FRATERNIDAD DE GRUPOS DE ORACION RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA Arquidiócesis de Córdoba Escuela de Formación RCC 2016

Capítulo VI. La Comunidad. Caminar de la mano de San Pablo buscando discernir hacia dónde va la RCC

La Comunidad de Jerusalén, modelo de nuestras comunidades La actual capital del Estado de Israel ha vivido una larga historia: fue la ciudad de los jebuseos, conquistada por David, quien la convirtió en el centro de su reino. Se llamó “Ciudad Santa” (Is 52, 1), Ciudad de Dios y del Santuario, porque allí se llevó el Arca de la Alianza y se construyó el templo. La etimología popular emparenta su nombre de “Salem” con Shalom, y por eso se la denomina “la ciudad de la paz”, aunque en ella ha corrido la sangre con abundancia, hasta empapar todos los terrones de sus calles y las piedras sillares. En ella murieron los profetas y en ella crucificaron a Jesús. Para cualquier israelita, Jerusalén es el ombligo del mundo, el centro de la tierra, colocada por Dios en medio de las naciones, rodeada de países (Ez 5,5; 38,12), pero Dios la castigó y la Ciudad Populosa quedó como mujer viuda, y la Princesa hubo de pagar tributo (Lam. 1,1). Se la conoce como Sión, para indicar el monte en donde fue construida, y ese nombre vino a constituirse en el símbolo de lo que sería la ciudad Nueva, Jerusalén de arriba y patria para todos los creyentes.

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La comunidad cristiana En Jerusalén vivió la primera comunidad cristiana, y en su historia podemos distinguir dos etapas: la anterior y la posterior a Pentecostés. En la etapa previa a Pentecostés, aparece Jesús que forma discípulos: la palabra del Maestro llegaba primero a las multitudes y luego se concentraba en los grupos de sus apóstoles, de sus más inmediatos testigos. Jesús es quien dio inicio a la Iglesia, nos dice el Concilio Vaticano II. Se habla de Él como fundador de la Iglesia, aunque más importante es saber cómo debe ser la Iglesia si quiere vivir fundada (fundamentada) en Él, si se sigue edificando en Él y por Él. Jesús anunció el Reino de Dios, en cuyos cimientos, como si se tratara de un Nuevo Israel sustentado por doce patriarcas, colocó a doce apóstoles (Ap 21,14). Es cierto que el Reino y la Iglesia son dos realidades que no se identifican, pero tampoco se oponen. La primera es más amplia, encaja a la segunda, aunque no todos los elementos de ésta pertenezcan a aquél. San Lucas en sus dos libros (Evangelio y Hechos Apostólicos) nos describe el nacimiento y el crecimiento de la Iglesia. A lo largo de su narración, van apareciendo características y comportamientos que ayudan a comprender cómo fueron las primeras comunidades cristianas y cómo debe ser la Iglesia. Es posible que esa narración idealice a la Iglesia naciente; de todos modos, allí se describe la norma para la Iglesia de siempre. Por eso todas las citas aludidas en este artículo se toman de los Hechos Apostólicos y, en pocas ocasiones, del evangelio de Lucas. La primera eclesiología, que presenta a Jesús como fundador y fundamento, se denomina “eclesiología desde arriba”; hay otra que parte de la historia y de las ciencias sociales, es la “eclesiología desde abajo”, que mira el desarrollo de la comunidad como a lo largo de los años lo ha venido haciendo el Espíritu Santo, a quien consideramos el cofundador. 2

El proceso partió desde Jesús, quien, con la formación de sus discípulos, imprimió una dinámica, sin reglamentarlo todo detalladamente. El Señor culminó su existencia con su Pascua, y glorificado a la derecha del Padre, derramó su Espíritu. Los discípulos se prepararon a recibir ese don de lo Alto, en la alegría (Lc 24), la unidad (1,13-14) y la oración (1,14) y el deseo de testificar la resurrección (1,21). Pentecostés fue un huracán de fuego, fue el desbordamiento del entusiasmo. El fuego del Espíritu permanece desde entonces encendido, aunque en momentos de la historia sus llamaradas parezcan apagarse y casi extinguirse. Pero las brasas han estado siempre ardientes. A través de permanentes y muy diversas manifestaciones pentecostales, el Espíritu Santo sigue congregando la Iglesia, sigue vivificándola como lo hace el espíritu con el cuerpo, continúa guiándola por el camino de la historia y sigue dando lucidez a los discípulos de Jesús para que sean testigos de la fe, de la esperanza y del amor. La plenitud del Espíritu, que ungió a los discípulos, empezó a manifestarse de diferentes maneras complementarias:

1. La oración Los discípulos proclamaban las maravillas de Dios (2.11); bendecían al Señor en el templo (Luc.24,53), al que subían para las plegarias habituales (3,1); se mantenían perseverantes en las oraciones (2,42), oraban en las casas (4,24 ss), con diversos motivos (4,31; 6,6; 12,12). Debían recordar las enseñanzas de Jesús sobre la oración, compendiadas en las invocaciones al Padre del cielo (Abbá), añoraban y pedían el retorno de su Maestro (Maranatha) y suplicaban que éste se manifestara con el poder de su Espíritu (2,33.38; 4, 29-33). Ellos intercedían (4,24; 12,12) y suplicaban la luz del cielo para sus actuaciones (1,24; 4,29; 6,60; 10,9).

2. La enseñanza de los apóstoles Con la fuerza de Pentecostés, los apóstoles se hicieron testigos de la Resurrección (Hech. 3,15; 5,32). Recordaban a sus oyentes que Jesús había sido crucificado y había vencido a la muerte. Ese fue el núcleo del kerigma (2,22; 3,12; 4,8.33; 5.30). Esa fue la base del 3

Evangelio que lentamente se fue ampliando, con el recuerdo de las palabras de Jesús y de los episodios de su vida, con tradiciones que se iban conservando y transmitiendo oralmente, y con la visita a los lugares donde Jesús había estado y actuado. Recordaban al Maestro, leían el Antiguo Testamento a la luz del Señor, resolvían los problemas que se les presentaban basándose en enseñanzas o actitudes de Jesús, precisaban aspectos de la doctrina. Daban títulos mesiánicos al Resucitado, llamándolo “el Justo” y “el Santo” (3,14), “el Jefe que lleva a la Vida” (3,15); lo comparaban con los profetas (7,52) y decían que era Señor de todos (10,36) y Juez de vivos y muertos (10,42). Jerusalén, que era el centro de Israel, pasó a ser el primer centro kerigmático de la Iglesia, y esto le dio a esa ciudad un papel histórico excepcional para judíos y no judíos (8,14.26; 10,14.36). 3. El Bautismo y la Eucaristía Jesús resucitado se hace presente de múltiples maneras entre los suyos. Una presencia suya excepcional se realiza por medio de las celebraciones sacramentales, que son acciones del Señor y reuniones de fe, de caridad y de unión que deben aglutinar la comunidad cristiana. Las celebraciones litúrgicas que ahora vive la Iglesia tienen sus raíces en el grupo de los primeros cristianos de Jerusalén. Así, desde el día de Pentecostés se empieza a hablar del Bautismo (2,38.41; 8,12-16.36-38; 9,18; 10,47-48). Un antiguo nombre de la Eucaristía fue el de “Fracción del pan”, como se dice en Hech. 2,42-46 (cf.20,7-11; 1 Cor. 11,20-29). La carta de Santiago describe un rito que la liturgia considera como la primera mención del sacramento de la Unción de los Enfermos (Sant. 5,14). Un rito muy empleado en la primera comunidad fue el de la imposición de las manos. En todas esas ceremonias sagradas se nota la supresión del ritual judío. Las prácticas cultuales del pueblo hebreo van desapareciendo de la liturgia cristiana: ya no se habla de la circuncisión ni de fiestas tradicionales ni de abstención de carnes ni de observancia de la Ley. Por el contrario, con gran audacia se va descubriendo un mundo nuevo, un nuevo sacerdocio, un nuevo culto, un nuevo templo. Y los cristianos tienen creatividad para expresar su fe en Cristo con ritos nuevos, celebrados en casas de familia (Hech. 2,46; 3,1; 12,12). 4

4. La Comunión La comunión, o sea, el amor fraternal y la relación con el Espíritu de Dios, se designó con la palabra técnica Koinonía. Los creyentes de la primera hora se descubrían como ciudadanos de un nuevo Reino, como miembros de una asamblea convocada por Dios, a la que llamaron Iglesia (Ekklesia) y como quienes formaban un solo cuerpo, en el que todos tenían la misma alma y el mismo corazón (Hech. 2, 42; 4, 32). El amor que los unía los llevó a poner muchos bienes en común, a vender hasta las casas y campos, dejando el dinero a disposición de la comunidad (2,44-45; 4,34-37). La raíz de todo fue la fe que, vivida en la unidad, producía frutos de generosidad. Esa actitud, posiblemente idealizada, causó después problemas como la conducta de Ananías y Safira (5,1-10), las dificultades en la repartición de alimentos diaria o semanalmente (6,1-7; Sant.2,2-7) y las colectas que hubo de efectuar Pablo para ayudar a esos “nobles mendigos” de que hablaba san Juan Crisóstomo, quien escribe: “Si algunos fieles, apenas eran ocho mil, osaron ante el Universo, dónde sólo tenían enemigos, sin esperar ningún consuelo, hacer un ensayo valeroso de la vida en común, cuánto más se lo podría realizar ahora, cuando hay fieles en todo el mundo. ¿Habría un solo pagano? Ni uno, los atraeríamos a todos, los conquistaríamos a todos”.

5. Los carismas Mirando en su conjunto a esa Iglesia naciente, divisamos a muchos hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo que corroboraba su presencia y daba eficacia al trabajo apostólico por medio de sus carismas. Éstos se manifestaban por medio del don de lenguas, de visiones y sueños, de profecías (2,8-11.17) de prodigios y signos (2,18; 4,30; 5,17; 12,6-10), de sanaciones (3,1-10; 4,31; 9,17.32-41) y discernimiento (15,28). Pero se dice que la Iglesia es carismática por la presencia permanente del Espíritu Santo, por las gracias ordinarias o comunes y por las extraordinarias que derrama, por el fruto del amor que produce, por la alegría y la paz que surgen como consecuencia de su actuar divino.

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6. Los ministerios Al ir creciendo la comunidad, y es una manifestación de Dios que asegura el crecimiento y que añade al número de sus discípulos nuevos creyentes, la Iglesia debió organizarse (1,5; 2,41.47; 4,4; 5,14). Entonces brotaron los ministerios: el de los jóvenes que enterraban a los difuntos (5,6.10), el de los servidores de las mesas (6,1-6), el de quienes se dedicaban a la oración y al ministerio de la Palabra (6,4), el de evangelizadores (8,12.26.40; 21,8). Luego nacieron otros servicios vinculados a la misión (11,30; 15,2.23; 21,18).

7. El gozo en el Espíritu La alegría fue una característica básica de la primera comunidad. Lo que no significa que escaseasen las dificultades. Al contrario, fueron numerosas, internas o externas; culturales, legales, religiosas, sociales, económicas. La burla y persecución de las autoridades judías, que llevó hasta el martirio a Esteban y Santiago (1,13; 4,1-3; 5,17-19.26.33; 6,55-60; 12,1-2). Problemas económicos como los de Ananías y Safira (5,1-10). La distribución de alimentos a los pobres (6,1-4). La simonía (8,1824). El hambre insatisfecha (11,28-30). La tensión entre helenistas y hebreos. Los problemas entre helenistas y judeo cristianos. Dificultades inherentes a la misión, pues la comunidad de Jerusalén tuvo dimensión ecuménica desde el principio. A pesar de esas dificultades, a través del libro de los Hechos se ve una corriente de gozo en el Espíritu (2,26.46; 5,41; 8,8.39; 11,23; 12,14; 13,48.52; 14,17).

8. Sinagoga e Iglesia La predicación era llevada a cabo con valentía (4,31). Con el tiempo, surgirían problemas doctrinales, sobre todo al confrontar la fe en Cristo, proclamada por los primeros discípulos, y la teología del judaísmo, defendida por los rabinos, porque hubo polémicas con las autoridades judías, que fueron llevando a distinguir la nueva fe de la antigua, Iglesia y sinagoga, cristianismo y judaísmo. La comunidad cristiana dejó de ser una corriente judaica, una secta o un grupo de creyentes y conquistó su identidad y autonomía. 6

Pero también hubo judíos convertidos a Cristo que quisieron conservar todas las prácticas de la observancia mosaica, amalgamadas con la doctrina evangélica. Se llamaron judeocristianos y se convirtieron en contradictores de los helenistas, o cristianos de origen griego que rehusaban algunas prácticas de la religión judía, considerando que Jesús los había liberado de ellas. En Hechos Apostólicos se narran los primeros conflictos y las soluciones propuestas. Esas tensiones se prolongaron en el siglo II. Los nombres que los primeros creyentes se fueron dando son muestra del sendero que tuvieron que recorrer: de discípulos y creyentes, pasaron a formar el movimiento de Jesús y se los llamó Nazarenos; se sintieron hermanos, santos, elegidos, seguidores del Camino, cristianos… Esos nombres, como iremos viendo, permiten conocer una comunidad que se fue estructurando, presidida por apóstoles y testigos de Jesús.

Lectura bíblica Se recomienda consultar todos los textos citados y en especial: Hech. 2,41-47; Sant. 1, 1-27.

Lectura complementaria En la historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, en el libro segundo, 23, se cita a Hegesipo, quien narra el martirio de Santiago, obispo de Jerusalén, con estas palabras: Sucesor en la dirección de la Iglesia es, junto con los apósteles, Santiago, el hermano del Señor. Todos le dan el sobrenombre de “justo”, desde los tiempos del Señor hasta los nuestros, pues eran muchos los que se llamaban Santiago. Pero sólo éste fue santo desde el vientre de su madre. No bebió vino ni bebida fermentada, ni comió carne; sobre su cabeza no pasó tijera ni navaja y tampoco se ungió con aceite ni usó del baño. Sólo a él le estaba permitido entrar en el santuario, pues no vestía de lana, sino de lino. Y sólo él penetraba en el templo, y allí se le encontraba arrodillado y pidiendo perdón por su pueblo, tanto que sus rodillas se encallecieron como los de un camello, por estar siempre de rodillas adorando a Dios y pidiendo perdón para el pueblo. Por su eminente rectitud, se le llamaba “el justo” y “Oblias”, que en griego quiere decir protección del pueblo y justicia, como declaran los profetas acerca de él. 7

Así pues, algunas de las siete sectas que hay en el pueblo y que yo describí anteriormente (en las Memorias) trataban de informarse de él sobre quién era la puerta de Jesús, y él respondía que éste era el salvador. Algunos creyeron que Jesús era el Cristo. Pero las sectas mencionadas anteriormente no creyeron ni en la resurrección ni en que vendrá a dar a cada uno según sus obras. Mas cuantos creyeron, creyeron por Santiago. Siendo, pues, muchos los que creyeron, incluso de entre los jefes, los judíos, escribas y fariseos se alborotaron diciendo: todo el pueblo corre el peligro de esperar al Cristo en Jesús. Se reunieron, pues, delante de Santiago y dijeron: “Te lo pedimos: retén al pueblo, que está en un error respecto de Jesús, como si él fuera el Cristo. Te pedimos que persuadas acerca de Jesús a todos los que vengan para el día de la Pascua, porque a ti todos te obedeceremos. Nosotros, efectivamente, y todo el pueblo, damos testimonio de ti, de que res justo y no tienes acepción de personas. Tú, pues, convence a toda la muchedumbre de que no se engañe respecto del Cristo. El pueblo entero y nosotros te obedecemos. Yérguete, pues, sobre el pináculo del templo para que desde lo alto seas bien vivible y el pueblo todo oiga tus palabras, porque con motivo de la Pascua se reúnen todas las tribus, incluso con los gentiles”. Y así los susodichos escribas y fariseos pusieron a Santiago de pie sobre el pináculo del templo y le dijeron a gritos: “¡Oh, tú, el justo! A quien todos debemos obedecer, puesto que el pueblo anda extraviado detrás de Jesús el crucificado, dinos quién es la puerta de Jesús”. Y él respondió con una gran voz: ¿por qué me preguntáis sobre el Hijo del hombre? También él está sentado en el cielo a la diestra del gran poder y ha de venir sobre las nubes del cielo”. Y siendo muchos los que se convencieron del todo y ante el testimonio de Santiago, prorrumpieron en alabanzas diciendo: “¡Hosana al hijo de David!” Entonces los mismos escribas y fariseos de nuevo se dijeron unos am otros: “Hicimos mal en proporcionar un testimonio así de Jesús, pero subamos y arrojémosle abajo, para que cobren miedo y no le crean”. Y se pusieron a gritar, diciendo: “¡Oh, oh, también el justo se ha extraviado!” Y así cumplieron la Escritura que se halla en Isaías: Quitemos de en medio al justo, que nos es incómodo. Entonces comerán el fruto de sus obras (Is. 3, 10). Subieron, pues, y arrojaron abajo al justo. Y se decían unos a otros: “Lapidemos a Santiago el justo”. Y comenzaron a apedrearlo, porque al caer arrojado no había muerto. Mas él, volviéndose, se arrodilló y dijo: “Yo te lo pido, Señor, Dios Padre: perdonalos, porque no saben lo que hacen”. Y cuando estaban así lapidándole, un sacerdote, uno de los hijos de Recab, hijo de Recabín, de los que el profeta Jeremías había dado testimonio, gritaba diciendo: “¡Parad! ¿Qué estáis haciendo? ¡El justo ruega por vosotros!”. 8

Y uno de ellos, batanero, agarró el mazo con que batía los paños y dio con él en la cabeza al justo, y así es como éste sufrió martirio. Lo enterraron en el lugar aquel, junto al templo, y todavía se conserva su estela al lado del templo. Santiago era ya un testigo veraz para judíos y para griegos de que Jesús es el Cristo. Y en seguida Vespasiano los sitió.

9. La comunidad neotestamentaria, paradigma de la comunidad eclesial “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor y gozaban de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hechos 4, 32-35) Los breves sumarios de los Hechos de los Apóstoles sobre la vida de la primera comunidad eclesial son, sin duda, expresión de un ideal deseado más que descripción de un ideal realizado. Indudablemente hubo sombras en la vida de la primera comunidad. Sin embargo, por mucho que se haya idealizado, esta descripción se presenta como la expresión más significativa de la conciencia que tuvo la Iglesia de su naturaleza, ya desde sus tempranos albores. Los creyentes reunidos por el Señor resucitado en el fuego del Espíritu son delante de Dios un solo corazón y una sola alma en la fe y la oración, en la participación mutua de sus bienes espirituales y materiales, en las relaciones sociales de fraternidad que trae consigo la exigencia del Reino. Su solidaridad viva (koinonía) es realización de la ágape, pero bajo una forma sumamente concreta en donde jamás se da un corte entre la relación con Dios y la relación con los demás. En este sentido, la Iglesia es Iglesia de Dios. Es la comunión de los fieles con Dios y entre sí, afianzada por la ágape de los corazones, de las manos, de los comportamientos, que actualiza en la carne de los hombres la cualidad de vida que mana del Padre y que circula en Cristo y en todos aquellos que son en Él un solo cuerpo, una sola vid, una sola comunidad sacerdotal, una sola fe en acción, en el Espíritu. La tradición de la Iglesia tendrá muy presente estos pasajes neotestamentarios y sobre ellos construirá su teología eclesiológica. 9

En esta comunión, toda la existencia personal- individual se ve arrastrada y llevada a superarse, a romper su aislamiento. Un miembro, un sarmiento, una piedra de la casa sacerdotal no pueden existir simplemente para él mismo. Los capítulos 10, 11 y 12 de la Primera Carta de Pablo a los Corintios hablan precisamente de esta unidad indisoluble de todos los hermanos en Cristo: el acento recae en la relación con Cristo, fuente de la comunión fraternal. La Iglesia necesita comunidades que vivan no solo una experiencia de unidad y comunión y que a la vez se ponga de manifiesto la diversidad en esa unidad, como lo indica claramente el apóstol San Pablo. La Iglesia puede y debe poseer comunidades concretas y diversas. De modo más preciso, deberíamos decir que la Iglesia en lo concreto debe tener una forma comunitaria, en la que fraternidad amistad aparezcan como sacramento de la comunión y como signo de la salvación Pero nunca se deben olvidar el componente dramático de la historia de la libertad (y del pecado) y las tensiones que pueden surgir del proceso mismo de integración y de las diferencias. La Iglesia-comunidad debe equilibrar permanentemente el aspecto subjetivo (que concierne directamente a las necesidades humanas de cada uno de los miembros) y el aspecto objetivo (el proceso de fe que experimenta el creyente en su vinculación a la Palabra, al sacramento y al testimonio. Es importante destacar que es el don de Dios el que permite experiencias salvíficas y la superación de las divisiones humanas, pero siempre desde dentro de las realidades humanas y de las contingencias históricas. Características de la primera comunidad cristiana

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Es una comunidad pentecostál, que vive y respira el Espíritu Hch 2, 1-11 Es una comunidad que anuncia al Señor Hch 2, 32-33 Es una comunidad unida a los Apóstoles Hch 2, 42 Es una comunidad mariana Hch 1, 12-14 Es una comunidad que ora Hch 2, 42 Es una comunidad eucarística Hch 2, 46 Es una comunidad que comparte Hch 4, 32.34 Es una comunidad sencilla y alegre Hch 2, 46 Es una comunidad que alaba Hch 2, 47

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10. ¿Cuál es tu ministerio al servicio de la comunidad? ¿Qué se necesita para descubrir y vivir el ministerio que el Señor nos dio en nuestras fraternidades? En el Casanare hay mucho petróleo, pero no lo habían descubierto, tuvieron que venir unas compañías a perforar la tierra. Los geólogos decían: “Creemos que este tipo de terreno puede tener petróleo”. Pero había que buscarlo. Y estuvieron perforando y de pronto brotó con fuerza el petróleo. Como en la Sabana brota el agua cuando perforan la tierra. Tal vez en unas comunidades cristianas tengamos que perforar para que brote el agua viva. Tenemos la gracia del Señor, pero no hemos hecho la búsqueda, no hemos hecho la inversión, no hemos hecho la perforación. Tenemos que buscar y para eso tenemos que decirle permanentemente al Señor: “¿Qué quieres que haga? Indícame, Señor”. Y la comunidad cristiana tiene que ayudar en esa búsqueda, decir: “¿Para qué nos hizo el Señor, para qué somos buenos?” La comunidad cristiana no rifa los ministerios. Los ministerios tienen que basarse en dones y cualidades que el Señor dio a cada persona: la comunidad tiene que ayudar con la oración, a descubrirlos, y las personas, con el estudio, con la preparación, con el trabajo, tienen que ir buscando y ayudando a que se afirmen y crezcan, y que colaboren en la vida del organismo. Por supuesto que cualquiera puede tener la vocación de sepulturero, de enterrador. ¿Acaso no dice el evangelio que a un hombre le dieron un talento y que en vez de usarlo y de negociar, lo enterró? Hizo como los perros cuando se les da un hueso, que lo entierran, tal vez para comerlo más tarde. El carisma y el talento que el Señor da son para trabajarlos, ampliarlos y ponerlos al servicio de los demás. Debemos descubrir la gracia que el Señor nos dio, y crecer en ella. Como dice San Pablo a Timoteo: “Ese carisma que recibiste por la imposición de las manos, que se reavive”; así también a nosotros, que se descubra, que se reavive, que se vivifique y nos gocemos en él. El Concilio Vaticano II dice que los sacerdotes tienen un papel en la Iglesia y es descubrir los multiformes carismas de los laicos y cuando los descubran, gozarse en ellos. Y decir: “Qué belleza que Dios dio este carisma a la comunidad”. “Qué alegría que esta persona puede servir a los demás”. “Qué espléndido es el Espíritu de Dios que hace florecer en el jardín de la Iglesia flores tan variadas, con aromas, colores diferentes, con formas tan distintas”. Él, que es rico en creatividad, Él, que es un poeta, el Espíritu Santo, crea siempre formas nuevas. Al verlas nos alegramos. La Iglesia no es un cuerpo muerto, un mausoleo que

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estamos visitando, sino un jardín donde permanentemente brotan formas nuevas de vida. De manera que lo primero es descubrir lo que el Señor quiere de nosotros para ponerlo en práctica. Los que se llaman servidores, no como un título o como medalla de honor, sino como compromiso de servicio, deben ponerse delante del Señor y decirle: “¿Qué quieres que haga? ¿Qué más quieres que haga? ¿Cómo deseas que te siga sirviendo?” Por eso no pedimos diez horas más de descanso, sino diez horas más de trabajo. Pedimos un compromiso mayor.

11. Tres grandes servicios La Iglesia, a través de los siglos, ha encontrado varias formas de ministerios. Sobre todo halló tres grandes caminos donde encajan todos los ministerios. Un primer canal, una primera familia de ministerios, son los relacionados con la Palabra de Dios. La Palabra del Señor es la que nos convoca a ser Iglesia. La Palabra del Señor es como una columna sobre la cual se afirma la Iglesia. De manera que todo lo que, de una u otra forma, hagamos es esa línea de la Palabra, es un servicio que podemos prestar en la Iglesia de Jesucristo. Un ministerio de la Palabra es la evangelización. ¿Qué es evangelizar? Es contarle a otra persona la alegría, la buena noticia de Jesucristo. Cuando usted, a una persona que está triste y preocupada, le dice: “Jesucristo te ama. Sonríe”; “Jesús te salvó, Él ya pagó con su sangre por tus pecados y tus dificultades”. Cuando esa alegría y esa sonrisa llegan al corazón: es un Evangelio, una buena noticia. Cuando esa persona llega a aceptar en el corazón y a creer con la mente y a proclamar con los labios que Jesús es el Salvador, el Evangelio llega a su corazón. Esa es la buena noticia que podemos, de una u otra manera, dar. Cuando damos un seminario de vida en el Espíritu, la buena noticia se puede aceptar y vivir. Al decir: “Dios te ama mucho y, aunque hayas pecado, te puedes convertir y vivir una vida nueva porque Jesús te salva, y para que lo vivas, recibe el regalo del Espíritu Santo”, eso es la síntesis de un seminario, y quien la da ejerce un ministerio de evangelización. También dar testimonio puede ser un ministerio. No sólo decir el testimonio de la palabra, sino vivirlo, ser un testimonio de vida de manera que se diga: “Ese cree, ese vive de acuerdo con Jesús, ese se parece al Señor, hay algo raro en su vida, algo especial que cuestiona”. Se está viviendo un ministerio de testimonio. El que vive la catequesis, la instrucción, lo que llamamos “los crecimientos” en la Renovación, ejerce el ministerio de la enseñanza, el ministerio del doctorado, el 12

ministerio de los teólogos, los ministerios de la Palabra, que ayudan a “que crezcamos cada día en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo” (2 Pe. 3, 18). La predicación, la homilía, las conferencias, los escritos, los libros, son ministerios de la Palabra. Cuando se reúne un concilio y hay documentos, es el ministerio de la palabra que va tomando formas distintas. Si el doctor más encumbrado desprecia al catequista, está destruyendo la base porque por la catequesis más sencilla que la mamá da al muchachito de dos años cuando le enseña a hacer la señal de la cruz, es por donde se comienza. Por eso dice la liturgia bautismal que el papá y la mamá tienen que ser los primeros evangelizadores de la fe de sus hijos, porque cada papá y cada mamá tienen un ministerio importante en la Iglesia y es ser evangelizadores en su hogar, tienen el ministerio de la evangelización en su familia. Y el doctor o el pontífice o el obispo no pueden despreciar esos ministerios de abajo, sino que tienen que apoyarse en ellos, ni el que está en un ministerio sencillo puede despreciar el ministerio de arriba. Es todo el organismo el que funciona, los de abajo sostienen a los de arriba, los de arriba a los de abajo, cada uno con un papel importantísimo. El segundo camino es el camino de la oración, es el camino de las celebraciones litúrgicas, ese es un camino muy grande. El servicio de los obispos, los presbíteros, los diáconos. El servicio de los lectores y los animadores y los acólitos y los ministros de la eucaristía. El de los padrinos y el de los sepultureros. Ese ministerio no sólo cubre las celebraciones oficiales de la Iglesia, sino las formas de la piedad popular y las reuniones de oración. En las celebraciones sacramentales hay ministerios diversificados: como el de los buenos confesores, o los orientadores de la pastoral matrimonial, o los que acompañan a los moribundos al concluir su jornada. En los grupos de oración, qué belleza de ministerios: dirigir el grupo, animar la oración, orar por los enfermos, orar por otras necesidades, orar con palabras normales, orar con canto, orar en lenguas o en silencio. A veces una canción bella evangeliza más que un sermón, ¿por qué? Porque llegó al corazón. Hay personas que dicen: “Cuando entré, estaban cantando y eso me llegó”. El tercer camino reúne los ministerios del servicio a los demás. Hay muchas clases de servicios: el servicio hacia los pobres. Cómo es de variado ese servicio. Va desde el que da una limosna y está prestando el servicio de solucionar una necesidad material. El que cuida a los enfermos, a los huérfanos o a los ancianos. El que visita a los prisioneros o aloja a los peregrinos. El que asesora y aconseja, 13

el que se ocupa de las cosas materiales en favor de los demás: preparación de alimentos, arreglo de lugares para encuentros, venta de libros y objetos que ayuden a la vida espiritual. El servicio de pastorear la Iglesia Universal, que lo desempeña el Papa, o las iglesias particulares, que lo asumen los obispos; o las parroquias, las comunidades, las asociaciones, los grupos de oración, confiados a presbíteros o a laicos. El que administra los bienes de la iglesia, o anima las obras, o las construcciones, etc. El que asume responsabilidades de liderazgo político o social como un servicio a la comunidad, desde la fe cristiana; el que da buenas leyes o administra la justicia, de acuerdo con la fe, están desempeñando servicios cristianos. La unción del crisma nos hace como Cristo, nos asemejamos a Jesucristo que es profeta, sacerdote y rey. Esos son los ministerios; Jesucristo profeta, Jesucristo sacerdote y Jesucristo pastor. Queremos participar del ministerio profético de Jesucristo, debemos aprender su palabra; que cuando nosotros hablemos, estemos diciendo: “Yo soy parte del ministerio profético de Cristo”. Y cuando oremos, participemos en el servicio sacerdotal del Señor, y cuando hagamos el bien, nos sintamos prolongando el oficio amoroso y pastoral de Jesús, que pasó haciendo el bien.

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BIBLIOGRAFÍA



BIBLIA DE JERUSALÉN, Desclée de Brouwer, Bilbao.



CARRILLO ALDAY, Salvador, Gozo y paz en el Espíritu, Ed. Paulinas, Santiago de Chile, 1989. Y fueron llenos de Espíritu Santo, Ed. San Pablo, Buenos Aires, 1995.



ZARAZAGA, Gonzalo J., Dios es comunión. El nuevo paradigma trinitario, Secretariado Trinitario, Salamanca, 2004.



MÜHLEN, Heribert, Los dones del Espíritu hoy, Secretariado Trinitario, Salamanca, 1987.

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Garavaglia. Cap. 6-7-8.pdf
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Page 1 of 1. 45. According to US regulations the dimensions of copper conductors for power and data transmission. purpose are usually expressed in AWG Nos* ...

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[2] Classical theory: no idea about quantization of lattice vibration. assumed that atoms are like classical harmonic oscillator, oscillates independently. E= 3NKT.