Thea Harrison Colores Verdaderos Razas Arcanas 3.5

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THEA HARRISON

COLORES VERDADEROS 3.5 Razas Arcanas

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ARGUMENTO

¿Encontrar a tu alma gemela? Genial. ¿Evitar tu posible asesinato? Muchísimo mejor. Alice Clark, una Wyr y maestra de escuela, sabía que dos de sus amigos habían sido asesinados en los últimos días, y acababa de encontrar el cuerpo del tercero. Había llegado a la escena minutos antes que Gideon Riehl, lobo Wyr y detective de la División Wyr de Crímenes Violentos… y, como Alice inconvenientemente reconoce a primera vista, su compañero. Pero la repentina sensación de conexión entre Alice y Riehl se complica cuando los asesinatos se ven vinculados a un asesino en serie de hace siete años, quien mató a siete personas en siete días. Sólo tienen una noche antes que el asesino golpee otra vez. Y cada pista señala a Alice como la siguiente víctima. Advertencia: Este libro contiene a un sexy investigador, un violento asesino en serie y una heroína que puede mezclarse con cualquier cosa de su entorno…

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Ca p í t u l o 1

Muerte

No te muevas. Quédate absolutamente quieta. El enorme monstruo se sumergió a través del apartamento con la letal velocidad de un bombardero furtivo. Un cóctel Molotov de feromonas y poder, se esparcieron a través del aire corrompido por la sangre, los signos clásicos de un fuerte macho Wyr padeciendo un acceso de rabia. Alice se acurrucó en su refugio, su corazón latía con tanta fuerza que creyó que se le escaparía del pecho. ¿El asesino había regresado? El monstruo se detuvo abruptamente. Alice lo escuchó pronunciar, por lo bajo, obscenos juramentos cuando este encontró el cuerpo aún caliente de Haley. A diario Alice tomaba el metro de Nueva York para ir a trabajar y creía haber escuchado palabrotas de todo calibre, pero aprendió un par de cosas nuevas de él. ¿Blasfemaba porque veía por primera vez a la mujer asesinada o porque se dio cuenta de que había cometido alguna clase de error? Hacía apenas unos instantes Alice había llegado al piso de Haley, encontró la puerta abierta, la atravesó presurosa y descubrió el cuerpo de su amiga echado sobre su cama. El torso de Haley estaba abierto, sus órganos desperdigados sobre el cubrecama floreado como si fueran los juguetes abandonados de un niño. Alice se había quedado paralizada por la imagen, su normalmente fría y tranquila lógica se esfumó de su mente conmocionada. Luego escuchó a alguien subiendo raudamente las escaleras. Apenas si había podido llegar a su escondrijo antes de que el monstruo apareciera. Si era el asesino y había vuelto para limpiar cualquier pista que hubiera dejado, ni Alice ni la policía sabrían lo que había sucedido.

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Él atravesó la casa de Haley en completo silencio. Alice ni siquiera pudo captar el suave compás de sus pasos. Le conciencia que poseía de él era insoportable, como si alguien acariciara el filo de una hoja de afeitar sobre su piel desnuda con la sonriente promesa de un tajo. Su presencia era una violación del espacio privado de Haley. Él hizo una pausa a apenas sesenta centímetros de distancia de Alice, tan cerca que ella podía ver el bolsillo de su desgastada chaqueta de cuero por el rabillo del ojo y captar el casi imperceptible sonido de su estable respiración. Alice deseó gritar y golpearlo. Deseó escapar y marcar el 9-1-1. El oscuro vestíbulo del piso parecía tener un millón de kilómetros de largo, la puerta principal abierta estaba demasiado lejos para alcanzarla corriendo y esperar pasar desapercibida. No se atrevía a moverse, ni se atrevía a cambiar la dirección de su mirada por temor que un haz de luz pudiera reflejarse en sus ojos y delatar su posición. Apenas si se atrevía a respirar. La única cosa que podía hacer era olfatear el aire y saber que aunque no pudiera hacer algo más, podría reconocer a este hombre por su olor. Debajo del aroma de violencia, él olía a cálido y limpio. Si estuvieran en una situación de otro tipo, habría encontrado que su aroma era sexy. Ella luchó contra el repentino impulso de vomitar. Espera. ¿Si ella podía percibir su aroma, entonces qué clase de rastro había dejado para él? ¿Él también la olería? ¿También sería capaz de reconocerla? Oh dioses.

*

*

Riehl luchó contra su rabia y consiguió mantenerla bajo control. Su cuerpo había cambiado parcialmente. No podía deshacerse de la sensación de que alguien lo observaba. Mantuvo una mano cerca de la pistolera de su SIG P226, y con la otra, se preparaba contra un invisible paquete bomba. Un cadáver con idéntico modus operandi: destripamiento de la cavidad abdominal. El asesino nunca se llevaba los órganos. Sólo los disponía en un patrón distinto, como estrellas en una oscura constelación. Un cuerpo humano promedio contenía cerca de cinco litros de sangre. Esta mujer, alguna vez bonita, empapaba el cubrecama con la suya. Ésta goteaba sobre el suelo alfombrado del dormitorio en un amplio y profuso charco. No se sorprendería si su sangre se hubiera filtrado a través del suelo hasta el apartamento de debajo. Alguien iba a gastar una mierda de tiempo limpiando esto.

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Joder, el cuerpo todavía estaba caliente. Las llaves y el bolso medio abierto de la víctima estaban en el suelo y los jirones de un traje de negocios descansaban sobre su cuerpo mutilado. Parecía que el asesino la había sorprendido cuando había llegado a casa del trabajo. No existía señal de que hubieran forzado la entrada, lo cual significaba que había creído tener motivos para confiar en él. ¿El asesino se había hecho pasar por un electricista u otro trabajador de mantenimiento? ¿O era un conocido? Si Riehl no se topaba con nadie abriendo el supuesto paquete bomba, tendría una oportunidad de salvarse. Si hubiera hecho algo más rápido las conexiones, si hubiera escuchado de Jacksonville un poco más pronto, si hubiera buscado en la base de datos digital lo más pronto posible en vez de hablarle sobre sus ideas a su nuevo jefe, el centinela y grifo Wyr Bayne, esa linda señorita aún podría estar viva. Mierda, esto en parte era culpa suya. Tenía que llamar al cuartel general, pero… Riehl giró lentamente, sus agudos ojos notaron cada detalle del lugar. La casa de la víctima era pequeña, parecía una estampilla postal de un ambiente en el último piso de un edificio de cuatro plantas. Estaba amueblado con muebles Ikea para ahorrar espacio. Para Riehl, la víctima mantenía demasiado caliente su piso hasta el punto de que este se sentía sofocante. Una TV de pantalla plana estaba instalada en una pared. Cada residente de un pequeño piso en Nueva York debía haber batido palmas cuando esa innovación salió al mercado. Había plantas, libros y maldita sea, un lío de perifollos femeninos sobre un tocador de dormitorio. Riehl abrió de un tirón los armarios y estos estaban llenos de las cosas normales: ropa, zapatos, abrigos, algunos paraguas y pequeñas cajas. El periódico del jueves estaba doblado sobre una pequeñísima mesa de comedor al estilo Barbie, a su lado se veía una caja abierta con decoraciones festivas, una elegante máscara de medio rostro adornada con plumas y lentejuelas yacía sobre la pila de adornos. Los cristianos tenían la Navidad, los judíos el Hanukkah y la fiesta universal africana era la Kwanzaa. Para las Razas Arcanas, el solsticio de invierno era la época en que se celebraban a los siete Poderes Primales en la Mascarada de los Dioses. La víctima había estado en medio de la decoración de su casa para el Festival de las Máscaras, a celebrarse la próxima semana. Quizás había planeado asistir a uno de los muchos bailes que se realizarían en toda la ciudad. La máscara era bonita, de la clase que alguien usaba y pasaba a sus hijos. Esto bien podía valer un salario o dos. Quizá la había buscado por los felices recuerdos y las expectativas.

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En conjunto, el piso era bastante típico para la ciudad y un lugar absolutamente encantador para una menuda mujer soltera de sesenta y un kilos como la víctima. Riehl medía un metro noventa y cinco, y superaba los ciento veinte kilos. Hacía muy poco había decidido domesticarse después de noventa y seis años de servicio como un capitán del ejército del señor de los Wyr, Dragos Cuelebre. Estaba acostumbrado a un estilo de vida rudo y pasaba mucho tiempo al aire libre, a menudo bajo climas implacables. El caluroso y pequeño lugar se sentía claustrofóbico para él. No existía duda en su mente de que el asesinato en sí mismo era la razón de la intrusión. Las joyas de la víctima aún estaban dispersas en el tocador y la esquina de una billetera era visible desde su bolso abierto. Parecía que no se habían llevado nada, a menos que el asesino hubiera cortado un pequeño trozo de uno de los órganos para guardarlo como recuerdo, algo que sería determinado por una autopsia. Pero no podía deshacerse de la sensación de que alguien más estaba presente. Es por eso que buscaba alguna puñetera clase de revelación involuntaria. Los ojos de alguien fisgoneando desde detrás una puerta del armario o una webcam escondida en un lindo conejito rosado. Incluso miró fuera de la ventana a la escena cubierta de nieve para ver si alguien estaba observando desde el otro edificio. Mientras buscaba inhaló hondo e incluso deliberadamente. El pesado olor cobrizo de la sangre penetraba todo. Todo pero no ocultaba el olor característico de la víctima. Había otros olores que clasificaba como normales e insustanciales, como el débil pero persistente aroma a pescado frito y una bola de popurrí exudando un apestoso perfume floral. Si Riehl hubiera estado en su forma Wyr, su lobo habría estornudado ostentosamente por el popurrí y caería en un santiamén sobre el pescado. Notó otras dos cosas muy interesantes. Podía saborear ligeramente detrás de su garganta un dejo químico que flotaba en el aire alrededor de la víctima, junto con el olor de caucho. Apostaría el salario de la siguiente semana a que el asesino había usado guantes de goma y que el rastro químico contenía el desodorizante para inodoro KO, la herramienta preferida de los cazadores de ciervos y criminales Wyr de todo el mundo. Se había esperado lo de los guantes, pero el uso del KO significaba que el asesino era Wyr o que al menos estaba familiarizado con los procedimientos de investigación de los Wyr. El asesino era organizado, sabía cómo planificar y esconder su aroma. Eso encajaba con el deliberado cuidado con el que había dispuesto los órganos de la víctima, siguiendo el mismo patrón de la masacre de Jacksonville de hacía siete años.

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La segunda cosa interesante que Riehl notó fue otro olor en el piso. Era un olor ligero, delicado y femenino que atormentaba sus sentidos. Obsesivo y delicioso, insinuaba una realidad imprevista y misteriosa en la que él deseaba zambullirse de cabeza, salvo que el aroma se había vuelto penetrante por las feromonas del estrés, haciéndole rechinar los dientes y que su mano se acercara poco a poco a su arma. El olor no había tenido tiempo para impregnarse fuertemente en los alrededores y ya se estaba disipando. El cuerpo todavía estaba caliente y una mujer había estado en el piso antes que él. Bien, qué sorpresa. Si la persistente espina en la nuca de Riehl significaba algo, era posible que la mujer pudiera estar cerca, pero aunque lo estuviera él no tenía una pista de dónde podía estar escondiéndose. Riehl llegó a una decisión repentina y salió a grandes pasos del piso.

*

*

La nevada de la semana pasada se había vuelto una oscura capa de lodo sobre las calles y veredas, pero en estos instantes la frialdad y el húmedo viento de diciembre traían la promesa de mucho más. Los mullidos copos blancos apenas si estaban comenzando a caer. Parecían ser inofensivos y hermosamente idílicos, pero eran los precursores de una gran tormenta invernal que sofocaría la ciudad antes de las primeras horas de la mañana. Los quitanieves habían comenzado ya a trabajar en las calles. El viento olía al humo de los tubos de escape, comida frita, sal y arena. Riehl hizo un rápido reconocimiento cuando salió a la calle. Ningún signo visible del perpetrador, pero no esperaba algo diferente. El tipo podía ser un chiflado asesino pero no era estúpido. Esa noche, Riehl no tendría tanta suerte. El piso de la mujer muerta se localizaba en el centro de la zona norte de Brooklyn, donde una variedad de Razas Arcanas se mezclaban con una amplia gama de etnias humanas. El manto gris de las primeras horas de la noche se veía rociado por el brillo de las decoraciones festivas en las ventanas de las fachadas. La esquina de la calle cercana tenía una tienda de comestibles exóticos dirigida por una familia Wyr. Eran alguna clase de animal de pastoreo de vida gregaria. La tienda de comestibles estaba al otro lado de la calle de una licorería regentada por una pareja de ancianos

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armenios. El quiosco de periódicos expelía el fuerte olor terroso de un enano cerca de los bordes de la puerta y trampilla. El quiosco de periódicos ya había cerrado por ese día y había una tintorería a medio bloque de distancia. La sombría entrada de la tintorería era un escondrijo demasiado lejano para esconder su cuerpo ancho de espaldas. Realmente no había un buen escondite donde pudiera vigilar el bloque de pisos y no ser perturbado. Riehl se movió rápido, esquivando los vehículos para alcanzar la tienda de comestibles. Empujó las puertas y se detuvo delante del cajero junto a la ventana hacia la calle. El cajero era un varón larguirucho, de mediana edad que le dedicó una sonrisa nerviosa que desapareció cuando Riehl sacó su insignia y se la mostró al tipo. —Ignórame —dijo Riehl. El macho asintió con la cabeza, con los ojos bien abiertos. Riehl fue al borde de la ventana de cristal laminado y se pegó contra la pared. En ese ángulo no sería visto desde la entrada del bloque de pisos. Ladeó la cabeza hasta que pudo ver la puerta principal. Entonces esperó. Riehl ponía nerviosa a la gente en el mejor de los momentos y si una mujer se había escondido en el apartamento, se le saldría el alma del cuerpo. Él consideró esto, ¿podría ella haber sido testigo del asesinato? ¿Incluso podía haber participado? Los archivos del departamento de policía de Jacksonville no hacían mención de un posible cómplice. ¿Ellos podían haber pasado por alto algo o era un elemento reciente? ¿Un asesino en serie podía realizar un cambio tan drástico en su proceder? Nah, estaba adornando demasiado el guión. Si la mujer hubiera sido una colaboradora activa, habría usado guantes y su aroma característico habría sido encubierto, y probablemente, se habría ido con el asesino. Y si era una testigo del asesinato, había tenido mucho tiempo para escapar de la escena antes de la llegada de Riehl. ¿Y qué clase de persona podía permanecer quieta y silenciosa observando a alguien ser sacrificada con tal precisión? El humor ya negro de Riehl empeoró aún más. Mientras vigilaba, sacó su móvil y utilizó la marcación rápida. —Sí —contestó Bayne. —Él llegó a ella —dijo Riehl—. Es nuestro chico y el cuerpo aún está caliente. No puede llevar muerta más de una hora o hora y media. —Escuchó al centinela jurar. —Qué crees, ¿es el asesino de Jacksonville o un imitador? —preguntó Bayne.

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—Si me pides que suponga, diría que sí, que es el asesino de Jacksonville. Debes ver en persona la meticulosa carnicería que ha hecho aquí. Un tipo así puede tener el autocontrol suficiente para esperar siete años, si esperar tiene alguna clase de significado especial para él. —Le dio a Bayne la dirección y dijo—: Escucha, tengo que cortar. Persigo a un posible testigo. —Me estoy dirigiendo a la escena. Llámame cuando puedas —dijo Bayne. El centinela colgó sin decir adiós. Empezó a guardar el móvil en el bolsillo cuando la puerta del bloque de pisos se abrió y una mujer salió. Riehl se quedó petrificado. Todo en él se congeló. Cuerpo, mente y espíritu. El mundo se inclinó sobre su eje y el polo norte cambió de dirección. Aunque el torso de la mujer se ocultara tras un largo abrigo de lana negra que le llegaba hasta los muslos, estaba claro que tenía una figura delgada y elegante. Una abundante mata de rizos castaños oscuros saltaban desde su cabeza. Usaba vaqueros de corte recto, botas y gafas de montura metálica, su cutis poseía los ricos y cálidos matices del cacao y la crema. Caminaba con la tensa fragilidad de alguien que sufría una honda conmoción. Incluso desde el otro lado de la calle, su delgado rostro lleno de inteligencia parecía fatigado. Ella alcanzó la vereda e hizo una pausa, estrechaba una mano de huesos finos contra el alto cuello de su abrigo en un clásico gesto defensivo mientras echaba un vistazo a la calle. Era ella, la mujer del piso. Lo sabía. No necesitaba percibir su aroma. El horror y la tragedia todavía persistían en sus ojos. Otra clase de conocimiento se asentó en los huesos de Riehl, una extraña y profunda certeza de que estaba siendo sometido a un cambio indefinido e irrevocable que no entendía o no tenía tiempo de explorar. La mujer se dio la vuelta y comenzó a caminar en dirección a una cercana estación del metro. Riehl empujó la puerta de la tienda de comestibles y empezó a cruzar la calle, toda su atención iba dirigida hacia la figura en retirada.

*

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Los pies de Alice comenzaron a llevarla automáticamente en su ruta normal a casa después de visitar a Haley, hacia la estación del metro de Bedford Avenue. Primero

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Peter había sido asesinado. Luego el día de ayer, averiguó que David había desaparecido y ahora Haley estaba muerta. David también estaba muerto. Ella lo sabía, aunque la policía no hubiera aún emitido un comunicado oficial. Tres de sus amigos, se habían ido con apenas días de diferencia. La calle parecía inofensiva pero una pizca del olor del monstruo todavía permanecía, caliente y sensual en el húmedo aire frío. Alice no podía dejar de temblar. La imagen del cuerpo mutilado de la pobre Haley estaba fijada en su mente. ¿Qué se suponía que debía hacer? Oh sí, llamar al 9-1-1. Metió la mano en su bolsillo buscando su teléfono móvil mientras sus ojos recorrían los alrededores. Ella miró sobre su hombro. Un hombre en vaqueros negros y una desgastada chaqueta de cuero cruzaba la calle. Era inmenso, tan alto como un árbol, con la constitución de un mariscal de campo y se movía como un asesino. Su cabello rubio platino mostraba un corte militar, las líneas marcadas y despiadadas de su rostro eran curtidas y ásperas. Sus agudos ojos de una clase de pálido color gris o azul, reflejaron la luz cuando la miró directamente. El mundo de Alice colapsó cuando el reconocimiento cayó sobre ella. Múltiples revelaciones de pesadilla pasaron al mismo tiempo. Y casi la hicieron caer. Era el monstruo. Ya no se encontraba en su cambio parcial Wyr, pero ella lo conocía. Lo conocía. La había encontrado, como ella había temido que hiciera. Había atrapado su aroma y ahora había visto su cara. Y ella había visto la suya. Podía ser el mismo que había matado a sus amigos. Era el macho más aterrador que hubiera visto jamás. Y era su compañero. Oh dioses. Oh dioses. Un ardiente baño de horror lamió con invisibles llamas a lo largo de su piel. Había escuchado de cosas semejantes antes, dos Wyr que a primera vista se reconocían como compañeros. Ella había creído que era una leyenda urbana. Más profundo que el amor, más peligroso que la lujuria, los Wyr se emparejaban de por vida. Esto no podía pasar. No pasaría, no si ella tenía algo que decir al respecto. Se dio la vuelta. El terror nubló su pensamiento y le dio alas a sus pies.

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Riehl se abalanzó en una veloz carrera detrás de la mujer. Santo cielo, esa muñequita sí que sabía moverse. Riehl era rápido pero era grande. En un santiamén ella se deslizó entre los coches y personas como nada que él hubiera visto antes, su esbelto y ligero cuerpo era capaz de tomar curvas cerradas y meterse a través de estrechos espacios de un modo que él no tenía esperanza de equiparar. Entonces en un salto de rayuela directamente a la tierra de lo extraño, la figura femenina se desvaneció contra los alrededores mientras corría. No desapareció por completo, no totalmente. Su ropa era demasiado sólida para esto, pero de alguna manera era más difícil rastrearla únicamente a través de la vista. ¡Eh! Esto era puñeteramente fascinante. Era algo bueno que pudiera rastrearla con algo más que sólo su visión. Podría atraparla si cambiaba. Si hubieran estado en cualquier lugar que no fuera la ciudad, lo habría hecho. Era más rápido en su forma de lobo y podía correr, literalmente, durante días. Pero si cambiaba a lobo, no podría hablar a menos que estuvieran lo bastante cerca para la telepatía y él ya podía percibir su pánico en el viento. Además, la ciudad de Nueva York podía ser la sede de la heredad Wyr, pero también era el hogar de millones de otras criaturas. No confiaba en la forma en que las personas podrían reaccionar ante la visión de un lobo de noventa kilos corriendo en una de las calles de la ciudad. Riehl respiró hondo y bramó: —¡Departamento de Policía de New York! ¡Deténgase! Por supuesto ella no se detuvo. Él no lo habría hecho si un desconocido tonto del culo se lo hubiera gritado. Maldita sea, ¿ella se dirigía hacia el metro? Lo hacía. En un movimiento que era tan suicida que le quitó el aliento, ella se hundió casi directamente bajo las ruedas de un camión mientras corría a través de la calle. Riehl no creía que el conductor la hubiera visto siquiera porque el camión nunca redujo la marcha. Riehl no tuvo otra opción más que detenerse durante unos momentos vitales, lo cual le dio a Alice una mayor ventaja. Después que el camión pasó, Riehl aumentó su

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velocidad, corrió con todas las fuerza que pudo. Fue un bólido por la acera, un misil termo-dirigido, dispersando a los peatones en su estela como si fueran pollos cacareando. Él escuchó los sonidos de su propia respiración y la fuerza del viento silbando en sus oídos. En la estación del metro, no se molestó en correr por la escalera. En cambio se impulsó y tomó el vuelo en un gran salto, pero eso no fue suficiente. Varios metros delante, la mujer se lanzaba a través de la plataforma de la estación y entraba en el vagón del tren casi al mismo tiempo en que las puertas se cerraban. Esto se parecía a una escena de una maldita película de televisión. Increíble. Riehl escupió una maldición cuando se topó contra las puertas cerradas. Ambos se contemplaron el uno al otro a través de la barrera. La mujer jadeaba y sus ojos eran gigantescos orbes negros en un rostro que era lívidamente blanco a excepción de las dos manchas de color en sus mejillas. Cuando la mujer lo vio, se apartó de la puerta, deteniéndose sólo cuando chocó con las personas detrás de ella. El tren empezó a moverse a trompicones. Riehl enarcó las cejas, sacó su insignia y se la mostró. La mujer la vio y sus ojos se ampliaron. Mientras el tren avanzaba, ella volvió a adelantarse y puso la mano contra el cristal, su mirada se elevó a la altura de la de él. Él la señaló. —La comisaría más cercana—articuló—. Ve allí. La última imagen que tuvo de la mujer fue a ella mirándolo mientras el tren se alejaba con su sonido característico. Riehl se preguntó si el mostrarle la insignia conseguiría un mejor resultado que el haber gritado en la calle. Debería localizar la comisaría más cercana y averiguarlo.

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Ley

Alice salió del metro en la siguiente parada y subió corriendo al nivel de la calle. Era un total desastre, asustándose por las cosas más nimias mientras intentaba pensar a través del grito de incredulidad que aún resonaba en su cabeza. ¿Él había experimentado la misma revelación cuando la vio? Compañero. Asesino. ¿Policía? En ese preciso instante era difícil estar segura. ¿Podía ser posible que la insignia fuera una falsificación? Nerviosa como se sentía, eso parecía algo terriblemente improbable, a menos que imitar a un policía fuera la manera con la que logró entrar en el piso de Haley en primer lugar. La puerta de Haley estaba abierta, no rota. Muchos delitos habían sido cometidos por personas haciéndose pasar por policías, incluyendo uno de los más famosos crímenes del siglo veinte, la masacre del Día de San Valentín de 1920. Pero él le había dicho que fuera a la comisaría m{s cercana. Sonaba auténtico… a menos que esperara atraparla antes de que lograra entrar. ¿Por qué lo haría él? Ahora ella sonaba paranoica e irracional… salvo que había dejado atr{s los límites normales de la realidad dos días atrás cuando oyó que Peter había sido asesinado. Su grupo era pequeño y muy unido por una razón. El impacto de la muerte de Peter apenas había comenzado a reverberar a través del círculo de amigos, cuando ayer Alex Schaffer, el líder del grupo, había enviado a todos un correo electrónico diciéndoles que no podía contactar con David y si alguien tenía noticias de él.

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Nadie las tenía. Alice y Haley habían planeado acurrucarse juntas y llorar a Peter esa misma noche y preocuparse por la desaparición de David. Alice había estado lista para convencer a Haley de preparar una bolsa e ir a quedarse con ella durante al menos el fin de semana y ni siquiera hacía quince minutos se había dado cuenta que el agujero rojo oscuro en el torso de Haley estaba de hecho en el interior del cuerpo de su amiga. Si ese hombre fuera el asesino y había vuelto al piso de Haley para limpiar alguna pista, si creía que ella podía identificarlo y relacionarlo con el delito, querría hacer cualquier cosa, incluso arriesgarse a acercarse a una comisaría, con el fin de deshacerse de ella. Se topó con una pizca de suerte cuando un taxi bajó por la calle con las luces encendidas. Ella agitó las manos y cuando este se detuvo, saltó en su interior y cerró con seguro las puertas. —Conduzca por los alrededores —le dijo al taxista. —Bien —contestó el taxista. Él era un Wyr inteligente, de aspecto famélico a mediados de los cuarenta, con un olor seco, polvoriento y uñas mordidas. Le echó una mirada sobre el hombro—. ¿Desea ir a alguna parte en particular? —Se lo diré en un minuto —espetó ella—. Sólo muévase. —Fabuloso —dijo el taxista encogiéndose de hombros—. Son sus fichas. Alice sacó su móvil y finalmente marcó el 9-1-1. Para su sorpresa, un operador respondió después de sólo unos cuantos timbrazos. —Tengo que informar de un asesinato —dijo Alice. El taxi redujo la marcha, y su conductor le dedicó una repentina y penetrante mirada a través del retrovisor. Ella lo fulminó con la mirada y él agachó la cabeza. El taxi volvió a tomar velocidad. La nevada había arreciado. Alice observó las calles pasar a través de los limpiaparabrisas mientras le daba la dirección de Haley al operador y los detalles que sabía. —Cuando dejé el edificio, un hombre me persiguió —dijo—. Él había estado en el piso. Logré subir al vagón del metro antes que las puertas se cerraran, así que escapé, pero el hombre tuvo tiempo para mostrarme una insignia a través de la ventana. Dijo que era un policía y me ordenó ir a la comisaría más cercana. Necesito verificar su identidad.

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—Señora, no puedo hacer eso para usted por teléfono —dijo el operador—. Debe ir a la comisaría más cercana. —Mire, soy profesora —dijo Alice. Su voz se desmoronó junto con su calma—. No tengo la resistencia de un soldado o un policía que tratan con escenas de delito y muerte todos los días… enseño a niños de primer grado, ¿okey? Por lo general, la peor parte de mi día consiste en intentar sacar el pegamento y el brillo de mis vaqueros después de la hora de arte y prepararme para las reuniones de padres y profesor. Ahora tengo tres amigos asesinados en los últimos tres días. La de hoy era una de mis mejores amigas y su cuerpo está hecho trizas. Estoy conmocionada y totalmente asustada. ¿Y si este hombre me está esperando fuera de la comisaría y no es un policía? —Bien —dijo el operador con voz amable—. Aquí está lo que vamos a hacer. Dijo que estaba en un taxi, ¿correcto? —Sí —confirmó ella. —Haga que su conductor estacione y deme su posición. Voy a enviarle una unidad. Asegúrese de esperar en el taxi con el conductor hasta que ellos lleguen. Entonces tendrá una escolta policial hasta la comisaría. ¿De acuerdo? El mundo de Alice dejó de girar un poco y susurró: —Sí, está bien.

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Menos de diez minutos después, un coche patrulla se detuvo detrás del taxi, sus luces centellaban, pero la sirena estaba apagada. Alice pagó al chofer del taxi mientras uno de los oficiales, una mujer policía, se acercaba a ellos. Alice salió del coche. La mujer policía le dijo: —¿Alice Clark? —Sí —respondió Alice. —Soy la sargento Rizzo. Mi compañero es el oficial García. La escoltaremos a la Delegación Policial 94.

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—Gracias —dijo Alice. Mientras corría por las calles el frío que experimentaba había disminuido, pero su ropa todavía estaba húmeda por el sudor y la temperatura caía rápidamente. En definitiva, la tormenta invernal había llegado. Ella intentó arroparse con su abrigo cuando comenzó a temblar. —De nada. —La mujer policía caminó junto a ella hacia el patrullero. —Siento molestarla —dijo Alice—. Ni siquiera sé si es necesario. —No es molestia —contestó Rizzo. La sargento abrió la puerta trasera e hizo gestos para que ella entrara—. Por lo que entiendo, podría haber enfrentado a un asesino inteligente y violento. No se puede ser demasiado cuidadosa. Mientras Alice se sentaba en el asiento trasero, García se dio la vuelta para sonreírle a través de la reja protectora. —Tenemos un mensaje que podría interesarle. Tuvimos noticias del WDVC… la División Wyr de Delitos Violentos. El detective Gideon Riehl ha llegado a la Delegación 94 y la espera allí. Dijo que le contemos que él es grande y rubio, y lamenta haberla asustado. Alice se hundió en su asiento al mismo tiempo que las palabras de García penetraban en su mente. —Oh dioses, gracias. La conmoción empezó a ser evidente mientras García avanzaba a través de la densa tormenta. Alice se acurrucó en su abrigo y tembló con tanta fuerza que sintió que sus articulaciones podrían romperse. Una sucesión de imágenes de la última hora destelló a través de su mente con silente urgencia. La expresión de Haley había estado en blanco, como si hubiera muerto cogida por sorpresa. O quizás su expresión sólo era blanca porque estaba muerta y había sufrido un miedo y un dolor inimaginables en sus últimos momentos. ¿Había visto el rostro de su asesino y comprendido que iba a morir? ¿Había visto el rostro de su asesino y lo había reconocido? Alice se limpió la cara con el extremo de su bufanda. Haley trabajaba —había trabajado— en la misma escuela primaria que ella. Alguien tendría que llamar a Alex, quien no sólo era el líder de su grupo, sino el director de la Primaria Broadway. Alguien tendría que ponerse en contacto con los padres de Haley. Suponía que la policía tenía un protocolo establecido para casos semejantes, pero Haley era —había sido— hija única. Las noticias de su pérdida serían un golpe demoledor. Tal vez la policía dejaría que Alice ayudara.

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Y Peter. Ellos no habían revelado los detalles de su muerte, sólo que había sido atacado y asesinado. Era probable que ni siquiera hubieran encontrado a David. Pero hacía dos días, cuando Alice y Haley habían hablado de Peter con voces susurrantes en el salón de profesores, Alice lo había sabido. La pesadilla había vuelto.

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Aunque la noche del viernes fuera joven aún, el tráfico había disminuido hasta ser un simple hilo mientras la visibilidad se reducía a unos cuantos metros. Una tormenta invernal impulsaba a realizar sólo viajes de emergencia y hacía que incluso los compradores más decididos abandonaran sus búsquedas. El mundo se había vuelto yermo y tan traicionero lejos de la protección de las luces eléctricas brillando en medio de la oscuridad. El viento aullaba como si estuviera poblado con invisibles lobos de cacería. El viento dirigía a la nieve con tal fuerza que hacía que ésta se pareciera a diminutas agujas de hielo atacando cualquier piel expuesta. Había dos clases de tormentas, pensó Alice. Primero estaban las amigables, esas que todo el mundo disfrutaba viendo desde la ventana con una taza de té. Caían del cielo con dramatismo pero sin auténtica malicia. En cambio esta tormenta pertenecía a la otra clase de tormentas, a las asesinas. Existen horrores que habitan la noche, decía con amargura el viento, horrores que sólo los niños y los demonios pueden ver. También existían horrores que viven en la mente, esos que únicamente el individuo puede atestiguar. El viento invernal cantaba cosas que la mente no recordaba por completo, pero ese miedo nunca se olvidaba, acechaba a las personas con fantasmas y tragedias que llenaban sus vidas de sombras. No lo podemos soportar, susurró el viento, porque cuando la luz y el calor se van nos dejan temblando desnudos en la oscuridad. Y de pronto escuchamos una sonrisita ronca que nos dice que somos la presa. Ni siquiera las luces de la Delegación 94 pudieron ofrecer a Alice algún consuelo cuando el edificio de ladrillo y piedra apareció repentinamente, una gran y pesada mole negra debido a la oscura noche gris. Un anónimo mal destruía a sus amigos y acechaba a su comunidad. La pena y el miedo eran aplastantes.

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Y estaba esto, una clase diferente de razón para temblar, una sensación imposible de conocer a alguien que no conocía en absoluto. Esa convicción invadía sus huesos y asaltaba su escéptica y renuente alma. No deseaba un compañero. Ni siquiera le gustaba tener citas con todas esas preguntas que todo el mundo se hacía, una y otra vez, como ¿qué haces para ganarte la vida? ¿Qué haces para divertirte? ¿Qué te gusta comer? ¿Ves a alguien más? ¿Contestaba alguien esas preguntas sinceramente en la primera cita? Las tendencias de Alice seguían su tímida naturaleza Wyr. Era una persona tranquila a la que le gustaba su vida solitaria. Le gustaba leer, hacer patchwork, así como realizar largos paseos en bicicleta por los parques; los libros y acampar eran su cielo. Su idea de revelarse era hacer un cambio radical en una receta de cocina. Si bien adoraba a los quince adorables y bulliciosos niños de su aula, a menudo pasaba las tardes en su casa recuperándose de la intensa interacción social del día. Sus necesidades sociales se limitaban a las reuniones rutinarias de su grupo, almorzar con otros profesores, llamadas telefónicas y cartas periódicas a sus padres y, oh dioses, Haley. ¿Cómo había dicho el oficial García que se llamaba el amenazante y gigantesco extraño? Detective Gideon Riehl. Él no podía ser quién ella creía que era. Debía estar sufriendo de alguna clase de error en su sistema interno, una extraña consecuencia de toda la tensión de los últimos días. Los Wyr eran letales cuando se convertían en criminales. Por definición, cualquiera que trabajara en la élite del Departamento de Policía de Nueva York, la WDVC, vivía una vida violenta y peligrosa. A fin de vencer a un criminal Wyr, los miembros del WDVC debían ser mejores y más eficientes asesinos que los Wyr a los que cazaban. Alice no podía imaginar a nadie más diferente a ella. No le extrañaba que la hubiera aterrorizado. ¿Él había sentido algo cuando la había visto por primera vez? ¿Compartió la misma loca convicción de que ella era su compañera? Si no lo hacía, sólo tendría que preocuparse por sí misma. Si lo hacía, entonces Alice tendría muchas otras cosas de las que preocuparse. Detectó la inmensa e inequívoca figura del detective Riehl mientras este caminaba de un lado a otro delante de las puertas de la delegación policial. Tenía la cabeza descubierta y su desgastada chaqueta de cuero estaba desabrochada. Por lo visto era inmune a la brutal ventisca que aullaba alrededor de él. Riehl se dio la vuelta cuando

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García detuvo el coche patrulla. Él empezó a caminar a grandes pasos cuando el patrullero se detuvo suavemente. Una poderosa locura embargó a Alice mientras lo observaba acercarse. Su fornido cuerpo se movía con atlética y segura fluidez, esas piernas imposiblemente largas disminuían la distancia entre ellos. Su mirada clara se fijaba en ella con la misma inquietante intensidad de antes, pero en vez de llenarla de pánico, esta vez supo que él era su único refugio contra la tormenta asesina. La mirada de Alice no se separó de la de él, el aliento se le atascó en la garganta mientras tanteaba el pestillo, recordando demasiado tarde que no había pestillos en el coche patrullero, cuando Riehl extendió la mano y gentilmente abrió la puerta para ella. La mirada de Riehl era estable y glacial, él estiró sus dos poderosas manos hacia Alice. Tal vez pensó en correr. La parte de ella que seguía horrorizada lo deseaba. Gran parte de ella, esa parte demente, estaba extendiendo ambas manos hacía él. Las palmas masculinas se sentían calientes y callosas bajo sus dedos. Riehl soportó su peso cuando de alguna manera ella logró que sus músculos temblorosos trabajaran y salieran del coche. Sus dientes castañeaban audiblemente, no lograba encontrar su orgullo por ningún lado. Él la miró fijamente a la cara y entonces simplemente la envolvió en sus brazos. Su calor y aroma la rodearon, el alivio y la comodidad fueron indescriptibles. —Todo va a estar bien ahora —ronroneó quedamente en su oreja—. Estás a salvo. Te tengo. Alice olvidó todo pensamiento de huir, se olvidó de todo sentido del orgullo y la propiedad, y se recostó contra su amplio y fornido pecho. Éste se sentía como un fuerte y sólido hogar.

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*

Ahora que habían logrado acercarse y hacer contacto personal, Riehl comprobó que Alice Clark era una cosita pequeñita, casi estaba tentando a alzarla y guardarla en su bolsillo. Frotó su delgada espalda mientras ella se acurrucaba contra él. Por alguna razón su corazón había decidido latir a un ritmo atronador. El lobo en él gruñó cuando ella tembló, pero mantuvo el control sobre su bestia. Ahora no era

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momento de ponerse en plan Cujo 1 con alguien y correr el riesgo de aterrorizarla mucho más. Pero él ladeó la cabeza y enseñó los dientes en una silenciosa advertencia cuando dos policías uniformados salieron del patrullero y se les aproximaron, demasiado cerca para su gusto. El macho uniformado alzó las manos en un gesto apaciguador. La mujer estrechó los ojos y deliberadamente dijo: —Señorita Clark, ¿necesita algo más de nosotros? El gruñido de Riehl se hizo más profundo cuando los brazos de Alice soltaron su cintura y también se habría apartado pero él se negó a soltarla. En cambio ella giró la cabeza. Sus adorables tirabuzones dorados cosquillearon contra su barbilla y él deseó frotar la cara contra toda ella. —No. Gracias eso es todo —dijo Alice. —De nada —respondió la mujer. Le lanzó a Riehl una mirada extra antes de apartarse con su compañero y regresar a su ronda. Alice alzó la cabeza y lo miró. Él evaluó su expresión tensa. Delgadas monturas metálicas doradas enmarcaban sus grandes y brillantes ojos de color avellana, con motas de azul y verde, contra una lustrosa piel cacao-y-crema que hizo que su boca salivara con el impulso de lamerla en todas partes. Sus delicados y algo ascéticos rasgos estaban manchados con lágrimas y con persistentes rastros de miedo. Debido al frío glacial, su temblor había aumentado. Esos hermosos ojos suyos eran dos orbes inhóspitos por la emoción y el recuerdo del horror. Riehl llegó a otras de sus rápidas decisiones y le dijo: —Te llevo a casa. La sorpresa floreció como una flor al abrirse en el rostro femenino lleno de tensión. —¿No ibas a interrogarme? —preguntó ella. —Sí, pero estás sufriendo una fuerte conmoción. Cualquier cosa que tengamos que decirnos puede hacerse en la comodidad de tu propia casa —dijo. Riehl puso un brazo alrededor de los hombros de Alice y la condujo hacia su vehículo, un Jeep Cherokee negro último modelo en perfecto estado. Ella no protestó

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Cujo (1981) es una novela de terror psicológico de Stephen King. La historia se enfoca en una

familia que es aterrorizada por Cujo, un San Bernardo rabioso. (N. de la T.)

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pero caminó a su lado como una autómata. Él desactivó el pestillo de las puertas con el mando del coche y le abrió la puerta del pasajero para ella. Una vez que Alice se sentó, Riehl se dirigió rápidamente al lado del conductor. Con una rápida mirada de soslayo, se aseguró que ella se hubiera abrochado el cinturón de seguridad antes de encender el Jeep y marcharse. Podía sentir a través del volante cuan traidoramente resbaladizo se había vuelto el camino. El motor aún estaba caliente, así que puso la calefacción al máximo para ella. Si hubiera estado solo, ni siquiera se hubiera molestado. En la mayoría de casos, él generaba suficiente calor corporal para su propia comodidad. Riehl apenas si se había dado cuenta de cuan duro le estaban resultando las cosas desde que había empezado su nuevo trabajo. Se había alistado a los veinte años y había permanecido en el ejército durante un periodo más prolongado que la vida humana más larga. Su lobo todavía no se sentía cómodo con la decisión de retirarse. Cada vez que estaba en una diminuta residencia como la de la víctima —como la casa de Haley Moore—, se sentía como si pudiera chocar con las cosas si se movía demasiado rápido. De hecho, estos últimos meses había experimentado serias dudas sobre su decisión de dejar la vida del ejército y asentarse en la ciudad. No había estado seguro de poder adaptarse. El lobo había estado satisfecho con su estilo de vida trotamundos y el ejército le había proporcionado la sensación de manada que necesitaba. Era el hombre quien se había sentido inquieto y decidió que era el momento de hacer un cambio, pero su inquietud no había disminuido cuando se mudó y cambió de empleo. A decir verdad, no había disminuido hasta este mismo instante. Riehl envió otra mirada pensativa de soslayo a su pasajera. La tormenta se había desatado en el exterior y blancos copos de nieve se aferraban en su cabello. Estos se derretían por el calor del coche. La humedad residual brillaba sobre ella como una red de diminutas joyas. Su perfil era triste, incluso adusto, su delicada boca formaba una línea recta y no sonreía. Estaba afligida, y él era un absoluto cara de culo porque no podía dejar de mirarla y pensar únicamente en lo que podría hacer para tenerla desnuda. Volvió a sentir que el mundo había cambiado de eje y tuvo la convicción que el verdadero norte se había movido y que nada volvería a ser lo mismo jamás. Lo sintió. Sólo que no tenía idea de lo que esto significaba.

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El viaje a su piso debería haber sido corto pero el clima lo hizo mucho más largo. Alice miró a Riehl unas cuantas veces cuando él tomó la ruta correcta sin preguntar. Mantuvo las manos juntas sobre su regazo pero permaneció silenciosa. Gideon no había tenido tiempo para hacer mucho cuando el centro de emergencias se había puesto en contacto con él, pero había hecho una rápida investigación sobre ella. Alice Clark, treinta y cinco años. Diablos, él había estado en el ejército durante más tiempo de lo que ella había estado viva, de hecho, dos veces la duración de su vida. Los archivos de la Dirección General de Tráfico la declaraban como la propietaria de un Prius. Riehl se preguntó si, como muchos ciudadanos dueños de coches, era una conductora de fin de semana. Su dirección resultó ser un apartamento con jardín en un edificio de piedra arenisca marrón cerca de Prospect Park. Después de que estacionaron, la siguió por los peldaños resbaladizos hasta su puerta principal. La decorativa reja de seguridad de hierro labrado de la ventana delantera estaba cubierta con hielo. El calor le azotó en la cara cuando entraron. Se estaba quitando la chaqueta cuando ella cerró y aseguró la puerta principal. Alice alzó su bonita mirada color avellana hasta el rostro de Riehl y pasó junto a él mientras que con las manos desabrochaba los botones de su abrigo de lana negra. Señor de las Alturas, verla desvestirse, incluso ese poco, lo golpeó como la coz de una mula. Él inhaló abruptamente y se dio la vuelta para mirar la pared. —Si no te importa —dijo ella—. Me gustaría ponerme algo de ropa seca. —Sonaba jadeante, su voz apenas si era un susurro, y era tan sexy como si hubiera pasado un dedo por su columna desnuda. Él se estremeció, hizo un esfuerzo hercúleo y logró articular unas palabras. —Hazlo. Alice encendió todas las luces mientras se iba. En su ausencia la habitación parecía demasiado vacía. Mientras Riehl la esperaba, merodeó a través de su sala de estar y se detuvo en la entrada para mirar detenidamente el área de la cocina-comedor. El piso estaba demasiado caliente, por supuesto, pero sabía que lo sería. La casa de Alice era más grande que el piso de Haley Moore. Esta parecía tener dos dormitorios y había una puerta trasera. La espaciosa habitación estaba adornada con unos vistosos girasoles estratégicamente colocados para acentuar unos armarios verde salvia. Una lavadora y una secadora se ubicaban en una hornacina que podía ser escondida por una puerta plegable de madera. Una maciza mesa de roble con cuatro sillas se concentraba en la zona del comedor.

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Se movió para mirar fuera de la ventana de la puerta trasera, notando con aprobación que ésta también estaba cubierta con una reja de seguridad. Pudo distinguir a través del blanco de la tormenta un pequeño jardín trasero rodeado por una cerca privada, que en esos momentos se encontraba en sombras y cubierto de una gruesa capa de nieve. Ese diminuto trozo de bien inmueble sería un refrescante refugio en primavera, verano y otoño. Ella no alardeaba de esto, pero tenía más dinero que su amiga. Podía permitirse un lugar más grande con un jardín y mantener un coche en la ciudad. Riehl regresó a la sala de estar. El mobiliario era cómodo, sencillo, en tonos tierra, un sofá, una mecedora y una de esos largos sillones… ¿cómo se llamaban esos chismes? Una chaise lounge. Muchas estanterías estaban repletas con una variedad de libros de tapa dura y ediciones en rústica, había plantas en macetas por todas partes, hermosos edredones hechos a mano estaban plegados a lo largo del respaldo del sofá y sillas, y en un rincón otro edredón medio terminado estaba en una canasta redonda sobre el suelo. Varias piezas de ilustraciones originales colgaban en las paredes, escenas de exuberantes selvas llenas de ricos verdes y ocasionalmente rociadas con flores exóticas. Riehl no era, en ninguna extensión de la palabra, un aficionado al arte, pero todas las ilustraciones tenían un estilo similar y parecían ser del mismo artista. Una chimenea de gas con un panel de cristal se ubicaba contra una pared. Alice había usado adecuadamente las dimensiones de la habitación para crear un oasis. Este parecía cómodo, además de trasmitir una sensación de espacio, resplandor y un toque de aire libre. Encendió la chimenea a gas y se quedó de pie. Las lámparas estratégicamente ubicadas ayudaban a crear un ambiente más tranquilo. Con las vacilantes llamas de gas, casi podía imaginarse holgazaneando ante una fogata rodeado por la vegetación viva. Tanto el lobo como el hombre aprobaron esto con efusividad. Las suaves chispas de Poder de Alice que salpicaban por la casa, eran más suaves fulgores que algo más. El lugar olía como a ella, con ese olor delicado, evocador y seductor. Riehl tomó profundos alientos y sintió una tensión entre los omóplatos. El hogar de Alice era atractivo y acogedor, pero no quisquilloso o pretencioso. No se sentía claustrofóbico. Se sentía bien. La escuchó moverse en su dormitorio y la imaginó quitándose el resto de sus ropas. Al instante su polla se endureció y tiró contra los límites de su cremallera. Qué clase de tipo era él. ¿Podía ser más censurable?

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Ella acababa de tener uno de los peores días que un cuerpo podía soportar, y esto aún no había acabado porque, por mucho que deseara dejarla descansar y recuperarse, Riehl tenía que interrogarla. Debía pensar en lo que podía hacer para facilitarle las cosas, no en cuál sería su sabor, en cómo sería sentirla retorcerse bajo él mientras se introducía en ese elegante cuerpo… Hablando de lo que podía hacer para ayudar. Se trasladó a la cocina. Una tetera estaba sobre una cocina a gas. La llenó de agua y puso a máxima potencia el quemador, después abrió y cerró los armarios hasta encontrar sus reservas de té. Y es allí donde se perdió… ella tenía tantas clases de tés extraños que no tenía idea de cuál elegir. Estaban en su armario, así que debían gustarle todos ellos, ¿verdad? Agarró una caja al azar y preparó una taza y cuando la tetera emitió un agudo silbido, vertió el agua hirviente en esta. Supo en el momento en que ella se detuvo en el umbral para observarlo, pero Riehl se tomó un momento para darse la vuelta y mirarla. Ella vestía suaves pantalones de franela gris, un suelto suéter de punto trenzado azul, el borde de una vieja camiseta blanca sobresalía por el escote y usaba cómodas pantuflas. Se alegró de ver que había decidido ponerse cómoda y supo que había tomado la decisión correcta en traerla a su casa. Se la veía más tranquila pero aún muy triste, esto retorció su viejo y endurecido corazón de guerrero. —Cómo te estabas congelando, encendí la chimenea y pensé que te gustaría algo caliente para beber —dijo con voz brusca Riehl. Alice bajó la mirada hacia la taza y la tetera calientes en la cocina, y su expresión se suavizó con una gratitud tan dulce, que derrumbó cada barrera cínica que en algún momento Riehl hubiera levantado para mantener al mundo apartado de él. —Gracias —dijo ella. Él le regaló un corto movimiento de cabeza mientras luchaba por mantener los pies adheridos en un mundo que daba vueltas. El mundo se había inclinado sobre su eje. Y ella era su verdadero norte.

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Capítulo 3

Hogar

Alice contemplaba el fornido cuerpo del hombre que estaba en su cocina y luchó contra el impulso de retorcerse los dedos. El rostro masculino estaba marcado por duras líneas y llevaba impresa una afilada madurez que podía de un momento a otro volverse peligrosa. No existía suavidad en sus facciones. Estas mostraban que había estado en muchos lugares, que había visto cosas inimaginables, que las había enfrentado con competente e inteligente compostura y que no sabía lo que significaba rendirse. Su presencia perfumaba el aire con algo exótico y transformaba el familiar entorno de Alice en algo extraño. Había creído que su pacífico piso de dos habitaciones era espacioso, pero de alguna manera él llenaba todo el lugar con su fuerte energía masculina. Ésta bañaba sus sentidos cansados con vitalidad y una renovada sensación de determinación. Sólo vestía una descolorida camiseta negra bajo la chaqueta de cuero. El algodón se estiraba tensamente sobre los abultados bíceps y deltoides de sus antebrazos, y se desplegaba a través de la contundente anchura de sus pectorales. Llevaba un arma en una pistolera de hombro. La mirada de Alice se quedó fija sobre la pistola y durante largos segundos no pudo apartar la vista de ella. Cuando había dejado su dormitorio, notó con desconcierto que ciertamente él sabía cómo sentirse en casa sin que lo invitaran. Había encendido la chimenea y estaba haciendo té. Entonces él alzó la vista hacia ella y su fría mirada azul la atravesó. Alice habría dicho que eso era imposible, pero ese rostro alarmantemente despiadado se había vuelto dulce y Alice sintió que todo en su interior se derretía. Cuando le dijo que el

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fuego y el té eran para ella, era la última cosa en el mundo que hubiera esperado escucharlo decir. Tuvo que presionar con fuerza los labios para evitar que su boca temblara. —¿Te sientes mejor? —le preguntó—. ¿Al menos más cómoda? El sonido de su profunda y ronca voz rozó a lo largo de su piel y el vello sobre esta se le erizó. Ella asintió con la cabeza sin decir palabra. —¿Dónde quieres sentarte? ¿En la sala de estar delante del fuego o ante la mesa? —continuó él. Todavía en silencio, le indicó la mesa del comedor. Él llevó la taza, la puso en la mesa y le ofreció una silla. Alice se sentó cautelosamente mientras le preguntaba: —¿No quieres una para ti? Él le lanzó esa mirada de soslayo que revelaba una pizca de pícaro encanto tan potente que la golpeó a bocajarro entre los ojos. —No bebo té. Devastada por la intensidad de su reacción ante él, bajó la mirada a la taza y parpadeó fuertemente. Envolvió sus fríos dedos alrededor del bienvenido calor y se aclaró la garganta. —Tengo cerveza y refrescos en la nevera, si deseas algo de beber. —Estoy bien por el momento, gracias. —Se sentó en la silla frente a ella y apoyó los codos en la mesa. —¿Te das cuenta que ahora debo hacerte algunas preguntas difíciles, verdad? —dijo quedamente. Ella asintió con la cabeza. —Pregúntame lo que necesites saber, Detective. —Ey. —Riehl agachó la cabeza, intentando atrapar su mirada, y ella se lo permitió. Él le regaló una sonrisa rápida y lisonjera—. Por favor, llámame Gideon. Una pequeña astilla de calor se abrió paso hasta su corazón acongojado. Ella logró devolverle una pequeña y fugaz sonrisa. —Y a mí, Alice. —Alice, no voy a hacer un secreto de esto… me alegra mucho haberte conocido, pero siento que haya sucedido en estas circunstancias tan terribles. Lamento la

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pérdida de tu amiga —dijo Gideon, sosteniéndole la mirada con sus ojos azul pálido. Estos habían parecido tan fríos hace tan poco tiempo y ahora estaban llenos de una adusta compasión. Una oscura comprensión yacía detrás de esa expresión. Sabe lo que se siente el perder a personas cercanas a él, pensó Alice. —Amigos —susurró ella. —Amigos —se enmendó él—. Lamento que hayas visto a Haley de esa manera. Te habría protegido de esto si pudiera. De alguna manera le decía las cosas correctas. Sus sencillas palabras hacían patente que la conciencia masculina reconocía alguna conexión entre ellos, pero las condolencias hacían hincapié en que necesitaban concentrarse en este momento. Esto la estabilizó como nada más podría haber hecho. —Gracias —dijo ella, sentándose muy derecha en su silla. —Quiero que me digas todo lo que te ha pasado durante los dos últimos días —dijo Gideon—. Tomate tu tiempo y no te preocupes si crees que es importante o no. Yo decidiré si lo es. —¿Todo? —Alice lo contempló con perplejidad—. ¿No vas a hacerme preguntas? —¿Quieres decir como en un programa de televisión, dónde los polis consiguen todo lo que necesitan saber en tres o cuatro minutos de diálogo franco? —El calor tocó las mejillas de Alice y alzó avergonzada un hombro. Riehl le dedicó una débil sonrisa—. Te haré preguntas después. Ahora mismo, no quiero dirigirte o imponer mis ideas u opiniones sobre ti. Siempre hay la posibilidad que sepas más de lo que crees y que haya cosas que aún yo no sepa que deba preguntarte. —De acuerdo. —Bebió a sorbos su té durante un momento y puso en orden sus pensamientos. Ni hacía media hora había estado aterrorizada, prácticamente balbuceando incoherencias. Ahora ciertamente sentía pena pero se sentía más tranquila, apoyada, ya no estaba sola y vulnerable en la oscuridad. Se sentía segura. Retrocedió hasta unos días atrás cuando la vida había sido tan diferente y había ido alegremente a trabajar sin una pista de los horrores que la semana le presentaría. —Soy profesora —dijo—. Trabajo en una escuela privada, en la Primaria Broadway. Haley trabajaba en la misma escuela. El director, Alex Schaffer, es nuestro amigo. En la hora del almuerzo nos contó que un amigo común, Peter Brunswick, estaba muerto.

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Al principio las palabras salieron lentas y entrecortadas. De pronto aumentaron de velocidad, llegando con rapidez y fuerza. Gideon permaneció como un oyente silencioso, su mirada estable y su fuerte presencia era una cuerda segura a la que ella podía aferrarse cuando los recuerdos la golpeaban. Ella lloró. No quería pero no pudo evitarlo. Cuando alcanzó el punto donde había visto el pobre y desmañado cuerpo de Haley por primera vez, se quitó las gafas y se cubrió los ojos con una mano mientras las lágrimas caían por su rostro. La silla de Gideon raspó el suelo. Rodeó la mesa, se arrodilló junto a ella y la atrapó en sus brazos en un solo movimiento. Esto se sintió como la primera vez, una sensación de no sólo estar abrazando, sino estrechando. Nada remarcaba el hecho de que, como un oficial de policía interrogando a un potencial testigo, muchas personas dirían que sus acciones eran inapropiadas. Riehl ya había cruzado esa línea fuera de la delegación. Alice se entregó a sí misma… se permitió actuar de acuerdo a su necesidad. Ella envolvió los brazos alrededor de él, hundió la cara en su fornido cuello y sollozó todo lo que tenía en su corazón. Riehl le frotó la espalda y la sostuvo con inmaculada paciencia, soltándole los brazos sólo cuando ella se calmó y se puso derecha. Él le preguntó con voz tranquila: —¿Mejor? Alice asintió con la cabeza y le acarició el dorso de la mano en agradecimiento. Entonces recuperó sus gafas y aprovechó la oportunidad de lavarse la cara en el fregadero. El agua fría se sintió bien contra su piel demasiado caliente e hinchada. Se secó la cara con una toalla y volvió a poner las gafas sobre su nariz. Cuando el mundo volvió a ser nítido, notó que el reloj incorporado de su estufa marcaba las 9:05 pm. Gideon se había puesto de pie. Cada vez que Alice posaba los ojos en él, su gigantesco tamaño la conmocionaba. Ninguno de los dos había tenido la oportunidad de cenar esa noche. Él ni siquiera había comenzado a hacer sus preguntas, así que no se iría dentro de poco tiempo. Alice no creía que pudiera retener la comida, pero los grandes machos Wyr, sobre todo aquellos con su clase de físico necesitaban comer. —¿Tienes hambre? —preguntó.

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Riehl se quedó paralizado. Ella podría afirmar que estaba intentando decidir qué cosa debía responder e increíblemente en una noche tan horrible como esa, los labios de Alice se curvaron en una auténtica sonrisa. —Por supuesto que tienes hambre —dijo ella—. Haré algo de comer. —No tienes que hacerlo —dijo Gideon. —Lo sé, pero quiero hacerlo —contestó ella—. Me gusta cocinar cuando estoy tensa. —Riehl enarcó las cejas. Alice rio entre dientes—. Supongo que esto puede sonar extraño, pero la cocina me tranquiliza. Lo encuentro reconfortante. —Si te sientas segura —dijo con cautela—. Podría comer algo. Considerando el cuidado con que la trataba, no había duda que eso significaba que estaba muriéndose de hambre, así que aquello que hiciera tendría que ser abundante. Se alegró de haber ido a la tienda por provisiones cuando escuchó el pronóstico de la tormenta de nieve. Alice abrió la nevera, sacó una Corona y se la entregó. Él la recibió, sus ojos iluminados con una titubeante gratitud. ¡Cielos!, parecía como si nunca antes le hubieran ofrecido alimentarlo. Volvió a girar para estudiar el contenido de su nevera mientras intentaba decidir qué hacer. —¿Eres alguna clase de canino, verdad? —murmuró. Él querría mucha proteína. —Soy un lobo —dijo. Alice hizo una pausa mientras absorbía esta información. Un lobo, no un perro, lo cual significaba que no estaba completamente domesticado o amansado. Sí, eso encajaba. Sería impresionante en su forma de lobo si su piel era del mismo rubio platino que su cabello. —¿Y tú eres un camaleón arco iris, verdad? —preguntó él. Alice apartó su trémula mano del mango de la puerta de la nevera. La puerta se balanceó ampliamente mientras se daba la vuelta para mirarlo a la cara y se apoyaba contra una encimera. La expresión de Gideon cambió y con voz tranquila le dijo: —Alice, todo está bien. Recuerda, estás completamente a salvo. Otra vez, él obró a la perfección. No avanzó físicamente, sino que se recostó contra la mesa del comedor, su gran cuerpo se veía relajado y un pie estaba sobre el otro. Riehl la observó con la misma estable serenidad de la que había hecho gala toda la noche.

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Alice se relajó con una sonrisa tímida. —Lo siento —dijo ella—. Esta forma de sentir sale de cualquier lado y… no nos gusta hablar de nosotros o hacer público qué clase de Wyr somos, sabes. Esto se debe en algo a una conducta instintiva y en algo es porque… bien… —hizo un gesto abrumador. Riehl asintió y se frotó la nuca, pareciendo pensativo. —La historia no ha sido amable con los camaleones Wyr. Como la mayoría de las Razas Arcanas, los Wyrkind no provenían solo de la tierra. Algunas de las especies más extrañas eran originarias de Otras Terras, esos lugares llenos de magia que se habían formado cuando el tiempo y el espacio se alteraron al formarse la tierra. Los camaleones arco iris eran uno de esos Wyr. Criaturas raras y tímidas, provenían de una recóndita Otra Terra conectada con la selva tropical del Amazonas. Los camaleones arco iris carecían de contrapartes no Wyr. También eran únicos entre otras especies comunes de camaleones que típicamente podían efectuar unos pocos cambios de color. Los camaleones arco iris tenían la capacidad de cambiar en cualquier color y podían hacerlo a voluntad para mezclarse con su entorno. Uno de los exploradores más antiguos del interior de Amazonas, el conquistador español Francisco de Orellana, fue quien realizó el primer contacto europeo conocido con los camaleones arco iris Wyr a principios de 1542 cuando viajaba a lo largo del río Amazonas, buscando la mítica ciudad del El Dorado. Al descubrir la capacidad única de los camaleones arco iris de lograr radicales y complejos cambios de color, Orellana procedió a cometer uno de los más grandes genocidios de la historia española o de las Razas Arcanas. Sistemáticamente cazó a los camaleones Wyr y los diseccionó en un intento de descubrir el origen de su capacidad. Se desconocía el número exacto de Wyr a los que asesinó, pero los historiadores estimaban que el total estaba entre los 3.000 a los 5.000, lo cual eran números catastróficos para una especie tan rara. En sus experimentos, Orellana descubrió que los camaleones Wyr tenían una glándula similar a la glándula pituitaria humana. Su extracción producía un fluido que al ser usado para teñir tejidos, podía producir un efecto impresionante en las prendas de vestir. Orellana nunca encontró El Dorado, pero envió frascos del extracto de camaleón a España y los vendió a precios del rescate de un rey, manteniendo en secreto sus orígenes. La realeza española y algunos de los miembros más ricos de su

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nobleza ostentaron elaborados trajes de corte confeccionados con fabulosas telas que cambiaban de color con fluidez líquida y se confundían con su entorno. El secreto del extracto de camaleón fue descubierto en los diarios de Orellana después de su muerte, así que el rey Carlos I y su madre, la mentalmente inestable reina Juana, prohibieron bajo pena de muerte el uso de la ropa teñida con extracto de camaleón. La monarquía española hizo un gran papel mostrándose moralmente ofendida, pero la realidad política era, que su real reacción podía deberse a que tenían que hacer algún gesto de rechazo público o correr el riesgo de ser destruidos por los enfurecidos líderes de las Razas Arcanas. Sin embargo, rumores de la existencia de tales ropajes habían corrido sin interrupción durante siglos, en particular cuando estaban relacionadas con famosos robos sin resolver. Fueran ciertos o no esos rumores históricos, lo cierto era que los camaleones Wyr seguían siendo raros, Alice solo conocía de la existencia de aproximadamente cincuenta viviendo en los Estados Unidos continentales. Los números críticamente bajos de los camaleones Wyr hacían que los crímenes sucedidos hace siete años fueran aún más terribles. Una pequeña colonia de camaleones Wyr había vivido en Jacksonville, Florida, donde siete de ellos habían sido asesinados un mes de diciembre, una semana antes al Festival de las Máscaras. A pesar del seguimiento televisivo a escala nacional de varias cadenas de noticias, nunca atraparon al asesino de los camaleones Wyr. El silencio fue roto por el viento que hacía estrellar esquirlas de hielo contra el edificio, como si fuera una pesadilla que tocaba las ventanas con dedos esqueléticos buscando un camino para entrar. Alice se estremeció ante la oscura fantasía y la apartó de su mente. Estaba rodeada de luz y calor, se sustentaba con buenos alimentos y bebidas, y se le había dado el imprevisto don de la comodidad y el compañerismo durante un tiempo que habría sido terrible de superar en soledad. Alice le lanzó otra mirada compungida a Gideon, se dio la vuelta hacia la nevera abierta y comenzó a sacar cosas al azar. —No nos gusta hablar de nuestras naturalezas Wyr con extraños. ¿Todo esto está relacionado con nuestra historia? —volvió a hablar ella. —¿Te refieres al genocidio del conquistador? No hemos encontrado pruebas que unan los actuales crímenes a ese hecho. —Gideon se enderezó repentinamente—. ¿Es así cómo te escondiste de mí, verdad? En el piso de Haley. Cambiaste a tu forma Wyr. Alice lo miró sobre el hombro, inquieta.

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—¿Sabías que estaba allí? ¿No me identificaste sólo por mi aroma cuando salí a la calle? —Tenía el instinto de que estabas allí. No lo sabía con seguridad. Atravesé la calle hasta la tienda de comestibles y vigilé la entrada del edificio desde allí. ¿Dónde te escondiste? —le corrigió él. —¿Recuerdas el ficus benjamina? Él le lanzó una mirada en blanco. —¿El qué? —La planta en la maceta ubicada en la esquina del vestíbulo y la sala de estar. —Tímidamente se acomodó los rizos detrás del cuello—. Me escondí entre las hojas. Una sonrisa se formó a través de sus rudas facciones. —Maldición, estabas allí. Bien hecho. Me acuerdo haber rozado ese árbol cuando entré en la sala de estar. ¿De qué tamaño eres en tu forma Wyr? Alice sintió una ridícula ráfaga de placer por su alabanza. —Un poco más grande que la longitud de tu antebrazo. Tal vez más pequeña si enrollo mi cola entorno de mi cuerpo. —¿Es esa la razón por la que tienes tantos árboles en macetas en tu sala de estar? —Riehl la observó con tal placer que el calor volvió a tocar las mejillas de Alice. Ella asintió con la cabeza y admitió: —A veces me gusta pasar el rato en los árboles mientras veo la televisión. Él se echó a reír. —Por supuesto, ¿por qué no? —Azorada, se sintió aún más tímida. Él le dijo—: En ocasiones a mi lobo le gusta pasar el rato y masticar un hueso. Sobre todo esos sabrosos Huesos de Carne que puedes conseguir en Wyr Foods. Alice sonrió. Wyr Foods era una filial especializada de la cadena de comestibles Whole Foods. Ella también hacía sus compras allí. Miró los artículos que había sacado de la nevera. Una caja de huevos, un paquete de tocino, verduras, queso. Bien. Parecía que haría una tortilla. Espera, tenía un par de paquetes de croquetas de patatas en el congelador. Suponía que él podría comerse toda la docena de huevos, mucho tocino, ambos paquetes de croquetas de patatas y tener espacio para disfrutar de unas tostadas también.

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Sacó una cazuela para la tortilla, una sartén para el tocino y una cazuela sauté con lados más pronunciados para las croquetas de patata. Después aclaró las verduras para la tortilla y comenzó a cortar la cebolla, el ajo verde, las setas y los tomates.

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Gideon la observó trabajar. Parecía más tranquila y en paz mientras se movía con confianza alrededor de su cocina. Pensándolo bien, él se sentía más tranquilo y en paz observándola. Era una mujer bella de una forma totalmente discreta. Esto se veía en los elegantes movimientos de sus delgadas manos y los delicados huesos de sus muñecas, en la tranquila dignidad de su inteligente rostro y esa total e incongruente cosa salvaje en su exuberante cabello oscuro. Él amaba ese cabello. Tenía un deseo compulsivo, similar al anhelo de correr del lobo… deseaba tomar cada uno de esos rizos, observarlos saltar de regreso a su lugar, sepultar la cara en ellos y hacerle cosquillas hasta que su tristeza y dignidad se quebraran y ella riera sin aliento. Su polla volvió a ponerse dura. Borrico peludo. Respiró hondo y tiró de una de las sillas de forma que pudiera sentarse en ella al revés. De esta manera tenía el beneficio de esconder el bulto de sus vaqueros. Cruzó los brazos a través del respaldo de la silla y abrió la botella de su Corona con los dedos de una mano. Se tomó de un trago su bebida y se dio una patada mental para volver al trabajo. —¿Lista para continuar? —dijo él. Alice no apartó la mirada de las verduras que estaba cortando. Simplemente asintió. —¿Sabes lo que pasó en Florida hace siete años? Ella apretó los labios. —Todo camaleón arco iris Wyr sabe lo que pasó en Florida. Eran nuestros amigos y familiares. Gideon cerró los ojos brevemente y se dio una patada más fuerte. —Por supuesto lo eran —dijo él suavemente.

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Alice echó las verduras de la tabla de cortar en una sartén caliente. Estas chisporrotearon y el aroma de alimentos cocinándose llenó la cocina. —¿Crees que es el mismo asesino? —dijo ella. ¿Por qué andarse con rodeos? —Sí, lo creo. Como el asesino de Jacksonville nunca fue atrapado, muchos detalles de esos asesinatos nunca fueron revelados, pero quien sea que mató a Haley usó la misma metodología —dijo él. Ella lo miró con los ojos muy abiertos. —¿Metodología? —El asesino fue muy metódico. Enmascaró su olor con un agente químico que los cazadores usan y si bien no tenemos aún un informe de la escena del crimen de Haley, estoy seguro que no dejó huellas digitales. El asesino de Jacksonville tampoco lo hizo. Todas las víctimas murieron por una herida de puñal en el corazón. Algo hecho con gran destreza, después sus cavidades abdominales fueron vaciadas. Los órganos siempre fueron colocados fuera de sus cuerpos siguiendo el mismo patrón. Alice dejó caer a un lado la mano que aún sostenía la espátula, mientras su rostro se ponía lívido. Riehl cruzó rápidamente la habitación para sostenerla desde detrás en un firme agarre. —¿H-Haley estaba muerta antes que le hiciera eso? —susurró ella. —Sí —dijo él con voz firme—. El asesino tiene un motivo diferente al de la tortura. Te lo prometo, Alice. Ella no sufrió. Alice respiró con fuerza, luchando por el control. —Gracias. Estoy bien —dijo ella. Riehl la liberó y retrocedió. No demasiado lejos, sólo un par de pasos. Se quedó de pie fuera de la línea de visión de Alice, observándola estremecerse convulsivamente mientras cocinaba, Riehl cerró las manos en puños a sus costados. No había mucho que pudiera hacer para evitarle ese dolor y eso lo estaba volviendo un poco loco. —¿Lista para un descanso? —preguntó él, esperando que dijera que sí. —No. —Alice lo miró sobre su hombro—. Por favor continua. —Dijiste que tu jefe, Alex Schaffer, fue quien os dio la noticia de la muerte de Peter Baines a Haley y a ti, y que también es quien notó la desaparición de David

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Brunswick, ¿correcto? —Esperó su confirmación y luego prosiguió—: ¿Por qué Schaffer? —Después de lo de Jacksonville, Alex comenzó un grupo de apoyo para los camaleones Wyr. Primero debía ayudarnos a tratar con la pena, pero con el tiempo el grupo se volvió algo más social. Ahora tenemos una comida comunitaria el primer domingo de cada mes y algunos nos reunimos para almorzar el tercer domingo. Otros vamos de vez en cuando de excursión o salimos a comer o a ver una película. —Colores verdaderos —dijo Gideon. Ella lo miró con sorpresa. —¿Conoces el grupo? Guardamos su existencia en un perfil bajo. Tenemos un sitio web donde todos pueden entrar al sistema y publicar noticias, mandarse correos o invitar a la gente a una salida, pero todo esto se mantiene en privado. Ni siquiera sale en el buscador de Google. —El FBI guarda un archivo sobre las actividades sociales de los camaleones Wyr, incluyendo información sobre el sitio web. Le eché un vistazo hace poco, pero no tuve tiempo para leerlo todo. No sabía que Schaffer era el fundador del grupo —le dijo a ella. —Sí, y por lo que sé, todo camaleón Wyr de Nueva York es miembro. —Veintitrés —murmuró Gideon. —¿Perdón? —Alice le entregó platos, cubiertos y servilletas. Él puso la mesa. —El sitio web tiene una lista de todos sus nombres. El grupo tiene veintitrés miembros. —Bien, técnicamente el total ahora era veinte, pero no iba a ser pedante sobre esto cuando podía causarle más dolor—. ¿Qué te hizo ir a la casa de Haley? —Habíamos planeado pasar juntas la noche. Iba a tratar de convencerla de que se quedara en mi casa durante un tiempo. —Él regresó hasta Alice y ella le entregó el salero y el pimentero, una botella de ketchup y una nueva Corona abierta. —¿Alguien más sabía que planeabais reuniros esta noche? —Riehl llevó la cerveza y los condimentos a la mesa. —No. —Ella le frunció el ceño—. ¿Importa eso? —Tal vez, tal vez no. ¿Vamos a mantener esto en privado por el momento, bien? —¿Podría ser útil retener esa información? Guardó a un lado el pensamiento para poder considerarlo más tarde.

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—Bien. —Sacó el último trozo de tocino de la sartén, era evidente que estaba profundamente ensimismada—. ¿Cómo apareciste en la casa de Haley? Riehl le sonrió. —¿Por qué no te lo cuento después? Puede que tú no necesites un descanso, pero yo sí. Sólo hasta que hayamos tenido la oportunidad de comer. Alice suspiró. —De acuerdo. Él había mentido, pero Alice no pareció notarlo. Riehl podía hablar de los detalles del caso y resultados de la autopsia durante la comida y nunca inmutarse, pero deseaba que ella se relajara lo suficiente para comer un bocado o dos. Un nuevo susto no serviría para ese propósito. Porque la policía ya había encontrado el cuerpo de David Brunswick en el garaje subterráneo de su casa, y era un hecho que el asesino había sido sumamente metódico. Aunque todos los asesinatos de Jacksonville se encontraron al mismo tiempo, uno de los detalles omitidos por las autoridades era que el grupo había sido prisionero durante un tiempo en su propio enclave. Al principio la escena señalaba un asesinato en masa, pero pronto se hizo evidente lo que esa tendencia en serie implicaba, que el asesino había diseccionado ritualmente a una persona cada día hasta que los siete estuvieron muertos. Los resultados de la autopsia confirmaron la sucesión de asesinatos. El informe listaba a las víctimas por la fecha de sus muertes y los nombres estaban en orden alfabético. Esa tarde, Gideon había visto la lista de miembros del grupo en el sitio web de Colores Verdadero. Peter Baines, David Brunswick. La tercera en la lista era Haley Cannes. Había llamado a la escuela pero Haley había dejado ya el trabajo. Él tendría pesadillas en las que se vería correr tan rápido y con todas sus fuerzas a su dirección de Brooklyn únicamente para llegar demasiado tarde. Si hubiera reunido todas esas piezas unas horas antes, la amiga de Alice todavía estaría viva. Tal vez hasta Haley estaría sentada cenando con ellos. Ayudó a Alice a llevar la comida a la mesa. Había cocinado una docena de huevos con verduras salteadas y su planeada tortilla estaba hecha a partir de una mezcla en la que ella había apilado cucharadas de crema agria y queso. Las croquetas de patata tenían un delicioso color, y el tocino era tan aromático y crujiente que el estómago de Gideon emitió un fuerte estruendo.

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Riehl le lanzó una sonrisa avergonzada y Alice sonrió. —¡Ah, olvidé hacer las tostadas! —dijo ella repentinamente. Él la atrapó rodeándole los hombros con un brazo y la dirigió de regreso a la mesa. —Por favor siéntate y relájate. Esto es más que perfecto. Ella le frunció el ceño sobre las delicadas monturas que se posaban sobre su delicada nariz. —Si estás seguro. Él dominó el impulso casi incontrolable de besarla. No era el momento. Todavía no, en todo caso. —Estoy seguro —dijo él. Riehl apartó una silla para Alice. Ella le sonrió mientras se sentaba. —No seas tímido —dijo ella—. Come todo lo que quieras. Como puedes ver, cociné porciones en concordancia a tu tamaño. Ella lo había hecho. Riehl inhaló profundamente la fragante comida. Dioses del cielo, no tenía que probar nada para saber que era una magnífica cocinera. —Esto es lo más celestial que recuerdo haber visto en muchísimo tiempo. Por favor sírvete algo antes que yo empiece —le dijo. La magnífica piel cacao-y-crema de Alice se ruborizó por el placer. —No tengo mucha hambre, pero, bien lo haré. Ella tomó algo de los huevos revueltos, una rodaja de tocino y una cucharada de la croqueta de patata. Esto no era ni de cerca suficiente para la crítica mirada de Riehl, pero en una noche tan dura para ella, probablemente tendría que bastar. Alice podría perder el apetito de incluso esa pequeña cantidad de alimento si se daba cuenta que el cuarto nombre en la lista del sitio web era el de ella. No es que algo le fuera a pasar. No bajo la vigilancia de Gideon. Él moriría antes de permitir que eso pasara.

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Las Profundidades

Verdadero norte. ¿Qué rayos significaba eso? Gideon desearía poder contemplarlo durante algún tiempo. Sin embargo, por el momento, paleó la mitad del contenido de cada sartén en su plato, echó un generoso chorro de kétchup en la croqueta de patata y se lo comió todo con entusiasmo. Esos primeros y rápidos mordiscos fueron indescriptiblemente deliciosos. Carne sazonada, un delicioso queso derretido, crema agria con huevos y verduras, y crujientes patatas rellenas, todo esto acompañado de una hermosa y suave mujer, en una cálida cocina durante una fría noche de invierno. De repente Gideon se sintió más feliz de lo que nunca creyó posible, más feliz de lo que le era cómodo. La emoción lo hizo estremecer con una intensidad tan feroz que sus dedos temblaron cuando agarró su cuchillo y tenedor. Se apretó las manos, deseando que pararan de temblar. Había sido uno de los perros de guerra más mortales de Cuelebre, el capitán alfa que lideraba a lobos, mastines y chuchos. Su brigada había sido la más hábil y volátil, tropas al límite extremo. Habían sido los primeros en lanzarse en cualquier conflicto, sin emitir aullido alguno, en vez de eso corrían a la batalla guardando un impaciente y cruel silencio. Eran los exploradores de avanzada, los comandos a los que se enviaba a lugares demasiado peligrosos para las tropas regulares, los centinelas que patrullaban los rincones oscuros y cruzaban las líneas enemigas para caer sobre sus oponentes desde atrás.

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Gideon había subido de rango cuando aún tenía el atletismo irreflexivo de la juventud y un cuerpo fuerte que podía seguir funcionando por siempre si se lo pedían. Ahora esa juvenil e ilimitada energía se había convertido en disciplinada madurez, su cabello rubio se había aclarado como el pelaje de un Golden Retriever al envejecer. Se ejercitaba y entrenaba con fuerza para mantener ágiles su físico, resistencia y reflejos. Cada batalla luchada y ganada, lo hacía muy consciente de que su juventud podía haberse ido pero aún estaba en su máxima condición, y que no era el tiempo para que el alfa perdiera su lugar al mando de la manada. Él no era uno de esos extraños e inmortales Wyr que habían nacido en el albor del mundo. Los lobos Wyr vivían aproximadamente doscientos años. Si algo no lo mataba primero esperaba ver otros buenos ochenta u ochenta y cinco años. Con disciplina y constante entrenamiento, podía haber seguido otros cincuenta años más en combate activo antes de que los años lo obligaran a considerar otras opciones. Allí en el delicado santuario de la cocina de Alice adornada con bonitos girasoles y armarios verde salvia, con su sensible y brillante mirada color avellana posándose pensativamente sobre él y la comida más copiosa, generosa y deliciosa que alguien hubiera cocinado alguna vez para él, extendida frente suyo, finalmente pudo admitirse la verdad del porqué se había marchado… se había sentido cansado. Las puntas de los delgados dedos de Alice rozaron el dorso de una de sus manos. —¿Estás bien? Riehl agachó la cabeza. —Sip —dijo, su voz era brusca—. Gracias por la cena. —De nada. —Se tocó el labio con la punta de su lengua. Alice se veía como si quisiera decir algo más, pero en cambio bajó la cabeza. Comieron su cena en un silencio sorprendentemente cómodo. Cuando Alice terminó la comida de su plato, Gideon tomó la cuchara de servir y le ofreció otra porción del plato de huevos revueltos. Ella enarcó las cejas pero asintió con la cabeza con una sonrisa. Riehl la observó comer con profundo placer. El móvil de Riehl sonó con el tono de llamada de Bayne, Stayin’ Alive de los Bee Gee’s. Agachó aún m{s la cabeza para meter la última cucharada de croquetas de patata en su boca al mismo tiempo que hurgaba en su bolsillo por su teléfono. —Lo siento —refunfuñó—. Es mi jefe. Tengo que contestar. Las sombras regresaron al rostro de Alice. Él odió ver que eso pasara.

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—Claro hazlo. Gideon caminó con largos pasos hacia la sala de estar y contestó el teléfono. —Sí. —Escuché que encontraste a tu testigo —dijo Bayne. —Sip, todavía estoy con ella —dijo Gideon. Comenzó a caminar de un lado a otro—. Estamos en su casa. ¿Qué sucede? —Hemos acordonado el piso de Haley Cannes. —El grifo le dijo a alguien más—: Confíscalo. Quiero que alguien repase todos los archivos del disco duro y compruebe cada contacto de su lista de correo electrónico. —Entonces su voz se volvió más fuerte—. ¿Averiguaste algo de Alice Clark? Rayos sí, un montón de cosas nuevas, pero la mayoría no eran de incumbencia del centinela. Gideon giró para dar otra vuelta en su caminata. Alice estaba limpiando la cocina. Había llevado los platos al fregadero. Aunque tuviera un lavavajillas, había llenado al tope el fregadero con agua jabonosa. Parecía que además sentía la necesidad de hacer algo. —Aún estamos hablando —dijo Gideon. —Llama o envía un mensaje de texto si averiguas algo nuevo. Mientras tanto, tenemos controlado las localizaciones de todos los camaleones Wyr que viven en la ciudad de Nueva York. Ahora que las escuelas han cerrado por las vacaciones de invierno, muchos han viajado por las fiestas. Una familia de cuatro miembros se dirige a Arizona, una madre soltera, su novio y su hijo irán a Los Ángeles, y una pareja viajará a Miami. Estamos comprobando con los aeropuertos para confirmar la salida de sus vuelos antes que la tormenta empezara a caer, pero asumimos que lo hicieron, lo cual nos deja aún once camaleones en la ciudad. —Cierto. —Volvió a mirar a Alice. Ella había terminado con los platos y estaba limpiando la mesa. ¿Alice acababa de comenzar sus vacaciones de invierno? Por un lado, le gustaba que tuviera tiempo disponible para sí misma en esos momentos. Lo necesitaba. Por el otro, no le gustaba pensar en ella en un posible aislamiento. Riehl gruñó—: Once es más que suficiente si él espera hacer una repetición de lo sucedido hace siete años. —¿Sólo necesita otros cuatro más, verdad? —dijo Bayne—. Algo me molesta de todo esto. Si es el tipo de Jacksonville, la última vez tomó ventaja de una situación que le era muy conveniente para él. Todas sus víctimas vivían juntas en el mismo lugar, y tendían a aislarse, por eso nadie supo que algo podía estar mal cuando el

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grupo desapareció durante una semana. Sólo fueron encontrados después que sus conocidos notaron su ausencia en la Mascarada a la que habían programado asistir. Ese no es el caso con estos asesinatos. Gideon se frotó la nuca. —Él trama las cosas con sumo cuidado —dijo—. Tiene un plan y piensa que funcionará. —Sip —gruñó Bayne—. Eso me molesta muchísimo. Eso también molestaba a Gideon. —¿Y qué con la protección? —preguntó él. El departamento de policía de New York no tendría fondos para proporcionar protección policial a once personas, pero la División Wyr de Delitos Violentos era financiada por una fuente diferente que provenía de los cofres de la heredad. Como el centinela que lideraba el WDVC, Bayne podía autorizar tal gasto en personal y dinero si lo juzgara apropiado. —Estableceré un cuerpo especial cuando regrese a la oficina —dijo Bayne—. La protección está en lo alto de la agenda. Y lo estará en la de todos antes de la mañana. Quiero que tú lo encabeces. Gideon dejó de caminar de un lado a otro ante el inmediato arrebato de negarse. Volvió a mirar a Alice y le dijo a Bayne: —No puedo. Tendrás que encontrar a alguien más. —Supongo que tienes un imperioso motivo para rechazar esta urgente asignación y quieres compartir esa razón con tu nuevo jefe —dijo Bayne. —En efecto lo tengo —dijo Gideon—. Pero es difícil entrar en detalles en estos precisos momentos. Tendré que hacerlo cuando te vuelva a ver. —¿Estás hablando en código secreto ya que ella puede escuchar todo lo que dices? —Sí, algo así. Mientras tanto, tengo que regresar a interrogar a Alice. —¿Sabe qué es la siguiente en la lista? —No lo sé —dijo Gideon—. Tal vez. Pero todo está bien, ya que yo pasaré con ella la noche. Alice alzó la cabeza y se dio la vuelta para mirarlo, su mirada era amplia y asustada. —Iba a decirte que te quedaras con ella hasta que enviara un guardia en servicio —gruñó Bayne—. Al menos es algo que tacharé de mi lista esta noche.

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—Puedes hacerlo del todo —le dijo Gideon—. Seré el responsable permanente de esta asignación. Hubo una larga pausa en el otro extremo de la línea. —¿Existen otras complicaciones en esto? —preguntó Bayne—. No me gustan las complicaciones. A menudo no puedo entender las mías propias. Gideon le sonrió a Alice de modo tranquilizador. —Hablaré contigo pronto —le dijo a Bayne. —Es mejor que así sea, colega. Tienes mucho que decirme —dijo Bayne, quien en ese momento colgó.

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El pulso de Alice rugió en sus oídos mientras observaba a Gideon guardar su móvil en el bolsillo. Bajó la mirada y se dio cuenta que retorcía en sus manos la toalla para platos. Le era difícil respirar regularmente cuando colgó la toalla en la percha de la estufa. La ropa de Gideon susurró mientras se posicionaba en la entrada de la cocina. Debía haber algo cuerdo y prudente que ella pudiera decir, si sólo pudiera pensar en ello. Su mente en caos saltó a través de una serie de declaraciones y las desechó todas en rápida sucesión. Eso fue bastante presuntuoso de su parte, Detective. ¿Acaso he dicho que puede quedarse esta noche? Por supuesto que debes quedarte a pasar la noche. Es demasiado peligroso que alguien intente conducir. ¿Y vaya con esta tormenta, eh? Pero si ni siquiera nos hemos besado. (NOOO. No digas eso). —¿Quieres un café? —graznó ella. —Alice —dijo Gideon. Ella alzó la cabeza bruscamente. Observándola, Gideon sintió una oleada tan poderosa de ternura ante la confusión de su rostro, que ni siquiera pudo sonreír, y por una vez su inadecuada lujuria fue

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sojuzgada a su voluntad. Deseaba volver a tomarla en brazos una vez más, para sólo sostenerla y decirle que todo estaría bien. —Lamento no haber tenido ocasión de discutirlo contigo primero, pero a mi jefe y a mí nos gustaría que yo pasara la noche en tu sofá —le dijo con voz gentil. Alice alisó la toalla con dedos inestables. —¿Creéis que es lo mejor? —Sí —dijo—. Hay demasiados indicios de que el asesino siente la compulsión de seguir ciertos patrones de orden. —¿Qué quieres decir? —Sus dedos se quedaron quietos—. ¿Creéis que tiene tendencias obsesivas-compulsivas? —Puede. Sin duda es brillante y capaz de una gran cantidad de organización, así que también puede ser capaz de esconder su verdadera naturaleza bajo un aspecto de normalidad. La habilidad de ocultar que poseen algunos psicópatas es lo que el psiquiatra Hervey Cleckley se refería cuando acuñó en 1941 el término “m{scara de cordura”. —Gideon respiró hondo y se obligó a seguir—. Muchos de los detalles de Jacksonville nunca fueron revelados porque el asesino aún no ha sido atrapado. Mantuvo cautivo al grupo y ejecutó a uno cada día. Fueron asesinados en orden alfabético. Riehl notó el momento en que la comprensión la golpeó. Alice inhaló con fuerza y entrecortadamente, alzando la vista otra vez. Entonces él no pudo contenerse durante más tiempo. Caminó a grandes pasos para coger sus delgados hombros en un firme y tranquilizador apretón. —Algo que no sucederá en esta ocasión —dijo fuertemente ante su pálido rostro—. También es bastante aparente que el número siete tiene un gran significado para él. —Es significativo para todas las Razas Arcanas —murmuró Alice—. Siete heredades en los Estados Unidos, siete Poderes Primales o dioses. —Los anteriores asesinatos ocurrieron en los días previos al Festival de las Máscaras —continuó Gideon—. Creemos que los siete dioses tienen un significado especial para él. Asesinó a siete personas en siete días. Ahora, siete años después, los asesinatos han vuelto a empezar. Extrae siete órganos de sus víctimas: el hígado, la vesícula biliar, el páncreas, los dos riñones, el bazo y asciende bajo las costillas para remover el corazón. Y alinea los órganos en un patrón distinto, aunque aún no hayamos entendido lo que esto significa.

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Las manos sobre los hombros de Alice eran grandes y cálidas. Ella lo agarró por los antebrazos, y la sensación de su piel caliente sobre sólido músculo volvió a estabilizarla. Su mente voló tan rápida como una flecha de regreso a esa terrible quietud en el piso de Haley, pero cuando recordó el oscuro agujero rojo en el torso de Haley se paralizó y no pudo obligarse a ir más lejos. —No lo puedo ver. No lo recuerdo. ¿Siempre usa el mismo patrón? —dijo Alice a través de dientes castañeantes. Él titubeó y sus notables ojos pálidos buscaron su cara. —Sí. El corazón está en el centro, con el resto de órganos alrededor de él —dijo renuente. Alice le frunció el ceño, apretaba tanto la boca que sus labios apenas si tenían color. —¿Cómo están ubicados? Ella pudo verlo batallando con el impulso de protegerla de los detalles. Por fin él dijo: —Pone el hígado a las doce, el bazo a las seis, la vesícula biliar y el páncreas a las tres y nueve respectivamente. —Las cuatro direcciones —dijo. —¿Perdón? —preguntó, desconcertado. La mirada de Alice aún estaba concentrada en Riehl pero él no creía que lo estuviera viendo. —Siete dioses. Siete. Cuatro. Dos. Uno. —preguntó—. ¿Dónde coloca los dos riñones? La expresión de Riehl acrecentó en determinación. —A ambos lados del hígado, en lo alto del círculo. —Conozco esa alineación —dijo Alice—. La uso todo el tiempo. Él la contempló. Su apretón sobre los hombros femeninos aumentó. Entonces la dejó ir y retrocedió. —Muéstrame. Alice salió corriendo de la cocina. Gideon caminó a largas zancadas tras de ella, observándola mascullar algo. Cruzó el corto pasillo y encendió una luz en la habitación delantera. Ella la había convertido en una oficina, con un escritorio de ordenador y una silla contra una pared y un futón como sofá contra otra. Como

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Haley, Alice había sacado varias cajas de decoraciones para el Festival de las Máscaras. Estaban en el suelo en medio de la habitación. Ella cayó de rodillas delante de una caja y hurgó en ella. —Es un tonto pasatiempo mío —dijo ella sobre su hombro—. Realmente no sé mucho sobre ello. Sólo soy una novata, no como otras personas. Cada año organizamos una Mascarada del Solsticio de Invierno como una forma de recaudar fondos para la escuela. Hago lecturas del Tarot… uso el Tarot Primal, por supuesto, no una de las muchas barajas europeas. Esas llegaron más tarde, creo que alrededor del siglo quince. El Tarot Primal es mucho, mucho más antiguo. Sólo conozco media docena de las tiradas2 de cartas más usadas. Riehl se frotó la nuca mientras la escuchaba hablar rápidamente. —¿Estás hablando de leer la fortuna? Con una mano, Alice sacó de la caja de cartón una caja más pequeña de madera pintada y sus mejillas enrojecieron. —Históricamente las cartas del tarot fueron usadas para la adivinación y se consideraba un asunto religioso serio. Si se hacía de una manera piadosa, se suponía que era una de las formas en que los dioses hablaban con nosotros —dijo—. Sólo fue en el siglo diecinueve que el leer la fortuna se convirtió en algo que se podía encontrar en un festival. No tengo Poder para realizar una adivinación real ni lo practico como una religión. Sólo hago un espectáculo de carnaval. Puedo conseguir veinticinco dólares por una lectura de quince minutos. Es muy popular en la escuela. Por lo general termino con varios cientos de dólares al final de la noche. —Bien —dijo. Se agachó delante de ella—. ¿Por qué no me muestras de lo qué estás hablando? Alice se sentó con las piernas cruzadas en la alfombra, abrió la cajita y sacó una vieja baraja de cartas. Gideon se acomodó en el suelo frente a ella. Él recogió la caja que ella había puesto a un lado. Estaba hecha de cedro y un débil Poder hormigueó suavemente en sus manos, era un antiguo Poder que había saturado la vieja madera. Estudió la pintura en la tapa. Era blanca y azul real y dorada, con contornos blancos y un pequeño toque de carmesí. Los colores debían haber sido una vez brillantes,

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Las tiradas son las formas o patrones en que el adivino coloca las cartas, ya que su posición

representa diferentes momentos o situaciones en la vida del consultante. Algunas de las tiradas más conocidas son la cruz celta, los cuatros elementos, el espejo, el mandala, entre otras. (N. de la T.)

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pero estos se habían desvanecido con el tiempo. La pintura era una cara estilizada. Un lado era masculina y la otra femenina. —¿Este es Taliesin, verdad? —preguntó él. No era muy religioso, pero conocía lo suficiente. Para las Razas Arcanas, los siete Poderes Primales eran los ejes del universo. Cada Poder tenía un personaje o una máscara de personalidad. Tanto masculina como femenina a la vez, Taliesin era el primero entre los dioses de las Razas Arcanas, el Poder Supremo ante el cual todos los demás se sometían. —Sí —dijo Alice—. ¿No es asombroso? Toda la baraja está pintada a mano. La encontré en una tienda de antigüedades hace casi doce años. —Tocó la esquina de la caja mientras él la sostenía—. Me enamoré y terminé pagando una fortuna. Comí muchos macarrones y queso ese año. Él puso la caja a un lado con cuidado y concentró su atención en Alice. —El Tarot Primal tiene cuarenta y nueve cartas en su mazo —dijo ella—. Los secretos o triunfos mayores en este Tarot son los siete dioses en sus principales advocaciones… o cómo la mayoría de personas los conocen. —Puso la primera carta en el suelo entre ellos y la nombró—. Taliesin, Dios del Baile, es el primero entre los Poderes Primales porque todo baila, los planetas y todas las estrellas, los demás dioses y nosotros mismos. El baile es el cambio y el universo está constantemente en movimiento. Luego está Azrael, Dios de la Muerte; Inanna, la diosa del Amor; Nadir, la diosa de las profundidades o el Or{culo… la leyenda dice que Nadir es quien dio el Tarot Primal a las Razas Arcanas. —¿Cuándo se cree que sucedió eso? —preguntó él. —Cerca del siglo tres o al menos esa es la edad del Tarot Primal más antiguo que se conoce. Aquí está Will, el Dios del Don; Camael, la diosa del Hogar; e Hiperión, Dios de la Ley. Riehl estudió cada carta mientras ella se las echaba, los famosos ojos verdes de la Muerte, los siete leones reales que tiraban del carruaje de Inanna, la oscura sensación de la inmensidad capturada en la brillante mirada de Nadir. Las cartas eran impresionantes pero no del todo hermosas. Eran demasiado incómodas para eso. —Alguien con poder real las usó una vez —murmuró él. —Creo que fue la persona que las creó —dijo Alice—. El resto de las cartas son los secretos menores. Los dioses tienen sus advocaciones principales y luego están todas sus advocaciones menores. Tomemos como ejemplo a Azrael. La muerte es su advocación principal, pero en el mazo del Tarot tiene otras seis advocaciones

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menores. También es el Dios de la regeneración y de toda clase de vegetación en crecimiento, se le conoce como el Cazador, y también es el Portal o el pasaje. ¿Ves? —Sí —dijo Gideon. Su fascinación crecía a pesar de sí mismo. —Inanna es fácil, sus advocaciones menores son el Amor en sus manifestaciones romántica, platónica, etc., y también la parte opuesta del amor, como la indiferencia. El aspecto principal de Taliesin es el baile o el cambio, pero también están el éxtasis o las pausas entre los compases del baile. Algunos otros aspectos de Will son el vagabundo o el sagrado desconocido, el sacrificio y también la avaricia. —Mientras hablaba, presentaba los arcanos menores en filas laterales debajo de las cartas mayores, seis debajo de cada una, hasta que las cuarenta y nueve estuvieron ordenadas en el suelo—. Camael es tanto el loco sagrado y la vieja sabia, e Hiperión puede ser la ley, pero también es el estafador. —¿Así pues, dónde entran el cuatro, el dos y el uno? —preguntó. —Entran en las tiradas. —Juntó las cartas y las barajeó rápidamente—. Existen tres tiradas clásicas de las cartas usadas en las lecturas del Tarot Primal, pero en realidad sólo una es la tirada original a la que se le ha añadido más detalles en las otras dos. Todas las demás tiradas de cartas se crearon o inventaron algún tiempo después de los tres originales. Se supone que la persona que consigue la lectura es la única que debe revolver las cartas y echarlas. La primera carta se llama Primus, la fuerza primaria o la influencia en la vida de la persona en el momento de la lectura. A veces se le llama la carta llave. La interpretación de todas las otras cartas siempre se basa en ésta. Ella sacó una carta y la puso en el suelo. Ambos bajaron la mirada hacia los ojos verdes esmeraldas de Azrael. El señor de la Muerte. —Bien, esto es más oportuno en estos momentos de lo que me gustaría —refunfuñó ella—. Hay tres capas en una tirada —Primus, Secondus y Tertius— e importa si una carta está alineada correctamente o invertida. La parte superior está relacionada con un objetivo o algún acontecimiento imprevisto. La inferior es de dónde tú vienes. El lado derecho contiene las influencias negativas y la izquierda las positivas. Las dos últimas cartas en la cima tienen que ver con el futuro. —Echó la última carta y miró a Gideon—. ¿Este es el patrón del que hablabas?

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Él bajó la mirada hacia las cartas. —Joder, sí —dijo él—. Ese es. Él trata de adivinar algo. Es por eso que lo hace los días previos a la Mascarada. El bastardo intenta hablar con los dioses.

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El Baile

Gideon la sorprendió cuando se inclinó aún más y plantó un rápido beso en su frente. —Eres maravillosa —dijo él. Le sonrió, nariz a nariz con ella, y Alice le devolvió la sonrisa—. ¿Sabes cuántos fantásticos doctores en criminología han estudiado el caso de Jacksonville y nunca consiguieron esto? Tengo que llamar a Bayne. Riehl salió con amplios pasos de la habitación. Aún emocionada por la calidez de su alabanza, Alice bajó la mirada hacia las cartas por primera vez. Su sonrisa se escabulló y se sintió entumecida. Estaban echadas todas las siete cartas de la Muerte. Era una tirada pura. Nunca antes había visto una tirada pura, como nunca había visto una escalera real en el póker. Hoy parecía ser un día de extrañas primeras veces. Normalmente habría contemplado la tirada y permitido que su mente vagara libre a lo que el susurro del Poder de las cartas le dirían. Si bien le había dicho la verdad a Gideon sobre que no tenía mucho Poder, a veces las cartas tenían mente propia. Pero esta noche no podía manejar las implicaciones de esta clase de lectura. Su mente se sentía magullada y embotada, incapaz de escuchar la tranquila y pequeña voz de las cartas. Si tuvieran algo que decirle, estas tendrían que esperar. Recogió el mazo, lo metió en la caja acolchada con seda y se puso de pie con los lentos movimientos de alguien emocional y físicamente exhausta. Gideon se había trasladado a la cocina. Podía escucharlo hablar y caminar de un lado a otro. Él la había asustado mucho hacía apenas unas horas. ¿Cómo su enorme y

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enérgica presencia se había vuelto tan cómoda para ella en tan poco tiempo? Alice sabía que si él no planeara ya pasar la noche con ella, le pediría que se quedara. Fue a la sala de estar y se acostó en el sofá. Se acurrucó sobre un costado para observar las llamas de gas y escuchar el sonido de la voz ronca y profunda de Riehl. Muerte, muerte y muerte. Muerte en el pasado: Peter y David. Muerte en el presente: Haley. Muerte como la fuerza principal en su vida y muerte en su futuro. Tenía a un asesino a su lado y al Cazador como su campeón. Cerró los ojos. Deseaba tanto olvidarse de todo. Alice tuvo la sensación de que algo gigantesco se cernía sobre ella y abrió los ojos. Gideon se inclinaba sobre ella. Su pétreo rostro se suavizó con una expresión de tal bondad que los ojos de Alice se volvieron acuosos. Él acarició un rizo en su sien. —¿Qué puedo hacer por ti? —Nada, gracias. Sólo estoy cansada —le dijo. Y se obligó a colocarse en una posición sentada. —Y triste. Me gustaría verte feliz un día de estos. —Le acunó la mejilla con sus largos dedos callosos—. Es casi la una y estamos cansados. ¿Crees que podrás dormir? Ella asintió con la cabeza. —Te conseguiré algunas cosas, algunas ropas de cama… —No te preocupes por mí —dijo él. La fuerte línea de su sexy boca tiró en una sonrisa—. Tengo una bolsa de artículos personales en el Jeep que voy a traer y luego, si no te opones, pienso que podría soltar a mi lobo. Anhela dormitar junto a tu fuego si se lo permites. Alice no tenía idea de adónde se habían ido sus barreras. Simplemente habían desaparecido como la niebla al amanecer. Puso una mano sobre la de él y dejó que sus sentimientos se mostraran en su mirada. —Amaría conocer a tu lobo. Lamento mucho que nos hayamos conocido del modo en que lo hemos hecho, pero me alegro más de que lo hiciéramos. —Es bueno oírlo, dulzura —dijo Riehl. Se dobló un poco más y posó su boca sobre la de ella. Ese era un beso cálido, sensible, casto, tan y absolutamente perfecto para quién y en dónde ella estaba en ese momento.

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Ella se permitió una concesión, se inclinó hacia adelante y lo besó en respuesta, acariciando su delgada mejilla con dedos ligeros, vacilantes, y se permitió confiar en él. Riehl se retiró y refunfuñó suavemente: —Bien, Alice, quedas advertida. Esto es lo más bueno que podrás conseguir de mí. Debes saber, que la mayoría del tiempo soy realmente un hijo de puta. Ella se sorprendió a sí misma cuando se echó a reír. Él le regaló una sonrisa ladeada. —Vete a prepararte para la cama —le dijo—. Voy a conseguir mi bolsa. Pronto estaré de vuelta. Alice lo vio dirigirse a la puerta. Cuándo él iba a abrirla sólo en camiseta, Alice preguntó: —¿No te pones tu abrigo? —La temperatura del exterior debería estar ya bajo cero. La mirada que Riehl le lanzó era fríamente pálida y ardientemente caliente. —Creo que en estos precisos momentos necesito una ráfaga de aire frío. El aliento de Alice se le atascó en la garganta. Por mí, pensó ella. Él quiere decir que lo necesita por mí. Riehl abrió la puerta de un tirón. Cuando salió el filo de la hoja del viento cantó en el interior de su apartamento. Alice salió disparada del sofá y se retiró al calor relativo y a la intimidad de su cuarto de baño. Después de inspeccionar su rostro ojeroso en el espejo del cuarto de baño, se cepilló los dientes y tomó una rápida ducha de cinco minutos para deshacerse de la suciedad de la ciudad. Su camisón de color amarillo pálido hasta el muslo y su bata azul oscura colgaban de un gancho en la puerta. Se los puso y salió del cuarto de baño. A cuatro metros y medio de distancia en la sala de estar, un lobo rubio platino yacía echado mirando la puerta del cuarto de baño con la cabeza entre sus patas. Ella perdió el aliento. Era enorme, fácilmente dos veces el tamaño de un lobo normal, pesadamente musculoso a través del pecho y tórax con largas y poderosas patas. Sus ojos eran del mismo glacial azul pálido que cuando estaba en su forma humana. Cuando Alice

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contempló al lobo, él agitó la cola suavemente. A pesar de su aspecto feroz y tamaño intimidatorio, de alguna manera él logró parecer tímido. Gideon le dijo en su cabeza, creí que podía ser una buena idea que conocieras al lobo de esta manera antes que te fueras a acostar. No quiero asustarte si despiertas en medio de la noche. No tengo que quedarme de esta forma si no está bien. ¿Bien? Él era la cosa más hermosa que había visto jamás y lo más peligroso. Se puso de rodillas y extendió una mano. —Eres precioso —le dijo al lobo—. No puedes ser más perfecto. Los ojos del lobo brillaron. Se puso de pie, muy lentamente y avanzó despacio. Alice se dio cuenta que le estaba dando tiempo para cambiar de opinión. Ella no cambió de opinión. Tan pronto como se acercó lo suficiente para tocarlo, pasó una mano sobre su gruesa piel. Esta se sentía suave y abundante, e incluso mullida bajo su palma. Él se acercó más, hociqueándole la mano y lamiéndole los dedos con tal afecto abierto, que ella volvió a sonreír con sorprendido placer. Alice se permitió otra concesión, lanzó la precaución por la ventana y lo abrazó. Sintió el cambio cuidadoso en el cuerpo del lobo al apoyarse un poco contra ella, no demasiado, y poner la cabeza sobre su hombro. Frotó la cara en su pelaje. Él exudaba calor como un radiador. Su gran y cálida presencia llenaba lugares en el interior de Alice que no había sabido que estaban vacíos. —Gracias por quedarte —susurró ella. No querría estar en cualquier otro lugar, dijo silenciosamente. La acarició con el hocico. Ahora acuéstate. Estás segura. Algo tensamente enrollado en su interior se liberó. Ella se hundió contra su poderoso cuerpo y movió la cabeza de un lado a otro. Entonces se puso de pie, pasó la mano sobre la cabeza del lobo en una última caricia y entró en su cuarto a oscuras para subirse en su cama. El agotamiento se arremolinó entorno a ella mientras su cabeza golpeaba la almohada. Escuchó sonidos tranquilos mientras Gideon se movía a través del piso y supo que estaba comprobando las ventanas y puertas. Alice pensó que el lobo podía haber entrado en su dormitorio para tocarle el dedo índice de la mano con su nariz fría, pero a esas alturas bien podría haberlo soñado. En su sueño, el lobo descansaba la cabeza en el borde de la cama y la miraba con una devoción que ella había creído imposible antes de ese día. De pronto alguien apagó todas las luces en su cabeza y ella se quedó dormida.

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El despertar no fue una buena experiencia. Este vino brusca y rápidamente. Alice emergió de una pesadilla con la frialdad de la piel húmeda y el malvado latigazo del viento golpeando la ventana de su dormitorio. Se había deshecho de todas sus mantas y se acurrucaba en una apretada pelota. Obligó a sus músculos a aflojarse. Rodó hasta el borde de la cama y miró el suelo. Ningún lobo. Por supuesto él no estaba allí. Estaría frente al fuego, donde dijo que estaría. Los borrosos números de su reloj junto a la cama decían 3:23 am. El cuarto se sentía vacío y frío, un refugio demasiado insustancial contra la tormenta. Su pesadilla había estado llena de oscuros cuchillos húmedos y echó de menos a Riehl. Sólo lo echaba de menos. No se dio el tiempo para luchar contra el impulso. Se puso las gafas en su nariz, agarró una manta al salir de la cama y entró en la sala de estar. Allí encontró todo su mundo. El calor y la luz del fuego fluctuaban sobre el gran cuerpo del lobo echado sobre su costado en el suelo. Sus ropas estaban dobladas en una pila ordenada cerca, su pistolera descansaba encima. Sus ojos entreabiertos cambiaron pero se mantuvo quieto mientras ella se acostaba en el suelo detrás de él. Alice colocó sus gafas en la mesita de centro próxima, acomodó la manta alrededor de ella y se acurrucó temblorosa contra la amplia y caliente espalda del lobo. La voz mental de Gideon retumbó calmadamente en su cabeza. ¿Pesadilla? —Sí —susurró Alice, frotando la cara contra la piel del lobo. Los poderosos músculos en su espalda se tensaron. ¿Está bien que cambie? Alicie asintió con la cabeza. —No puedo recordar la última pesadilla que tuve —dijo—. No soy por lo general una persona necesitada… Chss, dulzura. El lobo rodó sobre su estómago. Él brilló con su cambio. Todo lo que ella había pensado decir se esfumó de su cabeza cuando el enorme y desnudo cuerpo humano de Gideon se estiró ante ella. La luz dorada jugueteó sobre los anchos músculos de su

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amplia espalda y se derramó sobre la elegante hondonada de su zona lumbar, sus nalgas, sus muslos fuertes y gruesos. Él era esbelto en todas partes, la firme cubierta de su piel bronceada se extendía sobre flexibles músculos y el cambio fluido de los huesos mientras se apoyaba sobre sus codos para mirarla. La expresión en su pétreo y delgado rostro era seria y preocupada. La garganta de Alice se le cerró en un nudo cuando Riehl se dio la vuelta y la apretó contra su pecho. —Me alegro que no seas una persona necesitada —murmuró él. Su voz retumbó contra su mejilla—. Pero quiero que me necesites. No pidas perdón o andes con rodeos. Sólo necesítame. —Esto es tan atemorizante —exhaló ella—. Cuando almorcé ayer, no sabía que existías. Riehl le acunó la cabeza en una mano y se la inclinó. Su pálida mirada brilló como aguamarinas. —El ayer se ha ido. Quiénes somos para el otro hoy y quiénes seremos mañana…esas son las cosas que importan. Alice leyó las líneas y señales en su pétreo rostro con las puntas de los dedos y descendió por la larga columna de su garganta en una lenta caricia. Una pesada y dura longitud crecía contra su muslo, y esto se sintió extraño y nuevo, pero al mismo tiempo tan familiar y necesario. Ella lo miró con claro aturdimiento. —No entiendo cómo pasó esto —dijo ella, a través de labios temblorosos—. Ni siquiera nos hemos besado aún. Quiero decir, lo hemos hecho, pero no realmente. Un ligero temblor pasó por la gran mano que acunaba su cabeza y la cara de Gideon enrojeció con cruda y sensual hambre. Él cerró los ojos y refunfuñó: —Tus últimos días han sido infernales. Intento ser malditamente cuidadoso y darte lo que necesitas… Alice le tocó la boca con maravilla. Soñé que un lobo venía a mi cama y me observaba mientras dormía, pensó ella. Esos ojos silenciosos le habían contado una historia épica, le habían hablado de las montañas que había cruzado y el mundo contra quien había luchado, de los innumerables años de servicio y de su soledad. Y en los ojos del lobo existía una promesa, la promesa de la vieja alma de un guerrero qué sabía lo que significaba excavar en tus más íntimos secretos y mantener aquello que reclamaba de una forma u otra.

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Ella se escuchó preguntar: —¿Has entrado en mi dormitorio hace unos momentos? Soñé un sueño de pasión, devoción y lealtad y una promesa que significaba todo. El temblor en las manos de Gideon aumentó. Él susurró contra los dedos femeninos: —Sólo para asegurarme de que estabas bien. Sea lo que fuera que desees, lo que fuera que necesites. Dímelo y te lo daré. Todo. Y durante un resplandeciente momento, el mundo de Alice volvió a ser simple, claro y bueno. —Te necesito —dijo ella. Alice sintió que Gideon se quedaba sin aliento. Él abrió los ojos ampliamente y la expresión en estos ardió. Nunca sabría cómo podía haber pensado que esos pálidos ojos azules eran fríos. Ellos ardían con una firme y pura llama. Alice alejó las manos de su cara cuando él acercó su boca a la de ella y el cálido impacto de sus labios hizo que cerrara los ojos en un revuelo. Se sintió acunada desde detrás y acariciada desde encima, y en todo momento supo que el contundente y duro peso de él planeaba sobre ella, cerniéndose por el momento, pero listo para caer. Las manos femeninas aterrizaron en el amplio y marcado arco de sus clavículas y se deslizaron hasta la extensión de sus pectorales, mientras su boca formaba una suave “o” de sorpresa por cu{n bueno era y cu{n increíblemente… …y él tomó esto como una invitación para deslizarse en su interior. Introdujo la lengua entre sus labios con una sensual suavidad que hablaba de un cuidado infinito y de una profunda emoción. Alice aprendió algo de su beso y perdió el corazón. Este hombre sentía cosas de las que nunca hablaba verbalmente. En cambio las decía con su cuerpo y sus ojos, su boca y sus manos, y en ese momento, mientras ella le devolvía el beso, le hizo la promesa silenciosa de aprender el idioma que él hablaba tan alto que era capaz de oír todo lo que tenía que decirle. Entonces su lengua cambió y se hizo más persistente y exigente. Gideon también hablaba de necesidad, mientras le introducía la lengua endurecida en su boca y empujaba un pesado muslo entre sus piernas. Su gran cuerpo exclamaba un grito silencioso de urgencia. Él meció sus caderas contra las suyas, masajeando la longitud

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caliente de su polla contra el arco de su pelvis, su aliento entrecortado azotó contra su mejilla cuando él acunó uno de sus senos y tomó entre sus dedos su erguido y doloroso pezón a través del delgado camisón de noche. Alice sintió fuego. Este corrió brillante como mercurio líquido a través de sus venas. Se arqueó ante su caricia y gimió cuando él agarró la parte posterior de su cabeza. Las manos femeninas se deslizaron contra la corta seda de su pálido cabello. —Dime que me detenga, dulzura —refunfuñó contra su mejilla—. Di si vamos demasiado rápido. Pero su cuerpo decía algo más, mientras él presionaba con más fuerza contra ella. Este decía, por favor, por favor. Alice acarició el amplio arco de su espalda mientras le susurraba en su oreja. —Eres mi compañero. Nunca podría decirte que no. Gideon alzó la cabeza bruscamente y la contempló con asombro. Durante un terrible momento, el temor oscureció la visión de Alice y su corazón se saltó un latido. No puedo estar tan equivocada, pensó ella. No podré vivir con esto si he sido tan crédula. De repente, la alegría que expresó el rostro de Gideon fue tan incandescente que la cegó. —Eso es lo que significa —dijo—. Verdadero norte. Ella exclamó con voz trémula. —¿¡Qué!? Riehl se apoyó sobre un codo para acariciarle la cara. —Cuando te vi por primera vez, el mundo cambió. Me tambalee. Pensaba que era como si el norte hubiera cambiado, esa fuerza magnética que guía a los navegantes, pero esto era más como la fuerza esencial que controlan tus lecturas de cartas. He estado intentando entender lo que significaba. Todo lo que sabía era que tú… que tú te habías convertido en mi verdadero norte, en mi fuerza primigenia. En un abrir y cerrar de ojos, de un momento a otro. Alice cerró los ojos y tragó con fuerza cuando el mundo volvió a ser nítido. —Sí, eso es lo que también me pasó. Gideon se inclinó para acariciarle el cuello con la nariz.

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—Esto me recuerda una frase célebre de un filósofo francés. “El corazón tiene razones que la razón desconoce”. ¿Comprendes eso? Rodeando su cuello con los brazos, Alice permitió que su asustado corazón se tranquilizara y se llenara de él. —Ahora lo hago. Soñé un sueño de incomparable rareza y hermosura. Entonces desperté para encontrar que era verdadero.

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Ca p í t u l o 6

Sacrificio

Gideon contempló a la mujer en sus brazos. Era tan magnífica que le quitaba el aliento. Había creído que su belleza era discreta e inteligente, pero en ese preciso momento era tan evidente su colorido y voluptuosidad que sólo podía mirarla con apasionado sobrecogimiento. Su piel cacao-y-crema era de un profundo y rico dorado bajo la luz del fuego, y sus vívidos ojos brillaban con toques azules y verdes. Esos rizos rubios ensortijados se derramaban exuberantes sobre sus manos y su camisón amarillo pálido fluía como la seda contra su piel caliente. Sus senos estaban llenos y henchidos, y las oscuras aureolas de sus pezones erguidos empujaban contra la tela delgada. Imaginó verla de mayor edad, una pálida patina de escarcha espolvoreaba sus rizos, algunas líneas de expresión eran notorias en las comisuras de sus ojos y en su delicada boca. Las imágenes en su mente lo atraían en un nivel básico. Alice sólo se volvería más encantadora para él mientras aumentara su conocimiento de ella debido a la intimidad que le otorgaría el paso de los años. Gideon inclinó la cabeza y acarició con los labios el delgado arco de su cuello dorado. Sintió el suspiro de placer que la atravesó, el sexy cambio de su cuerpo amoldándose para encajar con él, y oh santos dioses, era él quien provocaba esa reacción en ella, a pesar de ser el enorme y pesado bruto que era. La maravilla de esto hizo que su garganta se cerrara. Sabía todo sobre cómo matar y apenas nada sobre cómo vivir en paz. Mierda, apenas sabía cómo quedarse dentro de una casa durante mucho tiempo. Alice era demasiado buena para él, demasiado refinada. Ella ponía servilletas de tela sobre su

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mesa, leía libros de poesía y enseñaba a pequeños niños. Los edredones que creaba eran obras de arte que alimentaban el alma. Él ponía cargadores en sus armas, leía archivos sobre delitos sin resolver y tratados de guerra. Enseñaba a los reclutas a cómo esperar, obedecer órdenes y a cómo matar, y jugaba ajedrez porque era un duelo de ingenio que mantenía aguda su mente. Posó la frente sobre sus senos y cerró las manos sobre su camisón de noche. Necesitaba llegar a casa pero no sabía cómo. Ni siquiera había sabido donde quedaba su hogar hasta que vio por primera vez el rostro de Alice. Necesitaba ser bienvenido, pero no estaba seguro de merecérselo. Ella había huido de su pesadilla y de su dormitorio con una mirada de sorprendido horror. Pero Gideon sabía qué clase de pesadilla la había afectado. Esa pesadilla era una vieja conocida suya. Los detalles podían cambiar, junto con las caras de las víctimas, pero la historia seguía siendo la misma. Ésta era una historia de fuego tan oscura que quemaba hasta carbonizar un alma. Él era esa pesadilla para algunas personas. Alice le acarició el pelo. —¿Gideon? Cristo, ahora él era responsable de poner esa incertidumbre en su voz, en el preciso momento en que ella debería empaparse en el conocimiento de cuán encantadora y deseable la encontraba. Se esforzó por decirle algo, lo que fuera, para dejarle saber que nunca podría haber nada malo con ella. Esto tenía que ver con lo que estaba mal en él. —Quiero ser un hombre bueno —susurró. Las manos de Alice se quedaron quietas. Entonces las dirigió bajo su mandíbula para hacer que alzara la cabeza. Ella buscó su expresión, su hermosa mirada estaba llena de preocupación. —¿Por qué crees que no eres un hombre bueno? —preguntó con voz suave. —He pasado casi cien años en el ejército —dijo él, su voz era estrangulada—. He visto y hecho cosas que no puedes imaginar. Y no quiero que seas capaz de imaginártelas. Te mereces a alguien mucho mejor que yo, alguien más fino, que sepa cómo vivir contigo.

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—¿Cómo sabes que no eres ese hombre? —le preguntó. Se estiró para besarlo, la delicada curva de sus labios acariciaron los suyos—. El corazón tiene sus razones, ¿recuerdas? Un temblor atravesó el cuerpo de Gideon. —No sabes, ni entiendes. —Tienes razón, no lo hago —le dijo.

*

*

Alice le acarició el rostro y pasó una mano por la amplia extensión de su espalda, intentando calmarlo. Era la misma angustia que había temblado a través de él hacía poco en la mesa del comedor. Era difícil verlo sufrir, sobre todo cuando no estaba segura de que él se diera cuenta de lo muy herido que estaba. —No puedo entenderlo. —Yo lo elegí —dijo él—. Ascendí en el ejército. Era bueno en ello. Claro que lo había sido. Lo podía ver. Fuerte, responsable, estable y confiable como la tierra. Habría sido el primero en entrar en batalla y el último en salir, y la necesidad habría sido tan evidente para él, que nunca lo habría visto como un sacrificio. La verdadera nobleza nunca se reconocía a sí misma. El día anterior podía haberlo reconocido como su compañero, pero en ese momento fue cuando se enamoró de él. —Soy una persona de fe, Gideon. Ayer fue un poco caótico, pero ahora pisamos tierra firme. No creo que seamos compañeros si no fuéramos los correctos para el otro. Los destinos o los dioses, o quienquiera que hayan creado a los Wyr tal como somos, no serían tan crueles —dijo ella. —No tengo tu fe. No después de todas las atrocidades y la fealdad que he visto. La maldad y las injusticias existen; las pesadillas son verdaderas. Y los dioses permiten todo esto. —Él la miró a los ojos—. Pero realmente sé una cosa… tú eres el regalo más puro que jamás se me ha dado y haré cualquier cosa para mantenerte a salvo y ser digno de ti —gruñó, cerró los ojos y giró el rostro hacia su palma.

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Alice se mordió el labio. Casi podía ver la barrera que le rodeaba. Deseaba y necesitaba estar con ella, pero de alguna manera todavía se cerraba, y supo que no había llegado del todo a él, no por completo. Tal vez le llevaría a Gideon algo de tiempo entender la realidad de lo que les había pasado. Pero quiz{… —Recuerda, nos conocimos cuando yo estaba teniendo un día realmente malo —le dijo—. Porque la mayoría del tiempo yo también soy una hija de puta. La mirada sorprendida de Gideon se dirigió bruscamente hacia Alice, eran como aguamarinas dobles congeladas ante la luz de la lumbre. Ella pasó rápidamente un dedo sobre la nariz masculina y meneó las caderas contra él. Las comisuras de su sexy boca comenzaron a curvarse. Se lanzó sobre Alice por completo, y ella separó las piernas, doblando las rodillas para acunarlo con todo su cuerpo. Fue tan bueno sentir que la agarraba por un muslo y la anclaba contra el suelo que ella se humedeció al instante para él. La longitud pesada de su polla se cernía contra su entrada. Gideon presionó sobre el lugar donde ella era tan sensible que podía sentir las pulsaciones de su erección y supo en ese momento que la invisible barrera había desaparecido y que él estaba con ella, en cuerpo y alma. —¿Preocupada por haber manifestado esa declaración? —murmuró. Tenían tanto que aprender el uno del otro. Probablemente la barrera volvería. Podría tardar mucho para desaparecer por completo. Pero por el momento, abrió la boca para lamerle los labios. —Nah —dijo ella, mientras le regalaba una sonrisita—. Creo que muy pronto lo verás por ti mismo. Las líneas de expresión en las comisuras de los ojos de Gideon se hicieron más profundas. Inclinó la cabeza y recorrió ligeramente los labios sobre la piel de su cuello, mientras susurraba: —Apenas si puedo esperar. La exhalación cálida y húmeda de su aliento sobre la piel sensible de Alice fue una caricia en sí misma. Esto tuvo el mismo efecto que el encender dinamita. Su cuerpo destelló caliente como si una llama la empapara, y el hambre que sintió por él fue tan voraz que tembló por ello. Oh dioses, era más fuerte que nada que hubiera sentido antes. Este sentimiento era tan grande que amenazaba con tragársela por completo. Ella había tenido amantes. Sólo unos cuantos, pero eran suficientes para creer saber lo que se le avecinaba. Intentó prepararse, aferrarse a una clase de pensamiento

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racional o expectativa. La primera vez con un nuevo amante nunca era del todo genial. Siempre los había instado a reducir la velocidad. Necesitaban tiempo para llegar a conocer lo que le gustaba y disgustaba al otro antes de que su trato sexual se volviera realmente bueno, y eso no le importaría en lo m{s mínimo si él… si él no fuera tan sensualmente dotado, si no fuera tan hermoso, tan malditamente perfecto en comparación a los otros… Gideon tomó su camisón de noche por el escote y lo hizo jirones. Después cayó sobre ella como un hombre hambriento sobre un festín. Todo su extraordinario cuerpo estaba surcado por fornidos músculos en tensión, y la expresión de su rostro era tan desesperada y cruda que las lágrimas saltaron en los ojos de Alice. Él agachó la cabeza como una flecha sobre sus senos, y lamió y succionó sus pezones hasta que estos sobresalieron húmedos e hinchados, dos protuberancias de carne insoportablemente sensibles. Él se movía de uno al otro, mientras una gran mano la acariciaba en el interior de sus muslos y provocaba su coño con dedos temblorosos. Ella sintió que se humedecía aún más para él hasta empaparle la mano con su placer. Lo tocó en todos los lugares a los que pudo alcanzar, con la boca y las manos, arqueándose hasta frotar su torso contra los largos músculos de Gideon. Él respiraba con dificultad y se quejaba bajito, un sonido apenas perceptible que sin embargo la atrapó y la volvió loca. Cuando ella tanteó entre ellos para agarrar el duro y pesado eje de su pene, él se congeló con un gemido. Ella vio el interior de su pálida y ardiente mirada al agarrar su erección, conociéndolo por el tacto. La piel de Gideon estaba ruborizada, los huesos de su cara en tensión. Sus manos también temblaban. Se sentía enorme para ella, la longitud de su gruesa polla estaba surcada por venas y coronada por una amplia punta de suave piel aterciopelada. Los dos bajaron la mirada al espacio entre sus cuerpos. Sus delgadas piernas se abrían ampliamente para él, su delicada carne estaba henchida, húmeda y apetecible. El vacío en su entrepierna llegó hasta el punto de la necesidad. Ella tiró de él suavemente, dejando que su mano acariciara su longitud. —Entra en mí —susurró—. Podemos ir lento en otra ocasión. Gideon sacudió la cabeza, su aliento se volvió en breves y entrecortados jadeos, al mismo tiempo que sus caderas embestían lentamente empujando su polla en su puño. —No demasiado r{pido. ¡No… Dios!

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El agónico placer que cruzó por el rostro de Gideon mientras ella lo masajeaba fue la cosa más exquisita que Alice hubiera visto jamás. Su propia necesidad se hizo más elevada, más caliente. Se sentía tan vacía que dolía. Inhaló una bocanada de aire y se esforzó por articular. —Gideon, por favor. Él la miró con prontitud. —¿Te duele, dulzura? La desesperación de Gideon no había desaparecido. La sostenía bajo control, y la ternura y el calor en su mirada hicieron que las lágrimas en los ojos de Alice se derramaran. Ella asintió con la cabeza temblorosamente. Él se inclinó y acarició sus senos con la nariz y susurró: —Haré que sea mejor. Sacó su pene de su mano. —No —dijo ella, y se retorció para intentar cogérselo una vez más. Él evitó su agarre y se movió para ubicarse entre sus piernas. Ella se apoyó sobre un codo y lo tomó del brazo, intentando apremiarlo. Le mordió la mano en un rápido pellizco de advertencia. —Para con eso. —Tú no escuchas —jadeó ella—. Regresa aquí ya. Gideon gruñó. —No me hagas sujetarte. Espera, ¿ella había escuchado bien? Ambos se quedaron paralizados de sopetón. Él parecía indeciblemente magnífico, sin remordimientos, malicioso y medio salvaje, quieto como estaba con sus amplios hombros entre los muslos femeninos. La anonadada pasión palpitó entre ellos y Alice ardió con renovado calor. —Mejor que no lo hagas —dijo ella. Gideon estrechó los ojos. Bajó la mirada al cuerpo de su amada y se lamió los labios. —¿O qué?

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Ese podría haber sido un juego divertido pero de repente su necesitado clítoris palpitó con tanta fuerza que alzó las rodillas en reacción y perdió toda la calma. —No sé —lloriqueó. Las manos de Gideon serpentearon por ella más rápidas que la vista. La agarró por el interior de las rodillas y tiró de sus piernas abriéndolas tan ampliamente como estás lo permitían. La sorpresa del movimiento, la sensación de extrema vulnerabilidad fue tal que ella emitió un tembloroso gimoteo. Entonces agachó la cabeza con todas sus fuerzas. Posó la boca sobre Alice y ella experimentó una reacción nuclear. Él lamió y succionó el pequeño botón henchido encubierto por los pliegues de su coño. Su boca era tan segura y confiada, aunque gentil en su urgencia, que ella volvió a intentar doblar las rodillas, pero esas grandes y poderosas manos abarcaban sus rodillas y la sostenían abierta de par en par para su voracidad. El placer era delirante. Era mucho que soportar. Ella arrojó las manos en una búsqueda a ciegas de algo, cualquier cosa a la que agarrarse mientras Gideon conducía su cuerpo en un agudo crescendo. Sintió que su clímax rugía través de ella y luego este cayó de golpe sobre su cuerpo con tal intensidad que su torso se alejó del suelo al arquearse, emitiendo un grito agudo fuera de control, lleno de incredulidad. Gideon mantuvo su boca estable y caliente sobre ella, su mirada pálida se embebía de ella a la par que su lengua masajeaba cada latido de placer femenino, y la visión de Gideon amándola con tal paciente y sensual intención la lanzó en otro clímax. Ella se corrió más caliente y duramente que antes y los tendones de su cuello se hincharon al intentar gritar una vez más, pero volaba tan alto que el aire era muy escaso para que pudiera conseguir el aliento suficiente para realizar algún ruido. Y durante todo el tiempo, él le susurraba dentro de su cabeza. Eres hermosa, dulzura. Eres tan hermosa. Dios, eres lo más hermoso que he visto jamás. Quiero verte hacerlo otra vez. ¡No puedo! Esto es demasiado… Gideon, POR FAVOR… De un momento a otro perdió la capacidad de hablar incluso a través de la telepatía. Extendió ambas manos hacia él en un ruego mudo. Y su control se rompió. Él embistió en ella, dirigiendo con una mano la punta de su grueso pene contra su entrada a la par que la besaba con labios firmes y urgentes. La boca de Gideon era resbaladiza con la señal de su placer. Alice lo probó a él y se probó a sí misma. Un sonido gutural escapó de ella.

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Se estaba corriendo otra vez, sus músculos interiores se extendieron, mientras él se deslizaba en su interior hasta la empuñadura, y esto fue tan jodidamente perfecto, ella era tan jodidamente perfecta, que Gideon realizó un salto mortal directamente a la tierra de la locura. Él derramó su propio orgasmo en su acogedor cuerpo, en un inevitable y estremecido chorro. Pero esto no era suficiente, ni siquiera se acercaba a ser suficiente, esto sólo alimentaba su hambre. Un gruñido profundo escapó de su pecho. La tomó por las muñecas y la sujetó, y la penetró con duros y palpitantes embestidas, mientras ella comía su boca con impaciencia y equiparaba cada empuje de sus caderas con las propias. Él se corrió una y otra vez, y en cada ocasión ella se corrió con él, hasta que por fin Alice yació floja debajo de Gideon y él ya no tuvo más que derramar.

*

*

Él podía haberse quedado dormido. Sus manos liberaron las muñecas de Alice aunque no estaba seguro. En algún momento recuperó lo suficiente la conciencia para refunfuñar: —¿Soy demasiado pesado? Su pene se había ablandado pero todavía estaba dentro de ella, y eso era tan magnífico que Alice no quería perder la sensación. Gideon posaba la cabeza en su cabello y ella no podía mover su propia cabeza. Ni siquiera podía abrir los ojos e hizo un esfuerzo hercúleo de responder y exclamar: —¡Nah! El cuerpo de Gideon se movió en un gran suspiro. Alice pudo sentir su pulso, fuerte y lento, contra el esternón. Había otro tiempo de yacer laxa. De pronto, él dijo con voz llena de grava por el sueño: —En cuanto el clima mejore, me mudaré. Él no se lo preguntó, lo declaró. Probablemente Alice debería tener un problema con eso. Nah, se sentía demasiada cansada. Pero notó que él se mantuvo muy quieto, mientras escuchaba su respuesta.

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Alice creía que podía tener quemaduras de alfombra y su nariz le escocía. Deslizó una de sus muñecas fuera de su flojo agarre para así rascársela mientras bostezaba. —Más te vale. Pero debemos tener una conversación sobre cuán hablador te pones después del sexo. Torso con torso como estaban, Alice sintió la contracción de los músculos del estómago de Gideon cuando se echó a reír. El bajo sonido ronco era tan magnífico como el resto de él. Gideon alzó la cabeza lo suficiente para liberarle el cabello y permitirle darse la vuelta para arrimarse a él, le cubrió la boca con la suya en una rápida respuesta física. Alice adoraba cuán afectuoso era con ella. Adoraba todo sobre él. Ambos pelearían y descubrirían los rasgos menos atractivos del otro y el pensamiento de que se mudara era francamente escalofriante, pero sencillamente no había otra alternativa. No la había habido desde el momento en que ambos reconocieron la llamada del apareamiento, así que creía poder seguir adelante, aceptar los cambios y disfrutar de la aventura, porque sería maravilloso despertarse por las mañanas con él en su cama, y acostarse por las noches con él en su cuerpo. Algo zumbó cerca. ¿Qué era eso? No tenía nada en su sala que zumbara. Eso volvió a zumbar y Gideon se apartó de ella. Su expresión aún era pesada por la sensualidad pero su mirada se había vuelto aguda y consciente. Se retorció para alcanzar su teléfono móvil y lo contestó. —Sip. Ella observó cómo su rostro se volvía frío y pétreo mientras escuchaba la gruñona voz ronca al otro extremo de la línea. El soñoliento placer de Alice desapareció con un apretón de temor. —¿Qué quieres que haga? —preguntó él—. Puedo llevar a Alice. Estaría segura en la oficina central y yo podría ayudar con la búsqueda. Alice se concentró en la voz del otro extremo. —No hay razón para hacerlo, colega. Tengo a muchas personas en la cacería. Sólo quería darte una actualización. Si él los tiene, todo lo que ahora necesita es a uno más —dijo un macho. —¿Qué con la protección de los demás? —preguntó Gideon. —Envié al primer escuadrón tan pronto como terminamos de hablar la última vez y les dije que intentaran pasar desapercibidos para que no asustaran a nadie más de lo que ya están. Trabajamos tan malditamente rápido como podemos —dijo la voz.

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Alice se sintió enferma. Oh no. No. Se sentía fría sin el calor del cuerpo de su compañero y se sentía vulnerable sin sus gafas. Se las puso y alcanzó la pila enredada de la manta para ponérsela alrededor de ella mientras Gideon ponía a un lado su móvil. Se dio la vuelta hacia ella, la expresión de sus ojos era seria. —¿Qué ha pasado? —Bayne consiguió la confirmación de las aerolíneas —le dijo Gideon. Él extendió la mano y la ayudó a levantarse con manta y todo, y la acunó contra su pecho—. Los tres camaleones que iban a volar a Los Ángeles nunca se registraron. Los de la aerolínea dieron sus asientos en el último minuto a tres personas que estaban en lista de esperaba. Sé que los conoces, dulzura. Ellos son… —Stewart Rogers. Su madre, Leigh. Su novio, Jim Welch —susurró ella. Pensó en el muchacho de delicados huesos, su pequeña y dulce cara, en esos ojos serios detrás de las gafas con gruesos cristales de botella y su rara sonrisa tímida. Él iba después de su madre, una mujer suave y amable. Algo rugió en sus oídos—. Stewie está en mi clase, Gideon. No a Stewie. Por favor no me digas eso. La sostuvo contra su gran cuerpo. Él exudaba calor como un horno pero todavía no era suficiente para ahuyentar el frío mortal. —Dulzura, haría cualquier cosa en el mundo —dijo Gideon—, para ser capaz de no decirte esto. En algún sitio del exterior, Alice podía haber jurado que escuchó la malvada risa del viento.

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Ca p í t u l o 7

Amor

Alice

se puso de pie anhelando hacer algo, cualquier cosa, que negara las

noticias. Gideon se levantó y se detuvo a su lado. Volvió a frotarle la espalda mientras le preguntaba: —¿Puedes pensar en algo que Stewart o su madre hayan dicho en los últimos días que sonara diferente o fuera de lugar? Gideon sonaba tan tranquilo que quiso gritarle. Stewart y Leigh podían haber sido asesinados del modo más horrible casi al mismo tiempo en que ambos hacían el amor. Se tapó la boca con ambas manos, temblando por el esfuerzo de encontrar una clase de control. —Recuerda, Alice, no sabemos lo que les ha pasado —dijo él. Rogers y Welch estaban casi al final del alfabeto. Si el asesino los había secuestrado, podía retenerlos hasta que consiguiera su séptimo sacrificio—. Lo único que sabemos es que están desaparecidos. Es posible que no estén muertos. Ella alzó la vista y encontró a Gideon observándola estrechamente. Había dolor en sus ojos. Aunque no los conociera, él también estaba sufriendo, sufriendo por ella. La imagen hizo que recuperara la compostura. —Dame un minuto —pidió ella—. Tengo que calmarme y concentrarme. Él asintió con la cabeza. —Haré un poco de café. Gideon se dirigió a la cocina y poco después Alice recordó con deleite la imagen de su figura desnuda moviéndose por su piso con total confianza. Entonces recogió

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la manta y su camisón destrozado y los llevó a su dormitorio para tirarlos sobre la cama. Aunque en el exterior la oscuridad aún fuera total, el reloj en su mesita de noche marcaba las 7:08 a.m. Sintió como si estuviera registrando la hora con cada acontecimiento oscuro y nunca olvidaría los números. Pesadilla, 3:23. Amigos desaparecidos, 7:08. Tomó una rápida ducha de dos minutos para lavar la evidencia de su acoplamiento, se cepilló los dientes, después se vistió con la cómoda ropa que había llevado la noche anterior. Cuando terminó, era capaz de pensar una vez más. Fue a la cocina. Gideon se había puesto sus vaqueros, pero permanecía descalzo y con el pecho desnudo. El café ya estaba listo y él había servido dos tazas. Le entregó una con un beso rápido, la incipiente barba de su rostro sin afeitar le raspó la barbilla. —Lo hice fuerte —advirtió. —Perfecto, necesito que sea fuerte en estos momentos —dijo ella, llevando la taza a los labios y bebiendo a sorbos. La acre poción negra fue como un puñetazo contra los dientes. Eso era algo bueno. Se aclaró la garganta—. Sólo voy a hablar, como hice anoche. ¿De acuerdo? —Bien —respondió él. Se reclinó contra la encimera, bebió su café y la observó. —Stewie estaba muy excitado por ir a ver a sus abuelos. No se pueden permitir hacer el viaje muy a menudo, así que esta visita era un gran suceso. Hizo su maleta antes del miércoles. Su madre le iba a dejar llevar cualquier juguete y libro que quisiera en su equipaje de mano para así tener cosas con que mantenerlo ocupado en el vuelo. Leigh y Jim se acababan de prometer. Iban a darles la noticia a los padres de Leigh una vez que llegaran a California. —¿Tienen un presupuesto ajustado? —preguntó Gideon. Ella asintió—. ¿Cómo financia Leigh la educación privada para Stewart? ¿O esa es la razón de que su presupuesto sea tan apretado? —Creo que Leigh dijo una vez que sus padres la ayudan con la matrícula —explicó. Bebió más de la poción amarga y continuó. Ahora que había comenzado a hablar, no parecía capaz de detenerse—. Y estoy segura que tienen derecho a una beca, algo que reduce los costos. En el grupo nos echamos una mano cómo podemos, sabes, según la situación y lo que la otra persona quiera aceptar. Hacer de niñera en nuestros tiempos libres o cualquier otra cosa. A veces hacemos trueques. Leigh estaba muy emocionada por haber conseguido que alguien los llevara al aeropuerto JFK en vez de tener que pagar un servicio de traslados…

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Su voz se apagó. Gideon dejó su taza de café en la encimera. —¿Sabes quién los iba a llevar? —preguntó tranquilamente. Ella negó con la cabeza. —Sé que Alex se ofreció —dijo ella—. También lo hice yo. No sé si alguien más lo hizo o qué oferta aceptaron. —Okey —dijo él—. Necesitamos hablar con Schaffer y todos los demás para determinar quién los vio por última vez. —Le habló sobre el hombro mientras se apartaba—. Me daré una ducha realmente rápida. Dulzura, ¿te molestaría ir conmigo a la estación durante un rato? —Para nada —contestó ella, siguiéndolo con la mirada cuando salió raudamente de la habitación. Mientras hablaban su Poder había sido espinoso, afilado y sulfúrico, aunque su rostro y comportamiento mantuvieran la calma de un soldado. Alice había dicho algo que le interesó, quizás demasiado, pero no había visto correcto compartir lo que fuera que había descubierto con ella. No, sus sentimientos no estaban heridos. Quería esperar y averiguar por qué se lo había callado. Sólo que quería saber qué es lo que ella le había dicho.

*

*

Gideon recogió sus cosas: arma, ropa, bolsa de artículos personales y teléfono. Moviéndose rápido entró en el cuarto de baño, cerró la puerta y abrió la ducha. Tan pronto como el sonido del agua llenó la habitación, llamó a Bayne en marcado rápido. Bayne contestó al primer timbrazo. —¿Qué está pasando? —¿Dónde está Schaffer? —preguntó Gideon. —¿Alex Schaffer? Lo último que escuché es que sus guardias reportaron que estaba en su casa, sano y salvo. Todos los camaleones están en casa, excepto los tres desaparecidos y aquellos que hemos confirmado que se encuentran en Arizona. ¿Por qué?

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—No sé —gruñó él—. Él solo sigue apareciendo en la conversación. Ha picado mi interés. —Le contó a Bayne su conversación con Alice—. Debemos interrogar otra vez a todos los camaleones. Alice dijo que Schaffer se ofreció a llevar a Welch y a Rogers al aeropuerto. Ella también lo hizo, pero sabemos que no los llevó. Bayne juró. —Hemos estado llamando a todos los servicios de coches para ver si Rogers había reservado un viaje con uno de ellos. Sosteniendo el móvil junto a su oreja con una mano, Gideon se desabrochó los vaqueros con la otra y los tiró lejos. Se daría una ducha de sesenta segundos, pero no se afeitaría. Él y Alice saldrían por esa puerta en menos de cinco minutos. Le dijo a Bayne: —Nos hemos concentrado en los camaleones como las víctimas. La cuestión es que uno de ellos también podría ser el asesino.

*

*

Alice volvió a poner en su lugar a los muebles de su sala. Enderezó la mesa de centro delante del sofá. Alguien llamó a la puerta principal con un golpetear calmado y vacilante que estuvo a punto de sacarla de su piel. Con el corazón latiéndole aún con fuerza, fue hacia la puerta y miró por la mirilla. Alex estaba fuera llevando un abrigo de lana negro y bufanda, con las manos bajo los brazos y con los hombros encorvados protegiéndose del azote del viento, nieve y hielo. Era un hombre tranquilo, sin pretensiones, al inicio de los sesenta, con un ralo cabello entrecano. Por lo general siempre andaba meticulosamente acicalado, pero en ese instante se le veía ojeroso y muy miserable, se encontró abriendo el pestillo y la puerta. —¿Alex, qué demonios haces aquí? —preguntó. Él le lanzó una mirada triste mientras le decía: —¿No te desperté, verdad? He estado preocupado por ti toda la noche. Finalmente tuve que venir a ver si estabas bien. —Por el amor del cielo, entra. —Alice retrocedió y abrió la puerta de par en par.

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Alex inclinó la cabeza y entró. El viento corrió por el pórtico y entró por la entrada. Este trajo con él una r{faga de nieve y un olor a aire libre… … y a un débil rastro químico… pero ningún aroma de Alex. Todos sus pensamientos murieron al retroceder a trompicones. Tontamente, intentó volver a cerrar la puerta. Y el caminar de Alex se convirtió en una embestida mientras sacaba las manos enguantadas debajo de sus brazos. Un destello de luz cayó sobre el largo y delgado cuchillo que aferraba en una mano, mientras cerraba de golpe la puerta abierta con la otra. —Oh dioses —dijo Alice. La triste mirada de Alex se trasformó con un brillo de fanatismo. —Sí, Alice, oh dioses. Y Abraham le dijo al Señor, “Heme aquí”. El sacrificio m{s santo es entregar a los dioses a aquellos a quién más amas. Y el Señor dijo: “Ciertamente te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo”… —pronunció él. Alice arrojó una mano, tratando agarrar algo y gritó: —¡Estás loco, bastardo asesino! Cerca, hubo un estruendo de madera astillándose. Alex rescató la mano del cuchillo y se dispuso a asestar un golpe mortal. —Sólo mostradme vuestra voluntad, dioses, ya que os ofrezco a otro de los míos… Alice le tiró lo que había logrado agarrar. Era una pequeña planta en su maceta. La maceta golpeó a Alex en el pecho rociando tierra por todos lados. Él se encogió de dolor y la agarró por la garganta. El cuchillo formó un arco… Un silencioso gigante golpeó con el cuerpo a Alex, enviando al hombre más pequeño contra el suelo. Al mismo tiempo, Alice fue empujada por una mano plana contra su pecho. Ella perdió el equilibrio, cayó y se escabulló lejos de la entrada con la cabeza gacha. Todo estaba en silencio y se atrevió a mirar hacia atrás. Alex estaba acostado boca arriba. Su garganta destrozada, la mano que sostenía el cuchillo aplastada más allá del reconocimiento. El monstruo del piso de Haley se encontraba agazapado sobre el cuerpo. Los planos y ángulos de su cara y cuerpo eran del todo erróneos. Pero había una

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diferencia: esta vez estaba completamente desnudo y de su cuerpo húmedo caían gotas de agua. Él le enseñó los dientes, su glacial mirada brillaba con furia incrédula. —¿Le abriste la puerta? Alice alzó las manos y gritó: —¡Era mi jefe! Su grito se convirtió en un sollozo y de repente el monstruo volvió a convertirse en Gideon. Él se precipitó hacia adelante, la atrapó y la apretó contra su pecho. Alice sepultó la cara en su piel caliente y mojada. Él respiraba con fuerza, un leve temblor se propagaba a través de sus músculos. Gideon le dijo con voz ronca: —Bien, ya no más.

*

*

El momento de volver a celebrar el Festival Anual de la Mascarada había llegado, la época en donde todas las criaturas, Razas Arcanas o dioses, rendían homenaje al baile que guiaba y sostenía el universo. Los planetas orbitaban alrededor de su sol, las galaxias giraban en el espacio. Incluso los diminutos átomos estaban en movimiento. Cada solsticio de invierno, la Torre Cuelebre exhibía uno de los espectáculos más esplendidos del mundo, completado por hordas de paparazzis y alfombras rojas. Las celebridades y los dignatarios de la especie humana y de todas las Razas Arcanas asistían. Una muchedumbre de dos mil asistentes vestía extraordinarios trajes de diseñador y máscaras enjoyadas que brillaban como ónix y diamantes. El vestíbulo público de Cuelebre estaba decorado con grandes listones de tela dorada y marfil, altísimas esculturas de hielo y el champán fluía como el agua. Una Mascarada tradicional comenzaba formalmente con una procesión de dioses y terminaba con todos desenmascarándose a la medianoche, aunque la mayoría de las fiestas continuarían hasta el amanecer. La mayoría de reuniones tenían a voluntarios disfrazados para caracterizar el papel de dioses. Por lo general, en la recaudación de fondos escolar eran representados por los miembros del consejo

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escolar. Aquí ella no tenía duda que la procesión de dioses sería un elaborado acto interpretado por actores profesionales. Alice contempló todo y a todos con ojos bien abiertos. De vez en cuando vislumbraba a través del vestíbulo a Dragos Cuelebre, el Señor de los Wyr y a su hermosa nueva compañera. De ese modo asombroso que los Wyr emparejados tenían, se movían juntos en perfecta sincronización, siempre conscientes de dónde estaba el otro. Con el tiempo Alice y Gideon desarrollarían la misma capacidad. En un principio Alice había estado renuente a asistir a la Mascarada de la Torre. Junto con el resto de su comunidad, lloraba a sus amigos muertos la semana anterior y todavía estaba conmocionada al descubrir que Alex Schaffer había sido responsable del asesinato de diez camaleones. Bajo la luz de los últimos acontecimientos, la escuela primaria Broadway había cancelado su recaudación de fondos anual mientras los miembros del consejo escolar se esforzaban por reagruparse y buscar un nuevo director. Pero Gideon había conseguido dos entradas para la Mascarada de la Torre en una época en que nadie los podía pedir, tomar prestados o robar. Él había insistido y ella había capitulado, y ahora se alegraba de haber asistido para ser testigo del evento central de la noche. Habían acordado quedarse hasta el desenmascaramiento de medianoche. Era su primera cita oficial. Después de echar un vistazo a todas las extravagantes galas del vestíbulo, se sentía cohibida usando un simple vestido de tubo negro, zapatos de charol negros con las puntas abiertas y tacón alto, y un sencillo antifaz de satén negro. Había comprado lentes de contacto solo para la ocasión. Tiró de su falda. Esperaba que no pareciera demasiado sencilla. Como si le hubiera leído el pensamiento, Gideon inclinó la cabeza para decirle al oído: —Eres la mujer más elegante y despampanante de todas. Ella se dio la vuelta para regalarle una sonrisa sorprendida. Su glacial mirada encontró y sostuvo sus ojos con una sonrisa privada. Vestido con un impecable esmoquin negro y un sencillo antifaz negro a juego con el de ella, era tan letalmente sexy que a duras penas podía creer que era suyo. —Sólo espero hacer justicia a mi apuesto escolta. Su escolta, su compañero. La maravilla de ello aún le quitaba el aliento.

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Él tiró de uno de sus rizos y lo soltó, observando cómo este saltaba de regreso a su lugar. Nunca parecía cansarse de hacerlo. Alice no tenía corazón para decirle cuánto la irritaba con eso. —No podría sentirme más orgulloso de ser tu compañero —susurró él. La muchedumbre desapareció, y solo quedaron ellos dos. Alice alzó una mano hasta tocar la comisura de su sexy boca y susurró en respuesta: —También yo. Pero repentinamente ya no estaban solos. Un fornido y bronceado macho gigantesco se les había unido. Era el jefe de Gideon, Bayne. Mientras Alice se daba la vuelta con Gideon para mirar al recién llegado, inhaló con fuerza para prepararse contra el impacto de su presencia. Como todos los Wyr inmortales, Bayne irradiaba una energía feroz. Él no se había molestado en ponerse una máscara, se había quitado ya la corbata y su camisa de etiqueta estaba abierta a la altura del cuello. Bayne le dijo a Gideon: —¿Qué rayos está mal contigo, colega? Anda y pilla un vaso de champán para tu compañera y algunos de esos puñeteros entremeses de fantasía antes que desaparezcan. Gideon la miró a los ojos y sonrió. —Vuelvo ahora mismo. —Gracias —dijo ella. —Mi placer, dulzura. Él se giró hacia Bayne, quien le dijo: —Será mejor que te apresures. La procesión está a punto de comenzar. Me quedaré con ella mientras te vas. Ambos vieron a Gideon abrirse paso a través de la muchedumbre hacia la mesa del refrigerio. Entonces Bayne se giró hacia ella. —Bien por ti, Alice. Me alegro que hayáis decidido usar las entradas. ¿Cómo estás? ¿Bayne le había dado las entradas a Gideon? —Ha sido un bonito presente —dijo—. Estoy mucho mejor, gracias.

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Decir que no estaba en su mejor momento cuando conoció al grifo era explicarlo moderadamente. Se había mantenido de una pieza cuando miró a Alex y al cuchillo en el suelo al lado de su cuerpo despatarrado. Después de sostenerla tan fuertemente para dejarle contusiones, Gideon había cubierto el rostro y hombros de Alex con su toalla, se vistió e hizo algunas llamadas telefónicas. Alice había tomado asiento en un extremo de su sofá y permaneció tranquila e inmóvil cuando Bayne llegó poco después, los interrogó a los dos y supervisó el retiro del cuerpo. En ese momento fue cuando ella lanzó una mirada a fondo al charco rojo de sangre que empapaba la alfombra junto a su puerta y se desmoronó por completo. Gideon la había atrapado rápidamente y la había sacado de la habitación, su rostro tenso. No estaba segura de quién fue el responsable, pero a pesar de la ventisca y de ser un sábado previo a un día festivo de importancia, tuvo instalada una nueva alfombra en menos de una hora. Ahora sus mejillas se oscurecieron por el recuerdo. —Lamento la forma en que nos conocimos —le dijo al centinela que se erguía junto a ella. —Yo también —dijo Bayne. Bajó la mirada a ella, había arrepentimiento en sus fuertes facciones—. Lamento que no hubiéramos sido capaces de agarrar al gilipollas antes de que llegara a ti. Ella lo miró de soslayo. —Eso no es lo que quise decir. El grifo estaba parado cómodamente. Mientras descansaba las manos en las caderas, la chaqueta abierta permitía vislumbrar sus dos pistoleras. En la última semana, con Gideon mudándose y sus amigos del WDVC así como del ejército cayendo con el aire ocasional de aquellos que esperan ser alimentados, Alice se había acostumbrado a ver a gente de grandes músculos andando armados a su alrededor. Ella y Gideon también habían comprado una nevera más grande y un juego de platos más grande. —Sé lo que quieres decir —dijo Bayne—. Encontraste a tu amiga asesinada, descubriste a tu compañero y atrapaste a un asesino, todo en menos de dieciocho horas. Para colmo, el asesino era alguien a quien conocías y en quien habías confiado durante años. ¿Crees que no tenías derecho a estar un pelín cabreada? Ella se rio entre dientes.

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—Bien, cuando lo pones así. —Entonces volvió a ponerse seria—. Sigo intentando entender lo que Alex decía al final y no puedo. Creo que estaba citando la Biblia, quién lo diría. —No gastes tu energía intentando entenderlo —dijo Bayne—. Si perdonas mi expresión, el tipo estaba jodidamente chiflado. No creerías lo que encontramos en el sótano de su casa. Había hecho planes de poner en marcha el grupo de apoyo Colores Verdaderos mucho antes de su primer viaje hace siete años a Jacksonville. Tenía libros y apuntes de todas las religiones de mayor importancia y rezos pintados en las paredes y techos. Había sumado y restado toda clase de números que le decían que el Papa era el puñetero Anticristo. Tenía toda una señora ilusión mesiánica sobre repoblar la Tierra con los camaleones Wyr después de sacrificar lo que le era más amado a los dioses… su gente. Planeaba seguir matando hasta conseguir alguna clase de señal divina. Te lo digo, estaba pirado. Habían encontrado más que libros y garabatos en el sótano. Stewart, su madre Leigh y Jim Welch fueron hallados atados y amordazados, pero vivos. Los guardias de Alex habían esperado impedir el paso a la casa a un asesino, no mantener a Alex en su interior. Él se les había escabullido saliendo por la puerta trasera cuando fue tras Alice. Si no hubiera estado tan completamente obsesionado con la forma y el ritual, Stewie y su familia no habrían sobrevivido. Tal como les había informado a sus rehenes, una vez que sacrificara a Alice sería capaz de matar a los demás a lo largo de los siguientes días. Leigh le dijo a Alice, en una llamada telefónica varios días después, que Alex había parecido sorprendido de su angustia. No podía entender por qué no eran conscientes del honor que se les otorgaba. —Es tan difícil de creer —susurró Alice. Se estremeció y se frotó los brazos desnudos. Alex siempre había sido algo quisquilloso, bastante conservador, pero nadie lo hubiera considerado algo que no fuera normal. —Bien, mierda —dijo el grifo. La miró con disgusto—. Gideon me va a pegar un tiro. Se supone que hoy era vuestra noche para divertiros y aquí te tengo como si hubieras visto un fantasma. —Está bien —le dijo—. Hablar sobre eso es mucho mejor que ignorarlo. Sólo que tomará un tiempo poder asimilarlo. Alice divisó la cabeza rubia de Gideon sobre la muchedumbre. Avanzaba de regreso hacia ellos. La alegría que sintió al observarlo acercarse casi era demasiado para que su cuerpo pudiera contenerla.

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Bayne también se había dado la vuelta y visto a Gideon. El grifo le dijo con voz tranquila: —Tenemos un muy buen concepto de él. Es uno de los mejores hombres que conozco. Los ojos de Alice se fijaron en su compañero. —También es uno de los mejores hombres que yo conozco —dijo Alice. Por fin Gideon los alcanzó. Le presentó un plato con una alta pila de manjares y petit fours. En su otra mano llevaba dos copas de champán. —Lo siento —le dijo a Bayne mientras Alice le recibía una de las copas—. No creí poder hacer malabares con tres copas sin dejar caer algo. —Sin problemas —dijo Bayne—. El champán no es mi bebida. Gideon le dio a Alice un beso rápido. —¿Qué estabais hablando vosotros dos mientras no estuve? Ella y el grifo se miraron. —Acoplamiento —dijo—. Y cuán rápido puede golpear. —Le echo la culpa al aire —dijo Gideon. Y le guiñó a Alice—. Hay un montón de feromonas Wyr de acoplamiento flotando por los alrededores en estos días. —Bien, vosotros dos parecéis muy felices, así que bien por vosotros —dijo Bayne, con una fuerte palmada a los hombros de Gideon que puso en peligro el plato de comida—. En cuanto a mí, creo que empezaré a llevar una máscara antigás. En ese momento, la muchedumbre se separó y la procesión de dioses comenzó. Iba precedida por el dios Taliesin que ese año era representado por un macho delgado. Taliesin iba seguido a poca distancia por los otros dioses, cada uno suntuosamente ataviado, la muchedumbre en el vestíbulo realizaba una profunda reverencia cuando pasaban. Alice no pudo evitar temblar cuando Azrael, dios de la muerte, se acercó. Las viejas leyendas decían que el dios asistía a cada Mascarada. Si había un tiempo en el que la muerte podía aparecer, pensó ella, esta Mascarada era el propicio. La elegante y brillante figura pasó. Ella inhaló aire y se llamó a sí misma tonta. La última en la procesión era la diosa del amor, Inanna. La mujer alta y despampanante se movía con regia sinuosidad, una salvaje melena de cabello rubio fluyendo hasta su cintura desde una máscara felina. Su vestido tenía siete leones bordados tirando de

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siete cuadrigas. Cuando Inanna llegó a su altura, la diosa se dio la vuelta para mirarlos, casi como si hubiera escuchado a Bayne hablar. Alice creyó haber visto un brillo de algo enorme y divertido en las aberturas de los ojos de la máscara al ver al grifo. Alice sacudió la cabeza bruscamente y la extraña visión pasó. Entonces la orquesta empezó a tocar sus primeros acordes, los asistentes tomaron sus lugares y el baile comenzó.

Fin

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