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Sinopsis Bryce lo recuerda como si fuera ayer. El olor a cloro. El crujido cegador y el destello de dolor. La sangre en el agua. Cuando despierta en el hospital, todo en lo que Bryce puede pensar es en su desastrosa prueba olímpica de saltos. Pero todo es diferente ahora. Bryce todavía se siente de diecisiete años, entonces ¿cómo puede su hermana menor tener diecisiete años también? La vida continuó sin ella mientras Bryce yacía en coma durante cinco años. Su mejor amiga y su novio se acaban de graduar de la universidad. Sus padres apenas se hablan. Y todo lo que una vez soñó hacer —ganar una medalla de oro, viajar por el mundo, enamorarse— parece fuera de su alcance. Pero Bryce también ha cambiado, en formas aparentemente imposibles. Sabe cosas que no debería saber. Cosas que sucedieron mientras estaba dormida. Cosas que ni siquiera han sucedido todavía. Durante un luminoso verano, a medida que ella llega a comprender que sus sueños han cambiado para siempre, Bryce aprende a ver la vida por lo que realmente es: extraordinaria.

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Índice Sinopsis

Capítulo 18

Prólogo

Capítulo 19

Capítulo 1

Capítulo 20

Capítulo 2

Capítulo 21

Capítulo 3

Capítulo 22

Capítulo 4

Capítulo 23

Capítulo 5

Capítulo 24

Capítulo 6

Capítulo 25

Capítulo 7

Capítulo26

Capítulo 8

Capítulo 27

Capítulo 9

Capítulo 28

Capítulo 10

Capítulo 29

Capítulo 11

Capítulo 30

Capítulo 12

Capítulo 31

Capítulo 13

Capítulo 32

Capítulo 14

Capítulo 33

Capítulo 15

Capítulo 34

Capítulo 16

Sobre la Autora

Capítulo 17

Agradecimientos

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A mi hermano Wyatt

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Adiós, hola, adiós, hola. —Kurt Vonnegut, Slaughterhouse Five

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Prólogo Traducido por Otravaga Corregido por Nanis

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a mayoría de los clavadistas olvidan ver el espacio, el aire. Te enfocas en tu cuerpo: cómo meterlo en un delgado trampolín, o curvarlo como una pieza de espagueti y volverlo a estirar. Te lanzas y apenas tienes tiempo para pensar antes de golpear el agua. Pero Bryce, nunca olvidaría dónde estaba cuando estaba a punto de saltar. Nunca olvidaría la pequeña eternidad entre la plataforma de piedra y el profundo azul abajo. —Bryce Graham —le preguntaron los reporteros—, sólo diecisiete años. ¿Cuál es tu secreto? Usualmente diría algo sencillo, algo escrito en una camiseta inspiradora. Diría “Concentración”. “Enfoque”. Cosas que deberían ser dichas en los micrófonos. Pero nunca: —Miedo, Ted. Miedo. Ese día, Bryce fue acarreada hacia arriba a la plataforma por el ruido de la multitud. Gritaban más fuerte por ella que por cualquier otro. Después de todo este era su hogar. Esas eran personas de su escuela secundaria en las gradas, a pesar de que no conocía a la mayoría de ellos. Los fanáticos de Tennessee llevaban poca ropa y tenían el rostro rojo, gritando y gritando. Los de fuera llevaban camisetas de las Pruebas Olímpicas y se abanicaban el rostro con los programas. Uno de ellos se había puesto tan rojo como cualquier otro en Nashville, a causa del calor. Él había ido a los puestos de comida por una gaseosa, una Coca Cola en una sudorosa botella plástica. Él observaba desde su lugar en la parte trasera del edificio, apuntalando con el pie la puerta de salida para tenerla abierta. Le dio un sorbo a su Coca Cola, y una cigarra

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aterrizó en las gradas. La multitud quedó en silencio cuando Bryce se agachó al final de la plataforma, como una cigarra en sí misma. Bryce saltó. Estaba flexionada, enrollada, y el insecto frotó sus patas juntas, llamando a cualquier otra cigarra que pudiera estar en los alrededores. Ella estaba flexionada, enrollada, y el hombre de las afueras de la ciudad sintió la brisa en su rostro. Ella estaba flexionada, enrollada, en la pequeña eternidad entre el bloque y el azul. Sólo tenía diecisiete años. ¿Cuál era su secreto? Espacio, respondió Bryce, pero había menos del que pensaba, y su apretado giro fue un par de centímetros más largo de lo que debería haber sido, y ese par de centímetros resultaron estar en la curva de su hermosa cabeza. Su cráneo sobresalió por encima de la plataforma, y el peso de su cuerpo fue cayendo, cayendo al vacío aire de Tennessee. Si le preguntabas a la mamá de Bryce qué tan larga es una cigarra, respondería: “Aproximadamente dos centímetros”. Y si le preguntabas a su papá, sería la misma respuesta. También la hermana de Bryce Graham, y sus amigos. La gente de Nashville. Si le preguntabas al hombre de fuera de la ciudad, no lo sabría, pero podía escucharla llamando en el aire, el momento antes de que una columna de sangre coloreara la piscina de rojo.

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Capítulo 1 Traducido por Otravaga

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Corregido por Nanis

l ritmo cardíaco por lo general ha sido más rápido.

¿Quién dijo eso? Empareja el sonido con la imagen. Luces, metal y movimiento. Las manos de una mujer desatando algo. Sonidos pero sin imagen. Inténtalo de nuevo. —Consigue su historial —dijo una voz—. Ella está viniendo… —Antes de que el sonido se interrumpa de nuevo, la luz se acumula, más y más brillante. Este era un juego que Bryce jugaba. ¿Cuánto tiempo haría falta para ponerle fin al agotamiento interminable? A veces se tomaba la molestia de abrir los ojos, pero era lo suficientemente difícil simplemente recordar que había estado por ahí una vez, existiendo y hablando. La sola idea la hacía retroceder de nuevo a la oscuridad. Dolía estar viva. Pero ahora ya había estado jugando “sonido más imagen” por un tiempo. ¿Cinco días? ¿Cinco horas? Incluso si fuesen cinco minutos, la sensación era una fuerte. El aliento de alguien estaba en el rostro de Bryce. —Consigue a sus padres por teléfono. Los padres de Bryce. Había escuchado sus voces en la oscuridad, pero nunca pudo distinguir sus palabras. Ellos le habían tocado el hombro, le habían frotado la frente. Pero Bryce estaba demasiado cansada. No puedo, trató de decir. No puedo moverme. —Bryce. Bryce pudo notar por el tono de la mujer que ella estaba tratando de hablar en voz baja, pero quería ponerse las manos en los oídos. Sus dedos se retorcieron a sus costados. Abrió los ojos. La luz inundó su cráneo. Los colores se convirtieron en formas, las formas se convirtieron en personas.

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Los olores y los sonidos se encendieron como en una máquina. El ácido aroma del limpiador, el zumbido mecanizado, el metal crujiendo. Una mujer con cabello grisáceo se inclinaba sobre ella con un estetoscopio, bloqueando las luces fluorescentes. Estaba despierta.

* * *

—Tengo hambre —había dicho Bryce en voz baja, a pesar de que era un dolor hablar. La habitación estaba en silencio, excepto por el pitido de las máquinas y el sonido de sorber gelatina líquida de un pitillo. Movió la lengua a través de la dulce sustancia, reaprendiendo los movimientos de cada trago. Los movimientos eran borrosos, pero todo lo demás llegaba a ella con agudeza. La habitación de hospital era del color beige de la piel pálida y parecía vibrar. Su madre estaba sentada cerca de la cama en una bata de baño color rosado eléctrico. Su padre estaba de pie al lado de su madre, en su mismo viejo conjunto deportivo de Vanderbilt negro con dorado, con la palabra ENTRENADOR estampada en el pecho. Sus rostros estallaron en llorosas sonrisas cuando su mirada los alcanzó. Todo era diferente. Para empezar, el cabello de su madre era más corto. Y su papá había perdido algo de peso. Ellos habían estado esperando por mucho tiempo. ¿Qué había pasado? —Bryce. —La voz de antes, ahora más suave, vino de una mujer de cabello corto con una bata blanca—. Mi nombre es Dra. Warren. ¿Sabes dónde estás? —Hospital —dijo Bryce con una voz monótona que no sonaba como la suya. Se aclaró la garganta—. Hospital —repitió Bryce en un tono más alto y claro, mirando a sus padres. La Dra. Warren siguió escribiendo en su portapapeles. —¿Sabes de qué te estás recuperando? Bryce tragó. Su garganta se sentía como arena. Ella podía hacer esto. Esfuérzate. —Estaba dormida. La Dra. Warren asintió.

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—Estabas en coma. Sufriste un grave traumatismo craneal. Con el fin de sanar, tu cerebro eliminó tu consciencia por bastante tiempo. El clavado, pensó Bryce, con el crujido cegador regresando a ella en un destello de dolor. El recuerdo se repitió de nuevo mientras la Dra. Warren hablaba, y por un extraño momento Bryce pudo verse a sí misma desde las gradas, un borrón en un colorido traje de baño, cayendo al agua. —La buena noticia es que el proceso de curación de tu cerebro no era tan ausente o lento como habíamos pensado. Haremos algunas resonancias magnéticas más, pero parece que tus funciones cognitivas seguirán mejorando. —¿Por qué no me puedo mover? —preguntó Bryce. A su lado, el monitor cardíaco comenzó a pitar más rápidamente, como advirtiéndole. Como si su cuerpo supiera algo que ella no sabía. —Tu recuperación depende de qué tan bien se restituyan los músculos por la extendida falta de uso —respondió cuidadosamente la Dra. Warren. Recuperación. Su cerebro estaba confuso, pero la palabra nunca significó mucho para ella. Evitaba las lesiones. Para los atletas de competencia, había se podía o no se podía. No había recuperación. Miró sus manos. No se movían mucho, pero se veían bien, quizá un poco pálidas y delgadas. —¿Cuánto tiempo estuve dormida? La Dra. Warren miró a la madre de Bryce, con las cejas arqueadas en una pregunta silenciosa. Su madre asintió hacia la Dra. Warren. La doctora comenzó lentamente. —Bryce, has estado inconsciente por un buen tiempo. Algunas cosas han cambiado. Bryce sintió la sangre apresurarse a sus mejillas. Ignoró la mirada fija de la doctora, tratando y fallando en apretar sus puños, sintiendo por primera vez la presencia de tubos metidos en su antebrazo. —¿Dónde está Sydney? —La hermana de Bryce de doce años de edad de cabello rizado probablemente estaba tomando ventaja de su estadía en el hospital en ese preciso instante, metiéndose con sus cosas, poniéndose su vestido de graduación de secundaria y fingiendo que era una estrella de Broadway. —Tu hermana está fuera —dijo su padre, cruzando los brazos. —¿Fuera? —respondió Bryce—. ¿Haciendo qué?

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—Syd… bueno. —Su madre apretó el lazo de su bata de baño—. Ella… se ha vuelto mayor. Todos lo hemos hecho, incluso tú. —Se rió un poco. Bryce se dio cuenta de los círculos bajo los ojos azul claro de su madre, el gris brillando en el cabello rapado de su padre. No le habían respondido. —¿Cuánto tiempo…? Fue interrumpida por rápidas pisadas, el chirrido de la manija, un porrazo en la pared cuando la puerta se abrió de golpe. Una alta y pálida chica adolescente entró a zancadas. Ella le resultaba familiar. La madre de Bryce se levantó de un salto. —No ahora. —Se quedó de pie entre Bryce y la chica. —¡Sí, ahora! ¿Estás bromeando? —respondió la chica. —Por favor —dijo su madre, pero fue más como una orden. Desde el otro lado de la cama, el padre de Bryce dijo en voz alta: —Elizabeth, sólo… —Terminó su oración negando con la cabeza. La chica llevaba medias de malla y botas de suela gruesa. Bryce les echó un vistazo a sus padres, pero sus ojos estaban fijos en el piso. Regresó a la chica. Ondas oscuras. Los grandes ojos oscuros de su padre. Sydney. La chica era Sydney. El corazón de Bryce se saltó un latido. Su madre estaba parada en la silla. —Por favor. Ella no está lista. Está desorientada. —En serio, mamá —dijo Sydney a través de dientes apretados—. Tal vez ahora sería un buen momento para fingir que soy parte de esta familia. La Dra. Warren se desplazó hacia la puerta. —Les daré algo de tiempo. —Bryce. —La chica aferró los postes de soporte al otro lado de la cama clínica, como si el ver a Bryce la mareara. El olor a cigarrillo llenó la nariz de Bryce. Buscó frenéticamente la peca oscura cerca de la oreja de Sydney, la que Sydney fingía que era un zarcillo. Estaba ahí—. Estás… despierta —susurró Sydney.

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—¿Qué…? —comenzó Bryce pero se detuvo cuando Sydney la miró directamente, con el rímel manchado en sus mejillas redondas—. ¿Qué… qué edad tienes? —¿Yo? —Sydney dejó caer sus uñas negras en el pecho. Bryce se dio cuenta por primera vez de un pequeño aro perforando su labio—. Tengo diecisiete años. Diecisiete. Bryce se sintió como si estuviera bajo el agua, tratando de nadar hacia la superficie. ¿Había estado dormida por cinco años? Ella tenía… ¿veintidós? —Oh, Dios mío —dijo Bryce en voz baja. Su sangre estaba bombeando con tanta fuerza que se sentía como si estuviese tratando de escapar de su cuerpo. Las lágrimas se filtraron de sus ojos, corriendo por su rostro. Pensó en su examen de cálculo, para el que apenas había estudiado. Las Pruebas Olímpicas. Graduarse en la Secundaria Hilwood. Se suponía que estaría al lado de Gabby. Lo habían planeado. Greg estaría a su otro lado. ¿Y ahora qué? No podía mirar a nadie, a pesar de que todos ellos estaban mirándola. Cerró los ojos. La bilis brotó en su garganta, y el calor aumentó en su frente, apuñalada por pinchazos de dolor. La ventana del hospital estaba impresa tras sus párpados, el mundo exterior cambiando de la noche al día, y en otro momento sintió que la habitación estaba bañada de luz de luna y luz de sol, el atardecer y el amanecer. Una habitación de hospital. Las persianas cerradas. Bryce se dio cuenta de que estaba mirando su propia forma durmiente en una extraña y distante tarde. Su familia vagaba alrededor de la cama clínica, viéndose como solían ser. Los ojos de su madre estaban vidriosos, como si hubiesen sido vaciados de lágrimas. Ella tenía la cabeza apoyada en la cama al lado del cuerpo de Bryce. Su padre iba y venía por la habitación, con su silbato de entrenamiento alrededor del cuello, deslizando ansiosamente una mano a través de su cabello. Sydney todavía tenía doce años. Se sentaba en la silla estampada en un rincón, con la cabeza entre las manos, su cuerpo temblando en silencio. Nadie se movió para consolarla. Entonces el dolor que se había elevado tan rápidamente se desvaneció, y Bryce estaba parpadeando ante el resplandor de las luces fluorescentes. Su familia le devolvía la mirada, todavía sombras de las personas que conocía. Deseaba que esta versión más vieja y más triste de su mamá, su papá y su hermana se marchara y regresaran a su yo habitual. Con una punzada pensó en sus rostros como los había visto la última vez, sonrojados y sonriendo por encima de camisetas que decían “¡VAMOS BRYCE!”. Se

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había acurrucado con ellos en un gran abrazo grupal. Su papá le había recordado que vigilara el ritmo de su salto carpado de espalda1. Su mamá le dijo que aflojara sus lentes para nadar, que parecían demasiado apretados. Luego Greg y Gabby habían saltado detrás de ella, y todos estaban sonriendo nerviosamente unos a otros, con sus cabezas juntas. Gabby se había estirado para darle al rostro de Bryce un par de palmadas juguetonas. “¡Concéntrate!” chilló ella. Greg la alcanzó para acurrucarla y sus labios encontraron los suyos en un dulce beso suave. Se sentía como ayer, no cinco años atrás. Ella había despertado de pesadillas antes, pero… la gelatina se elevó en su estómago cuando se dio cuenta que nunca se despertaría de esta. Esta era su vida ahora. —No puedo creerlo —dijo Sydney, agarrando los brazos de la silla—. ¿Por qué no sabe eso todavía? ¿Por qué no se lo dijeron? —Sydney, justo ahora tu aporte es innecesario. —Su padre buscó a tientas su billetera—. Voy a conseguir uno de esos cafés de porquería —refunfuñó y salió de la habitación, con su madre siguiéndolo, hablando en un bajo murmullo. Era la primera vez que hacían tanto como moverse desde que se había despertado. Sydney se acercó más a la cama. Ella seguía mirando a Bryce con incredulidad, como si Bryce desaparecería en cualquier momento. —¿Te han dicho algo de lo que ha sucedido? —dijo arrastrando las palabras. Bryce la miró fijamente. —Sydney, ¿estás borracha? —¿Te lo contaron todo? —presionó Sydney—. ¿Sobre Greg y Gabby? —Es suficiente —llegó con severidad la voz de la madre de Bryce desde la entrada. Ella le tendió un café a Sydney. Bryce mantuvo los ojos en su hermana, rogándole que continuara—. Bryce acaba de despertar —dijo su mamá en un tono más suave. Se sentó en la cama, cruzando las largas piernas que Bryce había heredado. Apartó el cabello de los ojos de Bryce—. Debes estar cansada.

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Carpado de espalda (Back Tuck): salto hacia atrás con las piernas juntas, las rodillas dobladas y completamente pegadas al pecho, y las manos agarrando las rodillas o manteniéndolas cerca del cuerpo. Al meter las rodillas juntas apretadamente de esta manera, el cuerpo es capaz de alcanzar una velocidad angular máxima y por lo tanto minimizar el tiempo requerido para completar una vuelta.

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—Todo lo contrario. —Su cuerpo estaba pesado, pero todo lo demás se sentía como si ahora estuviera nevando, como copos de nieve que se dispersaban lejos, y su mente estaba luchando por captarlo todo. Quería moverse, pero en cambio sólo sus ojos revoloteaban, mirando a Sydney—. ¿Greg y Gabby saben que estoy despierta? Su madre se estiró para tocar la mejilla de Bryce. —Vamos a bajar la velocidad. —Estoy de acuerdo. —La Dra. Warren había vuelto a entrar, dándole la vuelta a una página en su portapapeles—. A pesar de que sus signos vitales son excelentes, con la extraordinaria cantidad de actividad cerebral que ha ocurrido en tan poca cantidad de tiempo, Bryce está en riesgo por cualquier número de disfunciones cerebrales. Bryce trató de encontrar los ojos de su familia, para demostrarles de alguna forma que estaba lista para despertar. Para siempre. No era una pieza de un equipo defectuoso rompiéndose, funcionando mal. Estaba aquí. Estaba de vuelta. La Dra. Warren puso su mano en el hombro de Bryce. —Bryce, has estado increíble a través de todo esto. Eres realmente fuerte. Pero no sabemos lo que va a ocurrir en los próximos días, o incluso en las próximas horas. Bryce apenas escuchó. Se preguntaba cuándo iban a venir Greg y Gabby. ¿Ellos en realidad tenían veintidós años? ¿Ella en realidad tenía veintidós años? Este era el último lugar en el que había querido estar en cinco años. Para este momento ya debería haber ganado una medalla de oro al menos. En cambio estaba atrapada en una camisa de fuerza de su propio cuerpo. —Mi orden es descansar —continuó la Dra. Warren, con la voz más relajada—. Sé que parece tonto, pero la mejor cosa es dormir. ¿Está bien? —Entiendo —dijo Bryce, pero sus pensamientos estaban en otra parte. Cada segundo, más estaba regresando. Sus nervios habían desaparecido, y todo lo que quedaba eran duras verdades. No podía mover las piernas. Eso tenía que cambiar. Tengo que seguir adelante, pensó Bryce. Tengo que conseguir volver a la normalidad. —Todos, digan buenas noches —continuó la Dra. Warren—. Pueden dormir en la sala de espera si quieren. Estaremos observándola de cerca. El padre de Bryce se inclinó para besarla en la mejilla. —Buenas noches, cariño. Estaré afuera.

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—Nos vemos en la mañana —dijo su madre, estirándose para hacer lo mismo. Luego le susurró a Bryce en el oído—: No sabes cuán maravilloso es que pueda decir eso. —Buenas noches, Bry. —Sydney se retiró de la habitación torpemente. La Dra. Warren fue la última en irse, corriéndose el maquillaje cuando se frotó los ojos. —Descansa algo. Bryce deseaba que pudiera levantar el brazo para despedirse. Eran bolsas de arena, pesados a sus costados. La puerta se abrió, dejando entrar un rayo de luz fluorescente del pasillo del hospital. El haz de luz se ensanchó en un arco a través del suelo cuando la Dra. Warren se detuvo en la entrada. Luego cerró la puerta, amortiguando el ruido del pasillo y dejando Bryce sola en la oscuridad.

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Capítulo 2 Traducido por Aria25 Corregido por Nanis

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raham, Bryce. 3B. Ala de Neurología. Centro Médico Vanderbilt. Nashville, Tennessee. Tercera ventana desde la derecha, si estás mirando hacia arriba a la parte azul cristalina del edificio. Tercera por la izquierda si estás mirando fuera desde esa habitación en particular, contando cada ventana. Lo que Bryce estaba haciendo. Treinta, hasta el momento. Graham, Bryce. 3B. Ritmo cardíaco normal. Presión sanguínea normal. Vista… bloqueada por una cigarra saltando, tratando de pasar a través del cristal. Bryce siguió al insecto revoloteando con su nariz contra el cristal, haciendo pequeños charcos de vaho con su aliento. No quieres entrar aquí de todos modos, pequeño. La cigarra finalmente aterrizó, a centímetros de su mejilla. Su largo cuerpo del tamaño de un grano parecía que estaba cubierto con una armadura. Sus alas eran como de encaje. Poco a poco, lentamente, levantó su mano de donde descansaba en el alfeizar y la llevó a la ventana. A medida que las puntas de sus dedos se acercaban, el cristal se puso más caliente. No caliente en una forma que la quemaba, sino cálido y brillante al mismo tiempo. Se retiró, maravillándose. De repente, el cristal era líquido, derritiéndose con luz en los bordes, y había un agujero lo suficientemente grande como para pasar a través. La cigarra permaneció dónde estaba, congelada como un insecto en ámbar. Llevó su mano hacia el brillante hueco y cerró los dedos alrededor del insecto. ¡Lo tenía! Bryce trajo la cigarra de vuelta a través, sintiendo sus alas sacudirse contra su palma. La sostuvo cerca de su rostro. Un destello de calor, y un parpadeo, y ya no estaba. No había ningún derretimiento o brillo. Ella estaba apoyada contra la ventana bajo el zumbido de los fluorescentes de la habitación 3B, aferrándose a la nada. —Raro —dijo en voz alta. Miró alrededor para ver si alguien estaba mirando, y luego lo intentó otra vez, moviendo sus dedos lentamente hacia el cristal, pero golpearon la frío hoja con un ruido sordo.

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Bryce giró la silla de ruedas lejos de la ventana. Había estado despierta desde hace ya unas semanas, y a medida que el tiempo pasaba, se hizo evidente: algo se sentía diferente, y no sólo acerca de ella; un filtro lo coloreaba todo. Era como en la oficina del optometrista cuando cambiaba lentes delante de sus ojos a través de una máquina y le preguntaba cuál era más nítido. El número uno, o el número dos, diría él, pero ahora no habían círculos borrosos. Cada círculo era más claro que el anterior, nítido con los detalles más precisos. Probablemente era el encierro. Cualquiera comenzaría a ver cosas cuando sus vistas se limitaban al linóleo beige y pinturas cursis de cascadas y castillos. A Bryce le sorprendía que no hubiese empezado a hablar consigo misma. Aparte de su familia, no había tenido tantos visitantes. Había querido ver a Gabby y a Greg inmediatamente, pero en su lugar recibió una visita de Elena, la madre de Gabby. Elena le dijo que Gabby y Greg se habían ido de mochileros con un grupo de amigos por toda Europa desde que se graduaron de Stanford. ¿Por qué Stanford? Bryce había querido preguntar. Vanderbilt les había ofrecido becas a todos. Ellos ni siquiera habían estado pensando en universidades de la Costa Oeste antes del accidente. Ahora estaban al otro lado de todo un océano. Distraídamente se preguntó si había lugares para hacer clavado desde acantilados en Europa. Siempre había querido hacer eso. Hubo un golpe en la puerta. —Entre —dijo Bryce mientras su enfermera, Jane, sostenía la puerta abierta para un hombre mayor con una chaqueta de deporte. Era o un periodista o un médico. Ya había perdido la cuenta de cuántas revistas y semanarios médicos la habían entrevistado. Le había dicho a sus padres que aprobaran a todos los que pidieran una entrevista porque a menudo los Graham recibían un pago por las historias, y aunque los padres de Bryce se negaban a hablar de ello, sabía que su tratamiento debía estar costándoles una fortuna. El negocio de diseño de su madre había despegado el año pasado, y su padre todavía era entrenador en Vanderbilt, pero no podía ser suficiente. Bryce se pasó las manos por el cabello nerviosamente en caso de que fuese a sacarle una foto, intentando recordar quién era él. —¿Estás bien entonces, pastelito? —preguntó Jane mientras retrocedía hacia la puerta. —Bueno, um… —comenzó Bryce, pero la bata estampada con Garfield de Jane ya estaba desapareciendo por la puerta. —Hola, señorita Graham. Mi nombre es Dr. Felding. —Ella estrechó su caliente y seca mano. Era fornido y calvo. Parecía un entrenador, pensó Bryce—. Soy el jefe de investigación de neurología en la Universidad de Cornell.

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Bryce sólo esbozó una sonrisa, desconectándole. Ya había respondido un millón de preguntas de investigadores de Columbia y Johns Hopkins. Llegados a este punto, los médicos de todo el país conocían su cerebro mejor que ella. Al parecer no sólo su despertar después de cinco años era un milagro, su capacidad de hablar y desplazarse alrededor la hacía algún tipo de fenómeno médico. Bryce tenía un mal rato sintiéndose milagrosa cuando la mayoría de las conversaciones que tuvo en el último mes giraban en torno a quién iba a cortarle las uñas de los pies o llevarle a su terapia física dos veces al día. Envidiaba a Sydney, entrando y saliendo a sus anchas para sus obligatorios cinco minutos al día en el hospital, vistiendo faldas cortas, oliendo al exterior. Bryce no se sentía como un milagro. Se sentía como un fenómeno de la naturaleza. Se sentía aburrida. El doctor estaba hablando todavía. —… así que tenía la esperanza de que pudiéramos programar una evaluación más a fondo en nuestras instalaciones, una vez que estés preparada para viajar. Bryce sólo se encogió de hombros. —Ya veremos —dijo, gesticulando a su silla de ruedas, como si pudiese tomar la decisión por ella. —Así que, Bryce. —Tomó asiento en la silla junto a ella, sacando un bloc de notas—. ¿Qué se siente al despertar? —Como ser sumergido en un balde de agua helada —comenzó. Esta era su respuesta recurrente. —¿Pudiste ver y oír de inmediato, entonces? Bryce recordó las luces agrupadas por encima de ella, cuando notó los sonidos de las máquinas. —Pude. Me tomó un poco… —Increíble —interrumpió el Dr. Felding con asombro—. De acuerdo con tus gráficos, te estás recuperando más rápidamente que cualquier otro caso documentado. ¿Y tu diario menciona que incluso te has levantado un par de veces? —¿Tiene mi diario? —El estómago de Bryce se retorció. Era sólo un cuaderno con su ahora áspera escritura de segundo grado que la doctora Warren le dijo que mantuviera, para que pudiera recordar las nuevas habilidades que venían cada día, o los efectos secundarios de ciertos medicamentos. Pero aun así. Era suyo.

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Bryce intentó echar un vistazo detrás del doctor, esperando que Jane pudiera regresar. El Dr. Felding sacudió una mano. —Sólo una copia. —Disculpe —dijo la voz de un joven desde la entrada. Los ojos de Bryce se sintieron atraídos por un par de desgastadas zapatillas New Balance. Los zapatos estaban unidos a unos pantalones caqui, seguido por una camisa de botones por fuera de los pantalones. Pertenecían a un apuesto chico de cabello oscuro. La bata de médico que llevaba parecía estar fuera de lugar. Él dijo severamente: —¿Está autorizado para estar aquí? —Hola. Liam Felding, Universidad de Cornell. —El Dr. Felding se puso de pie y tomó la mano del joven—. Sólo estoy haciéndole a Bryce algunas preguntas. —Eso está bien —dijo el sujeto con desdén, cruzándose de brazos—. Pero las horas de visita han terminado. Ella tiene que comer el almuerzo. —La recepcionista dijo hasta las tres —protestó el Dr. Felding. —Sólo parientes de sangre durante la comida —respondió. Bryce creyó ver un atisbo de sonrisa en su rostro, pero no estaba segura. —Pero… —empezó el Dr. Felding. —¿Es su tío? —No, pero… —¿Su primo lejano? —No. —El Dr. Felding se quedó parado incómodamente. —Por favor, váyase hasta que termine el almuerzo. —¿Cuánto durará el almuerzo? El joven se encogió de hombros. —Podría ser para siempre, ¿quién sabe? —Esta vez, le echó un vistazo a Bryce, con sus ojos brillando.

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El Dr. Felding lo miró fijamente. El hombre en la bata le devolvió la mirada. Finalmente, el Dr. Felding cerró su bloc de notas y se fue. —Gracias —dijo Bryce, tan pronto como estuvo fuera del alcance del oído. —Soy Carter. —Cruzó hacia ella; ella estrechó su mano extendida. Sus ojos eran de un familiar azul grisáceo. Bryce sintió desplomarse la habitación alrededor de ella. Podrían haber estado dándose la mano en cualquier parte. En un parque, en un ascensor. ¿Se habían conocido antes? —Bryce —dijo ella, y se soltaron. —Bryce Graham, soy consciente. —Él sonrió. Y luego dijo lentamente—: Tengo que decir, es alucinante verte andando. —Se volvió para recuperar una bandeja de un carro en la puerta. —Nunca sé cómo responder cuando la gente me dice cosas como esa —dijo Bryce a su espalda. —Simplemente es agradable escuchar tu voz, supongo, después de observarte durante tanto tiempo. —Adjuntó una bandeja de nuggets de pollo, puré de patatas y guisantes a los brazos de la silla—. Eso sonó espeluznante —concluyó, cruzando los brazos decididamente, como si constatara un hecho médico. —Lo hizo, sí. —Bryce asintió e igualó su tono. Tuvo que reír. —Lo siento. Soy un estudiante de medicina en Vanderbilt. —Hizo un gesto detrás de él, como si la escuela estuviera ahí—. He estado trabajando como voluntario aquí desde que era un estudiante no graduado, veo a muchos pacientes ir y venir. Y dormir. —Se aclaró la garganta—. De todos modos. Me alegro por ti. —Gracias —dijo Bryce. Carter gesticuló hacia la bandeja. —Jane dijo, y cito: “Dile que si no limpia su plato en quince minutos voy a curtir su piel” así que yo me pondría a ello. Tomó una lista de comprobación de papel de su bolsillo trasero y colocó una marca junto a su nombre, volteando el bolígrafo detrás de la oreja cuando terminó. Bryce tomó un bocado y se esforzó por pensar en algo que decir. —Entonces ¿en qué año estás en la escuela de medicina?

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—Sólo mi segundo año. —Volvió hacia ella. Tocó el papel doblado en la parte posterior de su silla—. ¿Puedes guardar un secreto? Bryce asintió. —Realmente no se supone que deba estar usando una bata blanca. Bryce señaló hacia él, su boca llena de comida. —¡Lo sabía! Él se encogió de hombros, y sonrió. —Sí, no consigues una bata aquí hasta que haces la residencia. Pero vi que estabas por tu cuenta, y… bueno, pensé que el doctor podría no escucharme con mi conjunto corriente —Bajó la mirada a sus pantalones caqui y la camisa fuera del pantalón—, por muy profesional que sea. Y entonces el armario de suministros estaba abierto… Bryce se encontró sonriendo. —Ahora que voy a guardar tu secreto tienes que hacer algo por mí —dijo, pegando hileras de guisantes en el tenedor. —¿Qué es? Le dio una mirada tentativa. —De casualidad no tendrás una computadora portátil contigo, ¿no? A medida que el tiempo había pasado, y Bryce había empezado a ajustarse a las cosas grandes, empezó a preguntarse acerca de las pequeñas: ¿Qué le había pasado a su Facebook cuando ella se hundió? Tenía mensajes del valor de cinco años de ESPN y SpringBoard con los que ponerse al día. Había pensado en pedirle a Sydney que le metiera a hurtadillas su teléfono, pero las raras veces que Syd la había visitado por lo general estaba discutiendo con sus padres, de todos modos. —Tengo mi computadora portátil. —Carter miró hacia ella, deliberadamente—. Pero restringen el uso de computadoras a cualquier persona con un alto riesgo de sobreestimulación cerebral. Todas esas luces y estímulos visuales pueden darte un dolor de cabeza asesino. —Maldición —murmuró Bryce. Se estaba volviendo ansiosa por hacer algo más que mirar por la ventana, contando las baldosas e imaginando bichos mágicos. —Espera, ahí —dijo Carter de repente. Giró sobre sus talones y desapareció de la habitación.

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—Intentaré no ir a ninguna parte —gritó Bryce con sarcasmo. Volvió minutos después, dejando caer lo que debía ser una pila de revistas de metros de altura en la cama. —Cortesía de la papelera de reciclaje de la sala de espera —dijo con una reverencia. La mayoría de ellas eran de los últimos años. Fechas durante las que había dormido se deslizaron junto a ella en las esquinas superiores, debajo de ellos nombres y fotos que no reconocía. La brillante fuente con forma de bloque parecía invitarla personalmente a descubrir LAS MEJORES PELÍCULAS DEL AÑO, PORQUE AHORA ES LA ÉPOCA MÁS CALIENTE DE LA MODA y LOS BEBÉS MÁS TIERNOS DE LAS CELEBRIDADES. Era casi como si Gabby estuviera ahí cotilleando con ella, poniéndole al día en lo que se había perdido. —Parece que vas a estar ocupada por un rato —dijo Carter. —Sí —dijo Bryce—. Muchísimas… gracias. —No te preocupes —dijo, saliendo al pasillo. —¿Nos vemos mañana? —preguntó ella de repente—. Quiero decir, en caso de que te necesite para ahuyentar a más neurólogos, ¿o algo? —Por supuesto. —Asintió y luego se había ido. Hundió su dedo en el puré de patatas, y empezó a hojear los titulares de los últimos años. Faldas cada vez más cortas, luego más largas; computadoras más pequeñas y delgadas; aspirantes a estrellas que entran y salen de los focos; atletas siendo atrapados con esteroides y amantes. Bryce estaba secretamente contenta de que Carter no hubiera incluido nada con acontecimientos mundiales reales. Si el mundo sólo estaba hecho de celebridades superficiales y consejos de maquillaje, nada había cambiado en cinco años. Todo el mundo, todo, sólo había estado esperando que Bryce despertara.

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Capítulo 3 Traducido por Little Rose Corregido por Laurence15

N

uestro auto es accesible para sillas de ruedas?

—¿

Bryce estaba sentada entre sus padres en la sucia oficina llena de plantas de plástico de la Dra. Warren. Ella usaba pantalones vaqueros y un top sin tirantes, como llevaba haciendo hace una semana, para dejar en claro que ya no necesitaría una bata de hospital. No necesitaría quitarse y ponerse la ropa para estetoscopios, cables pegados a su pecho, y escaneos de resonancia magnética funcional. Habían pasado dos meses desde que abrió los ojos en Abril, y estaba lista para irse a casa. La madre de Bryce le acarició la espalda ausentemente mientras miraba una de las copias usadas de OK! de Bryce. La emoción de leer revistas viejas se había desvanecido rápidamente, y Bryce había pasado a los crucigramas. Ella recibía a Carter todos los días con el desafío de encontrar una palabra de tres letras para unión metálica de diente, o llenar el espacio en thriller de Scorsese de 1970, _____ Driver. Porque su cabeza estaba llena de los nombres en latín de las enfermedades, Carter era bastante malo en cultura pop. Bryce tampoco era muy buena, pero gracias a la variada colección de su papá, era una genio en películas y música de antes de 1980. Su mamá levantó la mirada ante la pregunta de Bryce y suspiró. —No, no lo es. Es sólo una minivan. —Después de un momento, dijo dulcemente—: Cuando llegue el momento, conseguiremos una de esas camionetas para ti. Bryce quería gritar ¡ya es el momento!, pero en cambio se controló: —Pronto no necesitaré una silla de ruedas. Su padre miró el reloj e hizo un ruido de aprobación al otro lado de ella. Bryce podía oler su loción para después de afeitar.

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—Buena chica. ¿Leíste esos artículos de núcleos de fuerza que te imprimí? —Sí —dijo Bryce emocionadamente—. He estado haciendo los giros con las pelotas medicinales, me tienen adolorida, pero eso siempre es algo bueno, ¿verdad? Él se movió al borde de su silla genérica de sala de espera, como si estuviera en una reunión junto a la piscina. —También compré un DVD, sobre entrenamiento pliométrico2. Quizás puedas usar las barras. Trabajar en tus músculos externos. En las primeras semanas, a Bryce y a su papá se les había hecho difícil encontrar temas de conversación. Mientras su madre se preocupaba por asuntos como conseguirle un apropiado corte de cabello a Bryce, su papá sólo miraba fijamente alrededor de la habitación. Pero luego fue a una de sus sesiones de terapia física, y para el final de los cuarenta y cinco minutos, estaba informando al entrenador sobre la mejor forma de fortalecer los tobillos genéticamente débiles de Bryce. Quizás el mundo creía que la recuperación absurdamente rápida de Bryce fuese un milagro, pero a Bryce le gustaba pensar que también era obra del Entrenador Mike Graham. La Dra. Warren entró, su corto cabello gris en sudorosos montones, y la bata blanca doblada en un brazo. —Hace calor afuera —dijo. Bryce se sonó los nudillos y sonrió débilmente. —No sabría decirle. —Lo lamento —dijo la doctora, asintiendo para saludar a los padres de Bryce y acomodándose detrás del escritorio—. Ha pasado un tiempo. ¿Cómo estás? Bryce movió la silla de ruedas hacia atrás de modo que pudiera estirar las piernas sobre la alfombra. —¿Bryce? —Su madre le tocó levemente el codo. —Estoy genial. —Bryce señaló sus piernas estiradas—. Siento que lo estoy haciendo muy bien. —Lo has estado haciendo excelentemente. Tus patrones son relativamente normales, salvo algunos fallos.

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Entrenamiento Pliométrico: es un tipo de entrenamiento diseñado para producir movimientos rápidos y potentes, que permite a los músculos ejecutar la fuerza máxima en la mínima cantidad de tiempo.

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Su padre intervino con orgullo en su voz. —Ella estaba sentándose y parándose en la sesión de ayer en la tarde. Sin ayuda de nadie. Incluso dio un paso por sí sola. —Creo que voy a caminar sin asistencia bastante pronto —dijo Bryce. La doctora alzó sus delicadas cejas. —Esa es una meta ambiciosa. —Estoy de acuerdo —dijo su madre, sus ojos encontrando los del papá de Bryce. La mamá de Bryce se volvió fríamente hacia la doctora—. Creo que mi esposo olvida que ella ya no es su mulita de carga. —Es su meta, no la mía —dijo él tranquilamente—. Ella no se detendría aunque yo se lo pidiera. —Tiene razón —dijo Bryce. Ella sintió a su madre tensarse a su lado, pero tenía que decirlo. Su madre acomodó su enmarañado cabello rubio detrás de las orejas y cruzó sus manos sobre sus bermudas caqui. —Dra. Warren, creo que mi deseo de mantener la recuperación de mi hija lenta y constante está completamente justificado. Hay riesgos, ¿no es así? Bryce puso los ojos en blanco. —Sí, hay riesgos. Llegaremos a ello en un momento… —dijo la Dra. Warren, hojeando el contenido del archivo de Bryce. Luego levantó la mirada—. Cuéntame Bryce, ¿cómo va tu memoria? El corazón de Bryce se aceleró, y sintió su rostro ponerse caliente. La mirada de su madre la golpeó por la izquierda, y los ojos de su padre por la derecha. —Bryce, ¿cómo va tu memoria? —preguntó de nuevo la Dra. Warren. —B…bien —tartamudeó ella. Su memoria estaba más que bien. Al igual que su visión, pero Bryce no sabía cómo hablar de eso. Tenía que ser un efecto secundario de tener los ojos cerrados tanto tiempo. Ella miró el árbol plantado que estaba en la esquina de la oficina, notando cada vena que cruzaba las oscuras hojas. Podía seguir el camino de esas venas verdes, a través de la piel de la hoja, hasta donde la rama abría la corteza. No debería ser capaz de verlas así desde su silla, como si el árbol estuviese bajo un microscopio. Bryce

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alejó la mirada, enfocándose en la doctora, pero fue inútil. Los patrones de madera en el escritorio de la Dra. Warren eran imposiblemente claros. Debería decirles. Pero, ¿y si pensaban que algo más estaba mal? Se le secó la boca. La Dra. Warren frunció el ceño y volvió a inclinarse hacia adelante. —Bryce, estás dando respuestas realmente cortas aquí. No quiero tener que seguir diciéndote esto, pero es muy, muy importante que me digas cada detalle de tu progreso. —Eso hago. —¿No has experimentado nada fuera de lo común? ¿Nada en absoluto? Bryce abrió la boca, luego la cerró. Imaginó las interminables rondas de exámenes, los cables pegados a su frente, el incesante pitido de los monitores siguiendo cada uno de sus movimientos, cada uno de sus pensamientos. Bryce negó con la cabeza. —Nada. —Estoy intentando tanto como tú de hacer esto… Bryce se cruzó de brazos. —Ustedes han estado monitoreándome por años. ¿Qué más necesitan? —Sólo están haciendo su trabajo, cariño —dijo su padre tranquilamente. La Dra. Warren se reclinó en su silla, suspirando. —No estamos dentro de tu cabeza, Bryce. Podemos monitorear y grabar todo lo que queramos, pero no podemos explicar qué ha hecho tu cerebro para despertarse. Es muy… complicado. —¿Qué es tan complicado? —preguntó Bryce escépticamente—. ¡Estoy despierta! ¡Fin! —Lo más probable es que tu cerebro fue despertado por algún tipo de estímulo. O mejor dicho, alguna clase de recepción de información del exterior que es percibida como estímulo. Cualquier estímulo lo suficientemente fuerte para sacarte de un coma te pone en riesgo de ataques, aneurisma, infartos. Si no sabemos exactamente qué áreas de tu cerebro están siendo usadas, no vamos a saber qué hacer cuando éstas… — La Dra. Warren se detuvo. Bryce tragó pero no alejó la mirada—. Si estas funcionan anormalmente un día—. Terminó, con un tono más moderado. —¿Entiendes lo que ella está diciendo? —Su madre se volvió a Bryce.

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—Mi cerebro ha estado normal desde el minuto en que desperté —dijo tensamente Bryce, ignorando a su madre—. No sé qué más puedo hacer para convencerlos. La madre de Bryce le tomó la mano, ella acercó su rostro al de Bryce para que no pudiera ignorarla. —Cariño, esto es por ti, no por mí. —Apretó su mano con fuerza—. Por supuesto que quiero que vengas a casa. Pero escuchaste lo que podría pasar. Bryce miró los ojos azules de su madre llenos de lágrimas. Sintió un nudo en el estómago. —He estado despierta por dos meses, y todavía no sabemos lo que va a pasar. Realmente no veo el punto en seguir aquí si sólo vamos a quedarnos sentados sin saber nada. ¿Por qué no “no sabemos nada” en casa, donde soy feliz? La Dra. Warren intervino. —Mientras más observemos, más sabremos. No podemos observarte allá. Bryce tuvo que reír. —Ese es más o menos el punto. La Dra. Warren negó con la cabeza. Su padre se aclaró la garganta, mirando a su esposa y de regreso a la doctora. —Para que conste, yo también creo que Bryce debería quedarse, y ella lo sabe. Bryce puso la cabeza entre sus manos. —Pero… —se apresuró él. Bryce levantó la mirada—. Puedo asegurarle, que si libera a Bryce como ella quiere, estaremos totalmente dedicados a su recuperación. Vigilaremos sus medicinas y su entrenamiento. La Dra. Warren sonrió irónicamente. —Eso no lo dudo. —Por favor. —Bryce le arrebató el archivo del escritorio y comenzó a pasar las páginas—. Tiene suficiente. Por favor. Tengo que ver si puedo volver a la normalidad. —Bueno. —Ella sostuvo la mano por el archivo. Bryce se lo devolvió—. No puedo decir que no anticipaba esto. Has estado pidiendo irte a casa cada día desde que despertaste. —Miró a Bryce—. Si decides darte de alta, no hay nada que pueda hacer.

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Eres legalmente una adulta. Pero como tu doctora te digo, como te he dicho muchas veces, que te quedes es por tu propio bien. El corazón de Bryce latía salvajemente. Si decides darte de alta era una frase que nunca antes había oído. Las palabras perduraron, colgando en el aire. Antes de que la Dra. Warren pudiera aclararlo, Bryce balbuceó: —¡Decido darme de alta! La Dra. Warren sonrió. —No funciona del todo así. —Su seriedad regresó—. Tu condición es estable, pero de ninguna manera te dejaremos ir sin mantener un atento registro de cómo lo estás haciendo. Esperaré que vengas para evaluaciones. —Bastante justo. —Bryce suprimió una sonrisa y se encogió de hombros. —Muy bien entonces. Comencemos con el papeleo. —La Dra. Warren mantuvo la puerta abierta para los padres de Bryce, con su padre yendo a grandes zancadas detrás de su madre. Mientras sus padres iban por el auto, Bryce rodó hasta el escritorio de entrada. Sus piernas se retorcían de impaciencia mientras la Dra. Warren escribía sus prescripciones y sus programas. —Hola —dijo una voz detrás de ella. Se volteó para ver a Carter, quien llevaba una enorme mochila. Él le sonrió ampliamente, con sus ojos arrugándose en las esquinas. Pecas punteaban sus mejillas. —¿Adivina qué? —casi gritó Bryce. Antes de que él pudiera preguntar “¿Qué?” ella chilló—: ¡Me voy a casa! —Oh —dijo él, luciendo sorprendido—. ¿Ahora mismo? —Ahora mismo. Ni siquiera tengo que esperar por una camioneta. Mis padres van a tratar de acomodar la silla en la parte trasera de su minivan. —Bueno, maldición —dijo tanteando en busca de la lapicera que siempre llevaba tras su oreja. Se veía algo abatido pero consiguió sonreír—. El aula de neurología estará muy aburrida sin que nadie me pregunte extrañas encuestas. —¿No vas a casa para el receso de verano? —Ja —dejó escapar él—. No existe tal cosa como el receso de verano en la escuela de medicina.

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—Lo lamento —dijo Bryce, sonriendo—. Pero al menos todos recibirán su almuerzo más rápido. Él dudó un momento, luego arrancó la esquina de la hoja de registro y garabateó su número en ella. —Por si alguna vez necesitas algo. Una palabra de cinco letras para debajo o lo que sea. —Abajo. —Bryce sonrió. —Dale mis saludos a tus padres. —Allí están —dijo Bryce mientras un enorme auto negro estacionaba afuera frente a la puerta de pacientes externos. Carter le echó una mano, empujando a Bryce a través del vestíbulo. Desde que ganó la fuerza suficiente para usar su silla, Bryce rechazaba a cualquiera que quisiera empujarla por ahí como una niña. Pero Carter lo había hecho sin decir nada, y aunque podía oír sus zapatillas golpeteando en el suelo, él apenas parecía estar allí. La luz de media mañana se filtró por las puertas corredizas, que se abrían y cerraban para las personas entrando y saliendo. Bryce puso los pies en los descansos de su silla, y se permitió disfrutar la sensación de ser llevada hacia el sol.

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Capítulo 4 Traducido por Primula y Lorenaa Corregido por Laurence15

B

ryce se recostó en su asiento mientras los árboles de sicómoro zumbaban por las ventanas de la minivan. Cada árbol, casa y farola dejaba un remolino de color mientras pasaban manejando, como el rastro de pincel de un pintor. Ella apartó la mirada, tratando de saborear la sensación de volver a casa. Aunque nunca lo admitiría, estaba cansada. Cansada del lío que tomaba no hacer nada más que dormir, cansada el olor y sabor del antibacterial en todo, de estar rodeada de acero inoxidable. Los edificios de Nashville se habían dispersado para abrir paso a los pastos ondulantes que se levantaban ante los ojos de Bryce como pan horneado, y ella sintió el cambio de la carretera de pavimento a grava bajo los neumáticos. Estaban en su vecindario. No podía esperar a desmoronarse en el gigantesco sofá de pana en la sala de estar y beber un poco de limonada de los vasos de plástico de Vanderbilt que pasaban por copas de cristal en casa de los Graham. El auto finalmente desaceleró, y la visión de Bryce se llenó con su gran casa azul, el camino de piedra hasta la puerta parecía flotar en el césped como nenúfares. Era hermoso y diferente en su nueva manera de ver, pero sólo el hecho de que todavía estuviese allí era suficiente. Su padre puso la silla de ruedas cerca de la acera. Sydney estaba parada afuera de la puerta, descalza y con una enorme camiseta de los Muppets, luciendo medio dormida. —¡Sydney! —la llamo su padre—. Lleva a Bryce a su habitación. Nosotros vamos a acomodar todo allá adentro. Sydney se aferró a la silla de ruedas y llevó a Bryce rodando por la colina en la parte trasera de su casa, hacia la piscina y la entrada al sótano. La entrada de Bryce. La habitación de Bryce era el único dormitorio en la planta baja, y en días de verano, ella dejaba las puertas corredizas abiertas y ponía su lista de reproducción para entrenar a todo volumen con los altavoces en la sala de estar. Ella, Greg y Gabby

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practicaban clavados, o tomaban turnos para empujarse unos a otros al agua. Bryce sonrió para sus adentros. Su papá siempre estaba en la oficina, pero cuando su mamá estaba en casa, ella reproducía los álbumes de Queen por cortesía. Por el amor de Dios, decía su mamá si el hip-hop entraba en la mezcla, viniendo por un lado de la casa, con sus pálidas rodillas manchadas de suciedad debajo de su delantal de jardinería, por lo menos escoge algo que yo pueda cantar. Bryce no podía esperar a ver el azul brillante de la piscina. Había crecido tan cómoda en el agua como en la tierra; no muy tarde, fue más feliz en el aire, el césped esmeralda se extendía alrededor de ella por kilómetros. Pero a medida que bajaban la colina, hizo una mueca. La piscina estaba llena de bichos, palos y hojas. El trampolín estaba con incrustaciones de suciedad. —Aquí —dijo Sydney cuando llegaron a la entrada de atrás. —Estoy tan contenta de estar en casa —dijo Bryce en un suspiro, pero cuando rodaron a través de las puertas corredizas, jadeó. El suelo estaba cubierto con azulejos blanco brillante, y los únicos lugares para sentarse eran formas largas y cuadradas cerca de la pared. En la esquina había un gran rectángulo negro, difícilmente una silla, y donde una vez había estado el antiguo reloj del abuelo, había plataformas de un vívido color rojo coronadas por esculturas en blanco y negro. Bryce se sentía como si estuviera en el vestíbulo de un hotel moderno. —¿Qué… pasó? —tartamudeó ella. Hubo un momento de silencio antes de que Sydney levantara la vista de su teléfono. —Oh, sí, está realmente diferente, te lo aseguro —dijo ella, casi sin mirar a Bryce. Bryce rodó hacia adelante, pero no estaba sobre la alfombra peluda de color ladrillo. No había ninguna de las mesas con tazones de caramelos en ellas, o los jarrones de flores secas que ella y Sydney habían recogido para su madre cuando eran unas niñas. Éste no era su sótano. —Desearía que alguien hubiese dicho algo. —Bryce tomó una respiración profunda, rodó a través de la baldosa, y se estiró para abrir la puerta de su habitación. La luz era la misma, un poco nublada por las plantas en los huecos de la ventana. El polvo se arremolinaba en los suaves rayos de luz que fluían al interior. Sus trofeos habían desaparecido del tocador y habían quitado sus carteles de John Wayne3.Una John Wayne: actor estadounidense principalmente de westerns, visto como el símbolo de lo rudo y masculino, y fue un icono estadounidense durante muchos años. 3

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pequeña parte de Bryce esperaba que su cama estuviese desarreglada como ella la había dejado. Sus pantalones vaqueros en el suelo. Sus platos sucios apilados en su tocador. Había ruido en la planta de arriba: sus padres estaban haciendo la cena. Bryce miró a su hermana parada cerca del armario, con sus uñas de color turquesa tipiando su teléfono. —Bueno, al menos no hay estatuas raras aquí adentro —suspiró Bryce. —¿Cierto? —dijo Sydney. Guardó su teléfono cuando Bryce rodó de nuevo hacia la puerta—. Espera —dijo ella. Bryce se detuvo. —Sólo quiero decir esto mientras mamá y papá no estén, ya sabes, merodeando. — Sydney bajó la mirada a sus pies, retorciendo su camiseta en sus manos—. Lamento que estaba borracha cuando despertaste. Bryce casi quería reírse por lo mucho que ella lucía como la vieja Sydney en ese momento. Como si estuviese siendo forzada a disculparse por morder a su hermana. —Está bien, Syd. —Trató de sonreír para tranquilizarla—. ¿Con qué frecuencias sales así, de todos modos? —preguntó Bryce. Se lo preguntaba cada vez que veía los círculos oscuros alrededor de los ojos de su hermana, u olía a humo cuando entraba en su habitación. ¿Qué estaba haciendo Sydney? ¿Quiénes eran sus amigos? —Oh Dios, no tú también. —Sydney se tensó—. No sabía que ibas a despertar esa noche, ¿de acuerdo? —Relájate, Syd. Sólo estaba preguntando. —Bueno, eso no es asunto tuyo, pastor. La mirada en los ojos de Sydney le dijo a Bryce que era tiempo de dejarlo ir. Pero, ¿quién era esta persona mirándola fríamente? Recordó a la chica que había llegado llorando a casa de su primer baile de la escuela media, el vestido de seda que habían escogido juntas arrugado, el rímel que ella había tomado “prestado” de Bryce chorreado. Bryce recordó acariciar su suave cabello mientras Syd explicaba, entre sollozos, cómo el chico que le gustaba no quiso bailar con ella. Eso se sentía como si hubiese pasado hace unas pocas semanas atrás. Ahora el rostro de Syd era duro. Ya no lucía como una chica que llorara.

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—Oye, escucha… —Bryce iba a preguntarle a su hermana si podían simplemente empezar de nuevo. Las cosas habían estado apagadas entre ellas desde que despertó. Pero Sydney ya había regresado a su teléfono, haciendo su camino hacia las escaleras. —Mira, aprecio tu preocupación y todo —dijo Sydney, tomando dos escalones a la vez—. Pero no necesito a alguien diciéndome que lo que hago está mal.

***

Bryce rodó alrededor de la entrada del vestíbulo del piso de arriba, sintiéndose como una extraña. Como si tuviera que pedirle a su madre un tour, o algo así. Antes, fotos de la familia había punteado la larga entrada, como presentando a los residentes de la casa con gran estilo a medida que entrabas. Pero las fotos ahora estaban colocadas encima de una mesa circular escondida en un rincón. Se preguntó si alguien alguna vez las miraba ya. Sus ojos se posaron en una toma familiar: una foto de su primera competencia de clavados cuando tenía siete años, su cabello metido bajo un gorro y lentes, su padre y su madre agachados a su lado, sonriendo con camisetas a juego. Pero la mayoría de las fotos eran nuevas. Sydney con frenillos, Sydney al volante de la minivan, y otra que hizo caer su estómago: ellos tres luciendo pálidos y fríos, de pie fuera del hospital con una corona navideña. Sus rostros lucían demacrados y cansados. La sala de estar, también había sido elegantemente remodelada, con modernas pinturas hechas de rayas y puntos colgando donde habían estado los viejos cuadros de gabarras en el Mississippi. Sólo el estudio seguía siendo el mismo. Tocó el andrajoso sofá naranja con una sensación de confort. Abrió el cajón superior del escritorio de su padre, donde siempre mantenía los planos para el avión de dos plazas en el que había estado trabajando durante años. Estaban allí, arrugados por haber sido doblados y desdoblados un millón de veces. Y allí estaba la pequeña TV, un montón de DVD encima de la misma. Ella y su papá solían refugiarse aquí, viendo las cintas juntos. Se acercó a la pila de DVD de saltos destacados de Vanderbilt4, e hizo una pausa. El último DVD estaba fechado de hace cuatro años. Lo sostuvo en su mano, con un duro nudo formándose en su estómago. ¿Por qué no había nada más reciente? No quería saber, pero tenía miedo de que ya lo hiciera. Fue un alivio cuando su mamá la llamó a cenar.

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Vanderbilt: Universidad de Nasville

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En la cocina, los Graham se sentaron unos frente a otros en sillas negras de respaldo duro, comiendo boloñesa de sus platos blancos de gran tamaño. Los platos eran tan grandes, que la comida parecía manchas de pintura. —No está tan mal, Beth. No lo has hecho de esta forma en siglos —dijo su padre. —Tal vez porque comimos comida para llevar cada noche durante los últimos cinco años —murmuró Sydney, poniendo los ojos en blanco. —Mmmm, tengo una carga de hidratos —dijo Bryce, ignorando a su hermana—. Igual que antes de una competencia. Iré a caminar mañana. —Bry —le advirtió su madre—. Has tenido muchas emociones, no quieres presionar esto. —Seguro que lo hace —gorgoreó su padre. Su madre dejó de masticar—. Bueno, es por eso que está progresando, Beth. Porque sabe entrenar apropiadamente. Su madre soltó una risa falsa. —Oh, cierto. Olvidé que eres un experto en terapia física. —A diferencia de ti, intento animarla… —Terminé —interrumpió Sydney, cogiendo la servilleta de su regazo—. Me tengo que ir. —No, no te vas —contestó su madre firmemente—. Estás castigada. —Mamá —dijo Sydney, con una sonrisa condescendiente—. Hicimos lo de la cena familiar. No vamos a tratar con toda la cosa del castigo. —Y con eso, ella se fue. Bryce miró al sitio vacío de Sydney, con su comida intacta. La puerta principal se cerró, y sus padres continuaron comiendo. Bryce abrió su boca para decir algo pero, ¿qué? —Entonces… —Se tragó un bocado de pasta—. Entré en el estudio antes de la cena. ¿Me vas a decir porque el último DVD de destacados que hay allí es de hace cuatro años? —Durante el último par de meses, cuando su padre iba a su habitación en el hospital desde su trabajo por las tardes, ella le preguntaba cómo iba la temporada, cómo se veían sus reclutas, cómo se había posicionado Vanderbilt en su conferencia. Pero él siempre cambiaba de tema.

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El padre de Bryce suspiró y bajó su tenedor. —Dejé de entrenar, Bry. Ella pensó en la oficina de su padre en el departamento atlético de Vanderbilt, donde ella había pasado tanto tiempo en su infancia. Las paredes estaban tan cubiertas por el arte de Sydney y los recortes de periódicos de Bryce que la pintura era apenas visible. Bryce se sentaba en la silla giratoria mientras él estaba entrenando, comiendo barras de granola y jugando a juegos en su computadora. Entonces, cuando ella entró en el equipo Olímpico Junior, él la dejaba practicar con los universitarios. Se sentaban durante horas después de que todo el mundo se hubiese ido a casa, mirando cintas, señalando lo bueno y lo malo, mientras Bryce se ponía hielo en las piernas y trenzaba su largo cabello húmedo. Ella intentó imaginársela ahora, llena por los dibujos del hijo de alguien más. —Fue… demasiado… después de tu accidente, Bryce. Espero que lo entiendas. —Pero sigues usando las cosas de Vanderbilt… —Por supuesto, por supuesto. No dejé Vandy. Nunca podría. Estoy en Admisiones ahora. —Entonces, supongo que ahora no estaremos viendo cintas —murmuró Bryce. —Aún podemos ver las cintas —ofreció su padre, intentando sonreír. Bryce simplemente sacudió su cabeza. —Ustedes me tienen que decir las cosas. —Se encontró a sí misma ahogándose un poco por sus palabras—. Quiero decir… Sé que no están acostumbrados a que sea capaz de oírlos, pero estoy aquí ahora. Estoy despierta. Sus padres se miraron el uno al otro, pero sus ojos nunca se encontraron, como si estuviesen intentando presionar dos imanes entre sus polos norte. Apenas sonreían, apenas se tocaban entre ellos. ¿Así es como había sido todo el tiempo que estuvo dormida? Su padre apretó el antebrazo de Bryce, y ellos volvieron a su pasta. En silencio y masticando. Sorbiendo agua. El teléfono sonó. —Atenderé —dijo Bryce, rodando hacia la cocina, ignorando las protestas de sus padres.

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—Residencia de los Graham. —Oh, Dios mío. —La voz del joven le sonaba extrañamente familiar. —¿Hola? —dijo Bryce. —Bryce, es Greg. Apretó el teléfono, sin palabras. —¿Bryce? —Su voz se había vuelto mucho más profunda. Ella se inclinó sobre el mostrador y se alzó de su silla. —Um. Hola. —¿Por qué de repente su voz sonaba tan alta y chillona? —Hola —dijo él. Podía decir que él estaba sonriendo. Atrapó un destello de sí misma en el reflejo de la ventana. También sonreía. Unos cuantos días antes del accidente, ella, Gabby y Greg habían ido al Lago Percy, como siempre hacían en verano. Empezaban en la parte de atrás del muelle y luego corrían hacia el lago, se empujaban sobre el borde y hacían largos saltos al agua, volando, para ver cuán lejos podían llegar. Fue solo unos pocos días antes de la prueba, pero por alguna razón, Bryce no estaba preocupada por lastimarse. Había hecho uno bueno, un salto realmente largo con un gran chapuzón, y salió a la superficie más lejos del muelle de lo que esperaba. Nadó de vuelta a la orilla, y Greg entró al lago para encontrarla. Patearon el agua, uno enfrente del otro, sus largas piernas haciendo tijeras dentro y fuera formando parches en el agua turbia y helada. —Te amo —había dicho él, sonriendo. —Yo también te amo. Te amo, ella lo oyó de nuevo, tan claro como si hubiese sido ayer. —No puedo creer que seas tú. ¿Cómo estás? —preguntó él. Hablaba despacio y con seriedad como siempre lo hacía. Ella se había enamorado de ese acento inmediatamente. —Buena pregunta. Ha sido una locura…. —Antes de que pudiese terminar, ella escuchó otra voz al final de la línea—. ¿Quién es? —dijo Bryce. La voz llegó más cerca del receptor.

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—¡Soy Gabby! ¿De verdad estás al teléfono ahora mismo? ¿Es en serio Bryce Graham? Bryce dejó salir un grito. Sus padres entraron corriendo a la cocina. Ella levantó su mano. —Todo está bien. Sólo son Greg y Gabby. La madre de Bryce se veía como si hubiese visto un fantasma. —¿Pero por qué estás fuera de tu silla? —susurró. —Oh, Beth. Está bien. Déjala hablar con sus amigos. —Su padre se dio la vuelta hacia el comedor. —¡Bryce! —Bryce escuchó a Gabby gritar incluso aunque su teléfono estaba presionado contra su pecho. Ella le levantó un dedo a su madre y devolvió el teléfono a su oído. Se sentía como si estuviese llorando y riendo. La última vez que habían hablado por teléfono, Gabby estaba pensado en cortarse el cabello porque tenía el corazón roto por Brian Godard e iba a empezar a ser dura como Bryce. Bryce le había señalado que ella llevaba el cabello largo, y Gabby había olvidado toda esa idea de cortarse el cabello al día siguiente. —Es tan bueno escuchar tu voz —dijo ella ahora. Algo que no había tenido en las últimas semanas empezó a llenarla por dentro. —Dios, Bryce ¡dímelo a mí! —chilló Gabby. —¿Dónde… dónde están? —Ella tropezó con sus palabras. Había empezado a decir ¿Dónde han estado? Pero eso podía esperar. —Acabamos de volver. ¡De Europa! Nos fuimos después de la graduación. Bryce sintió que se le tensaba la frente. —Vaya, um, ¡Felicidades! Así que, ¿están…? —Escucha Bry, el teléfono de Greg se está quedando sin batería, y sabemos que necesitas relajarte con tu familia y esas cosas, así que vamos a hacer esto rápido. —Hazlo rápido entonces, Gab, ¡Cristo! —dijo Greg al fondo. —La cosa es que, ¡vamos a ir a verte! Mañana. ¿Puedes encontrarnos en Los Pollitos para la hora feliz? Quiero decir, ¿puedes, ya sabes, ir a sitios?

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—Eso creo. —Ella tenía veintidós años. Podía hacer cualquier cosa que quisiera, ¿verdad? —. No, definitivamente. Seguro que puedo ir. —Genial. —Quiero despedirme —dijo Greg, antes de toser en el receptor—. Nos vemos, Bry. Es genial que estés despierta. No puedo esperar a ver… —¡Te quiero Bry! —Gabby había agarrado otra vez el teléfono. —Espera —dijo Bryce. —¿Sí…í? —arrulló Gabby. —¿A qué hora… cuando es la hora feliz? —Oficialmente a las cinco, pero vamos a hacerlo a las cuatro. —Gabby se rió y la conexión terminó, porque había colgado o por que la batería se había muerto, Bryce no podía decirlo. No importaba. Ella miró por la ventana de la cocina encima del fregadero hacia su oscuro patio trasero, viendo la silueta del granero en la distancia. Sonrió y pasó las manos por debajo del grifo. Con un toque, se llevó el agua tibia hacia el rostro. Deseaba que ya fuese mañana. —Mañana —dijo en voz alta, amando el sonido de la palabra. Ahora tenía toda una vida de mañanas por delante.

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Capítulo 5 Traducido por AariS Corregido por Laurence15

L

a luz del sol golpeó los ojos cerrados de Bryce, obligándola a abrirlos. Balanceó las piernas por encima de la cama y tocó las frías baldosas con los dedos de los pies. Colocó los pies en el suelo. Se puso en el borde del colchón y empujó hacia arriba. Estaba de pie. Pero esta vez no tenía una barra de terapia física a la que agarrarse. Bien, pensó Bryce. Si puedo hacerlo en terapia, entonces puedo hacerlo aquí. Se tambaleó un poco, extendió los brazos a los lados, y dio un paso tambaleante. Dio otro más. Bryce zigzagueó a través de la habitación, una y otra vez, cada paso trayendo recuerdos de la vida que había dejado atrás. Paso: disfrazando a Sydney para Halloween como medallista de oro. Paso: preparándose para el baile de invierno con Gabby. Paso: largas tardes poniendo hielo en sus músculos, su cuerpo sintiéndose como si todavía estuviera en vuelo, cortando el cálido aire de Tennessee. Siguió y siguió hasta que sus pasos se volvieron más seguros, cada uno constante y deliberado. Iba cada vez más rápido, y el olor del tocino venía de la cocina. Ahora por las escaleras.

***

Bryce miraba furiosamente su plato grasiento. —¡Vamos, Mamá! —Estaba comenzando a sonar como Sydney, pero su madre estaba siendo ridícula. Su madre respondió cargando el lavavajillas un poco ásperamente.

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—No estás en ninguna forma para ir a tomar unas copas. No sé lo que ellos estaban pensando. —No tengo cinco años, mamá. Esto no es una cita para jugar. Me invitaron a un restaurante. No es gran cosa. —Es gran cosa. —¿Por qué? Su madre dejó de enjuagar los platos. Cerró el grifo, y se enderezó. Parecía como si estuviera a punto de decir algo más. Pero luego cerró la boca y lo reconsideró. Bryce entrecerró los ojos. —¿Qué? —Puede ocurrir cualquier cosa, Bryce, y… bueno. —Se limpió las manos en un paño de cocina—. Algunas cosas no puedes simplemente ignorarlas. —No va a pasar nada. La madre de Bryce parecía incómoda. —¿Mencionaron algo… por teléfono? —¿Qué? ¿Por qué? —Es sólo, Bry… —Se sentó a la mesa y miró a Bryce—. Algunas cosas han cambiado. Para todos. Incluso para Gabby y Greg. —Obviamente, mamá. Yo… Justo entonces, Sydney deambuló en la cocina con los ojos medio cerrados, se sirvió una taza de café, y comenzó a deambular de regreso afuera. —¡Syd, espera! Sydney se detuvo, sin darse la vuelta. —¿Tienes auto? —¿Me veo como si tuviese un auto? —Reanudó su camino a su habitación. Luego gritó—: Los autos son una pérdida de dinero en este punto de mi vida. Sólo consigo chicos que me lleven por todos lados.

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—Qué progresista de tu parte. —Bryce metió la mano en su bolsillo para sacar su nuevo teléfono celular. Deseó tener el número de Greg, así podía simplemente conseguir que viniera a recogerla. Pero su único contacto era Carter. En realidad… —. ¿Qué pasa si Carter viniera? Su madre se dio la vuelta, pensando. Carter había conocido a sus padres durante unas pocas de sus visitas, y les gustaba. Tenía una forma de explicarles los procedimientos de Bryce para que todo el mundo lo entendiera realmente. Bryce continuó con entusiasmo. —Puede llevarme y traerme, y quedarse allí por si acaso. —Su madre la consideró desde el fregadero. —Son sólo Greg y Gabby, mamá. Me conocen. —Bryce se encontraba aún con el rostro serio de su madre. ¿Qué pensaba que iba a pasar? ¿La iban a abrazar demasiado fuerte? ¿Hacerla reír demasiado? Bryce lo intentó de nuevo. —Puedes confiar en ellos para ser… tú sabes, amables. De nuevo, su madre permaneció en silencio. Se mordió el labio. Finalmente, suspiró. —Bien. Llama a Carter.

***

Cuando se aproximaban las cuatro en punto, Bryce comenzó a morderse las uñas. En algún momento después del desayuno había regresado a la práctica de caminar. Odiaba la idea de Greg y Gabby viéndola en una silla de ruedas. Miró su reflejo en el espejo de cuerpo entero de su madre, agarrando los estantes a ambos lados del armario. Su cabello solía ser platinado por el sol, y pasaba de su pecho; ahora era rubio agua sucia y le colgaba hasta los hombros. Sus piernas habían perdido su bronceado hace mucho; ahora eran pálidas y un poco rosadas. Lo que solían ser pantorrillas musculosas, ahora eran delgadas como palillos de dientes. Demasiado delgadas bajo rodillas hinchadas y muslos doloridos. Es suficiente de esto, pensó Bryce, haciendo una mueca y dándole la espalda a su nuevo reflejo.

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Todo lo que quedaba del armario de Bryce, enterrado profundamente en un rincón detrás de unos esquís, eran un par de botas de cowboy de color rojo oscuro que su madre le había comprado a un comerciante de cuero en la Feria del Estado de Tennessee. Eran las favoritas de Bryce, el cuero tan usado y moldeado a sus pies que se sentían como una extensión de su cuerpo. Las hizo a un lado para ponerse un vestido negro del armario de su madre. Tal vez eso la haría parecer mayor y seria. Su mano tembló mientras se aplicaba la máscara. Retrocedió y se miró en el espejo. Un miembro perdido de la familia Adams le devolvió la mirada. Con un forcejeo, se quitó el vestido. Tal vez algo más casual. Se las había arreglado para sacar a escondidas algunas ropas del armario de Sydney. Sentada en el suelo, se contoneó para meterse en un par de leggings de yoga de su madre y una de las enormes camisetas de Sydney que decía PUNK IS DEAD. Entrecerró los ojos. Parecía algo así como una de esas celebridades fracasadas acabadas de salir de rehabilitación que veía en las revistas de farándula. Dios, ¿a quién le importaba? ¿A quién le importaba lo que usara? A Gabby, a ella le importaba. Siempre estaba intentando conseguir que Bryce tomara prestada su ropa. Pero Bryce se sentía como si estuviera jugando a disfrazarse cuando la había llevado, como Sydney tratando de parecer “madura” con las perlas y los tacones de su madre. Suspiró. Gabby parecía flotar a través de todo como si no fuese nada. Si Gabby hubiese sido la que estuviese en coma, Bryce tenía el presentimiento de que se habría despertado hablando francés fluido o con una cura para el cáncer. Era mejor que Bryce en la escuela, y siempre escribía hermosos poemas y ensayos sobre el salto, como si fuera un arte y no un deporte. Gabby probablemente tuvo el momento de su vida en Europa. Probablemente conoció a algún torero en España y ahora estaban enamorados. ¿Cómo iba a hablar con Gabby acerca de algunas de esas cosas? El conocimiento del mundo de Bryce estaba limitado a la plataforma de salto y al ala de neurología del hospital Al final, eligió una sencilla camiseta con cuello en V del armario de los pijamas de su madre y se colocó un par de vaqueros cortados de la pila de Sydney. Y sus botas de cowboy. Para hacerse más alta. Para hacerse de la misma altura que Greg. ¿Podría darle un beso justo cuando lo viera? ¿En la mejilla o algo? Se preguntaba acerca de lo que su madre había dicho, que las cosas habían cambiado para Gabby y Greg. Tal vez él estaba saliendo con alguien. Las chicas siempre se habían lanzado encima de Greg, como Rebecca de clase de orientación, que tenía labios como

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salchichas. O la amiga de Rebbeca, Kate, que llamaba a Bryce “hombros de hombre” a sus espaldas. Hacían a Bryce querer golpear la mesa, y después ir a casa y tumbarse en la cama, preguntándose por qué Greg la quería a ella cuando podía tener a cualquiera. Pero él ignoraba a todas las Rebeccas y las Kates con una sonrisa amable y hacía su camino hacia el pasillo para inclinarse en el casillero junto al de Bryce, con un diente de león que había cogido para ella. Le había preguntado una vez, “¿por qué ella?” “Porque eres especial, Bryce. Puedes volar”. Una de las cosas tontas y poéticas que Gabby escribió acerca del salto era que su mejor amiga, Bryce, se movía como el aire cuando estaba cerca del agua. Que era una persona completamente diferente en la plataforma, como una gloriosa criatura volando. Pero Bryce nunca podría subir a la plataforma de nuevo. Nunca volvería a volar. Bryce salió de la habitación de su madre, intentando no apoyarse en las cosas, y miró el reloj en el microondas. Eran las cuatro. Agarró las llaves de la casa, dirigiéndose a la puerta. Su madre estaba todavía en el supermercado, y Carter estaría aquí en cualquier momento. Se movió lentamente hacia la puerta de entrada, agarrándose a la pared, y saltó cuando abrió la puerta, divisando un par de zapatillas New Balance5 azul marino. Alzó la mirada. Carter, quien llevaba una camisa de cuadros, estaba levantando el puño para llamar. Bajó la mano. —Estás de pie. —Hola, sí. —Carter iba a responder, pero Bryce lo interrumpió—: Perdona, pero ¿podemos irnos? No quiero llegar tarde. —¿Cómo has…? Quiero decir, esto es extraordinario. Bryce hizo otro sonido de frustración. Carter continuó, alargando sus palabras: —Considerando que saliste recientemente de un coma. Bryce miró más allá de él a un diminuto Honda blanco. —¿Es ese tu auto?

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New Balance: Marca de zapatillas deportivas con sede en Boston (EEUU).

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Carter siguió su mirada. —Por allá humea. —Bueno, es bueno que no vaya a llevar la silla de ruedas. Esa cosa es diminuta. —En primer lugar, es de bajo consumo de combustible —explicó mientras Bryce cojeaba junto a él—. En segundo lugar, tu madre dijo que tenía que hacer un pequeño chequeo antes de que nos fuésemos… Bryce levantó una mano. —Mi cabeza está bien, mi cerebro está bien, y mis amigos están esperándome en un restaurante. Él no estaba cediendo. Se quitó su mochila, sacando un kit médico. —Tomará dos segundos. —Estás siendo tan nerd ahora mismo —dijo Bryce entre dientes, tomando asiento en el columpio del porche. —Podría irme, ya sabes —dijo él, mientras colocaba la manga de presión arterial. Bryce se mordió la lengua. La manga apretó su brazo, fuerte. —Sí, me podría ir en cualquier momento —dijo Carter en voz baja mientras levantaba un estetoscopio a su pecho—. Tengo un montón de cosas divertidas que hacer. A la Sra. Hidalgo le gusta cuando pongo la telenovela para ella por la tarde, incluso si no puede decirlo exactamente. Y las bacinillas siempre necesitan lavarse, así que… En ese momento, Bryce se echó a reír, imaginando el terrible zumbido de las luces fluorescentes y el olor nauseabundo del ala de neurología. Carter rió, también. Carter la ayudó a bajar por el camino y abrió la puerta para ella. Bryce entró en el auto. Carter encendió el motor unas cuantas veces. —Supongo que no tiene sentido convencerte de traer tu silla. —Nop. Está adentro, donde pertenece. —Bryce golpeó el salpicadero—. ¡Vamos!

***

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Diez minutos después, entraron en el estacionamiento de Los Pollitos. —¿Es buena la comida aquí? —preguntó Carter, mirando a través del parabrisas. —No lo sé —dijo Bryce, abriendo la puerta del auto—. Gracias por el aventón. Te llamaré cuando haya terminado. —Pero antes de que pudiera salir, él estaba en el lado del pasajero, ofreciéndole una mano. La acompañó a la entrada y abrió las puertas con sus manijas de jalapeños. —Espera, ¿vas a entrar? —Se dio la vuelta para encararlo. Se quedó de pie, las manos en los bolsillos, mirándola. Frunció los labios y se encogió de hombros. Bryce quitó la mano de la puerta. —No tienes que entrar. Carter se rascó la barbilla. —En primer lugar, apenas puedes caminar. En segundo lugar, soy un ciudadano libre y puedo ir a donde quiera. Miró alrededor. Ninguna señal de los autos de Gabby o Greg, o al menos los autos que solían tener. Necesitaba ayuda caminando. Luego oyó a Carter murmurar tras ella: —Tercero, quiero nachos. Se echó a reír mientras él la ayudaba a través de la puerta abierta.

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Capítulo 6 Traducido por Kira.godoy y Maru Belikov Corregido por Clau12345

E

l restaurante poco iluminado olía como a picante y a carne cocinándose. Risas flotaban desde las mesas dispersas. Una mesera con cabello castaño claro se acercó, sonriendo nerviosamente.

—¿Eres Bryce Graham? —Sí —dijo Bryce, tratando de sonreír en respuesta—. Estoy buscando a mis amigos Ellos están, um… —Ellos están aquí. Vengan conmigo. Bryce estaba colocando casi todo su peso en el antebrazo de Carter, pero no había mucho que pudiese hacer al respecto. Siguieron a la mesera a través de filas de cabinas, oyendo el nombre de Bryce murmurado en voces bajas. Bryce lamió sus labios secos. Esto era. Gaby y Greg estaban sentados hombro contra hombro en una mesa elevada cerca del bar, sus cabezas estaban realmente juntas, como si estuviesen murmurando. No la vieron al principio. Gaby estaba hermosa. Su cabello negro estaba fuera de su usual trenza, fluyendo, y sus facciones se habían vuelto más refinadas, pómulos altos y ojos largos, labios pintados con un color más oscuro que su brillo favorito color rosa chicle. Llevaba un vestido ajustado color turquesa y zapatillas de ballet. Estaba describiéndole algo a Greg haciendo gestos con las manos, su rostro iluminado. Bryce se dejó ir y se acercó a ellos en pequeños, temblorosos pasos. Ella despidió a Carter ligeramente con la mano mientras él regresaba lejos a alguna parte. Ella estaba en otro mundo ahora. Greg había engordado y su cabello estaba más largo. Él asintió a lo que Gabby estaba diciendo, pero no la miró. Extendió sus brazos detrás de su cabeza y luego los regresó

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abajo, frotando sus ojos con sus palmas. Gabby rió, tratando de tirar sus manos lejos de su rostro, sacudiéndolo con un “¡Despierta!”. Greg rió con ella, aun frotando sus ojos. De pronto Bryce estuvo de pie frente a su mesa. Trato de bajar su camiseta sobre sus shorts, pero Gabby la reconoció y gritó. Saltó de su silla y envolvió sus largos brazos alrededor del cuello de Bryce. —Hola Gabby. —Fue todo lo que Bryce pudo decir. Ella olía igual, como a champú y lavanda y Bryce quiso regresar a su habitación y tenderse en el suelo mientras Gabby se tendía en su cama, hablando hacia el techo. ¿Por qué no hablamos como lo hacíamos en los viejos tiempos? Gabby solía suspirar. Como, cuando en vez de “por favor” decían “le ruego”. Le ruego, repetía y luego reía. Le ruego, le ruego, le ruego… Greg le sonrió a Bryce. Ella no tuvo que pensar en si debería o no besarlo, porque él comenzó su apretado abrazo con su boca en su mejilla y terminó con un beso en la otra. Ella sintió su barba de tres días entre su mandíbula y su cuello, sus músculos de la espalda contra la palma de su mano. Él dio un paso atrás, pasando su mano a través de su cabello rubio, de la forma en que siempre lo hacía cuando estaba nervioso. —Oh Dios mío —seguían diciendo los tres—. Vaya. Cuando finalmente se sentaron en la pequeña mesa, tuvieron que reír. El mundo se había convertido en suyo por unos cuantos minutos y ahora estaban de regreso en un restaurante y la gente estaba mirando. Carter se sentó solo unas cuantas mesas más allá. Levantó su soda en dirección a Bryce y le dio una pequeña sonrisa. —Así que puedes caminar, primero que todo —dijo Gabby, haciendo señas a las piernas de Bryce—. ¿Cómo es eso posible? —Gab, déjala salir del atolladero por un segundo —dijo Greg en dirección a Gabby, pero no podía quitar sus ojos de Bryce. Ella mordió su labio, bajando la vista cuando encontró su intensa mirada azul oscuro—. Acaba de sentarse. —No, está bien —dijo Bryce—. He tenido que partirme el trasero —comenzó y al sonido de ellos sentándose allí, esperando, todo brotó de ella. Les dijo acerca de despertar, acerca del hospital, acerca de Carter y la Dra. Warren. Ellos escucharon, comentando y riendo en los momentos correctos. Despidieron a la mesera. Hicieron preguntas. Mientras terminaba de contarles acerca de Sydney, sus padres y la extraña nueva casa, sus ojos se llenaron de lágrimas.

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—No estoy triste —dijo Bryce, y era cierto—. Es sólo que, es realmente agradable que estén aquí finalmente. Gabby gorjeó. —¡Podríamos decir lo mismo de ti! Greg simplemente miraba a Bryce a través de sus largas pestañas. Bryce limpió sus ojos en una servilleta de papel. Era un poco embarazoso. Cambió de tema. —Así que, ¿qué hay de ustedes chicos? Gabby le envió una rápida mirada a Greg, como decidiendo quién debería ir primero. Pareciendo tomar una decisión, Gabby se lanzó. —Voy a ser abogada —dijo firmemente. Gabby revoloteaba y fluía sobre lo que había hecho, lo divertida que había sido la universidad y luego regresó lentamente a las partes tristes: dejar de practicar clavados para concentrarse en la carrera, extrañar su hogar y Nashville. Ella se iría a estudiar leyes en GW6 en el otoño. —Y Greg —comenzó ella. Greg había estado intercambiando síes y noes, pero no había dicho nada acerca de lo que había hecho. Sólo se había sentado tendido hacia atrás, sonriendo o encogiéndose de hombros hacia Bryce cuando Gabby decía cosas ridículas. Como siempre—. Greg también estará en D.C.7 Encontrando un trabajo. —¿En serio? —No lo sé —dijo Greg, torpemente. Parecía sorprendido, como si hubiese estado pensando en algo más—. Me gusta D.C. Un montón. Lindos edificios. Bryce levantó sus cejas, tratando de imaginarse a Greg en la capital, quizás vistiendo un traje, haciendo trabajo de escritorio. Él siempre había tenido ideas eclécticas sobre los negocios, como vender radares detectores de barcos o comida orgánica para caballos, uno nuevo cada semana. Pero quizás, esa era la clase de cosas de las que hablabas en el instituto. “La gente pasa por fases” le había advertido su padre después de que hubiese colgado el teléfono la noche anterior. Bryce no podía saber. Ella no había tenido la oportunidad de madurar en nada.

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GW: Universidad George Washington. D.C: Distrito de Columbia, USA.

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—¿Qué hay de entrenar? —le preguntó atentamente a Greg—. ¿También te diste por vencido en lo de los clavados? —No, no. —Greg le sonrió de regreso, sus labios llenos rompiendo sus mejillas en hoyuelos—. Lo aguanté, pero no todos tenemos las habilidades de hacer sonar el silbato de Mike Graham. Gabby le sonrió, arrugando su nariz, luego volteándose hacia Bryce. —Y ¿qué es lo siguiente para ti? —No lo sé. ¿Quieren ver una película? —Bryce sonrió esperanzada. Ella había estado esperando hacer eso, sólo ellos tres. Pasando el rato, como en los viejos tiempos. Quizás podrían ir a su casa luego de esto. Podrían ver una del oeste, quizás algo de John Wayne, como Los Buscadores. Gabby habría cedido, Bryce sabía que lo haría. O quizás se habría salido con la suya como siempre y los haría ver Orgullo y Prejuicio, coma o no coma, argumentando que Bryce no la había visto en cinco años. Gabby rompió su pensamiento. —No, me refería a tu vida. Bryce abrió su boca para responder, luego la cerró. Su vida había estado totalmente planeada: Los Juegos Olímpicos, ser clavadista para Vanderbilt, otros Juegos Olímpicos. Luego de eso, quizás habría sido entrenadora, o si tenía suerte, seguir entrenando, para seguir siendo clavadista, seguir compitiendo. Ahora no lo sabía. Su familia, los saltos y Greg eran las únicas cosas que había amado. Las únicas cosas que realmente había conocido por completo. —No mucho de nada aún —dijo ella. —Encontraremos algo —dijo Gabby con complicidad—. Te has perdido un montón, pero aún hay tiempo de averiguarlo. Bryce sintió una extraña punzada en el estómago que no estaba acostumbrada a sentir alrededor de ellos. Greg y Gabby sabían quiénes eran y lo que querían. Bryce debería haber estado feliz por ellos, lo sabía. Pero no se sentía feliz. Sentía como que necesitaba defenderse a sí misma por haber estado dormida por cinco años. Mientras Greg tomaba la última papa, la mesera regresó. —¿Están seguros de que no quieren nada para beber?

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—Oh, no puedo… —comenzó Bryce, pero se detuvo. Esta no iba a ser como esa vez en el sótano de Bryan Goadard cuando ella y Gabby fueron retadas a beber vodka directo de la botella. Ellos eran adultos ahora, ¿verdad?—. ¿Saben qué? Tomare uno. —Entonces, ¿tres margaritas? —dijo Gabby, levantando sus cejas hacia Bryce. —Sí. —Bryce asintió. Ella miró a la mesera—. ¿Necesitas mi identificación? —Ja. Sí, claro —respondió brevemente y se fue. —Oooh, Bry es famosa —se burló Gabby. Bryce se sonrojó y observó a Greg vistiendo las mismas viejas camisetas Hanes8 fuera de sus abdominales, torciendo dos pajitas con sus largos dedos mordidos. Él estaba diferente, pero todavía era el mismo y viejo Greg. Solía manejar a casa con Bryce después de practicar los fines de semana y atacar el refrigerador. Hablaba de técnicas con su padre, fijando algún estante o una barra de cortina para su madre mientras Sydney lo seguía por todas partes, haciendo preguntas innecesarias. Ella solía bromear que él era mejor siendo un Graham de lo que ella era. —Entonces —dijo Bryce. Miró hacia atrás y hacia adelante entre los dos, como si estuvieran descansando en las gradas después de una reunión. —Entonces —replicó Gabby. Pero entonces su ceja empezó a arrugarse y sus ojos se entrecerraron, aguantando las lágrimas—. Oh, Bryce. Pensamos que nunca te veríamos otra vez. Otro nudo se formó en la garganta de Bryce. —Debió haber sido difícil. —Lo fue. —Gabby asintió y dejó sus ojos vagar hacia Greg. Ella giró nerviosamente su anillo en el dedo—. La única cosa que lo hizo soportable fue que nos tuviéramos el uno al otro. Greg sostuvo la mirada de Gabby, lo suficiente para que Bryce se sintiera como si hubiese desaparecido, sólo por un momento. Ella frunció el ceño. Nos tuviéramos el uno al otro. Sonó extraño, como lo que diría un personaje de novelas románticas. Gabby continuó en voz baja. —La razón del por qué te pregunté qué era lo siguiente para ti es porque queremos compartir qué es lo próximo para nosotros. —Gabby continúo mirando hacia Greg. 8

Hannes: marca de ropa interior, camisetas y medias para damas, caballeros y niños.

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¿Por qué estaba mirando tanto a Greg? Greg miró de regreso a Gabby y luego al suelo. Él lucía triste. Tenso. Nervioso. —¿Qué? —pregunto Bryce. ¿Qué quería decir ella con nosotros? —¿Recuerdas cómo pensabas que Redding Greenberg tenía piojos cuando estabas en tercer grado? Bryce se rió. —Sí, por supuesto. —Y luego, un día, despertaste y te sentías muy diferente. Escribías su nombre en pequeños corazones y lo perseguías en el patio de recreo. —Bryce se sintió sonrojarse, pero Gabby presionó—. Lo hiciste. Sabes que lo hiciste. —Lo hice —admitió Bryce sonriendo—. ¿Y? —dijo ella, bebiendo agua. —Intenta imaginar eso pasando… pero, como, ahora. Greg finalmente levantó la mirada. —¿En serio Gab? ¿Así es como vas a hacer esto? Bryce miró del uno al otro, intentando encontrar sus ojos y fallando. Su mente estaba en blanco, pero sus músculos empezaron a apretarse con miedo. Gabby continúo, su voz temblando. —Como que de repente, despiertas y las cosas son diferentes. Amas a alguien que ha estado ahí todo el tiempo. Y es tan casual, pero así es como te sientes. —Gabby lucía vulnerable ahora, como si estuviera a punto de hacerse añicos. —Greg y yo —continuó, su voz volviéndose más pequeña—. Yo… estamos juntos, Bryce. En realidad, um. Estamos comprometidos —dijo y luego dijo algo más, pero Bryce no escuchó el resto. Después de la palabra comprometidos, el alboroto en Los Pollitos llenó sus oídos. El zumbido de las luces, el ruido de los cubiertos, la conversación junto a ellos. El ruido se elevó en un rugido ensordecedor, pero nadie más parecía escucharlo. Dolor caliente se deslizó de su cuello, pinchando su frente, sus ojos. —Sólo necesito… —empezó Bryce, cerrando sus ojos por el dolor que estaba empezando a dispararse desde su columna. No podía terminar. Se sintió caer hacia atrás, o hacia adelante, no podía decir y abrió sus ojos en una extraña visión. El granero.

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La noche había caído, haciendo las paredes y el techo casi desaparecer. Pero este era un lugar especial. Bryce sabía exactamente dónde estaban las vigas, dónde estaban los establos, dónde crujía el suelo. No necesitaba ver. Y repentinamente, una luz vino, formando un pequeño círculo cerca del desván del heno. Bryce miró hacia arriba. Un halo de cabello rubio, los ángulos de un hombro musculoso. Greg. Greg colocó la linterna eléctrica en el suelo del granero, la luz iluminando su rostro en agudas sombras. Sus labios se presionaron juntos, temblando. Lucía como si él mismo se hubiese lastimado. Estaba llorando. Luego él dijo su nombre. Bryce dio un paso hacia él, sólo para tropezar con la nada, volviendo de regreso a la silla, parpadeando rápidamente, sin aliento. Gabby estaba viéndola con el mismo gesto de dolor. —¿Comprometidos para casarse? —preguntó Bryce finalmente. Trató de tragar. Había una roca caliente apretando su garganta. La mesera trajo sus margaritas y Gabby tomo un pequeño y nervioso trago. Greg tomó su trago. Bryce miró la bebida color verde lima bajar cada vez más hasta que no hubo nada. —Greg me lo propuso cuando estábamos en Italia. Sé que eso no es… no puedo siquiera imaginar… desearía que hubiese otra… sé que esto debe ser extraño —terminó finalmente Gabby. Ella distraídamente giró su anillo alrededor de su dedo otra vez y por primera vez, Bryce realmente lo vio. Era un anillo de oro con un pequeño diamante amarillo y se encontraba en el dedo anular de su mano izquierda. Un anillo de compromiso. Por supuesto que era un anillo de compromiso. Bryce no le prestó mucha atención. Las personas usaban anillos de graduación, anillos que eran regalos de sus abuelos. Nadie se casaba. No ellos. La mano de Greg descansaba al lado de su copa. Gabby la tomó. Bryce sintió que algo serpenteaba en su estómago. Quizás sus intestinos. —Sólo di lo que sea que sientas —dijo Gabby. —No… tengo nada —dijo Bryce con voz ronca. La caliente roca estaba haciéndole difícil hablar. Greg soltó la mano de Gabby. Pero Bryce no sintió ningún alivio.

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—De alguna manera, es una bendición —dijo Gabby—. El momento… sabía que era lo correcto regresar a Nashville para la boda. Significaría mucho para nosotros si tú estuvieras ahí. —¿Estar ahí? —Bryce se ahogó. Gabby balbuceó, sacudiendo su cabeza. —Bueno, si sientes que es algo que pudieras hacer. Quiero decir, no tengo idea. Todo lo que puedo decir es… —Ella tomó un estremecedor aliento—. No sabíamos Bryce. No sabíamos —repitió—. Sólo estoy feliz de que hayas regresado a nosotros. Bryce no miraba hacia Greg. Lo sentía sentado ahí, rasgando su servilleta. Ella tomó un sorbo de margarita, su boca se torció a su salada y dulce amargura. El rostro de Gabby gradualmente se convirtió en una pequeña sonrisa. —Yo sólo… Mientras crecía, siempre te imaginé conmigo en mi boda. No podía imaginar quien sería el novio. No importaba. Sólo sabía que tú serías mi dama de honor. —Ella se inclinó hacia adelante ansiosamente bajo la lámpara colgante. Estaba llevando maquillaje. Mascara que hacía que sus pestañas se vieran de un largo vicioso. Rubor del color del atardecer, en la punta de sus pómulos—. ¿Lo harías? ¿Serías mi dama de honor? Bryce la miraba. Pero luego Gabby miró arriba, más allá de Bryce. Y Bryce sintió una cálida mano sobre su hombro y se giró. —Lamento ser un aguafiestas, pero no estás en una condición lo suficientemente estable como para beber alcohol. —Carter habló directamente hacia ella, sin mirar a través de la mesa—. También, acabo de recibir una llamada de tus padres. Te necesitan en casa. —Oh. —Gabby se sentó más derecha, mirando hacia Carter con preocupación—. ¿Tú eres su enfermero? Carter soltó un resoplido. —Más o menos. Bryce no pudo evitar más que torcer su boca en una pequeña sonrisa. El alivio pasó a través de ella. Se sentía bien ser necesitada en algún lugar. Ella se alejó cojeando con Carter a su lado, el suelo como líquido bajo sus pies. —¡Bryce! —escuchó a Gabby llamar.

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Ella se giró para mirar a la pareja, ahora un borrón a través del restaurante. —Hablamos pronto, ¿está bien? —La voz de Gabby sonaba indecisa. Bryce finalmente miró hacia Greg pero fue como si en el momento en que encontró su mirada, se encogió, desapareciendo. Ella se giró de nuevo y caminó lejos de ellos, empujando la puerta más fuerte de lo necesario para abrirla.

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Capítulo 7 Traducido por AariS Corregido por Clau12345

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unque era casi de noche, el estacionamiento estaba todavía bañado en brillante luz, el sol bajo invadiendo los techos y ventanas de los autos. Bryce se apoyó en los autos aparcados, rodeada por los sonidos del tráfico distante y el ruido sordo de sus botas en el asfalto. Las cigarras zumbaban. Carter venía unos metros detrás de ella y llegaron a su auto. —¿Qué ocurrió? —dijo Bryce en voz baja, tratando de coincidir con el silencio—. ¿Es Sydney? ¿Está todo bien? Carter se inclinó contra el Honda. —Me inventé eso. Tus padres no llamaron. Bryce dejó escapar el aliento que había estado conteniendo. —Ah, está bien. —Pensé que los había oído ordenando bebidas, así que comencé a escuchar. No sonaba bien. Bryce no dijo nada. Tal vez debería estar enfadada con Carter por meter la nariz en sus asuntos, pero después de las noticias que acababa de escuchar, parecía como una pequeña ofensa. —Pensé que querrías salir de allí. —Demasiada emoción para mi viejo cerebro oxidado. Buen trabajo, doctor. —Comenzó a dar pequeños pasos dolorosos pasando el auto. —¿Dónde vas?

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—No lo sé —contestó—. Sólo necesito moverme. —Mientras decía esto, se dio cuenta de lo estúpido que sonaba, como si alejar su cuerpo de lo que acababa de suceder lo mantuviera alejado para siempre. Solía hacer lo mismo cuando era niña. Un plato roto, se caía y se despellejaba la rodilla y simplemente se escabullía como si las cosas malas sólo sucedieran en un lugar. Se dio la vuelta, inclinándose contra el cálido metal del auto. Carter abrió la puerta del conductor. —¿Quieres ir a casa? —Sip —dijo, aunque había estado despierta el tiempo suficiente ahora para saber que su casa ya no existía.

***

Los asientos estaban calientes y las ventanas estaban abajo. Bryce tendió la mano para capturar las gotas de agua de los aspersores. Carter había comenzado a contarle acerca del último libro que había estado leyendo. El sonido de su voz era extrañamente tranquilizador, el subir y bajar, pero todo lo que Bryce podía hacer era mirar fuera a las casas que pasaban silbando, dejando las gotas de agua golpear su brazo. Si Bryce se concentraba lo suficientemente fuerte, podía ver cada gotita individual atrapar la luz dorada mientras volaba por el aire y luego seguía su arco sobre las aceras, sobre la cuneta, haciéndose añicos contra su piel como si estuvieran hechas de cristal. Hermoso, pensó Bryce. Desearía que Carter pudiera ver lo que ella estaba viendo. Se detuvieron frente a la gran casa azul. El restaurante, Gabby y Greg comprometidos, todo estaba poniéndose al día. No podía actuar como si estuviera feliz por ellos, como si fueran dos personas que conocía desde hace mucho, como actuaría una vieja amiga de la secundaria. No se sentían como personas de su pasado. Un día se había dormido y al siguiente su novio estaba comprometido con su mejor amiga. Los saltos, los viajes en furgoneta a los torneos, Gabby insistiendo en que jugaran gin rummy, yacer en la parte trasera de la camioneta pickup de Greg, bailar con Greg en el granero sin música… todo fue el mes pasado para ella. No importaba que fuesen a casarse. Caminar por el pasillo, llevar ropa bonita, eso era un juego. Era que estaban enamorados, que probablemente se necesitaban el uno al otro, confiaban el uno en el otro. Se besaban el uno al otro. Dios mío, probablemente

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tenían sexo. Y eso significaba algo. Su estómago se retorció dolorosamente. Probablemente lo significaba todo. ¿Lo cual la dejaba con qué? Nada. Bryce podría desaparecer en un coma de nuevo y sus vidas seguirían adelante como planeaban. Había estado agitándose por encima de la verdad como si estuviese flotando en el agua, y ahora se dejó ir. Bryce se hundió en su asiento. Carter se quitó el cinturón. —¿Estás bien? —preguntó. Lo miró y las lágrimas llegaron. Intentó tragárselas. —Están comprometidos —dijo. —Lo sé —dijo solemnemente. Bryce recordó a su padre advirtiéndola acerca de las fases. Su madre tratando desesperadamente de conseguir que se quedara en casa. Sydney esa primera noche en el hospital. Bryce era la única en la oscuridad. Todos la habían dejado en la oscuridad. O tal vez se había puesto a sí misma allí a propósito. No sabía qué era peor. —¿Cómo pudieron hacer eso? Carter apretó los labios y sacudió la cabeza. —No sé. —Movió su mano al hombro de Bryce, dejándola descansar allí por un segundo, dejando un rastro de calidez en la piel de Bryce. Bryce sorbió por la nariz, estremeciéndose y levantó sus botas para apoyarlas en el salpicadero. Aún estaba refrenada por su cinturón. Carter alargó la mano. —Aquí —dijo, e hizo clic para abrir el cierre. El cinturón se deslizó de nuevo en su lugar—. Normalmente no permito a la gente poner sus pies en el salpicadero, pero supongo que podemos hacer una excepción. —Caray, gracias —dijo Bryce. Carter suspiró y apagó el motor. —El tiempo que perdiste probablemente te golpee más fuerte en algunos momentos que en otros.

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—¿Tú crees? —Bryce tuvo el repentino impulso de abofetear a Carter. No porque hubiese hecho nada, sino porque estaba allí, enfrentándola como Greg la había enfrentado aquel día en el lago. Quería tanto volver a ese día ahora. Nadaría lejos de Greg y caminaría pasando a Gabby bajo el árbol. Viviría los siguientes cinco años de su vida sin ellos, como ellos lo habían hecho sin ella. —Superarás todo esto —dijo Carter—. Eres fuerte. —Estaba frotándose la barbilla otra vez, pensando. Sus ojos se movían de sus botas en el salpicadero a su rostro y de vuelta a sus botas. —Eso espero —dijo Bryce. —No, lo harás —dijo Carter. Habló más suavemente ahora, de manera uniforme, como alguien que sabía porque era su trabajo saberlo—. En serio. Se sentaron allí, escuchándola tomar respiraciones entrecortadas. Dejó las lágrimas caer en su regazo, cerrando los ojos. Ya no se preocupaba por llorar delante de Carter. En ese momento, no se preocupaba mucho por casi nada. A través del rojo oscuro de sus párpados, Bryce sintió a Carter llegar a ella y así fue como lo encontró en el centro de los dos asientos, con la cabeza escondida fácilmente en un lugar en su pecho, sus brazos ajustándose alrededor de ella. Fue muy bonito. No había sido abrazada así en mucho tiempo. Ahora la gente la apretaba rápidamente, sólo durante un segundo, como si pudieran romperla. Esto es bueno, pensó de nuevo. Carter se relajó, Bryce se echó hacia atrás y de alguna manera su frente estaba justo junto a su barbilla. Oops, pensó Bryce. Inclinó la cabeza para decir que lo sentía. Pero no terminó pidiendo perdón. Su boca había encontrado el camino a la de él. Sus labios eran suaves, pero Bryce podía sentir la presión detrás de ellos. Se movieron de nuevo, para encajar en los suyos. Después de un momento, Bryce se apartó. —Vaya —dijo en voz baja. —Bryce… —Um, debería… —Abrió la puerta sin terminar la frase. Mantuvo los ojos abajo y salió a la acera.

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—Bryce —llamó Carter a través de la puerta abierta, pero ella la cerró tras de sí antes de que pudiera decir nada más. Su ritmo cardíaco latía en sus dedos. Subió lentamente por el camino y por el lado de la casa. Miró hacia atrás cuando Carter finalmente se alejó. La noche estaba llegando y las luciérnagas comenzaron a formar puntos en las altas plantas bordeando la acera. Si un día como este hubiese sucedido hace cinco años, habría llamado inmediatamente a su mejor amiga. Habría saludado a sus padres que estaban en la sala de estar con su teléfono ya en su oreja, habría ido abajo a su habitación, se habría dejado caer en su cama con un puñado de frutos secos y habría imaginado cosas. Pero no podía hacer nada de eso. Su habitación no era su habitación, su mejor amiga no estaba esperando en casa su llamada. Bryce se quedó en medio del césped, rodeada por la estrecha carretera y casas diseminadas y se dio cuenta de que River Drive era la única cosa que no había cambiado. Eran las personas —las personas acomodándose en sus casas, aquellas personas y los espesos pastos que las separaban, las señales de ¡VAMOS TENNESSEE! en sus grandes céspedes— eran ellos a los que Bryce tenía que preguntar: —¿Qué demonios? Nadie respondió, por supuesto y ella fue adentro.

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Capítulo 8 Traducido por Vanehz Corregido por Clau12345

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ryce encontró a su madre en su oficina de la parte trasera de la casa, su rostro brillando en azul por la luz del monitor. La oficina solía ser el lugar donde Bryce y Sydney pateaban sus botas de agua llenas de lodo o lanzaban sus abrigos, pero ahora el pequeño espacio estaba equipado con computadoras de pantalla plana e impresiones de algunos lugares que su madre había diseñado. Por costumbre, o quizás porque se negaba a reconocer que este ya no fuese el cuarto lodoso, Bryce pareó sus botas y las puso en la entrada. Su madre se giró para encararla. —Lo sabías —dijo Bryce acusadoramente. Su madre se enderezó en su silla Aeron, su columna rígida. —¿Sobre Greg y Gabby? ¿Ellos están…? —Se desplomó—. Había oído que estaban saliendo —admitió. —Comprometidos —dijo Bryce, convirtiendo sus manos en puños. El cielo fuera de las altas ventanas se había vuelto negro—. No saliendo. Comprometidos. —Trató de hacer sus palabras duras. Quería contener la rabia, sentir cualquier cosa además de la vacuidad. Pero la rabia se resbalaba de ella, fuera de su agarre, como agua por un drenaje. Su labio comenzó a temblar. —No —susurró su mamá, levantándose de su escritorio para poner un brazo alrededor de Bryce—. Oh, cariño. Al principio Bryce trató de resistirse, pero entonces dejó caer su cabeza en el hombro de su madre. Solía hacer lo mismo cuando había hecho mal en las competencias, cuando el rostro de su padre caía con decepción. Se sentía de esa forma ahora. Como si hubiese perdido. La voz de su madre sonó tranquila sobre ella.

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—Había esperado que sólo fuese un asunto de la universidad. No quería decir nada en caso de que ya no estuviesen juntos, pero… —Con su cabeza en el hueco de su hombro, Bryce podía sentir a su madre sacudiendo la cabeza—. Debí haberte dicho. Fue estúpido de mi parte. Debí haberte dicho. Dejó a su madre mecerla de adelante hacia atrás, cerrando sus ojos. —Está bien, mamá —dijo Bryce, incluso aunque no lo estuviera. Nunca estaría bien otra vez, pero justo ahora eso parecía de alguna forma fuera de lugar.

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—Al menos el sanitario está limpio —gritó Bryce a través de la grieta en la puerta. Era el día siguiente y estaba parada fuera del único baño interno de la mansión Belle Meade. —El sanitario estaba limpio —corrigió la voz de Sydney y Bryce oyó los sonidos del esfuerzo por vomitar. Bryce trató de no sentir náuseas. El popurrí y el decrépito encaje que cubría cada superficie de la vieja casa sureña no ayudaban. —¿Chicas? —Su madre llamó desde abajo en la entrada—. ¿Está todo bien? Bryce se deslizó en el baño, tapándose la nariz. —Viene mamá —dijo, con pánico. Sydney se encogió de hombros desde su posición de rodillas en los resquebrajados azulejos. —Sí, es sólo que Sydney está teniendo problemas estomacales —gritó Bryce, espiando desde detrás de la puerta—. Debió haber sido el queso crema en mal estado. —Ni siquiera te molestes —dijo Sydney, aún a medias en el inodoro—. Saben que tengo resaca. —Sólo trato de ayudar —dijo Bryce. —No lo hagas —replicó Sydney secamente—. Puedes irte ahora. Bryce suspiró. Esa mañana, su mamá la había ayudado a subir las escaleras para ver a su papá y a Sydney reunidos en la cocina, el maquillaje en los ojos de Sydney corrido desde la noche anterior.

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—Salida en familia. —Había murmurado Sydney y se amontonaron en la van. Su rostro se había vuelto cada vez más pálido en el tortuoso viaje al otro lado de Nashville. Su madre parloteaba desde adelante sobre como solían ir a Belle Meade cuando las niñas eran pequeñas. —Todos ustedes simplemente amaban los caballos. —Había dicho su madre, adoptando el acento de los recreadores que vagaban por la plantación histórica con ropas de la Guerra Civil. Sydney había puesto sus brazos dentro de su camiseta demasiado grande de Ramones y tragó lo que probablemente era vómito. Ahora se levantó del inodoro, limpiando su boca. Su rostro aún estaba teñido de verde. —Te ves como un niño en uno de esos afiches de “Sólo Di No” —dijo Bryce. —Tú debes saber todo sobre ser una chica de portada, ¿no? —respondió Sydney, estrujando sus oscuros rizos en el espejo. Bryce se paró junto a Sydney. Eran del mismo peso y tenían los mismos ojos color avellana. Los ojos de su papá. Las oscuras cejas de su papá. La nariz de salto de esquí de su madre. Si Bryce apartara hacia atrás sus rizos, desapareciendo el rubio, ellas casi parecerían gemelas. A excepción del piercing en el labio y el delineador excesivo. Bryce se preguntó vagamente cómo luciría Sydney ahora si ella hubiese estado alrededor. —¿Cómo se siente tener resaca? —le preguntó al pálido reflejo de Sydney. Sydney hizo una mueca y volteó hacia su hermana. —No lo sé, Bryce. ¿Cómo se siente despertarse de un coma? —Touché —dijo Bryce. Su madre estaba esperando alrededor de la esquina del pasillo de la crujiente mansión con una nueva pieza de trivia de la plantación, una pequeña bolsa de compras colgando de su muñeca. Su padre lucía cómicamente fuera de lugar junto a la gran escalera, mirando hacia arriba a los portarretratos en su camiseta de Vanderbilt y sus atléticos pantalones cortos. —¿Recuerdas esta, Bryce? Señaló un intrincado portarretrato de una mujer en una falda azul con aro, su abanico preparado como si fuese un sofocante día como hoy. Su cabello estaba alisado y su

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colorete formando pequeños círculos perfectos, pero tenía una chispa en sus ojos como si acabara de hacer algo que no debería. —La Mona Lisa Sureña. —Bryce sonrió. Su madre dejó escapar un suspiro de felicidad y envolvió a Bryce en un abrazo. Sydney retorció sus rizos en un desordenado moño y agarró su teléfono de una mesa cercana. —Voy a regresar al auto —anunció. El padre de Bryce miró a Sydney, sus labios en una línea apretada. —Acabamos de llegar. Su madre le disparó a su padre una mirada. —¿Estás segura, cariño? —dijo torpemente, su brazo alrededor de Bryce—. ¿Quieres una soda o algo? —Nah, no me necesitan ahora que la hija pródiga ha regresado. —Sydney hizo un gesto hacia Bryce. —Vamos, Syd. No seas así —dijo Bryce. —Piérdete, Bryce —dijo Sydney con una sonrisa falsa y se giró hacia la puerta.

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Decidieron dar por finalizado el día cuando su madre entró en una pila de excrementos dejados por los gansos que vagaban por el jardín delantero. Aunque su papá se rió demasiado sinceramente, se inclinó con un periódico viejo para limpiar los mocasines de su esposa. Cuando Bryce vio a Sydney otra vez, estaba recostada contra la cerca blanqueada, mirando los caballos mientras masajeaba su cabeza. Los sicamores parecían extrañamente silenciosos para Bryce sin el constante chirrido de las cigarras, pero ellas no salían hasta el ocaso. Su padre solía apostar que podía oírlas incluso durante el día, si todos contenían su aliento por un muy largo tiempo, tan quietos como podían estar. Bryce realmente nunca pudo estar segura si ahora podía oírlas, o si era que simplemente quería creerle.

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Caminó poco a poco bajo las ramas cubiertas de musgo, cojeando ligeramente, con sus piernas doloridas por el constante esfuerzo. La Dra. Warren dijo que su cuerpo no estaría en su mejor forma otra vez, pero ¿qué sabía ella? Bryce se abanicó contra el calor húmedo. Y entonces lo oyó, breve pero claro: el alto grito chirriante de una cigarra. Al principio hizo eco como si viniera de algún lugar lejano y entonces pareció presionar a través del silencio y se unió con otra llamada justo a su lado, tan completo y claro como si estuviera junto a su oído. Bryce movió su mano hacia arriba para tocarlo, pero no había nada allí. Lo sabía, pensó. Están muy lejos. Puedo decirlo. Bajó su mano. Están esperando la noche. Las llamadas vinieron otra vez, pasando por ella, haciendo pulsar el aire a su alrededor. Después de un momento, se detuvo. El sol del mediodía, rompió a través de parches y los árboles estuvieron silenciosos una vez más. Bajó el abanico a su lado y giró su rostro hacia el cielo. Estaba aquí en la tierra, ¿no? Estaba mejor de lo que había estado un mes atrás. Miró hacia abajo a sus pies, tan pálidos en sandalias de tiras contra el pasto verde. Necesitaba sol. Necesitaba ejercicio. Era momento de aceptar que las cosas eran diferentes, pero ella también podía ser diferente. —¡Bryce, cariño! —gritó su madre desde donde la van estaba estacionada—. ¡Vamos! Miró a su familia, su madre junto a la minivan, su padre al volante y Sydney, sus largas piernas extendidas por el asiento delantero ergonómico, cerrando la puerta. Tal vez no fueran tan felices como solían ser, pero estaban allí, juntos y Bryce estaba despierta, viva, caminando hacia ellos.

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De regreso en River Drive, Bryce bajó las escaleras y dejó salir un “Ahhh” ante el aire acondicionado. Se movió lentamente por las baldosas del sótano con los pies desnudos y se despojó de su camiseta sin mangas, húmeda y sus pantalones cortos, lanzándolos hacia el cesto en la esquina de su habitación. Se detuvo en el armario. Nada excepto las prendas viejas de todos y un par de esquíes. Ropa, agregó a la lista. Sol, ejercicio y ropa. Eligió una vieja túnica de su madre de los años setenta. Nada lujoso, pensó Bryce mientras tiraba el algodón blanco sobre su

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cabeza. Literalmente, sólo ropa de mi propiedad. La túnica quedaba corta en ella, pero tendría que servir. —¡Bryce! —llamó su padre hacia abajo por las escaleras. Bryce gimió. Su nombre sonaba demasiado alto y corto cuando su padre lo gritaba, como si estuviera gritando “¡Ve!” en una práctica de clavados. —¿Qué? —gritó Bryce en respuesta. —¡Carter está aquí! Carter. Se sentó en la cama. Oh Dios, oh Dios, oh Dios, pensó Bryce. —Va a entrar por la parte de atrás —gritó su padre. —¡No! —gritó Bryce. —¿Qué? —gritó su padre. —No importa —dijo Bryce. No tenía sentido, lo vio cuando salió de su habitación a través las puertas de vidrio, haciendo su camino colina abajo. Se detuvo en la piscina, mirando hacia el agua. Su padre la había limpiado recientemente y estaba de regreso a su prístino turquesa azulado. Bryce tomó una respiración profunda. ¿Qué debería decir? “¿Por qué?” era la única cosa en la que podía pensar. Carter había recogido una hoja y estaba agachado sobre la piscina con ella, tratando de ayudar a un insecto flotando a estar a salvo. Bryce sacudió un poco sus brazos para relajarse, como solía hacer en la plataforma antes de saltar. Tragó y caminó a través de las puertas hacia el patio. —Hola —dijo Carter, mirando a un punto sobre su cabeza. Bryce podía ver que acababa de venir del hospital. Aún estaba portando su identificación grabada en su bolsillo de una desgastada camisa de botones, a través de la cual podía ver las líneas de su mitad superior. Era delgado, alto y sólido, todo el camino desde sus anchos hombros hacia abajo a la cintura de sus pantalones tipo caqui de corte bajo. —Hola —dijo Bryce, tratando de no sonreír. —¿Cómo te sientes? —Genial —respondió Bryce. Ahora miraba a sus pies. Bryce continuó—: Quiero decir, físicamente. Estoy entumecida, pero… bien.

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—Bien —repitió el. —Sí —dijo Bryce, mirándolo intencionalmente. Aún evitaba sus ojos. ¿Iba a decir algo sobre el otro día? Deseaba que hiciera una broma. Esta limpia y formal versión de Carter la hacía ponerse nerviosa—. ¿Estoy por pasar por un chequeo o algo así? —Algo así —dijo—. ¿Recuerdas cuando me hiciste llevarte a ese restaurante? —Antes de que Bryce pudiera asentir, continuó—: Olvidé decirte. Antes de que irme, le dije a la Dra. Warren a dónde estaba yendo. Dijo que era una buena idea. No parecía creer que fueras mucho por tu cuenta. Así que, decidió trabajar en algo fuera, donde no tuvieras que hacer todo el trayecto hasta el centro médico, si no quisieras ir. —No quiero ir —dijo Bryce rápidamente—. Definitivamente no quiero. —Allí tienes —dijo Carter, encogiéndose de hombros. —Y en su lugar… —Estaré haciendo chequeos. A ti —dijo lentamente, casi una palabra a la vez. —¿Es el procedimiento estándar? —preguntó ella, inclinando la cabeza, sonriendo. Él entrecerró los ojos en la distancia. —No realmente. Bryce caminó hacia el borde de la piscina, donde el insecto de Carter estaba arrastrándose lejos. —Ya sabes, si la escuela de medicina no funciona, siempre puedes encontrar trabajo rescatando insectos ahogados. Finalmente, una pequeña risa. —Al menos entonces no estaría tentado por hermosas pacientes. Bryce se congeló, mirándolo. —Lo que pasó el otro día estuvo completamente fuera de lugar. Lo siento. —Está bien —dijo Bryce, pero se maldijo a sí misma inmediatamente después. Debería haber dicho algo más… bueno, más oficial. Pero estaba distraída. Carter había dicho que era hermosa. Simplemente se había adelantado y lo había dicho—. Disculpa aceptada —agregó.

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—Y no fue profesional —continuó Carter, tomando aliento—. No sólo fue poco profesional, fue inapropiado. Ya sabes, para lo que… lo que estabas sintiendo en ese momento. —Correcto —dijo Bryce. Pero no se refería a “correcto”. Lo miró. Sus cejas no estaban fruncidas, pero su cabeza aún estaba abajo. —Entonces. —Levantó la mirada y forzó una sonrisa—. ¿Recuerdas lo que significa “chequearé signos vitales”? Bryce le devolvió la sonrisa. —¿Es así como lo llaman en estos días? Carter se sonrojó. —Significa que tienes que quedarte quieta en un lugar por diez minutos. ¿Puedes hacer eso? —Puedo intentarlo —dijo Bryce con una mueca de exasperación y se sentó cautelosamente en una silla de piscina mientras Carter removía un estetoscopio del bolso en su hombro. Se arrodilló a su lado y puso el frío disco en su pecho. Bryce sintió una sacudida eléctrica con su mano cerca de su piel. Él miraba concentrado, su boca vuelta hacia abajo en las comisuras. —Un poco rápido, pero consistente —dijo después de un minuto, mirando su reloj. Marcó el número en su historia médica. Bryce podía ver que alguien había tipiado su nombre incorrectamente en lo alto del papel: BRICE GRAHAM, se leía. Carter había tachado la i y la había reemplazado con una y en su propia escritura garabateada. Tomó su presión sanguínea y su temperatura, manteniéndose quieto todo el tiempo. —Bien. —Se levantó. Por alguna razón el movimiento fue demasiado rápido para Bryce. Un pequeño fuego pareció viajar hacia arriba por la base de su cuello, hacia su cráneo, detrás de sus ojos. Al principio, Bryce sólo pensó que estaba sonrojándose, pero no, este era un fuego real. El dolor marcando como hierro caliente lo alto de su columna y viajando en disparos de calor hacia su frente. Esto otra vez. Miró hacia abajo, tratando de controlarse. —Espera —trató de decir.

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Pero el cemento de la piscina se giró a su lado. Otra vez, cayó. Era casi como si Bryce se moviera directo hacia éste, como una pared. Un día de primavera. Estaba mirando a través de una grieta en la cortina del hospital. Un joven en una camisa blanca estaba de espaldas a ella, inclinado sobre una cama. Ahí yacía el cuerpo de Bryce en una bata azul claro. El joven empujó los cobertores más cerca del rostro de ella cuando una briza fresca vino a través de una ventana abierta, llevándose el olor del hospital. Se sentó en una de las sillas vacías y abrió un libro con una cubierta dorada y lomo rojo oscuro. El sonido era nítido. No crepitante o zumbante, sólo la dulce canción de las aves afuera. Él comenzó a hablar. —Yo, uh. Oí que te gustan los westerns. —Se aclaró la garganta—. Esta es la biografía de Wyatt Earp. Ejem. El Sheriff Wyatt Earp era un hombre de acciones rápidas y decisivas… El lado de cemento de la piscina apareció otra vez, como si estuviera derribándola, y se inclinó hacia atrás en la silla. Su cabeza se echó hacia atrás. El dolor caliente destelló una vez más, entonces cayó en un frío alivio. Parpadeó, situándose a sí misma, y sacudió sus manos para quitar la sensación de entumecimiento. —¿Sí? ¿Necesitas algo? —Estaba diciendo Carter, parado por encima de ella—. ¿Bryce? Bryce sacudió la visión lejos. —¿Huh? —dijo, tirando la túnica de su madre alrededor de sus piernas. Se mordió el labio—. No. —Todo bien, entonces —dijo, poniendo su morral sobre su hombro—. Mantente saludable. —Miró a Bryce—. Lo digo en serio. —Se giró lejos de ella, dirigiéndose hacia la colina. —Carter, espera. —Bryce parpadeó lentamente. Los destellos de lo que acababa de ver no la dejaban. La persona junto a la cama. La forma en que sonaba su voz. Había algo conectándolos a la realidad de Carter junto a ella, justo ahora. Algo acababa de caer en su lugar.

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Carter se detuvo. —Pasaste un montón de tiempo conmigo cuando estaba dormida, ¿no? —preguntó—. Estabas allí. Carter encontró los ojos de Bryce y los sostuvo por un segundo. Un largo segundo, desconcertado. —Casi todos los días. Y con eso Carter siguió hacia la colina. Bryce miró su figura mientras desaparecía alrededor de la casa. Era una de las personas de sus extraños sueños, pero no lo había conocido antes del accidente. Había sabido que estaba con ella mientras dormía… antes de que alguien pudiera decírselo. Lo cual significaba que las visiones de su lado de la cama no eran sólo visiones. Eran reales. Bryce se recostó contra la silla, su estómago en nudos. Nubes grises se amontonaban sobre el sol, decolorando el cielo azul como una sábana lavada demasiadas veces. Pequeñas olas de la ahora oscurecida agua de la piscina se derramaba por los lados; el viento se había levantado esta tarde. Cerró los ojos, tratando de revivir escenas como en la que acababa de estar. Inclinarse de adelante hacia atrás en su cuarto de hospital, su cuerpo tras la cortina azul; Sydney como una niña; sus padres a la deriva alrededor suyo como si apenas se conocieran el uno al otro; Greg en el granero; Carter sentado leyendo en un día de primavera cuando nunca lo había conocido. Estaban todos serpenteando en su mente ahora, de alguna forma. Algo había ido demasiado lejos cuando su cerebro se reinició. Podía estar en un momento donde no se suponía que debería estar, podía ver lo que se no suponía que pudiera ver. Los colores parecían caer sobre ella como cubos de pintura volcados, y cada sonido era su propia pequeña orquesta. Sus sentidos estaban bien abiertos ahora, y se quedarían de esa forma, más abiertos de lo que podía haber imaginado. Mientras las pesadas gotas empezaban a caer, Bryce no podía evitarlo pero levantó una mano a su cabeza. Casi esperaba que la sacudiera. Pero se sentía justo como siempre lo había hecho. —¡Bryce, entra! —gritó su madre desde la puerta deslizante—. Van a haber rayos. Carter sabía que me gustaban los Westerns. Lo vería otra vez pronto y otra vez el día después de ese. Ante esa idea, sonrió.

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Sol, ejercicio, ropa. Bryce repasó su lista otra vez mientras entraba otra vez a través de las puertas francesas. Y amigos. La vacuidad que había estado sintiendo ya no era vacía. Era un espacio para ser llenado.

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Capítulo 9 Traducido por Kira.godoy Corregido por Otravaga

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l aire envolvió a Bryce en una manta de humedad. Las hojas en el árbol de roble en el jardín frontal de los Graham permanecían inmóviles, verdes y cerosas. No había brisa. El césped estaba creciendo tan bien como en un campo de fútbol, tan brillante que casi parecía falso. Bryce deseaba que ella pudiese absorber el agua de la humedad como podían hacerlo las plantas. Había salido afuera para esperar a Gabby hace cinco minutos, y ya le vendría bien un gran vaso de algo. Luego de que Carter se alejara ayer, Bryce se había sentido poderosa. Ella se había sentido llena de cosas buenas. Sólo cosas buenas, había declarado, y ella había ido directamente dentro para llamar a Gabby, ansiosa por decirle que todo iba a estar bien. Gabby había respondido al primer tono: —Bryce. La confianza de Bryce se había tambaleado ante el sonido de su voz. Era demasiado fácil perdonar a su mejor amiga cuando estaba pensando en la Gabby cuya perfecta trenza de cola de pez ella solía arruinar, de la que podía burlarse por ser una romántica empedernida porque estaba demasiado envuelta en la trama de una telenovela como para notarlo. Pero esta no era completamente Gabby. Su voz tenía un filo ahora. —Así que ¿cuál es el asunto con la cosa de la dama de honor? —Había preguntado Bryce. —Oh —dijo Gabby, y Bryce pudo oír la sorpresa en su voz—. Así que ¿no quieres hablar…? Ella había mirado a la tormenta afuera, pensando nuevamente en Carter mientras el caminaba lejos. Ella se había tragado su miedo.

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—¡Vamos a reunirnos! —dijo Bryce, antes de que Gabby pudiese decir nada más—. Si voy a ser tu dama de honor, voy a necesitar un vestido, ¿verdad? Ellas se pusieron de acuerdo en que Gabby la recogería para un viaje al centro comercial. —Sólo para empezar. —Había dicho Gabby—. Porque también necesitas ropa regular. —¿Cómo lo supiste? —dijo Bryce. —Créeme, reconocí el viejo top de pijama de tu mamá. —Bryce había tenido que sonreír. Un VW negro se detuvo. Diferente de la van que Gabby usualmente conducía. Solía conducir, se corrigió a sí misma Bryce. Pero entonces Gabby tocó la bocina dos veces, como ella solía hacer, y Bryce hizo su camino por el sendero. —¡Hola, preciosa! —llamó Gabby mientras se inclinaba para abrir la puerta. El aire acondicionado estaba al máximo. El olor a lavanda del champú de Gabby llenó la nariz de Bryce, y de pronto ellas tenían dieciséis años de nuevo, manejando a la práctica, a un partido de fútbol, a cualquier parte—. ¿Cómo estás? —Fuimos a Belle Meade ayer —comenzó Bryce—. Sydney estaba con resaca, como siempre. —Oh Dios. —Gabby miró desde el camino—. ¿Sydney es una de esas chicas? Bryce sabía exactamente a lo que se refería… las chicas en su escuela que mezclaban vodka dentro de los granizados de la estación de gas en los partidos de fútbol, que salían de fiesta todos los fines de semana mientras ella y Gabby entrenaban o iban a competencias. Bryce sacudió su cabeza. —Me refiero, ella no sería parte de, algo así como, la pandilla de Renee Sutterlane. Ella es como muy punk-gótica-lo-que-sea para eso. Esas chicas siempre fingían ser cristianas. —Y todas ellas quedaron embarazadas, como, justo al salir de la escuela secundaria — dijo Gabby, sacudiendo su cabeza. —¿Qué? ¿En serio? —Renee tiene dos hijos ahora. Kat O’Hare tiene un bebé con Chris Driggs. Kylie Timmons tiene uno de quien sabe quién.

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Bryce se rió en incredulidad. —Vaya. Eso apesta. —Ella apenas podía hacerse cargo de sí misma, mucho menos de un bebé. —No lo sé Bry. —Gabby lucía pensativa—. Ellas lucen realmente felices en Facebook. Visten a sus bebés con estos pequeños conjuntos lindos… —Gabyyyy… —la reprendió Bryce—. No agarres ninguna idea. Gabby frunció sus brillantes labios. —Vamos, ¿no sería divertido tener un pequeño y adorable bebé? —No. —Bryce sacudió su dedo hacia su amiga—. ¡Sólo di que no! —Bien —dijo Gabby, sus labios aún fruncidos, pero entonces ella sonrió. Gabby suspiró mientras se detenían en una luz roja—. Además, Greg no está listo para ser padre. El pecho de Bryce se apretó. Ella había sido arrullada por la comodidad del familiar aroma de Gabby, la sensación de sentarse en el asiento del pasajero. Sólo por un momento, ella había olvidado. Gabby le echó un vistazo. —Traté de hacer que viniese con nosotras hoy, quizás probarse algunos esmoquin, pero él dijo “Nah”. Eso es exactamente lo que él dijo: “Nah”. La mandíbula de Bryce se apretó. Los autos alrededor de ellas comenzaron a moverse. Esta era la parte que ellas debieron haber previsto. Esta era la parte que debería haberle molestado. Pero iban a ir a comprar un vestido, y él era el novio. ¿Pensaba que lo podría evitar por siempre? Se sacudieron hacia delante. Silencio. El nombre de Greg estaba resonando en los oídos de Bryce. Finalmente, Gabby rompió el silencio. Su voz era grave. —Bryce, tengo algo que decirte. El estómago de Bryce estaba en nudos. ¿Ahora qué? Gabby abrió su boca, pero en vez de hablar, ella golpeó el botón de encendido del reproductor de CD. Unos cuantos coros se filtraron y Bryce reconoció la canción al instante.

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—Yeah, B. Talk your shit —dijo Gabby en su mejor imitación de Jay-Z. Bryce siempre interpretaba la parte de Beyoncé, porque entonces Gabby podía llamarla “B”. Ella dejó salir un sonido ronco: —Partner let me upgrade you —e inmediatamente rió con vergüenza. Como la mayoría de las cosas estos días, Bryce estaba fuera de práctica cantando como una estrella de R&B. Mientras se entraban en el estacionamiento del centro comercial, Bryce y Gabby bailaron al estilo Beyoncé en sus asientos, balanceando sus caderas y volteando su cabello. “Upgrade U” era la primera canción en su CD de calentamiento. Esto era lo que salía a todo volumen de los altavoces en el sótano de Bryce cuando ellas practicaban los saltos carpados en su casa. Esto era lo que ellas cantaban mientras rodaban dentro de la Secundaria Hilwood en las mañanas. El CD incluso se saltaba en el lugar correcto. Bryce gritó sobre la parte de Jay-Z. —¿Dónde encontraste esto? —¿Estás bromeando? —gritó Gabby en respuesta entre las líneas—. ¡Nunca dejaría esto fuera de mi vista! Mientras ella movía su cabeza al ritmo de la música, Bryce secó sus repentinas lágrimas de agradecimiento con el dorso de su mano. Le sonrió a su mejor amiga. Un agradecimiento por esta pequeña parte de la antigua vida de Bryce y por dejar el tema de Greg. Ellas siguieron rapeando y bailando mientras entraban al centro comercial, doblándose de la risa ante los compradores que se les quedaban mirando al pasar.

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Una hora después, todo era chifón. Capas de tela rosado claro en forma de red envolviendo a Bryce. Ella trepó a través de ellos, los bordes de cada pieza haciéndole cosquillas en el rostro. De pronto estaba al aire abierto nuevamente, mirando su propio reflejo. El vestido era muy esponjoso y muy rosado. —Luzco como una de esas cosas esponjosas para la ducha. —Déjame ver —dijo Gabby, y se abrió paso dentro del vestidor. Ella atrapó los ojos de Bryce en el espejo, y ahí hubo una pausa incomoda. Había habido un montón de esas

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desde que Bryce había llenado sus bolsas de Macy’s con camisetas y Gabby sacó una emisión de Novia Moderna de su bolso. Ella le había preguntado a Bryce si quería hacer una pausa mientras ellas echaban un vistazo, quizás conseguir algunos Orange Julius. Ella incluso se había ofrecido a llevar a Bryce a casa para descansar, pero Bryce estaba decidida a no dejar que el ánimo decayera, no cuando las cosas estaban comenzando a sentirse normales entre ellas. —Sólo pensé que sería interesante. —Gabby retorció un mechón de su cabello alrededor de su dedo, luciendo preocupada—. Ya sabes, diferente del promedio de vestidos de dama de honor. —No, es lindo —dijo Bryce. La parte de arriba del vestido era bonito. Medio suave, no demasiado brillante, con un corte justo en la línea del busto. Pero luego explotaba—. Diferente es bueno. —Pero no siempre es bueno —ofreció Gabby rápidamente—. Aquí, vamos a sacarlo. Ahora lo hemos reducido. Necesitamos algo más clásico. Quizás líneas más delgadas. Ella dio un paso fuera del vestidor mientras Bryce se escurría a través del bosque de chifón. —Verás, mi… eh, vestido es realmente tradicional —dijo Gabby en la sección de vestidos de noche cuando Bryce emergió, moviéndose a través de distintos tonos de rojo—. Estaba pensando en formas más grandes, algo más elaborado para proveer un contraste. Gabby recogió un largo vestido de seda en un rojo vívido. Ella haló a Bryce a un vestidor demasiado grande con una silla tapizada en la esquina. —Pero ahora que lo pienso, quizás la consistencia funcionaría mejor. Aquí. —Ella tendió el vestido en los brazos abiertos de Bryce. Gabby tomó asiento, mirándola, pero Bryce no se movió para cambiarse inmediatamente. Ella se había cambiado en frente de Gabby un millón de veces, pero Bryce se encontró a mí misma colocando el vestido a un lado lentamente y llevando sus brazos dentro de su camiseta antes de deslizarla sobre su ombligo, sus ojos evitando los de Gabby. —Oh —dijo Gabby, dándose cuenta, y se ocupó a si misma con su bolso. Bryce siempre había sido modesta, esperando para quitarse su calentador hasta inmediatamente antes de lanzarse al agua, negándose a ser entrevistada luego de la inmersión hasta que se lo había colocado de regreso. Pero desde que su cuerpo le había fallado, se sentía extraño para ella. Ella entendía sus extremidades, su espalda y su

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abdomen como los de un clavadista, como un atleta que utilizaba cada musculo para cierto propósito. Mientras otras chicas estaban consiguiendo curvas, Bryce y Gabby eran “viriles” juntas, como Gabby lo había llamado. Construidas para ser pulidas, aerodinámicas, pero no realmente, bueno, femeninas. Ahora ninguna de ellas eran atletas. Sus músculos permanecían latentes, cubiertos por curvas. ¿Por qué aquí? Bryce se había encontrado a sí misma preguntándose acerca de sus nuevos muslos gruesos cuando ella se había apretado dentro de los jeans de Sydney, o más temprano ese día, cuando había sobresalido fuera de una copa B. Bryce dio un paso dentro del vestido rojo, mirando a la espalda volteada de Gabby con una punzada de culpa. He estado evitando los espejos, quería decirle Bryce, pero sabía que eso sonaría raro. Incluso ahora, mientras ella se ponía de pie en el centro de su reflejo triple, Bryce desenfocó sus ojos hasta que fue sólo una larga mancha de rojo. —¡Está bien! —trató de decir con entusiasmo—. Voilá. Gabby levanto la mirada y jadeó. —Bryce —dijo ella, colocando sus manos en su boca—. Estás deslumbrante. Bryce reenfocó sus ojos y tuvo que admirar la forma que el vestido parecía sacar. Se ceñía a su cintura, abrazando sus costados, y los amplios pliegues de la tela pasaban a través de su pecho, reuniéndose en un hombro. Gabby siempre parecía saber que luciría bien en Bryce. —Realmente lo estás. Ella miró a Gabby. A la vista de su rostro llenándose con una temblorosa sonrisa, Bryce tuvo que sonreír de regreso. Gabby dio una risa silenciosa. —Me lo vas a robar de regreso en eso. El estómago de Bryce se hizo una bola con el chiste. Gabby contuvo el aliento pero no dijo nada más, mirando a Bryce, buscando su reacción. Bryce recordó esperar su turno en la parte inferior de la escalera en la práctica mientras Gabby subía primero, deseando con cada parte que se concentrara en la inmersión cada vez. Y Gabby siempre iba primero en el orden de inmersión porque podía decir que Bryce estaba nerviosa, a pesar de que Bryce nunca lo decía. Gabby

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conocía a Bryce mejor que nadie. Algunas cosas importaban con el tiempo, pero quizás esta no lo hiciera. Quizás no debería. —Nunca —respondió Bryce negando con la cabeza—. Nunca.

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Capítulo 10 Traducido por Aria25 Corregido por Otravaga

A

quella noche, Bryce salió del auto de Gabby, y un profundo zumbido melódico llenó sus oídos. El aire pertenecía a las cigarras ahora, no había duda de ello. Eran criaturas de verano, a veces llamadas moscas de julio. A Bryce siempre le había gustado ese nombre. Dentro, encontró a su padre roncando en el sillón reclinable frente a la última entrada de un partido de los Texas Rangers. A su lado, en el suelo, su madre respiraba con dificultad, haciendo abdominales de bici, un viejo reproductor de CD portátil resonando Electric Light Orchestra en sus oídos con auriculares. Al menos estaban en la misma habitación. Su padre apenas salía del estudio estos días, y su madre siempre estaba en su oficina. Sydney estaba arriba, la música a todo volumen sonaba por debajo de su puerta cerrada. Bryce se dirigió a sótano y arrojó sus bolsas de compra a su cama. Aparte de unas pocas malversaciones elegantes que Gabby la había convencido de comprar, Bryce se había abastecido de sus habituales cuellos en V, camisetas sin mangas, y pantalones cortos con bolsillos. Abrió un cajón de la cómoda de forma ovalada, sólo para ver que estaba lleno: sus trofeos de clavados. Sintió una punzada en el pecho. Uno a uno, los alineó en orden de altura, colgando medallas alrededor de las copas doradas y cilindros que coronaban cada uno. Cuando se inclinó para cerrar el cajón, el borde de algo plateado llamó su atención. Cuando abrió más el cajón, jadeó. La tiara. Bryce sacó la gastada corona plateada, delicadamente tejida con cristales rosado claro, y dejó escapar una risa de sorpresa. Cuando estaban en primer grado, un año después de que muriera el padre de Gabby, la madre de Gabby, Elena, las llevó a un mercadillo. En uno de los estantes de gangas, Gabby encontró una tiara. No simplemente una tiara de plástico pintado como la que

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encontrarías en un tienda de juguetes. Una tiara real. El empleado del mercadillo se dio cuenta de su valor, también, y le puso un precio alto. La madre de Gabby se negó; el dinero era escaso, y el cumpleaños de Gabby ya había pasado. Pero el propio cumpleaños de Bryce se acercaba, y Elena le había dicho a Bryce que podía elegir algo como su regalo. Cuando encontró el pequeño paquete circular en el montón de regalos envueltos brillantemente, Bryce ni siquiera lo desenvolvió. Se lo entregó a su amiga inmediatamente. Se pasaron la mayor parte de ese año jugando a príncipes y princesas, Gabby usando la corona y Bryce luchando contra dragones imaginarios. Bryce la colgó en uno de los trofeos más altos, la felicidad hinchándose dentro de ella. Invitaría a Gabby uno de estos días y casualmente la movería hacia la cómoda. No podía esperar a ver la cara de sorpresa en el rostro de su amiga. Ahí. Dio un paso atrás. La habitación monocromática se sentía más como de ella otra vez, la brillante tiara y el plástico dorado de cada premio añadían un brillo dorado a la esquina gris. Sólo pequeñas cosas, pensó Bryce. Podía mover las cosas poco a poco para que volvieran a donde se suponía que debían estar. ¿No? El coma fue grande. No hacer clavados era grande. La boda sería grande. Pero podía volver hacia atrás en pequeñas formas, haciendo recados con Gabby, hablando con Sydney, recuperando su habitación. Como esa ventana. Su madre debía haberla abierto para ventilar la habitación, y los sonidos de las cigarras flotaban dentro, su zumbido ahora fuerte y salvaje a medida que la noche se hacía más oscura. Bryce se acercó y se presionó contra el marco, bajando el panel de cristal. Y ahí estaba. Su rostro reflejado contra la oscuridad, sorprendentemente claro. Había cambiado junto con su cuerpo, en muchas de las mismas maneras en las que el rostro de Gabby había cambiado. Los rasgos más definidos, líneas vagas que aparecían cuando movía sus mejillas anteriormente redondas. Cuando estaba a punto de alejarse, Bryce notó encenderse una luz en la parte trasera de la propiedad. Alguien estaba en el granero. Hizo su camino fuera. La noche se escurría con el ruido de los insectos, y podía sentir las altas hierbas romperse bajo sus botas. El zumbido era tan fuerte ahora… no podía recordar un momento en que las cigarras hicieran tanto ruido. Cuando se acercó al granero, vio una bicicleta apoyada contra las puertas pintadas de rojo. Una bicicleta de aspecto familiar. Bryce entró. Él estaba sentado de espaldas a ella en un caballete de madera, una linterna de camping estaba en el suelo junto a él.

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—Greg —dijo ella. Él se volteó, su boca abriéndose con sorpresa, como si no esperara verla ahí. —¿Qué estás haciendo aquí? —Bryce se encontró apretando los puños, pero no con ira. Era para tener un control de lo que estaba pasando. Su cabeza comenzó a dar vueltas. Greg se giró por completo. Sus ojos se clavaron profundamente en los suyos. —Lo mismo que he estado haciendo aquí siempre. Los recuerdos la inundaron al verlo, mordiéndose las uñas, sus largas piernas a cada lado del caballete. Se estrellaron contra ella como rápidas olas de fuego: él y Bryce, en el mismo asiento, con las piernas entrelazadas. Bryce mirando furtivamente hacia él mientras lejos de ella, besándole donde su hombro se encontraba su cuello. El sabor de su enjuague bucal. Subiendo a bordo del turbohélice de su padre, sentados uno junto al otro, simulando volar. Planeando a dónde irían. Acurrucándose en sacos de dormir y quedándose dormidos juntos, despertando justo a tiempo para entrar a hurtadillas de nuevo en la casa, el cielo volviéndose rosa. Pero ahora las vigas de madera tenían una capa de polvo de varios centímetros de espesor. El avión que su padre había estado construyendo estaba cubierto con una vieja lona azul, todas sus herramientas guardadas. Él solía trabajar en él todos los días después de su hora del almuerzo. Iba a terminarlo antes de que Bryce terminara la universidad. Lo había prometido. Se alzaba descomunal, sin terminar, junto a Greg como el esqueleto de algún gran animal. Era un déjà vu, pero estaba mal. —Venía a aquí cuando te echaba de menos —explicó Greg en voz baja. —Oh —murmuró Bryce, imaginándolo deambulando por el oscuro granero él solo. Su cabeza chisporroteó con dolor. Ella había visto eso en su visión, ¿no? Greg se puso de pie. —Te extrañé cada maldito día. Me sentía como… —Él tragó—. Realmente no tuve la oportunidad de decírtelo en el restaurante. Bryce respiró por la nariz, débilmente y con calma, mientras sus ojos se movían rápidamente de sus ojos de gruesas pestañas a su amplio pecho y sus venosos antebrazos, retorciéndose mientras él se acomodaba contra una viga. Trató de mantener la voz firme.

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—¿Entonces por qué… renunciaste a mí? Greg se detuvo. Sus ojos voltearon hacia el techo en busca de la respuesta, pero cuando volvieron a encontrarse con los de ella, tenían el mismo dolor que había visto cuando estaba aquí solo. —Si hubiera sabido por un segundo que había una posibilidad de que despertaras, habría esperado. Sabes que lo habría hecho. —Ellos dijeron que no iba a hacerlo —completó ella en voz baja. —Dijeron que nunca despertarías. —Hizo eco Greg—. Así que de alguna forma sólo me aferraba a los recuerdos. Bryce asintió, pensando en una noche de sábado inusualmente cálida cuando ella y Greg habían estado tumbados el uno junto al otro con las manos detrás de sus cabezas, Bryce con un sujetador deportivo y pantalones cortos de baloncesto, Greg con sus habituales Carhartts cortados por la rodilla. “¿Cómo sueñan los ciegos?”, le había preguntado él. “No sé”, dijo Bryce lentamente, reflexionando. Estaba mirando fijamente a la inclinación del techo del granero, perdiéndose en la oscuridad de la parte superior. Ocasionalmente la oscuridad susurraría con el vuelo de murciélagos o golondrinas. La luz de su linterna sólo llegaba hasta ahí. “¿Tienen sueños en sonidos?”, preguntó Greg, su voz volviéndose somnolienta. Esa noche Bryce había soñado con un mundo al revés, chorreando en colores surrealistas. Greg la estaba guiando con su mano en la de él. Habían flotado en el aire como si estuviera hecho de agua. Bryce se sentía como en casa. Ahora sentía arder lágrimas en las esquinas de sus ojos. —Sin embargo, los recuerdos no eran lo suficientemente buenos. —Era a la vez una pregunta y una respuesta. —No —dijo él con voz hueca—. Me mudé a estos pequeños escenarios de sueños. Quería que fueran reales. Lo quería tanto… —Su voz se ahogó. Apartó la mirada, negando con la cabeza—. Pensaba en ti abriendo los ojos. Me quedaba mirando tu rostro, deseando que abrieras los ojos. Entonces te levantarías y nos iríamos juntos del hospital, volveríamos a la escuela, nos graduaríamos. Iríamos a Vandy. Y después de eso… —Su voz se apagó, pero sus ojos decían lo demás. Contenían una eternidad. A dónde irían, quienes podrían ser.

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Él estaba tan cerca que podía oler el aroma de la madera húmeda que persistía en su ropa. Estaba a centímetros de distancia, y sin embargo no podía tocarlo. Ni siquiera podía sostener su mano. —Bueno, así no es como es —dijo Bryce, arrancando las palabras de su pecho. Vio el dolor parpadear en los ojos de Greg—. No importa cómo podría haber sido. Estás con Gabby ahora. Van a casarse. Bryce sintió agrietarse algo dentro de ella. La última vez que había dicho esa palabra, casarse, había sido en este granero. Sus mejillas estaban rojas. Sus cabellos estaban desordenados. Las cigarras zumbaban como lo estaban haciendo ahora, y se habían dicho cosas tontas y estúpidas el uno al otro. Amor era ser capaz de decir todo lo que querías, decir todas las cosas estúpidas que podías decirle a alguien más. Pero ella había dicho en serio aquello. —Lo sé —dijo Greg tristemente. Enfadado, casi. —Me voy a la cama —dijo ella. —No lo hagas —dijo él—. Quédate. Pero no protestó cuando Bryce volvió a entrar en la noche de verano, tratando de recuperar el aliento. Cuando se dio la vuelta, la luz seguía brillando en las viejas ventanas con forma de diamantes del granero. Pero sólo miró hacia delante mientras pisaba a través de la hierba húmeda, deseando, por primera vez desde que despertó, la suave oscuridad de un sueño sin sueños.

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Capítulo 11 Traducido por flochi Corregido por Otravaga

L

a mitad de Bryce colgaba fuera de la ventana del lado del pasajero del Honda blanco que avanzaba a toda velocidad. Las ráfagas de viento la mordían, sacudiéndole el cabello por encima del rostro, de su boca. Este era un nuevo tipo de viento. Tenía una presencia, un peso; parecía moverse como los malditos colores que sólo Bryce podía ver. Podía sentirlo deslizarse a través de sus dedos y cabello como líquido. —Bien, ¡aquí viene una gran colina! —le gritó Bryce a Carter, su rodilla apoyada en el asiento de cuero roto. Él puso sus ojos en blanco, pero una sonrisa se extendió sobre sus labios. —¡Ve más rápido! ¡Es como una montaña rusa! —Te pareces a mi perro —respondió él, pero tan pronto como las palabras salieron, el motor aceleró y Bryce dejó escapar un chillido de alegría a medida que pasaban la cresta de la colina, la piel de sus mejillas se echó hacia atrás debido al aire azotando a través de la carretera vacía. El pavimento se allanó, y Bryce se dejó caer de nuevo en su asiento. —No puedo creer que me dejaras hacer eso. Carter rió. —Yo tampoco. Somos afortunados de que no viniera otro auto. —Ningún auto viene nunca. —Bryce tiró sus salvajes rizos en una cola de caballo y dejó su mano colgando por la ventana, atrapando el viento caliente con su palma. Carter sacudió la cabeza, mirando hacia adelante, pero incapaz de ocultar su sonrisa.

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—Estás loca —murmuró. —Lo siento —dijo Bryce, pero no lo sentía. —Sabes a donde vamos, ¿no? —Él volvió a ajustar el espejo. —No podría perderme ni aunque quisiera. Había pasado una semana desde la noche en el granero con Greg. Él había estado llamando, pero ella nunca contestó. Sería mejor olvidar el pasado, había decidido ella. Era mejor para ambos. Carter había estado pasando más a menudo, y eso era agradable. Pero se encontró llevándolo a todos los lugares a los que solía ir con Greg y Gabby, mirando fijamente a los asientos de la cafetería donde solían comer antes de la práctica, o buscando sus rostros en el centro comercial, anhelándolos. Anhelando una vida que ya no existía. El asfalto dio paso al crujido de la carretera sin pavimentar. —Detente bajo ese árbol —dijo ella. Sería extraño estar en el lago sin Greg y Gabby, pero lo había pospuesto por demasiado tiempo. Nunca había pasado tanto tiempo en el verano antes de que Bryce hiciera un viaje a Percy. No podía esperar para verlo, sentir la suave y cálida agua. Era más pura que el agua con cloro. Las algas del lago eran oscuras y viscosas, pero Bryce sentía que eso estaba bien. El lago estaba vivo. Un único camino llevaba a una pequeña playa sucia salpicada por un par de rayas de carbón de las parrillas y latas de cervezas vacías. Bryce no había estado en esta playa desde que era una niña. Agarró la mano de Carter y lo sacó a un sendero apartado, a través de la hierba, helechos y árboles pequeños, a un seto de arbustos y árboles que ocultaban el resto del lago de la vista. —Vaya —dijo Carter, haciendo con sus dedos un marco de cuadro—. ¡Qué vista! —Cállate —dijo ella, pero ambos estaban sonriendo—. Tengo un lugar. Es el lugar perfecto. Se deslizó a lo largo de la gruesa fila de árboles, asomándose entre ellos sólo para ver más árboles, más hojas. Durante la semana pasada, sus piernas se habían hecho más y más fuertes. Casi podía caminar normalmente ahora. Cada paso ardía, pero disfrutaba de la sensación de dolor muscular. —Ahora sólo tengo que recordar dónde está la entrada. A menudo ella se detenía, mirando los matorrales, pero podía decir que no era el camino correcto. No sabía cómo, porque todo se veía igual, pero podía decirlo.

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—No importa si no puedes recordar, sabes —gritó Carter en cierto punto—. Han sido cinco años de inactividad cerebral. —No se siente de esa manera —dijo Bryce en voz baja. El sudor comenzó a gotear de su frente mientras se movía impaciente. No le importaba; era bueno estarse moviendo. De repente, como si los árboles estuvieran soltando un suspiro de alivio, irrumpieron en un claro. Los arbustos todavía salpicaban el pasto, pero más allá de ellos no había nada más que un solitario árbol de manzanas silvestres, y el lago y el cielo en dos tonos de interminable azul. —Mira. —Bryce corrió hasta el borde del claro y le hizo señas a Carter—. La orilla se adentra hacia abajo por lo que es realmente profundo. Con un acantilado para saltar y todo. Bryce miró a Carter abarcarlo todo. Incluso en su Oxford blanco y pantalones caquis, parecía pertenecer a este lugar más que nadie que haya visto. Gabby por lo general aprovechaba la oportunidad para aplicarse bronceador, y Greg siempre corría hacia abajo el acantilado para saltar sin pensarlo dos veces. Pero Carter estaba completamente silencioso, sus ojos azul grisáceo bebiendo de la vista sin decir palabra. Luego de un momento él miró a Bryce, sus ojos subiendo y bajando por su rostro. Ella se sintió ruborizar. —No traje un traje de baño —dijo ausentemente. —Oh. —Bryce se aclaró la garganta—. Yo tampoco. —Una punzada de pérdida la golpeó—. Ni siquiera sé si puedo volver a nadar. Se dejaron caer debajo del árbol de manzanas silvestres, Bryce soltando un gemido de agradecimiento por escapar del sol ardiente. Miró a través del laberinto de ramas hacia el cielo azul por encima de ellos. —¿Alguna vez has visto uno de estos árboles en primavera? —preguntó ella, señalando hacia las manzanas silvestres parecidas a bayas. —Sí —dijo él, sonriendo—. Florecen en estas flores rosadas realmente hermosas. Bryce rió ante su entusiasmo. Carter se aclaró la garganta. —Quiero decir, ¿es así? ¿Eso es lo que hacen? —Pero entonces dejó escapar una pequeña risa con ella—. No, los conozco bien. Mi hermano menor solía escalar los árboles en nuestra calle cuando las manzanas llegaban, arrojándolas, intentando

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darme. —Lanzó la hierba que había levantado en su mano, esparciendo las hojas en la brisa. —Solía hacerle lo mismo a mi hermana menor —recordó Bryce. —¿Arrojarle manzanas a alguien más joven que tú? Eso es apenas justo. —Carter aprovechó la oportunidad para agarrar un puñado de manzanas silvestres y lanzárselas a Bryce, una por una. Bryce respondió con unas pocas manzanas propias, intentando enterrarlas en el cuello de su remera. —Desearía poder lanzarle algo a ella ahora. Le vendría bien que algo de lucidez la golpeara. Carter se rindió, bloqueando su objetivo con el hombro. —¿Por qué? ¿Qué está haciendo? —La has visto. —Bryce arrojó una manzana hacia el acantilado. Carter lo contempló. —Probablemente está pasando por una etapa. —Como sea —gruñó Bryce, lanzando las manzanas más lejos con cada tiro—. Ese no es el punto. —¿Cuál es…? —empezó a preguntar Carter. Bryce dejó de lanzar. —El punto es que mis padres lo están arruinando por completo. —Ahora se estaba frustrando. Carter había visto a su familia más que suficiente. Tenía que saber de lo que estaba hablando—. Sale cada noche pareciendo una mini prostituta. Llega a casa a las tres de la madrugada. —Pero llega a casa. —¿Y? No consigue buenas calificaciones. No juega ningún deporte o hace alguna actividad. Y mis padres sólo se sientan por ahí, desanimados debido a ello, sin hacer nada. Carter se encogió de hombros. —Tal vez está más allá de su control.

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—¿Tú crees? —preguntó Bryce sarcásticamente. Ella se puso de pie, limpiando la suciedad y la hierba de su trasero. Carter alzó la mirada hacia ella pensativamente. —Sabes, sólo porque ella no sea una estrella… —se interrumpió, señalando hacia ella—. No quiere decir que sea una fracasada. Bryce sonrió, pateando la suciedad. —Oh, seguro, ella es una verdadera ganadora. Ahora el sol estaba oficialmente decayendo, encendiendo a las pocas nubes veteadas. —Quiero ir a casa —murmuró Bryce. —Si tú lo dices. Digo que nos estamos perdiendo la mejor parte. —Cabeceó hacia la puesta de sol. Bryce vagó hasta el borde del acantilado, lejos de él, con los brazos cruzados. ¿Qué sabía él sobre la mejor parte? Este era su lago. Miraron el intenso azul de la noche apoderarse del cielo. Luego, sin esperar, ella tomó la iniciativa, y pronto estuvieron de regreso en la carretera vacía, deslizándose hacia casa en el aire fresco. Podía decir que Carter estaba lanzándole miradas furtivas, todavía en silencio. Cuando a ella se le ocurrió mirarlo, su mirada estaba endurecida hacia adelante, un brazo sobre el volante. Treinta minutos más tarde, se detuvieron en la casa de Bryce. —Adiós —dijo Bryce, desabrochándose el cinturón de seguridad—. Gracias por el viaje al campo. —Sí. Nos vemos pronto. —Sus cejas fruncidas mientras se aferraba al volante—. Oye, ¿Bryce? —¿Qué? —Se agachó de vuelta en el interior del auto. —Sé paciente con ellos, ¿sí? —Cabeceó hacia la casa. Bryce se sintió tensarse—. No sabes lo que es perder a alguien a quien amas de esa manera. —Y tú no sabes lo que es perder cinco años de tu vida. —Ella cerró la puerta y él se marchó. Mientras subía por el césped, echando humo, la luz automática de la entrada se iluminó revelando la puerta abierta del garaje y a Sydney con una lata de pintura dorada en aerosol en la mano.

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—¿Ahora pasaste al vandalismo? —gritó Bryce. Sydney alzó la mirada. Un par de altas botas vintage estaban puestas sobre una sábana salpicada de pintura sobre el cemento. Bryce no podía decir cuál era su color original, pero ahora eran de un profundo dorado brillante. —No las toques —dijo Sydney como saludo, quitándose una de las enormes camisetas Vanderblit de su papá y lanzándola sobre el suelo de cemento. —¿Por qué estabas estropeando la camiseta de papá? —preguntó Bryce, agarrándola del suelo. —Calma Bryce. La estaba usando para proteger mi ropa. Sydney lucía un vestido de encaje completamente transparente, su sostén negro y pantalones cortos de licra visibles por debajo. Sus pies estaban metidos en unos tacones imposiblemente altos, y tenía puesto un grueso anillo negro a través del piercing de su labio. Bryce resopló. —Ja. Ropa. Buena esa. Un oxidado auto azul sin silenciador se detuvo en el frente de la residencia Graham. El costado estaba engalanado con el gráfico B60 y estaba siendo conducido por un sujeto de aspecto demacrado con el cabello decolorado y un tatuaje desde el hombro hasta la muñeca. Aceleró el motor, haciendo eco por las casas suavemente iluminadas, y le gritó a Sydney que apurara su trasero. Sydney agarró su bolso del suelo. —¿Quién es ese sujeto? —Bryce entrecerró los ojos para conseguir una mirada más cercana. Sydney se arregló brevemente el rostro maquillado en un espejo compacto y dijo casualmente: —¿Acaso te importa? —Cerró con brusquedad el compacto. Los puños de Bryce se apretaron. Mientras Sydney se dirigía a la entrada, Bryce tuvo ganas de derribar su forma alta y delgada como maniquí. El B60 se alejó a toda velocidad, con el motor rugiendo. Tras un minuto, la calle estuvo silenciosa nuevamente. Con furia, Bryce recogió los zapatos pintados con aerosol de Sydney y los arrojó tan fuerte como pudo hacia la hierba.

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—Me importa —dijo en voz alta. Pero no había nadie allí que la escuchara.

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Capítulo 12 Traducido por yumigood Corregido por Jo

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abes que odio las sorpresas, papá. —Bryce siguió a su padre de su dormitorio a la sala de almacenamiento en el sótano a la noche siguiente.



—Sólo espera, te va a encantar. —Le llevó varias patadas a su papá abrir la puerta de almacenamiento, pero cuando lo hizo, Bryce jadeó. Todas las cajas se habían ido. Alfombrillas de goma cubrían el piso sin terminar, y en la parte superior de las esteras había un estante lleno de pesas, balones medicinales, y una gran pieza de equipamiento que podría pasar de una elíptica a una máquina de remo. La única pieza de decoración colgaba en una de las ventanas altas y pequeñas: un afiche de Rocky. La forma gris y sudada de Sylvester Stallone parecía asentir con la cabeza hacia ella apreciativamente. Su padre se puso las manos en las caderas con orgullo. Su camiseta dorada con el logotipo de Vanderbilt estaba metida cuidadosamente en sus pantalones, y una pizca de crema de afeitar aún colgaba cerca de donde su cabello corto encontraba su cuello. —Comencé a instalarlo cuando llegaste a casa. —Vaya. —Bryce dio un paso para envolver su mano alrededor de una pesa. La recogió. El metal estaba frío al tacto, y el peso sacudió con fuerza su brazo débil hacia abajo. Lo puso de nuevo en el estante y cerró los ojos, dejando que los recuerdos la alcanzaran. Recordó poner un pie delante del otro en la dura tabla turquesa brillante. Empujando su izquierda, con la cabeza por delante del cuerpo, las extremidades tirantes pero relajadas. El mundo parecía girar en torno a ella mientras estaba inmóvil en el aire. Por una milésima de segundo que contenía una eternidad, ella era ingrávida. Volando. Entonces cambió, se tensó y se enderezó, lista para romper la superficie. Cuando cayó

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al agua, su vista era un caleidoscopio oscuro. Su cuerpo colgaba en suspenso en el agua, y luego voló hacia arriba. Salió por aire en un día soleado, golpeando el agua con su puño, su padre gritando en la celebración. —¡Perfecto! —gritó—. ¡INVERTIDO! ¡Dos y media! —gritó él, haciendo una pausa entre cada palabra, como un locutor de fútbol celebrando un touchdown—. ¡SALTO MORTAL! ¡CARPADO! Ella nadó hacia allá y chocó los cinco con él. Con el sonido de las dos manos, Bryce abrió los ojos a la sala de entrenamiento, su padre estaba junto a ella. Era el clavado que había hecho cuando se golpeó la cabeza. El clavado que se suponía que haría. —Las cosas no salieron como habíamos planeado, ¿verdad? Su padre le dio una larga mirada. —No, no lo hicieron. —Él tomó un respiro, pero no dijo nada más. Bryce se estremeció. —Debe haber sido duro. —Sí. —Él asintió con la cabeza—. Tu viejo no estaba muy seguro de qué hacer con él cuando no te estaba gritando todo el tiempo. —Se rió entre dientes, pero el sonido se quedó atrapado en su garganta. Bryce fingió estar ocupada recogiendo un balón medicinal. Lo apretó en su pecho. —Lo sé —dijo—. Vi el avión. —Pensó en su forma inmóvil, silenciosa posada en el cobertizo sin usar. Dejaste de hacer todo. Trabajar. Entrenar. Vivir—. Todavía no está listo. Él asintió sin decir nada y desvió la mirada, parpadeando. Se dio cuenta de que estaba parpadeando para contener las lágrimas. Se secó los ojos con la muñeca, haciendo un gesto a su alrededor. —Pensé hacerlo más como tu sala de fisioterapia en el hospital, pero luego me acordé de esas mañanas en la Y... Cuando Bryce entró al equipo de Tennessee AAU en el octavo grado, su padre la había llevado a Nashville Y a levantar pesas casi todas las mañanas antes de la escuela. Bryce lo había odiado en un primer momento, gruñendo y golpeando a su papá

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cuando él la sacaba de la cama, llorando incluso algunos días por la fatiga, pero entonces él decía: —Está bien. Vuelve a dormir. Si deseas saltártelo hoy, está bien. — Ella se quedaba callada, y luego, se ponía su camiseta, y caminaba delante de él hacia el auto. Él la giró para que lo mirara ahora, con ambas manos sobre sus hombros. —No va a ser fácil. Bryce se limitó a asentir. Todavía resentía a su padre por no decirle que había dejado de entrenar. Por pasar todas las noches encerrado en el estudio. Pero entonces miró a su alrededor. Decía todo lo que él no podía decir. Que lamentaba lo que había pasado. Que nunca había querido presionarla tanto. Que él necesitaba volver a la normalidad tan desesperadamente como ella. Finalmente, ella sonrió, poniendo sus manos sobre las de él. —Me conoces demasiado bien. Cinco minutos más tarde, Bryce estaba en una camiseta de la Secundaria Hilwood y brillantes pantalones cortos deportivos azules. Se sentó en la máquina de remo, tratando de evitar que sus nudosas rodillas se juntaran, agarrando y volviendo a agarrar los mangos para encontrar el ajuste perfecto. Empujó su cuerpo hacia atrás de la placa de metal al enderezar sus piernas, tirando de las bandas con ella. Los músculos de sus muslos ya estaban temblando. Sus hombros dolían por el esfuerzo. Apretó los dientes contra el dolor y sonrió a su padre. —Buena chica —dijo—. Vamos a hacer la primera meta de cinco. El calor corría por las venas de Bryce. Tal vez eran las endorfinas, tal vez era sólo una distensión muscular, pero Bryce obtenía un placer especial en hacer ejercicio. Era su droga, y su padre le acababa de proveer dosis ilimitadas. —¡Unh! —gruñó ella, tirando su cuerpo hacia atrás, de nuevo tirando de las bandas de remo. Sostuvo la tensión por una milésima de segundo, y luego las dejó ir mientras se preparaba para otra repetición. —¿Podemos hacer esto todos los días? —preguntó a su padre sin aliento. —Esa es la idea —respondió él. Ella solía entrenar dos veces al día. Las mañanas en la sala de pesas, las tardes en la piscina. Bryce volvió atrás para otra repetición, mirando sus insignificantes cuádriceps

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debajo de sus pantalones cortos tensarse, sintiéndolos ahora como si se fueran a separarse del hueso. —Tal vez podríamos hacer metas a largo plazo también —jadeó Bryce—. Tratar de volver a tener la capacidad física de antes. —¿Bryce? ¿Estás aquí? —dijo la voz de la madre de Bryce por las escaleras. Un momento después entró, sosteniendo una taza de té humeante. Se fijó en el mini centro de entrenamiento con las cejas levantadas. —¿Qué es esto? —preguntó lentamente. —Esto —dijo el padre de Bryce—, es un regalo para mi hija. Los nudillos de la madre de Bryce palidecieron alrededor de su taza. Sus ojos penetrantes descansaban en el afichel de Rocky. —¿Hiciste todo esto sin hablar conmigo primero? —Son sólo algunas cosas básicas. —¿De verdad crees que ella está en condición de usar todo esto? —dijo su madre secamente—. Ella tiene un examen TAC9 mañana, por cierto. Su madre se volvió a Bryce. —Bryce tu ropa todavía está en la secadora. Bryce asintió, agarrando la indirecta. Con la cabeza baja, se dirigió hacia la puerta, agarrando la ropa limpia cuando se dirigía a su habitación. Pero la voz de su madre no la dejó. —No puedes evitarlo, ¿cierto? —susurró ella. La cabeza de Bryce se alzó. Ahora había dos paredes y una gran habitación entre ella y sus padres, pero los oía como si estuvieran a su lado. Quería taparse los oídos, o alejarse más, pero de algún modo sabía que no habría ninguna diferencia. —¿Quieres que tenga una recaída? Ya oíste lo que dijo la doctora. No voy a permitir que la presiones como lo hiciste antes. Sola en su habitación, Bryce se encogió. Podía sentir las palabras resonar en su cabeza. —Maldita sea, Beth —habló su padre en poco más que un susurro. Siempre sabía que él estaba enojado cuando su voz se volvía así de silenciosa—. Lo entiendo. Casi mato a

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CAT: tomografía axial computarizada (TAC).

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nuestra hija. No me has dejado olvidarlo en cinco años. Pero por el amor de Dios, deja que la ayude a mejorar. —Sólo estoy tratando de... —¿La harás permanecer en el interior durante todo el día, y nunca tratar de que vuelva a la normalidad? —No, pero... —La voz de su madre se ahogó—. Se supone que debemos ser un equipo. Bryce se sentó en su cama, sintiéndose mal. Ya no eran un equipo. Su accidente los había divido en dos. Y su recuperación estaba empujándolos más lejos. Oyó a su padre burlarse. —Vaya, Beth, realmente estabas pensando en el equipo cuando tomaste un millar de clientes y convertiste nuestra casa en tu oficina. Bryce se dirigió al pequeño baño al lado de su habitación y abrió el grifo, dejando que el estruendo del agua ahogara el de sus padres afuera, secándose las lágrimas que estaban comenzando a formarse en las comisuras de sus ojos. Cuando regresó a su habitación, vio que su teléfono estaba encendido con llamadas perdidas y mensajes de texto. Todos eran de Greg. Porfa contesta Bry. Tenemos que hablar. Otra llamada perdida después de eso. Y luego: Nos vemos esperando.

esta

noche?

Arboreto

@

medianoche.

Estaré

Bryce siguió desplazándose. Había un mensaje final: Durante el tiempo que sea necesario. Bryce asintió con la cabeza a la habitación vacía, dejando una solitaria lágrima deslizarse por su mejilla.

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El corazón le latía con fuerza mientras deslizaba las puertas del sótano para abrirlas esa noche, caminando de puntillas alrededor de la piscina, agachándose por la hierba alta. La ruta hacia el arboreto vino a ella tan fácil como una carretera. Eso era esto. Nada más que memoria muscular. Todas las casas en River Drive compartían un “patio trasero” con medio acre de tierra dejada a un lado por el estado de Tennessee para albergar especies raras de árboles. A una milla más allá del Granero de Bryce, fuera de County Road B, donde polvo atravesaba el agrietado pavimento, las hojas de los árboles amenazados se estremecían detrás de una valla de hierro forjado. Las placas fueron impulsadas en el suelo delante de cada tipo: TECA AFRICANA, SÁNDALO ROJO, CEDAR ANTILLANO. Cuando tenía cinco años, el arboreto acababa de ser autorizado, y los árboles eran sólo unos centímetros más altos que ella. Ahora la gente se casaba en la luz moteada, niños jugaban a las escondidas detrás de los troncos, y las parejas mayores descansaban a la sombra. Esta noche estaba vacío. Bryce tuvo que meterse de lado para deslizarse entre los barrotes de hierro. Deambuló entre las filas, escuchando a Greg. Eran diez minutos pasada la medianoche. Tal vez había decidido no venir. Los pensamientos de Bryce nadaban en el silencio cálido. Aquí, a la medianoche, hace cinco años, Bryce había encontrado a Greg fumándose un cigarrillo que había sacado de la guantera de su padre. Las bolsas de hielo colocadas en sus hombros después de la práctica se habían derretido hace rato. Greg había tomado el cigarrillo de su bolsillo en el paseo desde el granero, diciendo que lo había estado guardando para celebrar la peor práctica que había tenido en todo el año. Él quería castigar a su cuerpo, dijo. Bryce se negó a acercarse más de tres metros a él. Esa noche, caminaron paralelamente con dos hileras de árboles entre ellos, Bryce pateando dientes de león muertos, tratando de no mirar a Greg rodeado por el humo. —Admítelo —le dijo a ella a través de la oscuridad—. Me veo sexy. Me veo como el Hombre Marlboro. Bryce respondió agarrando su garganta y dando arcadas. —En realidad no es malo —dijo, y un punto de fuego apareció brevemente en el aire. Exhaló y dijo—: Mejor que los estúpidos cigarrillos de clavo que Tommy Orr me hizo probar esa vez.

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Bryce se detuvo, entrecerrando los ojos a la nublada figura que apenas podía distinguir entre las delgadas líneas de los árboles jóvenes. —¿Mejor que el aire fresco? No lo creo. —Oh, Bryce —dijo él, aplastando el cigarrillo en la suela de sus zapatillas Nike—. Eres tan pura. Luego había zigzagueado su camino a través de los troncos y la besó suavemente en los labios. Era verdad, lo que decían; él sabía a cenicero. Pero sorprendentemente, a Bryce no le importó. Greg nunca fumó otra vez. —Siento llegar tarde. Bryce levantó la mirada. Sus ojos encontraron su forma en la oscuridad. El torso cincelado de Greg era visible debajo de su camiseta polo. Él se puso a un lado para inclinarse contra un árbol, con las manos en sus bolsillos. —Está bien —dijo Bryce. Levantó la barbilla—. Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? —Tenemos que hablar. Bryce se acercó más a él. Nosotros hablamos, quería decir. Pero se contuvo. —Está bien —dijo—. Así que... —Bueno —empezó él, frotándose la barbilla—. Hay un problema cuando se supone que te vas a casar y una ex-novia está… —¿Ex-novia? —El término era como un limón en su boca. Pero eso era ella, ¿no? —No así. —Comenzó de nuevo lentamente—. Sólo es difícil de explicar a una chica que me ve como si hubiera estado en mis brazos ayer. —Oh, ¿en serio? ¿Yo soy la atrapada en el pasado? ¿Qué tal tú simplemente apareciendo en mi granero? Greg se apartó del árbol, hacia Bryce. —No estoy diciendo que yo no haga lo mismo. Te veo de la misma manera, sé eso. —Sí. —Bryce asintió—. Lo haces. Él suspiró.

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—¿Cómo podría no hacerlo? Eres incluso más hermosa para mí ahora, si eso es posible. Las manos de Bryce se dispararon hacia su rostro. Presionó sus mejillas, como si quisiera empujar las emociones lejos. —¿Qué pensaría Gabby si te escuchara decir eso? —Gabby —dijo él. Miró el suelo—. Es complicado, Bry. Él levantó la mirada lentamente, metiendo las manos en sus bolsillos. Siempre parecía tan relajado mientras entraba a la plataforma del trampolín. Dio un paso hacia ella de la misma manera ahora. —No es como si Gabby y yo no estuviésemos pensando en ti cuando... —Hizo una pausa, buscando las palabras—. Cuando empezamos a estar juntos. Bryce no pudo evitar decir un tenso: —Lo dudo. —Si hubieran pensado en ella, no estaría de pie al frente de Greg esta noche, con la distancia separándolos. Él habría estado justo allí con ella cuando despertó, sosteniendo su mano. —Bryce, tú… tu accidente es el por qué nosotros estamos juntos. —Oh, genial —dijo Bryce, con voz temblorosa. —No me refiero a eso. Quiero decir, eso nos unió. Éramos las únicas dos personas que sabían cómo era realmente extrañarte. —Él suspiró ruidosamente—. Si no hubieses salido de mi vida, no hay manera de que estuviese con Gabby. Bryce se quedó en silencio. Los árboles eran siluetas oscuras contra la luz de la luna de una noche nublada. Los grillos cantaban. Las cigarras cantaban más fuerte. Greg tomó aliento. —Cinco años te fueron robados, Bryce. Y en cierto modo, me los robaron a mí también. —Entonces hubo terminado, sonando tenso por primera vez—. A nosotros. La tomó de la mano. Ella comenzó a temblar, pensando en algo que decir. Pero para cuando las palabras llegaron a ella, él había presionado sus labios con los suyos. Sintió un cosquilleo por su espalda y el calor de los brazos de él. Sólo por esta vez, se dijo, pero con su boca sobre la suya, sus manos en el cuello de él, bajando hasta los hombros, probándolo saborearla, su mente se quedó tan en blanco y plana como el cielo. Ella dejó de temblar.

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Cuando la caricia de los labios de Greg se convirtió en lo suficientemente suave como para tomar aire, Bryce dio un paso atrás. El aliento de él era caliente en su mejilla. ¿Debería besarlo otra vez? Se puso de pie al borde del siguiente movimiento, como en una plataforma. Pies en la plataforma, con la piel sintiendo el potencial ilimitado para el contacto, una inmersión completa a un paso de distancia… Bryce se zambulló de nuevo.

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Capítulo 13 Traducido por Lorenaa Corregido por Jo

C

aminar era caminar, Bryce ya ni siquiera tenía que pensar en ello. Se movía alrededor del suelo de goma de la sala de terapia física de Vanderbilt con todos los ojos puestos en ella.

—¡Bravo, Bryce! —Jane era la que más gritaba de todos. Estaba parada junto algunas enfermeras que Bryce reconocía, la Dra. Warren y sus padres. Bryce había andado en línea recta de ida y vuelta de un extremo de la sala al otro, y luego otra línea más rápido y otra más rápido que la anterior. —Es verdaderamente notable, Bryce —dijo la Dra. Warren, amablemente. Jane se acercó a Bryce para darle un apretón entusiasta en el hombro. —¿Sabes cuan afortunada eres, señorita? —Ella no es afortunada, es una Graham —gritó su padre desde detrás del grupo, y Bryce no pudo evitar rodar los ojos. La Dra. Warren sonrió educadamente. —Muy impresionante. —Sí, entonces… ¿todas esas tomografías y pruebas son necesarias? —Bryce estaba presionando ahora. Lo sabía. —Me temo que sí. La Dra. Warren condujo a Bryce a la sala de espera. Tenía sólo una ventana y olía a medicina y a limpio, y aquí era donde se suponía que esperara a que un doctor le dijese que era físicamente incapaz de mantener una vida normal. Se acurrucó sobre una silla.

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—Escuché que hubo un buen espectáculo ahí adentro. —Carter se sentó a su lado, oliendo a ropa limpia y sujetando dos batidos. No habían hablado desde su viaje al Lago Percy, y ella se sentía culpable por ignorarlo—. Accidentalmente compré dos batidos, puedes tener este si quieres. La madre de Bryce levantó la vista del crucigrama y le sonrió a Carter. Bryce se enterró más profundo en la tela dura de la silla. —Nadie compra accidentalmente un batido adicional. —Está bien. —Carter parecía exasperado—. Compré un batido sólo para ti. ¿Lo quieres o no? El padre de Bryce resopló desde detrás de su revista ESPN. —Sí —dijo Bryce de mala gana y se sentó. Pero antes de que pudiese poner su labios alrededor de la pajita, Jane apareció en la sala de espera en su uniforme de Garfield, con sus gafas rodeando su cuello con una cadena. Llamó a los Graham. —Quita esa mirada de tu rostro, cariño —dijo Jane alegremente a Bryce—. Es el momento echarle un vistazo a tu cerebro. Dentro de la maquina Bryce era apenas capaz de oír las instrucciones de la Dra. Warren para que permaneciera lo más quieta posible. Era como si Bryce estuviese debajo del agua y la Dra. Warren la llamara desde la superficie. El problema era que Bryce no solía estarse quieta debajo del agua; ella estaba acostumbrada a moverse alrededor de ella. La cama mecánica se detuvo en medio de un amplio tubo plástico. Estaba encerrada. Apenas podía respirar. Bryce entró en pánico, con los ojos moviéndose rápidamente alrededor de las paredes grises que la rodeaban, a centímetros de su rostro. Sentía un calor punzante detrás de su cuello. Le habían dicho que no dolería. ¿Por qué le dolía? El dolor se extendió hacia un punto familiar en su frente, envolviéndose alrededor de su cráneo. Oh no. El dolor era peor que antes. Se le entumecieron las manos. Los pies, también. Debería detener el procedimiento. Intentó levantar la cabeza. Con suerte la Dra. Warren se daría cuenta de su movimiento. Pero entonces de repente ya no estaba en la máquina. Un auto sin silenciador, va a toda velocidad por la calle.

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La música con el pesado bajo estaba a todo volumen, y una persona a su lado estaba riendo, su cabello le caía alrededor del rostro. El auto estaba lleno de gente riendo. Algo al respecto no estaba bien. La música estaba demasiado alta, o las personas demasiado felices, algo estaba mal. Todo era más nítido de lo que debería ser. Pararon en un semáforo y Bryce tuvo un presentimiento terrible. Intentó llamar la atención a la persona de cabello oscuro a su lado, que estaba moviendo la cabeza al ritmo de la música, inclinándose y balanceándose con el bajo. —Algo está mal… —gritó Bryce, pero su voz no existía. Ella no existía. Era como si estuviese presionada contra un espejo de una dirección donde nadie podía verla. La escena se congeló, y Bryce vio los rostros sonrientes mientras un rayo le atravesaba su cráneo otra vez. Vio rojo, rojo y nada más que rojo. Cuando el rayo se detuvo, Bryce abrió los ojos. Ella estaba despierta sobre una cama de vinilo, el escáner retirado, y su madre, su padre y la Dra. Warren la rodeaban, haciendo sonidos que ella no podía entender. —Estoy bien —dijo ella inmediatamente, asegurándose de mantener sus ojos hacia delante. El miedo la estaba dejando. El calor la estaba dejando, y en su lugar estaba la misma claridad que se filtró en su visión cuando se despertó por primera vez. —Lo siento, me dormí. Creo que tuve una pesadilla. —Esperó a que el entumecimiento desapareciera. Sus padres asintieron con el ceño fruncido cuando Bryce se incorporó lentamente, pero la Dra. Warren la movió con cuidado hacia abajo. Se veía más nerviosa de lo que Bryce la había visto jamás. —Sólo, sólo un segundo, aquí, Bryce. Déjame ver si puedo obtener algún resultado, y volveremos a mi oficina. Bryce se permitió respirar superficialmente, con la boca abierta, ignorando la imagen que seguía pintada detrás de sus parpados, el brillante auto lleno de personas riéndose.

***

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La oficina de la Dra. Warren parecía exactamente la misma, sin un bolígrafo o papel fuera de lugar. Ella se erguía detrás de su escritorio, señalando hacia la familia Graham para que tomara asiento. Bryce prefirió estar de pie. La doctora pasó sus manos por sus mechones grises, luego las apoyó sobre el escritorio. Bryce escuchó como golpeaban la madera en un golpe sordo. Apartó el sonido. —Esta es una situación difícil. Los resultados del escáner no son claros. Vamos a ver que podemos rescatar de ellos, pero son… son confusos. Me temo que debemos mantenerte en observación, Bryce. —¡No! —gritó Bryce—. No —dijo otra vez. Sus ojos se clavaron en la puerta. Algo extraño le había pasado. Lo sabía. Seguiría pasando. Y ella no podía dejar que lo descubriesen. Nunca la dejarían irse. Carter llamó a la puerta de la oficina. —Los resultados aún no son claros —dijo. Miró a Bryce, sintiendo la tensión en el ambiente. —¿Ve? Esto es inútil. —Ella lanzó las manos al aire. Pero la Dra. Warren no se rendiría. —Me pregunto cuánto le costó a tus reflejos de estrés volver al mundo real. No obtuve resultados, pero puedo decirte que sentías dolor, Bryce. A los mejor podías pasar tu tiempo de recuperación en un ambiente menos estimulante. Quizás no aquí, si no en algún retiro de algún tipo… La doctora miró a los padres de Bryce buscando aprobación. Bryce saltó entre ellos. —No lo haré. Tomaré más medicinas si quiere. —Eso no es exactamente a lo que me refiero —dijo la Dra. Warren. —Ya he tenido suficiente de esto. Lo siento. Yo sólo… simplemente he tenido suficiente. —Bryce salió de la oficina, preparándose para empujar a cualquiera que la detuviese. Nadie lo hizo. Por instinto, Bryce tomó su teléfono de su bolsillo, con su dedo suspendido sobre el nombre de Greg. No podía llamarlo, ¿no? Lo que pasó en el arboreto fue cosa de una única vez. Sólo una vez, y no iba a pasar otra vez. No podía dejar que pasara otra vez.

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Pero entonces se imaginó conduciendo y conduciendo hasta que todo se alejaba en la distancia. Hasta que sus problemas estuviesen lo suficientemente lejos para sentirlos pequeños e insignificantes. ¿Puedes recogerme? escribió. En la entrada trasera del hospital TPCP10. Inmediatamente después de cerrarlo, su teléfono vibró. T veo en 10. Zigzagueó a través de los vestíbulos, intentando perderse entre los pasillos serpenteantes del hospital. Caminó y caminó, pero todo en los pasillos le resultaba familiar… las luces fluorescentes, el incesante pitido de las máquinas, la cacofonía de los televisores mezclándose desde las habitaciones y luego la visión de Carter de pie junto a una cama, contorneado por la luz. Más allá de él, un niño de cabello oscuro estaba inmóvil. Parecía estar en paz, como si estuviese tomando una siesta. Carter levantó la mirada, encontrándose con la de ella. —¿Qué haces aquí? Nadie sabía dónde habías ido. Bryce señaló al chico de la cama. —¿Cuánto tiempo ha estado aquí? —Demasiado —contestó cortante. —¿Cómo? —preguntó Bryce. No había nada más que decir. —Un accidente de auto —dijo rotundamente—. Trauma cerebral. —Todo su rostro cambió, como si las palabras le doliesen físicamente. Bryce miró de cerca al chico. Ese cabello oscuro. La frente alta. —¿Es tu hermano? Carter asintió. —Sam —dijo, encontrando sus ojos. Había una profunda tristeza en su voz. Todo golpeó a Bryce rápidamente. El por qué Carter pasaba tanto tiempo en el ala de neurología. Por qué era tan inflexible con que le tuviera paciencia a su familia. No sabes lo que es perder a alguien que amas de esa manera. Era cierto. Ella no lo sabía, pero él sí. 10

TPCP: acrónimo de “Tan Pronto Como Puedas”.

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Bryce se sentía a punto de colapsar. Estaba agotada. —Lo siento mucho —dijo—. Me tengo que ir. Encontró la entrada trasera, cerca de los contenedores donde las enfermeras iban en su descanso por un cigarro y se dobló contra la pared manchada de humo. Contó en su cabeza para evitar pensar en lo que había pasado en la máquina de tomografía, para evitar preguntarse qué pasaría ahora. 1, 2, 3, 4… En el 14, Carter reapareció. —No te preocupes. —Se sentó a su lado—. No le diré a nadie que estas aquí. Ella no respondió. 15, 16, 17. —Realmente deberías volver con tus padres, sin embargo. Aún están en la oficina, esperándote. —Se volteó hacia ella—. Sabes, la Dra. Warren no puede forzarte a hacer nada, no sé por qué enloqueciste tanto. La cuenta paró. No le podía contar lo de las visiones, sobre la extraña y hermosa manera en que veía el mundo ahora. No podía ni hablar consigo misma de las visiones. De la forma que eran. Por qué venían. Bryce suspiró. —No quiero hablar sobre eso. —Está bien. —Era tan simple como eso—. ¿Quieres que te lleve a casa? Puedo decirles que quieres tiempo a solas. —Nah —dijo Bryce—. Sólo diles que me encontraré con ellos en casa más tarde. Carter se inclinó más cerca, como si fuera a susurrarle algo al oído. Entonces envolvió sus brazos alrededor de ella. Acercándola a él, Bryce sintió la urgencia de disolverse, hasta hacerse pedazos y alejarse flotando, poco a poco. Era la nada. Pero también alivio. —Oye —la llamó una voz. Greg. Se había detenido al otro lado de la calle. Carter la dejo ir, mirándola con el ceño fruncido. —Me va a llevar a ver a Gabby —dijo Bryce automáticamente—. Te veo luego. —Sí —dijo Carter, mientras se ayudaban el uno al otro a levantarse. Bryce abrió la puerta del auto, luego se dio la vuelta hacia él. —Nos vemos. —Está bien.

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Entró y cerró la puerta, viendo como la silueta de Carter se hacía más pequeña en el retrovisor mientras se alejaban.

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Capítulo 14 Traducido por Vettina Corregido por Jo

A

—¿

dónde? —dijo Greg, su mirada al frente. Bryce alejó sus ojos del espejo, respirando el olor a ambientador colgado cerca del aire acondicionado. Presionó el botón de APAGADO y bajó la ventanilla, cerrando sus ojos cuando la brisa jugueteó en su rostro.

—A cualquier lugar —dijo ella, apoyando su cabeza en el reposacabezas de cuero marrón. Sobre el rugido del motor, Bryce lo escuchó hablar arrastrando las palabras: —Si pudiéramos realmente ir a cualquier lugar, nos llevaría hacia Louisiana. Conseguir uno de esos botes con ventiladores en la parte trasera y flotar a través de los pantanos. Todo el camino hacia el golfo. Dormir en una cabaña colgando sobre los pantanales. Despertar y comer camarones sacados directamente del agua. —¿Louisiana en el verano, Greg? —Bryce se rió entre dientes, sus ojos aun cerrados—. Sería como caminar a través de una cloaca. Sin embargo, se lo imaginó. Greg posando como un pirata al frente del bote plano mientras este marchaba a través del musgo y los juncos, su espalda castaño dorada desnuda, brillando, su camiseta amarrada alrededor de su cabeza para absorber el sudor. Condujeron por kilómetros y kilómetros, y Bryce se dejó ser arrullada por el constante movimiento del auto. Estaba sorprendida cuando la camioneta desaceleró fuera de un largo y arreglado camino de entrada, y se estacionaron en un campo de golf. Un letrero de metal dorado decía WHISPERING PINES. Bryce se bajó de la camioneta, mirando sobre el capo de costosos autos.

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—¿Qué, quieres golpear algunas pelotas? —Nah —dijo Greg, viniendo alrededor de la camioneta para estar junto a ella. Se quitó su polo azul claro y lo arrojó por la ventana abierta. Llevaba una camiseta gris del Ejército con las mangas cortadas, y Bryce sintió su rostro ponerse caliente—. Vamos. Bryce lo siguió a lo largo de la calle, agachándose detrás de una larga hilera de pinos, escuchando los gritos y risas de los golfistas tintineando desde el prado. Finalmente llegaron a una pendiente cubierta de rocas. Greg bajó la pendiente con facilidad y esperó a Bryce en el fondo polvoriento, con arenisca rodeándolos por ambos lados. —Nunca vas a adivinar a dónde lleva esto. La profunda V de rocas continuó durante algún tiempo. Bryce observó sus pasos por el camino, el polvo de la piedra arenisca manchando el rojo de sus botas. De pronto, el resplandor del sol no era tan fuerte. Levantó la vista. Gruesos listones metálicos se cruzaban por encima de ellos, sujetando un puente de metal que gemía. Los árboles se levantaban donde las rocas terminaban, de un color cercano al del óxido que cubría los grandes pernos circulares. Escuchó el agudo y dulce cantar de las aves, con brillante claridad. Las sombras se arremolinaban alrededor de las líneas del puente como cintas. —Es el cauce de un río —dijo Greg, su pecho levantándose y cayendo debajo del triángulo de sudor en su cuello—. O al menos, lo era. Bryce sonrió, recordando todos los lugares donde Greg la había llevado. Había llegado a confiar en la expresión pacífica de su rostro cuando estaba buscando el lugar correcto, como si estuviera arreglando algo que estuviera roto. Había seguido su figura incluso cuando se retorcía a través de los agujeros en cercas eléctricas, para que pudieran encontrar lo que él consideraba un lugar perfecto en el campo de algún granjero. Una vez que lo encontraba, no había fanfarria; él sólo se sentaba y arrancaba hierba de la tierra mientras se preguntaba en voz alta si los extraterrestres existían, o si había un lugar en la tierra donde nadie había estado antes. Ella siempre pensaba que iban a ser atrapados invadiendo la propiedad, pero nunca lo hicieron. Bryce notó los rieles corriendo a través del puente. —¿Los trenes todavía pasan por aquí?

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—Nunca antes vi uno —dijo Greg, haciendo su camino hacia Bryce. Se paró con su hombro casi tocando el de ella y sus brazos cruzados—. Pero ha pasado mucho tiempo desde que he estado aquí. —Ha pasado tiempo desde que he estado en algún lugar —susurró Bryce, disfrutando de la luz moteada en las afiladas rocas, la forma en que el puente y los árboles parecían apoyarse mutuamente—. Se siente como que hubiera pasado toda mi vida en una cama de hospital. No podía esperar a salir de allí. —Es gracioso —dijo Greg, arrojando una piedra en el cauce vacío como haciéndola saltar en la superficie—. Tú siempre estas tratando de salir de ese hospital, mientras que yo siempre tenía problemas tratando de entrar. Bryce levantó sus cejas con sorpresa cuando Greg le contó que casi fue arrestado tratando de colarse en su habitación en el hospital después de horas cuando tenían diecisiete años. —La primera vez que llegaste ahí tu habitación estaba en el primer piso, cerca de la UCI. Así que cuando trataron de echarme una noche cuando las horas de visita habían terminado, entré de nuevo por la ventana. Bryce se rió. —¿Funcionó? Greg sonrió hacia el puente encima de ellos, recordando. —Sí, no —dijo arrastrando las palabras—. Fue la ventana equivocada y el tipo de allí empezó a gritar. —Me gustaría haber visto eso. —Bryce se rió, su corazón inundándose. Subieron al borde del cauce del río, donde las rocas se unían con la hierba seca. Se sentaron uno junto al otro, extendiendo sus pies. Greg se estiró para tocarle la mejilla. —Fue algo —dijo. —Greg. —Bryce se apartó—. No podemos. Él miró hacia abajo. —Lo sé, es sólo que… —Entonces él alzo la mirada, encontrando sus ojos—. ¿Qué pasaría si pudiéramos?

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Bryce abrió su boca, luego la cerró, perdiendo sus palabras en sus profundos ojos azules y largas pestañas. Deberíamos, pensó. Se sentía completa aquí, con él. Quería estar en su mundo de lechos de ríos secos y puentes antiguos. Se volvió hacia Bryce, poniendo una mano en su hombro. Sus pensamientos se detuvieron. Ella no movió ni un músculo. Él estaba respirando por la nariz, sus labios elevándose en las esquinas. Sus ojos encontraron los suyos, entonces recorrieron su rostro hasta sus labios, luego de vuelta a sus ojos. —Te extrañé tanto —dijo él, su voz casi un susurro, y su boca se conectó con la de ella. Bryce no se apartó. Su sangre corría por sus venas acaloradamente, coincidiendo con el calor del exterior de modo que su piel se mezclaba con el aire húmedo y las rocas bañadas por el sol. Greg puso sus manos en su cintura, metiéndolas bajo su camisa para encontrar su piel desnuda. Sus labios hicieron un camino hacia su mandíbula, su oreja, su cuello. Un sonido retumbó en el borde de su audición, creciendo en intensidad a medida que Bryce envolvía los brazos alrededor de su espalda. De pronto los pasó rápidamente, haciéndose cargo de todos sus sentidos, separándolos. —¡Un tren! —dijo Greg por encima del rugido y el chirrido de las ruedas sobre la vía, y alzaron sus ojos hacia el borrón de metal. Cuando había pasado, Bryce y Greg se miraron entre sí. En el repentino silencio, ella se hizo recordar. —¿Qué está haciendo Gabby hoy? —dijo ella, tragando. Greg se rascó la cabeza, luciendo incómodo. —Está con sus abuelos afuera en Hendersonville. Bryce asintió. Finalmente, dijo en voz baja: —¿Qué es lo que realmente quieres, Greg? Él dejó caer la vista. —No lo sé. Se recostó sobre la hierba seca y empezó a hablar hacia el cielo, casi como si Bryce no estuviera allí.

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—Mis padres… están bastante emocionados de que me establezca. Mudarme a una gran ciudad con muchos trabajos. Ni siquiera pensaban que me graduaría. Diablos, ni siquiera pensaron que llegaría a la universidad. La familia de Greg era originaria de un pequeño pueblo a unas horas de Nashville, en lo profundo del país. Él no tuvo mucho dinero al crecer. Sus padres ni siquiera tenían una TV. Él y su hermano pasaban la mayor parte del tiempo en sus bicicletas, buscando pequeños estanques para ir a nadar o trepando árboles. Se le daba el clavadismo como se le daba cada deporte, como si lo hubiese hecho toda su vida. Cuando sus padres vieron cómo se reunían multitudes para verlo hacer volteretas en el trampolín más alto en la piscina comunitaria, juntaron su dinero para mudarse a Nashville para que pudiera practicar con un verdadero equipo de clavados. —Es bueno que tu mamá y tu papá no tengan que preocuparse por ti —dijo Bryce con una sonrisa triste. Greg sacudió su cabeza. —No estoy diciendo… —Él se sentó—. Bryce, ese nunca fue realmente mi sueño. Era el de ellos, y era el de Gabby. En realidad nunca he sabido lo que quería. —Él parpadeó—. Excepto por ti. Bryce no se movió de su agarre. Quería volver cinco minutos atrás, antes de que el tren hubiese pasado precipitadamente, apartándolos. Pero el calor de besarlo se había desvanecido, y Bryce había comenzado a dejar un polvoriento espacio entre ellos, centímetro a centímetro. Espacio suficiente para que el pensamiento de Gabby pasara. El rostro de Greg estaba esperanzado cuando preguntó: —Tal vez podamos escaparnos de aquí, ¿ir a otro lugar? —¿Pero a dónde? ¿Cómo viviríamos? —Con toda la rigidez de su entrenamiento, realizando impecable clavado tras impecable clavado en una piscina cuadrada de agua prístina, Bryce entendía por qué Greg ansiaba la libertad de la manera en que lo hacía. Pero no podían sólo conducir a Luisiana y flotar río abajo. La vida no funcionaba así. Vio la incertidumbre arrastrarse de vuelta al rostro de Greg. —Tomaste una decisión. —Ella respiró profundamente—. Le pediste a Gabby que se casara contigo. Hicieron planes para mudarse a D.C. No puedes sólo… deshacer eso. Greg estaba mirándola, con sus cejas unidas.

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—No podría hacer nada si pensara que no fuese a verte de nuevo. Con Gabby o sin ella. No podría salir de la cama en la mañana. Sus ojos tenían un miedo en ellos, un miedo y un anhelo. —Nunca podría no hablar contigo —dijo Bryce—. Tú eras mi novio, pero también eras mi amigo. —Suspiró, dándole lo que esperaba fuese una sonrisa tranquilizadora— . Tal vez eso es todo lo que podemos ser ahora. Greg sólo sacudió la cabeza, se levantó, y tiró otra piedra abajo al cauce vacío del río. Ésta se deslizó por las rocas secas. Pero no discutió ni trató de hacerla cambiar de opinión. El cielo comenzó a ponerse color rosa por encima de ellos mientras hacían su camino de vuelta al auto. Para el momento en el que se detuvieron en River Drive, se había vuelto de un azul medianoche. La camioneta deteniéndose frente a su casa fue casi un shock para Bryce. Este habría sido el punto en el que Greg la besaría y le diría que se escapara a hurtadillas para encontrarlo después en el granero. Ella diría tal vez, tengo tarea, pero lo que realmente quería decir era sí. Sí, por supuesto. Siempre quería decir sí. Pero Gabby probablemente había vuelto de Hendersonville para ese momento. Probablemente estaba llamando a Greg, preguntándose dónde estaba. Bryce abrió la puerta de la camioneta y saltó de la cabina. Greg se inclinó hacia ella, con el cabello cayendo sobre sus ojos. Extendió su mano. Bryce la tomó, apretó, y emparejó su voz al frío silencio. —Adiós, amigo —dijo ella, y luego lo dejó ir.

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Capítulo 15 Traducido por maleja.pb y Aria25 (SOS) Corregido por Alicadi

L

as manos de Bryce se llenaron de un montón de espuma cremosa, suave y esponjosa. Sus manos temblaban mientras las frotaba entre sí, sintiendo el ligero líquido filtrarse entre sus dedos. Suavemente, ella lo aplicó a su cabello, estrujando las puntas hasta tocar sus raíces, dejando que mechones rubios cayeran, más rizados que antes. Lucir bien hoy era importante. Lucir arreglada, como una persona que podía hacer cinco repeticiones en la máquina de remos sin tener que sentarse en la ducha después. Como una persona que aceptaba que el pasado era el pasado, y que su novio ya no era su novio. Hace unos días, Gabby había llamado. —Los tres debemos ir a los bolos. —Había dicho—. Necesito un descanso de preocuparme por pequeñeces sobre la boda. —¿Estás segura? —Bryce había tragado mientras permanecía de pie junto a la piscina en pijamas. Al parecer, siempre estaba en pijama en estos días. —¡Por supuesto! Deberíamos haber hecho esto tan pronto como despertaste. Va a ser como en los viejos tiempos. Ahora pensaba en llamar a Gabby diciéndole que no se estaba sintiendo bien. ¿Cómo podía soportar ver a Gabby y a Greg juntos? ¿Cómo iba a enfrentar a su amigo cuando todavía podía sentir el roce de sus labios en ella? Le había dicho que debían ser sólo amigos. Pero nunca se sentiría como un amigo para ella. Bryce suspiró. Había evitado a Gabby por suficiente tiempo. Así que puso un poco de corrector para las ojeras bajo sus ojos. Casi dejó caer la botella, sacudiéndola en sus manos, cuando oyó un golpe en la puerta principal.

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Bryce tiró de su falda unos centímetros y salió del baño del pasillo. Una alta figura estaba parada en la puerta abierta. Carter estaba usando sus habituales pantalones caquis y una camisa manga corta hecha de fresca tela blanca, y aceptaba un vaso de agua de parte de su madre. —¡Mira quién está aquí, nena! —Hola —dijo Bryce, el nudo en su estómago desapareciendo. —Hola —dijo Carter, tomando un sorbo de agua. —¿A qué debemos el placer? —preguntó la madre de Bryce por encima del hombro, rumbo a la cocina. —Sólo me acerqué a saludar —respondió Carter, antes de añadir en voz más baja a Bryce—, y para ver cómo estás, spaz-o. —Estoy bien —dijo Bryce, poniendo los ojos en blanco—. Sabes que estoy bien. La madre de Bryce llegó alegremente a la entrada, llevando un tazón de gazpacho frío color verde lima que probablemente se veía mejor de lo que sabía. Se lo tendió a Carter con una cuchara. —Prueba esto —dijo—. Entonces, ¿necesitan que Bryce vaya para otra resonancia? —La Dra. Warren probablemente lo necesita, sí —dijo Carter, tragando una cucharada. Bryce le lanzó una mirada mortal. Carter articuló un lo siento y se aclaró la garganta, mirando a su madre. —¿Hay ralladura de limón aquí? En ese momento, la puerta de los Graham se abrió una vez más, acribillada con golpes de la mano con manicura de Gabby. Usaba un vestido halter amarillo y sandalias blancas, el cabello recogido en un desordenado moño. —Holaaaa... —llamó, con la puerta cerrándose detrás de ella con un clic. Mientras que Gabby y su madre intercambiaban abrazos apretados y felicitaciones, Bryce se movió detrás de Carter. Su madre no había visto a Greg o a Gabby desde las vacaciones de Navidad hace dos años atrás, dedujo Bryce. Gabby era quien había tomado esa foto de su familia con la guirnalda afuera del Centro Medico Vanderbilt. ¿Greg y Gabby ya habían estado saliendo cuando Gabby tomó esa foto?

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Probablemente. Bryce se clavó los dientes en el labio y se alisó el cabello, preparándose para la entrada de Greg. Pero la puerta permaneció firmemente cerrada. Bryce sintió una mezcla de decepción y alivio. Se aclaró la garganta. —¿Greg no va a venir? —preguntó casualmente. —Oh, no, él está aquí —respondió Gabby con un gesto de su mano—. Sólo está esperando en el auto. Carter estaba balanceando el tazón sobre la palma de su mano, intacto después del primer sorbo. Gabby sonrió maliciosamente. —Y éste es Carter, ¿no? —Sí... —comenzó Bryce. —Carter —dijo Gabby, dándole a él un apretón de hombros—. ¡Ven con nosotros! —Nah... —dijo Bryce, respondiendo por él. —¡Sí! —La madre de Bryce aplaudió con sus manos. Se veía visiblemente aliviada ante la sugerencia. Carter miró a Bryce. Ella negó con la cabeza sutilmente. —¿No tienes deberes que hacer? —Siempre tengo deberes —dijo Carter con un encogimiento de hombros. —Vamos, ustedes dos. —Gabby tomó a cada uno de la mano, arrastrándolos por la puerta—. ¡Hasta luego, Sra. Graham! —gritó. Bryce se dejó ser llevada hacia el auto, donde Greg estaba sentado hoscamente con la puerta abierta. Llevaba una camiseta Hanes blanca y sus viejas y desgastadas sandalias Adidas. A la vista de Bryce, su rostro se levantó en una amplia sonrisa. Le dio un saludo corto. Entonces se dio cuenta de Carter, y entrecerró los ojos. —¡Cita doble! —dijo Gabby, deslizándose en el asiento del conductor. Carter y Bryce intercambiaron miradas mientras se acomodaban en el asiento trasero. —Carter es un amigo mío del hospital —aclaró Bryce. Los ojos de Greg se quedaron en los de ella en el espejo retrovisor, haciendo la pregunta silenciosa que no tenía derecho a preguntar.

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Técnicamente, el VFW era un centro comunitario para los veteranos de guerras extranjeras. También era el lugar más barato para jugar a los bolos en Nashville. Y, como sabían muchos de los chicos en Hilwood, el mejor lugar para beber cuando se era menor de edad. El canoso veterano de Vietnam que dirigía el bar no le pedía identificación a nadie que pareciera de más de trece años, siempre y cuando lo escucharan hablar de su tiempo apostado en Saigón. El rock clásico sonaba estridentemente. Las bolas de bolo se estrellaban por los carriles lanzadas por jugadores barrigones. A cada lado del salón zumbaban ventiladores de gran tamaño. Mientras el camarero llenaba una jarra de cerveza espumosa, tarareando “We Are The Champions” junto con los pequeños altavoces, Greg fue a buscar los viejos zapatos para jugar bolos. Bryce se estiró por un par. Greg los sacó de su alcance. Lo intentó de nuevo, y de nuevo Greg los apartó. Bryce no pudo evitar reírse. Greg estaba sonriendo, viéndola esforzarse. Carter golpeó su mano sobre la superficie de la barra. —Bueno —dijo—. Voy a buscar mis propios zapatos. Gabby haló a Greg para que la acompañara en su turno, donde estuvo detrás de ella y le guió el brazo a la trayectoria adecuada. Bryce los miraba y le resultaba difícil concentrarse en cualquier otra cosa. Fingió atarse los zapatos. Desató y ató el nudo tres veces. —Entonces, ¿qué hacen los neurólogos, en general? —escuchó a Gabby hablar sobre ella. Habían vuelto a los asientos de plástico de color naranja y marrón. —Trabajamos por comisión —dijo Carter secamente—. Cuanto más grande es el cerebro, mayor es el salario. Bryce sintió que él la miraba. Se incorporó y se echó a reír demasiado tarde. —Así que, Bryce, tu cerebro... —Carter fingió especular—. Probablemente se acerca a los cien mil en total. —¿Tanto así, eh? —dijo Greg, mirando a Carter. Su rostro era inexpresivo.

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—Oh, sí. —Carter se estiró para colocar sus manos alrededor de la cabeza de Bryce. Bryce resopló y levantó los hombros ante su toque—. Bryce tiene un gran cerebro. Lo he visto. —Él le dio a su cabeza una pequeña sacudida. —Asqueroso. —Bryce se echó a reír. —¿Alguno de ustedes ha comido cerebro? —Gabby se inclinó—. Es delicioso. Greg y yo lo probamos cuando estuvimos en España, ¿recuerdas? Greg, quien había levantado los brazos para estirarse, dejó caer un brazo sobre el hombro de Gabby como si fuese la cosa más natural de hacer. Bryce miró la rugosa superficie de la mesa. —Nah, fue en Marruecos, ¿recuerdas? —Es cierto —dijo Gabby—. Pero primero, estábamos en España, parados sobre esas ruinas. Y esas no eran las ruinas para los turistas, esas eran las ruinas que Greg y yo acabábamos de encontrar, porque él tiene esos presentimientos a veces. Él simplemente se marcha… —Gabby colocó una fría mano sobre el antebrazo de Bryce—. Tú sabes, Bryce. Él a veces simplemente se marcha, olvidándose de cualquiera que esté ahí, y tú o lo sigues o no lo sigues. La boca de Greg se retorció con una sonrisa. —Como sea, estábamos parados sobre estas ruinas costeras, y el viento soplaba desde el agua casi lo suficientemente fuerte como para derribarnos, y Greg y yo estábamos viendo el Mediterráneo estrellándose contra las rocas, simplemente mirando durante mucho tiempo. Fue la sensación más cruda. Era como si pudiéramos conquistar el mundo. Gabby tomó un trago de cerveza. —Y se voltea hacia mí y dice, Gab, vámonos a Marruecos. Ambos habíamos gastado la mayor parte de nuestro dinero de graduación para aquel momento, pero yo había hecho amistad con un pescador en un embarcadero cerca de la playa que estaba dispuesto a llevarnos a mitad de precio. Así que eso lo concluyó. Simplemente dijimos: Al diablo. Vámonos a Marruecos. Greg estaba negando con la cabeza, felizmente perdido en el recuerdo. —Me sentí como si pudiéramos haber ido a cualquier parte del mundo aquel día. —Suena increíble —dijo Bryce silenciosamente. Había abandonado la pista de bolos por un momento, escuchando a Gabby hablar acerca de viajar. Al crecer, ella nunca

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había tenido prisa por irse por ahí; quería ir a saltar por acantilados, seguro, pero nunca había pensado mucho en ello, porque siempre pensó que tendría tiempo, o que las competiciones de salto de trampolín la llevarían por todo el mundo. Ahora no estaba tan segura. —Sí, gracias a Dios que hemos sacado eso de nuestro sistema. —Gabby tomó otro trago de cerveza. Bryce levantó la vista—. Ahora empieza mi viaje a través del apasionante mundo del derecho humanitario. —Todavía podemos viajar en las vacaciones y eso —dijo Greg, tecleando su nombre en el anticuado ordenador de puntación de bolos. Gabby frunció los labios. —No sé sobre eso. El alquiler en DC es bastante alto. —Me alegra que estemos pagando un brazo y una pierna por una caja —respondió Greg secamente. —Vale la pena —dijo Gabby, desconcertada. —Para ti, lo vale —murmuró Greg. —Está bien —dijo Gabby suavemente, y extendió la mano para poner uno de los mechones del cabello de Greg detrás de sus orejas—. Hablaremos de esto más tarde. Silencio. Finalmente Carter habló. —Es el turno de Bryce. Bryce se levantó lentamente y giró su cintura hacia atrás y hacia adelante, calentando. Escogió una de las bolas más ligeras, levantándola cuidadosamente contra su pecho. Con suerte hacer remo todos los días le serviría bien. Mientras la balanceaba hacia atrás, el impulso hizo su trabajo. Un tiro limpio, todos menos tres. El turno de Greg. Consiguió un strike. Gabby le dio un largo beso en los labios, sosteniendo su rostro. Bryce fingió ir al baño, pero realmente dio una vuelta alrededor de la bolera. Sentarse en una mesa frente a la pareja era como esperar por sus resultados en una competencia de clavados y nunca, jamás recibirlos. Cuando regresó, Carter se estaba frotando las manos mientras se levantaba, buscando a tientas la bola correcta de la fila. Eligió una verde enorme de quince libras.

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Carter era un poco más alto y desgarbado que Greg, pero controlaba sus miembros con sorprendente gracia, lanzando la bola directamente por la flecha central, sólo desviándose repentinamente al final. Strike. Gabby tomó su turno, agarrando cualquier bola que estuviera más cerca y dejándola caer en la pista como si estuviera tirando ropa sucia en una cesta. Bryce tomó su turno para lanzar la bola por la pista como un disparo de bala. Strike. —Milagrosa —dijo Greg cuando ella se sentó, tomando un trago de su cerveza. Le guiñó un ojo a Bryce, y su estómago dio un giro de ochenta grados. —Tan milagrosa. —Carter le imitó tontamente. Bryce no sabía si reír o darle una patada por debajo de la mesa. Él le dio tragos a su cerveza hasta el fondo del vaso. —Cálmate, ahí, turbo —dijo ella, viendo el líquido ámbar desaparecer por su garganta. Carter respondió mirando a Greg y eructando. Luego se sirvió otro. En respuesta, Greg bebió el resto de su propia cerveza y golpeó su vaso. Dos partidas y dos jarras de cerveza más tarde, Greg había ganado una partida, Carter la otra, y ahora ellos estaban en el borde de sus asientos, sorbiendo sus cervezas en silencio, esperando a que sus bolas fueran expulsadas por el conducto. Cuando las vieron venir por la línea, ambos se dispararon hacia arriba como si hubieran sido electrocutados. Gabby puso los ojos en blanco y anunció un descanso de baño de chicas. Greg trabó sus ojos con Bryce, mientras Gabby la tomaba de la mano para alejarla. Gabby le dirigió ferozmente hacia la puerta del baño, dándole esa mirada. Sus ojos estaban muy abiertos, su cabeza inclinada sugestivamente, como en conozco tu secreto. El corazón de Bryce se aceleró. Había estado mirando demasiado a Greg, ella lo sabía. Gabby cerró la puerta del sucio baño e inmediatamente empezó a arreglarse el moño en el espejo. —Así que, cuéntame —dijo ella, retorciendo su grueso cabello oscuro. —¿Que te cuente qué? —preguntó Bryce, sus músculos se tensaron. —No te hagas la tímida. —Gabby sonrió diabólicamente—. ¿Cuál es el asunto contigo y con Carter? Oh. Todo el cuerpo de Bryce suspiró con alivio. Tenía ganas de acostarse en el sucio azulejo e irse a dormir.

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—Nada, en realidad. Somos amigos. Gabby apretó su coleta, alzando las cejas. —Bueno, debería haber algo. —¿Qué quieres decir? —preguntó Bryce, inclinándose sobre el lavabo, atrapando los ojos oscuros de Gabby en el espejo. —Él no puede dejar de mirarte —dijo Gabby en alta voz cantarina—. Y es médico. —Por favor. Está en la escuela de medicina —corrigió Bryce, estrujando su cabello. —Bueno, lo que sea, estoy diciendo que debes ir a por ello totalmente. —Le sonrió a Bryce, su moño ahora perfectamente en su lugar—. Tenemos que conseguir un poco de amor en tu vida. Algo falta, te lo digo. —Bueno, nos besamos —dijo Bryce con frialdad. —¡Qué! ¿Por qué no me lo dijiste? Porque fue el mismo día que me enteré que estabas comprometida con mi novio, pensó Bryce, pero en vez de eso sólo se encogió de hombros. —¡Lo sabía! —Gabby alzó las manos. Puso sus manos en las mejillas de Bryce—. Sabía que había algo. Te conozco, Bryce. Contigo siempre me doy cuenta. Bryce quitó las manos de Gabby de sus mejillas con una incómoda sonrisa. Cuando regresaron al salón lleno de humo, los chicos se levantaron de la mesa. —¡Gané! —gritó Greg. El sudor comenzaba a mojar su camiseta. Sus ojos vidriosos por la cerveza brillaron. Greg lanzó sus brazos alrededor de Bryce en un abrazo de celebración, y ella se dejó sólo por un momento disfrutar de la comodidad de aquel lugar, volver debajo del puente con el tren apresurándose por encima de ellos. Pero el tren ya había pasado, y los brazos de Greg se soltaron mientras se alejaba para caminar con Gabby. Bryce se puso una mano en el pecho, en el agujero que sintió cuando él se fue, casi como si el tren hubiera pasado a través de ella.

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Capítulo 16 Traducido por flochi Corregido por Alicadi

E

l fin de semana siguiente, Bryce doblaba su ropa con los dientes clavándose en su labio. Aunque no se había ido a la cama hasta después de la una, estaba levantada a las ocho, tarareando “Hey Jude” en la ducha. El agua estaba hirviendo, tal y como le gustaba. Se cubrió la piel con la crema corporal de vainilla de Sydney. Su copos de avena estaban mantecosos, cubiertos de arándanos y canela, un sabor a casa para fortalecerse en el transcurso del día. Había visto despedidas de soltera en las películas. El propósito era diversión salvaje, sabía eso. Pero debajo de la diversión salvaje corriendo a través de todo, el hecho era que la novia necesitaba esta última noche de locura antes de que ella y su novio estuvieran juntos para toda la vida. Greg y Gabby juntos para siempre. Cerró la cremallera de su viejo bolso AAU11 de clavados, guardando unas cuantas cosas para el fin de semana por venir. Le dolía la cabeza. Bryce supo lo que estaba pasando entonces. No venía lentamente, sino por niveles, como alguien encendiendo las perillas mientras la parte posterior de su cráneo era ubicado sobre el quemador de la estufa. El congelamiento creció debajo de las uñas de sus dedos y por los dedos de sus pies. Esta vez, cuando estuvo inclinada de cabeza como un palo de lluvia, se sintió aliviada. Tierra dura bajo pies desnudos. Los ecos mudos de un lugar medio lleno de agua. Estaba oscuro, de noche. Cuando extendió la mano frente a ella, no había nada más que espacio en blanco.

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Amateur Athletic Union (AAU): es una de las organizaciones deportivas de voluntarios sin fines de lucro más grande en los Estados Unidos. Como una organización multi-deportiva, la AAU se dedica exclusivamente a la promoción y desarrollo del deporte amateur y programas de acondicionamiento físico.

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Sus ojos se ajustaron. Confirmó la solidez del borde en el que se hallaba, y rápidamente, mientras la luna avanzaba entre las nubes, el destello de agua. Luego, como si eso fuese lo que pretendía hacer todo el tiempo, Bryce dobló sus piernas. Los dedos de los pies apuntando hacia adelante, las manos cruzadas en frente de ella. Nada sofisticado, se dijo a sí misma, y saltó. El aire la sostuvo, suave y familiar como un viejo amigo. Permitió que el viento la acunara hasta el último minuto, cuando se volvió una flecha. Atravesó el centro y rompió la línea de líquido. Bryce supo cuando impactó que esa agua estaba levantándose alrededor de su cuerpo en un círculo de preciosas perlas claras, pero un clavadista nunca llega a ver su propio chapuzón. Es una lástima, pensó Bryce mientras se hundía. Volvió al suelo, la alfombra dejándole marcas en sus rodillas y palmas mientras su cabeza se retiraba lentamente del fuego. Antes no solía caerse luego de las visiones. Y sus dedos seguían sintiéndose un poco entumecidos. No ahora. Sacudió sus manos adormecidas, intentando despertarlas. Se limpió el rostro y encontró una ligera raya de sangre viniendo de su nariz. Dejó que el palpitar remitiera. Un golpe en la puerta. La voz de su madre. —Hola, cariño. Bryce se puso de pie y limpió su rostro otra vez. Le abrió la puerta a su madre, quien le sonrió ligeramente. —Carter está arriba; quiere hacerte un chequeo rápido antes de que te vayas —dijo. Carter la estaba esperando en la cocina cuando ella llevó su bolso al piso de arriba en la mañana nublada. Él se dio la vuelta de donde estaba, reorganizando el estante de las especias de los Graham por combinación de sabor. Cuando terminó de tomarle la presión arterial, él le quitó una pelusa de la mejilla. Bryce se ruborizó. —Luces un poco enfermiza. —Suenas como si fueras de la era victoriana. Miró su portapapeles sin ninguna razón, chasqueando el clip de la parte superior. —Me preocupo por ti —dijo, un poco demasiado fuerte.

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—Bueno, gracias. —Ella no sabía qué más decir. Los ojos de él se movieron alrededor rápidamente, luego volvieron a ella. Eran tan grises esta mañana. Como el cielo. —Quiero decir, desperté esta mañana y recordé que te ibas a ir por el fin de semana, y estuve tan decepcionado. Bryce no pudo evitar sonreír. —Sólo voy al centro de la ciudad con un montón de chicas. Así que no te preocupes, no estás perdiéndote nada. —Le apretó el brazo y empezó a darse la vuelta. Era hora de ponerse en marcha. Él la detuvo. —No, quiero decir que te extrañaré a ti. Bryce se encontró con sus ojos grises. No, plateados. Eran casi plateados. Los hombros de él se levantaron bajo su camiseta en un pequeño encogimiento de hombros. Se sentía alto para ella. Más alto esta mañana. Bryce tragó. Los labios de él se fruncieron. —Tengo algo para ti. Carter sacó lo que parecía un pequeño paquete de seda. Lo desenvolvió y se lo entregó a Bryce. —Una máscara para dormir —dijo ella, sonriendo. Era de seda azul con un patrón de una rosa gris. —Mantendrá lejos la luz —explicó él—. Te ayudará a dormir. Ayuda con los dolores de cabeza, si los tienes. Bryce tocó la máscara. Dudo que algo pudiera ayudarme este fin de semana, pensó ella, pero dijo: —Gracias. El teléfono de Bryce vibró en su palma. ¡Afuera! le escribió Gabby. Bryce respiró hondo. —Tengo que irme —dijo ella. —Está bien —dijo él. Su sonrisa era pequeña, calmada.

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Bryce se dio la vuelta con una mezcla de calma y alivio. Deslizó la máscara en su bolso. Caminó tan rápidamente como pudo por la entrada vacía, sintiendo su cabello húmedo y recién lavado. Una furgoneta blanca de un hotel estaba detenida al otro lado de la calle. Bryce subió al interior e inmediatamente fue envuelta en un suave y fragante abrazo grupal. Todo lo que pudo ver fue una maraña de rizos medianoche de Gabby, un afro corto con un pañuelo verde, y unos mechones rectos color rubio rojizo. Se separaron. —¡Así que esta es la Bryce! —dijo la más alta de las dos chicas, reajustando el pañuelo verde alrededor de sus apretados rizos negros. Su sonrisa era dulce y sus ojos marrones de largas pestañas rezumaban simpatía. La rubia rojiza rió por la expresión de su amiga y extendió una mano. Bryce la tomó y obtuvo una mirada de cerca de la chica. Tenía pecas y brillantes ojos verdes. —Soy Zen —dijo—. Y esa es Mary. Mary tiró de Bryce en otro abrazo. —Sí, soy Mary. Lo siento tanto, debes estar tan cansada de esto, pero tu historia es simplemente… milagrosa. Dos chicas más estaban sentadas en la fila de atrás de la furgoneta: ambas de cabello castaño oscuro, una con el cabello hasta la quijada, la otra con el cabello largo hasta los hombros. Eran justo como Gabby. Bonitas, entusiastas, dulces. Bryce no podía recordar sus nombres, aunque ellas se lo habían dicho hace segundos. Cuando alguien le dio una taza de café a Bryce, la furgoneta empezó a bajar River Drive. Las conversaciones se levantaron a su alrededor. Bryce sintió al café correr por un sendero caliente desde su garganta a su estómago. Desde el asiento delantero, Gabby puso a Bryce al corriente sobre la pronta actuación de Mary como maestra de matemáticas en la secundaria de Oregon. Luego Zen, una bailarina de Vermont, empezó un cotilleo de la universidad. Bryce observó su conversación como un partido de tenis. —¿Escuchaste sobre Gillian y Fred? Se mudaron a Columbus. —¿Columbus? Dios... Al menos no están encerrados en un armario en Bushwick. Madison parece demacrada, pero no de una buena manera. Se está tomando el asunto del artista muerto de hambre de New York con demasiada seriedad.

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—Madison es esta aspirante desesperada por figurar en el departamento de drama — explicó una de las chicas de cabello castaño oscuro desde el asiento trasero—. Conoces el tipo. Actúa como si todavía estuviera en secundaria. —Oh Dios mío. —El rostro de Zen estalló en una sonrisa taimada—. Espera un minuto. Bryce, tienes que decirnos cómo era Gabby en la secundaria. —Es verdad. —Mary ladeó una ceja—. Sólo hay una foto de ella en el Facebook de por aquel entonces, y se ve como una de esas chicas que va a las ferias del Renacimiento. —¿Qué? De ninguna manera. —Gabby puso sus manos sobre su rostro—. No volvamos a ese entonces. Bryce se encogió de hombros. ¿Por qué estaba ella tan avergonzada? —Es una gran clavadista —dijo Bryce. Se quedó inmóvil, dándose cuenta de que estaba usando el tiempo presente—. Ella era esa chica que hablaba con quien sea, sin importar quien fuera. El chico maloliente; o Rebecca, la chica más popular y más bruja de Hilwood; o el director; con cualquiera. No le importaba en qué mesa del almuerzo se sentaba, o si su compañero de laboratorio acababa de salir de un reformatorio, o algo así. No menospreciaba a nadie. —Espera, ¿entonces Gabby no era Srta. Popular? —Mary miró a Gabby con fingida sorpresa. Gabby estaba agrandando los ojos en dirección a Bryce desde el asiento de adelante, su boca fruncida. Bryce la miró disculpándose, preguntándose qué había dicho mal. Dejaron el tema cuando Mary se sumergió en las historias de su mes en la construcción de casas en México este verano. Mary era una buena contadora de historias, y sus brillantes ojos se iluminaban mientras hablaba. Hacía grandes movimientos con las manos y tenía una voz clara y resonante. Había pasado la mayor parte de su tiempo en el sur ayudando a construir una escuela en Oaxaca, perfeccionando su español, verificando el paisaje. El resto de su tiempo, sin embargo, lo había pasado en los mejores restaurantes y bares de tequila en México. —Soy una succionadora de buen tequila —le confió Mary a Bryce—. Y sólo digamos que este fin de semana probaremos una botella bien añeja que fui capaz de pasar por la frontera. —No puedo beber —dijo Bryce con tristeza.

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—Oh. Bueno, el agua estará bien. —Zen levantó su botella de agua hacia Bryce—. ¡Un brindis! ¡Por una maravillosa adición a nuestro grupo! Zen, Mary, y las chicas de cabello castaño en el asiento trasero levantaron sus botellas de agua, y Bryce no tuvo más remedio que unirse a ellas. Gabby le sonrió al resto de ellas, y elevó su propio brindis. —Por las grandes amigas —modificó. —Y por ti, Gabs. —Mary sonrió —. Por ti, y por Greg, y por el amor.

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Capítulo 17 Traducido por maleja.pb Corregido por Alicadi

—¡

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um-dee-dee-dum-dum-DUM!

—¡TEQUILA! —El resto de las chicas terminaron en el auto. Incluso Bryce se despertó de sus pensamientos. La canción le recordaba a la banda de preparatoria en un partido de fútbol en Hilwood. Gabby dejó escapar un grito y levantó sus brazos largos y bronceados. Sus amigas de cabello castaño hicieron lo mismo. Bryce ahora sabía sus nombres: Molly y Hannah, aunque seguía deliberando quién era quién mientras el paseo en la furgoneta estaba terminando. Ambas dijeron que estaban en el “marketing”. —¿Tequila a las diez de la mañana? —Bryce levantó las cejas. Estaban parando frente al enorme antiguo Hotel Opryland, donde iban a estar siendo tratadas en un día de spa. Mary sacó una alta botella brillante de su bolso de mano. —Bryce, querida, tal vez tú nunca has oído hablar de algo llamado “Tequila Sunrise”. —Confía en mí, Mary no será capaz de quitarse la ropa para el masaje sin él —dijo Zen, inclinándose hacia Bryce. Luego, en un susurro fingido dijo—: Ella es de las que nunca se desnudan. —¡Escuché eso! —gritó Mary—. ¡No lo soy! Mientras un botones en un traje pasado de moda descargaba sus bolsos, las chicas entraron en el ascensor hasta el último piso del hotel. Dentro de las suites contiguas, enormes ventanas rodeaban exuberantes alfombras y azulejo pulido. Mesas con topes de mármol contenían jarrones de flores frescas encima. Bryce se acercó a uno de los ventanales del largo de la pared, con Nashville extendiéndose por debajo de ella.

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Cuando se dio la vuelta, la mayoría de las chicas se habían quitado sus ropas y estaban metidas en grandes toallas blancas esponjosas. Una de las chicas de cabello castaño estaba alineando delicados vasos, repartiendo jugo de naranja a cada una de ellos. —Oh. —Bryce había metido su cabello detrás de su oreja—. ¿No estamos... eh, yendo al spa? Gabby se acercó y envolvió una toalla alrededor de los hombros de Bryce. —No, querida —dijo ella, sacando el cabello que Bryce había metido—. ¡El spa está viniendo a nosotras! Mientras metía la ropa en el bolso, encontró la máscara azul impresa, y sonrió para ella misma, pensando en los ojos grises de Carter y su voz demasiado alta. Me preocupo por ti, había dicho. Pero se distrajo cuando personas vestidas de blanco llegaron y comenzaron a mover los muebles para colocar las mesas de masaje. Luego entró una fila de tres sillas de cuero unidas a enormes tinas de agua caliente. —Para las pedicuras —le informó Zen mientras colocaba una hilera de velas. En un borrón, las chicas cerraron las cortinas, encendieron las velas, y se reunieron en el centro de la habitación para un brindis “Tequila Sunrise” (sólo jugo de naranja para Bryce). A continuación, se ubicaron en los diversos mecanismos de relajación alrededor de la habitación. Desde una mesa de masaje, Bryce se estremeció al sentir el toque de las manos de un extraño en su espalda desnuda. Escuchó voces en la oscuridad discutiendo sobre Test de Admisión de la Facultad de Derecho, obras de caridad, Vogue Italia, relaciones a larga distancia. Ella escuchó mientras ellas convertían a su mejor amiga en Gabby Travers, extraordinaria abogada. Bryce siempre había pensado que ella y Gabby eran semejantes, al menos en las formas en que importaban. Pero Gabby se había convertido en esta bella mujer confiada, con sellos en su pasaporte y planes de estudio de posgrado, pensó Bryce mientras miraba sus pies en remojo en el agua burbujeante. Y Bryce no se había convertido en nada.

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En la cena en un salón privado en la parte posterior del restaurante Opryland, cubierto con cortinas de terciopelo e iluminado por candelabros, Bryce comió como aperitivo calamar empanizado, filete mignon y puré de patatas Fingerling como plato principal y un rico pastel de chocolate para el postre, en los más pequeños y saboreados trozos. Porque era delicioso, sí, pero también porque no se sentía presionada a hablar cuando su boca estaba llena. Podía no tener nada interesante que decir, pero podía comer. Después de que los platos fueran retirados, Bryce se puso de pie torpemente, buscando a Mary y a Zen para darle ánimo. Ellas asintieron, aplaudiendo ligeramente con entusiasmo. Habían querido que contribuyera de alguna manera con el fin de semana, así que hizo lo que pudo. Con movimientos de las manos y una reverencia, Bryce presentó a Gabby con la tiara de plata del mercado de pulgas, y una cinta brillante, de color rosa que decía: AQUÍ VIENE LA NOVIA. Gabby chilló y la envolvió en un abrazo. —¡Oh, Dios mío, Bryce! Mientras se abrazaron, por un momento se sintió como si en realidad Bryce fuese la mejor amiga de Gabby. Alguien que realmente la conocía mejor porque había estado con ella por más tiempo, porque había ayudado a Gabby a sentirse bien cuando nadie más podía. Alguien que pertenecía ahí. —Gracias —susurró Gabby. La soltó y giró hacia el resto del grupo, la tiara perfectamente ubicada en su cabeza—. ¡Me siento como una princesa! —Ella le sirvió a todos un tequila. Zen y Mary tomaron sus tragos, retorcieron sus rostros y se miraron una a la otra. —Ya es hora. Se fueron brevemente, volviendo con un proyector que habían alquilado en el centro de conferencias del hotel, y los altavoces de una computadora portátil. Zen atenuó las luces del salón privado mientras las palabras GABBY GORDON + GREG TRAVERS aparecieron en la pared. La primera diapositiva eran ellos como bebés lado a lado: Gabby en un traje de calabaza, ya con espeso cabello rizado, y Greg usando un traje de marinero, luciendo angelical con finos rizos rubios brotando de su cabeza redonda. —Vamos a proyectar esto en la recepción. Pero pensamos que sería divertido tener un pequeño adelanto —dijo Mary.

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—Además, hay algunas fotos tremendamente embarazosas que no podemos mostrar con tus abuelos en el salón —bromeó Zen. Las demás chicas se rieron nerviosamente—. No podíamos dejar que se desperdiciaran. La segunda diapositiva mostraba a Gabby, ocho años de edad, en un traje de baño rosa de lunares mientras bebía de una manguera. Yo estaba allí ese día, pensó Bryce. Mi traje tenía sandías en él. Greg, todavía regordete en una chaqueta deportiva y pantalones de color caqui, en su primer baile de la escuela media. Gabby, catorce años de edad, cabello hasta la cintura, compitiendo en el concurso de ortografía de Nashville. Ella quedo de onceaba. Quedó fuera con la palabra “exacerbar”. Greg a los quince años en el uniforme de la AAU, flexionando sus músculos. El primer torneo en el que todos se zambulleron juntos. Quince años o menos. El calor se elevó sobre la cabeza de Bryce. Los colores en la pared destellaban brillantes. —Apenas puedo recordar aquellos días —dijo Gabby soñadoramente. Bryce cerró los ojos, y en un destello, estaba ahí de nuevo. Era más que un recuerdo; estaba realmente ahí, dentro de ese día hace siete años atrás. El olor del cloro cosquilleaba en su nariz. Los rayos del sol filtrándose a través de la niebla por encima de la piscina, el equipo reuniéndose en las gradas para la foto grupal. Ella deslizó su brazo alrededor de la cintura de Greg, su muslo sintiendo el calor del suyo. Mientras alguien sostenía la cámara frente a ellos, Bryce y Greg compartieron una mirada. Pero Gabby también se había acercado al lado de Greg, situando cómodamente la cabeza en su hombro. Ella está feliz, Bryce podía notarlo, y en el chasquido de la cámara, Bryce ya no estaba en el lado de la piscina, el olor del cloro dejándola. El marco destelló a otra imagen de ellos tres, una imagen más reciente. Reciente, por lo menos, para Bryce. Gabby y Greg estaban sin sus trajes de baño, y Bryce estaba dando su tensa sonrisa lista para la cámara, su traje de calentamiento con la cremallera abierta, el traje de baño de USA brillando a través de él. El día de las Competencias. El día que lo cambió todo.

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Gabby miró a Bryce a través de la habitación a oscuras, con lágrimas salpicando sus ojos. Lo siento, parecía decir. Bryce volvió a mirar la presentación de diapositivas, con la mandíbula apretada. Entonces eran sólo ellos dos. Gabby Gordon + Greg Travers. Atrapados en medio de una conversación en los pasillos de Hilwood, sus mochilas junto a ellos. En un tentativo abrazo posando para el baile de graduación. Fuera de su dormitorio de Stanford, señalando con caras tontas hacia una palmera. Gabby con el cabello corto, con su brazo alrededor de una Zen de aspecto más joven. Greg, con el cabello largo otra vez, con una gran sonrisa, sosteniendo un pin de promesa de fraternidad. Greg, una olla en su cabeza, besando a Gabby, usando orejas de gato con una sonrisa en su rostro. Gabby y Greg frente a frente con sus ojos fijos, sin darse cuenta de que la cámara estaba sobre ellos. Una imagen auto-tomada en la playa, el rostro quemado por el sol de Greg ligeramente recortado. Greg con un traje, acunando a Gabby, el borde de su vestido formal colgando de sus brazos. Greg en una rodilla frente a Gabby en la playa, el Mediterráneo brillando a sus espaldas, sosteniendo un anillo. Bryce había tenido suficiente. La presentación de diapositivas se prolongó durante varios minutos más. Vio los reflejos distorsionados en la copa de Gabby. Cuando finalmente terminó, todas se pusieron de pie, balanceándose en sus estados empapadas de tequilas y saliendo del restaurante. —¡Buenas noches, Nashville! —gritó Mary cuando salieron. Cuando Zen abrió la pesada puerta de madera de la suite, todas ellas saltaron. Un coro de voces masculinas llegaba desde el interior. Las chicas se abrieron paso al interior de la habitación. Gabby jadeó. Las chicas de cabello castaño oscuro chillaron. Seis jóvenes con trajes de distintos tonos de azul y

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gris se paraban en el vestíbulo de baldosas con sus brazos alrededor del otro, balanceándose mientras cantaban fuera de tono. Sus corbatas estaban sueltas. Su cabello estaba despeinado. En el medio estaba Greg, cantando más fuerte que nadie. Bryce lo miraba mientras cantaba la canción de lucha de Stanford que todos conocían tan bien. Para Bryce, sonaba como una canción de una vieja película, algo que nunca había escuchado. El coro porlongó la última nota hasta donde pudieron. Greg chocó cinco y abrazó al chico a su derecha, que casi parecía a su gemelo idéntico. Peter, su hermano mayor. Bryce no lo conocía bien; él ya había estado fuera en la universidad cuando ellos estaban en la escuela secundaria. El resto de los chicos tropezaron en abrazos con Zen, Mary, y las chicas de cabello castaño, gritando saludos de reunión. —¿Qué están haciendo aquí? —Gabby finalmente logró llegar entre más ruidosas interpretaciones de la canción de lucha de Stanford. —¡Estamos llegando de sorpresa a la fiesta! —Peter lanzó al aire sus largos brazos, aterrizándolos en torno a los hombros de Gabby. Un alto chico de hombros anchos con alborotado cabello rojo-castaño le quitó a Gabby la tiara y se la puso en su cabeza. —¡Oye! —Gabby intentó en un tono de regaño, pisoteando sus tacones de lentejuelas. Pero Bryce podía decir que ella estaba contenta—. ¡Esto se suponía que era una noche sólo para chicas! —Aw, boo, Gab —dijo otro hombre en un traje de rayas, su piel de un tono más oscuro que la de Mary—. ¡No nos echen! —Greg nos hizo venir. —Peter lo señaló acusadoramente. Luego puso los ojos en blanco—. Dijo que tenía que ver a su chica. Bryce siguió la mirada de Peter. Greg estaba desabrochando el primer botón de su camisa, encogiéndose de hombros. Se forzó a sí misma a apartar la mirada de su pecho. Él levantó la vista. —¿Cómo podría estar separado de esta hermosa dama, incluso por una noche? —¡Awww! —gritó Gabby. Se dirigió a Greg y le plantó un beso. Los solteros y solteras de la despedida hicieron sonidos de disgusto y placer, respectivamente. Bryce tragó, sintiendo una calidez rodando desde su interior hasta la punta de sus dedos. Todos habían pasado por alto un detalle muy importante.

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Cuando Greg habló, él la estaba mirando.

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Capítulo 18 Traducido por Yanli Corregido por Nanis

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ebería haber un evento Olímpico por subir escaleras con tacones, lo juro por el jodido Dios —gritó Mary en el oído de Bryce.



Hecho Número Cuatro sobre la gente borracha: tienden a gritar mucho. Mary estaba agarrándose de Bryce mientras ascendían desde el nivel más bajo del White Light. El club de baile realmente no había estado pensando en sus clientes cuando instalaron el único conjunto de baños bajo una serie de escalones de fibra de vidrio arco iris. En su aparentemente millonésimo viaje por el peligroso arco iris, Bryce concluyó que los hechos número uno, número dos y número tres era que los borrachos no podían dejar de ir al baño. Bryce y Mary despejaron el último escalón y se tambalearon a través del mar de chicos y chicas en los destellos azules, viéndose como un catálogo de Abercrombie cobrando vida para Bryce. Mary levantó su muñeca donde cargaba el brazalete y le gritó al camarero por otro Manhattan. Las chicas de cabello castaño estaban contoneándose a cada lado de Peter, una llevaba un vestido estilo flapper con flecos, la otra en uno de vaporoso satén rosa. Peter parecía estar disfrutando. Zen estaba en uno de destellos verdes, brillando como una sirena bajo las luces de colores. Bryce analizó la multitud para encontrar a Gabby y frunció el ceño. Ella estaba bailando contra Greg, sus labios entreabiertos y los ojos cerrados. Bryce prefirió no mirar para ver cómo Greg estaba contra la parte trasera de Gabby. En cambio, miró sus pies en tacones rojos. Parecían a kilómetros y kilómetros de distancia. Siempre había sido alta; en tacones sobrepasaba a los demás. Esperaba que sus piernas no estuvieran mostrando demasiado en el vestido plateado brillante que había tomado de una de las chicas de cabello castaño. Era escotado atrás y de repente se sintió demasiado expuesta.

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—¿Eres la ayudante designada para el baño? —Una voz masculina provino desde su lado. Se volteó para encontrar el hombro del alto chico de cabello desgreñado que había robado la corona de Gabby. Él le dio una sonrisa tensa—. Porque escuché que las escaleras son peligrosas, y necesito ir. —Ja —dijo Bryce—. Estoy fuera de servicio por el momento. —¿Cuál es tu nombre? —Le dio la espalda a la barra y se inclinó. Se había quitado la chaqueta y enrollado sus mangas. —Bryce. —Tom —dijo—. Te invitaría una bebida, pero noté que no estás bebiendo. —Levantó un vaso lleno de cubitos de hielo en un líquido de color marrón oscuro. —No esta noche —dijo Bryce después de una pausa. No sentía ganas de hablar sobre el coma en este momento—. Estoy en una dieta de sólo sólidos. Una mirada divertida cruzó su rostro. —Eres graciosa —dijo, inclinándose más hacia ella. —Calma pueblo —dijo Bryce, retrocediendo. Podía oler el licor en su aliento. Echó un vistazo hacia Greg. Él sostenía el brazo de Gabby para una vuelta de baile, pero su mirada estaba en su dirección. —Entonces, ¿qué es lo siguiente para ti? —le preguntó Tom, vaciando su vaso. Bryce se encogió de hombros. Estaba cansada de esta pregunta. —No sé. —Quiero decir, supongo que eres una graduada. —Nop —dijo Bryce, permitiéndose una sonrisa orgullosa—. Ni siquiera la secundaria. Fue el turno de Tom de estar confundido. —Así que, eres una nómada. Sólo un alma errante, disfrutando del mundo. —Levantó su mano en forma de arco para el efecto. Antes de que Bryce pudiera responder, él dijo—: Eso es sexy. Bryce estalló en carcajadas. Acababa de ser llamada vagabunda atractiva. Tom confundió su risa como estímulo, y le tendió la mano. —Baila conmigo, Bryce.

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—Bueno. —La tomó—. En tanto no me hagas ir al baño contigo. Ella lo condujo entre los maniquíes en movimiento al centro de la pista, a sólo unos metros de Greg y Gabby. Bryce sostuvo las manos de Tom y sacudió sus caderas. Giró sus rodillas y se agachó. No había bailado en mucho tiempo. Bailar requería de músculos. Requería de atletismo. Y como cualquier cosa atlética, Bryce quería hacerlo bien. Así que canalizó su mejor Beyoncé, y no le importó quién la estaba viendo. Tom se balanceaba de un pie a otro, meneando la cabeza. Ella lo miró y le guiñó el ojo. ¿Por qué no? Probablemente él no iba a recordar esta noche, de todas formas. Lo siguiente que supo, cuerpos estaban rozándose junto a ella. Greg, seguido de Gabby. El rostro de Greg estaba distorsionado por la ira. Gabby estaba haciendo pucheros, mirando sobre su hombro a la pista de baile. —Necesito un poco de aire. —Bryce lo escuchó decir. —¡Yo no! —exclamó Gabby alegremente. Giró hacia la pista y comenzó a menearse con Zen. Bryce capturó la mirada de Greg. Él movió la cabeza ligeramente hacia la salida. Ella volvió a mirar a Tom, quien ahora estaba fuertemente involucrado en recitar la letra de “Party Rockers”. Volvió a Greg. Se había movido más lejos en la pista de baile, y todavía miraba hacia ella. —Vuelvo enseguida —gritó Bryce y dio brincos todo el camino a través de la multitud. Siguió la espalda de Greg a distancia hasta que estaban fuera del club, donde se metió en un callejón. Bryce rodeó la esquina del edificio. Había llovido mientras estaban dentro y ahora el pavimento brillaba por la humedad bajo las farolas y el aire olía a limpio. Ella se acercó a su silueta. —Hola —dijo ella. Él se giró bruscamente. —¿Qué pasa? Greg dejó escapar una carcajada amarga, frotando su frente. —Estabas poniéndome celoso allí. No puedes estar bailando con mis amigos. —Sí, puedo —dijo Bryce tranquilamente. —Bueno, al menos espera hasta que no pueda verlo —dijo con una sonrisa triste.

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—Debería decirte lo mismo —dijo ella, sus ojos vagaron hacia una flor que Gabby había puesto en su cabello—. ¿Por qué incluso has venido esta noche? Para verte, quería que él dijera. —No lo sé. —Se arrancó la flor y la arrojó a un lado. —Bastante sin sentido —dijo Bryce. Miró tristemente la flor desechada. Las cosas buenas se habían ido. El para siempre estaba allí, separándolos. Una mirada de verdadero dolor estropeó el rostro de Greg. Golpeó con el puño un contenedor de basura cercano, llenando el callejón con un sonido ensordecedor. Se acercó hacia Bryce y la abrazó con fuerza. Ella enterró su rostro en el espacio entre su cuello y su sólido hombro, oliendo su sudor alcohólico, dulce incluso ahora. Podía sentirlo respirando, como si fuera una parte de ella. Cuando Bryce apoyó su cabeza, su voz resonó a través de su piel. —No quiero seguir adelante con la boda. —Bryce alzó la mirada y limpió sus ojos en la parte posterior de su mano. Greg la sostuvo por los hombros. Él miró fijamente un punto sobre el cemento húmedo, luego, volvió hacia ella—. Quiero estar contigo. Su cuerpo chisporroteó con su toque, la esperanza brotando en ella. Los vio tomados de la mano, viajando en el asiento delantero de su camioneta, yendo a algún lugar sin nada en particular que hacer, pero siempre encontrando muchas cosas que hacer. Todo lo harían juntos. Su rostro estaba volviéndose alegre frente a ella, tan apuesto a la luz del callejón. —Eres tú, Bry. Siempre has sido tú. Pero el peso de la verdad estaba allí, debajo de todo, y Bryce recordó las brillantes imágenes proyectadas en la pared del oscuro restaurante más temprano esa noche: Gabby y Greg despreocupados con sus rostros juntos en la playa, su dulcemente torpe foto del baile de graduación, Greg de rodillas delante de Gabby con una mirada en su rostro que no podría haber sido más segura. Cada fotografía, cada momento, más pruebas de que no siempre había sido Bryce. Recordó la primera y única vez que fue a la iglesia católica con la familia de Gabby, cuando era una niña. Entendía las palabras, pero no sabía lo que estaban diciendo. Había mirado hacia arriba en las vidrieras, viendo el color en ángulo de la luz a través de las personas grabadas en túnicas. Cuando Gabby y su familia se pusieron de pie y se deslizaron de las bancas hacia el frente de la iglesia, Bryce había seguido ciegamente a

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Gabby. Vio una enorme figura de blanco, el sacerdote de la parroquia que se elevaba sobre todos, repartiendo galletas y unas pequeñas tazas de jugo rojo a cada persona. Cuando llegó su turno, ella le tendió sus manos. Pero nada llegó. El sacerdote miró a su alrededor, murmurando algo. Las personas en la fila detrás de ella miraban sobre los hombros, impacientes. Gabby apareció, con la cabeza trenzada agachada con vergüenza, anunciándole a Bryce que volviera a su asiento jalándola por sus hombros mientras cada rostro en las bancas se tornaba desaprobatorio. —Esa era la comunión de Jesús. —Gabby había explicado en un susurro solemne—. No estás preparada para eso. Así que eso era todo. Una vez más era la torpe niña, empujada de la línea de galletas y jugo, levantando a ciegas sus manos por un pedazo de algo que estaba completamente fuera de su alcance. Pero esta vez no había ninguna mano guía para llevarla de vuelta a su lugar. De alguna manera tendría que dar el paso por sí misma, volver por el pasillo, hacia donde pertenecía. Bryce se zafo de los brazos a su alrededor. —Amaste a Gabby durante casi cinco años, Greg —dijo, forzando a que salieran las palabras—. Creo que aún ahora la amas. Greg llevó una mano hasta su sudoroso cabello. —Eso fue un error. Todo esto es un error... Bryce negó con la cabeza, alejándose. No sabía cuánto tiempo podría quedarse aquí, a solas con él, diciendo las cosas que ninguno de los dos quería escuchar. Él extendió sus manos, buscando su rostro. —Te estoy pidiendo a ti, Bryce, que estés conmigo. ¿Estás diciendo que no? Bryce cerró los ojos fuertemente contra la visión de él, su primer amor, tratando de contener nuevamente las lágrimas. Estaban saliendo de todos modos, cayendo de sus pestañas. No podía obligarse a decir esa palabra, no. Porque decir que no significaba decir que sí a un montón de nada. La soledad que sintió el día que se enteró de que Greg y Gabby se habían comprometido comenzó a alinear su interior como el acero. No sólo estaba perdiendo

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a Greg, estaba perdiendo a Bryce y Greg. Estaba perdiendo la parte de ella misma que le había pertenecido a él, y no tenía ni idea de qué clase de persona estaba quedando. Ya había perdido a Bryce, la clavadista. Ahora estaba fallando como Bryce la hermana y la hija, Bryce la amiga. Había despertado, y el tiempo que había pasado era como un muro entre su ahora y su después, manteniéndola fuera, conteniéndola. ¿Quién era Bryce cuando todos ellos la habían dejado atrás? Tenía miedo de averiguarlo. Pero sabía que tenía que hacerlo. —Estoy diciendo que deberías casarte con Gabby —dijo—. Y dejarme fuera de eso. Cuando Bryce se dio la vuelta y se alejó de él, sabía que sería por última vez.

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Capítulo 19 Traducido por Auroo_J Corregido por Nanis

E

l resto de la noche fue en cámara lenta. Bryce flotaba entre los cuerpos que saltaban en tiempo real, sus joyas relucientes y sus vasos llenos de hielo haciendo que su visión brillara en los bordes. Sintió la tela plateada de su vestido sobre su piel, enviando olas de frío hasta los huesos. El hip-hop saliendo a todo volumen de los altavoces bien podría haber sido una orquesta de cuerdas, o el tintineo de un piano tocando en un cuarto vacío. Greg se unió a su grupo de amigos, saltando al ritmo de la música, tomando un trago tras otro hasta que casi no podía mantenerse en pie. En cada interacción, ella medio estaba allí. Medio escuchando a Tom decirle acerca de la época en que casi le rompe el cuello a un tipo cuando jugó al fútbol americano para Stanford. Medio sujetándole el cabello a Zen mientras vaciaba el contenido de su estómago en el inodoro. Medio bailando con Gabby cuando arrastró a Bryce a la pista. La otra parte de ella aún estaba afuera con su corazón paralizado. Había hecho lo correcto, y no llegó ninguna sensación de bienestar. Nada llegó. El vacío era todo. Sus dos mitades se unieron con un chasquido cuando oyó la voz de Gabby. —Estoy lista para irme —dijo ella, quitándose los zapatos de tacón, con los ojos medio cerrados—. Volvamos al hotel. Los fiesteros salieron en un rebaño de brazos envueltos alrededor de los hombros, pies descalzos, zapatos colgando de las manos, e incluso algunos besos descuidados. Dentro de su suite, Bryce se tomó mucho tiempo limpiándose. Corría el grifo, paraba y miraba a la nada, olvidaba lo que estaba haciendo. En el momento en que entró en el dormitorio, tres ágiles cuerpos aún vestidos estaban desparramados en la cama tamaño king, profundamente dormidos. Zen estaba dormida en el sofá. Bryce pasó de puntillas a cada uno, se quitó los zapatos y se tendió bajo el edredón de la segunda cama.

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Pero Gabby estaba todavía despierta. Bryce la oyó llenar un vaso de agua, a través de una grieta en la puerta del baño. Cuando Gabby salió, dio un profundo suspiro y se dirigió a la sala principal. Bryce miró al techo, respiró hondo y la siguió hasta las lejanas ventanas. —¿Contemplando? —preguntó Bryce. Gabby se dio la vuelta, con los ojos brillantes, todavía borracha. —Oh, bueno, eres tú —dijo ella, con voz débil y cansada. Agarró el brazo de Bryce—. ¡Ven conmigo! —¿A dónde? Gabby deslizó el panel y salió por la ventana abierta en el aire nocturno. —¡Vamos! —repitió, y con un peligroso giro a la izquierda, desapareció. Bryce atravesó la ventana y subió la raquítica escalera de incendios detrás de la forma descalza de Gabby. De todos los lugares en los que creyó que terminaría esta noche, seguir a una Gabby borracha subiendo por una escalera de incendios no era uno de ellos. Pero algo respecto a ello estaba bien en el resto de una noche terriblemente equivocada. La estupidez de ello, en su mayoría. Podrían caer, pero ¿y qué? Bryce estaba harta de hacer lo correcto todo el tiempo. —¡Mira, Bryce! —la llamó Gabby extasiada. Se estaba propulsando sobre una pared en la parte superior de la escalera. Bryce hizo lo mismo. El techo del Hotel Opryland era una extensión de cemento desnudo, excepto por el centro, donde gruesas vigas de acero levantaban un enorme letrero de neón. Bañadas por la luz roja de la cursiva gigante, Bryce y Gabby contuvieron el aliento. —Todavía estoy totalmente ebria —jadeó Gabby, riendo. Bryce se echó a reír con ella. —Me alegro de que estés escalando el lateral de los edificios, entonces. Se quedaron en silencio por un momento, disfrutando del borrón de luces debajo de ellas. —¿Te estás divirtiendo? —Gabby se volvió a Bryce. —¡Sí! — Bryce intentó sonar tan entusiasta como le fue posible—. Definitivamente. —Estás fingiendo —dijo Gabby, con una mirada de reproche—. Lo noto.

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—No, no lo hago —dijo Bryce en voz baja. —Me estoy divirtiendo más que nunca —dijo Gabby, y luego, de repente, sus labios comenzaron a temblar. Las lágrimas rodaron por sus mejillas en rayas negras llenas de rímel. —¡Gab! —Bryce puso su brazo alrededor de los hombros huesudos de Gabby—. ¿Qué está mal? —Bryce miró alrededor de la azotea vacía. No tenía ni idea de qué hacer. Pocas veces había visto a Gabby perder el control. —Yo estoy... estoy... lo siento —farfulló Gabby—. Es que es muy bueno estar en casa. —Es muy bueno tenerte en casa. —Me sentí como si pudiera dejarme ir —sorbió Gabby—. Fue bueno. En bueno, se derrumbó en los brazos de Bryce, con el pecho agitado por los sollozos. Bryce arrancó su mirada del concreto agrietado. —¿Qué pasa, Gab? —Me siento tan presionada —dijo Gabby entre sollozos—. Con todas estas personas en nuestra ciudad... —Ella tragó una nueva oleada de lágrimas—. Son todos tan perfectos, saben lo que quieren hacer con sus vidas, yo sólo estoy montando un gran espectáculo.... —¿Me estás tomando el pelo? —Bryce casi se echó a reír, pero se contuvo—. ¡Vas a ir a una de las mejores escuelas de derecho del país! —Sí, pero no sé si puedo mantener el ritmo —confesó Gabby, sacudiendo la cabeza. —Pero la primera vez que me dijiste, en el restaurante, no te veías como si no estuvieses segura. Te veías, como, lista para ir. —Estaba tratando de impresionarte. Bryce se burló. —¿Impresionarme? ¿A la chica que no podía caminar? —No lo sé —dijo Gabby con nostalgia—. Quería que pensaras que había hecho tanto mientras estabas dormida. Dios sabe que habrías hecho más. Probablemente, una medalla de oro para este momento, ¿verdad? ¿Tal vez dos? Gabby sonrió a través de sus lágrimas, y Bryce se rió, ablandándose.

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—No necesitas impresionarme. —Espero no arruinarlo —dijo Gabby, enterrando su cabeza en el brazo de Bryce, su cabello oscuro ondeando en la brisa—. La escuela de leyes va a ser tan difícil. —Oh, detente. —Bryce negó con la cabeza—. Tú eres inteligente. Eres fuerte. Puedes hacer cualquier cosa. Y... —Ella tragó saliva—. Y tendrás a Greg. Gabby dejó escapar un suspiro triste. —Honestamente, no sé si le gustará D.C., hemos estado peleando por ello, sobre Greg consiguiendo un trabajo. Pero... lo necesito conmigo. —Gabby se inclinó junto a Bryce, poniendo su cabeza cariñosamente en el hombro—. He perdido a tanta gente que amo. No quiero ir sola. Bryce pensó con una punzada de dolor en las fotos que había visto del padre de Gabby, su hermoso rostro, con barba, sus amables ojos oscuros. En cierto modo, Gabby también perdió a su madre ese mismo año. Ella nunca fue la misma después de que su marido murió. Y luego había sido la misma Bryce. —No todos ellos regresan como tú lo hiciste —agregó ella juguetonamente. Bryce se zafó de los brazos de Gabby. No todos ellos regresan. No podía discutir con eso. Sus pensamientos estaban demasiado enredados, su mente demasiado cansada, sus ojos demasiado llenos de luces de la ciudad, su decepción demasiado grande. Así que Bryce suspiró, sacudiendo la cabeza al mundo que no parecía tan cruel y confuso como se sentía, y siguió a su mejor amiga escalera abajo.

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Capítulo 20 Traducido por MaryLuna Corregido por Nanis

B

ryce se quedó en la puerta de su casa. La furgoneta tocó la bocina mientras se alejaba. La fiesta había terminado.

Arrojó las llaves de su casa en la mesa junto a la puerta, y vio una nota con la sinuosa letra de su madre:

Bry... salimos a donde la tía Martha hasta el domingo. Llámanos o a Carter si necesitas algo... él dijo que estaría por ahí. Con amor. Mamá. Bryce se sentó en la mesa de la cocina, con el bolso a sus pies. Sus manos se apretaron en puños mientras miraba a la mesa. Ella misma se había buscado todo esto. Besando a Greg, revolcándose en el pasado, permitiéndose la esperanza de un futuro diferente... todo había sido su culpa. Se sentía impotente, pero peor. Como si estuviera hundiéndose hasta el fondo de una piscina con pesas alrededor de sus tobillos, y ella misma se hubiese atado el peso. Miró el reloj. Había pasado una hora simplemente sentada. Cada parte de ella estaba tensa. Necesitaba no sentir tanto, hacer todo menos agudo y real. Necesitaba estar entumecida. Bryce entró en la habitación de Sydney. Como de costumbre, olía a su loción de vainilla, humo de cigarrillo, y un dulce olor herbal que Bryce no reconoció. Buscó en los cajones, tirando ropa sobre más ropa, apartando lápices de arte, tijeras, decolorante

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de cabello, CD’s rayados. Y entonces lo encontró. Alcohol. La esencia emanando de la botella azul medio vacía era inconfundible. VODKA TRIPLE DESTILADO, decía la etiqueta. No era tequila, pero tendría que servir. Bryce agarró una jarra de jugo de naranja de la nevera y se abrió paso escaleras abajo, hacia fuera a la entrada del sótano. Su entrada. —Esto es perfectamente legal —le dijo a nadie, pisando fuerte por el campo lleno de hierba seca. Una vez en el granero, que parecía aún más andrajoso y polvoriento a la luz del día, Bryce giró la tapa de la botella azul y bebió un trago. Su garganta estaba ardiendo, disparando llamas hacia abajo por su pecho a su estómago. Cuando la amargura en su lengua se puso tan mal que comenzó a tener nauseas, recordó el jugo de naranja. Se encaramó en una solitaria viga. Solía sentarse en este mismo lugar, haciéndole compañía a su papá mientras él trabajaba en su avión. Tomó otro trago. —Por volar —dijo, y se rió para sus adentros. Cuando se sentía así de herida a los diecisiete años, sólo hacía clavado tras clavado hasta que estaba tan cansada que no podía pensar. Pero ya no podía hacer eso. Tomó otro trago—. Por Sydney —y algo parecido a la melaza caliente estaba viajando a través de sus venas. Sydney probablemente estaba afuera bebiendo ahora mismo. Sin embargo, Bryce dudaba que su hermana brindara por ella alguna vez. Bebió por la última noche que pasó aquí con Greg, por la sensación de temblor que venía cuando estaba con él, como si fuese a explotar de felicidad y miedo. Bebió por Gabby, quien sería mejor que tuviera el mejor matrimonio de todas las parejas casadas, en la vida. Los tragos estaban funcionando. Trepó por el desván del granero y le complació ver que la cuerda que había atado a las vigas del techo seguía allí. La aflojó, alterando un nido de golondrinas. Posicionando su pie en el nudo que ató cuando tenía nueve años, tensó las piernas y los brazos, lista para sostenerse. Y entonces se estaba balanceando, volando con los pájaros a través de las nubes de polvo de cinco años, en silencio excepto por el aleteo de las alas, las fibras de la cuerda tirando contra las vigas. Inventó un juego en el que equilibraba la botella azul en un trozo de madera parecido a una repisa que sobresalía de los muros del granero. Se balanceaba violentamente en la cuerda, guiándose a sí misma para que pudiera agarrar la botella de la repisa para un trago, y luego la colocaba de nuevo en su viaje de regreso.

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Pero se aburrió cuando llegó a ser demasiado buena en ese juego. Era muy buena en los juegos. Regresó a la casa, la botella casi vacía. Se detuvo en la piscina. Las pequeñas olas parecían atraer los colores del cielo más de lo usual. Y entonces, sin pensarlo, cruzó las manos delante de ella, y se zambulló. El agua era fría y familiar. El peso de su ropa la hundía. Podría haber estado nadando a través de pudín. Pero consiguió un par de vueltas. Sin ataques de nervios. Sin extrañas escenas retrospectivas. El agua no se transformó ni se derritió en algo distinto de lo que era. Todo era holgado y sencillo. Holgado y sencillo, pensó Bryce. Se volteó para flotar sobre su espalda. La flotación de un hombre muerto. Se preguntó si estaba yendo a la deriva, o si las nubes estaban yendo a la deriva, o ambas cosas.

* * *

145 El tiempo había pasado. Estaba siendo arrastrada fuera del agua. Su espalda rozó el borde de la piscina. Luchó para ponerse sobre sus manos y rodillas en el patio. Una voz por encima de ella preguntó tensamente: —¿Qué demonios estás haciendo, Bryce? Sydney. Con dificultad, Bryce se puso de pie para enfrentar a su hermana. Entonces se giró abruptamente para ir a través de las puertas abiertas, chorreando agua en el azulejo del sótano, y vomitó en sus manos. Alarmada, Sydney la siguió rápidamente, mirándola vomitar. Se agachó fuera de la piscina, y regreso con la botella azul. —Oh, Dios mío, Bryce. ¿Estás borracha? Bryce se congeló, asqueada, conteniendo la siguiente ronda de vómito. Se estaba poniendo sobria rápidamente. —Ve a tomar una ducha —dijo Sydney, ya sea tratando de contener la risa o su propio vómito. Bryce no lo sabía—. Me encargaré de esto.

—No, no lo hagas —dijo Bryce, secándose las manos en sus pantalones cortos, tratando de evitar que el suelo girara. —Yo me encargaré —repitió Sydney. Bryce tenía pocas opciones. Su ropa se sentía casi demasiado pesada para moverse. Había vómito en su cabello. Permaneció en la ducha hasta que su cabello estuvo limpio. Luego se sentó, con su trasero desnudo y sus muslos en la bañera de porcelana blanca, con las piernas entrecruzadas, dejando que los chorros calientes golpearan la parte trasera de su cabeza, su cuello, enviando una sensación de intensa calma a través de su columna vertebral y todo el resto de ella. Todos los errores lavados, al menos por el momento. Cuando salió de su habitación, vestida con una camiseta nueva y pantalones cortos de baloncesto, ya era de noche. Sydney se había ido. Al menos eso parecía. Por lo general para este momento se habría ido. Bryce estaba agobiada por la ausencia de su hermana. Por el vacío de la casa. ¿Qué iba a hacer aquí completamente sola? Lo que normalmente hacía, supuso. Pero, ¿qué era eso? Por alguna razón, no podía recordarlo. —¿Bryce? —Oyó la voz de Sydney sobre ella—. ¡Estoy arriba! La ansiedad de Bryce se desvaneció. Encontró a Sydney tumbada en el sofá delante de la televisión, usando bóxeres de hombre y una camiseta sin mangas. —¿No vas a salir? —preguntó Bryce. —No esta noche —respondió Sydney, con los ojos fijos en la pantalla. El primer instinto de Bryce fue preguntar si podía sentarse. En su propio sofá. Junto a su propia hermana. —No pasa nada —dijo Sydney. Bryce se sentó. —Está bien. —Entonces —dijo Sydney, distraídamente aterrizando en un canal. Un banco de medusas apareció en la pantalla, parte de algún video de naturaleza—. ¿Qué fue todo eso? Bryce suspiró. Los problemas que había lavado se estaban arrastrando de vuelta.

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—Lo eché a perder. —¿Quieres decir que tú te echaste a perder? —Sydney se volvió hacia ella con una sabia sonrisa—. Porque eso es lo que parecía. —Ambas. —Bryce volvió la mirada hacia las medusas. Brillaban antinaturalmente en la pantalla, su translúcida piel blanca dominando su visión. —Dime por qué —dijo Sydney. Bryce no quería responder a eso. —Lo siento por beberme tu vodka —dijo en cambio. —Está bien; sólo dime por qué te lo bebiste. Una medusa se había separado del resto. Sus tentáculos se adentraban para sofocar una estrella de mar. Bryce quedó inmersa en la búsqueda de destellos de patas anaranjadas de la estrella de mar entre el neón rosa blanco de las de la medusa. Tuvo que luchar contra el impulso de seguirlo a través del agua oscura, recordándose a sí misma que sólo estaba en la pantalla. Se volvió hacia Sydney. Bryce podía decirle a su hermana, decidió. Tenía que conseguir sacarlo todo de alguna manera. —¿Prometes que no lo dirás? Sydney hizo un ruido de "¿Me estás tomando el pelo?". —Está bien —dijo Bryce. Tomó una respiración profunda—. He estado viendo a... Greg. A espaldas de Gabby. —Bryce cerró los ojos. No quería ver la reacción de Sydney. —Vaya —oyó decir a Sydney—. Huh. No pensé que lo tenías en ti. Bryce abrió los ojos. Sydney no estaba sorprendida ni disgustada. Sydney estaba frente a ella, con la cabeza apoyada en su mano, mirando firmemente a su hermana. No estaba usando delineador. Se veía más joven. Más suave. Más como la antigua Sydney. Ella se sentó. —Sí... —dijo Bryce—. Yo tampoco. —Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto? —preguntó su hermana.

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Bryce apretó los dientes, las imágenes de la noche anterior corriendo a través de su cabeza. Recordó la mirada angustiada en el rostro de Greg mientras se alejaba de él. —Ya le puse fin a eso. Sydney se encogió de hombros. —Entonces, genial. ¿Por qué estás tan contrariada? ¿Todavía lo amas? Presionó sus palmas en sus ojos. —Lo hago. Y él me ama. Quería que nos escapáramos juntos, pero dije que no. Sydney se quedó callada. —Una parte de mí piensa que dado que ya lo eché a perder, debería simplemente hacerlo. Sólo recuperarlo de Gabby y salirme con la mía, y que todos los demás se vayan al diablo. —¿De verdad crees que podrías hacer eso? —dijo Sydney con una media sonrisa. —No sé. —Bryce se encogió de hombros, aunque sabía que la respuesta era no—. ¿Cómo lo haces? —¿Hacer qué? —Hacer lo que quieras, ¿y que no te importe lo que nadie más quiera o piense? —Muchas gracias, Bryce. —La voz de Sydney era repentinamente fría. —Bien. —Bryce se deslizó para que ver completamente el rostro de su hermana—. ¿Cuál es tu problema, de todos modos? ¿Cuál es el problema contigo? Por primera vez desde que había visto a Bryce despierta, Sydney parecía herida. —¿Qué quieres decir, con mi problema? Bryce se suavizó. —No sé. —Ella tomó aliento—. Syd, ¿qué ocurrió entre entonces y ahora? La boca de Sydney se tensó. —En primer lugar, no soy tan mala como piensas. Me juzgas, te irritas cada vez que me ves sólo porque me veo diferente a ti, o porque salgo, o lo que sea. Pero ni siquiera me das una oportunidad. Necesitas relajarte.

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Bryce negó con la cabeza. —Necesitas recordar que tienes una familia. —Tú necesitas entender que estabas literalmente muerta para el mundo, y todo el mundo pensaba que ibas a estar muerta para siempre. Bryce abrió la boca para responder, pero algo en la voz de Sydney la hizo detenerse. Lo mordaz se fue con ello. Sydney continuó. —Yo era tan joven, y simplemente... no sabía cómo lidiar con ello. Te habías ido, y mamá y papá... Mientras Bryce comenzó a entender, sintió un dolor agudo en el pecho, como un cuchillo clavado en ella. Pensó en la visión que había visto, una Sydney de doce años llorando en silencio en un rincón, sin nadie que le sostuviera o limpiara sus lágrimas. —Ellos tampoco sabían cómo lidiar con ello. —Los ojos de Bryce se llenaron de lágrimas. Quería consolar a Sydney ahora, como solía hacerlo, decirle que todo iba a estar bien. Pero sabía que Sydney no necesitaba eso. Había madurado por su cuenta. Sydney se limitó a asentir. —Es como si, cuando algo tan malo puede suceder, cualquier cosa puede pasar, ¿sabes? —Su voz comenzó a temblar—. Y si nunca estás segura de si las cosas van a estar bien, ¿cuál es el punto de que algo sea bueno? ¿Qué es “bien”, de todos modos? Porque estoy segura como el infierno que no lo sé. Bryce soltó: —Pero tú estás mejor de lo que pensé. Y eso es bueno. —Miró a Sydney y le tocó brevemente la rodilla doblada—. Eres realmente inteligente. —Cállate —dijo Sydney, restándole importancia. —Lo eres —disparó Bryce de nuevo—. Más inteligente que yo. —¡No! —dijo Sydney, alzando la voz. Entonces ella le devolvió la sonrisa serenamente—. Lo sé. Bryce se rió, limpiándose los ojos con sus mangas. —Es agradable verte... —De esta forma, quería decir Bryce—. Es bueno verte en casa.

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—Sí. —Sydney puso los ojos en blanco—. Estoy más o menos agotada. Bryce estaba en silencio. ¿Agotada haciendo qué? No estaba segura de si quería saberlo. Sydney habló. —Escucha, no sé lo que realmente pasó, pero creo que estás mejor sin Greg. Ninguno de nosotros somos los mismos que éramos antes de tu accidente, ni siquiera tú. Si él está atascado contigo, entonces está atascado en tu yo pasado. ¿Sabes lo que quiero decir? Sydney agarró el control remoto para activar el sonido del televisor. Bryce pensó en lo que había dicho. ¿Era realmente tan diferente de la Bryce de hacía cinco años? Supuso que era difícil realmente verte a ti mismo, de la misma manera que los clavadistas nunca podían ver su propia salpicadura. Entonces, ¿quién era ella ahora? A medida que se acercó más a su hermana en el sofá, Bryce decidió que era el momento de averiguarlo.

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Capítulo 21 Traducido por Maru Belikov Corregido por Laurence15

U

n trueno golpeó en las afueras de las altas ventanas de la biblioteca, seguidas por el tap-tap de las gotas de lluvia golpeando el cristal. Bryce vagaba a través del pasillo médico, hojeando libros llenos de anatomía del cerebro. ¿De dónde venían los sueños? ¿Eran reales todas sus visiones? Antes de la fiesta de despedida de soltera, se había visto a sí misma hacer un clavado. No sabía si era un recuerdo o una premonición, pero ahora necesitaba saber si podía realmente hacer un clavado otra vez. ¿Tenía la habilidad de mejorar más? Nunca sería una atleta Olímpica otra vez —su cuerpo ya había perdido el punto en el cual podría haber alcanzado su máximo—, pero no quería ser distraída por viejas metas. Ella quería hacer nuevas. Y tampoco era sólo sobre su cuerpo. Quería empezar todo de nuevo. No era como antes, cuando quería todo de regreso. Bryce sólo lo quería todo. Y punto. Bryce recordaba el primer día que se dio cuenta que las visiones que tenía eran reales. El extraño poder que sintió mientras llegaba a esa conclusión. El zumbido que atravesó su cuerpo mientras conectaba al Carter de sus sueños con el que se encontraba frente a ella. Carter. No lo había visto desde antes de la fiesta de despedida de soltera. Sólo habían sido unos días, pero parecían una eternidad. Miró a su teléfono. Nada. Él siempre había estado alrededor. A veces ella lo quería ahí, a veces no. Pero hoy lo quería. Y tendría que hacer algo al respecto. Marcó su número, conteniendo el aliento después de cada timbre. —Te has comunicado con Carter Lynch. No estoy disponible en este momento, pero por favor deja un mensaje y me comunicaré de regreso.

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—Carter, es Bryce. Se encontró sonriendo ante el sonido de su voz. El bibliotecario le lanzó una mirada severa. Más silenciosamente dijo: —Estoy en la biblioteca de Vanderbilt. ¿Quieres venir aquí? Me imaginé que quizás estás en algún lugar del campus. Quiero decir, no sólo necesito que me lleves. Quiero verte. —Bryce se detuvo—. Quería agradecerte por el regalo, por cierto. Mi teléfono está muriendo, así que sólo ven si puedes. Adiós. Ella se sentó en una de las enormes mesas de roble y vio a las luces cambiar a través de los vitrales de la ventana. Observó a los estudiantes caminar alrededor con sus libros y bolsos de mensajero. Tal vez podría haber sido uno de ellos en otra vida. Quizás algún día todavía podía serlo. Tendría que hacer algo consigo misma pronto. Nunca le gustó la escuela, pero le gustaba leer. Quizás podría convertirse en profesora de inglés, como el Sr. Schefly, que había tenido en su primer año de secundaria. Cuando ella tenía que faltar a clases por los torneos, él le dijo que no tenía que hacer las asignaciones regulares. Le dijo que en su lugar podía escribir sobre clavados. Pero usualmente ella escogía hacer el trabajo asignado. No era que no quisiera escribir, era que quería mantener los clavados para sí misma. Temía que si escribía sobre ellos, estaría revelando algo. Miró el reloj. Su teléfono había muerto. Vagó a través de los estantes, buscándolo. Habían pasado tres horas, y él no había venido. Salió a las afueras, caminando alrededor del edificio, saltando al ver a cada chico alto con cabello oscuro. Había muchos de ellos, pero no el que ella estaba buscando. Bryce se acercó a un teléfono público, pensando que llamaría a casa. Mientras metía las monedas y levantaba el receptor, escuchó: —Hola. Él estaba detrás de ella. Colgó el receptor, y sintió golondrinas volando en su estómago. Caminó hacia ella, sus manos enganchadas a las tiras de su mochila. —Hola.

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—Hola. —Ella se quitó la capucha, sintiendo a su cabello hacer espirales por el aire húmedo. —De verdad deberías poner a cargar tu teléfono —dijo él. —Supongo. —Ellos permanecieron en silencio por un minuto, mirándose el uno al otro—. ¿Pero no es más divertido de esta manera? —Supongo. —Carter la imitó. Bryce se rió. Y cuando la risa acabó, se rió otra vez. Juntos, caminaron hacia su auto, mucho más cerca de lo que tenían que estar.

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Capítulo 22 Traducido por Yanli Corregido por Laurence15

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ryce yacía en el auto de Carter con orquídeas en su regazo, orquídeas a su derecha y orquídeas en la parte posterior. Así es la vida de alguien que conoce a mucha gente en el Centro Médico Vanderbilt.

Los últimos días, Carter parecía estar dejándola ir siempre al hospital. Por supuesto, siempre lo había hecho, pero Bryce nunca había pensado a donde iba él cuando no estaba con ella. Eso la hizo pensar en todas las personas que conocía allí, la gente con la que no había hablado desde que se fue. Un ramo era para el pequeño Sam (pero mayormente para Vandalia, su enfermera, quien mencionaba a menudo en voz alta cuánto amaba las flores), uno era para su enfermera, Jane, a quien no había visto desde el estallido de la tomografía axial computariazada, y el último, el de atrás, era una disculpa para la Dra. Warren. Bryce estaba intentando algo nuevo. No sólo pensando en cosas buenas, sino haciéndolas. Muchas personas la habían ayudado y si ella no podía ser una buena chica que hacía lo que le decían, lo menos que podía hacer era darles las gracias por todo lo que habían hecho. Ahora sólo era cuestión de convencerse a sí misma de que volver a poner un pie en el hospital valía la pena. —¿Estás lista? —Carter empujó un par de flores lejos de su mejilla. —No. —Ella suspiró, pero soltó su cinturón de seguridad y abrió la chirriante puerta. Parecieron deslizarse por los pasillos del ala de Neurología, al menos en comparación con la forma en que ella solía moverse a través de ellos. Jane estaba demasiado ocupada para charlar, pero cuando Bryce le entregó las flores, le dio uno de esos abrazos suaves pero fuertes que a Bryce le encantaban.

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Sam lucía tan pacífico como un ángel pintado, por lo que Bryce dejó a Carter leyéndole un par de capítulos de “Las Aventuras de Huckleberry Finny” y se dirigió hacia la oficina de la Dra. Warren. La Dra. Warren estaba fuera, pero la puerta estaba abierta. Apenas había espacio para poner las orquídeas. Su escritorio estaba cubierto con todo tipo de páginas y páginas, lapiceros y resaltadores diseminados a través de éste. GRAHAM, BRYCE estaba en la parte superior de cada hoja. Su corazón latió más rápido. Ella echó a un lado una pila gruesa y colocó las flores. ¿Qué, acaso soy su única paciente? De ninguna manera. La Dra. Warren era la jefa del departamento. Bryce tenía curiosidad. Recogió uno de los papeles, una imagen de un cerebro. Mi cerebro. Había círculos rojos alrededor de ciertos puntos. Bryce podía imaginar a la Dra. Warren leyendo atentamente sobre su escritorio, garabateando notas en la imagen escaneada, su rostro normalmente estoico retorcido con preocupación. Ella retrocedió a una esquina de la vacía oficina iluminada con luz natural. Algo debía estar mal. Pero algo siempre estaba mal. Su estúpido cerebro. Surgían cosas que de él que constantemente la desconcertaban. Extrañas visiones. Vistas imposibles. Locos pensamientos que la hacían hacer cosas insensatas. Tragó con la boca seca y se dirigió al brillante pasillo para encontrar a Carter. Podía oír su voz viniendo a través de la puerta de la habitación de Sam. Estaba hablando en un ritmo constante. —“...ella continuó y me dijo todo sobre el lugar bueno. Dijo que todo lo que un cuerpo tendría que hacer era ir por los alrededores todo el día con un arpa y cantar, por siempre jamás. Así que no pensé mucho en eso. Pero nunca lo dije. Le pregunté si ella consideraba que Tom Sawyer iría allí, y dijo que no por una gran vista. Me alegré por eso, porque quería que él y yo estuviéramos juntos”. Bryce entró. Él levantó la vista. —Hola —susurró. Carter sonrió, y eso le quitó la sensación de contracción que sentía en el estómago. —No tienes que susurrar —dijo él. —Lo siento.

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—No lo sientas. Sólo deberías hablarle como si estuviera despierto. Quiero decir... — Se detuvo, consiguiendo una mirada divertida en su rostro—. Yo nunca te susurré. Y mira dónde estás ahora. Entendió. Lo recordaba. Se sentó en una de las sillas estampadas del hospital junto a Sam. —Hola, Sam. ¿Te está gustando Huck Finn? Tendría trece en este momento si se despertaba, pero se veía joven, como una versión de niño de Carter. Apuesto. La adolescencia habría sido amable con él. Su rostro estaba iluminado, despreocupado. —Me encantó cuando lo leí para la clase de inglés. Se suponía que están todas esas metáforas, sobre política y esas cosas. Pero me gustó sólo por lo que era. —Eso es extraño —murmuró Carter—. Su ritmo cardíaco está subiendo. Bryce podía oírlo, también. Los pitidos pasaron de lentos y tranquilos a un salto rápido. Bryce observó más de cerca a Sam. Sus párpados se movían. El latido de su corazón comenzó a coincidir con el suyo. El calor se disparó de su columna en ardientes corrientes heladas de dolor, pero se aferró a su silla. No podía sentir sus manos ni pies, pero no se caería; sabía que estaba viendo algo más. La ribera de un río. Agua corriendo, dos chicos vestidos con overoles hechos a mano corriendo ajetreados a través de los árboles en el aire húmedo del verano. Era vagamente familiar, pero inmediatamente Bryce supo que este sueño no era suyo. ¿Por qué estaba ella allí? Los chicos se gritaban uno al otro arrastrando las palabras como el goteo de la miel, el sonido se entrecortaba como una radio de onda corta, algo acerca de huir de los bandidos, fugándose por el río. Sonrió ante el juego. Ella solía jugar así. Entonces se dio cuenta, estos no eran sus sueños… eran los sueños de Sam. Sus sueños de travesuras de Huck Finn. Los chicos trastabillaron hasta detenerse y cayeron por el banco. Sus rostros se volvieron hacia Bryce, mejillas sonrojadas, radiantes y sin aliento… los rostros pertenecían a Sam y Carter. La habitación volvió. La cabeza y el corazón de Bryce estaban pulsando del dolor. Su frente estaba perlada con sudor. Sintió el flujo de sangre en sus extremidades, reviviéndolas.

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Carter estaba mirando a su durmiente hermano sin ver nada más, con el libro abierto en sus manos. Lo que fuera que le pasara a Sam, Carter estaba haciéndolo mejor. Estaba llevando a Sam por aventuras. Las lágrimas pincharon sus ojos. Cuando estuvieron fuera del hospital, apenas se habían cerrado las puertas automáticas, y Bryce envolvió sus brazos alrededor de Carter. Y entonces levantó la barbilla y lo besó, con fuerza.

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Capítulo 23 Traducción SOS por Little Rose Corregido por Laurence15

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ryce se levantó a la mañana siguiente, y el cuarto estaba lleno de luz solar. Su ropa de la noche anterior estaba arrugada, a medio quitar de su cuerpo, entre las sábanas. Ya había pasado la mañana, probablemente fuera alrededor del mediodía. La camisa manga larga de Carter de la Universidad de Vanderbilt la rodeaba como una sábana. Se llevó una manga a la nariz. Olía a su Old Spice, y a los más exquisitos aromas del exterior: sudor, césped, tierra. Cada día de los exactamente catorce desde que lo había besado, Carter se había encontrado con ella en la acera frente a la gran casa azul de los Graham y la había llevado a almorzar. Bryce sabía que eran catorce días, porque cada día habían ido a un lugar diferente en Nashville. Mexicana, comida rápida, vietnamita, e incluso un hermoso y pequeño lugar que se especializaba en diferentes tipos de fideos. El tercer día seguido que la invitó a almorzar, Bryce había preguntado si iban a hacer esto todos los días. —Ahora estamos saliendo, ¿verdad? —preguntó Carter, limpiándose la salsa picante de la boca. —Claro —dijo Bryce rápidamente, sonrojándose. —Esto es lo que hace la gente que sale. Van a citas. —Sacó su lapicero detrás de su oreja y comenzó a calcular la propina. —Además, ya he venido a todos estos lugares solo, y quiero mostrarles a los empleados que tengo una novia. ¿Oyes eso, Tony? —Carter giró la cabeza para gritar a la cocina—. ¡Tengo una novia! Oyeron a Tony responder: —¿Cuánto le pagaste?

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Novia. Bryce tembló de placer ante esa palabra. Había pasado un tiempo desde que se sintiera como una novia. Y porque no había mirado en atrás ni una vez, ni siquiera había dicho el nombre de Greg desde la charla con Sidney, la palabras novia ahora tenía un significado totalmente nuevo. No era sólo una chica que andaba en el auto de Carter. No eran “Carter y Bryce”. Cuando se encontraban con conocidos de Carter en Nashville, él no la presentaba como Bryce Graham, la clavadista, o Bryce Graham, el milagro médico del Hospital de Vanderbilt, ni siquiera Bryce, su novia. Salvo el día que le gritó a Tony, Carter normalmente le dejaba esa parte a ella. Ella le daba una sacudida de manos firme a cada uno de sus amigos. —Soy Bryce —decía. Y eso era todo. Bryce, una chica de veintidós años que disfrutaba tumbarse al sol en lugares donde el sonido de los autos desaparecía, que conocía todas las líneas de John Wayne en The Searchers, y que podía jugar un juego genial con prácticamente cualquier cosa. Cuando se encontraban con conocidos de Bryce, ella le mostraba a Carter el mismo respeto. No su novio, ni su médico, su nada. Carter era un dedicado estudiante, hermano, probador de comida, y un ávido organizador de prácticamente cualquier cosa. A Bryce y a Carter les gustaba acompañarse el uno al otro a almorzar, y a cenar si él tenía tiempo entre sus clases de verano, o iban al patio trasero de Bryce con un helado rápidamente derretido, como habían hecho la noche anterior. El teléfono de Bryce zumbó dos veces en la mesita de noche. Un mensaje era de Gabby, dejándole saber que ella, Mary y Zen necesitaban ayuda con los zapatos para combinar con sus vestidos de dama de honor. Bryce respondió, diciendo que la llamaría más tarde. Bryce pasó al segundo mensaje. Era de Carter. Levántate tenemos asuntos. Ella sonrió y comenzó a teclear. Ya voy, ya voy. Puso. Ayer habían conducido fuera de la ciudad, más allá de su casa, más allá de las calles con nombres, hasta las polvorientas carreteras con vallas que rodeaban la tierra de nadie. Recorrieron entre la maleza, y él la ayudo a trepar en ramas que antes podría haber trepado, levantándola. Ella le leyó sus libros de texto en voz alta mientras él daba vueltas, saltando en rocas y vestigios de paredes. Ella apenas podía pronunciar algunas de las enfermedades o partes del cuerpo de los libros, pero al menos podían fingir que él estaba estudiando.

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Bryce pasó una hora así, diciéndole palabras de muchas sílabas y escuchándolo definirlas, encontrando su mirada cuando la levantaba del libro y sintiéndose sonrojar. —¿Esto no es aburrido para ti? —preguntó Carter. —No —dijo ella, porque por alguna razón no lo era. Le gustaba verlo pensar. Él estaba de pie en una pila de rocas, con la mano ausentemente en sus labios mientras conjugaba las palabras adecuadas, sus largos y flexibles músculos yendo de un ángulo al otro de forma completamente natural, no como Greg, que se esculpía en el gimnasio con un propósito. Carter parecía pertenecer a ese lugar, como si perteneciera a cualquier lugar. Ella hacía todo alrededor de él sin preocuparse, sin tener que pensar en a quién lastimaba, sin recordar cada detalle de cuando tenía diecisiete años. Su teléfono volvió a vibrar. Bryce rodó como un tronco hasta la mesita de noche. Ok. ¿Tienes cosas para hacer panqueques? —¡Mamá! —gritó Bryce al piso de arriba. —¿Qué? —gritó ella en respuesta. —¿Tenemos los ingredientes para panqueques? Después de un momento, su madre gritó: —Claro. —Y luego—: ¿Por qué? —Carter puede venir, ¿verdad? Cuando Bryce finalmente llegó escaleras arriba —después de estar mucho tiempo sentada sin pantalones, escuchando Los Beatles— encontró a Carter explicándole a su madre la ciencia de los panqueques que eran esponjosos por dentro y crujientes por fuera. El sol entraba por los paneles de las ventanas, dejando destellos de luz en las encimeras de mármol oscuro. La mamá de Bryce le sonrió. Bryce devolvió el gesto. Carter dejó de hablar cuando la vio. Ella aún llevaba su camisa, y se las había arreglado para ponerse pantalones. —Eh —dijo, mirándola—. Lo lamento, perdí mi hilo de pensamiento.

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—Estabas hablando de cómo hacer panqueques —dijo Bryce, con la mirada fija en la de él. —Sí. —Sacudió la cabeza, volviéndose a su madre—. Entonces… Vio que él aún tenía tinta en los dedos de tomar notas con su lapicero. Él siguió su mirada y sonrió, bajando sus ojos azul grisáceos. Él había estado en esa cocina antes, pero no así. No después de que ella hubiese tenido sus labios en los suyos. —Entonces, ¿estás lista para comenzar? —dijo, frotando sus manos. Le sonrió a Carter. —Espera. —Bryce puso una mano en el brazo de su mamá—. ¿Papá está aquí? A él le encantan los panqueques. —Tienes razón —dijo la mamá de Bryce—. Usualmente sale a caminar a esta hora, pero… —¡Ve si puedes alcanzarlo! —dijo Bryce apresuradamente. Su madre salió disparada de la habitación. Cuando desapareció, Bryce se alzó para sentarse en la encimera, a centímetros de Carter. —Hola —dijo Bryce. Estaban al mismo nivel. —Hola —dijo él. Levantó la mano para acomodarle un mechón de cabello. —No sabía que sabías tanto de comida —dijo ella. Oyeron los pasos de los padres de Bryce volviendo. —…y estaba pensando —decía la madre de Bryce al entrar—. Ha pasado un tiempo desde que los hice. —Bueno, gracias Beth. —El padre de Bryce miró a su madre, con el rostro iluminado. La madre de Bryce le devolvió la mirada. Bryce vio su lápiz labial rosa claro arquearse en las esquinas. —Pues es un placer. Él se sentó y abrió el New York Times frente a él mientras la madre de Bryce calentaba la sartén. Ella sacó unos lindos delantales para ella y Bryce. A Bryce le agradó ver que

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el suyo no era el que tenía el osito peludo en el frente. No había visto estos delantales desde que despertó. —¿Quieres un delantal? —bromeó su madre con Carter. Carter miró al papá de Bryce y dijo en tono grave: —No, gracias. Bryce y su madre rieron. Carter se movía por la moderna cocina con el mismo ceño fruncido con el que le tomaba la presión sanguínea a Bryce. Batió la crema de panqueques con movimientos precisos. Se limpió la frente con uno de sus prístinos trapos blancos. Las cosas están mejor, Bryce no pudo evitar pensar mientras veía la crema caer en perfectos círculos. Su mamá había comenzado a dar largas caminatas matutinas con las señoras del vecindario antes de meterse en su trabajo. Su papá volvía a casa de Vanderbilt directo al granero, de donde no salía hasta el anochecer, volviendo a casa con su caja de herramientas y sin molestarse en encender el televisor. Sydney entró en un momento con ropa interior y una camiseta gigante que decía OBEDECE. Se detuvo cerca del horno y miró descaradamente a Carter. —¿Por qué está el chico del hospital en nuestra cocina? —Sydney miró a Bryce y luego dijo—: Oh. —¿Qué? —preguntó Bryce. ¿Se estaba ruborizando? —¿Quieres cortar algo de fruta? —preguntó Carter, y le pasó a Sydney un tazón lleno de duraznos. Bryce estaba a punto de inventar una excusa para Sydney, quien normalmente sólo bajaba por un vaso de agua, pero ella sólo tomó el tazón y lo puso bajo el agua. —Claro —dijo. El papá de Bryce dobló el diario para ver a su hija menor. Su madre levantó la mirada del tocino sorprendida. —Me gusta manejar cuchillos —dijo Sydney a nadie en particular, y se volteó para cortar duraznos con una tranquila furia. Veinte minutos después, Carter estaba allí, sirviendo, mientras los Graham se llenaban el plato.

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—Saben como si les faltara una pizca de sal, pero no puedo creerlo. Lo medí perfectamente. El papá de Bryce bufó mientras se sentaba en una silla de espaldar alto. —Entonces ponles sal, ¿cuál es el problema? —La receta no dice necesitar más sal —dijo Carter, mientras se sentaba junto a Bryce. El papá de Bryce se estiró para buscar la sal en cámara lenta. Carter apretó los labios. Su papá intentó contener la risa mientras lentamente llevaba la sal hacia el plato de Carter, alzando las cejas como esperando una explosión. Carter inspiró hondo. La sal cayó. El resto de la mesa estalló en carcajadas, incluso Carter. Bryce tomó su panqueque entero, sin molestarse en cortarlo en pedazos como su madre siempre le indicaba. Justo como recordaba, su papá enrolló el panqueque y lo metió en el sirope de maple. —¿Saben qué? —dijo Bryce, de repente recordando—. No había comido panqueques desde que me desperté. —Quizás eso sea porque ustedes chicas no se levantan antes del mediodía —dijo la mamá de Bryce, cortando sus panqueques en cuadraditos. —Es posible hacer panqueques después del mediodía, mamá —dijo Sydney. Ella miró a Bryce—. La recaudación de fondos el año pasado en Hilwood fue una comilona de panqueques. Unos egresados los hicieron. Aunque eran medio asquerosos. Y también había un castillo inflable, lo que era una mala, mala combinación… Bryce rió. El resto de la mesa la miró. —Pensaba en lo absurdo que es que realmente dormí durante todo mi último año en la secundaria. —Sydney parecía lamentar haberlo dicho—. No, Syd, en serio, es gracioso. ¿Y si estaba demasiado cansada para ir a la escuela y me quedé dormida? Eso es básicamente lo que ocurrió. Carter la miró divertido. —Entonces te quedaste dormida para un montón de cosas. Por algún motivo no parece tan malo si lo ves así. —Agradece haberte dormido durante mi época con frenillos —dijo secamente Sydney—. No fue lindo. El papá de Bryce rió entre dientes.

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—Podrías hacer una lista. Carter apretó la rodilla de Bryce bajo la mesa. Ella lo dio un empujoncito, intentando contener la sonrisa. Pensó en lo que había hecho desde que despertó, la lista mental que había realizado hacía un mes. Sol, ropa, ejercicio. Bryce lo había hecho bien con eso. —Voy a hacerlo —dijo de repente—. Tachar cosas hasta haber hecho todo. —Amo hacer listas y tacharles cosas —admitió Carter. Bryce rió. —Sí, lo sé. Bryce había pasado tanto tiempo ansiando lo que perdió. Nunca había pensado realmente en recuperar algo de eso. ¿Pero por qué no? El papá de Bryce se aclaró la garganta. Carter y Bryce lo miraron y se sentaron más erguidos en las sillas. Tenían las cabezas bastante juntas. Su papá se cruzó de brazos. —Noté que estabas hablando íntimamente con el caballero que te visita en mi mesa de desayuno. Bryce se preparó para un sermón. A veces su papá se ponía todo anticuado. —¿El caballero que te visita? —preguntó incrédulamente Sydney—. ¿En serio? Él miraba severamente a Carter. —¿Puede el primer ítem de la lista ser más panqueques?

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Capítulo 24 Traducido por MaryLuna Corregido por Clau12345

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o primero en la lista de Bryce de las cosas que se había perdido eran las cursis fotos de graduación.

Bryce siempre había amado cuando salía el anuario Hilwood. Ella y Gabby se acostaban en la cama de Gabby y se burlaban de los chicos cuyas fotografías lucían como glamorosas tomas del centro comercial, o de aquellos que se habían tomado fotos con sus manos colocadas cariñosamente sobre sus camionetas pickup. Algunos chicos se tomaban fotos con sus perros. La sonrisa de todo el mundo era forzada, con sus suéteres cuellos de tortuga o sus chalecos elegidos por sus padres. La mejor parte era que se suponía que Bryce y Gabby y Greg habrían hecho todos lo mismo. Las de Bryce habían sido programadas para justo después las pruebas... de modo que pudiera posar con los pulgares hacia arriba mientras vestía una camiseta olímpica. Pero esta vez las fotos serían incluso más cursis, había decidido Bryce. La versión más cursi de las peores fotos de todo el mundo. —¿Estás segura? —Había preguntado Carter mientras revisaban una bonita cámara del departamento de medios de Vanderbilt—. ¿No quieres volver a pensar sobre esto? —Estaría traicionando a mi yo de la secundaria si tomo esto en serio. Confía en mí — respondió Bryce. Fueron al Lago Percy, y Bryce disfrutó sobre las rocas en sus mejores ropas, sosteniendo su cabeza en ángulos extraños mientras Carter le decía que luciera natural. Ellos ya habían hecho la obligatoria “fotografía trigo” de la cual ninguna chica de Tennessee podría prescindir, donde Bryce se paraba frente a los pastos de trigo que le llegaban a la altura de los hombros, vistiendo su chaqueta de cuero, pretendiendo empujar las hojas amarillas a un lado con una mirada mística en su rostro.

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La última era de Bryce rodeada de sus trofeos de clavados. Cada trofeo o medalla que pudieron encontrar, lo usaron. Resultaron ser aproximadamente treinta y cinco. Carter se quejó de que apenas podía ver a Bryce detrás de todos los trofeos, sin embargo, allí estaba ella, poniendo su puño bajo su barbilla con una sonrisa enorme en su rostro. Las fotos habían resultado cursimente excelentes. Bryce incluso le había pedido a Carter que las retocara con Photoshop para que tuvieran un contorno nublado como las glamorosas fotos del centro comercial, con las palabras Bryce Por Siempre grabadas con letras brillantes en la esquina. El segundo punto en la lista era el juego de fútbol americano de bienvenida. A Bryce le encantaban los juegos de fútbol americano. Amaba estar en medio de la multitud. Amaba cómo todos en el estadio se levantaban cuando Hilwood estaba a punto de anotar un touchdown. Le encantaba la terrible interpretación “YMCA” que hacía la banda musical, y cómo nadie le prestaba atención a la banda en primer lugar. —¿Cómo vamos a hacer esto durante el verano? —preguntó Carter mientras permanecían sentados en el puente peatonal sobre la autopista 12, balanceando las piernas—. El fútbol americano no empieza hasta septiembre. Un camión que transportaba madera pasó debajo de ellos. La paleta de helado de Bryce goteó, golpeando el pavimento justo donde había estado el camión. —Espera, ¿qué día es hoy? —Miércoles. —El… —Veintidós. Metió los restos de la paleta de helado en sus dientes y se levantó del puente. —¡Vamos! Bryce y Carter se sentaron en las gradas vacías en la tercera práctica de la temporada de los Raiders de Hilwood, vistiendo camisetas con caricaturas de piratas con el ceño fruncido, sudando bajo el calor de agosto. Aplaudían ruidosamente cada vez que el equipo ejecutaba un ejercicio correctamente. Se ponían de pie cada vez que alguien se acercaba a la zona de anotación, incluyendo al entrenador Farmer, el antiguo profesor de geografía de Bryce. Cuando decidieron que era el “medio tiempo”, bebieron Coca-Cola fría y Carter sacó sus altavoces para el iPod para reproducir todas las canciones de Jock Jams de ESPN.

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Cuando comenzó “¡Hey!” —la canción en la que se suponía que todo el mundo tenía que gritar “¡Hey!” cada tres notas— el asistente del entrenador tuvo que pedirles a Bryce y Carter que se fueran, ya que eran una distracción para el equipo. —¡Adiós, entrenador Farmer! —gritó Bryce mientras salían del estadio—. ¡Tengan una buena práctica, chicos! El tercer punto en la lista era lavar la ropa, pero fue una adición tardía. La madre de Bryce los había atrapado saliendo un día, con la cesta de Bryce en la mano. —Parece que también has olvidado cómo hacer esto. —Había dicho su madre. El cuarto punto era la graduación. La mañana en la que iba a pretender graduarse, Bryce se sentía extrañamente formal. Tuvo que mover algunos hilos en Hilwood, escribiéndole correos electrónicos al Sr. Schefly, pero fueron capaces de entrar en el auditorio el jueves en la mañana. Pasaron por la casa de Gabby de camino, para tomar prestada su toga y su birrete, y Carter había replicado el diploma de Hilwood y lo había impreso con el nombre de Bryce en escritura con florituras. Él se sentó en la audiencia mientras el Sr. Schefly se paraba en el podio con su habitual suéter chaleco y su peinado de lado para encubrir su calvicie. Bryce permaneció detrás del escenario en un corto vestido de verano bajo la toga y sus Converse. “Pompa y Circunstancia” sonaba por los diminutos altavoces que Carter había conectado a su iPod. —Bryce Cornelia Graham —resonó en el auditorio. Bryce cruzó el escenario, le dio al Sr. Schefly un firme apretón de manos y saludó hacia una multitud imaginaria de compañeros y familiares. Le había sugerido a Carter que consiguieran figuras de cartón de todo el mundo en el anuario y los ubicaran en los asientos, pero Carter pensó que podría ser una exageración. —Cornelia, ¿eh? —dijo Carter después que el Sr. Schefly saliera. —Es el segundo nombre de mi mamá también —dijo Bryce, dejándose caer en el asiento al lado de él. —Elizabeth Cornelia —dijo Carter pensativamente, abriendo el diploma que había hecho. Luego lo cerró de golpe—. Mi mamá era... Carrie Ann, creo. Bryce sintió su frente tensarse. —¿Era?

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—Era —dijo Carter con firmeza—. Ella estaba en el auto con mi hermano. Bryce no podía creer que nunca había preguntado eso antes. —Ojalá estuviera todavía aquí —dijo, mirando al suelo—. Sería bueno tener a alguien más que visitara a Sam además de mí. Compartir la carga. —Él miró hacia arriba y sonrió con tristeza hacia Bryce—. Y a ella le habrías gustado. —¿Y tu papá? —preguntó Bryce. —Él piensa que con pagar la factura es suficiente —dijo Carter, sacudiendo la cabeza. Bryce había creído que sabía lo que era la pérdida. Había sentido como su familia se había desviado. Como se habían convertido en extraños, irrevocablemente cambiados. Pero... Carter sabía lo que se sentía perder realmente a su familia. —¿Le has pedido que lo visite? —preguntó tímidamente. Carter dejó escapar una risa amarga, poniendo una pierna sobre la silla frente a él. —Vamos. No debería tener que pedirle a mi propio padre que visite a su hijo. —Todo el mundo necesita una llamada de atención a veces. Carter levantó la vista y le dirigió una sonrisa ganadora. Puso sus manos alrededor de su boca y dio un grito falso. —Damas y caballeros, ¡su clase de graduados! En el momento justo, Bryce lanzo su birrete. Aterrizó un par de filas más allá. Luego se levantó bruscamente, haciendo que su asiento rebotara. —Quiero hacerlo de verdad. —¿Qué, graduarte? —Sí —dijo Bryce, moviéndose a través de las filas para recuperar el birrete de Gabby. —Probablemente podrías hacer tu último año de nuevo, no hay problema —dijo Carter, siguiéndola. —Ugh, no quiero volver. —Bryce ya había tenido suficiente del pasado. Quería seguir adelante—. Quiero graduarme para poder ir a la universidad —aclaró. Era extraño decirlo en voz alta. —Me gusta ese plan —dijo Carter. Su tono se volvió juguetón—. Tienes un futuro brillante por delante, Bryce Cornelia Graham, graduada de la Secundaria Hilwood.

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Se quitó la toga y abrió las puertas al patio Hilwood, sintiendo los ojos de él en sus piernas debajo de su vestido corto. Cuando se metieron en el Honda, Carter hizo una pausa, mirándola. Se estiró por encima de su asiento para pasar una mano por su cabello e inclinó la cabeza hacia sus labios. —¡Sin distracciones del futuro! —exclamó ella. Él gimió, echándose hacia atrás en el asiento del conductor—. ¡A la librería por un libro de preparatoria GED12! Carter encendió el motor. Bryce se deslizó a su lado para provocarlo un poco más, susurrando roncamente en su oído. —Y luego a la biblioteca para estudiarlo... —¿Quién sabía que el futuro podía ser tan sexy? —murmuró Carter, sonriendo. Bryce se rió y se recostó en su asiento. Un silencio cómodo cayó entre ellos. Los pensamientos de Bryce derivaron a otra parte mientras Carter le subía el volumen a Los Beatles cantando “Ob-La-Di, Ob-La-Da” en la radio. Encontraría algo que le encantara estudiar, como lo había hecho Carter, y caminaría todos los días por los escalones hacia los edificios de ladrillo rojo de Vanderbilt y escucharía conferencias. Estudiaría minuciosamente los libros mientras comiera y estudiaría toda la noche para los exámenes. Bryce miró a Carter y le desabrochó el primer botón de su camisa Oxford. Había algo más que venía después, también. Cuanto más tiempo pasaban ella y Carter juntos, más pensaba en tener relaciones sexuales con él. O por lo menos lo que ella imaginaba que sería el sexo. Ella y Greg nunca habían llegado tan lejos. Otro hito que Bryce había perdido. Carter volteó para mirarla y bajó el volumen de la música, como si quisiera decir algo. —¿Sí? —dijo Bryce. —Sólo estaba pensando... —Carter comenzó, reflexionando—. Los Supersónicos. —¿Qué? —La ropa que usan en Los Supersónicos. Eso también es una especie de versión sexy del futuro. 12

GED (General Educational Development Test): El Examen de Desarrollo de Educación General, es una certificación para el estudiante que haya aprendido los requisitos necesarios del nivel de escuela preparatoria estadounidense o Canadiense. Es tomado por personas quienes no consiguieron un diploma de preparatoria.

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Bryce entrecerró los ojos a Carter encima de una media sonrisa. —¿En serio? —¿Qué? —dijo, encogiéndose de hombros—. No me juzgues. Eso era lo que estaba pensando. ¿En qué estabas pensando tú? —Nada —suspiró Bryce, sonriendo ampliamente por la ventana—. Nada en absoluto.

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Capítulo 25 Traducido por Jo Corregido por Clau12345

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ryce dirigió la cámara hacia sus padres. Seleccionó el efecto blanco y negro de las opciones de fotografía y les dijo que pusieran sus brazos alrededor del otro. Pusieron los ojos en blanco como dos adolescentes, pero se sentían cómodos uno contra el otro, su padre ya en sus pantalones de pijama, su madre todavía en jeans y una chaqueta de pelo de camello. —¡No, como en la foto! —dijo Bryce—. La que solía estar en el marco de la chimenea. —¿Cuál era…? —El padre de Bryce ajustó su brazo. —Nos tomamos de la mano —le recordó su mamá. Encontraron la pose de su foto de la graduación: los dos de perfil, enfrentándose, sus manos incómodamente enredadas al frente de ellos. Elizabeth Gergich y Mike Graham habían sido novios de secundaria en su pequeño pueblo. Ella era una tímida chica de iglesia. Él era un nadador estrella. Ambos crecieron en granjas. Bryce tomó la foto. —¿Lo conseguiste? —La mamá de Bryce dejó la pose para ver la foto. Encontró la visualización—. ¡Bryce, cariño! No tenías que hacerla en blanco y negro. Tenían cámaras a color en ese entonces. —Lucen geniales —dijo Bryce, admirando su trabajo. Su mamá murmuró: —Mi cabello podría tener algo más de volumen, pero eso servirá. No necesitamos tomarnos otra. ¿Qué crees tú, Mike? —Tú eres la jefa —dijo él.

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—El turno de Bryce de nuevo. —Su mamá empujó a Bryce contra la puerta de madera oscura. —No —dijo Bryce, ajustando su ramillete de muñeca—. Espera a Carter. El baile de graduación de último año era el punto final en su lista porque Carter le había dicho que lo dejara para el final. —Consíguete un vestido y un ramillete, déjame el resto a mí —había dicho él. Así que allí estaba en un sábado por la noche, envuelta en un largo vestido dorado, su cabello en una vuelta francesa, esperándolo como la mañana de navidad. Sus padres habían interpretado sus papeles agradablemente. Su mamá se preocupó de que la azucena en su muñeca hiciera juego con la corbata de Carter, y le pidió su número de teléfono así sabrían exactamente dónde irían y cuándo volverían a casa. Su papá intentó esconder sus ojos húmedos bajo apariencia de “alergias” cuando la vio entrar al vestíbulo por primera vez. Finalmente, un golpe sonó en la puerta. Carter estaba parado en su entrada en un traje negro hecho a la medida con una delgada corbata negra. Había peinado hacia un lado una parte de su cabello negro. Cuando vio a Bryce, tomó una fuerte respiración por la nariz. —Estás impresionante —dijo. —También tú —dijo Bryce—. Luces como un agente secreto. —Era verdad: le recordaba a un James Bond de 1960. Nada emocionaba más a Bryce como los hombres de las antiguas películas de acción. Ella mordió su labio. —¡Déjalo pasar, nena! —Escuchó la voz de su madre detrás de ella. Bryce abrió más la puerta y Carter entró. ¡Chasquido! Las fotos comenzaron. Tomó su lugar a su lado, poniendo un brazo alrededor de su sedosa cintura. Chasquido. Bryce tomó su boutonniere de la repisa y enganchó la azucena a su solapa con su alfiler de perla. Chasquido. Bryce tuvo que detenerse de quitarle la cámara a su madre, pero se suponía que si quería que este fuera su verdadero baile de graduación, entonces tener a su mamá tomando demasiadas fotos era enteramente necesario. Luego de lo que pareció una vida de sonrisas congeladas, Carter dijo: —Bueno, deberíamos irnos. La mamá de Bryce bajó la cámara.

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—Una. Una a.m. en punto. —Puso sus pálidos labios rosados en una línea—. Lo digo en serio. —Mamá… —No, estoy intentando mejorar en esto. Necesito practicar. —Sí, madre —dijo Bryce con fingida obediencia. —Eso está mejor. —Tomó a Bryce y a Carter en sus brazos. Con Bryce en tacones, su madre sólo llegaba a sus hombros—. Pásenlo bien. Bryce respiró un suspiro de alivio mientras dejaban la casa, sus tacones sonando contra la vereda. Aspiró el suave aire nocturno y se estremeció con emoción. El pequeño Honda viejo de Carter zumbaba en la curva. —Desearía que tuviéramos un transporte más lujoso, pero las limosinas son sorprendentemente caras. Bryce sonrió ante la idea de su vestido en el estropeado cuero de los asientos de Carter. —Es perfecto. —Pero observa esto —dijo Carter, sosteniendo su codo—. ¡Ahem! —Aplaudió dos veces. Un tipo regordete en una arrugada camisa de botones rodeó el auto, inclinándose levemente hacia Bryce. —Este es Jeffrey. Está en mi clase de anatomía. Será nuestro conductor por esta noche. Jeffrey se enderezó, luego dijo por la esquina de su boca: —Todavía me vas a dar cincuenta dólares, ¿cierto? —¡No en frente de la dama, Jeffrey! —dijo Carter, guiñándole a Bryce—. ¡Al restaurante! Jeffrey puso los ojos en blanco y abrió la chirriante puerta de atrás para los dos. Carter había tendido una suave sábana sobre los parchados asientos traseros y en el medio había una cubeta llena de hielo rodeando una botella de brillante jugo de uva. El Honda avanzó. Carter había levantado otra sábana como divisora entre ellos y el conductor. Él se inclinó sobre la cubeta para darle a Bryce un suave beso, sólo a centímetros de su boca, provocándola.

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—No quiero arruinar tu labial —dijo. Bryce soltó una pequeña risa, sus pestañas tan cerca que rozaron su mejilla. Asimiló su atractiva forma contra la sábana levantada. —¿A quién le importa? —dijo ella y sus bocas se conectaron. Se sintió como el último beso en una película romántica, pero su noche acababa de comenzar. En el restaurante, Bryce metió una servilleta al frente de su vestido sin tirantes, y Carter ordenó langosta para que compartieran. —¿Ocasión especial? —preguntó la mesera mascando chicle con voz gangosa. —Es mi baile de graduación —dijo Bryce efusivamente en voz alta y le sonrió a los otros clientes, una pareja de edad y una familia con gemelos. Carter disimuló su risa con una tos. —Baile de graduación en agosto, ¿eh? —dijo la mesera perezosamente y luego no hizo más preguntas sobre eso. Todos volvieron a sus comidas. Luego de la cena, en el auto, mientras Jeffrey comía sus sobras al frente, ellos abrieron la bebida efervescente. Carter desempolvó dos copas de plástico para champaña que había puesto bajo el asiento. —Por nosotros —dijo él, llenando las copas con espumoso jugo blanco de uva. Bryce aclaró su garganta. Había pensado en algo que decir en este momento, algo mejor que las cosas que usualmente sentía saliendo de su boca. Levantó su copa. —¡Por una vida digna de revivir! —dijo triunfante y Carter asintió. Estaban sosteniendo sus copas llenas en sus labios, listos para beber un sorbo, cuando el auto se sacudió hacia adelante, derramando champaña falsa por todo el vestido de Bryce y el traje de Carter. Se congelaron por un momento, considerando el daño. —¡Lo siento! —dijo Jeffrey hacia atrás. —¡Envía algunas servilletas! Carter tomó un montón de servilletas de la incorpórea mano de Jeffrey. El regazo de Bryce estaba empapado por completo. Carter empezó a repartir servilletas en la parte superior de los muslos de Bryce como mantas de un picnic, presionándolas para absorber la humedad.

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Bryce comenzó a reír. —¿Podrías dejar de presionar mis partes femeninas, por favor? Carter saltó, golpeando su cabeza en el techo del auto. —¡Ow! Ambos comenzaron a reír, los ojos de Carter aguándose por el golpe en su cabeza. Él colapsó en su regazo y ella pasó sus manos a través de su cabello con gel, desordenándolo en su usual peinado de recién levantado.

***

Estaban actuando la escena de Taxi Driver que Bryce le había mostrado en el hospital, intentando ver qué personificación de “de Niro” era mejor, cuando Jeffrey se estacionó en una fila de edificios. —Aquí es, ¿cierto? —le dijo Jeffrey a Carter, su boca llena de rollos de la cena. —Aquí es —replicó Carter y saltó al otro lado del auto para abrir la puerta por Bryce. Bryce salió del auto a una calle que no reconoció. Los edificios eran una mezcla de viejas fachadas y casas pequeñas con amplios porches blancos en ambos niveles. Podía ver la silueta del centro de Nashville en la distancia. Carter la llevó a una puerta junto a una de las viejas fachadas. Estaba abierto bajo un cartel de neón que zumbaba deletreando LA CASA DEL JAZZ. Un ritmo disperso de una batería se filtraba por debajo de un grupo de escaleras de madera. —Bienvenida a tu baile de graduación —dijo Carter y tomó su mano. Ella apretó su mano con fuerza mientras subía en frente de ella. Arriba de las escaleras había un viejo hombre con una boina sentado en un banquito. Carter puso un billete de diez dólares en su mano y guió a Bryce a una pequeña mesa a la vista de un grupo de instrumentos sin personal brillando en la luz del escenario contra el resto del pequeño club oscuro. En frente de la banda había una pequeña pista de baile semicircular. El baterista tocó un par de ritmos, moviendo su cabeza calva con este. Bryce sintió su boca abrirse con sobrecogimiento por su habilidad. Miró a Carter, quien le sonreía, entretenido por su asombro.

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—Comenzarán en unos minutos. Uno por uno, los músicos tomaron sus puestos. Un hombre con una gran barba y nudosas manos en el piano, una alta mujer toda de negro en el contrabajo, un hombre de mediana edad en la trompeta. Y finalmente la cantante, una chica curvilínea no mucho mayor que Bryce en un ceñido vestido rojo, su cabello estilizado en rulos anticuados. Los primeros sones de la música comenzaron y Bryce sintió su cuerpo derretirse. Carter había elegido justo la banda correcta. Las notas no se sentían al azar como cualquier jazz que hubiera escuchado; venían juntas en armonía y un ritmo familiar. La cantante comenzó, con una voz cálida como jarabe de maple. Sostenme cerca y sostenme fuerte. Una pareja se movió a la pista de baile, una mujer en un vestido veraniego y su pareja, un tipo con rastas. Carter miró a Bryce. Se pusieron de pie juntos, moviéndose alrededor de la mesa para encontrar las manos del otro. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello mientras él ponía sus manos en su cintura. Se balancearon por el segundo verso. Yo veo la vie en rose. —¿Qué es la vie en rose? —le preguntó Bryce a Carter. —Creo que es sólo “la vida en rosa” —replicó él, cerca de su oreja—. La vida color de rosa. Bryce podía sentir los ojos de todos en los dos con sus ropas formales, pero por primera vez, no se sentía afectada. Sabía que se veía hermosa. Rodeados por estos hermosos sonidos, junto a la luz de las velas brillando en las mesas, todos se veían hermosos esta noche. Encontró los ojos de Carter, los que se arrugaban en las esquinas mientras sonreía, mirándola de arriba abajo. Se acercaron y su cabeza cayó en el hombro de él. Ella escuchó su voz cerca de su oído de nuevo, sus labios rozando su cuello. —Estoy loco por ti —susurró él. Como respuesta, Bryce levantó su cabeza, sosteniendo una mano por la música. —¿Escuchas eso? —le preguntó. Cuando me presionas cerca de tu corazón

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Me siento en un mundo aparte Un mundo donde las rosas florecen —Eso —dijo ella y volvió a apoyar su cabeza en él. Se quedaron de esa manera hasta que la canción terminó, y bastante tiempo después de eso.

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Capítulo 26 Traducido por Auroo_J Corregido por Clau12345

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nte la insistencia de Bryce, Carter estacionó en una calle lateral, lejos del centro de la ciudad, para que pudieran tener un agradable paseo largo, hasta la cena de ensayo de Gabby y Greg.

—Es una de las últimas noches que podemos salir antes del invierno —bromeó Bryce mientras lo tomaba del brazo. Él había estado en silencio durante todo el viaje en auto y Bryce estaba tratando de aligerar el ambiente. El invierno entraba a Nashville y en ocasiones incluso había nieve, pero esta noche a principios de septiembre era todo lo contrario al invierno. La humedad era casi insoportable. Ellos bien podrían haber estado caminando a través de una selva. —Supongo que sí —dijo él, con los ojos hacia delante. Tal vez estaba cansado. Hoy habían viajado a través de la sección de artículos del hogar de Bloomingdale, en busca del regalo de bodas para Gabby. Una chica delgada en un vestido de ganchillo y gafas enormes los había regañado por echarse en la cama, y Bryce podría haber jurado que les cobraron de más por los sujeta libros en forma de roble que finalmente escogieron en la registradora. Luego Carter tuvo que trabajar unas horas en el hospital. Él se presentó en su puerta luciendo elegante en mocasines y una chaqueta deportiva con los codos reforzados. Bryce llevaba un vestido azul oscuro, estilo vintage con escote bajo y una cintura ajustada, la falda le llegaba justo por encima de las rodillas. Estaba empezando a reconocerse en el espejo, conociendo la forma de sus curvas y cómo usar el color. A ella le gustaba como se veía en azul marino. Esto hacía que sus ojos se destacaran en un ardiente color avellana. Había puesto sus ondas en un moño suelto en la parte superior de su cabeza y usaba algo del brillo de labios de canela de Sydney. Pero Carter apenas la miró.

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Bryce miró a su perfil. Él la había conocido por tanto tiempo y ella estaba apenas empezando a conocerlo. Pero era más que el comienzo de algo. Por muchos días se había sentado a su lado cuando ella estaba dormida, cuando estaba despierta. Él era estable, equilibrándola, anclando el otro lado de una escala siempre inclinada. No podía esperar al día en que él la necesitara. Quería regresárselo. —Carter —dijo y se detuvo. Tomó más tiempo para que él dejara de caminar y se dio la vuelta unos metros por delante de Bryce. Te amo. Ahora podía decirlo. Debería decirlo. —Bryce —dijo, con un tono uniforme. Ella envolvió sus brazos alrededor de él—. Bryce —repitió, desenganchando sus brazos, sosteniendo sus manos. —¿Qué? —respondió finalmente. Ella inhaló, tratando de sonreír. ¿Las cosas habían cambiado? No podían haberlo hecho. Estaban enamorados esta tarde, ella sabía que lo estaban. —Hay algo que tengo que decirte. —Apretó la mandíbula. Bryce sacó las manos de las suyas. Se las soltó. Él se cruzó de brazos, mirando la acera. —Esta tarde me senté con la Dra. Warren y revisamos lo que hemos sido capaces de salvar de su tomografía. —Él tomó aliento—. Había demasiadas neuronas disparándose a la vez, Bryce. Cada vez que esas neuronas hacen erupción al mismo tiempo, hay un daño en el cerebro. —¿Y? —dijo con petulancia. Se sintió infantil, pero no pudo igualar la fría monotonía en su voz. Él se aclaró la garganta. —Mientras más daño recibe el cerebro, más se hincha. El cráneo restringe la expansión del cerebro y esto conduce a un aumento de la presión dentro del cerebro. Este aumento de la presión rápidamente iguala a la presión arterial, lo que limita el flujo de sangre al cerebro. —¿Qué significa eso, Carter? —Cada vez que evitaba sus ojos, su interior se sentía como si estuviera siendo arrancado—. ¿Puedes hablar español? —Lo siento, Bryce. —Se puso las manos en el rostro. Su voz tembló—. Tu cerebro no sobrevivirá a la falta de oxígeno.

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El corazón enojado de Bryce dejó de bombear. Sus respiraciones furiosas estaban atrapadas en su garganta. El mundo entero se congeló. —¿Qué estás diciendo? —dijo, sus palabras casi en un jadeo. —Tienes menos de un mes de vida. Bryce cerró los ojos. Esto no estaba sucediendo. Tal vez nada de esto estaba sucediendo. Tal vez esta era otra de sus visiones. Tal vez ella estaba en realidad en otro lugar. Su mente se fue a la mañana de la tomografía. Deseaba que hubiese ido tranquilamente a la máquina y permanecido allí en paz mientras escuchaba la radio. Ella saldría del análisis sin ceremonia. Todo sería normal. Los ojos de Bryce se abrieron. Carter todavía estaba de pie frente a ella. Era real. Había despertado siendo un fantasma de lo que había sido hace cinco años y estaba empezando a materializarse ahora. Estaba empezando a vivir. ¿Cómo podía estar muriendo? Él dejó caer las manos. Tenía el rostro rojo, manchado de lágrimas. —Creo que deberías venir. Al hospital. Inmediatamente Bryce negó con la cabeza, retrocediendo. No iba a volver allí. —Tal vez haya algo que podamos hacer. Podemos resolver algo. Podemos estudiarte. Traer tantos expertos como sea necesario. —¿Estudiarme? ¿Cómo una de tus clases? No. —Si iba a morir, no iba a hacerlo entre esas paredes. Lo haría en sus propios términos. —Observación médica, Bryce. —Sonaba agravado, herido. —Aléjate de mí —dijo ella y su respiración volvió. Su corazón volvió a latir, recordándole que estaba viva. Bryce le dio la espalda a Carter y se alejó, con la mano en el pecho. Ella sintió el golpeteo salvaje de su corazón, el calor de su piel debajo de su vestido. —¡Bryce! Él comenzó a seguirla, pero ella se dio la vuelta y gritó: —¡Necesito estar sola! Su brazo cayó, su rostro se ensombreció.

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Bryce se volvió hacia la alargada acera de enfrente y caminó a zancadas tan rápidamente como sus piernas se lo permitían. Pronto, ya no lo sintió detrás de ella. Bien. Caminó más rápido. Si todo lo que él era para ella era un médico, no lo necesitaba más. No podía salvarla. Pensó en darse la vuelta, gritándole eso a su espalda, pero ¿cuál sería el punto? Pensó en gritarle, diciéndole que regresara. Pero él se había ido. Morir, morir, morir. La palabra tomó un significado diferente. Me voy a morir. Morir era un lugar tanto como un verbo. Un lugar al que iba a ir, sin importar en qué dirección fuera. Una ola de calor se inyecto a través de su cuerpo, dolor corriendo desde su cráneo hasta su cuello, espalda y columna vertebral. La ciudad se volvió sobre sí misma, las aceras subiendo frente a ella. Altos pastos verdes. Ella estaba en su patio trasero. Sus miembros cayendo por debajo de ella, delgados y bronceados. Tenía siete años. Sydney llegó corriendo, con sus rizos oscuros volando. —¡Te tengo! —Gritó ella, sus dedos se ladearon en un arma—. ¡Bang! ¡Bang! —Instintivamente la mano de Bryce fue a su pecho huesudo y se desmayó en el suelo. Ella cayó al suelo, rodando en la hierba alta, dulce, dejando que las hojas cosquillearan en su rostro. —Estoy muerta —dijo y con un abrir y cerrar de ojos, Bryce estaba de vuelta en las calles del centro de Nashville, con la mano todavía en su pecho. Ella la bajó y sus dedos tocaron el cemento. Estaba sobre sus manos y rodillas otra vez. Su cabeza rebotaba de dolor con cada latido del corazón. Trató de respirar profundamente, para calmarse, asimilando la acera granulada. Una mancha roja aterrizó en el gris áspero. Otra. Ella levantó la mano a su rostro. La sangre goteaba de su nariz. Sólo tengo que alejarme. Se puso de pie y se limpió la nariz con un pañuelo de papel de su bolso. Levantó la vista. El restaurante se elevaba frente a ella. Metió el pañuelo en su bolso y abrió las elegantes puertas de cristal a una habitación caliente llena de gente charlando. La miraron con sonrisas. Algunos dijeron hola e indicaron con la mano que se sentara a su lado. Ella conocía a todo el mundo y todo el mundo la conocía.

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Pero mientras Bryce permanecía allí, temblando, nunca se había sentido tan sola.

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Capítulo 27 Traducido por Little Rose Corregido por Otravaga

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ienes que probar este risotto, Bryce. —Estaba diciendo alguien. Bryce fue vagamente consciente de un tenedor flotando frente a ella. Lo tomó y lo puso en su plato.

—¡Tienes que probarlo! —dijo la voz de nuevo. Una cabeza perfumada apareció frente a ella. Zen. La luz de las velas destellaba en sus rizos sueltos—. ¿Perdida en el espacio? —dijo ella. —Sí —respondió Bryce. Ella puso el arroz como pasta en la boca de Bryce, una explosión de sabor. Era delicioso. Abrumador. El restaurante estaba pintado de un cálido color rojo naranja, lleno de velas y espejos y madera oscura. En la luz, todos —Zen, Mary, las chicas de cabello castaño, los padres de Greg, la madre de Gabby— parecían brillar. Todas las mesas en el diminuto restaurante, excepto los cubículos en la pared, estaban alineados en donde yacía la fiesta de matrimonio. Los padres de Greg, Jim y Lisa, estaban a la derecha de Gabby, junto a sus hijos. Greg estaba sentado, doblando y desdoblando su servilleta de tela, al parecer ignorando a todos los que lo rodeaban. Junto a Greg estaba el conjunto de sus hermanos de fraternidad de amplios hombros, incluido el despeinado Tom. Él le había dado un pequeño saludo cuando entró. Al lado izquierdo estaba la madre de Gabby, luego sus abuelos, hablando en su mayoría español, y las madrinas. Gabby estaba radiante en la cabecera de la mesa. Esta mañana en el ensayo llevaba sus tacones color perla con un par de vaqueros y una blusa de lino holgada, con las manos temblorosas mientras sostenían un ramo de

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práctica con flores de pradera que Mary había tomado del jardín de la iglesia. Greg estaba frente a ella, con el cabello aún despeinado por la cama, y se murmuraban cosas, rápidamente, repitiendo, tartamudeando como si estuvieran de nuevo en la escuela primaria dando un reporte. Mañana las madrinas se encontrarían temprano en la iglesia de piedra, para ayudar a Gabby a prepararse. La ceremonia comenzaría a las 4 de la tarde, y cuando acabara, los cien invitados irían en caravana a una de las espléndidas salas de reuniones del Hotel Opryland. Habían invitado en su mayor parte familia y amigos de Nashville. Sólo algunas personas de Stanford venían en avión o auto. La recepción era desde “las 6 p.m. hasta ¿ ?” decía la tarjeta, como si pudiera durar para siempre si ellos querían. Mientras pensaba ahora en el signo de pregunta de la tarjeta, Bryce se lo imaginó como el nacimiento y la muerte de figuras famosas. Abraham Lincoln (1809-1865). Martin Luther King Jr. (1929-1968). Ocasionalmente, uno miraría a alguien con vida, y las fechas estaban abiertas (1950-?) La fecha de Bryce también seguía con un signo de interrogación. Pero no por mucho tiempo. Se preguntó con una divertida punzada si la Dra. Warren sabía la fecha aproximada de su muerte. ¿Por qué detenerse en un ensayo de boda? Podrían tener un ensayo de funeral también. Ella probaría el ataúd, oiría a todos decir cosas amables, asegurarse de que eligieran una linda música. Rió para sus adentros ante esa idea, aunque le revolvió el estómago. Justo el otro día había estado en el probador de Saks con Gabby, probándose el vestido de dama de honor y soñando con su propia boda. Y ahora… Bryce no pudo evitarlo. Más lágrimas se apilaron en sus ojos. Una de las chicas de cabello castaño se inclinó, su mano con manicura sosteniendo un pan con aceite de oliva. —Guarda las lágrimas para el brindis, cariño. Una dama de honor llorosa siempre los mata. Nadie le había dicho que tenía que hacer el brindis. Quizás Gabby la libraría de esa responsabilidad porque sabía qué tan mala era Bryce hablando en público. Elena, la madre de Gabby, se excusó de la charla con los padres de Greg y se acercó a su extremo de la mesa. —Bryce, querida —dijo, agachándose, con los ojos brillantes—. ¿Cómo estás?

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—Estoy bien —dijo Bryce, componiéndose. El tintineo del cristal sonó sobre las charlas. Gabby se puso de pie, con una copa de vino en la mano. Elena le sonrió a modo de disculpa a Bryce y retomó su lugar. Mientras todos terminaban sus conversaciones, Bryce miró frente a ella y notó que le habían quitado la copa de vino. Qué considerados. Pero en este momento, deseaba que no hubiesen sido tan considerados. —Mary, sírveme una copa de vino, ¿está bien? —susurró Bryce mientras Gabby comenzaba a hablar, contando la historia de su primera cita con Greg. —Pero pensé que… —susurró ella en respuesta. —Un copa no me matará —dijo Bryce, apretando los labios. —¿Estás segura? Zen, intentando escuchar el discurso de Gabby, arrebató la botella, llenó una copa generosamente, y la puso frente a Bryce. Mary se encogió de hombros y siguió escuchando. —… y entonces, fue como una película. Habíamos bajado por un acantilado a la playa vacía, y no me importaba que estuviésemos perdidos, o que mis pantalones estuviesen sucios. La mesa soltó una risita, las mujeres se secaron los ojos. Gabby los tenía en la palma de su mano. Bryce realmente sonrió por su amiga. Su amorosa, y fascinante amiga. —Todo lo que podía ver era a Greg. Y desde entonces ha sido lo mismo. ¡Para mi querido futuro esposo, y por todos ustedes! —terminó Gabby, alzando la copa. Bryce siguió al resto de la mesa y levantó la suya, tomando un sorbo. Su primera copa de vino. Sabía a jugo agrio y picante. Tomó otro trago. De repente, Zen estaba tomando a Bryce por los codos, poniéndola de pie. —¡La dama de honor! —gritó. —No tengo nada —dijo ella en voz baja. —Sólo di lo que sientes ahora mismo —susurró Zen. Bryce flotó sobre los rostros en la tenue luz. Los padrinos de Greg miraban a Bryce, sus sonrisas de amabilidad copias al carbón una de otra, sus tonificados brazos cruzados sobre sus pechos. Greg jugueteaba con su risotto. Bryce tensó su agarre en el pie de la copa de vino.

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Lo que sentía. —No puedo decirles lo feliz que me hace estar aquí. Se detuvo. Se supone que eso debía sonar como si realmente estuviese feliz. Prosiguió. —Recuerdo la primera vez que escuché que Greg y Gabby iban a casarse… —Los sorbos del alcohol estaban nadando en su estómago como lo habían hecho ese día en Los Pollitos—. Estábamos en un restaurante y yo acababa de, ya saben, volver a casa. Y estaba feliz por ellos. Mentiras. El rostro de Gabby se retorció en una sonrisa, intentando contener las lágrimas. —Estoy feliz por ellos ahora —prosiguió Bryce. Sus vidas se estiraban frente a ellos, y detrás de ellos. La vida de Bryce ya tenía un día menos. —Y siempre estaré feliz por ellos… —Su vida se agotaba minuto a minuto, con cada segundo. Igual que su sangre. ¿No había dicho eso Carter? Se iba de su cerebro. La gente se estaba poniendo incómoda. Bryce se tragó los nervios. Debería componerse. No quería dejarlos con esa impresión de ella. Con esas palabras lloronas y tartamudeantes. Inspiró hondo. —Gabby y Greg han sido una bendición para mí. Son mis mejores amigos. Como ustedes saben, han sido unos cuantos años llenos de acontecimientos para todos nosotros —Risas dispersas. Bryce hizo una pausa, mirando su copa. Levantó la mirada—. Ha sido increíble tenerlos alrededor, para recordarme cuán genial fue nuestro pasado. Pero sé que el futuro será aún mejor. Por Gabby y Greg —terminó Bryce, porque no sabía que se suponía que dijera al final. No sabía nada sobre nada de esto, y necesitaba algo de tiempo. Necesitaba más tiempo. Elena se puso de pie y alzó la copa con todos en la mesa. Bryce dejó su copa de vino que casi vuelca en la mesa y se dirigió directo al baño. Estaba oscuro dentro del pequeño cuarto con baldosas. No podía encontrar el interruptor. Buscó por las paredes, sintiendo baldosa por baldosa. ¿Por qué no podía encontrar un maldito interruptor? Oyó su propia respiración pesada con esporádicos sollozos. Alguien encendió la luz. —¿Estás bien? —Una voz de hombre. Greg.

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—Sí, sólo necesito lavarme la cara —dijo tensamente Bryce. —A mí tampoco me gusta, Bryce —dijo, dando un paso más adentro, llenando el cuarto con el olor de perfume y su aliento con vino. Miró hacia el restaurante, y de regreso a Bryce. —Escúchame —dijo. Bryce puso sus manos bajo el agua con la visión borrosa. Podía sentirlo susurrando en su cuello—. No puedo dejar de pensar en nosotros. Pienso en mi vida con Gabby, y pienso en lo que podría ser mi vida contigo, y siempre te elijo a ti. Siempre, y siempre lo haré. Bryce cerró el agua. Toallas de papel. ¿Dónde estaban las toallas de papel? Greg la hizo voltearse y la tomó de los hombros, respirando en su rostro. Sus ojos no dejaban los de ella, y ella quedó atrapada en los suyos, un azul brillante. Él aflojó su agarre. —Bryce, no creo que quieras que esto ocurra más de lo que lo quiero yo, así que ¡hagamos algo al respecto! —No voy a cambiar de opinión. —Bryce se lo quitó de encima y se secó las manos en el vestido—. Y si realmente no quisieras estar aquí, no estarías aquí. Él se quedó en el umbral, bloqueándole el camino. —¿A qué te refieres? Bryce lo enfrentó, mirándolo a los ojos. —Quiero decir que si realmente no quisieras estar con Gabby, las cosas nunca habrían llegado tan lejos. No habrías estado en la cena de ensayo la noche anterior a tu boda. Él no dijo nada. Retrocedió del umbral. —No puedo hacerlo, Bry. —Te pregunté esto antes, y te lo preguntaré de nuevo. —Bryce mantuvo su voz baja, por debajo el escándalo del restaurante—. ¿Qué quieres? —¿Honestamente? —Greg hizo una mueca—. No lo sé. —Él dejó caer la cabeza. A Bryce no le gustaba verlo así. Se había separado de él, pero nunca había dejado de importarle. Él no era feliz, ella podía verlo. Ella le tomó las mejillas con las manos, no porque lo quisiera, sino porque quería que estuviera mejor.

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—No es sólo tu vida sobre la que decides aquí, también es la de Gabby. Y ella merece ser feliz. Merece su príncipe de cuento de hadas. Él sólo asintió, solemnemente. Había lágrimas en sus ojos. Ella dejó caer las manos de sus mejillas. No quedaba nada en Bryce excepto un pesado cansancio. Se sentía seca y extenuada. Vacía. Pasó junto a la figura hundida de Greg, pero antes de llegar a las puertas, se dio la vuelta. —Ibas a ser feliz antes de mí. Ahora sé feliz después de mí. Afuera observó el tráfico en busca de un taxi. Después de varios autos, vio a uno acelerar con una luz amarilla a una cuadra. Con la imparcialidad de la muerte en ella, Bryce caminó frente al auto a toda velocidad. A un metro de ella, el taxi se detuvo. —¿Está loca? —le gritó el conductor a través de la ventanilla abierta—. ¿Quiere morir? Como respuesta, Bryce se metió y le pidió que la llevara a casa.

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Capítulo 28 Traducido por Miranda. Corregido por Otravaga

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l día siguiente, Bryce despertó. Qué milagro. Llamen al presidente. Anoche, durante el viaje de regreso a casa había empezado a reírse interiormente de la ridiculez de todo aquello. El auto se detuvo en casa y sacó su dinero, riendo. Colapsó en su cama y rió llorando hasta dormirse. El conductor debió haber pensado que había perdido la cabeza.

Bueno, había perdido la cabeza. Técnicamente, desde hace poco más de cinco años, lo había hecho. Bryce se había quedado dormida con su vestido. Se cambió a unos pantalones de chándal, lavó su rostro, tomó el vestido rojo en su bolsa de Saks del armario, y le pidió a su madre un aventón. Su mamá saludó a Bryce como si ésta fuese cualquier otra mañana, hojeando distraídamente una revista de diseño. La Dra. Warren no debía haberlos llamado todavía. —Buena suerte, nena —dijo ella cuando estacionó frente a la iglesia—. Estaremos aquí para la ceremonia. —Adiós, mamá —dijo Bryce, y la besó en la mejilla. Se negó a dejar vagar sus pensamientos lejos de la boda. ¿Tenía sus zapatos? Sí. ¿Recordaba cómo caminar por el pasillo? Uno, juntos. Dos, juntos. Se acercó a las pesadas puertas de madera de la iglesia bajo la neblina de la cálida mañana. Crujieron al abrirse, y Bryce entró en el aterciopelado silencio. Una cinta de seda blanca colgaba de los bancos a cada lado del pasillo central de la iglesia: el camino de Gabby hacia el altar. Ella y Greg estarían entre dos enormes

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ramos de rosas blancas erigidos. Hermoso. Bryce giró hacia la derecha, hacia la habitación lateral donde todo el mundo se estaría preparando. Al principio pensó que la habitación beige estaba vacía; entonces vio a la novia sentada en la esquina más alejada. Su vestido estaba tendido descuidadamente sobre una silla, su gran longitud cremosa en el suelo alfombrado como leche derramada. —¡Hola! —dijo Bryce—.¿Dónde están todos? Gabby no miró hacia arriba. Sus manos permanecieron dobladas en su regazo, el cabello cayendo alrededor de su rostro. Bryce caminó y se arrodilló a su lado. —¿Qué está mal? —No —dijo Gabby tranquilamente desde detrás de la cortina de cabello. —¿No qué? Retrocedió para enfrentar a Bryce. No se veía como ella misma. Se veía como una versión de cera de Gabby, con un ceño permanente en su rostro manchado de lágrimas. —La boda se ha cancelado. —¡Oh! —Bryce dejó escapar un pequeño sollozo—. ¿Qu…por qué? —No lo sé, Bryce —dijo Gabby tranquilamente—. ¿Por qué no me lo dices tú? —Su voz estaba tensa, como resortes a punto de estallar. Bryce se puso de pie. Un yunque cayó entre ellas. Una inamovible e invariable verdad. —Desearía habértelo dicho —dijo Bryce, dando marcha atrás. Gabby siguió a Bryce con sus ojos. —¿Cómo pudiste? —Fue un enorme, gigante error. —Estaba escupiendo las palabras, tirando de ellas como cuerda, y nada de lo que estaba diciendo podría ser corregido jamás. —¿Qué vez? —La voz de Gabby era como hielo. —¿Qué? —¿Qué vez fue un error? —Cada vez —dijo Bryce automáticamente.

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—Él aún te ama. —No, no lo hace. Le dije que te hiciera feliz. Los ojos de Gabby se estrecharon, su labio todavía temblando. —Demasiado tarde. Bryce quería desaparecer a cualquier lugar, mezclarse con el aire o el agua. Gabby se levantó, también, alejándose de la silla con los brazos rígidos a los lados. Sus pies rasparon el trozo blanco de tela en el suelo. —Estás parada sobre tu vestido —dijo Bryce, sintiendo brotar las lágrimas. Ella lo había arruinado todo. —No seas estúpida. —Gabby rió con amargura. La habitación quedó muy silenciosa después. Tan tranquila. Bryce podía escuchar los autos pasando afuera. Gabby rompió el silencio, mirando al suelo. —Supongo que ya que no te has ido, podría preguntarte por qué, pero como que sé por qué. —Miró a Bryce con una pequeña sonrisa triste, con los ojos todavía entrecerrados. Bryce no entendía. Antes de que pudiera elaborar una respuesta, Gabby continuó—. Aún era tuyo, en tu mente, ¿cierto? —No lo sé —dijo Bryce, temblando. Apretó la mandíbula, tratando de controlarlo. —Siento lástima por ti —dijo Gabby. Habló lentamente, arrastrando cada palabra. —No lo hagas —dijo Bryce—. Fue mi culpa. No sabía qué… —Se detuvo. Desearía poder dejar de decir eso. No sabía nada. Y parecía que nunca lo haría—. Escucha — dijo Bryce, tranquilizándose. —No tengo que escuchar nada. —Gabby interrumpió las palabras de Bryce. —Me iré. —Las palabras salieron apresuradamente de ella—. Lo digo en serio. Los dejaré solos. Ustedes pueden arreglar las cosas. Gabby sacudió su cabeza. —Es demasiado tarde, Bryce. —Recogió el vestido en sus brazos y pasó a Bryce de camino a la puerta.

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—Gabby, por favor —suplicó Bryce, pero no sabía qué estaba pidiendo. Gabby se detuvo en el umbral—. Lo siento. —Yo también —dijo ella. Sus pisadas resonaron en la iglesia vacía, la puerta se abrió, chirriando, y finalmente se cerró. Pronto Bryce también se marchó, dejando su vestido en uno de los bancos de la iglesia mientras salía por una puerta lateral. No llamó a su madre para que la fuera a recoger. El día estaba gris, su mente estaba gris. Nada de eso la estaba afectando, pero no porque no estuviese dejando que lo hiciera. No quedaba nada en ella para absorber el impacto. Bryce había hecho todo el daño que podía hacer, y ahora todo estaba en pedazos. A veces Bryce tenía que detenerse en medio de un estacionamiento, o en el jardín de alguien, y envolver sus brazos alrededor de su estómago. Se estaba desmoronando, y sus piezas se iban a dispersar. Su brazo caería primero, luego una pierna, su cabeza se elevaría hacia el cielo como un globo. El largo y seco paseo terminó, y Bryce estuvo en casa en River Drive, de pie delante de la gran casa azul. Los dedos de sus manos y pies estaban entumecidos, y sus extremidades le dolían por el cansancio. Su familia estaba dentro, sacando sus prendas para una ceremonia que no ocurriría. Bryce respiró hondo. —Perdónenme —dijo en voz alta para todo el mundo. Para su familia. Para Carter. Caminó por la acera con el último vestigio de energía que le restaba. Todo lo que quería era acurrucarse debajo de una manta y esperar que el tiempo pasara rápidamente. Perdónenme.

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Capítulo 29 Traducido por Jo Corregido por Otravaga

S

in entrar en mucho detalle, Bryce entró a su casa y anunció la cancelación de la boda. Se paró detrás del sofá, donde su madre se sentaba en un vestido largo hasta la rodilla junto a su padre en su mejor traje.

—¿Por qué? —Habían preguntado, preocupados. —Ya pasará. —Había dicho Bryce indiferentemente—. Voy afuera. Bryce estaba a medio camino a través del pasto antes de que colapsara a sus rodillas. Se recostó en la hierba, la hierba donde ella y Sydney simulaban disparase entre ellas con pistolas, y dejó que las lágrimas cayeran por sus mejillas a la tierra. Bryce estaba muriendo. El puro y crudo hecho de eso permanecería bajo todo lo que hiciera, como si hubiera una voz que no era la suya diciendo: —¿Recuerdas? Estás comiendo un tazón de cereal, Bryce. Leche fría y cereales hinchados con saborizante. ¿Estarán estos cereales a mitad de digerir dentro de ti cuando tu estómago deje de funcionar? ¿Tu corazón estará en mitad de un latido, o recién habrá terminado uno? ¿Estarás pensando en Carter o en tu familia? ¿O sólo estarás en una farmacia con tu mamá, expirando con una lista de prescripciones inútiles en tu mano? La voz tenía preguntas infinitas, pero Bryce no tenía respuestas. Las respuestas sólo vendrían con el hecho en sí. Hasta que se había encontrado en una cama de hospital, el pensamiento de morir no se le había ocurrido una sola vez. No le había llegado en pensamientos oscuros. Ni siquiera le había llegado en visiones. Sólo había llegado por terceros: En la tensión detrás de las palabras de todos, en el miedo corriendo a través de sus rostros cuando se sentaba o se paraba, en la manera en que la gente que no conocía la tocaba y le hablaba, como si su cercanía con la muerte fuera la única cosa sobre ella a la que deberían prestarle atención.

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Así que trató a la idea de la muerte como una pieza de desecho flotando hacia ella en el lago. Como un contenedor de naranjas volcado en uno de los pasillos en el supermercado. Era un obstáculo temporal que superaría. Bryce había aprendido a confiar en su cuerpo de esa manera. Si hacía todo lo correcto, éste se ocuparía del resto. Pero había recordado “las cosas correctas” demasiado tarde. En algún lugar, algo había salido terriblemente mal. Bryce se sentó en el pasto, con su cuerpo sintiéndose como una esponja exprimida, su piel tan deshidratada como la hierba alrededor de ella. Se dirigió de vuelta a la casa. Dentro, sus padres todavía estaban en sus mejores galas. Bryce escuchó un ritmo electrónico tronando débilmente desde la habitación de Sydney. —Ambos lucen tan bien —dijo Bryce, la emoción brotando de ella de nuevo. Su madre se había puesto perlas. Su padre de nuevo había olvidado enjuagarse un pedazo de crema de afeitar cerca de su oreja—. ¿Por qué no salen por un bocadillo? —¿Qué? —Se mofó su madre, mirando de lado a su esposo—. No. —Sí —dijo Bryce, mostrando una gran sonrisa—. Llévenme a ver a Carter y vayan. Será divertido. Probablemente no han estado afuera en siglos. Vallan al Opryland. La madre de Bryce tragó, asintiendo. —No lo hemos hecho. Es cierto, Mike. —Hagámoslo —dijo su padre rápidamente. Sus ojos estaban brillando—. Podríamos no volver a vernos así de presentables por otro año.

***

Treinta minutos después, Bryce miró a sus padres salir del estacionamiento del Centro Médico Vanderbilt. La mañana nublada había cambiado a una enfermiza tarde nubosa, donde el sol quemaba los bordes de las nubes parecían tostadas, e incluso los pájaros estaban demasiado ahogados con el aire húmedo para cantar. Pasó a través de las puertas corredizas del hospital, a través de la entrada enmarcada por cascadas de agua, y subió al tercer piso con tres silenciosos pitidos del ascensor.

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Carter no estaba allí, Bryce lo sabía. Él usualmente pasaba lo sábados en la casa de ella. Tal vez pasaría por el ala de neurología en la tarde para ver a Sam, pero era más probable que estuviera en su apartamento en el campus, haciéndose una tortilla de huevos. Lavando la ropa. Mirando un libro. La Dra. Warren había levantado las persianas en su oficina, bañando la habitación con la luz gris proveniente de la ventana. Estaba inclinada sobre su escritorio, inmersa en un papeleo. Bryce golpeó el marco de la puerta. La Dra. Warren levantó la mirada, sus cejas depiladas se levantaron con sorpresa. —Bryce. —Necesitamos hablar —dijo Bryce. —Está bien. —La Dra. Warren se levantó de su escritorio, mirando alrededor de la sombría oficina—. ¿Sabes qué? Vamos a comer.

***

195 Se sentaron en un banco frente a un estanque artificial, con pretzelts enormes y queso caliente entre ellas. El musgo español escalaba los troncos de los arboles detrás de su banco, girando alrededor de las retorcidas ramas antes de caer verde hacia el turbio fluido del agua. Luego de que Bryce hubiese masticado su último mordisco de pretzelts, se giró hacia la Dra. Warren. —Así que esta es la parte en la que dice “te lo dije”, ¿cierto? La Dra. Warren cruzó una pierna cubierta con medias panty sobre la otra. —Considero como mi trabajo el nunca decirle eso a nadie. —Suspiró—. ¿Qué te dijo Carter? —Todo. La Dra. Warren descartó el papel encerado que estaba sosteniendo. Su rostro de acero estaba intentando contener su decepción. —Así que entiendes que hay muy poco que hubiésemos podido hacer en primer lugar. El único “te lo dije” es tal vez que podríamos haberlo sabido antes.

Bryce miró con culpa la fuente. —Y ahora voy a pagarlo. —Una risa amarga salió de ella—. Pero ni siquiera yo. Mi familia… Las lágrimas ardían en los ojos de Bryce por tercera vez ese día, pensar en sus padres esperándola esa mañana. Finalmente se habían puesto de nuevo sus mejores ropas, e iban a salir por una comida elegante. Juntos. Con un sollozo como un golpe en sus entrañas, Bryce imaginó el día de su funeral. Su papá sólo tenía un traje. Lo usaría ese día también. La Dra. Warren se inclinó hacia ella, poniendo una mano en su hombro. —No pienses en eso. —Tengo que pensar en eso —dijo Bryce, sacudiendo su cabeza—. Tengo que hacerlo. La doctora se quedó en silencio, descruzando las piernas y apoyando sus antebrazos en sus rodillas. Lucía como una atleta también, con el cabello cortado y una contextura enjuta. Entornó los ojos hacia el parque, intentando resolver un problema que ya había sido resuelto. —No he pensado realmente en nadie más que en mí misma —dijo suavemente Bryce. —Supongo que sería difícil no hacerlo —respondió la Dra. Warren—. Sabes, Bryce… es gracioso, la manera en que resististe. Bryce miró a la doctora, quien estaba sonriéndose a sí misma. —Ningún paciente había peleado tanto por su libertad. Me hizo ver a todos mis pacientes de forma diferente. Me hizo recordar que aún a pesar de que sabía cómo ayudarlos, no puedo siquiera imaginar por lo que están pasando. —La Dra. Warren se recostó en el banco, sus ojos todavía entrecerrados con concentración, mirando los de Bryce—. ¿Cómo te gustaría seguir adelante, Bryce? —¿Se refiere a contarles? —Bryce sintió su interior arder ante la idea. —Hay consejeros disponibles… —¿Doctora Warren? —interrumpió Bryce. Una bandada de aves se dispersó desde un árbol cercano, haciendo juego con los agitados pensamientos de Bryce—. No creo que quiera decirles en absoluto. La doctora la miró severamente. —¿Estás segura?

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—Yo… —Bryce buscó las palabras, mirando las aves reunirse alrededor del estanque, picoteando el agua—. No quiero que piensen que podrían hacer algo cuando no pueden. No quiero que anden buscando, intentando arreglar las cosas, y que discutan sobre la forma correcta de hacerlo. No quiero que pasen más tiempo en el hospital. Quiero que sean felices. Tendré que mentirles, pero al menos serán felices. Esperó que la Dra. Warren objetara, que insistiera en lo contrario, Bryce no podía hacer esto sola. Que el hospital debería ayudarlos en esta transición. Todas las cosas que Bryce había escuchado antes. En su lugar, el rostro de la Dra. Warren mostró una triste sonrisa. Levantó sus brazos y atrajo a Bryce a su pecho. —Está bien, cariño —dijo—. Está bien. Bryce se permitió quedarse junto a la Dra. Warren por un largo tiempo, y la doctora tampoco la dejó ir. Siempre habían chocado cabezas, pero la doctora había sido consistente para ella en esa forma, como una roca que nunca podría mover. Así que Bryce sólo se recostó contra ella ahora. Se levantaron y caminaron a través de los caminos del parque, la Dra. Warren levantando las mangas de su blusa de lino por el calor. Bryce decidió que llamaría a sus padres e iría a casa con ellos. Quería escuchar de su cita. —Si necesitas algo, sabes dónde estoy —dijo la doctora mientras se subía a su auto—. Las cosas van a ponerse… más difíciles en las próximas semanas. Puedo ayudar con eso si me llamas. —Gracias, Doctora Warren. —Y cuídate, Bryce. —Ella sonrió. Una brisa finalmente se levantó, haciendo crujir las hojas sobre ellas. Lo intentaré, pensó Bryce. Lo intentaré.

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Capítulo 30 Traducido por areli97

P

Corregido por Jo

reparados, apunten, golpe.

Y golpe. Y golpe. Bryce sintió la madera rompiéndose poco a poco bajo la fuerza de sus golpes, conduciendo profundamente el clavo. Había estado ayudando a su papá a reparar el granero, y el trabajo físico se sentía bien. Los músculos en sus hombros que no habían sido usados desde hace cinco años, cuando nadaba por tres horas diarias, ahora estaban gritando de dolor. Pero el dolor era el equivalente a un estiramiento en la mañana. Era el puro y alegre dolor de despertarse. El sudor salpicaba su frente. El granero estaba más sombrío y frío que afuera, pero después de una hora con el martillo Bryce estaba más caliente y sin aliento de lo que debería haber estado. No pensaba decírselo a su padre, sin embargo, que martillaba a su lado. No podía arriesgarse a que preguntara por qué. Había pasado una semana desde la boda cancelada, desde que había hablado con la Dra. Warren, y Bryce estaba empezando a tener dolores de cabeza más seguido a lo que estaba acostumbrada. Pequeños dolores de cabeza apagados, que se iban rápidamente. Su respiración se iba haciendo más dificultosa después de subir las escaleras. No había manera de que ella arruinara todo por delatarse, no después de la semana pasada, cuando su padre sorprendió a su madre con un viaje a una posada para su aniversario. Se robaron besos enfrente de Sydney y Bryce, y cuando se despidieron desde el auto, Sydney le había regalado una de sus raras sonrisas. Ella le contó a Bryce que el año pasado en esta época su madre había olvidado por completo su aniversario.

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—Papá tiró el ramo de mierda que compró para ella cuando entró en la cocina para rellenar su copa de vino. Ninguno de los dos dijo una palabra. Sydney se había quedado en casa por un par de noches la semana pasada. —No voy a dejar a una inválida sola. —Había dicho, dejándose caer en el sofá con sus medias hasta el muslo y su enorme camiseta, ésta cubierta con una foto de Courtney Love derrumbada en el escenario. —No soy una inválida. —Había protestado Bryce. Se preguntó si Sydney había notado que estaba empezando a moverse más lento estos días, para ir a la par de sus pulmones. Pero Syd sólo había sonreído y le había lanzado el control remoto.

***

El granero realmente estaba empezando a tomar forma. Bryce golpeó dentro el último clavo en una larga fila y dio un paso atrás para admirar su trabajo. En un sábado ella y su padre se las habían arreglado para reemplazar la mayoría de las vigas podridas en las paredes y suelos. Parecía un poco irregular con el amarillo brillante de la nueva madera destacándose del resto, pero ya no olía a moho. —Ahora, ¿qué hay acerca del avión? —Bryce se acercó a su padre, dándole un golpecito con su codo. Él puso un brazo alrededor de ella. —Ya veremos, Brycey. Ya veremos. Lo ayudó a guardar sus herramientas, y se dirigieron al interior de la casa. Habían estado en ello todo el día, y estaba oscureciendo. Cuando entraron, Sydney estaba caminando por los pasillos en distintas etapas de vestir, escavando a través de cómodas por el delineador de ojos o la joyería. Corrió alrededor mientras Bryce cenaba con sus padres, empujando el contenido de su plato en su boca antes de aplicar su lápiz labial. Bryce se dejó caer en el sofá con un tazón de M&M y Las Aventuras de Huckleberry Finn. Estaba leyéndolo realmente esta vez, no sólo para la escuela. Se estaba metiendo en la historia, de la manera en que Sam lo imaginaría. Si pudiera imaginar su tranquilo rostro, la historia desenvolviéndose bajo sus ojos cerrados, la haría sentir mejor acerca de lo que sea que estuviera esperándola.

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—Bryce. —Bryce siguió el camino de las piernas de Sydney en gruesas mallas hacia arriba hasta su rostro maquillado—. ¿Puedo tomar prestados tus aretes de perlas? —¿Para qué? —preguntó Bryce. Pero ella sabía para qué. —Estaba pensando en ponerlos en mi sopa —dijo Sydney sarcásticamente. Bryce metió un puñado de M&M en su boca, excluyendo los rojos, los cuales odiaba. —No, Syd. Lo lamento. No puedes usar mis aretes de perlas vintage. —¡Ugh! —protestó Sydney—. ¿Por qué no? Bryce se levantó. —Porque voy a usarlos. —¿Para leer Huck Finn? —¡No, tonta! —Bryce pellizcó las mejillas de su hermana—. ¡Voy a salir contigo! — Pasó a Sydney por un lado camino a la cocina. —Bry…esto… —empezó Sydney—. Esta es una mala idea. —¡Es una idea fantástica! Quiero verte en tu mundo, Syd. —Bryce hizo un arco sobre su cabeza con su mano, el rostro congelado en una dramática sonrisa Judy Garland. Estaba imitando a Sydney cuando era una niña pequeña, cuando quería ser una estrella de Broadway—. ¡Quiero ver el mundo sobre el arcoíris! Sydney bufó, sacudiendo su cabeza. —Eres una maldita chiflada. —Estoy de acuerdo. —Bryce escuchó la voz de su mamá desde detrás del sofá—. Ustedes dos podrían aprovechar algo de tiempo fuera de la casa juntas. Sydney se dio la vuelta sorprendida. Bryce miró atrás a su madre. —¿En serio? Su madre asintió, tarareando las primeras notas de “The Hustle”. Había tomado un vaso de vino con la cena. Bryce miró a Sydney, sus cejas elevadas. —¿Qué tan seguido va a suceder eso? Ahora tengo que salir.

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Sydney se rindió. —Tienes cinco minutos. Bryce subió las escaleras lentamente. No podía dejar de imaginar con una punzada lo que estaría haciendo esta noche si ella y Carter siguieran hablando. Quizás conducir al Autocinema Big Chief. El cine al aire libre era uno de los últimos que quedaban en Tennessee, con todos sus viejos neones y decoraciones oxidadas de los cincuenta. Cuando las noches eran calientes y los mosquitos no eran muy malos, se sentaban en la parte de arriba de su auto, bebiendo granizados. Toda la noche cuando se besaban él sabía a frambuesa azul. —Detente —susurró en voz alta, poniéndose su vestido azul de la cena de ensayo y sus tacones de madrina. Deja de pensar en Carter. Él sabía que estaba pasando con ella, y no podían ocultarse de ello. Verse el uno al otro sólo les causaría a ambos más dolor. —¿Y a qué hora estarán en casa? —Estaba diciendo su madre cuando Bryce llegó arriba. —Una a.m. —dijo Sydney—. Ahora por favor muévanse, ¡vamos a llegar tarde! — Podían escuchar el motor del enorme auto azul 13de su amiga zumbando afuera. La mamá de Bryce se hizo a un lado y barrió un beso en la mejilla de su hija menor, mientras pasaba por la puerta. Luego besó a Bryce. —Ten cuidado —dijo. En el momento en que bajaron por la acera y se metieron en el asiento trasero, las respiraciones de Bryce salían delgadas y dolorosas. Cerró la boca, tratando de que entre aire por su nariz. Esta era definitivamente una mala idea. Pero algo la había hecho salir. Tal vez fue la manera en que los pasos de sus padres se alejaban de arriba abajo a su habitación, los sonidos de ellos siendo y hablando. O el hecho de que no se había tomado la molestia de llenar sus cajones con cualquier pantalón o blusa de manga larga para el otoño, porque no sabía si las iba a usar. Haría que esto valiera la pena. En el auto, Sydney no reconoció a Bryce. O ella se sentía mortificada por su boba hermana mayor o simplemente no podía oírla sobre el rugido del motor y el ritmo del bajo que hacía traquetear el pecho. 13

Enorme auto azul: En inglés Blue Muscle Car. Llamados así por su gran tamaño para los modelos G.M., Ford and Chrysler que fueron lanzados al mercado en 1966.

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Bryce bajó un poco la ventana para obtener algo de aire fresco. Los amigos de Sydney eran todos chicos, delgados con tatuajes y cabellos peinados hacia atrás como James Dean. Se detuvieron en un almacén de ladrillos rojos en una fila de almacenes idénticos. Estaban en el distrito industrial de Nashville, o lo que quedaba de él. La única cosa para distinguir su lugar del resto de los edificios desmadejados era un enorme, número 2 rojo pintado sobre una enrejada puerta de metal. Bryce salió y Sydney hizo gestos a sus amigos que fueran dentro. Bryce estaba a punto de decirle que no se preocupara, que estaría en la parte de atrás, cuando Sydney dijo: —Este es el Lounge Two. Aquí es donde trabajo. —Sydney puso un cigarrillo entre sus labios y lo encendió. —¿Trabajar? —Los ojos de Bryce se ampliaron. Sydney soltó una sonora y ladrada carcajada. —Tranquilízate, Bryce. Este no es un club de nudistas, es un lugar de música. —Habló en una voz que Bryce no reconoció por completo pero no le desagradó, tampoco. Era dura. Profesional. El rostro de Bryce se calentó. —¡No pensé que fuera un club de nudistas! —Voy alrededor del club y tomo las órdenes de bebida de la gente cuando hay un espectáculo. —¿Hay un espectáculo esta noche? —Cada fin de semana. Un set de DJ. Y tienes suerte, éste es maravilloso. Es del Sur de Londres. —¿Por qué no les has dicho a mamá y papá? A la mención de sus padres, Sydney se tensó, tomando una calada profunda. —Les dejó de importar una mierda acerca de algo después de tu accidente, Bryce. Y este lugar era mi salvación. Lo juro por Dios. Quiero decir, sí, beber es como parte del trabajo. Los clientes quieren tomarse tragos contigo, lo haces. Pero van a hacerme una barista cuando empiece la escuela, y ya han programado algunas bandas que encontré en línea. Les gusto aquí, Bryce. —El rostro de Sydney se iluminó—. Ellos piensan que tengo un buen gusto para la música.

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—Eso es… eso es asombroso, Syd —dijo Bryce, de corazón. Se sentía orgullosa—. Pero deberías decirles a mamá y papá. Especialmente ahora que… —Se tragó los pensamientos oscuros—. Ahora que las cosas parecen estar mejorando. —Seh. —Sydney pisoteó su cigarrillo debajo de su tacón—. Hmm. —No enloquecerán acerca de ello, vas a cumplir dieciocho. —Shh… —Syd miró alrededor—. Veintiuno. Tengo veintiuno. Bryce no pudo evitar reírse mientras se dirigían hacia la puerta. —¿Así que has tenido veintiuno por tres años ahora? Sydney se rió con Bryce, poniendo su brazo alrededor de su cintura. —Eterna juventud, hermana. Eterna juventud. La puerta se abrió y se perdieron en el sonido bombeando de los infinitos altavoces, sonido que no podía dejar de comparar a mil melodías de cigarras, amplificadas, zumbando, limpiando de adentro hacia afuera y cayendo como gotas de lluvia tormentosa. Podía ver de hecho los tonos a su alrededor, flotando en el aire y el zumbido a su alrededor, viéndose como las burbujas translúcidas y brillantes que solía soplar cuando era una niña pequeña. Un chico alto, flaco, tatuado se balanceaba sobre una computadora portátil, rozando su mano sobre una plataforma giratoria a un ritmo entrecortado. La pista de baile estaba llena de todo tipo de personas; desde chicas de hermandad de Vanderbilt en vestidos durazno hasta chicos en jerseys de Atlanta Hawks con trenzas. Bryce se deslizó sobre un taburete cerca de donde Sydney se estaba registrando y tomó la copa de Martini helado que deslizó hacia ella. —Caramelo de limón —dijo mientras cargaba una bandeja de bebidas. Era eso exactamente, en forma líquida. Dulce, agrio, rebotando en la lengua de Bryce. Movió su cabeza de arriba abajo con el ritmo y se dio cuenta que en la última media hora, no había pensado ni una vez acerca de cajones vacíos. Una hora más tarde, después de su tercer caramelo de limón, Bryce estaba en la pista de baile, golpeando contra cuerpos sudando. Estaba jadeando por aliento, pero también lo estaban todos los demás. Los ritmos se habían acelerado, aún firme, seguían rodando y yendo en picada como una montaña rusa. Todos saltaban con ellos. Las luces parpadeaban tan rápido que era como si Bryce estuviera bailando lento.

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Sydney apareció, el flash brillante capturándola en poses entrecortadas mientras ella se acercaba. El ritmo se hizo más rápido. Bryce se balanceaba y movía los brazos con lo mejor de ellos. —¡Bryce! —gritó Sydney. —¡Syd! —gritó de vuelta Bryce—. ¡Me estoy divirtiendo tanto! —Sus pulmones se paralizaron, apretaron, así que dejó de saltar. Nada era peor que un estilo libre de 100 metros, se dijo. —¡Genial! —replicó Syd—. Hey, así que, me estoy muriendo de hambre y tengo un descanso rápido. Vamos a conseguir algo de comer. ¿Quieres venir? —¡No, gracias! —gritó Bryce—. ¡Creo que voy a tomar otra bebida! —Está bien. —Syd apretó el brazo de Bryce—. Tómalo con calma, ¿está bien? Vuelvo en cinco. Desapareció entre los cuerpos saltarines. Bryce buscó la dirección de la barra, finalmente encontrándola. Dio un paso. El suelo se inclinó. —Uh-oh —murmuró. Ese viejo y familiar sentimiento febril se deslizó por su cuerpo, y ella no podía decir la diferencia entre la luz estroboscópica y el parpadeo de su vista. Cada rayo estallando con dolor como agujas en sus ojos. Las luces no se detendrían. Estaban cortando rojo en sus ojos. Trató de avisarle a la persona a su lado, pero no pudo encontrar sus brazos en el calor adormecedor que se extendía a partir de su columna vertebral. Bryce trató de dar otro paso, pero ya no estaba más en el Lounge 2. Un auto ruidoso, el motor tronando. Era el mismo auto en el que estaban esta noche, y estaban acelerando por las calles de Nashville. El bajo sonando. Las ruedas se desviaron entre las líneas amarillas, casi chillando hasta detenerse en un semáforo en rojo. El conductor, uno de los James Deans tatuados, se dirigió a los pasajeros, pidiendo direcciones hacia McDonald’s. Tropezó con sus palabras, riendo, y el auto entero apestaba de una botella de vodka derramada en el piso del asiento trasero. Los rostros sonrientes parecían familiares. Bryce inhaló un aliento con horror; ella había visto esta visión antes. La persona de cabello oscuro a su lado…

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Sydney. Sydney se rió de la conducción de su amigo, diciéndole que vigilara el camino. Al menos eso era lo que pensaba Bryce que estaba diciendo. Cada segundo el bajo sacudía su pecho, y no había otros sonidos. Sydney estaba riendo. La risa como cristal roto. Vidrio, destrozado. Y allí, justo como había llegado a ella en la TAC, era un sentimiento fuerte, profundo que aquí todo iba mal. Sydney tenía que salir del auto. Tenía que hacerlo. Bryce trató de empujarla, de abrir la puerta, de gritar, pero ella estaba allí sólo a medias. Otra ola nauseabunda y Bryce golpeó la barrera invisible entre Sydney y ella misma. —¡Sal! ¡Detengan el auto! —gritó Bryce. Pero ella no la escuchó. Nadie lo hizo. El auto dio un vuelco en el movimiento y su visión se alejó. Bryce estaba tendida en el suelo pegajoso de Lounge 2, un círculo de figuras inclinadas sobre ella, sacudiendo sus hombros, diciendo cosas que no podía distinguir. —Estoy bien —dijo—. Estoy bien. Se levantó, y la multitud de gente se dispersó, disolviéndose en la música. Su cabeza se sentía pesada con calor y dolor, y la visión del auto desviándose vino a ella en un destello de dolor caliente. ¿Era real? ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Ya estaba pasando? ¿Dónde estaba su hermana? —¿Conoces a Sydney? —Bryce se giró hacia la primera persona cerca de ella, una chica pequeña con el cabello rubio teñido. —No, cariño, pero ¿te encuentras bien? Tu nariz está sangrando… Bryce sacó su lengua hacia arriba para limpiar la sangre lamiéndola. Sabía a pegajoso y salado metal. Se secó el resto. Había mucha. —¿Dónde está mi hermana? —Bryce gritó sobre la chica, girándose a cualquier otra persona que escuchara—. ¿Alguien sabe si Sydney se fue? Bryce empujó a través de los cuerpos hacia la puerta, con los pies en alfilerazos de sentimiento. El gorila grande con barba estaba sentado en un taburete, contando dinero.

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—¿Viste si Sydney se fue? No levantó la mirada. Apuntó hacia afuera. Abrió las rejas de metal pesado y miró salvajemente a su alrededor. El aire se sentía como si se hubiera vuelto frígido, y por alguna razón olía a nieve. Bryce lamió más sangre. Una puerta se cerró de golpe en la calle. Era el B60. —¡SYDNEY! —gritó Bryce. El nombre de su hermana se hizo eco en la hilera de edificios vacíos. Bryce comenzó a cojear hacia el auto en sus tacones. No le importaba cómo se veía—. ¡Sydney, detente! Sydney se levantó del asiento trasero, su brazo sobre la puerta. —Bryce, Jesús. ¿Qué? Bryce se apoyó en el auto, respirando sibilantemente. —No entres. Sus ojos se dirigieron al conductor. Sydney miró también. Parecía tranquilo, sobrio. Cuando Sydney miró hacia otro lado, sin embargo, se llevó una mano a la boca, eructando. Claramente divertido consigo mismo. —¿Te golpeaste con algo? Vuelve adentro y lava tu cara. —¡No! —Bryce meneó su cabeza—. No lo haré. Tú vienes conmigo. —Sonaba como una niña obstinada, pero no podía decir mucho más. Sus pensamientos estaban caminando a través del alcohol. Sydney rodó sus ojos. —Bryce, me iré por cinco minutos. Sólo vamos a ir por unas papas fritas. Pero Bryce no podía olvidar la sensación, el impulso increíble para sacar a Sydney fuera, fuera, fuera. Golpeando en el cristal. La sacudida terrible hacia adelante. Cristal, y rojo. ¿Cómo podría explicarlo? Sydney se sentó en el asiento de atrás, cerrando la puerta suavemente lejos de Bryce. Ella no iba a ir. Bryce se pararía frente al auto si era necesario. —¡Tienes que llevarme a casa! —espetó Bryce—. Estoy enferma. Tengo una nariz sangrando. Por favor. No me estoy sintiendo bien. Sydney suspiró.

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—¿No puedes esperar cinco minutos? —No, ahora. —Bryce agarró su brazo y tiró de ella desde su asiento. El pie de Sydney pateó una botella abierta y vodka se derramó por todo el piso. Bryce se apoderó de Sydney con más fuerza. Bryce estaba jadeando, su maquillaje corriendo en sudor por su rostro. Sydney se encogió de hombros hacia el conductor. —Supongo que te veré más tarde, Jack. El motor revolucionó y el pequeño auto azul aceleró por la calle, el otro asiento de atrás dando un portazo mientras se alejaba a toda velocidad. Los músculos de Bryce se relajaron. Dejó ir la mano de Sydney. El calor se arrastraba de vuelta a sus miembros. —¿Ahora qué? —Sydney se giró hacia Bryce—. ¿Quieres ir a casa? No supongo que hayas adquirido un auto en la hora que llevamos aquí. Bryce agarró su bolso, pero no estaba allí. Miró a Sydney, cuyo teléfono estaba metido en sus leggings. Bryce llamó al 411 del teléfono de Sydney mientras su hermana la miraba y fumaba un cigarrillo, desconcertada. —¿Ciudad y Estado? —Nashville, Tennessee. Lo hago mejor estudiando en medio de la noche, él le había dicho una vez cuando estaban entrelazados en el pasto. Cuando nada está despierto excepto mi cerebro. —¿Qué establecimiento? —Centro Médico Vanderbilt. Después de hablar con la recepción y la confundida enfermera de la noche en el ala de neurología, Bryce se conectó a la habitación de Sam. La línea sonó y sonó. El corazón le dio un vuelco. Él no estaba allí. Pero entonces, un clic. —¿Hola? —susurró Carter. Bryce sintió una sonrisa crecer ancha en su rostro. —Tenía el presentimiento de que estabas allí.

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Sydney se aclaró la garganta, haciendo un movimiento de “manos a la obra” con las manos. —¿Puedes recogernos? —le dijo dónde estaban, y que era una emergencia. Colgó y esperaron. Pero ya no era una emergencia. Sydney estaba allí, a su lado. Eso era lo que se estaba diciendo, tratando de disminuir su corazón frenético mientras el calor se deslizaba por su espalda de nuevo, salpicando su visión de negro. Trató de respirar normalmente. —¿Bryce? Se sostuvo al brazo de Sydney, tratando de mantener el equilibrio. Perdió su visión, su sentido, sin saber más si estaba vertical. En un borrón, el pavimento giró hacia ella.

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Capítulo 31 Traducido por Miranda. Corregido por Jo

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amás me hagas eso de nuevo. Sydney, Carter y Bryce se sentaron en la mesa de la cocina de los Graham. Habían tenido un viaje a casa silencioso.

—Pensé que ibas a caer en otro coma. —Sydney estaba bebiendo té, sus pálidas manos envueltas con fuerza alrededor de su taza. Estuvo lanzando miradas a Bryce cuando pensaba que su hermana no estaba mirando. —Lo siento —dijo Bryce. No podía decir demasiado. No debería haber salido, no debería haber bebido, no debería haberse emborrachado tanto como para acabar inconsciente en la acera. Tan pronto como hubo golpeado el pavimento, Bryce se despertó. Las primeras palabras en salir de su boca fueron: —No me lleves al hospital. Tal vez fue la forma en que Bryce la había agarrado, o que Carter hubiera llegado segundos después, pero Sydney había escuchado. Ahora acababa su té y se iba a la cama sin una palabra. Carter miró a Bryce, sus ojos buscando. Deslizó su silla cerca de la de Bryce, y apoyó las manos en la superficie, esperando. —Lo siento por ti, también —dijo Bryce. —¿Por qué? —dijo Carter simplemente, sus palmas se giraron hacia arriba un poco. Bryce puso su mano en la de él.

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Por primera vez en lo que pareció siempre, ella vio su sonrisa. Sus ojos azul grisáceo estaban brillantes. Con su otra mano alcanzó su bolsillo, donde guardaba su tarjeta de identificación médica Vanderbilt pegada a la tela. Él la despegó y lanzó a través de la habitación.

***

Por la mañana, el cambiante estado de ánimo de Bryce fue perforado por la vista de Sydney en el mismo sitio en la mesa de la cocina, la cabeza desplomada en sus brazos. Sus hombros se sacudían con sollozos. Debajo de sus brazos doblados estaba el periódico local. TRES MUERTOS EN UN ACCIDENTE POR CONDUCIR EBRIO, gritaba el titular. Debajo, entre las tres fotos escolares, estaba el amigo de Sydney Jack. Bryce contuvo la respiración. Su visión había sido real. Tuvo razón al mantener a Sydney fuera de ese auto. Tragó, alivio mezclado con tristeza corriendo a través de ella. Byce puso una mano en el hombro de su hermana. Sydney la agarró y apretó. Bryce no necesitaba mucho más. La había mantenido viva, y eso era suficiente. Ayudó a Sydney a volver a la cama, y entonces Carter se acercó. A pesar de que había una ligera brisa, se sentaron fuera, la niebla cubriendo su piel caliente. Bryce envolvió sus brazos alrededor de él y enterró la cabeza en su camisa. —Dime —susurró él. —¿Decirte qué? —Dime cómo supiste mantener a Sydney fuera de ese auto. El viento se sacudió, y gotas de agua aterrizaron en sus ojos. Se acurrucó más contra él, sin responder. —O podrías decirme cómo supiste que me sentaba contigo mientras estabas durmiendo —dijo, con sus dedos debajo de la barbilla de ella, sacándola del abrigo de sus brazos de sus brazos—. O por qué el escáner de la tomografía se averió. Bryce suspiró. No le digas a la Dra. Warren sonaba también muy parecido a No le digas a Mamá. Se sentó mientras él entrecerraba los ojos hacia ella.

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—Mi familia no necesita ningún problema más —dijo. —Lo sé —dijo él. —Bien. —Estaban de acuerdo. Bryce empezó por el principio, desde el momento en que despertó. El gran desconocimiento del mundo, las extrañas visiones, la sensación de que las cosas no estaban del todo bien. Le dijo todo. Cada pequeño detalle, desde el acalorado dolor hasta las visiones moviéndose adelante y atrás en el tiempo, situándola en lugares donde nunca antes había estado. Cuando acabó, sintió como que siete capas de piel pesada se desprendieron de su cuerpo. Estaba desnuda, sí, pero era libre. —Dime —repitió Bryce, dispuesta con cada vestigio que no la tomaría y la llevaría de nuevo al hospital para otra tomografía—. ¿Qué significa? Pero Carter estaba perdido en pensamientos. —Así que es el por qué tu actividad cerebral se alcanzó su máximo tan rápidamente. Agarró los lados de la cabeza de Bryce de repente, mirando de atrás hacia delante entre sus ojos. Su intensidad la hizo reír. Pero estaba curiosa. —¿Hay una respuesta? —No —dijo él, dejándola ir, apartando su cabello de su rostro—. La neurociencia siempre ha dicho que el cerebro humano está cableado, permanente en el momento que somos adultos. Pero también hay estudios que dicen que el cerebro tiene la habilidad de cambiar estructuras y funciones debido a la experiencia. Cuando el cerebro sufre un trauma tiene la habilidad de volver a clasificar. Carter paró, reparando en su confusa expresión. —Es como, después de tu accidente, tu cerebro era un puzle, ajustando la forma de sus piezas y cómo encajan juntas, pero creando la misma imagen general. —Oh, —dijo Bryce. Se estaba emocionando. —Las experiencias pueden ser registradas más o menos intensas, con reacciones emocionales diferentes e incluso sensoriales. Las memorias podrían ser almacenadas de manera diferente, liberadas diferentemente. El entendimiento cambia, la percepción cambia. Tu percepción pudo haber sido remplazada por lo que imaginabas que otros veían.

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Se levantó, caminando alrededor del rectángulo azul de la piscina. —El cerebro de todas las personas está entrenado para pensar linealmente en el tiempo, pero el tuyo pudo haber sido reconectado para entender el tiempo en una forma de palma o de red, momentos cada vez menos vinculados por causa y efecto, y más por objetos, palabras, motivaciones emocionales. Bryce se sentó en la tumbona, su aparentemente milagrosa cabeza descansando en sus manos. Hojas secas se deslizaron a través de la lona. Carter había caminado todo el camino hacia el otro extremo, quedándose de pie delante del trampolín sin utilizar. —¿Pero cuál es el punto de todo esto si voy a morir? —dijo Bryce. El rostro de él parecía adolorido, pero su cuerpo se quedó rígido, en posición vertical. Lentamente hizo su camino hacia ella, sentándose en la tumbona contigua, sus piernas extendidas delante de él. —Quizás no mueras —dijo suavemente. —Dijiste que mi cerebro no sobreviviría a la cirugía —dijo ella. Él miró a otro lado. Bryce había tenido tiempo de sobra para llegar a un acuerdo con este hecho. Había decretado su condena golpeando el martillo, la había cortado con una sierra, caminado con ella a través de la propiedad de los Graham hasta que sus piernas estuvieron demasiado débiles para mantenerse de pie. Carter no lo había hecho. Miró hacia atrás a ella, entrecerrando los ojos. —¿Recuerdas cosas de cuando estabas dormida? Bryce asintió. —Dime sobre uno de los artículos que te leí. Ese sobre insectos. —Simplemente no puedo sacar las cosas de mi cabeza —dijo. —Inténtalo. Estaba en una de esas revistas de naturaleza para niños. Era todo lo que había para leer ese día porque te leí todo lo demás. Bryce cerró los ojos. Pensó en su habitación del hospital, la cortina azul, el techo blanco, las luces circulares. Con un rápido rayo de dolor, Carter estuvo a su lado, su

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rostro más agotado de lo que estaba ahora, más joven, llevando una camiseta y pantalones cortos porque la habitación era sofocante en un pegajoso día de verano. —Ehh... —estaba diciendo, hojeando una descolorida revista—. Veamos. Se quedó en una página. —¿Quieres aprender sobre cigarras? —le preguntó a Bryce. Ella miró su rostro mientras leía, fascinada con esta versión de Carter casi fuera de sus años de adolescente, decidiendo pasar un día de verano al lado de la cama de una chica que no conocía, que puede que nunca conociera. —Las cigarras son unos de los insectos que más tiempo viven. Puedes reconocerlos por el zumbido procedente de ciertos árboles mientras aparecen cada verano. Ese sonido son sus piernas frotándose juntas, comunicándose unas con otras después de haber pasado el invierno bajo tierra. Cada palabra que salía de la boca de Carter era una que Bryce conocía mejor que la anterior. Empezó a hablar con él mientras leía. —Algunas cigarras pueden vivir hasta diecisiete años debajo de tierra, lentamente creciendo de crías a adultas. Leen la temperatura del suelo en círculos para saber cuándo han pasado los años. Cuando es hora, salen de sus agujeros para aparearse como hermosos adultos con alas completas... Bryce estaba de nuevo en el patio trasero, el calor de su cabeza cambiando con el falso calor de una tarde de septiembre, citando el artículo a Carter, lágrimas picando en sus ojos. —Una vez que su propósito es cumplido, mueren, dejando la tierra tan pronto como llegaron. Carter se veía cansado, acariciando su mejilla con su mano. Entonces envolvió sus brazos a su alrededor como si nunca fuera a dejarla ir.

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Capítulo 32 Traducido por Primula Corregido por Jo

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ryce estaba pintando en capas con su madre. Bien, su madre no estaba pintando en capas, ella estaba pintando a mano alzada una fotografía de un paisaje invernal Sueco que encontró en National Geographic. Arremolinaba el azul y blanco para hacer un gris helado, y usaba tintes de púrpura para las sombras. Es por eso que su madre era tan buena con el color, Bryce lo sabía. Recordó que ella había intentado que Sydney y Bryce pintaran cuadros cuando eran niñas. Pero Sydney estaba más interesada en su versión de “America, The Beautiful” y todo lo que Bryce quería hacer era correr alrededor capturando insectos. Bryce había descubierto una tienda de suministros de arte en un pequeño rincón cerca del campus de Vanderbilt, y pidió a Carter detener el auto por un segundo. No tenía ni idea de por dónde empezar a comprar las pinturas, así que eligió la caja más colorida. Y luego, pensando en cuán enojada se ponía cuando no era buena en cosas como el arte, Bryce arrojo un par de pinturas-en-capas para niños en el maletero. Su madre había llegado a casa de una cita para encontrar las pinturas de tempera, papel y a Bryce en la mesa del comedor, completando un cuadro de una cesta de gatitos. —¿Quieres unirte? —Había preguntado Bryce. Su madre había estallado en una risa nerviosa. —No he pintado en... Dios sabe... —Pero ella cogió un pincel con amor. —Por lo menos eres buena en mantenerte dentro de las líneas —bromeó su madre más tarde, inclinándose desde sus montañas suecas. —Sip, si quieres una lección de mí en gatitos, sólo pide —dijo Bryce con una sonrisa. Su mamá soltó una risita.

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Bryce miró nuevamente la foto de National Geographic. Pura nieve blanca cubriendo una alta e imponente cordillera. Los Alpes. Gabby y Grey los habían visto en persona. Gabby. Con un último toque en una de las colas de gatito, Bryce sacó su teléfono. Vería a su amiga una vez más, eso esperaba. Bryce clavó sus dientes en su labio y tecleó: ¿Café? Tomó un momento, pero al final, la respuesta fue afirmativa.

***

Bryce estaba contenta de que el café tuviera una pared llena de ventanas. Era una pena no poder estar al aire libre en un hermoso día de otoño. Tener sólo un delgado cristal entre ella, las hojas naranjadas y la brisa fresca era la mejor alternativa. Bryce había llegado temprano para conseguir un poco de té helado y un bollo, y leer. Gracias a las horas de estudio prolongado de Carter, estaba ahora en la mitad de Las Aventuras de Huckleberry Finn. Pero estaba teniendo dificultades para mantener su corazón con Huck y el circo esta mañana. Las personas se precipitaban dentro y fuera de la cafetería, tomando café y subiéndose en autos con canoas y flotadores de neumáticos atados. Era un hermoso sábado, y todo el mundo estaba luchando por absorber el aire que había perdido, escondidos en sus cubículos. La puerta sonó. Bryce se tensó en su silla. Gabby entró. Se había cortado el cabello y los ojos marrones parecían más brillantes ahora, sus pómulos más agudos, sin cortinas oscuras o una trenza tortuosa. Miró a su alrededor. —Por aquí —llamó Bryce desde la ventana. Apartó los pequeños escalofríos de nerviosismo que sentía al ver a su amiga. No hubo suficiente tiempo para estar asustada o preocupada. Gabby la perdonaría, o no lo haría, pero de cualquier manera, Bryce le diría lo que sentía. Ella podría al menos hacer eso. Cuando Gabby ubicó a Bryce, sus labios se curvaron en una sonrisa. Llevaba una chaqueta de punto por encima de su larga camiseta de lino, y jeans emparejados con zapatillas de ballet. Cuando se deslizó en su asiento frente a Bryce, parecía feliz. Su rostro estaba lleno. Sus mejillas tenían color.

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Gabby puso sus manos en frente de ella, dobladas. Miró a Bryce, esperando. —Te ves muy bien —dijo Bryce, poniendo sus manos alrededor de su vaso de té helado, mirando la media luna de limón que flotaba alrededor de los bordes—. Me gusta tu cabello. —Gracias —dijo Gabby. Bryce tomó una respiración. —Te he llamado aquí porque quería que supieras que lo siento mucho. Lo siento más que en toda mi vida —agregó Bryce lentamente—. También quería decirte que tenías razón acerca de mí estando confundida. Ya sé que no es excusa, pero... Estaba tan confundida. Estaba confundida sobre el pasado y el presente. —Bryce se detuvo, mirando dentro de los ojos de Gabby, que parecía estar mirando a través de ella. Tragó saliva—. Debería haber dicho lo que sentía. Sobre todo el asunto. Acerca de lo difícil que fue verlos a los dos juntos. Sé que aun así estuvo tan mal. Lo siento. No puedo decirlo lo suficiente. Gabby le dio una sonrisa triste. —Lo hecho, hecho está. Bryce comenzó a responder, pero Gabby levantó una mano. Bryce se quedó en silencio. —No iba a casarme con Greg para hacerte daño, pero lo hice. Ahora lo veo. Y lo siento por eso, también. Bryce sacudió su cabeza. —Ambas terminamos siendo heridas, creo. Gabby respondió con un asentimiento, con las manos todavía dobladas. Ninguna de las dos dijo nada durante un largo tiempo. Autos iban y venían. La puerta se abrió y se cerró. Bryce se preguntó si eso era todo. Se preguntó si Gabby se iría ahora. Esta podría ser la última vez que vería a Gabby. La niña cuya risa llenaba incluso la habitación más grande. El pensamiento de poner fin a este tipo de cosas hizo a Bryce retorcerse de dolor. —Podemos... —habló finalmente Bryce—. ¿Empezar de nuevo? La cabeza de Gabby se inclinó. Pensó por un momento, con sus ojos brillantes. Sus manos extendidas sobre la mesa.

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—Creo que sí —dijo con una sonrisa. Bryce elevo sus cejas, rompiendo a reír con incredulidad. —¿En serio? Gabby se encogió de hombros. —Sabes que no puedo guardar rencor. —Arrancó un trozo del bollo de Bryce y se lo metió en la boca—. Además, algo me dice que no habría funcionado de todos modos con Greg —dijo con una sonrisa amarga—. ¿Supones dónde está nuestro querido amigo ahora? —No lo sé —dijo Bryce, inclinándose hacia adelante. No la había contactado. —Yo tampoco —dijo Gabby, asintiendo al ver la expresión de sorpresa en el rostro de Bryce—. ¿Correcto? —¿No te lo dijo? —Tomó la vieja camioneta de su abuela y todas sus cosas de camping. Él no responde las llamadas de nadie. Bryce rodó los ojos. Él había soñado con nuevos inventos y viajes al espacio y preguntas como por ejemplo cómo los colores coincidirían con los sonidos. Tal vez él estaba mejor navegando de un nuevo paisaje a otro. Gabby se rió y Bryce se unió. Cuando sus hombros se cansaron, ella luchó para ocultar los disparos de dolor a través de su pecho. En estos días, Bryce tenía una pequeña dosis de dolor cada vez que no hacía algo además de sentarse. Se encogió de hombros. Su corazón estaba sofocado. —No estaba preparado para ninguna de nosotras —dijo Gabby pensativa, sus risas se desvanecieron. Bryce levantó su té helado en acuerdo, le contó a Gabby sobre Carter y el “baile de graduación”, y su salida nocturna con Sydney, menos la visión y la sangre. Gabby dijo que podían salir cuando viniera a visitar, pero que se iba mañana para D.C. —¿Te vas, entonces? —Bryce se había permitido esperar que ahora que Gabby había vuelto, estaría allí con ella hasta el final.

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—Claro que lo haré —respondió Gabby—. No voy a ser capaz de iniciar hasta el segundo semestre, pero de esta manera puedo obtener mi orientación antes de que comience la escuela. —¿Te vas a vivir allí por ti misma? Gabby miró a Bryce como si debiera saber la respuesta. —¡Tú me dijiste que podía hacerlo! No te retractes ahora. —Por supuesto que no —soltó Bryce—. Sólo me preguntaba si las cosas podrían haber cambiado... —Bien. —Gabby hizo una pausa, sonriendo para sus adentros—. No quiero hablar del pasado otra vez, pero... a veces cuando algo malo sucede en un lugar, quieres alejarte de él tan pronto como sucede. ¿Sabes? —Sí —dijo Bryce, tragándose las lágrimas. Sin lágrimas. No hoy. Ella no había llegado a conocer a la Gabby adulta por mucho tiempo, pero Bryce sabía que estaría bien allí. Tenía una manera de ganarse a las personas, de hacer que se sientan bien con ellos mismos sin siquiera intentarlo. Era lo suficientemente inteligente hasta el punto que había ascendido en su clase. Había sobresalido en sus exámenes, y entonces ella conocería a alguien en una empresa, y ellos le darían un puesto de trabajo en el lugar debido a la forma en que se conducía, como si ella ya supiera que había sido elegida para ello. Ella era la chica que podía lucir una tiara en un club y consumir una novela de trescientas páginas de un día. Era la chica que podía salir de la suciedad y perdonar la traición de su mejor amiga, como si nada. Bryce envolvió sus brazos alrededor de Gabby y la abrazó con fuerza hasta que ella se movió para irse. Tomó las manos de Bryce para un apretón, y se volvió hacia la puerta. —¡Nos vemos pronto, Bry! Te llamaré desde Washington D.C. La puerta sonó al cerrarse. Bryce miró a Gabby a través de la pared hecha de ventanas por última vez. A través del estacionamiento lleno de hojas, en su VW negro, cinturón de seguridad, comprobando sus espejos. Tal vez Bryce la volvería a ver. No en Nashville, Tennessee, pero tal vez.

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Gabby retrocedió y se alejó. Tal vez en algún otro lugar, pensó Bryce.

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Capítulo 33 Traducido por Mona Corregido por Alicadi

B

ryce se miró en el espejo. Su cabello había crecido hasta la mitad de su espalda. Este es mi cumpleaños veintitrés. Extraño. Ella lo intentó en voz alta. —Este es mi cumpleaños veintitrés.

Bryce había prometido no pensar en su muerte hace un mes, pero ella no pudo evitarlo. Ella pensó en ello hoy. Bueno, en realidad no había mucho para pensar. No había venido, ese era el punto principal. Cuatro semanas habían pasado desde la noche que Carter le dijo; luego cinco semanas habían pasado. Ahora el mes de septiembre se había ido hace mucho tiempo. Bryce seguía padeciendo dolores de cabeza y quedándose sin aliento, pero ella se había entrenado a sí misma para tomar todo más despacio. Nadie esperaba ya que ella fuera más rápida, de todos modos, por lo tanto era fácil mantener un perfil bajo. Ella se acordó de traer todo lo que necesitaba desde abajo de las escaleras en sólo un viaje. Ella tomó muchos baños calientes. Sydney había dejado de salir cada noche una vez que la escuela comenzó, así que Bryce no necesitaba dar ninguna excusa del por qué ella se estaba quedando en casa. Si no fuera por la mirada ocasional de Carter, ella podía incluso haber olvidado que el tiempo se agotaba. Con todo el descanso que estaba consiguiendo Bryce, tenía muy poco estrés. Sin estrés, no tenía ninguna visión. Ella no extrañaba el dolor ardiente, pero tenía que admitir que añoraba los recuerdos. No se preocupaba por ver el futuro, o lo que sea que ella viera. Dentro de cinco minutos, Bryce estaría comiendo el desayuno de cumpleaños de Carter con panqueques de chips de chocolate y tocino ahumado en madera de manzano. Este era su futuro.

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—¡Aquí está la chica de cumpleaños! —La mamá de Bryce la felicitó. Su papá estaba inclinado en el mostrador, leyendo el periódico. —¿Tienes ropa cómoda? —Aparte de un abrazo de oso, esa era su única felicitación de cumpleaños. —¿Cuándo no es así? —preguntó Bryce, confundida—. ¿Por qué lo preguntas? —Ya verás —dijo él, frotándose las manos. —No, no, no… —Bryce escuchó desde la cocina. Carter supervisaba a Sydney mientras ella trabajaba el tocino—. No le des vuelta. No tiene la adecuada textura crujiente. Lo puedes notar por las burbujas. —Sólo atente a tus panqueques y déjame hacer mi trabajo —refunfuñó su hermana—. Oh, hey, Bryce. —¡Bryce! —Carter se iluminó, cruzando la cocina con manchas de pasta sobre su camisa. Él todavía rechazaba llevar un delantal, felicitándola con un abrazo de calidad y un beso que decía que él no la había visto en años. De la misma manera que lo hacía cada día. —Siéntate, siéntate, siéntate. —La mamá de Bryce la acompañó a la mesa. Nadie le permitía hacer algún trabajo en la cocina. Pero eso no quería decir que le estaban permitiendo sacar puñados de chips de chocolate, tampoco. Bryce miró por encima de su hombro a Sydney, quien estaba evitando el chisporroteo de la grasa de tocino con sus pinzas en el aire. —¿Recibiste el presente que dejé sobre tu cama? —Bryce llamó. —Se supone que le consigas regalos a otras personas en tu propio cumpleaños — Sydney dijo, girando una tira de tocino—. Sólo los viejos hacen esto. Bryce tomó eso como un sí. Mientras Carter estudiaba en la Biblioteca Vanderbilt ayer, Bryce había terminado con Huck Finn y había vagado hacia los ordenadores, buscando hasta que ella encontró lo que buscaba. Anoche antes de que Sydney llegara a casa, Bryce dejó un impreso sobre su almohada. ESCUELA SAVANNAH DE ARTE Y DISEÑO PRODUCCIÓN. DISEÑO DE SONIDO. ARTES ESCÉNICAS. DIRECCIÓN MUSICAL. Sydney le dio a su hermana una risa de lado por encima de la cocina. Ella consideraría esto a su propio ritmo, pero Bryce al menos quería que supiera que cuando ella se

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cansara del distrito industrial de Nashville, había opciones. No era mucho, pero era algo. Moviéndola en la dirección correcta. Ella sabía cómo era quedarse atrapada en su propio pequeño mundo. Los pensamientos de Bryce fueron interrumpidos por riñas y susurros. Ella comenzó a girar. —¡No lo hagas! —Un coro de voces soltó. Bryce se rió disimuladamente y obedientemente se quedó dónde estaba. Ella les había dado a sus padres un regalo, también, pero sabía que ellos no lo aceptarían en lo que, como se suponía, era "su" día, entonces sólo lo puso sobre la chimenea. Ella se preguntó cuándo ellos notarían el original enmarcado de su fotografía de la fiesta de graduación, de nuevo fuera del depósito, al lado de la ampliación enmarcada de la fotografía que Bryce tomó de ellos. Habían conseguido la postura exactamente idéntica. Enamorados, entonces y ahora. Dos movimientos rápidos de un encendedor. Un susurro: —Uno, dos, tres… —Feliz cumpleaños a ti… —La profunda, desentonada voz de su padre sobresalía del coro de Sydney, su mamá y Carter cantándole. Bryce giró. Su madre sostenía una pila alta de panqueques de chips de chocolate con dos velas metidas en ellos. Bryce se rió y puso sus manos sobre su boca. —¡Oh, yum! Ella casi podría probar el chocolate derretido. Todos estaban de pie alrededor de ella. Bryce cerró sus ojos para pedir un deseo, pero se quedó en blanco. No podía pensar en nada. Apretó sus ojos con más fuerza y dio una sonrisa nerviosa, sabiendo que esperaban por ella. Pero todo parecía haberse caído del cielo exactamente de la forma en que debería haberlo hecho, incluso las cosas malas. Así es como era y ella no podía imaginar nada mejor. Carter tocó su hombro. Bryce abrió sus ojos hacia las dos llamas brillantes. Ella disfrutó de la vista de ellas titilando, brillantes y vivas, luego las apagó. Pronto el ruido de tenedores y cuchillos se unió a la charla de bocas llenas, y todos tuvieron que mandar a Carter a callarse cuando él comenzó a criticar su propia cocina. —Entonces. —Finalmente Carter cambió de tema, mordiendo una lonja de tocino—. Jane espera una visita en cualquier momento. Ellos tienen una tarjeta para ti en el ala de neurología.

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—¿Les dijiste que era mi cumpleaños? —Bryce lo miró acusadoramente. Él le guiñó un ojo. —Ellos tienen tus papeles, Bryce. Saben la fecha de tu nacimiento. —Bien jugado —dijo Sydney, haciendo estallar un pedazo de panqueque en su boca. —Sí. —Carter limpió su garganta—. Mi papá y yo… estábamos allí y hablamos con ellos ayer. Bryce dejó su tenedor. —¿Tu papá? —Sí, ¿dónde está ese padre misterioso y cuándo podré preguntarle qué equipo deportivo apoya? —El padre de Bryce preguntó entre mordiscos. La mirada de Bryce estaba bloqueada en la de Carter al otro lado de la mesa. Él no había mencionado a su papá visitando a Sam. ¿Estaba feliz por eso? Ella no lo podía decir. —Bien —dijo Carter, devolviéndole la mirada a Bryce con una pequeña sonrisa—, es posible que te tropieces con él si estás de vuelta en el hospital en algún momento. —¿Qué lo hizo hacerlo? —Le conté tu historia —dijo Carter, su barbilla levantada. Miró alrededor a su familia—. Y cómo los Graham nunca te dejaron de lado, y cómo ellos consiguieron un milagro. —Seguro lo hicimos. —La madre de Bryce apoyó su cabeza en el hombro de Bryce—. Seguro lo hicimos. Cuando Bryce apartó su plato, su papá se levantó de su silla. —¿Estás lista? —Supongo. —Bryce se rió. Su mamá le dio un suéter. Ellos iban a salir a la parte de atrás. Carter ayudó discretamente a Bryce a bajar la escalera, su mano alrededor de su cintura. Cuando ellos pasaron por las puertas del sótano, ella tembló. Este era un día de octubre excepcionalmente frío.

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—Ugh —dijo Sydney, mientras caminaban, doblando sus brazos sobre su pecho, donde la palabra DUBSTEP estaba impresa en rosado neón—. ¿Por qué el invierno no se mantiene alejado? Ellos llegaron al granero. Posiblemente el regalo de Bryce eran más herramientas eléctricas. Gracias a Bryce, su papá y a veces Carter, el granero ya no estaba sólo remendado, fue transformado. El papá de Bryce evitó la puerta, a pesar de eso, ellos lo siguieron hacia el pastizal. A medida que se acercaban al granero, los ojos de Bryce cayeron sobre una lona azul de aspecto familiar. Ellos habían sacado el avión a medio terminar del granero cuando comenzaron el trabajo, pero Bryce no había puesto los ojos sobre él desde entonces. Su papá separó la lona con un ademán, como un mago que revela un truco. ¡Ta-da! El viejo biplano se veía inmaculado, sin un tornillo fuera de su sitio. Había sido pintado el rojo cereza intenso, frente a una delgada franja de aterrizaje cortada a través de la hierba seca. —Lo terminaste —dijo Bryce con asombro. —Ayudé —dijo Sydney con orgullo. —Pensé que estabas haciendo tu tarea. —Bryce bromeó, golpeando a su hermana en el brazo. Ella sonrió ante la idea de su hermana y su papá entregándose herramientas entre sí, disponiendo la cinta para la pintura. —Eso también. —Sydney hizo rodar sus ojos. —Muy bien. Vamos a hacerlo —dijo Mike, tomando dos pares de gafas protectoras de aviador de su bolsillo. Todos voltearon hacia Bryce. Ella observó los ojos de su hermana aterrizar en el avión y de nuevo sobre ella. —Sydney debería ir —decidió Bryce. —¿En serio? —preguntó su padre. —Sí. Sydney obtiene el primer viaje por su trabajo de pintura. Y su secreto excelentemente guardado. —Quiero decir, no tengo que hacerlo. —Sydney se puso nerviosa. —No, vamos, Syd —insistió Bryce—. Sabes que quieres usar esos anteojos. —Es verdad. —Sydney sonrió y subió en el avión con su padre.

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Bryce, su madre, y Carter se quedaron al lado de la pista de aterrizaje mientras Sydney y su padre despegaron. El pequeño avión levantando polvo, aceleró por la pista de aterrizaje y despegó, elevándose sólo unos metros antes de la línea de árboles, en dirección al este mientras comenzaba a elevarse. Desde el campo, todos comenzaron a aplaudir. Bryce cerró sus ojos y pensó en su padre y hermana. A través de sus ojos, ella vio: las colinas donde se quemaba la hierba dorada, los llameantes árboles rojos. Ella los escuchó chillar al máximo de sus pulmones. Y luego, como una joya ubicada dentro de los valles, ella vio el verde revoloteo de un río. ¿El Cumberland? No. Él Mississippi. Por sus ojos cerrados los colores del paisaje se curvaban y serpenteaban pasando de uno a otro como cintas. Dando vueltas por el aire, arriba, abajo, el agua luminosamente brillante. Ella podía oír a su padre y a Sydney gritando, riéndose entre sí. Bryce abrió sus ojos. Finalmente el avión dio vueltas en círculos alrededor y aterrizó, no exactamente con gracia, pero en una sola pieza. El padre de Bryce saltó hacia fuera primero y luego ayudó a Sydney, cuyo cabello estaba enredado por el viento, sus mejillas ruborizadas de rosado. —¿Quién es el siguiente? —dijo él—. ¿Beth? —No sé, ya me organicé el cabello —dijo la madre de Bryce, acariciándolo hacia abajo. El padre de Bryce frunció el ceño. —¡Oh, estoy bromeando! —gritó. Ella se rió y subió, repitiendo—: Oh, hermano, oh, hermano. —Mientras ella trataba de mover las gafas en su lugar. Mientras ayudaba a su esposa en el pequeño asiento, el padre de Bryce se volvió hacia ellos con un guiño. —Chicos nos vemos de vuelta en la casa. Su mamá y yo podríamos tomarnos un rato. La madre de Bryce se ruborizó y sacudió su mano. —Ignoren a su padre. Bryce y Sydney observaron a su avión tomar vuelo, elevándose por el cielo. Ella mantuvo su rostro levantado, entrecerrando los ojos cada vez que el sol aparecía por las nubes gruesas.

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Escuchó la risa de su padre, los chillidos de su madre y capturó los ojos de su hermana, brillantes mientras ella se estremecía en la fría mañana. Sydney metió sus brazos en su camiseta y Bryce puso una mano sobre el hombro de su hermana, frotándolo para calentarla. Ellos estaban juntos. Eran felices. Esto era donde ella pertenecía.

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Capítulo 34 Traducido por Shadowy Corregido por Alicadi

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stuvo cálido más tarde ese día, lo suficientemente cálido para ver una película en el Autocinema Big Chief. La función de esa noche era The Searchers. Carter no admitiría nada, diciendo que era la mejor coincidencia del mundo.

El día después del cumpleaños de Bryce, se puso incluso más cálido, casi caliente. Hacia el atardecer Carter y Bryce hicieron un viaje al Lago Percy, ambos gritando como perros salvajes en la gran colina. Se metieron en los árboles y arbustos cubiertos en las llamas del cambio, irrumpiendo en el claro, respirando el repugnantemente dulce olor de manzanas silvestres demasiado maduras. Las hojas volaban en el viento, tomando pequeñas pendientes para aterrizar en el vestido de Bryce, luego zambullirse del risco al lago parcheado de verde. Se sentaron viendo la puesta de sol, diluyéndose para rezumar de naranja en los árboles, como una yema de huevo en agua. Bryce se acurrucó junto a Carter, apoyando su cabeza en su pecho. —Dime algo —dijo. Ella hacía mucho esto, cuando se aburría de la tranquilidad. Él usualmente sacaba algún hecho al azar sobre tendones o neuronas. —Está bien. Aquí hay algo que no sabes. —Le acarició el cabello a ella—. Yo estaba allí el día que te heriste en las Competencias. —¿En serio? —Bryce levantó su cabeza para mirarlo—. ¿Por qué? Negó con la cabeza. —No lo sé. Fue totalmente aleatorio. Estaba a punto de ser un estudiante de primer año en Vanderbilt, y no conocía a nadie aún… había llegado temprano y estaba paseando por el campus, echándole un vistazo. La puerta a la piscina estaba abierta y

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escuché vítores, así que entré. Y vi a esta hermosa chica, de pie sobre una plataforma en un traje de baño, así que naturalmente… —Así que ¿me viste salir herida? —Bryce sintió una pequeña punzada en su estómago. ¿Por qué no me salvaste? —No vi la inmersión. Estaba distraído por algo… pero entonces escuché a la gente jadear. Ella se sacudió el sentimiento herido. Carter era sólo un chico en las gradas. Pero era una coincidencia. —Y entonces descubriste que yo estaba en el mismo que tu hermano. —Unos años más tarde, sí. —Huh —dijo Bryce, su cabeza de nuevo en el pecho de Carter. No había nada más que decir al respecto. Cosas más extrañas habían sucedido. —¿Quieres saber algo más? —susurró después de un rato. —Sí —dijo ella. —Quería besarte el primer día que me trajiste aquí. Bryce le respondió haciendo justo eso, por tanto tiempo que tuvieron que detenerse para respirar, y luego se inclinaron por más. Los besos enviaron chorros de fuego por la espalda y costados de ella, buen fuego, fuego que lamía con calor en invierno, derritiendo el hielo en pequeñas piscinas húmedas. Las manos de él corrían arriba y abajo por sus brazos desnudos, por su cuello, su pecho. Estaban bajo las ramas ahora, la espalda de Bryce contra el tronco del árbol, el peso de Carter presionado contra ella. Se deslizaron hacia abajo, encerrados por los brazos del otro; aterrizando en la hierba lado a lado. Las respiraciones de ella viniendo en ráfagas rápidas, Bryce encontró los ojos de Carter, bajando a su nariz, a sus labios, a los botones de su camisa. Ella los desabotonó. Carter llegó detrás de su cuello para desabrocharle su vestido. Bryce le desabrochó su cinturón.

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Él le desabrochó su sujetador. Se desnudaron el uno al otro. Pronto ella ya no era Bryce Graham con la cabeza extraordinaria, las piernas débiles, las manos torpes. Ella estaba dentro de todo eso. Por la mirada en el rostro de Carter, él lo sabía también. Sus vidas no estaban en todos los divertidos gestos externos, las manos en la piel, los labios en la piel, un esqueleto contra el otro, una boca en la boca del otro, la carne caliente, la espalda arqueada. No era eso. Con Carter, la raíz de todo estaba por dentro. Las ramas en otoño por encima de ella, la cabeza de él en el hueco de su hombro, Bryce vio la raíz de todo. Nuestras vidas vienen desde el interior. —Te amo —dijo él en la noche, su pecho ya no agitado. Se habían metido de nuevo en sus ropas. El frío había vuelto cuando el sol se puso, y estaban cubiertos en sudor. —También te amo —dijo Bryce, pero su respiración seguía siendo desigual. Sus oídos estaban repicando, efectos especiales perfectamente en un familiar coro de zumbidos. —Huh —dijo. —¿Qué? —dijo Carter tranquilamente a su lado. —Un poco tarde para las cigarras —dijo. —Yo no escucho ninguna —dijo Carter, su voz desvaneciéndose—. Sólo voy a descansar mis ojos un poco —dijo, pronto seguido por las respiraciones constantes y lentas del sueño. —Está bien —dijo Bryce, y se levantó. El zumbido se hizo más fuerte, tan fuerte como podría alguna vez ponerse a finales de julio. Pero era octubre. El dolor estaba de lugares de los que nunca había venido antes —detrás de sus orejas, la base de su cuello cerca de sus hombros, disparándose a través de su frente. Pensó en despertar a Carter, pero otra ola la trajo a sus rodillas, luego al suelo en posición de gateo. Bryce empezó a enumerar todas las cosas que sabía sobre el suelo, para no perder el conocimiento. Tierra dura.

229

Briznas de hierba. Cáscaras de bellotas rotas. Ramitas. Arena suave. Agua lamiendo en la parte posterior de su mano. ¡Eso no es correcto! Bryce se levantó empujándose, enojada de que hubiera sido engañada. El miedo se levantó junto con otra ola de dolor. Ya no estaba en control. Calor y luz con manchas. De vuelta a la oscuridad. Luz dorada sobre la superficie del agua. La cabeza de Bryce latía, sus pulmones llenos de algodón, pero al menos ella podía pararse. —Oh. —Se dio cuenta con un susurro ronco. Sabía de alguna manera, por la oscuridad más oscura que cualquiera que jamás había visto. Por la forma en que el agua parecía dorada, como si estuviera revertida con el cielo. Nunca se veía así. Esta noche era. La visión que había visto. El clavado. Su principio, su final. Bryce se había casi convencido a sí misma que todo era un error, que ella iba a vivir. No por siempre, sólo el tiempo suficiente para hacer más cosas. Para ir a la universidad. Para estar enamorada por un largo tiempo. Para viajar por el mundo. Sintió su rostro contorsionarse como si fuera a llorar, pero no sabía si podía físicamente. Fue respondida con un dolor tan intenso que la trajo de vuelta a la oscuridad. Se abrió paso hacia fuera como si estuviera siendo enterrada en el aire. Bryce dio un paso tan cuidadosamente como pudo hacia Carter, profundamente dormido, y lo besó suavemente para no despertarlo. ¿Estaría él sorprendido de encontrar que ella hubiera desaparecido en la mañana? Bryce se preguntó si él había empezado a creer que ella viviría, también. Mientras hacía su camino hacia el borde del risco, sosteniendo los retoños de árbol por equilibrio, Bryce dijo silenciosos adiós a su madre, su padre, su hermana pequeña. Podía imaginárselos en sus camas: su madre en su albornoz rosa eléctrico; su papá roncando en un chándal, una biografía de un jugador de béisbol abierta sobre su

230

pecho; Sydney como Bryce la había visto el último par de noches, su rostro enterrado en un libro sobre teoría de la música. El zumbido era ahora demasiado fuerte para lograr cualquier otro sonido, y el dolor estaba estallando detrás de sus ojos como una final de fuegos artificiales. Con cada centímetro de movimiento que quedaba en sus músculos, Bryce cruzó sus manos delante de ella en forma perfecta, dobló sus piernas, tensas y firmes, y saltó. Un pliegue en la oscuridad, y luego hacia la luz, recta como una flecha. Un último clavado en la eternidad.

Fin 231

Sobre la Autora Lara Avery Lara Avery es una recién graduada de la Universidad de Macalester, y una escritora contratada por Alloy Entertainment. Su primera novela, Anything But Ordinary, se está vendiendo como pan caliente. Los escritos de Lara también han aparecido en The Onion AV Club, plain china de la Universidad de Bennington: Mejor Escrito Pregrado de 2009, y en varios escenarios en la ciudad de Nueva York como participante en The Moth StorySLAMS. Lara creció en Topeka, KS en una familia de hermanos, reverentes fanáticos deportivos, y un labrador golden retriever llamado Rusty. Rusty ahora está muerto. Actualmente vive en St. Paul, MN. Para más información sobre su trabajo, visita su página web: http://laraavery.com

232

Agradecimientos Moderadora Otravaga

Traductoras AariS

Kira.godoy

Otravaga

areli97

Little Rose

Primula

Aria25

Lorenaa

Shadowy

Auroo_J

maleja.pb

vanehz

flochi

Maru Belikov

Vettina

florciscuchis

MaryLuna

yanli

Jo

Miranda.

yumigood

Mona

Correctoras Alicadi

Jo

Nanis

Clau12345

Laurence15

Otravaga

Recopilación y Revisión Otravaga

Diseño Gabrock

233

¡Visítanos!

234

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Capítulo 33. Capítulo 34. Sobre la Autora. Agradecimientos. Page 3 of 234. Anything but Ordinary - Lara Avery.pdf. Anything but Ordinary - Lara Avery.pdf. Open.

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