ÁNGEL DE AMOR Karen Strauss

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ÍNDICE CAPÍTULO 1: RECUERDOS CAPÍTULO 2: PERSECUCIÓN CAPÍTULO 3: JUNTOS CAPÍTULO 4: ENFADOS INFERNALES CAPÍTULO 5: CONFESIONES CAPÍTULO 6: ACLARACIONES CAPÍTULO 7: PEQUEÑO VIAJE DE PLACER CAPÍTULO 8: TIERRA PELIGROSA

NOTA IMPORTANTE Este libro es la quinta parte de la saga de romanticismo, erotismo y aventuras que se inició con el título "ÁNGEL DE PECADO". Si aún no has leído el primero, siempre puedes encontrarlo en la siguiente dirección: https://www.amazon.es/dp/B00CR4BH04 Como esta es la quinta parte, te recomendamos que si no lo has leído empieces con "ÁNGEL DE PECADO" para no perderte ni un detalle de la historia de Ángelo y Lydia. Y si ya sigues la saga desde el principio, prepárate para lo que viene a continuación en "ÁNGEL DE AMOR" Orden de la historia 1. Ángel de Pecado 2. Ángel de Perdición 3. Ángel de Deseo 4. Ángel de Pasión 5. Ángel de Amor

CAPÍTULO 1: RECUERDOS El ajetreo de la ciudad, al que no estaba acostumbrado, sobresaltaba de vez en cuando al misterioso anciano. Miguel, que así se llamaba, caminaba sosteniendo una carpeta azul en sus manos, protegiéndola como si fuese un tesoro, y poco después entraba en el banco central de Capitol City. Un desagradable señor, vestido con un elegante traje de chaqueta y sólo atento a una discusión a través de su teléfono, tropezó con él justo a la entrada de la sucursal, y ni siquiera se disculpó. El anciano estaba tan acostumbrado a su vida en las montañas y a bajar al pueblo de Greenhillside como mucho una vez al mes, que estaba perdiendo todo tipo de capacidades sociales, y aquel viaje a la capital del estado se le hizo todavía más difícil. No le gustaba relacionarse con la gente, ni mantener conversaciones absurdas sobre temas intrascendentes como las noticias políticas o el tiempo que hacía esa mañana. No le preocupaba mucho cómo le veían los demás, llevaba una vida así por decisión propia y le daba bastante igual que en su pequeño pueblo pensaran que era un viejo raro e irritable. Suficiente tenía con ser un humano, con llevar más de cincuenta años viviendo con los pies en la tierra. Supuestamente había hecho cosas malas para merecerse aquello y dejar de ser un ángel, pero esta misión la tenía que cumplir, aunque le diese ya igual lo que ocurría en el cielo o en la tierra: tenía que salvaguardar el mapa donde se encontraba la ubicación de la Lanza de Longinos. Y llevaba el mapa en una carpeta para guardarlo de forma absolutamente segura en el banco más importante de todo Capitol State. Al entrar en la sala principal del banco se mostró dubitativo, tanto porque no sabía con quién tenía que hablar, como por darle vueltas una y otra vez a si aquello era lo que quería hacer. En cierta forma odiaba a los ángeles, a los cielos y a todo lo que tuviera que ver con las supuestas fuerzas del Orden. A él no le habían servido para nada. Y entonces se acordó de Patricia. Su dulce y cariñosa Patricia. La agitada mente del anciano volvió a recuperar el recuerdo de la única humana de la que se enamoró de verdad. Ocurrió en París, en el fragante mercado de la semana de las flores, que andaba celebrándose aquel octubre de 1856. Habían pasado muchos años desde aquel momento, más de ciento cincuenta, pero el anciano podía recordar el día, la hora y prácticamente el minuto exacto en el que la vio por primera vez. Aunque su cabeza ya humana se empeñaba en borrar y remezclar los recuerdos que su vida como ángel y como humano habían acumulado durante todo ese tiempo, nunca olvidaría la sonrisa de aquella chica, la flor más bonita de todo París. Patricia era el motivo por el que él renunció a todo como ángel. Patricia era el motivo por el que él había sufrido más que nadie en su existencia terrenal. Habiendo sido un ángel, no había tenido la oportunidad de enamorarla, y tras dos años de relación descubrió que ella no le quería lo suficiente. Aquella noche, de vuelta a su pequeño piso alquilado tras regresar de un asunto que terminó antes de lo que esperaba, el ángel Miguel descubrió que Patricia estaba con otro. Se trataba de un sinvergüenza que la había engatusado mientras él se ausentaba todas esas veces para trabajar, intentando comportarse como un humano que se ganaba la vida humilde y honradamente para pasar su tiempo feliz junto a ella durante toda su vida. La ira del ángel se desató. En aquel terrible día de octubre de 1858, Miguel comenzó su rebelión, que le llevaría a dejar de comportarse como un ángel con el paso de las décadas y fuerte incumplimiento de los mandamientos de Dios. Acabó con la vida del sinvergüenza allí mismo, con toda la rabia que aquella escena le había producido. Con su orgullo y su soberbia, aquel ángel no podía soportar que una humana le

hubiera hecho eso, por mucho que la quisiera, y que un simple humano sinvergüenza se hubiera burlado de él. Como ángel que era, Miguel se sentía superior a cualquier humano, ¿cómo podía ella haberle engañado con otro? A los pocos segundos de lanzar el cuerpo de aquel hombre por la ventana con un simple movimiento de la mano, con la ira y el poder que un ángel puede llegar a tener, Miguel se arrepintió. Y comenzó su declive. Se arrodilló ante Patricia, llorando. Pero ella estaba fuera de sí, completamente aterrorizada por lo que Miguel había hecho, y corrió escaleras abajo para ir en busca de su amante, que yacía muerto en una calle de París. De rodillas en la habitación, llorando y sin poder hacer otra cosa, el ángel Miguel desapareció de aquel sitio para siempre y nunca más la volvió a ver. Escondido en cualquier parte del mundo donde nadie pudiera descubrirle, el odio y la sensación de fracaso se fueron apoderando de él. Tembloroso y con miedo de la idea que se estaba abriendo paso en su mente, no pudo evitar que se le ocurriese una forma de solucionar su desamor. Elegido hacía algunos siglos por votación de los arcángeles, Miguel era el único ángel que tenía conocimiento de la localización exacta de la Lanza de Longinos, también llamada la Lanza del Destino. De hecho, Miguel era el Guardián asignado para ocultarla y hasta se hizo cargo de crear el mapa donde se escondía. Sin nada que perder, aunque con miedo por la ira de Dios, comenzó a abrirse paso en su mente la idea de ir a por la Lanza y usar su poder para recuperar a Patricia. Aquella podía ser una de las mayores fechorías contra Dios: usar todo el poder divino de uno de los objetos sagrados del Creador para conseguir egoístamente lo que quisiera. Usar su poder para algo puramente personal. Aunque los ángeles tenían prohibido el uso de la Lanza y de cualquier objeto sagrado para asuntos propios y egoístas, Miguel estaba dispuesto a hacerlo. Con ella, podría cambiar la mente y el corazón de Patricia, incluso controlarla y que ella cumpliera todos sus deseos. No le importaría la ira de Dios, no le importaría ir al infierno por amor. Aunque hubiese matado al amante de Patricia con sus propias manos, Miguel sabía que como la Lanza de Longinos podía cambiar la voluntad de cualquier humano, ella sería fácil de reconquistar. Como Guardián que era, sólo tendría que ir a por ella y usarla. Además, después de tantos años de servicio a Dios, sentía que tenía todo el derecho de usarla. Cuando Miguel fue el elegido entre varios ángeles para esconder el secreto, estaba seguro de que Dios no esperaría una deshonra así, que él la utilizara para enamorar a una humana. Además nadie más podría leer el mapa que creó muchos años antes, ya que estaba escrito en enochiano, el lenguaje de los ángeles. De esta forma, sólo los soldados de Dios en la tierra podrían descubrir su localización. Ni humano, ni humana, ni demonio tenían posibilidad de usar su poder, sólo los ángeles. Decidido por fin, salió de su escondite para ir a buscar la Lanza. Desafiaría a quien se pusiese por delante, e incluso al mismísimo Dios. Justo antes de dirigirse en un largo viaje hacia el secreto y misterioso lugar, decidió ver a su amada sin que ésta se diese cuenta. Quería verla antes, en un acto puramente egoísta y perverso, quería asegurarse de que ella lo estaba pasando realmente mal en su vida, abandonada sin su amante y sin él. En eso se estaba convirtiendo Miguel, en un miserable. Necesitaba asegurarse de que Patricia estaba hundida para así tener el valor suficiente de desafiar a Dios y sentirse el héroe que la salvaría de su miseria. No había sido bastante su amor, sino que quería algo más. Era un cobarde y lo sabía. Sabía que si ella estaba pasándolo mal, él se sentiría satisfecho para desafiar a Dios. Sólo necesitaba eso para ir a por la Lanza y usarla. Vestido como un elegante caballero parisino, pero disfrazado lo suficiente para no levantar sospechas sobre el asesinato que cometió, indagó por la ciudad buscando el paradero de Patricia, hasta que supo de ella a través de unos conocidos suyos. Fue entonces cuando Miguel averiguó la terrible verdad: hacía pocos días que su amada se

había ahorcado, presa de la desesperación, la tristeza y la miseria. No le importó que le reconocieran tras su disfraz, no le importó llamar la atención de las autoridades, el ángel Miguel clavó sus rodillas en el suelo de una calle de París, gritando de dolor y llorando desconsolado cuando se enteró. La gente pasaba junto a él completamente sorprendida, e incluso algunos buenos humanos se agacharon a su lado, dándole ánimos y tratando de consolarle. El terrible destino de Miguel y de su amada ya no tenía solución y casi estuvo tentado de romper el mapa allí mismo, o de regalárselo a uno de aquellos insignificantes hombres. ¿Qué sentido tenía ya todo? ¿Qué sentido tenía vivir? ¿Qué sentido tenía ser un ángel si había sido culpable de destrozar la vida de su amada? Una oscura cueva en una montaña perdida en Estados Unidos fue su refugio y su escondite durante décadas. Se convirtió en un monstruo, haciendo todo tipo de fechorías menores, y alguna mayor también, y esquivando con sus habilidades cualquier posibilidad de que lo atrapasen. Era un ángel renegado de Dios, un ángel caído, y a medida que cometía maldades, su vida se hacía cada vez más miserable y su actitud más cruel. Hasta que su comportamiento ya no pudo ser soportable y fueron a por él. Cuatro arcángeles, entre ellos, el estricto arcángel Suriel, se le presentaron en la cueva que era su hogar un tranquilo día de octubre del año 1948, cien años después del comienzo de su desgracia. Ya no aguantaban más su actitud, ya no querían que portara el título ni los poderes de un ángel. Como si le arrancaran el corazón, entre los cuatro absorbieron todas sus fuerzas y su vida casi eterna, para convertir a Miguel en un humano vulgar y corriente. Se lo había ganado a pulso y a los arcángeles les encantaba ver a un ángel cometiendo errores y siendo una deshonra para Dios. Como si ellos hubiesen pasado pruebas que ningún ángel podía siquiera atreverse a cuestionar ni superar. Con un dolor casi insoportable, le quitaron todo poder y capacidad especial y le dejaron siendo un humano, que con los años envejecería. Cuando muriese ya se le juzgaría apropiadamente y recibiría un castigo aún más severo por su actitud en la tierra. Lo que Miguel conservó y los arcángeles ni recordaron reclamarle, fue el mapa de la localización de la Lanza de Longinos. Cuando se fueron, él tampoco hizo mucho caso al mapa, pues no quiso volver a tener nada que ver con los asuntos de Dios. Convertido en un viejo irascible, desarrapado y sucio, pasó los años esperando que le llegara la muerte de forma natural, pues también seguía siendo un cobarde para enfrentarse a la vida o para quitársela. De vez en cuando, en casos de extrema necesidad, bajaba la montaña para conseguir recursos en el pequeño pueblo de Greenhillside. Los que lo veían intentaban no mirarle a los ojos ni llamar su atención. Se decía que era peligroso y las leyendas decían que "estaba mal de la cabeza", loco por culpa del amor. Pasaron los días, más malos que buenos, y fue en ese momento, visitando Capitol City por primera vez después de un viaje en autobús en el que no dejó de llamar la atención por su aspecto, cuando el anciano permaneció esperando su turno en el banco. Quería guardar una carpeta azul con unos documentos extraños, una especie de mapa con unas explicaciones en un lenguaje desconocido. La dejaría allí para que nadie la descubriese: ni humano ni ángel ni demonio. Pocos años más tarde, el alcalde Jack Goodman recibiría un chivatazo de uno de sus agentes demoníacos con la localización de la carpeta. Pocas horas después de que se supiese esto, en una heroica escena que para muchos fue un acto criminal, el cada vez menos ángel llamado Ángelo cometió un robo para que el mapa no cayese en malas manos. La Lanza del Destino debía permanecer fuera del alcance de ese demonio mayor llamado Arioch. Por desgracia, las malas amistades de Ángelo sí cayeron en la tentación infernal y

lo traicionaron, otorgándole la posesión del mapa al terrible demonio. Gracias a ciertos contactos que aún mantenía entre la jerarquía celestial, el anteriormente ángel Miguel se mantuvo al corriente de cómo seguían las cosas. Ojalá pudiera haber hecho algo más. Contaba con que Ángelo defendiese lo que él no pudo defender cuando era un ángel. Ángelo tenía que defender la Lanza y evitar que un poder así cayese en las manos equivocadas. Ahora, siendo un anciano, y en su bondad, pues realmente era bueno, deseó con todas sus ganas que todo saliera bien entre él y aquella humana llamada Lydia. Aún quedaba mucho por ver y por hacer, pero Miguel todavía permanecía viviendo en su cueva, sabiendo todo esto a través de uno de sus amigos de allá arriba. Sintió un especial aprecio por Ángelo y Lydia y les deseaba lo mejor. Esperaba que ellos sí vivieran felices algún día. Sería prueba de que, aunque a él no le fue bien, el amor podía triunfar entre un ángel y una humana.

CAPÍTULO 2: PERSECUCIÓN - Deberíamos movernos –dijo él, con voz susurrante. Tras un apasionado beso bajo la fría noche, el fuerte cuerpo de Ángelo seguía cubriendo con delicadeza a Lydia en aquel claro del bosque. - ¿E... estoy soñando? –preguntó ella. La sonrisa de ella no podía mostrar más felicidad. Ángelo le correspondió con un dulce gesto con sus labios y sus ojos verdes, que tras mostrarse con su aspecto de ángel parecían más intensos y espectaculares que nunca. - No sabes cuántas ganas tenía de verte, Lydia. Siento mucho todo lo que te ha pasado... Ella no contestó, seguía sonriendo como si aquello fuera lo más maravilloso que la había pasado en su vida. La calidez del cuerpo de Ángelo sobre el de ella la hacía estremecerse con la sensación de seguridad y de placer. Un ligero rubor surgió en su rostro. Había soñado con ese momento mil veces desde que le conoció, y ahora estaba ocurriendo. Pero, ¿todo aquello era verdad? ¿Ángelo era un ángel o su cabeza le estaba jugando malas pasadas? ¿No estaría todavía encerrada en la Torre de los Suicidas y estaba teniendo alucinaciones? De repente, Lydia notó algo muy duro cerca de sus piernas, algo que no estaba ahí antes. Parecía realmente grande y se volvió a estremecer de placer. No, aquello no era una alucinación. - Tengo más ganas de hacerte el amor que de huir, cariño, pero de verdad que deberíamos irnos de aquí –dijo él. Aquella frase retumbó en su mente y la dejó son aliento durante unos segundos. Sobre todo la primera parte de la frase. Lydia no quería hacerle caso en lo de huir. Se encontraba tan bien allí mismo que hacía años que no se sentía así. Quería que Ángelo le hiciese el amor en ese momento, en el bosque, bajo la luz de la luna y con el sonido cercano del mar. Cuando volvió a fijarse en la cara de Ángelo, también se le veía increíblemente feliz, mucho más que cuando estaba con Ivonne. Lydia, con su brazo ya sanado por los poderes celestiales de Ángelo, acercó su mano y le acarició los oscuros cabellos. Él le cubrió la mano con la suya y giró el rostro, besándosela. Sintió la dulzura y la suavidad de la piel humana de Lydia y deseó perderse con ella para siempre. Sin embargo, al girar la cara, Ángelo escuchó algo más entre los ruidos del mar y del bosque. - ¿Qué ocurre, cariño? –preguntó ella, todavía en una nebulosa de felicidad. - Se acercan –dijo él, entrecerrando los ojos con preocupación –. Deberíamos irnos ya, Lydia, no sé cuánto tiempo me queda siendo un ángel. - ¿Quién se acerca? –ella seguía aturdida, ya ni se acordaba de que los vigilantes de la torre les estarían buscando. - Tienes que confiar en mí. Te prometo que no volveré a dejar que te suceda nada malo. Lydia pareció entrar en razón y pensó que Ángelo la podía llevar donde él quisiera. Él se puso en pie con cuidado y le ofreció ayuda para que se levantara. Cuando ella se incorporó, pudo ver con muchísima claridad las alas que salían de la espalda de Ángelo. Apenas se sorprendió, como si ya tuviera claro que, simplemente, él era un ángel, su ángel de la guarda. De repente, algo se escuchó mucho más cerca que antes y entonces ella pudo sentirlo, el sonido de la agitación entre la maleza. Alguien se acercaba. Los estaban

buscando y los iban a encontrar. Apenas dio tiempo a nada más. Desde donde Ángelo creía que se acercaban sus enemigos no apareció nadie, los ruidos fueron sólo un señuelo para despistarles. Fue justo al intentar salir huyendo hacia el otro lado cuando se encontraron con los dos siniestros vigilantes vestidos de negro, los que antes protegían la puerta de la Torre de los Suicidas. Les habían encontrado, y no sólo eso, estaban dispuestos a no dejarlos con vida. La ley permitía que los presos se quitaran la vida ellos en la propia torre, para eso estaba, pero nunca se había dado el caso de que alguien escapara de ella. Los guardias tenían la certeza de que no les pasaría nada por asesinar a un par de criminales que huían. De entre sus siniestros ropajes negros, uno de los vigilantes sacó una ametralladora y disparó hacia Lydia. Lo que sucedió a continuación apenas pasó en medio segundo, las balas cruzaron el poco espacio que les separaban e impactaron en la espalda de Ángelo, que ya protegía a Lydia con una velocidad increíble. Había interpuesto su cuerpo entre los vigilantes y ella, y las balas crearon una dolorosa línea de impacto en sus alas y en su espalda. Lydia se acurrucó entre sus brazos con un grito y sintió como él se ponía tenso con los impactos de los disparos. Sin embargo, no le ocurrió nada. En unas milésimas de segundo, Ángelo se giró, dejándola a ella protegida detrás, y apareció en un momento frente a los vigilantes, quitándole la metralleta al que había disparado y golpeando a su vez con una espectacular patada al compañero de este, que cayó dolorido entre los arbustos que rodeaban el claro. El otro vigilante, probablemente por primera vez en su vida, compuso una mueca de terror en sus ojos rojos al ver la fuerza de un ángel en acción y el gesto de ira de Ángelo. Con las manos levantadas, casi pidiendo perdón, fue a buscar a su compañero, que de la fuerte patada había caído mucho más lejos. Fue en ese momento cuando Ángelo volvió junto a Lydia a toda prisa, mientras ella permanecía con la boca abierta tras lo que había hecho él para defenderla. - ¡Vamos! –dijo él, agarrándola de la mano y llevándola hacia dentro del bosque para perder de vista a los vigilantes. Ángelo notaba como a cada segundo que pasaba estaba perdiendo sus poderes debido al pacto con el arcángel Suriel, que lo devolvió a la tierra a cambio de que dejara de ser un ángel. Comenzaba a dolerle la espalda de forma casi insoportable, y aunque las balas habían rebotado en su fuerte musculatura angelical y en sus alas, Ángelo sentía cierta sensación de dolor debido a los golpes de los proyectiles. El cansancio y la fuerte respiración de Lydia mientras corrían entre la espesura le daban fuerzas a él para seguir. No volvería a fallarle, no volvería a dejar que les separaran. Aquel día en el que le atraparon, dejándola a ella indefensa y llorando en su propia bañera no se volvería a repetir. Ángelo no lo iba a permitir. Lydia le agarraba de la mano como una princesa salvada por un héroe de cuento de hadas. Tenía noción del peligro al que estaban expuestos, pero a la vez sentía una sensación de plenitud y cariño como nunca había sentido. Ángelo había ido a rescatarla, estaba allí por ella, y por mucho que los persiguieran y quisieran matarlos a disparos, ella se sentía llena de vida corriendo de la mano de su salvador. No sabían hacia qué dirección - Una salida, escapemos hacia allá –dijo él en voz baja, mientras mantenía la mano de ella agarrada con fuerza pero con dulzura a la vez. Lydia seguía embobada con cada gesto de él, como si no le importara que sus aventuras acabaran trágicamente allí mismo. Podían acabar con sus vidas, pero jamás acabarían con esa sensación de plenitud que la inundaba por dentro. Además, sentía que lo

había pasado tan mal en la torre y había estado tan cerca de la muerte, que todo lo que la vida le quisiera ofrecer sería maravilloso. Y Ángelo estaba allí, con ella, así que eso ya era felicidad absoluta fuese cual fuese el tiempo que le quedase de vida. Siguieron acercándose rápidamente hacia el claro iluminado por la luna, la única posibilidad que vieron de escapar de ese laberinto de árboles. Cuando se acercaron corriendo a la salida, ocurrió lo peor, se trataba del borde del acantilado y frenaron justo antes de caer por el precipicio. Estaban incluso a más altura que el llano donde se encontraba la torre y detuvieron su carrera mientras se desprendían pequeñas piedras hacia abajo de forma peligrosa. - ¡Maldición! –exclamó Ángelo. De repente, una risa detrás de ellos les puso los vellos de punta. Se trataba de uno de los siniestros vigilantes, pero cuando se giraron, no sólo había uno, ni dos, sino cuatro oscuros seres. Los dos que les persiguieron antes estaban allí, con sus armas preparadas para disparar, pero los otros dos habían salido de no se sabía dónde. Sus relucientes ojos rojos brillaban con más intensidad que nunca. Les tenían atrapados. - ¡Podéis capturarme a mí, pero dejadla a ella! ¡Sólo me necesitáis a mí! –dijo él. De repente, uno de los vigilantes que parecía ser el que daba las órdenes, faltó a sus propias normas secretas y dijo más de una sola palabra. Algo siniestro que parecía no estar acostumbrado a decir y que salió de sus labios corruptos: - ¿Capturar? ¿Quién... ha dicho que queramos... capturaros? Cuando dijo esto, un intento de sonrisa se mostró en su cara llena de extrañas cicatrices, y tanto Ángelo como Lydia pudieron ver grandes colmillos sobresaliendo de la comisura de sus labios mientras sonreía. A los otros tres vigilantes se les iluminaron los ojos de ansiedad y ganas de sangre. No tenían pupilas, sólo un brillo de rojiza malignidad. Ángelo agarró con fuerza la mano de Lydia, que temblaba de terror. Por mucho que estuviera ante su salvador y sintiera unas ganas tremendas de vivir y de amar, se dio cuenta, quizás por primera vez, de que quizás no saldrían de allí con vida. De repente, él la miró a los ojos mientras uno de los vigilantes colocaba su dedo en el gatillo del arma, preparado para dispararles. Lydia le miró también con un gesto de ternura mezclada con miedo. - Ángelo sabes que te quie... Él le puso un dedo en los labios durante un segundo... - Confías en mí, ¿verdad? –le dijo Ángelo. - Por siempre –contestó ella. Y los soldados, perplejos ante lo que iba a suceder, reaccionaron y entre los cuatro dispararon hacia la pareja, que cayeron por el precipicio agarrados fuertemente de la mano. Los siniestros vigilantes habían acertado con sus disparos, o al menos eso creían ellos, porque cuando corrieron a asomarse por el precipicio, un ángel volaba a través de los vientos, casi rozando las olas del mar. En sus brazos, la chica, abrazada a él, sonreía completamente extasiada de amor, aunque esto no podían verlo los vigilantes infernales, pues ya quedaron muy lejos. Aún peor, aunque los hubiesen visto sonreír jamás comprenderían ese tipo de sentimientos. Una playa, al otro lado del precipicio y a casi un kilómetro de distancia, era el siguiente destino. Ya a salvo de sus perseguidores, al menos por el momento, tendrían tiempo para ellos y sus planes. Había mucho que hacer todavía. Mientras pensaba esto y mientras Lydia seguía acurrucada en sus fuertes brazos, Ángelo notó que sus fuerzas de ángel se estaban debilitando justo en ese momento. La playa estaba cada vez más cerca, pero sus alas de ángel comenzaron a difuminarse del

tejido de la realidad. Los dos cayeron al mar.

CAPÍTULO 3: JUNTOS Relajados, dejándose llevar sobre la superficie del agua y mecidos suavemente por las pequeñas olas, Ángelo y Lydia liberaron sus cuerpos de tanta tensión mientras permanecían mirando las estrellas. La playa estaba cerca y segundos antes habían comprobado que hacían pie. El mar estaba en calma en aquella zona, en contraste con las peligrosas aguas que golpeaban el lejano acantilado bajo la torre. Ésta todavía se divisaba desde aquella playa, como un pequeño edificio siniestro, recortada contra la escasa luz nocturna de la luna. Apenas lloviznaba, y eso les permitía un momento de descanso cerca de la blanca arena, dejándose llevar por el movimiento suave del agua salada. Él, aún con la espalda muy dolorida, se sentía relajado porque por el momento habían escapado, y ella se sentía como soñando: salvada por Ángelo, tumbada sobre la superficie del mar y mirando las pocas estrellas que se distinguían entre las nubes de tormenta. Tenía frío, pero curiosamente en ese momento no era una sensación desagradable. Por primera vez, tras todo ese tiempo encerrada en la Torre de los Suicidas, el frío la hacía sentirse viva. Casi sin mirarse el uno al otro conversaron un poco, caminando hacia la playa y agarrados de la mano. Lydia estaba preocupada por lo que había ocurrido con las alas de él, pues se había dado cuenta de que había algún problema. - Tengo tantas preguntas que hacerte, Ángelo... que no sé por dónde empezar. Él permaneció callado. Aunque sentía que estaban a salvo por ahora, no se fiaba de que esos secuaces demoníacos aparecieran de un momento a otro. De repente, Ángelo la miró a los ojos, ya con los pies en la arena húmeda de la playa, y le volvió a sonreír con esa sonrisa encantadora que sólo él era capaz de mostrarle. En sus ojos, sin embargo, había signos de tristeza. - Están pasando cosas importantes en mi vida ahora mismo, Lydia, tanto buenas como malas. Estoy perdiendo mis poderes de ángel a cada segundo que pasa, pues tuve que hacer un trato inevitable con un arcángel estúpido. Pero he recuperado algo mucho más importante. Te he recuperado a ti. - Pero... –dijo ella, titubeante–, ahora me siento mal... - ¿Por qué? –dijo él. - Eras un ángel, tenías mucho poder, tenías cosas que posiblemente yo ni siquiera pueda imaginar. ¡Quizás fueses incluso inmortal...! Y ahora... por mi culpa, porque me atraparon, lo estás perdiendo todo... Y entonces él le dio un beso bajo la luz de la luna, mientras el mar seguía acariciándoles tímidamente los pies como sin querer interrumpir el momento. Cuando se besaron, las alas de Ángelo volvieron a hacer un pequeño intento de aparecer. Pero se difuminaban después, como un fantasma que desaparece. Cuando separaron sus labios, ella le miraba con los ojos brillantes. No recordaba haber sentido nunca algo así, y lo único que pudo hacer era abrazarle casi echándose a llorar de felicidad. Puso la cabeza en el pecho de él y una pequeña lágrima se deslizó por su mejilla. - Lo has pasado muy mal, preciosa –le dijo Ángelo, meciendo suavemente sus cabellos con una de sus fuertes manos. - Yo sólo... quería... ayudarte... –y ya no pudo contener las lágrimas. Lydia se sentía feliz pero a la vez muy triste por todo lo que él había pasado también por su culpa. Y cuando descubrió que él era un ángel de verdad, se entristeció aún

más sabiendo que había sacrificado todos sus poderes para salvarla. - No sé cómo puedo agradecerte que me salvaras... te debo tanto... –dijo ella entre sollozos. - Yo a ti también... –contestó él con cariño. Permanecieron abrazados un buen rato, sin querer romper la magia del momento. Lydia sentía el calor del cuerpo de él, pero sabía que todavía le estaría doliendo la espalda. No quería que siguiera pasándolo mal. - Ángelo, sé que todavía te duele la espalda por los disparos... Deberíamos irnos a algún sitio donde puedas curarte. - No te preocupes, estoy bien –contestó él, aunque en algún momento ella le había notado un gesto de ligero dolor –. Pero sí que deberíamos irnos. No sé si esos perros nos estarán oliendo ya. - Pues sí. Además, necesitamos una ducha –dijo ella, volviendo a sonreírle, todavía con las mejillas húmedas de las lágrimas. De repente, Ángelo se rió. - Te gusta que nos duchemos juntos, ¿verdad? –le dijo él, guiñándole un ojo. - Sólo si acaba bien... –dijo ella un poco más feliz. - La próxima ducha acabará mejor, te lo prometo –siguió él con la broma. Cuando Ángelo comprobó que estaban temporalmente a salvo, lo siguiente que hizo fue buscar una posibilidad de llegar hasta un sitio seguro donde resguardarse, descansar y comer algo... Sólo se le ocurría volver a Capitol City para esconderse y tratar de que ambos pasaran desapercibidos. Tenía que contarle a Lydia sus planes, tenía que hablarle de lo de la Lanza y quería que ella se mantuviera en sitio seguro. Ahora los estaban buscando todos los agentes infernales, sobre todo a él, y Ángelo sabía que Arioch no se estaría quieto hasta tener la Lanza en su poder. Cuando fuera sólo un hombre, Ángelo tenía muy claro que no podía enfrentarse a un demonio mayor cara a cara. Maldito Suriel y sus acuerdos celestiales, pensó Ángelo. Si ese era uno de los arcángeles que mandaban allí arriba, el cielo estaba apañado. Mientras Ángelo seguía pensativo, por su cabeza pasaron mil imágenes con todo lo que había ocurrido hasta ese momento, y no pudo evitar pensar en las palabras de Ivonne justo antes de que ella le diese el golpe de gracia: "por cierto, estoy embarazada, y será tuyo". Aquel golpe había sido bastante fuerte, mucho más que cualquier ataque físico, pero se sentía nervioso por aquello, ¿en serio iba a ser padre? ¿Y si era así, su hijo o hija iba a tener una madre que se había convertido en un demonio infernal? No quería seguir buscando respuestas a esto, pues no era el momento, además, quería seguir sintiéndose feliz de tener a Lydia a su lado. Un último pensamiento volvió a su mente y se lamentó por el trato que hizo con Suriel. Para ser un arcángel, fue bastante despiadado. Ángelo no quiso pensar en más ideas negativas, pues aun así estaba contento de haber podido salvar a Lydia. Olvidándose un poco de tantos problemas y disfrutando de su compañía, buscó la estropeada carretera comarcal para intentar que alguien que les ayudase y les llevara de vuelta a Capitol City. Caminaron por la vieja carretera, que a esas horas de la noche estaba muy solitaria. Ángelo, con el torso desnudo, cubría a Lydia por los hombros con su fuerte brazo, mientras trataba de explicarle lo siguiente que debían hacer. Ella tenía mil preguntas, y mientras las pocas estrellas que había en el cielo vigilaban que siguieran a salvo, Ángelo le explicó

cómo estaba la situación, sin poder evitar reírse con la reacción de Lydia. - ¡Sabía que esa zorra de Ivonne no era de fiar! –exclamó ella tras escuchar toda la explicación. Ángelo no podía evitar disfrutar con la espontaneidad de ella. Tras aguantar durante muchos años a mujeres que ocultaban mil y una tonterías y que se comportaban siempre serias y estrictas, por fin encontraba una chica que decía lo que pensaba y que actuaba con normalidad y sencillez. A cada segundo que pasaba, él estaba más convencido de que juntos lo iban a pasar muy bien. Le encantaba. - Entonces la idea es que vayamos tú y yo... –recalcó Lydia en voz más alta– a recuperar la Lanza de Longinos para que ese gobernador, alias bicho demonio feo, no se haga con ella. La Lanza permite controlar la mente de cualquiera. Bien, eso me ha quedado claro. - Exacto –confirmó él. - Luego está la rusa loca esa que se hace llamar Ivonne, que ahora es una bicha demonia fea y que intentará impedírnoslo también. - Sí, eso es –dijo él, sin poder evitar reírse un poco por las descripciones de Lydia. - Mientras, tú, mi querido Ángelo, fuiste casi asesinado por Ivonne, la rusa loca. Y luego devuelto a la vida por un arcángel miserable feo y muy blanquito, a cambio de que perdieras tus poderes de ángel, ya que no les gustas a los de ahí arriba y les pareces un deshonor para su pureza celestial. - Sí, más o menos es así. - Y el mapa está en manos del demonio grande y feo Arioch, alias el alcalde Jack Goodman, pero no lo puede leer porque está escrito en el lenguaje de los ángeles. Ángelo confirmó con la cabeza mientras la miraba a los ojos de forma divertida. - Y tú sí podrías descifrar el mapa pero claro, lo tienen ellos. Aunque me has hablado de un tal Miguel que era un ángel o algo así y que podría ayudarnos porque él mismo hizo el mapa, ¿no? - Bueno, como resumen está bien, pero no has memorizado, ¡muy mal, Lydia! –dijo él, bromeando. Ella se rió y le dio un golpe suave en el hombro. Mientras seguían paso a paso por el arcén de la carretera, caminando hacia la ciudad que se veía todavía muy a lo lejos, una luz los sorprendió por detrás. - ¡Viene alguien! –exclamó ella. Y ambos se giraron levantando los brazos para hacerle señales. Un amable conductor, que llevaba una camioneta llena de sacos de harina y que luego supieron que era panadero, iba hacia Capitol City para comenzar su nocturno trabajo de preparar el pan para que estuviese temprano esa mañana. Se frenó junto a ellos y al verles en tan lamentable estado, pero contentos y de fiar, no tuvo ningún reparo en llevarles. Durante la travesía hacia la ciudad ellos quisieron haber seguido charlando mucho más y en privado entre sí, pero no querían hacerle el mal detalle al hombre de no darle conversación. Habían tenido la suerte de dar con una buena persona, pues les recogió y les llevó a la ciudad sin problemas, y además, le había dado a Ángelo una camisa vieja que tenía en el camión, para que él se resguardara un poco del frío y no fuera con el torso desnudo. Lydia pudo comprobar que, a pesar de ser un ángel y haber podido pasar de las banalidades humanas desde siempre, Ángelo se desenvolvía muy bien resultando simpático e interesante a cualquiera. Tal era el caso que si los llega a dejar seguir charlando un poco

más, Ángelo era capaz de hacerse tan amigo del panadero como para ayudarle aquel día a preparar el pan y el negocio. Ver este tipo de detalles en él le encantaba y hacía que le apeteciese todavía más estar a su lado para siempre. Las luces de la ciudad se volvieron más cercanas cada vez, hasta que por fin se vieron envueltos en el ajetreo de los edificios, los coches, los ruidos y los semáforos de la nocturna Capitol City. El simpático panadero les dejó donde Ángelo le dijo, cerca de un lugar en los suburbios de la ciudad que los mantendría ocultos por un tiempo. Cuando se fueron a despedir de él, el hombre rebuscó entre sus cosas mientras ellos lo miraban extrañados, de repente sacó una bolsa de plástico que guardaba algo y se la dio a Ángelo: - Es mi cena de hoy, pero creo que tendré pan suficiente en el trabajo –y les sonrió, guiñándoles un ojo–. Tenéis que probar estos bocadillos y hacerme una visita para contarme qué tal os parece mi pan, ¿de acuerdo? - Trato hecho. No sé cómo agradecerle toda la ayuda que nos ha ofrecido –le contestó Ángelo, completamente agradecido. - Ni os preocupéis por eso. Esta ciudad va cada vez peor pero siempre habrá gente dispuesta a echar una mano a quien lo necesite –dijo el panadero. Tras un buen apretón de manos con Ángelo y un adiós con la mano a Lydia, el buen hombre se marchó en su camión y lo vieron alejarse entre el tráfico de la ciudad. Ángelo volvió junto a Lydia, que tiritaba de frío bajo la luz chisporroteante de una farola que parecía a punto de fundirse. Poco después, buscaron con la vista un lugar que él conocía para comprar algunos refrescos. Todavía olían a mar y a salitre, aunque al mirarse entre ellos con las luces de la ciudad vieron que no estaban tan sucios como creían. Se dirigieron al establecimiento cercano que Ángelo conocía, y que permanecía abierto las 24 horas del día, para buscar algo de beber. Aparte de hambrientos, se morían de sed tras tantos esfuerzos y peligros. Curiosamente, aunque Ángelo no tenía para pagar, Lydia se sorprendió de que el dependiente le tratara tan bien, como si lo conociera de toda la vida. Les dejó que se llevasen los refrescos para que él se lo pagara otro día sin ningún problema. Parecía que Ángelo había hecho amigos toda su vida por donde pasaba. A pesar de que estaban en una zona de la ciudad que a Lydia le resultaba algo peligrosa, a él lo trataban como a uno más. Aunque lo más peligroso era dejarse ver por las calles del centro tan tranquilamente, con los agentes y los secuaces de Arioch buscándoles, así que no se entretuvieron demasiado y siguieron adelante. Ángelo llevó a Lydia entre los callejones sucios de los suburbios, con un brazo por su hombro, protegiéndola del frío y de lo que fuese, como su tesoro más preciado. Se dirigía con seguridad hacia un lugar entre las edificaciones con mal aspecto que había por la zona. Un hombre con mala pinta se acercó a ellos de forma amenazante y él apretó con fuerza el puño con el que sostenía las bolsas con la cena, por si tenía que usarlo. El maleante, con aspecto demacrado y con andares algo tambaleantes, dijo alguna tontería al pasar junto a ellos, pero no se atrevió a nada más. Lydia se sentía segura junto a Ángelo. Si había sido capaz de enfrentarse a demonios y arcángeles, no creía que unos simples maleantes humanos resultaran un problema para él. Tras caminar juntos entre varias callejuelas, Ángelo le indicó a Lydia el lugar en el que iban a pasar la noche, un edificio bastante descuidado que parecía uno más entre todos los que había allí: muy vulgar, bastante sucio y con aspecto de albergar gente peligrosa en su interior. A ella no le importaba dónde se iban a resguardar, lo que quería era descansar y estar junto a él. Ángelo sacó la llave y entraron. Ella pudo ver que allí vivirían cuatro o cinco familias como mucho, pues tenía sólo tres plantas y apenas dos viviendas en cada

una. Se dirigieron hacia la planta más alta, subiendo las escaleras, y entraron en el pequeño y descuidado apartamento que serviría de zona de escondite y de descanso. Cuando entraron y cerraron la puerta a sus espaldas, Ángelo buscó cerca de la entrada y encontró lo que necesitaba, una linterna. El aspecto del lugar no podía ser más tétrico y abandonado, y Lydia pudo ver que el pequeño sitio no estaba amueblado. Caminaron por entre las habitaciones, y en una de ellas Ángelo sólo contaba con un viejo colchón en el suelo donde se suponía que se situaría uno de los dormitorios. El resto de los lugares del viejo apartamento estaba vacío, excepto por un pequeño cuarto de aseo que sólo contaba con un váter y un lavabo. En la única habitación con algo, al lado del colchón, una vela a medio consumir y un mechero para encenderla eran los únicos adornos. - No es precisamente un bonito nido de amor, lo sé, y lo siento mucho –se excusó él, con sincera pena. - No importa –dijo ella, y le abrazó pasando los brazos por su espalda y mirándole a los ojos –. Esto es mil veces mejor que una Torre de los Suicidas, te lo prometo. Además, ahora te tengo a ti a mi lado. - Te prometo que lo reformaremos y lo convertiremos en una mansión para que crezcan felices nuestros ocho hijos –bromeó él. Lydia se rió con la ocurrencia y llevándole de la mano se sentaron pesadamente sobre el colchón. Ángelo encendió la vela y apagó la linterna. El lugar era extrañamente acogedor. No era lo más romántico del mundo, pero no hacía falta, y aún así parecía un lugar muy humilde y bonito. Respiraron tranquilos y descansaron por fin, pensando cada uno en sus cosas con la vista perdida en la pequeña llama de la vela. Tenían hambre y luego se comerían los bocadillos, pero en aquel momento apenas importaba. Ninguno quería romper la sensación de tranquilidad. Había cierta tensión inevitable en el ambiente, debida a la atracción mutua que sentían. Durante un pequeño rato estuvieron así, hasta que por fin él habló. - No quiero que... Ángelo parecía preocupado y bajó la vista mirando al suelo. Ella, sentada a su lado, le miró con un gesto de cariño. - Dime... –le dijo, y le cubrió su fuerte mano con la delicadeza de la suya. - No quiero que esta sea nuestra noche especial. Mereces algo más que un viejo colchón y una vela a medio gastar –soltó él, con toda la confianza del mundo. - Eres maravilloso –le dijo ella, y le acarició su rostro. Le encantaba que le dijera lo que pensaba, como si no tuviera nada que ocultar. Estaba harta de hombres cobardes que escondían sus opiniones sinceras. Cuando ella le acarició, Ángelo la miró con sus preciosos ojos verdes, que a la luz de la vela brillaban más bellos que nunca, y entonces Lydia se lanzó a sus brazos, dándole un apasionado beso en el silencio de la noche. Por un momento, mientras unía sus labios con los de ella, las alas de Ángelo volvieron a refulgir en su espalda, como impregnadas de fuerza. Le quedaba poco para dejar de ser un ángel, pero allí, en un sucio edificio en la más sucia de las calles del más sucio de los suburbios de Capitol City, los dos se sintieron como en el cielo.

CAPÍTULO 4: ENFADOS INFERNALES El escritorio de fuerte madera había salido volando a través de medio despacho y ahora se encontraba casi incrustado contra la pared lateral del lugar, con las patas hacia arriba. Todo lo que había sobre la superficie estaba desperdigado por los suelos, incluidas la estatuilla conmemorativa al mejor alcalde de Capitol City de los últimos años y la bandera estadounidense, que casi se cuela dentro de la papelera. En mitad de la estancia, respirando como un animal furioso, el alcalde Jack Goodman se pensaba si seguir destrozando su propio despacho aquella mañana. Su secretaria, la jovencísima Selena Amber estaba fuera, escuchando tras la puerta, y rodeada de todos los ayudantes del alcalde, que le interrogaban con los ojos para que le ella les contara si oía algo más. Algunos temblaban asustados y otros no querían ni saber lo que estaba ocurriendo, pues eran conscientes de que cuando Jack Goodman se enfadaba era capaz de cualquier cosa. Aunque ya rumoreaban que nunca lo habían visto así de enojado. Un grito del alcalde sobresaltó a la secretaria y con ella los demás saltaron del susto también, pues aunque estaban fuera, lo oyeron todos. - ¡Estoy rodeado de inútiles de mierda! Los ayudantes esperaban que no se refiriese a ellos, porque no recordaban haber hecho nada mal. - ¡Los dos! ¡Los dos se han escapado de mis manos! ¿Cómo se puede ser tan inútil? Los ayudantes y la secretaria se miraban entre ellos con gestos de preocupación y de duda. No sabían a quiénes se refería su jefe, pero al menos respiraron algo aliviados de que el tema no tuviera nada que ver con ellos. La noticia la dio esa misma mañana uno de los vigilantes de la Torre de los Suicidas. Avisó al alcalde por medios telepáticos de que aunque según el plan la chica iba a morir de cualquier forma, en manos de su ex-novio o bien suicidándose desde la torre, al final había escapado. Había sido salvada por alguien que ellos no sabían de quién se trataba pero "que se había defendido con gran poder" y que "había utilizado alas de ángel". Esto hizo que Jack Goodman permaneciera enfadado durante toda la mañana y cargara contra todo, incluidos su mobiliario y sus pertenencias. Nadie quería entrar en el despacho. Esperaban que se le pasase el mal rato. Y por supuesto, todos rezaban interiormente para que el alcalde no requiriera sus servicios mientras siguiera así. Aunque Arioch tenía en su poder el mapa con la localización de la Lanza de Longinos, no era capaz de descifrarlo, pues al estar escrito en lenguaje enochiano ningún demonio, ni cualquier otro ser infernal, sería capaz de entenderlo. Aquello, pensó, había sido uno de sus primeros chascos, el primer problema de su plan de conquista. El segundo problema se estaba produciendo justo ante sus narices. Ese estúpido de Ángelo seguía vivo, a pesar de que Ivonne le aseguró una y mil veces que había acabado con su vida bajo aquella apestosa iglesia. Sin embargo, a pesar de los inconvenientes, sus planes debían seguir adelante. Entre ellos se incluían acabar de una vez por todas con Ángelo, o con sus ilusiones, y parecía que ese angelito tenía una nueva "ilusión" en forma de amor con una humana. Arioch se vio tremendamente sorprendido por esto último al recibir las noticias, pues aunque la humana era preciosa y tenía buen cuerpo, para él la rubia no era nada del otro mundo: una humana estúpida más. Sé preguntaba a sí mismo qué había visto Ángelo en ella. Entre enfados y maldiciones, Arioch se fue calmando. No quería que su forma

demoníaca se mostrase a simple vista ante esos imbéciles de sus ayudantes, aunque su jovencísima secretaria ya había podido disfrutar de su enorme pene infernal y casi que tenía asumido que su jefe no era normal. De hecho, ya estaba pensando cómo iba a calmar su ira, y la joven Selene Amber jugaría un encantador papel para tranquilizarle dentro de un rato. En su mente demoníaca ya sabía qué debía hacer para intentar descifrar el mapa. A medida que se paraba a pensar se dio cuenta de ello, pues mientras estuvo enfadado no había caído en descubrir lo más sencillo. La solución era fácil: recurriría a la fuente, el creador del mapa. Qué estúpido había sido y qué sencillo lo tenía, el creador del mapa era quién mejor sabía dónde se encontraba la Lanza. Desde que Arioch descubrió que el mapa había sido escondido en el banco de Capitol City, estuvo investigando toda la historia de Miguel, el ángel castigado. Pero lo poco que pudo averiguar a través de sus contactos infernales sólo le sirvió para que Ivonne traicionara a su querido Ángelo y robara ese mapa. Jamás se había preocupado en cómo llegó hasta allí esa carpeta ni de quién podría obtener más información. De hecho, supo que ese apestoso de Miguel había hecho lo posible por ocultarse todos estos años y que había perdido sus poderes de ángel hacía mucho tiempo. Hacía muchos años que se rumoreaba que Miguel vivía apartado en las montañas. Arioch recordó que en ese momento debía ser ya un simple humano, viejo y débil. Por mucho que hubiese escondido el mapa con toda su valentía, seguro que era sencillo de convencer. Su cobardía en el pasado había sido motivo de risa tanto de arcángeles como de demonios, y su patética historia, enamorado de una humana, era parecida a la del estúpido Ángelo. Aunque Arioch seguía sin comprender aquello que ciertos ángeles veían en los humanos, ni entendía el sentido de eso que se llamaba "amor", supo que Miguel había sido un imbécil por enamorarse de una humana. Sea ángel o demonio, Arioch pensaba que ellos estaban por encima de las vulgaridades terrenales, y que los humanos sólo servían para divertirse con ellos o para dominarlos, justo como él planeaba hacer. Si un demonio como él podía destruir a la humanidad, mucho mejor. Teniendo el mapa en sus manos y sin posibilidad de traducirlo, Arioch sólo tendría que presionar un poco a Miguel, asustarle para que le dijera dónde estaba la Lanza. - Ya podéis pasar, sé que estáis tras la puerta, idiotas –dijo en voz alta, con todo su despacho patas arriba. Tardaron unos segundos en reaccionar, pero tanto su secretaria Selene como el resto de ayudantes del alcalde abrieron la gran puerta del despacho con cuidado. Seguían temblorosos y aterrorizados, pero aquello sonaba más a una orden que a una sugerencia de Jack Goodman. - Ahora quiero que recojáis todo esto, que ha aparecido así esta mañana –mintió. Sin que nadie se creyera la excusa del alcalde, más que nada por los golpes y las voces de enfado que habían oído desde fuera, todos comenzaron a ordenar el despacho ante la atenta mirada de su jefe, que lo único que había hecho era permanecer sentado. Cuando terminaron de dejar todo en su sitio, los cuatro ayudantes y la secretaria preguntaron si necesitaba alguna cosa más. En realidad estaban tranquilos porque el alcalde parecía más calmado en su sillón. Pensaron que seguramente había resuelto el problema que le había enfadado aquella mañana. - No. Podéis iros todos excepto tú, Selene. - S... sí, señor Goodman –contestó su secretaria mientras miraba a sus compañeros con cara de preocupación. Los demás no querían ni mirarla. Cualquiera sabía qué planes tenía el alcalde, y se fueron marchando uno a uno, dejando a Selene allí, a la espera de nuevas órdenes.

- ¡Que nadie moleste en la próxima media hora! –exclamó Jack Goodman, y mientras cerraban la puerta, Selene cerró los ojos con preocupación. - Tú, ponte ahí junto al escritorio, estoy pasando una mañana muy estresante. La secretaria se acercó a la gran mesa de escritorio del alcalde y éste se levantó de su sillón con dificultad. Con su enorme volumen caminó despacio hacia su jovencísima ayudante. Ella ya sabía que algo le esperaba, algo querría el alcalde de ella. Algo carnal, que para eso tenía un trato con él. Con algo de fuerza y con desprecio, el jefe de Selene la agarró por los hombros y le dio la vuelta, y con un empujón la puso boca abajo sobre el escritorio. Algunas cosas volvieron a caer al suelo con el impacto del cuerpo de la secretaria. Un tímido "Ay" salió de sus labios. Ya imaginaba lo que le esperaba. Jack Goodman se abrió la bragueta del pantalón, permaneciendo detrás de su sirvienta. Ella escuchó el sonido de los pantalones abriéndose y cerró los ojos, intentando soportar aquello. Era el pacto que tenía con él a cambio de cierta fama y fortuna, así que tenía que obedecerle. De inmediato sintió cómo la fuerte mano del alcalde agarraba su falda y casi se la arrancaba, levantándosela por encima del culo con ansiedad y prisa. Selene a veces dudaba. ¿Tan mal lo pasaba? Después de unas cuantas veces sentía que un poco de gusto le encontraba a aquello, y se le escapó un pequeño jadeo de placer en cuanto notó que sus bragas habían sido bajadas con fuerza y que su redondo y juvenil trasero estaba completamente expuesto a los caprichos de su jefe. Este pequeño signo de placer de ella hizo que el gigantesco miembro de Jack Goodman se animara muchísimo más. Estaba casi más grande que nunca. Salía de entre sus pantalones como una bestia a punto de estallar. Un pene rojo con venas palpitantes, extremadamente largo y más gordo de lo normal, apuntó con él hacia el delicioso culito joven de Selene. Lo que ella no esperaba era que el alcalde le echara un poco de saliva en su trasero, pues notó que él escupía y cómo uno de los dedos gordos de su jefe se desplazaba arriba y abajo sobre su apretado agujerito, creando una capa de escaso lubricante con lo que había salido de su boca. Y allí, tras una mañana estresante, Jack Goodman forzó poco a poco su enorme pene para que entrase por el sitio que Selene no imaginaba que algo tan grande fuese a entrar. Al principio, ella sintió dolor y quiso resistirse forcejeando un poco con los brazos. Hasta pegó un grito que seguramente los demás habrían escuchado fuera del despacho. Jamás se lo habían hecho por ahí, y era bastante doloroso, pero el ser sobrenatural procuró, dentro de su maldad, que ella pudiese disfrutar a pesar del dolor. Era el vicio, la perversión, la sensación de pecado. Arioch sabía que si su secretaria disfrutaba esto la acercaría más al pecado, a su propio bando, y él podría disfrutar más veces de clavársela en su delicioso y apretado trasero. Sin apenas tener tiempo para pensar ni respirar, el enorme pene de Arioch entraba cada vez más por detrás, poco a poco pero sin detenerse en toda su extensión, llegando tan adentro que ella volvió a sentir dolor cuando gran parte de la grandiosa carne estaba completamente en su interior. Selene pensó que la iba a atravesar con aquello, y esa mezcla de peligro y dolor la puso aún más caliente. Sus mejillas, con la cabeza sobre la superficie de madera de la mesa, enrojecieron como nunca, sus ojos se volvieron borrosos, y un pequeño hilo de baba cayó de la comisura de sus labios cuando el gigantesco miembro le llegó hasta el fondo. Y luego placer, el inmenso y duro placer. En poco tiempo, el alcalde estaba clavándosela por el culo una y otra vez, y Selene comenzó a disfrutar como nunca a pesar de sus ojos húmedos por el dolor. Tras un buen rato sin parar, y tras terminar llenando por dentro a su secretaria con

una cantidad de líquido viscoso e infernal que rebosó desde su interior, Arioch se relajó, y pensó con sarcasmo que la vida del alcalde de Capitol City era muy dura. Y mientras Selene yacía en el suelo de su despacho con la respiración completamente agitada, los ojos abiertos como platos y agotada del enorme placer que había sentido, Jack Goodman, todavía con los pantalones en el suelo pero sentado en su sillón, decidió comenzar a solucionar el asunto del mapa. Contactaría con su fiel servidor Glorak. *** Ivonne todavía alucinaba felizmente con su casa como si fuese la primera vez que la veía. Aunque dormía sola y tenía pesadillas, comprensibles debido al pacto demoníaco que firmó días atrás, no podía estar más encantada con su nueva vida. Dentro de poco podría ver a sus padres, que serían trasladados desde Rusia con sólo un chasquido de dedos de Arioch, su jefe y maestro. Además disponía de muchos más años de vida, y de ciertos poderes y fuerzas que la hacían superior a los miserables humanos con los que se había juntado en sus anteriores años de vida. Se acarició el vientre mientras se preparaba un delicioso zumo para desayunar, en una cocina tan grande como su anterior casa entera. Recordando a su mentor, se sintió orgullosa de que además él sería el padre de su futuro hijo. El importantísimo demonio mayor Arioch la había elegido a ella como portadora de su semilla. Ella iba a ser la que le diera un descendiente, medio humano, lo cual era un defecto, pero también medio demonio. Una pequeña criatura que tendría un gran futuro por delante en este mundo de seres inferiores. Ella le enseñaría a deshacerse de la debilidad humana. Su madre Ivonne, la mejor madre que podría tener la descendencia de Arioch, la educaría correctamente. Saboreó el zumo, disfrutando cada sorbido. Pensó que era cierto que aquel planeta, con sus asquerosos humanos, tenía sus placeres y sus cosas buenas, pero la oportunidad que Arioch le había brindado había sido lo mejor de su vida. Ya no cambiaría su estatus demoníaco por nada del mundo, ni aunque se le presentase el despreciable Dios de la bondad y del orden suplicándole de rodillas. Le daría una patada a ese asqueroso imbécil. El mundo no era bueno, la gente no era buena y el caos lo dominaba todo, ¿por qué se empeñaba ese estúpido Dios del bien en seguir existiendo? Mientras Ivonne pensaba todo esto, sentía como la ira la dominaba, y estaba segura que sus ojos estaban rojos en ese momento. Tenía que calmarse. Haría todo lo que Arioch le pidiera, como si tenía que matar a alguien más aparte de Ángelo. Y pensando en él, deseó que estuviese bien muerto, vagando por el purgatorio y pagando por todas sus imbecilidades de ángel cometidas en vida, entre ellas el de darle más valor a una humana estúpida que a un ser superior como ella. Ivonne se rió pensando en aquello. Seguro que él la estaba viendo desde arriba. Le resultaba tremendamente placentero disfrutar de aquel desayuno en aquella casa, conseguida gracias a que se lo merecía, a que había vencido a un estúpido ángel. Ella era más que una humana, lo sospechaba desde niña. Ella merecía más, y Arioch la había recompensado. El siguiente encargo de su superior llegaría muy pronto, lo sospechaba. Pero ella se sentía preparada para cumplir con el pacto para siempre. Poco después de comenzar a desayunar, un aviso de su jefe le advertía de que Ángelo seguía vivo. La ira la invadió por dentro, agarrando el vaso lleno de zumo y estrellándolo contra la pared. Era una de sus primeras misiones y había fallado al padre de su futuro hijo, pero se aseguraría de completarla pronto, muy pronto. Ángelo y la rubia asquerosa se iban a enterar.

CAPÍTULO 5: CONFESIONES Un gracioso sonido les despertó. Era el ruido del hambre, proveniente del estómago de Lydia. Estaban tan a gusto, con ella abrazando a Ángelo por su espalda, que en principio no se movieron. - ¿He escuchado un rugido? ¿Nos ataca un monstruo? –dijo él, e hizo como si se sobresaltara sobre el colchón. Lydia se sorprendió del sonido, sobre todo porque pensaba que Ángelo estaba dormido y deseaba que no hubiera oído eso. Pero había retumbado en toda la habitación, así que, efectivamente, su ángel de la guarda había escuchado los sonidos de su estómago. De pronto, comenzó a reírse de lo ridícula de la situación, y no pudo parar. Saber que éstas habían sido las primeras palabras de él por la mañana le produjeron todavía más risa. - ¡Rápido, escondámonos tras cualquier sitio! ¡Tiene que haber un mueble en alguna parte! –siguió él, sabiendo que estaban en un apartamento completamente vacío. Las risas de Lydia, cada vez más incontrolables, hicieron que Ángelo disfrutara muchísimo de aquello, y se lanzó sobre ella, abrazándola de puro cariño. - ¡Vale ya, Ángelo, que me voy a mear de la risa y no sé ni si tienes un váter! La cara de él, pensativo, calculando si tenía un váter, fue todavía más graciosa, con lo cual las risas siguieron. - ¡Te lo digo en serio, que me orino! - ¿Es eso una amenaza? ¿Me estás amenazando con dejar el suelo de mi bonito apartamento completamente perdido? ¿Con lo cuidado y limpio que lo tengo todo? –seguía él. - ¡Vale ya, por favor! –y ella se lanzó a hacerle cosquillas a él, para intentar pasarle las risas como fuese. - ¡De acuerdo, de acuerdo, entendido! –decía él defendiéndose. Ángelo también tenía muchas cosquillas, y a los pocos segundos se dieron una tregua para no llevarse toda la mañana con risas. Estuvieron un buen rato calmándose, disfrutando de estar tan bien juntos. Y tras unos minutos de auténtico disfrute, pues por primera vez ambos se sentían completamente felices con otra persona, por fin Lydia tomó la palabra. - Bueno, lo del hambre que tengo era cierto, que lo sepas... Y además... debería darme una ducha. - Ejem... siento que seamos un poco guarros, preciosa, pero vas a tener que esperar para ducharte hasta que lleguemos a nuestro destino –dijo Ángelo con una mezcla de seriedad y diversión en sus ojos. - ¿Nuestro destino? Pues tú dirás... Estoy preparada para cualquiera que sea nuestra misión... Ya he salvado a un peligroso criminal al que todavía no sé por qué salvé, he resistido trampas y traiciones de sus amiguitas rusas locas e incluso he estado encerrada en el lugar más peligroso del mundo... No creo que tengas una misión a la que no pueda enfrentarme... –dijo ella sacándole la lengua. - Bueno, ya te demostraré por qué salvaste a ese peligroso criminal, verás como mereció la pena –dijo Ángelo traviesamente. - Estoy deseando comprobarlo... - Vale, pero cada cosa a su tiempo, Lydia, no seas tan impaciente –dijo él otra vez de forma divertida.

- ¡¿Impaciente yo?! ¡Pues que sepas que a una señorita no se la trata así, y no pienso ayudarte en tus misiones criminales hasta que no me traigas un buen desayuno y me proporciones un lugar donde ducharme! Lydia se hacía la enfadada para provocarle y seguir con las bromas, al fin y al cabo, jamás había estado tan compenetrada con ningún hombre de los que había conocido, Ángelo era encantador. Y en ese momento, él se levantó del colchón y se acercó misteriosamente a un respiradero que había en una de las esquinas de la habitación. Con muchísimo cuidado lo abrió, quitando la rejilla y dejándola a un lado en el suelo. Luego metió la mano, sacó algo y se lo lanzó a Lydia, que permanecía expectante detrás de él. Lo que Lydia alcanzó al vuelo era un paquete, que pesaba bastante. - ¿Qué es esto? –preguntó. - Ábrelo. Cuando abrió el paquete, Lydia pudo ver su contenido y se sorprendió. Se trataba de bastante dinero. - ¡Aquí debe haber al menos tres mil dólares en billetes de cien! –exclamó. - Cinco mil concretamente –aclaró Ángelo. - ¿En serio tienes cinco mil dólares escondidos en un edificio abandonado a punto de caerse y rodeado de gente peligrosa? Ella pensó que quizás había sido un poco impertinente o que Ángelo iba a pensar mal de ella por ponerle en duda dónde guardaba sus pertenencias, pero a él no le molestó ni lo más mínimo. - Son unos ahorrillos. Lo tengo todo pensado. Con eso desayunaremos, comeremos, alquilaremos un vehículo, y lo mejor de todo... pasaremos la noche en una preciosa villa que conozco en Greenhillside, que es donde se supone que se encuentra Miguel, el único que puede decirnos lo que ponía en el mapa de la Lanza de Longinos. A Lydia le dio un vuelco al corazón. De repente se encontró que ella y Ángelo iban a pasar un precioso día y una preciosa noche juntos. Por fin, después de tanto sufrimiento, después de tanto cargar con todo. Se levantó y se acercó a él, abrazándole. Ángelo abrió los ojos, asombrado, pero la abrazó con cariño. - Gracias... –susurro ella en su oído, y notó cómo se le humedecían los ojos. - ¿P... por qué...? –preguntó Ángelo, todavía asombrado. - Por salvarme, por hacerte cargo de mí y... sobre todo... por cuidar de mí y hacerme reír... Necesitaba esto... Y comenzó a llorar de felicidad. Ángelo siguió abrazándola con un cariño inmenso. Sabía que ella lo había pasado mal, y no permitiría que volviera a sucederle nada malo. Cuando pasaron un buen rato así, simplemente abrazados, ella sintió que ya iba siendo hora de ponerse en marcha. No quería atrasar más los planes de Ángelo, aunque había algo que la preocupaba y él se lo notó rápidamente con sólo mirarla a los ojos. - Lo sé, quieres ver a tus padres... Estás preocupada porque ahora mismo no eres más que una fugitiva para la supuesta justicia de esta ciudad corrupta. Incluso no habrás parado de salir en los noticieros, y quieres explicarles que estás bien. Era increíble cómo él estaba al tanto de todo lo que sentía. Ella afirmó con la cabeza. - Sin embargo... –continuó él– yo puedo llevarte hasta la casa de tus padres, pero lo más lógico es que los estén interrogando por si saben tu paradero, o incluso que los agentes de la ciudad tengan vigilantes por allí por si apareces. Ella se quedó paralizada, ¿cuándo podría ver a sus padres? Al menos quería

llamarles o decirles que estaba bien. - ¿Puedo llamarles? La cara de Ángelo era de preocupación, y no quiso negarle esa opción a Lydia pero no se quería arriesgar a que los secuaces del alcalde averiguaran dónde se encontraban al investigar la llamada. - Tengo un teléfono libre, perfectamente preparado y pirateado por mi antiguo grupo para este tipo de situaciones, pero debería ir por él a mi antigua base de operaciones y... Lydia, haciendo un esfuerzo de valentía, le puso el dedo en los labios para que no dijera nada más. - Confío en ti. - ¿C... cómo? –dijo él. - Que confío en ti, Ángelo. No quiero que nos separemos, no quiero que te atrapen otra vez, no quiero que nos arriesguemos por el capricho de una llamada... - Pero Lydia, son tus padres, y entiendo que... - Cuando solucionemos todo esto, te pediré que me lleves a verlos. La decepción con su hija, la oveja negra de la familia, ya se la han llevado. Aunque sospecho que lo que vi en la Torre no eran más que alucinaciones provocadas por ese demonio. Sé que mis padres están tremendamente decepcionados conmigo, pero... –hizo una pausa, pensándoselo bien–, ya habrá tiempo de explicarles que conocí a mi ángel de la guarda y que juntos salvamos el mundo. Hay que detener a ese demonio. Ángelo comprendió entonces que estaba ante una mujer especial, una chica excepcional como nunca había conocido. Una mujer valiente, capaz de enfrentarse ya a lo que fuese tras haberlo pasado tan mal en su vida y superarlo, y además, la única chica que había conocido capaz de darlo todo por él. - No tengo palabras, preciosa –dijo él, y la miró a los ojos con un gesto de verdadera admiración–. Creo que el que te tiene que dar las gracias por todo lo que estás haciendo soy yo. Y se volvieron a abrazar. En ese momento, con toda la confianza que Lydia le había mostrado, Ángelo no pudo aguantar seguir ocultándole algo que le tenía preocupado desde hacía un tiempo. Se sentía culpable por no decírselo ya. Quería que aquella relación fuese sincera para siempre, sin nada que ocultarse entre ellos. No podía decepcionarla guardándose un secreto tan importante. - Lydia... - Dime Ángelo... - Voy a ser padre...

CAPÍTULO 6: ACLARACIONES Al principio, ella no reaccionó, e incluso le molestó que le hubiese ocultado algo tan importante. Luego pensó que apenas habían tenido tiempo para charlar de sus cosas, y se calmó. Ni siquiera se había atrevido a preguntar quién era la madre, aunque lo sospechaba, tenía una corazonada de que la respuesta le iba a gustar aún menos. Aunque permanecieron serios, poco a poco iniciaron varias conversaciones cada vez más tranquilas mientras se preparaban para ir hacia Greenhillside. El viaje les ocuparía prácticamente todo el día, pues el pueblo donde se suponía que se ocultaba el anteriormente ángel Miguel estaba a más de quinientos kilómetros de distancia de Capitol City. Cuando alquilaron un coche dando una identificación falsa gracias a las artimañas de Ángelo, se pusieron en marcha. Deteniéndose en varias tiendas de suministros, él había ido preparado todo lo que pensaba que podrían necesitar más adelante. Además compró una mochila que él mismo se encargó de llenar con ropa y otras cosas, y tuvieron que pasar por un par de tiendas muy concretas, una de ellas, de deportes de montaña. Ante la cara de asombro de Lydia, él le explicó que seguramente tendrían que escalar un poco para llegar a donde vivía Miguel, o al menos subir algunas pendientes escarpadas. Ella se amedrentó un poco, pero después de darse cuenta de que había hecho muchísimo últimamente que jamás pensaba que se atrevería a hacer, entre otras cosas vestirse muy provocativa para salvar a Ángelo o clavar un cuchillo a un guardia y a su ex-novio, lo de escalar una montañita sería pan comido. Al principio permanecían nerviosos en cada lugar que paraban, pues aún existía el miedo de que los identificasen, pero se fueron calmando a medida que se alejaron de Capitol City. Fue en un pequeño bar de carretera, mientras desayunaban, donde él siguió explicándole todo lo que ella deseaba saber, tanto de asuntos terrenales como celestiales. - Entonces, ¿nunca has visto a... Dios? –preguntó Lydia mientras se servía con gusto unas deliciosas tostadas con mantequilla. Los camareros del bar les habían preparado una pequeña mesita para que desayunaran tranquilos. - ¡Parece que tenías hambre, ¿eh?! –dijo él al verla untando sus tostadas a gran velocidad. - No intentes librarte de mis preguntas, listillo. Ángelo la miró sonriente, con sus preciosos ojos verdes y su barbita de varios días cada vez más elegante. A ella no le importaba demasiado si él había visto a Dios, sólo sentía curiosidad, pues le bastaba con verle a él. Sólo necesitaba aquello, disfrutar de su presencia, sea ángel o humano, pues no recordaba sentirse tan feliz con nadie en toda su vida. - No, la verdad es que no le he visto. Parece que está demasiado ocupado últimamente –dijo con un aire de tristeza mirando su plato, tras haber sonreído. - ¡Pero es Dios! –exclamó Lydia, casi demasiado fuerte en aquel sitio público–. Su existencia es infinita, no puede estar "demasiado ocupado". - Si te digo la verdad, Lydia, los ángeles sabemos poco más de los misterios de Dios que los propios humanos. Hay injusticias inexplicables en este mundo, pero se supone que debemos tener fe y esperanza. Lo que más me preocupa ahora mismo no son los planes de Dios, sino el descontrol que existe en la tierra. Los demonios campan a sus anchas y nosotros, los ángeles que quedamos y cuya mayoría no ha sabido mantener su cargo, ¿estamos casi sin poder hacer nada? –preguntó él. Ella le miró pensativa y algo triste por la carga que tenían que soportar ángeles

como él o como Miguel anteriormente. Tomó un sorbo de café. - ¿Y qué me dices de Suriel? ¿Por qué se comportó así contigo? –siguió preguntando ella. - La mayoría de los arcángeles son peores que muchos demonios. Es difícil trazar la línea entre el bien y el mal, preciosa. Simplemente tienen un cargo, la mayoría ganado injustamente, que les llena de poder y posibilidades. Y una de esas posibilidades era joderme la vida a mí y así lo ha intentado ese Suriel. Siento estas palabras tan feas, cariño, pero me fastidia mucho que esa pandilla de imbéciles gobiernen los cielos. - Bueno, aquí en la tierra gobierna otra pandilla de imbéciles –dijo ella con una sonrisa. - Eso es cierto, sobre todo con demonios como Arioch, intentando ocupar cargos que deberían pertenecer solamente a los humanos, como la presidencia de un país. - Pero, ¿tan poderoso es? –preguntó Lydia un poco temerosa. - Es un demonio mayor o archidemonio. Como los ángeles y sus correspondientes superiores, los arcángeles, él está por encima de la mayoría de seres infernales. Es muy poderoso, aunque tiene prohibido matar a un humano, pero sí inducir a que se suicide, por ejemplo. De todas formas los demonios no suelen cumplir mucho las leyes universales, por eso mismo son demonios, así que podría matar a cualquiera si quisiera. Y con Dios tan "desaparecido" últimamente se tardaría muchísimo en castigarle o en demostrar que se ha saltado las leyes. Lydia miró de reojo a su derecha justo cuando iba a morder su tostada, como si hubiese visto algo en el bar por el rabillo del ojo, como una sombra. Sin embargo lo que había sentido era un escalofrío por el tema de la conversación. Tanto hablar de demonios no le gustaba. - Bueno, pero te tengo a ti, mi ángel de la guarda, por si acaso alguno quiere hacerme daño –dijo para suavizar el miedo guiñándole un ojo a Ángelo. - Por supuesto que sí, preciosa, pero no sé cuánto tiempo me durará la condición de ángel. Luego apenas tendré ni fuerza ni poderes para enfrentarme a alguien tan poderoso como Arioch –dijo él con tristeza. - Siento mucho todo esto, Ángelo, sigo pensando que es por mi culpa. - Déjate de tonterías, preciosa. Mira, te diré una cosa y espero que te quede claro para siempre. Si tuviera que volver a perder mi condición de ángel para vivir una vida de humano con sus años limitados y sin poderes, simplemente junto a ti, lo volvería a hacer –dijo él, poniendo su mano sobre la de ella en la mesa con un gesto de cariño. Lydia bajó la vista. No se imaginaba que iba a sentirse tan bien junto a él. No recordaba sentirse así nunca. Pero lo que más le preocupaba es que estaba sintiendo algo más, y era el miedo. Tras pasarlo tan mal en los últimos años, no quería perder a Ángelo. No quería que aquellos momentos mágicos se perdieran. - Tengo miedo –dijo. - ¿De qué, preciosa? - De perderte. De que esto se acabe. No quiero que te enfrentes a él. Ángelo permaneció callado y agradablemente sorprendido. Le gustaba lo que estaba sintiendo, y sabía que era algo mucho más importante que cualquiera de las batallas celestiales y los poderes de allá arriba. Lo único que mantenía el universo unido y que estaba por encima de todo eso, el amor. Sin embargo, tenía una responsabilidad. - Tengo que hacerlo –dijo con una pequeña sonrisa. - Pero, ¿por qué? Vayámonos a vivir, escapemos para disfrutar de nosotros y de la

vida, Ángelo. - Existe un peligro mundial, y sólo yo soy consciente de él, cariño. Es mi deber intentar hacer algo. En cuanto Arioch consiga la Lanza de Longinos podrá dominar la voluntad de cualquiera y saltarse todas las leyes para acabar con quien le apetezca. Es un arma muy poderosa. Tengo la ligera sospecha de que su siguiente paso es iniciar una guerra en el mundo. Es una gran satisfacción para un archidemonio como él ver que el amor de los humanos por ellos mismos y por sus hermanos se diluye con una guerra mundial y sangrienta. Es uno de los mayores logros que un demonio querría conseguir. Así son de miserables. Tengo que impedírselo. - Pero... –dijo ella con cara de preocupación y con las lágrimas a punto de brotar de sus ojos–, cuando dejes de ser ángel no podrás hacer nada contra sus poderes, y te matará. - Muchas veces, Lydia, un humano es capaz de las mayores hazañas. Si me convierto en humano no creas que no estaré orgulloso de lo que soy. Haré lo que pueda, pero es mi obligación y mi deber impedir que ese ser infernal se haga con el control de la Lanza. Podría ser catastrófico. Además, existe una posibilidad de acabar con él. - ¿Cómo...? –dijo ella bajando la vista de tristeza. - Con la propia Lanza. Si la conseguimos antes que él, podría tener una oportunidad entre cien de acabar con su vida en la tierra. Sería un enfrentamiento al estilo de David contra Goliat, por supuesto. Me costaría mucho vencerle, pero si lo consigo volvería a los infiernos, humillado y castigado por todos sus amigos y hermanos demoníacos. No podría volver en decenas de años a la tierra. La Lanza no sólo es poderosa para que la use un demonio como él, sino que precisamente es un arma mortífera contra los seres infernales. - Entiendo. ¿Y no te preocupa morir a pesar de que...? - ¿De qué...? –preguntó él. - ¿...a pesar de que vas a ser padre en un futuro no muy lejano? –se atrevió a decirle ella. - De eso quería hablarte Lydia. Quería decirte que lo siento, lo siento mucho. Sé que no me has preguntado por precaución y por no sacar un tema así entre nosotros, pero te lo tengo que decir aunque te enfades conmigo. Ahora es el momento. Mira, no sé cómo ha ocurrido, aunque en realidad sí, pero es algo extraño porque creía que estaba controlado –Lydia puso cara de extrañeza mientras él intentaba explicarse–. La cosa es que la madre... será Ivonne. A Lydia se le quitaron las ganas de seguir comiendo. Aquello no podría decir que no se lo esperase, pero no quería confirmarlo, y Ángelo se lo acababa de confirmar. Aunque ninguno de los dos sospechaba que era una maldad de Arioch y que no era cierto que el hijo fuera a ser de él. Ángelo e Ivonne habían estado mucho tiempo juntos y era perfectamente creíble. - Pero... No sé qué decirte, Ángelo –dijo ella, muy seria. - Lo sé, y de verás que lo siento mucho –mostraba un gesto de tristeza y arrepentimiento totalmente comprensible. - Mira, no me preocupa tanto lo que pasó entre esa rusa loca y tú. El problema es que tendrás que hacerte cargo de tu hijo –dijo ella tras un rato pensativa. - Me temo que sí, Lydia, y espero que algún día me perdones, porque yo quiero estar contigo. - Por supuesto que lo haré, pero tardaré un tiempo en aceptarlo. - Lo sé. - De todas formas es algo bonito, Ángelo, y me alegro por ti –dijo ella de forma

absolutamente sincera, cada vez más tranquila por haber sacado el tema. - Bueno... gracias, y creo que lo llevaré bien y por supuesto que lo querré, para eso será mi hijo. - Me da pena por la madre que tendrá. - Eso es cierto, Lydia, por eso tendré que hacer lo posible para indicarle el camino del bien como padre responsable que debo ser. Esa madre va a ser una malísima influencia. - Bueno... yo te ayudaré –dijo ella, cada vez más cariñosa y con verdaderas ganas de ayudarle. - ¿En serio, Lydia? - Por supuesto que sí, ya verás como todo irá bien. Él mostró un gesto de agradecimiento con una preciosa sonrisa, y consiguieron terminar de desayunar mientras hablaban de temas mucho más agradables y menos trascendentales. - Hay que ponerse en marcha. Deberíamos llegar a Greenhillside esta tarde, descansar y... bueno, mañana nos toca algo difícil pero divertido. - ¿Difícil pero divertido? - Sí, escalar un poco. - ¿Quéeeeee? –preguntó ella alargando la pregunta a modo de broma. - No será para tanto. Ten en cuenta que Miguel debe subir y bajar al pueblo de vez en cuando, y ya es un anciano. De todas formas prepárate que mañana vas a tener que esforzarte un poco físicamente –le dijo él guiñándole con picaresca. - Estoy preparada para cualquier cosa contigo –contestó ella. Tras pagar la cuenta, se dirigieron hacia el vehículo y reanudaron la marcha hacia el pueblecito de Greenhillside, para el que todavía quedaban muchos kilómetros de distancia.

CAPÍTULO 7: PEQUEÑO VIAJE DE PLACER Lydia nunca había estado por allí, más que nada porque en pocas ocasiones en su vida había salido de Capitol City. Ella era una chica de ciudad, acostumbrada al bullicio, a los hombres de negocios corriendo de acá para allá, a los grandes edificios, a los apelotonamientos en el metro y de las avenidas llenas de coches pitando sin parar. La visión de Greenhillside la dejó boquiabierta nada más ver el pueblecito en la distancia mientras se acercaban en el coche. Estaba anocheciendo y habían pasado la tarde maravillosamente, conociéndose un poco más el uno al otro, riendo y disfrutando. Incluso a la hora de comer estuvieron en un sitio algo más lujoso que el bar de carretera de aquella mañana, un buen restaurante al que entraron sin importarles el aspecto descuidado que llevaban. Lydia no podía negar que estaba algo nerviosa, tanto porque estaba oscureciendo, como por que al día siguiente tendría que demostrar una vez más que era una chica que no tenía miedo a nada, ni siquiera a las alturas. ¿Escalar? Eso no lo había hecho nunca, pero estaba dispuesta a aprender, y a enfrentarse a lo que fuese. Si se había entrenado junto a una rusa loca, ¿qué le impedía escalar una montaña? Aquello le hizo pensar en Ivonne. Estaba empezando a odiarla todavía más después de lo que le había hecho a Ángelo, pero no quería tener malos pensamientos en un momento tan mágico como aquel. No quería pensar en rusas locas ni en otros seres horribles. Mientras conducía, Ángelo puso su mano sobre la de ella. Le miró con los ojos brillantes de felicidad y él le devolvió la sonrisa. Le encantaba sentir la calidez de sus dedos mezclada con la propia fuerza que eran capaces de ejercer. Ángelo la protegía como nadie lo había hecho en su vida. Mientras se adentraban en el pequeño pueblo, pensó que nunca había sido tan feliz como en aquellos momentos. Poco a poco fueron atravesando casi todo Greenhillside y pudieron ver a lo lejos las montañas que sobresalían por detrás de las casas. Allí vivía Miguel, aquel que injustamente fue castigado por sus superiores perdiendo su condición de ángel, de la misma forma que le estaba ocurriendo a Ángelo. Lydia no entendía de los asuntos celestiales más allá de lo que él le había contado a lo largo de aquel día, pero le parecían de todo menos bondadosos, sobre todo cuando Ángelo sólo pretendía ayudar encontrando la Lanza antes que aquel archidemonio tan peligroso. Quizás era la oscuridad que se les echaba encima o el miedo que sentía a que no pudiesen con todo aquello, pero volvían una y otra vez los pensamientos negativos como lo de Ivonne o lo del demonio Arioch, y Lydia hizo todo lo posible por olvidar tantas cosas malas y disfrutar aquel momento. Como pasa en la vida, y ella lo sabía, los mejores momentos a veces se recuerdan en el pasado en vez de disfrutarse en el presente, así que tenía que aprovecharlos. Le dio un beso a Ángelo en la mejilla mientras éste conducía. Él la miró una vez más de forma muy cariñosa. A los pocos minutos, llegaron a su destino. - Ya hemos llegado. Por fin descansaremos de tanto viaje. Cuando Lydia miró donde habían estacionado quedó completamente sorprendida. Aquel lugar era maravilloso. Una gran casa que parecía de cuento de hadas, a poca distancia de la montaña y rodeada de prados. Un pequeño riachuelo que discurría por el lateral de la vivienda se podía distinguir por sus cristalinos sonidos. En la oscuridad de la noche apenas pudo disfrutar con su vista del maravilloso lugar, pero se podía ver que Ángelo la había llevado a un sitio impresionante para que pasaran juntos aquellos momentos. Lydia se preguntó cómo era posible que Miguel se retirara a las escarpadas

montañas en vez de hacer su vida tranquila en aquel pueblo tan bonito, pero debido a la vida tan angustiosa que el pobre ángel había llevado, entendía en cierta forma que quisiera vivir solo y apartado. Lo que no entendía es cómo un anciano se las apañaba para vivir allí arriba y tener que visitar el pueblo para aprovisionarse, y encima luego tener que subir escalando. Luego supuso que se había apañado bastante bien allá arriba, y que alguien le ayudaba llevándole algunas provisiones. Todo esto eran suposiciones, por supuesto, porque a ella no le surgía otra explicación. - ¿Vamos para adentro, preciosa? ¡Te vas a resfriar! –le dijo él al verla mirando pensativa hacia la oscura montaña. Ella hizo un gesto de frío frotándose los brazos y caminó hacia él, que iba cargado con la pequeña maleta y la mochila que contenían todo lo que necesitarían. El lugar no podía ser más acogedor. Cuando entraron, el calor de una chimenea calmó los nervios y el frío de Lydia, que seguía impresionada por el sitio. Iluminado por el propio fuego de la chimenea y por un par de lamparitas de gas, aquel lugar era absolutamente precioso. Ante ellos se mostraba una bonita entrada muy hogareña que daba paso a un gran salón, y en éste, adornado con motivos rurales, unos cómodos sillones formaban lo que podría ser el lugar de reunión de una casa particular enorme. Los sillones estaban dispuestos frente a la chimenea de forma muy acogedora. En medio de ellos, una mesita sobre una alfombra de lana invitaba a colocar allí la cena o el desayuno, o una buena taza de té o café calentito. En una de las esquinas, apartadas para dejar a los visitantes tranquilos con sus asuntos, una recepcionista los recibió muy amablemente tras su mostrador de madera, y habló a Ángelo por su nombre, como si lo conociese de haber estado por allí más veces. Tras pedir una habitación, la recepcionista les prometió darles la mejor de ellas, pues era temporada baja y el lugar estaba casi sin visitantes. Las habitaciones, de las que el pequeño hotel no tendría más de diez, estaban subiendo una elegante escalera de madera y mármol. Subieron a la planta de arriba y uno de los empleados les indicó dónde se quedarían. Ángelo le dio una propina y cuando cerraron la puerta, Lydia vio la habitación donde se iban a alojar. Se quedó maravillada una vez más. Sólo el dormitorio era casi como una casa entera de grande, ya que comparado con su pequeño apartamento en Capitol City, casi todo su piso cabría en él. Había una grandísima cama en el centro, con aspecto de ser extremadamente acogedora. Los suelos de madera y la temperatura tan agradable permitían ir descalzos, y había una división en las estancias dentro de la propia habitación, con una de las zonas de los laterales dedicada exclusivamente al enorme cuarto de baño. Todo precioso, limpio y acogedor. Ella jamás había estado en un sitio así. - ¿Te gusta? –le dijo él tras dejar el equipaje sobre uno de los sillones que había en una esquina. - No tengo palabras, Ángelo, me encanta. Él le sonrió y comenzó a deshacer la maleta, que tenía ropa nueva para ambos y algunos elementos de aseo personal. Lydia se acercó a él de forma cariñosa desde atrás, y cuando Ángelo se giró, ella le puso los brazos sobre los hombros, acercando su rostro. - Nos merecíamos un sitio así, ¿no crees? –preguntó él. - Por supuesto –dijo ella, sonriéndole y con los ojos llenos de deseo. Apenas habían entrado y ya estaban necesitándose el uno al otro. Ángelo la agarró por atrás y la levantó sobre su cuerpo, y mientras él permanecía de pie sujetándola a pulso, ella abrió las piernas para rodearle por la cintura. A pesar de tener la ropa puesta y con la

rigidez de los pantalones vaqueros que llevaban, Lydia sintió algo extremadamente duro rozándole entre los muslos y queriéndose abrir paso. Ángelo se estaba animando a gran velocidad. Él la mantuvo en el aire sobre su cintura, agarrándola con sus fuertes brazos y caminó hasta la cama, donde la dejó tumbada mientras permanecía sobre ella. - Parece que ahora sí es el momento –dijo ella con una sonrisa. Él afirmó cariñosamente, y ella sintió que le necesitaba en su interior. Mientras Ángelo la besaba poco a poco, le fue abriendo los botones de la blusa uno a uno, dirigiendo los besos cada vez más abajo. Primero en el cuello, luego algo más abajo, y después, al ver que ella necesitaba más, le quitó el sujetador con gran habilidad y Lydia dejó ver unos firmes pechos que estaban cada vez más ardientes y sensibles. Los labios de él se acercaron con travesura hacia uno de sus pezones y antes de que siquiera los tocasen ella gimió de placer con sólo mirarle. Tenía los pezones tan duros y sensibles que no era necesario tocarlos para excitarse, simplemente con el calor de su aliento bastaba. Hasta que él sacó la punta de su lengua y rozó uno de ellos. Ella no podía más, con sólo eso Ángelo la estaba llevando al paraíso. - ¡Te necesito, Ángelo, te necesito dentro de mí! –exclamó llena de placer. Él jugueteó un poco más su boca de forma traviesa, ahora disfrutando del otro pezón, moviendo sus labios y su lengua alrededor de él, jugueteando con la dura punta del mismo, que parecía querer reventar de deseo. Y luego bajó una de sus fuertes manos, metiéndola entre ellos para abrirse los pantalones. Cuando pudo quitárselos hizo lo mismo con su ropa interior, y Lydia pudo ver la magnificencia de aquello que tenía Ángelo entre las piernas. Estaba gigantesco, no lo recordaba tan grande y deseable ni siquiera de aquella vez en la ducha de su casa. Había soñado otras veces con volver a disfrutar de aquella maravilla que él tenía, pero en ese momento estaba mucho más impresionante y grande de lo que cualquier mujer pudiese imaginar. Su enorme miembro sobresalía hacia arriba con una dureza y una belleza increíbles. Las pequeñas venitas que se marcaban sobre su piel le daban un aspecto absolutamente delicioso, y cuando Lydia lo vio, gimió con sólo imaginarse que aquello entraría entre sus piernas dentro de unos segundos. Ángelo la miró con deseo. Estaba de pie frente a ella, con su enorme miembro dispuesto a poseerla, y Lydia se quitó los pantalones con nerviosismo por lo que se le venía encima. Necesitaba aquello en su interior, quería sentir el pene de él abriéndose paso como nunca. Cuando se quitó los pantalones y las braguitas, abrió sus piernas para recibirle. Su vagina entreabierta estaba tan húmeda que sintió cómo se le habían mojado ligeramente los muslos. Y entonces él se colocó sobre ella por fin, haciendo que la deliciosa punta de su miembro rozase los labios de ella y Lydia volviera a gemir, casi un grito de deseo. Cuando sintió que aquello la iba a penetrar no pudo más y agarró a Ángelo por su fuerte espalda, con la cabeza totalmente perdida de placer, intentando que él se la clavara de una vez. - ¡Métemela, métemela ya! –le gritó. Y fue entonces cuando él presionó un poco para clavarle sólo la punta, pues aunque ella estaba muy húmeda, aquello era tan grande que le costó entrar. Y no necesitó nada más, sólo ir metiéndole el extremo, que estaba enorme y duro, para que ella sintiera la primera descarga orgásmica. Con un grito de auténtica locura, Lydia sintió que el placer le recorría la espalda, haciéndole sentir el mayor orgasmo de su vida. - ¡Sí, métemela entera, fóllame Ángelo! Y él lo hizo. Cuando aquello entró casi completamente, Lydia pudo sentir cada uno de los centímetros de dura carne que la recorrían por dentro. Sintió cada palpitación, cada

latido, cada vena que entraban duramente hasta llegar al final, hasta el fondo, donde ella notó que volvía a correrse del gusto al sentir que el grandioso pene de Ángelo estaba totalmente metido dentro de ella. Y necesitó que no parara, que se la clavara una y otra vez, y entonces Ángelo comenzó a moverse dentro de ella sin descanso, taladrándola de forma imparable. Lydia sentía que jamás se había abierto tanto, notaba que Ángelo estaba clavándosela como nunca nadie se la había metido. Y entonces, mientras él seguía moviéndose con fuerza dentro de ella, notó con sus manos en la espalda de Ángelo unas protuberancias. Y cuando miró, se dio cuenta de que eran sus alas de ángel, que refulgían una vez más. Eso la hizo gemir todavía con más fuerza. Aquello la ponía a mil. Ángelo era un ángel, un ángel de deseo, y se la estaba follando a ella con auténtica pasión. Ella era la elegida para sentir ese placer venido del cielo. Fue entonces cuando el mayor orgasmo de su vida le recorrió todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies y luego subiendo hacia su dulce agujero, más húmedo y caliente que nunca. Gimió y gritó como nunca, casi ahogada en el deleite más brutal que jamás había sentido, cuando aquello que la penetraba una y otra vez expulsó su caliente líquido celestial dentro de ella, llenándola por dentro y haciendo que rebosara de lo abundante que era y del poco espacio que quedaba en su interior. Casi se desmayó del gusto. No podía ni contar el número de espasmos orgásmicos que había tenido, pues para ella había sido como uno tremendamente largo, imposible de describir. Y Ángelo seguía encima aunque sin ejercer presión, agotado y más feliz que nunca. Con los ojos entreabiertos de satisfacción, Lydia pudo mirar por la espalda de él que sus alas brillaron y desaparecieron un par de veces, como una luz que se funde, titilando por última vez. Y de repente, en uno de los momentos más bonitos de su historia y de su vida, un ángel se convirtió en hombre, y se supo que no se arrepintió jamás.

CAPÍTULO 8: TIERRA PELIGROSA Podría haber pasado media hora, o una hora completa. Podría haber pasado un día entero, pues la noción del tiempo se perdió para ellos dos. Completamente extasiados, habían hecho el último esfuerzo para tumbarse en la cama con más comodidad, pues Ángelo se llevó un buen rato sobre Lydia, sin dejarse caer con su firme y fuerte cuerpo, pero sintiendo cada respiración de ella y cada latido de su propio corazón. ¿Cómo sería ahora su corazón? Se había convertido en humano. Completamente. El injusto acuerdo al que llegó con el arcángel Suriel se completó. Y allí estaba él, con vida, pero sin ser un ángel, con un corazón humano, no celestial, y en cierta forma con sentimientos encontrados. Por un lado estaba triste, pues había perdido su condición angelical. Ahora tenía una vida mucho más limitada, sin poderes, y con pocos años de existencia comparados con los de un ángel. Pero por otro lado estaba más feliz que nunca, pues ese corazón humano que ahora tenía en su pecho latía con un sentimiento que nunca había albergado. Tenía el corazón henchido con algo de lo que otras veces había oído hablar pero jamás había llegado a entender de verdad. Se lo había oído hablar a algunas mujeres que había conocido en su larga existencia, pero nunca hizo mucho caso. Se lo había oído hablar a hombres abandonados en un bar, completamente abatidos, y se limitó a intercambiar unas palabras con ellos, sin entender por qué se sentían así. Sin embargo ahora todo era diferente. Haciendo el amor apasionadamente con la mujer más especial que había conocido, descubrió una sensación distinta. Entendió perfectamente lo que trataban de explicar sin éxito historias, canciones, películas y poemas. Escritores, músicos, cineastas y poetas trataron de dar una idea de lo que era sentir aquello y él, como ángel, estuvo siempre lejos, muy lejos de entenderlo. Pero ahora, tras volverse humano junto a la mujer que quería, tras sentir que su corazón lleno de bonitos sentimientos no cabía en su pecho, supo por fin qué era aquello que llamaban "amor". Mientras permanecían los dos tumbados en la cama, frente a frente, él miró a Lydia un poco con ojos tristes, y ella lo entendió. Sabía que Ángelo estaba triste por no ser lo que todo el mundo consideraría un ángel, sin embargo... - ...siempre serás mi ángel de la guarda. No hizo falta ni siquiera expresarlo en voz alta. Los labios de ella se lo susurraron sin sonido, mientras le sonreía y le pasaba la mano por su dulce rostro. Y él le leyó los labios perfectamente, como cuando dos personas enamoradas saben de antemano lo que va a decir cada uno justo antes de pronunciarlo. Y fue entonces cuando los dos cerraron los ojos, sonriendo, agotados, dejándose llevar por el agotamiento, y vencidos por el sueño. Felices. *** La luz de la mañana iluminó la escena como si se tratase de una película romántica. El frescor que entraba a través de los grandes ventanales no impidió que ambos permaneciesen desnudos, y que la sábana blanca con la que durmieron apenas les cubriese por encima. Lydia abrazaba a Ángelo, y éste permanecía bocarriba, con su fuerte abdomen respirando acompasadamente. Ella se acordó entonces de aquella noche en la que soñó que tocaba un instrumento de música, un piano, mientras en realidad acariciaba las musculosas zonas abdominales de Ángelo. La primera noche que pasó con él, allá en su apartamento, y ojalá fuese una de miles, de millones, de miles de millones...

Sonrió con los ojos entreabiertos mientras observaba el bello rostro de él descansado dulcemente. Había perdido mucha energía al dejar de ser un ángel, y por otro tema concreto que a esas horas de la mañana le estaba apeteciendo volver a hacer. Su entrepierna se humedeció muchísimo con sólo pensarlo, con sólo juguetear con las musculosas partes que se dibujaban allá abajo, en la línea justa donde comenzaba la vellosidad que rodeaba aquel espectacular tesoro. Rizándole un poco con los dedos los oscuros vellos, jugueteando con cariño y deseo, notó como Ángelo se animaba aun estando dormido. Se la sostuvo con cuidado y sin despertarle, pasándole la mano por debajo y manteniéndola en su mano, tan grande que le cubría toda la palma, y disfrutó sintiendo cómo crecía todavía mucho más entre sus dedos, hasta ponerse de un tamaño que le llegaba a él prácticamente al ombligo. Él se despertó poco a poco al sentir las caricias de Lydia, y giró la cabeza con dulce sonrisa y carita de adormilado. Aquello fue irresistible, y ella se sentó sobre él esta vez, sin poder esperar más, y volviendo a sentir todo aquello que la hacía dar vueltas a la cabeza de placer y a pesar de que Ángelo acababa de despertar, no dudó en hacerle el amor dulcemente y despacito mientras eran bañados por la luz que entraba por la ventana. Ella se agitó con un ritmo cada vez más acelerado sobre él, ya que no podía dejar de sentir aquello en su interior, cada vez más adentro. Él dejó que ella dominara esta vez la situación, dejó que se moviera arriba y abajo sobre su miembro y que llegase hasta donde ella quisiese. Fue en uno de esos movimientos cuando Lydia no pudo más, y se convulsionó con las oleadas orgásmicas que le recorrieron toda la espalda una y otra vez. Su interior palpitaba, corriéndose de forma increíble, rodeando el enorme y durísimo pene con todo el calor y la humedad que podía generar con cada uno de los espectaculares movimientos de placer que sentía. Ya no pudieron más, y terminaron completamente exhaustos. Él permaneció tumbado bocarriba con la respiración muy alterada y ella tuvo que echarse una vez más a su lado, abrazándole y con el corazón palpitando a toda velocidad. - ¿E... estás preparada para escalar la montaña ya? –dijo él con una nota de broma y casi sin poder hablar de la excitación. - Ya sabes... que yo me subo donde sea –Lydia no pudo evitar reírse nerviosa, contestando también en tono bromista. Durante al menos media hora permanecieron así, sin decirse apenas nada y disfrutando juntos de aquella mañana tan maravillosa, pero el hambre y las ganas de ducharse por fin les ayudaron a ponerse en marcha. Tras una ducha más relajante de lo debido y un desayuno que les supo a absoluta gloria consistente en pan recién hecho tostado, mermelada de fresas y arándanos y café también recién hecho, salieron con una mochila y todo lo necesario para ir en búsqueda de Miguel. Sabían que la misión corría cierta prisa y que quizás no tendrían que haberse entretenido tanto, pero tras haberlo pasado tan mal desde aquel día en que los obligaron a separarse, ambos habían considerado que se merecían aquella noche y aquella mañana de placer en compañía por fin. Estaban agotados, pero ambos se sentían más llenos de alegría que nunca. A pesar de que Ángelo había perdido su condición de ángel, le estaba costando menos de lo que imaginaba el seguir adelante con su vida, gracias a esa maravillosa persona que había encontrado y que le comprendía. Y Lydia podía decir lo mismo, jamás había estado tan feliz con nadie ni se había sentido más plenamente compenetrada con ningún hombre. Cuando Lydia miró hacia la montaña, después de que recorrieran un serpenteante sendero a través de un pequeño bosquecillo, se sintió agotada incluso antes de subirla, pero

con todo el ánimo por ayudar a Ángelo a que localizara a Miguel no se iba a echar atrás. Ángelo llevaba la mochila con todo lo necesario para subir, aunque luego, al echar un vistazo a la pendiente, él mismo le dijo que no parecía que tuviesen que escalar demasiado. Miguel había preparado con los años un recorrido muy concreto que, aunque algo empinado, se podía subir y bajar perfectamente sin instrumental de escalada. Una serie de símbolos grabados en la corteza de algunos árboles en la falda de la montaña hicieron que Ángelo sintiera cierta satisfacción: estaban escritos en enochiano, el lenguaje secreto de los ángeles, y él todavía podía entenderlos. A través de estos símbolos Miguel había trazado el camino correcto y más cómodo para subir, de forma que sólo un ángel, o desgraciadamente un arcángel como los que dieron con él, pudiesen encontrar su cueva. Ellos no sabían exactamente dónde estaría el hogar del antiguo ángel, pero confiaban en descubrirlo al ir subiendo, pues tenían todo el tiempo que quisieran para investigar antes de que cayera el sol de la tarde. Los dos estaban agotados, pero poco a poco fueron hacia arriba. De vez en cuando Ángelo tuvo que agarrar de la mano a Lydia para que ella pasara por las zonas más verticales, pero en general pudieron avanzar muy bien. Tras un pequeño rato subiendo la montaña, Ángelo miró al cielo y le pareció que se oscurecía con algunas nubes mientras seguían su camino. Era extraño, pues la mañana había comenzado muy soleada y se respiraba un aire fresco muy puro. Desde arriba pudieron ver la maravillosa vista que ofrecía la montaña de Miguel. El pueblecito de Greenhillside se presentaba como una sábana blanca de casitas que cubría toda la zona baja del monte. Estaban bastante arriba cuando percibieron una gran roca que sobresalía formando un amplio suelo, como si fuera una terraza, y allí mismo parecían indicar los símbolos que se encontraba la casa del anciano Miguel. Ángelo estaba cada vez más nervioso porque éste le explicara dónde se encontraba la mítica Lanza de Longinos. Sabía que Miguel les ayudaría, y aunque los despreciables arcángeles les habían quitado su condición de ángeles a ambos, eran ellos los que tenían la responsabilidad de salvar al mundo del maligno poder que Arioch podía alcanzar si la encontraba. Tenían que darse prisa, así que con un último impulso Ángelo y Lydia subieron a la gran roca que hacía de entrada para la cueva del anciano. - Nos va a llover encima, con el día tan bueno que estaba haciendo –dijo Ángelo mirando a los cielos una vez más –. Quizás esos arcángeles quieran aguarnos la fiesta, no contentos con "cortarles" las alas a cada ángel que se les enfrenta un poco. Lydia también miró al cielo y parecía extraño cómo había cambiado la mañana en tan poco tiempo. Aunque pensaba que Ángelo lo decía más por enfado que por otra cosa, ya no estaba tan segura de que aquello no fuese más que un simple cambio de tiempo. Estaba claro que no sólo tenían enemigos entre los demonios, sino también molestaban a algunos seres supuestamente celestiales. Cuando miró hacia delante vio a Ángelo completamente paralizado frente a la oscura entrada de la cueva. - ¿Qué pasa? –preguntó. - Algo va mal –dijo él misteriosamente. Un extraño olor, como de azufre, salía del interior del gran agujero. Les resultaba extraño que no hubiera ninguna luz. Era como si Miguel no estuviera en casa, cuando realmente se sabía que el pobre anciano salía pocas veces de su mal llamado hogar. Lydia se acercó a Ángelo y ninguno de los dos pudo distinguir nada a simple vista. Ángelo se quitó la mochila y rebuscó dentro de ella, encontrando una linterna que sacó y probó

inmediatamente si funcionaba, iluminándose la palma de la mano. - Vamos a tener que entrar, pero prefiero que vayas detrás de mí –dijo levantándose y volviéndose a poner la mochila en la espalda. - Pero, ¿qué sospechas que ocurre? ¿Miguel no está? –preguntó Lydia. - Ahora veremos... –dijo él, y empezó a caminar hacia el interior de la cueva, seguido por ella. Cuando entraron, lo primero que pudieron ver a la luz de la linterna eran unos extraños símbolos pintados de rojo en las paredes. - Marcas de protección –susurró Ángelo. - ¿Contra demonios? - Contra todo, demonios y arcángeles despreciables –contestó él. El olor a azufre se hizo más intenso mientras caminaban muy despacio hacia el interior. A Lydia le daba la sensación de que se estaban metiendo en una trampa, aunque desde que se oscurecieron los cielos lo pensó. Al fondo y a la derecha de lo que parecía un pasillo excavado en la roca, se divisaba a la luz de la linterna una entrada con forma de arco de piedra. Aquello por donde habían pasado había sido como el recibidor del hogar de Miguel, y esa entrada parecía que iba a ser su verdadera casa. Lydia se puso muy nerviosa pues recordaba un par de películas de miedo que empezaban así y acababan muy mal para los protagonistas. El frío que se había acrecentado de repente y el mal olor no ayudaban a presagiar nada bueno. Ángelo siguió adelante y a Lydia le entraron ganas de salir corriendo hacia la salida, pero se mantuvo detrás, buscando protección. Él se dirigía decididamente hacia aquella entrada en la roca mientras seguía iluminando los extraños símbolos dibujados en las paredes. Ella no supo si decirle que no quería estar allí, que quería irse a esperar afuera, pero tampoco quería parecer una miedica que se echaba atrás, así que siguió detrás de él. Fue en ese momento, en el que Ángelo iba a entrar en la habitación rocosa, cuando los dos escucharon una especie de gorgoteo baboso. Parecía que algo estaba haciendo ruidos, como de sorber y regurgitar. Un desagradable sonido que a Lydia le puso los vellos de punta. Se habían quedado parados justo antes de girar hacia la habitación, y de repente, el gorgoteo baboso se convirtió en una risa siniestra que resonó por toda la cueva. Los dos comenzaron a temblar de nerviosismo, y se notaba en la luz que proyectaba la linterna de Ángelo que a él también le había entrado cierto miedo, pues no la dejaba fija. Ahora era humano y carecía de sus poderes de ángel con los que enfrentarse a cualquier cosa. Como si hubiera decidido ver a que se estaban enfrentando, como si siguiendo la analogía de película de terror, el protagonista quisiera ver qué había detrás de la misteriosa puerta que le va a llevar hacia un monstruo, Ángelo dio un paso adelante y se enfrentó a aquello que había en el interior más oscuro de la cueva. Cuando iluminó la escena con la linterna casi entró en estado de shock. Lydia siguió detrás de él y también lo vio. Un asqueroso ser demoníaco estaba agachado junto a lo que parecía el cuerpo de un anciano sin vida. Uno de los brazos del fallecido estaba siendo agarrado por el rojizo y babeante ser, que estaba a punto de mordisquearlo para comérselo, clavándole unos largos y afilados dientes en la carne. Ángelo reaccionó pronto al ver lo que estaba ocurriendo, pues mantenía su frialdad y su valentía. Miguel estaba muerto y un demonio estaba mordisqueándole la carne del brazo. Sin pensarlo ni un segundo más, Ángelo se lanzó hacia el ser infernal y le dio una brutal patada en lo que parecía ser la espalda, que lo lanzó lejos del cuerpo sin vida del anciano. El ser demoníaco pegó un grito terrible que salió de su garganta de forma

sobrenatural y Lydia siguió paralizada y con gran terror, a punto de echar a llorar y salir corriendo de allí. Aquella visión la había golpeado mentalmente y tendría futuras pesadillas, pero lo que de verdad aterrorizó a Lydia fue verle la cara al asqueroso engendro: sus ojos saltones completamente rojizos mostraban maldad infinita, y en su boca, unos largos dientes, entre negros y amarillentos, y tan grandes como los dedos de una mano, todavía mordisqueaban un pedazo de carne humana arrancado del brazo de Miguel. La piel del ser supuraba líquidos verdosos y amarillentos a la luz de la linterna, aunque poco más pudo ver, pues Ángelo se apresuró a agacharse junto al cuerpo sin vida del anciano, dejando al ser acorralado en una esquina, que comenzó a reírse otra vez. Lydia corrió junto a Ángelo y ambos comprobaron que no había nada que hacer, Miguel había fallecido sin poder defenderse. Ángelo se levantó con rabia y se enfrentó a la infernal criatura. - ¡Lo has matado, maldito hijo del demonio! –le gritó con toda su rabia. El ser volvió a reírse al ver a Ángelo tan enfadado, y de repente habló con una voz chillona. - Tan tonto como siempre, Ángelo. Yo he llegado aquí igual que tú y tu querido amigo había sido tan cobarde que se quitó la vida hace unos días. ¡Patético! Cuando escuchó esto, Ángelo no pudo aguantar más el odio que sentía y se acercó rápidamente al demonio, golpeándole en la babosa cara con un puñetazo. El engendro se dolió, pero seguía sonriendo a pesar del golpe. - Me han dicho que ya no eres tan fuerte como antes, Ángelo. Ahora eres un simple humano. Te recomiendo que no te atrevas a golpearme otra vez. - ¡Todavía no he empezado a golpearte, desgraciado! - Anda, lee la notita que tu amigo Miguel tiene en el bolsillo del pantalón. Yo no he podido leerla –el engendro enseñó los dedos de su mano y estos humeaban un poco, como si se hubieran quemado recientemente, y se rió una vez más –. Se me han quemado los dedos con sólo tocarla. Parece que tu amiguito todavía conocía algunos trucos antidemonios, pero estoy seguro de que nos aclarará este malentendido si la lees tú. Ángelo se dirigió al cuerpo sin vida de Miguel y busco la nota, sin dejar de vigilar al demonio. En uno de los bolsillos estaba, aunque algo manchada de pus verdosa. Parecía cierto que ese demonio había intentado curiosear para ver qué había escrito. Cuando la abrió, vio que estaba trazada en sangre y que contenía más de seis símbolos antidemoníacos, lo que confirmó que las quemaduras del engendro eran reales y que en realidad era una nota escrita por Miguel. Ángelo la leyó sin decirlas en voz alta, pues las palabras del anciano no debían ser escuchadas por un demonio infecto que no merecía más que desprecio. Lydia también la leyó junto a él. "Ya están aquí. No hay nada que hacer. Ya vienen a por nosotros. No hay nada que hacer. El mundo caerá, Arioch se está volviendo muy poderoso. No hay nada que hacer. Descubrirá dónde se encuentra la Lanza y la gente sufrirá. No hay nada que hacer. No quiero sufrir más, quiero irme de este mundo, quiero irme de esta vida, quiero reunirme con mi amada, yo mismo me iré. No hay nada que hac..." Y terminaba la frase casi sin fuerzas, casi sin poder leerse. Ángelo bajó los brazos y Lydia lo miró apesadumbrada. - Lo siento –le dijo. Fue lo único que se le ocurrió decir a ella para consolarle en presencia de ese ser asqueroso. Seguía aterrorizada y la luz de la linterna no iluminaba todo lo que ella quisiera. No quería que los dos se vieran atacados en ese momento de pena. Ángelo se guardó la nota y apretó los labios intentando contener la rabia. Miguel se

había quitado la vida por culpa de toda esa presión a la que le habían sometido tanto los demonios como los malditos arcángeles que le juzgaron. - Bueno, después de esta chorrada de escenita de tu amiguito el cobarde –dijo el demonio con toda la maldad del mundo–, queremos que nos digas dónde está la localización de la Lanza traduciéndonos el mapa, que está escrito en tu asqueroso lenguaje enopiano o enochiano o como se diga esa mierda de lengua que habláis los ángeles. Espero que todavía sepas traducirlo porque ahora eres un patético humano –cuando dijo esto volvió a reírse de Ángelo–. Yo vine aquí intentando dialogar con este viejo y vulgar hombre, pero, ¡oh!, me lo encontré así, y créeme que me hubiera dado un banquete si tú y tu deliciosa compañera no hubieseis aparecido. El demonio miró a Lydia con ojos saltones, casi comiéndosela con la vista, a pesar de que apenas había luz en la cueva. - Jamás... ¿me oyes pedazo de basura infernal?, ¡jamás te diré la localización de la Lanza ni a ti ni a los tuyos, maldito bastardo! Lydia nunca había visto a Ángelo tan enfadado y estaba segura de que él estaba deseando aplastar a ese bicho infernal contra la pared de la cueva. - Mi nombre para que te quede claro, patético humano, es Glorak. Soy sirviente del gran Arioch y... ¡oh! Y en ese momento algo completamente inesperado y fuera de lugar, sonó un timbre de llamada de teléfono. La musiquilla de la película "El Exorcista" resonaba por toda la cueva, retumbando en las paredes de piedra y poniendo más nerviosos a Ángelo y a Lydia. De repente, en una escena grotesca, el ser infernal metió una de sus garras en su propia piel, dentro de lo que debería ser el estómago. - ¡Tenemos una llamada para los concursantes! –exclamó mientras sacaba lo que parecía ser un teléfono bastante antiguo, que goteaba babas, sangre y pus, y a pesar de ello funcionaba. Ángelo y Lydia estaban entre paralizados y asqueados por la escena, pero Glorak se acercó a ellos y le entregó el asqueroso aparato a Ángelo. - ¡Es para ti! El teléfono babeaba sustancias de color verde y rojo, y a Ángelo le dio muchísimo asco sostenerlo, pero con la intriga y con las ganas de saber qué estaba pasando y qué llamada era esa, se atrevió a contestar a quien estuviese llamándole. Al mirar en la pantalla difícilmente visible, aparecía un letrero de "Número No Identificado". Lo sostuvo a una distancia prudencial de la oreja para no mancharse y respondió. - ¿Diga...? - ¡Querido Ángelo, cuánto tiempo! –era la voz de Jack Goodman, o mejor dicho, de Arioch. Ángelo se quedó paralizado y Lydia permanecía mirándole expectante y preocupada. - Voy a acabar con todos vosotros, hijos de puta, os mandaré de vuelta al infierno –dijo Ángelo. Pudo oír una risa al otro lado de la línea. - Escucha Ángelo, tienes que venir aquí hoy mismo y decirme dónde está la Lanza de Longinos traduciendo este mapita vuestro. - Lo dudo mucho, maldito desgraciado. - Verás, es que si no le cortaremos otro dedo a la madre de tu chica, y ninguno de los dos quiere eso, ¿verdad?

Y en ese momento lo escuchó. Un grito de auténtico dolor de una mujer se oyó detrás de la conversación. Y Arioch parecía pedir calma a quién estuviese torturando a la madre de Lydia. - Querida Ivonne, espera a que venga tu antiguo amado Ángelo, pequeña. No queremos dejar sin dedos tan pronto a la madre de esa rubia asquerosa –dijo Arioch dirigiéndose a otra persona. Ángelo apretó el puño con rabia y pudo ver que Glorak disfrutaba al verlo conversar con su jefe. Cuando Ángelo dirigió la vista a Lydia no supo cómo le diría lo que estaba ocurriendo. - ¿Qué pasa, Ángelo? –la cara de ella mostraba mucha preocupación, pero todavía no sabía lo que estaba sucediendo. Los ojos de él se cerraron de impotencia y de odio. - Estamos esperándote en esta preciosa vivienda que tienen ellos. Tengo en mi posesión el mapa para que lo traduzcas, y tú tienes hasta antes de las doce de esta noche para aparecer por aquí, Ángelo, o los padres de tu nueva amiguita sufrirán más de lo que jamás pudieses imaginar –y Arioch colgó, dando por terminada la conversación. Glorak extendió la mano para que Ángelo le devolviese el teléfono, pero éste lo lanzó con rabia contra una de las paredes de piedra, destrozándolo en mil pedazos. Lydia seguía sin saber qué pasaba. - Tenemos que irnos, Lydia –dijo él en un tono oscuro y serio. - Pero, ¿a dónde? ¿Qué está pasando, Ángelo? –preguntó ella ya desesperada. Él caminó con pasos decididos hacia el exterior de la cueva, mientras escuchaba las risas de Glorak detrás de sí. Fue bajando la empinada pendiente de la montaña, cada vez a más velocidad mientras Lydia le seguía prácticamente corriendo. - ¡Ángelo, espérame que vas muy rápido! Estaba completamente fuera de sí. Jamás se había sentido más enfadado, ni siquiera cuando era un ángel y se dejaba llevar por algunas reacciones contra los arcángeles. Jamás le habían hecho algo así, jamás había querido que la vida de sus seres queridos ni de sus familiares corriera peligro. - Ángelo, o me dices qué ocurre o me quedo aquí. No pienso seguir bajando sin saber hacia dónde vamos –se cruzó de brazos, casi dispuesta a sentarse en el suelo lleno de piedras y ramas. Ángelo se paró en su marcha. Tenía que decírselo de una vez, y mejor antes que después. No quería, pero no había más remedio. Se giró hacia Lydia que lo miraba desde más arriba. Mirándola con gesto serio por fin se lo dijo. - Arioch tiene a tus padres. Los está torturando y quiere que yo le traduzca el mapa o les hará algo peor. No tenemos apenas tiempo. *** Lydia lloraba desconsolada mientras él rebuscaba entre sus cosas. Se encontraban en una pequeña guarida de varias de las que tenía Ángelo en Capitol City, mientras la noche caía pesadamente sobre la ciudad. Mucho más cuidada que aquel piso franco donde durmieron hacía dos noches. Allí había luz, instalaciones de entrenamiento, cocina, baños, sala de armas y hasta dormitorios. Ya no había peligro de que los descubrieran porque ya los habían localizado. Ya no había miedo de encontrarse con los demonios porque eran ellos los que iban a ir hacia los demonios. - Por favor, Ángelo, sálvalos. Salva a mis padres –dijo ella un par de veces con los

ojos llenos de lágrimas. Estaba sentada en el suelo en la sala de armas de la guarida. Ángelo rebuscaba en un gran armario metálico. De repente sacó una espada japonesa, una katana, que se colocó con una especie de cinturón que se llevaba a la espalda. Miró a Lydia, se acercó a ella y se agachó. Con un gesto cariñoso, le puso la mano en la barbilla e hizo que ella le mirara a los ojos. - Confía en mí, ¿vale? –le dijo él sonriendo a pesar de las circunstancias. Ella asintió con la cabeza mientras las lágrimas le recorrían las mejillas. Sus tristes ojos llorosos ya no estarían solos nunca más. No como antes. Ahora podía contar con él. Sabía que Ángelo lo conseguiría. Siempre sería su ángel de la guarda. Su ángel de amor.

CONTINUARÁ EN... Ángel de Salvación

AGRADECIMIENTOS Probablemente esta sea la última ocasión en la que me comunique con vosotros antes del gran final de la saga de Ángel de Pecado. La resolución de la historia está ahí, esperando para que la leáis. En muy poco tiempo tendréis el desenlace que estoy preparando y quisiera que sepáis que pase lo que pase, todo esto no ha sido más que el principio de un camino muy bonito de aventuras, amor y peligros que espero que hayáis disfrutado tanto como yo escribiéndolo. Dentro de nada estará disponible Ángel de Salvación y quisiera que no os lo perdáis, pero sobre todo, me gustaría daros las gracias por leer mis historias. Sólo soy una chica que también ha soñado muchas veces con ángeles de amor y que decidió escribir sobre ello. Sin vuestro apoyo, reseñas, buenas notas que me habéis puesto, ánimos y pequeñas alegrías, no habría tenido la fuerza suficiente para llegar hasta ese final que está a la vuelta de la esquina. Gracias de todo corazón y... ¡Preparaos para Ángel de Salvación! Karen Strauss

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