Discípulos con Mayúsculas —Oswald Chambers—

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Introducción Estas lecciones fueron dadas a estudiantes de la asignatura sermones en el Instituto Bíblico Bible Training College, en Londres, entre 1911 y 1915. Se publicaron por primera vez entre abril de 1945 y marzo de 1952 en el BTC Monthly Journal y como libro en 1955. La clase de sermones de Oswald Chambers en el Instituto Bíblico combinaba enseñanza y experiencia práctica. Como cada estudiante tenía que preparar y presentar un sermón ante los demás miembros de la clase, no se permitía la presencia de visitantes. Oswald quería que todos partieran de cero y que cultivaran una actitud de empatía porque sabían que se acercaba su propio turno para hablar. Debido a la naturaleza de sus clases, las lecciones de Oswald eran cortas y prácticas. En vez dar un minucioso proceso a seguir para preparar un sermón, trató de motivar a los alumnos a que pensaran, estudiaran y se prepararan. Muchas veces recalcaba que el comportamiento y las palabras de la persona que predicaba eran inseparables. La señora Chambers seleccionó pensamientos que tocaban veintiún temas y los publicó con el título Discípulos con Mayúsculas1 en la sección de artículos del BTC Journal. Hay mucho material inédito aquí que no aparece en ninguno de los libros que Oswald Chambers escribió.

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Título en inglés «Disciples Indeed».

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

Contenidos Creencias .................................................................................... 5 La Biblia..................................................................................... 9 El llamado de Dios.................................................................. 13 El carácter de Dios................................................................. 14 La experiencia .......................................................................... 19 El Espíritu Santo ................................................................... 22 Lay ley moral ............................................................................ 28 La personalidad......................................................................... 30 Una relación personal .............................................................. 35 La oración ................................................................................. 40 La predicación .......................................................................... 44 La preparación.......................................................................... 51 La redención ............................................................................. 54 La santificación ......................................................................... 58 El pecado .................................................................................. 61 El estudio .................................................................................. 66 La enseñanza de Jesús ............................................................. 70 La tentación............................................................................... 74 El testimonio ............................................................................. 76 El pensamiento ......................................................................... 77 Obreros para Dios .................................................................. 82

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Creencias El único sentido noble con que podemos decir que creemos algo es cuando nosotros mismos estamos viviendo eso mismo en el espíritu interior. No tengo derecho a decir que creo en Dios a menos que ordene mi vida como si estuviera viviendo bajo el escrutinio de este Ojo del que no puedo esconderme. No tengo derecho a decir que creo que Jesús es el Hijo de Dios a menos que en mi vida personal me rinda, libre de todo egocentrismo, a ese Espíritu Eterno que se encarnó en Jesús. No tengo derecho a decir que creo en el perdón como atributo de Dios si en mi propio corazón abrazo un temperamento rencoroso. El perdón de Dios es el examen que prueba mi persona. La creencia es un compromiso «a lo grande», y significa hacer que las cosas sean inevitables, cortando toda vía de escape. Creer es tan irrevocable como un duelo por un ser querido (2 Sam. 12:21-23). Creer es el abandono de cualquier mérito. Por eso es tan difícil creer. El creyente es aquel cuyo ser entero se fundamenta sobre la obra terminada de la Redención. Es más fácil ser fiel a nuestras convicciones que a Jesucristo, pues si vamos a serle fieles nuestras convicciones necesitarán un reajuste. Cometemos un error garrafal al tratar de exponer la Cruz doctrinalmente al tiempo que nos negamos a hacer lo que Jesús dijo que hiciéramos, es decir, ensalzarle. «Y yo, si soy levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres a Mí Mismo» (Juan 12:32 RV). 5

No somos enviados para ser especialistas en doctrina, sino para ensalzar a Jesús, y Él hará el trabajo de salvar y santificar las almas. Cuando nos convertimos en bestias doctrinales el poder de Dios queda oculto, sólo queda la pasión que ponga el atractivo personal de cada cuál. Dios es muy capaz de sacar a relucir ciertos hechos que soliviantan las doctrinas de un hombre cuando estas se interponen entre Dios y su alma. La doctrina nunca podrá guiar a la experiencia cristiana; la doctrina expone la experiencia cristiana. Cuanto más nos alejamos de Jesús, tanto más dogmáticos nos volvemos respecto a lo que denominamos 'nuestras creencias religiosas', mientras que cuanto más cerca vivimos de Jesús, tanta menos certeza tenemos y mayor es nuestra confianza en Él. No puedes entender a Jesucristo a menos que aceptes la revelación que el Nuevo Testamento ofrece de Él; tiene que haber en ti una predisposición hacia Él antes de ser capaz de entenderle. Cuidado con venir a Jesús con tus propias nociones preconcebidas, más bien ven dependiendo del Santo Espíritu; 'Él me glorificará', decía Jesús (Juan 16:14) Desde el momento que permites que Jesucristo sea todo cuanto el Nuevo Testamento proclama que es, eres conducido a una fe irresistible que cree que todo cuanto Él dice de Sí Mismo es cierto. El asunto más evidente del Nuevo Testamento es la supremacía dada a nuestro Señor; hoy en día la supremacía tiende a entregarse a cierta visión de la verdad, a doctrinas, y no a Jesucristo. La verdad es una Persona, no una proposición; si clavo mi fe en la pared de un credo mental, seré desleal al Señor Jesús. Las herejías más básicas que dividen a la iglesia cristiana son las que se construyen sobre las capacidades de Jesucristo 6

y no sobre Su Persona. En esto, siempre sucede un naufragio de la experiencia espiritual. Muchos hombres desprecian a Jesucristo en todo cuanto no conecte con su idea religiosa particular. Toda verdad a medias es tan errada que puedes disputar su validez, pero no puedes discutir 'la verdad tal y como se presenta en Jesús'. Cuidado con las cosas que dices que no puedes creer, y después haz memoria de las cosas que aceptas sin pensarlo, como por ejemplo tu propia existencia. Es imposible probar un hecho, porque los hechos tienes que aceptarlos, y el hombre que acepta el hecho revelado no es más necio que el hombre que acepta los hechos de sentido común basados en la evidencia de sus sentidos. Enfrenta los hechos, y sé todo lo escéptico que quieras con las explicaciones de esos hechos. La etapa de «siempre estar aprendiendo, sin ser capaz de llegar al conocimiento de la verdad» es la causa de todas las epidemias espirituales; viviendo de ese modo no somos capaces de ver lo que Dios ha revelado. No puedes desvelar la Verdad cuando tú quieras; cuando venga la revelación, prepárate. Ese momento marca tu retroceso o tu avance. La verdad tiene un orden implícito, no puedes definir la Verdad, pero cada ser humano está constituido de tal manera que a veces su anhelo por la Verdad es insaciable. No basta con mantenerse con un anhelo por la Verdad, pues hay algo en la base de la vida que empuja al hombre a la Verdad si es honesto. Cuando un hombre dice que no puede creer, no discutas con él en lo que no cree, sino pregúntale por lo que cree, y procede desde ese punto; la incredulidad muy a menudo proviene del carácter y del pecado. Cada ser humano cree en el buen temperamento, así que puedes apuntar a Jesucristo 7

como el mejor de los temperamentos de la historia, y pide que crea que lo que Él dice tiene muchas posibilidades de ser verdad (ej., Lucas 11:13, Juan 3:16), y llévale a que medite en eso. Desde el momento en que entras en contacto con Jesús, no eres consciente de ningún esfuerzo para creer en Él. Pregunta: Si creo en el carácter perfecto de Jesús, ¿estoy yo mismo a la altura de lo que digo creer? El peligro de ciertos movimientos pietistas es que nos dicen lo que debemos sentir, así que no podemos acercarnos a Dios porque dependemos irremediablemente de actitudes santurronas, y como consecuencia el resultado no es el sello que los santos presentan en el Nuevo Testamento, sino la mezcolanza de un intelecto insubordinado junto a un aferramiento afectado y devoto a Jesús. Cuando un 'Movimiento de Santidad' levanta la cabeza y empieza a ser consciente de su propia santidad, tiende a convertirse en un emisario del diablo, aunque en sus inicios enfatizara una verdad que había sido abandonada. Debemos hacer acopio sin cesar de lo que es nuestro en Cristo Jesús, pues sólo de esta manera entenderemos lo que Dios quiere que seamos. Hay una diferencia entre creer a Dios y creer cosas relacionadas con Él, pues de esto último siempre eres consciente y hace de ti un pedante. Si al dejar ir tus creencias eres capaz de asirte de Dios, déjalas ir. Cuidado con adorar a Jesús como Hijo de Dios y profesar fe en Él como Salvador del mundo cuando en tu vida diaria hay una muestra clara de que Él es incapaz de hacer nada en ti y a través de ti, blasfemando así Su nombre. El mayor desafío para un cristiano es creer Mateo 28:18: «Todo el poder me ha sido dado en cielos y tierra». ¿A cuántos de 8

nosotros nos entra el pánico cuando enfrentamos desolación física, sea muerte, guerra, injusticia, pobreza, enfermedad? Cuando todas estas cosas desplieguen toda su fuerza, jamás harán entrar en pánico al que cree en la absoluta soberanía de su Señor.

La Biblia «La Palabra» es el propio Jesús (Juan 1:1), así pues debemos tener un conocimiento basado en la experiencia de Él antes de entender las palabras literales de la Biblia. El peligro de este tiempo es que las personas no sólo se alimentan de la Biblia sino de concepciones que ignoran a Jesucristo. Los hechos de la Biblia son hechos de revelación o un sinsentido, y de mí depende lo que son para mí. Dios no mete Su verdad en nuestros oídos a base de bocinazos, sino que la actitud de nuestra mente ha de someterse a los hechos de la revelación. Cada uno tenemos ciertos prejuicios, conceptos culturales civilizados que dificultan grandemente nuestro entendimiento de los hechos revelados. Nuestra actitud ante la Biblia es francamente estúpida; acudimos a la Biblia buscando pruebas de la existencia de Dios, pero la Biblia es una locura hasta que sabemos que Dios existe. La Biblia establece y afirma hechos para beneficio de los que creen en Dios; los que no creen en Dios pueden romperla en pedazos si así lo desean. Las personas pueden disputar las palabras de la Biblia a su antojo, pero en aquel alma donde ha llegado el ansia de

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conocer a Dios, las palabras de la Biblia crean nueva vida en él. «... habiendo nacido... por la palabra de Dios» (1 Ped. 1:23). Si entendiéramos lo que sucede cuando usamos la Palabra de Dios, la usaríamos más a menudo. No podemos imaginar hasta qué punto la Palabra de Dios, expresada a través de los labios de un siervo Suyo, desarticula el poder del diablo. El rasgo principal que prueba que el Espíritu vive en el interior del creyente, consiste en una sorprendente ternura en los tratos personales con los demás y en una honradez pasmosa respecto a la Palabra de Dios. No hay verdadera iluminación aparte de la Palabra escrita. Las huellas espirituales generadas por mi propia experiencia no tienen importancia, y si me centro en ellas no prestaré atención a las palabras de Jesús. La prueba de la verdad de Dios es que es perfecta para ti; si no fuera así, pon en duda que sea Su verdad. Ten cuidado con usar la Palabra de Dios como moneda de cambio para acomodarla a una idea personal tuya. Los impulsos deben contraer matrimonio con las afirmaciones expresas de la Biblia, pues de otro modo te harán descarriar. La cuestión que has de preguntarte es, «¿lo dice la Biblia?», en vez de «no me parece que Dios sea así». Ahondando en el asunto, no basta con decir, «porque Dios lo dice», o «porque la Biblia lo dice», a menos que estés hablando con personas que conocen a Dios y saben que la Biblia es Su Palabra. Si apelas a la autoridad de Dios o de la Biblia a un hombre no nacido de nuevo, no te prestará atención porque no está en la misma plataforma. Has de hallar una plataforma provisional sobre la que pueda acompañarte, y en la mayoría de los casos verás que la plataforma es la dignidad moral. Si Jesucristo es tenido por 10

Digno en el plano moral en que se mueven los hombres, estarán preparados para considerarle El Más Digno, y después llegarán el resto de cuestiones. Cuando la naturaleza humana es enfrentada al dilema en sí mismo, la Biblia es el único Libro y Dios el único Ser que el mundo tiene disponible. La razón por la que algunos de nosotros no nos mostramos saludables espiritualmente es porque no usamos la Biblia como la Palabra de Dios, sino como un libro de texto. Cuidado con convertir a la palabra de Dios en un amuleto cuando recibas algo de ella; si te aferras a la palabra que Dios te habló, le abandonarás a Él, y el resultado es dureza y bloqueo espiritual, anclándote al precedente que has establecido. Observa cómo cada vez que la Palabra de Dios se convierte en un sacramento para ti a través de otro, te ayudará a refinar tus oídos a Su Palabra. Hay santos que a golpe de címbalo estrepitoso están alejándose de la santidad por trabajar afanosos para Dios, cuando la realidad es que cinco minutos de flotar meditando sobre la verdad de Dios hace mayor bien que todo su inquieto trabajo. Lo valioso es lo que la Biblia nos imparte. La Biblia no excita los sentidos, la Biblia es un alimento. Si das tiempo a la lectura de la Biblia, el efecto inmediato es tan palpable como respirar aire fresco con tus pulmones. Cuando desobedezco, la Palabra de Dios se seca y desaparece la «visión abierta». En el momento en que obedezco, la Palabra se derrama. La única manera de leer la Biblia es en el orden providencial de Dios manifestado en tus circunstancias personales, con sangre y pasión. 11

Las afirmaciones de las Escrituras sin la iluminación del Santo Espíritu quedan romas; no se requiere visión espiritual para considerar a Jesucristo como un Hombre que vivió más allá de Su tiempo, pero cuando soy nacido de nuevo tengo un acceso a la Persona de Jesús, un acceso que viene mediante comunión con Dios a través de la Biblia. Cuidado con interpretar las Escrituras para que encajen con una doctrina propia erigida de antemano. La exégesis no consiste en torturar un texto para que concuerde con una teoría mía, sino extraer su significado. Cuidado con leer la Palabra de Dios con razonamiento deductivo; obedécela. Es cosa absurda decir: «Dame un texto para probarlo». No puedes probar con textos ninguna de las revelaciones de Dios; sólo puedes proporcionar un texto como prueba de una simplificación de esas revelaciones. La prueba del texto por lo general se utiliza para reforzar una afinidad espiritual de mi propia cosecha. Debemos ser mayordomos y siervos del Evangelio, no admiradores de la Biblia, y entonces Dios puede hacer de nosotros medios vivos a través de los cuales Su Palabra se convierte en un sacramento para otros.

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El llamado de Dios Si tu conocimiento se limita a lo que Dios puede o no puede hacer, tu habla se limitará a eso, a una exposición lógica de la doctrina; pero si has escuchado el llamado de Dios, siempre te sujetarás al centro, a la Persona del Señor Jesucristo. Descarta cualquier emoción o llamado a trabajar que no se sienta a gusto bajo el absoluto señorío de Jesucristo. Si escucho el llamado de Dios y me niego a obedecer, me convierto en el cristiano más grisáceo y aburrido de la faz de la tierra porque he visto y he oído y me he negado a obedecer. Ninguna experiencia vivida en la tierra debe tomarse como un llamado de Dios; debes conocer el llamado que proviene de Dios, el que hace que te preocupes más por Él que por todas tus experiencias; entonces nada puede desalentarte. Es imposible que agotes la vida de aquel cuyo servicio emana de oír la voz de Dios, pues su inspiración no la absorbe de la simpatía humana, sino de Dios Mismo. El Llamado es el motivo interior de haber sido atrapado por Dios. En otras palabras, el fracaso de otro cualquier proyecto en la vida excepto disciplinar a hombres para Jesús. Un hombre o mujer llamado por Dios vale por cien elegidos que trabajan para Dios. Es una idea errónea la de tener que esperar el llamado de Dios: procura estar en la condición adecuada para llevarla a cabo (ver Isaías 6:8). Si Dios ha llamado a algún hombre o mujer para Su servicio en este Instituto Bíblico, como sin duda ha hecho, no permitas que nadie interfiera con tu obediencia a Su llamado. Deja que Dios haga lo que desee, Él sabe exactamente dónde 13

estás y el tiempo adecuado para convertirte en pan quebrado en Sus manos. No se hace necesario ningún llamado de Dios para auxiliar a nuestros prójimos, pues ese es el llamado natural de la humanidad; pero sin duda necesitamos la obra sobrenatural de la gracia de Dios antes de estar preparados para que Dios se manifieste a Sí Mismo a través de nosotros. Si un hombre es llamado a predicar el Evangelio, Dios le aplastará hasta que la luz del intelecto, el poder del alma y la ambición del corazón queden todos cautivados por Él. No es algo que ocurra con facilidad. No es un asunto de santidad, sino que esto apunta al Llamado de Dios.

El carácter de Dios «Ningún hombre ha visto a Dios nunca; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, Él le ha declarado» (Juan 1:18). El cristiano acepta todo cuanto sabe de Dios sobre la base de la autoridad de Jesucristo; no puede averiguar nada de Dios con la sola ayuda de su intelecto. El Dios que infiero con mi sentido común no tiene poder alguno sobre mí. El proceso más difícil es que nuestra inteligencia defienda la idea de Dios. Sólo cuando vemos la rectitud y la justicia exhibiéndose en la Persona de Jesucristo, podemos defender a Dios. Cuando encaramos los problemas tal y como vienen, vemos que Jesucristo es el lugar donde debe estar depositada nuestra fe, a saber, en un Dios cuyos caminos no entendemos.

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Jesucristo no revela a un Dios avergonzado, ni a un Dios confuso, ni a un Dios que se aparta de los problemas, sino a Uno que se mete de cabeza en el grueso del asunto junto al hombre. Cuando los llamados racionalistas señalan al pecado, la iniquidad, la enfermedad y la muerte, y dicen, «¿y qué dice Dios a eso?», siempre tienes disponible la respuesta insondable: «la Cruz de Cristo.» ¡Los caminos de Dios están «más allá de lo que podemos imaginar»! Muchas veces manifestamos el carácter de Dios en términos de una brutal dureza al tiempo que nuestra motivación es glorificarle. Jamás aceptes una explicación que parodie el carácter de Dios. Hay ciertas preguntas que Dios no puede responder hasta que hayas sido traído mediante la obediencia al lugar en que puedes soportar la respuesta. Prepárate para poner en suspenso tus juicios hasta que hayas oído la respuesta de Dios por ti mismo. Existe una línea oscura en el rostro de Dios, pero lo que sabemos de Él está tan lleno de paz y gozo que podemos esperar que Él nos dé Su interpretación. El orden de Dios queda claramente marcado en lo primero y en lo último; Su voluntad permisiva puede verse en el proceso intermedio durante el cuál todo queda desorganizado a causa del pecado. El cristiano es aquel que ve el asunto ya concluido por el poder del Espíritu que habita en el interior. El salmista quedaba perplejo cuando veía la prosperidad del malo (ver Salmo 73:1-12); el propósito final de Dios es la santidad, hombres y mujeres santos, y Él refrena a ningún potentado quiera oponerse a ese propósito. 15

Cuidado con mantener una actitud ante la verdad de Dios que llegue a considerar a Dios casi como un necio. Todo lo que merece la pena en la vida es peligroso, ¡y a nosotros no nos importaría que Dios fuera tan tibio que Él Mismo no arriesgara nada! Cree en lo que crees, y aférrate a ello, pero no afirmes creer más de aquello a lo que estás dispuesto a aferrarte. Si dices creer que Dios es amor, apégate a ello, aunque la Providencia se convierta en un pandemonio gritando que Dios es cruel por permitir lo que permite. Nunca intentes explicar a Dios a un alma desesperada, porque no puedes. No tomes el papel que desempeñaron los amigos de Job y digas que puedes explicar todo el asunto; si crees que puedes, eres una persona muy superficial. Tienes que tomar la actitud de una espera vicaria hasta que Dios traiga la luz. Recuerda, cada vida tiene una senda solitaria de soledad con Dios. Sé reverente con Sus caminos al tratar con otras almas porque —al igual que los amigos de Job— no tienes idea de por qué las cosas son como son. La mayoría de nosotros tendemos demasiado a venerar una línea que nos vindique a nosotros mismos y que encaje en nuestra visión de Dios. Hay un peligro real de que nuestros conceptos de Dios sean como plomo fundido vertido en un molde específico, que cuando se enfría y endurece se lo lanzamos a la cabeza de los religiosos que sostienen ideas distintas a las nuestras. Dios es fiel a las leyes de Su propia naturaleza, no a mi forma de exponer cómo Él las pone en práctica. Tenemos que salir de la antigua forma pagana de conducir nuestras vidas usando nuestras cabezas, y entrar en el camino cristiano cuya guía es la fe en un Dios personal cuyos métodos están en perpetua contradicción con cada una de nuestras ideas preconcebidas. 16

Sólo vemos al prójimo bajo la luz de lo que creemos que es, y se hace necesaria una enorme cirugía interior para que veamos a los demás tal y como son, y sucede lo mismo con lo que creemos de Dios; agarramos los hechos revelados en la Biblia e intentamos que encajen en las ideas que tenemos respecto a Dios. ¿Me estoy enamorando más y más de Dios en Su cualidad de Dios santo, o con el concepto de un Dios colega mío que dice, «bueno, el pecado tampoco es para tanto»? Dios nunca coacciona ni tampoco acomoda Sus exigencias a la voluble corrupción humana, y le estamos siendo desleales si las acomodamos. Vigila tu mente cuando empieces a ingerir la visión de que no importa si Dios es santo o no; así se empieza a fraguar la traición a Jesucristo. Más que la visión espiritual, lo que nos capacita para entender a Dios es entender que Él está obrando en las cosas ordinarias de la vida, en las cosas normales que conllevan el día a día. Aprende a honrar a Dios cuando ves buenas obras, pero aprende a discernir si son siervos de Dios aquellos que las hacen. El momento más desesperante para el diablo es cuando, a pesar de sus esfuerzos, ve que ha hecho la voluntad de Dios; lo mismo sucede con aquel hombre que ha estado sirviendo a sus propias necesidades. En todo cuanto hace el diablo, Dios introduce Su mano soberana para servir a Su propósito. ¿He llegado alguna vez a comprender, aunque sea un poquito, que Dios no se inmutaría si nuestra vida civilizada saltara por los aires en todo su conjunto?

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El refinamiento excesivo que trae la civilización pone el orden de Dios patas arriba. Dios no muestra respeto por nuestras civilizaciones porque Él no las fundó. Pero aunque la civilización no provenga de Dios, en ella se encuentra Su protección providencial para los hombres; la civilización por lo general restringe lo malo y permite que Sus hijos tengan los medios para desarrollar su vida en Él. Cuando acabe esta fase que estamos viviendo2, Dios no tendrá espacio vital para moverse, todo estará lleno de seguros de vida combinados y Dios será desterrado. Lo que se aplica a la civilización se aplica a nosotros individualmente si no nos acordamos de poner primero a Dios. En época de calamidad, Dios parece mostrar escasa simpatía por nuestro arte y nuestra cultura, y Él barre todo el asunto como una hoja seca hasta que la civilización se pone roja de rabia. El bebé y el ignorante son los que sobreviven en el día de la visitación de Dios. Dios sólo puede allegarse a mí a Su manera, y a menudo Su manera puede pasar desapercibida y ser muy discreta. No aceptes nunca una explicación de ninguno de los caminos de Dios que involucre ideas que tú despreciarías tachándolas de falsas e injustas si habláramos de un ser humano en vez de Dios. Dios no actúa conforme a Sus propios precedentes, por ende la lógica o las fuertes experiencias del pasado no pueden nunca ser un sustituto de la fe personal en un Dios personal. Dios jamás aplasta a los hombres bajo el temor del juicio sin revelar que hay una virtud victoriosa.

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Nota traductor: la 1ª Guerra Mundial. 18

Decimos que Dios vio el pecado de antemano, y preparó una provisión ante este problema: la revelación de la Biblia es que «el Cordero fue inmolado desde la fundación del mundo», y es una expresión fidedigna de la naturaleza de Dios.

La experiencia Se tiende a exaltar sin freno las experiencias, cuando en realidad son las manifestaciones externas de la unidad con Dios que ha sido hecha posible para nosotros en Jesucristo. Habitúate a huir de las experiencias enfermizas y morbosas que no se fundamentan en un estar con Jesús (ver Hechos 4:13); no sólo son vanas, sino sumamente peligrosas. La gran roca madre de la experiencia cristiana es el hecho externo de la Resurrección convertida en una realidad interior gracias a la morada interior del Santo Espíritu. «Con el fin de conocerle, y el poder de Su resurrección...» (Filipenses 3:10) Si tu experiencia no es digna del Cristo Ascendido y Resucitado, lánzala por la borda. Cuando los éxtasis o visiones de Dios nos incapacitan para la vida práctica, son señales que nos advierten del peligro de que la locomotora de la vida ha descarrilado. Nuestra identidad en Cristo Jesús debe ser algo del todo práctico, o mejor no tener ninguna; es decir, la nueva identidad debe manifestarse en nuestra carne mortal, pues de lo contrario podemos ser engañados con multitud de fantasías. La experiencia más práctica y poderosa en una vida humana es «ser hecho rectitud (justicia) de Dios en Él».

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Gran parte de este movimiento denominado «Vida Cristiana más Profunda«3 se fundamenta en la anarquía de mis intuiciones, de mis interpretaciones privadas, de mis experiencias, al tiempo que cada cuál rehúsa someterse a las palabras del Señor Jesús. Mi experiencia de salvación no me convierte automáticamente en un buen expositor de la Redención. Siempre trato de presentar mi experiencia como algo que explica por sí misma mi salvación, en vez de considerarla una simple puerta que me conduce a ella. Nos obstinamos en presentar nuestras ideas de cómo Dios ha obrado a través de nuestras experiencias, y así confundimos a los demás. Más bien presenta a Jesucristo, ensálzale, y el Espíritu Santo hará en ellos lo que ha hecho en ti. Gran parte de lo que tenemos que proclamar no puede experimentarse, pero al enfrentamos al ejemplo divino somos exonerados o condenados por la forma en que transmitimos los dictados del Espíritu Santo. Buscar las experiencias como un fin en sí mismas es una enfermedad; la experiencia saludable es la que resulta de una vida fundamentada en Dios El hambre y la carestía espiritual, cuando no provienen del pecado, vienen por depender totalmente de mi experiencia de Dios en vez de depender del Dios que me dio la experiencia.

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Las enseñanzas del movimiento «Vida Cristiana más Profunda» en la época de Oswald Chambers ponían énfasis en la santificación y la santidad personal.

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Cuando planto mi fe en el Señor Jesús, no me centro en mis experiencias, sino que estas producen en mí la vida propia de un niño. Si mi experiencia hace que alguno quiera emularme, estoy engañando con argucias a esa persona y alejándola de Dios. «Tengo más experiencia en la vida que tú, así que discierno mejor la voluntad de Dios que tú». En absoluto. Cuando para entender la voluntad de Dios me baso en la experiencia en la vida, mi inteligencia, o cualquier otra cosa excepto una dependencia de Dios, le estoy robando a Él la gloria. Satanás usa los impulsos para hacer descarriar a los santos, a pesar de la advertencia de Jesucristo: «para, si fuere posible, engañar aún a los elegidos». Una pulsión espiritual puede engañarte y sacarte por la tangente. Satanás se muestra como un «ángel de luz» exclusivamente ante los santos. Cuando vemos que la luz de Dios ilumina sobre una etapa determinada de nuestra vida, tendemos a limitar la mano de Dios a esa fase particular, olvidando que no podemos sujetar al Dios Todopoderoso a nada que se fundamente en nuestra propia experiencia. La experiencia de un hombre es tan válida como la de otro, pero la experiencia ignora los hechos. Los hechos son tal cuál, y deben aceptarse, y son los auténticos dictadores en la vida. No puedes hacer lo que te venga en gana con los hechos; puede que te resistas a ellos, pero los hechos son los hechos, provengan del sentido común o de una revelación. En la experiencia espiritual el timón no es el intelecto; el intelecto sencillamente ilumina lo que es tuyo, y te recorre un escalofrío de alegría porque eres capaz de ver lo que has experimentado pero no podías expresar con palabras. Cuando la Biblia haga mención de hechos relacionados con una experiencia humana, busca en tu propia experiencia 21

la respuesta; cuando la Biblia haga mención de ejemplos de revelación, busca a Dios y no a tu experiencia. Cuidado con hacer de tus experiencias religiosas una capa que te proteja de la realidad. Si has caminado con Dios, verás que Él ha quitado el tapón del desagüe de tu fanatismo; en esas cosas donde solías ser estrecho de mente e intolerante, ahora exhibes Su Espíritu. ¡Quisiera Dios que se acabaran todas las experiencias necesarias para conformarnos a Él y le permitiésemos que nos enviara a servirle como vicarios Suyos!

El Espíritu Santo No se trata de lo que sentimos o sabemos, sino de lo que recibimos de Dios... pues incluso un necio puede recibir un regalo. «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenos regalos a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lucas 11:13). Es tan sencillo que los que no son simples, lo pasan por alto. Cuidado con decirle a los demás que tienen que ser dignos de recibir el Espíritu Santo; no puedes ser digno, tienes que saber que no eres digno, entonces pedirás el regalo... «Si vosotros, siendo malos...». La mayor bendición de tu vida fue cuando dejaste de intentar ser cristiano, cuando se terminó la dependencia en la devoción natural, y estuviste dispuesto a venir como un mendigo y recibir el Santo Espíritu. La humillación consiste en que tenemos que asegurarnos de que le necesitamos, pues hay muchos de nosotros muy convencidos de que no le necesitamos. 22

Es extraordinario cómo ciertas cuestiones se sueltan y caen del hombre como las hojas de otoño cuando llega al punto en que no hay otro gobierno en su vida aparte de la dominación personal del Santo Espíritu. Anhelamos sin cesar que nuestras transacciones con Dios sean sustituidas por la poderosa obra mística del Santo Espíritu. «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adonde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu». Mediante la regeneración somos puestos en una relación correcta con Dios, y aunque mantengamos la naturaleza humana haciendo su propia obra, hay una mano de poder que se expresa a sí misma, de modo que los 'miembros' que se usaban para mal ahora se usan para bien (ver Romanos 6:1721). El extenuante trabajo del santo no es producir santidad, sino expresar en las circunstancias diarias la disposición del Hijo de Dios, impartida mediante el Santo Espíritu. Cuidado con buscar el poder en vez de una relación personal con Jesucristo, que es precisamente la gran autopista sobre la que el Espíritu Santo viene en Su poder manifiesto. «Pero vosotros recibiréis poder, cuando el Santo Espíritu venga sobre vosotros: y seréis Mis testigos» (Hechos 1:8). El mensaje del Pentecostés tiene el énfasis puesto sobre el Cristo Resucitado y Ascendido, no sobre el Espíritu Santo (ver Juan 16:13-15). El Santo Espíritu se cuida de que fijemos nuestra atención en Jesucristo; después se encargará de cómo presentar al Señor a través de nosotros. La devoción a Jesús es la expresión palpable de la obra del Espíritu Santo en mí.

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Al Espíritu Santo sólo le preocupa la glorificación de Jesús, no glorificar nuestras bondades humanas. La profunda y cautivadora necesidad de aquellos de nosotros que invocamos el Nombre de Cristo es la dependencia en el Espíritu Santo. Jesucristo nos restaura a la posición perdida a través del pecado (ver Romanos 5:12); llegamos a este conocimiento mediante la experiencia, pero jamás nuestro entendimiento de la salvación es lo que nos guía a la salvación. La salvación primero se experimenta, y para entenderla se necesita la obra del Espíritu Santo, que es sorprendente e inabarcable. Nos hacemos participantes de la naturaleza divina recibiendo al Santo Espíritu que derrama con abundancia el amor de Dios en nuestros corazones (Romanos 5:5), y la unidad se manifiesta en una vida de abandono y obediencia: ambos se hacen de una manera inconsciente. Si estás siendo examinado por el Espíritu Santo respecto a algo incorrecto que estás permitiendo en tu vida, cuidado con señalar con el dedo las limitaciones de otras personas; te alejarás más de Dios si no reconoces que esa es la quieta vocecita de Dios que te está hablando a ti. No hay nada tan sosegado y suave como los exámenes interiores del Espíritu Santo si te rindes a ellos, y el resultado es tu emancipación, tu libertad; si los desprecias, tu vida se endurecerá mientras se aleja de Dios. No apagues el Espíritu. No hay lugar para el juicio hostil por parte de un niño de Dios. El juicio hostil no se basa en la severidad del Espíritu Santo, sino en negarme a llevar la carga de otro. Cuidado con todo aquello que al final te lleva a justificarte a ti mismo, pues lo que subyace a esto es un vanagloria engañosa bajo la que tomas una decisión que está basada en convicciones que provienen de tu temperamento y no en una dependencia absoluta del Espíritu Santo.

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La inspiración del Santo Espíritu no es un impulso para hacerme actuar, sino para capacitarme para interpretar lo que Dios quiere decir; si actúo espoleado por el impulso de la inspiración, en el fondo es una reacción física mía. El impulso es Dios llamando a mi puerta para poder entrar, no que yo abra la puerta y salga afuera. La salvación de Jesucristo hace que la personalidad de un hombre sea intensa; pocos de nosotros nos mostramos como personales reales hasta que el Espíritu Santo nos atrapa. El Espíritu Santo no elimina la personalidad de la persona; la eleva a su máximo potencial, es decir, que dé testimonio de la Mente de Dios. Cuidado con el «negocio-espectáculo»: «Quiero ser bautizado con el Espíritu Santo para poder hacer obras maravillosas». Dios nunca deja que nadie haga obras maravillosas: Él las hace, y el bautismo del Espíritu Santo evita que las vea para no gloriarme en ellas. «Cuando ascendió a lo alto... entregó dones a los hombres» (Efesios 4:8; Hechos 2:33). La única señal de que un don concreto procede del Cristo Ascendido es que edifica a la Iglesia. Buena parte de nuestra obra cristiana hoy en día se fundamenta en aquello que el Apóstol rogaba que no se debía usar, es decir, en las excelencias de las virtudes naturales. Discierne bien la diferencia entre un prejuicio que ha sufrido una ofensa personal y que te altera y te hace susceptible, y el sentir intuitivo de atadura que te presenta el Espíritu Santo cuando estás escuchando algo que no es la verdad de Dios. Debemos distinguir entre la perplejidad que viene de la convicción de pecado y la perplejidad que viene de una mente confusa; este último es el resultado inevitable cuando una mente con una cultura cristiana tradicional recibe el Santo Espíritu; pero es cosa curiosa que la mente con una cultura pagana no experimenta esta perplejidad al recibir el 25

Santo Espíritu porque no hay ideas preconcebidas de las que tenga que librarse. En última instancia, la persona cuyos pensamientos no provienen de la obediencia al Santo Espíritu, odia a Dios. Si hay peligro de que edifiques sobre el fundamento de las virtudes naturales —los remanentes de la anterior creación—, el Santo Espíritu lanzará un destello de luz y te mostrará cosas que te harán estremecer. Revelará un rencor, una malicia, que nunca antes habías visto en ti. Deja que Dios te haga pasar por cierta noche oscura, cuando el Santo Espíritu te haga recordar lo que una vez fuiste, tus hipocresías religiosas... esas cosas que el diablo te susurra al oído que deberías olvidar; deja que Dios te reduzca a polvo ante Él. Todos aquellos a los que Dios quiere tomar para Sus propósitos, transitan esta experiencia. El bautismo del Santo Espíritu significa la extinción de las fogatas que Dios no ha encendido, y todo se convierte en instinto en esta vida de Dios. El Santo Espíritu nos regenera introduciéndonos en la Familia a la que pertenece Jesucristo, hasta que mediante la eficacia eterna de la Cruz somos hechos partícipes de la naturaleza Divina. El Santo Espíritu no es un sustituto de Jesús. El Santo Espíritu es todo lo que era Jesús, hecho real en una experiencia personal ahora. Hay una cosa que no podemos imitar: no podemos imitar estar llenos del Santo Espíritu. La señal distintiva del Espíritu Santo en la vida de un hombre es haber asistido a su propio funeral, haberse quitado de en medio ignorándose a sí mismo. La señal de que estoy obedeciendo al Santo Espíritu es que no estoy dominado por mis sensualidades. «Y los que son de Jesucristo han crucificado a la carne con sus pasiones y deseos»

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(Gálatas 5:24). Las sensualidades no son sólo las obscenas, sino que pueden ser las muy refinadas. «¿Qué? ¿No sabéis que vuestro cuerpo es el templo del Santo Espíritu que habita en vosotros... ?» (1 Corintios 6:19). La morada interior del Santo Espíritu es el clímax de la Redención. Se puede observar el gran poder de empuje del Santo Espíritu en su trabajo diario cuando se pulsa cualquiera de los botones de la voluntad. Es más agradable escuchar discursos poéticos y asentir a lo que nos es cómodo, pero esto no basta, y nada cambia en nosotros. El llamado del Evangelio viene de la mano de un silencio hiriente que espera una respuesta —«¿lo harás?» o, «¿no lo harás»; «aceptaré» o «lo pospondré»— y, recuerda, ambas cosas son decisiones. Debemos distinguir entre adquirir y recibir. Adquirimos hábitos de oración y lectura bíblica y recibimos nuestra salvación. Recibimos el Espíritu Santo, recibimos la gracia de Dios. Prestamos mayor atención a las cosas que adquirimos; Dios presta atención a lo que recibimos. Las cosas que recibimos no nos las pueden quitar porque Dios sostiene en Su mano a los que reciben Sus regalos. El fruto del pseudo-evangelismo es distinto que el «fruto del Espíritu» (Gálatas 5:22-23). Conserva como si fuera tu mayor regalo la unción del Santo Espíritu, esto es, el derecho que tienes para acceder a Dios. «Y en cuanto a vosotros, la unción que recibisteis de Él habita en vosotros» (1 Juan 2:27). El arte exquisito del Santo Espíritu es estar a solas con Dios.

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Lay ley moral Una de las creencias con mayor éxito en todas las épocas: si sólo se enseñara el bien a los hombres, todos lo escogerían; pero la historia y la experiencia humana prueban que no es así. Saber lo que es bueno no significa ser bueno. Mi conciencia me hace saber lo que debería hacer, pero no me da el poder de hacerlo. «Porque lo que hago, no lo apruebo: porque lo que quiero hacer, no lo hago; pero lo que odio hacer, eso hago» (Romanos 7:15). No es cierto decir que si estoy persuadido de que algo es incorrecto no lo voy a hacer. La rebelión de la naturaleza humana consiste en que lo haré esté bien o no lo esté. El problema con la experiencia práctica no consiste en saber lo que es correcto, sino en hacerlo. Mi espíritu natural puede que sepa muchas cosas, pero soy incapaz de ser lo que debería ser hasta que recibo la Vida que tiene vida en sí misma, esto es, el Santo Espíritu. Esa es la obra práctica de la Redención. «Toda la moralidad se fundamenta en la utilidad del momento»: no es así, porque la conciencia golpeará en toda ocasión en que el hombre no quiera tenerla en cuenta. La conciencia reside en la esencia del espíritu de un hombre, no en su facultad de raciocinio; esta conciencia es la que asiste al hombre durante su vida sin regenerar. ¿Por qué los hombres no son peor de lo que son? La razón es la existencia de la ley moral de Dios que restringe a los hombres a pesar del impulso hacia lo malo, y en consecuencia encuentras remanentes de los esfuerzos de la ley moral cuando menos te lo esperas, ya que la ley moral es totalmente independiente de la oposición que encuentra por parte del individuo.

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Cuando la ley de Dios se presenta, ten cuidado con la orgullosa confianza del ego que dice, «esto me sobra, no es mi intención volar más alto». Al tratar con la cuestión de la enfermedad, tanto moral como física, debemos tratar con ella a la luz de la Redención. Si quieres saber hasta qué punto se ha desviado el mundo, no puedes aprenderlo en un hospital sino en la Cruz. En el coste que Dios pagó para redimir al mundo aprendemos hasta qué punto el universo se ha desviado del orden moral. La maldad que se ha extendido en nuestro día no puede tratarse mediante presión social, por un orden moral o por mostrar calurosa simpatía hacia el hombre, si al mismo tiempo se ningunean las exigencias de un Dios santo. Muy pocos de nosotros sabemos lo que es el amor de Dios; sabemos lo que es amar el bien moral, y lo curioso es que eso nos aleja de Dios más rápido que el horror de la maldad moral; «lo bueno es siempre enemigo de lo mejor». Nuestra inmoralidad puede ser detectada en relación con las palabras, «Venid a Mí». La libertad significa la habilidad de no violar la ley, y el libertinaje es una insistencia personal en hacer lo que yo quiero. Si un hombre no es santo, es inmoral; da igual la bondad que aparente, la inmoralidad es la base de todo el asunto. Puede que no se muestra inmoral en lo físico, pero se mostrará inmoral a los ojos de Dios (ver Lucas 16:15). El escepticismo intelectual es bueno, pero es condenable el hombre escéptico de la moral. Todo hombre cree en la bondad, la rectitud y la integridad, hasta que pervierte su sentir cuando él mismo se desvía hacia el mal. Cuidado con darle un lugar preponderante a los éxtasis espirituales, pues te desconectan de las grandes decretos de Dios y se tambalea la sana moral que Dios ha hecho.

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No hay tal cosa como un mal malo, sino un bien que se ha pervertido. Todo error empieza con una verdad, pues de lo contrario no tendría poder alguno. Si no haces las cosas rápido en los asuntos morales, nunca las harás. Nunca pospongas una decisión moral. Las segundas opciones que se enfrentan a la primera impresión en asuntos morales, siempre acaban en desviaciones. Sólo cuando se lleva a cabo un acto moral y se arroja luz sobre las realidades, entendemos la relación que existe entre nuestras vidas humanas y la Cruz de Cristo.

La personalidad Nada que tenga que ver con nuestra personalidad nos saca tanto de quicio como decepcionarnos con nosotros mismos. Preferimos nuestra propia idea de lo que creemos ser a la dura realidad de lo que realmente somos. Pablo advierte de que ningún hombre «tenga más alto concepto de sí que del que debe tener». Observa cómo Dios te ha desilusionado respecto a tu persona y mira el valor que esto tiene para el futuro. Hay una diferencia entre la realidad de la personalidad y su puesta en práctica, pues esto último no cesa de cambiar; ahora eres sensible a ciertas cosas a las que antes eras indiferente, y viceversa. La individualidad no puede jamás ser un sacramento, sólo la personalidad puede convertirse en un sacramento mediante la unidad con Jesucristo.

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Muchas veces ves que las personas del mundo son más deseables y más fáciles de tratar que las personas del Reino. Con frecuencia los cristianos exhiben una testarudez y una alta opinión de sí mismos que no muestra la gente del mundo. Si ha de haber otro Avivamiento, será a través del reajuste interior de aquellos de nosotros que nos llamamos cristianos. Es obvio que al crecer físicamente, nos desarrollamos y somos seres humanos más útiles, pero, ¿hemos crecido más en lo moral y lo espiritual? ¿Hemos crecido en pureza y santidad? Puede que hayamos expandido nuestro horizonte mental pero no tengamos la percepción tan bien ajustada como acostumbrábamos. Se requiere mucho escrutinio de uno mismo para saber si estamos creciendo en cada dominio de nuestro ser. «Así pues, por sus frutos los conoceréis». La mayor prueba del cristianismo es el toma y daca de la trinchera diaria; es como bruñir la plata, que cuanto más abrillantada, más reluce. Está bien recordar que es imposible examinarnos a nosotros mismos sin prejuicios o imparcialidad, por lo que sólo estamos a salvo estimándonos a la luz de nuestro Creador en vez de bajo nuestra propia introspección, sea esta elevada o deprimida. El fariseo moderno es uno que pretende ser publicano: «Ah, ¡yo nunca me vería como un santo!» El desprecio mayúsculo o exaltación exagerada están ambos viciados. Dios tiene una alquimia providencial por la cuál nuestro espíritu interior precipita: se ve obligado a ser santo si eres santo; se ve obligado a ser impuro si eres impuro. Es imposible que el espíritu de otra persona se reprima ante la presencia del Espíritu de Dios.

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Las crisis revelan el carácter. Cuando somos probados, los recursos ocultos de nuestro carácter quedan plenamente de manifiesto. Tenemos que hacer más de lo que nuestra estructura natural es capaz; tenemos que hacer todo aquello para lo que el Todopoderoso nos edifica. La frase «ser dueño de uno mismo» es totalmente incorrecta, aunque es correcta en la práctica. Ciertamente, el hombre no puede ser dueño de lo que no entiende, así que el único dueño del hombre no es él mismo, ni otro hombre, sino Dios. «Ser dueño de uno mismo» es correcto si significa que en mi persona se llevan a cabo los edictos de Dios. No dejes que ningún asunto quede conectado con tu alma hasta que hayas llegado a la puerta de lo sobrenatural. Los recursos naturales tienden a romperse en pedazos cuando llegan los problemas, pero Su poder se manifestará si tu vida se fundamenta en el Dios sobrenatural, y trocará en triunfo lo que podría acabar en tragedia. La unidad del ser es difícil de describir; es el estado en el que no hay conciencia de mí mismo, sólo de unidad en mí mismo. La falsa unidad es un artificio porque en cualquier momento puede romperse en pedazos en una agonía de remordimiento. El tiempo que lleve a un cristiano que sus potencias estén unidas depende sólo de una cosa, esto es, de la obediencia. La razón por la que tenemos intereses egocéntricos es porque hay tuberías enteras de nuestra naturaleza que nunca han sido soldadas por el Espíritu de Dios a un propósito central. Si todo cuanto Jesucristo vino a hacer es producir desunión en mí, mejor que nunca hubiera venido, porque he sido creado para tener tal armonía en mí mismo que ni siquiera me percate de ello.

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La autocomplacencia y el orgullo espiritual marcan siempre el principio de la degeneración. Cuando empiezo a estar satisfecho con mi estatura espiritual, al instante empiezo a degenerar. No hay orgullo como el orgullo espiritual y no hay obstinación semejante a la obstinación espiritual, pues ambos están más cerca del trono de Dios y muestran un enorme parecido con el diablo. La dificultad nunca es nuestro malvado corazón, sino nuestra obstinada voluntad. «Muéstrame qué debo hacer y lo haré»: no lo harás. Es fácil derribar un tipo de orgullo y levantar otro. La única razón por la que no alcanzo a Dios es por causa del orgullo, da igual mi apariencia de humildad. Cuando defender una posición es motivo de orgullo personal, el mandamiento de Dios advierte que mi corazón se va a endurecer. El único sacrificio aceptable a Dios es «un corazón contrito y humillado», no una vida moralmente correcta sustentada sobre el orgullo. Cuando mi base es la penitencia, la salvación de Dios se manifiesta de inmediato. Mira aquello que te hace decir, «no me lo creo», pues probará dónde estás espiritualmente. Mis resentimientos revelan aquello que me gobierna. Si la excelencia del carácter es lo que da la talla, la gracia de Dios queda «anulada», porque un hombre puede desarrollar un carácter de extraordinaria perfección sin una chispa de la gracia de Dios. Si nuestro patrón es un santo o un buen hombre, quedamos cegados a nosotros mismos y la vanidad personal se convierte en nuestro fundamento; pero 33

no hay lugar para la vanidad personal cuando nuestro patrón es Dios Mismo. Aferrarme a mis virtudes naturales es suficiente para oscurecer la obra de Dios en mí. Hay un dominio de nuestra naturaleza que nosotros los cristianos no cultivamos demasiado, esto es, el dominio de la imaginación. Casi la única forma en que usamos nuestra imaginación es para cruzar puentes antes de llegar a ellos. La religión de Jesús abraza todo lo que nos hace hombres: la parte intelectual y la parte emocional. Nada puede atrofiarse, todo ha de unirse en una sola cosa a través del Espíritu Santo. Aprende a distinguir entre lo que te aísla y lo que te protege. Dios te protege; el pecado te aísla, y es una sombría comedia de un aislacionismo total, cargado del desprecio de creerte superior; sólo cuando estás más cerca de Dios entiendes cuál es Su naturaleza. Las virtudes naturales de algunas personas son encantadoras y deleitosas, pero si les presentas una verdad sobre sí mismos que nunca antes habían visto, se manifestará el resentimiento más extraordinario, prueba de que toda su piedad era cuestión del temperamento, una herencia de sus antepasados que estaba sin explorar. Es un hecho terrible que nuestros rasgos distintivos hablen claramente de nuestro carácter moral a los que pueden leerlos; nos sentimos seguros bajo la ignorancia de los demás. A pesar del disfraz del refinamiento, la sensualidad, el egoísmo y la indulgencia hablan a través de nuestros rasgos con tanto estruendo como el trueno. Nuestro espíritu interior pone el dedo en la llaga de cada rasgo de nuestra personalidad, sin importar lo bonitos o feos que puedan ser estos rasgos. Recordemos que Dios nos ve así. Nada puede obstaculizar el propósito de Dios en la vida de una persona excepto la propia persona.

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En esta vida debemos renunciar a mucho para desarrollar un carácter espiritual que pueda ser gloria para Dios con vistas al Tiempo y la Eternidad. En Su enseñanza sobre el discipulado, Jesucristo lo basa todo en la completa aniquilación de la individualidad y la emancipación de la personalidad4. Hasta que esto se entienda, todo nuestro hablar respecto al discipulado es papel mojado. Cuando soy bautizado con el Santo Espíritu, mi personalidad es elevada a su lugar apropiado, esto es, a la perfecta unión con Dios de modo que le amo sin obstáculos. Cualquier asunto cuya naturaleza procure saturar mi personalidad hasta el punto de hacerla perder el control, jamás proviene de Dios.

Una relación personal La esencia del cristianismo es una relación personal con Jesucristo donde se le otorga suficiente margen de maniobra como para que llegue a buen puerto. El atractivo del evangelio no es que debería ser predicado para que los hombres puedan salvarse y se pongan en buena disposición ante el cielo, sino que entren en una relación personal con Jesucristo, aquí y ahora.

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Nota de traductor: creo que Oswald habla aquí de dos ideas opuestas: (1) la aniquilación de la vida de mi viejo hombre expresada a través de mi voluntad («aniquilación de la individualidad») y (2) la liberación de la Nueva Persona en y de Cristo («emancipación de la personalidad»).

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El discipulado y la salvación son dos asuntos distintos: un discípulo es aquel que, viendo el significado de la Expiación, se entrega deliberadamente a Jesucristo con gratitud inefable. La marca distintiva del que entra en el discipulado es el señorío de Jesús: Su derecho sobre mi persona desde la planta de mis pies al último pelo de mi cabeza. «Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo», o dicho de otro modo, «que niegue su derecho sobre sí mismo». Jesús nunca llevó a los hombres a un éxtasis arrebatador, sino que siempre hablaba de tal manera que dejaba en suspenso la voluntad de la persona hasta que se manifestaba el rumbo que tomaba. Es imposible que un hombre renuncie a su derecho sobre su persona sin saber que lo está haciendo. Por descontado, el hombre considera que el derecho que ejerce sobre él mismo es la cosa más preciada que posee, pero es el último grillete que evita que la voluntad de Jesucristo reine en una vida. Uno puede acercarse a Jesús de innumerables maneras; pero el resultado de acudir a Él sólo puede ser este: perder el derecho que ejerzo sobre mí mismo, de lo contrario siempre me voy a quedar a las puertas. Jesucristo nunca va a aceptar que yo reivindique derechos sobre mi persona. El elemento esencial del discipulado en todas las enseñanzas de nuestro Señor es el abandono, no que haya una negociación ni rastro alguno de interés propio. ¿Me resulta Jesucristo absolutamente necesario? ¿He mudado alguna vez las bases de mis razonamientos para que vivan en la Razón Encarnada? ¿He mudado mi voluntad para que viva en Su voluntad? ¿He dejado atrás el derecho que ejerzo sobre mi persona para aceptar que Él tenga derecho sobre mí? 36

¿Cuál es la historia personal entre Jesucristo y yo? ¿Hay en mí algo de la naturaleza de la «nueva creación»? ¿O lo que llamo mi «experiencia» es basura sentimental puesta como una guinda sobre el pastel de lo «mío» tal y como soy? Un discípulo es alguien que no sólo proclama la verdad de Dios, sino uno que manifiesta que ya no es dueño de sí mismo; ha sido «comprado por un precio». Nuestro servicio debe ser un sacrificio vivo de devoción hacia Jesús, el secreto de lo cuál es una identidad con Él en el sufrimiento, en la muerte y en la resurrección (Filipenses 3:10). Es posible ser el primero en sufrir por la Verdad y por tener reputación de santidad y ser el último tras el juicio del gran Escudriñador de los corazones. Todo el asunto tiene que ver con una relación de corazón con Jesús. Si te mantienes fiel a tu relación con Jesucristo, las cosas ya no se dividen en correctas o incorrectas; el problema se localiza en las cosas correctas que no obstante perjudican lo que Él quiere que seas. La marca distintiva del santo son las cosas correctas y buenas que tiene el privilegio de no hacer. Si eres discípulo de Jesús, hay ciento y una cosas correctas y buenas que evitas como al diablo aunque no haya diablo en ellas. Si las palabras de nuestro Señor en Mateo 5:29-30 se leyeran más a menudo, tendríamos una juventud más sana tanto en hombres como en mujeres. Cuidado con las personas que te dicen que la vida es sencilla. La vida es un amasijo tal de complicaciones que no hay hombre que esté a salvo sin Dios. Allegarse a Jesús no simplifica la vida, simplifica mi relación con Dios. La relación personal implícita dice más que la explícita, y si te dedicas a priorizar lo explícito, estás en buena predisposición para producir escépticos.

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Cuando Jesucristo está trayendo un hijo a la gloria, no presta atención a su «obra en el ministerio»; Él permite todo este trabajo como una disciplina para perfeccionar su relación con el Padre. Dios hace de nuestro trabajo para Él un medio y no un fin hasta que nos ha llevado al lugar en que estamos dispuestos a ser purificados y ser dignos de Él. La organización excesiva en la obra cristiana siempre tiene el peligro de matar la originalidad nacida de Dios; nos mantiene conservadores, debilita nuestras manos. El fluir falso y artificial de progreso satura la verdadera devoción a Jesús. Cuando un movimiento espiritual se ha mantenido fiel a Jesucristo, ha dado fruto de mil maneras que la persona que originó el movimiento nunca pudo soñar. Ser útil o eficiente no es el propósito final de Dios, pues Su meta es sacar el mensaje del Evangelio, y si eso sólo puede hacerse cuando Él me da una buena «bofetada», ¿por qué no debería hacerlo? Nos encanta meter nuestros inteligentes dedos en el plan de Dios. La idea de Dios es que los cristianos individuales se identifiquen con Su propósito para el mundo. Cuando el cristianismo se organiza y se 'denominaliza' excesivamente, es incapaz de cumplir la comisión de nuestro Señor; no «alimenta a Sus corderos»; no puede (ver Juan 21:15-17). «He tenido visiones en la montaña, maravillosos tiempos de comunión con Dios». De acuerdo, ¿te convierte esto en un individuo que pasa por encima de tu Señor y Maestro, alguien que no lava pies, que sólo acepta cierto tipo de encuentros con Él? «Así pues, si Yo, el Señor y Maestro ha lavado vuestros pies, también vosotros debéis lavar los pies de los demás»: el incentivo más alto es el único incentivo para realizar el servicio más

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humilde. ¿Dónde quedamos ante el ojo de Dios bajo esta premisa? La falsa religión hace de mí una persona consciente al máximo: «No debo hacer esto, o aquello»; la única estrella polar de la religión de Jesús es devoción personal y pasional por Él, y unidad con lo que a Él le interesa en otras vidas. Identifícate con los intereses de Jesucristo en otros, y la vida tomará un rumbo romántico lleno de riesgo. El cristianismo no es servir a Jesucristo, ni ganar almas, sino la vida de Jesús siendo manifestada más y más en mi carne mortal. No permitas que te quiten al Jesucristo histórico de tu lado, de ninguna manera o forma; que la más intensa ocupación de tu vida espiritual sea acompañar a los discípulos mientras Él salía y entraba de su vida en los días de Su carne. «¿Qué ha hecho mi religión por mí que no pudiera hacerlo yo mismo?» Esta es una pregunta que todo hombre se ve forzado a preguntar. La religión es fe ostensible en Alguien, o una forma de creer en algún tipo de poder. Viviría más empobrecido si no tuviera ninguna, y debería ser capaz de precisar de qué manera sería más pobre sin ella. Si mi religión no se fundamenta en una historia personal con Jesús, se convierte en algo que sufro; no una cosa gozosa, sino algo que me impide hacer lo que quiero. De vez en cuando tenemos que revisar la forma en que miramos a la Providencia de Dios. La forma normal de verla consiste en que Dios se nos presenta con una copa que hay que beber que contiene una extraña mezcla. Pero hay otro aspecto que es igual de cierto, y quizás contenga mayor verdad; a saber, que sin duda alguna nosotros mismos le presentamos a Dios una copa llena de una mezcla muy

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extraña5. Dios nunca rechazará la copa. La beberá. Esto quiere decir que tengas cuidado con el ingrediente de tu voluntad, que debe disolverse en la Muerte de Jesús identificándose con ella; el ingrediente de tu voluntad está presente cuando devuelves a la mano de Dios la copa de tu vida.

La oración A Dios nunca le impresiona nuestra devoción, Él promete respondernos cuando oramos sobre la base de una única cosa, a saber, el terreno de la Redención. La Redención del Señor Jesús me proporciona un lugar de intercesión. La única manera de entrar en la relación personal de «pedir» es entrar en la relación personal de absoluta dependencia del Señor Jesús. «Y esta es la confianza que tenemos en Él...» (1 Juan 5:14-16). Recuerda, tienes que pedir cosas que estén en consonancia con el Dios que Jesucristo revela. Cuando oras, ¿qué idea tienes en mente? ¿Tu necesidad o la omnipotencia de Jesucristo? (ver Juan 14:12-13). «Pedir» en oración prueba de golpe tres cosas: la sencillez, la estupidez y la certeza de Dios. La oración significa que entro en contacto con el Cristo Todopoderoso, y hay resultados todopoderosos que siguen la línea que Él ha dispuesto. No es que mis oraciones sean importantes, ese no es el asunto; Dios ha dispuesto las cosas de tal manera que mediante la intercesión se derraman ciertos tipos de bendiciones sobre los hombres. En la obra cristiana, ahí es

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Nota del traductor: es decir, mezclamos lo de Dios con lo 'nuestro'.

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donde hay un «llenar la copa»; tendemos a interesarnos más por hablar con otros que interceder por ellos. Si soy un cristiano, no me dedico a salvar mi propio pellejo, sino a entender que la salvación de Dios llega a otros a través de mí, y la manera por antonomasia de hacerlo es por intercesión. La Biblia no dice nada del don de la oración, la única oración de la que habla la Biblia es la oración que es capaz de traer a los hombres algo de Dios. ¡Cuánta impaciencia tenemos de tratar con otras personas! Nuestras acciones dan a entender que creemos que Dios está dormido, y esto sucede hasta que Dios nos trae al lugar en que nos relacionamos con ellos con un toque celestial. Las ilustraciones de la oración que usa nuestro Señor siguen la línea de la inoportunidad, un hábito de oración firme, persistente e ininterrumpido. Dios nos pone en circunstancias donde Él pueda responder a la oración de Su Hijo (Juan 17), y la oración del Santo Espíritu (Romanos 8:26). La razón para interceder no es que Dios responda a la oración, sino que Dios nos dice que oremos. Dios nunca responde a la oración para hacer una demostración de Su poder. Las respuestas a la oración nunca vienen por introspección, sino siempre como una sorpresa. No escuchamos a Dios porque estamos llenos de ruidosas peticiones introspectivas. La certeza espiritual en la oración es la certeza de Dios Mismo, no un remolino de santurronería a contracorriente. La oración es el aliento vital del cristiano; no es lo que le vivifica, sino la evidencia de que está vivo. 41

Los poderes de las tinieblas quedan paralizados por la oración. No es de extrañar que Satanás procure mantener nuestras mentes embrolladas en trabajar activamente hasta que no podemos pensar en orar. Dios no tiene por qué contestar nuestras oraciones, pues está respondiendo a la oración de Jesucristo en nuestras vidas; mediante nuestras oraciones, somos capaces de discernir cuál es la mente de Dios, y esto queda declarado en Juan 17. Según el Nuevo Testamento, la oración es la respuesta de Dios a nuestra pobreza, no un poder que ejercitamos para obtener una respuesta. La intercesión no eleva la vida del que intercede, sino que bendice las vidas de aquellos por los que intercede. La razón por la que muy pocos de nosotros intercede es porque no hemos entendido esto. Mediante la oración intercesora, podemos separar a Satanás de otras vidas y dar una oportunidad al Santo Espíritu para que trate con ellos. ¡No es de extrañar que Jesús resaltara tanto la oración! Si tu gente sabe que eres un hombre o mujer de oración, tienen el derecho de esperar de ti un patrón de conducta más noble que otras personas. Si oro para que otra persona sea o haga algo que yo no soy ni tengo intención de hacer, mi oración queda paralizada. Cuando pones a Dios primero, tendrás tiempos para orar con facilidad, porque Dios puede confiar Sus oraciones al alma que no va a utilizarlas de manera irracional ni dar pie al enemigo. Si escudriñas los caminos de Dios en tu vida, verás que Él te hace desarrollar como lo hace con los árboles y las flores, una obra profunda silenciosa del Dios de la Creación. El enemigo pelea todo lo que puede contra nuestra comunión con Dios, contra nuestra soledad con Dios, y 42

procura evitar que extraigamos nuestro aliento del temor del Señor. La mayor respuesta a la oración es que me entiendo perfectamente con Dios, y eso cambia mi manera de ver las cosas. Debemos trabajar con firmeza nuestro arrepentimiento en oración intercesora. Vigila que no conviertas la actividad de proclamar la Verdad en una inteligente manera de rehuir el enfoque espiritual en la intercesión. Cuando se pierde de vista a Dios, inevitablemente llega una enseñanza espiritual que no tiene su contrapeso correspondiente en la oración personal en privado. Cuidado con utilizar la oración como una tapadera para rehuir aquello que sabes que deberías estar haciendo. El significado de la oración es que hago descender un poder sobre otra alma que es lo bastante débil como para rendirse y lo bastante fuerte como para resistir; de ahí la necesidad de una vigorosa oración intercesora. Nunca procures hacer que las personas estén de acuerdo con tu punto de vista, sino empieza el ministerio de la intercesión. El único Ser con quién merece la pena ponerse de acuerdo es el Señor Jesucristo. Recuerda 1 Juan 5:16. La oración de los santos jamás se centra en sí misma, sino en Dios. Cuando un santo ora, lo que sucede es que el todopoderoso poder del Paracleto viene a reposar sobre aquel por el que está orando.

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Dios no da fe en respuesta a la oración. Él se revela a Sí Mismo en respuesta a la oración, y la fe se ejerce de un modo natural.

La predicación El testimonio personal es un alimento que tomas de la mano y te lo llevas a la boca; tienes que estar mejor pertrechado si quieres predicar el Evangelio. El predicador ha de ser parte de su mensaje, debe incorporarse a él. Esto es lo que el bautismo del Espíritu Santo hizo con los discípulos. Cuando el Santo Espíritu vino en el Pentecostés, hizo de estos hombres epístolas vivas de la enseñanza de Jesús, no gramófonos con piernas que registraban los hechos de Su vida. Si te mantienes fiel como discípulo de Jesús, Él hará de tu predicación el tipo de mensaje que, además de ser oral, se encarna. Predicar el Evangelio hace de ti un sacramento; pero si la Palabra de Dios no se ha incorporado a tu persona, tu oración es «címbalo que resuena»; nunca te ha costado nada, nunca te ha hecho sufrir arrepentimiento ni quebrantamiento de corazón. No tenemos que explicar la manera en que el hombre viene a Dios, pues esto es un obstáculo, sino traerlos a Dios; explicar la Redención nunca atrajo a nadie a Dios, pero exaltar a Jesucristo, y a Él crucificado, sí que atrae a los hombres a Dios (ver Juan 12:32). Recuerda que eres enviado a los hombres como representante de Jesucristo.

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La labor del predicador no es convencer a los hombres de pecado ni hacer que se den cuenta de lo malos que son, sino traerlos a un contacto con Dios hasta que les resulte fácil creer en Él. Ningún hombre vuelve a ser el mismo después de oír la verdad; quizás diga que no presta atención y puede dar la impresión de que lo ha olvidado todo, pero en cualquier momento la verdad puede subir a su conciencia y trastocar toda su paz mental. La gran trampa de la obra cristiana es esta: «Acuérdate de qué tipo de personas son estas a las que estás hablando». Tenemos que permanecer fieles a Dios y a Su mensaje, no a lo que sabemos de las personas, y al depender del Santo Espíritu veremos que Dios obra Sus maravillas a Su manera. Vive en la realidad de la Verdad mientras la predicas. La mayoría de nosotros preferimos vivir en una fase concreta de la Verdad, y ahí es donde nos volvemos rígidos y obtusos, con la convicción religiosa de que todo el que no esté de acuerdo con nosotros está equivocado. Predicamos en el Nombre de Dios que Él no se haga dueño nuestro. La denuncia de Dios nos golpeará fuerte si en nuestra predicación le decimos a los demás que sean santos y nosotros no lo somos. Si no estamos atendiendo en nuestra vida privada a los mensajes que estamos dando, experimentaremos la profundidad de la condenación de nuestras propias almas como mensajeros de Dios. Nuestro mensaje actúa como un boomerang; en caso contrario, sería peligroso. Una buena expresión emocional tiene el peligro de ser satisfactoria en sí misma aunque la vida de Dios esté a kilómetros de distancia de la predicación. La vida del predicador habla mucho más alto que sus palabras. 45

No tiene sentido condenar la sensualidad o la mente del mundo, y ceder ante otras personas cuando hay una pequeña inclinación hacia estos en nuestra propia alma. Está muy bien predicar, y la cosa más fácil del mundo es dar a las personas una visión de lo que Dios quiere; asunto diferente es entrar en el sórdido condicionamiento de la vida normal y ahí hacer que la visión sea real. Cuidado con la hipocresía ante Dios, sobre todo si por tu posición social no estás en peligro de ser un hipócrita ante los hombres. La intuición atrae a Dios a los oidores, la ingenuidad los atrae al predicador. Dominar la oratoria con destreza6 siempre conlleva superficialidad. La predicación que se expone con el ingenio humano nunca es correcta porque el Espíritu de Dios no es «ingenioso». Cuidado con la viveza del ingenio, porque es la mayor causa de hipocresía en un predicador. No te impacientes contigo mismo, porque cuanto más tiempo satisfagas tu persona abrazando la expresión de la Verdad, tanto más satisfarás a Dios. La predicación con fuegos artificiales rara vez habla del Evangelio: la predicación del Evangelio se fundamenta en el gran misterio de creer en la Redención, cuya creencia no arraiga en otros gracias a los fuegos de artificio, sino por la insistente convicción del Espíritu Santo. La Palabra de Dios transporta más bienes de los que jamás entenderemos, y si la sustituimos por cualquier otra cosa, sea afilada inteligencia o discurso elocuente, la victoria

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Nota del traductor: sin rendición y sin escuchar al Espíritu de Dios, esta afirmación es absolutamente cierta.

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del maligno es enorme y mi propia utilidad se reduce a una bocanada de aire. La regla de oro del predicador es la determinación de ser un necio a ojos de otros si fuera necesario. Tenemos que predicar algo que para la sabiduría de este mundo es una necedad. Si la sabiduría de este mundo tiene razón, entonces Dios es un necio; si Dios es sabio, la sabiduría de este mundo es necedad (ver 1 Corintios 1:18-25). Erramos cuando nos disculpamos en nombre de Dios por este asunto. Si respaldas la verdad de Dios, está garantizado que experimentarás reproche, y si abres la boca para defenderte perderás lo que estabas ganando. Deja que la ignominia y la vergüenza vengan, sé «débil en Él». Nunca asumas nada que no haya sido hecho tuyo por la fe y la experiencia de la vida; es una presunción hacerlo. Por otro lado, estate preparado para pagar el precio de tu «necedad» al proclamar a otros lo que de verdad es tuyo. Las personas sólo quieren el tipo de predicación que no declara las exigencias de un Dios santo. «Dime que Dios es amor, no que es santo ni que exige que seamos santos». El problema no es con los pecadores gordos, sino con las personas intelectuales, con cultura, religiosas hasta la coronilla. Toda predicación aduladora del Evangelio es un insulto a la Cruz de Cristo. Lo que se necesita es que la sonda del Espíritu de Dios penetre en la conciencia de un hombre hasta que toda su naturaleza le grite, «esto es correcto, y tú estás equivocado». Lo que capacita al Espíritu Santo para desnudar los rudimentos racionales de los que escuchan, es el contacto del predicador con la Realidad, y cuando lo hace verás que las mejores personas son las que primero caen bajo convicción de pecado.

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Hay una gran ley psicológica de la que poco se sabe, que dice que el llamado interior viene condicionado por la atracción. Si quiero atraer a los hombres, esa será la línea de pensamiento que seguirá el ímpetu de mi trabajo. ¿Ante quién presentamos el llamado interior? Ante nadie excepto los que Dios te envía. No puedes hacer que los hombres vengan; nadie podría hacer que vinieras hasta que viniste. «El viento sopla de donde quiere... así es todo aquel nacido del Espíritu». Muchos de los términos psicológicos usados a día de hoy no tienen interés; hablamos con elocuente deshonestidad del pecado y de la salvación; pero si la verdad se presenta en los talones de la profunda necesidad personal del hombre, de golpe se hace algo muy llamativo. Algunos de nosotros nos afanamos en la obra cristiana a un ritmo apresurado, deseando vindicar a Dios en un gran Avivamiento, cuando lo cierto es que si Dios diera un avivamiento seríamos los primeros en olvidarnos de Él para acudir a un fuego extraño. «... en lo que requiere diligencia, no seamos perezosos», es decir, en los asuntos del Señor. No te canses con otras cosas. Huye como del diablo del 'buen gusto' si lo utilizas como modelo al presentar la verdad de Dios. «De aquí en adelante a nadie conocemos según la carne» (2 Corintios 5:16); así conocemos a los hombres, según las estimaciones de nuestro sentido común. Pero el hombre que conoce a Dios no tiene derecho a estimar a los demás en base al juicio de su sentido común, sino que tiene que tocar hechos de revelación que le hagan mucho más tolerante en su juicio. Cuando sólo tenemos una pequeña visión del punto de vista de Dios, juzgamos a los demás con inmensa amargura. Cuidado que tu moderación en público no tenga el efecto del decreto del Dios Todopoderoso sobre el mar: «Hasta aquí llegarás, pero no avanzarás». No tengo parte ni suerte en el 48

servicio de Dios si muestro reticencias personales, pues he de ser pan quebrado y vino derramado en Sus manos. Si estás viviendo una vida de violenta confianza en Dios, a tu congregación le parecerá como si hubiera un poder de Dios en reserva, pero si no te entregas a Dios tendrán la impresión de que estás siendo condescendiente con ellos. Deberíamos enseñar inconscientemente; si enseñas conscientemente con aire dictatorial, sencillamente estás echando rosas a tu propio engaño espiritual. ¿Has conocido alguna vez a una persona cuya vida religiosa es tan rígida que tienes pavor de acercarte a él? Nunca ejercites una religión que borre a Dios del mapa. Recuerda dos cosas: sé natural contigo mismo y deja que Dios sea Él Mismo de modo natural a través de ti. Muy pocos de nosotros ha llegado al lugar de una dignidad orgánica, pues la mayoría de nosotros somos orgánicamente indignos, es decir, damos la impresión de que nunca nos hemos molestado en entrar en una disciplina con Dios. No te desanimes si sufres una afasia física (enmudecimiento); la única cura es seguir adelante, haciendo memoria de que el miedo vencido es un poder en sí mismo. Ten cuidado con decepcionarte contigo mismo cuando hables; ignora tus nervios del pasado. Aprende a interceder en oración pública. Deja que dos ríos vengan a través de ti: el río de Dios y el río de los intereses humanos. Cuando ores, ten cuidado con predicar, evita la doctrina. Cuando prediques, hablas para Dios, y hablas a las personas desde la posición de Dios; en oración, le hablas a Dios a favor de las personas, y tu lugar está entre los demás como uno más. Ha de ser una relación vicaria, no un lanzamiento de jabalina teológica sobre sus cabezas.

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Siempre acude a los hombres partiendo desde el lugar de Dios; nunca seas tan impertinente como para venir a ellos a través de la presencia de ningún otro. ¿Cómo te afectan las interrupciones? Si estructuras tu día y dices, «voy a reservar este tiempo para esto, y este tiempo lo empleo en esto otro», y la Providencia de Dios trastoca tu agenda, ¿dónde queda tu espiritualidad? Bueno, ¡salió por la ventana! porque no está basada en Dios y no tiene nada de espiritual, sino que es puramente mecánica. El gran secreto consiste en aprender a refugiarse en Dios en todo momento. Cuando veas que estás exhausto, tómate una buena dosis de humillación al estilo de Juan 21:15-17. El secreto de ser pastor de almas es que algún otro alcanza al Salvador utilizando tu corazón como un camino. Cuidado con hacer la verdad de Dios más sencilla de lo que Él mismo la ha hecho. Al predicar el Evangelio, Dios crea algo que no estaba antes, es decir, una fe en Él basada en la Redención. La gente dice, «predica el Evangelio sencillo», pero si con «el Evangelio sencillo» quieren decir aquello que siempre hemos oído, eso que nos mantiene en un sueño soporífero, entonces tanto mejor si Dios nos atraviesa nuestra cauterizada conciencia cuanto antes. Si la predicación de cualquiera que predique no me sacude los pantalones ni me hace observar mis pies y mis caminos, sólo puede haber dos razones: o bien el predicador no toca la realidad o yo odio perfeccionarme. La creencia gozosa y humilde que tengas en tu mensaje, atraerá la atención. Los sermones pueden hacerse pesados, pero el Evangelio nunca lo es.

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La preparación Meditando con tu bolígrafo en mano llegarás al meollo de la cuestión. «El corazón del justo medita la respuesta» (Prov. 15:28). Es un insulto hacer entrega a tu congregación de pensamientos extemporáneos, es decir, pensamientos sin meditar: es un «vacío» pesado. El predicador debería hacer entrega a su congregación del resultado de una intensa meditación, pero el discurso ha de ser extemporáneo, sin estudiarlo. El discurso extemporáneo no es sinónimo de pensamientos extemporáneos, sino un discurso que ha sido tan estudiado que estás poseído inconscientemente de aquello que estás diciendo. Nunca apliques una fórmula estudiada; prepárate mentalmente, moralmente y espiritualmente, y nunca tendrás necesidad de temer. El asunto no consiste en ir de caza tras los textos, sino en vivir en las grandes verdades exhaustivas de la Biblia y entonces los textos te darán caza a ti. Es un error decir «tengo que conseguir preparar un mensaje». Necesito una preparación de mí mismo, no preparar un mensaje. No acudas a tu Biblia con una actitud de bostezo. Como estudiante de la Palabra de Dios, mantén tu mente y corazón ocupados con las grandes verdades que conciernen a Dios, al Señor Jesucristo, al Santo Espíritu, a la Redención, el pecado, el sufrimiento, etc. Sacrifica con un cuchillo en tu pasadizo mental aquello que te hace sentarte por dentro y decir, «No puedo». ¿Por qué

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ser salvo y santificado metido dentro de una caja oxidada y perezosa? Cuando hables espontáneamente, empieza de una manera natural, y el secreto de empezar de un modo natural es olvidar que eres religioso. Muchos llevan puesto un traje religioso que les aplasta. Cuidado con alejarte del asunto de tu mensaje por prestar atención a la manera en que lo estás comunicando. Nunca tengas miedo de que se exprese tu verdadero ser. Para desarrollar tu expresión en público tienes que escribir mucho en privado. Escribe tus problemas ante Dios. Acude directamente a Él para tratar cualquier asunto. El tiempo invertido en las grandes revelaciones fundamentales que han sido entregadas por el Espíritu Santo tiende a ser visto como una pérdida de tiempo. Tendemos a decir, «tenemos que pasar a lo práctico». El trabajo preparatorio que hacemos tiene como misión que nuestras mentes entren en un orden tal que estén al servicio de Dios para que Él inspire. A Dios gracias, la inspiración consciente es una experiencia rara, porque de lo contrario haríamos un dios de nuestra inspiración. No procures pulir demasiado el tema del mensaje. Confía en la realidad de tu naturaleza en Cristo y del tema del que hablas. En el servicio de Dios, la disciplina de tus poderes anímicos es una adquisición preciosa; te libra de la agoniosa incertidumbre y de una posible histeria. Aprende a respetar los hallazgos de tu mente. Deléitate siempre en privado cuando prepares el mensaje. Termina tu preparación con oración y déjala en manos de Dios hasta que llegue el tiempo del mensaje. 52

Cuando hables, abandónate con confianza; no intentes acordarte de aquellas ideas estupendas que tuviste mientras te preparabas. Es una experiencia bendita cuando el corazón arde mientras Jesús habla con nosotros y nos abre las Escrituras, pero el corazón ardiente quedará en un rescoldo de cenizas a menos que nos mantengamos a buenas con Dios de forma continuada. La visión espiritual está relacionada con el desarrollo de una pureza de corazón. Cada área de nuestra vida que se somete al temor del Espíritu de Dios es un llamado a cultivar esa área en particular para Él. El problema radica en que no hacemos surco nuevo en el suelo de nuestra vida cuando Dios nos lo pide. La pereza espiritual debe ser lo que más tristeza cause al Santo Espíritu. La pereza siempre tiene una razón moral, no física; hay una naturaleza que es indulgente consigo misma y tiene la pereza metida en los huesos. Aprende a ayunar en privado por el tema que quieres predicar; haz el trabajo mecánico y confía en Dios que al entregar el mensaje Él te dé la inspiración. No memorices lo que tienes que decir o acabarás como una alcachofa7. Para explicar el tema, vívelo de antemano.

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Del escocés 'cauld kale het': literalmente, un repollo, una verdura barata con un fuerte sabor que casi se vuelve insípida cuando se recalienta al día siguiente de ser cocinada. Metafóricamente, es algo que no es fresco, algo reciclado que se debería haber desechado.

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Invierte tiempo en leer. Leer te da vocabulario. No leas para recordar; lee para tener visión. El locutor que no utiliza notas debe tener dos cosas bajo su dominio: la Biblia y su querida lengua. Cuando hables improvisando, nunca intentes hacer memoria, siempre zambúllete en el tema. Deja que te atrape el meollo del asunto que tienes entre manos y entonces expresarás sus secretos inconscientemente. Deja que el mensaje te conmueva y conmoverá a otros de una manera parecida. Observa cómo Dios a través de Sus ángeles te saca a codazos cuando llegas a esa zona en que crees que dominas la Biblia: pero no lo llamarás «ángel» a menos que estés lleno del Santo Espíritu. «Esa persona tan grosera» en realidad era un ángel de Dios que te decía, «soluciona esto».

La redención Dios no nos pide que seamos hombres y mujeres buenos. Nos pide que entendamos que no somos buenos; creer que «ninguno es bueno, excepto Dios«, y que la gracia de Dios se manifestó en la Redención con el fin de cubrir a un hombre incompleto. Cuando un hombre experimenta la salvación, no le salvan sus creencias; la enseñanza que fundamenta la salvación de

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un hombre en sus creencias está errada. La salvación es del todo de Dios. El peligro es predicar una teología subjetiva, algo que apele a emociones interiores. El Evangelio del Nuevo Testamento se basa en una Redención trascendente. La más grandioso de la Redención es que trata con el pecado, es decir, que se enfrenta primero a estos derechos que creo tener sobre mi persona, y en segunda instancia se enfrenta a los pecados del hombre como habitualmente los conocemos. Una de las cosas más halagadoras es acudir a rescatar a los hombres degradados en abismos morales (una de las pasiones sociales de la humanidad), pero esto no es necesariamente lo más cristiano: cosa diferente es decir a aquellos hombres que son considerados la flor y nata de la sociedad, que lo que Jesucristo les pide es que le cedan a Él el derecho que ostentan sobre su propia persona. Lo grandioso del Evangelio es que tenemos el deber de predicarlo. Nunca te angusties al no ver resultados inmediatos. Ningún profeta del Antiguo Testamento ni apóstol del Nuevo (ni santo a día de hoy) fue capaz de entender totalmente la importancia de lo que hizo o decía, así que cuando trabajo para obtener unos resultados inmediatos soy yo el que procuro dirigir al Santo Espíritu. Dios no respeta a las personas que dicen ser salvas, pero muestra un tremendo respeto hacia el carácter cristiano. Hay grados de gloria que están determinados por nuestra obediencia. La salvación es un regalo gratuito a través de la Redención; las posiciones del Reino no son regalos, sino logros. Hay una diferencia entre la salvación y la santidad, entre ser redimido y demostrar que soy un hombre redimido. Puedo vivir una vida de sórdido egoísmo basada en la

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Redención, o puedo vivir una vida que manifieste la vida del Señor Jesús en mi carne mortal. Jesucristo no envió a los discípulos a salvar almas, sino a «hacer discípulos», hombres y mujeres que manifiestan una vida acorde a la vida de su Redentor. A ciertos métodos de evangelismo se les puede acusar de fundamentar todo el asunto en el interés de cada cuál: la salvación se ve como una especie de plan de seguros gracias al cuál me libro del castigo y me pongo a buenas con el cielo. Pero mira a un hombre que haya experimentado ser libre de pecado, y su regocijo no se basa en sus intereses, sino en que ha sido capacitado para ser útil para Dios y su prójimo. La roca madre sobre la que se sustenta el cristianismo es el perdón de Dios, no la santificación y la santidad personal: lo que está por debajo es infinitamente más firme que estas cosas; se trata de aquello de lo que el Nuevo Testamento habla cuando usa esa terrible palabra «perdón». «En quién tenemos redención a través de Su sangre, el perdón de los pecados» (Efesios 1:7). La virtud de nuestra Redención llega hasta nosotros obedeciendo al Hijo de Dios: «aunque era Hijo, aprendió obediencia por las cosas que sufrió...» (Hebreos 5:8). Nuestra visión de la obediencia ha quedado tan distorsionada por el pecado que no podemos entender cómo se dice de Jesús que «aprendió» obediencia; era el único del que se podía decir que era «sin pecado». No aprendió obediencia para ser Hijo: vino como Hijo para redimir a la humanidad. Nuestro Señor vino para expiar el pecado del mundo, no por razón de un impulso de noble naturaleza, sino por el sacrificio perfectamente consciente de Sí Mismo, el único mediante el cuál Dios podía redimir al hombre. Cuídate del frenesí de la «unidad». Es la voluntad de Dios que todos los cristianos sean uno con Él como Jesucristo es uno con Él (Juan 17:22), pero eso difiere mucho de la 56

tendencia moderna circulante que fomenta una unidad fundamentada en algo que ignora la Expiación. Hasta que no nos convertimos en seres espiritualmente vivos mediante el nuevo nacimiento, la Expiación de Jesús no significa nada para nosotros; sólo empieza a adquirir significado cuando vivimos «en los lugares celestiales en Cristo Jesús». La Salvación se basa en un hecho de revelación que dice que Dios ha redimido al mundo de la posibilidad de condenación por culpa del pecado (Romanos 5:12, 20-12): la experiencia de la salvación consiste en que un hombre puede ser regenerado, puede tener la disposición del Hijo de Dios dentro de sí, esto es, al Santo Espíritu. Creer en la Redención es algo difícil porque primero requiere la rendición de uno mismo. ¿Creo que todo cuanto ha sido tocado por las consecuencias del pecado del hombre va a enderezarse por mano de Dios a través de la Redención? La Redención es la Realidad imposibilidad en algo palpable.

que

cambia

la

La poderosa Redención de Dios se hace presente en mi experiencia por medio de la eficacia viva del Santo Espíritu.

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La santificación Cuidado con predicar la Santificación sin conocer a Jesús; somos salvados y santificados con el fin de conocerle. «De Él os viene que estéis en Cristo Jesús, que ha venido a seros, de parte de Dios, sabiduría, justicia y santificación, y redención» (1 Corintios 1:30). Jesucristo es todo esto y en estas cosas está totalmente involucrado, Él no separa estas cosas de Su Persona. No podemos ganarnos estos asuntos ante Dios, sólo podemos tomar lo que nos dan. Salvación, santificación, vida eterna, todos son regalos forjados en nosotros a través de la Expiación. La pregunta es, ¿estoy atendiendo a lo que Dios está obrando? No deja de ser cierto decir, «no puedo vivir una vida santa»; pero puedes tomar la decisión de dejar a Jesús santificarte. «No puedo librarme de mi pasado»; pero puedes tomar la decisión de dejar a Jesús librarte de él. Este es el asunto a tocar. Utilizamos la palabra «consagración» antes de la santificación, y debería utilizarse después de la santificación. Consagración significa en esencia separar una cosa santa para Dios, no separar una cosa inmunda para hacerla santa. «... presentad vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, aceptable para Dios», dice el apóstol Pablo. No puedes separar para Dios lo que Dios no ha purificado. Si hago de la santidad personal una causa en vez de un efecto, me hago una persona superficial, sin importar si doy una apariencia de profundidad. Significaría que me preocupo infinitamente más de ser impoluto que de ser real; me preocupo mucho más de mantener blancas mis ropas que de ser devoto a Jesucristo.

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La idea de que crezco en santidad según avanzo no es propia del Nuevo Testamento. Debe haber un lugar en el que me identifico con la muerte de Jesús: «He sido crucificado con Cristo...». Ese es el significado de la santificación. Después crezco en santidad. Jesucristo puede hacer mi disposición tan pura como es la Suya. Eso es lo que dice el Evangelio. Los santos se han echado a dormir, «gracias Dios, soy salvo y estoy santificado, ya va todo bien». ¿Es este el lugar adecuado para mantener la vida que confrontará al mundo y nunca se verá subyugada por él? «Ahora estoy santificado y el mundo no me atrae». Pero recuerda, el mundo es lo que el Espíritu Santo ve, no lo que tú ves. La atracción no son los pecados gruesos, sino las cosas que forman parte de la creación de Dios, las cosas «de la tierra de Canaán», que poco a poco se arrastran a la mente y empiezas a pensar siguiendo patrones paganos y sólo en una crisis te das cuenta de que no has estado de parte de Dios. Dios ha atado Su reputación a la obra de Jesucristo en las almas de los hombres y mujeres que Él ha salvado y santificado. Si vamos a ser útiles para Dios enfrentando los problemas del día de hoy, debemos estar preparados para vivir la metafísica de la santificación en toda su extensión. La urgencia que corre por las venas de la gente de hoy es «haz algo»; «sé práctico». La gran necesidad para todos los teóricos incapaces de llegar al meollo del asunto consiste en la santificación personal. La obra práctica que no se fundamenta en entender lo que significa la santificación es tan vana como dar manotazos al aire. La prueba de la santificación no es nuestras palabras y cantar himnos piadosos; sino, ¿cómo somos cuando no hay nadie viéndonos? ¿Cómo nos comportamos con aquellos que mejor nos conocen? 59

Existe el peligro real de achacar a Dios todos nuestros prejuicios insignificantes y mezquinos incluso después de ser santificados. Hablar piadosamente paraliza el poder que te capacita para vivir piadosamente, la energía de la vida se va a la boca: la beatería sustituye a la santificación. A menos que tu mente sea libre de los celos, la envidia y el rencor, tus palabras piadosas sólo contribuyen a aumentar tu hipocresía. Cuidado con el sentimentalismo; significa que se ha levantado en mí algo que no tengo intención de trabajar en mi corazón. Donde haya una verdadera enseñanza del Evangelio, estarán presentes tanto la salvación como la santificación. Si has sido llamado a predicar, Dios te hará pasar por «filtros» que no están destinados para ti de un modo personal, sino para hacer de ti un pan que pueda alimentar otras vidas. Experimentarás estas cosas a través de la santificación. Si exalto la Santificación, mi predicación hará desesperar a los demás; pero si ensalzo a Jesucristo, las personas aprenderán el camino para ser santificados. «Porque me propuse no saber de ninguna otra cosa cuando estuve con vosotros excepto a Jesucristo, y a Él crucificado» (1 Corintios 2:2). Hay una gran trampa en pensar que cuando estás santificado no puedes cometer errores; puedes cometer errores tan irreparables y terribles que la única salvaguarda sea «caminar en la luz, como Él está en la luz». Cuando vengas bajo el foco de luz de Dios que busca tu santificación, verás lo que es el pecado con mucha mayor sensibilidad de la que tenías antes. La liberaciones de Dios no son aquellas cosas en las que se deleita el creyente, sino que estas se sustentan en el hecho de que Dios le ha liberado; no se trata de que ha sido santificado, 60

sino de que Dios le ha santificado; todo el enfoque de la mente reposa en Dios. No somos salvados y santificados para trabajar para Dios, sino para pertenecer completamente a Jesucristo, es por causa de Él que uno vive la pasión ardiente de la vida. Nunca intentes fundamentar la santificación en tus faltas: un pecado inconfeso, una tarea inconclusa; más bien confiesa el error, haz lo que debes hacer, y después Dios limpiará toda esa basura donde eres hiper-consciente de ti mismo. En la santificación debe haber un discurso de despedida firme y sin vuelta atrás, diciendo adiós a la confianza que depositas en cualquier persona o cosa excepto Dios. Siempre puedes probar el valor de tu santificación. Si hay un mínimo rastro de superioridad donde eres consciente de ti mismo, aún no se ha tocado el borde del manto de Cristo. «Yo pongo Mi vida», decía Jesús, «la pongo de Mí Mismo». Si eres santificado, harás lo mismo. Esto no tiene nada que ver con «una muerte más profunda del yo», sino con el glorioso hecho de que tengo un yo, una personalidad que puedo sacrificar ante Jesús con exultante gozo todos los días de mi vida.

El pecado El pecado no es problema del hombre, sino de Dios. Cuidado con intentar diagnosticar el pecado sin la punzada interior que te diga que eres uno de los peores pecadores. Cuando hables del pecado, debe ser «mi» pecado. Cuando hablas de «pecados» ajenos, estás huyendo de Jesucristo.

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El pecado es el resultado de una relación que Dios nunca dispuso, una relación que se mantiene en vilo por razón de una mala disposición, esto es, mi insistencia en gobernarme a mí mismo. Esa es la esencia del pecado. La prerrogativa de gobernarme a mí mismo no se limita a ser una exigencia, sino algo que de continuo me hace persistir en salirme con la mía. Cuando Dios toca el pecado en realidad está tocando la independencia, y eso levanta ampollas en el corazón humano. La independencia tiene que ser abrasada y no debe quedar rastro alguno, sólo debe existir libertad, que es una cosa muy diferente. La libertad es la habilidad de no insistir en mis derechos, sino en que Dios acceda a los Suyos. Hay personas cuyas vidas nos dejan pasmados, y están aquellos cuyas vidas son sin tacha pero cuya disposición en ciernes es «exijo el derecho a gobernar mi vida». Observa a Jesucristo en ambos casos, y podrás hacerte una idea de la actitud espiritual que hemos perdido viendo el contraste que tercia entre ambas posturas. Jesucristo nunca se enfrentó a los hombres como nosotros; si pones delante de Él «publicanos y pecadores» y hombres de moral intachable, te darás cuenta de que es mucho más duro con estos últimos. Reconocer esto significaría una revolución en nuestra manera de ver las cosas. El pecado original es «hacer cosas sin Dios». Esa frase explica el pecado en sus inicios en la conciencia humana y también el análisis definitivo que Dios hace de él. «Porque de dentro, del corazón del hombre proviene el pecado...» (ver Marcos 7:21-23). Deberíamos habituarnos a medirnos en base a las ásperas afirmaciones de nuestro Señor. Cuando algo te hace sentir que eres diferente a la «masa», eso no proviene de Dios: no soy distinto. Recuerda, el criminal está hecho de la misma pasta que el santo.

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Un santo es «una nueva creación» hecha por el Último Adán a partir de la progenie del primer Adán, sin importar lo mucho que se hubiera degradado. «... Jesucristo vino al mundo para salvar pecadores» (1 Timoteo 1:15). ¿Qué es un pecador? Todo aquel que no es uno con Jesús como Él es uno con Dios. El Señor no vino para criticar agriamente el pecado; vino para librarnos de él. Somos propensos a reservar las increíbles bendiciones del Evangelio a unos pocos especiales, pero están destinadas para los pecadores salvados por gracia. Un hombre puede abrazar una maravillosa salvación y tener un desarrollo espiritual desastroso, o ser un santo desarrollado con madurez como el apóstol Pablo; pero ninguno de los dos deja de ser salvo por la pura gracia de Dios. Cuando Jesucristo empieza a profundizar Su camino en nosotros, no muestra misericordia alguna con las cosas que no son de Dios. Mientras mantengamos las cosas escondidas bajo la alfombra creeremos que el juicio de Dios es severo, pero si dejamos que el Santo Espíritu revele la vileza escondida del pecado hasta que se vea salir de un fogonazo, nos daremos cuenta de que Su juicio era recto. La razón por la que los hombres se enclaustran huyendo del Evangelio es porque la convicción de pecado altera el balance interior de la mente, y por tanto la salud del cuerpo; pero cuando un hombre está convencido de que la santidad tiene mayor importancia que la salud corporal, renunciará a todo para santificarse. La primera toma de contacto del evangelismo moderno con las almas las anima a ponerse a buenas con el cielo y no a deshacerse del pecado, y como consecuencia los hombres no

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tienen convicción de pecado sino que sólo se les presta el sentimiento de que les falta algo en la vida. La única esperanza para un hombre no estriba en darle un ejemplo de comportamiento, sino en la predicación de Jesucristo como Salvador que les rescata del pecado. Los corazones de los hombres atisban esperanza cuando escuchan eso. Nuestro Señor nunca mostró empatía hacia el pecado sino que vino a «proclamar libertad a los cautivos», lo cuál es un asunto muy diferente. Tenemos que cerciorarnos de no predicar una teología empática sino la teología de un Salvador que salva del pecado. No es asunto nuestro convencer a los hombres de pecado, sólo el Santo Espíritu redarguye a los hombres de pecado. Nuestra tarea es ensalzar al que libera del pecado. No es una cuestión de frenar, oponerse o aceptar algo porque sí, sino de una alteración radical interior que más tarde asimilo para que se manifieste en las relaciones prácticas de mi vida. La vida del Espíritu Santo en un santo es violenta e intensa, oponiéndose a toda tendencia al pecado. La actitud de Jesús hacia el pecado ha de ser nuestra actitud hacia los pecados. Cuando llega la convicción de pecado de mano del Espíritu Santo, alcanzamos un entendimiento de los profundos secretos de nuestra personalidad de los que de otro modo no somos conscientes (Juan 16:8-11). El perdón de Dios penetra hasta el corazón mismo de Su naturaleza y de la naturaleza del hombre. Por eso Dios no puede perdonar hasta que el hombre se da cuenta de lo que es el pecado:

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 El pecado es una realidad; los pecados son la práctica de esa realidad.  Mide tu crecimiento en la gracia por la sensibilidad que tengas al pecado. Muchos hombres llegan al lugar en que se ven como pecadores, pero no llegan tan fácilmente al lugar en que dicen, «Contra Ti, y sólo contra Ti, he pecado...» Ser salvado del pecado es una cuestión que suele confundirse con ser librado de los pecados. Un hombre puede librarse de pecados sin ninguna obra especial de la gracia de Dios. La roca madre de la salvación del Nuevo Testamento es el arrepentimiento, y el arrepentimiento se basa en una relación con una Persona. A muchos les encanta escuchar de la vida de Jesús, de su santidad y sublimación, pero cuando el Santo Espíritu empieza a redargüirles de pecado, se molestan, se ofenden muchísimo. La convicción de pecado inicial es un juego de niños comparada con la convicción que el Santo Espíritu trae a un santo maduro (ver 1 Timoteo 1:15). Hoy en día, la humillación por convicción de pecado es una rareza. Es imposible ser humillado por otro ser humano tras experimentar la convicción de pecado que trae el Santo Espíritu. En los inicios de la vida cristiana se habla mucho del pecado, pero uno no se da cuenta de lo que es el pecado y sólo se ven los efectos del pecado. Si alguna vez hemos de acercarnos al entendimiento de lo que representa la agonía del Señor en el Huerto del Getsemaní, tenemos que ir más allá de estas ideas nuestras basadas en pequeñas experiencias religiosas y permitir que Él nos lleve al lugar donde vemos el pecado como Dios lo ve: 65

«Porque al que no conocía el pecado, le hizo pecado por nosotros, para que podamos ser la rectitud de Dios en Él». Si eliminamos el propósito sobrenatural de la venida de Jesucristo, esto es, librarnos del pecado, nos convertimos en traidores a la revelación de Dios. La Cruz de Cristo es la última e interminable Palabra de Dios. Allí es juzgado el príncipe de este mundo, allí el pecado es muerto, y el orgullo se deshace en ceniza; allí la codicia queda en suspenso y el interés propio es despedazado; nada puede pasar. Lo que trajo al Hijo de Dios al Calvario no fueron los crímenes sociales, sino el gran pecado primario de la independencia de Dios.

El estudio Si empiezas estudiando nunca va a ser fácil; el único secreto es tener la determinación para formar hábitos mentales sistemáticos. No empieces a hacer nada con pereza. Cuidado con las sutilezas que te mantienen ajeno al trabajo. Nadie nace siendo un currante; los hombres nacen poetas y artistas, pero tenemos que hacernos «trabajadores». La disciplina de nuestra mente es el único dominio que Dios ha puesto bajo nuestro cargo. Es imposible ser de ninguna utilidad para Dios si somos perezosos. Dios no sanará la pereza, nosotros tenemos que curarla. Hay más peligro en la pereza física («mente abotargada») que en casi ninguna otra cosa. La inspiración no es ajena al estudio, sino que llega gracias a él. No confíes en la mera inspiración, utiliza tu propia «hacha» (Salmo 74:5). ¡Trabaja! ¡Piensa! ¡No te quedes mirando a las musarañas! 66

Es difícil someterte a un trabajo que no estás habituado a hacer, porque al principio parece que estás malgastando el tiempo invertido. Pero vuelve a ello. Lo que te impide controlarte es tu pasión anímica. Es imposible que tu mente esté bajo tu control a menos que la lleves ahí; el control de uno mismo no se regala. Puedes orar hasta el día del juicio pero tu cerebro jamás se concentrará si tú no haces que se concentre. En los asuntos más superficiales, contrólate, ejerce tú ese control. Se escrupulosamente puntual en tus hábitos privados como lo serías trabajando en una oficina gubernamental. No insultes a Dios acusándole de que no te repartió buena sesera cuando naciste. Todos tenemos cerebro, lo que necesitamos es arremangarnos y trabajar. Es mejor para tu vida mental estudiar varios asuntos a la vez en vez de uno sólo. Lo que agota al cerebro no es usarlo, sino abusar de él cuando malgastamos el sistema nervioso poniéndole a trabajar donde no debe. Como regla general, el cerebro es ampliamente suficiente. No puedes trabajar a base de impulsos fugaces, sólo puedes trabajar mediante un arrastre paciente y firme. Lo que marca la diferencia son esos cinco minutos extraños donde consigues tocar algo sólido. Aprender algo es diferente a discurrir el problema. La única manera de aprender algo es mantenerse en ello sin cesar, día tras día, sea que te sientas a gusto o no, y un día te levantarás y verás que lo has aprendido. Cuidado con sucumbir al fracaso como algo inevitable; haz del fracaso el trampolín al éxito. Al empezar a estudiar un nuevo asunto, cruza la línea de salida en repetidas ocasiones hasta que tu mente se introduzca en el carril adecuado y entonces el asunto se llenará de un interés que perdurará en el tiempo.

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Cuidado con la holgazanería mental. Cuando vemos un cuaderno de notas que requiere estudio o algún trabajo que requiere nuestra atención, bien nos disipamos mentalmente, bien nos ajetreamos armando mucho barullo, pero nunca nos ponemos a hacer el buen trabajo sólido. Todo se reduce a un estado de nervios vicioso que debemos atajar y tomarnos el tiempo para ver qué debemos hacer. El tema no se ha entendido de verdad hasta que mentalmente te ha dejado exhausto. No hay razón de ser para funcionar espiritualmente a base de impulsos, sino que tenemos que formar la mente «que también estuvo en Cristo Jesús». La gente que dice que sus impulsos les guían —«me siento empujado a hacer esto o aquello»— es muestra suficiente de que no deberían hacerlo. Infectamos nuestro medio ambiente con nuestro carácter personal. Si hago del estudio un lugar de trabajo serio, será de inspiración cada vez que me ponga a estudiar; pero si acudo remolón a ese lugar, ese lugar se tomará debida venganza de mí. Anota dos cosas acerca de tu inteligencia: primero, cuando tu inteligencia se siente aturdida, deja de estudiar y juega o duerme; es hora de que el cerebro se recupere; segundo, cuando se te agolpen a trompicones un montón de pensamientos, haz serio examen de conciencia y di, «ahora vas a estudiar, así que puedes quejarte todo lo que quieras». La indigestión mental es diferente. El atracón mental es el resultado de una de las tres formas que hay de atiborrarse: has cenado demasiado, has leído demasiado, has tenido demasiadas reuniones. El enfado puede ser simplemente el resultado de no usar tu cerebro. Recuerda, el cerebro se agota cuando no hace nada. 68

Cuidado con decir, «no tengo tiempo de leer la Biblia ni de orar»; más bien di, «no me he disciplinado para hacer estas cosas». Antes de que se forme un hábito en ti, tienes que someterte a leyes mecánicas de obediencia, y cuanto más alta sea la pasión encendida por el Espíritu de Dios tanto más entusiasta debe ser la determinación para entregarte a ello. Si no tenemos un sistema de trabajo, nos será fácil creer que estamos trabajando y ocupados aunque en realidad nos pasemos el día entero sin trabajar pensando en que tenemos que trabajar: sólo nos hemos enganchado al tren pero no lo estamos conduciendo. Cuanto más hablamos de trabajar tanto trabajamos y lo mismo sucede con la oración.

menos

Si queremos progresar, debemos estar dispuestos a hacer en el dominio espiritual lo mismo que tenemos que hacer en el dominio natural, es decir, disciplinarnos. Tener visión nos inspira para tener una buena disposición bajo la ardua disciplina; la tentación es despreciar la disciplina. Encadena tu cuerpo a un hábito de obediencia. Cuidado con el fantasma de la insatisfacción pasiva ante el panorama de tu vida actual... ¡haz tú los arreglos pertinentes! Aquí mismo está el secreto de la holgazanería.

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La enseñanza de Jesús Nuestro Señor no vino a esta tierra a enseñar a los hombres a ser santos: vino a hacer santos a los hombres, y Su enseñanza se aplica sólo en base a la Redención como una experiencia. La enseñanza de Jesús no es lo primero; lo primero es que vino a darnos un legado totalmente nuevo, y el Sermón del Monte describe la forma en que ese legado funciona. Una buena manera de saber cuánta indigestión tenemos en nuestra vida espiritual es leer el Sermón del Monte y ver lo obtusos que nos mostramos hacia la mayor parte de las cosas que Jesucristo enseñó. Los mandatos del Sermón del Monte se deliberan con calma; no se nos pide que los obedezcamos hasta que el Espíritu Santo los trae a nuestra memoria, y cuando lo hace la pregunta es, ¿ejerceré la disposición que me ha sido entregada en la regeneración y enfrentaré mi vida diaria según la Mente de Cristo? Si se sopesan los pros y contras de una afirmación de Jesucristo, significa que en este momento me niego a obedecerle. Nunca podemos justificarnos tomando una línea de acción distinta a la señalada por la enseñanza de Jesús y hecha posible por la gracia de Dios. La enseñanza de nuestro Señor no significa nada para un hombre hasta que significa algo, y después significa todo. Cerciórate en tu mente de lo que enseñó nuestro Señor, y después insiste y persiste en ello dándolo todo. Las creencias se distorsionan porque llega el momento en que se sustituye a Jesucristo por ciertos principios. Primero debo tener una relación personal con Él y luego dejar que el Espíritu Santo aplique Su enseñanza. 70

Nada debe desconectar la lealtad del discípulo hacia su Señor para conectarla a principios deducidos de Su enseñanza. No hay principios infalibles, sólo una Persona infalible. Toda mi devoción es un insulto a Dios a menos que cada trocito de mi vida práctica se conforme a las exigencias de Jesucristo. Cuidado con ser negligente con alguna cosa de poca importancia y destacar en algún asunto de índole espiritual; por ejemplo, puedes ser bueno en una reunión de oración y no limpiar bien tus botas militares. Es un peligro muy real, y esto brota de nuestra predilección por alguna cosa que nuestro Señor enseñó para que fuera nuestro patrón de conducta en vez de mostrar predilección por la Persona de Dios. Mateo 5:48 es la vara de medida del cristiano: «Así pues, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Puedes tomártelo con sentido del humor... «yo, ¿¡perfecto!?» Eso es lo que Jesucristo se ha comprometido a hacer. La religión de Jesús es la moralidad transfigurada por la espiritualidad; nuestra moralidad tiene que llegar hasta el hueso de nuestra motivaciones. Nunca se puede recalcar lo suficiente que nuestro Señor jamás nos ha pedido hacer ninguna cosa distinta a lo que hacen los hombres buenos y rectos, pero sí nos pide hacer esas mismas cosas actuando bajo una motivación totalmente diferente (ver Mateo 5:20). Deberíamos poner las mínimas excusas posibles ante las debilidades de un cristiano en comparación con cualquier otro hombre. Un cristiano puede poner en evidencia el honor de Dios. Cuando un hombre es regenerado y lleva la marca del Nombre de Cristo, el Espíritu de Dios se cerciorará de que el mundo le examine con lupa, y cuanto más estemos 71

dispuestos a enfrentarnos a esa lupa, tanto más saludables cristianos seremos. Las organizaciones civilizadas jamás se opusieron de una manera tan terrorífica a la enseñanza de Jesús como en esta era presente. Siempre que una organización empiece a ser consciente de sí misma pierde su poder espiritual porque vive para darse propaganda. Los movimientos que fueron iniciados por el Espíritu de Dios han cristalizado en algo que Dios ha tenido que arruinar porque se ha abandonado la regla de oro del trabajo espiritual (ver Juan 12:24). «No he venido para anular, sino para cumplir» (Mateo 5:17). Nuestro Señor no era «anti» nada; Introdujo en las instituciones existentes un principio de gobierno que si fuera obedecido las haría florecer. Si nunca has estado lo bastante cerca de Jesús como para darte cuenta de que Él enseña cosas que son muy ofensivas para tu hombre natural, pongo en duda que siquiera le hayas contemplado. En el instante en que pierdes el contacto con Dios, te metes en un infierno caótico. Este siempre es el telón de fondo de la enseñanza de Jesús (ej., Mateo 5:21-26). Por eso la enseñanza de Jesús produce tanta consternación en el hombre natural. Cuando una verdad me llega como una flecha al corazón, mi primera reacción es lanzártela de vuelta, pero el Espíritu de Dios la dispara de nuevo, «estoy hablando de ti». Siempre queremos azotar a otros cuando estamos enfermos con nuestra propia desobediencia. La lupa que ponemos sobre los demás debería estar sobre nosotros. Jamás serás capaz de quitar la paja del ojo de tu hermano a menos que te hayan quitado la viga, o hayas visto la viga, de tu propio ojo (ver Mateo 7:3-4).

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Existe un peligro real de hacer dos cosas: atar cargas a los demás que no tienes intención de ayudarles a levantar, o quitarle hierro al asunto desdeñando las profundas implicaciones de la enseñanza de nuestro Señor (ver Lucas 11:46). La enseñanza de Jesús no tiene aplicación alguna para mí y sólo acaba en desesperación cuando se divorcia del nuevo nacimiento sobrenatural. No se ha reconocido lo suficiente lo que Jesús enseñó respecto a la vida mermada y la vida madura. Nunca puedes madurar a menos que hayas sido un fanático (ver Mateo 5:29,30,48). «El que quiera hacerte andar una milla, ve con él dos» (Mateo 5:41). Si eres un santo, el Señor probará tu capacidad de andar hasta el límite. Lleva largo tiempo enseñar a una comunidad que vive por debajo del nivel del cristianismo, porque tengo que actuar según la ética cristiana siendo consciente que estoy tratando con una comunidad que vive muy por debajo del nivel requerido. El hecho de que conviva con una comunidad degenerada no altera mi obligación, que es comportarme como un discípulo de Jesús.

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La tentación Sólo a Dios le corresponde elevarnos por encima de la tentación. Siempre que haya una responsabilidad moral hay tentación, es decir, el examen de lo que un hombre lleva por dentro. La vieja idea puritana de que el diablo tienta a los hombres produjo este potente efecto: un hombre de hierro que luchaba; la idea moderna de acusar a los genes o a las circunstancias produce un hombre que sucumbe al momento. Cuando decimos que una cosa es «satánica», queremos decir que es algo abominable según nuestros patrones de medida, pero la Biblia habla de ello como algo notablemente sutil y sabio. Las tentaciones satánicas no son bestiales, pues este tipo de tentaciones tienen que ver con la delincuencia y estupidez propias del hombre. El Santo Espíritu es el Único que puede detectar las tentaciones de Satanás, y ni nuestro sentido común ni nuestra sabiduría humana pueden detectarlas como tentaciones. Cada tentación de Satanás se desenvuelve en el pináculo de la sabiduría humana, pero en el momento en que el Espíritu de Dios está obrando en un hombre, este puede reconocer en el meollo del asunto la burla hueca del ángel caído. Jesucristo trata con Satanás como la manifestación de algo de lo cuál el hombre es responsable. Pero el hombre no es responsable del diablo mismo. La tentación en la obra cristiana de hoy en día es mostrar simpatía hacia los seres humanos, «pon primero las necesidades del hombre». No, primero es la simpatía hacia Dios; deja que Él obre como quiera.

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Si permites que la simpatía humana te haga vulnerable al lado satánico de las cosas, te apartas de la sensibilidad que se vuelve a Dios y que deberías mostrar ante cualquier tentación. Palabras de nuestro Señor a Pedro, «Pero volviéndose le dijo a Pedro, ponte detrás de mí Satanás: me eres de tropiezo, porque no te deleitas en las cosas de Dios, sino en las cosas de los hombres» (Mateo 16:23). Estas palabras exponen de manera sucinta Su visión inconmovible acerca de las conclusiones de la mente humana cuando esa mente no ha sido moldeada por el Espíritu Santo, es decir, una mente espesa y llena de cosas satánicas incapaz de entender Su forma de pensar. Satanás no me tienta para cometer pecados gruesos, me tienta para que yo sea el dueño de mi vida en vez de serlo Dios. Cuidado con meter al Señor en un armario religioso donde metemos las aureolas de los santos a guardar polvo; más bien recuerda que «no tenemos a un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en cada cosa igual que nosotros, pero sin pecado» (Hebreos 4:15, Hebreos 2:11). ¿Cómo hemos de enfrentar al tentador? ¿Con oración? No. ¿Con la palabra de Dios? No. Enfrenta al tentador con Jesucristo, y Él aplicará la palabra de Dios a tu persona y la tentación cesará. «Porque en cuanto Él Mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados». Los momentos de más dura tentación son los momentos en los que Él acude con el auxilio más maravilloso.

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El testimonio Es más sencillo ser fiel a un testimonio suavizado por la edad porque tiene una aureola dogmática que las personas aceptan de buen grado, pero es más difícil hablar del último contacto que tuviste con Dios. ¿Estoy intentando dar la talla ante mi propio testimonio, o estoy reposando en la Verdad? El peligro de las reuniones donde se hablan de experiencias es que, cuando se salen del marco del Nuevo Testamento, las personas no testifican de nada que glorifique a Dios sino de experiencias que te dejan sobrecogido y abochornado. Todo se basa en la 'iluminación' y se juega al borde del histerismo. Hay quienes se precipitan a testificar antes de que la visión que han tenido se haga realidad: «He tenido esta experiencia» o «ahora me he transformado en esto». Después de tener la visión lo que tenemos que hacer es examinarnos a nosotros mismos delante de Dios y comprobar si estamos dispuestos a que la visión traiga lo necesario para que se haga real en nosotros. Cuando captamos la visión de lo que Dios quiere que seamos, nos sonrojamos al ver lo que somos en realidad, y esa humillación es la precursora de la realidad incipiente, un disgusto desgarrador al darme cuenta de lo que soy. Eso es lo que el Espíritu Santo obra en mí; un disgusto que acabará nada menos que en muerte, y entonces Dios puede empezar a hacer realidad la visión. Nunca des un testimonio refinado, es decir, algo te hayas enseñado a ti mismo; espera hasta que lo elemental se mueva en tu interior. 76

Prepárate para no esconder nada cuando des tu testimonio personal; pero recuerda, el testimonio personal nunca debe rebajarse a ser una biografía personal. No puedes introducir el conocimiento de Jesucristo en la vida de nadie, sólo puedes decir lo que Él supone para ti, porque hasta que esa persona no esté donde tú estás será incapaz de ver lo que tú ves. Si mi testimonio hace que alguno quiera emularme, es un testimonio errado porque no está siendo testigo de Jesús. El Espíritu Santo sólo será testigo de un testimonio cuando Jesucristo sea exaltado por encima del propio testimonio.

El pensamiento «Porque, ¿quién conoce las cosas del hombre excepto el espíritu del hombre que está en él?» El hombre descubre cosas intelectuales por sí mismo pero no puede descubrir a Dios con su intelecto. «... de igual manera nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios». (1 Cor. 2:11 RV). Piensa en el trabajo y la paciencia de los hombres en la esfera científica y después piensa en nuestra falta de paciencia al procurar apreciar la Expiación; entonces verás la necesidad que tenemos de ser escrupulosos con lo que pensamos, fundamentando todo en la realidad de esta Expiación. Preferimos ser cristianos mediocres, nos importa poco que el corazón de Dios se rompiera para salvarnos, pero nos preocupa mucho pasar una noche en vela mientras aprendemos a darle «gracias» a Dios para que los ángeles puedan oírnos. Necesitamos que el asombro por Dios nos saque de nuestra pasmosa indolencia.

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No hay beneficio alguno en limitar las revelaciones de Dios sujetándolas a los prejuicios de la mente humana. «No puedo evitar pensar como pienso». Puedes. De hecho, es posible identificar tu mente con el punto de vista más elevado y habituarte gradualmente a pensar y vivir en base a esa visión. Las creencias mentales de un hombre tarde o temprano se manifestarán en su vida práctica. Si vivo mi vida desde el intelecto, ciertamente me engañaré pensando que soy tan bueno como pienso que soy. «Tal y como [un hombre] cree en su corazón (y eso significa «yo», tal y como me expreso en la vida real), así es en realidad». No es la mente, sino el corazón. Puedo fabricarme mentalmente toda una forma de vivir, razonarlo todo bien, pero esto no supone necesariamente ninguna diferencia en mi vida práctica; puedo pensar como un ángel y vivir como un renacuajo. Date cuenta de las cosas de las que tu forma de pensar no se responsabiliza. La verdad se discierne por obediencia moral. Hay puntos de nuestra manera de pensar que permanecen en tinieblas hasta que viene una crisis a nuestra vida personal donde debemos obedecer, y en el momento en que obedecemos la dificultad intelectual se disipa. Cuando tenemos que obedecer, siempre se trata de algo inmensamente práctico. La obediencia es la base del pensamiento cristiano. No te sorprendas si hay áreas enteras del pensamiento que no son claras, pues nunca lo estarán hasta que obedezcas. 78

Cada nuevo dominio al que accede tu vida personal requiere una nueva forma de inteligencia responsable. Cuidado con lo que dices no entender: en realidad lo entiendes demasiado bien. Aprende a contentarte cuando sientas que eres un caos que te hace estar amargamente defraudado contigo mismo, porque desde ese instante empezarás a entender que sólo Dios puede hacer de ti «orden» y «belleza». La vida incipiente debe estar en caos o no hay desarrollo posible. No dejes de meditar hasta que consigas una respuesta que pueda satisfacer tu mejor estado de ánimo; sigue preguntando a Dios. Las respuestas que te satisfacen llegan a todas partes, como la salud o el aire fresco. No cierres ningún pasadizo de tu naturaleza; deja que Dios entre en cada calle, en cada relación, y verás cómo desaparece la pesadilla que divide lo «seglar» de lo «sagrado». La obstinación intelectual produce una mente cerrada a cal y canto: «Jesús les dijo, si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero al decir que veis, vuestro pecado permanece» (Juan 9:41). La mente no funciona dando saltos sino enfrentando firmemente los hechos que trae la ingeniería de las circunstancias. Dios siempre insiste en que medite desde el lugar en el que estoy. Cuidado con abortar la Providencia cuando dices: «Si yo fuera Tú, haría esto...» En cuanto a las mentes de otros hombres, aprovecha todo cuanto puedas, sea que esas mentes estén delante tuya o en libros; pero recuerda, lo mejor que puedes extraer de otra 79

mente no es el veredicto de esa mente, sino su punto de vista. Atesora los escritores que desafían a tu mente. No dejes nunca de meditar hasta que las meditaciones lleguen al corazón y se conviertan en el carácter de tu persona. Muy pocos de nosotros somos reales como Dios es real, sólo somos reales a trocitos: despiertos moral y espiritualmente y muertos intelectualmente, o viceversa, despiertos en lo intelectual y muertos moral y espiritualmente. Se requiere la sacudida de la Providencia de Dios para despertarnos como seres completos, y cuando somos despertados nos llenamos de dolores como de parto en los sentidos morales y en los músculos espirituales que nunca hemos usado. No se trata del diablo, sino de Dios tratando de hacernos hijos e hijas Suyas que puedan apreciarle. Muchas veces permitimos que nuestro tren mental sea anti-cristiano mientras nuestros sentimientos son cristianos. La manera en que pienso dará color a la actitud que muestro con mi prójimo. No dejes de desafiar a tu mente exponiendo las cosas malvadas que acepta con normalidad. No eres dueño de una posición hasta que la haces tuya mediante el sufrimiento. Cuando tu tren de pensamiento te lleva a un lugar del que no te sientes satisfecho, has tocado por primera vez el pesimismo; si no has tocado ese lugar, nunca has meditado el asunto con claridad y firmeza. Es descorazonador que haya hombres que ignoran a Jesucristo y cuyos ojos han sido abiertos de una manera que un predicador del Evangelio no ha experimentado. Por ejemplo, una persona que ha visto claramente los resultados inexorables del pecado pero no tiene liberación ni perdón porque no conoce la Expiación. 80

Lo primero que se hunde cuando empiezas a meditar es tu teología. Si te aferras a un punto de vista teológico durante demasiado tiempo, te quedas estancado, sin vitalidad. Nunca intentes dejar en ridículo a la Razón Encarnada usando tu mezquina inteligencia. «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero no podéis sobrellevarlas ahora» (Juan 16:12). Estas palabras son tan ciertas en nuestra vida intelectual como en nuestra vida espiritual. La duda no siempre es señal de que un hombre se ha desviado, puede ser una señal de que está pensando. Mantén las potencias de tu mente a pleno rendimiento, manteniendo siempre en buena forma la vida secreta delante de Dios. Si enseñas alguna cosa que provenga de un intelecto ocioso, tendrás que responder a Dios por ello. Nunca te desesperes al ver el resultado inmediato que obtienes al meditar en las profundas verdades de la religión, pues pasarán años de profunda adaptación a estas verdades antes de que puedas obtener una expresión capaz de satisfacerte. Dios jamás se limita a darnos una respuesta; nos coloca en una línea en la que es posible que la Verdad nos rompa más y más según avanzamos en ella. Es fácil hablar antes de que la mente haya empezado a enfrentarse a los problemas; cuando la mente ha empezado a enfrentar los problemas, resulta cosa humillante hablar. A menos que medites, las verdades de las que hablas no te alcanzarán ni quebrantarán. Al mantener una posición de lógica mental, el intelecto queda satisfecho pero es incapaz de serle fiel a la vida. La lógica es sólo el método que sigue el intelecto de un hombre

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para poder definirse las cosas a sí mismo, sin embargo no puedes definir algo que es mayor que ti mismo. Controlamos lo que podemos explicar, así que si trasladamos nuestras explicaciones al ámbito espiritual corremos el peligro de explicar a Jesús y perderle: «y todo espíritu que niega a Cristo no proviene de Dios» (1 Juan 4:3). Tenemos que ser inteligentemente más que inteligentes, intelectualmente más que intelectuales, es decir, tenemos que usar todo nuestro cerebro para no adorar a nuestro cerebro sino para ser lo bastante humildes como para adorar a Dios. No andes por ahí con la idea de que todo cuanto se opone a tu complaciente esquema de las cosas proviene del diablo. Según avanzas con Dios, Él te dará pensamientos que son demasiado grandes para ti. Dios jamás dará a un siervo Suyo ideas que pueda expresar con facilidad, sino que Él expresará a través de él más de lo que puede asimilar. Deshacerse del ateísmo mental requiere largo tiempo.

Obreros para Dios El que trabaja para Dios debe vivir con los hechos del mundo natural que apelan al sentido común, pero también debe sentirse como en casa ante los hechos revelados. Sé un obrero conociendo por igual el pecado, el corazón humano y a Dios. Si has sido usado por Dios con un alma, nunca des por hecho que Dios siempre hablará a través de ti, porque no lo 82

hará. En cualquier momento puedes dejar sin filo el cuchillo de tu intuición espiritual, y esto es algo que queda entre tú y Dios. Mantén limpia y recta ante Dios a toda costa tu vida intuitiva secreta. Nunca ores por el don del discernimiento, sino vive en contacto con Dios de tal manera que el Espíritu Santo pueda señalar a través de ti el lugar donde otros están equivocados. Nuestra confianza ha de basarse en el hecho de que es Dios el que mete en problemas a las vidas; tenemos que darnos cuenta que le estamos dando a Él la oportunidad de tratar con los hombres cuando dejamos de ser individuos maravillosos a los que pueden acudir para librarse de esos problemas. Existe el peligro de que al discernir el error de otro pierdas la perspectiva de que tú mismo eres lo que eres por gracia de Dios. ¿Cómo me relaciono con un alma pecaminosa? ¿Hago memoria de quién soy, o trato con ella como si fuera Dios? Nunca digas, «esa verdad se aplica a fulano de tal», porque te sitúa en una posición falsa. Saber que la verdad se aplica a otra vida es un asunto sagrado que Dios te ha encomendado y nunca debes decir nada al respecto. Sujetarse en estos asuntos es la manera de mantener la comunión con Dios. ¿A cuántas personas les has hecho tener hambre atroz de acercarse a Dios? El valor de nuestro trabajo depende de si podemos guiar a los hombres a Jesucristo. «¿Me amas?... Apacienta Mis ovejas». Eso significa dar mi vida hasta la última gota de sangre por los demás como el Hijo de Dios dio Su última gota de sangre por mí.

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Nuestro trabajo no es el servicio cristiano; nuestro trabajo es la lealtad a Jesús. Cuando el éxito se convierte en lo que motiva al servicio, el resultado inevitable es infidelidad a nuestro Señor (Lucas 10:20). La maldición de buena parte del trabajo cristiano actual consiste en su determinación para subsistir a toda costa. Hay un principio fundamental que debe transportar tu mente, y es que cualquier obra de Dios debe morir antes de cumplir su propósito, pues de lo contrario «vive sola». El concepto de la concepción no es una semilla progresando a madurez, sino una semilla que muere y que trae a existencia lo que nunca antes fue. Por eso el cristianismo siempre es una «esperanza desoladora» a ojos del mundo. El elemento de la fe que nos capacita para experimentar la salvación es menor que la fe que nos hace obreros de Dios. Tenemos que armonizar todas las fuerzas desperdigadas de nuestra naturaleza y concentrarlas en la vida de la fe. Cuidado con la tentación de darle la mano al mundo, de poner en primer lugar sus intereses, sus necesidades —«se están empezando a interesar por nuestro trabajo cristiano, procuremos ahora atraerles con astucia invirtiendo nuestro tiempo»—, porque lo que conseguirán es apartarte a ti de Dios astutamente. Preguntamos con insistencia, «¿soy de utilidad?»— Si crees que lo eres, es de cuestionar que estés siendo utilizado por el Espíritu Santo en nada. Lo que el Espíritu Santo utiliza son aquellas cosas a las que no prestas atención. Tu muerta determinación para ser útil no le llega a la suela de los zapatos a la utilidad que prestas todas aquellas veces en que ni siquiera piensas que estás siendo usado por 84

Dios —una conversación casual, una palabra sin importancia— mientras permanecías «escondido con Cristo en Dios». Como obrero, debes saber cómo conectarte al poder de Dios; deja que tu interlocutor tenga la última palabra, no intentes probar que tú estás acertado y él equivocado. Si peleamos por una posición doctrinal, se acabó la espiritualidad. Nunca interfieras con los tratos providenciales de Dios con otras almas. Mantente fiel a Dios y observa. Uno de los logros del Espíritu Santo en un santo consiste en que se responsabilice individualmente de los demás sin convertirse en un caricatura de la providencia. Como obreros que trabajáis para Dios, alimentad vuestro corazón y mente con esta verdad, que como individuos somos meras comas en el gran propósito de Dios. Cada «moda» evangélica intenta confinar a Dios al marco de nuestras ideas, pero el Espíritu Santo nos constriñe a que seamos lo que Dios quiere que seamos. El mayor servicio que puedes rendir a Dios es cumplir tu destino espiritual. ¿Dónde estarías si Dios te quitara toda tu obra cristiana? Demasiado a menudo se adora a nuestra obra cristiana y no a Dios. Vivimos una vida frenética y decimos que lo hacemos para ser prácticos, confundiendo la actividad con la auténtica vida; por tanto, cuando la actividad se detiene, nos desvanecemos como el vapor porque no se ha basado en la magnífica energía primaria de Dios. Cuidado con vivir en las 'actividades' cristianas en vez del 'ser' cristiano. La razón por la que hay ruinas antológicas en las vidas de algunos obreros es porque su trabajo es la 85

evidencia de un corazón que evita enfrentar la verdad de Dios: «no tengo tiempo para la oración, para el estudio bíblico, estoy demasiado ocupado». Las vidas que se están fortaleciendo son las vidas que transcurren en el desierto, arraigadas en lo profundo a Dios; siempre te hacen acordarte de Dios cuando entras en contacto con ellas. No te retraigas nunca de tratar con las personas con las que te tropiezas en tu vida, pero nunca vayas a ningún lugar a ministrar a menos que estés seguro de que Dios quiere que lo hagas, pues Él guiará a ello. El permiso de Dios significa que no hay sombra de duda en el horizonte de la conciencia; cuando la hay, debes esperar. Dios nunca te guía dándote una palabra nebulosa o relámpagos luminosos espectaculares, sino que Él guía a que hagas algo de una forma muy natural. No insultes a Dios menospreciando Sus caminos poco glamurosos diciendo, «yo estoy por encima de esas cosas». Dios no tiene una manera de actuar concreta, pues todo cuanto es normal y humano queda dentro de Su acción. Cualquier obrero que siga el consejo de Pablo a Timoteo —«predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo...» (2 Timoteo 4:2)— se sorprenderá continuamente de cómo redescubre la verdad y existirá una frescura perenne en la palabra que habla. Nunca puedes ser excesivamente severo con la autocompasión que brota de ti mismo o de otros. Ten menos misericordia de ti mismo que de los demás. Recuerda, el cansancio del trabajo que enfrentas con debilidad espiritual significa que has estado utilizando tu energía vital sin estar acompañada de un testimonio. Si das testimonio, el cansancio físico natural en el trabajo produce un rejuvenecer firme y maravilloso.

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Si obedeces a Dios, Su mandato puede llevarte a una cloaca, pero nunca sufrirás verdadero daño. En mi vida como obrero he visto que a Dios le agrada que no me preocupe de la apariencia que doy en público, es decir, que no me circunscribo a usar ciertos términos para impresionar a los demás; mi única preocupación en público y en privado es adorar a Dios. Cuando un obrero guarda con celo su vida secreta con Dios, la vida pública sale adelante por sí sola. Recuerda que al sopesar las vidas de los demás siempre hay algún hecho que desconoces. No sabes por qué algunos hombres se vuelven a Dios y otros no, porque esto está inscrito en la porción inescrutable de la naturaleza del hombre. Si nos diéramos cuenta de lo sagrado que es el alma humana ante los ojos de Dios, no nos aventuraríamos a entrar donde los ángeles temen pisar, sino que oraríamos y esperaríamos. No hables nunca con el propósito de hacer que la otra persona vea que estás en lo cierto; habla sólo para que pueda ver lo que es correcto, y cuando lo haga tú quedarás tan en segundo plano que se olvidará de decir «gracias». Observa cuidadosamente qué cosas te hacen daño, y mira si se debe a que no te hacen caso o porque tú no estás obedeciendo al Espíritu Santo. Si se debe a que los demás no te obedecen, hay algo que no funciona nada bien en ti. En la mayoría de los casos nos preocupa poco el alma que se rebela contra Jesucristo, pero nos preocupa mucho que Él nos humille. No hay engaño más fascinante para nosotros que la idea de que estamos sirviendo a Dios.

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La última lección que aprendemos es a «quitar las manos del asunto» para que las manos de Dios puedan estar ahí. Cuando somos confrontados cara a cara con el caso de una persona que es feliz en su indiferencia, ora con todo tu ser, pero no le atosigues con tu lengua; esto es lo más difícil a lo que puede enfrentarse un cristiano sincero. Es mucho más fácil hacer cosas cristianas que concentrarse en el punto de vista de Dios. Cuidado con los sentimientos de lástima porque pueden pervertir el significado del Calvario, de modo que llegues a tener más compasión por un alma que por el Salvador. En calidad de «obreros que dan la mano a Dios» somos llamados a no ignorar las fuerzas del momento histórico que vivimos. Dios no cambia, las verdades de la Biblia no cambian, pero los problemas que tenemos que enfrentar sí cambian. Nunca permitas que nadie se confiese ante ti a menos que sea por el bien de su alma; más bien haz que se lo diga a Dios. El hábito de confesión tiende a hacer a una persona dependiente de otra, y el que confiesa se convierte en una esponja espiritual, absorbiendo como una bayeta todas tus simpatías. La balanza de sensatez donde queda en equilibrio lo que deberías dejar que otros te contaran y lo que no deberías dejar que te contaran, depende de dos cosas: de tu experiencia vital con los hombres y de tu experiencia vital con Dios. Nunca prestes a un alma la ayuda que sólo Dios debería dar; pon a esa persona en las manos de Dios. Mantén la mente enfocada en Dios y te digo en calidad de desafío que cuando el corazón de cualquier persona se fije en 88

ti, siempre se marchará con el aroma de Dios en su nariz. Nuestra tarea es presentar a Dios y no interponernos en Su camino ni siquiera con el pensamiento. Mi encomienda como obrero cristiano consiste en vivir sobre el fundamento de la Expiación en mi vida diaria. Cuando entras en contacto con los grandes pecados destructivos en las vidas de los hombres, sé reverente con lo que no entiendes. Dios dice, «déjame eso a mí». «Nosotros, pues, como obreros juntamente con Él...» ese 'Él' es el Dios Todopoderoso, 'el Creador de los confines de la tierra'. Piensa en la posición inexpugnable que tiene el santo más insignificante al recordar que es compañero de trabajo de Dios.

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