ÁNGEL DE SALVACIÓN Karen Strauss

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ÍNDICE CAPÍTULO 1: TORTURA CRUEL CAPÍTULO 2: DIFÍCIL RESCATE CAPÍTULO 3: DIFÍCIL DECISIÓN CAPÍTULO 4: PERDER LA VIDA CAPÍTULO 5: SORPRESAS CAPÍTULO 6: LÁGRIMAS Y SANGRE CAPÍTULO 7: SANGRE Y LÁGRIMAS CAPÍTULO 8: EL FIN DE LOS TIEMPOS CAPÍTULO 9: AJUSTE DE CUENTAS CAPÍTULO 10: ÁNGEL DE SALVACIÓN EPÍLOGO: TODO TIENE UN FINAL Y UN PRINCIPIO

NOTA IMPORTANTE Este libro es la sexta y última parte de la saga de romanticismo, erotismo y aventuras que se inició con el título “ÁNGEL DE PECADO”. Si aún no has leído el primero, siempre puedes encontrarlo en la siguiente dirección:

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CAPÍTULO 1: TORTURA CRUEL Cada pocos segundos, una pequeña gota de sangre recorría el mismo camino que la anterior. Se desplazaban con velocidad, cruzando el bosque de cabellos negros de Ramón Paterson, el padre de Lydia, y llegaban hasta el borde de su gran oreja. Luego desde el lóbulo cada gota de sangre caía hasta el pequeño charquito rojo que se había formado en el suelo, manchando parte de la alfombra que tanto él como su mujer tenían en la parte central del salón. No tenía una herida grave ni mortal en la cabeza, pero requería atención médica. El pobre hombre había sufrido un golpe fuerte por resistirse a ser atado a una silla junto a su esposa. Ya estaba mayor, y tanto él como Pilar no se habrían imaginado jamás lo que les iba a ocurrir aquella tranquila mañana. El alcalde Jack Goodman, junto a un par de asesores de aspecto extraño y una mujer que hablaba con acento extranjero, posiblemente de Rusia, se habían presentado en casa de Ramón y Pilar para lo que dijeron que iba a ser una amena charla con los queridos vecinos de su ciudad. Para cualquier persona, el hecho de que se presente el mismísimo alcalde en casa ya era extraño. Pero encima el matrimonio estaba muy nervioso, pues lo que se habían imaginado al principio era que les iban a dar una gravísima noticia sobre su hija Lydia, desaparecida desde hacía unos días desde que salió en las noticias como una criminal. Hasta imaginaron lo peor, que habrían encontrado el cuerpo de ella en algún sitio tirado, y que ahora iban a recibir las peores noticias de boca del alcalde de Capitol City y de sus asesores. Pero no, por suerte no era algo así, podían seguir manteniendo la esperanza. Pero si se trataba de esperar algo, lo que el matrimonio no habría imaginado ni en sus peores pesadillas era que en realidad aquello no era la visita del simpático alcalde de la ciudad, sino de un grupo de demonios infernales dispuestos a torturarles. Nadie esperaría algo así. Nadie aceptaría algo así. El shock que se produjo en las mentes de Ramón y Pilar les impidió reaccionar al principio, y hasta la mujer, medio paralizada, accedió a no moverse mientras los asesores del alcalde sonreían y la ataban cuidadosamente a una silla bajo la incrédula mirada de su marido Ramón. “¿Pero, qué están ustedes haciendo?”, fue lo primero que el hombre consiguió que saliera de su boca. Lo siguiente que pensó fue que por qué no se habían lanzado sus preciosos perros a defenderles, pues recordó que no los había visto ladrar ni siquiera aparecer cuando él y su mujer salieron a abrir la puerta. Los perros habrían detectado las malas intenciones del alcalde y sus secuaces, y sin embargo, algo había pasado con ellos. Misteriosamente, mientras Ramón se preguntaba todo esto, obtuvo una respuesta de la mujer rusa, sin que él hubiese dicho una palabra del tema en voz alta: “No se preocupe, señor, sus perros están en el patio, profundamente dormidos”, y luego miró a Ramón con una sonrisa siniestra. Mientras tanto, Pilar lo miraba a él con los ojos muy abiertos, siendo imposible para ella el aceptar que el alcalde y sus asesores la estuvieran atando a una silla en su propia casa y que hubiesen hecho algo a los perros sin que ellos se diesen cuenta. Estaba completamente conmocionada y superada por la situación, como las víctimas de un atropello que han visto venir un coche y no han hecho nada por apartarse. Al principio de todo esto, las mentes de Pilar y de Ramón no lo aceptaban. Incluso pensaron que se trataba de disfraces o de una macabra broma de un programa de televisión. Eran unos atracadores disfrazados, o unos actores que se hacían pasar por el alcalde y sus ayudantes. Pero luego vieron que no, Jack Goodman era el auténtico Jack Goodman, el mismo que ellos habían votado en las últimas elecciones, el mismo que se rumoreaba que se quería presentar a presidente de los Estados Unidos, el mismo que siempre les había parecido tan simpático y bonachón. Aquello era de locos. Hasta el pequeño gato Tintín, al cuidado del matrimonio tras la desaparición de su hija Lydia, había estado bufando nervioso desde que estos visitantes entraron por la puerta. Un pinchazo en el pobre

animal fue el detonante. Ramón se lanzó a por los secuaces del alcalde en cuanto comprobó que aquello no era una broma ni una pesadilla, cuando la mujer rusa clavó una inyección tranquilizante en el lomo del gato para que no incordiase, el mismo tranquilizante que habían usado afuera para los perros, en cantidades sin calcular. El alcalde y sus acompañantes no habían calculado que hubiese un gato en la casa, y Tintín saltó a la pierna del alcalde de forma muy agresiva en cuanto vio las primeras señales de peligro. Jack Goodman se lo quitó de un manotazo y ahora Ivonne estaba durmiéndolo, o matándolo, quién sabía. Esto puso todavía más de los nervios a Ramón. El hombre, ya bastante mayor, consiguió acertar con un puñetazo en la cara del indeseable que todavía estaba atando a su mujer. Casi le quita el parche del ojo de un golpe, pues este ayudante del alcalde tenía un ojo tapado como si estuviese tuerto. Sin embargo, la poca fuerza de un hombre tan mayor y tan poco acostumbrado a luchar, y desconociendo que en realidad estaba enfrentándose a un demonio de poder sobrehumano, hizo que el puñetazo de Ramón produjera una risa de satisfacción en la infernal cara de su objetivo. El otro hombre le atrapó por detrás mientras la rusa se levantaba tras pinchar a Tintín en el suelo, para dormirlo por unas horas o para siempre, pues apenas se había molestado en controlar la cantidad de líquido tranquilizante de la inyección. Fue en este momento, cuando Ramón era atrapado mientras el alcalde lo observaba todo con una sonrisa, cuando los gritos de absoluto terror comenzaron a salir de la garganta de Pilar, que ya estaba completamente atada a la silla. Y fue en ese momento cuando con total desprecio, el horrible hombre tuerto le colocaba con muchísima fuerza y maldad un esparadrapo cubriéndole toda la boca, golpeando por detrás la cabeza de la mujer contra el respaldo de la silla. Ahí Ramón no pudo más, y la fuerza de un hombre completamente horrorizado por lo que le estaban haciendo a su mujer, a ser más querido, llegó al máximo, revolviéndose y golpeando salvajemente al indeseable que le estaba atrapando. El mismísimo ser infernal, ayudante del alcalde, no vio lo que se le venía encima con los puñetazos de Ramón, que gritaba desesperado y con rabia para defender a Pilar. El alcalde Jack Goodman se mostró incluso contrariado al ver que el viejo padre de Lydia era capaz de defenderse de uno de sus demoníacos ayudantes, y tuvo que intervenir. Sin saber ni de dónde le vino, cuando el hombre iba a impactar con uno de sus puños en la cara del asaltante, Ramón vio que la vista se le nublaba. Un golpe, un simple golpe con el puño del alcalde en la cabeza, bastó para que el marido de Pilar se desplomara desmayado en el suelo. - Estoy rodeado de inútiles –dijo Jack Goodman, que había usado la fuerza que tenía como Arioch para poder calmar a Ramón. Ataron al pobre hombre junto a su mujer, mientras ella observaba a punto de desvanecerse, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas y sin posibilidad de gritar, que aquella mañana era la más extraña y terrorífica que estaba pasando en su vida. Luego el alcalde sacó un teléfono del bolsillo de su elegante y gigantesca chaqueta a medida, y comenzó a marcar los números. Nadie pudo ver cuáles marcaba, pero si alguien lo hubiera hecho, habría visto que al alcalde le bastaba con marcar el 666 para ponerse en contacto con cualquiera de sus secuaces. - Glorak, ponme ahora mismo con ese patético Ángelo –dijo Arioch. - ¡Es para ti! –se escuchó al otro lado mientras su sirviente hacía lo que le pedía. - ¿Diga…? –se escuchó la voz de Ángelo. - ¡Querido Ángelo, cuánto tiempo! –dijo Arioch. - Voy a acabar con todos vosotros, hijos de puta, os mandaré de vuelta al infierno –dijo Ángelo nada más saber que le llamaba Arioch. Jack Goodman se rió, y entre las risas infernales del demonio, Ángelo pudo escuchar una especie de gemido sordo de una mujer.

- Escucha Ángelo, tienes que venir aquí ahora mismo y decirme dónde está la Lanza de Longinos traduciendo este mapita vuestro –dijo el alcalde, y en ese momento sacó una especie de papel antiguo del interior de la carpeta azul que mantenía abierta sobre una mesa. - Lo dudo mucho, maldito desgraciado –contestó Ángelo al otro lado de la línea. - Verás, es que si no le cortaremos otro dedo a la madre de tu chica, y ninguno de los dos quiere eso, ¿verdad? –dijo el alcalde, y en ese momento hizo una señal a su ayudante, que quitó el esparadrapo de la boca a Pilar, la madre de Lydia. La pobre mujer gritó de dolor y de desesperación, llorando y pidiendo ayuda, con la esperanza de que ese tal Ángelo le escuchase a través del teléfono, fuese quien fuese. Suplicaba que alguien fuera a ayudarles. Luego Arioch pidió calma y le hizo un gesto a su ayudante para que volviese a ponerle el esparadrapo en la boca a la mujer. Éste lo volvió a poner con una sonrisa y con toda la mala intención del mundo, golpeándola otra vez con el respaldo de la silla. Luego Arioch volvió a mentir en voz alta. - Querida Ivonne, espera a que venga tu antiguo amado Ángelo, pequeña. No queremos dejar sin dedos tan pronto a la madre de esa rubia asquerosa. Ivonne le miró con una sonrisa de maldad mientras permanecía a su lado. Arioch pudo escuchar algo que le produjo una enorme satisfacción. Al otro lado de la línea, junto a Ángelo, estaba la maldita rubia que había escapado de su Torre de los Suicidas. Pronto sabría que el mismísimo Jack Goodman estaba torturando a sus padres. “¿Qué pasa, Ángelo?”, pudo escucharla a través del teléfono, que junto a él se preguntaba con quién hablaba su novio. Arioch volvió a sonreír, y continuó hablando con Ángelo. - Estamos esperándote en esta preciosa vivienda que tienen ellos. Tengo en mi posesión el mapa para que lo traduzcas. Y tú tienes hasta las doce de esta noche para aparecer por aquí, Ángelo, o los padres de tu nueva amiguita sufrirán más de lo que jamás pudieses imaginar –y Arioch colgó, dando por terminada la conversación y no dejando siquiera que Ángelo le replicase. *** Lydia no había parado de llorar, aunque ahora estaba algo más calmada mientras iba sentada junto a Ángelo en el coche que habían alquilado el día anterior. Las cosas no habían salido como ellos querían. Lo que iba a ser un viaje de placer hasta Greenhillside en busca del anciano Miguel para que éste les explicase la localización de la Lanza de Longinos, se había convertido en un viaje de pesadilla. Miguel había muerto, el despreciable demonio Glorak los había estado esperando, a punto de comerse el cuerpo del antiguo ángel con gran satisfacción, y encima habían recibido una llamada terrorífica: sus padres estaban en peligro. La intención de Ángelo, desde el principio, era luchar y salvar a los padres de su chica. Le había prometido a la pobre Lydia que los salvaría fuese como fuese, que Arioch no se saldría con la suya. Mientras conducía bajo la incipiente noche de Capitol City, pensó en cómo llevaría a cabo la misión de rescate, y tras sopesarlo un momento, decidió que pasarían a recoger ciertas cosas en una de las pequeñas guaridas que él y su grupo había tenido en la ciudad cuando todo era distinto. Tras realizar los preparativos a toda prisa y seguir conduciendo hacia la casa de los padres de Lydia, Ángelo le mostró lo que tenía para ella, un arma. - Aquí tienes Lydia, por si acaso –dijo, colocándole una pistola sobre el regazo mientras ella seguía con lágrimas en los ojos –. Tengo entendido que aprendiste a disparar muy bien cuando entrenaste con Ivonne. Lydia observó la pistola sin mucho pensar, casi traspasándola con la mirada, pero decidió que debía centrarse y dejarse de lloriqueos. - H… Haré lo que pueda… Ángelo, gracias –dijo, sosteniendo el arma entre sus delicados dedos.

- Es una pistola especial –dijo él. - ¿E… especial? –preguntó, dejándola otra vez en su regazo y buscando un pañuelito para limpiarse la llorosa nariz. - ¿Recuerdas cuando me dispararon y me traicionaron al intentar escapar del banco? ¿Recuerdas cuando me salvaste? - Si, ¿cómo iba a olvidarlo? –dijo ella, con ganas de sonreír pero sin ánimos para hacerlo. - Aquella vez yo era un ángel. Quiero decir, la bala que me hirió tenía algo más, estaba… maldita. - ¿Maldita? - El que me traicionó y consiguió herirme, y que ahora sabemos que fue un agente de Arioch, lo hizo con una bala disparada con un rifle de francotirador. Pero no eran balas normales, pretendían hacerme daño y lo hicieron… Y tú me cuidaste poco después. Me salvaste. - Te salvé… –dijo ella con cierta añoranza. - Pues esa bala me hizo más daño porque recibió algún tipo de ritual para maldecirla, logrando que hiriera a un ángel como yo en aquel momento. Por supuesto, hay otras formas de matar a un ángel, por ejemplo con un golpe muy fuerte en la cabeza que le haga una herida mortal –dijo Ángelo pensando con rabia en el golpe que le dio Ivonne bajo la iglesia. - Entiendo. - Pero por ejemplo, en el bosque, cuando escapamos de la Torre, nos dispararon y conseguí parar muchas balas con mi espalda –continuó explicando Ángelo. - Sí… - Tuvimos la suerte de que eran balas normales, pues las balas malditas sí me habrían hecho mucho daño. Pues bien, esta pistola que te he entregado… está cargada con balas sagradas. - ¿Balas sagradas? - Tiene un cargador con siete balas de plata, y cada una de estas siete balas ha pasado siete días y siete noches bañadas en agua bendita en siete iglesias distintas. Fue el regalo de un buen amigo mío que ahora nos observa desde los cielos. - ¿El padre Teodoro? Ángelo asintió mirando al frente, con un gesto de pena, al acordarse de su buen amigo asesinado por Ivonne. - Son balas muy efectivas contra los demonios. Aunque probablemente a Arioch sólo le hagan cosquillas, así que ten cuidado cuando entremos en la casa, no sé qué nos espera –continuó explicando él mientras seguía mirando hacia la carretera. - Pero… ¿y tú, llevarás algo ahora para defenderte? –preguntó ella. Ángelo se limitó a hacerle un gesto hacia el asiento de atrás, donde había dejado preparada su espada katana. - También está bendecida, pero este ritual se realizó en Japón. Su filo puede cortar a un demonio en dos. Lydia lo miró asombrada. Ángelo no se andaba con chiquitas y a pesar de las circunstancias le atraía muchísimo esa mezcla de cariño y valentía, bondad y fiereza, que él siempre mostraba. Ángelo era apasionado en el amor y en la guerra, y pensar todo esto la animó muchísimo y se le quitaron las ganas de llorar. ¿Por qué no iban a conseguirlo? ¿Por qué no podían salvar a sus padres de esos seres infernales y encima mantener a salvo la localización de la Lanza? - Hay algo que nunca te he dicho con respecto a esa noche en que me salvaste, Lydia –dijo él mirando al frente. - Dime…

- La curación por la herida de una bala maldita, e incluso la salvación de la muerte, es mucho más rápida cuanto más unidos estén las almas y los destinos de la persona herida y de la persona que lo cuida. Lydia no supo qué decir, le encantaba todo lo que él estaba explicando. - Eso quiere decir que yo sabía desde el principio que tú y yo terminaríamos uniéndonos de alguna forma, volviéndonos a encontrar aunque me hubiesen atrapado –dijo él con cariño. Ella puso su mano sobre la de Ángelo y la acarició. De alguna forma él había conseguido darle ánimos hablando de armas. Era increíble. Se sintió dispuesta a todo mientras se dirigían hacia el peligroso encuentro, a hacer lo que hiciera falta para salvar a sus padres. Sabía que, en el fondo, aquella visión de su familia rechazándola en la Torre de los Suicidas no fue más que una alucinación, provocada por los despreciables demonios para hundirla completamente. Sabía que ni su padre se avergonzaba de ella ni su madre le recriminaría todas aquellas cosas que le dijo si hubiese sido su madre de verdad. La intención desde siempre había sido que ella se quitase la vida en aquella torre, que se sintiese tan mal que su vida dejara de tener sentido. Pero lo tenía, su vida tenía más sentido que nunca. Había hecho cosas increíbles defendiendo aquello en lo que creía, había vivido aventuras y se había enfrentado todo: a la ley, a la justicia, al desamor, a los demonios, e incluso a la total desesperación y locura de una torre maligna de la que ningún preso había salido con vida antes. Ella no se sentiría la oveja negra de su familia nunca más, ella era quién defendería a su familia por encima de todo, y todo esto junto al hombre que amaba. Mantuvo su delicada mano sobre la de Ángelo, y éste le correspondió el gesto agarrándosela con cariño entre sus dedos mientras seguía conduciendo. Él seguía serio, mirando al frente, pero ella sabía que estaba dispuesto a ayudarla y a salvar a sus padres por encima de cualquier cosa. El chalet donde vivían Ramón y Pilar estaba a las afueras de Capitol City, y Lydia fue indicando a Ángelo qué camino tomar, sin dejar de sentirse eternamente agradecida porque él quisiera enfrentarse a esos demonios. No sabía si lo conseguirían, y aunque temblaba de miedo cada vez más a medida que se acercaban a la casa de sus padres, y hasta se preguntaba si tendría que hacerse a la idea de que se iba a encontrar una terrible escena, esperaba que los demonios no hubiesen hecho algo peor. Llegarían dentro del límite de tiempo que el maldito Arioch les impuso, y confió en las palabras de Ángelo cuando éste le dijo que los demonios no tenían ningún derecho a matar a un humano, que eso estaba tremendamente controlado y castigado por las leyes universales. Nunca supo si Ángelo lo dijo para calmarla y no era cierto, o si realmente era verdad, pero confió en que sus padres estarían relativamente bien cuando ellos llegasen, y esperaba que si tenían que luchar, nadie saliese herido excepto los demonios. Se vino un poquito abajo al darse cuenta de lo que estaba pensando: tendrían que luchar, y el momento se estaba acercando. Bajo la luz de las farolas de la calle residencial donde se encontraban los distintos chalets independientes, Lydia pudo ver la vivienda que pertenecía a sus padres, e indicó a Ángelo que buscara un sitio para aparcar. Al contrario de lo que parecía en el resto de casas de los vecinos, el hogar de Ramón y Pilar se mostraba sin ninguna luz en su interior. No parecía que hubiese nadie, pues las ventanas estaban oscuras como si estuviese vacío, o peor aún, como si dentro no hubiese vida. Esto puso de los nervios a Lydia todavía más, y su corazón comenzó a palpitar con más fuerza, temiéndose que a sus padres les hubiese pasado lo peor.

CAPÍTULO 2: DIFÍCIL RESCATE Lo primero que extrañó a Lydia al abrir la verja de la casa de sus padres fue que ninguno de sus queridos perros había ido a recibirles. Aunque era tarde, esto habría sido lo normal. En principio, los ladridos podrían haber mandado al traste todos los planes de sigilo que Ángelo tenía preparados, pero ella quería ver a sus pequeños, ella necesitaba ver que los perros estaban bien, aunque ladrasen y los demonios les descubriesen. Esto no parecía suceder y ella se asustó mucho más. No quería ni pensar lo que había pasado con los pobres animales. Además, si habían acabado con sus cariñosos perros, ¿qué más eran capaces de hacer esos despreciables seres? Ángelo no sabía nada de esto y se acercó a la silenciosa y oscura casa con pasos sigilosos mientras ella permanecía detrás de él con ganas de desvanecerse de la angustia. Intentaba agarrar su pistola sagrada con toda la tensión que podía, dispuesta a usarla contra quien le estuviera haciendo daño a su familia, dispuesta a acabar con ellos. En la oscura noche, donde apenas les llegaba la luz de una de las farolas del barrio residencial, Lydia vio que él se echaba la mano a la espalda, agarrando la empuñadura de su impresionante espada y sacándola de su funda trasera. Si no fuese por Ángelo no sabría qué hacer, y pensó que ojalá todo terminara bien y no hubiese pasado algo terrible. La impaciencia por saber qué estaba pasando y la angustia se apoderaron de ella, y apenas podía mantener la pistola apuntando al frente y preparada. - Tranquilízate, todo irá bien… –le susurró Ángelo desde delante, justo frente a la puerta cerrada de la casa–. No dispares si no ves claro el objetivo y el ángulo de tiro. No sabemos qué ocurre ahora mismo así que no pienses en lo peor. Lydia asintió desde detrás, tratando de calmarse un poco. Quizás Ángelo tenía razón y a lo mejor no había pasado nada malo, simplemente los demonios se habían arrepentido o no estaban allí, o quizás los esperaban en otro sitio y habían dejado tranquilos a sus padres. No, a quién quería engañar, allí estaba pasando algo y seguramente sería malo. Mientras pensaba todo esto, Ángelo le hizo señas para que abriese la puerta principal con la llave que ella tenía de la casa de sus padres. Intentando hacer el menor ruido posible, Lydia abrió poco a poco, girando la llave muy despacio, y cuando por fin la puerta estuvo abierta, él pasó primero, con la espada al frente y dispuesto a ver qué estaba ocurriendo allí. Lo primero que oyeron al entrar fue un pequeño sollozo, alguien que estaba emitiendo sonidos como de pena, y parecían lamentos de mujer. Lydia supo inmediatamente que se trataba de su madre, y tuvo que contenerse para no adelantar a Ángelo por el pasillo y ver corriendo qué estaba pasando con ella. Sin embargo Ángelo la miró en la oscuridad y ella pudo distinguir que le hizo un gesto llevándose un dedo a los labios, para que se calmara y esperara el momento. Cuando se acercaron, sin ver casi nada, hacia la zona del salón que era de donde provenían los quejidos, lo pudieron ver. Un par de figuras sombrías en mitad de la estancia principal de la casa. Parecían estar atadas a unas sillas, pues no se movían, excepto la cabeza de una de ellas, que Lydia reconoció inmediatamente como su madre. Se imaginó lo peor, la figura de al lado sería su padre y estaría muerto, pues no se movía. Y fue entonces cuando desde uno de los laterales de por donde ellos entraban, una enorme sombra se materializó y golpeó a Ángelo en la espalda con una fuerza sobrehumana, lanzándole por los aires justo a los pies de los padres de Lydia. Ella pudo ver que no estaba alucinando, efectivamente algo gigantesco se había materializado junto a ellos y había golpeado a Ángelo, y tenía que disparar, ¿pero cómo? ¿A quién? Y entonces no aguantó más y disparó contra el enorme ser, al que pudo verle los ojos rojos brillantes en la oscuridad.

Los tremendos disparos, porque fueron tres o cuatro, resonaron en todo el salón. Y allí lo vio, frente a ella con los ojos maliciosamente rojizos y una sonrisa enorme de la que salían puntiagudos dientes. Era la cara demoníacamente deformada del alcalde Jack Goodman y el enorme cuerpo a la que pertenecía. Y éste la atrapó. Arioch agarró a Lydia de la cabeza con una sola mano y la levantó del suelo, generándole increíbles dolores en el cuello, que soportaba todo el peso de su propio cuerpo. La pistola, en la que apenas quedaban balas, cayó al suelo al no poder aguantarla con la mano, agarrándose al brazo del demonio para sostenerse sin que le doliese tanto el cuello. Al final tuvo que emitir un grito de terrible dolor, al que el enorme demonio correspondió con una risa de gran satisfacción. - ¿Qué cojones os habéis creído, malditas hormigas? ¿Creíais que ibais a aparecer aquí como unos héroes, salvar a estos viejos inútiles y escapar tan tranquilos? Y de repente, mientras Arioch sostenía a Lydia por la cabeza a muchos centímetros del suelo frente a la entrada del salón, Ángelo hizo algo que el demonio no se esperaba, y le lanzó una estocada mortífera con la espada, clavándosela desde atrás y hundiéndola hasta la empuñadura. Si Arioch no hubiese estado tan gordo, el filo habría salido a través de su barriga por delante y casi habría rozado a Lydia, pero el ser demoníaco era gigantescamente enorme. Al principio, los dos creyeron que el demonio se habría quedado paralizado para luego caerse muerto al suelo, pero entonces, con una terrible sorpresa que dejó sin moverse a Ángelo, Arioch comenzó a reírse a carcajadas con la espada completamente clavada en su espalda y sosteniendo todavía a Lydia por la cabeza. - ¿Una espada cutre y bendecida? ¿Eso es lo mejor que me traes, Ángelo? –dijo con todo el desprecio que pudo. El demonio se giró, todavía agarrando a Lydia en el aire y con la espada atravesándole el cuerpo. Más risas se escucharon en el salón, sus secuaces no podían contenerse más y desvelaron que también estaban allí escondidos. Es cuando Ángelo y Lydia supieron que ya no tenían nada que hacer. Allí había más demonios. Y desde las sombras, completamente por sorpresa, un increíble puñetazo venido de las sombras golpeó a Ángelo, que había seguido paralizado frente al enorme demonio. El increíble golpe lo tiró una vez más contra el suelo, y Arioch aprovechó para lanzar por los aires a Lydia para que cayera junto a él. Allí estaban, en una oscura esquina del salón y sin poder hacer nada, mientras las dos figuras de los padres de Lydia permanecían atadas en medio de la estancia sin posibilidad de ser salvadas. Cuando Ángelo se aclaró la vista tras el golpe, mientras notaba que un hilo de sangre comenzaba a recorrerle la barbilla y asegurándose de que Lydia se movía y respiraba a su lado, entre la oscuridad pudo ver quién le había golpeado: Ivonne. - Pero bueno, Ángelo, mira que eres tonto –dijo, apareciendo junto a Arioch con una sonrisa demoníaca –, ya te maté una vez y eras mucho más poderoso. Ahora que eres un simple humano me costará mucho menos acabar contigo. Eres absolutamente patético. Allí estaban, Ivonne y Arioch juntos y sonriéndoles, a los que se unieron un par de figuras sombrías infernales que Ángelo pudo distinguir, aunque con más dificultad. Se trataba de los antiguos compañeros de su grupo. Estos estaban mucho más desfigurados que nunca, como si el camino del caos y del mal los hubiese transformado físicamente. Aunque ambos se podían distinguir perfectamente en la penumbra, porque uno de ellos estaba tuerto, y uno de sus ojos no brillaba rojizo pues carecía de él. En ese momento, los seres infernales encendieron un par de velas que tenían preparadas para cuando tendieran la trampa a Ángelo, iluminando débilmente el salón de la casa. Lo que Ángelo y Lydia vieron era horroroso, pues excepto Ivonne, los demonios estaban mucho más desfigurados de lo que habían imaginado en las sombras y resultaba difícil mantener la vista en sus caras infernales. Lydia pudo ver las figuras de sus padres más claramente y se angustió muchísimo

más al ver a su padre desmayado y sangrando. - V… vaya, veo que a pesar de que somos unos simples humanos estabais tan asustados que teníais que venir en grupo –dijo Ángelo, sonriéndoles desde el suelo. Lydia se asombró de que a pesar del miedo que ella sentía, él era capaz de seguir metiéndose con esos demonios. Arioch hizo una señal a Ivonne señalando a su espalda, y la rusa diabólica lo entendió perfectamente. Agarró la empuñadura de la espada, que todavía sobresalía de detrás de su jefe y tiró con todas sus fuerzas, arrancándola sin problemas de la carne infernal. El demonio mayor ni se inmutó y la rusa tiró la espada junto a la pistola de Lydia, que también permanecía en el suelo. - Y ahora busquemos otra silla… –dijo Arioch, e inmediatamente uno de sus secuaces le trajo una, que su jefe colocó junto a los padres de Lydia. De repente, como si se moviera a velocidad imposible de detectar, Arioch se presentó frente a Lydia y Ángelo, que seguían doliéndose en el suelo y observando todo sin poder hacer nada. Con la misma mano que utilizó al principio, agarró a Lydia de la cabeza y volvió a levantarla en el aire, y ésta pegó un grito desgarrador. Ángelo se levantó con dificultad y sacando fuerzas de donde no las había, lanzó un puñetazo a la cara de Arioch para que la soltara. - ¡Déjala en paz, maldito bastardo! El demonio recibió el puñetazo en su cara como quien recibe unas cosquillas, y comenzó a reírse. Los otros tres demonios le siguieron las risas mientras Arioch se movió manteniendo a Lydia al vuelo. En un golpe seco la dejó caer en la silla junto a sus padres, con gran dolor, casi destrozando el respaldo con el cuerpo de ella, e inmediatamente Ivonne ya estaba preparada para atarla también. Ángelo estaba casi sin fuerzas, respirando con dificultad. No había nada que hacer. - Ya os tenemos a todos en vuestro sitio. Faltas tú, estimado Ángelo, pero vas a tener que traducirme esto –dijo Arioch, y pidió a uno de sus sirvientes que le trajera la carpeta azul, de la que sacó un documento escrito en un lenguaje indescifrable para él. Lydia pudo comprobar que su padre, aunque desvanecido, seguía respirando pausadamente, y eso la tranquilizó un poco a pesar de la situación. - Te explicaré cómo va esto, Ángelo –dijo Arioch, y mientras tanto Ángelo seguía de pie aunque respirando con dificultad debido a los golpes y sangrando mucho por la nariz –. Tenemos que llegar a un acuerdo. Ya sabes que soy un hombre de honor y siempre cumplo con mi palabra… Ángelo no pudo evitar que se le escapase un intento de risa tras escuchar esto, a pesar de que le dolía todo el cuerpo. - Mira, aquí está la explicación de dónde se encuentra la Lanza, escrita en el apestoso idioma de los ángeles. Ahora eres más basura que antes. Si antes eras basura siendo un ángel, ahora eres más que basura, ¿comprendes? Pero aún así, seguro que te acuerdas de entender este lenguaje, al menos por tu propio bien. Ángelo seguía sin decir ni hacer nada, mirando con profundo odio a Arioch. Y si se atrevía a hacer un movimiento ya se encargarían de frenarle. No tenía posibilidades frente a cuatro seres demoníacos. Ya sólo era un humano. Mientras todo esto sucedía, Lydia intentó calmar a su madre, que seguía lloriqueando sin articular palabra frente al resto de demonios, que sonreían con el espectáculo como si disfrutaran más que nunca. La situación era terriblemente triste y Lydia no quería caer en la pena de que sus padres hubieran sufrido por esto, todo por culpa de ella haberse metido en los asuntos más sorprendentes de su vida al conocer a Ángelo y tratar de hacer lo mejor para todos. Lo mejor que podía hacer era calmar a su madre y rezar para que les dejaran tranquilos.

- Vas a ir traduciendo el texto y llegaremos a un acuerdo muy simple: si terminas de traducirlo y me dices la localización de la Lanza no os pasará nada a ninguno de los cuatro –continuó Arioch –. Pero hay dos puntos que quiero aclarar. Primero, si se te ocurre hacer como que no lo entiendes, iré matando uno a uno a tus queridos amigos desde ahora, y tú serás el último. Te torturaré de forma lenta y atroz hasta que mueras, para que disfrutes de ver a todos tus seres queridos muertos por tus malas decisiones, mientras tú te desangras poco a poco. En este momento la madre de Lydia no se contuvo más y volvió a llorar con fuerza suplicando clemencia. Arioch hizo una señal a uno de sus secuaces, que le pegó un terrible manotazo en la cara a la mujer. Lydia no pudo aguantar ver esto y gritó: - ¡Hijo de puta, deja a mi madre en paz! Pero le resultó imposible deshacerse de sus ataduras. Estaba dispuesta a matarlos a golpes si tuviese una mínima oportunidad. Pero no la había, y los tres demonios, incluida Ivonne, rieron con ganas mientras Arioch siguió con su discurso tras la pequeña interrupción: - Y segundo, estimado Ángelo, si tratas de engañarme o me dices el lugar incorrecto cuando yo vaya a buscar la Lanza, juro que volveré a por vosotros y también os mataré uno a uno, aunque sea lo último que haga y me gane el castigo eterno por las estúpidas leyes universales que me han impedido mataros ya. Que no se pueda matar a un humano intencionadamente es la ley más patética que se le ha ocurrido al desgraciado mamarracho de ahí arriba que se hace llamar “Dios”. ¿Dios de qué? Dios de las gilipolleces –y dijo esto lanzando un verde escupitajo sobre la alfombra del salón, que quedó asquerosamente pegado en ella. Asqueado por el gesto de Arioch y por la situación, Ángelo miró de reojo a Lydia, a los padres de ésta y vio todo el sufrimiento por el que estaban pasando personas inocentes a las que apreciaba. Se había llevado toda la vida que pasó como ángel tratando de ignorar los sentimientos hacia los humanos. Había intentado no mezclarse demasiado en sus vidas, excepto cuando era el jefe de su grupo con los que intentaba actuar a veces de forma injustificada, y al que encima habían traicionado. Quizás apreció a una o dos personas, por ejemplo a su único amigo verdadero durante los últimos años, el padre Teodoro. Pero encima había fallecido también por culpa de este entramado de sucesos que le sobrepasaba, donde los demonios se estaban saliendo con la suya. Ángelo se sintió cansado, muy cansado de luchar por cambiar las cosas, muy cansado en su momento como ángel, donde nada de lo que hacía parecía estar bien ni contentaba a Dios ni a los arcángeles. Conocer a alguien como Lydia había sido algo maravilloso, lo mejor que le había pasado, y aunque había perdido su condición de ángel lo único que quería era vivir tranquilo y sentirse humano normal junto a ella. ¿Pero cómo se podía vivir tranquilo cuando eres responsable del conocimiento y la situación de la Lanza de Longinos? Después de que sólo él estuviera al tanto de lo que estaban planeando Arioch y los demás demonios, ¿podría ser tan frío como para desentenderse de todo y abandonar a la humanidad, descubrir la situación de la Lanza a esos demonios y luego irse a pasear con su chica como si el mundo no estuviera en peligro? No tenía fuerzas, estaba cansado, pero en su interior, había tomado una decisión. Era una opción peligrosa, pero era el único que podía hacer algo por evitar todo aquello. - E… Está bien… –dijo mientras seguía sangrando de pie y respirando con dificultad –, traduciré el mapa para ti si nos dejáis en paz para siempre tú y tu grupito de… feos amigos de tres ojos rojos cada uno, dos arriba y uno detrás. Ángelo se permitía contestar con desprecio hacia esos demonios a pesar de estar en una mala situación y con todo el cuerpo a punto de derrumbársele, sin fuerzas para nada. Siempre había creído que el estilo debía estar por encima de la sustancia. No podía evitarlo. - Nunca cambiarás… Ni siendo un patético humano has dejado de ser un listillo –dijo Arioch,

sonriéndole, pero de alguna forma satisfecho. Con el indescifrable mapa en sus manos, el gigantesco demonio se acercó a Ángelo, que en ningún momento temió que le fuera a hacer nada. Frente a él, Arioch desdobló el viejo documento escrito en la extraña lengua de los ángeles y se lo entregó. - Tradúcelo –le ordenó. Ángelo alargó la mano para agarrar el misterioso papel y en vez de atraparlo en sus dedos cerró el puño y le dio un puñetazo a Arioch a la altura del gigantesco estómago. El demonio se mostró contrariado e incluso cerró un poco los ojos a pesar del insignificante dolor. - Vaya, perdón, es que tengo la vista borrosa de la paliza y no he calculado bien al extender mi mano –le dijo con una sonrisa. - Espero que aciertes con la traducción –dijo Arioch y miró hacia sus secuaces, que se colocaron cada uno de ellos detrás de los padres de Lydia, agarrándoles del cuello pero sin ejercer presión. Y detrás de la propia Lydia, Ivonne pasó sus manos por el cuello de ésta, e inclinó la cabeza por su lado, dándole un beso a Lydia en los labios lateralmente. La rusa abrió bien la boca y sacó su lengua demoníaca. A pesar de que Lydia se resistía, Ivonne consiguió meterle la lengua bien adentro y saborearla. Ángelo cerró los ojos con rabia y entendió el trato. Si se negaba a traducir el mapa, cada uno de ellos mataría a su correspondiente víctima. Si lo traducía mal, también. Estaba claro que los demonios lo tenían todo controlado. Agarró el documento con rabia y comenzó a intentar leerlo y traducirlo. - Si quieres puedes sentarte en ese cómodo sofá. Nosotros ya lo hemos probado y está bastante bien a pesar de ser de mala calidad –dijo Arioch, señalándole el sofá del salón con una sonrisa. Ángelo no le hizo caso y siguió de pie, apoyándose de vez en cuando en la mesa que tenía junto a él. Miró el documento con su vista borrosa debido al dolor y a la debilidad de su cuerpo. El papel contenía varias frases e indicaciones en lenguaje enochiano de bastante complejidad. Tanto era así que… no entendía nada.

CAPÍTULO 3: DIFÍCIL DECISIÓN Lo que más hacía temblar a Ángelo en aquel momento no era la debilidad, la sangre, las heridas, el estar de pie, o no haber podido hacer nada para salvar a los padres de Lydia. Lo que más hacía temblar a Ángelo, lo que hizo que comenzara a sudar de nerviosismo, fue que no entendía nada de lo que ponía el documento en lenguaje enochiano que tenía que traducir para conseguir salvar a todos. Mientras miraba el antiguo papel sin entender nada y comenzando a sudar de nerviosismo, Ángelo se preguntaba cómo era posible no tener ni idea de un idioma que ya había comprendido anteriormente. Según tenía entendido, cuando perdiera su condición de ángel perdería sus poderes, su fuerza, sus años casi inacabables de vida… pero no su capacidad de entender un lenguaje que ya dominaba. ¿Qué estaba pasando? Posiblemente aquello también era una especie de medida de seguridad de los ángeles, una capacidad del lenguaje enochiano para no dejarse entender si alguien había dejado de ser un ángel. Seguramente fuese una medida de los arcángeles que dominaban a sus anchas los cielos sin el cuidado de Dios. Malditos sean, pensó. El silencio dominaba el ambiente. Arioch miraba a Ángelo esperando una respuesta, algo que demostrara que estaba traduciendo el documento. Los demonios que habían sido sus compañeros de grupo estaban esperando una señal con ansiedad para poder retorcerles los cuellos a los padres de Lydia, a pesar de que iba contra las leyes universales que pudiesen matar a un humano. Y luego estaba Ivonne, que disfrutaría como nunca partiéndole el cuello a Lydia y volviéndole a meter su lengua de víbora hasta la garganta. Una gota de sudor bajó desde la frente de Ángelo y terminó cayendo sobre el papel, que se hacía todavía más borroso de los nervios que estaba pasando en ese momento. - ¿Qué te pasa, Ángelo? ¿Cuándo cojones vas a empezar a traducirlo? - Espera un momento, feo, no me vengas con prisas. ¿O crees que este lenguaje es fácil? Precisamente se hace complicado para que los demonios no lo entendáis. En realidad bastaba con escribirlo al revés, aunque fuese en vuestro idioma, para que los inútiles de los demonios no descubrierais cómo entenderlo durante siglos –volvió a decir de forma insultante, pero casi no podía contener el terror de no saber qué ponía el manuscrito en un momento tan crítico como ese. - No creerás que tienes mucho tiempo, ¿verdad? –dijo Arioch, señalando con un gesto a sus secuaces y a sus víctimas. Tenía que pensar con claridad. Algo debía acordarse, tenía que haber una pequ eña posibilidad que le hiciese recordar aunque fuese una primera palabra, una sola pista, ¡algo! Un grito de dolor de la madre de Lydia lo puso aún más nervioso. Ese demonio bastardo estaba apretando ya con fuerza su cuello, clavándole sus asquerosas y putrefactas uñas. Iba a acabar con ellos uno a uno mientras él intentaba traducir un milenario y extraño lenguaje que le estaba vetado a los humanos y a los demonios. Ojalá viniese alguna ayuda, aunque fuese desde arriba. Por un momento se vio rezando como un humano, como lo que ya era. Jamás había tenido en cuenta la influencia de Dios ni la ayuda de nadie, pero para intentar entender aquellos símbolos que le habían desaparecido junto a sus poderes tendría que ocurrir un milagro, o todo se acabaría allí mismo. Vamos, rápido, algo tenía que conseguir, una respuesta rápida, una posibilidad, algo… - Bueno, el texto dice que… - ¿Qué cojones dice? Malditos ángeles y sus patéticos intentos de ocultar las cosas a los seres superiores como nosotros –dijo Arioch todavía más enfadado. Ivonne sacó un cuchillo.

- Jefe, me gustaría usar el cuchillo, porfa… esta zorrita merece algo más que un simple retorcimiento del cuello –dijo acercando el filo a la garganta de Lydia. - Si este retrasado no traduce eso ahora mismo os dejaré hacer lo que queráis con esos trozos de carne humanos. - ¡Estupendo! –contestó Ivonne, y sacó la lengua junto a la cabeza de Lydia. Comenzó a lamerle la oreja con su cálido e infernal aliento. Lydia intentaba removerse en su asiento tratando de apartar la cabeza, pero Ivonne la tenía bien sujeta por el otro lado con una de sus garras. - Parece que tu novia putita va a sufrir algo más de lo que pensábamos –dijo Arioch a Ángelo –. ¡Date prisa si no quieres verla morir desangrada! Ángelo tenía la frente perlada de sudor y la comisura de los labios manchada de sangre. Trató de calmarse y pensar, aunque era imposible. Y de repente recordó algo. Por suerte, la memoria no se perdía cuando uno dejaba de ser un ángel. Hubo un momento en el pasado en el que se vio a sí mismo abriendo la carpeta azul. Allí estaba, en un rinconcito de su mente, recordó que sí, que en un momento concreto pudo ver el manuscrito: el mismo día que robaron la carpeta, en el banco central de Capitol City. Se produjo cuando él y su grupo consiguieron entrar en la cámara acorazada del banco, con Lydia tirada en el suelo, dolorida por culpa de la despreciable gente con la que él se juntaba en aquel momento, y que ahora eran aún más despreciables siendo demonios. Fue la primera vez que vio a aquella preciosa chica, con sus bonitos ojos llenos de miedo, y que sin saberlo formaría una parte importante de su vida después. Como una pequeña chispa, una idea se abrió paso en su mente. Había leído una palabra en enochiano aquel día, con simbología indescriptible, que le llamó la atención y que tradujo aquella vez al instante: “Dragón”. En su momento no tuvo tiempo de pensar nada más, pues tenían que huir del banco cuanto antes para escapar de la policía, pero sí pudo entenderla pues aquella vez sí que era un ángel. La palabra “Dragón” se le apareció en sus pensamientos, y aunque el enochiano tenía sus propias letras, símbolos y números, pudo deducir en qué parte del texto se encontraba, justo mirándolo en ese momento. - Tienes un minuto para que la madre de esa putita sea la primera en morir… –dijo Arioch. - ¡Espera un momento, maldito hijo de puta, que estoy en ello! –contestó Ángelo, cuya desesperación empezó a convertirse en un enfado cada vez mayor por la impaciencia de esos seres despreciables. Con un dedo en el texto, donde supuestamente se encontraba la palabra DRAGÓN, relacionó cada uno de los extraños símbolos en enochiano con cada una de las letras de la misma palabra. Comenzó a relacionar en el borroso y extraño texto un par de letras que ya había deducido, la A y la O. Supuso que ambas vocales mantendrían el mismo extraño símbolo y comenzó a buscarlas por el texto. - Te veo avanzando, Ángelo. ¿Tienes algo o empezamos a partir cuellos? –dijo Arioch con una sonrisa. - Tengo algo, gilipollas. La palabra “dragón”. - Vaya, eso nos soluciona mucho… Quizás la Lanza está en el culo de un dragón –contestó el demonio con sarcasmo y sus secuaces se rieron, incluida Ivonne. - A lo mejor es donde deberías buscarla –dijo Ángelo con descaro –. Pero bueno, es un comienzo, y si no te callas no podré deducir nada. Déjame pensar. Consiguiendo esas primeras vocales y consonantes, que el propio Miguel se preocupó de que

coincidieran con un lenguaje actualizado y coloquial, Ángelo dedujo un par de palabras posteriores. “Dragón” debía ser un lugar. No se trataba que la Lanza estuviera efectivamente en el culo de un gigantesco ser reptiliano, así que las palabras anteriores o posteriores debían dar una pista más. Como había varios símbolos parecidos a las vocales A y O, no le costó deducir lo que las palabras posteriores significaban. Con gran astucia y capacidad de deducción concluyó que lo siguiente que aparecía escrito se trataba de OCÉANO ATLÁNTICO, ya que estas palabras disponían de bastantes de estas vocales y del símbolo de la N que también estaba en la palabra “dragón”. - Vale, ya lo tengo: “Dragón en Océano Atlántico”. Sin duda se trata de una isla, pues no creo que escondiesen la Lanza en el fondo oceánico –contestó Ángelo, y desde su sitio, Lydia sonrió para sí misma al ver que su amado averiguaba el enigma a gran velocidad para salvarlos a todos. - Bien Ángelo, casi podrías competir con Sherlock Holmes por ver quién deduce mejor. - Mira, Sherlock y yo tenemos nuestras cualidades –dijo Ángelo aprovechando cualquier momento para soltar una de las suyas –. Tú sin embargo podrías competir con un elefante por ver a quién le pesa más el trasero. Lydia estuvo a punto de reírse con la contestación de Ángelo mientras permanecía atada en su silla, y lo habría hecho si no tuviese el cuchillo de la rusa loca demoníaca justo en la garganta. Arioch, sin embargo, no se tomó con tanta gracia las bromas de Ángelo y poco después de recibir las burlas le pegó otro tremendo puñetazo en el estómago. Fue entonces cuando Lydia volvió a gritar en su silla, a pesar del cercano y peligroso filo de Ivonne. - ¡Déjale ya, maldito ser despreciable! ¡Ya tienes la información que querías! ¡Marchaos de aquí y perdeos todos en el infierno de una vez! Arioch miró hacia atrás al escuchar a Lydia y no pudo evitar sonreír. - Parece que tu putita tiene agallas, ¿eh Ángelo? ¿Te gustan con carácter, verdad? Ángelo se recuperó poco a poco del golpe y le tiró el antiguo manuscrito a Arioch con desprecio. El documento se deslizó por el aire y cayó al suelo. - Ya tienes lo que querías y ya has oído a mi chica. Fuera de aquí. - Me parece que no, ¿o te crees que soy tonto? No existe ninguna Isla del Dragón en el Océano Atlántico. Al menos que yo sepa… Y además en ese papel hay mucho más escrito. Recógelo. Ángelo torció el gesto. No les iban a dejar tranquilos tan fácilmente. Lo que él no quería era desvelar uno de los importantes lugares misteriosos, uno de los siete santuarios de poder cuya situación sólo está disponible a los seres celestiales y que sirven de refugio oculto a los agentes del Bien. Por supuesto que él sabía dónde estaba la Isla del Dragón, tenía que haber supuesto que la Lanza estaría escondida allí. Se trataba del santuario del Orden más cercano al refugio del fallecido anciano. - Existe… –dijo Ángelo haciendo un esfuerzo y recogiendo de nuevo el papel que estaba en el suelo –. Al igual que vosotros, archidemonios y demás seres infernales e infectos, tenéis vuestros lugares de poder secretos que os sirven como bases o refugios en este mundo, nosotros tenemos los nuestros. La Isla del Dragón es uno de nuestros siete refugios, y por supuesto que existe. - ¡Vaya, vaya, vaya…! ¡Yo sólo quería saber la localización de la Lanza de Longinos y me encuentro con que me vas a tener que decir dónde está uno de vuestros lugares ocultos más sagrados! Ángelo se lamentó aún más de esto. No quería desvelar uno de los siete puntos de refugio celestiales, pero ya no había vuelta atrás. Si tenía que salvar a Lydia y a sus padres, desvelaría cualquiera de los secretos del Cielo. Los que fueran necesarios. - Siento mucho que vayas a tener que traicionar a tus estúpidos amiguitos los ángeles y los arcángeles… –continuó Arioch –, pero vas a tener que decirme las coordenadas. Así llegaré antes en vez de buscar una isla perdida en un océano entero.

Ángelo sabía perfectamente el lugar, aunque creía haber leído la descripción exacta en el documento. Supuso que Miguel lo describió todo por si en el futuro fuese necesario. Pero él ya sabía dónde se encontraba la Isla del Dragón. De hecho la había visitado como ángel un par de veces en su vida. - Los arcángeles no son… mis amigos. Se están volviendo casi tan estúpidos como vosotros los demonios –Ángelo dijo esto acordándose de Suriel y de sus sucios acuerdos –, y los ángeles están un poco desaparecidos. Aquí parece que sólo yo intento hacer algo por este mundo. - ¡Oooooh pobre Ángelo, que lo han dejado solo! –dijo Arioch burlándose –. Déjate de rodeos y dime dónde está exactamente esa puta isla con la puta Lanza. - Te lo diré… Aunque sé que no vas a contentarte con pedirla prestada. Ángelo sabía que Arioch iba a ir para allá de forma terrible y violenta. ¿Pero qué podía hacer? En aquel momento no tenía elección… - ¡Qué bien me conoces…! Aunque no te preocupes, intentaré no matar a ninguno de los tuyos. Pediré la Lanza con un “por favor…”, y si no me hacen caso retorceré algún dedo –dijo Arioch burlándose una vez más. Durante unos segundos Ángelo dudó si decir una información así y desvelar algo tan importante para los agentes del Cielo en la Tierra. Pero los sollozos de Pilar, la madre de Lydia, y el terrible cuchillo que la despreciable Ivonne mantenía sobre el cuello de su chica le dieron el empuje suficiente para desvelar la información, aún perjudicando a los que alguna vez fueron los suyos. Con un gesto angustiado, lo tuvo que decir. - La Isla del Dragón está exactamente a 777 kilómetros hacia el este de Boston, cruzando el Golfo de Maine y situándose justo bajo Nueva Escocia. Arioch sonrió con gran satisfacción. Había conseguido que Ángelo le desvelara la localización de la isla y además se había encontrado con el regalo de saber uno de los siete santuarios de sus competidores celestiales. Ya tenía la información que necesitaba, y aunque se tratase de un demonio, no le pareció justo acabar con la vida de todos allí mismo. A pesar de esto, sintió la tentación de disfrutar viendo los cuellos de sus víctimas siendo retorcidos tras todos los esfuerzos de Ángelo, y la sangre brotar a chorros de la garganta cortada de esa estúpida rubia. Se conformó con colocar una de sus gruesas manos sobre el hombro de Ángelo, que todavía se dolía de los golpes, y lanzarle un rodillazo que clavó en la boca de su estómago. Con un grito de dolor y ante las risas de todos aquellos seres infernales, Ángelo volvió a caer de rodillas al suelo. Lydia sintió la hoja del cuchillo de Ivonne clavándose un poco en su garganta cuando se revolvió atada en su silla con lágrimas en los ojos. - ¡Dejadle ya en paz, ya tenéis lo que queríais! ¡Largaos de aquí! Ivonne, con sus ojos rojos, sonrió al ver la defensa que Lydia hacía de su pobre Ángelo. Esperando una señal de su jefe, le quitó el cuchillo del cuello a la rubia cuando este le dijo que ya se iban. Mientras tanto Ángelo volvió a ponerse en pie, y completamente desanimado y con la vista perdida, se dirigió parsimoniosamente hacia donde se encontraba la gente que apreciaba. Quería desatarles ya y ver cómo se encontraban los padres de su amada y su querida Lydia, a la que había llevado a una trampa sin querer, pues esperaba que aquello hubiera salido mucho mejor. Esto desanimó mucho a Ángelo y en los pocos metros que recorrió hasta donde se encontraban Lydia y sus padres atados, pensó que había sido muy estúpido al llevarla allí, con la trampa que tenían preparada esos desalmados. Por suerte, aquellos demonios ya no tenían nada que hacer, y los dos secuaces de Arioch siguieron a su jefe hacia la puerta con una sonrisa de satisfacción al haber visto sufrir a su antiguo compañero y

a su estúpida novia. Ivonne fue la última dispuesta a salir de aquella casa que habían asaltado, pero se detuvo un momento frente a Ángelo, mirándolo sonriente. - Siempre has sido un debilucho miserable, Ángelo –le dijo con una sonrisa de suficiencia. - P… parece que sí, Ivonne… está claro que cualquiera podría con cuatro demonios dispuestos a torturar a un humano. Parecen… muy valientes esos demonios… desde luego… –respondió Ángelo con media sonrisa y sin perder su sarcasmo, todavía caminando con debilidad. Cuando todos creían que Ivonne se marcharía ya por fin, la rusa demoníaca se giró y buscó algo en el suelo. Los demás sólo querían que se fuese, pero la rusa por fin encontró lo que andaba buscando mientras su jefe y los otros dos seguían esperándola afuera. - Sabes que siempre has estado en mis manos, querido Ángelo. Tu vida me perteneció desde el primer momento que nos encontramos –dijo Ivonne con una sonrisa que llegaba a ser de loca, casi desquiciada, y en ese momento levantó lo que había estado buscando y que ahora llevaba en su mano: la espada –. He pensado que si no eres para mí, no debes ser para nadie. - No… no te atrevas, Ivonne –dijo él, levantando con dificultad una de sus manos a modo de defensa. En un sentimiento de auténtico odio infernal, mezclado con celos y envidias hacia las personas que como él y Lydia trataban de ser felices juntos, Ivonne levantó su brazo sosteniendo la espada, y lanzó un golpe mortífero hacia la cabeza de Ángelo. Lydia abrió los ojos como platos. Aquello no podía ser que estuviera pasando. – ¡Noooooooooooo! –gritó Lydia desde la silla. Y justo en ese momento, cuando la espada caía a toda velocidad para acabar con la vida de Ángelo, éste dio un paso lateral sacando fuerzas de flaqueza. Con la habilidad en la lucha que aún mantenía de su época de ángel, a pesar de ser ahora un humano, consiguió apartarse de la trayectoria mortífera de la espada, que aún así le hizo un peligroso corte en el brazo. En menos de medio segundo y sin que ella lo viese venir, Ángelo golpeó la mano de Ivonne que sostenía el arma y esta salió volando de entre sus dedos para volver a caer en el suelo. Luego, con un giro de su cuerpo, Ángelo consiguió impactar un manotazo sobre la cara de estupefacción de la rusa. Por un momento, había pensado en golpearla en el estómago, como su jefe Arioch había hecho con él minutos antes, pero algo le frenó, algo que Ivonne albergaba en su interior. Ivonne no se lo creía, un simple humano había conseguido desarmarla y le había dado un manotazo, dejándola con un palmo de narices. Aunque en realidad sintió satisfacción, Ángelo volvía a ser el guerrero de siempre, fuese ángel o humano, el guerrero que alguna vez le gustó. Mientras tanto, él respiraba con dificultad, y ahora se llevaba la otra mano a la herida profunda que tenía en el brazo debido al corte con la espada. Estaba sangrando de forma llamativa y abundante, pero por un momento pudo ver la cara de Ivonne completamente paralizada con el golpe que él le había propinado. Sonrió para sí mismo. La rusa se había llevado la mano a la cara, cubriéndosela por el dolor del manotazo y, en el fondo, tratando de ocultar que había sido ridiculizada. Sin saber qué hacer, pues había vuelto a quedar como una mezquina sin conseguir su propósito de volver a acabar con Ángelo, Ivonne le sonrió con un gesto de falsa suficiencia y levantó la otra mano enseñándole un dedo de forma insultante. - Ahí te quedas con tus patéticos humanos, ojalá te desangres –le dijo, y giró la cara lanzando un asqueroso escupitajo a Lydia desde lejos a modo de despedida, pues quería insultarlos a los dos. Luego atravesó la puerta del salón y se marchó de la casa junto a los otros demonios. Ángelo cayó de rodillas al suelo y aunque intentó mantenerse consciente, la vista se le volvió borrosa a cada segundo. A pesar del enorme dolor que estaba sintiendo en el brazo, lo siguiente que

vio tras el enorme charco de sangre que estaba dejando, fue oscuridad. Ya no tenía fuerzas. Cerró los ojos, se desmayó.

CAPÍTULO 4: PERDER LA VIDA El tiempo se acababa, era la única sensación que tenía Lydia cuando, atada de forma imposible de liberar, veía a la poca luz de las velas que Ángelo se desangraba lentamente a un par de metros de ella. No sólo estaba atada con los brazos tras el respaldo de la silla, sino que Ivonne se había preocupado de atarle los tobillos a cada una de las patas, dejándola sin posibilidad de moverse. Junto a donde se encontraba, su madre respiraba lentamente con la cabeza agachada, también sentada y atada sin posibilidad de escape. Y su padre, al lado de ésta, seguía desvanecido y con una pequeña herida en la cabeza, aunque no parecía estar grave. El oscuro charco de sangre de Ángelo sobre la alfombra, sin embargo, sí parecía preocupante. - ¡Socorrooooo, que alguien nos ayude! ¡Por favor, aquí dentro en la casa! –gritaba con lágrimas en los ojos, buscando la posibilidad de que algún vecino o alguien en la calle se enterase. La coqueta urbanización donde vivían sus padres tenía fama de ser un sitio muy tranquilo y solitario, normalmente de gente mayor que se retiraba algo lejos de Capitol City para no estar viviendo en el ajetreo de la ciudad. Si Lydia esperaba que la escuchara alguien a esas horas de la noche y desde dentro de la casa, sería casi como que le tocase una lotería. Ver el cuerpo de Ángelo en el suelo sin moverse y sangrando por el brazo hizo que tuviera que reaccionar rápido, abandonando la idea de intentar que alguien de la calle la ayudase. Trato de hacer que su madre la ayudara para que entre las dos se soltaran como fuese. - ¡Mamá! ¡Mamá, reacciona por favor! Su madre había perdido también el conocimiento. Aquello era una pesadilla. Todo dependía de ella, y si no actuaba a tiempo, no podría salvar la vida de Ángelo. - ¡Ay dios, qué puedo hacer! ¡Qué puedo hacer! –exclamó mientras las lágrimas cruzaban su rostro. Entonces se fijó en algo. Se fijó en una de las velas que había sobre una de las mesitas junto al sofá que sus padres tenían en el salón. En una de las pequeñas mesas, la más lejana, estaba el teléfono principal de la casa, pero en la otra brillaba una de las velas que habían encendido esos demonios. El salón estaba iluminado con varias de ellas, y esa precisamente estaba a una altura adecuada para llegar a sus manos, pues la mesita era bastante baja. La llama revoloteaba todavía nerviosa como si detectara la tensión del ambiente. Si conseguía quemar una de las cuerdas que ataban sus manos con la llama de la vela lograría liberarse, y ya sólo tendría que desatarse los nudos de los tobillos. Se dio cuenta de la dificultad de la tarea, pero no podía detenerse a cuestionarse nada, no había tiempo. La única forma de alcanzar la vela era con impulsos, así que intentó llegar al sitio balanceándose en la silla y tratando de pegar pequeños botes. Con cada uno de los saltitos que daba sobre la silla se acercaba unos centímetros, pero aún le quedaba más de un metro para logarlo. - ¡Por favor, por favor, vamos…! Tras mucha insistencia consiguió acercarse, aunque los pies atados le dolían horriblemente, ya que había tenido que apoyarlos en el suelo muchas veces de forma dolorosa para poder impulsarse con cada pequeño salto. Cuando por fin llegó al sitio, usó el mismo método para darse la vuelta y tratar de acercar las cuerdas traseras a la vela. De repente, se dio cuenta de la terrible verdad al girar la cabeza y mirar su posición: la llama quedaba algo más arriba, a pocos centímetros de altura y no había forma de llegar al nivel de las cuerdas. - ¡No, por favor, no por favor! Mirando otra vez a sus padres les pidió ayuda por última vez.

- ¡Mamá, papá, por favor, despertad, ayudadme, por favor, no volveré a hacer nada malo… por favor! –y rompió en lágrimas de desesperación. Mientras estaba llorando, volvió a enfurecerse. ¿Cómo no iba a poder salir de esta?, pensó. Había superado muchos obstáculos y se había metido en muchos líos de los que había salido con éxito, aquello no la detendría. Aquel no sería el fin de Ángelo. De repente se le ocurrió algo. Pensó que la única oportunidad que tenía para conseguirlo era dándole golpes a la mesita para que la vela cayera justo en el borde y así lograr que la llama estuviera a la altura de sus manos. Tomando impulso con el poco movimiento que le permitían sus pies, consiguió balancearse un poco con la silla hacia atrás y golpeó la mesa. La vela ni se movió. - ¡Vamos, vamos, Lydia…! ¡Vamos, inténtalo una vez más! –se dijo en voz alta. Otro golpe. La vela se tambaleó un poco, pero permaneció de pie casi inalterable. - ¡Vamoooooooooooooos! Se balanceó muchísimo más sobre la silla y consiguió darle un golpe a la pequeña mesa, que por fin desplazó la vela y ésta cayó como un árbol que acabara de ser cortado. Pero la cosa no hizo más que empeorar. Del golpe, la vela no se colocó donde ella quiso, sino que rodó por la mesita y terminó cayendo en la alfombra, que comenzó a quemarse. - ¡Joder nooooooo, esto ahora no, por favor! Ya sí que estaba todo perdido. Una pequeña llamita comenzó a formarse en la alf ombra. Iban a morir quemados. Sus padres, Ángelo, y ella misma. Era el colmo de la inutilidad. Se los encontrarían a todos completamente calcinados tras incendiar ella misma la casa, y nadie se explicaría cómo pudo haber sucedido. No. No podía venirse abajo. Antes de que sucediera eso tenía que apagar la llama como fuese. Se balanceó una vez más para superar los pocos centímetros que la separaban de la vela que estaba en el suelo. Tenía que impulsarse con sus pies atados con los que apenas rozaba la alfombra, y ya los tenía increíblemente doloridos. Aunque tardase en liberarse un poco, lo que no podía permitir es que la llama se extendiese. Intentaría apagar la vela con uno de sus pies como fuese. Se balanceó, pero aquella silla no avanzaba atorada en la alfombra. Una vez más. Nada. Sólo eran unos pocos centímetros, sólo tenía que llegar a darle con el pie, aunque se lo quemase tras intentarlo muchas veces con el zapato. Y entonces tomó más impulso que nunca y se lanzó hacia delante. De repente sucedió algo más terrible aún si era posible, una de las patas de la silla quedó atorada en la alfombra, pero la fuerza del impulso se mantuvo. Lydia perdió el equilibrio y se vio lanzada hacia delante sin posibilidad de colocar las manos ni de frenar la caída. El golpe contra el suelo, a pesar de que cayó sobre la alfombra, fue brutal. Las rodillas impactaron primero y luego su cara, que recibió por detrás todo el golpe del respaldo de la silla. Luego su cuerpo, todavía atado, cayó lateralmente, aplastándose el brazo izquierdo con el borde del respaldo. El dolor fue casi insoportable, y Lydia pensó que su brazo estaría roto o desencajado, aunque al mover los dedos de las manos atadas casi comprobó que posiblemente no fuese así. No podía estar segura, pues el dolor era horroroso. A su lado, la llama de la vela seguía poco a poco creciendo y ya estaba quemándose la alfombra de forma peligrosa. Se había formado un pequeño fuego, y Lydia sintió que se desvanecía y perdía el conocimiento debido al dolor y a la desesperación. Pero no podía ser. No podía rendirse. Algo notó en su pie mientras permanecía en el suelo, tumbada lateralmente con la silla. De la caída, una de las cuerdas se había soltado un poco. Una de las cuerdas. Solo una, la del pie izquierdo. Con la cabeza dolorida y sintiendo sus pies punzantes del daño, sobre la alfombra pudo distinguir algo más con la vista borrosa: la espada. Estaba justo a su lado, pero bastante más abajo de su cuerpo. Mirando alternativamente a la llama que cada vez crecía más, a la

espada, y a su pie casi liberado, se dio prisa. Y dio con otra solución que podría funcionar. Haciendo muchísimo esfuerzo, tratando de dar patadas al aire con toda la fuerza que pudo reunir, consiguió que la cuerda se abriese cada vez más, hasta que por fin pudo soltarse de ese pie. Moviéndolo y estirándolo consiguió tocar con la punta de su zapato el filo de la espada que estaba a poco menos de medio metro de sus piernas, casi entre las patas de atrás de la silla a la que aún permanecía atada. Desde allí pudo ver que Ángelo parecía respirar todavía, al menos lo comprobó con la poca luz que había, y eso le dio fuerzas para seguir luchando. Impulsó la espada con la pierna casi libre, golpeándola hacia arriba y consiguió que se desplazara hasta casi su espalda de un solo golpe fuerte. Por fin tuvo algo de suerte, y al menos el filo cortante del arma se colocó justo al lado de sus manos atadas. Desde esa posición y tratando de clavar el pie liberado en la alfombra, se movió sobre su costado hasta que pudo sentir en los dedos de sus manos atadas la afilada hoja de acero. Intentando rozar la cuerda de sus manos con el filo, la espada parecía alejarse. - ¡Vamos, no me falles ahora, no! ¡Deja que me libere, por favor…! –gritó desesperada. Y en un último impulso de su cuerpo con su pie sobre la alfombra, intentando todo lo posible para colocarse sobre el filo de la espada, y haciéndose unos ligeros cortes en los dedos de las manos, consiguió clavar el filo de acero en la cuerda y se movió rítmicamente hasta que definitivamente la cortó. La liberación que sintió al ver sus manos desatadas fue increíble, pero no tenía tiempo de pensar en ello. Inmediatamente buscó la forma de desatarse el pie que le quedaba, pero casi no podía con el fuerte nudo que le había hecho la rusa al atarla y el dolor terrible que sentía en el brazo en el que había caído todo su cuerpo. Consiguió levantarse del costado para sacar el brazo dolorido y lo sintió como esponjoso, como si hubiera perdido sensación de tacto debido al dolor. Se apartó un poco de la silla por fin y consiguió desatarse el otro pie con muchísima prisa, llena de desesperación. Inmediatamente se puso en pie y pisoteó el pequeño fuego que ya se había formado en la alfombra, consiguiendo apagarlo. Luego se agachó junto a Ángelo. Tenía que actuar a toda prisa. Se arrancó un trozo de la blusa con toda la fuerza que aún le quedaba y la ató al fuerte brazo de Ángelo, que seguía perdiendo muchísima sangre. Al menos aún respiraba. Luego movió su cuerpo intentando que reaccionara. - ¡Ángelo, Ángelo, respóndeme, por favor! Desesperada, corrió hacia donde estaban sus padres y comprobó que respiraban, aunque estaban bastante malheridos. Se dirigió hacia donde estaba el teléfono y llamó a una ambulancia. Inmediatamente respondieron. Mientras veía todo el caos que se había formado, mientras se preguntaba qué habían hecho todos ellos para merecer eso, abrazó a sus padres, ya desatados de las sillas, pero que aún permanecían físicamente derrumbados y sin fuerzas ni ánimos para moverse. Su madre le dio un beso cuando sintió que ella la abrazaba. - No te… preocupes… tu padre y yo estamos bien, vida mía… Ve con él… –le dijo Pilar. Se sentó en el suelo, junto a Ángelo. Apoyó la cabeza junto a la de él, abrazándole como pudo. Las lágrimas brotaron una vez más de sus tristes ojos. Apenas le dolía nada, sólo esperaba que pudiese salvarse, sólo esperaba que aquello no hubiera sido más que una pesadilla. En su estado de shock, en su pensamiento completamente bloqueado, pudo escuchar una sirena acercándose en la calle. Poco después, a través de la cortina que formaron sus lágrimas, sintiendo el aliento y la respiración cada vez más pausada de Ángelo, pudo ver que en las paredes del salón refulgían las artificiales luces de emergencia de una ambulancia. Apenas tuvo tiempo de distinguir quién entraba por la puerta del salón antes de desmayarse. ***

Un pitido… Un repetitivo sonido que indicaba su estado de salud en la pantalla digital de la habitación de un hospital. Ese pitido fue lo primero que Ángelo seguía escuchando al abrir los ojos de sorpresa, como quien había salido a la superficie de un tormentoso mar. A su lado, su amada Lydia, la que le había acompañado en la peligrosa misión, apoyaba su cabeza junto a la de él. Quizás estaba dormida, pero aún así permanecía sentada en una incómoda silla muy cerca de la cama hospitalaria. Intentó acariciarla con su mano pero tenía enganchados todos los cables necesarios para controlar su estado de salud, además del brazo fuertemente vendado en la zona donde Ivonne le hizo la herida con la espada. Inmediatamente, Ángelo buscó la forma de saber cuánto tiempo había pasado. Si estaba en un hospital, pensó, tenía que salir de… Y entonces ella se movió. Cuando Lydia le miró, sus ojos tristes parecieron recobrar vida de la sorpresa de ver a Ángelo despierto. Él sonrió, indicándole que se encontraba bien. - ¡Ángelo…! –exclamó, y se levantó de la silla para abrazarle. - Aquí estoy, preciosa mía , hecho un desastre –le dijo él, y a pesar del aparataje hospitalario la abrazó. - Creía que te perdía… - Eso nunca sucederá… Durante unos minutos que podrían convertirse en horas si hubiesen tenido tiempo, permanecieron abrazados en silencio, disfrutando cada uno del calor del otro. Por fin, aunque ella estuvo a punto de llorar de alegría, él fue quien habló primero, pues estaba preocupado por los padres de ella. - Lydia… tus padres… - Están bien, Ángelo. Están bien… Él se relajó un poco, pues su cuerpo todavía parecía querer seguir en la tensión de la lucha que había tenido horas antes. Y se alegró muchísimo, ya que al menos nadie había resultado herido de gravedad por culpa de esos desalmados. - Mi propia madre me dijo que viniera a tu habitación a cuidarte… –dijo ella todavía abrazada a él. - Es una buena mujer, Lydia, ¿ves como aquellas visiones de la Torre donde ella te recriminaba no eran reales? –le dijo él para que se alegrara de que sus padres todavía la apreciaban como siempre. - Lo sé… –dijo ella. - Me alegro de que al menos estemos todos bien… - Bueno, esa cucaracha rusa te ha hecho un buen corte en el brazo. Vas a estar un par de días más ingresado en el hospital, amor. Ángelo permaneció serio, pensativo. Abrazó a Lydia con un poco más de de energía, como para darle confianza sobre lo que le iba a decir. - No puedo, cariño. - ¿Qué? ¿Qué quieres decir, Ángelo? –dijo ella, apartándose del abrazo y mirándole a los ojos. - Que tengo que irme ya de aquí. Quiero vestirme y salir de este hospital. - Pero… ¡no puedes, todavía estás bajo observación, tienes una herida que…! - Lydia, estamos en peligro todavía. Según “la ley”, oficialmente seguimos siendo unos fugitivos. Hemos escapado de los guardias del alcalde de Capitol City, tú te has fugado de la Torre, que es donde según ellos tenías que estar encerrada como una criminal… Probablemente los secuaces del alcalde aparecerán por aquí para detenernos dentro de poco y… - ¡Pero no puedes irte así, sigues malherido! Y además, ¿a dónde irías? –preguntó ella. Él se quedó callado durante unos segundos que parecieron eternos, mirándola a sus preciosos ojos. No sabía si decirle lo que estaba a punto de decirle, pero si quería tener a alguien así a su lado para

siempre, si quería a esa chica que cada día que pasaba lo enamoraba cada vez más, no podía tener ningún tipo de secretos con ella. No como otras veces, no como en el pasado, no como cuando era un ángel y conoció a otras que no merecieron nunca la pena. - Tengo que ir a detener a Arioch –dijo él por fin. Ella se quedó callada, mirándole incrédula por lo que acababa de oír, pues pensaba que todo había acabado. - ¡¿Pero qué estás diciendo?! –Lydia no podía salir de su asombro. - Va a hacerse con la Lanza y soy responsable de haberle dicho dónde estaba. Si consigue la Lanza el mundo estará perdido, pues podrá controlar mentalmente a quien quisiera, gobernantes de otros estados y jefes militares incluidos. Soy responsable del desastre que puede sucederle a la humanidad… - ¡El único responsable sería él, y además tú le dijiste la situación de la Lanza para salvarnos, no podías hacer otra cosa! Lydia seguía sin poder comprenderlo, y a cada exclamación que soltaba llamaba la atención de enfermeros y otros pacientes que pasaban cerca de la habitación. Las extrañas explicaciones sobre la Lanza de Longinos, por suerte, no eran comprensibles para nadie. Probablemente el mundo se sumiría en el caos sin saber qué estaba pasando, ni comprendiendo jamás que un demonio los estuviese controlando a todos con un objeto poderoso. Era algo que la mente lógica y racional de la gente jamás podría aceptar. Y aunque Lydia estaba más cerca de comprenderlo, no quería que fuese él precisamente el que tuviese que salvar el mundo. Quería que permaneciera junto a ella para siempre. No necesitaba nada más. ¿Por qué era todo tan complicado? - Lydia… –le dijo Ángelo mientras ella había comenzado a llorar sobre su hombro. - ¿Qué…? - El mundo entero va a pasarlo mal si ese demonio consigue usar la Lanza… –dijo él, intentando hacerla comprender una vez más. No podía explicarle otra cosa, no podía decirle por qué era él el que sentía el deber de evitarlo. - Lo sé… - ¿Entonces? –preguntó él. Ella separó su cuerpo y lo miró con sus preciosos ojos llorosos. - ¡No quiero perderte, Ángelo, eso es lo único que ocurre aquí! ¡Y ya he estado a punto de perderte muchas veces! Y volvió a abrazarle, estremeciéndose de la posibilidad de volver a perderle. Él cerró los ojos, comprensivo, y colocó su fuerte aunque debilitada mano en la delicada espalda de ella. Tampoco quería perderla. Durante unos minutos, Lydia le dio vueltas a todo aquello mientras seguía abrazándole. Sabía que Ángelo tenía que salvar el mundo, era lo que le correspondía, era lo que los héroes hacían… Pero desde que le conoció, a medida que se enamoraba de él, lo único que ella quería era que la salvara a ella. Y fue en este punto, dándose cuenta de que estaba siendo algo egoísta poniendo pegas a lo que él quería hacer y a lo que él consideraba su deber, que no quiso ser un impedimento en los deseos de un héroe. No quiso que él viviera una vida donde el mundo había ido a peor y no hubiese hecho nada para impedirlo. Los héroes no estaban para eso. Los héroes estaban para hacer todo lo que estaba en sus manos para que todo el mundo estuviera bien. No sólo ella, no sólo la amada de un campeón merecía su atención. Al final sería tener un héroe a su lado, sí, pero triste para siempre. Y justo cuando él iba a ceder, a no ponerse en peligro por ella, justo cuando sólo Dios sabía que Ángelo iba a decir algo y a dejar que el mundo se hundiera con tal de complacerla y de estar con su amada, ella se adelantó. - Ángelo…

- Dime, cariño mío… - Tienes que salvar el mundo… –y se estremeció al decirle esto, llorando un poquito más al darse cuenta de que iba a perderle otra vez, quizás para siempre. Por un momento Ángelo estuvo a punto de decirle que no, que se quedaría cuidando de ella y que soportaría que todo se hundiera, y que millones de personas lo pasaran mal siendo dominadas por fuerzas demoníacas que jamás llegarían a comprender. Pero no podía decirle algo así aunque quisiera, y tampoco podía hacerle responsable de eso. Y aunque primero tenía que vivir por su amada, aunque sabía que ella estaba antes que todo lo demás, incluso antes que el mundo entero, y aunque dedicara toda su vida a estar junto a ella cuidándola y protegiéndola, Ángelo sabía que tendrían una vida terrible donde ni ellos mismos podrían esconderse de la ira de Arioch. Y entonces tomó la decisión definitiva. - Sí, tengo que salvar el mundo… Y la abrazó. La abrazó con más amor que nunca. Sabiendo que posiblemente sería una de las últimas veces que sentiría su carita húmeda sobre su piel y su corazón de enamorada latiendo cerca de su fuerte pecho. No dijeron nada más… Ángelo comenzó a quitarse toda la instrumentación hospitalaria y buscó su ropa para vestirse, todavía muy dolorido, y mientras su vista permanecía triste y seria por la responsabilidad con la que tendría que cargar a partir de entonces. Ella le ayudó a vestirse, como aquellas mujeres que ayudaban a sus guerreros en la antigua Esparta antes de la batalla. Aquello le rompía el corazón, y había una idea en la mente de Lydia a la que le estaba dando forma y no se atrevía del todo a comentársela, pero lo tendría que hacer. No podía callarse algo así. - Ángelo… –le dijo cuando él ya estaba vestido. Él la miró, esperando sus palabras… - Déjame acompañarte… La propuesta pilló por sorpresa a Ángelo, que no esperaba una idea como esa. Su plan era ir a por Arioch y detenerle, sabiendo que quizás no volvería a verla, pues un humano no tenía nada que hacer contra un archidemonio. La idea era cargar él solo con la salvación del mundo a sus espaldas. De primeras, Ángelo no supo qué decir. - Pero… –empezó él. - Tú sólo déjame. Intentemos esta misión los dos juntos. Nuestra verdadera misión, salvar el mundo. Luego viviremos sabiendo lo que hicimos por una vida mejor para todos… –dijo ella, casi desesperada porque él aceptase. Ángelo seguía sin decir nada. No estaba convencido del todo. No porque no quisiera que ella le acompañase, sino porque en su interior, sabía que aquello era una misión para no volver. Una misión suicida donde él no tenía nada que hacer desde el principio contra Arioch y su poder. Era un demonio mayor y él sólo un humano. Su deber, el de salvar el mundo, era una obligación que se había impuesto a sí mismo por culpa de las circunstancias. Sabía que en cuanto saliese a perseguir a Arioch no habría marcha atrás. Y lo último que quería es que a ella, la mujer más maravillosa que había conocido y de la que estaba enamorado, le pasara algo terrible por haber accedido a que le acompañase. - Sé que no quieres ponerme en peligro, no soy tonta… –siguió ella tratando de convencerle –, pero si hay algo para lo que estoy preparada, es para vivir y morir junto a ti, pase lo que pase. Él no pudo evitarlo y la miró con cariño infinito, pues había demostrado que lo seguiría hasta el fin del mundo, hasta el fin de los tiempos. Y mientras permanecía de pie frente a ella, no pudo evitar abrazarla. Lydia estaba dispuesta a sacrificarlo todo, como él mismo iba a hacer. Sacrificar su vida cómoda y tranquila en una peligrosa misión donde los dos sabían que no tenían ninguna posibilidad.

Todo por estar junto a él, hasta el final. Y mientras abrazaba su delicado cuerpo, Ángelo miró hacia la nada, pensativo. Sin decirle que sí ni que no, ella entendió que él aceptaba su propuesta, pues siguió recogiendo sus cosas. Poco después, se lo confirmó. - Prepárate, porque puede que no salgamos de ésta –le dijo él, con una sonrisa algo triste. - Lo sé… –dijo ella, y extrañamente, los ojos se le llenaron de ilusión. Jamás hubiese imaginado que se ilusionaría porque su amado aceptase algo así, que lo acompañase en una misión donde iban a vivir un gran peligro, y posiblemente a morir. Si se lo hubiesen dicho hace unos años, pensaría que había perdido la cabeza. Pero todo eso es lo que había cambiado en tan poco tiempo. Ángelo la había hecho cambiar. Ahora luchaba por las cosas hasta el final. Ahora era una mujer distinta a aquella chica que caminaba llorando bajo la lluvia tras haber roto su relación con un chico vulgar más. La misión más importante de sus vidas se puso en marcha justo en ese momento. - Necesitaremos nuestras armas, ¿las recogiste de casa de tus padres? –preguntó él cuando ya estaba preparado. Aunque todavía le dolía todo el cuerpo, podría soportar salir ya del hospital. - ¡Jaja, no, amor mío, no he traído tu espada y mi pistola al hospital! –dijo ella mucho más contenta ya. - Bien, pues tendrás que recogerlas mientras yo preparo el resto de cosas para la misión… - ¿El resto? –preguntó ella. - Vamos a ir en avioneta… En mi avioneta privada… –contestó él con un guiño. - ¡No me digas que el imperio de Ángelo también cuenta con una avioneta! Y en ese momento, alguien llamó a la puerta de la habitación y los dos se sobresaltaron. - ¿Quién es? –preguntó Lydia. Ángelo no supo si volver a meterse en la cama aunque estuviese vestido, por si tenía que disimular ante alguien o prepararse para la trampa de algún secuaz de Arioch. - ¿Se puede pasar…? –una voz de mujer respondió al otro lado. - P… por supuesto… –y Lydia casi supo de quién se trataba. Cuando se abrió la puerta, su hermana Luz entró, y un extraño alivio de confirmación la invadió por dentro. - ¡Dios mío, hermanita, cuánto tiempo sin vernos! –dijo la hermana de Lydia abriendo los brazos. Lydia puso cara de circunstancias mirando a Ángelo y este le dedicó una sonrisa casi de travesura. Sabía que Lydia no congeniaba demasiado bien con su hermana. - He venido justo cuando me he enterado, pues he tenido que dejar a Javier muy liado con su trabajo. Ya sabes que lo han ascendido a jefe de sección y además estamos muy ocupados preparando la nueva casa, y encima si te dijera que nuestros vecinos son unos pesados que no paran de curiosear si hemos puesto el sofá por aquí, la lámpara por acá, y de qué marca son los baños y si la cocina tiene un tostador de diseño, y es que encima si nos paramos a pensar, en realidad casi nunca nos vemos desde que tú te quedaste en la ciudad y yo dije: claro, debería ir a ver a mi hermana y a mis padres, y justo me encuentro con esto, que ha sido horrible, horrible, horrible y… Su hermana Luz siguió y siguió hablando y llegó un momento en que la mente de Lydia no podía procesar tanto dato inútil de una sola vez. Miró a Ángelo, que casi detrás de ella se limitó a levantar una ceja de forma divertida mientras evitaba aún más procesar cualquiera de las frases, y casi se echó a reír allí mismo. - … y entonces ¿estás bien? Porque espero que hayan pillado a esos asaltadores de casas y… –fue casi lo último que Lydia pudo escuchar, casi de casualidad tras tanto alboroto. - Erm… bueno hermana, estamos bien. Supongo que has visto a papá y a mamá. - Sí, cuando llegué me indicaron la habitación donde se encontraban y ahora mismo están casi para

que les den el alta, al menos eso me han dicho, que seguramente por la mañana temprano saldrían. Por suerte no ha pasado nada gravísimo porque ya sabes cómo está la cosa de peligrosa hoy día, que te enteras de esto y de lo otro y de lo de más allá, y además… - Sí, sí, Luz, pero bueno, que nosotros nos vamos ya mismo. Por cierto, este es mi novio, Ángelo. Aunque Luz ya se había fijado al entrar, no perdió la cara de sorpresa al ver a aquel chico espectacular que era el novio de su hermana. A pesar de todo lo que había estado cotorreando, la vista se le había ido una y otra vez hacia Ángelo. - Vaya hermanita, ¿vamos mejorando a pasos agigantados, eh? –dijo sin cortarse –. Encantada Ángelo, yo soy Luz, la hermana de Lydia. - E… eso me ha parecido –dijo él todavía con cara de diversión al ver el panorama –. Un placer. - ¡Qué va… el placer es mío, te lo aseguro, jaja! –dijo ella. Lydia puso los ojos en blanco de desesperación. Su hermana no tenía remedio, y lo peor es que sus padres pensaban que era perfecta. - Por cierto, hermanita… –siguió Luz –. Espero que todo ese lío de las noticias se haya solucionado porque la verdad, me sorprendió mucho que te consideraran una especie de criminal, y yo sabía que estaban equivocados y casi me eché a reír de la sorpresa porque dije, ¿mi hermana Lydia dando un golpe maestro? ¿Mi hermana Lydia metida en turbios asuntos de robos de bancos y salvación de criminales? ¿Y su nuevo novio es un peligroso jefe de una banda de asaltadores que…? ¡Es que no me lo puedo creer, jajajaja! Y yo sabía que todo eso era mentira y que había habido una confusión. Habías perdido tu pasaporte y seguramente apareció por allí de casualidad y… Lydia no sabía por dónde pararla, y casi le hizo gracia que en la inocente cabeza de su hermana, todo hubiera sido una especie de confusión y que casi estuviera aclarado para ella. La realidad era muy distinta, pero Lydia jamás le daría una sola explicación a su hermana perfecta. Ángelo se quedó bastante sorprendido, pero decidió seguir el teatrillo que la propia Luz se estaba montando por su cuenta. - Pues… nosotros nos quedamos igual de sorprendidos… –dijo Ángelo, y Lydia le dio un codazo en secreto casi sin poder contener la risa porque él participara de la broma, a pesar de los asuntos serios que había en realidad. - ¡A que sí…! ¡Es que si me llega a pasar eso a mí es que me muero de vergüenza, y…! - Bueno, bueno, ya… fue un momento de sorpresa para todos y luego nos reímos y todo eso, sí… – dijo Lydia intentando frenarla una vez más disimuladamente. - Pues yo no sabría dónde meterme y… - Pues ya ves, Luz, las cosas que pasan en el mundo… Pero bueno, oye, que nosotros ya nos íbamos… - Pero, ¿ya le han dado el alta a Ángelo? –preguntó Luz muy extrañada. - Pues… sí, ya… –mintió ella, y miró a Ángelo, que se encogió de hombros, pasándoselo todavía muy bien. - ¡Pero si son las tres de la madrugada! –exclamó Luz en voz muy alta, y casi se pudo oír que alguien se quejaba afuera de tanto grito y alboroto que estaba generando. - Pues ya ves, Luz… en este hospital son así. Han visto a Ángelo bien y nos han dicho “¡ya se puede ir!”, y a eso íbamos, a irnos –dijo Lydia, casi abriéndose paso hacia delante. La situación parecía una película cómica, pero entre cotilleos y mentirijillas ellos dos no querían perder más tiempo. - Pues nada chica, a ver si mañana por la tarde, cuando descanses, merendamos juntas y nos ponemos al día. Si ya le dan el alta también a papá y a mamá podemos quedar todos y reírnos de lo

sucedido y… - Uh, me temo que no va a poder ser, ¿verdad Ángelo? –y giró la cabeza hacia él, guiñándole un ojo –. Tenemos cosillas que hacer. - Bueno, una buena merienda no estaría mal. Tengo muchas ganas de estar con tus padres y de seguir charlando un poco con todos. Y por supuesto también contigo, Luz… Aunque ojalá hubiera venido también Javier –mintió Ángelo con una sonrisa de sarcasmo y Lydia abrió los ojos como platos mirándole una vez más. - No, de verdad que no podemos, Luz –dijo Lydia de sopetón. La cara de la hermana de Lydia era un poema. Ya no sabía cuál era la excusa ni si le estaban hablando en serio o si uno quería y la otra no, o si los dos querían, o si ninguno de los dos quería merendar… - Pues… Bueno, ya me contarás. Lo importante es que descanséis… Ya mañana a mediodía te llamaré y ya quedamos por la tarde. Voy a estar aquí en Capitol City un par de días hasta que vea que papá y mamá están bien, y por supuesto que… –iba a continuar con cientos de explicaciones más. - Sí, sí, no te preocupes Luz, yo mañana te doy un toque y quedamos para merendar, que seguro que mamá estará encantada de preparar una merendola para todos recién salida del hospital –dijo con sarcasmo también ella. - ¡Estupendo! –dijo su hermana más entusiasmada, y convencida de que así iba a ser. Y ya se encontraron en la puerta del hospital. Tras despedirse de Luz y de sus padres en la habitación de ellos, de forma muy emotiva aunque con el corazón encogido sin poder decir nada pues sabía que quizás no los volvería a ver, Lydia preguntó a Ángelo cuál era el plan. - Es sencillo. Buscaremos un taxi ahora mismo, y lo primero que haremos será ir a casa de tus padres para que prepares las armas y descanses unas horas. Yo me dirigiré al garaje privado que tengo en el aeródromo, ya que tengo que preparar la avioneta. Te pido que intentes descansar al menos unas horas seguidas, ya que aunque la avioneta tiene dos plazas, es difícil dormir bien sobrevolando el océano. Luego ya quedaríamos en el aeródromo dentro de unas horas para salir temprano en persecución de Arioch, hacia la Isla del Dragón. - ¿Pero crees que podré descansar después de todo lo que ha pasado y de la misión que tenemos por delante? –preguntó ella. Ángelo le sostuvo ambas manos con delicadeza. - Inténtalo por mí, por favor. Nos queda un largo viaje por delante y al menos tú deberías descansar un rato, que has estado junto a mí en esa silla incómoda todas estas horas. Yo apenas tendré tiempo de relajarme, así que te esperaré en el aeródromo de Capitol City que hay junto al aeropuerto estatal. Estaré en el garaje 77 –explicó con una sonrisa–. Confía en mí. Sobre las nueve de la mañana, dentro de unas cinco horas, partiremos hacia la Isla del Dragón, así que pide otro taxi y ven un poco antes de esa hora. Quisiera poder explicarte un par de cosas de la avioneta y del viaje. Tenemos que impedir que ese despreciable demonio se haga con la Lanza. Si aún no ha llegado hay que avisar a los que la protegen y luchar si hace falta. Y si ha llegado… Ya veremos qué hacemos. - Entiendo… –dijo ella, asintiendo –. Lo lograremos. - Por supuesto que sí –contestó Ángelo. Cuando Ángelo pidió el alta en el hospital, lo que no sabían los dos era que los guardias estaban dirigiéndose hacia allí, pues tenían controlado por orden del alcalde el apresarlo según la ley en cuanto él saliese del centro hospitalario. Por suerte, ellos habían decidido a tiempo salir de allí sin esperar, y a los padres de Lydia no les pasaría nada, pues ya habían sufrido bastante y no eran el verdadero objetivo de Arioch. No imaginaban que en realidad habían escapado por muy poco.

Pidieron un taxi en la misma puerta del hospital y se pasaron todo el trayecto charlando, agarrados de la mano en el asiento de atrás. No hablaron de ningún tema importante ni trascendental, pues no querían que el taxista creyera que eran unos locos. O peor aún, que el taxista fuese un secuaz de Arioch. Cuando llegaron a casa de Pilar y Ramón, la misión ya estaba clara, y Lydia se despidió con la mano mientras veía a Ángelo partir en el taxi hacia el aeródromo. Acariciando a los perros entró en el jardín de la casa, que la recibieron con mucha alegría a pesar de ser la hora que era. Por suerte no habían sufrido verdadero daño en el asalto y sólo habían sido adormecidos. Luego levantó en brazos a su gato Tintín y lo abrazó con cariño. Lydia entró en la casa, en el terrible escenario que resultó ser horas antes. A pesar del cansancio no pudo dormir y se preguntaba si Ángelo estaba tan nervioso como ella. Viendo la alfombra manchada con la sangre de él le entró una terrible sensación de miedo. No quería que su amado sufriera más y ella no estaba segura de poder serle de mucha ayuda. ¿Qué sería de ellos en aquella misión suicida? Pronto lo averiguaría.

CAPÍTULO 5: SORPRESAS La hora se acercaba y por supuesto, Lydia no había descansado nada. En su nerviosismo por la misión se había dedicado a limpiar, recoger los destrozos y enrollar la alfombra manchada de sangre, para que aquel terrible suceso en casa de sus padres se olvidara cuanto antes. Pensó que Ángelo a veces era demasiado inocente, como por ejemplo al creer que ella estaría tranquila y dormiría un rato sabiendo la peligrosa misión que les esperaba a los dos. Si él no había sido capaz de estarse quieto en el hospital, ¿cómo pretendía que ella misma descansara en casa de sus padres, que encima horas antes había sido asaltada por unos seres infernales? Tras limpiarlo todo y tomarse un té relajante de rosas, siguió haciendo tiempo. Incluso se tumbó en la cama que sus padres tenían en el dormitorio de invitados, sin ninguna esperanza de dormirse. Así estuvo durante más de una hora, mirando al techo, hasta que se tuvo que levantar otra vez. No había forma de descansar, no se dormiría de los nervios y de la angustia acumulada. Luego, tras dar varias vueltas por la casa sin saber qué hacer para que pasara el tiempo, se sentó en el sofá del salón. El pequeño Tintín tampoco había pegado ojo, pues notaba a su dueña nerviosa, y en su inocencia hubiera querido saber qué ocurría. Se subió al sofá y se colocó sobre el regazo de Lydia. Y allí estuvo ella, durante un buen rato, acariciando a Tintín, que agradeció el masaje con un ronroneo. El gatito había echado de menos a su dueña, y ella también había echando de menos esos momentos acariciándolo en su casa, cuando parte del destino del mundo no estaba en sus manos y era una simple oficinista con un jefe baboso. Además, el mismo Tintín también había tenido que vivir diversas aventuras, como cuando la quiso defender del ataque de un George enloquecido y borracho. Lydia siguió divagando y estuvo pensando en su antiguo jefe, Don Camilo. La denuncia que había formalizado contra ella por haberle agredido supuestamente, “y dejado patas arribas como una cucaracha”, según su madre, no resultaba más que una tontería en aquel momento. Se dio cuenta de cómo cambian las cosas para las personas dependiendo de por lo que hayan pasado o sufrido. Quizás esa denuncia le preocupaba antes, ¿pero ahora? ¿Siendo una fugitiva que había ayudado a un criminal a escapar, había clavado un cuchillo a un agente en un brazo y a su ex-novio en una pierna, y había huido de su propia prisión terrorífica? Esa denuncia de su antiguo jefe era una mota de polvo en su historial delictivo y en su vida, una nimiedad. Pensar aquello casi le sacaba una sonrisa. A veces la ley oficial, con la que nos cruzamos en la vida diaria, era más injusta de lo que todo el mundo piensa. De vez en cuando el torrente de las circunstancias te puede arrastrar y te lleva por caminos que jamás pensabas que ibas a recorrer, aunque resulten ilegales o peligrosos. Y allí estaba ella, haciendo tiempo para que su novio, que había sido un ángel, la llevara hacia una isla misteriosa a detener a un demonio y a salvar el mundo. Sonaba de locos, pero así era ahora la corriente de su vida, y tenía que aceptarlo. Se sentía mucho más fuerte que hace unos meses, cuando no se había metido en todo esto, pero sabía que aquello que estaba viviendo no sería creíble para nadie, ni aunque lograran detener a ese ser demoníaco llamado Arioch. Esperaba que Ángelo tuviera un buen plan y al menos pudiesen escapar sanos y salvos. Vivir aquellas aventuras había sido lo más increíble que jamás le había pasado, y si de algo estaba segura era de que no hubiese cambiado todas esas vivencias por nada. Con ánimos renovados y dispuesta a cumplir con su misión ayudando a Ángelo, se levantó del sofá y se dispuso a prepararse para ir hacia el aeródromo. Sin apenas darse cuenta había pasado mucho tiempo, y quedaba poco más de una hora para que fueran las ocho de la mañana. Teniendo en cuenta que el aeropuerto quedaba lejos, casi que iba a llegar justa de tiempo. Hacía rato que los rayos del sol se filtraban a través de las persianas

bajadas de aquel salón de sus padres, que había resultado un terrible lugar de secuestro y tortura varias horas antes. Comenzaba un nuevo día, y esperaba poder terminarlo bien. Así era su vida ahora, una aventura increíble. Le iba a resultar difícil esconder la espada katana de Ángelo en una mochila, pero encontró una bolsa deportiva que era bastante amplia y que conseguiría disimularla un poco. La pistola de balas sagradas la guardó en el mismo sitio, y cuando lo hacía se preguntó si sería capaz de usarla contra alguien como Arioch cuando llegara el momento, aunque fuese un terrorífico demonio. Ella no se sentía capaz de matar a nadie, ni siquiera a una mosca, pero de lo que estaba segura era de que descargaría todo el cargador lleno de balas contra quien fuese que estuviese poniendo en peligro a Ángelo si era necesario. Eso lo tenía claro. Guardó también un par de botellas de agua, aunque no estaba segura de si podrían beber cómodamente en pleno vuelo, montados en un biplano. Por este mismo motivo no preparó nada más, ni siquiera para comer, y tampoco quería parecer una excursionista que va de paseo al parque. De los nervios le entró un poco de risa al imaginarse persiguiendo a un demonio como Arioch mientras ella y Ángelo se comían un par de bocadillos, como el que va a cazar demonios a un picnic. Lo más normal del mundo. Se dio cuenta de que era la misma risa tonta que le entraba a quien veía venir una fatalidad, y trató de calmarse diciéndose a sí misma que todo iba a salir bien. Dejó la bolsa de deporte en la puerta de la entrada y fue a llamar a un taxi. Parecía como si Tintín intuyese que su dueña volvía a irse, y lo que más pena le dio es que parecía como si el pequeño animal supiese que quizás no volvería a verla. El gatito se restregó entre sus piernas, agachando la cabeza de manera triste cada vez que se frotaba con ella. Lydia se agachó y le acarició el lomo, y él giró la cabeza lamiéndole la mano con muchísimo cariño. - Volveré, mi querido Tintín. Volveremos a estar juntos en el sofá viendo la tele mientras me escuchas protestar del mundo y de la vida. Y volveré a ponerte tu tazón de leche cada mañana para que tengas toda esa energía que necesitas para jugar… –se le humedecieron los ojos de la pena, no sólo por Tintín, sino porque hasta que no llegaban momentos como ese no se daba cuenta de todo lo que podía perder si algo salía mal en aquella misión. Y el momento llegó. Mientras los juguetones perros de sus padres ya correteaban temprano y la acompañaban hacia la salida, y mientras Tintín la miraba desde uno de los ventanales junto a la entrada a la casa, se dirigió con determinación hacia el taxi que la esperaba afuera. Mantuvo la bolsa junto a ella en el asiento trasero y le indicó al taxista que quería dirigirse a las instalaciones del aeródromo, junto al aeropuerto estatal. Aunque quería estar tranquila, durante el trayecto no paró de mover las piernas nerviosamente mientras miraba a través de las ventanillas. A medida que pasaban los minutos incluso se tranquilizó un poco, pues antes había pensado en la posibilidad de que algún secuaz de Arioch, e incluso que el propio taxista fuese un demonio encubierto, pudiesen impedir que se reuniera con Ángelo. Pero no, el viaje en taxi estaba siendo lo más normal del mundo, incluso monótono. Lo que ella no esperaba era lo que vendría después, ya que ningún agente maligno le impediría que se reuniese con su amado, sino que le esperaba algo mucho más sorprendente y triste. Sus ojos ilusionados por la aventura, observando a los paseantes de la ciudad, se llenarían de lágrimas dentro de poco. *** La misión que se le encomendó era la de detener a ese bastardo, así se lo había ordenado su jefe Arioch a George. No debía matarlo a no ser que se produjera un accidente fortuito. Ya era un demonio del Caos, un servidor del infierno. Si acababa con un humano como Ángelo, pasaría los próximos años en el limbo, castigado durante mucho tiempo, y George, el ahora deformado ex-novio de Lydia, no

quería eso. Ningún demonio querría eso. Los humanos que se convertían al Caos y que firmaban un pacto infernal, solían adquirir deformaciones cada vez más desagradables a la vista. Llegaba un momento en el que tenían que ir ocultándose cada vez más de la sociedad, o transformándose a través de hechizos de poder en algo más bello para poder contrarrestar estas deformaciones. Las humanas como Ivonne, sin embargo, si firmaban un pacto con el Caos se convertían en unas perfectas seductoras capaces de convencer a cualquier hombre de que hiciese cualquier cosa por ella. George intentaba mantener cierta apariencia que no causara demasiada repugnancia a sus conocidos, sin embargo esto no dependía del todo de él, pues el humano que firma se va deformando a mayor velocidad cuanto más odio desprenda hacia los demás. Y George tenía mucho odio dentro de sí. Sobre todo contra ese tal Ángelo, y por supuesto contra la despreciable Lydia, a la que tanto había amado y por la que tanto había sacrificado en vano, solo para que ella lo rechazase y se fuese con ese angelito asqueroso. Eran poco más de las seis de la mañana. Contra la poca luz de la noche, justo antes del amanecer, la sombría figura de Ángelo parecía la de aquellos héroes de la segunda guerra mundial que iban a montarse en sus cazas de combate para una última misión en el aire sobre el Canal de la Mancha, sin saber si volverían a ver a sus familias. Para George, que permanecía escondido sobre el techo metálico del hangar número 77, la figura de Ángelo sólo era un objetivo al que tenía que dejar malherido, desangrándose y muriendo abandonado para él no ser castigado con ir al limbo. Mientras preparaba la misión suicida que tenía por delante, Ángelo se sentía cada vez más triste, pero sabía que ir solo era lo mejor que podía hacer. Una última mentira piadosa a Lydia, su amada, ese había sido su último mensaje para ella. Lo último que le dijo en vida fue una mentira, y eso hacía que Ángelo se estremeciera. Pero era la mentira que le salvaría la vida a la chica que le enseñó cómo vivir feliz y cómo luchar por alguien, algo que nunca había aprendido ni siquiera cuando fue un ángel. Con su mochila a la espalda, la verdadera carga no era ese viaje, ni perseguir a Arioch, ni intentar salvar el mundo. La verdadera carga era saber si ella le perdonaría tras esa última mentira, y también saber qué habría pasado si todo hubiera sido muy distinto, si la vida hubiera sido tan fácil para ellos dos como realmente se merecían. Ángelo estaba seguro de que habrían vivido plenamente felices para siempre. Pero no pudo ser. Y ahí tenía que acabar la historia si quería que ella no sufriera más. Ángelo no podía permitir que Arioch le hiciese daño a la chica que amaba más que a nadie en el mundo. Ya se sentía demasiado culpable por haber dejado que ese desgraciado le sacase la información de dónde se encontraba la Lanza. Ahora tenía que cargar con la responsabilidad de esa misión, pero no podía hacer a Lydia responsable de aquella locura. Aunque no fue culpa de él mismo el haberse enamorado perdidamente de ella, sí que fue culpa de él haber contado con que Lydia lo ayudara en su apartamento. Fue culpa de él haberle escrito una carta pidiéndole ayuda para escapar de aquella prisión. En realidad eran tantas culpas que no podía aceptar ni una más. No quería que, después de aquella misión, fuese culpa de él que Lydia perdiera la vida en manos de un demonio que no iba a tener ninguna piedad. Que el plan saliera bien y alcanzaran la Lanza antes que Arioch era un imposible. Él lo sabía desde el principio. Pero si tenía que hacer aquel viaje de persecución, desde el primer momento supo que tenía que ir en solitario. Si algo podía dejarle a Lydia por todo lo que había hecho por él, era la misma vida. Si algo la protegería era que no fuese con él al viaje más peligroso de su vida. Le dolía en el corazón haberle mentido con la hora de quedar en el aeródromo, ya que él apenas esperó ni había que preparar tanto la avioneta, pero era la única forma de que ella se quedase en casa y de que rehiciese su vida sin él dentro de unos meses o años, cuando se olvidase que una vez conoció a un ángel llamado Ángelo. Había gente buena por ahí. Seguro que conocería a un hombre bueno, cariñoso, educado y

maravilloso que la hiciese feliz. Y justo cuando Ángelo pensaba sobre los hombres a los que podía conocer Lydia cuando él desapareciera de su vida, en una ironía del destino, George atacó. Todo fue muy rápido. Ángelo estaba comprobando el alerón trasero de la avioneta cuando el techo metálico del hangar se partió creándose un enorme agujero. Algo o alguien cayó sobre él, golpeándole en la cabeza con muchísima fuerza, aparte de recibir los golpes de algunas barras de metal y placas que formaban la estructura del hangar. Ángelo cayó al suelo de la conmoción y todo sonó a su alrededor con un ruido de metal estruendoso. George se mantuvo de pie, delante de él, sonriendo con unos labios agrietados que dejaban sobresalir unos dientes puntiagudos. En su interior ya era casi un demonio completo, un ser enorme y terrorífico. - Vaya, vaya, vaya, ¡si tenemos por aquí al salvador del mundo, al héroe de los chicos y de las chicas, al folla-novias de los demás! –soltó George de forma horrible a través de varios escupitajos. A pesar de la fealdad y de las deformidades, Ángelo intuyó que se trataba del ex-novio de Lydia, George. Desde el suelo, vio como el ser demoníaco sacaba un cuchillo frente a él. - He pensado que si mi jefe quería que yo hiciese esto por él, y encima puedo cargarme al nuevo cabrón que se tira a mi novia, pues, ¡qué cojones! ¡Me he decidido y aquí estoy, dispuesto a destriparte! –George parecía totalmente desquiciado y hablaba y gesticulaba de forma grotesca. Ángelo se levantó hacia atrás y se puso de pie de la forma más rápida que pudo, sin dejar de vigilar a George mientras éste hablaba. Le dolía demasiado el brazo que aún tenía vendado por la herida con la espada. No estaba preparado para luchar ahora con George. Y menos siendo él un humano y el otro teniendo ciertos poderes demoníacos. Además en la cabeza comenzaba a sentir un dolor punzante que esperaba que no fuese una herida abierta. Al menos George sólo le dio con los puños, no con el cuchillo, y el metal que cayó del techo no le hizo mayor daño. Podría haber sido mucho peor. - George, te recomiendo que me dejes marchar. El horrible demonio humanoide comenzó a reírse de forma estruendosa y sus risas resonaron por todo el garaje. - ¡Pero si todavía no hemos ni empezado a jugar, estupidángelo! - No tengo nada a lo que jugar contigo. Voy a frenar a tu jefe y voy a acabar con vuestras gilipolleces demoníacas, así que te aconsejo que te apartes y dejes que me vaya en la avioneta. - ¡Jamás, jajajajajaja! Y cuando dijo esto, George se lanzó a atacar a Ángelo con el cuchillo en alto. Éste pudo esquivarlo por muy poco, ya que en la trayectoria del arma de filo le rasgó parte de la camisa. - Bueno, todavía eres rápido, aunque me han dicho que antes eras un patético ángel y que eras mejor. Ahora siendo un humano no será tan difícil acabar contigo… –dijo George manteniendo la sonrisa y el cuchillo en alto otra vez. - Sí que te será difícil… Y mientras dijo esto, Ángelo se lanzó contra él, y el deforme y grande cuerpo de George cayó hacia atrás sin poder evitarlo. Desde el suelo, Ángelo intentó quitarle el cuchillo de una de sus garras. Fue inútil. - Pero si luchas como una niñita, Ángelo… Seguro que te follas a Lydia igual, como una niñita. Seguro que es ella la que te folla a ti y gimes y gritas de placer… –decía George. Y entonces Ángelo empezó a golpear con los puños contra su cara deformada. Esto no hacía casi nada a George, que seguía riendo. - ¿Ves como tenías que haber abrazado el camino del Caos, Ángelo? Somos mucho más fuertes que tú y tus amigos angelitos… Y cuando George dijo esto, empujó a Ángelo con sus rodillas y éste salió catapultado hacia atrás

un par de metros. No había mucho que hacer contra ese demonio. El golpe en la espalda contra el suelo fue brutal, y Ángelo se retorció de dolor. Lo que George no sabía es que había una barra metálica junto a las herramientas que servían para mantener la avioneta. Una barra metálica casi del tamaño como la que Ivonne usó una vez contra él, y que se había soltado de la estructura del techo justo antes. Con disimulo, Ángelo la agarró y la mantuvo pegada a su cuerpo. George se había levantado y se acercaba babeando de felicidad, a punto de dejar a Ángelo lo más herido posible, desangrándose y sin posibilidad casi de salvarse. Era su única misión, lo que le había encargado su jefe. Y Arioch siempre recompensaba a sus súbditos. Y lo mejor para George era que la recompensa que se le prometió le gustaba mucho: Arioch capturaría a Lydia y la dejaría atada en un sótano para que George la violara las veces que quisiera y a través de los agujeritos que quisiera. - No sabes las veces que me voy a follar a tu novia, Ángelo. Me la voy a follar el primer día que sea mía muchas más veces de las que me la folle cuando era mi novia. ¡Muchas más! –dijo George, y en ese momento se lanzó contra Ángelo, que seguía en el suelo. El horrible ser no lo vio venir. Ángelo había tenido la barra metálica bien preparada a su lado, y en cuanto George se tiró hacia el suelo contra él para clavarle el cuchillo, en un rápido movimiento, Ángelo puso la barra metálica en vertical, y George se clavó sobre ella con todo el peso de su enorme cuerpo deformado. Las babas y la sangre salpicaron a Ángelo, que retiró la cara con asco. La rabia en los ojos de George era infinita al ver que había sido vencido. El cuchillo cayó de su mano, resonando en el suelo del hangar, y Ángelo se apartó con rapidez justo antes de que todo el peso del cuerpo de su enemigo cayera sobre él. Se arrastró por el suelo mientras escuchaba la deformada masa de George caer con un golpe seco y contundente, completamente inerte. Lo primero que hizo Ángelo fue recoger el cuchillo para apartarlo, en una especie de reacción defensiva. Lo tiró lejos, contra el montón de trastos que se acumulaban en el viejo hangar, y el arma se perdió entre ellos. Sabía que George estaba muerto, pero así eliminaba cualquier otra posibilidad. Su respiración agitada fue calmándose. No había contado con eso, no esperaba que el ex-novio de Lydia le atacase justo antes de él marcharse hacia la persecución de Arioch. Lo segundo que tenía que hacer era una tarea aún más desagradable: tenía que deshacerse del cuerpo de George. Por suerte el aeródromo y aquella zona privada estaban bastante solitarios a esas horas de la mañana y Ángelo trató de realizar la tarea sin llamar demasiado la atención. Lo de esconder el cuerpo no lo hizo por él mismo, pues seguramente nunca volvería a Capitol City con vida. Tampoco lo hizo porque los agentes lo fuesen a descubrir, al fin y al cabo él ya era un criminal según la ley corrupta de la ciudad. Lo de ocultar el cuerpo de George sólo lo hizo para que Lydia no viese algo tan desagradable cuando llegase al aeródromo. Ángelo sabía que aquello no iba a ser una imagen fácil de olvidar, y no porque Lydia quisiera todavía a George, sino porque ver a su ex-novio convertido en un semi-demonio y empalado en una barra de metal no era algo del gusto de nadie. Lydia le había contado que George ya estaba convertido en un ser horrible cuando le atacó en la Torre de los Suicidas, justo en el momento en el que Ángelo la salvó, pero no quería que ella sufriera aún más al verle muerto de forma tan desagradable. Pensando en cómo deshacerse del cuerpo, Ángelo sabía que mucho tiempo no tendría hasta la hora acordada con ella. Podría intentar ir hasta la costa y lanzarlo al mar, pero si Lydia no le hacía mucho caso y no descansaba en casa, podría encontrarse con que acudiera al aeródromo antes de la hora que él le dijo. Mientras le daba vueltas a cómo solucionar el problema, se acordó de que junto al hangar había unas cajas grandes de madera que se usaron en su momento para transportar materiales industriales. Pensó que podría abrir una de ellas y esconder el cuerpo de George allí. Hasta que alguien

lo descubriese pasaría bastante tiempo. Como no tenía muchas otras alternativas y le pareció la mejor opción, se dispuso a hacerlo así. Vigilando con precaución para que nadie lo viese, cosa que era improbable porque aún era muy temprano, Ángelo recorrió el lateral del hangar con el cuerpo de George a cuestas y la barra de metal en la mano. Con la ayuda de ésta hizo palanca en la madera y abrió una de las grandes cajas. Luego metió el cuerpo horrible de George y la barra de metal por uno de los laterales, y cerró con la parte de madera que había abierto. Si querían encontrar al criminal que hizo aquello tardarían pocos minutos en saber que fue Ángelo, pues sus huellas dactilares estaban por todos lados. Pero para ese momento él ya estaría tratando de frenar a Arioch o todavía peor, ya no estaría vivo. Ángelo cargaba con estos pensamientos funestos desde que supo qué era lo que tenía que hacer, desde que supo que su obligación moral era intentar la misión de frenar a aquel demonio. La última misión. Pensar todo esto le dejaba desolado. Hubiese querido que Lydia le acompañase, por supuesto, pero sabía que tendrían poco que hacer contra el inmenso poder demoníaco de Arioch. Al menos ella se salvaría. Sentía mucho hacerle eso pero no podía dejar que ella estuviera en peligro por su decisión de perseguir a ese demonio. Ángelo volvió al hangar y se subió a su avioneta, acomodándose en la cabina principal. Una de las principales ventajas de haber llevado una vida como ladrón de gente rica y poderosa, era que sus posesiones e influencias habían aumentado con el paso de los años. Y una de sus posesiones era la avioneta Cessna 150E del 65 completamente remodelada por él mismo. Aunque como ángel siempre había podido volar o conseguir lo que quisiese, a Ángelo siempre le había gustado el mundo de la aviación y del lujo. Había llegado a tener casi de todo, y sus tejemanejes como ladrón influyente habían sido bastante conocidos por las altas esferas. La época de más influencia y el verdadero sentimiento de rebeldía y libertad que tuvo Ángelo fueron a finales de los años 90, donde ya empezaba a ser el terror de los malos políticos y de los millonarios sin escrúpulos. Pero ya todo aquello se perdió en el tiempo, y ahora no era ni un ángel ni un ladrón bondadoso de alto nivel, ahora sólo era un hombre que haría lo imposible por salvar el mundo. Lo imposible. Si Lydia había cambiado tantísimo, Ángelo no se quedaba atrás. Ambas vidas se habían cruzado y habían dado un vuelco para siempre. Pensó que ojalá todo hubiera seguido así, ojalá no tuviera que enfrentarse a aquella misión suicida. Mientras le daba vueltas a todo esto con gran pena, inició todo el sistema electrónico de la avioneta y el motor se puso en marcha. La hélice comenzó a girar frente a él, dando por comenzado el viaje más peligroso de su vida. Por un momento, por un miserable segundo, tuvo la tentación de quedarse allí, de enfrentarse al fin del mundo junto a Lydia, viniese como viniese. Pero aquello no era futuro para ellos. Serían eternamente castigados por Arioch en un mundo que encima le pertenecería a ese demonio infecto. La gente iba a sufrir, y no podía quedarse allí y esperar a que la tormenta pasara. La ola de caos y sufrimiento que ese demonio iba a crear en el mundo no iba a pasar porque él se quedara quieto sin hacer nada junto a su amada. Y cuando la avioneta tomó la pista para iniciar el vuelo, así se sintió él, dirigiéndose a la tormenta más importante de su vida. Directamente hacia la boca del monstruo. Casi un cuarto de hora de vuelo después, hacía rato que el espectacular amanecer sobre el horizonte del océano le recibió como quien se dirige al cielo. Su último amanecer, probablemente. Dentro de bastantes horas se enfrentaría a Arioch en una lucha que no tendría final feliz. Lo sabía, aquella era la última vez que vería el sol salir por el horizonte. Ángelo pensó que sobrevolar las nubes con su avioneta era una buena forma de pasar sus últimos momentos, aunque hubiese querido que Lydia estuviera allí para ver aquello junto a él. El último amanecer, mientras se dirigía hacia la oscuridad más peligrosa. Y entonces, mientras divagaba sobre la vida, el mundo, el amor y el peligro,

un golpe seco en el lateral de la avioneta le sacó de sus pensamientos. Al girar la vista ahí estaba, la desfigurada y sangrienta cara de George asomándose sonriente por la ventanilla.

CAPÍTULO 6: LÁGRIMAS Y SANGRE Al principio fue un shock, una especie de bloqueo mental que no le permitía reconocer la verdad. Si aceptaba aquella realidad le haría mucho daño, así que su mente no la quiso aceptar de primeras, y cuando Lydia llegó al aeródromo, justo al garaje que Ángelo le había indicado, y vio que él no estaba, simplemente se dedicó a caminar por el sitio con la cabeza perdida en pensamientos inconexos. Había llegado a la hora acordada, había traído las armas, estaba preparada para acompañarle… ¿qué había fallado? Tras dar un par de vueltas por las cercanías del hangar número 77, se detuvo frente a la puerta extrañamente abierta del mismo y ahí se quedó, durante un par de minutos, sin reaccionar. Y fue entonces cuando ya no pudo aguantarlo más y sus ánimos se vinieron abajo. Cayó de rodillas contra el duro suelo gris del aeródromo, justo donde las marcas del paso de una avioneta parecían mostrarse. Una pequeña lágrima se deslizó por su mejilla, demostrándose a sí misma que se había dado cuenta de la terrible verdad: Ángelo se había ido sin ella. Y esa pequeña lágrima dio paso a un llanto inevitable ante la atenta mirada de un sol que se alzaba cada vez más alto, iluminando los edificios del aeródromo, y que le confirmaba una y otra vez que las horas seguirían pasando sin que pudiese hacer nada por evitarlo, y que la vida seguiría a su alrededor sin remedio. La bolsa donde guardaba las armas, en el suelo junto a ella, casi le parecía inocente de lo inútil que resultaba. ¿Salvar el mundo junto a Ángelo? ¿Acompañarle hasta el fin? ¿La última misión que realizarían juntos? Sólo habían sido ilusiones de una niña inocente y enamorada, mezcladas con las ganas de escapar de su vida simple y hacer algo grande de verdad junto a su amado. Estaba claro que él no había querido que ella la acompañara desde un principio. Estaba claro que él tenía sus propios planes, sus propios intereses, su propio objetivo… ¿Por qué se equivocaba siempre? ¿Por qué pensaba que los demás tendrían en cuenta lo que ella quería? No tenía fuerzas ni ganas para estar rabiosa, simplemente estaba decepcionada. Hundida una vez más en la idea de que los caminos que elegía se le negaban. ¿Por qué no podía haberle acompañado? ¿Qué problema había en que él confiara en ella y le dejara ayudarle en su peligrosa misión? Por una parte se empezó a dar cuenta de que lo que Ángelo había hecho era evitar que ella se pusiera en peligro, ¿pero acaso él no confiaba en su ayuda? ¿Acaso el hacer la última misión los dos juntos no estaba por encima de cualquier peligro? ¿No la veía capaz de ayudarle o de serle útil en la misión? ¿No la veía capaz de morir por él? Las preguntas y los porqués se agolpaban en su cabeza y casi sintió que el aire fresco de la mañana comenzaba a despejarle la mente. En un absurdo e imposible intento de demostrar algo, incluso se planteó buscar ella misma una avioneta y tratar de ir hacia la Isla del Dragón. Estaba rodeada de aviones, estaba en un aeródromo, todavía había tiempo si Ángelo no se había marchado hacía tantas horas. Pero ella no sabía ni cómo se hacía eso, ni cómo pilotarla, ni cómo contratar a alguien para que la llevara a una isla que ni existía en los mapas. No sabía nada. No había nada que hacer. Cuando se convenció de esto y cuando comprobó que era absurdo seguir allí tirada sin ninguna solución posible, todo el peligro al que se enfrentaba Ángelo se le vino a la cabeza a gran velocidad. Él mismo lo había dicho, era una misión suicida. ¿Significaba esto que nunca más lo volvería a ver? ¿Significaba que aquella noche en el taxi frente a la puerta de la casa de sus padres fue la última vez que se besaron? ¿Así terminaban las historias de amor verdadero? Si era algo que Lydia creía como soñadora incorregible, era que las historias de amor no podían

terminar así. Limpiándose las lágrimas con una mano, de repente sintió un gran alivio interno. No podía ser que aquello terminara así para ella. No podía ser que por una vez que conocía a alguien especial que merecía la pena, se alejara de ella para siempre en una misión imposible de explicar a nadie. No podía ser que se convirtiera con los años en una vieja que una vez conoció a su amor verdadero, que había sido un ángel que había muerto en una misión suicida intentando salvar el mundo, y que le tuviera que contar esto a los demás mientras ellos pensaban que tenía algún tipo de locura o demencia senil. Aquello no podía acabar así. Y si un pequeño rastro de esperanza le quedaba, y si algo de confianza tenía en su amado, Lydia se agarraría como fuese a la posibilidad de que todo saldría bien. Se levantó del suelo. Ya estaba bien de desconfiar del destino, ya tenía suficiente con tanta pena y tanta inseguridad. Él lo iba a conseguir. Ángelo volvería junto a ella, porque aquello tenía que acabar bien. Porque dentro de su corazón sentía que jamás se habían separado y que él sólo iba a esa misión sabiendo que volverían a estar juntos. Si él lo creía, ¿quién era ella para dudarlo? Con ánimos renovados, recogió la bolsa con sus armas y decidió ir hacia la entrada del aeródromo a pedir un taxi. Aquello había sido lo que Ángelo habría querido, que ella se quedase tranquila sabiendo que él haría todo lo posible por volver sano y salvo. No podía traicionar esa confianza ni sentirse hundida. Él la había dejado allí por los dos. De repente se dio cuenta de que si a él no le hubiese importado que a ella le pasara algo malo, tampoco le hubiese importado llevarla consigo. Aquello era una forma de protegerla, su ángel de amor no quería que hubiese ninguna oportunidad de que le hiciesen daño. Su ángel de amor volvería pronto. Caminaba muy metida en sus pensamientos y luego apenas habló con el conductor cuando se dirigía en taxi de vuelta a su casa. Porque esa vez iría a su pequeño apartamento a refugiarse de la vida. No quería volver a casa de sus padres donde para ella el tiempo se había detenido. Desde el incidente con aquellos demonios, la casa de sus padres le recordaría a algo malo, algo que tenía que borrarse poco a poco cuando Ángelo volviese, pues hasta entonces estando allí en aquel salón no pensaría más que en aquellas dos ocasiones: la del asalto de Arioch y sus secuaces, y la del momento de la espera para ir hacia el aeródromo, cuando todavía creía que iría a la misión junto a Ángelo. Así que hasta que él volviese, aquella casa le traería malos recuerdos, así se dio cuenta y así lo decidió. Prefería refugiarse en su pequeño apartamento, y aunque Tintín se había quedado en la otra casa, ella sí se escondería allí en solitario, a la espera de que su amado volviese para rescatarla de su prisión una vez más. Su apartamento tenía una parte mala y una buena, recuerdos que la hicieron llorar pero también soñar. De repente todos ellos se agolparon nada más entrar por la puerta principal del edificio. Todas las imágenes venían como si fuesen un rio de sensaciones. Se vio a ella misma llorando en la entrada del edificio con su vestido empapado tras haber terminado su relación con George. Luego al subir las escaleras se acordó de la terrible imagen de su ex-novio atacándola y ella defendiéndose como pudo. Recordó cómo tuvo que limpiar la sangre, algo que le generó repulsión en ese momento. Pero había también partes buenas que ocurrieron allí, como cuando vio a Ángelo por primera vez en su puerta y se sintió tan bien por ayudarle. Como aquella noche que pasó junto a él, tan desconocido pero tan agradable a la vez. Y el recuerdo principal, el que le sacó una sonrisa al atravesar el pasillo hacia su dormitorio y detenerse unos momentos junto al cuarto de baño, la primera vez que hicieron el amor. Lo que ella sintió, que no se podía describir con palabras, fue tan intenso que ningún recuerdo estaría por encima de ese. Quería agarrarse a esas sensaciones para mantener la felicidad, la esperanza y la cordura durante todo el tiempo que quedara hasta que él volviese. Y lo haría. Nada ni nadie le quitaría la esperanza de volver a estar junto a él tan feliz como aquella vez.

Mientras dejaba la bolsa con las armas en el dormitorio se sintió sola, quizás también por la ausencia de su pequeño gatito, ya que estaba acostumbrada a verlo ronronear por allí. Quizás tendría que haber ido a por Tintín, pero es que se sentía incapaz de pisar la casa de sus padres una vez más. Sin embargo, ya que no había puesto una gran excusa para ausentarse del hospital durante toda la mañana, pensó que a ellos sí tendría que ir a verlos, al menos hasta que les dieran el alta. No tenía ganas de estar con su hermana Luz, pero ésta se habría empeñado en que su madre los invitara a comer o a merendar el mismo día en el que saliera de estar ingresada, así que se sintió con la obligación de ayudar un poco. Sin otra cosa más que hacer, sintiéndose mal por sus padres y sin poder poner una excusa convincente a su familia, se convenció a sí misma para estar con ellos pero tratando de ser lo más cauta posible con respecto a revelarles secretos sobre Ángelo, sobre los demonios o sobre desvelarles que el mundo tal y como lo conocían probablemente iba a acabarse si su novio no hacía algo por impedirlo. Y aunque sus padres había visto cosas terribles y extrañas cuando fueron asaltados en su casa, Lydia sabía que las mentes de las personas normales intentan no aceptar que a su alrededor pasan cosas raras durante sus vidas, y no se dan cuenta de que no todo tiene que ser lógico y científico. Seguramente para sus padres, Arioch y los demás seres infernales no fueron más que unos feos asaltantes que tenían algo que ver con su actual novio. Y entonces se dio cuenta de que la sensación había sido precisamente esa, los asaltantes conocían a Ángelo y le pedían que descifrara un documento. A ver cómo explicaba aquello, aunque preferiría no tener que explicarlo ese día. Alguna vez, cuando pasara mucho tiempo, les diría todos los secretos de Ángelo y de los extraños seres y poderes que habitan este mundo, pero Lydia estaba segura de que la tomarían como una inocente fantasiosa con muchos pájaros en la cabeza, lo que siempre había sido para sus padres. Sin querer darle más vueltas al asunto, se dirigió al hospital y trató de pasar el día lo mejor posible junto a su familia. Por suerte o por desgracia, Pilar y Ramón estaban contentos de estar fuera de peligro, pero a su vez no tenían muchas ganas de hablar de todo lo que había pasado, así que aquello le vino bien a Lydia. Y todavía sucedió algo mejor, pues su hermana Luz se empeñó, de forma extraña en ella, en que al final su madre no hiciese nada de comer ni de merendar, y en que fuesen todos a comer a un restaurante, que ella los invitaba a todos. Lydia trató de pasar desapercibida en público lo mejor que pudo, poniendo la excusa a su familia de que todavía la reconocían de aquel malentendido que salió en las noticias. Todos lo entendieron y nadie quiso hablar de esos temas de los que sin duda su madre Pilar le preguntaría más adelante, pues Lydia sabía que su madre no era tonta y que tendría mil preguntas que hacerle a su hija. Pilar se estaba dando cuenta que Lydia junto a su actual novio Ángelo se estaban metiendo en asuntos turbios, y quería que su hija le explicase cuanto antes, y así se lo hizo saber en voz baja y gesto serio. Lydia casi se atragantó en la comida, pues no contaba con tener que dar detalles nunca, pero pensaba que sus padres se merecían una explicación por haber sufrido en parte por culpa de todos esos asuntos. Pensó que ojalá Ángelo estuviera allí y la sacara de esas explicaciones familiares con una de sus sonrisas. Lydia sabía que con la presencia de Ángelo al final todo podría explicarse, aunque hubiese temas raros de por medio como ángeles y demonios. Pensaba en él continuamente, pero intentó hablar de temas sencillos con su familia para intentar olvidar. Qué difícil se le harían los días sin saber de él. Y aquella misma noche, estando ya sola en su cama, y sin poder dormir tras pasar un día lo más agradable posible en compañía de su familia, el timbre de la puerta sonó. No eran más de las doce de la noche y Lydia salió de la cama intentando buscar a toda prisa una batita que ponerse. ¿Quién sería a esas horas? Sintió miedo, pero la curiosidad pudo con ella y se dirigió hacia la puerta. Mirando a través de la mirilla con precaución, lo vio: era Ángelo.

*** Muchísimas horas antes de que Lydia se encontrara tratando de dormir en su cama, la situación de Ángelo era desesperada. George se había agarrado a la avioneta como un bicho imposible de despegar y estaba golpeando con su sangriento puño el cristal lateral de la ventanilla. Con una fuerza sobrehumana e infernal, se mantenía aferrado a cientos de metros de altura sin que la intensidad y la velocidad del viento se lo llevasen. Ángelo no salía de su asombro, aunque había visto actuar a seres infernales así, que jamás dejaban escapar a su presa hasta que su superior se lo pidiese. Y en aquella ocasión, él era la presa. De pronto, el cristal comenzó a resquebrajarse peligrosamente y Ángelo, siendo sólo un humano, se vio sin muchas posibilidades de salir ileso de la situación. Ya no tenía la fuerza de un ángel ni su capacidad de volar y como aquella situación siguiera así lo más probable es que se estrellaran o que George acabara con él fácilmente al estar atrapado en la cabina y sin posibilidad de moverse. Y entonces, en un acto de valentía increíble, Ángelo pensó que lo mejor que podía hacer era luchar antes que aquel salvaje consiguiera sus propósitos. Pulsó el interruptor que abría la compuerta de la cabina y se preparó mientras ésta se abría lentamente. Desde el despegue, Ángelo había notado un peso extra en su avioneta, pero lo achacaba al tiempo que hacía que no la pilotaba. Pensaba que se había desacostumbrado a llevar en vuelo un aparato así. Lo que no se hubiese imaginado jamás era que George había sobrevivido a haber sido atravesado con una barra de metal, y que se había subido en el último momento para acabar con él. Una garra de George se lanzó rápidamente sobre su cuello, casi sin poder evitarlo, en cuanto tuvo espacio para meterla a través de la cabina entreabierta. Ángelo gritó, con todo el viento a su alrededor y viendo la demoníaca cara del ser llenándose de satisfacción al haber atrapado a su contrincante. - ¡He dicho que no te escaparás, estupidángelo de mierda! –exclamó George con el viento desfigurando todavía más su horrible rostro. A pesar de que George tenía una supuesta herida mortal en su cuerpo, la fuerza de su garra comenzó a estrangular a Ángelo y éste se quedó casi sin respiración. Soltó los mandos de la avioneta y sujetó con la fuerza que pudo la mano de George que lo atrapaba, intentando liberarse de ella. El bazo vendado de Ángelo le dolía aún más por la fuerza que tuvo ejercer. Mientras tanto la avioneta se mantuvo volando de forma inercial, pero comenzó una ligera caída. Abajo, los bosques de la zona norte de Capitol City se veían como una enorme mancha verde gigantesca que poco a poco se acercaba peligrosamente. Ángelo no tuvo forma de quitarse la garra de George de la garganta, así que pensó en una solución rápida. Había perdido su condición de ángel pero no sus habilidades para la lucha. De repente se quitó el cinturón de seguridad, levantó una de las rodillas, se giró sobre su estrecho asiento, y golpeó con el pie duramente en la cara de George. A pesar del poco espacio que tenía, había conseguido quitárselo de encima y el ser infernal no pudo evitar soltar su garra para poder aferrarse a cualquier parte de la avioneta, pues las patadas de Ángelo le harían caer. Creyendo que George ya se calmaría, Ángelo volvió a tomar los mandos y consiguió enderezar la avioneta un poco, que siguió manteniendo su vuelo a cientos de metros de altura. Pero allí estaba otra vez esa bestia, que se subió frente a la cabina del avión y se acercó a Ángelo endemoniado. De repente, con ambas garras, atrapó a Ángelo por el cuello y lo sacó del asiento con una fuerza sobrenatural, levantándolo sobre el aire. Ángelo se vio a punto de resbalar por el lateral del aparato, que volvió a iniciar su caída en picado. Sin embargo, pudo agarrarse a la parte frontal de la avioneta, junto a George, que era capaz de mantenerse firme sólo haciendo fuerza con las piernas. El demoníaco ser comenzó a golpear a Ángelo para que cayese por el borde del lomo del avión. Alguno de sus puñetazos falló y hasta se clavó en el chasis del aparato, creando peligrosos desperfectos. La avioneta

comenzó a ponerse en vertical debido a la caída en picado, y aunque todavía quedaba mucha distancia, Ángelo veía que no saldría de ésta y se estrellarían los dos irremediablemente contra el arbolado suelo. De pronto, defendiéndose como pudo de los puñetazos de George y agarrándose con una de las manos en el borde de la cabina, Ángelo consiguió impactar con la rodilla en la entrepierna de su enemigo y éste se dolió, teniéndose que llevar una de sus garras a dicho sitio. Y mientras la avioneta seguía en vertical, cayendo sin remedio, Ángelo atacó con una de sus piernas en el único soporte que tenía George, sus pies. Con un golpe preciso, sacando la máxima fuerza que pudo, Ángelo consiguió desequilibrar a su contrincante, que perdió su punto de agarre sobre la avioneta y se deslizó hacia atrás mientras caían en vertical. - ¡No…! –exclamó Ángelo, estirando una de sus manos al intentar ayudarle de forma instintiva Pero ya era inevitable. Si algo no tenía controlado George por culpa de su rabia, eran las aspas de la hélice de la avioneta. Ángelo cerró los ojos con fuerza cuando vio el cuerpo de George acercarse demasiado al morro del aparato y, sin poder hacer nada por evitarlo, escuchó el grito de dolor de George. - ¡¡Agghhh, malditooooooooooooo…!! La hélice del avión no acabó con su vida inmediatamente, pero le golpeó de forma mortífera y el cuerpo de George salió despedido hacia un lateral. Y mientras la avioneta caía en picado a toda velocidad Ángelo vio, agarrado a uno de los bordes, que no tenía tiempo que perder. Se metió a toda prisa en su cabina para intentar enderezar aquello. El suelo estaba a menos de doscientos metros, pero a gran velocidad consiguió agarrar el mando y corrigió el aparato con toda la fuerza que pudo. La panza de la avioneta rozó algunas copas de los árboles, mientras a poca distancia, el cuerpo de George golpeaba contra el borde de la Torre de los Suicidas y terminaba dando contra las rocas del acantilado, donde decenas de criminales se habían suicidado todos estos años. Murió en el acto. Ángelo no pudo evitar sentir cierta pena y repulsión por el fatal desenlace de George, sobre todo porque en un momento fue un humano como otro cualquiera, manipulado maliciosamente por Arioch. Su antiguo corazón de ángel seguía sintiendo compasión con los caminos que la vida hacía tomar a algunos humanos desesperados o incomprendidos, como el propio ex-novio de Lydia. Pero por otra parte, George se había convertido en alguien muy peligroso y a Ángelo le preocupaba la idea de que si hubiera seguido vivo, podría ir a hacer daño a Lydia en su ausencia. Tras asegurarse de que estaba a salvo, y sin saber con seguridad si el cuerpo de George había caído en tierra o en el mar, pues ya había cruzado el borde costero, Ángelo siguió sobrevolando las olas en su búsqueda de la Isla del Dragón. Aunque su avioneta había sufrido algunos desperfectos debidos a la lucha que había tenido lugar sobre ella, contaba con que aguantase lo suficiente para llevarle hasta Arioch a tiempo para poder hacer algo, o para morir en el intento.

CAPÍTULO 7: SANGRE Y LÁGRIMAS - ¡Dios mío, Ángelo…! –dijo Lydia, casi sin palabras, echándose a los brazos de su amor en la entrada del apartamento. - ¿Me echabas de menos? –preguntó él con una sonrisa. - No sabes cuánto… Pensé que te habías ido sin mí –contestó ella mientras permanecía abrazada a él y se le humedecían los ojos. - Jamás me iría sin ti… - Por favor, pasa. Cuéntame qué ha pasado, amor mío… –y ella le agarró de la mano, invitándole a pasar. Glorak entró en la vivienda de Lydia sonriente, con el aspecto y la apariencia de Ángelo perfectamente calcados. El demonio intentaba disimular su curiosidad, evitando mirar las cosas que ella tenía en su casa. Sólo era una patética humana, así que tampoco es que tuviera muchas cosas de interés. Eso sí, Glorak se alegró de que no estuviese ese estúpido gato, pues se sabe que estos animales podían detectar a los demonios con su olfato, y el enfado del animal haría sospechar a la chica. Agarrados de la mano se dirigieron hacia el pequeño saloncito y se sentaron juntos en el sofá a charlar. Mientras la noche se hacía más pesada y la tenue luz del salón los envolvía, Glorak no pudo evitar mirar con deseo los deliciosos pechos que se dejaban ver bajo la delicada batita de Lydia. - Como ves, estaba a punto de dormirme, ¡pero no podía conciliar el sueño porque te habías ido esta mañana sin mí! –dijo ella con un ligero tono de enfado pero inmensamente alegre de que Ángelo estuviera allí y no se hubiese ido sin ella. - Hubo algunos contratiempos y no supe cómo decírtelos. No podía quedarme en el aeródromo – inventó Glorak sobre la marcha. - ¿Qué contratiempos, mi amor? –dijo ella, poniendo su cabeza sobre el hombro de él con un gesto cariñoso. Se le ve todo a esta zorra, pensó él distinguiendo uno de los bonitos y erectos pezones bajo la fina tela rosa de la bata. La entrepierna de Glorak comenzó a mostrar signos de querer acción. Me la voy a follar hasta por el culo, planeó con satisfacción mientras seguían conversando. Pero antes tenía que pensar en excusas convincentes para explicarse. - Pues que esos malditos agentes de Arioch estaban allí esperándonos, así que no pude preparar nuestro viaje… - ¡Pero yo me presenté allí esta mañana, podían haberme hecho daño! ¡Además no estaba la avioneta! –ella puso cara de cariñoso enfado, sabiendo que Ángelo tenía todo controlado. - Sabes que sólo vienen a por mí, cariño. Estuve escondido hasta que a lo largo del día los he despistado y he podido acercarme aquí por fin. Y, ¿mi avioneta no estaba, dices? –Glorak intentó actuar tal y como lo haría Ángelo, pero le costaba. - No estaba, ¿no lo sabías? ¡Entonces creo que te la han robado, cariño! - Malditos hijos de puta… –Glorak puso la cara de enfado que pensó que pondría ese estúpido de Ángelo. Casi se le escapa una risa al imaginar que le darían un óscar por esa actuación. - ¿Y cómo iremos ahora a detener a Arioch? –preguntó Lydia. - No te preocupes por eso. Tengo un amigo en el aeródromo que me debe un favor y me prestará su avioneta. Mañana temprano saldremos de viaje como teníamos planeado –le dijo, poniendo una de sus disfrazadas manos en el muslo de ella. A Lydia le extrañó la tranquilidad con la que Ángelo se tomaba todo aquello. Parecía estar muy

seguro de poder dar caza a Arioch aunque saliesen a la mañana siguiente, y ella juraría que la noche anterior estaba más preocupado por el destino del mundo. - Pero… ¿tendremos tiempo para atraparle? –preguntó ella todavía extrañada. - Si no lo conseguimos intentaremos impedir que se salga con la suya después –contestó Glorak de forma muy genérica, para no equivocarse con algún dato erróneo. - Bueno, lo importante es que no te has ido sin mí. No sabes lo mal que lo he pasado –dijo ella mirándole a los ojos, luego se volvió a frotar con él como una gatita. - Pues aquí estoy, contigo para siempre… - Y… ¿tienes hambre, Ángelo? ¿Has cenado algo? –preguntó ella. - La verdad… Lydia… - Sí, dime… - La verdad es que tengo hambre de ti… –le contestó él. Lydia no se sorprendió del todo, ella también tenía hambre de él, aunque estuviese cansada y preocupada. Se rió con la frase de Ángelo… y se levantó del sofá, poniéndose frente a él. - Pues aquí tienes tu sabrosa cena, toda preparada para ti… –dijo, y se quitó la batita, dejándola caer al suelo. Glorak estuvo a punto de cometer un error al tener frente a su cara el húmedo coñito de ella cubierto solo por unas finas y blancas bragas, y casi babeó salvajemente como el demonio que era. Sin embargo se contuvo con gran dificultad y puso una expresión de placer lo más humana posible, para intentar disimular. Lo cierto es que su pene demoníaco estaba a punto de hacer reventar la bragueta de su pantalón. Era ver las perfectas y redonditas tetas de Lydia frente a él, sus deseables pezoncitos erectos, los labios suaves y entreabiertos que se intuían entre las piernas y esa piel de apariencia tan deliciosa, que le entraron ganas de empujarla contra el suelo o contra la mesa del salón y clavarle la polla hasta el fondo hasta que llorase de dolor. “Encima”, pensó, “la muy puta lleva unas bragas blanquitas y puras, semitransparentes”. Podía casi ver perfectamente sus húmedos labios palpitando y pidiéndole que algo grande y duro los abra al máximo. - No sé ni por dónde empezar... –dijo Glorak. De los nervios casi suelta una exclamación infernal que lo delataría. Tenía que controlarse como fuese si la quería violar luego. - Ven, vamos al dormitorio… –le propuso ella, y le dio la mano para ir juntos. Glorak se levantó, sin poder evitar que ella mirase el enorme bulto de su pantalón, y se dio cuenta de que ella sonrió al verlo. Seguramente, pensó, esa zorra ya está imaginando cómo será esto tan grande con lo que quiere disfrutar. Caminaron por el pasillo hacía el dormitorio, que se encontraba en el fondo. Mientras ella iba delante, Glorak babeaba mirando su increíble y maravilloso culo. No podía evitar que su polla demoníaca se pusiera todavía más dura al imaginarse penetrándolo, sintiendo cómo se abría paso con fuerza a través de esa carne anal sin lubricar. Tenía que aguantar un poco, sólo un poco más. Sólo tenía que disimular que era Ángelo durante unos minutos más, hasta que se pusiese sobre ella en la cama y se la clavase hasta el fondo. - Pocas veces te he visto tan tímido… –le dijo ella sentándose sobre la cama y echándose hacia atrás para quitarse las bragas. - No me gusta abusar… –mintió él. Y con una mirada seductora Lydia se quitó las bragas, mostrando todo su tesoro perfecto. A Glorak casi se le salen los ojos al ver aquel coñito rezumando humedad y calor. Ella lo tenía perfectamente depilado y preparado para un momento así, dejando solo unos pelitos sobre él y haciendo que los labios se abriesen deliciosamente como si fuera la carne de una diosa dispuesta a ser disfrutada en el

paraíso. - Pues yo quiero que abuses de mí –dijo ella con picardía, y se abrió de piernas mientras seguía tumbada. A pesar de la ligera oscuridad del dormitorio Glorak pudo ver aquellos labios entreabiertos, un auténtico tesoro celestial que estaba dispuesto a violar una y otra vez. Y luego la obligaría a darse la vuelta y se la clavaría por el agujero del culo, aunque llorase y gritase sin parar. Hasta estaba planeando maldades aún más desquiciadas, como metérsela por la boca hasta ahogarla de verdad con su semen infernal, pues seguro que iba a eyacular más que nunca. Se colocó sobre ella nervioso, y metió la mano entre los dos para desabrocharse los pantalones y dejar su polla libre por fin para penetrarla. - ¡Espera…! –dijo ella justo en ese momento. - ¿¡Qué!? ¿Qué pasa, a… amor mío? –contestó él casi tembloroso de la ansiedad. - Me voy a poner un colgante que me compré hace unos días. Me excita mucho que me follen con las joyas puestas para que reboten sobre mis tetas, ya lo sabes. Si Glorak quería mantener su plan de violarla, tenía que aceptar eso. Aunque estuvo a punto de golpearla y quitarse la transformación para violarla y que se callase de una vez. Se empezaba a cansar de tanta tontería. - Venga, date prisa… ca… cariño… Y Lydia cerró las piernas, se incorporó un poco, y empezó a buscar en el cajón de su mesita de noche. Tardó unos segundos que a Glorak se le hicieron eternos, y por fin sacó el colgante rojo de Joyas Nemhiria que Ángelo le regaló aquella vez que le escribió pidiéndole ayuda. Se lo colocó al cuello cuidadosamente y luego volvió a tumbarse. - ¿Te gusta, Ángelo? –preguntó. - Erm… sí, es muy bonito… –dijo él, un poco extrañado y con la polla a punto de reventar. Quería follársela ya. - Pues no sé a qué estás esperando para hacérmelo salvajemente… –dijo ella con una sonrisa pícara. Glorak comenzó a temblar de la emoción. Ella se lo estaba pidiendo, ella lo estaba deseando. Pensó que la humana quería sentir toda su carne demoníaca clavándose en su coñito húmedo. Metió otra vez una de sus manos entre los dos y se agarró el enorme miembro rojo y demoníaco, apuntando hacia el mojadito agujero que tenía Lydia entre las piernas. Sólo tenía que forzarla y metérsela para que ella gritase de dolor. Sólo tenía que empezar a empujar con la punta para que ella le pidiera que parase, pues aquello tan enorme y de piel tan ácida le iba a doler, pero mucho que le iba a doler. Pero él no iba a parar, no iba a frenarse aunque le estuviese atravesando la carne hiriéndola por dentro. Quería hacerla llorar, quería hacerla sangrar. Luego, cuando la tuviera dentro y aunque ella estuviera sangrando, Glorak simplemente volvería a convertirse a su forma original para que ella gritase de horror al ver su cara demoníaca babeando sobre sus tetas. Justo cuando Glorak se la iba a meter, todavía manteniendo la forma de Ángelo, justo cuando ya no había marcha atrás y Lydia estaba sometida a sus caprichos sexuales y sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo, algo ocurrió. En su infernal ansiedad sexual, el maléfico ser, ciego de maligna lujuria, no vio que Lydia había hecho un movimiento diferente y metía su mano bajo la almohada. Cerrando los ojos de placer, sintiendo cómo la punta de su rojo y babeante pene rozaba la carne deliciosa de esa humana por fin, Glorak no pudo ver lo que ella sostenía con su mano izquierda Era algo que ella había escondido, algo que él no esperaba. No lo pudo ver, pero si lo pudo sentir. El ser, falseando con su aspecto a quien Lydia amaba, haciéndose pasar por quien ella más quería como un

impostor que no merecía piedad, sintió la fría dureza del cañón de una pistola sobre su sien. A Lydia no le importó que tuviera el aspecto y la cara de Ángelo. Era una buena imitación, pero sólo físicamente. Una imitación con la que acabaría ahora mismo. Y apretó con fuerza y con rabia el gatillo de la pistola. Y disparó. Una de las balas sagradas que contenía el arma no tuvo ni que recorrer un gran espacio, pues salió del cañón de la pistola con un tremendo estallido y atravesó la cabeza del falso Ángelo cuando más cara de placer estaba poniendo. Fue tal la fuerza de disparo de la pistola que la bala sagrada atravesó su cabeza y terminó hundiéndose en la pared derecha del dormitorio. El grito de Glorak, que ya estaba transmutándose de nuevo en algo grotesco y horrible, se oyó en todo el apartamento. La asquerosa sangre del demonio salió chorreante de su sien, y Lydia tuvo que taparse los ojos para que no manchara su rostro. Aullando de dolor, Glorak no duraría mucho. No estaba muerto, pero irónicamente, sólo un milagro de Dios lo salvaría. Pero no había milagros para seres infernales, no existían oportunidades para demonios violadores. Aún tuvo tiempo de insultar, de llamarla “puta” con horribles gritos sobrehumanos, de intentar buscar algo por la habitación con lo que atacarla, cualquier cosa. Sin embargo, como cobarde que era en el fondo, y ante la posibilidad de que ella le metiera unas cuantas balas más en el cuerpo, Glorak correteó por la habitación como una cucaracha acorralada, incluso subió una de las paredes y luego cayó, buscando una rápida salida. Rompiendo los cristales con gran estruendo, huyó a través de la ventana del dormitorio exclamando blasfemias en la noche. La mano temblorosa de Lydia que sostenía la pistola cayó sin fuerzas sobre la cama, mientras ella intentaba respirar ansiosamente. Trataba de contener un ataque de nervios. Había estado aguantando, disimulando, falseando el momento, actuando mejor que él. Desde que lo vio, ella sabía que ese ser no era Ángelo. Desde que vio sus gestos, sus expresiones, su comportamiento… Su amado no era así, su Ángelo no era ese. Y entonces se dio cuenta de todo, imaginando lo que de verdad ocurría. Sabía que él estaba en un peligroso viaje y que la había dejado allí para que ella no perdiera la vida acompañándole. Sabía que él, astutamente, había conseguido que ella se quedara con las armas por si ocurría algo así. Sabía que él había confiado ciegamente en que ella sabría valerse por sí misma. Una confianza que ningún hombre le había ofrecido jamás. Y ella había sido más lista que el demonio. Y su joya de Nemhiria, que ahora acariciaba mientras su respiración no conseguía calmarse, había sido la prueba definitiva. El verdadero Ángelo se acordaría perfectamente de la joya que él le había regalado, así que ese no era él. Y acertó. Por suerte, acertó. En una de las decisiones más difíciles de su vida, disparó a bocajarro contra la cabeza de alguien que se parecía a su amado en todo, excepto en el interior. Y en una de las actuaciones más difíciles de su vida era ella la que había engañado al demonio para llevarlo hasta la cama, no al revés. El infernal ser había sido superado por alguien más astuto y poderoso que él, una mujer enamorada con todo su corazón. *** Muerte. Era lo que se producía a su alrededor. Muerte y lágrimas. Los encargados de defender los siete lugares sagrados del mundo no eran ángeles precisamente, sino humanos dedicados en su totalidad a proteger la voluntad de Dios por encima de todo. Sin embargo, los sacerdotes defensores de la Isla del Dragón no tuvieron nada que hacer. Arioch caminó tranquilo sobre las baldosas de antigua piedra que llevaban al santuario donde se escondía la Lanza de Longinos. Llevaba la actitud de un conquistador que arrasaba todo a su paso. Los primeros hombres con los que se encontró fueron heridos gravemente con su poder superior, lanzados por los aires cada vez que alguno de ellos se acercaba con rabia para interponerse en su camino. El resto, más adelante, lloraron de impotencia. Arioch pasó entre ellos, siempre caminando con una sonrisa de

extrema satisfacción. Mientras tanto los defensores del santuario giraban sus rostros aterrorizados al ver lo que estaba ocurriendo, un desastre sin precedentes en la guerra entre el Bien y el Mal. La mayoría de los defensores caían de rodillas descorazonados, y otros, los más viejos que habían sacrificado toda su vida a venerar y defender aquel sitio, apenas tenían fuerzas más allá que para llorar. La oscuridad se abatía sobre ellos, pues con el firme paso de Arioch, una nube de sombras lo iba envolviendo todo, cubriendo los cielos de la isla e infectando cada centímetro de tierra sagrada. La luz que minutos antes había iluminado la verdosa naturaleza de aquel lugar santificado se estaba apagando, a pesar de que la mañana seguía su curso. Aquella mañana Arioch no había tardado mucho en llegar a la Isla del Dragón tras conseguir obtener su ubicación gracias a Ángelo. Como demonio mayor que era, no había necesitado transporte, sino sobrevolar las aguas del océano sin llamar la atención de ninguna embarcación humana. Aún así, pensó que si alguien lo veía volar no le importaba demostrar que era un ser sobrenatural. Dentro de muy poco tiempo conquistaría el mundo entero y podría hacer con las mentes de toda la humanidad lo que quisiera, hasta borrarles lo que habían visto. Entrar en la isla sabiendo su ubicación no había sido difícil para él, pues el poder de ocultación del territorio sagrado estaba basado en la sencilla ley del “no conocimiento”. Esta ley divina indicaba que si alguien no sabía de su existencia, la isla no existía, y si alguien sí sabía de su existencia, la isla aparecía ante sus ojos. Era la forma menos injusta de que cualquier ser vivo, humano o ente de cualquier tipo, pudiese tener derecho a pisarla. Y así lo había ordenado Dios. El problema era que un demonio con conocimiento de su ubicación también tendría derecho a visitarla. Y lo mismo ocurría con los otros seis lugares de poder que había repartidos por todo el mundo. A Arioch esta ley divina le resultaba una estupidez, pues ahí estaba él, pisando la Isla del Dragón gracias a que había descubierto su existencia. La otra cosa que le hacía reír a Arioch era la norma de “la defensa sin violencia” que seguían todos los sacerdotes que habitaban la isla. La ley era que había que defender los tesoros sagrados sin cometer ningún acto agresivo o de violencia. A Arioch esto le hacía muchísima gracia, y pensó en tono de burla que si Dios pretendía proteger sus tesoros haciendo discursitos en plan benigno, o tratando que la gente se convierta en amigo de los demás, estaba apañado. Aún así, la mayoría de los sacerdotes no cumplía del todo lo de la “defensa sin violencia” y esto hacía reír a Arioch, que veía como incumplían sus propias normas. A medida que caminaba por la isla había visto como esos esforzados sacerdotes se saltaban las reglas y trataban de atacarle intentando frenarle en su camino hacia el santuario donde se encontraba la Lanza escondida. Y sí, habían usado la violencia, aunque sin éxito. Los puñetazos, las patadas y el uso de la cruz como símbolo para echarle de allí no habían surtido efecto, y más de un sacerdote había sido herido de gravedad. Arioch había seguido caminando, como un rey sobre terreno conquistado. Nadie lo frenaba. Entre lamentos, lloros e intentos de detenerle de los seguidores de Dios, el terrible demonio había llegado al santuario sin inmutarse. El templo sagrado era una estructura impresionante que incluso le dejó impresionado. Aquel lugar en la Isla del Dragón no tenía nada que envidiar a las mejores maravillas arquitectónicas del resto del mundo. Aunque tenía la estructura de una enorme basílica cristiana, el estilo era una mezcla de ciertos toques góticos y de arquitectura de fantasía. Columnas en espiral se fundían con capiteles más clásicos y algunas zonas del techado tenían reminiscencias a formas del Lejano Oriente. En su conjunto, el templo de la Isla del Dragón generaba una sensación de uniformidad difícil de igualar con elementos tan diferentes. Y el sentimiento de paz y tranquilidad cuando se atravesaban sus puertas era bastante intenso, excepto cuando el que atravesaba sus puertas era un archidemonio como Arioch.

No tuvo que investigar demasiado en el interior del santuario, pues la Lanza se encontraba al final de una enorme sala de mármol blanco que casi cegaba la vista a quien entraba por primera vez sin esperárselo. Al fondo la vio, la Lanza de Longinos estaba colocada sobre un altar blanco aun más brillante y puro que todo el templo que lo contenía, y estaba envuelta en una especie de burbuja azul de energía sagrada. Nada más entrar y verla a lo lejos, Arioch sintió su enorme poder. Sonrió para sí mismo mientras se acercaba para robarla. Nadie había podido detenerle y el templo parecía vacío. Nadie le impediría agarrar la Lanza y tener el control inmediato sobre la mente de quien quisiera. Se acercó con nerviosismo y entonces pudo verla con más claridad. Era una simple punta de lanza, con un trozo de madera sobresaliendo todavía de ella en lo que antiguamente había sido el palo por el que se sostenía, roto y perdido tras tantos siglos. El trozo de madera que quedaba permitía sujetarla con facilidad y Arioch alargó su enorme mano para hacerse con ella. Cuando intentó atravesar la burbuja azul de poder comenzó a sentir un dolor intenso: la mano se le quemaba por culpa del conjuro sagrado que defendía la Lanza. Sin embargo, no le importó, conseguir aquello valía la pena aunque se quedase sin dedos. Gritando blasfemias debido al dolor, atravesó la protección de la Lanza y la agarró. Una gigantesca descarga poderosa le recorrió el brazo entero, haciendo que gritase del daño que atravesaba todo su enorme cuerpo. Pero no se rindió. Sostuvo la Lanza sin hacer caso al dolor ni a las quemaduras, y entre gritos clavó una de sus rodillas en el suelo, haciendo un enorme esfuerzo para sacarla de la burbuja protectora. Casi se desmaya. Las últimas descargas de poder sagrado recorrieron todo su cuerpo y tuvo que dejarse caer en el blanco suelo, pues ya no podía más. El enorme cuerpo de Arioch permaneció tumbado como una gigantesca mancha oscura en un campo de nieve. Los sudores y los temblores no pararon durante un buen rato. Pero a su lado, tras en enorme sacrificio, sostenía con su mano quemada la Lanza de Longinos, el tesoro que anhelaba desde hacía tanto tiempo. El daño de la quemadura le recorría desde el hombro hasta la punta más lejana de sus dedos, y Arioch pensó que aunque ese brazo fuese irrecuperable, había valido la pena. Cuando giró la cabeza, al menos veinte sacerdotes miraban petrificados desde la entrada del templo. No se podían creer lo que ese tranquilo día les estaba deparando. Un archidemonio se había hecho con uno de los tesoros sagrados de Dios. La estupefacción dio paso a la rabia, y los más valientes, en su mayoría los más jóvenes, se lanzaron contra Arioch mientras éste permanecía tumbado en el suelo. Tenían que quitarle la Lanza como fuese. Corrieron hacia él y se tiraron encima para arrancarle el objeto de su mano. Casi quince sacerdotes tenía ya sobre él cuando comenzó a reírse. Su enorme barriga daba botes con las contracciones de la risa y muchos de los delgados servidores de Dios se vieron moviéndose y botando ridículamente, pues la diferencia de fuerzas era muy grande. Ver a los patéticos sacerdotes intentando quitarle la Lanza y rebotando sobre su barriga hizo reír todavía más a Arioch. La absurda lucha se prolongó durante más de un minuto hasta que el archidemonio se cansó. Levantando la Lanza e invocando su poder por primera vez, se concentró y decidió que empezaría a usarla desde aquel momento. Pensó que aquellos sacerdotes serían las primeras víctimas de su control y así se lo dijo a sí mismo. - Yo invoco el poder de la Lanza. Deseo que todas estas débiles personas que me rodean me vean como a un héroe salvador. La Lanza brilló por un momento. Tras pocos segundos de incertidumbre en el que el propio Arioch dudó de si iba a funcionar, vio que los rostros de los sacerdotes que había luchando sobre su barriga cambiaban drásticamente y de forma repentina. Pasaron de la rabia por haberles quitado la Lanza, a

sentirse desconcertados por estar luchando contra un verdadero héroe salvador. Se preguntaron, mirándose entre ellos, qué estaban haciendo ahí intentando luchar contra alguien tan maravilloso como Arioch, y de repente comenzaron a quitarse de encima de él. Los cerca de veinte sacerdotes que habían luchado contra él momentos antes se quedaron de pie, casi como si viesen a un ídolo, un héroe que los había salvado a todos, y seguían mirándose unos a otros con ojos de confusión por haber estado sobre él intentando quitarle la Lanza. Algo pasaba por sus mentes, una idea muy simple creada con el poder de la Lanza: allí estaba su héroe salvador, ¿por qué estaban intentando pegarle? Y se pusieron todos en línea y se arrodillaron frente a Arioch, haciéndole reverencias y pidiendo perdón. Le miraban como quien mira a un ser muy superior y bueno. Uno de ellos habló: - Señor Arioch, sabemos que usted es nuestro salvador, ruego que nos disculpe a todos por haberle intentado agredir. No sabemos qué nos ha pasado y merecemos un castigo. - Así es. Quiero que os tiréis al mar y os ahoguéis todos –dijo Arioch incorporándose y con la Lanza brillando en sus manos, que volvía a ejercer su poder. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro. El propio archidemonio pensó que no podía ser, la Lanza no iba a tener tantísimo poder como se decía. Pero así fue, mientras sus risas resonaban estruendosas en el interior del templo, Arioch pudo ver que los sacerdotes se levantaban y se dirigían a la salida para buscar el mar y lanzarse al agua. El poder de la Lanza haría que se quitaran la vida ellos mismos, ahogándose en el océano que rodeaba la isla. Todavía con una sonrisa maligna en su grotesco rostro, Arioch se levantó del suelo con dificultad y salió del templo. Se sentía más poderoso que nunca y sabía que ese era el momento de su conquista, de hacerse con el control del mundo entero. Mientras las nubes se acumulaban en el cielo y mientras los sacerdotes que quedaban vivos en las afueras del santuario le miraban con estupefacción, caminó unos pasos y se dispuso a salir volando hacia Capitol City. Ahora era imparable, nada iba a evitar que destruyese aquel mundo humano de una vez por todas y que los que quedaran tras la masacre fueran sus esclavos hasta la eternidad. Mientras salía volando con la Lanza en sus manos, miró hacia atrás, hacia el borde de la isla donde las olas rompían contra las rocas que la rodeaban. Allí estaba la prueba de que aquel tesoro poderoso funcionaba: muchos cuerpos en el mar, ahogados patéticamente. Entretanto, sin Arioch saberlo, alguien que no esperaba se acercaba por los cielos para intentar frenarle. En unos minutos descubriría que no todos los humanos se iban a dejar vencer así como así.

CAPÍTULO 8: EL FIN DE LOS TIEMPOS Mientras Ángelo sobrevolaba el océano en la avioneta, sufría cada vez más punzadas de dolor en su brazo herido. Estaba acostumbrado a ser un ángel y a no tener que preocuparse por las heridas, pero reconocía que le habría venido bien quedarse ingresado más tiempo en el hospital. Cuando le daba vueltas a todo esto, de repente algo extraño apareció en el horizonte. A través de la cabina de la avioneta pudo ver un punto negro a su misma altura en el cielo, que en principio creyó que era otra avioneta pues no podía ser un pájaro ni alguna otra cosa. Parecía una figura de tamaño humano acercándose en la lejanía. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando sólo tuvo que imaginarse qué podía ser. No creía que fuera el momento todavía, pensaba que se encontraría con su enemigo en la Isla del Dragón. Pero sí, sus peores temores se confirmaron: se trataba de Arioch. El escalofrío de su espalda se convirtió en un sudor casi gélido. ¿Ese demonio ya tenía la Lanza en su poder? ¿Ya había encontrado la isla? ¿Qué había ocurrido con los defensores de la Lanza? Pero entre estas preguntas, había otras de carácter mucho más inquietante. ¿Arioch iba directamente hacia él? ¿Sospechaba que Ángelo iría a detenerle? ¿Qué posibilidades tenía de enfrentarse a un archidemonio siendo él sólo un humano? Mientras se preguntaba todo esto, Ángelo agarró con más fuerza los mandos de su avioneta. El momento parecía haber llegado. El destino de la humanidad estaba en juego y sólo él podría intentar detener a ese monstruo. No había oportunidad de echarse atrás ni de pensárselo. Querría haberse enfrentado a Arioch en tierra firme, no en los cielos, pero estaba claro que ese desalmado había olido de alguna forma que iría a detenerle. Fue entonces cuando lo distinguió por fin en la distancia. El rostro de plena satisfacción del monstruo demostraba que había conseguido lo que quería, y el objeto que llevaba en sus manos lo confirmó: Arioch había conseguido la Lanza de Longinos y ahora podía controlar a quien quisiera. Ángelo se colocó en sus espaldas y a toda prisa una mochila con un paracaídas que guardaba en el compartimento lateral de su cabina. Por lo que pudiese pasar. Cuando terminó de colocarse el paracaídas hizo algo instintivo antes de enfrentarse a su enemigo: sabía que Arioch podría usar los poderes de la Lanza para controlarle mentalmente, así que lo primero que hizo él fue controlar sus propios pensamientos. Cerró los ojos, sabiendo perfectamente que le quedaban pocos segundos cruzarse con ese monstruo. Varias imágenes pasaron por su mente, como intentando reforzar lo que él era, lo que su alma contenía. Y en su alma había sobre todo amor. Sentimientos por haber sido un ángel, amor por el resto de seres de la Tierra, y un enorme cariño por todo lo que había vivido y por todos los años que había pasado como ángel y lo poco que había vivido como humano. Sintió como si aquel fuera su final. Parecía estar despidiéndose de todo. La sonrisa de Arioch era evidente en la distancia, pero Ángelo también sonrió, a pesar de que el miedo y la desesperanza le recorrían todo el cuerpo. Había sido una buena vida, había conocido todo tipo de lugares y gente maravillosa en su estancia en este planeta, y sentía que había hecho todo lo posible porque las cosas salieran bien. Pero supo que a veces el destino dirige los acontecimientos a su manera y poco se puede hacer, seas ángel o humano. Todo esto pensó mientras el terrorífico Arioch estaba cada vez más cerca. 100 metros, 80 metros… 50 metros… Ángelo intentaría frenarle con la propia avioneta a toda velocidad, y si era necesario, atacarle con sus puños en una lucha mortífera sobre los cielos de la que estaba seguro que no saldría con vida. Una última imagen le vino a su cabeza, justo cuando ese demonio estaba claro que no iba a frenar: la imagen de Lydia, su amor verdadero, su alma gemela en la Tierra… Esperaba que la vida de su chica no fuese terrible cuando él no estuviese. Esperaba que Arioch no fuera muy sádico con ella. Y

esperaba sobre todo que ella no le olvidase y que entendiese que él hizo todo lo posible por salvar a los demás y salvarla a ella. Fue pensando en su vida y en su amor cuando el cercano golpe brutal contra Arioch hizo que Ángelo pulsara el botón de eyección de su asiento unos microsegundos antes del choque. El impulso hacia arriba fue salvaje. Su asiento saltó como movido por un resorte a la vez que la maltrecha cobertura de la cabina salía despedida hacia los cielos, y Ángelo se vio a sí mismo a muchísima más altura. De repente se dio cuenta de que había escapado justo a tiempo, y el choque de Arioch contra su avioneta produjo una enorme explosión que partió en pedazos el aparato. El sonido del estallido se debió escuchar a kilómetros de distancia. Durante la caída hacia el océano sintió un frenado en seco debido a la apertura del paracaídas. Y mientras Ángelo sobrevolaba las alturas pudo permitirse echar un vistazo bajo sus pies. Tembloroso por el miedo y por la atrevida acción que había protagonizado, intentó descubrir qué había pasado con su enemigo. Una nube de humo oscuro se podía ver donde segundos antes había estado la avioneta, y Ángelo trataba de distinguir la figura de Arioch entre la humareda. Sabía que un golpe así no acabaría con un demonio mayor, pero esperaba que al menos hubiese sufrido alguna herida, a ser posible de carácter grave. De repente, el humo de la explosión se fue aclarando, e incluso él mismo descendió con el paracaídas atravesándolo: ni rastro de su contrincante. El océano seguía a varios cientos de metros bajo sus pies y Ángelo pensó que quizás Arioch había caído al agua. No quería tener que luchar con ése monstruo en cuanto descendiese sobre el mar, se sentía como cayendo sobre la boca abierta de un gigantesco lobo. Y entonces apareció el demonio, pero sobre él. Ángelo se sobresaltó de terror al ver que Arioch flotaba al lado del cordaje de su paracaídas y por encima de él, sonriente, con la Lanza en la mano. - ¿Qué pretendías Ángelo, detenerme? –le preguntó desde arriba, y comenzó a reír–. Además de ser un simple humano eres más patético de lo que jamás pensé que serías. Ángelo cerró los ojos desolado, no tenía ninguna posibilidad. Arioch no estaba ni ligeramente herido, aunque le pareció ver que tenía una extraña quemadura en uno de sus brazos. Pero esto no parecía importarle. - ¡Vamos a hacer esto mucho más divertido! ¡Podría controlarte mentalmente, pero prefiero rajar tu paracaídas! La caída sobre el agua iba a ser brutal. A esa altura, Ángelo moriría, pues el golpe sobre la superficie del mar era capaz de acabar con la vida de cualquier humano que cayese desde esa distancia. - Como siempre, un cobarde asqueroso… –contestó Ángelo mirando hacia arriba. - ¿Qué estás murmurando, patético humano? ¡Ya me he cansado! –y con estas últimas palabras, Arioch tomó impulso levitando en el aire y rajó el paracaídas de un extremo a otro con la punta de la Lanza. La fuerza de la tela que mantenía el lento descenso se perdió, el aire comenzó a pasar a través del enorme agujero y Ángelo cayó en picado desde una altura mortal. Las aguas se acercaban a toda velocidad y por mucho que tratase de ponerse firme para entrar de punta clavándose en la superficie del mar, el golpe desde cientos de metros de altura rompería los huesos y los órganos internos de cualquier humano. Pasarían pocos segundos hasta que la muerte de Ángelo fuese inevitable. Cayó muchos metros y cada vez alcanzaba mayor velocidad. Sin duda Iba a morir y cerró los ojos recordando el precioso rostro de Lydia, para que fuese la última imagen que quedara en su mente y en su corazón. Y de pronto, cuando su destino ya era inevitable y la superficie del océano estaba muy cerca, algo le detuvo de forma salvaje en plena caída, agarrándole de su brazo herido de forma que casi se desencaja la articulación del hombro. Ángelo gritó por un dolor físico que jamás en su vida

había sentido. Apenas habían quedado unos metros para estrellarse contra el mar, pero Arioch le había atrapado justo antes de que su cuerpo chocase contra las aguas mortalmente. Mientras Ángelo permaneció suspendido en el aire sostenido por el gigantesco brazo de su enemigo, Arioch todavía tuvo tiempo para vanagloriarse de su victoria. - ¡¿Qué se siente, Ángelo?! ¡Dime qué se siente al ser vencido por alguien mucho más fuerte y poderoso que tú! Ángelo estaba al borde del desmayo. No tuvo fuerzas ni para contestar. Arioch volvió a gritarle. - ¡Vamos Ángelo, si dices que soy tu amo y señor y que te arrodillarás ante mí para siempre, soy capaz de salvar tu asquerosa y patética vida! Ángelo seguía con los ojos entrecerrados, con el dolor del brazo recorriéndole hasta el último centímetro de su cuerpo y con la mente casi desvanecida… - Eres mi… Arioch abrió aún más sus ojos enrojecidos de maldad y satisfacción. Ángelo lo iba a decir, iba a considerarle su amo y señor con tal de salvar su patética existencia. Al final también era un cobarde. Lo fue siendo ángel y lo era siendo humano. Un miserable cobarde. - ¡Vamos, dilo! –le gritó con ansiedad. - Eres mi… erdoso… El más mierdoso… Arioch se enfureció como nunca lo había hecho. Había algo que un demonio como él jamás entendería, y era que alguien como Ángelo jamás se postraría ante un ser infernal. Había ciertas personas, no muchas, que eran capaces de mantener su valentía, su integridad y su forma de ser, fuese la circunstancia que fuese, aun estando al borde de la muerte. Y entonces ocurrió. Arioch no pudo aguantar esa última burla y, enrabietado al máximo, lanzó hacia abajo una estocada sobre Ángelo con la Lanza. El filo entero se clavó en el costado del indefenso humano, que no pudo creer que ahí acabara todo, pero así era. El último gesto de Ángelo era de sorpresa y de dolor. Arioch lo había hecho. La Lanza se había clavado en su totalidad y ahora el demonio la sacaba con toda su rabia. La sangre salió de la herida abierta como un torrente brutal, y Arioch soltó el brazo de Ángelo, dejando caer su cuerpo en el mar. Con una sonrisa de satisfacción, el archidemonio vio el cuerpo sin vida de Ángelo desaparecer entre las aguas. Hasta que ya no quedó nada. Hasta que lo único que se mecía entre las olas fue un rastro sanguinolento. Era la sangre de un humano que no había sabido postrarse ante él y mantener la boca cerrada. Se lo merecía. Tras esto, más contento que nunca, Arioch miró la Lanza con un gesto de suficiencia e inició de nuevo su vuelo hacia Capitol City. En la ciudad, a kilómetros de distancia, a una chica le dio un vuelco el corazón y comenzó a sentirse mal de una forma extraña. Entre mareos y malas sensaciones, Lydia se tuvo que sentar en cualquier sitio porque un mal presentimiento le recorrió el cuerpo de arriba a abajo. Algo malo había pasado aquella mañana tras una noche donde ella misma había tenido que librarse de un demonio, lo sabía. En la soledad de su apartamento comenzó a llorar sin saber exactamente por qué, aunque lo imaginaba. Lo sentía como cuando entre dos almas conectadas, una de ellas sabe que algo grave le ha ocurrido a la otra. O como cuando una de ellas desaparece en la nada para siempre. Eso se sabe, y se siente en el corazón. Mientras tanto, sobrevolando un mundo ajeno a los terribles sucesos que estaban por venir, Arioch por fin divisó la costa continental en el horizonte. Sonrió para sí mismo mientras recorría por los aires los primeros campos que rodeaban la gran ciudad de Capitol City. Era hora de conquistar el mundo. *** Como en una profecía apocalíptica, el cielo se fue oscureciendo a medida que discurrían los

minutos desde que Arioch alcanzó la costa. Se sentía en el aire y en el ambiente, algo había ocurrido que había alterado el equilibrio del mundo. Desde el más pequeño insecto al mamífero más grande, todos y cada uno de los animales que poblaban el planeta sintieron una presencia poderosa más allá de su comprensión que les indicaba que todo iba a cambiar a partir de ese momento, pero a peor. Las aves emitieron graznidos extraños, los perros ladraron a presencias invisibles y sus dueños miraron a los cielos o al techo de sus casas, como si algo pesado les generase presión desde arriba. Los gatos, incluido Tintín, arquearon sus lomos, con los pelos erizados como si hubiesen visto un fantasma. En las selvas de todo el mundo el jaleo era estruendoso, fuese noche o día en aquel momento, y en los desiertos, hasta los escorpiones salieron de sus guaridas bajo piedras y arena, alterando sus costumbres diarias. Los peces se movieron nerviosamente en las aguas de todos los mares, océanos y ríos, siguiendo corrientes que nunca habían seguido y deshaciendo formaciones instintivas para ir cada uno por su cuenta y riesgo. Se dice que cuando algo terrible está a punto de suceder, los animales son los primeros que lo sienten. Cuando el suceso se va a producir a nivel mundial, la alteración es extrema. En todos los rincones del planeta se sintió la presencia de un objeto de poder en las manos equivocadas, unas manos malignas. Como un punto de inflexión en la historia de la humanidad y de todo el planeta en sí, el hecho de que alguien tuviera la capacidad de dominarlo todo no era algo que pasase desapercibido para ningún ser vivo. En los humanos, la sensación fue de depresión y desasosiego. Los cielos oscurecidos contribuyeron a que cualquier actividad alegre que se estuviera produciendo ese día se interrumpiera. Desde padres que habían llevado a sus hijos al parque y que querían marcharse pronto a casa, hasta alumnos realizando exámenes y contestando mal todo tipo de preguntas aunque se supiesen perfectamente las respuestas. Desde trabajadores que necesitaban volverse a casa porque se encontraban mal, a hombres y mujeres sin ganas de cocinar ni de limpiar sus hogares, y mucho menos de estar juntos como parejas. La cantidad de suicidios a nivel mundial se triplicó en pocos minutos, por una sensación de desesperación mucho más acusada en quien ya lo estaba pasando mal en la vida. Y las ideas y proyectos de futuro de gente que quería cambiar su vida se desecharon o se olvidaron. El mundo se sintió extraño, negativo y vencido, todo a la vez. Arioch volaba sintiendo todo ese poder. El de la Lanza de Longinos siempre había sido un poder neutral, pero en sus manos se convertía en algo completamente negativo. Como una especie de vórtice del que surgían todas las malas intenciones de su portador, la punta de la Lanza se llenaba de pequeños destellos de energía mientras éste se acercaba a su destino: su cuartel general en el edificio del ayuntamiento de Capitol City. Mientras Arioch se dirigía hacia su cuartel donde había ejercido de alcalde durante algunos años, había seguido pensando en el patético intento de Ángelo de frenarle, y se daba cuenta de que había acabado con él como si aplastara un insecto. De hecho sintió que Ángelo había perdido completamente la vida, pues no notaba ni pizca de su fuerza vital, y esto le hizo reír. Ahora era el archidemonio más poderoso que jamás había existido, pues estaba poniendo en jaque a toda la humanidad, algo que no había conseguido ninguno anteriormente. Sentía cada uno de los puntitos miserables de luz que representaba a cada humano, animal o planta que contenía vida a su alrededor, y rio a carcajadas al notar que el puntito de luz que indicaba la energía vital de Ángelo se había apagado del todo. Pensó que Ángelo había sido muy estúpido como ángel, pero como humano lo había sido todavía más. Y con gran tranquilidad y satisfacción, sabiendo que nadie podía frenarle, llegó triunfante a su edificio, descendiendo desde los aires en plena avenida principal. Le importaba muy poco que esos humanos inferiores le hubieran visto volar, pues aunque lo contaran a sus amigos en uno de sus patéticos bares,

nadie les iba a creer. Y aún así, ¿qué importaba? ¿Acaso no iba a comenzar un reinado de terror donde todos ellos estarían a su merced? Como en un intento de recibimiento por agradarle, allí estaban sus más allegados sirvientes, esperándole en la entrada del edificio: su secretaria Selene, los dos ex compañeros de Ángelo que tan bien le habían servido y su querida Ivonne. Se extrañó por la ausencia de su fiel sirviente Glorak y del ex novio de aquella zorrita llamado ¿George? Según tenía entendido, ese hombre insignificante dispuesto a servirle también estaba en proceso de conversión para formar parte del Caos. Lo que ocurriera con ese tal George le dio igual, pues él mismo ya se había encargado de asesinar a ese patético intento de humano llamado Ángelo y de que se hundiera en las profundidades del océano. Al ver a Arioch entrar por la puerta, triunfante y con la Lanza de Longinos en su poder, Ivonne sintió una sensación de plena admiración y se acarició el vientre como comunicando a su futuro hijo que su padre era un verdadero conquistador. Arioch no se interesó mucho más por quien estaba allí a su lado en sus mejores momentos como archidemonio y aunque le aplaudieron al entrar en el edificio, él siguió adelante ante la mirada de todos. No había tiempo que perder en celebraciones, tenía que iniciar los preparativos para el ritual que desataría el caos en el mundo y que pondría a la humanidad contra las cuerdas. - Ya está todo preparado en el salón de actos, mi señor. Sabía que usted lo conseguiría –su secretaria Selene se acercó a él con alegría en sus ojos, mientras Arioch seguía caminando hacia el ascensor del recibidor con la Lanza en sus manos. Su jefe no le agradeció siquiera estos detalles y se limitó a cerrar la puerta del ascensor ante las narices de su secretaria, que entendió que él prefiriera subir solo. Por otra parte, el enorme peso de Arioch no permitía que subieran muchas más personas junto a él, a pesar de que el ascensor estaba preparado para llevar hasta a doce personas a la vez. Desde que consiguió la Lanza, el tamaño de Arioch había aumentado por segundos y se había vuelto más grotesco de lo que ya era anteriormente. Cuando Arioch, haciendo funciones como el alcalde Jack Goodman, abrió la puerta del salón de actos, no pudo más que sonreír ante lo que le habían preparado sus ayudantes. En la enorme sala no había público ni sillas donde sentarse. Para su acto final sólo quería estar él mismo junto a los suyos. La conquista del mundo no requería nada más. Sin embargo, en el centro de la sala, sus ayudantes se habían encargado de dibujar una enorme estrella del Caos, con sus respectivas ocho puntas, y además habían dispuesto un par de enormes pantallas de televisión, para disfrutar de las noticias y del desconcierto mundial cuando su jefe comenzara a influir en la mente de los demás. En el lateral del enorme salón se encontraban las cristaleras que daban paso al gran balcón desde donde en otras ocasiones había observado con desprecio a los insignificantes ciudadanos de los que era alcalde. Mientras se acercaba al atrio desde donde iba a hablar a sus ayudantes, éstos aparecieron por la puerta del salón de actos, dispuestos a ver la proclamación de su jefe como el demonio que había conquistado al resto de humanos. Era el ganador de la lucha entre el Cielo y el Infierno, el nuevo rey del mundo. Cuando levantó orgulloso la Lanza de Longinos todos aplaudieron, la sala se iluminó de forma intermitente y un enorme trueno retumbó en los cielos. Las nubes cubrieron la ciudad a gran velocidad y comenzó una lluvia fuerte y estruendosa que se podía ver y escuchar a través de las cristaleras. Se acercaba el fin de los tiempos y el archidemonio Arioch estaba más feliz que nunca. Nada ni nadie iba a detenerle. Mientras Ivonne, Selene y los otros dos escuchaban con atención y con una terrorífica sonrisa en sus labios, su jefe comenzó su discurso contra Dios, escupiendo, blasfemando y riendo. Tras el discurso, el siguiente paso era conseguir la presidencia de EE.UU. Sólo tenía que influir en la mente del actual presidente con el poder de la Lanza, para que le cediese su cargo al alcalde semi-

desconocido de Capitol City, Jack Goodman. La secretaria Selene Amber encendió las pantallas de televisión mientras Arioch agarraba con fuerza la Lanza, concentrándose en su primera víctima, lejana en la distancia pero poderosa en influencia mundial. Un enorme letrero en rojo apareció en el programa de noticias que estaba apareciendo en las pantallas: “NOTICIA URGENTE: DIMITE DE FORMA INESPERADA EL PRESIDENTE DE LA NACIÓN THOMAS WHITMORE”.

CAPÍTULO 9: AJUSTE DE CUENTAS Unos pasos resonaron en la iglesia de Saint Misery. Unos pasos de mujer que apenas llamaron la atención de nadie. Los allí reunidos, apenas quince personas, estaban más preocupados por escuchar lo que el padre Francis estaba relatando, y por soltar pequeñas exclamaciones cada vez que uno de aquellos tremendos truenos resonaban haciéndose notar sobre los oscuros cielos de Capitol City. La chica permaneció lejos del resto de parroquianos, acomodándose como pudo en uno de los incómodos bancos de madera que había más al fondo, casi junto a la salida. Un aspecto sombrío y la vista casi siempre al suelo la hacían pasar todavía más desapercibida. Los que acompañaban al nuevo sacerdote en la misa de la tarde, pues el padre Teodoro había fallecido poco tiempo atrás, estaban empezando a preocuparse más por cómo iban a volver a casa con la tormenta que de escuchar lo que relataba el religioso. El tiempo había cambiado de forma extraña y radical, pues una hora antes hacía un sol espléndido. Había pillado a todo el mundo sin paraguas y sin prepararse para aquello. Lydia se arrodilló frente a su banco de madera, pues ella sólo estaba allí para pedir ayuda, una ayuda que ningún humano lograría proporcionar. Ayuda a quien fuese que pudiera hacer algo por Ángelo, ayuda a quien pudiese frenar lo que estaba a punto de ocurrir. Lydia nunca había sido especialmente creyente, y sabía que le habría valido acudir tanto a esa iglesia como a cualquiera, de la misma forma que a cualquier otra religión o dios. Aunque desde que conoció a Ángelo supo con seguridad que los ángeles y algún tipo de dios existían, ella sólo quería rogar que todo saliera bien, que hubiera alguna oportunidad para que el tremendo desastre que estaba por venir no se produjera. Rezó como imaginó que había que rezar. Pensó en sus padres, que no merecían lo que les había pasado ni el futuro que les esperaba si Arioch se hacía con el poder del mundo. Y también pensó en Ángelo, rogando que estuviera vivo, aunque con el mal presentimiento de que ya era demasiado tarde. Un presentimiento que se hacía cada vez más intenso a medida que pasaban las horas. Y así era, era demasiado tarde, pues Ángelo estaba muerto. Lydia no lo sabía con exactitud pero lo sentía. Lo que no sabía Lydia, ni cualquier humano de cualquier religión, es que para todo había un plan. Y para casos así, donde la injusticia se iba a imponer en el mundo, ese plan iba mucho más allá de la comprensión humana. Aunque muchos lo creyesen, Dios no jugaba a los dados con el universo ni se apartaba de sus hijos cuando era realmente necesario. Simplemente los dejaba hacer sus cosas con el libre albedrío que les había regalado, hasta que ya no había más remedio que intervenir. Y era entonces, cuando más cerca estaba el fin de los tiempos y cuando el triunfo del Caos en manos de Arioch estaba a punto de producirse, cuando decidió intervenir. Y así fue. *** Se podría decir que en el Séptimo Salón Celestial nadie esperaba aquella visita, que en principio generó una inmensa sensación de miedo en todos los presentes cuando no debería ser así. No era una visita normal, pues no tenía presencia corpórea, lo cual la hacía mucho más aterradora. Tampoco era una visita en un momento concreto, pues su situación temporal no existía. Simplemente, allí estaba, como estaba en muchos otros lugares más, ya que ni los minutos, ni las horas ni los días ni los siglos la dominaban. Carecía de juventud y de vejez, de vivencias o de destino, de principio y de fin. No necesitaba tales cosas, pues tales cosas estaban por debajo de ÉL y el tiempo para ÉL sólo era como una barra de pan amasada y horneada por un panadero. ÉL lo había fabricado, con sus extremos de principio a fin, sus ingredientes y su sustancia, y ÉL tenía derecho a comérselo si quería. De hecho se lo había comido, pero como no existía momento concreto en el cual se lo comió, la barra existía. O no. Tal era el poder de creación y de destrucción de aquella visita que más que paz por su inacabable

poder y dominio sobre todas las cosas, infundió terror en los presentes. Lo que debía ser el honor más infinito de toda la historia de cualquier ser viviente, se convirtió en algo absolutamente sobrecogedor. Y Suriel, que a pesar de ser un arcángel, era también un ser viviente, no supo dónde esconderse, pues ÉL lo veía todo en todos los momentos de la existencia, por lo tanto un escondite era inútil. Los dos sirvientes de Suriel, grotescamente desnudos, estaban paralizados, pues no tenían con qué cubrirse ante la presencia de ÉL, y aquello resultaba tremendamente irrespetuoso. Lo que no imaginaban, como seres imperfectos que eran, era que ÉL se avergonzaba mucho más de que unas creaciones suyas se hubiesen convertido en sirvientes de Suriel, que no era más que otra de sus creaciones. ÉL consideraba que con el libre albedrío que había regalado a todas sus creaciones, se podía hacer algo mucho mejor que servir a otro ser también imperfecto. Pero así era como ÉL había diseñado aquel universo y aquello había sido decisión suya, por motivos que sólo ÉL sabía. Apareció como una luz mucho más blanca y cegadora que las paredes, los muebles y el níveo suelo del Séptimo Salón Celestial. El lugar donde Suriel pasaba las horas en eterno placer, dándose gusto pecaminoso con todas las posibilidades al alcance del poder de un arcángel como él, se volvió de un blanco infinito con la llegada de ÉL. Aquel Salón Celestial se mostró mucho más blanco y puro de lo que nunca había sido. Aquel visitante tenía muchos nombres. Los verdaderos nombres eran impronunciables por voz humana, celestial o demoníaca, así que Suriel se refirió a ÉL como “Dios” cuando ÉL le habló en su propia mente. Y si hubiese que transcribir tales palabras, sólo podría hacerse a través de las imperfecciones del lenguaje humano. Más o menos así fue cómo pasó. - ¡Dios mío, Dios, Dios mío…! –Suriel no podía decir otra cosa. Su lechosa cara estaba más pálida que nunca y se arrodillaba en el suelo en un gesto de avergonzamiento. “Voz de ÉL, recriminándole y castigándole por sus acciones.” - ¡Lo siento, Dios, de verdad que lo siento! –Suriel lloraba. Las lágrimas comenzaron a ser incontrolables. Jamás se había visto a un arcángel llorar así. “Voz de ÉL, con calidez eterna , acogiéndole con su luz y dándole tranquilidad. Le perdona con bondad infinita.” Suriel seguía llorando. No podía parar. Se sentía tremendamente sucio, imperfecto y arrepentido. “Voz de ÉL, ordenándole una intervención en el mundo de los humanos, un duro sacrificio concreto que tenía que hacer. Una de las personas más odiadas por Suriel iba a resultar beneficiada con creces.” Suriel no quería aceptar, pues su alma seguía manchada de soberbia y egoísmo, pero la bondad y la calidez que ÉL le transmitía hacía imposible negarse. - ¡Lo prometo Dios mío, prometo que lo haré por ti! –dijo entre lágrimas. “Agradecimiento de ÉL, pues ÉL también ofrecía agradecimiento ilimitado a sus criaturas.” Suriel ahora lloraba de alegría y dicha eternas. La luz se fue, y en todo este supuesto tiempo no pasó ni un segundo, ni siquiera la milésima parte de un segundo. Suriel cayó en el blanco suelo, tumbado de debilidad y arrepentimiento, y sus sirvientes fueron a ayudarle aunque seguían temblorosos y asustados, pues también eran imperfectos y sus almas estaban sucias. Levantó un poco una de sus manos por un momento para indicarles que estaba bien, que lo dejaran respirar y meditar, con el cuerpo tumbado lateralmente y encogido sobre sí mismo. Pudo mirarse el rostro reflejado en la perfecta superficie del suelo. Así se mantuvo un buen rato, cuestionándose su existencia, preguntándose por lo que había vivido. Pasó un buen rato y con lentitud se puso en pie. Luego tuvo que sentarse con dificultad en su

blanco sillón. Como en estado de shock, permaneció así durante bastante tiempo. Lo que había vivido era difícil de asimilar a pesar de casi no haber durado nada, pero tenía que conseguirlo. Tras mucho pensar, lo único que supo Suriel era que se sentía diferente. Su alma estaba llena de una paz que hacía siglos que no disfrutaba. Pero también se aseguró de que seguía siendo él. Pensó en si aquello que Dios le había pedido era una orden o una obligación inevitable. Se dio cuenta de que quería asegurarse de que todavía era capaz de hacer lo que él quisiese, de traicionar a Dios si hacía falta. Y aunque había aceptado la orden y su alma ahora estaba más limpia, sintiéndose más generoso y bondadoso que nunca, por un momento se cuestionó si llevar a cabo lo que Dios le había pedido. Su libre albedrío seguía siendo suyo, sus decisiones seguían siendo suyas, y lo que ÉL le pidió era un sacrificio demasiado grande. Volvió a pensar en traicionarle, intentó calcular si valía la pena, y dudó sobre si cambiarse de equipo, ahora que iba a perder todas sus posibilidades y sus poderes. En el fondo, Suriel sabía que tenía que aceptar aquella orden de Dios. Lo sabía por una mezcla de inteligencia y respeto, pero sobre todo por una sensación de miedo. Al fin y al cabo, como le dijo alguien una vez, no era más que Suriel el Trompetista, un ridículo sirviente de Dios que disfrutaba de su condición de arcángel como si no hubiese un mañana. Aquel que se lo recordó la última vez era con quien tenía que encontrarse por orden de Dios. Aquel que ahora era humano. Aquel que había sido un ángel y que él mismo le había arrebatado sus poderes en un trato totalmente justo para él. “Ángelo…”, dijo en voz baja y de la de la rabia que le entró se tuvo que dejar caer del sillón para volver a mirarse en el suelo. Golpeó con sus rodillas, con sensación de haber sido vencido. Aquella imagen que veía de sí mismo tenía un final, algo que jamás había imaginado que ocurriría. Sus sirvientes se acercaron a él una vez más para ayudarle, pero le dejaron tranquilo al ver su cara de odio. “Al final te saldrás con la tuya Ángelo, y tendré que ver tu estúpida sonrisa de satisfacción”. Orden y Caos, todo se trataba de eso. Estuvo tentado a lanzar otra moneda y decidirse si traicionar la orden de Dios con algo que el propio Dios había creado: el azar. Aquello le sacó media sonrisa. Luego se dio cuenta de su patetismo, de que no se atrevía a algo así, y golpeando su propia imagen en el suelo, con el puño cerrado, se dispuso a cumplir la orden. “¡Palabra de Dios!”, exclamó mientras golpeaba la imagen de sí mismo una y otra vez, “¡Palabra de Dios, Palabra de Dios, Palabra de… Dios!”, casi sangraba por los nudillos. Y puso la cabeza en el suelo, agachándose ridículamente y llorando. Sus sirvientes se llevaron un sobresalto por aquella reacción, pero en el fondo sospecharon lo que ocurría y se alegraron. No volverían a servir a ese arcángel nunca más. Ya buscarían otro, pues así habían sido creados, para servir. O eso querían ellos creer. *** Metido en una burbuja gigante, flotando sobre las aguas, el cuerpo de Ángelo permanecía boca arriba, levitando y con los brazos en cruz. Se desplazaba hacia la costa, transportado por una fuerza sobrenatural. La burbuja, a su vez, lo hacía invisible para cualquier embarcación o aparato de vuelo que pasase junto a él. Unos hilos de energía lo sujetaban a la firme mano de quien lo transportaba, también levitando sobre las aguas: Suriel. El arcángel no quería ni mirar a Ángelo, a su vulgar existencia, a su muerte miserable, pero estaba obligado a llevarlo a sitio seguro para cumplir con la orden que Dios le había encomendado: darle todos sus poderes de arcángel. Suriel miraba hacia delante, volando con sus enormes alas y con dignidad, a pesar de ser uno de los culpables de que Ángelo se encontrara en ese estado, de que él hubiese perdido la vida en un heroico intento por recuperar la Lanza de Longinos de las manos de aquel archidemonio. Ni ángeles ni arcángeles se habían atrevido, sólo Ángelo, siendo sólo un humano por culpa de los propios tejemanejes de Suriel. Dios había bajado para equilibrar las cosas, para que Ángelo tuviese otra oportunidad, y Suriel había sido la elección de Dios desde un principio para

devolverle sus poderes a Ángelo. Aunque Suriel se iba a convertir en un humano, y eso era casi insoportable para él, no había otra elección y la estaba aceptando con valentía. La valentía que no tuvo para desafiar esa orden. Pero Suriel prefería ser un humano que ponerse en contra de Dios. Pensó que cuando fuese humano no estaría tan mal aquello: el olor del mar, el calor en el cuerpo, los sentidos humanos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Suriel no se imaginaba tocando a una mujer o a un hombre, pero tendría que acostumbrarse. Demasiado tiempo en su Salón Celestial le habían privado de algunos placeres humanos, a los que siempre había considerado inferiores. Ahora tendría que probarlos, no le iba a quedar otra. Ángelo seguía sin respirar, perdido en su muerte, pero Suriel ya lo estaba comenzando a envidiar. Sabía que el humano tendría ahora que salvar el mundo, y que todo dependería de él mismo pues ningún ángel ni arcángel más le iba a ayudar, pero aún así después podría disponer de los poderes de un arcángel para hacer lo que quisiese, aunque ese archidemonio ganase la batalla. Quizás Ángelo fracasaría y volvería a morir antes de lo que todo el mundo esperaba, pensó Suriel sonriente. Pero eso ya no dependía de él, aunque pensó que sería un buen chasco para todos los que confiaban en él, incluso Dios. Hasta deseó que Arioch le diese su merecido a Ángelo. Como en una cuenta atrás inevitable, Suriel divisó la costa a lo lejos y supo que ya le quedaba poco tiempo como arcángel. Vaya sorpresa se llevaría Ángelo. Le envidiaba, pero tenía que reconocer que él no se había esforzado tanto como el humano. E incluso Ángelo siendo un ángel había hecho más por la humanidad que un arcángel como él. En cierta forma era lógico que Dios le ordenase aquello. Pero Suriel había disfrutado de su poder, eso era algo que ni Dios le podía quitar, lo bien que lo había pasado dando órdenes y disfrutando de su condición superior. Las nubes oscuras cubrían la mayor parte de la costa, y Suriel supo que allí estaba pasando algo grave. Se dio cuenta de que Arioch iba a conseguir sus propósitos, y en realidad poco le importó. Incluso lo prefería, para ver a Ángelo haciendo el ridículo a pesar de que hasta Dios había contado con él. A partir de ahora Suriel sólo iba a ser un humano de esos que no se preocupan por los demás ni por arreglar el mundo, así que disfrutaría desde su posición inferior de humano de los grandes fallos de Ángelo y de los demás. Al final iba a reírse y todo. La playa estaba desierta, por suerte para él, y depositó sobre la arena el cuerpo sin vida de Ángelo. Estaba lloviendo con gran fuerza y sintió que esto era bastante desagradable, aunque como humano tendría que acostumbrarse a lluvias y soles. Le quitó la burbuja a Ángelo para iniciar el ritual y vio como el cuerpo del humano se empapaba todavía más debido a la lluvia intensa. Sonrió al ver a Ángelo en aquel lamentable estado. Le encantaba verlo así, empapado de agua y semienterrado en la arena como un trapo desechable. Por desgracia, sería la última vez que lo vería tan mal y se vería a él tan bien. O quizás no, pues la vida daba muchas vueltas, y a lo mejor volvería a recuperar sus poderes de arcángel en un futuro lejano, y Ángelo volvía a hundirse en la miseria. Suriel tuvo ganas de darle una patada en el costado, por todo aquello, por haberse cruzado siempre con Ángelo, por haberle provocado a que ocurriera aquello que estaba pasando. En cierta forma era culpa de Ángelo, pensó. Culpa de sus ganas de luchar, de sus ganas de vivir, de sus ganas de salvar el mundo. ¿Por qué no podía ser como él y quedarse quietecito disfrutando de la vida? Un trueno retumbó en la distancia y Suriel miró a los cielos: - Está bien, ahora mismo lo hago –dijo poniendo cara de desprecio, como contestando a alguien superior. Se acercó a Ángelo y se tumbó a su lado. Las alas incorpóreas se clavaron en la arena y ya empezó a echarlas de menos. Miró hacia su derecha y ahí estaba, el rostro sin vida de Ángelo, sin nada que lo perturbara, sereno, sin respirar… se podría decir que casi lo envidiaba. Con una lágrima cayéndole por

la mejilla, Suriel miró a los cielos. Estaban muy oscuros, más oscuros que nunca. Sin duda aquel mundo necesitaba una salvación, un arcángel salvador. Supo que él no era el elegido, el indicado para esa tarea que quedaba por delante y de cuyo resultado se decidiría si aquel planeta que tan poco le importaba iría por el camino del Orden o del Caos. Un buen camino para los humanos o uno malo. Pensó que le daba igual, pero inmediatamente se dio cuenta de que él iba a ser otro de ellos, un vulgar humano, y también sufriría las consecuencias de lo que ocurriese a partir de entonces. Con los ojos humedecidos por la autocompasión y la vergüenza, los cerró. Ahora le esperaba una vida muy diferente, pero podría haber sido peor. Una luz en la oscuridad de aquel día. Como un rayo que traspasa de un cuerpo a otro, la energía de la condición, humano a arcángel, arcángel a humano, pasó entre los dos, Suriel y Ángelo. Todo el poder y la fuerza de un arcángel pasó hacia Ángelo, y toda la energía, el libre albedrío y el potencial de un humano, pasó a Suriel. No se tocaron, el rayo pasó de uno a otro, a la vista de cualquiera que hubiese paseado por allí en un día tan tormentoso como aquel. Ángelo abrió los ojos sobresaltado y comenzó a toser. Sintió las gotas de la lluvia en su cara, en su cuerpo, por primera vez desde que estaba muerto. Pero aparte de esto sintió un inmenso poder. Algo que le recorría el cuerpo de la cabeza a los pies y que nunca había sentido, ni siquiera como ángel. Además, sentía un halo de claridad en torno a todo su cuerpo, como si una luz muy ligera lo envolviera. ¿Qué estaba ocurriendo? Cuando miró a su lado se dio cuenta de que había alguien tumbado en la arena junto a él. Al principio frunció el ceño, pues le pareció una situación muy extraña. Luego, poco a poco, su cara empezó a mostrar un inevitable gesto de sorpresa. No podía ser. Se frotó los ojos humedecidos por la lluvia, tenía que aclarárselos. Aún así, ahí seguía. Con un aspecto más humano que celestial, con una cara que empezaba a adquirir el color de una piel normal, pero perfectamente reconocible: se trataba de Suriel.

CAPÍTULO 10: ÁNGEL DE SALVACIÓN En las noticias se mostraba el pánico y el nerviosismo que aquella situación tan extraña estaba provocando. El presidente de EE.UU. Thomas Whitmore había anunciado su dimisión hacía unos minutos y nadie en todo el país sabía por qué, ni siquiera él. Noticias urgentes, interrupciones de la programación, desconcierto de periodistas… todo a la vez estaba ocurriendo. Tras la escueta rueda de prensa del presidente frente a la Casa Blanca, éste volvió adentro, dejando a todos los periodistas queriendo entrar y hacerle mil preguntas, y haciendo que los guardaespaldas del ahora ex presidente tuvieran más trabajo que nunca intentando contenerlos. En el edificio del alcalde de Capitol City, la risa de Arioch, que mantenía la Lanza en sus manos, retumbó en todo el salón donde se encontraban él y sus secuaces. - ¡Mi plan va a toda marcha! Pero esto es sólo el primer paso. Lo siguiente es hacer que esos malditos rusos ataquen este país de mierda con sus misiles nucleares. Ahora que no tenemos presidente, será mucho más fácil crear el desastre y generar descontrol. ¡Será el comienzo del apocalipsis nuclear! Ivonne y los demás sonrieron con entusiasmo al oír las palabras de su amo y señor. - Y luego… manipularé las mentes de los que queden tras el desastre nuclear para que me nombren jefe supremo sobre las cenizas de este país. Después sólo tendré que provocar a Europa, a China y a Japón para que ellos también se unan al fin del mundo con todo su arsenal militar. - Es usted el mejor, mi señor, mi verdadero Dios –le dijo Ivonne sin poder controlar el entusiasmo en su voz–. Estoy deseando ver a mi antiguo país, la apestosa Rusia, envuelto en llamas. - Lo verás, querida Ivonne –le respondió Arioch apretando con fuerza la Lanza que tenía en sus manos. Ya no le dolía ni su brazo herido. Mientras tanto en las noticias que aparecían en casi todos los canales de televisión ya se hablaba de la extraña oscuridad que se había cernido sobre todo el territorio estadounidense, y los más creyentes en ciencias oscuras ya relacionaban la dimisión del presidente con el inicio de una era de incertidumbre y de negatividad. Fue entonces cuando Arioch dejó de charlar para dar comienzo a la siguiente parte de su plan. Para ello, indicó a sus ayudantes que se encontraran con él en el subsuelo del edificio del ayuntamiento. Desde hacía muchísimos años, los demonios habían ido construyendo su propio lugar maldito en Capitol City donde tener reuniones, refugiarse y planear sus acciones. Al estilo de los siete santuarios de poder que los seres celestiales tenían distribuidos a lo largo de todo el mundo, Arioch se había preocupado de tener su propio lugar donde reunir a los suyos y actuar. Y desde que consiguió ganar las elecciones y ser el alcalde de Capitol City, estaba esperando que llegara aquel momento donde se encontraría triunfante con las decenas de demonios que se escondían en las sombras del subsuelo de la ciudad. No era el único lugar maldito de cierta importancia que existía en el mundo, pues las fuerzas del Caos disponían de al menos seis de ellos repartidos a lo largo y ancho del planeta. Pero en aquel, bajo la ciudad de Capitol City, Arioch se había ganado a pulso ser el jefe y dar órdenes a todo demonio menor que apareciera por allí. Él fue el primero en bajar a la planta secreta a través de un interruptor oculto en el mismo ascensor de la alcaldía. Pulsó el número -666 y descendió en el ascensor con una sonrisa en sus gruesos labios. Se hubiese preparado un habano para fumárselo allí mismo si no tuviese que mantener la Lanza entre sus manos. Pero pensó que ya habría tiempo para celebraciones. Las puertas del ascensor se abrieron a la oscuridad y de repente, cuando salió hacia lo que era una gigantesca cueva en el subsuelo, los gritos

ensordecedores de más de cien demonios menores le recibieron. Aquello era una locura, parecía una fiesta. Como si un rey hubiese vuelto de una misión de conquista con la cabeza del rey del país vecino entre sus manos. Arioch y la Lanza eran los protagonistas. Los grotescos demonios aparecieron desde todos los rincones de la enorme cueva y se encendieron más de una decena de antorchas que iluminaron el gigantesco lugar, haciendo que las deformes figuras de todos ellos se vieran con claridad. Aquello era horroroso, como surgido de la peor de las pesadillas. De entre los rincones más oscuros aparecían extremidades, trozos de carne, ojos, dientes, huesos y líquidos internos de diversa variedad. Tales partes se unían formando seres de muchas formas y colores, pero con un denominador común, harían gritar de terror al más valiente de los humanos. La mayor parte de los demonios allí reunidos eran incapaces de dejarse ver por la gente sin una fuerte transformación que los suavizara a la vista, y todos ellos, sin excepción, harían un cambio así sólo para generar el mal o el daño. Así, un demonio que en el subsuelo se mostrara con un aspecto abombado y vomitivo, imposible de asimilar por la vista humana, en el exterior podría intentar camuflarse como una persona gruesa y llena de granos que se sacara los mocos en cualquier sitio público. Sería desagradable pero soportable, y los demonios lo sabían. Ellos calculaban el límite entre lo que podían mostrar o no, pero siempre estaban camuflados entre la gente haciendo de las suyas y tratando de ganar adeptos al Caos a través del mal, la pena o la desesperación. Sabían que tenían prohibido matar a cualquier humano, pero eso no les evitaba hacer sufrir hasta límites casi insoportables, y si tenían que hacer que una pobre mujer viera a su hijo muerto en cada espejo en el que ella se reflejaba, lo hacían con gran satisfacción. Existía incluso la oculta competición por ver qué demonio era más original en sus acciones para hacer sufrir a las, según ellos, inferiores almas humanas. Allí también estaban presentes muchos de sus ayudantes, como los que vigilaban en su momento la Torre de los Suicidas, y que habían abandonado sus tareas para asistir al espectacular apocalipsis que iba a suceder en aquel apestoso mundo gracias a su jefe. Aunque Arioch nunca lo reconocería, echaba de menos a uno de sus más fieles servidores demoníacos: Glorak. De entre las decenas de demonios que lo habían recibido allí abajo, no había signos de su arrastrado súbdito. Se preguntó qué había pasado con él y si no había sufrido algún altercado con algún humano. ¿Cómo podía estar perdiéndose la fiesta de la conquista mundial de su jefe? Los gritos y los aullidos, las risas y los gorgoteos babeantes se sucedieron mientras Arioch se acercaba hacia el centro de la enorme cueva, donde otra estrella del Caos gigantesca estaba dibujada desde hacía mucho tiempo antes. La idea del archidemonio era generar una corriente de energía desde la estrella central hasta la que pasaba por el salón de actos del edificio. Una línea de poder que cruzaría de abajo hasta los cielos de la ciudad para que su control mental surtiera el mayor de los efectos cuando utilizara la Lanza. Arioch se colocó en el centro de la sala, justo donde estaba la estrella de ocho puntas, y levantó los enormes y gruesos brazos con la Lanza entre sus manos. Los demonios entraron en frenesí y aquello se convirtió en una enorme fiesta con elementos de los siete pecados capitales, unos más abundantes que otros. Con una gula incontrolable algunos demonios bebían y comían sin parar, celebrando que su jefe se había proclamado vencedor. Otros declaraban a los demás, con gestos y aspavientos de sus brazos deformes, que ellos eran mejores incluso que Arioch. Con gran envidia y soberbia lo decían, pero aún así eran incapaces de enfrentarse a su jefe. Algunos incluso se acercaron a él con avaricia, alargando sus extremidades con la intención de quitarle la Lanza, pero sin llegar a tocarla. Muchos de estos incluso no podían controlar su ira, y golpeaban con piernas, puños y cabeza contra la dura pared de

piedra de la cueva. Otros eran tan aburridos que en su pereza ni se preocuparon de celebrar que su jefe había ganado. Eran capaces de dormirse allí mismo en mitad de todo el alboroto pues se pasaban la vida demoníaca sin hacer nada productivo siquiera para el Caos. Y otros, los últimos que hacían gala de alguno de los pecados capitales, se dedicaban a tener sexo allí mismo entre ellos dejándose llevar por la lujuria y metiendo deformes penes en inmensas y dentudas vaginas. Estos últimos eran los que más gracia le hacían a Arioch por su forma lujuriosa de celebrar que él era el archidemonio más importante de todos los tiempos. Entre risas, mordiscos, aullidos y fornicaciones los demonios estaban celebrando a lo grande que el apocalipsis se acercaba para ese mundo humano despreciable. Cuando Ivonne y los demás bajaron al subsuelo no pudieron evitar quedarse con la boca abierta con lo que allí había preparado. Se quedaron cerca del ascensor con miedo, pues aunque ya formaban parte del Caos, ni Ivonne ni Selene ni los otros dos se fiaban de lo que pudieran hacerles esos demonios. Ellos eran los más recientes humanos en aquella cueva, los últimos que firmaron el pacto. De la impresión no quisieron despegarse unos de otros, como si todavía ese pequeño rastro de humanidad que portaban les hiciesen tener miedo y sentirse diferentes a todos aquellos demonios. Lo que no querían reconocer es que ellos eran otros iguales y que con el paso de los años degenerarían y se deformarían de la misma manera que todos los seres infernales allí reunidos. - ¡Sois testigos de mi poder, sois testigos de que tengo entre mis manos uno de los mayores tesoros de los sirvientes de Dios! –comenzó Arioch presentando la Lanza a sus seguidores una vez más. Un rayo de energía surgió de la Lanza y atravesó los gruesos brazos del archidemonio, confirmando que él era el poseedor actual y que la Lanza actuaría según su voluntad. Esto hizo reír a Arioch y los demonios que no estaban comiendo vísceras o copulando entre ellos aplaudieron y asintieron con gran alegría. - ¡Ahora voy a concentrarme, pues el despreciable mundo de los humanos será nuestro en unos segundos, amigos míos! –continuó, y todos gritaron de júbilo. Hasta Ivonne y Selene se unieron a los gritos. Arioch se arrodilló, colocando la Lanza de Longinos en el centro de la estrella del Caos de ocho puntas, con el extremo afilado apuntando hacia arriba y agarrándola con fuerza por el mango. Comenzó a pensar en su siguiente paso para crear el desastre mundial que estaba buscando. Se concentró en los altos mandos militares rusos. Sólo tenía que hacerles creer mentalmente que EE.UU. había lanzado sus misiles nucleares contra ellos, para que ellos respondieran con un ataque similar pero de verdad. El mundo entraría en una tercera guerra dentro de muy poco, esta vez insalvable, esta vez nuclear. Era el fin de los tiempos y de la humanidad. De la Lanza comenzó a surgir una tremenda energía que atravesaría la estrella del Caos situada unos cuantos pisos más arriba y la potenciaría. El rayo de poder cruzaría de arriba a abajo todo el edificio y se dirigiría hacia sus objetivos en otra parte del mundo, en este caso, los jefes militares rusos. *** En el cuartel general del alto mando militar en Moscú no se podían creer lo que estaban viendo. Aunque no fuese real, cosa que ellos no sabían, lo que aparecía en sus pantallas era como ver el fin del mundo ante sus ojos. La parálisis duró varios minutos, ya que tardaron tiempo en reaccionar. El comandante Sergei Bilanovich y el capitán que en ese momento estaba a su lado, Vladimir Ivoshenko, eran víctimas sin saberlo del efecto mental que Arioch estaba produciéndoles desde la otra punta del planeta. Ante sus ojos, y ante los ojos de cualquiera que entrase en la habitación de control de alarmas nucleares, aparecía la falsa señal ilusoria de que EE.UU. les estaba lanzando más de cincuenta misiles nucleares justo en ese momento.

El sudor recorrió sus rostros y la debilidad se impuso en sus piernas. Cayeron de rodillas ante lo que estaban viendo. En poco menos de una hora iban a morir por un ataque nuclear estadounidense. - Por… por qué… –Sergei no sabía qué decir ante su compañero, ambos arrodillados en el firme suelo de la base militar. Vladimir negaba con la cabeza, ya que su garganta se negaba a producir ningún ruido, completamente seca y paralizada. Primero pensaron que podía ser un error de la maquinaria de medición, los radares de alta frecuencia que utilizaban para cuando llegara un desastre como ese. Pero el propio hipnotismo de la Lanza de Longinos les demostraba una y otra vez que aquello era cierto, se había iniciado la Tercera Guerra Mundial, y posiblemente la última. Y lo peor de todo es que había sido sin motivo aparente, pues desde la Guerra Fría las relaciones entre EE.UU. y Rusia habían mejorado considerablemente. Cuando reaccionaron y pudieron comenzar a moverse dieron la alarma, no podían hacer otra cosa. Iniciaron el protocolo de Alerta Roja Nuclear y se prepararon para contraatacar. Lo primero que hicieron los altos mandos militares fue esperar órdenes del presidente Boris Zangief, pues ya estaba avisado de que algo terrible ocurría. Sin embargo, cuanto más tardasen en contraatacar, más posibilidades existían que EE.UU. se saliese con la suya y destruyese Rusia, Japón, China y prácticamente toda esa mitad del mundo. Lo que no sospechaba nadie era que desde una cueva en una ciudad perdida de EE.UU. un archidemonio había iniciado el apocalipsis, y le estaba saliendo bien. Tras mucho deliberar y tras descubrir que los misiles nucleares estadounidenses estaban casi a mitad de camino y que comenzaban a separarse en los cielos para dirigirse a las principales ciudades rusas, el presidente Boris dio la orden: si ellos lanzaban cincuenta misiles nucleares, Rusia les lanzaría cien. Fue la orden más difícil de toda su vida, pero le habían obligado a darla. Se bebió media botella de vodka casi de una sentada y dio la orden a sus mandos militares. Un ataque en falso, era lo que Arioch había logrado. Luego él se presentaría como el salvador de lo poco, vivo o muerto, que quedase en EE.UU. Los rusos, para satisfacción de Ivonne, serían los únicos que verdaderamente habrían lanzado el ataque. Por suerte para todos los demonios, ellos eran bastante inmunes a la radiación nuclear, y en aquella cueva la mayoría sobreviviría. No así los humanos. Estaban deseando ver cómo ardían sus débiles cuerpos y cómo explotaba con fuego y sufrimiento cada una de las grandes ciudades estadounidenses. Sergei Bilanovich jamás se imaginó ejecutando una orden así. Nunca pensó que tendría que hacer lo que iba a hacer en ese momento. Retiró la cubierta de protección del botón rojo, ese pulsador que daría inicio al ataque nuclear más salvaje y apocalíptico de la historia de la humanidad, y puso el dedo sobre él. En cuestión de segundos, el planeta sería un infierno, pero si EE.UU. había atacado a Rusia, Rusia no iba a ser menos… Y justo cuando iba a ejercer presión sobre el botón rojo más peligroso de todo el mundo, algo ocurrió… *** Lo que Arioch estuvo a punto de acariciar, el Caos mundial y la guerra nuclear que acabaría con casi toda la humanidad, quedó frenado por un simple detalle: el control de la Lanza. Ángelo había salido de entre las sombras. Ángelo estaba allí, entre aquellos demonios aulladores y blasfemos, entre aquellos diablos malditos y folladores. Como una luz maravillosa entre las sombras más oscuras, justo cuando Arioch se concentraba con el poder de la Lanza para que los altos mandos militares rusos lanzaran su ataque, Ángelo lanzó un puñetazo con la fuerza de un tsunami que golpeó en la cara del archidemonio sin que éste lo esperara. El rostro de Ivonne y de los demás quedó congelado como estatuas de hielo al ver a Ángelo resucitado como un arcángel. El enorme cuerpo de Arioch salió impulsado como si un niño hubiese

golpeado una pelota de playa. Las risas y el alboroto de los demonios se silenciaron de inmediato, y parecía que el tiempo se hubiera detenido. De repente, como una estampida infernal, los más de cincuenta demonios que estaban asistiendo al éxito de su superior comenzaron a huir entre las sombras como cobardes. Aquello era insoportable para ellos. Esa luz, ese tremendo resplandor, dolía a la vista de todos esos seres infernales. Ese Orden que se imponía al Caos era lo último que querían ver. Y con sólo un puñetazo demoledor, Ángelo había demostrado que ese jefe que ellos tenían en tanto aprecio era vulnerable, y por ahora no había conquistado el mundo de los humanos. Huyeron como cucarachas. Eran los primeros bichos que abandonaron el barco, y como todo lo que les movía era ver que su jefe ganaba, en cuanto vieron que el espectáculo se iba a acabar escaparon de nuevo hacia sus guaridas para seguir molestando, asustando y haciendo travesuras a los ciudadanos de Capitol City y a los del mundo entero. Ivonne, la secretaria Selene y los dos ex compañeros de Ángelo sí que se quedaron para ver qué iba a ocurrir, aunque la decepción porque todo hubiese estado tan cerca de la destrucción era enorme. Tras el golpe, Ángelo recogió la Lanza y se acercó caminando con calma hacia su oponente. Su aura de poder era más intensa que nunca y Arioch, desde el suelo, tenía los ojos abiertos como platos. ¿No estaba muerto? ¿Qué hacía allí ese estúpido de Ángelo estropeándole todos sus planes? Ángelo levantó la Lanza de forma amenazadora mientras Arioch lo miraba aterrorizado desde el suelo. - ¿Cómo te atreves? ¿Cómo te has atrevido a seguir vivo? –le preguntó el archidemonio con el miedo reflejado en sus ojos. Ángelo no se molestó ni en contestarle, y justo cuando iba a asestar el golpe definitivo al aterrorizado archidemonio, algo le golpeó en la cara con fuerza sobrehumana. La terrible sonrisa de Arioch volvió a reflejarse en su rostro al ver que Ivonne había usado casi todo su poder para golpear a Ángelo. La Lanza voló por los aires y el arcángel perdió la oportunidad de acabar con su enemigo. Cuando Ángelo miró hacia quien le había golpeado, no pudo volver a decepcionarse más en la vida. - Ivonne… –dijo resplandeciendo en la oscuridad, pero con los ojos llenos de sorpresa y tristeza. - Sí Ángelo, soy yo. Ivonne, la que te odia más que a nadie en este vulgar mundo, la que odia que me abandonaras y te fueras con esa zorrita humana, la que odia que siempre trataras de convencerme de que el Orden era mejor que el Caos, la que odia la compasión que siempre has tenido con el resto de humanos inferiores a nosotros, la que odia que nunca me hicieras el caso suficiente ni te sintieras superior al resto como te dije que tenías que sentirte. Siempre con tus ganas de ayudar a gente que no se lo merece, siempre intentando salvar a esta humanidad que debería extinguirse de lo patéticos que son. Y lo que es peor, siempre amando a seres inferiores a mí, como a esa puta vulgar que no sé qué te ha hecho mejor que yo… Arioch me ha ofrecido una vida mejor que la que tú y esa putita jamás podréis soñar. Y cuando acabemos contigo, espero que desde tus apestosos cielos puedas ver como Arioch y yo destruimos tu precioso mundo junto al hijo que él y yo tendremos en común. Cuando Ivonne dijo esto ya era demasiado tarde, pues no quería haber desvelado que el hijo que ella tenía en su interior era de Arioch, no de Ángelo. Aún así, mantuvo su postura prepotente mientras le soltaba todas esas palabras de odio. Y mientras Ángelo escuchaba, preguntándose qué había hecho mal para que Ivonne le odiara tanto y en cierta forma aliviándose porque aquel niño no iba a ser suyo, Arioch ya se había puesto en pie y lanzó el mayor golpe contra el estómago de Ángelo que jamás nadie podía haber recibido. La furia con la que el archidemonio golpeó a Ángelo, con un gancho de abajo a arriba y con su brazo sano, lanzó al arcángel hacia arriba de una forma tan brutal que atravesó el techo de la cueva con su cuerpo, con un daño que habría matado a un humano. La salvajada de Arioch al golpear dejó paralizados a todos los que quedaban pues nunca habían presenciado un golpe

así de terrible, pero en el fondo, Ivonne se alegró, su jefe iba a ganar a pesar de todo. Ángelo atravesó el edificio de abajo a arriba, cruzando por entre las distintas plantas con la fuerza sobrehumana del golpe. Había perdido el sentido, pues aunque era un arcángel, su enemigo le había golpeado con la mayor fuerza posible que había podido utilizar. Arioch buscó la Lanza por los suelos de la cueva y la recogió. - Es hora de acabar con ese imbécil –le dijo a sus seguidores que quedaban todavía por allí. Y salió volando hacia arriba con todo su poder, atravesando los mismos agujeros que había dejado el cuerpo de Ángelo. En la azotea del edificio, Ángelo casi había perdido la consciencia. La lluvia caía sobre sus alas mientras permanecía tirado en el suelo tras haber abierto un agujero en la azotea con su propio cuerpo. La tormenta retumbaba sobre la ciudad en todo su esplendor. Dios estaba enfadado, de eso no había duda. O casi se podría decir que temía lo que iba a ocurrir. Y entonces, apareció Arioch. Su terrorífico y enorme cuerpo cruzó el agujero de la azotea y salió al exterior, con la Lanza de Longinos en sus manos. Tenía el aspecto de un monstruo deforme, pero a pesar de todo, Ángelo no tuvo miedo. Ahí acababa todo, él había hecho todo lo posible para que no se iniciara un desastre mundial y no había recibido más que decepciones y golpes. Casi comenzó a llorar, no por la proximidad de su muerte, sino por todas esas personas que iban a sufrir porque él no había logrado salvarlos. Era un arcángel de verdad, un arcángel que sentía a la humanidad y a todas sus almas como si fueran sus hermanos. En un universo donde el Orden y el Caos estaban en completa lucha, él había llegado a sentir que la defensa de todos esos inocentes era una necesidad vital. Tras tantos años habiendo sido un ángel que apenas se había preocupado por los demás, Ángelo había cambiado. Quería haber podido hacer más, quería haber podido salvar a tantos hombres, mujeres y niños que no merecían lo que iba a ocurrir en cuanto Arioch le matara. - ¿Qué te pasa, Ángelo? ¿Estás triste por tus patéticos humanos? Te aseguro que este mundo lo va a pasar muy mal en cuanto acabe contigo –le dijo Arioch, mientras un trueno retumbaba en los cielos casi como si el mismísimo Satanás le diera la razón a su maldad. Ángelo comenzó a levantarse, apoyándose en la pared donde estaba la puerta de entrada a la azotea. Si aquello era su final, tenía que mantenerse en pie. Que la humanidad supiese que él había sido vencido manteniéndose firme hasta el último segundo. Arioch se acercó a él, con la Lanza en sus manos. - Lo que de verdad me gustaría es que acabaras tú contigo mismo, Ángelo –dijo Arioch con una risa maliciosa –. Creo que merezco pasar un buen rato viendo como el mejor soldado de ese Dios imbécil tuyo acaba con su propia vida gracias a la Lanza poderosa que él mismo creó para vosotros. Y entonces Arioch levantó la Lanza hacia los cielos mientras la tormenta volvía a retumbar. Y Ángelo sintió que perdía su propia voluntad y que sus propias manos se agarraban a su cuello, intentando ahogarse a sí mismo. Arioch comenzó a reírse al ver a lo que conseguía hacerle. - ¡Es la forma más divertida y patética que he pensado, lo siento Ángelo, jajaja! Arioch se acercaba a él mientras de la Lanza salía un poder cada vez más intenso. - ¡Con que me acerque algo más bastará para que te aprietes con más fuerza, será divertido! Y siguió riéndose al ver que Ángelo comenzaba a hacerse verdadero daño en el cuello, y que su rostro empezaba a mostrar signos de estar perdiendo el sentido de la realidad. - ¡Si supieras lo que estoy disfrutando ahora mism…! Y de repente, de detrás de una de las paredes de la entrada a la azotea, apareció alguien. Fue algo que sucedió en un instante, pero con tanta intensidad y de tanta importancia que ese

pequeño gesto cambió para siempre el destino de la humanidad: Lydia apareció de entre las sombras, desde detrás de la esquina a la entrada de la azotea, agarró a Ángelo y le besó en los labios. Una simple humana, el ser que según los demonios y demás agentes del Caos era lo más inferior de toda la creación de ese Dios al que tanto odiaban, interrumpió el efecto del poder de la Lanza con un poder mucho más superior: el amor. Ángelo soltó inmediatamente su propio cuello y fundió sus labios con los de Lydia, en un gesto que había sido mucho más poderoso que cualquiera de los artefactos que ángeles o demonios tenían sobre la Tierra. Arioch estaba a un par de pasos nada más, pero la frialdad que le recorrió la espalda y la sensación de próximo fracaso fue tan grande que por unos instantes bajó sus gordos brazos, completamente estupefacto porque el poder no estuviera surtiendo efecto. Cuando Lydia separó sus labios de los de Ángelo, éste tenía el rostro más angelical que un arcángel jamás llegó a tener. Ella sólo necesitó decirle unas palabras, con una sonrisa, mirándole a sus ojos. - El amor es algo que ellos nunca entenderán. Acaba con ese maldito bastardo. Ángelo asintió con un gesto de completa comprensión hacia su alma gemela, una humana que le había hecho ver la vida de otra forma. Ella había sido su salvación, y él era su ángel de la guarda. Con una velocidad increíble, Ángelo se acercó a Arioch en menos de un segundo, le quitó la Lanza de sus manos y mientras el archidemonio seguía paralizado con el inmenso poder que ellos habían mostrado y que era incomprensible para él, le clavó la Lanza en su maligno corazón. Arioch no gritó de dolor, seguía sin comprender cómo sus planes habían fracasado, mirándose a sí mismo y tocando el extremo de la Lanza que se clavaba en su cuerpo. Y mientras ésta le atravesaba el cuerpo de una parte a otra y salía por su espalda, su figura se iba descomponiendo de forma horrible mientras murmuraba palabras de terrible fracaso. - No… puede ser… Yo iba a… conseguirlo… Y entonces Arioch gritó de inmenso dolor. Con un estallido increíble de luz, el horrible demonio fue desapareciendo de lo que él había considerado un estúpido planeta y que tanto había odiado. Mientras tanto, Ángelo y Lydia se cubrieron los ojos con los brazos al ver la figura demoníaca desapareciendo de una forma horrible. En el interior de la tierra, por entre las cuevas, catacumbas, líneas de metro abandonadas y refugios infernales de los que nadie tenía noticia, cientos de pequeños, medianos y grandes demonios gritaron de dolor y decepción. Fue un golpe enorme contra las aspiraciones de todos ellos, que ya se veían adquiriendo poder y puestos de responsabilidad en la conquista del mundo humano. Arioch había sido el fracaso más grande de toda la historia de la conquista infernal desde que intentaron tentar al hijo de Dios decenas de veces, sin ningún éxito. Las sombras seguirían siendo sombras, y tendrían que seguir ocultándose y arrastrándose patéticamente por culpa del fracaso del que iba a ser el nuevo gobernante mundial. La lluvia había cesado y un rayo de luz se abrió paso en los cielos y se posó sobre Ángelo y Lydia. Él volvió su rostro hacia ella, mirándola con ojos de inmenso cariño y amor. Ella le sonrió. - ¿Creías que te iba a dejar solo en esto? –le dijo, casi en un susurro. - Nunca me dejes solo –le contestó él mientras sus alas de arcángel refulgían de nuevo en su espalda. Entonces Lydia hizo un gesto extraño mirando por detrás de él. Una expresión de terror apareció en su cara cuando se dio cuenta de que Ivonne estaba justo detrás de ellos dos. No sólo eso, sino que tenía la Lanza de Longinos en sus manos, que había caído al suelo al desaparecer Arioch. La rusa

demoníaca trataba de clavársela a Ángelo por la espalda. Ivonne lanzó su estocada, pero Ángelo pudo reaccionar a tiempo gracias a haber visto el reflejo aterrorizado en los ojos de Lydia, y se giró justo en el momento en el que la punta de la Lanza iba a entrar por su espalda. Con un giro veloz, agarró el mango del arma y como su fuerza era infinitamente superior a la de Ivonne, consiguió quitársela sin apenas tener que forcejear. La rusa perdió el equilibrio y, en parte gracias a una técnica de lucha de Ángelo, cayó en el suelo, tumbada sobre su espalda. Él se colocó sentado con las piernas a horcajadas sobre ella y levantó la Lanza con rabia, con la intención de clavársela y acabar de una vez por todas con esa mujer que ya no era humana. Ángelo iba a matar a Ivonne. Estaba rabioso por haberle traicionado, por haberle mentido todo este tiempo, por haber confiado en ella y que ella se hubiese ido con aquel archidemonio asqueroso. Los ojos de Ivonne eran de auténtico terror, y comenzó a pedir perdón por todo lo que había hecho: - Lo… lo siento, Ángelo. Siento todo lo que te hice. Siento haberte… traicionado, haberte puesto en peligro a ti y a Lydia, haberte torturado… Siento las mentiras, todos mis engaños… –las lágrimas comenzaban a brotar por sus ojos –. Siento haberte mentido diciéndote que este hijo que tengo en mis entrañas es tuyo… siento haber acabado con la vida de gente a la que apreciabas… –ya no podía más, se derrumbó completamente arrepentida y comenzó a llorar desconsoladamente. Ángelo se dispuso a clavarle la Lanza, pero bajó los brazos lentamente y trató de calmarse. No podía acabar con Ivonne, él era bondadoso, él formaba parte del Bien. Además, aunque el hijo que iba a tener Ivonne no era suyo sino de un demonio, Ángelo confiaba en la bondad y el libre albedrío de los que disfrutaban todos los seres vivos del planeta. No podía acabar con una nueva vida que nacería dentro de pocos meses, a pesar de los padres que tenía. Se convertiría en alguien bueno o malo, pero tenía que tener su oportunidad. Detrás de él, Lydia se había llevado una mano a los labios de la impresión, pero se sintió aliviada al ver que Ángelo no se había dejado llevar por la rabia. - ¿Sabes una cosa, Ivonne? –le dijo él –. El perdón es algo que sólo el Bien se puede permitir. Recuerda esto cuando te arrastres miserablemente con tus amigos infernales. Ivonne continuó llorando, mientras Ángelo pensaba que con rabia o sin rabia, no habría sido capaz de acabar con ella de ninguna forma. Él no era así, y había demostrado a esos seres malignos que el Bien siempre prevalecería, aunque a veces cometiesen errores como el que cometió Miguel. Ivonne estaba cada vez más desfigurada. Se notaba en su rostro que su alma ya pertenecía al maligno Caos. Ángelo se puso en pie, con la Lanza en sus manos. El rayo de luz incidía directamente sobre él, y Lydia pensó que era un verdadero arcángel venido de los cielos para salvar a la humanidad cuando fuese necesario. Ivonne se arrastró por los suelos y se puso en pie lentamente mientras los otros dos la observaban. Cuando se incorporó, sus gestos empezaban a ser bastante demoníacos y se giró hacia ellos con la visión todavía llorosa. En el centro de sus ojos, detrás de las lágrimas, aparecieron unas pupilas rojas y un gesto de odio eterno, dirigidos a Ángelo y a Lydia. Y lo que era peor, Ivonne sonrió, antes de marcharse hacia el borde del agujero que había en el suelo de la azotea, dejándoles en la duda de si se había arrepentido de verdad o no. Con algo de intranquilidad, pero felices por fin, Ángelo y Lydia se besaron, mientras los cielos se abrían sobre ellos definitivamente.

EPÍLOGO: TODO TIENE UN FINAL Y UN PRINCIPIO Cadenas de onodiamante, material inexistente en la Tierra, ataban brazos y piernas de Arioch en la infrazona del infierno. Clavos que salían de todas partes se clavaban en su rojiza piel, despojada de todo aspecto humano que una vez mostró al gigantesco alcalde de una ciudad corrupta. Sus gritos desesperados de dolor y desesperación resonaban en los 666 niveles que componían el reino de la maldad y el Caos, haciendo que muchos de los que antiguamente fueran sus compañeros infernales se rieran al oírle sufrir. Estos trabajadores infernales mantenían activo el Infierno, realizando tareas hasta que llegase su hora de visitar la Tierra o cualquier otro planeta con vida creado por Dios, para algún encargo más importante o para castigar a algún alma perdida que requiriera la visita de un demonio. Para el que no había poco castigo era para quien había fracasado tan ridículamente en conquistar el mundo de los humanos. No estaba escrito, pero alguien muy superior a Arioch, el mismísimo Satanás, se había encargado de que él sufriese, para así demostrar que si alguien quería intentar conquistar la Tierra no fallase la próxima vez. A Arioch le quedaban decenas de años para tener la oportunidad de volver a intentarlo, si es que no se le habían quitado las ganas. Probablemente volvería con sed de sangre y de venganza. Pero para el mundo humano ese momento quedaba todavía muy lejos, pues a Arioch le quedaban al menos 100 años de castigo, y además tendría que empezar de nuevo y casi sin poderes. El fracaso de Arioch había sido toda una decepción, y miles de demonios, incluido Satanás, el mayor de todos, se habían visto con la miel en los labios y con una victoria ante Dios. Y aunque la Tierra sólo fuese uno de los millones de planetas con vida inteligente de los que apetecía arrebatar a Dios, tanto Arioch como Satanás sabían que aquello habría sido una victoria muy especial, pues los humanos siempre habían gozado de cierto cariño y preferencia del Altísimo. Arioch sufriría mucho tiempo por su fracaso decepcionante, pero Satanás sabía que ese mismo castigo lo haría volver con más fuerza. Otra vez será. *** En un lugar algo menos remoto que el Infierno, en un templo perdido en un lugar de la Tierra oculto a la vista de los humanos, la Lanza de Longinos permanecía escondida de nuevo. Los religiosos que la custodiaban, dirigidos por un antiguo sacerdote enviado desde los Cielos llamado Teodoro, sabían que algún día podría ocurrir lo que pasó en la Isla del Dragón, así que se preparaban mucho mejor que aquellos otros que fallecieron intentando defender tan poderoso tesoro. La guerra entre el Orden y el Caos no había concluido, sólo estaba ligeramente calmada. Las palabras del Arcángel Salvador de la Humanidad, o como se le conocía coloquialmente, Ángelo, habían sido claras: los demonios volverán a intentarlo. Cada uno de los días de los fieles defensores del Orden estaría dedicado a partir de ahora a prepararse para esa guerra inconclusa. El tablero de ajedrez seguía colocado, nadie había guardado las piezas. Ángelo, tras la victoria sobre Arioch, usó la Lanza sólo una vez, aunque un sentimiento de pecado la invadió ligeramente por utilizar uno de los artefactos de Dios. Pero tenía que hacerlo, tenía que usar la Lanza para interferir en la mente de todos aquellos que consideraban a Lydia una criminal y de todos los que habían visto parte de lo que él y ella habían hecho. Ahora ellos dos pasarían desapercibidos y vivirían felices: él como arcángel y ella como humana, en el primer y verdadero amor entre ambos seres que de verdad había salido bien. Lydia en principio no estuvo de acuerdo en que Ángelo usara la Lanza, porque sabía que él se

sentiría mal, y quería acatar las consecuencias de haber sido una criminal que había actuado en contra de la ley en ciertos momentos. Pero Ángelo seguía siendo fiel a sí mismo y a sus travesuras que siempre habían formado parte de su personalidad, y usó la Lanza a pesar de todo, con un guiño de uno de sus lindos ojos. Huyendo en vuelo del edificio de la alcaldía en brazos de Ángelo, Lydia se sintió como en el final de aquellas películas de superhéroes donde el apuesto héroe protagonista se lleva volando a su amada. Sin embargo decidieron que ellos no serían héroes, sino que querían tener una vida común donde ser felices, apartados de tanta lucha entre Cielo e Infierno. Dejarían de ser fugitivos y se harían pasar por personas normales de la sociedad, a pesar de haber visto y vivido cosas que la humanidad jamás entendería. Aún así, Ángelo le advirtió que si en algún momento él era requerido para alguna misión, tendría que acudir, algo que Lydia aceptó, aunque con una carita de divertido disgusto. Ángelo le respondió, también en tono divertido, que él permanecería siempre que pudiese a su lado, y que olvidaría la vida de diversión a pesar de que en alguna misión celestial le apeteciese pasarse por el bar sin decirle nada a ella. La enorme casa en la que vivían, gracias a la capacidad de Ángelo de crear dinero de la nada entre otras cosas, pronto se vio habitada por el mayor tesoro que ambos disfrutarían a lo largo de sus vidas, la pequeña Ángela de cabellos dorados y ojos celestiales. Las mayores alegrías, las mayores satisfacciones y la mayor felicidad no vinieron de parte de una misión oculta ni del rescate de un tesoro sagrado y poderoso, sino de la dulce niña que tuvieron juntos. Aquel era el mayor tesoro del que disfrutarían en sus vidas y el mismo Ángelo reconoció a Lydia que jamás había sido tan feliz, ni como ángel ni como humano ni como arcángel, como viviendo junto a ella y junto a su niña. *** Un grito desgarrador de mujer surgió de un oscuro callejón en la fría noche de Capitol City. Por sorpresa, la supuesta víctima había sido salvada, y ahora corría saliendo de ese mismo callejón, huyendo hacia un lugar más concurrido. Lo que esta mujer había visto no se le olvidaría en la vida, y probablemente necesitaría años de terapia psicológica, pero al menos había sido salvada de algo mucho peor que la visita a un psicólogo, el ataque de un ser sobrenatural que la hizo quedarse paralizada sin comprender lo que estaba viendo. Mientras la mujer corría ya a salvo, este ser sobrenatural, de aspecto grotesco y babeante, permanecía en el suelo sin comprender qué había salido mal al intentar violar a su víctima. No sólo eso, sino que ahora era él la víctima y el que estaba temblando, completamente asustado, sin saber quién le había impedido satisfacer sus deseos. Un pie sobre su cabeza lo mantenía aplastado contra el suelo. Se trataba del calzado deportivo de una chica joven, era lo poco que Glorak podía descubrir mirando de reojo hacia arriba. Lo único que lo mantenía contra el sucio y frío suelo era ese pie atrapando su cabeza. El resto de su cuerpo estaba libre y se retorcía como una cucaracha. - ¡Quién eres, déjame en paz, maldita humana! –gruñía entre quejidos de dolor. La chica, una rubia de 24 años, vestía ropa cómoda y llevaba una enorme pistola en su mano derecha. Con gran agilidad había saltado desde uno de los edificios cercanos sin que el bicho se lo esperara. Había sido un salto imposible para un humano normal, así que Glorak se equivocaba, ella no era humana. Pero claro, él no había visto desde dónde venía el ataque, en un segundo había pasado de violador a víctima. - Me llamo Ángela –contestó ella con una sonrisa–. Mis padres son un arcángel llamado Ángelo y una humana llamada Lydia. Soy una cazadora de demonios y mi misión es mantener el Bien y el Orden por encima de todo mal, y por supuesto, acabar con los engendros de Satanás como tú. Con un disparo preciso de su arma, un simple roce de la bala produjo un pequeño rasguño en la

deformada nariz de Glorak. El sonido del disparo retumbó entre los edificios, pero aquello era un barrio peligroso de por sí, y apenas llamó la atención. El horrendo demonio se sobresaltó, creyendo que estaba muerto. - El próximo irá a la cabeza y acabaré contigo. No tengo mala puntería precisamente –dijo ella, apartando el pie de la cabeza del pequeño y horrible ser infernal. Glorak se levantó a toda prisa y se escabulló para esconderse correteando entre las sombras, gimiendo como un perro apaleado. Ángela entrecerró los ojos, sonriendo, y con paso firme se dirigió hacia otro de los callejones para perderse en la gran ciudad y para intentar salvar a la siguiente víctima que estuviera siendo atacada por un ser maligno. Lo que Ángela no sabía era que en sus misiones nocturnas no estaba sola. Él desde siempre la había observado, hasta cuando era sólo una niña y jugaba correteando por el parque mientras sus padres Ángelo y Lydia se sentaban muy enamorados en uno de los bancos de madera. Él desde siempre los había observado, a ella y a sus padres. Pocos años mayor que Ángela, John Goodman hijo espiaba a la chica rubia con ojos rojos en la noche. Cada uno de sus pasos, cada una de sus misiones… la estudiaba desde lejos sin que ella se diese cuenta. Había visto, desde la azotea de un edificio cercano y sin que ella notase su presencia, que Ángela había perdonado la vida a Glorak. Ella tenía compasión, y eso era un error, heredado de los inútiles de sus padres. - Yo no tendré compasión contigo –masculló, sonriendo para sí mismo. FIN

NOTAS FINALES Y AGRADECIMIENTO DE LA AUTORA ¿Qué puedo decir ante tanta muestra de apoyo y tantos ánimos que me habéis dado durante la creación de toda la saga de Ángel de Pecado? Me gustaría decir algo más que un simple “Gracias”, pero por palabras me es difícil expresar todo lo que siento al haber recibido vuestro cariño durante todo el proceso de creación y seguimiento de mis libros. Es curioso que sea tan complicado explicar lo que una siente, y supuestamente debería ser fácil para una escritora al estar acostumbrada a crear tantos personajes cada uno con sus sentimientos, y tantas situaciones distintas. Sin embargo lo que sale de mi corazón como autora agradecida es más difícil de explicar con palabras que lo que sale de mi imaginación al crear una historia de ficción. Lo real es más complicado de expresar que lo ficticio. Sólo puedo decir que sin vosotros no habría podido crear esta historia, y que lo he pasado muy bien relatándola, y que ha sido un auténtico placer contaros las andanzas de Ángelo y Lydia. Como ya imaginaréis, esto no acaba aquí. Hay una nueva generación en marcha de luchadores del Bien y del Mal. Os he presentado a Ángela, la protagonista de la saga de libros que estoy preparando y que seguirá a la saga de Ángel de Pecado. Estoy muy emocionada con la nueva historia y creo que os va a gustar muchísimo. Por supuesto también volverán Ángelo, Lydia y muchos personajes más, pero todo esto será una sorpresa, no quiero desvelaros todo todavía. Sólo puedo decir que en la nueva saga volverá a haber acción, aventuras, erotismo y mucho amor, además de descubriros qué pasó con vuestros personajes favoritos de Ángel de Pecado. Pero será una historia muy distinta, ya lo veréis. Habrá sorpresas increíbles. Por cierto, os he dicho que habrá mucho amor en la nueva saga, y quiero que sepáis que las novelas puramente románticas también son lo mío. No todo tiene que ser sangre y sexo. Así que, como regalo por haber llegado hasta aquí y por haberme seguido, os dejo un fragmento de otra de mis novelas, para que lo disfrutéis y si decides que te va gustando, busques la historia completa. Se titula “Escapando hacia el amor”, y ya la podéis encontrar a la venta. Es un pequeño detalle para vosotros por haberme seguido hasta aquí en mis novelas. Sin nada más que contaros por ahora, me despido de vosotros esperando sorprenderos de nuevo dentro de muy poco con las aventuras y desventuras de la hija de Ángelo y Lydia. Esa chica dará mucho que hablar, ya lo veréis. Karen Strauss

ESCAPANDO HACIA EL AMOR Karen Strauss

© Karen Strauss, todos los derechos reservados.

CAPÍTULO 1: PLANES MALIGNOS El pobre señor Hawkings aguantó el segundo desprecio que le dedicó Lady Caterham durante la tarde cuando ésta le miró con cara de odio infinito. Según ella, tardar algo menos de un minuto en servir las copas para ella y para su amigo era demasiado. El viejo Hawkings estaba cansado de trabajar en aquella casa. La vejez, el triste sueldo que cobraba de la señora Caterham y los continuos gestos de ingratitud que ella le dedicaba, eran una pesada losa desde hacía algún tiempo. Concretamente se sentía cansado y con mucha carga desde que el señor y la señora Monroe fallecieron. Ellos fueron sus antiguos y cariñosos jefes, que le habían ofrecido siempre trabajo y una amistad verdadera. Haber pasado a trabajar para Lady Caterham era como un pequeño infierno, pero el señor Hawkings aguantaba más que por él, por los niños. No quería dejarlos a merced de esa mujer. El menor de la familia Monroe, el señorito Félix, contaba con sólo diez años y su hermana mayor, la señorita Christine, era la que más había sufrido la pérdida de ambos progenitores. Para el señor Hawkings ambos seguían siendo niños, aunque ella tuviese ya sus diecinueve años y la diferencia de edad entre ambos hermanos fuese grande. Los quería mucho, y él se sentía la única parte que quedaba de esa antigua y desgraciada familia, el último eslabón que los unía en amistad, cariño y comprensión con el viejo ambiente que hace años se vivía en aquella gran mansión. Fue una pena que Lady Caterham despidiera a la señora Audrey, la otra sirvienta de la casa, pues llegó a ser más que una amiga para el señor Hawkings, y no le hubiese importado haber pasado la vejez junto a ella. Ambos habrían sido sirvientes de Lady Caterham aunque ella no lo mereciera, pero habrían estado algo más felices en compañía. Sin embargo, con el despido de la señora Audrey, aquella gran casa había terminado de convertirse en un desastre tras la muerte de los Monroe y la soledad que ahora se vivía entre sus muros. Casi se le cayó la bandeja con las copas debido a los nervios y la ingratitud de Lady Caterham. El señor Hawkings decidió que era mejor centrarse en servirles a ella y a su supuesto novio, y retirarse a realizar otras labores, antes de que un nuevo grito por un pequeño descuido le hiciese sentirse peor de lo que ya se sentía. Al principio del día, con la llegada del amigo íntimo de la señora Claudia Caterham, pues no se le podía llamar novio exactamente, todo fueron buenas maneras y risas entre ellos. Pero ahora, tras la vuelta de él por unos asuntos por los que había estado fuera casi todo el día, parecía que una terrible noticia para ella estropeaba tal supuesto buen ambiente. El señor Hawkings se retiró a tiempo para no escuchar ni una tontería más de aquella bruja. - ¡¿Pero eso cómo va a ser?! ¡Dime ahora mismo que se trata de una broma, John! –gritaba ella. - Te prometo que no es ninguna broma, Claudia. La ley de Viraqua establece que es posible… –su amigo bajó la voz –, dar todas las posesiones en herencia a cualquiera de los hijos en caso de fallecimiento de ambos progenitores, aún siendo estos menores de edad. Siempre que el heredero se trate de un hijo varón, claro. Y me temo que tu marido no te ha dejado ni una pizca de la herencia. El abogado y yo hemos estado revisando el testamen… Con un gesto de absoluto desprecio y enfado, Claudia Caterham lanzó contra una de las paredes del salón su copa de cristal, que hasta ese momento estaba llena de uno de los más caros vinos que se podían permitir hasta ese momento. Había dejado el suelo de madera y la pared completamente perdidos de líquido rojo y pequeños cristales. El verdadero susto, tras la misma pared en la que había golpeado la copa, se lo había llevado la pobre Christine, que escuchaba atentamente el nuevo enfado de su madrastra. Aunque estaba asombrada por lo poco que podía entender de los asuntos que ella y su

amigo John estaban tratando, no pudo evitar sentir cierta satisfacción al ver que su padre había hecho lo posible para que ellos vivieran bien toda su vida. Había privado a su asquerosa madrastra de ver ni una sola moneda de cobre de todo lo que habían ganado él y su madre con muchísimo esfuerzo cuando pasaron la vida juntos. Con el oído pegado a la pared, Christine pudo escuchar el tercer desprecio de la tarde que Lady Caterham dedicaba al señor Hawkings. El hombre, al escuchar la copa de cristal rompiéndose en mil pedazos, parecía haber entrado por la puerta del gran salón con ánimo de recogerlo todo. - ¡Tú lárgate de aquí ahora mismo, viejo estúpido, ya te avisaré cuando yo quiera que hagas tu absurdo trabajo! –gritó Lady Caterham. Mientras el señor Hawkings se retiraba con cara de pesar y de aguantar más de lo que su viejo corazón podía, Christine se entristeció tras la pared. El pobre mayordomo no tenía que aguantar eso, ni Lady Caterham tenía derecho a tratarlo así. Sin embargo, la conversación que se desarrollaba entre la madrastra y su amigo empezó a resultar cada vez más inquietante, y Christine tuvo que prestar especial atención si quería enterarse del terrible diálogo que se desarrollaba en el gran salón de la mansión. Los tacones de Lady Caterham resonaban con fuerza tras la pared, demostrando que estaba dando vueltas muy enfadada, golpeando nerviosa el caro suelo de parquet a cada paso. Christine pudo seguir escuchando la conversación: - Tranquilízate Claudia… –dijo John. - ¡No puedo! –dijo ella con rabia –. ¿Sabes lo que esto significa? ¡Nos quedaremos sin nada, John, ni una insignificante moneda! ¡Todo mi plan se hace añicos por culpa de ese miserable de mi marido y por la estúpida ley de este país! - Pero… si te portas bien con el chico y lo engañas, podremos vivir del cuento todo el tiempo que queram… - ¡No vuelvas a decir algo así, John! ¡No quiero ser una mantenida, no quiero depender de un estúpido niñato! A través de la pared, Christine permanecía con los ojos muy abiertos y una temblorosa mano en los labios. ¿Cómo podía esa bruja hablar así de su hermano pequeño? ¿Cómo tenía la desfachatez de atreverse a deshonrar así el legado de su padre y lo que éste quiso para ella y para su hermano? Las palabras de Lady Caterham que escuchó a continuación fueron como un puñal mucho más frío y terrible de lo que Christine podía haber imaginado jamás: - Tendrá un accidente… Al principio, Christine sintió que no había oído bien aquellas palabras. ¿Lo había imaginado? ¿Su mente le jugaba malas pasadas? De repente, algo le confirmó que Lady Caterham había dicho aquello en serio: la reacción de su amigo y amante John. - Definitivamente estás loca, Claudia… - ¿Cómo dices? –preguntó ella, acercándose, peligrosa como una serpiente. - Me parece una solución un poco… - ¿Un poco qué, John? - Drástica, no sé… - ¿Pero tú estás conmigo o contra mí, John? El amante de Lady Caterham era un tipo deshonroso y falto de escrúpulos, pero a pesar de su dudosa moralidad, que el niño tuviera un accidente le parecía algo que debía ser el último recurso. Desgraciadamente ante la ley de Viraqua no había muchos más recursos si Lady Caterham quería ser la heredera de todo lo que dejó el señor Monroe. John miró en un rápido vistazo aquel gigantesco salón, donde había pasado agradables momentos

junto a Lady Caterham, y también había disfrutado de las maravillosas posesiones que el marido había dejado tras su muerte. Con dudas, pero cada vez más convencido, le contestó. - Por… por supuesto que estoy contigo en esto, mi amada Claudia. Ahora… y siempre… –dijo con la voz más cariñosa que pudo. Lady Caterham pareció dejar de caminar por el salón, como si se hubiera sentado en uno de los impecables y cómodos sillones que había en él. Christine, al otro lado de la pared, estaba horrorizada. Creía estar viviendo una pesadilla y su mente se le nubló imaginando lo que era capaz de hacer aquella bruja. En realidad se podría decir que era lo que estaba planeando hacer, pues parecía que no había marcha atrás y esa decisión iba a ser definitiva. Con manos temblorosas y la respiración cada vez más agitada, como quién sabe que un monstruo está tras la pared, Christine siguió escuchando… - ¿Y qué ocurrirá con… Christine? –dijo John precisamente en ese momento. - ¡Tú siempre tan preocupado por esa niñata estúpida, como cuando aquella vez que te pillé manoseándola! –gritó Lady Caterham llena de rabia. Christine, que seguía oyendo los gritos y toda la conversación, recordó ese momento con auténtico asco. El degenerado amante de su madrastra la mantuvo una vez atrapada con la espalda contra la pared del gran salón, creyendo que Lady Caterham no estaba en la casa, y comenzó a manosearle un pecho por debajo de la blusa mientras le tapaba la boca con fuerza con la otra mano, para que no gritase. No sólo eso, sino que llegó a levantarle la blusa y a babosearle uno de sus pezones con su sucia boca mientras la tenía atrapada sin poder liberarse. Todo eso pasó justo el día libre mensual al que tenía derecho el señor Hawkings, por lo que el viejo sirviente no estaba en la casa. Así que si no hubiera sido porque su madrastra llegó sin previo aviso y entró en el salón, ese sucio indeseable le habría hecho algo muchísimo más grave. Christine pensó que el gran enfado, que se prolongó durante días, sería el último entre esos dos. Pero el asqueroso John se las ingenió para echarle la culpa a ella y su madrastra la castigó encerrándola sin salir durante dos semanas, más bien por frustración que porque creyera una excusa así. - No, sólo me preocupo de que esa estúpida no pueda interferir en tus planes, cariño –dijo John tras la pared. - Para ella tengo otro destino. Ya que un grave accidente de ambos hermanos sería tremendamente sospechoso para las autoridades, haré que desaparezca de mi vista y de nuestra vida ofreciéndosela a Don Slemy. Christine volvió a llevarse la mano a los labios de la impresión. Se decía que Don Slemy, el director del circo ambulante que pasaba una vez al año por la ciudad de Viraqua, tenía un oscuro y turbio negocio secundario aparte del circo de leones y payasos, en el que le daba una vida nueva muchísimo más cruel a jovencitas extraviadas. Las malas lenguas lo llamaban el “Circo de las drogas y las máscaras”. Las chicas que habían perdido el rumbo en la vida eran compradas e incluso raptadas, y a base de drogas Don Slemy lograba que olvidasen su identidad para formar parte de este espectáculo privado donde hombres sin escrúpulos pagaban grandes sumas de monedas de oro para… No quería ni pensarlo, Christine comenzó a temblar con mucha más intensidad y un frío sudor le recorrió la espalda. Parece que el destino tanto de su pequeño hermanito Félix como el de ella estaban perfectamente calculados por esa bruja malnacida, que seguía hablando. - Te juro que no pasará más de una semana a partir de hoy hasta que le ocurra un pequeño y desafortunado accidente al niñato ese. Además, antes de poner ninguna pega más a mis planes, John, te recuerdo que soy yo la que te está pagando las grandes deudas en las que estás metido. Y dentro de nada, como no nos hagamos cargo de esa maldita herencia, ni tú ni yo podremos seguir disfrutando de una vida tranquila y sin preocupaciones.

- Sí, eso es cierto, mi querida Claudia. Y después podré vivir contigo, cuando pase un tiempo prudencial tras la muerte de ese niño y las habladurías no sean un problema. Ya teníamos que esperar tras el fallecimiento del inútil de tu marido, qué importancia tiene esperar un poco más –dijo John. La ira comenzó a invadir a la joven Christine, que tenía que escuchar los desprecios continuos que esos dos bichos repulsivos soltaban cada vez que mencionaban tanto a su pobre padre como a su amada madre fallecidos. Con los puños cerrados con rabia pero con cada vez más miedo en su corazón, siguió oyendo tras la pared… - Ven para acá, cariño –dijo John. - ¡Hawkings, ni se te ocurra entrar a molestarnos! –gritó la madrastra, asegurándose de que la puerta que daba al salón estaba bien cerrada tras decir esto. - Anda, levántate esa faldita y siéntate aquí… Christine casi vomita de la repulsión, no quería seguir escuchando más. Mientras se alejaba hacia su dormitorio con prisas y nerviosismo, se preguntaba cómo podía su padre haber estado con esa bruja infernal tras la muerte de su madre. Al cruzar el pasillo pudo ver la puerta del dormitorio de su hermano, que estaba cerrada pues el pequeño se había acostado mucho antes, aburrido sin nada que hacer en aquella casa. A Christine se le encogió el corazón, y pensó que ahora tenía que vigilar casi cada ruido, convirtiéndose en la protectora de su hermano. Sin ganas ni tiempo para estar lamentándose mucho más, decidió que tenía que hacer algo. Los nervios la invadían y la oscuridad del pasillo la hacía casi tropezar con todo. El corazón le latía con mucha agitación, tenía que hacer algo, tenía que salvar a su hermano, tenía que salvarse ella… ¿Pero cómo? No sabía ni dónde ir ni a quién acudir, no podía demostrar nada, no tenía posibilidad de buscarse la vida fuera de allí… Apoyándose un par de veces en las paredes del pasillo consiguió llegar a su habitación con cuidado de no hacer ruido. La noche caía cada vez más intensamente y pronto saldría el baboso John de sus jugueteos a puerta cerrada para volver a su casa, ya que Lady Caterham todavía no le permitía quedarse allí a dormir todavía. Así que Christine se dio prisa y entró en su dormitorio con la respiración agitada. Sentada en la cama y con su delicado cuerpo tembloroso, pensó un plan para que pudieran escapar su hermano y ella cuanto antes. Era la única solución. Esa bruja estaba loca y era capaz de cumplir con su objetivo, así que Christine no podía esperar mucho más. No quería seguir viviendo así en esa casa que una vez fue un hogar de paz y felicidad cuando vivían sus padres. El pequeño Félix probablemente ni recordaba el dulce rostro de su madre, pues aun era muy niño cuando ella falleció. Pero ella sí. Recordaba aquel encantador hogar como un bonito sueño para una niña, con unos padres maravillosos, un futuro próspero, un pequeño hermanito dulce y cariñoso… ¿En qué se había convertido ese lugar, en la oscura guarida de su madrastra? ¿Por qué había llegado esa bruja para quedárselo todo y deshonrar tanto a sus padres y a ellos dos? ¿Por qué la vida estaba siendo tan injusta con ella y con Félix? Entre las lamentaciones y el esfuerzo por intentar permanecer sensata mentalmente, Christine necesitó al menos un buen rato para pensar algo que hacer, pero le costaba muchísimo porque las preguntas le llevaban a temas mucho más oscuros. Si esa bruja era capaz de tener planes de asesinar a su hermanito, ¿la muerte de su padre había sido normal? De repente había enfermado y nadie supo lo que le ocurría, ni siquiera los mejores doctores de Viraqua. Los invisibles vellos de los brazos de Christine se le erizaron de terror. Si esa bruja era así de maligna y despreciable, se preguntaba cómo había podido su padre caer en sus redes. ¿Y si todo fue un plan desde el principio? ¿Y si ella lo embaucó para quedarse con todo? El miedo se mezclaba con la rabia y comenzó a idear el único plan que se le ocurría. Si la única oportunidad para que no hiciese daño ni a su hermano ni a ella era aquello que se le estaba ocurriendo, lo haría. Tumbada en la cama y con la cabeza cada vez dándole más vueltas de tanto pensar y de la

decisión que estaba a punto de tomar, pasó más de una hora hasta que Christine escuchó el lento caminar de Lady Caterham subiendo la escalera principal de la mansión. Ya hacía un rato que John se había marchado, y Christine suponía que esa bruja iba a meterse en su dormitorio a descansar de tanto ajetreo con su asqueroso amante. El momento estaba llegando, así que lo decidió. Era lo único que podía hacer: buscaría un cuchillo grande en la cocina y acabaría con el problema. Mientras pensó esto, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Jamás había matado ni siquiera a una mosca, pero por ella misma y por su hermano poco después saldría de su dormitorio dispuesta a lo que fuera para salvarlos a los dos.

CAPÍTULO 2: DIFÍCIL DECISIÓN

No se atrevía. Christine escuchaba tras la puerta los terribles ronquidos de Lady Caterham, sosteniendo el arma afilada que temblequeaba en su mano derecha y el pomo de la habitación de la bruja en la izquierda. Estuvo a punto de caérsele el cuchillo debido a los nervios, y eso habría sido un error fatal. Su madrastra se habría despertado y tras ver lo que ocurría podría haber alegado intento de asesinato. La justicia habría estado de su parte y de esa forma Christine sí que perdería toda posibilidad de cuidar de su hermano. Tenía que pensar una solución. No podía pasar más tiempo a merced de Lady Caterham, esperando que Félix cayera víctima de cualquier maldad, accidente o envenenamiento. Se había dado cuenta de que ella no tenía el valor o la frialdad de acabar con la bruja. Ella no era una persona tan maligna como para acabar con la vida de nadie. Sin embargo, Christine se sentía encerrada en una prisión desde que sólo vivían con Lady Caterham, pues anteriormente su vida había sido muy cómoda. Se había dedicado a estudiar temas que le gustaban, a dar clases de violín y a aprender labores del hogar en su tiempo libre, pero todo esto cuando sus padres seguían vivos. Había vivido como una señorita que más adelante terminaría casada con un buen hombre de Viraqua, y que se preparaba en cualquier cosa que a ella le gustase. Sin embargo cuando sus padres fallecieron todo cambió. Lo que había sido una vida de armonía, tranquilidad y felicidad se fue oscureciendo y transformándose en una vida de encerramiento y castigos de su madrastra. Mientras volvía nerviosa a su habitación, la imaginación de Christine no paraba de dar vueltas buscando una posible solución, y cuando escondió el cuchillo se dio cuenta de que la única posibilidad de salvar la vida de su hermano y su propio futuro, era escapar. Huir de allí cuanto antes. Durante unos segundos, estuvo mirando a través de la ventana de su dormitorio. Aquello era una solución drástica que se le acababa de ocurrir, pero era un enorme problema. ¿A dónde irían? ¿Cómo se las arreglarían? Ella no sabía buscarse la vida ni llevar adelante el día a día. Jamás había tenido que sobrevivir por su cuenta en la vida cómoda que había llevado. No le costó mucho imaginarse a su hermano Félix y a ella misma teniendo que pedir limosna por las calles más sucias de la ciudad, y le entraron ganas de llorar. Además, ¿de qué servía huir y refugiarse en las calles? Tarde o temprano esa bruja los encontraría. Por momentos le daban ganas de rendirse en su idea, pero también le parecía mal no luchar por el legado de sus padres. ¿Dejaría que esa arpía se quedara con todo? Pero por otra parte, lo importante de todo esto y lo que se recordaba a sí misma era que Lady Caterham era una asesina en potencia, y ella no tenía forma de pararla, pues en cualquier momento era capaz de acabar con la vida de su hermano. Ya se la estaba imaginando preparando un supuesto accidente, o mezclando un veneno para echarlo en el desayuno de Félix. Mirando la oscura callejuela que se divisaba a través de su ventana, Christine cerró los puños con fuerza y decidió que lo importante era poner a su hermano a salvo. Seguramente esa arpía estaba roncando tan tranquila en su cama, pensando y soñando con quedarse con todo. Lo que Christine no permitiría es que se quedara con la vida de su hermano. Sin nada más que poder hacer, se vio a sí misma preparando el equipaje para huir de allí. Tenía que salir cuanto antes, no se podría perdonar jamás que a Félix le pasara algo ya a la mañana siguiente, por no haber puesto remedio esa misma noche. Buscó una vieja maleta que pertenecía a su padre y comenzó a guardar ropas y utensilios que les pudieran ser útiles, intentando no hacer mucho ruido para no despertar a ese monstruo con forma de mujer. Mientras ordenaba todo lo que podían llevarse hacia la aventura, se preguntaba a sí misma

en quién podía confiar para pedirles ayuda. Sólo se le ocurría solicitar apoyo al viejo señor Hawkings, pero no creía que el pobre hombre pudiese hacer nada por ellos más allá de protegerles un poco dentro de la propia casa. Casi desesperada, sin saber a dónde llevaría a su hermano y pidiendo a sus padres que la ayudaran desde ahí arriba, de repente, una idea se abrió paso en su mente: buscar a la señora Audrey. La vieja señora Audrey fue como una segunda madre para ellos, sobre todo en los tristes meses que pasaron entre que su padre falleció y hasta que la bruja la despidió con toda la maldad. La mujer había sido muy cariñosa con ellos y la que mejor los había tratado desde que eran niños. Los quería mucho, aunque en realidad había querido a toda la familia Monroe desde que comenzó a trabajar para ellos, pues sabía lo luchadores que habían sido sus padres y las dificultades por las que habían pasado. Los días oscuros en los que su padre falleció y la señora Audrey fue despedida todavía hacían estremecer a Christine. Al menos se consoló sabiendo que la cariñosa sirvienta había encontrado trabajo inmediatamente en un lugar más lujoso, el castillo Pendelton en el pueblo de Disemberg, situado a más de un día de camino de la capital Viraqua. No creía que la señora Audrey echara de menos trabajar en esa casa al servicio de la bruja, pero Christine sabía que al menos a ellos dos sí los estaría echando de menos. Estaba decidido, definitivamente escaparían de allí y le explicarían la situación a la señora Audrey. La antigua sirvienta les aconsejaría qué podrían hacer. Christine tenía claro que, según la ley del estado de Viraqua, ella y su hermano estarían cometiendo una imprudencia escapando del hogar. Sabía que habría consecuencias, pero pensó que prefería cualquier cosa antes que seguir en peligro en esa casa… Y de repente, el sonido de alguien moviéndose más allá del pasillo la sacó de sus pensamientos. Unos pasos irregulares se oían procedentes del dormitorio de Lady Caterham, y Christine sintió que se abría la puerta de la bruja. Todo sucedía demasiado rápido y a ella apenas pudo darle tiempo de guardar ni esconder nada, tenía todo el equipaje encima de la cama e incluso el cuchillo estaba a plena vista. Al menos Christine no había encendido la luz en todo este tiempo, llevada por el sigilo que requería la situación al preparar el equipaje. La terrible y cansada respiración de una persona que ha hecho demasiado esfuerzo, y para Lady Caterham moverse ya era un esfuerzo, se oía venir por el pasillo. Christine casi no tenía tiempo para esconder nada si esa bruja aparecía por la puerta. Estaba demasiado nerviosa para reaccionar. ¿Debería esconderse cuanto antes? ¿O es que en realidad Lady Caterham se dirigía al otro dormitorio para acabar con su hermano ya? Christine tenía los nervios a flor de piel y tenía que hacer algo en apenas unos segundos, se sentía como un animal a punto de ser atropellado. De repente vio que los pasos se paraban frente a su puerta. Estaba ahí fuera, la respiración grave y cansina no se alejaba. Christine empujó la maleta abierta tras el lateral de la cama que daba a la ventana, dándole igual que todo hiciese ruido, y de un rápido salto agarró el cuchillo, que se veía fácilmente. Y justo cuando la bruja abrió la puerta de su dormitorio a ella le dio tiempo a meterse entre las sábanas con el cuchillo en su mano, manteniéndolo justo en el lateral de su cuerpo, de forma que permanecía bien escondido. No quería ni abrir los ojos. Allí en la oscuridad estaba esa mujer monstruo con la respiración alterada, curioseando. Se habría despertado por tantos ruidos y pasos en su habitación, y habría sospechado que Christine estaba tramando algo. Ella, sin embargo, se mantuvo con los ojos cerrados y tratando de imitar los movimientos y la respiración de una persona dormida, pero sus nervios eran casi incontrolables. La bruja caminó hacia la cama pesadamente. Probablemente tendría una expresión de extrañeza, pues sospechaba que algo estaba pasando allí. Y de repente Christine notó la respiración monstruosa justo delante de su cara. Lady Caterham estaba tratando de comprobar si de verdad ella

estaba dormida. A Christine le resultó tentador, como en las escenas de terror que había leído en algunos libros, el hecho de clavarle el cuchillo al monstruo justo en ese momento. La vida de su hermano estaba en juego y ella podría salvarle justo ahora, aunque luego la condenaran y fuera a la cárcel por asesinato. Su hermano viviría libre y sin peligro. Sin embargo se mantuvo quieta, como si fuese una piedra. Aunque una cosa tenía clara, algo que pasaba por su mente a toda velocidad: si esa bruja planeaba hacerle algo justo en ese momento, ella no dudaría en utilizar el cuchillo. Tras aguantar durante unos segundos el horrible aliento de Lady Caterham, Christine pudo escuchar que ésta se alejaba por fin y cerraba la puerta del dormitorio tras de sí. Por suerte no había visto la maleta deshecha tras la cama. Pero lo que más le preocupaba ahora era la suerte que correría su hermano. Christine se dio cuenta de que no podía vivir así noche tras noche, sin poder dormir por si tenía que salir a defender a Félix, así que esto reafirmó más su idea de escapar de esa casa cuanto antes. Se levantó de la cama, todavía con el cuchillo en la mano, y se acercó sigilosamente a su propia puerta, tratando de comprobar que la bruja sólo había estado curioseando en su dormitorio, no en el de Félix. Entreabrió la puerta para asegurarse, y justo en ese momento Lady Caterham cerraba la de su habitación. Ahora Christine sólo tenía que esperar a oír los ronquidos de nuevo para ponerse en marcha y escapar de allí por fin. Una de las cosas más importantes que se llevaría consigo Christine, aparte de una pequeña reserva de dinero que siempre tuvo escondida, eran las joyas que su madre le había dejado: unos preciosos pendientes de oro y zafiros, un anillo que también perteneció a su abuela y una pequeña gargantilla de cadenita muy fina de la que colgaba una preciosa esmeralda. Guardó cuidadosamente todo esto en la maleta y se dispuso a seguir preparándose para huir. Buscó también una pequeña bolsita de piel para llevar consigo ese poco dinero que tenía para casos de necesidad. Mantener siempre una reserva de dinero era un hábito que sus padres le había aconsejado que hiciera desde que era una niña, con la intención de educarla para ser una persona ahorradora. En poco menos de media hora estaba lista para escapar. Se guardó el cuchillo bajo el vestido, atándose una fuerte cinta en el muslo y sujetándolo con ella, sin apretar demasiado pero lo justo para que el arma se mantuviera a mano por si acaso. Estaba en una zona en la que quedaría bien sujeto y a mano, sólo por si lo necesitaba, aunque no creía que fuese capaz de usarlo nunca. Se sentía un poco cobarde, y aquella huída de su propia casa la hacía dudar aún más. En vez de enfrentarse a las situaciones, escapaba de donde vivía para buscar a la señora Audrey, a sus diecinueve años ya y siendo toda una mujer. Pero es que ella era así y por mucha pena que se diese a sí misma, era lo único que se le ocurría hacer. Pensó que ojalá supiera de otra solución, pero el tiempo corría en contra de ella y de su hermano. Con todo ya preparado, se presentó sigilosamente en el dormitorio de Félix y se dispuso a despertarle y contarle qué estaba ocurriendo. No quería decirle al pobre chico que estaba en peligro de muerte, pues sólo tenía diez años, pero intentaría explicarle que tenían que salir de allí cuanto antes. La dulce carita de su hermano en la oscuridad, durmiendo tan tranquilo, volvió a hacerla dudar. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Era justo meterle en esa aventura en la que ni ella misma sabía si podrían sobrevivir? No quería pensarlo mucho más y confiaba que sus padres la guiasen desde ahí arriba para estar haciendo lo que era mejor para ellos dos. La acompasada respiración de Félix continuó durante unos segundos, hasta que Christine tuvo que moverle el brazo varias veces para que se fuera despertando. El chico le daba pena, pues había estado teniendo una infancia difícil, sólo al cuidado de ella, y ahora lo llevaba hacia un destino incierto. - Félix, despierta… –le susurró.

Christine se lo dijo un par de veces hasta que su hermano abrió los soñolientos ojos y le preguntó que qué pasaba. - Tenemos que irnos de casa… - Pero, ¿ahora? –preguntó él, todavía desconcertado por la visita de su hermana. - Me temo que sí, Félix. Tenemos que irnos porque no estamos seguros aquí. Será como una aventura –intentó decirle ella de forma positiva. Bostezando y con mucho sueño, el pobre chico no sabía qué estaba pasando y comenzó a incorporarse sentándose en la cama. - ¿Qué está ocurriendo, Christine? - Shhh… baja la voz… Tienes que confiar en mí, te lo explicaré por el camino. Pero tienes que darme tu palabra de que, hasta que pueda explicártelo con tranquilidad, harás lo que yo te pida. Félix la miró, todavía con el sueño en su rostro, pero aceptando lo que su hermana le decía. - Vale, ¿qué tengo que hacer? ¿Me preparo ya? Christine asintió con la cabeza, sonriente, y no pudo evitar darle un beso en la frente a su hermano. El encantador niño se portaba maravillosamente con ella y ambos estaban muy unidos. Era algo que una bruja como Lady Caterham jamás podría entender. Mientras Félix se vestía, Christine bajó el equipaje hasta la salida de la casa con el mayor de los silencios posible, aunque muy asustada por si los descubrían. En la oscuridad pudo ver cómo el chico le hacía caso, y en poco tiempo Félix estaba bajando en completo sigilo las escaleras que daban a la entrada de la casa. A Christine se le encogió el corazón al ver que su hermano llevaba en sus brazos un muñeco de trapo que ella misma le hizo varios años atrás, el Señor Pompis. A Félix le hizo mucha gracia el nombre y le encantó el regalo, y Christine sabía que el Señor Pompis había acompañado a su hermanito en momentos difíciles. Agarrando a Félix de la mano con dulzura, Christine abrió la puerta de su propia casa tratando de no hacer ruido. Ambos salieron sigilosamente al frío y la oscuridad de la noche, todavía con un poco de miedo por si la bruja se había dado cuenta de algo. Esperaba que aquella decisión no fuera un error y hubiese acertado al escapar de allí con su hermano. Pronto lo sabría. ¡CONTINÚA EN… ESCAPANDO HACIA EL AMOR!

Las vidas de la joven y romántica Christine y de su hermano pequeño Félix dan un giro inesperado tras la muerte de su padre. Su madrastra, la malvada Lady Caterham, se quiere hacer con el control de toda la herencia, pero para ello debe deshacerse del chico de la forma más terrible posible. Christine inicia una huída junto a su hermano con la intención de salvarle, una huída hacia un destino incierto y peligroso, donde ambos vivirán aventuras, secretos y traiciones. Tras refugiarse en el castillo del conde Thomas Pendelton, Christine descubrirá algo que jamás había sentido en su corazón, el amor verdadero. Pero contarle la verdad al conde podría significar poner en peligro todos los planes para huir de su madrastra, que los perseguirá a ella y a su hermano hasta el fin del mundo con tal de acabar con ellos y quedarse con todo. ¿Podrán librarse de la malvada asesina que va tras su hermano? ¿Descubrirá Lady Caterham dónde se esconden? ¿Conseguirá Christine que alguien le ayude? ¿Podrá decirle al conde todo lo que siente y mucho más? Descubre la nueva novela romántica de la famosa autora de “Ángel de Pecado”, Karen Strauss. MUCHAS VECES EL DESTINO NOS LLEVA POR CAMINOS DESCONOCIDOS, PARA AL FINAL DESCUBRIR QUE ESTÁBAMOS… ESCAPANDO HACIA EL AMOR.

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