del libro «Aguablanca: caminos de ida y vuelta»

42

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Leyendas sobre las serpientes

L

as leyendas, a las que los humanos somos bastante aficionados, a menudo hacen pasar por realidad algunas fantasías verdaderamente asombrosas y descabelladas. Así, alguno de esos cuentos dice que las culebras chupan la leche de determinados animales como las vacas, las cabras o las ovejas. Pero esto no es verdad, simple y llanamente. Como ofidios que son y, por lo tanto, depredadores, las culebras se alimentan de animales, aunque solo de aquellos que sean capaces de engullir, ya que no pueden masticarlos con sus dientes ni trocearlos con sus manos. Animales pequeños, en suma, como ratones, pájaros, batracios, peces… Los hipopótamos y los dinosaurios pueden estar bien tranquilos al respecto, si bien hay serpientes enormes que pueden engullir animales muy grandes. No sé si queda claro, pero podemos decirlo de otra forma: si quieres engatusar a una culebra con un tazón de leche para pedirle algún favor, sea este el que sea, la culebra se reirá mucho de tí: «Tú ere gilipoya, masho, poque a mí leche no guta». Lo que ocurre es que no tienen enzimas para digerirla. (Sin embargo, hay serpientes aófagas, es decir, que comen huevos, porque estos sí los digieren. Pero los engullen enteros y luego arrojan la cáscara). Decir que las culebras chupan la leche de las vacas es como decir que las vacas se comen a los niños. ¿O es que alguien ha visto comer carne a una vaca, por más que sea tierna y de niño? Pues, mutatis mutandis, ¿alguien ha visto tomar leche a una serpiente? Me refiero a alguien que no sea un urdidor de leyendas, como la de la boa zamorana, que estuvo muy en boga. ¿Y qué es lo que dice esa leyenda? Pues dice que la boa en cuestión fue cazada con un cuenco de leche y un espejo: «¿Adónde va esa zorra?», –habría exclamado la pobre al verse a sí misma reflejada–. «¿Crees que vas a quitarme la comida, mala mujer?». Y entonces se abalanzó sobre ella y se metió de cabeza en el engaño. Yo fui niño en un pueblo donde, habiendo muchas serpientes, lo lógico es que hubiera muchas leyendas. Según estas, Mariano Estrada . Animales en el corazón

43

hasta las madres que alimentaban a sus hijos dormidas eran visitadas de noche por culebras que apartaban al niño de la teta, se apoderaban del pezón y chupaban con total tranquilidad. ¿Y el marido sin enterarse? Eso parece. ¿Y el niño, no lloraba? No, porque las culebras son listas y le metían su propia cola en la boca: «Chupa, tontín, chupa mi colita». Y si esto, siendo tan difícil como ingenioso, podían hacerlo con las mujeres, ¿cómo no iban a hacerlo con las vacas, que, cuando están recién paridas, tienen unas ubres tan grandes que casi las arrastran por el suelo? Además, si la vaca está pastando en un prado bien verde y bien hermoso, ¿qué más le da a ella que la ordeñe un señor o que le chupe las tetas un ofidio? Aclaro estas cosas porque aún hay mucha gente por ahí que, en pleno siglo XXI, el de las nuevas tecnologías, las continúa creyendo. Y yo no digo que no se sigan contando, lo que digo es que no se crean. A mí me vino muy bien que una culebra macho le chupara la leche a una de nuestras vacas. «Joooo, Garbosa». Yo era el que estaba en el prado aquel día, yo contemplé la escena de la «sorbona», pero mi padre, que estaba en otro sitio, fue quien la agarró por el pescuezo y se la puso a mi madre delante de los ojos. «Toma, puedes guisarla para comer». A mí me daba asco, y yuyu, porque estaba mediatizado por las víboras, cuyo veneno no es precisamente una leyenda.

44

Animales en el corazón . Mariano Estrada

El culebro y la vaca Bajo la cemba del prado, por donde corre la madre, maté un culebro, María, ¡mira qué grande! Yo estaba medio espurrido al zumbo de unos zarzales, abandonado a unas cuentas que de tan claras no salen. En esto escucho un silbido, echo un vistazo, no hay nadie; la vaca al fondo, muy sola, y yo avizor a esta parte. No se oye más en el prado que los zumbidos del aire; así que vuelvo a los rumios por los que andaba endenantes. Pero la vaca se enerva, levanta el morro, no pace; ¿qué es lo que pasa, Garbosa? ¡Ay, ay, ay, ay! ¡Miserable! Era un culebro, María, nuestro presunto ordeñante; sentado sobre su cola, erecto, todo gaznate. Le eché la mano a la gorja, bien ocupada en el trance, y lo afogué en un latido de la pasión y la sangre. Aquí lo tienes, ¡qué lomo

Mariano Estrada . Animales en el corazón

45

para adobar con tomate! La leche que nos birlaba nos la devuelve hecha carne. Del libro «Tierra conmovida» (1987) Nota

–Cemba: margen, caballón –Espurrido: extendido, estirado, recostado. –Gorja: garganta.

46

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Extraños emparejamientos

H

ace unos días ofrecí a mis lectores un artículo titulado «La víbora». Se trata de un texto en el que se abordan desenfadadamente ciertos aspectos de estos reptiles sobre los que conviene estar informados, ya que su mordedura es venenosa y, si no se remedia a tiempo, puede ser mortal. Dicho texto lleva un pequeño preámbulo y, en este, aparecía una chica a la que, a pesar de tener novio, solo había dos cosas en el mundo que le causaban respeto: las víboras y las vacas. Pero he aquí que a un amigo de Valencia, llamado Agustín, las víboras no le llamaron la atención, y sí la chica y las vacas. Lo cual me sorprendió sobremanera, porque el motivo del relato no eran ni la chica ni las vacas, sino las víboras. Total, que me vi en la necesidad de escribir unas líneas sobre las vacas, que he recuperado para exponerlas aquí:

De vacas y de víboras

L

a chica? Mal puse el ejemplo, compañero, si, queriendo yo atraer la atención sobre las víboras, tú te has fijado en la chica y en las vacas... Y de ahí, por no sé qué vericuetos de la imaginación, has llegado a la maldad de la primera, conectando así con la víbora, y a la bondad de las segundas, concretándola en el queso y en la leche y olvidándote por completo del arado y de la carne. Y digo yo: ¿es que no has oído hablar nunca del estofado de vaca? Pues bien, el miedo es libre, querido Agustín, y hay vacas y vacas. En Muelas de los Caballeros ha habido algunas torcidas y estas han infundido siempre cierto respeto. La de Severiana, a la que yo he tenido el gusto de conocer personalmente («el gusto es mío», mugía ella sin disimulos), es una digna representante de estas últimas. Lo sé de buena ley, pues amén de ser Mariano Estrada . Animales en el corazón

47

su vecino ocasional, fui sufridor indirecto de una de sus embestidas. Las víctimas, Rosa y Charo, que son respectivamente mi mujer y mi hermana. Eran vacaciones de Navidad, estábamos en días de matanza, hacía frío, había nieve en las calles… Por encargo de mi madre, Rosa y Charo habían ido a buscar a una casa vecina la máquina de picar los chorizos, que va sobre una tabla como las leyes de Moisés, aunque esta era más larga y más estrecha y su propietaria era Bea, la tendera del barrio. Y ahí vino el problema porque la vaca, que las guipó desde lejos, al acercarse las embistió como un toro despendolado. Instintivamente, ellas soltaron el armatoste, se pusieron a correr y, por fortuna, llegaron salvas a casa. Eso sí, llegaron con angustias, con pálpitos, con histerias, con sofocos... Y también llegaron descalzas, como carmelitas, ya que los zapatos, al correr, se les habían perdido en la nieve. Dicho lo cual, podríamos llegar a la siguiente conclusión: con vacas como ésta, ¿para qué temer a los toros y a las víboras? Pero no, lo que decimos es que, al lado de los toros y las víboras, las vacas son postes de la luz, incluidas las de peor catadura. Por no decir mansedumbres, que en realidad es lo que son, sin necesidad de ir a la India a sacralizarlas. En efecto, las vacas son nobles y buenas. Y dan leches y carnes y alegrías. Además, son trabajadoras infatigables y tienen un aspecto de bondadosa pesadez. ¿Cómo van a dar miedo con esa pinta, a pesar de su cornamenta descomunal y más o menos desparramada? No, miedo exactamente no dan. Dan coces. Acaso a veces dan risa. De hecho, yo me he reído mucho con la historia de mi mujer y de mi hermana. Me reí sobre el terreno, cuando vimos que todo había quedado en un susto. Y, desde entonces, me río cada vez que se la recuerdo a Charo y a Rosa. A decir verdad, ellas son las primeras que se desternillan, olvidándose de que pudieron ser corneadas, arrojadas por los aires, machucadas contra el suelo y finalmente «esmurniadas». (*) (Este localismo lo decía mucho mi madre, pero ella no le ponía comillas) En cuanto a los toros, siempre me he admirado de que un

48

Animales en el corazón . Mariano Estrada

solo macho pudiera cubrir a tantas hembras. ¿Doscientas, trescientas? Con días por delante, claro. El apareamiento es interesante de ver, especialmente cuando la vaca se encorva, porque ello quiere decir que ha llegado al orgasmo. Los toros son hermosos y fuertes. Eso sí, hay que mirarlos de lejos. Las víboras no me han hecho nunca reír... ¿Y la chica? La chica era buena, muy buena, casi óptima, casi pluscuamperfecta. Lo que pasa es que la declaración de sus miedos está un tanto sacada de contexto. De todos modos, hay que estar delante de una vaca en un callejón estrecho y con una difícil salida. ¿Te sitúas, Agustín? La inmensa mole que crece, los cuernos que se agigantan, las aguas que empiezan a fluir por los fondales... (*) magulladas

Mariano Estrada . Animales en el corazón

49

La siega tiene su tiempo

C

on un calor de justicia, que achicharraba los sesos en el caletre, como diría don Camilo José Cela en la cuenta de los tontos, andaba yo ayer por esas calles de asfalto que nos ha dado la modernidad. Afortunadamente, todo hay que decirlo. Sudaba como un pollo. (Por cierto, ¿sudan mucho los pollos? Lo digo porque a veces repetimos mecánicamente determinadas frases hechas sin comprobar en absoluto su grado de veracidad. Por ejemplo: duerme como un lirón, bebe como un cosaco, pica como un demonio…). Es decir, sudaba. Y entonces me acordé de otros viejos calores, que también achicharraban los sesos en el cacumen mientras cantaban las cigarras y restallaban las vainas de las escobas y de los codesos. Dios, cómo hervían los sesos en la ardiente sartén de la cabeza. De vez en cuando graznaba una gaya o una urraca, o se oía el trino repetido y escandaloso de un pico carpintero, el canto de un cuco, de una bubilla, de una oropéndola o el zureo de alguna torcaz. Naturalmente, tú te echabas al coleto un trago de aquel brebaje de vino y gaseosa que quitaba momentáneamente la sed y que, en realidad, acababa achicharrándote los sesos en el sesero con una mayor virulencia. Pero entonces te ponías un instante a la sombra, te quitabas el sombrero de paja, aireabas la frente sudorosa y volvías nuevo al tajo. O al Fontirín, donde hiciera falta. Y si hacía falta te ponías a cantar… Por el camino vienen / desde la era / Ellos son labradores / sus cuerpos tierra. En fin, no quiero aburriros demasiado. Solo quiero deciros que el poema que dejo a continuación es el preludio de esos chicharrones de seso que, al cocer, producían en el magín borbollas de este tipo: brrrrrrrrrrr, brrrrrrrr, brrrrrrrrrr… Por expresarlo con onomatopeyas similares a las que utilizó el citado don Camilo en la cuenta de los tontos, aquellas figuras esperpénticas a las que les hervían los sesos en la desequilibrada sartén de la azotea. ¿O son recuerdos míos y no hay celas ni sesos

50

Animales en el corazón . Mariano Estrada

ni cuenta de los tontos? Yo creo que sí, lo que pasa es que a lo mejor soy uno de ellos… Y ahora que caigo: no era yo el que andaba por mis tierras al paso renco de un burro. El que andaba era mi padre, aquel hombre trabajador, bueno, sabio, valeroso y humilde, de quien aprendí algunas cosas que no he olvidado jamás: la honestidad, por ejemplo.

Mariano Estrada . Animales en el corazón

51

Preludio de siega Al paso renco de un burro y por caminos agrestes, andaba yo por mis tierras mirando el mar de las mieses. El sol pegaba de plano y en las retamas silvestres, las vainas, achicharradas, se abrían todas del vientre. En un zig zag del camino, junto a una cembra, una fuente. El agua, todo frescura y, alrededor, todo verde. Allí saciamos, a morro, el burro y yo nuestras sedes; que el paso renco de un burro renquea menos si bebe. Después hicimos la holganza que al buche lleno conviene; el burro atento a las yerbas y yo a los piensos siguientes: «Por más que aguarde otro día, el día llega igualmente; la caña parte de abajo, donde la hoz le hinca el diente». –Simprón, le dije al borrico: la siega ya nos pretende. Mediante Dios la encetamos mañana mismo, si quiere. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

52

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Los burros ya no son necesarios Yo soy este que veis, aturdido y sin carga. Mi dueño es un anciano al que, sin ruido ni aspavientos, se llevará muy pronto la tristeza. Después estaré solo y seré totalmente innecesario.

E

l burro es un animal torpe y lento, pero seguro, como aquel producto de Ausonia que se anunciaba tanto en la tele. En realidad, el burro es un personaje entrañable que, por razones que luego se dirán, prácticamente llegó a desaparecer de nuestra vista. Sin embargo, ciertas noticias esperanzadoras nos informan de que últimamente se ha producido una inflexión en la curva de existencias asnales, que desgraciadamente tendía hacia una inexorable extinción. Parece que, por suerte –y porque algunos se han dejado la piel en el empeño, supongo, ya que hay asociaciones para su conservación y defensa (Cela pertenecía a una de ellas)–, el número de ejemplares se ha incrementado bastante en estos últimos años. En Cataluña, concretamente, el incremento ha sido espectacular, de lo que uno naturalmente se congratula. Para mí, que viví la niñez no en un pueblo, sino en varios, el burro era una parte del paisaje, casi una parte de la comunidad de vecinos, casi una parte de la mismísima familia y, desde luego, tan útil como algunos de sus miembros, dicho sea sin pretensión de ofender. En Muelas de los Caballeros, aunque no con la fuerza del fabuloso Burro Flautista o del literario Platero de Juan Ramón, hubo burros que gozaron de una cierta fama. Por ejemplo: el burro de ti Antolín, que la mereció por los calostros, según las prolongadas ironías de la gente. El burro de Belarmino, que la tuvo por las cosquillas en el lomo, a consecuencia de las cuales, estimuladas a tiempo y con malicia, los Mariano Estrada . Animales en el corazón

53

incautos se llevaron algunas buenas patadas. El burro de Benito, del que mis hijos creyeron defenderse metiéndose en un callejón sin salida cuando corría juguetonamente tras ellos... La causa de que los burros se hayan ido extinguiendo, sin duda hay que buscarla en el hecho de que, por una u otra razón, el trabajo se ha ido acabando. Me refiero al trabajo del campo, que es donde han ejercido siempre los burros. (Sin prados y con ascensores, la ciudad no ha sido nunca para ellos). Digamos que, perdida su utilidad y su función, quedaban solo de adorno. Y la gente, claro, no podía permitirse esos lujos. Al final, los burros trabajaban tan poco que hasta llegaron a ser objetos de envidia, como pude comprobar con mis oídos en la conversación que recoge este poema.

54

Animales en el corazón . Mariano Estrada

El burro como metáfora Con el jumento a su rabo Benito va por la calle. Al banco de los mirones tan solo van holgazanes. Ambrosio es largo de lengua y sin querer se le sale: – ¿Adónde llevas el burro? – A las pradizas, que paste. – Como esa vida que él lleva ¡quién la llevara, compadre! Sin brega, palo ni arenga, la andorga llena y de balde. ¡Quién fuera burro y, como él, le diera boches al hambre! – Ninguna ley con justicia prohíbe a un hombre que ande a cuatro patas, si quiere, a cinco incluso, si sabe. Afanes como los tuyos son relativos afanes, porque el oficio del burro sin aprenderlo se sabe. – Según se miren las cosas. – Están miradas ecuánimes. – A mí me dice el caletre que el rebuznar es un arte, que el diente debe ser largo, la oreja debe ser grande... Y en apetencias del buche

Mariano Estrada . Animales en el corazón

55

el asno tira al forraje. – ¿En qué quedamos, entonces? ¿Quieres nadar sin mojarte? – Quisiera holgar como el burro pero entre mazas de carne. ¿Qué no es posible? Ya veo que no es asunto muy fácil. Y, pues peculio no tengo, no tengo más que aguantarme. Donde termina la linde sanseacabó... y a otra parte. Descargue el burro en las yerbas sus apetitos asnales, que yo me voy con los piensos a los bocados del aire. Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

56

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Platero y una niña sin dientes

C

uando yo era un muchacho barbipungente y mi hermana pequeña era realmente pequeña, nació un burrito en las cuadras de la casa familiar al que bautizamos con un nombre famoso: Platero. No le pedimos permiso a Juan Ramón porque el apellido no iba a ser Jiménez, sino Estrada. Creció con mucho mimo, se sentía uno más de la familia, jugaba con nosotros y creo que a veces se reía porque a mi hermana le faltaban dos dientes. Pero, claro, mi hermana se reía también porque Platero tenía las orejas muy grandes. Así que estaban en paz. Ella le abrazaba y él se dejaba abrazar y recibía gustosamente sus mimos. Era presumido y tenía el pelo sedoso, como la lana de los corderos lactantes, como la piel de los albaricoques en los atardeceres de la primavera.

La historia de Platero

E

l día que nació Platero a mi hermana Charo le faltaban dos dientes de los de arriba. De esto hace cuarenta y cinco años. Ahora Platero es un recuerdo imborrable en nuestras vidas y mi hermana tiene una sonrisa maravillosa y una dentadura perfecta. Aquel era un tiempo de amores desbordados, de risa a todas horas, de sopas en la cocina, de patatas en la huerta y de agua fresca en el pozo. Tener en casa un burrito como Platero era un privilegio del que uno, entonces, no se daba ni cuenta. Y tener una preciosa hermanita desdentada que juraba con él y con nosotros, sus hermanos mayores, con los perros recién nacidos, con los gatos que merodeaban por doquier y ronroneaban junto al fuego, es algo que se aproxima mucho a la felicidad. Tal vez la felicidad no sea otra cosa que el hecho de gozar intensamente de lo que tienes y de no desear más de lo que tienes, vivir en la armonía apacible de una casa con vacas y corderos y cerezas y peras Mariano Estrada . Animales en el corazón

57

de San Juan y amaneceres a toque de campana para encender el corazón y la lumbre y desperezar los músculos o los huesos y sacar a pastar a las ovejas. Esa era entonces la vida: una casa grande, una huerta frondosa, unas tierras desperdigadas por el campo, unos prados verdes, un carro de madera, unas gallinas, unos cerdos, un arado, unos conejos…Y envueltos en todas esas cosas, dominándolas, humanizándolas y haciéndolas posibles, unos padres enormes, buenos, amorosos, ubicuos a menudo, a veces invisibles y siempre protectores. Desgraciadamente, Platero fue creciendo poco a poco y un día se lo llevaron de nuestra casa. Eso es lo único malo de vivir con animales, que se van o se mueren o se los llevan cuando tú ya les has cogido el cariño. Y el cariño se pega a los sentimientos como las lapas y luego se desgarra y duele cuando, de una forma de otra, la vida te lo acaba quitando o rompiendo. A Platero se lo llevaron un nefasto día y no supimos más de él. Supongo que se acostumbraría pronto a sus nuevos amos, a quienes serviría en los trajines del campo y de la casa. Supongo que aprendería a rebuznar o, mejor dicho, a mejorar los rebuznos. Y supongo también que en algunos momentos de su vida, especialmente en los de la ardorosa juventud, le pasaría alguna cosa semejante a la que se relata en este poema que, por supuesto, está tomado de la realidad, aunque el modelo no tenga dueño ni nombre.

58

Animales en el corazón . Mariano Estrada

El burro y la tapia La tapia tiene un boquete por donde el burro se escapa. Ponle unos palos, ponle unas zarzas. Allí las sombras son frescas y tiene yerbas a esgaya. ¿Por qué se escapa? Hay que ponerle unos palos, hay que ponerle unas zarzas. Las zarzas todas las quita, los palos todos los salta; los grillos todos los rompe y siempre arranca la estaca. Quizás le pique la mosca. Lo que le pica es el alma. Del otro lado del aire hay una burra que canta. Entonces es burro suelto. ¿A qué cerrarle la tapia? Del libro «Tierra conmovida» (1987)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

59

Amaneceres de Muelas

C

ómo no recordar aquellos amaneceres de Muelas, en los que la vida afloraba del oscuro agujero de la noche? Los destellos rojizos de la aurora, los humos incontinentes de las chimeneas, propagadores del inicio de la actividad; los alargados flecos del ruido sobre aquel silencio hondo que se resistía a languidecer, el pausado despertar de los ganados con sus esquilas multiplicadas de latón y hueso, el canto de los gallos, pertinaz, insobornable, repetido... Y, sobre todo ello, la voz larga del bronce: los toques familiares de las campanas que, puntualmente, se incorporaban a la vida de los vecinos con la misma naturalidad que los primeros rayos del sol. Tocan a concejo, tocan a la vecera, tocan a misa… Tocan a despertar. En cuanto a la zorra… Bueno, eso es algo que no pasaba todos los días. De hecho, muy pocas veces caía una zorra en una trampa. Pero si alguna vez caía, su imagen quedaba plasmada para siempre en la retina de la memoria, especialmente si la retina era de la memoria de un niño.

60

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Alborada Churín, churaba. Mi cerda tiene cerditos que no le sueltan las mamas. Los perros ladran. La zorra vino de noche y no se fue de mañana. Cayó en la trampa. La vida toda se alerta. El gallo, cuando despierta, arranca el velo del alba. La zorra pende del lazo, la lengua afuera, muy larga. los perros, como no llegan, le mandan ojos de rabia. Si pueden la despedazan. Como ratones, chiquitos, son mis gatitos. Parió la gata. Cuando solté las ovejas bramó la vaca. El burro irguió las orejas, sonó un rebuzno en la cuadra. En el corral, las gallinas, por las esquinas cacareaban. A un tris estuvo la suerte de desplumarlas. La zorra tiene buen pelo para zamarra. Mariano Estrada . Animales en el corazón

61

Cien duros quizás los valga. La carne para los perros, que bien la ganan. En el reloj son en punto las siete de la mañana. El sol emerge. La tierra llama. El cura anuncia la misa con las campanas. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

62

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Octubre del 67 No se dispute esa liebre que tiene amo.

Q

ué disparate! ¿Se puede saber a quién le disparaba ese hombre? –Cuidado, chaval, que ese hombre no es Franco, sino mi padre. –Entonces rectifico la pregunta: ¿Se puede saber a quién le disparaba tu padre con esa magnífica planta de cazador y esa sarasqueta del 12 que él te quiso dejar en herencia? –¿De veras quieres saberlo? Pues mira, muchacho: deduce, juzga, pon el magín a trabajar y «conclusiona»: En un zarzal, dos palomas alegremente zurean. Ignoran que les apuntan los caños de una escopeta. –¿Insinúas que tu padre disparaba a las palomas? ¡Qué horror! ¿Y qué palomas eran, si puede saberse? ¿Tórtolas, torcaces, mensajeras? ¿La de la Paz establecida, con su ramita de olivo? ¿La de Picasso, que algunos convirtieron en tanque? ¿La de Alberti, que viajaba con nuestras iniciales en el pico? ¿La de Antonio Molina, que era tan blanca como la nieve? ¿La de Antonio el de tu pueblo que, además de llamarse Paloma, era vaca marela? ¿La del Obispo de Roma, que era una paloma en espíritu, trinitaria e hipostática? Pero, vamos a ver: ¿disparaba tu padre en realidad, o solamente apuntaba? Y el cazador, ¡va, que viene! ya no contiene la espera. Tris, tris, apunta. Pum, pum, aprieta. Mariano Estrada . Animales en el corazón

63

El fuego sale a montones de los cañones de la escopeta. –No sé. Lo que está claro es que, en los concurrentes, concitaba más interés el indiscreto objetivo de la cámara –que manejaba diestramente una monja–, que los presuntos disparos de mi padre, hecho que queda demostrado tanto en la actitud de mi madre, con su brazada de berzas desmochadas, como en la de mis hermanos y la mía, que ni siquiera requiere explicación. Además, en el lugar hacia el que apuntaba mi padre no había zarzales ni palomas ni mucho menos zureos, puesto que en tal dirección solo estaba el pozo, aquel que tenía un hermoso brocal de granito y que unos años más tarde me iba a dar mucha pena, tanta como las mieles que fueron y han dejado de ser, tanta como los sueños estrellados contra ciertos amaneceres tenebrosamente inhóspitos y oscuros. Sí, sí…

64

Animales en el corazón . Mariano Estrada

¡Qué pena! Qué pena tengo en los campos rendidos a la maleza. Qué pena tengo en las hoces, qué pena tengo en la siembra. Y en los caminos truncados ¡qué pena! Qué pena tengo en los surcos borrosos de las roderas; y en las sonatas del carro y en el jaez de las yeguas. Y en las veredas del río ¡qué pena! Qué pena tengo en los ojos de remirar tanta ausencia: manales, zachos, traíllas, bigornias, entalladeras... Y en los olores del heno ¡qué pena! Qué pena tengo más honda en el hondón de la huerta: tomates, habas, cebollas, patatas, ajos, cerezas... Qué pena y pena más grande. ¡Ay, ay, qué pena! Del pozo que daba el agua, del agua que era tan buena. Y del caldero herrumbroso que aún pende de la polea. Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991) Mariano Estrada . Animales en el corazón

65

Las perdices de Muelas y Miguel Delibes NOTA PRELIMINAR. Poco antes de escribir este párrafo, El Norte de Castilla había emprendido una concienzuda y meritoria campaña, a la que yo modestamente me sumé, para empujar a Delibes hacia el Nobel de Literatura. La escopeta política era también de Valladolid, ya que en ese momento gobernaba Aznar en España. Delibes hizo bien los deberes. Ahora son otros los que tienen que reconocérselo.

E

l camino que va hacia los Valgones podía llamarse también la corredera de las perdices. Si Miguel Delibes padre, que las llama patirrojas (porque lo son), se hubiera anticipado a Miguel Delibes hijo, que a veces viene a cazarlas a estos pagos, el camino de los Valgones hubiera figurado sin duda en el Diario de un cazador, lo cual hubiera sido malo para las perdices, por supuesto, y tal vez un desastre para la comarca. Cuando la caza era libre, ya sufrimos bastante con las indiscriminadas escopetas de los vascos, como para tener que aguantar también las escopetas de Valladolid, que ahora apuntan muy lejos, y aun las del resto de los cazadores españoles que se echen a los ojos a este hereje entrañable, a este príncipe destronado que no solo se tilda de cazador, sino que defiende «racionalmente» la caza. Postura que requiere de los cazadores grandes dosis de juicio, del que, desgraciadamente, «la Escopeta Nacional» tiene muy poco. Ahí es donde Delibes tiene perdida la batalla. Esa batalla, no la emprendida hace algún tiempo por los muchos admiradores de su literatura que, orientados por la brújula de Castilla, puede llevarle a Estocolmo, que es ciudad y símbolo, porque la brújula de Castilla apunta siempre hacia el Norte. Por otra parte, dicen las lenguas viperinas que, en esta actualidad tan turbulenta y dislocada, los premios se los llevan siempre los negros, los que lo son por los que los tienen. Y a mí me da la impresión, y me la da después de estar Cinco horas con Mario, de que Delibes ha tenido un negro en el tintero durante toda su vida, hasta el punto de que ha entrado en su yo, se lo ha comido en una sopa de letras, y ha ocupado impunemente

66

Animales en el corazón . Mariano Estrada

su alma. De manera que, negro sobre blanco, ahora es ladrón y antropófago. ¿Se necesitan mejores credenciales? Yo le brindo mi apoyo fervoroso en la batalla del Nobel. Del libro «Aguablanca: caminos de ida y vuelta»

Mariano Estrada . Animales en el corazón

67

Perdices y escopetas

L

as perdices de Muelas están muy bien con arroz, pero yo las prefiero por ahí, en polladas andarinas y numerosas, libres y coquetas, enfilando camino de los Valgones o, si el caso lo requiere, echando sus cuerpos a volar por los derrumbaderos vertiginosos de las laderas, como reos condenados a muerte que huyen de un seguro martirio. ¿Martirio? Creo que has errado el disparo, porque las perdices no pueden ser mártires. ¿O es que tienen memoria, entendimiento y voluntad, que son las facultades del alma? No padre, las perdices amenazadas solo son carne de cazuelas inminentes o de escabeches más o menos lejanos o futuros. ¿Qué pueden hacer, las pobres, para tratar de anticiparse a los peligros, sino lanzarse por las pendientes de la vida, que a veces son oportunas y salvadoras, con esa mole de cuerpo al que no elevan suficientemente las alas? ¿Meterse en los tupidos intríngulis del monte, ocultarse en los profusos vericuetos de la maleza? Claro, si no hubiera podencos en la costa... «¿Qué podencos dices? Galgos y muy galgos, bien vistos los tengo...». –Es verdad –dijo Antonio–. No se entiende muy bien que la naturaleza sea tan sabia y, en este estricto sentido, haya dotado tan mal a las perdices. –Toma, ¿y qué me dices entonces de las tortugas? –respondió Isidro–. Después de todo, las perdices tienen muchos recursos, incluida la mimesis o el camuflaje, lo que pasa es que el hombre se ha sacado la pólvora de la manga y de la pólvora derivaron las escopetas con sus cartuchos pletóricos de perdigones. La naturaleza ignoraba que en el monte iba a haber escopetas. Calculo. –Rectificar es de sabios, Isidro, y la naturaleza ya hemos dicho que es sabia. Corregir, evolucionar, adaptarse. ¿Cómo podrían hacerlo las perdices, que, además de naturaleza y de sabiduría, son carne afectada por el plomo? No lo sé, supongo que volando y volando, generación tras generación, cazuela tras cazuela, hasta que las alas las sujeten y las eleven y un día

68

Animales en el corazón . Mariano Estrada

puedan decir desde la altura: «Obispo, puedo volar». Ya se ha hecho antes. –Pero eso lleva tiempo, señor Brecht –respondió Isidro–. Sería conveniente una disposición transitoria para evitar las ejecuciones sumarias. Después de todo, lo malo no es que haya escopetas, lo malo es que hay cierta clase de «escopeteros» dispuestos al abuso y a la violación de todo lo que se les ponga por delante, sea corzo, sea perdiz, sea jabalí, sea liebre o centauro. –¿Quieres decir depredadores, gente sin escrúpulos? –Quiero decir advenedizos de pacotilla, lugareños o no, quiero decir urbanitas desnaturalizados que matan por matar, quiero decir... –Quieres decir sanguinarios que disfrutan con la estocada –sentenció tajantemente Antonio. –Exacto, sanguinarios que rezuman ensañamiento, puede que sadismo. Y, desde luego, un desprecio absoluto por la naturaleza. –Dadas las premisas, Isidro, lo raro sería que la amaran – concluyó Antonio, desde la claridad ostensible de la lógica. –Yo creo que descargan en ella sus problemas: sus angustias, sus fracasos, sus odios, sus resentimientos... Con la escopeta en las manos, pasan de dominados a dominantes, de débiles a fuertes, de sanchos a gobernadores. Para ellos, matar es una especie de liberación. –¿No exageras la nota? –¡Ojalá! –Pero hablas de unos pocos, en todo caso. –Eso quiero creer, aunque no estoy nada seguro. Hay mucha gente zumbada. –A lo mejor se han entrenado en un colmenar... –Sí, en Colmenar Viejo, donde las abejas tienen campo de tiro. Del libro «Aguablanca: caminos de ida y vuelta»

Mariano Estrada . Animales en el corazón

69

Lobos de sombra Regreso de Aguablanca

A

cuciados por la creciente oscuridad, emprendemos decididamente la vuelta. Desandamos el monte, cruzamos el pequeño guijarral de la blancura, piedras blancas, tierra blanca, y tomamos inversamente el camino. Los pasos son largos, como la prisa. ¿Por qué la prisa? Este es un territorio conocido, no estamos solos, lo que es de una importancia vital, inestimable. Pero la noche es ciega. Los ruidos crecen, las sombras se agigantan. ¿Quién anda ahí? Un búho, una lechuza. Ramas que crujen. ¿Por qué? Un hombre, una sombra... «¿Un hombre o una sombra?». Almas de la noche, una linterna, ¿Quién va? Gente de bien. Apaga esa luz, que queremos verte la cara, ¿quién eres? «Quién eres tú, dinos, que no te recordamos?». –Soy el veterinario de Mombuey. –¿Y adónde vas a estas horas, hombre de Dios? –preguntó Isidro. –A ver si veo al lobo. –No es fácil. –No, no es fácil, pero mira, donde no se ve es en casa. –Depende: algunos salen mucho en la televisión. –Pero esos son cacofondios. La realidad está aquí, en el monte, con la naturaleza y la vida. Cacaforras, cucumillos, borrandainas, mazacucos, lichariegas, anuceyas... ¿Qué leches serán los cacofondios? ¿Los conoces tú, Isidro? Neque si Spiritus Sanctus est audivi. Es decir, no. Tendremos que mirar el diccionario. El de uso, claro. El de uso claro. ¿Sabes qué? Los cacofondios son lobos sin orejas. Fabulación, ficciones, palabras para entretener a los niños. El veterinario es valiente, tal vez en exceso. Él busca la vida, pero los accidentes se pagan. Y el precio es alto. No se puede ir solo hacia la noche, que es imprevisibilidad y es espesura, que es la boca

70

Animales en el corazón . Mariano Estrada

misma del lobo. No se ve ni a jurar, una simple caída, puede haber sangre, que es olor, que es reclamo. Un brazo, una pierna, la noche es larga. Nadie que te ayude. Los lobos no están, pero aparecen. Después es tarde. Contra el lobo no hay bromas que valgan, por muy veterinario que se sea. Él debe saberlo. Entre el miedo y la frivolidad, hay una tercera postura... Adivínala. –No caigo, Isidro, pero la forma en que lo has dicho me ha recordado al poeta Ángel González. –El respeto, Antonio, en su sentido más amplio. Yo defiendo al lobo, casi te diría que lo amo, pero debo marcar ciertas distancias. ¿No te parece? Ten en cuenta que, hasta ahora, nadie lo ha podido domesticar... –¿Ni siquiera Rodríguez de la Fuente? –preguntó Antonio, con una cierta malicia. –Bueno, la excepción confirma la regla, si es que hay excepción, que no lo sé. Aunque, mira, los lobos siguen ahí, en el monte, que es donde deben estar. Con la debida protección, por descontado. Pero no como carnaza, es decir, como sujetos de amaestramientos imposibles. Y mucho menos como señuelos turísticos, que de todo hay en la viña del Señor. ¿Que el precio son algunas ovejas? Pues ya sabéis, gobernadores de baratarias, improvisados naturalistas, celosos defensores de la ley y sabios administradores del procomún. Para eso se inventaron las indemnizaciones, ¿no? Visto lo visto, lo mejor que nos puede ocurrir es que a los pastores se les reintegre el capital y que el lobo siga siendo feroz. Con Caperucita y todo. Y que aúlle cuanto quiera bajo la protección de las águilas nocturnas... ¡Ah! Y que siga dando miedo al diletante, al curioso, al advenedizo. –No, si a mí no me tienes que convencer –reconoció Antonio con una inusitada vehemencia–. Ya se encarga de hacerlo el hormiguillo que estoy sintiendo en el culo... Cuando llegaron al camino de los Valgones, la noche había cerrado del todo. No obstante era clara. ¿Reflejos de la tarde? Tal vez. Y también una luna incipiente. Los caminos quedaban perfilados por la oscuridad rotunda del monte. Ya no había coMariano Estrada . Animales en el corazón

71

lores, sino sombras; ya no había árboles, sino bultos. Un poco después, los árboles quedaban en el río, en su grieta honda, como espesuras de un Pubis angelical, percibidos, imaginados, pero totalmente invisibles. Ahora destacaban los perfiles mochos de las montañas contra un cielo sin nubes. Lisura continua y ondulada. Lontananza y camino. «Y la luna. Pero no la luna, los insectos». De vez en cuando, un chasquido seco sobre un silencio sordo y penetrante que, con más o menos intensidad, producía alteraciones en las sensibles llanuras de la conciencia. Los lobos podían ser la disculpa. Isidro no ignoraba que, de noche, los lobos pueden ser una incómoda compañía, un telón de fondo en el que se proyectan las sombras y los miedos. Aunque no se ven, se intuyen, se presienten, se sospechan. Ni siquiera se oyen. Pero están allí, contigo, como espíritus invisibles, como presencias insoportables, como fantasmas mudos y enloquecedores. Lo de menos es que estén o no estén, lo de más es que pueden estar. Por eso te acompañan y te siguen y no vale que detengas los pasos para oír, porque no oirás nada. Y no vale que mires o no mires, que reces o no reces, que cojas o no cojas una piedra o que contengas la respiración. Dicen los que saben que hay que andar sin miedo, porque los miedos producen segregaciones que detectan perfectamente los lobos. Para lo cual no hace falta ser linces, basta con ser perros. Pero a ver quien se quita el miedo de encima. Lo normal es que segregues y que supures y que sueltes aguachirle por la retambufa. ¿No van a detectar los olores? Dicen, así mismo, que la firmeza es un grado, como la veteranía, pero a ver quién la tiene. Presencias sin cuerpo, almas de difuntos, no perdidas, no desorientadas. Espíritus con norte, aunque ahora vayamos hacia el sur. Nadas ingentes, todos descomunales sobre almas acobardadas y empequeñecidas. Algunos aseguran que lo mejor es cantar, pero, ¿qué cantas?. «Miedo, tengo miedo». Tal vez canciones de llanto y despedida, «Ite, misa est», mementos fúnebres del canto gregoriano, tragedias de Esquilo para que el lobo se distraiga con las ovejas. Qué más quieren los lobos que

72

Animales en el corazón . Mariano Estrada

ovejas sin vellón para meterles el diente sin tener que desgarrarles el picardías. –¿Tienes miedo, Antonio? –¿Contigo al lado? Sería un insulto a la inteligencia. –Donde hay miedo –dijo Isidro con énfasis–, la inteligencia aguanta todo tipo de insultos. –¿Estás haciendo una confesión? –Y tú, ¿acaso eres un cura? –No me jodas, Isidro. Si el miedo se apodera de ti, yo voy a correrme por los fondales. –Hombre, si tienes ese gusto... –se burló Isidro, saciando su gozo en una pausa–. Por los derrames no sufras, que el campo es infinito para tan mondos aromas y mis narices moquean constipados. Del libro «Aguablanca: caminos de ida y vuelta»

Mariano Estrada . Animales en el corazón

73

Parábola de los pájaros

U

n día los pájaros se echaron a volar con el propósito de conseguir alimentos para los suyos, pero la sequía era tan grande que en el campo no había gusanos para todos. Muchos de ellos, afligidos por enormes pesadumbres, quedaron atrapados en parameras interminables, arboledas agostadas, humedales desaparecidos y matorrales agónicos y terrosos. No pudieron volver con sus polluelos que, desesperados, saltaron de los nidos porque sus bocas eran cuevas de hambre. Ya en el suelo, solo encontraron polvo de amargura sobre una alfombra mustia y seca.

Sueño premonitorio

T

engo abiertos los poros de la sensibilidad. Siento los efectos de las mordeduras mucho antes de que los depredadores claven sus dientes en mis carnes temblorosas y acongojadas. Algo que realmente es inútil, puesto que, a estas alturas de la vida, los depredadores han puesto sobre mí la leyenda de «ejemplar amortizado». ¿Un cadáver social? Exactamente, un cadáver sin interés de la inconmensurable, casi infinita, sociedad de los seres vivos del universo. Desde esa realidad atribuida, y parece ser que innegable, me disfrazo de fantasma, que es la indumentaria de las almas en pena, y me aventuro a un paseo por los antiguos reductos de la intimidad, que un día fueron campos impenetrables para los más avezados enemigos, incluidos los confesores y los dioses. ¿Y qué vi? Que son campos marcados por una cruz de desolación y de exterminio. Una llanura sin vegetación. Un sol de justicia. Un transformador de la luz. Una puerta metálica. Dos cuencas vacías. Dos huesos cruzados. ¡Horror! ¿Qué significa todo esto? No lo sé. Ocurrió esta tarde, en la cama del sótano, que es la

74

Animales en el corazón . Mariano Estrada

que destino a la siesta. El sueño era febril, como corresponde a esta tranca «gusana» que me tiene cogido por los escogorcios con seis días de antigüedad. Desperté. No estaba vestido de fantasma, sino empapado de sudor. Tenía la boca áspera y seca. Y la frente poblada de una incomodidad insoportable y pegajosa. Me costó reincorporarme a la rutina. Tomé un café. Me dirigí al despacho. Abrí el word. No fue necesario pensar. Sabía exactamente lo que quería. Y sabía dónde estaba el poema.

Mariano Estrada . Animales en el corazón

75

Arbolillo –Arbolillo del campo: ¿dónde está el ave que se posa en tus ramas para cantarme? ¿Dónde fue el pajarillo de alegre cante? –Al arroyo fresquito que tiene el valle. –Arbolillo campero, tú, que lo sabes, ¿se marchó entristecido, solo, con alguien? –Con la sed en el pico, solo y con hambre; porque lluvia los cielos no quieren darle; ni la tierra lombrices, ni fresco el aire. «Avecilla apenada, que Dios te mande una nube copiosa de lluvia y carne». –Compañero, arbolillo, si vuelve el ave, que distraiga en mis ojos la sed y el hambre. Y después, arbolillo, después que cante. Que repueble el silencio que tiene el aire. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

76

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Golondrinas y cigüeñas

D

e noche, los tejados de Muelas son aleros oscuros en los que anidan las oscuras golondrinas. Las golondrinas son oscuras porque nacieron de un pubis atormentado. Los vencejos son negros porque sintieron el presagio de la esclavitud. Martin Luther King fue el abogado de los negros, pero la esclavitud de los vencejos son sus propias alas, largas como cuaresmas sin pan, casi como el Largo de Haendel, que es de una parsimonia alcalina, materia admirable de la que Ravel hizo un bolero a cuyo ritmo es imposible la fornicación, por más que lo pretenda Bo Derek. ¿Y los aviones? Los aviones sacaron el pecho por la ventanilla del amanecer y el sol se lo tiñó de un fogonazo. Blanco nuclear, blanco España, blanco de escopetas de perdigón que, como el pedo, funcionan con aire comprimido. Ruido. Culo. Liberación. Escándalos, olores, deflagraciones. ¿Usted sabe algo de lavativas? Sí, una mierda sacada de contexto. Las golondrinas siempre vuelven a España y a Zamora y a la Carballeda porque las casas de los españoles y los zamoranos y los carballeses les ofrecen todavía la hospitalidad de los aleros, el envigado de roble de los balcones y de los soportales y a veces los cabildos de las Iglesias, porque los curas entienden perfectamente el carácter sagrado de estos pobres animalitos de Dios. ¿Tú sabes que las golondrinas no se pueden comer? Claro, es pecado mortal. ¿Y en esto no hay bula, oiga? Parece ser que no, son tan escuálidas, las pobres… Y si no dan para comer, ¿cómo van a dar para sobornos? La cigüeña, que goza del mismo privilegio que las golondrinas, suele estar en las torres, bajo el gallo de las veletas, presidiendo el mausoleo de la carne con su nido de media tonelada y su larga lista de embriones congelados que, En busca del tiempo perdido, se han puesto mansamente A la sombra de las muchachas en flor. Pero los niños no vienen y los pueblos se van quedando vacíos... ¿qué pueden hacer, entonces, las cigüeñas? ¿Tendrán que musitar palabras de amor en los oídos de los sepultureros? De «Aguablanca, caminos de ida y vuelta» Mariano Estrada . Animales en el corazón

77

Un perro en Navidad

E

ste poema ha sido recuperado de la memoria y rehecho con pretensión de fidelidad. No obstante, han pasado por él más de 40 navidades y seguro que tiene algún gazapo entre sus versos, sencillos y claros. Se lo mandé a mi familia a modo de posdata de una carta en la que les comunicaba que no podría ir a pasar las Navidades con ellos. Era el año 1966 o 1967, no puedo precisar exactamente. Yo estaba en Madrid, estudiando, pero a veces me ataban las chapuzas laborales que de vez en cuando tenía y que, al margen de otras ayudas inestimables, necesitaba para sobrevivir. Creo que en aquellos días trabajaba por horas en la imprenta de la resvista SP, del falangista Rodrigo Royo, con mi amigo del alma y compañero de colegio en La Virgen del Camino, José Luís Fernández Martínez, antes de fundar el Grupo Coral Tak, cosa que hicimos juntos, pero no solos; antes, por tanto, de ser José Luís Zamanillo, como se llamó a partir de entonces, como aún se llama ahora. En la casa de Muelas siempre había un número notable de perros, unos de caza, porque mi padre estaba enganchado a la sarrasqueta del 12; otros de queda, para corregir las malas andaduras del ganado, y otros para defender a las ovejas del lobo. Estos solían ser apuestos y grandes, a veces altaneros, y llevaban carlancas para proteger aquella parte de su anatomía por donde suelen ser ajagados. El perro al que se refiere el poema lo había visto yo el año anterior a la puerta de casa, era un perro sin pedigrí, sin dueño, sin cariño, pero en modo alguno exento de belleza. La tenía sobre todo en los ojos, que miraban con triste mansedumbre. Estaba acurrucado junto al banco de la puerta, que era un madero de roble sin escuadrar, o levemente escuadrado, arrimado a la pared de la fachada. Se había tumbado allí para protegerse del frío y de la nieve, tal vez con la esperanza de que alguien lo aliviara de la soledad y del hambre.

78

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Un perro en la Navidad del 66 o 67 «Un día triste y con frío, las navidades pasadas, oí el lamento de un perro en el umbral de mi casa. Abrí la puerta y entró, porque en la calle nevaba, y se acostó en un rincón sobre una alfombra gastada. Yo lo miré con ternura y le di pan con palabras. Él levantó la cabeza y me miró con el alma. Así pasó por las horas mi corazón, sin notarlas. Después se fue, no sé adónde ni sé con quién ni sé nada. Pero dejó en mi recuerdo la luz de aquella mirada, agradecida y hermosa, profundamente cansada» Tenía yo pocos años, y la inocencia en la cara. Nunca han llegado a mi puerta las navidades tan blancas.

Mariano Estrada . Animales en el corazón

79

Sidoro y los personajes anacrónicos

H

ace solo unos días comentaba con unos amigos la lejanía temporal que transmiten determinados actores o actrices de cine que hace apenas 40 o 50 años eran auténticos ídolos para la sociedad. Alguien me respondió que tal vez no fueran propiamente los actores los que producían ese efecto arcaizante, sino que ello podía deberse a la escasez de medios y técnicas con los que contaba por entonces la industria cinematográfica a la hora de rodar las películas. Lo cual es muy cierto, sin duda, pero esa certidumbre no se contradice en absoluto con lo dicho anteriormente sobre los intérpretes, ya sean galanes o divas. En algunas ocasiones, aunque no en todas, yo veo a aquellas figuras legendarias como si estuvieran en los exteriores del tiempo. Tal vez por las formas de vestir y de peinarse, tal vez por la rigidez en algunos movimientos o por cierto artificio en las maneras, en las expresiones, etc. Pues bien, al personaje retratado en el poema que dejo a continuación le pasa tres cuartos de lo mismo: resulta completamente anacrónico. ¿Está del todo extinguido en la actualidad? No lo sé, aún hay pueblos que se dedican a la agricultura y a la ganadería, pero me da la sensación de que la estampa y el carácter de los «sidoros» modernos son bien distintos de los de entonces. Ahora hay mucha más uniformidad y mestizaje entre la gente de las zonas rurales y las urbanas. Hay magníficas infraestructuras que permiten todo tipo de acercamiento, hay multitud de medios de comunicación, entre los que destacan la televisión y las nuevas tecnologías… Cuando yo era niño, que es a la época a la que se refiere el poema, Sidoro era el tipo de hombre que, habiendo nacido en el pueblo, viviría en el pueblo durante todos los días de su vida. Con la salvedad, eso sí, del paréntesis que le imponía la patria para ensanchar la grandeza de sus gloriosos ejércitos. Luego vino la emigración y, en poco más de diez años, cambiaron mucho las cosas.

80

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Sidoro Salió por la puerta del carro. Cerróla. Le puso también el tranquillo. Pa’hacerlo dejó la navaja n’el poyo, y un trozo de pan con tocino. Después echó a andar con despacio, sin prisas, comiendo el apaño tranquilo. Miraba to’l rato pa’l suelo y andaba corvado, siempre anda tantico. «Que Dios te acompañe, Sidoro» –le dije– «Que Dios vos ayude» –me dijo–. Y luego: «Ti Antonio, me marcho, nos toca esta noche el molino. Si vuelve mi hermano, que duerma, que llevo la mula conmigo. Se fue por la calle pa’rriba, sereno, como antes se vino. La mula la encierra en la cuadra que tiene mirando pa’l río. Del libro «Mitad de amor, dos cuartos de querencias» (1984)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

81

Las flores mágicas y el picotazo de las abejas

E

n un lugar de esta España titiritera e irremediable, que puede ser del norte, del sur, del este, del oeste o de cualquier otro punto geográfico intermedio, había unas flores mágicas, hermosas e inocentes que, un buen día –similar en principio a los demás–, vieron llegar a un hombre a los entornos que ellas adornaban. Se trataba de un hombre cincuentón, empalagosamente ataviado y un pelín panzudo. Es verdad que recordaba a muchos otros que, como él, caían por allí, pero no se parecía nada al jardinero que veían todos los días. Eran tan distintos los ademanes... Ellas estaban acostumbradas no solo a su figura y a su tacto, sino también a los silbidos graciosos y agradables, aunque a veces un poco desafinados, que el jardinero emitía mientras les removía la tierra de los pies, las sulfataba con mimo y controlaba cariñosamente su riego. –«¿Quién eres tú, dinos, que no te recordamos?», –le preguntaron con esmerada educación, pero quedó bien patente que él no entendía el hermoso lenguaje de las flores. Sin embargo, venían con él unos jóvenes con pinta de capullos que, con una pasmosa diligencia, le abrían la portezuela del coche, le reían las gracias y le llevaban el maletín. Pues bien, estos jóvenes lo presentaban a los curiosos como político, añadiendo con irónica soberbia que tenía un cargo importante en la capital… «Es ministro», –añadían. Por unos instantes, las flores temieron que fuera a recortarles los bulbos, las hojas o los pétalos. Pero no, el hombre se dirigió a sus habitaciones, se puso el albornoz y, con cierta intrepidez, fue a sumergirse en la sauna, situada en los bajos del edificio, donde le hicieron un masaje integral. Luego se dirigió a la magnífica piscina de los elegidos, se tumbó en una hamaca que pendía de unas mimosas de buen talle y desde allí, sorprendiendo a tirios y a troyanos, ordenó que el agua del jardín

82

Animales en el corazón . Mariano Estrada

fuera restringida en un cuarenta y siete por ciento… Ni que decir tiene que los parterres se echaron a temblar. Ante la protesta más iva de las flores, pero pasándosela por la avenida de los bergamotos, el hombre se dirigió al restaurante de los manjares suculentos y ordenó que le llevaran el condumio a la mesa de la ventana luminosa, la que tiene de frente los jardines, las sirenas, el sol, la luna, la montaña y el mar, que todo ello puede juntarse en el renvalso de una buena chequera. –¡Ostras! –se dijeron las flores–. Este tronco no se corta un pelo ni se anda por las ramas. No solo va a dejarnos tiesas a nosotras, sino que él va a darse un dorado festín con las lubinas. Ha pedido angulas, langosta, aleta de tiburón y un rodaballo a la sal. La sal la echarán sobre nosotras y tendremos una sed impenitente durante todo el santo día. Y no podremos saciarla porque, con semejantes restricciones, no nos llega a la boca… ¿Vamos a quedarnos aquí, contemplando este agravio descomunal mientras a él le abanican las nereidas? Hay que decir que las nereidas tenían buena pinta, como no podía ser de otra forma, pero en realidad eran lagartas humanas, demasiado humanas. Ante el cariz que estaban tomando las cosas, ellas, las flores, consideraron que debían reunirse en una asamblea de cabreadas por falta de liquidez, en la que se tomó un acuerdo único, unánime e irreversible. Para darle traslado y cumplimiento, se pusieron todas encima o al borde de la mesa donde él saciaba vorazmente su gula, exprimieron sus cálices, sus corolas, sus estambres y sus pistilos y, del engrudo, salió una nube espesa de polen anímicamente envenenado que no tardó en contactar con la pituitaria del interfecto y de colársele por los ojos, marearle el cristalino y alborotarle mucho la niña. Y fue precisamente la niña la que explotó de este modo: –Papá: ¿qué les has hecho a estas pobres y preciosas golondrinas que vienen a cagarte en tu aleta de tiburón? –Les he ajustado el líquido elemento –contestó autoritariamente el interpelado– ¡Por la crisis! Mariano Estrada . Animales en el corazón

83

–Por la crisis no, por un tubo, –replicaron ellas. –Pero ¿qué has hecho, hombre de Dios? –volvió a decir la niña, en un tono de enfado–. ¿No ves que si las flores se mueren se morirán también las abejas? ¿Y sabes qué pasará si se mueren las abejas? Que morirán también las selvas y los elefantes y las mariposas, morirá también la vida. ¿De qué servirán entonces las ostras con las que, por cierto, te has empezado a atragantar? El hombre, que, en efecto, tenía atragantados los moluscos, se puso oji–saltón y pidió socorro a gritos: «Agua, agua»… Las voces alertaron al jardinero que, interpretando a su manera, corrió a girar la llave de paso del jardín para devolverles a las flores el cuarenta y siete por ciento de la liquidez que le había sido expropiada sin compensación o justiprecio. O sea: por el morro. Y las flores se vistieron nuevamente de azucenas, de violetas, de hortensias, de jazmines, de jacintos… Y se plantaron, como personas que son, en los jardines de los lujosos palacios habitados por los gobernantes de turno, con la idea de trasladarles las advertencias siguientes: –Si vuelven a cerrarnos el grifo, quienquiera que sea el aguafiestas, nos veremos obligadas a provocar una polinización general y hacer que las abejas penetren por vuestras ventanas, invadan vuestros despachos y depositen en las niñas de vuestros ojos el picotazo feraz de la revolución. Ignoran si el futuro respetará sus exigencias o si solo serán flores de un día, pero aquella noche durmieron a tallo relajado y a sépalo tendido. Al día siguiente, con la salida del sol, todas ellas se abrieron para darle sus mejores aromas al jardinero que, el día anterior, con la pena en el corazón y el agua restringida, tenía las comisuras volcadas, los ojos entristecidos y el silbo vulnerado.

84

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Adenda: poemas con animales Historia de una canción: El caballo

E

l año 85 había llegado a Benidorm con un invierno cálido, como suelen ser los inviernos en esta zona. ¿Cómo, si no, iban a florecer en enero los almendros? Con él había llegado también un cantante argentino al que, para montarse en el éxito, le faltaba estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Pero llegó a Benidorm, donde lo más que puede hacerse musicalmente hablando es cantar en el salón de un hotel o de una cafetería, lugares en los que él necesariamente se prodigaba. No recuerdo bien si aquel año se celebró el Festival de Benidorm. Lo que sí puedo decir es que el Festival de Benidorm estaba de capa muy caída y no volvería jamás a ser lo que fue, a pesar del dinero insuflado para extenderlo a los lejanos confines del mundo. ¿Confines? ¿Con qué fines? Lástima de dinero, ¿no? Algunos ni siquiera saben tirarlo. Se lo dejan a espuertas y no saben tirarlo. ¿Y son gestores públicos? Me lo explique usted, amor, me lo explique usted. (Nota: si hubiera dicho Amor, con mayúscula, me referiría al concejal que tuvo a su cargo el lanzamiento, pero amor, con minúscula, es un indeterminado inconcreto con el yo suelo hablar a menudo) Se llamaba Raúl. El cantante, digo, el gaucho. Era apuesto y amable. Cantaba a la manera de Alberto Cortez. «Igualito, igualito», –apostillaban algunos– y se acompañaba de una guitarra. –Este canta mejor, Mariano, me dijo confidencialmente Paco Llorca. Naturalmente, fuimos a verle. Y, en efecto, tenía una voz poderosa, como la de Alberto Cortez, pero más limpia. Eso sí, tal vez le faltaba esa fuerza que su compatriota tenía a raudales «en un rincón del alma». –Hola, Raúl, este es Mariano.

Mariano Estrada . Animales en el corazón

85

–Hola, Mariano, Paco me ha hablado mucho de ti. Poco tiempo después compuso una canción con «El caballo», un poema del libro «Vientos de soledad» que yo había escrito en fechas muy recientes. Y, cómo no, fuimos a su estreno en una sala de fiestas que en mis recuerdos aparece en una especie de sótano impersonal y desangelado. Estaba en L’aigüera. ¿Por el Hotel Luna? Eso creo, pero mis recuerdos ahí se desvanecen. Tampoco sé si hubo muchos aplausos, lo que puedo asegurar es que Raúl, aquel día, no murió de éxito. Y si alguno tuvo, que lo tendría, quedó sepultado para siempre en las paredes de aquella sala grande y un tanto contraindicada para cantar, aún teniendo una voz como la suya. Y ahí acabó la historia, de golpe, puesto que Raúl despareció como por arte de magia. Se fue sin despedirse y no volvimos a verle. Nadie sabe lo que ha sido de él, y a mí me gustaría saberlo. Lástima que, al menos, no me dejara la partitura de la canción llamada «El caballo», de la que no recuerdo dos acordes seguidos porque solo pude oírla una vez. Es para mearse de risa, ¿no? A uno le ocurren unas cosas muy raras y muy tontas. ¿Dónde estás ahora, gaucho divino? Tu éxito se preveía difícil. Pesaba un dios sobre ti, sobre tu voz, sobre tu forma de hacer y de cantar, a pesar de que la estrella de ese dios también se ha acabado apagando. Pero ahí están sus obras, que son las que hablan por él y por las que yo te recuerdo. Dejo aquí el poema. Que cada cual le ponga la música que desee, si es que hay que ponerle alguna, que a lo mejor es que no.

86

Animales en el corazón . Mariano Estrada

El caballo Yo tengo adentro un caballo de incierta doma; a veces suave y, a veces, a veces loca. Caballo manso, caballo, caballo potro; a mí me habita un caballo que yo no monto. Yo soy el agua que bebe, su sed es de otro; la carga ajena la aguanta, conmigo es cojo. Conmigo es cojo, si quiere, y mudo y sordo; un día condescendiente, arisco el otro. A mí me habita un caballo que se desboca; mis venas urgen galopes de sangre a gotas. A gotas tristes, a veces, alegres otras; que no se cansa la sangre de ser tan roja. Caballos todos son nubes y algunos viento; el mío llena un espacio de crin y pelo. Caballo tengo y es mío,

Mariano Estrada . Animales en el corazón

87

por él soy pienso; mi sangre toda, mi sangre lo lleva inmerso. Caballo blanco, caballo, caballo negro; mordisco, coz y patada, relincho y beso. Yo tengo adentro un caballo de mala monta, que a veces corre y, a veces, a veces trota.

88

Animales en el corazón . Mariano Estrada

El castrón Al fondo del corral, en la tenada, berrendo de negror y de blancura, echaba, cornamenta y apostura, sus ojos en el mar de la cabrada. Su estampa era hierática, cargada de fuerza, de dominio, de tiesura, holgada en majestad de la más pura que un rey haya tenido en la mirada. Y, en tanto que por rey, la sinecura, tenía, por su adónica hermosura, un lógico derecho a la pernada. Tenía ese donaire en la fachada, pero una mano entró en su colgadura y el macho era tan solo capadura. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

89

La trilla Bajo la cruda justicia que el sol imparte en las eras, el trillo arrastra en redondo sus duros dientes de piedra. Del trillo tiran dos vacas y de las vacas la inercia. Un hombre lleva a sus rabos una guiada y dos cuerdas, una banqueta, una pala, una actitud soñolienta... ¡Que nubarrón de sopores! ¡Qué eternidad, cuántas vueltas! ¿Adónde fijo los ojos para que no se me duerman? Dos batallones de rabos se abaten sobre sus dueñas; las moscas, que quieren sangre, en el empeño no cejan. En torno todo es solana, mañizos, parvas y medas; el carro para hacer sombra, sombreros en las cabezas. La trilla es una gran cama donde los ojos se cierran. Ya se han cerrado del todo, ya se han rendido a la siesta; ya lo barrunta esa vaca con su boñiga más tierna. ¡Que caga! –zumban mil voces como en un grito de guerra–. Un arrebato de furias

90

Animales en el corazón . Mariano Estrada

se va a la pala, no llega... El oloroso invitado ya ha traspasado la puerta. La bosta engrosa la trilla con sus mejores esencias. –Ya no hay remedio. compadre, de aquí pa,lante ten cuenta. Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

91

La matanza El corazón le salía por la garganta. Y por el pecho la sangre, y por los ojos el ansia. En el ritual carnicero de la matanza, el banco, los matadores, la vida misma cercada: a soga y a mano firme, como tenaza. Por el cuchillo de sangre se extiende la puñalada. Las manos son como un surco por donde un vino resbala. Un vino denso, de lava. Ya no es un cerdo el que gruñe, es el gruñido de un alma. Un alma que no tenía. Un alma. La sangre, que llena el cuenco, se enfría y cuaja. Y tras el último aliento, de tiemblos, de bocanadas, se queda inmóvil la bestia, con una muerte estirada. La carne del sacrificio, inerte, sacrificada. Al rabo un hombre y un chuzo. Asepsia y paja.

92

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Alrededor muchos ojos que miran, pero sin lágrimas. Y un fuego para las cerdas que van a ser chamuscadas. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

93

Romance del perro desventurado Siendo una hora imprecisa de una mañana cualquiera, un perro desventurado olisqueaba a mi puerta. – ¿Qué haces aquí, perro tonto? – Ando buscando a mi perra. Mi perra blanca, lanuda, con arrequives y perlas; vestida toda de largo, muy rozagante, muy bella. Tiene un lunar en el pecho y un corazón y una estrella. Por el lunar sabe a noche cerrada como tiniebla; la estrella tiene una cola y el corazón una flecha. Puede que tú la hayas visto, puede que pronto la veas. Sus ojos son como auroras que amasan pan de cerezas. Abre la boca con gracia y tuerce un punto la lengua. Tres días llevo buscando, tres largas noches sin verla. Mi corazón está herido con una herida muy densa. ¿Adónde irán estos ojos dolientes como tristezas? Temo que un perro la engañe con gullería y zalemas; o que la arrastre un mal viento

94

Animales en el corazón . Mariano Estrada

donde jamás la devuelva. Los perros somos olfato, instinto, naturaleza, y ella es un chucho inocente que tiene el celo a las puertas. – O yo ando mal del oído o estaba hablando esta bestia. ¿Cómo es posible que un perro pueda contarme sus penas? Sin duda tengo en las mientes historias, cuentos, leyendas de lengua periclitada, de antigua prosopopeya. Vete de aquí, perro tonto, vete a buscar a tu perra. Yo he visto a una en la fuente muy rozagante, muy bella; vestida toda de largo, con arrequives y perlas; con un lunar en el pecho, un corazón y una estrella... ... ¿Adónde vas, perro tonto...? También tenía una... ¡espera! Siendo una hora imprecisa de una mañana cualquiera, un perro desventurado olisqueaba a mi puerta. No quise echarlo a pedradas, mas le ordené que se fuera: Vete de aquí, perro tonto, ¿qué haces oliendo a mi puerta? Venía yo de la fuente con mucho sol y agua fresca. Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

95

La paloma Había una paloma deseada, había una paloma perseguida. Había, pero ya perdió la vida y fue mientras vivió muy desgraciada. Prohombres la tuvieron aliatada, mostrándonos, cual tierra prometida, su imagen, por poetas presentida, su forma, por pintores dibujada. Tenían entretanto preparada su muerte, que se da por ocurrida, pues no se ha vuelto a ver, al menos viva. El hecho pasará la madrugada de un año con la fecha ya cumplida, o acaso por cumplir, si hay quien lo impida. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

96

Animales en el corazón . Mariano Estrada

El remedio –Madrugas mucho, Justino, no se te pegan las mantas. –Pues tú me vas por delante, Genaro, que al rabo no andas. Aquí el que no corre vuela, como ha de ser y Dios manda. Es el remedio del pobre para pechar con la carga: de noche hacerse gallinas y con los gallos ser alba. –Otros madrugan muy menos y a pleno sol se levantan. –Pero esos, como tú sabes, tienen cocidas las habas. Los unos porque son curas, las otras porque son amas, y los demás por ser médicos, veterinarios o guardias. –Algunos hay que son vagos. –Pero esos bien que lo pagan. Los que además de ser pobres les damos pienso a las vacas, ramajos a las ovejas u ordeñamiento a las cabras. Los que llevamos a hecho todo el quehacer de la casa y luego echamos al hombro el azadón o la pala, ¿qué otro remedio tenemos que ser más gallos que el alba, más anteriores, más previos

Mariano Estrada . Animales en el corazón

97

que el velo de la mañana? ¿Qué otro remedio, si aún este a duras penas nos salva? Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

98

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Días de sueño Porque te quise de noche el día vino con sueño; muge que muge las vacas, ladra que ladra los perros. Como se quejan de ayunos los alimento con piensos. son muchas lunas seguidas las que, de amores, no duermo. Venga a balar las ovejas, venga a bramar los terneros. ¡Vengan las noches hermosas para pasarlas queriendo! Los días son lontananzas cuando en las noches hay fuego; por más que canten los gallos, por más que cuesten los piensos. Cuando la noche es caricia, el día apunta muy lejos. ¿Por qué será que el ganado no deja amar a su dueño? Del libro «Tierra conmovida» (1987)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

99

El hijo Tengo una vaca entelada, tengo la mies en la tierra; ayer tuvimos un hijo y mi mujer está enferma. La vecindad va a la suya, para jornales no hay renta; un hombre solo no es nada por muchas manos que tenga. Se me echa encima la casa de verme poca la fuerza; si el tiempo me hace lo mismo me va a arruinar la cosecha. Un hijo es una desgracia cuando hay olor a miseria; ¿qué va a llevar a la boca si el hambre ya se la llena? Que Dios me mande, si quiere, sudar de noche la tierra; pero que salve a mi esposa que el hijo sale con ella. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

100

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Embestidas, mordiscos y picaduras A Rosa, en cuya sangre se ceban los mosquitos.

Mira una vaca, ¡qué susto! ¡qué miedo, mira una víbora! Decidme, sustos y miedos: ¿quién desplumó a las gallinas? ¡La zorra! Quien tenga piernas que corra, yo voy volando en la brisa. ¿Quién ajagó a las ovejas? ¡El lobo! Entre mordisco y adobo, solo ajagó a las merinas. Las churras, como eran viejas, quedaron para cecina. Lagarto, mira esa araña y no la pierdas de vista. En esta parte de España quien no te muerde te pica. Puede picarte un pimiento, un escorpión, una avispa; puede morderte una yegua, un burro, alguna vecina... El perro muerde si ladra y si no ladra, mastica. El que no muerde es el toro, pero ay de ti si te mira. Mariano Estrada . Animales en el corazón

101

¿Adónde vas sin zapatos? Voy a coger lagartijas. En el envés de las peñas sestean las sabandijas. ¿Hay alacranes? A veces. Cuando depongas las heces, cuidado con las ortigas, los cardos, las zarzamoras, los toyos y las gatinas. Hay otros dientes menores, otros picores que pican: mosquitos, moscas, erizos... En los castaños pellizos, en los rosales espinas. ¿Hay más picor en el mundo? La sarna. Pero esto aquí no se estila. Son de mentar las cebollas, los ajos y las guindillas; los puerros, los sabañones y algunas otras cosillas: el pimentón, por ejemplo: capón, chorizo, morcilla. Y el humo denso de leña que sale de las cocinas. Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

102

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Mi vida Mi vida son los rebaños que en largos años cuidé. Los montes, sus aledaños, las fuentes de frescos caños para beber. ¿Acaso no lo entendéis? Yo soy llanura y otero, quebrada, loma, reguero, oveja y perro a la vez. Mi casa es viento y es frío, solana, lluvia, rocío y campo siempre a través. Mi corazón es la rosa, el ave, la mariposa, la abeja, el polen, la miel. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

103

Tete alredor Tusa. Tete alredor. El labrador va en su arado de tierra y sol. Oliva, Pastora, ¡piru! Vuelve. Tete alredor. Al frente van las cornales, detrás la reja, la voz. Túsate, vaca, tusa. Tusa, vaquita, ¡jo! Vira. Tete alredor. Con el rocío la fresca. con la solana el sudor. Oliva, Pastora, ¡piru! Atrópate, vaca. Vira. Tete alredor. Del libro «Tierra conmovida» (1987)

104

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Los animales del cura El gato del señor cura padece la calentura que le produce el moquillo. Pon atención, monaguillo: para evitarle el calvario procura un modo sencillo. Que venga el Veterinario. «¿Cómo pasar el cepillo si no se toca al rosario?» El loro del señor cura padece la calentura que ya sufriera el canario: llamado el Veterinario por no sé qué tabardillo... ... ¡Pobrecillo! Valga decir, hubo entierro. Igual pasó con el perro. Pues ya lo sabe, señor, para una vida mejor quite a su vaca el cencerro. Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

105

Gallear Cuesta balesta. Te pongas como te pongas, la cosa es ésta: al gallo que tiene agallas le crece el pico en la cresta. Qué propios los espolones para exhibir en la fiesta. Las plumas, los pantalones y los botones de muestra. ¡Cubrid la apuesta! La pongas como la pongas, la tienes puesta. El gallo canta que canta y la gallina contesta: ¡car, car, poner...! Al fin y al cabo, mujer. ¡Qué bien se presta! Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

106

Animales en el corazón . Mariano Estrada

Ley de vida Mi mula y yo vamos juntos por el atajo. Yo voy arriba, ella va abajo. Así es la ley de la vida: la mula siempre debajo y el dueño arriba. Por esa simple razón, muchacho, pon atención: Para evitar un traspiés, no pienses nunca al revés. Las cosas son como son. Del libro «Trozos de cazuela compartida» (1991)

Mariano Estrada . Animales en el corazón

107

índice

Animales en el corazón A manera de prólogo Una mirada a las fuentes Mi corazón Lobos, del miedo a la admiración La loba El gorrión desprendido La vaca de Severiana La desgracia tenía nombre de perro La importancia de las abejas Reflexiones de un cordero blanco Tijeras y trasquilón: el esquileo de las ovejas Esquileo Esquiladores Ojo con las víboras La víbora Leyendas sobre las serpientes El culebro y la vaca Extraños emparejamientos De vacas y de víboras La siega tiene su tiempo Preludio de siega

5 8 9 11 12 14 19 25 32 34 38 39 40 41 43 45 47 47 50 52

Los burros ya no son necesarios El burro como metáfora Platero y una niña sin dientes La historia de Platero El burro y la tapia Amaneceres de Muelas Alborada Octubre del 67 ¡Qué pena! Las perdices de Muelas y Miguel Delibes Perdices y escopetas Lobos de sombra Parábola de los pájaros Sueño premonitorio Arbolillo Golondrinas y cigüeñas Un perro en Navidad Un perro en la Navidad del 66 ó 67 Sidoro y los personajes anacrónicos Sidoro Las flores mágicas y el picotazo de las abejas

53 55 57 57 59 60 61 63 65 66 68 70 74 74 76 77 78 79 80 81 82

Adenda: poemas con animales Historia de una canción: El Caballo El caballo El castrón La trilla La matanza Romance del perro desventurado La paloma El remedio

85 87 89 90 92 94 96 97

Días de sueño El hijo Embestidas, mordiscos y picaduras Mi vida Tete alredor Los animales del cura Gallear Ley de vida

99 100 101 103 104 105 106 107

M ESTRADA-Animales en el corazón.pdf

Page 3 of 108. Page 3 of 108. M ESTRADA-Animales en el corazón.pdf. M ESTRADA-Animales en el corazón.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu.

376KB Sizes 16 Downloads 49 Views

Recommend Documents

ST56(M)EL/ST80(M)EL-ETNS(B)
User should set IP of Tower lamp to test HUB and EtherNet. ▫ Possible to ... Setting IP, subnet mask or information of gate way shows up, .... Inquiring head office.

en el nombre.pdf
Trailerel nombre delarosa youtube. Libro en el nombre delcerdo 2007 04. cpicurioso pero inÃotil. Revisitando en el nombre del padre dejimsheridan elmundo.

203313865-El-Laboratorio-en-El-Diagnostico-Clinico-Tomo-1henry ...
203313865-El-Laboratorio-en-El-Diagnostico-Clinico-Tomo-1henry-abbyy.pdf. 203313865-El-Laboratorio-en-El-Diagnostico-Clinico-Tomo-1henry-abbyy.pdf.

Engels 1876 El-papel-del-trabajo-en-transformacion-mono-en ...
Engels 1876 El-papel-del-trabajo-en-transformacion-mono-en-hombre.pdf. Engels 1876 El-papel-del-trabajo-en-transformacion-mono-en-hombre.pdf. Open.

Tema_14_España en Europa y en el mundo.pdf
Cristianismo Islam. Ampliación. Page 4 of 11. Tema_14_España en Europa y en el mundo.pdf. Tema_14_España en Europa y en el mundo.pdf. Open. Extract.

pdf-1818\cadaveres-en-el-armario-el-policial ...
... apps below to open or edit this item. pdf-1818\cadaveres-en-el-armario-el-policial-palimpse ... ra-argentina-contemporanea-spanish-edition-by-osv.pdf.

59517976-El-progreso-de-las-mujeres-en-el-mundo.pdf
EN BUSCA DE. LA JUSTICIA. Page 3 of 168. 59517976-El-progreso-de-las-mujeres-en-el-mundo.pdf. 59517976-El-progreso-de-las-mujeres-en-el-mundo.pdf.

El-Espejo-en-El-Espejo-Michael-Ende.pdf
escuchar las palabras de Hor. Sur órganos vocales se han atrofiado con tanto. silencio -se han transformado. Hor no podrá hablar contigo con mayor claridad ...

Muerte-en-el-circo.pdf
fiambre; entre ellos el electricista del circo que era un manojo de nervios. - Es imposible que fallara ese foco; la lámpara era nueva, y la había revisado esta.

El IOBA en Copenague.pdf
There was a problem loading more pages. Retrying... El IOBA en Copenague.pdf. El IOBA en Copenague.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu.

El Llano en Llamas Rulfo.pdf
Page 3 of 90. 3. EL LLANO EN LLAMAS. Juan Rulfo. INDICE. ACUERDATE........................................................................................... 5. LA CUESTA DE LAS ...

Atrazo en el transporte Peruano.pdf
entre las autoridades muni- cipales de Lima Metropolita- na y del Callao. Recordemos. que la Provincia Constitucio- nal sólo tiene una población. de un millón ...

tablets en el aula.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. tablets en el ...

408011M Investigacion en el Aula.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. 408011M ...

6.1° Misterio en el Museo.pdf
6.1° Misterio en el Museo.pdf. 6.1° Misterio en el Museo.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying 6.1° Misterio en el Museo.pdf. Page 1 of ...

ESPAÑOLAS EN EL PODIO.pdf
Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. ESPAÑOLAS EN EL PODIO.pdf. ESPAÑOLAS EN EL PODIO.pdf.

El asesino en serie desorganizado.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. El asesino en ...

INNOVACIÓN-EN-EL-AULA.pdf
INNOVACIÓN-EN-EL-AULA.pdf. INNOVACIÓN-EN-EL-AULA.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying INNOVACIÓN-EN-EL-AULA.pdf.