Fuego ardiente Para Zoe Langdon, Bryant Sinclair era como un sueño hecho realidad. Sólo había un problema: si llegaba a haber algo entre ellos, sería temporal. Bryant había sido abandonado por su esposa y no quería comprometerse con ninguna mujer. A pesar de la intensidad que prometía su relación, estaba dispuesto a abandonarla en cualquier momento... Capítulo 1 ZOÉ acomodó nerviosa los papeles que tenía encima del escritorio y miró el reloj. El señor Sinclair debía de estar a punto de llegar. Suspiró y miró el portafolio que tenía delante; podría recitar la información que contenía palabra por palabra. Se pasó la mano por el pelo y se humedeció los labios. No estaba nerviosa. Por supuesto que no estaba nerviosa, se repitió. Aquello era una reunión como cualquier otra entre el padre de un estudiante y una consejera escolar. Tenía reuniones como aquella continuamente. Además, aquella mañana su pelo había decidido colaborar y los rizos no estaban tan alborotados como otras veces. El traje que llevaba le daba un aspecto tan femenino como profesional. La verdad era que cuando se miraba al espejo así vestida, todavía le costaba reconocerse. Según la ficha, el señor Bryant Sinclair era padre soltero, más concretamente, el padre de Paul, un estudiante de doce años. En la ficha no se hacía ninguna mención a la madre. Sinclair ocupaba un puesto importante en una multinacional y recientemente había tenido que trasladarse desde Argentina a Washington D.C. Vivía en el primer piso de un antiguo edificio de la ciudad, precisamente el mismo edificio al que se había mudado Zoe aquel verano, después de haber pasado los últimos seis años en África; Zoe había vivido dos años en Tanzania, uno en Mauritania y tres en Camerún. El señor Sinclair era un hombre atractivo, alto, de anchos hombros y penetrantes ojos azules. Tenía la barbilla ancha y emanaba un aura de autoridad y confianza sorprendente. No era una persona que pasara inadvertida. Se habían encontrado una vez en el portal y se habían presentado como dos buenos vecinos. Sinclair le había sonreído y Zoe había sentido arder su corazón, literalmente. Había sido una combustión instantánea. Las únicas razones que se le ocurrían para explicar aquel fenómeno estaban relacionadas con el amor a primera vista, la química o alguna fantasía romántica. El caso era que había ocurrido algo que escapaba a toda lógica. Y eso, fuera lo que fuera, era lo que la tenía con el corazón en la garganta mientras esperaba en el despacho del Olympia International School. Desgraciadamente, tenía que hablar con él de un tema nada agradable. El hijo del señor Sinclair tenía unas pésimas calificaciones. Llevaba dos semanas de curso y ya había coleccionado una buena ristra de ceros con cada uno de sus profesores. Zoe

suspiró. Tenía la triste obligación de comunicarle a Bryant Sinclair que había un problema con su único hijo. A los padres no les gustaba oír ese tipo de cosas. Y, por supuesto, a ella tampoco le gustaba tener que decirlas. A las ocho en punto, apareció el señor Sinclair en el marco de la puerta y clavó en ella sus ojos. —Buenos días —la saludó con una voz grave y profunda. Era una voz maravillosa. En un primer momento, mientras observaba el traje inmaculado del recién llegado, su camisa blanca y su corbata a la última moda, Zoe no fue capaz de pronunciar palabra. Aquel hombre sabía vestirse, pensó. Y cómo comportarse, añadió. Y también cómo debía mirar a una mujer. Después de intentar tragar saliva repetidas veces, Zoe fue capaz de devolverle el saludo e invitarlo a entrar. Se levantó y le tendió la mano, que el señor Sinclair no vaciló en estrechar con mano firme y amable. El efecto que tuvo en Zoe aquel contacto podía compararse al de una pequeña descarga eléctrica. Advirtió su aroma; una agradable mezcla de jabón y loción para después del afeitado. Eran las ocho de la mañana y no cabía duda de que aquel hombre acababa de salir de la ducha. Acompañando aquel pensamiento, apareció en la mente de Zoe la imagen del señor Sinclair desnudo en la ducha, dejando que el agua acariciara su musculoso cuerpo. ¡Pero bueno! ¿Qué le estaba pasando? Afortunadamente, no se dedicaba a imaginarse desnudos a todos los hombres que se acercaban a hablar con ella. El señor Sinclair le soltó la mano y se sentó. Al hacerlo, dejó al descubierto sus zapatos, que brillaban de una forma impresionante. Pero no era el primer hombre con zapatos limpios y ropas elegantes con el que se reunía aquella semana. Y, sin embargo, con ningún otro había sentido latir de esa forma su corazón. Ninguno de ellos la había hecho estremecerse o conjurar inquietantes imágenes en su mente. De hecho, aquel era el único que había conseguido impresionarla. ¡Y de qué manera! Había algo intrigante en aquel hombre, algo a lo que no terminaba de encontrarle sentido. ¿Por qué un hombre como el señor Sinclair vivía en un sencillo apartamento alquilado? Era un bonito apartamento, la verdad, y estaba situado en uno de los barrios más antiguos y agradables de la ciudad, pero un hombre como él podría tener su propia casa en una zona residencial. Zoe se había fijado en los lujosos coches que aparcaban de vez en cuando frente al edificio y en la gente que de ellos salía, que parecía haber encargado directamente sus ropas en Roma y París. —Tengo entendido que quería hablar conmigo sobre el comportamiento de mi hijo Paul. Zoe se cruzó de brazos. —Sí —tomó aire. De pronto, le resultaba difícil centrarse en el problema que tenía que plantear. Había tenido oportunidad de conocer y hablar con Paul antes de que empezara el colegio, un día en frente de su casa. Era un niño muy guapo, un poco bajo para su edad, de pelo castaño y rizado y unos ojos gris azulados, en los que se advertía el mismo

brillo intenso que tenían los de su padre, pero en los que se advertía también un toque de vulnerabilidad. A Zoe le había llamado la atención, aunque no sabía por qué. En aquella ocasión, se había mostrado amistoso y abierto con ella, pero una vez en el colegio, se callaba como un muerto cada vez que Zoe intentaba hablar con él. —Su hijo es un niño encantador, señor Sinclair, y también muy inteligente —afortunadamente, su voz sonaba tranquila y profesional. —Eso ya lo sé —contestó Bryant Sinclair con una media sonrisa. Zoe bajó la mirada hacia su ficha. —Tengo entendido que usted vivió en Buenos Aires durante los últimos cinco años y que su hijo también asistió allí a un colegio. —Correcto. —Supongo que venir a vivir a los Estados Unidos ha supuesto un fuerte cambio para él —le explicó. El colegio estaba lleno de niños de otros países cuyos padres habían tenido que cambiar de residencia por motivos de trabajo y no siempre les resultaba fácil adaptarse a aquellos cambios. —Sí —frunció ligeramente el ceño—. ¿Ese es el problema, señorita Langdon? —su tono indicaba que quería acortar los preliminares. —Pues la verdad es que sí —lo miró abiertamente y no pudo dejar de fijarse en las fuertes líneas de su barbilla y en su boca, perfectamente dibujada—. Para no andarme con rodeos, los informes de su hijo muestran su fracaso en prácticamente todas las asignaturas. Esta semana enviamos un boletín de notas con Paul para que lo firmara. —No lo he visto. A Zoe no la sorprendió. Probablemente a Paul no le había parecido prudente enseñárselas a su padre. Zoe le pasó una copia de las notas. — ¿Está usted segura de que esto es correcto? —le preguntó el señor Sinclair después de leerlas. —Sí, he hablado con todos los profesores. El rendimiento académico de Paul indica que esta atravesando una situación especial. Es un chico inteligente, no tiene problemas para estudiar y hasta ahora sus notas han sido excelentes. —Exacto, ¿entonces cuál es el problema? —Su hijo no hace la mayor parte de los deberes que se le mandan, ni estudia ni lee lo que le indican. He hablado con él, pero no parece dispuesto a hacer ningún esfuerzo. A sus palabras les siguió un corto silencio. —Creo que a eso se le llama rebeldía —contestó el señor Sinclair. —Creo que es algo más que eso. Francamente, estoy preocupada. — ¿Preocupada? —arqueó las cejas—. ¿Qué quiere decir exactamente? Paul mostraba signos de estar deprimido, pero Zoe no podía decírselo tan bruscamente. —He hablado con él en un par de ocasiones y no se muestra muy comunicativo. Por los comentarios de los profesores que tenía en Argentina, no es algo normal en él. Es evidente que hay algo que no anda bien.

—Creo que está exagerando —respondió Bryant Sinclair mirándola a los ojos—. Sólo lleva aquí cuatro semanas de curso, ¿no cree que es un poco pronto para hacer un diagnóstico? —No estoy haciendo un diagnóstico. Simplemente le he planteado que creo que hay un problema. Cuanto antes se identifique un problema, más fácil será tratarlo —Zoe se había puesto a la defensiva: no le habían gustado ni la actitud ni el tono del padre de Paul. —Acabamos de volver a los Estados Unidos, señorita Langdon. Paul necesita tiempo para adaptarse, sólo lleva unas semanas en el colegio. —Sí, por supuesto —en eso estaban de acuerdo, pero Zoe advertía claramente que había algo más que un problema de adaptación y la molestaba que a aquel hombre pareciera no preocuparle—. ¿Le ha dicho algo acerca del colegio? —Nada, excepto que el colegio y los profesores de Argentina eran mucho mejores —sonrió divertido—. Por lo demás, todo está estupendamente. Pero no era normal que un niño habitualmente activo y feliz no mostrara entusiasmo por nada. — ¿Ha hablado con su hijo del trabajo escolar? —El me comentó que no tenía ningún problema, y yo di por sentado que era verdad. Nunca he tenido que estar detrás de él para que hiciera los deberes, siempre ha sido muy responsable. —Pero ahora no lo está siendo. —Eso parece. Zoe estaba empezando a indignarse. Le parecía increíble que un padre no se diera cuenta de que su hijo jamás hacía las tareas escolares. —No rinde en ninguna de las asignaturas, no participa en clase, no juega al fútbol, y por lo que dice en su informe, es un estupendo jugador. —Exacto. Supongo que volverá a jugar en cuanto se dé cuenta de que de esta forma sólo se está castigando a sí mismo. Es un niño muy orgulloso y estoy seguro de que no le va a gustar seguir sacando malas notas durante mucho tiempo. Seguro que muy pronto vuelve a ser el que era, se pone a estudiar y recupera el tiempo perdido. — ¿Le importaría que le hiciera algunas preguntas? Sinclair miró el reloj. —No tengo mucho tiempo. Zoe sintió una oleada de enfado. ¡Estaban hablando de su hijo!, ¡tenía que sacar el tiempo de donde fuera! Pero sabía que su enfado no era muy profesional. Su deber era ayudar en todo lo que pudiera, pero no podía comprometerse emocionalmente con ningún caso. Bajó la mirada e intentó tranquilizarse. — ¿Hay algún problema en casa que pueda estar haciéndole infeliz? —le preguntó, con el corazón acelerado. Bryant Sinclair tardó deliberadamente en contestar. —No, no hay ningún problema en casa, señorita Langdon —a pesar de su supuesta naturalidad, Zoe advirtió el tono glacial de su voz. Le estaba diciendo sutilmente que no se metiera en sus asuntos.

Zoe estaba empezando a ponerse nerviosa, pero no podía demostrarlo. — ¿Paul quería volver a los Estados Unidos? —No tenía otra opción —contestó su padre, encogiéndose de hombros. —Tuviera o no elección, ¿quería venir? —No, y supongo que ese es el motivo de esta pequeña rebelión. Pero no creo que dure mucho. En cuanto se acostumbre y empiece a hacer amigos todo se le pasará. Zoe asintió, deseando que tuviera razón. Ella se temía que el caso no era tan sencillo. El señor Sinclair se levantó. —Con el debido respeto, señorita Langdon, no le dé excesiva importancia a todo esto. Un mes no es demasiado tiempo —sonrió—, no creo que haya llegado todavía el momento de meternos en profundidades psicoanalíticas —a pesar de su tono educado, estaba dejando muy clara su postura. Zoe estaba cada vez más enfadada. Evidentemente, seguir hablando con él no serviría de nada. Por lo visto, tenía otros asuntos que atender que le parecían más importantes. Zoe también se levantó. —Espero que todo se solucione —se oyó decir, orgullosa por la firmeza de su voz—. Por favor, si hay algo en lo que pueda ayudarlo, no dude en llamarme. Para eso estoy aquí —probablemente, Bryant Sinclair jamás la llamaría, pero era una frase que decía a todos los padres. —Gracias —la miró abiertamente y de pronto y para sorpresa de Zoe, esbozó una enorme sonrisa—. Quizá podamos prescindir de las formalidades, al fin y al cabo somos vecinos. Puede llamarme Bryant. Zoe no estaba segura de que aquello fuera una oferta de paz. ¿Pero qué podía decir? ¿Que prefería seguir tratándole de usted? Se vio obligada a asentir educadamente. —Te lo agradezco, yo me llamo Zoe. —Entonces, nos veremos Zoe —le dijo sosteniéndole la mirada. Zoe cerró la puerta del despacho después de despedirse de él, se sentó detrás de su escritorio y suspiró. No le gustaba aquel hombre. No le gustaban ni su arrogancia ni su naturalidad arrolladora. No le gustaban sus ojos. Y tampoco le gustaba cómo la había sonreído. Bueno, eso sí, admitió. Enterró la cabeza entre las manos y gimió.

Capítulo 2 DURANTE el resto del día, Zoe estuvo pensando en Bryant, evocando involuntariamente sus ojos y recordando los agradables sentimientos que había provocado en ella. Pero había otro tipo de pensamientos que reclamaban su atención: estaban relacionados con un padre que negaba el problema de su hijo, que no quería tomárselo en serio ni discutir sobre él. Y eso a Zoe no le gustaba. No le gustaba en absoluto. No iba a ser nada fácil. Ella estaba decidida a ayudar a Paul. Era su trabajo. Y además, había algo en la mirada vulnerable de aquel niño que la conmovía. Estuvo almorzando con un par de profesores y la secretaria del colegio, que era una cotilla consumada. Por supuesto, había visto salir a Bryant del despacho de Zoe aquella mañana. Sabía dónde vivía Bryant y conocía algunos detalles de su vida que no tuvo ningún inconveniente en compartir. Según ella, Bryant Sinclair procedía de una familia adinerada, propietaria de la multinacional en la que él trabajaba. Había dirigido distintos proyectos en varios lugares del mundo, el último en Argentina. En alguna revista de negocios, Ann no conseguía recordar el nombre, había aparecido un artículo sobre él. Por lo visto, Bryant había estado casado hacía años, pero nadie sabía lo que había sido de su esposa. Los compañeros de Zoe ofrecieron varias posibilidades. Otro de los temas de discusión fue por qué un hombre como Bryant Sinclair vivía en un apartamento alquilado. Inmediatamente, se comentó la suerte y las oportunidades que se le abrían a Zoe al vivir en el mismo lugar. — ¿Has estado alguna vez en su casa? —le preguntó Ann con los ojos abiertos como platos. Zoe contestó con una negativa y preguntó si alguien quería más café. No se sentía cómoda hablando sobre Bryant Sinclair, aunque tenía que admitir su curiosidad sobre él. A las cuatro, cerró el despacho, encantada de poder irse a casa. El camino hasta allí era un agradable paseo. Hacía años que no vivía en Washington y casi había olvidado el color y el aroma de los crisantemos que brotaban en medio de los otoñales jardines de aquella gran ciudad. Todavía no se había comprado un coche, y la verdad era que se las arreglaba muy bien sin él. Iba andando o en metro y para las grandes distancias utilizaba los taxis. Quizá esperara hasta primavera para comprárselo, en aquella época sería muy agradable poder salir al campo. Se detuvo en la panadería y compró una barra de pan. En el establecimiento había una joven con un bebé recién nacido en brazos. Zoe miró la carita del bebé, sobrecogida por un inesperado sentimiento de anhelo. Quería tener un bebé, para cuidarlo y quererlo. Y también un compañero. Preferiblemente primero el compañero. Tenía ya veintinueve años. Era normal que deseara ese tipo de cosas. Quería llegar a ser una magnífica esposa y una supermamá. Se sonrió. Era mucho más fácil decirlo que

hacerlo, pero estaba dispuesta al desafío. A veces, se sentía como si la necesidad de dar amor la estuviera consumiendo por dentro, como si fuera a desbordarse si no podía entregarlo. Preocupada por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, decidió apartarlos al último rincón de su mente. Llegó a su edificio y entró en el portal. Una vez allí, fue a abrir el buzón. Tenía una carta de Nick. Subió corriendo a su piso, impulsada por la alegría que le producía la llegada de aquella carta y por las ganas de leerla. Se preparó una taza de té, se puso unos pantalones y una camiseta y se sentó a leer la carta en el sofá. Nick era un profesor de biología que trabajaba en el colegio de Camerún en el que Zoe había estado durante los últimos tres años. En la carta le hablaba de la gente que ella conocía, entre otras de una española de la que estaba perdidamente enamorado. Mi princesa española me ha abandonado. Supongo que te preguntarás cómo ha sido capaz de hacerme una cosa así. Creo que en el fondo lo que quería era un príncipe, y yo no lo soy. La verdad es que estoy destrozado. La soledad se filtra en cada una de las grietas de mi existencia. Estoy desolado. ¿Por qué has tenido que irte, Zoe? Eres mi mejor amiga, deberías estar aquí para consolarme. No sé qué voy hacer. Paso la mayor parte de las noches solo, aunque de vez en cuando aparece por aquí Jacob con una botella de vino y nos dedicamos a hablar de los misterios de la mente femenina. Bebemos tanto en esas veladas que a la mañana siguiente siempre me despierto arrepintiéndome. La soledad es una condición terrible. No te imaginas cuánto te echo de menos. Bueno, todos te echamos de menos. Echamos de menos tu casa y la acogedora bienvenida que siempre encontrábamos allí, por no hablar de las delicias culinarias. Tu casa era un verdadero hogar en medio de esta tierra llena de privaciones. Espero que seas feliz en ese apartamento en el que vives en medio de la ciudad. En los momentos de tristeza me tranquilizo intentando imaginármelo. Lo veo lleno de plantas, con una chimenea crepitando por las noches e inundado de un delicioso aroma de cualquier plato que tengas en el horno. Espero que encuentres lo que estás buscando. Te imagino sentada en el sofá, con un hombre atractivo a tu lado y un bebé en el regazo. ¡Qué imagen tan sedante! A veces me pregunto si pasaré el resto de mi vida en África, convirtiéndome poco a poco en un loco excéntrico... Zoe soltó una carcajada. Nick ya era un hombre suficientemente excéntrico. Tenía cuarenta años, nunca había estado casado y había vivido por todo el mundo, trabajando como profesor o haciendo cualquier otra cosa que le pareciera interesante. Y ella, por supuesto, había tomado durante algunos años el mismo camino que Nick, hasta que una noche se había despertado empapada en sudor y había visto la advertencia escrita claramente en el techo: debía volver a casa y empezar a vivir como una persona normal. Zoe volvió a llenar su taza de té y terminó de leer la carta. Pobre Nick, pensó,

sólo en medio de una ciudad africana. «Y pobre yo», se dijo de pronto, «sola en medio de una ciudad Americana». Hizo una mueca. Debía dejar de pensar en esas cosas. Al fin y al cabo, había sido ella la que había decidido volver a los Estados Unidos y sentar raíces. Dejó la carta de Nick en la mesa, se levantó y vagó sin saber qué hacer por su pequeño apartamento. Era una casa encantadora, con sólidas puertas de madera y suelo de parqué. Se asomó a la ventana, que daba a otra de las calles más antiguas de la ciudad. El coche de Bryant Sinclair no estaba aparcado en frente de la casa, advirtió e inmediatamente se regañó. Parecía una anciana entrometida, espiando a los vecinos, ¿es que no tenía nada mejor que hacer? Era demasiado pronto para que Bryant estuviera en casa. La señora García, el ama de llaves, estaría haciéndole compañía a Paul hasta que llegara su padre. Al pensar en aquella casa, Zoe no pudo evitar preguntarse cómo sería. Sin duda alguna, habría en ella muebles de calidad, pero no conseguía imaginarse de qué estilo. Aunque no era del todo extraño, al fin y al cabo, no conocía tampoco a su propietario. Pero en su mente tenía perfectamente grabada su imagen: pelo rubio, ojos azules, una barbilla prominente... Y pensar en aquella imagen bastaba para que el pulso se le acelerara de forma extraña. Se apartó de la ventana y miró alrededor de la habitación, intentando borrar la imagen de aquellos ojos azules. No tenía por qué preocuparse por las casas de los demás. La única que le importaba era la suya. Aquel era su nido, lo había decorado ella misma y le gustaba que fuera tan alegre y acogedor. Sabía que podía llegar a ser feliz con la nueva vida que había iniciado. Washington era una ciudad excitante, en la que tenían lugar todo tipo de acontecimientos culturales: conciertos, seminarios, exposiciones... podía encontrar todo aquello que había echado de menos durante los últimos años. Puso una cinta de música reggae para hacerse compañía mientras se preparaba una ensalada de lechuga, queso y aguacate. Se sentó a comérsela, acompañada de una rebanada de pan y una copa de vino. Estaba deliciosa. Pero aquello era patético. Estaba sola, cenando sola. ¿Cómo podía disfrutar de una cena, por exquisita que fuera, sin compartirla con alguien? De pronto, se encontró echando de menos la casa en la que vivía en África, una pobre casa situada en medio de una ciudad polvorienta, pero siempre llena de amigos, conversaciones y risas. Echaba mucho de menos aquel sentimiento de comunidad. Abrumada por la nostalgia, sintió que la ensalada se borraba ante sus ojos. Pestañeó con fuerza para apartar las lágrimas. No iba a ponerse a llorar encima de la ensalada como si fuera una especie de heroína trágica. Aquello era completamente estúpido; no podía dejarse llevar por aquellos sentimientos. Pronto haría amigos en Washington, pronto edificaría una nueva vida. Sólo era cuestión de tiempo y esfuerzo.

De pronto sonó el teléfono. —Hola, soy Maxie —Maxie era una de sus vecinas, vivía en una casa bonita y espaciosa que compartía con su marido, algunos pájaros exóticos y una boa constrictor. Ella era una pelirroja de voz sexy y cuerpo espectacular que vestía de forma increíblemente llamativa. —Hola —la saludó Zoe. La había conocido el mismo día que se había mudado a aquella casa. Le había ofrecido una limonada fresca, la posibilidad de utilizar su teléfono y conocer a su boa. Posteriormente, habían mantenido alguna que otra conversación. —Este sábado vamos a celebrar la fiesta de fin del verano —le dijo Maxie—, y nos gustaría que vinieras. ¡Una fiesta! ¡Gente! ¡Conversación! Aquello era un buen presagio, pensó mientras sentía cómo se le levantaba el ánimo. — ¡Mil gracias por la invitación! ¿Quieres que lleve algo? —Ya hemos encargado todo. Va a ser una gran fiesta, con montones de gente y no quiero tener que preocuparme de la cocina. ¿Qué tal estás, Zoe? —De momento me gusta mi trabajo, y me llevo bien con mis compañeros, pero todavía estoy adaptándome a la vida en los Estados Unidos. Supermercados abarrotados, teléfonos que funcionan y un tráfico más o menos controlado. Maxie soltó una carcajada. —Seguro que en la fiesta encuentras alguna alma gemela. Habrá un montón de trotamundos y tipos extraños. —Eso suena interesante. ¿Cómo crees que debo vestirme? —Como te apetezca. Supongo que habrá gente que vaya en vaqueros y otra con corbata, así que ponte como quieras. —Bien. Como has comentado que iba a ser una gran fiesta creía que iba a tener que ir con un vestido largo con lentejuelas. —Por favor, Zoe, no seas tan sarcástica —soltó una carcajada—. Bueno, te veré el sábado. Zoe colgó el auricular y sonrió. La tristeza había desaparecido por completo. Después de terminarse alegremente la ensalada, estaba demasiado inquieta para ponerse a leer o a ver la televisión, necesitaba hacer algo. Recorrió la cocina con la mirada, buscando inspiración. Podía hacer una tarta. Sí, una tarta de chocolate y nueces. La llevaría al día siguiente al colegio y la dejaría en la sala de profesores. Seguro que no duraba mucho allí. Buscó los ingredientes. Le faltaban un par de huevos. Bueno, la tienda de la esquina todavía estaba abierta. Tomó su monedero, corrió hacia la puerta y bajó corriendo al portal. Cuando abrió la puerta para salir a la calle, se encontró frente a Bryant Sinclair. Con el corazón latiéndole a toda velocidad, fue alzando los ojos hasta encontrarse con los de Bryant. Eran del mismo color del cielo, pensó. Seguramente acababa de llegar del trabajo, pues llevaba el mismo traje que aquella mañana, un maletín en una mano y las llaves en la otra.

—Gracias —le dijo a Zoe con una vaga sonrisa cuando le abrió la puerta. En ese momento, la joven se dio cuenta de que lo estaba mirando como una estúpida e intentó darle a su rostro una expresión más digna. —Iba a comprar unos huevos —inmediatamente se arrepintió. No tenía por qué darle a Bryant ninguna explicación. —Espero que lo consigas —le dijo Bryant con una divertida sonrisa—. Si tienes algún problema, baja a mi casa—se interrumpió un momento—. Pensándolo mejor, ¿por qué no vienes ya a mi casa y así te ahorras el viaje? —Te lo agradezco, pero necesito hacer algo de ejercicio y estoy segura de que en la tienda de la esquina hay huevos —bajó corriendo los escalones del portal y oyó cerrarse la puerta tras ella. El corazón le latía alocadamente. ¿Qué diablos le pasaba? En cuanto lo veía parecían volverse locos todos sus sentidos. Aquello no era normal... al fin y al cabo, aquel hombre ni siquiera le gustaba. Bryant estaba mirándola. Era extraño, Zoe podía sentir sus ojos en su piel como si estuviera acariciándola. Dio un sorbo a su bebida, se volvió lentamente y miró disimuladamente a Bryant. Estaba hablando con un árabe vestido con una túnica blanca y con una mujer disfrazada de conejo. Había gente vestida de la forma más descabellada, aunque la gran mayoría de los invitados, incluyendo a Bryant, que se había puesto unos pantalones oscuros y una camisa de seda a rayas azules y negras, iban vestidos de forma más convencional. Ella se había puesto un vestido de fiesta corto que se había comprado en Roma, cuando había ido a ver a su madre, antes de regresar definitivamente a los Estados Unidos. Era un vestido negro, muy sexy, y la verdad era que se sentía un poco incómoda, aunque en realidad aquel vestido no dejaba nada al descubierto. Lo que le pasaba era que hacía mucho tiempo que no llevaba ese tipo de ropa. Al llegar a la fiesta, se había sorprendido al ver allí a Bryant, pero al momento se había dado cuenta de que, al igual que ella, también era vecino de Maxie. Estaba pensando en ello cuando Bryant abandonó al árabe y a la mujer disfrazada y se acercó a ella. —Pareces un poco perdida. Zoe hizo una mueca. —No conozco a nadie. Supongo que debería presentarme a la primera persona que me pareciera interesante y ponerme a hablar. Bryant rodeó la habitación con la mirada. — ¿Y quién te lo parece? —Por ejemplo, el árabe que ha estado hablando contigo. Puedo imaginármelo perfectamente a lomos de un camello, cabalgando por el desierto. — ¿Lo encuentras romántico? —He dicho que me parece interesante, no romántico —contestó, dirigiéndole una mirada desafiante. —Pues me temo que te llevarías un chasco si hablaras con él. Resulta que ha

nacido y crecido en Texas. Pasó algunos años en Arabia Saudí, trabajando en una compañía petrolífera y ahora aparece en todas las fiestas así vestido. Creo que no ha estado ni a cien metros de un camello y, además, es bastante aburrido. Zoe suspiró. —Muy bien, entonces, ¿quién te parece interesante? —Por ejemplo, aquella anciana de allí. La que lleva unos zapatos ortopédicos —la miró con una sonrisa. — ¿Y qué tiene de interesante? —preguntó Zoe, reprimiendo una sonrisa. —Ella sí que sabe montar en camello. Zoe ya no pudo evitar una carcajada. —Trabaja para una organización de ayuda en Sudán. —Estás bromeando —repuso Zoe mirando a la mujer. A primera vista, parecía una anciana septuagenaria como otra cualquiera, pero si se la observaba más detenidamente, uno se daba cuenta de que emanaba una vivacidad de espíritu fuera de lo normal. —Ahora parece que está muy ocupada, pero hablaré con ella más tarde —comentó Zoe—. En cualquier caso, tengo entendido que has estado trabajando en Venezuela. Tengo un amigo que acaba de irse a vivir allí. ¿A ti te gustó ese país? A Zoe le pareció advertir una sombra en las profundidades de sus ojos, pero no sabía si eran imaginaciones suyas. —No particularmente —su voz se había enfriado considerablemente—. ¿Quién te lo dijo? Evidentemente, no era un buen tema de conversación. —Nadie, lo leí en la ficha de Paul. Él nació en Caracas, ¿no? Bryant se frotó la frente con un gesto que Zoe no supo interpretar. —Sí, por supuesto. — ¿Qué tal va Paul? —le preguntó, intentando cambiar de tema de conversación—. ¿Ya has hablado con él? —Paul pronto estará estupendamente —le contestó con un deje de impaciencia en la voz—. Cualquier día de estos se dará cuenta de lo que tiene que hacer —dio un sorbo a su whisky. En ese momento, la joven disfrazada de conejo se chocó con él, quizá no tan involuntariamente como pretendía aparentar. — ¡Oh, cuánto lo siento! —exclamó dirigiéndole una sonrisa propia de un anuncio de dentífrico—. Bueno, ya aprovecho para decirte que me ha parecido fascinante lo que me has contado sobre la evolución política de Argentina... ¿era Argentina, no? Zoe escapó con un suspiro de alivio. «Salvada por un conejo», pensó, y rió suavemente. Bueno, por lo menos había aprendido algo sobre el señor Sinclair: no sólo no le gustaba hablar de su hijo, sino que tampoco le gustaba hablar de Venezuela. Zoe no pudo evitar preguntarse qué habría pasado allí, y qué habría sido de su esposa. Se introdujo en la fiesta intentando no fijarse demasiado en Bryant, que con una rapidez sorprendente, había conseguido deshacerse nuevamente del conejo y también

andaba merodeando por la fiesta. Zoe estuvo hablando un rato con la anciana que Bryant había señalado, que además de ser muy interesante tenía un agudo sentido del humor. — ¿Qué te ha parecido? —le preguntó Bryant más tarde. —La gente como ella me hace tener más confianza en el futuro. — ¿Qué es lo que esperas tú del futuro? —le preguntó Bryant suavemente, después de dejar su vaso vacío en una bandeja. —Oh, montones de cosas, tengo el catálogo lleno —era una respuesta sincera, pero poco específica. Todavía no tenía suficiente confianza con él como para contarle sus sueños más íntimos—, pero sobre todo, no quiero aburrirme, ni convertirme en una persona aburrida. —No lo eres, Zoe —repuso mirándola a los ojos. A Zoe le dio un ligero vuelco el corazón e intentó disimular su zozobra con una sonrisa. —Gracias, es un alivio. Espero poder conservar esa virtud hasta que sea una anciana —se recogió un mechón de pelo detrás de la oreja—. ¿Y qué planes tienes tú para el futuro? —No he pensado mucho en ello. ¿Quieres otra copa de vino? Al parecer, tampoco se podía hablar de su futuro. —No gracias —contestó Zoe. Dejó su copa vacía en una mesa y estuvo pensando en algo que decir, afortunadamente, no tuvo necesidad de hacerlo, pues se acercó a ellos un grupo de gente que entabló inmediatamente conversación y Zoe pudo dedicarse a escuchar y a mirar. Observar el rostro de Bryant y oír su voz le hacía sentirse viva, era como si dentro de ella bullera una nueva energía. Era ya muy tarde cuando decidió marcharse. Se sentía bien, muy bien. Su espíritu parecía haberse restablecido. Se sonrió mientras se dirigía a su casa. De pronto, la vida le parecía excitante y llena de promesas. Ojalá pudiera conservar siempre aquel sentimiento. Durante la semana siguiente, la actitud de Paul en el colegio no mejoró. Zoe se encontró con su padre un par de veces en el portal. En ambas ocasiones el encuentro había causado ligeros estragos en su corazón, y en ninguna de ellas se había atrevido a mencionar a su hijo. Había visto a Bryant también en otra ocasión, pero él no la había visto a ella. Al día siguiente de la fiesta, había ido a dar un paseo por el parque y había visto a Bryant y a Paul jugando al baloncesto. AI verlo vestido con una camiseta y unos vaqueros, y encestando el balón con la agilidad de un atleta, le había parecido un hombre diferente. Con el corazón en la garganta, había observado sus músculos y se había asustado ante su total incapacidad para controlar los sentimientos que aquella imagen despertaba en ella. Era una sensación peligrosa y excitante al mismo tiempo.

Pero, mientras leía los últimos informes que los profesores habían hecho sobre Paul, intentó concentrarse en él y apartar a Bryant hasta el último rincón de su mente. Había llamado a Paul a su despacho para tener otra conversación con él. Este estaba sentado frente a ella, con la mirada fija en sus manos. El lenguaje del cuerpo no era nada prometedor, y tampoco sus respuestas que se limitaban a frases tales como «no sé» o «no me importa». No era la primera vez que Zoe trataba a un niño como Paul, con una actitud parecida, pero a ella jamás le había costado tanto controlar sus propios sentimientos. Bryant tenía que saber que había algo que andaba mal. Tenía que hacerse cargo del problema. Ella quería hacer algo, pero sabía que tener más conversaciones como aquella no serviría de nada. Debería hacer algo más, ¿pero qué? Necesitaba inspiración, una idea, una oportunidad. Cualquier cosa. Al día siguiente al llegar a casa, se encontró a Paul sentado en los escalones de la entrada con la mochila a su lado. Se apartó para dejarla pasar. — ¿Por qué estás aquí sentado? —Se me ha olvidado la llave. — ¿Y dónde está la señora García? Paul se encogió de hombros. —Ha debido ir al médico o algo así. Mi padre me dijo que hoy iba a tener que quedarme solo hasta que él llegara. — ¿Y a qué hora viene tu padre? —Ni idea. — ¿Y por qué no te quedas a esperarlo en mi casa? —le preguntó Zoe, después de hacerle pasar al portal—. Así podrás merendar y hacer los deberes. —No, estoy bien —se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. —Bueno, si cambias de opinión, sube a mi casa, ¿de acuerdo? —De acuerdo. Pero Paul no subió, así que media hora después, Zoe bajó con un vaso de zumo de manzana y unas galletas. Paul bajó el comic que estaba leyendo y la miró sorprendido. —Gracias —le dijo, mientras tomaba el vaso y el plato. —No hay de qué. ¿A qué hora vuelve tu padre normalmente? —Depende —mordisqueó una de las galletas—. Está muy buena. —Las he hecho yo. En África me hice famosa por mis galletas de coco y chocolate —era una exageración, pero era una forma de intentar despertar su atención. — ¿De verdad? ¿Ha vivido en África? —Sí, en diferentes partes. Los últimos años los pasé en Camerún. Enseñaba inglés en una escuela para extranjeros y era la consejera de las niñas. —Oh —contestó Paul, y volvió a concentrarse en el comic. Regañándose por su estupidez, Zoe regresó a su apartamento, pero dejó la

puerta abierta para oír a Bryant cuando llegara a su casa. Paul ya tenía doce años, así que tampoco pasaba nada porque se quedara solo durante algún tiempo. A las cinco y media oyó voces en el vestíbulo. Afortunadamente, Bryant no había llegado muy tarde. Quince minutos después estaban llamando a la puerta de su casa: Al abrir, Zoe se encontró a Bryant en mangas de camisa, con el plato y el vaso de la merienda de Paul en la mano. —Gracias —le dijo sonriente—. Has sido muy amable. —Le dije que subiera aquí, pero no ha querido —le comentó, procurando evitar que la afectara la abrumadora sensualidad que emanaba del hombre que estaba frente a ella. Pero no sirvió de nada, el corazón le latía descontroladamente y sentía la sangre corriendo a toda velocidad por sus venas. —Me lo ha dicho él —la miraba a los ojos como si estuviera buscando algo en ellos—. Me gustaría invitarte a cenar. Zoe soltó una carcajada. — ¿Por haberle bajado unas galletas a Paul? —No, porque me apetece. Paul va a pasar este fin de semana con uno de sus primos de Filadelfia, van a venir a buscarlo dentro de media hora y he pensado que sería una buena oportunidad para intentar averiguar qué tal es ese pequeño restaurante tailandés que hay en la calle M y conocernos un poco mejor. Lo primero que pensó Zoe al oírlo fue que los dioses estaban de su parte. Quizá aquella fuera la oportunidad que había estado esperando, quizá Bryant había cambiado de opinión y había decidido que quería hablar sobre Paul. Quizá fuera más fácil hablar del tema en una atmósfera relajada que en un despacho. — ¿Te gusta la comida tailandesa? —le preguntó Bryant. —Sí, me encanta el picante. En los ojos de Bryant apareció un brillo de diversión. — ¿De verdad? Zoe procuró mantener la mirada especialmente fría, para que no pudiera darle un doble sentido a sus palabras. —De verdad. Zoe estaba delante del armario intentando decidir lo que iba a ponerse. No se engañaba; sabía que su preocupación por Paul no era la única razón por la que estaba interesada en cenar con Bryant. Su sola compañía ya era estímulo suficiente, pero sabía que debía tener cuidado con los sentimientos que en ella despertaba. Frunció el ceño. ¿Qué podía ponerse? No tenía mucho donde elegir. Al volver de África había tenido que renovar casi por completo su guardarropa, pero lo único que tenía eran trajes para ir a la oficina y ropa informal. Sacó un vestido corto de seda muy colorido y con un cinturón ancho. Dejó el vestido en la cama y se puso a secarse el pelo, agradeciendo a la Madre Naturaleza que la hubiera dotado de un pelo tan manejable. Aunque normalmente lo

llevaba recogido en un moño, aquella noche decidió dejárselo suelto. Cuando terminó, se vistió, se puso unos pendientes dorados y unos zapatos de tacón. Se maquilló con esmero y completó el arreglo con una gota de perfume. Tras tomar el bolso, bajó las escaleras. Bryant estaba saliendo de su casa en el momento en el que Zoe llegaba al descansillo de su piso. Por la mirada que le dirigió a la joven, era evidente que le gustaba lo que veía. —Ya estoy lista —le dijo Zoe. — ¿Quieres que vayamos andando? No estamos lejos. —Me encantaría —contestó, esperando no tener demasiados problemas con los tacones. Bryant iba vestido con unos pantalones beiges, una chaqueta oscura, camisa y corbata, pero aunque su atuendo no fuera tan formal como cuando iba a trabajar, continuaba teniendo un aspecto impresionante. Además, caminaba con una elegancia especial, como si disfrutara paseando y realmente no tuviera ninguna prisa. Una vez en el restaurante, estuvieron hablando sobre el trabajo de Zoe en África y los años que había pasado Bryant en Argentina. — ¿Por qué volviste a Estados Unidos? —le preguntó Bryant. —Me desperté una mañana y vi un mensaje en el techo de mi habitación. Me decía « ¡Vuelve a casa! ¡Haz una vida normal!» — ¿De verdad? —le preguntó Bryant arqueando una ceja. —Más o menos. Quizá no estuviera escrito en el techo. Es posible que fuera sólo mi imaginación, o el subconsciente el que estaba dándome el mensaje. Bryant la observó en silencio durante algunos segundos. —Entonces, ¿quieres vivir como una persona normal? —Bueno, por lo menos quiero intentarlo. Debe de ser maravilloso poder disfrutar de una vida agradable y tranquila... — ¿Y qué es lo te hizo decidirte a ir a África? Zoe sonrió. —Estaba aburrida de la vida agradable y tranquila. Necesitaba un desafío, una aventura. Bryant asintió; evidentemente, se identificaba con aquel sentimiento. —Empecé trabajando en el Cuerpo de Paz —continuó—. Era casi como una aventura, una cosa fue llevándome a la otra y antes de que pudiera darme cuenta, ya llevaba seis años fuera. Ahora tengo veintinueve. Creo que ya ha llegado el momento de volver a casa y empezar a establecerme, a convertirme en una persona normal. —Algunas personas terminan quedándose para siempre en el extranjero —comentó Bryant. —Sí, yo tengo un amigo que lleva diecisiete años fuera y no creo que vuelva nunca. Entre otras cosas porque jamás se acostumbraría a esto. — ¿A ti te ha resultado difícil adaptarte? —De alguna manera sí —sonrió—. Las compras son el mayor problema. ¡Hay tantas cosas entre las que elegir! Pero me alegro de haber vuelto. Una de las cosas que

más me gusta es sentir el aire tan limpio y fresco. En Camerún había tanta humedad en el ambiente que a veces, en vez de respirar, tenías que bebértelo como si fuera sopa. Bryant se quedó mirándola a los ojos en silencio. —Tienes unos ojos muy bonitos —le dijo—. Cálidos y chispeantes. Debes de ser una persona muy feliz. Zoe se echó a reír, pero estaba un poco desconcertada. —Sí, en general puede decirse que sí. Le resultaba muy fácil hablar con Bryant. Estaba disfrutando y parecía que él también. La comida estaba deliciosa; era un restaurante pequeño y estaba abarrotado de gente, pero la verdad era que Zoe no estaba pendiente de nadie. De lo único que era consciente era de la voz profunda de Bryant, de sus ojos azules y de la sensualidad de su boca. Le gustaba la forma en la que hablaba de su trabajo, que consistía en la creación de infraestructura en países del Tercer Mundo, puentes, aeropuertos, embalses... El trabajo de oficina no parecía entusiasmarle demasiado; evidentemente era un hombre de acción. Zoe intentó imaginárselo con una camisa y unos pantalones polvorientos conduciendo un Jeep y no le resultó difícil en absoluto, a pesar de que siempre lo había visto vestido de forma impecable. — ¿Entonces vas a volver a marcharte al extranjero? —En cuanto encuentre un proyecto que me guste. — ¿Y crees que sería bueno para Paul el tener que empezar de nuevo? Quizá fuera preferible que esperaras al menos un par de años. —Paul es un niño. Aprenderá a ser flexible, a adaptarse —le dirigió una medio sonrisa—. ¿No crees que es una de las cosas más importantes de esta vida? —Sí, sí, por supuesto. Pero todo hay que aprenderlo en el momento y en el lugar oportuno —vaciló un momento—. Ya sabes que a Paul no le está yendo muy bien en el colegio —le dijo suavemente. —Preferiría que no habláramos de Paul esta noche, ¿no te importa? De modo que no la había invitado a cenar para hablar de su hijo. Por una parte le parecía un motivo de regocijo, pero también lo era de desilusión. —Creía que me habías invitado a cenar para hablar de él. —No, te he invitado por las razones por las que un hombre suele invitar a cenar a una mujer. A Zoe le dio un vuelco el corazón y tomó un sorbo de vino para disimular su nerviosismo. —Ya veo. — ¿Y te parece bien? —Por supuesto —respondió Zoe, intentando esbozar una sonrisa. Claro que le parecía bien, pero eso complicaba mucho las cosas. ¿Quería empezar a salir con un hombre que no parecía capaz de tomarse los problemas en serio? Quizá estuviera exagerando las cosas. Quizá estuviera llegando a conclusiones precipitadas. Al fin y al cabo, había muchas cosas que no sabía sobre Bryant y su hijo.

La imagen de los dos en el parque se materializó en su mente. En aquel momento le había parecido que padre e hijo mantenían una excelente relación. Bajó la mirada hacia su plato. Lo más importante era mantener los canales de comunicación abiertos. Era desconcertante lo fácil que le resultaba olvidarse de Paul cuando estaba hablando con Bryant, lo fácil que le resultaba no pensar en él como padre y verlo únicamente como un hombre interesante y encantador que estaba teniendo efectos muy dañinos en su corazón. — ¿Cómo llegaste a ser consejera escolar? —le preguntó Bryant. Zoe soltó una carcajada. —Creo que tuvo que ver mucho mi infancia. Tuve una madre maravillosa y todas mis amigas solían venir a casa para hablar de sus problemas —dio un sorbo a su vino—. Además me gustan los niños. A Zoe le habría gustado que Bryant estuviera dispuesto a contarle más cosas sobre sí mismo, pero había averiguado muy pocas cosas de él, salvo el hecho de que había crecido en el mismo barrio en el que seguían viviendo sus padres y que tenía una hermana en Filadelfia que estaba casada y era madre de dos hijos, uno de ellos de la edad de Paul. Ella por su parte le habló también de su infancia, le contó que era hija única, que su padre había muerto cuando ella tenía diecisiete años y que su madre había vuelto a casarse y vivía en Roma. Volvieron a casa caminando, disfrutando del aire cristalino de la noche. Cuando llegaron al portal, Bryant abrió la puerta y entraron los dos juntos. —Te agradezco mucho la invitación —le dijo Zoe—. He disfrutado mucho. —Yo también —Bryant se apoyó contra la pared y clavó sus ojos en los de la joven, que se sentía arder bajo su mirada—. Y creo además, que va a ocurrir algo entre nosotros.

Capítulo 3 ZOE no podía negarlo. Iba a ocurrir algo entre ellos, de hecho estaba ocurriendo ya. Y era algo que no tenía nada que ver con la razón o con la lógica. Él corazón le latía aceleradamente y todo su cuerpo temblaba de anticipación. —Sí—le contestó con voz ronca. Bryant se apartó de la pared. Estaba muy cerca de ella. Zoe se quedó mirando fijamente su barbilla, temiendo encontrarse con su mirada. Aquello era una locura. Se sentía como una adolescente nerviosa, en vez de como una mujer de veintinueve años. Sabía lo que quería, y también lo que quería Bryant. Estaban tan cerca el uno del otro que podía sentir su calor, la fragancia que despedía y la suavidad de su aliento en las mejillas. Con el corazón palpitante, elevó la mirada hacia él. En ese momento todo pareció disolverse: el portal, sus preocupaciones sobre Paul, el tiempo... Los ojos de Bryant la hechizaban, arrastrándola cada vez más cerca de él. De pronto, sintió que la rodeaba con sus brazos, vio su rostro inclinarse hacia ella y sintió su boca sobre la suya, cálida y ansiosa. Todo su cuerpo reaccionó ante aquel beso, fustigado por la fuerza del deseo. De su garganta escapó un suave gemido y Bryant aumentó la intensidad de su beso. Entonces, Zoe le devolvió el beso con una pasión salvaje, nacida en lo más profundo de su ser. Bryant separó sus labios con desgana y, sin apartarse de ella, se inclinó contra la pared, estrechando al mismo tiempo a Zoe contra él. La joven cerró los ojos, intentando no moverse, no pensar. Lo único que quería era sentir. Bryant la apartó con cuidado y la miró a los ojos. —Es una suerte que ya no tenga dieciocho años — le dijo con un deje de humor. En ese momento, Zoe recuperó el sentido común. Y con él también la vergüenza. Aquel no era el momento ni el lugar para dar rienda suelta a su deseo. Además, apenas conocía a aquel hombre. Y no era propio de ella perder el control tan rápidamente. —Creo que será mejor que vaya a mi casa —le dijo, deseando que se la tragara la tierra. Acababa de comportarse como una ninfómana—. Gracias de nuevo por la cena —intentó conservar la dignidad mientras subía las escaleras, pero las piernas apenas la sostenían. —Buenas noches, Zoe. —Buenas noches. Poco después estaba ya en la cama, pero le resultaba imposible dormir. Pensaba que Bryant estaría también en la cama, ¿pero estaría pensando en ella y deseando que fuera a su apartamento dispuesta a hacer el amor con él? No debía darse tanta importancia, se regañó Zoe. Probablemente estaría sentado en el sofá leyendo algún informe o analizando la infraestructura de cualquier país del Tercer Mundo. Aunque quizá estuviera dándose una ducha fría. Zoe gimió desesperada. ¿Qué le

pasaba? Jamás en su vida se había sentido así por culpa de un hombre. Aquella situación era terrorífica. No sabía cómo iba a manejarla, ¿qué demonios iba a hacer? Bueno, lo primero que tenía que hacer era intentar conservar la cordura y no dejar que los acontecimientos se sucedieran de tal forma que terminara perdiendo el control. Una relación real tardaba algún tiempo en desarrollarse y ella no estaba dispuesta a involucrarse en una relación pasajera. Enterró la cara en la almohada. Lo que ella quería era una relación larga y estable. Quería sobre todo encontrar un alma gemela, un hombre con el que pudiera construir una vida, un hombre adecuado para ser el padre de sus hijos. Y cuando intentaba imaginárselo, aparecía en su mente la imagen de un hombre de pelo rubio y ojos azules. Durante los días siguientes no volvió a encontrarse con Bryant. Él mismo le había explicado durante la cena que iba a celebrarse un congreso internacional en la ciudad, lo que significaba que iba a estar muy ocupado. Pero aunque no vio a Bryant ni entrar ni salir de la casa, en la que sí se fijó fue en una joven rubia con la que se encontró una tarde en la puerta del apartamento de los Sinclair. Llevaba una bolsa de la compra en la mano y estaba intentando abrir la puerta. — ¡Hola! —saludó, dirigiéndole a Zoe una magnífica sonrisa. Zoe le devolvió el saludo y empezó a subir las escaleras. Al momento, oyó que algo se caía al suelo y a continuación un juramento. Al volver la cabeza, vio que a la joven se le había caído la bolsa al suelo y, sin pensarlo dos veces, se acercó hasta ella. —Déjame echarte una mano. —Oh, gracias. Estas malditas llaves... No funcionan —soltó una carcajada—. O quizá es que soy demasiado patosa. Pero Zoe jamás la habría definido como una persona patosa. Tenía un cuerpo perfecto, de aspecto atlético e iba vestida con unos pantalones vaqueros y una camiseta de la Universidad de Georgetown. Zoe terminó de meter las provisiones en la bolsa y se la tendió. —Muchas gracias —le dijo la joven, que ya había conseguido abrir la puerta—. ¿Vives en el piso de arriba? —Sí, me llamo Zoe Langdon. —Yo soy Kristin Meyers. Encantada de conocerte —le brindó una radiante sonrisa—. ¡Nos veremos! Mientras subía las escaleras, Zoe no podía hacer otra cosa que preguntarse quién sería la tal Kristin. Ya estaba en su apartamento cuando se dio cuenta de que hacía tiempo que no veía a la señora García. ¿Habría dejado de trabajar en casa de Bryant? Se asomó a la ventana y vio que estaba llegando Paul, con la mochila al hombro y la cabeza gacha. Aquel día había tenido que quedarse un tiempo extra en el colegio para terminar los deberes que no había hecho en casa. Quizá Kristin fuera una profesora particular, o la chica que se iba a encargar de cuidarlo. O quizá, pensó a su pesar, fuera la chica de la semana de Bryant.

— ¡Déjalo ya! —se regañó en voz alta. En realidad aquello no era asunto suyo. No tenía por qué importarle. Pero sí le importaba. En el fondo, desde el día de la cena, y a pesar del horario al que le obligaba el congreso, había estado esperando alguna llamada o visita de Bryant. Se apartó de la ventana bruscamente. Algo le estaba pasando y no le gustaba nada lo que era. No quería sentirse así. No le apetecía estar pensando continuamente que Bryant había dicho que iba a haber algo entre ellos. No estaba dispuesta a pasarse la vida esperando que sonara el teléfono como una adolescente enamorada. La había besado, sí, pero eso no significaba que fuera a ir a verla todos los días. Era un hombre ocupado, y ella... bueno, ella podía hacer algo para mantenerse ocupada. Entre otras cosas, debería dedicar más esfuerzo a forjarse una vida social, a hacer amigos. Para empezar, invitó a algunos profesores a cenar a su casa, se apuntó también a un curso en la universidad y Maxie le propuso asistir a un seminario sobre Espiritualidad Hindú al que iba ella los viernes por la noche. Escribió a sus amigos, se puso en contacto con su madre, y leyó cuanto pudo. Pero nada de eso la ayudó. Su mente estaba decidida a pensar continuamente en Bryant y en su maravilloso beso. Los árboles habían empezado a teñirse de vivos colores, el color fuego de los arces otoñales se unía a las doradas hojas de los nogales y al color cobrizo de los robles. El aire limpio y frío de las mañanas era para Zoe como un regalo de los dioses. Mientras iba paseando al colegio, aquel ambiente tenía en ella el efecto de una copa de champán, sentía sus pies ligeros y sonreía al mundo en general. Llegaron las notas de la sexta semana de curso y las de Paul fueron una colección de suspensos. Con un suspiro de desesperación, Zoe le escribió una nota en la que le decía que quería volver a ver a su padre. Bryant la llamó esa misma noche y en cuanto oyó su voz, la joven se estremeció de pies a cabeza. —Hola —lo saludó—. ¿Qué tal el congreso? —Mortífero. Pero ya ha terminado. He recibido tu nota —se advirtió un cambio en su voz—. No tengo tiempo de ir al colegio por la mañana y, francamente, no creo que una conversación sirva para nada. El enfado sustituyó inmediatamente a cualquier otro sentimiento que pudiera albergar Zoe. — ¿Has visto las notas? —Sí. —Paul tiene problemas, Bryant, eres su padre, ¿no crees que deberías hacer algo? —No creo que con una conversación podamos hacer nada. Sobre todo si él no estaba dispuesto a cooperar, pensó Zoe. — ¿Entonces vas a dejar que siga como hasta ahora? ¿No te das cuenta de que con su conducta lo que está haciendo es pedirte a gritos que lo ayudes? —Escucha —repuso Bryant con impaciencia—, subiré a tu casa para que podamos

hablar tranquilamente, no puedo seguir hablando de esto ahora, Paul está en la habitación de al lado. —Entonces ven mañana a mi despacho. — ¿Qué diferencia puede haber entre que vaya a tu despacho o vaya a tu apartamento? Había una gran diferencia, pero Zoe no quería discutir. En vista de la situación, lo menos que podía hacer era alegrarse de tener al menos una posibilidad de hablar con Bryant sobre su hijo. De modo que se mostró de acuerdo. Colgó el teléfono y se fue corriendo al dormitorio. Se miró en el espejo y gimió de desesperación: iba vestida con unos viejos vaqueros y una sudadera todavía más gastada. Rápidamente, se pintó los labios y acababa de peinarse cuando llamaron a la puerta. Al ver a Bryant, vestido con unos vaqueros y un jersey, le dio un vuelco el corazón. Con aquella ropa parecía todavía más fuerte y varonil que con traje. Lo invitó a tomar asiento y sirvió un par de tazas de té, intentando disimular el temblor de sus manos. A continuación se sentó frente a él, obligándose a pensar en Paul. — ¿Qué ha dicho Paul de sus notas? —le preguntó a Bryant después de dar un sorbo a su té. —Dice que ese colegio es estúpido y que quiere volver al de Buenos Aires. Yo ya le he dicho que es imposible. — ¿Y qué le has dicho exactamente sobre sus notas? — ¿Qué le voy decir? Pues que estaba muy disgustado y que esperaba algo mejor de mi hijo. He contratado a una profesora particular, pero al parecer no ha servido de nada. Zoe no pudo evitar sentir un ligero alivio al enterarse por fin de quién era Kristin. —En realidad no necesita a nadie para hacer los deberes —le explicó con calma—. Los sabe hacer perfectamente, pero se niega sistemáticamente, y esa actitud es sólo un síntoma de su problema. Hay algo que le está haciendo sufrir, Paul no es feliz. —Tiene doce años, Zoe. Está a punto de entrar en la adolescencia, es lógico que no sea feliz. A esa edad el mundo nos parece un lugar terrible, seguro que piensa que nadie lo comprende. Es una fase por la que tiene que pasar, igual que hemos pasado todos los demás. A medida que vaya creciendo irá acostumbrándose a los cambios y aprenderá a aceptar lo inevitable —suspiró—. No podemos volver a Argentina. —Venir a vivir aquí es un cambio muy importante, y no es fácil adaptarse a esos cambios —repuso ella. Bryant la miró directamente a los ojos. —Ya lo sé. Créeme —repitió lentamente—, lo sé — había algo extraño en su forma de decirlo. Incluso Zoe creyó advertir una sombra tras sus brillantes ojos azules.

¿Tendría algo que ver con la madre de Paul? Zoe intentó recordar todo lo que aparecía en la ficha de Paul sobre su estancia en Argentina, pero no había en ella ninguna referencia a su madre. —Si lo sabes —le dijo con delicadeza—, deberías ayudarlo a adaptarse al cambio. —Lo estoy intentando. Tenemos muchas conversaciones. Le explico continuamente lo importante que es no dejarse arrastrar por esos sentimientos, intentar superarlos y no estancarse en ellos, que es lo que Paul está haciendo. Intento explicarle que lo verdaderamente importante son el presente y el futuro, que hay que seguir hacia delante. —Parece fácil, pero creo que es pedirle demasiado a un niño de doce años. Quizá lo ayudarías más si intentaras comprender esos sentimientos en vez de decirle que no debería tenerlos. Paul tiene derecho a sentir lo que siente. Y estoy segura de que a él tampoco le gusta estar deprimido. Bryant se tensó. —No está deprimido. Últimamente he estado bastante ocupado, pero ahora tengo menos trabajo y voy a poder pasar más tiempo con él. —Eso es bueno. De pronto, Bryant se levantó y se acercó a un cuadro en el que aparecía un paisaje africano. Al cabo de unos segundos, miró a su alrededor. —Tienes una casa muy bonita. Muy acogedora. —Gracias —la tensión había disminuido. Aunque de forma sutil, el ambiente parecía haber cambiado—. ¿Te apetece tomar una copa? Tengo whisky, ron, sherry y vino blanco. —Me tomaría un whisky con hielo. Zoe se metió en la cocina y Bryant la siguió a su interior. Cuando ella tomó la botella de whisky, se la quitó suavemente de las manos y la dejó en el mostrador. A continuación, puso las manos en los hombros de la joven y la miró a los ojos. —Me gustaría que fueras solamente mi vecina —le dijo con una sonrisa cargada de ironía. —Sí—le contestó ella sin desviar la mirada—. Pero no lo soy —también era la consejera escolar de su hijo, y no le gustaba nada cómo trataba Bryant a Paul. —No, no lo eres, ¿pero no podríamos comportarnos como si lo fueras? Zoe sacudió la cabeza. —Lo siento —dijo casi a pesar de sí misma— pero no puedo fingir —se apartó de él y sacó un vaso del armario. —Estás enfadada. —No, me siento frustrada. — ¿Por qué? ¿Por qué te importa tanto Paul? Estoy seguro de que hay niños con problemas mucho más serios que el suyo. Hijos de padres alcohólicos, niños con problemas de drogas, no sé... se me ocurren mil cosas. Zoe suspiró exasperada y se apartó un mechón de pelo de la cara. —Estoy frustrada porque sé que Paul no es feliz y no creo que tu actitud sea la

más conveniente —tomó la botella de whisky y le sirvió un vaso. — ¿No crees que mi actitud sea la más conveniente? —repitió Bryant con una nota de advertencia en la voz. —Exacto —lo miró a los ojos mientras le tendía el vaso—. Me da la sensación de que no te preocupa demasiado. Se hizo un tenso silencio. Bryant la miraba sin decir palabra. La tensión casi se podía tocar. — ¿Estás diciendo que no me preocupo por mi propio hijo? —le preguntó lentamente. A Zoe le latía violentamente el corazón. —No, no estoy diciendo eso. Lo que estoy intentando decir es que da la impresión de que no te tomas en serio su depresión. Parece que piensas que lo único que tiene que hacer es intentar ser fuerte. —La vida es dura —le contestó Bryant. —Ya lo sé, pero un poco de ternura, comprensión y amor puede ayudar a soportarla mejor. Bryant soltó una carcajada carente de todo humor. —Lo sabes todo, ¿verdad, consejera? —le preguntó con voz burlona. Se terminó el whisky de un sorbo y lo dejó bruscamente en el mostrador—. Gracias —se volvió y salió de la cocina. A los pocos segundos, la joven lo oyó salir dando un portazo. Dos días más tarde, Zoe estaba haciendo la cena cuando llamaron a la puerta. Al abrir, se encontró con Paul, que la miraba nervioso. —No puede decir que no —anunció el niño. —De acuerdo —contestó ella, intentando mantenerse seria—. ¿Y se puede saber a qué? —Esta noche quiero ver un programa que echan en la televisión para hacer un trabajo para el colegio. Es sobre el medio ambiente, la conservación de la naturaleza y todas esas cosas. Tengo que hacer una redacción, pero no puedo verlo en casa porque Kristin ha roto la televisión —tomó aire—. ¡Es tan tonta! —Puedes quedarte a verlo aquí —le ofreció ella inmediatamente, intentando evitarle la incomodidad de tener que pedírselo. El niño la miró aliviado. — ¡Gracias! Es a las ocho en punto. Ahora voy a prepararme algo de cenar y volveré a las ocho. — ¿No te va a hacer Kristin la cena? —No ha podido venir hoy. — ¿Y tu padre? ¿No va a cenar en casa? —Llegará más tarde, pero le dejaré una nota diciéndole que estoy aquí. — ¿Así que te vas a hacer la cena tú solo? El niño se encogió de hombros. —Sólo voy a hacerme un sandwich.

—Tengo pollo y arroz cocinados al estilo chino. ¿Te gusta la cocina china? —le preguntó, rezando en silencio para que así fuera. Aquella era una oportunidad de oro. — ¡Sí! — ¿Y qué te parecería quedarte a cenar conmigo para hacerme un poco de compañía? — ¿Lo dice de verdad? —Claro. No me gusta mucho comer sola. —De acuerdo —dejó escapar un suspiro—. Voy a dejarle una nota a mi padre y a cerrar la puerta de casa. Ahora mismo vuelvo —dio media vuelta y bajó corriendo a tal velocidad que la joven temió que se cayera. A los pocos minutos, volvió Paul con un cuaderno y un bolígrafo. Aquel interés repentino en sus tareas escolares la tenía intrigada, pero decidió no mencionarlo. Era la primera vez que hablaba realmente con ella y no quería estropearlo. Quizá pudiera ganarse su confianza. — ¡Ala! —exclamó el joven al entrar al cuarto de estar—. ¿Tiene algún objeto misterioso? —Sigue adelanta y mira —le dijo la joven y se fue a la cocina. Paul se reunió con ella unos minutos después. —El tambor es muy raro —le comentó—. ¿Es de África? Zoe asintió mientras daba unas vueltas al pollo. — ¿Vio muchos animales salvajes? —Sobre todo en Tanzania —le estuvo contando sus aventuras y el niño la escuchaba admirado—. Quizá veamos algunos en ese programa de televisión. —Sí —contestó el niño mientras miraba las tiras de pollo—. Kristin cocina fatal —le dijo el niño con desprecio—. Sólo sabe hacer perritos calientes, macarrones, queso y pizza. No era la respuesta habitual en un niño de su edad. Los niños adoraban ese tipo de cocina. — ¿Te gustaba más cómo cocinaba la señora García? —Sí. Todavía cocina ella la mayor parte de los días. Viene por la mañana y mi padre y yo calentamos lo que ella nos deja preparado —se encogió de hombros—. Pero cuando mi padre viene tarde, a veces Kristin prepara la comida para los dos. — ¿Qué tipo de comida te gusta? —le preguntó Zoe. —Lo que más me gusta es el arroz. Y el pescado. Bueno, en realidad me gustan muchas cosas. —Bueno —comentó Zoe—, esto ya está hecho. Vamos a cenar. Para la joven fue muy agradable ver comer al niño con tanto apetito. —Me alegro de que Kristin no haya podido venir hoy —comentó Paul con la boca llena—. La odio. —Eso no está bien. — ¡Se porta como si fuera mi madre! —le explicó el niño indignado. —Quizá le gustes.

— ¡Ja! —exclamó Paul con una mezcla de burla y desprecio—. El que le gusta es mi padre, eso es lo que le gusta. Se supone que tiene que ayudarme a hacer los deberes y lo único que hace es corregir mi forma de hablar —hizo una mueca—. Se pasa la vida diciéndome que en este país no se dicen las cosas así. —Y supongo que a ti te molesta. — ¡Sí! Los niños del colegio hablan de muchas maneras. Vienen de todas partes del mundo y sin embargo nos entendemos todos perfectamente —la miró y de pronto cambió de expresión, como si acabara de darse cuenta de algo—. Bueno, supongo que ya lo sabe. Por lo visto, acababa de darse cuenta de que Zoe era la misma persona con la que se había negado a hablar en su despacho. Pero en ese momento no estaban en ningún despacho y Zoe era consciente de que cometería el error de su vida si se le ocurría mencionar algo relacionado con el colegio. Le ofreció un helado de postre, que el niño se comió con entusiasmo. Cuando terminaron de cenar, Paul recogió los platos y los metió en el fregaplatos. —Gracias por la cena —le dijo educadamente, mirándola con una sonrisa—. Estaba muy buena. A Zoe le entraron ganas de abrazarlo. Había algo especial en aquel niño, algo conmovedor. Parecía imposible que aquel fuera el mismo niño que no había querido abrir la boca en su despacho. — ¿Tú también vas a ver el programa? —le preguntó a Zoe en un tono que indicaba que no le importaría en absoluto que lo hiciera. De modo que vieron juntos el programa y a Zoe le encantó ver las reacciones de su acompañante. Era patente el interés de Paul por los animales y su indignación por las matanzas que sufrían. El programa estaba a punto de terminar cuando llamaron a la puerta. Era Bryant y no parecía muy contento. — ¿Está Paul aquí? —Sí, está viendo un documental en televisión. Está a punto de terminar, entra si quieres. Bryant sacudió la cabeza. —No, gracias. Y quiero pedirte disculpas por mi hijo. Al parecer te ha tenido ocupada toda la noche. —He disfrutado mucho, no te preocupes por eso. Bryant la miró con expresión tensa. —No debería haberte molestado. Le tengo dicho que llame a sus abuelos cuando tenga cualquier problema. Habrían venido a buscarlo encantados. Zoe se encogió de hombros. —Me parece perfecto que haya decidido venir aquí. Al fin y al cabo somos vecinos. —No tiene derecho a imponerte su presencia. Hablaré con él para que no vuelva a ocurrir otra vez. Zoe lo miró fijamente; su enfado estaba alcanzando tales cotas que pronto le iba

a resultar imposible dominarlo. —No te atrevas —se oyó decir—. ¡No te atrevas a decirle que no venga a mi casa cuando necesite ayuda! —no sabía lo que estaba impulsándola a decir eso, pero desde luego no tenía nada que ver con un comportamiento profesional. Bryant la miró con los ojos entrecerrados. — ¿Estás diciéndome cómo debo educar a mi hijo? —le preguntó lentamente con una voz en la que no había nada de amistoso. —Lo que estoy diciéndote es que Paul será bienvenido cada vez que venga a esta casa —se negaba a dejarse intimidar por Bryant—. Y si tuvieras un mínimo de sentido común, siendo un padre soltero, estarías más que agradecido por este tipo de oferta. — ¿Qué pasa? ¿Eres una experta en padres solteros? —le preguntó con voz peligrosa—. Pues bien, no necesito tu consejo. Zoe estaba tan enfadada que tenía ganas de abofetearlo. ¿Qué le pasaba a ese hombre? Afortunadamente, no fue capaz de contestar porque en ese momento apareció Paul. Al ver a su padre, se le iluminó la cara. — ¡Papá! ¿Has visto la nota que te he dejado? —Sí, la he visto —Bryant recuperó repentinamente la calma—. ¿Ya ha terminado el programa? —Sí. Era sobre gorilas, elefantes y cocodrilos —le explicó su hijo con entusiasmo. Bryant miró el rostro radiante de su hijo. De su propio rostro había desaparecido todo rastro de enfado. —Veo que te ha gustado. —Sí, ha sido realmente increíble, papá. Deberías haberlo visto. —Siento habérmelo perdido —apoyó la mano en el hombro de su hijo—. Vamos a casa para que me lo cuentes. — ¡De acuerdo! —Paul se volvió hacia Zoe—. Muchas gracias por todo, señora Langdon —le dijo educadamente. —Ha sido un placer. Ven cuando quieras —le contestó sonriendo de oreja a oreja. El niño miró a su padre y empezó a bajar las escaleras. Bryant lo siguió después de desearle a la joven un frío y educado «buenas noches». « ¿Eres una experta en padres solteros?» Las palabras de Bryant todavía flotaban en el aire. La joven tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no cerrar la puerta bruscamente. Apretó los dientes y alzó la barbilla con enfado. ¡Aquel hombre era insufrible! Ella no estaba acostumbrada a soportar tanta arrogancia. Al día siguiente, poco después de que llegara del colegio, llamaron a la puerta de su casa para entregarle un ramo de rosas. Zoe las dejó encima de la mesita del café y leyó la tarjeta que las acompañaba con curiosidad. Tu oferta de ayer por la noche fue muy generosa, decía, no tengo ninguna excusa para justificar mi comportamiento. Por favor, acepta mis disculpas. Zoe la leyó varias veces, asaltada por un cúmulo de sentimientos contradictorios.

Durante todo el día había estado alimentando su enfado. ¿Qué se suponía que tenía que hacer después de haber recibido aquella tarjeta? Bueno, en primer lugar responder educadamente. Miró las rosas. Eran preciosas. Zoe recordó la cena que habían compartido, el modo en el que la había besado... y la animosidad que había despertado en ellos sus comentarlos sobre Paul. Enterró la cara en las manos y soltó un gemido. En cualquier caso, no le quedaba más remedio que agradecerle aquel regalo y aceptar sus disculpas. De modo que después de cenar, bajó las escaleras y llamó a la puerta de su apartamento. El corazón le latía a toda velocidad. Cuando oyó que se acercaba a la puerta contuvo la respiración. A los dos segundos, se encontraba frente a Bryant. —Vengo a darte las gracias por las flores. Y a decirte que acepto tus disculpas. —Gracias —le contestó Bryant mirándola a los ojos—. Por favor, pasa a tomarte un café. Zoe vaciló y antes de que pudiera contestar, Bryant la agarró de la mano y le hizo pasar al interior. Cerró la puerta tras ella y le soltó la mano. — ¿Es que no aceptas un no por respuesta? —le preguntó Zoe arqueando una ceja. —No has dicho que no —repuso Bryant suavemente. Kristin apareció en ese momento en la habitación. —Bueno, entonces me iré —al ver a Zoe se detuvo—. ¡Hola! —exclamó alegremente, pero había recelo en su mirada. —Hola Kristin —la saludó Zoe. — ¿Os conocéis? —preguntó Bryant extrañado. —Sí, nos conocimos un día en la puerta. Bueno, nos veremos mañana —le dijo Kristin a Bryant dirigiéndole una radiante sonrisa. Abrió la puerta—. Buenas noches. — ¿Qué? ¿Te apetece esa taza de café? —insistió Bryant. —Sí, mucho. —Siéntate entonces, ahora mismo vengo. Zoe miró a su alrededor con curiosidad y sorpresa. No había demasiado que ver, algunos muebles fundamentales, las paredes desnudas y algunas estanterías con libros. Era una habitación totalmente impersonal, no había en ella nada que hablara de las personas que en ella vivían. Bryant Sinclair podía ser un hombre cosmopolita y sofisticado, pero ninguna de esas características se reflejaba en su casa. Al poco rato, entró Bryant en la habitación llevando una bandeja. —Aquí tienes azúcar si quieres —le comentó a Zoe después de tenderle una taza. Él tomó su propia taza y se sentó frente a ella. —Parece como si tus cosas se hubieran perdido en alguna parte —le dijo Zoe mientras removía el azúcar. —Llegaron hace unas cuantas semanas, pero están en un almacén. Sólo vamos a estar temporalmente aquí. Esta casa es de un amigo.

— ¿Y piensas irte pronto? —Todavía no lo sé. Dentro de unos meses, quizá — miró a su alrededor con el ceño fruncido—. Supongo que debería arreglar esto un poco. —Con un par de alfombras en el suelo y algunas cuantas cosas en las paredes bastaría. — ¿Papá? —Paul apareció en la puerta del cuarto de estar—. Oh, hola señora Langdon —recorrió la habitación con la mirada—. ¿Ya se ha ido Kristin? —Sí. —Bien. — ¡Paul! —exclamó su padre. —La odio —le contestó Paul con vehemencia—. Ya lo sabes. —No me gusta que hables de la gente de ese modo —le dijo su padre con tono de desaprobación. —Y a mí no me gusta ella. ¡Quiero que se vaya! —Hablaremos de esto más tarde, Paul. Este no es el momento. Evidentemente, Paul sabía que había llegado al límite. Alzó la barbilla con gesto obstinado y regresó a su habitación. —Siento todo esto —se disculpó Bryant—. Supongo que a estas alturas ya te has dado cuenta de que mi intento de solucionar el problema de Paul con los deberes no ha funcionado. Pero ahora hablemos de otra cosa. Por ejemplo, ¿te gusta la comida libanesa? Zoe tenía que batallar contra sus propios sentimientos. ¿Debería continuar una relación personal con un hombre con el que tenía una relación profesional tan desastrosa? Eso sólo podía causarle problemas. Ella no era capaz de dividir su vida en dos compartimentos independientes. Eso no podía funcionar. Pero a pesar de sí misma, se oyó contestar: —Me encanta. Y era verdad. Al igual que le encantaba estar sentada con Bryant en un acogedor restaurante, disfrutando del sonido de su voz y de la expresión de su rostro. Aquel barrio estaba lleno de pequeños restaurantes y durante las siguientes semanas, si su relación no se quebraba, podrían degustar juntos comida persa, camboyana y caribeña. Durante aquella velada, estuvieron hablando de muchas cosas, pero evitaron hablar de los problemas de Paul. Cuando volvieron a casa, Bryant la besó, tal como había hecho la vez anterior. Pero como si hubieran llegado a algún tipo de acuerdo, ni Bryant la invitó a pasar a su apartamento ni Zoe lo invitó a él a subir al suyo. ¿Sería porque Bryant había advertido ya la intensidad de los sentimientos de la joven? ¿O porque temía la intensidad de los suyos? Una tarde, Paul llamó al apartamento de Zoe y le pidió que si podía leerle el trabajo que había hecho sobre el reportaje sobre la conservación del medio ambiente.

—Creía que ya lo habías hecho —le comentó la joven mientras cerraba la puerta tras él. —Teníamos un mes para hacerlo porque teníamos que poner mapas, dibujos.... un montón de cosas. Me gustaría leerle la parte escrita para ver lo que le parece. — ¿No ha ido Kristin a casa? Paul se tensó. —Sí, está en casa, pero ya he terminado el resto de los deberes. Le he dicho que quería venir a pedirle ayuda porque usted había estado viviendo en África —un brillo iluminó su mirada—. Y como ella no ha estado nunca en África, me ha dicho que podía. —Ahora mismo lo leo —le contestó Zoe, encantada de que hubiera encontrado una forma de ir a verla—. ¿Quieres quedarte? Paul asintió con entusiasmo. El trabajo era excelente, cosa que a Zoe no la sorprendió. Paul era un niño inteligente y aquel era un tema que le interesaba. —Está muy bien, Paul —le dijo al devolvérselo. — ¿De verdad lo cree? —le preguntó Paul con una ansiedad que le hizo sonreír. Aparentemente, su aprobación significaba algo para él. —Sí, de verdad, pero tú ya lo sabías, ¿no? Paul bajó la cabeza y asintió. —Sí, me gustan los animales y me lo he pasado muy bien haciendo este trabajo. El domingo pasado fui al zoo con mi padre. Es un lugar sorprendente —frunció el ceño de pronto—. Aunque es un poco triste ver a esos animales encerrados. —Sí, te comprendo, pero creo que es bueno que la gente tenga oportunidad de verlos. Paul asintió y miró las hojas que tenía en la mano. — ¿Tengo alguna falta de ortografía? —Sólo un par. Te las he marcado con lápiz. Estoy segura de que tu padre se va a sentir orgulloso de ti. —Sí —se iluminó su mirada—. Bueno, será mejor que baje. Muchas gracias. Paul estaba empezando a abrirse poco a poco, como si estuviera probándola. Pero su cuidadosa y racionada información, estaba aportándole muchas pistas a Zoe. En Buenos Aires tenía un íntimo amigo, un argentino al que llamaban Kako. Jugaban en el mismo equipo de fútbol y compartían el interés por los animales. Los padres de Kako se habían llevado a los dos niños de camping. Al día siguiente de haberle leído el trabajo, Paul subió a enseñarle sus dibujos y le explicó con entusiasmo las cosas que había visto con Kako. Pero después de cerrar el álbum, pareció invadirle una repentina tristeza. —Debes de echar de menos a tu amigo —le comentó Zoe, advirtiendo la tristeza que se reflejaba en su mirada. —Sí —se encogió de hombros, como si no tuviera ninguna importancia, pero era evidente que tenía el corazón destrozado. —Yo también tenía muy buenos amigos en África. Y los echo mucho de menos —le

dijo—. Es duro tener que dejar a los amigos cuando te vas de viaje. No es justo. —No —dijo Paul, suspiró y permaneció en silencio durante unos segundos—. Pero tiene que ser fuerte. Tiene que adaptarse y hacer nuevos amigos. — ¿Esos es lo que te dice tu padre? Paul asintió sin decir palabra. —Pero no siempre es fácil hacer nuevos amigos. —No. Pero yo sigo siendo amigo de Kako. Y sus padres también son estupendos, a mí me encantaba estar en su casa. Era como si fuéramos hermanos. ¿Cómo voy a olvidarme de él? Quiero decir... —se interrumpió y desvió la mirada, pero Zoe tuvo oportunidad de ver las lágrimas que había en sus ojos. — ¿Y qué te dice tu padre cuando le hablas de ello? Paul se encogió de hombros. —Dice que me acostumbraré. Que haré nuevos amigos. Pero yo no quiero hacer nuevos amigos. —Comprendo lo que sientes. Temes perderlos a ellos también. Paul la miró con los ojos abiertos de par en par, como si acabara de descubrir una gran verdad. —Sí —dijo con un hondo suspiro. Había que hacer algo, pensó Zoe con fiera determinación. Paul estaba sufriendo y lo único que hacía su padre era decirle que tenía que ser fuerte. Pero Bryant iba a tener que enfrentarse a la verdad y empezar a prestarle atención. Hasta entonces había evitado hablar con ella de su hijo y ella se lo había permitido porque era un motivo de tensión y quería impedir a toda costa que hubiera problemas entre ellos. Cerró los ojos sintiéndose culpable. No podía dejar que aquella situación continuara. Paul necesitaba ayuda. Al día siguiente llamó a Bryant y lo invitó a su apartamento a tomar una copa. Bryant subió poco después de las ocho. —Has tenido una idea excelente —le dijo después mientras la saludaba con un beso y un abrazo—. He estado todo el día pensando en ti. La verdad es que me ocurre con bastante frecuencia últimamente. Me pregunto si tendré algún problema. Al oír aquellas palabras, se sintió a punto de derretirse en sus brazos, pero haciendo un esfuerzo de voluntad, le tomó las manos y lo instó a separarse de ella. —Quiero hablar de Paul. Sé que hemos evitado hacerlo hasta ahora porque es un tema conflictivo, pero creo que no podemos seguir engañándonos. Una sombra oscureció la mirada de Bryant. —Paul es responsabilidad mía, Zoe. Por favor, deja ya ese tema. —Paul está sufriendo y no soporto verlo así. Mi trabajo consiste en ayudarlo y creo que puedo hacerlo. — ¿Y no crees que te estás extralimitando en tus supuestos deberes profesionales? A Zoe se le encogió el corazón al oírlo. —Soy algo más que una profesional, Bryant. Soy un ser humano y lo que más me

molesta es que estés tan ciego que no seas capaz de darte cuenta de que tu hijo está sufriendo. —Ya sé que está sufriendo, pero dejar que se dé por vencido no va a servir de nada. Zoe advirtió claramente la amargura que había en su voz y comprendió que todavía había muchas cosas que ella no sabía de los Sinclair. Los problemas nunca eran tan simples como parecían. Normalmente, lo único que llegaba a verse era la punta del iceberg. —Paul ha perdido a su mejor amigo —le dijo suavemente—, un amigo que para él era como un hermano y lo único que se te ocurre decirle es que tiene que ser fuerte y que haga nuevos amigos. No es tan sencillo, Bryant. Cuando os vinisteis a vivir aquí, tuvo que renunciar a todo su mundo. Ese tipo de cambios hacen que uno se sienta muy desvalido. Es un sentimiento terrible, Bryant. — ¿De verdad? Gracias por la aclaración. —De nada. Y tú no estás haciendo nada para ayudarlo a llevarlo mejor. Si crees que vas a resolver el problema pidiéndole que intente ser fuerte, estás muy equivocado. No puedes pedirle que niegue lo que está sintiendo. Además, aunque creas que de esa manera vas a conseguir evitar que albergue esos sentimientos, te aseguro que es imposible. —Puedes ahorrarte todas esas explicaciones psicológicas. Ya las he oído antes. —Pero no les has prestado atención. Bryant apretó los labios. —Sin embargo tú eres capaz de comprenderlo todo, ¿verdad? Estás llena de sentido común. Hablas con los padres y tienes respuesta para todo; cada vez que te encuentras con un niño buscas la receta a aplicar y crees que así puedes resolver cualquier problema —continuó con voz fría—. Pues bien, me encantaría que me hicieras un favor. ¡No vuelvas a cuestionar la relación que tengo con mi hijo! Es posible que seas su consejera escolar, pero no eres su madre. Búscate un niño que de verdad necesite tu amorosa atención y déjame arreglármelas a mí con mi hijo. Y ahora, perdóname. Tengo que irme —dio media vuelta y salió del apartamento de Zoe.

Capítulo 4 CUANDO Zoe entró al día siguiente en una de las oficinas del colegio para hacer unas fotocopias, se encontró a Paul encogido en una silla y con el rostro sonrojado. — ¡Paul! —exclamó al verlo. Paul levantó la mirada y tosió. — ¿Estás enfermo? El niño asintió débilmente. Ann, la secretaria, miró a Zoe con el ceño fruncido. —No hemos podido localizar a nadie. Su padre no está en la oficina y tampoco hay nadie en casa de sus abuelos. Paul volvió a toser. Estaba claro que había pillado un catarro fuerte o una gripe. No debía de estar en el colegio en esas condiciones; necesitaba una cama, una bebida caliente y una medicación adecuada cuanto antes. —Yo lo llevaré a su casa. Cuando localices a su padre, llámame. Después de reorganizar el horario del día, metió a Paul en un taxi que los llevó a su casa. Durante el trayecto, hizo parar al taxista en una farmacia, donde entro ella corriendo para comprar las medicinas que pudieran ayudar a Paul. La habitación de Paul marcaba un claro contraste con el resto de las de la casa. Las paredes estaban cubiertas de fotos y cuadros y tanto las estanterías como el suelo estaban repletas de juguetes, libros y ropa. Zoe le estiró la cama, que tenía sin hacer, y cuando se acostó subió a su apartamento para prepararle un té con limón y miel. —Siento haberle causado tantas molestias —musitó Paul cuando Zoe le hizo tomarse la infusión y la medicina. —No me estás causando ninguna molestia, y además, tú no tienes la culpa. — ¿Va a volver al colegio? —No, voy a quedarme aquí. —No hace falta, de verdad. Lo único que quiero es dormir. —Me he traído parte del trabajo que tengo pendiente, así que no me causas ninguna molestia —le quitó la taza vacía de las manos—. Quizá te encuentres mejor cuando te despiertes. —Estaba muy bueno. —Mi madre siempre me lo hacía cuando me acatarraba. No sé si realmente sirve para algo, pero a mí me ayudaba a sentirme mejor. Paul asintió y, durante una fracción de segundo, enfocó la mirada hacia algo que había encima del aparador; después, se acurrucó bajo las sábanas y cerró los ojos. Impulsada por un sentimiento inexplicable, la joven revisó la habitación con la mirada y a los pocos segundos descubrió con un nudo en la garganta lo que Paul había mirado antes de dormirse. Era una fotografía de una bella mujer de pelo negro y ojos grises con un bebé en brazos. La joven cerró los ojos y tragó con dificultad. Paul era el niño al que aquella

mujer arrullaba en su regazo. Zoe salió lentamente de la habitación, dejando la puerta entreabierta. Cuando llegó al cuarto de estar, se asomó a la ventana y se quedó con la mirada perdida en el vacío. Ante sus ojos, aparecía el rostro de la mujer que acababa de ver en la fotografía. Era la madre de Paul, la esposa de Bryant. ¿Pero por qué la había conmovido tanto verla en una fotografía? Paul tenía madre, o al menos la había tenido, y Bryant había tenido una esposa, era lógico. En el fondo, siempre lo había sabido, pero verla era diferente. A partir de entonces ya tenía en su mente el rostro de la mujer a la que Bryant había amado. ¿Qué habría sido de ella? ¿Habría muerto? ¿Se habrían divorciado? En cualquier caso, no tenía ningún sentido hacerse ese tipo de preguntas. Las respuestas no iban a caer llovidas del cielo. Se alejó de la ventana. Había estado en aquella habitación otras veces durante la semana, pero en aquel momento no le parecía tan fría como la primera vez que había estado allí. Había una bonita alfombra turca en el suelo y algunos cuadros en las paredes. Fue a la cocina a prepararse un café. Para encontrar todo lo que necesitaba tuvo que rebuscar y ordenar algunos cajones. Le resultaba extraño estar en el apartamento de Bryant y se sentía vagamente incómoda. Quizá no se hubiera sentido así si Bryant no se hubiera enfadado tanto con ella la noche anterior. Se preguntó qué diría cuando llegara y la viera en su casa. No creía que se atreviera a decirle que debería haber dejado en paz a su hijo. En cualquier caso, ya tendría tiempo de averiguar y analizar su reacción, así que se sentó en el sofá y se puso a trabajar. Llevaba dos horas concentrada en sus papeles cuando oyó que se abría la puerta de la calle. El corazón le dio un vuelco. Pero no era Bryant, sino Kristin. Se miraron la una a la otra sin disimular su sorpresa. —Oh —dijo Kristin—. No sabía que estabas aquí. —Paul está enfermo. Ha pillado un buen catarro. En el colegio no han podido localizar a su padre, así que lo he traído yo a casa. — ¿Está en la cama? —Sí, está dormido. —Entonces no puedo ayudarlo a hacer los deberes. —No —le contestó Zoe, pensando que quizá sí hubiera podido quedarse con Paul hasta que llegara Bryant. Entonces recordó que el niño le había dicho que odiaba a Kristin—. ¿A qué hora ha dicho que iba a llegar su padre? —Alrededor de las seis. —Yo puedo quedarme con él hasta que vuelva —le dijo—, si quieres puedes irte. — ¿Crees que no habrá ningún problema? — ¿Por qué va a haberlo? —Bueno, la verdad es que te lo agradecería. Mañana tengo un examen de biología

y me gustaría ir a estudiar a la biblioteca. —Le diré a Bryant que he sido yo la que te ha dicho que te vayas. —Gracias —le dijo Kristin con una sonrisa. Zoe esperaba que se dirigiera hacia la puerta y se fuera, pero Kristin permanecía mirándola fijamente, mordiéndose nerviosa el labio. — ¿Puedo hacerte una pregunta? —le dijo algo incómoda. —Claro. — ¿Hay algo...? Quiero decir, ¿tú y Bryant? —levantó la mano—. Lo siento, no es asunto mío. No debería haber preguntado —se volvió y salió. Zoe se quedó paralizada. Kristin estaba enamorada de Bryant. No era una sorpresa, por supuesto. ¿Por qué no podía estarlo? Cerró los ojos brevemente y se maldijo en silencio. Fue a ver a Paul, que continuaba dormido. Parecía que le había bajado la fiebre. A continuación, volvió a su apartamento, se quitó el traje y se puso unos vaqueros y un jersey de algodón. Poco después de que volviera a casa de los Sinclair, Paul se despertó. — ¿Cómo te encuentras? Paul comenzó a toser. —No muy bien. ¿Puedo tomar otro de esos tes? Zoe le preparó una nueva bebida y se preparó un té para ella. Cuando le llevó a Paul el ponche, éste le preguntó dónde estaba Kristin y pareció visiblemente aliviado al oírle decir que le había dicho que podía marcharse. —Estoy seguro de que me habría obligado a hacer los deberes por muy enfermo que estuviera. Es una bruja. Zoe no hizo ningún comentario. Kristin le parecía una joven amable pero probablemente Bryant le había pedido que ordenara hacer a Paul todas las tareas que le mandaran en el colegio. —Ayer mi padre estaba muy enfadado —comentó Paul un poco incómodo—. Bajó de su apartamento hecho una fiera. —Ya veo. —Subió para hablar de mis notas, ¿verdad? —Sí. —Bueno, ¡pero no es culpa suya que yo haya empeorado en las notas! No debería enfadarse con usted —un ataque de tos lo obligó a interrumpirse. Zoe sonrió ante su vehemencia. —Tranquilízate, no te preocupes por mí. Paul echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. —No es justo —musitó—. Nada es justo. Mi vida es un asco. Zoe decidió no dar importancia a aquella frase. Le dejó levantarse y tumbarse en el sofá del cuarto de estar a ver la televisión, pero una hora después, le había vuelto a subir la fiebre y lo llevó a la cama después de darle una nueva dosis de medicina. A las seis, oyó voces y risas en el portal del edificio, entre ellas una voz de

mujer. A los pocos segundos se abrió la puerta del apartamento. Inmediatamente, entró en la habitación una mujer alta y sonriente seguida por un resplandeciente Bryant. A Zoe se le encogió el corazón y la sonrisa de Bryant desapareció en cuanto la vio sentada en el sofá. —Paul está enfermo —le explicó—. No te han podido localizar, y tampoco a sus abuelos, así que lo he traído a casa —se levantó. — ¿Qué le pasa? —preguntó Bryant alarmado. —No sé si tiene un catarro fuerte o si ha pillado una gripe. Tiene fiebre y bastante tos. Está en la cama. Le he comprado un jarabe que se ha tomado a las cinco. A las nueve tiene que volver a tomarlo. Bryant corrió al dormitorio de su hijo sin decir una sola palabra, dejando a Zoe sola con la otra mujer, que le tendió la mano sonriente. —Me llamo Kate Carrington. Me temo que ha sido culpa mía que Bryant no estuviera en su oficina. Ha venido a buscarme al aeropuerto y mi avión ha llegado con algo de retraso, y al venir hacia aquí nos hemos encontrado con un accidente que nos ha tenido paralizados durante casi una hora. Zoe le estrechó la mano y se presentó a sí misma. —No te preocupes, me alegro de haber podido ayudar. Vivo en el piso de arriba, así que no me ha costado nada —recogió sus papeles—. Bueno, me voy, me alegro de haberte conocido —le dirigió una educada sonrisa y se marchó. En cuanto se vio fuera, subió corriendo las escaleras, entró en su casa, dejó sus cosas en la mesita del café y se derrumbó en el sofá. El corazón le latía a una velocidad descontrolada. Por haber subido las escaleras, por haber visto a Bryant y, sobre todo, por haberlo visto entrar en su casa con una mujer tan hermosa. Pero Bryant tenía derecho a entrar en su casa con quien quisiera. Aquella reacción era ridícula. Además, aquella mujer podía ser su hermana, o su prima o... En ese momento sonó el teléfono. — ¿Por qué te has ido tan deprisa? —era Bryant. —Ya habías llegado a casa, no creo que me necesitaras —le dijo, obligándose a conservar la calma. —Te agradezco lo que has hecho por Paul. —Gracias —le contestó Zoe después de unos segundos de silencio cargados de intención. Estuvo a punto de añadir que esperaba no haberse extralimitado en sus deberes profesionales, pero se contuvo. No quería parecer rencorosa. —He encargado comida japonesa, y me gustaría que te reunieras con nosotros. Pero bueno, ¿es que Bryant pensaba que estaba completamente loca? —Te lo agradezco, pero no puedo. Tengo clase esta noche. Jamás había estado tan deprimida, y a la vez tan enfadada consigo misma por estarlo. Pero menuda tarde llevaba: primero había visto la fotografía de la esposa de Bryant, después Kristin había dejado claro que estaba enamorada de Bryant, y para

colmo, al final de la tarde, éste se presentaba en casa con una mujer maravillosa. El mensaje no podía estar más claro. Dos días después, Bryant llamó a la puerta de su casa. —Siento venir a estas horas, pero he visto que tenías encendida la luz del cuarto de estar —le dijo. — ¿Qué tal está Paul? —le preguntó Zoe, intentando ignorar los acelerados latidos de su corazón. —Un poco mejor. Está en casa de mis padres. Mi madre está todo el día encima de él —la miró arqueando una ceja—. ¿Puedo pasar, o es demasiado tarde? Zoe le cedió el paso y Bryant entró en la habitación. —Estaba poniendo al día mi cuenta corriente —le explicó Zoe—. Pero hay veintitrés centavos que no me cuadran. —Haz la liquidación final prescindiendo de ellos. —No, eso no me gusta — ¿Eres una perfeccionista? —le preguntó Bryant sonriente. —No, sólo un poco cabezota. —Ya veo —repuso Bryant mirándola a los ojos—. Pero eso puede ser peligroso. —También puede ser peligroso no serlo —contestó ella. Bryant asintió y se metió las manos en el bolsillo. —Entonces, ¿a dónde quieres que vayamos? — ¿Qué tenías pensado? —le preguntó Zoe en tono muy poco amistoso. Todavía no había olvidado su última discusión con Bryant. —He preguntado yo antes. Zoe lo miró en silencio durante algunos segundos. —A pesar de lo que pareces creer, no tengo respuesta ni solución para todos los problemas. No sé a donde podemos ir —lo miró a los ojos—. Y además, ya no estoy dispuesta a fingir que no estoy preocupada por Paul. Y había otras cosas que tampoco estaba dispuesta a fingir. En su mente se mezclaban imágenes del rostro de su esposa, de la sonrisa de Kristin y de la mujer a la que había llevado a su casa. Pero no tenía ganas de pensar en ello. Era tarde y estaba cansada. Lo único que quería era que Bryant se fuera. —Aprecio tu preocupación, pero... —Pero te gustaría que me metiera en mis propios asuntos —terminó Zoe por él—. No quiero hablar de eso ahora, Bryant, en este momento lo único que me apetece es irme a la cama. Estoy cansada y me duele la cabeza —«además quiero que te vayas», añadió en silencio. —Bueno, ya hablaremos en otra ocasión —dio un paso adelante, le tomó las manos y la estrechó contra él para besarla. El mensaje que iba implícito en su beso estaba claro: la deseaba y no iba a dejar que se le escapara. Un momento después, cerró la puerta tras él, dejando a Zoe absolutamente mareada.

Al día siguiente, Zoe no se encontraba muy bien al despertarse y para cuando salió del colegio, el dolor de cabeza había empeorado y la garganta le ardía. Estaba enferma, al igual que muchos otros niños del colegio, que habían sucumbido a aquella epidemia de gripe. Una vez en casa se tomó una aspirina, que la alivió un poco, pero a las ocho ya tenía claro que eso no iba a bastar. Debería haber comprado algo en la farmacia de camino a casa, pero tenía tantas ganas de llegar que no había querido detenerse. Quizá todavía le quedara algo a Bryant del jarabe que había tomado Paul. Habría preferido no tener que llamarlo, pero en aquellas circunstancias no le quedaba otra opción. —Se le terminó, pero iré a buscarte más. Zoe se encontraba demasiado mal para protestar. Abrió la puerta de su casa y se tumbó en el sofá. Media hora después, Bryant llamó a la puerta. Con voz ronca y casi inaudible, la joven le dijo que pasaba. Bryant entró con una bolsa de papel en una mano y una botella de whisky en la otra. La miró atentamente sin hacer ningún comentario. Probablemente pensaba que tenía un aspecto terrible, pensó Zoe, pero era demasiado educado para decir nada. — ¿Te has tomado la temperatura? —No, estoy segura de que tengo fiebre, pero todavía no estoy delirando. Bryant alzó la botella de whisky. —Quizá te siente bien un ponche con un poco de alcohol. — ¿Qué llevas en esa bolsa? —Él jarabe, limones, miel, sopa de pollo y trufas de chocolate. Todo lo que necesitas para poder volver a levantarte —le explicó, y desapareció en la cocina. Minutos después apareció con el ponche. —Gracias —le dijo Zoe después de dar un sorbo a su bebida—. Te has pasado un poco con el whisky, pero está muy bueno. —No te lo bebas demasiado rápido. —Está rico, y necesito curarme cuanto antes. — ¿Te apetece algo más? —Lo que me apetece es meterme en la cama y morirme —contestó cuando se terminó el ponche—. Pero antes me gustaría tomar otra taza de esto —le pasó la taza vacía. —Creo que con una ya es suficiente. ¿No te apetece un zumo de naranja? Zoe apretó los dientes. En aquellas circunstancias no tenía paciencia para su actitud paternal. —Quiero más ponche, y con whisky. Y no me digas lo que puedo o no puedo hacer—lo miró fijamente, pero le escocían tanto los ojos que tuvo que cerrarlos. — ¿Estás segura? — ¡Por supuesto que estoy segura! Bryant le preparó otro ponche, aunque no tan fuerte como el primero. Él se preparó un whisky con hielo y estuvieron viendo juntos la televisión mientras se toma-

ban sus respectivas bebidas. —Me siento mucho mejor—comentó Zoe cuando se terminó el ponche. Pero era una completa mentira. Se sentía fatal y la cabeza no paraba de darle vueltas. Bryant estiró las piernas y se recostó contra el respaldo de su silla, como si no tuviera ninguna intención de marcharse. —Bueno, Paul me comentó que tus ponches eran milagrosos. ¿También les echabas whisky? — ¿Estás loco? Soy una ciudadana que acata las leyes. Si se me hubiera ocurrido darle alcohol a tu hijo, habrías hecho que me arrestaran. Me habrían metido en la cárcel y así habrías conseguido perderme de vista — en realidad no sabía por qué estaba diciéndole eso. Lo único que sabía era que parecía haber perdido el control sobre su propia lengua. Se encontraba fatal. Quería llorar, quería que Bryant se marchara, y al mismo tiempo deseaba que la abrazara con fuerza. —No quiero perderte de vista, Zoe. La joven se apartó un mechón de pelo de la frente. —Pues no fue esa la impresión que me diste hace unas cuantas noches. Estabas furioso y me dijiste cosas terribles. — ¿Quieres que hablemos de eso? —Sí. Quiero decirte que eres un estúpido y un egoísta. Lo único que quiero es ayudar a Paul —empezó a toser e, invadida por una oleada de tristeza, las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas—. ¿Sabes que Kristin siente algo por ti? —le preguntó de pronto. Bryant arqueó una ceja, pero no dijo nada. — ¿Y quién era la mujer que llevaste a tu casa la otra noche? —Ah, así que estás celosa. — ¡No! Sólo estoy un poco sensible. No haría nada contigo aunque te quedaras a dormir aquí —la interrumpió un ataque de tos. —Ya veo —contestó Bryant, tendiéndole una caja de pañuelos desechables. —Sé cuidarme sola. —Por supuesto. — ¡Y no te rías de mí! —No me estoy riendo de ti. No me atrevería jamás a reírme de una mujer tan inteligente. Zoe se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas. —No creo que tú seas muy inteligente. — ¿Por qué? ¿Por haber invitado a otra mujer a mi apartamento? — ¿Te acostaste con ella? —Estás siendo muy indiscreta. Yo te he invitado muchas veces a mi casa y no me he acostado contigo. —Tampoco me he quedado a dormir allí. —Y Kate tampoco. Pasó la noche en un hotel. Sólo es una buena amiga. Ella y su marido viven en Buenos Aires. ¿Satisfecha?

Zoe lo miró en silencio, sin saber muy bien si estaba enamorada de él o si lo que le pasaba era que lo odiaba. En cualquier caso, lo único que quería en ese momento era irse a la cama y dejarse llevar por el sueño. —Me voy a la cama. —Una espléndida idea. Levántate y yo te llevaré. —Puedo ir sola —se puso de pie, pero las piernas no eran capaces de sostenerla. Antes de que se cayera al suelo, Bryant la rodeó con el brazo y la condujo hasta el dormitorio. Una vez allí, la ayudó a quitarse la bata. —Un camisón de franela —comentó—, estás verdaderamente encantadora. —Oh, cállate ya y déjame sola —se metió en la cama y se tapó con las sábanas hasta la barbilla. —No me gustan los camisones de franela. No me excitan en absoluto. — ¿Y a mí que me importa? —Yo pensaba que sí te importaba. Creía que querías acostarte conmigo. —Estás sufriendo alucinaciones. Tienes el ego totalmente fuera de control. —Y tú has bebido demasiado whisky, cariño. Deberías oírte hablar. A Zoe la asaltó un nuevo ataque de tos. — ¡Vete de una vez! ¡Por favor, déjame sufrir en paz! Bryant sonrió. — ¿Sabes que eres una pésima enferma? — ¡Me estás poniendo furiosa! Tampoco creo que sea ese el comportamiento más adecuado para el acompañante de una enferma. —De acuerdo, de acuerdo. Ya me voy. Volveré por la mañana para ver como te encuentras. —No te molestes. Pero sí se molestó. A las siete en punto se presentó allí, abriendo el apartamento con la llave que el día anterior le había quitado a la joven. Apareció en la puerta del dormitorio, vestido con traje y corbata, preparado ya para ir al trabajo. Zoe había pasado una noche terrible y continuaba encontrándose fatal. Verlo allí en todo su esplendor no la ayudó a sentirse mejor; entre otras cosas porque hacía sólo unos minutos había podido ver en el espejo del baño su aspecto deplorable. Tenía el pelo sucio, el rostro hinchado, la nariz roja y los ojos llorosos. — ¿Te encuentras mejor? —le preguntó Bryant. —No. —Te voy a preparar un té y unas tostadas. Zoe estuvo a punto de decirle que no quería nada. ¿Por qué no era capaz de preguntarle antes lo que le apetecía? El té le sentó estupendamente, pero apenas fue capaz de dar unos cuantos mordiscos a las tostadas. Bryant se sentó a su lado mientras la joven desayunaba, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. —Estoy bien —le dijo Zoe—. Gracias por todo, pero puedes irte ya a trabajar. Y

gracias también por haber venido ayer por la noche. Soy consciente de que soy una pésima enferma. Odio no sentirme bien y me pongo de muy malhumor. —Ya lo he notado, y supongo que preferirías que no mencionara cómo se te desata la lengua. Zoe cerró los ojos y gimió. Recordaba perfectamente todo lo que había dicho la noche anterior. —Me aclaraste muchas cosas. —No me hagas avergonzarme. —Entonces será mejor que me vaya a trabajar — sacó una tarjeta del bolsillo y se la dejó en la mesilla—. Estaré en mi oficina todo el día, llámame si necesitas cualquier cosa. Estoy a tu servicio. —Gracias. Bryant se inclinó y le dio un beso en la frente. —Te veré más tarde. Fue un beso tan delicado y tierno que Zoe estuvo a punto de llorar. Tenía todo el día por delante, y muy pocas ganas de hacer nada. No tenía sueño, pero tampoco le apetecía leer. Llamó a su madre, pero ésta no contestó. Le apetecía que se acercara alguien a verla, como le ocurría continuamente en África, pero era absurdo esperar algo así en Washington. Necesitaba estar rodeada de gente y no tenía a nadie. Aquello era deprimente. Se levantó a tomar un zumo de naranja y unas galletas, estuvo viendo la televisión y volvió a acostarse. A media tarde, se despertó sintiéndose un poco mejor. Se duchó, se puso un camisón limpio y se sentó en el cuarto de estar a tomar un té. Volvió a llamar a su madre, pero tampoco la localizó y permaneció un buen rato con el teléfono en la mano, compadeciéndose a sí misma y sintiéndose terriblemente sola. Al cabo de una hora, apareció Bryant con un enorme ramo de flores. Zoe se alegró tanto de verlo que estuvo a punto de echarse a llorar, pero al final lo recibió con un ataque de tos y estornudos. —Hola a ti también —contestó Bryant—. Parece que no estás muy bien. —Sobreviviré —se sonó la nariz—. Como sigas viniendo vas a terminar acatarrado tú también. No deberías estar aquí. —No te preocupes por eso. Soy inmune a los catarros. Por supuesto, se dijo Zoe, un simple virus no se atrevería a atacar un cuerpo como aquel. —Las flores son preciosas. Creo que quedarían muy bien en un jarrón blanco que tengo encima de la nevera, ¿te importaría mucho meterlas allí? Minutos después, las flores estaban colocadas en un jarrón que Bryant dejó encima de la mesita del café. —Muchas gracias —repitió Zoe y miró el reloj—. Has venido muy pronto. —Sí. ¿Te apetece tomar una sopa de pollo casera? —No me digas que sabes cocinar.

—No, te la envía mi madre. —Pero si yo no conozco a tu madre. —Pero ella sí te conoce. Paul le ha hablado mucho de ti. —Ya entiendo, y por eso me ha preparado una sopa. —Supongo que en realidad la habrá hecho la cocinera. Pero eso es lo de menos. La cocinera, por supuesto. Cómo no se le habría ocurrido. —La verdad es que me sentaría muy bien una sopa. Ha sido un gesto muy amable por parte de tu madre. —Mi madre es una persona muy amable. Metomentodo, enfática, irritante, pero muy amable —se dirigió hacia la puerta—. Ahora mismo vuelvo. Zoe tardó varios días en recuperarse, ayudada por supuesto por las atenciones de Bryant que fue especialmente amable y considerado con ella. Justo lo contrario que Zoe, que no tenía ninguna paciencia cuando estaba enferma y se convertía en una persona insufrible. El viernes, aunque no estaba del todo repuesta, se fue a trabajar, y al volver a casa por la tarde, se encontró con la agradable sorpresa de que había recibido una carta de Nick. Era una carta de varias páginas en las que incluía algunos dibujos, entre ellos un enorme corazón con el que proclamaba su amor por ella. Zoe comenzó a leerla sonriente: Nick describía con todo lujo de detalles los últimos cotilleos sobre el colegio y la ciudad y a continuación le explicaba que había tenido un sueño que lo había ayudado a entender su relación con ella. No me había dado cuenta de lo mucho que significabas para mí hasta que te has ido, le escribía. El vacío que has dejado en mi vida ha tenido un efecto purificador en mi cerebro. A veces veo las cosas de forma mucho más clara. Ayer, en un relámpago de lucidez, se me ocurrió pensar que quizá deberíamos estar juntos, Zoe. Zoe se dijo que Nick tenía razón. Habían llegado a conocerse muy bien, a ser verdaderos amigos. Había pasado momentos estupendos con Nick y ella también lo echaba mucho de menos. Creo que deberías volver aquí. Podríamos casarnos y acabar con la soledad. Tú estás sola y yo estoy solo. ¿Por qué no estar juntos? Mientras lo piensas, podías enviarme un par de calzoncillos, talla mediana. Me gustaría que tuvieran dibujos de colores brillantes. Creo que la boda deberíamos celebrarla siguiendo algún rito tribal. Después podemos ir de luna de miel a Zimbabwe, a algún camping. No hay muchos sitios a donde ir, mira el dibujo que te mando, pero no te preocupes, yo te protegeré y pasaremos unos días maravillosos. Al ver el dibujo, en el que aparecían ellos dos metidos en una tienda de campaña rodeada de leones, Zoe soltó una carcajada. ¡Nick era todo un artista! Continuó leyendo la carta, en la que le hablaba de las aventuras con las que se encontrarían en su viaje alrededor del mundo y terminaba suplicándole que volviera a África. Al final de la carta, aparecía el corazón atravesado con una flecha y sobre el

que había escrito TE QUIERO. Zoe dejó la carta en la mesilla de noche para volver a leerla más tarde. Siempre merecía la pena leer varias veces las cartas de Nick, y aquella era una obra maestra. A las ocho de la noche, Zoe ya estaba agotada y decidió tomarse un baño y acostarse pronto. No hacía una noche para salir; había empezado a llover y el viento soplaba con fuerza, de modo que quedarse en casa no era ningún castigo. Mientras se bañaba, estuvo pensando en la carta de Nick y en sus remedios para vencer la soledad. La verdad era que le apetecía volver a África. O marcharse a Sudamérica o a Asia. No podía negar que a veces la asaltaba la duda de si había tomado una decisión correcta al volver a Washington. —Tienes que madurar —se regañó—. Tomaste la decisión de volver y de ti depende que no sea una decisión equivocada. En realidad, había conseguido todo lo que pretendía: un buen trabajo, un bonito apartamento y además estaba empezando a hacer amigos. Sonó el teléfono, pero no atendió la llamada. No tenía ganas de salir del agua y si era algo importante volverían a llamar. Acababa de salir del baño cuando llamaron a la puerta. Tenían que ser Paul o Bryant. El portal estaba cerrado y nadie había llamado al telefonillo. Se ató el albornoz, se puso una toalla alrededor de la cabeza y salió a abrir. — ¿Quién es? —preguntó antes de abrir. —Soy Bryant. Al advertir la palidez de su rostro, a Zoe se le encogió el corazón. — ¿Qué ha pasado? —Paul se ha ido. — ¿Que se ha ido? —Ha dejado una nota diciendo que se iba de casa y que no piensa volver.

Capítulo 5 ENTRA —le dijo inmediatamente Zoe, y cerró la puerta tras él—. Quizá esté en casa de algún amigo —lo consoló, intentando aplacar su propio miedo. —Se suponía que mi madre iba a ir a buscarlo al colegio, pero Paul la ha llamado y le ha dicho que iba a venir a casa porque estabas ya mejor y quería enseñarte un trabajo. —Pues no ha estado aquí —le contestó Zoe, con la garganta atenazada por su respuesta—. No lo he visto. —Ha debido estar en casa porque se ha llevado parte de sus cosas y me ha dejado una nota —se frotó la cara—. He llamado a todo el mundo, pero nadie sabe nada. ¿Qué demonios cree que está haciendo? ¿Dónde piensa dormir? —su voz era una mezcla de frustración y enfado. — ¿Has llamado a la policía? Bryant soltó una carcajada cargada de amargura. — ¿Sabes cuántos adolescentes se escapan de su casa cada año? Según ellos lo más probable es que vuelva esta noche, me han dicho que si no regresa, vuelva a llamarlos mañana —se sacó una hoja de papel del pantalón—. Estos son los niños de su equipo de baloncesto. ¿Se te ocurre algún otro niño que tenga contacto con él? Zoe leyó la lista y se devanó los sesos pensando en algún nombre que no apareciera allí. —Me temo que no. — ¡Maldita sea! —exclamó Bryant estrujando el papel en sus manos. Zoe deseaba desesperadamente poder hacer algo, tener algún consejo que dar, pero no se le ocurría absolutamente nada ¿Cómo se había atrevido Paul a hacer una cosa así? ¿A dónde habría ido? En ese momento, sonó el teléfono y Bryant corrió a atenderlo, pero al momento se contuvo. —Lo siento. He desviado las llamadas a tu número para no perder ninguna. Sabía que estabas en casa, aunque antes te he llamado y no has contestado. —Estaba en el baño. Pero no te preocupes —sintió que la toalla se le caía de la cabeza, y la sostuvo con una mano mientras con la otra sujetaba el auricular. El que llamaba era un vendedor de seguros al que cortó inmediatamente. Se metió después en el baño para cepillarse el pelo y al salir se dirigió a la cocina a preparar un par de tazas de café. —Siéntate, Bryant —le dijo cuando salió con la bandeja. Pero Bryant no la escuchaba. Estaba mirando por la ventana, y la tensión se reflejaba en cada uno de sus músculos. — ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha ido? —le preguntó. —Estoy segura de que puedes imaginártelo —contestó Bryant sin volverse. Zoe tomó aire. Debía obligarse a conservar la calma, se dijo. — ¿Pero qué es lo que le ha hecho tomar la decisión de marcharse? ¿Qué le has

dicho? —Le he soltado el discurso de siempre. Le he dicho que ya era hora de que creciera y aceptara el hecho de que la gente cambia de vida y al hacerlo deja de ver a sus amigos, que era inútil llorar por lo inevitable. Le he vuelto a decir que tenía que tener valor para centrarse en su vida y hacer las cosas de la mejor forma posible —continuaba de espaldas a ella y hablaba como si hubiera repetido miles de veces aquel discurso—. La vida es dura. Llorar no sirve de nada. Tiene que aprender a ser fuerte. De pronto, se volvió hacia ella con una amarga sonrisa en el rostro. —Llevas mucho tiempo diciéndome que no estaba llevando bien esta situación, ¿te produce alguna satisfacción el que hayan terminado las cosas así, señora consejera? Zoe se quedó mirándolo fijamente, incapaz de contener una oleada de enfado. —Por supuesto, estoy encantada —contestó con sarcasmo—. ¡Esto es maravilloso! No tenemos ni idea de dónde está Paul y se supone que debo de estar entusiasmada porque así se demuestra que yo tenía razón. ¿Qué demonios te pasa, Bryant? Sabía perfectamente lo que le pasaba. Estaba preocupado, enfadado y se sentía culpable. Lo único que estaba haciendo era intentar defenderse de aquel ataque inesperado. Bryant se frotó el cuello apesadumbrado. —Lo siento. No sé lo que digo. No quería descargar mi enfadado contigo. Enfado. No se le había ocurrido otra palabra. El enfado era un sentimiento que un hombre se podía permitir. El miedo, la preocupación y el dolor, estaban descartados. —Lo sé —le contestó la joven, levantó su taza y dio un sorbo a su café. —Siento haberte molestado —dijo Bryant mientras se dirigía hacia la puerta. —Oh, por el amor de Dios, ¡siéntate! Tómate el café. ¿Qué crees que voy a ponerme a hacer cuando te vayas? ¿Irme a bailar? Bryant la miró a los ojos y se hizo entre ellos un silencio cargado de significado. —Paul te importa de verdad, ¿no? Zoe dejó la taza en el plato al darse cuenta de que estaba temblándole la mano. —No es tan difícil de entender, ¿sabes? —le contestó, desviando la mirada para que no pudiera ver que tenía los ojos llenos de lágrimas. —Lo sé —repuso Bryant con voz ronca—. Oh ¡maldita sea, Zoe! —se sentó a su lado y la abrazó. Zoe apoyó la cabeza en su hombro, intentando contener las lágrimas. —Volverá —le aseguró—. Es demasiado inteligente para cometer una estupidez. —Ya la ha cometido. —Pero estoy segura de que se dará cuenta y volverá. Bryant permaneció en silencio. Estuvieron sentados sin decir palabra durante un buen rato, hasta que Bryant se levantó de un salto. —Tengo que hacer algo. No puedo continuar aquí sentado sin hacer nada —se

dirigió a grandes zancadas hacia la puerta. — ¿Qué piensas hacer? —No lo sé. Ir a buscarlo. Atiende tú el teléfono, por favor. Tres horas más tarde, llegó Bryant empapado. Durante todo ese tiempo, además de haber estado a punto de volverse loca de preocupación, Zoe había estado llamando a los profesores del colegio, por si acaso alguno podía darle alguna noticia sobre Paul. —No lo has encontrado —le dijo a Bryant. —No, ¿ha habido alguna llamada? —No, lo siento —le dijo Zoe, tendiéndole la toalla—. ¿A dónde has ido? Bryant se secó la cara y el pelo. —He dado una vuelta por todo el barrio. He estado en la biblioteca, en el parque y por los alrededores del colegio —estrujó la toalla y la tiró al suelo—. ¡Maldita sea! ¡Tiene que estar en alguna parte! —cambió repentinamente de expresión—. Voy a cambiarme de ropa y a darme una ducha, ¿no te importa atender mientras tanto el teléfono? —No, por supuesto que no. Sube cuando hayas terminado. Bryant se quedó mirándola fijamente y al reparar en la bata comentó: —Ibas a acostarte. No quiero obligarte a quedarte levantada. —Sería incapaz de dormir en este momento, Bryant. Bryant la miró en silencio y asintió. —No tardaré. Zoe estaba tan preocupada que hasta se había olvidado de vestirse, pero en cuanto Bryant se fue se metió en su dormitorio y se puso unos vaqueros y un jersey. A continuación fue a la cocina, revisó lo que tenía en la nevera y decidió preparar una fritada. No era mucho lo que podía ofrecerle a Bryant, algo de comida y compañía, pero esperaba que para él supusiera algún consuelo. Estar solo en una circunstancia como aquella debía de ser terrible. Alegrándose de tener algo que hacer, se puso a cocinar. Cortó la cebolla y después de freiría le añadió patatas y verduras troceadas, tomate, unos huevos batidos y queso. Bryant llegó poco después con unos vaqueros y un jersey. La preocupación continuaba reflejándose en sus ojos. Al verlo, Zoe no pudo contenerse y lo abrazó sin saber qué decir. Bryant la estrechó con fuerza contra él. Estaban tan cerca, que la joven podía sentir los latidos de su corazón. —Te he preparado algo de comer —le dijo y Bryant la soltó. Bryant se comió la cena en silencio, sin saborearla en absoluto y Zoe se puso a preparar una cafetera, deseando con todas sus fuerzas que sonara el teléfono. Cuando terminó, se sentó en frente de Bryant. —He estado pensando en lo ocurrido —le dijo nerviosa—, y me gustaría hacerte una pregunta. —Adelante —contestó Bryant mirándola a los ojos.

— ¿Qué sucedió con tu... con la madre de Paul? ¿Murió? —No —repuso Bryant con el semblante rígido. — ¿Dónde está ahora? —No tengo ni idea —el tono de Bryant era cada vez más frío. Zoe bajó la mirada hacia sus manos y advirtió la fuerza con la que estaba agarrando el tenedor y el cuchillo. — ¿Hay alguna posibilidad de que Paul se haya ido con ella? —No —contestó Bryant con un gesto de sarcasmo y dio un sorbo a su café. A Zoe le habría gustado preguntarle por qué estaba tan seguro, pero decidió no hacerlo. —Se fue de casa cuando Paul era un bebé. —Yo... lo siento —consiguió decir Zoe con un hilo de voz. Bryant se levantó y se acercó a la ventana. En el ambiente flotaban todas las preguntas que Zoe no se atrevía a formular. —Volví un día del trabajo y la encontré haciendo las maletas —explicó Bryant volviéndose hacia ella—. La cama estaba cubierta de ropa y había cajas por todas partes llenas de libros, cintas de música, objetos de cocina... de todo. Se iba de casa y se llevaba todas sus cosas. Me dijo que ya estaba harta y cuando le pregunté de qué, me contestó que estaba harta de todo —se interrumpió un momento—. Me dijo que tenía mejores cosas que hacer con su vida. — ¿Mejores cosas que qué? —Que ocuparse de un bebé. A Zoe se le encogió el corazón. — ¿Abandonó a su hijo? —Sí. Me dijo que como yo era el que lo había querido, debía de ser yo el que lo cuidara. Zoe lo miró fijamente. — ¿Ella no lo quería? —No. El embarazo de Paul fue un embarazo no planificado. Ella quería abortar, pero yo la convencí de que no lo hiciera. — ¿Por qué? —Porque estábamos hablando de mi hijo y a mí me parecía cruel y egoísta no aceptar esa responsabilidad por una cuestión de conveniencia. Yo no encontraba ningún motivo para que no pudiéramos tener un hijo y pensaba que con el tiempo ella también cambiaría de opinión. — ¿Y no lo hizo? —No, ni siquiera cuando Paul nació. —Dios mío, debió de ser terrible. —Sí. — ¿Y a ti como te afectó todo eso? Bryant rió con amargura. —Dejé de amarla. En realidad, creo que nunca estuve verdaderamente

enamorado de ella. Era una mujer atractiva, divertida y sexy... superficialmente encantadora. Pero cuando se quedó embarazada me di cuenta de que debajo de aquella apariencia no había nada en absoluto. Era una mujer que vivía para sí misma, no tenía ningún sentido de la responsabilidad y ninguna fuerza de carácter —se encogió de hombros—. Fui un estúpido al no darme cuenta antes, pero era joven, me creía enamorado y quizá en el fondo no quería darme cuenta de cómo era ella realmente. — ¿Y qué hiciste cuando se marchó? —Ocuparme de mi hijo. Yo he sido el que lo ha educado. Y por lo que parece, sin mucho éxito. Zoe lo miró con el corazón destrozado. — ¡No digas eso, Bryant! Paul es un chico estupendo. Tiene problemas, pero eso les ocurre a muchos niños. Estoy segura de que todo se solucionará. —Se ha ido de casa por mi culpa —contestó con tristeza. Zoe estaba abrumada por el inmenso dolor que se reflejaba en sus palabras. Bryant quería a su hijo, pensó. Lo había criado él sólo, intentando hacer las cosas lo mejor posible y al final se encontraba con que su hijo huía de su lado. Jamás se había sentido tan impotente. Se acercó a Bryant y volvió a abrazarlo. No sabía qué otra cosa podía hacer. Quería decirle que todo iba a salir bien, pero se contuvo. Sabía que en aquel contexto aquellas palabras sonarían a tópico. Era consciente de que nadie podía garantizar que aquello se resolviera de la mejor forma para todos. Sonó el teléfono y ambos se sobresaltaron. Zoe corrió a levantar el auricular. Era Maxie que la llamaba para invitarla a un seminario. Zoe apenas la escuchaba mientras su amiga le hablaba de comunicación entre las almas y divinidades de todo tipo. —Tengo un problema bastante más terrenal, Maxie —le dijo—. ¿Y cómo me llamas a estas horas? ¡Son más de las once! — ¿Sí? —Maxie parecía sorprendida—. Ni siquiera me he dado cuenta. Lo siento, ¿te he despertado? —No, no te preocupes por eso —miró a Bryant y vaciló unos segundos antes de decirle a su vecina—: Estoy con Bryant y estamos muy preocupados porque Paul no está en casa. — ¡Dios mío! —exclamó Maxie—. Esta tarde lo he visto salir. — ¿Lo has visto salir? ¿Cuándo? —preguntó Zoe, renovando sus esperanzas. Por el rabillo del ojo vio que Bryant iba a la cocina para escuchar la conversación por el teléfono de allí. —Alrededor de las cuatro y media. Ha venido una limusina a recogerlo. Zoe reprimió una risa nerviosa. Hasta ese momento había estado sufriendo imaginándose a Paul paseando por las calles bajo la lluvia, temblando de frío y hambriento. Pero al parecer, la escapada de Paul había sido una escapada de primera clase: se había ido en un coche de lujo. — ¿Y has visto con quién se iba? —preguntó Bryant con determinación. Zoe

decidió entonces dejarle a él el interrogatorio. —Había otro niño en el coche. — ¿Y qué aspecto tenía? — ¡No lo sé! No le he prestado atención, sólo sé que era un niño. — ¿De qué edad? —No sé. Parecía mayor que Paul. No recuerdo nada más de él, lo siento. — ¿Y de la limusina? —insistió Bryant—. ¿Te acuerdas de cómo era? —Era una limusina gris metalizada. Muy elegante. Una característica que Zoe le habría aplicado a cualquier limusina. Maxie no pudo darles ninguna otra pista y Zoe colgó el teléfono frustrada. Ni ella ni Bryant tenían idea de quién podía ser la limusina. A medida que iban pasando los minutos, mayores eran los temores de la joven y cuando el teléfono sonó por segunda vez, se sobresaltó de tal manera que se le cayó parte del café. En aquella ocasión llamaba una mujer preguntando por el señor Sinclair. —Yo soy Bryant Sinclair —dijo Bryant cuando Zoe le pasó el teléfono. Al cabo de unos segundos, Zoe lo vio cerrar los ojos: toda la tensión acababa de desaparecer de su rostro—. No, no lo sabía, y no sabe cuánto le agradezco que me haya llamado —se interrumpió otra vez—. Si no tiene ningún inconveniente... Zoe enterró el rostro entre las manos. Estaba segura de que le acababan de dar noticias de Paul. Oyó que Bryant colgaba el teléfono y lo sintió sentarse a su lado. —Está en Richmond. — ¿En Richmond? ¿Y qué está haciendo allí? —Va a pasar el fin de semana en casa de un amigo. — ¿Un amigo? Pero si Richmond está a más de una hora de aquí. —La madre vive allí. Es hijo de padres divorciados y está con su padre durante la semana y los fines de semana se va con su madre. Por lo visto, la madre de Steve está acostumbrada a verlo llegar con amigos, pero al ver que no había llamado nadie para hablar con Paul o agradecer la invitación, ha empezado a sospechar. Ha oído que Paul y su hijo estaban comentando algo sobre una huida y ha decidido asegurarse de que no había pasado nada raro. —Una mujer muy inteligente. ¿Y ahora qué? —Iré a buscarlo mañana. Me ha dicho que era preferible que se quedara a pasar allí la noche porque ya es muy tarde y el tiempo está empeorando —se frotó la cara, como si quisiera borrar los restos de desesperación—. Paul no sabe que ha llamado y ella teme que se vaya antes de que yo llegue si le dice que voy a ir a buscarlo. Zoe suspiró. —Qué alivio —con nuevas energías, se levantó de un salto y soltó una carcajada. Bueno, ¡esto hay que celebrarlo! Paul está sano y salvo. —Por lo menos lo estará hasta que le ponga las manos encima. Como se le ocurra volver a hacer algo así... Zoe se puso en frente de él y lo miró con el ceño fruncido. —Júrame que estás tan enfadado como pareces y que no sientes nada de alivio.

A los labios de Bryant asomó una sonrisa. El alivio se reflejaba en su rostro, en la risa que empezaba a bailar en su boca. La luz que iluminaba sus ojos lo hacía parecer diez años más joven. Y, para desesperación de Zoe, especialmente atractivo. —De acuerdo, consejera. Estoy aliviado. Un poco aliviado. — ¡Ja! —se burló Zoe. Estaba a punto de ir a buscar un par de copas de vino cuando volvió a sonar el teléfono. — ¿Diga? —Señora Langdon, soy Paul —hablaba en voz muy baja y en tono extraño, como si estuviera nervioso y no quisiera que nadie lo oyera. A Zoe le dio un vuelco el corazón. — ¡Paul! —exclamó sorprendida, y Bryant alzó inmediatamente la cabeza. —Sé que ya es muy tarde y todo eso, pero tenía que hablar con usted. No sé qué hacer. Bryant se acercó a ella para quitarle el auricular, pero Zoe se apartó y lo agarró con fuerza. — ¿Qué te pasa, Paul? —Me he escapado, mi padre no sabe dónde estoy y me da mucho miedo llamarlo. Estoy seguro de que me matará. —No creo que te mate, Paul. Pero está muy preocupado por ti. Y yo también —añadió. —He hecho una estupidez. Estuve hablando con Steve de que quería irme de casa y él me dijo que se había ido muchas veces y que me iba a preparar un plan. Yo... bueno, estaba enfadado con mi padre y pensé... —se interrumpió de pronto. — ¿En qué consistía ese plan? —Yo me iría con él a Richmond, a casa de su madre y el domingo Steve me ayudaría a buscar un autobús que fuera a Miami y desde allí podía ir en avión a Argentina. Según él, sabía todo lo que había que hacer. Hasta había mirado un mapa. — ¿Y ahora has cambiado de opinión? — ¡No debería haberle hecho caso! Es una idea de lo más estúpida. Y además, he mentido a mi abuela —dijo en voz casi inaudible. —Lo sé. Pero ahora estás a salvo. ¿Dónde está Steve? —Se ha dormido. Y su madre está en su dormitorio, viendo la televisión. Por eso he aprovechado para bajar a la cocina a llamar. No podía dormirme. No paro de pensar en mi padre. Yo lo quiero mucho, señora Langdon, aunque a veces me enfade con él, ¡Y ahora no sé qué hacer! —parecía a punto de llorar—. Siento mucho lo que he hecho, señora Langdon, lo siento, de verdad. A Zoe se le hizo un nudo en la garganta. —Creo que deberías decírselo a tu padre. —Me da miedo. —Lo sé y lo entiendo, ¿pero te acuerdas de lo que estuvimos hablando de que debíamos ser responsables de nuestros actos? —Sí... pero yo esperaba... Pensaba que quizá podría explicárselo usted primero, y así, cuando se lo cuente yo no estará tan enfadado.

Zoe sintió una oleada de alegría. Bryant confiaba en ella. —De acuerdo, hablaré yo con él. Oyó que el niño suspiraba aliviado y sonrió. —Gracias. ¡Es usted la mejor! —tragó saliva—. ¿Puede decirle también que estoy en Richmond y que no sé cómo volver a casa? Zoe estuvo a punto de soltar una carcajada. Había estado pensando en irse a Argentina, un país extranjero, y ni siquiera sabía volver a casa estando a una hora de allí. — ¿Cómo has llegado a Richmond? —He venido con el chofer de Steve, en una limusina. Ha sido increíble. — ¿Y el chofer de Steve te ha dejado montarte sin ningún problema? —A Steve le dejan llevar a todos los amigos que quiera. Lo hace muchas veces. —Ya veo. Bueno, hablaré con tu padre. — ¿Va a hablar ahora? ¿No va a esperar hasta mañana? —Voy a hablar ahora mismo con él. Y deberías darme el teléfono de la madre de Steve para que le dé a tu padre la dirección antes de que vaya a buscarte —escribió el número que Paul le dictaba y colgó el teléfono. Al mirar a Bryant, advirtió que tenía el semblante pálido. —Era tu hijo —le explicó—, sintiéndose culpable y lleno de remordimientos —dio un sorbo a su vino. Bryant apretó los labios. —Me alegro de que esté en Richmond, porque así voy a tener oportunidad de tranquilizarme antes de verlo, porque si no, iba a darle una paliza que no olvidaría en toda su vida. —No creo que eso ayudara a solucionar vuestros problemas. Bryant le dirigió una larga mirada y cerró los ojos. —No, supongo que no. Supongo que lo que tendría que hacer es hablar con él e intentar comprenderlo. —Bryant, creo que ya lo comprendes. Bryant se quedó callado y de pronto se levantó de un salto. — ¿Tienes idea de cómo me sentí? —le preguntó furioso—. ¿Sabes lo que es quedarse solo con un niño porque su madre no lo quiere? ¡Aquello era un infierno! Me prometí hacer todo lo posible para que fuera feliz, para que se sintiera querido, para que nunca tuviera que sentirse como me había sentido yo. A Zoe le temblaban las piernas. En ese momento vio claramente lo que había sucedido entre Bryant y su hijo, lo que Bryant había querido para Paul. Había intentado protegerlo porque no quería que su hijo sufriera. Sintió un profundo dolor al comprender hasta qué punto había malinterpretado su relación. Ella, más que ninguna otra persona, debería haberlo comprendido mejor, debería haberse dado cuenta de cuánto quería Bryant a su hijo. ¿Cómo podía haber llegado a dudarlo? Observó a Bryant, que estaba haciendo un enorme esfuerzo por controlar sus sentimientos.

—Pero no tengo derecho a decirle lo que tiene que sentir, ¿verdad? —le preguntó a Zoe. —No. —Dios mío, yo soy el culpable de todo este desastre. Zoe le dirigió una trémula sonrisa, sobrecogida por una oleada de amor. —Entonces arréglalo. — ¿Es un consejo profesional? —Creo que se trata más bien de sentido común. —Mejor así; con el sentido común me las arreglo más o menos bien. El ambiente se había relajado de forma extraordinaria. Paul estaba bien, todo se iba a solucionar. Zoe fue a llenar las dos copas de vino y si no hubiera sido por miedo a derramar su contenido, se hubiera puesto a bailar. Volvió al salón con una sonrisa resplandeciente y le tendió a Bryant la copa. Éste dejó la copa en la mesa y tomó la de Zoe. Después de posarla también en la mesa, empujó a Zoe suavemente para que se sentara a su lado y le tomó las manos. —Gracias —le dijo con una sonrisa. Aquella sonrisa y el brillo que de nuevo iluminaba sus ojos, fueron el mejor regalo que Zoe podría haber recibido. —Pero si yo no he hecho nada. —Claro que lo has hecho. Has estado a mi lado —la abrazó y la acercó más a él—, me has preparado la cena, me has escuchado y en ningún momento me has criticado. Y además, hueles muy bien —le susurró al oído para brindarle después una caricia con los labios que llegó hasta su boca. —Me alegro de que te sientas mejor —susurró Zoe casi sin aliento. —Me siento mucho mejor —contestó Bryant mientras trazaba con la punta de la lengua el contorno de sus labios—. De hecho, estoy empezando a sentirme maravillosamente. —Yo también. Bryant enredó las manos en su pelo. — ¿Y hay alguna razón por la que no debamos sentirnos tan maravillosamente bien? —No —contestó Zoe, víctima ya de un deseo tan dulce como insoportable. Bryant acarició sus labios de una forma increíblemente tentadora. —Creo que será mejor que baje un momento a mi casa —musitó Bryant contra su mejilla—, para buscar algo que vamos a necesitar. Zoe lo abrazó con más fuerza; no quería que se fuera. —No hace falta que vayas a buscarlo, tengo lo que necesitamos. — ¿Sí? Zoe asintió con los ojos cerrados. —Me has besado de una forma que me ha sugerido todo tipo de ideas. —Ya me lo imaginaba. —Y supongo que he pasado la prueba.

—Eres una mujer inteligente. Y muy atractiva — deslizó las manos por debajo de su jersey y acarició delicadamente sus senos—. ¿Sabes que eres muy sexy? —musitó. En aquellas circunstancias a Zoe le resultaba casi imposible decir nada. —No —susurró—, dímelo tú. Bryant rió suavemente. —Voy a hacer algo mejor. Voy a demostrártelo.

Capítulo 6 BRYANT tomó el rostro de Zoe entre sus manos con un gesto maravillosamente delicado y le dirigió una sonrisa que hizo que a la joven se le acelerara el pulso. —Tienes los ojos de color coñac. Y son mucho más embriagadores que cualquier licor. Se inclinó hacia ella y Zoe cerró los ojos. Bryant rió suavemente y deslizó las manos por sus párpados. —Ahora ya no puedes esconderte —le dijo—, ya es demasiado tarde. Se apoderó de Zoe un dulce sentimiento que no quiso reprimir. Bryant deslizó la mano desde su espalda hasta el cuello y enterró la cabeza en su pelo. — ¿Y qué tipo de ideas te ha sugerido mi beso? —le preguntó. —Tengo una imaginación muy rica. —Pero no has contestado a mi pregunta. —No me acuerdo. No puedo pensar. —Quizá te acuerdes si vuelvo a besarte —cerró la boca sobre sus labios y la besó. Zoe le devolvió el beso, disfrutando de las sensaciones que la cercanía y el sabor de Bryant despertaban en ella. Momentos después, Bryant se separó ligeramente de ella y la miró a los ojos. —Quiero verte —le dijo—. Quiero verte desnuda —repitió. La levantó en brazos, la llevó hasta el dormitorio y la sentó en la cama. Con movimientos precisos y rápidos, le quitó el jersey y el sujetador. —Eres preciosa —susurró, mientras le acariciaba los hombros y los brazos con la suavidad de una pluma. Después, con una delicadeza exquisita, tomó sus senos y le tocó los pezones con los pulgares. Zoe contenía la respiración mientras sentía encenderse en su interior todo tipo de pasiones. Cerró los ojos y se inclinó contra él, disfrutando al sentir la suavidad de su jersey contra su piel desnuda. Bryant bajó las manos hasta sus vaqueros y se los fue quitando lentamente. Cuando Zoe estuvo ya completamente desnuda, la tumbó en la cama y a los pocos segundos se reunió con ella, ya sin ropa él también. Se inclinó sobre un codo y la observó con una débil sonrisa mientras empezaba a explorar su cuerpo con la otra mano, lenta y sensualmente. —Eres maravillosa —dijo con voz ronca y sensual—, tan suave, tan cálida... De la garganta de Zoe escapó un gemido de placer. Se acercó más a él y alargó el brazo con intención de acariciarlo, pero Bryant se lo impidió. —Todavía no —le dijo, y continuó acariciándola con manos mágicas y tentadoras mientras ella permanecía tumbada disfrutando de aquellas delicias—. ¿Te gusta? —susurró—. ¿Era esta una de las cosas que te imaginabas? —Sí. — ¿Y esto? —Sí —la habitación había dejado de ser una habitación para Zoe, y la cama había

perdido también su antigua identidad. Aquel era un lugar mágico en el que no existían ni la razón ni el tiempo, en el que lo único que importaba eran los placeres del amor. — ¿Y esto? —musitó Bryant mientras besaba el rincón más sensible del cuerpo de Zoe—. ¿Esto también formaba parte de tus fantasías? —Sí —contestó suspirando, mientras se estrechaba contra él. Lo deseaba, lo necesitaba; ella también quería recorrer su cuerpo con sus manos. —Zoe... —gimió Bryant. Se puso encima de ella y la besó con una pasión incontrolable. La besaba y la acariciaba una y otra vez, hasta que llegó un momento en el que Zoe empezó a pensar que iba a volverse loca de deseo. Impulsada por aquella pasión, lo urgió a hundirse en ella. Quería sentirlo más cerca, darle todo lo que tenía. Sus cuerpos parecían hechos el uno para el otro, dispuestos desde siempre para aquella deliciosa unión. Zoe ya no podía pensar. Sólo era capaz de sentir el dulce delirio de la pasión arrastrándola al ritmo de una danza eterna. Después de alcanzar a su lado las cotas del placer más exquisito, Zoe lo abrazó con fuerza, no quería que se separara de ella. Bryant se desplomó contra ella, respirando con dificultad y Zoe le besó la piel sudorosa del cuello mientras hundía las manos en su pelo. Poco a poco, iba apoderándose de su corazón una plácida languidez. — ¿Bryant? —le dijo suavemente. Bryant dijo algo casi inaudible, pero no se movió. —Ha sido mejor que ninguna de mis fantasías —le dijo Zoe. Bryant levantó la cabeza sonriente. —Y tú eres una mujer maravillosamente sexy —le dijo con voz ronca y la besó con inmensa ternura. Se quedaron dormidos sin dejar de abrazarse. En medio de la noche, Zoe abrió perezosamente los ojos y estiró la mano para tocar su pecho. Bryant se movió, musitó algo suavemente y la estrechó en sus brazos. Zoe se acurrucó en sus brazos y volvieron a hacer el amor. Al la mañana siguiente, al despertarse, Zoe se encontró a Bryant observándola a su lado. —Buenos días —le dijo él. —Buenos días —contestó Zoe con voz ronca, sobrecogida por la intensidad de los sentimientos que la atravesaron al verlo. La pálida luz del invierno se filtraba entre las cortinas. Cerró los ojos y sintió que Bryant le acariciaba la mejilla y le apartaba un mechón de pelo de la cara. —He hecho café —dijo Bryant—. ¿Quieres una taza? Zoe abrió un ojo. — ¿Ya te has levantado? —Y tú ni siquiera te has movido. Parecía que estabas durmiendo el sueño de los inocentes. —Debía de estar cansada. —Espero que los jueguecitos de anoche no hayan sido demasiado para ti.

Jueguecitos. Zoe soltó una carcajada. —Creo que sobreviviré. Y sí, si quiero una taza de café. Bryant llevó dos tazas de café y se sentó a su lado en la cama. Mientras se llevaba la taza a los labios, Zoe pensó que le gustaba mucho que Bryant no hubiera desaparecido nada más levantarse. — ¿Qué hora es? —preguntó. La pereza convertía en una hazaña el volver la cabeza para mirar el despertador de la mesilla. —Poco más de las ocho. El café fue ayudando a despejarse a Zoe. Recordó entonces la tensión que habían pasado la noche anterior por culpa de Paul. — ¿Cuando piensas ir a Richmond a buscar a Paul? —le preguntó, deseando en secreto que no tuviera demasiada prisa. —Dentro de un par de horas. Zoe pensó en Paul y en lo que Bryant le había contado el día anterior y casi inmediatamente se le ocurrió una idea que podía ayudar a solucionar sus problemas. — ¿En qué estás pensando? —preguntó Bryant, jugueteando con su mano. —Se me acaba de ocurrir una idea —lo miró a los ojos—. Me gustaría que Paul se quedara conmigo por las tardes, hasta que tú llegues de trabajar. Bryant se colocó la almohada y sacudió la cabeza. —No puedo pedirte una cosa así, Zoe. —No me la has pedido tú, te la estoy ofreciendo yo —posó los ojos en su pecho desnudo y elevó después la mirada hasta su rostro—. Tendrás que preguntárselo a él, por supuesto; es posible que no quiera. Bryant se echó a reír. —Sabes perfectamente que le gusta estar en tu casa. Además, haría cualquier cosa por no tener que estar con Kristin. Zoe apoyó la mano en su pecho, sintiendo los firmes latidos del corazón de Bryant bajo sus dedos. —A mí me parece una chica muy alegre y amable —comentó, sintiéndose un poco culpable. Quería saber lo que pensaba Bryant de Kristin, pero jamás se habría atrevido a hacerle la pregunta directamente. —Para decirte la verdad, para mí es excesivamente vivaz. Me pone los nervios de punta. Al oír aquella respuesta, Zoe sintió un alivio que a ella misma le pareció vergonzoso. —Entonces dejaremos que se vaya. Quizá así disminuya la tensión entre tú y Paul. Para ti esto es una especie de lucha de poder, y en este tipo de cosas no puede haber ganadores. Bryant frunció el ceño con expresión pensativa y al cabo de unos segundos dijo: —De acuerdo, lo intentaremos. Pero quiero pagarte. Lo último que Zoe quería era que le pagaran, pero Bryant insistió diciendo que no quería aprovecharse de ella. Cuando la joven objetó que eso era imposible puesto que

era ella la que se había ofrecido, Bryant contestó que así se sentiría mejor. —De acuerdo, págame —terminó cediendo Zoe con un dramático suspiro—. Si eso te hace sentirte mejor... —Sí, sé que me hará sentirme mejor. Zoe le lanzó una almohada y él se la devolvió, iniciándose así una divertida guerra que terminó haciendo el amor. —Tengo otra idea —dijo Zoe al cabo de un rato. — ¿Tiene algo que ver con el desayuno? —No. —Pues estoy muerto de hambre. —Estoy segura de que puedes aguantar un poco más. Antes quiero que oigas mi idea. Bryant se volvió y apoyó la cabeza en su pecho. —Supongo que no tengo elección. —No la tienes —contestó Zoe, acariciándole la cabeza. —De acuerdo. Entonces dime cuál es tu brillante idea. —Creo que deberías llamar a los padres de Kako y pedirles que consideren la posibilidad de que su hijo venga aquí a pasar el verano. Bryant pareció enmudecer. —Bryant, no puedes pretender que Paul olvide a su amigo y acepte que no va a volver a verlo nunca. Kako no está muerto. —Lo sé, lo sé —musitó Bryant contra su pecho. —Deberías aplaudir su lealtad. Han estado escribiéndose regularmente desde que están separados. No es algo normal entre niños de doce años, puedes creerme. Bryant levantó la cabeza. —De acuerdo, los llamaré y veré lo que puedo hacer. Zoe sonrió y Bryant la miró con el ceño fruncido. —No me mires con ese aire de suficiencia. —No te estoy mirando de ninguna manera. Es posible que no funcione, pero espero que sí. Paul se pondría tan contento... —apartó las sábanas—. Ahora voy a preparar nuestro desayuno. —Menos mal que no te está oyendo ninguna de tus compañeras. Podría pensar que eres demasiado servil. Zoe sonrió. — ¿De verdad? En fin, para mí estar liberada consiste en ser capaz de decidir libremente. Y acabo de decidir que voy a prepararle el desayuno al hombre que ha dormido en mi cama esta noche. Y lo que es más, pienso disfrutar haciéndolo. Bryant le dirigió una perezosa sonrisa. —Me gusta tu idea de la liberación. —Y a mí me parece que no has interpretado como debías lo que acabo de decirte —contestó Zoe y se fue a la cocina tatareando una canción. Pero su felicidad no duró mucho.

Estaba sirviendo el café cuando Bryant entró en la cocina con una toalla alrededor de la cintura y la carta de Nick en la mano. — ¿Quién es ese Nick? —preguntó con una voz carente por completo de emoción. Zoe se quedó mirándolo con las mejillas rojas de indignación. — ¿Has estado leyendo mis cartas? —No, no he estado leyendo ninguna de tus cartas. Esta carta estaba encima de la mesa del cuarto de estar, a simple vista, y es imposible no fijarse en ese corazón rojo en el que el tal Nick dice que te quiere. El día anterior, la carta estaba en el mismo lugar, pero Bryant estaba tan preocupado por Paul que no se había fijado en ella. —Nick es un amigo —le explicó, intentando conservar la calma. —Un amigo que te escribe cartas de amor —contestó Bryant fríamente—. Muy interesante. Oh, maldito fuera. ¿Cómo iba a explicárselo? —No me escribe cartas de amor. Sólo era una broma, una tontería. Bryant arrojó la carta en el mostrador y varias hojas volaron hasta el suelo. El dibujo de la tienda en el que aparecían ellos dos quedó en un primer plano, como una innegable acusación. Al principio, los dos se quedaron inmóviles y en silencio, pero Bryant no tardó en agacharse a recoger aquella hoja y estudiarla atentamente. La mujer que aparecía en el interior de la tienda abrazada al hombre era inconfundible. —Qué curioso. ¿Se supone que esto también es parte de la broma? —Sí. — ¿Y de qué va toda esta broma? Zoe estaba destrozada. En cuestión de segundos, todo se había echado a perder. —Léela y verás. — ¡No quiero leer esta maldita carta! Lo que quiero es que me expliques qué significa todo esto. —No tengo por qué darte ninguna explicación. — ¡Cómo que no! —permanecía frente a ella, mirándola con los brazos en jarras y el rostro rojo de indignación. —Que hayamos hecho el amor no quiere decir que yo te pertenezca —le respondió con voz trémula—. ¿Quién demonios te crees que eres? —Soy un hombre al que no le gusta acostarse con una mujer comprometida. —No soy una mujer comprometida —le temblaban las piernas—. Nick y yo sólo somos amigos, eso es todo. En Camerún trabajábamos en el mismo colegio y cuando me vine empezamos a escribirnos —se sentó a la mesa y bebió un sorbo de café para recuperar fuerzas—. En la carta me decía que estaba solo y que como yo también estoy sola, debería volver a África para que nos casáramos. — ¿Y eso era una broma? —No estaba hablando en serio, Bryant. Nick casi siempre está bromeando. — ¿Y a ti te gustaría casarte con él? ¿Cómo podía preguntarle una cosa así? Zoe se quedó mirándolo con los ojos llenos

de lágrimas. —No —musitó. — ¿Por qué no, si sois tan buenos amigos? —Ser amigos no es suficiente. No hay... magia entre nosotros. No había magia, ni tampoco aquella atracción indefinible que había entre ella y Bryant, ni deseo, ni aquella dulzura que hacía palpitar su corazón cada vez que lo veía. Se hizo un silencio absoluto. Bryant la miraba y ella lo miraba a él; de pronto, ya no pudo seguir conteniendo las lágrimas. Bryant se acercó rápidamente a ella, la abrazó y enterró el rostro en su pelo. —Lo siento —le dijo con voz ronca—. Soy un estúpido, no sé qué me ha pasado —la besó los ojos y le secó las lágrimas con la mano—. Pero a lo mejor tú sí lo sabes, ¿verdad, consejera? —Y tú también —le dijo, tragando saliva con fuerza para deshacer el nudo que tenía en la garganta. —Me gustaría que intentaras explicármelo tú. Zoe tomó aire antes de empezar. —Te has pasado la noche haciendo el amor conmigo y lo primero que ves al levantarte es un carta con un corazón enorme en la que alguien ha puesto que me ama, y después ves un dibujo en el que aparezco yo abrazada a un hombre. Supongo que es como recibir una bofetada en pleno rostro y que ha herido tu orgullo. —Ha sido un lapsus de locura, pero ya lo he superado. Ya he vuelto a ser el hombre arrogante y autosuficiente de siempre —le dio un beso con el que hizo desaparecer del corazón de Zoe hasta el último vestigio de dolor y enfado. Zoe le rodeó el cuello con los brazos y se inclinó contra él. Allí estaba otra vez aquella fuerza que hacía cantar su corazón. Zoe estaba preparando un estofado de carne con verduras, preguntándose si a Bryant le gustaría. Miró el reloj del horno microondas. Ya faltaba poco para que llegara a casa. A casa. Se sonrió, avergonzada. Estaba comportándose como si fuera realmente su esposa. ¿Pero qué había de malo en ello? Nada, absolutamente nada. De hecho, no le habría importado hacer eso mismo durante el resto de su vida. Todos los días, al volver del colegio, Paul subía a su apartamento. Y parecía encantado con aquel cambio. De hecho, desde el día que se había ido de su casa, la situación había mejorado mucho. Cuando Bryant le había dicho que Kako iba a pasar con ellos parte del verano, su entusiasmo no había tenido límites. Todo parecía haberse solucionado. Los tres se habían dejado atrapar por aquella feliz rutina. AI volver del trabajo, Bryant se reunía con ellos y cenaban los tres juntos. Zoe disfrutaba cocinando para ellos; era mucho más satisfactorio que preparar comida para una sola persona. Y era evidente que también Paul y Bryant disfrutaban estando en su acogedor apartamento.

Quizá eso fuera lo que necesitaban, un poco de vida familiar y un poco de compañía femenina. Y, desde luego, eso era también lo que ella necesitaba: compañía y aquella reconfortante sensación de pertenencia. A veces, se encontraba pensando en lo maravilloso que sería que aquella situación se convirtiera en permanente. A lo mejor Bryant terminaba decidiendo instalarse allí, a pesar de sus planes de volver a viajar. Quizá hasta llegara a pedirle que se casara con él. Los sueños románticos de Zoe eran imparables, incluso fantaseaba con frecuencia sobre la posibilidad de darle a Paul un hermanito. Las noches que Paul pasaba en casa de sus abuelos o de algún amigo, ella y Bryant salían a cenar, al teatro, o acudían juntos a alguna fiesta. Después, volvían a casa de Zoe, encendían la chimenea y hacían el amor. Para Zoe, no había nada mejor que despertarse en una mañana de invierno con Bryant, nada mejor que sentir sus brazos alrededor de su cuerpo y dejar que el deseo fuera atrapándola lentamente, nada mejor que estar a su lado sabiendo que lo amaba, que siempre lo amaría. Pronto empezaron los preparativos de Navidad. Zoe adoraba aquellas fechas y estando enamorada, le parecían mucho más hermosas y alegres. Pensaban celebrar la Navidad los tres juntos, en el apartamento de Zoe. Los padres de Bryant habían aceptado una invitación para pasar aquellas vacaciones con unos viejos amigos en Suiza, lo que significaba que aquel año Paul no iba a poder tener una cena familiar navideña, como todos los años. —Podemos celebrar aquí la Navidad —les había ofrecido Zoe, secretamente aliviada. Había conocido a los padres de Bryant un día que la habían invitado a cenar en su casa. Aquel lugar le había parecido un museo, en vez de un verdadero hogar. El padre de Bryant parecía salido de un castillo inglés. Era un hombre alto, de porte aristocrático, frío y reservado. Se movía como si tuviera hasta el último de sus músculos bajo control. Tenía los ojos del mismo color que su hijo, y parecía no perder detalle de cuanto ocurría. La madre de Bryant era una auténtica dama. Una mujer agradable, por supuesto, pero guardaba también las distancias y a Zoe le gustaba la gente más sencilla. De modo que la mañana de Navidad, se encontraron Paul, Bryant y Zoe en el apartamento de esta última, abriendo regalos alrededor de la chimenea. Había todo tipo de regalos, pero el que más le gustó a Zoe fue un libro de cocina tailandesa en el que Bryant le había escrito una dedicatoria haciendo mención a la primera noche que habían salido juntos. Por la tarde, prepararon también los tres juntos la cena. Zoe miraba alrededor de la mesa con el corazón desbordado. Era una Navidad perfecta. Pero lentamente, las cosas fueron empeorando. No había nada específico que Zoe

pudiera señalar, sólo una débil intuición de que algo no andaba bien. Intentaba apartar aquella idea de su mente, pero se le repetía invariablemente en sueños. Enero fue un mes de vientos glaciales y temperaturas extremadamente frías y febrero no fue mucho mejor. Pero después de haber vivido tantos años en África, Zoe disfrutaba de las tardes pasadas frente al fuego y de los paseos por la nieve. Aun así, estaba deseando que llegara la primavera, que llegaran las flores y el sol para apaciguar aquella inquietud innombrable que poco a poco iba apoderándose de ella. Bryant la llamó una noche y le dijo que estaba trabajando en casa y que si podía bajar a ayudarlo. Zoe ya estaba en camisón, lista para irse a la cama y la sorprendió aquella petición. Aun así, se puso una bata, las zapatillas y bajó al apartamento de Bryant. Bryant le abrió la puerta inmediatamente. Todavía llevaba la ropa con la que había ido al trabajo, aunque se había quitado la chaqueta y tenía enrolladas las mangas de la camisa. Tenía aspecto de cansancio. — ¿A qué quieres que te ayude? —le preguntó Zoe. —He estado trabajando en un proyecto y estoy bloqueado. Me gustaría discutirlo contigo. Quizá puedas aportar algunas ideas. — ¿Qué tipo de proyecto es? —Es un proyecto de ingeniería civil en Brasil. Es muy interesante, pero hay algunos problemas con la integración de los diferentes componentes del proyecto y adem... —No sé nada de proyectos de ingeniería civil —lo interrumpió Zoe. —Has vivido en países en vías de desarrollo, conoces a la gente que vive allí, y además, no me has dejado terminar. Otro de los graves problemas de la planificación del proyecto es que hay muy pocos datos sobre el impacto socioantropológico que puede tener. Así que ahora siéntate y escucha. Zoe hizo lo que le pedía. El entusiasmo de Bryant era indudable a pesar de todos los problemas que se le planteaban. Mientras lo escuchaba, Zoe fue comprendiendo que aquel enorme proyecto señalaría el próximo destino de Bryant. Y a medida que continuaron hablando, comprendió que eso era también lo que Bryant tenía en mente para él y para Paul. Zoe bajó la mirada hacia sus manos con un nudo en la garganta. Al advertir la tensión con la que las mantenía en su regazo, intentó relajarse y se cruzó de brazos. —Si tu empresa consigue el contrato de este proyecto, ¿cuándo te irías? —En agosto o septiembre. Es imposible terminar esto antes. Además, quiero que Paul termine el curso —dobló el mapa de Brasil que tenía extendido en la mesa—. De todas formas, también es posible que este proyecto no llegue a funcionar. Desde luego, yo no me iría a no ser que se hicieran algunos cambios —dirigió la mirada hacia los papeles que tenía encima de la mesa y Zoe aprovechó para observar las duras líneas de su perfil, sintiendo que sus miedos crecían. —Paul va cada vez mejor en el colegio —le dijo con cuidado—. Parece que por fin

se ha asentado. —Sí, gracias a ti —se levantó y se frotó el cuello con gesto de cansancio. Zoe levantó la mirada hacia él. —Bryant. No sé si llevártelo de aquí otra vez y obligarlo a empezar de nuevo será una buena idea. Bryant endureció su semblante. —Tengo una carrera profesional que atender, Zoe. Esta vez no tendrá ningún problema —hablaba con calma, pero se adivinaba la tensión que había detrás de sus palabras. Zoe se arrepintió inmediatamente de haber sacado a relucir aquel viejo conflicto. —Lo sé, no es asunto mío. Yo no soy su madre. Bryant no dijo nada, como si no la hubiera oído. Zoe bajó la mirada hacia la alfombra, intentando disimular las lágrimas que inundaban sus ojos. En el fondo, le habría gustado que Bryant le preguntara si le gustaría llegar a ser la madre de Paul. Pero era una estupidez. ¿Qué la había llevado a pensar que los sueños de Bryant eran los mismos que los suyos? Se oyó una sirena de policía en la calle, seguida por una ambulancia y Zoe se estremeció, sobrecogida por un doloroso presentimiento. Permaneció muy quieta, sin apartar la mirada de la alfombra, escuchando cómo se acercaban las sirenas.

Capítulo 7 ZOE no quería admitirlo, pero en realidad jamás habían hablado del futuro. No se habían hecho ninguna promesa. Habían hablado de un montón de cosas, importantes y triviales, alegres y tristes, pero nunca sobre el futuro de su relación. Zoe sabía lo que Bryant pensaba sobre muchas cuestiones; sabía que era un hombre dinámico, atractivo, que quería a su hijo y se tomaba en serio su trabajo, pero no conocía sus sentimientos más profundos y tampoco el papel que ella jugaba en sus proyectos de futuro. Levantó la cabeza lentamente. Bryant estaba concentrado en el papel que tenía en la mano. Parecía cansado y las arrugas se marcaban alrededor de su boca. Zoe adoraba aquel rostro que había visto también alegre, enfadado y reservado. ¿Qué sueños se esconderían tras él? Bryant dejó el papel en la mesa. — ¿Te apetece una copa de vino? —le preguntó, y se dirigió hacia la cocina. —Sí, gracias. Zoe se frotó la cara, intentando borrar sus lúgubres pensamientos. «Sé positiva», se decía, «el tiempo está de tu parte». Habían hablado de agosto o septiembre, para entonces todavía faltaban meses. Bryant volvió de la cocina y le tendió una copa. — ¿Nunca has pensado en volver a casarte? —le preguntó Zoe intentando parecer natural. Por algún sitio tenía que empezar. Bryant se encogió de hombros. —No funcionaría. Quizá nunca había amado realmente a nadie, pensó Zoe, o quizá nadie se había enamorado de él. Pero no, ¿cómo iba a hacer el amor con ella como lo hacía si no la amara? Su amor era real, generoso, tierno y apasionado. Quizá necesitara tiempo. A lo mejor lo asustaba el matrimonio. Se lo imaginó volviendo a casa años atrás y descubriendo que su esposa estaba haciendo las maletas para marcharse. Sacudió la cabeza para apartar aquella imagen de su mente y bebió un sorbo de vino. Su esposa era otra de las cosas de las que nunca habían hablado. Bryant estaba despejando la mesa, dejando los papeles a un lado. —No te molestes por mí —le dijo Zoe—, ya me voy. —No quiero que te vayas —le quitó la copa de la mano y la dejó en la mesa—. Ven aquí —le dijo suavemente. Zoe se acercó a Bryant, que le rodeó el cuello con los brazos y la besó de tal forma que las lágrimas afloraron inmediatamente a los ojos de la joven. Bryant debió de advertir la humedad de sus mejillas porque se separó de ella para verle la cara. — ¿Estás llorando? —le preguntó suavemente Zoe tragó saliva y sacudió la cabeza. —Yo... sólo... Me gustas tanto, Bryant —susurró. Pero no era eso lo que quería

decir. En realidad quería decirle que lo amaba, pero le había faltado el valor. —A mí también me gustas —susurró contra sus labios, y hundió las manos en su pelo—. Y me alegro de que hayas bajado a ayudarme a pensar. Ha sido muy amable de tu parte. —Soy una persona muy amable —contestó Zoe, intentando impregnar su voz de una gota de humor. —Lo sé, y también que no me lo merezco. —Eso es cierto. Debería dejar de ser tan amable contigo. —Deberías, pero no lo hagas, por favor. —De acuerdo. —Cuesta muy poco convencerte. —Sí, y además soy muy amble. Y también una estúpida. Soy una persona amable, estúpida y fácil de convencer. No hay ninguna esperanza para mí. Estoy condenada. — ¿Condenada a qué? —A sufrir—susurró. —No lo creo —deslizó la mano dentro de la bata para acariciarle el seno—. ¿Esto te hace sentirte mal? —No —susurró Zoe, sintiendo crecer su deseo. Bryant la besó y la respuesta de Zoe fue inmediata. La levantó entonces en brazos y la llevó a la cama. Cerró la puerta del dormitorio y encendió la radio, donde empezó a sonar una suave melodía de jazz. Lentamente, le quitó la bata y el camisón para poder besar sus senos desnudos. —Hueles maravillosamente —le dijo con voz ronca—. Y yo me siento como una rata sucia —la tapó con las sábanas y empezó a desnudarse—. Quédate ahí. Voy a darme una ducha. Zoe observó su cuerpo desnudo y tuvo que contener el aliento. Amaba a ese hombre, y en ese momento, deseaba con todas sus fuerzas tenerlo a su lado. Le habría gustado decirle que lo amaba, pero algo se lo impedía. Habían sido muchas las veces en las que había estado a punto de confesarlo, y había terminado tragándose sus palabras impelida por un miedo indefinible. Cerró los ojos. No debía pensar, se dijo, debía limitarse a sentir. Oyó que Bryant se acercaba y sintió sus labios en su boca. —No te duermas—le dijo Bryant divertido. Zoe le sonrió. —No se me ocurriría —le contestó. Bryant se encerró en el baño y Zoe permaneció en la cama, disfrutando somnolienta de su creciente deseo. Era maravilloso estar allí, esperándolo. Lo oyó volver poco después y lo sintió tumbarse a su lado. Su piel ardía bajo sus manos y Zoe quería consumirse en aquel fuego. No había nada más en el mundo: sólo estaban ellos dos, juntos, envueltos en aquella música tan tentadora y seductora como sus propias caricias.

Zoe tuvo que acostumbrarse a convivir con las dudas, y no era nada agradable. Inundaban sus pensamientos, su mente... y no disminuían con el paso del tiempo. A veces, durante el trabajo, se quedaba paralizada en su escritorio, sobrecogida por el miedo. Bryant se iba. Se marchaba sin más, sin hacer planes con ella, sin preguntarle si quería irse con él. Estaba planificando su propia vida y en ella no había cabida para Zoe. —Van a pensar que eres mi madre —dijo Paul mientras volvían a casa desde el colegio. Normalmente lo hacía acompañados por dos niños que vivían cerca de su casa. —Y supongo que no te gusta demasiado que te vean viniendo a casa con tu madre —le contestó Zoe con una sonrisa. Era consciente de que a los niños de aquella edad les avergonzaba verse con sus padres en algunas ocasiones y de lo importante que era para ellos mostrarse independientes. —No me importa —repuso Paul, dando una patada a una piedra que había en el suelo—. Cuando era pequeño siempre pensaba que me gustaría tener una madre como cualquier otro niño. A Zoe se le encogió el corazón. — ¿Y ya no? —No —se encogió de hombros—. Además, mi padre no se quiere casar otra vez. Eso es lo que él dice. Estuvimos hablando de ese tema el otro día. A Zoe se le paró el corazón y la asaltó una oleada de furia. Eran ciertas: sus sospechas estaban fundadas. Bryant no tenía ningún interés en que ella formara parte de su vida. —El matrimonio es un asunto muy serio —le dijo al niño, haciendo un esfuerzo por no perder el control. —Yo pensaba que a lo mejor os casabais —la miró muy serio, como si todavía albergara alguna esperanza. — ¿Y por qué se te ha ocurrido pensar una cosa así? Paul desvió la mirada. —Bueno... os gustáis y además pasamos mucho tiempo juntos —tragó saliva—. Tú no eres como las demás. Las demás. Zoe pestañeó con fuerza. No sabía cómo conducir aquella conversación. Era evidente que no podía preguntarle al niño por las relaciones de su padre con otras mujeres, pero sí podía preguntarle por ella misma. — ¿Y por qué yo soy diferente? Paul se encogió de hombros. —Eres más de verdad... Y además, eres amable conmigo. Las otras también, pero... —se interrumpió para tomar aire—, creo que tú eres amable conmigo porque de verdad te gusto —lo había dicho muy rápidamente, como si temiera que le faltara valor para terminar la frase. —Claro que me gustas. ¿Te parece tan extraño?

—No sé. —Pues yo sí lo sé. No es nada extraño. Me gustas, disfruto hablando contigo, no es tan complicado —se echó a reír—. Y creo que yo también te gusto. Paul alzó la mirada. — ¡Claro que me gustas! Doblaron la esquina y continuaron caminando en silencio. Durante el resto del día y gran parte de la noche, Zoe estuvo recordando las palabras del niño: «Mi padre no quiere casarse otra vez». Por la mañana, cuando sonó el despertador, se despertó agotada. El cielo estaba oscuro, casi no entraba luz por la ventana y por la noche había empezado a llover. El día no se presentaba especialmente prometedor. En el fondo, Zoe ya sabía que no tenía ninguna oportunidad. Se había propuesto hablar abiertamente con Bryant, confrontar con él sus dudas y sus miedos: tratar el problema cara a cara. Quería decirle que no le gustaban las aventuras pasajeras y que si no quería que formara parte de su futuro, tampoco iba a estar disponible en el presente. Pero a pesar de lo valientes que sonaban sus palabras, cuando pensaba en decírselo, se le encogía el corazón. Dos horas y un par de tazas de café después, estaba sentada en su despacho con un grupo de niños con problemas de conducta. No fue una de sus sesiones más brillantes y se alegró cuando llegó la hora de enviar a los niños a sus clases. Al menos, la tranquilidad que dejaron fue un bálsamo para su dolor de cabeza. Estaba tomándose una aspirina con los restos de un café cuando sonó el teléfono. Era Bryant. No era normal que la llamara al trabajo y al oír su voz, a la joven le dio un vuelco el corazón. — ¿Qué te parece la idea de tomarte un día libre? — le preguntó Bryant. —Una brillante idea —contestó ella secamente. —Entonces pasaré a buscarte a casa dentro de cuarenta y cinco minutos. Zoe dejó la taza en la mesa. —Me parece estupenda la idea de tomarme el día libre, pero no puedo hacerla realidad, Bryant. —Claro que puedes. Eres una persona muy creativa, seguro que se te ocurre algo. Tienes que estar preparada dentro de cuarenta y cinco minutos —hablaba con una autoridad y una determinación que a Zoe no terminaban de gustarle. — ¿Para qué tengo que estar preparada? —Para recibir una sorpresa. — ¿Cómo voy a prepararme para una sorpresa si no sé que sorpresa es? —Lo que tienes que hacer es meter en una maleta el cepillo de dientes, un traje de baño y el pasaporte. — ¿El pasaporte? — ¿No tienes? —Claro que tengo.

—Estupendo. Hasta luego, Zoe. — ¡Bryant! —pero Bryant ya había colgado. Aquello era un sueño, el más fantástico de los sueños, y Zoe tenía terror a despertarse. Su cuerpo parecía sometido a un delicioso letargo, pero todos sus sentidos estaban despiertos, saboreando la caricia de la brisa, el calor del sol, el cosquilleo de la arena entre los dedos y el sonido de las olas. Todavía no había desaparecido de su boca el sabor del mango y la papaya del desayuno. Suspiró. Su cuerpo todavía recordaba las caricias de Bryant mientras hacían el amor con las ventanas de la habitación abiertas de par en par para dejar que el sol la inundara. Tenía que ser un sueño. Abrió los ojos lentamente. Un cielo intensamente azul se extendía hasta el horizonte, donde se fundía con el mar. Zoe se incorporó y vio a Bryant dirigiéndose hacia el agua. El sol iluminaba su pelo, haciéndolo parecer de oro y al verlo, Zoe sonrió con regocijo. Estaba despierta, no había duda, y aquello no era un sueño. El día anterior estaba en su despacho, viendo como la lluvia golpeaba las ventanas, intentando convencer a un puñado de niños de que darse porrazos en la cabeza no era la mejor forma de solucionar sus problemas. No habían pasado veinticuatro horas desde entonces y su entorno había cambiado por completo. En ese momento se encontraba en una playa tropical, escuchando el susurro de las palmeras y observando a Bryant metiéndose en el mar. Y todo aquello había estado a punto de no ocurrir. Cuando Bryant había colgado el teléfono, lo primero que había pensado era que quién se creía él para darle órdenes. Pero le había bastado observar por la ventana los árboles desnudos y sentir los pies todavía húmedos por la lluvia para comprender que estaba más que dispuesta a recibir cualquier sorpresa. Y desde luego había sido una auténtica sorpresa. Sonrió al recordarlo. Habían ido hasta el aeropuerto en una limusina y una vez allí se habían montado en un avión privado de la empresa de Bryant que los había llevado hasta Jamaica. — ¿A Jamaica? —había preguntado estupefacta cuando Bryant le había desvelado por fin su destino. —Sí, esa isla que está al sur de Cuba. Ya sabes, ron, sol, reggae... —Ya sé donde está —le había contestado furiosa. Bryant le había tomado la mano. —Relájate. Creo que te mereces un fin de semana de vacaciones totales. Nada de cocinar, nada de trabajo, nada de niños... Zoe no tenía nada que decir contra eso. Había intentado relajarse, aunque no le había resultado nada fácil, entre otras cosas porque no estaba en absoluto acostumbrada a viajar en limusinas y aviones privados. Bryant le había contado que su familia tenía una casa en aquella isla, con playa privada y personal a su servicio. Aquella casa había pertenecido a la familia de su

madre desde hacía ciento cincuenta años, y en el pasado era la finca de una enorme plantación de caña. —No lo sabía, nunca me lo habías contado. Bryant le había dirigido una débil sonrisa. —Las viejas historias de la familia no son un tema que me preocupe demasiado. Zoe sonrió mientras hundía los dedos en la arena. Bryant estaba saliendo del agua, emergiendo como un dios griego entre las olas. Aquella imagen le hizo sonreír. Era maravilloso verlo en bañador, con el agua haciendo brillar su piel. En aquel contexto, Washington parecía haber dejado de existir, al igual que sus preocupaciones. Las ternuras y cuidados de Bryant las habían hecho desaparecer. Ya no había espacio para las dudas y los miedos. De pronto la asaltó un pensamiento. Quizá Bryant tuviera un plan. Quizá... cerró los ojos, intentando reprimir la esperanza... quizá... Era una idea extremadamente frágil, pero no podía apartarla de su cabeza. Quizá pensara pedirle que se casara con él. Durante el resto del día, Bryant le estuvo enseñando la isla, mostrándole los pueblos, los paisajes y los lugares en los que había jugado de niño. Después de contemplar una hermosa puesta de sol, típicamente caribeña, Bryant la llevó a una cabaña de la playa, iluminada por lámparas de petróleo hechas con simples botellas de refresco. Un enorme rastafari les sirvió un plato de pollo frito a cada uno. Estaba muy picante y lo acompañaron con copiosas cantidades de cerveza. Aquella noche, durmieron estrechamente abrazados. Zoe se dejaba llevar por las ilusiones que con aquel viaje Bryant había despertado en ella y se decía que al día siguiente seguramente le pediría matrimonio. Por la mañana les llevaron un desayuno de lujo. Zoe contemplaba boquiabierta aquel despliegue: cubertería de plata, la cafetera encima de un hornillo diminuto para que el café no se enfriara, un pequeño ramo de rosas, croissant a la plancha, rebanadas de papaya y pina y una botella de champán. Era todo un contraste con la sencilla cena que habían compartido el día anterior. Comieron, rieron e hicieron el amor. Aquello era maravilloso. —Ah, qué lujo de vida —decía Zoe tiempo después, mientras disfrutaba de una copa de champán—. Nunca había tomado champán por la mañana. Es verdaderamente decadente. Bryant la miró sonriente, le tomó la mano y jugueteó cariñosamente con sus dedos. —Háblame de tus otros secretos —le dijo Zoe suavemente. — ¿Secretos? —Sí, como el de esta casa a la que venías cuando eras niño... —Yo no tengo secretos. A Zoe comenzó a latirle erráticamente el corazón y enterró la cabeza en su cuello.

—Pero hay muchas cosas de las que no quieres hablar —le dijo suavemente. Una sensata vocecilla interior le advertía que se detuviera. Estaba empezando a tocar un terreno peligroso. —No todos los temas pueden convertirse en una conversación agradable —le acarició la cabeza—. ¿Quieres levantarte o preferirías que nos quedáramos en la cama leyendo un poco? Había vuelto a eludir la conversación. En el fondo, Zoe se alegraba. Ella tampoco quería hablar de temas prohibidos, como su esposa o su matrimonio, ni resucitar recuerdos dolorosos. No quería ver las sombras que oscurecían sus ojos. Ya tendrían tiempo de hablar. —Estoy muy perezosa. Prefiero que nos quedemos un rato más en la cama. Bryant se apoyó contra la almohada y se dispuso a leer el Herald Tribune, pero Zoe no tenía ganas de leer nada que le recordara el lado más amargo de la vida, así que se entretuvo con una revista que les habían dado en el avión. Las fotografías eran especialmente buenas; aparecían artículos sobre los mejores hoteles del mundo, los sitios más adecuados para bucear... Al pasar una página, la mirada de Zoe se quedó clavada en los titulares que anunciaban un viaje a Brasil. El corazón le dio un vuelco, echó un vistazo al artículo y le agarró a Bryant del brazo. —Mira, un artículo sobre Brasil. — ¿Qué dice? —Es un artículo sobre viajes —le contestó, intentando parecer natural—. Hoteles, playas, lugares en los que se puede ver un jaguar y cómo conseguir que no te devoren las pirañas —bajó la revista—. Por cierto, Bryant, ¿qué noticias tienes sobre tu proyecto? — le preguntó, sin saber si tenía ganas de conocer la noticia. Era consciente de que estaba pisando arenas movedizas. —Uno de mis contactos me ha dicho que nuestro proyecto está entre los favoritos —apartó la mirada y siguió leyendo el periódico. Zoe fijó sus ojos llenos de lágrimas en la revista que tenía delante. Se sirvió una taza de café y se la tomó lentamente. Estaba equivocada. Se había equivocado de principio a fin. La esperanza la había cegado, no le había dejado reconocer lo evidente. Bryant no iba a pedirle que fuera con él, y mucho menos que se casaran. Aquel maravilloso fin de semana no era más que eso, un maravilloso fin de semana, un acontecimiento del presente que no estaba ligado a ningún futuro. Aquello no podía seguir así, pensó, tenía que hablar con él. — ¿Bryant? —dijo con voz extraña. — ¿Qué te pasa, Zoe? —Quiero hacerte una pregunta. Bryant bajó el periódico. — ¿Cuál? —Si tu compañía gana ese contrato, piensas irte a Brasil, ¿verdad?

—Sí. Zoe tuvo que esconder las manos bajo las sábanas para disimular su temblor. En ese momento, oyó el canto de un pájaro en la ventana. — ¿Y yo encajo de alguna manera en tus planes de futuro? ¿Has considerado en algún momento la posibilidad de pedirme que vaya contigo y con Paul a Brasil?

Capítulo 8 SE hizo un tenso silencio entre ellos. Era el peor silencio que Zoe había experimentado en su vida; un silencio mucho más elocuente que cualquier palabra. Aquel afilado silencio estaba convirtiendo en añicos todas sus esperanzas. Elevó la mirada hasta el rostro de Bryant, aquel rostro que había besado y acariciado tan íntimamente y que de pronto se le aparecía como el de un extraño, como un rostro indescifrable. —Tú tienes tu propia vida en Washington —le dijo, con una voz carente por completo de emoción—. Tienes una casa muy acogedora, trabajo, amigos... Has conseguido instalarte en la ciudad tal como planeabas. Eso era lo que querías, ¿no? Pero no así, se dijo Zoe sobrecogida, no así... —No será lo mismo sin ti —le contestó, haciendo un esfuerzo para sostenerle la mirada. —Lo sé. Pero yo tengo que irme —empujó las sábanas y se levantó de la cama. Zoe sentía un dolor brutal. Bryant ya empezaba a alejarse de ella. Aquel gesto simbolizaba el abismo que se abría entre ellos. Zoe quería alcanzarlo y hacerle volver a la cama con ella. Quería sentir su amor y su cercanía, quería comprenderlo. —Tú y Paul habéis llegado a formar parte de mi vida, Bryant —ella misma estaba sorprendida de su capacidad para controlar la voz estando absolutamente destrozada. —Sí —contestó secamente Bryant, se alejó más de la cama y se asomó a la ventana. Zoe le contempló con una mezcla de rechazo y enfado. Sabía que aquel era el fin de su relación. —He llegado a sentirme muy unida a ti —continuó, arrastrando las palabras—. Pero no creo que fuera eso lo que esperabas de nuestra relación. En realidad yo no te importo mucho, ¿verdad? Bryant no contestó. Permanecía mirando fijamente por la ventana, como si no hubiera oído la pregunta. En medio del silencio, les llegaba el suave susurro de las olas. A Zoe se le llenaron los ojos de lágrimas y apretó los puños con fuerza. —Creo que deberíamos acabar esta relación, Bryant —pero no era su voz la que hablaba, ni su cuerpo el que temblaba. «Dios mío», rezaba, «por favor, no dejes que esto me suceda». Bryant continuó en silencio durante algunos segundos, pero después se volvió para mirarla. — ¿Que hay de malo en lo que hemos hecho hasta ahora? —le preguntó precipitadamente—. ¿Por qué no podemos seguir disfrutando? Zoe se sentía enferma. —Porque no es suficiente. Porque... —se le quebró la voz—, porque ya no me siento bien con esta relación. — ¿Y qué es lo que te hace sentirte mal? —le dijo con voz dura. De pronto se había convertido en un extraño, un extraño furioso que la estaba rompiendo el

corazón. —Bryant, por favor, no empeores un momento que ya es suficientemente doloroso —se apartó el pelo de la cara. Necesitaba aire, necesitaba respirar. —Quiero saber lo que te hace sentirte mal —apretaba rígidamente los labios y sus ojos habían adquirido un brillo glacial. Zoe apretó los puños. —Me siento utilizada —dijo con amargura. — ¿Utilizada? —No sé otra forma de decirlo —dijo sintiéndose impotente. Elevó las rodillas y las encogió, como si fuera una forma de protegerse. Se sentía atrapada estando en aquella cama en la que minutos antes habían hecho el amor—. Te gusta estar conmigo, y a Paul también le gusta estar contigo. Pero en el fondo, siempre tengo la sensación de que tú no te tomas nuestra relación en serio. De que para ti es algo temporal, algo que te gusta, pero que en el fondo no es importante. —No te he obligado a mantener esta relación. —No, claro que no. La asumí libremente y con los ojos bien abiertos —lo que no le había impedido estar ciega a los verdaderos sentimientos de Bryant—. Pero ahora sé que he cometido un error. Esta relación no es como yo necesito que sea, y por eso creo que debe terminar. En el fondo, tú no me quieres... No quieres que forme parte de tu vida —la voz estuvo a punto de quebrársele. — ¡Tú formas parte de mi vida, maldita sea! —Pero sólo por un periodo de tiempo —«hasta que a ti te convenga», pensó con un nudo en la garganta. — ¿Y qué es lo que quieres? —le preguntó Bryant con impaciencia. A Zoe se le atenazó la garganta. Bryant se lo preguntaba como si ella estuviera pidiéndole un par de pendientes que podía correr a comprar. Haciendo un esfuerzo sobrehumano para no perder la calma, lo miró a los ojos. —Bryant, no estoy pidiéndote nada. No quiero tener que pedírtelo. Sólo quiero lo que me pueden ofrecer libremente. Bryant la miró arqueando una ceja. — ¿Y lo que te estoy ofreciendo no es suficiente? —No. — ¿Lo que tú quieres entonces es un matrimonio, hijos y todo lo demás? —había un cierto desdén en su voz, como si hubiera algo despreciable en el hecho de casarse. —No. — ¿No? —No. Yo no quiero un marido e hijos necesariamente. Lo que quiero es amor y un compromiso serio, pero soy consciente de que eso no es algo que se pueda pedir o comprar. También sé que tú no puedes ofrecérmelo —se le quebró la voz y los ojos se le llenaron de lágrimas—. Siento todo esto, pero lo único que puedo hacer es enfrentarme a la realidad. Y eso es lo que estoy intentando hacer. Bryant se metió las manos en los bolsillos de la bata.

—Oh, qué noble de tu parte. ¡Qué lógico y racional! Bueno, debería haber esperado algo parecido. Tú, tu vida perfectamente organizada y todas tus nociones preconcebidas sobre cómo se debe vivir. Así que yo no encajo en tus fantasías sobre el hombre que será tu marido, ni en lo que esperas de tu futura vida doméstica. ¿Sabes lo que significa ser transigente? ¿O adaptar las expectativas? Nunca vas a encontrar lo que buscas, porque estás perdida en el país de las fantasías. Déjame decirte algo, Zoe, el amor y el compromiso no son tan maravillosos como crees, y alguien tendrá que enseñártelo —se interrumpió bruscamente y se metió en el baño dando un portazo. Zoe se quedó temblando tras aquel estallido. No era esa la reacción que esperaba de Bryant. Había intentado confesarle lo que sentía sin ofenderlo, evitando que se enfadara. Pero no había tenido ningún éxito. Toda su educación y su experiencia no habían sido suficientes. ¡Al demonio con su educación!, pensó furiosa, y arrojó las sábanas al suelo. ¡Al demonio con Bryant Sinclair! En ese momento, lo que más deseaba era abrir la puerta del baño y empezar a gritarle, para hacerle tanto daño como él le había hecho a ella. Quería entrar y golpearle el pecho para desahogar el dolor que la embargaba. Pero no lo hizo, por supuesto. Se levantó con piernas temblorosas y se vistió. Quería marcharse de allí. No había nada peor que sentirse desgraciada estando en medio del paraíso. Si consiguiera llegar al aeropuerto de Kingston, podría tomar cualquier avión comercial y estar en su casa esa misma noche. En aquel momento no le importaba el descalabro que supondría para su economía. Vio las llaves del coche de Bryant. Podía ir en él hasta el aeropuerto, una vez allí, lo llamaría para decirle dónde había dejado el coche. Con el corazón en un puño, agarró las llaves. En ese momento se abrió la puerta del baño. Bryant salió y le dijo mirándola fijamente a los ojos: —Ni se te ocurra: yo te he traído aquí y yo voy a llevarte —extendió la mano y Zoe se las entregó inmediatamente. Sin mirarla siquiera, las dejó donde estaban y continuó—: No he sido consciente de que te estabas sintiendo utilizada. —Pues me has hecho sentirme así —apretó los dientes—. Me has hecho sentir que sólo tenías interés en mí porque estaba disponible y te resultaba conveniente —soltó una carcajada cargada de amargura—. Te bastaba descolgar el teléfono para que bajara corriendo a tu casa, sin preguntarte siquiera lo que tenías en mente. Me veo a mí misma y me parezco patética... —Zoe... —una ráfaga de dolor cruzó el rostro de Bryant, pero Zoe se negaba a verlo. Bryant se acercó a ella y posó las manos en sus brazos desnudos. —No me toques, Bryant. Jamás le había dicho algo parecido. Los ojos de Bryant adquirieron un brillo frío y distante. —Como quieras —dijo, y le soltó las manos.

Zoe nunca entendería cómo había conseguido pasar el resto del día sin derrumbarse. El sol brillaba, las flores estaban en pleno esplendor y los pájaros no cesaban de cantar. Todo a su alrededor parecía burlarse de su tristeza. Por la tarde, tomaron el avión que les llevaría a Washington. Cada uno de ellos iba sentado en su asiento, concentrado en una revista. Se trataban como si fueran dos desconocidos, hablando solamente cuando era estrictamente necesario. Mientras mantenía la mirada fija en la revista que tenía delante, Zoe iba repitiéndose una y otra vez la misma pregunta: ¿qué la había impulsado a creer que aquella relación podía llegar a ser algo serio? ¿Cómo había podido pensar que un hombre como Bryant querría casarse con ella? Bryant era un hombre rico, perteneciente a una importante familia de la que iba a heredar una de las más importantes empresas del país. Pertenecían a mundos completamente distintos. Pero sabía perfectamente lo que la había hecho ver tan cerca esa posibilidad: el amor. Para el amor no había ningún imposible. El amor podía convertir cualquier sueño en realidad. Y el amor le había hecho perder la cabeza. Hasta que no estuvo en su propia cama aquella noche, no empezó a llorar su pérdida. Los días se le hacían interminables, y las noches todavía más. Afortunadamente, Bryant permitió que Paul continuara reuniéndose con ella al volver del colegio, pero en cuanto llegaba a casa, Paul bajaba a reunirse con él. Sin Bryant, a Zoe había dejado de parecerle tan bonito y acogedor como antes su apartamento. Estaba lleno de cosas hermosas, sí, pero las cosas no podían darle la felicidad. El problema era que las cosas en sí mismas no eran suficientes. Era la gente con la que se compartían la que las hacía parecer especiales. —Ya sé a lo que voy a dedicarme cuando sea mayor —dijo Paul dándose aires de importancia. Zoe le tendió una taza de chocolate caliente. —Maravilloso, cuéntamelo. Habían pasado juntos todo el día, pues las clases se habían suspendido por culpa de una imprevista y abundante nevada que había paralizado toda la ciudad. Paul había estado jugando en la nieve durante unas cuantas horas y después había subido a quedarse con ella. —Quiero trabajar como protector de especies en peligro de extinción, me gustaría trabajar en África, en Brasil o en el Amazonas. Kako y yo nos hemos estado escribiendo hablando de eso y a él también le gusta ese trabajo. Estuve leyendo algunas cosas sobre ese tema en el libro que me regalaste por Navidad. —Ese es un trabajo muy importante. Paul asintió.

—Tenemos que estudiar mucho. Y cuando ya tenga edad para trabajar, me gustaría trabajar los veranos en el zoo, para ir acostumbrándome. —Me parece un buen plan. —Cuando termine el colegio, estudiaré en la universidad alguna carrera sobre animales y esas cosas... ¿Cómo se llamaba esa carrera? —Zoología. —Sí. Kako también va a estudiarla. Queremos trabajar juntos cuando seamos mayores. Continuaba hablando y Zoe lo escuchaba con curiosidad. Era evidente que había dedicado mucho tiempo a pensar en ello. A la joven le encantaba verlo tan entusiasmado, hacía tiempo que no lo veía tan feliz, de hecho, parecían haberlo afectado los cambios que había habido en la relación entre ella y Bryant. — ¿Y qué dice tu padre de tu plan? Paul vaciló antes de contestar. —Todavía no se lo he contado. Quería decírtelo a ti primero para saber lo que pensabas. Zoe no podía haber recibido una respuesta más halagadora. —Creo que es un plan estupendo, y que verdaderamente has pensado mucho sobre él. Paul la miró con los ojos brillantes y el rostro ligeramente sonrojado. —Creo que a mi padre también le gustará. —Estoy segura —Paul podía cambiar de opinión una docena de veces antes de dejar el colegio, pero eso no importaba. Lo verdaderamente importante era que por fin tenía algo que lo entusiasmaba, un objetivo por el que trabajar. El niño señaló el libro que estaba leyendo. —Es muy bueno, estoy a punto de terminarlo. Cuando acabe saldré fuera a despejar el camino. —Iré bajando yo —le dijo Zoe—. Necesito tomar aire fresco —había estado todo el día metida en casa y empezaba a ponerse nerviosa. —Si quieres bajo contigo —se ofreció Paul amablemente—, puedo terminar esto más tarde. —No te preocupes. Ya bajarás cuando acabes. Zoe bajó a la calle y se puso a despejar el camino. Ya no recordaba lo dura que podía llegar a ser la nieve, pero no le importaba, necesitaba hacer ejercicio, mantenerse ocupada para no pensar en Bryant. Cualquier cosa era válida si conseguía mantener su mente ocupada. Gimió desesperada. No sabía cómo iba a poder soportar los próximos seis meses, estando tan cerca de él. Pero tenía que encontrar una solución. Clavó con fuerza la pala en la nieve. Tenía que dejar de pensar en Bryant, se repitió. Tenía que dejar de pensar en él. Un taxi se detuvo justo en frente de ella y salió una mujer vestida con un chaquetón de piel, unas mallas rojas y unas botas. Tenía el rostro fino y unos enormes

ojos grises. —Perdóneme —le dijo a Zoe con voz fría y ligeramente autoritaria—. ¿Vive aquí el señor Sinclair? Zoe asintió. —Sí, pero ahora no está en casa —observó detenidamente su hermoso rostro y el gracioso lunar que tenía en la mejilla y de pronto sintió una extraña inquietud. ¿Quién era aquella mujer? Hacía dos semanas que había roto con Bryant y ya había otra mujer detrás de él. La mujer frunció el ceño. —Suponía que con esta nevada se habría quedado en casa. —Unos cuantos copos de nieves no son suficiente para impedirle hacer lo que quiere. Una sonrisa curvó los labios de aquella mujer, pero no había el mínimo calor en sus ojos. —No, por supuesto que no, debería habérmelo imaginado, ¿no cree? Zoe no tenía idea de lo que debía imaginarse o no aquella mujer, pero dio por sentado que era una pregunta retórica, así que permaneció en silencio. Había algo en la fría belleza de aquella desconocida que la desconcertaba. — ¿Sabe cuándo volverá? —Alrededor de las seis —contestó automáticamente—. ¿Quiere dejarle algún recado? —forzó una sonrisa—. Yo soy su vecina, vivo en el piso de arriba. La mujer se quedó mirándola fijamente en silencio. —Dígale que ha venido Lauren, su esposa.

Capítulo 9 ERA la esposa de Bryant. Zoe se quedó de piedra. Durante un instante ni siquiera pudo respirar, pero después el corazón comenzó a latirle a toda velocidad. Tuvo que aferrarse con fuerza a la pala para no perder la compostura y se obligó a mirar a la mujer a los ojos. —Le diré que ha estado aquí. Lauren esbozó una falsa sonrisa. —Bueno, quizá pueda hablar con Paul. Me gustaría darle esto, su cumpleaños es la semana que viene. En la cabeza de Zoe comenzaron a sonar sirenas de alarma. —Paul tampoco está —consiguió decir con voz pausada—. Está en casa de un amigo —en el fondo no estaba mintiendo, pues la verdad era que estaba en su apartamento. Y eso significaba que podía bajar en cualquier momento para ayudarla a retirar la nieve. La asaltó el pánico. Bajo ningún concepto quería que bajara y viera a aquella mujer que decía ser su madre y que ya empezaba a reconocer como la misma que aparecía en la foto que tenía Paul en su dormitorio. —Si quiere, se lo doy yo cuando vuelva —mintió. Lo que pensaba hacer era dárselo a Bryant y dejar que él decidiera lo que quería hacer con él. Forzó una sonrisa y se estremeció—. Cada vez está haciendo más frío —comentó. No quería que Lauren advirtiera su incomodidad. La esposa de Bryant le dirigió una mirada calculadora. —Volveré más tarde. Me gustaría dárselo personalmente. En cualquier caso se lo agradezco —se volvió y se metió en el taxi—. Oh —dijo antes de cerrar la puerta—, ¿le importaría decirle a Bryant que me pasaré por su oficina durante los próximos días? Zoe asintió. —Se lo diré. Lauren cerró la puerta y el taxi se alejó. Mientras lo observaba alejarse, Zoe comenzó a temblar de la impresión. Acababa de doblar el taxi la esquina, cuando apareció Paul. — ¡Ya lo he terminado! ¡Guau! Me encanta la nieve —le quitó la pala de las manos—. Pareces enferma, ¿te encuentras bien? —Tengo un poco de frío, eso es todo. —Vete a casa entonces, ya termino yo esto. Además sólo tenemos una pala. —Termina tú el camino entonces. Yo quitaré la nieve de los escalones con la escoba —de repente tuvo una visión terrorífica del taxi volviendo y la mujer empezando a hablar con Paul. O algo peor, varios hombres llevándoselo en un coche. Cerró los ojos un momento y tomó aire. Tenía que dejar de pensar tonterías. Pero no pudo olvidar fácilmente aquella aparición. Mientras preparaba más tarde en casa dos tazas de chocolate caliente, se le repetían las palabras de aquella mujer. Hasta entonces había dado por sentado que Bryant estaba divorciado, pero en

realidad no recordaba que se lo hubiera dicho él. Su esposa se había marchado de casa cuando Paul todavía era un bebé, hacía ya doce años. ¿Pero qué había sucedido después? Eso nunca se lo había contado. Bryant jamás hablaba de su esposa. Siempre había dos versiones de ese tipo de historias, se dijo, pero le parecía casi imposible que la de Lauren pudiera llegar a conmoverla después de haberla visto. A pesar de lo poco que había hablado con ella, le había parecido una mujer fría y calculadora. Tenía que decirle a Bryant que había estado Lauren por allí y que quería ver a Paul, pero no podía llamarlo a la oficina estando el niño allí. Tendría que esperar hasta que volviera, llamarlo a casa y decirle que subiera para que Paul no pudiera oírlos. Cuando el timbre sonó un par de veces, indicando que Bryant ya estaba en casa y que Paul debía bajar, se puso terriblemente nerviosa. Esperó cinco minutos antes de marcar el teléfono. —Soy yo —dijo en cuanto Bryant contestó—. Necesito hablar contigo en privado. — ¿Ha pasado algo? —No puedo decírtelo por teléfono. Sube y deja a Paul en casa. Cierra con llave y dile que no abra a nadie. —Por Dios, Zoe, ¿qué es lo que está pasando aquí? —Haz lo que te digo, ¿quieres? —cuando colgó, le temblaban las piernas. Bryant llegó a su casa en cuestión de segundos y al verlo con tanta vitalidad y tan atractivo como siempre, se le encogió el corazón. —Esta tarde, cuando estaba despejando la nieve del camino ha venido a buscarte una mujer. — ¿Quién? —preguntó Bryant con impaciencia. —Tu mujer. — ¿Mi qué? —Ya me has oído, Lauren, tu esposa. Bryant palideció notablemente. — ¿Qué clase de broma es esta? —No es ninguna broma. Era ella. — ¿Cómo lo sabes? ¿Qué aspecto tenía? —Era bajita, muy guapa, con los ojos grises, el pelo negro y un lunar en la mejilla. La había visto antes en una foto que tiene Paul en su habitación. —Dios mío, ¿dónde está ahora? —No lo sé. — ¿No los sabes? —estalló furioso. — ¡No, no lo sé! No me lo ha dicho. Se ha ido en un taxi. Quería ver a Paul. Yo le he dicho que no estaba en casa. Quería que se fuera antes de que Paul bajara a ayudarme. No sé si debería haberle dejado que la viera, he actuado instintivamente. —La última vez que Paul la vio, tenía tres meses. —No estaba segura —se interrumpió para tomar aire—. Me dijo que pasará a verte a tu oficina dentro de un par de días.

Bryant se mordió el labio. —Bien. Espero que vaya, porque si no iré a buscarla yo —se dirigió hacia la puerta. —Traía un regalo para Paul, ha dicho que vendrá a dárselo personalmente. — ¡Eso es lo que ella se cree! —abrió bruscamente la puerta. — ¿Bryant? — ¿Sí? — ¿Qué quiere? —No tengo la más remota idea, pero estoy seguro de que no es nada bueno. Zoe se obligó a vencer el miedo que se había apoderado de ella desde que había visto a aquella mujer. — ¿Qué pasará si quiere quedarse con Paul? Bryant rió con amargura. —Ningún tribunal le dará la custodia del niño, pero hasta que llegáramos a los tribunales, podía causarnos muchos problemas —salió de casa de Zoe, dejando a esta sentada en el sofá. Minutos después, la puerta volvió a abrirse. — ¿Zoe? —ya no estaba tan pálido como antes, pero parecía muy cansado. — ¿Sí? —Gracias. Lo has hecho todo de la mejor manera posible —la miró de frente y Zoe descubrió en sus ojos dolor, tristeza y una mezcla de emociones que la joven no sabía identificar. —Me alegro de haber sabido reaccionar —contestó sobrecogida por unas ganas casi inaguantables de abrazarlo y decirle que lo amaba y haría cualquier cosa que pudiera ayudarlo. Pero era absurdo ceder a los sentimientos, de modo que permaneció sentada, observándolo en silencio. Recordó que Lauren se había presentado como esposa de Bryant y se dijo que quizá no estuvieran divorciados. ¿Sería esa la razón por la que nunca le había hablado a ella de matrimonio? No tenía ningún sentido que continuara casado después de doce años de separación. Y en el caso de que así fuera, ¿por qué no se lo había dicho? ¿Por qué no había confiado en ella? La vida era demasiado complicada. Y también la gente. En realidad, en eso consistía su trabajo; en observar la vida de la gente y ayudarla a solucionar sus problemas, pero cuando los problemas eran de personas tan cercanas y a las que tanto quería, no podía ser objetiva. Sus análisis y diagnósticos estaban adulterados por una enorme dosis de esperanzas, expectativas y sueños. No podía confiar en su propia capacidad de reflexión. Y lo peor de la situación era que, después de todos los meses que habían pasado prácticamente juntos, todavía no conocía bien a Bryant. Lo único que sabía era que todavía lo amaba. Aquella noche, apenas pudo dormir pensando en Bryant y en la vuelta de Lauren. ¿Que querría aquella mujer? ¿Qué ocurriría si no estuvieran divorciados? El miedo estrangulaba su corazón y estuvo consumiéndola durante toda la noche y durante el

día de trabajo que la siguió. Aquella tarde, cuando volvió a casa, estaba agotada. — ¿Qué te pasa? —le preguntó Paul al verla—. ¿Estás enferma? Estás portándote de una forma muy extraña desde ayer y... —se interrumpió y frunció el ceño como si se le acabara de ocurrir algo—. ¿A qué subió ayer mi padre aquí? Cuando bajó estaba muy raro. ¿Qué es lo que está pasando? —Hay algunos problemas, Paul, pero se van a solucionar. No tienes por qué preocuparte, lo único que tienes que hacer es tener un poco de paciencia. — ¿Pero qué pasa? —Son problemas entre adultos. Sé que no te gusta que te conteste así, pero es lo único que puedo decirte. Paul cambió repentinamente de expresión. —Me gustaría que todo volviera a ser como antes... Me gustaría que tú y papá... —se mordió el labio—. Lo siento, Zoe. —No pasa nada. Yo también siento lo que ha pasado, creo que en el fondo todos lo sentimos. Sintió de pronto un desagradable dolor de cabeza. No se encontraba con fuerzas para mantener esa conversación, ni para enfrentarse al dolor y las preocupaciones de Paul y eso la hacía sentirse culpable. Se levantó del sofá en el que estaba sentada. —Voy a tomar una aspirina. En cuanto se me pase el dolor de cabeza me sentiré mucho mejor. Paul se bajó a su casa en cuanto llegó Bryant y Zoe se quedó sola cenando y viendo las noticias en la televisión. Comparada con los desastres del mundo, su propia vida no parecía tan terrible, se dijo. Lo que tenía que hacer era intentar animarse; en el fondo, las cosas no le iban tan mal. Pero eso no la ayudó a conciliar el sueño a pesar de su cansancio. Se acostó temprano, dispuesta a dormir, pero no podía dejar de pensar en Bryant y en Lauren y en si estarían todavía casados. La rondaba constantemente la pregunta de si esa sería la razón por la que no había querido comprometerse con ella. Una cosa estaba clara, ella sola no podía averiguarlo: tendría que preguntárselo a Bryant. Y cuanto antes lo hiciera, mejor. Aunque probablemente él le diría que su vida privada no era asunto suyo, no tenía nada que perder. Se levantó de la cama, se puso una bata y fue a mirarse en el espejo. No hacía falta que se vistiera; no podía perder ni un segundo más, pues temía perder el valor que la impulsaba. Sin pensarlo dos veces, bajó el piso de abajo y llamó a la puerta. A los pocos segundos, la abrió Bryant con una copa de brandy en la mano. —Espero que no haya habido otra crisis —comentó Bryant mientras la invitaba a pasar con un gesto. —Quiero preguntarte algo —el corazón le latía a toda velocidad. Amaba a aquel hombre, había compartido los momentos más íntimos con él, y, sin embargo, en ese momento le parecía un completo desconocido. —Estás nerviosa —comentó Bryant, observándola detenidamente—. ¿Te

encuentras bien? —Sí, estoy bien —mintió. Bryant levantó la copa que tenía en la mano. — ¿Te apetece un brandy? Zoe asintió. Quizá la ayudara. Bryant le sirvió una copa y en cuanto se la tendió, Zoe se la llevó a los labios. A pesar de que no estaba acostumbrada a aquellas bebidas tan fuertes, le pareció reconfortante el calor que la inundó. —Paul está preocupado por lo que está pasando — le dijo, sin atreverse a formular directamente la pregunta que la había llevado hasta allí—. Es un chico muy observador y sabe que las cosas no van bien. Yo no le he dicho nada, por supuesto, pero él sabe que las cosas andan mal y está preocupado. —Sí, esta noche hemos estado hablando y creo que he conseguido tranquilizarlo —le contestó Bryant con voz fría y una expresión que no invitaba a hacerle ningún tipo de pregunta. Zoe bebió otro sorbo de coñac, consciente de que Bryant no apartaba la mirada de sus ojos. — ¿Qué querías preguntarme? Zoe agarró la copa con fuerza, intentando dominar su temblor. Haciendo acopio de valentía, alzó la mirada y le dijo: —Quería hacerte una pregunta sobre Lauren. — ¿Sí? —repuso Bryant mirándola con los ojos entrecerrados. Zoe tomó aire antes de preguntar. — ¿Todavía estás casado con ella? — ¿Cómo demonios voy a estar casado con ella después de tanto tiempo? ¡Por supuesto que no! —No lo sabía. Como nunca hablabas de ese tema y ella me dijo que era tu esposa... — ¿Lauren dijo que era mi esposa? Probablemente era una forma de atacarte —dejó la copa en la mesa y se sentó—. Me divorcié de ella hace años, y te aseguro que no fue nada fácil. Tardé tres años en encontrarla. Zoe no sabía si sentirse aliviada o dolida por aquella respuesta. Era evidente que no había sido su condición de hombre casado la razón por la que no había querido que ella formara parte de su vida. — ¿Por qué querías saberlo? —le preguntó Bryant—. ¿Qué diferencia puede suponer ahora? —Sólo estaba intentando comprenderte —contestó Zoe con la garganta atenazada—. Pensaba que quizá nunca habías querido hablar de nuestro futuro porque todavía estabas casado y además —se llevó la mano a la frente—... No sé. Me habría gustado que confiaras en mí un poco más, que hubieras sido capaz de hablarme de tu vida —sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Estaba quedando como una estúpida. Dejó la copa vacía en la mesa y se levantó—. Lo siento —dijo con voz temblorosa. Lo único que quería en ese momento era salir de allí y regresar a su

apartamento. Pero no fue suficientemente rápida. Bryant se acercó a ella, la rodeó con sus fuertes brazos y la besó apasionadamente, haciendo que el amor y el deseo fluyeran en Zoe de un modo casi doloroso. Lo amaba tan intensamente que no quería nada más que sentirse en sus brazos. Pero no, comprendió con una ráfaga de lucidez, aquello no era suficiente. Necesitaba que Bryant la amara también y sabía que él no podía hacerlo. Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano y poniendo en juego toda su fuerza de voluntad, se arrancó de sus brazos y se marchó. Para sobresalto de Zoe, Bryant la llamó a su despacho a la mañana siguiente y le preguntó que si podían hablar tranquilamente un momento. Afortunadamente, estaba sola en ese momento. —Sí, sin problema —le contestó, preguntándose en silencio si alguna vez sería capaz de volver a hablar tranquilamente con Bryant. —Lauren ha estado aquí —le dijo Bryant.

Capítulo 10 ZOE agarró con fuerza el auricular. Todo su cuerpo se tensó. Cerró los ojos y visualizó a la mujer con la que había estado el día anterior. La veía tan claramente como si estuviera frente a ella. —Acaba de marcharse —continuó Bryant—, y he pensado que te gustaría saber que no va a volver a molestarnos ni a mí ni a Paul. — ¿Qué ha pasado entonces, qué es lo que quería? —le preguntó Zoe, notablemente aliviada. —No tenía ningún interés en volver a ver a Paul ni en entablar un pleito por su custodia o por el derecho a visitarlo —le explicó con voz sarcástica—. Lo único que quería era dinero. — ¿Dinero? —Al parecer, su tercer marido no le dejó nada al morir, y ha pensado que yo podría proporcionarle alguna «asistencia financiera», así es como lo ha llamado ella. — ¿Y por qué ibas a estar dispuesto a darle dinero? —Estaba segura de que no me apetecería que empezara a hacernos más difícil la vida a Paul y a mí. Tenía algunas ideas muy creativas para complicarnos las cosas. —Te ha chantajeado —susurró Zoe impresionada. —Sin ningún tipo de tapujos. Desgraciadamente para ella, porque yo tenía una grabadora y he registrado absolutamente todo lo que ha dicho. Zoe estuvo a punto de soltar una carcajada. —Eres muy astuto, Bryant. —Sólo he hecho lo que tenía que hacer —repuso Bryant con voz fría e impersonal, y se despidió de ella. Cuando llegó a su casa, sumida en sus pensamientos, Zoe se llevó toda una sorpresa al ver al hombre que estaba sentado en los escalones de la entrada. Era un hombre con barba, vestido con vaqueros y con una sonrisa devastadora en el rostro. — ¡Nick! —exclamó emocionada—. ¡Nick! —repitió, y corrió a abrazarlo. Había tardado algunos segundos en reconocerlo, pues la barba la había confundido. Nick siempre había sido un hombre cariñoso y al verla le dio un abrazo que no podía haber sido más oportuno. Actuó como el mejor de los bálsamos en el dolorido corazón de Zoe. —Cuánto me alegro de verte —le dijo con voz emocionada—. Oh, Nick, ¡cuánto me alegro de que estés aquí! Nick se separó ligeramente de ella para verle la cara. — ¿Estás llorando de alegría? — ¡Por supuesto que no! Estoy sonriendo —sonrió de oreja a oreja y le rodeó el cuello con los brazos para volver a abrazarlo—. Oh, Nick, me alegro tanto de verte... Vaya, la barba te queda muy bien.

Continuaba abrazándolo cuando por encima de su hombro se encontró con la fría mirada de Bryant. Su alegría se evaporó como por arte de magia. —Siento interrumpir —le dijo Bryant—, pero me gustaría pasar. Con el corazón destrozado, Zoe se apartó para dejarlo pasar. Bryant metió la llave en la cerradura inmediatamente, dejando claro que no tenía tiempo para presentaciones. —Deja la puerta abierta —le dijo Zoe—, vamos a pasar ahora. —Como quieras. Entraron inmediatamente después de Bryant, que antes de entrar en su casa fue a abrir su buzón. —Mi casa está en el piso de arriba —le explicó Zoe a su amigo—, vamos. No miró hacia atrás, pero sentía los ojos de Bryant clavados en su espalda mientras subía las escaleras. —Dios mío —comentó Nick mientras Zoe abría la puerta de su casa—, la mirada de ese tipo me ha cortado la respiración —miró a Zoe con el ceño fruncido—. ¿Tú y él...? —Pero ya hemos terminado —le contestó, esperando que no hiciera más preguntas. Se quitó los guantes y la bufanda, los dejó en una silla y observó a Nick mientras éste contemplaba el cuarto de estar. —Qué lugar tan bonito. Muy acogedor. Es exactamente como me lo imaginaba. — ¿Por qué no me has escrito para decirme que venías? —Quería darte una sorpresa. Mi hermana se casa la semana que viene en Carolina del Norte y he pensado que podía venir a verte antes de la boda. Zoe se quitó el abrigo y tomó la cazadora de Nick para colgarla en un perchero. — ¿Puedes quedarte algunos días aquí? Sólo tengo una habitación, pero puedes dormir en el sofá. —Sólo me quedaré si de verdad, de verdad, quieres que me quede. —De verdad, de verdad, quiero que te quedes. Hasta estoy dispuesta a prepararte una buena comida. —Esto está increíblemente delicioso —le dijo Nick, mientras daba cuenta del plato que tenía delante con gran apetito. —Muchas gracias —le contestó Zoe con una sonrisa. Era muy agradable tener compañía, tener a alguien con quien hablar. Aquella noche, después de cenar, iban a ir juntos a una fiesta. Si Nick no hubiera estado allí, probablemente Zoe se habría quedado en casa. Últimamente tenía muy pocas ganas de hacer vida social, lo que era un síntoma muy poco alentador. — ¿No has vuelto a tener ganas de viajar? —le preguntó Nick—. ¿No has pensado en la posibilidad de renunciar a esta vida de abundancia y comodidades para volver a enfrentarte a las privaciones de un país pobre? La verdad era que sí lo había pensado, pero no en esos términos. Más que pensar en la pobreza o las necesidades de esos países, a ella le gustaba pensar en los retos

que suponían para su vida. De hecho, desde que había roto con Bryant, la idea le parecía cada vez más atractiva. Necesitaba algo que la motivara, un nuevo desafío. La aspiración de levantar un nido en el que asentarse de forma definitiva había fallado miserablemente. Era cierto que había conseguido tener una casa bonita y acogedora, pero eso no la había hecho realmente feliz. Y con un poco de esfuerzo e imaginación podía llegar a tener una bonita casa hasta en Tombuctú. No podía pasarse la vida esperando que sucediera algo interesante. Prefería salir en busca de aquello que podía llegar a proporcionarle una vida verdaderamente estimulante; si el amor tenía que aparecer en algún momento, ya aparecería. Miró a Nick y asintió. —Sí, he estado pensando en ello, ¿por qué lo preguntas? Nick se frotó la barba con aire pensativo. —Por distintas razones. En primer lugar, no creo que seas muy feliz viviendo aquí, aunque estés intentando convencerte de que lo eres. Bajo el aparente entusiasmo con el que explicas tu vida en esta capital, detecto cierto aburrimiento. Zoe se quedó callada. Nick tenía razón, y la sorprendía que hubiera sido capaz de analizarla tan rápidamente. Apenas llevaba dos días allí y había sacado a la luz una verdad que Zoe había tardado semanas en reconocer. — ¿Me equivoco? —le preguntó Nick. Zoe sacudió la cabeza. —No. —Además, tengo motivos ocultos para hacerte esa pregunta. — ¿Cuáles son esos motivos? —Quiero ver si puedo convencerte para que vengas conmigo. Creo que ha llegado el momento de que pongamos fin a nuestra soledad y nos casemos. Estoy seguro de que seremos felices el uno con el otro. —Tendrás que afeitarte la barba. —Me la afeitaré. —Y quiero que me lleves el desayuno a la cama todos los domingos. —Te llevaré el desayuno a la cama. Zoe inclinó la cabeza. —Tendrás que dejar de ser tan desordenado. No puedo vivir con alguien que deja la ropa en el primer sitio que se le ocurre. —Dejaré de ser desordenado. Zoe se mordió el labio para evitar una carcajada. —Estoy segura de que lo conseguirás. —Cásate conmigo y haré todo lo que me pidas. Zoe se quedó mirándolo fijamente. —Nick, no estás hablando en serio, ¿verdad? —Estoy hablando totalmente en serio. Eres mi mejor amiga, Zoe. Lo pasamos muy bien juntos, estoy convencido de que será maravilloso estar casado contigo. Zoe apartó su plato y apoyó los brazos en la mesa.

—Te olvidas de algo muy importante. — ¿De qué? —De que no nos queremos. —Eso lo dirás por ti. Yo sí que te quiero. Pásame la mantequilla, por favor. —Bueno, yo también te quiero —le pasó la mantequilla—, pero no me refería a ese tipo de amor. — ¿Entonces a qué tipo de amor te refieres? Mira todo lo que tenemos: somos buenos amigos, nos gustan las mismas cosas, nunca nos peleamos. ¿Qué más se puede pedir? — ¿Pasión, por ejemplo? Nick suspiró. —Creo que es algo que se sobre valora. —Yo no pienso de la misma manera —contestó, intentado vencer la tristeza que comenzaba a apoderarse de ella. Nick la miró con los ojos entrecerrados. —Cada vez que he basado una relación en la pasión, ha fallado todo lo demás, la relación ha terminado de forma desastrosa. —Estoy de acuerdo. Pero yo lo quiero todo. —La pregunta es, ¿puedes llegar a conseguirlo todo? Zoe bajó la mirada hacia el mantel. Tenía la garganta atenazada, no era capaz de decir una sola palabra. A Nick se le cayó entonces el cuchillo con el que estaba extendiendo la mantequilla, chocando contra el plato. —La culpa es de ese tipo arrogante que vive abajo, ¿verdad? De ese bloque de hielo, ¿no? —había en su voz una nota de enfado que a Zoe no le pasó desapercibida. De todas formas, no contestó. — ¿Has sentido pasión por él? Zoe arrastró su silla hacia atrás. — ¡Déjalo ya, Nick! —se levantó y se fue corriendo a la cocina. Nick la siguió. — ¿Qué te hizo? —quiso saber. —No me hizo nada —contestó Zoe, evitando su mirada—. Fue culpa mía, esperaba demasiado. Lo quería demasiado. Yo soy la única culpable de lo que me ha pasado. — ¿Y qué era lo que tú querías? Zoe se volvió hacia él. — ¿Que qué era lo que quería? —soltó una carcajada, como si estuviera riéndose de sí misma—. Quería formar parte de su vida, de la forma que fuera. — ¿Y él te dijo que no? —El estaba planificando su vida sin tenerme en cuenta. Se va a ir a Brasil a trabajar. No habló conmigo para tomar la decisión de marcharse, y tampoco me pidió que me fuera con él. Ni siquiera me planteó lo que deberíamos hacer con nuestra relación. Simplemente, yo no entraba en sus planes.

Nick la abrazó y le hizo apoyar la cabeza en su hombro. —Llora todo lo que quieras —musitó—. Aunque no creo que ese hombre se merezca tus lágrimas. No ha sabido darse cuenta de lo que vales. Mírate, una mujer maravillosa, inteligente, adorable. ¡Buena cocinera! ¡Apasionada! No puede imaginarse la esposa que hubiera tenido. Pero Zoe no tenía ninguna gana de llorar. —Cállate, Nick —se apartó de sus brazos—. Vamos a recoger esto antes de salir. Zoe dejó de disfrutar de la fiesta justo en el momento en el que vio que Nick se dirigía hacia ella con síntomas evidentes de haber bebido demasiado. ¡Maldita sea!, se dijo, ¿por qué no le habría prestado más atención? Bueno, ella no era su niñera. Nick ya era un hombre adulto. Un adulto con un problema evidente. Antes de que fuera demasiado tarde, fue a llamar a un taxi para llevarlo a casa. —Ya es hora de irse —le dijo cuando el taxi llegó. Nick replicó que no quería marcharse y se echó a reír. Pero a Zoe no le hacía ninguna gracia. Lo agarró del brazo y prácticamente lo arrastró hasta el taxi. —Me estás haciendo enfadar —le dijo a Zoe en tono acusador. —Has bebido demasiado y me está resultando bastante desagradable. —Tienes razón, es muy desagradable. Soy un auténtico canalla. Zoe apretó los dientes y desvió la mirada sin decir nada. Había empezado a llover y las gotas golpeaban los cristales de la ventanilla. Para alivio de Zoe, Nick fue capaz de salir por sus propios medios del taxi cuando llegaron a casa, pero se sentó inmediatamente en los escalones de la entrada. —Tenemos que subir a casa, Nick —le dijo Zoe, preguntándose cómo iba a hacerle subir las escaleras—. Levántate. —Quiero seguir sentado. —Y yo quiero que te levantes. Hace frío, Nick, y está lloviendo. Por el amor de Dios, no te portes como un loco —durante la fiesta, ya había estado comportándose como si lo fuera, avergonzando con su conducta a Zoe y preocupándola a la vez. Bebía demasiado. Pero en ese momento, lo que estaba era furiosa. —Si no te levantas, tendré que pedir ayuda. No puedo dejarte aquí. —Quédate conmigo entonces. Está lloviendo, y me encanta la lluvia. La lluvia trae la vida. —Pues muérete si quieres —replicó Zoe. No tenía ningún sentido discutir con un borracho. Lo único que podía hacer era pedir ayuda. Consideró sus posibilidades. El marido de Maxie estaba de viaje y las luces de su casa estaban apagadas, lo que significaba que Maxie ya estaría en la cama, de modo que sólo podía pedírselo a Bryant, aunque no le gustara nada la idea. Subió hasta el apartamento de Bryant y llamó a la puerta. La sorpresa de Bryant al verla fue notable. —Necesito ayuda —le dijo ella—. Nick está fuera, ha bebido demasiado y

necesito que alguien me ayude a subirlo a casa. Se hizo un tenso silencio. Bryant arqueó las cejas con un gesto suficientemente elocuente y la miró con frío distanciamiento. —Supongo que Nick es ese hombre de barba que está en tu casa. Zoe apretó los dientes. —Sí, no quiere subir, y si lo dejo allí se va a morir de frío. Bryant señaló con un gesto que no le parecía una mala idea, pero salió de su casa y acompañó a la joven al portal. Sin demasiado esfuerzo, levantó a Nick y lo hizo entrar en casa. —Tú debes ser el tipo que ha hecho tan desgraciada a Zoe —le dijo Nick, arrastrando las palabras, mientras intentaba mantenerse en pie sin perder el equilibrio—. Yo ya la he dicho que puedo hacerla feliz. Voy a casarme con ella. Bryant lo ayudó a subir las escaleras sin decir nada. —Zoe quiere pasión —continuó diciendo Nick—. Y yo puedo dársela. ¿No crees que yo puedo darle toneladas de pasión? —En estas condiciones no lo creo —repuso Bryant secamente. —Voy a casarme con ella. La amo. Siempre la he amado, ¿sabes? He venido desde África para llevármela conmigo. —Cállate —le ordenó Bryant. —Siempre la he querido... Pero no lo sabía. He tardado años en averiguarlo... y ella se fue —empezó a llorar—. Si la hubiera dicho que la amaba no se habría ido. Pero yo no lo sabía porque estaba loco por Bianca, mi princesa. ¿Alguna vez has estado hechizado por una princesa? — ¡Cierra la boca! —insistió Bryant mientras lo metía en casa de Zoe. Nada más entrar, Nick se derrumbó en una silla. Bryant se volvió hacia Zoe. — ¿Se puede saber qué demonios te pasa? —estalló. —A mí no me pasa nada. Es él el que ha bebido demasiado. — ¿Y te lo traes a tu casa? Estás completamente loca. Al oír esas palabras, algo estalló en el interior de Zoe. Puso los brazos en jarras y miró a Bryant con enfado. — ¿Y a ti que te importa? Puedo traerme diez borrachos a mi casa, si quiero. Y también puedo casarme con todos ellos. —Sí, puedes hacerlo. Pero no lo harías, ¿verdad Zoe? No es tu estilo. —Te he pedido ayuda, no un análisis sobre mi personalidad. —No me parece muy prudente que metas en tu casa a un borracho. ¿Qué va a pasar cuando te quedes sola con él? —Nada. Nick es completamente inofensivo, tanto si está borracho como si no —desgraciadamente, no era la primera vez que lo veía en ese estado. —No estoy tan seguro. —Eso es problema tuyo. —Sí, supongo que sí —le dirigió una mirada que hizo que a Zoe le diera un vuelco

el corazón—. ¿Es este el mismo tipo que te escribió esa carta? —Sí. — ¿Te estás acostando con él? Contéstame, y no se te ocurra decirme que no es asunto mío. —No es asunto tuyo. —Maldita sea, Zoe, ¿se puede saber qué te pasa? —Te estás repitiendo —contestó la joven fríamente—. No me pasa nada —abrió la puerta de su casa—. Gracias por tu ayuda. Con la mirada cargada de furia, Bryant se acercó a la puerta y volvió a cerrarla. — ¿Te estás acostando con él o no? —le volvió a preguntar. — ¿A ti qué más te da? —replicó Zoe con amargura—. ¿Es que estás celoso? —No me gustaría verte haciendo algo tan estúpido. —Me conmueve tu preocupación —contestó Zoe con sarcasmo—, pero te recuerdo que no eres mi niñera. —No creo que sea tan extraño que me preocupe por ti. —No, supongo que no es nada extraño. Al fin y al cabo soy tu vecina y la consejera escolar de tu hijo. Es lógico que te preocupes por mí. — ¡Deja de decir tonterías! —avanzó hacia ella, posó las manos en sus brazos y la miró a los ojos. Estaban muy cerca, peligrosamente cerca. Zoe desvió la mirada. Estaban empezando a temblarle las piernas. —Déjame marcharme —le dijo, pero no había ninguna convicción en su voz. —No pienso marcharme hasta que no contestes mi pregunta. Zoe se sintió repentinamente cansada y decidió poner fin a aquella estúpida conversación. Al fin y al cabo, no tenía ninguna importancia que Bryant supiera la verdad. —No —musitó—. No me estoy acostando con él, y nunca lo he hecho. —Estupendo —le dijo Bryant, y la soltó. Zoe podía haberle mentido, pero no le gustaban ese tipo de juegos. Para lo único que servían era para complicar más las cosas. Sin dejar de mirarlo, se apartó el pelo de la cara. Bryant se volvió hacia Nick, que se había quedado dormido con la boca abierta. — ¿Vas a dejar a tu Don Juan en esa silla? —le preguntó a Zoe. A Zoe le entraron ganas de dejarlo allí, pero le parecía una crueldad innecesaria. Al día siguiente se despertaría destrozado. —Él duerme en el sofá —le dijo—, voy a prepararlo. Unos minutos después, Nick estaba tumbado en el sofá cama. Antes de dormirse definitivamente, murmuró algo que ni Zoe ni Bryant entendieron. Zoe miró a Bryant agradecida. —Muchas gracias —le dijo. Bryant no se movió. No parecía dispuesto a marcharse. —Será mejor que te vayas antes de que Paul piense que no vas a volver —señaló Zoe.

—Paul está en Filadelfia con mi hermana —la miró a los ojos—. No voy a irme, no quiero dejarte sola con él —hablaba en un tono que indicaba que nada de lo que Zoe pudiera decir iba a hacerle cambiar de opinión, pero aun así, ella tenía que intentarlo. —No va a pasar nada, Bryant. No se despertará hasta mañana. —No voy a marcharme. Zoe se encogió de hombros. —Haz lo que te apetezca. Puedes quedarte en la silla. Buenas noches. Me voy a la cama —se volvió bruscamente, y al hacerlo, se golpeó la pierna con un saliente metálico del sofá. Soltó un grito y fue tan intenso el dolor que se le llenaron los ojos de lágrimas. Se levantó la falda para ver lo que se había hecho, pero como llevaba unas medias negras, no pudo ver nada. —Maldita sea —musitó, dominando las ganas de ponerse a llorar como una niña. — ¿Estás bien? —le preguntó Bryant, acercándose a ella. — ¡Sí, estoy bien! —se le escapó un sollozo y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Rápidamente, se metió en su dormitorio, se sentó en la cama y se bajó las medias. Bryant la siguió. —Déjame ver —se agachó al lado de la cama y le hizo estirar la pierna derecha, en la que tenía una buena rozadura. —No te preocupes tanto, creo que podré superarlo —le dijo Zoe, mientras se secaba las lágrimas. —Voy a buscar una pomada —repuso Bryant, se fue al baño y volvió con un tubo. Sabía que estaba allí porque lo habían utilizado un día que Paul se había cortado. Extendió delicadamente la pomada por la rozadura. Zoe no podía dejar de llorar, pero no de dolor, sino por la conmovedora ternura con la que le tocaba la pierna, y por la terrible angustia de tenerlo tan cerca y tan lejos, tan desesperadamente lejos a la vez. — ¿Te duele? —No, estoy bien —pero las lágrimas seguían rodando por sus mejillas—. Lo siento... Bryant se sentó a su lado y la estrechó en sus brazos. Zoe se estrechó contra él y hundió la cabeza en su pecho. Lo sentía temblar, pero le parecía tan increíble que pensaba que eran imaginaciones suyas. Era maravilloso estar abrazada a él, sentir su aroma, disfrutar del calor de su cuerpo contra el suyo... y también muy peligroso. Tenía que alejarse; tenía que pedirle que la dejara. Pero las palabras se negaban a salir de su boca, y su cuerpo parecía incapaz de moverse, como si tuviera la profunda convicción de que era allí donde debía estar. Bryant la tomó de la barbilla y le levantó la cara para acariciar su boca con los labios. —Bésame —le dijo. Zoe deslizó los brazos por su espalda y entreabrió los labios, dispuesta a recibirlo. El deseo se apoderaba de todos sus sentidos, haciéndola estrecharse

sinuosamente contra él. Lo deseaba, lo necesitaba. No sabía si estaba actuando correcta o incorrectamente... Lo único que sabía era que lo amaba. — ¿Zoe? —susurró Bryant mientras acariciaba sus senos. Zoe no podía pensar, no podía decir nada. Un suave gemido escapó de su garganta, incapaz de contener ya la fuerza de la pasión que había explotado en su interior. No había ya nada más que ese inmenso deseo. Zoe se abrazó a Bryant temblando estremecida, dejando que la magia volviera a envolverlos.

Capítulo 11 SUSPIROS, bocas ansiosas, corazones anhelantes, manos inquietas. La danza del amor cobraba un ritmo cada vez más rápido. Zoe casi no podía respirar, envuelta en aquel deseo febril. Sus ropas descansaban en el suelo. La habitación estaba a oscuras, se oía vagamente el sonido de las gotas golpeando la ventana. Zoe lo amaba y estaba disfrutando como nunca del regalo de acariciar su cuerpo, de saborear su fuerza. Lo besaba con un deseo como jamás había sentido. Era un amor ardiente, frenético. Se aferraba a él con fuerza, temiendo disolverse en aquella espiral de sensaciones, pero poco a poco fue calmándose la tormenta y al final se descubrió viva, satisfecha y exhausta. Bryant permanecía tumbado, abrazado a ella, empapado en sudor y con la respiración agitada. Al cabo de un silencio interminable, se separaron el uno del otro y se durmieron. Cuando se despertó a la mañana siguiente, Zoe lo encontró durmiendo a su lado y sintió fluir en su interior una oleada de gratitud y ternura. Aquel hombre era suyo, ningún hombre la había hecho sentir jamás nada parecido. Lo observó mientras dormía, reprimiendo sus ganas de acariciarlo para no despertarlo. Parecía tan tranquilo, tan relajado... Cuánto le gustaría poder encontrarlo a su lado todas las mañanas, se dijo con tristeza. Bryant abrió en ese momento los ojos, la miró en silencio y volvió a cerrarlos. Zoe buscó su mano bajo las sábanas, pero él la apartó. A Zoe se le paralizó el corazón. Bryant se incorporó en la cama y se pasó la mano por el pelo. —Lo siento —dijo con una voz totalmente inexpresiva. Zoe se quedó helada. Aquellas no eran las palabras que quería oír, las palabras con las que esperaba que todo se arreglara definitivamente entre ellos. Enterró la cabeza en la almohada y cerró los ojos, como si de esa forma pudiera negar el dolor que atenazaba su corazón. Lo que ella quería era que le dijera cuánto la había echado de menos, que confesara que la amaba, que le pidiera que compartiera su futuro con él... Seguía siendo una estúpida, una romántica ingenua. Abrió los ojos y se incorporó también ella. — ¿Por qué lo sientes? —le preguntó. — ¡Porque esto no resuelve nada, maldita sea! ¿Resolver qué?, se preguntó Zoe indignada, ¿el problema de que no pudiera darle lo que ella quería? Zoe lo quería todo, quería oírlo decir que la amaba, que quería que estuviera siempre a su lado. Lo que ella quería era un cuento de hadas, un sueño que jamás iba a poder hacerse realidad. Era patético, verdaderamente patético que no fuera capaz de dejar de soñar. Lo

que tenía que hacer era seguir viviendo su vida y olvidar aquel desastre, aquella ridícula desilusión. Sin saber muy bien cómo, consiguió sacar fuerzas de sí misma para no perder la calma. Se obligó a mirarlo a los ojos y le dijo: —No tienes por qué disculparte. No has hecho nada que yo no haya permitido. — ¿Y por qué no me has rechazado? —le preguntó Bryant furioso. —Sabes perfectamente por qué —se levantó de la cama, se puso la bata y salió de la habitación. Había hecho el amor con él porque, a pesar de todo, todavía lo amaba. Porque, aunque sólo fuera durante unos minutos, había podido olvidar la desesperación y sentirse feliz, porque le gustaba estar en sus brazos. Una vez en el baño, respiró hondo varias veces para no ceder al llanto. Se duchó rápidamente, se secó y volvió a ponerse la bata. Al mirarse en el espejo y ver la luz apagada de sus ojos hizo una mueca. Tenía que continuar viviendo, se dijo a sí misma, apretó los dientes y salió del baño. Cuando llegó al cuarto de estar encontró a Nick sentado en el sofá cama con la cabeza apoyada en las manos. Era la viva imagen del dolor y la tristeza. Durante mucho tiempo, Zoe había ansiado compartir aquel apartamento con un hombre que la amara apasionadamente y estuviera dispuesto a comprometerse con ella en una relación seria. Pues bien, en ese momento tenía no uno, sino dos hombres en su casa, y los dos la querían a su manera. Uno de ellos quería casarse con ella, pero no le ofrecía verdadera pasión, y el otro estaba dispuesto a ofrecerle una relación apasionada, pero no quería ningún tipo de compromiso. Hizo una mueca y se dirigió a la cocina para preparar una cafetera. Diez minutos después, Bryant entraba ya vestido en el salón. Nick se quedó mirándolo fijamente. — ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó. Bryant lo miró como si fuera un insecto repugnante sin decir nada, como si ni siquiera mereciera la pena gastar energías en contestarle. Nick miró a Zoe. — ¿Qué está haciendo aquí? —repitió. —Me ayudó a subirte a casa anoche —respondió Zoe de forma evasiva—. Tenías algún que otro problema para mantenerte en pie. Nick cerró los ojos y gimió. —Dios mío, lo siento Zoe. No sé qué me pudo ocurrir... —Lo que te ocurrió fue que bebiste demasiado —lo cortó Bryant fríamente—. Después de subirte a casa, pensé que lo más prudente era quedarme con Zoe, por si se te ocurría alguna idea extraña en el lamentable estado de embriaguez en el que te encontrabas. Nick volvió a gemir y le dirigió a Zoe una mirada suplicante. —Creo que no le gusto demasiado —dijo—. Dime, Zoe, desde que nos conocemos, ¿te he puesto alguna vez un solo dedo encima? Zoe suspiró con paciencia.

—No, Nick, no lo has hecho. Nick se volvió entonces hacia Bryant. —De verdad que soy un buen tipo. Incluso podré hablar tranquilamente contigo cuando deje de dolerme la cabeza. Zoe le pasó una taza de café. —Tómate esto. Voy a buscarte una aspirina —miró a Bryant—. ¿Quieres una taza de café? —No, ya me voy. Bryant se fue, Nick volvió a acurrucarse bajo las sábanas y Zoe salió de compras. Pasó dos horas en la calle y cuando regresó a casa encontró a Nick levantado. Había recogido el cuarto de estar y tenía su bolsa de viaje en la puerta. —Mi familia me está esperando —le explicó a Zoe—, creo que ha llegado el momento de que nos despidamos. —No pensabas marcharte hasta mañana... Nick asintió. —Sí, pero creo que es preferible que me vaya hoy. No sabes cuánto siento lo que hice ayer. Creo que ha llegado el momento de que me aleje definitivamente del alcohol. Por lo visto nunca sé cuándo es suficiente. —Sí Nick, yo también lo creo. — ¿No tienes ninguna recriminación que hacerme? ¿Ningún reproche? ¿Ni siquiera un consejo? Zoe sacudió la cabeza. —No puedo decirte nada que tú no sepas ya. Nick la miró en silencio; en sus ojos había tristeza y arrepentimiento. —Ese tipo que vive en el piso de abajo es un imbécil —le dijo bruscamente. La abrazó con cariño y se marchó. Zoe se enteró de la noticia en el colegio, a través de Ann, que había conseguido la información en el círculo de chismorreos del que ella formaba también parte. Bryant se iba a Brasil. Su compañía había conseguido el contrato y él se iba a hacer cargo del proyecto. Al recibir la noticia, se apoderó de Zoe una mezcla de sentimientos: miedo, desesperación y una terrible sensación de inevitabilidad. Si a pesar de todo lo ocurrido albergaba todavía alguna esperanza, aquel era el momento de abandonarla. Y a todos aquellos sentimientos, les acompañaba un profundo enfado. Sabía que no era asunto suyo, pero no podía negar la furia que le provocaba la noticia, pues estaba segura de que Paul no sabía absolutamente nada de los planes de su padre. Al cabo de muy pocos meses, Bryant y Paul se habrían ido para siempre. En el fondo, Zoe siempre había conservado la esperanza de que el proyecto fracasara, de que la compañía no consiguiera el contrato y Bryant tuviera que quedarse... Intentó hacer lo imposible para no venirse abajo. Procuraba mantenerse ocupada en cualquier cosa para olvidarse de Bryant y de lo que sentía por él. Sin embargo, por

las noches le resultaba imposible evitar el llanto y se consolaba diciéndose que era una forma de relajarse. Lo más terrible de todo era lo cerca que vivían. Tenía que luchar constantemente contra la tentación de bajar a su casa, llamar a la puerta y abrazarle diciendo que no importaba lo que les deparara el mañana, que lo único que quería era estar con él en ese momento. Pero sería mentira. Le importaba, y mucho, lo que iba a suceder en el futuro y por muy grande que fuera la tentación no iba a caer en ella. Era posible que fuera una romántica incurable y que disfrutara dejándose llevar por los sentimientos, pero sabía también lo que valían el sentido común y el orgullo. Quizá había sido inevitable. Zoe miró fijamente los formularios que tenía frente a ella. A su lado, había algunas copias de su curriculum. No podía luchar contra el destino. Y no había encontrado otra solución a sus problemas que volver a viajar al extranjero. Miró a su alrededor; le habría gustado echar raíces en Washington, quedarse definitivamente allí. Y, sin embargo, parecía que habían vuelto a salirle alas... Sonrió. Aquella imagen le gustaba. La primavera se acercaba tímidamente. Las temperaturas aumentaban, brotaban los capullos y los cantos de los pájaros eran más frecuentes y alegres. Intentando participar de aquel ambiente, Zoe se prometió volver a empezar una nueva vida. En realidad, estaba encantada de volver al extranjero. Era lo mejor para ella. Sin embargo, había otra circunstancia en su vida que no le causaba la más mínima felicidad. De hecho, era la culpable de las noches de insomnio y de aquel dolor que empañaba a todas horas su corazón: no podía dejar de amar a Bryant. Cada vez que lo veía saliendo de su coche o yéndose a trabajar, el corazón le daba un vuelco. Una vez, al volver a casa, le había oído llamar a Paul y se había quedado completamente paralizada, presa de un deseo y una ansiedad inquietantes. Había subido corriendo a su casa, se había derrumbado en el sofá y se había echado a llorar desolada. Era consciente de que al marcharse de allí no iba a dejar atrás aquel dolor. La seguiría a donde quiera que fuera. Un día, el destino, o quizá la simple coincidencia, les hizo encontrarse en los buzones del vestíbulo. Bryant la saludó con un educado movimiento de cabeza y se volvió rápidamente hacia su buzón. Zoe sacó su propio correo y aprovechó la ocasión para mirarlo de soslayo. Bryant levantó de pronto la mirada de sus cartas y la observó con extrañeza. —Esto es para ti —le dijo, tendiéndole un sobre. Zoe lo miró y leyó su nombre. Al parecer, el cartero se había confundido. Era una

carta de la agencia de empleo internacional con la que había contactado para buscar trabajo. El logotipo aparecía en la esquina izquierda del sobre. — ¿Estás buscando trabajo en el extranjero? —le preguntó Bryant con aparente indiferencia, mientras miraba el sobre. —Sí. —Creía que pensabas establecerte aquí. —Eso era lo que pensaba, pero he cambiado de opinión. —Habías conseguido montar una casa muy especial. —Sólo es un lugar para vivir. Bryant la miró a los ojos. —Yo pensaba que era algo más. Zoe permaneció en silencio. Alguna vez lo había sido, pero ya no lo era; desde que había roto con Bryant, no había vuelto a sentirse verdaderamente a gusto en su casa. —Sólo es un lugar para vivir—repitió—, y he decidido que prefiero seguir conociendo mundo. — ¿Y a dónde piensas ir? —He solicitado trabajo en Tailandia, Malasia y Paraguay —le contestó con determinación. —La mejor comida es la Tailandesa... Zoe tuvo que contener un sollozo al recordar la dedicatoria que le había escrito en el libro que le había regalado por Navidad. Estaba segura de que había hecho aquel comentario a propósito. —Sí —le dijo tranquilamente, decidida a no mostrar sus sentimientos. —Bueno —Bryant se dirigió a su piso y metió la llave en la cerradura—, que tengas suerte. Unas cuantas semanas después, mientras leía la carta que le escribían desde Malasia, Zoe se decía que quizá el deseo de Bryant la había ayudado. Realmente, era una auténtica suerte que hubiera conseguido trabajo tan pronto. Leyó la carta en la que le hablaban de las condiciones de su trabajo con creciente excitación. ¡La habían aceptado! ¡Era una noticia maravillosa! Esa misma tarde, se fue a una librería a comprar más libros sobre Malasia. Ya había leído alguna información general sobre los países en los que había solicitado empleo, pero conociendo ya su destino, debía de buscar ya una información más seria. Llegó a su casa con montañas de libros y maldiciéndose mientras intentaba abrir el portal por no haber llevado una bolsa para meterlos. Oyó que se paraba un coche tras ella y a los pocos segundos estaba Bryant a su lado. —Déjame a mí —le dijo, pero ya era demasiado tarde. Los libros acababan de aterrizar en el suelo. —Oh, maldita sea —musitó Zoe, mientras se agachaba para recogerlos. Bryant se agachó también, de modo que sus rostros quedaron a sólo unos centímetros. Del corazón de Zoe se apoderó un profundo dolor al percibir la tensión de Bryant. Éste se incorporó después de darle parte de los libros caídos y abrió el portal.

—Gracias —le dijo Zoe con voz ronca. — ¿Te vas a Malasia? —le preguntó Bryant al ver los libros que llevaba. —Sí, me han ofrecido un trabajo y he pensado que antes de irme debería tener toda la información que pudiera sobre aquel país. —Muy buena idea. —Me he enterado de que tu empresa ha ganado el contrato y vas a irte a Brasil —se oyó comentar Zoe a sí misma. Estaba decidida a no hacerle ninguna pregunta, pero le había bastado encontrarse con él para estallar—. Paul todavía no sabe nada, ¿por qué no se lo has dicho? Bryant la miró arqueando una ceja. — ¿Cómo sabes que no se lo he dicho? —Si le hubieras dicho que os ibais a Brasil, estoy segura de que me lo habría contado. Confía en mí —le espetó con un nudo en la garganta—. Creo que es una irresponsabilidad hacer planes en los que no incluyes a tu hijo, y mucho peor no decírselo siquiera después. Bryant apoyó la mano en el picaporte de la puerta de su casa y miró a Zoe con los ojos entrecerrados. —La razón por la que no se lo he dicho, es porque no vamos a ir. Zoe se quedó mirándolo fijamente, sin saber qué decir. — ¿Que no vais a ir? ¿Qué quieres decir? Bryant se volvió hacia ella. —Quiero decir lo que he dicho. No voy a ir a Brasil, he renunciado a ese trabajo. —Yo pensaba que querías ese trabajo, que estabas deseando marcharte de aquí. —Y es cierto. — ¿Entonces por qué...? —Por Paul. He decidido que tienes razón, consejera. Es feliz aquí y no quiero que vuelva a deprimirse. Aunque tú pareces pensar lo contrario, para mí es mucho más importante que mi trabajo. —Sí, por supuesto —musitó mientras se regañaba por haber sido tan tonta. Le había bastado un chismorreo para atacar a Bryant; ella era la única culpable de encontrarse en una situación tan embarazosa. A los labios de Bryant asomó una sonrisa. — ¿De verdad me crees capaz de tomar una decisión sabiendo que es perjudicial para mi hijo? —Yo... no, por supuesto que no. Pero parecías pensar que no era tan terrible, que al cabo de un tiempo se adaptaría a otro nuevo cambio. —Sí, pero he pensado en ello y he cambiado de opinión. Zoe tragó saliva. —En fin, me alegro. Creo que estás haciendo las cosas bien —dio media vuelta y se dirigió hacia su apartamento. Dos días después, Bryant la llamó por teléfono. —Te llamaba para ver si estabas en casa. Quiero hablar contigo.

— ¿Cuándo? ¿Ahora? —Sí, pero no por teléfono. —Entonces sube a mi casa. Zoe ya había empezado a preparar todo lo que tenía que llevarse y tenía el apartamento hecho un auténtico desastre. Cuando Bryant llamó unos minutos después, le indicó que pasara. Ella estaba de rodillas, terminando de guardar unos libros. — ¿Qué estás haciendo? —le preguntó Bryant, mirando asombrado las estanterías vacías y las montañas de libros que había en el suelo. —Empaquetar mis cosas para poder enviarlas cuanto antes. Cuando llegue a Malasia no quiero pasarme meses esperando a que lleguen —tomó otra pila de libros y los metió en una caja—. En cuanto se acaben las clases voy a ir a Italia para quedarme con mi madre hasta que tenga que marcharme a Malasia. Bryant permanecía en silencio. De pronto, apareció en sus ojos un brillo estremecedor. —Hablas en serio de marcharte. —Sí, por supuesto. Tengo un trabajo nuevo. Bryant se pasó la mano por el pelo. —Te echaremos de menos. —Ya os acostumbraréis —contestó fríamente, sintiendo cómo el enfado iba superando a su incomodidad. — ¡Maldita seas Zoe! —estalló Bryant—. ¿Por qué? ¿Por qué tienes que hacer esto? Zoe se tensó al advertir su tono de voz. Apretó los puños con fuerza. — ¿Hacer qué? — ¡Irte del país! Zoe se encogió de hombros, intentando no dejar que la afectara su enfado. —Porque quiero. Me apetece vivir una nueva aventura y soy totalmente libre de hacer lo que quiera. Con un rápido movimiento, Bryant levantó una caja de libros y tiró al suelo su contenido. —No quiero que te vayas, ¡maldita sea! Zoe se quedó mirándolo sorprendida, con el corazón latiéndole violentamente en el pecho. Había millones de cosas que podría decir, pero todas se negaban a salir de su boca. — ¡Quiero que vivas aquí, en esta casa! Quiero saber que Paul tiene un lugar al que ir. Quiero saber que estás aquí cuando yo... —se interrumpió bruscamente, giró sobre sus talones y se fue del apartamento dando un portazo. Zoe se quedó temblando. En el silencio que dejó Bryant con su marcha sólo se oía el tumultuoso latir de su corazón y el zumbido de un avión cruzando el cielo. La habitación olía a polvo, mezclado con las fragancias primaverales que penetraban por la ventana. Un recuerdo, una voz, se filtró en su cabeza: «un día volví a casa y me la

encontré haciendo las maletas». Continuó sentada en el suelo, en medio de las cajas de libros y casetes que había estado preparando aquella tarde. La conversación que había mantenido con Bryant se repetía constantemente en su cabeza. Bryant no quería que se fuera, quería que se quedara allí. Eso sólo podía significar que le importaba. Su estallido de furia y su mirada de desesperación se lo habían mostrado claramente. Al ver aquellas cajas había sido consciente de que Zoe no sólo estaba empaquetando sus cosas, sino que con ellas estaba enterrando sus sueños. Y le había preocupado. Pero para Zoe no era suficiente su preocupación. No quería someterse a las conveniencias de Bryant. Ella tenía su propia vida, quería hacer realidad sus propios sueños. Oyó pasos fuera de su apartamento. La puerta se abrió y apareció de pronto Bryant, con un rostro tan duro como insondable. —Por favor, quédate —le dijo con rudeza. Zoe se tensó. Ansiaba gritarle que sí, que se quedaría a su lado. Pero un sentimiento más fuerte se lo impedía. Tenía la sensación de estar tambaleándose al borde de un abismo. Se obligó a mirarlo a los ojos, a vencer su miedo y le dijo con contundencia. —No.

Capítulo 12 BRYANT se quedó mirándola fijamente en medio de un silencio glacial. El tiempo se detuvo. Zoe experimentaba una terrible sensación de impotencia. Si Bryant decidía marcharse en ese momento, todo estaña perdido. Pero Bryant no se fue. Lo observó acercarse lentamente hacia ella. Se arrodilló a su lado y le tomó las manos. —Zoe —le dijo con voz ronca—, por favor, no me dejes. Zoe lo miró a los ojos, ensimismada por el eco de sus palabras. —No puedo soportar la idea de que desaparezcas de mi vida —continuó Bryant—. Por favor, cásate conmigo. Zoe no podía haber oído una cosa así. Tenía que ser una jugada de su imaginación. Había sido tan intenso su deseo de oír esas palabras que su mente le estaba jugando una mala pasada. — ¿Qué? —le preguntó con un hilo de voz. —Te quiero. Quiero casarme contigo —le tomó el rostro entre las manos—. Te quiero Zoe —le dijo con voz ronca. A Zoe se le llenaron los ojos de lágrimas. Tomó aire y sintió que empezaba a temblar. Algo se desmoronaba en su interior, quizá fuera el muro que había levantado alrededor de su corazón con su miedo, su sufrimiento y su enfado. De pronto, se descubrió llorando, siendo incapaz de contener los sollozos. Bryant la rodeó con sus brazos y la meció con cariño. —Lo siento —susurró—. Lo siento, no quería hacerte llorar —le secó las lágrimas—. Te amo, Zoe. —Yo... yo... no lo sabía —intentó controlarse y obligarse a dejar de llorar—. Tú no querías que estuviera cerca de ti. A veces parecía que estabas deseando perderme de vista. —Lo sé, lo sé. No quería admitir que te necesitaba, que necesitaba a una mujer en mi vida —se interrumpió, cerró los ojos y la abrazó con más fuerza—. Pero al verte agachada, recogiendo tus cosas y preparándote para irte... he pensado que me iba a volver loco. —Lo sé —musitó Zoe—. Te has acordado del día que llegaste a casa y encontraste a tu mujer haciendo las maletas. —Sí —le contestó con valentía—. Y al salir de aquí, me detuve al final de las escaleras y comprendí que lo único que me esperaba era un oscuro vacío —le acarició la sien—, y mientras estaba ahí fuera, me he dado cuenta de que no eras tú la que estabas preparándote para dejarme, sino que yo te había abandonado tiempo atrás. Zoe tragó saliva, intentando acabar con el nudo que tenía en la garganta. Continuó en silencio, dejando que hablara Bryant. —Me he dado cuenta de que tú no eras como Lauren, de que me habías entregado todo lo que siempre había querido, todo lo que nunca he tenido, calor, cariño... que me

habías dado el precioso regalo de ser la madre de mi hijo. Y yo mismo lo había tirado todo por la borda —cerró los ojos, gimió y la besó en la boca, como si quisiera demostrarle así la verdad de sus palabras, como si quisiera asegurarse de que Zoe estaba allí con él—. Cásate conmigo, quédate a mi lado. —Me quedaré —susurró Zoe—, me quedaré —se abrazó a él llena de un intenso amor. —Eres todo lo que siempre he querido —musitó Bryant contra su boca—. Quiero verte a mi lado durante el resto de mi vida. Zoe sintió una burbuja de alegría en su interior que rápidamente subió hasta su cabeza. Le entraron ganas de bailar, de cantar y de reír a carcajadas. —Oh Bryant, te quiero tanto... —lo besó con una deliciosa sensación de abandono. Hicieron el amor en el suelo, entre las cajas de libros. Fue un placer delicioso y salvaje con el que exorcizaban el pasado y celebraban el futuro. — ¿Y qué va a pasar con tu nuevo trabajo, con tu idea de irte a Malasia? —le preguntó Bryant. Acababan de brindar con sendas copas de vino por su nueva vida en común. Estaban todavía en el suelo, desnudos—. Tenías muchas ganas de irte. —Sí, pero tengo más ganas de estar contigo. Para mí tú y Paul sois lo más importante. —Te apetecía enfrentarte a los retos de empezar una vida en un país distinto. ¿Te habría gustado ir a Brasil? —Claro que me habría gustado. Pero por el bien de Paul no debemos irnos, y lo único que quiero es que estemos juntos. Donde sea, el lugar es lo de menos — miró a su alrededor—. No me sentía feliz porque mi apartamento fuera acogedor, o Washington una ciudad maravillosa. Me sentía feliz porque Paul y tú estabais conmigo. Bryant le sonrió y jugueteó con su pelo. —Tú has convertido esta casa en un lugar especial. Zoe le acarició el pecho. —Pero en el fondo sólo es una casa. Lo que la hace especial es que podemos estar juntos en ella. Bryant le tomó la mano y le besó la palma. —Compraremos una casa y podrás demostrarnos otra vez tu talento para convertirla en un verdadero hogar. Y cuando llegue el momento adecuado, volveremos a viajar al extranjero en busca de aventura, y tendrás que volver a construir un nuevo nido, ¿de acuerdo? Zoe asintió. —Prometo convertir en un verdadero hogar cada una de las casas que habitemos. Bryant la miró con un brillo de humor en los ojos. — ¿Y si no hay electricidad o agua corriente? — ¡No me provoques! Acababan de volver a poner los libros en las estanterías cuando Paul llamó a la

puerta. Había ido al cine con unos amigos y Bryant le había dejado una nota en la puerta diciéndole que subiera al apartamento de Zoe cuando llegara. Zoe estaba deseando ver su expresión cuando le contaran sus planes y lo último que se esperaba era el rostro malhumorado con el que llegó el niño. — ¿Qué te pasa? —le preguntó alarmada. Se apartó para dejarle pasar. Paul entró a grandes zancadas y se detuvo delante de su padre—. ¡Tendrías que habérmelo dicho! —estalló—. ¿Por qué no me has contado nada? Bryant lo miró con las cejas arqueadas. — ¿Decirte qué? — ¡Lo de Brasil! Querían que fueras a Brasil, y has dicho que no. ¿Por qué no me lo has contado? ¡Nunca me cuentas nada! — ¿Desde cuándo tengo que discutir mis decisiones profesionales contigo, Paul? ¿Por qué estás tan enfadado? — ¡Porque también es mi vida! —Paul echaba chispas por los ojos. —He tomado una decisión teniendo en cuenta lo que sería lo mejor para todos —le explicó Bryant tranquilamente. —Pues deberías haberme preguntado, porque te has equivocado. Bryant estaba haciendo un enorme esfuerzo para no perder la calma. —Estamos hablando de mi trabajo, de un problema complicado entre adultos y no me pareció adecuado consultarte a ti. Sólo eres un niño, Paul. — ¡No soy ningún niño! Te crees que no entiendo nada. Piensas que... —estaba temblando de enfada—. Pues bien, ¡claro que lo entiendo! No has querido irte por mí. — ¿Por qué dices eso? — ¡Porque es verdad! Estabas pensando en irte a otro país, ¡me lo habías dicho! ¡Y ahora vas y cambias de opinión! —Por una buena razón. Siéntate, Paul —Bryant se sentó al lado de Zoe, en el sofá y el niño lo hizo en un taburete—. Paul, he pensado que es preferible que nos quedemos aquí durante algún tiempo. Te gusta tu colegio y todavía estás adaptándote a tu nueva vida. No es necesario que nos vayamos tan pronto y tengas que empezar otra vez desde cero. —Pero papá, ¿es que no lo entiendes? ¡Quiero irme! Quiero ir a Brasil, papá, ¡piensa en ello! — ¿Pero por qué tienes tanto interés en ir a Brasil? Paul miró a su padre con incredulidad. — ¡Está el Amazonas, papá! ¡Piensa en los animales que puedo ver allí, en todo lo que puedo aprender! ¿No te das cuenta? ¡Sería increíble! Bryant permaneció durante algunos segundos en silencio antes de contestar. —Estoy intentando hacer lo mejor para ti —le dijo entonces—. Te ha costado mucho adaptarte a tu vida en Washington, te has sentido solo y triste y no me parece bien que tengas que volver a pasar por eso. — ¡Y no tendré que hacerlo, papá! ¡Ya tengo trece años! Tú y yo nos entendemos y... —tragó saliva y miró a Zoe—, y Zoe me ha enseñado muchas cosas sobre los

sentimientos y esas cosas y... —se le quebró la voz. De sus ojos empezaba a desaparecer el brillo de enfado para ser sustituido por una conmovedora sombra de tristeza—. Zoe no va a quedarse aquí, papá. Zoe se va. Las facciones de Bryant se suavizaron. —No, no se va a ir, Paul. Ha cambiado de opinión, se va a quedar con nosotros. Paul miró a Zoe y después volvió a mirar a su padre. —Quieres decir... Bryant rodeó a Zoe por los hombros. —Sí. Hemos decidido casarnos. Espero que te parezca bien. Paul se sonrojó, sus ojos adquirieron un nuevo brillo y por un momento se quedó sin habla. Después empezó a moverse como si estuviera bailando una danza guerrera y a soltar alaridos. — ¡Eso es genial! ¡Es increíble! ¡Ahora podemos ir todos a Brasil! Ya no tendré ningún problema, ¿lo ves papá? ¡Ahora voy a tener a mi propia consejera en casa! Zoe soltó una carcajada y miró a Bryant, que estaba elevando los ojos al cielo. Paul se volvió expectante hacia ella. — ¿Tú quieres ir verdad? ¡Tú me dijiste que querías volver al extranjero! —Sí, es cierto que te lo dije, pero antes habría que hablar tranquilamente sobre ello. — ¡Pues vamos a hablar! ¡Dile a papá que quieres ir a Brasil, verás como dice que sí! —tomó aire—. ¿Quieres que me vaya para que habléis tranquilos? —Sí —dijo Bryant. Paul corrió hacia la puerta. —Me voy a casa. ¡Llamadme cuando hayáis tomado una decisión! ¡Y daos prisa! La puerta se cerró y Zoe tuvo que morderse la lengua para contener una carcajada. Bryant se volvió hacia ella con las cejas arqueadas. — ¿Qué sugieres que hagamos, consejera? —Tú eres su padre.... —Y tú vas a ser su madre. Zoe tragó saliva antes de contestar. —Yo sugiero que vayamos a Brasil. —Pero si me dejaste muy claro que sería una irresponsabilidad de mi parte. —Pero eso era porque te ibas a ir sin mí, sin la consejera personal de la familia —dijo con una enorme sonrisa. — ¡Yo no quiero que seas la consejera personal de la familia ni nada parecido! Lo que quiero es que seas mi esposa, no te confundas. —De acuerdo —contestó Zoe, y lo besó. — ¿Y qué pasará con Paul? ¿Crees que le vendrá bien el cambio? —Creo que ha abogado él mismo por el caso de forma suficientemente elocuente. Además, es mucho más maduro que el año pasado —lo miró muy serio y Bryant gimió. —Estoy teniendo una terrible visión. — ¿Qué visión?

vida.

—Os imagino a los dos juntos, confabulando contra mí durante el resto de mi Zoe sonrió y deslizó el dedo perezosamente por su pecho. —Bueno, supongo que lo prefieres a vivir aburrido, ¿no? Bryant la estrechó contra su pecho y la besó. —Puedes estar segura. Estoy deseando que añadas un poco de picante a mi vida. Karen Van der Zee - Fuego ardiente (Harlequín by Mariquiña)

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