Esta traducción fue hecha de fans para fans sin ánimos de lucro. Si el libro llega a tu país, apoya al autor comprándolo o adquiriendo sus obras en sitios webs reconocidos y especialistas en la venta de libros electrónicos. También puedes apoyar al autor con reseñas, siguiéndolo en sus redes sociales y ayudándolo a promocionar su trabajo. ¡Disfruta mucho de la lectura! Te desea todo el equipo de Only in Books.

Créditos Traducción Gwen

Corrección Pily Malu_12

Recopilación y Revisión Final Malu_12

Diseño Jenn

Agradecimientos E

n primer lugar, quiero dar las gracias a mi editora, la encantadora Heather

Howland, y al resto de la maravillosa familia de Entangled por dedicar incontables horas en este libro. Ha estado un año en preparación, pero ver a los chicos de AVISPÓN en el mundo sigue siendo el mejor regalo de cumpleaños que nadie jamás me ha dado. Gracias por todo su ánimo y apoyo. Un saludo de agradecimiento también al programa de Maestrías de la Universidad de Seton Hill. Sin todas las excelentes sesiones críticas, no creo que esta novela habría visto de impresión. Y un agradecimiento especial a mis compañeros Imposibles de enseñar por aguantar mi ocasional falta de sueño inducido de Internet y las ráfagas aleatorias de "¡OMD, realmente está sucediendo!" ¡Son geniales! Tengo que tomar un momento para mostrar un agradecimiento por el capítulo del Western New York, especialmente Helen Jones. Si nunca me hubieras hablado de Entangled durante el almuerzo en marzo pasado, este libro sería todavía otro archivo más en mi equipo. También sería negligente si no mencionara a mi profesora de literatura de octavo grado, la Sra. Hoopsick. Usted vio algo en mi forma de escribir antes que nadie. Al leer todas mis historias tontas (incluyendo esa pócima de romance épico/fantasía/misterio/ciencia-ficción), que nutrió mi frágil alma de escritora en la escuela media y me empujó a los primeros pasos por el camino de la publicación. Gracias. Y a mi familia, gracias por estar siempre ahí. Sé que no siempre es fácil tener a una loca escritora en el árbol genealógico. ¡Los amo!

Índice Dedicatoria

Capítulo 14

Sinopsis

Capítulo 15

Capítulo 1

Capítulo 16

Capítulo 2

Capítulo 17

Capítulo 3

Capítulo 18

Capítulo 4

Capítulo 19

Capítulo 5

Capítulo 20

Capítulo 6

Capítulo 21

Capítulo 7

Capítulo 22

Capítulo 8

Capítulo 23

Capítulo 9

Capítulo 24

Capítulo 10

Capítulo 25

Capítulo 11

Epílogo

Capítulo 12

Próximo Libro

Capítulo 13

Sobre la Autora

Para las tres mujeres más influyentes en mi vida: La abuela Cheri, por todo el apoyo que me ha dado mientras perseguía este loco sueño. La tía Cyndi, por ser siempre mi admiradora # 1. No tengo palabras para expresar mi gratitud. Y, mi madre, porque siempre has sido mi mayor inspiración. Eres mi heroína. No podría haberlo hecho sin todas ustedes. Las amo.

El único día fácil fue ayer. –SEALs de la Marina de los Estado Unidos.

Página |1

Sinopsis M

enos mal que Gabe Bristow vive y respira el credo de los Navy SEAL, "el

único día fácil fue ayer", porque hoy, su vida es irreconocible. Cuando su prestigiosa carrera llega a su fin con una estrepitosa parada, lo deja con una pierna mala y pocas perspectivas de empleo que no incluya un escritorio. Eso es, hasta que le ofrecen la oportunidad de dirigir un equipo de rescate de rehenes privado y liberar a un acaudalado hombre de negocios estadounidense de los rebeldes paramilitares colombianos. Parece un buen trato, –hasta que conoce a su nuevo equipo: un borracho lingüista cajún, un niño-genio analista de amenazas de la CIA, un negociador del FBI con vínculos con el hampa, un vaquero médico, y un experto en EDE, (Eliminación de Explosivos) tan volátil como las bombas que desactiva. Ah, y ¿quién puede olvidar a la atractiva, frustrantemente impulsiva Audrey Van Amee? Ella está decidida a ayudar a rescatar a su hermano – o volver loco a Gabe. Lo que ocurra primero. Cuando el número de muertes se incrementa, el equipo de delincuentes de Gabe debe encontrar la manera de trabajar juntos el tiempo suficiente para salvar el día. O, al menos, conseguir que no los maten. Porque por fin, Gabe encontró algo por lo que vale la pena vivir, y Dios le ayude si no puede regresarle a su hermano con vida.

Página |2

Capítulo 1 BOGOTÁ, COLOMBIA

Q

ue Dios le ayudara si él no lograba llegar al aeropuerto a las siete.

Bryson Van Amee miró el reloj por cuarta vez en pocos minutos y frunció el ceño. Armando, su conductor habitual, era tan rápido y confiable como la salida del sol, y tan alegre que era la razón por la que Bryson, quien no era una persona mañanera, siempre lo requería. De todos los días para que él llegara tarde. Bryson contuvo una oleada caliente de miedo ligado con irritación. Tenía que encontrarse con su carga entrante en Barranquilla y llegar a una cita a las tres de la tarde en Cartagena, y no quería molestar a este cliente en particular. Sólo pensar en ello le hacía sudar. Sí, debería haber sabido que no podía sumergir sus pies en la turbia piscina del mercado gris, pero con ese primer envío de armas no-del-todolegal, había saltado con ambos pies. Ahora, mientras se hundía en el profundo abismo del mercado negro, donde todo tipo de depredadores repugnantes acechaba, no podría encontrar un chaleco salvavidas. No es de extrañar que su corazón hubiera estado actuando mal en los últimos meses. Dio golpecitos con su pie, miró el reloj de nuevo y observó la calle. Un flaco gato atigrado se posaba en el borde de un contenedor de basura en el callejón detrás de él, pero no había otra alma alrededor. Ni siquiera el vendedor de baratijas hechas a mano, quien siempre instalaba su tienda plegable en el bajo muro de piedra en la calle, había llegado todavía. Bryson normalmente disfrutaba esa actitud colombiana de “llegaré allí cuando llegue allí”. De esa manera, no habría ninguna carrera loca atravesando el tráfico de la mañana con una taza de Starbucks salpicando esa mierda de moca batida por todas partes en su Porsche. Para un hombre acostumbrado a los impacientes levantarse y largarse de las ciudades americanas, visitar el relajado país de Colombia siempre era un buen cambio de ritmo. Excepto cuando su conductor llegaba tarde. Hizo otra comprobación rápida de su reloj, calle, reloj. Veinte minutos más tarde. Maldita sea, debería haberle comprado un teléfono celular a Armando la

Página |3

última vez que estuvo en la ciudad. Así por lo menos habría sido capaz de llamar y averiguar cuál era la demora. Metió la mano en su bolsillo para sacar su propio teléfono. Odiaba reportar a Armando a la compañía de transporte cuando el hombre había sido tan bueno con él, pero necesitaba otro auto. Ahora. Justo cuando quitaba la foto de su esposa e hijos en la pantalla del iPhone, el teléfono sonó y la sonriente cara de su hermana apareció en la pantalla. Audrey. Consideró hacer caso omiso de su llamada, pero, Dios, ¿y si se había metido en líos otra vez? Pulsó el botón de respuesta y su rostro llenó la pantalla. Libre de maquillaje, su cabello castaño dorado recogido en una cola de caballo estaba descuidado, y parecía mucho más joven que sus veintisiete años. —Hola, Brys —dijo ella con una sonrisa brillante. Siempre había sido una persona madrugadora asquerosamente alegre, incluso cuando era una bebé. —¿Pasa algo, cariño? —le preguntó—. ¿Estás bien? ¿Necesitas más dinero? —Estoy bien. —Ella rodó los ojos y llevó una taza de café a su boca. Dios, café. Se había olvidado de tomar una taza en su carrera para llegar a la puerta, y su boca se inundó por el sabor—. Y te he dicho mil veces —añadió Audrey después de tomar un sorbo—: que no necesito ni quiero tu dinero. Infiernos si ella no lo necesitaba. —No puedes decirme que estás consiguiendo suficiente haciendo bocetos de caricaturas para los turistas. —Uh, bueno, no. Ya no estoy haciendo caricaturas. Bryson suprimió el gruñido retumbando en su pecho, se quitó las gafas de montura cuadrada y se frotó los ojos. Amaba a su hermana pequeña, realmente lo hacía, pero tratar con ella era agotador y no lo que necesitaba tan temprano en la mañana cuando estaba estresado por el desaparecido… Ah, ahí está. La limusina de color negro brillante dobló la esquina en la parte superior de la calle y condujo hasta detenerse frente a su edificio de apartamentos. En lugar del bajo y calvo Armando, un hombre alto y moreno salió del asiento del conductor. —¿Señor Van Amee?

Página |4

—Un momento, Audrey —dijo antes de dirigirse al conductor en español—: ¿Qué le pasó a Armando1? —Su hijo está muy enfermo y tuvo que ir al hospital. Pido disculpas por el retraso. Tomó un poco de tiempo encontrar un reemplazo —respondió el conductor, le dio la vuelta al auto rápidamente y abrió la puerta de atrás. No estaba vestido con un traje, pero Armando no siempre lo usaba tampoco—. Soy Jacinto. Le llevaré al aeropuerto en poco tiempo. Los vellos de su nuca picaron. Había utilizado esta compañía de transporte desde hacía años y nunca había visto antes a Jacinto. —¿Eres nuevo? —Acabo de comenzar, Señor. Bryson se removió en sus pies, miró el reloj de nuevo. La idea de utilizar un conductor que no había visto le daba comezón, pero, maldita sea, ¿qué otra opción tenía? Excluyendo cualquier tráfico mañanero o un incidente en el aeropuerto, todavía podría llegar a ambas citas a tiempo si se fuera justo en ese mismo instante. Se subió a la limusina. —Audrey, ¿sigues ahí? —preguntó mientras el conductor se sentaba tras el volante y levantaba el divisor de privacidad. Un momento después, la limusina se encendió con un ronroneo y se alejó de la acera. Así que tal vez Jacinto lo iba a hacer muy bien como reemplazo. Profesional, amable y discreto, todas cualidades excelentes en un conductor. Si pasaba su inspección en limpio, no estaría de más que lo tuviera en cuenta para el futuro, en caso de que surgiera otra emergencia con la familia de Armando. Bryson hizo una nota mental para saber en qué hospital estaba el hijo de Armando y enviar un buen regalo. O dinero si la familia lo necesitaba. —Estoy aquí —dijo Audrey y reapareció en la pantalla—. Corriendo por una recarga de café. ¿Estás ocupado? —De camino a una reunión. —No voy a retenerte entonces. Sólo quería asegurarme de que te acordabas de mi apertura el próximo fin de semana en el Museo de Arte Contemporáneo2. Dijiste que vendrías.

1 2

(N. de la T.) Texto en español. (N. del T.) Texto en español.

Página |5

Uh, oh. Su espectáculo de arte en San José, Costa Rica. Se había olvidado por completo de eso. Comprobó el calendario en su teléfono. Posiblemente podría mover un par de reuniones, pero eso llevaría mucha restructuración simplemente para complacerla a ella y a sus tontos pasatiempos. —Lo siento, Audrey, pero… Ella dejó la taza de café sobre la mesa delante suyo con un duro golpe. —Brys, ¡lo prometiste! —Cariño, tengo algunos negocios muy importantes ese fin de semana, ninguno de los cuales puedo aplazar, y tengo que estar en Los Ángeles el domingo por la mañana por… —Él negó mientras su tren de pensamiento se escurría. ¿Qué estaba diciendo? Audrey. Pinturas. Trabajo. Era una vieja discusión, una que podría tener mientras estaba amordazado y con los ojos vendados, y se decidió por una de sus respuestas fáciles ya que su mente estaba de repente extrañamente brumosa. —Si deseas permanecer en ese apartamento, tengo que trabajar y eso significa reuniones. —Bueno, ¿adivina qué? No, realmente no quería adivinar. Ella tenía esa mirada petulante en su rostro, sus cejas fruncidas, su labio inferior asomado. La misma mirada que le había conseguido todo lo que quería cuando era niña. La que le decía que no le gustarían las siguientes palabras que salieran de su boca. —Audrey… —No vivo en el condominio. Nunca lo hice. Lo vendí la semana después de que te fueras y le di el dinero a una organización benéfica. Le di a tu contador el recibo para la declaración de tus impuestos. —¿Qué tu qué? —Oh, Dios, entonces ¿dónde estaba viviendo? Esperaba que no fuera en otra choza en la playa sin agua corriente. Sus padres se revolcarían en sus tumbas si supieran que su preciosa niña disfrutaba de vivir un minúsculo paso por encima de una persona sin hogar. —Te dije que no lo quería en primer lugar —continuó—. Estaba feliz en Quepos. Estaba feliz en mi pequeña choza. ¿No lo entiendes? —No, yo… —Su visión se puso borrosa. Parpadeó un par de veces y cuando eso no despejó la falta de claridad, apretó los dedos en sus párpados. Por Dios, estaba

Página |6

cansado. Todos sus saltos de zona horaria estaban costándole. Tal vez debería pedir a Jacinto que se detuviera en algún lugar por una taza de café colombiano caliente bien cargado. Pensándolo bien, si bebía algo no sería capaz de dormir en el corto vuelo a Barranquilla. Una siesta no había estado en su plan original, tenía la intención de revisar los contratos en el avión como siempre hacía, pero por la forma en que se sentía ahora, una siesta era probablemente la mejor idea. Lo último que necesitaba era estar lento alrededor de la gente con la que se iba a reunir esta tarde. —¿Estás escuchándome? —dijo Audrey, y parpadeó para enfocar su rostro borroso. ¿Había… ella había estado hablando? Abrió la boca para responder, pero su lengua no se envolvía alrededor de su nombre. Algo estaba mal. Lo intentó de nuevo y sólo consiguió croar: —Aw-ree. —¿Bryson? —Su tono se agudizó por la preocupación, pero ya no podía distinguir sus rasgos en la pequeña pantalla—. ¿Estás bien? No. No, no estaba bien, pero cuando trató de decírselo, las palabras se arrastraron de sus labios y apenas tuvieron sentido para sus propios oídos. ¿Estaba teniendo un derrame cerebral? Sólo tenía cuarenta y tres años, pero no era algo inaudito. ¿O un aneurisma? Le dolía la cabeza y el interior de la limusina giraba a su alrededor. Había tenido ese susto el verano pasado, un mini ataque al corazón, y los médicos le habían advertido que redujera la velocidad un poco. Dijeron que si un coágulo se desprendía, podría viajar a su cerebro y… Oh, Cristo. —¡Bryson! —Aw-ree —jadeó y el teléfono se soltó de sus manos que se sentían tan torpes como guantes de cátchers. Aterrizó con fuerza en el suelo. Se arrastró tras él, lo agarró como a un salvavidas—. A... aa…uda. Jacinto. Tenía que llamar la atención del conductor. Jadeando, mareado, Bryson se arrastró por el asiento de cuero suave y golpeó un puño débil contra el divisor. La ventana tintada se deslizó hacia abajo y, al principio, pensó que estaba alucinando. Enormes ojos saltones le devolvieron la mirada. Una especie de insecto ahora conducía el auto y no, no era un insecto. Jacinto llevaba una máscara de gas. Mierda.

Página |7

Colapsó de bruces sobre el asiento y volvió la cabeza hacia un lado, mirando a través de sus ojos brumosos hacia la pequeña nevera al otro lado del auto. Extendió una mano. Tal vez había algo ahí… algo que podría utilizar para romper la ventana… algo… —Tranquilo3 —dijo Jacinto, con la voz deformada por la máscara, tan amable como siempre. Como si estuviera hablando de un juego de fútbol. O sobre el tráfico. O el tiempo—. Déjelo pasar, señor Van Amee. Duérmase ahora. No le voy a hacer daño. Usted vale mucho dinero.

DOMINICAL, COSTA RICA

Audrey miró la pantalla de su computadora con horror mientras la cara de su hermano se aflojaba y sus párpados se cerraban. El teléfono se deslizó de su mano y la envió en un sacudido paseo al suelo de una limusina. O lo que supuso que era una limusina. Se acercó más a la pantalla, vio un techo curvo, parte de un asiento negro, y la punta del mocasín italiano de Bryson. —¿Brys? Una precipitación. Un ruido sordo. La imagen se tambaleó y capturó vislumbres separados de su cara, una nevera pequeña, el asiento, su cara de nuevo. —Aw-ree, a… aa…uda. El corazón le retumbaba y la sangre corría a través de sus oídos, así que apenas oyó su susurro entre dientes. Se acercó más. —¿Qué? ¿Qué pasa? Su cara se apartó y la imagen se tambaleó en otra caída libre desigual. La manga de una camisa blanca. Un reloj de oro. La manga de la camisa blanca. Él debía estar gateando a través del asiento, todavía sosteniendo el teléfono. Y entonces… Audrey se puso de pie, salpicando café de su taza, su silla chocando hacia atrás. Vagamente, registró el sonido del golpe de su caballete a través de la cocina, con la pintura a medio terminar en la que había estado trabajando durante la última noche. Pero no le importaba un comino. Todo su mundo se centraba en la pantalla de

3

(N. del T.) Texto en español.

Página |8

computadora, donde una división tintada se deslizaba hacia abajo y un hombre con una máscara de gas le decía a su hermano que valía mucho dinero. La pantalla se apagó. No. Audrey sacudió la cabeza en negación y dio la vuelta en un círculo lento. Su cocina, con su ecléctica mezcla de arte y suministros, era exactamente la misma que cuando se había despertado hacía una hora. La cafetera silbaba con lo último de su nueva elaboración de café. Su caja de galletas en forma de delfín, la que chirriaba cuando se abría como los delfines que pasaban el rato por el muelle, le sonreía desde el mostrador. Lienzos de pinturas envueltos esperaban apoyados contra la pared para su próximo viaje a San José. Todo lo mismo. Y, sin embargo, ella parecía haber entrado en un episodio de Dimensión Desconocida. Se centró en la pantalla de la computadora. Skype había terminado la llamada y ahora descansaba en su página de inicio con su lista de contactos. El nombre de Bryson se situaba en la parte superior de la lista. Enderezó su silla, se sentó y trató de llamarlo. El tono de llamada sonó. Y sonó. Y sonó. No hubo respuesta. ¿Le gustaría volver a intentar la llamada? Trató de apartar las lágrimas quemando sus ojos con un parpadeo y presionó sí.

Página |9

Capítulo 2 WASHINGTON, D.C.

G

abe Bristow nunca pensó que viviría para ver su propia fiesta de

jubilación. Nunca pensó que tendría una fiesta de jubilación si realmente vivía tanto tiempo, pero esta velada de etiqueta era tan típica de su madre. Si Catherine Bristow no podía encontrar una excusa para entretener, inventaba una. ¿Boda? Una fiesta. ¿Funeral? Una fiesta. ¿Catástrofe global? Una fiesta en el refugio antiaéreo. ¿Desastre Personal? Hacer una fiesta e invitar a quién es quién de la política del D.C. Este retiro médico obligado definitivamente calificaba como un desastre personal en el libro de Gabe, así que por supuesto cada Tom, Dick y Jane en el Capitolio estaban llegando escaleras abajo, con sus mejores trajes y vestidos de mono. De pie frente a un espejo en su dormitorio de la infancia, Gabe enderezó los puños y luego se quedó mirando su reflejo. Hombre, siempre había pensado que la próxima vez que llevara todas sus medallas estaría en un ataúd envuelto en una bandera estadounidense. Habría preferido que fuera así. Toda esta cosa de la jubilación se sentía mal en muchos niveles diferentes. —Oooh, hermano, te ves bien. Me encanta un hombre en uniforme. Gabe levantó la mirada para ver a Rafael, su hermano más joven, apoyado en la puerta con un chaleco de color rosa picante sobre una camisa de color negro, un pantalón negro con una raya de satén color rosa por las costuras exteriores y una corbata a rayas blancas y rosas. Llevaba una chaqueta de lana negra sobre su hombro y un par de gafas oscuras contra el sol de la tarde. Un reflejo de luz rosa se destacaba surcando su cabello negro sobre su ojo izquierdo. Sus padres tendrían un ataque de histeria cuando vieran a Raffi hoy. Dios lo ama. —Estás tratando de darle al Almirante un ataque al corazón, ¿no es así? Raffi movió las cejas. —Esa es la idea. ¿Por qué crees que actúo tan fabuloso cuando está cerca? —Él entró en la habitación y realizó un giro rápido, coronado con un gesto extravagante de sus brazos—. ¿Te gusta?

P á g i n a | 10

—No, se ve ridículo. Y no estás haciéndote ningún favor perpetuando este… —Gabe hizo un gesto con la mano para indicar la monstruosidad de color rosa de esmoquin—…estereotipo cada vez que llegas a casa. —Pero es muy divertido ver esa vena palpitar junto al ojo de papá. —Raf, vamos, hombre. Deja de actuar. Sé exactamente cuánto te duele su prejuicio, y golpearlo en la cabeza con un palo de arco iris cada vez que lo ves no va a hacer que sea más fácil para él aceptarte. —No quiero la aceptación de ese hombre. —Su tono decía que prefería lamer las botas de un pelotón de combate hasta limpiarlas antes que admitir que necesitaba algo del Almirante. Señaló con un dedo acusador—. Y tú tampoco deberías. —Testarudo —murmuró Gabe. —Culo duro de pelar. —Raffi se dejó caer en el borde de la cama con un largo suspiro—. Papá crió a su pequeño marinero muy bien. Es triste. —Hey, me gusta… —No. Tiempo pasado. Tenía que usar el tiempo pasado ahora. Gabe se detuvo, respiró, y se corrigió a sí mismo—, me gustaba estar en los equipos. —Está bien, te gustaba. Aunque sabrá Dios por qué alguien querría ser un SEAL. —Raffi apoyó la barbilla en la mano y levantó las cejas en interrogación—. Entonces… ¿vas a ser soldado privado? —¿Ser soldado? ¿Estás tratando de insultarme? —¿Ser soldado o marinero…? —Él hizo un gesto con la mano—. Sabes lo que quiero decir. ¿Vas a entrar al sector privado? Gabe ahogó un gemido. Esto de nuevo. Ya le había dicho a su mejor amigo y ex compañero de equipo en los SEAL, Travis Quinn, que no iba a ser mercenario. Muchas veces. De hecho, casi todos los días desde el accidente de auto que había puesto fin a las carreras de ambos el año pasado. —Déjame adivinar. Quinn habló contigo. —Mm-hmm. Hace un minuto, en la planta baja. Y déjame decirte, es una maldita lástima que el tipo sea hetero. Esta vez Gabe gimió. —Raffi, hombre, te quiero, pero por favor no hables de mis amigos así. Pone imágenes en mi cabeza y me da grima.

P á g i n a | 11

—Es por eso que lo hago. —Sonrió—. De todos modos, por alguna razón, Quinn pensó que yo sería capaz de hacerte entrar en razón. Como si alguien pudiera hablar con el viejo Muro-de-Piedra Bristow para que haga algo que no quiera hacer. Si alguien pudiera, ese sería Raffi. Gabe respetaba a su hermano menor más que a cualquier otro hombre en el planeta, y Quinn lo sabía. Ese astuto bastardo. —Para el registro —añadió Raffi y apoyó la barbilla en sus dedos entrelazados—, creo que es una gran idea. Mucho mejor que los planes de papá para ti. Cierto. El trabajo que el Almirante había programado para él en el Pentágono era… Dios, ni siquiera sabía cómo llamarlo. "Aburrido" le vino a la mente. También "sin sentido". —Gabe, ¿puedo preguntarte algo? —dijo Raffi después de un momento de silencio. —No, pero eso nunca te detuvo antes. —Resignado a la conferencia que sabía que estaba a punto de llegar, Gabe cojeó hacia donde yacía su chaqueta en la cama, la luz brillando en sus filas de medallas. Siempre le sorprendía la cantidad que tenía. Sólo hacía su trabajo y nunca se preocupaba mucho por el número antes, pero hombre, ahora él nunca conseguiría otra. Y ¿cuán jodidamente deprimente era eso? —Bueno, tengo curiosidad —dijo Raffi—. ¿Estás rechazando a Quinn porque realmente no quieres estar en lo privado o porque eso te pondría al nivel de Darth Vader4 a los ojos de papá? Interiormente, Gabe vaciló, su corazón haciendo un pequeño paso doble a pesar de que sus manos se quedaron en calma, con el rostro en una educada máscara inexpresiva. —No veo por qué es importante. No voy a entrar en el sector privado. Fin de la historia. —Sí que importa. En gran medida. —Raffi lo observó con una rara mirada seria—. Eso es, ¿no? Mira, Gabe, si te estás manteniendo al margen debido al mente estrecha del Almirante, bueno, los dos sabemos lo que siento sobre eso. Dile que se vaya a la mierda y que se meta una cuchara de lado, luego haz lo que te haga feliz. Y tú, querido hermano, solamente eres feliz si estás en algún páramo olvidado de Dios de país, poniendo en riesgo tu vida y tu integridad física, salvando al mundo. Ve a trabajar con Quinn. Darth Vader: es el personaje antagonista principal de la trilogía original de la saga cinematográfica Star Wars. Aparece originalmente en los episodios IV, V y VI; la transformación de Anakin Skywalker en Darth Vader es retratada en el episodio III. 4

P á g i n a | 12

—No. —¿Por lo menos pensarás en eso? ¿Por mí? —Está bien. —Iba a encontrar a Quinn y estrangularlo por arrastrar a Raffi en esto—. Voy a pensar en eso, ¿de acuerdo?

Tomó varias horas de codearse con fulanos políticos antes de que Gabe finalmente rastreara a Quinn en la multitud. Estaba parado en la esquina más sombría de la habitación, naturalmente, tieso en su uniforme blanco, mirando a la horda de los más poderosos del D.C. como si esperara un ataque en cualquier momento. Ninguna sorpresa. Quinn se había ganado el apodo de "Aquiles" durante el entrenamiento BUD/S5. Un guerrero hasta la médula, todo excepto indestructible ya que nadie había encontrado su talón todavía. Su única concesión de que esto era una fiesta y no una operación encubierta era la copa alargada de champán que sostenía. Gabe avanzó hacia él. —Este lugar es un ataque terrorista a punto de ocurrir —murmuró Quinn y levantó su copa en dirección a la habitación. Sí, lo era, y asegurar la maldita mansión había sido una pesadilla, pero eso no venía al caso. —En serio, Q, eres un repugnante bastardo por echarme encima a Raffi como un perro labrador. Sus labios temblaron. —¿Funcionó? Gabe pensó en la brillante muchedumbre con la que se había forzado a charlar toda la tarde y contuvo una mueca. ¿Realmente quería que el resto de su vida consistiera en política y cenas de estado? Porque si vivía todo el tiempo en el D.C., El entrenamiento Navy Seal Buds es un curso de seis meses de entrenamiento realizado en Coronado, California, destinado a entrenar individuos en acondicionamiento físico, manejo de armas y demoliciones, guerra terrestre, y fundamentos y técnicas de buceo. BUD/S, que significa Basic Underwater Demolition (Demolición Submarina Básica/SEAL), es tanto física como mentalmente exigente y tiene la reputación de producir los mejores soldados del mundo marítimo. 5

P á g i n a | 13

el Almirante lo haría sentir culpable para que asistiera. Más importante aún, ¿realmente quería vivir bajo el pulgar de su padre de nuevo? Oh, no. Hacer eso, oh, infiernos no. —Sí —admitió—. Funcionó. —Bien. —Pero respóndeme algo primero. ¿Por qué no quieres comandar este equipo privado? —Me conoces. —Él tomó un largo trago de champán—. Preferiría recibir órdenes que emitirlas. —¿Desde cuándo? —Desde siempre. Tú tienes el mando en la sangre. Yo soy solamente uno de las filas. —Quinn... —Alerta. —Quinn miró al Almirante, quien los había visto y estaba yendo en línea recta hacia su posición. Por alguna razón, al Almirante nunca le había gustado Quinn, retratándolo como una mala influencia a pesar de que era el hombre más organizado que Gabe conocía—. Será mejor que vuelvas a la fiesta antes de que el estirado Almirante reviente de furia —dijo Quinn—. Encuéntrate conmigo afuera en veinte. Si vas en serio, hay alguien que quiero que conozcas. Ah, y puedes recordar darme las gracias por salvar tu lamentable culo de un trabajo de escritorio en cualquier momento. Él no estaba bromeando. Gabe resopló en respuesta. —Realmente eres un bastardo. —Esperó hasta que Quinn levantó la copa a sus labios antes de añadir—: Pero Raffi piensa que eres sexy. Mientras se alejaba, tuvo el gran placer de ver al imperturbable Aquiles atragantarse con su champán.

Gabe se deslizó al exterior veinte minutos más tarde, encontró a Quinn y a otro hombre vestido de esmoquin en la terraza con vistas al jardín. Bueno, si no es más que Tucker Quentin. Un hombre de negocios con los ojos en un escaño del Senado, Gabe

P á g i n a | 14

reconoció a Tucker de otras juergas políticas por Washington, pero nunca había hablado con él antes. —Ah, el hombre del momento. Teniente Comandante Bristow —dijo Tucker mientras Gabe cojeaba hacia ellos. Su pie le dolía como el infierno, pero había dejado dentro el maldito bastón. —Gabe —corrigió—. Ya no estoy en la Marina. —No me vengas con esa tontería. —Tucker lanzó una sonrisa digna de sus raíces de Hollywood—. Salimos, pero nunca abandonamos. He estado fuera de los Rangers durante diez años, pero mis hombres todavía me llaman L.T. —Le tendió una mano—. Tuc Quentin. Gabe lo ignoró. —Lo sé. Así que tú eres el tipo que puso la idea de un equipo privado de rescate de rehenes en la cabeza de Quinn. —No —dijo Quinn—. Escuché que Tuc estaba pensando en armar uno y me acerqué a él por financiamiento. Tuc asintió. —En papel, serás empleado de Empresas Quentin, específicamente para HumInt Consulting, Inc., pero salvo por un informe de gastos trimestrales y el contrato ocasional, me saldré de tu camino. Tengo la intención de no tener nada más que ver con tu equipo. Si vienes a pedirme consejo, por supuesto que estaré encantado de dártelo, pero por lo demás es tuyo para llevarlo como mejor te parezca. —¿Por qué? —preguntó Gabe. —Ya tengo varios equipos de trabajo para HumInt, además de un imperio de miles de millones de dólares que llevar. —Torció sus labios—. Creo que estoy bastante ocupado. —No, quiero decir ¿por qué haces esto? La gente no entrega dinero gratis sin esperar nada a cambio. —Especialmente no hombres de negocios inteligentes, pero Gabe no podía entender el ángulo de Tucker Quentin. Tuc apoyó los antebrazos en la barandilla y estudió el jardín. —Ese jardín es impresionante. —¿Qué quieres decir con esto? —dijo Gabe. —Quinn está en lo cierto. Eres tenaz como el infierno. Perfecto para este trabajo.

P á g i n a | 15

Sí, claro. Gabe se tragó la respuesta automática. Si eso fuera cierto, si era perfecto para cualquier posición de mando, la Marina no lo habría arrojado a él y a su inservible pie a la acera. Cambió de posición, de repente muy consciente del dolor. —¿Por qué? —volvió a preguntar Gabe. Quería decir “¿por qué yo?”, pero estaría condenado antes de ponerle voz a esa inseguridad. Tuc hizo girar el pie de la copa de champán entre sus dedos. —El hermano de uno de mis hombres fue secuestrado recientemente y no estábamos preparados para manejar la situación. No quiero que vuelva a suceder. Soy un gran creyente de estar preparado, y tienes una admirable reputación en la comunidad de operaciones especiales. Sólo pido que si te contrato para un trabajo, se le dé la máxima prioridad. Tú más que nadie debe entender lo importante que mis hombres son para mí. Son la familia. Gabe se encontró brevemente con la mirada de Quinn y luego asintió una vez. Él lo entendía, de acuerdo, y su respeto por Tuc alcanzó un nivel superior. —Si la ocasión lo pide, tú y tus hombres tendrán la máxima prioridad. —Gracias. Entonces. —Tuc terminó su champán de un trago y se apartó de la barandilla—. Quinn me dice que tienes un equipo arreglado de los expedientes que le di. Gabe honestamente no lo sabía y miró a Quinn, quien asintió y dijo: —Tenemos a seis hombres presentando hojas de vida. —¿Sus titulaciones? —preguntó Gabe. —Una pareja de ex espías de la CIA, un negociador del FBI, un médico de la Fuerza Delta, un técnico de explosivos… —Apartó la mirada por un mínimo instante antes de continuar—. Y un francotirador de la Marina. Todos son expertos en sus campos… —Guao, espera. —Gabe levantó una mano—. ¿Qué francotirador? —Lo único que consiguió fue un montón de obstinado silencio como respuesta y sacudió la cabeza con incredulidad—. Maldita sea. Estás hablando de Seth Harlan, ¿no es así? El mismo Seth Harlan que… —Lo recomendé para un puesto. Es un excelente francotirador —dijo Quinn, con una expresión en su rostro que desafiaba a Gabe a discutir. Bueno, él tomaría ese desafío. —Q, ¿estás jodidamente loco? Harlan es inestable.

P á g i n a | 16

—Está mejor ahora. —Me alegro por él. —Cuando Quinn le dirigió una mirada larga, de esas que siempre le hacían sentirse como un completo asno, agregó—: escucha, le doy crédito al muchacho por sobrevivir a lo que sobrevivió, lo hago. Y sé que tienes una debilidad por él, pero está traumatizado. ¿Quién no lo estaría? No quiero ese tipo de equipaje pesando sobre mi equipo. Piensa en eso. ¿Y si tiene un brote psicótico en medio de una operación? Quinn le sostuvo la mirada un momento más, luego maldijo en voz baja. —Sí, tienes razón. Sé que tienes razón, pero… mierda. Está bien. Harlan fuera. —Se volvió hacia Tuc—. El único hombre al que no he sido capaz de llegar todavía es el lingüista Jean-Luc Cavalier. Al parecer, vive en medio del bayou6 y tiene un irregular servicio telefónico. —Si lo quieres, es mejor que encuentres una manera de entrar en contacto — dijo Tuc—. Porque ya tengo un trabajo para ti. Fui puesto en contacto recientemente por Zoeller & Zoeller Compañía de Seguros en nombre de Bryson Van Amee. ¿Has oído hablar de él? Gabe lo había hecho. —Está en las importaciones y exportaciones, y hace un montón de subcontrataciones para los militares. —Eso es correcto. Bryson fue tomado como rehén esta mañana en Bogotá, durante un viaje de negocios. El FBI teme que uno de los grupos de la guerrilla pueda ser responsable. Gabe asintió. Hombre rico de negocios americano, más colombianos y paramilitares… sí, la matemática sumaba y el resultado no se veía bien para Bryson Van Amee. —El FBI está trabajando con su esposa, Chloe —continuó Tuc—, pero Zoeller & Zoeller quieren que sea liberado antes de que se fije un rescate, o de lo contrario serán responsables de un fuerte secuestro y pago del seguro de rescate. —¿Sabe el FBI lo que hace Zoeller? —preguntó Gabe. Tuc le dio una leve sonrisa. —¿Tu qué crees? Bayou: es un término geográfico que en Luisiana sirve para designar un cuerpo de agua formado por antiguos brazos y meandros del río Misisipi. Los bayous se localizan en la parte sur del estado, formando una red navegable de miles de kilómetros. En los bayous, una corriente muy lenta, apenas perceptible, fluye hacia el mar durante la marea baja y hacia arriba con la marea alta. 6

P á g i n a | 17

Eso sería un gran negativo. Bien, él no era tan loco como para trabajar contra el FBI, bueno, tal vez "contra" era una palabra demasiado dura, ya que todos querían los mismos resultados. Pero aún así. De alguna manera parecía una traición a su antigua carrera. —Entiendo tu vacilación —dijo Tuc después de que el silencio se prolongara demasiado tiempo de su parte—. Créeme, lo hago. He tenido algunos momentos malos cuando me privaticé. Pero también me gustaría señalar que el FBI no ha enviado un equipo tras él y no está planeando hacerlo. Esperan simplemente disuadir a sus secuestradores o, si todo lo demás falla, pagar el rescate. No es lo suficientemente importante para ellos. Incluso con sus contratos con el gobierno, es un pez pequeño en el gran esquema de las cosas, y al Tío Sam no le puede importar menos lo que le suceda. Pero ese hombre es condenadamente importante para su esposa e hijos, para su hermana, su empresa y tú eres su mejor oportunidad de sobrevivir. Gabe lo consideró. Tenía dos opciones. Lanzarse a su auto, pasar sigilosamente bajo las narices del FBI, y traer a Bryson Van Amee a casa con su familia, o cojear de vuelta a su aburrido nuevo puesto de trabajo en el Pentágono, donde estaría bajo el pulgar del Almirante para siempre. Sí. Cuando lo pones de esa manera, realmente había sólo una opción. —Q, tenemos que conseguir las órdenes de movilización para los hombres — dijo Gabe, su mente ya trabajando en la logística. Miró el reloj—. Diles que estén listos en… espera, ¿tienes un avión para nosotros? —preguntó a Tuc. —Abastecido y listo para partir. También tendrás helicópteros y un piloto de HumInt a tu disposición aquí y en el país. —Perfecto. Necesitaremos uno para desenterrar a Cavalier de su agujero en el bayou. Tuc resopló. —Buena suerte con eso. —Dile a los hombres que estén en sus aeropuertos locales para embarcar a las 0400 —dijo Gabe a Quinn—. Me pasaré por Luisiana y agarraré a Cavalier, luego me reuniré contigo… —Su voz se desvaneció. 7

—Tengo una pista de aterrizaje privada a unos sesenta y cinco kilómetros de las afueras de Nueva Orleans —sugirió Tuc—. Todos mis pilotos saben dónde está.

7

Hora Militar Estándar 0400 = 4:00 a.m.

P á g i n a | 18

—Eso funcionará. Gracias. Elaboraremos un plan de ataque una vez que esté todo el mundo y tengamos más informes de inteligencia, pero tenemos que empezar a movernos. —Enseguida —dijo Quinn, ya marcando. Puso el teléfono celular entre su hombro y oreja mientras caminaba hacia la relativa intimidad al otro lado del balcón—. Hey, Marcus, es Quinn… Tuc se volvió hacia Gabe y le tendió una mano. —Voy a reunir toda la información que necesites antes de salir. Bienvenido a HumInt Consulting, Bristow. Gabe sacudió la mano que le ofrecía. Y trató de decirse que no había hecho un pacto con el diablo.

NUEVA ORLEANS, LUISIANA

Jean-Luc Cavalier estaba borracho. Y desnudo, enterrado entre un montón de mujeres borrachas y desnudas por igual. Tres mujeres, para ser exactos. Ninguno de ellos se movió cuando Gabe llamó al marco de la puerta de madera de la choza de Cavalier, por lo que abrió la puerta mosquitera y entró. —Cavalier. —Gabe le dio un empujón a la cabeza del chico con su bota. Jean-Luc murmuró algo en francés y palmeó el culo de una mujer, dándole un apretón, y luego volvió a dormirse con una sonrisa. Jesucristo. ¿A esto era a lo que su vida había llegado? ¿Arrastrar a un lingüista borracho en el suelo de modo que tuviera suficientes hombres para una operación? Nunca habría encontrado a uno de sus compañeros de equipo SEAL de esta forma si estaban esperando una llamada para ponerse en movimiento. Gabe suspiró, agarró una botella medio vacía de vino del extremo de la mesa, y vació el contenido sobre la cara de Jean-Luc.

P á g i n a | 19

—¿Eh? ¿Qué…? —farfulló Jean-Luc y parpadeó hacia Gabe—. ¡Merde8! —Se puso de pie y maldijo una y otra vez en francés cajún 9. Su largo cabello rubio hasta los hombros parecía haber sido peinado con una batidora manual—. No sabía que estaba casada. Te lo juro. Ella no tenía anillo. —¿Cuál de todas? —preguntó Gabe, mirando a las mujeres a medida que se agitaban a la vida. Las Chicas se Vuelven Salvajes10, a la mañana siguiente. Nada bonito. —¡Cualquiera de ellas! Gabe tuvo que aclararse la garganta para ocultar una sonrisa. —No soy el marido de nadie. Soy tu nuevo jefe, Gabe Bristow. —Oh. —Pareció confundido ante eso y se pasó una mano por su cara. Luego dijo—: Ohh. HORNET. —¿AVISPÓN11? —Pensé que a todos los del tipo militar les gustaban los acrónimos. —Hurgó en un montón de ropa desechada, les tiró algunas a las mujeres, y se puso unos pantalones cortos de color caqui—. HumInt Inc. Equipo de Negociación y Rescate de Rehenes es un trabalenguas, así que lo acorto. HORNET, “AVISPÓN”. Déjale al lingüista llegar a algo así. —Tenemos un trabajo en Colombia. Es decir, si todavía estás interesado. —Mierda, sí. He estado loco de aburrimiento. —Eso parece —dijo Gabe.

El avión llegó al aeropuerto privado quince minutos después de las 0800 12. Gracias a Dios. Si Gabe tenía que escuchar otra de las interpretaciones desafinadas Merde: en francés, significa, "mierda". La lengua cajún es un dialecto proveniente del francés. Actualmente, los cajunes forman una comunidad importante al sur del estado de Luisiana, donde han influido notablemente en su cultura. 10 La Chica Se Vuelve Salvaje; en inglés Girl Gone Wild: es una canción interpretada por la artista estadounidense Madonna, publicada como el segundo sencillo de su duodécimo álbum de estudio, MDNA (2012). 11 HORNET es acrónimo de HumInt Inc. Hostage Rescue and Negotiation Team, pero en español "hornet" significa avispón, de allí la confusión del protagonista. 12 Hora Militar Estándar: 0800 = 8:00 a.m. 8 9

P á g i n a | 20

de Jean-Luc de cualquier canción que salía por la radio, podría sacar su arma y dispararle al hombre. Era un avión grande. Más grande de lo que Gabe había esperado, y cada uno de los cinco hombres a bordo ya había reclamado una fila de asientos afelpados para sí mismo. El ex agente del FBI, Marcus Deangelo, dormitaba en la segunda fila, un sombrero de tela escocesa tapaba su cara, las piernas cruzadas a la altura de sus tobillos, bloqueando el pasillo. Jean-Luc se estiró sobre el asiento y le volteó el sombrero en su cabeza. —¡Hey! —Marcus le arrebató su sombrero de vuelta, parpadeando contra la luz—. Estúpido. Debería… guao, si es el fiero cajún. —Se rió mientras se incorporaba y chocaba los cinco con Jean-Luc—. Amigo, hueles como una bodega de vinos. —Mejor que un anuncio de colonia de Calvin Klein. —Jean-Luc sonrió y se dejó caer en un asiento vacío en la cuarta fila al lado de Eric Physick—. ¡Harvard! ¿Dónde has estado? ¿Cómo te trata la vida después de haber estado en la CIA? El ex analista de la CIA Eric "Harvard" Physick se rió entre dientes y dejó de lado el crucigrama en el que había estado trabajando. —Debí haberme imaginado que te registrarías para esto. Estoy bien. ¿Y qué tal tú? ¿Aprendiendo algún nuevo idioma últimamente? Jean-Luc contestó con una cadena musical de palabras. Harvard inclinó la cabeza hacia un lado, escuchando. —¿Eso es… maya yucateco? —Ese mismo. Dije "apuesta tu culo, lo tengo". —¿Fluido? —preguntó Harvard. —Malditamente cerca. —¿Cuántos van ya?, ¿trece ahora? Has estado muy ocupado. —No tienes ni idea. Déjenme contarles a todos la noche que tuve. En cuestión de minutos, Jean-Luc tenía a todos en el avión riéndose de su noche de aventura con las tres mujeres. El Jet se deslizó hacia la pista de aterrizaje y la luz del aviso para el cinturón de seguridad llegó con un ding. Gabe se sentó junto a Quinn en la primera fila. —Así que, ¿qué te parece? Las risas estallaron detrás de ellos. Quinn hizo un gesto negativo, pero no levantó la vista de la lectura del archivo en su regazo.

P á g i n a | 21

—Va a ser interesante. Por no decir más. —¿Ese es el informe que Tuc envió? —Sí. —Se lo entregó cuando el avión tomó velocidad y los empujó hacia atrás en sus asientos—. Bryson Van Amee vale alrededor de un cuarto de billón de dólares. —¿Ya se ha emitido una petición de rescate? —preguntó Gabe. —Hace más o menos una hora, según fuentes de Tuc. Sesenta y dos punto cinco millones de dólares. —Eso es condenadamente demasiado por un hombre. —No. Lo que es, es malditamente específico. De hecho... —Quinn deslizó una calculadora de la bolsa a sus pies y marcó algunos números—. Es exactamente un cuarto del valor de Van Amee. Y, Gabe notó, la cantidad máxima que el seguro por secuestro y rescate de Van Amee cubriría. —Eso no puede ser una coincidencia. —Así que, ¿con qué estamos tratando? —preguntó Quinn—. ¿Tangos13 que hacen sus deberes? —Es demasiado pronto para decirlo. —El avión se niveló y un momento después, la luz del cinturón de seguridad se disparó—. Supongo que es el momento de informar a las tropas. Quinn gruñó. —Si los puedes llamar así. Gabe se levantó y apoyó las manos en las espaldas de los asientos a cada lado del pasillo. El dolor se disparó a través de su pie, pero estaría condenado si dependía de su bastón. La última cosa que necesitaba era mostrar algún signo de debilidad frente a este grupo dispar y desharrapado. Esperó un momento. Cuando nadie se calmó, llevó sus dedos a la boca y dio un silbido agudo que resonó en todo el interior del avión en las secuelas del silencio.

13

Tango es la letra T en el alfabeto fonético de la OTAN, y es usado para referirse al enemigo.

P á g i n a | 22

—Señores, escuchen. Me gustaría presentarme antes de empezar. Mi nombre es Gabe Bristow. Todos ustedes han estado tratando con Quinn, mi XO 14, pero a partir de ahora, tendrán que responder ante mí. —¿Espera que nosotros le saludemos? —preguntó Ian Reinhardt. Su chaqueta de motociclista crujió cuando levantó un brazo y le dio un descarado saludo de dos dedos—. Señor. Así que este era el experto en artefactos explosivos. Después de leer los expedientes de cada uno de camino a Nueva Orleans, había sabido que Ian podría ser un problema. El tipo era la personificación de la mala actitud. —No, no esperaba eso. Sin embargo, mostrar un poco de respeto a un compañero de equipo no te haría daño. —Muérdeme —dijo Ian. Oh, sí. Esto iba a ser divertido. —¿Me veo como un maldito vampiro, Reinhardt? Y si tienes un problema con mi liderazgo… —Se dio la vuelta, se acercó a un armario en la parte delantera del avión, tomó uno de los paracaídas que le había pedido a Quinn que empacara, y se lo lanzó a Ian—. Ajústalo bien. La puerta está justo allí. Ve y encuentra un nuevo trabajo. Ian capturó el paracaídas y sus ojos oscuros se bloquearon en los de Gabe en el juego de la gallina15 por un largo momento. Luego esbozó una sonrisa que contenía sólo un borde de malicia y lanzó el paracaídas de vuelta. —Naaa, no tengo problemas contigo, Bristow. Me gusta tu estilo. Nos llevaremos bien. —Esperemos, porque no tengo ningún uso para pendejos irrespetuosos en mi equipo. Esos tipos logran que asesinen a sus compañeros, y quiero que todos aquí vayan a casa con sus familias cuando esto termine. ¿Está claro eso? Ian gruñó algo que pudo haber sido un acuerdo. O, más probablemente, un jódete.

El delegado o XO se utiliza en las filas militares y navales modernas para referirse al segundo a bordo de un barco y a veces en batallones del Ejército también. 15 El juego de la gallina: es una competición de automovilismo o motociclismo en la que dos participantes conducen un vehículo en dirección al del contrario; el primero que se desvía de la trayectoria del choque pierde y es humillado por comportarse como un gallina. El juego se basa en la idea de crear presión psicológica hasta que uno de los participantes se echa para atrás. 14

P á g i n a | 23

Gabe decidió que tendría que hablar con Reinhardt sobre su actitud en algún momento en las próximas horas. Se tomó un minuto para volver a colocar el paracaídas en el armario y luego regresó a su lugar al frente de sus hombres. —Nuestro objetivo es encontrar y rescatar a este hombre, Bryson Van Amee, antes de cualquier pago de rescate. —Abrió la carpeta que Quinn le tendió y levantó la foto del hombre de negocios—. Tiene cuarenta y tres años, de un metro ochenta, ochenta y dos kilos, cabello castaño aclarado, ojos marrones. Él co-fundó la Corporación The Bryda hace doce años con su compañero de universidad, ha estado casado con su esposa, Chloe, durante cinco años, y es padre de dos niños, Ashton, de cinco, y Grayson, de tres. Sus padres fallecieron, por lo que también provee a su hermana más joven, Audrey, de veintisiete años, una artista en aprietos. —En una situación ideal —dijo Quinn y pasó las copias del archivo—, habríamos entrenado juntos durante un par de meses antes de tomar nuestra primera misión, pero no tenemos ese lujo. La mayoría de ustedes han estado en este tipo de operaciones antes, así que seguro que podemos trabajar juntos y traer a Bryson a casa con su esposa y sus hijos. —Esto es la verdadera prueba de fuego, señores —Señalo Gabe—. Fallamos y este hombre, en el mejor de los casos, vivirá los próximos años de su vida en algún agujero de mierda en la selva colombiana. En el peor, se muere. Ninguno de estos resultados es aceptable. —Les dio un momento, dejando que la cruda realidad de ésta misión se asentara en sus mentes. El estado de ánimo alegre se disipó mientras todo el mundo enfrentaba su parte—. Espero que se sepan la información en este archivo al derecho y al revés para cuando aterricemos. —¿Ya hubo una demanda de rescate? —preguntó Marcus Deangelo. —Sesenta millones y algo de cambio —dijo Quinn—. Está todo en el archivo. —¿Quién está asumiendo la responsabilidad? —preguntó Harvard. —Una nueva facción terrorista que se hacen llamar Ejército del Pueblo de Colombia16 o EPC —dijo Gabe—. Todo lo que sabemos acerca de ellos es que se desprendieron de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia hace unos seis meses y han estado en una campaña de terrorismo desde entonces. Ahí es donde entra Harvard. —Se volvió hacia Eric Physick, quien tenía la reputación de ser uno de los mejores analistas que ha trabajado para la CIA alguna vez. Un genio con más cerebro que fuerza física, algo que Gabe tendría que resolver si el muchacho quería tener la oportunidad de quedarse en este equipo—. Necesitamos que reúnas toda la 16

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 24

información que sea posible sobre el EPC. Quién, qué, dónde, cómo, consígueme todo lo disponible. Estamos trabajando contra reloj. El FBI sólo será capaz de detener la caída del rescate por un tiempo y no quiero ir contra estos tipos a ciegas. Harvard asintió, agarró el estuche de la computadora portátil y abrió la cremallera. —Sabrás lo básico para cuando lleguemos a Colombia. El resto me va a llevar un poco más de tiempo. —Gracias. —Gabe volvió a centrarse en el resto de los hombres—. Bien, entonces aquí está el cómo va a trabajar el equipo. Harvard controlará el campamento base y todas las comunicaciones, incluyendo todo tipo de contacto con los secuestradores, en caso de llegar a eso. Harvard, has una lista de todo lo que puedas necesitar y lo tendrás cuando aterricemos. El chico asintió, pero no levantó la vista de su computadora. —Jesse Warrick hará la función como nuestro médico. Cualquiera que se lastime, lo remitimos a él. Si necesitas algo, Jesse, háznoslo saber a Quinn o a mí y lo conseguiremos para ti. Jesse inclinó el ala de su sombrero Stetson hacia atrás con un nudillo y palmeó la bolsa abultada en el asiento de al lado. —Viajo con mis propios suministros, gracias —dijo arrastrando las palabras— . Pero quiero acceso a todos los registros médicos y todo el mundo tiene que tener un examen físico en las próximas veinticuatro horas, así tendré una lectura de referencia lista si uno de ustedes sale herido. —Hecho. —Gabe estudió al grupo—. Vamos a contar con Jean-Luc como nuestro traductor. ¿Alguien más es fluido en español? —El mío es pasable —contestó Jesse. —Todo lo que recuerdo de la clase de español es un burro sabe más que tu17 — dijo Marcus y Jean-Luc soltó una carcajada. —¿"Un burro sabe más que tú"? Excelente, Marcus. Si tenemos que insultar al EPC hasta la sumisión, sabremos a quién llamar. —Muy bien, caballeros —dijo Gabe—. Basta de bromas. Tenemos un poco más de cuatro horas hasta que aterricemos. Lean y duerman tanto como puedan, porque una vez que estemos en tierra, estaremos en movimiento.

17

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 25

P á g i n a | 26

Capítulo 3 BOGOTÁ, COLOMBIA

—B

onitos aposentos —dijo Jean-Luc desde el asiento del pasajero de la

4Runner alquilada—. Bonito barrio. No creía que Colombia tuviera vecindarios agradables. Gabe no le hizo caso y se inclinó sobre el volante para estudiar el edificio de apartamentos de Bryson Van Amee y el barrio circundante. Era muy agradable. Próspero. Limpio. Lleno de parques en expansión y edificios de ladrillo rojo con un toque británico sutil en la arquitectura. A un millón de pasos de los barrios que había visto durante sus últimos dos viajes a Bogotá. Por supuesto, había estado ayudando al Ejército colombiano a cazar al brutal líder de un cártel de droga, no en búsqueda de un desafortunado hombre de negocios americano atrapado en el lugar equivocado en el momento equivocado. —No creo que el secuestro pasara dentro de su casa —dijo Gabe—, pero no hará daño echar un vistazo. —Tenía que tener una idea sobre la clase de persona que era Van Amee. Un sobreviviente, esperaba, o de lo contrario estaría arrastrando un cuerpo de vuelta a Estados Unidos. —Servicio de seguridad en la puerta principal —señaló Jean-Luc—. Cámaras, también. Base de IP, lo que significa que probablemente archivan su material de grabación. —¿Cómo lo sabes? —Gabe había visto las cámaras, pero por lo que él sabía, no había forma de decir si se trataba de una red IP o de una de circuito cerrado con sólo mirar. —Mi cuñado es dueño de una empresa de seguridad en Nueva Orleans —dijo Jean-Luc y levantó un par de binoculares, centrándose en la cámara más cercana—. Ayudo con la instalación de sistemas cuando está corto de personal, y... oui18, conozco esa marca. Puedo llamarlo, pero estoy bastante seguro de que es una cámara IP. Debemos pedirles ver sus videos. Gabe sacudió la cabeza.

18

Oui: en Francés = Sí.

P á g i n a | 27

—No quiero correr el riesgo de poner a nadie sobre aviso de que estamos mirando. Jean-Luc bajó los prismáticos y sonrió. —Me gusta la forma en que su mente trabaja, mon capitaine19. Muy James Bond. —No —corrigió Gabe—; muy práctico. El chofer de la limusina de Van Amee, Armando Castillo, denunció su desaparición cuando no se presentó para su recogida programada. La seguridad del edificio no tenía ni idea de qué estaba mal hasta que Armando dio la alarma. —Echó un vistazo al edificio, en busca de fallos en la seguridad. A primera vista, no encontró muchos. Un guardia aquí, una cámara allí, en ángulo justo. No necesariamente inalcanzable para un operativo entrenado, pero una recién formada facción terrorista de gentuza tendría un momento difícil con ello—. Me lleva a creer que el EPC tiene a alguien adentro —continuó—. ¿Cómo si no sabrían a quién golpear y cuándo? Tenían que tener vigilancia sobre él. —Llamaré a Harvard, a ver si es capaz de piratear su red. —Jean-Luc abrió su teléfono, habló por un momento, le dio el nombre de marca de la cámara y la dirección del apartamento, y asintió—. Harvard dice que hay posibilidad. Tendrá la grabación para nosotros en una hora. —Cerró el teléfono y lo metió en el bolsillo delantero de su camisa de botones, la cual llevaba abierta sobre una camiseta de Pink Floyd—. Así que, mon capitaine, tenemos tiempo que matar. ¿Quieres que echemos un vistazo dentro? —Todavía no. Voy a dar un paseo de reconocimiento a la cuadra primero. Tú quédate aquí y mantén los ojos abiertos. —Gabe saltó de la 4Runner y agarró uno de los radios que Harvard le había dado antes de que salieran de la casa de seguridad— . Cualquier cosa sospechosa, avísame por radio. No entres por tu cuenta. —Aye-aye20. Pero, eh… —Jean-Luc metió la mano en el asiento trasero—. ¿No deberías llevar tu bastón? —Maldita sea. —Lo arrebató de la mano de Jean-Luc. La única razón de que tuviera esa maldita cosa era Jesse Warrick, quien después de conseguir un montón de su historial médico y hacerle un examen físico, insistió en que lo utilizara más. Ya que les había dicho a sus hombres que se sometieran al médico, no podía ir en contra de su propia orden. —Maldita sea —dijo una vez más y Jean-Luc se echó a reír cuando cerró la puerta del auto.

Mon capitaine: en francés = Mi capitán. Aye: en escocés significa sí, pero en idioma de la marina (aye, aye, Sir) significa: A la orden, señor/Sí, señor. 19 20

P á g i n a | 28

Nada. No es que Audrey hubiera esperado un letrero de neón deslumbrante con una flecha que dijera: Bryson aquí, pero, bueno, al menos una pista estaría bien. El apartamento estaba asquerosamente ordenado, tan parecido a Bryson. No había almohadas de volantes, ni polvo en los pisos de madera rosácea, ni platos sobrantes en el fregadero o migas en los mostradores de mármol. La cafetera parecía sin usar y la nevera prácticamente vacía. Además, no era una sorpresa. Brys no podrían cocinar una maldita cosa, de alguna manera se las arreglaba para quemar todo lo que tostaba, calentara en el microondas, o freía en un sartén. Como aquella vez que había tratado de hacer la famosa cazuela de mamá, poco después de que sus padres murieran, para levantarle el ánimo y terminó con la mitad del cuerpo de bomberos de Savannah en el jardín delantero. Audrey sonrió un poco y pasó un dedo por uno de los sartenes sin usar colgando sobre el centro de la isla de la cocina. Sí, ellos tenían sus problemas, pero no podría haber pedido un mejor hermano mayor. Ahora él estaba desaparecido. Su sonrisa se desvaneció, pero no permitiría que la oleada de miedo que revolvía su estómago llegara a ella de nuevo o de lo contrario se pasaría las próximas horas colgada sobre un inodoro como lo había hecho cuando se dio cuenta de que había sido testigo de su secuestro. Dios, esa corta llamada podría ser la última vez que hablara con él. No. No, se negaba a pensar en eso. Bryson se merecía algo mejor que eso de ella. Él iría hasta los confines de la tierra para encontrarla si ella estuviera en problemas. No podía hacer menos que lo mismo por él. Pero ¿por dónde empezar? Audrey se desvió hacia la ventana que ocupaba toda una pared de la sala de estar y salió al balcón. Había un cierto número de edificios, personas y parques en este barrio tranquilo y solitario. No tenía ni idea de dónde o cómo empezar a buscar. Chloe, la Malvada Cuñada de la Costa Oeste, había sido próxima a ninguna ayuda. —No te involucres —había dicho Chloe. Simplemente harían lo que querían los secuestradores. Pagar un rescate, conseguir que Bryson volviera. Sin participación de la policía—. Todo estará bien —dijo ella—. Confía en mí.

P á g i n a | 29

Ah-jah. Audrey confiaría en ella el día en que Chloe admitiera que sus tetas, culo, y la edad de su identificación, eran todos falsos. Lo único que esa mujer había hecho bien en su miserable vida fue darle a Bryson dos hijos dulces y adorables. Audrey había ignorado a Chloe y llamado al FBI, quienes no parecían muy interesados, pero dijeron que iban a "investigarlo". ¿No se suponía que el FBI era todo sobre encontrar secuestradores? Por lo menos, lo hacían en Sin Rastro21. Por lo tanto, intentó con cada otra sopa de letras de la burocracia en que pudo pensar, e incluso la compañía aseguradora de Bryson, con la esperanza de que alguien pudiera hacer algo. Pero todo el mundo decía que era jurisdicción de otra persona, excepto la compañía de seguros, la cual estaba más preocupada por sus resultados que el bienestar de su hermano. Tan pronto como colgó con ellos, llamó a su gerente, canceló su evento, y empezó a empacar sus maletas. Si nadie estaba dispuesto a ayudar, ella encontraría a Brys por su cuenta. De alguna manera. En la calle, un hombre con un bastón le llamó la atención mientras salía de una abollada 4Runner azul estacionada junto a la acera. No parecía colombiano. Por un lado, sobrepasaba de cabeza y hombros a todo el que pasaba. Tenía el cabello muy corto, oscuro, piel clara y vestía una simple camisa blanca de manga corta sobre pantalones de camuflaje verde oliva. Su calzado se parecía mucho a botas de combate. Incluso dos pisos arriba, podría sentir las ondas de mando que irradiaban de él. Parecía estar buscando algo. No, no buscando. Escudriñando. Así es como lo llamaban todos esos dramas de policías que a Mamá solían gustarle. Escudriñando el vecindario. ¿Examinando? Ella siempre tenía esas confusiones, pero eso estaba fuera de lugar. Él no pertenecía aquí y todas sus campanas de alerta mental sonaron. ¿Sabía algo sobre el secuestro de Bryson? Si no, ¿por qué iba un hombre como él a estar aquí? Con un duro nudo de miedo creciendo en su garganta, lo vio doblar la esquina al final de la calle, luego miró a la 4Runner que había abandonado. Por lo que podía ver, parecía tener placas locales y a otro hombre sentado en el interior. Bien, tal vez estaba exagerando. Quizás eran turistas y el hombre con el bastón había ido en busca de un baño. O ellos se perdieron y buscaban su hotel. O ellos… Sin Rastro (Without a Trace en inglés) es una serie estadounidense cuya acción se sitúa en Nueva York. La serie trata sobre una unidad ficticia del FBI, compuesta por tres hombres y tres mujeres, que se encargan de solucionar las desapariciones de personas en Nueva York, tratando de aclarar si han sido secuestradas, se han suicidado o simplemente han huido. 21

P á g i n a | 30

El hombre en el interior del vehículo levantó un par de binoculares y los enfocó directamente hacia ella. Audrey se agachó y retrocedió al apartamento. Una puerta de auto se cerró un instante después. Oh Dios, oh Dios, oh Dios. Estaba con el corazón desbocado, mientras examinaba la habitación. El apartamento era muy amplio y abierto, demasiado moderado para ofrecer cualquier escondite decente. Tal vez él no sería capaz de entrar. El guardia de seguridad en la puerta no había creído que ella era la hermana de Bryson Van Amee, y había tomado una gran cantidad de zalamería y encanto acceder a su apartamento. Pasos golpeaban duro y rápido por el pasillo y su esperanza se desplomó. El hombre obviamente sabía trucos para conseguir pasar por los guardias de seguridad. Gran sorpresa. ¿También sabía cómo conseguir entrar en un apartamento bloqueado? Cuando el pomo traqueteó y vio la punta de un cuchillo resbalar entre la puerta y marco, consiguió su respuesta. ¿En qué había estado pensando en venir aquí sola? Sí, quería encontrar a su hermano, pero no así. No como una compañera de cautiverio. La puerta se abrió, frenándose con la cadena que al menos había tenido la previsión de deslizar cuando llegó a casa. —¡Policía!22 —gritó el hombre, pero su español llevaba un acento que no podía ubicar y no le creyó ni por un segundo—. ¡Abra la puerta23! Ah-jah. El infierno definitivamente se congelaría antes de que ella reconociera su demanda para abrir la puerta. De la forma en que lo veía, todo lo que había a su favor era el elemento sorpresa. Él se imaginaba que había alguien dentro, pero no sabía quién o dónde, o si ella estaba armada. Agarró la cosa más cercana, una lámpara de vidrio pesada en la mesita al lado del sofá, la clase de arma femenina y no tan pesada como ella esperaba que todavía haría que el policía falso viera las estrellas, y se movió hacia el lado derecho de la puerta. —¡Policía24!

22 23 24

(N. de T.) Texto en español. (N. de T.) Texto en español. (N. de T) Texto en español.

P á g i n a | 31

Co… correcto. Y si ella tenía una taza de té y una galleta, sería la Reina de Inglaterra. Conteniendo el aliento hasta que sus oídos zumbaron, Audrey esperó a que pateara la puerta, sus manos comenzando a sudar en la lámpara. En cualquier momento. Cualquier… cualquier… segundo… La puerta se abrió de golpe, estrellándose contra la pared de enfrente, y ella entró en modo puro de lucha abastecida por la adrenalina, balanceando la lámpara hacia abajo tan duro como pudo sobre la cabeza rubia. Una vez, dos veces, una tercera vez por si acaso, su corazón martillaba tan fuerte que estaba segura de que iba a salirse de su pecho y unirse a la paliza. El policía falso se derrumbó con un uff y ella pasó por encima de su gran cuerpo. Y, caray, era grande. Una masa sólida de músculo yacía aturdida en el suelo, bloqueando su única vía de escape. Se parecía más a un chico de fraternidad que a un secuestrador con su camiseta de Pink Floyd, vaqueros y deportivas Nike, una de las cuales conectó con la parte trasera de la rodilla izquierda de ella, doblándole la pierna. Se las arregló para no golpearse de cara contra el suelo, aguantándose con sus manos y rodillas. Trató de arrastrarse lejos de su atacante, pero él enganchó la pierna de su pantalón. Por instinto, ella pateó y estrelló el tacón de su sandalia en su nariz, y deseó como el infierno estar usando un tacón de aguja en su lugar. Cuando brotó sangre, él perdió su agarre y ella se puso de pie. Él maldijo en un idioma que definitivamente no era español y, haciendo caso omiso de su nariz sangrando, estuvo de vuelta sobre sus pies, como si no hubiera estado alguna vez en el suelo. ¿Quién era este tipo, el monstruoso Terminator? Si era así de resistente, no quería quedarse y conocer a su amigo el del bastón. —¡Hey, deténgase! Sólo quiero hablar con usted. —Su inglés era perfecto, apenas acentuado, y repitió la orden en español. Americano, alguna pequeña y racional porción de su cerebro se dio cuenta de eso mientras se lanzaba hacia la escalera al final del pasillo. Sin embargo, eso no significaba que él fuera un amigo. No habría derribado la puerta de una patada si lo único que quisiera hacer era tener una sencilla charla. Llegó a las escaleras a toda velocidad, medio esperando que saltara sobre la barandilla y le cortara el paso en la parte inferior. No lo hizo, pero una mirada sobre su hombro mientras se estrellaba contra la salida de emergencia en la parte trasera del edificio demostró que aún estaba detrás de ella.

P á g i n a | 32

Tenía un arma ahora, sosteniéndola junto a su pierna. Oh, Dios. Se volvió para huir por el callejón hacia la calle y chocó contra una pared de roca por pecho cubierto con una camisa de manga corta de algodón blanco. Audrey gritó. Y gritó. Y gritó.

Gabe no estaba del todo seguro de lo que acaba de suceder. En un momento había estado haciendo un reconocimiento del callejón, preguntándose si Bryson había sido llevado de aquí porque tenía fácil acceso a dos calles diferentes en ambos extremos, y al siguiente, una brizna de mujer salió disparada de la salida de emergencia del edificio como si su culo estuviera en llamas. Entonces le echó un vistazo a su cara y dio un espeluznante grito de película de terror. Como un SEAL, fue entrenado para manejar casi cualquier cosa que un enemigo pudiera lanzar hacia él, ¿pero una mujer histérica? ¿Qué diablos se supone que iba a hacer con ella? —Shh —dijo—. Está bien. No voy a hacerte daño. Ella no pareció oírle por encima de su griterío. O tal vez hablaba español y no lo entendió. Tenía la piel bronceada y suave cabello castaño claro, pero había visto suficientes latinos de piel clara en sus viajes para saber que no era el mejor juez de origen étnico. Rebuscó en su conocidamente oxidado repertorio español las palabras adecuadas: —Tranquillo. Está okay. No voy… a hacerte daño25. Ella gritó. Jesús. Ante el final de su ingenio, le puso una mano sobre la boca y rodeó su esbelto cuello con la otra mano, sintiendo el pulso golpeando salvajemente contra su pulgar mientras aplicaba la cantidad justa de presión. Ella se desplomó en un bendito silencio. Tuvo que dejar caer su bastón para atraparla antes de que cayera al suelo, y el peso extra encendió fuegos artificiales de dolor en su pie. Genial. ¿Y ahora qué?

25

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 33

Su cabeza cayó sobre su hombro, el cabello haciéndole cosquillas en la nariz. Equilibrándola en un brazo, utilizó su mano libre para alisar los hilos sedosos hacia atrás, los cuales eran tan marrones como el color del oro fino del ron. Logró su primer vistazo claro de su cara y sintió un tirón de familiaridad. Pecas salpicaban el puente de una nariz que sólo podía describir como "linda", como algo en una muñeca. Pómulos altos, una boca ancha que probablemente ella pensaba que era demasiado grande para su cara si se juzgaba a sí misma por los estándares de la sociedad de la belleza, pero que a él le resultaba fascinante. De repente tenía muchas ganas de verla sonreír. Y entonces se dio cuenta. La había visto sonreír antes. En una foto al informarle a los hombres. Esta era Audrey Van Amee. La hermana de su secuestrado. Gabe tuvo un momento de de-ninguna-maldita-manera, pero luego la puerta se abrió de golpe y Jean-Luc, con la nariz manchando de sangre la parte delantera de su camisa, se detuvo en seco. —La tienes. —¿Qué estás haciendo? —exigió Gabe—. Te pedí mantener tu posición. —Ella estaba en el apartamento de Van Amee. —Él enfundó su arma, luego trató de detener el flujo de sangre con el borde de su camisa, lo cual le dio a su voz un sonido nasal—. Me vio y huyó. ¿Qué otra cosa podía hacer? Gabe cerró los ojos, tomando una respiración calmante. La paciencia, se recordó a sí mismo, es una virtud. —Seguir las órdenes. —A la mierda con las órdenes. No somos militares y no tuve tiempo para lograr avisarte. Sirenas policiales gemían en la distancia. Mierda, como si esto no pudiera ser peor. —Hablaremos de eso más tarde. —Hablar. Sí, eso es lo que harían. Después de echarle un nuevo regaño a Jean-Luc. Esa mierda desastrosa e imprudente no iba a suceder bajo su liderazgo—. Ve por el auto. —¿Qué pasa con ella? Miró a la mujer inconsciente en sus brazos. Sus pecas se destacaban en relieve marcado contra su pálido rostro. Sus ojos se movían inquietos detrás de sus parpados con las pestañas más largas que había visto nunca.

P á g i n a | 34

Las sirenas de la policía gritaron más cerca. —¿Bueno? —preguntó Jean-Luc. Pobre mujer, se despertaría con un dolor de cabeza infernal por la presión del punto KO26, pero no por al menos otra media hora. Salir de su inconsciencia en este callejón simplemente no era una opción. —Va a venir con nosotros. —Necesitaban hablar con ella y averiguar lo que estaba haciendo en el apartamento de Van Amee. También se beneficiaría de que Jesse le echara un vistazo cuando se despertara. Jean-Luc sonrió. —Si realmente quieres una cita, conozco a un montón de mujeres dispuestas. No tenemos que secuestrar una. —Dejó de sonreír y estudió el rostro de Gabe—. Guao, hablas en serio. —Auto. Ahora. Jean-Luc sacudió la cabeza y se echó a correr. —Y yo que pensaba que éramos los buenos.

—¿Qué de…? —La mandíbula de Quinn no cayó colgando cuando Gabe entró cojeando en la casa de seguridad llevando a la mujer inconsciente, pero llegó malditamente cerca de eso. Al típico modo de Quinn, se sacudió rápido el shock. —Ayúdalo —le ordenó a Marcus, que estaba junto a la puerta con una taza de aromático café colombiano en la mano. —La tengo. —Gabe les hizo señas a todos para que retrocedieran. Marcus Deangelo, con su apariencia de surfista Californiano y rebosando todo ese encanto de amante italiano, no pondría siquiera un dedo meñique sobre ella. Se desvió a través del grupo, dirigiéndose hacia el dormitorio más cercano. —¿Qué pasó? —preguntó Jesse a la zaga, maletín en la mano. —Larga historia. —No, no lo es —dijo Jean-Luc mientras cerraba la puerta y apoyaba el bastón de Gabe contra la pared—. La encontré en el apartamento de Van Amee.

26

KO = siglas para nocaut/dejar a alguien fuera de combate.

P á g i n a | 35

—Entonces, ¿qué diablos, Jean-Luc? ¿La dejaste inconsciente? —dijo Jesse. —Nah. Nuestro estimado capitaine hizo eso. —Presionó dos dedos en su cuello y simuló un desmayo de demostración. —¿Como un apretón de muerte Vulcano? Genial. —Marcus tomó un trago de su taza—. ¿Me puedes enseñar esa mierda? —Ella estará bien —murmuró Gabe y fue hacia el pequeño dormitorio de la sala de estar. El estrecho catre sobre el que la puso crujió bajo su ligero peso. Ella gimió, pero por lo demás no se movió—. Despertará con un dolor de cabeza, nada más. Jesse se agachó a su lado, comprobó sus signos vitales y luego se puso de pie. —Parece que está bien, pero no aconsejaría hacer un hábito del apretón de muerte Vulcano, especialmente con algo tan pequeño como ella. —Enganchó su maletín del piso junto a la cama y se dirigió a la puerta. Mirando hacia atrás, abrió la boca para decir algo, pero luego miró a Quinn, negó con la cabeza y se fue—. Hey, Jean-Luc, déjame echarle un vistazo a tu nariz. Parece rota. Transcurrió todo un minuto en silencio después de que la habitación se vació. Quinn estaba de pie junto a la puerta, estudiando a la mujer con los ojos ilegibles, frunciendo ligeramente el ceño y tirando abajo las comisuras de su boca. —No podía dejarla —dijo Gabe. Quinn era uno de los únicos dos hombres en la tierra ante el cual alguna vez había sentido la necesidad de explicarse. Su hermano Raffi era el otro. —No he dicho nada. —No tienes que hacerlo. Escucha, Q, las cosas se fueron a la mierda. Jean-Luc, ese estúpido imbécil, fue en contra de las órdenes y la persiguió por todo el edificio con su maldita pistola. Alguien llamó a la policía y tuve que tomar una decisión. Dejarla y posiblemente perder toda la información que pudiera tener, o traerla con nosotros. Deliberadamente dejó de lado la parte sobre el tirón en su ingle cada vez que la miraba. —Bueno, mierda. —Quinn se pasó una mano adelante y atrás sobre su cabello en picos—. Estamos aquí para rescatar a un rehén, no para crear un incidente internacional por el secuestro de un nativo. —Ella no es una nativa. Mírala. ¿No la reconoces? Quinn estudió su cara durante unos momentos. Luego sus ojos se redondearon.

P á g i n a | 36

—Audrey Van Amee. Mierda. —Sí, y no es nuestro rehén. —Tú simplemente la secuestraste. Él apretó la mandíbula. —Ella no es un rehén. —¿Y si ella sabe algo sobre su hermano? No podemos dejar que se vaya. —Tendremos que convencerla para pasar el rato aquí hasta que encontremos a Van Amee, pero no vamos a mantenerla atada o encerrada en una habitación. La expresión de Quinn no revelaba nada, pero Gabe era lo suficientemente bueno en leer a su mejor amigo como para saber que él pensaba que era un plan de mierda. Y lo era, pero se negaba a retener a nadie contra su voluntad. Jean-Luc tenía razón. Se suponía que iban a ser los chicos buenos. —Entonces —dijo Quinn después de otro largo latido y mostró la indirecta más desnuda de una sonrisa—. ¿Quieres ir a darle a Jean-Luc una probada de la disciplina SEAL?

P á g i n a | 37

Capítulo 4 A

udrey se despertó con el repiqueteo de una voz de barítono emitiendo

órdenes y volvió la cabeza hacia el sonido. Santo Dios, ¿qué era ese ruido? Su mente nadaba, las sienes le palpitaban al ritmo de su corazón. Mejor aún, ¿qué diantres había bebido anoche? No era bebedora por naturaleza, pero de vez en cuando sus amigos la arrastraban a un club de baile en la playa y se volvía un poco loca por las margaritas. ¿Era eso lo que había hecho la noche anterior? Debía haber sido una noche épica, ya que no estaba en su propia cama… Bryson. Todo la inundó de nuevo. Ahuyentada del apartamento de Bryson por el policía falso. El hombre de los ojos dorados y el bastón. El secuestro de su hermano. Oh, Dios. Parpadeó contra el dolor de cabeza y miró a su alrededor. Pequeña. Vacía. Un crucifijo de madera colgaba sobre la estrecha cama en la que yacía, pero no había ningún otro mueble. Sin lámparas para usar como arma y sin ninguna ventana para escapar, naturalmente. La puerta estaba abierta a cerca de quince centímetros. A través de la abertura, pudo distinguir movimiento en la otra habitación y escuchar esa voz de mando ladrando órdenes como un sargento, pero no podía decir lo que estaba pasando o quiénes eran sus captores. ¿Tenían algo que ver con el secuestro de Bryson? Si era así, parecía como si debieran asegurarse de mantenerla bajo llave en lugar de dejar la puerta abierta. Por supuesto, tal vez estaban todos armados hasta los dientes y por eso no tenían preocupaciones de que intentara escapar. Bueno, solamente había una forma de averiguarlo. Tomó una respiración y se empujó en posición vertical, esperando un momento para que su cabeza se detuviera de girar antes de sacar sus piernas por el borde de la cama. Sus primeros pasos fueron un poco tambaleantes, pero se sentía más firme para cuando llegó a la puerta y le dio un empujón. Se abrió con facilidad. El policía falso estaba haciendo flexiones en el centro de la sala, mientras que el hombre con el bastón caminaba a su alrededor como un depredador enfocándose en su presa debilitada.

P á g i n a | 38

—¡Brazos rectos! —Dio unos golpes en el brazo doblado del hombre con la punta de su bastón—. ¿Quieres empezar de nuevo? No tenemos ninguna parte a donde ir hasta que Harvard termine esas imágenes de vídeo. Bien. Estadounidenses. Dejó escapar el aliento que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Sí, ser estadounidenses no los excluía automáticamente del estatus de malos de la película, lo sabía. Había un montón de americanos malos en el mundo, pero su instinto le dijo que estos hombres no significaban ningún daño para ella. Quizás incluso estaban aquí para ayudar. Tal vez eran del FBI o… No. Estudió al grupo de hombres, soldados, al parecer, aunque la mayoría de ellos no estaban vestidos de esa forma, de pie en todo el perímetro de la habitación. Uno llevaba un sombrero escocés de color azul y bebía a sorbos una taza de café, tomando las apuestas de los demás. Definitivamente no eran del FBI. O cualquier otra cosa oficial. ¿Mercenarios, entonces? Audrey se mordió el labio y dio dos pasos hacia atrás en el dormitorio… pero entonces, ¿qué? Dejó de moverse, miró a la cama. No había llegado a Colombia para recostarse en alguna habitación pequeña y encogerse con las sábanas tiradas sobre su cabeza. Estudió al grupo de nuevo y decidió ir con sus instintos. No la habían encerrado en la habitación. Si hubieran querido hacerle daño, habría tenido un montón de oportunidades para hacerlo cuando estaba inconsciente. Así que, ¿quiénes eran y qué querían de ella? La única manera de averiguarlo era hablar con ellos. El policía falso finalmente colapsó, sudando y jadeando, y aunque la había perseguido y asustado casi hasta morir, no pudo evitar una punzada de pena cuando rodó de lado y sujetó sus costillas, la cara de un rojo brillante, los dientes apretados. Los otros soldados dejaron escapar carcajadas hasta que el hombre con el bastón les envió a todos una mirada tan letal como un balazo. —¿Les gustaría acompañarlo, caballeros? Eso los calló y todos fingieron interés en otra cosa muy rápido. Para sorpresa de Audrey, el hombre del bastón pasó de brutal sargento a… bueno, no lo sabía, pero era casi gentil mientras agarraba la mano del policía falso y lo arrastraba en posición vertical. —¿Estás bien, Jean-Luc? —Ja, ¿eso es todo lo que tienes? Pedazo de… —El hombre (Jean-Luc, al parecer) hizo una mueca—. Pedazo de pastel. —Sangre goteaba de su nariz hacia sus labios,

P á g i n a | 39

y se limpió con el brazo—. Pero, eh, escucharé las órdenes la próxima vez. Ahorrarte el… la humillación de no romperme. —Buena idea. —El hombre con el bastón sonrió y, uf, esa era una sonrisa de las buenas, suavizando las duras líneas de su cara de corte de granito. Palmeó a JeanLuc en la espalda—. Ve a ver a Jesse. Estás sangrando de nuevo. Jean-Luc trató de caminar por su cuenta, pero se tambaleó un poco y cerró una mano sobre el mueble contiguo, una mesa llena de equipos electrónicos, para mantener el equilibrio. El hombre con el bastón lo atrapó debajo de un brazo, mientras que otro hombre, que parecía más un soldado que todos los demás con su corte militar y pantalones de camuflaje urbano, acuñaba un hombro bajo su otro brazo. —Mareado —murmuró Jean-Luc. De repente no se veía bien en absoluto, pálido como el hueso a pesar de su tez bronceada. Audrey tuvo la sensación de que no había explicado sobre su escaramuza en el apartamento de Bryson. Probablemente tenía una conmoción cerebral por golpearlo con la lámpara. —Le pegué en la cabeza. —Cuando siete pares de ojos se volvieron hacia ella, se dio cuenta de que había hablado en voz alta y su corazón se instaló en su garganta. Algunas de las miradas eran ligeramente hostiles, otras evaluando, y había otras que mostraban una chispa de interés masculino, pero un par en particular de ojos pardos se centraron en ella como los rayos del sol. No tan dorados en la luz artificial de la lámpara elevada como habían sido en la luz natural sombría del callejón sino más oro-verdosos, le dieron una barrida, deteniéndose un segundo más de lo necesario para considerar la situación. Luego pareció recomponerse y arrancó su mirada, de nuevo centrándose en Jean-Luc. —¿Por qué no nos lo dijiste? —preguntó en ese tono suave de barítono. Jean-Luc resopló. —Ah, no fue nada. Solo de refilón. —No, no lo fue —dijo Audrey al hombre con el bastón—. Le pegué tres veces con una lámpara. Él de verdad me asustó. —Pero como no la habían atado y ninguno de ellos la había atacado todavía o amenazado de alguna manera, estaba empezando a pensar que había sido un golpe de suerte. Tal vez estos chicos estaban de su lado, por lo menos en parte.

P á g i n a | 40

—Pardon27 —dijo Jean-Luc y parecía sinceramente arrepentido con la sangre goteando por su cara. Colapsó en una silla que alguien había puesto y un hombre que llevaba un sombrero Stetson (supuso que un médico, ya que llevaba una bolsa de suministros médicos), presionó una compresa en su nariz, luego pasó una linterna por sus ojos. Él trató de rechazar al médico con un gesto de la mano, pero el médico no estaba prestándole atención. —O me dejas hacerte un examen, Jean-Luc, o te noqueo. Entonces sabré a ciencia cierta si tienes una conmoción cerebral. Él gruñó, pero dejó que el médico le tomara sus signos vitales sin más alboroto y se volvió para enfocarse en Audrey. —Las cosas se salieron un poco de las manos allí en el apartamento, cher28. Lo siento por eso. —Está bien. —Sintió los ojos del hombre con el bastón de nuevo, pero fingió no darse cuenta—. Te pido disculpas por golpearte. Y, uh, patearte en la nariz. —Jesús, Jean-Luc. —El hombre con el sombrero escoses se echó a reír—. Ella te sacó la mierda. —Hey, Marcus, tengo un regalo para ti. —¿Sí? —Sí —dijo Jean-Luc y le mostró el dedo medio, lo que hizo que Marcus se carcajeara. —Es suficiente, señores. —El hombre del bastón, percatándose nuevamente de que la miraba fijamente, se enderezó bruscamente. Lo observó ocurrir, lo vio tirar de las riendas fuertemente sostenidas de su control. ¿Con qué frecuencia dejaba ir esas riendas? No lo suficiente, adivinó, y tuvo el impulso inexplicable de forzarle la mano. Mientras se dirigía a sus hombres, Audrey se dio cuenta de que estaba mirando directamente hacia él y se dio una patada mental. Bryson estaba en peligro. No le importaba cuán intrigante y, sí, sexy, era el hombre del bastón. No era importante ahora mismo. Nadie lo era, a excepción de Bryson. Cuando él se volvió a enfocar en ella, sus ojos eran como el citrino 29, fríos, calculadores, pero aún chispeando con el fuego interior que ninguna cantidad de entrenamiento o control podrían ocultar.

Pardon: en francés significa perdón. Cher, chère [ʃƐr] en francés significa querida. 29 Citrino: es una variedad de grano grueso del mineral de cuarzo de sílice (qv). Una gema semipreciosa que es valorada por su color amarillo a marrón y su semejanza al más raro topacio. 27 28

P á g i n a | 41

—¿Cómo te llamas? —preguntó. —Soy… —Consideró dar un alias por un medio segundo, pero eso solamente complicaría las cosas. Teniendo en cuenta todo el equipo de computadoras en la habitación, su nombre real no se quedaría mucho tiempo en secreto… si no lo sabían ya. Su exposición de arte estaba recibiendo una gran cantidad de prensa, no solamente en Centroamérica, sino también en Estados Unidos. Todo lo que tenían que hacer era mirar una de las muchas entrevistas dispersas a través de Internet acompañada de fotos de ella. Para el hombre en la esquina machacando el teclado de su laptop, apostó que sería obra de un minuto—. Soy Audrey Van Amee. Él asintió como si hubiera confirmado lo que ya sabía, pero, maldita sea, no se presentó a sí mismo o a cualquiera de los otros hombres. —¿Y usted es…? —le solicitó. —El que busca a su hermano. ¿Podría ser más deliberadamente obtuso? Ella posó las manos en sus caderas. —Como que me imaginé eso, dado que usted estaba vigilando su apartamento. Lo que quiero saber es si está trabajando a favor o en contra de él. Por favor, por favor, por favor, que diga a favor. —A favor —dijo, sin un parpadeo de vacilación. Audrey descubrió que estaba conteniendo la respiración otra vez y la dejó escapar en una exhalación suave, para no llamar la atención sobre ese hecho. Pensaba que era mejor mostrarse confiada y fuerte frente a estos pseudosoldados, pero ¿qué habría hecho si sus instintos le hubieran fallado y estos fueran los chicos malos? Su estómago tembló ante la idea. Bryson tenía razón. Realmente debería empezar a pensar en este tipo de situaciones antes de hablar más de la cuenta. Por otra parte, nunca había estado en una situación como ésta antes y estaba más o menos improvisando. —¿Quién te contrató? —preguntó. Aunque el hombre con el bastón tenía el porte de un general y su amigo de los pantalones de camuflaje sin duda era un soldado, tenían que ser mercenarios. El resto del grupo era muy variopinto para ser militares oficiales. Cuando él no respondió, ella resopló. —¿Sabes quién se llevó a Brys? Él hizo caso omiso de la pregunta. Gran sorpresa. Ella tenía la sensación de que nunca respondía las preguntas que no fueran de su agrado.

P á g i n a | 42

—Con el debido respeto, señora… —Oh, dime que no acabas de llamarme señora. Una vez más, él la ignoró. —Tiene que volver a Costa Rica. No es más que un objetivo aquí, como su hermano lo fue. Déjenos manejar esto. Lo llevaremos a casa. ¿Cómo sabía que ella vivía en Costa Rica? ¿Y qué más sabía? La idea de que supiera de ella más de lo que ella sabía de él empapó su fabricado coraje con hielo y le erizó toda piel. Aun así, no tenía nada que ocultar, y seguro que no estaba enamorándose de este completo deja-a-los-profesionales-manejarlo, tu-hermanoestá-en-buenos-manos. Había oído hablar de demasiadas incidencias donde los llamados profesionales no eran suficientes. —¿Tú te irías? —preguntó—. Si fuera tu hermano, ¿te irías sin él? Su mandíbula se tensó un poco, diciéndole que había golpeado un punto sensible. —No es lo mismo. Estoy entrenado para esto. —¿Ah, sí? ¿Y en cuántas situaciones de rescate de rehenes has estado, Sr. EstoyEntrenado-Para-Eso? —Estaría sorprendida incluso con una. Los soldados de fortuna, o por lo menos los pocos que había conocido en Costa Rica, hablaban demasiado, pero tan pronto como la verdadera acción comenzaba no eran encontrados en ninguna parte. Había tratado de contratar a uno antes de encaminarse a Colombia, pero había descubierto que sus declaraciones eran sólo alarde abastecido por el combustible del alcohol y nada más. Y sí, todavía se disgustaba ente eso. Estúpidos hombres y sus estúpidos egos. —Más de cincuenta —dijo plácidamente. —Bueno, a ver, eso es… mucho. —Está bien, hablando de tener un argumento explotándole en la cara. El hombre aparentemente sabía lo suyo. Tal vez su hermano estaba en buenas manos. No se atrevía a tener la esperanza—. ¿Quién eres tú? Él intercambió una mirada con el Señor Pantalones de Camuflaje, más que mil palabras pasando entre ellos sin que ninguno hiciera un ruido. Luego se encogió de hombros. —Mi nombre es Gabriel Bristow. Gabe. Gabriel. Le era apropiado. Incluso se parecía un poco a la pintura que su madre súper religiosa tenía del ángel vengador.

P á g i n a | 43

Gabe pasó a presentarle a cada uno de los otros hombres en la habitación. JeanLuc Cavalier era el falso policía que ya había tenido el placer de conocer, pero se extendió como si esta fuera su primera presentación, murmurando algo encantador que sonaba a francés y besándole la mano. Su opinión acerca de él dio un completo giro de ciento ochenta grados. De hecho, se fundió en un gran charco efusivo de risitas femeninas y ni siquiera se odió por ello. Jesse Warrick, el médico, se tocó el ala de su sombrero Stetson con un cortés "señora". De alguna manera, cuando lo dijo con ese acento vaquero, no sonó tan condescendiente como cuando lo había dicho Gabe antes. El tipo con el sombrero escocés era Marcus Deangelo. Cabeceó hacia su muñeca. —¿Surfeas mucho en Costa Rica? Bajó la mirada, en un primer momento no muy segura de cómo había llegado a esa conclusión. Entonces recordó el dije de tabla de surf en la pulsera que su hermano le había regalado para su cumpleaños número veinticinco. —A veces. Marcus sonrió y agitó un dedo en el aire señalando entre ellos. —Tú. Yo. Vamos a hablar. —Levantó su taza de café—. ¿Quieres un poco? —Oh, mucho. Gracias. Gabe hizo algunos gruñidos de descontento hasta que Marcus regresó con una taza, luego continuó con las presentaciones. Eric Physick, a quien todo el mundo llamaba Harvard, era el genio en computadoras tecleando en su laptop. Levantó la mirada y le dedicó una sonrisa distraída cuando Gabe dijo su nombre. Sus gafas estaban torcidas en su nariz. Audrey tuvo que luchar contra el impulso de enderezarlas y peinar su mata de cabello castaño en punta. Ian Reinhardt se apoyaba contra la pared en una chaqueta de motociclista con mala actitud saliendo de él en oleadas. No le dijo nada, pero su labio se curvó en una débil mueca de desdén. O-kay. Nota mental: nunca quería estar en una habitación a solas con él. Finalmente, pantalones de camuflaje, Travis Quinn, le dio un solemne asentimiento, pero mantuvo su distancia.

P á g i n a | 44

Una extraña variedad de hombres. No estaba segura de si alegrarse, reír o llorar porque ellos fueran al parecer la única esperanza de su hermano ya que el FBI no haría nada para salvarlo. —Encantada de conocerlos a todos —dijo cuando Gabe terminó las presentaciones. Podría estar asustada de su ingenio y confundida como el infierno, pero era una chica sureña, nacida y criada. Mamá volaría desde el cielo y le azotaría bien el trasero si no fuera cortés, de eso no tenía dudas—. Pero —añadió—: eso todavía no explica quiénes son. —Somos los AVISPONES —dijo Jean-Luc. —Más bien los Calentones —murmuró Gabe y le dirigió una mirada mordaz— . Mantén tus ojos por encima de su cuello. Jean-Luc sonrió descaradamente. —Ay, mon capitaine. No hay problema. No se me ocurriría entrar en su territorio. ¿Su territorio? Audrey le frunció el ceño a los dos y le dio un tirón al cuello resbalado de su camiseta sin mangas. En el calor pegajoso de la selva, a menudo iba sin sujetador, y no había cambiado esa costumbre desde que llegó a Bogotá, a pesar del clima frío y lluvioso. Unos centímetros más y habría tenido que pedirle a JeanLuc collares de Mardi Gras30, a cambio del espectáculo. No es que tuviera un problema con la desnudez. Si pudiera salir de allí sin usar ropa, lo haría, pero la necesitaba para mantener a estos chicos enfocados. Y una manera segura de sacar a un hombre de sus tareas era un rápido vistazo. —¿Qué es AVISPÓN? —preguntó. —Así no es como nos llamamos —dijo Gabe—. Somos un equipo de negociación y rescate de rehenes privado. Y tienes razón, nos han contratado para llevar a tu hermano a casa. —¿Quién los contrató? —Eso es confidencial. Audrey resopló. Tirarle de los dientes era más fácil que obtener información de él. Los dientes de una serpiente de cascabel, para ser exactos. —Tal vez yo pueda ayudar.

Mardi Gras: es el nombre del maraca que se celebra en Nueva Orleans, Luisiana. Su traducción del francés es “martes de grasa” y se celebra durante la temporada de Carnaval que comienza el 6 de enero, la noche de Epifanía. 30

P á g i n a | 45

—No, no puede. Y cada segundo que perdemos explicándole es un segundo más que su hermano pasa en cautiverio. Así que tiene que retroceder, Señorita Van Amee, y dejarnos hacer nuestro trabajo. —Gabe —llamó Harvard a través del cuarto—. Lo tengo. Sin otra mirada en su dirección, Gabe se acercó, parándose detrás de Harvard y estudiando la pantalla de la computadora. —Vuelve a su primera aparición. Ya que nadie le había dicho que se quedara ahí, Audrey se inclinó para ver qué estaba haciendo Harvard. Una imagen de su hermano saliendo de su edificio se mostraba en la pantalla de la computadora. La fecha y hora en la esquina se leía como las 5:58 am. Siempre puntual, eso era tan de Bryson. Su imagen pixelada dejó la pantalla. —¿Otro ángulo? —preguntó Gabe. Harvard pinchó unas cuantas teclas y la imagen de Bryson regresó a la esquina izquierda. Esperaba allí por algo, impaciente. La limusina, pensó mientras Bryson miraba la pantalla de su teléfono y respondía a su llamada. Unos minutos después, la limusina llegó y un hombre alto y moreno abrió la puerta para Bryson. Un momento después, el vehículo se alejó de la acera con su hermano en el interior. —¿Matrícula? —preguntó Gabe. —Parcial. Ya estoy en eso. Y la llamada de teléfono… —Harvard rebobinó la grabación para comprobar la marca de tiempo—… llegó a las 0620. Con un poco de sutileza, puedo entrar en sus registros y ver quién lo llamó. —Hazlo. También ve si… —Fui yo —dijo Audrey y Gabe se volvió con los ojos entrecerrados hacia ella. —¿Qué? —Fui yo —repitió—. Yo lo llamé. Estaba… se suponía que tenía una exposición de arte este fin de semana en San José y quería asegurarme de que lo recordaba. No lo hacía. Gabe se apartó de la computadora. —¿Qué más te dijo? Ella se encogió de hombros. —Las típicas cosas de Bryson. Que tenía que trabajar. Iba hacia otra reunión.

P á g i n a | 46

—¿Dónde? —No lo dijo. Empecé a darle un discurso sobre que trabajaba demasiado, que estaba perdiéndose la vida de sus hijos y que su médico le había dicho que tenía que tomárselo con calma. —Notó un leve ceño pasar sobre los duros rasgos de Gabe ante eso, pero lo escondió en un parpadeo. —Los informes médicos que tengo de tu hermano no mencionan ninguna condición grave —dijo Jesse Warrick, con preocupación en su voz. —Uh, no, no tiene ninguna —respondió ella—. Quiero decir, nada por lo que necesite medicina o algo así. Sólo tenía algunos dolores en el pecho el pasado verano. Le hicieron pruebas y están manteniendo un ojo sobre él, pero hasta ahora, parece ser un incidente aislado. Los médicos creen que fue causado por un ataque de pánico. Jesse miró a Gabe. —Los registros que tengo no mencionan nada de dolor en el pecho. Gabe parecía frustrado y dijo algo, pero ella no lo oyó porque Quinn preguntó desde el otro lado de la habitación: —¿Escuchaste algo más cuando estabas en el teléfono con Bryson? Ella lo miró fijamente. Tal solemne intensidad. Él la hacía sentirse incómoda, así que volvió la mirada hacia Gabe. —Oí la voz de un hombre decir en español que Bryson necesitaba relajarse, que nadie iba a hacerle daño porque él… —Tuvo que detenerse y limpiarse la formación de un nudo en su garganta—: porque él valía mucho dinero. Después de eso, la línea se cortó. —Así que, naturalmente saltaste al primer vuelo a Colombia y te pusiste en riesgo. —Gabe levantó una mano cuando su boca se abrió para disparar de vuelta una defensa—. Olvídalo. ¿Qué más dijo Bryson? ¿Puedes recordar algo más sobre esa conversación? Oh, qué condescendiente, arrogante… No, se dijo y apretó los dientes para dominar su temperamento, no le dejes que te afecte. Habría tiempo de sobra para desgarrarlo más tarde. Ahora, tenía que centrarse. Por Bryson. Cerró los ojos, repitiendo la conversación por centésima vez, quizás milésima vez en las últimas veinticuatro horas.

P á g i n a | 47

—Él no me dijo nada más. Cuando la limusina paró, tuvo una breve conversación con el conductor. No pude escucharlo todo, pero creo que el conductor se presentó como Jacinto. Gabe chasqueó los dedos y volvió a Harvard. —¿Alguna foto clara de la cara del conductor? —No está claro, jefe. Un perfil. Muy granulado, pero podría ser capaz de limpiarlo. Si puedo conseguir una imagen lo suficientemente clara, te encontraré un nombre, fecha de nacimiento, y el nombre de su última cita. —Hazlo. ¿Cómo va la investigación del EPC? —En camino. Tengo algunos posibles lugares de reunión del EPC que necesitan ser revisados. —Eso es lo que me gusta oír. —Le dio una palmada a Harvard en la espalda antes de pasar al resto del grupo. El verlo tomar el mando era como ver un tanque aplastar todo a su paso, y Audrey se quedó parada detrás en respetuoso silencio mientras él se dirigía a su equipo. —Vamos a dividirnos y echar un vistazo a esas direcciones. Jesse, dices que tu español es pasable, así que tú y Marcus serán el equipo alfa. Quinn, Jean-Luc e Ian, equipo Bravo. Cada uno hará un reconocimiento de la mitad de las direcciones que extrajo Harvard. Manténgase en contacto permanente por radio en caso de que uno de ustedes necesite refuerzos. Harvard se quedará aquí en los equipos. Quinn frunció el ceño. —¿Qué hay de ti? —Voy a hablar con el verdadero conductor de la limusina, el que informó la desaparición de Bryson, Armando Castillo. —¿Cómo planeas hacer eso? —preguntó Quinn—. Tu español apesta. Deberías llevarte a Jean-Luc contigo. —Sí31 —Concordó Jean-Luc—. No debes ir solo. —No —dijo Gabe, y su tono desafiaba a cualquiera a discutir—. El español de Quinn es tan malo como el mío, si no peor. A menos que Ian… —Ian sacudió su cabeza en negación—. Punto hecho. Jean-Luc va con bravo. —Gabe, hombre. —Quinn suspiró y se pasó una mano por su corto cabello. Si fuera cualquier otra persona protestando, Audrey sospechaba por la forma en que los hombros de Gabe se endurecieron que él le habría arrancado la cabeza de un 31

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 48

mordisco y se limpiaría los dientes con su médula espinal como palillo. Pero los otros sabiamente mantuvieron la boca cerrada y dejaron que Quinn hablara. —Cuando estábamos en los equipos… —¿Los equipos? —Audrey sabía de una sola rama de militares que se refería a sí misma como "los equipos", y estudió a los hombres con renovado interés—. ¿Son SEAL? Ante su interrupción, los dos se volvieron. Tener a dos hombres grandes y firmes darle esas miradas pétreas debería haberla asustado. Y, bueno, lo hizo, un poco. —Lo somos —dijo Gabe, al mismo tiempo Quinn dijo: —Sí. —Está bien —Ella se mordió el labio inferior—. Uh, guao. Ahora que lo sabía, se preguntó por qué no lo había visto antes. Gabe no se comportaba como un general, sino como un SEAL de la Marina. Había conocido a unos cuantos tipos que se retiraron de los equipos mientras vivía en Costa Rica, y Gabe caminaba como un SEAL, hablaba como uno. Incluso parpadeaba como uno. ¿Cómo podía no haber notado eso? Tenerlos del lado de su hermano se sintió repentinamente mucho más como una bendición que una maldición. —En los equipos —repitió Quinn, volviendo a la conversación—: siempre usamos el sistema de compañeros. —Maldita sea, ya lo sé —espetó Gabe. Quinn no dio marcha atrás, ni siquiera parpadeó. —Bueno, porque no va a cambiar ahora que estemos fuera. Vas a llevar a alguien que conozca el lenguaje contigo. —¿Te importaría decirme a quién? No tenemos suficientes hombres. La mandíbula de Quinn se apretó. —Tal vez HumInt tenga un activo en la ciudad que podamos pedir prestado. Ya tomamos prestado un piloto, así que… —Yo puedo ir con él. —Una vez más, todos los ojos en la sala se volvieron hacia ella. Incluso Harvard dejó de trabajar para mirarla boquiabierto, y ella se enfadó—. ¿Qué? Necesitas un hablante de español, y yo lo hablo con fluidez. —Infiernos. No.

P á g i n a | 49

—¿Por qué no? —Con su ira quemando, se volvió hacia Gabe y señaló con el dedo entre sus pectorales. Nada cedió bajo su camisa. Era como empujar un muro de concreto. Apenas resistió el impulso de aplanar su mano y frotarla por todos esos duros músculos. Tuvo que recordarse en dos ocasiones que estaba molesta con él— . He vivido en Costa Rica desde hace casi diez años y soy tan fluida en español como en inglés. Y Armando, bueno, él no me conoce personalmente, pero sabe quién soy, así que será más propenso a hablar. Soy un activo, insensible tarado. Úseme.

P á g i n a | 50

Capítulo 5 S

í, Gabe quería utilizarla, de acuerdo, pero no tenía nada que ver con su

fluidez en español. No a menos que ella gritara en español durante un orgasmo. Vaya. Puso freno a esos pensamientos cuando su pene se sacudió esperanzado. Había pasado demasiado tiempo para él si la Señorita Bocona aquí era una excitación así de grande. ¿Y por qué diablos encontraba sus sobrenombres tan afrodisíacos, de todos modos? —No —dijo entre dientes al mismo tiempo que Quinn decía: —Eso podría no ser una mala idea. —¿Qué? Quinn se encogió de hombros. —Tácticamente, ella es una ventaja. Y el maquiavélico hijo de puta nunca dejaba pasar una ventaja. Gabe se frotó la cara fuertemente con sus palmas. —Ella. No. Está. Entrenada. —¿Estás esperando oposición? Maldita sea. Quinn ya sabía que la respuesta a eso era un sólido no. Esa era la única razón por la que se arriesgaría a ir a solas a hablar con el conductor de la limusina. Realmente, Armando Castillo debía poseer un maldito teléfono. Si lo hacía, todo esto sería un punto discutible. —No voy a llevar a un civil… —Noticias de última hora, Gabe. Todos somos civiles ahora. Civiles. Su boca se congeló en una réplica ingeniosa cuando la realidad lo golpeó con la misma fuerza que un puñetazo en el plexo solar. Mierda, eso dolía. Mucho más de lo que debería, y tuvo un momento de puro pánico cuando su diafragma se negó a ampliarse y permitir que el aire entrara en sus pulmones. Él era un civil ahora. Maldita sea.

P á g i n a | 51

—Entonces está decidido. —Audrey se volvió hacia Quinn—. Iré con él y actuaré como traductora. ¿Decidido? Lejos de eso. No podía llevarla a ninguna parte con él a menos que fuera la cama. Y definitivamente no a una operación, incluso una donde no esperaba ninguna resistencia. Ella sería una distracción de proporciones épicas, algo que podría lograr que los mataran a los dos en una situación equivocada. Incluso ahora, no podía concentrarse en su tarea y encontró que su mirada vagaba hacia su pequeño trasero respingón, tan cerca frente a él que no tendría que estirarse mucho para conseguir un apretón. Pero ¿cómo podía admitir eso frente a sus hombres? Entre Jean-Luc desobedeciendo sus órdenes y la mala actitud de Ian, los nativos ya estaban inquietos, y si admitía una debilidad —una mujer, por el amor del cielo—, mierda, habría una anarquía. Se forzó a volver a la tarea antes de que el pulso en su pene se convirtiera en una plena erección. Audrey no estaba capacitada, es cierto, pero hablaba el idioma y conocía mejor que ninguno de sus hombres las costumbres de la cultura hispana. Estaba en mejores condiciones de saber si el chofer de la limusina estaba evadiendo, ocultando algo o directamente mintiéndoles. Se volvió hacia ella. —¿Podrías disparar un arma de fuego y no dispararme a mí si la situación se reduce a eso? —Nací y crecí en el Sur, dulzura, pero no soy una belleza sureña. Le doy a lo que apunto —dijo en un tono tan recubierto de azúcar que estaba sorprendido de que sus dientes no se pudrieran. Luego esbozó una sonrisa tan brillante como la pecadora camiseta amarilla que llevaba—. Pero todavía queda en el aire si te apuntaré o no. Marcus soltó un silbido apreciativo y Jesse murmuró: —Maldiiición. Gabe se frotó la mandíbula. La última cosa que necesitaba era que esta cascarrabias del Sur se pusiera toda Annie Oakley32 con su culo, pero sacó la SIG Sauer P226 de la funda en la parte baja de su espalda y se la entregó. Cuando vio la forma en que puso a prueba su peso y comprobó la cámara con movimientos suaves

Phoebe Anne Oakley Moses: fue una tiradora que participó durante diecisiete años en el espectáculo de Buffalo Bill que recreaba escenas del viejo oeste. 32

P á g i n a | 52

y eficientes, algo de su temor desapareció. La mujer realmente sabía cómo manejar un arma de fuego. Gracias a Dios. —Muy bien, vienes conmigo. ¡Marcus! —gritó a través del cuarto—, ¿tienes contactos dentro del FBI que puedan mantener la boca cerrada? —No, jefe —dijo Marcus, y algo que se parecía mucho a culpabilidad oscureció sus características. Entonces movió sus hombros como si le hiciera caso omiso al peso—. Ya sabes, con la forma en que me fui… nadie me habla ahora. Figúrate. Gabe no sabía cuál era el meollo de la cuestión del retiro de Marcus Deangelo del FBI, salvo que se había ido con menos que una reputación intachable. —Entonces encuentra a alguien que lo haga y nos consiga un resit sin causar un gran revuelo. —¿Resit? —preguntó Audrey. —Reporte de situación —dijo Gabe a través de sus dientes. —Seguro, jefe —dijo Marcus con su sonrisa de siempre en su lugar y un descarado saludo de dos dedos. La paciencia es una virtud. La paciencia es una virtud. La. Paciencia. Es. Una. Maldita. Virtud. Gabe se repitió eso como un mantra. No funcionó. Podía ser una virtud, pero él nunca había sido tan virtuoso y todavía quería estrangular a Marcus. Puso una mano sobre la espalda de Audrey y la condujo hacia la puerta. —El resto de ustedes, prepárense y váyanse, pero manténganse en contacto unos con otros. Estaremos fuera de alcance por radio, pero tengo mi teléfono. Volveremos en un par de horas, como mucho. Con el tiempo disminuyendo cada vez, no podía perder más que eso. Jesse los arrastró fuera. —Gabe, ¿puedo hablar contigo un segundo? ¿Y ahora qué? Se detuvo y le hizo un gesto a Audrey para que se adelantara. —Que sea rápido. —Es sobre Quinn. —Jesse se quitó el sombrero y se pasó una mano por su largo, oscuro cabello marrón antes de volverse a colocar el Stetson y ajustarlo en los bordes—. No ha tenido el examen físico aún. Cada vez que me acerco a él por eso, se inventa una excusa. No me ha dado acceso a su historial médico, tampoco. —Sus ojos oscuros se dirigieron a la puerta principal cuando se abrió y el hombre en

P á g i n a | 53

cuestión salió al corredor—. Por supuesto, yo no lo conozco tan bien, pero parece un comportamiento extraño, así que pensé que debería mencionarlo. ¿Extraño? Y el gran premio para el eufemismo del año va para Jesse Warrick. No, eso estaba más allá de lo extraño. Eso era tan completamente diferente a Quinn en un principio, y la mente de Gabe no podía asimilar lo que Jesse le decía con el hombre que conocía. Se volvió hacia su mejor amigo, que estaba apoyado en la puerta con los brazos cruzados sobre el pecho. —¿Es cierto? La mandíbula de Quinn chasqueó por la fuerza de sus muelas al juntarse. —No me gusta que vayas por encima de mi cabeza, Warrick. Tienes algún problema conmigo, háblalo conmigo. —Lo intenté —le disparó de vuelta Jesse—. Me sacaste de encima tuyo. Varias veces. —He estado muy ocupado. En caso de que no lo hayas notado, tenemos un plazo muy limitado para encontrar a Bryson Van Amee. —Lo que he notado es que estás desafiando una orden directa de nuestro jefe. —Eso viene del hombre expulsado del Delta por golpear a un oficial de alto rango. ¿Desde cuándo estás tan empeñado en las reglas? —Muy bien, caballeros. Suficiente. —Gabe se interpuso entre ellos antes de que la acalorada discusión se escapara de las manos y por un breve instante, deseó a sus ex compañeros de equipo SEAL. Con ellos, nunca había habido enfrentamientos como éste durante una operación. Antes y después, seguro. Pero durante, simplemente no ocurría. Seguías las órdenes con precisión o alguien salía muerto. De hecho, Quinn solía seguirlo al pie de la letra, estrictamente. ¿Una lesión en el hombro y un cambio de papeles realmente habían hecho una gran diferencia en él? —Q, hombre, ¿por qué estás peleando por esto? No es nada. Deja que Jesse haga el maldito examen físico y dale acceso a tus registros médicos para que podamos pasar a cosas más importantes. —Hizo un gesto hacia el Jeep en el camino de entrada donde Audrey se sentaba mirando a través de la ventana—. Esa mujer está contando con nosotros para llevar a su hermano a casa y estás desperdiciando tiempo que no tenemos. —Exactamente —dijo Quinn—. Tiempo que no tenemos. He estado muy ocupado y no… Jesse gruñó.

P á g i n a | 54

—He paleado grandes montones de mierda en mis días, pero el tuyo es el más grande. Quinn dio un paso adelante. También Jesse. Muy bien, esto se estaba volviendo ridículo y Gabe estaba harto de escuchar a estos dos criticándose el uno al otro como niños de diez años. —Ya basta, o los dos tendrán un encuentro y saludo con el suelo. —Empujó a Jesse hacia atrás con una mano y pinchó el final del asunto con su bastón en el estómago de Quinn—. Tú. Adentro. Vas a ese maldito examen físico ahora. —Gabe… —Maldita sea, lo digo en serio. Querías que liderara este equipo, así que yo lidero. Y ahora mismo, estás siendo un imbécil de proporciones épicas. Si fueras cualquier otra persona, estarías terminado. No me hagas sacarte de esta operación, Q. Me odiaré, pero lo haré. Los dos hombres se miraron sobre el hombro de Gabe por un largo y acalorado momento. Quinn finalmente cedió. Se dio la vuelta y caminó totalmente rígido al interior. Un segundo más tarde, Jesse suspiró y lo siguió, pero Gabe lo agarró del brazo. —Llámame si tiene más problemas con él. —Claro que sí, jefe. En el auto, Audrey le dio una mirada de simpatía mientras él apoyaba la cabeza en el asiento y cerraba los ojos. Después de presenciar ese espectáculo, su fe en ellos como salvadores tenía que ser próxima a cero, y sin embargo, ella puso una mano en su brazo. —Esto es nuevo para ti, ¿no es así? —Cuando él abrió un párpado y le lanzó una mirada de reojo, añadió—: No el asunto de rescate de rehenes. Al verte trabajar, no tengo ninguna duda de que sabes lo que estás haciendo allí. Sin embargo, esta organización es nueva. Esa era una manera de describir a un equipo formado hacía unas seis horas y que nunca había entrenado junto. Nuevo. Él lo llamaba desbarajuste. Hombre, debería haber rechazado esta misión. Había estado tan ansioso por volver al campo. Demasiado ansioso, y su equipo sufría por ello. Con un suspiro, se acomodó y encendió el Jeep. —¿Es tan obvio? Ella asintió.

P á g i n a | 55

—Todos están probando los límites. No compitiendo por el poder exactamente, ya que todos ellos parecen comprender que tú estás a cargo, pero están tratando de averiguar hasta dónde pueden salirse con la suya y hasta dónde no pueden. Es una progresión natural para cualquier grupo recién formado. Sí, ¿pero y Quinn? A él siempre le había gustado saber dónde estaban los límites y nunca, nunca cruzaba ni un dedo del pie sobre ellos. ¿Qué demonios le pasaba? —Lo mismo pasó cuando Phil se unió a mis delfines —dijo Audrey, atrayendo su atención de vuelta a ella. Estaba sentada con el cinturón abrochado en el asiento del pasajero, mirando por la ventana a las calles de Bogotá que pasaban mientras él llevaba el jeep a través del tráfico hacia el borde de la ciudad. Se preguntó si ella estaba buscando a su hermano en los rostros de todos los que pasaban. Probablemente. —¿Tienes delfines? —preguntó, en parte por curiosidad genuina, pero sobre todo para apartar su mente de Bryson por un rato. Ella le dedicó una brillante sonrisa antes de volver su mirada hacia la ventana. —Supongo que no son realmente míos, pero pienso en ellos de esa manera. Pasan el rato por mi muelle y me visitan en el transcurso del día. Rata, Matahina, Hika y Phil. —¿Phil? —Él es el recién llegado. Simplemente se presentó un día. A Rata no le gustaba tener otro varón en su manada, pero son amigos ahora. Sin embargo, tomó un poco de tiempo y un buen número de peleas. —Le dio una palmadita en el brazo—. Tu manada tiene muchos más machos alfas que la de Rata. Lograrás que los problemas se resuelvan. Pero, ¿sería a tiempo para salvar a su hermano? Él sabía que eso era lo que estaba pensando ella, y le dio puntos por no decirlo en voz alta. —¿Por qué lo nombraste Phil? —preguntó después de un tramo de cómodo silencio—. ¿Por qué no algo más exótico? —Él no es un chico exótico. Es alegre, dulce y relajado. Phil era más apropiado. —Se encogió de hombros y el cordel de esa elegante camiseta de tirantes amarilla se deslizó de su hombro, mostrando una gran cantidad de piel dorada y pecas. Sin líneas de bronceado. Jesús. La imagen de ella tendida desnuda en un muelle con delfines bailando en el océano a su alrededor se instaló en su cerebro justo al lado de su libido. Trató de

P á g i n a | 56

sacudírselo recordando las indicaciones para llegar a la casa del conductor de la limusina que había aprendido de memoria. Cuarenta y cinco minutos en auto al sureste de una pequeña ciudad en la región amazónica, donde la selva se enredaba en torno a la base de las montañas. Y él todavía estaba imaginándosela desnuda. Iba a ser un largo viaje.

—Ya está. No ha sido tan malo, ¿verdad? —Jesse sacó su estetoscopio de su cuello, lo arrojó dentro de su maletín de médico y cerró los cierres—. ¿Quieres una paleta ahora? —Vete a la mierda. —Quinn agarró la camisa y metió un brazo en la manga, murmurando algo que sonó como—: Odio a los médicos. —Con improperios lanzados entre cada palabra por si acaso. Jesse sacudió su cabeza. Pareja de baile diferente, la misma vieja melodía. Casi había llegado a extrañarlo desde que había dejado el ejército. Se había ocupado de un montón de gente como Travis Quinn entonces, quemados y perpetuamente tan insoportables como un toro enjaulado a causa de eso, pero estaban dentro a largo plazo ya que no tenían nada más. Eran de la clase que sabía que no era invencible y simplemente no le importaba una mierda. Del tipo que no tenía exactamente deseo de morir, pero tampoco nada por qué vivir. Era un lugar solitario, triste para que un hombre estuviera, y en el que Jesse podría haber estado muy fácilmente si no fuera por su pequeño hijo. Ya había estado al borde de eso cuando nació Connor, lo cual fue la razón por la que Lacy se divorció de él y amenazó con llevarse a su hijo dos meses más tarde cuando le dieron una patada de la Fuerza Delta. Mierda, ni siquiera podía culparla por eso. Había sido una joyita en ese entonces. Enojado, deprimido. Esa amenaza fue la patada que su culo había necesitado para serenarse, y había hecho las cosas bien rápido. Su hijo lo era todo para él. Quinn necesitaba algo así, algo que le diera sentido a todo, pero nunca se había abierto a sí mismo lo suficiente como para eso. Y probablemente le patearía el culo a Jesse de ida y vuelta a Jackson Hole por darle esa opinión médica, particularmente por la forma en que odiaba a los médicos y todo eso. —Todavía no soy médico —dijo Jesse con buen humor en su lugar. Lo sería, sin embargo, y entonces su hijo no tendría que preocuparse acerca de si llegaría o no

P á g i n a | 57

a casa con vida de su próxima misión. AVISPÓN simplemente era un medio para un fin, una forma de mantener sus habilidades agudas y traer dinero extra para cubrir los gastos de la escuela de medicina. —Lo suficientemente cerca. Estamos… —Cuando Quinn se volvió para agarrar sus botas del suelo, algo sucedió, Jesse lo vio, como un interruptor de luz explotando un fusible dentro de su cabeza. Su rostro se blanqueó. Sus ojos, aunque abiertos, estaban vacíos como las llanuras de Wyoming en medio del invierno. —¡Mierda! —Jesse se disparó al lado de Quinn, el sombrero volando de su cabeza por la velocidad del movimiento, y le pasó un brazo alrededor de su cintura en caso de que él se desplomara. Y, así como así, él le espetó: —¿Qué...? Quítateme de encima de una maldita vez. —Nah, amigo, necesitas sentarte. —Y una maldita tomografía. Por desgracia, eso último no estaba disponible en medio de ninguna parte de Colombia. Era lo primero, así que Jesse llevó a Quinn a una silla cercana y volvió a abrir el maletín— . ¿Cuánto tiempo has estado desmayándote? —No lo hice. Jesse resopló, enrolló la banda de presión en el brazo de Quinn, y enganchó el oxímetro de pulso en su dedo. —Ya hice un punto sobre tu mierda antes, así que me abstendré de seguir pateando a caballo muerto por repetirme. ¿Cuánto tiempo? —No es nada —murmuró—. No he comido. Buscaré comida y estaré bien en un par de minutos. —¿Eres diabético? —Sin respuesta—. Recorcholis, bien podrías decirme. Lo averiguaré. Quinn no dijo nada, solamente miraba tercamente la pared de enfrente con la mandíbula apretada con tanta fuerza que su ojo derecho tembló. Su presión arterial y pulso eran un poco altos, su oxígeno bajo. Nada bueno, pero era de esperar después de un episodio como ese. Sea lo que fuera eso. Tan pronto como Jesse arrancó el tensiómetro de su brazo, Quinn estuvo fuera de la silla, dirigiéndose hacia la puerta. —Quinn. —Se detuvo, todavía sin decir nada, pero sus hombros se tensaron— . Necesito que me liberes tus registros. —Los tendrás. En este momento, tenemos trabajo que hacer.

P á g i n a | 58

Síp, pensó Jesse mientras guardaba sus suministros y recogía su Stetson del suelo. Pero la pregunta de los sesenta y cuatro mil dólares era, ¿cuándo? No tenía duda de que Quinn se tomaría un buen tiempo para liberarlos. Bueno, ya lo vería. Por las buenas o por las malas —probablemente por las malas, lo cual estaba bien para él—, le pondría las manos encima a esos expedientes médicos lo antes posible. Luego, dependiendo de si encontraba o no lo que sospechaba que iba a encontrar, tendría que llevar el asunto con Gabe.

P á g i n a | 59

Capítulo 6 B

ryson se dio la vuelta en la cama y algo le enganchó con fuerza las

muñecas. Se despertó de golpe, abriendo los ojos a la oscuridad de su habitación. No, no era su habitación. Suficiente luz ambiental iluminaba desde alguna parte los muros de bloques y una escalera de metal que descendía en el centro de la habitación desde el piso de arriba. —¿Qué...? —Parpadeó, miró sus muñecas atrapadas y al principio no entendía las pulseras de acero. A excepción de su anillo de bodas, él no era del tipo que usaba joyas. ¿Por qué llevaría…? Esposas. Bryson gritó, doblándose en el colchón. Oh Dios, Oh Dios, Oh Dios, esto no estaba sucediendo. Soñando, tenía que estar soñando. Una horrible pesadilla de la que pronto despertaría y… Su estómago se rebeló y rodó del camastro solamente para descubrir que sus pies y cintura estaban encadenados a la pared de hormigón. El vomito subió hasta su garganta, manchando el frente del traje de mil dólares que todavía llevaba. A lo lejos, oyó una puerta abrirse y pasos sonaron en las escaleras. Voces. —¿Qué coño le pasa al gringo? —preguntó alguien en español, con la chirriante voz inmadura de un adolescente que no ha pasado la pubertad. —Es el éter —respondió una voz más grave. Recordaba esa voz. Jacinto—. Lo enfermó. ¿Éter? Oh Dios, la limusina. Lo recordaba ahora, con tanto detalle vívido, la memoria embotada. El mareo, el pánico, la somnolencia. Jacinto con una máscara de ojos saltones y diciéndole que lo dejara ir, que nadie le haría daño, que él valía mucho dinero. Había sido drogado. Secuestrado. Bryson vomitó hasta que no quedó nada en su estómago. Vómito seco con lágrimas corriendo por su rostro y sus costillas gritaban de dolor por los inútiles espasmos violentos. Luego se derrumbó, deseando volver a caer en el cómodo olvido de la inconsciencia.

P á g i n a | 60

—Señor Van Amee —dijo Jacinto. Bryson sintió una bota empujarlo por su costado. Algo presionado en su oído. —Hable. Lo intentó. No podía hacer otra cosa que gemir. —Levántalo. Un par de manos lo arrastraron a una posición vertical y su cabeza dio vueltas, dando inicio a una nueva ronda de arcadas. Una vez más, Jacinto puso algo en su oído y le ordenó: —¡Hable! —¿Bryson? —La voz ahogada por las lágrimas de Chloe fue como un bálsamo, calmando lo peor de su dolor—. Bryson, bebé, ¿estás ahí? ¿Estás bien? Habla conmigo, bebé. Por favor. Abrió la boca y encontró que su lengua era como papel de lija mientras trataba de humedecerse los labios. —Chloe. —Oh, Dios. —Ella rompió a llorar—. Vamos a traerte a casa, bebé. Vamos a pagarles lo que quieran, ¿de acuerdo? Pagarles lo que quieran. Era lo más lógico, pero Dios, eso le molestó. Estos cretinos se lo habían llevado desde el frente de su propio edificio, asustando a su esposa, hijos y probablemente a su hermana, ¿y ahora le exigían dinero a su familia? Y después de que consiguieran su dinero, simplemente lo matarían —él no era un hombre estúpido y sabía que nunca lo dejarían ir. Había visto sus caras, podría identificarlos. Y después que tiraran su cuerpo en alguna parte, lo harían de nuevo con otra persona. No. No, no lo harían. Eso terminaba aquí. —No les pagues... a ellos... un centavo. —¿Brys? —Lo digo en serio. Ni un solo… Jacinto maldijo en español, arrancó el teléfono de su oreja y le abofeteó con tanta fuerza que su visión estalló en blanco y se quedó así durante cinco largos segundos. El dolor explotó a través de su rostro, sangre brotando de su nariz y labios, el sabor cobrizo llenando su boca seca.

P á g i n a | 61

—¡Chloe, escúchame! —No sabía si ella estaba todavía al teléfono o si Jacinto le había colgado—. No dejes que se salgan con la suya. No les pagues, cualquier amenaza que hagan, lo que sea… —¡Cállate33! —Una bota aterrizó duro en su costado y algo crujió. De repente, no podía tomar una completa inhalación sin que el dolor fragmentara todos sus pensamientos y se desplomó sobre el suelo de cemento con fuerza suficiente para sacudir sus huesos. Jacinto lo agarró por la corbata y tiró de él en posición vertical. Su aliento, que apestaba a cigarrillos, café y algo picante, invadió su nariz mientras una cara ancha y oscura se presionaba tan cerca que un miedo irracional de que Jacinto fuera a besarlo revoloteó por su cerebro. —Yo hablo inglés, imbécil —dijo Jacinto en inglés con un fuerte acento y tiró de la corbata, cortándole el oxígeno—. Prueba algo así de nuevo y te mataré. No necesito mantenerte con vida ahora que tienen una prueba de vida. Recuerda eso.

LOS ÁNGELES, CALIFORNIA

Con respecto a la segunda comunicación, eso no era lo peor. No era la mejor, tampoco, y un duro nudo de temor se instaló en el estómago del negociador del FBI Danny Giancarelli. Dejó el teléfono y cruzó una mirada de complicidad con su pareja, luego ambos se volvieron hacia el agente especial a cargo Frank Perry. —¿Qué… qué fue eso? —La voz de Chloe Van Amee era alta, al borde de un chillido. Miraba de uno al otro, sus ojos frenéticos, su tez blanca a pesar de su bronceado—. Vamos a pagarles, ¿no? Sí, por supuesto que vamos a pagarles. Brys no sabe lo que está diciendo. Tenemos que pagarles. Nosotros... —Señora Van Amee —dijo Danny desde que a Frank Perry no parecía importarle dar un paso adelante y hacer su trabajo para calmar a la mujer—. Esto no es inusual. Su marido se asustó, sintiéndose fuera de control, y trató de recuperar el control todo lo que podía. —Oh, Dios. —Ella se dobló en su silla y se cubrió la cara con las manos.

33

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 62

De pie sobre la forma estremeciéndose de Chloe, Rick O'Keane arqueó una ceja. Danny le dio a su compañero un gesto casi imperceptible. Podía ser que fuera cierto. Bryson sin duda estaba asustado, pero por lo general los rehenes estaban dispuestos a bajarse de la mula con cualquier cosa por su liberación. No era frecuente escuchar a un rehén decirles que no pagaran. Dios, deseaba que Marcus Deangelo estuviera aquí. Su ex compañero sabía cómo manejar a los familiares mejor que cualquier otro agente en la oficina. —Obviamente estamos tratando con profesionales —dijo Frank Perry, y Danny se volvió en su asiento para mirarlo—. No se preocupe, señora Van Amee. Ellos no quieren la vida de su marido. Lo único que quieren es el dinero. Infiernos. Él no podría saber eso después de dos endemoniadas conversaciones telefónicas muy cortas con los LS. "Los Secuestradores". No sabían otra cosa más que Bryson todavía estaba vivo, que su rescate era de aproximadamente sesenta millones y algo más, y que los LSs querían llevar a cabo el intercambio tan pronto como fuera posible. O'Keane parecía estupefacto, y no mucho sorprendía al irlandés. Se aclaró la garganta y volvió la cabeza hacia la esquina de la habitación con un gesto de necesitamos-hablar. —Perry. —Danny se levantó e hizo un gesto hacia la esquina también—. Vamos a hablar. Perry los ignoró a ambos. —Señora Van Amee… Chloe. ¿Está bien si la llamo Chloe? —Cuando dio un flojo asentimiento, él se sentó en la silla frente a ella que Danny había dejado vacante—. ¿Tiene usted acceso a los fondos para el pago de un rescate? Otro gesto de asentimiento. —Mi sugerencia es que comience a hacer llamadas, lo que necesite para conseguir que el dinero del rescate esté listo. La mejor oportunidad de su marido, nuestra mejor oportunidad, es pagar lo que piden. —Ahora creo que estamos adelantándonos —dijo el trajeado de la compañía de seguros. Siempre protegiendo la línea de fondos. Danny no podía recordar su nombre y, francamente, no le importaba saberlo, pero en este caso tenía que estar de acuerdo con el hombre. Tenían los recursos para enviar a alguien a Colombia y conseguir sacar a Bryson. Un equipo de SEALs estacionados en Coronado y entrenados con la oficina de Danny, así como con varias otras unidades de Fuerzas Especiales, podrían entrar en busca de Bryson.

P á g i n a | 63

El problema era el dinero. Y la política. Siempre se reducía a esas dos joyas. Incluso tan ricos como eran los Van Amees, un operativo de rescate costaba muchos de los verdes, y Bryson no era lo suficientemente importante como para perder ese tipo de tiempo o de recursos humanos. Era más fácil pagar el rescate. No lo suficientemente importante. Danny pensó en los dos niños de Van Amee, Grayson y Ashton, que le recordaban mucho a sus hijos gemelos. Tan jóvenes y asustados, con una madre a la que parecían no importarle un bledo. Bueno, él sabía que tenía que ser un poco más tolerante con Chloe sobre la forma desdeñosa de tratarlos. Su estrés iba mucho más allá del que la mayoría de la gente normal experimenta en su vida, y ella estaba resquebrajándose, pues todo el mundo lo maneja de manera diferente. Por lo que sabía, ella era la Madre del Año en circunstancias normales. No lo suficientemente importante. Maldita sea, pero Bryson Van Amee era importante. Esos dos niños merecían crecer con un padre. ¿Quién era él para quitarle eso por no hacer todo lo posible para traer a Bryson a casa? Pero ese era el problema. No estaba en su poder realizar la llamada. Sino en el de Perry el Imbécil. Frustrado, sintiendo la restricción de los trámites burocráticos, Danny apretó los dientes pero mantuvo la boca cerrada.

P á g i n a | 64

Capítulo 7 COLOMBIA

G

abe salió de la casa vieja pero bien cuidada de Armando Castillo y se puso

sus gafas de sol para protegerse del resplandor del sol de la mañana. Pollos cloqueaban y se pavoneaban alrededor de la casa y un cobertizo desgastado que asumió que era un granero. Una mula desaliñada pastaba detrás de una cerca que había visto días mejores y que no contendría a un animal más ambicioso. Flacos perros callejeros olfateaban las calles de tierra por sobras en un pueblo casi tragado por la selva. En el aire ya sofocado, prometiendo un día tan húmedo como el pudín, la camisa de Gabe se aferraba a su columna vertebral. En comparación con la frescura persistente en Bogotá, era como si hubieran entrado en un país diferente. Miró su teléfono celular para llamar a Harvard y no encontró ninguna señal. No era una sorpresa, pero el estar fuera de contacto con su equipo en medio de un país de guerrillas con una mujer civil sin entrenamiento a remolque lo ponía nervioso. Desde que había salido de la ciudad, el vello en la parte de atrás de su cuello se erizaba con un casi sobrenatural sexto sentido, si es que creías en ese tipo de cosas, que por lo general le advertía que alguien lo observaba. La risa estalló en la casa detrás de él y Gabe sacudió la cabeza en completo asombro. Cómo Audrey había pasado de someter a Armando Castillo a un interrogatorio a convertirse en la nueva mejor amiga del conductor de limusinas estaba más allá de su entendimiento. Lo había visto suceder y todavía no podía entender cómo había pasado. En un momento, el dolor y la culpa devastaban las vívidas características de Armando mientras explicaba que alguien había llamado y cambiado la hora de recogida de Bryson la mañana del secuestro. Luego, Audrey había estado sonriendo y bromeando como si se conocieran desde siempre. Tal vez si Gabe supiera español, entendería cómo logró eso. Por otra parte, tal vez sólo poseía un cierto magnetismo... o algo así. Dios sabía que ella lo atraía como la condenada proverbial polilla a la llama. Lo cual le molestaba en una gran medida. Nunca antes una mujer lo había fascinado como para distraerlo de esta manera. Le gustaba mantener su vida amorosa —si es que podía llamarla así; el sexo había estado completamente fuera de

P á g i n a | 65

su radar desde el accidente de auto el año pasado— tan ordenada y precisa como todo lo demás. Pero ella tenía el potencial de destruir su vida meticulosa como una bola de demolición atravesando concreto. Así que no debería siquiera considerar a Audrey Van Amee de esa manera. Idiota. Alarma le erizó la parte posterior del cuello otra vez y se enderezó, explorando la zona. No podía ver nada fuera de lo normal, pero eso no significaba mucho. Sobresalía en la detección de seguimientos, pero no era tan tonto como para pensar que nadie en el mundo era mejor en seguirlo de lo que él lo era en detectarlos. Miró su reloj y se pasó la mano por la mandíbula, la cual estaba con urgente necesidad de una cita con una navaja de afeitar. ¿Qué demonios estaba haciendo esa mujer ahí, de todos modos? Ya casi habían sobrepasado su bienvenida y necesitaban irse. Diez minutos más tarde, justo cuando estaba a punto de ir a arrastrarla fuera de la casa como el equipaje de un bombero si era necesario, Audrey salió llevando una cesta. Armando y su pequeña esposa, quien tenía una voz que rivalizaba con una corneta de niebla, se arrastraban detrás. Gabe se alejó del auto, solamente para tener que esperar otros cinco minutos mientras charlaban. Vamos, mujer. Captó la mirada de Audrey y señaló con la barbilla hacia el Jeep. Ella arrugó la nariz, y, maldita sea, no debería haber encontrado esa expresión tan adorable como lo hizo; entonces deliberadamente le dio la espalda. Él tuvo la sensación de que ella se habría ido de lengua suelta si no estuvieran en compañía mixta. Frustrado, abrió de golpe la puerta del Jeep con la fuerza suficiente para sacudir el vehículo. Estaba tamborileando los dedos en el volante cuando ella por fin decidió bendecirlo con su presencia, y arrancó el Jeep casi antes de que tuviera la puerta cerrada. —Oh, por el amor de Dios. —Ella se agarró al tablero con una mano al tiempo que protegía su canasta con la otra—. ¿Muy impaciente? —Por si lo has olvidado, estamos trabajando contra reloj. —Le lanzó una mirada con los ojos entrecerrados—. No tenemos tiempo para sentarnos y parlotear con los amables habitantes locales, sobre todo cuando hay un montón de gente hostil en los alrededores. —No lo he olvidado. —Audrey se enderezó y se aseguró en el asiento—. Y no estaba perdiendo el tiempo. —Metió la mano en la canasta y sacó una hoja de papel impresa que sacudió delante de su nariz.

P á g i n a | 66

—Mierda. ¿Realmente le lograste sacar algo? —Él se la quitó. Español. Por supuesto. Realmente necesitaba aprender ese idioma—. ¿Qué dice? —Sí, lo hice. —Ella frunció el ceño y le arrebató el papel de vuelta—. Pero tuvimos suerte de que Armando incluso nos dejara entrar, sin mencionar contarnos algo. Es muy grosero venir sin traer un regalo, ¿sabes? —¿Qué dice? —repitió Gabe entre dientes. Audrey suspiró. —Es el itinerario que Bryson presentó ante la compañía de transporte, así ellos sabrían cuándo necesitaba sus servicios. Y... —Una vez más, metió la mano en la cesta y sacó una pieza de papel de cuaderno más pequeña escrita a mano—. A pesar de que no tenían un nombre para el hombre que llamó y cambió la hora para recoger a Bryson, tienen el número de teléfono que se utilizó. Está bien, eso fue un poco impresionante. Cuando salió de la casa para tratar de ponerse en contacto con su equipo, se había figurado que buscar información de ese tipo era inútil. —Se lo daremos a Harvard para que lo rastree tan pronto como volvamos a estar en contacto. —¿No has contactado con ellos? —No hay señal. —Todos ustedes realmente deberían tener teléfonos satelitales —dijo ella, como si fuera algo de sentido común. —¿Por qué no pensamos en eso? —Él infundió las palabras con tanta falsa incredulidad como fue capaz—. Enseguida me pondré con eso, tan pronto como salgamos de un país guerrillero, rescatemos a tu hermano y contengamos a este equipo desordenado mío de matarse unos a otros. Lo primero de mi lista. Promesa. —Eres un trasero con mal humor. Gabe farfulló. Lo habían llamado de muchas maneras en su vida, en su mayoría nombres incorporando variaciones creativas de la palabra de cinco letras en muchos idiomas diferentes. Pero esto se llevaba el pastel. —¿Un qué? Ella mostró esa sonrisa, la que iluminaba sus ojos y arrugaba su nariz, y su irritación se desvaneció al instante. Probablemente debería haberle molestado, pero no fue así.

P á g i n a | 67

—Es algo que mi hermano… —Tan rápido como apareció, su sonrisa se desvaneció y se dio la vuelta para mirar por la ventana. Gabe dejó que cinco segundos completos de silencio pasaran antes de no poder soportar la tristeza que sentía pesando sobre ella. —Algo que tu hermano… ¿qué? —Solamente es algo que solía decir cuando yo tenía el estado de ánimo como el de un niño —dijo Audrey, sin dejar de mirar por la ventana—. Siempre pensaba que era tan ridículo que me olvidaba de por qué estaba molesta. —Finalmente lo miró de nuevo y un toque de su sonrisa anterior se esbozó sobre sus labios—. ¿Funcionó para ti? —Sí. Y, guao, nunca te califiqué del tipo manipulador. Ahora su sonrisa volvió con toda su fuerza, y por un momento, Gabe se encontró tan deslumbrado que casi se olvidó de ver el sinuoso camino delante de ellos. —Soy una mujer, duh —dijo ella—. Y una mujer Sureña, para colmo. La manipulación es lo que mejor hacemos. Gabe forzó su atención de vuelta a la carretera. —¿Qué más hay ahí? —Él apuntó con su barbilla hacia la canasta en su regazo. —Comida para los chicos de parte de la esposa de Armando. Ante la mención de la comida, su estómago gruñó fuertemente, recordándole que no había comido desde su fiesta de jubilación, y que eso habían sido solamente un par de entremeses. —¿Qué tipo de comida? —Empanadas34, buñuelos35, algo de fruta, café. Él le tendió una mano, moviendo los dedos. —Entrega una de esas empanadas.

Empanadas: son una masa que se hace con maíz molido o con harina de trigo o maíz, de pequeño tamaño, tienen forma de medialuna y que se fríen en aceite. Se consumen tanto en el desayuno como la cena y también se venden como comida rápida. Tienen un carácter relativamente homogéneo que les permitió volverse sinónimo de la gastronomía colombiana y los demás países de habla hispana. 35 Buñuelos: en Colombia existen distintas variedades, se comen al desayuno, como comida rápida, y hacen parte de un tradicional plato navideño junto a la natilla y el chocolate caliente. 34

P á g i n a | 68

—Tenemos que enseñarte modales. —Ella rodó los ojos, pero golpeó uno de los paquetes envueltos en su palma—. Tienes suerte de que incluyeran suficientes para ti. Pensaron que eras muy rudo. Lo cual eres. —Estoy herido —murmuró con un sabroso bocado de carne de vaca y masa frita—. Llorando por dentro. ¿Tienes café? Ella suspiró, pero sacó un termo y sirvió un poco de café en la tapa sin derramar una gota, mientras se sacudían por un camino que no había visto la construcción por una buena década o más. El aroma caliente y oscuro que solamente viene del verdadero café colombiano llenó el vehículo. Esperó a que él inhalara la empanada antes de entregarle la tapa, pero golpearon otro bache y su cabeza golpeó el techo. El café se derramó por todas partes. Él maldijo cuando el auto que se había pegado a su culo durante el último kilometro tocó su bocina. —Deberías abrocharte el cinturón. Si los colombianos son como los conductores costarricenses, puede ser vicioso. —Con calma, ella sirvió otra taza. Entonces, a pesar de su conferencia, desabrochó el suyo y se volvió en su asiento para mantener el café en sus labios—. Cuidado, está caliente. Algo retorció su estómago, un fuerte nudo de emoción al que no se atrevió a ponerle un nombre, por no hablar de analizar. —Uh, gracias, ahora lo tengo. —Y tomó la taza, sus dedos se rozaron en un inocente toque fugaz. Eso se apretó en sus entrañas deslizándose por debajo del cinturón. Ella tenía las manos suaves, pequeñas y elegantes, salpicadas con unas pizcas de pintura, y una imagen de esos dedos bonitos trazando su cuerpo, su palma cerrándose en torno a su pene, acariciándolo fuerte y rápido como le gustaba, se arraigó en lo profundo de su cerebro. El Jeep golpeó otro bache y envió una pizca de dolor a través de su ingle. Hizo una mueca y ella se apartó, retrocediendo a su lado del auto. Sus ojos parecían un poco aturdidos, su labio inferior hinchándose bajo la constante inquietud de sus dientes. El silencio se extendió entre ellos, volviéndose más incómodo con cada segundo que pasaba. Por fin, ella lo miró. —Tú también lo sientes, ¿verdad? Desde ese primer momento, ha habido algo entre nosotros. Química. Debería haber sabido que ella no huiría de eso. Audrey Van Amee podía ser peculiar, impulsiva y tan caprichosa como su informe declaraba, a pesar de que estaba empezando a dudar de este último, pero nadie podía acusarla de no tener fuerza de voluntad. Y le avergonzaba considerar, aunque fuera por un segundo,

P á g i n a | 69

negar la… química, o lo que sea. Mentir probablemente era lo correcto, lo profesional, que hacer. Pero infiernos, si ella no podía ver todavía la palpitante erección contra la bragueta de sus pantalones de camuflaje, debería visitar a un médico por ese problema de visión, porque la maldita cosa era tan notable como el Monumento a Washington. —Sí —admitió—. Lo siento. Obviamente. Su mirada cayó a su regazo y se quedó merodeando el tiempo suficiente como para que tuviera que removerse en su asiento para aliviar un poco de la presión cada vez mayor entre sus piernas. Ella se humedeció los labios y quiso gemir. —¿Tienes que hacer eso? Grandes ojos marrón caramelo fueron bruscamente a los suyos. —¿Hacer qué? —Esa cosa con la lengua. No está ayudando a mi situación aquí. Ella le envió una sonrisa maliciosa. —¿Por qué? ¿Te distrae? —Sabes condenadamente bien lo que hace. —Hmm. —Lentamente, muy lentamente, trazó su labio inferior con la lengua—. Bien. —No. No está bien. No si quieres ver a tu hermano de nuevo. Su sonrisa se desvaneció y el dolor brilló en sus ojos antes de que se alejara de él. Golpe directo. Maldita sea, era un idiota, pero se negaba a retirarlo. Ella estuvo en silencio durante varios kilómetros, y Gabe tuvo la sensación de que se había retirado a un lugar dentro de sí misma. Tal vez había sido demasiado brusco frenándola. No siempre era el hombre con más tacto, pero tenía que hacer claras sus intenciones desde el principio para que no hubiera señales cruzadas e hiriera sus sentimientos más adelante. Sí, ella era sexy. En otras circunstancias, tal vez incluso habría actuado por su atracción. Pero no aquí. No ahora. Probablemente nunca, si quería seguir siendo profesional, y lo hacía. Si se supiera que él había tenido una aventura con un miembro de la familia durante una operación, el equipo estaría arruinado antes de que tuvieran la oportunidad de hacerse un nombre. Por el rabillo del ojo, vio el destello de humedad en su mejilla y le echó un vistazo. Las lágrimas brotaban de sus ojos en riachuelos estables. Bien, ahora realmente se sentía como un asno. —Audrey, lo siento. Eso fue…

P á g i n a | 70

—No. —Sollozó y se secó los ojos con el dorso de sus manos—. Fui demasiado lejos. Simplemente… supongo que necesitaba la distracción, incluso si tú no. — Enderezó los hombros y se volvió en el asiento para mirarlo—. No vamos a llegar a Bryson a tiempo, ¿verdad? —Lo encontraremos. —No lo endulces. —No sé cómo. —Él apartó sus ojos de la carretera lo suficiente para mirarla a los ojos—. Mi equipo lo rescatará, Audrey. No hay otra alternativa. Una sonrisa aleteó en sus labios. —Gracias. —De nada. Silencio de nuevo, pero esta vez ella no se apartó. Sus ojos se quedaron en él, estudiándolo, y empezó a sentirse como una pintura abstracta que ella no podía entender. Más adelante, el tráfico se había detenido en un camino angosto. Se detuvo detrás del último auto en la cola, abrió la puerta y se paro en el estribo. Algún tipo de accidente, tal vez, pero con la forma en que la carretera se curvaba hacia la izquierda, era muy difícil de decir. Consideró caminar y echar un vistazo, pero la idea de dejar a Audrey sola en el auto envió un escalofrío a través de él. Y no uno de los que tenía cuando la tocaba. ¿Y si era un puesto de control de la guerrilla? Mierda. Pasó por una lista mental de sus opciones. No podían dar la vuelta. Otro auto, el del conductor con la corneta feliz, ya había rodado hasta parar detrás de ellos, bloqueando esa vía de escape. No podía correr, pero Audrey sí. Tal vez podría distraerlos el tiempo suficiente como para que ella desapareciera en la… Audrey sola en la selva. Fría. Mojada. Vulnerable a todo tipo de depredadores. No. Su mente rechazó al instante y violentamente la imagen. Probablemente estaba adelantándose, de todos modos. Por ahora, lo mejor era esperar en alerta máxima. Podría no ser nada tan serio, y no necesitaba llamar la atención indebida hacia ellos de cualquier manera. Se volvió a sentar, cerró la puerta, agarró su SIG, la revisó y se dio cuenta de que su mirada seguía en él. Ni siquiera había escatimado un vistazo en el tráfico.

P á g i n a | 71

—¿Qué? —espetó, sus legendarios nervios de acero luchando. Se sentía más expuesto aquí, con sus ojos fijos en él y en los estrechos confines del Jeep, de lo que se había sentido nunca en un salto HALO36 al territorio enemigo más brutal. Ella volvió la cabeza hacia un lado, cabello dorado-miel cayendo en cascada sobre un hombro delgado. La luz del sol se reflejó en su oreja. No se había dado cuenta de que llevaba pendientes antes, pequeños rayos de sol de color turquesa que eran extravagantes y encantadores, y se le adecuaban a la perfección. —En realidad, no eres mi tipo, Gabe. —Igualmente, cariño —dijo, manteniendo un ojo en el tráfico detenido. ¿Por qué eran los estúpidos pendientes turquesa tan enloquecedoramente sexys, de todos modos? —No puedo entender por qué estoy tan atraída. —Finas líneas se grabaron en su ceño cuando estrechó los ojos hacia él—. Está bien, eres una cosa sexy, pero también eres descortés, dominante, brusco, sarcástico… —Alto ahí. Mi ego no puede soportar muchos más halagos. Ella sonrió ante su seco humor. —¿Ves? Y aún así, me gustas. —Parecía sorprendida—. Una vez que esto se acabe y mi hermano esté a salvo, tal vez camine por el lado salvaje y vaya contra la clase, solamente por esta vez. A ver si me estoy perdiendo algo. Tendré que pensar en eso. Su pene se sacudió, ofreciéndose para su paseo experimental por el lado salvaje, y apretó los dientes contra la caliente y cruda oleada de lujuria. No puedes, compañero. —Piensa en eso todo lo que quieras, Audrey, pero nada va a suceder. —¿Por qué no? Lo deseas. Si decido que yo también lo quiero, no debería ser un problema. Ambos somos adultos conscientes. —Es poco profesional. Ella hizo un sonido muy poco femenino. —Estoy comenzando a pensar que no soy yo la que necesita un paseo por el lado salvaje. ¿Alguna vez simplemente… no sé… te desataste? —Cuando él solamente le lanzó una mirada de fastidio, agregó—: Ya sabes. Formar un escándalo, soltarte el pelo, divertirte un poco, echar una cana al aire… Oh, vamos, Gabe, dame HALO: junto con HAHO, son dos términos usados por las fuerzas armadas de varios países para describir un método de transportar personal, equipo y suministros desde un transporte aéreo a gran altitud mediante un salto en caída libre en paracaídas. 36

P á g i n a | 72

algo. Me estoy quedando sin eufemismos aquí. Apuesto a que eras un niño salvaje en tus día. —Sí, porque he tenido mucho tiempo para correr salvaje. —Se rió, pero no era un sonido agradable, incluso a sus propios oídos—. Olvida que estoy un poco ocupado tratando de salvar a tu hermano. No importa que me pasé el último año tratando de salvar mi pie, luego mi trabajo. Y todos los años antes de eso, estaba demasiado ocupado tratando de ser el mejor maldito SEAL que pudiera ser. Así que no, nunca me desaté. —¿Qué tal cuando eras un niño? Lo preguntó tan casualmente que él no pensó dos veces antes de contestar. —Lo mismo. Fui a una academia militar. Audrey le dirigió una mirada tan llena de… Jesucristo, ¿eso era compasión? Apretó las muelas y metió la mano en la guantera por un recargo de munición extra, luego lo metió en el bolsillo lateral de sus pantalones. No tenía ninguna razón para tenerle lástima. Había tenido una buena vida y le gustaba de la forma en que era. O al menos lo hacía. Todavía no estaba seguro de lo que sentía por el nuevo curso que habían tomado las últimas doce horas, pero eso no calificaba para su compasión. Más adelante, un grito de alarma le llamó la atención y lo que vio hizo que su corazón cayera hasta sus entrañas. Ocho guerrilleros con fusiles AK-47 iban de un vehículo a otro, tirando a la gente, alineándolos junto a la carretera con las manos en la cabeza, mientras que otros dos revolvían cada vehículo vacío. Una redada. Genial. Simplemente genial. Debería haber sabido que esto iba a suceder. Maldita ley de Murphy37. —¿Qué está pasando? Hizo caso omiso de la pregunta de Audrey y se inclinó para desabrocharse la bota izquierda con una mano mientras sacaba su teléfono con la otra. —¿Qué estás haciendo? —preguntó. —Puede ser que quieras apoderarte de tu arma ahora.

La ley de Murphy: es una forma cómica y mayoritariamente ficticia de explicar los infortunios en todo tipo de ámbitos que, a grandes rasgos, se basa en el adagio siguiente: «Si algo puede salir mal, saldrá mal.» Esta frase, que denota una actitud "pesimista", resignada y burlona a la vez ante el devenir de acontecimientos futuros, sería aplicable a todo tipo de situaciones, desde las más banales de la vida cotidiana hasta otras más trascendentes. 37

P á g i n a | 73

Ella parpadeó y, si no se equivocaba, algo de color abandonó su rostro. —¿Q… qué? —El arma que te di en la base. Puede que la necesites. —¿Te refieres a… disparar? No. —Ella negó con la cabeza—. No voy a dispararle a nadie. No le disparo a la gente. Gabe levantó la atención de su bota para mirarla. —¿No le disparas a la gente? Entonces, ¿qué fue toda esa mierda de no ser una belleza sureña y dispararle a lo que le apuntabas? —¡Apuntaba a blancos de papel! Disparar como un hobby. Un deporte. Algo que hacía para divertirme con mi papá. —Agitó una mano temblorosa hacia los guerrilleros—. No soy como ellos. No mato. —Si no los matas primero, seguro que te van a masacrar sin pensarlo dos veces. —Yo no mato —repitió—. Tal vez podamos hablar con ellos. —Y después todos podremos sostener nuestras manos y cantar Apóyate en Mí. Cristo, ¿en qué mundo vives? —Uno en el que la violencia engendra violencia. —Sí, eso es exactamente correcto. —Él señaló con el pulgar a los soldados de la guerrilla metódicamente abriéndose paso por la fila de autos—. Pero cuando la violencia es el único idioma que tus enemigos conocen, tienes que aprender a hablarla, también. Con la mandíbula fija en un ángulo terco, Audrey vehementemente negó con la cabeza. —No voy a matar a nadie. Figúrate, había terminado en medio de una incursión con una hippy que olía flores y era amante de la paz. —Entonces haz algo útil y vigila —dijo entre sus dientes apretados y se aseguró de que su teléfono estuviera en modo silencioso antes de deslizarlo en su bota. Gracias a los dioses tecnológicos por los pequeños teléfonos. Con la bota atada, era casi invisible, y si la guerrilla lo tanteaba hacia abajo, pasaría desapercibido. Si le hacían desnudarse, entonces puede que tuviera algunos problemas. Uno de los autos más adelante llevaba una familia y los guerrilleros no fueron más amables con los dos niños pequeños de lo que lo eran con los adultos. La madre de los niños gritó cuando un guerrillero empujó al chico mayor con tanta fuerza que se golpeó la cabeza en un tocón de árbol y se quedó inerte.

P á g i n a | 74

—Oh Dios mío —susurró Audrey. Su mano cubrió su boca en estado de shock, incluso mientras se estiraba hacia la puerta—. Tenemos que… —Quédate aquí. —Él la tomó del brazo—. Va a ser bastante malo para nosotros una vez que se den cuenta de que somos americanos. Y cuando vieran que estaba armado. Pero no podría ocultar su arma de fuego en su bota. La SIG era una sentencia de muerte verdadera para él, y casi inútil contra todas esas AKs. No era inusual que él fuera superado en número y armamento siendo un SEAL, eso era simplemente otro día en la vida, para lo que estaba entrenado. En teoría, debería ser capaz de tomar a tres o cuatro antes de que lo agarraran, pero esa no era una teoría en particular que quisiera poner a prueba cuando la vida de Audrey estaba en riesgo también. ¿Qué le pasaría a ella después de que lo mataran? Se estremeció al pensarlo. Ella luchó contra su agarre. —Pero el chico… —Sus padres lo tienen. No llames la atención innecesariamente hacia nosotros, Audrey. Nos notaran muy pronto.

P á g i n a | 75

Capítulo 8 A

l momento en que la advertencia abandonó los labios de Gabe, ruedas

chirriaron cuando el auto detrás de ellos se disparó en reversa, levantando grava que golpeó el Jeep como granizo. Gritando, los guerrilleros abandonaron a sus cautivos para correr tras el auto en fuga, esas armas de aspecto malvadas aseguradas a sus hombros, disparando sin un objetivo o sentido alguno. Las balas acribillaron el parabrisas y Gabe agarró a Audrey por la parte posterior del cuello, empujándola hacia abajo. El aire salió de sus pulmones cuando el peso de su cuerpo la cubrió y la palanca de cambios se le clavó en las costillas. Cada segundo se sentía como una eternidad, cada latido de su corazón el último. Ella cerró los ojos y rezó como la buena chica católica que su mamá había criado. Alguien estaba haciendo un sonido de hipo, y por un momento largo y confuso, no pudo detectar quién. Los brazos de Gabe la rodearon, cruzándose sobre su pecho de manera que sus manos cubrieron las de ella, donde las sostuvo contra sus senos. Ella sintió su corazón contra su espalda, escuchó su suave y uniforme respiración en su oído. Calmada. Tranquila. Y tan perturbadoramente sereno, que era casi un robot. Simplemente otro paseo por la selva para el hombre que no sabía cómo desatarse. Histérica risa burbujeó, pero la atrapó en el creciente nudo de miedo en su garganta. Dándose cuenta de que ella era la que hacía esos sonidos de hipo, cerró la boca y apretó los dientes para impedir que escaparan más ruidos. Gabe le dio un apretón tranquilizador. No debería haber ayudado. Ella no debería haberse sentido más segura con él envolviéndola, porque no era más a prueba de balas de lo que era ella. Pero, oh Dios, le ayudó. Minutos, horas, días más tarde, los disparos disminuyeron. Luego se detuvieron por completo. —Quédate tranquila. —Gabe la apretó de nuevo, suavemente esta vez, y lo sintió moverse, con el rostro elevándose de donde lo había enterrado en su cabello— . Oh, mier…

P á g i n a | 76

Repentinamente, él se había ido, siendo arrastrado lejos de ella por manos ásperas. La puerta del lado del pasajero se abrió y más manos llegaron para apoderarse de ella y tirarla fuera del Jeep con aire acondicionado, hacia el calor sofocante de la tarde de la selva. Una cacofonía de imágenes y sonidos bombardearon sus sentidos mientras los guerrilleros la empujaban hacia los otros cautivos. Los monos chillaban en las copas de los árboles, varias personas estaban sollozando, otros gritaban en la selva con acento español. El auto que había tratado de escapar siseaba con el vapor que salía por debajo de su capó luego de que su radiador fuera acribillado a balazos. Tres cuerpos yacían en el carretera llena de hoyos, la sangre de color rojo brillante filtrándose mientras los guerrilleros revisaban sus bolsillos. El aire apestaba a putrefacción de la selva, sangre e intestinos. Dos de los hombres —dios, ellos no eran más que niños— sostenían a Gabe por los brazos mientras un tercero se le enfrentaba y le interrogaba en español. —¿Quién eres? ¿Eres policía? ¿Militar estadounidense? ¡Respóndeme! Gabe lucía como si le estuviera hablando del tiempo mientras negaba con la cabeza y decía repetidas veces: —No hablo español. No hablo español38. No hablo español. El guerrillero que le preguntaba enganchó la correa de su AK-47 alrededor de su espalda y se estiró para cachear a Gabe. La pistola. ¿Qué había hecho con su arma? Oh… oh, Dios. ¡La pistola que le había dado! La había metido debajo de su asiento antes de que salieran de Bogotá, ahora seguro no sería de ninguna utilidad. Audrey miró hacia el jeep, donde otros dos hombres —niños— estaban arrasando con el contenido de la cesta que la esposa de Armando le había dado. Se metieron los buñuelos y las empanadas en la boca como si estuvieran muriéndose de hambre, y llenaron sus bolsillos hasta abultarse con la fruta. Cuando encontraron la hoja con el itinerario de Bryson, el menor de los dos llamó al Señor Interrogador, quien dejó de registrar a Gabe para leerla. Ellos lo habían llamado Cocodrilo. Podía ver cómo había adquirido el apodo. Tenía ojos negros saltones, la nariz larga y una frente prominente que se asemejaba a las crestas sobre los ojos de un cocodrilo. Cocodrilo frunció el ceño hacia la impresión, y luego a Gabe. —¿Quién eres tú?

38

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 77

—No hablo español39 —repitió Gabe, aunque estaba segura de que él sabía lo suficiente de español como para entender la pregunta. —No hablo español, no hablo español, no hablo español40 —se burló Cocodrilo y golpeó con la culata de su rifle el estómago de Gabe con la fuerza suficiente como para que cayera de rodillas, gruñendo de dolor. Pero él no se quedó abajo. Casi tan pronto como tocó el suelo, estuvo de vuelta sobre sus pies. O pie. No había usado su bastón ni una vez desde que habían salido de Bogotá y estaba favoreciendo un poco su lado derecho, pero no lo suficiente para que los guerrilleros se dieran cuenta o, Audrey estaba segura, atacarían esa debilidad. —¿Y si mato a tu mujer? —Cocodrilo hizo un gesto con una mano y un guerrillero tomó a Audrey por la muñeca y la arrastró. Sacó una hoja larga, sucia de barro y Dios sabía qué más, de su cinturón y la exhibió apuntando hacia su palpitante corazón—. ¿Hablarás español, entonces? La mandíbula de Gabe se apretó. Al parecer, él no tenía necesidad de hablar el idioma para entender la intención. —No, espera. Detente. No le hagas daño. Hablo… un poco, pero… no hablo… lo suficiente… ah, maldición… —Se pasó una mano por la cabeza—… mantener una conversación41. El escucharlo luchar con esa oración para salvarla tiró de su fibra sensible y se conectó a una reserva de coraje que Audrey no sabía que tenía. La ira reemplazó el miedo. Ella se negaba a ser la estereotípica damisela en apuros, no cuando conocía la lengua que le daba una clara ventaja sobre su aspirante a caballero de brillante armadura. Se volvió para enfrentarse con Cocodrilo, sorprendida al darse cuenta de que ella era más alta por unos diez centímetros y mayor por casi diez años. —Él no sabe lo suficiente como para mantener una conversación —dijo en español—. Yo sí. —Audrey —dijo Gabe suavemente en señal de advertencia. —Cállate. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Se imaginó que no mucha gente le hablaba de esa manera y que estaría lamiéndose las heridas de su ego masculino por la próxima semana. Bueno, mala suerte. Esta situación no ameritaba su particular y dictatorial estilo de gestión.

(N. de T.) Texto en español. (N. de T.) Texto en español. 41 (N. de T.) Texto en español. 39 40

P á g i n a | 78

—Habla conmigo —urgió a Cocodrilo—. Voy a traducir para él. Cocodrilo la miró de arriba abajo. —¿Quién eres tú? —Mi nombre es Audrey. Él es Gabe. —¿Por qué están en mi selva? —exigió Cocodrilo. —Estábamos visitando a unos amigos más arriba en la carretera. —¿Qué amigos? —Lo siento —dijo ella tan suavemente como pudo, pensando en Armando, su dulce esposa y sus cinco hijos—. No voy a decirte eso. Esperaba ser fusilada en el acto, o por lo menos, golpeada con la culata del rifle como Gabe. En cambio, Cocodrilo le dio una sonrisa con dientes que haría que su homónimo se sintiera orgulloso. —¿Eres americana? —preguntó en su lugar. —Sí. —Ella pensó que era mejor no mentir. Él asintió, mirando hacia la impresión de nuevo. —¿Qué es esto? —El itinerario de mi hermano. Se lo han llevado cautivo. —Ella vaciló y miró a Gabe, buscando en su expresión ilegible ayuda. Él no aprobaría lo que iba a decir a continuación, ¿pero y si esta era su oportunidad de encontrar a Bryson? Respiró para darse fuerza y se volvió hacia Cocodrilo—. Quiero llegar a un acuerdo por su libertad.

A Gabe no le gustó no tener ni idea de lo que estaban diciendo. Las pocas palabras claves que capturó, sin embargo, le hicieron maldecir. Hermano42. Brother. Cocodrilo pareció interesado. Entonces tuvo ese brillo en sus ojos, el que dice clinc-clinc en cualquier idioma, y Gabe supo que Audrey había cometido un error, posiblemente fatal. Miró hacia la maleza al lado del camino, donde había arrojado su arma cuando los guerrilleros lo sacaron del jeep. Por suerte, Cocodrilo se había 42

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 79

distraído con el itinerario antes de encontrar el cargador extra en el bolsillo de la pierna de Gabe. El repuesto no le haría mucho bien sin su arma, y no creía que fuera capaz de llegar al arma sin que uno de los guerrilleros lo notara. Pero el teléfono en su bota tenía GPS. Su equipo sería capaz de dar con él, siempre y cuando la batería del teléfono aguantara. Un pequeño guerrillero con el cabello negro en punta corrió al lado de Cocodrilo, gritando en un atropellado español infundido por el pánico que Gabe no podía comenzar a catalogar —sin mencionar entender— el nombre Mena, que salió en varias ocasiones en su intercambio. Mena. En serio, ¿podría este mierdero empeorar? Mantuvo una estrecha vigilancia sobre el rostro de Audrey y cuando ella frunció el ceño, supuso que podría. Cocodrilo espetó órdenes y los hombres se apresuraron a guardar su botín de los autos antes de permitir que todos, incluyendo la familia con el niño herido, se fueran. No hubo suerte para él y Audrey. El cañón de una pistola lo pinchó en su baja espalda, empujándolo fuera de la carretera. —¡Vamos43! —dijo Cocodrilo y se abrieron paso hacia la selva.

Bueno, eso había sido una colosal pérdida de su precioso tiempo. Quinn soltó un profundo suspiro de alivio por estar fuera de la 4Runner mientras caminaba hacia la puerta principal de la casa de seguridad. Estar atrapado en un auto con Ian y Jean-Luc durante varias horas no era su idea de pasarla bien, era similar a estar sentado al lado de una granada sin pasador y frente a una máquina de discos fuera de tono que de alguna manera se sabía cada condenada canción que salía de la radio. En español. Quinn conocía al menos siete formas de matar a un hombre con sus manos desnudas, y Jean-Luc era malditamente afortunado de que no las hubiera utilizado. Había estado tentado, pero Gabe le frunciría el ceño ante un lingüista muerto, así que se había contenido a sí mismo y a Ian, quien más de una vez se abalanzó sobre el asiento, intentando ahogar el tono ensordecedor de Jean-Luc. 43

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 80

Después de estudiar los dudosos lugares de encuentro del EPC que Harvard había desenterrado, no estaban más cerca de encontrar a Bryson Van Amee. Las dos primeras direcciones parecían abandonadas. En las dos siguientes, habían visto una gran cantidad de actividades sospechosas, incluyendo varios negocios de drogas, actividades de pandillas y prostitutas solicitando sus productos, pero sin signos de cualquier persona retenida contra su voluntad en esos lugares. Esperaba que el equipo alfa tuviera mejor suerte. Si no, la información en la que basaban su búsqueda carecía de valor, lo que no auguraba nada bueno para la misión o para que su rehén continuara respirando. Es decir, si todavía lo estaba. Harvard estaba plantado detrás de la computadora, haciendo su cosa rara, cuando Quinn empujó la puerta. —¿Algo? Harvard se quitó las gafas y se frotó los ojos. —Toneladas de información, pero todavía estamos vadeando a través de todo esto. —Dame lo que tengas. —Comparé la foto que saqué de Jacinto Rivera de las cámaras de seguridad. Él no es un conocido miembro del EPC, pero está asociado a través de su hermano, Ángel. —Golpeó un par de teclas en su portátil y la impresora al lado de su posición de trabajo escupió una hoja. Levantándose, estiró sus brazos sobre su cabeza, luego recuperó la copia impresa y se la pasó a Quinn—. De lo que he podido recoger, el jefe de nombre de la organización EPC tiene poco que ver con la toma de decisiones cotidiana. En su lugar, nombró a cinco generales para el control de cada región del país. Ángel Rivera opera en la Región Andina, lo que incluye a Bogotá. No he desenterrado los nombres de los otros generales, sin embargo, pero sí sé que la Región Amazónica es controlada por un hombre conocido como Cocodrilo, que tiene una reputación desagradable de sádico. —¿Qué sobre con Ángel y su hermano? —preguntó Quinn—. ¿Cuáles son sus reputaciones? —A pesar de su nombre, Ángel Rivera no es ningún ángel. Tiene un mínimo de cincuenta muertes a cuesta, nadie sabe el número exacto. Podría haber más. Si le gustan tus zapatos, no tendría problema en apuñalarte en las tripas en medio de la calle y tomarlos. Si no le gustan tus zapatos, aún así podría apuñalarte por el insulto a su bien-desarrollado sentido de la moda. Su hermano, Jacinto —continuó Harvard—, es igualmente cruel, pero también estúpido como un saco de mierda. Ángel nunca ha estado en aprietos por la ley, pero Jacinto pasó la mayor parte de su vida tras las rejas. Su última temporada fue por intento de robo a mano armada de

P á g i n a | 81

un banco aquí en Bogotá. Sirvió veintidós meses de una condena de siete años y fue puesto en libertad con un perdón completo, lo que me lleva a creer que su hermano tiene al menos a un pez gordo político bien guardado en el bolsillo. —Así que el EPC está definitivamente involucrado con el secuestro de Van Amee —concluyó Quinn. —Podría ser —dijo Harvard—. Pero también podría ser que Jacinto actúe por su cuenta o con una de las muchas bandas con las que tiene vínculos. —Entonces, estás diciendo que todavía no lo sabemos. —No lo sabemos todavía —estuvo de acuerdo Harvard—. Pero lo haremos. Solamente necesito más tiempo. —Eso es algo de lo que nos estamos quedando cortos, Eric. —Quinn dejó escapar un largo suspiro—. ¿Le has dicho a Gabe sobre esto? —Él no ha vuelto —dijo Harvard—. No se ha reportado, tampoco. El corazón de Quinn dio una fuerte sacudida de pánico. Era todo lo que alguna vez se permitía. —Eso no se asemeja a Gabe. Siempre se reporta. —Estaba pensando en eso. ¿Crees que se metió en problemas? Él esperaba que no, pero era posible. Diablos, hasta probable. Gabe, el enfocado y meticuloso Gabe que Quinn conocía y quería como a un familiar, no se saltaba un reporte a menos que fuera incapaz de realizar la llamada. La puerta se abrió y todos los ojos en la sala se volvieron hacia ese lugar en espera. Jesse y Marcus se detuvieron en seco. —¿Qué? —dijo Marcus. Mierda, pensó Quinn. —¿Encontraron algo? Jesse asintió. —Sin señales de Van Amee, pero le echamos un vistazo al interior de uno de los almacenes en nuestra lista. Por casualidad, la cerradura de la puerta lateral estaba rota. —Le sonrió a Marcus. —Imagina nuestra suerte —añadió Marcus con una expresión de completa inocencia mientras sacaba un paquete de ganzúas del bolsillo de su abrigo y lo ponía sobre una mesa auxiliar.

P á g i n a | 82

—Casi enloquecimos cuando nos tropezamos con una fábrica de bombas — dijo Jesse—. C4, Semtex, todas las cosas buenas, y esto… —Metió la mano en el bolsillo lateral de su botiquín y sacó una bolsa llena de una sustancia cristalina de color amarillo que le tendió a Ian—. Lo encontramos almacenado en bolsas como esta. Imaginé que sabrías lo que es. —Explosivo D —dijo Ian, tomando la bolsa—. También conocido como picrato de amonio. Muy estable. Se utiliza en proyectiles perforantes. —Bueno, mierda —dijo Marcus—. Tenían suficiente de esas cosas para hacer un agujero en un automóvil blindado. —Y hasta más —estuvo de acuerdo Jesse—. Parece que están preparándose para una guerra. Probablemente lo están, pensó Quinn y se pasó una mano por la barbilla, escuchando el roce de la barba de dos días contra su palma. Joder, no quería lidiar con esto. Quería tomar órdenes, no emitirlas. ¿Dónde estaba Gabe? Sacó su celular del bolsillo y marcó el número de Gabe mientras hablaba: —Tenemos que poner ese almacén fuera de servicio. ¿Ian? —Oh, sí —dijo Ian, mostrando el primer atisbo de emoción además de la hostilidad que hervía a fuego lento bajo su piel. El experto en EDE44 necesitaba un gran ajuste de actitud, pero eso era un problema que Gabe, como comandante en jefe, debía manejar. Quinn era uno más de las tropas, lo cual le gustaba. Tenía suficiente con lo que cargar sin añadir el peso del mando. —¿Qué necesitarás? —le preguntó a Ian, escuchando cómo el teléfono de Gabe sonaba, sonaba, sonaba y… correo de voz. Colgó cuando la voz automatizada le dijo que dejara un mensaje. —Un bolso, alicates, una buena longitud de mecha. —Ian hizo una pausa, considerándolo—. Si no podemos encontrar un detonador seguro, podría armar uno con espuma viscoelástica, pero no es mi primera opción. El visco será más fácil de encontrar, pero arde con llama exterior y puede encender cualquier producto químico en el área inmediata, lo que podría causar problemas en el almacén. Y alguien tiene que cuidar mi espalda, así no tengo que preocuparme de que los malos pongan una bala en mi cerebro durante la manipulación de explosivos. —Yo iré —se ofreció Harvard y se levantó—. Necesito escaparme de la computadora antes de que mis ojos se crucen. 44

EDE: Eliminación De Explosivos, en inglés Explosive Ordnance Disposal (EOD).

P á g i n a | 83

Quinn lo consideró —Jesús, ¿el chico nunca veía el sol?—, pero estaba en buena forma, aunque un poco en el lado fibroso, constituido como un corredor. Tenía mucho potencial, como un renacuajo justo antes del entrenamiento BUD/S. Lástima que no hubieran tenido tiempo para acceder a eso antes de esta operación. —No, te necesitamos aquí, trabajando en la recolección de datos. —Ignoró la expresión desinflada de Harvard y consideró sus opciones. Ya que Harvard tenía que quedarse y trabajar en las radios y computadoras, Marcus no tenía entrenamiento militar y Jean-Luc estaba oxidado, sólo quedaban Jesse y él como operativos entrenados. Se volvió hacia Jesse. —¿Qué piensas? —Estoy de acuerdo en que tenemos que deshacernos de ese almacén, pero no tenemos suficientes hombres —dijo Jesse—. Sin embargo, es cosa tuya. Perfecto. Así que era una cuestión de criterio, todo sobre sus hombros. Quinn seguía esperando que su teléfono sonara con Gabe devolviéndole la llamada, para poder pasarle el balón a él y dejarle tomar estas decisiones. —Muy bien. Ian, ¿cuánto tiempo va a tomar el trabajo en el almacén? Ian se encogió de hombros. —De media a una hora como mucho. Una hora para paralizar el funcionamiento de los malos. Cristo, no podía rechazar ese tipo de oportunidad. Tal vez incluso podrían utilizar la explosión como una distracción, lo que les daría tiempo extra que necesitarían para buscar en otros lugares de reunión del EPC. —Jesse, tú ve con Ian a la bodega —decidió Quinn—. Pero antes de volarlo del mapa, asegúrense de que Van Amee no esté siendo retenido ahí dentro en alguna parte. Quiero tan pocas bajas como sea posible. Estudió a su equipo restante. Tres hombres. Maldita sea, necesitaba otro, y deseó que Gabe no lo hubiera disuadido de invitar al francotirador, Seth Harlan, a unirse al equipo. No había alternativa. Harvard tendría que salir al campo, después de todo. —Jean-Luc, Harvard, tomen la 4Runner y sigan el rastro de Gabe a la casa del conductor de la limusina, y vean si se topó con problemas con el auto o algo peor. Manténganse en constante contacto conmigo y si detectan problemas, no tomen riesgos innecesarios. No podemos darnos el lujo de perder más hombres. Mientras tanto, Marcus y yo vamos a hacer una visita amistosa a la dirección actual de Jacinto

P á g i n a | 84

Rivera, a ver si podemos encontrar alguna pista sobre el paradero de Bryson. — Consideró al grupo durante un largo momento, luego sacudió la cabeza—. Hagamos que Gabe se sienta orgulloso y no arruinemos esto, muchachos.

P á g i n a | 85

Capítulo 9 M

archaron por millas, adentrándose en el corazón de la selva, a través de

la gruesa maleza en la base de las montañas donde el sendero comenzaba una subida tortuosa. Allí, los guerrilleros finalmente decidieron hacer un descanso para beber agua. Reprimiendo un gemido, Gabe se posó en una roca del tamaño de una mesa de café y se limpió el sudor de los ojos con un brazo. Su talón y pierna quemaban como si entraran en un pozo de fuego cada vez que los apoyaba. Nunca pensó que vería el día en que quisiera ese maldito bastón, pero, Cristo, lo necesitaba. Y admitir eso, incluso a sí mismo, apestaba. No fue tan estúpido como para rechazar el agua que sus guardias le ofrecieron, a pesar de que quería hacerlo por una cuestión de principios. Se bebió la mitad de la botella y mantuvo los ojos clavados en el comienzo del sendero, con la esperanza de capturar un vistazo de cabello leonado o el destello de un pendiente turquesa. ¿Dónde estaba ella? Había tratado de mantener a Audrey en su punto de mira, sabiendo que los guerrilleros eran partidarios de una estrategia de divide y vencerás a la hora de tomar cautivos, pero ella rápidamente se quedó atrás. El giro de los árboles y vides se los tragaron a ella y a sus guardias y él no los había visto desde entonces. ¿La habían llevado a otro lugar? Su teléfono vibró contra su tobillo. Maldición. ¿No lo había puesto en modo silencioso? Quiso que se detuviera cuando el guerrillero, el de cabello parado de antes, se sentó en otra roca cercana. El chico escuálido puso un AK-47 en su regazo y luego tomó un buñuelo de su bolsa y comenzó a romper pedazos para comerlo. El teléfono vibró de nuevo. Gabe tosió para ocultar el sonido, simulando que el agua se le había ido por el conducto equivocado. Cabello Parado no pareció muy convencido. —¿Tienes un microchip? En un primer momento, Gabe pensó que sus oxidadas habilidades en español le habían llevado a malinterpretarlo, pero luego Cabello Parado repitió la pregunta con lentitud. Sí, definitivamente había preguntado si Gabe tenía un microchip, como

P á g i n a | 86

los que eran habituales en todos los estadounidenses. Dios. Un montón de aficionados a la ciencia ficción lo tenían como rehén. De alguna manera, eso lo hizo todo peor. Él negó con la cabeza. —Porque si lo haces —agregó Cabello Parado—, y me entero de que tu gobierno te está rastreando con satélites, te mataré y violaré a tu mujer. Gabe captó la idea general de la amenaza y no tenía ninguna duda de que la pequeña mierda hablaba en serio. Y realmente, teniendo en cuenta que el teléfono en su bota estaba equipado con GPS, Cabello Parado tenía motivos para estar preocupado. Gabe esperaba que quien acababa de llamarlo —Quinn, probablemente— recordara el accesorio. —Mi mujer, ¿dónde está? —preguntó. Reclamar a Audrey como suya no le asustaba tanto como debería, pero eso podría ser debido al hecho de que tenía a diez adolescentes de gatillo fácil amenazándolos con la muerte y Dios sabía qué más. A la vista de eso, volverse loco por su atracción hacia Audrey parecía un poco ridículo—. ¿Dónde está? Cabello Parado se encogió de hombros. —¿Quién sabe? Esa breve respuesta era bastante fácil de traducir. Bueno, al menos Cabello Parado no había dicho que estaba muerta. Ja, míralo. De repente era el Señor Optimista. Gabe apoyó los codos en sus rodillas y arrastró ambas manos por su cabello, sorprendido de encontrarlas temblando. Era por haber quemado toda su adrenalina, mezclado con la larga caminata y su estómago casi vacío. No tenía nada que ver con el terror que sujetaba fuertemente su pecho cada vez que pensaba en Audrey. En la selva. Sola. Él la escuchó antes de verla. Salió de la selva con la cara enrojecida, su camiseta de tirantes pegada a cada bajada y curva de su cuerpo. En lugar de las sandalias que había tenido, alguien le había dado un par de botas de goma demasiado grandes e iguales a las que los agricultores llevan para limpiar establos. Se movía incómodamente en ellas, estrellándose a través de la maleza con una pistola en la espalda y lágrimas surcando sus mejillas. Cuando ella lo vio, su pecho subió y bajó y el alivio llenó sus ojos inyectados en sangre. —¡Gabe!

P á g i n a | 87

Tuvo el más raro impulso de salir corriendo hacia ella, alzarla en sus brazos y besarla hasta que los dos estuvieran jadeando en busca de aire, pero tan agradable como era el pensamiento, su pie no apreciaría la parte de correr. Ahora palpitaba al ritmo de su corazón y no tenía duda de que estaba tan hinchado que tendría que cortar su bota. Así que en lugar de eso, extendió una mano hacia ella, que la tomó en un fuerte agarre, como si tuviera miedo de dejarlo ir, y se sentó junto a él en la roca. Los guerrilleros se reunieron al otro lado del pequeño claro y los miraron con una mezcla de temor y respeto. Eran tan jodidamente jóvenes, todos sucios, flacos y marcados. Gabe no tenía que preguntarse qué tan grave debía haber sido su niñez para obligarlos a llevar esa vida con el Ejército del Pueblo de Colombia. Lo había visto con demasiada frecuencia en su carrera como SEAL. —Algo va mal —susurró Audrey. Tuvo que morderse la lengua para reprimir sus ganas de decir "¿eso crees?". Él asintió hacia Cocodrilo, que ya estaba cortando en zigzag la maleza que conducía a la ladera de la montaña. —No deberías haberle dicho lo de tu hermano. Sorpresa revoloteó sobre sus características. —¿Entendiste eso? —Sé un poco de español, Aud. Sé lo que significa hermano45. Ella asintió con cansancio. —Tal vez si no hubiera dicho nada sobre Bryson habrían tenido que dejarnos ir con todos los demás. Dudaba eso, pero no dijo nada. Le ofreció el resto de su agua. —Oh, Dios —dijo—. Gracias. Gabe la miró beber los mismos tragos codiciosos que había tomado él. Su cuello y pecho estaban rosados, como sus mejillas. Una fina capa de sudor le hacía brillar la piel en el sol de la tarde menguante, cautivándolo. Ella comenzó a ahogarse con el agua y él sacó la botella de sus labios. —Lento. No te vayas a enfermar. —Lo siento. —Tosió una vez más y arrastró el dorso de la mano sobre su boca—. Seguía pidiéndoles agua, pero me empujaron una y otra vez hasta que mi

45

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 88

garganta se sentía como arena y no podía caminar más porque me tropezaba con mis sandalias. Entonces me dieron estas en su lugar. Recogió sus piernas hasta su pecho y se quitó las botas de goma. Ampollas cubrían la mayor parte de la carne en sus dos pies y la sangre de Gabe hirvió de rabia. Quería matar a sus guardias por ese maltrato, y seriamente consideró rasgar al grupo en este momento con sus propias manos. Podía romper al menos tres cuellos antes de que se dieran cuenta de lo que sucedía, otros tres o así antes de que lo derribaran, pero eso dejaría a Audrey en muy mal lugar. Sin compañía, sin protector, solamente ella y los guerrilleros, quienes probablemente tomarían la muerte de Gabe como una invitación para hacer lo que quisieran con ella. No podía dejar que eso pasara y respiró hondo, forzando su furia a bajar a un fuego lento. Audrey hizo una mueca, tocó la burbuja más grande en su dedo gordo del pie izquierdo, y levantó la mirada hacia él, luciendo como un niño sin entender por qué había sido castigado. Deseó poder explicárselo, pero él tampoco lo entendía. —¿Estás bien? —preguntó. —S-sí. —La palabra salió temblorosa, pero luego apretó los labios y asintió—. Sí, estoy bien. Vamos a estar bien. Con una determinación que rivalizaba con la de cualquiera de los que había visto en el BUD/S, se deslizó las botas de vuelta, luego volvió toda su atención hacia él. Sus dedos rozaron suavemente su mejilla, ligeros como una brisa. —Estás dolorido. ¿Es tu pie malo? —Estoy bien. —Salvo que realmente, realmente quería apoyarse en su toque. —Ah-ja. Es por eso que estás blanco como un fantasma. —Levantó una mano para cortar su protesta y tomó otro sorbo de agua—. Sí, sí, ahórratelo. Sé que eres un Terminator estándar. Gabe sonrió. No pudo contenerlo. La mujer era increíble. Después de un momento lleno de los sonidos de la selva y el constante balanceo y cortar del machete de Cocodrilo a través del follaje, ella suspiró. —Esos hombres muertos en la carretera… —¿Qué pasa con ellos? —la urgió Gabe cuando su voz se desvaneció. —Cocodrilo tiene miedo de ellos. —No van a hacerle mucho daño. Ya sabes, teniendo en cuenta que están muertos.

P á g i n a | 89

—Gabe. —Ella soltó un suspiro exasperado—. No a ellos en concreto, sino a la persona para quien trabajaban. Luis Mena. —Mierda. —El nombre trajo a su mente un rostro redondo y casi de abuelo. Un rostro que había estado en la lista de vigilancia del Departamento de Defensa durante años por presuntas actividades de tráfico de drogas, secuestro, extorsión, terrorismo y tantos asesinatos que nadie sabía el número exacto. Los recolectores de información del Departamento de Defensa afirmaban que las operaciones de Mena tenían su base en Cartagena. ¿Y no había visto esa ciudad figurando en el itinerario de Bryson? Bryson, quien se encontraba en la importación y exportación… Sí, él sabía que esto iba a ser malo desde el momento en que había escuchado a los guerrilleros susurrando el nombre de Mena. Sólo que no se había dado cuenta de que Bryson también podría tener una mano en esa porquería. —Hay algo más —dijo Audrey, luego apretó sus labios cuando Cocodrilo por encima de su hombro espetó: —¡Silencio46! Ella se acercó más al lado de Gabe y bajó la voz. —No lo escuché todo. Cabello Parado estaba hablando demasiado rápido y su acento… pero tengo lo esencial. Encontraron una unidad de GPS en el auto al que le dispararon. Estaba siguiendo nuestro Jeep. —Hizo una pausa y esperó hasta que su mirada se encontró con la de ella—. Los hombres de Mena nos estaban siguiendo a nosotros.

—No entiendo por qué Quinn no me quiere en el campo. Jean-Luc miró a Harvard, sentado en el asiento del copiloto de la camioneta con una expresión testaruda en su cara de niño bonito, antes de volver su atención a la carretera hecha mierda de la selva. —Eres un chico de computadoras. —He entrenado… —Harvard hizo una mueca—. Un poco. —Bueno, estás afuera ahora, ¿verdad? —dijo Jean-Luc. —En una porquería de asignación.

46

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 90

Jean-Luc no creía que fuera una porquería. Por lo poco que sabía sobre Gabe Bristow, algo estaba seriamente mal si el hombre no se reportaba. —Por algo se empieza. —Los hombros de Harvard cayeron y Jean-Luc no pudo soportar ver al chico tan deprimido—. Vamos, dame una sonrisa, mon ami47. Estás fuera de una computadora, en el azul del cielo, en el cálido aire, ¿y quién sabe? Tal vez incluso nos reunamos con algunas bellezas colombianas y finalmente te deshagas de tu virginidad. Harvard le envió una mirada de no-me-divierte sobre la montura de sus gafas. —Uh, ¿qué tal un poco de música? —preguntó Jean-Luc después de un momento turbulento de silencio. Encendió la radio—. Ah. ¿Te gusta la cumbia rock? La estación de radio iba y venía, pero era lo suficientemente clara como para que pudiera captar la canción y cantarla, tamborileando los dedos al ritmo en el volante. Buena canción con un buen ritmo. Le daban ganas de encontrar una sexy colombiana y bailar hasta que se le cayeran los pies. Luego la llevaría a la cama para un pequeño baile horizontal… En medio de su ensueño, Harvard respondió: —No. —Y apagó la música. La fantasía de la curvilínea colombiana desapareció. Jean-Luc suspiró. —Es un gusto adquirido. —Así como tu canto. —Para que sepas, mi mamá dice que soy un excelente cantante. Harvard rodó los ojos y abrió la boca para decir algo, pero se detuvo en seco. —Hey, oye, detente. —Golpeó el brazo de Jean-Luc con el dorso de su mano y señaló a través del parabrisas cuando la 4Runner pasó una despejada curva cerrada en la carretera—. Mira. Más adelante, un jeep y un sedán estaban abandonados en medio de la carretera, frente a ellos. Ambas puertas del jeep colgaban completamente abiertas y los agujeros de bala habían convertido el sedán en un trozo de caro queso suizo. Contó cuatro cuerpos, su sangre mezclándose con el camino de tierra en un charco rojo, y maldijo en voz baja en cajún.

47

Mon ami: en francés significa amigo mío.

P á g i n a | 91

Harvard salió antes de que Jean-Luc pudiera detenerlo. Él se movió sin problemas, manteniendo su rifle en una mano y revisando ambos vehículos, todo de un modo rápido, eficiente y silencioso. Tal vez, pensaba Jean-Luc mientras lo seguía, todos habían subestimado las habilidades del chico genio. —¿Dónde aprendiste a hacer eso? —Call of Duty48. O tal vez no. —Ellos no están aquí —dijo Harvard y echó al hombro su rifle—. Pero el arma que Gabe le dio a Audrey antes de salir está todavía bajo el asiento. Sus gafas de sol están arruinadas y el bastón en la parte de atrás. Había una canasta volteada en el asiento del pasajero. Parece que tenía comida dentro. —Las llaves en el encendido —observó Jean-Luc y se inclinó para probar el motor. Encendió sin más que un hipo—. No hay problemas con el auto. —Hay agujeros de bala en el parabrisas, pero no veo nada de sangre en ninguno de los asientos. —Harvard examinó la selva y luego comenzó un barrido de la zona, caminando en círculos cada vez más amplios en torno al vehículo—. No hay sangre en el suelo, tampoco. No creo que fueran heridos. —Huh. —Jean-Luc apretó los puños en sus caderas, miró el Jeep, el sedán, los cuerpos, y luego hacia donde había parado su 4Runner—. Parece que alguien estaba disparando a los hombres en el sedán, y Gabe y Audrey quedaron atrapados en el fuego cruzado. —¿Guerrilleros? —preguntó Harvard. —Lo más probable. —¿Crees que fueron capturados o que salieron corriendo? Jean-Luc estudió la retorcida selva nudosa y asfixiante a ambos lados de la carretera. No había mucho lugar a donde huir, pero supuso que era posible. Gabe sabía lo suyo, así que si alguien podía sacarlos de una situación difícil, ese era él. —Hey, tengo algo. Jean-Luc se volvió para ver a Harvard arrodillado al lado de una zanja excavada junto a la carretera por donde fluía el agua de las montañas durante la temporada de lluvias. Ahora estaba seco y cubierto. Con el cañón de su rifle, él Call of Duty: es una serie de videojuegos en primera persona (FPS), de estilo bélico, creada por Ben Chichoski, desarrollada principal e inicialmente por Infinity Ward, y distribuida por Activision. 48

P á g i n a | 92

apartó una enorme hoja para revelar una SIG Sauer P226. No tenía manera de estar seguro, pero parecía la de Gabe. Harvard frunció el ceño. —Dondequiera que esté, está sin arma. —Eso cambia un poco la idea de que huyeron. —Un hombre como Gabe no podría funcionar sin su arma, de ninguna forma. Y si habían corrido, y por alguna razón tuvo que abandonar el arma, su primer curso de acción sería la de entrar en contacto con el equipo y ordenar una ex-filtración. —¿Su teléfono está ahí? —preguntó Jean-Luc. No lo había visto en el Jeep, pero se movió para echar un vistazo más de cerca mientras Harvard exploraba la zanja. —Nope —dijo Harvard. —Merde. —Jean-Luc se enderezó al oír otro auto retumbando por la ladera. Hizo una seña a Harvard—. Agarra el arma y toma el Jeep, y trata de ponerte en contacto con Quinn tan pronto como tengas una señal. Nos encontraremos en esa pequeña estación de servicio que vimos diez kilómetros atrás. Esperó a que Harvard estuviera en camino antes de buscar un bolígrafo en la guantera de la 4Runner y garabatear los números de matrícula del sedán en su mano. No tenía tiempo para revisar los bolsillos de los muertos en busca de una identificación y no quería arriesgarse a ser atrapado en la escena de un crimen por quien quiera que se dirigía en esa dirección, así que tomó una foto de cada uno de ellos con su teléfono, con la esperanza de que Harvard pudiera desenterrar sus nombres a partir de las fotos. Después de una última mirada alrededor, se metió en la 4Runner y empezó a subir la montaña, pasando a otro SUV dirigiéndose hacia abajo. Ajustó el retrovisor y vio al vehículo detenerse junto al sedán. Cuatro hombres salieron. Uno se precipitó sobre un cuerpo, lo recogió y lo acunó, llorando sobre su cabello. Un ser querido, hermano o primo, y Jean-Luc lo sentía por el hombre. Esa mierda apestaba. Los otros tres enemigos sacaron armas y miraron a su alrededor, lo mismo que él y Harvard acababan de hacer. Así que eran los malos, después de todo. Vio el momento exacto en que se acordaron de que él los había pasado, porque todos corrieron hacia la camioneta y dieron una vuelta en U, levantando polvo. Y que comiencen los juegos. Jean-Luc sonrió para sus adentros, encendió la estación de cumbia rock y afincó el acelerador.

P á g i n a | 93

P á g i n a | 94

Capítulo 10 L

a noche se acercaba con rapidez al suelo de la selva, arrojando sombras

oscuras a través del camino, frenando su avance a paso de tortuga. Justo cuando Audrey pensó que no podía dar un paso más por miedo a romperse un tobillo del agotamiento y la falta de visibilidad, salieron a un claro empapado del resplandor rojizo-anaranjado de la luz del sol del atardecer. Hermosas flores rosadas y rojas florecían en hileras ordenadas a través del campo. Como telón de fondo, el azul de los picos de las montañas se extendía hacia el cielo saturado, con el verde salvaje de la selva subiendo tanto como las laderas de la montaña lo permitían. Por un momento, se olvidó de su dolor de pies, su cansancio, su miedo hasta los huesos y suspiró por la vista. Nunca sería capaz de hacerle justicia al impresionante paisaje en un lienzo, pero caray, quería intentarlo. Lo pintaría en acuarelas suaves y cálidas, y lo llamaría “El final del Camino”. Más allá del campo colorido se situaba un grupo de chozas con techo de paja que rezaba fuera su destino final. Los guerrilleros casi la arrastraron a través de una de las filas de flores, aparentemente tan emocionados de llegar como ella. Gabe estaría esperando ahí, no podía pensarlo de otra manera, y la noción de volver a verlo la impulsó a continuar, incluso con el abrumador agotamiento azotándola a cada paso. Tan pronto como renovaron su forzada marcha por el camino en zigzag, habían sido separados de nuevo a pesar de los esfuerzos de él por mantenerse con ella esta vez. Habían pasado horas desde que él y sus guardias desaparecieron por el sendero delante suyo. La primera hora después de que lo había perdido de vista, seguía pensando que darían vuelta a una curva en el camino y lo encontraría esperando. Durante la segunda hora sin ninguna señal de él o de sus guardias, se había preguntado si lo habían llevado a otro lugar. A la tercera, la fatiga empezó a arrastrarla y su depresión aumentó, temiendo que lo hubieran llevado a la muerte como un cordero al matadero, y que ella fuera la siguiente. Entonces lo vio, sentado en un cajón junto al fuego chisporroteante, comiendo un plato de arroz con los dedos. La inundó el alivio, haciendo que sus rodillas se debilitaran. Gabe no era un cordero. Era más como una montaña, tan alto, fuerte y resistente como quien pasaba todo el día escalando, lo único sólido a lo que podía anclarse en toda esta locura.

P á g i n a | 95

Al verla, él dejó de comer, un puñado de arroz blanco a mitad de camino de su boca, sus orejas enrojeciendo de vergüenza. Eso fue… algo lindo. Había notado su forma cuidadosa de comerse la empanada en el jeep, pero ahora, dada la situación, era aún más divertido. Quién hubiera pensado que el grande y malo ex SEAL tenía los modales de su abuela en la mesa. Sin decir palabra, se sentó junto a él y tomó un puñado de arroz. Él esbozó una sonrisa rayada por la fatiga y el dolor y siguió comiendo, dejando la mitad para ella. Cuando terminaron, los guerrilleros los empujaron hacia una de las cabañas. Gabe estaba cojeando ahora, y cada vez que ponía peso sobre su pie malo, su boca se apretaba por el dolor. Audrey se acuñó bajo su brazo. Él hizo un movimiento para apartarla y ella apretó su agarre. —Ni siquiera pienses en eso, amigo. —Estoy bien. —Mentiroso. Necesitas ayuda. —Está bien, Aud. Estoy bien. Puedo hacerlo… —Gabe. Cállate. Él gruñó en voz baja, pero luego, sorprendentemente, su brazo le rodeó la cintura. Que no presentara más lucha sólo sirvió para mostrar cuán adolorido estaba realmente. Ellos debieron haber hecho todo un espectáculo cojeando por el campamento, porque todos los guerrilleros dejaron de comer para observarlos. Algunos señalaron y se rieron. Otros regresaron a sus comidas como si fuera algo común y corriente tener a dos estadounidenses heridos y exhaustos en medio de ellos. Bueno, probablemente lo era. Bastardos. Audrey escupió mentalmente las maldiciones más viles que pudo imaginar, tanto en inglés como en español hasta que los encerraron a Gabe y a ella en la cabaña. Lo ayudó a sentarse sobre un montón de sacos, luego pataleó y despotricó echando humo hacia la puerta cerrada. Gabe se rió suavemente. —¿Ya has terminado de echar maldiciones sobre ellos? Golpeó el suelo con el pie una vez más por si acaso antes de encararlo. Yacía tendido en los sacos con un brazo sobre los ojos, respirando lenta y profundamente. Su tez se había drenado de color y tenía el tono más débil de verde.

P á g i n a | 96

Dios, debía estar realmente adolorido, y allí estaba ella, sintiendo lástima de sí misma. Se acomodó en el sucio suelo a sus pies y comenzó a desamarrar sus botas. Él apretó la mandíbula con tanta fuerza que vio un pequeño temblor por debajo de su ojo. —Audrey, para. Está bien. —Cierto. Este pie está tan lejos de bien, que está en otro código postal. —Bien —dijo entre dientes—. Va a estar bien. Déjalo en paz. —No va a pasar. —Sus quejas, tan iguales a como se imaginó que un oso disgustado podría sonar, la hicieron sonreír—. ¿Cómo sabías que estaba maldiciéndolos? —¿Que estuvieras pisoteando fuerte, como un niño de cinco años, no era una pista? —Su boca se aplanó, pero le pareció ver una pequeña elevación en una esquina. ¿Una sonrisa?—. Y mi hermano menor hace exactamente lo mismo. Sobre todo a espaldas del Almirante. —¿El Almirante? —Mi padre. No le gusta que le llamemos papá. Siempre teníamos que llamarlo por su rango. Audrey le tomó una aversión instantánea e intensa al hombre. —¿Ah, sí? ¿Los hacía saludar en la mesa del desayuno, también? —Enfurecida en su nombre, tiró un poco más fuerte del cordón y Gabe aspiró una bocanada de aire—. ¡Oh! Oh, lo siento. —Suavizó su toque—. ¿Mejor? —Sí. —Arrastró otra respiración. La dejó salir, y cerró los ojos. Se quedó en silencio por un largo momento—. Y en ocasiones nos hacía saludar. Audrey lo miró con horror. —Estaba siendo sarcástica. —Yo no. Buen Dios. Escuela militar, un tirano de padre. Qué desagradable infancia había soportado Gabe. Si es que eso se podía llamar infancia. Le asombraba que él escapara con algún atisbo de cordura. Ella elevó una oración rápida hacia sus padres, de repente un millón de veces más agradecida de haberlos tenido, aunque fuera por un tiempo demasiado corto. Audrey consiguió desatar la bota. Su pie estaba el doble de su tamaño normal, y lucía más púrpura de lo que había visto en su vida fuera de un lienzo. Se mordió el labio inferior. ¿Debía cortar la bota? Entonces estaría descalzo mañana si

P á g i n a | 97

continuaban marchando. Pero si no lo hacía, la bota podía cortar la circulación, poniéndolo en peligro de perder el pie por completo, y la pérdida de una extremidad sería difícil para un fanático del control como él. De acuerdo, la bota tenía que ser retirada. Recorrió las paredes de la oscura choza polvorienta. Sin ventanas y sólo con una puerta, muy probablemente encerrados o protegidos o ambos. Parecía ser un cobertizo de almacenamiento, lleno de sacos para las mulas que había oído rebuznar en algún lugar del campamento, pero nada para cortar cuero. Bueno, obvio. A menos que sus captores fueran unos completos idiotas, ellos verificarían si había algo que pudiera ser utilizado como arma antes de ponerlos a Gabe y a ella en el interior. —Bota izquierda —dijo Gabe, sorprendiéndola. Él había estado en silencio durante tanto tiempo que pensó que se había desmayado por el dolor. —¿Qué? —Mira en mi bota izquierda. Debe haber una navaja suiza que Cocodrilo no encontró. ¿Cómo hizo eso? Él siempre parecía saber lo que estaba pensando. ¿A menos que estuviera murmurando para sí misma? Tenía una tendencia a hacer eso cuando se estresaba. Audrey se movió en torno a él, desató su otra bota y metió una mano en el interior de la pernera. Sus dedos rozaron el duro músculo de su pantorrilla —¿el hombre no tenía ni un gramo de grasa en su cuerpo?—, luego los cerró alrededor de un cuadrado de plástico. Su teléfono. Jadeó y lo abrió, solamente para ver que estaba fuera de servicio. La decepción cayó sobre ella, trayendo lágrimas a sus ojos. Por un momento, pensó que sería capaz de pedir ayuda. Lograrían salir de aquí, entonces Gabe y su equipo podrían centrarse en la búsqueda de Bryson y esta pesadilla quedaría definitivamente atrás. Pero, no. Todavía estaban atrapados en medio de la selva con un teléfono inútil y desperdiciando tiempo que Bryson no tenía. —¿Cómo está la batería? —preguntó Gabe. Se pasó el dorso de la mano por los ojos para aclarar su visión y comprobó el indicador. —A un poquito menos de la mitad. —Maldita sea. Espero que estemos fuera de aquí antes de que se agote.

P á g i n a | 98

—¿De qué sirve? No tiene señal. —Dejó el teléfono a un lado y se sumergió en su pernera, esta vez evitando la pantorrilla y encontrando el pequeño cuchillo. Lo abrió y se quedó mirando la hoja. Con relación a las armas, esta era lamentable, pero aun así estaba agradecida de que tuvieran algo. Regresó a su pie malo y comenzó a cortar. Gabe hizo una mueca. —Tiene GPS —dijo del teléfono—. Siempre y cuando tenga batería, Quinn será capaz de rastrearnos. Una cosa buena, supuso. Aun así, preferiría que tuviera señal. ¿El equipo aún estaba buscando a su hermano? ¿O habían abandonado la búsqueda para iniciar una misión de rescate para Gabe y ella? Dios, esperaba que no. Su hermano necesitaba su ayuda. Al menos ella tenía a Gabe. Bryson no tenía a nadie, y la idea de él encerrado en algún lugar, solo y asustado, provocó una nueva ronda de lágrimas. —Hey. —Gabe extendió la mano y pasó el pulgar por su mejilla—. Vamos a estar bien. —Estoy más preocupada por Bryson. ¿Crees que los chicos todavía lo estén buscando? —Sé que lo están. —Está bien. —Arrastró una respiración fortificante por su nariz—. Entonces deja que me ocupe de ese pie. Trabajó en la bota en silencio, utilizando la tensión de su cuerpo como un indicador de cuándo parar. Porque Dios sabía que el machista SEAL no se rendiría llorando aún si su vida dependiera de ello. Después de lo que pareció una eternidad de ir toda Jack el Destripador con la bota, por fin ésta estaba en el suelo en pedazos, y su pie se inflamó ahora que la presión no estaba. Cicatrices cubrían la parte superior de su pie y corrían en líneas quirúrgicas de la pantorrilla hasta su rodilla. Le faltaba el dedo medio del pie y otro parecía destrozado. No era de extrañar que necesitara el bastón. —Yo, uh, sé que no es muy bonito —murmuró Gabe. Mantuvo los ojos alejados tanto de ella como de su pie dañado. —Los pies rara vez lo son. —Dolida por él, cerró la navaja suiza, luego suavemente tomó su pie y lo puso en su regazo—. ¿Cómo sucedió esto?

P á g i n a | 99

En cuanto la pregunta salió de sus labios, deseó poder retirarla. No estaba segura de quererlo oír hablar de la época en que fue capturado y torturado por los terroristas. O la vez que pisó un artefacto explosivo improvisado. O… —Un accidente automovilístico —dijo—. Hace más o menos un año. Estábamos de camino de regreso a la base después de un permiso de fin de semana y algún imbécil estaba jugando a alternarse con nosotros en la I-95, ya sabes, acelerando para rebasarnos, luego desacelerando. Así que Quinn trató de pasarlo por la derecha y el tipo se enojó, cortándonos. Quinn se desvió para no golpearlo y un semirremolque surgió detrás de nosotros, saliendo de la nada. ¿Un camión semirremolque? El corazón de Audrey hizo una rápida zambullida directo hacia su estómago. Tenía suerte de estar vivo. —Oh, Dios mío. —Sí, dije eso un par de veces cuando nos cegó. —Sus labios se extendieron en un amago de sonrisa—. Nos envío a volar. Quinn atravesó el parabrisas después de la primera vuelta y, suerte para él, se perdió el encuentro cara a cara con un apoyo de concreto. Yo estuve inmovilizado boca abajo por la pierna durante cuatro horas. Los doctores no pensaron que aguantaría. Es… —Su voz se quebró y ella observó las emociones luchar por su rostro antes de que las bloqueara y se aclarara la garganta—. Esa es la razón por la que ya no estoy en los equipos. Es un poco difícil estar de encubierto cuando hay tanto metal allí, ni siquiera puedo conseguir atravesar la seguridad de un aeropuerto sin un gran lío. Si se veía así de mal ahora, su pie y la pierna debían haber sido un desastre hace un año. Era realmente increíble que incluso estuviera caminando. Por otra parte, tal vez no. Nunca había conocido a un hombre tan terco e indomable como él, y si había tomado la decisión de volver a caminar después del accidente, por Dios, nada menos que un apocalipsis lo habría detenido de caminar. Pero si quería seguir así, tenían que conseguirle atención médica profesional. Todo lo que sabía acerca de medicina lo había visto en Dr. House y Grey’s Anatomy. Pasó una mano calmante por su pantorrilla y sintió que sus músculos saltaban. —¿Puedes mover los dedos en lo más mínimo? Su dedo gordo del pie se movió un centímetro, pero eso era todo. Probablemente no era una buena señal. Bien, ¿y ahora qué? —Yo… creo que tenemos que envolverlo. —Corta uno de estos. —Él golpeó su palma contra un saco—. La tela debería servir.

P á g i n a | 100

—No será cómodo. —Tampoco lo eran las botas. —Buen punto. —Audrey se apresuró a arrastrar uno de los sacos de la pila y lo abrió. El olor dulce, terroso de la avena llenó la cabaña a medida que la sacaba. Con el cuchillo, cortó cinco tiras y fue nuevamente a su lado, otra vez levantando su pie a su regazo—. Esto probablemente duela. Me gustaría tener algo que darte para el dolor. —No te preocupes por eso. —Liberando un largo suspiro, se recostó y cerró los ojos—. Las he tenido peores. Sí, apuesto a que lo había hecho. El dolor era un peligro de su antiguo trabajo, pero odiaba la idea de hacerle daño de cualquier manera. —Simplemente envuélvelo por mí, ¿de acuerdo? —dijo—. Después de que repose y lo mantenga elevado durante la noche, estará como nuevo mañana. De alguna manera, ella dudaba eso. Tan gentilmente como pudo, se puso a trabajar envolviendo las tiras de tela de saco alrededor de su pie, partiendo en su tobillo hinchado. —Entonces —dijo después de un momento, con la esperanza de distraerlo—. ¿Tienes un hermano, eh? —Dos. —¿Mayores o menores? —Ambos más jóvenes. Ella sonrió un poco, pensando en Bryson, y no pudo evitar hacer comparaciones entre su hermano mayor y Gabe. Si la situación lo exigía, no tenía ninguna duda de que Gabe habría matado y mataría. Bryson no tomaría tu vida si te cruzabas con él, simplemente haría todo lo que pudiera para que tu vida no valiera la pena. Los dos hombres también eran unos arrogantes sabelotodo a sus propias formas. Ambos eran muy celosos. Inflexibles. Dominantes. La mayor diferencia se encontraba en sus actitudes. Bryson trataba de jugar bien, realmente lo hacía, y era cuidadoso de no ser grosero incluso cuando te regañaba. Gabe ni se molestaba. Sabiendo lo difícil que había sido crecer con Brys, casi se compadeció de los hermanitos de Gabe. —Apuesto a que los mangoneabas todo el tiempo. Él hizo un sonido evasivo.

P á g i n a | 101

—No me llevo bien con Michael, mi hermano del medio. Es muy parecido a nuestro padre. Incluso se casó con una reina de hielo, quien es tan parecida a nuestra madre que es aterrador. Y mi hermano menor, ¿Raffi? Nadie lo mangonea. Él es… uh, un espíritu libre. Te gustaría. Él actúa en Broadway. Algo cambió en la actitud de Gabe cuando habló de su hermano menor. Audrey no podía poner el dedo en la llaga, pero él… se suavizó. —Háblame de él. —¿Por dónde empezar? —Gabe se quedó en silencio por un momento y luego se rió bajito—. Nunca olvidaré la mirada en el rostro del Almirante el día que Raffi anunció que no iba a entrar en el ejército. Creo que dijo algo así como que él quería bailar, cantar y actuar, y que se iba a la escuela de teatro en Nueva York, muchas gracias pero vete a la mierda. —El orgullo llenó su voz—. Eso no tuvo precio. Nuestro viejo parecía como si fuera a volverse completamente loco de furia. Audrey recogió otro trozo de saco, sosteniéndolo en su lugar con el dedo donde estaba el último, y levantó su pie para continuar envolviéndolo. —Raffi suena como mi tipo de hombre. La sonrisa de Gabe cayó en un ceño oscuro. —Sí, bueno, no te hagas ilusiones. Él es gay. —Incluso mejor. —Cuando su ceño se profundizó, sofocó una carcajada y terminó de vendar el pie, atando la tela de saco en un nudo apretado para que no se deslizara. Se inclinó y le dio un suave beso en el nudo—. Ya está. Todo hecho. —Ella levantó la vista para encontrarlo mirándola con una extraña expresión en su rostro— . ¿Qué, Gabriel? ¿Nunca nadie besó tus dolores para alejarlos cuando eras niño? —No. Mi madre no era exactamente… —Se calló y pareció luchar contra un demonio interior por un momento, luego sacudió la cabeza—. Uh, sí, ¿sabes qué? Ni siquiera voy a dar excusas por ella. Apesta como madre. Nunca debería haber engendrado ni una vez, por no hablar de tres veces. La emoción subió a la garganta de Audrey y le tomó tragar dos veces el ahogar la negación automática que se le vino a la mente. Si su madre nunca hubiera tenido hijos, él no estaría aquí ahora. Con ella. Dios mío, ¿así era realmente como se sentía sobre sí mismo? ¿Que nunca debería haber nacido? Qué manera de ir por la vida. —Eso es una vergüenza —dijo finalmente a duras penas—. Todos los niños deben tener a alguien que los bese para que mejoren sus heridas. Esa extraña expresión se volvió hermética, ilegible.

P á g i n a | 102

—Gracias, Audrey. Su corazón se hinchó, lo que era simplemente estúpido. Un agradecimiento, sobre todo uno de mala gana, no era más que una expresión de apreciación, incluso viniendo de un hombre que rara vez decía esas palabras. —Cuando quieras. Se quitó las botas, se arrastró por los sacos y se tendió a su lado. Yacieron juntos en silencio, escuchando las conversaciones de los guerrilleros en el fuego. Ella podía descifrar retazos y partes de las conversaciones, observaciones subida de tono sobre su cuerpo, desafíos crudos emitidos hacia Gabe, especulando sobre la cantidad de dinero que recibirían del gobierno de Estados Unidos por dos cautivos y cómo planeaban gastar dicho dinero. Como si fueran a ver algo de eso. Quería gritarles que sus líderes estaban viéndoles la cara de tontos, que los ricos los usaban para llenar sus propios bolsillos mientras ellos pasaban los días marchando por la selva, viviendo de bloques de azúcar y arroz blanco. ¿Mantenían a su hermano en un campo como este? Tal vez incluso estaba en algún lugar de este campamento. ¿Lo habían obligado a marchar por kilómetros por la selva? Él no iba a durar mucho si lo hubieran hecho. Bryson nunca había sido un buen amante de la naturaleza, odiaba acampar o algo remotamente rústico. Su encantadora y pequeña cabaña en la playa Quepos, Costa Rica, lo había horrorizado tanto el año pasado que él había ido inmediatamente y le había comprado ese horrible condominio en la sección trampa para los turistas de la ciudad. Incapaz de ver más allá de la falta de comodidades de la cabaña, él simplemente no lo entendía. No la entendía a ella. Pero intentó ayudarla de la única forma que sabía, y Dios, lo amaba por eso. Las lágrimas brotaron. Por mucho que ellos no tuvieran el mismo punto de vista, amaba a su hermano mayor. Él tenía que salir de todo esto. Ella iba a tratar de ver las cosas a su manera, lo haría. Siempre y cuando ambos lograran salir de este infernal país con vida. —Audrey —dijo Gabe muy suavemente junto a su oído, arrastrándola lejos de sus pensamientos. No había sentido su cuerpo moverse hacia ella, pero estaba arrimándose a su espacio personal, tan grande como la montaña con la que lo había comparado antes. Su mano estaba subiendo ligeramente por su brazo, siguiendo a la curva de su cintura, y finalmente estableciéndose en su cadera. Su aliento le hizo cosquillas en la oreja—. Tengo otra lesión que necesita un beso. Ella sonrió en la creciente oscuridad. —¿Sí?

P á g i n a | 103

—Mmm. —Él le dio la vuelta y se apoyó en un codo, inclinándose hasta que su boca se cernía a milímetros de la de ella—. Correcto… —Cepilló sus labios sobre los suyos, atrapando su labio inferior en un suave tirón que sintió por todo el camino hasta su vientre— …aquí. Gabe reclamó su boca en la misma forma en que hacía lo demás, arrasando con todo excepto la necesidad de sentir más de él. Sin miedo. Sin preocupaciones. Incluso el dolor en sus pies ampollados se desvaneció. Por un momento, simplemente fueron él y ella, un hombre y una mujer disfrutando el uno del otro. Su lengua se reunió y danzó con la de ella, iluminando las terminaciones nerviosas en lugares que había olvidado que existían. Su mano se tensó sobre su cadera, atrayéndola contra todo ese duro y musculoso pecho, y sus dedos se deslizaron en su cabello, acercándolo más todavía. Sí. Esto. Esto era exactamente lo que necesitaba. Una distracción. Un tierno, amoroso recordatorio de que aún estaba viva. ¿Cómo había sabido Gabe que necesitaba esto cuando ella misma no se había dado cuenta hasta ahora? Mantuvo la parte baja de su cuerpo alejada, pero su erección todavía pinchaba su costado, especialmente cuando ella chupó su lengua y sus caderas se elevaron involuntariamente. Estirando la mano libre hacia abajo, lo ahuecó a través de sus pantalones y quedó completamente mojada ante su tamaño. Caramba, era un hombre grande. Había pensado que sería bastante bien dotado ya que se elevaba a más de un metro ochenta de sólido músculo. Pero nunca había esperado… presionó su palma y dejó que empujara contra su mano. Uf. No sabía si incluso encajaría cómodamente, pero no podía esperar para probarlo. Con un gemido, Gabe retiró su mano cuando tanteó para liberar los botones de su bragueta. —Tranquila, dulzura. No podemos hacer esto ahora. —Después de reacomodarse, la atrajo hacia sí—. Duerme un poco. Ella resopló una carcajada. —¿Quieres que duerma después de eso? —Seguiremos —dijo—. Cuando los dos estemos en mejor forma y con más intimidad. Créeme. —Ahuecó su pecho y le dio un ligero apretón—. No estamos ni de cerca de terminar. —Sádico. —Incluso mientras la palabra salía de sus labios, bostezó. Estaba tan cansada repentinamente, el zumbido sexual le había dado un toque a su última reserva de energía. Él tenía razón, necesitaba dormir.

P á g i n a | 104

Parecía que siempre estaba en lo cierto. Eso podría ser molesto. —¿Puedes… sostenerme durante un rato? —Se sentía tonta por pedirlo, como un niño que tiene miedo de la oscuridad. Pero la oscuridad nunca había sido tan aterradora antes, y necesitaba el contacto humano. Gabe le apartó el cabello de la cara y le dio un suave beso en la frente. —Planeaba hacerlo. —Quiero saber si lastimo tu pierna. —No lo harás. Audrey suspiró y se acurrucó a su lado, tomando la fuerza del calor de él, la solidez de su cuerpo y carácter. Era un hombre bueno y honorable. Era gracioso encontrar uno ahora, en este lugar, en estas horribles circunstancias, después de todos sus años de búsqueda. Solamente esperaba que ambos vivieran el tiempo suficiente como para explorar su intimidad en ciernes. Dios, era todo tan surrealista. No pudo evitar sentirse como si fuera a despertar de un momento a otro en su hamaca fuera de su cabaña con un dolor de cabeza asesino por las margaritas y la vaga noción de que había tenido un sueño loco. Pero no lo haría. Esto no era un sueño, Gabe no era el hombre soñado, y los dos estaban en mucho peligro. A medida que el día comenzaba a hundirse totalmente, sus lágrimas se desbordaron. —¿Gabe? —¿Mmm? —¿Tienes un plan para sacarnos de aquí? —Sí. La confianza en su respuesta breve alivió sus temores, pero sólo un poco. —No lo dices por decir, ¿verdad? —No, Aud, no. —Se movió y tiró de ella con más fuerza contra su costado—. ¿Hueles eso? ¿Casi como plástico quemado? Ella olfateó el aire y asintió. La esencia tenía un olor a plástico, pero además arrastraba el trasfondo químico único de todas las drogas más fuertes. —Están fumando algo. —Basuco, la escoria sobrante del proceso de la cocaína. Están ahí celebrando. Ellos piensan que se han sacado la lotería con nosotros, pero son demasiado

P á g i n a | 105

engreídos para su propio bien. Cuando llegue la mañana, todos estarán borrachos y drogados, y voy a causarle algunos problemas con los agricultores que viven en esta villa. —¿Cómo? —Voy a matar a una de sus vacas. Audrey se sentó, una objeción automática saltando a sus labios. Pero cuando vio la fuerte y determinada línea de su mandíbula y la mirada rotunda en sus ojos dorados, sabía que protestar sería un esfuerzo inútil. Aun así, tenía que intentarlo. —¿Tienes que matarla? —Es la vida de la vaca o la nuestra, Audrey —dijo sin remordimiento. Esa mirada rotunda se encontró con la suya, y se preguntó sobre el repentino desconocido acostado a su lado. ¿Cómo podía ser el mismo hombre que había sido tan tierno con ella hacía unos momentos?—. El ganado es como moneda por aquí, y lo último que Cocodrilo quiere es cabrear a los agricultores locales. Eso causará el caos, y es lo que necesitamos para escapar. Estaba en lo cierto. Ella lo sabía, pero Dios, odiaba la idea de que algún pobre animal muriera para salvarla. —¿Serás amable con ella, por lo menos? Sus rasgos se suavizaron una fracción y capturó un mechón de su cabello entre sus dedos. Lo enrolló en su mano y lo estudió como si el color y la textura lo fascinaran. —¿Gabe? —Sí. —Dejó caer abruptamente la hebra—. El animal no sentirá nada. Me aseguraré de ello. —Gracias. —Después de un momento, se acomodó a su lado otra vez, pero su corazón se quedó alojado en su garganta—. Estoy verdaderamente asustada. El brazo de Gabe se apretó alrededor de sus hombros. —Sí, lo sé. Pero te prometo que no voy a dejar que te pase nada. Confía en mí. Cierto. Una cosa graciosa, esa. Después de la muerte de sus padres, nunca había confiado en nadie para cuidarla, excepto ella misma. Ni siquiera en su hermano. Pero mientras caía en el olvido del sueño a buen recaudo del abrazo de Gabe, se dio cuenta de que confiaba en él por completo para hacer lo que había prometido.

P á g i n a | 106

Capítulo 11 H

abía pasado mucho, mucho tiempo desde que Gabe había despertado con

la dulzura cálida de una mujer acurrucada a su lado. A decir verdad, ¿lo había hecho alguna vez? La mayoría de sus últimas amantes, esas con las que se había quedado para más de una aventura de fin de semana, siempre habían optado por no pasar la noche, ya fuera por sus propios horarios ocupados o por el suyo. Pero esto… Esto se sentía bien. Se sentía correcto. Podría aprender a amar esto. Todavía medio dormido, maravillado ante la sensación de los pequeños pechos de Audrey aplastados contra su brazo, deslizó su mano libre sobre sus curvas. Ella no era voluptuosa, no como las mujeres que le gustaban a Quinn y por lo tanto a él también. En realidad, ahora que lo pensaba, le gustaban las mujeres rellenitas, sí, pero las mujeres delgadas con sólo pechos pequeños eran las que realmente encendían su motor. Casi todas las mujeres que había tenido durante los últimos doce años eran las que Quinn le enganchaba. Ya era hora de que él empezara a pensar con su propio pene, y su pene quería a la esbelta Audrey Van Amee tan desesperadamente que dolía. Quería deslizar sus dedos por debajo de la cinturilla de sus pantalones vaqueros y sentirla. Tan excitada, resbaladiza y lista para él. Empezaría con un dedo, curvándolo en su interior lo suficiente para que sus caderas se elevaran contra su mano, pidiendo más. Le daría otro dedo y luego un tercero, estirándola hasta que… Ella jadeó su nombre. Gabe se despertó por completo y, mierda santa, no estaba solamente fantaseando. Tenía dos dedos enterrados profundamente dentro de su resbaladizo calor mientras ella se aferraba a su hombro y se retorcía contra él, al borde del clímax. —Jesús. —Empezó a retirar su mano, pero ella atrapó su muñeca y la apretó con tanta fuerza que realmente sintió sus huesos removerse. La mirada que le dirigió fue tan feroz, salvaje y totalmente femenina que su pene saltó de emoción. —No te atrevas a parar, Gabriel. —Guió su mano entre sus piernas y presionó sus caderas hacia arriba, hundiendo sus dedos—. Necesito esto. Por favor.

P á g i n a | 107

Fascinado, Gabe se apoyó en un codo y observó su rostro. Había estado tan frívola acerca de todo el día anterior que él debería haber reconocido su actitud como un mecanismo de defensa. Tan lastimada como estaba, se dirigía hacia problemas si no soltaba un poco de esa tensión. Y quería hacer eso por ella, sólo por esta vez. No era exactamente poco profesional. Tenía que estar lúcida, porque cuando se presentara la oportunidad, necesitaría de su ayuda para sacarlos de aquí. Un orgasmo solamente era la forma más rápida de conseguir que se relajara. Sep. Esto sería estrictamente un movimiento táctico. Nada más. Gabe encontró su clítoris con el pulgar y sonrió cuando ella vibró de placer. Cabeza hacia atrás, ojos fuertemente cerrados, su boca en forma de una pequeña O, era tan abierta y sin pretensiones, tan sensual sin siquiera tratar de serlo. Él tomó su boca en un beso profundo y duro, tragándose su gemido mientras ella explotaba. Maldita sea, la deseaba, quería estar dentro suyo cuando hiciera eso de nuevo. Le tomó hasta la última gota de la fuerza de voluntad que poseía no darse la vuelta, liberar su tensa erección y perforarla hasta que ambos estuvieran demasiado débiles para moverse. Movimiento táctico, si, cómo no. Temblando, Audrey cayó como gelatina a su lado. Con los dedos todavía enterrados en su interior, sintió sus músculos internos ondular con las secuelas de su orgasmo. Lentamente, muy lentamente, para que su hinchado y sensibilizado sexo sintiera cada movimiento, removió la mano. Una sonrisa somnolienta se dibujó en los labios de ella mientras levantaba una mano hacia su mejilla. Él volvió su rostro y le acarició la palma una vez antes de plantar un suave beso con la boca abierta en el centro. —Gabe —dijo ella. —¿Hmm? —Él continuó besando por su brazo hasta su cuello, disfrutando de la piel de gallina que sus labios ocasionaban en su piel pecosa a pesar de la humedad en la pequeña choza. Sus dedos cavaron en su cabello y frotaron su cuero cabelludo con un masaje casi tan sensual como una masturbación. —¿Vas a dejar que me ocupe de ti ahora? Tragó fuerte ante la idea, pero capturó su otra mano antes de que llegara a su bragueta. —Me encantaría que pudieras, pero no va a ser suficiente. Te deseo a ti, incluso más de lo que ya lo hacía, y no voy a ser capaz de tenerte.

P á g i n a | 108

—Sí, tu… —No aquí. —Gabe la presionó hacia atrás cuando ella comenzó a sentarse—. No de esta manera. —Se inclinó para besar su nariz—. Muy pronto, sin embargo. Cuando estemos a salvo, y tu hermano esté seguro, tengo la intención de llevarte a la cama y no dejarte salir por, ah, vamos a decir que tres días. Tal vez cuatro. Tendremos que ver cómo nos sentimos al final del día tres. Si todavía podemos caminar, seguiremos, así que despeja tu agenda. Audrey esbozó una sonrisa brillante como el sol, tal como él había esperado. —Me gustaría eso. —Entonces es una cita. —Después de otro beso rápido, se empujó a sí mismo en posición vertical e hizo un balance de su condición. Además de la rabiosa erección y un infame caso de bolas azules, se sentía muy bien. Tuvo un pequeño calambre en su costado por dormir en los sacos, y Dios Todopoderoso, necesitaba una ducha antes de que se amordazara a sí mismo. Sorprendido de que Audrey lo dejara acercársele cuando olía como una bolsa de gimnasio de tres semanas, se bajó de los sacos y probó su pie. Seguía lastimado, pero no como la noche anterior, y la hinchazón había bajado. Nada que no pudiera manejar. Audrey se sentó y lo observó con atención mientras caminaba hacia la puerta. —¿Cómo está tu pie? —No tan mal. —Probó el pomo, sorprendido de encontrarlo desbloqueado. Sin duda había un guardia apostado… Un cuerpo cayó en el interior cuando la puerta se abrió. —Ay, mierda. —Él bajo la mirada hacia un rostro joven observando con ojos ciegos y vidriosos el cielo antes del amanecer. El cuello del guardia colgaba abierto en una sonrisa morbosa, cortado de oreja a oreja. —Gabe, ¿qué pasa? ¿Qué…? —Shh. —Le hizo señas a Audrey para que permaneciera atrás y se dejó caer en una postura defensiva, escudriñando el campamento.

P á g i n a | 109

Otro cuerpo yacía arrugado junto al fuego todavía humeante, y un tercero en el borde del campo de amapolas. Sin señales de Cocodrilo, pero le pareció ver movimientos cerca de uno de los edificios a las nueve49. ¿Ya lo había encontrado su equipo? Gabe ahuecó las manos alrededor de su boca y silbó, imitando un llamado de pájaro, luego escuchó durante cinco largos segundos. No hubo respuesta. No era Quinn. Mierda. Permaneciendo abajo, salió lentamente a cielo abierto lo suficiente como para enganchar el AK-47 del guardia muerto y un cargador extra de munición, luego retrocedió agachado al interior de la cabaña. En cuanto a refugios, era bastante patético, y tenían que salir en caso de que estallara un tiroteo. Las paredes de madera fina no detendrían siquiera una ronda del calibre de una pistola. Algo más pesado que un fusil de asalto desgarraría la choza y a cualquiera en su interior en pedazos. Tendrían que correr. El único problema con eso era que él estaba sin una bota. Y vaya sorpresa, el guardia muerto tenía pies pequeños. Se inclinó y comenzó a desatar su otra bota. —¿Gabe? —Audrey se puso de pie, mirándolo con el miedo ensanchando sus ojos—. Oh, Dios mío, ¿eso es sangre? —No es mía. —Con aire ausente, se limpió sus manos ensangrentadas en el pantalón y luego se quitó la bota. Se movería más rápido descalzo. Comprobó el AK y expulsó el cargador, decepcionado al verlo medio vacío—. Maldita sea. ¿A qué demonios le había estado disparando el chico? Desde luego que no a su atacante, o de lo contrario Gabe lo habría oído. Joder, el idiota merecía morir si no sabía hacer nada mejor que andar por allí de guardia con un arma medio cargada. Gabe se embolsó ese cargador, esperando que no fuera necesario, y cargó el nuevo, levantando la palanca de carga. —¿Dónde está mi cuchillo? —susurró. —Uh… —Audrey revolvió su improvisada cama, pasando sus manos sobre los sacos que aún conservaban las huellas de sus cuerpos. Sacó el cuchillo plegable de una grieta entre la pared y los sacos y se lo entregó—. Aquí. ¿Qué está pasando? —Alguien está matando a los guardias. Ella abrió la boca y miró la puerta cerrada. Las Nueve: es una posición militar. Hace referencia a las manecillas de un reloj, siendo ellos el centro del mismo, como si estuvieran parados en el centro de un gran reloj, por lo que las 6 sería detrás de ellos, las 3 a la derecha, las 9 a la izquierda, las 12 enfrente, y así sucesivamente. 49

P á g i n a | 110

—¿Tus hombres? —No lo creo. —Oh, Dios. —Sus rodillas se tambalearon y se hundió en los sacos, sus manos temblorosas cubriendo su rostro—. ¿Cuándo terminará esta pesadilla? —Hey. —Gabe se colgó el AK-47 al hombro y la tomó entre sus brazos, arrastrándola contra su pecho con la barbilla en la parte superior de su cabeza—. Te prometí que nada iba a pasarte y yo cumplo mis promesas. Permanece estable, haz lo que te diga y vamos a estar bien. ¿De acuerdo? ¿Audrey? —dijo cuando ella no respondió, y le levantó la barbilla con el nudillo—. ¿Puedes permanecer estable por mí? Sus ojos brillaban con lágrimas, pero asintió. Tan fuerte. Una mujer promedio sería un lío inestable para estos momentos. Infierno, la mayoría de los civiles promedio lo serían también. Que ella lo soportara sin ninguna formación detrás, era increíble para él. —No voy a desmoronarme ahora. —Con una sonrisa llorosa, añadió—: Aunque no puedo ofrecer ninguna garantía para más adelante. —Por ahora es todo lo que necesito. —Le dio un rápido beso en la frente antes de liberarla—. Cuando abra la puerta, sé tan silenciosa como puedas y corre directamente al campo de amapolas. No esperes por mí. Corre hasta llegar al otro lado y luego ocúltate. Voy a silbar dos veces cuando sea seguro. —Silbó suavemente en una ráfaga corta seguida por una más larga—. Si no escuchas eso, te quedas allí. Mordiéndose con fuerza el labio inferior, ella asintió otra vez. Gabe se volvió hacia la puerta con el rifle preparado y el corazón tronándole detrás de las costillas. Debería haber estado estable, esto era un juego de niños en comparación con otras situaciones en las que había estado como SEAL, pero Audrey cambiaba las cosas. Lo único que importaba era que ella saliera con vida. Un rápido vistazo hacia ella le mostró que estaba lista. O tan lista como iba a estar. Él contuvo el aliento, lo sostuvo hasta que su corazón se ralentizó, y dejándolo ir en una exhalación lenta, abrió la puerta. —Vete.

El actual desastre de Jacinto Rivera estaba a tres manzanas del almacén que Ian y Jesse planeaban hacer un cráter, lo que en realidad no fue una gran sorpresa. El

P á g i n a | 111

hecho de que estuviera a medio paso de ser menos que un agujero de mierda, sin embargo, lo fue. Sabiendo Quinn el amor de Ángel Rivera por el lujo, había asumido que Jacinto montaba en los faldones de su hermano, viviendo la buena vida por nada. Esto no era la buena vida. Después de despejar el segundo piso de apartamentos —no es que a alguien le importara quiénes eran o qué hacían; en este tipo de barrio, la gente se mantenía alejada de los asuntos de sus vecinos—, Quinn mantenía vigilancia mientras Marcus trabajaba brevemente en la endeble cerradura de la puerta de Jacinto Rivera. El apartamento casi vacío olía a leche en mal estado, comida pasada y carne podrida. —Asco. —Marcus arqueó las cejas ante el hedor y levantó el borde de su camisa para taparse la nariz mientras se deslizaban en el interior—. Algo está muerto. Bueno, Deangelo no era un Sherlock Holmes. Quinn examinó el pequeño apartamento. —Esperemos que no sea Jacinto Rivera. En tal caso, estaban de regreso al punto de partida en la búsqueda de Bryson

Van Amee y el tiempo, ese hijo de puta persistente, seguía pasando. Todo lo que podía salir mal hasta el momento ya lo había hecho. Harvard estaba teniendo problemas para desenterrar la suficiente información del EPC, lo que estaba ralentizando su búsqueda. El trabajo del almacén estaba comiéndoles tiempo y mano de obra, pero no había forma en el infierno de que Quinn dejara todos esos explosivos en las manos del enemigo. Ah, y no nos olvidemos de que Gabe estaba DEA50. En el mejor de los casos, Bryson resurgiría ileso tras el rescate, su compañía de seguros sesenta y tantos millones de dólares más pobre. En el peor, y más probable, sus captores lo matarían y arrojarían su cuerpo en algún lugar en el que nunca sería encontrado y la compañía de seguros aún así perdería un par de millones de sus posesiones. De cualquier manera, eso contaría como una pérdida para HumInt Consulting Inc. y para el recién forjado Equipo de Negociación y Rescate de Rehenes, lo cual no era aceptable. —No es Rivera —dijo Marcus y Quinn se volvió hacia él. Estaba parado en la pequeña cocina fuera de la habitación principal, mirando fijamente en la nevera abierta—. No a menos que él fuera pequeño y peludo. Es un gato abandonado y ha estado aquí un tiempo. Parece que murió de hambre. —¿En la nevera?

50

DEA = Desaparecido en Acción.

P á g i n a | 112

—Hasta ahí llega la ironía de la muerte. —Con su camisa todavía en la nariz, él levantó la cabeza para estudiar el resto de la vivienda. Sus oscuros ojos se arrugaron con disgusto—. Nadie vive aquí. ¿Cómo podrían? Quinn hizo un sonido evasivo; no iba a admitir que había crecido en un apartamento en Baltimore no mucho mejor que esto, con un padre alcohólico que lo golpeaba sin razón diariamente y una madre demasiado drogada como para preocuparse por él. Era algo que nunca había admitido a nadie. Ni siquiera a Gabe. Su nombre había sido Benjamin Paul Jewett, Jr. o Paulie, en aquel entonces, y la vida había sido un infierno sobre la Tierra. El día que Big Ben se volvió loco de borracho y le disparó a él y a su madre, fue el mejor en la vida de diez años de Quinn, ¿y cuán triste era eso? Tendido en su cama estrecha, su sangre bombeando fuera de un agujero en su pecho, con el Gameboy robado aún apretado en sus manos, él había pensado finalmente soy libre. La policía había echado abajo la puerta, se habían llevado a Big Ben, encerraron a su madre en una bolsa de plástico y enviaron a Paulie a un hospital, donde conoció al Dr. Samuel Quinn y a su esposa, la enfermera de la UCI, Bianca. Ellos habían salvado su vida con mucho más que una excelente atención médica. Entonces los había perdido a ellos también. —¡Hey, Q! ¿Estás aquí conmigo? —La mano de Marcus pasó por delante de su rostro y él parpadeó de vuelta al presente, maldiciéndose en silencio. No daba un paseo por el carril de los recuerdos a menudo, y cuando lo hacía, nunca iba tan atrás. Sacudió su cabeza. Tenía que dejar de andar por las nubes. Jesse ya estaba sospechando sobre su condición médica y no era necesario que añadiera más leña al fuego por quedarse en blanco con Marcus. También tenía que salir de este maldito apartamento, le ponía la piel de gallina con los recuerdos de Big Ben. Se aclaró la garganta. —¿Encontraste algo? Marcus le dio un vistazo con los ojos entrecerrados, pero luego se encogió de hombros. —Nah. Está despejado. Si Jacinto incluso vivió aquí, no fue recientemente. Quinn asintió y se dirigió hacia la puerta. —Vamos a repasar y ver cómo les va a Ian y a Jesse en el almacén. Tal vez tengamos suerte y… —Su teléfono vibró en su bolsillo y levantó un dedo—. Espera. —Miró la pantalla. Harvard. Incluso cuando su estómago cayó hasta su pelvis a una velocidad escalofriante, intentó mantener la voz estale—. ¿Qué has encontrado?

P á g i n a | 113

La voz del chico era casi estática. —Nada bueno. Y no lo era. El Jeep de Gabe estaba abandonado en la carretera, el parabrisas tenía disparos, y no había indicios de él o de Audrey. Quinn se pasó una mano por la cara, pasmado de que las lágrimas nublaran su visión. Había muy pocas personas en el mundo que él considerara amigos, y menos aún que contara como familia. Gabe era familia. Si ese hijo de puta había logrado que lo mataran… Cristo, él podría perder el control sobre el delgado jirón de cordura que aún tenía. —… los cadáveres —dijo Harvard, y Quinn regresó bruscamente, dándose cuenta de que había perdido el hilo de la conversación. Concéntrate, imbécil, se dijo. Nunca había tenido problemas en continuar con la tarea antes, pero… bueno, muchas cosas habían cambiado. —¿Qué cadáveres? Harvard hizo un sonido exasperado. —Cuatro cuerpos en el camino. Parecía un tiroteo… —¿Es Quinn? —preguntó Jean-Luc al fondo—. Déjame hablar con él —Luego dijo—: Quinn, esos cuerpos son problemas. No puedo comenzar a explicar lo que pasó entre ellos y Gabe, pero algunos de sus amigos se presentaron cuando me iba de la escena y me siguieron. Los perdí. No fue fácil. Y los golpes seguían llegando. —¿Conseguiste alguna información sobre ellos? —No de los chicos que me perseguían. Tenían armas y estaban cabreados. No iba a parar y tener una charlar de hola-cómo-estás con ellos. Pero —añadió antes de Quinn pudiera protestar—: Tengo los números de placa de los vehículos y las fotos de los muertos. Ya han sido enviadas al correo electrónico de Harvard, y él dice que va a iniciar las identificaciones tan pronto como regresemos. —Muy bien. ¿Estás seguro de que no había señales de Gabe o Audrey cerca del jeep? —Positivo. —Mencionó cómo el bastón y las gafas de sol de Gabe todavía estaban en el vehículo, y que encontraron su arma en el follaje al lado de la carretera—. Harvard cree que se deshizo de ella.

P á g i n a | 114

—Estoy de acuerdo. Si los guerrilleros los emboscaron, habría querido plantear una amenaza menor. —Por suerte, Gabe era una amenaza, con o sin un arma de fuego—. ¿Y su teléfono? —No se pudo encontrar. Así que se deshizo del arma pero conservó el teléfono… que tenía GPS. Gracias, Gabe, inteligente hijo de puta. El alivio se apoderó de Quinn, haciendo que sus manos temblaran. Esperaba como el infierno que Marcus no se diera cuenta. —Vuelve a la base lo antes posible —le dijo a Jean-Luc, luego desconectó la llamada y velozmente le marcó a Jesse—. Cambio de planes. Mantente fuera del almacén. Vamos tras Gabe.

—Vete —susurró Gabe cuando abrió la puerta. Audrey vaciló solamente un segundo. Fue un segundo demasiado largo. La negra silueta de un hombre se deslizó por la esquina de la choza, viéndolos, y levantó su arma sin ni siquiera un grito de advertencia. Él nunca consiguió una oportunidad para disparar; Gabe lo despachó con una ráfaga de tres disparos a la cabeza, rápidos, limpios. Los ojos del hombre-de-negro se ampliaron y, dejando caer la pistola de su mano inerte, se desplomó donde estaba parado. Réplicas de sonido del AK-47 se hicieron eco por la ladera de la montaña y otros disparos salieron alrededor del campamento en una reacción en cadena por el pánico. Los guerrilleros brotaban de sus chozas, confundidos, somnolientos y medio vestidos, directo hacia las balas provenientes de sus atacantes. Los que no cayeron muertos buscaron sus propias armas y pronto el claro sonaba como un espectáculo de fuegos artificiales. Bang, bang, bangbangbang. ¡Boom! Audrey se echó hacia atrás. Eso era todo. Los dos estaban muertos. Ella no volvería a ver a sus sobrinos de nuevo, nunca sabría si su hermano llegó a casa a salvo o si sus cuadros se venderían en la feria de arte. Nunca averiguaría si el sexo con Gabe sería tan bueno como se imaginaba que podría ser. Nunca sabría si su química era puramente una consecuencia de la adrenalina por las circunstancias o algo más. Dios, no quería morir.

P á g i n a | 115

Para su horror completo, Gabe la agarró del brazo en un fuerte apretón y la arrojó por la puerta. —¡Vete! ¿Vete? ¿A dónde? Las balas volaban, la gente caía al suelo gimiendo de dolor o funestamente silenciosos, y ella no podía orientarse. Un joven guerrillero cargó hacia ella, agarrándola por el lado izquierdo y tirándola fuera de balance. Sin dudarlo, Gabe se acercó por detrás del chico y le cortó la yugular con la navaja suiza. La sangre salió a borbotones, salpicando su cara y pecho. Quería gritar. Abrió la boca y no salió nada. —¡Audrey! —La voz de Gabe era toda de sargento de nuevo. Él se dio la vuelta con facilidad y desvió un golpe de cuchillo dirigido a sus riñones empuñado por el hombre-de-negro—. ¡Muévete! ¡Ve, ve, ve! Audrey se escabulló hacia atrás sobre su trasero, mirando a Gabe en pleno combate mano-a-mano. Se movía como un asesino. Rápido. Silencio. Fascinante. Y mortal. Sin olvidar mortal. —Audrey, maldita sea, ¡ve! —En el milisegundo que él apartó los ojos de su atacante para mirar con preocupación en su dirección, el cuchillo cortó profundamente a través de su bíceps. Se tambaleó hacia atrás, tropezando como su pie malo que cedía. —¡No! —Audrey se lanzó hacia delante, pero se contuvo. ¿Qué iba a hacer para ayudar, pintar un retrato poco halagador de su atacante? Correcto. Él sabía lo que estaba haciendo. Ella no, así que tuvo que reunir su ingenio y seguir sus órdenes. Lo único que estaba haciendo era distraerlo, dividiendo su atención y poniéndolo en mayor peligro. Le había dicho que corriera a través del campo de amapolas, se escondiera en la selva y esperara. Poniéndose de pie en la hierba resbaladiza cubierta de rocío, ella envió una última mirada por encima de su hombro. Gabe se había enderezado y surgido de nuevo en la batalla con una determinada expresión sombría en su rostro. Odiaba abandonarlo. Envió una oración por su protección y corrió hacia el campo de amapolas.

P á g i n a | 116

Capítulo 12 G

abe la vio salir por el rabillo del ojo. Ya era maldita ahora —excepto que

ahora que ella estaba fuera de su vista, su corazón decidió imitar un infarto, lo cual lo hizo vacilar y casi terminar con un cuchillo en la tripa. Inaceptable. Él tenía que estar bien en sus cabales. Conseguir que lo mataran no haría nada bueno por Audrey. Desvió otro golpe. A su oponente le gustaba ir a los riñones y el estómago, nunca variaba el ataque. Gabe esperó hasta que el cuchillo volvió hacia su ombligo, se salió del camino, agarró el cuchillo de la mano del chico y lo retorció, todo en un solo movimiento rápido y fluido. Sintió el satisfactorio chasquido del hueso de la muñeca de su oponente, pero continuó el giro hasta que todo el brazo estuvo como ala-de-pollo detrás de la espalda de su oponente, con el hombro tenso casi saliéndose de su articulación. El hombre se dejó caer con fuerza sobre sus rodillas. Los disparos habían disminuido, así que en lugar de terminar con él y pasar al siguiente tipo, Gabe decidió que tendrían una agradable charla íntima. —¿Quién eres tú? —Gabe se apoyó en su brazo. El hombre gritó, las lágrimas se derramaban de sus ojos tan rápido como las plegarias en español que salían de sus labios—. ¿Quién eres tú? ¿Quién eres51? Hombre fuerte con el cuchillo, no tanto sin él. Balbuceó incoherentemente, o al menos Gabe pensó que estaba balbuceando. Por lo que sabía de español, el chico podría estar derramando información clasificada relativa a todas las organizaciones terroristas en el país de Colombia. Lo dudaba, sin embargo, teniendo en cuenta que el idiota acababa de mearse encima. Un movimiento en el campo de amapolas le llamó la atención. Se dio la vuelta y vio a Cocodrilo escabullirse del campamento, no exactamente siguiendo a Audrey pero no había manera de que fuera a perdérsela —ella estaba sólo unos minutos por delante. Hora de ponerle fin a esta pelea de cuchillo. Con la base del cuchillo, Gabe golpeó al aún balbuceante pendejo, dejándolo frito. Matar a esa patética excusa de amenaza no valía la pena el esfuerzo. 51

(N. de T.) Texto en español.

P á g i n a | 117

Agarró su AK-47, que se había caído durante la lucha, luego agarró el cuchillo del hombre inconsciente. Un Bowie de unos treinta centímetros de largo con una hoja de acero toda rayada y con el mango de goma, lo que la hacía un arma mucho mejor que su pequeña navaja suiza. Se la enfundó en su cinturón. Ahora alcanzar a Cocodrilo antes de que él llegara hasta Audrey.

—Te voy a dejar dos kilómetros hacia el oeste —gritó el piloto local de HumInt, Inc. sobre el ruido de las aspas del helicóptero. Por suerte, solamente bastó una llamada a Tucker Quentin para encontrar uno dispuesto a volar sin hacer demasiadas preguntas. Cristo, necesitaban un piloto que fuera de los suyos. Quinn suspiró y se apretó el puente de la nariz. Una cosa más que añadir a la lista de tareas pendientes. Un rápido vistazo al Google Maps había mostrado la zona montañosa, densa, con vegetación exuberante y carente de carreteras decentes dentro o fuera. Un maldito buen lugar para esconderse, inaccesible excepto por aire o a pie, y ellos no tenían tiempo para excursiones. El teléfono de Gabe no se había movido todavía, pero eso podría cambiar en cualquier momento. Volar era su mejor —y única, en opinión de Quinn— opción. Quinn miró sobre su hombro hacia los hombres en la bodega de carga. JeanLuc, Ian y Jesse estaban con sus rostros sombríos y preparados, listos para la acción. La decisión de dejar atrás a Marcus había sido unánime, ya que no tenía entrenamiento militar. Él había estado un poco molesto, pero saltó directo al teléfono tratando de ubicar a un hombre llamado Giancarelli, uno de sus antiguos amigos del FBI, para obtener un resit sobre el caso. Harvard también había querido entrar en la operación, lo que había llevado a un infierno de tiempo hablando con el chico para sacarlo. Sólo había cedido después de que Quinn señalara que él era la única persona que podía hacer funcionar el programa de seguimiento en equipo necesario para encontrar el teléfono de Gabe. Su voz había sido una presencia constante en el oído de Quinn desde que salió de Bogotá, manteniéndolo actualizado del GPS y cualquier nueva información que Marcus descubriera. Y Quinn tenía un dolor de cabeza que le partía el cerebro. Jesús, esperaba que encontraran a Gabe. Estaba tan dispuesto a devolverle el mando.

P á g i n a | 118

—Estén listos para movernos —le dijo a los chicos, desabrochó su arnés y saltó a la parte trasera con ellos. Abrió la puerta corrediza y el viento se precipitó en el interior, robándoles el aliento mientras observaba al helicóptero descender cada vez más cerca del suelo. Al momento en que los patines tocaron tierra, les hizo una seña a los hombres con un brazo, envió una señal de OK sobre su hombro al piloto, y los siguió al monte alto del campo. El piloto alzó el volador de nuevo, bloqueando el sol de la mañana el tiempo suficiente como para que los ojos de Quinn se ajustaran al brillo y recorrieran con la vista su entorno. Estaban de pie en un campo deforestado en lo alto de la ladera de una montaña, con su pico blanco levantándose sobre sus cabezas hacia el norte y en ascenso traicionero hacia el sur. El campamento de la guerrilla estaba a más de tres kilómetros hacia el este, sobre un paisaje abrupto, y esperaba como el infierno que sus chicos estuvieran a la altura del senderismo. El plan era que el piloto circulara por el campamento y ofreciera apoyo aéreo mientras ellos se infiltraban por el suelo. No saber con cuántos tipos estaban tratando, y el hecho de que tanto Jesse como Jean-Luc no habían visto batalla en años, los ponía en una clara desventaja, por lo que el apoyo del helicóptero era una gran ventaja. Una vez en el suelo, Quinn señaló a Ian y a Jesse y les hizo señas para que fueran hacia el sur. Ambos eran alpinistas con experiencia —y, ¡párate allí!, ¿quién habría pensado que Ian tenía pasatiempos además de hacer explotar mierdas?— y llevaban material de escalar en sus morrales. En caso de que surgieran algunas bajadas empinadas, no tendrían que perder tiempo encontrando una ruta alternativa. Quinn y Jean-Luc se aproximarían desde el norte. También llevaban material de escalar, pero él rezó porque no fuera necesario. Preferiría volver a hacer el entrenamiento físico del BUD/S que trepar cualquier maldito acantilado. El equipo se uniría en las coordenadas del teléfono de Gabe. Y si había un poder superior y benevolente por allí en alguna parte, encontrarían a Gabe y a Audrey vivos y en una sola pieza.

Los disparos habían disminuido hacía un tiempo, pero incluso aunque agudizaba el oído, Audrey aún no había oído el silbido de "todo despejado" de Gabe. Ella se metió debajo de un gigantesco arbusto frondoso, tiritando, espantando a las hormigas en sus piernas, luchando por mantener la calma.

P á g i n a | 119

Sangre. Violencia. Muerte. Muerte. Oh, Dios, ¿y si estaba muerto? ¿Qué pasaba si ese malvado cuchillo lo había golpeado en una arteria y estaba sangrando en el suelo mientras ella se encogía allí? Otra ráfaga de disparos rebotó en la ladera de la montaña y ella saltó. Está bien, esto apestaba. No era una cobarde por naturaleza, pero ser lanzada a años luz de su zona de confort, aparentemente la convertía en una. No. Eso no era cierto. No era una cobarde. Ahora que su conmoción inicial había desaparecido, quería ayudar. Pero, ¿la violencia no engendraba violencia? Al menos eso es lo que su madre le había inculcado en su psique infantil. La violencia no solucionaba nada, pero Audrey no podía ver cómo acurrucarse pacíficamente bajo un arbusto durante un tiroteo resolvería algo, y por primera vez en su vida, le hubiera gustado tener un arma para un propósito violento. Nunca había matado a algo más que un recorte de papel. Ella era buena disparando, pero verse obligada a tomar una vida real… no tenía idea de si sería capaz de hacerlo. Definitivamente no lo haría tan fácilmente como Gabe. Gabe. Caramba, no sabía qué pensar de él ahora. Una parte de ella siempre había sabido que era peligroso. Mortífero, incluso. Un SEAL de la Marina entrenado para matar rápidamente y en silencio. Aun así, ella nunca habría asimilado a ese Gabe con el sarcástico, agobiante, y oh, tan tierno, que necesitaba una buena lección de modales, escupía fuego ante la idea de ser cuidado, la sujetaba con tanta suavidad y ahuyentaba sus pesadillas. La forma en que había cortado la garganta de ese chico… Claro, el chico era uno de los tipos malos, decidido a hacerle quién sabe qué a ella. Pero era todavía un niño, probablemente ni siquiera con la edad suficiente para beber legalmente en Estados Unidos. ¿Tenía Gabe que matarlo? ¿Y le importaba tanto que él lo hiciera? Tendría que pensar en eso. Pero no ahora. ¿Dónde estaba él? Se asomó por debajo de las ramas. Gabe le dijo que se escondiera y permaneciera allí, y por mucho que quisiera correr en su ayuda, la mejor manera de ayudarlo era hacer lo que dijo, minimizando sus distracciones. Él sabía lo que estaba haciendo, ella tenía que seguir recordándose eso a sí misma. Él era la élite de la élite, entrenado para manejar cualquier cosa que el enemigo le lanzara.

P á g i n a | 120

Excepto que esa vocecita persistente en el fondo de su mente, la que la había convencido de que era una buena idea venir a Colombia y buscar a Bryson, seguía diciéndole que Gabe podía ser de la élite, pero que no era Superman. Las balas lo atravesaban tan fácilmente como a cualquier otra persona. Tal vez incluso con más facilidad, ya que él era exactamente el tipo noble de idiota que se lanzaba a la línea de fuego. Si él conseguía que lo mataran con el pretexto equivocado de proteger a la damisela en apuros, tendría que resucitarlo y machacarlo de nuevo. No era una damisela. Estaba siguiendo órdenes. Como militar de carrera, él debería apreciar eso. Las ramas crujieron bajo las pisadas de alguien próximo y ella vio una bota marrón entrar y luego salir de su línea de visión. Audrey no se atrevió a moverse y aguantó su respiración, conteniéndola hasta que sus pulmones ardieron. Los pasos la rodearon, lentamente, y se dirigieron de vuelta hacia el campamento de la guerrilla. Ella soltó su aliento en una exhalación suave y se movió hacia delante para mirar de nuevo. El brillante sol de la mañana se filtraba por los árboles, salpicando el suelo del bosque con vetas de color amarillo y sombras. Ahora que el tiroteo había cesado, las criaturas de la selva mostraban su descontento con el barullo de la madrugada aullando. Seguramente todo ese ruido cubriría cualquier sonido que ella hiciera. Simplemente ya no podía permanecer oculta. No sólo por las malditas hormigas que seguían pululando sobre sus piernas, sino porque alguien, como el dueño de esas botas marrones, la encontraría eventualmente. Tenía que localizar a Gabe y de alguna manera conseguirle ayuda médica si la necesitaba. Dios sabía que como el estúpido macho alfa que era, podría estar medio muerto y no pedir ayuda. Audrey salió de debajo del arbusto y se enderezó lentamente, casi esperando que un guerrillero o uno de los atacantes desconocidos saltara hacia ella. Ese era el tipo de cosas que sucedían en las películas. La desprevenida e inexperta protagonista que era demasiado estúpida para vivir es tomada como rehén mientras su hombre está fuera peleando una buena batalla. Ajá. Ella no iba a ser ese cliché. Miró alrededor buscando algo para usar como arma y encontró una pequeña rama, el extremo en el que se había roto del árbol afilado. No era una Smith & Wesson Sigma, su favorita, pero ese extremo afilado no estaría mal cuando pinchara el estómago de un atacante. Y era del tamaño justo después de que le quitara un par de ramitas. Ahora, ¿por dónde empezar? El campamento era la opción obvia, pero de vez en cuando, un estallido de disparos todavía sonaba de esa dirección. Obvio, pero

P á g i n a | 121

probablemente no lo más inteligente. La opción más inteligente era correr en la dirección opuesta, o continuar en la clandestinidad hasta que Gabe finalmente apareciera y le diera el visto bueno. Tampoco le atraía mucho. Tenía la sensación incómoda de que Gabe no había llegado todavía porque no podía, por lo que era su turno de jugar al caballero de brillante armadura. Sí, estaba medio asustada a muerte, pero no era una cobarde, maldita sea. Si Gabe necesitaba su ayuda, ella se la daría. Temblando pero decidida, sosteniendo la rama extendida al frente como una espada, volvió sobre sus pasos a través de la selva hacia el borde del campo de amapolas y se encontró con el pecho de un hombre vestido con un equipo de asalto. Su mirada cayó instantáneamente a sus pies. Botas marrones. Así que tal vez era la protagonista demasiado-estúpida-para-vivir después de todo. Él la agarró por los brazos y puso una mano sobre su boca antes de que el sonido de un chillido saliera de sus labios. Ocho hombres más en trajes de asalto se abrieron camino a través del campo —sin duda no eran guerrilleros; estaban muy bien vestidos y equipados. Dos de los hombres arrastraban un cuerpo inconsciente por el campo de amapolas detrás de ellos. Gabe. La sangre corría por el costado de su cara. Moretones oscurecían su mandíbula, pómulo y labio partido. Quienquiera que fueran, le habían dado una infernal paliza. Yacía inmóvil donde lo dejaron, tan tranquilo que no podía decir si estaba respirando o no. El dolor explotó en su pecho. Dolía tanto que estaba segura de que tenía que ser una hemorragia interna. No, él no podía estar muerto. Era demasiado… más terco que una mula. Ella se sacudió contra los brazos que la sostenían, mordió con fuerza la palma de la mano que le tapaba la boca y al mismo tiempo empujó la rama del árbol en su estómago. De alguna manera, su arma logró darse la vuelta y no fue el extremo afilado el que golpeó sus abdominales, aunque fue suficiente para aún así hacerlo retroceder un paso. La soltó con una maldición en voz alta y ella corrió a través de la fila de hombres atónitos para llegar al lado de Gabe. Respirando. Oh, gracias a Dios. Y su corazón le latía con fuerza detrás de sus costillas cuando ella apoyó la cabeza en su pecho. Sin embargo, él lucía como el infierno y su pie malo se había hinchado, volviéndose de nuevo de una sombra fea de color púrpura. ¿Fue por esa debilidad que habían logrado derribarlo?

P á g i n a | 122

Una sombra cayó sobre ella mientras abrazaba a Gabe. Le lazó una mirada asesina a Botas Marrones. —¿Quién eres tú? La sorpresa pasó rápidamente por sus rasgos oscuros ante el hecho de que ella hablaba español, pero se recuperó rápidamente y respondió a la pregunta con otra. —¿Estás con el EPC? —No. Nos tomaron como rehenes. —Ella miró a Gabe. Su ira ardía en su sangre y sintió el rubor subiendo de su cuello hasta sus mejillas—. ¿Por qué lo golpeaste? —Mató a uno de mis hombres —dijo el líder sin remordimiento. —¡Solamente porque tu hombre trató de matarnos! ¡Sólo estábamos tratando de mantenernos con vida, encontrar a mi hermano y salir de este maldito país! —¿Tu hermano? —Parecía muy interesado y Audrey cerró los ojos. Maldita sea. Gabe le dijo que no debería haberle dicho a Cocodrilo sobre Bryson en primer lugar, y ahora había ido y cometido el mismo error con este nuevo grupo. Algún día ella iba a aprender a mantener la boca cerrada. Si no conseguía que la mataran primero. —¿Eres americana, entonces? —preguntó él con un acento Inglés pronunciado. Cuando ella no dijo nada, añadió—: ¿Relacionada con el empresario estadounidense, Bryson Van Amee? Suponiendo eso como una pregunta retórica, se quedó en silencio. Así que él ya sabía de Bryson. No era esto simplemente una maravilla. Tal vez el EPC no había secuestrado a Bryson en absoluto, y estos tipos eran los responsables. Mejor entrenados y equipados para ello, no tenía ninguna duda de que habían tomado rehenes antes. No tenía duda de que habían matado a rehenes antes. Oh, Dios. El líder se alejó y les habló en voz baja a sus hombres. No oyó la mayor parte de la conversación, a excepción de "el jefe va a querer verla", y eso sonaba de mal augurio, así que ella los ignoró. Volviendo su atención hacia Gabe, se encontró con que toda la sangre provenía de un pequeño corte en el nacimiento de su cabello sobre su ceja derecha. Gracias a Dios que no estaba mal. Puede que ni siquiera necesitara puntos de sutura, pero esperaba que él tuviera una cabeza dura, porque ella realmente necesitaba que despertara de una conmoción cerebral. El grupo llegó a un consenso y los dos hombres que habían estado llevando a Gabe volvieron a su lado, lo agarraron por los brazos y las piernas y lo arrastraron.

P á g i n a | 123

—¡Hey! —dijo ella. El líder tendió una mano hacia ella. —Usted viene con nosotros. —No. —Ella sacudió la cabeza y se mantuvo firme—. Yo no voy a ninguna parte sin… —¿Cómo debía llamar a Gabe? "Guardaespaldas" probablemente haría que le dispararan, y "amigo" no era una relación lo suficientemente fuerte como para justificar su negativa. Subió la barbilla y encontró los ojos del líder con desafío—. Sin mi esposo. Sus cejas se levantaron, desapareciendo bajo el borde de su cabello oscuro. —De verdad. Odio tener que informarle que yo no necesito su consentimiento. —Eso haría su vida más fácil. Si lo dejas, voy a luchar a cada paso. —Podría dejarla frita. —Sí, pero no voy a quedarme inconsciente para siempre, y me despertaré retorciéndome. A no ser… —ella puso mucho énfasis en las palabras—… que Gabe se quede conmigo. —¿Gabe? —repitió y toda su postura cambió, su mandíbula se endureció, los ojos le brillaron con un odio tan ardiente que no se habría sorprendido de encontrar el cuerpo inconsciente de Gabe chamuscado por ellos. —Puto infierno sangriento. —Silbó a sus hombres, quienes estaban a punto de lanzar a Gabe en la selva y probablemente matarlo. —Olvídenlo. Él viene, también —les dijo en español—. Pero esposen sus manos detrás de su espalda en caso de que despierte y no le quiten sus armas ni por un instante. —Entonces, le tendió la mano a Audrey de nuevo—. Ahora, señora Bristow, ¿viene con nosotros? Como si tuviera otra opción. A pesar de que lo había enmarcado como una pregunta, era una orden en el fondo. Audrey ignoró la mano que le ofrecía y se levantó por su cuenta, temiendo haber saltado fuera de la olla y directo al fuego. —¿Usted conoce a mi… marido? Botas Marrones dio un seco asentimiento y miró hacia el cielo cuando un helicóptero sobrevoló la zona. ¿Ayuda? se preguntó Audrey, y siguió su mirada. No podía decir si amigo o enemigo, no había manera de que la gente en ese helicóptero pudiera ver a través de las copas de los densos árboles.

P á g i n a | 124

Botas Marrones les hizo señas a sus hombres para que se pusieran en movimiento y se volvió hacia ella. —Diría que es un placer conocerla, pero eso sería simplemente una mierda cuando la haga viuda. —Él le dio un empujón hacia adelante—. Así que cállese y camine.

—Parece que llegamos demasiado tarde —dijo Jean-Luc entre dientes y utilizó la punta de su bota para empujar el cuerpo aún caliente de un chico que tenía su garganta cortada de oreja-a-oreja. Levantó la mirada hacia Quinn, luciendo un poco verde, mucho más que cuando Gabe lo había ido a buscar a él y a su resaca al bayou—. Parece que alguien no tan agradable llegó aquí primero. El pecho de Quinn se apretó mientras se agachaba dentro de la cabaña donde el teléfono de Gabe los había llevado, casi esperando ver a su mejor amigo en un estado similar al del niño en el frente. Dios, no sabía cómo reaccionaría si… La cabaña estaba vacía. Quinn se cubrió los ojos con una mano temblorosa y sintió el cálido peso de la palma de Jean-Luc descender sobre su hombro. —Está bien, mon ami. Es una buena cosa. Correcto. Buena cosa que Gabe no estuviera muerto en el piso de tierra de la choza. Correcto. Sintiéndose ridículo, Quinn sacudió la mano de Jean-Luc y se aclaró la garganta. —Contacta a Harvard y ve si el teléfono se ha movido. Jean-Luc salió de la cabaña para una mejor recepción, lo que le dio a Quinn un poco de intimidad muy necesitada. Se inclinó y puso sus manos sobre las rodillas, tomando tres largas respiraciones. Gabe estaba bien. Gabe. Estaba. Bien. No estaba muerto. Quinn no había perdido a otro ser querido. Todavía no. Todavía no. Jean-Luc volvió a entrar y se aclaró la garganta con suavidad. Quinn se incorporó tan rápido que toda la sangre corrió hacia su cabeza, haciéndole marearse.

P á g i n a | 125

—¿Y bien? —Harvard dice que el teléfono no se ha movido. Dice que por la señal de tu teléfono, parece que estás parado justo sobre él. Ambos miraron a su alrededor. Un saco cortado en pedazos yacía en el centro del piso, la avena dispersa. También estaban cerca los restos de una bota. Quinn se puso en cuclillas y utilizando su cuchillo, recogió la bota. Alguien la había desamarrado y cortado a cada lado. —¿De Gabe? —preguntó Jean-Luc. —Sí. Hombre, su pie probablemente está jodido de todas las formas posibles ahora mismo. Dejando caer la bota, Quinn apoyó los codos en las rodillas y se quedó mirando el montón de sacos. Si la bota no se había movido del lugar donde aterrizó, eso significaba que Gabe debe haber estado recostado en esos sacos cuando Audrey — él asumía que fue Audrey— la había cortarlo. Así que era muy posible que el teléfono se deslizara de su bolsillo, sobre todo si este era el lugar donde habían dormido la noche anterior. Quinn se puso de pie y pasó la mano a través de cada grieta entre los sacos. Bingo. El teléfono de Gabe. Lo abrió con un chasquido, vio el icono de la batería parpadeando en rojo en señal de advertencia de que estaba baja. Un segundo después, Harvard habló por la radio. —Aquiles, Harvard. Cambio. Quinn tendió una mano por la radio. —Harvard, aquí Aquiles. Envía tu tráfico. —Habían decidido en el camino que usarían sus apodos para todo contacto por radio en caso de que alguien estuviera escuchando. —Ten en cuenta que he perdido la señal de Muro de Piedra —dijo Harvard—. Repito, perdí la señal de Muro de Piedra. ¿Cómo lo copia? Quinn miró el teléfono muerto en su mano y suspiró. —Es una buena copia. Fuera. —Él comenzó a entregarle la radio de nuevo a Jean-Luc, pero en su lugar golpeó el botón para hablar de nuevo y averiguar la ubicación de Ian y Jesse—. Detonador, aquí Aquiles. ¿Cuál es tu veinte52? Cambio.

52

Veinte o "10-20" significa "Ubicación" en términos de radio.

P á g i n a | 126

—De camino a tu dirección —dijo la voz de Ian un segundo después—. Con un regalo. Fuera. Quinn y Jean-Luc compartieron una mirada de preocupación. —¿Son cosas mías —dijo Jean-Luc—, o Ian sonaba demasiaaado feliz? Sí, había tenido un sonido peculiar de… alegría en su voz. Cristo, ¿qué había hecho ese sicópata ahora? Quinn había pensado que al emparejar a Jesse con Ian, el médico en su mayoría sensato diluiría el estilo particular de sociopatía del experto EDE. Al parecer no. Sacudiendo la cabeza, Quinn se acercó a la puerta, más que un poco aterrado de lo que pudiera encontrar esperando fuera. Ian estaba arrastrando a un atado, desnudo y mutilado colombiano por el campamento como un cachorro renuente mientras Jesse caminaba detrás con los labios apretados. La desaprobación y la preocupación por el hombre herido salían del médico a raudales. —De acuerdo, Dr. Lector, puedes dejar de torturarlo en cualquier momento. Quinn se sentía de la misma manera. Él no era tan noble como para no utilizar cualquier medio necesario para conseguir lo que quería, pero había una línea que no cruzaría. Por el aspecto de las cosas, Ian ya la había cruzado y más. —Ian —dijo en voz muy baja, poniendo un borde de acero en su voz—. Déjalo ir. Ian no escuchó. Gran sorpresa. Él golpeó al hombre, poniéndolo de rodillas, agarró su oscuro cabello y tiró su cabeza hacia atrás. Sólo entonces la cara maltratada cubierta de sangre y moco hizo sonar una campana familiar. —¿Lo reconoces? —preguntó Ian. Cuando nadie contestó, él frunció el ceño— . ¿Acaso ninguno de ustedes leyó los informes de Harvard? —Él tiró de los cabellos del hombre lo suficientemente fuerte como para hacerlo gritar—. Conozcan a Cocodrilo, general del EPC de la región amazónica. Ha estado muy hablador. En Inglés, incluso. Me dijo algunas cosas muy interesantes que ustedes realmente podrían desear escuchar. Ian dejó caer a Cocodrilo en un montón sollozante en el suelo y se sacudió las manos. Él arqueó una ceja hacia Jesse. —Puedes disculparte por ese ingenioso Hannibal Lector en cualquier momento.

P á g i n a | 127

—De ninguna manera. —Jesse negó con la cabeza—. No me importa quién es. Él es un ser humano y todavía fuiste demasiado lejos, Lector. —Destacó el apodo con veneno. Ian resopló. —¿Por qué no vas y le sueltas ese chorro de mierda a las familias de todas las personas a las que este idiota torturó y asesinó, eh? Y hazme saber lo bien que te va. —¡Cállate! —Quinn se interpuso entre ellos y se preguntó cómo diablos trataba Gabe mierda como ésta sin enloquecer. Se dio cuenta de que Jesse estaba deseando atender al herido y le hizo un gesto para que continuara—. Jesse, adelante, cuida de él. Y tú… Los hombros de Ian se pusieron rígidos y Quinn tuvo un flashback repentino de su juventud. De cuando Big Ben terminaba de golpear a su madre y se volvía hacia él con un cinturón en la mano, esa mirada en sus ojos vidriosos por el licor y hablando arrastrando las palabras: “y tú, pequeño bastardo…” Bueno, mierda. Cuando eso sucedía, él solía tensarse exactamente como lo hizo Ian hace un momento. ¿Había alguien alguna vez utilizado al desdeñoso Ian Reinhardt como un saco de boxeo? Parecía increíble, y sin embargo la prueba estaba allí en sus ojos oscuros y recelosos, y en su postura defensiva. Imagínate eso. Quinn tenía algo en común con el psicópata. —Buen trabajo, Ian —dijo las palabras que había deseado escuchar de su padre antes de que tuviera la edad suficiente para darse cuenta de que nunca llegarían, y asintió en señal de aprobación. De un niño abusado a otro niño abusado. Ian pareció tan sorprendido que la expresión de su rostro era casi cómica. Parpadeo, dejó caer la actuación de chico malo y sonó arrepentido cuando murmuró: —Uh, gracias. Quinn esperó un momento, dejando que Ian tuviera un instante para recobrar la compostura. Cuando su siempre presente sonrisa burlona regresó, Quinn asintió y volvió a los negocios. —Entonces, ¿de qué te has enterado?

P á g i n a | 128

Capítulo 13 V

olver a la conciencia casi siempre era tan doloroso como ser noqueado en

primer lugar, ya que ocurría con un dolor de cabeza asesino, un estomago revuelto y, en el caso de Gabe, un pie que le dolía como hijo de puta. Aun así, su primer pensamiento antes de abrir los ojos fue Audrey. ¿Estaba a salvo? ¿Estaba todavía escondida en algún lugar de la selva, o había sido secuestrada por los hombres que se le habían echado encima? Maldita sea, no deberían haber conseguido caer sobre él de esa manera. Había estado demasiado centrado en la amenaza de Cocodrilo, demasiado aterrado por la seguridad de Audrey, y no los vio hasta que fue demasiado tarde. Ellos no eran estúpidos como los guerrilleros —al momento en que notaron su pie malo, atacaron la debilidad, haciéndole un barrido y derribándolo. Una vez que cayó al suelo, había sabido que el juego se había terminado. Oh, todavía había luchado con todas las habilidades que poseía, pues no estaba en él hacer otra cosa, pero había tenido la certeza de que era una lucha inútil. Estaba realmente sorprendido de estar respirando aún, aunque dolorosamente. No importaba. Tenía que levantarse, salir y encontrar a Audrey. Gabe abrió los ojos un poco y allí estaba ella, su adorable Audrey, de rodillas junto a él, con un halo por el sol. Recién bañada, el cabello mojado colgaba en una trenza floja sobre un hombro, y un vestido blanco vaporoso abrazaba su cuerpo delgado. Casi aterrado de que ella fuera una alucinación, extendió una sucia mano y le tocó la mejilla. Cálida. Suave. Real. El aroma fresco de fruta cítrica y mujer limpia flotó hacia él cuando su mano cubrió la suya, y maldición si sus ojos no quemaban. —Estás bien. —Su voz sonaba como el croar de una rana. —Tú también —dijo ella en voz baja, entrelazando sus dedos—. Un poco apaleado, pero el doctor dijo que todo irá bien. ¿Doctor? Con su temor por su seguridad mitigado, comenzó a asimilar su entorno. ¿Un hotel? Tenía que ser. Él yacía en una cama lujosa, muy grande, con cortinas

P á g i n a | 129

translúcidas en bronce ondulándose. Un mural cubría toda una pared de la sala completamente abierta, dando la ilusión de que estabas mirando sobre una ciudad en Grecia. Justo al otro lado de la habitación había una pared de ventanas que daban a un balcón y a una vista impresionante del mar, pero seguro que no era el Mediterráneo. Más bien como el Caribe, ya que estaba bastante seguro de que todavía estaban en Colombia, a pesar de la decoración de la habitación. Pero, ¿cómo terminaron en la costa cuando habían estado en el corazón de la selva? ¿Y cuánto tiempo había estado fuera de combate? Y… —¿Qué médico? —Se sentó, haciendo caso omiso de Audrey cuando empezó a hacer ruidos para que permaneciera quieto—. ¿Dónde estamos? ¿Qué pasó? —Gabe, por favor, tómalo con calma. Ni por casualidad. Cuanto más veía de esta habitación, menos le gustaba la situación. Esto no era un hotel, sino la casa privada de alguien. La casa privada de una persona extremadamente rica. Se frotó la cara con las manos y se topó con un vendaje mariposa pegado en su frente. Se lo arrancó y lo tiró a un lado. —¿Qué diablos está pasando? —Está bien, está bien. Te lo explicaré todo, pero... —Se mordió el labio inferior y le hizo un gesto apremiante, instándolo a que se calmara—. No te asustes. Oh, sí, a él realmente no le iba a gustar esto. Hizo a un lado las mantas que lo cubrían sólo para descubrir que estaba desnudo debajo, a excepción de un fresco vendaje blanco envuelto en su pie malo. Bueno, mierda. Había planeado que Audrey lo viera desnudo, tarde o temprano después de que este lío hubiera terminado, cuando implicarse con ella no fuera considerado poco profesional. Podría muy bien ser antes, aunque esto no era exactamente como había imaginado que sucediera. Se suponía que habría besos involucrados. Algunas lamidas. Y manoseo. Un montón de manoseo por ambas partes. Ahora sería un buen momento para poner un freno a ese tipo de pensamientos o simplemente le añadiría insulto a todo con una furiosa erección. Los ojos de Audrey se ampliaron, pero ella no apartó la mirada mientras él medio se quedaba a la expectativa. Se paró y puso peso sobre su pie malo. El dolor encendió su pantorrilla, pero el pie aguantó, y reusó las muletas que Audrey se apresuró a recuperar. —¿Dónde está mi ropa? Ella suspiró y devolvió las muletas a su lugar en la esquina de la habitación. —Después de que Dr. Manello la cortó, pensé que era irrecuperable. Pero hay unos vaqueros y una camiseta en la cómoda para ti.

P á g i n a | 130

Gabe acechó hasta la cómoda de madera de acabado bronceado. Esos pantalones de camuflaje habían sido sus favoritos, habían viajado mucho y estaban cómodamente desgastados, y algún medicucho… los había cortado. El muy cabrón. Con el ceño fruncido, echando humo, encontró la ropa en el cajón superior y tiró con él de los rígidos vaqueros nuevos hacia un lavado demasiado oscuro para su gusto, renunciando tanto a la ropa interior como a la suave camiseta roja. —Eh, Gabe, tal vez deberías bañarte antes… Envió un gruñido y una mirada letal sobre su hombro que había reprimido a muchos SEAL en ciernes. Pero no a Audrey. Su barbilla en cambio se elevó en desafío. —Bueno, lo siento, pero te ves y hueles como un hombre de las cavernas. — Plantando un puño en una cadera ladeada, ella le devolvió la mirada fulminante—. Aunque eso no significa que debas actuar como uno también. —No me importa. Ahora explícate. —Se enfrentó a Audrey, cruzó los brazos sobre su pecho desnudo, y esperó. Ella imitó su postura, excepto que daba golpes con su pie y la luz del sol se reflejaba en las joyas que adornaban las sandalias. Lo enfrentó mirada-a-mirada. —No hasta que dejes de actuar como un bruto. Por alguna razón, en vez de enojarse por su desafío, Gabe se encontró luchando contra una sonrisa. La mujer tenía un temple de acero puro. Él realmente amaba eso de ella. ¡Sooo, pára ahí! Le dio marcha atrás a sus pensamientos, borrando esa palabra particular con A, y la sustituyó por otra. Gustar. Deseo. No había querido pensar en A-M-O-R. —Pensé que habías dicho que estaba actuando como un hombre de las cavernas —dijo. —Así es. Un bruto hombre de las cavernas. Resopló y frotó la palma de su mano por su mandíbula para ocultar la risa. Mierda, se sentía como un hombre de las cavernas. —Muy bien. —Levantando las manos en señal de rendición, él se acercó a ella y se sentó en el borde de la cama. Algunas victorias simplemente no valen la pena la batalla—. Tienes razón. Me pasé de la raya. Ella asintió. —Siempre supe que eras un hombre inteligente.

P á g i n a | 131

Gabe suspiró. Dentro de cincuenta años, él probablemente todavía estaría escuchando ese argumento. Y por alguna razón, ese pensamiento no le asustó como el infierno. De hecho, medio que lo esperaba con mucha ilusión. ¿Qué clase de bastardo enfermo era? —Estuve fuera de lugar —admitió de nuevo, pensando que una segunda vez no lastimaría—. Pero, Audrey, necesito que me digas lo que pasó, cómo terminamos aquí, y dónde es aquí. Después de un segundo, su postura se relajó y atrapó su labio inferior entre sus dientes. —¿Prometes no enloquecer? —Voy a hacer mi mejor esfuerzo. —Levantó una mano cuando ella abrió la boca en señal de protesta—. Eso es todo lo que puedo prometer, Aud. Te dije que no rompo promesas, por lo que nunca hago las que no estoy seguro de que pueda mantener. Pero había hecho una, ¿no? Allá en esa choza de la jungla, después de que ella lo había besado hasta dejarlo sin sentido, había prometido protegerla. Sin embargo, no fue lo suficientemente cuidadoso y ahora, a pesar de sus lujosas habitaciones, ella podría estar en más peligro que nunca. Tenía la horrible sensación que él ya sabía dónde estaban y quién era su generoso anfitrión, y apretó sus muelas ante la idea. Luchando por paciencia, esperó en silencio mientras ella vacilaba de nuevo. Dios, lo estaba matando. —Audrey, háblame. —Estamos en la finca de Mena en Cartagena —le espetó. Gabe dejó caer la cabeza hacia adelante y dejó escapar un largo suspiro. Luis Mena, enemigo público número uno. Santa mierda. —¿Cómo? —Esos fueron sus hombres los que atacaron el campamento. Pero no es lo que piensas —se precipitó Audrey. Se arrodilló delante de él, inclinándose para poner la cara en su línea de visión—. Gabe, de verdad. Hablé con él durante el almuerzo y esto no es una cosa mala. Luis Mena, no es algo malo. Eso es como decir que Hitler fue malinterpretado. Y, espera, ¿ella habló con él durante el almuerzo? Tenía que haberse vuelto más loca que una cabra. —¿Tienes alguna idea de lo que ese hombre ha hecho? ¿Lo que él es capaz de hacer?

P á g i n a | 132

—Sí, lo sé. He oído las historias de terror al igual que todos los demás en el Hemisferio Occidental. Pero él no es nuestro enemigo. Soltó una carcajada sin humor. —Él es enemigo de todos. Ella frunció los labios. —De acuerdo, no puedo discutir eso. Pero conoces el viejo dicho del enemigo de mi enemigo. ¿Podrías simplemente escucharme? —No. —Él se levantó bruscamente. Audrey perdió el equilibrio y cayó hacia atrás sobre su trasero. —¡Gabe! —Levántate. Nos vamos. Ahora. —Y eres más que bienvenido —dijo una voz agradable, apenas acentuada desde la puerta. En un movimiento rápido, Gabe tenía a Audrey fuera del suelo y metida detrás de él por protección mientras se enfrentaba a uno de los hombres más odiados por medio mundo. Los reportes de inteligencia decían que Luis Mena estaba cerca de los setenta años, pero nadie lo sabía a ciencia cierta. Cabello gris acero y un bigote salpicado por canas mostraban su edad, pero aún tenía el cuerpo tonificado de un hombre mucho más joven. Casi llegando al metros ochenta y dos, era un hombre delgado, con elegantes gafas de montura negra y una sonrisa sorprendentemente cálida. Él lucía como el abuelo de alguien —y de hecho, tenía varios nietos y un bebé bisnieto— pero esa apariencia desmentía su verdadera personalidad. La de un asesino a sangre fría. —Nos vamos —dijo Gabe nuevo. Mena se hizo a un lado e hizo un gesto hacia la puerta abierta. —Como dije, es más que bienvenido a irse, pero apreciaría muchísimo que usted y su encantadora esposa me acompañen durante la cena primero. Audrey se movió incómoda detrás de él ante la palabra "esposa". Interesante. Pero eso no era importante ahora. —Yo no lo creo. —Es una pena. —Mena esperó hasta que estuvieron casi fuera de la puerta antes de añadir—: Porque creo que sé dónde encontrar a Bryson Van Amee. —Sonrió

P á g i n a | 133

cuando Audrey paró a Gabe en seco—. Es decir, si está interesado, Comandante Bristow. Gabe mantuvo el rostro impasible, pero algo —un destello en sus ojos, un endurecimiento en sus hombros— delataron su sorpresa porque Mena se echó a reír. —Sí, lo sé todo sobre usted, teniente comandante Gabriel Bristow, ex comandante en jefe del Equipo Diez de los SEAL de la Fuerza Naval Americana, pelotón bravo, obligado a retirarse debido a una lesión sufrida de camino a una operación de entrenamiento el año pasado en Virginia. —Su sonrisa adquirió filo— . Entrenamiento, se me dijo, que estaba destinado a ayudarlos a usted y a su equipo a echar abajo mi negocio. ¿Cómo sabía eso Mena? Gabe logró no mostrar ninguna reacción, pero mierda. El objetivo de esa misión de entrenamiento había sido información altamente clasificada que ni siquiera la mayoría de su equipo había conocido. Audrey alzó la mirada hacia él, la preocupación en sus ojos. Le tomó la mano y le dio un ligero apretón, todavía asegurándose de mantener su cuerpo en frente de ella. Lo cual, por supuesto, llamó la atención de Mena directo hacia ella. —Estaba muy sorprendido al saber que usted tiene esposa —dijo Mena—. Nada de la información que tengo, la cual realmente no es mucha, me da vergüenza decirlo, menciona a una cónyuge. —Es reciente —dijo Audrey sin pensar. Jesucristo, mujer. Dale más munición contra nosotros, ¿por qué no? Gabe le apretó la mano, esperando que ella captara la indirecta de quedarse callada. Esto contaba como una metida de pata de proporciones épicas. Cómo era que habían terminado casados, no tenía ni idea, pero eso la ponía aún más en peligro de lo que ella creía. Casado significaba que él se preocupaba por ella —y maldita sea, lo hacía— lo que significaba que Mena podría usarla en su contra. Si hubiera sabido que Mena pensaba que eran marido y mujer desde el primer momento, la habría tratado de la forma en que su padre trataba a su madre, con frialdad y con tolerancia desinteresada. Si a él no le importaba, ella no valía la pena el tiempo de Mena. Ella estaría a salvo. Pero el hecho de que aún sostenía su mano y usaba su cuerpo para proteger el suyo vetó ese plan. Cualquier tonto podría ver lo mucho que le importaba. —¿Recientes, dice? —Las cejas de Mena subieron hacia el nacimiento de su pelo detrás de sus gafas—. Ya veo. Bueno, supongo que las felicitaciones son oportunas, entonces. Tomaremos la mejor botella de Burdeos en mi colección con una cena para celebrar.

P á g i n a | 134

—No nos vamos a quedar. —La idea de sentarse en una cena de civil con el Hitler de esta generación le agrió el estómago. Audrey tiró de su mano. —Sí que lo haremos. —No. —Él trató de forzar paciencia en su tono y fracasó miserablemente—. No lo haremos. —¡Gabe! Él quiere ayudarnos a encontrar a Bryson. ¿Cómo puedes negarte a eso? Porque nada de lo que Mena hacía llegaba sin un alto costo. Él no estaba ofreciendo ayuda por la bondad de su corazón, no tenía uno, y sus motivos eran más probablemente pecados que puros. —Hablaremos de esto más tarde. Mi equipo… —No está más cerca de encontrarlo, se lo aseguro —dijo Mena fácilmente—. He mantenido una estrecha vigilancia sobre todos ustedes desde su llegada a mi país. Como medida de precaución, por supuesto. No tenía idea de que estaban investigando la desaparición de Bryson hasta que el señor Miller me lo dijo esta mañana cuando lo trajo. —¿Es por eso que nos habían seguido? —preguntó Audrey, y no hay forma de que alguien pudiera perderse la esperanza en su voz—. Solamente por precaución. —Y mis hombres terminaron muertos. —Su sonrisa del gato de Cheshire no vaciló—. Sin embargo, no vamos a entrar en todo eso ahora. Creo que esta conversación será más aceptable sobre una buena comida con un buen vino, ¿no le parece? —Gabe, por favor —susurró Audrey detrás de él—. Necesito encontrar a Bryson. Por favor. Su súplica casi le destrozó el corazón. No podía negárselo, a pesar de que cada instinto gritaba que la alejara, lo más lejos posible del alcance de Mena. Una isla desierta podría funcionar. Sí, ¿y luego qué? ¿Quedarse ahí por el resto de su vida natural? No, él no era de los que huían. Era un luchador, y si quería mantener segura a Audrey, tenía que hacer frente a esta amenaza de frente. Solo. Desarmado. Con un pie malo. Mierda, mierda, mierda. Finalmente, con la mandíbula apretada, asintió. Detrás de él, Audrey soltó un silbido de alivio.

P á g i n a | 135

—Excelente —dijo Mena—. La cena se sirve en la terraza esta noche a las seis y media. Haré que les envíen ropa apropiada a los dos. —Miró a Gabe con una débil mueca de desdén, de príncipe a mendigo, y Gabe pensó jódete—. Por supuesto, usted querrá bañarse antes de la cena, así que me despediré. La puerta se cerró y Gabe oyó el chasquido inconfundible de una cerradura. Simplemente un juego mental dado que el balcón estaba abierto y una puerta cerrada no retendría a Gabe de largarse si de verdad quisiera irse. Aún así, el sonido de una cerradura bloqueando una salida siempre enviaba un rápido aleteo de pánico por la columna vertebral hasta del operativo más capacitado. Es la naturaleza humana querer la libertad. Y la naturaleza de Mena quitarla. Audrey se quedó mirando la puerta con los ojos muy abiertos de horror. —¿Por qué nos encerró? Dijo que éramos invitados. Él… —No confía en mí. —Gabe la agarró por los hombros y le dio una pequeña sacudida—. Y tú no deberías confiar en nada que salga de la boca de ese hombre. Él es más sofisticado y está mejor vestidos, pero clasifica justo al mismo nivel que Cocodrilo. No dejes que te ciegue por eso. —Pero… pero dijo que sabe cómo encontrar a Bryson. —Eso es lo que él dice. ¿Pero es cierto? —Cuando las lágrimas llenaron sus ojos, le soltó los hombros para ahuecar su cara y apartarlas. —Podría serlo —susurró ella. Él suspiró. —Audrey, no llores. Averiguaremos qué juego está jugando Mena durante la cena. Hasta entonces, vamos a descansar un poco. Porque necesitaba tiempo para planear estrategias. Un grupo de marines de reconocimiento pasó dos meses silenciosamente al alcance de la casa de Mena el año pasado, y el Departamento de Defensa construyó una réplica de la casa y de sus dependencias en Virginia para ejecutar escenarios de invasión, por lo que conocía el plano de esta finca. Conocía todos los puntos débiles en el sistema de seguridad. Liam Miller, el mercenario británico contratado por Mena para supervisar la seguridad, era bueno en lo que hacía, sin duda. Pero Gabe y los SEALs eran mejores, y si no hubiera habido ningún accidente, si la Operación Negro Boa hubiera seguido como estaba previsto, Mena estaría sentado en una prisión internacional en este momento, en espera de su juicio. No es que se mereciera un juicio. Gabe llevó a Audrey a la cama. Parecía destrozada, círculos oscuros de agotamiento rodeaban sus ojos. ¿Había dormido siquiera mientras él estaba inconsciente? Apostaría a que no.

P á g i n a | 136

A decir verdad, la inconsciencia no contaba como sueño tampoco, y sus niveles de energía estaban también en la zona de peligro. Conocía muy bien esa sensación difusa e inconexa, sabía que si no tomaba un par de horas de sueño caería redondo y no sería de ninguna utilidad para nadie. —Todo esto es una porquería —murmuró Audrey, tirándose en la cama grande sobre su vientre, los brazos envueltos apretadamente alrededor de una almohada. —Lo es. —Colocó la manta a su alrededor—. Los SEALs se refieren a este tipo de situaciones como fubar53. Jodido más allá de todo reconocimiento. Sus labios se curvaron con el indicio de una sonrisa, pero no duró mucho. —No me voy a dormir. —Incluso mientras las palabras salían, ella bostezó. —Inténtalo. Ella volvió a bostezar. Ahora que estaba en posición horizontal, estaba debilitándose rápidamente y luchando contra el sueño. —No debería haberte convencido de que te quedaras aquí. Gabe pensó en decirle que a pesar de lo que había dicho Mena, el capo de la droga no iba a dejarlos salir hasta que estuviera bien listo para que se fueran. Sus alrededores eran más cómodos, pero sustituir con un castillo una choza no cambiaba el hecho de que seguía siendo una prisión. En cambio, le apartó un mechón de cabello. —Duerme. —Hmm. —Sus ojos se cerraron y un segundo después, ella se había ido. Deseando ser esa almohada que estrechaba tan cerca y maldiciéndose por la falta de profesionalidad de ese pensamiento, se sentó en el borde de la cama y la observó durante un largo tiempo. Su trenza se había aflojado, derramando pálido cabello castaño dorado sobre las mantas de un oro aún más pálido. Sus ojos se movían inquietos detrás de sus párpados y de vez en cuando hacía un pequeño sonido de protesta y apretaba aun más la almohada. Él extendió la mano, trazó la curva de su mejilla con un dedo, y ella se acomodó de nuevo con un suave suspiro. Ah, infiernos.

Fubar: siglas de Fucked up beyond all recognition, que al español puede traducirse como Jodido más allá de todo reconocimiento. 53

P á g i n a | 137

Empezó a remover la almohada de su agarre y percibió un olorcillo de sí mismo. Uf. No podía someterla a ese hedor. Ducha primero, luego dormir —con Audrey a buen recaudo en sus brazos por un par de horas. Dormir juntos de esa forma no era poco profesional, ¿verdad?

P á g i n a | 138

Capítulo 14 Cuando la cama se hundió y el musculoso brazo de Gabe se deslizó debajo de ella, Audrey se despertó. Su piel aún estaba cálida y húmeda del rocío de la ducha y se había afeitado. Su dura mandíbula se sentía como de bebé suave mientras le acariciaba la oreja. Él la atrajo hacia sí, su natural esencia masculina y una especie de aroma a jabón de flores envolviéndola. Yumi. Quería enterrar la nariz en su hombro y no respirar nada más, pero eso requeriría movimiento, y estaba bastante cómoda ahora que él estaba en la cama con ella. Excepto por el dolor floreciendo entre sus muslos. Ella sonrió sin abrir los ojos. —Hueles como a un jardín. Él gruñó. —Es el champú. Alguna mierda de diseñador femenino. No tenía otra opción. Y él sonaba muy infeliz con eso. Audrey ahogó una risa en la almohada, segura de que no lo apreciaría. —Es agradable. —Me aseguraré de pedir una botella —dijo irónicamente. Ella resopló con exasperación. —¿Alguna vez te cansas de ser tan sarcástico? —¿Alguna vez te cansas de ser tan obstinada? Ella le dio un codazo en el estómago y, ¡ay!, fue como aplastar su codo contra un bloque de piedra. Pero aún así escuchó un umph en respuesta que le resultó muy satisfactorio. —Yo no soy obstinada. —Patrañas. —¡Hey! —Ella movió el codo de nuevo, pero él la capturó y en un hábil movimiento la tuvo de espaldas, clavada en el colchón con una gran mano en cada brazo y una pierna gruesa sobre las suyas, bloqueándola. Con su pelvis presionaba a su cadera, tendría que ser una idiota para no reconocer el bulto que sentía allí como algo menos que el carnal interés masculino. Hablando de tiempos de locos. A pesar de su situación cada vez más incierta, o tal

P á g i n a | 139

vez a causa de ella, había estado muriendo por una oportunidad de lograr poner sus manos sobre él de nuevo. Y esta vez, no iba a disuadirla de hacer lo que quería con él. —Deja. De. Golpearme —dijo él entre dientes. ¿Por qué? Necesitaba recibir un golpe de vez en cuando para recordarle que no era un superhéroe. Pero decir eso en voz alta no mejoraría sus posibilidades de tenerlo desnudo en los próximos cinco minutos, por lo que le dio la sonrisa más inocente que pudo en su lugar. —Está bien. ¿Qué tal si hago esto? Con su brazo todavía en su agarre no podía mover mucho su mano, pero se las arregló para moverse lo suficientemente cerca de su entrepierna, ahuecándolo a través de sus vaqueros. Lástima que se había puesto la cosa de nuevo después de su ducha. No, pensándolo bien, no era una lástima. Ahora ella tendría el gran placer de quitárselos. Por la forma en que reaccionó a su contacto, podrías pensar que había pinchado sus joyas de la familia con un hierro de marcar. Él se apartó y rodó hasta quedar sentado en el lado de la cama, de espaldas a ella. Y qué espalda tan increíble, una perfecta V de músculos que le hizo agua la boca. Se preguntó si huiría despavorido de lamer el sendero de su columna vertebral. Hmm. Solamente había una manera de averiguarlo. Audrey se arrastró por la cama y colocó un beso con la boca abierta en la parte posterior de su cuello. Con un gemido, él dejó caer la cabeza hacia adelante. Ella lo tomó como estímulo y experimentalmente pasó la lengua a lo largo de su columna vertebral, deteniéndose el tiempo suficiente como para darle un mordisco de amor en el elaborado tatuaje que le cubría el omóplato. —Audrey, Jesús. Detente. No podemos… —Eso no es lo que dijiste anoche. O esta mañana. —Estaba tratando de consolarte, darte algo en qué concentrarte además de los guerrilleros y lo que podrían hacernos. Eso es todo. Oh, eso duele. Pero sólo por un segundo, porque de ninguna manera respondería de esta forma si realmente eso fuera todo. —Mentiroso. —Sacudió la cabeza y se deslizó saliendo de la cama para arrodillarse en el suelo delante suyo. Él apretaba los dientes con tanta fuerza que un

P á g i n a | 140

músculo le saltaba en la mejilla y los dedos de una mano seguían abriéndose y cerrándose. Bueno. Ella quería volverlo loco. Quería que perdiera el control. Lo deseaba simple y llanamente. Y sabía que él la deseaba, porque la evidencia estaba allí en esa enorme erección. Entonces, ¿por qué el estúpido hombre seguía luchando? Estiró la mano hacia la bragueta de sus vaqueros, pero él le agarró la muñeca. —No es correcto. —Oh, sí, lo es. —Golpeó su mano y trabajó rápidamente en los botones. Aleluya, estaba desnudo debajo de los vaqueros y ella liberó su erección. Una gota de humedad apareció en la cabeza ensanchada de su pene. Y él afirmaba no desear esto. Bieeen. Inclinándose, ella retiró la gota de una lamida y sonrió ante el temblor que sacudió su enorme cuerpo. —Audrey… —Su voz salió ronca y trató de aclararse la garganta dos veces antes de continuar—: Esto no es profesional. No voy a tomar ventaja de… —A mí me parece que soy yo la que está tomando ventaja en estos momentos. —Sopló en su glande, saboreando la forma en que sus dedos se enredaron en su pelo y la forma en que le tembló la mano. Casi podía oír su mente trabajando frenéticamente para llegar a una buena razón para detenerla. —Necesitamos dormir —dijo él. —Esto no va a tomar mucho tiempo. —Para probar su punto, lo lamió desde la base hasta la punta y sintió cada músculo de su cuerpo ponerse rígido. Él dejó escapar un gemido irregular y la levantó por los hombros para darle un duro beso. Su lengua invadió su boca, el beso robándole el aliento. Sí. Ella lo tenía. Al fin. Pero entonces, jadeando, arrancó su boca de la suya. —No, maldita sea. No vamos a hacer esto aquí. Por lo que sabemos, Mena podría tener cámaras… Oh, no, no iba a echarse para atrás ahora. —Entonces le daremos un espectáculo. —Ella se sentó a horcajadas sobre su regazo y se sacó el vestido por la cabeza. Él no era el único que andaba en pelotas bajo su ropa y su mirada se pegó a sus pechos desnudos. Se humedeció los labios como si quisiera agacharse y saborearla, así que pasó los dedos por su pelo y lo instó a bajar.

P á g i n a | 141

Oh, sí. Él utilizó sus dientes para tirar de su pezón y ella gimió de una forma medio desesperada. Descargas de placer zigzaguearon desde sus pechos hasta el lugar en el que realmente quería que la besara, el que ya estaba húmedo por él. Pero, maldita sea, no podía disfrutarlo todavía, porque el obstinado hombre aún tenía una mano aferrada en esas riendas de su control y ya comenzaba a alejarse otra vez. —Vamos, Gabriel. —Audrey reposicionó su cuerpo para frotarse contra su longitud mientras balanceaba sus caderas, provocándolo con su calor, su húmedo deseo. Inclinándose hacia adelante, le mordió la oreja—. Pasea por el lado salvaje conmigo. Ajá. Eso fue suficiente. Gabe atrapó su boca de nuevo en un acalorado y hambriento beso; se paró con sus dedos clavándose en su trasero mientras ella envolvía sus piernas firmemente alrededor de su cintura. Tenía esas grandes manos masculinas. Se sentían deliciosas en su carne. Quería que la tocaran por todas partes. Se volvió y la dejó sobre el colchón. Ella rebotó y se rió hasta que… Dios, esa expresión en su rostro. Estaba de pie junto a la cama, respirando con dificultad, sus labios hinchados por el beso, sus ojos entornados, admirándola como si quisiera devorar cada centímetro de ella. Sí, sí, sí, quiso gritar, pero su respiración se detuvo en sus pulmones. Se removió en la cama, dejando que sus rodillas se separaran, permitiéndole mirarla hasta hartarse. Y lo hizo, estudiándola con un calor intenso que ella nunca había visto en el rostro de otro hombre antes. Si fuera un fósforo, su sola mirada la habría puesto en llamas. —Gabe —susurró. Sus ojos dorados se alzaron rápidamente para encontrarse con los suyos. Ella le tendió los brazos—. Por favor. Te deseo. Algo se agitó detrás de sus ojos mientras se despojaba de su ropa en segundos y se dejaba caer en cuclillas a sus pies. Reverencia. Deseo. Tal vez un poco de miedo. Ella todavía llevaba sus sandalias y él le besó cada uno de los dedos de los pies mientras se las desabrochaba y las apartaba. Luego besó un camino por su cuerpo hasta que estuvieron nariz con nariz y ella se retorció por más. Ya está. Él estaba justo ahí en su entrada y continuaba resistiéndose, maldita sea. Ella enganchó sus piernas sobre sus caderas y lo instó a acercarse, clavando los talones en su trasero y levantándose a sí misma para que no tuviera otra opción que llenarla. Duro. Una, otra y otra vez… —Audrey —suspiró y la agarró por las caderas, acomodándola para sus embestidas—. Estás… tan caliente. Estás… dios, nena, ¿estás llegando para mí?

P á g i n a | 142

Lo estaba. Su cabeza golpeaba la cabecera con cada poderoso empuje y se deshacía debajo de él. Tuvo que apretar los dientes en su hombro para no gritar y dejar que todo el mundo en la finca supiera exactamente lo increíble que se sentía en su interior. —Cristo. —Gabe dejó de moverse para mirarla—. Eres como nitro. Un toque y boom. Ella soltó su hombro, calmando la picadura con su lengua antes de sonreírle a sus ojos. —Sí, soy de eyaculación precoz. Él se echó a reír. Una verdadera risa, fuerte y abundante, la primera que alguna vez le había oído. —Me encanta —dijo, y la besó con fuerza. Entonces él se movió de nuevo. Comenzó lento, un largo planeo hacia dentro y un delicioso deslizamiento hacia fuera, hasta que ella estaba jadeando, tan cerca de otro orgasmo, con un hormigueo en los dedos de las manos y los pies, rogando que fuera más duro, más rápido… Él la lanzó en un torbellino de sensualidad que nunca había imaginado y ella se disparó, disfrutando la dicha de otra liberación. Oh, Dios, el hombre tenía que ser un ángel, porque ella estaba en el cielo. Cuando flotó de vuelta a sí misma un momento después, abrió los ojos y allí estaba él, su ángel guerrero, aún levantado sobre ella. El sudor rodaba por su sien y su mandíbula apretada. Con una profunda estocada final, su cabeza cayó hacia atrás y su boca se abrió en un gemido desigual mientras se estremecía en medio de su orgasmo. Del mismo modo que una vez había reflexionado, él era guapísimo cuando se soltaba y perdía el control de esa forma. Gabe se derrumbó encima de ella, pero sólo por un segundo. No le importaba su peso, pero como el protector hombre que era, probablemente tenía miedo de aplastarla. Rodó sobre su espalda, cambiando sus posiciones. Con sus ojos cerrados, su respiración se volvió de un ritmo agradable y estable, pero Audrey sabía que no estaba dormido. Sus dedos se rozaban arriba y abajo por su brazo en la más ligera de las caricias. Se hizo el silencio, pero no fue en absoluto incómodo. Increíble que no sintiera la necesidad de llenarlo con arrullos de oh-fue-tan-bueno y otras necias caricias para el ego. Gabe era un hombre seguro de su cuerpo, a gusto con el cuerpo de una mujer y cómodo con el sexo, y él sabía muy bien que había hecho lo correcto. Hombre, y vaya que lo había hecho bien.

P á g i n a | 143

Audrey sonrió y apoyó su peso en un codo para estudiarlo. Su cuerpo la fascinaba ahora más que nunca. Anchos brazos y hombros fuertes, y un paquete de ocho de los de verdad, con crestas entre cada grupo muscular que enmarcaban la V de sus caderas como una flecha. Sus pezones eran como monedas de cobre, su ombligo era un pequeño hueco casi sobresaliendo. ¿Y cuán adorable era eso? Con una pizca de bello oscuro, su pecho era el más definido que había visto nunca sin llegar a ser como el de un fisicoculturista voluminosos. Tal vez llevaba todo ese músculo tan bien debido a su altura. Un conjunto de placas de identificación descansaba en una cadena de pelotitas entre sus pectorales. Audrey las había sentido frescas contra su piel cuando él había estado encima y había visto su balanceo cuando él se apoyó en sus grandes brazos para empujarse más profundo. Ahora las recogió para leer el grabado.

BRISTOW, GABRIEL M 938867004USN A NEG54 NORELPREF55

—Parecen nuevas —dijo. Sin rozaduras o abolladuras, todavía brillantes. No dudaba que Gabe, hombre meticuloso que era, las mantendría en perfecto estado. Sin embargo, parecían poco desgastadas para que las hubiera tenido desde que tenía diecisiete años—. ¿Son nuevas? —¿Hm? —Gabe levantó la vista, vio las placas de identificación colgando entre sus dedos, dejó caer la cabeza sobre la almohada y cerró los ojos de nuevo—. No. Simplemente no las empecé a usar hasta el año pasado. —¿Por qué no? —Usarlas en operaciones encubierta era más un riesgo que no hacerlo. Lo último que quería era dejar que el enemigo supiera que yo era un SEAL. Y ahora… —Abrió los ojos de nuevo y tomó las placas de ella, frotando su pulgar sobre su nombre—. Parece que no puedo quitármelas. Ella sonrió ante el tono pensativo en su voz y pensó en el tatuaje en su hombro. Dos cráneos enfrentados vestidos de combate mientras un águila llevando un tridente envuelto en una bandera estadounidense sobrevolaba el diseño. En la parte Números del oficial (USN= United States Navy: Naval de los Estados Unidos) y el tipo de sangre (A negativo). 55 NORELPREF: No Religious Preference, en español, Sin Preferencia Religiosa. 54

P á g i n a | 144

inferior se extendía una pancarta con el famoso lema SEAL: El único día fácil fue el ayer. Ella apostaba que tenía ese tatuaje desde que había comenzado a usar sus placas de identificación. —¿Echas de menos lo Naval, eh? Él se quedó en silencio durante tanto tiempo que no esperaba una respuesta. Entonces la sorprendió diciendo: —Realmente lo hago Audrey. Es donde pertenezco. No aquí, trabajando como un contratista privado. Ella no estaba muy de acuerdo, pero decidió mantener sus protestas para sí misma. Por ahora. —¿Qué significa la M? —preguntó en cambio, frotando su pulgar sobre su nombre. —Matthew. —Un nombre de un arcángel y otro de un santo —reflexionó—. A mi mamá le habría encantado eso. La única razón por la que no terminé como María-Algo es porque papá era un gran fan de Audrey Hepburn56. ¿Tus padres son muy religiosos? Él gruñó. —A ellos les gusta aparentar eso. La verdad es que nunca fuimos a la iglesia. Audrey asintió y señaló la última línea de la placa. —¿De ahí tu falta de preferencia religiosa? —Sep. —Mi madre era muy religiosa —dijo, y entrelazó sus dedos en la cadena—. Me crió para serlo también, pero… bueno, en realidad nunca encajé en el molde que mis padres formaron para mí. —No creo que ningún hijo lo haga —dijo Gabe, de nuevo sorprendiéndola. ¿Quién hubiera pensado que el hombre era tan profundo? Su voz se suavizó—. Los padres tienen que ser capaces de aceptar a sus hijos por lo que son o no convertirse en padres en absoluto. 56

Audrey Hepburn (Ixelles, Bélgica, 4 de mayo de 1929 – Tolochenaz, Suiza, 20 de enero de 1993) fue el nombre artístico de Audrey Kathleen Ruston, una actriz y humanitaria británica. Reconocida como icono de la moda y el cine, Hepburn estuvo activa durante la época dorada de Hollywood. Está considerada por la American Film Institute como la tercera mayor leyenda femenina del cine estadounidense.

P á g i n a | 145

Ah, ahora lo tenía. Él estaba pensando en su hermano. Sabiendo lo que sabía sobre su padre, el que Raffi saliera del armario debía haber sido un evento infernal en el hogar de los Bristow. Se imaginó a Gabe de joven, debatiéndose entre el amor que sentía por su hermano menor y la lealtad que sentía hacia su tirano padre —y se enamoró perdidamente de él, porque había elegido a Raffi. No es que le hubiera costado mucho enamorarse. Volvió a colocar las placas de identificación en su lugar y posó una mano consoladora en su pecho. —Serías un padre excelente, ya sabes. —Cuando todos los músculos de su cuerpo se tensaron debajo de ella, se echó a reír—. Solamente es una observación, marinero. —Jesucristo, Aud. Esa realmente no es una conversación post-sexo muy buena. —Él gimió y se golpeó la frente con la palma de la mano—. Y no usamos nada. ¡Mierda! —Sí, eso es lo que hicimos. Se movió para enfrentarla, con la mirada un poco salvaje. —Yo no… yo nunca… ¿estás…? Tartamudeando. ¡El gran y malo SEAL estaba tartamudeando! Audrey pensó en provocarlo, pero él parecía tan genuinamente apenado que ella no tuvo el corazón. —Relájate, Gabe. —Le acarició la mejilla—. Estamos a salvo. Estoy en control de natalidad. —No has sido capaz de tomar ninguna… —Ya que soy demasiado olvidadiza para tomar una píldora todos los días — lo interrumpió—, me cambié a la inyección, la cual dura tres meses y la próxima no es hasta julio. Así que relájate antes de hiperventilar. —Está bien. —Él se pasó una mano por los ojos y dejó escapar un suspiro—. Bueno. Debes saber que estaba limpio la última vez que me hice pruebas. Y no me he acostado con nadie desde antes del accidente automovilístico. ¿Tanto? Guau. Era prácticamente un monje. Un monje muy sexy y muy, muy talentoso. Y, sí, la sucia pequeña fantasía que acababa de venir a su cabeza de él vistiendo una túnica franciscana mientras ella llevaba un traje de niña de la escuela probablemente acababa de asegurarle un asiento en el infierno. Mama estaría tan avergonzada.

P á g i n a | 146

Gabe estaba observándola, esperando una respuesta a… um, ¿de qué estaban hablando? Definitivamente no era de monjes franciscanos. Ah, claro. De él estando libre de enfermedades. —No tenía ninguna duda sobre eso, Sr. Responsable. —Él levantó la cabeza, frunciéndole el ceño. Ella rodó los ojos y añadió—: Yo también estoy limpia. No tomo ese tipo de riesgos. No ando por ahí teniendo sexo con cualquiera. —Bien. ¿Eso era posesividad lo que oía en su voz? Oh, una chica sólo podía tener esperanzas. Se acurrucó en su costado y saboreó la sensación de su pesado brazo alrededor de ella. Sus labios le rozaron la sien. —Duerme un poco, dulzura. Vamos a necesitarlo. Trató. Realmente lo hizo, pero en cuanto cerró los ojos, vio el rostro de su hermano. ¿Estaba todavía vivo? Si estaba vivo, ¿estaba de una sola pieza? ¿Lo habían golpeado sus captores o matado de hambre… o algo peor? E incluso si lo devolvían, ¿seguiría estando perdido? No era estúpida. Ella sabía lo que una experiencia traumática como esta podría hacerle a un hombre. ¿Realmente Mena sabía algo de Bryson? No veía cómo, y Gabe no lo creía tampoco, pero se sentía como si estuvieran sin opciones. No sabían cuándo trataría el FBI de intercambiar dinero por Brys, y aunque Gabe nunca dijo eso, ella sabía que él pensaba que pagar el rescate era una idea muy mala en todo sentido. Los captores no tendrían ninguna razón para mantener a Bryson con vida después de eso. Y sesenta y cinco millones de razones para matarlo así no podría identificarlos. —Audrey —le susurró Gabe al oído y luego se movió sobre ella. Su boca encontró la suya en un dulce, suave beso que fue más para confortarla que por sexo—. Puedo oír tu mente agitándose desde aquí. Apágala, cariño. —No puedo —confesó—. Tengo miedo. —Te dije que no permitiría que nada te suceda. Hombre engreído. Pero le creía. Él era más que capaz de mantenerla a salvo. —No tengo miedo por nosotros. —Él levantó una ceja, su expresión paciente pero dudosa, y ella suspiró—. Bueno, está bien, lo tengo. Pero estoy más preocupada por Bryson. ¿Y si…? —No, no. Nunca juegues al "y si". Te volverás loca. Ella se mordió el labio.

P á g i n a | 147

—Pero, ¿y si no llegamos a él a tiempo? Lo van a matar, ¿no es así? Gabe rodó sobre su espalda de nuevo y se quedó mirando el techo. —Si no podemos llegar a él a tiempo, mi equipo lo encontrará —dijo después de un momento y la apretó contra su costado—. No te preocupes. Quinn sabe lo que hace.

P á g i n a | 148

Capítulo 15 Q

uinn no tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo.

Desde que dejó el campamento de la guerrilla, Jesse e Ian habían estado lanzándose a la garganta del otro constantemente, todavía discutiendo sobre el tratamiento de Ian hacia Cocodrilo, quien ahora era un "invitado" en una de las habitaciones en el campamento base. Y ya que Quinn había menos que sancionado las acciones de Ian, Jesse compartía su aflición con él. Jean-Luc se puso del lado de Jesse, y Marcus se puso del lado de Ian una vez que se enteró de lo que estaba pasando. Harvard trató de mediar, pero el pobre hombre quedó aplastado entre los dos lados. Esta misión se estaba convirtiendo en un caos para los libros de récords. Quinn se sentó a la mesa mientras los chicos rugían a su alrededor. Estudió los mapas de las zonas en la periferia de la ciudad en los que destacaban conocidos bastiones del EPC, pero lo que realmente quería hacer era golpear su cabeza contra la mesa hasta desmayarse. Probablemente eso sería más productivo, ya que, según Cocodrilo, el EPC no sabía absolutamente nada sobre el secuestro de Bryson Van Amee. No tenían nada que ver con eso, y si Jacinto Rivera estaba involucrado, era sin su hermano o la bendición del EPC. Entonces, ¿quién diablos se había llevado a Bryson Van Amee? ¿Y quién había atacado el campamento de Cocodrilo y presumiblemente se había llevado a Gabe y Audrey? Se imaginó que era la misma persona u organización que se metió en ese tiroteo con el EPC en la carretera de la selva, pero los números de la matrícula que Jean-Luc había anotado después de encontrar el Jeep de Gabe había resultado en que el coche era robado. De vuelta al punto de partida. Quinn hizo a un lado los mapas y se sentó, de vuelta a sus pensamientos. Todavía necesitaban encontrar a Jacinto Rivera, su única pista sólida hacia Bryson. Y ese almacén todavía tenía que hacer boom en algún momento, o de lo contrario no sería capaz de dormir bien por la noche sabiendo que había dejado una fábrica de bombas en manos de los malos. Sobre todo, el equipo necesitaba organizar su mierda o nada se lograría.

P á g i n a | 149

¿Cómo lo haría Gabe? Quinn no tenía ni idea. Gabe simplemente tenía un aura natural de autoridad que hacía que la gente lo siguiera sin rechistar. Quinn no tenía eso, pero sí sabía una forma segura de poner a los chicos en línea a latigazos. Él podía no ser un gran líder, pero era un tremendo instructor. Quinn se puso de pie rápidamente, dejando que su silla cayera al suelo con un estrépito. —¡Aten-ción! Hubiera sido divertido ver a los ex soldados en el grupo moverse bruscamente hacia una posición automática si no estuviera tan enojado. Una vez soldado, siempre un soldado. Marcus, el maldito federal, simplemente se cruzó de brazos y frunció el ceño. —¿Usted los militares en serio dicen eso? —Sí. En serio. Y si tienen la energía suficiente para quejarse los unos de los otros como un montón de fastidiosas amas de casa, tienen suficiente para algún tipo de formación física. Al suelo. ¡Ahora! Para total sorpresa de Quinn, el primero en caer fue Ian. El resto lo siguió, refunfuñando uno tras otro (y Marcus con un rodamiento de ojos) hasta que solamente Jesse estaba de pie y Harvard seguía sentado frente a su computadora. Jesse dijo: —Esto es una mierda. —Al suelo. —Chúpame el huevo. —No eres mi tipo. Abajo, Warrick. Jesse se inclinó hacia adelante con los ojos entrecerrados. —Oblígame. En una rápida sucesión de movimientos, Quinn hizo volar el Stetson de Jesse de su cabeza, le pegó en el plexo solar, el intestino y el costado, doblándolo por la mitad, y luego le dio un codazo entre los omóplatos. Jesse cayó sobre sus manos y rodillas, con arcadas. Otro golpe en la espalda baja lo tumbó, poniéndolo de cara al suelo. —Jesucristo —susurró alguien con asombro.

P á g i n a | 150

Quinn se enderezó, tiró el Stetson delante de Jesse y miró a los hombres que yacían completamente sobre sus vientres, como la pesca del día de un pescador57. —No jueguen conmigo, chicos. Dado que esto no es el ejército, ya no tengo que jugar limpio, y estoy harto de que ustedes pendejos me estén viendo la cara. A partir de ahora, me escucharán y harán lo que yo diga, sin cuestionar o todos conocerán el suelo tan personalmente como Warrick acaba de hacer. ¿Entendido? Una ronda de síes fue murmurada. —Sí, ¿qué? —Sí, señor —llegó en armonía esta vez. —Bien. Cien flexiones. Ahora. Se detienen o vacilan y empiezan de nuevo. ¡Muévanse! —Quinn fijó a Harvard, que todavía estaba en su computadora, con una mirada dura—. Tú también. Tragando saliva, Harvard cayó de su silla como una roca. Satisfecho, Quinn enderezó su silla y se sentó, plantó los pies sobre la mesa y agarró el portátil de Harvard. No era tan bueno en la investigación como su genio residente, pero tenía fuentes que necesitaba chequear. Comenzó a buscar el paradero actual de Jacinto Rivera mientras los chicos gritaban cada lagartija en una armonía resonante. Uno. Dos. Tres. Como los segundos marcándose en el reloj. Jesús.

Un golpe en la puerta de la habitación sacudió a Gabe de un sueño de muertos. Se lanzó fuera de la cama y estiró su mano en busca de su arma, sólo para darse cuenta de que su culo estaba completamente desnudo. La tarde derramaba colores vibrantes en la habitación y torturaba su cráneo palpitante mientras el sol se hundía sobre la pacífica cala fuera de las ventanas. Él gimió y cerró los ojos. El golpe sonó de nuevo, impacientemente esta vez, y Audrey se sentó con un suspiro, su cabello una nube salvaje alrededor de su rostro pálido. —¿Qué es eso? 57

Hace referencia a la posición de los pescados en un barco pesquero.

P á g i n a | 151

Gabe se frotó la cara con ambas manos, tratando de quitarse la niebla de desorientación del sueño, y encontró sus vaqueros en el suelo. —Está bien. Probablemente un mayordomo con el atuendo adecuado que Mena mencionó. Dolorido y rígido por la paliza que había recibido esa mañana (seguida por la forma fantástica en que había pasado la tarde), metió las piernas en los vaqueros y cruzó la habitación mientras se los abotonaba. Volvió la mirada hacia Audrey para verla frotándose los ojos como una niña soñolienta, pero condenadamente seguro que no se veía como una niña con sus pequeños pechos desnudos, sus pálidos pezones del color del melocotón, turgentes en la frescura del aire acondicionado de la habitación. Sí, definitivamente no quería que quien sea que estuviera ahora en la puerta golpeando la viera así. —Cúbrete, Audrey. —¿Eh? —Ella bostezó, y luego se miró a sí misma—. ¡Oh! —Arrastró la sábana y la apretó contra sus hermosos pechos. A él le gustó el rubor que subió de su pecho a sus mejillas. Le recordaba cómo lucía cuando se excitaba, cuando él se movía profundo en su interior. ¿No sería agradable arrastrarse de vuelta a la cama con ella y olvidar todo de nuevo? Suspiró, giró el pomo de la puerta y se encontró a Liam Miller con el puño levantado a mitad de golpear. —Liam —dijo Gabe y se apoyó en el marco de la puerta, con los brazos cruzados para bloquear su vista de la habitación—. Veo que todavía tienes carácter. El labio superior de Liam se curvó. —Gabe Bristow. Imagina mi sorpresa cuando mis hombres te arrastraron inconsciente de ese campo de amapolas. Veo que perdiste tu astucia. Gabe miró las bolsas de ropa que Liam llevaba. —Y tú, jugando al mayordomo para la escoria de la tierra. No sé por qué me sorprende. —Voy a donde está el dinero. Como mercenario ahora, es algo que aprenderás rápido. —Soltó una risa amarga y empujó las prendas hacia Gabe—. El infame comandante Bristow, un mercenario. Todavía me hace cosquillas en los huesos decirlo. Mi Dios, cómo caen los poderosos.

P á g i n a | 152

—Mi Dios, cómo huyen los cobardes. Dime una cosa, ¿ya te has arrancado esa cola de entre las piernas? Los dientes de Liam rechinaron. —Tuve que huir. No tenía otra opción por tu culpa, cretino santurrón. —Hm. Oye, Liam. —Gabe hizo un gesto rozando su nariz—. Tienes un poco de algo… Liam llevó una mano hasta mitad de camino de su nariz antes de contenerse. Con sus ojos escupiendo fuego, dijo: —Retrocede. Imperturbable, Gabe se apartó del marco de la puerta y dio un paso atrás. Liam cerró de golpe la puerta y la cerradura encajó en su sitio de nuevo. —Uf —dijo Audrey en una exhalación unos segundos después que la puerta se cerrara—. Hay algo de resentimiento allí. Supongo que se conocen. Gabe asintió y puso un vestido envuelto en plástico en el extremo de la cama para ella. Abrió su propia bolsa de ropa para estudiar su contenido. Un maldito esmoquin y zapatos de vestir. Y aquí estaba él esperando ropa de camuflaje y botas de combate. —Déjame adivinar —dijo Audrey cuando él se quedó callado—. ¿Es una larga historia? —Sí y no. —Él sacó la camisa de vestir blanca y se la puso, pero la dejó colgando desabrochada—. Si quieres saber del esqueleto, logré que expulsaran al bastardo de las Fuerzas Especiales Británicas durante una operación un par de años atrás, y me la tiene jurada desde entonces. Es una relación odio-odio mutua. Ahora vístete, cariño. Ella hizo a un lado la bolsa de ropa, ignorando el vestido color ciruela en su interior. —¿Lo echaron? ¿Qué hizo? Gabe empezó a decir "eso es información clasificada" por costumbre, pero se contuvo. Teniendo en cuenta que se había pasado la tarde dentro de Audrey, haciéndole el amor, ella se merecía más que la respuesta ensayada que reservaba para los aspirantes a Seal y las frog-hogs58. Y técnicamente, la desgracia de Liam era de conocimiento público —o al menos lo fue en Gran Bretaña. Se sentó a su lado en

58

Frog-hogs: así llaman a las mujeres que andan detrás de los SEALs para casarse.

P á g i n a | 153

la cama y la metió en el hueco de su brazo, saboreando la suavidad de su piel bajo su mano. —Liam Miller, el cual no es su verdadero apellido, pues era Collington en aquel entonces, era uno de los oficiales británicos del SAS 59 que nos ayudaba a localizar a un agente de la CIA que… —Su voz se desvaneció. Los insurgentes habían mantenido cautivo al agente de la CIA en un campo de concentración cerca de la frontera con Turquía. Para cuando los SEALs lo encontraron, él había sido desollado vivo. Y sin forma de saber cuántos secretos clasificados había soltado, las órdenes que venían de arriba eran que el campamento fuera neutralizado. Incluyendo mujeres y niños. Um, sí, Audrey no necesitaba saber los pormenores. Y no le importaba mucho no revivir la experiencia. Gabe se aclaró la garganta. —Esa parte no es importante. Pero durante la misión, atrapé a Liam esnifando algo. Descubrieron más tarde que era coca. Eso ponía a mi equipo y al suyo en peligro, así que lo informé a sus superiores y se deshicieron de su culo tan rápido que probablemente todavía tiene una erupción. —Suena como que se lo merecía —dijo Audrey. —Lo hacía y hasta más. El consumo de drogas no es todo el asunto. Un par de días después de que su reemplazo llegara, descubrimos que había estado robando y vendiendo artefactos explosivos a los terroristas durante años. Sus ojos se abrieron. —¿Y él nunca fue arrestado? —Salió huyendo y encontró una posición cómoda como la mano derecha de Mena. Mientras él se quede aquí y Mena se quede fuera de la cárcel, estará a salvo. Parte de la atracción de derribar a Mena había sido la oportunidad de atrapar a Liam Collington/Miller tras las rejas también. Había sido el proyecto favorito de Gabe justo hasta que el accidente de auto le robó su carrera. A lo largo de las muchas horas tediosas que había pasado en el hospital, a menudo se preguntaba si el accidente había sido más premeditado que accidental. El conductor de la pick-up que había causado el accidente nunca fue localizado, y con Gabe fuera de los

59

El Special Air Service (Servicio Aéreo Especial en español), más conocido por sus siglas SAS, es un regimiento de fuerzas especiales del Ejército Británico (UKSF). Sus funciones en tiempo de guerra son las operaciones especiales, y en tiempo de paz, principalmente el contraterrorismo.

P á g i n a | 154

equipos, la operación llegó a un punto muerto. Por lo que él sabía, nadie la había revivido. Le dio un ligero apretón a Audrey. —Liam es un hombre peligroso. Está muy bien entrenado y es muy inestable. Vigila tu espalda a su alrededor esta noche, ¿de acuerdo? Podría tratar de hacerte daño. Ella se estremeció. —¿Qué? ¿Por qué? No lo conozco. No tengo nada que ver con lo que pasó entre ustedes dos. ¿Por qué iba a querer hacerme daño? —Porque eres mía. Sus ojos se levantaron hacia él, llenos con algo suave que se parecía mucho a la esperanza. —¿Lo soy? —susurró—. ¿Tuya? Jesucristo, él quería que lo fuera de la peor manera posible. No era profesional, cruzaba todas las líneas de honor que jamás había dibujado para sí mismo, pero ahí estaba. Tranquilo. Ahora no era el momento para luchar una batalla emocional consigo mismo. Había llegado el momento de centrarse. No podría ser suya si cualquiera de ellos terminaba muerto. —Liam piensa que lo eres, y eso es todo lo que importa. —Supo al instante en que las palabras abandonaron su lengua que esa era la respuesta equivocada. La esperanza en sus ojos se desvaneció y pasó a la decepción, aunque ella apartó la mirada rápidamente para tratar de ocultar su reacción. —Yo, hum, debería ducharme antes de la cena. —Salió de debajo de su abrazo y se deslizó hasta el borde de la cama, arrastrando esa sabana de oro pálido detrás suyo hacia el baño. Gabe la dejó ir. Herir sus sentimientos no había sido su intención, pero eso era exactamente lo que había hecho, y se sintió impotente para arreglarlo sin admitir cosas que no podía permitirse el lujo de decir aún. Odiaba sentirse impotente. Maldiciendo, se puso en pie y se dirigió hacia la puerta del baño, pero se detuvo antes de irrumpir. ¿Y si ella estaba usando el baño o algo así? Abrirse paso a la fuerza cuando sabía muy bien que ella quería tiempo privado sería simplemente

P á g i n a | 155

grosero, casi podía oír su regaño por su falta de modales y retiró su mano de la perilla de la puerta, elevándola para llamar en su lugar. —¿Audrey? La ducha se abrió, pero ella no respondió. Gabe suspiró y golpeó su frente suavemente contra la puerta una, dos veces, lo que no hizo nada para ayudar a su dolor de cabeza o al dolor que florecía en su pecho, uno que le hacía difícil respirar. —Eres mía —murmuró hacia la madera, a pesar de que sabía que era demasiado, demasiado tarde.

¿Lo soy? ¿Tuya? Puf. Gabe era un completo zopenco. Audrey podría muy bien haber derramado su corazón con esas tres palabras, y él lo había pasado completamente por alto. De acuerdo, eso no era del todo justo. Él se centraba en mantenerlos a salvo, lograr que los soltaran y buscar a Bryson. Tenía mucho más en su mente que su intimidad en ciernes. Verdaderamente, ella también debería hacerlo, pero incluso los pensamientos de Bryson no podían evitar que reviviera esa tarde con gran detalle mientras se enjabonaba. Le dolían todos los lugares más deliciosos, sus pechos estaban llenos y sensibles por las caricias de Gabe, sus muslos temblorosos, su pulpa casi en carne viva por la fricción de sus embestidas, y eso se sentía maravilloso. Ella quería más. Mucho más. Simplemente tenía que convencer a Gabe de querer lo mismo. Sintiéndose mejor, Audrey cerró el grifo, tomó una toalla y notó el vestido que se suponía que iba a llevar colgando de un gancho en la parte posterior de la puerta del baño. Ella lo había dejado en la otra habitación, así que Gabe debía haberlo puesto ahí en algún momento mientras se duchaba. Nunca escuchó abrirse la puerta, pero conociendo a Gabe, no tenía por qué haberlo hecho. Para un hombre grande, se movía con pies extrañamente ligeros. La seda del vestido de cóctel color ciruela se aferraba a ella en todos los lugares correctos, con un corte bajo en V que mostraba un vislumbre tentador de su escote. No estaba ni siquiera cerca de ser su estilo, pero lo inquietante era que Mena hubiera

P á g i n a | 156

adivinado con tanta exactitud su talla. Ella tuvo que luchar contra su deseo de arrancarse esa horrible cosa, desgarrándolo en caros y pequeños trozos, y tirarlo por el inodoro. Se dejó el cabello suelto para que se secara con el aire y esperando que la pesada masa cubriera algo de escote. En su vida cotidiana, le gustaba usar la menor cantidad de ropa posible y no tenía ningún problema con exhibir un poco de piel, pero no con hombres como Mena y Liam por ahí. No, gracias. Abrió la puerta del baño y vio a Gabe mirando por las ventanas del balcón hacia la puesta del sol. O por lo menos ella pensó que era la puesta de sol lo que miraba con tal intensidad constante. O eso, o estaba examinando el alcance del equipo de seguridad de Mena. Por desgracia, eso era más probable. Todo lo que Gabriel Bristow veía cuando miraba una puesta de sol era una ventaja o desventaja táctica. Él no era de los que se tomaban un minuto para admirar la belleza natural del mundo, empaparse en un momento bonito. Tendría que cambiar eso. Gabe hacía un cuadro tan impresionante de pie a la luz del sol moribundo, vestido con un esmoquin con corbata de lazo deshecha al cuello y una expresión fatigada de pura concentración en su rostro, que deseó sus pinturas. Dejó que sus ojos recorrieran su duro cuerpo, aprendiendo de memoria cada detalle para poder transferirlo a un lienzo en cuanto volviera al trabajo. Su postura recta de militar, sus pies firmes y separados, las manos cruzadas detrás de su espalda. La forma en que la luz del sol hacía brillar en oro y rojo su cabello oscuro. El juego de luz y sombras sobre sus características. Su intensidad enjaulada, su enfoque implacable. Ella lo capturaría en acrílico con líneas rígidas y contrastes dramáticos, y lo llamaría El Único Día Fácil Fue El Ayer. Dios, era guapísimo. Un moderno ángel vengador. Como si sintiera su mirada, se alejó de la ventana lentamente, con sus ojos de oro enfocando toda esa intensidad en ella. Si no lo conociera en nada, pensaría que ese tirón en sus hombros era por retener su respiración. Tal vez el vestido no era tan terrible después de todo, si producía ese tipo de reacción. Incitándolo un poco, ella hizo un pequeño giro y dijo: —¿Y? —Te ves… —Parecía estar demasiado confuso para hablar, y se pasó una mano por la parte trasera del cuello—. Hermosa.

P á g i n a | 157

La sinceridad en su voz la detuvo en medio de su giro y el placer le calentó la sangre como un trago de buen whisky Sureño. Él podría no estar listo para admitir que había algo más que sexo, pero la emoción detrás de aquel simple cumplido estaba cerca. —Gracias. Bueno, ¿necesitas ayuda con esa corbata? Él sacudió la cabeza y le preguntó en voz baja: —¿Todavía estás enojada conmigo? Cómo un hombre podía ser capaz de la ferocidad fría de la que ella había sido testigo en el campamento de la guerrilla y de tanta dulzura como la de un niño, no podía empezar a imaginarlo. Pero, Señor, era adorable saber que su SEAL no siempre estaba cien por ciento seguro de sí mismo. —Oh, Gabe. —Se acercó a él y coló sus palmas consoladoramente sobre las solapas de su chaqueta—. Estaba frustrada, no enojada, y no fue por algo que hiciste. Es por la situación. —Es una situación apestosita —acordó él. —Lo es, pero la ducha me ayudó a relajarme. —Y también lo hizo la expresión de su rostro cuando la vio en esa bomba de vestido de baile púrpura. Si pudiera haber capturado eso en un lienzo, lo llamaría Perdidamente Enamorado. Hombre tonto, simplemente aún no se daba cuenta de que estaba perdido. Ella anudó su corbata de lazo, luego se puso de puntillas para darle un beso justo cuando la puerta se abrió. Nada de golpeteos semi-educados esta vez. Liam Miller se quedó allí con el ceño fruncido y una mirada asesina. —Fuera. Gabe la atrajo más hacia su costado y juntos salieron de la tenue seguridad de la habitación para cenar con el mismísimo diablo en persona.

P á g i n a | 158

Capítulo 16 LOS ÁNGELES, CALIFORNIA

—E

ntonces, ¿cómo lo está llevando Bryson? —A pesar de que la

conversación telefónica estaba yendo de tensa a explosiva en cuestión de un latido de corazón, Danny Giancarelli mantuvo su voz tan pareja y tranquila como la de un locutor de radio del turno tarde-noche instando a la gente a disfrutar de un poco de jazz suave mientras navegaban a la deriva hacia el sueño. Al secuestrador, quien quería ser llamado Ángel, no le había gustado cuando exigió hablar con Chloe Van Amee y respondió Danny en su lugar. Le había gustado incluso menos la sugerencia de que le dejara hablar con Bryson de nuevo. —Él está bien —dijo Angel con un fuerte acento Inglés—. Pero no seguirá si se mantienen estancados. —Nadie se está estancando, ¿de acuerdo? Estamos trabajando tan rápido como podemos para recaudar los fondos para la liberación de Bryson, pero va a tomar algún tiempo. Angel maldijo en español. —Estás mintiendo. Es rico. El dinero ya está ahí. —Tiene dinero, sí —concedió Danny—. Pero Chloe no puede simplemente entrar en el banco y retirar una suma tan grande de sus cuentas. El banco cuenta con reglas y normas que se deben seguir. —¿Qué pasa con el seguro? La compañía de seguros puede pagar. El seguro. ¿Cómo pudieron los secuestradores haber sabido sobre la póliza de seguro de secuestro y rescate? Danny levantó la mirada hacia Frank Perry, que parecía completamente confundido. Inútiles. El representante del seguro no estaba en la habitación en ese momento, y O'Keane le dio un codazo en el costado y articuló: —Voy a averiguar más sobre eso. Danny asintió e hizo a un lado la cuestión del seguro, diciendo en su lugar: —Estamos trabajando lo más rápido que podemos con todas las normas, ¿de acuerdo? Pero mientras hacemos eso, necesito saber que Bryson sigue vivo. ¿Puedo por favor hablar con Bryson otra vez?

P á g i n a | 159

—No. Ya he terminado con esto. Pagarán el rescate mañana al mediodía o lo mataré. —Lo entiendo, pero mañana es domingo y es un fin de semana festivo aquí en Estados Unidos. Los bancos no se abrirán hasta el martes. —Va a ser mañana o nunca. No tengo ningún problema en matarlo, Agente Giancarelli. Puedo encontrar otra familia que esté dispuesta a pagar. —Bueno. Ninguno de nosotros quiere eso. ¿Qué tal si me dejas hablarle a Bryson? Sólo quiero oír su voz, Ángel. Puedes entender por qué quiero asegurarme de que aún está bien, ¿verdad? Simplemente quiero hacerle algunas preguntas. —Pregúnteme a mí. Danny chasqueó los dedos para que le dieran la lista de preguntas de prueba de vida en la que O'Keane y Chloe Van Amee habían pasado la última hora trabajando. Tenían que ser muy específicos, preguntas sin complicaciones, con una respuesta fácil que LSs no serían capaces de adivinar. Idear una lista viable siempre era mucho más duro de lo que en un principio parecía, sobre todo en el mundo tecnológico de hoy, donde una rápida búsqueda en la computadora podría presentar un montón de información personal. Alguien deslizó el papel sobre la mesa y él examinó la lista. Las dos primeras preguntas acerca de los segundos nombres y los cumpleaños de los hijos de Bryson eran demasiado fáciles, pero la tercera debería funcionar. —Bien. ¿Sigues ahí? Necesito que le preguntes a Bryson qué nombre quería usar si su hijo Ashton hubiera sido una niña. Silencio. —¿Puedes hacer eso por mí, Ángel? Ve y pregúntale por mí. Esperaré. El tono de marcación. Danny se recostó y dejó escapar un suspiro que hinchó sus mejillas. El corazón le latía, adrenalina corriendo por sus venas como una inyección de nitrógeno, dejando sus motores rugiendo y sus manos temblando. Sabía por experiencia que tomaría horas para que se calmara si él solamente se sentaba aquí, por lo que se apartó de la mesa. —Voy a correr. Llámenme si vuelven a llamar en la próxima hora. —Lo dudaba, sin embargo. Él no escucharía hablar de Ángel de nuevo hasta tarde esa noche como muy pronto. Había corrido por una cuadra más o menos antes de que su teléfono, metido en el bolsillo con cremallera de sus pantalones cortos para correr, sonara. ¿Los

P á g i n a | 160

secuestradores de regreso tan rápido? Bueno, estaba sorprendido. Patinó hasta detenerse debajo de una palmera, desenterró el teléfono y se lo llevó a la oreja. —Giancarelli —respondió. —Danny. Uhm, hola. Por un espacio de tres latidos, Danny se esforzó por dar sentido a la voz que conocía, pero no había oído en años. Retiró el teléfono de su oreja y miró el número. No era un número de Los Angeles, ni siquiera un número de USA. —¿Marcus? ¿Dónde diablos estás? —Es... —Marcus Deangelo suspiró—. No puedo hablar de eso ahora. Un cosquilleo de miedo se deslizó por la espalda de Danny. —¿Estás en problemas? —No. Estoy trabajando en un caso. —¿Tienes un nuevo trabajo? ¿Para el gobierno? —Sí, él dudaba eso. Marcus y el gobierno no se habían separado en los mejores términos. —No. Entré en el sector privado —dijo Marcus—. Estoy trabajando en un caso de rehenes y necesito un favor. Danny miró el número en la pantalla de su teléfono otra vez. Cincuenta y siete. Comenzaba con un cincuenta y siete, el cual era el código de Colombia. El número del secuestrador comenzaba por los mismos. Y entonces lo supo. —Jesucristo. No me digas que estás trabajando en el caso Van Amee. ¿Quién te contrató? Marcus evadió la pregunta de maravilla. Después de todo, el hombre no había sido uno de los principales negociadores del FBI por nada. —Eso no importa. Bryson es lo que importa aquí, y con el fin de ayudarlo, necesito toda la información que me puedas decir sobre el caso. —Espera, espera, espera. —Danny sacudió la cabeza. ¿Marcus quería que hiciera qué?—. Aguanta ahí. No he oído una palabra de ti en casi dos años. Nada. ¿Qué tan difícil es agarrar el teléfono y decir: oye, todavía estoy vivo? ¿Cómo está la famiglia? ¿Por cierto, he encontrado un nuevo trabajo? ¿Y ahora quieres que me olvide de eso y te haga un favor dándote información sobre un caso en el que estoy trabajando? Información que sabes, tú sabes, que no puedo divulgar.

P á g i n a | 161

—Entonces ¿tú eres el negociador? —preguntó Marcus, completamente impertérrito. Danny cerró los ojos. Maldita sea. —No puedo hablar de eso. Pero Marcus o bien no lo oyó o no le hizo caso. —¿Por qué estás llevando a cabo el pago de un rescate? ¿El socio de negocios de Bryson o la esposa están empujándote para eso? ¿Qué pasó con toda esa cosa de Estados-Unidos-no-negocia-con-terroristas? —Tú sabes que es más una teoría que una práctica. —Danny se volvió y echó a andar por la calle hacia la casa Van Amee—. Y sólo soy el portavoz. Perry el Idiota está a cargo. —Mierda. —Un momento de silencio—. ¿Puedes…? Tomaré lo que me puedas dar. Sabes que pagar el rescate será prácticamente firmar el certificado de defunción de Bryson. Marcus tenía razón en eso. Este caso se dirigía a la tragedia si no conseguían controlar la situación. Y rápido. —Vamos, Dan —dijo Marcus—. Ayúdame. Estamos hurgando en la oscuridad aquí abajo. Más adelante, O'Keane salió de la casa y esperó allí, con los brazos cruzados. Danny aminoró el paso. —Escucha, Marcus. No puedo prometer nada, pero… te devolveré la llamada. —Colgó y echó a correr por el centenar de metros hasta camino de entrada—. ¿Los secuestradores ya llamaron otra vez? —No. —O'Keane arqueó una ceja—. ¿Tu esposa sigue molesta por cancelar las vacaciones de la familia este fin de semana? Por un segundo, Danny no lo entendió. Ah, claro. La llamada telefónica de Marcus. O'Keane había pensado que había estado hablando con su esposa. —No —respondió—. Leah y los niños se fueron a la costa sin mí. —Miró su teléfono. Maldita sea, Marcus. Negó con la cabeza y lo guardó en su bolsillo—. Ella estaba… solamente comprobando.

P á g i n a | 162

CARTAGENA, COLOMBIA

—Bryson trabaja para mí —dijo Mena y bebió un sorbo de vino, tomándose un momento para dejar que la noticia de última hora diera en el blanco. No. A pesar de que su mente rechazó al instante sus palabras, la garganta de Audrey se apretó. Él no estaba mintiendo. ¿Por qué iba a hacerlo? Excepto tal vez para jugar con ella y Gabe, ¿pero no había conseguido jactarse ya de eso en los dos primeros largos y agonizantes platillos de la comida de tres platos? Se había negado a hablar de Bryson mientras estaban con los aperitivos de pastel de cangrejo con eneldo y limón, así como también en el plato principal de chuletas rellenas. Él había ignorado las repetidas demandas de Gabe por respuestas y a su vez había divagado como si fueran viejos amigos poniéndose al día mientras cada nuevo plato llegaba. La comida había tenido sabor a madera para ella, y lucía igual de apetecible, a pesar de que Mena seguramente tenía sólo al mejor de los chefs en su cocina, y ella pasó más tiempo empujándola por su plato que comiéndola. Por último, cuando el clásico postre Colombiano de pastel de tres leches60 llegó, Mena dejó caer su bomba y luego se echó hacia atrás con esa sonrisa del gato Cheshire, escrutando su rostro por una reacción. Incapaz de tragar, ella devolvió la copa de vino a la mesa con una mano temblorosa. La mano sólida de Gabe se posó en su muslo y lo apretó en un silencio recordatorio de "estoy aquí". Ese pequeño gesto significaba más que cualquier palabra de consuelo que pudiera haber dicho. Ella le agarró la mano debajo de la mesa y encontró la mirada divertida de Mena. —¿Qué hace mi hermano para usted? —Pequeñas cosas. —Él esbozó una sonrisa—. Nada demasiado… comprometedor… se lo aseguro, aunque reconozco que estaba tratando de convencerlo. Oh, Dios, Bryson. —¿Por qué?

60

El pastel o torta tres leches es un postre tradicional latinoamericano. Consiste en un bizcocho bañado con tres tipos de leche, crema de leche y leche condensada que le dan su nombre. Suele acompañarse con un merengue de claras de huevo y con cerezas al marraschino, espolvoreado con canela en polvo.

P á g i n a | 163

—Él era muy bueno en lo que hacía, moviendo mercancías de manera eficiente dentro y fuera de los países. Realmente el mejor que he conocido, y yo sólo trato con los mejores. No puedo tolerar a los tontos, razón por la cual estaba muy disgustado cuando Bryson nunca apareció a nuestra reunión la tarde del jueves. Nunca lo creí un tonto, pero empecé a preguntarme si había calculado mal con él y mandé gente a… buscarlo. —Entonces, el día que Bryson fue secuestrado —aclaró Gabe—, ustedes dos tenían una reunión. ¿Aquí en Cartagena o en Barranquilla? —Aquí, por supuesto. El itinerario, se dio cuenta Audrey. Gabe estaba tratando de definir los planes de Bryson para ese día, tratando de averiguar quién tenía tratos con él y quiénes podrían quererlo fuera de la foto. Ella se inclinó hacia delante. —¿Sabe por qué Brys planeaba ir a Barranquilla antes de reunirse con usted? Mena le dio una sonrisa indulgente que decía que pensaba que una mujer no tenía cabida en esta conversación. Sí, bueno, tomando prestada una frase del libro de Gabe, que se joda. Mujer o no, ella merecía oír todos los detalles. —No conmigo —respondió finalmente Mena cuando ella no dio marcha atrás, su sonrisa un poco forzada en los bordes—. Tal vez él tenía otros asuntos que atender allí. Bryson era un hombre ocupado, y siempre y cuando su otro negocio no interfiriera con el mío, yo no veía la necesidad de mantenerlo controlado. Ajá. De alguna manera, Audrey dudaba eso. Y no se le escapó el notar que Mena seguía refiriéndose a su hermano en tiempo pasado. —Dijo que sabe dónde está. ¿Lo mató? —Dije que podría saber. —Él envió una mirada agravada hacia Gabe—. Realmente, Comandante Bristow, debería amordazar a su esposa hasta que aprenda algo de tacto. La indignación ardió a través Audrey. Abrió la boca para decirle su opinión sobre él, pero Gabe le apretó fuerte el muslo. Ella cerró la boca y lo miró. Su expresión era oscura y entrecerrada mientras se inclinaba hacia Mena. —Es mucho más discreta que yo. Ahora responda a su pregunta. ¿Dónde está Bryson? La mandíbula de Mena se deslizó hacia un lado. Entonces él hizo un gesto a Liam con un movimiento de la muñeca.

P á g i n a | 164

Gabe se puso tenso a su lado, preparándose para quién sabe qué, pero Liam simplemente colocó un mapa sobre la mesa y volvió a merodear en la esquina como un buen siervo. —No tengo un lugar exacto —dijo Mena y clavó un dedo en el mapa—. Pero creo que él podría estar aquí. Con el corazón martillándole, Audrey se puso de pie para obtener una mejor visión de la calle de Bogotá en el mapa. El dedo de Mena descansaba en una intersección de una parte adinerada de la ciudad apenas a kilómetro y medio del apartamento de Bryson. Gabe también se puso de pie y se inclinó sobre el mapa. —¿Qué le hace pensar que está ahí? ¿Y por qué no ha ido tras él, si lo quieren de vuelta tan desesperadamente? Ambas buenas preguntas. Audrey tenía la sensación de que él olía una trampa. De hecho, incluso su nariz sin entrenamiento olía una. Mena se encogió de hombros descuidadamente. —Política, más que nada. Quiero de vuelta a Bryson porque a pesar de lo que usted y su gobierno piensan de mí, Comandante, no soy un monstruo sin amigos. Él me agrada, lo considero un buen amigo, y lo quiero a salvo de nuevo. También quiero que sus captores sean castigados por hacerme perder cientos de miles de dólares al día apartándolo de mí. Sin embargo —continuó—, tengo una relación bastante tenue con los generales del EPC. Si envío hombres tras Bryson, y el EPC está involucrado, el daño a esa relación podría ser irreparable, lo que hace que pierda más dinero. Los ojos de Gabe se estrecharon. —Si está tan preocupado por su relación con el EPC, ¿por qué envió a Liam y a sus hombres a destruir el campamento de Cocodrilo? —Yo no hice tal cosa. —Hm. Entonces, ¿dónde exactamente cree que nos encontró él? Mena se quedó mirando a Gabe durante un largo rato, luego volvió esa mirada letal hacia Liam, un vena saltándole en la sien. —¿Eso es cierto? ¿Atacaste a Cocodrilo en contra de mis órdenes específicas de que lo dejaras en paz?

P á g i n a | 165

—Hice lo que tenía que hacer —dijo Liam—. Mató a cuatro de mis hombres en ese tiroteo en la carretera, incluyendo al hermanito de Esteban. Él no iba a salirse con la suya. Mena se pellizcó el puente de la nariz y agitó una mano como espantando a una mosca molesta. —Fuera de mi vista. Discutiremos esta insubordinación más tarde. —Señor… —Vete —dijo Mena y sacó una pistola de debajo de su chaqueta. Apuntó directamente entre los ojos de Liam—. O mueres. Su elección, señor Miller. No me importa de cualquier manera. Liam dio un paso atrás. Luego otro. Después de disparar una mirada llena de odio hacia Gabe, desapareció en el interior de la casa. —Imbécil. —Mena recolocó su arma y volvió a la conversación como si no acabara de amenazar la vida de un hombre—. Como decía, mis lazos con el EPC son tenues, incluso más ahora, y para evitar que ataquen mi negocio, tengo que permanecer en su lado bueno. No estoy convencido de que estén involucrados, porque este plan es uno demasiado avanzado para ellos. Son ordinarios, bestias sin educación. Aún así, no quiero correr el riesgo de enviar a mis hombres en busca de Bryson. —Le envió a Gabe una sonrisa astuta—. Pero usted, comandante. No tengo ningún reparo en enviarlo. De hecho, si el EPC lo mata en el proceso, quitarían una espina enorme en mi costado. Se matarían con eficacia dos pájaros de un tiro, como a ustedes los americanos les gustan decir. Gabe se apartó de la mesa. —Siento decepcionarlo, pero eso no va a suceder. —Toda una lástima. —Y hasta que me dé una buena razón del por qué cree que Bryson es retenido allí, no voy a enviar a mis hombres ni a diez bloques de ese barrio. —Tan cauteloso. Una cualidad admirable en un mercenario. —Él regresó a su asiento, tomó su vino, y estudió a Gabe por encima del borde—. A decir verdad, pone al señor Miller en vergüenza; me ha hecho ver su falta de fiabilidad. Su puesto de trabajo estará vacante muy pronto. Supongo que no le interesaría… —No. —La finalidad en la voz de Gabe no dejaba lugar a discusión y Mena se echó a reír. —No, no creía que fuera de otro modo. Muy bien. —Terminando su vino, se levantó de nuevo y les hizo señas para que lo siguieran a través de las puertas del

P á g i n a | 166

porche a la biblioteca. Se acercó a un escritorio enorme, brillante, abrió un cajón y sacó un archivo—. Esto contiene todo lo que sé sobre el secuestro de Bryson, de mi propia investigación y de mantener una vigilancia sobre su equipo, comandante, a lo cual podría agregar que su segundo al mando, el invariable Travis Quinn, ha estado luchando para mantenerlos juntos en su ausencia. El rostro de Gabe no reveló nada, ningún atisbo de sorpresa o de otra emoción, pero Audrey lo sintió endurecerse a su lado. Como había hecho él por ella antes, estiró la mano hacia abajo y le tomó la suya para tranquilizarlo. Recibió un pequeño apretón de su parte a cambio, pero luego la soltó y cruzó los brazos sobre su pecho. —Sigamos con esto —dijo Gabe, hielo en su voz—. Deje de tocarme las bolas y díganos lo que sabe. —Ah-ha. Me gusta tu franqueza —rió Mena—. Sigamos, entonces. Sé que su equipo, tal como está, busca un hombre llamado Jacinto Rivera. Sé que no encontraron nada en su último domicilio conocido, y que no tienen idea de dónde más buscar. También sé dónde encontrarlo. —Arrojó el archivo en su escritorio, que patinó sobre la madera pulida. Gabe lo atrapó antes de que se deslizara por el borde. —¿Dónde? —Paciencia. En primer lugar, necesita saber algo sobre Jacinto Rivera. Él es el menor, incluso el menos culto hermano de Ángel Rivera, el general de la región andina del EPC, y su árbol genealógico se lee como una historia de terror y depravación. Su padre era un borracho que hizo que lo mataran en una pelea de bar hace diez años. Su madre era una prostituta asesinada por un cliente un año después de eso, y su hermana, también una puta, desapareció hace seis años. Sólo Dios sabe qué fue de ella. »Su tío era un violador repugnante interesado en los niños pequeños, y su hijo, Rorro, finalmente tomó venganza por todas las visitas nocturnas de papá el año pasado. Rorro tiene quince años y él rebanó a su padre de una forma que no he visto desde La Violencia. Es un mocoso perverso, que no se debe subestimar, y está pegado a la cadera de su primo. Dondequiera que va Jacinto, Rorro no está muy a la zaga. —Entonces, ¿qué tiene esto que ver con Bryson? —preguntó Audrey. Mena deliberadamente la ignoró, en su lugar dirigiéndose a Gabe mientras hacía un gesto hacia el mapa de Bogotá aún colocado sobre la mesa. —Esa casa perteneció al padre de Rorro. Su equipo no lo ha encontrado porque el padre de Rorro, además de ser un pervertido, también era un mafioso muy

P á g i n a | 167

logrado y un lavador de dinero. Ninguna de sus posesiones está a su nombre. Incluso a su analista, el señor Physick, el cual me han dicho que es uno de los mejores disponibles, le tomará días vadear a través de todo el papeleo, y eso es sólo si su equipo está buscando en la dirección de Rorro. Ambos sabemos que Bryson no tiene días. Tan pronto como consigan el dinero, lo matarán. Eso es lo que yo haría en su lugar. Audrey retrocedió asqueada. Hablaba de asesinato como lo haría de aplastar una cucaracha, sin pensarlo dos veces y sin arrepentimientos. Ella miró a Gabe para ver su reacción, pero estaba asintiendo. Dios. A veces, cuando estaba en modo guerra, él realmente la asustaba. Gabe abrió el expediente en su mano, lo hojeó, lo cerró de nuevo y, para su sorpresa, se lo pasó a ella. Lo abrió y encontró todas las páginas escritas en español. Ah, eso lo explica todo. Ella se sacudió su horror y tradujo sin esperar a que se lo pidiera. —Son documentos relativos a la propiedad de la casa y las declaraciones del banco, tanto de Rorro como de Jacinto. Rorro, también conocido como Rodrigo Salazar Vargas, está muy bien colocado. Jacinto no tanto, pero ha habido una intensa actividad con su tarjeta en los vecindarios de Bryson y Rorro. —Encontró una foto con la fecha de la última noche de Rorro dejando una discoteca y se la mostró a Gabe. —Huh. —Fue todo lo que él dijo. —También hay un cargo por una limusina de alquiler en una de las tarjetas de Rorro el día en que Bryson fue secuestrado —le dijo ella—. No es algo inusual, pero hay una nota aquí diciendo que nunca le devolvió el auto a la compañía de transporte. —Querían una buena razón para acercarse a la casa de Rorro —intervino Mena—. Ahí la tienen. Una muy buena razón. —Sí, lo es. —Pero Gabe no sonaba contento. Miró a Mena y apretó los molares por un momento de pura frustración antes de morder el anzuelo y preguntar—: ¿Puedo usar su teléfono para ponerme en contacto con mi equipo? Esa sonrisa del gato Cheshire brilló de nuevo. —Oh, eso fue doloroso, ¿no? Pedirme un favor. —No tiene ni idea —dijo Gabe—. Pero tiene razón, Bryson no tiene mucho tiempo, y no voy a desperdiciarlo por alimentar un rencor.

P á g i n a | 168

—Eres tan noble. En serio, me resulta repugnante. —Se sentó en el sillón de cuero detrás de su escritorio e hizo un gesto hacia el teléfono—. Es todo suyo, pero tenga en cuenta que no será capaz de rastrear el número. Audrey se quedó donde estaba, mirando a través del archivo, pero vio a Gabe marcando por el rabillo de su ojo. Parado con todo su peso sobre el pie izquierdo de nuevo, lucía más allá de la fatiga —estaba en caída libre a la tierra del agotamiento. Pobre hombre. Había tenido… ¿qué? Sin contar su tiempo de inconsciencia, había tenido unas cuatro horas de sueño en las últimas cuarenta y ocho. Ella había sacado un poco más que eso y todavía se sentía muerta sobre sus pies, por lo que no podía imaginar cómo él todavía andaba. Tal vez no debería haberlo empujado con tanta fuerza para tener relaciones sexuales antes. Incluso tanto como ambos lo querían, y ella lo había necesitado, debería haberlo dejado dormir. El corto fulgor de la siesta, obviamente, no había sido tiempo suficiente para hacerle ningún bien. —Quinn —dijo al teléfono, y la exclamación de sorpresa de Quinn fue tan fuerte que ella lo escuchó desde el otro lado de la habitación. Gabe hizo un gesto de impaciencia y levantó su voz de mando de sargento: —Escucha. Tienes que destruir tu teléfono tan pronto como nos desconectemos. Mena levantó las cejas ante eso, pero no dijo nada, la sonrisa todavía en su lugar. —Luego envía al equipo a un reconocimiento en esta dirección. —Le dio las coordenadas en una especie de código militar que Audrey no entendió—. Nuestro objetivo puede estar dentro. Esteré… Gabe se puso rígido y se volvió hacia las puertas de la biblioteca un segundo antes de que se abrieran de golpe y Liam Miller entrara con un arma y una salvaje mirada exagerada en sus ojos marrones. Él sonrió y cerró las puertas ruidosamente detrás suyo. Varias cosas sucedieron a la vez, la mente de Audrey corrió rápido para ponerse al día. Liam levantó su arma hacia Mena y le dijo: —Renuncio. —Al mismo tiempo en que Mena comenzaba a levantarse y metía la mano en la chaqueta buscando su propia arma. Gabe estaba directamente entre ellos, atrapado en el fuego cruzado, y sólo pudo dejar caer el teléfono y girarse parcialmente fuera del camino antes de que la bala de Liam pasara deprisa por su lado y golpeara a Mena en la cara, quitándole la parte posterior de la cabeza y

P á g i n a | 169

dispersando sus sesos sobre la pared del fondo. El dedo de Mena apretó reflexivamente el gatillo mientras se desplomaba hacia un lado en la silla y el tiro salió a lo loco. Audrey sintió la quemadura cortando la parte superior de su brazo. —¡Gabe! —Temblando, aterrorizada por él, ella se tambaleó hacia donde se había agachado en frente del escritorio, pero él ya estaba arrastrándose por debajo del escritorio, luchando por conseguir el arma que Mena había dejado caer. —¡Ocúltate! —le gritó—. ¡Cúbrete! Ella no podía. No había lugar a donde ir, así que se lanzó hacia el teléfono a unos metros de distancia. Si era capaz de conseguirlo, podría decirle a Quinn dónde estaban y… Liam arrancó el teléfono de sus manos y lo dejó caer lejos. —Ninguna llamada de ayuda. Descartándola, la empujó a un lado y le dio una patada al pie malo de Gabe antes de que él desapareciera bajo el escritorio. —Tenemos una cuenta pendiente, Bristow. ¡Levántate! Para su horror absoluto, Gabe hizo exactamente eso. Se levantó de detrás de la mesa, cojeando cuando su peso se posó en sus pies, y levantó las manos cubiertas de sangre en señal de rendición. —Estoy desarmado, Liam. —Captó la mirada de Audrey y ladeó la cabeza ligeramente hacia la derecha. Ella miró por encima y hacia abajo y vio que el arma de Mena había aterrizado más cerca suyo que de él. No. Oh, Dios, no. No podía esperar que ella… lo miró de nuevo y negó con la cabeza una vez. Él simplemente le devolvió la mirada, su expresión serena, sus ojos dorados sombríos. Cuando la violencia es el único idioma que tus enemigos conocen, tienes que aprender a hablarla también. Él le dijo a Liam: —No hay honor en dispararle a un enemigo desarmado. ¿Es realmente la forma en que deseas que esto termine? —Sí, compañero. —Liam sonrió y apuntó con su arma al pecho de Gabe—. Lo es.

P á g i n a | 170

La mano dura había funcionado. ¿Quién lo hubiera pensado? Después de que Quinn derribara a Jesse y lo hiciera hacer las cien lagartijas, el equipo dejó de pelear y lo trató con un poco más de respeto. Lo que era un buen respiro. Había estado tan, tan cansado de luchar contra ellos. Ahora, una hora más tarde, se encontraban alrededor de la mesa, lanzándose ideas, tratando de trazar su próximo paso. —No creo que eso nos haga mucho bien —dijo Harvard, en respuesta a una idea que Jesse había arrojado—. También podríamos ir de puerta en puerta de los vecinos de Jacinto Rivera y preguntar si alguno de ellos lo ha visto a él o a Bryson Van Amee. —No en ese vecindario —dijo Marcus, y otros murmuraron su acuerdo—. Nadie va a decirnos una mierda a nosotros. —Son más propensos a dispararnos —agregó Ian—. ¿Y qué hacemos con ese almacén? Yo voto porque lo hagamos explotar antes de que los chicos malos lo muevan sobre nosotros. —Siempre votas para que las cosas hagan boom —dijo Jean-Luc con un codazo amistoso en el costado de Ian, e Ian no le arrancó la cabeza por eso. Quinn, todavía en la silla con los pies sobre la mesa y la computadora en su regazo, se sentía bastante orgulloso de todos ellos para cuando su teléfono sonó. Todos los ojos se volvieron hacia él y la sala se quedó tan silenciosa que podrías oír la caída de un alfiler a una cuadra de distancia. Todo el que lo llamaría estaba presente en la sala, excepto por uno y todos sabían quién. Lentamente bajó los pies y se sentó, comprobando la pantalla del teléfono. —Restringida —dijo—. Probablemente no se consiga un rastro. —Podemos intentarlo. Estoy en ello. Dame un segundo. —Harvard se lanzó a su equipo, los dedos volando sobre el teclado con la gracia de un concertista de piano. Después de otro timbre, se puso un par de auriculares y levantó la mirada— . Sé bueno, jefe. Respóndela. Quinn tomó una respiración fortificante y llevó el teléfono a su oreja. —¿Sí? —Quinn —dijo Gabe.

P á g i n a | 171

Y su compostura se disparó por la ventana, dejándolo sumido en una mezcla de alivio y preocupación. Él se puso de pie. —¡Mierda! Gabe, ¿dónde estás? ¿Qué diablos pasó? ¿Audrey está bien? ¿Estás bien? —Escucha —dijo Gabe bruscamente con su voz de nada-de-tonterías, y Quinn se dio cuenta de que había estado balbuceando. Apretó los dientes y se forzó a calmarse de nuevo. —Estoy escuchando. —Destruye tu teléfono tan pronto como nos desconectemos. Él cerró los ojos. Sí, esto no podía ser bueno. Gabe solamente le pediría que destruyera el teléfono si tuviera miedo de que alguien en ese extremo tratara de localizar la llamada hacia él. —Aye, aye. —Luego envía al equipo a un reconocimiento en esta dirección. —Le dio la dirección en código. Otro signo malo y Quinn se la aprendió de memoria—. Nuestro objetivo puede estar dentro. Esteré… Se interrumpió. Preocupado por el repentino silencio, Quinn dijo: —¿Hola? ¡Bang! Un arma de fuego, seguido del suave huph de un cuerpo golpeando el suelo. ¡Bang! Un segundo, y Audrey gritó: —¡Gabe! —¡Ocúltate! —gritó él—. ¡Cúbrete! La llamada se desconectó y Quinn se volvió hacia Harvard, quien se quitó los auriculares y sacudió la cabeza. El chico parecía tan enfermo como Quinn se sentía. —La señal estaba demasiado encriptada, jefe. Lo siento, pero me tenía saltando por todo el mundo y no pude captarla. —¡Maldita sea! —Quinn tiró el teléfono tan fuerte como pudo, y este se estrelló contra la pared, dejando una grieta en el yeso barato antes de estrepitarse al suelo en pedazos. Entonces estuvo tan entumecido que ni siquiera sentía las manos de

P á g i n a | 172

Jesse sobre sus hombros, empujándolo a una silla, hasta que el médico se arrodilló frente a él con una linterna de bolsillo. Gabe estaba en problemas. Y él no podía hacer nada para ayudarlo. Tan pronto como la luz golpeó sus ojos, volvió bruscamente en sí y empujó a Jesse a un lado. —Aléjate de mí. Estoy bien. —Ajá —dijo Jesse, pero empacó su maleta y se levantó—. Todavía no he visto esos registros médicos, Quinn. Cristo, estaba enfermo a muerte de los médicos. Y de los vaqueros que querían ser médicos. —Un poco ocupado aquí, Jesse. La dirección, pensó. Puede que no fuera capaz de ayudar a Gabe ahora, pero maldición si podía muy bien seguir órdenes. Se levantó bruscamente de un salto y rebuscó entre los papeles sobre la mesa, en busca de… —¿Qué dijo Gabe? —preguntó alguien en voz baja detrás de él. Sonaba como Marcus, pero estaba tan centrado en la búsqueda de un mapa de las calles de Bogotá debajo de todos los papeles que no se volvió a mirar. —Él nos dio órdenes. —Ahí estaba. Finalmente. Extendió el mapa y encontró las coordenadas correctas en una intersección a mero kilometro y medio del apartamento de Bryson Van Amee. Golpeó el lugar con su dedo índice—. Él dijo que Van Amee podría estar en este lugar y que tenemos que ir a echar un vistazo. —Pero, ¿y Gabe y Audrey…? Esta vez sí levantó la mirada para clavar a Harvard con una dura expresión y callarlo. Los otros no necesitaban conocer los detalles de lo que habían oído por teléfono o podría tener un motín en sus manos, a pesar de la unión renovada del equipo. —Gabe lo tiene controlado. —Eso esperaba—. Lo mejor que podemos hacer por él ahora es seguir sus órdenes.

P á g i n a | 173

Capítulo 17 E

l arma se disparó y Gabe pensó: Oh, mierda.

Solamente que nunca sintió el impacto de una segunda bala rasgando otro agujero en su cuerpo. Sintió la sangre goteando de la herida que ya tenía en su costado, pero sin nuevos daños que pudiera contar. En el silencio que descendió sobre la sala, miró a su alrededor, tratando de orientarse. La oleada de adrenalina se había quemado, dejándolo confuso e inestable, y por un largo segundo, no podía imaginar de dónde había venido la bala. O a dónde se había ido. Al otro lado de la habitación, los ojos de Liam se abrieron con sorpresa y dolor mientras la sangre florecía en su pecho y el arma caía de su mano. Con sangre burbujeando de su boca, dio dos pasos tambaleantes hacia Audrey —quien sostenía el arma de Mena en una postura perfecta, lista y dispuesta a disparar de nuevo. Gabe rodeó el escritorio y atrapó a Liam alrededor de la cintura, tirándolo a la alfombra. Cayó con facilidad, ya medio inconsciente y ahogándose con su propia sangre mientras sus ojos rodaban hacia atrás en su cabeza. —¿Lo maté? —susurró Audrey. Sí, probablemente lo había hecho, pero Gabe no iba a decirle eso. Escuchando el resuello de succión revelador de una herida en el pecho, se impulsó a sí mismo en posición vertical y se quedó mirando la tez de Liam volviéndose gris. Audrey había conseguido en ángulo recto el pulmón del bastardo. Levantó la vista. La tez de ella igualaba la de Liam, sólo que sin el aspecto azulado de la muerte inminente. —Tuve que hacerlo. Él no me dio otra opción. Tuve que hacerlo. Tenía que hacerlo. —Ella todavía sostenía la pistola apretadamente entre sus manos temblorosas. Gabe maldijo y empujó a Liam sobre su lado lesionado para proteger su pulmón bueno y que no se llenara de sangre. El tipo se merecía pudrirse por el resto de la eternidad en la capa más recóndita del infierno, pero Audrey no iba a ser la que lo enviara allí. La culpa de haber matado a un hombre la aplastaría. Liam gemía de dolor.

P á g i n a | 174

—Cállate. —Haciendo caso omiso de sus propias heridas, se despojó de su chaqueta e hizo una compresa—. Audrey, dulzura, despierta ya y busca en el escritorio. Encuéntrame algo de plástico o alguna otra cosa que pueda usar para sellar la herida. Tijeras, cinta. Ella parpadeó y finalmente bajó el arma. —¿Q-qué? ¿Por qué? —Miró el cadáver de Mena en la silla de escritorio, luego a Liam, luchando por respirar y derramando sangre sobre la alfombra Aubusson— . ¡Tenemos que largarnos! —Morirá si lo hacemos. —No me importa. —El color regresó de prisa a sus mejillas. Ella corrió a su lado y trató de levantarlo de un tirón—. Mejor él que tú. Estás sangrando por todas partes. Necesitas asistencia médica. ¡Vámonos! Gabe agarró el arma de Liam y se levantó pesadamente. Mierda, estaba débil como un gatito por la pérdida de sangre, y cada vez se debilitaba más. Sin embargo, se encontró con su mirada, deseando que ella entendiera. —Si nos vamos y él muere, lo habrás matado. ¿Estás preparada para vivir con eso? Su barbilla se alzó. —No habría tomado el arma si no lo estuviera. Tan fuerte. Apartó una de las lágrimas corriendo por su mejilla de las que él no creía que fuera consciente. —Desearía haber podido llegar a ella primero. —Pero no lo hiciste. Fui yo, y luego hice lo que tenía que hacer para mantenernos vivos a los dos. —¿Y estás de acuerdo con eso? Ella vaciló, bajó la mirada hacia Liam, luego puso firmes sus temblorosos labios y asintió. —Tenías razón. A veces, con gente como él, la violencia es la única opción. Ahora vámonos antes de que alguien venga en busca de uno de ellos. Dios, la adoraba. Agarró esa barbilla terca y la levantó, dándole un beso rápido y duro. —Bien. Larguémonos de aquí.

P á g i n a | 175

Agarrando su mano, él la empujó hacia la puerta, pero sus piernas le fallaron después del primer paso. En un momento estaba de pie y al siguiente en sus manos y rodillas. Su boca se sentía como el algodón y le sabía a sangre, y su agudeza visual era muy lejana. Oh, hombre, él se iba a quedar frito. Se había presionado demasiado durante mucho tiempo. Apartó las manos de Audrey que trataban de ayudarlo. —Vete. —¿Estás loco? Soltó un bufido de risa. —Solamente cuando ando contigo, cariño. —Este no es momento para bromas. —Ella tiró con fuerza de su camisa y solamente logró rasgarla—. Vamos, Gabriel. Muévete. Lo intentó, pero su cabeza de repente pesaba cincuenta kilos, cada uno de sus miembros por lo menos un par de miles la pieza. Se derrumbó, y por mucho que combatió, la conciencia se convirtió en nada más que un buen recuerdo. Es decir, hasta que la palma de ella golpeó su mejilla sin perder el tiempo. Él se despertó de golpe para encontrarla sobre su cara, los ojos chispeando de miedo alimentado por su ira. —No te atrevas a hacerme esto, marinero —dijo entre dientes mientras las lágrimas ahogaban cada intensa palabra—. Maté a un hombre por ti, y tú no vas a hacerme dejarte atrás. Saca tu lamentable culo de este piso y pongámonos a salvo. Sí, olvídate de la adoración. Él amaba a esta mujer. —Sí, señora. —La debilidad azotaba todos sus movimientos, pero luchó por sentarse y logró ponerse en posición vertical. Allí sentado sobre su trasero, jadeando y temblando, con el sudor goteando de sus sienes, la comprensión lo golpeó: no podría hacerlo por sus propios medios. Miró a Audrey. Tan dura, tan terca, y casi tan exigente como él. Le tendió una mano. Ella lanzó un enorme suspiro de alivio y estrechó su mano. —A la cuenta de tres, grandote. Uno, dos, ¡arriba, vamos! Con su ayuda, Gabe se arrastró a sus pies. Se tambaleó un poco y se tomó un momento para respirar hondo y recuperar su orientación. Tocó la herida filtrándose en su costado.

P á g i n a | 176

Desagradable. Mucha carne desgarrada y una gran cantidad de sangre, pero no creía que nada fundamental hubiera sido golpeado y con la adrenalina corriendo por su sistema, no podía sentir el dolor. Todavía. Pero eso cambiaría realmente rápido, y tenían que estar bien lejos de la finca de Mena cuando su cerebro se hubiera percatado del hecho de que estaba probablemente sangrando hasta la muerte. —Necesitamos vendarte —dijo Audrey cuando sus dedos salieron manchados de rojo. —Más tarde. —Las náuseas amenazaron con estrangularlo, pero se las tragó y arrastró los pies hacia la puerta—. Busca en el escritorio, sus bolsillos. Necesitamos dinero, las llaves de un auto, un fusil AK-47. Cualquier cosa que nos ayude a largarnos de aquí de una maldita vez. —Está bien —dijo Audrey. Mientras ella revolvía los cajones del escritorio detrás suyo, entreabrió la puerta lo suficientemente como para echar un vistazo al pasillo. Dos guardias estaban allí de pie, de espaldas a él. Debían haber recibido instrucciones de esperar disparos, lo cual se desempeñaba a su favor y le compraba algo de tiempo para crear una estrategia. Demasiado tiempo, sin embargo, y los guardias podrían empezar a inquietarse. Silenciosamente, Gabe cerró la puerta, apoyó su frente contra ella y recordó un año atrás todos los planes del Equipo Diez de los SEAL para asaltar la finca de Mena. Habían tenido informes sobre el servicio y los turnos de los guardias, la ubicación de todas las cámaras y los sensores de movimiento. Conocía la casa, los jardines, los puntos fuertes y las debilidades del sistema de seguridad tal y como conocía su propio nombre. Escapar ya hubiera sido difícil estando en las mejores condiciones y con sus compañeros de equipo SEAL como respaldo. Escapar mientras estaba gravemente herido con una mujer sin entrenamiento a cuestas… Mierda. Audrey volvió a su lado con un rollo de billetes colombianos. —No hay llaves. —No importa —dijo, y empujó el rollo en el bolsillo de su pantalón—. No podemos llegar a los garajes desde aquí. El pasillo está resguardado. —¿Qué vamos a hacer? Gabe se apartó de la puerta y haciendo caso omiso de su aturdimiento, zigzagueó a través de la biblioteca hacia la terraza, todo el tiempo escaneando en busca de una salida. El pasillo era una zona-peligrosa a menos que se encargara de los guardias, pero donde había dos, habría más. ¿Podría encargarse de todos ellos

P á g i n a | 177

en su estado de debilidad? Tal vez si tenía suerte. ¿Estaba dispuesto a arriesgar la vida de Audrey de esa forma? De ninguna maldita manera. Así que su única opción era la terraza. Se inclinó sobre la barandilla y escudriñó el suelo. La piscina brillaba con un suave color azul verdoso dos pisos más abajo, pero saltar estaba fuera de cuestión. La terraza daba al extremo menos profundo de la piscina, y cualquier error de cálculo por su parte los estrellaría contra la cubierta de concreto. Ya estaba bastante adolorido y no tenía necesidad de añadir la posibilidad de romperse todos los huesos de su cuerpo a la ecuación. —¿Qué es eso allá arriba? —A su lado, Audrey señaló a la azotea un piso por encima de ellos. Él se apartó de la barandilla y miró hacia arriba. Bueno, mierda. ¿Por qué no había pensado en eso? Podrían tener una oportunidad de escapar todavía. —El helicóptero de Mena. —Él sonrió y agarró la cara de Audrey entre sus manos, plantándole un fuerte beso en su boca abierta—. Eres brillante, dulzura. ¿Puedes trepar? Ella le lanzó una mirada que decía duh y empezó a desabrochar las correas de sus zapatos de tacón. —¿Puedes volar? —Ha pasado un tiempo. —Lo suficientemente bueno para mí. —Le dio los zapatos y se puso de pie en la barandilla del balcón para agarrar el borde del elevado enrejado floreado. En un suave movimiento, ella se irguió y presionó su cuerpo contra la madera, y luego extendió sus manos para ayudarlo. Él se subió a la barandilla y estirándose hacia el enrejado, tomó una reparación fortificante. Esto iba a doler como una perra.

P á g i n a | 178

Capítulo 18 L

a dirección que Gabe les había dado era la de una espantosa casa de dos

pisos con forma de T hacia los lados, con balcones en cada uno de los tres extremos. Claro, gritaba dinero, pero también gritaba "sin gusto". Quinn no era arquitecto, pero incluso él sabía que columnas griegas como las del frente desentonaban horriblemente con el ambiente post-moderno del resto de la casa. Se situaba en una propiedad cercada rodeada por follaje. Una entrada privada a la calzada de ladrillo proporcionaba cierta seguridad, pero sobre todo era para aparentar, porque Quinn y su equipo consiguieron pasar sin romper a sudar. El patio trasero tenía una barbacoa y un bar en un patio de baldosas a la sombra de una pérgola de madera. Había una terraza completamente de cristal abierta a la parte trasera de la casa que protegía un jacuzzi, el cual estaba siendo utilizado por un niño escuálido de unos dieciséis años y un hombre mayor muy amigable. El hombre desapareció bajo el agua y el chico se recostó con una expresión en su rostro que sólo provenía del sexo oral. —Eso es repugnante —susurró Marcus a su lado. Acostado boca abajo en los arbustos al borde de la propiedad, él frunció el ceño, pensando en el hermano de Gabe. —Mantén tus comentarios despectivos para ti mismo, hombre. Tengo amigos que son gay. —No es eso. —Marcus sonó completamente insultado—. ¿Qué crees que soy, un fanático extremista? No me importa que sean gays. Más derechos para ellos. Me refiero a que ese chico no está ni siquiera cerca de la edad legal. ¿Y el tipo qué? ¿Tiene como mínimo cuarenta? Eso es repugnante. Quinn centró sus gafas de visión nocturna en la tina caliente de nuevo e hizo una mueca. Las cosas habían progresado más allá de lo oral al territorio de lo BDSM. Sí, era repugnante e inquietante, pero por la forma brutal en que el chico actuaba, era obviamente el dom en la relación. ¿Y dónde demonios estaban los padres del chico? —Hombre —murmuró Marcus—. No puedo sentarme aquí y ver esto. Voy a escabullirme por el frente y ver qué puedo encontrar.

P á g i n a | 179

—Ten cuidado —le advirtió Quinn. No podía ver lo que estaba sucediendo en el jacuzzi, así que exploró en los pisos superiores de la casa. Las luces estaban apagadas y no vio ningún movimiento en el interior. Tuvo que preguntarse si había un sótano. Gabe sonaba muy seguro cuando dijo que Bryson Van Amee podría estar dentro de esta ubicación. —Alerta —dijo Jean-Luc. Destinado a la puerta principal como un puesto de observación, recitó los detalles del vehículo que se aproximaba—. Mercedes rojo convertible de cuatro puertas. Matrícula de Bogotá, Mike-Xray-Uniforme-dosnueve-ocho. Un ocupante. —Entendido —respondió Quinn —. ¿Visualización? —Negativo. La parte superior esta levantada… espera. Está abriendo la puerta. Bien. Tengo confirmación visual. El conductor es Jacinto Rivera. Repito, tengo la confirmación visual de Jacinto Rivera, y está armado. Excelente. Emoción correteó por la sangre de Quinn. Finalmente estaban llegando a algún lado. —Mantengan sus posiciones. Vamos a ver a dónde va.

Jacinto Rivera irrumpió por la puerta principal de la casa de su primo, maldiciendo. Ese estúpido negociador Giancarelli le estaba tocando los cojones61, alegando que necesitaban más tiempo para conseguir fondos. Pura mierda. Los fondos estaban justo en la cuenta bancaria de Bryson Van Amee, listos para ser tomados. Él lo sabía. Había visto los estados de cuenta bancarios. También querían más pruebas de vida o suspenderían todo el asunto. Y por si eso no fuera lo suficientemente malo, Rorro, la pequeña mierda pervertida, había estado vagando por la ciudad haciendo Dios sabe qué, con Dios sabe quién, en lugar de vigilar a Van Amee. Cualquiera podría haber dado un paseo al interior justo la noche anterior y haberles quitado su gallina de los huevos de oro debajo de sus narices. Jacinto maldijo y atravesó la casa. Primero, se acercó a la puerta del sótano y encendió la luz. La fetidez a mierda, orina y hombre sin lavar asaltaron su nariz mientras descendía tres escalones. Van Amee se incorporó de la cama en su andrajoso traje ensangrentado y parpadeó como un búho ante la luz. Barba de varios 61

(N. de T.) Texto original en español.

P á g i n a | 180

días cubría su mandíbula, y su ojo izquierdo negro y púrpura se había hinchado y cerrado. Él se veía y olía más como un vagabundo que como el dueño de un imperio multimillonario. —Agua —susurró con los labios agrietados—. Agua. Por favor62. —¿Qué nombre querías para tu hijo si hubiera sido una niña? —preguntó Jacinto en español y luego en inglés. Van Amee parpadeó con el ojo bueno. —Por favor. Necesito agua. —Responde a la pregunta. —Yo-yo-no lo sé. ¿Qué hijo? —Ashton. —Yo… Dios, no puedo recordarlo. Era… Susan algo. Por mi madre. Uh, Adelaide. Addie Susan. —Hizo una mueca—. Por favor, necesito algo de beber. Jacinto sacudió la cabeza y volvió a subir las escaleras hacia la cocina. Confiar en que su primo lo ayudara con esto había sido una idea estúpida desde el principio, pero no podría habérselo pedido a su hermano sin conseguir que el EPC se involucrara. El plan era simplemente hacerlo parecer como si el EPC estuviera involucrado. Ellos secuestraban bastante gente, pasar uno más a su cuenta no debería levantar sospechas. O al menos eso dijo Claudia. Ella dijo que si lo hacían parecer como si su hermano lo hubiera hecho, nadie les echaría un segundo vistazo. No estaba seguro de eso, porque si Ángel se enteraba de que estaban haciéndolo parecer su culpa y del EPC, familia o no, los mataría a los dos sin parpadear ni perder el sueño por eso. Ángel Rivera era un cabrón aterrador, y Jacinto no quería nada más que estar libre de él. Pronto. Una vez que consiguieran el dinero del rescate, él podría irse a algún lugar donde Ángel nunca lo encontrara. Hollywood, tal vez. Viviría la buena vida con mujeres, alcohol y drogas. Tal vez actuaría en una película o dos. Todo lo que necesitaba era su parte del rescate de Van Amee. Jacinto encontró una botella de agua en la nevera, cruzó la puerta del sótano, la tiró al suelo y oyó un barullo de extremidades. Como una rata. Eso es todo lo que Van Amee era. Una rica y bien vestida rata, que no necesitaba ni la mitad del dinero

62

(N. de T.) Texto original en español.

P á g i n a | 181

que tenía. Así lo dijo Claudia. Pero incluso las ratas tenían que beber, y no iba a hacer ningún bien si moría de sed antes de que consiguieran su dinero. Jacinto cerró de un portazo, pasó llave a la puerta, escuchó sonidos en el patio trasero y se dirigió hacia allí. Tenía que hablar con Rorro, aunque a realmente no le importaba ver al pequeño pervertido dándole duro a su elegido del día. ¿Y no era interesante que este elegido fuera una réplica más joven del tío Jacinto, el difunto padre no-tan-querido de Rorro? No era de extrañar que el chico estuviera siendo especialmente brutal esta noche. Jacinto podía oír el chocar de carne contra carne desde la cocina y esperó fuera de las puertas del solarium hasta que los sonidos se desvanecieron a una respiración pesada. Entonces se oyó un grito de asombro, un gorgoteo, y todo había terminado. Jacinto entró en la habitación e hizo su más duro intento de mantener los ojos apartados del hombre maltrecho colgando lánguidamente sobre el lado de la bañera de hidromasaje. La sangre goteaba de su garganta hacia la baldosa del patio. Rorro se sentaba en el agua burbujeante, fumándose un porro y luciendo muy satisfecho de sí mismo. El cuchillo que había utilizado para cortar la garganta del hombre se encontraba cerca de su codo en el borde de la bañera. La bilis subió por la garganta de Jacinto. Nunca había tenido estómago para el asesinato, la cual era parte de la razón por la que había llamado a Rorro en primer lugar. Bryson Van Amee había visto los rostros de los dos, sabía por lo menos su nombre aunque no el de Rorro, y tenía que morir mañana después de que consiguieran el dinero. —¿Qué le hiciste a Van Amee? —preguntó, recordando el ojo negro del hombre. —Tuvimos un poco de diversión. Jacinto retuvo su mueca. Él siempre se debatía entre el asco y la tristeza cuando se trataba de su joven primo. Rorro aparentemente lo tenía todo: dinero, inteligencia, apariencia de estrella de cine, privilegios y oportunidades por las que otros niños en Colombia matarían, pero todo ese glamour escondía secretos horribles, de los que hacían que la vida en el hogar disfuncional de Jacinto pareciera un cuento de hadas. No era de extrañar que el chico se hubiera vuelto tan loco como estaba. —Te lo dije —dijo Jacinto tan suavemente como pudo—. No lo puedes tener hasta después de que recibamos el dinero. Rorro hizo un gesto con una mano en el aire. —Trató de escapar. Tuve que castigarlo. —¿Qué?

P á g i n a | 182

—Anoche. No, no me mires así. No fue mi culpa. Lo más seguro es que fuera su culpa, pero Jacinto no estaba de humor para discutir. —¿Consiguió alejarse? —Solamente hasta el patio. Al menos no había salido de la propiedad a la calle, donde cualquiera podría haberlo visto. Jacinto lanzó una mirada al muerto, que estaba empezando a apestar con la liberación de gases y fluidos corporales. —Te quedas aquí esta noche, Rorro. Lo digo en serio. No podemos arriesgamos que trate de escapar de nuevo. —Y los clubes de la ciudad serían mucho más seguros con la pequeña mierda escondida en casa—. Todo esto terminará mañana. Rorro esbozó una sonrisa que era todo encanto juvenil, un indicio del niño que una vez Jacinto había adorado como un hermano pequeño. —¿Luego nos largaremos de aquí? —Sí —dijo Jacinto—. Nos largaremos. Sólo sintió un pinchazo minúsculo de arrepentimiento por haber mentido al entrar en la casa y empezar a subir las escaleras. No tenía intención de ir a ninguna parte con su primo psicópata. Una vez que esto hubiera terminado, él quería ser capaz de dormir bien por la noche, sin el temor de acabar degollado como ese pobre bastardo apestando en la bañera de hidromasaje. Jacinto entró en su dormitorio y activó el cerrojo de la puerta.

Gabe se desmayó sobre ella tres veces. Dos en el pequeño aeródromo después de aterrizar el helicóptero y una vez en el taxi desde el aeropuerto hasta la casa de seguridad. Las dos primeras veces Audrey pudo despertarlo. Esta vez, él estaba fuera de combate, y no tenía ni idea de cómo llevar su gran cuerpo desde el taxi a la casa. Había esperado encontrar a Quinn y al resto esperando ahí por ellos, pero no hubo suerte. El lugar estaba a oscuras y en silencio. Vamos, Gabriel. Despierta de nuevo por mí.

P á g i n a | 183

Intentó tirar de su brazo, pero eso sólo consiguió que él se encorvara de lado en el asiento trasero del taxi. El conductor la miró en el espejo. —Está borracho —explicó en español y luego estudió al conductor. Era un tipo grande, más grasa que músculo, pero mover a Gabe sería mucho más fácil con su ayuda. —Le pagaré extra —dijo cuando él se opuso a la sugerencia. Gruñendo, el conductor del taxi se deslizó de detrás del volante y juntos lograron medio-arrastrar medio-llevar a Gabe hasta la entrada principal. Ah, el poder adquisitivo del todopoderoso peso. Audrey no se atrevió a encender ninguna luz, sin tener idea de lo que el taxista podría ver dentro de la habitación, por lo que buscó en los bolsillos del pantalón de Gabe, le pagó con cada billete que encontró de allí, y lo hizo pasar tan rápido como le fue posible. Ella lo ayudó a bajar a Gabe al suelo y se dirigió a la ventana para asegurarse que él se había ido antes de encender la luz del techo. La computadora de Harvard zumbaba sobre la mesa en la esquina. El sombrero escocés de Marcus colgaba olvidado en una lámpara. Una caja de pizza fría con una mísera rebanada había sido dejada en la mesa del centro de la habitación sobre un mapa, el cual tenía un círculo alrededor de la dirección que Mena le había dado a Gabe. Así que no habían abandonado la casa. Habían seguido las órdenes de Gabe de revisar la dirección. Frenética, Audrey buscó el maletín de Jesse. Lo había visto tomarlo de una estantería… No estaba. Por supuesto que el médico no se iría de casa sin él, pero ¿era demasiado pedir que dejara un trozo de gasa siquiera? Detrás de ella, Gabe gruñó y ella se giró para encontrarlo levantado sobre sus manos y rodillas. En una ocasión lo había provocado acerca de ser como Terminator, pero Dios, realmente debía serlo. Corrió a su lado y pasó la mano consoladoramente por su cabeza. —Shh, shh. Recuéstate, marinero. Estamos a salvo. Tú nos trajiste a casa. Ahora estamos a salvo. O bien no estaba plenamente consciente o tomó sus palabras en serio, porque se derrumbó de nuevo en el piso sin una palabra de protesta. El demasiado pequeño abrigo que había encontrado en el helicóptero de Mena se ceñía en torno a sus

P á g i n a | 184

hombros y ella se dio cuenta de que estaba sangrando de nuevo, su sangre empapando los vendajes y el costado de su camisa de vestir. Durante todo este tiempo, durante todo el vuelo de cuatro horas desde Cartagena a Bogotá, había estado sangrando cuando pensaba que había remendado su herida. Duh, por supuesto que estaría del color de la harina y tan débil como un recién nacido. Había perdido la mayor parte de su sangre. Quería llorar. Lágrimas calientes se filtraban fuera de sus ojos, pero un ataque de sollozos no iba a ayudarlo, así que ella las apartó. Al ver el abrigo de Quinn en la parte posterior de una silla, pensó que no le importaría que se lo arruinara si así salvaba la vida de Gabe, así que lo enrolló en una compresa. Gabe aspiró una bocanada de aire cuando ella lo llevó a sus heridas, lo cual era una buena señal. Esperaba. Recordó un episodio de Grey’s Anatomy —¿o era de Dr. House?—. Cualquiera que fuera, los recordaba diciendo que si un paciente respondía a estímulos dolorosos, no estaba en estado de coma. ¿Y ahora qué? Audrey no tenía ni idea de qué más hacer por él, así que se sentó en el suelo, manteniendo la presión sobre la compresa con una mano, acariciando su cabello con la otra. Y habló con él. —Quédate conmigo, Gabriel, ¿me oyes? —Ella trató de mantener su voz fuerte y dominante, positiva, pero sus lágrimas se desbordaron seriamente, ahogando sus palabras—. Tienes que quedarte aquí para que puedas salvar a mi hermano y proteger al mundo de los chicos malos como Cocodrilo, Mena y Liam y… y vas a venir a Costa Rica y nadar con mis delfines. Tus hombres necesitan que te quedes. Quinn… Dios, él realmente te necesita, ¿sabes? Parece un hombre solitario, muy triste y él… él simplemente te necesita. Y yo también. Gabe no se movió, no reconoció que la había escuchado de ninguna manera, pero ella siguió hablando. —¿Has oído eso? Tienes que quedarte conmigo porque todos te queremos. Yo te amo, y no estoy dispuesta a perder a alguien que amo. Todavía estoy llorando por mis padres, y podría tener que llorar por mi hermano. Por favor, por favor, no me hagas sufrir por ti también. Por favor, yo… Un teléfono vibró en algún lugar de la habitación y Audrey se puso de pie. No se le había ocurrido buscar uno, había pensando que todo el mundo se había llevado sus teléfonos, pero aleluya, alguien se había olvidado de uno de ellos. Encontró la fuente del bzz bzz bzz bajo la caja de pizza y un montón de papeles y lo abrió. Era el teléfono de Marcus, podía decirlo por el fondo de pantalla de un

P á g i n a | 185

surfista montando una ola enorme. Se recordó plantar un grande, gordo y tierno beso sobre él cuando lo volviera a ver. Marcus tenía un texto de alguien llamado Giancarelli, pero ella lo ignoró y llamó al número de Quinn. Saltó directamente al correo de voz. Después, trató con Jesse y consiguió lo mismo. Así que llamó al de Harvard, pensando que era el que más probablemente estuviera en algún lugar en el que pudiera responder. La Quinta de Beethoven llegó desde el dormitorio de la sala de estar. Cerró el teléfono de Marcus y abrió la puerta del dormitorio. Harvard. Delgado, despeinado y con ojos soñolientos, se sentaba en el borde de la cama con sólo un par de calzoncillos blancos, tanteando en su teléfono. Cuando dejó de sonar antes de alcanzarlo, gimió, renunció a la búsqueda y se dejó caer sobre el colchón. Nunca había estado tan feliz de ver a nadie en su vida. —¡Harvard! Él se enderezó de golpe. Su oscuro cabello abrazaba su cabeza a un lado mientras el otro se levantaba como una resta. —¿Qué? —Él la miró fijamente, luego revolvió buscando sus gafas y se las puso torcidamente—. ¿Audrey? Cristo, ¿eres tú? —Gabe esta herido —dijo ella. Ya habría tiempo para largas explicaciones después—. ¿Tienes alguna manera de ubicar a Quinn? —Uh, sí. Sí, por supuesto. Uh… déjame… está aquí en alguna parte. —Tanteó alrededor de la cama buscando el radio y pulsó el botón de hablar en código Morse. Tres explosiones cortas, tres largas, tres cortas. Un momento después, Quinn respondió en un susurro. —Aquí Aquiles. Adelante. ¿Eso fue una llamada de S.O.S.? —Afirmativo. —Miró a Audrey, se dio cuenta que sus gafas estaban torcidas y las enderezó—. Muro de Piedra está en casa. Una pausa. —Dilo de nuevo. —Muro de Piedra está en casa y necesita atención médica lo antes posible. Otra pausa.

P á g i n a | 186

—Aye, aye. —La voz de Quinn era tensa por la emoción—. ETA63 Quince minutos. Fuera. El alivio se apoderó de Audrey en una gran ola que se llevó lo último de su reserva de energía. A salvo. Finalmente. Gabe recibiría la ayuda que necesitaba y ella podría relajarse, derrumbarse, montar un berrinche —todo lo que no había tenido el lujo de hacer en las últimas infernales treinta y seis horas. Se desplomó contra el marco de la puerta, de repente muy débil. Harvard, dulce hombre, apareció justo ahí, apoyándola en su brazo. Ocultaba una fuerza sorprendente en ese cuerpo esbelto, tomando su peso con facilidad, pero él todavía llevaba solamente sus calzoncillos y se veía como un palo de escoba blanqueado con ropa interior. Audrey tuvo que reírse ante esa imagen mental, aunque sonó más como un sollozo. —Siempre me parecías un tipo de calzoncillos ajustados. —Sep, ese soy yo. —O bien no le importó estar casi desnudo frente a ella o escondió muy bien su vergüenza. De vuelta en la sala de estar, la guió hasta una silla—. Aburrido como el pudín de vainilla. —Me gusta el pudín de vainilla. —Siéntate —la persuadió. Le dio a la forma inmóvil de Gabe la más breve de las miradas antes de enfocar toda su atención en ella—. ¿Estás herida? —No. No, yo… yo… estoy magullada y con ampollas, pero… sólo ayúdalo. Le han disparado. Por favor. No quiero perderlo. Los ojos de Harvard se ampliaron detrás del lente de sus gafas y ella se dio cuenta de cuán reveladora era esa declaración. Bueno, todos lo descubrirían tarde o temprano. Ella encontró su mirada con desafío. —Sí, estoy enamorada de él. —Ante la risa incrédula de Harvard, se mordió el labio inferior—. ¿Es eso un problema? —No. —Él sonrió, pero se serenó rápidamente—. No para mí, al menos. Significaba que algunos de los otros podrían discrepar con su relación. Específicamente, Quinn. —¿Crees que eso causará problemas?

63

ETA: Estimated Time of Arrival, en español (Tiempo estimado de llegada)

P á g i n a | 187

—No podría decirlo. Si lo hace, los dos son profesionales. No van a permitir que esto se interponga en el camino de la búsqueda de tu hermano. —Dios. Bryson. —Ella se frotó la frente—. ¿Es horrible de mi parte que no haya pensado en él en horas? —No, en absoluto, cariño —dijo, pero sabía que solamente estaba tratando de consolarla.

P á g i n a | 188

Capítulo 19 L

os ojos de Gabe se sentían como si alguien se los hubiera pegado por las

pestañas. Le tomó tres intentos forzarlos a abrirse y luego tuvo que parpadear varias veces antes de ver un montón de techo de yeso blanco y una línea de luces fluorescentes encendidas ligeramente. Bolsas colgaban de un paral a su derecha, una llena de un líquido claro y la otra con una sustancia de color rojo oscuro que solamente podía ser sangre. Hospital. Hola, déjà vu. Excepto que esta vez, a diferencia de cuando se despertó en el hospital en Virginia después del accidente de auto, recordaba exactamente dónde estaba y lo que le había sucedido. Colombia. Disparo. Audrey. La buscó en la pequeña habitación con la mirada. Nada más que una silla de visita, una televisión y una cómoda. Okay. Se negó a entrar en pánico y aplastó la instintiva explosión. Si él había logrado llegar a un hospital, ella fue quien lo trajo hasta aquí. Había una buena probabilidad de que también estuviera por aquí, sana y salva. Tal vez salió a conseguir alimentos y una taza de café o estaba siendo atendida de cualquier lesión de menor importancia que hubiera sufrido. Dios, esperaba que fueran menores. Las suyas eran lo suficientemente graves por los dos. Hablando de eso, era tiempo de hacer un balance de su condición. Gabe tomó aire y se removió en la cama, esperando dolor, pero consiguió poco más que una sensación de tirón en su costado. Nada mal. Su pie dolía más que la herida de bala. Un tirón a la sabana que le cubría lo mostró envuelto en un vendaje y atrapado en una tablilla. Las muletas estaban apoyadas en la pared frente a la cama. Y no estaba desnudo o con una bata abierta, gracias a Dios, sino con ropa quirúrgica de hospital. Perfecto.

P á g i n a | 189

Sacó las piernas por un lado y se sentó. El mareo lo inundó, pero sólo por un segundo, y estudió el paral del IV cuando su visión doble se fusionó de nuevo en una sola imagen. Analgésicos, sin duda. Suero. Ambos de los que podría prescindir, así que tiró de la cinta, deslizando la aguja fuera de su brazo. Las máquinas comenzaron a sonar y él pinchó el botón de apagado. Lo último que quería era que alguna enfermera agobiante llegara corriendo. Gabe dudó sobre la bolsa de sangre (A Neg.) todavía colgando del paral. Estaba casi terminada, pero se había desangrado severamente y probablemente necesita cada gota de la transfusión. En lugar de quitársela, agarró la bolsa y se la llevó. Su pie lo sostuvo bien, por lo que ignoró las muletas y se asomó por la puerta. En las tenues luces del pasillo, un reloj que sobresalía de la pared a mitad de camino marcaba las 2300. Con todo el mundo metido en la cama y el personal reducido al turno nocturno, las cosas resultaban más convenientes. No debería tener ningún problema para encontrar a Audrey, volver con su equipo y terminar toda esta endemoniada catástrofe de misión. Salió al pasillo y… mierda, pasos se acercaban en su dirección. Zancadas rápidas, seguras y tranquilas de alguien en una misión. Él desapareció de nuevo en su habitación y esperó a que pasaran, pero los pasos desaceleraron al llegar a su puerta. Sí, imagínate. Sabía que era demasiado fácil. Apretó la espalda contra la pared a la izquierda de la puerta. Al otro lado de la habitación, la cama a la vista de cualquier persona en el pasillo era un desorden de arrugas y estaba obviamente vacía, pero no había mucho que pudiera hacer ahora para disfrazar ese hecho. Además, si esos pasos pesados pertenecían a una enfermera haciendo rondas nocturnas, se comería sus placas de identificación. Las posibilidades se agolpaban en su mente. ¿Uno de los hombres de Mena venía para vengarse? O ¿uno de los de Cocodrilo? O, infiernos, con la mala suerte que había tenido últimamente podría ser alguien totalmente ajeno a todo este caos pero igual de peligroso. El hombre se detuvo frente a la puerta, luego entró silenciosamente en la habitación. Se movió dos pasos antes de darse cuenta de que la cama estaba vacía y comenzó a girar, pero Gabe ya estaba sobre él, un brazo alrededor de su cuello en un agarre con la intención de ponerlo a dormir en menos de un minuto. El hombre se puso tenso en reacción automática, como si quisiera defenderse. Sus brazos incluso se acercaron, pero luego se relajó y su mano palmeó el brazo de Gabe de una manera muy familiar. —Gabe —Se atragantó.

P á g i n a | 190

¿Quinn? Gabe lo hizo girar por los hombros. Una luz tenue se derramaba desde el pasillo proyectando sombras profundas alrededor de su nariz y ojos. Agotamiento, preocupación y alivio asolaba sus características normalmente estoicas, sus ojos grises enrojecidos y embrujados. Gabe estrechó la cabeza de Quinn en sus manos, sólo para asegurarse de que esto era real, asegurándose de que no estaba todavía inconsciente y soñando con su mejor amigo. No lo estaba. La cabeza de Quinn era una masa sólida bajo sus manos, piel caliente, barba incipiente raspando los cortes en las manos. Dejó escapar un suspiro de alivio. —No alcanzo a decirte lo feliz que estoy de verte, hermano. —Lo mismo digo, hombre. Cuando escuché ese disparo por el teléfono… —La voz de Quinn salió espesa y se detuvo para aclararse la garganta. Luego arrastró a Gabe en un fuerte abrazo. Gabe no era un gran abrazador por naturaleza, pero con un hermano tan físicamente afectuoso como Raffi, era algo con lo que había conseguido… bueno, no sentirse cómodo, si no tolerarlo durante los últimos años. Aún así, no sabía quién estaba más aturdido por el contacto: él o Quinn, quien abruptamente lo soltó y retrocedió, mirando cualquier cosa menos a él, incómodo con esa pequeña cantidad de afecto. Bueno, mierda. Audrey estaba en lo cierto. Nunca había prestado atención a eso antes, pero Quinn era un hombre muy triste. Perdido. A la deriva. Solo. Y hace días, alguien podría haber usado las mismas palabras para describirlo a él. No triste, porque aunque no era un eterno optimista, siempre había hecho todo lo posible por conservar una pizca de humor, incluso cuando su mundo se veía de lo más sombrío. ¿Pero a la deriva, perdido y solo? Oh, sí, él había sido el niño del cartel. Hasta Audrey. Era extraño que encontrara un ancla tan sólida en una mujer que la mayoría de la gente consideraba frívola. Por supuesto, su efecto de anclaje era sólo temporal. A pesar de su confesión de amor —sí, había estado fuera de sí, pero había oído esas tonterías alto y claro— no se hacía ilusiones de que lo que sea que él y Audrey tenían pasara más allá del final de esta misión. No habían hablado de un compromiso a largo plazo, o a corto plazo para el caso, e incluso si quisieran darle una oportunidad, ella vivía en Costa Rica, la cual estaba a más de tres mil millas de su casa en D.C. ¿Cómo funcionaría eso?

P á g i n a | 191

Quinn se aclaró la garganta, se pasó una mano por la cara y finalmente miró a Gabe. —Deberías estar acostado. —Nah. Estoy bien. —Gabe, te dispararon. —Créeme, lo sé. ¿Qué tan malo fue? —Teniendo en consideración todo, Jesse dijo que debería haber sido peor. Rompió un poco el músculo, pero falló todos tus órganos vitales y solamente se necesitó sutura. Tuviste suerte. Unos centímetros más arriba hubiera sido un tiro directo a la panza. Su mayor preocupación era la cantidad de sangre que perdiste, por lo que necesitas eso. —Quinn tomó la bolsa de sangre de la mano de Gabe y la devolvió al paral del IV. Echó un vistazo a las otras dos líneas desconectadas de IV, pero no dijo nada acerca de ellas—. Así que no fastidies con esto hasta que se haya terminado. Oyendo lo cerca que estuvo de la muerte, Gabe se sentó en el borde de la cama. Mejor no presionar más su suerte. —¿Dónde está Audrey? —Está en la sala de espera por el pasillo. No quería dejar tu lado y armó un infernal berrinche hasta que Jesse le sirvió un sedante suave. Ja. Hubiera pagado por ver a sus hombres manejar uno de los berrinches de Audrey. Quinn lo miraba con una expresión extraña. Hizo a un lado los pensamientos de Audrey. —¿Qué pasa? —Tú —Él frunció el ceño—. Estás… diferente. —He estado de excursión por el infierno, me cayeron a palo y me dispararon. Sí, no estoy exactamente en plena forma. —No. Estás… —Hizo un movimiento de balanceo con la mano como si buscara la palabra correcta, pero luego desistió y miró hacia el pasillo—. ¿Qué pasa contigo y ella? Ah. De eso se trataba. Probablemente debería haberlo visto venir. Puesto que no lo había hecho, tendría que culpar a lo que fuera que estaba en esas bolsas de IV por desconectar su cerebro. —Nada.

P á g i n a | 192

—¿Te diste un revolcón con ella? —Jesucristo. —La ira explotó dentro de Gabe, tan caliente, tan primitiva, que le tomó por sorpresa. Él no se enfadaba. O si lo hacía, se convertía en una motivación genial. Siempre tranquilo, imperturbable, una roca, un muro de piedra. Pero sin duda no se sentía muy similar a una piedra en este momento y empuñó la sabana a cada lado de sus caderas para evitar golpear algo. O a alguien—. No vayas por ahí, Q. Quinn le devolvió la mirada, sin arrepentimiento. —Es una preocupación legítima. Por lo que sabemos acerca de ella, podría estar detrás del secuestro de su hermano. —Eso es mentira y lo sabes. —No, no lo hago. Y tú tampoco. Un tenso silencio se extendió entre ellos. A Gabe no le importaba lo que pensara Quinn. Sabía desde el fondo de sus huesos que Audrey no era la mente maestra de algo como esto, ni tampoco tenía las conexiones para hacerlo, y él no iba a retroceder. Tampoco Quinn, al parecer. Entonces podrían sentarse aquí tratando de mirarse el uno al otro y perder el tiempo, o pasar a otro tema más relevante. Gabe se lo aguantó y habló primero, incluso mientras interiormente seguía hirviendo. —¿Estamos en Bogotá? Después de un segundo más de obstinado silencio, Quinn asintió. —Afirmativo. —La dirección que te di. ¿Le echaste un vistazo? —Tenemos confirmación visual de que Jacinto Rivera se queda ahí con un chico desconocido-hasta-ahora de unos dieciséis años —dijo Quinn, deslizándose sin problemas del papel de mejor amigo preocupado a XO dándole a su superior un informe de situación—. Harvard está comprobando la propiedad, pero está corriendo en círculos persiguiendo alias y empresas ficticias. Quien sea el dueño de esa casa no quiere que se sepa. Nunca la habríamos encontrado. Simplemente no contamos con un buen equipo. O suficiente mano de obra. Algo que Gabe planeaba arreglar. Si iban a hacer toda esta cosa de contratistas privados, lo harían bien de ahora en adelante. No más de estas misiones sin preparación y pruebas de fuego.

P á g i n a | 193

—El nombre del chico es Rodrigo 'Rorro' Salazar. El primo de Jacinto — explicó—. Su difunto padre era dueño de la casa. ¿Has visto alguna señal de Bryson? —No hay confirmación visual, pero cuando llegó Jacinto entró en un sótano. Hay una pequeña ventana rectangular en el lado sur de la casa y Marcus vio las luces encenderse. Para cuando llegó a la ventana, Jacinto las había apagado de nuevo, aunque vio movimiento allá abajo. Sin duda están reteniendo a alguien. ¿Cuáles son las probabilidades de que no sea Bryson? Pequeñas, pensó Gabe. Todo lo que tenían apuntaba a Jacinto Rivera como el secuestrador de Van Amee. ¿Eran las posibilidades lo suficientemente buenas como para arriesgar a su equipo en una operación de extracción? No estaba seguro. Pero ¿realmente tenían opción? No. Se estaban quedando sin tiempo. Bryson se estaba quedando sin tiempo. —¿El equipo está por ahí? —preguntó. Quinn asintió. —Jesse está en la sala de espera con Audrey y Harvard sigue en la casa de seguridad. Marcus e Ian se dirigían a la cafetería para tomar un café y aperitivos cuando vine a ver cómo estabas. Dejé a Jean-Luc en la casa de Jacinto. Informó hace unos diez minutos. Todo está tranquilo. —Bien. Déjalo ahí, pero ponlo al teléfono y trae a todos los demás aquí para una reunión informativa. Necesitamos un plan. —Hooyah64 —dijo Quinn.

Una vez que todos estuvieron hacinados alrededor de la cama de Gabe en la pequeña habitación de hospital, les dio el resumen de lo que sabía acerca de Jacinto y Rorro. Dejó fuera que él había conseguido la información del ya fallecido Luis Mena, ya que sólo causaría un gran revuelo. También dejó fuera su encuentro con el probablemente fallecido Liam Miller/Collington, porque Quinn tenía algo más personal con el hombre que él. Habría tiempo de sobra para esas historias de guerra después de que llevaran a Bryson Van Amee a su hogar de forma segura. Los chicos luego le informaron sobre lo que sabían. Estuvo de acuerdo en que la fábrica de bombas con la que se habían tropezado en su búsqueda de Jacinto Rivera tenía que ser dada de baja, pero no era una prioridad en estos momentos. No 64

Hooyah es el grito de guerra usado por la Naval de los Estados Unidos.

P á g i n a | 194

fue una sorpresa cuando le dijeron que Cocodrilo aseguraba que el EPC no tenía conocimiento del secuestro de Van Amee. Cuanto más se enteraba Gabe de la situación, más pensaba que Jacinto y Rorro estaban actuando por su cuenta. El equipo además aparentemente había retenido a Cocodrilo como "invitado" drogado y atado en la casa de seguridad, aunque había cierto desacuerdo sobre qué debían hacer con él. —Entregarlo a las autoridades no hará una mierda —dijo Ian—. Será liberado y volverá a aterrorizar a la gente antes del desayuno. —¿Qué sugieres que hagamos con él? —dijo Jesse, arrastrando las palabras—. Oh, espera, todos sabemos la respuesta a eso. Interesante. Gabe estudió al par e hizo una nota mental para referencia futura de mantenerlos separados, ya que parecían ser tan compatibles como el fuego y la gasolina. Con el tiempo tendría que resolver esa animosidad entre ellos. Simplemente un problema más en una larga lista con la que tenía que enfrentarse si este equipo iba a funcionar sin problemas. —Tranquilos, caballeros. Vamos a centrarnos en Bryson en estos momentos. Él es lo que importa aquí. —Se removió en la cama para fijar a Ian y luego a Jesse con una mirada para que se callaran. Odiaba no poder hacerlo de pie, pero su fuerza se desvanecía rápidamente y necesitaba conservar toda la energía. Lamentó haberse quitado la medicación para el dolor en el IV, de lo cual Jesse le había criticado casi tan pronto como el médico entró en la habitación. El dolor quemaba su costado cada vez que se movía, y muy a su disgusto, no podía sentarse derecho sin la cabecera de la cama ajustable para apoyarlo. Con el par sometido a regañadientes, Gabe centró su atención en Marcus. —¿Qué me pueden decir acerca del agente del FBI a cargo del caso de Bryson? —¿Quieres mi opinión profesional, jefe, o personal? —preguntó Marcus. —¿Son diferentes? —Solamente que la personal es mucho menor. —Marcus soltó un bufido—. Frank Perry un pedante imbécil que en realidad no sabe nada de una mierda. Y, sí, esa es mi opinión profesional. Perry es un aspirante a pez gordo, que cabalga sobre los faldones de todos a su alrededor hasta que se hace todo el trabajo duro. Luego de repente está al frente y al centro para conseguir todo el crédito. O, si las cosas se van a la mierda, se desvanece en el fondo y deja que todo el mundo asuma la culpa. Créeme, Van Amees no se ganó la lotería de los agentes del FBI con él. Es conocido en la oficina como Perry el Imbécil. —Así que no va a estar dispuesto a trabajar con nosotros.

P á g i n a | 195

—Nunca en la vida. Hasta allí quedaron las ideas. —Vamos a tener que pensar en otro… —Pero —interrumpió Marcus—: el negociador principal, Danny Giancarelli, es un buen amigo mío. O, uh, era. No tiene más amor por Perry que yo, y apostaría mi huevo izquierdo a que está atado en tanta burocracia en estos momentos que lo están volviendo loco. He hablado con él una vez ya, y creo que está lo suficientemente frustrado como para ayudar. —Llámalo por teléfono —dijo Gabe—. Tenemos que saber lo que nos pueda decir acerca de la demanda de rescate y las instrucciones para la entrega. Una vez que sepamos los detalles podremos coordinar el momento de nuestra operación de rescate antes de que se intercambie el dinero.

—¿Quién eres tú? —El agente Danny Giancarelli tenía una voz inteligente y lógica, teñida de la indirecta más desnuda de sus raíces italianas. A Gabe le gustó al instante—. ¿Cuál es exactamente tu motivo de participación en esto? —Igual que la tuya —dijo Gabe—. Quiero a Bryson Van Amee en casa con su familia, sano y salvo. Mi nombre es Bristow. Soy el CO65 de HumInt Consulting, Inc., equipo de rescate de rehenes. —¿Quién te contrató? No la familia —dijo Giancarelli sin un ápice de duda. —No, no fue la familia, pero no puedo revelar el nombre de mi cliente. Y no quería admitir que la codiciosa compañía de seguros de Van Amee lo había contratado porque no quería pagarles a los secuestradores el seguro de rescate que Van Amee sin duda había contratado por una suma ridícula. Y menos con Audrey sentada justo a su lado, escuchando atentamente cada palabra. Ella había llegado en la mitad de la conferencia del equipo, con aspecto cansado, despeinada y preocupada, y se había sentado junto a él como si tuviera todo el derecho de estar allí. Cosa que era así. Varias cejas se arquearon cuando él entrelazó sus dedos con los de ella y sin sutileza levantó su mano a los labios, replanteando su afirmación, pero todos mantuvieron sus bocas cerradas. Hombres inteligentes. 65

CO, siglas de Commanding Officer = Oficial al mando.

P á g i n a | 196

Al principio, su presencia había sido un consuelo, un bálsamo calmando la angustia que no había notado sentir desde que había despertado. Ahora, mientras hablaba con Giancarelli al teléfono, tenerla a su lado se sentía más como un gran peso sobre sus hombros. Era una estupidez, pero a él le gustaba la fantasía del caballero de brillante armadura que se había construido y odiaba empañarla, aunque no podía andarse con rodeos con Giancarelli tampoco. No si quería obtener la información que necesitaba para salvar a su hermano. —Y mi cliente no importa —agregó—. Nuestro objetivo final es el mismo. — Giancarelli no dijo nada. Como no colgó, Gabe lo tomó como un acuerdo y continuó—: No crees que pagar el rescate salvará la vida de Bryson más de lo que lo hago yo. Giancarelli suspiró. —Lo que yo creo no importa mucho por aquí. —Lo hace de mi parte. —Sí —respondió el agente después de un segundo de pausa—. Creo que Marcus tiene razón. Al enviar ese dinero para los secuestradores, estamos condenando al Sr. Van Amee a la muerte. —Si me das toda la información que puedas sobre los LSs y el rescate, me aseguraré de que eso no suceda. Otra pausa. —Pon a Marcus de nuevo. Gabe le pasó el teléfono a Marcus, que se lo llevó a su oído y le dijo: —Danny. —Luego—: Uh-huh. Uh-huh. —Él miró a Gabe y dijo entonces definitivamente—: Sí —probablemente en respuesta a una pregunta sobre la legitimidad de Gabe. Escuchó un poco más—. Bueno, hay una divertida historia allí. Cuando esté en Estados Unidos te compraré una cerveza y te contaré todo acerca de eso. —Después de un momento, asintió y le pasó el teléfono a Gabe—. Él está dispuesto a escucharte, jefe. Giancarelli dijo: —¿Qué quieres de mí? —Estamos noventa y cinco por ciento seguros de dónde está siendo retenido Van Amee. —Gabe se relajó contra el cabecero inclinado de la cama del hospital. Sus puntadas tiraron cuando agarró la libreta que Harvard le había traído y la volteó a una página en blanco—. Simplemente no sabemos con lo que estamos tratando en

P á g i n a | 197

cuanto a la oposición y nuestro calendario. Has estado en contacto con los secuestradores, ¿correcto? ¿Qué me puede decir acerca de ellos? —Sólo he hablado con uno —comenzó Giancarelli—. Él me ha hecho llamarlo Ángel. Gabe escribió "Ángel" en el bloc de notas y lo rodeó dos veces. Ángel Rivera, el hermano de Jacinto. ¿Jacinto simplemente estaba usando el nombre de su hermano o el FBI estaba tratando con el hombre en persona? Si Ángel estaba involucrado, las cosas podrían complicarse rápidamente. Jesucristo. —¿Cuál es su estado de ánimo? —Tiene una considerable firmeza —dijo Giancarelli—, pero en mi opinión, está nervioso. No me parece que sea un profesional. Lo cual no cuadraba con lo que sabían sobre Ángel Rivera, quien tenía por lo menos diez secuestros acuestas que Harvard había sido capaz de desenterrar y posiblemente más que no le habían sido atribuidos. Gabe añadió un signo de interrogación junto al nombre de Ángel a pesar de que ahora estaba cerca del noventa y ocho por ciento seguro de que Jacinto estaba actuando por su cuenta, utilizando el nombre de su hermano. —¿Qué pasa con los cómplices? —La cosa es que solamente he oído otra voz en el fondo… —¿Pero? —instó Gabe, porque oyó los puntos suspensivos que Giancarelli puso al final de la frase. —Pero nada. He oído sólo otra voz y es… muy aguda. Como la de una mujer o un niño. Probablemente más un chico que una mujer, ya que tiene ese sonido chirriante de los adolescentes, ¿sabes a lo que me refiero? Nunca he sido capaz de distinguir suficiente de lo que dice para traducir. Gabe apostó a que esa voz chillona adolescente en el fondo era Rorro. —¿Cuándo exactamente se supone que es el rescate? —Me las he arreglado para hacerlo aplazarse hasta el martes. Voy a tratar de hablar con ellos para bajar otro par de miles y conseguir que lo pospongan de nuevo la próxima vez que llamen, pero no sé cuan exitoso saldré. —¿Han dado instrucciones específicas para el intercambio ya? —Bueno —dijo Giancarelli arrastrando un suspiro—, no será una entrega en persona. Tan inexperto como creo que son, los secuestradores fueron inteligentes en eso, por lo menos. Quieren que el dinero se transfiera a una cuenta en el extranjero.

P á g i n a | 198

Donde probablemente tenían a alguien esperando para el blanqueo, pensó Gabe. Rorro no era tan imaginativo si conservaba las conexiones de su mafioso padre. —Una vez que se confirme la transferencia —continuó Giancarelli—, afirman que enviarán a Bryson en un taxi de regreso a su apartamento. —¿Sí? —Gabe terminó de escribir la información debajo, arrancó la hoja, se la pasó a Quinn e hizo un movimiento para que la pasara por toda la habitación—. Eso es un infernal montón de fe en los malos. —Sip. Y le dije eso a Perry, pero él está convencido de que estamos tratando con profesionales. No sé cuánto sabes sobre la negociación internacional de rehenes… —No mucho —admitió Gabe—. Yo era un SEAL. Normalmente llegaba después de que las negociaciones fracasaban. —Bien. Una tarea rápida y sucia —dijo Giancarelli—. Si tienes que pasar por eso, quieres que sea hecho por profesionales, porque así es más probable que salgas con vida al otro lado. No es nada más que una transacción de negocios con ellos. Los profesionales no quieren matar a nadie. De hecho, no salen de su hábito de no matar. Dañaría su reputación si son conocidos por no defender su parte del trato. El EPC —continuó Giancarelli—, tiene la reputación de devolver los rehenes sanos y salvos, y Frank Perry piensa que estamos tratando con el EPC. —Pero tú no. —Digamos que no estoy convencido, y deja las cosas así. No tengo pruebas de que haya estado hablando con alguien que no sea Ángel Rivera. Es sólo mi reacción visceral. —Así que por el repertorio del EPC, Perry quiere confiar en que los secuestradores devolverán vivo a Bryson después de que reciban su dinero. —Gabe sacudió la cabeza. Esa no era una buena idea en muchos niveles diferentes—. Puedo ver por qué tendrías un problema con eso, Giancarelli. —Y por desgracia, tengo las manos atadas. Me pone enfermo que dos niños estén a punto de convertirse en huérfano y será culpa del FBI, mi culpa, pero aún así no puedo hacer una endemoniada cosa para detenerlo. —Él vaciló—. Marcus dice que puedo confiar en ti, y confío en Marcus. Si me prometes que puedes detenerlo, te voy a creer y haré lo que pueda para ayudar. Gabe levantó la vista y se encontró con los ojos de Audrey, vio la esperanza y el miedo allí, y le apretó la mano. —Puedo y voy a detenerlo —les dijo a ambos en voz baja—. Lo prometo.

P á g i n a | 199

P á g i n a | 200

Capítulo 20 S

i un hombre está en su sano juicio, pero no sano de cuerpo, y quiere salir

de un hospital, deberían muy bien permitírselo sin toda esa molestia. Gabe frunció el ceño a la potente enfermera bloqueando la puerta de su habitación, hablando en una rápida ráfaga de español. No necesitaba que Audrey le tradujera. La postura y el tono de la mujer se lo decían todo. Usted. No. Se. Va. Ja. A él le gustaría verla detenerlo. La enfermera y su médico no estaban felices. Infiernos, Jesse y Audrey no estaban felices tampoco, pero maldita sea, iba a estar en el ataque. Punto. Había pasado muchas horas de estos dos últimos días planificando esta incursión y había pasado por demasiada mierda la semana pasada en nombre de salvar la vida de Bryson Van Amee. Amargo o dulce, vería este caos hasta el final. Por último, la enfermera retrocedió. A pesar de la barrera del idioma, entendió que Audrey la había persuadido. Tenía que admirar a la mujer. Ella tenía un don con las personas. Para hablar, escuchar y realmente preocuparse por lo que tenían que decir. Si se lo hubieran dado a él, habría arrollado a la enfermera, pero hombre, esto hacía las cosas mucho más fáciles. Audrey estaba de pie de espaldas a él y se quedó mirando la puerta vacía. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cintura, abrazándose a sí misma como si tuviera frio, y Gabe ansiaba abrazarla, incluso dio dos pasos hacia ella antes de contenerse. Si la sostenía en sus brazos en este momento, no había ninguna garantía de que la dejaría ir, y tenía trabajo que hacer. Ella ya lo había distraído bastante. Hasta el punto de que casi había logrado acabar muerto en acción, no una, ni dos, sino tres malditas veces. Audrey tomó aire, dejándolo salir rápidamente, y lo enfrentó. —Ha ido a conseguir la documentación donde figure que te has negado al tratamiento médico. —Bien. Ahora estamos llegando a alguna parte. —Había estado en proceso de cambiarse a una camiseta verde oliva y pantalones de camuflaje cuando la enfermera interrumpió, y ahora terminó de hacerlo, deslizando por sus piernas la parte inferior de la ropa quirúrgica del hospital. Dolía doblarse y tirar de ellas, pero apretó los dientes y trabajó a pesar del dolor. El dolor era el mejor amigo de un SEAL.

P á g i n a | 201

Audrey hizo un sonido exasperado. —Oh, por el amor de Dios. Siéntate antes de que te caigas. —Estoy bien. —Sí, y por eso es que estás haciendo zigzags con tus pies. Mierda, lo estaba, ¿no? Se forzó a mantenerse de pie por pura fuerza de voluntad y la habitación empezó a dar vueltas a su alrededor. Dos días de espaldas en la cama podían haberlo ayudado a curarse, pero habían hecho una mierda con su equilibrio. Audrey plantó una mano en su hombro y lo empujó suavemente hacia abajo. El hecho de que sus piernas se doblaran bajo tal ligera presión no lastimó su ego. No demasiado. Pero el hecho de que ahora lo desnudara como una madre hacía con un bebé, sin ser sexual en absoluto, escocía a lo grande. —Yo puedo hacerlo. Ella le dio un manotazo alejando sus manos y luego se inclinó para darle un tirón a la cortina de privacidad, cerrándola alrededor de la cama. —No, no puedes. Te dispararon hace menos de cuarenta y ocho horas. —Sí, lo recuerdo —dijo suavemente, pero Audrey parecía no oírle. —Jesse dice que eres un idiota por no dejarte recuperar y estoy de acuerdo, ¡pero eres un idiota demasiado testarudo para escuchar a cualquiera de nosotros! — Ella sacó la camisa por su cabeza—. Tienes que tener cuidado de no arrancar los puntos de sutura o comenzarás a sangrar de nuevo. No necesitas perder más sangre. Y esa férula en tu pie va a limitar tus movimientos. No tendrás la movilidad a la que estás acostumbrado, así que nada de correr o saltar de aviones o lo que sea que hagas en estas misiones locas. ¿Ella estaba…? Mierda, lo estaba. Llorando. Gruesas lágrimas corría por sus mejillas. —Espera, espera. Aud, detente. —Se estiró hacia ella, pero se apartó de su agarre y se negó a mirarlo a los ojos. Maldición, ella bien podría haber metido una estaca en su corazón. Habría dolido menos. Se frotó el centro de su pecho—. Estaré bien. Está bien. —No, no lo está. —Con movimientos bruscos, ella apartó las lágrimas antes de tirar de los pantalones quirúrgicos y arrojarlos a un lado. Agarró con brusquedad los pantalones de camuflaje y metió sus pies en los agujeros. Incluso tan enojada como estaba, tuvo cuidado de no sacudir su pie malo—. No deberías ir a ninguna parte en tu condición. Y menos ir tras peligrosos terroristas.

P á g i n a | 202

—¿Mi condición? —Casi se echó a reír, pero sabiamente se lo tragó—. Vamos, esto no es nada. He hecho mucho más en condiciones mucho peores. —Estoy segura de que lo has hecho. La amargura en su voz lo sorprendió. —Audrey, estoy tratando de salvar a tu hermano. ¿No lo quieres a salvo en casa? —Por supuesto que sí. —Ella dejó de tratar de vestirlo y apoyó la cabeza sobre sus muslos desnudos, envolviendo sus brazos alrededor de él. Sus lágrimas se sentían calientes sobre su piel, sus respiraciones sollozantes haciéndole cosquillas en el vello de la pierna. Dios, tenía que notar la forma en que su cuerpo, maltratado como estaba, respondía a sus caricias. ¿Cómo no iba a hacerlo? Su erección estaba a media asta, justo allí por su mejilla, lanzándose hacia ella, casi rogándole que girara la cabeza y… y, oh bebé, ella lo hizo. —Pero no a costa de perderte. —Su aliento susurró sobre su carne antes de besarlo, una suave caricia de sus labios bajando por su eje. El contacto sacudió y crepitó a través de sus nervios, como la electricidad. Cuando abrió la boca y lo llevó más profundo, casi rompió todo cuidadoso vínculo de control que había pasado su vida forjando. De nuevo. No podía permitirse eso, no ahora cuando todo estaba en una situación crítica, no cuando eso lo haría sentirse tan en carne viva y expuesto después. Él agarró la parte posterior de su cuello con la intención de apartarla, pero logró solamente arrastrar sus labios hasta los suyos. Ella subió su falda y se montó torpemente a horcajadas sobre él. —Audrey —gimió y agarró su trasero, guiándola hacia abajo. Ella abrió la boca y su cabeza cayó hacia atrás de placer. Los extremos de su cabello le hacían cosquillas en las piernas. —Oh, por favor, Gabe. Necesito esto. Tendré cuidado de no lastimarte. Gabe soltó una carcajada. —No vas a hacerme daño. La enfermera… —En dos empujones estoy lista, ¿recuerdas? No voy a durar. Dios, se dio cuenta, tampoco él. Sus ojos, aún derramando lágrimas, nunca se apartaron de él, y vio su corazón allí, suyo para tomarlo si quería. Él lo hizo. Cristo, si es que alguna vez había deseado

P á g i n a | 203

algo, la deseaba a ella. Tanto que dolía con una dulce necesidad de hacerla suya para siempre. Pero no podía. Era imposible. No podía ser el tipo de hombre que una mujer como ella quería para largo plazo. Entonces ella comenzó a moverse contra él y Gabe se esforzó por mantener el control incluso mientras sus pensamientos coherentes huían y las sensaciones lo envolvían. Cada elevación de sus caderas alejándose de su pene era una muerte lenta y dolorosa, y sentía la pérdida de su calor incluso en el pozo más oscuro de su alma. Cada lánguido deslizamiento hacia abajo era su salvación. El control. Sí, claro. Con ella, eso no era más que una bonita ilusión, y él ya se había perdido. En sus ojos. En su cuerpo. En su alma. Nunca había tenido ningún tipo de control cuando se trataba de ella. Luego todo terminó, el resultado tan tremendamente silencio como repentina e intensa había sido la unión, dejándolos entrelazados, sin hueso y sin aliento, con su cara hundida en el hueco de su cuello, la mejilla de ella apoyada en la parte superior de su cabeza. Podía oír su atronador pulso, igualando el ritmo de sus latidos, y cerró los ojos. Sep, él estaba en carne viva de nuevo. Por mucho que le gustara el sexo con Audrey —y, Dios, sí que lo disfrutaba, gozaba de ella— no le gustaba la forma en que se sentía en estos momentos. Como una palpitante herida abierta. Si ella quería, podría fácilmente verter sal en él y dejarle cicatrices de por vida. Y tenía suficientes cicatrices, muchas gracias. Era demasiado. —Prométeme que volverás a salvo —le susurró contra su cabello. Se negó a abrir los ojos, temeroso de lo que podría ver en su rostro, pero aún más aterrado de lo que ella vería en el suyo. —Haré mi mejor esfuerzo. —No. Prométemelo, Gabriel. Te amo, y no puedo perderte. Muy bien. Sabía que esta conversación iba a venir. Podía manejar esto, decirle las cosas como son. Pese al frío y vacío dolor que súbitamente congeló en un trozo de hielo su pecho. —Audrey. —Le tocó la mejilla y esperó hasta que ella lo miró con los ojos enrojecidos—. Tú no me amas. Hemos pasado por un infierno, y con el fin de sobrevivir, hemos tenido que depender el uno del otro en más formas de las que nunca tuvimos que depender de otra persona. Es natural sentirse de la forma en que lo haces ahora, pero no es amor. Créeme. He estado aquí antes.

P á g i n a | 204

Cristo, esperaba que ese pequeño discurso no hubiera sonado tan hueco y falso para ella como lo había hecho para sus propios oídos. Pero ella parecía creerle. El dolor de eso brilló en sus ojos. —Así que, ¿siempre te acuestas con las mujeres que ayudas? No, tú fuiste la primera. La única. Fuiste… muchísimo más. Ja. Como si fuera a decir ese pequeño y atractivo pensamiento en voz alta y estropear todo su argumento. Por supuesto, ella era especial para él, y tenía la sensación de que siempre lo sería, pero lo que él sentía no importaba. Un mes, seis meses, un año a partir de ahora, cuando el miedo y la adrenalina se desvanecieran a nada más que malos recuerdos, ella ya no sentiría lo mismo por él. Simplemente lo sabía. Si se quedaba por allí, si la dejaba seguir pensando que estaba enamorada, los pondría a ambos en un lugar incómodo cuando ella se diera cuenta que no era así. Era mejor apartarse por su cuenta ahora, antes de llegar a ese punto. Jesús, nunca debería haber dejado que las cosas llegaran tan lejos entre ellos para empezar, nunca debió haberse permitido a sí mismo ceder a lo mucho que la deseaba. —A veces —dijo lentamente, buscando las palabras adecuadas para decirlo delicadamente sin aplastar todo ese espíritu salvaje que admiraba tanto—. A veces, cuando te enfrentas a una situación mortal, la reacción natural es querer experimentar la vida. El sexo es una de las partes buenas de la vida. Burlándose, ella lo empujó. No duro, sino lo suficiente como para que él supiera que estaba seriamente cabreada. Se puso de pie, dándole la espalda, y él pensó —esperanzado— que tal vez vería la lógica y lo dejaría ir sin una pelea. Entonces ella se volvió hacia él y ¡sorpresa! Como la indomable mujer que era, lo enfrentó. —Eres un idiota. —Señaló con el dedo hacia su nariz—. Esto entre nosotros es más que sexo y los dos lo sabemos. Nunca he sentido esto por nadie antes, así que no me puedes decir… —Se desvanecerá. Ella negó con la cabeza. —No. Me conozco mucho mejor. ¿Por qué tratas de alejarme? Esa era la pregunta. Cuanto más hablaba, menos creía su propia mentira. Que Dios lo ayudara, la quería a pesar de que lo hacía sentirse tan expuesto. Tal vez la amaba, no lo sabía. Nunca había tenido ninguna experiencia con las emociones como para saber si de eso se trataban todos estos agitados sentimientos turbulentos de

P á g i n a | 205

admiración, alegría, miedo y lujuria. Incluso si era amor, y no es que estuviera dispuesto a aceptar eso todavía, pero hipotéticamente, incluso si lo fuera, no podían… él no podía… Todo esto era demasiado. Ella era demasiado. Y él no era suficiente para ella. Okay, sus pensamientos estaban divagando, no tenían ningún infernal sentido, incluso para él. Se frotó el centro de la frente y luego hizo algo que nunca había hecho antes en todos sus treinta y tres años de vida: se puso de pie, se subió los pantalones, agarró su camisa, y se acobardó. —Audrey, me tengo que ir. De pie frente a él, con los brazos cruzados sobre su pecho en una postura que era tanto defensiva como vulnerable, ella cerró los ojos fuertemente. —No. Por favor, Gabe. Quédate aquí y deja que tu equipo lo maneje. No podía. ¿Por qué ella no entendía eso? No era uno de esos comandantes que estaban a salvo detrás de la línea de batalla mientras mandaba a sus hombres a lanzarse a la refriega. Lesionado o no, si tenían que poner sus vidas en línea por la misión, él estaría allí con ellos, luchando hombro contra hombro. No es que esperara ese tipo de oposición en realidad. Si todo iba bien, su equipo debería entrar y salir con Bryson antes de que alguien se diera cuenta. Si todo iba bien, la operación debería durar no más de diez silenciosos minutos. Si todo iba bien. Esa cosa llamada ley de Murphy podría tratar de convertirlo en un completo caos, pero estaban preparados para eso, también. Audrey lo miró fijamente, esperando una respuesta, y él se limitó a sacudir la cabeza. —Lo siento. —Sintiéndose como un total cobarde, pasó a su lado y se encaminó hacia la puerta—. Yo… tengo que irme. Te llamaré cuando tengamos a Bryson.

P á g i n a | 206

Capítulo 21 A

maneció sobre Bogotá sin fanfarria alguna. Nubes bajas mantenían las

calles oscuras más tiempo de lo normal, unas pocas farolas miserables intentaban y no lograban hacer retroceder la grisura opresiva, su resplandor amarillo disminuía por la niebla ligera de la mañana, haciendo una excelente cobertura. Gabe no podría haber pedido una mejor mañana, sin embargo podría prescindir de la persistente llovizna que lo congelaba hasta los huesos. Por otra parte, tal vez ese frío era por la conversación —discusión— lo que sea, que había tenido con Audrey en el hospital. No, no podía pensar en eso. Tenía que estar un ciento por ciento enfocado en el aquí y el ahora. Bloquear el dolor en su corazón, el dolor en el costado, la palpitación de su pie. Centrarse en la picadura del frío, el aire de la montaña llenando sus pulmones, el cuidado césped amortiguando su cuerpo mientras se arrastraba hacia la casa, los aromas terrosos de la hierba mojada y el barro denso en su nariz, la sensación familiar del rifle en sus manos, el ritmo tranquilo de su corazón en el silencio sordo de la mañana. Tranquilo, por lo menos, hasta que oyó el trinar silbido de un reclamo y su corazón dio un brinco. Harvard, actuando como vigilante, había encontrado un escondite en un árbol del jardín lateral que proporcionaba una perfecta vista de águila entre la parte delantera y la parte trasera de la casa. El aviso señalaba problemas. Gabe miró a Quinn y a Jesse, tumbados sobre su estómago a su derecha, el maletín de Jesse un bulto oscuro entre ellos. Esperaron. Harvard dio otra llamada. Tres trinos cortos. Alguien se acercaba. O, mejor dicho, tres alguienes. Entonces cinco silbidos más de Harvard indicando cinco más acercándose. Ocho en total, lo que inclinaba demasiado la balanza para el gusto de Gabe. Diez malos incluyendo a Rorro y a Jacinto para sus seis hombres sin entrenamiento. Mierda.

P á g i n a | 207

Dio su propio aviso, una señal de que los hombres debían mantener sus posiciones, a Marcus en los bosques que bordeaban el lado sur de la propiedad, a Jean-Luc en el lado norte, cerca de Harvard, y a Ian en la esquina suroeste. Quinn se deslizó a través de los pocos centímetros de hierba que los separaba y puso sus labios contra la oreja de Gabe. —¿Qué estás pensando? Gabe sacudió la cabeza. —No me gustan estas probabilidades. —No lo pensarías dos veces si estos chicos fueran SEALs. —Sí, pero no lo son. —Y, Dios, cómo deseaba que lo fueran—. Vamos a pasar al plan bravo. El plan B era un ataque relámpago, usando el elemento sorpresa a su favor. Abrumar a los tangos, distraerlos, haciéndoles pensar que más soldados esperaban en los bosques de los que había, y sacar inadvertidamente a Bryson debajo de sus narices, mientras ellos entraban en pánico. Implicaba más riesgo incorporado, por eso es que era su plan de respaldo. Pero con la llegada de los nuevos tangos, Gabe calculaba que tenían una mejor oportunidad de tener éxito así que con su plan sigiloso original de entrar y salir desapercibidamente mientras Jacinto y Rorro dormían. Los labios de Quinn se apretaron. Miró a Jesse, quien dio un sombrío asentimiento, luego se reunió con la mirada de Gabe nuevo. —Todavía podemos… —Negativo. Demasiado arriesgado. —Especialmente para Quinn y Jesse, y ambos lo sabían. A pesar de que no iba a dejar que eso sucediera, se sintió orgulloso de que ellos estuvieran dispuestos a seguir con el plan original y correr ese riesgo. Le dio una palmadita a Quinn en el hombro para llamar su atención, y luego tomó su arma—. Todos preparados y listos a mi señal. —Hooyah —dijo Quinn.

Gabe se movió rápido, permaneciendo abajo mientras flanqueaba el lado norte de la casa e iba directo a la posición de su lingüista. Jean-Luc, yaciendo en un puesto

P á g i n a | 208

en los arbustos, levantó una ceja en interrogación cuando Gabe se instaló junto a él, pero no dijo una palabra, lo cual probablemente era la primera vez para el hombre. Gabe se tomó un momento para examinar la situación desde este ángulo. Los ocho nuevos chicos malos habían llegado en dos vehículos. Se veían como los miembros de una pandilla local, vestidos con pantalones vaqueros, camisetas y pañuelos, portando Uzis, la mayoría de ellos apenas con la edad suficiente para tomar una bebida legalmente. Y eso era decir mucho, ya que la edad legal en Colombia era de dieciocho años. Jacinto probablemente los había reclutado en preparación para el intercambio del rescate. Cuatro de los niños ahora estaban de pie en la calzada, hablando mientras un quinto se dirigía hacia la puerta principal con propósito en su zancada. Los otros tres todavía se sentaban en el más cercano de los dos vehículos, fumando algo. Por el dulce aroma en el aire, diría que hierva. Eso igualó las probabilidades un poco, pero todavía no lo suficiente para su gusto. —Tenemos que eliminar a algunos de estos muchachos —susurró—. ¿Puedes llegar a ese auto? Jean-Luc asintió. —Entendido. Iré a tener una agradable charla con nuestros amistosos pandilleros colombianos. —Que no te maten. —No soñaría con privar al mundo. Maldita sea, pero no te podía desagradar que el hombre te cayera bien. Gabe sonrió y lo vio arrastrarse hacia el auto antes de volver su mirada estudiando a los cuatro pandilleros aún en pie en la calzada. Calculó varias opciones y las descartó con una pequeña cantidad de frustración. Una granada aturdidora sería genial ahora mismo. Así como lo serían radios de manos libres. Un grito atrajo su atención de vuelta a la entrada. Varios de los tangos hablaban en español rápido y corrían al otro lado de la acera hacia la posición de Jean-Luc. Maldita sea, alguien lo había visto. Y allí quedó lo de eliminar algunos secretamente antes de que comenzara la acción. Gabe levantó su rifle al hombro, apuntó, y puso una bala en el cuello del hombre más cercano. Incluso antes de que el muerto se derrumbara, los otros acribillaron el escondite de Gabe y lo obligaron a chocar contra el suelo detrás de los arbustos por una cubierta. Sintió el calor de una ronda zumbar alarmantemente cerca de su sien y la voz de Audrey susurró en su mente. Prométeme que volverás a salvo.

P á g i n a | 209

—Lo prometo —dijo a la tierra. Más vale tarde que nunca. Gabe se apartó de la lluvia de balas, balanceó sus pies y fue en una carrera zigzagueante hacia la parte posterior de la casa mientras Jean-Luc e Ian se enfrentaban a los tangos restantes. Su oportunidad para entrar, asegurar a Bryson, y salir ahora era muy, muy delgada. Tenían que ir ahora, mientra la atención de todos se mantenía firme en el combate del frente. Calculó quince minutos máximo antes de que un vecino alertara a las autoridades y todo el infierno cayera en picado. Una vez que las autoridades se enteraran, el EPC lo sabría. Si ellos estaban involucrados, enviarían refuerzos. Incluso si no estaban involucrados, aún así podrían enviar refuerzos únicamente a causa de los vínculos familiares de Jacinto con uno de los peces gordos. Gabe esperaba haberse ido hace mucho —con Bryson Van Amee a remolque— antes de que eso sucediera. Con una serie de rápidos movimientos de manos, le dijo a Quinn y a Jesse que se fueran. En el plan original, se suponía que él tenía que quedarse y resguardar el patio trasero, su ruta segura de evacuación hacia el helicóptero. No podrían hacer eso ahora. El peligro dentro de la casa mientras se encontraban en el sótano era demasiado grande como para dejar la puerta sin protección, por lo que hizo contacto visual con Marcus y le hizo un gesto hacia el patio. —Mantén despejada esta área —ordenó sobre las ráfagas de disparos. Marcus asintió y tomó posición mientras Gabe se metía en la casa. La cocina le recordaba a una morgue, amplia, con un montón de frío acero inoxidable y mármol negro. Él no se habría sorprendido de ver una pared de cajones en el otro lado de la isla central, pero había solamente una pesada puerta con un candado enorme manteniéndola cerrada. Quinn se encorvó sobre la cerradura, murmurando entre dientes mientras trataba de abrirla con tacto. Jesse estaba a un lado, su maletín colgado a través de su pecho. Él echó un vistazo rodeando la pared al pasillo que conducía a la acción en la parte delantera de la casa. —¿Cómo vamos ahí atrás? Quinn maldijo y golpeó la cerradura. —No puedo con ella. Necesitamos a Marcus. —No —dijo Marcus, medio de pie en la cocina, medio en el patio—. Ian lo hará más rápido. —Y él corrió por el patio. Quinn se apartó de la puerta y agarró el rifle.

P á g i n a | 210

—¿Tú te encargas? —Sí. —Gabe asintió—. Ve a ayudar a los hombres al frente. Con el arma elevada, Quinn corrió por el pasillo de la cocina. Un momento después, Ian se acercó corriendo, tropezando cuando una bala perdida rebotó en la mesa del patio y se le clavó en el hombro. Gabe estableció fuego de cobertura e Ian entró a trompicones. Se apoyó en la isla por un segundo, sosteniendo su hombro, sus labios retirándose en una mueca de dolor. Jesse dio un paso adelante para ayudarlo, pero Ian le despidió con un gesto. —No me toques. —¿Estás bien? —preguntó Gabe. —Sí. —Él se enderezó—. ¿Me necesitaba? Señor. Gabe ignoró el tono desdeñoso —por ahora— e hizo un gesto a la cerradura. —Vuélala. Incluso con la sangre chorreando por su brazo y su boca todavía apretada con dolor, Ian miró la cerradura como si fuera una mujer que quería lamer de pies a cabeza. —Con mucho gusto. Él hizo brevemente el trabajo, tomando un ladrillo de C4 de su bolso y rellenando con una pequeña cantidad el ojo de la cerradura. Insertó un detonador, retorció un pedazo de mecha, la encendió y se agachó detrás de la isla con el resto de ellos. —¡Fuego en el hoyo! La cerradura voló. La puerta se abrió. —Excelente —dijo Ian, admirando su obra. —Ve al helicóptero y detén el sangrado —le dijo Gabe—. Nos encargaremos desde aquí. —Sí, claro. —Resopló, agarró su bolso y el fusil, y cargó hacia el frente de la casa. Lejos del helicóptero y hacia la refriega. Qué manera de seguir órdenes, Reinhardt. Jesse desapareció en la oscuridad, en la enorme boca de la escalera. Gabe merodeó por la cocina, comprobando las ventanas y puertas en busca de amenazas. Un pandillero entró corriendo desde el pasillo a la cocina, se fijó en él, y levantó una pistola. Gabe no le dio oportunidad de poner su dedo en ningún lugar cerca del

P á g i n a | 211

gatillo. El disparo en la tripa provocó la caída del hombre donde estaba, y Gabe se acercó para patear el arma fuera de su alcance. Por si acaso. —Jefe. —Marcus asomó la cabeza en el interior, el sudor cayendo a raudales por su rostro—. Tengo que ayudar a Jean-Luc. Lo tienen inmovilizado. —Ve. —Confirmó que el patio estuviera todavía despejado mientras Marcus desaparecía por el lado de la casa, y luego gritó por las escaleras—: ¡Estamos fuera de tiempo! —Otro villano irrumpió por la puerta principal y atravesó corriendo el pasillo, subiendo por las escaleras del vestíbulo hasta el segundo piso. Ian, el loco bastardo, estaba justo tras sus talones. Gabe se alejó de la puerta del sótano al conjunto de escaleras al otro lado de la cocina, pensando que el tipo podía tratar de bajar por ellas y escapar. El hueco de la escalera se curvaba y solamente podía ver hasta un rellano. Puso un pie en el primer peldaño, con la intención de limpiar la zona, cuando oyó un crujido a sus espaldas. Jesse salió del sótano llevando a Bryson Van Amee como equipaje de un bombero. —¿Qué tan mal está? —Gabe caminó a su lado mientras él llevaba su carga inconsciente a través de la cocina. —Está muy deshidratado y con taquicardia —dijo Jesse—. Otro día así y estaría en serios problemas. Gabe levantó una mano antes de llegar al patio y escaneó el área nuevamente. Un cuerpo yacía enfriándose en el borde del patio, la sangre empapaba la parte delantera de su sudadera con capucha, sus ojos congelados medio abiertos. Por lo demás, el patio estaba vacío y silencioso, el estallido de disparos procediendo de forma más esporádica ahora. —Despejado. ¡Ve! Jesse despegó como un nadador desde una plataforma de roca, sacudiendo a Van Amee, quien gemía con cada rebote. Se abrieron paso por el patio y desaparecieron entre los árboles al borde de la propiedad. A partir de ahí, era solamente una corta carrera hasta el helicóptero en un claro en la siguiente propiedad. Gabe ya podía escuchar el rotor encendido. Casi fuera de peligro. Hora de reunir al resto de los chicos y salir corriendo de allí. Gabe se giró para ir a encontrar a Jean-Luc y su pie malo cedió debajo de él. Maldita sea. Con la adrenalina disparándose en su sistema, no se había dado cuenta de cuán mal se había puesto el dolor, como si alguien lo hubiera apuñalado repetidamente entre los huesos de sus dedos y hubiera dejado el cuchillo allí. En un

P á g i n a | 212

segundo estaba sobre sus pies, corriendo hacia el patio lateral. Al siguiente, sobre sus manos y rodillas en la hierba húmeda por el rocío de la mañana con un grito alojándose en la parte posterior de su garganta. Y fue entonces cuando los vio. Jacinto Rivera y Rorro Salazar arrastrándose a través de los árboles, tratando de escapar. Por unos completos tres segundos, Gabe consideró cerrar los ojos, darse la vuelta y fingir que no los había visto. Capturarlos no era parte de la operación. De hecho, en cuanto a su cliente se refería, la misión estaba completa. Bryson Van Amee estaba a salvo en manos amigas. Ningún intercambio de rescate. Ningún dinero perdido para Seguros Zoeller & Zoeller. Se estrecharían las manos y fumarían puros. Él no tenía que llevar a Jacinto y a Rorro ante la justicia. No tenía que arriesgarse a sí mismo o a sus hombres de esa forma. Pero iba en contra de cada fibra de su ser, cada código de honor que se había establecido para sí mismo alguna vez, el dejarlos escapar. Luego estaba Audrey. Pensó en el dolor, la preocupación y el miedo que estas dos escorias le habían causado en los últimos días. Y no había terminado. Bryson estaba a salvo, pero tenía un largo camino hacia la recuperación, y Audrey se iba a preocupar por él, asustarse por él, durante mucho tiempo. Sobre todo si sus captores todavía estaban libres. Por esa sola razón, era necesario que Jacinto y Rorro pagaran. Gabe gimió y anduvo con dificultad, ordenándole a su pie malo que lo sostuviera. Lo hizo. Apenas. Salió en una carrera cojeando, muy consciente de que si Jacinto y Rorro continuaban rodeando la propiedad como lo estaban haciendo, correrían directamente hacia el helicóptero. —¡Hey! —gritó. Rorro levantó un arma de asalto, salpicándolo a balazos, y su pie cedió de nuevo cuando se giró para encontrar cubierta. Maldiciendo, él golpeó el suelo y rodó detrás de una pared de ladrillos decorativos antes de devolver el fuego en ráfagas cortas. Rorro agarró a su primo mayor y lo usó como un escudo viviente al mismo tiempo que una bala salía de la nada y saltaba de la parte superior de la cabeza de Jacinto. Ambos se derrumbaron. Gabe echó un vistazo sobre la pared para ver quien le había salvado el cuello. Quinn estaba parado a menos de seis metros de distancia al borde del patio, con la pistola en la mano y una peculiaridad en sus labios. Se enfundó el arma, cerró la distancia entre ellos, y le tendió una mano. —Hombre, ¿nunca te cansas de que salve tu culo? Gabe estrechó la mano que le ofrecía y se levantó de un salto.

P á g i n a | 213

—Nunca. Otra bala golpeó en la tierra cerca de la bota de Quinn y él se tambaleó hacia atrás con una maldición en voz alta cuando Rorro, cubierto de la sangre de su primo, se arrastró saliendo de debajo del cuerpo de Jacinto y disparó salvajemente en su dirección. Gabe soltó una ráfaga corta, controlando las explosiones de su propia arma y Rorro se desplomó de cara al suelo empapado en sangre. —Okay —dijo Quinn y resopló—. Ahora estamos en paz. —Nunca —repitió Gabe—. Siempre tendré tus seis66, amigo. Por todas partes, los disparos llegaron a un abrupto fin, un silencio escalofriante se extendió a su estela. Gabe silbó entre dientes y esperó, rezando… Cinco silbidos revotaron de vuelta y él dio un suave suspiro de alivio. Sus hombres habían dejado de disparar porque los tangos estaban muertos, no porque ellos lo estuvieran. Ahora, según el plan, se encontrarían en el helicóptero. Quinn pasó un brazo alrededor de su cintura. —Vamos. Él cojeó por el patio con la ayuda de Quinn, se reunió con el resto del equipo en el borde de la propiedad vecina, y realizó un conteo rápido mientras todo el mundo subía a bordo del helicóptero. Sí, era muy Mamá Gallina de su parte, pero lo hacía sentir mejor saber que Marcus, Ian, Jean-Luc, Jesse y Harvard estaban sanos y salvos. Gabe cerró la puerta detrás suyo e hizo un círculo con un dedo en el aire. —Vámonos. —Él se movió a través de los confines abarrotados del interior del helicóptero y se agachó junto a Jesse, que seguía trabajando sobre Bryson Van Amee—. ¿Cómo va? —Está despierto —dijo Jesse. Había puesto en marcha una vía intravenosa y apretaba la bolsa cada pocos segundos, bombeando el líquido en las venas del hombre soñoliento. —¿Sí? —Gabe sacó su teléfono y marcó un número—. Sr. Van Amee, ¿puede oírme? Los ojos marrones de Bryson, tan parecidos a los de su hermana, se centraron nublosamente en Gabe.

Tener tus seis: en inglés have you six, es un término militar referido a las posiciones de las manecillas de un reloj, siento el 6 la retaguardia. El significado de la frese es cubrir tu espalda (siempre te cubriré la espalda, amigo). 66

P á g i n a | 214

—Sí. —Su voz era apenas un susurro y escucharlo sobre el rotor era imposible, pero Gabe asintió. —Bien. Ahora está a salvo y hay alguien que realmente quiere hablar con usted. ¡Audrey! —gritó al teléfono por sobre del ruido del helicóptero—. Saluda a tu hermano.

P á g i n a | 215

Capítulo 22 LOS ÁNGELES, CA.

S

e había acabado.

La llamada llegó avisando que Bryson Van Amee estaba a salvo y se dirigía de vuelta a los Estados Unidos en cuanto los médicos lo estabilizaran, y un grito de júbilo resonó entre todos los agentes federales en la habitación. Chocaron los cinco, se felicitaron unos a otros y a Frank Perry, como si todos hubieran tenido una mano en la operación que salvó la vida de Van Amee. Danny Giancarelli se limitó a sacudir la cabeza y se puso el abrigo. No tenía dudas de que Perry el Imbécil se aseguraría de que su rostro estuviera en todos los medios en las estaciones más importantes de hoy, disfrutando de la gloria del éxito. Bueno, déjenlo. Gabe Bristow y sus hombres de seguro no parecían putas de los medios, y todo lo que Danny quería era pasar la última noche de sus supuestas vacaciones con su esposa e hijos. Pasó a su compañero en el vestíbulo. —¿Vas a tratar de llegar a la costa? —preguntó O'Keane. —Sep. —El tráfico será una perra. —Probablemente. O'Keane miró hacia la gran sala, donde los otros agentes estaban empacando los equipos. —Crisis evitada. Eso fue algo, ¿no? Danny no se molestó en fingir que no tenía idea de qué había querido decir O'Keane. —Sí. Algo. —No puedes dejar de preguntarte —reflexionó—. ¿Todas esas llamadas telefónicas que hiciste ayer por la noche? ¿No habrán tenido nada que ver con esta operación de rescate con fondos privados…?

P á g i n a | 216

Danny le dio un golpe amistoso en la espalda. —Nos vemos martes, amigo. —Ajá. Eso es lo que pensé. —Bajó la voz—. Lo que sea que hiciste, has salvado la vida del hombre. Buen trabajo. —Mientras otro agente pasaba, plasmó una sonrisa en su rostro y dijo con normalidad—: Mándale a Leah y a los niños mi amor. Giancarelli salió. El aire de la mañana era vigorizante y fresco, el cielo de un espléndido cerúleo, con lengüetas como briznas de nubes. Prometía ser un día hermoso, perfecto para tumbarse en la playa con su esposa, mientras sus hijos jugaban en las olas. Él no podía esperar. Su mente ya estaba corriendo por delante, a un centenar de kilómetros por la carretera, deteniéndose en la cabaña con sus hijos chillando de alegría por su llegada, y casi tropezó con Chloe Van Amee. Estaba sentada en los escalones de la entrada, abrazándose a sí misma. —Whoa, oye. Lo siento. Ella parpadeó hacia él y tendría que estar ciego para no ver la expresión velada de impresión en sus ojos oscuros. —Sra. Van Amee, ¿está bien? Ella asintió, pero era una mentira obvia. Suspirando interiormente, Danny pospuso su viaje durante unos minutos y se dejó caer en el escalón a su lado. Sí, él no era su mayor fan, y sobre todo no le gustaba lo poco que había hecho con sus hijos, pero no podía dejarla sentada aquí de esta manera, sola y en estado de impresión. Él le pasó un brazo alrededor de los hombros. Se sentía pequeña y frágil, como una muñeca china. —Se acabó, ¿sabe? —dijo—. Bryson está seguro ahora. Él vendrá a casa con usted y sus hijos en un par de días. —Y-yo lo sé. Lo sé. Él está bien. En el hospital y está… bien. —Sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí misma y levantó la mano para cubrir su rostro—. Solamente… ¿qué pasa con los hombres que se lo llevaron? ¿Qué pasó con ellos? ¿Están… todavía por ahí en alguna parte? —No lo sé. ¿Le gustaría que lo averigüe? Ella lo miró, lo estudió con ojos demasiado hastiados del mundo para pertenecer al rostro de una mimada y egoísta mujer de la alta sociedad como Chloe Van Amee. —¿Es malo por mi parte esperar que estén muertos?

P á g i n a | 217

—Estaría sorprendido si no lo hiciera. —Él le dio un ligero apretón y luego se puso de pie—. Déjame hacer algunas llamadas, ¿de acuerdo?

BOGOTÁ, COLOMBIA

—Tenemos el informe final de víctimas. Gabe se volvió de la ventana de observación en la sala de unidad de cuidados intensivos mientras Quinn se acercaba. Por favor, pensó, di que los diez tangos están muertos. Entonces podría llamar a Giancarelli con la noticia y decirle a Audrey… Tacha eso, él no le diría nada. Sería más fácil para los dos si él simplemente se desvaneciera ahora. Pero se aseguraría de que la noticia llegara a ella, de lo que realmente había pasado, que la amenaza había sido completamente neutralizada. Si la amenaza había sido neutralizada. Estudió la expresión impasible de Quinn y maldijo entre dientes. —¿Cuántos se escaparon? —El reporte de la policía que Harvard pirateó indica una lista de nueve víctimas de "pelea de pandillas". Rorro Salazar está con paradero desconocido. —No, tienen que estar equivocados. Le golpeé en el pecho. Fue un disparo mortal. —Encontraron un chaleco Kevlar cerca del cuerpo de Jacinto. Con una bala todavía alojada allí. —Maldita sea. —Miró a través de la ventana de nuevo. Audrey dormía a ratos con la cabeza sobre la cama de Bryson, su mano agarrando las suyas como si tuviera miedo de alejarse de él—. La pequeña mierda debería estar muerta. —Concuerdo. Los hombres están empacando para irse a casa, pero pueden permanecer unos días más si quieres ir tras él. Tentador. Muy, muy tentador.

P á g i n a | 218

Excepto que estaba agotado más allá de su límite y también lo estaban sus hombres. Y tenía que alejarse de Audrey. Cuanto más tiempo se parara aquí mirándola, más difícil sería largarse. Tenía que poner distancia segura de un continente entre ellos antes de hacer algo estúpido, como pedirle que fuera con él cuando sabía que no lo haría. Se pasó una mano por la cara. —No. Todo lo que tenemos de él dice que sin Jacinto, no es una gran amenaza. Vamos a anotarnos esto como una victoria y a largarnos de aquí. Quinn asintió, pero vaciló y miró por la ventana hacia Audrey y Bryson. —¿Vas a decir adiós? —No. —Dándole la espalda, él caminó al lado de Quinn sin mirar atrás. Era la cosa más difícil que jamás había hecho en su vida, y su pecho ardía con el dolor de eso. Era más fácil de esta manera. Quinn se quedó en silencio hasta que llegaron a la zona de estacionamiento y se metió en la 4Runner. Puso en marcha el motor pero luego se quedó allí sentado con las manos en el volante, la palanca de cambios todavía en pare. Luego se volvió en su asiento y abrió la boca como si fuera a decir algo. —No lo hagas. —Gabe cerró los ojos, bloqueando la preocupación tan evidente en la expresión generalmente estoica de su mejor amigo—. ¿Qué hiciste con Cocodrilo? Quinn cerró la boca con un chasquido de sus dientes y luego dio un suspiro de resignación. —Se lo entregamos a HumInt, Inc. Ellos se asegurarán de que pase a la agencia apropiada para su enjuiciamiento. —Bien. Entonces, larguémonos de aquí. Quinn seguía sin moverse para conducir. —Gabe, hombre, no puedes dejarla así como así, sin… —Solamente conduce.

P á g i n a | 219

Audrey sintió ojos sobre ella y levantó la cabeza. Las ventanas de observación a través de la sala estaban vacías, no había nadie en el pasillo. Debió haber estado soñando, atrapada en algún lugar entre la vigilia y el sueño, porque juraba que había oído la voz de Gabe hacía un momento. Improbable. Ella no había sabido nada de él desde que la llamó para decirle que Bryson estaba a salvo. Incorporándose, rodó su cuello en torno a sus hombros y trató de estirar el calambre de su columna vertebral. Dios, necesitaba una cama de verdad y cerca de doce horas de sueño ininterrumpido. Luego, después de una buena comida y un galón de café, tal vez tendría la fuerza para hacerle frente a Gabe de nuevo. No iba a dejar que el estúpido hombre la apartara por algún malentendido sentido del honor. Lo que tenían no era una aventura —había tenido suficientes aventuras en su vida como para saberlo a ciencia cierta— y lo que ella sentía por él no era una casualidad de las circunstancias. Era real y profundo y, en verdad, un poco aterrador. La mano de Bryson se movió en la suya. Bajó la mirada hacia él y sus ojos se llenaron de lágrimas otra vez. Mierda. ¿No había llorado lo suficiente hoy? Primero de alivio, luego por tristeza cuando finalmente vio a Bryson. Con el ojo izquierdo completamente cerrado y los labios agrietados y sangrando, parecía que había ido a varias rondas con un boxeador de peso pesado y perdido cada una de ellas. Su piel era como de papel, tan pálida que sus venas se destacaban en contraste con sus brazos y el dorso de sus manos. ¿Cómo pudieron hacerle esto a él? ¿A un hombre que ni siquiera levantaba la voz enojado? Su mano se movió de nuevo y se dio cuenta de que estaba apretando sus dedos. ¿Estaba despierto? Ella estudió su rostro. Era difícil decir con todo tan hinchado, pero su único ojo bueno estaba definitivamente abierto. —¿Brys? —Hola, hermanita —susurró. Como si esas no fueran las dos palabras más hermosas que alguien le hubiera alguna vez. No pudo contener las lágrimas por más tiempo. Corrieron por sus mejillas, empapando su bata de hospital mientras lo abrazaba tan fuerte como se atrevió. Su mano se posó en su cabeza. —No llores. Por favor.

P á g i n a | 220

—Lo siento. No puedo… detenerlo. —Pero logró ahogar los sollozos—. Pensé que nunca volvería a verte. Pensé que nunca sería capaz de decirte que te quiero y que lo siento por no ser la hermana que quieres que sea y… —Shh. Lo eres, cariño. No te cambiaría por nada. —Pero la casa y el dinero y mis pinturas… —Audrey, estaba equivocado acerca de todo eso. Solamente quería que fueras feliz. —Lo soy. —Pensó Gabe y sonrió—. Brys, he conocido a alguien. Uno de los hombres que te rescataron. Él es… bueno, yo lo amo. —¿El tipo grande en el pasillo? Se enderezó, pero el pasillo seguía vacío. Bryson hizo un sonido que podría haber sido una risa. —No está allí ahora. Se fue, pero se quedó allí por mucho tiempo solamente mirándote. —¿Él… se fue? —Ella sacudió la cabeza, evitando las dudas antes de que entraran en su mente. Lo más probable era que Gabe simplemente fuera para ayudar a sus hombres a hacer lo que sea que hacían después de una misión. Reflexionar o lo que sea. Él volvería. No se iría sin despedirse. —¿Él también te quiere? —preguntó Bryson. Ella sonrió. —Creo que sí, pero está siendo terco sobre eso. —Hm. —Cerró su ojo y se quedó en silencio por un largo tiempo. Casi pensó que estaba dormido, pero luego preguntó en voz baja—: ¿Quieres que le patee el culo por ti? Audrey se echó a reír ante lo absurdo de esa imagen. —Gracias, Brys, pero ¿qué tal si te relajas y te ocupas de curarte primero? Los médicos dicen que estarás lo suficientemente bien para viajar a un hospital en los Estados Unidos mañana. Chloe y los chicos estarán esperando allí. —Mis hijos. —Una lágrima cayó de su ojo bueno—. He sido un idiota. No dejaba de pensar que nunca los vería otra vez y que ellos ni siquiera me recordarían como algo más que un… un donante de esperma. ¿Crees que me perdonarán? Los he echado mucho de menos.

P á g i n a | 221

—Esa es la gran cosa sobre los niños. —Metió la sabana alrededor de los hombros de su hermano y se inclinó para besar su frente magullada—. Son notablemente mejores para perdonar y olvidar que los adultos.

Cansado hasta la médula, con el costado con el agujero y el corazón doliéndole porque, Dios, realmente no quería dejar a Audrey, Gabe cojeaba a bordo del avión con Quinn para encontrar que su equipo ya estaba ahí. Había esperado una alborotada celebración con mucho ruido y posiblemente alcohol, pero todo el lote estaba sentado silenciosamente como feligreses. Todos debían estar tan agotados como él. Asintió hacia ellos y tomó asiento, inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. —Bristow —dijo Ian en su tono cáustico habitual—. Hay algo que tengo que decirle. Señor. Él gimió. —Guárdatelo. No estoy de humor, Reinhardt. Ropa crujió detrás de él, una gran cantidad de movimiento y desplazamiento de cuerpos. Jesús, ¿qué estaba haciendo el tipo ahora? Gabe miró sobre su hombro. Ian estaba en el centro del pasillo, con un brazo en cabestrillo y el otro levantado, su mano formando un saludo en su frente. Uno por uno, el resto de los hombres se pusieron de pie y saludaron. Gabe miró a Quinn con sorpresa, pero él también estaba de pie. —Señor —dijo Ian sin el menor atisbo de burla. Y ¿era eso… respeto… en sus ojos oscuros?—. Estamos contentos de tenerlo de vuelta. Humillado y halagado, Gabe se puso en pie y devolvió sus saludos. —Es bueno estar de vuelta. En descanso, caballeros. —Cuando no bajaron sus manos o se sentaron, sonrió—. Relájese, chicos. Asalten la barra en la parte de atrás. Se lo merecen. Lo hicieron bien. Lo hicimos bien. —No, señor —dijo Marcus. —Nuestra misión no ha terminado —dijo Ian—. Con su permiso, nos gustaría terminarla.

P á g i n a | 222

El almacén, Gabe se dio cuenta. Después de todo, todavía querían deshacerse de ese maldito almacén. Bueno, ¿por qué infiernos no? —¿Están dispuestos? —Sí, señor —dijeron rotundamente todos al mismo tiempo. Los estudió. Golpeados, maltratados, pero no derrotados. Nunca derrotados. El orgullo hinchó su pecho. Todo este tiempo había deseado a sus ex compañeros SEALs cuando tenía a un grupo de hombres que estaba igual de bien, tan leales y tan honorables a sus órdenes. Tal vez aún más. —Muy bien. —Agarrando su bastón, renqueó hacia la puerta del avión—. Entonces vamos a darle al EPC un gigantesco JÓDANSE y volemos a ese cachorro del mapa, señores.

P á g i n a | 223

Capítulo 23 UN MES MÁS TARDE

WASHINGTON, D.C.

D

ebería estar lloviendo. Infiernos, debería haber una tormenta por la forma

miserable en que Gabe se sentía, pero la Madre Naturaleza había bendecido a la capital con un magnífico comienzo para el verano. El buen tiempo servía como un severo contraste con su estado de ánimo y, la verdad, le molestaba un pelín. Sin embargo, allí estaba, descalzo y sin camisa, en el balcón, mirando el sol caer por el horizonte de la ciudad, exactamente como había hecho cada noche durante el mes pasado. Rojos, dorados y morados salpicaban a través de un cielo tan azul pálido que era casi blanco, tan esperanzador, brillante, y un poco salvaje como uno de los cuadros de Audrey. Como Audrey en sí misma. Gabe apretó la barandilla del balcón con tanta fuerza que sus nudillos sonaron. Llamándose a sí mismo tonto en mil formas. Tenía que dejar de pensar en ella. Tenía que dejar de pararse aquí afuera cada noche, observando el atardecer y suspirando por lo que nunca podría ser. Tenía que sacarla de su mente y centrarse en lo importante: el equipo y su formación. Llamaron a la puerta principal y Gabe se obligó a soltar la barandilla e ir a responderla. Iba a medio camino del salón antes de que una clave tintineara en la cerradura y Quinn entrara. —Hey —dijo Quinn y levantó una bolsa de supermercado—. Traje algunas Natty Boh67. Gabe sacudió la cabeza y se dio media vuelta, volviendo a la ventana mientras Quinn se dirigía hacia la cocina con la cerveza. Por un segundo mientras el pomo de

National Bohemian Beer, coloquialmente llamada "Natty Boh", es una cerveza americana originalmente elaborada en Baltimore, Maryland, pero ahora es propiedad de la Pabst Brewing Company. 67

P á g i n a | 224

la puerta se giraba, él había tenido esta estúpida idea de que Audrey había llegado a Washington y… Sí. Completamente estúpido. Sabía que Quinn iba a venir, así que ¿por qué estaba tan malditamente decepcionado de verlo? —No tengo ganas de beber —dijo Gabe. En el mostrador de la cocina, Quinn se detuvo a mitad de camino de abrir una segunda botella. —¿Estás enfermo? —No, no estoy enfermo. —Muy bien. —Abrió la botella y lanzó la tapa y el abridor de botella en el fregadero, luego llevó las dos cervezas de vuelta a la sala de estar. Él le tendió una— . Te ves como si necesitaras una. ¿Has dormido desde que salimos de Colombia? —Por supuesto que sí. —Gabe le arrebató la botella ya que Quinn era lo suficientemente terco como para quedarse allí y tenderla hacia él por siempre. —Ajá —dijo Quinn y deambuló por la habitación—. Este lugar apesta como a vestuario de gimnasio. —No he lavando la ropa. —O lavado los platos. O afeitado. O duchado. —Se detuvo junto a la mesa, llena de cajas de pizza y botellas vacías de cerveza y agua. Gabe pensó que debería estar avergonzado por el estado de su apartamento, pero no pudo encontrar la motivación siquiera para eso. Tal vez estaba enfermo después de todo. Nunca solía tener problemas para motivarse a sí mismo. —He estado muy ocupado. —¿Haciendo qué?, ¿acechando por Internet? —dijo Quinn y giró el monitor de la computadora. Mierda, había dejado abierto el sitio web de Audrey en la pantalla. —Estoy comprobando un cliente. —Se acercó a la mesa en tres zancadas y apartó de un golpe fuerte la mano de Quinn del monitor. Cuando trató de cerrar el sitio, se encontró con que no podía hacerlo. Otra vez. El rostro de Audrey sonreía hacia él desde la página y simplemente… no podía. Apagó el monitor en su lugar— . Eso es todo. —La extrañas —dijo Quinn—. Deberías ir a verla, hablar con ella. ¿Quién sabe? Tal vez incluso te perdone por ser un asno.

P á g i n a | 225

—Espera. —Una sospecha se deslizó a través de la niebla de la depresión que pesaba sobre la mente de Gabe y él entrecerró los ojos hacia su mejor amigo—. ¿Es esto una intervención? —No. Pero vamos, hombre. —Quinn abarcó el apartamento con un movimiento de su brazo—. Esto no eres tú. ¿Qué demonios te pasa? Gabe sintió un tic debajo del ojo y aflojó la tensa mandíbula. —¿Podemos hablar de otra cosa? Como la razón por la que estás aquí. —Sí, pero vas a escucharme a mí primero. Sé que no es asunto mío, pero tengo que decir esto. Te conozco desde hace doce años, y en todo ese tiempo, nunca había soñado con llamarte cobarde. Hasta ahora. Gabe apretó los dientes cuando el golpe dio exactamente donde Quinn había calculado: su orgullo. Él no era un cobarde. —Tomo nota. Ahora, ¿podemos ir a trabajar? ¿Querías hablar conmigo sobre el equipo? Quinn tomó un largo trago de su cerveza y se sentó en el brazo del sofá. —Esa misión en Colombia podría haber ido mucho peor. —No me digas. —Estábamos sin entrenamiento, mal equipados. Pusimos a nuestro equipo en peligro. —Sí, lo sé. —Gabe no pudo evitar la tensión de su tono. Él había puesto a su equipo en peligro, todo porque quería volver a la acción—. Y he estado trabajando todo el día para corregir esos problemas. —Cuando no estás deprimiéndote —murmuró Quinn, pero luego levantó la mano—. Lo siento. Golpe bajo. Sé que has estado partiéndote el culo aquí, pero hay un problema que no se ha abordado todavía. Gabe se sentó en la silla frente a él. —¿Y cuál es ese? —No tenemos suficientes hombres. —He estado buscando en los expedientes. —Necesitamos a un francotirador. Diablos, no. Gabe vio a dónde iba y frunció el ceño. —Sé lo que estás pensando, Q. ¿No había tomado ya esa decisión?

P á g i n a | 226

—Sí, pero necesitamos un francotirador. Uno bueno, por cierto. Seth Harlan es uno de los mejores y él quiere entrar en el equipo. Quiere una segunda oportunidad. Segunda oportunidad. En un destello de comprensión, Gabe repentinamente supo cómo debía sentirse el francotirador. De hecho, ¿no se había sentido de la misma manera hacía apenas un mes y medio, mientras permanecía de pie en la casa de sus padres en su uniforme blanco, temiendo su futuro? AVISPÓN le había dado a él y a todos los otros chicos otra oportunidad. ¿Qué lo detenía de hacer lo mismo por Seth Harlan? Qué demonios. Como si su equipo ya no fuera un grupo dispar y desarrapado. ¿Por qué no añadir a un francotirador potencialmente traumatizado a la mezcla? Y, hablando de las segundas oportunidades, tal vez Quinn tenía razón acerca de otras cosas también. Gabe recogió su cerveza, la vació de un trago, y se levantó. —Está bien, le daré una llamada a Harlan, pero él va a ser tu responsabilidad, Q. —Con eso, se dirigió hacia su dormitorio. Necesitaba una ducha, un afeitado y empacar un bolso. —¿A dónde vas? —demandó Quinn. Gabe se detuvo justo frente a la puerta de su dormitorio y miró su apartamento desordenado, curvando el labio con disgusto para consigo mismo. ¿Por qué infiernos había permitido que se arruinara todo esto? —Yo no soy un cobarde. Quinn levantó la botella a modo de saludo. —Hooyah.

DOMINICAL, COSTA RICA

Si alguien le hubiera dicho a Audrey esta mañana que llegaría a casa de una reunión de almuerzo con su manager en San José para encontrar a Gabriel Bristow nadando en su porción de Pacífico, lo habría llamado loco. —¿Gabe?

P á g i n a | 227

Caminó hasta el final del muelle, segura de que estaba soñando. Tenía que estarlo. Él había protagonizado sus sueños cada noche y todos comenzaron así. Ella llegaba a casa para encontrarlo rogándole perdón por ser un idiota de clase A, entonces una de dos cosas sucedería. Uno, que le gritaría, lo llamaría por un montón de creativas palabras de cuatro letras, y luego lo patearía con la justificación de una mujer despreciada. O dos, caería en sus brazos y le haría el amor salvaje y apasionadamente durante horas antes de vivir felices para siempre. Todavía era un cara o cruz con el cual soñar le gustaba más. ¿Tal vez se había quedado dormida en el viaje de autobús? Pero no se sentía como si estuviera durmiendo. Todo esto era demasiado vívido, y tan buena imaginación como tenia, no creía poder evocar la sensación de la brisa del mar salado jugando con su falda o el calor del sol quemando sus mejillas. Además, si estuviera soñando, el aire, denso por la humedad del verano, no estaría haciendo que su vestido se le pegara por el sudor que chorreaba por su espalda y su cabello no sería un lío muy rizado en estos momentos. Así que él realmente estaba aquí. —¿Gabe? —dijo de nuevo, tan aturdida que no pudo encontrar ninguna otra palabra por unos completos cinco segundos. Negó con la cabeza—. ¿Qué estás haciendo? Manteniéndose a flote en el agua, él la miró. Tenía el cabello peinado hacia atrás, sus largas pestañas se disparaban alrededor de cautelosos ojos dorados. —Bueno, eh, estoy nadando. —¿Viniste hasta Costa Rica para eso? Rata juguetonamente golpeó su cara, y la sonrisa que se extendió sobre su rostro era tan genuina que se derritió la pared de hielo que había tratado de construir alrededor de su corazón para protegerse de su recuerdo. Él acarició la cabeza del delfín, y luego se apoderó de un juguete de cuerda y una pelota de perro que nunca había visto antes y la arrojó a las olas. Con un chirrido feliz, Rata se lanzó tras ella. —Tenía que hacerlo —dijo Gabe—. No hay delfines en D.C. Tú me prometiste nadar con los delfines, mujer. Se ahogó, atrapada en algún lugar entre las lágrimas y la risa. Y allí había estado ella, pensado que él estaba demasiado fuera de sí para oír todo lo que le dijo durante esa larga y horrible noche. —¿Te acuerdas de eso? —Hmm. Vagamente.

P á g i n a | 228

El corazón le dio un salto mortal hacia atrás que habría hecho que sus delfines se orgullecieran, pero no se atrevía a volver a vivir esa noche y sacar a la luz todos los malos recuerdos. Todavía no. No al verlo de nuevo, vivo, bien y aquí, haciéndola tan feliz que luchaba por contener las lágrimas. En cambio, se quitó las sandalias, se sentó en el extremo del muelle, y dejó colgando sus pies en el agua. Ella observó a sus delfines lanzar su nuevo juguete por ahí con tanta emoción que temía que pudiera romperse. —Les trajiste un juguete. —Y si no estaba ya enamorada de él, se habría enamorado locamente en ese momento—. Gracias por eso. Gabe nadó hacia ella, sus fuertes brazos cortando a través de las olas con facilidad. Dios mío, era aún más elegante en el agua que fuera de ella, rápido y ágil como sus delfines. Al llegar al muelle, cruzó los brazos sobre el borde y mantuvo su mitad inferior sumergida, pero sin duda estaba sin traje de baño bajo el agua. —Bueno —dijo con una expresión seriamente burlona—, esta increíble mujer que conocí, una vez me dijo (o en realidad en varias ocasiones) que tenía que aprender modales. Al parecer, es de mala educación aparecer sin un regalo. —Muy cierto. —Ella sofocó una carcajada—. Gabriel Bristow, ¿estás nadando desnudo? —Como he dicho. —Él se sostuvo en sus piernas y se acercó hasta ubicarse entre sus muslos. Sus manos se deslizaron bajo la falda de su vestido de verano, amasando su carne suave—. Es de mala educación presentarse sin un regalo. Los delfines consiguieron el juguete. Tú a mí. Oh, eso lo hizo. Las lágrimas contra las que había estado luchando se desbordaron y ella pasó los dedos por su pelo mojado. —Lo hago, ¿eh? —Durante el tiempo que me aceptes. Yo también estoy enamorado de ti, Audrey. Lo he estado prácticamente desde el primer minuto. —¿Entonces por qué te marchaste? —Y me lastimaste tanto. Aunque no dijo en voz alta esa parte, estaba allí, colgando en el aire entre ellos, palpable, como si las hubiera dicho. —Infiernos, no lo sé. ¿Estupidez? —No voy a discutir eso. —Y, eh… —Vaciló y se aclaró la garganta—. Y miedo.

P á g i n a | 229

¿Su SEAL tenía miedo? De alguna manera, encontró eso muy difícil de creer. —Nada te asusta, marinero. —Tú lo haces. O lo que siento por ti lo hace. Me dejas en carne viva. Expuesto de una manera que… Dios, no puedo ni siquiera ponerlo en palabras. Estaba aterrorizado de conservarte. Aterrorizado de perderte. Yo, eh, todavía lo estoy. — Levantó una mano para mostrarle el ligero temblor en ella—. Nunca he estado tan malditamente asustado en toda mi vida, pero no podía quedarme lejos. He sido miserable. En realidad, no debería ser tan mezquina como para que su confesión la hiciera marearse con una especie de alegría rencorosa. Pero lo estaba y lo hacía. Él había sido igual de miserables el mes pasado como lo había sido ella, lo que casi hizo que todas las lágrimas que había derramado por él valieran la pena. Casi. Pero ella necesitaría agua helada en sus venas para estar enojada con él después de una confesión tan sincera y sentida como esa. —Traté de encontrarte —le dijo ella—. Cuando Bryson salió del hospital, fui al D.C., incluso asistí a una de las obras teatrales de Raffi en Nueva York, esperando que me dijera dónde estabas. No lo hizo, pero sí me dijo hablaría contigo. —¿Hablar? —Gabe resopló—. ¿Así es como lo llamó? Hombre, limpió el suelo conmigo por alejarme de ti. —Hm. Me gusta Raffi aún más ahora que antes. Y me gustaba completamente antes. —Sabía que lo haría. Pero en realidad fue Quinn quien me dio el empujón que necesitaba. Audrey no se molestó en ocultar su incredulidad. —¿En serio? —Me llamó cobarde y tenía razón. —Se levantó aún más para envolver sus brazos alrededor de su cintura y apoyó la cabeza en su regazo—. Quise venir de inmediato, pero tenía que hacerme cargo de algunas cosas del negocio primero. Quería al menos una semana completa contigo sin interrupciones. Dios, eso sonaba como el cielo. —¿Cómo está tu hermano? —preguntó Gabe. Ella suspiró.

P á g i n a | 230

—Ha vuelto a la normalidad, lanzándose al trabajo. Supongo que no debería quejarme. Hace un esfuerzo consciente por estar allí para sus hijos. Y para mí. Incluso vino a mi presentación. Pero… no lo sé. Después de todo eso, esperaba más cambio, supongo. —El cambio es una cosa difícil de hacer. —Sí —estuvo de acuerdo—, lo es. —Y además, Gabe estaba dispuesto a cambiar su vida por dejarla entrar. Oh, Dios. No iba a llorar de nuevo. No. Vayas. A. Llorar. En su lugar, se obligó a sonar casual mientras decía: —Raffi mencionó que se estaba comentando el éxito de tu equipo. Gabe hizo una mueca y le acarició la pierna. —Yo no lo llamaría un éxito. Todavía no sabemos quién estaba tirando las cuerdas de Jacinto. De ninguna manera se le ocurrió todo lo del secuestro por su cuenta, realmente era un idiota. Sin embargo, el EPC ha negado públicamente la implicación y también lo han hecho las demás organizaciones guerrilleras. —Pero atrapaste a los chicos malos, salvaste a mi hermano y comenzaste a hacer una buena reputación para tu equipo. Yo lo llamaría un éxito. —Sí, supongo que sí. —No parecía muy convencido—. Hemos sido inundados con ofertas de contratos. En su mayoría trabajos de seguridad privada, pero no he aceptado ninguno todavía y no lo haré por un tiempo. Los chicos están atravesando un serio entrenamiento en primer lugar. Todos están en la escuela SERE en este momento, a excepción de Quinn. El está sentado en nuestra nueva oficina en D.C. —¿La escuela SERE? —Ella levantó una ceja ante el deleite en su tono—. ¿Quiero saberlo siquiera? —Entrenamiento de Supervivencia, Evasión, Resistencia y Escape —explicó. —Oh, eso suena… horrible. —Lo es. Los chicos odiarán cada segundo de ella, pero los hará más fuertes como individuos y como equipo. Ella le clavó el dedo índice en su costado. —Entonces, ¿por qué no estás allí con ellos? —He estado allí, he hecho eso, conseguí la camiseta, y condenadamente seguro que no quiero hacerlo de nuevo. —Dice el oh, gran y valiente líder.

P á g i n a | 231

Él hizo un sonido evasivo y le acarició el muslo de nuevo, besándola a través de la falda. —Además, tengo otras cosas que hacer. —Hm. —No podía esperar a escuchar esto—. ¿Cómo qué? —Como peinar la inundación de currículums que he recibido de nuevos hombres, averiguar un nombre fácil de recordar para el equipo, pues no estoy de acuerdo con AVISPÓN, y establecer una oficina internacional. —Oh. —¿No acababa eso de desinflar la burbuja? Había creído que seguramente estaba pensando más en la línea de llevarla a la cama por los próximos, oh, cincuenta años—. Bueno. Me gusta AVISPÓN. Levantó la cabeza para darle un ceño oscuro. —Claro que sí. Ella le golpeó la frente con su palma, con la intención de empujarlo de vuelta al agua, pero con sus brazos todavía alrededor de ella, el tirón la arrastró con él. Ella rompió la superficie parpadeando, maldiciéndolo en inglés y español. Él se echó a reír, y el hombre que no sabía cómo desatarse tiró de ella hacia bajo otra vez. Al no haber respirado decentemente antes de ir bajo, luchó por salir a la superficie, pero él la abrazó con fuerza y su boca cubrió la suya. Él le dio su aire y luego lamió el interior de su boca, encendiendo chispas de placer en su vientre. Enganchando sus piernas alrededor de su cintura, lo encontró completamente erecto. Solamente hacía falta un movimiento de su vestido y un meneo de sus caderas y… oh, sí, la llenó hasta que ella jadeó en su boca. Gabe se dirigió hacia la orilla, con cuidado de no romper el contacto de sus bocas o cuerpos, y cada paso lo empujó más profundo, más hondo y a lo más recóndito. Rompieron la superficie juntos, tragando aire antes de que sus bocas se fusionaran de nuevo con urgencia. Él se dejó caer de rodillas en el oleaje y su falda flotó a su alrededor en una nube de color amarillo pálido. —Dios, cariño —gimió él y rodó sus caderas con un torturador ritmo dulce y lento que hacía juego con el ritmo de las olas—. Te he echado de menos. Te sientes… tan… bien. Audrey le acarició el cuello, abriendo la boca sobre el fuerte latido de su pulso. Su piel sabía a sal, arena y hombre, y adoraba la forma en que él se estremeció cuando ella lo besó allí. A diferencia de las otras veces que habían hecho el amor, la construcción al clímax ocurrió lentamente, y la liberación, cuando llegó, se extendió en el olvido, suave y encantadora, como flotando en una nube. Gabe enredó sus dedos en su cabello inclinándole la cabeza hacia arriba y la besó en la frente y la

P á g i n a | 232

nariz. Antes de tomar sus labios, se presionó profundamente por última vez y gimió con su propio clímax. Audrey lo sostuvo mientras lo atravesaba y se rió. Su corazón se sentía tan entero que era eso o llorar de nuevo.

LOS ANGELES, CA

—¿Danny? Cariño, ¿qué haces todavía levantado? Danny Giancarelli levantó la vista de su computadora portátil y le dirigió una sonrisa a su mujer de ojos soñolientos a pesar del terrible dolor de cabeza golpeando directamente en el centro de su frente. Ella vestía una raída camisa del Cuerpo de Marines de sus días en la milicia, la cual él se la había dado antes de su despliegue después del 9/11. Leah le había dicho que la había llevado a la cama todas las noches durante todo el año que él se había ido, e incluso ahora, después de todos estos años, todavía era su camisón favorito. El suyo también. Ella había estado usándola el día que había llegado a casa cuando, sabiendo sin duda y a la madura edad de veinte años que ella era la mujer para él, hizo la pregunta. Ella se la había puesto en su noche de bodas, y fue más sexy que cualquier ropa interior que sus amigas le hubieran comprado para su despedida de soltera. Ella también la había llevado la noche que habían hecho su primer bebé, y cada bebé subsecuente a partir de entonces. Y todavía se veía sexy como el pecado en ella. —Ven aquí. —Le tendió una mano, su anillo de matrimonio brillando en el suave resplandor de su lámpara de escritorio. Cuando ella puso su mano en la suya y él la atrajo a su regazo para darle un beso, pensó, no por primera vez, que era el hijo de puta más afortunado con vida. Leah se echó hacia atrás y pasó su pulgar hacia abajo en el pliegue entre sus cejas. Él había estado notando más y más de esos pliegues en las mañanas cuando se miraba en el espejo para afeitarse. Alrededor de sus ojos. En su boca. En su frente. Se parecía más a su padre cada maldito día. Afortunadamente, no había empezado a perder el pelo todavía como Pop, pero aún así se sentía viejo, especialmente cuando su esposa era tan sexy a los veintinueve años como lo había sido a los dieciocho. —¿Qué pasa? —preguntó ella—. ¿Te preocupa el caso Patterson?

P á g i n a | 233

—No. Una ceja se arqueó de la forma en que lo hacía cuando los niños decían una mentira, y ella le daba una expresión dudosa. —Sí, está bien —admitió—, me está molestando. Su último caso, una situación de rehenes local que involucraba a una chica llamada Sylvia Patterson y su ex-novio, no había tenido el mismo felices-parasiempre que el caso Van Amee, terminando en un asesinato-suicidio. —Pero no como estás pensando —agregó él—. Hice todo lo posible para salvar a esa chica. No fue suficiente, pero eso es parte del trabajo. Lo aceptas y sigues adelante. Tienes que hacerlo o te vuelves loco con la culpa. —Como lo hizo Marcus —dijo Leah. —Sí, como Marcus. —Suspiró—. Me entristece que la chica muriera, pero insistir en eso no va a cambiarlo, así que lo saco de mi cabeza. —Entonces, ¿por qué estás sentado aquí en medio de la noche, buscando… — Se inclinó para echar un vistazo a la pantalla de su computadora—… sea lo que sea que estés buscando? ¿Es eso español? —Sí. Ella parpadeó. —¿Cuando aprendiste a hablar español? —No puedo hablarlo —dijo—. Puedo leerlo bien, lo suficiente como para entender la esencia, de todos modos. —Ajá. Justo cuando creo que no me puedes sorprender más. ¿Qué estás leyendo? Vaciló por un instante antes de responder: —El EPC. Ella dejó escapar un suspiro. —¿Eso es lo que todavía te tiene obsesionado? Pensé que el caso Van Amee era una de tus historias de éxito. No realmente suya. Era de Gabe, Marcus y el resto de su equipo. Si no fuera por ellos, no tenía ninguna duda de que Bryson Van Amee estaría muerto, y Jacinto Rivera y Rorro Salazar estarían libres en algún lugar, millones de dólares más ricos. Bueno, técnicamente Rorro todavía estaba libre, pero la pequeña mierda no se

P á g i n a | 234

consideraba una gran amenaza ya que el supuesto cerebro de la operación, Jacinto, estaba muerto. Excepto, que Jacinto no era conocido por tener cerebro, ¿verdad? Hombre, le dolía la cabeza. Danny cerró la laptop con una palmada y se frotó la sien. —Cariño. —Su esposa lo tranquilizó y apoyó la cabeza en su hombro. Ella olía bien, como el gel de baño de frambuesa que usaba—. Déjalo ir. Ese caso fue una victoria. No entiendo por qué todavía estás obsesionado con eso un mes después. Así no eres tú. —Dios, Lee, lo sé. Pero todo el asunto apesta y no puedo averiguar de dónde viene el hedor. —Okay. —Ella se deslizó fuera de su regazo, se aproximó a la otomana delante de su sillón al otro lado de la habitación, y se sentó sobre ella con las piernas cruzadas de modo que se enfrentaba a él—. Tal vez necesitas una nariz fresca. Danny sonrió. —¿Te he demostrado últimamente cuánto te amo? —No, pero podemos ponernos a eso más adelante. —Ella hizo un gesto de 'vamos' con la mano—. Sácalo para mí, G-man. —Muy bien. —Abrió el portátil y abrió al archivo de Word que había estado conservando desde el final de la situación de rehenes. Luego lo puso todo a su disposición. Todo, desde el secuestro de Bryson Van Amee delante de su apartamento hasta el rescate por Gabe y sus hombres. —Todo lo que sabemos acerca de Jacinto Rivera dice que él era un matón, así de simple —le dijo—. No podría haber planeado algo tan sofisticado como amañar una limusina con gas éter para dejar a Bryson inconsciente. Alguien tuvo que haber estado tirando de sus cadenas, pero según el sitio web que estaba leyendo, el EPC ha condenado a Jacinto por su intento de chantaje y clama que no es responsable. Lo cual no era su modus operandi. Y eso le estaba molestando. —A ellos les gusta que la gente sepa que son capaces de arrebatar a cualquiera de cualquier lugar —continuó—. A Ángel Rivera le gusta propagar esa reputación, pero ayer, según ese sitio, repudió públicamente a su familia restante. —Espera, espera. —Leah levantó las manos para detenerlo—. Su familia restante. ¿Estás seguro de que eso es lo que dice? ¿No lo tradujiste mal?

P á g i n a | 235

Abrió la laptop, buscó la página web en el historial del navegador, y releyó el párrafo. —No, eso es exactamente lo que dice. —Bueno, esa es una elección extraña de palabras, ¿no te parece? ¿Quiero decir, no era Jacinto su único hermano? —Sí, lo era. ¿Tal vez sea una cuestión de cultura? —Danny reflexionó sobre eso por un segundo, haciendo girar su anillo de bodas en su dedo—. No, espera, creo que había una hermana… —Buscó otro archivo y revisó la información—. Claudia Rivera. Ella ha estado desaparecida desde agosto del 2005, dada por muerta. Leah abrió la boca, pero se congeló antes de pronunciar un sonido y sus ojos se agrandaron detrás de sus gafas. Se arrastró fuera de la otomana y salió de la habitación. —Um, ¿Lee? Regresó, hojeando un viejo libro de nombres de bebés que habían comprado hacía cinco años cuando descubrieron que estaban esperando gemelos. —Jesús, Lee. ¿Todavía tienes esa cosa? —Es divertido mirarlo. Además —dijo ella, y le dedicó una ladeada sonrisa socarrona—. Nunca sabes cuándo podremos necesitarlo de nuevo. —Oh, no. —Él levantó las manos—. Acordamos parar en tres. —En realidad, fue en dos, y el tercero fue una sorpresa. No estoy totalmente en contra de un cuarto, pero tendrá que ser antes de que cumpla los treinta y cinco. —Con eso, volvió toda su atención al libro, dejándolo sentado allí atrapando moscas con la boca. —Lee, vamos, me estoy poniendo demasiado viejo para hacer toda la cosa de recién nacidos de nuevo. Los gemelos casi nos mataron, ¿recuerdas? No puedes dejar caer esa bomba sobre mí y esperar… Ella golpeó el libro en frente de él y apuntó un nombre. —Mira. Encontré lo que te huele mal. Él tomó el libro. Leyó el pasaje una vez. Dos veces. Y… mierda… repentinamente vio todo el caso con una nueva luz. —Sí, nena, yo creo que sí.

P á g i n a | 236

DOMINICAL, COSTA RICA

Para un hombre que no sabía cómo desatarse, Gabe estaba haciendo un muy buen trabajo. Ella nunca lo había visto tan despreocupado, tan relajado, tan… contento. Yacía echado a su lado, su pierna llena de cicatrices sobre las dos suyas, sus ojos cerrados. Si no fuera por sus dedos moviéndose ociosamente por su cabello, ella pensaría que estaba dormido, tan completamente sin fuerzas. Ella se apoyó en un codo para mirar hacia él. Tenía el aspecto de un hombre feliz, bien satisfecho, y le dio un poco de entusiasmo haber tenido algo que ver con esa expresión en su rostro. Quería pintarlo de esta forma, con la luz de la luna entrando por las ventanas y brillando en sus placas de identificación. Su guerrero herido. Su fuerte SEAL. Su musa. Su amor. Dios, lo amaba. Ella sonrió y le dio un empujón en las costillas hasta que él gimió y abrió un ojo. —¿Qué pasa, mujer? Quiero dormir. Me agotas. —Antes mencionaste una oficina internacional. ¿Dónde? —Ella esperaba que no fuera al otro lado del mundo, o de lo contrario nunca lo vería. Ambos ojos se abrieron ahora, su expresión volviéndose seria. —Bueno. —Se humedeció los labios—. Estaba pensando aquí en Costa Rica. —¿No en Europa? —Podríamos abrir una allí con el tiempo, pero no. No en Europa. —¿Por mí? —Hubieron varias razones. Precio, ubicación, leyes locales… pero tú fuiste el factor más importante en mi decisión —admitió y se dio la vuelta para que estuvieran cara a cara. Él curvó un brazo debajo de su almohada y delineó su mejilla con un dedo de su mano libre—. Sé que te encanta estar aquí y no podría pedirte que te mudaras. Así que me vengo contigo. Yo, uh, tenía la esperanza… iba a pedirte…

P á g i n a | 237

Gabe se detuvo, tomando una respiración. Ella nunca lo había visto tan nervioso y una pequeña emoción se agitó en su vientre. ¿Iba a…? No, ni siquiera lo pensaría todavía, demasiado aterrada de traer mala suerte sobre sí misma. —Audrey —dijo en voz baja—, ¿te mudarías conmigo? Bueno, en cuanto a propuestas, no era exactamente lo que había estado esperando. Pero era un comienzo. Un muy buen comienzo. Tendría que animarlo a la idea del matrimonio, porque tenía toda la intención de ser su esposa antes de fin de año. Ella se inclinó para darle un beso. —Técnicamente, tú te mudarás conmigo. El alivio llenó sus hermosos ojos dorados. —¿Eso es un sí? Hombre tonto. ¿Había pensado honestamente que ella lo rechazaría? —Por supuesto que es un sí. Con un grito de triunfo, él la rodó debajo de su cuerpo y la besó mareándola. Su mano acarició de la curva de su cintura a la cadera y se sumergió entre sus muslos, empujando sus piernas mientras sus nudillos rozaban su punto más sensible. Estuvo tentada —oh, guao, especialmente cuando hizo eso con sus dedos— a dejarlo seguir, pero un golpe sonó en la puerta principal. Ella golpeó sus manos contra su pecho. —Espera, chico. Alguien está aquí. —Ignóralo —murmuró y se deslizó hacia abajo por su cuerpo hasta que sus labios rozaron la cara interna de su muslo, su lengua serpenteando para tentar la carne sensible allí—. Tengo planes para ti. Sus músculos abdominales se apretaron ante la idea. Tal vez… El golpe sonó de nuevo, más persistente que educado en esta ocasión. Maldita sea. Ella se retorció debajo de él. —No se van a largar. —Audrey… —Balanceándose sobre sus manos y rodillas sobre el colchón, él bajó la cabeza y dejó escapar un largo suspiro.

P á g i n a | 238

—Oh, pobre bebé, le quitaron su juguete favorito. —Ella golpeó su muy atractivo trasero—. Jugaremos más tarde. Vístete. —Desnudos es más divertido. —También es inapropiado para la compañía. —Ella encontró su vestido de verano descartado, arrugado y todavía un poco húmedo por su nado anterior, pero serviría. Se lo pasó por la cabeza y se dirigió hacia la puerta del dormitorio. —Audrey, espera. Se dio la vuelta ante la extraña la nota en su voz. —¿Qué pasa? Atrás estaba la tensión que el día había drenado de él. Muy lentamente, moviéndose como un gato acechando a su presa a la luz de la luna, se deslizó fuera de la cama. —Mira el reloj. ¿Quién estaría visitando a esta hora de la noche? Ella se encogió de hombros. —Tal vez es un vecino. Los tengo, ¿sabes? —Excepto que el más cercano estaba a una milla bajando por la carretera, y Gabe tenía razón, la media noche no era un momento normal para una visita a la antigua de un buen vecino. —Quédate aquí. —Él se inclinó y la besó intensamente antes de que pudiera protestar—. Por favor. Esto no se siente bien. Déjame comprobar primero. Ella tragó saliva y asintió, su propia ansiedad clavándose ante la preocupación que veía en sus ojos mientras él se ponía un par de pantalones cortos camuflados. —Ten cuidado. —Siempre. —Después de otro rápido beso tranquilizador, desapareció por el pasillo con su arma en la mano. Ella esperó. Y esperó. No escuchó nada y su corazón se desbocó, tamborileando una cumbia en su caja torácica hasta que no pudo soportarlo más. Se asomó al pasillo y vio a Gabe de pie en la puerta mosquitera de la entrada, frunciendo el ceño hacia una sombra oscura al otro lado. —¿Audrey? —gritó la sombra—. ¿Eres tú? ¿Quién es este tipo?

P á g i n a | 239

Ante la voz familiar, dejó escapar un suspiro de alivio y se dirigió hacia el lado de Gabe. Él dio una leve inclinación de cabeza, concediendo la falsa alarma, y enfundó su arma. Jesús, iba a matarlo por asustarla así. Ella encendió la luz del porche, iluminando el rostro de su cuñada. —¿Qué estás haciendo aquí, Chloe?

P á g i n a | 240

Capítulo 24 SAN DIEGO, CA.

M

aldito Gabe Bristow. Y Quinn. Y su maldito equipo en formación.

Marcus dejó caer su bolso en el interior de su condominio y arrastró sus piernas, que se sentían como un Twizzlers68, hasta el sofá de cuero de gran tamaño antes de caer boca abajo en los cojines. Magullado. Con ampollas. Quemado por el sol. Sediento. Sucio. Sus dolores tenían dolores. Y estaba bastante seguro de que los dolores de sus dolores se estaban reproduciendo como conejos. Pero bueno, al menos había conseguido volver a casa y dormir en su propia cama esta noche a diferencia del resto de los chicos, que estaban atrapados en un hotel cerca de la base naval. Entrenamiento SERE. Ja. Podrían más bien llamarlo Entrenamiento Reventarte Hasta Que Llores Por Tu Mami. Entrenamiento Bienvenido Al Noveno Círculo Del Infierno. Entrenamiento Exponer Y Explotar Cada Debilidad Tuya. Pero él no se había resquebrajado. Ninguno de ellos lo había hecho, ni siquiera el pequeño y escuálido Harvard. Todos se inclinaban sobre sus límites y más allá de ellos, pero no se habían roto. Tan pronto como su cuerpo dejó de palpitar, Marcus pensó que podría encontrar algo de orgullo en eso. Tomen eso, SEALs de la Fuerza Naval. Marcus se despertó de golpe por el sonido de su teléfono vibrando cerca de su cabeza. No había sido consciente de conciliar el sueño, pero había rodado fuera del sofá y ahora yacía con la cabeza debajo de la mesa de café. Cuando forzó sus ojos a abrirse, vio el teléfono dando saltitos encima del cristal. Incluso podía ver el identificador de llamadas. Giancarelli.

68

Twizzlers: es una marca popular de caramelos con sabor a fruta en los Estados Unidos y en Canadá.

P á g i n a | 241

Si fuera cualquier otra persona, él lo ignoraría, se arrastraría a la ducha y luego se desmayaría en su maldita cama king size, durmiendo en su esponjoso colchón durante tres días. O cuatro. Infiernos, una semana entera. Pero era Giancarelli. Su mejor amigo. El chico al que había abandonado durante casi dos años, sin ni siquiera un te-veré-luego porque había estado sintiendo lástima por sí mismo. Marcus tanteó sobre el borde de la mesa hasta que se apoderó del teléfono. No tenía la energía para sentarse. —Hey. —Mierda, no me digas que estás borracho —dijo Danny. ¿Borracho? Sí, probablemente sonaba de esa manera, se dio cuenta Marcus. —No. Cansado. ¿Qué pasa? —Necesito ponerme en contacto con Gabe, pero no tengo su número. —No puedes. Está en Costa Rica con Audrey. —El muy cabrón. Disfrutando de la vida con su mujer en un paraíso tropical mientras sus hombres eran todo excepto torturados por sus amigos SEAL. Por supuesto, Marcus tuvo que admitir, el hombre se merecía algo de tiempo libre después de haber sido tomado como rehén, molido a palos y herido de un disparo. —¿Y el otro? ¿Quinn? —preguntó Danny. La urgencia en la voz de Giancarelli penetró la niebla en su cerebro. Finalmente se deslizó de debajo de la mesa y apoyó la espalda contra el sofá. —¿Qué está pasando? —Sé quién estaba tirando de las cuerdas de Jacinto Rivera. Sé quién está detrás del complot del secuestro. El FBI no me dará ni la hora hasta que tenga una prueba, pero Bryson Van Amee necesita protección lo antes posible. Marcus resopló y trató de estirar las piernas. Cristo, hasta su médula ósea dolía. —¿Protección? ¿De quién? ¿De la cabeza hueca de su mujer? El silencio de Giancarelli habló más fuerte que cualquier cosa que podría haber dicho y Marcus se enderezó. —Se suponía que iba a ser una broma. —¿Sueno como si estuviera bromeando? —dijo Giancarelli—. Es Chloe. Lo cual mi muy bella e inteligente mujer notó ya que ese es un apodo para Claudia. Como

P á g i n a | 242

Claudia Rivera, quien desapareció de Bogotá en agosto, hace seis años. Y adivina quién apareció en los Estados Unidos en septiembre hace seis años. Chloe Smith, quien se convirtió en Chloe Van Amee unos tres meses después de eso. Jesucristo. Si Giancarelli tenía razón… Marcus se arrastró a sus pies y encendió su portátil. Cuando llegó el Internet, no se sorprendió al encontrar a Harvard en línea y metió el teléfono en su hombro para escribir un mensaje instantáneo: H, TENGO ALG P TI69. Mientras escribía, le preguntó: —¿Qué tan seguro estás de esto, Dan? —Malditamente. Lo siento en mis entrañas. Y Danny tenía un buen historial de sentimientos viscerales. —Bueno. Espera. —Dejó a un lado el celular y escribió otro mensaje. ¿PUED HAC 1 CDA P MÍ70? Harvard se apresuró a responder: ¿NOMBRE? CLAUDIA RIVERA SALAZAR. YA LO TENGO. ¿QUIERES QUE TE LO ENVÍE? Marcus sonrió ante la necesidad de Harvard de utilizar el idioma apropiadamente, incluso en mensajes instantáneos. XFA y GRAXS71. Recogió el teléfono otra vez, pero lo dejó y tecleó, ¿TIENES EL DE CHLOE VAN AMEE TAMBIÉN? NO, respondió Harvard. NUNCA VI LA NECESIDAD DE MIRARLA. X FA REVISA TAMBIÉN SU IAP72 Y ENVÍAME LA INFO. La computadora emitió un pitido con un correo electrónico entrante. Él hizo aparecer el Firefox para acceder a su bandeja de entrada y llevó el teléfono a su oreja de nuevo. —Danny, ¿sigues ahí? —¿Qué has descubierto? —preguntó.

69 70 71 72

Abreviaturas de: Hola, tengo algo para ti. Abreviaturas de: ¿puedes hacer una comprobación de antecedentes para mí? Abreviaturas de: por favor y gracias. Siglas de: información y archivo personal.

P á g i n a | 243

—Harvard me envió un correo electrónico. Dame un segundo —Lo leyó y maldijo en voz alta y por un buen rato, abriendo la imagen adjunta mientras su MI 73 sonaba con otro mensaje de Harvard: SANTA MIERDA. La foto se abrió y Marcus miró hacia la cara de una Claudia Rivera adolescente. Su MI sonó con otra imagen, una de Chloe de pie junto a su marido. ¿ESA ES CHLOE VAN AMEE?, preguntó Harvard. SEP, tecleó y le dijo a Danny: —Solamente tiene una foto de Claudia y una de Chloe y estoy mirándolas lado a lado. Creo que estás en lo cierto. Chloe tiene unos siete kilos menos, tiene más tetas, labios más llenos, una nariz más recta y el cabello rubio, pero todavía hay un gran parecido. Demasiado para ser una coincidencia. Danny maldijo. —Siempre es el cónyuge, hombre. Es tan obvio y sin embargo lo pasamos por alto porque ella actuó su parte como una merecedora de un Premio de la Academia. Ni siquiera tiene acento. Excepto… —Hizo una pausa—. Lo oí una o dos veces cuando dijo ciertas palabras. No pude ubicarlo en el momento, pero recuerdo haberme preguntado al respecto. —Muy bien, escucha —dijo Marcus—. Voy a hacer que Harvard te envíe todo lo que encuentre a tu correo. Trata de conseguir que la Agencia se involucre. Me pondré en contacto con Quinn y veré si podemos poner una protección sobre Van Amee. Mantente en contacto. Colgó y se encontraba en proceso de cambiarse la ropa cuando su teléfono sonó de nuevo. Esperaba que fuera Giancarelli, pero era Harvard. Puso el teléfono en altavoz, se quitó la camisa sucia y agarró una limpia de su cómoda. —Bonito momento, hombre. Estaba a punto de llamarte… —Revisé los registros financieros de Chloe Van Amee —dijo Harvard sin preámbulos—. Sus cuentas personales están casi secas, pero logró reunir lo suficiente como para comprar un billete de primera clase hacia Costa Rica. Para esta noche. Su avión llegó a San José hace dos horas.

73

Siglas de Mensajería Instantánea.

P á g i n a | 244

Chloe parpadeó cuando Gabe deslizó un brazo protectoramente alrededor de la cintura de Audrey. Si ella tuviera menos bótox inyectado en la cara, esa expresión contraída podría haber sido un ceño fruncido. —¿Quién es él? —preguntó de nuevo con una voz llena de sospecha y una pizca de especulación chismosa. Audrey ignoró la pregunta, y en su lugar respondió con un par de las suyas. —¿Dónde está Bryson? ¿Está bien? Chloe no era el tipo de cuñada que se dejaba caer sin anunciarse. Ni siquiera era el tipo que iba de visitas habiéndose anunciado. Hasta hacía cinco minutos, Audrey habría apostado sus ahorros de toda la vida a que Chloe no vería jamás el interior de su hogar, sin embargo, aquí estaba de pie en su porche, mirando con recelo a Gabe. Vaya, ¿hoy era el día de las visitas inesperadas o qué? —Quería hablar contigo —dijo Chloe. —¿No podías hacerlo por teléfono? —preguntó Gabe. Sus labios demasiado carnosos se apretaron. —No. No podía. —Entonces ella lo miró con un ojo crítico—. Eres uno de los hombres que rescataron a mi marido. Él inclinó la cabeza. —Lo soy. —¿Qué estás haciendo aquí? Audrey abrió la boca para decir que no era asunto de Chloe, pero Gabe habló sobre ella. —Vivo aquí. Le dio un poco de emoción el oírselo decir. ¿Y qué si técnicamente no tenía ninguna de sus pertenencias aquí todavía? Sólo el hecho de que lo dijera con esa nota de finalidad en su voz la hizo ponerse toda cálida y pegajosa en el interior. Vivía aquí. Con ella. Chloe carraspeó.

P á g i n a | 245

—¿No vas a invitarme a entrar? —Estamos ocupados —dijo Gabe y el rostro de Audrey enrojeció. Oh, Dios. Lo último que necesitaba era que Chloe le informara a su hermano que estaba arrejuntándose con un hombre, haciendo el tipo de cosas que mantienen a los hombres y mujeres sanos ocupados en medio de la noche. Chloe haría de la situación el apocalipsis y transformaría a Gabe en Lucifer, y Bryson montaría uno de sus alborotos de hermanos antes de que tuviera la oportunidad de darle facilidad a la idea de que ella estuviera viviendo con un amante. Le dio un codazo a Gabe en su costado con una suave reprimenda: —Gabriel. —Pero él no pareció darse cuenta. —A menos que sea una emergencia —dijo—, le sugiero que trate de volver en la mañana. Algo brilló en los ojos oscuros de Chloe, pero bajó la cabeza antes de que Audrey fuera capaz de identificar la emoción. Ira, tal vez. Chloe solía tener la mecha corta, y tener a alguien diciéndole en pocas palabras que se fuera no era algo que le sucediera a menudo a la mimada mujer. Desde luego, no era miedo. Una persona tenía que ser inteligente para tener miedo de alguien de la talla de Gabe, y su cuñada no era conocida por su cerebro. —Chloe, es tarde y estoy cansada. Estoy segura de que tú también, si acabas de llegar. —Audrey intentó mantener su voz suave y tranquilizadora por los dos— . Siempre y cuando Bryson esté bien, no hay necesidad de esto ahora mismo. Vuelve por la mañana y podremos hablar o lo que sea en el desayuno, ¿de acuerdo? Chloe vaciló. —A solas. —Infiernos, no… Audrey cortó la protesta de Gabe con un dedo sobre sus labios. —Sí, a solas. Te veré en la mañana. Incluso después de que la puerta se cerrara, Audrey mantuvo su dedo presionado sobre sus labios. La expresión de sus ojos dorados fue de cabreada a testaruda, luego destellando por la excitación al tiempo que abría la boca y chupaba el dedo hacia dentro. Ella se echó a reír incluso mientras la sensación se desataba desde la punta de su dedo y crepitaba a través de su sangre y hasta su vientre. —¿No has tenido suficiente antes?

P á g i n a | 246

—Nunca tendré suficiente de ti, mujer. —Después de una última lamida, liberó su dedo y se trasladó a la ventana, aún en modo de guerrero, lleno de esa gracia felina mortal. Separó las cortinas. Los faros de Chloe iluminaron los duros ángulos de su rostro mientras ella salía de la vía de entrada. —No me gusta ella. Audrey dejó escapar un resoplido de risa. —Vamos, cariño. Es un dolor en el culo, pero es inofensiva. —No sé nada de inofensiva. Hay algo en ella… —Se apartó de la ventana y movió los hombros como si tratara de quitarse de encima un escalofrío—. No es propio de ella visitar, ¿verdad? —No lo es. Sinceramente, no creía que siquiera supiera dónde vivía. —Sí, sobre eso. No me gusta salir de lo común. —Después de recoger la pistola que había dejado sobre la mesa del vestíbulo, le dio un beso rápido—. Ve a la cama. Voy a comprobar el terreno, asegurarme de que estamos a salvo, luego vendré adentro. Ella agarró su rostro entre las manos. —Ten cuidado, Gabriel, tu paranoia se está mostrando. —Probablemente. —Su leve sonrisa nunca tocó sus ojos—. Pero sígueme la corriente. Enciérrate en la habitación hasta que yo vuelva, ¿de acuerdo? Audrey lo vio deslizarse por la puerta principal y desvanecerse en la noche. Ella suspiró y se dirigió hacia el dormitorio siguiendo las órdenes de su SEAL. Supuso que esto era algo a lo que tendría que acostumbrarse, aunque planeaba aliviar su constante temor a ser atacados. Esa no era forma para que alguien viviera, ni siquiera un ex SEAL. Todo el mundo necesitaba un refugio, un lugar sin tocar por el mundo exterior, donde pudiera bajar la guardia. Este iba a ser el refugio de Gabe Bristow. Ella se aseguraría de eso. Lo escuchó entrar por la puerta de atrás justo cuando estaba arreglando la colcha arrugada en la cama por el sexo. Se detuvo en la cocina durante tanto tiempo que ella finalmente se cansó de esperar y abrió la puerta del dormitorio. —¿Gabe? Pasos. Excepto que no, aquellos no podían pertenecer a Gabe. Sonaba como el zapateo de un caballo de tiro atravesando la cocina y tan grande como era él, nunca caminaba con botas pesadas, siempre era como un fantasma incluso en la comodidad de su

P á g i n a | 247

propia casa. Más de una vez la había asustado hoy, moviéndose furtivamente detrás de ella con sus apenas notables pisadas. Una sombra apareció al final del corto pasillo, iluminada por la lámpara que siempre dejaba encendida en la sala de estar. Definitivamente no era Gabe. Demasiado bajo. Demasiado flaco. Oh, Dios. Tan silenciosamente como pudo, cerró con llave la puerta del dormitorio. No tenía forma de saber si el intruso la había visto —el interior del pasillo estaba siempre oscuro y la forma en que la puerta estaba situada en la pared con una pequeña hendidura proporcionaba un poco de protección— pero por los sonidos de sus pasos, eso no importaba. Él conocía el diseño de la casa y pasó por alto el cuarto de lavado, el baño de invitados y el dormitorio extra, moviéndose con una precisión infalible hacia el dormitorio principal. Hacia ella.

Algo no estaba bien. Todo parecía normal. La luna casi llena flotaba sobre el océano en el cielo entintado, proporcionando una buena vista de la casa y el patio, y Gabe no vio nada fuera de lugar. Ninguna sombra extraña que no debería estar ahí, ningún movimiento excepto el vaivén de las palmeras, sin sonidos además del suave chapoteo del mar contra el muelle. Tranquilo. Él no podía evitar la sensación visceral de que algo estaba muy fuera de lugar, y sabía que no debía discutir con su instinto, había salvado su culo en más situaciones casi fatales de las que cualquier hombre debería sobrevivir. Así que caminó por los jardines de nuevo, todavía sin encontrar nada, y sus instintos aún le decían que eso no importaba. Fue hasta el final de la carretera y miró a ambos lados del estrecho camino vacío. Tal vez debería agarrar a Audrey y llevarla a un hotel para pasar la noche. Tenía próxima a cero la seguridad, algo que planeaba arreglar si iba a vivir aquí, y su sistema de mierda tenía tantos agujeros que funcionaría mejor como un colador que como un sistema de seguridad. En realidad, eso sonaba como una muy buena idea. Él dormiría mejor esta noche sabiendo que estaban seguros. Mañana haría algunas llamadas y movería

P á g i n a | 248

algunos hilos para tener un especialista en seguridad aquí al mediodía. Tal vez el cuñado de Jean-Luc querría el trabajo. Se dio la vuelta para regresar a la casa y por el rabillo del ojo captó un destello de luz de la luna sobre algo en la calle. Un auto, un sedán azul, estacionado en el follaje junto a la carretera. Dado que Audrey no tenía vecinos inmediatos y vivía en una sinuosa carretera raramente utilizada que se enfrentaba a una batalla constantemente perdida con la selva invasora, no era normal que un auto simplemente se situara en la calle. Esa era probablemente la causa de su malestar. Apostaría su pie bueno a que era el auto de Chloe, y él no era un hombre de apuestas. La gente simplemente no se aparece para una visita personal al azar en medio de la noche a menos que hubiera un problema. Y menos la gente adinerada y mimada como Chloe Van Amee. Solamente podía llegar a un par de razones por las que habría dejado el auto aquí, en este punto específico, oculto de la vista, y ninguna de ellas era buena. Con el arma apuntada, él se fundió en las sombras de la selva junto a la carretera y se dirigió hacia el auto, manteniéndose hacia abajo y hacia la derecha de modo que estuviera en el punto ciego del conductor. ¿Y qué tenemos aquí? No estaba abandonado. Chloe seguía sentada en el asiento del conductor. Ella saltó cuando él abrió la puerta del lado del pasajero y apuntó su arma hacia su frente. —Hola —dijo—. ¿Te importa si me uno a ti? ¿No? Fantástico. Sus ojos se movieron de su pistola a su cara y luego los retiró. —No deberías estar aquí. —Podría decir lo mismo de usted, señora Van Amee. Sus manos se tensaron sobre el volante hasta que sus uñas cuidadas se clavaron en el cuero trenzado. —No lo entenderías. —¿Qué no entendería? Ella apretó esos labios grotescos, inyectados con colágeno, negándose a contestar. —Chloe. —Él transformó su nombre en el equivalente verbal de un puñal doblemente afilado, y ella se estremeció. —Lo siento. —Se dio la vuelta en el asiento, sus ojos marrones amplios y desolados mientras las lágrimas se desbordaban—. Dios, lo siento mucho. Y-yo amo a mi marido, y no pensé que alguien saldría herido. Rorro… —Ella dijo su nombre

P á g i n a | 249

con una inflexión de español, rodando las eres, y Gabe levantó una mano para detenerla. El promedio de las mujeres estadounidenses de Kansas no podían rodar sus eres así. —Tu verdadero nombre no es Chloe —dijo—. ¿Quién eres tú? —Claudia. —Así de sencillo, ella dejó caer el perfecto acento del Medio Oeste, y los sonidos cadenciosos del español colombiano se entrelazaron en sus palabras— . Mi nombre es Claudia Rivera. —Jesucristo. La hermana desaparecida de Ángel y Jacinto. —¿Cómo diablos se habían perdido todos ellos esa conexión? Su primer impulso fue volver con Audrey tan rápido como su pie cojo pudiera llevarlo. El segundo fue dispararle a Chloe Van Amee por principios, porque de repente supo quien había preparado el secuestro de Bryson y causado tanta angustia a Audrey. Chloe podía no haber sido la autora intelectual, pero ella estaba en esta tormenta de mierda hasta su trasero liposuctionado. —Traté de alejarme de ellos —sollozaba Claudia—. No quiero ser parte de mi familia, pero ellos me arrastraron de vuelta. Rorro me llamó hace un año y me dijo que le diría a Bryson quién era y lo que había hecho en Colombia si no estaba de acuerdo con sus planes. No tenía otra opción. No quería perder a mi esposo. Mi casa. Ella no dijo nada acerca de sus hijos, y para sus adentros, Gabe se condolía por esos pobres chicos. Él sabía exactamente lo que era crecer con una madre que ponía todo en las apariencias correctas pero en realidad no le importaba nadie más que sí misma. Al menos Grayson y Ashton aún tenían una tía y un padre cariñosos. Tal vez. —¿Qué planes? —exigió Gabe. —Al principio él solamente quería dinero —dijo Claudia—. Pero me exprimió. El subsidio que Bryson me daba no era suficiente y yo no podía sacar de nuestras cuentas conjuntas sin hacerle sospechar. Cuando le expliqué eso a Rorro, él dijo que teníamos que pensar en otra manera para que yo pagara. Entonces vio una estúpida película de acción y eso le dio la idea de secuestrar a Bryson por un rescate y culpar al EPC. Me hizo llamar a Jacinto con el plan porque no quería que nadie supiera que él no es tan tonto como pretende ser. Le gusta cuando la gente lo subestima. Gabe volvió a pensar en el ataque, y mierda, eso era exactamente lo que él había hecho, incluso después de que Luis Mena le había advertido que Rorro era vicioso y no debía ser subestimado. Todos pensaban que Rorro había tirado a su primo a los lobos por miedo, pero había sido un movimiento más calculado que eso. Había

P á g i n a | 250

considerado que la utilidad de Jacinto era obsoleta y dispuso de él como un ranchero con un caballo cojo. Un escalofrío se disparó por la espalda de Gabe y se le clavó en el culo. —¿Dónde está ahora? Claudia miró hacia él. A la luz de la voluminosa luna blanca sobre sus cabezas, su rostro plastificado tomó el aspecto macabro de un cráneo con mejillas hundidas y una oquedad peculiar en sus ojos. Era la misma mirada que había visto en los soldados que habían observado a la muerte de frente y salido con vida. La misma vacía y solitaria mirada que Gabe veía cada vez que miraba a Quinn. —Claudia. ¿Dónde. Esta. Él? —Piensa que es culpa de Audrey que no recibiera el dinero del rescate, porque ella llamó al FBI y armó todo. —Se humedeció los labios y miró hacia otro lado. La culpa espesó su voz—. Él va a matarla.

P á g i n a | 251

Capítulo 25 A

rma. Ella necesitaba un arma.

Audrey miró a su alrededor y vio la lámpara de noche. Había funcionado cuando pensó que Jean-Luc la estaba atacando en el apartamento de Bryson en Bogotá, pero Jean-Luc no había querido hacerle daño. De alguna manera, ella no creía que el hombre golpeando contra la puerta que había bloqueado con su cómoda se sintiera de la misma manera. Su único propósito era hacerle daño. ¿Dónde estaba Gabe? ¿Este hombre le había hecho daño? Oh, Dios. Okay, piensa. Tenía que haber algo aquí que pudiera utilizar como arma. Estabilizándose con una respiración fortificante, volvió a mirar a su alrededor. Además de la lámpara, había fotos enmarcadas de Bryson, sus sobrinos y sus padres sobre la mesita de noche. Botellas de perfume y loción tintineaban en su cómoda, pero más se caían con cada empujón del hombre al otro lado de la puerta. El aroma de las botellas rotas era empalagoso, flores, frutas y especias llenaban su cabeza haciéndola marearse, y prometió que nunca se pondría otra gota de esas cosas si sobrevivía a esto. Su armario. Debía tener algo ahí. Abrió la puerta. Perchas. Y ninguna de ellas era siquiera de metal. Una plancha y una tabla de planchar. Ella agarró la plancha y la conectó. Si todo lo demás fallaba, podría golpearlo con ella cuando todavía estuviera caliente. Los golpes en la puerta de la habitación se detuvieron. Hizo una pausa por un segundo y medio y escuchó. No oyó nada al otro lado, pero no se atrevía a tener esperanza de que él se hubiera ido. Así es como la gente mueren en las películas de terror. Se zambulló de nuevo en el armario y encontró un cuchillo roto al que le faltaba la mitad del mango de madera. Mejor que nada. Arriba en el estante estaban los recipientes de plástico llenos de toda la basura miscelánea que ella había empujado fuera de la vista, sacándola de su mente para ordenar en algún día lluvioso. Tornillos sueltos, cositas de plástico y cuerdas de

P á g i n a | 252

quién sabe qué. Tarjetas de cumpleaños viejas, declaraciones de impuestos, correo basura aleatorio que nunca tiró. Nada de eso iba a ayudarla. Oh, ¿por qué no podía estar en la cocina? Ella tenía todo tipo de armas allí. Cuchillos de carnicero, sartenes. El juego de escarpelos X-Acto para esculpir, limas y cuchillas de paletas tres veces del tamaño de una mano. Fragmentos de escultura de metal y materiales de soldadura. Manuales, pegamentos y… Disolventes de pinturas. Audrey se congeló. A pesar del abrumador olor del perfume, ella captó el tufo acre de pino de la trementina, oyó el chapoteo golpeando la puerta y vio el charco rezumando por debajo. No, no, no, no. Se arrastró hacia atrás, lejos del charco creciente. Los gases quemaron su nariz y ojos y se hizo un ovillo en el rincón más alejado de la habitación, enterrando su nariz en el borde de su camiseta. Algo cayó a sus espaldas y golpeó su hombro. El bastón de Gabe. Lo agarró y lo sostuvo contra su pecho como un niño sosteniendo un oso de peluche para defenderse del hombre del saco. Gabe. Recordaba el miedo y el asombro en sus ojos mientras él le decía lo mucho que amarla lo asustaba. Lo asustaba, a su valiente SEAL. Dios, el pensamiento de lo que podría hacer cuando ella se hubiera ido la asustaba más que la idea de morir. No, ella no podía morir y dejarlo a su suerte. Él la necesitaba. Audrey se apoderó del bastón como un bate de béisbol y se levantó, caminando de puntillas alrededor del charco de trementina. La forma más fácil sería por la ventana, pero no se atrevió, demasiado asustada de que el intruso estuviera esperando ahí fuera. Él probablemente no esperaba que ella saliera por la puerta, blandiendo un bastón como una loca, así que eso era exactamente lo que ella haría. Escuchó, pero no oyó nada en el pasillo. Tenía sentido. Si su intruso planeaba quemarla hasta la muerte, él saldría antes de encender el fósforo. Lo cual podría estar haciendo en este mismo momento. El miedo amenazó con congelarla. El olor del pesado químico amenazó con ahogarla, y la habitación se transformó en una casa de espejo de circo ante sus ojos, todo estirado y tambaleante. El suelo subió y cayó debajo de sus pies, y el corto viaje hasta la puerta fue una hazaña de equilibrio que habría puesto verde de envidia a cualquier gimnasta ganador de una medalla de oro. La siguiente en la barra de equilibrio: Audrey Van Amee.

P á g i n a | 253

Ella se rió. Se detuvo. Sacudió su cabeza. Nada de esto era gracioso. Mantente enfocada. Si dejaba que los productos químicos la atraparan, estaba muerta. Empujó la cómoda a un lado, sus patas chirriando al arrastrarse por el piso de madera. Ella no se permitió pensar en cómo eso lo podría alertar y abrió la puerta. Él estaba allí en el pasillo, dejando a un lado una lata vacía de trementina, sonriéndole mientras metía la mano en el bolsillo. Un destello de plata. Un encendedor. Ella atacó, golpeándolo con el bastón fuertemente en la cabeza. Él se tambaleó, pero no cayó. Con su impulso hacia adelante y la trementina resbaladiza cubriendo el suelo, no podría haberse detenido incluso si quisiera. Se estrelló contra él, llevándolo al suelo. Era pequeño. Mucho más pequeño de lo que debería ser un atacante con preferencias por quemarla viva. Un niño, no un hombre. Él maldijo furiosamente en español, discordantes palabras en una voz que todavía era más de niño que de hombre. Ella lo tomó de la mano, clavando los dedos en la parte carnosa, esperando que dejara caer el encendedor. Lo hizo. Lo agarró y se escabulló lejos de él mientras se levantaba. Oh, Dios, tenía una pistola. ¿Por qué no pensó que tendría un arma? Apuntó la boca del cañón a su cabeza. —Levántate. Ella se quedó mirando la pistola. Algo estaba goteando… La trementina. Él estaba tan embadurnado en el disolvente de pintura como ella. Abrió la mano y se quedó mirando el encendedor de plata con las iniciales R.S.V. grabadas en letras extravagantes en el costado. Uno de esos encendedores sofisticados que se encienden cuando la tapa se abre. Su ira aumentó. Si él iba a matarla, entonces muy bien se iría con ella. Presionó su pulgar contra la tapa y encontró su mirada ampliada por la sorpresa. —No me obligues a hacerlo —le dijo en español. Por un segundo, pareció el chico que en realidad era. Luego reafirmó su control sobre el arma y la levantó de nuevo. —No lo harás.

P á g i n a | 254

Audrey cerró los ojos, abrió la tapa y arrojó el encendedor. Ella oyó sus gritos, sintió la oleada de calor abrasador y oyó el arma disparándose, su réplica poco más que un estallido en el rugido de las llamas. Y supo que estaba muerta.

Él va a matarla. Las palabras resonaron en la cabeza de Gabe, un mantra horripilante que resonaba una y otra y otra vez mientras cojeaba por el camino en una ridícula carrera desigual. Más temprano, cuando le había confesado a Audrey que estaba completamente jodido porque tenía miedo de amarla, le había dicho que lo aterrorizaba más que cualquier otra cosa a la que jamás se había enfrentado como un hombre o un SEAL. En ese momento, él había estado diciendo la verdad absoluta. Ya no era así. Esto lo aterraba más. Saber que ella podía estar en problemas en este momento, que podía estar perdiéndola en este mismo segundo y que podría no llegar a ella lo suficientemente rápido porque había dejado su bastón en el dormitorio y su maldito pie ya no quería sostenerlo. ¡Bang! Un arma. Gabe se tambaleó y casi cayó de rodillas allí en el camino de entrada. —¡Audrey! Sin respuesta. Apartó el dolor en su pie. No le importaba si la maldita cosa se le caía. Redoblando su velocidad, saltó al porche y se estrelló contra la puerta principal. Humo. Obstruyéndole la nariz, asaltando sus ojos. Las llamas bailaban en el pasillo, comiendo su camino a través del suelo y el techo en la sala de estar. —¡Audrey! La vio hecha un ovillo en el suelo, el fuego ardiendo a su alrededor, lamiendo cada vez más cerca suyo.

P á g i n a | 255

Las llamas quemaron sus piernas. No lo notó. Él la tomó en sus brazos y trató de no pensar en lo floja que estaba, trató de no preocuparse de si estaba respirando. Solamente la abrazó y la sacó de ese infierno. En el exterior, Gabe la llevó a la orilla de la playa y la sentó donde las olas rodaban y besaban la arena. Sin duda, la sal picaría como una perra en sus quemaduras, pero tenía que conseguir sacar los productos químicos que olía en su piel. Ella gimió cuando el océano rodó sobre ella y luchó contra su agarre. —Te tengo, Aud. Shh, cariño. Sé que duele, pero estoy aquí. Sus pestañas, apelmazadas con hollín y ceniza, se abrieron. —¿Gabe? Echándole agua por el cabello chamuscado, trató de sonreír. —Hola, cariño. —Estás bien. Él no… te lastimó. Pensé… —No, él no me hizo daño. —Pero todavía estaba por ahí en alguna parte y Gabe levantó la cabeza para escanear la maraña de espesa selva contigua a la playa. Mierda, podría estar a un metro de allí y Gabe no lo vería—. Audrey, cariño, ¿dónde está? ¿A dónde se fue Rorro después de iniciar el fuego? —¿Rorro? —En ese instante, sus ojos se aclararon. Miró a su casa en llamas—. Está muerto. Yo empecé el fuego. Le tiré el encendedor y él… él está muerto. La bilis subió hasta la garganta de Gabe. Había encendido el fuego aún sabiendo que estaba empapada en sustancias químicas inflamables. Tuvo suerte de no haber ardido al momento en que la chispa se encendió. —Cristo. —Todo su cuerpo empezó a temblar, víctima de una parálisis mezcla de la adrenalina después de quemarse y el miedo desgarrador. No podía parar, no podía controlarlo. Levantándola más, él la abrazó con fuerza—. No hagas eso otra vez. —No quería… al principio. Él iba a matarme. ¿Por qué? —Su voz se quebró— . ¿Qué le hice yo? ¡Él secuestró a mi hermano! —Más tarde, cariño. Te lo explicaré más tarde. —Él solamente quería abrazarla ahora. Y nunca, nunca dejarla ir. —Mi casa se ha ido —dijo entre sollozos. —Podemos construir otra. Más grande, con un taller para ti y una oficina para mí. Tal vez una casa de huéspedes para cuando tu hermano y tus sobrinos vengan de visita. O bien, que Dios nos ayude, para cuando Raffi venga de visita.

P á g i n a | 256

—Pero mis pinturas… —Puedes pintar más. —Supongo que sí. —Ella sonaba poco convencida. —Audrey… —No, no, tienes razón. Sé que tienes razón. Es sólo que todo ese trabajo… ha desaparecido. —Ella soltó una respiración entrecortada y se acurrucó contra su pecho—. Pero eso no importa, porque estoy a salvo y tú estás a salvo y vamos a construir una nueva vida juntos. —Por supuesto. Vamos a hacer esto, ¿de acuerdo? Lo prometo. Él sintió que sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa contra su hombro. —Y mi SEAL nunca hace promesas que no pueda cumplir. Mientras estaban sentados allí en la playa mirando hacia su casa ardiendo, Gabe oyó el latido inconfundible del rotor de un helicóptero sobre el crepitar de las llamas. El pájaro osciló a baja altura sobre las copas de los árboles, cerniéndose sobre la playa cercana. Audrey miró y levantó una mano para protegerse los ojos contra los aguijonazos de arena. —¿Eso es…? Una cuerda cayó del helicóptero y uno por uno, seis hombres se deslizaron hasta el suelo, armados para la guerra. —Sí. —Gabe sonrió y la ayudó a levantarse mientras Quinn y los demás corrían hacia ellos—. Nuestros caballeros de brillante armadura han llegado.

P á g i n a | 257

Epílogo DOMINICAL, COSTA RICA

—T

odavía me gusta AVISPÓN.

—No —le dijo Gabe a Jean-Luc por centésima vez. Pero tuvo que llevar la cerveza a sus labios para ocultar una sonrisa. Había extrañado a los chicos y se alegró de que todos ellos hubieran llegado a la fiesta de inauguración de la casa que, de alguna manera, Audrey había logrado juntar. Incluso Bryson y sus muchachos habían aparecido. Danny Giancarelli también hizo acto de presencia con su impresionante esposa. Y, por supuesto, ninguna de las partes estaría completa sin Raffi. Gabe no había tenido mucho tiempo durante el último mes para pasar el rato con los chicos, con ellos asistiendo a los ejercicios de entrenamiento constante, él comprando la nueva casa, estableciendo la oficina internacional del equipo y haciendo frente a todos los contratos entrantes y currículums. Por no hablar de la forma en que Audrey se había disparado en su carrera y constantemente lo arrastraba a París o Nueva York o Tokio para exposiciones. Todavía no estaba seguro de cómo se sentía acerca de que su obra más popular fuera Domingo de Libertad, una acuarela de él acostado en una hamaca en nada más que pantalones cortos de camuflaje y sus placas de identificación. Seguro, la figura de la pintura era sin rostro, pero todo el mundo sabía que era él. Incluso lo decía en el sitio web de Audrey. Los chicos lo habían fastidiado por eso durante semanas. —Bueno —dijo Jean-Luc como un niño petulante—. ¿Cómo más vamos a llamarnos? Es un gran acrónimo. Pensé que a todos usted los del tipo militar les gustaba los acrónimos. —No —dijeron todos al unísono. —¿Vas a dejarlo ya? —dijo Marcus con un rodar de ojos—. Nadie quiere ser llamado AVISPÓN. —Oh, bueno, eso me recuerda. —Audrey saltó fuera de su asiento en la tumbona junto a Gabe—. Hice algo para cada uno de ustedes. Dándole su margarita, ella salió de la habitación.

P á g i n a | 258

—¿Debería conseguir mi traje de baño? —preguntó Marcus. Gabe se encogió de hombros. No podía ni empezar a adivinar lo que ella estaba planeando. La última vez que les había dicho que tenía un regalo en el vigésimo cuarto cumpleaños de Harvard el mes pasado, los había bombardeado con globos de agua. Gabe oyó la puerta de su taller en la cocina abrirse y cerrarse. Por favor, pensó, no la dejes tener globos de agua de nuevo. O peor aún, una manguera. Toda sonrisas, ella regresó al patio con nada más que una caja de camisetas grises y la puso sobre la mesa. —Solía dibujar caricaturas para ganarme la vida, así que… —Ella desdobló la primera y la sacudió—. Aquí, Jean-Luc, ésta es tuya. Jean-Luc sonrió, se quitó la camisa y se puso la que ella le entregó. A través de los hombros en letras de color amarillo oscuro estaba su apodo "Fiero Cajún". Debajo de eso, en letras más pequeñas: "Equipo de Rescate de Rehenes & Negociación". No es de extrañar que ella quisiera saber los apodos de todo el mundo la semana pasada. La pequeña rastrera. Había sabido desde hacía semanas que estaba tramando algo, pero no había sido capaz de averiguar qué. —Seguí el tema del avispón de Jean-Luc —explicó mientras pasaba las camisetas. En el frente había una representación caricaturesca de una colmena rodeada de seis avispones con los rostros de cada uno de los hombres. El avispón de Marcus llevaba un sombrero escocés y el de Harvard llevaba un libro. El de Jesse llevaba un sombrero de vaquero y un estetoscopio. El de Ian llevaba una bomba con la mecha encendida, lo que hizo que el tipo rudo se riera entre dientes cuando ella le entregó su camiseta. Incluso los labios de Quinn temblaron cuando se fijó en el maquillaje teatral de camuflaje y la bandolera que llevaba su avispón. Finalmente, ella volvió al lado de Gabe y le entregó la última camiseta doblada. Su avispón se situaba dentro de la colmena con un bastón y un aire de superioridad. El bastón. Lo miró, apoyado junto a la silla. De haber incluido la maldita cosa hace seis meses, se habría sentido ofendido. Ahora, y no es que él lo admitiera en voz alta, como que le gustaba. Realmente le gustaba la corona que había dibujado en la cabeza de su avispón. Sonriendo, sostuvo en alto la camiseta y leyó la parte de atrás. En lugar de "Muro de Piedra", el apodo con el que sus compañeros de equipo SEAL lo habían apodado hacía tantos años, decía, "Rey Avispón". Gabe capturó su mano y la atrajo hacia su regazo para darle un beso.

P á g i n a | 259

—Es perfecto. Gracias. —Bien. —Ella le devolvió el beso—. Porque me hice una que dice La Abeja Reina. Por supuesto, tendremos que casarnos para hacerlo oficial. Él farfulló. —¿Casarnos? Pero… pero… pensé que vivir juntos era suficiente. Con una sonrisa indulgente, le dio unas palmaditas en la mejilla. —Era. Ahora no lo es. Soy así de caprichosa, así que mejor me llevas al altar antes de que cambie de opinión otra vez. —Ella le dio otro beso rápido en los labios mientras Raffi se acercaba y le tendía una mano para ayudarla a salir de su regazo. —Voy a secuestrar a tu mujer —dijo Raffi—, y mantenerla como rehén para un poco de charla de chicas. Gabe lo señaló. —Ni siquiera bromees sobre eso. No es gracioso. —Hermano, yo nunca bromeo sobre charlas de chicas. —Con una sonrisa, él enganchó su brazo en el de Audrey y se alejaron, riendo juntos en voz baja. Gabe se les quedó mirando con el ceño fruncido. ¿Ella quería casarse? Okay, sí, había sabido desde el principio que ella lo querría. Algún día. Pero no ahora. Ella tenía que saber lo mucho que la amaba, él seguro que se lo demostraba tan a menudo como podía, entonces ¿por qué se necesitaban los anillos, el sacerdote, la torta, y la licencia? ¿No podían simplemente seguir como estaban? ¿Por qué tratar de reparar algo que no estaba roto? —Te ves como si mi hermana acabara de darte un porrazo en la cabeza con una tabla de dos por cuatro. —Lo hizo —murmuró Gabe y se frotó la cabeza—. Una gigantesca de dos por cuatro. ¿Casarse? Bryson sonrió y le tendió una botella nueva de cerveza. —Aquí. He descubierto que es la mejor cura para el dolor de cabeza que ella provoca. —Gracias. —Tomó un trago de la botella y miró a su posible futuro cuñado. Bryson había envejecido considerablemente en los últimos meses, había perdido el poco peso extra que había tenido antes de que lo tomaran como rehén y le quedaba muy poco cabello en la cabeza. Pero el estrés le hacía eso a un hombre.

P á g i n a | 260

—¿Cómo lo llevas? —En realidad —dijo, y miró hacia la playa, donde Ian, de entre todas las personas, jugaba con los hijos de Bryson en el agua—. Estoy bien. Y no, no lo digo sólo por decir. Audrey estaba en lo cierto. —Ella tiene esa mala costumbre. —Sí, así es. Y me hubiera gustado haberla escuchado mucho antes. Hay tantas cosas que me he perdido con mis hijos, eso es todo en lo que pensaba cuando estaba en ese sótano. Que nunca los vería de nuevo, nunca los abrazaría o les daría un beso de buenas noches. No más juegos de béisbol o clases de karate o fiestas de cumpleaños, cosas que siempre daba por sentado. Pero incluso después de llegar a casa, caí de nuevo en mis viejos hábitos. Lo que Chloe… Claudia… hizo fue la llamada de atención que necesitaba. —Hizo una mueca y bebió un trago de cerveza—. No puedo decir que pasaría por todo eso de nuevo, ya que si hubiera sabido desde el principio lo de Chloe… Claudia, como se llame, no me hubiera casado con ella. —Todavía no la hemos encontrado —dijo Gabe. —No lo harás. —Su risa sonaba amarga y con autodesprecio—. Ella limpió una de nuestras cuentas conjuntas y estoy seguro de que ahora se ha encontrado otro marido rico del que vivir. Dios, fui un tonto, pero realmente la amaba. Una parte de mí todavía lo hace. Un chillido de emoción pura rebotó desde la playa. Gabe miró hacia abajo y vio cómo Ian recogía a Ashton y todo el cuerpo del chico se estampaba contra la próxima ola entrante. Riendo y salpicando, Ashton salió a la superficie como una boya gracias a sus brillantes alas de agua color rojo. Se lanzó hacia Ian, quien fingió tambalearse bajo el peso de ambos chicos cuando Grayson se le unió. Los tres fueron abajo en la siguiente ola juntos. Bryson se rió entre dientes. —Él es bueno con ellos. Sí, imagínate. —¿Qué hay de tus hijos? ¿Cómo lo están enfrentando? —Mejor que yo —admitió Bryson—. No han preguntado por ella ni una vez. Ella nunca fue… a pesar de que era su madre, eran mejores jueces de… —Se interrumpió y tomó otro trago, pero él no tenía que terminar ese pensamiento. Gabe sabía lo que estaba tratando de decir, porque se sentía de la misma manera hacia Catalina Bristow que los chicos hacia Claudia. El hecho de que una mujer te diera a

P á g i n a | 261

luz no significaba que ella fuera una madre en nada más que en el sentido de la palabra. —Entonces —dijo Bryson después de un largo momento de ver a sus hijos jugar. Se volvió hacia Gabe—. Supongo que no tengo que darte ese discurso cliché de no lastimar a mi hermana bla, bla, bla. Gabe se echó a reír. —No, no tienes. —Bien, porque me gustas. Más allá de la obvia razón de que me salvaste la vida, eres bueno para ella. Siempre marchó al ritmo de su propio tambor… —¿Marchó? Más bien como bailar la conga. Bryson sonrió con verdadero placer. —Mira, la conseguiste. Tú… la hiciste sentar cabeza en una forma en que yo nunca he sido capaz de hacer, y la haces feliz. Eso sí, no dejes que te encarrile al matrimonio si no estás listo. Créeme, los dos estarán mucho más felices a largo plazo. Gabe se las arregló para reprimir una mueca de dolor mientras Bryson se alejaba. Allí estaba esa palabra con M de nuevo. Dios. Matrimonio. Ella quería casarse. Pero entonces, mientras estaba sentado allí viendo a Ian jugar con los niños, pensó en eso, realmente lo consideró. ¿Y si ella cambiaba de opinión sobre ellos y le daba una patada a la calle? Eso lo destruiría, estaba ridículamente enamorado de ella. Así que, ¿por qué no hacer su reclamo legal? En realidad, como que disfrutaba de la idea de que llevara su anillo, que tuviera su apellido, y comenzó a preguntarse si algún joyero en San José estaba abierto los domingos. O, mejor aún, ¿una auto-capilla? Cuanto más rápidamente la atara a él para siempre, mejor. Lástima que no estuvieran más cerca de Las Vegas… Como cuestión de hecho, esa era una buena idea. Una boda en Las Vegas. Era tan diferente a él, tan salvaje, tan espontáneo, tan… Audrey. Ella lo adoraría. Se empujó fuera de la tumbona, cojeó a través de la sala de estar hacia las puertas cerradas de su oficina, y entró. En cinco minutos, tenía dos billetes de avión de primera clase y una suite en el Caesars Palace reservado por una semana. Se iban pasado mañana.

P á g i n a | 262

Sonriendo, Gabe cerró su laptop y recogió los billetes impresos. La sorprendería con ellos más tarde esta noche después de que todos se fueran, después de llevarla a la cama y hacerle el amor lenta y cuidadosamente durante varias deliciosas horas. Llamaron a la puerta y Jesse asomó la cabeza en la oficina. —¿Tienes un minuto? —Por supuesto. —Se sentó detrás de su escritorio de nuevo sin dejar de sonreír, y Jesse le dirigió una mirada como si estuviera preocupado por la cordura de Gabe, lo que sólo le hizo sonreír más—. ¿Qué pasa? —Quería hablar contigo sobre… —Jesse se fijó en las impresiones y se detuvo. Casi, pensó Gabe, como si quisiera la distracción—. ¿Qué tienes allí? —Billetes de avión. Me voy a casar con Audrey en Las Vegas el martes. Están todos invitados. Los ojos de Jesse se agrandaron. Luego se echó a reír. —Bueno, diablos, supongo que las felicitaciones son oportunas, entonces. —Seguro que sí. Soy un tipo con suerte. —No obtendrás ninguna discusión de mí. —Él levantó su cerveza en un brindis—. Eres un estúpido si no pones un anillo en el dedo de la dama antes de que alguien más lo haga. Por suerte, nunca te imaginé como un hombre estúpido. —Eso sí, no se lo menciones a ella —dijo Gabe—. Aún no lo sabe. —Labios. Sellados. —Incluso hizo un movimiento de comprimir sus labios. —Gracias —dijo Gabe—. Entonces, ¿de qué quieres hablar conmigo? La sonrisa de Jesse desapareció. Dejó la cerveza en el borde de la mesa pero vaciló, girando el cuello de la botella entre dos dedos. —No sé cómo decir esto… —Jess —dijo Gabe cuando se apagó—. Háblame. —Sí, está bien. —Se quitó el sombrero y se pasó una mano por el cabello de esa manera habitual que tenía, luego puso el Stetson al lado de su cerveza—. Es sobre Quinn. Él no está en buena forma física para estar en el campo. Gabe se echó hacia atrás, tomándose un largo momento para absorber la noticia. Jesse y Quinn tenían sus problemas, pero él sabía que no debía pensar nada diferente de la opinión médica de Jesse. El vaquero era demasiado bueno en lo que hacía como para manchar su reputación con un diagnóstico erróneo.

P á g i n a | 263

—¿Por qué? Jesse dejó escapar un suspiro y colgó una larga pierna revestida en jeans sobre la esquina de la mesa. Se enfrentó a la mirada de Gabe. —¿Te dijo por qué los SEALs no lo querían de vuelta? —Su hombro estaba mal, pero eso no debería afectar nuestro trabajo. Lo que hacemos no es tan exigente físicamente como… Jesse ya estaba sacudiendo la cabeza. —Es a causa de una lesión cerebral. Aturdido y sin palabras, Gabe lo miró fijamente durante cinco largos segundos. —Eh, páralo allí, retrocede. ¿Una qué? —Piensa en ello —dijo Jesse—. Cuando ustedes dos estuvieron en ese accidente automovilístico, viajaban a ¿qué? Sesenta y cinco, setenta kilómetros por hora, y Quinn fue lanzado a través del parabrisas. Hombre, él tiene suerte de estar vivo y funcionando tal como está. Sufrió un trauma enorme en la cabeza, estuvo en coma durante una semana. Gabe rememoró una noche en que Quinn entró a su habitación de hospital para ver cómo estaba, y recordó vagamente las vendas envueltas alrededor de la cabeza de su amigo. No había pensado mucho en eso en aquél momento, demasiado confuso por los analgésicos en su sistema por su última cirugía, demasiado centrado en la curación de su pie para poder mantenerse funcionando. Se había preguntado, en un momento u otro a lo largo del último año, por qué un hombro en mal estado había conseguido superar a Quinn, por qué el gran Aquiles ni siquiera había luchado por seguir siendo un SEAL como Gabe lo había hecho. Ahora lo entendía y se le hizo un nudo en la garganta. —¿Qué tan mal está? —Como he dicho, él es impresionante, teniéndolo todo en cuenta. Un maldito milagro andante, si me preguntas —añadió Jesse—. Pero no está durmiendo o comiendo como debería, y se queda en blanco, se pierde en el tiempo. Vi eso pasarle una vez en Bogotá, y tengo la sensación de que está pasando bastante más seguido. —¿Él lo sabe? Quiero decir, se pierde en el tiempo y no se da cuenta, o… —Él lo sabe. Por eso armó tal alboroto con que le hiciera el examen físico y viera sus registros médicos. Gabe suspiró. —Si lo saco del equipo, eso lo matará.

P á g i n a | 264

Jesse se puso de pie. —Es tu decisión, jefe. —Él colocó el Stetson en su cabeza y agarró su cerveza— . Pero una advertencia razonable. Si no lo sacas, se quedará en blanco en el momento equivocado. Entonces terminará muerto muchísimo más rápido. Gabe se echó hacia atrás en su silla y se quedó mirando la puerta de la oficina por un largo tiempo después de que Jesse se fuera. —Oh, Q, hombre —gimió y frotó las manos por su cara—. ¿Por qué no me lo dijiste? —¿Por qué no te dijo qué? Levantó la vista cuando Audrey se deslizó dentro de su oficina y cerró la puerta detrás de ella. Él empezó a decir "nada", pero cerró la boca y la estudió. Llevaba otro de sus vestidos flotantes, con el cabello suelto sobre sus hombros y sus pies descalzos. Podía decir por la forma en que engarrotaba los dedos en su alfombra que tenía los pies fríos, como de costumbre. —Ven pacá. —Le palmeó la mesa. Ella cruzó la habitación y se lanzó para sentarse frente a él. Efectivamente, su pie estaba como un cubito de hielo a pesar de la humedad del día, y los rodeó con sus manos para calentarlos—. Voy a comprarte un par de zapatillas. Ella hizo una mueca. —No voy a usarlas. —Ella le dejó masajear su pie por un momento más y luego metió los dos debajo de sus muslos en la silla, acercándolo más para que de esa forma quedaran cara a cara. Lo besó en la frente—. ¿Todo bien? —No, no lo creo. —Le habló de la condición médica de Quinn. Sus ojos se pusieron vidriosos por las lágrimas y la atrajo hacia su regazo. —Oh, no. Pobre Quinn. ¿Qué vas a hacer? —¿Con él? No lo sé. —Y francamente, no quería pensar en ello en este momento. Le levantó su barbilla con la curva de su dedo índice y trató de que sonriera—. Pero… sé exactamente lo que voy a hacer contigo. —Hmm. —Ella presionó un beso en su boca—. ¿Funcionó la pequeña estratagema de Raffi? —¿Qué pequeña estratagema? —Me dijo que si yo quería llevarte al altar, tenía que ser un poco… —Ella sostuvo sus dedos un milímetro separados—… manipuladora. Hacerte pensar que hay una posibilidad de que te deje.

P á g i n a | 265

—¿No la hay? —Para ser un hombre inteligente, seguro que puedes ser un idiota a veces. — Ella se rió y golpeó su pecho—. ¿Y? ¿Funcionó? Gabe pensó en la última vez que Quinn le hizo esa pregunta durante su fiesta de jubilación. Pensó en lo solo que había estado en ese entonces y en que ni siquiera lo había sabido, cuán incolora había sido su vida sin Audrey brillando un poco. Él no quería nunca volver a esa aburrida existencia solitaria de nuevo. —Sí —admitió—, funcionó. —Metió la mano en el cajón de su escritorio en busca de los billetes de avión, pero tuvo que morderse el interior de la mejilla para luchar contra una sonrisa. Se la habían jugado de lo lindo, y él la amaba aún más por ello—. Nos vamos mañana. —¿Las Vegas? —Ella se abanicó con los dos pasajes y le sonrió—. Así que, ¿me vas a llevar cargada como si fueras un hombre de las cavernas, o me lo vas a preguntar como un buen y honorable SEAL? Gabe fingió pensar en ello por un segundo y medio, luego la tomó en sus brazos y la llevó hacia la puerta contigua a su despacho, su dormitorio. —Gabe, no. ¡Tenemos compañía! —Ella se echó a reír mientras golpeaba la cama con un rebote, pero su risa pronto se convirtió en gemidos cuando él se acomodó entre sus piernas abiertas y arrastró sus labios por su cuello hasta su oreja. —Como un cavernícola —dijo, y le mordió el lóbulo de la oreja—. Ya no soy un SEAL. Y por primera vez, eso no le molestó en lo más mínimo.

Fin

P á g i n a | 266

Próximo Libro: E

l ex francotirador de la Marina Seth Harlan

está decidido a demostrar que todavía puede hacer su trabajo a pesar de su continua batalla con el trastorno de estrés postraumático (TEPT). Cuando un viejo amigo se pone en contacto con AVISPÓN para rescatar a un soldado en cubierto, la estabilidad de Seth es forzada. Él sabe demasiado bien lo que es pudrirse dentro de un campo enemigo, rezando por un rescate y esperando la muerte. Y no está dispuesto a abandonar a un hombre. La fotógrafa periodista Phoebe Leighton acaba de encontrarse en medio de una compra de armas. Formar equipo con un grupo variopinto de mercenarios es la última cosa que quiere hacer, sobre todo cuando se da cuenta que Seth Harlan es asignado a la misión. Él puede despertar la pasión que ella creía muerta, pero Phoebe esconde un secreto que podría destruirlo. Con una bomba en la mezcla, la misión de AVISPÓN es de repente mucho más que sobre un soldado abandonado. En una carrera contra el reloj, Seth, Phoebe y el resto del equipo luchan por detener a un despiadado jefe militar inclinado al poder, la venganza… y la muerte.

P á g i n a | 267

Sobre la Autora

E

scribir siempre ha sido el único y verdadero amor de Tonya. Escribió su primera

novela larga en octavo grado y no ha bajado su pluma desde entonces. Recibió una licenciatura en escritura creativa de SUNY Oswego y ahora está trabajando en una maestría en ficción popular en la Universidad de Seton Hill. Tonya comparte su vida con dos perros y un gato descomunal. Viven en un pequeño pueblo de Pennsylvania, pero ella sufre de un caso grave de pasión por los viajes y por lo general termina en algún lugar nuevo, mudándose cada pocos años. Por suerte, sus animales son excelentes compañeros de viaje. Cuando Tonya no está escribiendo, pasa su tiempo leyendo, pintando, explorando nuevos lugares y disfrutando del tiempo con su familia. www.tonyaburrows.com

SEAL OF HONOR - SERIE HORNET #1 - TONYA BURROWS.pdf ...

Page 3 of 15. Page 3 of 15. SEAL OF HONOR - SERIE HORNET #1 - TONYA BURROWS.pdf. SEAL OF HONOR - SERIE HORNET #1 - TONYA BURROWS.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying SEAL OF HONOR - SERIE HORNET #1 - TONYA BURROWS.pdf. Page 1 of 15.

2MB Sizes 2 Downloads 200 Views

Recommend Documents

SEAL OF HONOR - SERIE HORNET #1 - TONYA BURROWS.pdf ...
Jenn. Page 3 of 273. SEAL OF HONOR - SERIE HORNET #1 - TONYA BURROWS.pdf. SEAL OF HONOR - SERIE HORNET #1 - TONYA BURROWS.pdf. Open.

Hornet 02 - Honor Reclaimed - Tonya Burrows.pdf
Sign in. Page. 1. /. 317. Loading… Page 1 of 317. Stand 02/ 2000 MULTITESTER I Seite 1. RANGE MAX/MIN VoltSensor HOLD. MM 1-3. V. V. OFF. Hz A. A. °C. °F. Hz. A. MAX. 10A. FUSED. AUTO HOLD. MAX. MIN. nmF. D Bedienungsanleitung. Operating manual.

serie 1 (1).pdf
ii) Calculer h(π) et en déduire que g(0) = 0. c) En calculant g. 0. (0), g00(0) et g. 000(0), donner la formule de Taylor-Maclaurin de g à l'ordre 3. ✞. ✝. ☎. ✆.

Honor Roll 1-1.pdf
Armbrust, Jacob Derek. Armenta, Angelina Aleisa. Armenta, Jazmine Anjelica. Arnold, Zeke John. Arntzen, Joseph Andrew. Arreola, Angelina Yvette. Arreola ...

The economics of seal hunting and seal watching in Namibia
Nov 16, 2007 - research, as well as less formal sources such as websites and other ...... to exporting intermediate products and retail sales of final products.

Tonya Shepard - Falling.pdf
Page 3 of 100. 3. Índice. Staff. Sinopsis. Capítulo 1. Capítulo 2. Capítulo 3. Capítulo 4. Capítulo 5. Capítulo 6. Capítulo 7. Capítulo 8. Capítulo 9. Capítulo 10.

JH Semester 1 Honor Roll.pdf
Bolsenga, Noah. Bonderer, Morgan Kaley. Bonham, Peyton. Bonner, Emily. Bowers, Maxwell. Bradfield, Jonathan Conaire. Brown, Basil. Brown, Morgan. Buelow, William. Burkemper, Grace Catherine. Burnam, Annie Elizabeth. Calhoun, Donnie. Capuano, Reagan.

Lexxie Couper - Serie Heart of Fame - 1 Love's Rhythm.pdf ...
Page 3 of 184. Lexxie Couper - Serie Heart of Fame - 1 Love's Rhythm.pdf. Lexxie Couper - Serie Heart of Fame - 1 Love's Rhythm.pdf. Open. Extract. Open with.

Serie Thoughtless - 1 Inconsciente.pdf
Estados Unidos • México • Perú • Uruguay • Venezuela. Page 3 of 533. Serie Thoughtless - 1 Inconsciente.pdf. Serie Thoughtless - 1 Inconsciente.pdf. Open.

Serie Thoughtless - 1 Inconsciente.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. Serie Thoughtless - 1 Inconsciente.pdf. Serie Thoughtless - 1 Inconsciente.pdf. Open. Extract. Open with. Si

Lexxie Couper - Serie Heart of Fame - 1 Love's Rhythm.pdf ...
Loading… Page 1. Whoops! There was a problem loading more pages. Retrying... Lexxie Couper - Serie Heart of Fame - 1 Love's Rhythm.pdf. Lexxie Couper - Serie Heart of Fame - 1 Love's Rhythm.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu.

1 Dear Teachers, In honor of William Stafford's ... - Ooligan Press
States, comprising urban centers, small towns, and wilderness areas. ... reflect the values and attitudes that inspire so many to call the Northwest their home. ..... Success HS Schedule: 4 weeks,1 hour 25 minutes per class meeting, every other ... 2

1 Dear Teachers, In honor of William Stafford's ... - Ooligan Press
To begin our unit on William Stafford, I divide the class into eight small groups. ... you have to have lots of interesting and unique experiences in order to be a good writer? 2. ..... Students spend time transcribing their interviews – computer t

Xbox Medal Of Honor Cheats337 (* For Honor Hack Code Images ...
Code Generator Cheats For Honor Bound Walkthrough RichCode Generator For ... Game Generator Codes For Honor Cheats Reddit Swagbucks Apps Free ...

Lubricant seal
Nov 13, 1978 - each other, such as a vehicle wheel hub and axle, pro vides a resilient .... An annular rigid support member 23 provides support and structural ...

2014 Hornet 5K Results.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. 2014 Hornet 5K ...

1. Seduccionn - Serie Mi Hombre - Jodi Ellen Malpas.pdf
Loading… Page 1. Whoops! There was a problem loading more pages. Main menu. Displaying 1. Seduccionn - Serie Mi Hombre - Jodi Ellen Malpas.pdf.

1. The Billionaire Wins the Game - Serie Billionaire Bachelors.pdf ...
The Billionaire Wins the Game - Serie Billionaire Bachelors.pdf. 1. The Billionaire Wins the Game - Serie Billionaire Bachelors.pdf. Open. Extract. Open with.

Bella Jewel-Serie MC Sinners 1.pdf
como colocar um ao outro no eixo. Page 3 of 185. Bella Jewel-Serie MC Sinners 1.pdf. Bella Jewel-Serie MC Sinners 1.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In.

Serie Dance Pole Dance 1 - JA Hornbuckle.pdf
Rihano. Shari Bo. Nelshia. Correctoras. Curitiba. Nony_mo. Osma ♡. Maggiih. Neige. Pachi15. Page 3 of 231. Serie Dance Pole Dance 1 - JA Hornbuckle.pdf.

2017 Solsberry Hornet 5K Results.pdf
Sign in. Loading… Whoops! There was a problem loading more pages. Retrying... Whoops! There was a problem previewing this document. Retrying.