OBSERVACION PREVIA Al tratar este tema que, estimo muy interesante desde el punto de vista de acción revolucionaria, no puedo re ducir el marco a tan pequeño espacio como significa un solo Estado burgués, o no burgués, pues ya que existen
Estados proletarios,
que refinan
ferozmente las normas persecutorias de la burguesía en perjuicio del pueblo, bueno es que carguen también con la responsabilidad que les correspondan en las violencias que provocan y que el pueblo realice como justicias. Conste, pues, que no hago distingos entre Estados: todos,
excepción alguna, se amparan en la violencia legalmente para reducir al pueblo que no se somete a
sin
organizada la razón de
la fuerza; los sostenedores de los Estados natural es que se expongan a las consecuencias que, lógicamente, han de tener sus agresiones contra los que no aceptando la tiranía estatal, combaten contra ella. Para demostración que mis razonamientos están basados en hechos tan trascendentales que unos tendían a derribar un régimen y transformarlo en República Social y otros a transformarlo en República Socialista, que, aun que parecen una y otra iguales no lo son; los hechos sucedidos lo demuestran bien potentemente; tomaremos algo de las violencias que los antiguos revolucionarios (socialistas estatales y socialistas marxistas (comunistas), emplea ban para combatir a la burguesía cuando aún no se ha bían aliado a ella para traicionar al pueblo.
Cómo hablaban los traidores antes de venderse al capitalismo “Se puede preconizar la huelga de los soldados, hasta se puede intentar prepararla, y tenéis razón en recordarme que nuestros jóvenes militantes se emplean en hacer comprender al obrero que va a dejar el taller, al campesino que va a desertar de los campos para ir al cuartel, que hay deberes superiores a las que la disciplina querrá imponerles para que, en caso de Huelga General, el ejército no sería ya un instrumento tan manejable, tan dócil, en manos de la burguesía.
La Revolución no se organiza, no se decreta, no depende de la voluntad de los individuos: es el resultado de las circunstancias, el punto culminante de la evolución; se impone a los hombres. Id con picas, con sables, con pistolas, con fusiles: lejos de desaprobaros, me haré un deber, si llega el caso, de ocupar un puesto en vuestras filas. Arístides Briand, en su discurso pronunciado en el Congreso General del Partido Socialista francés, antes de sor Ministro de la burguesía.
Ni que decir tiene que mi concepción anarquista va
contra la
violencia venga de donde viniere; por eso protesto tanto de la violencia suicida como de !a violencia -organizada por el poder Estado. Pero es que la concepción anarquista que va contra la violencia no anula—al contrario, lo estimula—, la condición de hombre para merecer ser anarquista. Una agrupación obrera que contenga !a espiritualidad y los principios básicos revolucionarios tiene que ser un conjunto de individualidades, cuya condición de hombres esté perfec tamente determinada. Y es sabido que toda fuerza organizada en sentido revolucionario contra el capital y el Estado atrae sobre sí el rayo de la violencia de los que en nombre del orden, de la propiedad y todas esas zarandajas que componen los intereses del capitalismo quieren defender la sin razón con leyes reprimentes y con abusos de autoridad que gazapeando por los límites de la Constitución y de las mismas leyes convierten en excesos que caen sobre los ciudadanos convertidos en golpes que, naturalmente, no los siente el idealista, sino que los siente el hombre, que es, al fin, el que los recibe. Y
es natural, naturalísimo—otra cosa sería un contrasentido y una
cobardía—, que el maltratado piense, por Jo menos pensar, buscar una oportunidad para, a su vez, devolver al que abusó de su autoridad, o se tomó derecho que no tenía, para maltratar de obra a quien en inferioridad manifiesta no se podía defender, su mer ecido.
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4—
Aquí el origen de los atentados. Unos
ciudadanos
se
manifiestan,
con
permiso
o
sin
él,
espontáneamente, como surgen muchas protestas o adhe siones. La fuerza organizada al servicio del capitalismo si la manifestación es contra el Poder constituido o institutos que repelen el sentimiento y la
humanidad
del
pueblo,
obran
bárbara
y
arbitrariamente
castigando en una proporción mil veces mayor a la falta. Entre los manifestados puede haber hombres de sensibilidad tan exqu isita que no puedan sufrir en silencio la brutal represión que no merecen. Y el sentimiento exaltado en estos espíritus,, para mí selectos, puede hacer que la contrarrepresión estalle poniendo en la mano de estos hombres algo, que si no iguala a los medio s de ataque de la barbarie organizada, pueda, por lo menos, impedir la continuación o la impunidad de estas represiones sin fundamento y sobre todo sin derecho. Un ciudadano es detenido, con causa o sin ella, y en* la Comisaría
o
Jefatura
es
maltratado—como
ocurre
muy
frecuentemente—; contra todo derecho y ley es mantenido en los calabozos policíacos días y días sometiéndole a ese tratamiento inquisitorial, faltando a todas las leyes, mofándose de los derechos que la Constitución da a los ciudadanos; y, por fin, cuando le da la gana a la Policía, sin otro trámite para el detenido, lo ponen en libertad sin ninguna clase de derecho, o lo envían a la cárcel. Si
los
que
sufren
estos
abusos
de
autoridad,
estas
transgresiones de las leyes, no son otra cosa que i ndividuos cuya sensibilidad
moral
está
embotada
por
las
conveniencias
o
prejuicios sociales, lo más natural es que piensen —por lo menos pensar—en que lo que hicieron con él no es justo y es un abuso; y esa mala idea y esa
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5—
represión sorda y cobarde merecen combatirse como sea. Una autoridad, bien por opinión directa o sugerida por otra superior, finge un estado grande o pequeño,
d e agitación y detiene a un número,
d e trabajadores acusándoles de algo ilícito que
no lo es, y como pretexto para mantener detenidos a quienes no cometieron cielito. Es natural que, si no todos, algunos
d e los
detenidos que hasta este momento no fueron partidarios de la violencia, pueden pensar que si los representantes del Poder gubernamental cometen estos atropellos e injusticias, el atropella do es invitado a contestar en la misma forma, bien de frente, bien aguardando ocasión, como lo hicieran, en merecimientos los que les atropellaron. Millones de trabajadores estamos viendo que las leyes no existen o se aplican de tal manera que la rigurosidad es siempre para la clase obrera, aun en momentos de ex cepción) de que la libertad de pensar, de Prensa, de reunión, de asociación, de trabajo, de vivir, en fin, sólo es restringida y perseguida cuan do se trata de trabajadores, los cuales, si protestan, son apaleados, presos y procesados; si usan de derechos legales, es igual que no los usaran; si reclaman a la misma autoridad competente, sir ve de mofa y escarnio su pretensión... ¿Qué hacer, entonces? ¿A qué derechos agarrarse para conseguir sean escuchadas y atendidas sus pretensiones?... Todo esto es una invitación a la violencia. Los espíri tus débiles, simplistas, porque se cansan de que abusen de ellos; los fuertes, sensibles al dolor de las injusticias y de servidumbre contra las violencias de los de arriba,
x
porque responden a su carácter y a
sus principios humanos. Yj claro está, cuando una violencia voluntaria, indisci -
6
—
plinada, humana, es llevada al hecho por un hombre que sabe que va a combatir una violencia fuerte, oficial, organizada, impune, que le da novecientas noventa y nueve probabilidades de salir contra una de salir bien, la gente de "orden" llama atentado a lo que no es tal, sino una contestación a las barbaridades y abusos de la autoridad y poder que cometieron los encargados de defender la ilegalidad contra hombres indefensos.
* # # Los socialistas, antes de traicionar sus principios, tiempos no lejanos todavía en que su espíritu revolucionario se inclinaba a la violencia, han propagado ésta en todas partes y la han usado sin medida y como pudieron. Desde las palabras de Pablo iglesias en el Parlamento
afirmando
que
si
se
reprimía
a
la
clase
obrera
violentamente, llegarían al atentado personal (palabras y afirmaciones con más dureza repetidas en el cine de la Flor cuatro días antes de! atentado y muerte de Canalejas, que, por esta circunstancia, se le culpó a Pablo Iglesias, aunque nada tuvo que ver con la justicia popular); hasta los consejos y recetas revolucionarias que propagaban y practicaban donde podían, como en 1917, últi mo acto de espíritu revolucionario socialista que, aunque no airosamen te llevado,
fueron
perseguidos
y
presos
con
los
que
aún
hoy
continuamos siendo revolucionarios. El documento no es apócrifo (1).
‘‘El día de la Revolución, todo el que tenga un (1) Lo aclaramos por si el Fiscal pudiera creerlo así, Se halla consignado en la ''Historia de la Revolución Española'' de Orts, Ramos y Caravaca, segundo tomo, y allí pueden comprobarlo.
uniforme de soldado debe ponérselo. El que no quiera ponérselo, debe prestárselo a un compañero o a un amigo. Con esta pequeña superchería se conseguirá desmoralizar a la tropa e infundir enseguida a la población civil confianza en la victoria de la revolución y sumar adeptos. Para sembrar el pánico en los primeros momentos hay un procedimiento muy sencillo. Se rocían con petróleo los tranvías tirados por caballos, y se les arrima una cerilla. Como las bestias sienten el calor en las ancas, emprenden una carrera loca. A los tranvías eléctricos, no hay más que soltarlos vacíos de gente después de haberles dado toda la velocidad. Veréis cómo van a estrellarse contra un poste o una esquina, etc. Cuando las autoridades enarenen las calles, enarenadlas vosotros también, al llegar la noche, con fulmisato de mercurio. Esta substancia, al ser pisada por los caballos, pega unos estampidos atroces, que hacen encabritar los caballos y rodar a los jinetes por el suelo. ... Los revolucionarios habían de procurarse hacerse dueños enseguida de todo el petróleo, bencina, etc., que haya en droguerías y farmacias. Han de pensar que la revolución han de ganarla por medio de incendios. En los barrios ricos, se han de tocar unas con otras las hogueras. Hay que mirar de apoderarse de todos los personajes de campanillas que se pueda y guardarles en rehenes. Por ejemplo, el obispo, los canónigos, los superiores y superioras de conventos, magistrados y jueces, burgueses, ricos, etc. Y por cada revolucionario que sea fusilado, debe sacrificarse un rehén Y, si no, quemar una casa. Los Bancos no hay que quemarlos. Los Ban-
cos hay que atracarlos. La ocupación de los Bancos y de los grandes establecimientos, debe de ser una de las primeras medidas de la revolución. Cuando haya da abandonarse un edificio por no ser posible o por no ser necesaria la prolon gación de la defensa, es preciso que antes de evacuarla se provoquen varias fugas de gas en todos los pisos o, por lo menos, en los pisos bajos. Aún en las calles, son preciosas estas fugas. De todas estas violencias que hicimos nuestras, eran partidarios los socialistas de ayer, actuales ministros y llamantes diputados hoy, primates del privilegio que en la no menos llamante República de trabajadores, han convertido la oración pasiva por activa y no se acuerdan de la lucha de clases aplicando la parte del refrán sancho pancesco "ande yo caliente y proteste la gente", que, en este caso, es el pueblo trabajador el que protesta. Los socialistas marxistas que hoy gobiernan la Rusia Soviética, también persiguen a quienes protestan con la violencia del pueblo, contra la violencia estatal impuesta por su dictadura y, sin embargo, cuando ellos estaban en la oposición vean los amigos de la violencia cómo las gastaban (1). Consejos revolucionarios lijados en las calles de Moscú, en vísperas de la revolución comunista-marxista:
“Distinguid bien a vuestros enemigos cons cientes de vuestros enemigos inconscientes y (1) Lo tomamos de "La Insurrección armada", versión española de J. Curiel y M. Vela. Reproducido también en nuestro folleto núm. 9 "Juventudes Libertarias".
accidentales. Aniquilad a los primeros; no hagáis daño a los segundos. En lo posible, no toquéis a la infantería. Los soldados son los hijos del pueblo; no marcharán contra e¡ pueblo por su propia voluntad. Son los oficiales y el mando supremo quienes les empujan, y contra esos oficiales y esos mandos dirigiréis vuestros golpes. Todo oficial que conduce soldados a la matanza de los obreros, es declarado enemigo del pueblo y puesto fuera de la ley. Matadlo sin remisión. No haya piedad para los cosacos. Están cubiertos de sangre popular, han sido siempre los enemigos de los obreros. Atacad a los dragones y a las patrullas, y exterminadlos. En los combates con la policía, obrad de esta ma nera: en toda ocasión favorable, matad a todos los oficiales, hasta el grado de comisario inclusive; desarmad y detened a los simples inspectores y matad de entre ellos a los que son conocidos por su crueldad y sus canalladas; a los policías rasos, arrebatadles sus armas y obligarles a servir, no ya a la policía, sino a vosotros mismos. Los
hombres
que
aconsejaban,
dirigían
y
realizaban
estas
violencias que sólo aceptamos como revolucionarios y en momento crítico de resolución, no tienen fuerza moral para recriminarnos, no por seguir sus consejos al pie de la letra explicados, sino porque hacemos de nuestros conocimientos en las profesiones y nuestra demostración de ideales libertarios una obstrucción a la política de los hombres que gobiernan porque hurtan a! pueblo los derechos que prometidos por ellos tenemos derecho a disfrutar y por este solo concepto se nos arrebata brutalmente de nuestras casas, de los talleres y las fábricas, y se nos lleva a abarrotar las cárceles, presidios y barcos,
— IO -----bajo tratos y violencias no conocidas aún por los traba jadores españoles, en los peores tiempos de luchas y revueltas sociales. Avergüenza tener que decir, que en plena República de trabajadores, con una mayoría de diputados que fue ron obreros hasta el momento de ser diputados: con tres ministros socialistas, los fres obreros, manual uno, e intelectuales dos, vergüenza da el pensarlo, los trabajadores, auténticos tenemos que levantamos en lucha de clases, recogiendo y guardando los principios que todos ellos tiraron al considerarse privilegiados de la República. Solo
nosotros,
los
hombres
anarquistas,
mantenemos
la
integridad de los derechos del pueblo. Y esos hombres que cual fariseos marxistas, apóstatas de su acción revolucionaria de un ayer no lejano, son los que nos señalan
como
pistoleros, como
bandidos
con
carnet, como
atracadores, como extremistas, olvidándose, - porque ya no las sienten, que sus hambres les llevaron a aceptar todos los medios de defensa, hasta el atentada personal, cuando, en realidad, eran
obreros y cuando la necesidad de caca día les obligaba a defenderse de¡ robo de su pan y de sus derechos que di ariamente disputaban a la burguesía. ¡Pronto olvidaron su pasado para no acordarse nada más que de asegurarse un porvenir por si otra vez no atraparan la ocasión de medrar! Recuerden, recuerden los olvidadizos de hoy su pasado de otros días que, con el que esto escribe, se jugaban la libertad y la vida en lucha por la defensa de los sindicatos. Recuerden si entonces iban contra la violencia. Recuerden si entonces les repugnaban atacar o defenderse como se podía, contra los
— 11 — desmanes de la autoridad y las ambiciones de la burguesía. Recuerden, no sea que ahora, porque nunca sintieran las ideas que decían defender, les remuerda su conciencia de proletarios vendida por sus apetitos de burgués, por el plato histórico de lentejas. No se puede comprender tanta vileza en hombres que conocen los zarpazos de la vida, que los sufrieron y que saben, que perder el momento oportuno de combatir en la lucha con el arma que la ocasión pone en la mano del trabajador, porque la lucha social no puede ser lucha por sistema, sino siempre ocasional, es la posibilidad de conseguir los planes revolucionarios estudiados y preparados durante mucho tiempo entre persecuciones, intranquilidades y sacrificios enormes que no siempre hay me dios, ni tiempo, ni probabilidad de repetir sin sorpresas y peligros. Porque
luchar
por
el
advenimiento
de
un
movimiento
revolucionario intenso y preparado en todo el país, de pende ciertamente de la suma de circunstancias varias que determinan el momento de la llegada del cataclismo. Por esto, los socialistas, la U. G. T. de acuerdo con los anarquistas y la C. N. T. realizó unidos el ensayo nacional revolucionario de 1916, de cuyo Comité Central revolucionario
fué parte el que esto escribe y que fué un recuento
de fuerzas para determinar el movimiento general revolucionario de
agosto
de
1917
vilmente
traicionado
por
los
partidos
republicanos y los militares comprometidos en el movimiento y que dió lugar a la represión feroz de Sánchez Guerra que como ministro de Gobernación de la monarquía fue un tigre carnicero. He aquí lo que nos enseña la historia de momentos.
que preceden a los períodos revolucionarios. Los enemigos de la revolución para destrozar el espíritu de revueltas, para crear el desaliento en las masas revolucionarias, lanzan las calumnias más atrevidas que no importan sean repetidas en momentos distintos, ni años después, aun por los mismos calumniados que fueren antes. Cuando el movimiento revolucionario de 1917, el oro ru so jugó un gran papel para hacer antipático el movimiento, calumnia lanzada por los monárquicos y algunos de los que hoy son diputados, contra los socialistas, la U. G. T., los anarquistas y la C. N. T. Y ahora en esta histórica huelga general hecha por l a C. N. T. para protestar de la persecución que le hace víctima la República manteniendo
en
las
prisiones
a
más
de
4.000
trabajadores
cenetistas, los calumniados de ayer, ministros algunos de ellos y diputados muchos más, han vuelto a repetir la calumnia vil do entonces los elementos revolucionarios, trabajadores auténticos, espíritus revolucionarios invendibles, estamos comprados por el oro ruso, y de acuerdo con la monarquía. ¡Miserables! '*##
La historia nos demuestra que los que fueron minoría la víspera de la revolución, fueron a! día siguiente fuerza predominante. Por esto, cuando los arribistas políticos, obreros y burgueses, hablan de revueltas populares, so pretexto de que son hechos obra de cuatro
vivos, débese
en
porque
la
calle
inconscientes
y
al miedo que les causa de ver al pueblo
saben
que
estas
revueltas,
motines
insurrecciones van contra ellos y contra sus apetitos y traiciones.
e
— 13 —
-
Se necesitan insurrecciones y revuelas locales, sobre todo, se necesitan movimientos en los campos, porque el capitalismo teme estas insurrecciones y sabe que las primeras revueltas de una revolución no puede tener más objeto que perturbar la máquina del Gobierno, detenerla, romperla. Y es necesario obrar así para hacer posible los desarrollos sucesivos de la Revolución. Para retener a los elementos revolucionarios, los trai dores o futuros traidores, lanzan la palabra cobarde, je suítica y traidora:
hagáis movimientos inconscientes!,
¡NO
con lo cual echan el jarro de
agua Iría que inmoviliza a los trabajadores poco seguros de sí mismos y que no han perdido aún la pusilanimidad natural de quien no conoce la rebeldía en acción. Ahí está la historia, toda la historia de todos los pue blos donde las multitudes han querido dejar de serlo. En los momentos críticos, los arribistas, han lanzado su palabra de
prudencia
para si se procuraba hacer responsables a los
triunfaba, saber llegar al beneficio material
suficiente,
públicamente
inconscientes y
si se
del triunfo como
para conducir rebaños, poniéndose rastreramente a
disposición del capitalismo. Con todo eso, los traidores saben acomodarse, en cuanto ven en la calle los andrajos del hombre con una lata de gasolina bajo el brazo, la bandera roja de la insurrección proletaria, la hoz atada a la punta de un palo y las caras lívidas de coraje de los trabajadores del campo y de la ciudad. Lo que más temen los arribistas del proletariado o de la clase media, es la Revolución a fondo. Saben que una revolución a fondo trae, forzosamente ha de traer un programa que se precisará necesariamente
— 14 — cuando se llegue al final de la lucha. Y si el levanta miento se hace general, nacional, las ideas anarquistas, queriendo establece r lo más aproximado al comunismo libertario, durante la tormenta social, esas mismas ideas acabarán por imponerse. Y esto es precisamente lo que más temor inspira a los traidores presentes
y
futuros;
que
la
revolución
tenga
un
programa
determinado, estudiado y mantenido para imponerle al final de la victoria. Si se logra, ¡adiós apetitos traidores! ¡Pobres de las personas de los que se vendieron! Cuando son revueltas locales o generales y sólo se persiguen pequeñas conquistas de carácter material económico, es lo que desean los arribistas, los traidores, con sus servicios a la burguesía en contra del pueblo, afianzan su personalidad y mejoran su situación económica que, al fin y al cabo, es lo que ellos buscan.
¡Por dinero baila el perro!
Y no hay nada de exageración en lo expuesto. Se palpa con tal claridad en estos momentos, que la desvergüenza espanta. Recordad, trabajadores, que hace unos días, cuando la última crisis, los socialistas, viendo que la animosidad de su impopularidad crecía basta imponerse a sus apetitos, lanzaron la amenaza, que entre los bien enterados sólo puede causar risa, QUE SUS MILICIAS
ESTABAN DISPUESTAS AL ASALTO. ¡LAS MILICIAS DE LOS TRES Y
medio!, porque yo estoy seguro que, a pesar de su in fluencia en la central sindical U. G. T., saben, les contesta perfectamente, que no pueden disponer de la fuerza obrera para hacer por sí solos una revolución y que, así como la central sindical C. N. T., sola, no lo ha podi-
— 15 — do realizar, los socialistas y las fuerzas que ellos llaman socialistas, de la U . G. T., pero que no lo son, tampoco podrían hacerlo. Claro que al lanzarse ellos a un movimiento político, procurarían atraerse de momento a las fuerzas trabajadoras revolucionarias, en las que ellos sembraron su descontento y que en el confusionismo, como el movimiento es un deseo revolucionario, les acompañarían; pero, quizás en el pecado, los socialistas llevaran la penitencia, porque al finalizar el movimiento político iniciado por la conveniencia socialista de
partido,
aprovechados
los para
elementos
verdaderamente
fabricar
pasteI,
el
no
revolucionarios,
querrían
terminar
y
convirtieran el movimiento político en económico, terminando por hacer justicia sobre los traidores al pueblo. ¡Pues no! No hay que desanimarse, aunque los movi mientos se pierdan. Hay que seguir levantando los campos propagando entre los elementos
campesinos
su
derecho
a
poseer
la
tierra
sin
indemnizaciones a los que detentan hoy su producto. Hay que enseñarles lo que es el Municipio libre, por el cual ellos deben administrarse mañana, matando en ellos el espíritu de vasallaje, la condición de esclavo que creen deben tener para sus explotadores que aún llaman sus amos en Castilla. No hay que dejarlos ser indiferentes a los dolores de los trabajadores de otros pueblos. Hay que hacerlos desear el fin de una revolución que les dará con amor y convicciones de justicieros la igualdad entre los que trabajan. Estarán con el pueblo en los campos, en las regiones agrícolas, en las ciudades con los trabajadores de las industrias y oricios. Todo esto es violencia revolucionaria, no sólo lo es el momento da acción de un hecho colectivo o individual.
— i6_ — Lo demuestra así, porque es iodo lo contrario que la violencia capitalista organizada porque ésta va contra el progreso, poique va contra la libertad, que es expansión, amplitud, extensión y amor. No admite quien la discuta porque no resistiría la discusi ón basada como está en el privilegio, en ¡a injusticia y en la sin razón.
Por todo esto, la violencia social-fascista, per sigue al pueblo porque éste sabe que después de haber trastornado, debilitado primero y por fin destrozado el gobierno del Estado y sus cimientos morales, comenzarán a afirmarse entre las multitudes y precisarse en los hechos anarquistas.
Imp. Campos— Pedro Heredia, x dupdo.—Madrid