Saboréame despacio 5º Cazadores de Aliens Mishka Le’Ace fue creada para ser una agente encubierta… literalmente. Su hermoso cuerpo ha sido mejorado artificialmente, mecánicamente para dotarla de una fuerza sobrehumana, (fuerza que va a necesitar). Su última misión consiste en rescatar al agente, de la Agencia alienígena de Investigación y Eliminación, Jaxon Tremaine, de la tortura y muerte. Con él, ella descubre una pasión diferente a cualquier otra. Una pasión que tenía prohibido conocer… Desde el momento en que se encuentran en la oscura celda Jaxon ansía tocarla. Pero la mitad artificial de Le’Ace hace que esta haga cosas que no siempre quiere hacer. Incluso le traiciona… y en última instancia le destruye. Ahora Jaxon debe luchar por ser quién controle a Le’ Ace, incluso si Le’Ace debe hacerlo contra sí misma, reivindicando la mujer que él ha llegado a amar.

CAPÍTULO 1

Tic-tac. Tic-tac. El inquietante sonido gimoteaba dentro de la cabeza de Jaxon Tremain, jugueteando sin permiso ni bienvenida. Se rió amargamente. No sabía cuánto tiempo llevaba encerrado en la pequeña y húmeda celda. ¿Una semana? ¿Una eternidad? Quizás el sueño eterno era su futuro. Sí, evidentemente. Debería alegrarse. Sería otro tic-tac interminable, excepto que no habría ninguna apenada conciencia, ninguna espera enloquecedora para la -¿Finalmente? ¿Benditamente? ¿Lamentablemente?venidera muerte. Sobreviviste a cosas peores, pensó, intentando consolarse. Una vez, le habían disparado y quemado con una pyre-arma. Fue un accidente durante el entrenamiento, pero aún tenía las cicatrices de quemaduras por el fuego en el hombro. En otra ocasión, lo habían delatado en una misión secreta y le habían arrojado a un fangoso río artificial con un armazón de hierro como peso. El agua y la mugre le habían llenado la boca, escociendo como el ácido mientras le bajaba por la garganta hasta los pulmones. Cuando, milagrosamente, se liberó y luchó por subir a la superficie, se sorprendió de encontrarse la piel todavía intacta y los músculos todavía pegados al hueso. Otra vez, le habían apuñalado en el riñón. Una cuchillada directa que había llegado a uno de sus órganos favoritos. Tontamente, le había dado la espalda a un sospechoso un segundo y adiós, viejo amigo. A veces eso era todo lo necesario. Un segundo. Las palabras le resonaron en la mente. Un segundo era lo que tardaba un tic. O un tac. Se rió de nuevo, pero la carcajada pronto se volvió una arcada, la arcada en tos, y la tos en un doloroso ahogo. —Me estoy volviendo loco —murmuró cuando se calmó. No es que las palabras fueran comprensibles—, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac —¿Cuántos más le quedarían?

No podían ser muchos. Ser un agente de Alien Investigation and Removal1 de New Chicago seguramente tenía sus ventajas, pensó con sequedad. Porque cuando un agente necesitaba ayuda para romper el repugnante hábito de respirar, la conseguía. Desde el secuestro de Jaxon, un grupo de alienígenas lo había golpeado tantas veces que había perdido la cuenta. Y probablemente lo golpearían mil veces más, puñetazos que volaban sobre él al ritmo de ese jodido reloj. Tic, tac. Otra risa. Sip. Loco. Los de otros-mundos2 lo habían torturado porque se había negado a contestar sus preguntas. Incluso cuando los gritos le habían estallado dentro de la mente, ruidosos y discordante, con la muerte en cada golpe, no se había derrumbado. Recordando los gritos, se estremeció. Quizás todos los hombres y mujeres que había matado a lo largo de los años se habían levantado, fundiendo sus almas como si ellos supieran que por fin podían ser escuchados. Ahora, al menos, los gritos estaban profundamente enterrados en algún sitio, substituidos por aquel maldito reloj. Un pequeño precio a pagar, supuso. Lamentablemente, el dolor en el cuerpo sólo se había intensificado. Le habían pegado en la boca hasta que los dientes le destrozaron las encías. Tenía la lengua del tamaño de una pelota de beisbol, tan grande que ni siquiera podía moverla para asegurarse que todavía era el orgulloso dueño de todos aquellos blancos y nacarados dientes. La nariz estaba rota, pero de algún modo el olor a orina todavía se burlaba de él, mezclándose con el metálico olor de la sangre seca y el sudor. Suyo y de otros mil. Tenía los ojos hinchados y sólo podía abrirlos en hendiduras diminutas. No es que hubiera mucho que ver. La turbia oscuridad fallaba en cumplir su promesa de dulce olvido, revelando cuatro paredes, un suelo cubierto de plástico para limpiar mejor la masacre, y antiguas cadenas de hierro que continuamente le cortaban las muñecas y tobillos como navajas de afeitar. Aquellas cadenas se agitaron mientras cambiaba a una postura más cómoda contra los barrotes. Craso error. Se estremeció mientras un intenso dolor lo atravesaba, la respiración atascándosele y aumentando el tormento. Tenía varias costillas rotas y cualquier tipo de movimiento sólo las fracturaba más y hacía el respirar una tarea imposible, con cientos de agudos pinchazos en crescendo.

1 (Investigación y Exterminación de Alienígenas), también conocidos como A.I.R. 2 Los "otros-mundos" son seres de distintas razas venidos de otros planetas que se pueden trasladar a la tierra mediante unas "puertas”.

Concéntrate en otra cosa, algo agradable. Bien, tenía un hueso que sobresalía del brazo izquierdo y el tobillo derecho estaba doblado hacia atrás, hasta ahora era un milagro que el pie no se hubiera caído. ¿Eso estaba mejor, verdad? Sobreviste a cosas peores, sé recordó. La cita con Cathy Savan-Holt, por ejemplo. Un palo golpeó contra la celda. Jaxon se puso rígido al comprender que ya no estaba solo. Tenía la visión borrosa mientras exploraba el pequeño recinto, detectando rápidamente al intruso. El odio lo invadió. Odio –era una victima indefensa-, frustración y una punzada de miedo. El Delenseans había vuelto. No era la especie amante de las fiestas que él siempre pensó que eran. Jaxon se preguntó si había venido a interrogarlo o a golpear a su piñata humana. Quizás ambas cosas. Había notado que a estos bastardos de seis brazos a veces les gustaban las multitareas. De una u otra forma, Jaxon probablemente había llegado al final del camino. Adiós, hábito de respirar. Los de los otros-mundos debían de estar hartos de la falta de cooperación. Tenían que saber que tenía los labios sellados le hicieran lo que le hicieran. Había tenido una buena vida. Con estilo. Como un niño rico cuyos abuelos y padres habían ayudado a reconstruir la ciudad después de la guerra y todavía tenían mano en varios negocios de seguridad, tenía más dinero que Dios. Había viajado por el mundo y tenía amigos que morirían por él. Algunos lo habían hecho. Pero él se había mantenido a distancia de cualquier cosa parecida a una casa u hogar, y se había distanciado de casi todos a su alrededor. Aquella distancia ahora parecía una estupidez. Más ruido con el palo. —¿Asustado? —se burló una voz con un marcado acento. El metal chirrió contra el metal mientras la puerta era abierta. Oscurecida como estaba la celda y con los ojos tan hinchados, Jaxon sólo pudo distinguir un vago contorno. —¿Estás de broma, verdad? —Apenas logró hacer salir las palabras a través de la hinchada lengua, y ni siquiera estaba seguro de que el bastardo pudiera entenderlo—. Te he echado de menos. He estado contando los minutos antes de que volvieras y toda esa mierda. —Hablas fatal. Como un borracho.

—Que te jodan. —Eso lo entendí —una pausa, una risa—. ¿Sabes? No eras tan mal hablado cuando te seguí durante todas esas semanas. Sin que me detectaras —añadió el alienígena con aire de suficiencia—. Siempre eras tan reservado, tan estoico. Ni una maldición traspasó jamás tus labios. Sí, se conocía a Jaxon por su paciencia y sus modales. Se había adiestrado en exudar ambas cosas. Se había obligado a exudar ambas cosas, en realidad. A veces hasta podía fingir que la serenidad le venía de forma natural, que no tenía que luchar por ella cada segundo de su vida. —¿Ninguna explicación? ¿Sobre qué? ¿De qué habían estado hablando? Ah, sí. Su falta de etiqueta. —Asombroso lo que le hace a la personalidad de un hombre el arrancarle las uñas de los pies. —En realidad, éste era su verdadero yo. El sarcasmo que por lo general reprimía, y la boca sucia que normalmente contenía antes de que una sola palabrota escapara. Era más seguro así. Para todos. Ahora mismo, sin embargo, le importaba un huevo el comportamiento o cuáles fueran las consecuencias—. ¿Quieres que te lo demuestre? ¿Probarlo? —Tsk, tsk, tsk. —No había enfado en el tono del alienígena. Era demasiado arrogante para eso, demasiado seguro de su poder—. Eres tan descarado. Tan estúpido. —Deberías haber secuestrado a Dallas entonces. Él es el inteligente. —En circunstancias normales, Jaxon jamás habría pronunciado el nombre de otro agente. Pero este grupo de Delenseans había estudiado al A.I.R. durante semanas. Sin ser detectados, se burló interiormente. Prácticamente sabían más que Jaxon. Todo, desde el día a día en las operaciones del cuartel general, hasta dónde vivían los agentes y cuáles eran sus aficiones. Le habían echado en cara la información. Riéndose entre dientes mientras cada palabra burlesca fue como una patada en los intestinos. Incluso ahora, sus mofas le resonaban en los oídos como una banda sonora: “Las cinco en punto, Dallas llega. Se bebe una taza de café y habla con Kitty. Ghost hace su aparición, por lo general ocho minutos tarde. Tiene una nueva novia y le cuesta dejarla”. Habían sido capaces de llevarse a Jaxon de su propia casa, rápida y expertamente. Con facilidad. Mientras lo recordaba, la vergüenza le calentó las mejillas. ¿Qué tipo de agente permitía ser secuestrado en su hogar? Respuesta: Uno malo. Y eso si que era gracioso.

Aunque de ninguna manera podría haber estado preparado. Desgraciadamente, los alienígena de piel azulada dominaban la teletransportación molecular. Algo que los humanos aún no habían conseguido, a pesar de que llevaban trabajando en ello mucho tiempo. Debía ser una capacidad innata de la especie y no algo originado por la tecnología. Aún. Le mortificaba lo rápido que había sido atrapado por la retrograda especie. Un minuto Jaxon estaba holgazaneando en el sofá, bebiendo cerveza y viendo virtuales partidos de eliminatorias, y al siguiente tres Delenseans lo rodeaban sonriendo ampliamente como si acabaran de recibir una felación trágalo-todo. Y al instante, estaba aquí. —¿Durmiendo? —preguntó el alienígena, rompiendo el silencio. —Sí. Tal vez deberías irte y dejarme descansar. —Y tal vez Dallas esté ya en mi lista “Para Ser Capturado”. —De nuevo, el bastardo pareció satisfecho. —Estoy seguro de que le encantará el alojamiento. Eres un anfitrión muy bueno, Deli. Quizás te invite a mi casa algún día. Te enseñaré mis juguetes. En vez de irritarlo, Jaxon pareció divertirlo aún más. —Llámeme Thomas. Vamos a relacionarnos más... íntimamente, tú y yo. Jaxon no tuvo que estrujarse el cerebro para interpretar esa pequeña perla de información. Violación, una cosa que ellos no habían hecho aún. No le des una reacción. Dormiste con Cathy, recuerdas. No había nada peor. —Deli, tío —procuró articular cada sílaba, quería que las palabas fueran entendidas—. Lamento herir tus sentimientos, pero no eres mi tipo. El alienígena se encogió de hombros. —Pronto lo seré, estoy seguro. Él inspiró lentamente, reteniendo el aire… reteniéndolo -¡Dios, el dolor!- y luego lo liberó igual de despacio. Inspirar, expirar. Insp… se quedó quieto y frunció el ceño. Los pensamientos de violación retrocedieron, ahogados por una conciencia embriagadora. ¿Qué era esa fragancia tan deliciosa? Inhaló otra vez, las ventanas de la nariz se le dilataron. Y luego lo supo. El Delensean no estaba solo. El de otro-mundo emitía un olor parecido al whisky, pero Jaxon olía a algo dulce y embriagador. Algo floral. La sangre se le calentó y la piel se le tensó. El estómago se le

contrajo. El pene se le estiró en su primera muestra de interés desde el encarcelamiento… e incluso desde mucho antes. Jaxon parpadeó con sorpresa. Débil como estaba, la reacción debería haber sido imposible, pero el cuerpo actuaba como si la fragancia estuviera mezclada con puras feromonas. Eso quería decir… Una mujer. ¿Humana? ¿Alienígena? ¿Importaba? Enemiga, indudablemente. Siempre le gustaron las mujeres que embadurnaban sus cuerpos con perfumes, pero ésta parecía oler más que ninguna que hubiera conocido antes. Su perfume era completamente femenino y totalmente seductor, como una droga. Prohibido. Cautivador. Podría deleitarse en él durante horas. —Te he traído un regalo esta vez —dijo Thomas. Se rio entre dientes, como si recordara otra de sus aburridas bromas—. Espero que ella te guste. Una segunda y vaga figura rodeó al de otro-mundo, sin acercarse a Jaxon, sino quedándose a una distancia donde pudiera estudiarlo mejor. Pasó un largo momento en silencio. Se dio cuenta de que era alta para ser mujer. Probablemente medía metro setenta o metro ochenta. Rubia, si el brillante halo alrededor de su cabeza era una indicación. —Tiene los ojos prácticamente cerrados —dijo ella, su voz ronca y rica. Sexy. La sangre de Jaxon se calentó otro grado, sobresaltándolo y cabreándolo. ¿Qué tipo de idiota se excitaba por su verdugo? Y no tenía dudas de que eso era ella. ¿Por qué si no estaría aquí? Tic-tac, tic-tac. Le palpitó un músculo bajo el ojo. Aquel molesto ruido comenzaba otra vez. ¡Maldita sea! ¿Qué era necesario para deshacerse de él? ¿La muerte? —¿Es un problema? —preguntó Thomas. —Sabes que me gusta mirar los ojos cuando trabajo. Esta vez, hubo un lloriqueo principesco en su tono que podría haber sido divertido en cualquier otra situación. Le hacía pensar en una niña que había pedido a Santa Claus un poni, pero que en cambio se había encontrado con un gatito debajo del árbol. El gatito no era lo que había querido, así que el gatito no podía ser tolerado. —Mis disculpas, Marie —dijo Thomas, y maldito si él no sonó como si realmente lo sintiera—. El agente provocó nuestra ira. ¿Un sincero arrepentimiento por parte de Thomas? Marie debía asustarlo. Interesante.

Marie suspiró con ira y estiró una mano hacia Thomas. —Hablaremos de esto más tarde. ¿Le dieron suero de la verdad? —Por supuesto. Nos dijo que su nombre era Minnie Mouse y que vivía en Villa Pesadilla. —Entrenar a la gente para que luche contra tales drogas debería ser ilegal — refunfuñó ella—. Mis herramientas, por favor. No digas nada; no te atrevas a decir nada. —No necesitas ninguna herramienta, cielo. —Las palabras salieron como un torrente decidido, imparable, queriendo mostrar el temple. Aunque al hablar había demostrado lo opuesto, aún más cuando quería permanecer callado, pero resueltamente añadió—: Ven a sentarte en mi regazo y te diré todo lo que quieras saber. Jaxon esperó a que ella jadeara, diera un pisotón y lo abofeteara. Tal vez una parte de él la había aguijoneado para que comenzara con lo que había planeado. Nada era peor que la espera, ni siquiera las pinzas de electrochoque que le habían colocado en los pezones y que habían usado antes… y aquello le había dolido como el infierno. Marie simplemente soltó otro de aquellos suspiros, puso mala cara y le dijo a Thomas: —Sí, ya veo lo que quieres decir. Su actitud cabrea bastante. Aunque eso no disculpa tu comportamiento —añadió—. Tú me invitaste a venir, y como tu invitada, espero que mis deseos sean tomados en cuenta. —Desde luego. No tocarán su cara de nuevo. —Bien. ¿Qué os ha contado hasta ahora? —Aparte de mentiras, nada. Independientemente de lo que le hiciéramos —dijo Thomas, obviamente perplejo—. No nos ha contado nada del virus. —Eso es porque él no sabe nada —refunfuñó Jaxon. Otra mentira, por supuesto. Sabía mucho más de lo que hasta su jefe suponía. Y mientras Marie y Thomas murmuraban entre ellos, algunos recuerdos empezaron a destellarle en la mente. —Tú y sólo tú trabajaras en esto —había dicho Jack Pagosa, dándole una dorada carpeta sellada. La cara por lo general rubicunda de Jack había estado pálida, sus ojos lanzándose constantemente hacia la puerta como si esperase que en cualquier momento alguien irrumpiera en su oficina pistola en mano. Tenía el espeso y canoso pelo de punta, como si se hubiera pasado los dedos cada pocos segundos.

—¿Por qué yo? —Había preguntado Jaxon mientras se sentaba en la silla frente al escritorio de su jefe, inmediatamente deseando haberse tragado las palabras. Sabía el porqué, y a nadie le gustaba oír que le daban un trabajo simplemente porque era la última opción, la única persona disponible. Mia Snow, la mejor agente de Jack, estaba ocupada entrenando a las nuevas reclutas de New Chicago, jóvenes chicas recién salidas del campamento. Y el compañero de Mia, Dallas, se había encontrado emocionalmente inestable después de recuperarse de una experiencia cercana a la muerte. Jack se metió en la boca un puñado de antiácidos, los masticó y se los tragó de forma audible. —No por lo qué piensas, obviamente. Primero, eres el hombre más tranquilo que conozco. Y segundo, puedes conseguir respuestas hasta de un muerto. —Más antiácidos—. Oh, sí. Y cuantas menos personas sepan sobre la cuestión, menos posibilidades de pánico. Todo esto es máximo secreto. Más tarde, esa noche, cuando Jaxon abrió la carpeta y comenzó a leer, no se sintió tan tranquilo. Se sintió aterrorizado. Parecía que una nueva especie alienígena había entrado a hurtadillas en el planeta. El gobierno les llamaba Schön. Hermoso en alemán. Habían sido vistos aquí y allá, y su número parecía ser pequeño. No más de once, no gran cosa. Después de todo, una nueva especie alienígena parecía llegar cada jodido día. Y no es que él estuviera resentido ni nada parecido. Lo que había llamado la atención del A.I.R. sobre los Schön, sin embargo, era el hecho de que emitían un líquido tóxico. El líquido no solo mataba, hacía algo mucho peor. Estos hombres de otros-mundos eran, al parecer, tan atractivos, que las mujeres humanas se lanzaban sobre ellos. Y cada mujer que lo hacía terminaba en el hospital, con un grado nueve de alucinaciones, perdiendo el sentido de la realidad más cada día hasta que finalmente desarrollaban un hambre por la carne humana que no podían eliminar. Jaxon las había interrogado tanto al principio como en la etapa final de la enfermedad. El estómago se le revolvió ante el recuerdo. No le había contado a nadie lo que había descubierto y no pensaba hacerlo hasta que no hubiera procesado la información él mismo. ¿Pánico? Jack no tenía ni idea. Después de los interrogatorios…, bueno, las mujeres habían tenido que ser sacrificadas como animales y Jaxon había sido el que tuvo que hacerlo. Se había odiado

por ello, todavía se odiaba, pero no hubo otra opción. Aquellas hembras se habrían comido a sus propios hijos –literalmente- si les hubieran permitido vivir. Él debería estar en las calles ahora mismo, cazando a los Schön. Hasta que fueran destruidos, más y más víctimas surgirían. No se necesitaba a un vidente para entenderlo, sólo una persona con dos dedos de frente. Jaxon estaba cualificado en eso. Ahora mismo, parecía ser sólo la mitad de lo que era. Si no se escapaba pronto de allí… Conoces a Jack. Ya tendrá a alguien en las calles, haciendo lo que se supone tú tenías que hacer. Jaxon intentó consolarse con eso. —¿Qué pensamientos hay en esa cabecita, ¡hmmm!? Jaxon parpadeó y la mujer en el interior de la celda entró en el campo de visión. Debió haberse desorientado, porque no la había oído moverse, aunque ahora estaba agachada frente a él. Sus largas piernas a horcajadas sobre él y sus suaves manos le ahuecaban con cuidado las mejillas. Una de sus palmas estaba caliente, la otra fría y sedosa, como si estuviera cubierta por una especie de material con hielo debajo. Aunque tenía la visión borrosa, estaba completamente seguro que jamás había estado más cerca de la perfección. Sus ojos eran de un hipnotizador ónice, enmarcados por la medianoche. Su piel pálida y tersa, cómo la nata. Su nariz perfectamente recta. Sus pómulos una obra de arte. Sus labios una fantasía hecha realidad. Sensuales, rojos, deliciosos, la clase de labios que un hombre por lo general tenía que pagar para disfrutar. Su olor era más fuerte ahora, mejor, y pensó que pillaba un atisbo de jazmín. Salvaje, exótico. ¿Cómo la mujer en sí misma? Como si importara. Por mucho que quisiera, él no se engañaba. Ella era una torturadora profesional y una asesina. Probablemente había estudiado el cuerpo humano para conocer cada zona sensible y los mejores métodos para lograr un máximo dolor. —¿Ni siquiera me darás una pequeña y diminuta pista? —suplicó ella, agitando sus largas pestañas, atrayéndolo más profundamente en el mar negro de su intensa mirada—. No quiero hacerte daño. —¿Pista? —Se hizo el tonto. Por desgracia, no era una tarea difícil—. ¿Pista sobre qué? ¿Qué llevaba ella? Por fin un aspecto positivo en el devastado rostro. No podía ver con suficiente claridad para distinguir su ropa, lo que significaba que, en la mente, llevaba ropa

interior. Negra, como sus ojos. De encaje transparente. Tenía los pechos pequeños, pero eran suaves y de rosados pezones. A pesar de su condición, la polla se le alargó, se hinchó y endureció. Marie soltó un pequeño y encantador jadeo, como si sintiera la dureza, pero no se alejó. —No esperaba tal respuesta de tu parte, me sorprendes en todo momento, Jaxon Tremain. Ella hablaba como si tejiera un hechizo. Su voz era suave y melódica, calmante, ronca y susurrante. ¿Cómo sonaría durante el orgasmo? ¡Maldición!, ¿de dónde venían estos pensamientos? Oyó gemir a Thomas con impaciencia, pero no le importó. —Deberías desencadenarme —le dijo a Marie, usando su voz más seductora—. Y deberíamos tener una cita. Una pausa, un ceño. Su cabeza se inclinó a un lado mientras ella lo estudió más atentamente. Profundizando el ceño, Marie le cogió la muñeca izquierda, la agarró y se quedó quieta. Ella tragó y se lamió los labios. —¿Y qué haríamos en esa cita? Jaxon se lo imaginó y escuchó una nota melancólica en su tono. —Tendríamos montones y montones de diversión. —Oh, ¿en serio? —Su ceño se suavizó un poco, añadiendo toda clase de atractivos a su expresión—. ¿De mi tipo o del tuyo? Él sabía lo que preguntaba: Dolor o placer. —Del mío, pero estoy seguro de que podríamos incorporar alguno de los tuyos si me lo pides amablemente. —Marie, esto es… —interrumpió Thomas. Todo su cuerpo se tensó y su barbilla se alzó mientras ella perforaba al alienígena con un feroz brillo. —Cierra el pico, Thomas. Ya me cabreaste una vez. ¿Quieres hacerlo dos veces? Silencio. Jaxon se adhirió a la posibilidad de examinarla más estrechamente. De perfil, su barbilla tenía un deje obstinado y en su oreja lucía varios diamantes. Su pelo era lacio y le llega al hombro, y se lamentó por no tener fuerzas para levantar la mano y pasar los

rubios mechones entre los dedos. Deseó poseer la buena fortuna de tener esos mechones extendidos sobres los muslos mientras ella lo chupaba hasta dejarlo seco. ¡Como si pudieras manejar eso ahora mismo, idiota! —Te pierdo otra vez. —Enfrentándolo de nuevo, Marie le acarició con los dedos las mejillas, poniendo mucho, mucho cuidado con las heridas—. ¿La pérdida de sangre afecta a tu concentración, cariño? —Lo siento. ¿Qué? Ella emitió una cálida risita. —Una disculpa, después de todo lo que te han hecho. Que sorprendente. —Otra risita—. Estabas a punto de darme una pista. Sobre los Schön, el virus, y las mujeres que han infectado. Cuando él apretó los labios, su calor desapareció. Tic. ¡Cristo! El reloj no. ¡Cállate, cállate, cállate! —Parece que estás sufriendo mucho dolor, Jaxon —su voz era todo negocios ahora—. Dime lo que quiero y acabaré con él. Detendré la agonía. Tienes mi palabra. Mientras ellos empezaban otra vez a interrogarlo, quince años de trabajo de campo y un año de educación se pusieron en marcha. Negarlo siempre. Un solo detalle echaría a perder todo el caso. —No sé de lo que hablas. —Tac. Hubo una pesada pausa. —¿Sabes que puedo cortarte un testículo y observar a Thomas comérselo? — Violenta como la pregunta era, ella la articuló con el dulzor de un ángel. Una de sus cejas se arqueó mientras esperaba la respuesta. —¡Ouch! —¿Cuántas veces habría realizado ella esa pequeña operación?—. No. Me temo que eso no me refresca la memoria. ¿Cómo podría? No sé nada. —Tic-tac. —¿Es diabólico que estuviera esperando que dijeras justo eso? —No esperó la respuesta—. Thomas, se bueno y pásame a Damocles. —Mmm, excelente opción —dijo el alienígena feliz. Unos segundos más tarde, el metal silbó contra el cuero, y un sonriente Thomas se puso al lado de Marie. Ahora fue Jaxon quien arqueó una ceja. O más bien espero haberlo hecho. La mayor parte de los músculos faciales estaban actualmente inoperables. Al menos, deseó parecer estar interesado antes que aterrorizado.

—¿Damocles? ¿Le pones nombre a tus armas? —¿Tú no lo haces? —preguntó con sorpresa. Agarró la empuñadura de una espada, y él pudo ver el afilado y encorvado acero brillar ante la única bombilla que colgaba del techo. Al menos estaba limpia, sin ningún metálico olor a óxido que se desprendiera de ella. —No —contestó él—. Nunca he tenido. —Una vergüenza, ya que pueden ser las mejores amigas de una persona. —O el peor enemigo. Ella le dio un toquecito a la punta de la nariz con su mano libre, la que tenía destapada y caliente. —Si hubieras tenido armas en tu casa, no podrían haberte cogido. Las mejores amigas. Ante la paciente censura en voz, él soltó una carcajada. —Lección aprendida, créeme. —Lamentablemente, es demasiado tarde. Tic-tac, tic-tac. Por alguna razón, todas las emociones se diluyeron. Debería de haber tenido más miedo que nunca. Debería estar temblando, meándose en los pantalones. Cualquier cosa. En cambió, la única emoción que sentía era curiosamente el alivio. Por fin las palizas cesarían. La violación no pasaría. Y tal vez, en la vida después de la muerte, lo emparejarían con un ángel justo igual a Marie. Menos su inclinación por matar, por supuesto. ¿Cuándo te volviste tan cobarde? ¡Lucha contra esto! Lucha contra ella. —Última oportunidad para decirme lo quiero saber —dijo, presionándole el acero contra el cuello. Pasó un segundo. Otro. Cuando Jaxon continuó callado, ella seccionó la piel hasta que salió una gota de sangre. Gracias a Dios el tic-tac no se mantuvo. Extraño, pensó, ya que estos eran probablemente sus últimos minutos en la Tierra. Ella apretó más fuerte. Jaxon no mostró ninguna reacción a la picadura. ¡Infiernos, un pequeño pinchazo no era nada comparado a lo que había soportado! Lentamente, ella bajó la mano,

deslizando la hoja sobre el pecho desnudo, cortando la piel a lo largo del camino. Alcanzó el ombligo, girándolo débilmente a su alrededor y se paró justo entre las piernas cubiertas por el vaquero. Thomas, que había permanecido a su lado, se rió con regocijo. Probablemente tenía una erección. ¡Dios, odiaba hacerlo feliz! Jaxon se tragó un inesperado arrebato de cólera. No tan aliviado, después de todo. El instinto combativo cobró vida, mezclándose con la cólera y entrando en conflicto con la necesidad de acabar con todo. El sudor le resbaló por el pecho. —Y bien —provocó Marie. La punta del arma cortó el pantalón y le presionó las pelotas—. ¿Algo que decir? Las ganas de acabar ganaron. Sin él, esta gente jamás sería capaz de encontrar a los Schön. Y si ellos no podían encontrarlos, no podrían usarlos como arma contra los humanos, independientemente de las demás cosas que planearan. Jaxon cerró los ojos y se despidió de una de sus partes favoritas del cuerpo. Os quiero pequeñines. Hemos pasado muy buenos momentos juntos. —Última oportunidad, Jaxon. La mirada resuelta, chocó con la de Marie. —Te lo dije. No sé de qué me hablas. Sus exuberantes labios se elevaron en una exquisita sonrisa, iluminando toda su cara. En ese momento, era una mezcla perfecta del bien y el mal, inocencia y maldad absoluta. El traidor corazón se saltó un latido, en completa apreciación masculina. Sus dientes eran blancos y rectos y la rosada punta de su lengua asomó entre ellos, como si se la mordisqueara. —Esa respuesta te salvó la vida —dijo, y luego lanzó el brazo a un lado, apuñalando a Thomas en el estómago. La sangre salpicó la cara de Jaxon mientras Marie movía su espada dentro y fuera. El alienígena se sacudió y jadeó con dolorida sorpresa. Jaxon sólo pudo mirar, morbosamente intimidado y completamente confundido. Aquel golpe letal iba destinado a él, ¿verdad? Sonriendo de forma oscura y mortal, Marie se elevó sobre sus rodillas y retorció la muñeca para conducir la hoja aún más profundamente, cortando cada órgano que pudiera alcanzar.

—Disfruta del infierno, jodido enfermo. No tienes ni idea de cuánto tiempo he querido hacer esto. Thomas se derrumbó en un montón inmóvil, convulsionando en su muerte, y todo lo que Jaxon pudo hacer fue mirarlo fijamente, preguntándose qué sería lo siguiente.

CAPÍTULO 2

Mishka Le’Ace -alias Marie- metió la mano en el bolsillo del pantalón del alienígena muerto, buscando la llave de las cadenas de Jaxon. Thomas le tenía un miedo de muerte al escáner de Identificación Personal, que habría sido necesario para abrir y cerrar un buen par de esposas-laser. El A.I.R., teóricamente, podría capturar su señal, rastrearla y anularla. No es que ella hubiera visto alguna vez hacerlo. Pero los miedos eran universales, irrazonables, y a veces incontrolables. Ella solía quejarse a Thomas por la falta de tecnología, prácticamente mendigándole para que la utilizara. Hoy estaba agradecida de su continuo rechazo, ya que le ahorró un montón de jodido tiempo. En vez de inutilizar los cables, quemándose tanto ella como Jaxon, todo lo que tenía que hacer era insertar un pedazo de metal en la cerradura situada en su muñeca y girarlo. Cuando dobló los dedos alrededor de la llave, la sacó de un tirón y corrió hacia el agente al que había sido enviada a rescatar. O matar. Dependiendo de su capacidad para guardar un secreto. Increíblemente, él había mantenido la boca cerrada. Había esperado que se quebrara en el momento en que le colocó la hoja en la polla. Pero no lo hizo, sorprendiéndola hasta la médula, y por eso ahora lo salvaría. Se preguntó lo que él sabría, la solapada información que rondaba en su cabeza. Tenía que ser importante, quizás del tipo que cambiaba la vida, de otra forma no habría sido apartada de otra misión para una simple extracción. —¿Crees que puedes andar? —le preguntó ella. —¿Quién eres tú?

Sus palabras fueron mal pronunciadas, apenas comprensibles. Cólera, confusión, e incertidumbre emanaban de él. —Soy tu nueva mejor amiga, cariño. —Después de unos segundos, ella tenía sus tobillos y muñecas libres y tiraba de él para ponerlo en pie—. Me envía tu jefe —o algo parecido. Un siseo de dolor se escapó de él, y rápidamente dobló la rodilla de una pierna, manteniendo el pie en alto. —Roto —gruñó. Echó un vistazo hacia abajo… abajo… abajo… Demonios, que alto era. Por fin vio el tobillo en cuestión y se estremeció. Roto, sí. Definitivamente, destrozado. Aquel tobillo iba a hacer el trabajo mucho más difícil. —Así que, ¿quieres que te lleve a cuestas? —Las palabras eran un desafío, una puya pensada para hacerlo saltar. —Jódete —dijo. Al menos, eso es lo que pensó que dijo. Era difícil saberlo. Deslizó la mirada por el resto de él. Medía perfectamente un metro ochenta y cinco de puro músculo y fuerza. ¿Podría acarrearlo? Era fuerte. Sus creadores se habían asegurado de ello, pero… La cabeza de él se inclinó hacia ella y sus pálidos y magullados labios se apretaron en lo que podía ser una mueca. Le’Ace era máquina, animal, y en pequeña proporción humana -aunque muchos discreparan sobre esto último-, y las tres partes percibieron su ofensa. En esto, al menos, era predecible. Como macho alfa que era, no podía soportar ninguna afrenta a su masculinidad. Pero eso era algo más en su larga lista de cosas que no había esperado de él. Alfa. En su expediente ponía "apacible" e "imperturbable", incluso "calmado". El hombre que la fulminaba con la mirada no era ninguna de esas cosas. Cauteloso, decidido, de pulla fácil. Todo eso, sí. —Bien —insistió—. Por mucho que me gustaría aceptar tu oferta, no contestaste a mi pregunta. ¿Te llevo? —¿Tú qué crees? —preguntó Jaxon con aquella voz rota—. No importa. Podrías intentarlo. No. Caminaré. —Buen chico —dijo, y lo soltó.

Él se tambaleó hacia un lado y se habría caído si ella no lo hubiera agarrado de nuevo. Le’Ace suspiró. No, no caminaría. Su espíritu podría estar dispuesto, pero su carne estaba demasiado débil. ¿Cuál era la mejor manera de manejar al imprevisible Jaxon y la inminente batalla con sus captores? Mentalmente consideró rápidamente las opciones. No había muchas. Todo el tiempo, Jaxon la observó fijamente, inquietándola, claramente intentando tomarle las medidas. —Supongo que tengo que pasar al plan B —murmuró ella. —¿Y cuál es el plan B? —Aún no lo he decidido. Todo lo que conozco es el final. —¿Y es? —Escaparnos sin incidentes. —No confío en ti —dijo él entre dientes—. Esto podría ser un truco. Genial. Iba a ponerse difícil. En parte se sintió aliviada. Por fin actuaba como la gente con la que trataba todos los días. Lo que quería decir que sabría manejarlo. —Podría ser un truco —le dijo—. Sólo el tiempo lo dirá. —Inclinándose de costado, lo empujó hacia la despedazada pared. Débil y herido como estaba, no pudo hacer nada para detenerla. Lo apoyó allí, se aseguro que estaba estable, caminó hacía la bolsa de herramientas y cogió un trapo. «Lectura de las estadísticas del área circundante», exigió saber al chip implantado dentro del cerebro. Un chip que supervisaba las actividades, así como los pulsos de energía de todos a su alrededor. Se limpió las manos ensangrentadas en el trapo. Gracias a Dios, el chip estaba programado para dar la información sólo cuando ella preguntaba. De otra forma, las constantes corrientes de datos la bombardearían a todas las horas del día y la noche. La respuesta fue instantánea, no una voz, sino una repentina comprensión. «Cuatro Delenseans y dos humanos. Arriba». «¿Probabilidad de ataque dentro de los siguientes minutos?» «El dieciocho por ciento. Ninguna hostilidad detectada». «Bien. Adviérteme si alguien se acerca». «Sensores encendidos… ahora».

Le’Ace buscó de nuevo en la bolsa y saco una jeringuilla y una botellita adquirida en el mercado negro. —¿Qué haces? —exigió Jaxon. —Ayudarte. No necesitas darme las gracias. —Le’Ace no podía creer cuanta resistencia poseía el hombre. Cualquier otro con aquel tipo de heridas estaría muerto o sollozando. Jaxon había bromeado con ella y ahora se negaba a retroceder. Sólo podía imaginar cómo se comportaría cuando estuviera completamente curado y casi deseó que le permitieran averiguarlo. Ciertamente, jamás se había encontrado con un hombre como él. Tan fuerte, tan irreverente, completamente capaz e indudablemente honorable y leal… aunque con una mente un poco perversa. ¿Dónde estaba el hombre reservado y respetuoso que el A.I.R. pregonaba que era? Quizás la tortura lo había cambiado, reflexionó, pero no habría apostado por ello. Había estado secuestrado ocho días. No era tiempo suficiente para transformar a un agente entrenado tan drásticamente, independientemente de lo que le hubieran hecho. Después de todo, él había soportado torturas similares antes y no había desarrollado esa encarnada irreverencia. ¿Le daba un vislumbre del verdadero hombre, entonces? Si fuera así, eso le hacía preguntarse por qué normalmente ocultaba su verdadera personalidad. Y por qué ahora revelaba su auténtico carácter. Se sentía cautivada, y odiaba sentirse cautivada. Él era un trabajo. No podía ser nada más. Su dueño no se lo permitiría. El muy cabrón. Una vez que pusiera a Jaxon a salvo llamaría a Estap, su jefe y dueño actual, y vendrían a recogerlo. Lo más probable es que jamás volviera a verlo de nuevo. —Marie —dijo bruscamente—. Estas absorta. ¿También le pones nombre a tus agujas? —No. —Lentamente, se dio la vuelta y sostuvo la ahora rellena jeringuilla a la luz, comprobando que no tuviera burbujas de aire—. Y verás. Mi nombre es Mishka, pero todos me llaman Le’Ace. —En el momento que las palabras le abandonaron la boca, maldijo por lo bajo. No debería habérselo dicho. Su verdadero nombre era información privilegiada, y él no estaba autorizado a saberlo. Entonces, ¿por qué acababa de soltarlo? ¿Por qué de repente quería oírselo decir a este asombroso hombre? ¿Aunque fuera sólo una vez? —¿Qué clase de nombre es ese? —preguntó Jaxon.

Vale, no era la respuesta que en secreto había deseado. Se pasó la lengua por los dientes en un esfuerzo por ocultar la irritación. —El apropiado. —Ella era el as en la manga de sus creadores3. —¿Qué diablos haces? —preguntó—. Contéstame esta vez, al menos. —¿O qué? —Cuándo Jaxon soltó un enfadado siseo en respuesta, ella suspiró y dijo—: Te pongo a dormir, ¿vale? —Cualquier otro se habría largado de aquí dejándole despierto (¿para qué malgastar una droga excelente?) y se habría ido solo arriba a despachar al enemigo. Sin embargo, no quería dejar a Jaxon sufriendo. Además, aún debilitado como estaba, sospechaba que todavía podría ser capaz de arrastrarse y huir mientras estaba distraída. —Dije que caminaría —señaló Jaxon, decidido—. No pelearé contigo. —Tu tobillo está destrozado, y no puedo arriesgarme con la idea de que te mantendrás tranquilo. —Igual de decidida que él, se acercó—. Te sacaré de aquí, no te preocupes. Y simplemente piensa que, cuando te despiertes, tu pequeña hada Cathy muy bien podría estar a tu lado, besando tu frente y rociándote con su polvo mágico. Él se tensó, su destrozado cuerpo de alguna manera parecía un amenaza absoluta. —¿Cómo sabes lo de Cathy? No la he visto en meses. Elevó uno de los hombros en un encogimiento mientras se paraba frente a él. Sólo un susurro los separaba. —Sé mucho sobre ti y sobre Cathy. Tú la llamabas tu hada y ella te llamaba su agente. —A Le’Ace no le había gustado nada de Cathy y casi todo de Jaxon. Valiente, leal, intrépido. Cualidades raras en un hombre, como ella bien sabía—. Cuando acepto un trabajo, aprendo lo que puedo sobre todos los implicados. No sé cómo pudiste pasar un año de tu vida con esa chica. Cinco minutos en su presencia y ya quise cortarme las venas. Cada palabra que sale de su boca es una queja. Es condescendiente y frígida. La última frase apenas le había abandonado la boca cuando Le’Ace compendió que Jaxon le había envuelto sus amoratados dedos alrededor de la muñeca enguantada, en un esfuerzo por impedirle mover el brazo y manteniendo la jeringuilla a una distancia prudente. No debería de haber sido capaz de moverse tan rápidamente o sin su conocimiento. Y su toque no debería de gustarle tanto, pero lo hacía. 3 En inglés “Ace” es “As” en español, de hay el nombre de Le’Ace.

Él no podía saber que el brazo que sostenía era en su mayor parte mecánico y que no podría haberlo parado ni con una excavadora. No podía saber que ella le permitía el toque, incapaz de obligarse a apartarse. —Hablemos de esto —dijo él. —No hay tiempo. —Por lo general, Le’Ace odiaba ser tocada y sólo lo soportaba cuando un trabajo lo requería. Porque, cuando su jefe le ordenaba que hiciera algo, ella lo hacía sin vacilar. Siempre. El pequeño chip en el cerebro no le permitía otra cosa. Las consecuencias por desobedecer eran demasiado severas. Sólo con pensar en las capacidades del chip, una oleada de amargura la atravesó. Soy simplemente un títere. No le habían ordenado que dejara a Jaxon manosearla pero, de alguna forma, estaba más desvalida que nunca. Había calor en su toque. Calor y fuerza inexorables que traspasaban el guante, abriéndose camino a través del metal hasta el tuétano. Por un momento, se entretuvo fantaseando en que él podría derrotar a sus demonios y liberarla por fin. Las ilusiones sólo conducen a la decepción. Algo que ella sabía muy bien. —Estás absorta de nuevo —murmuró. ¡Mierda! Jamás se abstraía en presencia de otros y aun así lo había hecho con Jaxon, varias veces. Había algo tranquilizador en él, justo como afirmaba su expediente. Entrecerrando los ojos, indicó: —Sí estoy preocupada por si intentas herirme o escaparte de mí —se encontró diciéndole, aun cuando le había asegurado que no tenían tiempo de hablar—, no seré capaz de luchar contra tus captores al máximo de mi capacidad. —No lucharás contra ellos sola. ¿Preocupado? ¿Por ella? Totalmente innecesario, en primer lugar, pero absolutamente sorprendente y dulce. Frunció el ceño. —Créeme, es la mejor forma. —Flexionó la muñeca, en una orden silenciosa para que la liberara. Sus dedos se relajaron pero no la soltó. —No quieres drogarme, Le’Ace. Dijo su nombre como si fuera un ruego, y ella tembló. Otra vez, no. Antes le había dicho que debería desencadenarlo y su voz había sido hipnotizadora. Como ahora. Alguna parte profunda y escondida en ella, había reaccionado, queriéndole dar al hombre todo lo que pedía. Como ahora.

De nuevo, se encontró preguntándole al chip: «¿Es un alienígena?» «Posibilidades cero. Química encontrada únicamente humana». ¿Qué era él, entonces, que podía obligar a actuar a otros con esa voz? ¿Qué era él, que podía calentarle la sangre y arrobarle el cuerpo? —Puede que no quiera, cariño, pero voy a hacerlo. —Tenía el brazo libre colgando al costado y jugueteó con uno de los muchos anillos que llevaba, exponiendo la diminuta aguja bajo el alargado diamante. —No te soltaré. Me quedaré aquí, tal y como estamos, toda la noche. —No tienes que soltarme —dijo. Actúa. Hazlo. No lo hizo. Se quedó mirándole. Necesito una puesta a punto, estoy perdiendo facultades. ¿Cómo sería besarlo? La pregunta le llegó de improviso, naciendo del mismo lugar oculto y afectado por su voz. El deseo se arremolinó y se mezcló con la sangre, propagándose por todo el cuerpo. Esto tiene que acabar, antes de que hagas algo estúpido. Obligándose a actuar rápidamente, sin pararse a pensar, levantó el brazo y pinchó el anillo en la abultada vena que sobresalía en la base de su cuello. Sus ojos se agrandaron, y él siseó. —Lo siento —le dijo—. Y para que lo sepas, tampoco le pongo nombre a mis anillos. —Tú… zorra. —Sus párpados se agitaron, cerrándose y abriéndose. —La jeringuilla contiene una solución analgésica y antibiótica, nada más. El anillo contiene lo que te ayudará a dormir. —Me engañaste —acusó él, su voz arrastrando aún más las palabras. —Te salvé. Sus músculos se aflojaron y sus parpados se cerraron por completo. Jaxon luchó contra el embriagador sueño hasta el final, intentando mantener el agarre sobre ella, apretando, apretando aún más, pero al final sucumbió y la barbilla le cayó sobre la clavícula, sus dedos se soltaron y el brazo cayó a un lado. De nuevo, ella estuvo asombrada de su fortaleza.

Le’Ace lo tumbó con suavidad en el suelo, cuidadosa de sus fracturas. —Realmente lo siento. —Tanta fuerza. Una vergüenza quitársela, incluso por un ratito. Suspirando, clavó la jeringuilla en su brazo, la vació y luego se alejó. Quiso entretenerse, estudiarlo más atentamente. Ciertamente, este hombre era todo un rompecabezas, un rompecabezas muy sexy en realidad, y dejar un rompecabezas sin resolver era detestable para ella. Es sólo un trabajo, se recordó. Tenía que ser así. No era buena, estaba manchada y llevaba más equipaje que un viajero por el mundo. Era mala para los hombres porque, cuanto más tiempo se quedara con uno, mayor era la posibilidad de que le obligaran a jugársela. Había sido creada en un laboratorio, jamás había tenido novio. ¡Diablos, jamás había querido uno! Si le ordenaban matarlo, o peor, si le ordenaban joder con alguien más mientras salía con él… Esos eran los trabajos que más odiaba y siempre vomitaba cuando los terminaba. ¡Suficiente! Si seguía escavando en los recuerdos, terminaría llorando de modo incontrolable, girando sin parar en el vórtice de su miserable pasado, engulléndola la oscuridad y olvidándose de su actual trabajo. Frunciendo el ceño, se levantó y se dirigió con grandes zancadas hacia la bolsa. Thomas y compañía la conocían como Marie el Verdugo, uno de sus muchos alias. Habían confiado en ella implícitamente, ya que les había hecho muchos trabajitos a lo largo de los años y siempre con éxito. Para mantener su identidad, había tenido que hacerlo. Un asesinato aquí, una tortura por allí. “Marie” estaba al tanto de la información que el gobierno no podía conseguir de ninguna otra forma -como el secuestro de Jaxon y su posición- así que ella había hecho todo lo necesario por su tapadera con una feliz y amplía sonrisa en los labios tipo “me encanta lo que hago”. Bien, Marie se había ido por el retrete. Ya nadie confiaría en ella, pero el sacrificio había sido un costo asumido antes de que pusiera un pie en el recinto. El bastardo de su jefe había querido a Jaxon vivo de ser posible. No por Jaxon, por supuesto, sino por él mismo. Estap deseaba los mismos secretos que hasta ahora Jaxon había mantenido ocultos. Si Thomas no lo había quebrantado, dudaba que Estap pudiera. Lo que significaba que lo salvaría ahora para, tal vez, matarlo más tarde.

«Lectura estadística». «Ningún cambio». Excelente. Retiró varias piezas de las armas de un paño negro. Aunque Thomas podría haber confiado en ella, no habría permitido ningún tipo de pistola dentro de su casa. Al igual que con los escáneres de Identificación Personal, le asustaban. Tuvo que desmontar tanto de ellas como fue posible y esconderlas entre los cuchillos. Después de montarlas, comprobó el cristal de detonación del pyre-arma y el cargador de la Glock. ¡Listo! Las puso sobre la bolsa y se envainó un cuchillo en cada muñeca, bajo las mangas de la camisa y luego dos más en la cintura. Una vez terminado, cogió de nuevo las armas. Con un último vistazo a Jaxon -su pecho se movía a un ritmo constante, con profundas y regulares respiraciones- salió de la celda. «¿Ha entrado alguien en la casa?» «Negativo». Cuatro alienígenas y dos humanos de los que encargarse, entonces. No era un mal número. Subió las escaleras y abrió con el hombro la puerta que conducía a la primera planta. Una rápida exploración visual mostró que el cuarto estaba vacío. El mobiliario era viejo y gastado, pero limpio, y todas las ventanas tenían pesadas cortinas. «¿Posición de los inquilinos?» «Los seis están aún en el cuadrante sudoeste». El cuadrante sudeste quería decir la cocina. Bien. Un área contenida. «Apaga sensores». «Sensores apagados… Ahora». No quería gritos mentales de que alguien se acercaba mientras se dirigía hacia allí; quería los pensamientos claros y concentración total. Aceleró los pasos a través de la sala de estar y por el pasillo, evitando otra escalera y una puerta que conducía a un pabellón bien cuidado. Las dos puertas batientes de la cocina aparecieron a la vista, y luego, de pronto, estaba junto a ellas. Se detuvo, cuadró los hombros y silenciosamente colocó las manos sobre los tablones de madera, las armas en vertical. Ella escuchó. Risas, revolver de papeles. Lento y fácil, como cualquier otro día.

Obligándose a suavizar la expresión, empujó los tablones hasta abrirlos, silenciosa y paulatinamente. Un humo espeso la rodeó al instante en una brumosa neblina. Quizás más tarde, pensaría en esto como un sueño. Irreal. La risa todavía resonaba, más fuerte ahora. Inadvertidamente, dejó caer los brazos tras la espalda. —Caballeros. Cinco hombres le prestaron su inmediata y sorprendida atención -tres alienígenas y dos humanos- la afrontaron. Sólo cinco. Eso significaba que faltaba un alienígena. ¡Maldita sea! ¿A dónde había ido? Con la precisión de una CPU, juzgó a cada uno de los objetivos en menos de un segundo. Ellos rodeaban una mesa de póker. El macho más alejado de ella era Jacob, el brazo derecho de Thomas. Su piel era de un azul más claro que la de Thomas, y tenía siete brazos en vez de los habituales seis. Cada especie tenía sus bichos raros, reflexionó. Ahora mismo, dos de sus manos sostenían las cartas, otra una cerveza, otra un cigarro, dos más masajeaban sus hombros y otra agarraba un cuchillo que la señalaba a ella. Jacob se relajó y bajó el arma a la mesa. —¿Todo bien, Marie? —Él había vivido en la Tierra toda su vida, así que parecía completamente humano. Los demás también sostenían cartas, cervezas, y cuchillos. Le’Ace no había trabajado tanto con ellos, así que no se sentían cómodos con ella y no bajaron sus cuchillos. —Sí —contestó—. Todo bien. ¿Dónde está tu amigo? ¿El macho alto que vi esta mañana contigo? —En el cuarto de baño. —¿Arriba o abajo? —preguntó ella. —Arriba, seguro. En la habitación de invitados. —La cara de Jacob se arrugó con confusión—. ¿Qué importa eso? —Nada. ¿Esperas a más a invitados hoy? —No. Dime qué pasa. ¿Dónde está Thomas? —En el infierno. Salúdalo de mi parte. —Lanzó ambos brazos hacia delante, cruzando las muñecas mientras apretaba los gatillos. Boom, boom, boom. Lentamente

descruzó los brazos, disparando por cada pulgada del cuarto a un ritmo estable. Las balas volaban por un lado y el fuego de la pyre por el otro, sus brillantes rayos amarillos y naranjas causando ampollas. Solo era un sueño, solo un sueño. Los cinco hombres se sacudieron con dolor. Algunos gritando, otros gimiendo. Los cuchillos, las botellas de cerveza y las cartas cayeron al suelo en un baile discordante. La sangre salpicaba de las heridas causadas por las balas y la carne se quemaba por el fuego. Ella habría vomitado pero, lamentablemente, estaba acostumbrada al enfermizo olor. Sólo cuando todos los hombres se derrumbaron, sus expresiones congeladas, relajó los dedos. Sin el rugido de la Glock, el silencio era ensordecedor. Y como el humo continuaba, la mortal escena conservó esa sensación lejana, distante de la realidad. «Sensores abiertos. ¿Niveles de energía?» «Cuatro extinguidos». «¿Y el quinto?» «El último a la derecha. Débil, pero todavía vivo». Le’Ace comprobó la recamara de la Glock. Una bala. Amartilló, levantó el cañón, apuntó y disparó. Boom. La bala se clavó justo entre los ojos del hombre, su masa cerebral salpicando la pared. Él defecó cuando su cuerpo sufrió un espasmo final y esta vez ella realmente sintió arcadas. Por encima, escuchó pesados pasos a través del vestíbulo. Cerró los ojos por un segundo, deseando que el trabajo estuviera acabado. Ya. Pero la realidad, como los sueños, a menudo eran obstinados. «¿Probabilidad de ataque?» «Del veintitrés por ciento. El objetivo parece estar en proceso de huida». «Volumen auditivo en aumento». Un segundo más tarde, escuchó crujir los goznes de una puerta al abrirse la puerta de un dormitorio. Paso, paso, paso. Crujido. Paso, paso, paso. «Del treinta y dos por ciento». Más pasos.

«Treinta y ocho por ciento. Treinta y nueve por ciento. Cuarenta y seis. Incrementándose rápidamente. Ya no huye sino que se acerca. Preparada para la confrontación». Le’Ace envainó la vacía Glock en la cintura y se apretó contra la pared. La adrenalina bombeaba por el riego sanguíneo y el corazón era un tambor que vibraba dentro del pecho. Hasta ahora, el trabajo había sido sencillo. Es más, con los años había notado que cada trabajo que tenía le resultaba menos complicado. Así debía ser. Aquellos pasos se acercaban más y más. Hubo otra larga y pesada pausa, una maldición murmurada y luego, como si el Delensean hubiera cambiado de idea sobre comprobar cómo estaban sus amigos, los pasos se alejaron cada vez más de puntillas. «Treinta y uno por ciento y bajando rápidamente». Apretó los dientes. ¡Maldito! Iba a hacer de su persecución un juego. Con la pyre-arma extendida, se movió lenta y silenciosamente por la cocina. Lanzó un vistazo hacia la izquierda, luego a la derecha. Despejado. Arriba, una puerta se cerró y una cerradura giró. Los oídos recogieron cada sonido mientras él se escondía. Simplemente acaba con esto. Se hundió en las sombras bajo la escalera. Mantuvo la pyre preparada y usó la mano libre para alcanzar la bota y retirar una pequeña y delgada caja. Había entrenado los dedos para trabajar sobre el dispositivo sin mirarlo, así que ellos volaron y apretaron los botones adecuados. Una pequeña y transparente pantalla holográfica se materializó justo sobre el teclado, solidificándose lentamente en un cuadrado. Líneas negras y azules se movían por la superficie mientras el sistema inalámbrico exploraba la casa en busca de calor corporal, movimiento y voz. Todas las luces se coagularon finalmente en un solo punto, señalando la posición del alienígena en el cuarto de arriba al final del pasillo. Estaba en mitad de la habitación. Ella conocía la casa y sabía que había una cama en aquella posición. Debía estar escondido debajo de ella. ¿Cómo puedo hacer esto? ¿Jugar al gatito malo y al ratón inocente? Conoces tus ordenes, Le’Ace, se impuso el sentido común. Nada de supervivientes. Además, él no era inocente. Todos los hombres de esta casa habían usado a Jaxon como saco de boxeo. Y valorando el grado de sus contusiones, habían disfrutado de cada momento. Un poco de su autoaborrecimiento y renuencia se borró. Apagó el explorador y lo devolvió a la bota. Subió silenciosamente la escalera con el arma estable y vigilando el

pasillo. Se preguntó lo que pensaría Jaxon si hubiera estado aquí, observándola. ¿Se habría sentido impresionado o repugnado? ¿La habría alabado o sermoneado por tener tanta sangre fría? Los hombres podían hacer cualquier barbaridad por el bien de la humanidad pero si una mujer mostraba la más leve malevolencia, sin importar la razón, era considerada totalmente perversa. Eva con la manzana. Pandora con su caja. Jaxon tenía una lista de asesinatos impresionante -más de sesenta alienígenas depredadores- aunque por lo general optaba por dar el golpe mortal como última instancia. Prefería capturarlos. Me sermonearía, decidió. Quizás hasta me interrogaría para averiguar por qué soy como soy. Interrogatorio. En su expediente ponía que era un maestro en ello. A través de palabras endulzadas o llenas de enfado e intimidación, conseguía lo que quería. Aquella embriagadora voz suya y la perezosa despreocupación, probablemente le habían ayudado una o dos veces también, engatusando a sus víctimas a que confesaran de buen grado sus secretos más oscuros. Si los de los otros-mundos reaccionaban con la mitad de la intensidad de lo que ella lo hacía, le contarían todo lo que quisiera saber con una sonrisa en los labios. Unos minutos más con él y ella podría haber cedido. Admitirlo era duro y se despreció por la debilidad. Había regañado a Thomas por dejar los ojos de Jaxon tan hinchados porque Marie era una hembra sádica que le gustaba ver cada parpadeo de dolor, pero Le’Ace había estado decepcionada por otra razón. Sabía que sus ojos eran azules, pero las fotografías y las imágenes holográficas no podían capturar la cruda intensidad masculina de un hombre. Le habría gustado ver como de intenso era realmente ese hombre, aun cuando sospechara que la visión de aquellos ojos la habría debilitado más que una bala en el cerebro. Un quejido le resonó en los oídos, cortando los pensamientos. Deja de pensar en Jaxon y termina con esto. Estaba tan cerca de poner punto final a todo que casi podía saborearlo. Ante la puerta cerrada, hizo una pausa y escuchó. Ningún movimiento. Entonces, estaba todavía debajo de la cama. Llegó la hora. Uno. Dos. Tres. Con una fuerte patada, los goznes se rompieron y la puerta se abrió de golpe. De la cama, tal y como ella había asumido, salió un jadeo y luego un quejido. El arma ya estaba levantada y apuntaba, así que simplemente apretó el gatillo. Una fracción de segundo más tarde, llamas amarillas y naranjas abrieron un agujero en el colchón y derritieron varios muelles. Comprendiendo que ardería si se

quedaba quieto, el Delensean chilló y rodó a un lado. Uno de sus brazos se enganchó en la alfombra y su cuerpo quedó atrapado bajo ella, fijándolo en el lugar. Él luchó, lanzando horrorizados vistazos. —N-no. Por favor —rogó, como si no hubiera hecho cosas peores a lo largo de los años. Ella lo sabía bien. —Tengo que hacerlo. —De nuevo aplicó presión sobre el gatillo. No hubo ningún retroceso, el brillante rayo amarillo simplemente saltó hacia fuera y golpeó al alienígena, quien gritó con tanta agonía que hasta ella misma se estremeció. Una y otra vez su cuerpo se convulsionó y sus piernas lanzaron patadas. Donde el rayo lo golpeó, su camisa se había quemado y pudo ver un agujero donde debería estar su corazón y los bordes de la herida chisporroteando. Si hubiera dejado a Jaxon en paz, podría haberle cortado la garganta para terminar rápidamente con su miseria. Como no lo hizo, se quedó quieta. Cuándo dejó de moverse, preguntó: «¿Niveles de energía?» «Extinguidos». Hecho. Estaba hecho. Soltando un suspiro de alivio, dejó caer el brazo al costado, el arma de pronto pesándole mil kilos. Una gota de sudor le resbaló entre los pechos, bajándole por el estómago. Misión completada y no había recibido ni una sola herida. No, eso no es del todo cierto, pensó. Tenía una última cosa que hacer. Un sentimiento de urgencia le floreció de repente por dentro y corrió de vuelta a la celda subterránea. ¿Qué encontraría? ¿Había logrado Jaxon escapar de ella de algún modo? ¿Habría muerto? Gracias a Dios, estaba exactamente donde lo había dejado y todavía respiraba. Soltó el aliento que no sabía que estaba conteniendo, y relajó la tensión. Otro éxito. Sacó el diminuto auricular escondido en la tira izquierda del sujetador y se lo introdujo en la oreja. En el momento del contacto, el número de su jefe se marcó. —¿Resultado? —preguntó él en lugar de saludar. Nada de sutilezas con ella. —Exitoso. —Bien. Eso está muy bien. —Lo extraigo ahora y me pondré en contacto de nuevo cuando lo ubique. —No. Hubo un leve cambio de planes.

Ella sofocó un gemido, fijando la mirada una vez más en Jaxon. ¿Qué le ordenarían que hiciera? Él ya había soportado bastante y no sería capaz de resistir mucho más. ¿Compasión, Le’Ace? Ya sabes cómo son las cosas. —¿Sí? —Dos hembras más infectadas fueron capturadas. Farfullaban algo sobre cómo sería la Tierra después. Después de qué, no lo sabían o no nos lo querían decir. Jaxon es la única persona que fue capaz de conseguir respuestas de las otras, aunque estoy dispuesto a apostar a que fue selectivo con lo que compartió con los demás. Tú puedes quebrantarlo. —¿El plan? —preguntó, cuidadosa de ocultar el temor en la voz. —Cueste lo que cueste, persuádelo. Consígueme respuestas. “Cueste lo que cueste”. Una frase que había escuchado cien veces antes. Por lo general, la ponía enferma. Hoy, no podía dejar de estremecerse de entusiasmo. ¿Más tiempo con el enigmático Jaxon? ¡Diablos, sí! Lo haría. Muchacha estúpida. ¿Qué le obligaría Jaxon a hacer por aquellas respuestas? Mientras pensaba en él, la ya disparada adrenalina subió más alto de lo que lo había hecho durante el tiroteo y la consiguiente persecución, provocando que las piernas le temblaran. La frente se le surcó de arrugas. ¿Qué tipo de reacción era ésta? Jamás había experimentado una igual. Le’Ace frunció el ceño. —¿Qué pasa con el caso Tutor? —Volverás, solo que más tarde de lo que en principio queríamos. Eso quería decir empezar de nuevo con el asqueroso Tutor, un hombre que no confiaba en nadie fácilmente. Significaba más coqueteos y conversaciones guarras, todo con un hombre que despreciaba con cada fibra de su ser, sólo para recuperar su confianza y ganarse el volver a entrar en su vida. Tutor tenía que preguntarse dónde estaba y lo que hacía. Se había marchado de repente, sin dar explicaciones porque no podía arriesgarse a ser detenida. —Jaxon está herido, señor, apenas es capaz de hablar. —¿Le acababa de temblar la voz? —Cúralo —fue la respuesta—, y haz que hable. Ya te lo dije, emplea todo lo que sea necesario.

—¿Y si me niego? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta. Esperaba que la pregunta ocultara su anticipación. Y de todos modos, a veces ella vivía para fastidiarlo. A veces despreciaba a su jefe más de lo que despreciaba la idea de ser asesinada. —¿Actuando de nuevo como un humano, Le’Ace? Ella apretó la mandíbula. Él no había sido su primer dueño, cada uno de ellos estaba ya muerto. Lamentablemente, no por su mano. Pero este bastardo sabía que había sido fabricada a la carta y por lo tanto no la consideraba nada más que un objeto, una máquina. —Sabes que odio cuando lo haces, y tienes que saber que observo fijamente tu panel de control ahora mismo —su tono era sedoso y calmado. Algunas veces, a lo largo de los años, lo había visto interactuar con otros humanos que él consideraba sus iguales. Los había tratado con afecto, prodigando sonrisas y alabanzas. Sinceras, también. Eso es lo que la había asombrado más, ya que él jamás le había mostrado nada más que desprecio. Ella era suya para burlarse, usar y amenazar. —Aprieto un botón, y estás muerta. —Sí, aprieta un botón y tu androide de mil millones de dólares desaparece. No más trabajos sucios realizados para ti. No más hacer de puta para ti. No olvides eso. Un agudo dolor de repente le estalló en la cabeza y gimió. Ya lo sabía. El desafío era respondido con el sufrimiento, todas las malditas veces. No implores compasión, no te atrevas a rogar. El dolor continuó salvajemente en la cabeza, quemando el odio y el resentimiento que abrigaba hacia su jefe. O enterrándolo tan profundamente que ya no le importaba. El alivio era lo único que le preocupaba mientras puntos negros parpadeaban ante la vista. El corazón convulsionó como si una mano hubiera atravesado el pecho y lo hubiera exprimido. Los pulmones se cerraron. Más tiempo y el cráneo reventaría. Más tiempo… —Para —pidió finalmente. No paró. El dolor se extendió, palpitando en las piernas como si unos cuchillos se deslizaran por los huesos. No te quejes de nuevo. No digas otra palabra. Apretó los labios y las lágrimas le inundaron los ojos. En cualquier segundo se desmayaría. Demasiado, era demasiado. El dolor... —Por favor. —No pudo evitar que las palabras se le escaparan.

Tan pronto como apareció, el dolor cesó. Estaba jadeando, comprendió poco después y el sudor le empapaba la ropa, provocando que se le pegara al cuerpo, aunque sentía la sangre helada como el hielo dentro de las venas. —¿Decías, Le’Ace? Se pellizcó el puente de la nariz y apretó los dientes, dispuesta a tranquilizarse a sí misma. Siempre tranquila. El entumecimiento era su único amigo. Sabía que no lo olvidaría de nuevo. O eso esperaba. —Tendrá sus respuestas, señor.

CAPÍTULO 3

J

— axon. Despierta, cariño. La familiar y ronca voz tiró de él, arrastrándolo del dichoso sueño al atormentador fuego del infierno. De forma extraña, no le importó el dolor porque la voz pertenecía a la mujer de sus sueños, el demonio-ángel que quería tanto follarlo como matarlo. Mmm, ser follado hasta la muerte no parecía tan malo en este mismo momento. Placer, liberación y luego, en última instancia, paz eterna. ¿Podía un hombre pedir más? —Jaxon. Esta vez la voz pareció velada, confusa, como si hubieran empujado la palabra a través de un estanque de agua y hubiera bailado claqué con un banco de peces antes de registrarse en el cerebro. Jaxon intentó fisgonear entre los párpados entreabiertos, pero no pudo. Sin importar lo que hiciese, no podía abrir los jodidos ojos y sólo logró hacerse más daño, sintiendo la piel como si se rasgara en miles de pedazos diminutos. ¿Qué diablos pasaba? No entres en pánico. Piensa. Primero, ¿dónde estaba? Algo suave y acolchado a la espalda. ¿Una cama? Un cálido aliento le acariciaba el cuello. ¿La mujer? Sí, sí. Ella estaba a su lado. De repente un recuerdo le cruzó la mente: Un puño americano perforándole la cuenca de los ojos, agrietándole el hueso. Frunció el ceño. ¿Había peleado con ella? —¿Qué te duele? —preguntó la voz.

—Ojos. —No te entendí. Repítelo de nuevo. —Ojos. —Ah, tus ojos. Tus párpados están pegados. Las córneas estaban dañadas y siempre que los abrías se ponían peor. Se movió hacia ella, ansiando más de su calor, más de sus exhalaciones contra la sensibilizada piel. Al instante, las náuseas rodaron en el estómago, amenazando con vomitar alzándose por la oprimida y rasgada garganta. Tragó la asquerosa y ardiente bilis y respiró profundamente para calmarse. ¿Qué va mal conmigo? Uno de los brazos y un tobillo le ardían como si los hubiera bañado en lava y rociado las abiertas heridas con sal. Los costados le palpitaban como si hubieran sido fijados a la cama con rocas. —Estás haciendo muecas otra vez. ¿Todavía te duele demasiado como para hablar? —Una pausa, un suspiro—. Te ayudaré. Otra cálida exhalación le flotó sobre la cara. Algo puntiagudo se deslizó sobre la base del cuello y luego el mundo entero se oscureció. La paz volvió. De forma extraña, habría preferido quedarse con la mujer.

Jaxon, ¿estás preparado para despertar ahora?



La voz de nuevo, y un poco más insistente e impaciente esta vez. Frustrada también y, quizás, un poco preocupada. ¿Cuánto había dormido? Parecían días, por lo rígido que sentía el cuerpo. Jaxon hizo un barrido mental y descubrió que estaba desnudo excepto por algo que pesaba sobre un brazo y una pierna. La mujer debió comprender la dirección de los pensamientos, ya que indicó: —Tu brazo y tobillo han sido escayolados y ambos se curan favorablemente. Tendrás pleno uso de ellos de nuevo, aunque quizás te quede una cojera. También tienes algunas heridas internas y el hígado del tamaño de New Texas. ¿Te gustan las bebidas fuertes, verdad? Ya no, quiso decirle, pero tenía la lengua y la garganta todavía demasiado hinchadas para moverse. No, no era cierto, comprendió poco después. Fue capaz de pasarse la lengua sobre los dientes.

Todos estaban en su lugar, gracias a Dios. Una esquina de la boca se le estiró cuando intentó formar una sonrisa. La mujer -Le'Ace, pensó. Sí, ese era su nombre. Diferente y misterioso, igual que la mujer en sí misma- soltó una suave risita. —¿No ha sido eso un pelín vanidoso, Jaxon? Le’Ace. El nombre le resonó en la mente. Ella era un diablo y una preciosidad. Salvadora y asesina. —Los necesito para comer —pudo contestar él. Su risita se volvió una rica carcajada. El sonido era decadente y aun así un poco crudo, como si no se riera muy a menudo. —Lamento decirte esto, Señor Vanidoso, pero tu nariz está rota y ahora luce una leve protuberancia. —Siempre ha estado ahí. —Ah. Bien, me alegro. Me gusta así. Jaxon siempre se sintió un poco acomplejado por la nariz. Alguna vez hasta pensó en la cirugía plástica. La única cosa que lo había detenido era el pensamiento de que se la rompería otra vez y causaría una protuberancia mayor. Pero ahora, con aquel ronco “me gusta así“ haciéndole eco en los oídos, juró que jamás consideraría la opción de nuevo. —¿Dónde estoy? —Quiso entreabrir los ojos, pero los párpados aún estaban pegados. Intentar abrirlos era todavía una agonía, comprendió estremeciéndose. Se obligó a relajar los músculos faciales. —Estás en mi dormitorio. Contestaré cualquier pregunta que quieras hacerme pronto, te lo prometo. Pero primero tenemos que hablar de los Schön. Sé que no querías hablar de ellos mientras Thomas estaba presente, pero ahora él está muerto. Todos tus secuestradores lo están. Estamos solos. —No —respondió él, conciso pero significativamente. Continuó como si él no hubiera hablado. —Soy un agente al igual que tú. Ahora somos compañeros. Puedes contármelo. Será correcto. Jack quiere que me lo digas. Antes del incidente en la celda de Thomas, jamás había visto a esta mujer en su vida, jamás había oído hablar de ella. ¿Así que compañeros? Lo dudaba seriamente.

Admitía que, aturdido como estaba, no era el alumno más inteligente de la clase y podía equivocarse. Pero aun así, no era el más tonto tampoco y no entregaría nada. —No —repitió—. Mi respuesta no cambiará. —¿Por qué? —preguntó con frialdad. —Porque no. Hubo una larga pausa. —Si llamas a Jack, verificará todo lo que te he dicho. ¿Y darle el número de Jack y su posición si ella no los tenía? —No. —Estamos en esto juntos —un atisbo de frustración rezumó de su voz—. Tú y yo. —De nuevo, no. No lo estamos. Fin de la conversación. —Cada parte del cuerpo le palpitaba, no podía moverse, ni siquiera ante una amenaza de muerte. Amiga o enemiga, ella podía hacer lo que quisiera y no sería capaz de detenerla. A pesar de que no podía usar los ojos, examinó el entorno con los otros sentidos. Excepto por la baja y calmada respiración de la mujer, había silencio. Su aliento le flotó sobre el pecho mientras ella se cernía a su lado, aunque sin tocarle ninguna parte del cuerpo. Todavía yacía sobre un suave colchón, por lo que lo más probable es que no hubiera sido movido desde la última vez que lo había notado. El jazmín cubría el aire, sensual y adictivo. No recordaba haber notado la fragancia la última vez que despertó, pero la recordaba de la prisión. Debía de haber estado cerca de la muerte para haberlo omitido antes, porque el aroma de nuevo se le filtró por los sentidos, convirtiéndose en la exclusiva razón para tomar el próximo aliento. Si, una droga seguramente. —Jaxon, ¿me escuchas? —No —contestó con franqueza. Dos rígidos dedos ahondaron en la herida del hombro y él siseó. —¿Me escuchas ahora? —preguntó y no esperó respuesta—. ¿Cómo puedo ayudarte a detener a esos de los otros-mundos y ayudar a las mujeres infectadas si camino a ciegas? —Esos dedos se suavizaron y se deslizaron lentamente alrededor de uno de los pezones y después sobre el otro, bajando por la caja torácica donde se entretuvieron varios segundos antes de indagar en el ombligo. Todavía apacibles, todavía suaves.

El toque lo despertó tan seguro como lo hizo el olor. Combinados, eran irresistibles. Casi eléctricos. Su cuerpo giró hacia él, acercándose… acercándose, y uno de sus senos se le incrustó en el costado. Su pezón estaba más duro que una piedra. Él se lamio los labios, hambriento por saborearlo. La diabólica mujer hacia la única cosa que Thomas no había pensado en hacer: Seducirlo. Los músculos de Jaxon se tensaron ante el pensamiento y la polla le dio un tirón. No se había acostado con una mujer en meses. Después de Cathy, sólo unas cuantas atraparon su interés, pero ninguna de ellas lo había tentado tanto como para esforzarse en llevárselas a la cama. Y un hombre con una cara con cicatrices y una nariz larga tenía que esforzarse en ello, no importaba cuánto dinero poseyese. Así que había estado pasando sin ello. ¿Le'Ace lo acariciaría si se lo pedía? ¿Le ahuecaría las pelotas y quizás las aspirara en su boca? ¿Se sentaría a horcajadas sobre la cintura y lo montaría? ¿Estaría mojada por él? Las sexuales preguntas se vertieron por la mente, inoportunas pero eróticas, dejándolo tenso y húmedo de expectativas. Si sólo tuviera fuerzas para participar activamente, pensó con una autodespectiva sonrisa. Desearía darle placer a ella. —¿Qué? —preguntó ella con genuina curiosidad y su mano revoloteó alejándose del cuerpo. Jaxon perdió la sonrisa, comprendiendo en sólo un segundo que se sentía desconsolado sin su toque. Curioso, ni siquiera la conozco. Desearla sí, pero el deseo por lo general no removía tal arraigada emoción. —¿Jaxon? —No pasa nada —murmuró. Maldición, pero quería verle la cara, su expresión, el destello en sus ojos. Quizás ella no lo deseaba. Quizás aquel endurecido pezón no significaba nada. Quizás tuviera que esforzarse para encenderla. ¿Por qué la idea de tener que esforzarse para excitarla no lo disuadía como lo había hecho meses antes? ¿Por qué la idea de esforzarse por incitarla lo excitaba aún más? ¿Qué clase de amante sería ella? ¿Ruidosa y receptiva o tranquila y tierna? De una u otra forma, sospechaba que lo pasaría muy bien. Una mujer que mataba tan expertamente como lo hacía podía tomar todo lo que él tenía para dar y exigir más. No

tendría que preocuparse de si la ofendía o de si los perversos pensamientos se le escabullían por la boca. —¿Mencionaron las mujeres infectadas algo sobre lo que los Schön planeaba hacer cuando las interrogaste? —interrogó Le’Ace como si la conversación sobre los otros-mundos nunca se hubiera terminado. La decepción lo atravesó. —Independientemente de lo que me preguntes, la respuesta será la misma. No, ¿entiendes? ¡No! Él creyó que ella rechinaba los dientes. —Eres obstinado —dijo con un lamentable (¿admirativo?) suspiro—. Tengo que pensar en ello un poco más, tal vez acercarme de otra forma. Así que tendrás que tomar otra siesta. —Una siesta no ayudará. Y sea cual sea la forma en que te acerques, no voy a cambiar de idea. Ella rió entre dientes, y el sonido fue un poco cruel. —Oh, cariño, no hagas promesas que no podrás cumplir. No recordarás nada de esta conversación, así que no tendrás modo de saber que va o no a funcionar. —Imposible. La cama se meció. Poco después, unas frías y redondas almohadillas cubiertas de gel le fueron colocadas sobre la frente y las sienes. Cada una de ellas vibró. Tenía los brazos débiles, temblorosos y sujetos, así que Jaxon no pudo pensar en ningún modo de quitárselas. —Esperaba no tener que llegar a esto. —¿Qué haces, Le’Ace? —Buenas noches, cielo. Ya hablaremos de nuevo uno de estos días. Las vibraciones se volvieron pulsaciones y las pulsaciones parecieron meterse bajo la piel y hundirse en el cráneo. Eran cálidas y el calor se sentía crecer más y más. Los pensamientos se obnubilaron de oscuridad. —Le… —Había tenido su nombre en la punta de la lengua, un susurro burlón en el interior de la cabeza, pero ahora se había ido—. ¿Qué ocurre? —Shhh. Lamento tener que hacer esto, pero no puedo fallar. Lo siento. Simplemente relájate. Será más fácil para ti si te calmas.

De repente, todo el cuerpo se le sacudió, cada vena, músculo y hueso protestando de dolor. Él habría rugido, pero de nuevo no podía usar la lengua, anclada como la tenía en el paladar. Una negra telaraña se le tejió en el cerebro, hilada por una risueña, gorda e inexorable araña. “¡Detente!” Quiso rugir él, pero no pudo. De pronto en la oscuridad irrumpió mil puntos de luz, se le liberó la lengua, y fue capaz de hablar. Aunque todo lo que pudo emitir fue un gorgojo; un sonido atormentado que destilaba rabia y dolor. Entonces aquellos pinchazos de luz se coagularon en una sólida masa, y aquella masa limpió cada rincón de la mente como un limpiacristales que pasara sobre una sucia ventana. Nada fue dejado, salvo la sangre. El gorjeo se volvió un gemido y la rabia desesperación. Pero pronto, también, se alivió y el cuerpo se le desplomó en el colchón. Lo siento, lo siento tanto, creyó oír murmurar a una mujer y luego se durmió, sin saber nada más.

Jaxon, querido. Despierta.



Jaxon luchó contra la espesa nube del letargo, sólo para ser arrastrado hacia abajo una y otra vez. Todas las veces, batalló para abrirse camino hacia la libertad. ¿Alguna vez había estado tan cansado? ¿Tan débil? Finalmente logró empujarse a sí mismo hacia la consciencia y permanecer en ella. Con voz rasposa dijo: —Sólo necesito dormir un poco más, amor. ¿Amor? La palabra le retumbó en el cerebro, por alguna razón extraña. Por lo general, no llamaba a las mujeres con apelativos cariñosos. Eso implicaba una cercanía que siempre intentaba evitar. ¿O no lo hacía? Frunció el ceño, intentando recordar dónde y con quién estaba. Curiosamente, tenía la mente en blanco. Entonces un solo pensamiento se cristalizó: Estás en casa. Con tu esposa. ¿Estaba casado? No, no podía ser. Lo recordaría, ¿no? De repente, otro pensamiento reclamó la atención, ésta una imagen. Una belleza alta, de cabellos oscuros, con la piel besada por el sol y brillantes ojos azules sonreía por encima de él con absoluta adoración. Tenía pecas en la nariz y recordó que le gustaba contarlas.

La imagen cambió, y la belleza de cabellos morenos estaba sentada horcajadas sobre el vientre, bombeando arriba y abajo sobre el hinchado pene. El sudor brillaba sobre su piel como polvo de hadas. Sus bonitos labios se separaron y un gemido de placer se escapó de ellos. La imagen cambió otra vez, idéntica excepto por algunos pequeños detalles. La mujer que cabalgaba sobre la polla tenía el pelo corto y rubio y la piel pálida como la leche. Y nada de pecas. Tenía un destello sanguinario en sus oscuros ojos y llevaba un guante negro en el brazo derecho. —¿Jaxon? La rubia se desvaneció, evaporándose como la niebla y revelando a la morena de nuevo. La morena era su esposa. Lo sabía. También sabía que ella lo adoraba. Esa percepción le gritó a través de la mente, aparentemente taladrando y borrando cualquier otro pensamiento. Lo que más le cautivó, sin embargo, fue el repentino conocimiento de que a ella le encantaba hacerle felaciones. Se encontró sonriendo ampliamente ante ello. Soy un hombre afortunado. Estiró los brazos sobre la cabeza, perdiendo la sonrisa cuando los músculos gritaron en protesta. —¿Qué me pasa? —Pestañeó hasta abrir los párpados. La brillante luz se filtraba a través de las ventanas y lo hizo estremecerse, provocando que los ojos le lloraran. —¿No lo recuerdas? —preguntó su esposa, preocupada. Tabitha. Su nombre era Tabitha. ¿Cómo podía haber olvidado su nombre, ni siquiera por un segundo? Vivía y respiraba para Tabitha, estaría perdido sin ella. —No —contestó—. No lo recuerdo. —Giró la cabeza hasta que una oscura figura apareció a la vista. Parpadeó una, dos veces, y la visión se despejó gradualmente. Pelo negro, cara encantadora. Pecas. Una, dos, tres… nueve pecas sobre su nariz. El pecho se le expandió ante una oleada de emoción. Ella es Mía. Esta mujer es Mía. La mujer inspiró profundamente. —Tus ojos. Son… preciosos. —Parecía sorprendida y pasó un momento mientras sus palabras reverberaban en el entorno—. Bueno, quiero decir —añadió después de soltar una risita nerviosa— que nunca estoy segura de si van a ser plateados o azules. Cambian según tu humor. Hoy son plateados y es mi color favorito. Entonces tendría que encontrar un modo de mantenerlos plateados. Cualquier cosa por su Tabbie.

Jaxon estudió a esa mujer que le había robado el corazón. Tenía la cabeza apoyada sobre su enguantado codo -enguantado como la visión de la otra mujer, la rubia- y lo miraba detenidamente. La preocupación se reflejaba en su cara, coloreándole las mejillas con una bonita tonalidad rosada. Los recuerdos palidecían en comparación con la realidad. Dulce, dulce Tabitha. Su larga melena oscura como la noche, caía en torrente sobre sus hombros y le cosquilleaba en el pecho. Su piel era tan luminosa que prácticamente brillaba. Sus ojos eran azules, con motitas lavanda y enmarcados por largas y espesas pestañas. Aquellos ojos no eran cálidos ni invitadores, sino un poco fríos y decididos, una completa contradicción a la preocupación que ella irradiaba. Parecía importante, pero Jaxon no podía razonar por qué. —¿Por qué llevas un guante? —preguntó con voz ronca. —Mi pobre bebé —arrulló—. Esa brecha en la cabeza debe de haber hecho más daño del que pensábamos. —Ella le acarició la barbilla en un toque ligero y consolador. El olor a jazmín y especia femenina emanó de ella y debió de actuar como un afrodisiaco. Es más, actuó como un afrodisiaco y eso también lo enfrió hasta los huesos. ¿Por qué?—. Estoy tan contenta de que estés vivo. Ella no había contestado a la pregunta, comprendió, pero no la presionó. Algo siguió chirriándole en el fondo de la mente, algo iba terriblemente mal en aquella situación. Pero, en este momento, nada parecía más importante que el simple disfrute de Tabitha. Deslizó la mirada sobre su esposa, pasando por su cuello donde el pulso martilleaba frenéticamente. ¿Estaba nerviosa? ¿Excitada? Llevaba un blanco camisón de encaje cuyas delgadas tiras revelaban la cremosa extensión de sus hombros. Por alguna razón, no podía recordar cómo eran sus senos. Si se desbordaban en las palmas o se adaptaban perfectamente a ellas. Si sus pezones eran pequeñas bayas rosadas o capullos de rosa más oscuros. ¿Estómago plano o curvo? ¿Piernas delgadas o esculturales? Debería conocer el cuerpo de su propia esposa. El brazo más cercano a ella estaba escayolado, así que Jaxon usó el otro para alcanzarla, estremeciéndose de dolor e intentando apartar a un lado su pelo. Antes de que lo tocara, ella se alejó. Él frunció el ceño. —¿Qué pasa?

—Nada. Me asustaste, eso es todo. —Lentamente se inclinó hacia él. Contacto. Suspirando feliz, pasó varios de aquellos oscuros mechones a través de los dedos. Sedosos. Eso encaja con los recuerdos. Pero sus orejas estaban desnudas, y frunció el ceño de nuevo. Había esperado pendientes, comprendió. Muchos pendientes, plateados y redondos. —¿En qué piensas? —Su cálido, mentolado y un poco embriagador aliento le sopló sobre la cara y también le resultó familiar. Dejó caer el brazo a un lado y sintió los músculos aligerarse. —En ti. Pienso en ti. Lentamente, sus labios se estiraron en una sonrisa. —Me alegro. Ella sólo quería hacerlo feliz, pensó Jaxon. Se preocupaba por él, moriría por él. Incluso le había ayudado a recoger los pedazos de su trastornada vida cuando Cathy lo abandonó. ¿Trastornada vida? Se le unieron las cejas por la confusión. ¿Qué demonios? Eso no era cierto. Cathy lo abandonó y él se sintió agradecido. Cathy había pasado de ser altamente exigente a extremadamente insoportable. “¿En qué piensas?” le preguntaba mil veces al día. “¿Por qué no contestaste mi llamada?” “¡No quiero el sucedáneo de pollo, quiero el sucedáneo de fruta!” Dios, fui un idiota al salir con ella tanto tiempo. Le gustaba decirse que se había quedado con ella para erigir y fortificar -y luego fortificar de nuevo- su resistencia interior. Los errores no mataban a un hombre, sólo lo hacían más fuerte y toda esa mierda. Pero él sabía la verdad. O al menos, pensaba que la sabía. Cathy no había exigido más de lo que él había estado dispuesto a dar, no le habían importado las intempestivas jornadas o la distancia emocional. Y, francamente dicho, un cuerpo caliente era un cuerpo caliente y un hombre tenía sus necesidades. Así que había tolerado sus ataques obsesivos hasta que ella se marchó. Después de eso, no hubo ningún cálido cuerpo por las noches, pero a él no le afectó. El único placer que había experimentado había venido de su propia mano, pero tampoco se preocupó por ello. Había estado contento, no trastornado. —Perseguías a un grupo de alienígenas —siguió Tabitha, acariciándole el pecho y Cathy se evaporó de la mente—, y ellos te tendieron una emboscada. Te dieron una buena paliza.

Sí, recordaba los puños que volaban hacia él, los golpes y las patadas en el estómago. Recordaba las risas, los insultos, la sangre y el dolor. ¿Y la violación? Se estremeció, sin querer ahondar más en aquel camino. Por si acaso. Algunas cosas era mejor enterrarlas. —¿Daños? —Muchos. Brazo roto, costillas rotas, tobillo roto. Conmoción cerebral. —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —Pasaste unas semanas en el hospital. Cuando fuiste dado de alta, Dallas y Mia me ayudaron a traerte aquí. Y a propósito, aquí es en casa. Solo llevas unos días, pero parece que ya estás mejor. —Tembló de frío. ¿Y preocupación?—. Pensé que te había perdido. No sé lo que haría si te perdiera. —Estoy aquí. Estoy bien. —Él levantó el brazo de nuevo y le acarició la mejilla. Durante un segundo, sólo un segundo, el pánico llenó sus ojos y ella se estremeció. Entonces su expresión se suavizó, y de nuevo apartó la vista de forma inocente y aliviada. Joder, algo no iba bien. Pero por su vida, que aún no podía señalar el qué. Quizás fuera que todo parecía estar fuera de lugar, mal. Aquel olor, aquel guante. ¿Por qué le molestaban tanto? —En sueños, murmurabas algo sobre un virus —dijo Tabitha. Mierda. ¡Mierda! —Probablemente tenía miedo de haber pillado un resfriado. Ya sabes que un hombre dolorido no es más que un niño grande. Sus rojos y exuberantes labios se afinaron en una mueca. Reconoció ese gesto, aunque no podía ubicarlo en los recuerdos. —No. También mencionaste algo sobre los… Schön. Sí, eso es. Schön. ¿Quién o qué son y qué quieren de ti? Jamás, no importaba lo enfermo o drogado que estuviera, mencionaría un caso tan abiertamente. Había sido entrenado para cerrar la boca incluso bajo las circunstancias más horribles. En realidad, antes de que ni siquiera hubiera sido aceptado como agente, el A.I.R. había probado su capacidad para guardar silencio. Le habían dado una carpeta y le he habían dicho que la leyera, lo cual hizo. Después, fue interrogado durante horas. Permaneció callado y lo torturaron. Incluso así, no reveló ni una sola cosa de lo que había leído. Lo drogaron… y nada. Lo encerraron… y nada.

¿Por qué mentiría su esposa? ¿Cómo sabía siquiera esos detalles? La respuesta le llegó como si una luz hubiera sido encendida dentro de la cabeza. Y con la luz, las falsas sombras fueron despejadas rápidamente. Ella no era su esposa. Los auténticos recuerdos saltaron a la superficie, y jadeó de dolor cuando los implantados fueron desalojados. Los Delenseans, la celda, el asesinato. No era asombroso que no conociera el cuerpo de esta mujer. Jamás había tenido el placer de probarlo. Ella había reclamado ser un agente del A.I.R., así como su compañera. Lo había drogado y había intentado engañarlo. Enseñando los dientes, le frunció el ceño a Le’Ace y bajó la mano hasta su cuello. La acción dolorosa, pero no la soltó. Incapaz de detener el sonido, gruñó por lo bajo mientras daba un tirón hacia delante. Todo atisbo de emoción se borró de sus ojos. —¿Qué hice para fastidiarla? —preguntó ella con rotundidad. —Cariño, los recuerdos de ti haciéndome felizmente una felación, no han sido totalmente realistas Tabitha. A no ser que, por supuesto, quieras demostrármelo de otra forma. Sus párpados se estrecharon hasta diminutas rendijas. —Que te jodan. —Eso es lo que intento conseguir que hagas —dijo cruelmente—. Podemos jugar al maridito y su mujercita de verdad. Una mirada de dolor floreció en sus ojos, sorprendiéndolo, casi ablandándolo. Ella todavía intenta tirarme de las cuerdas, la muy condenada. Aquel dolor no era real. No podía serlo. La mujer era toda sangre fría hasta el extremo. Segundos más tarde, ella le fruncía el ceño, dándole la razón. —Deberías agradecerme lo que he hecho por ti en vez de quejarte. Te salvé cuando podría haberte matado. Cuidé de ti cuando podría haberte hecho daño. Limpié tus recuerdos cuando podía haber sondeado en tu cerebro de formas que incluso los Delenseans se habrían estremecido. Y ahora dime, ¿dónde? Ella quería saber dónde se había equivocado. —Jamás habría mencionado un caso, ni siquiera en sueños —contestó, haciendo una pregunta propia—. ¿Dónde estamos? Y no pienses en mentirme. Ahora mismo

intercambiamos información, pero eso parará en el momento en que pronuncies otra mentira. Sus hombros se relajaron un poco. —Estamos en una de mis casas seguras. —¿Cuánto tiempo? —No mentí sobre eso. Fuiste hospitalizado y mantenido en coma durante poco más de tres semanas. Cuando estuviste estable, te trajimos aquí. —¿Nosotros? ¿Quiénes son nosotros? —Eso no puedo decírtelo. —¿Estoy siendo vigilado? Algo oscuro destelló en sus ojos. Él los estudió atentamente, y sólo entonces vio los bordes redondeados de las lentes de contacto y un atisbo de verde bajo el azul. —¿Y bien? —Sólo por mí —contestó y supo que mentía. Otra vez. Quería desesperadamente hacerle más preguntas, pero también sabía que no recibiría más respuestas. Una parte de él la reconoció por lo que era: Un agente hasta la médula. Como él, mantendría la boca cerrada. La única diferencia era que él sabía de qué lado trabajaba. —Supongo que nuestra conversación ha terminado —dijo. —Nunca empezó realmente. Cierto. —Quítate la peluca. Quiero verte de rubia. La sorpresa se reflejó en su cara, pero la enmascaró rápidamente. —Tampoco es mi pelo natural. Ni rubia, ni morena. —¿Eres pelirroja? —No. ¿Qué diablos dejaba eso? —Muéstrame tu yo real, Cristo bendito. Quiero ver con quién estoy tratando. Sus dos cejas se arquearon. Ellas, también, estaban teñidas de negro.

—Si lo hago, ¿me dirás lo que quiero saber? —No. Le’Ace le deslizó una de sus manos sobre el pecho. Se sentía bien. Demasiado bien. Pero él sabía lo que venía después y liberó su cuello para agarrarle la muñeca. Ella jadeó e intento soltarse de un tirón. Jaxon sostuvo el agarre. Frunciendo el ceño y le quitó el añillo del dedo índice. —No dormiré más. —De acuerdo. —Se soltó de la sujeción y sostuvo ambas manos hacia arriba—. Nada de jugarretas. Pero tienes que hablarme de los Schön, Jaxon. Oh, ¿de verdad? —No tengo que hacer nada. Un músculo palpitó bajo su ojo mientras ella se movía para agacharse a los pies del colchón. El delicioso calor de su cuerpo, se fue. Su embriagador olor, se atenuó. Se afligió por la pérdida, y se preguntó si ella siempre lo afectaría de ese modo. —Cuando fuiste hospitalizado —indicó ella— dos mujeres más ya habían sido infectadas. Desde entonces, han encontrado a otras seis. —¿Todavía están vivas? —Algunas. —Deberíais matarlas —dijo él, el tono tan inexpresivo como había sido el suyo antes. —¿Por qué? Le gustó que no retrocediera ante las insensibles palabras y estuvo tentado a contestar. No, no lo haría. Le’Ace soltó un frustrado suspiró. —Todas balbuceaban algo de cómo sería la Tierra después. ¿Después de qué? ¿Lo sabes tú? —Quizás planeen una fiesta sorpresa para nosotros. Si tú llevas la cerveza, yo llevaré el vino. Una rabia asesina llenó los ojos de ella y sus labios se apretaron. Pero cuando habló, fue todo negocio, calma y cordialidad. —Escucha, necesito respuestas. Yo puedo ayudarte y tú puedes ayudarme.

—Primero, ¿por qué no me dices exactamente quién eres y para quién trabajas? Una pausa. Ella se pasó la rosada punta de la lengua sobre sus blancos dientes. —Confía en mí. No quieres conocer a mi actual jefe. “¿Actual Jefe?” ¿Significaba eso que cambiaba de jefes con frecuencia? —Estamos en el mismo bando, Jaxon. Te lo juro. —Es gracioso, pero nunca antes te he visto por la sede central del A.I.R. Lo miró con dureza, prácticamente abriéndole un ardiente camino hasta el alma. —¿Es que nunca has oído hablar de los agentes secretos que trabajan a la sombra? Sí, lo había hecho. Y sí, ella era lo bastante perversa como para trabajar en aquel oscuro campo. Después de todo, había matado a Thomas sin parpadear siquiera. —Trae a Jack. O a Dallas o a Mia. Déjame hablar con ellos. Durante mucho tiempo ella no dijo nada, simplemente siguió mirándolo fijamente con una decadente furia verde-dorada ardiendo en sus ojos. ¿Verde? ¿Dorada? Él miró más estrechamente, más atentamente. Estaba bastante seguro de que una de sus lentillas había resbalado y podía ver su iris color avellana debajo. Avellana, no completamente verde como él había supuesto. Preciosos. El pene se le sacudió bajo las sábanas y frunció el ceño. ¿Todavía la deseaba? ¿En serio? Claramente, ella planeaba mantenerlo lejos de sus colegas. Era sanguinaria, cruel, indiscutiblemente más exigente que Cathy, y podía tejer una red de mentiras sin ni siquiera pestañear. Le había salvado la vida, sí, pero también había intentado borrarle los recuerdos y darle unos nuevos. Peor, salvaje como demostraba ser, probablemente lo acuchillaría si seguía rechazándola. No. Nada de eso afectó a la polla. La pequeña puñetera todavía crecía y se endurecía, preparándose para la penetración. —¿Qué… ? —Le’Ace se quedó mirando la sábana, con las mejillas enrojeciendo. Su mirada volvió a su cara y frunció el ceño—. Mejor te acostumbras a la idea de hablar conmigo —gruñó—. Ninguno de los dos se marchará de aquí hasta que lo hagas. ¿Por qué de repente tenía ganas de sonreír?

CAPÍTULO 4

Dallas Gutiérrez sufría de dolores de cabeza. Cada día soportaba al menos tres estallidos, sintiendo como si le golpearan la cabeza contra una pared o le dieran tales mazazos que parecía que le sacaran el cerebro por las orejas. Asumían que aún se reponía de una herida de pyre. Todos ellos se equivocaban. Estando desvalido en una cama del hospital, había sido deliberadamente alimentado con sangre Arcadian. Sangre alienígena. Eso había pasado hacía varios meses, pero partes de él aún morían y renacían de nuevo como Arcadian. Es más, no estaba seguro que partes de humanidad le quedaban. Si es que quedaba alguna. Ahora se curaba más rápido de las heridas. Eso era algo bueno, sí. Era más rápido de lo que jamás había sido, algunas veces llegando a alcanzar algún tipo de híper impulso, incapaz de reducir la velocidad hasta que el cuerpo simplemente se derrumbaba de cansancio. Tampoco ésta era una mala habilidad, seguro. A veces incluso hablaba, emitía una orden, y la gente que por lo general le mandaba a la mierda, obedecía al instante, como si complacerle fuera la única razón de su existencia. Eso era otro pequeño truco genial. Pero a veces veía cosas. Cosas que aún no habían pasado. Cosas malas, horribles. El tipo de cosas que le hacía querer vomitar sangre y arrancarse los ojos con las uñas. Dallas se pasó una mano por la cara de agotamiento. Anoche, había visto algo mucho peor que en las anteriores visiones del día del juicio final. Había visto a su amigo, Jaxon Tremain, sollozando y rogando por su vida. “No lo hagas. Por favor, no lo hagas. Dios, no”. Las lágrimas se habían derramado por las mejillas de Jaxon, la agonía había brillado en su rostro y había caído de rodillas.

Parecía inofensivo. Un hombre mendigando ¿Y qué? Pero el tranquilo y reservado Jaxon no rogaría por nada, ni por su propia vida. De modo que se hacía esta pregunta: ¿Qué circunstancias horrorosas lo habían empujado hasta ese punto? El estómago de Dallas se apretó. La visión se equivocaba, tenía que hacerlo. Jaxon no había gritado cuando le habían herido el brazo durante un tiroteo. Ni siquiera había llorado cuando su padre murió. Pero las visiones de Dallas, hasta ahora, habían demostrado ser infalibles al cien por cien. La única cosa que no sabía era si ya había pasado o todavía había tiempo para que sucediera. —Cuéntame otra vez lo que aquellos funcionarios del gobierno te dijeron — ordenó a su jefe, Jack Pagosa. Jack se sentaba encorvado tras su escritorio, con los codos apoyados sobre la mesa. Siempre se pareció a un Papa Noel atiborrado de esteroides. Barba espesa y blanca. Mejillas redondas y enrojecidas, esculpidas por la leche, las galletas y el sucedáneo de pollo frito. Hombros anchos y un vientre como un tazón lleno de jalea y carne grasienta. Siempre vestía con franela, sin importar la ocasión. La opción de hoy era azul y verde, a juego con sus sagaces ojos. Dallas había trabajado con él durante más de once años y confiaba implícitamente en él. El hombre podría haber echado a patadas del A.I.R. a Mia, la compañera de Dallas y mejor amiga, cuando se enteró que era mitad Arcadian, mitad humana y que había luchado contra otros agentes para salvar a su amante. No lo había hecho. La había ascendido. —Jaxon fue secuestrado por alienígenas —dijo Jack con voz severa—. Delenseans. Estaba siendo custodiado en una especie de cárcel, pero luego fue rescatado por algún agente gubernamental y ahora está siendo tratado. Su estado es considerado crítico. —¿Por qué lo secuestraron? ¿Quién lo rescató? ¿Y por qué no podemos verlo, ahora que ha sido rescatado por nuestro jodido gobierno? —No se sabe. —Los ojos de Jack se deslizaron más allá de Dallas, un signo revelador de que mentía. Cuando comprendió lo que había hecho, volvió a mirar inmediatamente a Dallas. ¿Qué sabía Jack? Antes de que Dallas tuviera oportunidad de insistir para obtener la verdad, un golpe sonó en la puerta. Frunciendo el ceño, Jack presionó un botón y la única puerta de la oficina se deslizó abriéndose. Héctor Dean, agente y el bromista residente, entró.

Cada pocos días, el hombre se afeitaba la cabeza, intencionadamente y no como un desafío, manteniendo su cuero cabelludo con un reluciente bronceado. Tenía ambos brazos cubiertos de tatuajes y sus ojos eran dorados, como los de una serpiente. A pesar de su ruda apariencia, era un buen hombre y Dallas lo saludó con la cabeza. Héctor le devolvió el saludo y le dijo a Jack: —Tengo que hablar contigo sobre un caso. —¿Puede esperar? —¿Cuánto tiempo? —fue la irritada respuesta. —Sólo… —Jack agitó la mano en el aire—. Dame cinco minutos. ¿Vale? —Haz que sean cinco minutos rápidos. —Héctor se alejó y la puerta se cerró automáticamente tras él. —¿De qué va esto? —preguntó Dallas. —Escuchamos rumores de que un grupo de guerreros alienígenas se dirigen hacia aquí. Los guerreros alienígenas parecía que siempre se dirigían hacia aquí. —¿Por qué no podemos ver a Jaxon? —inquirió Dallas de nuevo. Jack se pasó la mano por la cara. —Me has hecho esa pregunta mil veces, Dal. Y la respuesta sigue siendo la misma ahora que antes. Supongo que lo tienen en cuarentena por si sus captores lo expusieron a algo tóxico. —Eso son gilipolleces. —Dallas se golpeó la rodilla con un puño. La pierna quiso sacudirse en un acto reflejo, pero la mantuvo estable, presionando el talón contra el suelo—. Incluso en cuarentena, deberíamos ser capaces de ponernos un traje especial y verlo. Mirar dentro de su cuarto, al menos. Ni siquiera nos dijeron donde lo tienen. —Cierto, pero no hay nada que podamos hacer. Mira, ellos me obligan a llamar a un número aleatorio, ¿vale? Probablemente ni siquiera lo recuerda, pero hablé con él y parecía estar drogado o fuera de sí. Le pedí respuestas y él rechazó dármelas. Ahora esos malditos funcionarios no me dejan decirle ni hola. Dicen que empeoré las cosas. —Aquí pasa algo, Jack. Algo que no nos cuentan. —Algo que tú no me cuentas. Jack se pellizcó el puente de la nariz.

—Probablemente. Pero de nuevo, no tenemos las riendas ni el control, así que tenemos las manos atadas. Él está a salvo. Lo están cuidando. Tienes que aceptarlo y dejarlo correr. —¿Dejarlo correr? —Difícilmente—. Ha estado desaparecido cuatro semanas. ¡Cuatro jodidas semanas! No nos han permitido a ninguno verlo. Si está en cuarentena, de acuerdo. Lo aceptaré y no pediré verlo de nuevo. ¿Pero por qué no me dejan llamarle? Es como un hermano para mí. —No lo sé, ¿de acuerdo? Simplemente no lo sé. —La mirada de Jack fue dura, enfadada. Dallas se reclinó en el asiento, extendió las largas piernas, y se frotó la mandíbula con los dedos, considerando las siguientes opciones. No quería usar las nuevas habilidades sobre Jack. No quería usarlas sobre nadie, en realidad. Diablos, Dallas ni siquiera sabía si podría. No intencionadamente. Iban y venía por su propia voluntad, dejando un caos a su estela. Además, para intentar usarlas debía dejar salir su lado alienígena. El lado oscuro, pensó secamente. ¿Realmente quería hacer eso? No tuvo que pensárselo. Sí. Por Jaxon, haría cualquier cosa. Desde el tiroteo, no muchas personas querían estar con Dallas. Lo temían y guardaban las distancias. Él había cambiado, lo sabía, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Sólo Mia, Jack, y Jaxon lo trataban de la misma forma que siempre. Jaxon era honorable, mejor hombre que Dallas, y merecía toda la ayuda que él pudiera darle. Si Dallas tenía que meterse en las artes oscuras, se metería en las artes oscuras. Y no había mejor momento que el presente. Concéntrate. Cerró los ojos y respiró lentamente. Jack resopló. —¿Tomando una siesta, Gutiérrez? No es para eso para lo que te pago. No abrió los ojos. —Necesito un momento para pensar. —Piensa en tu escritorio. —Jack —gruñó. Hubo una pausa. Un suspiro.

—De acuerdo. Haz lo que quieras. —Papeles deslizándose. La abertura de un archivador—. A veces eres un dolor en el culo —refunfuñó Jack—. Debería echarte a patadas la próxima semana. Dallas dejó en segundo plano el ruido de fondo y alcanzó profundamente en su interior, sin detenerse hasta encontrar el oscuro rincón donde había intentado enterrar las nuevas habilidades. Estas se revolvían y arremolinaban como brillantes luces en un mundo negro. Desconocía cuál era cuál y no sabía qué soltar. Si por casualidad liberaba el híper impulso, Jack no sería capaz de verlo u oírlo y así le sería inútil a Jaxon. No eres un alienígena, le dijo una diminuta voz interior. Detienes y matas a los otros-mundos por hacer esto. Es ilegal. Rápidamente, aplastó la voz. Por Jaxon, se recordó. Cualquier cosa. Jaxon no haría menos por él. Sin saber que más hacer o como escoger, Dallas simplemente cortó la soga que retenía a todas las luces. Inmediatamente, se dispararon a través del cuerpo, saltando de una esquina a otra y calentándole la sangre hasta el punto de ebullición. Los músculos sufrieron espasmos de dolor y un gemido se le escapó entre los dientes apretados. —¿Dallas? ¿Estás bien, tío? Escucha, sé que has pasado momentos duros desde el accidente. Has perdido a Mia en el campamento de entrenamiento, a Jaxon por unos alienígenas deshonestos y los otros agentes desconfían de ti. Sé que eso tiene que doler. Tus ojos cambiaron del marrón al azul en una sola noche, hombre. Eso fue un poco raro para ellos. Dales tiempo. Lo olvidarán pronto y quizás empiecen a creer que antes usabas lentillas. Cada hueso del cuerpo de Dallas pareció expandirse, estirando la piel con fuerza. Jack siguió, inconsciente a todo. —Diablos, hasta yo empiezo a creerlo. Dios sabe que no me dirás la verdad y eso está bien. No la necesito. Eres un buen agente, uno de los mejores. Jamás me has defraudado. Confío en ti. Confía en mí en esto, ¿vale? Deja de buscar respuestas sobre Jaxon. Volverá con nosotros muy pronto. La garganta de Dallas se cerró, atorando cualquier aliento que quisiera entrar o salir, oprimiéndolo y ahogándolo. Los oídos le pitaban y gimió como una Banshee.

—He contratado a una nueva muchacha —siguió Jack, todavía ignorante del dolor que aumentaba vertiginosamente en Dallas—. Macy Brigs. Creo que le gustarás. No como la descarada de Mia, pero… ¿Qué te pasa? Estoy ardiendo. Voy a morir al estallar en llamas. Respirar, tenía que respirar. Los párpados de Dallas se abrieron. Todavía estaba sentado en la silla y todavía era visible, lo que quería decir que no había salido corriendo a toda velocidad. Los espasmos se calmaron de repente y los músculos se relajaron. La garganta se abrió por fin y pudo aspirar una bocanada de aire. Gracias a Dios, las llamaradas disminuyeron a brasas. Los labios de Jack se separaron con un jadeo. —Tus ojos… brillan. Había tenido éxito. Lo sabía. Sentía el poder profundamente en su interior. —Ladra como un perro-robot. —Su voz estaba envuelta con hilos de energía que espesaban el aire. Podía sentir el pulso de la misma, el zumbido. —Arrf, arrf. —No hubo vacilación por parte de Jack, ningún por qué, resoplidos o risas. Ni siquiera en broma el normalmente serio Jack haría tal cosa. Sí, Dallas lo había conseguido. Debería sentirse extasiado, pero ésta era una victoria baladí. —Jack, me contarás todo lo que te han ordenado que no digas sobre Jaxon. — Espera. Un buen agente cubría sus huellas—. Y una vez que hables de ello, olvidarás lo que me dijiste en esta oficina. Jack se quedó quieto y su respiración se ralentizó. Sus ojos color turquesa poseían una mirada ausente, como si hubiera sido atiborrado de drogas o hipnotizado. Entonces, comenzó a hablar. Habló de una nueva especie alienígena y de un virus que infectaba a las mujeres. Habló de una carrera entre los otros-mundos y los humanos para capturar a los hombres responsables, ya que los otros-mundos podían usar el virus para destruir el género humano. Dallas escuchó, el estómago llenándose de dentadas esquirlas de plomo. Los afilados fragmentos haciéndole sangrar por dentro. —¿Por qué no nos deja el gobierno ver a Jaxon?

—Francamente, no lo sé. —Jack sonó como un robot, su voz monótona y desprovista de cualquier emoción—. He solicitado su regreso en tres ocasiones distintas y la última me dijeron que cerrara la boca o perdería mi trabajo. No era asombroso que se vigilara este poder y se destruyera a quien lo usaba. Dallas podría haber obligado a su jefe a compartir su secreto más oscuro. Podría obligar a su jefe a matar a todos los agentes del edificio. Tal poder podría ser adictivo. —Llama a Mia. —Mientras hablaba, la sangre empezó a enfriarse y la entonación hipnotizadora se debilitó… escabulléndose… y finalmente yéndose por completo. ¡No! Se agarró a la silla, sintiéndose débil y un poco mareado. Con aquellas manos fantasmales, alcanzó dentro de él una segunda vez, pero no pudo encontrar ni una sola luz. Se habían apagado. Habían desaparecido. ¿Por el momento? ¿O para el resto de su vida? Los vidriados ojos de Jack se despejaron y sacudió la cabeza como si intentara aclararse las ideas. Tenso, Dallas esperó a que su jefe lo reprendiera con brusquedad, o lo despidiera, o hiciera cualquier cosa. Pera la conversación jamás fue mencionada. Jack, realmente, la había olvidado. —Estás pálido —dijo Jack, frunciéndole el ceño. La determinación empujó a Dallas hacia adelante. —Pídele a Mia que vuelva. —Juntos, podrían buscar a Jaxon. Podrían hacer lo que los funcionarios del gobierno probablemente consideraban innecesario: Salvarle—. Por favor. —No. —Jack negó con la cabeza. Revolvió en su cajón superior y saco una botella de antiácidos—. Ella se ofreció a dar clases en la academia. Sabes, al igual que yo, que usa su base de datos para buscar e intentar localizar a otros híbridos, así como a su hermano. No apreciará que la convoque, y cuando esa mujer se enfada, pasan cosas malas. —Jack se estremeció, lanzó media docena de pequeñas píldoras en su boca, las masticó y se las tragó. —Mia nos matará a todos si Jaxon muere, y ni siquiera le dijimos que fue capturado. Al menos, dale la opción de elegir. El ceño de Jack se volvió más profundo. —Mira. La verdad es que no necesito que ella me presioné también. Y eso es exactamente lo que conseguiré si vuelve.

Dallas arqueó una ceja y clavó en su jefe una dura mirada. —También conseguirás una bala en la cabeza si ella averigua que le ocultaste esto. Lamentablemente, no bromeaba. Mia era el epitome de la violencia. Después de la educación que había recibido, Dallas lo entendía, e incluso lo compendia. Aunque ella se había calmado desde que se enamoró de Kyrin en Arr, rey de los Arcadians, todavía era un enemigo espantoso a tener. Una pausa, otro suspiro. —De acuerdo. La llamaré y le diré lo que pasa. No puedo prometerte nada, así que no abrigues esperanzas. Últimamente, ella ha sido tan imprevisible como tú. Probablemente porque ambos estaban vinculados al mismo Arcadian, pero Dallas no menciono eso. Nadie, excepto Mia, Dallas, y Kyrin, el alienígena responsable, lo sabía. Y Dallas prefería mantenerlo así. No había razón para revelar lo que todos probablemente ya sospechaban, y así intensificar su desconfianza hacia él. —Sólo para prevenirte —dijo—, no me rindo. Encontraré a Jaxon. Jack le miró fijamente durante mucho tiempo. Había una mezcla de orgullo y pesar en sus ojos. Finalmente, se pasó la lengua por los dientes. —Eres un cabezota, ¿te lo he dicho alguna vez? Echarte de una pata la próxima semana no sería lo suficientemente bueno. —Se dio la vuelta y rebuscó entre los número en su agenda holográfica. Cuando encontró el que buscaba, refunfuñó—: No puedo creer que esté haciendo esto. —Recogió su unidad celular y apretó una serie de botones—. Sólo te envié el número de una nueva agencia. Está controlado por dos antiguos agentes a la sombra. Eden Black y Lucius Adaire. Una vez trabajaron para la agencia del gobierno que tiene a Jaxon y podrían saber alguna forma de saltarse el papeleo. Tú no conseguiste este número de mí. ¿Entendido? Éste era uno de los muchos motivos por los que amaba a su jefe. —Entendido. —Ahora sal de aquí. Has provocado que mi úlcera empeore. Sonriendo ampliamente, Dallas se puso en pie. Inmediatamente lamentó la acción y perdió la sonrisa. Otro dolor de cabeza se cerró de golpe sobre las sienes y fue directo al cerebro. El dolor era tan insoportable que las rodillas le cedieron y cayó de nuevo en la silla. Mierda, otra vez no podía respirar. Jack pareció hacerle una pregunta, pero todo lo que podía oír era el rugido de la sangre en los oídos.

La oficina a su alrededor se descoloró y la vista se le oscureció completamente. De repente, estaba atrapado dentro del cerebro, sin poder salir. No debería haber cortado aquella cuerda. Se río amargamente, o pensó que lo hizo ya que no emitió ningún sonido. Las imágenes comenzaron a destellar a través de la cabeza. Vio a una hermosa Rakan, de piel dorada y a un macho humano capaz de asesinar, reteniendo a un agitado Jaxon. Dallas les gritaba para poco después alejarse corriendo. Esto aún no había pasado, comprendió. Él jamás había hecho tal cosa. La Rakan y el humano estaban cubiertos de hollín y parecían estar débiles, pero incluso así se sostenían en pie. A un lado, alguien se mantenía a distancia. ¿Observando? Dallas no podía ver a la persona, sólo sabía que él o ella estaba allí. En el otro extremo del pasillo, había una morena. También estaba sucia. Y sangraba. Estaba de rodillas, con la mirada ausente, como si estuviera drogada. Sus rasgos tenían una expresión indecisa. Decisiones, decisiones, tarareó a través de la mente. Entonces se dio cuenta que la morena tenía una decisión que tomar. Cuál, no lo sabía. Después vio a la delicada y menuda Mia sostener un arma sobre la cabeza de la morena. —¡Ella va a matarte! —le gritó a Jaxon. La morena sonrió como si nada le importara. —Tiene razón, Jaxon. Jaxon siguió resistiéndose salvajemente, gritando y gritando. Aquellos gritos se repitieron en la cabeza de Dallas, estremeciéndolo, casi haciéndole vomitar. Jaxon se liberó por fin, deshaciéndose de la debilitada pareja y agarrando un arma. La morena cogió una también. Mia disparó, Jaxon disparó, la morena disparó. La persona anónima en la esquina disparó. Uno de los asesinos golpeó a Jaxon. Después de eso, la mente de Dallas se cortocircuitó y quedó en negro. Él se derrumbó, jadeante, intentando enfocarse en el aquí y el ahora. ¿Que. Diablos. Fue. Eso?

CAPÍTULO 5

La frustración era como un cáncer en el interior de Le’Ace, carcomiéndola por dentro, consumiéndola centímetro a centímetro. Cada día, su jefe se ponía en contacto con ella y le preguntaba sobre sus progresos con Jaxon. Y cada día la respuesta era siempre la misma: “No he hecho ninguno”. Las palabras eran casi como un idioma extranjero en la lengua. Jamás tuvo que pronunciarlas antes y odiaba emitirlas ahora. Fracaso que sólo le reportaría dolor. Dolor que desesperadamente quería evitar. Y aun así, no había presionado a Jaxon por conseguir algo más. Siempre que consideraba sus opciones -cortarle uno de los dedos, intentar lavarle el cerebro de nuevo, encadenarlo a la cama- se convencía a sí misma de no hacerlo. ¿Por qué? La respuesta la eludía, al igual que el éxito. Él era un hombre. Sólo un hombre. Nada especial. Inmediatamente, reconoció la mentira. Su coraje era algo a temer, y su fuego interior algo que envidiar. ¿Qué iba a hacer? Se estaba curando bien. Y aun así, parecía que se había transformado en un hombre completamente diferente. Era cortés, reservado, jamás hablaba cuando no le correspondía, ni soltaba una palabrota o insinuación como había hecho en la celda de Thomas. Era el hombre sobre el que había leído en su expediente. Y no le gustaba. Quería al antiguo Jaxon de vuelta, aunque no podía decir el porqué. La única cosa constante en él era que se negaba a responder a las preguntas.

Por supuesto, él no tenía que hacer nada que no quisiera hacer. Tenía libertad para elegir. Y estaba tan celosa de eso como frustrada ante su falta de cooperación. En toda su vida, ella jamás había tenido elección. En realidad, eso no era cierto. Siempre tuvo una opción: Vivir o morir. Mal como estaba, no se sentía segura del porqué se aferraba tanto a la vida o por qué elegía seguir obedeciendo a Estap una y otra vez. La muerte habría sido más fácil. Pero resistía, obedecía, siempre observando a aquellos a su alrededor, deseando poder experimentar la mitad de lo que ellos tenían. Amor, pasión, risas y compañerismo. Sólo una vez. Le’Ace reprimió un bufido. Había escalado montañas, había estado involucrada en peleas con cuchillos y en tiroteos. Se había arrastrado por minas bajo tierra, caminado a través de edificios en llamas y saltado de aviones y coches en movimiento. Diablos, hasta había enseñado a chicas adolescentes a hacer lo mismo, un testigo definitivo de su fuerza. Pero jamás había poseído el coraje de levantarse y decir: “Eso no lo haré” o “Mátame, no me importa”. No demasiado. Jamás había tenido el coraje de tomar un amante de verdad. Alguien a quien hubiera deseado. Alguien a quien su jefe no le hubiera ordenado que follara en busca de información o para ganarse su confianza. Alguien a quien no tuviera que robar o asesinar en secreto, como sólo una mujer encima de un hombre podía matar. Había tenido demasiado miedo. Ahora, de algún modo, alguien la tentaba a olvidarse de su trabajo, de sus miedos, y simplemente disfrutar. Era el "por una vez" que siempre ansió, pero se sentía perdida. La audacia de Jaxon era una novedad, eso era todo. ¿Seguro? Eso explicaría por qué cuanto más lo miraba, más reaccionaba su cuerpo y más lo ansiaba, incluso cuando la mente supiera que no era lo mejor. No es que pudiera hacer algo al respecto. Para ella, la pasión sólo conllevaría agonía. Cuando le pidieran que se retirara -y se lo pedirían- se marcharía. Si le pedían que lo matara, lo mataría. Sin preguntas. Sin vacilaciones. ¿Lágrimas? Tal vez. Pensaba que podría echarlo de menos. Y si terminaban juntos, de ninguna jodida manera él la querría de vuelta si le ordenaban acostarse con otro mientras estuvieran separados. Por mucho que pudiera quererlo, no era algo sobre lo que mentiría, fingiendo que había sido fiel sólo para mantenerlo a su lado. A no ser que no se lo ordenaran, pensó amargamente. ¿Cómo manejo esto?

Durante años, había perseguido a muchos humanos y alienígenas. Los había torturado y, con frialdad, los había ejecutado. En esas situaciones, sabía qué hacer. Con Jaxon, estaba completamente fuera de su elemento. ¿Por qué? se preguntó de nuevo. ¿Por qué él era diferente? Su obstinación, tal vez, su fuerza. Si tenía una debilidad, no la había encontrado. En estos últimos días, ni siquiera había parecido tener las necesidades de un hombre. No la había tocado de nuevo, no desde que habían estado metidos juntos en la cama y había fingido ser su esposa. Jaxon mantenía las distancias como si ella fuera veneno. ¿Y si realmente fuera su esposa? El pensamiento le pasó rápidamente por la mente y no pudo detenerlo. No pudo detener la caliente punzada de deseo que lo siguió, quemándola profundamente en el alma. ¿La miraría con todo aquel fuego y pasión de nuevo? ¿Incluso ternura? Oh, la ternura casi la mató entonces. Nadie jamás había mirado a Mishka Le’Ace así. La gente la observaba con cautela, celo y miedo. Pero Jaxon no. Cuando él había dirigido aquellos magníficos ojos plateados hacia ella, todo afecto y cariño, había deseado desesperadamente que los fingidos recuerdos que le había implantado en su cabeza fueran ciertos. ¿Más deseos, chica estúpida? Sabes perfectamente lo que los deseos acarrean: Un montón de nada. Con un suspiro, Le’Ace se apoyó contra la pared de la sala de estar y observó como Jaxon se alzaba a sí mismo de la silla de ruedas que ella le había procurado y se ponía de pie, sosteniéndose de las barras paralelas que había instalado apenas esta mañana. Él se negó a permitirle que le ayudara, insistiendo en hacer su propia fisioterapia. Al menos tenía buen color, quedándole sólo una sombra de azul y amarillo sobre la mandíbula. La mayor parte de la hinchazón había disminuido. Su cara todavía no era hermosa, jamás lo sería, pero estaba completamente fascinada con ella. Una cicatriz irregular y blanca corría a lo largo de su mejilla derecha. Una vieja cicatriz que obviamente había recibido mucho antes de la paliza. Ahora había varias nuevas a su lado, rosadas e hinchadas como los arañazos de un gatito. Sus ojos plateados estaban enmarcados por largas y espesas pestañas. Su nariz era un poco demasiado larga, un poco más tosca y torcida. Sus pómulos eran afilados como esquirlas de cristal. En general, era una cara salvaje. Excepto que había algo engañoso en él, algo curiosamente calmante. A veces, cuando ella lo miraba, sentía

como si la paz flotara sobre ella, relajándole los hombros, y haciéndole señas para que simplemente disfrutara de él. Aunque la relajación no duraba mucho tiempo porque el deseo siempre venía pisándole los talones. —Quiero un teléfono, Le’Ace. Su profunda voz interrumpió las reflexiones. ¿Cuánto tiempo había estado mirándolo fijamente y en silencio? El calor le floreció en las mejillas. —No hay ninguna línea en el edificio. —¿Tienes roto el móvil? —No. —Déjame usarlo. —Impasible, indiferente. —No. Lo siento —dijo, lamentando negárselo. —¿Por qué? —Agarró las barras con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos. No tan indiferente, después de todo. Lenta, muy lentamente, bajó su peso a sus pies desnudos. Una mueca retorció sus rasgos, pero permaneció estable. —No deberías haberte quitado la escayola —lo amonestó. desesperadamente ir a ayudarle, pero sabía que la empujaría a un lado.

Quería

—¿Por qué no puedo usar tu móvil? —exigió, como si ella no hubiera hablado. —La llamada telefónica podría ser rastreada. —Lo haré rápido. —Sabes tan bien como yo que un rastreo lleva menos de un segundo. Él se movió poco a poco hacia delante, con pasitos cortos. —¿Y qué hay de malo en el rastreo? Si somos amigos, compañeros, como aseguras, los empleados del A.I.R. son nuestros aliados. Bien, veamos. Los agentes de New Chicago no la conocían, no confiarían en ella e intentarían apartar a Jaxon de su lado. Oh, y ahí estaba ese pequeño asunto de violar una orden directa. Jaxon no debía tener ningún contacto con sus amigos. Así él se sentiría aislado y se aferraría a Le'Ace. En teoría, al menos, añadió mentalmente con un ceño. Él aún tenía que aferrarse. A cada minuto que pasaba, parecía alejarse más y más de ella. —Creo que tienes miedo de que mis amigos asalten esta casa y te apuñalen.

Era la respuesta más exaltada que él había dicho en días, y el corazón le pegó un brinco. No sabía por qué su personaje reservado y estoico la irritaba tanto, pero lo hacía. —¡Por favor! —contestó, sólo para provocarlo—. Tus amigos no podrían encontrarme ni enviándoles un mapa con nuestra posición marcada con una gran y luminosa equis roja. Una de sus manos resbaló de repente de la barra, desplazándolo. Su antebrazo chocó contra la madera y él gruñó. Ella estuvo a su lado en un segundo, incapaz de detenerse, agarrándolo de las caderas y tirando para ponerlo derecho. Los músculos bajo las palmas se tensaron y los hombros de Jaxon se pusieron rígidos. Pero logró recuperar el equilibrio y soltó un suspiro. —Ya puedes soltarme —dijo, y hubo vergüenza en su tono. Quiso demorarse. Ante el primer contacto en días, el cuerpo le gritaba que quería más, más y más. Él estaba sin camisa y observó como una gota de sudor bajaba de su omóplato hasta la cinturilla de sus pantalones cortos. Nueve cicatrices se bifurcaban en su espalda y ella se preguntó cómo se las había hecho. Jaxon poseía unos amplios hombros que eran el marco perfecto para el perfecto pecho que ella sabía que tenía. Sabía que tenía cuerda tras cuerda de músculos y que cada uno de ellos era un banquete para la codiciosa mirada. Era todo fuerza y masculinidad, toscamente labrada y besada por el sol. El cuerpo de un dios con la cara de un guerrero. No había nada mejor que eso. —Dije que ya puedes soltarme. Lo liberó y se alejó. Obviamente era un hombre fuerte y capaz. Cualquier atisbo de debilidad tenía que mortificarlo. —Cualquier otro todavía estaría en la cama, Jaxon. Soportaste múltiples palizas de varias personas y heridas que habrían matado a muchos otros. La ignoró y continuó con su ejercicio. ¿Un gracias por el elogio habría sido mucho pedir? Volvió a su posición contra la pared y lo estudió de nuevo. Las líneas de tensión contraían sus ojos y boca. Su piel estaba más pálida de lo que había estado hacía un momento. —¿Cómo te hiciste la cicatriz en la mejilla? —Un maldito alienígena —contestó con desdén. «¿Verdad?»

«Mentira». Le’Ace apretó los dientes. —¿Cómo? —Un maldito alienígena. —De acuerdo. Como quieras. «¿Su nivel de energía?» «Del cincuenta y tres por ciento debajo del grado óptimo». ¿El cincuenta y tres por ciento por debajo, y todavía era capaz de caminar sobre aquellas barras? El hombre era más tenaz de lo que había pensado. Ella suspiró. «Realiza una comprobación del perímetro». Una pausa. «Todo despejado». Bien. La casa se asentaba en el centro de un frondoso bosque perteneciente al gobierno. No mucha gente sabía su ubicación, pero a los que lo hacían no les importaría asaltarla por sorpresa para echarle una ojeada a sus progresos. Bastardos. Sus ojos recorrieron el espacioso cuarto intentado verlo como lo veía Jaxon. El suelo de madera artificial, aunque rayado estaba pulido y brillante. Había un sofá marrón oscuro de imitación al cuero y un sillón, ambos rasguñados en varios sitios. Las paredes estaban pintadas de un blanco puro. No era maravilloso, pero tampoco terrible. —¿Cómo es tu casa? —preguntó. Él ni siquiera echó un vistazo en su dirección, sólo siguió caminando hacia delante. Por fin llegó al final. Lento y con calma, se dio la vuelta para regresar dolorosamente hacia el principio. —¿Y bien? —Estoy seguro de que ya lo sabes. Sí. Había visto las imágenes de la enorme fortaleza que sus abuelos le habían dado. El verde y bien cuidado césped bordeaba una intrincada cerca de hierro forjado y de diseño, que conducía a una gran fuente azul. De noche, cuando el agua salía expulsada por el aire cada pocos minutos y caía de nuevo en la moteada base, la casa en sí misma parecía un brillante cuento de hadas de ensueño y luz de estrellas.

La blanca piedra parecía extenderse directamente hacia el cielo, envolviéndose alrededor de un acre de tierra que bajo la luna creciente brillaba intensamente. Material para un cuento de aventuras, seguro. Sin embargo, lo que más la impresionó fue su RSS. Un sistema de seguridad robótico que usaba la inteligencia artificial para, sistemáticamente, aprender el modelo de conducta del dueño de la casa y ajustarse a ella sin necesidad de instalar un nuevo programa. Éste se activaba y desactivaba automáticamente, sin dejar de hacer adaptaciones para añadir los cambios necesarios en su banco de memoria. Para que ella entrara, Jaxon tendría que introducirla en el sistema o haría estallar las alarmas nada más poner un solo pie en la propiedad. No es que no pudiera sortearlo con tiempo y esfuerzo. Quizás algún día, si alguna vez le permitían coger vacaciones, lo haría. —¿Disfrutas viviendo en un sitio tan grande? —preguntó. —Tiene sus beneficios. —No ofreció nada más. Siempre cortés, distante. —¿Y qué consideras tú beneficioso? —Esto y aquello. Ella soltó un frustrado suspiro. —No me gustas así. Una de sus cejas se arqueó. —¿Así cómo? —Tan reservado. Te prefiero apasionado y gracioso. Estuvimos casados una vez. ¿Recuerdas? —añadió lo último como una broma. El sentido del humor nunca había sido algo que le gustara exponer, pero estaba desesperada por atravesar la resistente pared invisible del hombre. Por fin Jaxon dejó de moverse. Su mirada se elevó hasta la suya y el fuego plateado de sus ojos la perforó. —¿Qué intentas hacer, Tabby? —Intento mantener una conversación. —Intento conocerte mejor. Intento sofocar el deseo en mi interior. —Bien, pues puedes parar. A no ser que quieras decirme como los Delenseans son capaces de moverse de un lugar a otro en segundos, que quieren de los Schön,

quién es tu jefe y lo que planea hacer con cualquier información que te dé, no tenemos nada que decirnos. De nuevo, apretó los dientes. —La mayor parte no es información que pueda compartir. —La mayor parte de lo que yo sé, tampoco la puedo compartir. ¡Maldito sea! —Al menos, dime lo que puedes compartir —ofreció él. De acuerdo. Ella le daría un poco. Esperemos que, a cambio, él le diera mucho. —Posible teletransportación molecular. Pero eso ya lo sabías, ¿verdad? Él asintió con la cabeza. —Simplemente no sabía que los Delenseans supieran hacerlo. Ellos siempre parecían tan… —¿Estúpidos? Él asintió otra vez con la cabeza. —Muchos de ellos lo son, y el resto, pues lo usan como mecanismo de defensa. —¿Qué quería Thomas de los Schön? Cuidado, cuidado. —Los Schön destruyeron el planeta de los Delenseans y ahora unos pocos de ellos quieren lo que cualquiera querría: Venganza. Pasó un segundo en silencio y ella no dijo nada más. Simplemente esperó. Él le lanzó un vistazo, su expresión severa. —¿Es todo lo que puedes decirme? —Sí. —Entonces, de nuevo, no tenemos nada que decirnos. —Te di algo, ahora tú me debes algo. —No hay nada que dar. —¡Me debes información! —No, no lo hago.

¡Bastardo! No era para nada lo que había esperado de él. Aunque debería haberlo hecho. Típico comportamiento masculino. Ella daba, él incumplía. No era asombroso que evitara las relaciones como las mayoría de las mujeres evitaba engordar unos gramos. Aunque en parte lo entendía. Después de que todo lo que le había hecho -drogarlo, intentarle borrar sus recuerdos-, se lo merecía. Y sin embargo, para una mujer que se sentía orgullosa de ser dura y fría, Le’Ace estaba asombrada por el dolor mezclado con la cólera y la empatía. Bajó la mirada para evitar aquellos penetrantes ojos, ojos que ahora la observaban a ella. Ojos que parecían mirarle directamente el alma. Menuda visión debía ser. Tenía las botas cubiertas de barro, no se había molestado en limpiarlas. Había estado demasiado ocupada instalando las estúpidas barras de madera que utilizaba Jaxon, para que así pudiera recuperar antes sus fuerzas. El pelo, el autentico jodido pelo que él había querido ver tan desesperadamente pero que aún no había comentado, estaba probablemente enredado por el viento. El vaquero y la sencilla camiseta gris, arrugados y manchados de polvo. —Le’Ace —dijo con un suspiro. ¿Sabía que la había hecho daño? ¿Le importaba? —Verás —indicó ella—, me alegra que estemos de acuerdo en algo. Hablar es sólo otra forma de tortura, así que trataré de no someterte más a ella. —Gracias a Dios, la voz sonaba tranquila e impasible—. No intentes escapar, ¿de acuerdo? Las puertas se abren con un escáner de Identificación Personal mío, pero ambos sabemos que eres capaz de inutilizar los cables. Hazlo y sal empujándote tú mismo en la silla de ruedas si insistes en ser un gilipollas, pero iré detrás de ti y estaré cabreada. ¿Y recuerdas lo que le pasó a Thomas cuando me cabreó, verdad? Con esto, giró sobre los talones y salió del cuarto.

Jaxon maldijo por lo bajo en el momento en que ella se perdió de vista. Le’Ace no lo sabía, pero la fuga no estaba en su lista. Primero, la silla de ruedas lo volvería notablemente más lento, pero aún sería más lento sin ella. Le’Ace lo pillaría en un segundo. Y dos, estaba determinado a averiguar quién era ella, para quien trabajaba y lo que quería de los Schön. Hasta entonces, se quedaría justo aquí.

Al menos tenía algunas respuestas. Los Delenseans habían querido venganza, y ahora sabía que había otra especie que había sido destruida por los Schön. ¿Tendría dentro de poco la gente de la Tierra que tomar su propia venganza? Le’Ace podría haberle contado más. Deberías de haber sido más amable con ella, idiota. No, pensó al instante. Le’Ace no lo quería agradable. Había sido amable con ella, cortés como un profesor de escuela dominical, pero ella se había quejado. Ella quería que fuera él mismo, comprendió. Quería el sarcasmo, los insultos, el humor pervertido y todo eso. Si hubiera actuado de la forma que los instintos le exigían, ella podría haber bajado la guardia y accidentalmente revelado algún secreto. Jaxon resopló. Francamente, de ningún modo habría notado si ella hubiera flaqueado. Diablos, no se habría dado cuenta ni aunque ella le hubiera presentado en diapositivas, con escritos y diagramas, todo lo que quería saber. Cuando la miraba, de todo de lo que se enteraba era de las palpitaciones del corazón. Cuando la miraba, todo lo que veía era a una mujer deslumbrante. Todo lo que quería era sexo. Hoy tenía el pelo rubio rojizo, salpicado con mechas ámbar y lino. Los mechones multicolor se adaptaban a ella a la perfección. Eran largos y ligeramente ondulados, cayendo en torrente como una radiante cascada. Algunas veces, casi había extendido la mano para acariciarlos, desesperado por saber si eran suyos o una peluca. Sospechaba que eran suyos y eso lo excitó. “Quítate la peluca”, le dijo una vez. “Quiero verte de rubia”. “Tampoco es mi pelo natural” le contestó ella. “¿Eres pelirroja?” “No”. No la había entendido entonces, pensando que simplemente era esquiva. Ahora, su respuesta, tenía sentido. No era pelirroja, rubia, o morena. Era una mezcla de los tres colores. Aquella espesa melena luciría maravillosamente extendida sobre la almohada. Toda ella luciría maravillosamente. Una oleada de deseo lo atravesó, quemándolo. Le’Ace se había quitado las lentillas. Sus ojos eran de color avellana, como había sospechado, una mezcla

impresionante de verde y marrón dorado. Las pecas de su mujer habían sido borradas, dejando la piel lisa y pálida. Exquisita, como la nata. Pensaste lo mismo de las pecas. Pensaba así de toda ella. Jaxon frunció el ceño. Ni siquiera me gusta y aun así estoy jadeando por ella. Ella era fuego y hielo. Determinación e incertidumbre. Era distante, aunque a veces lo miraba tan fijamente que parecía que quisiera introducirse en la piel. Aquellas veces, irradiaba tanta vulnerabilidad que él se quedaba asombrado. Aquellas veces, quería envolverla con los brazos y sostenerla cerca. ¿Cómo habría reaccionado si lo hubiera intentado? No parecía que le gustara que la tocaran. Sólo se lo había permitido en tres ocasiones. Una vez en la celda, otra cuando habían estado juntos en la cama, y otra en las barras. Ninguno de aquellos toques había sido sugerente o de naturaleza realmente sexual. Y tampoco habían sido hechos con confianza. Le había acariciado la cara y el pecho, rozándolo nada más. Hasta se había estremecido las pocas veces que él había intentado algo más. Se le aligeró el ceño fruncido. ¿Por qué ella no había intentado usar el sexo para su provecho? Le gustaría pensar de otra forma, pero él podría haber cedido, podría haberle dicho todo si ella hubiera estado deslizándose por el hinchado miembro. Tener toda su energía, toda su intensidad sobre él, bajo él… dulce Jesús. Ella tenía que saber que le debilitaría la determinación. Físicamente, todo en ella parecía estar hecho a medida para el sexo, para él, lo que hacía difícil resistirse a ella mentalmente. Entraba en una sala y la sangre se le calentaba, ardiendo y abrasando todo a su paso. Todo en lo que podía pensar era en acariciarla, probarla. Follarla. De forma dura, caliente y sucia, durante horas y horas, de todas las formas posibles que ella se lo permitiera. Tal vez sólo necesitara algo de persuasión. Los golpes en la cabeza, o las incursiones de Le’Ace por la mente, debían haberle dañado seriamente el nivel de inteligencia. Quedarse aquí sentado, pensando de esta forma, no estaba bien. Tenía que reparar el daño ocasionado en su relación en vez de quedarse babeando por ella. Arreglar las cosas era el único modo de conseguir respuestas. Huraño, obligó a las piernas a entrar en acción. Lento pero firme. Sentía los músculos rígidos y doloridos, el tobillo izquierdo era una masa de agonía y el brazo derecho parecía como si hubiera sido conectado a una toma eléctrica directa al infierno,

pero no se permitió rendirse. Pronto, el sudor le resbalaba por el pecho y la espalda en diminutos riachuelos. Cuando alcanzó el final de las barras, se retorció y se dejó caer. El trasero impactó en la silla de ruedas y se golpeó las magulladas costillas, y por un momento perdió el aliento. Una oleada de vértigo lo asaltó. Estar enfermo era una auténtica mierda. Apretando los dientes, apoyó los codos en los reposabrazos y descansó la cabeza sobre las palmas abiertas. Si ella no intentaba seducirlo, quizás debería intentar seducirla a ella. Las mujeres se ablandaban después del sexo, se enredaban emocionalmente. Al menos, es lo que se decía para racionalizar la impaciencia por llevarse al enemigo a la cama. Dios, necesito ayuda. —Le’Ace —gritó, empujándose a sí mismo en la silla de ruedas. Pasó un minuto y no hubo respuesta—. Le'Ace. Una vez más, no hubo respuesta. —Le’Ace. —Nada—. Tabitha. —Nada—. Mishka. —En el momento que dijo su verdadero nombre de pila, parpadeó, quedándose quieto. Mishka. Delicioso, pecaminoso, y misterioso, como la mujer en sí misma. El nombre rodaba perfectamente en la lengua, algo para saborear en la oscuridad de la noche—. Mishka. Seguía sin haber respuesta. ¿Lo ignoraba por despecho? Cathy había jugado a aquel juego varias veces a lo largo de su año de relación. Perversamente, él había disfrutado de la tranquilidad y no había intentado calmarla. No sintió lo mismo con Le’Ace. La quería frente a él, quería que le hablara. Para conseguir respuestas, se aseguró. Mentiroso. Frunciendo el ceño, Jaxon se encamino rodando por el pasillo.

CAPÍTULO 6

Una ducha de encimas requería menos de tres minutos aunque Le’Ace se quedó otros diez más, la fría neblina filtrándose en la piel y limpiándola de dentro hacia fuera. Pero no importaba cuanto tiempo se quedara, no importaba lo mucho que se lavara, se sentía sucia. Siempre sucia. Eso nunca cambiaba. No ayudó que nada más dejar a Jaxon en la sala de estar recibiera una llamada de su jefe, Estap. Otro trabajo ya la esperaba. Algo rápido y fácil, le había dicho. Sí, claro. Durante tres noches, habían visto a un Schön en la barra de un bar y, esta noche, ella debía sentarse en aquella barra y esperarlo. Si aparecía, debía atraer su atención y hablar con él. Al menos no le habían ordenado que se acostara con él. Aún. Jaxon no quería saber nada de ella, pero había esperado pasar la noche juntos. Podía haberla rechazado, pero todavía se sentía atraída por él, le deseaba. Sólo estar cerca de él era preferible a cualquier otra cosa. Presionó la frente contra el frío y gris azulejo y se colocó las palmas sobre las sienes. Mientras que una de las manos era bastante bonita, de una piel aceitunada, la otra brillaba plateada. El metal alienígena había sido derretido y vertido sobre el brazo, desintegrando la piel antes de endurecerse y convertirse en un delgado pero casi indestructible escudo. Ella no lo había querido, había suplicado que lo dejaran tal como estaba. Sin embargo, el cuerpo nunca le perteneció, así que le habían dado el metálico brazo a pesar de las protestas. Supuso que eso era lo que pasaba cuando una persona era creada y criada en un laboratorio, su ADN modelado y mejorado hasta la perfección. Nada era suyo, ni tenía opción en nada.

—La vida es maravillosa —murmuró. Con excepción de las personas contratadas para entrenarla en el combate y la seducción, los médicos y los científicos habían sido sus únicos compañeros en los primeros años de vida. Experimentaron con ella constantemente. ¿Cuánto dolor podía soportar? ¿Cuánto tiempo podía estar sin dormir? ¿Sin comida ni agua? ¿Cuánto tiempo podía permanecer en un sitio, agachada e inmóvil? Como había vivido así desde la infancia, no había conocido nada mejor. Pensó que todos los niños eran sometidos a aquel tipo de tortura. Sólo cuando comenzó a salir del laboratorio para trabajar comprendió de lo que la habían privado. Afecto, respeto. Opción. Para entonces, sin embargo, el chip había sido quirúrgicamente implantado en el cerebro y no tuvo forma alguna de escapar. No con vida. Podrían rastrearla a todas partes. Podían presionar un botón y matarla al instante. A veces pensaba que el odio era una entidad viva en su interior. El conocimiento de su impotencia estaba siempre en un rincón de la mente, conduciendo casi todas sus acciones. Lo que ella no daría por un solo instante de paz. Un momento para ella y solo ella, finalmente experimentar lo que el resto del mundo daba por sentado: El placer. Inspiró profundamente y soltó el aire despacio. Los hombres con los que había estado eran de todas las formas y tamaños, especies y personalidades. Algunos habían sido unos sádicos, otros habían estado simplemente interesados en acabar, y otros habían buscado sinceramente darle placer. Ninguno lo había conseguido, ya que ella los había odiado a todos por igual. Hermosos o feos, malos o buenos, la habían puesto enferma. Aunque a Jaxon, pensó, podría haberlo escogido ella misma. Sólo llevaban juntos unas semanas. Días, si contaba el tiempo en que había estado despierto. Pero él la atraía de todas las formas posibles. Sus cicatrices eran la prueba de su íntima relación con el dolor y aquel dolor era un vínculo entre ellos, tanto si él lo comprendía como si no, porque la mayor parte de sus cicatrices eran internas. Su coraje y determinación eran imponentes y ella lamentaba no parecerse más a él. ¿Se sentía también atraído por ella? A veces juraría que sí. Había calor en sus ojos y un candente deseo pulsando bajo su piel. Otras veces, la miraba con expresión vacía. Le’Ace suspiró. Si Jaxon amara a un mujer, sospechaba que haría todo lo posible por protegerla, incluso con su vida. La querría como si fuera un precioso tesoro. El estómago le revoloteó ante el pensamiento. ¿De celos? ¿De deseo sexual?

De deseo, comprendió luego. Un deseo inmenso. ¿Alguna vez la había tratado alguien así? —¡Diablos, no! Ella aspiró el puro rocío, sintiéndolo picar en la nariz y bajar por la garganta. Podría haberle añadido perfume como un humano normal, pero la fragancia habría desentonado con el aroma “natural” con el que sus creadores la habían bendecido. —Jaxon no es para ti. Sácalo de tu mente. Tienes trabajo que hacer. Con otro suspiro, apagó el rocío de encimas y dio un paso fuera. Evitando el secador de cuerpo, salió todavía húmeda del cuarto de baño. El estupor la detuvo de golpe. Jaxon había rodado hasta su dormitorio. ¿Lo había convocado con los pensamientos? Estaba sentado en el borde de la cama, la silla de ruedas desechada en una esquina. La afrontaba, con su intensa mirada plateada perforándola. Las ventanas de su nariz llamearon cuando la descubrió. Algo completamente primitivo cruzó su cara, estando ahí un momento y marchándose al siguiente. Jaxon había apagado todas las luces menos una lámpara en la mesita de noche que lo bañaba en una mágica luz dorada. Por un momento, no pudo respirar. Los latidos iban a toda velocidad, salvajes y descontrolados. Estaba desnuda y él podía verle cada centímetro del cuerpo, cada defecto. Pero tenía los pies arraigados al suelo, impidiéndole regresar de una zancada al cuarto de baño para coger una toalla. —¿Qué haces aquí? —graznó. Su ardiente mirada se deslizó sobre ella, bajando… bajando… para luego subir de nuevo y detenerse en los endurecidos pezones. Sus pupilas se dilataron y tragó saliva. —Vine, eh, para hablar. —Mis pechos se sienten halagados —se obligó a decir—, pero dudo que puedan contestar a ninguna de tus anteriores preguntas. El rojo le coloreó las mejillas y sus ojos se anclaron bruscamente sobre los suyos. —Eres tú la que anda por ahí desnuda. —Eres tú el que se cuela en los dormitorios de la gente. Él soltó un suspiro tan cansado como el que ella había soltado en la ducha. —Tienes razón. Lo siento. No debería haber mirado.

Lo decía en serio; su vergüenza era prueba de ello. —Aunque no lo lamento —añadió. La mayoría de los hombres no se habrían molestado en disculparse en absoluto, así que no le importó la última admisión. ¿Significaba eso que le gustaba lo que veía? Unos acalorados estremecimientos le recorrieron la columna, extendiéndose a las extremidades. —Intenté hablar contigo hace quince minutos y me dijiste que no teníamos nada que decirnos. —Mentí. ¿Qué le pasó a tu brazo? ¡Mierda! Escondió el brazo derecho tras la espalda, ocultando el plateado metal. —Un maldito alienígena —dijo, repitiendo su mentira. Sus ojos se entrecerraron, convirtiéndose en peligrosas rendijas. —¿Por qué…? —Escucha —dijo, cortándolo—. Escogiste un mal momento para hablar. — Caminó despreocupadamente hasta el armario, apenas controlándose por mantener los brazos a los costados cuando pasó junto a él. La necesidad de extender la mano y pasar los dedos a través de su pelo, de deslizar las palmas sobre sus hombros y pecho, amenazó con consumirla—. Tengo que ir a un sitio. Así que conseguirás pasar la tarde a solas como tanto habías deseado. Él inspiró profundamente. —¿Qué? —dijo, girándose para mirarlo. Como si estuviera encantado, él se lamió los labios. De pronto, ella quiso aquella lengua dentro de la boca, empujando profundamente y con fuerza. —Tu espalda —contestó por fin. ¡Maldita sea! Se dio la vuelta, lanzando la larga melena tras la espalda, ocultando los tatuajes y las embarazosas cicatrices que tenía debajo de ellos. —¿Qué pasa? —preguntó con fingida despreocupación. —Los dibujos son preciosos. Realmente preciosos. Hubo excitación en su tono. Rico, oscuro y ronco. «¿Miente?» se encontró preguntando al chip. «El aumento de su temperatura corporal sugiere que dice la verdad».

Se le agrandaron los ojos y las rodillas se le doblaron. Entonces, realmente, le gustaba lo que veía. Eso la cautivó a un nivel primitivo. —Gracias. —Esta vez, no enmascaró las emociones tras aquella fingida despreocupación. Esta vez, el asombro y el placer sonaron en cada jadeante sílaba. Agarró el guante y lo deslizó en su sitio, cubriendo el brazo desde las yemas de los dedos hasta la axila. —¿Por qué te marchas? —Las palabras sonaron cortantes, aunque intentó suavizar su áspero tono con una sonrisa. Los ojos le brillaban. Mierda. Ella lo miraba de nuevo, aunque no recordaba haberse dado la vuelta, ofreciéndole a Jaxon otra completa vista frontal del cuerpo. Frunciendo el ceño, enfocó la atención en el cajón de la ropa interior y seleccionó la seda negra. —Mi jefe me llamó. Esta noche me necesitan en otra parte. Jaxon apretó los dientes. —¿Dónde? —Fuera. —¿Por qué el encaje negro? —Me gusta. —¿Dónde. Diablos. Vas? —No había forma de ignorar su furia. Ella había esperado alegría. —Fuera —repitió, dando un paso dentro de las bragas y subiéndoselas. —¿Dónde? —gruñó—. ¿Con quién has quedado? —¿Por qué te importa? —Con manos de repente temblorosas, se abrochó el sujetador a juego—. Da igual. No hablemos de ello, Jaxon. No hay razón. No somos amantes, ni siquiera somos amigos. Sólo podía imaginarse los nombres con los que la llamaría si supiera la verdad sobre ella. Puta. Guarra. Los hombres eran unos hipócritas. Ellos podían acostarse con miles de mujeres y eran dioses. Más de uno, y una mujer siempre era chica fácil. Le’Ace no necesitaba su condenación añadida a la suya propia. —Obviamente, estarás con un hombre. ¿Un novio? —No. —Se giró, afrontándolo a sabiendas esta vez. Cuando lo vio, jadeó. La máscara reservada que él había llevado todos estos días había desaparecido por

completo. Lucía salvaje, capaz de infligir un dolor insoportable. Y hacerlo con una sonrisa amenazadora. Sus miradas chocaron, como dos espadas batiéndose en duelo. Otro cálido estremecimiento la recorrió y tragó el nudo que le crecía en la garganta. —Ven aquí —le dijo en voz baja, pero aun así hubo una orden absoluta en su tono. Podría haberse alejado y él no habría sido capaz de seguirla. Pero dio un paso hacia él, desesperada por estar cerca e incapaz de respirar cuando por fin estuvo de pie entre sus rodillas extendidas. La mente le gritaba que huyera. ¿Qué haces? Esto es un error. Él puede que ahora te ofrezca placer, para más tarde ofrecerte desdén. Sus manos se alzaron y le envolvieron la cintura, manteniéndola en el lugar. Jadeó ante el primer contacto, su piel tan caliente que quemaba hasta el hueso. ¿Por qué su toque nunca la había repugnado? ¿Por qué siempre ansiaba más? —¿Q-qué quieres? —¿Tartamudeando Le’Ace? —Te diré lo que no quiero. No quiero que te vayas. «¿Verdad?» «Afirmativo» Ella parpadeó con sorpresa. —Yo-yo tengo que hacerlo. Su agarre se apretó, sus dedos clavándose profundamente. —Bésame primero. Aunque anhelaba obedecer, las órdenes no eran algo que toleraría. No de él. —No me digas lo que tengo que hacer. Nunca. Sus ojos ardieron, un infierno observándola. —No era una orden. Maldición, era una jodida súplica. Todo dentro de ella se ablandó. —Un beso no cambiará nada —contestó con un tenue jadeo—. Todavía tengo que marcharme. —No me importa, ¿vale? Desde el primer momento que te vi, me he preguntado a que sabrías. Tengo que saberlo. «¿Verdad?»

«Afirmativo». Ella tragó aire y su ardiente mirada siguió el movimiento del cuello. Indecisa, colocó las manos sobre sus hombros. Sus músculos ondularon bajo las palmas, emocionándola. Pasaron varios segundos pero ella no se inclinó ni tomó sus labios. De repente, tenía más miedo de lo que jamás había tenido antes. ¿Y si lo hacía mal? ¿Y si a él no le gustaba? El pulso se lanzó a un salvaje e incontrolable baile. Tú sabes besar. Esto es una tontería. Pero era la primera vez que se preocupaba por el placer de un hombre. Era la primera vez que se sentía mojada, temblorosa e impaciente. —Mishka —susurró Jaxon. Sus brazos se alzaron y le enredó las manos en el pelo. Casi se le doblaron las rodillas. Él no la había llamado Le’Ace, lo que habría mantenido un poco de distancia entre ambos. Le había llamado por su nombre de pila, el primer hombre que la llamaba así. Perdida, se inclinó y suavemente presionó los labios contra los suyos.

Jaxon podría haberse corrido ante el primer vacilante roce de sus labios. Su olor a jazmín sostenía un rastro muy débil a especias, envolviéndolo mientras sus dedos se apretaban sobre los hombros, clavándole las uñas con fuerza. Ella le habría arañado la piel si hubiera tenido el pecho desnudo. Y le habría gustado. Incluso podía haber suplicado por más. Se había puesto la camiseta cuando ella había estado en la ducha, sospechando que la necesitaría como escudo. No porque temiera su fuerza, sino porque él temía la falta de resistencia. No podría seducirla si era ella quien lo seducía, lo que estaba peligrosamente cerca de suceder. No tienes mucho tiempo con ella, no lo malgastes. —Quiero besarte más profundamente —cierto—. Más rudo. Ella tragó y asintió con la cabeza. Jaxon presionó sus labios de nuevo, aplicando poco a poco más presión. Su boca permaneció cerrada así que pasó la lengua por su comisura. Los ojos se le cerraron en señal de rendición, la voluntad para resistirse desaparecida. Tan suave, tan dulce.

No le había mentido; no quería que se marchara. Quería que se quedara. Con él. No porque tuviera preguntas que hacerle y no porque hubiera pasado meses sin sexo. Quería que se quedara porque la idea de otro hombre mirándola, tocándola, besándola así, casi lo volvía loco de rabia. Aquellos malditos recuerdos de su matrimonio debían darle vueltas por la cabeza. Nada más explicaba el hecho que en aquel momento le importara una mierda quién o qué era ella. Ni siquiera le importaba que quisiera algo de él, que lo usara. Ella era una mujer y él un hombre. Aquí y ahora, sólo el placer importaba. Nada más. —Abre la boca para mí —le dijo con suavidad para no asustarla—. Por favor. Ella tembló, sus piernas rozándole el interior de los muslos. Dios querido. Entonces, lentamente, ella obedeció la suplica-orden. Jaxon metió la lengua dentro y gimió ante el embriagador placer. Sabía mejor de lo que había soñado, una mezcla decadente de mujer, menta y excitación. La polla se le hinchó, empujando contra el vaquero y tuvo que combatir contra la creciente necesidad de culminar. Pero no podía dejar de besarla. No ahora, quizás nunca. —¿Bueno? —preguntó ella, sin aliento. —Exquisito. Un temblor recorrió su columna y él siguió la deliciosa reacción, remontando con los dedos cada vértebra. Acarició sus tatuajes y el mismo pensamiento lo calentó. La colorida cadena de flores pintadas en su piel: Los lirios, las rosas, las orquídeas y las verdes hojas, notó que en algunos sitios estaban elevadas. ¿Cicatrices? Probablemente. Las acarició de nuevo, ofreciéndole consuelo. Ella tembló otra vez. Y fue cuando comprendió que temblaba cuando se excitaba. Repasó mentalmente la última hora y contó las veces que había temblado. Tres. Gracias, Dios. Preferiría ser apuñalado que rechazado por esta mujer. Ahora mismo era suya y todo en ella le sorprendía. Le’Ace tenía un brazo mecánico, y aun así hermosos dibujos decoraban su espalda, su columna actuando como un enrejado donde se mezclaban toda clase de vibrantes flores. Ella podía matar a un hombre sin parpadear, pero se convertía en una nerviosa adolescente ante la mención de un beso.

Más que nada ese nerviosismo lo sorprendió y lo inundaba con la determinación de avanzar despacio, con cuidado, aun cuando el cuerpo le exigía que la tumbara, la fijara y la tomara tan duro y rápido como le fuera posible, marcándose en cada centímetro de su cuerpo. Reclamándola. Inclinó la cabeza para un contacto más profundo y su lengua se movió tentativamente contra la suya. Él gimió. Lento y suave. No la asustes, se recordó. La vacilación que siguió podría haber sido por parte de ella, pero no le importó. Deslizó una de las manos por su espalda y subió por el costado hasta que encontró un seno. Pequeño, como una vez había imaginado, pero perfecto. Firme y a la vez suave. Las caderas se le arquearon hacia delante por propia voluntad, buscando el mismísimo centro de ella mientras giraba la muñeca y ahuecaba el delicioso montículo. —Jaxon —jadeo mientras se apartaba. Él casi le agarró del cuello y la tumbó de espaldas. Necesitaba más de sus labios, más de su sabor. Moriría sin ellos. Lento y suave, ¿recuerdas? Deslizó la mano de vuelta a su cintura. —¿Demasiado rápido? En vez de responder, ella se lamió los labios. Cuando vio la rosada punta de su lengua -la que había tocado y saboreado- la erección aumentó hasta el punto del dolor. —Quizás —dijo ella por fin—. Podrías, no sé. ¿Podrías fingir que este es mi primer beso? —Le miró al pecho— ¿Me dirás lo que vas a hacer antes de hacerlo? Él se congeló, vio la vulnerabilidad reclamarla por una fracción de segundo, y frunció el ceño cuando un pensamiento surgió. —¿Eres virgen Mishka? —Suponía que las cosas raras eran posibles. Negó con la cabeza y su largo pelo le hizo cosquillas en los muslos. —Yo simplemente, no lo sé —dijo de nuevo. Rojos círculos idénticos tiñeron sus mejillas y ella empezó a apartarse por completo, cortando todo contacto—. No importa. Olvida lo que te dije. No debería de hacer esto. Yo… —Quédate. Por favor. —La agarró más fuerte—. Fingiré lo que quieras —le dijo suavemente. Y lo haría. Fueran cuales fueran sus razones, lo haría. Un juego… perfecto. Le gustaba actuar… aún mejor. Excepto que, mientras estaba sentado allí observando sus atormentados rasgos, ninguna de esas explicaciones le encajaba. Con sus incertidumbres, su renuencia a tocar y ahora su necesidad de fingir, comenzó a sospechar que algo oscuro y siniestro le había pasado.

—Mishka, ¿te violaron? Se puso rígida y no dijo nada. No debería haber preguntado, pero ahora estaba bastante seguro de que lo había sido. La furia le bulló por dentro. Tranquilo, mantén la calma. Podría exaltarse más tarde, en privado. —Apoya las rodillas en el borde de la cama, nena, una a cada lado de mi cintura. Pero sólo si quieres —añadió. Por favor, que quiera. Jamás le había rogado a una mujer por sexo, pero podría hacerlo ahora. Ella se mordisqueó el labio inferior, dejando un brillo rojo y húmedo, como si hubiera chupado una fruta y el jugo hubiera goteado. Dios, él quería ser el que la mordisqueara. Quería saciarse de ella. Su mirada se lanzó de él al colchón y del colchón a él. Por un momento, Jaxon creyó que iba a abandonarlo. Entonces ella hizo lo que le había pedido y su excitado centro se colocó sobre la palpitante erección. Ambos silbaron ante el doloroso placer. Como si ella no pudiera detenerse le frotó sus senos contra el pecho y él tuvo de nuevo a la vista aquellas pequeñas bellezas de rosados pezones. —Voy a quitarte el sujetador. Detenme si hago algo que no te gusta, ¿de acuerdo? —Vale. Despacio y con vacilación, ella enderezó la espalda. Él levantó los brazos, igual de lento. Antes de que alcanzara el material, ella le capturó la mano y entrelazó sus dedos. ¿Ganando tiempo? El contraste de sus pieles, bronceado intenso con crema, resultó ser una vista encantadora. Dándole el tiempo que ella necesitaba, pasó un rato simplemente deleitándose antes de atraer su muñeca a la boca y colocar un suave beso. Ambas acciones lo sorprendieron, ya que ambas hablaban de afecto, algo que no tenía cabida en el negocio. —¿Preparada? —preguntó. Ella asintió con la cabeza y luego parpadeó con sorpresa ante su propia admisión. Un poco de su vacilación desapareció, sustituido por las vibraciones de la impaciencia y la curiosidad, la sorpresa y el placer. Ella se estremeció. La había visto abrocharse el sujetador por detrás, así que alcanzó detrás de su espalda. Su piel estalló en pequeños y sensibles temblores por todas las partes que él tocaba. Cuando abrió el broche, hizo una pausa,

—¿Preparada? —preguntó de nuevo. Apresurarla y asustarla, de repente le resultaba más terrible que el que ella se marchara y pasara las siguientes horas en un estado de afligida insatisfacción. —Sí —susurró. Él comenzó un ardiente y lento camino hasta las tiras de los hombros, las enganchó con los dedos, y las deslizó hacia abajo. El sujetador flotó entre ellos y se quedó atrapado entre sus cuerpos, dejando sus pechos desnudos. Cristo. En aquel momento se convirtió a una nueva religión: La adoración de Mishka Le’Ace. Sus pezones eran tan rosados y duros como recordaba. Pequeñas bayas que planeaba saborear muchas veces antes de que terminara la noche. —¿Quieres que me quite la camiseta? —preguntó. Gracias a Dios, ella asintió de nuevo con la cabeza. Pensando que ya tendría tiempo de amasar sus pechos y chuparlos, se agarró el dobladillo de la camiseta y se la quitó. Lanzó la tela al suelo antes de aplanar las manos sobre su espalda y atraerla hacia delante. Ella no se resistió. Cuando sus suaves senos encontraron la dureza de los músculos, él cerró los ojos y gimió. Se resistió al impulso de hacerla rodar sobre su espalda y poseerla. —Voy a lamer tus pezones. —Sí. Pasó la lengua por uno de sus duros brotes y luego el otro. Delicioso. Perfecto. Podría haberse quedado allí para siempre, adorándola, pero ella pronto dejó de retorcerse hasta que se quedó rígida. Vale, nada de pechos. Aún no. —Voy a besarte en la boca otra vez —ella casi había estallado la última vez que la había besado—. Cuando lo haga, podría tocarte entre las piernas. —Tal vez le gustara eso tanto como el beso. —Sí. Vale. Jaxon la agarró por la nuca y la inclinó para acercarla. Su boca se abrió al instante y su lengua se enredó con la suya, desesperada, impaciente. Paso una eternidad mientras se besaban, perdidos el uno en el otro. —¿Más? —indagó él, jadeante. —Sí —la palabra poco más que un gemido—. Estoy caliente. Duele.

Las palabras fueron tan potentes como un puñetazo sobre la erección. —Eso está bien, pero te quiero más caliente, más dolorida. —Hazme culminar. Por favor. Lo último fue pronunciado tan indecisamente, que dudó que ella alguna vez lo hubiera dicho antes. —Será un placer. Sus labios se encontraron de nuevo. Suaves, gentiles. Con la lengua le acarició el interior de la boca, el embriagador sabor llenándolo como antes y aun así, de algún modo, convirtiéndose en una experiencia completamente nueva. Ella se abrió por completo, alimentándose de él. Su cabeza se inclinó, pidiéndole silenciosamente que fuera más profundo, que tomara más. Él obedeció sin dudar, ahuecando sus mejillas y enredando sus lenguas. A ella se le escapó un gemido y deslizó sus manos hasta que le apretaron el cuero cabelludo. Con movimientos desiguales, como si ella no pudiera controlarse, se meció contra la erección. La acción casi le derritió, pero él no la detuvo. Lo intentó con su pecho de nuevo, amasándolo mientras sus endurecidos pezones se le clavaban en las palmas. Cuando apretó, ella jadeó. —¿Demasiado doloroso? —Fue bueno. Me gustó. —Su cabeza cayó hacia atrás, dejando al descubierto el cuello y el pulso que latía salvajemente en la base—. Más. Él lamió ese pulso mientras pellizcaba ambos pezones. Mishka pronto empezó a estremecerse, sus uñas arañándolo hasta sacar sangre. —¿Estás mojada para mí? —Creo que sí. Él también lo creía. La sensual fragancia de su excitación los rodeaba. Lentamente, él arrastró la yema de los dedos hacia abajo. Su estómago tembló, y paró para homenajear a su ombligo, rodeándolo con el pulgar. Luego se movió de nuevo y finalmente alcanzó el borde de sus bragas. Eran de encaje negro, tal y como se lo había imaginado la primera vez que la vio. Éstas moldeaban sus impresionantes curvas a la perfección. Su cintura exquisitamente

redondeada, sus piernas largas y torneadas, y el pequeño triangulo de fino vello entre ellas era del mismo tono multicolor que el pelo de su cabeza. —Tan bonita —la elogió. —Jaxon —suplicó. Le rodeó el clítoris por encima de las bragas y ella jadeó. La tela estaba húmeda, tal y como había sospechado. El sudor le goteaba por las sienes mientras encontraba el borde y metía los dedos debajo. ¡Cristo! Tocó su humedecida piel por el deseo y cada músculo del cuerpo se le tensó como si acabara de conectarse a un generador eléctrico. —Oh, Dios. Él la extendió, y Mishka gritó su nombre. Hundió un dedo en su interior. Dios, estaba tan apretada y caliente. —¿Estás bien? —preguntó, tenso. —Más. Por favor más. Él bombeó aquel dedo dentro y fuera, y luego apretó por un segundo. —Monta mi mano, cariño. Arriba y abajo. Tú decides el ritmo. ¿De acuerdo? Inmediatamente sus caderas se arquearon, deslizándolo más profundamente en su interior. Se retiró un poco para después avanzar de nuevo. Cielo Santo, estaba tan húmeda que ya le había mojado la mano. Ese conocimiento lo llenó de posesivo orgullo masculino. Yo hice esto. Ella me desea. Ansía mi toque. Pronto se mecía contra él a un ritmo regular y creciente, jadeando su nombre, tirándole del pelo, pellizcándole la espalda. —Eso es. Esa es la forma. —El pene le dolía por remplazar los dedos. Tenía la piel en llamas y la sangre como la lava. En cualquier momento, esperaba explotar. Vale la pena, pensó, observando su expresión embelesada. Vale muchísimo la pena. Tenía sus ojos cerrados y sus largas y pecaminosas pestañas le hacían sombra sobre las mejillas. Sus dientes mordían su labio inferior, tan fuerte que sacaban sangre. Cada pocos segundos, pequeños gemidos se escapaban de su boca. —La próxima vez, voy a lamerte donde te estoy tocando. Voy a joderte con mi polla en vez de con mis dedos. —Mientras hablaba, rodeó su clítoris con el pulgar. Los movimientos se volvieron aún más frenéticos y erráticos. Finalmente se quedó quieta, la calma antes de la tormenta, con el asombro reflejado en su cara. Entonces gritó y sus paredes internas le oprimieron los dedos, manteniéndolos cautivos.

En aquel momento, el placer lo bombardeó. Ella estaba tan caliente, tan húmeda, sensual y erótica. Una fantasía hecha realidad. La cálida semilla salió despedida ante el orgasmo más intenso que había tenido en la vida, a pesar de que no la había penetrado. Dulce Jesús. Bueno, tan, tan bueno. Demasiado bueno. Jadeando, liberó sus propios gemidos, perdido en el placer. Sólo despertó del dichoso aturdimiento cuando ella se derrumbó contra él, encorvándose y apoyándole la cabeza sobre el hombro. Permaneció así durante mucho tiempo, sobre las rodillas, las piernas abiertas, con los dedos en su interior. Él no habría podido moverse ni aunque alguien le hubiera colocado un arma en la cabeza. La satisfacción jamás había sido tan completa. Lo cual era extraño e inadecuado. Muy inadecuado. Realmente se había corrido en el vaquero. —Eso estuvo tan bien… —le susurró ella en la oreja—. Quiero hacerlo una y otra vez. Quiero… El teléfono sonó de repente. Mishka se puso rígida y echó un vistazo a la mesita de noche. El miedo se enroscó por dentro de él aunque no ensombreció el total sentimiento de satisfacción. Maldita sea, siguió la dirección de su mirada y vio la unidad celular estándar que todos los agentes llevaban. —Tengo que irme —dijo ella con voz rota. —No. Tú te quedas aquí. —Conmigo. Se alejó, obligándole a sacar los dedos de ella. Jaxon los cerró en un puño, el flujo de su excitación todavía brillando en ellos. Quiso bebérselo a lengüetadas, pero no se permitió el lujo. —No lo entiendes —dijo ella, cogiendo su sostén. Sentía las piernas inestables y casi se cayó al suelo. Él le dio un puñetazo al colchón. —Entonces explícamelo. El teléfono sonó otra vez y ella lo observó mientras se vestía. —Soy una marioneta y están tirando de mis cuerdas, ¿vale? ¿Lo entiendes ahora? Antes de que él pudiera contestar, ella agarró el teléfono y ladró: —Estoy de camino. —Hizo una pausa, escuchando—. Sí. —Pausa—. Lo sé, maldición. Dije que estoy de camino. —Colgó. Se abrazó a sí misma, como si esperara un castigo. Jaxon la miró, confuso.

—Voy contigo. —No, no vienes. —Caminó airadamente hasta el armario y rebuscó entre la ropa. Finalmente se decidió por un ajustado vestido negro. Apretó la mandíbula. —¿Qué quisiste decir con que eras una marioneta? —Hago lo que me dicen o sufro, ¿de acuerdo? ¿Contento ahora? —Después de deslizarse en el vestido y atarse varios cuchillos a los muslos, se puso unas botas hasta las rodillas. En ellas colocó un arma y tres estrellas arrojadizas. No supo por qué, pero verla armándose lo excitó. Al parecer, todo lo hacía en el día de hoy. —Abandona esta casa, e iré detrás de ti. Lo juro. —No serías capaz de encontrarme. Al menos ella no mencionó la silla de ruedas. —¿Quieres apostar? Sus ojos se estrecharon sobre él, y ancló las manos en las caderas. —¿Tengo que dejarte inconsciente? —Inténtalo y verás que pasa. —Estaba lo suficientemente cabreado como para pelear y atarla a la cama. Exasperada, lanzó las manos al aire. —Esto es por lo que evito a los hombres y las relaciones. —Con una sacudida de cabeza, agarró un cepilló y pasó las cerdas por su pelo. Cuando quitó todos los enredos, enroscó los sedosos mechones y los sostuvo en el lugar con pequeñas y puntiagudas agujas—. Si crees que un orgasmo te da derecho a dictar mis acciones, te equivocas. —No olvides el anillo —gruñó, ignorando sus palabras y señalando el anillo con el que lo había dejado inconsciente antes—. Podrías necesitarlo. Sus mejillas enrojecieron mientras se lo ponía en el dedo índice. —Éste no es el único anillo que deberías temer. —Agarró otros dos, hablándole de ellos mientras los colocaba en su sitio—. Éste te haría vomitar hasta las tripas. Y éste otro te haría alucinar hasta que la piel se te cayera a tiras. —Supongo que debería considerarme afortunado de que sólo me dejaras inconsciente —contestó con frialdad.

—Sí —replicó con cara y voz inexpresivas—. Deberías. Odiaba pelear con ella por motivos que no tenían nada que ver con el trabajo. Obviamente, ella también odiaba pelear con él, porque suspiró y añadió: —Mira. No hay razón para discutir. Tengo que irme y tú tienes que quedarte. Eso no cambiará. Así que, ¿quieres decirme cómo los Schön infectan a las mujeres o tendré que averiguarlo directamente? Los ojos se le ensancharon y una neblina de furia roja le enturbió la visión. —¿Vas a cazar a un Schön esta noche? Ella se tensó y no contestó. —Te quedarás aquí. ¿Entendiste? —Él se puso de pie poco después. Se inclinó y balanceó, pero no se cayó. Se dio la vuelta y se alejó de él. —Ahora mismo, soy más rápida que tú. No me detendrás y ambos lo sabemos. Una pausa, pesada y atronadora. —¿Por qué siento como si me manipularas con esto? ¿Qué me dejaste ver tu placer y luego me pides la información para salvarte? —Se rió amargamente ante su propia credulidad—. Y aquí va otra pregunta mejor. ¿Por qué dejo que te salgas con la tuya? Ella no tenía ninguna respuesta, ni siquiera intentó defenderse. —¿Cuándo tuviste el último período? —preguntó. —¿Perdona? —Sólo contesta la maldita pregunta. —No tengo períodos. La revelación lo sorprendió tanto que un poco de la cólera menguó. —¿Por qué? —Simplemente es el modo en que fui diseñada —dijo con voz monótona. Algo se le ablandó por dentro. —¿Puedes tener hijos? Sus dedos se apretaron en puños.

—¿Por qué me haces estás preguntas? ¡Las malditas respuestas no son asunto tuyo! En vez de enfadarlo, su arrebato lo ablandó aún más. —No dejes que uno de esos alienígenas te bese o te penetre, ¿vale? ¿Lo has entendido? Esto no tiene nada que ver conmigo y contigo. —Tan cierto como falso—. Simplemente no lo permitas. Ella asintió con la cabeza, su puño abriéndose lentamente. —Escucha. Esta noche no voy a estar con nadie más. Pero no puedo prometerte que no lo estaré alguna otra noche. Hago lo que tengo que hacer para sobrevivir, Jaxon. ¿Tú no? —No esperó a que contestara. Simplemente, salió de la habitación.

CAPÍTULO 7

Le’Ace esperaba que la expresión tipo “soy una chica traviesa y no llevo bragas puestas”, fuera sólida mientras ponía un pie en el atestado bar. Soy la gatita sexual de tus sueños, intentó proyectar, ansiosa de compañía y dispuesta a hacer de todo por un poco de atención. Ojos masculinos la descubrieron y se fijaron en ella. Por supuesto, la misma atención que buscaba y que tanto odiaba. Pero se obligó a sonreír alegremente mientras el aluvión de luces que colgaban del techo la iluminaba de pies a cabeza. Y sonrió más ampliamente mientras aquellos ojos masculinos la recorrían de arriba a abajo, demorándose en los senos y entre las piernas. ¿Podría alguien decir que por dentro estaba hecha un manojo de nervios y al borde del cataclismo? Había tres asientos libres en la barra, se sentó en el del final donde tenía una vista completa del local y pidió una cerveza. Dios, había tenido un orgasmo. No era el primero, pero todos los otros habían culminado en la oscuridad de su cuarto, mientras estaba sola en la cama. E incluso entonces, en aquellas raras ocasiones en las que se tocó a sí misma íntimamente, las acciones fueron más llenas de odio que placenteras, con imágenes de sudorosas caras masculinas destellando en la mente, burlándose de ella. Con Jaxon, sin embargo, no había pensado en nada más que en el momento, en el hombre. Experimentó nada más que satisfacción. Se sentía confundida por lo que había pasado, enojada por qué no hubiera pasado antes, disgustada porque Jaxon podría no querer hacerlo de nuevo al haberse

marchado tan bruscamente y hambrienta por saborear otra vez aquel dulce y exquisito deseo. Una fría botella chocó contra los nudillos, devolviéndola al presente. Pagó al camarero y se enfadó consigo misma por su distracción y su incapacidad de detenerla. Seguramente, Estap tenía a otros agentes en el bar para su “protección”. Sí, claro. Estaban ahí para vigilarla y tirar de sus cuerdas. Bastardos. Por una parte rezaba para que su objetivo se quedara en casa esta noche. Ella sólo quería hablar con Jaxon. Pero por otra, simplemente quería acabar con esto, sabiendo que sería convocada una y otra vez hasta que encontrara al del otro-mundo. Exploró el área. Ninguno de los hombres que pululaban cerca de la barra despertó ni una chispa en su interior. Quizás porque los seis sentidos conocían ya a Jaxon. Los dedos conocían la textura de su piel y la nariz su masculino olor. La boca conocía su decadente sabor y los ojos su tosco atractivo. El chip del ordenador conectado a las emociones, a sus altibajos, regocijándose con el placer del hombre ante cada sonido y movimiento. El hecho de que estuviera en un bar acechando a otro hombre la asqueaba. «Guíame», le ordenó al chip. Obviamente, no conseguiría hacer el trabajo por sí sola. Arrugó la cara en una mueca. ¡Mierda! Relájate, simplemente relájate. Bebió un sorbo de cerveza. Piensa en algo positivo. La expresión de Jaxon cuando él la había tocado: Posesividad absoluta, completa masculinidad. Su toque, oh, Dios, su toque. Sabía exactamente como tocarla, cuando apretar con fuerza y cuando con suavidad, donde ella necesitaba el estímulo. Cuanto más la había saboreado, más profunda se había vuelto su voz, más ronca y rica. «Estás distraída. Otra vez». «Avísame si alguien se acerca», ordenó y se permitió ir a la deriva. Toda su vida, había despreciado que otra gente le pusiera las manos encima. Y había odiado poner las manos sobre otra gente. Pero a Jaxon lo había deseado desde el principio, anhelando que la tocara, quedando sorprendida y encantada cuando lo hizo, y teniendo muchas ganas de tocarlo a su vez. No entendía como todo esto era posible. No entendía como podía desearlo incluso ahora. Por esto es por lo que no tengo relaciones. Ya se sentía culpable por dejarlo atrás. ¿Qué pensaría Jaxon? ¿La odiaba?

Apretó las manos a los costados. No puedes hacer esto. No puedes ir por ese camino. Es hora de que pienses en lo que te traes entre manos. «Macho acercándose en tres, dos…» Le’Ace enderezó la espalda, alerta al instante. —¿Otra cerveza? —preguntó el camarero de forma impersonal. Ella echó un vistazo a la botella. Vacía. Mordisqueándose el labio inferior, estudió al hombre que esperaba su respuesta. Humano. A mitad de los treinta. Drogadicto. Se le veía las señales de pinchazos en ambos brazos y temblaba ante la desesperada necesidad de otro chute. Archivó aquella información, sabiendo que sería capaz de comprar su ayuda si fuera necesario. —¿Señora? —dijo él. —Sí. Otra cerveza. Unos segundos más tarde, tenía otra botella helada en la mano y el camarero revoloteó hasta el final del mostrador para ayudar a otro cliente. Le’Ace lo desechó e inspeccionó a sus otros compañeros. De nuevo. No se acordaba de nada de lo que había visto. Algunos bailaban, otros jugaban al billar. Algunos se metían mano allí mismo, otros en oscuras esquinas. Nadie media más de metro noventa, tenía el pelo multicolor y los brillantes ojos verdes de un Schön. «¿Proporción humana alienígena?» «Veintitrés humanos en frente y seis detrás. Cinco alienígenas al frente y dos detrás». «¿Detrás? ¿Qué hay detrás?» Se avergonzó de haber hecho un triste reconocimiento para esta misión. Aquel tipo de trabajo mal hecho, podía matar a una chica. «Tres habitaciones. Un cuarto de baño». «¿Cómo lo sabes? ¿Y qué están haciendo?» «El edificio lleva aquí mucho tiempo y está en el sistema. En cuanto a los hombres, sus niveles de excitación son altos y el aire está cargado de humo de los cigarrillos ilegales. Descubiertas dos señales de armas, probablemente Glocks. Probabilidad del ochenta y siete por ciento de que estén jugando al póquer». ¿Estaba el Schön allí detrás, entonces? Se preguntó Le’Ace. La idea apenas se formó cuando la puerta de la calle se abrió y el Schön entró de una zancada. ¿Lo convoqué mágicamente? Aun sabiendo lo que era, casi golpeó la barra con la mandíbula cuando lo examinó.

Su jefe intentó sacar una foto holográfica del macho, pero la imagen del otro-mundo nunca apareció. Entonces intentó describírselo. "Hermoso", había dicho. "Impresionante". Ninguna palabra le hacía justicia al alienígena. Cada hembra en el lugar se fijó en él y el deseo, de repente, saturó el ambiente. El Schön poseía un montón de músculos y sus rasgos eran humanos pero no así su piel. Esta parecía cobre pulido, metálica y sin ni un solo poro. Le’Ace a menudo se preguntaba por qué tantos alienígenas poseían tales fisonomías humanoides. Incluso había investigado el tema y había llegado a creer que todos habían sido creados en un mismo lugar, hacía un millón o dos de años. Sin embargo, algo debió separar a la gente en grupos y dispersarlos por remotos y diferentes planetas donde debieron evolucionar para encajar en los nuevos climas. Y en cuanto a cómo llegaron a esos nuevos planetas, pues suponía que habían usado los mismos agujeros de gusano que habían utilizado para encontrar la Tierra. Pidió a Dios que estos simplemente se quedaran en casa. Cuando los primeros alienígenas vinieron hace años, una sangrienta y violenta guerra estalló. Mucha gente murió, tanto humanos como de los otros-mundos. El planeta se sumió en el caos y el miedo, muchos de los alimentos, el agua, y animales casi desaparecidos en el proceso. Finalmente, y por la supervivencia de la especie, una precaria paz fue alcanzada y el mundo dejó de ser tal y como lo conocíamos: Exclusivo de los humanos. Todo tuvo que ser reconstruido. De ahí el Nuevo Mundo y la necesidad del A.I.R. y la fuerza bruta. De ahí la necesidad de Le'Ace. Vuelve al trabajo, mujer. «¿Está armado?» Le preguntó al chip. «Sí. Algún tipo de arma, aunque la marca y el modelo no están claros». Su objetivo inspeccionó el espacio hasta que descubrió a su propia presa, poniendo en su punto de mira a una joven mujer humana cuyos pezones parecían tan duros como el cristal tallado. La mujer lo miró fijamente y la baba se escurrió por la comisura de sus rojos labios. Le’Ace observo como el Schön caminó hacia la mujer. Resuelta, ella empujó al hombre que se sentaba a su lado y le dijo que se marchara. Él frunció el ceño, hasta que alzó… alzó… y alzó la vista hacia el alienígena que ahora estaba justo delante de él. En lugar de desafiar al de otro-mundo por la atención de la chica, se rió nerviosamente y se batió en retirada.

Aunque Le’Ace se quedó muda de sorpresa por su aspecto hipnotizador, el cuerpo no reaccionó como el de todas las mujeres lo hicieron. Qué extraño. ¿Tal vez él exudaba un imperceptible olor, u otra cosa, que drogaba a las mujeres? ¿Qué les atraía? Si Le’Ace se acercaba, ¿sería él capaz de sentir su falta de interés? El alienígena se deslizó en el ahora desocupado asiento al lado de la mujer humana, se inclinó hacia delante y olisqueó su cuello. Sus oscuros ojos se acercaron el éxtasis y sus largas pestañas, bastante maquilladas, abanicaron sus mejillas. La pareja habló durante un momento, pero ni con la audición súper desarrollada, Le’Ace podía distinguir las palabras. La salvaje y estruendosa música rock sonaba demasiado fuerte. Soltó un profundo aliento. De acuerdo, puedo hacerlo. Pasándose la lengua por los dientes, se puso de pie y agarró la cerveza. El vestido se le había subido por encima de los muslos, pero no lo empujó hacia abajo. Mientras las armas quedaran ocultas, no le importaba cuanta piel revelaba. Ir, marcharse. Cuadrando los hombros, caminó hacia delante. El alienígena percibió la aproximación y lentamente ladeo la cabeza hacia ella. Sus ojos brillaban con un vibrante verde, destellando con lo que parecían ser miles de puntitos luminosos. Aquellas luces parecieron perforarle un camino hasta el alma, sondeando en busca de información. —Hey —le dijo Le’Ace a la mujer humana, y no era un saludo amistoso. La atención de la mujer nunca abandonó al alienígena. Siguió observándolo atentamente como si él fuera Dios y hubiera venido en su rescate. Sin una palabra, Le’Ace extendido la mano, agarró a la mujer por su teñido pelo rubio y tiró. Hubo un chillido y luego el asiento quedó vacío, con la mujer tumbada en el suelo. El Schön le sonrió a Le'Ace. —Tú me perteneces —le dijo ella—. Y yo no comparto. —Siéntate —contestó él. Su voz… él no habló con una voz, sino con dos, y no había ni rastro de acento en ella. Una voz parecía ser profunda y dominante, mientras que la otra era más ronca. Arrulladora. Ella intentó no fruncir el ceño. ¿Cómo era eso posible? Se percibía dos seres, pero sólo había un cuerpo visible. Mierda. ¿Dos? ¿Realmente había dos seres dentro de ese cuerpo? De nuevo, ¿cómo era posible?

—Siéntate —dijo otra vez. —¡Zorra! ¡Puta de mierda! —La humana se había puesto en pie y jadeando miraba a Le’Ace a través de sus parpados entrecerrados. «Un cien por cien de probabilidades de ataque». No me digas. Dejó la cerveza sobre la mesa. Con un chillido, la mujer saltó sobre ella. No queriendo revelar la profundidad de sus habilidades, Le’Ace permitió que su oponente le agarrara del pelo y le arañara el cuello. Hasta soltó un gritito asustado, como si no estuviera acostumbrada a esa clase de dolor. Pero mientras se propulsaba hacia atrás, conservó su firme agarre sobre la chica y furtivamente abrió uno de los anillos. Mientras caían al suelo, pinchó a la mujer en el estómago. Un chillido le retumbó en el oído izquierdo. Durante varios segundos, se revolcaron por el suelo en busca del predominio. Le’Ace jugó su papel de inexperta gatita peleona a la perfección, sólo estirando del pelo y arañando. Pero entonces, de pronto, la chica se congeló. —Oh Dios mío. —El horror cubrió aquella bonita cara y ella se dobló por la mitad, poniéndose en pie y cubriendo su boca mientras corría hacia el cuarto de baño. Le’Ace se levantó y fingió balancearse. El Schön extendió la mano y la agarró del brazo para estabilizarla. Tuvo que esforzarse por permanecer quieta, cada instinto en el cuerpo gritando para que se apartara de su demasiado caliente y apretado asimiento. —Siéntate —indicó él de nuevo. Esta vez, ella obedeció, colocándose a su lado. Esperó a que él iniciara una conversación pero los minutos pasaron y el hombre permaneció callado. Las otras mujeres lo adularían, supuso ella, desesperada por saber más sobre él. —¿Cómo te llamas? —preguntó, haciendo todo lo posible por parecer jadeante y excitada. —Tú puedes llamarme Nolan. Nolan. Un nombre humano. Del inglés antiguo. Nada realmente significativo. —Yo soy Jane. —Mientras hablaba, el teléfono móvil sujeto al tobillo, vibró. El aliento se le atascó en la garganta pero lo ocultó con una tos. Oh, no. No, no, no. Jaxon acababa de dejar el complejo. Había programado el teléfono para alertarla si cualquiera de las puertas o ventanas que daban al exterior se abrían y un cuerpo pasaba a través de ellas.

—¿Algo va mal, Jane? —preguntó el Schön. Quería saltar de la mesa y perseguir a Jaxon. En aquella silla de ruedas no podía haber ido muy lejos. Y lo encontraría, allí donde quiera que fuera, porque había colocado un chip de rastreo dentro de una de las ruedas. Además, había cogido el único coche y había inutilizado la moto. Desde el complejo había un largo viaje de dos kilómetros atravesando los bosques circundantes. Él desconocía el código de la puerta, así que no podía haber cogido la carretera pública. ¿Saberlo disminuyó la preocupación? No. Podía hacerse daño o ser perseguido por los lobos salvajes o ciervos que habían soltado en la zona para repoblar de nuevo la fauna. Él sabe cuidar de sí mismo. —No pasa nada malo —dijo por fin, frotándose los arañazos que la humana le había hecho—. Me duele el cuello, Fue una lucha bastante espantosa. Espero no haber herido a esa chica —balbuceó, intentando enmascarar su miedo por Jaxon. Los dedos de Nolan le agarraron con cuidado de la barbilla y le levantaron la cabeza, dándole una vista completa de las heridas. Las luces de sus ojos brillaron aún más, iluminando la mesa de un misterioso verde. —Luchaste por mí —dijo, sin ningún atisbo de emoción filtrándose a través de su extraña doble voz. —Sí. —¿Bueno o malo en su opinión? —Me gustó. Gracias a Dios. —Me alegro. La liberó y frunció el ceño. Hasta se echó hacia atrás en su asiento y la estudió. ¿Había dicho o hecho algo mal? ¿Sospechaba la verdad? Tenía que ruborizarse como si disfrutara de su escrutinio. «Mejillas sonrojadas, ahora». Mientras el chip le informaba del aumento del flujo de sangre, el rostro se le acaloró. No necesitaba un espejo para saber que dos chapetas coloradas ahora le salpicaban los pómulos. La cabeza de Nolan se inclinó a un lado. —Te ruborizas como si reaccionaras ante mí, pero tu pulso no está aceleró ante mi toque. Ni tus pupilas están dilatadas.

Con que observador, ¿eh? Hora de aumentar el juego. Encogiéndose por dentro, extendió la mano y remontó la punta de un dedo por su mandíbula. Su piel parecía fuego, quemando como si crujientes llamas ardieran bajo la superficie. —Tal vez no me tocas del modo que quiero —dijo. Mierda. ¿Parezco seductora o aterrorizada? Ambas cosas. Una de sus cejas se elevó. Notó que tenía un pequeño golpe en medio de la nariz. La única imperfección que poseía. Bueno, y sus labios no eran tan llenos como los de Jaxon. Jaxon. Sus palabras de despedida le atravesaron la mente. “No le dejes besarte o penetrarte”. La saliva o la eyaculación del Schön debían pasar el virus a los humanos. Le’Ace jamás había estado enferma, ni siquiera se había resfriado. Le informaron que los científicos le habían colocado algún tipo de partículas en el torrente sanguíneo que constantemente se renovaban, manteniéndola siempre sana. Por un momento, se preguntó si aquellas partículas serían lo suficientemente fuertes para combatir cualquier enfermedad que Nolan poseyera. Probablemente. Pero eso no redujo el miedo, el “y si…”. Jaxon probablemente le diría que no se arriesgara en averiguarlo. Pensar en el virus la puso nerviosa y pensar en Jaxon la excitó, ambas cosas acelerando su pulso de la forma que el alienígena quería. Él olisqueó el aire, como si pudiera oler su repentino cambio. —¿Y cómo quieres ser tocada? —preguntó con voz ronca. Ella se lamió los labios. —Más abajo. Por un momento, pensó que sus pupilas se dilataban como él esperaba que hicieran las suyas. Entonces comprendió que no tenía pupilas, sólo aquellas luces extrañas. Las luces se habían fundido, se habían oscurecido, formando círculos semejantes a las pupilas. —No estoy acostumbrado a las mujeres agresivas —dijo. Le’Ace leyó entre líneas. La gente por lo general caía a sus pies, tomando lo que fuera que él ofreciera. Ahora deseaba un desafío.

—¿Significa eso que te pongo nervioso? Pobrecillo. ¿Por qué no te pido una copa para que te ayude a relajarte un poco? Él rió suavemente entre dientes. —Divertida, también —le hizo señas a la camarera, que se precipitó a su lado como si hubiera estado esperando tal llamada—. Vodka. Una botella y un vaso. Excelente. Le’Ace planeó robar su vaso para poder analizar la saliva. La camarera comenzó a jadear y a sudar, prácticamente al borde del orgasmo cuando preguntó: —¿Con hielo? —No. Eso es todo. Jadeando con el creciente fervor la camarera se alejó. Tuvo que detenerse en una mesa cercana y agarrarse al borde mientras alcanzaba el clímax. Le’Ace sólo pudo sacudir la cabeza maravillada. La botella y el vaso llegaron unos minutos más tarde, y la camarera fue todo sonrisas. Intentó masajearle los hombros a Nolan, pero él la despachó. Ella puso mala cara todo el camino de vuelta. Le’Ace habría jurado que incluso tenía lágrimas en los ojos. Nolan le llenó el vaso hasta la mitad y se lo acercó. Aunque parecía demasiado sofisticado para beber directamente de la botella, eso es exactamente lo que hizo, agotando el contenido en segundos. Puso la botella vacía sobre la mesa y la deslizó hasta el borde, fuera de alcance. Si la camarera intentaba llevársela, Le’Ace le pondría la zancadilla. Una botella sería más difícil de robar que un vaso, pero no se marcharía sin ella. Nolan estudió a Le’Ace atentamente mientras ella bebió a sorbos. —¿Eres humana? —preguntó. —¿Lo eres tú? Él pronunció otra de aquellas risitas suaves. Su aliento estaba mezclado con el vodka, cálido y embriagador. —Tomaré eso como un no. Y no lo lamento. La gente de este mundo no es muy tolerante con los de otros, ¿verdad? —No, no lo son. —No intentó ocultar su amargura—. ¿Eso te cabrea? —Podría explicar el porqué estaba aquí, matando a mujeres inocentes.

—No. Entiendo su miedo a lo desconocido. «¿Verdad?» «Ninguna mentira detectada». Interesante. No estaba cabreado con los humanos y su intolerancia por los que eran diferentes. Se inclinó hacia ella y susurró: —¿Qué buscas esta noche, ¡um!? —Un hombre. Placer. «¿Está excitado ante esa idea?» «Sí». —¿Qué buscas tú esta noche? —Mientras acariciaba con la punta de los dedos el vaso, ella cerró la distancia entre ellos y le besó en la mejilla. —Creo que ya he encontrado lo que buscaba —dijo. El alzó la mano y le curvó los dedos en la nuca. Su otra mano se decidió por la parte superior del muslo. Caliente, tan caliente. Ella se tragó la bilis y pegó una sonrisa serena en la cara. —Me alegro. —No tanto como lo estarás. —Él se movió para besarle la boca, pero entonces, de pronto, se quedó quieto. Olfateó. Sus ojos se apartaron de ella, elevándose por encima de su hombro y frunció el ceño. Su cabeza se inclinó a un lado en aquella extraña forma suya. —¿Tienes un hombre? —preguntó. —No. —Pues él no parece sentir lo mismo. —¿Él? No ten… —Se puso rígida, después sintió la penetrante mirada perforándole la espalda. No era posible. No era jodidamente posible. Lentamente se dio la vuelta en el asiento, el temor inundándola. Sí que lo era. Jaxon estaba de pie en la entrada, frunciendo el ceño. Su mirada estaba fija en ella como el cañón de una pistola. Irradiaba una furia indisciplinada mientras bajaba la vista a la mano de Nolan puesta en el cuello.

Los ojos de Le'Ace se ensancharon y la sangre se le acaloró al instante, quemándola de dentro hacia fuera. Se puso en pie un segundo más tarde, quitándose la mano de Nolan. Debería de haberle preocupado que Jaxon hubiera arruinado el objetivo de esta noche. Debería de haberse preocupado porque la situación no podía terminar bien. No para ninguno de los involucrados. Pero no lo hizo. Lo único que le preocupaba era el hecho de que Jaxon estaba aquí. Cojeó hacia ella, con la determinación dibujada en cada paso.

CAPÍTULO 8

Dallas miró a las personas que había invitado a su casa y sólo pudo sacudir la cabeza con inquietud. Conseguí más de lo que pretendía, eso seguro. Maldita sea, esto era un desastre. La fatal visión ya se había puesto en marcha. El conocimiento le ardía en los huesos y se clavaba en el alma. Y él era la causa. Había llamado a Mia Snow y ella había venido, tal y como sabía que haría. La mujer no tenía muchos amigos, y protegía ferozmente a los pocos que lo eran. Pero había traído un arsenal (bueno) y a su amante alienígena (no tan bueno). Dallas tenía la sangre Arcadian de Kyrin corriendo por las venas, y siempre que se acercaba al de otro-mundo quería caer sobre las malditas rodillas y obedecer al hijo de puta. ¿Cómo de jodido era eso? Ahora mismo, la pareja estaba sentaba en el sofá. La menuda Mia, de cabello oscuro repantingada sobre el alto Kyrin de cabellos blanco. Ellos miraban airadamente a los otros agentes que Dallas había invitado, entre jodido y jodido arrumaco. Dallas tuvo que contener las ganas de vomitar ante esa visión. Eden Black se sentaba frente a ellos. Era una alienígena, una Rakan, y una asesina todo terreno. Parecía un ángel. Era completamente deslumbrante. De oro de la cabeza a los pies: Pelo dorado, ojos dorados, piel dorada y unos rasgos tan perfectos que rivalizaban con los de Dallas. Hey, no era jactancia si era cierto.

Aunque jamás se había encontrado con la Rakan antes, Dallas la había visto sujetando a un corcoveante Jaxon mientras éste le gritaba. Había asumido que ella era el enemigo. Ahora le obligaban a reconsiderar la visión. Tal vez ella había estado sujetando al hombre para salvarle la vida. Jack confiaba en Eden. Es más, Dallas había hecho algunas preguntas sobre ella. Supuestamente era la hija mimada de un distribuidor de armas. Una tapadera, lo sabía. Trabajaba en las sombras como asesina y rastreadora. Los que habían trabajado con ella alababan su honor y dedicación. Eden, también, había traído a un hombre a la reunión… otra persona que Dallas jamás había conocido pero que había visto mentalmente. Lucius Adaire, el compañero de Eden y colega asesino. A diferencia de Eden, el hombre no era deslumbrante. Era feroz. Francamente, el tipo parecía que comía a hombres adultos como tentempié y pistolas de segundo plato. Violentos y coloridos tatuajes decoraban su cuello y envolvían ambos brazos. Tenía piercings en las cejas y sus ojos eran tan negros que se mezclaban con sus pupilas. Pero de nuevo, Dallas había escuchado cosas buenas de él. Con los asesinos había un hombre que Dallas no había visto ni en persona ni en la mente. Devyn. Un autoproclamado rey de alguna clase, aunque ninguno dijo de qué o de dónde. Devyn era tan alto y musculoso como Lucius, con el pelo castaño, ojos ámbar, y la piel muy pálida. No, no pálida, pensó después. Sólo reluciente, como si lo hubieran rociado con polvo de hadas. A las mujeres probablemente les gustaba mirarlo, pero Dallas sólo podía hacer una mueca y alegrarse de no ser él. Mientras Lucius parecía capaz de matar, Devyn irradiaba irreverencia y mordaz entretenimiento, como si todo a su alrededor fuera una broma privada pensada sólo para él. Dallas podía sentir una especie de poder sobrenatural emitido por el hombre. Aunque cuál, no lo sabía. Todo lo que sabía era que iba a tener que confiar en esta gente. —¿Vamos a evaluarnos los unos a los otros? —preguntó Mia con su habitual tono “bésame el culo”. —A mí no —le contestó Eden impertinentemente. Dos hembras alfa, ambas determinadas a mandar. Normalmente, Dallas habría disfrutado de la confrontación. Hoy, lo quería todo tranquilo y ordenado, para así poder detener la parte mala que sucedía en la visión.

—Mmm, pelea de gatas —dijo Devyn, ensanchado su sonrisa. Él se echó hacia atrás en el mullido sillón y enlazó los dedos tras su nuca. Dallas se pasó la mano por la cara. La cabeza ya le empezaba a doler. —Mirad. Esto es por Jaxon. Así que dejad las chorradas para más tarde, ¿vale? Silencio. Se tomaría eso como un sí. Se colocó más cómodamente en la dura y rígida silla y puso las piernas con un golpe sobre la mesa de centro. Todos los ojos estaban fijos en él. Por una vez, había actuado como un buen anfitrión y les había dejado los muebles más cómodos a sus invitados. Bueno, se los habían quitado, más bien. —Pondré el mensaje de nuevo —dijo, extendió la mano y presionó una serie de botones para iniciar el correo de voz. —Sólo tengo un minuto —repitió la profunda voz de Jaxon a través del cuarto—. Ella está en la ducha. Estoy bien. Recuperándome. Creo que algo va a suceder y hasta que no lo averigüe, me quedó aquí. Si cualquier hembra humana es capturada y encerrada, no permitáis que los agentes entren dentro de sus celdas. —Pausa—. El rocío se apaga. Mierda. Hablaremos de nuevo pronto. Otra ronda de silencio. —¿Ella? —preguntó finalmente Mia—. ¿Mierda? ¿Desde cuándo dice Jaxon palabrotas? —¿Has rastreado la llamada? —preguntó Lucius, indiferente a las irrelevantes preguntas de Mia. Dallas se encogió de hombros. —La señal fue desviada por toda New China y por el resto de Singapur. Veréis, esto es lo que he sido capaz de descubrir hasta ahora. —Les habló del rapto, de las células azules de piel de los Delensean encontradas en casa de Jaxon, y sobre el misterioso caso que le habían asignado a Jaxon una semana antes de su desaparición. —¿Jack no dio detalles del caso? —preguntó Mia. —Sólo que Jaxon poseía unas habilidades únicas que eran necesarias. —Habilidades únicas. —Mia se dio un golpecito con la uña en la barbilla—. Entonces tenía que interrogar a alguien. Dallas se encogió de hombros.

—O a varios alguien. —¿Y Jaxon no habló del caso con ninguno de vosotros? —preguntó Eden. —No —contestaron ellos a la vez. El secretismo de Jaxon era sumamente insólito. Ya que Jaxon y Dallas eran tan cercanos como hermanos, se echaban una mano el uno al otro, se cubrían las espaldas mutuamente. Así que, para Dallas, había sólo una razón por la que Jaxon se había callado: El saberlo habría puesto a Dallas en peligro. —Investigué un poco por mi cuenta —admitió Dallas. Había irrumpido en la oficina de Jack—. ¿Habéis oído hablar de una especie llamada Schön? Lucius gimió. —Tu hombre se encuentra en problemas si ese es el caso en el que trabaja. Definitivamente, explica su deseo de mantener a los agentes lejos de las humanas capturadas. —¿Por qué? —Mia se enderezó—. ¿Quién coño son y de qué diablos estás hablando? —¿Lo quieres explicar tú o lo hago yo? —preguntó Lucius a Eden mientras se masajeaba el cuello. —Yo lo haré. —Con expresión seria, Eden examinó con su dorada mirada a los ocupantes del cuarto—. Fui criada en la Tierra, pero tuve un tutor Rakan que me enseñó cosas de mi planeta, su gente y su historia. Según él, Raka era un planeta pacífico gobernado por un solo hombre. Una de sus reglas era que no se permitía la entrada a los alienígenas ni a los ciudadanos marcharse. Pese a todo, eso no detuvo a algunos de intentarlo. —Uh, ¿realmente necesitamos la lección de historia? —Un sentimiento de urgencia se precipitó a través de Dallas. Eden tenía respuestas. Él las quería, sin lecciones. Los oscuros ojos de Lucius se estrecharon sobre él. —Mejor vigilas tu tono. —Y sí —dijo Eden—, la necesitáis. —De acuerdo. Lo siento —se disculpó Dallas y agitó la mano en el aire—. Continua. Ella se apoyó contra el pecho de Lucius.

—Hace unas semanas, varios Rakans cruzaron el agujero de gusano de su planeta al nuestro. Eso pasó en New Dallas. Vieron mi foto en las noticias y, ya que yo estaba en una fiesta sobre derechos alienígenas y obviamente estoy integrada en la sociedad, me buscaron con la intención de hacer lo mismo. Me hablaron de guerra y enfermedad. El estómago de Dallas se apretó. —¿Y? —Me pidieron ayuda. Los Schön habían aparecido de repente sobre Raka, habían infectado a sus mujeres y algunos de los hombres y luego se habían marchado tan de repente como habían aparecido. Quedaron pocos sobrevivientes. Genial. —¿Qué tipo de enfermedad? ¿Cuál era su objetivo? —Los hombres no podían decirme mucho sobre la enfermedad. Jamás antes habían sido expuestos a la enfermedad y no tenían modo de manejarla. Sin doctores, sin hospitales, sin medicación. Lo que pudieron decirme era que los Schön parecían necesitar a las mujeres. Cuando las hembras murieron, los Schön se debilitaron. Entonces los de otros-mundos habían venido por su supervivencia. Dallas se preguntó por qué Jaxon se había guardado esto para él. Cuando se trataba de alienígenas, la supervivencia era la razón habitual por la que se trasladaban aquí y mejor que la alternativa de siempre: La dominación mundial. Tenía que haber algo más. Algo que ellos omitían. —Se lo conté todo a mi jefe —siguió Eden—, y dijo que lo dejara estar y lo olvidara. Hablando de jefes, ¿quién está en contacto con vosotros? ¿Quién os ha dado la información del rescate del agente secuestrado y su recuperación? —El Senador Kevin Estap. Ella palideció, su dorada piel tornándose en un ceniciento amarillo. —¿Qué ocurre? —exigió Dallas, enderezándose—. ¿Lo conoces? Una cabezada. —Él controla las operaciones especiales. Misiones peligrosas que nadie más aceptaría. —Jaxon podría correr más peligro del que pensamos —dijo Kyrin, hablando por primera vez. Lucius se tocó uno de sus piercings en la ceja.

—¿Fue inyectado con un sistema de rastreo de isótopo antes de su rapto? Dallas y Mia se miraron el uno al otro, luego al asesino a sueldo. —¿Qué es eso? —preguntó él. Eden y Lucius también compartieron una mirada. —Realmente ellos os ocultan algunas cosas ¿verdad? —murmuró el agente masculino. Mia lanzó los brazos al aire. —Por Dios, simplemente cuéntanoslo. La diversión brilló en los oscuros ojos de Lucius. —Tú y Eden deberíais luchar en el barro. Eden le pegó con la mano en el brazo. —Si alguien hubiera inyectado un brillante líquido rojo en el torrente sanguíneo de Jaxon, habría sido capaz de controlar su paradero durante unos meses, fijando su posición cada minuto del día. Ya que ninguno sabe de lo que hablo, creo que puedo decir con total seguridad que él no fue inyectado. —Escuchad —lanzó Lucius—. Si el Senador Estap está implicado, tu amigo ha estado en contacto con Mishka Le’Ace. Ella es la mano derecha de Estap. —Bueno, eso explica el ella. —Mia soltó una retahíla de maldiciones—. Le’Ace. Maldita sea. Jaxon está en graves problemas. La atención de Eden se centró en Mia. —¿La conoces? La furia ensombreció los bonitos rasgos de Mia. —Sí. Fue mi instructora una vez, y hemos dado clases en el mismo campamento de entrenamiento del A.I.R. —Hubo tanto odio en el tono de Mia, que Dallas compadeció a la mujer. Los enemigos de Mia siempre morían con mucho dolor—. ¿Y tú? El dorado pelo de Eden se meció cuando ella asintió con la cabeza. —Oh, sí. La muy zorra me pegó un tiro en la pierna. —Entonces esa zorra morirá —murmuró Lucius y los dorados labios de Eden se alzaron en una lenta y satisfecha sonrisa. Dallas pensó en la morena de la visión.

—¿Cómo es esa tal Le’Ace? ¿Una impresionante morena que le gusta los cuchillos y pegarle un tiro a las cosas? —Es rubia —dijo Mia al mismo tiempo que Eden decía: —Es pelirroja. —Obviamente, cambia de aspecto —contestó secamente. Pero apostaría los ahorros a que Le’Ace era la mujer que había visto. Con la conexión con Estap, Dallas dudaba que pudiera ser alguien más. —Obviamente. —Eden se acurrucó contra el costado de su hombre—. ¿Tu morena tiene tatuajes en la columna vertebral que le cubren las cicatrices quirúrgicas? —No lo sé. Sólo conseguí verle la cara y era la perfección. Uno de los aparentemente delicados hombros de Eden, se alzó en un encogimiento. —Eso suena a ella. Espera. Una duda golpeó a Dallas. —¿Cuántos años tiene esa mujer? ¿Si era instructora de Mia cuando ella era adolescente, tendría que ser mayor, no? ¿Cuarenta? ¿Cincuenta años? —Sí, pero la edad no importa. Ella no envejece físicamente —contestó Eden. Frunció el ceño con confusión. Todos envejecían. Bueno, Kyrin no lo hacía. Maldición. —¿Es alienígena? —No. No creo. No puedo explicar que es. La ciencia jamás fue mi punto fuerte. —¿Por qué te disparó? —preguntó Dallas. —Eso tampoco lo sé. Estábamos en una misión. Una de muchas que nos asignaron juntas. Jugábamos en el mismo equipo e íbamos a por el mismo objetivo. — Eden frunció el ceño—. No pidas detalles porque no puedo dártelos. De todos modos, tuvimos éxito. Volvíamos a la sede central cuando ella me pegó un tiro y me dejó abandonada para morir. Los brazos de Lucius envolvieron la cintura de la Rakan y apretó fuerte. Besó su sien, e incluso su alborotado pelo. Mientras sus acciones eran apacibles, Dallas pudo ver el destello mortal en sus ojos. Sí, la mujer Le’Ace iba a sufrir por sus antiguos pecados. —Es despiadada —dijo Mia.

Eden asintió de nuevo con la cabeza. —Mataría a cualquiera. Sin importar la edad, especie o género. Nada le afecta. Genial. Y lo más probable es que Jaxon estuviera con la pequeña víbora. —¿Por casualidad alguno tiene su dirección? —preguntó Dallas. —¿Tienes un mapa de la ciudad? —preguntó Eden, en vez de contestar. —Por supuesto. —Dallas se levantó, cruzó a zancadas la sala de estar y entró en su oficina. No fue realmente un viaje largo, considerando lo pequeño que era su apartamento. Después de encontrar la cámara holográfica, regresó a la estancia. Colocó la pequeña caja negra en el centro de la mesita y presionó los botones necesarios. Un gran triángulo azul se cristalizó encima, las luces multicolores pulsando en su interior. Las líneas rojas indicaban calles, mientras los diminutos puntos negros indicaban casas y edificios. Sólo tenía que dar un toquecito en la aparentemente líquida pantalla para ampliar y destacar cualquier lugar en concreto. Todos se agacharon alrededor de la mesa. —Bien. Aquí, aquí, y aquí —dijo Eden, tocando mientras hablaba—. En esta ciudad, el senador Estap usa esas tres posiciones como casas seguras. Probablemente hay más, pero esas son las únicas que he visitado personalmente. —¿Un céntrico apartamento, un complejo en las afueras y una plana extensión de tierra en medio de ninguna parte? —preguntó Mia con escepticismo. Eden resopló. —Créeme, la tierra no es plana y está en medio de la seguridad más completa con la que jamás te hayas encontrado. Es un laboratorio. —Entonces supongo que tendremos que separarnos. —Dallas se frotó las sienes, el embotado dolor de antes volviendo. Y creciendo. —¿Crees que a Jaxon lo mantienen encerrado por estar infectado? —preguntó Eden pensativamente. Podría ser, y la idea lo asustaba terriblemente. —¿Dices que en Raka sólo murieron las mujeres infectadas? —Ya te gustaría. Algunos hombres también lo hicieron. Lucius negó con la cabeza. —Recuerda, nena. En realidad sólo unos pocos murieron por la enfermedad. La mayoría murieron porque las mujeres infectadas se los comieron.

La mandíbula de Mia cayó. —¿Comidos? ¿Cómo si fueran alimento? —Así es. —Eden dio una palmada cuando los recuerdos se deslizaron en su lugar—. Las chicas se volvieron caníbales y los hombres alimento. Esto se ponía cada vez mejor. —Habría sido agradable conocer esa pequeña gema antes. —Cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz, tratando sin éxito de rechazar aquel dolor cada vez más intenso. —¿Estás bien? —preguntó Kyrin con tono preocupado. —Estoy bien. —Pareces pálido —observó Mia. —Estoy bien. Sólo preocupado por Jaxon. Hubo una pausa. Dallas dudó que lo creyeran. Sonaba débil, incluso para sus propios oídos. Kyrin estuvo de repente a su lado, agarrándolo de los hombros cuando él se derrumbó, incapaz de detenerse. El vértigo lo inundó, un río que fluyó de la cabeza a los pies, y sólo el asimiento de Kyrin lo mantuvo recto. —¿Puedo hablar contigo en privado? —le preguntó Kyrin. —No —Vamos. Sé un hombre. Plantó los talones en el suelo y empujó hasta enderezarse—. Preparémonos y salgamos en busca de nuestro chico. Otra pausa. —Dallas, me acompañarás a la cocina y charlaremos en privado. La orden se deslizó en la mente, y los pies de Dallas se movieron antes de que pudiera pararlos, obedeciendo de mutuo acuerdo. Como la caída, no pudo detenerse; todo lo que sabía era que el dolor de cabeza se aliviaba con cada paso. La furia tomó su lugar. Cuando alcanzaron la cocina, Dallas giró hacia el de otro-mundo. —¿A qué diablos viene esto? Imperturbable, Kyrin se encogió de hombros. —Llevas mi sangre. Por lo tanto soy tu dueño de sangre.

Infierno, no. Abrió la boca para soltar una brusca respuesta, pero Mia irrumpió en la cocina, las puertas agitándose tras ella. Dallas apretó los labios. Como si quisiera un testigo de esta mierda amo-esclavo. Kyrin la afrontó con expresión resignada. —Mia. —Dejad las palabras fluir de vuestra boca y acabemos con esto. —Ella saltó sobre el mostrador y los fulminó con la mirada—. Fingid que no estoy aquí si eso os hace sentir mejor. —Mujeres —murmuró Kyrin, volviendo a Dallas. De acuerdo. Si Mia quería mirar, dejaría que lo hiciera. —Tú no eres mi dueño, gilipollas. Te dieron sangre humana para salvarte la vida. ¿Significa eso que tienes un dueño de sangre? —Un poco de mi sangre permaneció en mi cuerpo cuando fui drenado. Como mi sangre es dominante, pronto ensombreció a la humana. —Lo que sea. Pero tú no me controlas. ¿Entendido? Durante varios minutos, Kyrin permaneció callado. Sus ojos violetas -del mismo color al que habían cambiado los ojos de Dallas- brillaron. —Arrodíllate. Dallas estaba de rodillas al segundo siguiente. Él frunció el ceño, la furia atravesándolo de nuevo. Intentó ponerse en pie, pero no pudo obligar al cuerpo a hacerlo. Tenía los músculos completamente petrificados. Una de las cejas oscuras de Kyrin se elevó. —¿Me crees? —Sí —gruñó, detestando la admisión. —Levanta. Dallas se puso de pie, moviendo poco a poco el puño hacia atrás y lanzándolo después hacia delante. Los nudillos impactaron contra la nariz de Kyrin, rompiendo el cartílago. Incluso mientras la cabeza del alienígena giraba a un lado, goteando sangre, Mia empujó a Dallas al suelo y le inmovilizó la parte superior del cuerpo con las rodillas. —No le hagas daño —gruñó—. El Arcadian es mío.

La nariz de Kyrin se volvió a colocar en su lugar. La sangre se secó, evaporada, sin dejar rastro de la herida. —Sólo quería decirte que sé que estás confundido. Si tienes cualquier pregunta sobre la transformación, aquí estoy para ayudarte. Dallas agarró los muslos de Mia y los empujó de los hombros y el estómago, liberando la garganta para respirar. —Quítate de encima. No quiero hacerte daño. —Tú no le harás daño. Las brazos de Dallas cayeron inútilmente a los lados, y Mia sonrió ampliamente con aire de suficiencia. —No puedes hacerme daño —dijo ella. —Espero que los dos os pudráis en el infierno —le dijo Dallas a la pareja. —Esos dolores de cabeza que tienes —continuó Kyrin— aparecen porque luchas contra tus visiones. Deja de luchar y los dolores desaparecerán. ¿Dejar de luchar? Sí, claro. Negó con la cabeza. —Todo lo que muestran es dolor y muerte. Mia se bajó de él completamente, la sonrisa desaparecida. La preocupación irradió de su cuerpo mientras ella le ofrecía la mano para ayudarle a levantarse. —No sabía que tenías visiones. ¿Por qué no me lo dijiste? —Últimamente, no has estado exactamente por los alrededores —se quejó, sentándose solo. Un intenso rubor coloreó sus mejillas. —Sabes por qué me marché. Sí. Lo sabía. Ella tenía hermanastros y hermanastras por ahí fuera y estaba determinada a encontrarlos. —Da igual. No importa. Kyrin, también, ofreció una mano para ayudarle a levantarse. De nuevo, Dallas siguió adelante por sí solo. Se puso de pie, un poco inestable. Kyrin suspiró y dejó caer el brazo. —Bloqueaste una visión en la sala. Cuando lo hiciste, ésta fluyó a mí. ¿Quieres saber cual era?

—No. —Porque en el fondo, una parte de él ya lo sabía. Oírlo confirmado por el de otro-mundo podría hacerlo cambiar de idea, convertirlo en un cobarde, manteniéndole en casa y lejos de Jaxon. Cosa que no podía permitir. El alienígena se lo dijo de todos modo. —Estás a punto de iniciar un efecto dominó. Te marcharás de aquí para salvar a tu amigo, y tu vida cambiará para siempre. Y no para mejor.

CAPÍTULO 9

Jaxon luchó contra una rabia diferente a la que jamás hubiera experimentado antes. Todo por una mujer. Le’Ace había cometido varios errores críticos esta noche. El primero, había dejado su teléfono sobre la mesita de noche mientras se duchaba, permitiéndole llamar a Dallas. El segundo, le permitió quitar un cable del interior y desviar los demás para poder rastrearla más fácilmente. El tercero, había inutilizado la moto pensando que él no sería capaz de arreglarla. El cuarto error y el más grave, lo había besado y lo había dejado por otro hombre. Jaxon podía haber entrado en su dormitorio con toda la intención de ablandarla, usarla y, en última instancia, engañarla para que le diera información, pero ella había salido del cuarto de baño con la piel brillando por la humedad, y fue él quien se ablandó. Emocionalmente, claro. Físicamente, se había puesto duro. El hambre sexual por ella y ninguna otra se convirtió en su única preocupación. Y cuando le pidió tan crudamente que fingiera que era su primer beso, pareciendo tan vulnerable como una adolescente y tan necesitada como alguien a punto de morir de hambre, el caso de los Schön dejó de existir para él. O era una actriz fantástica, como había demostrado ser en su papel de Marie dentro de la celda Delensean, o en determinado momento había sido víctima de violación. Jaxon sospechaba esto último. Había entrevistado a suficientes víctimas para reconocer las señales: La vacilación, el atormentado destello en los ojos, la completa sorpresa al alcanzar por fin un orgasmo. "Hago lo que tengo que hacer para sobrevivir", le había dicho. Eso también le molestó. ¿Por qué sentía ella que estaba en peligro? ¿Qué cosas viles pensaba que tenía que

hacer para sobrevivir? ¿Qué pensaba que le pasaría si no las hacía? ¿Por qué tenía que lograr acercase al Schön cuándo las hembras estaban obviamente en peligro frente a ellos? ¿Por qué se ponía en peligro de tan buen grado? Las respuestas lo eludían. Mientras se apoyaba en el bastón que había traído para caminar, deslizó la mirada sobre ella. Su pecho se elevaba y caía de forma irregular, como si no pudiera coger aliento. Sus piernas temblaban, como si su leve peso fuera casi demasiado para mantenerse en equilibrio. Su piel estaba pálida, todo rastro de color desaparecido. Sus pezones no estaban endurecidos. Así que. La cercanía de esa maldita escoria alienígena no la había excitado. El mortal apretón de Jaxon sobre el bastón por fin se aflojó. Hasta que aquel jodido alienígena de mierda extendió la mano y tocó su brazo. Una oleada de celos. Un embiste de posesividad. Experimentó ambas cosas y se cabreó consigo mismo y con Le’Ace. Se detuvo en seco, sabiendo que asesinaría al bastardo si seguía acercándose. Sólo cuando ella apartó la mano del hombre, Jaxon consiguió relajarse. Él jamás había saboreado a nadie tan dulce. Jamás había tocado a nadie tan perfectamente adecuado para las manos, el cuerpo. Ahora mismo, ella era suya. Y él no compartiría, ni siquiera por un caso. Calmado de nuevo, Jaxon se movió trabajosamente hacia delante, obligándose a mantener la expresión neutra incluso mientras el tobillo y la muñeca gritaban de dolor. Localizó a tres hombres que tenían que ser los cómplices de Le'Ace. Dos jugaban al billar en el fondo y otro coqueteaba con la camarera. Sus ojos eran demasiado sagaces, su atención demasiado centrada en lo que pasaba a su alrededor y no frente a ellos para ser cualquier otra cosa. Le’Ace se puso en movimiento bruscamente y lo encontró a mitad de camino. Ellos se quedaron de pie en medio del bar, las dos únicas personas existentes. Sus ojos verde esmeralda destellaron con pánico. ¿Y alivio? —¿Qué haces aquí? —susurró ella con ferocidad. La fulminó con la mirada, intentando ahogar su propia sensación de alivio. —Tú no eres la única que es buena en su trabajo. —Bien, fabuloso. Te has colocado en peligro. —Tú también. —Has echado por tierra mi tapadera, idiota. Sin dejar de mirar sus encantadores y enfadados rasgos, enfocó la periferia y al alienígena.

—Tu objetivo no se va a ninguna parte. Ya ha despedido a tres mujeres para poder vigilarte. Tienes su total atención. Misión cumplida. Sus ojos se entrecerraron, ocultando sus iris de forma que todo lo que pudo ver era que ardían oscurecidos. —Mi misión era aprender todo sobre él. Ahora se preguntará quién diablos soy y no me dirá una mierda. ¿A no ser que lo sedujera? La implicación vagó en el trasfondo de su voz y Jaxon vio rojo. —¿Quieres saber cosas de él? De acuerdo. Llévame a tu mesa, preséntame como tu hermano, y luego cierra el pico. Conseguiré respuestas. Pero si lo tocas, siquiera una vez más… —La roja neblina se profundizó, se intensificó, y tuvo que apretar los labios antes de empezar a aullar. —No se creerá que eres mi hermano —dijo ella bruscamente—. No es idiota. —Entonces dile que soy tu hombre, francamente, me la suda. —El carácter reservado de Jaxon desapareció completamente, hablando sin tapujos de ningún tipo— . Terminemos de una vez con esta mierda. Ella inspiró profundamente. No de cólera, sino de… ¿Qué? ¿Excitación? Ella se estremeció entonces y él lo supo. Oh, sí. Excitación. Eso quería decir… sin duda. Eso quería decir que le gustaba cuando él se dejaba ir, cuando dejaba de fingir ser algo que no era. Ya lo había sospechado, pero confirmarlo sin lugar a dudas era tan delicioso como su beso. —Le dije que estoy sola —indicó, todo atisbo de su cólera fuera. —Ahora dile que mentiste. —No. Pasaron varios minutos y los sonidos del entorno comenzaron a filtrarse en la conciencia. Risa, charla, el martilleo salvaje de la música rock, botellas tintineando juntas y pasos entrando y saliendo del edificio. Las córneas en proceso de curación todavía estaban sensibles, por lo que apreció la tenue luz que formaba una neblina de ensueño. Obviamente, Le’Ace no lo quería cerca de su objetivo. ¿Para proteger a Jaxon? ¿O por sus propios intereses? Diablos, el de otro-mundo era lo bastante guapo para atraer el interés de un hombre. Quizás Le’Ace lo quería todo para ella por motivos que no tenían nada que ver con su misión. Él no la excitó, ¿recuerdas?

—¿Sabes qué? —dijo—. Tengo una idea mejor. —La rodeó y caminó hacia el alienígena como mejor pudo. Malditas heridas. Jamás se había sentido más consciente de la debilidad u odiado más. Decidiendo jugar al novio enfurecido aun cuando ella le hubiera asegurado estar sola, le frunció el ceño al Schön. —Ella es mía —dijo, y hubo suficiente verdad en el tono para engañarse incluso a sí mismo. Ella es mía por el momento, tuvo que recordarse. —Me di cuenta de ello —dijo su oponente pacientemente, con calma. Hubo hasta un borde de intriga en su extraña voz, de varios tonos. El primer instinto de Jaxon fue detener al bastardo aquí y ahora. Sabía el mal que esta especie era capaz de ocasionar, lo había visto personalmente, y se había visto obligado a matar a seres humanos a causa de ello. Es más, le gustaba tener el control total de una situación, y tener a esta criatura encerrada le daría al menos un poco de control a Jaxon. Aquí afuera, al aire libre, había demasiadas variables. Sin embargo, entendía la necesidad de un reconocimiento antes de una detención. Entendía que a veces el único modo de obtener respuestas era mirar, esperar y engañar. Más importante que la captura de este hombre era averiguar donde se ocultaba el resto de Schön, como funcionaban, que armas y habilidades poseían. Lo último era lo más importante. Algunos alienígenas podían moverse a híper velocidad. Otros podían dominar a los humanos con un solo pensamiento. Y otros incluso podían pasar a través de las paredes. Y débil, como todavía estaba, no quería arriesgarse a perder la batalla al someter al alienígena o perder una persecución, y alertar así al sospechoso que el A.I.R. estaba sobre su rastro, posiblemente enviando al bastardo a la clandestinidad. —Está sufriendo —dijo el alienígena y señaló una de las sillas vacías—. Siéntese. Por favor. Tan cortés, tan indiferente. No era la reacción que había esperado. Jaxon permitió que la confusión se mostrara en el rostro. —Vine aquí para darle una patada en el trasero. El alienígena sonrió, pero la expresión no era de suficiencia. Simplemente divertida. —Lo supuse —contestó, no declarando lo obvio: Jaxon no parecía capaz de luchar ni contra su cremallera para hacer pis, mucho menos con el corpulento

gigante—. Sin embargo, no pasó nada entre su mujer y yo. Necesitaba hablar y ella me escuchó. “Su mujer”. Aquellas dos palabras le acariciaron el sentido de la posesividad, aliviando la cólera. —Sin embargo, usted quería más de ella. En vez de responder, el alienígena agitó una mano hacia la camarera y pidió una ronda de cervezas. —Última oportunidad para sentarse. Permítame invitarle a una copa. Parece que no le vendría mal una. Si empujaba mucho más, el Schön podría marcharse. Haciendo todo lo posible para parecer cansado así como calmado, finalmente se sentó. Después, apartó una silla y le hizo señales a Le’Ace para que la cogiera. Ella todavía estaba de pie en el centro del bar, mirándolo, y aún tenía que enmascarar su sorpresa. La he saboreado. La he sostenido y dado placer. Los distraídos pensamiento se formaron antes de que pudiera detenerlos. Ella era una visión de feminidad con su ceñido vestido negro y los guantes. —Le gusta jugar a hacerse la dura de conseguir —le dijo al alienígena, con voz severa—. Pero yo soy su hombre. —No dudo de usted. —El Schön le ofreció otra sonrisa—. Mi efecto sobre las mujeres es poderoso e influye hasta en la más fiel. Ella no habría venido a mí de otra forma. Lo supe desde el principio. ¿Él lo tenía, lo hacía? ¿Cómo? Le’Ace se unió a ellos enfadada, colocándose al lado de Jaxon y cruzando los brazos sobre el pecho. Él supuso que había optado por jugar a la novia trastornada, que le gustaba poner mala cara. —Nolan, te presento a Jay. Jay, Nolan. Todos sabéis que yo soy Jane. Ahora que todos estamos presentados… Deberían separar sus caminos, terminó mentalmente por ella. Un movimiento inteligente, sin embargo, dejar caer sus nombres en la conversación para que él por accidente no hiciera saltar su tapadera. Bueno, más de lo que ya lo había hecho. Se apartó de ella y se centró en "Nolan". Un nombre falso si alguna vez había oído alguno. Tan falso como Jay y Jane. —¿Una pelea? —preguntó el alienígena antes de que él pudiera contestar, señalando el bastón.

—Accidente de moto. —Ah. Jaxon observó al de otro-mundo atentamente, sin intentar ocultar su curiosidad. —¿De qué especie eres? No puedo ubicarte. —Sí, conocía la respuesta. Simplemente quería saber si Nolan lo admitiría. Una pregunta descortés, pero el alienígena no pareció ofendido. —Tu gente me llama Schön. De nuevo, una respuesta que Jaxon no había esperado. Se encogió de hombros para ocultar la sorpresa. —Nunca la he oído. Nolan también se encogió de hombros. —Eso no significa que no existamos. Las cervezas llegaron. La camarera, un rubia teñida de aspecto duro, con el lápiz labial corrido y los grandes pechos libres de sostén, hizo una pausa para acariciar la mandíbula de Nolan. —¿Hay algo más que pueda conseguirte? —No, gracias. La mujer suspiró con decepción, su expresión casi en trance. —Déjanos —indicó Nolan, y ella lo hizo. Jaxon le dio un trago a la cerveza, mirando a Nolan por encima del borde. —¿Llevas aquí mucho tiempo? —Sólo unas semanas —fue la respuesta. —¿Diversión? Algo casi triste cruzó la bonita cara del Schön. —No. Dejar el hogar de uno nunca es divertido. —¿Por qué viniste aquí, entonces? —Jaxon planteó la pregunta como simple curiosidad, sin embargo estaba en máxima alerta. ¿Decía Nolan la verdad o actuaba? Y si actuaba, ¿por qué? ¿Sospechaba algo? Los ojos de Nolan se encontraron con los suyos. Estaban iluminados por cientos de estrellas diminutas, estrellas que parecían palidecer con cada segundo que pasaba.

—A veces un cambio de lugar es el único modo de sobrevivir. Supervivencia. —¿Se moría tu planeta o algo así? —preguntó Le’Ace mientras se inclinaba hacia delante, apoyando los codos sobre la mesa. Parecía cautivada por las palabras de Nolan. —O algo así. —Nolan imitó el trago anterior de Jaxon y apuró el contenido de su botella. —Habladme de vosotros dos. Estoy más interesado en todas las cosas que tratan del amor. —No le amo —dijo Le’Ace, bajando la mirada a sus manos. Había una punzada de incertidumbre en su voz, un temblor que hablaba de tormento interior y confusión—. No puedo. Bien jugado. Quizás era una actriz lo bastante buena para engañarlo en la cama, quizás nunca fue asaltada sexualmente y simplemente le gustaba fingir. Jaxon sabía que ella no lo amaba, pero la incertidumbre de su voz, como si hubiera una posibilidad de que pudiera amarlo, pero no quería hacerlo, era magistral. —Me salvó la vida —dijo Jaxon. Se quedó tan cerca de la verdad como era posible. De esa manera había menos posibilidades de un desliz—. Me sacó de debajo de los restos y se aseguró de que consiguiera asistencia médica. Nolan frunció el ceño. —¿Entonces no os conocéis desde hace mucho tiempo? —A veces sólo lleva un segundo —dijo Jaxon. Tristemente, las palabras no eran mentira. Un vistazo a Le’Ace y se había convertido en un hombre obsesionado. Desde el principio, no había sido sólo su exquisito aspecto lo que le atrajo, sino sus complejidades y su misterio. El ceño de Nolan se relajó. —Dices la verdad. —¿Sorprendido? —¿Tú tienes novia? —preguntó Le’Ace al alienígena, de nuevo mirándolo fijamente como si estuviera embelesada. El castigo de Jaxon, supuso, por no proclamar que la amaba. —Jane —advirtió. Ella aleteó sus oscuras y largas pestañas con inocencia.

—¿Qué? —Intentar ponerme celoso no es inteligente. —¿Intentar? —Se rió, y el sonido fue ligero, aunque no pudo ocultar el duro destello en sus ojos. Nolan, también, se rió. —Nunca te hartarás de ella, ¿verdad? —No. —Era tan cara de mantener como cualquier mujer podía ser, más incluso que Cathy. Aun así él no corría en dirección opuesta esta vez. Corría constantemente hacia ella, intentando juntar las piezas del rompecabezas que ella formaba—. Lamentablemente. La sonrisa de Nolan se amplió más y más, hasta que se estiró sobre toda la cara. —Me preguntaba cuanto tiempo tardaría el A.I.R. en venir a por mí. Me cuestionaba que agentes enviarían tras de mí. Estoy contento con su elección. Ante la mención del A.I.R., Jaxon se puso rígido, incapaz de controlar o detener la acción. Nolan lo sabía, entonces. Lo supo todo el tiempo. Le’Ace también se había quedado quieta. Jaxon podría negarlo, podría aparentar confusión. Al instante, sin embargo, decidió que Nolan era demasiado inteligente para creérselo. Tendría que atacar. Mientras furtivamente extendía la mano hacia el cuchillo atado a la cintura, dijo: —¿Por qué estás aquí? ¿Por qué no huyes de nosotros? Nos buscaste intencionadamente, ¿verdad? Nolan lo perforó con una mirada de pura determinación. —¿Por qué estoy aquí? Sólo voy a decir que estoy cansado de mi vida y las acciones de mis hermanos. ¿Por qué no huyo? Por la misma razón ¿Os busque intencionadamente? Sí. —¿Tus hermanos? —preguntó Jaxon, abordando una cosa a la vez—. ¿Por tu especie? Un asentimiento con la cabeza. —Ellos son los hombres a los que persigues. Los hombres que matan a vuestras mujeres. —¿Y tú, qué? ¿Quieres ayudarnos a encontrarlos? —Le’Ace se rió sin humor. —Lo que quiero hacer y lo que voy a hacer no es lo mismo. Y sí, os ayudaré.

Le’Ace hizo rodar los ojos. —Por favor. Puedo haber sido lo bastante estúpida para creer que te había engañado, pero no soy lo bastante imbécil para creer que vas a ayudarnos por la bondad de tu podrido corazón. —Demuestra que quieres ayudarnos. Empieza contestando algunas de nuestras preguntas —dijo Jaxon, ignorando el arrebato de Le'Ace. Preferiría hacer esto sin ella, pero sabía que no habría forma de apartarla—. ¿Por qué infectáis a nuestras mujeres? Nolan soltó un triste suspiro. —No podemos evitarlo La mesa se sacudió cuando Le’Ace pegó una fuerte palmada sobre la superficie. —Gilipolleces. Jaxon le lanzó una oscura mirada. Calma, le proyectó. Aunque ella no le hizo caso. —Dinos donde están los demás, esos hermanos tuyos. Ese es el mejor modo de ayudarnos. Nolan se rió amargamente, revelando unos dientes que parecían un poco más puntiagudos de cómo los había tenido hacía un momento. —¿Crees que es así de simple? ¿Crees que puedes irrumpir en medio de ellos y tomarlos cautivos? —Sí. Jaxon agarró la empuñadura del cuchillo y lo deslizó por encima de la rodilla. Torció el cuerpo ligeramente, colocándose justo enfrente de Le'Ace. Si Nolan hacía un movimiento en su dirección, el alienígena moriría. Sin dudar, sin vacilar. Pero poco después, Jaxon se dio cuenta que Le'Ace había hecho lo mismo. Que ella había tenido ese arrebato antes para poder alcanzar mejor su bota y retirar un cuchillo. Sutilmente se movía por delante de Jaxon. Protegiéndolo. No hubo tiempo para considerar la auténtica respuesta de sorpresa y placer. Nolan se levantó de golpe. Jaxon y Le'Ace hicieron lo mismo. Sin ocultar ya sus cuchillos, permitió que la hoja destellara bajo la luz del bar. Le’Ace fue más allá, apuntando una pyre-arma al corazón de Nolan. Ella disparó y el aturdidor rayo azul voló por encima del hombro del alienígena cuando él lo esquivó. Nolan se rió.

—Nos encontraremos otra vez. De eso no tengo duda. —Dio un paso hacia atrás, hacia la pared. —Detente —gritó Le’Ace, disparando de nuevo. También logró evitar el segundo rayo azul. Cuando su espalda encontró la piedra plateada, simplemente desapareció. Presente en un momento, desaparecido al siguiente.

CAPÍTULO 10

Esto indudablemente ha ido bien —dijo Le’Ace mientras arrojaba las armas



sobre la mesita de noche. Normalmente las limpiaba y las colocaba con cuidado en sus soportes tanto si las había usado como si no. Ellas eran sus mejores amigas, sus únicas amigas. Esta vez, sin embargo, estaba demasiado cabreada para prestarles atención. Silencioso e imperturbable, Jaxon caminó con dificultad hasta la cama y se dejó caer en el borde. Odió aquel estoicismo más que nunca. Quería romper la impasible máscara en tantos pedazos que él nunca fuera capaz de adoptarla de nuevo. Con mucho, prefería su vehemencia en el interior del bar. Había sido tan maravillosamente humano..., tan humano como ella siempre quiso ser. Él apoyó las manos sobre las rodillas y la miró. Había ocupado esa posición exacta antes, recordó, y el verlo así de nuevo, transformó los hilos de cólera en excitación. No había estado estoico entonces. No había estado silencioso. Había estado salvaje y tierno, un donante de placer. Había sido deseo. —¿No tienes nada que decir? —Quería patalear como un niña y apenas refrenó el impulso—. ¿Por qué no me dices lo que creías que podías lograr, eh? ¡Seguirme al bar ha sido una estupidez! De todos modos, permaneció tranquilo. —Había cámaras allí, Jaxon. Había agentes mirando y grabando cada uno de nuestros movimientos. —Lo sé —dijo por fin sin que su plano tono traicionara un atisbo de sus emociones.

La frustración la atrapó mientras comenzaba a pasearse frente a él. Arriba y abajo, arriba y abajo, hasta que él fue un oscuro borrón a su lado. —¿Tienes idea del tipo de castigo que me infringirán por esto? Su espalda se enderezó y su mirada se convirtió en una sagaz tea ardiente. —¿Castigo? Por supuesto, él se aferraría a esa pequeña admisión, la única cosa que no quería explicar. —Primero, permití que te escaparas. Y segundo, permití que el jodido de otro-mundo desapareciera. Sí, seré castigada. —Bueno, no podrías haber detenido al de otro-mundo y los dos sabemos que habría desaparecido tanto si estaba yo allí como si no. Sabía exactamente qué y quién eras con sólo echarte un vistazo. Ahora, ¿qué quieres decir con castigo? ¿Por quién? ¿Tu jefe? ¿Padre? —La simple palabra destiló sarcasmo—. ¿Qué puede hacer? ¿Darte unos azotes? Ella se pasó la mano por la cara, la colección de anillos clavándosele en la piel. Jaxon no tenía ni idea. No tenía ni idea de lo podrían hacer -y harían- con ella. De repente, una parte de ella quiso decírselo. La otra parte exigió un silencio absoluto. Siempre silencio. Para hablar de las cosas que había soportado a lo largo de los años debía compartir su más profunda humillación con otro. —Le’Ace —dijo Jaxon. Ahora parecía preocupado—. ¿Quién te castigará? ¿Qué te harán? El eco de su propia respiración, baja y áspera, le llenaba los oídos. Por un momento, perdió el contacto con la realidad. El presente dejó paso al pasado, las imágenes destellando a través de la mente. Una celda oscura, húmeda. Soledad. Dolor. Agujas. Pruebas. Oh, Dios, las pruebas. Habían sido tantas. De niña, había pasado cada momento libre rezando para que un hermano o una hermana la rescataran. Padres, no tanto. Sus primeros jefes habían sido, en esencia, sus padres. Ellos la habían creado a partir de una cuidadosa selección de ADN humano, animal y alienígena. No estaba segura qué partes de ella habían fusionado con los trozos y pedazos que desearon y qué resto desecharon. Mientras creció, habían hecho todo lo posible para deshacerse de sus debilidades de carácter, también. Ellos habían esperado la perfección, alguien frío a la vez que maleable. Cuando había demostrado ser menos de lo que querían, la habían encerrado para que “pensara” en sus acciones, o era enviada en una misión que sabían que iba a odiar.

"Es parte de tu preparación", le decían siempre. Lo mejor de todo: Ellos pensaban que debía darles las gracias por ponerla sobre el camino correcto. Una amarga risita se le escapó. Una vez, le habían ordenado traer un objetivo para interrogarlo. Él le había disparado, ella había devuelto el disparo con intención de darle en el hombro. Él tropezó, realineando su cuerpo, y terminó recibiendo el golpe justo en el corazón. Había muerto de camino al hospital. Por aquel “crimen”, le habían ordenado follar con su siguiente objetivo para sacarle información. Así, no lo mataría por casualidad. Una vez, había saltado de un edificio persiguiendo a uno de otro-mundo y se había torcido el tobillo, haciéndola ir más despacio. A causa de ello, el alienígena escapó. Cuando volvió al laboratorio, obligaron a Le’Ace a aprender a luchar y rastrear a los de otros-mundos con fracturas. Y sí, el único modo de aprender fue teniendo los huesos rotos y ser arrojada a lo salvaje. ¿Qué le haría Estap por esto? De todos sus dueños, él era el peor. No tenía pruebas, pero sabía que el padre de Estap había matado a sus creadores para asumir su "cuidado". Sus muertes habían sido demasiado seguidas, demasiados accidentes para ser descartados. Estap padre, había sido un funcionario del gobierno de alto nivel y se había tropezado con su archivo, donde se indicaba que ella sería un buen activo. Por aquel entonces, Estap hijo era un subalterno, intentando labrarse un camino hacia arriba. Cuando su padre murió, descubrió que ella había sido incluida en su testamento. Como una casa o un coche. Inmediatamente, había sido puesta a trabajar para promover la carrera del bastardo. Él le había encargado matar a inocentes que se interponían en su camino. Tuvo que robar los ahorros de su futura esposa para que así la mujer estuviera más inclinada a casarse. Y ahora, aquí estaba Le’Ace. Todavía siendo un peón. ¿Le diría Estap que matara a Jaxon por inmiscuirse? ¿La aparataría de este caso por completo? ¿Le ordenaría que encontrara a Nolan y permitiera que el alienígena la infectara para poder estudiarla? Los virus y las bacterias no vivían mucho tiempo en su interior, gracias a aquellas partículas implantada. Pero de nuevo, se encontró preguntándose si el virus de Nolan las vencería. Si sería infectada, probada, observada. El aire se le atascó en la garganta, ardiente y abrasador. Negras y doradas manchas parpadearon frente a la vista. Los erráticos resuellos en los oídos se volvieron pitidos discordantes. Un maldito ataque de pánico, comprendió mientras el diafragma se sacudía, petrificado.

—¡Le’Ace! —ladró Jaxon. Su voz se alzó por encima del rugido de la sangre—. ¡Mishka! —Estaré bien en un momento —logró decir a través de la hinchada garganta. El mareo la golpeó y los pensamientos pronto giraron fuera de control. Muerte, destrucción, dolor, oscuridad. ¡Respira, maldita sea! Dentro. Fuera—. No… no… me había pasado esto desde hacía mucho tiempo. Sólo… necesito un momento. «Bloqueo del sistema principal. Sobrecarga emocional. Debes calmarte». «No me digas». Pero saber lo que tenía que hacer no sirvió de nada. El pánico siguió inundándola a raudales, intensificándose, creciendo, floreciendo. Las extremidades se le sacudían con tanta fuerza que se sentía como si tuviera una convulsión. La boca se le secó, dejando gigantescas bolas de algodón. La sangre se le congeló, aun cuando la piel ardía tanto como el fuego. Vagamente creyó escuchar a Jaxon llamarla otra vez por su nombre. Y luego una vez más. «Calma. Ahora». —Yo… no puedo. —No podía respirar, ni siquiera un leve aliento. ¿Por qué luchó contra la muerte? ¿Por qué? El mundo sería un lugar mejor sin mí. Allí no habría más dolor, más trabajos. No más Jaxon. Repentinamente algo fuerte y cálido se envolvió alrededor de la cintura. Jaxon, comprendió. Dulce Jaxon. Pero era demasiado tarde. El pánico ya había derribado cada defensa que poseía, consumiéndola. La piel siguió calentándose y la sangre congelándose, y las dos temperaturas crearon una tormenta salvaje en el interior. «Cerrando en cinco… cuatro… tres… dos…» Todo su mundo ennegreció en la nada.

Jaxon llevó el inerte cuerpo de Mishka a la cama y la tumbó con cuidado. Su propio cuerpo devastado había alcanzado el límite, pero no le prestó atención. Hacía unos minutos, no había querido nada más que una siesta, diez mil analgésicos y las manos alrededor del bonito cuello de esta mujer. Las tres necesidades habían desaparecido en el momento que había visto a Mishka palidecer. Mishka. La había llamado por su nombre de pila sólo algunas veces, pero ahora lo tenía grabado profundamente en el alma y no podía pensar en ella de

ninguna otra forma, aun cuando lo había intentado. Le’Ace era demasiado distante, demasiado impersonal. Cuando había palidecido, su piel se había vuelto tan blanca que había visto las venas azules debajo. Tantas venas, más de las que la mayoría de la gente tenía. El terror había brillado como estrellas gemelas en sus hermosos ojos. Líneas de tensión se habían bifurcado en su boca. Y luego había empezado a jadear, como si no pudiera respirar. ¿Qué había causado una reacción tan intensa? Preocupado, se estiró a su lado y apoyó la cabeza sobre el codo, sin apartar la vista de ella. Con el más suave de los toques, apartó los rubios y cobrizos mechones de su cara húmeda por el sudor. Tenía los exuberantes labios fruncidos y cuatro señales de dientes en el labio inferior donde claramente se había mordido. Las pestañas estaban desprovistas de rímel, sin embargo, proyectaban largas sombras sobre sus perfectas mejillas. No se había vuelto a poner los pendientes, por lo que sus lóbulos estaban desnudos. La dorada luz de la lámpara brillaba sobre ella, iluminando la pureza de su piel. Gracias a Dios, el color ya volvía, dejando un dulce rubor rosado. Le echaba unos veinticinco o veintiséis años, haciéndola aproximadamente seis años más joven que él. No tenía arrugas, ni manchas provocadas por el cada vez más perjudicial sol. Entonces, su mirada se fijó en una pequeña imperfección y la boca de Jaxon se afinó en una mueca. Allí, detrás de la sien izquierda, había una fruncida y blanca cicatriz. No una cicatriz quirúrgica, sino una producida por una hoja serrada. Eso lo cabreó realmente, porque sabía exactamente lo que había pasado. Él tenía una cicatriz similar en la cadera izquierda. ¿Qué tipo de violencia había tenido que soportar a lo largo de su corta vida? Más que él, probablemente, para que esta fuerte y valerosa mujer no hubiera ni parpadeado al matar a Thomas. No había parecido que le importara una mierda el reunirse con Nolan, quien podría convertirla en un caníbal con un solo beso. Y, sin embargo, la idea del castigo casi la destruye. Su rostro se había demacrado y el cuerpo tensado. Como un guerrero en la batalla que sabía que se avecinaba el golpe mortal. Loco como había estado con ella antes, quiso asesinar violenta y fríamente a quienquiera que hubiera provocado esta reacción en ella. Obviamente, el… ¿hombre? ¿Mujer? ¿Personas? Obviamente, ellos la habían castigado con anterioridad. Con severidad.

“Hago lo que tengo que hacer para sobrevivir”. Sus palabras le reverberaron de nuevo en la cabeza. ¿Qué se había visto obligada a hacer para evitar este castigo que provocaba tal miedo? ¿Y por qué les permitía que le hicieran daño? Aceptar pasivamente un castigo parecía completamente fuera de su carácter. A no ser que fueran tan fuertes que no tuviera ninguna defensa contra ellos. Él antes había barajado la idea de que fuera una víctima de abuso sexual y casi lo había descartado por la forma que le mintió a Nolan, ahora lo reconsideró. ¿Habían abusado sexualmente de ella como castigo? ¿O físicamente? Cerró en un puño la mano al costado. Él había tenido una niñez normal. Bueno, una niñez tan normal como el chaval más rico de la ciudad podía tener. Su familia lo había amado, quizás demasiado. Ellos lo habían mimado, dándole cualquier cosa que deseara. A la edad de cinco años, había desarrollado el sentido del “todo es mío”. Si veía algo que quería, tanto si pertenecía a alguien más como si no, lo obtenía. Por cualquier medio necesario. Cuando llegó a la pubertad, empezó a tratar a las chicas como si fueran kleenex sexuales para usar y tirar a su antojo. Ellas también se lo habían permitido. Había tenido las mejillas lisas, sin cicatrices y el dinero lo había hecho popular. No se había preocupado por nadie excepto de sí mismo. Ni le importó los sentimientos de la gente. Entonces, una noche, había entrado en su dormitorio y se encontró a una de las chicas con las que se había acostado y de lo que se había jactado insensiblemente, colgando del techo. Ella se había escabullido dentro de la casa de sus padres y se suicidó. Para enseñarle una lección, decía su nota. Él había arruinado su vida y ahora ella arruinaría la suya. Y había tenido éxito. Desde entonces, la culpa había sido un recordatorio constante de que había consecuencias para cada una de las acciones. Para cada palabra pronunciada. Esa misma noche, comenzó a enterrar las partes más salvajes de su personalidad, transformándose de orador a oyente, de usuario a usado, de hacedor del mal a bienhechor. Unos meses más tarde, incluso empezó a entrenarse para convertirse en agente del A.I.R. No en el campamento en el cual Mia enseñaba a veces, sino a través de los amigos militares de su padre. La privación de sueño, el hambre, y las intensas sesiones de combate ayudaron aún más al cambio.

Entonces, al ser aceptado en la fuerza de élite que patrullaba las calles de New Chicago, las víctimas con las que había interactuado, clavaron el último clavo en el ataúd de su viejo yo. Su dolor, su resistencia, su coraje lo habían humillado y avergonzado y él quiso ser una mejor persona. ¿Qué había soportado Mishka para convertirse en la mujer que era? se preguntó otra vez. —Nadie va a hacerte daño —le aseguró, aun cuando sabía que ella no podía escucharle—. Estoy aquí. Yo te protegeré. Como si ella realmente lo escuchara, sus rasgos se suavizaron y el color de su piel se volvió más profundo. Quiso besarla desesperadamente, pero no lo hizo. No sin su permiso. Permaneció en el lugar, esperando que se repusiera. No tuvo que esperar mucho tiempo. Unos segundos más tarde, sus párpados se abrieron y un grito ahogado resbaló de sus labios. Sentándose de golpe, jadeando, rápidamente exploró su entorno. —Solo estamos tú y yo —le aseguró. Ella se puso rígida, sin darse la vuelta para mirarlo. —Me desmayé. —Sí. —¿Me cogiste? ¿Me llevaste a la cama? —Sí. —Se apacible con ella. Una vez pensó que era resistente, pero ahora sospechaba que era más frágil que ninguna otra mujer con la que había tratado antes—. ¿Me dirás qué te asustó tanto? Por favor. Siguió sin mirarlo. —Nada bueno saldrá de decírtelo. —¿Cómo lo sabes? ¿Has hablado de esto con alguien más? —No —admitió vacilantemente. —Entonces inténtalo conmigo. —Tú primero. Dime algo sobre ti. Algo humillante. Las cobrizas ondas de su pelo caían por su espalda como una cascada de seda. Él extendió la mano y pasó los necesitados dedos a través de ellos. —Muy bien —dijo él.

Finalmente ella giró y lo miró. Había sorpresa en su mirada. Sorpresa que pronto fue ocultada cuando entrecerró los ojos. —Sabré si mientes. No veía como, pero dijo: —Lo que significa que también sabrás si digo la verdad. —Se tumbó de espaldas y unió las manos detrás de la cabeza para impedirse acercarla contra el dolorido cuerpo. No estaba preparada para ese tipo de contacto. Ahora mismo, parecía una serpiente lista para hundir los venenosos colmillos en su presa—. ¿Qué te gustaría saber? ¿Sobre una de mis ex novias o sobre mi trabajo? —Ambos. —Ella apoyó una mano sobre el colchón, la punta de los dedos rozándole la cadera. Tuvo que morderse la lengua para contener una súplica por más. Sin embargo, no pudo ocultar el tirón de la polla. Estar tan cerca de ella, respirar su dulce olor, lo excitó más que el estar dentro de otra mujer. El porqué, todavía no lo sabía. Pero así era. —Una vez trabajé de encubierto —señaló—. Me eligieron porque soy bueno en obtener respuestas de la gente con la boca cerrada. Ella bufó. —Esa exquisitez está en tu expediente, pero tengo que admitir que no he visto esa supuesta capacidad tuya. No le sacaste nada nuevo al Schön. Jaxon no respondió. No quería llamar su atención sobre el hecho de que pronto tendría a Mishka revelando sus secretos más oscuros. Secretos que ella probablemente nunca compartió con otros. ¿Qué decía eso de su habilidad? —¿Quieres oírlo o no? Ella hizo un gesto imperial con la mano. Él quiso besar la expresión enfurruñada de su cara. —Como probablemente sabes, algunas especies, por alguna razón, son puramente sexuales. Asintió rígidamente con la cabeza mientras apartaba la mirada de él. Algo más revelador de lo que ella se daba cuenta.

—Fui enviado a un club de bondage interracial. Como un sumiso. —Hizo una pausa para darle tiempo a que las palabras penetraran en ella—. A mi objetivo le gustaban los hombres humanos, así que permití que me usara para acceder a su fortificada casa. De nuevo, Le’Ace dejó de respirar. Esta vez, sin embargo, no tenía nada que ver con el pánico, sino con… ¿Esperanza? ¿Esperanza de que alguien pudiera entenderla? ¿Pudiera importarle, compadecerse? Ella no le había dado permiso aún, pero de todos modos extendió la mano y envolvió los dedos alrededor de la base de su cuello. Con un tirón, la tumbó a su lado, la cabeza enterrada en el hueco del cuello. Ella no protestó. No, se acurrucó más cerca. —¿Follaste con ella? —preguntó. —Sí. —¿Te sentiste asqueado de ti mismo? —Sí, pero no porque me sintiera violado o algo así. Me fui a casa y vomité porque me había gustado, había encontrado placer en ello. Dejé que una criminal me usara de todos los modos que te puedas imaginar y me corrí. Muchas veces. —Es verdad —susurró, su sorpresa mezclada con el asombro—. ¿Has actuado como un sumiso desde entonces? ¿Por propia voluntad? —No. En realidad, volví a mis viejos hábitos y me acosté con tantas mujeres como me fue posible. Prostitutas sobre todo, mujeres que me dejaban el control completo. Un poco más tarde, conocí a Cathy. Ella era la mujer más femenina que pude encontrar, todo en color rosa, purpurina y volantes, y muy modosita en la cama. Creo que esa fue una de las cosas que más me atrajo y me mantuvo a su lado tanto tiempo. Ella no me recordaba mi vergonzoso comportamiento. —¿Y yo? —preguntó Mishka sin perder un instante. —No. —Y era la verdad. No porque ella fuera modosita, sino porque, con ella, Jaxon anhelaba desesperadamente hacer una reclamación. Poseer. Nada más parecía importar. Sin embargo, tomaría de ella lo que pudiera conseguir. Si quería atarlo y azotarlo, estaría de acuerdo. Si quería apagar las luces y la postura del misionero, también estaría de acuerdo con eso—. Esta es la única vez que he pensado en el club de esclavitud desde que te conocí. Para ser honestos, tú has sido mi único enfoque. El silencio los rodeó durante mucho tiempo. Ella pensaba, perdida en sus pensamientos. Él esperó.

Ella comenzó a dibujarle círculos en el pecho. Si él hubiera tenido el poder, se habría despojado de la camisa con un solo pensamiento. Como estaba, podía sentir el calor de sus dedos como un cable vivo, enviando diminutas descargas de electricidad a través de él. Entonces ella habló. —Vivo porque me permiten vivir. Soy una esclava. —A continuación, una historia horrenda de subyugación, su propia clase de esclavitud, un chip de ordenador que controlaba si vivía o moría y el hombre que tiraba de las cuerdas, fluyó de ella. Jaxon escuchó con horror, con furia, con impotencia. Antes del final, era un hervidero de emociones, empapado en ellas. Lo que le contó era peor que todo lo que podía haberse imaginado. Aquellos hombres habían tratado a Le'Ace como un animal. Habían controlado sus acciones como titiriteros. La habían amenazado, la habían castigado, la habían explotado. Uno todavía lo hacía. Los brazos de Jaxon se apretaron a su alrededor, tirando de ella tan cerca que su corazón se posicionó justo encima del suyo, latiendo en sincronía. No sabía que decir. Sabía que no había nada que pudiera decir que compensara el daño causado. El daño que todavía le causaban. —Mishka —dijo, queriendo intentarlo. —Estoy bien. Estaré bien. Siempre lo estoy. —Rió entre dientes, el sonido un poco inestable. ¿Intentando consolarlo? Él suspiró, el aliento provocó que varios mechones de su pelo se alzaran. En la siguiente inhalación, le cayeron sobre la barbilla, haciéndole cosquillas. —¿Hay algún modo de quitarte el chip? —No sin matarme. —¿Cómo lo sabes? —Ellos me lo dijeron. —¿Y confías en ellos? Ella no tenía respuesta. —¿Algún modo de robar o incapacitar el panel de control? —Estoy segura que lo hay, pero no lo he encontrado. Y créeme, lo he buscado.

—¿Te supervisan ahora mismo? —preguntó Jaxon. —Nunca lo sé. Con sólo un vistazo, pueden ver donde estoy pero no pueden decir realmente lo que estoy haciendo. —Eso no está bien. ¿Qué hay de…? —Jaxon, para. Simplemente para ¿vale? No puedes salvarme. Además, no es por eso por lo que te lo conté. Tú eres el primer hombre que me… que me… no sé. Que me afecta. No sé por qué. Me encantaría que no fuera así. Mierda, apenas pude hacer mi trabajo esta noche. —Soltó otra de aquellas ásperas risitas—. Antes de que llegaras, tú eras todo en lo que podía pensar. Y cuando llegaste, todo en lo que podía pensar era en conseguir sacarte de allí para ponerte a salvo. Pero ¿sabes qué? Aunque quiero desesperadamente que esta locura acabe, al mismo tiempo me sentiría devastada si lo hiciera ¿Qué diablos me pasa? Lo que ella le dijo le devastaba a él. Pero antes de que pudiera responder, su teléfono móvil comenzó a vibrar sobre la mesita de noche. Ambos se pusieron rígidos. Ella se alzó y lo miró fijamente. Tenía los ojos vidriosos y él sabía el porqué. —Mi jefe —dijo, palideciendo otra vez. Su atormentador.

CAPÍTULO 11

Le’Ace se retiró del calor y la firmeza del cuerpo de Jaxon. La cosa más difícil que hizo nunca. Se levantó, agarró el móvil de la mesita de noche y se marchó al cuarto de baño, pateando la puerta tras ella para cerrarla. Todo sin una palabra. Jaxon no hizo ningún movimiento para detenerla. Una cosa buena, también. Vulnerable y en carne viva como en este momento se sentía, podía haberle escarbado una cuenca del ojo nueva. Ahora él conocía su más profunda vergüenza. Y, aun así, su trato hacia ella no había cambiado. Espera. No era cierto. Su trato había cambiado. De cólera a suavidad, casi… ternura. ¿Cómo podría mantener las distancias con él ahora? Siempre se preguntó por qué la gente se enamoraba, por qué permanecían emocionalmente cerca el uno del otro en este mundo de caos y desesperación, y ahora lo sabía. Ellos compartían su pasado y se mostraban sus cicatrices internas, deleitándose en la equivocada creencia que se protegerían mutuamente del futuro dolor. Nadie puede protegerme. No realmente. Aquí estaba la prueba. Apoyó la mano libre contra la fría pared de azulejos y sostuvo el teléfono en la oreja con la otra. Pavor, temor y resolución le golpearon con fuerza dentro del pecho. —Sí —dijo. Tono neutro. Bien. Manejaría esto como manejaba todo lo demás con Estap. Tranquila, fría, indiferente. Había sido bien entrenada. Sólo su formación se derrumbaba cuando Jaxon estaba implicado. —Fallaste —le dijo Estap.

—¿Cómo es eso? —Te odio—. Estuve más cerca de conseguir respuestas que nadie, aun cuando el alienígena sabía quién era yo en el momento que di un paso dentro del bar. Había estado esperándome, me pidió ayuda. Una crepitante pausa, cargada de tensión. —Me dijeron que el agente del A.I.R. herido se presentó. ¿No te dije que lo mantuvieras escondido? —Usted me dijo que me ocupara de cuidarlo y que averiguara sus secretos. —Semántica. ¿Por qué le permitiste abandonar el recinto? —Lo subestimé —cierto—. Confíe en mí, no pasará de nuevo. Unos segundos -una eternidad- pasaron en silencio, siendo el único sonido la respiración de Estap. Sabía que lo hacía a propósito. La quería nerviosa, retorciéndose. Bastardo. No le daría esa satisfacción. —Creo que te sientes atraída por él —dijo finalmente Estap. El corazón se le saltó un latido. —Por favor. Es feo. —Incluso pronunciar la mentira fue detestable para ella. —Sabes lo que pienso de ese asunto, Le’Ace. Atracción es igual a distracción. Ella no mencionó que Estap estaba casado, que a menudo "conferenciaba" con su secretaria, y que cada uno de sus viajes de negocios incluía un tiempo de "descompresión" en la habitación de su hotel con una escolta. Él simplemente señalaría que él era humano, ella no. Tampoco mencionó que lo había seguido algunas veces, había tomado fotografías holográficas y de forma anónima se las había enviado a su esposa. No es que hubiera servido de nada. Su mujer no lo había dejado. —¿Nada que decir, Le’Ace? —Se lo dije. No me siento atraída por él. —No podía obligarse a llamarle feo otra vez. —Me dijeron que él asustó al Schön y por eso huyó —dijo Estap, su castigo claro. —Le informaron mal. Él no asustó al de otro-mundo. Lo hice yo. Estap escupió, obviamente habiendo sido sorprendido en medio de un trago. Él tosió y se aclaró la garganta. —¿Tú? ¿Por qué?

—Para prevenir una reyerta pública. Señor. —Mis agentes podrían haber prevenido la reyerta —dijo con firmeza—. Tú tenías otras cosas que hacer. —Un suspiro irritado siguió las palabras—. ¿Descubriste algo durante vuestra breve conversación? Como si ya no lo supiera. Uno de sus agentes tenía que haber estado grabando todo el intercambio. —Se llama a sí mismo Nolan y está intrigado por el amor. Afirma que no le gusta lo que sus hermanos hacen, y pronto se pondrá en contacto conmigo con un método para pararlos. —Dudo que vuelva al bar. —No. No lo hará. —Estaba segura de eso. Nolan no era estúpido. Tenía que saber que hablar no sería lo próximo en la agenda. Sería la captura. Los hombres de Estap probablemente trabajaban en un modo de neutralizar el proceso de desmaterialización, incluso ahora, recluyendo al de otro-mundo en el lugar—. ¿Fue Nolan visto fuera del bar después de desaparecer? —No. Desapareció de nuestros radares por completo, como si se hubiera disuelto en otra dimensión en vez de en una pared. ¿Otra dimensión? —¿Es una posibilidad real? —Diablos, cualquier cosa era posible en este nuevo mundo, supuso. —Lo estamos examinando. Que esperabas, tú no tienes autorización para ese tipo de información. Ella hizo rodar los ojos. —¿Mi siguiente movimiento? —Voy a pensarlo, consultar con mis colegas, y tendré nuevas órdenes para ti por la mañana. ¿Qué, sin castigo? ¿Sin ningún remoto castigo? No se atrevió a tener esperanzas. —¿Has descubierto algo más del agente? —preguntó Estap. No, no se atrevió a tener esperanzas. Se le hundieron los hombros. —Sólo que la toxina pasa del Schön al humano a través de fluidos corporales. —Como sospechábamos. Encontramos algo en la saliva de Nolan. El vaso que trajeron al laboratorio, pues bien, la saliva de otro-mundo es tan ácida que ya ha

empezado a comerse el borde. Eso abre la puerta a mil preguntas más. Como por qué la saliva no quemó a las víctimas. —Una pausa inquietante—. ¿Has intentado usar todo lo que está en tu poder para persuadir a Jaxon a hablar? ¿Te lo has follado? Eso es lo que realmente quería saber. El muy bastardo, pensó de nuevo. —Sí —mintió—. No creo que sepa nada más. —Muy bien. Ya no nos es útil y ya está lo suficientemente bien para volver a su casa. Se mordió el labio inferior, su implicación clara. Es lo que debería querer para Jaxon, pero no estoy preparada para dejarle ir. El temor, el terror, y la resolución que había experimentado antes volvieron con todas las fuerzas, haciendo que las piernas le temblaran y el corazón latiera de forma irregular. Fría, calmada, indiferente, se recordó. Mostrar emoción ante este hombre era como colocar un arma en su mano y quedarse quieta mientras él apuntaba. —Me aseguraré de que esté preparado. —Las palabras fueron firmes, seguras. —Dos de mis hombres llegarán a las siete de la mañana. Les trasferirás al agente y luego vendrás a mí. —Por supuesto. —Como has estado tan cerca del Schön, quiero que te hagan un chequeo médico completo. Sondas, monitores, agujas. —Por supuesto —repitió, orgullosa de sí misma. —Hasta mañana, entonces. Ah, y Le'Ace. Descubrimos algo inquietante mientras estabas dentro del bar. Mis agentes fueron capaces de fotografiarlo. ¿Había omitido ella algo? —¿Señor? —Me es imposible explicarlo. Descargaré la imagen en tu chip y hablaremos de ello mañana cuando llegues. Sé que las descargas son dolorosas para ti, y que eso deforma tu realidad, pero también sé que entenderás que vale la pena en este momento. Mientras la miras, podrías intentar recordar que él es prescindible. Tú no. Con eso, se cortó la conexión. El brazo se le cayó a un lado, el prácticamente ingrávido teléfono de pronto obscenamente pesado. Como si Estap se preocupara por ella en absoluto. Y, al final, su

tono había sido un poco demasiado satisfecho, demasiado divertido. El temor se intensificó. Poco después, un caliente zumbido se precipitó a través del cerebro y le calentó el cuero cabelludo. La visión se le veló y agudos pinchazos le arañaron el pelo y el cráneo. Se balanceó, extendió la mano e intentó equilibrarse contra la pared. Las náuseas se reunieron en el estómago. Un movimiento incorrecto, y todo lo que había dentro saldría en tropel. Se quedó quieta y esperó. La foto-holográfica entró y se centró en la mente, consumiendo la totalidad del enfoque. El dolor de cabeza se alivió, y ella jadeó. Las rodillas se le doblaron y cayó al suelo con un fuerte golpe. El cuarto de baño se transformó en el club, las embaldosadas paredes se volvieron de un metal pintado. Clientes bebiendo y bailando, se reían a su alrededor y el humo ondeó. Se vio a sí misma, la foto obviamente tomada segundos después de que hubiera descubierto a Jaxon entrar en el club. Tenía los labios separados, la piel arrebolada de un rosado profundo. A través del vestido, los pezones estaban endurecidos y la mano se aplanaba sobre el estómago como si intentara calmar un ataque de nervios. O excitación. Pero fueron los ojos lo que llamaron su atención. Oh, los ojos. Anhelo absoluto brillaba en las profundidades, tanto deseo que era casi doloroso de ver. Sabía más allá de toda duda que la foto era una advertencia. Él es prescindible. Tú no. Obviamente Estap sabía que Jaxon le importaba. No había forma de negarlo, no después de esta foto. Si la jodía de nuevo, Jaxon moriría.

Aunque quiso asaltar el cuarto de baño, Jaxon esperó tumbado en la cama. Esperaba que Mishka saliera enfadada, pataleara un poco, quizás gritara de frustración. Estaba preparado para calmarla, sostenerla, escucharla y darle cualquier cosa que necesitara. Cuando la puerta crujió y se abrió veinte minutos más tarde y ella dio un paso fuera tranquila e impasible y frunció el ceño con confusión. —¿Todo bien?

—Todo bien. —No lo miró, ni siquiera cuando se detuvo en el armario y sacó uno de sus cuchillos del cajón—. ¿Por qué no vuelves a tu habitación y descansas un poco? Yo podría hacer lo mismo. Tan fría. Tan distante. Tan indiferente. No le gustó. Observándola atentamente, se sentó y balanceó las piernas fuera del colchón. Al haber estado sentado tanto tiempo, tenía los músculos rígidos; se negaron a relajarse y palpitaron incluso después de que él se quedara quieto de nuevo. —¿Tiene ese arma un nombre? —No. —¿Entonces mentiste sobre que les ponías nombres? —Marie nombra a sus armas. Yo no. Y ellas eran diferentes. Marie era hielo, Mishka era ardiente calor. Jamás confundiría a las dos de nuevo. —¿Qué te dijo tu jefe? Una pausa pesada, una ligera tensión. Luego: —Me recordó mi misión. Cuándo no dijo más, él incitó. —¿Y es? —Hacer lo que me dicen, cuando me dicen. Cualquier otra cosa sólo me destruirá, poco a poco. —Mientras hablaba, levantó un trapo y comenzó a pulir la hoja. Sus movimientos eran sencillos y prácticos. —Ese no es ningún tipo de vida, Mishka. Sus omóplatos se encogieron cuando ella se tensó. —Prefiero Le’Ace. —No, no lo haces —gruñó, furioso por su total falta de sentimientos. Había entrado en el cuarto de baño como humana, con todas las emociones y debilidades que ello implicaba, pero había salido como una androide. Insensible. Él prefería con mucho a la mujer vulnerable. Lo que no habría dado por un cuchillo, su jefe y cinco minutos a solas en una habitación. Cortarle los órganos a ese cabrón y obligarle a comer cada goteante pedazo podría, podría… Apaciguar este sentimiento de creciente odio.

—No me conoces. No finjas saber lo que quiero y lo que no. —He tenido mis dedos en tu interior. Diría que te conozco bastante bien. Ante eso, ella dejó de respirar. Sus dedos se apretaron tan fuerte alrededor del mango del arma, que el metal bajo el guante negro podría haberse rajado. Luego, poco después, volvió a su tarea, tan concentrada que él comprendió que podía usar esa acción como un mecanismo de supervivencia. Una acción cotidiana para calmar una mente furiosa. —¿Qué quieres de mí? —le preguntó, distante de nuevo—. ¿Abrazos? ¿Besos? ¿Amor? —resopló—. Soy incapaz de lo último. La recorrió con la mirada. El vestido que llevaba apenas cubría la dulce curva de su trasero. Un culo que había equilibrado sobre su regazo, un culo que había amasado. Ella había gemido y se había retorcido, perdida en el placer. —Francamente, lo dudo. —Tienes que marcharte. —Una y otra vez sus manos siguieron deslizándose a lo largo de la hoja. Su mirada nunca se apartó de ella—. Ahora. Aquella concentración, no importaba la razón de ella, no le ayudaría. —Ven aquí y oblígame. —Jaxon. —¿Asustada? —Con cualquier otra mujer se habría marchado ¿Por qué no podía alejarse de Mishka? —Este es un juego peligroso al que jugar. —Pregúntame si me importa. Finalmente ella se giró, los ojos entrecerrados, el cuchillo colgando a un costando pero señalando hacia él. Misión cumplida. Concentración rota. Ella enseñó los dientes en una mueca. —No quieres meterte conmigo ahora mismo. Puedo hacer que tu última paliza te parezca un masaje. No sonrías. —Demuéstramelo.

Escuchó el rechinar y supo que ella apretaba los dientes. Lentamente, levantó el cuchillo. Sin embargo, giró la punta lejos de él y cortó la parte superior de su guante. El negro material flotó hasta el suelo, dejando su plateada piel a la vista. —Quieres que sea humana, por lo tanto te engañas pensando que lo soy. Pero no lo soy. No realmente. —Un brazo metálico no te convierte en una máquina. —No es la única parte de mí que es mecánica. —¿Qué más? Un frustrado gruñido resbaló de los labios fruncidos. —Mira. ¿Realmente importa? He matado animales. He matado mujeres. He matado niños. He sido amable contigo hasta ahora y no te he aplastado como soy completamente capaz de hacer. Sin embargo, un rápido movimiento de esta muñeca metálica y puedo romperte el cuello. Sabía que pisaba terreno peligroso, pero eso no lo detuvo. —No quieres romperme el cuello —dijo—. Quieres besarlo. Quieres besarme y chuparme y eso te asusta. Su mandíbula cayó abierta. Su mirada se deslizó hacia la entrepierna, claramente buscando una erección. Cuando vio que en verdad estaba duro, inspiró profundamente. —Tienes tres segundos para dejar este cuarto, Jaxon. —Uno. Dos. Tres —contó él amablemente. En vez de que su cólera se elevara otro grado, un atormentado velo cayó sobre sus rasgos. —¿Por qué me haces esto? El pecho se le contrajo dolorosamente. Había querido emociones, y aquí estaban. Sólo que no había esperado que le dieran un coscorrón en la cabeza. Quería que el dolor desapareciera, quería que el placer tomara su lugar. No sabía cómo esta mujer se le había metido bajo la piel, pero así era. Odiaba verla así casi tanto como odiaba verla impasible. —¿Por qué? —insistió ella. —No me gusta verte alterada —contestó, optando por la honestidad. —¿Por qué?

—No lo sé. —Bien, para. Por favor. La única vez que ella dijo la palabra por favor y la había dicho en serio, fue durante su beso, cuando había deseado más de él. Abrió la boca para decir algo. El qué, no lo sabía. Hubo un borrón por un momento y luego Le’Ace lo empujaba de espaldas y se le sentaba a horcajadas sobre el pecho, el cuchillo en el cuello, frío y amenazador. Automáticamente el colchón se ensanchó, adaptándose a su peso y longitud. —Te dije que esto no era un juego —gruñó. —No, me dijiste que era un juego peligroso. —¡Lo que sea! Esto es a vida o muerte. Nos separan mañana, ¿vale? No nos veremos de nuevo. Entrecerró los ojos de forma amenazante. —¿Qué? —Ya me oíste. —Nadie excepto nosotros puede decidir eso —gruñó mientras la agarraba de los muslos. —Alguien puede y lo hizo. —No, joder, no lo hizo. No lo hará. Ella no dijo otra palabra, aunque irradiaba tal severa determinación que no tenía necesidad de hablar. El pensar en estar sin ella, el pensar que jamás se verían otra vez, encendió una oscura tormenta de emoción. La furia fluyó más fuerte. —¿Vas a obedecer a ciegas, sin vacilar? ¿Vas a dejar que ese hombre dicte tu vida? Sus ojos perdieron todo atisbo de dorado, yendo al esmeralda más puro mientras suplicaban que entendiera. —Si no lo hago, muero. Ya lo sabes. No mentía acerca del chip en mi cerebro. Se negaba a darse por vencido y se pasó la mano por la cara. —¿Por qué quiere separarnos? —No hice mi trabajo. Por lo tanto, estoy fuera del caso. Pasó un momento. Esto podría ser una manipulación de su parte para conseguir que por fin hablara. En aquel instante, sin embargo, no podía importarle menos. Infiernos. No. Ellos no lo apartarían de Mishka. La vería otra vez.

—¿Tienes que saber lo que sé de los Schön? Muy bien. Te lo diré. Agrandando los ojos, ella negó con la cabeza. —No lo hagas. No digas otra palabra. Sea lo que sea que me digas, lo repetiré. Y ahora mismo no me gusta mi jodido jefe mucho. Quiero que fracase. No podía dejarla ir. Aún no. —Los Schön pueden oler cuando una mujer es fértil. —Colocó la palma sobre su muslo otra vez, el calor de su piel como una marca—. Antes pregunté por tu período porque la fertilidad es lo que ellos ansían, lo que necesitan. Un bajo jadeo surgió de ella. —Para. Simplemente para. —¿Dejo de hablar o tocar? —¿Am-ambos? Una pregunta cuando ella lo quiso decir como una declaración. Tan revelador. Casi sonrió. Tenía su centro femenino colocado en mitad del pecho. Cuando deslizó los dedos por el borde de sus bragas, ella gimió. Una gota de humedad le mojó la camiseta. Mierda. Él gimió. —Ellos no quieren niños híbridos —continuó. —Los híbridos no son siquiera posibles. —Extendió más las rodillas en invitación—. Nuestros científicos lo han intentado. La única razón por la que yo fui posible es porque soy una máquina. Él no la llevaría al límite. Aún no. Nada de orgasmos rápidos y fáciles para ella esta vez. Los dos iban a trabajar por ello. De lo contrario, se alejaría de él después, la impasible máscara colocada de nuevo en su lugar. Lo sabía, lo sentía. Así que agarró sus caderas, los dedos hundiéndose en su piel y la mantuvo estable. —Nuestros científicos fallaron, pero los científicos de otras especies no. Los híbridos son posibles. —Mia era la prueba de ello, aunque sólo unos pocos lo supieran—. Pero como dije, tengo serias dudas de que eso sea lo que los Schön busquen. No creo que se preocupen por los bebés que crean en absoluto. —¿Entonces qué? —Mishka se meneó sobre él, frotando su clítoris contra el esternón. Su cabeza perdió terreno, el pelo le cosquilleó el estómago. Sus labios se separaron con un dichoso suspiro.

Él apretó su cintura hasta que ella se quedó quieta. Dios, la sangre le ardía en las venas, volviéndolo todo cenizas. La erección palpitó, desesperada por un solo toque. Un golpe. —Lo que averigüe de las mujeres es que los Schön no pueden experimentar el orgasmo a no ser que haya un óvulo para recibir su semilla. Es por eso que mantienen a las mujeres durante varios días si la concepción no pasa enseguida. Todavía existe una posibilidad de ello, lo que quiere decir que todavía pueden experimentar el orgasmo. Sus cejas se arquearon hasta la línea del pelo, la curiosidad mezclada con el rosado brillo de su excitación. —¿Todo esto, infectar a las mujeres humanas, matándolas, por sexo? —Es lo que creo. Podría ser por más, pero es todo lo que he averiguado hasta ahora. —El sudor le goteó por las sienes hasta la almohada bajo él—. Cada mujer infectada que he matado estaba embarazada. —Y se odiaba por cada muerte, también. Tan innecesarias. No pienses en eso. No aquí, no ahora. Mishka no juzgó sus acciones, la despreciable admisión ni siquiera la desconcertó. —¿Por qué te lo guardaste? ¿Por qué no nos lo dijiste enseguida? Pueden tomarse medidas. Hormonas de control de natalidad en los víveres de la ciudad, advertir a las mujeres que no se acuesten con alguien parecido a un Schön, cosas así. Así que pregunto de nuevo ¿Por qué? —Porque… —¡Porque! —Cuando él vaciló otra vez, presionó la hoja más profundamente y se inclinó hacia él. Sus narices se tocaron, su dulce aliento le acarició las mejillas. —Porque… —Sólo dilo, suéltalo ya—. Primero, ya viste a las mujeres en el bar. Una vez que ven a un Schön en persona, sólo se preocupan por follar con él. Y segundo, dije que un Schön sólo podía correrse con una hembra fértil. No dije nada sobre que las mujeres infectadas fueran incapaces de extender la enfermedad por su propia cuenta. —¿Qué quieres decir? —Tuve que matar a un hombre infectado. Marido de una de las víctimas. Nadie lo sabe, pero tenía todo los signos del principio de la enfermedad. Ojos hundidos, piel grisácea. Los parpados de Mishka se cerraron, bloqueándolo.

Jaxon continuó: —Por último, no creo que la enfermedad pueda ser detenida. Creo que ésta va a extenderse. Y propagarse. Y dudo que haya algo que podamos hacer al respecto. Lentamente, sus párpados se abrieron, y bajó la mirada hacia él con esperanza. —¿Por qué piensas eso? Seguro que hay algo que podamos hacer. —¿Has jugado alguna vez al dominó? —No, pero sé qué es. —Piensa en cada ciudadano sobre la Tierra como un dominó. Todos alineados. Unos ya han caído y derriban rápidamente a otros. Ellos, a su vez, golpean a otros. — Hizo una pausa—. Una de las mujeres que maté parecía humana, pero no lo era. En realidad había venido con un grupo de machos de Raka, un planeta que acaba de ser destruido por la misma infección. Casi todos los ciudadanos ya han caído. Uno por uno. Cuanto más intentaron detenerlo, más rápido se extendió. Creo… creo que nuestra caída acaba de empezar. —No sé qué decir a todo esto. Tengo que pensar. —La hoja de Mishka se apartó del cuello. Ella frunció el ceño e intentó alejarse de él. Jaxon la agarró de la nuca y rodó con ella, sujetándola bajo él. —Ahora mismo, no hay nada que podamos hacer al respecto. Piensa más tarde.

CAPÍTULO 12

Le’Ace miró detenidamente a Jaxon. —No haremos esto —dijo rotundamente. Por dentro, sin embargo, temblaba de ansiedad. Le dolía. Le deseaba. Pero era demasiado cobarde para permitirse tenerlo. El dolor físico sabía cómo manejarlo. ¿El placer? No tanto. Los efectos secundarios eran demasiado difíciles de tratar. El fuego ardió en sus plateados ojos, licuando sus iris haciéndolos arremolinarse con el deseo. —¿No haremos qué? —Sus manos se anclaron a los lados de las sienes, envolviéndola en un fuerte abrazo. Los pezones se le endurecieron, buscando su musculoso pecho, su calor. —Esto. Tú y yo. Sexo. —No puedes, sabes que no puedes. Mañana se separarían, y no le permitirían verlo otra vez. Entregarse a él aquí y ahora, sería la felicidad a cambio de una vida de angustia. Sí, después del orgasmo que le había dado antes, no dudaba que le encantaría lo que le hiciera ahora. Aunque, muy por dentro, sospecha que entregarse a él también le aportaría algo de caos a su vida. Ya lo quería como si fuera suyo. En realidad, estaba obsesionada con él. Quererlo algo más, y ella podría morir por dentro, poco a poco, siempre preguntándose donde estaría, con quien y lo que hacía. Reprimió una amarga carcajada. ¿Por qué te atormentas? Incluso si pudieran mantener una relación después de esto, no te querría. No permanentemente.

—¿Estás segura? —preguntó por fin, su voz la seducción encarnada. La dura longitud de su polla le frotó la entrepierna—. Me siento totalmente funcional. Le’Ace siseó mientras luchaba contra otra oleada de hambre sensual. —Eso no significa nada. Soy la única mujer a tu alrededor. Por supuesto que me deseas. Las afilados dientes de los celos y la posesividad la mordieron. ¿Cuando ellos se separaran, caería Jaxon directamente en los brazos de otra mujer? ¿Caería en los brazos de la bonita, menuda e insoportablemente quejica Cathy? Le’Ace le enseñó los dientes. Él parpadeó sorprendido. —¿Qué? —Nada —dijo la palabra con un chasquido y él mostró sus propios dientes. Inclinándose hacia abajo, Jaxon la besó suavemente en la sien. Sus labios quemaron, imprimiéndose en el ADN, proclamándola como la mujer de Jaxon. —Todo lo que tienes que hacer es pedirme que me marche y me iré. Y no te quiero porque seas la única alrededor. Te escogería entre miles. Una réplica aguda se negó a formarse. Pasó un minuto y luego otro. Su cuerpo se hundió más pesadamente sobre el suyo, duro, inflexible y ella abrió más las rodillas para darle espacio. Su áspero olor la envolvió, filtrándose por las ventanas de la nariz, en los pulmones y fusionándose con todas las células del cuerpo. —¿Qué soy para ti? —le preguntó con voz estrangulada. Hubo una pausa dolorosa. Él alzó la vista, alejándola de ella y fijándola en el cabezal. —No voy a mentirte y a decirte que te amo. Yo simplemente, con honestidad, no sé lo que eres para mí. —No soy tu novia. —Las palabras no eran una pregunta y tampoco eran para Jaxon; eran un recordatorio para sí misma. No lo eres y nunca lo serás. Su cabeza se inclinó a un lado y volvió a mirarla. Con intención, él la estudió. —¿Quieres serlo? Sí. Su odio hacia Estap se intensificó mientras le decía: —No. Por supuesto que no.

Los lados de sus mandíbulas se tensaron y destensaron, como si masticara algo desagradable. —Noto repugnancia en tu tono. ¿Tan detestable soy para ti? El estómago se le retorció en miles de diminutos nudos. «¿Acabo de herir sus sentimientos?» «Ochenta y ocho por ciento de posibilidades de que su afrenta sea genuina. Sus niveles de corticotropina y adrenalina se han disparado». —¿Y bien? —espetó él. Podría decir que sí. Si lo hacía, no tendría que encontrar las fuerzas para echarlo del dormitorio, se levantaría y se largaría por sí solo. No tendrían sexo y no tendría que preocuparse por las consecuencias de estar con él. No tendría que preguntarse, día tras día, lo que pensaba de ella. Sabría más allá de cualquier duda que la odiaba. Algo que vio en su expresión debió ablandarlo, porque dijo con suavidad. —Dime lo que pasa en esa cabecita tuya. Dime lo que sientes. —Se puso tenso. Cerró los ojos por un momento y gimió—. Buen Dios. Acabo de darme cuenta que soy como Cathy. —No entiendo. Él sacudió irónicamente la cabeza. —Tengo una mujer hermosa debajo de mí, y le pido hablar de nuestro futuro y nuestros sentimientos. Diablos. Quiero hablar de ellos. Soy patético. No te derritas. Maldita sea, no te derritas. —Mira, Jaxon. No eres tú ¿de acuerdo? Soy yo. No puedo tener relaciones. —Como si no hubiera escuchado eso antes. Como si no lo hubiera dicho yo antes. —Sacudiendo la cabeza, comenzó a retirarse de ella. Incapaz de detenerse, envolvió los brazos alrededor de su cintura y lo sostuvo en el lugar. Sus firmes músculos saltaron bajo las palmas, como si se extendieran hacia ella, necesitando más. No podía permitirse el placer del tacto íntimo de este hombre, pero tampoco podía hacerle daño y despacharlo. —Nunca te conté mi secreto —dijo ella lamiéndose los labios y el corazón martilleándole en el pecho ¿Realmente iba a hacer esto? Él simplemente arqueó una ceja.

—Si saliera contigo, no sería capaz de serte fiel. —Las mejillas se le encendieron con humillación. Dilo. Cuéntale el resto—. Cuando me ordenan que folle con un objetivo, lo hago. Sólo hacía unos segundos, no había querido hacerle daño, había querido abrirse a él para salvarle del dolor del rechazo. Y aun así aquí estaba, lanzando las palabras como un arma, tratando de cortar hasta el hueso con ellas. Mejor ver la furia en sus ojos. No quería ver la repugnancia. O peor aún, la compasión. Jaxon no retrocedió y su expresión no cambió. Simplemente siguió estudiándola. —¿Por qué? —preguntó. Poco después, sus ojos se ensancharon y la furia que ella había querido ver bailó sobre sus ásperos rasgos—. El chip. Pero la furia no estaba dirigida a ella, estaba dirigida a Estap. —Dímelo —exigió Jaxon. Frunció los labios y ella asintió con la cabeza. —Sí. El chip. —Eso es violación. —A los costados de las sienes, sus manos apretaron con tanta fuerza la sábana que por un momento la cabeza fue alzada—. ¿Quién es ese cabrón? — Su voz ere tensa y ella sospechó que sólo lo preguntaba porque necesitaba un momento para calmarse a sí mismo. Le’Ace no le daría nombres. Si Jaxon aparecía en el umbral de Estap, ella sería la perjudicada. Le ordenarían matarlo. Así que le dijo: —Una vez fui controlada por un grupo de científicos y un funcionario del gobierno. Era como su mascota. Sólo que no me daban golosinas ni abrazos. —Y apuesto a que crees que ese trato negativo fue culpa tuya ¿eh? Él hizo la pregunta de forma casual, probablemente inconsciente de su secreta vergüenza. Parte de ella sí que consideraba las cosas que padeció como culpa suya. —Dejé de pelear contra ellos. Yo… —Dejaste de pelear para sobrevivir, cariño. Ellos te hacían daño cuando luchabas, ¿a que sí? “Cariño”. El término cariñoso le llegó al corazón. Durante años, había escuchado a muchos hombres llamar cariño a sus mujeres. Todas las veces, el pecho le dolió por ello. Los celos se habían extendido por la sangre. Ahora estaba en el extremo receptor de ese apodo y era tan maravilloso como siempre sospechó.

—Eso no te hace débil o significa que tú te lo buscaras. Eso hace que aquellos sádicos hijos de puta merezcan morir. —Dejando escapar un duro suspiro, Jaxon le enredó las manos en el pelo—. No me extraña que odies que te toquen. ¿Lo había notado? Algo cálido se le extendió por el pecho. —No me ordenaron que dejara que me tocaras, y no estaba obligada a hacerlo. —Aun así. ¡Maldita sea! —Maldición tras maldición salió de sus labios. No eran gritos más bien susurros y de algún modo aún más potentes debido a ello—. Siempre que te ordenaron que lo hicieras, era una maldita violación. —Su mirada se clavó en ella, ardiente y profunda—. No volverás con esos bastardos, ¿me entiendes? —Sin darle tiempo a contestar, gruñó—: Dame sus nombres. —¿De esos hombres? —Sí. De todos ellos. —Están muertos. —Alguien te controla ahora. Te llamó. Lo admitiste. Quiero su nombre. —¿Y qué vas a hacer? ¿Perseguirlo? ¿Matarlo? —¡Diablos, sí! Lenta y dolorosamente. Comenzaré por desollar la piel de sus huesos y terminaré ayudándole a tragarse su propia polla. Nombre. Ahora. La vehemencia de Jaxon fue como un bálsamo calmante para las corroídas emociones. Muchas veces en los últimos años se había ensimismado con la idea de que sus creadores le habían arrebatado la humanidad. Ahora podía sentir un manantial de ternura, suave como las alas de una mariposa. Sin embargo, la ternura en realidad la mataría, comprendió, despedazándola poco a poco y despojándola del caparazón que necesitaba para sobrevivir en el frío mundo en el que vivía. Soy cruel. Soy dura. Tengo que serlo. Las lágrimas le ardían en los ojos. Con un gemido, Jaxon dejó caer la cabeza. Su sien se apretó contra la suya en el más consolador de los toques. —No llores, nena. Por favor, no llores. —No lo hago —logró decir con voz rota—. Soy mitad máquina. A veces mis piezas tienen fugas. Él lanzó una risita ronca, pero el oscuro humor no duró mucho tiempo. Se retiró y la miró atentamente.

—Tenemos hasta mañana. Pensaré en algo, ¿vale? No te dejaré ir con ese hombre. Imposible. Ella lo sabía. —No puedes llevarme contigo. Mi posición puede ser rastreada en cualquier partes y en cualquier momento. —La misma tecnología que la hacía casi indestructible era también la responsable de su agonía. —Bien, pues no me marcharé sin ti. Si pudiera ser posible. —Sé razonable. —Uno de ellos tenía que serlo, de todos modos, aunque pudiera desear que fuera de otra manera—. Nos conocemos desde hace unos días. Este tipo de dedicación es estúpida. —¿Lo es? Y nos conocemos desde hace semanas. —Sí, lo es. Y tú estuviste dormido la mayor parte de esas semanas, así que no cuentan. —Bien, ahora estoy despierto así que voy a contar a partir de hoy. —Mientras hablaba, se inclinó más cerca hasta que su boca casi tocó la suya. Casi. Él dejó la odiada distancia de un suspiro. De repente jadeante, ella se lamió los labios. Apártalo. No puedes permitirte hacer esto. —Dormir juntos no va a cambiar nada. —Quizás sí, quizás no. Pero estoy condenadamente seguro que nos hará sentir mejor. —Su cálido aliento le acarició la nariz y las mejillas. Un estremecimiento la recorrió y él sonrió ampliamente. —Me gusta cuando tiemblas. —Sus manos se cerraron alrededor de la cara, lenta muy lentamente, y luego le ahuecaron la mandíbula—. Quiero hacer que te olvides de todos los demás hombres. —Su mirada plateada se calentó, el acero forjándose en algo duro y perspicaz—. Quiero hacer que te guste. Su voz fue ronca, una promesa sensual con capas de anhelo inexorable. En aquel instante, resistirse resultó ser inútil. Ella podría no recuperarse cuando se separan… Daba igual. Pensar en él con otras mujeres en las próximas semanas y ser consumida por los celos… Ningún problema. Ahora mismo, la decisión de estar con un hombre era suya y sólo suya. Sí o no, ella decidía.

Había libertad en esa comprensión. Felicidad. Esperanza de poder tener algo puro, algo correcto. Señor, la esperanza era una emoción peligrosa. Al final, podría muy bien ser la esperanza quien la destruyera. Aun así… podría estar con Jaxon y pertenecerle, aunque sólo fuera por una noche. Mañana podría lamentarlo. Sí, mañana se preocuparía. Esta noche, viviría. —Ya sabes que me gusta hacerlo contigo. Nunca me ha importado que me toques —le dijo ella en voz baja—. No sé por qué. Sus pupilas se dilataron, el negro casi eclipsando la plata. —Yo sé el porqué. —Bueno, dame una pista. —Alzó los brazos y los enroscó alrededor de su cuello. Enredó los dedos en su pelo. Las sedosas hebras eran cortas pero bastaron para hacerle cosquillas en los nudillos. Él contuvo el aliento mientras su polla saltaba contra el vientre. —Espera. Perdí el conocimiento durante un instante. ¿De qué hablábamos? Por supuesto que no. Seguramente sus labios no se habían elevado en una sonrisa ¿Diversión en la cama? Qué extraño e increíblemente maravilloso. Rara vez se reía. Raras veces había tenido motivos para hacerlo. Se dio cuenta que el humor, como las elecciones, era otra cosa que le había sido negada. —Estabas a punto de decirme por qué me gusta que me toques. Una capa de sudor cubrió su piel y el deseo prácticamente tarareó de su tenso cuerpo. Obviamente estaba ferozmente excitado pero no se abalanzó y aplastó los labios contra los suyos. Iba a tomarse su tiempo, sospechó. Iba a tratar todo esto como si fuera su primera vez, como había hecho con el beso. Se derritió aún más. Prácticamente ronroneando, Jaxon frotó la nariz contra la mejilla. —No puedo pensar en las palabras adecuadas. Creo que tendré que demostrártelo. Por favor. Como si hubiera escuchado su silenciosa súplica, él levantó la cabeza lentamente. Sus miradas se trabaron, fundidas por el fuego y la necesidad. Los pezones se le endurecieron aún más, rozando la suave tela del vestido. La humedad le inundó la entrepierna. Si hubiera estado de pie, se habría caído. —¿Lista para mí?

Incapaz de hablar, ella asintió con la cabeza. Una de sus manos se deslizó por el costado, por encima de la caja torácica, y se detuvo en la curva del seno. Su pulgar se movió hacia delante y hacia atrás, suave, tan suave. Ella se retorció ligeramente en un intento de desplazar aquel pulgar al dolorido pezón. Sus labios se separaron sobre sus dientes, apretados y tensos. Sus ojos se estrecharon sobre la boca. —Si hago algo que no te guste, todo lo que tienes que hacer es decirme que pare. Tragando saliva, ella encontró su mirada. —Me gustará. Lo juro. —Nunca había vibrado de esta forma. Nunca había sentido tan poco control sobre el cuerpo, pero eso no le hizo entrar en pánico como siempre había temido. Le entusiasmaba. Este era Jaxon. Esta era su elección. —Extiende las piernas para mí, nena. Más abiertas. Obedeció, causando que el dobladillo del vestido le subiera hasta las caderas. La larga y dura polla de Jaxon se presionó contra el clítoris. Ella jadeó. Él gimió. Y en medio de aquel gemido, él por fin, finalmente, colocó sus labios sobre los suyos. Su lengua se deslizó dentro de la boca, caliente y sabiendo a completa pasión. Cuando ella encontró el erótico embiste de su lengua con uno propio, Jaxon cambió el ángulo de la cabeza para un contacto más profundo. Tan profundo como los que sentía dentro de las fantasías. Y mientras los decadentes minutos pasaban –más, necesito más- su beso se convirtió en el único medio de supervivencia, alimentando el cuerpo y el alma, su aliento llenándole los pulmones. —Tu boca es el cielo, ¿lo sabías? —susurró él—. Y Dios mío, tu cuerpo… — Ahuecó el pequeño globo del seno—. Perfecto. Había sido creada para la guerra más que para la seducción, así que sus palabras calmaron el magullado ego femenino que siempre mantenía bien oculto. Sus creadores le habían dicho que habían sopesado los pros y los contras de unos pechos grandes y los contras habían ganado. Mientras que los hombres podían pensar que cuanto más grandes mejor, un gran tamaño le habría molestado en la lucha y los intentos de fuga. Jaxon pellizcó suavemente un pezón y ella jadeó con la embriagadora sensación, una lanza de placer apresurándose hacia el endurecido brote del húmedo y necesitado núcleo. —Tengo que verlos. ¿Puedo verlos? —Su voz sonó tensa, casi quebrada.

—Sí. Después de una lamedura final en la boca, se elevó. Centímetro a centímetro, le quitó el vestido de los hombros y el cuello hasta que el negro material se agrupó bajo el sujetador. Durante varios segundos, simplemente se embebió del oscuro encaje contra la acalorada piel. La excitación brilló en sus rasgos. —La próxima vez tendrás que dejarte el sujetador puesto. —Ahora su voz sonaba ebria—. El contraste del negro contra la pálida y rosada piel es arte en vivo. Exquisito. Sus halagos, querido dios, sus halagos. Pero no habría próxima vez. No podía ser. Sin embargo, no dijo nada, poco dispuesta a estropear el momento. —¿Y ahora? ¿Qué vamos a hacer con el sostén? —Tiene que irse. —Jaxon trabajó sobre el cierre y se deshizo del encaje, liberando los pechos. Lanzó el sujetador sobre el hombro y sus ojos se cerraron sobre los fruncidos pezones—. Tan rosados. Tan míos. —Sí. —La vez anterior no te gustó cuando los besé. —Me gustó —contestó—. Simplemente… —¿Qué? Normalmente no le gustaba la atención sobre los pezones. —Son demasiado sensibles, demasiado fácil convertirlos en receptores de dolor. —Seré suave. Lo juro. Cuando su oscura cabeza bajó y la punta de su lengua chasqueó ligeramente cada pico, se encontró retorciéndose contra su erección. El calor. La intensidad del placer. Demasiado, y aun así no suficiente. Necesitaba más. Las uñas se hundieron en su cuero cabelludo. —No pares. —No lo haré. Lo juro por Dios. —Lámelo otra vez. Su lengua inmediatamente se deslizó una vez más antes de pasar al otro pezón, fustigando hacia delante y hacia atrás. Un gemido escapó de ella. —¿Así? —Más.

Usando los dientes esta vez, los rozó suavemente y se los metió uno a uno en la boca, aplicando la cantidad exacta de presión. De nuevo, ella gimió. El dolor entre los muslos ahora era constante, no intermitente y sin ofrecerle esos pequeños segundos de dulce alivio. No, no había ningún alivio para ella. Sólo desesperación y fuego. —Jaxon —jadeó. —Voy a desnudarte, cariño. ¿De acuerdo? —Sí, sí. —Por favor. Quería sus dedos dentro. Lo quería bombeando, deslizándose. Los quería unidos. Quería que él fuera una parte de ella. Él agarró un puñado del vestido, y ella dijo: —Te ayudaré. —Infiernos, no. Agárrate al cabecero de la cama. —¿Q-qué? —Agárrate al cabecero de la cama. —No esperó a que obedeciera sino que con gentileza le asió las muñecas y las levantó, envolviéndole los dedos alrededor de la barra. En esa posición, la espalda quedó arqueada y los senos se alzaron hacia él. Jaxon se puso de rodillas. —Tan hermosa. Cuando la miraba así, se sentía hermosa. No parecía un objeto, una máquina, algo para ser usado. Era simplemente una mujer. Él amasó los pechos, los pulgares moviéndose sobre los pezones de la misma forma que había hecho su boca, antes de agarrar el vestido otra vez y deslizarlo por la cintura y piernas. Poco después, se unía al sujetador en el suelo. Un ziiip. Lanzó una de las botas. Una sonrisa curvó sus labios cuando vio los cuchillos atados a la pantorrilla. Despegando el velcro, quitó los cuchillos y sonó un clink cuando ellos también fueron lanzados al suelo. Un ziip. Abrió la otra bota. La sonrisa de Jaxon se ensanchó mientras se deshacía de otro escondrijo de artillería. Un arma, una estrella arrojadiza, otro cuchillo. Clink, clink, clink. —¿Cuántas armas llevas a la vez?

—Tantas como pueda esconder. —Cuando era necesario, se sujetaba el pelo con cuchillos retráctiles, llevaba drogas en los añillos como Jaxon bien sabía y utilizaba el aro del sostén como un conductor eléctrico. —¿Encontraré algo bajo estas pequeñas y sexis bragas? —Le deslizó las palmas por las piernas y hundió los dedos bajo la cinturilla del encaje. —Sólo a mí. Él gimió. —Vas a matarme ¿lo sabes? —Con un tirón, le quitó las bragas. Contuvo el aliento mientras su mirada se fijaba en los húmedos pliegues—. Dios, estás caliente. Tragó saliva ante el crudo deseo que emanó de él. Jaxon se frotó la erección que empujaba contra el vaquero. —Pronto querré tus manos aquí. —Quítatelos —ordenó ella. —Aún no. En el momento que lo haga, estaré dentro de ti. No entendía cual era el problema. —Ahí es donde me gustaría que estuvieras. Él echó la cabeza hacia atrás y liberó otro gemido. Sin el magnético tirón de su mirada que la mantenía cautiva, fue capaz de mirar hacia abajo. Su erección era tan larga y gruesa que podía ver la cabeza de su polla asomar por el pantalón. La humedad brillaba en ella. —Jaxon —suplicó. —Aún no. —Alcanzó detrás de él y tiró de su camiseta. Su pecho estaba bronceado, sus pezones pequeños y marrones y su estómago acordonado de acero. Sólo un puñado de vello oscuro y varias líneas blancas entrecruzadas de cicatrices estropeaban la perfección, pero a ella le gustaban. Remontó cada línea con los dedos antes de darse cuenta de que se había movido. —Tu toque me hace arder —dijo con voz ronca—. Y ya he demostrado que puedo correrme sólo con él. —Su tono sostenía la más leve indirecta de autocastigo—. Voy a lamerte con mi boca. —Por favor, sí. Me gustó provocar que te corrieras. —Eso le había hecho sentirse orgullosa.

—Quiero saborearte ¿Me dejarás? —Mientras hablaba, le cogió las piernas y se las alzó hasta sus hombros—. Di que sí. —Sí. —Sin vacilaciones. Éste era un acto que no le había permitido realizar a ninguno de sus objetivos. Nunca. Había algo tan personal en ello, tan íntimo, más incluso que el sexo. Con Jaxon quería hacerlo. Estaba desesperada por tenerlo lamiendo profundamente, dándole lengüetadas. Un segundo más tarde, su lengua estaba sobre ella, fustigando el clítoris. Alzó las caderas del colchón y enredó las manos en su sedoso pelo. —Tan bueno —dijo él, las palabras provocando que una vibración se disparara a través de ella—. Como miel. Estrellas le titilaron detrás de los párpados. Y cuando él deslizó un dedo dentro, otra burla a su liberación, se estremeció deliciosamente. Su lengua nunca dejó de trabajar, impulsándola a la satisfacción pero nunca permitiéndole correrse. Siempre que el cuerpo se le tensaba, a punto de caer por el borde, se detenía, esperaba que se tranquilizara y seguía. Entonces comenzaba todo de nuevo. Uso su lengua, sus dientes e incluso canturreó para disparar más de esas vibraciones a través del cuerpo. —Demasiado —jadeó por fin. El sudor la cubría, no podía tomar aliento, y estaba completamente desesperada por la liberación. La tensión también lo delataba, pero indicó: —Puedes tomar más. —Un segundo dedo se unió al primero, estirándola más—. Te quiero sin sentido. Pensando sólo en mí. —Lo hago. —Demuéstralo. —Jaxon. Jaxon, Jaxon, Jaxon, —tarareó ella. Mi Jaxon. —Nunca lo olvides. —No lo haré. —No podía. Él hizo una pausa. Ella casi gritó. —Te juro aquí y ahora, Mishka, que jamás te haré daño. Puedes confiar en mí. Con esas palabras, aquel erótico juramento, nada pudo parar el orgasmo. No esta vez. El placer la golpeó, más intenso que cualquier cosa que hubiera experimentado antes. Un grito se rasgó de los labios, un sonido sensual de libertad y dicha.

Cuando se calmó, una eternidad más tarde, Jaxon estaba desnudo y avanzaba lentamente sobre el cuerpo. El sudor brillaba en su piel. No sonreía, no parecía capaz de ser gentil por más tiempo. Parecía salvaje. Sus plateados ojos la perforaron mientras agarraba su polla y se movía para penetrarla. —¿Preparada? —Sí. En vez de empujar hacia delante, se quedó quieto, la punta burlándose de ella. Una agonía absoluta reclamó sus rasgos. —Mierda. No tengo condón. —Yo no tengo ninguno aquí. —Metió la mano entre ellos y envolvió los dedos en la gruesa base. El calor, la fuerza la cautivó. Jaxon siseó. —Infiernos, sí. —No puedo quedarme embarazada, pero… —Mueve la mano sobre mí. Arriba y abajo. Justo así. —Sus párpados se cerraron—. ¿Pero qué? Mientras trabajaba sobre él, se rozó el clítoris con los nudillos, intensificando el renovado deseo. —Nunca he dejado que un hombre entrara en mí sin uno. No puedo pillar nada, pero nunca quise arriesgarme. Nunca quise un contacto tan cercano. Sus caderas bombearon hacia delante, las líneas de tensión alrededor de su boca profundizándose. —¿Lo quieres ahora? Abrió y cerró la boca pero ningún sonido salió de ella. —Puede ser como la última vez si lo prefieres pero quiero estar dentro de ti. Quiero sentirte por completo. Oh, sí. Quería. —Y-yo… a mí también me gustaría eso. —Lo había escogido. Lo deseaba. Ansiaba todo lo que él pudiera darle—. Sí. —Gracias a Dios ¿Te darías la vuelta para mí? —preguntó él.

Los ojos se le ensancharon y la mano se quedó quieta ¿Darle la espalda a un hombre? Él la miró detenidamente y embozó una sonrisa rápida, casi dolorosa. —No te haré daño. Confía en mí. Por favor. Ni siquiera había considerado nunca darle la espalda a un hombre. Tal cosa requería confianza, justo como él había dicho. “Confía en mí”. La idea la alarmaba tanto como la excitaba. Este era Jaxon, el hombre que le había dado más placer en dos días que nadie más en todo el periodo de su aparentemente interminable vida. Y después de la confesión de la esclavitud sexual de Jaxon, en parte se preguntaba si esperaba impulsarla a luchar y a ejercer su voluntad sobre él. Cuando alzó la mirada y lo estudió fijamente vio una deseo tan intenso que prácticamente era una entidad separada. No. No quería que peleara. Simplemente la deseaba. Aunque no tenía ni idea de lo que planeaba hacer, se giró hasta que yació sobre el estómago. La sábana estaba caliente por el calor corporal y un poco húmeda por el sudor y excitación. Jaxon se sentó a horcajadas sobre ella, sus rodillas encerrando las caderas. Apartó el pelo de la espalda y remontó los dedos por la columna. Ella tembló y se le puso la carne de gallina. —Sé que ya te lo he dicho, pero tus tatuajes son exquisitos. —Gracias. —Las numerosas cirugías que había soportado para “hacerla más eficiente” le habían dejado incontables cicatrices. No era capaz de verlas a no ser que se retorciera en un espejo pero sabía que estaban allí, como un constante recordatorio de lo que era. Las femeninas flores le habían ayudado a combatir eso y todas sus restantes inseguridades, de algún modo, fueron desterradas por el elogio de Jaxon. —Desearía que no hubieran sido hechos con dolor. —Inclinándose hacia delante, posó la lengua por cada cresta de la columna vertebral, e incluso podría haber remontado algunos pétalos. La ardiente humedad contra la piel actuó como otra marca, dejando un tatuaje invisible: La mujer de Jaxon. Él le besó el cuello, le amasó el culo. Susurró todas las cosas que quería hacerle en la oreja. Le dijo lo hermosa que era, lo fuerte, lo dulce, cómo iba a enterrar su polla profundamente en su interior.

Pronto ella se retorcía otra vez. Pronto estuvo desesperada por él de nuevo. —Ponte sobre tus manos y rodillas. Sin dudarlo, se levantó. Jaxon le agarró las caderas, empujándola contra él de modo que su pecho le presionaba la espalda. —¿Preparada, cariño? —Sí —susurró. —Dime si quieres que pare. Eso podría matarme, pero me detendré. —Su erección presionó en ella. Sin hundirse, aún no. Una de sus manos la rodeó y se sumergió en su centro. Oh, Dios. —No pares. Poco a poco, se hundió en ella. Estaba tan mojada que se deslizaba perfectamente. —Maldita sea, te sientes tan bien. Llegó hasta la empuñadura, y ella gimió. Se sentía asombroso. La llenaba por completo, estirándola deliciosamente. Sin el condón, era como ser acariciada por acero cubierto de terciopelo. Más, quería más. Cuando sus dedos le rodearon el clítoris, llevándola un poco más cerca de la satisfacción, gimió. Y gimió. Y gimió. —La próxima vez voy a hundirme dentro de ti profundamente y con fuerza, embistiendo —cada palabra fue pronunciada con un tono bajo, apacible y tortuoso—. Voy a poner tus piernas sobre mis hombros y bombearé mi polla hasta que grites mi nombre. Todo lo que decía, se lo imaginaba en la mente. Él sobre ella, estirándola. Ella perdida en la dicha de su cuerpo. Justo así, cayó por el borde por segunda vez. Su vagina sujetó con fuerza su erección y arqueó la espalda. Siguió penetrándola, prolongando el orgasmo e intensificándolo. Justo como él había querido, gritó su nombre muchas veces, incapaz de detenerse. Tan bueno, tan, tan bueno. El no aumentó el ritmo, sólo alargó el placer durante una maravillosa eternidad. —Mishka —gimió. Y luego rugió, expulsando su caliente semilla dentro. Sus brazos se cerraron sobre ella, sujetándola cerca. Su cálido aliento jadeó sobre el cuello— . Mía —dijo—. Mía.

CAPÍTULO 13

Jaxon remontó con la yema del dedo la espalda tatuada de Mishka. Nunca había sido de los que se quedan después de que el placer fuera saciado, pera esta vez, con esta mujer, quería quedarse. No podía pensar en ningún otro lugar donde preferiría estar. Tenía todos los instintos protectores en alerta, la indignación en su nombre afilada como una navaja de afeitar. Seguro que eso explicaba el ablandamiento hacia ella. Seguramente eso explicaba la necesidad de abrazarla y no soltarla nunca. La necesidad de protegerla de los demonios que la atormentaban. La necesidad de llevarla a su casa. Sin duda era eso y no el amor. Porque Jaxon no creía en el amor. El amor complicaba las cosas, hacía a una persona responsable de los pensamientos del otro, sus emociones e intentos de suicidios. Jaxon frunció el ceño. Lo último se había deslizado en la ecuación de propio acuerdo. Intentos de suicidio. Durante años, el miedo a conducir a otra mujer a quitarse la vida había teñido cada segundo y cada acción. Y por primera vez, comprendió por qué siempre escogía a mujeres superficiales. Ellas no se preocupaban por las emociones más profundas. Las aborrecían, en realidad. Ellas no se hundirían en una espiral de desesperación si él hería sus sentimientos. Mishka no era superficial, pero sabía que no se derrumbaría, sin importar lo que él hiciera o dijera. Era fuerte, por dentro y por fuera. Quizás la mujer más fuerte que había conocido. Una sonrisa se le dibujó en los labios. Su brazo derecho no era lo único compuesto de titanio, inflexible e irrompible. O del metal que fuera. Su núcleo interior

también lo era. Dudaba mucho que intentara quitarse la vida sólo porque un hombre le hiciera daño. Antes mataría al hombre y Jaxon descubrió que le gustaba eso de ella. La apretó con los brazos y ella ronroneó de satisfacción. Ahora mismo yacía sobre el pecho, dormida y completamente relajada, su cálido aliento acariciándole los pezones, sus cobrizos mechones extendidos sobre el hombro. La relajación flotó más allá de su alcance. ¿Qué voy a hacer? La mente abandonó el tema del amor y la fuerza en favor de la supervivencia y la seguridad. Tenía que ocultar a Mishka de su jefe, pero ¿cómo? El chip le permitía ser rastreada. Obviamente, sólo había una solución: Quitar el jodido chip de su cerebro. Así su jefe jamás volvería a dictar sus acciones. Incluso la idea del bastardo haciendo eso llenó a Jaxon de rabia. Tendría que buscar a los mejores cirujanos del mundo. Si había una posibilidad, aunque fuera leve, de poder quitar el chip sin matarla o convertirla en un vegetal, creía que ella la aceptaría sin dudar. Morirá. La palabra reverberó en la mente. Morirá. Morirá. ¿Quería que ella se sometiera a la cirugía si había una posibilidad de que muriera? No consideró la respuesta. Creía que sabía cuál era y no le gustó la clase de persona en que lo convertía. Egoísta, codicioso, insensible. ¡Maldita sea! Ansiaba la acción, las consecuencias de algo para ser considerado sólo en retrospectiva. Ahora se sentía impotente y si las consecuencias de sus acciones podían destruir a una persona, ¿qué? ¿Le importaba? Sí, se preocupaba por Mishka, comprendió. No amor, nunca amor, pero la preocupación estaba ahí. No podía negarla. Estar con ella lo había sacudido. Cada vez que el sorprendido asombro destelló sobre sus preciosos rasgos, el propio placer se intensificó. Jamás se había corrido con tanta fuerza. —¿Jaxon? —dijo Mishka de repente, su voz llena de preocupación. Él giró la cabeza y miró hacia abajo. Ella no se había movido, ni siquiera se había puesto rígida, pero tenía los ojos abiertos de par en par y brillaban con pánico. El corazón le dio un vuelco. —¿Qué pasa? —No puedo moverme. Mi cuerpo está congelado en el lugar. Frunció el ceño con confusión. —¿Congelado?

—Sí —dijo una desconocida voz con aire satisfecho—. Congelado. Tensándose, Jaxon buscó por el tenuemente iluminado dormitorio, escudriñando a través de la luz de la luna y las sombras. Encontró a un alto y excesivamente musculoso hombre. No, no un hombre. Un alienígena. Aquellos ojos ambarinos eran demasiado brillantes para ser humanos. Con esa brillante piel y esas hermosas facciones, las mujeres probablemente babeaban por él. —¿Quién eres? —exigió mientras furtivamente extendía la mano hacia uno de los cuchillos sobre la mesita de noche. Si este alienígena intentaba hacer daño a Mishka, lo mataría. —Es el hombre que va a salvar tu culo. Ante la nueva voz, Jaxon se quedó quieto. —¿Dallas? Su mejor amigo y compañero dio un paso hacia el solitario rayo de luna. El familiar pelo castaño y su bronceada piel entraron a la vista. Dallas era alto y delgado y estaba cubierto de negro de pies a cabezas. Sus ojos brillaban tan intensamente como los del alienígena, sólo que los de Dallas era azules y estaban llenos de sorpresa. —Ahora ¿no es esto acogedor? —La mirada de Dallas se trasladó a Mishka y la sorpresa se transformó rápidamente en ira—. Pelo equivocado, cara correcta. Jodidamente genial. —Su atención regresó a Jaxon—. No es exactamente como pensé encontrarte, retozando con el enemigo. Frunciendo el ceño, Jaxon agarró la sábana y cubrió la desnudez de Mishka. —¿Por qué no puede moverse? —Yo no la dejo —dijo el extraño con una sonrisa—. Es muy bonita ¿Puedo tenerla cuando acabes? Jaxon luchó contra un impulso homicida mientras los celos saltaban a la vida. Mía, gritó la mente. —Detén lo que estás haciendo. Ahora. —Uh, no. Tiene el asesinato pintado en los ojos. No confío en que se comporte como una niña buena. —Dallas —gruñó—. Dile a tu compinche que pare. —Lo siento amigo mío, pero estoy de acuerdo con Devyn. Ella es problemática. Ahora, ¿quieres decirme qué ha pasado? Hemos estado preocupados por ti.

Las luces se encendieron de pronto, aun cuando nadie se había movido un centímetro. Jaxon se imaginó que el bastardo de otro-mundo había usado sus obviamente considerables poderes mentales para encenderlas. —Libera a la chica —dijo—, y te contaré todo lo que ha pasado. —Jaxon —dijo Mishka y la agudeza de su voz cortó como una daga. Apretó el brazo alrededor de ella en una petición silenciosa de silencio. Ella no conocía a Dallas o el veloz temperamento del hombre. Una palabra incorrecta y temía que Dallas la apuntara con un arma. Si eso pasaba, no estaba seguro de lo que haría. Dallas era su mejor amigo. Se conocían desde hacía años, habían luchado juntos y habían matado el uno por el otro. Pero Mishka era… todavía no sabía lo que significaba para él. —Simplemente déjala ir, ¿vale? —¿Escuchaste eso? —preguntó Dallas al alienígena, su tono mezclado con incredulidad. —Sí. Estoy de pie justo aquí —fue la confusa respuesta. Dallas hizo rodar los ojos. A Jaxon le dijo: —Alienígenas. No tienen sentido del humor. —Sus ojos se entornaron amenazadores—. Le grité a Jack. Por ti. Llamé a Mia. Por ti. Llamé a asesinos. Por ti. Formé un equipo y dejé que se metieran en mi casa para salvarte el culo. Me paso horas forzando la entrada de este horrible lugar. Yo… —Yo forcé la entrada —lanzó Devyn—. Tú me viste trabajar. —Lo que sea. La cuestión es que montamos todo este lío porque pensábamos que te morías, que estabas siendo torturado… vamos lo normal. Pero aquí estás. Desnudo. En la cama. Follando. Un gruñido bajo salió de Mishka. Bien. Fuera el tema del sexo, preferentemente, ahora. —Te llamé —dijo Jaxon—. Te dije que estaba bien. Ahora Dallas frunció el ceño. —Por todo lo que sabía, hiciste aquella llamada con un arma apuntando a tu cabeza, cada palabra obligada a ser dicha. Mierda. Sí, Dallas tenía un punto. —Mishka, diles a estos buenos hombres que no vas a hacerles daño si te liberan.

—Voy a arrancar la piel de los huesos de ese alienígena y a hacerme un abrigo. Lo llevaré cuando invada su planeta y mate a toda su familia. La boca de Dallas cayó abierta y los ojos de Devyn casi se le salen de las órbitas, aunque su diversión permaneció. Jaxon se pasó la mano por la cara. —Vamos a la sala de estar —sugirió. —No te irás y me dejarás aquí —gruñó Mishka—. No así. Suspirando, se deslizó de debajo de ella y lanzó las piernas por el borde de la cama. La sábana resbaló de su cintura, revelando cada centímetro de su cuerpo a los hombres. Imperturbable, dijo: —Id. Estaré con vosotros en un minuto. Dallas giró sobre sus talones, pero no se marchó. —Gracias por el espectáculo porno —se quejó—. Ahora necesitaré papel de lija para las córneas. —Joder, Dallas. Simplemente vete. Necesito un minuto a solas con ella. —No la liberes —le dijo Dallas a Devyn antes de marcharse con paso decidido del dormitorio. Devyn permaneció en el lugar. —Me dijeron que la mujercita era una víbora en la piel de un ángel. Aunque me gustaría desafiarla a un duelo desnudos, haré lo que Dallas tan dulcemente ha solicitado y, con todo el dolor de mi corazón, me llevaré sus moléculas de energía conmigo, dejándola incapaz de moverse. —Les dio una cabezada final y siguió el mismo camino que Dallas había tomado. Jaxon permaneció en el borde de la cama, con los codos sobre las rodillas y de espaldas a Mishka. —¿No podías haber sido amable? ¿Aunque fuera sólo durante unos minutos? —Las posibilidades de liberación eran sólo del dieciséis por ciento —espetó ella—, así que no había razón para ser amable. De todos modos, lo habrían visto como una debilidad y lo habrían usado contra mí más tarde. —No tienen por ser tus enemigos. —Se puso de pie y los músculos aún en curación ardieron en protesta. Usando la pared como punto de apoyo, caminó hasta la cómoda. De allí cogió una camiseta blanca y un par de bragas del mismo color. Después cojeó de vuelta a la cama.

Cuando alcanzó el borde, no se movió. No podía. Apenas podía respirar mientras la observaba. El rubio y cobrizo pelo estaba extendido sobre las almohadas en un marco sedoso y decadente de feminidad. El rosa coloreaba sus mejillas, brillantes y sensuales. La sábana hacía poco para ocultar sus curvas y el contorno de sus pezones que le suplicaban que los tocara y lamiera. —No me mires así —dijo ella con brusquedad. Sus ojos se alzaron hasta los suyos y vio la ira mezclada con la excitación. —¿Cómo? —Como si fuera la única razón por la que respiras. —Sus párpados se cerraron, ocultando sus emociones de la vista. Ocultándolo a él de su vista. Ella estaba exagerando. Él tenía un millón de cosas por las que vivir, pero ella no era -no podía ser- una de ellas. Por todos los motivos que había considerado antes y un millón más. “Hago lo que tengo que hacer para sobrevivir”, le había dicho una vez, y estaba seguro que ella lo mataría y se acostaría con otro hombre si se lo ordenaban. Ni siquiera de niño le había gustado compartir sus juguetes. Si bien quería desesperadamente salvarla, eso no cambiaba el aquí y el ahora. —¡No te quedes ahí parado! Ráscame el cuello. Me pica —dijo ella, cortando los pensamientos. Él obedeció, cuidadoso de no rascar con demasiada fuerza y dejarle una señal. Tenía la piel caliente, como si la lava fluyera por sus venas. ¿De cólera? ¿O ante la idea de su tacto? —¿Mejor? —Sí. Gracias —contestó de mala gana. —De nada. —En silencio, empujó la camiseta por su cabeza y brazos. Los nudillos rozaron por casualidad un costado de su pecho y tanto él como Mishka gimieron, recordando lo que habían estado haciendo hacia sólo unas horas. Las bragas, bueno, se las metió por los tobillos y se las subió por las piernas sin apartar la sábana. Un vistazo a su nuevo lugar favorito y podía olvidarse de los dos hombres que lo esperaban. —Ese bastardo de Devyn mejor me libera o lo perseguiré. —Hablaré con él.

—Pero primero hablareis de negocios, ¿verdad? Negocios que no quieres que escuche por casualidad. Jaxon no negó sus palabras, pero tampoco las confirmó. —¿Necesitas algo más antes de que me marche? Sus ojos lo perforaron como rayos láser gemelos, brillando con pánico y furia. —¿Dejarme? —Del cuarto —le aseguró—. Sólo del cuarto. Poco a poco el pánico se desvaneció, dejando sólo la furia. —Márchate del complejo, si quieres. No es como si me importara. Oh, a ella le importaba. Pero probablemente estaba tan confundida como él sobre su relación y la posibilidad de estar juntos con éxito. Inclinándose, apoyó las palmas de las manos sobre el colchón y acarició la punta de la nariz con la suya. —No estaré fuera mucho tiempo. Ella se lamió los labios como si se imaginara un beso. —Llévame contigo. —No. —¿Por qué diablos no? —Le contarías a tu jefe lo que escucharas. —No era la verdadera razón, pero dudaba mucho que le gustara oír que todavía no quería escoger entre sus amigos y su mujer. —Mientes —gruñó entre dientes. —No lo hago. —Y no se lo contaré —prometió ella. —No podrías impedirlo. Me lo dijiste. Pasaron varios segundo, cada uno de ellos lleno de más tensión que el siguiente. —No olvidaré esto —dijo ella en voz baja, con fiereza. Jaxon suspiró. —Lo sé. —Besó su cuello, exactamente donde le había rascado, y salió cojeando del dormitorio.

Sabía que la traición en sus ojos lo perseguiría durante toda la eternidad.

A

solas, todavía inmovilizada, Le’Ace echaba humo en silencio. Jaxon

realmente la había abandonado. Básicamente, había permitido que sus amigos la encadenaran, dejándola desvalida Él conocía su pasado, sabía que odiaba ser controlada, y aun así no había luchado por sus derechos. ¿Qué esperabas? Eres un pedazo de carne para él, nada más. Eso era todo lo que era suficientemente buena para ser, y ella lo sabía. Todo lo que alguna vez sería. Un cero a la izquierda, un trozo de basura para ser desechado a voluntad. Después de la ternura con que Jaxon la había abrazado, había creído -¿esperado?que la viera como algo más. ¿Cuándo aprendería? El estómago se le encogió dolorosamente. Le había mentido y la había abandonado. ¿Por qué no podía él haber sido diferente? ¿Por qué no podía haber visto algo de valor en ella? Mejor así, se aseguró. Las cosas serían más fáciles. Cuando los hombres de Estap vinieran a por ella, se marcharía feliz. Enfadada como estaba con Jaxon, no soñaría con él, no fantasearía con él y no lo ansiaría cada segundo de los días que estaban por venir. Sí, claro. Simplemente haz tu trabajo. Eso es todo lo que tienes. Todo lo que vas a tener. Entrecerró los ojos mientras la determinación la recorría. Había reconocido a Dallas de los archivos del A.I.R. que había leído. El otro, el alienígena, no era capaz de ubicarlo. Pero lo haría. «Ampliar el sentido auditivo», le ordenó al chip.

CAPÍTULO 14

Deberías matarla —dijo Dallas, repantigado sobre el sofá marrón oscuro.



Palabras frías de un hombre que por lo general amaba a mujeres frías. —Ella está por encima de cualquier discusión —dijo Jaxon oscuramente, paseándose frente a su amigo para ejercitar la rigidez del tobillo—. Ahora ¿quién es el de otro-mundo y donde encaja en la ecuación? Dallas lo ignoró. —Mia odia a Le’Ace. ¿Esa es Le’Ace, verdad? Y si Mia descubre que te acuestas con la mujer, va a matarte. —Mia odia a todo el mundo. Además, ¿no estaba fuera de la ciudad? —Ya no. Abandonó el campamento de entrenamiento. Por ti. Jaxon se frotó la cara con la mano, sólo para darse cuenta de la frecuencia con la que lo había hecho en los últimos días. —Bueno, Eden también odia a Le’Ace —suministró Devyn amablemente. Jaxon se detuvo y lo miró airadamente. El alienígena tenía un hombro apoyado contra la blanca pared del fondo, su piel tan pálida que casi se mezclaba con ella. —¿Quién diablos es Eden? Y en serio, ¿quién diablos eres tú? —Dos diablos. —Frunciendo el ceño, Dallas se golpeó los muslos con la palma de las manos—. ¿Qué te pasa? Te conozco desde hace muchísimo tiempo y nunca dices palabrotas. No es qué diablos se una mala palabra, pero nunca la has dicho antes. Devyn arqueó una negra ceja, sus ambarinos ojos brillando con mayor diversión. ¿No había nada que enfadara al hombre?

—Eden es una asesina a sueldo y yo soy su amigo. A veces le echo una mano en sus casos. —Eso no me ayuda. —Jaxon se pasó de nuevo la mano por la cara, repentinamente cansado—. ¿Estás seguro que podemos confiar en él, Dallas? Obviamente es un guerrero Targon. —Y Jaxon sabía que los Targons eran capaces de la telequinesia extrema. Incluso había escuchado rumores de que un Targon podía paralizar a una ciudad entera… y hacer trizas a los ciudadanos, uno por uno. Buenos hombres para tener como amigos, malos para tener como enemigos. Devyn se atusó como un pavo real, enderezándose y levantando los labios con aire de suficiencia. —En realidad, soy el rey de los guerreros Targon. Los ojos de Jaxon se abrieron como platos y giró en redondo para mirar fijamente a Dallas. —¿Lo dice en serio? —Sí. Y sí, sé que es irritante como el infierno —añadió Dallas—, pero también es buen tío. Una vez que traspasas su descomunal ego. Ahora, dime qué te pasa. ¿La paliza causó un daño cerebral? Nunca te he visto tan nervioso. También es la primera vez que te veo desnudo con el enemigo, pero no hablamos de ella, así que no mencionaré ese hecho. ¿Enemigo? Sí, suponía que deberían de haber sido enemigos. Técnicamente trabajan en el mismo bando de la ley, sin embargo su jefe la había convertido en algo imprevisible, algo peligroso. Dios, quería asesinar al hombre. Tienes la habilidad para hacerlo. El no descartar aquel vil pensamiento como debería haber hecho, lo sorprendió. En cambio, lo había dejado a un lado para considerarlo más tarde. Estaba seriamente jodido. —¿Qué quieres que hagamos con la mujer de la que no vamos a discutir? — preguntó Dallas. Cerró las manos en puños. —Nada. Yo me encargaré de ella. —Pero… —Es mía. ¿Cuántas veces tengo que decirlo? Dallas levantó las manos en señal de rendición.

—De acuerdo. Como quieras. Sólo asegúrate de hacer algo para incapacitarla ummm, digamos, permanentemente. Yo, eh, tengo la sensación de que va a… —Su voz se apagó y tragó saliva. Jaxon le frunció el ceño. —¿Qué? —Pocos meses atrás, Dallas había tenido premoniciones, supuso que esa era la palabra. El hombre sabía cosas antes de que pasaran, y no es que él lo admitiera. —No conduzcas hasta Main —le dijo Dallas pocos días después de empezar a trabajar tras su estancia en el hospital cercana a la muerte. —¿Por qué? —le preguntó Jaxon —Simplemente no lo hagas. Unas horas más tarde, cada canal de noticias de la ciudad, hablaban de un choque en cadena de ochos vehículos en Main. Al parecer el sensor de un sedán había fallado y había volado sobre un puente y caído en Main. Ni Jaxon ni Dallas hablaron jamás del incidente, pero éste se coló entre ellos como un gordo elefante rosa con un tutú púrpura. Dallas se tiró del lóbulo de la oreja. —Verás, ella va conseguir derribarte a ti y a nuestra pequeña partida de rescate. Uno por uno, caeremos. Por. Culpa. De. Ella. —¿Y cómo va a hacer eso? —preguntó, sin querer creérselo. Seguramente Dallas se equivocaba. Seguramente era su aversión por Mishka y no la precognición, la que definía su percepción del futuro. Jaxon no quería creer lo contrario. —Va a dispararte —fue todo lo que dijo Dallas. —Puedo ponerla a dormir unos días —sugirió Devyn. —No. —Jaxon ya la había traicionado bastante, quitándole libertad de elección como había hecho. Más, y jamás podría perdonarle. —Olvídate de ella, ¿vale? No va a dispararme. —Eso esperaba—. Ahora hablemos del caso que Jack me había asignado. Durante los minutos siguientes, Jaxon les contó lo de los Schön, el virus, y las mujeres que habían infectado. Les relató su experiencia con Nolan dentro de aquel bar. Y luego, por último, les contó el secreto que había estado ocultando desde el principio. —Para hacer pruebas al virus sería necesario mantener a las victimas con vida, quizás mantener a sus bebés con vida, y ambas cosas muy bien podrían extenderlo a un ritmo acelerado.

—¿Es por eso que las mataste? Él asintió con la cabeza. —Una vez que el cuerpo muere, el virus también, porque no puede sobrevivir sin un anfitrión vivo. —¿Estás seguro? —preguntó Dallas, inclinándose hacia delante y apoyando los codos sobre las rodillas—. No eres médico ni científico. Es más, Jack me dijo que le hiciste prometer que nadie entrara en las celdas con las mujeres. ¿Por qué? —A cada una de las mujeres que maté le dieron un mensaje para entregar. Sus amantes pedían perdón por lo que habían hecho y explicaban lo que os acabo de decir. Que las pruebas hacen que todo sea peor. —Podría ser mentira —dijo Devyn. —Ya lo sé. Pero el único modo de saberlo es realizar pruebas a la sangre de una víctima viva. Tuve que sopesar los pros y los contras y en última instancia decidí matar a las víctimas antes de que las pruebas fueran hechas. —Jaxon miró de un hombre a otro, sin intentar ocultar su tormento—. Si los Schön decían la verdad, no podemos hacer las pruebas sin graves consecuencias. Si mentían... —Suspiró—. No sé qué creer, en realidad. Las últimas semanas no han dado ninguna información nueva. Se dejó caer en el asiento más cercano, con la mirada fija en las barras paralelas que Mishka había erigido para él. Verlas provocó que el pecho le doliera. Había estado tan preocupada y atenta en su cuidado. Desvió la atención al suelo de madera lijada. En general, el compuesto no era terrible pero tampoco atractivo. Las paredes eran demasiado blancas, casi cegadoras y los muebles escasos. El aire no sostenía ninguno de los olores de una casa, ningún pan o tarta al horno, ninguna fruta o perfume. Sólo a productos de limpieza. No, espera. Frunciendo el ceño, inspiró profundamente. Pilló un atisbo de la erótica fragancia de Mishka. Especies y piel caliente, femenina. El cuerpo reaccionó al instante. La excitación lo golpeó, provocando imágenes de Mishka debajo de él, batiéndose con su boca, las piernas ampliamente extendidas y su centro femenino húmedo e impaciente. Se mordió el interior de la mejilla para evitar soltar un gemido. Se preguntó cuánto tiempo le habían obligado a permanecer aquí, quien la había obligado a hacerlo -la rabia se desató- y si a ella incluso le gustaba el lugar. Su dormitorio alardeaba de una cómoda cama, femeninos tocadores y una colorida alfombra. Mishka. Cama. La excitación ardió más que la rabia.

—Jaxon. Tío. Vuelve. Unos dedos chasquearon frente a la cara y Jaxon parpadeó. Cuando enfocó, vio que Dallas estaba de pie frente a él. Devyn estaba a su lado, sonriendo ampliamente como el loco que probablemente era. Se habían acercado y él ni se había enterado de que se habían movido. Menudo agente estaba hecho. —¿Qué? —dijo a la defensiva. —Nos dejaste —contestó Dallas. —Y también te pusiste duro —dijo Devyn—. No me di cuenta que te sentías atraído por mí. Me siento halagado. De verdad. Pero en realidad prefiero a las mujeres. Lo sé, lo sé. Estás decepcionado. No hay necesidad de decirlo. Soy realmente hermoso. Las mejillas de Jaxon ardieron y frunció el ceño. —Vete a la mierda. Ambos hombres sonreían abiertamente cuando regresaron a sus asientos. Jaxon los estudió. Incluso aunque Dallas sonriera, las líneas de tensión rodeaban sus ojos. Jaxon frunció el ceño. —¿Estás bien tío? —Estoy bien. Hace poco mencionaste un bar. ¿Hablaste con el de otro-mundo allí, verdad? Jaxon asintió con la cabeza. —¿Se te ocurrió conseguir una grabación de voz? —No. —Mishka probablemente tenía una, pero no lo mencionó. En este momento, dudaba que ella se sintiera inclinada a ayudarles. Dallas suspiró. —Habría hecho las cosas más fáciles, pero todavía podemos trabajar con lo que tenemos. —Se puso en pie, sacó un fino rastreador negro del bolsillo trasero y se dirigió a la mesa del café. Allí, se arrodilló y lo abrió de modo que ambos extremos quedaran planos contra la superficie de la mesa. Presionó el pulgar en el centro y una brillante luz amarilla escaneó su huella. Poco después, apareció un teclado justo delante de él. No era sólido, sino simplemente una luz brillante como la exploración dactilar. Sus dedos volaron sobre él, golpeando la madera. —¿Nombre del bar?

—Big Bubba’s. Más golpecitos. —¿Fecha y hora en la que estuviste? Él respondió y hubo más golpes. Entonces una pantalla azul se cristalizó sobre el negro rastreador, formando un cuadrado de cuatro por cuatro. Un mapa de la ciudad apareció después, seguido de dieciocho puntos rojos. —Bien —dijo Dallas con las manos caídas a los costados—. Esto es lo que tenemos. En la hora que me diste y en las proximidades del bar, ahí veintinueve voces alienígenas registradas. Dieciocho están en medio de una conversación ahora mismo. Un tiempo después de que el primer grupo de alienígenas llegaran a este planeta a través de los agujeros de gusanos intermundiales, se descubrió que la mayor parte de las voces alienígenas actuaban como el ADN humano, dejando señales de los otros-mundos atrás. Sus voces poseían una frecuencia que la humana no tenía. Es por eso que había registradores de voz y amplificadores establecidos por todas partes de la ciudad, constantemente documentando las diferentes longitudes de onda. Aquellos registradores habían sido muy prácticos durante la guerra humana-alienígena que había estallado hacía mucho tiempo, ayudando a detectar los campamentos enemigos y observar ciertas posiciones para asegurarse que los alienígenas nunca las invadieran. Por supuesto, no había sido cien por cien eficaz. Los alienígenas depredadores rápidamente habían aprendido a estar en silencio antes, durante y después de las incursiones, ocultando su posición como si estuvieran cubiertos por sombras y magia. Magia, pensó. La palabra perfecta, recordando la forma en que Nolan simplemente desapareció a través de la pared. Si simplemente se supiera más de los visitantes no invitados. Las diferentes especies, los diferentes poderes, todos mantenían el mayor secreto posible. La mejor defensa es un buen ataque y toda esa mierda. —Llamaré a Mia y a Eden y les informaré de lo que pasa —dijo Dallas—. Cada uno de nosotros puede explorar una ubicación diferente. Devyn cruzó los brazos sobre su amplio pecho. —Espera. Ahora sólo hay catorce puntos. Dallas agitó una mano en el aire.

—No te preocupes. Las otras posiciones fueron registradas. Buscaremos si están allí o no. Preveo un montón de frustración y fracaso, pero ahora mismo son la única pista que tenemos. Bien, entonces. Esto estaba resuelto, lo que significaba que era hora de tomar una decisión sobre Mishka. Ella le había dejado claro que debían separarse por la mañana y que era lo que ella quería. O eso es lo que afirmaba. Tal vez no lo quería, tal vez la obligaban a ello. Si desafiaba a su jefe, sería castigada. Si Jaxon la obligaba a irse con él, tomaría otra decisión más por ella. Jaxon la quería con él, tanto si ella lo deseaba como si no y tanto si podía ser rastreada como si no. Quería protegerla, encontrar un modo de salvarla. En el fondo, ella tenía que ansiar esas cosas. Pero con el miedo que le tenía a su jefe, sabía que le costaría conseguir que lo admitiese. Aun así. Tenía que intentarlo. Se pellizcó el puente de la nariz. —Libera a la chica de su parálisis —le dijo al Targon. Devyn frunció el ceño. —¿Estás seguro? —Sí. Dallas dijo: —No. Ella se queda congelada. Y no es negociable. Con un encogimiento de hombros, Devyn dijo: —Le quitas la diversión a todo, Dallas. Está hecho. Es libre. ¿Así de fácil? Pensó Jaxon, sorprendido. Dallas gruñó. —¡Tú, traidor! Te dije que no. Ella es peligrosa. Jaxon esperó que Mishka entrara precipitadamente en la sala de estar, blandiendo sus armas. No lo hizo. De hecho, pasó un minuto en calma, silencio y luego otro. —Mishka —la llamó mientras Dallas y Devyn seguían discutiendo— ¡Mishka!

Por fin, ella entró en el cuarto. El alivio le recorrió las venas. Alivio y temor. Su glorioso pelo estaba atado en una coleta. Llevaba una camiseta negra en vez de la blanca que él le había puesto y un pantalón negro de cuero cubría sus piernas. Tenía la expresión en blanco y las manos sorprendentemente libres de armas. Su mirada permaneció centrada en él, como si los otros hombres ni siquiera estuvieran presentes. Dallas dejó de gritarle al Targon y se dirigió hacia ella, la amenaza en cada paso. Jaxon se colocó frente a él, bloqueándole el camino. —No lo pidas —le dijo Mishka—. No me iré contigo. ¿Ahora le leía la mente? Un músculo le palpitó bajo el ojo. Ya no parecía una mujer bien amada. Ella era Marie, una bella asesina, fría e insensible, tallada en piedra. —Al menos dame la oportunidad de ayudarte —suplicó él. Ella negó con la cabeza. —¿Y decepcionarme con más cosas? No, gracias. —Tal vez yo no te defraudaré. Lentamente se acercó a él, su paso lleno de gracia y fluidez como la máquina que ella pensaba que era. Cuando se detuvo, estaba a no más de un suspiro de distancia. Y cuando tomó aire, sus pezones le rozaron el pecho. Detrás de él, Dallas intentó apartarlo. Jaxon se deshizo de su asimiento, agarró el brazo de Mishka y la arrastró hasta un rincón. Podía sentir la estrecha mirada de su amigo perforándole la espalda. El conocimiento estalló dentro de él. —Los dos sabíamos que esto no iba a durar —dijo ella con tono casual. Tan despectiva. La sangre le rugió salvajemente en los oídos. —No te consideraba una cobarde hasta ahora. Un destello de ultraje oscureció sus ojos, pero rápidamente lo extinguió. —Di que hemos terminado porque soy una cobarde si eso te hace sentir mejor. Pero la verdad es que no intento que esto funcione porque he terminado contigo. Serviste a un propósito. Ya no te necesito. Aunque no la creía, sus palabras todavía lograban cortarlo profundamente. Pero estaba acostumbrado a rivales difíciles y se negaba a echarse atrás. Por alguna razón, esta batalla parecía más importante que cualquier otra con la que se había enfrentado antes.

—Te gusto más de lo debería. Y estás asustada. Probablemente hasta pienses que me proteges al alejarte de mí Ella se rió, y no fue un sonido agradable. Por el rabillo de ojo, notó que tanto Dallas como Devyn se acercaban por los lados. Levantó una mano para detenerlos. —No. Mishka extendió la mano y le acarició con la punta del dedo el pómulo, bajando por la cicatriz y a lo largo de la columna del cuello. Donde ella tocaba, él se estremecía. —Adiós, Jaxon —dijo tristemente. No tuvo tiempo de contestar. Algo agudo se le clavó en la vena. Los ojos se le agrandaron mientras la comprensión se extendía. Furioso y sobresaltado, le apartó la mano de un manotazo. —Mishka. —Algún día me lo agradecerás. —Maldita sea. Me drogaste otra vez. —Las palabras fueron pronunciadas mal, como si llegaran de muy lejos. —Debiste creerme cuando te dije que era perjudicial para ti. Una negra telaraña comenzó a oscurecerle la visión. Ensanchándose, uniéndose. Los músculos se debilitaron y el vértigo lo asaltó en oleadas cada vez más intensas. Se tambaleó. —Quédate conmigo —pudo decir. Incluso para sus oídos, la súplica fue poco más que un susurro—. No te vayas. —Sacadlo de aquí —dijo Mishka con frialdad, justo antes de que su mundo se desmenuzara en la nada.

CAPÍTULO 15

Una semana más tarde.

Tres mujeres más infectadas fueron localizadas y actualmente residían en el sector doce de la sede del A.I.R. A pesar de las advertencias de Jaxon a Jack para esperar, aquellas mujeres estaban siendo estudiadas y probadas con la esperanza de encontrar una cura o, al menos, una vacuna. A Jaxon le preocupaba, pero no tanto como debería haberle hecho. Algún funcionario del gobierno llamado Senador Kevin Estap había enviado a doctores y científicos, deseosos de trabajar con el A.I.R., no en contra (o al menos eso decían). Jaxon sospechaba que Estap era el jefe de Mishka. ¿Cómo sino el tal Kevin sabía tanto del caso? Sin embargo, todos negaban conocer a Mishka. A Jaxon le preocupaba, pero una vez más, no lo suficiente. En realidad, los doctores actuaban como si lo ignoraran todo. El Schön, el virus, los efectos de ambos. A Jaxon le sorprendía que supieran vestirse por la mañana y se alimentaran durante el día. Ellos dijeron que estaban allí para “reunir muestras” y no tenían ninguna conclusión concreta sobre nada. ¿Cómo podía ser eso trabajar juntos? Hasta ahora, Jaxon había hablado con dos de las mujeres y no había averiguado nada nuevo. Hasta ahora, sabía de dos planetas que habían sido destruidos por los Schön: Delenseana y Raka. ¿Era la Tierra el tercero? Es más, ¿podían las pruebas de aquellas

mujeres infectadas iniciar una reacción en cadena de enfermedad y muerte que no podría ser detenida como sospechaba? Tenía miedo de las respuestas, pero aun así no era capaz de preocuparse como debía. Como agente, un cazador a sueldo, un depredador nocturno, había visto cosas terribles. Niños asesinados, mujeres golpeadas, hombres violados. Cuerpos drenados de sangre, órganos robados y vendidos en el mercado negro, muerte en cada una de sus encarnaciones. Había eliminado a los responsables en la medida de su capacidad, a veces renunciando a comer y dormir, siempre matando cuando era necesario. Como Mishka había dicho una vez, las armas podían ser las mejores amigas de un hombre y sus mejores amigas ayudaban a mantener el mundo a salvo. ¿Pero cómo iba a luchar contra un monstruo insidioso que golpeaba silenciosamente y sin advertencia? ¿Cómo iba a luchar contra un virus? Los doctores y científicos podrían, quizás, encontrar una cura, tal y como ellos esperaban. ¿Pero cuántos morirían en el proceso? Innumerables, lo más probable, pero una vez más a Jaxon no le preocupó lo suficiente. Suspiró. En estos momentos estaba sentado en su escritorio, con los codos apoyados sobre la superficie y la cabeza entre las manos alzadas. A su regreso al mundo real había sido interrogado, examinado, enviado a un psiquiatra y readmitido en el servicio. No es que le hubiera servido de nada. Nolan no se había puesto en contacto con él, y su búsqueda del Schön había sido infructuosa. Lo peor, sin embargo, era que Mishka tampoco se había puesto en contacto con él y había quitado el dispositivo de rastreo del teléfono, por lo que no podía señalar su posición exacta. Ahí era donde estaba puesta la mayor parte de su inquietud. La ausencia de Mishka. La había buscado, había llamado a cada contacto del gobierno que poseía. Nada. Y se sentía atormentado por las preguntas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Con quién estaba? ¿Qué hacían juntos? Entonces había empezado a pensar que ella estaba en peligro de recibir la orden de luchar contra los Schön mientras los bastardos que portaban el virus anduvieran por ahí, así que había dejado de buscarla y se concentró en los alienígenas. Pero no buscarla lo estaba matando.

Jaxon tenía hambre de ella, soñaba con ella, tenía que tenerla de nuevo. No podía concentrarse en el trabajo de la forma que debería y no pensaba en las víctimas -pasadas, presentes y futuras- del modo en que un buen agente tenía que hacerlo. Ella era su mayor preocupación. Necesitaba tenerla de vuelta entre los brazos. Tenía que estar en su interior de nuevo. Tenía que saber que estaba a salvo, no pudriéndose en algún lugar de dolor y pena. Simple y llanamente, la necesitaba. Mía. Cada instinto en el cuerpo lo gritaba. Cierto o no, no podía funcionar mucho más tiempo sin ella. Mishka lo había dejado inconsciente, sí. Lo había enviado lejos como si no lo quisiera, sí. Pero en el fondo, sabía que lo había hecho para protegerlo a él y ella misma. Eso, lo entendía. Incluso él habría hecho lo mismo si la situación fuera a la inversa. Pero eso no significaba que fuera a dejar que se saliera con la suya. —¿Esto es para lo que Jack te paga? ¿Para meditar? Arrancado de sus tortuosas reflexiones, Jaxon alzó la mirada. Mia Snow estaba de pie en la entrada, encantadora como siempre. Tenía el pelo negro como la noche recogido en una coleta y sus rasgos de bailarina brillaban de forma saludable. Esa cosa diminuta, irradiaba una aura de “puedo romperme en cualquier momento”. Lo gracioso era que le podía romper el cuello a un hombre con un simple giro de muñeca. Un poco como Mishka. Frunciendo el ceño, se frotó el pecho para aplacar el repentino dolor. ¿La vería de nuevo? Apretó la mandíbula. Volvería a verla, seguro, juró una parte de él. Olvídate de ella, suplicó otra parte. En verdad, no la necesitaba en su vida. Tenía amigos que no se deleitaban en drogarlo hasta el estupor. Amigos que no le mentían, amigos que no le golpearían en la yugular si así se lo ordenaban. Por supuesto, aquellos amigos no le habían dado el mayor orgasmo de su vida. Aquellos amigos no lo miraron como si él fuera parte héroe, parte villano y su vida dependiera de su toque. ¿Olvidarla? No estaba seguro de poder hacerlo y no le gustaba la idea de intentarlo. —¿Qué? —Mia extendió los brazos—. ¿Soy tan espantosa a la vista? Él se dio cuenta que fruncía el ceño y se obligó a relajar la expresión. —Lo siento. No es por ti. El destello en sus feroces ojos azules fue afilado como una espada a punto de atacar. —¿Pensando en ella?

No había necesidad de preguntar quién era “ella”. —Sí. ¿Y qué? Mia cruzó los brazos sobre su pecho. —Me siento decepcionada contigo, Jaxon. Estás dejando que tu polla dicte tus acciones. —¿Y eso es malo? —preguntó él, arqueando una ceja. Jadeó levemente, como si se sorprendiera y luego dijo: —Cuando quieres vivir para ver otro día, entonces sí, es malo. Ella te matará sin parpadear, sin vacilar, y probablemente se reirá mientras lo hace. —Ella no es tan mala. —Lo dice el hombre que no ha visto todo de lo que ella es capaz. —Mia se pasó la lengua por los dientes—. La he visto hacer cosas que harían que se te pusiera la piel de gallina. —Déjalo estar, ¿vale? —No compartiría los secretos de Mishka, no le diría a nadie por qué ella actuaba del modo que lo hacía. Ellos la compadecerían y Jaxon creía conocer lo suficiente bien a Mishka para saber que preferiría su furia sobre su dolor—. ¿Averiguaste algo sobre tus Arcadians medio humanos? —le preguntó, cambiando de tema. Mia estaba dispuesta a rastrear a aquellos que, como ella, eran mitad humanos, mitad alienígenas, y a ayudarlos si era necesario. Había pasado la mayor parte de su vida sintiéndose diferente, desconectada de todo y de todos, asustada de sus diferencias. Odiaba la idea de que otros sufrieran como ella. Se encogió de hombros y permitió el cambio de tema. —Tengo algunas pistas. —¿Y tu hermano? —Dare, el muy querido y completamente humano hermanastro de Mia, al que había dado por muerto hacía años asesinado por unos alienígenas y que al final había descubierto que había sido salvado por otra especie de alienígenas, raptado y usado por la madre Arcadian de Mia, la cual esperaba intercambiarlo algún día por Mia. —Más de lo mismo. Está vivo, se oculta de mí y me odia. —Se encogió de hombros de nuevo, su expresión fue velada por el dolor. Un dolor que rápidamente ocultó—. Lo he rastreado dos veces y en ambas huyó de mí sin decir una palabra. — Hubo una pesada pausa—. Le’Ace es mala para ti, ¿sabes?

—Me dirijo al sector doce —dijo, ignorando aquél último fragmento—. Jack me permite entrevistar a la nueva mujer dentro de su celda, en vez de tras una mampara. Tengo órdenes de no matar. —Estaba balbuceando, lo sabía, pero eso mantuvo callada a Mia. —Vaya forma de ignorar la pregunta. Callada un ratito, al menos. —Déjalo estar. —¿Entonces está bien que me sonsaques información a mí pero yo no puedo sonsacártela a ti? —Así es. —Apiló las carpetas sobre el escritorio. No lo necesitaba, pero quería tener las manos ocupadas—. Si hay algo nuevo que descubrir sobre los Schön, lo averiguaré. En lugar de dejarlo, Mia se adentró más en la pequeña oficina y se dejó caer en la silla frente al escritorio. La determinación irradiaba de ella. —Primero voy a contarte una pequeña historia. Suspirando, Jaxon se pellizcó el puente de la nariz. —¿Esto no puede esperar? —No. Ahora cierra el pico y escucha. —Estirando las piernas, ella se deslizó más abajo en su silla, apoyó la parte posterior de la cabeza en el respaldo y se quedó mirando el techo—. Erase una vez… —comenzó. Él gimió. Ella siguió sin inmutarse. —Dos chicas adolescentes. Las dos tenían problemas con sus padres. Una pasaba mucho tiempo encerrada en un armario, sola y asustada, hasta que finalmente huyó de casa a la edad de dieciséis años. La otra fue sacada de su casa cuando confesó que había sido violada por su propio padre. Justo en ese momento, comprendió que contaba una historia sobre sí misma. Conocía un poco del pasado de Mia, del maltrato y el aislamiento que había soportado a manos de su padre, y sabía que había escapado para evitarlo. —Estas dos chicas nunca deberían haberse encontrado, pero ambas fueron reclutadas para participar en un campamento muy especial. Se hicieron compañeras de habitación, ayudándose la una a la otra en el estudio y en el entrenamiento. Pronto descubrieron que debían convertirse en agentes del A.I.R.

Ella le echó un vistazo, y él cabeceó para avisarla de que escuchaba. —Durante varios meses, el mundo por fin era un lugar feliz para las dos chicas. Ellas tenían un objetivo, amigos y seguridad. O es lo que pensaron. Un día, una de ellas fue sacada del campamento de entrenamiento al mundo real. Ella era la que más prometía. Mia, pensó él. —Allí, conoció a un chico de otro-mundo muy guapo. Como cualquier chica cuando es seducida, se enamoró de él y los dos mantuvieron contacto en secreto. El temor le atenazó el estómago. —Lo que ella no sabía era que el de otro-mundo la estaba usando, sacándole información sobre el campamento y el A.I.R. Cuando se supo la verdad, el instructor de la chica fue enviado para aplicar el castigo. Todo el mundo pensó que la chica sería azotada o incluso tal vez que le borrarían la memoria y la expulsarían del campamento. Pero ese instructor irrumpió en el cuarto, levantó su pyre-arma y disparó. No era Mia, entonces. La mirada de Mia cayó en Jaxon, dura y distante. —Elise murió en mis brazos. Sostener a un amigo que se muere, saber que no había nada que hacer, era una tortura. —Lamento tu pérdida, Mia, de verdad. Pero no entiendo que tiene que ver eso con Mishka. —¿Qué no lo entiendes? —La voz de Mia se elevó una octava—. Ella mató a Elise. Sostuvo el arma con la cara desprovista de emoción, y apretó el gatillo mientras le rogaba que no lo hiciera. Después se alejó como si simplemente hubiera entrado en el cuarto para invitarnos a cenar. De nuevo, él frunció el ceño. —Ella habría sido una niña, como tú. —No. Era adulta. —Eso es imposible. —Se le arrugó la frente con confusión y la perfecta cara de Mishka le destelló dentro de la mente. La piel sin arrugas, el brillo juvenil—. Mishka no puede tener más de treinta años. Si llega. Mia apretó la mandíbula.

—Es más vieja de lo que crees. Mucho más vieja. —Imposible —repitió él—. Si tenía treinta años cuando tú estabas en la escuela, ahora tendría cuarenta o cincuenta. —Era instructora en la escuela varios años antes de mi llegada. —No —sacudió la cabeza—. Tuvo que ser alguien más quien le disparó a tu amiga, alguien que se parecía a ella. —Es una máquina. Envejece de forma distinta. Mira a Kyrin. Tiene cientos de años y parece que está en su mejor momento. —No —fue todo lo que Jaxon dijo. No sabía que más decir. Mia se encogió de hombros como si no le importara que la creyera o no, pero el movimiento fue rígido. —Solo piensa en lo que te dije. Él se encontró que no podía pensar en nada más. Si hubiera sido Mishka, ¿qué le importaba? Ella no habría dado aquel golpe mortal porque lo hubiera querido, se lo habrían ordenado. Que él supiera, sin preguntárselo. Lo más probable es que se hubiera sentido rota por dentro, probablemente habría llorado después y probablemente había visto la cara de la chica muerta en sus sueños mil veces. La mujer vulnerable que había sostenido entre los brazos la semana pasada, gimiendo de placer y sorprendida por cada ardiente toque, no encontraba alegría en la muerte y la destrucción. —Mejor te diriges al interrogatorio antes de que a Jack se le reviente un vaso sanguíneo —dijo Mia, cambiando de tema—. Nadie ha sido capaz de sacarles una palabra a las chicas salvo tú. Oh, ¿y sabes qué? Voy a mirar por el espejo. —¿Para asegurarme de que siga las normas? —Tú lo has dicho. —Igual que en los viejos tiempos —dijo él. Sólo que en aquel entonces él la vigilaba a ella. Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta. —Más o menos lo mismo. Es decir, si viviéramos en un Mundo Bizarro, y a veces creo que lo hacemos. ¿Preparado?

Se puso de pie, pero no rodeó el escritorio. Sentía una ligera punzada en el tobillo, pero era tan leve que fue capaz de ignorarla. —Oficialmente no estás de servicio hasta dentro de un mes más. —Así es. Tú caso ha despertado mi interés. Considérame tu nueva sombra. Genial. —Vamos, entonces. Lado a lado, salieron de la oficina y bajaron por los bulliciosos pasillos del A.I.R. Jaxon saludó con la cabeza a Dallas cuando éste los pasó. Los dos no habían quedado en los mejores términos desde que salieron del complejo. Dallas se negaba a hablar de lo que él y Devyn habían hecho y dicho a Mishka después de que él quedara inconsciente. Jaxon se lo habría preguntado a Devyn, si el temperamental de otro-mundo se dignara a aparecer. Jaxon sospechaba que Dallas y el equipo que había reunido -Mia, Kyrin, Eden Black, Lucius Adaire, y Devyn- planeaban algo. Sobre el Schön, sobre Mishka, o sobre ambos, no lo sabía. Ninguno de ellos confiaba en él para darle detalles de la misión. Y no estaban equivocados. Si pensaban hacerle daño a Mishka, bueno, creía que podría luchar contra ellos. —Tú y Dallas deberíais besaros y hacer las paces —sugirió Mia—. Con lengua. Quiero decir, en serio, es lo menos que puedes hacer. —Cuando me diga lo que quiero saber, plantaré uno gordo y húmedo justo en su boca. Ella hizo rodar los ojos. —Mentiroso. No es bueno despertar mis esperanzas así. No solías ser tan hijo de puta. —Eso había oído —murmuró él. A medida que caminaban por el sector principal y entraban en el ascensor, sabía que el sistema de seguridad tomaba sus medidas, su calor corporal y la química eléctrica, asegurándose que pertenecía a ellos. Pasó un minuto, las paredes zarandeándose ligeramente. Ding. La puerta de doble hoja se abrió y entraron en el vestíbulo de entrada a las celdas de los prisioneros, una especie de cuarto de contención en caso de que alguien, de alguna forma, evitara el confinamiento. Dos guardias observaban desde una mampara de vidrio como él y Mia soportaban las exploraciones dactilares y de retina.

Se había sometido a tantos en los últimos años, que eran una segunda naturaleza para él, una parte como el respirar. —Armas sobre la mesa, Agente Tremain —dijo uno de los guardias. De dos en dos, retiró los cuchillos, las pistolas y las estrellas arrojadizas y las puso sobre la mesa cercana. Aunque pensaba que podría haberlo logrado, no intentó colar ninguna. El arriesgar esta entrevista… no iba a pasar. Bzzz. La puerta se abrió y ellos pronto caminaban a lo largo de otro vestíbulo. Él frunció el ceño. El aire era un poco más frío que de costumbre. Lo suficientemente frío para enfriarle la cara y los brazos y sentir calambres en los pulmones. —Debemos intentar frenar el crecimiento del virus —dijo Mia. Con lo poco que se sabía de él, el frío bien podría ayudarle a extenderse, pero Jaxon no expresó el temor en voz alta. No serviría de nada y en realidad podía provocar el pánico. Una bata de laboratorio, guantes, y mascarilla colgaban de la pared al lado de la celda de su objetivo. Se puso cada artículo mientras que Mia entraba en la habitación de al lado. Un cuarto provisto de un cristal-espejo y un equipo de sonido que le permitía saber todo lo que pasaba en la celda. Jaxon repasó mentalmente todo lo que sabía de la víctima. Patty Elizabeth Howl. Veintitrés años. Tenía novio desde hacía un año y estudiaba para convertirse en radiólogo alienígena. Generalmente feliz desde que tomaba antidepresivos desde hacía cinco meses. Fuente de la depresión desconocida. Era bonita, bajita y un poco rellenita. Por lo general, no se acostaba con cualquiera. Por el rabillo del ojo, Jaxon vio salir a un hombre de uno de los cuartos. Aunque no conocía al hombre, sabía que era un médico. Este ala del pabellón había sido evacuada excepto por las mujeres y aquellos responsables de su cuidado. Además, el hombre llevaba la misma bata, guantes y mascarilla que Jaxon. Sostenía una bandeja de viales llenos de algo rojo. ¿Sangre? Probablemente. Jaxon luchó contra una oleada de inquietud. Al menos, las mujeres deberían haber sido llevadas a un laboratorio y haberles realizado las pruebas allí. Era más seguro así. Pero no existía mayor seguridad contra las potencias alienígenas que en el A.I.R., y si las mujeres resultaban ser el cebo para los Schön, tenían mejores oportunidades de capturarlos aquí.

Jaxon esperó hasta que el doctor lo pasara antes de entrar en la celda de Patty. La puerta se cerró detrás de él automáticamente, y se tomó un momento para estudiar la escena. Paredes blancas, suelo blanco: Ambos manchados de sangre. Frunció el ceño. Ella debía haberse arañado. Mientras miraba, chorros de enzima seca salieron de diminutos agujeros en los azulejos, limpiando y esterilizando hasta los cimientos. Un inodoro y un catre era el único mobiliario. Patty estaba sentada en ese catre, meciéndose hacia delante y atrás, los brazos cruzados en el estómago. Se había rasgado la ropa hasta que todo lo que quedaba eran jirones ensangrentados. Su negro pelo estaba enmarañado y algunos mechones habían sido arrancados en manojos. Había un tinte gris y enfermizo en su piel, como si se muriera por dentro y la putrefacción acabara de empezar a rezumar por sus poros. —Hola, Patty —dijo, usando el tono más suave. Desde su regreso, había encontrado que cada vez le resultaba más y más difícil colocarse la máscara relajada y tranquila. No sabía el porqué. No, no era cierto. Simplemente no quería aceptar la razón. A Mishka le gustaba su verdadero yo, y él quería ser el hombre que le gustaba. Contrólate, gilipollas. Si arruinaba esta reunión, no conseguiría otra oportunidad. Garantizado. Veló los ojos de paciencia, con tanta seguridad como se había cubierto la nariz y la boca con la mascarilla. Patty no mostró ninguna reacción a su presencia. Él permaneció junto a la puerta. Las otras lo habían atacado, lanzándose sobre él como balas disparadas y deteniéndose sólo por el cristal que los separaba. —Vine a ver cómo estás, cómo lo llevas. Su atención no se apartó del suelo. —¿Hay algo que pueda conseguirte? ¿Cualquier cosa que te haga sentir más cómoda? Silencio. —Hablé con Joe —dijo él sinceramente. La entrevista con el novio de Patty había tenido lugar esta mañana. No había descubierto nada nuevo, pero eso le había dado el eslabón que necesitaba para acortar la distancia entre él y Patty—. Te echa de menos. Ella tragó. Por fin. Una reacción.

Ahora tenía un punto de partida y sabía que hacer: Establecer un vínculo común. —Si mi novia contrajera una enfermedad que amenazara su vida, yo mismo querría morir. Ella es mi vida —se dijo a sí mismo que era mentira, pero no pudo evitar que una imagen de Mishka le destellara en la mente. Cada músculo del cuerpo se tensó—. Joe sabe que no eras tú cuando le atacaste. Sabe que no querías hacerle daño. Nada. —Al menos dime como te va, Patty, para poder decírselo a Joe. Está tan preocupado. No come. No duerme. Tengo miedo de que enferme. Así que dime, ¿Cómo estás? —¿Cómo crees que estoy? —murmuró ella, pronunciando mal las palabras—. A casa, a casa, quiero ir a casa. —Quiero ayudarte a que llegues allí —dijo, haciendo todo lo posible para ocultar el alivio. Ella estaba hablando—. Te quiero de vuelta con Joe. Pero primero tendrás que contestar algunas preguntas, ¿vale? La mujer se quedó quieta, ni siquiera respiraba, por lo que podía ver. Entonces sus párpados se alzaron lentamente y lo miró directamente, sus oscuros ojos pareciendo arremolinarse con enormes cantidades de conocimiento. Más conocimiento que cualquiera con veintitrés años debería tener. —¿Las mismas preguntas que le hiciste a mis amigas? —Su voz poseía una doble capa ahora, tanto alta como baja, igual a la que Nolan había tenido. Jaxon parpadeó con sorpresa. ¿Amigas? Por lo que sabía, ninguna de las víctimas se conocía la una a la otra. No eran vecinas, no trabajan en los mismos edificios, no frecuentaban los mismos sitios. Y desde que se convirtieron en “invitadas” del A.I.R., estaba malditamente seguro que no habían mantenido contacto entre ellas. —¿Qué amigas? —Las chicas de aquí. —¿Cómo sabes que hablé con ellas? Ella sonrió, y la vista de aquella sonrisa fue un poco extraña. Demasiados dientes afilados en una boca llena de saliva. —Ellas me lo dijeron. —¿Cómo? —No habían permitido que las mujeres abandonaran sus cuartos. Excepto por los médicos, no se había permitido visitas. Es más, las paredes eran insonoras. De ninguna forma las mujeres habrían sido capaces de hablar a través de ellas.

La luz en los ojos de Patty se oscureció, dejándolos de repente vacíos. —¿Quién eres? —De nuevo, las palabras fueron mal pronunciadas, sin la doble capa. La frente de Jaxon se arrugó. ¿Qué. Diablos? —Mi nombre es Jaxon. Vine a ayudarte. —¿Me muero? —No esperó su respuesta—. Él lo lamenta. No tenía intención de hacerlo. ¿Él? ¿El de otro-mundo? —¿El qué? —Hacerme daño. —Estoy seguro que no. ¿Cómo se llama? Un temblor la atormentó, y ella apretó más los brazos alrededor de su estómago. Tanto, que las líneas azules de sus venas se hincharon. —Patty. ¿Quién es “él”? —No te lo voy a decir —contestó ella con voz cantarina. ¿Protegiendo al responsable de su situación actual? Lo más probable. Ninguna de las otras lo había hecho. Y que Patty lo hiciera, una mujer que sólo había hablado con él porque había mencionado su amor por su novio, parecía extraño. —Si sé quién es, tal vez pueda encontrarlo y traértelo. —El cálido aliento de Jaxon creó un brillo de humedad bajo la mascarilla, incómoda y restrictiva—. ¿Te gustaría eso? —Él me dio un bebé —continuó ella, como si Jaxon no hubiera hablado. —Sí. —Suave. Suave. Una rápida exploración del cuerpo a su llegada había revelado esa pequeña gema—. Lo sé. —Es un niño. —Eso es maravilloso pero ¿cómo lo sabes? —Estaba sólo de unas semanas y ninguna de las otras mujeres, también embarazadas, habían mostrado ninguna indicación de que conocían su estado. —Él me lo dijo. —¿Quién es “él”? —se encontró preguntando Jaxon de nuevo. —Él me habla en la mente. Como los demás.

¿Quién hablaba en su mente? ¿El Schön o el bebé? ¿Quiénes eran los demás? ¿Otras víctimas? —¿Qué te dicen? —Tengo hambre —soltó ella, de nuevo ignorando su pregunta. Quizás ella no lo había oído. Tenía la expresión perdida y el temblor era más violento—. Quiero comer. —Contesta mis preguntas y te traeré lo que quieras, te lo prometo. Joe me dijo que te gustaban las galletas con trocitos de chocolate. Tengo una caja en mi escritorio. —Nada de galletas —Ella se lamió los labios, y luego los chasqueó con un gruñido voraz que no tenía nada que ver con las galletas. Lentamente su mirada se alzó, igual que antes, y se ancló en él—. Nada de galletas. Genial. Ella se quedó quieta, un depredado que acababa de descubrir a su presa. Preparándose para atacar. Suspirando, él dio media vuelta y la puerta se abrió automáticamente. Dio un paso en el vestíbulo y escuchó chillar a Patty. Él se encogió y giró de nuevo. Ella corría hacia él, enseñando los dientes, la saliva goteando de ellos. Las puertas se cerraron justo antes de que lo alcanzara. Parte de Jaxon deseó haber colado un arma dentro de esa celda. Sospechaba que los médicos iban a dejar que todas las mujeres llevarán a término su embarazo. Sospechaba que a los bebés enfermos les harían pruebas, como meros alfileteros. Esa idea le puso enfermo. Podía escuchar sus excusas: Por el bien de la humanidad. —Jaxon —dijo Mia, de repente a su lado. No la había oído acercarse. No la miró, sino que continuó mirando fijamente la puerta. —¿Sí? —Creo que encontramos la señal de voz de Nolan.

CAPÍTULO 16

Dos días antes.

Lo sé, cariño, pero me ha surgido algo. Necesito una hora, tal vez dos, ¿de



acuerdo? Para entonces estaré en casa. —Pausa. Una sonrisa cálida—. Eres un duro negociador, ¿lo sabías? Vale, vale. Cuarenta y cinco minutos y nada más. Estaré en casa para entonces. Pausa. —Yo también te quiero. Matadme. Escuchar esas conversaciones empalagosas de Estap con su esposa siempre ponía enferma a Le’Ace. —Hablaremos de nuevo pronto. —El senador Estap colgó el teléfono y miró a Le’Ace, su suave expresión endureciéndose en algo amenazador. A ella siempre le maravilló que pudiera transformarse del amante marido al amo feroz en cuestión de segundos. Aunque lo despreciara con cada fibra de su ser, tenía que concederle que no era un hombre feo. No tenía cuernos, colmillos ni cola de diablo. Era de altura media, delgado, con el pelo castaño espeso y unos inteligentes ojos color avellana más marrones que verdes. Ella tenía los ojos color avellana, y odiaba compartir ese rasgo con él. Estap se inclinó hacia atrás en su silla y cruzó las manos sobre el estómago. Vestido con un caro traje azul cruzado, irradiaba riqueza y poder. Los años (lamentablemente) habían sido amables con él. Su piel era lisa, casi sin arrugas, y

brillaba de forma saludable. Tenía sólo unas pocas hebras de color gris en el pelo, pero sabía que habían sido teñidos químicamente para darle un aire más distinguido. Realmente, ella habría querido matarlo. Salvajemente. Con mucho dolor y lentamente. La gente encontraría pedazos de él por diferentes rincones del mundo durante años. Un temor la detenía, sin embargo: ¿Qué pasaría si su panel de control, en cualquier sitio donde estuviera, caía en manos de alguien peor? Estap nunca le había ordenado que se acostara con él o lo tocara. Algún otro podía hacer eso y más. —¿Disfrutaste de la rehabilitación? —le preguntó él. Rehabilitación, alias castigo. Estaba sentada frente a él. Con los años, había cambiado de oficina muchas veces, pero sus posiciones siempre eran las mismas. Él siempre se sentaba detrás del escritorio y ella siempre se sentaba enfrente como una colegiala traviesa. —¿Usted que cree? —preguntó a cambio. —Creo que odiaste cada minuto. Ella se encogió de hombros, negándose a darle la reacción que ansiaba. —No fue tan malo. Su mirada se afiló. Ninguna emoción. No reveles nada. Después de dejar el recinto, había sido escoltada a un laboratorio donde había sido atada. Los científicos intentaron "limpiar" el chip y borrar cualquier sentimiento que ella pudiera abrigar hacia Jaxon. Las emociones promovían la rebelión, después de todo, y Estap no podía tener a su mascota preparándose para la rebelión. Había engañado a todos haciéndoles pensar que el procedimiento había funcionado, que se había olvidado de la mayor parte del tiempo que pasó con Jaxon y todo lo que ocurrió entre ellos en privado. Y se lo habían creído porque, para ellos, ella era simplemente otro ordenador con programa. Presionas un botón y voilà. No querían reconocer que los recuerdos estaban almacenados en el cerebro, como un humano, y no en el chip. Así no tenían que cuestionarse su trato hacia ella. —¿Por qué estoy aquí? —preguntó al fin.

Estap levanto las piernas, los tobillos descansando sobre la superficie del escritorio. —Tengo un trabajo para ti. —Escucho. —Permaneció inmóvil, sin removerse en el asiento, ni siquiera parpadeó. Revelar el temor era invitar a su satisfacción. —Hemos rastreado al Schön que se llama Nolan. ¿Lo recuerdas? —Sí. —Todos los científicos que había visto la semana pasada le habían hecho la misma pregunta. —Creemos que reveló su ubicación a propósito y creemos que lo hizo para atraerte hacia él. Pensamos que está dispuesto a hablar contigo de nuevo. —¿Y el agente del A.I.R. del que me hablaste? —preguntó, logrando mantener el tono neutro a pesar de estar temblando por dentro. Estap hizo una pausa, su mirada cortando en ella como un láser. —No lo meteremos en la ecuación a menos que sea absolutamente necesario. Tanto una bendición como una maldición. —¿Qué ecuación es necesaria? Él se puso rígido. Su lengua se deslizó sobre sus dientes. Ella creyó que iba a ignorar la pregunta. En cambio, contesto: —El encaprichamiento de Nolan con el amor puede hacer que lo lleve a buscaros a ti y al agente juntos en vez de por separado. Si ese es el caso… Podría tener esperanzas, al menos. Echaba terriblemente de menos a Jaxon. No había pasado un día en el que no hubiera pensado en él, anhelante o dolorida por él. No había pasado un día en el cual no hubiera lamentado el modo en que lo había despedido. Él no la había traicionado, no la había abandonado. Aunque la había dejado congelada en aquella cama, realmente había querido salvarla como prometió. Como sospechó, enviarle lejos fue la cosa más difícil que había hecho. Pero tuvo que hacerlo. O eso se dijo a sí misma. Un corte limpio siempre era más fácil. Más fácil. Sí. Después de que lo dejara inconsciente, Dallas se lanzó sobre ella con un rugido. Había estado distraída, intentando tumbar con cuidado el cuerpo de Jaxon en el suelo, por lo que el agente había conseguido hacerle un placaje. Ella se quedó sin aliento.

—Si lo has matado —gruñó Dallas mientras ambos se revolcaban en un intento por el dominio—, te arrancaré el jodido corazón. —¡Está durmiendo! —le gritó. El de otro-mundo, Devyn, había observado todo el intercambio con una sonrisa en su hermosa cara. Entonces su atención giró hacia Jaxon para comprobarlo. Ella salió furtivamente del cuarto y se coló en las cuevas de abajo antes de que los hombres decidieran congelarla en el lugar y llevársela con ellos. Cada paso que le alejaba del hombre que le había dado placer y la había abrazado con tanta ternura fue una agonía. Las lágrimas le cayeron de los ojos y cuando los observó dejar el recinto a través de los monitores subterráneos, se derrumbó en el suelo y sollozó como un bebé. De hecho, lloró con tanta fuerza que el chip eventualmente la dejó completamente inconsciente en un esfuerzo por recomponerla. Jaxon era todo que lo que alguna vez deseó en la vida, aunque fuera algo que nunca podría tener porque, en última instancia, lo destruiría. Pero él ya significaba más para ella que cualquier otra cosa que tuviera. Incluso, sospechaba, que su propia vida, por la que había hecho cosas despreciables para proteger. Quería más de él. Si le ordenaban hacerle daño, sabía que sería incapaz de hacerlo. Prefería soportar el castigo físico y el dolor que Estap le arrojaría encima. En realidad, de buena gana y con alegría soportaría ambas cosas para estar con Jaxon de nuevo. ¿Pensaba en ella? ¿La recordaba con cariño o estaba furioso con ella por dejarlo inconsciente? Una punzada de pesar y esperanza despertó en el pecho una vez más, una potente mezcla de tormento. Quizás podría colarse en su casa. Quizás podría explicarse. Quizás… —… escuchándome —dijo Estap, su tono duro cortando a través de los pensamientos. Ella parpadeó, tratando de despejar la cabeza. —Lo siento —mintió. Encontraría una forma. Sólo una vez más. Tenía que verlo una vez más—. Consideraba el mejor modo de acercarse a Nolan. —Ya lo he considerado por ti. —Estap se sentó derecho, cogió una carpeta, y se la arrojó—. Creo que te gustará lo que he decidido.

Sí. Claro. Con el temor eclipsando todas las demás emociones, cogió el archivo y lo abrió. Aunque no lo miró. No, mantuvo la atención sobre Estap. Él se lo explicaría, le gustaba el sonido de su propia voz. —Ya que él está fascinado por el amor y no queremos implicar al agente del A.I.R. a no ser que sea absolutamente necesario. —Ninguno de ellos había pronunciado el nombre de Jaxon en voz alta, comprendió de pronto, sino que habían estado refiriéndose a él como el agente—, te acercarás a él como si no hubieras sido capaz de sacártelo de la cabeza. Le dirás que lo amas y quieres estar con él. Como si eso fuera a funcionar. Idiota. —Señor, creo que el Schön sólo se siente atraído por mujeres fértiles. Algo que yo nunca podré ser. Estap señaló los papeles en el regazo. —Mira el archivo. Automáticamente, bajó la mirada. Los ojos se le agrandaron mientras estudiaba el contenido. Expedientes médicos y fotos. —¿Aman fue infectado por el virus? —Sí, y creo que puedo asegurar que él no estaba ovulando. El hombre en cuestión tenía la piel teñida de gris con manchas negras. Putrefacción, adivinó, ya que su cuerpo se moría lentamente. Tenía los ojos hundidos y el pelo rubio se le caía a mechones. Probablemente había sido un hombre fuerte una vez. Poseía huesos grandes que eran capaces de sostener grandes cantidades de masa muscular. Ahora parecía demacrado. Treinta y seis años. Casado. Dos niños, de entre nueve y cinco años. —¿Dónde está ahora? —preguntó. —Está detenido y aislado en los laboratorios K. Parton. El mismo laboratorio que ella acababa de desocupar. —¿Vivo o muerto? —Vivo. —¿Sabe si tuvo algún contacto con el Schön o cualquiera de las mujeres infectadas?

—No lo sabemos. No hemos sido capaces de relacionarlo con ninguno y no hemos sido capaces de conseguir ninguna respuesta de él. —El enfado se reflejó en el tono de Estap. No estaba acostumbrado al fracaso. ¿Por qué quería la información tan desesperadamente? Él no tenía ningún interés en salvar vidas humanas, de eso estaba segura. Podía pensar en sólo tres cosas que le interesaban realmente: Dinero, poder, y control. ¿Qué planeaba hacer con el Schön? —¿Ha pensado en permitir que el Agente del A.I.R. hable con el hombre? En su expediente alaban su capacidad para obtener respuestas. —Sí, lo hemos considerado —fue la única respuesta. Lo que no le decía nada, pero no insistió en el tema. —Debería traer a todas las personas que hayan estado en contacto con la víctima. Quizás uno de ellos logró pasarle el virus. —Él es gay. Sin embargo, como he dicho, no podemos relacionarlo con el Schön o las víctimas femeninas. Eso no significa que no lo consiguiera de uno de ellos, sólo que no podemos descartar otros medios. Ella rumió la información. —Muy bien. En una ocasión tuvo relaciones sexuales con uno de los Schön, pasando así el virus a él. Lo que querría decir que la fertilidad no es un problema. Eso no significa que Nolan se sienta atraído por mí o que me desee siquiera. —No, no lo hace. Sin embargo, debido a que Nolan expresó remordimiento por las muertes de aquellas mujeres, creemos que si tú le informas que puede follarte sin necesidad de preocuparse por matarte, podría estar más inclinado a aceptarte. El estómago se le retorció. No. ¡No! No digas una palabra. —¿Es esa mi misión o quiere que lo traiga? Estap se encogió de hombros. —Tu objetivo final es descubrir la posición de sus supuestos hermanos. Haz lo que sea necesario. Si lo consigues, debes matar a tantos como sea posible. Si no puedes, debes traer a Nolan. El sudor le goteaba por la espalda. —Traerlo podría resultar imposible. El hombre puede desaparecer a voluntad. —En cuanto a eso. —Estap tecleó un código en el lado superior izquierdo de su escritorio y el cajón de arriba a la derecha se abrió. Retiró un collar grueso, sin brillo. Los eslabones parecían rígidos e inflexibles, sin huecos—. Esto debería ayudar.

Estap tendió la mano y ella cogió el collar. Pesado e inflexible, como había pensado. Y caliente. —¿Dónde lo consiguió? —Tengo mis contactos. El A.I.R. ni siquiera tiene uno de esos, ya que todavía está en fase experimental. Entonces, ¿qué demonios había dentro? —¿Se supone que tengo que llevarlo? —No. Se supone que tienes que ponerle el collar a él. Esperamos que los impulsos electromagnéticos del metal mantengan su cuerpo incapaz de desmaterializarse. Ah. Ella asintió en comprensión y colocó el collar encima de la carpeta. A veces el único modo de distraer o relajar a un hombre lo suficiente, o incluso acercase a él lo bastante, era desnudarse con él. Justo lo que Estap quería. Si se acostaba con otro hombre, perdería a Jaxon para siempre. Tú ya lo has perdido. Lógicamente, lo sabía. Pero la esperanza era una cosa tonta, tal como siempre había sabido, y no quería destruir por completo el sueño de que tal vez, algún día, ella y Jaxon podrían estar juntos de nuevo. Estarían juntos. Esa esperanza sólo podría conducir a la decepción, pero no tenía ninguna otra razón para salir de la cama todos los días. —¿Bajo qué plazo de tiempo estoy operando? —preguntó. —Todo debería haber sido hecho ayer. —Entiendo. —Un día te arrancaré el corazón. El pensamiento nadó a través de la mente, y ella casi sonrió. Sus labios se apretaron en una línea severa. —No me decepciones esta vez, Le’Ace. Una subyacente amenaza de castigo colgó en el aire. Como si ella no lo supiera. Como si no viviera con ese conocimiento cada día. —No lo haré. —Después de que te arranque el corazón, separaré tu cabeza del cuerpo. El teléfono de Estap sonó, interrumpiendo el incómodo silencio que se había instalado entre ellos.

Frunciendo el ceño, él echó un vistazo al número y agitó los dedos hacia la puerta. Estaba siendo despedida. Vas a morir rogando por el golpe final. El teléfono sonó de nuevo y ella se levantó. De esta forma, sus ojos se encontraron a nivel con todas las placas y fotos que adornaban las paredes. Él había asistido a la escuela privada y a la universidad de la Ivy League. Había sido militar, considerado como un soldado valiente y un líder natural. Nadie más sabía lo que escondía bajo su personalidad segura y afable. Para él, ella no era nada, una simple mosca. Una alfombra sobre la que limpiarse los pies. El teléfono sonó otra vez. No se había movido, comprendió. ¿Qué le pasaba últimamente? Nunca antes se había ensimismado tanto, perdiendo el contacto con el entorno. Giró sobre los talones. Había dos salidas en la oficina de Estap. Una conducía al vestíbulo y a su ayudante administrativa, alias la amante actual. Otra conducía a un pasillo privado, ocultando a quien pasara de ojos curiosos. Como siempre, tomó la salida privada. —Senador Estap —escuchó, y luego su voz se desvaneció por completo. El pasillo era plateado, estrecho y estaba vacío, así que los pasos repiquetearon como una especie de tambor de fatalidad. Jaxon también buscaría a Nolan. Ellos incluso podrían cruzar sus caminos tal y como ansiaba. ¿Podría soportarlo? Y la pregunta más importante: ¿Qué haría ella si –cuando- se encontrarán?

CAPÍTULO 17

Tres días más tarde.

El plan de capturar a Nolan por fin estaba en marcha. Jaxon estaba sentado en la esquina de un bullicioso restaurante, a la sombra de las verdes plantas de imitación y el constante abrir y cerrar de la puerta de la cocina. Los camareros y camareras iban y venían. El eco de las voces charlando se fusionaba en el tañido de una ruidosa campana. La tenebrosa luz de las velas parpadeaba, y aquellas velas parecían ser la única fuente de iluminación del espacioso edificio. Sin ser caro o exclusivo, pero tampoco una inmersión barata, el Pearly Gates alimentaba a una mezcla eclética de humanos y alienígenas, jóvenes y viejos. Lo único que los clientes tenían en común, y que Jaxon podía ver, consistía en que todos ellos eran de clase media. Si tuviera que adivinar, diría que la mayor parte de la gente trabajaba en la construcción, la educación o estaban en el ejército. Jaxon armonizaba perfectamente. Llevaba una recortada peluca negra, propia de las fuerzas armadas. También llevaba suficiente maquillaje de caucho para cubrirse la cicatriz y realinear ligeramente los rasgos fáciles de modo que, con suerte, Nolan no lo reconociera sin un estudio cuidadoso. La camiseta estaba cortada a la altura de los hombros para revelar el tatuaje “Dios y la Patria” que se había pintado hacía unas horas. A su lado estaba sentada Mia. Él observaba la puerta de la calle y Mia la de la cocina mientras ambos fingían ser una pareja que, como cualquier otra pareja, cenaban

fuera porque estaban demasiado cansados para cocinar después de una dura jornada laboral. Dallas y Devyn tenían una mesa al otro lado del restaurante y Jaxon planeaba burlarse más tarde de Dallas por ser la mejor chica del alienígena. Eden, como la dorada Raka que era, llamaba demasiado la atención, por lo que la habían dejado en el interior de la furgoneta de vigilancia con Kyrin, que también llamaba demasiado la atención. Kyrin tenía dinero, probablemente más que Jaxon, y era el antiguo rey de su mundo. Las mujeres habrían reconocido al de otro-mundo y se habrían lanzado sobre él, y entonces Mia habría sacado su pyre-arma y las habría matado a todas. La mujer tenía su temperamento. Lucius exploraba las aceras y el área circundante. El antiguo asesino del gobierno podía ser capaz de alterar su apariencia con pericia, pero no había forma de ocultar el brillo de “te mataré antes que hablar contigo” en sus ojos, lo que habría asustado a todos los niños pequeños. —Dadme una prueba vocal —dijo Eden en el oído—. Teníamos problemas estáticos y perdimos la señal durante varios segundos. Aunque podía oírle claramente, sabía que nadie más podía. Bueno, nadie excepto Mia, Dallas y Devyn, que también llevaban diminutos auriculares escondidos. —¿Qué quieres de beber, cariño? —le preguntó a Mia, inclinándose hacia ella como un marido devoto. —Doctor Parlanchín, te oigo claro —dijo Eden. —Me gustaría una Cola —le respondió Mia. —Barbie Bailarina, te oigo claro —indicó Eden. Jaxon presionó los labios para cortar la sonrisa. Una chispa de furia ardió en los brillantes ojos azules de Mia. Él le hizo gestos a la camera y le indicó el pedido de bebidas. —¿Saben lo que quieren comer? —preguntó la mujer. —Necesitamos unos minutos más, ¿no es así, Barbie? —dijo él, y la mujer se alejó con exasperación. Ellos estaban siendo unos clientes difíciles. Mía le pellizcó bajo la mesa. Eden le había puesto a cada uno del grupo un apodo; Jaxon pensó que Mia se merecía el suyo. Una vez, hacía años, un nuevo recluta se pavoneó al entrar en el A.I.R. diciéndoles a todos que lo llamaran Perro Rabioso. Mia inmediatamente lo llamó Kitty,

y ese fue el mote que se le quedó. Así que si Eden quería llamarla Barbie Bailarina, se subiría a ese tren y también la llamaría así. En el oído, Jaxon escuchó decir a Dallas. —Hombre, yo estoy muerto de hambre. —Risitas, te oigo claro. Devyn contestó. —Yo tengo tanta hambre que podría comerme a esa mujer de ahí —dijo indicando a una morena pechugona. Como si sintiera su escrutinio, la mujer levantó la vista y notó la atención del alienígena. Devyn la saludó con la mano. Devolviéndole el gesto, la mujer se mordió el labio inferior. Era una cosa bonita, con el pelo y los ojos oscuros e irradiaba sensualidad. El hombre frente a ella, probablemente su novio, siguió la dirección de su mirada y frunció el ceño. Dallas le dio un coscorrón a Devyn detrás de la cabeza. Frunciendo el ceño, Devyn devolvió su atención a donde debía estar. —¿Qué? —Presta atención a tu propia cita, idiota. —Casanova, te oigo claro —dijo Eden—. Grabando… ahora. El objetivo final de Jaxon era capturar a Nolan. Sin embargo, no tenía ni idea de cómo atrapar al alienígena y evitar que se desmaterializara. Siendo ese el caso, planeaba grabar la voz de este Schön en particular, sin estática, sin duda como la que era antes, permitiendo a Jaxon seguirlo hasta el fin del mundo. Si así lo deseaba. Las bebidas llegaron unos minutos más tarde, y tanto él como Mia realizaron su pedido, eligiendo a propósito los alimentos que requerían más tiempo de preparación en el horno. —Él ha venido aquí cuatro noches seguidas ¿Qué pasa si decide saltarse ésta? — preguntó Mia con una sonrisa, como si comentara el tiempo. —No se la saltará. —Al menos Jaxon pensaba que no—. Sabe cómo ocultarse. Obviamente, reveló su posición. Ha decidido que es hora de hablar. —Al menos sabemos que él no nos está grabando —murmuró ella.

Ese había sido el primer pensamiento de Jaxon, en realidad. Nolan podía afirmar querer ayudar, pero era difícil confiar en una especie responsable de la destrucción de varios planetas. Así que Jaxon y los demás habían pasado horas registrando el edificio, utilizando aparatos para buscar cámaras y micrófonos ilegales. No habían encontrado nada. --No puedo esperar a conocerlo —dijo Mia, acariciando el cuchillo para untar como si fuera su amante. —Recuérdame que nunca te cabree. Mia se inclinó sobre él, su boca directamente sobre la oreja vacía para que ninguno de los otros agentes pudiera oírla. —La única cosa que podrías hacer para cabrearme es salir con esa puta asesina. Él casi partió el tenedor por la mitad. —Repite eso otra vez, y te apuñalaré. —Las palabras salieron a través de una sonrisa tensa. —¿Dónde ha ido tu lealtad? Respóndeme a eso, al menos. Simplemente la miró airadamente. Una vez los Schön fueran destruidos, Jaxon ya había decidido dedicar todo su tiempo y energía a encontrar y liberar a Mishka. Sintió la tentación de ir tras ella ahora, olvidarse del caso, pero las razones para no hacerlo aún lo detenían. No quería que la ordenaran acercarse al Schön. No pudo evitar que su falsa sonrisa se volviera salvaje. La seguridad de Mishka venía antes que su libertad. Independientemente si estaba equivocado o no. Mishka era suya. Ella le pertenecía a él y él le pertenecía a ella. Cada día que pasaba, ese conocimiento se volvía más claro. La quería viviendo con él, su ropa en su armario, su cepillo de dientes al lado del suyo en la repisa del cuarto de baño. Quería despertar junto a ella todas las mañanas y hacerle el amor en todas las habitaciones de su casa. —Relájate —susurró Mia—. Dejaré a tu novia fuera de esto. —Ella ha pasado por muchas cosas, ¿de acuerdo? Cosas que no sabes y no entiendes. Así que no hables de ella. —Lo que sea. ¿La amas o algo así? ¿Esto era amor?

Todavía no lo creía. Se decía que no podía amar a una mujer a la que podían ordenar matarlo, que podría hacerlo sin vacilar. Pero eso parecía importar cada vez menos. Se decía que no podía amar a una mujer a la que podían ordenar follar con un millón de hombres justo delante de él. Pero, también, eso parecía importar cada vez menos. Bajo las órdenes de matar y follar era una mujer emocionalmente llena de cicatrices que anhelaba el afecto y la aceptación. Lo que todo ser humano deseaba. A ella le habían negado ambas desde la infancia. Probablemente, ella temía tanto aquellas órdenes como él, que era por lo que lo había apartado y negado a sí misma. Como siempre, pensar en las terribles circunstancias de Mishka lo llenó de furia. No hacia ella sino hacia su jefe. Jodido Estap, pensó sombríamente. Sé que eres tú. Tú eres el único. Nadie más tenía las manos en la masa. Pronto. Oh, sí, pronto tendría un ajuste de cuentas. —Uh, hola, Doctor Parlanchín —dijo Mia secamente, llamándole la atención—. ¿Vas a prestar atención pronto? Él sacudió la cabeza y la miró. Ella untaba mantequilla sobre un pedazo de pan que no había estado sobre la mesa hacía unos minutos. La camarera debía haberlo traído. Soy un agente pésimo. —Lo siento. ¿Qué decías? —Te pregunté si la amas, luego decidí que no quiero saber nada y después te dije que eras una cita lamentable. —Pero me quieres de todos modos —le contestó, y sabía que era cierto. Cuando llegara el momento, le aclararía lo de Mishka sin traicionar a ésta. Hacerle daño a Mishka era hacérselo a él, y eso era todo lo que había. —Quería al viejo tú —dijo ella—. Este nuevo, no estoy tan segura. —Por favor. Estarías perdida sin mí. Sólo hay cinco hombres en el planeta que pueden soportarte, y resulta que yo soy uno de ellos. Sus exuberantes labios rojos se extendieron en una sonrisa sincera, iluminando toda su cara. —Maldita sea, pero tienes razón. Ella poseía una belleza delicada, suave, casi frágil. Su primer año en las fuerzas, Jaxon la invitó a salir. Ella lo había rechazado de plano con un disgustado “¡Diablos, no!” que lo hacía reír cada vez que lo recordaba.

Ella era buena para controlarle el ego, por lo menos. Las puertas dobles se abrieron. Jaxon apretó la mano de Mia y se recostó en el asiento -relajado, casual- atrayendo sus nudillos a la boca como si no le importara nada. Como si ella fuera el centro de su mundo y no tuviera ningún otro pensamiento salvo su romance. ¿Sería Nolan? Un hombre humano cincuentón se deslizó dentro, con una mujer humana de unos treinta años a su lado. ¿Cuándo vendría Nolan? Poco después, la camarera llegó con la comida. Apiló los platos de pasta Pecoraro. El olor de la caliente salsa flotó hasta la nariz y él inhaló profundamente. La boca se le hizo agua, aunque no tenía hambre. —¿Quieren tomar algo más? —Estamos bien —dijo él, y la camarera se alejó. Mia enrolló la pasta, se la metió en la boca, masticó y tragó. —Esta mierda está buena. Seguro que volveré. Él estuvo de acuerdo. Era su primera vez aquí, pero no sería la última. —Entonces —dijo ella después de consumir otro bocado más. Su mirada se movió a la puerta de la cocina y él supo que alguien estaba saliendo. Cuando siguió hablando sin tan siquiera una pausa, supo que simplemente era un miembro del personal—. Tu chica te ha dado una información extraña que no estoy segura de entender. Sabía que la chica en cuestión era la humana infectada que había entrevistado. —Yo no estoy seguro de entenderla tampoco. —A no ser que el virus, de algún modo, permitiera a la gente infectada comunicarse entre ellos mentalmente. Parecía imposible. Pero cosas imposibles ocurrían todos los días. Los alienígenas, una vez considerados un mito y ficción, ahora caminaban por la Tierra. Dallas había sido resucitado de entre los muertos. Mia tenía un novio estable que no quería matarla. El único modo de confirmar la posible conversación-mental, sin embargo, era unirse a los infectados y así a la conversación. No, gracias. ¿Si las mujeres podían comunicarse las unas con las otras, también podrían comunicarse con los Schön? Y si podían, ¿qué les decían a los alienígenas sobre el A.I.R.? Tantas preguntas y tan pocas respuestas.

Dos camareros sosteniendo grandes bandejas con comida les pasaron. Jaxon realizó una rápida y cautelosa exploración del restaurante, buscando algo fuera de lo común. Todo estaba en orden. La gente seguía comiendo, bebiendo y riendo. Había una fila de clientes serpenteando hacia el cuarto de baño de las damas y una pequeña masa se congregaba frente a las puertas esperando una mesa. —Creo que lo hemos descubierto —dijo de pronto Eden en el oído. Tanto Jaxon como Mia se pusieron rígidos y se miraron entre sí. —Sí, es él. Acaba de girar la esquina y se dirige en tu dirección. —¿Estás segura? —preguntó Mia, aunque se dirigió a Jaxon como si todavía estuvieran en medio de una estimulante conversación. —Me dijeron que estuviera atenta a un alienígena que era increíblemente hermoso y que me tentaría a dejar al amor de mi vida, así que sí, estoy bastante segura. —Lo último fue pronunciado con un suspiro soñador. —Lo voy a matar —gruñó Lucius desde el fondo. Debió haber vuelto a la furgoneta, pensó Jaxon. Eden soltó una risita encantada. —No está solo, niños. —¿Cuántos? —preguntó Jaxon con una bola de temor hundiéndose en el estómago. —Tres. Dos hombres y una mujer humanos. Bajo la mesa, apretó las manos en puños. No. ¡Joder, no! Ella no lo había hecho; ella no podía haber encontrado a Nolan primero. —Descripción —atinó a decir entre los dientes apretados. —Alto, musculoso y… —Los hombres no. —Su mirada se aferró a la de Mia, que lo observaba atentamente mientras enrollaba otro bocado de pasta. Ella no parecía satisfecha. Parecía una asesina. —Una prostituta, a juzgar por su aspecto. Delgada, llevando una servilleta en vez de un vestido y una chaqueta de piel falsa, aun cuando estamos en verano. Botas con tacones del tamaño de una montaña. Sin ellos, probablemente… mide un metro setenta o setenta y cinco. Con ellos parece una gigante. Pelo negro corto, al estilo de un muchacho. Piel bronceada. Ojos oscuros, creo.

Pelo incorrecto, ojos incorrectos, piel incorrecta. Altura correcta. Y él sabía lo bien dotada que Mishka era para los disfraces. —¿Anillos? Pausa. —Tres en una mano. Dos en la otra. Podré no reconocer a la mujer, pero reconozco los anillos. Mierda. El temor se intensificó. —Entrada en el restaurante en cinco. Cuatro. Tres. Dos. Las puertas se abrieron de golpe y, sí, Nolan dio un paso dentro. Parecía el mismo de antes, demasiado guapo para ser mortal, sólo se le veían unas sombras oscuras bajo los ojos. Tenía un brazo sobre los hombros de la prostituta, su enorme cuerpo bloqueándola de la vista de Jaxon. Cada terminación nerviosa que poseía estaba en alerta mientras esperaba. ¡Muévete! Nolan habló con la maître. Antes, ellos habían escondido un micro allí. —Ahora tenemos su voz en la base de datos —dijo Eden con excitación—. Quizás podamos usarlo para rastrear a los demás. Tal vez haya semejanzas en sus frecuencias de voz. —Un crujido estático, entonces—. Ha solicitado su mesa habitual en el centro. Jaxon observó como los dos hombres humanos tomaban posición tras Nolan, sus expresiones recelosas y cautelosas mientras vigilaban. ¿Protección contratada? Nolan tenía que saber que el A.I.R. estaba aquí. Es lo que el alienígena quería, después de todo. También tenía que saber que dos humanos no significarían nada. Las pyre cortarían a través de ellos como un chuchillo la seda. Nolan no echó ni un vistazo a su alrededor ni pareció preocupado en lo más mínimo mientras la maître lo conducía por el interior del restaurante. Eso preocupó a Jaxon. Podía significar que el alienígena sabía algo que él no sabía. ¿El qué? Nolan mantuvo a la prostituta oculta, protegiéndola y manteniéndola ligeramente detrás de él y a su costado. ¿A propósito? Las mujeres se giraban para mirarlo. Incluso la maître no era inmune. Ella le lanzaba penetrantes miradas tras el hombro. Sus pezones estaban duros y sus miembros inestables. Varias veces tropezó con sus propios pies y chocó contra las mesas. Entonces, el grupo alcanzó su mesa y Nolan salió de su camino.

Jaxon se encontró mirando fijamente a Mishka. El corazón se estrelló contra las costillas, los huesos casi rajándose. Ella rió de algo que le dijo Nolan, revelando sus perfectos dientes blancos. Dientes que Jaxon había lamido para meterse dentro de su boca. Los celos se mezclaron con la sorpresa y la excitación. —No lo hagas —dijo de repente Mia, obviamente sintiendo su necesidad de ponerse de pie y abordar a Nolan. Aunque mayor era su necesidad de coger a Mishka entre los brazos, abrazarla con fuerza y nunca dejarla ir. ¿Cuánto tiempo habían estado juntos? ¿De qué habían hablado? ¿Qué diablos habían hecho los dos?

CAPÍTULO 18

Le’Ace reclamó el asiento en la mesa de Nolan. La mirada ardiente de Jaxon se clavó en ella, encendiendo toda clase de reacciones físicas. Reacciones que no podía ocultar. El pulso le tronaba en el cuello. Como la camarera, los pezones se le endurecieron en pequeñas perlas. La piel se le enrojeció. Aunque Jaxon se había ensanchado la mandíbula, probablemente con caucho, se había alargado la nariz de forma parecida al pico de un halcón y se había cambiado el color de los ojos y el pelo, le había reconocido en el momento que dio un paso en el restaurante. Las rodillas casi le habían cedido, el aliento se le había atascado en la garganta y el calor le había florecido dentro del pecho hasta un grado insoportable. Él exudaba una masculinidad única que ella y el chip posiblemente siempre serían capaces de detectar, sin importar donde estuvieran o con quién. Es más, no había forma de ocultar la salvaje y vibrante posesividad que lanzaba en su dirección. Sólo un hombre le había mirado alguna vez así. —Tiemblas —dijo Nolan a su lado, y realmente pareció preocupado. Él se instaló en su silla, sus "amigos", hombres que había sacado de la calle y pagado con joyas robadas del ahora desaparecido planeta Raka para que le protegieran, permanecieron en la pared del fondo estudiando el edificio sin trabas—. ¿Está él aquí? Él. Jaxon. Tragando saliva, miró una mano y luego la otra. Efectivamente. Temblaba como una hoja en el viento. «Controla el maldito temblor», ordenó al chip.

«Los temblores es la forma de tu cuerpo de liberar la emoción. Si cesan, la emoción se elevará ¿Procedo con el cese?» Ella apretó los dientes. «No». —Sí —le dijo a Nolan, suministrándole la información que ya poseía—. Está aquí. Quizás habría sido mejor que el borrado de memoria hubiera funcionado. Estar sin Jaxon, causaba que el mismo mundo que había luchado por construirse se derrumbara, tal como había esperado. Sólo que la realidad era mucho más devastadora. Los sensuales labios de Nolan se alzaron en una lenta sonrisa. —Por fin. —Cuento a otros cinco agentes más. Su sonrisa no se borró. —Yo sólo conté a cuatro. —Te olvidas de la furgoneta aparcada calle abajo. Tiene que haber al menos un agente dentro. Probablemente dos o tres. —Ah, la furgoneta —asintió, pensativo—. Así es. —Posiblemente estemos siendo grabados en estos momentos. Él se encogió de hombros, indiferente. Pequeña mierda arrogante. Se veían a sí mismos invencible, las mujeres bajo su dominio. Pero esa mentalidad suya tenía un error fatal: Le’Ace. Oh, él conocía su identidad y sabía que pertenecía a Jaxon. Simplemente consideraba que su atractivo era mayor y asumía que con el tiempo caería enamorada de él. Aunque, sospechaba, no quería que su atracción fuera mayor. Quería que demostrara que ella amaba a Jaxon. A eso se reducía todo para Nolan. Amor. Había sabido quién era ella desde que se acercó a él hacía tres días. Pero claro, su disfraz no era, y no había sido, para su beneficio. Tenía muchos personajes diferentes en esta ciudad, y tenía que ser cuidadosa en cómo se mostraba en público. Si la persona incorrecta la viera como Marie o Clarisse o Tess o cualquiera de las otras mujeres, podrían seguirla, dispararle o incluso verse obligada a retirar una identidad que había pasado años erigiendo.

Suspiró. Nolan esperaba que ella convenciera a Jaxon de ayudarle o en última instancia salvarla de sí misma. A no ser que le hubiera engañado, que siempre era una posibilidad. —¿Qué puedo traerles de beber? —preguntó el camarero. Quería un trago de vodka para calmar los nervios. «¿Puedo soportarlo?» «Has perdido tres kilos la semana pasada y hoy no has comido. Por lo tanto el alcohol te haría vulnerable e ineficaz». —Agua mineral —dijo, decepcionada. Después Nolan hizo su pedido y ella se inclinó hacia delante y le dijo al camarero: —No mire, pero hay un caballero detrás de usted con “Dios y la Patria” tatuados y una bonita morena a su lado. ¿Sabe de quién hablo? El hombre asintió con la cabeza. —Llévele un coctel flambeado, cortesía mía. Con una inclinación de cabeza, el camarero se marchó. —La morena —dijo Nolan, remontando un dedo por su vaso— ¿quién es? —Sólo otro agente —mintió Le’Ace. —¿Estás celosa de ella? ¿Celosa de Mia Snow, la zorra extraordinaria? —Sí —admitió. No había razón para mentir sobre ella—. La conozco. Ella y yo tenemos una historia. Y no era bonita. Mia le odiaba y tenía todo el derecho a hacerlo. Hacía mucho, a Le’Ace le habían ordenado ejecutar a la amiga de Mia para demostrar a los demás reclutas del A.I.R. las consecuencias de la traición, intencional o no. Le´Ace había cometido el error de leer el expediente de la chica primero, su pasado turbulento y el abuso sexual le habían llegado al corazón ya que había entendido la necesidad de la chica de amar y ser amada y lo fácilmente que esa necesidad podía llevar por el mal camino a alguien. Le rogó a su jefe en ese momento, el padre de Estap, que salvara a la chica. Él se negó así que ella suplicó un poco más. Al final, su continuo rechazo le costó un severo castigo. Utilizaron el chip para dispararle dolorosos impulsos eléctricos a

través del cerebro, y aquellos impulsos le fueron descargados durante días. Al tercer día, prácticamente había suplicado matar a la chica. Algunas noches Le’Ace todavía maldecía su debilidad y el hecho de que se había rendido tan rápidamente, tan fácilmente. Debería haber luchado más, debería haber muerto en vez de llevar a cabo otra mala acción. No es demasiado tarde. El extraviado pensamiento pareció inocente. Sabía que no era así y parpadeó con sorpresa. Todos estos años, había hecho lo necesario por sobrevivir, incluso sabiendo que el mundo sería un lugar mejor sin ella. Pero había vivido porque había esperado un solo momento de amor, un solo momento de paz. Desde hacía una semana, había experimentado lo primero. Con Jaxon. Ya no había forma de negarlo más. Él la había sostenido en sus brazos y le había dado un placer inimaginable. Le había dado alegría en una vida de dolor. Se había sentido amada, aunque él probablemente no la amara. Se había sentido querida. Ahora podía morir feliz. Y podía llevarse a Estap con ella. La comprensión la sacudió. Después de luchar tan arduamente, ¿por fin podía rendirse? —¿Estás bien? —preguntó Nolan, interrumpiendo los pensamientos. Más tarde. Pensaría en la muerte y en Estap más tarde. El mundo sería mejor sin ellos, eso ya lo sabía. —Bien —logró decir con una voz tan temblorosa como las manos—. Estoy bien. —¿Puedo unirme a vosotros? Escuchar la voz profunda de Jaxon hizo que el corazón le dejara de latir y el aliento se le atascara de nuevo en la garganta. Lentamente, giró la cabeza. Y después, de repente, estaba mirando directamente a sus ojos. Se le puso la piel de gallina y la boca se le secó. Sus párpados se redujeron a delgadas rendijas. —Gracias por la bebida. —Voz: Ahora rígida y formal—. Espero que no te ofenda si la rechazo. —Dejó la copa sobre la mesa, derramando el rojo líquido por el borde y la deslizó hacia delante con los dedos. —En absoluto —pudo decir—. ¿Quieres unirte a nosotros? En silencio, se dejó caer en la única silla libre en la mesa. Ella echó un vistazo sobre el hombro. Mia Snow la miraba abiertamente ahora, aborreciéndolo todo por su expresión ceñuda.

—Nolan sabe quién eres —dijo, volviéndose e intentando ocultar la crepitante tensión entre ella y Jaxon. Él asintió. Las sombras y la luz de la vela en el centro de la mesa parpadeaban sobre su cara, mezclándose y danzando, lo que le hacía parecer cruel e inflexible. No como el amante gentil que sabía que era. —Me di cuenta de ello. —Me gustaba más tu otro aspecto —dijo el de otro-mundo, mirando detenidamente la nueva nariz de Jaxon con repugnancia—. ¿Por qué te hiciste eso a ti mismo? —¿Cuáles son tus intenciones hacia él? —preguntó Le’Ace, ignorando al alienígena. Sabía que Nolan esperaba que ella mostrara interés. —¿Tú qué crees? —gruñó Jaxon. Él se negaba a mirarla, y la respuesta a la pregunta se negó a formarse dentro de la cabeza. Todo en lo que podía pensar, todo lo que realmente quería saber, era si la había echado de menos, si todavía la quería a su lado y si Mia le había puesto en su contra. —Vosotros dos estáis aquí por una razón —indicó Jaxon—. ¿Alguno quiere darme una pista o debo empezar a adivinar? La parte más femenina de ella odiaba la distancia que ahora había entre ellos, incluso cuando sabía que era lo mejor. A pesar de que quería destruir esa misma distancia, arrojarse contra él y rogar por su afecto. ¿Qué esperabas de él? Eres dañina para él, para su carrera, para su vida y él tiene que saberlo. —Aún quiero ayudarte —dijo Nolan. —¿Entonces por qué desapareciste la última vez? —La boca de Jaxon se estiró en una mueca severa—. ¿Por qué te llevó tanto tiempo aparecer de nuevo? Perdiendo su aire jovial, Nolan se inclinó hacia adelante y golpeó con las manos la mesa. La furia irradiada de él y se arremolinaba como cristales en las profundidades encendidas de sus ojos. La vela se tambaleó hacia adelante y atrás, la cubertería de plata chocó entre sí. —No tienes ni idea de lo difícil que es esto para mí. Los hombres a los que quieres matar son mis amigos, mis hermanos, el único eslabón que tengo con mi propia raza, y estoy a punto de traicionarles. Jaxon no se ablandó.

—¿Lo difícil que es para ti? La gente muere y tú eres quien les mata. —¡Yo no quiero eso, maldita sea! —La angustia se reflejó en su cara. La gente les miraba fijamente, pero Le’Ace permitió el intercambio sin interrupción. Necesitaba que los dos hombres trabajaran juntos civilizadamente, lo que significaba que necesitaban discutir algunas cosas. Si eso ocurría en un lugar público, que así fuera. Nadie sabía de qué hablaban, de todos modos. Sólo quería a Jaxon fuera de este caso y a salvo, lo más rápido posible. —Sería un idiota si confiara en ti —dijo Jaxon—. Por todo lo que sé, esto es sólo un ardid para engañar al A.I.R. —Uh, aquí están sus bebidas —dijo el camarero, colocando los vasos sobre la mesa. Cuando el joven humano se marchó, Jaxon dijo: —Tenemos que seguir esta conversación en algún lugar menos público. —No —contestó Nolan. Se frotó la barbilla con dos dedos, su único anillo destellando en la luz. Él protegía aquel anillo como si fuera un tesoro nacional, había notado Le’Ace, aunque éste fuera de color cobre y aparentemente sin valor—. Escucha, estoy harto de la destrucción. Estoy harto de la muerte. Realmente quiero ayudarte. He estado sin hacer nada sentado durante demasiado tiempo, esperando que hubiera, bueno, una esperanza para nuestra raza. Jaxon rodó lo ojos. —¿Y ahora, qué? ¿Lo sabes mejor? Un asentimiento sombrío. —Oh, sí. Lo sé mejor. Le’Ace se preguntó qué había ocurrido para destruir sus esperanzas. Nunca lo había dicho. Poco después, no pudo pensar en absoluto. Jaxon por fin la miró. Dulces relámpagos, las cosas que esa plateada mirada le provocaba. El cuerpo le estalló en llamas, el fuego le lamió la piel. —¿Y bien? —dijo. Obviamente, quería su opinión sobre todo lo que había sido dicho. De algún modo, se las arregló para encogerse de hombros de forma casual. No tenía respuestas reales que darle. Él ya le había sacado más a Nolan de lo que ella había

conseguido en los últimos tres días. Con ella, Nolan había hablado del deseo de hacer bien las cosas, nada más. Cuando Jaxon devolvió su atención a Nolan, el pecho le dio una fuerte sacudida, dejándole un dolor tan insistente como los impulsos en el cerebro podían ser. Por un breve momento, había habido calor en sus ojos. Calor, necesidad y un devorador deseo. ¿Ilusiones de su parte? —Dime dónde están tus hermanos. —Jaxon cruzó los brazos sobre la cintura. ¿Para alcanzar sus armas?—. Si estás tan dispuesto a ayudar, claro. Los ojos de Nolan se volvieron tristes. —Saber su posición no te ayudará. Todavía no. No tienes ni idea de cómo mantenerles una vez les encuentres. —Se estiró el cuello de la camisa, revelando un collar mate. Con las mejillas ardiendo, Le’Ace se hundió un poco más en la silla. Bastardo. Tenía que jactarse. —¿Ves mi regalo de la Diablesa? —preguntó con orgullo. —Sí. —Jaxon le echó un vistazo superficial al collar, y Le'Ace notó que no tuvo que preguntar quién era la Diablesa—. ¿Y? —Bien. Se suponía que debía congelarme en el lugar. No funcionó. Nunca lo hará. Dudo que tu gente tenga algo que funcione. Los ojos de Jaxon se entrecerraron con sospecha. —Posees muchos conocimientos sobre la Tierra, su gente, y su tecnología. De hecho, tu inglés es perfecto. Sobre todo considerando el hecho de que sólo llevas aquí unas semanas. Nolan se encogió de hombros —Estudiamos los planetas antes de entrar en ellos. Planetas, plurales. Más prueba de que los Schön habían visitado otros mundos. —¿Cómo? —Hay formas —fue todo lo que dijo el alienígena—. Televisión, ordenadores, gente. Formas que también ayudarían al A.I.R. a estudiar otros planetas y su gente, estaba segura. Si no lo habían hecho ya.

—No estoy seguro de querer ayudarte en algo. Hasta ahora, no siento nada más que desprecio por ti —comentó Jaxon. —Como yo lo siento por mí mismo. —Nolan dio otro encogimiento de hombros. ¿Buen actor o realmente sincero? Había estado alejado de los otros Schön que supuestamente planeaba traicionar a causa de sus acciones, aunque él mismo había tomado a una amante y le había pasado el virus a un humano. Ella casi le había matado cuando había visto a la mujer al entrar en su dormitorio. En cambio, Le’Ace había sostenido un cuchillo en su cuello, había llorado y balbuceado y ella había escuchado. Aquellas lágrimas no le habían afectado y había movido la muñeca para cortar. Entonces, pronunció las únicas palabras capaces de detenerle la mano: “Te ayudaré a ti y a tu amor”. A ti y tu amor. Jaxon. Simplemente por eso, trabó amistad con el alienígena, tal como Estap había querido. Sus motivos habían sido propios, sin embargo. Jaxon. Siempre Jaxon. —¿Tienes algo más que decirnos? —le preguntó ella a Nolan. El camarero apareció de nuevo, listo para tomar el pedido. Le’Ace le hizo un gesto para que se alejara. —Primero, quiero una garantía de protección por parte del A.I.R. —dijo Nolan. —Eso no va a pasar —respondió con prontitud Jaxon. Le’Ace sacudió la cabeza. ¿Había olvidado cómo mentir? —¿Por qué te ofrecería protección —siguió—, cuándo no estoy seguro de que puedas ofrecer el tipo de información que quiero? Ah, un farol. Debería haber sabido que tendría un plan de trabajo. Nolan se movió incómodo en la silla. —Pronto se dispersarán. Tienes una semana, quizás dos, antes de que sea muy tarde para detenerles. Dos faroles en guerra. ¿El de quién ganaría? —¿Por qué se dispersarán? —preguntó ella, decidida a hacerle tropezar por si realmente estaba exagerando. —Por muchos motivos —dijo Nolan—. Uno probablemente puedas adivinarlo. Saben que tú estás sobre su rastro y quieren evadirte. Todavía están investigando, en

busca de la respuesta a una pregunta que todos compartimos. Tomarán lo que puedan de New Chicago y luego seguirán adelante para investigar más. Los hombros de Jaxon se cuadraron. —¿Y cuál es la pregunta de la que quieren respuesta? Silencioso, Nolan le dio un trago a su agua. Un minuto pasó, luego otro. Él no contestó, simplemente continuo bebiendo de su vaso como si estuviera solo. —¿Pueden las víctimas comunicarse mentalmente entre sí? —preguntó Jaxon, siguiendo adelante. Los ojos de Nolan se abrieron como platos, la sorpresa encendida en sus profundidades iluminadas. —No. Ellas no pueden. Ella parpadeó. ¿Qué quiso decir con eso? No lo sabía. Podía haber un significado oculto en sus palabras. —Ellas no pueden —dijo ella—, ¿pero alguien más puede hacerlo? Con aire adusto, Nolan asintió con la cabeza. —No entiendo —dijo Jaxon. —Piensa en ello —Nolan encontró su ardiente mirada con la suya—. Una vez que son infectadas, ¿qué otra cosa está dentro de sus mentes? —Sólo el… De ninguna manera. —Jaxon negó con la cabeza. —Oh, sí. Como si aún no pudiera asimilar aquella información, Jaxon formuló rápidamente su siguiente pregunta. —¿Por qué sólo escogen a mujeres fértiles? Una aura triste, melancólica cubrió al alienígena. —Creí que ya habrías averiguado eso. Y las mujeres no son las únicas víctimas. —Nolan, sabes que odio cuando te pones evasivo y sabes que lo escogeré a él antes que a ti en una pelea, igual que él me escogerá a mí. —Se dijo a sí misma que hacia tal afirmación porque Nolan creía que ella y Jaxon estaban enamorados. Los dos, no sólo Le’Ace. Extrajo una daga de la bota y presionó la punta entre las piernas del alienígena—. Contéstale.

Nolan se echó a reír, los ojos centelleando. —Lamento que estés pillada, mujer. Realmente me diviertes. ¿Qué diablos? Jaxon era el único otro hombre que se había reído mientras sostenía un arma contra él. Cuando Jaxon lo hizo, quiso participar de su diversión. Cuando Nolan lo hizo, quiso cortar más profundo. Era tan engreído. —Contéstale. —Maldita sea—. Por favor. —Eres un hombre afortunado —le dijo Nolan a Jaxon. Jaxon permaneció callado, sus rasgos cada vez más fríos. ¿Qué significaba aquella frialdad? No reacciones. No pienses en ello. —Ellos no necesitan mujeres fértiles para pasar el virus. El sexo hace eso, sin importar el género o las circunstancias. La fertilidad es simplemente un plus, un afrodisiaco. Jaxon asintió con la cabeza de un modo alentador. —Continua. Te escucho. Dios, le admiraba. Sereno, fuerte, irrompible e imperturbable. Él era totalmente magnífico. Lo he tocado, lo he besado. Por una noche, fue mío. ¿Por qué me mira con tanta frialdad? No ibas a ir por ahí, ¿recuerdas? —Cada uno de nosotros, mis hermanos y yo, tenemos un virus dentro. —Nolan pareció avergonzado—. El único modo de controlarlo es… —tragó saliva—, dárselo a otros, liberando pequeñas porciones del mismo de nuestro interior y manteniendo los niveles al mínimo. Hubo un silencio crepitante mientras ella y Jaxon absorbían la información. Nolan continuó: —Los que están infectados pueden mantener su propia vida sólo si lo pasan. Y lo pasan. Y lo pasan. Nuestras mujeres ya eran escasas, por lo que fueron usadas por muchos de nosotros. No duraron mucho tiempo. Es por eso que hemos tenido que movernos de planeta en planeta. Nos negamos a instruirles, así ellos no saben qué hacer, como salvarse a sí mismos. Le’Ace apartó la daga de su muslo, muy cerca de apuñalarlo ya. Su anuncio la había inflamado. —¿Alguna vez oíste hablar de la masturbación, bastardo enfermo?

—Créeme, no funciona. —¿Por qué no? Si todo lo que tienes que hacer es eyacular para controlar el virus, correrte tu mismo debería valer. Nolan se dio golpecitos con el dedo en la barbilla. —¿Cómo puedo explicar esto correctamente? —La pregunta era para él, y dirigió la mirada hacia el techo. —Mientras piensas en ello —dijo Jaxon—, ¿por qué no explicas cómo el estudiar la enfermedad ayuda a extenderla? Tenemos laboratorios, modos de contener… Nolan negó con la cabeza de nuevo, con más insistencia esta vez. —La única palabra que se acerca a la descripción del virus es que está Vivo. Eso es, esto debería responder a tus dos preguntas. Está vivo, capaz de comunicarse consigo mismo, incluso viviendo dentro de diferentes anfitriones, y no dejará a un anfitrión mediante la masturbación. Nunca. No hay forma de encontrar otro anfitrión así. Extrayendo sangre, sin embargo, sí proporciona otro anfitrión. En última instancia. —¿Cómo? —preguntaron Jaxon y Le’Ace a la vez. Ella le lanzó un vistazo pero él miraba a Nolan. —El virus no puede quedarse dentro de un cuerpo cuando es arrancado a la fuerza a través de una jeringuilla, pero puede sentir a otra criatura viva. La persona que extrae la sangre, los técnicos del laboratorio… el virus encontrará una forma de entrar dentro de esa persona. Si tus doctores han extraído muestras, ahora están infectados, ya que el único modo de destruir el virus es matar al huésped sin derramamiento de sangre. Le’Ace inclinó la cabeza a un lado y le estudió. —Eso quiere decir que tú debes morir. —Sí —dijo con un suspiro triste. —Y aun así luchas por vivir. —En el momento que habló, las palabras y su significado le martillearon dentro de la cabeza. A ella le dio la risa. Qué hipócrita soy. Siempre había hecho lo mismo por sí misma: Vivir, aun cuando otros resultaran heridos debido a ello—. Hay cosas que deseas experimentar antes morir. Es por eso que buscas protección. La sorpresa iluminó los puntos de luz en sus ojos y él asintió. —Sí.

—Tu vida destruirá a otros —dijo ella, sabiendo que hablaba por sí misma también. Ya no más, pensó. Antes, había considerado dejarse matar; ahora sabía que debía hacerlo. No había otra opción para ella. Nunca la había habido. Había sido una tonta por pensar alguna vez lo contrario. No se permitió reflexionar más, no se permitió ni experimentar un solo parpadeo de emoción. No aquí, no ahora. —El amor —dijo Nolan con tristeza—. Sueño con saborearlo una única vez. Como ella. —Una vez que haya conocido el amor, puedo morir como un hombre feliz. La mirada de ella buscó a Jaxon. Él todavía miraba a Nolan, aunque pensó que quizás su atención periférica se centraba únicamente en ella. Amor. Por fin había encontrado el suyo, el único hombre destinado a robarle el corazón. Ahora que el final estaba cerca, podía admitirlo sin reservas. Le amaba. Lo hacía de veras. Él le había dado todo. A cambio, ella haría todo lo que estuviera en su poder para ayudar a Jaxon en este caso. Ella le debía mucho. Así que sí… lo haría.

CAPÍTULO 19

Jaxon permaneció entre las sombras de la noche mientras Mishka acompañaba a Nolan y a sus dos guardias hasta un complejo de apartamentos de lujo. Primero, habían caminado por las concurridas aceras, después habían cogido un taxi y ahora caminaban de nuevo, cruzando una puerta blanca con pinchos. Sólo los guardias parecían estar alertas. Nolan y Mishka estaban demasiado ocupados charlando. Condenadamente irritante, eso es lo que era. La puerta se cerró automáticamente tras ellos y pronto desaparecieron dentro de un altísimo y encantador edificio de ladrillo rojo y cemento. Bueno, de metal pintado para que luciera de esa manera. Después de la guerra entre humanos y alienígenas, la mayoría de las casas y las empresas habían sido reconstruidas para resistir mejor el fuego, las bombas y los extraños poderes alienígenas. Sin embargo Mishka, Nolan y él planeaban encontrarse de nuevo por la mañana, Jaxon sabía que Mishka abandonaría a Nolan esta noche y vendría a él. Al menos, más le valía que lo hiciera. Echó un vistazo a la suave luz verde de su reloj: 9:27 p.m. Le daría quince minutos antes de entrar. Si, durante aquel tiempo, Nolan la tocaba o ella le tocaba a él, Nolan inhalaría su último aliento esta noche. Cinco minutos y Jaxon entraría. No confiaba en Nolan y no quería a Mishka a solas con el hijo de puta portador de enfermedades. Sobre todo ahora que sabía que no era necesario una mujer fértil para extender aquel virus viviente. —Puedo meterte en el edificio —le dijo Eden en el oído. La furgoneta y todos los demás agentes lo habían seguido. Bastante fácil, ya que había permitido que le inyectaran aquel isótopo de rastreo hacía unos días.

—Todavía no Apoyó el hombro contra la pared de al lado. La pequeña calle transversal bullía de apartamentos y tiendas. La gente serpenteaba por las aceras, los letreros de neón brillaban y los coches ronroneaban al pasar por delante. —Simplemente mata a los dos —esta vez, escuchó el tono duro de Mia en la oreja—. Esperar es de tontos. No vamos a aprender nada nuevo y probablemente nos están tendiendo una trampa. —Sé lo que hago —mintió. Se había quitado el caucho de la nariz y mandíbula y se había limpiado el maquillaje de la cara. No porque Mishka y Nolan lo hubieran reconocido, sino porque no quería nada que lo estorbara cuando reclamara la boca de Mishka. Y la reclamaría. De forma dura, ardiente e insistente. Primero, por supuesto, exigiría respuestas. El trabajo debía tener prioridad sobre el deseo. Estúpido trabajo. ¿Cuál sería su reacción cuando la besara? ¿Querría que la besara? En verdad, nunca había tenido que esforzarse por nada. Bueno, excepto con las mujeres y el sexo, y eso sólo debido a las cicatrices. Se había adaptado al A.I.R. como un niño a la leche materna. Instinto natural, como si hubiera nacido para ello. Sin embargo, no le había importado de verdad. Podía haber sido despedido y eso no le habría destruido. Las mujeres tampoco le habían importado. Ellas lo abandonaban y él se sentía más feliz por ello. Ahora, alguien le importaba. Ella no era fácil, estaba demostrando ser el mayor reto de su vida y ni toda su fortuna podría comprarla. Pero estaba dispuesto a seguir adelante. Tenía que tener más de ella. Por una vez, estaba absolutamente preparado y feliz de esforzarse. Por ella. Probablemente, lo rechazaría una y mil veces; después de todo el instinto de conservación había sido marcado dentro de ella. Eso sólo significaba que tendría que perseguirla una y mil veces, se dijo. La victoria sería suya. —Bueno, bueno, bueno —dijo Mia, su tono lleno de repugnancia. La puerta blanca chirrió al abrirse y Jaxon salió de las reflexiones. De repente Mishka estaba allí, a sólo unos metros de distancia. No se había cambiado de ropa, ni se había quitado la peluca y todavía se veía como una puta cara, con el pelo corto

peinado hacia atrás con un brillo intenso. Ella permaneció en el lugar, buscando en la oscuridad. El corazón le galopaba, la sangre se le calentó y la polla se le hinchó, completamente indiferente a su potencial audiencia. Cuando se trataba de Mishka, debería estar acostumbrado a aquella reacción incontrolable. No lo estaba. La boca se le hizo agua por ella; había estado sin esta mujer demasiado tiempo. Pensó, a la mierda las respuestas. Ella primero. Las preguntas más tarde. Saliendo de las sombras y entrando en la luz, se dirigió a ella a zancadas, comiéndose por completo la distancia. Los ojos de ella se agrandaron cuando lo descubrió. No con sorpresa, porque sabía que él la seguiría, sino con excitación. Sí, quería que la besara. Sin una palabra, la empujó dentro del callejón lateral y contra la pared del edificio. Ella lo permitió sin protestar. Las sombras se la tragaron cuando él pegó el cuerpo al suyo y descendió en picado sobre sus labios, calientes, tan calientes. Al primer contacto, ella jadeó su nombre. Le deslizó sus manos por el pecho hasta enroscarse en el cuello. Sus lenguas empujaron juntas, enredándose, desesperadas por apagar la adicción que le había sido negada la semana pasada. Su sabor femenino le inundó la boca, disparando la excitación otro grado. Ahuecó sus senos y se dio cuenta que llevaba un sujetador con relleno, por lo que se adentró por el escote de su vestido para tocar la carne real. Al instante, el pezón se endureció contra la palma. Él siseó de aguda y decadente agonía. —Joder. —Sí, por favor. Su rodilla se enganchó en la cintura, atrayéndole más profundo a la dulce cuna expuesta. Le enredó sus dedos en el pelo, las uñas recorriéndole el cuero cabelludo. Una y otra vez saqueó con la lengua. No podía conseguir suficiente de ella. Más. Tenía que tener más. Había estado hambriento de esto, de ella, y ahora quería atiborrarse. —¿Te tocó? —gruñó, sólo cuando tuvo que retirarse para respirar. —No. —Quisiste que te tocara.

—No —contestó sin vacilar, pero hubo autoaborrecimiento en su tono. ¿Por qué?—. Sólo tú—añadió ella. “Sólo tú”. Las palabras le reverberaron en la mente, desactivando el virulento núcleo de furia e impotencia al verla con el de otro-mundo y ser incapaz de hacer algo al respecto. Con los labios cerniéndose sobre los suyos, susurró con ferocidad. —Eres mía. —Jaxon, yo… Oh, Dios. —Como si su reclamación la empujara al límite de su control, arqueó las caderas contra la polla, frotándose, deslizándose arriba y abajo—. Yo… Yo estoy… —No importa. No vas a apartarme de tu vida de nuevo. Jadeando, ella se mordió el labio inferior. —Sólo bésame otra vez. Por favor. —Primero dime lo que quiero escuchar —insistió él—. Sé por qué lo hiciste y lo entiendo. Pero no lo toleraré de nuevo. —No te apartaré. No puedo. Soy demasiado débil en lo que a ti respecta. Él amasó su seno, queriendo desesperadamente deshacerse del pantalón y hundirse en su húmedo calor, de forma dura y profunda. —Vamos a estar juntos. —Oh, Dios. ¡Jaxon! Me haces sufrir tanto. Sus párpados se cerraron, sus labios se separaron con un ronco jadeo y él pensó que quizás sus uñas le hicieron sangre en el cuero cabelludo. —… hombre estúpido —escuchó a Mia decir en el oído, obviamente aún asqueada. —Cinco minutos —le gritó a ella. —¿Qué? Oh. La mirada de Mishka se cerró sobre la pequeña pieza en la oreja y sus mejillas ardieron. —¿Cinco minutos? —dijo Mia—. Maldita sea, chico. No sabía que funcionaras tan rápido. Con la mano libre, Jaxon tiró del auricular y lo arrojó al suelo. Sin importarle aislarse a sí mismo, pero sabiendo que Mishka no querría que nadie más la oyera o presenciara más de lo que ya habían hecho, hizo algo que jamás había hecho antes.

Deliberadamente, destruyó una propiedad del A.I.R. de un pisotón, rompiendo el auricular en trocitos. —Ahora solo estamos tú y yo —indicó. —Bien. —Se frotó contra él, perdida pronto en el placer, indiferente a todo lo demás. Él estudió el área circundante. Su protección venía antes que el deseo. Por suerte, nadie les hacia el menor caso. Nadie se dirigía en su dirección. De todos modos tenía que trasladar esta reunión a otra parte. En unos minutos, pensó cuando Mishka presionó justo donde a él le gustaba. Los otros agentes tenían la situación bajo control, y el pensamiento de liberar a Mishka incluso durante un segundo, le era detestable. Devolvió la atención a ella y se embebió del deseo que iluminaba su encantador rostro. Con los párpados entrecerrados, los labios rojos y ligeramente hinchados por la presión de los suyos y la humedad todavía brillando sobre ellos. Inclinándose, inspiró su erótica fragancia a pura feromonas y jazmín y lamió un camino por su mandíbula, descendiendo a la columna de su cuello. —¿Me echaste de menos? —Muchísimo. Él chasqueó la punta de la lengua hacia adelante y atrás sobre el errático ritmo de su pulso. Después ahuecó el pecho y lo sostuvo, lamiendo la elevación superior. Un temblor la recorrió. —¿No estás enfadado conmigo? —preguntó—. Te traté horriblemente. Yo… —Acababa de dejarte inmovilizada a una cama. Yo te traté horriblemente. Poco dispuesto a soltar su seno pero necesitando apartar del camino el vestido y el sujetador, giró la muñeca hasta sujetar ambas piezas de tela por debajo, dejándola expuesta por completo. ¡Dulce Jesús! Su pezón era tan rosado y maduro como lo recordaba, pidiendo ser saboreado. Incapaz de resistirse, se metió el pequeño capullo en la boca. Ella gritó de éxtasis, luego gimoteó, y él casi se corrió en el pantalón. La primera vez que la había tocado así, ella no había confiado en él lo suficiente para disfrutarlo. Ahora confiaba en él; ahora lo disfrutaba. El conocimiento aumentó su propio placer. Su cabeza se sacudió de un lado a otro, sus mejillas tan sonrojadas que prácticamente eran señales de neón.

—Jaxon —dijo entrecortadamente. —Vamos a llevarte al borde —susurró. Mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja, finalmente soltó el seno. Podría haber maldecido por la pérdida de aquel montículo perfecto, pero se consoló con el hecho de que estaba a punto de entrar en el paraíso. Deslizó los dedos por su estómago plano para agarrar el dobladillo del vestido. Arriba, arriba, lo levantó, hasta que la línea de sus bragas azules fue revelada. Ignorando los cuchillos que llevaba atados al muslo, deslizó la punta del dedo a lo largo del material. Su rodilla se desenganchó de la cintura y ella plantó los pies tan separados como pudo y aun así permanecer todavía en pie. Una invitación. Este deseo era por él, sólo por él. No por su dinero, no para convencerlo que olvidara algún crimen que ella hubiera cometido, ni para distraerlo. El orgullo lo invadió. Yo hice esto. Yo la hice excitarse. Nada más importaba en este momento. Ni el lugar, ni los agentes que esperaban, nada. —De prisa, tócame —gimió—. Es demasiado. —Lo haré aún mejor. —Sus bragas ya estaban mojadas, así que éstas le empaparon la mano. El pene se le hinchó de un tirón, aún más desesperado por estar dentro de ella. Todavía no. Aquí no. Sabiendo que estaba al límite, pero importándole más ella, deslizó dos dedos bajo las bragas, a través del resbaladizo y húmedo calor, directo a casa, con el pulgar presionando contra su clítoris. Ella pegó un grito, pero él capturó el sonido con la boca, reanudando el beso como si nunca hubiera terminado. Una y otra vez sus lenguas se rozaban. La pasión era un reguero de pólvora, extendiéndose, quemando todo a su paso, y el beso se volvió aún más frenético. Los dientes rasparon y entonces ella le mordió el labio inferior, tan consumida por la necesidad que perdió el control. Todo el tiempo él bombeó los dedos en ella. Cuando el clímax golpeó, golpeó con fuerza. Se aferró a él, apretándole los hombros, arañándolo y encorvándolo. Sus paredes internas se contrajeron, manteniéndolo cautivo. —Eso es, cariño. La polla le palpitaba mientras separaba la mano. Meterse. Dentro. De ella. —¿Tienes alguna habitación cerca? —Había tanta excitación en la voz, que las palabras salieron mal pronunciadas, como si estuviera borracho.

—Bueno, ¿esto no os pone simplemente enfermos? Ante el sonido de la voz de Mia, Mishka se puso rígida y la cabeza de Jaxon giró rápidamente hacia el lado. Al ver a Mia, Dallas, Eden, Lucius, y Devyn alineados al final del callejón, empujó a Mishka detrás de él mientras ella se colocaba bien la ropa. Debería haber sabido que ellos no les dejarían cinco malditos minutos a solas. —Perdeos —espetó. Las personas corrientes no habrían sido capaces de verlo. Pero los agentes eran entrenados en la oscuridad y veían mejor que la mayoría, como si las sombras fueran meras cortinas que podían ser descorridas. Los agentes frente a él podían distinguir cada detalle, lo sabía. Desde el sudor que le cubría la frente al hilito de sangre que le fluía del labio y bajaba por la barbilla. —Está jugando contigo, Jaxon —dijo Mia —. ¿Por qué no puedes verlo? El fuego de deseo se transformó en fuego de ira. —Me parece recordar que hace unos meses follabas con un sospechoso de asesinato, Mia, así que puedes cerrar la maldita boca y marcharte. —¡Kyrin no era, ni es un asesino! —Pero entonces no lo sabías —le recordó. —Lo sabía en mi corazón. —Bien, sé en mi corazón que Mishka no es la perra insensible que crees que es. Mishka dio un paso a su lado. Él echó un vistazo hacia abajo y casi maldijo. Ya no era la amante dulce que había sostenido y a la que había dado placer. Estaba ahí de pie, fría e impasible, desmintiendo completamente la afirmación. Había cogido una daga, que destelló a su costado. —Terminemos con esto —le dijo a Mia. Mia sonrió y reveló una daga propia, más que contenta de obedecer.

Le’Ace se sintió sacudida profundamente, sin lugar a dudas. Un momento había estado mirando a Jaxon, llena de anhelo y necesidad, y al siguiente había estado en sus brazos, corriéndose con un abandono impresionante. Ahora saciada, todavía temblorosa, tenía que luchar contra Mia Snow. Si no lo hacía, la agente seguiría hablando mal de ella a Jaxon. ¿Ya le había contado lo que Le’Ace le había hecho a Elise? Probablemente.

Y aun así, aquí estaba él, de pie orgulloso a su lado. Defendiendo su honor. ¡Contra sus amigos! El conocimiento le encantaba porque eso significaba que un hombre realmente creía en ella. Un hombre bueno. Inteligente, sensual y fuerte. —¿Vas a quedarte ahí de pie toda la noche? —se burló Mia. Jaxon le enroscó los dedos alrededor de la muñeca, su toque caliente y electrizante. —No quiero que luches. Alzándose de puntillas, lo besó suavemente en la mejilla llena de cicatrices. —Te quiero y este es el único modo de tenerte. Ella es tu amiga, así que no le haré daño. No demasiado —añadió con aire de suficiencia. Siempre rápida en encender su ira, Mia perdió la sonrisa. —Zorra, estás a punto de morir. Poniéndose rígido, Jaxon pasó la lengua sobre sus dientes. —Bueno, cariño. Sólo asegúrate de que ella puede andar después. A pesar de todo, realmente todavía la quiero como a una hermana. —Con esto, liberó la muñeca de Mishka—. Si interferís —les dijo a los demás con un matiz amenazador en sus palabras—, no dudaré en haceros daño. Todos excepto Eden alzaron las manos con las palmas hacia fuera. Confiaban en la fuerza y astucia de Mia, pero claro, aún no habían visto a Le’Ace en acción, pobres diablos. —Desearía que hubiera otra forma —le dijo Jaxon a ella, el conflicto y el pesar en su tono. —Lo sé —le contestó en voz baja—. Lo haré rápido —entonces en voz alta dijo—: Mia, terminemos con esto —y avanzó. Mia también lo hizo. Se encontraron en medio del callejón. Conseguir tumbar a Mia de espaldas era necesario, pero en el fondo Le’Ace sabía que también hacia esto para impresionar a Jaxon. Una y otra vez, él había demostrado ser digno de admiración. Una y otra vez, ella no. Lo había dejado inconsciente dos veces, había huido de él. Lo había evitado. Ahora lucharía por lo que quería. Y quería a Jaxon, durante el poco tiempo que pudiera tenerlo. —¿Alguien más se ha excitado por esto? —preguntó el llamado Devyn con una sonrisa.

—Cierra la boca, pervertido —gruñó Eden, pero había afecto en su voz. —Esto ha tardado mucho en llegar —dijo Mia. Se quedaron cara a cara, las botas tocándose. Ninguna atacó. Todavía. —Sí —dijo, bajando la mirada y arqueando una ceja—. Había olvidado lo bajita que eres. —He soñado con matarte. —Los ojos de la agente destellaron con una anticipación azul zafiro. —Estoy segura que lo has hecho. —¿Tus últimas palabras? —Sí. Hablas demasiado. Una pausa mientras las palabras eran registradas. Con un rugido, Mia atacó, el brazo haciendo un amplio barrido hacia el cuello de Le'Ace. Ésta dobló la espalda y la hoja siseó a tan sólo unos centímetros de la piel. Enfurecida por el fracaso, Mia no comprendió que se había quedado expuesta de par en par hasta que Le’Ace estampó la mano metálica en la sien de la agente, golpeándola de refilón. Kyrin, el amante Arcadian, frunció el ceño y dio un paso adelante, pero Jaxon sacó su pyre y disparó un brillante rayo azul aturdidor, congelándolo en el lugar. Éste no le hizo daño, sólo lo inmovilizó. —Gracias —lanzó Le’Ace por encima del hombro. —De nada. Mia ya se había enderezado, gruñó ante la condición de Kyrin, y se arrojaba hacia delante para otro ataque. Mientras que Mia estaba vestida para el combate con pantalón y botas militares, Le’Ace no lo estaba. Las elegantes botas de tacones kilométricos la dejaban en clara desventaja, por lo que cuando el hombro de Mia se estrelló contra el estómago, perdió el equilibrio. Sin embargo, se las arregló para agarrar del brazo a Mia, y ambas cayeron al sucio suelo. Mia se quedó encima y aparentemente tenía el control. Durante un momento. Le’Ace se retorció, estrellando a Mia contra el hormigón. La agente perdió la respiración y se golpeó el cráneo. Probablemente, vio las estrellas. Incluso sin aliento como la agente estaba, Le’Ace tuvo que agarrar la mano de Mia para impedir que su daga cortara algo importante. Aunque podía haber aplicado la suficiente presión para romperle la muñeca, no lo hizo. Simplemente exprimió

venas, tendones y músculos hasta que éstos sufrieron un espasmo y la daga cayó involuntariamente. Clank. Con la mano libre, Le’Ace golpeó a Mia en el pulmón. Tosió. Mientras Mia intentaba recuperar sus niveles de oxígeno, Le’Ace se sentó a horcajadas sobre ella, atrapando sus hombros. Un puñetazo en la cara, dos. «Contén la fuerza», le dijo al chip. «Ningún hueso roto». Otro puñetazo. Esta vez, sintió los músculos aflojarse de modo que, al impactar, el golpe fuera más suave. Arqueando la espalda, Mia logró meter un pie entre ellas y patear a Le’Ace. Poco después, ambas estaban de pie, mirándose furiosamente la una a la otra. La sangre manaba de la nariz y boca de Mia. —¿Quieres más? —preguntó Le’Ace, ocultando la necesidad de jadear. —Que te jodan —Mia se lanzó hacia delante. Le’Ace fingió ir a la izquierda y entonces atacó por la derecha, girando la daga de modo que la empuñadura, en vez de la punta, golpeara a Mia. Había apuntado a la sien, pero Mira se retorció, causando que el ataque aterrizase sobre la parte superior del hombro. —Gira más rápido la próxima vez —le gritó Dallas servicialmente. —Termina, cariño —dijo Jaxon —. Necesito hablar contigo. A solas. Tiempo a solas con Jaxon. La mejor motivación que tuvo nunca. —Dos minutos y estaré lista. Mia rechinó los dientes y gruñó por lo bajo. La patente calma de un depredador se apoderó de ella, con los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. Entonces, de repente, desapareció. Ya no estaba frente a Le’Ace, ya no estaba a la vista. Le’Ace parpadeó con confusión. Miró a izquierda y derecha. Nada. Algo le impactó en la cabeza desde atrás. Jadeando, vio las estrellas. Éstas guiñaron tras los párpados mientras se daba la vuelta, lista para contratacar. Pero… Mia no estaba. ¿Dónde diablos estaba?

Otro puño conectó con la parte posterior del cráneo. Se tambaleó a un lado y los tacones le hicieron resbalar. Parpadeó rápidamente para detener el resplandor de luces tras los párpados. «¿Qué está pasando?» «La alienígena está usando la híper velocidad». ¿Alienígena? ¿Mia era una alienígena? Otro puñetazo. Esta vez Le’Ace no pudo estabilizarse a sí misma y aterrizó sobre el trasero, la cabeza dándole vueltas vertiginosamente. «¡Reduce su velocidad!» «No se puede. Aumentando tu velocidad…» Poco a poco, el mundo a su alrededor se detuvo en seco. Le’Ace ya no escuchaba la charla incesante de la gente sobre las calles cercanas. Los insectos dejaron de cantar. Los coches dejaron de zumbar. Lo que vio fue a Mia frente a ella, el brazo balanceándose hacia la cara. Alzando la mano, Le’Ace apresó el puño de la agente y se puso de pie en un solo y fluido movimiento. Sus miradas se enfrentaron. Los ojos de Mia se agrandaron por la sorpresa. —¿Puedes verme? Mientras que todo lo demás parecía estar en punto muerto, Jaxon y los demás agentes incluidos, veía y oía a Mia perfectamente. —Sí, puedo. Y luego lanzó el brazo hacia delante -rompiendo el hueso esta vez, sólo un pocoy hundió los nudillos de metal en el esternón de Mia. La agente voló hacia atrás con un grito ahogado de dolor. Golpeó el suelo, deslizándose hasta la bonita pared roja. Pequeños trocitos de pintura se desmoronaron y el polvo formó una voluta en el aire. Sus hombros se encorvaron y el pelo negro cayó en todas direcciones. Sus ojos se cerraron mientras ella luchaba por respirar. No se levantó. «Vuelta a la normalidad». «Cesando híper velocidad».

Así, el mundo a su alrededor volvió a ponerse en movimiento. La charla fue restaurada, un coche tocó la bocina. Le’Ace inhaló profundamente, aspirando el dulce olor de la victoria. —Estoy lista —satisfecha, se sacudió las manos y se encaminó hacia un impresionado Jaxon.

CAPÍTULO 20

Treinta minutos más tarde, estaban solos en una habitación de hotel. Una cama enorme con un brillante cobertor blanco dominaba el pequeño recinto, pero no cayeron sobre ella como Le’Ace había pensado que harían. Bueno, había tenido la esperanza que harían. Ella se sentaba nerviosamente sobre el borde y Jaxon se apoyaba contra la pared del fondo, igual que había estado cuando ella lo había encontrado fuera del apartamento de Nolan. Al parecer “hablar” no era un código secreto para “tener sexo” en el mundo de Jaxon. Era una lástima. —¿Qué hacen tus amigos? —preguntó sólo para romper el silencio. Él se encogió de hombros. —Kyrin está, espero, descongelado y cuidando a Mia. A propósito, cuidado con él. Mia es el amor de su vida y pude ver el asesinato en sus ojos cuando lograste tumbarla. Los demás, o vigilan a Nolan desde lejos o se meten a hurtadillas dentro de su apartamento. —¿Y tú tienes la noche libre? —Me la he tomado, sí. —Entonces, ¿qué tienes en mente? —Clavó las manos en los muslos mientras intentaba ocultar el nerviosismo. Silencioso, él la estudió durante mucho tiempo. Ni un indicio de sus emociones se reflejó en su cara.

—¿Llevas una cámara, Mishka? ¿Un micro? ¿Grabas todo esto para Nolan? Se le quedó la boca abierta. Pasó un momento antes de que ella tuviera la claridad mental para cerrarla de golpe. —¡No! No puedo creer que me preguntes eso. No sólo porque es sumamente insultante, sino porque tuviste las manos por todo mi cuerpo antes. —Demuestra tu inocencia. Quítate la ropa. —Como un comandante que espera que sus órdenes sean obedecidas, cruzó los brazos sobre el pecho. Parpadeó hacia él. —¿Perdona? —Quítate la chaqueta y luego el vestido. ¿Quién demonios se creía que era? ¿Cómo se atrevía a acusarla de tal cosa? Debería marcharse. Pero no pudo obligar al cuerpo a obedecer, por lo que permaneció sobre la cama, mirándolo con la barbilla alzada. —Puedes irte al infierno. —Tú te corriste, yo no —contestó irónicamente—. Créeme, ya estoy allí. Ahora quítate la chaqueta y el vestido y demuéstrame que estás limpia. Entrecerró los ojos. —¿Llevas tú una cámara en la ropa? Después de todo, Mia Snow, la semilla del diablo, es tu compañera. Podría haberte convencido para traicionarme. Ahora fueron sus ojos los que se entrecerraron. No le gustó el giro de acontecimientos, ¿verdad? —Quítate la ropa —le dijo ella—. Demuéstrame que estás limpio. Sin dejar nunca de mirarla, alcanzó detrás de su cabeza y agarró la camiseta. El material salió con un solo tirón, dejando su musculoso pecho desnudo excepto por las correas que sostenían sus armas. Una vista esplendida, todos esos músculos y acero mezclados entre sí. Él dejó caer la camiseta y le hizo un gesto con la barbilla. —Tu turno. Mishka se levantó sobre los inestables pies. Enfadada como estaba con él, también experimentaba los calientes tintineos del deseo renovado. Con un encogimiento de hombros, la chaqueta se deslizó sobre el colchón. Enganchó los dedos

en torno a las correas superiores del vestido, desabrochó el cierre en la espalda y le dio un brusco tirón. El vestido cayó, dejando a Le’Ace con un conjunto de bragas y sujetador de un azul brillante. Se lo había puesto por si acaso Jaxon aparecía. —La botas —dijo él, su voz quebrándose un poco. Ella se lamió los labios. —Primero quítate el pantalón. Es imposible saber lo que hay escondido hay debajo —las palabras se escaparon entre la tenue respiración entrecortada. Los pezones se le endurecieron, rozando el encaje azul celeste. Con las pupilas dilatadas, se quitó los zapatos de una patada. Lentamente, sus manos se movieron a la cintura. Giro. El botón se abrió y el pantalón se arrebujó en el suelo. Ajustados calzoncillos negros bajaban sobre sus caderas y se detenían a medio muslo. Él salió fuera del pantalón. Tenía varios cuchillos más atados a sus extremidades inferiores. Inclinándose, sacó varios cuadraditos plateados de los bolsillos y los lanzó a la cama. —Condones, porque sé que te gustan —dijo él y luego le miró de forma significativa las botas. Pronto él estaría dentro de ella. —No los necesito. No contigo. Mientras la sangre seguía calentándosele, ella extendió la pierna casi desnuda sobre el borde del colchón, desalojando la chaquea y haciéndola caer. Jaxon siseó, y el sonido fue de dolor. —Tan bonita —dijo con un trasfondo de tan mía. El poder femenino corrió a través de ella, un afrodisiaco para los sentidos hambrientos. Ella abrió la cremallera de la bota, la arrojó a un lado, y le dio el mismo tratamiento a la otra. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras se volvía de nuevo hacia él. Con su impasibilidad ida, él llevaba el deseo como un manto. Éste lo envolvía, tensando las líneas de su cara, endureciendo la polla que presionaba contra los calzoncillos, la cual se asomaba por encima de la goma elástica, la punta brillando. Un calor húmedo se le reunió entre las piernas. —Los guantes —dijo él con voz ronca.

Por lo general, ella ocultaba el metal con un fervor que rayaba la obsesión, ya que éste le recordaba que no era totalmente humana. Jaxon, sin embargo, parecía encantado con todo lo relacionado a ella. Incluso eso. Como si sus diferencias la hicieran especial. Algo para apreciar. Deslizó los guantes de los brazos y los dejó caer. —C-Como puedes ver, no llevo cámaras o micros. —¿Esa había sido realmente su voz? ¿Toda temblorosa, necesitada y tenue? Él negó con la cabeza. —Podrías ocultar algo bajo el encaje. —No lo hago. —Tendré que hacer un registro del cuerpo para estar seguro. —Sus ojos brillaban intensamente. Casi le cedieron las rodillas. En aquel momento, supo que él nunca había sospechado que lo grababa o que intentaba atraparlo. Había estado jugando. Tomándole el pelo. Dos cosas que habían estado ausentes en su vida. Se le curvaron los labios en una lenta y genuina sonrisa. El deseo oscureció sus ojos, la plata derritiéndose en plata líquida. —Ven aquí. Ella negó con la cabeza, sólo entonces comprendiendo que todavía llevaba la corta y oscura peluca. Eso no estaba bien. Le’Ace quería estar con Jaxon como ella misma, no como un papel que a veces tenía que interpretar. Quitarse la peluca, los alfileres, y la malla del cuero cabelludo escoció, pero lo hizo, y pronto sus propios mechones rubios cobrizos le caían por la espalda. Se peinó con los dedos hasta que la mayoría de los enredos desaparecieron. Jaxon gimió. —Me estás matando. —Entonces ven aquí. Estaba frente a ella un segundo más tarde, el calor de su cuerpo envolviendo la sensible piel. Su aliento le abanicó la cara mientras levantaba sus manos y le recorría la mandíbula y las mejillas con los pulgares. —Te eché condenadamente de menos —él atrajo el brazo metálico a su boca y colocó un suave beso sobre la muñeca—. ¿Puedes sentir esto?

—No físicamente —pero sintió el gesto abrirse camino hasta el destrozado corazón. Para él, ella era sólo una mujer. Su mujer. No era una máquina. Amo a este hombre y no tengo mucho tiempo para estar con él. Piensa sólo en el aquí y ahora. Sonriendo con malicia, se dejó caer de rodillas. Los ojos de él se agrandaron. —¿Qué haces? —Llevarte al límite, igual que tú hiciste por mí. —Enganchó los dedos en la goma elástica de su ropa interior y tiró. El material no quiso moverse más allá de sus poderosos muslos, obligándola a rasgarlos por los costados—. Además, no eres el único que tiene que hacer un registro completo del cuerpo. La larga y gruesa polla de Jaxon saltó libre. —No tienes que hacer esto —dijo él con voz rota. No, no tenía, pero podía oír el deseo y tal vez la desesperación en su voz. Ella no se habría alejado por ninguna razón. Con dieciocho años, había sido entrenada para hacer esto. Un macho humano que ella nunca había visto, llegó y colocó varias pollas de caucho frente a ella. Entonces se puso a instruirla sobre las mejores formas de mover la boca, la lengua y cuando arañar ligeramente con los dientes. Donde colocar las manos y cuando alejarse. Nunca había disfrutado del acto. Una vez, un hombre había llegado demasiado… profundo, intentando meterse tan hondo en la garganta que ella no podía respirar. En venganza, lo había mordido con la suficiente fuerza para sacar sangre y sospechaba que él tenía problemas para empalmarse incluso ahora, después de tantos años. Por supuesto, había sido castigada por ello. Un día entero enferma en la cama, la cabeza palpitando como si fuera a explotar, rogando para que por fin estallara y acabara con su miseria. Aunque a Jaxon, quería complacerle de esta forma. Quería saborearlo. —No tienes que hacerlo —repitió, sus manos en el pelo, acariciando los mechones. —Lo sé, pero lo deseo. Su respiración se volvió leve, entrecortada.

—¿Quién soy yo para detenerte, entonces? —cuestionó con una medio sonrisa torcida. Lamió la cabeza, degustando el salado líquido preseminal, y él gimió con un sonido de tortura absoluta. Animada, abrió la boca y lo chupó profundamente. Él liberó otro gemido, éste ronco y primitivo, casi salvaje. —Dios, nena. No pares. Por favor, no pares. Ella se movió, arriba y abajo. Él procuró permanecer quieto, las manos flojas. Le permitió decidir qué tan profundo, cómo de rápido y esa libertad permitió que su propio deseo se intensificara. El entrenamiento pronto fue olvidado, su polla tan caliente y gruesa fue en todo lo que pudo pensar. Le lamió la cabeza con cada deslizamiento ascendente, le rozó ligeramente con los dientes la base y tironeó de sus pelotas con los dedos. Con cuidado, gentil. Sin hacerle daño. —Mierda, nena, eres tan buena. Pronto esta polla estaría dentro de ella, bombeando, deslizándose. Pronto la llenaría, sería parte de ella. Mishka gimió mientras se meneaba sobre las rodillas, el dolor entre las piernas punzante. Arqueó la espalda, frotando los endurecidos pezones contra sus muslos. Aquello empujó a Jaxon sobre el borde. Cerró las manos sobre la cabeza y su caliente semilla se derramó dentro de la boca, bajando por la garganta. Él rugió, rugió y rugió, y la sensación de poder femenino aumentó. Yo hice esto. Le di placer supremo. Cuando el caliente chorro se detuvo, se incorporó sobre las temblorosas piernas. Casi se cayó. Jaxon la cogió y la levantó en brazos. La llevó a la cama y la tiró sobre el colchón, rebotando dos veces antes de yacer sobre el cobertor. Se mordió el labio inferior y alzó la mirada hacia él, la sangre quemando en las venas. Febril, así es como se sentía. Jaxon se cernía sobre ella, observándola mientras el sudor corría por su cara y pecho. Sin una palabra, se subió a la cama junto a ella. Inmediatamente, Mishka se acurrucó contra él, incapaz de permanecer en su lugar. Las caderas ondularon contras las suyas, y se quedó sin aliento cuando el clítoris golpeó su pelvis. El placer zumbó a través de ella. Sí, justo ahí. Se arqueó hacia delante de nuevo, pero Jaxon la cogió por la cintura y la sujetó. Ella gimió.

—Dos minutos para recuperarme —dijo él—. Después de que un hombre se corre, es como una mujer durante dos minutos, completamente en contacto con su lado femenino. Si puedes aguantar, haré que el esfuerzo valga la pena. ¿Dos minutos? Sin duda, una eternidad. —Tendrás que distraerme o te atacaré. —Lamentablemente, no mentía. El fuego en la sangre era demasiado ardiente para ignorarlo. Inspiró profundamente y luego lo soltó despacio—. Cuéntame cómo conseguiste la cicatriz. O sí prefieres, no, cuéntame… —Te contaré cualquier cosa. —Una de sus manos le trazó un caliente recorrido por toda la columna vertebral—.Yo era un adolescente salvaje, bebiendo, tomando drogas, durmiendo por ahí. Una chica a la que conocí se suicidó porque yo le había hecho daño y me limpié durante un tiempo. Pero una noche en la universidad me acosté con una chica en una fiesta y ambos nos quedamos groguis en la cama. Alguien nos encontró y se lo dijo a su novio, que irrumpió y me cortó mientras estaba demasiado colgado para luchar contra él. Una lanza de placer zigzagueó por su núcleo, y comprendió que había estado moviéndose contra él de nuevo. Estate quieta. De otra forma él podría pensar que su espantosa historia te excita. —La cirugía plástica lo arreglará. Jaxon negó con la cabeza. —Me han hecho varias cirugías. Esto es todo lo bien que quedará ¿Te molesta? La pregunta fue dicha con calma, pero sintió que era importante para él. —¿Estás de broma? Te dije cuánto me gusta esa cicatriz. Es testimonio de tu fuerza y coraje. —Me alegro que pienses así. —Sus manos se cerraron sobre ella. Poco después, fue levantada y sentada a horcajadas sobre él. El pelo le cayó en cascada por los brazos y las puntas rozaron el pecho. Ella parpadeó sorprendida, incluso mientras gemía de éxtasis. —Los dos minutos han pasado. —Él pasó la lengua por su labio inferior en hambrienta anticipación—. Soy un hombre de nuevo. Ella se habría reído, pero sin duda, el pene colocado entre las piernas apretaba contra el húmedo y necesitado centro. Los ojos se le pusieron en blanco ante la decadente sensación de hombre contra mujer, dureza contra suavidad. —Gracias a Dios.

La mirada de él bajó al encaje que todavía protegía la humedad de la vista. —¿Quieres conservar las bragas? —Rómpelas. Los lados fueron rasgados una fracción de segundo más tarde, y él tiró del material debajo de ella. Lo siguió el contacto de piel contra piel y ambos se pusieron rígidos por la deliciosa agonía. Pero ella necesitaba más. Le’Ace se desabrochó el sujetador, sacándoselo con un meneo. —Necesito saborear esos preciosos pezoncitos. —La hizo rodar de espaldas y se metió un pezón en la boca. Sabanas frías a la espalda, un hombre caliente encima—. Apoya los pies en la cama y separa bien las rodillas. Temblando, obedeció. Enrosco los dedos en su pelo, animándolo, aun cuando estaba totalmente expuesta, vulnerable y a su merced. —Tan bonito. Tan bueno. —Chupó un poco más duro mientras sus dedos se deslizaban a través del vientre, a través del fino triangulo de vello y hundía dos profundamente… muy profundamente…—, nunca te dejaré ir. No puedo. Te ansió más de lo que probablemente sea saludable. Alguien debería encerrarme porque seguro que soy material de acosador. Cualquiera que te haga daño, lo mataré. —¡Jaxon! —Pidió más y él con impaciencia se lo dio, metiendo otro dedo dentro. Él siempre le daría más, lo sabía. Independientemente de lo que deseara, Jaxon se lo proveería. Haré lo mismo por él. El corazón le latía frenético. Las estrellas titilaban en la vista, recordándole el golpe que Mia le había dado. Sólo que esta vez, el golpe era de deseo y mucho más potente. Una fuerza que lo consumía todo. Bien contra el mal, lo correcto contra la perversión, ya que seguramente moriría sin la liberación. Seguramente, se volvería aún más adicta a Jaxon. —Tan mojada, tan caliente ¿Lista para mí, nena? —Sí. —Sí, sí, sí. Sus dedos se retiraron y ella gritó por la pérdida. Estaba vacía sin él, hueca y despojada. ¿Cómo había existido tanto tiempo sin este hombre? Nunca más. Durante el tiempo que viviera, quería estar con él. A pesar del dolor, a pesar del castigo. ¿Cuántos días le quedaban? ¿Semanas? No importaba. La eternidad no habría sido suficiente. —¡Date prisa!

—¿Cómo de duro puedes tomarlo? —Tan duro como puedas darlo. Una fracción de segundo más tarde, se sumergió dentro de ella hasta la empuñadura, estirándola, llenándola. Alzó las caderas para encontrarlo, tomándolo aún más profundo. —Maldita sea —dijo, deslizándose hacia fuera sólo para golpear con fuerza de nuevo. El sudor brotaba de él y goteó sobre ella. Los plateados ojos brillaron mientras la miraba. Cerró las rodillas a sus costados. Hundió las uñas en su espalda, extrayendo sangre. —No me dejarás de nuevo —gruñó él, la cama sacudiéndose con la fuerza de su reclamo—. Dilo. —No te dejaré. —Excepto en la muerte, se prometió. —Buena chica. —La cabeza de la polla de Jaxon presionaba exactamente donde más lo necesitaba con cada embestida. Este hombre había sido hecho para ella, ajustándose perfectamente. —Eres mía. —Tuya. —Sería cierto ahora y siempre, pasara lo que pasara—. Jaxon, oh Dios, Jaxon. —Una y otra vez él se meció contra ella. —Voy a tomarte de todas las forma imaginables. Sacaré de tus recuerdos a todos los demás. Sacudía la cabeza de un lado al otro. En cualquier momento… —Levanta los brazos. En el momento que obedeció, la espalda se le arqueó de mutuo acuerdo y él se agachó para chupar uno de los pezones. La liberación se estrelló con una fuerza salvajemente mientras Jaxon vertía oleada tras oleada de placer en ella Sus labios se pegaron a los suyos y él se tragó los gritos. Las paredes internas lo ordeñaron, su lengua se batió en duelo con la suya. Entonces también él llego al clímax y fue ella quien se tragó su rugido.

Se quedaron juntos en silencio durante mucho tiempo, los latidos de sus corazón tranquilizándose, la piel enfriándose, los cuerpos demasiado saciados para

hacer nada más. A pesar de que Mishka había intentado alejarse unas cuantas veces, reflexionó Jaxon, la había atraído al costado cada maldita vez. Había querido decir lo que había dicho. Él no iba a soltarla. Nunca antes había disfrutado abrazando a una mujer después. Ellas tendían a hablar. Y hablar y hablar. Querían compartir sus sentimientos y escuchar los suyos. Jodida villa pesadilla. Con Mishka, sostenerla era casi tan bueno como el sexo. Casi. Estaba relajada, a gusto, suave y flexible. Él quería escuchar sus sentimientos, hablarle sobre los suyos. Los que había tenido desde el principio. ¿Entendía los motivos de esto? No ¿Le importaba? No otra vez. Podía estar comportándose como un marica en estos momentos -¿podía? ¡Ja!- pero era un marica satisfecho, así que de nuevo, no le importaba. —¿Quieres que te enseñe el interior de la casa de Nolan? —preguntó adormilada. —No quiero dejar esta cama hasta mañana. —No tienes que hacerlo. Confuso, giró la cabeza y la observó. Ella había apoyado la sonrojada mejilla sobre su mano alzada, ambas equilibradas en el codo. La larga longitud de sus pestañas lanzaba sombras sobre las mejillas. Dios, era preciosa. Sus mechones cobrizos caían sobre su pecho en completo desorden. Él quitó varios hilos de su boca y se los enganchó detrás de la oreja. —¿Qué quieres decir? Sonriendo ampliamente, levantó el sujetador con la mano libre. —Cámara. Él soltó una carcajada, incluso mientras se tambaleaba por dentro. Esa sonrisa suya era despreocupada y auténtica, toda su cara iluminada por la diversión. —Entonces, realmente tenías una cámara. —Sí, pero no tomé ninguna imagen de ti. —Mierda —dijo, todavía sonriendo y sacudiendo la cabeza—. No tenía ni idea. Eres mejor agente que yo. —No, sólo tengo las herramientas adecuadas. —Su sonrisa se ensanchó—. La cámara está en el centro del sujetador, y es por eso que mi vestido tiene un corte tan bajo. Así los hombres miran fijamente mi escote y la cámara fácilmente puede capturar el patrón ocular para exploraciones de retina. Si fuera necesario.

Él se pasó una mano por la cara. Era imposible saber qué tipo de expresiones habría estado usando si la cosa hubiera estado encendida. —Vamos a ver lo que tienes. —No es mucho. —Se apartó de él y puso el sujetador en la cama. Líneas de concentración se formaron alrededor de su boca mientras retorcía los aros. Estaba adorable cuando se concentraba. Como con cualquier cámara holográfica, una pantalla azul se materializó encima de la lente. —Muy bien —dijo—. Éste el vestíbulo de Nolan. Bastante normal, con espacios abiertos y un banco de hierro forjado, aunque había retratos de familia sobre las paredes. Retratos humanos. Jaxon frunció el ceño. —¿Estás segura que este lugar es de Nolan? —El apartamento perteneció a una de las víctimas —explicó Mishka. —No conozco nada al respecto, porque esa dirección no está en ninguno de mis archivos. —No. Estap ha guardado su identidad y la de algunos otros para sí mismo. —Bastardo —dijo él, refiriéndose a Nolan y Estap. —Sí. —¿La mató Nolan? —Él dice que no. Jaxon arqueó una ceja. —¿Le crees? Ella se encogió de hombros y presionó el cable. —No lo he averiguado aún. —Otra imagen apareció—. Bien, esta es la sala de estar. Él estudió el sofá marrón de imitación al cuero, con el sillón para dos personas a juego y el suelo de hormigón con una alfombra roja y naranja. —Acogedor. —Sí.

De repente, un móvil sonó. Él reconoció el rápido-rápido-leeeeento patrón, lo que significaba que era su teléfono, no el de Mishka. Miró con el ceño fruncido la alfombra, donde estaba el pantalón. Más zumbidos. —Probablemente sea Dallas. O Mia. Mishka se puso rígida y él no tuvo que adivinar qué pensamientos pasaban por su mente. Ellos querían que él la dejara. Encerrarla. Alguna cosa. —Ya llamaré más tarde. —Pronto tendría que hablar con sus amigos sobre el tratamiento hacia su mujer. Mishka estaba primero. Ese era el modo en que tenía que ser. Ese era el modo que él quería. Quería que ella les gustara, pero si no podían, si la rechazaban, él… él… no sabía lo que haría. Relajándose, Mishka retorció de nuevo el cable. —El dormitorio. Él vio una cama enorme con un edredón rojo brillante, un tocador de piedra y un armario pintado con flores y vides. —¿Qué son esas burbujas en el yeso de la pared? Su mirada se centró en la foto. —¿Qué burbujas? —Ahí —indicó la pared al lado del armario, casi oculta por las sombras. Trasteó con el cable hasta que enfocó la pared mejor. Su ceño se volvió más profundo, un reflejo del suyo. —No lo sé. No es de un puñetazo o una patada. Son demasiado finas. —Parece que alguien enyesó un agujero, sin saber lo que hacían, y dejaron que el molde se calentara demasiado alrededor de los bordes antes de que se secara. —¿Crees que oculta algo ahí? —Podría ser. —No he estado allí el suficiente tiempo para estudiarlo. A él no le gusta que esté en su apartamento, por lo que tuve que entrar furtivamente. Y a no ser que yo esté con él, Nolan no se marcha. Así que tuve que irrumpir dentro, tomar algunas fotos y salir rápido. —Quiero echar un vistazo al interior. El móvil sonó de nuevo. Mishka suspiró.

—Contesta —dijo, desprovista de emoción—. No te llamarían si no fuera importante. Él le dio un beso en los labios y salió pesadamente de la cama, odiando la tensión que irradiaba de ella. Buscó la unidad y, aunque no reconoció el número, sostuvo el teléfono contra la oreja. —Aquí el Agente Tremain. —Soy el Senador Estap —proclamó la voz en el otro extremo—. Tenemos algo que discutir.

CAPÍTULO 21

Un vuelo de dos horas de New Chicago a New D.C. en un estrecho SIT, un “sistema iónico de transporte” que navegaba sobre vibraciones de subpartículas de hileras de energía… ningún problema. Dos guardias fornidos que lo saludaron en el aeropuerto con pyres-armas ocultas bajos sus abrigos mientras lo registraban y le quitaban las armas… Sin importancia. Cuarenta y cinco minutos en coche hasta un magnífico edificio de oficinas en corazón de la ciudad… Perfecto. Un paseo de diez minutos a través de las calles… ¿Por qué no veinte? Ser obligado a dejar a Mishka atrás… Una ofensa de muerte. Por fin la había encontrado, sólo para ser arrastrado lejos. La persona responsable tendría que pagar. Él le había dicho que había sido convocado, que estaría fuera unos días, y de su cara se borró toda expresión y suavidad femenina. Había palidecido, perdiendo el brillo rosado de satisfacción, y su cuerpo desnudo se puso rígido. “¿A dónde vas? ¿Por qué te vas?” Le había preguntado, casi desesperada. “Te lo contaré cuando regrese”. “¡¡Ja!! Voy contigo”. “No. Lo siento”. “Sí. ¡Maldita sea! ¿Qué pasa?” “Échame de menos cuando me haya ido, porque yo seguro como el infierno que te echaré de menos. Sólo confía en mí y quédate aquí. Y no mates a mis amigos, ¿vale? Y no te acerques a Nolan sin mí”.

Él se había vestido, la había besado -no es que ella le devolviera el beso- y se había marchado con sólo una mirada hacia atrás. Aunque ese vistazo casi lo había destruido. Había estado sentada con las piernas cruzadas sobre la cama, el pelo cayendo a través de los hombros, los pezones atisbándose a través de los mechones. Sus ojos color avellana habían sido glaciales. Todo lo que él quiso hacer fue recogerla entre los brazos y abrazarla con fuerza. ¡Maldita sea!, soy peor que una mujer. De camino al aeropuerto, había llamado a sus amigos y les había dicho que trabajaran con ella, no contra ella, y les había advertido que se portaran bien o de lo contrario… Ellos le habían colgado. No creía que la atacaran, pero no podía estar seguro. Jaxon frunció el ceño. Estap pronto sufriría. El destino del bastardo había sido sellado hacía años, cuando decidió usar a Mishka. Sólo los pequeños detalles estaban en duda: Cómo de rápido, cómo de doloroso y cuándo le llegaría la muerte. Durante el vuelo, Jaxon había tenido tiempo para pensar. ¿Cómo de rápido…? Un par de semanas cerniéndose sobre el borde de la muerte no serían suficientes. ¿Cómo de doloroso…? pronto habría una nueva definición para la palabra sufrimiento. Los gritos del senador resonarían durante mucho tiempo en la eternidad. ¿Cuándo…? Cuanto antes, mejor. —Hemos llegado. El ceño de Jaxon se borró y curvó los labios en una lenta sonrisa. Uno de los guardias humanos a su lado vio la sonrisa y frunció el ceño con confusión. —¿Por qué está tan feliz? —El futuro se vislumbra bien, eso es todo. Salieron de la cálida luz de la mañana que iluminaba la acera y se metieron en un callejón abandonado donde traspasaron una puerta pintada que imitaba la pared y entraron en el edificio. Pronto se encontró dentro de un pasillo vacío y estrecho, bloqueado por otra puerta. No creía que éste hubiera sido su destino original. Los dos hombres habían estado conduciendo hacia el norte cuando recibieron una llamada. Un intercambio y un conciso “Sí, señor” más tarde, y el coche había sido programado de nuevo y giraba hacia el sur.

—Sus huellas no serán cargadas en el Identificador Personal, así que no piense que puede volver sin permiso —dijo el guarda número uno mientras pegaba la mano a una caja registradora. Una luz exploró sus huellas. —No soñaría con ello. La puerta se deslizó abierta, revelando otro pasillo. —Es más, tenemos cámaras por todas partes —proclamó el número dos—. Nunca entraría sin ser detectado. ¿Quieres apostar? —¿He venido a charlar con ustedes o con el senador? Los hombres compartieron una mirada irritada antes de avanzar airadamente, una orden silenciosa para que él los siguiera. Mientras caminaba a zancadas detrás de ellos, estudió las paredes. Desnudas, plateadas, hechas del mismo material que las pyre, un material alienígeno casi indestructible. Detrás, enfrente y en el medio había diminutos agujeros. Las cámaras, seguro. En los lugares públicos no se permitía cámaras sin una licencia. Demasiadas imágenes habían sido ensambladas y manipuladas, y demasiadas personas habían sido incriminadas por delitos que no habían cometido. Los funcionarios del gobierno, automáticamente, recibían una licencia para su "protección". Una lástima para Estap que Jaxon hubiera aprendido hacía mucho como inutilizarlas, ya que un montón de criminales las usaban sin permiso. Un giro a la izquierda, derecha, izquierda y un corto viaje en ascensor más tarde, y uno de los guardas murmuró: —Buena suerte —y presionó el pulgar en una plataforma de identificación. El ascensor se abrió en otro pasillo. Dieron a Jaxon un pequeño empujón en el hombro y, rápido como un rayo, él agarró la mano del guarda y retorció uno de los dedos antes de que el hombre pudiera apartarla. Hubo una exclamación dolorosa y un aullido. —Sin tocar —dijo con calma—. ¿Entendido? —Sí, sí. Liberó al hombre y se adentró más allá de la única puerta, a una oficina espaciosa y bien amueblada. Una mullida alfombra azul y una estantería de madera auténtica lo saludó. El olor era asombroso, muy selvático. Detrás de él, pudo escuchar al otro guarda esgrimir un arma.

—Guarda eso en su sitio —dijo una irritada voz—. Por el amor de Dios, él es mi invitado y el dedo roto fue merecido. No se empuja a mis invitados. Así que también había cámaras en el ascensor. La puerta se cerró, bloqueando a los guardias de la vista. Silencio. Jaxon estudió a su anfitrión. Estap se sentaba detrás de un escritorio de roble macizo. Una cara antigüedad que probablemente costaba más de lo que la mayoría de la gente ganaba en un año. De estatura media y constitución delgada. Espeso pelo castaño, sin un mechón fuera de su sitio. Inteligentes ojos color avellana, piel lisa y bronceada. Traje negro. Corbata roja. Reconoció la sensación de derecho que irradiaba el senador, como si el mundo le perteneciera. Como si los ciudadanos estuvieran por debajo de él y las leyes no fueran para él. Como fui yo en cierta época. —Tome asiento, por favor. —Estap señaló la silla justo frente a él. Jaxon se sentó, la mirada errante sobre el resto de la oficina. Las placas y los certificados de logros adornaban las paredes. Las fotos familiares dispersas por el medio. Las de una esposa de treinta y algo con el pelo rojo brillante, pecas y una sonrisa feliz. ¿Estaba el panel de control de Mishka escondido aquí? —Espero que tuviera un vuelo agradable. —Sí. —No dijo nada más, odiando al senador más con cada respiración que tomaba. Un suspiro. —Probablemente se pregunta por qué le traje hasta aquí —dijo Estap, reclinándose en la silla y cruzando las manos sobre el estómago. —En realidad no. Estap parpadeó con sorpresa. —Le’Ace o el Schön. O ambos. Una pausa tensa y después: —Correcto. —Estap se inclinó hacia adelante, cogió una carpeta y se la lanzó a Jaxon—. Encontramos una víctima masculina. Quería que lo interrogara, que averiguara con quién había tenido contacto, pero él decidió comerse el corazón de su doctor para desayunar y se suicidó después.

Aunque Estap hablaba de asesinato y suicidio, su tono era seco, ligeramente divertido. —Tratamos de eliminar el virus de su sistema. No hubo suerte. Intentamos matar el virus. De nuevo, no hubo suerte. Parecía que la maldita cosa anticipara nuestros movimientos y trabajara para prevenirlo. —¿Algún familiar de la víctima mostró algún signo del virus? —No estaba casado, pero no, su amante masculino no lo tiene. Jaxon abrió la carpeta. Las fotos del ahora hombre muerto le devolvieron la mirada. La familiar piel grisácea como si la enfermedad lo pudriera por dentro, los parches de pelo que faltaban, los ojos hundidos. —¿Se comprobó su actividad sexual reciente? —Sí. —¿Y era activo? —Sí. —¿Y pidió al amante una fecha exacta de la última vez que tuvieron sexo? Estap cambió de posición, cruzando una pierna sobre la otra. —Sí. Se negó a contestar. Dijo que era personal. —Nada es personal durante una investigación. Haga que alguien le pregunte una y otra vez hasta que conteste. Si no fue hace poco, puede deducir que la víctima le engañaba. Y si le engañaba, es seguro apostar que fue con un Schön. ¿En cuanto a sus doctores? —peguntó Jaxon, alzando la mirada—. ¿Han exhibido algún signo? Estap se lamió los labios nerviosamente. —Dos. Sin embargo, habiendo visto a otras víctimas, decidieron suicidarse antes que sufrir. ¿O habían sido asesinados? —¿Qué sabe del virus? —Sospechamos que está vivo. Un ser alienígena con una conciencia separada del Schön, buscando a un anfitrión. Creemos que extraer sangre de una víctima es como firmar tu propia sentencia de muerte. Pero no podemos dejar de estudiarlo. Él no mostró ninguna piedad. —Despídase de sus doctores entonces.

Los ojos color avellana se entrecerraron de forma amenazante. —¿Qué sugiere usted que hagamos? —Encerrarlos aislarlos y observar. Pero sin extraerles sangre ni enviar a gente a sus celdas. Mientras tanto, el A.I.R. cazará y matará a los Schön sin extender el virus. Estap resopló. —¿Espera que me tumbe y no haga nada? ¿Cuándo el A.I.R. ha hecho un trabajo tan pobre? Jaxon lo traspasó con una oscura sonrisa. —Usted no lo ha hecho mejor, Señor. Se produjo otro combate silencioso. Una táctica, sabía Jaxon. Él mismo la había usado bastante a menudo durante los interrogatorios para hacer que su objetivo se sintiera incómodo e intimidado. ¿Cuántas veces Mishka estuvo aquí? ¿Estap la había reprendido? ¿Insultado? ¿Golpeado? No reacciones. —Seré honesto con usted, agente —dijo Estap, rompiendo por fin el silencio—. Hay una forma de estudiar la sangre infectada. —¿Y es? —Le’Ace. Ante su nombre, el estómago de Jaxon se encogió. Ni una jodida reacción. —Oh, ¿en serio? —Ella es inmune a todo. Tranquilo. —¿Está seguro? —Bastante seguro. Aunque siempre hay una posibilidad de fracaso. —¿Estaría dispuesto a sacrificarla? Un encogimiento de hombros. Me está poniendo a prueba. Calibrando mis respuestas. —Lo que usted crea que es mejor.

Bastardo, vas a morir. —Ella es una máquina, agente, no es mejor que un animal. No usaré el cuchillo escondido dentro de mi cinturón, no usaré el cuchillo escondido dentro de mi cinturón. Aún no… Una lenta sonrisa curvó los labios de Estap, como si supiera todo lo que estaba pensando. —Mi bisabuelo era parte del equipo que la creó, ¿sabe? Cada uno de los cinco científicos usó fragmentos de sí mismos para formar su ADN, así como máquinas, alienígenas y animales, como ya mencioné. Ella debía ser la primera de una nueva raza de guerreros. Una asesina, una seductora. Su as en la manga. Su marioneta. La meditación no ayudó, la respiración no ayudó. Jaxon todavía quería atacar. Mishka nunca había conocido la bondad. Siendo niña, probablemente sus sonrisas fueron borradas, su humor tratado como un lastre y el amor considerado como prohibido. Desde su nacimiento, había sido aislada, entrenada y usada. ¿Qué habría ella querido ser si hubiera sido criada por amorosos padres? ¿Doctora? ¿Pintora? ¿Fabricante de caramelos? ¿Se permitía a sí misma soñar con algo más, algo mejor? ¿O había renunciado a su independencia por completo? Lo más probable. Ella nunca hablaba de ello, ni siquiera de pasada. No podía devolverle la niñez que había perdido, pero podía darle un futuro sin esclavitud. Lo haría. Y la amaría todos los días de su vida. Amor. La amaba, comprendió. La quería con él cada maldito minuto de cada maldito día. Quería que hablara con él, que compartiera sus sentimientos, que escuchara los suyos, que lo abrazara, que se deleitara en él de la forma que él se deleitaba en ella. Desde el principio, se había sentido atraído por ella como nunca se había sentido atraído por ninguna otra. Ella lo cautivaba, lo embelesaba, lo ponía tan caliente que el deseo era como una fiebre. Su felicidad estaba antes que la suya, su vida estaba antes que la suya. Ella era parte de él. Una parte sin la que no podía vivir, una parte más importante que el corazón o los pulmones. Como sucedió esto, no lo sabía. Pero cada suspiro jadeante, cada mirada acalorada y palabra llena de coraje de su boca lo había arrastrado más y más profundo bajo su hechizo.

Dejaría su trabajo, sus amigos, renunciaría hasta el último centavo que poseía si ella se lo pidiera. De buen grado, feliz. Más que eso, él mataría a sus dragones. De nuevo de buen grado, con alegría. —¿Me estás escuchando? —preguntó Estap. ¿Qué se había perdido? —Continúe —dijo, sin contestar realmente. El senador le dedicó un ceño obstinado. —Ellos añadieron el chip cuando tenía seis años y empezó a mostrar signos de desobediencia. A medida que creció y se fortaleció su control sobre ella, los cinco padres, si usted quiere llamarlos así, quisieron usarla de formas diferentes. Lucharon por ella, y uno por uno murieron. Por accidente, desde luego. Mi padre asumió su cuidado. ¿Me sigue, agente Tremain? No confiaba en sí mismo para hablar, así que asintió con la cabeza. —Bien. Tenga paciencia conmigo un poco más y entenderá el porqué le cuento todo esto. Verá, sus expedientes fueron destruidos, sin dejar ninguna prueba de que ella alguna vez hubiera existido. Sin embargo, en la destrucción, la posibilidad de volver a crearla o arreglarla también fue destruida. ¿Ahora lo entiende? —No. Explíquemelo detalladamente. —Usted quiere matarme. No trate de negarlo, puedo verlo. Bien, ¿sabe qué? Máteme y matará a Le’Ace. —¿Qué quiere decir? —Cada palabra fue medida, acortada. —El chip en su cerebro. Jaxon asintió. —Sí, continúe. —Le rechinaron los dientes. Había demasiado entusiasmo en su voz. —Bien, el chip de control está en mi interior. Me lo implanté hace unos años cuando me di cuenta que ella planeaba mi caída. En el momento que mi vida se extinga, la suya también lo hará. ¿Lo entiende ahora? Oh, sí. Lo hacía. Maldito hijo de puta. Jaxon no dudaba que el senador había hecho justo lo que decía. ¿Qué mejor escondite? ¿Qué mejor método de control? Una neblina roja le cubrió la vista. Matar los dragones de Mishka significaba matarla a ella. Apretó la mandíbula y mentalmente empezó a considerar otras posibilidades.

De una manera u otra, Estap caería. Sólo tenía que cambiar los métodos. —Ella es hermosa, así que entiendo el porqué la desea —continuó el senador, indiferente a la cruel rabia que crecía dentro de Jaxon—. Pero ella es una puta de sangre fría… El resto de la oración terminó en un grito de dolor. Jaxon había saltado sobre los pies, volado sobre el escritorio y ahora estrangulaba la vida del bastardo. Los dedos apretaban la tráquea del hombre con tanta fuerza que los músculos sufrían espasmos contras las palmas, los huesos crujiendo. La bronceada piel se puso toda roja y los brazos de Estap se agitaron en busca de un ancla. Los ojos se le desorbitaron. —Ella es mejor persona de lo que tú jamás serás. —Vas… a… matar… la… ¡Joder! Jadeando por la fuerza de la furia, Jaxon liberó al senador y se alejó un paso. Levantó las manos, en señal de rendición. El control era su mejor amigo ahora mismo. Estap se hundió en su silla, pero tuvo que agarrarse del borde del escritorio para impedir deslizarse hasta el suelo. Se encorvó, respirando aliento tras dificultoso aliento. —Tú… hijo de puta —lo fulminó con una mirada de odio—. Pagarás por esto. Con mano temblorosa, Estap cogió el teléfono y marcó. Jaxon no intentó detenerlo. Sabía lo que venía. Poco después Estap gritaba: —Tienes que matar al Agente Jaxon Tremain. ¿Me oyes? ¡Córtale la jodida garganta! —Colgó de golpe el teléfono y sonrió misteriosamente—. ¿Te gusta ella ahora, agente? La próxima vez que la veas, será la última. —¿Asustado de hacerlo tú mismo? Frunciendo el ceño, el color volviendo a su rostro, Estap apretó con fuerza un botón negro en la esquina de su escritorio. Las puertas se abrieron y los guardias dieron un paso dentro. —Sacadlo de aquí. No le toquéis, ni siquiera una magulladura. Su preciosa Le’Ace lo hará por nosotros.

CAPÍTULO 22

Tres días. Jaxon llevaba ausente tres días. Y después de la llamada de Estap, eso no podía ser bueno. ¿Podría? ¿Dónde estaba? Se preguntó Le’Ace por ¿milésima vez? «Cuatrocientas noventa y siete veces, en realidad». «¡Oh, cállate de una puta vez!» No había querido, pero se había mantenido alejada de Nolan. Como Jaxon le había pedido. Sus amigos le respiraban en la nuca –literalmente- y Nolan la llamaba todos los días. Cada día le daba largas. El de otro-mundo se estaba poniendo nervioso, probablemente pensando que ella planeaba traicionarlo. Lo hacía, pero aun así… Si él huía… Apretó las manos en puños. No lo haría. Eden y Lucius eran sus nuevas sombras, siguiéndola cada uno de los movimientos. No es que él abandonara el apartamento mucho. De forma visible, claro. Además, Jaxon volvería pronto, ¿no? Jaxon. Maldita sea. ¿Dónde estaba? «Cuatrocientas noventa y ocho». Se clavó las uñas en la callosa piel de las palmas. Había asumido que la llamada telefónica que Jaxon había recibido días atrás era de sus amigos, así que no había escuchado a escondidas. No había querido oír todas las mierdas que ellos tenían que decir sobre ella. Pero todos sus amigos estaban aquí, con ella.

Les había permitido que la encerraran en una de sus casas seguras, pensando que podía ganárselos. Eso no iba a pasar, comprendió pronto. Mia la acusó de que su "buen comportamiento" era falso para que así bajaran la guardia. Sólo quiero a Jaxon. Sus amigos tampoco sabían dónde estaba y disfrutaban burlándose de ella con el hecho de que ellos podían rastrearlo, pero no iban a hacerlo. Jaxon les había pedido privacidad y confiaban en él. Como ella, sus amigos le daban todo lo que él quería. Sin embargo, Le’Ace no estaba segura de cuanta preocupación más podría soportar. A Mia, quien se había recuperado sobrenaturalmente rápido de sus heridas, le encantaba entrar airadamente en su lúgubre celda y decirle que Jaxon era demasiado bueno para ella. Kyrin siempre se cernía tras ella, mirando furiosamente a Le’Ace como si quisiera matarla. A Dallas también le gustaba visitarla. Él la miraba, sin hablar, estudiándola, como si intentara resolver algo en su mente. Los otros dos agentes, Eden y Lucius, le traían la comida, pero nunca se quedaban para charlar. Devyn, el rey Targon, le trajo ropa interior sexy que ella se negó a llevar y siempre se quedaba para hablar. Le encantaba hablar de sexo: Sus posturas favoritas y el amante tan fantástico que era y sería si ella simplemente decía sí. Aun siendo él una bestia egoísta, siempre lograba divertirla. Le’Ace suspiró y cayó de espaldas sobre el catre. Un techo blanco le fulminó con la mirada. Podría haberse escapado de esta habitación en cualquier momento. Inutilizando el panel de identificación, rompiendo las paredes, llamando a Estap para pedir refuerzos. Pero no lo había hecho. Seguía esperando. Y esperando. Jaxon, ¿dónde estás? «Cuatrocientas noventa y nueve». «¡Basta ya!» ¡Estap, ese hijo de puta! Por alguna razón, ahora quería que ella matara a Jaxon. Hacía tres días la había llamado, exigiéndole que ejecutara el asesinato del agente. Se lo había contado a los otros, pero los agentes la habían acusado de mentir para enviarlos a una persecución salvaje que de algún modo los atraparía. Su desconfianza le ponía los nervios de punta.

Muy pronto se iba a cansar de estar aquí. Iba a marcharse y ellos no serían capaces de detenerla. Por lo menos, intentó calmar la frustración diciéndose eso a sí misma. ¿Dónde estaba Jaxon? Estap no la había seguido para comprobar y ver si ella había obedecido, y no le había lastimado con el chip por no informar de su éxito. Extraño. ¿Por qué? Siempre se preguntó lo que haría si alguna vez le ordenaban matar a alguien que amara. Ahora lo sabía. Tomar cualquier castigo, independientemente de lo severo que fuera, por desobedecer. No podía, no quería hacer daño a Jaxon de ningún modo. Él es mi hombre. Tenía que advertirle del peligro inminente. Estap no era un enemigo fácil a tener. ¿Y si Estap ya lo había eliminado? Antes de que un ataque de pánico brotara a la vida, Le’Ace -no, soy Mishka-, Mishka se obligó a tranquilizarse. Jaxon era fuerte, valiente y muy capaz de cuidar de sí mismo. Era más inteligente que Estap, un luchador hasta la médula. Jaxon volvería pronto. Y luego, entonces sí, ella se aseguraría que el senador se encontrara con un desafortunado “accidente”. Tal vez resbalaría en una trituradora de madera. Tal vez cogería la enfermedad de Nolan. ¿Quién sabe? La muerte era tan imprevisible. —¿Por qué sonríes? Ante el sonido de la voz de Mia, Le’Ace se puso rígida. Rodó a un costado, metió las manos bajo la mejilla, y miró fijamente a su némesis. Mia se apoyaba contra el marco de la puerta, informal en su cuero negro y una capa invisible de confianza. Su pelo oscuro estaba recogido en una apretada cola de caballo. Como siempre, Kyrin estaba en el pasillo, esperando detrás de ella como un ángel de la guarda. Era un hombre alto con el pelo blanco y hermosos ojos violeta. Le recordaba a Jaxon en muchos aspectos. Fuerza tranquila, poder acumulado. Totalmente seductor. —Déjame que te ahorre la molestia de decirme por qué estás aquí —dijo Le’Ace—. No soy lo bastante buena para Jaxon. Él se merece a alguien mejor. Está cambiado desde que me conoció y no es para mejor. ¿Me he dejado algo? Las ventanas de la nariz de la bonita agente llamearon. —No sé por qué esperaba que te preocupara que lo hubieras vuelto más duro, más cínico.

—¿Te refieres a alguien con una boca inteligente que no se deja pisotear por ti? ¿Alguna vez pensaste que tal vez Jaxon nunca te mostró su verdadero yo? ¿Ese que yo ayudé a liberar? —En el momento que lo dijo, Le´Ace… Mishka, ahora soy Mishka, ¿recuerdas? comprendió la verdad de sus palabras. Le había ayudado. Cada vez menos se ponía la falsa máscara de cortesía. Cada vez con menos frecuencia intentaba ocultar el hombre complejo que realmente era—. ¿Y bien? Los labios de Mia se apretaron en una terca línea. —¿Al menos podemos intentar llevarnos bien? —sugirió—. ¿Por el bien de Jaxon? —No —fue la inmediata respuesta. —Quieras o no, soy parte de su vida ahora mismo. Y no soy la mujer que una vez conociste. Mia se rió sin humor. —Tú nunca cambiarás. Investigué un poco desde que estás encerrada. Encontré donde te alojabas mientras trabajabas con Nolan. Encontré tu cuaderno. Cada pedazo de calor le abandonó las mejillas. —Así es. Vi tu lista. Treinta y ocho formas de matar a Jaxon. Cortarle el cuello mientras duerme es mi favorita. Aunque envenenar su comida mientras él está fuera en una misión es mi segunda opción. Cerró los ojos. ¡Mierda! Había hecho aquella lista para protegerlo. Si pensaba como un enemigo, un alienígena –Estap- que intentara hacerle daño, podría ayudarle a prepararse para ello. Podría tomar medidas para evitar que sucediera. Abrió la boca, la cerró. En realidad, no había modo de defenderse. No con esto. Se lo contaría a Jaxon y él… ¿Qué? Se le revolvió el estómago. ¿La creería? No pienses en ello ahora. Mantén tus defensas o Mia te desollará viva. —Siempre fui cortés contigo cuando ambas dábamos clases en el campo de entrenamiento porque teníamos que dar ejemplo a los estudiantes —dijo Mia—. Ahora mismo no hay ninguna joven mente impresionable, así que no conseguirás nada de mí excepto desprecio. ¿Cortés? Sí, claro. Mia la había fastidiado en cada oportunidad. Una observación cortante por aquí, un desaire por allí. —Menuda amiga eres. La furia nubló los ojos azules de Mia.

—He sido su amiga mucho más tiempo que tú. He sangrado por él, he matado por él. —¡Yo también! —Mmm, pelea de gatas —dijo una voz masculina. Mishka maldijo por lo bajo. Genial. Dallas. El agente estaba de pie junto a Mia, elevándose por encima de ella. Mishka notó el modo en que él se mantenía un centímetro por delante, de modo que pudiera escudar a la mujer si fuera necesario y protegerla. ¿Cómo se había ganado la sanguinaria Mia Snow el respeto de dos hombres tan poderosos? —¿Vienes a unirte a la diversión? —le preguntó Mishka con sequedad. Su divertida expresión se desvaneció, revelando las líneas de tensión en los bordes de los ojos y extendiéndose a las sienes. Se veía cansado y estresado. —He estado pensando en ti. Sobre qué hacer contigo. Aquel tono severo dijo más que sus palabras. —¿Y? —Se enderezó y dejó caer los pies desnudos sobre el borde del catre, al suelo de fríos azulejos. Si él sacaba un arma, tendría que hacerle daño. Y no quería hacerle daño. Eso disgustaría a Jaxon. Kyrin cerró la distancia entre él y Mia y envolvió un brazo alrededor de su cintura. Mia se apoyó en él, como si supiera que pertenecía allí y que no iba a encontrar resistencia. Mishka tuvo que apartar la mirada. El pecho le dolió. Algún día, Jaxon podría sostenerla así. Con tanta facilidad, con tanta naturalidad. —¿Y? —repitió. —Tienes que morir —dijo Dallas. No sacó un arma, simplemente se quedó allí, observando su reacción. Ella no reveló nada porque no sintió nada. Él no era el primer hombre que quería verla muerta. —¿Por qué? —Tu lista, para empezar. Tragó. De nuevo, no había forma de defenderse. —Gracias por recordármelo. —En segundo lugar, veo cosas. Visiones, y…

—¡Dallas! —le gritó Mia—. No lo hagas. No se puede confiar en ella. Ella… Él colocó una mano gentil en el hombro de la agente y Mia se calmó. Se miraron el uno al otro, comunicándose en silencio. Los dos se querían, era bastante obvio. No como amantes, sino como amigos desde hacía mucho tiempo. Colegas. Hermano y hermana. Se sentían a gusto juntos, cariñosos y protectores. Una punzada de envidia atravesó a Mishka. —A veces veo el futuro —continuó Dallas, volviendo a ella—, y lo que he visto acerca de ti no es bueno. Sobre todo porque otras visiones que he tenido no se han equivocado. El temor le atenazó el estómago con más fuerza, pero ella dijo: —No le doy ningún valor a las visiones. Una de sus oscuras cejas se arqueó. —¿En serio? ¿Entonces no te preocupa que crea que Jaxon va a morir intentando salvarte? Las siniestras palabras se le repitieron en la mente. “Jaxon va a morir intentando salvarte”. No. ¡No! No le daba ningún valor a las visiones, pero el mero pensamiento de que Jaxon fuera herido casi la derrumba. En todas sus fantasías de futuro, Jaxon vivía una vida larga y feliz. Sin ella, sí. Sin otra mujer, bueno, sí. A Mishka no le gustaba jugar con la idea de él con alguien más, amando a una mujer sin rostro, despertándose con ella cada mañana. Pero nunca lo había imaginado muerto. Nunca. «¿Es cierta la afirmación del agente?» «Posibilidad del noventa y siete por ciento que él crea que lo que dice es cierto». No, pensó otra vez. Ella sacudió violentamente la cabeza, azotando los mechones cobrizos contra las mejillas. —Lo protegeré. No dejaré que nada le pase. —Yo voy a morir. No él. —Puede que no tengas opción. Los ojos se le estrecharon en diminutas rajas, su advertencia jugando en la mente una vez más. —Dijiste que crees que él morirá. ¿Lo piensas o lo sabes? Un músculo palpitó bajo su ojo. —Lo pienso. No le he visto exhalar su último aliento.

Enderezó los hombros, la esperanza emitiendo brillantes rayos en su interior. —¿Qué viste? ¿Exactamente? —A él rogando por tu vida. A él, luchando por llegar a ti. A ti, disparándole al corazón. —Jaxon no va a sufrir un solo rasguño —dijo, porque todavía no podía creer lo contrario—. No lo permitiré. —Pero parte de las temidas palabras de Dallas se le colaron hasta los huesos y ella forcejeó con lo que hacer. Ellos sólo quieren alejarme y harían y dirían cualquier cosa para que eso suceda. Cierto, muy cierto. —Voy a ayudaros en este caso, y luego desapareceré. ¿De acuerdo? Ninguno de vosotros tendrá que verme de nuevo. Hasta entonces, dejadme malditamente sola. —¡Mishka! —¿Jaxon? —Sorpresa, alivio, y alegría salieron disparados a través de ella como cohetes. Se le agrandaron los ojos y se levantó de golpe. ¡Jaxon estaba aquí! El corazón le latió frenético dentro del pecho, y cada nervio del cuerpo zumbó de repente. ¡Estaba de vuelta! Estaba vivo y bien. Por el momento, la advertencia de Dallas se deslizó a un rincón de la mente. Sólo una cosa importaba en este mismo momento: Estar en los brazos de su hombre. —¿Dónde está ella? —sonaba más cerca. —¡Jaxon! —Corrió hacia la puerta justo cuando él se empujaba más allá de Dallas y Mia. Él la vio y abrió los brazos. Se estrelló contra él con fuerza. Quería darle un beso pero se encontró sacudiéndolo. —¡No me abandones así de nuevo! Él le ahuecado la nuca y la atravesó con la mirada. Ella notó las líneas de preocupación alrededor de la boca. Sus músculos estaban tensos bajo las manos. —¿Estás bien? —preguntó, antes de que ella pudiera hacer lo mismo. —Ahora sí. —Me estaba volviendo loco sin ti. No pude encontrarte en el hotel y casi fui a donde Nolan, pero decidí buscar aquí primero. ¿Te hicieron ellos daño? Ellos. No tenía que preguntar quienes eran ellos.

—No. Se presentaron en el hotel aproximadamente una hora después de que me dejaras y me escoltaron hasta aquí. Sus párpados se cerraron brevemente, y él suspiró. —Gracias por no matarlos. —De nada. La acercó de un tirón, la abrazó y la apretó, dejándola sin aliento. Entonces sus labios se encontraron en un beso acalorado. Sin preliminares. Una de sus manos se enredó en el pelo, la otra le ahuecó la mandíbula, inclinándole la cabeza para un contacto más profundo. Ella se aferró a él, temerosa de déjalo ir. El deseo barrió través de ella, caliente y hambriento. El sabor de Jaxon era tan decadente como recordaba, su ancla en medio de la tormenta como siempre anheló, y le dio una sensación de plenitud que nunca había encontrado con nadie más. ¿Cómo había podido vivir sin él? Jaxon levantó la cabeza y simplemente la miró con sus intensos ojos plateados. —Dios, te eché de menos. —¿Qué te llevó tanto tiempo? —preguntó Mishka, acariciando su cuello con la mejilla. Su pulso era fuerte y rápido. Dallas tenía que equivocarse. De ninguna forma este poderoso hombre podía ser destruido. Él le trazó los labios con el pulgar y ella se estremeció. —Hablaremos de eso dentro de poco —dijo y se dio la vuelta hacia sus amigos, manteniendo a Mishka acurrucada a su lado—. ¿La encerrasteis? Su voz ya no era tierna y cariñosa. Sonaba malhumorada, como si pudiera asesinar a sangre fría a cualquiera que se interpusiera en su camino. Impenitente, Mia cuadró los hombros. —Parecía una buena idea. Ella escribió una lista, detallando todas las formas de matarte. Él se encogió de hombros, indiferente. Así de simple. Jaxon confiaba en ella, comprendió con sorpresa y temor. Él ni siquiera tuvo que escuchar su explicación. Mia sacudió la cabeza con disgusto. —¿Dónde has estado? —Lo explicaré más tarde.

—¡Ya es tarde! Hemos estado esperando. Te marchaste sin avisar. ¿Qué otra cosa se suponía que teníamos que hacer? ¿Dejarla que volviera con el otro-mundo? Quien se ha puesto en contacto con sus hermanos, por cierto. No es que preguntaras o parezca que te importe. Un músculo palpitó bajo el ojo izquierdo de Jaxon, provocando que su cicatriz temblara. —Ella es mía, y no toleraré que la maltraten. ¿Está claro? En silencio, Mia le frunció el ceño. Dallas se frotó las sienes, como si mantuviera a raya el dolor. —¿Por qué no sigo mis instintos? —murmuró—. Simplemente levantar mi arma y disparar. Jaxon gruñó por lo bajo. —Mira —dijo Mishka—. No pasa nada. Estoy bien. Sólo cuéntale lo de Nolan y así podremos volver al trabajo. Dallas se limitó a sacudir la cabeza con frustración y se fue con paso firme. Él se preocupaba por Jaxon, lo sabía. Pero fuera lo que fuera lo que sus visiones le decían, ella no iba a permitir que Jaxon sufriera daño. Moriría primero. Afrontando a Jaxon e ignorando a Mishka como si no estuviera en la habitación, Mia dijo: —Eden se coló en el apartamento de Nolan. Utilizó gafas de rayos X. Aquel yeso con burbujas en la pared del dormitorio es usado para ocultar algo, un libro de algún tipo, pero no pudo llegar a él sin evitar que Nolan supiera que había estado allí. —¿Hizo él eso de desaparecer? Mia asintió con la cabeza. —Dos veces. Lucius fue capaz de controlar su temperatura corporal y descubrió algo interesante. No va a otro planeta o a otra dimensión como sospechábamos al principio. Ni siquiera se transporta molecularmente. Simplemente se vuelve invisible. —Pero lo vi caminar a través de una pared —dijo Jaxon. Ahora Mia negó con la cabeza. —No. Eso es lo que quiso que pensaras. Todo lo que hizo fue desaparecer frente a una pared, poco a poco. Se quedó en el club todo el tiempo, esa es mi suposición. Incluso podría haberte seguido a casa.

Mierda, pensó Mishka, impresionada. Cabrón escurridizo. —No estamos seguros en que bando está jugando —dijo Mia—. Si con nosotros o con sus hermanos. —Tenemos que averiguar cuál es su objetivo final —dijo Mishka. —No me digas —murmuró Mia. Jaxon se puso rígido. —No lo hagas —le dijo Mishka, sabiendo que estaba a punto de gritarle a la agente. Lentamente se fue relajando y ella luchó por no sonreír. Le encantaba lo protector que era con ella, como se precipitaba en su defensa. Es mío. Por ahora. El vago pensamiento le provocó un ceño. No pienses de esa forma. —Si Nolan no puede teletransportarse, quiere decir que puede ser encerrado — Jaxon se acarició con un dedo la barba de dos días de su mandíbula—. Lo que significa que los demás también pueden serlo. Mia asintió una vez más con la cabeza. —¿Hay más víctimas? Otra cabezada de Mia, ésta severa. —Dos civiles. Jack los tiene y ha cesado todas la pruebas, ya que tres de los doctores se han infectado. También ha sucumbido una de los nuestros. Jaffee. Ella salía con uno de los médicos. Mishka besó el cuello de Jaxon. —Lo siento. Él le frotó el hombro en agradecimiento. —Necesito unas horas con Mishka. A solas. Después… Mia gruñó. —¿Vas a poner otro caso en segundo lugar para follar con tu novia asesina? Él liberó a Mishka y se encontró frente a Mia poco después. —En primer lugar, no hay mucho que podamos hacer hasta que encontremos otro Schön. Y no podemos encontrarlos hasta que Nolan haga un movimiento. Ahora mismo, él no se mueve. En segundo lugar, no hables de Mishka así o tomaré represalias. Ella ha soportado más de lo nunca sabremos. Ella sufrió por tu amiga ¿lo sabías? Ella…

—Jaxon —dijo Mishka—. No lo hagas. Por favor. Él se pasó la lengua por los dientes y se tranquilizó. No quería hacerlo, notó ella, pero lo hizo. Por ella. De repente Kyrin empujó a Mia detrás de él, sus ojos violetas fulminando con vehemencia a Jaxon. —Yo también tomaré represalias. No le grites a Mia. —Venga, adelante. Mishka siempre quiso que alguien luchara por ella, y ahora lo hacia un hombre. En verdad, Jaxon había hecho todos sus sueños realidad. Pero ahora se daba cuenta que sería mejor para él que no luchara por ella. Podría perder a sus amigos, gente a la que quería. Ahora su felicidad estaba por encima de la suya. Cuando muriera, no quería que se quedara sin nada. —Jaxon, no me hicieron daño —le acarició la espalda con la mano—. Me dieron de comer, refugio y fueron incluso ligeramente divertidos. La rigidez no abandonó su cuerpo. —Te mereces algo mejor. Muy bien. En serio. Amaba a este hombre. —Yo quería estar aquí. Sabía que aparecerías tarde o temprano. Su superficial respiración se volvió más pareja y profunda. Resoplando con indignación, Mia se abrió paso de nuevo al frente y miró con furia a Jaxon. —Mira los problemas que ella ya está causando. No me extrañaría que hubiera provocado este conflicto a propósito. Y aquella lista… —No es importante. La necesito para el caso, así que me la llevo —dijo Jaxon, volviendo al tema—. Ella es nuestra mejor oportunidad de éxito, y lo sabes. Sólo dame un par de jodidas horas. Tengo algo que enseñarle y luego ella será capaz de convencer a Nolan de que nos lleve directamente hacia los otros Schön. ¿Algo que enseñarle? ¿Qué? —Sabes cómo encontrarme —siguió él—. Llámame si pasa algo. —¿Sí? ¿Debería llamarte si ella intenta el número once? ¿Inyectarte un virus en la punta del pene para que así nadie encuentre el pinchazo y sepa qué pasó?

—Sí. —De acuerdo —espetó Mia—, pero eres un estúpido por confiar en ella. Ha estado en contacto con su jefe desde que te marchaste. Él le ordenó que te matara. ¿Lo sabías? Con eso, Mia y Kyrin se alejaron, sus fuertes pasos resonando por el pasillo.

CAPÍTULO 23

No



voy a matarte —le aseguró Le’Ace, con una especie de pánico

desesperado en la voz. Lo agarró por la camisa—. Ni siquiera voy a intentarlo, lo juro. Hice la lista porque planeaba la mejor forma de protegerte, fortificar tus vulnerabilidades. En cuanto a Estap… —Lo sé, cariño. Jaxon echó un vistazo a Mishka, y el corazón se le hinchó en el pecho. Ante la palabra cariño, sus rojos labios se habían separado en un jadeo y las lágrimas habían empañado sus ojos color avellana. Dios, era preciosa. Sus amigos no le habían permitido bañarse, su pelo colgaba enredado y oscuros círculos formaban medias lunas bajo sus ojos, pero aun así era la vista más hermosa que jamás había contemplado. Fuerte, valerosa y enamorada. Sí, podía verlo en su mirada. La mujer lo amaba. Su cara brillaba con el sentimiento, ablandando sus rasgos con todo tipo de atractivos. Más que eso, no se habría entregado a él si no fuera así. No lo habría esperado aquí, con gente que la odiaba. Conocía sus habilidades, sabía que podría haberse escapado en cualquier momento y matado a todos en la residencia. Probablemente estaba asustada en estos momentos. No de él, sino de Estap. Probablemente esperaba el castigo y el dolor. Sin embargo, permanecía quieta, poco dispuesta a herir a Jaxon de ninguna manera. —¿Confías en mí? —preguntó, incrédula—. Quiero decir, comprendí que lo hacías cuando no te preocupaste por la lista pero…

—Pero tienes que oírmelo decir. Lo entiendo. Confío completamente en ti. Sin dudas. Veo tu corazón, mujer, sé quién eres realmente. —La atrajo más cerca, tan cerca que sus pechos se apretaron. Ahuecó sus mejillas y acarició con los pulgares su lisa piel, deseando poder darle el mundo. De hecho, se lo daría—. Vamos. Tengo que enseñarte algo. Ella tragó saliva. —Mencionaste eso antes. ¿Qué es? —Cariño, vas a tener que confiar en mí. Es una sorpresa. Sus ojos se humedecieron de nuevo. Obviamente le gustaba que le llamaran cariño, por lo que iba asegurarse de decírselo por lo menos cincuenta veces al día. —No entiendo lo que está pasando. —Lo harás —prometió él. Unió sus manos y tiró de ella fuera de la celda, subieron un tramo de escaleras y entraron en el área principal. Sus amigos se congregaban en la sala de estar, donde habían establecido la sala de observación. Envolturas de bocadillos y tazas vacías yacían esparcidas por el suelo. Eden y Lucius trabajaban en sus ordenadores. Devyn holgazaneaba en una silla, donde ojeaba lo que parecía Kink, una revista holográfica de mujeres ligeras de ropa. Y no es que Jaxon tuviera una suscripción o algo así. Mia y Kyrin estaban sentados en un sofá de dos plazas, donde Mia les explicaba el “estúpido comportamiento” de Jaxon. —Llamadme al móvil si cambia algo —les indicó Jaxon. —Lo haré —le dijo Eden, dirigiéndole una sonrisa divertida. Su piel y pelo eran tan dorados que brillaba a la luz. Un olor a miel emanaba de ella y aquel olor, al parecer, afectó a Lucius de una forma importante. Las mejillas del hombre enrojecieron y tuvo que cambiar incómodamente en su asiento. Jaxon conocía la sensación. Nada le gustaría más que llevarse a Mishka para un sudoroso y excitante revolcón, con sus gritos de placer en los oídos, sus uñas en la espalda y sus piernas sobre los hombros. Después, quería abrazarla, hablar con ella. Pronto… La había echado de menos más de lo que nunca lo había hecho antes. Afuera, el sol brillaba intensamente y tuvo que parpadear contra sus fuertes rayos mientras pasaban junto a las paredes desnudas del garaje. El aire del mediodía era más cálido que de costumbre, provocando que el sudor le brotara por el cuerpo. Los coches circulaban a gran velocidad por las calles circundantes, los destellos de

color rápidamente desaparecidos. A la derecha, podía ver las puertas del edificio de Nolan. Un grupo de gente se marchaba, charlando y riendo. Jaxon ayudó a Mishka a entrar en el SUV y le abrochó el cinturón de seguridad. Después de darle un rápido beso, se instaló en el asiento del conductor y programó su dirección. Automáticamente el coche se puso en marcha y enfiló el camino, los sensores y el sistema de navegación tomando el control, dejándole libre para hacer frente a su mujer. Levantó su mano y besó el interior de su muñeca. Su pulso se aceleró. Jaxon no podía mantener las manos alejadas de ella, tenía que tocarla, tenía que saber que estaba cerca y no se desvanecería como un sueño. —No pensé en estar fuera tanto tiempo. Lo siento. Sus pestañas bajaron, lanzando sombras sobre sus mejillas. —No me debes ninguna explicación. —Sí. Debo. Estamos en lo que me gusta llamar una exclusiva relación de “dar y tomar”. Eso implica ciertos derechos. Tú tienes derecho a saber donde estoy y lo que hago, al igual que yo tengo derecho a saberlo de ti. Sus blancos dientes mordisquearon el labio inferior. —Bien. ¿Dónde has estado? —Con Estap —admitió, esperando una reacción explosiva. —¡Qué! —Su boca cayó abierta, y su mirada se clavó en la suya—. ¿Qué quería? ¿Qué te dijo? ¿Te hizo daño? Ese asqueroso pedazo de… —Quería que interrogara a un humano infectado —dijo Jaxon, luchando por no sonreír—, pero el humano murió mientras yo estaba en el vuelo. Y Estap me dijo un montón de tonterías, la mayoría de las cuales no hice caso. —Oh, Dios mío. Lo cabreaste. Es por eso que me llamó. —Fue una declaración, no una pregunta. Jaxon asintió con la cabeza. Sus labios se curvaron en una lenta sonrisa, a pesar de que había miedo en sus ojos. —Me gustaría haber estado allí. ¿Le diste un puñetazo? Dime que le diste un puñetazo. Miente si es necesario, ¡pero dímelo! El entusiasmo se mezcló con el miedo, irradiando de ella, y Jaxon simplemente no pudo resistirse ni un segundo más. Tenía que sostenerla entre los brazos. Le

desabrochó el cinturón y la atrajo sobre el regazo. Ella tuvo que sentarse a horcajadas sobre él para caber en el pequeño hueco que su gran cuerpo y el asiento proporcionaba. La polla saltó en respuesta, extendiéndose hacia ella, queriendo estar en su interior. —¿Puede alguien vernos? —preguntó ella sin aliento mientras se acomodaba contra él. —Ventanas teñidas. Y sí, le di un puñetazo. Gimiendo, ella cerró los ojos en éxtasis. Se agarró a los hombros, los mechones cobrizos cayendo como una cortina en torno a ellos. —Cuéntame más. —El labio se partió y se le cayeron dos dientes. La sangre fluyó y él lloró como un bebé. —Dios, es la cosa más sexy que he oído jamás. —Mishka se arqueó contra la hinchada polla de Jaxon, presionando con fuerza antes de alejarse con un revoloteo. Ambos gimieron ante la intensa oleada de placer—. Más. Jaxon cogió sus pechos. Los pezones estaban tan endurecidos que se le clavaron en las palmas. —Le di una patada en el estómago. Arriba y abajo, ella se movió contra él, frotándose… tentándolo. —Estoy tan mojada. —¿Quieres correrte? —Sí. Por favor. Él desabrochó su pantalón y metió una mano dentro de sus bragas, justo en su mismo centro. Caliente y mojada, tal y como había afirmado. Él siseó al respirar. Ella gritó su nombre, prácticamente rasgándole el vaquero y envolviendo sus dedos alrededor de la polla. Los labios se unieron en un enfrentamiento acalorado, las lenguas empujando, los cuerpos ondulantes. Ella sabía tan dulce, a pasión y eternidad. Él bombeó dos dedos dentro de ella mientras ella montaba el pene con la mano, arriba y abajo, arriba y abajo. Más, Jaxon necesitaba más.

Se retiró del beso e inclinó la cabeza, chupando uno de los pezones a través de la camiseta. Sus paredes internas lo exprimieron, alentándolo a que hiciera más, que tomara más. Deslizó otro dedo dentro de ella y con el pulgar trazó círculos sobre su clítoris. —Quiero esto en mi interior — jadeó ella, frotando una y otra vez la cabeza del pene. —Mierda —logró decir—. No pares. —Quiero hacer el amor —dijo ella, haciendo un mohín. —¿Aquí? —Aquí. Él tenía su pantalón en el suelo un segundo más tarde y la polla en su interior dos segundos después. A parte de Mishka, jamás había tomado a una mujer sin condón. Igual que entonces, su calor y humedad demostraron ser el paraíso. Es más, nunca algo había sido tan erótico, tan satisfactorio. Esto era el hogar. El coche giró en una esquina y se desplazaron a un lado, pero él jamás dejó de bombear profundamente, con fuerza, rápido. Ella se ondulaba contra él, mordisqueando y besándole en la cara, tironeándole del pelo, completamente perdida en el deseo. Cuando sus orgasmos llegaron, ellos chocaron con la fuerza y el vigor de los empujes. Jaxon reclamó sus labios, tragándose sus gritos mientras se derramaba dentro de ella, una y otra vez. Hasta que estuvo vacío y sin fuerzas. Ella se dejó caer contra él, y Jaxon notó que sus corazones latían sincronizados. Lo que pudo haber sido un minuto o una eternidad más tarde, el coche se detuvo. Maldiciendo por lo bajo, jadeando, echó un vistazo por la ventanilla. Habían llegado a su destino. —Ya estamos aquí. La cabeza de Mishka se alzó y le dedicó una sonrisa luminosa, satisfecha. Él quiso maldecir de nuevo cuando se retiró de él, pero no lo hizo. Estaban justos de tiempo. Así que en cambio, se sacó de un tirón la camiseta y la usó para limpiarlos a ambos. Mientras ella se contoneaba para abrocharse de nuevo el pantalón, él hizo lo mismo con los propios. Esta noche me entretendré con ella, se juró a sí mismo. —¿Dónde estamos? —preguntó Mishka.

—En mi casa. Abriendo los ojos como platos, ella lo afrontó. —¿En serio? ¿Me has traído a tu casa? Lo preguntó como si no se mereciera estar allí. —Por supuesto. —¿Por qué? —Esa es la sorpresa. —Ordenó a la puerta del coche que se abriera y ésta obedeció. Salió antes de levantar a Mishka y dejarla en el suelo junto a él. Ella, alzó, alzó y alzó la mirada. —Wow. Las imágenes no le hacían justicia. Él observó la casa, intentando verla a través de sus ojos. Alta y sofisticada, la mansión de cuatro pisos alardeaba de un impecable y bien mantenido ladrillo rojo. El verde césped estaba bien cuidado y árboles auténticos se encontraban dispersos por todas partes. No había ninguna otra casa a la vista ya que él poseía los cientos de hectáreas circundantes. —Es una casa familiar. Mi abuelo me la dio. —Me encanta. Él se alegró, puesto que planeaba mudarla allí cuanto antes. —Venga vamos. —Le pasó un brazo por los hombros y la condujo por las escaleras y más allá del pórtico, hasta atravesar las puertas francesas dobles que se abrieron en el momento en que los sensores registraron su identidad. La entrada lucía paredes de madera intrincadamente talladas de color beige, con lujosas sillas de terciopelo rojo colocadas en torno a una mesa central de cerezo. Cuatro columnas conducían a una amplia y tortuosa escalera. A izquierda y derecha, se arremolinaban alfombras doradas y negras, formando un camino hacia los salones delanteros y traseros, los cuales conducían a unos nunca usados comedores formales. Mishka clavó los pies sobre el suelo de madera, intentando reducir la velocidad. —Espera. Estoy mirando. Él redujo las zancadas a un paso casual y ella observó la araña de cristal y los retratos familiares que colgaban por todas partes. Sus cejas se fruncieron. —No hay ninguno tuyo.

—No. Mi madre tiene unos de mí de pequeño, y yo no me he hecho ninguno desde que me mudé por mí cuenta. Realmente no quiero ver mi feo careto todas las mañanas. —Eso es ridículo. Tú no eres feo. —Hablas como mi madre. —Y una mierda —murmuró ella. Él soltó una carcajada. —Bueno, ahora hablas como mi mujer. Un atractivo rubor coloreó sus mejillas. —Mucho mejor. Finalmente se las arregló para que subiera los pulidos escalones y fuera más allá de la entrada principal. Evitó el salón del segundo piso donde guardaba su mesa de póker y el centro de juegos virtual. Cuando llegaron a la tercera planta, donde estaban la mayor parte de los dormitorios, se detuvo, el nerviosismo floreciendo por dentro. Preocupada, Mishka lo miró detenidamente. —¿Qué pasa? Él ahuecado sus mejillas, y ella le colocó las palmas sobre el pecho desnudo. —Antes de que te muestre eso por lo que te traje aquí, quiero que sepas que todo va a ir bien. No tienes nada que temer. Sus ojos se agrandaron. —Jaxon ¿qué está pasando? —Nunca haría nada que te hiciera daño o te pusiera en peligro. —Ahora o nunca—. ¿Lo sabes, verdad? —Sí. Él tragó saliva -ahora o nunca- y la condujo hasta el último cuarto a la derecha. Se detuvo. Una cama enorme ocupaba el espacio central. Dos hombres con batas de laboratorio estaban a su lado, estudiando varios monitores que pitaban y destellaban. —Oh Dios mío. ¿Esto es… esto es…? —Despacio, Mishka caminó hacia delante hasta que estuvo al borde de la cama—. ¿Cómo? ¿Qué? —Se cubrió la boca con una mano temblorosa—. Jaxon, no deberías haber hecho esto. Sus hombres vendrán a por ti.

Jaxon se acercó a ella. Mishka no se giró a mirarlo, sus ojos fijos sobre el inconsciente Estap. La cara del senador estaba hinchada y pálida por la paliza que Jaxon le había dado. Su desnudo cuerpo estaba cubierto sólo por una sábana blanca y tenía electrodos colocados sobre cada punto de su pulso. Jaxon les hizo señas a los médicos para que se marcharan y ellos salieron del cuarto sin protestar. —Maté a los dos guardias que me escoltaron, e hice que pareciera absolutamente cierto que me subía al avión que me traía de vuelta. Nadie sabe que estaba allí en el momento de su desaparición. —¿Por qué no hablan las noticias sobre él? —Le obligué a llamar a su esposa antes de secuestrarlo. Le dijo que se marchaba durante unas semanas. En cuanto a otros funcionarios del gobierno, pueden buscarlo, pero nunca lo encontrarán. —Dios mío, Jaxon. —Las palabras eran apenas audibles, pero logró pillar el temor en ellas—. Dame tu cuchillo. —Esta vez sonó dura, decidida. No esperó su permiso. Le quitó el cuchillo de la cintura y le dio vueltas por el mango—. Lo mataremos y destruiremos las evidencias que os vincule a los dos juntos. Vamos a… —No. —La agarró del brazo. Ella ya había levantado el cuchillo, pero giró su atención hacia él, los ojos entrecerrados. —Tú no tienes que hacer nada. Yo lo haré. No permitiré que te encarcelen o condenen a muerte. —Matarlo te matará. Pasó un momento antes de asimilar sus palabras y su furia y miedo se convirtieron en confusión. —Explícate. —El chip de control está dentro de él. Sin su vida, sin su corazón latiendo, éste se desvanecerá en la nada. Tú te desvanecerás en la nada. Mientras él hablaba, su piel palideció. Odiaba contarle esto, hacer que se preocupara, pero se merecía conocer la verdad. —Debería habérmelo imaginado. ¡Ese bastardo! —Se liberó del agarre de Jaxon con un tirón, dejó caer el cuchillo como si no se atreviera a sostenerlo un segundo más, y golpeó al hombre inconsciente en la cara. El cartílago se rompió y la sangre brotó de su nariz.

Jaxon la tiró hacia atrás, sujetándole los brazos a los costados. Luchó contra él, y necesitó toda su fuerza para sostenerla en el lugar. Ella se habría escapado, sospechó, si no hubiera estado preocupada de hacerle daño. —Lo necesitamos vivo, cariño. Por el momento, al menos. Me temo que sacárselo, hará que se apague. Poco a poco se calmó, jadeando por el esfuerzo que le requería controlar sus emociones. —Tengo hombres buscando por el mundo los mejores cirujanos. Los traeremos aquí, te operarán y te quitarán el chip. Estap jamás será capaz de controlarte de nuevo, lo juro. Y una vez que el chip se haya ido, puedes matarlo si así lo deseas. Ella se giró en sus brazos y enterró la cara en el hueco del cuello. Los temblores se deslizaban por su columna vertebral. —La cirugía me matará. El chip ahora forma parte de mí, otro órgano necesario para funcionar. —Tus creadores te dijeron eso, ¿verdad? Ella asintió con la cabeza. —Bueno, creo que mintieron. No querían que te lo quitaras, así que tuvieron que asustarte para que no te lo sacaras. Ahora, ella negó con la cabeza. —Esto es casi demasiado bueno para creerlo. Quiero decir, toda mi vida he vivido con el miedo del chip y su extracción. No sólo porque me dijeron que moriría sin él, si no porque, a veces, era mi único amigo. Mi salvador. —Yo soy tu amigo ahora, cariño. —Sí. Lo eres. —Un pausa—. ¿Cómo lo atrapaste? —preguntó con voz temblorosa. —Lo observé durante un día y luego me colé en su oficina. Después de golpearlo un poco, lo arrastré a través de sus propios túneles secretos. Lo tenía en mi jet privado esa misma noche. —Jaxon —dijo ella, y el cálido aliento le sopló sobre el pecho—. No deberías haberlo hecho. Arriesgaste tu vida por la mía. —Y lo haría de nuevo. —No deberías haberlo hecho la primera vez. ¿Y si muero durante la operación? No me gusta mencionar esto, pero habrías arriesgado la vida por nada.

—¡No te vas a morir! —Sólo la idea le envió en picado una oleada de pánico—. No hay nada que yo no haría por ti. Nada. Por la posibilidad más leve de conseguirte la libertad, haría cualquier cosa. Ella sacudía la cabeza antes de que él dijera la última palabra. —No hables así. Si algo te pasara, no sé lo que haría. La besó en la parte superior de la cabeza. —No me va a pasar nada. Soy invencible. Sus brazos se apretaron a su alrededor. —Dallas dice que morirás por mi culpa. —Dallas es un idiota. —Se inclinó y la besó en la sien esta vez—. Cariño, por fin encontré algo valioso por lo que vivir. De ninguna maldita forma permitiré que me maten ahora. Su mirada se alzó hacia la suya. —De ninguna forma yo permitiré que te maten. Había tal borde impío, decidido, en su voz que le aumentó el nerviosismo. Sin embargo, antes de que pudiera preguntarle lo que estaba planeando, su teléfono móvil sonó, sobresaltándolo. Frunciendo el ceño, lo sacó del bolsillo y lo sostuvo contra la oreja. —Aquí Tremain. —Nolan se está moviendo —dijo Eden. Jaxon se puso rígido. Los ojos de Mishka se agrandaron como si hubiera escuchado cada palabra. —En serio, ha estado confinado casi todo el tiempo que has estado fuera. Ahora regresas y, de pronto, echa a correr. ¿Coincidencia? —Eden soltó un suspiro—. Es invisible, por lo que no serás capaz de verlo. Envió su señal a tu teléfono, así al menos serás capaz de seguirlo. Dame dos minutos. La línea se quedó en silencio. Con el corazón latiéndole erráticamente, bajó la mirada hacia Mishka, sin estar aún listo para marcharse, pero sabiendo que tenía que hacerlo. Cuanto antes encontraran al Schön, antes podían ponerse a trabajar para salvarla. Ella sonrió tristemente, como si supiera algo que él no sabía.

—Vamos a acabar con esto.

CAPÍTULO 24

Una sensación de presagio sobrevino a Dallas, oscura y devastadora, mientras se colocaba las armas. Aquí estaba, el comienzo de la visión. El día del juicio final, como la había llamado. Se rió sin humor. ¿Podría detener él los próximos temidos acontecimientos por desentrañar? Cada día, un poco más del futuro le había jugueteado en la mente -esto era lo único que ya veía- y siempre con el mismo resultado. Jaxon rogando por su propia vida, Jaxon sangrando, Jaxon frente al cañón de la pyre-arma de la mujer Le’Ace. Jaxon… ¿muerto? Debería haberla matado cuando tuve la oportunidad. Debería haberla matado cuando leí su lista. Por último, ayer por la noche, Dallas había visto esta misma escena revelarse: Mia paseando por el dormitorio, incitándolo a que se diera prisa. Y ahora, aquí estaba ella. Paseando. —Date prisa —le exigió. Él se quedó quieto, se estremeció y bajó la mirada a las armas y cuchillos que yacían sobre la cama. Otra risita. Debería haber encerrado a Jaxon. Debería haber matado a Le'Ace como el instinto le dijo. Lamentarse era una gilipollez. —Ella va a conseguir que lo maten —dijo suavemente. —O lo hará ella misma. —Mia se pasó una mano por el pelo—. Pero no atiende a razones. Ya has visto cómo está con ella. —¿Por qué no la maté cuándo tuve la oportunidad?

—Porque quieres a Jaxon y eso le habría hecho daño —suspirando, se sentó de golpe en el borde del colchón. —Sí. —Maldita sea, sí—. ¿Viste su cara cuándo Jaxon llegó? Ella estuvo fría como el hielo durante tres días, entonces él grita su nombre y hubiera jurado que vi amor y ternura en sus ojos. —Simplemente un truco —se burló Mia mientras levantaba un arma y comprobaba la cámara de detonación por él. Un haz de luz golpeó el cristal del centro y luminosos rayos arco iris brillaron por todas partes antes de que ella hiciera girar la piedra para encajarla en su lugar—. Esa mujer no es capaz de amar, te lo prometo. —¿Por qué no la matas tú, entonces? —Porque soy una blandengue, por eso. Él se rió entre dientes, y esta vez hubo auténtica diversión en el sonido. —Sí, siempre he pensado eso de ti. Ella tomó aire y lo liberó lentamente. —Verás, sabía que me odiaría si lo hacía sin demostrarle primero lo despreciable que ella es en realidad. Intenté hacerlo. Le conté cosas que jamás le he contado a nadie. Le conté lo de la lista. —Vamos a enseñársela. —Como si eso fuera a ayudar. Ya no escucha, no le importa. El único cerebro que usa es el que está dentro del Pequeño Jaxon, y no es demasiado brillante. Dallas envainó el cuchillo de sierra en la cintura y afrontó a su mejor amiga. —¿Podría estar viendo de forma equivocada la visión? Sólo recientemente Mia le había admitido que ella misma sufría visiones. Así que si alguien podía ayudarle, era Mia. Hacía unos meses, ella había predicho la muerte de uno de sus amigos. Lamentablemente, Dallas había sido el que murió. Había sido resucitado, por supuesto, gracias a la sangre que Kyrin le dio. La cual le había cambiado la vida. Y ahora, aquí estoy, en el mismo aprieto en el que Mia se encontró una vez. Sabía que uno de sus amigos iba a morir, pero no sabía cómo detenerlo. Al menos sabía que amigo era. —No —dijo ella por fin—. Éstas siempre se cumplen. Sin embargo, eso nunca me ha impedido intentar detenerlas. Kyrin igual. Hace semanas, soñó que me caería en

una tumba recién cavada y me rompería el tobillo, así que pagó a hombres para que visitaran cada funeral y montaran guardia. Pero no contó con que los niños van al cementerio a tener un poco de diversión. Yo los perseguí y caí. Kyrin estaba cabreado. —No sabía que te rompiste el tobillo. Ella se encogió de hombros. —Como tú, ahora me curo más rápidamente. ¿Significaba eso que ella había ingerido la sangre de Kyrin o que se volvía más alienígena cada día? Dejó a un lado la pregunta. En realidad no importaba, porque la querría de todos modos. Ahora mismo, Jaxon era el que importaba. Mantenerlo con vida era lo que importaba. —¿Por qué tenemos visiones si no podemos usarlas en nuestro favor? — preguntó, deslizando el último cuchillo en un costado de la bota. Lo miró, sombría. —Ojalá lo supiera. —Tenemos que tenerlas por una razón. No puedo creer lo contrario. —Entonces ¿qué vas a hacer? —Frunciendo el ceño, Mia le entregó la pyre-arma y se levantó. —Le’Ace no podrá dispararle si está muerta. Así que voy a hacer lo que debería haber hecho desde el principio. —La determinación se precipitó a través de él, tan caliente y oscura como su presagio anterior—. Voy a matarla. Y no dejaré que la idea de que Jaxon me odie me detenga esta vez.

Mientras

el SUV de Jaxon surcaba las calles de New Chicago, Mishka

enganchó su unidad celular a su juguete favorito, un Receptor Isotónico. El primero contenía la voz de Nolan, proporcionando su posición, y el segundo contenía sus contracciones musculares y el calor que generaba en cada movimiento, el color isotónico pulsando como un latido del corazón. De esta forma, aunque él fuera silencioso, invisible y/o se quedará quieto, tendría señalada su posición. —Cinco minutos —dijo—, y estaremos sobre él. Ha dejado de moverse. Jaxon se reclinó en el asiento y observó el techo del coche, pensativo. —Me preguntó que estará haciendo. Si se ha reunido con alguien. —Se había puesto una camiseta antes de marcharse, cubriendo su magnífico pecho.

—Permanecer lejos probablemente fue algo bueno. Él es nervioso por naturaleza, y el cortar el contacto físico con nosotros, seguramente le obligó a actuar. Ahora revelará sus verdaderas intenciones. Traicionarnos o dejar caer a sus hermanos en nuestro regazo. Jaxon le lanzó una severa mirada. —De una u otra forma, tiene que morir. —Lo sé. —Sorprendentemente, Mishka pensó que iba a echar de menos al de otro-mundo. Le recordaba mucho a ella, buscando algo, ansiando algo que no debería tener, ya que tenerlo significaba destruirlo. Nolan con su enfermedad, Mishka ¿con qué? Estap no, ya no. ¿Destruyendo a Jaxon muriendo durante la operación? Vas a matar a Jaxon, Dallas te lo dijo. Ella no podía quitarse la predicción de la cabeza. Incluso antes de saber lo que Jaxon había hecho por ella, había estado poco dispuesta a hacerle daño. Él era su razón para respirar, su razón de vivir. Una vez pensó en dejarse matar cuando el caso hubiera acabado. Se había preparado para ello, incluso para salvar a Jaxon. Ahora no tenía que hacerlo. El senador Kevin Estap ya no la controlaba. Era su propia dueña, tomaba sus propias decisiones. Sólo había un problema, las pequeñas preocupaciones que ahora aparecían. ¿Podría Jaxon ser feliz con ella a largo plazo? ¿Y si no podía darle todo lo que él quería o necesitaba? —¿Quieres niños? —Las palabras salieron antes de poder detenerlas. Su ceño se frunció con confusión. —Acabas de descolocarme. ¿Quiero niños para qué? —No importa. —Fingió estar ocupada con el RI—. Fue una pregunta estúpida. Pasó un momento en pesado silencio. Dios, soy estúpida. Por supuesto que quería niños. Todos los hombres querían. Querían que su linaje familiar continuara. Y aunque Mishka podía darle devoción, amor, protección y adoración, no podía darle hijos. Si sobrevivía a la operación, ¿llegaría él a sentir resentimiento? ¿La dejaría algún día? ¿Elegiría a otra mujer por encima de ella? Jamás había tenido que preocuparse por aquellas cosas antes. Nunca le interesó ningún hombre, nunca quiso estar con uno.

De repente, unos calientes dedos le ahuecaron la mandíbula y le hicieron girar la cabeza. Jaxon la miraba fijamente, con sus ojos de plata líquida llenos de comprensión. —No —dijo. —¿No qué? —No, no quiero niños. —Mientes —contestó, sin atreverse a tener esperanzas. —Nunca te mentiría. Espera. Retiro lo dicho. Nunca te mentiría a menos que eso te metiera en mi cama. Cuando Mishka vio que sonreía, la esperanza fue más fuerte que la duda y creció, a pesar de luchar contra ella. —¿Pero por qué? —¿Por qué te metería en mi cama? No puedo creer que tengas que preguntarlo. Una risa burbujeó de ella. —Sabes lo que quiero decir. Sus ojos se oscurecidos con deseo. —Me encanta cuando ríes, y no lo haces lo suficiente. ¿Por qué no quiero niños? Porque te quiero toda para mí y los pequeños monstruos se meterían en medio. —Ponte serio. —Lo estoy. Si después de cincuenta o sesenta años juntos consigo asumir el compartirte, lo que no es probable, así que espero que no seas demasiado optimista, entonces sí, en ese momento si decides que los quieres, adoptaremos. Cincuenta o sesenta años juntos. Se mordió el labio inferior, enamorándose de él una vez más. El pulso le latió salvajemente, cada latido del corazón sólo para él. Le había dado ya tanto, seguía dándole tanto, y ahora ella quería darle algo. El qué, no lo sabía. ¿Qué deseaba él más que nada? —Jaxon, yo… El coche se paró delante de un supermercado, llamándole la atención. —Hemos llegado —dijo. Se puso rígido, transformándose del amante al agente en meros segundos. Se dio la vuelta, entrecerrando los ojos sobre su entorno. El sol se ocultaba en el cielo, trayendo la noche. Al menos cincuenta personas pululaban por la zona.

—No veo a tus amigos. —Seguramente estarán en alguna parte cerca. Llámalos, casi dijo, y entonces recordó que ella usaba su teléfono. Lucius, de pronto, apareció al lado del coche y golpeó con los nudillos la ventanilla de Jaxon. Al verlo, Jaxon abrió las puertas y el agente entró. Su gran cuerpo ocupó todo el asiento de atrás. —Te llevó bastante tiempo —murmuró el hombre. Se había aclarado el pelo y puesto un piercing en la ceja desde la última vez que Mishka lo vio. Y tenía una pitón tatuada alrededor del cuello. Supuso que él se sentía tan cómodo disfrazado como ella. —¿Dónde están los demás? —preguntó Jaxon. —Eden y Devyn esperan detrás, por si acaso esa pequeña mierda decide salir por ahí. —¿Puede Devyn inmovilizarlo? —preguntó ella, recordando el modo en que el de otro-mundo la había inmovilizado—. ¿Incluso si es invisible? Lucius negó con la cabeza. —Tiene miedo de intentarlo. Incluso con el explorador, no puede verlo para centrarse en él, y si inmoviliza a todos en la zona y Nolan demuestra ser inmune, sabrá que estamos aquí y probablemente desaparezca de nuevo. —Entonces, ¿cómo vamos a verlo? Sé que podemos seguirlo a través del teléfono, pero no sabemos qué hace con las manos, con quiénes habla, lo que recoge. —Jaxon dejó escapar un pesado suspiro. —Dame un minuto y te diré lo que hace. —Esperó. Raras veces usaba la habilidad necesaria para hacer algo así. Ambos hombres la miraron fijamente. —¿Cómo? —preguntó Jaxon. —El chip. «Tengo que ver el calor corporal». «Cambio a visión infrarroja». Al instante, el mundo a su alrededor empezó a desvanecerse. Cuando sólo quedó oscuridad, líneas rojas comenzaron a parpadear y a extenderse, en formas verticales y borrosas en movimiento. Algunas eran de color rojo oscuro y otras más claras. Algunas parpadean y se iban y otras se quedaban fijas. Diferentes especies emitían temperaturas diferentes.

«Ignora a todos los humanos. Excepto al que está a mi lado», añadió, rezando para que fuera posible. «Concentrándose en sólo los alienígenas y un humano». La mayoría de los borrones desaparecieron. Ella echó un vistazo en dirección a Jaxon, feliz de verlo rojo. «¿Puedes unirte al RI y enfocarte en cualquier Schön, ignorando a los demás de otros-mundos?» «Intentándolo». Pasaron varios segundos y no ocurrió nada. —¿Mishka? —preguntó Jaxon. —Intento centrarme en él. —Todos excepto uno de los borrones desaparecieron de repente, y éste era de un ardiente rojo vivo. Nolan estaba caliente, literalmente. «Enlace completo». —Lo tengo —dijo—, y está solo. Tú y Nolan son lo único que puedo ver. —Nolan estaba de pie en la esquina del edificio, capaz de observar el aparcamiento, así como a todos los que entraban y salían del supermercado—. No está haciendo nada, pero… Incluso mientras hablaba, la línea de Nolan cambió, moviéndose a la derecha. —Espera. Se marcha, Jaxon. ¿Tienes tu equipo de vigilancia? —Sí —parecía receloso. —Bien. Usa el auricular. Puedo dirigirte, decirte si él recoge cualquier cosa o toma algo de alguien, y tú puedes seguirlo. —No te dejaré en el coche. ¿Tenía miedo de que Lucius intentara hacerle daño? —Es la única forma. Seré un obstáculo, tropezándome con los edificios y la gente, atrayendo todo tipo de atención. —Si estás desvalida ahí fuera, estarás desvalida aquí dentro. Sí, estaba preocupado, comprendió. Dulce hombre. —Mientras esté ayudando a atrapar al Schön, tus amigos no me van a atacar. Además, Lucius puede conducir el coche. —Será un placer —dijo el hombre en cuestión—. Cuidaré de ella.

Hubo una maldición murmurada, un silbido, y un chirrido de la piel de cuero de imitación cuando Jaxon giró para atrapar el auricular. Sus cálidos labios se unieron a los de ella y se fueron demasiado rápido, antes de que le pusiera bruscamente el receptor en la mano. Entonces, él también se fue. —¿Puedes oírme? —su voz resonó a través del coche, aun cuando él susurrara. —Alto y claro. Su rojo contorno apareció en el campo visual. —Nolan ha abandonado la esquina y ha girado a la derecha. Estas a seis metros detrás de él. El duro cuerpo de Lucius le rozó el hombro cuando se colocó en el asiento del conductor. —¿Tomaste nota de todo esto? Mishka abrió la boca para responder, pero se escuchó el eco de la voz de Eden desde el auricular. —Sí. —¿Dónde están? —preguntó Lucius. Mishka miró como Jaxon se acercaba a Nolan. —¿Le’Ace? —dijo Lucius. —¿Sí? —¿Dónde están ahora? Oops. Esta vez se había dirigido a ella. —Delante. Nolan todavía camina. Jaxon, estás aproximadamente a unos cinco metros de distancia ahora. Retrocede un poco. Escuchó los dedos de Lucius moverse sobre la consola del vehículo, al pulsar los botones. —Inicia operación manual. Hubo un chirrido cuando varios paneles se abrieron, y luego el coche se movió hacia atrás, hacia la derecha y luego hacia delante. Mishka sentía mucha curiosidad por el hombre a su lado -¿Cómo había conocido a Eden? ¿Cómo dos asesinos habían llegado a tener una relación?-, pero reprimió las preguntas. Ahora no era el momento. —Nolan ha girado a la derecha.

El SUV aceleró y luego ellos también se desviaron en esa dirección. Ella se movió en el asiento, logrando de algún modo equilibrar las dos piezas del equipo en el regazo sin verlas. La línea roja de Jaxon se acercaba a Nolan. Los dos hombres caminaban en línea recta a corta distancia, entonces Nolan giró a la izquierda. Izquierda de nuevo. Mishka lo retransmitió todo. —¿Dónde diablos va? —murmuró Lucius. —Ha parado —dijo ella de pronto—. Está agitando los brazos. Casi estás encima de él. Retrocede un poco. Un segundo, dos. —Estamos en un callejón —susurró Jaxon—. El final está bloqueado. —Esto no va bien —dijo Lucius. Algo de metal se deslizó de una bolsa de cuero falso, susurrante—. El hijo de puta no habría entrado en un callejón sin salida sin una razón. El corazón se le aceleró hasta la híper velocidad y el sudor le perló la piel mientras la aprehensión se deslizaba a través de ella. Le había pedido al chip que mostrara a todos los Schön cuando había estado sentada quieta y en un área contenida. No había captado a nadie más que a Nolan. ¿Y si el chip tenía que explorar de nuevo siempre que ella se moviera para buscar a los otros? «Usa el infrarrojo para revelar a cualquier de otro-mundo en los alrededores». «Aumentando el alcance de los infrarrojos». Poco después, otras ocho líneas rojas aparecieron. Todas estaban al lado de Nolan, increíblemente brillantes y flaqueándolo. Todas se acercaban a Jaxon. El estómago se le retorció dolorosamente. Querido Dios. Él no lo sabía. —Jaxon, están aquí —gritó—. Los otros Schön están aquí y van tras de ti. Empieza a disparar. La puerta del coche se abrió y oyó a Lucius saltar fuera. Sus pasos aporrearon el pavimento. Tengo que ver, pensó desesperadamente. «Volviendo a visión normal». A medida que el mundo volvía a enfocarse, Mishka saltó del coche. El equipo cayó al suelo y se rompió. Indiferente, fue tras los pasos de Lucius. La noche había llegado y la luz del día se había atenuado considerablemente. Algunos coches zumbaban tras ella, pero no había gente caminando a largo de las sucias aceras.

Ella no podía ver a los de otros-mundos ahora. De repente, los azules rayos de la pyre-arma iluminaron el callejón justo enfrente. Oyó gruñir a Jaxon, maldecir, y luego más rayos aparecieron. Una neblina de muerte cayó sobre ella y agarró su arma y dos cuchillos. Nadie le hacía daño a su hombre y vivía para contarlo. Sólo por eso, el Schön moriría.

CAPÍTULO 25

Jaxon, derribado. Lucius, derribado. Todo en cuestión de segundos. Un enemigo invisible era un enemigo invencible. O al menos eso es lo que Mishka permitió que el Schön pensara. Aunque ella no era capaz de verlos, sabía que se aglomeraban sobre los hombres como langostas. No hablaban, pero no podían controlar los jadeos erráticos de su respiración mientras hacían caer a los desconcertados hombres y los sujetaban en el suelo, las armas y cuchillos lanzados fuera de sus manos y patinando a través del pavimento. —¡Sal de aquí! —le gritó Jaxon. Preocupado y enfadado. Desvalido. —Agárralos —gritó ella—, mantenlos estables. Él lo intentó. Realmente lo hizo. Sus brazos se agitaron, aunque a veces agarraba nada más que aire. Mishka se agachó y disparó alrededor del cuerpo de Jaxon, sólo atreviéndose a usar el rayo de aturdimiento. Por si acaso. La idea de Jaxon siendo herido por el fuego, su fuego, la aterrorizaba. Y después de la advertencia de Dallas… —Les dispararé uno a uno si es necesario. —¡Vete! —No. —Sigue disparando —ordenó Lucius.

Ella lo hizo. Pero mientras disparaba, Jaxon y Lucius empezaron a desaparecer por rachas. Un brazo, una pierna. La cabeza. Pedazos de ellos estaban allí un momento, para irse al siguiente. Desaparecidos, allí. Allí, desaparecidos. «¿Qué pasa?» «Los alienígenas intentan ocultarlos de la vista». «¿Probabilidad de éxito?» «Noventa y cuatro por ciento». Mierda. Apretó el gatillo en rápida sucesión y parpadeó con sorpresa. Uno de los rayos azules debió haber golpeado un alienígena porque, de repente, su capa de invisibilidad desapareció, revelando a un guerrero Schön que estaría congelado en el lugar durante las próximas horas, no muerto, pero incapaz de moverse. Sus manos agarraban una de las muñecas de Jaxon, como si hubiera estado sujetándolo. Ella habría aturdido a Jaxon y Lucius para evitar la invisibilidad, pero esa acción no funcionaba con los humanos, una defensa para los agentes para no ser accidentalmente congelados. Así que Mishka volvió a disparar a los invisibles alienígenas, sabiendo que vendrían a por ella y la atacarían como atacaban a los hombres. La visión se nubló con una oleada de vértigo. Las ventanas de la nariz de pronto le picaron. Sus ráfagas no redujeron el ritmo, el dedo martilleando, pero tuvo que cerrar los ojos por un momento. Incluso con los párpados cerrados, el mundo pareció girar. «¿Reacción a la tensión?» «No. Sustancia alienígena descubierta en el aire. Lo más probablemente una inducción al sueño». ¿Inducción al sueño? ¡Infiernos, no! «Dejar de respirar». «Bloqueo de las vías respiratorias ahora». Al instante los pulmones dejaron de inflarse y la garganta se cerró. Habiéndose entrenado para esto, de experimentarlo, no entró en pánico. Sabía que el depósito de oxígeno almacenado dentro poco a poco se filtraría hacia fuera, manteniéndola lúcida durante otros diez minutos. Si permanecía tranquila.

Decidida, abrió los ojos. Los hombres no tuvieron tanta suerte, a diferencia de ella, tenían que respirar. Respiración tras respiración, terminaron introduciendo la droga en sus sistemas. Pronto Jaxon y Lucius se quedaron quietos, sus cuerpos relajándose y cayendo. Poco después, desaparecieron por completo. No volvieron a reaparecer, ni una sola parte de ellos. Con la determinación mezclándose con la ardiente rabia, Mishka frunció el ceño. ¿Dónde estaban? No les harás daño con el aturdidor. Disparó como una posesa, logrando congelar y materializar a otros tres Schön. Dos estaban a unos metros de ella, el tercero a meros centímetros del rostro. Esperó el impacto de los alienígenas pero, de algún modo, se sorprendió cuando llegó. Los pies fueron barridos desde abajo y ella cayó de espaldas. El suelo pareció tragarla en menos de un parpadeo, pesados cuerpos luchando por mantenerla sujeta. Lucharon por lo que pareció una eternidad. Mishka podría haberse liberado, pero al final decidió no hacerlo. No podía matar a todos los de otros-mundos mientras eran invisibles, y lo sabía. No podía salvar a Jaxon mientras él era invisible, también lo sabía. Lo que no permitiría era que Jaxon fuera alejado de ella. Obviamente, los Schön no planeaban matarlos. Podrían haberlo hecho ya. Y como no fue así, debían planear capturarlos y trasladarlos. Para quedarse con Jaxon, tendría que dejarse capturar también. Entonces, cuando alcanzaran su destino, los Schön se sentirían a salvo, se materializarían, y entonces podría matarlos y salvar a Jaxon. No era un gran plan, pero era el único que tenía en este momento. Mientras medio luchaba y fingía debilidad, le abrieron los dedos a la fuerza y le confiscaron las armas. Un frío y húmedo rocío le humedeció la cara. La inducción al sueño. Mishka fingió farfullar, aunque sin oxígeno no salió ningún sonido. Para tapar eso, fingió hundirse en la oscura inconsciencia. Los alienígenas nunca hablaron, pero se alejaron de ella. Pasó un minuto, seguido de otro. El corazón le golpeaba nerviosamente en el pecho. La inactividad nunca había sido su punto fuerte. «¿Qué están haciendo?» «Los agentes están siendo recogidos. Los aturdidos de otros-mundos están siendo recogidos. Ahora se acercan…» «¿Intención?»

«Capturar, lo más probable. No hay armas apuntadas hacia ti». Fuertes brazos la rodearon y levantaron hasta un pecho igual de fuerte. Un cálido aliento le abanicó la mejilla. Otra oleada de vértigo la golpeó, éste más fuerte que el anterior. Su suministro de oxígeno había disminuido considerablemente debido al aumento de adrenalina, lo que aumentó la velocidad de la circulación. «Tengo que respirar ahora». «Iniciando respiración». Al instante, el picante olor de Nolan le inundó la nariz cuando tomó una profunda bocanada de aire. Nolan. Sólo su nombre intensificó la cólera. Aquella mierda estúpida, ¡cómo se atrevió a hacer esto! No te pongas rígida, no reacciones. Si Jaxon no hubiera estado implicado, habría saltado y ahogado al traidor. Más tarde, se prometió. Parte de ti esperaba esto. Otra parte, sin embargo, había esperado otra cosa. Los pasos le resonaron en los oídos, y luego la empujaron hacia delante. ¿Era ella ahora invisible? se preguntó. Y si lo era, ¿sería capaz de ver a sus oponentes? Poco a poco entreabrió los párpados, permitiendo sólo ver un poquito. Los edificios se deslizaban frente a ella, pero no podía ver a un solo Schön. Ni siquiera a Nolan. Es más, ni siquiera podía ver su propio cuerpo. ¿Cómo no chocaban ellos entre sí? Una posible respuesta le flotó en la mente en cuanto se formó la pregunta. Práctica. O tal vez su raza poseía sensores especiales que les permitía saber dónde estaban los demás. Quizás ellos podían ver más allá del escudo de invisibilidad. Entonces, otra posibilidad la golpeó. El virus que poseían estaba vivo y las víctimas podían comunicarse mentalmente unas con otras. Quizás aquel virus les avisa de donde estaba cada invisible e infectado cuerpo. Si Estap lo sabía, querría aprovechar la habilidad de comunicarse mentalmente para los soldados de la Tierra. Una vez que los científicos descubrieran cómo, por supuesto, se agenciaría todo el crédito para sí mismo. Bastardo. Cuando esto terminara, y si ella sobrevivía a la extracción del chip, iba a clavarle una daga en la yugular. Lo vería desangrase lentamente, incapaz de respirar mientras la muerte lo reclamaba. Él no importaba ahora mismo. Sólo Jaxon importaba. Siempre Jaxon. Odiaba no poder verlo y volvió a los infrarrojos. El alivio se precipitó a través de ella cuando vio los contornos de los otros-mundos que llevaban a los dos agentes. Los hombres estaban

laxos, pero todavía emitían grandes ondas de calor de su cuerpo, lo que quería decir que estaban vivos y bien. «Grabar coordenadas», ordenó al chip. «Traza un mapa del cambio de posición». Ahora, todo lo que tenía que hacer era esperar…

Jaxon se despertó lentamente, con la mente atontada y el cuerpo débil y cargado de frías y pesada cadenas. Maldita sea, esto le resultaba familiar. Al menos no se sentía bombardeado por un dolor agonizante. —Eso es, cielo. Abre los ojos para mí. —¿Mishka? —Estoy aquí. Su suave y dulce voz lo arrulló hasta salir del sueño. Los párpados se abrieron de golpe, pero pasaron varios momentos antes de que pudiera ver a través de la lóbrega oscuridad que lo rodeaba. Pequeña puerta con barrotes, descascarilladas paredes de piedra, alfombra marrón de pelo. ¿Dónde estaba…? ¡Allí! Gracias a Dios. Mishka. Tan hermosa como siempre. Él estaba encadenado a una cama y ella a la pared. Y estaba viva. Sucia y magullada, pero viva. Estaban cara a cara, ambos sentados, con los brazos alzados y las piernas estiradas. Los labios de ella se curvaron en una feliz sonrisa y el alivio cruzó su rostro cuando sus ojos se encontraron. —Por fin —dijo—. La Bella durmiente ha despertado. Él sabía que su alivio era igual de visible. —La bestia, querrás decir. —Mi bestia. Dulce mujer. —¿Qué sucedió?—Recordaba ir tras un invisible Nolan, disparar el arma y luego ser lanzado al suelo como una muñeca de trapo, incapaz de ver quién -o qué- lo había atacado. Lucius había aparecido y había caído. Después, nada. La mente de Jaxon mostraba sólo una pantalla en negro. —Ellos lo planearon todo y te esperaban. Nolan prácticamente nos envolvió como un regalo y nos entregó a sus amigos.

Un músculo le palpitó en la mandíbula. Ira. Había sido traicionado. El calor le floreció en las mejillas. Vergüenza. Había sido engañado y dominado. Delante de su mujer. —¿Te hicieron daño? —Una furia poderosa iba unida a la pregunta. La mirada se estrechó sobre ella, buscando heridas. Llevaba la misma ropa que había llevado antes. Camiseta negra sucia y pantalón negro sucio. Tenía rasguños frescos sobre la mejilla izquierda y contusiones en la mano, pero aparte de eso se veía igual. Brillo sano en la piel, brillantes ojos color avellana, el cabello cobrizo enredado. La idea de que algo le pasara hizo que le subiera la bilis. Fallé en protegerla. Ella podía protegerse a sí misma, sí. Y eso le llenaba de orgullo. Pero él quería, necesitaba, ser lo bastante hombre para ella. Se merecía nada menos que lo mejor. —No —contestó—. Nos trajeron aquí, a unos diez minutos caminando desde aquel callejón. Nolan insistió en que nos colocaran juntos. Creo que no quería que nos preocupáramos el uno por el otro. Tienen a Lucius en la celda de al lado. —¿Alguien más? Ella negó con la cabeza. —Sólo a nosotros tres. —Eden gritaba órdenes a Lucius en mi oído, diciéndole que se retirara o se uniría a la lucha y lo mataría ella misma —comentó él, cuando el recuerdo se deslizó en su lugar—. ¿Ella no se presentó? —Si lo hizo, fue después de marcharnos. Nunca la vi. Y para que lo sepas, había nueve alienígenas en el callejón. Esa es la cantidad a los que nos enfrentamos ahora. —Tres contra nueve. No es una mala probabilidad. —Jaxon tiró de las cadenas y rebotó en el colchón lleno de bultos debajo de él—. ¿Esto te recuerda algo? —Sólo uno de los mejores días de mi vida —dijo ella con otra sonrisa—. El día que te conocí. Y no te preocupes, ¿vale? Puedo sacarnos de esto. Con facilidad. —¿Cómo? —Observa. Su muñeca metálica pareció encogerse de tamaño, y él abrió los ojos como platos. —Hay ranuras en el metal —explicó—, que son capaces de unirse entre sí, reajustando el ancho. —Liberó la mano y la cadena golpeó contra la pared mientras ella agitaba los dedos y sonreía ampliamente—. ¿Ves? —Entonces se volvió hacia la

muñeca aprisionada y colocó un dedo de plata en el agujero. Una vez más el metal se realineó y ella lo retorció. Clinc. Trabajó sobre sus tobillos. Otro clinc seguido rápidamente de otro. Y justo así, quedó completamente libre. Esa es mi chica. —Recuérdame que nunca te ate a la cama. —Para ti, fingiré estar indefensa y… —De repente sus hombros se pusieron rígidos, inclinó la cabeza a un lado y su expresión se volvió pensativa, como si escuchara una conversación—. Nolan viene. Jaxon escuchó. No oyó nada. Mishka deslizó las manos de nuevo en las cadenas, aunque dejó los círculos bastante amplios para liberarse otra vez sin ningún ajuste. Unos segundos más tarde, las orejas de Jaxon se movieron cuando un suave repiqueteo de pasos por fin le llegó. ¿Cómo lo había oído ella antes? Los pasos crecieron de volumen hasta que Nolan estaba de pie frente a los barrotes que hacían de puerta. A su favor, no parecía satisfecho. Parecía triste. —Así que —dijo Nolan—, estáis despiertos. —Creía que querías destruir a tus hermanos por sus pecados —replico Jaxon sombríamente. Los dedos del alienígena se curvaron alrededor de los barrotes, completamente contra el metal ennegrecido. Todavía llevaba su anillo. —Mentí. Una parte de mí, de todas formas —miró el suelo—. Lo siento. Lo siento muchísimo. Sólo quiero vivir. ¿Tú lo entiendes, verdad? —Sí —dijo Mishka—, ¿pero tenías que llevarnos contigo? —Sí —contestó Nolan con un suspiro—. Tenía que hacerlo. Sólo estoy sorprendido de que confiaras en mí, aunque fuera un poco. —¿Por qué ayudaste a derrotarnos? —ladró Jaxon. Otro suspiro. —Cada vez que nos vemos obligados a viajar a un planeta nuevo, primero debemos recuperar nuestra fuerza. El único modo de hacerlo es a través del sexo y de

la liberación del virus. Cuando nos reponemos, buscamos modos de destruir nuestra mayor amenaza para que el resto de nosotros pueda venir. Dios querido. Había más de ellos. —Aquí —siguió Nolan—, nuestra mayor amenaza es el A.I.R. —Entonces, identidades?

¿qué?

¿Fingiste

querer

ayudarnos

para

conocer

nuestras

Nolan asintió con la cabeza. —Sí. Pero me ignoraste durante días, no me presentaste a nadie más, y continuabas desaparecido, así que no podíamos seguirte. Tú tecnología es más avanzada que la de otros planetas, y no sabíamos que más hacer. —¿Por qué simplemente no nos matáis? —preguntó Mishka. Los rasgos de Nolan palidecieron. —No somos monstruos. Queríamos ofreceros opciones. ¿Opciones? —¿Como qué? —preguntó Jaxon—. Porque lo único que voy a aceptar es la rendición absoluta. —Eso no va a pasar —dijo Nolan, pasándose la mano por la fatigada cara—. Podemos infectaros y enseñaros como sobrevivir con el virus. Seremos hermanos, entonces, y luchareis con nosotros en vez de contra nosotros. Mishka arqueó una ceja. —¿Por qué no enseñasteis a la gente de otros planetas cómo sobrevivir? —¿Y tener más competencia por las hembras? —¿Por qué nosotros?—preguntó Jaxon. Nolan sonrió, la tristeza aferrándose a las comisuras. —Sois fuertes, inteligentes. Cuando este planeta caiga, y lo hará, nos ayudareis a encontrar otros mundos, otras mujeres. —No, gracias —Mishka negó con la cabeza—. Siguiente. La cólera revoloteó sobre la cara del otro-mundo. —Podemos mataros. —Creí que no erais monstruos —dijo Jaxon. Los hombros de Nolan se cuadraron.

—La muerte sería vuestra elección. Por lo tanto, no sería un asesinato. —Siguiente —dijo Mishka. —Podemos usaros como cebo para sacar a los otros agentes. Los capturaremos y les ofreceremos la misma opción —dijo Nolan—. Alguno decidirá unirse a nosotros. —Siguiente. —Eso es todo —gruñó Nolan—. Esas son vuestras únicas opciones. —Puedes infectarnos a la fuerza —dijo Jaxon—. Así que, ¿por qué no lo haces? La ira desapareció finalmente, Nolan miró hacia abajo a sus pies y pateó un montón de suciedad. —Sois guerreros. Como nosotros. Respetamos eso. —¿Y? —insistió Mishka—. Hay más que simple respeto. Puedo sentirlo. Jaxon sabía que ella podría haber matado a Nolan en cualquier punto de la conversación, pero estaba tan hambrienta de respuestas como lo estaba él. —Quitarle la elección a un guerrero es deshonroso y está mal. Lo sé porque mi elección me fue arrebatada. —Nolan descansó la frente contra los barrotes—. Un día la mujer más hermosa que jamás había visto llegó a nuestro planeta. Se parecía al sol, brillante y glorioso, cegando todo lo demás. Nosotros no pudimos resistirnos. La adoramos e hicimos todo lo que deseaba. Y a cambio, ella nos infectó. Uno por uno. Verás, ella es la anfitriona original, el primer portador. Es. No era. El estómago de Jaxon se encogió. —¿Todavía está viva? Un asentimiento de cabeza. —Viene hacia aquí, ¿verdad? —preguntó Mishka. Otro asentimiento, éste avergonzado. —En cuanto el A.I.R. sea debilitado, vendrá. Es otro de los motivos por los que no habéis muerto en el acto. Tanto como la despreciamos y esperamos nunca verla otra vez, estamos desvalidos contra ella. Ella habla y obedecemos. Pero vosotros no estáis tan compelidos. —Podemos matarla por ti —sugirió Jaxon. La esperanza veló la expresión de Nolan por el más breve de los segundos. Luego sacudió la cabeza.

—Cuando ella muera, nosotros moriremos. O eso es lo que ella dice. La quiero muerta, pero yo no quiero morir. Quiero vivir. Es todo lo que siempre he querido. Vivir y ser feliz. Amar. Como vosotros. —Sus brazos cayeron a los costados—. Pensad en lo que os he dicho. Por favor. —Dio un paso atrás. —¿Nolan? —dijo Mishka, deteniéndolo. Él pareció cansado cuando dijo: —¿Sí? —Lo siento —había verdadera sinceridad en su tono. —¿Por qué? —Por esto. —Estaba en los barrotes al próximo instante, moviéndose tan rápido que no había sido nada más que un borrón negro. Sus brazos se extendieron a través de las barras y aferraron a Nolan. Los ojos del alienígena casi se le salieron de las órbitas cuando ella apretó su cuello, uno de sus anillos clavándose profundamente. Jaxon sabía que podría haberle roto el cuello, podría haberlo matado al instante, pero simplemente intentó ponerlo a dormir. Nolan luchó, tratando de apartar sus manos. Mishka las mantuvo apretadas. Finalmente, la jadeante respiración del otro-mundo se detuvo y cayó al suelo lleno de suciedad. Ella lo liberó con un suspiro triste. —¿Seguro que no finge? —preguntó Jaxon—. Nuestras drogas pueden no funcionar sobre los otros-mundos. —Estoy segura. La química de su cuerpo y sus signos vitales se han calmado por completo. —Bien. Desátame, cariño. Pueden comunicarse mentalmente y si él les dijo a los demás que estás libre, estarán aquí pronto. Necesitamos todo el tiempo que podamos conseguir para liberar a Lucius. Con expresión pensativa, ella corrió a su lado y comenzó a trabajar en las cadenas, su dedo metálico actuando como llave. Mientras se afanaba, sus orejas temblaron como si escuchara una conversación que él no podía oír. —No se preparan para el ataque. Están… —frunció el ceño—, viendo una película, creo. Una horrible, por cierto, con tiroteos y diálogos de mierda. “No sé cuánto tiempo más podré retenerlos, Tyler. Tú eres nuestra única esperanza”. Por lo menos se están riendo.

La diversión irrumpió a través de él, y se frotó las ahora muñecas libres. Sabía que había retransmitido el trozo de conversación en su beneficio. —Probablemente esperan aprender todos nuestros secretos a través de nuestra programación. —Vamos a tener que matarlos. Incluso a Nolan. —Lo sé. —Simplemente no podía hacerlo. No a él, aún no. Estoy cabreada con él, pero aun así… —Agitó la mano a través del aire—, después de matar a los demás, podemos interrogar a Nolan sobre la reina. —Lo sé —repitió él. Y así era. Nolan no era un tipo demasiado malo. No era genial, pero no era tan horrible como otros que Jaxon había conocido. De todos modos, la seguridad de la Tierra, la seguridad de Mishka, era lo primero. Siempre. A la larga, lo matarían. —Estúpido por mi parte el esperar —susurró ella. —No, compasivo. Es un buen objetivo, encontrar el amor. Nadie debería morir sin conocerlo. —Hizo una pausa, sopesando mentalmente todas las cosas que podrían salir mal—. Tenemos que matarlos sin hacerlos sangrar y tenemos que matarlos lo suficientemente rápido para que no sean capaces de desaparecer. —Sí. Le liberó los tobillos y él también se los frotó. —Mia y los demás deberían estar aquí pronto, pero me temo que no tendrán más suerte con la invisibilidad de la que nosotros tuvimos. ¿Alguna idea? Me refiero a que ahora mismo estamos casi sin armas. —Ahora mismo lo estamos. Elevó la ceja en interrogación mientras balanceaba las piernas fuera de la cama y se ponía en pie. —Dame diez minutos. Si no puedo poner una pyre-arma en tu mano en diez minutos, más tarde te haré una mamada en compensación. —Nena, necesitas motivación para tener éxito, no para fallar. Una carcajada burbujeó de ella, deleitándolo. —Además, preferiría que simplemente te mudaras conmigo. Obviamente no era la respuesta que ella esperaba.

—¿Q-qué? —Te amo, y quiero que vivas conmigo. —Extendiendo la mano, la agarró del brazo y la levantó—. Casarnos, también, pero pensé que debería lanzar esa pequeña gema una vez que hubiera conseguido hacerte adicta a las duchas calientes y al chocolate. Chocolate. Había leído sobre eso. Dulce y delicioso. Y un lujo caro, ya que la mayor parte de las plantas de cacao fueron quemadas y los campos aniquilados durante la guerra de humanos contra alienígenas. —Yo-yo… ¿tú me amas? Jaxon la empujó hacia los barrotes y ella se agachó para trabajar en la cerradura. Las manos le temblaban. —Creí que era obvio cuando no metí el pie tan profundamente en el culo de Estap que tuvieran que extirpárselo quirúrgicamente —dijo él—. En cambio, lo salvé por ti. Ella se mordisqueó el labio inferior, silenciosa. —Di algo. Me estoy muriendo aquí. —Yo diré algo —la voz de Lucius resonó desde la celda de al lado—. Esos diez minutos van pasando, cariño. ¿Yo también puedo conseguir la recompensa? La cerradura se abrió y Mishka se enderezó. Jaxon se pasó la lengua por los dientes, aunque sabía que Lucius no hablaba en serio. El hombre estaba demasiado enamorado de Eden. De otra forma, Jaxon habría tenido que matarlo. Violentamente. —Puedes decirme cuánto me amas más tarde —dijo Jaxon—. Ahora vamos a matar algunos Schön. Eso sí, no te sorprendas cuando patee esas pyres-armas fuera de tus manos.

CAPÍTULO 26

Centrarse en la tarea entre manos, centrarse en la tarea entre manos. Sin embargo, era difícil concentrarse cuando una sola frase flotaba en la mente de Mishka: Él me ama. Antes Jaxon había mencionado quedarse con ella, quizás adoptar niños algún día. ¿Pero amor? En todos sus sueños más salvajes nunca había considerado tal posibilidad. Deseado, sí. ¿Pero que un hombre fuerte e inteligente la escogiera por encima de todo lo demás? ¿Por propia voluntad? ¡Un milagro! Ella desencadenó a Lucius, sabiendo que lucía una sonrisa estúpida. Jaxon y yo pasaremos el resto de nuestras vidas juntos. El resto de nuestras vidas. Vale, aquella frase logró eclipsar la otra. ¿Cuánto tiempo les quedaba? ¿Cuánto tiempo le quedaba a él? ¿Terminaría su vida aquí, tal y como pensaba Dallas? No, no podía permitirse pensar así. Los Schön los había vencido una vez, los hijos de puta no lo harían de nuevo. Se aseguraría de ello. En parte quería matar a los Schön completamente sola. Hacía unas semanas, lo habría hecho. Habría puesto a Jaxon y Lucius a dormir o los habría encadenado de nuevo y dejado en las celdas. Lo que pasara después, las consecuencias de sus acciones, no habría importado. Pero ahora, todo importaba. Podría matar algunos otros-mundos ella sola, pero probablemente no a todos. Ellos podrían usar su invisibilidad para escapar o abalanzarse sobre ella. Podrían llegar a Jaxon, matarlo antes de que ella se diera cuenta que ellos habían abandonado la habitación. Y si dejaban el edificio y decidían que el A.I.R. ya no merecía tener elección sobre la enfermedad, Jaxon, si sobrevivía hoy, estaría en riesgo de infección.

Ninguna de esas opciones le atraía. Los Schön tenían que morir, y el mejor modo de asegurarse era combatirlos en equipo. Sin sus juguetes, ella no conocía la disposición del edificio o la posición de los alienígenas. Aun así, tenía que moverse sigilosamente, sin ser vista y confiscar algunas pyres-armas. —Una vez que haya conseguido las armas, creo que el mejor curso de acción es ponerlas en opción de aturdimiento —dijo ella—, apagar las luces para que ellos tampoco puedan vernos y empezar a disparar. El aturdimiento no afectará a ninguno de vosotros, y espero que ellos no sean capaces de vernos. —¿Y en cuanto a ti? —preguntó Jaxon. Ella se encogió de hombros como si ni siquiera mereciera consideración. —Tengo partes alienígenas. Si me golpea, me congelaré. —Y yo no seré capaz de verte para saberlo, lo que significa que no seré capaz de protegerte —él se pasó una mano por el corto pelo—. Ya que no tenemos las armas, no sabemos donde están ellos, y no podemos garantizar que lo consigamos, creo que no deberías esperar demasiado que eso funcione. —Todavía tengo ocho minutos y once segundos —dijo esto último por encima del hombro mientras salía de la celda y entraba en el pasillo. Era la casa de otra persona, un humano lo más probable, por las fotos que adornaban las paredes. Dos mujeres de veinte pocos años. Bonitas. Con los brazos alrededor la una de la otra. Había una buena posibilidad de que fueran hermanas, ya que ambas poseían la misma nariz inclinada. Y había una buena posibilidad de que ya estuvieran muertas. Qué desperdicio—. Seguidme pero no habléis, ¿de acuerdo? Ninguno respondió. Bien. «Aumentar volumen auditivo». «¿Porcentaje?» «Cincuenta por ciento». Los sonidos de aquella maldita película le rebotaron en la mente, haciéndole estremecerse. Más alto y más fuerte… múltiples disparos, el arrastrar de pasos, la caída de un jarrón. Más de aquella risa discordante. Ella frunció el ceño. ¿Debería durar tanto el tiroteo de la película? ¿Y había allí alguna mujer Schön? Porque en ese momento, Mishka definitivamente había escuchado a algunas mujeres. «Más alto. Filtrar la película si es posible».

«Aumentando al sesenta por ciento. Filtración…» Bajo las ráfagas de disparos, risas y gruñidos, de repente pudo escuchar la respiración de Jaxon y Lucius detrás de ella. Hasta podía escuchar el sudor resbalándole por la piel. El deslizamiento del mismo y el golpeteo al chocar contra el suelo. Disparos. Risas. Sí, risa femenina. Ahora silencio. Ésta provenía de la televisión, comprendió, porque había algo de estática. Los disparos, sin embargo, no se acallaron. No venían de la televisión. —… no puedo verlos —replicó Mia. —… están sobre mí —gruño Dallas. —¡Agáchate! —gritó Eden. —Tus amigos —dijo Mishka. El sonido de su propia voz casi le hizo caer. Demasiado fuerte. Rápidamente, ella pasó corriendo por la pequeña cocina y la igualmente pequeña sala de estar con muebles raídos. La puerta de la calle surgió delante, cerrada con llave. Ningún Schön. Ningún tiroteo—. Tus amigos están aquí — repitió, intentando ocultar el pánico en la voz—. La batalla ha empezado. —Maldita sea —soltó Lucius. —¿Dónde? —Jaxon. El temor absoluto cubría sus caras, y ellos ni siquiera intentaron ocultarlo. Lucius por Eden. Jaxon… ¿Por ella? Sudando, fácilmente apretó la cerradura, abrió la puerta y se asomó al pasillo. —Estamos en un edificio de apartamentos. Probablemente mataron a los otros inquilinos, porque no oigo ninguna otra conversación. —Quiso desesperadamente taparse los oídos. Cada vez más, el sonido de su propia voz parecía truenos en auge—. ¿Los escucháis vosotros? ¿Veis destellos por debajo de las puertas? —No —dijeron ambos a la vez, y ella se sintió enferma. El fuerte brazo de Jaxon le envolvió la cintura y la arrastró pasillo abajo, hacia el ascensor. —¿Arriba o abajo, cariño? —susurró, y eso la salvó de vomitar. —No lo sé —susurró de vuelta. Tendrían que ir probando—. Baja un piso. Él presionó un botón. Las puertas se cerraron. Lucius estaba detrás, en el lado izquierdo, listo para atacar a cualquiera que intentara lanzarse dentro del ascensor

cuando las puertas se abrieran. Sin embargo, mientras la caja metálica descendía, el sonido de la lucha disminuyó un poco. —Arriba —soltó precipitadamente—. Tenemos que subir. El ascensor paró en el primer piso solicitado y las puertas se abrieron. Nadie apareció. Nadie atacó. Jaxon presionó otro botón. Pronto ellos se elevaban, más allá del piso que habían ocupado y al siguiente. Cuando lo alcanzaron, ella gritó. La pelea era tan ensordecedora ahora que ya no podía distinguir sonidos individuales. Sólo una ruidosa corriente constante. «Regresa al volumen normal». —Aquí —dijo Jaxon. Ella abrió los ojos. ¿Cuándo los había cerrado? Jaxon ya la acompañaba fuera del ascensor y se posicionaban en una esquina del pasillo vacío. Destellos azules se desplegaban por debajo de la puerta en el otro extremo. Lucius ya estaba a mitad de camino, arrastrándose por la pared. Como un fantasma, mezclándose con las sombras. —¿Estás bien? —le preguntó Jaxon. —Sí. Pero alguien tiene que quedarse aquí en caso de que ellos intenten escaparse. Él abrió la boca para decir algo. El qué, nunca llegaría a saberlo. —Yo lo haré —dijo, obviamente sorprendiéndolo—. Voy a cambiar mi visión, de modo que pueda ver a los Schön incluso si son invisibles. Brillan más que los humanos en esa forma, pero no tendré tiempo de juzgar el resplandor. Simplemente dispararé a cualquiera que salga por esa puerta. —Tomo nota. Sólo ten cuidado. —Le plantó un beso duro en los labios, deslizándole demasiado brevemente la lengua dentro de la boca para saborearla. Y luego se había ido, arrastrándose justo detrás de Lucius. Quedarse aquí iba a ser la cosa más difícil que jamás hubiera hecho, comprendió. Ya quería seguirlo, vigilarlo. Protegerlo. Él es fuerte. Puede cuidar de sí mismo. Aunque saberlo no detuvo la preocupación. Era su hombre, su amor. Él le lanzó una ardiente mirada antes de concentrarse en la puerta. Tanto él como Lucius reclamaron un lado. Ellos iban a patearla y a arrojarse al corazón de la batalla. Estará bien, se aseguró otra vez. «Iniciar visión infrarroja».

Oyó el crujido de metal y el gruñido de los hombres cuando el mundo a su alrededor se oscureció de nuevo a la nada. Esta vez, no tenía el destello de ninguna luz roja que rompiera el negro. Jaxon y Lucius ya estaban dentro del cuarto. —Gracias a Dios —dijo Mia entre gruñidos. Debía estar luchando contra un alienígena mientras hablaba—. Seguimos tu señal, pero no podíamos encontrarte. —No podemos verlos. —Eden. Gruñendo, también—. Me las arreglé para golpear a unos cuantos con rayos de impulso, pero han desaparecido también. —¿Y Le’Ace? —dijo Dallas, jadeante. —En el pasillo —contestó Jaxon—. No vayas. Ella atacará. Ahora lánzame una maldita arma. Cristales rotos. Una mesa volcada. Por lo menos, ella pensó que era una mesa por el ruido sordo seguido rápidamente de cuencos tambaleantes. Mishka vio un atisbo de luz roja en la puerta, que despareció cuando ella disparó y reapareció poco después. Se agachó, preparada. La luz nunca se acercó a ella. En cambio, algo se deslizó a través del suelo hasta chocar contra la bota. —El arma —dijo Jaxon—. Tus diez minutos se han acabado. La pequeña luz desapareció. Si no hubiera estado tan nerviosa, habría sonreído mientras cogía el arma. Enderezándose, la sopesó. Una pyre-arma. Habiéndose entrenado en la oscuridad, presionó el pulgar contra el disco interno y supo que estaba en modo aturdidor. Bien. Pasaron varios minutos. Más gruñidos, incluso un grito. Maldiciones. Rotura de cristales, crujidos. El sudor perló el cuerpo de Mishka. ¿Qué pasaba? Cuanto más tiempo permanecía quieta, más intensa era la sensación de impotencia. Hubo un gruñido. Dallas, pensó. Jaxon maldijo. Alguien se estrelló contra algo sólido. Una mancha roja se lanzó desde la puerta. Le’Ace apuntó y disparó. La línea de color rojo brillante se congeló en el lugar. Alienígena. Uno menos. ¿Cuántos más saldrían? ¿Y si alguno de ellos lograba herir a Jaxon? ¿Todavía estaba él indemne? «Pánico en aumento. Respiración demasiado irregular».

Respiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud. La oscuridad, los sonidos de la batalla, los odiaba más con cada segundo que pasaba. Alguien chilló, interrumpiendo los pensamientos. Se tensó. Los alienígenas empezaron a murmurar en un idioma que no entendía, un idioma que no había escuchado antes. El pánico debía haberse colado en su interior, también, porque se las habían apañado para permanecer en silencio, evitando la detección del A.I.R. hasta ahora. Si no hubiera sido por el isótopo dentro de Jaxon, Mia y sus amigos no podrían haberlos encontrado en absoluto. —¡Zorra! La voz de Mia. Entonces, un borrón rojo dio un paso en el pasillo y Le'Ace disparó. Podría ser Mia, podría ser alguien más. El borrón saltó fuera del camino. —No vas a derribarme tan fácilmente. Mia, entonces. No un Schön. De todos modos, Mishka se tensó aún más. —No quiero hacerte daño, Mia. —¿Jaxon, dónde estás? —Es una pena. —El rojo avanzó un poco más cerca—. Yo quiero hacerte daño. Voy a hacerte daño. —Tenemos un trabajo que hacer. —Sí, pero dudo que estemos en el mismo equipo. ¡Jaxon! Ella no gritó su nombre, no quería distraerlo. Pero necesitaba su interferencia. Él no le perdonaría si mataba a su amiga. Sin embargo, Mia era demasiado rápida para aturdirla, por lo que no le dejaba otra opción salvo la confrontación física. Mishka no podía arriesgarse a cambiar a la visión normal para luchar y medir donde aterrizaban los golpes de modo que no causaran demasiado daño. Si uno de los Schön dejaba el cuarto, tenía que saberlo. —Congelaste a Devyn. ¡Él intentaba ayudarnos! —Un accidente. Sólo puedo ver el color, no los rasgos —dijo, aun sabiendo que así exponía una debilidad—. Ya fue advertido. —¿Lo fue Elise? —Las palabras fueron afiladas y llenas de odio. —¿En serio quieres hacer esto aquí? ¿En medio de una batalla? —Ellos son el enemigo, tú eres el enemigo. No hay mejor momento. Niveló el arma.

—Lamento haber matado a Elise. Vivo con el pesar cada día, cada noche. —Incluso si lo que dices es cierto, no sería suficiente. —Otro centímetro. —¿Nunca has hecho nada de lo que te arrepientas? ¿Nunca hiciste algo mal por lo que creíste era una buena razón? ¿Alguna vez te han obligado hacer algo que no querías hacer? —Tú la mataste —dijo, evidentemente poco dispuesta a considerar las palabras de Mishka—. Y matarás a Jaxon si se te permite vivir. —Nunca. Otro centímetro. —¡Dallas lo vio! Yo leí la lista. —¡Él vio mal y tú te equivocas! Ahora quédate dónde estás o me obligarás a hacerte daño a pesar de que te necesitamos. —Inténtalo. —La satisfacción de Mia era como un ente vivo en el pasillo. Mishka no tuvo tiempo de responder. Un momento Mia estaba frente a ella, y al siguiente estaba justo delante de la cara, arrebatándole de un golpe la pyre-arma de la mano y lanzando una daga hacia el cuello. Por instinto, ella se arqueó hacia atrás. Aun así, la daga consiguió cortarle, escociendo. Inmediatamente, giró y golpeó, pero Mia ya estaba fuera de alcance, el contorno rojo moviéndose hacia la izquierda… rápidamente. Mishka lanzó el puño hacia delante. Crujido. Dejó escapar un jadeo. Había golpeado la maldita pared. ¡Con la mano humana! Como no podía ver los pequeños detalles del cuerpo de Mia, tenía miedo de pegarle con el metal. A esta velocidad, un movimiento incorrecto podría matar a la agente. Mishka giró la cabeza de un lado a otro, viendo sólo una extensión enorme de oscuridad. ¿Dónde diablos estaba? Mishka dio la vuelta, haciendo un balance. De nuevo, sólo oscuridad. Sabía que la pared estaba detrás de ella. Concéntrate. Los ascensores están a unos metros al fondo. No hay luz allí. El techo… Le barrieron los tobillos de una patada y ella cayó de espaldas. Atravesando la momentánea conmoción, lanzó un puñetazo hacia delante en caso de que Mia pensara en acercarse e ir a por la cara. Sólo la saludó el aire, silbando burlonamente. Una carcajada femenina.

—¿Cómo te sientes, estando desvalida? —Un borrón a la derecha. No había tiempo. Un puño le impactó en la sien. Un borrón a la izquierda. Otro puñetazo en la sien. El cerebro se sacudió en el interior del cráneo y las estrellas parpadearon tras los ojos. —Nunca desvalida —gruñó ella. Viendo el borrón apresurarse por detrás, Mishka se apoyó en las manos, y lanzó las piernas hacia atrás. Mia salió propulsada hacia la pared y jadeó. —¡No conseguirás matarme y no conseguirás matarlo! —Lo amo. —Te amas a ti misma. —Mia jadeaba. ¿Fatigada? El borrón se movió de nuevo, más rápido esta vez. Una aguda punzada atravesó la parte posterior de la pierna de Mishka mientras ésta se levantaba. No tenía que ver para saber que le habían cortado. Entonces, el borroso borrón giró, un poco del calor quedando atrás y formando un vórtice de estrellas centellantes. —Si lo amaras, te alejarías de él. ¿Alejarse? Se conocía lo suficientemente bien para saber que no tenía fuerzas para hacerlo. Mientras estuviera viva, haría todo lo posible para estar con él. Y a la mierda las circunstancias. Él era una droga, su droga, una soga invisible parecía estirarse ente ellos, siempre tirando de ella. No, nunca podría alejarse. —No puedo. —Egoísta. Sus amigos nunca te aceptarán, lo que significa que él terminará dándoles la espalda para hacerte feliz. Quizás llegue a sentir resentimiento, quizás no, pero en cualquier caso la pérdida lo matará. Incluso si tú no lo haces. —Tal vez necesite mejores amigos —dijo, aun cuando el pánico se elevó por dentro. Caliente, oscuro, consumiéndola. Tuvo problemas para respirar. Si sus amigos no la aceptaban, Jaxon podría dejarlos. Los quería muchísimo, ella sabía que lo hacía. Y sin sus amigos, su trabajo sería lo siguiente en dejar. Ella no quería que abandonara todo lo que amaba. «Niveles de adrenalina demasiado altos». «Piensa en esto más tarde». Una luz roja salió disparada desde la puerta al final del pasillo. Mishka se puso rígida. ¿Alienígena?

—Viene alguien —dijo. —Claro, y yo voy y me lo creo. Aquella luz se acercó, los brazos extendidos hacia delante para el ataque. Mishka se puso en pie, pero Mia los barrió una segunda vez. Mientras ella caía, quién corría alcanzó a la agente. Hubo un gruñido, un revuelo. La pareja se enredó y cayó, una mancha borrosa de color. Mishka avanzó lentamente por el pasillo, palpando en busca del arma. Todo el tiempo mantuvo la mirada pegada en la puerta. Una vez, el par de combatientes tropezó con ella, pero Mia logró mantenerse en pie. —¿Mishka? —¡Jaxon! —El alivio la inundó. Vio su luz roja, agachada, quieta, no tan brillante. La preocupación se mezcló con el alivio—. ¿Estás…? —Otra luz se arrastró por detrás de él—. ¡Cuidado! A pesar del grito, él se estrelló contra el suelo.

CAPÍTULO 27

Jaxon esperaba el ataque, se había preparado para ello. Cuando el Schön chocó contra él, golpeándolo en el estómago, simplemente cambió el arma de posición en la mano, de modo que el cañón apuntara hacia atrás, y disparó. El peso sobre los hombros no se alivió, pero la lucha y el agarre a la ropa se detuvieron. Satisfecho, Jaxon se puso de rodillas, desalojando al de otro-mundo y enviando su congelado y ahora visible cuerpo al suelo. Devyn estaba congelado unos metros más adelante, y Kyrin unos metros más atrás, ambos de otros-mundos habiendo sido inmovilizados por el aturdidor durante la batalla. Mishka estaba sobre sus manos y rodillas, la sangre goteando de su cara y brazos. Tenía los ojos vidriosos, con el iris completamente negro. Como un cielo de medianoche sin estrellas. Su piel estaba pálida, varias venas azules visibles. Verla así casi le paralizó el corazón. —¿Jaxon?—dijo ella. —Estoy bien, cariño. No te muevas, ¿vale? —Levantó el brazo y apuntó con la pyre-arma. Mia obviamente combatía a uno de los bastardos invisibles. Su cuerpo se retorcía mientras giraba y rodaba para mantener un firme apretón sobre el alienígena que intentaba abrirse camino a golpes hacia el ascensor. —Mia, retrocede —ordenó, y ella obedeció al instante. Él apretó el gatillo. Un rayo azul estalló. El Schön, se materializó de pronto, fijado en el sitio. Él estaba sobre su estómago, las piernas obviamente empujando hacia

delante, las manos extendidas hacia las puertas del ascensor. Su hermosa cara retorcida con furia. Cerrando brevemente los ojos, Jaxon se deslizó hasta el suelo. Hecho. Estaba hecho. Había sido lanzado por todas partes en aquel apartamento, le habían dado patadas, puñetazos, bofetadas y le habían mordido, pero estaba vivo. —Ha terminado —dijo él—. Los nueve han sido inmovilizados. —¿Seguro? —preguntó Mishka. —Seguro. El negro se borró de sus ojos, volviendo el color avellana que tanto adoraba. Ella parpadeó rápidamente antes de enfocarlo y revisarlo en busca de heridas. Cuando no encontró ninguna, sonrió lentamente. Él le devolvió la sonrisa con una propia. Desesperado por abrazar a su mujer, se levantó y caminó hacia delante. Él le echaría un vistazo, la cogería en brazos y nunca la dejaría ir. —No des un paso más. Jaxon se paró, el estómago se le encogió y la sonrisa desapareció. —Mia. ¿Qué haces? —Lo que tú obviamente no puedes. —Una Mia con el ceño fruncido estaba de pie frente a los ascensores, la pyre-arma apuntado a la cabeza de Mishka. —No te muevas —le dijo él a Mishka. Levantó la mano libre, con la palma hacia fuera. En la otra, todavía agarraba el arma. Las entrañas se le contrajeron, retorcidas por la angustia. Él temblaba—. Deja el arma, Mia. Nos hemos ocupados de los Schön. Por ahora, hemos ganado. Es hora de limpiar e irnos. —Ella tiene que morir. Mientras cerraba los dedos sobre el arma, debió la mirada hacia Mishka. Ella había permanecido en el lugar como le había dicho y un rayo de emociones jugaba en su encantador rostro: Preocupación, esperanza, temor, agonía, confusión. Había un cuchillo a unos centímetros de su rodilla. Él le dirigió una mirada aguada en una petición silenciosa de que lo recogiera. Si entendió la orden o no, ella no obedeció. —Mia, por favor —dijo él—. No hagas esto. —Tengo que hacerlo. No puedes ver más allá de su bonita cara al monstruo que lleva dentro. —Su brazo era estable, su expresión fría.

Cada gota de humedad en su boca se le secó. Él se lamió los labios y se dejó caer de rodillas. —Deja el arma. Te lo suplico. Déjala. —Quizás esto sea lo mejor. No ruegues por mí —le dijo Mishka con voz rota. —¡Levántate! —gritó Mia. Ahora su brazo temblaba—. ¡No te atrevas a rogar! No por ella. ¡Levántate! —No hagas esto —siguió—. Por favor, no lo hagas. Dios, no. La amo. —Ella va a matarte. Si la dejo vivir, te matará. No puedo permitir que suceda. Eres mi amigo, hermano de mi corazón. —Ella no me hará daño. Como puedes ver, no trabajaba con los Schön. Nos ayudó. —Esta vez. Esta vez ayudó. ¿Y la próxima? Obstinada como era, Mia no le escucharía. La comprensión lo golpeó y él apuntó, levantando el brazo. Para él, no había ninguna otra opción. Pero Eden y Lucius estuvieron sobre él un segundo más tarde, sujetándolo antes de que pudiera disparar un solo tiro. —No me obligues a hacerte daño —dijo Lucius—. Ellos dijeron que esto podría pasar, pero amigo, no apuntes a los agentes. Esquivando, gritando maldiciones, Jaxon logró mantener una firme sujeción sobre el arma. —No le hagas daño, Mia. Ella es mía. La amo. Nunca Jaxon experimentó tal pánico. Sus propios amigos conspiraban contra él. Se negaban a confiar en él, viendo sólo lo que ellos querían ver. —Ella no va a hacerme daño. Déjala ir. Hablaremos. Te lo explicaré. ¡Por favor! —Yo lo vi —dijo Dallas desde la esquina—. La vi pegarte un tiro. Su pelo era castaño entonces, pero eso es todo. Tiene que serlo. —¡Te equivocas! —Tensó los músculos mientras luchaba. Eden y Lucius demostraron ser más fuertes, ya que él había perdido mucha sangre. Había tenido tanta prisa en derrotar a los Schön y llegar a Mishka, que no se había quedado quieto y simplemente disparar su arma. Se había movido a través del cuarto, siendo lanzado contra cristales y paredes. Tenía varias costillas rotas, lo sabía, y dos de los dedos—. Ella es inocente. Por el rabillo del ojo, vio que Dallas se agarraba un sangrante costado.

—Sujetadlo, joder —gruñó el agente. —Os mataré a todos si no lo dejáis ir —proclamó Mishka con voz fría. —¿Por qué no ayudas? —gruñó Lucius a Dallas, ignorando tanto a Jaxon como a Mishka. —¡Mia! —ladró Dallas— ¡Hazlo! —¡No! —gritó Jaxon— ¡No! —Dejarlo. Ir —dijo Mishka. Ahora había tanta furia en su voz que parecía una entidad separada en el pasillo—. Le hacéis daño. Él no se preocupaba por él. Sólo por ella. No era nada sin ella. No tenía nada, no quería nada. Pasó una eternidad. —No puedo hacerlo —gruñó finalmente Mia, asqueada consigo misma—. No puedo. —Esto es lo que vi —Dallas cojeó hacia delante—. Aquí es cuando ella apunta. Tenemos que matarla ahora. Con el horror inundándolo, Jaxon vio como su amigo levantaba su pyre-arma. Quiso que todo fuera un sueño, una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento. Pero sabía que no lo era. Sabía que el tiempo sería su enemigo o su mejor amigo. Liberó una pierna y la llevó hacia delante, pateando a Lucius en la cabeza. El agente gruñó mientras se balanceaba hacia atrás. Enfurecida, Eden levantó el puño. Jaxon se apartó, alzando el arma a la mayor amenaza: Dallas. —¡No! —gritó Mia, cambiando su objetivo a Jaxon. Por fin Mishka se zambulló a por el cuchillo. Los siguientes segundos parecieron pasar a una lentitud agonizante. Mishka lanzó el cuchillo a Mia, y éste se hundió en la mano que sujetaba el arma. Mia jadeó y dejó caer el arma, pero no antes de disparar un único tiro. El fuego ámbar ardió junto a la cabeza de Jaxon al pasar, chamuscando los pelos de su lado derecho. Nunca cesando en sus fluidos movimientos, Mishka agarró el arma caída y disparó a Dallas. Dallas y Jaxon dispararon también, uno justo después del otro. Dallas a Mishka. Jaxon a Dallas. Mientras Jaxon se zambullía hacia delante y giraba, tomando el rayo que iba dirigido a Mishka, el rayo azul que había disparado golpeó a Dallas y lo

congeló en el lugar, dejándolo inmóvil, pero consciente de todo lo que pasaba a su alrededor. Cuando el rayo ámbar se estrelló sobre su hombro, él gruñó. Mishka gritó preocupada. Justo así, todo terminó. Por fin. A pesar de que los dos hombros le ardían y tenían ampollas, Jaxon giró hacia los dos agentes que quedaban en pie, sin dejar caer el arma. —Tocad a la chica y os mataré. —Vamos a reunir a los Schön —dijo Eden con calma—. ¿De acuerdo? Él retrocedió, manteniendo el arma en alto. Los agentes se levantaron lentamente, con las vacías manos a la vista. Él jadeaba, perdiendo el enfoque. Mareado. Aun así siguió moviéndose. Un aturdido rayo azul estalló detrás de él, su luz iluminando todo por una fracción de segundo. —¿Mishka? —Estoy bien. —Estaba a su lado al instante, sus brazos envolviéndole. Los temblores filtrándose a través de ella—. Me encargué de Mia. Ahora vamos a encargarnos de ti. Finalmente él dejó caer el brazo, aliviado, feliz y triste. El arma hizo ruido al chocar contra el suelo. Miró a su mujer y vio lágrimas deslizarse por sus mejillas. —No llores —dijo suavemente. —Ya te lo dije. Yo no lloro. Es una fuga. —Te amo. —Yo también te amo. —Ella le enterró la cara en el hueco del cuello—. Estaba tan asustada. Mia casi me convenció de que te dejara para que así no perdieras a tus amigos, pero ellos te dispararon, ¡así que ahora te obligo a que renuncies a ellos! Eso o tendré que matarlos. —No me dejes nunca y seré un hombre feliz. —Nunca. Él rió entre dientes y la abrazó con sus últimas fuerzas. —¿Cariño? —¿Sí? —Alzó la vista hacia él, la ternura suavizando sus manchados rasgos. —Cógeme —y su mundo entero se oscureció.

Dallas estaba inmovilizado por el aturdidor. Estúpida sangre alienígena. Hacía meses, el aturdidor no habría funcionado en él. Ahora tendría que aprender a evitarlo. Sin embargo, lo que más le molestaba era que él era el responsable de pegarle un tiro a su amigo. Todo este tiempo, he sido yo. Yo. Debería haberlo sabido. Debería haberlo adivinado. El horror se deslizó a través de él, casi ahogándolo. Le’Ace no había sido la que había visto en la visión, haciendo daño a Jaxon. Había sido Dallas. Él había sido el misterioso extraño de pie en la esquina. Quizás porque él se había convertido en un extraño para sí mismo. Quiso maldecir, despotricar. Él había sido quien disparó el mortal disparo. Todo porque no había confiado en su amigo. Era lo que la visión había esperado mostrarle, ahora se daba cuenta, avergonzado. Si hubiera confiado en Jaxon, Jaxon no habría recibido un tiro. Mia no habría podido matar a la chica y todo habría ido bien. ¿Sería demasiado tarde? Observó como Le’Ace dejaba con cuidado a Jaxon en el suelo y empezaba a rasgarle la ropa, estudiando su cuerpo en busca de heridas. Había amor y preocupación en su cara, así como absoluta determinación. No era la asesina de Jaxon, era su salvadora. Casi destruí esto. Aún podía, si Jaxon no se recuperaba. ¿Qué tipo de amigo soy? Dallas había logrado cambiar partes de la visión. ¿Cómo? Kyrin predijo una vez que la vida de Dallas cambiaría para siempre si intentaba salvar a Jaxon. Dallas había pensado que por Jaxon valía la pena el riesgo. Todavía lo hacía. Y aun así, en el fondo, sabía que esto no era el final para él. Sabía que esto no era lo que Kyrin había querido decir. Algo más iba a pasar. El qué, sólo podía esperar y ver. Quizás la próxima vez acertaría en hacerlo bien. El pensamiento no ofreció ningún consuelo.

CAPÍTULO 28

Los refuerzos habían llegado hacía mucho y se habían llevado a Jaxon para operarlo de emergencia y reparar el daño que las pyres-armas habían infringido. Mientras Mishka esperaba, se cosió sus propias heridas como había tenido que hacer miles de veces antes. Luego se paseó. Nadie intentó hablar con ella, aunque el pasillo estaba lleno de gente. El jefe de Jack y otros agentes. Probablemente, se veía capaz del asesinato. Por fin, a través de las ventanillas de las dos puertas batientes, vio que metían la cama de Jaxon en el cuarto. Pasó a empujones por delante de los doctores y enfermeras, se colocó a su lado y finalmente se calmó unos segundos más tarde. —¡Hey! —le dijo Jaxon cuando la vio. Sus labios se curvaron en una lenta sonrisa. Tenía los ojos vidriosos por los medicamentos, la voz áspera y los hombros envueltos en gasa, pero ella nunca estuvo más contenta de verlo. —Hey a ti también —su voz temblaba tanto que las palabras eran casi imperceptibles. La gente zumbaba alrededor de ellos, comprobando los monitores y fingiendo no estar allí. —¿Cómo te sientes? —preguntó. Afortunadamente, la voz fue más clara esta vez. —Mortificado. Me desmayé delante de mi chica. —Prometida —corrigió ella. Una pausa. Sus ojos se iluminaron con un fuego interior. —¿En serio?

—En serio. No te librarás de mí. Nunca. —¿Y el chip? —Como dijiste, encontraremos los mejores cirujanos y lo quitaremos. Te amo demasiado para morir sobre la mesa. Sus párpados se cerraron, aunque la sonrisa persistió sobre sus labios. —Ven aquí. Ella no pidió permiso a los médicos, simplemente avanzó lentamente, se subió al lado de él y apoyó la cabeza en su estómago, lejos de las heridas. Uno de sus brazos la rodeó, los fríos tubos intravenosos rozándole la piel. —¿Los Schön? —preguntó cansadamente. —Muertos. Excepto Nolan. Está en aislamiento. Eden llegó hace una hora y me dijo que tienen el libro que había en su apartamento, así como el anillo, que resultó ser un decodificador. El libro narra todo lo que nos dijo sobre esa reina. Hay fotos, dibujos, así que al menos la reconoceremos cuando llegue. —¿Aún viene? Mishka asintió con la cabeza. —Al parecer, Nolan puede sentirla. Dice que cada vez está más cerca. Jaxon se durmió poco después, su cabeza colgando a un lado, su pecho subiendo y bajando de forma uniforme. Feliz de estar simplemente cerca de él, Mishka se quedó donde estaba. Debió dormirse también, porque en algún momento durante la noche abrió los ojos y Mia estaba allí, de pie junto a la cama. Se había duchado y vendado la mano. —Tócalo y muere —dijo Mishka—. No te lo diré de nuevo. Dallas entró cojeando por la puerta y se detuvo al lado de Mia. Sus rasgos estaban tensos, sus ojos vacuos. No parecía el agente optimista y vivaz del que había leído, ni el agente sarcástico que había conocido durante los últimos días. Era el hombre que Jaxon una vez había intentado ser: Impasible, imperturbable. Él y Mia compartieron una mirada y luego dijeron a la vez: —Lo siento. Compartieron otra mirada y suspiraron. Sonaban bruscos, pero sinceros.

—Allá vamos, a toda máquina —dijo Mia—. No me disculpo por no confiar en ti. Considerando todo lo que pasó y la maldita lista, que todavía no entiendo, por cierto, fue una buena decisión por mi parte. —Identificaba debilidades para así poder eliminarlas. —La miró de forma significativa—. ¿No es ese el procedimiento estándar de la agencia? La boca de Mia cayó abierta. La cerró de golpe y miró airadamente a Mishka. —Bien. Eso es genial. Inteligente, incluso. Pero como iba diciendo, no pido perdón por eso —una pausa y la mayor parte de su agresividad se evaporó—. Me disculpo porque lo amas, lo vi cada vez que lo mirabas, y quise apartarlo de ti. Ojo por ojo, se podría decir. —Mis motivos para pedir disculpas son un poco diferentes, pero dan lo mismo. —Dallas se encogió de hombros—. Yo te disparé. Mishka se relajó, pero sólo ligeramente. —Está bien —dijo, obviamente sorprendiéndolos. Ella había hecho cosas peores. ¿Cómo podría culparlos por esos pequeños sucesos?—. Por todo. —No, no lo está —dijo Jaxon. ¿Cuándo se había despertado? No lo había sentido moverse—. Casi la matasteis. Inseguro, Dallas dio un paso adelante. —No puedes torturarme más de lo que ya lo hago yo. —Podría intentarlo. Dallas cuadró los hombros, medio aceptándolo, medio beligerante. —Inténtalo, entonces. Mishka no quería ser responsable de una ruptura entre Jaxon y sus amigos. Lo amaba demasiado para eso. Apoyando el peso sobre el codo, se inclinó y susurró en su oído. —Perdónalos. Por favor. Piensa en lo divertido que será torturarlos despiadadamente con su culpa. Su mirada se clavó en la suya. —¿Puedo contarles la verdad? Después de un momento de vacilación, ella asintió con la cabeza. —Claro, ¿por qué no?

Sus labios se curvaron pero sus ojos eran duros cuando miró fijamente al par. Les habló del chip, de cómo había sido controlada por él. Por una vez, Mishka no se avergonzó, ni se sintió culpable o enfadada de que alguien pudiera compadecerla. El presente y el futuro ya no serían arruinados por el pasado. Ella no lo permitiría. Cuando Jaxon terminó, Mia y Dallas estaban pálidos. Avergonzados. Mishka se compadeció de ellos, pero sólo porque en el fondo siempre tuvieron las mejores intenciones hacia Jaxon. —¿Cómo está la mano? —le preguntó a Mia. —Curándose —contestó la agente, y luego añadió con sequedad—. Gracias por no triturar los huesos en polvo. —De nada. —Sé que podrías haber hecho mucho más daño. Perra —murmuró. Mishka trató de no sonreír. Viniendo de Mia, la palabra era un elogio. A veces. —Tengo la política de no herir a las bailarinas más de lo necesario. Mia se pasó la lengua por los dientes, pero permaneció callada. Ella se dio la vuelta hacia Dallas. —¿Ningún efecto secundario después del aturdidor? —¿Además del cambio de personalidad? —preguntó él, su voz tan seca como la de Mia había sido. Al menos ahora había emoción, autocrítica como era—. ¿Además de querer matarte un momento y querer matarme a mí mismo al siguiente? —Sí. Además. —No. Ellos compartieron una sonrisa. —Bueno —dijo ella, besando los labios de Jaxon—. ¿Esto quiere decir que todos somos amigos ahora? —¡Diablos, no! —replicó Mia—. No te pintaré las uñas ni me iré de compras contigo. Esto sólo significa que no intentaremos matarnos la una a la otra. —Eso es todo lo que siempre quise. —Mishka miró a Dallas otra vez—. Entonces. Ya que vosotros dos sois amigos, ¿significa eso que ella te pinta las uñas? —Por desgracia, sí —Dallas pronunció las palabras sin expresión. Jaxon se rió.

—¡Fuera de aquí, chicos! Podéis enviarle flores o algo así. Ellos discutieron lo de las flores (quien haría el envío) y lo de la laca de uñas (el color que mejor le sentaría a Dallas) todo el camino hacia fuera. Mishka alzó la mirada a Jaxon, quien sonreía hacia ella. Sin embargo, él no podía ocultar la preocupación en sus ojos. —Me domesticaste a mí, a mis amigos, un poco, y a los Schön. Sólo queda una cosa para nuestro “felices para siempre”. Sí, pensó ella. El chip. En cuanto Jaxon se recuperara, tendrían que encargarse de aquel maldito chip. Cuatro semanas y media más tarde

Jaxon tenía a Mishka mudada en su -de los dos- casa, un anillo en el dedo, y ahora, su esposa, acababa de salir de la operación. Casi la había perdido dos veces. Dos veces en las que su corazón dejó de latir y los doctores tuvieron que reanimarla. Dos veces en las que él casi murió. Preferiría tenerla con él, independientemente de la supervivencia de Estap, que vivir un solo día sin ella, comprendió pronto y aun así demasiado tarde. Se odiaba por haberla empujado hacia la operación. Pero después de dieciséis horas de infierno sobre la Tierra, observando desde una mampara de cristal como el pelo de su esposa era afeitado y su cabeza abierta como un jodido melón, finalmente pareció que podía respirar otra vez y que no estaba en peligro de vomitar los intestinos. Los doctores predijeron una recuperación larga pero llena de esperanzas, aun cuando el chip hubiera estado incrustado profundamente y conectado a cosas que no debería haber estado. Ella podría tener problemas de memoria, pero con su pasado, podría incluso agradecerlo. Mientras ella no lo olvidara a él, era feliz. Dios, era feliz. Él dejó de odiarse a sí mismo cuando ella comenzó a despertar, abriendo los hinchados ojos. Yacía en una cama limpia, con monitores atados a todo su cuerpo y él se sentó a su lado con mucho cuidado. Esto era lo opuesto a todas aquellas semanas atrás, cuando él se había despertado en el hospital y ella había estado a su lado.

—Jaxon —dijo ella, pronunciando mal la palabra. Estaba groggy, pero la felicidad brillaba en sus ojos. —Estoy aquí, nena. —¿Cómo me veo? Él le echó un vistazo por encima. Tenía los ojos hinchados, la frente pálida y la cabeza envuelta en un grueso turbante blanco. —Mejor que nunca —y lo decía en serio. No importaba que aspecto tuviera, siempre era hermosa para él. Sus labios se estiraron mientras el sueño y el agotamiento retrocedían más y más. —¿No te molesta la cabeza afeitada? —¡Diablos, no! Estás sexy y dura como el infierno. El único inconveniente es que no queda nada para que Mia trence si alguna vez, chicas, decidís hacer una fiesta de pijamas. —Oh, eres tan dulce. —No, soy honesto. También soy un hombre enamorado, y una vez que te levantes y estés bien, voy a demostrártelo. Muchas veces. La tímida curva de sus labios se convirtió en una sonrisa en toda regla, aunque su cabeza colgara a un lado como si pesara demasiado para sostenerla recta. —La cuadrilla se encuentra actualmente en mi sala de estar, viendo la televisión, comiendo cada migaja que hay en la casa y a la espera de saber cómo estás. —Jaxon remontó un dedo por su firme y plano estómago. Iba a pasar el resto de su vida haciendo a esta mujer feliz, haciéndola sonreír y reír—. Pero te quiero toda para mí. Cuando él la tocó, los monitores empezaron a pitar un poco más rápido y un poco más fuerte. —¿Estap todavía está en coma? —preguntó. —Sí. —Cuando recupere todas las fuerzas, te entregaré su cabeza como regalo. Puedes hacer con ella lo que quieras. Eso debería probar mi amor por ti. Jaxon rió suavemente entre dientes. —Mi dulce asesina, una blanda en el fondo. Lentamente, ella levantó la mano y le acarició la mandíbula. Mientras lo miraba, frunció el ceño.

—¿Qué? —Quería que sonriera. Siempre. —Acabo de preguntarle al chip las probabilidades de que nos quedemos juntos. Viejos hábitos. Esperaba que no llegara a lamentar la pérdida del chip. —¿Y? —preguntó con cuidado. —Silencio. Es extraño. No puedo recordar un tiempo en que no hubiera una voz en mi cabeza, dándome las respuestas que necesitaba. —Bueno, puedo decirte la respuesta a esa. No soy un genio de las matemáticas, pero hay una probabilidad del cien por cien que nunca te dejaré ir. Su ceño se esfumó y ella le regaló la sonrisa que tanto había anhelado. —Dios, te amo. Creo que me va a gustar tenerte a ti en lugar de al chip. Ahora fue él quien sonrió. —Me alegro. —Tú me diste éxtasis cuando todo lo que había conocido era dolor —dijo—. A cambio, siento decir que creo que voy a ser tan exigente y posesiva como Cathy. Probablemente incluso me aferraré aún más. —Aférrate todo lo que quieras y después aférrate a mí un poco más. —Con cuidado, muy suavemente, la besó—. Nunca seré capaz de tener suficiente de ti. Ella se echó a reír y el sonido le calentó el corazón. La vida, pensó, era condenadamente buena.



Gena Showalter - Cazadoras de Aliens 03 - Saboréame Despacio.pdf ...

Page 2 of 317. Saboréame despacio. 5o Cazadores de Aliens. Mishka Le'Ace fue creada para ser una agente encubierta... literalmente. Su hermoso cuerpo ha sido mejorado artificialmente,. mecánicamente para dotarla de una fuerza sobrehumana, (fuerza que va a. necesitar). Su última misión consiste en rescatar al ...

7MB Sizes 5 Downloads 56 Views

Recommend Documents

Descargar amenazados gena showalter pdf
Descargaramenazados genashowalter pdf.descargar gratis que hay de malo dejerry rivera.descargar whatsapp gratisen alcatel one. touch.descargar peliculas detectiveconanmega.descargaremulador star bluestacks. descargar need for speed carbono parasamsun

Gena Showalter, Saga White Rabbit Chronicles 1, Alice In ...
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. Gena Showalter, Saga White Rabbit Chronicles 1, Alice In Zombieland.pdf. Gena Showalter, Saga White Rabbit C

the darkest night pdf gena showalter
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. the darkest night ...

Aliens - The Xerces Society
Phragmites (the common reed) supports more than 170 ... how well introduced plants support na- tive insects. ... has taught courses for thirty years and au.

Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf
mientras saltan las chispas. Job 5:7. Page 3 of 378. Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf. Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf. Open.

Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf
Page 1 of 13. Exercices de révision- Oxydo-réduction et Piles électrochimiques, SMPC2, fsr. 2015. Prs . A. Eyahyaoui, A. Zrineh at M. Alaoui Elbelghiti. Université Mohammed V. Faculté des Sciences. Département de Chimie. Rabat. Année Universit

Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf
Page 3 of 378. Traducido por Aurim. Pandoranium Página 3. PRIMERA PARTE. Saltan las Chispas. El hombre nace para el problema. mientras saltan las chispas. Job 5:7. Page 3 of 378. Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf. Cazadores-de-sombras-03

Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf
Page 2 of 378. Traducido por Aurim. Pandoranium Página 2. Índice. Parte Primera: Las Chispas Vuelan Hacia Arriba. 1. El Portal .

Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf
mientras saltan las chispas. Job 5:7. Page 3 of 378. Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf. Cazadores-de-sombras-03-Ciudad-de-Cristal.pdf. Open.

03. Carteles de ecoescuela.pdf
... la Higuera hemos hecho. unos carteles para recordarle a todos como hay que tratar al. planeta. (escribimos que cosas podemos tirar al contenedor amarillo).

03. El Ascenso De Nueve.pdf
There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. 03. El Ascenso ...

03 - Caricias de Hielo.pdf
Page 2 of 318. 2. La Colmena. Flechas. Mercury era una secta. Eso era lo que todo el mundo decía al principio. Los psi se. rieron de Catherine y Arif Adelaja ...

Comprension de oraciones 03.pdf
Felipe lee un libro de cuentos. Felipe hace los deberes de mates. Felipe hace los deberes de lengua. Daniel se monta en una colchoneta. Daniel está sentado ...

03 Compactadora de Papel.pdf
REPORTE DE PROYECTO INTEGRADOR .... Salida de actuadores: Los pistones se activan uno a uno, de esta manera ... 03 Compactadora de Papel.pdf.

Aliens & Outer Space!
objects, construction and malleable materials safely and with increasing control. Wow: Developing our own Mission Control station base in our role play area.

03 Brillante de Emma Green.pdf
Emma Green. Page 3 of 35. 03 ♥ Brillante de Emma Green.pdf. 03 ♥ Brillante de Emma Green.pdf. Open. Extract. Open with. Sign In. Main menu. Displaying 03 ...

Alice in Zombieland - Gena Showalter.pdf
THE WHITE RABBIT CHRONICLES #1. GENA SHOWALTER. Page 3 of 298. Alice in Zombieland - Gena Showalter.pdf. Alice in Zombieland - Gena Showalter.

Aliens-Original-Sin.pdf
Loading… Whoops! There was a problem loading more pages. Retrying... Whoops! There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. Aliens-Original-Sin.pdf. Alie

3- Ardiente amanecer - Gena Showalter.pdf
mmm,. o su calidez “demasiado similar a la del sol...” o sus ardientes uñas. Cuán. profundamente esas pequeñas dagas le perforaban el pecho desnudo. Y sus colmillos. de “aparecer/desaparecer...” que le mordían tan deliciosamente la vena d

1- Malas noches - Gena Showalter.pdf
Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. 1- Malas noches - Gena Showalter.pdf. 1- Malas noches - Gena Showalter.pdf. Open.

AVPR: ALIENS VS PREDATOR.pdf
Whoops! There was a problem loading this page. Page 2 of 2. AVPR: ALIENS VS PREDATOR.pdf. AVPR: ALIENS VS PREDATOR.pdf. Open. Extract. Open with.

Cronograma de atribuição 2018 - 22-03 e 23-03-2018.pdf ...
Whoops! There was a problem loading more pages. Whoops! There was a problem previewing this document. Retrying... Download. Connect more apps... Try one of the apps below to open or edit this item. Cronograma de atribuição 2018 - 22-03 e 23-03-2018

BP-6004-03-03 A BP-6004-03-03 - Oomlout
Page 1. BP-6004-03-03. A. BP-6004-03-03.