El ladrón devoto El niño corrió pendiente arriba hasta la fuente donde dos ancianas y una niña hablaban alegremente sentadas en la piedra que circundaba el pequeño manantial. Dos cestos llenos de ropa sucia descansaban en el suelo frente a ellas. La niña , al verle, se levantó de un salto mientras las ancianas observaron al niño llegar. Les asombraba la incansable juventud que ya casi no recordaban. - ¡Gonzalo! ¿Por qué has tardado tanto? – Gritó la niña. - He estado en “Badrán” con mi madre, vendiendo los últimos caparrones, y luego hemos pasado por el majuelo. Siento llegar tarde. - ¿Los habéis vendido? – Preguntó una de las ancianas. - Sí, señora Esperanza – Respondió el muchacho. Las ancianas se miraron extrañadas. - Vamos al lavadero, te esperamos all í, Caridad. - Ahora mismo voy, abuela – Respondió la niña. Las ancianas se levantaron, recogieron los cestos y dirigieron sus pasos hacia el pequeño lavadero que estaba en la parte baja del pueblo, en dirección al cementerio. Fue construido por los monjes del cercano monasterio unos años atrás y había revolucionado la vida del pueblo evitando que las mujeres que debían lavar las pocas ropas que tenían no anduviesen hasta el rí o. Todo el pueblo estaba agradecido a los clérigos del monasterio. - ¿Así que crees que el agua del lavadero no viene del rio, y que es el mismo agua que el de esta fuente? – Preguntó quisquillosamente la niña. - Así es – Contestó el niño sonriendo. - ¿Y cómo piensas demostrármelo? - ¡Con esto! – El niño sacó un pequeño cubo hecho de madera de uno de sus bolsillos. La niña intent ó cogerlo, pero Gonzalo lo retiró rápidamente – Está hecho de madera y flota. Además, es lo suficientemente pequeño para que no se quede trabado, espero… - ¿Cómo lo has hecho? – Preguntó la niña intrigada.

- Me enseñó a hacerlo Manuel la semana pasada. Me dijo que a veces él utilizaba algo parecido para pescar truchas en el rí o, pero e l s u yo n o e s t a b a t o t a l m e n t e c e r r a d o y e r a m á s g r a n d e . - ¿Manuel? –La niña bajó la voz – ¿Manuel el ladrón? - Sí, suelo verlo las tardes cuando bajo a trabajar el regadío. – La niña puso mala cara. – Me enseña cosas, a veces me lee historias de la Biblia. Y otras veces me trae algo para comer. - ¡No deberías hablar con él! ¡Es un ladrón! – Gonzalo se sintió contrariado. No parecía mala persona. - Bueno… ¿Lo probamos? – Dijo Gonzalo intentando acabar con la regañina de la niña. - ¡Sí! Gonzalo sostuvo el cubito sobre el tragadero de la fuente. Cont ó hasta tres y lo soltó. Ambos niños salieron corriendo hacia el lavadero. - Ha vendido los últimos caparrones… No sé qué van a comer durante el próximo invierno, por mucho que sus hijos lleguen a ser unos benedictinos... – Dijo Esperanza. - No seas así… han ahorrado durante mucho tiempo y los dos son bastante inteligentes y trabajadores. Ahí vienen corriendo tu nieta y él. – Respondía la otra anciana mientras lavaba la ropa. Los niños entraron en el lavade ro como una tempestad. El lavadero era un edificio pequeño y las paredes eran recorridas por un canal que llevaba el agua y servía a l as ancianas para lavar la ropa. El mejor sitio estaba justo al lado de la salida del agua, donde el agua estaba más limpia. Y fue allí donde se pusieron los niños, intentando ver el cubito aparecer, y empujando a Esperanza que no tuvo más remedio que apartarse un poco. - ¡Sois unos torcidos! ¿No veis que me estáis molestando? – Se quejó la anciana. Los niños esperaron durante unos momentos hasta que apareció el cubito flotando. Gonzalo recogió el pequeño cubo entusiasmado. - ¡¡Te lo dije!! *

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La azada retumbó en la tierra. La tarea estaba finalizada. Gonzalo recogió todas las herramientas y salió al camino donde vio que

alguien se estaba acercando. Esperó en el camino hasta que reconoció a Manuel. Este le sonrió cuando le vio. - H o l a , G o n z a l o , ¿ h a s a c a b a d o ya ? - Sí, tengo que esperar aquí a mi hermano que ha ido a buscar manzanas a Estollo. - ¿Tienes hambre? – Preguntó Manuel quitándose la bolsa que llevaba a la espalda. El niño asintió y ambos se sentaron a un lado del camino, a la sombra de los á rboles. Rebuscó en su bolsa y sacó un pequeño chorizo y un poco de pan, se lo ofreció a Gonzalo que no lo cogió. - ¿Por qué robas? – Preguntó el niño sin tapujos. Manuel se sorprendió y luego sonrió mientras le volvía a ofrecer los alimentos al niño. Este lo cogi ó, pero no se lo comió. - Bueno… es un poco complicado. ¿No vas a comer? - No, quiero compartirlo con mi hermano cuando vuelva. – Manuel sonrió otra vez. - Tú no habías nacido todavía, pero hace algunos años un clérigo malo era el que administraba el mo nasterio y todas sus tierras. No nos llevábamos muy bien, y decidió quitarme las tierras que me daban de comer. Tras eso, intenté ganarme la vida como pude, pero la gente empezó a desconfiar de m í y la única opción que me qued ó fue la de robar alimentos pa ra poder sobrevivir. - Pero… robar está mal. – Afirmó Gonzalo – Tu mismo me lo has dicho cuando lees la Biblia. - ¿Y tú crees que la Gloriosa querría que alguien muriese de hambre? - ¿La Gloriosa? - La Virgen María, la madre de Cristo. – Gonzalo lo pensó . - No, creo que no querría que nadie pasase hambre. - Por eso lo hago, pero intento no hacer daño. Robo a los señores que más tienen. Pero no solo robo, a veces pesco alguna trucha. - Pero los sacerdotes no son malos. ¿Por qué te hicieron eso? – Preguntó Gonzalo. - No son malos en el fondo… - Un niño apareció en el camino.

- ¡Gonzalo! No te había visto – Era el hermano de Gonzalo. Aunque más joven eran dos gotas de agua. - Toma mozo, para ti – Manuel se levantó y le alcanzó su trozo de chorizo y su part e del pan. El niño lo cogió sorprendido. Al levantarse pudo ver algunas personas dirigiéndose hacia donde estaban por ambos lados del camino. - ¡Por nuestra Señora! – el hombre recogió la mochila y se la puso, pero los hombres habían llegado corriendo. Una niña y una anciana los acompañaban. Los hombres, que portaban armas, le prendieron y pusieron unos grilletes en sus manos. - No hace falta asustar a los niños – El hombre se dejó llevar. Gonzalo miro a Caridad, la ni ña estaba llorando. *

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El padre Millán le dio dos maravedíes a Gonzalo. Era un monaguillo ejemplar, podía leer las escrituras, pues él mismo se había encargado de enseñarle un poco de latín. Además , sabía la eucaristía de memoria y cumplía presto con sus obligaciones. Siempre le daba el doble que a los demás monaguillos. S í, tenía debilidad por él. - Ahora vete con tus padres y sigue portándote así de bien. El niño salió de la iglesia y encontró a su madre y a su hermano esperándole. Su padre había bajado al molino con los demás hombres. Gonzalo le dio los dos maravedíes a su madre y tomaron los tres el camino que les llevaría hasta donde estaba reunido ca si todo el pueblo, en el molino que se encontraba en el cruce entre el camino que llevaba al monasterio y a Estollo, al l ado del río Cárdenas. No pudo haber mayor sorpresa para Gonzalo. Allí estaba Manuel, en la horca. Todo el mundo gritaba y esperaba la resolución del juicio que había tenido lugar días atrás. - Manuel Mena. Por tus sacrílegos pecados contra nuestro Dios se te condena a muerte en la horca. – La gente aplaudió. La Madre de Gonzalo tapó los ojos a su hermano pequeño mientras tiraban de la cuerda que habría de ahogar al hombre. Manuel pataleó y pataleó, intentando desesperadamente zafarse de a q u e l h o r r i b l e d e s t i n o y, d e r e p e n t e , p a r ó . L a g e n t e m i r a b a

extasiada como la vida del terrible delincuente se escapaba. Unas l á g r i m a s c a ye r o n p o r l a m e j i l l a d e G o n z a l o . P o r s o r p r e s a p a r a t o d o s , c u a n d o ya c r e í a n q u e e s t a b a m u e r t o , e l hombre abrió los ojos y gritó: ¡¡Ave María!! Los ojos del hombre se encontraron con los de Gonzalo mientras, ahora sí, la vida de Manuel se escapaba. Un torrente de lágrimas corría por la cara del ahora no tan niño. *

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- Ha sido una ceremonia perfecta, hermano Gonzalo – Dijo el sacerdote. - Conocía al Padre Millán pues fui su monaguillo en mis años más jóvenes. Le tenía en alta estima. – Ambos empezaron a pasear por el cementerio sumidos en el silencio de los recuerdos. El Presbítero Gonzalo paró delante de una tumba. - M a n u e l M e n a – L e yó e l s a c e r d o t e . - Sí… Fue ahorcado, enjuiciado por herejías y robos. - ¿Y por qué está enterrado en suelo sagrado? – Preguntó el sacerdote. - Saludó a la virgen después de muerto – Respondió Gonzalo. El sacerdote se sorprendió. - Increí bl e, va yam os a la t aberna del puebl o. S eguro que qui ere confraternizar algo con sus vecinos antes de volver al claustr o. – Gonzalo no respondió, se dej ó llevar por los recuerdos y siguió al sacerdote hasta la taberna del pueblo, que se encontraba al lado del concejo. Al entrar un juglar cantaba algo relacionado con los éxitos de los reinos cristianos. Los dos sacerdotes se sentaron en una mesa y un camarero trajo dos vasos de vino. - Míralos, embobados con las historias de batallas y muertes… ¡Y la Biblia les parece aburrida! – El sacerdote se levantó. - Amigos, recemos todos un padrenuestro por el padre Millán que tanto hizo por todos vosotros. – El juglar calló, perdiendo el ritmo, y la gente se levantó para rezar. *

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Más tarde, ese mismo día, Gonzalo se encontraba en sus dependencias. La pluma en la mano y la tinta en el tintero. Tras un rato de reflexión mojó la pluma y empezó a escribir: Era un ladrón malo - que más querié furtar que ir a la eglesia - ni a puentes alzar; sabié de mal porcalzo - su casa governar, uso malo que prisso - no lo podié dexar.

Si facié otro males, esto non lo leemos, serié mal condempnarlo - por lo que non savemos mas abóndenos esto - que dicho vos avemos; si ál fizo, perdóneli - Christus en que creemos.

Entre las malas - avié una bondat que li valío en cabo - e dioli salveda: credié en la Gloriosa - de toda voluntat, saludávala siempre - contra su magestat.

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