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Moderadora de Traducción: EyeOc

Traductoras: sher_ar NnancyC Gaz Walker

Aleja E EyeOc Dafne Vanessa VR

Lore (: JackieC Blaire2015

Moderadora de Corrección: Cami G.

Correctoras: *Andreina F* Esperanza.nino Pachi15 Dafne

Meliizza Dara.Nicole18 Paltonika AriannysG Cami G.

Aimetz Lady Sushi Alessa Masllentyle Carola Shaw

Lectura Final: Aimetz

Diseño Jennii

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Índice

Capítulo 11

Sinopsis

Capítulo 12

Capítulo 1

Capítulo 13

Capítulo 2

Capítulo 14

Capítulo 3

Capítulo 15

Capítulo 4

Capítulo 16

Capítulo 5

Capítulo 17

Capítulo 6

Capítulo 18

Capítulo 7

Capítulo 19

Capítulo 8

Capítulo 20

Capítulo 9

Epilogo

Capítulo 10

Sobre la Autora

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ydney Carson no tiene lugar en su vida para las complicaciones de las relaciones. Su vida está ocupada lo suficiente, teniendo que actuar como réferi en la separación de sus padres, mantener a su hermano mujeriego fuera de problemas, y todavía manejar el ocupado negocio familiar, la firma de inversión en bienes raíces. Eso no deja mucho tiempo para necesidades personales. Pero después de encontrarse con su amigo de la secundaria, Reece Myers, y sentir el abrasador calor de su instantánea química, Sydney calcula que buscar tiempo para su sexo entumecedor de mente ocasional ciertamente no puede doler. ¿O podría? Reece Myers finalmente ha conseguido tener su vida donde la quería. Su bar de clase media es un éxito, tiene buenos amigos, y una creciente cuenta de ahorros en el banco. La única cosa que le falta es la mujer correcta para compartir su vida. Cree que la encontró en la forma de una hermosa pelirroja con piernas largas de su pasado, pero la parte difícil es convencer a Sydney de que vale la pena intentarlo. Adentrándose, Reece sabe que Sydney tiene dinero, pero su dulzura y su naturaleza modesta hace fácil olvidarlo. Sin embargo, cuando sus vidas personales y laborales colisionan, la gran diferencia en sus balances lo hace volver a la realidad. ¿Puede sobreponer sus inseguridades por una oportunidad en el futuro con la mujer de sus sueños?

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1 Traducido por sher_ar Corregido por *Andreina F*

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o hay mejor manera de empezar la noche que con una sexy y caliente mujer en tu regazo. Todo su ser prácticamente desnudo, ciertamente tampoco molestaba.

Reece dejó que sus manos se deslizaran hacia abajo por la húmeda y desnuda espalda de Sydney, alrededor de sus delgadas caderas y las descansó en la parte superior de sus muslos. Su bronceada piel era un marcado contraste contra su piel cremosa. Su cabeza descansaba sobre su hombro, sus profundas respiraciones enfriaban el sudor que quedaba sobre su pecho. El roce de su gruesa barba dejó un ligero color rosa desde sus exuberantes pechos hasta su delicado cuello. Su suave aroma lo envolvía, lo hacía perder su cabeza, eso mezclado con una generosa ración de sexo. Estaba muy lejos de ser común y corriente. Era casi increíble pensar que ella había entrado a su oficina en el bar apenas veinte minutos antes. Apenas habían conseguido desnudarse el uno al otro. Su camisa estaba abierta, sólo colgaba de uno de sus hombros y sus pantalones estaban a la mitad de sus caderas. De alguna manera él había conseguido quitar su camiseta y desabrochar su sostén, pero su falda gris estaba enrollada alrededor de su cintura. La tanga de encaje negro, sin embargo, no sobrevivió. Cedió a un tirón y era imposible que pudiera usarla de nuevo. Cuando lo notó, sólo murmuró—: Me debes un par nuevo. Alzó su cabeza para mirarlo, levantando una de sus manos para apartar uno de los mechones de su alborotado cabello que estaba atorado en su barba de candado y arqueó una ceja. Sin hablar, tiró de la camisa de Reece, dejando sólo varios puntos donde los botones ahora estaban ausentes. A él no le molestaba. Tomaría sexo impaciente y caliente, cualquier día de la semana, sin ningún problema.

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Torció una de las esquinas de su boca. —Oh, supongo que ahora estamos a mano. —Hola, a propósito —dijo Reece, apartándole el cabello de sus sonrojadas mejillas—. Sería agradable follar en una cama alguna vez. Alzando un poco las caderas, Sydney se movió para que su semi-erecto pene saliera de ella, Reece hizo una mueca, echando de menos su calor de inmediato. De hecho, si ella se quedaba unos minutos más, estaría listo para hacerlo de nuevo. Ese era el problema con este pequeño acuerdo que ellos tenían, nunca tenía suficiente de ella. También estaba el hecho de que había ignorado su comentario de que sus encuentros fueran en algún lugar más personal y privado que su oficina. En lugar de responder, ella acomodó su falda sobre sus caderas y comenzó a buscar su blusa, mientras se ponía sus zapatillas y cerraba su sostén. Reece se levantó del oscuro sofá de cuero, tiró el condón usado en el cesto de basura en su diminuto baño privado, lavó sus manos y se puso sus pantalones de nuevo. Se encogió de hombros, fue hasta su escritorio y sacó una nueva camiseta negra con el logo del bar y se la puso. —Syd, ¿puedo invitarte a cenar alguna noche? Ella alisó su cabello y alejó de su cara unos cuantos rizos con un pasador, mientras evitaba mirarlo a la cara. —¿Dónde están mis gafas de sol? —murmuró, mirando por la oficina. La decepción lo atravesó. —Tomaré eso como un “no”. —Ah, ahí están —dijo mientras las recogía del suelo y las metía en su bolso. —Sydney, estoy empezando a tener un problema con esto. Dejó de moverse y suspiró, finalmente mirándolo. —Reece, ya hemos hablado acerca de esto. No tengo el tiempo ni la capacidad para manejar una relación en este momento. —Es sólo una cena. —Maldición, ¿por qué lo hacía sentirse como una chica necesitada? Negando con la cabeza, contestó—: No es sólo una cena y tú lo sabes. Una cena lleva a dos cenas. Antes de que te des cuenta ya es... es... bueno, no puedo. —¿Qué estaba mal con él, tratando de llevar su relación un poco más lejos? Una mujer como Sydney raramente se mezclaba con alguien como él. No le gustaba la línea imaginaria que había dibujado, y que se suponía que no debía cruzar. Una mujer jamás le había puesto barreras, usualmente era él quien marcaba los limites.

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—No te molestes, fue solo una sugerencia. Esto se siente como... —Se encogió de hombros buscando la palabra correcta. Le lanzó una mirada inquisitiva sobre su hombro y comenzó a buscar algo en su bolso. —¿Cursi? —Esa era la palabra que ella pensaba, no la que él buscaba. Reece se pasó la mano por el cabello, sacando su frustración. — Se siente extraño, demonios. Tú no eres solo una chica cualquiera del bar, que restriega sus pechos en mi rostro y me ruega que la follé. Pensé que nos gustábamos, que era mutuo, que nos respetábamos. Ella se paró frente a él y presionó la mano contra su pecho. Él cubrió su mano con la suya, en un débil intento por mantenerla allí tanto como fuera posible. —Me gustas y te respeto, Reece, de otra manera no estaría aquí. No me debes nada. No me siento usada y barata cuando salgo por esa puerta. Tal vez yo sí. —¿Tú te sientes así? Mierda, ¿había hablado en voz alta? Trató de mantener su rostro tranquilo. —¿Me siento cómo? ¿Cómo si te usara? —La tomó por la cintura y movió sus manos por su espalda, aunque trataba de apartarse de él empujándolo por su pecho. Lo miró con sus cautelosos ojos del color del whiskey. Él ya había memorizado cada punto dorado en la profundidad de su mirada—. Estamos bien, ¿verdad? —Muchísimo —contestó, su voz sonó lo suficientemente ronca para que el deseo recorriera nuevamente todo su cuerpo. —Entonces así será. —Le dio un beso en los labios—. Por ahora. La soltó y cogió su bolso de la esquina de su escritorio. —¿Nos vemos la próxima semana? —O antes —contestó esperanzado. Abrió la puerta y salió a pasos rápidos de su oficina. Reece se dejó caer sobre la silla de cuero oscuro detrás de su escritorio y deslizó sus manos por su cara. Por el rabillo del ojo, vio los restos rasgados de su tanga negra medio escondida en los cojines del sillón. La levantó enrollándola entre sus dedos. El aroma de Sydney golpeó sus sentidos haciendo que su pene se contrajera dentro de sus pantalones. Maldita sea, llegó a él como ninguna mujer lo había hecho, pero él siempre había tenido debilidad por Sydney Carson. Desde el último

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año de preparatoria cuando ella lo dejó copiarle la tarea de la clase de inglés, a pesar de las miradas y comentarios que recibió de sus amigos ricos. Habían pasado doce años desde la última vez que se habían visto el uno al otro. Entonces, por un golpe de suerte, tropezó con ella en el ayuntamiento en el centro de Pearson, cuando fue a dejar algunos papeles del bar. La había confundido con una abogada y no se equivocó. Ella había estudiado Derecho corporativo pero no estaba ejerciéndolo, en cambio trabajaba para la fundación de su familia y algunos otros negocios de su padre. Él le había pedido que tomaran una taza de café para poder conversar tranquilamente y ponerse al día. Sólo que no contaban con la intensa chispa de energía sexual entre ellos. Estaba seguro de que podían prenderse fuego el uno al otro cada vez que se rozaban. La noche siguiente ella entró en su bar usando un caro traje de diseñador y cada hombre en el lugar giró la cabeza para mirarla. Extrañamente, la manera en la que ella ni siquiera notaba cómo la miraban los hombres era parte de su atractivo. Reece sentaba a ese tipo de mujeres atractivas en la barra, usándolas como publicidad para que los hombres se quedaran ahí sólo mirándolas. Pero no a Sydney. Claramente era una mujer elegante, pero no pretenciosa. No tenía ni un solo aire de arrogancia, sólo se miraba confiada y determinada. Y esa noche ella entró al bar determinada a tener sexo, y quién era él para argumentar contra esa lógica. Ella había clavado su mirada en él, se perdió en su encantadora mirada y quince minutos después la tenía sobre su escritorio. El sexo había sido alucinante, pero había dejado claro que no estaba buscando ningún tipo de relación que no fuera tener orgasmos y liberar tensiones. Él había adivinado en su conversación en el café que tenía las manos llenas con su trabajo y su familia. Sus padres estaban separados y Sydney tenía el rol de mediadora, además de todas sus otras obligaciones. Su hermano menor, Jonah, llevaba una negligente vida al típico estilo de niño rico, así que estaba constantemente tratando de mantenerlo fuera de problemas también. Sin embargo dijo que había tratado de casarse una vez, pero todo había durado alrededor de cinco minutos. No habían llegado a ningún acuerdo en cuanto a niños y esas cosas. En algunos aspectos él concordaba con ella. Reece tenía las manos llenas con el bar. Cuando heredó el "Shorts" de su padre, estaba al borde de la quiebra. Para evitarlo, tuvo que hipotecar el lugar y con todo ese dinero remodeló completamente

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el bar. La inversión valió la pena generosamente. Era uno de los bares más populares en el pueblo y ahora valía un poco más de un cuarto de millón. Un par de años más así y tendría todo pagado, y con sus ahorros y la venta del bar podría irse a cualquier lugar que quisiera. Al contrario de lo que su padre pensaba de él, Reece no tenía whiskey en las venas como alguna vez lo hizo. Las relaciones tampoco eran su fuerte. Entrando a sus veinte sólo se trataba de conquistar chicas. Cantidad sobre calidad. En los últimos cinco años sólo se había enfocado en el bar. De alguna manera ese nuevo enfoque había cambiado también su gusto en cuanto a mujeres. Los días en que cualquiera cruzaba la puerta de su habitación, habían pasado. Últimamente se preguntaba cómo sería despertarse con la misma mujer cada mañana, y la mujer que tenía en mente tenía el caballo castaño y las piernas largas. Reece miró su reloj, lanzó la ropa interior de Sydney en el primer cajón de su escritorio y regresó al frente del bar. En el momento en el que se puso detrás de la barra su mejor amigo y gerente general del bar, Deke McIntyre, sonrió ampliamente y sacudió la cabeza hacia él. —¿Qué pasa? —preguntó Reece. tarde?

—¿No usabas una camisa diferente cuando llegaste al bar esta

Reece se encogió de hombros mientras destapaba una cerveza. —Me dio calor. —¿Quieres decir que la "Roja" te hizo entrar en calor? —Muérdeme. Eso lo hizo soltar una carcajada. —Te vez un poco tenso, hermano. Yo creía que el sexo ayudaba a relajarse. Tal vez no lo estás haciendo bien. —¿Por qué estás tan seguro de que tuvimos sexo? —Miré a Sydney cuando se fue. Tenía ese aire de recién follada a su alrededor. —Deke hizo una reverencia con su brazo como si estuviera citando a Shakespeare. Reece no pudo evitar soltarse a reír con el comentario de su amigo. —Entonces, supongo que sí lo estamos haciendo bien — contestó. —Entonces, ¿por qué sigues tenso? Deke había sido su amigo desde la escuela primaria. Crecieron juntos en la misma calle, a cuatro casas. Confiaba en él como para

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dejarlo administrar su bar y también su vida. ¿Por qué no confiarle también sus sentimientos por Sydney? —La invité a cenar y me dijo que no. Deke sonrió con simpatía y pasó su mano por su rubio cabello. —No se siente bien estar del otro lado de la moneda, ¿eh? Reece dio un largo trago a su cerveza. —No. —¿Te dio alguna razón? Rascó la etiqueta de su cerveza con la uña de su pulgar. —Dijo que no tiene tiempo para una relación. Supongo que puedo entender eso. Su familia ocupa mucho de su tiempo, así como el bar ocupa mucho del mío. —Maldición, amigo, creo que jamás te había visto así por una chica antes. Creía que disfrutabas la vida de soltero, como yo. —Sí lo hago, pero mierda, Deke, tenemos treinta. Los treinta y uno están a la vuelta de la esquina. Lo próximo que vas a notar es que tienes cuarenta. —Aún tenemos un montón de tiempo. —Deke destapó otra cerveza y lanzó la tapa al cuello de la botella de Reece—. Mira, si realmente quieres algo serio con Sydney, tienes que ser muy paciente. Hacer que baje poco a poco la guardia. Muéstrale que estás ahí para ella y eventualmente vendrá a ti. —¿Cuándo te convertiste en el maldito Dr. Phil, teniendo bajo control todo sobre las mujeres? —Vivo en un bar. Tengo un doctorado en tonterías —dijo Deke, con una sonrisa tan grande que mostraba todos sus dientes. —No sé de carreras, pero tú definitivamente estás lleno de mierda.

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2 Traducido por NnancyC Corregido por *Andreina F*

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ydney iba tarde para trabajar. No que estuviera preocupada de meterse en algún problema, porque ella era la jefa, pero aún así, se enorgullecía de sí misma por ser puntual y concienzuda de los horarios de las otras personas tanto como el suyo. Era culpa de Reece que estuviera tarde. El sexo genial la hizo dormir como si hubiera sido disparada con un dardo tranquilizante, así que, excepto por las noches que lo veía, era seriamente privada del sueño. Cuando habitualmente posaba la cabeza en la almohada, su mente simplemente se rehusaba a apagarse. La última noche, sin embargo, había dormido tan pesadamente que de alguna forma había silenciado su alarma cuando chilló de manera repugnante a las seis de la mañana y volvió a caer dormida. Tan pronto como caminó fuera del elevador su asistente, Sophie, la encontró. Le entregó a Sydney un latte humeante y la alcanzó cuando se dirigía por el pasillo hacia la oficina. —Gracias —dijo Sydney mientras que con cuidado sorbía de la taza—. Necesitaba esto esta mañana. —Vas a querer un frasco de aspirinas para acompañarlo —dijo Sophie. Lanzando su portafolio en el escritorio, Sydney la enfrentó. — ¿Tan malo ya? —Tu padre llamó acerca de los contratos para la adquisición de Anderson. Los dos tienen una reunión con sus abogados a la una y media hoy. Tu madre llamó para recordarte sobre la beneficencia por el Alzheimer el viernes a la noche en el Thomas Center y para decirte que estaría usando verde así que no lo podrás usar. —Sophie guiñó un ojo. —¿Algo más? —Sydney apoyó el trasero contra el borde del escritorio.

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—Necesito que revises las facturas en tu escritorio y firmes los cheques una vez que lo hagas. Hay también algunas cartas de Fundación que requieren tu firma. Frank Little llamó para preguntar sobre el alquiler en el edificio Murphy y Jonah está en la oficina esta mañana, sorpresivamente, y ha estado buscándote. —Tomó una profunda respiración—. Creo que lo cubre por ahora. —¿Qué necesita Jonah? —preguntó Sydney con el ceño fruncido. Su hermano rara vez entraba en la oficina antes del mediodía, si venía en absoluto. Volvió a pensar sobre ello, no lo había visto la semana entera. —No lo dijo. —Entonces mi madre no quiere que use verde, ¿eh? —Sydney se dio un golpecito en la barbilla con el índice, mentalmente echando un vistazo a los vestidos en su armario. —El verde es hermoso con el cabello caoba —reflexionó Sophie. —Sí, es tentador ignorar maliciosamente su directiva, pero nunca escucharía el final de ello y no lo podré pasar para que ella me empape con vino tinto si me presento usando su color. Una sonrisa maliciosa se extendió por el rostro de Sophie. —Lo que me lleva a tu opción de color de esta mañana. Sydney bajó la mirada al traje negro y frunció el ceño con confusión. —Setenta y cinco por ciento de mi guardarropa es negro, Sophie. Ella señaló la camiseta de tirantes de Sydney con su lapicera. — Estás usando una blusa roja debajo. El último martes usabas una blusa azul zafiro y el miércoles anterior a ese usabas una blusa verde esmeralda. —Sophie estrechó los ojos hacia ella—. Habitualmente usas blanca, gris o crema. —¿Desde cuándo comenzaste a prestar tanta atención a mi atuendo? —Sydney se sentó detrás del escritorio y abrió su portafolio. —Desde el día que me contrataste. Lo ansío después tus zapatos, Syd. He considerado secretamente colocar drogas en tu café así puedo robar aquellos aretes de oro y diamantes que aprecias tanto. Que puedo decir, soy una puta a la moda. Sydney observó sospechosamente el latte en su mano izquierda y luego continuó hojeando a través de su BlackBerry. —Entonces, ¿asumo que tienes una teoría detrás de mi elección del color de blusa? —preguntó distraídamente. —Estás teniendo sexo otra vez.

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La cabeza de Sydney se levantó con sorpresa. —¿Piensas que estoy teniendo sexo debido a mis elecciones de colores? —Eso, sí, pero hay otras señales también. Luces una especie de… resplandor esta mañana y te ves menos tensa, incluso después de que descargara todas las malas noticias en ti. Las cejas de Sydney se elevaron. —¿Resplandor? —Sí, resplandor. Sabes, la mirada que dice “recientemente he tenido algo de sexo fantástico”. Somos amigas y he trabajado para ti por cinco años así que casi te tengo controlada. —Sophie sonrió—. ¿Tengo razón, no? —Todavía no entiendo cómo puedes decir que estoy teniendo sexo por el color de mi blusa. Sophie aplaudió como un niñita en la mañana de navidad mientras su rostro se iluminaba como las luces en el árbol. —¡Lo sabía! ¿Lo conozco? No es Lincoln Porter, ¿verdad? Ya que tiene manos realmente pequeñas. O tú ex. —Su labio se curvó con desagrado—. Por favor dime que no es Todd. Sydney se rió y movió la cabeza en la parte de atrás de su sillón. —No, no es Lincoln y definitivamente no es Todd. El sexo no era muy bueno cuando estábamos casados. ¿Por qué volvería por segundas oportunidades? —¿Entonces quién es? —No lo conoces. Es un viejo amigo. Nos tropezamos hace varias semanas y nuestras libidos se hicieron cargo desde allí. —Y ahora otras partes corporales están tropezándose la una con la otra, casi una vez a la semana si mis observaciones son correctas. —Sí, una vez a la semana, Sophie. Eso es todo para lo que tengo tiempo. —¿No quieres te permites tener?

decir

que

es

todo

el

tiempo

que

—¿Estás analizándome otra vez? Porque si lo estás voy a recordarte quien manda y que soy la jefa. —Pero soy tan buena en ello —dijo lloriqueando—. Vamos, dame algunos detalles más. No tengo una vida amorosa así que necesito vivir indirectamente por las tuyas. —No es una vida amorosa, es sólo sexo —dijo con firmeza, más para su propio beneficio que para el de Sophie—, y esta conversación

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ha terminado. Tengo un montón de trabajo que hacer antes de mi reunión de esta tarde. —Está bien, sólo dame una cosa y cambiaré de tema. —Luego bajo su aliento agregó—: Por ahora. Mierda, eso era lo mismo que Reece había dicho anoche cuando la sacó del apuro sobre la cena. A ella le dio una punzada de culpa y le dio a Sophie una sonrisa petulante. —Él tiene lindas grandes… manos. Ahora ¡fuera! Con otra sonrisita de bebé, Sophie cerró la puerta de la oficina en su salida. Sydney exhaló una larga respiración. ¿Cuánto tiempo tenía antes de que el interés de Reece por ella se extinguiera? Admitido, el sexo estaba fuera del mapa, pero si no estaba dispuesta a avanzar con la relación, tarde o temprano él iba a darse por vencido. Su dinero seguiría ese rumbo pronto. ¿Y podría culparlo? Nunca había sido capaz de darle a los hombres en su vida romántica suficiente de su tiempo o de su importancia para mantenerlos satisfechos. Todd se había dado por vencido con ella. Reece también lo haría. Era inevitable. Alejando el pensamiento, abrió una carpeta y se concentró en trabajar hasta que Sophie metió la cabeza en la puerta cuatro horas más tarde para decirle que su almuerzo había sido llevado y estaba esperando en la sala de conferencias. Sydney no había hecho más que hundir los dientes en su primer bocado de ensalada césar cuando Jonah entró como si nada y se dejó caer en una silla al otro lado de ella y Sophie. —¿Qué puedo hacer por ti, hermanito? Miró intencionadamente a su blusa rojo sangre, lo que Sydney había vuelto a pensar como el color de la pasión, trillado como sonaba, y esperaba como el infierno que su hermano no llegara a la misma conclusión a la que Sophie había llegado. —Me gusta el rojo en ti. A menudo vistes como una abogada. —Soy una abogada —respondió lacónicamente y empujó otro tenedor lleno de lechuga en su boca. —Eso no significa que tienes que vestir como una. Rodó los ojos y se limpió la boca con su servilleta. —¿Hay alguna razón para esta visita improvisada además de un critica no cualificada de mi atuendo? Él levantó las manos a la defensiva. —Tranquila allí, hermanita. No van entrando a tus bragas en una vuelta. —Ahí fue cuando Sydney se dio cuenta del vendaje blanco en la palma de su mano izquierda y el

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pequeño sobre su ceja derecha, parcialmente cubierto por un mechón de su peludo cabello castaño. Al instante su enojo fue remplazado con preocupación. —Jonah, ¿qué te sucedió? Se pasó la punta de los dedos por el vendaje en su frente y le sonrió tímidamente. —Choqué el Ferrari el domingo en la noche. Su preocupación rápidamente se transformó en ira. Sydney arrojó el tenedor, su apetito se esfumó. —¿Chocado o destrozado? —¿Hay diferencia? Apretó los dientes, para nada divertida por su intento de ser simplista. —¿Jonah? —Estoy muy seguro de que está destruido. Sophie se levantó abruptamente. —Estaré en mi escritorio. —No. Quédate, Sophie. Puede que te necesite para testificar en mi juicio que asesinar a mi hermano fue justificado. Sophie se sentó de vuelta, cruzó las manos con remilgo en su regazo, y giró la cabeza de un lado a otro entre los dos como si estuviera mirando un partido de tenis. Sydney podía sentir la presión sanguínea constantemente elevándose, sentir su rostro y orejas volviéndose calientes y rojas con ira. Rojas como su maldita blusa. Tanto para equiparar con el color de la pasión. Pasión asesina tal vez. Este sería el tercer coche que Jonah había chocado en los últimos siete años y ninguno de ellos era barato. La elección de vehículos de su hermano tenía que ser ostentosa, coches deportivos del extranjero que se elevaban en la categoría de seis cifras. —¿Te das cuenta de que estás prácticamente sin seguro ahora? Despreocupadamente ondeó la mano en el aire. —Aww, hermanita, hay formas alrededor de esto. Sydney se levantó de golpe y arrojó su almuerzo a medio comer en la basura. —¿Supones qué, Jonah? Estoy cansada de encontrar formas alrededor de tu irresponsabilidad. —Se volvió en sus talones y se dirigió de vuelta a su oficina. Jonah la siguió. —Sydney, no puedo sacar dinero de mi fideicomiso por otros seis meses. Necesito algo que conducir —suplicó.

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—¿Cómo llegaste a la oficina hoy? —Se detuvo abruptamente y lo miró—. Y si dices: una limo, juro por Dios que te golpearé en la nariz. Él dio un paso atrás. —Conduje mi motocicleta. Sydney sonrió, rezumando falsa dulzura. —Bueno, ahí vas. Tu nuevo medio de transporte. —Pero, Syd, ¿qué si llueve o tengo una cita? La puerta de su oficina se cerró de golpe en su rostro.

Sydney se dejó entrar a sí misma en su condominio, arrojó las llaves y correo en la mesa del recibidor, luego pateó fuera sus tacones con un profundo suspiro de alivio. Después fue directo a la barra y se sirvió la medida de dos dedos de whiskey en un vaso. Cuando abría las puertas francesas que guiaban afuera a la terraza, su celular sonó. Lamentablemente, no se preocupó en chequear la pantalla, o no habría contestado. —Hola, cariño —canturreó su madre. —Hola, mamá —dijo en forma cansada. —¿Sophie te contó que llamé esta mañana? —Sí, señora, lo hizo. El acto benéfico está en mi calendario. No lo olvidé. —¿Por qué estabas demorada? Nunca llegas tarde para trabajar. ¿Estás bien? —La pregunta de su madre sobre su no-típica tardanza hizo a Sydney instantáneamente pensar en Reece. Ella podría usar algo de su terapia sexual justo ahora. Tenía una manera de hacer milagros en sus terminaciones nerviosas destrozadas. —Todo está bien. —Bien. Llamé para decirte que tengo tu cita para el acto de beneficencia. Sydney palideció. —¿Mi cita? Tú… ¿me estableciste con alguien? Su madre resopló en el otro extremo de la línea. —Bueno, si te dejo vendrías sola. Sus oídos estaban volviéndose calientes de nuevo. A ese ritmo iba a estar en el hospital antes del viernes en la noche, sufriendo de un derrame. —¿Y el problema con eso sería cuál?

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—Querida, las personas están comenzando a hablar —dijo su madre, bajando la voz como si le estuviera diciendo un tórrido secreto en una habitación atestada. Excavando los dedos en las punzantes cuencas de sus ojos, Sydney suspiró. —¿Oh, seh? ¿Qué están diciendo, mamá? —Que es difícil llevarse bien contigo. O que eres una lesbiana. Sydney gimió. —Oh, ¡Santo Dios! No tengo tiempo para una vida personal porque estoy tan ocupada corriendo por detrás de los miembros de mi familia con una chequera, un silbato de árbitro o una escoba. —Eso no fue lindo, querida —respondió su madre con aspereza. —Ya tengo una cita para el viernes en la noche —soltó Sydney, esperando terminar esta conversación y no pensar que podría abrir una lata entera de gusanos. —¿La tienes? —Sí, tengo. Así que quien sea que hayas elegido para mí, sólo tendrás que disculparte y decirle que estabas muy tarde. Era un él, ¿cierto? —Muy gracioso, damita. Es Peter Ford. ¿El cirujano de corazón que conociste en la gala para el nuevo hospital hace tres semanas? Oh, lo recordaba —un metro y medio— algo bajo, entradas en el cabello, barriga, aliento a cebolla. Ugh. Tenía un rostro ante el teléfono. —Madre, tiene cien años. —Está a mitad de sus cuarenta, Sydney. Y es un doctor. Un cirujano del corazón. ¿Mencioné eso? Como si eso importara para Sydney. Drenó su whiskey en un trago y luego se dirigió de vuelta adentro por una recarga. — Realmente me tengo que ir. He tenido un día duro y estoy cansada. Te veré el viernes en la noche. Presionó el botón desconectar antes de que su madre pudiera decir algo más y miró el teléfono. ¿Qué infiernos acababa de hacer? No tenía una cita para la beneficencia y si se presentaba sola su madre únicamente encontraría a algún otro infortunado solicitante para seguirla. Y no se detendría en uno solo. Sydney se mordió el labio y pensó en Reece. Le había pedido ir a cenar, pero esto era difícilmente lo mismo. Esto sería una tortura para él, sin dos caminos en ello. El acto benéfico era un evento de mil dólares el plato, no exactamente su tipo. Algunas veces deseaba que no fuera el de ella.

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No, Reece no era nada parecido a aquellas personas. Era afectuoso y genuino, no en absoluto preocupado por ser visto o ascender socialmente. ¿Estaría en el juego de cualquier forma o le lanzaría la invitación de vuelta en su rostro porque ella anoche rechazó su oferta de ir a cenar? —Hay solo una forma de descubrirlo —murmuró cuando discaba al bar. En el cuarto timbre, una profunda voz masculina contestó—: Shots. Soy Deke. —Hola, Deke, soy Sydney. ¿Reece está por ahí? Estaría dispuesta a apostar que Deke estaba sonriendo en el otro extremo de la línea. Aunque nunca fueron amigos cercanos, podrían ciertamente ser llamados conocidos desde que se habían graduado en la secundaria juntos. Cada vez que dejaba el bar después de estar con Reece, Deke lanzaba una sonrisa cómplice en su dirección, haciéndola sonrojar con vergüenza. —Hola, Roja. Está aquí en algún lado. Espera y lo encontraré para ti. Después de unos momentos de estar en la línea, el teléfono hizo clic y la suave, rica voz de Reece vino de la línea. —Esta es una agradable sorpresa. ¿Cómo estás esta noche, Syd? —Estoy bien, ¿y tú? —preguntó Sydney nerviosa. Tal conversación normal y mundana cuando el sexo entre ellos anoche había sido cualquier cosa excepto eso. —Mejor ahora. ¿Qué está en tu mente, hermosa? —Maldita sea, él era dulce. Y oh, tan sexy. Concéntrate, Sydney. Paseando en el piso de su sala de estar, dijo—: Me gustaría pedirte un favor. Sin cualquier duda alguna, contestó—: Dilo. que es.

—¡Ja! Podrías no estar tan ansioso de ayudar cuando te diga lo —Vamos a escucharlo entonces.

—Tengo esta beneficencia por el Alzheimer el viernes en la noche y estaba preguntándome si te gustaría ir, sabes, como mi cita. —Me encantaría. —Otra vez, sin pausar antes de que aceptara. —¿Estás seguro? Va a ser muy aburrido y habrá un montón de personas falsas allí. Al contrario, la comida es usualmente muy buena y hay barra libre.

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—Sydney, estarás allí. Eso es todo lo que necesito saber. Dime qué usar, dónde recogerte, y a qué hora. Respiró un gran suspiro de alivio. —Eres un salvavidas. En serio, no sabes cuánto lo aprecio. Su vos descendió a un tono bajo y áspero. —Puedes mostrarme más tarde. —Dios, la hacía humedecer. Sólo una insinuación de sexo era todo lo que tomaba. —Será un placer agradecerte en cualquier forma así que elige. —Y por placer quería decir un montón de orgasmos compartidos y funde-mentes. —¿De cualquier forma? —preguntó en tono burlón. —Dentro de parámetros seguros, por supuesto. —Que forma de sonar como una mojigata, Syd. —Espero explorar aquellos parámetros. ¿Ella los tenía? Cuando se venía para él y tenían sexo, estaba comenzando a pensar que no podía tenerlos. lugar.

—Después de esta experiencia podrías querer dispararme en su

Se rió por lo bajo en su oído, provocando que piel de gallina se extendiera abajo por sus brazos y pellizcara en su pezones. Sydney de repente deseaba estar allí en la oficina de él, sentada a horcajadas en su regazo, desnuda con su dura polla enterrada profundamente dentro de ella, montándolo hacía el dulce olvido. Había huido de él la última noche como si su trasero estuviera en llamas y fue terriblemente injusto. Pero había querido decir lo que dijo y él sería sabio en no perseguir una relación emocional con ella. No lo merecía. —¿Así que esto es formal? ¿Semi-formal? —preguntó. —Traje y corbata para los hombres. Puedes encontrarme aquí, en mi condominio, a las seis y media. Sydney soltó de un tirón su dirección a Reece, ignorando el pinchazo de inquietud perforando su pecho. No había estado un hombre en su apartamento desde que Todd se fue. Ni siquiera un técnico o su hermano. Que fue hace dos años. Era muy patético en verdad. —De acuerdo, dulzura. Te veré el viernes a la noche. Ella sonrió, de repente encontrándose a sí misma esperando la petulante beneficencia. —Gracias, Reece.

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3 Traducido por sher_ar Corregido por Esperanza.nino

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ydney sonrió con aprobación a su reflejo en el espejo de cuerpo entero que había en su armario. Usando verde, le gustara o no a su madre. Esa era su mezquina venganza por el horrible intento de emparejarla. El vestido era de una fina seda de color verde esmeralda, estilo diosa griega, que se ajustaba a su cintura y caderas, cruzado sobre sus hombros con un escote que llegaba hasta su espalda baja. La parte trasera arrastraba hasta el suelo y la parte delantera llegaba a la mitad de sus muslos. Llevaba el cabello recogido con zarcillos en un moño retorcido con algunos risos sueltos que enmarcaban su cara y cuello, para la joyería lo mantuvo simple con un par de pendientes de esmeralda y diamantes en forma de gota. En sus pies llevaba un par de tacones de aguja color negro con finas tiras. Cuando compro los zapatos ayer, también había comprado un regalo para Reece —una camisa nueva para reemplazar a la que le había destrozado los botones en su intento de desnudarse el uno al otro— tenía la esperanza de haber adivinado la talla. No podía esperar por ver a Reece en un traje. Quería saber cómo se veía su musculoso y ancho cuerpo en él. Secretamente deseaba que estuviera usando negro. Con su cabello castaño, ojos tan azules como el cielo y aquella barba que enmarcaba su deliciosa boca. Él redefinía la belleza. En ese momento el timbre de la puerta sonó y Sydney tomo su bolso de la isla en medio de su closet. Antes de abrir la puerta respiro profundamente tratando de calmar sus nervios por el resto de la noche. Reece tuvo la amabilidad de aceptar hacer esto. Desde luego no quería que notara sus nervios. Abrió la puerta y exclamo en voz baja—: ¡Dios Mío! —mientras retrocedía par que Reece entrara. —Estoy de acuerdo —respondió mientras la miraba de pies a cabeza con una sonrisa de aprobación en su rostro—. Te ves increíble, Sydney.

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Sydney trato de tragar pero su boca estaba seca completamente. —Gracias, tengo que admitir, señor, que ese traje le queda muy bien. Había cumplido su deseo. Había elegido un traje negro y se adaptaba perfectamente a su impresionante figura. La camisa que usaba debajo era de un color gris claro y su corbata era oscura con solo algunos hilos brillo en ella. En sus pies llevaba unas botas negras de suela gruesa, pulidas y limpias, su toque de chico malo. Se miraron abiertamente durante unos segundos más. — ¿Como me veo? —le preguntó, moviéndose tan cerca que Sydney podía sentir el calor de su cuerpo y oler el sutil toque picante de su colonia. Quería lamerlo todo. —Estas como para comerte —contestó, dejando salir sus pensamientos. Él bajó la cabeza hasta sus labios, solo los separaban centímetros y sus respiraciones se mezclaban. —Entonces, ¿qué tal si me pruebas? Sydney envolvió una de sus manos detrás de su cuello, tirando del hasta su ansiosa boca. Reece era muy bueno besando, presionando firmemente, con una suave succión, explorando con su lengua. No demasiado húmedo, no demasiado seco. Delicioso. Desafortunadamente era solo un bocado que abría más su apetito. Sintió un movimiento en espiral en el agujero que era su estómago cundo su lengua rozaba la suya. Era consciente de sus manos calientes bajando por sus caderas hasta la curva de su trasero, así como de su creciente erección presionando insistentemente sobre su estómago a través de las capas de su ropa. Con un ligero gemido de pesar, se apartó de él. —¿Esto puede esperar por un rato? —preguntó. Él sacudió su cabeza negándolo. —No, pero no quiero arruinar tu vestido, luces tan hermosa y confiada. —Todo esto es una ilusión, Por dentro soy un enorme manojo de nervios. —El celular de Sydney timbro y lo contestó antes de que Reece pudiera cuestionarla acerca de aquella confesión. Era el servicio de coches avisando que ya estaban esperando abajo. —Espero que no te moleste, mi papá insistió en enviarnos una limusina para recogernos. Reece se encogió de hombros. —Me parece muy bien, puedo tocarte durante el viaje. —Sonriendo, metió su BlackBerry en su bolso junto con la llave de su casa. —Gracias de nuevo, por hacer esto —le dijo de camino al elevador.

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Él la apretó por la cintura —No tienes que agradecerlo. ¿Esta noche conoceré a tu familia? —Es lo más probable, si tú quieres. Ya te lo dije, mis padres están separados, pero son sorprendentemente civilizados el uno con el otro. Probablemente lleguen justos para guardar las apariencias. Dudo que mi hermano aparezca, él y yo no estamos muy de acuerdo últimamente. —¿Por qué? Las puertas del elevador se abrieron y caminaron a través del ostentoso vestíbulo del edificio de Sydney, afuera esperaba la limusina. —Te lo contaré en el camino. El conductor asintió con educación y abrió la puerta para ellos. Tan pronto como su trasero golpeo el asiento de cuero, Sydney levanto la vista para encontrar a Jonah sentado frente a ellos. Ella frunció en el ceño con confusión y al instante se tensó, lista para una discusión. — Jonah, ¿qué estás haciendo aquí? —Pidiendo un aventón a la beneficencia, ya que no tengo auto —se quejó. —¿Y de quien es la culpa? —replicó bruscamente. Jonah se froto el rostro con ambas manos y suspiró. —Podemos no hacer esto solo por esta noche, ¿Sydney? —Nada me encantaría mas que no hacer esto esta noche. Jonah miro fijamente a Reece y después de regreso a ella. —Oh, Reece, Lo siento. Este es mi hermano Jonah. Jonah, él es Reece Myers. Los dos hombres de acercaron para estrechar sus manos, mientras Sydney se acomodó para el corto recorrido. Reece pasó el brazo sobre el respaldo del asiento detrás de su cabeza solo para ir rozándola durante el recorrido al Thomas Center. —Reece, ¿quieres un trago? No sé tú, pero he descubierto que la mejor manera para atravesar por estos malditos eventos es estando un poco ebrio. —Jonah arrastro las palabras mientras se tambaleaba más cerca del área de los licores. —No, gracias —respondió Reece. Jonah miró a Sydney pero sacudió su cabeza. Estaba a punto de recordarle no avergonzarse a sí mismo estando ebrio y comportándose como un idiota, pero prefirió guardarse sus palabras. No quería comenzar una pelea frente a Reece, además, ¿de qué serviría? Él jamás escuchaba y ella terminaba viéndose como una perra mientras lo sermoneaba.

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—¿Y cómo se conocieron ustedes dos? —preguntó Jonah, mientras se aflojaba el nudo de su corbata antes de inclinar la copa a sus labios. Su hermano era realmente muy guapo con su estilo desalineado de chico malo. Las mujeres lo seguían como si fuera el "flautista" del sexo. Sydney le advertía constantemente acerca de sus elecciones en cuanto a mujeres y el uso de protección. Después de todo, él era de la clase alta. Eso lo hacía presa fácil para las caza fortunas. Especialmente cuando las usaba como si fueran papel para baño. —Somos viejos amigos. —contestó Reece. —¿Y a que te dedicas, Reece? —Soy dueño de un bar en la décima avenida. Jonah levantó sus cejas sorprendido. —He estado ahí un par de veces, es un excelente billar. —Gracias, búscame la próxima vez que estés ahí. Te conseguiré una de nuestras mejores mesas. —Fantástico. Ten por seguro que lo haré. Reece rozó con el pulgar el hombro desnudo de Sydney, provocándole un hormigueo tan fuerte como toques eléctricos. Quería hundirse en él. Lo dejo mover su mano a través de su muslo y por debajo del dobladillo de su vestido. Le hubiera gustado que se moviera unos centímetros más arriba a través de sus muslos y que acariciara su clítoris hasta hacerla terminar, pero recordó a su hermano sentado frente a ellos y su pequeña fantasía se fue por la ventana. Sydney se acomodó en el asiento, cruzando sus piernas y sintiendo el pulso de excitación entre sus piernas. Su vestido se subió, revelando la mayor parte de sus piernas desnudas, acomodó el mismo hacia abajo mientras lanzó una mirada de reojo a Reece, quién presionó su cadera a la de ella. Un musculo en su mandíbula se tensó y movió su mano para acomodar su corbata. La limusina salió del tráfico para entrar por el largo y curvo camino de la entrada al Thomas Center. Cuando el conductor abrió la puerta, Jonah salió primero. Reece la detuvo poniendo su mano sobre su brazo. Ella lo miro. Se notaba la preocupación en sus rasgos masculinos. —¿Estás bien? Lo besó tranquilizándolo. —Estoy agradecida de que vineras.

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4 Traducido SOS por Vanessa VR Corregido por Pachi15

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eece no estaba seguro de lo que había estado esperando, pero no era esto.

Había estado en el Centro Thomas antes, para la boda de un amigo hace unos años, pero esta noche se había transformado en un maldito bosque interior. Había árboles artificiales enormes por todas partes, recargados con brillantes cristales, iluminados con luces de color rosa, amarillo y verde. Mariposas artificiales pequeñas y aves de todos los colores estaban suspendidas del techo por hilos invisibles y chicas guapas vestidas de ninfas del bosque se mezclaban entre la multitud, ofreciendo copas de cristal con champán. No se veían muy cursis, pero se cernían peligrosamente cerca. Sydney mantuvo la mano sobre su brazo y lo condujo hasta una mesa donde una mujer mayor les ofreció inmediatamente una sonrisa deslumbrante y un sobre. —Hola, Sydney. Te ves hermosa esta noche. —Gracias, Evelyn, tú también. ¿Ya llegaron mis padres? La mujer bajó la mirada hacia una hoja de papel y luego negó con la cabeza. —Todavía no. Sydney asintió. —Está bien. Se volvió hacia Reece y metió el sobre en el bolso. —¿Qué te parece esa copa ahora? Puso la mano en su espalda desnuda y la dirigió hacia uno de los bares improvisados en la esquina de la gran habitación. —Muéstrame el camino.

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Iba a ser una larga noche y no tenía nada que ver con el evento en sí y mucho que ver con la forma en que Sydney lucía, la forma en que su piel se sentía bajo los dedos, cómo lo afectaba cuando estaba a un metro de ella. Diablos, sólo tenían que estar en la misma habitación y estaba duro. Lo bueno era que la chaqueta cubría la entrepierna de sus pantalones. Con el pelo recogido, en lo único que podía pensar era en enterrar la cara en la suave curva de su cuello y respirar el aroma embriagador. El vestido que llevaba era de buen gusto y aun así jodidamente sexy. La línea del cuello caía lo suficientemente baja como para exponer las curvas suaves de sus pechos y unos cuantos centímetros de profundo escote, y la parte de atrás era... bueno, inexistente. Cada vez que daba un paso, Reece tenía un vistazo de la pierna larga desnuda. Casi gimió en voz alta en el coche cuando no cruzó las piernas y el corte se abrió a sus muslos. Si su hermano no hubiera estado con ellos, habría explorado esa extensión de piel sedosa un poco más. Ciertamente podría utilizarlo porque la tensión estaba rodando fuera de ella en oleadas y comenzó en el instante que encontró a Jonah dentro de la limusina. Podía verlo en la forma rígida que mantenía los hombros y la firme posición de la mandíbula. Con las bebidas en mano, chardonnay para ella y bourbon para él, los condujo hasta el borde de la multitud, pero no sin ser detenidos por lo menos por una media docena de personas a lo largo del camino. Pudo ver que Sydney era muy querida y respetada, y en respuesta ella era cálida y amigable. Educadamente hizo las presentaciones necesarias, pero no se molestó en asentar los nombres y rostros en la memoria porque probablemente nunca vea a estas personas otra vez. Una vez que estaban solos y parcialmente escondidos detrás de uno de los árboles enormes, abordó el tema de su hermano. —Syd, ¿qué está pasando entre tú y Jonah? En lugar de responder de inmediato, planteó una pregunta. —¿Cuál fue tu primera impresión de mi hermano? Y, por favor, se honesto. —Muy bien. Me parece como el tipo que realmente no da una mierda por nada. Ella le dedicó una sonrisa tensa, luego tomó un sorbo de vino. —Diste en el blanco absolutamente con tu evaluación. No da una mierda por nada, excepto por sí mismo por supuesto. Jonah ama a Jonah. Ah, y casi me olvidé del dinero. Le encanta tirar el dinero. El pasado domingo destrozó su Ferrari. Hace dos años fue un

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Lamborghini y tres años antes era un Porsche 911 Turbo. Es solo un pequeño milagro que siga vivo. —La ira y la decepción nublaron sus ojos. —Jesucristo, Syd. Eso es medio millón de dólares en autos destrozados. —Sip, y eso es sólo la punta del iceberg en lo que se refiere a Jonah. Es un mujeriego, fiestero, no toma en serio su trabajo. —Negó con la cabeza—. Honestamente, odio ser tan negativa sobre él. Lo amo con todo mi corazón, pero se asegura hacérmelo difícil a veces. —¿Qué es lo que tus padres dicen al respecto? —Él evita como la peste a papá porque es aún más duro sobre él que conmigo. Mi madre, por otro lado, es demasiado blanda. Ese es su bebé. Lo castiga con tanta convicción como lo hizo cuando tenía tres años y derramó su Cheerios en la alfombra. Te garantizo que tendrá un coche nuevo la semana que viene. Jonah desplegará sus encantos en ella, haciéndola sentir pena por él y terminará comprándole lo que quiera. El precio será irrelevante. Reece deslizó el brazo alrededor de su cintura. —¿Por qué dejas que te afecte tanto? ¿Por qué no te lavas las manos de esto? Asintió y miró su copa. —Sé que debería, pero ahora mismo me siento como si fuera el pegamento que mantiene unida a nuestra familia. Ya es bastante difícil lidiar con la separación de mis padres. No necesito a Jonah atrayendo otro escrutinio público no deseado. —Las lágrimas brillaron en sus ojos y parpadeó alejándolas rápidamente, le ofreció una pequeña sonrisa—. Lo siento, no era mi intención ponerme tan sensible contigo. Arruinaré tu noche. —Oye, no te preocupes. —La atrajo hacia él—. Me gustaría que hubiera algo que pudiera hacer para ayudar. —Tú puedes. —Sus ojos se volvieron párpados pesados, sus iris de un tono más oscuro, y sabía exactamente lo que quería decir—. Lo haces. —Pasó la palma de la mano en la parte delantera de su camisa y Reece quería como el infierno que estuvieran solos para poder besarla hasta dejarla sin sentido, hacerla olvidar por un rato. Todo estaba cada vez más claro ahora, las razones por las qué llegó a él por sexo. Como él, ella había sabido que su conexión podría ser intensa, y eso era lo que necesitaba. Para perderse en el placer y bloquear todo lo demás, aunque sólo sea por todos los breves momentos que estaban juntos. En todo caso, el conocimiento sólo endureció su resolución. Le daría todos los orgasmos que pudiera

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soportar, cada vez que los quisiera, y un oído para escuchar si o cuando se sintiera con ganas de hablar. Más pronto o más tarde ella había llegado y vio que le estaba ofreciendo más, si lo quería. Reece esperaba como el infierno que lo hiciera porque se estaba haciendo cegadoramente aparente que quería una oportunidad de todo con ella, no sólo su cuerpo. Alguien la llamó y el momento en privado se acabó. Durante los siguientes treinta minutos, estuvieron de regreso en el vórtice de la conversación vana y superficial, perfume empalagoso, y los pasatiempos de los ricos. Reece se quedó atrás, sonrió y habló cortésmente cuando fue necesario mientras observó a Sydney desplegar sus encantos irresistibles con cada hombre y mujer con los que hizo contacto. Un hombre alto y rubio se les acercó, y Sydney se tensó notablemente junto a Reece, justo cuando por fin había empezado a relajarse. El hombre tenía una pequeña morena aferrada a su brazo, sus enormes tetas falsas prácticamente saliéndose del escote de su vestido. —Hola, Todd —dijo Sydney con frialdad. —Hola, Sydney. Te ves genial, como siempre. —Todd se volvió hacia Reece expectante. —Reece, este es Todd Blanton. Todd, Reece Myers —dijo Sydney, haciendo las presentaciones rápidamente y con muy poca inflexión en la voz. Los dos se dieron la mano y Reece se preguntó si se iba a molestarse en presentar a su novia. Tan pronto como se dio cuenta que no lo hizo, Todd a duras penas presentó la mujer. —Oh, esta es Melissa. —Podía decir por el tono desinteresado de Todd que la mujer no era para él más que un dulce brazo— . Melissa, esta es mi ex esposa, Sydney. Santa mierda. Así que este era el ex. El interés de Reece se despertó ahora aunque no estaba seguro del por qué. Bueno, eso no era del todo cierto. Quería saber por qué lo de ellos no había funcionado, lo que ella vio en el tipo, y si todavía tenía sentimientos persistentes hacia él. A juzgar por la forma en que los ojos de Todd devoraron a Sydney y la forma en que estaba ignorando por completo su cita, era obvio que todavía se preocupaba mucho por ella, o por lo menos, todavía la deseaba. —¿Participaste en la planificación de este pequeño festejo de nuevo este año, Syd? —preguntó Todd.

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—Mi abuela Carson sufría de la enfermedad de Alzheimer por lo que es una causa que nuestra fundación siempre apoyará. Pero no, no estoy en el comité de este año. —¿Ah, demasiado sobre tu plato? —La mandíbula de Reece se tensó ante el sarcasmo en la voz de Todd. Acababa de conocer al hombre y ya no le gustaba. La boca de Sydney se tensó. —Se podría decir eso. Todd redujo sus ojos hacia Reece. —Ella siempre tiene un plato lleno, ¿no? No deja mucho tiempo para nada más... —Volvió su atención de vuelta a Sydney—. Ya sabes lo que dicen de mucho trabajo y nada de juego. Reece tuvo la imperiosa necesidad de golpear a Todd Blanton en la cara por lo que metió los puños en los bolsillos. —Sydney es cualquier cosa menos aburrida —intervinó mientras dejó que sus ojos deliberadamente vagaran a la muda muñeca inflable que estaba junto a Todd, con ojos muy abiertos y labios carnosos. —Creo que vi a mi padre entrar, así que si nos disculpan —dijo Sydney, serpenteando su brazo con el de Reece y alejándolo. Tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído, se le acercó y dijo—: Bueno, ya conociste a mi ex marido. Tipo encantador, ¿verdad? —Parece un poco amargado —respondió Reece, haciendo eco de su sarcasmo mientras observa su rostro de cerca. —Todd quería... cosas que no podía darle. —Sacudió la cabeza como si estuviera restaurando su cerebro—. Oh, esta noche se pone cada vez mejor y mejor. ¿Dónde está mi padre? Y así, cambió de tema, buscando en la multitud a su padre, mientras que Reece se quedó pensando lo que Todd había querido que Sydney no podía darle. ¿Una esposa cariñosa y una casa llena de niños, tal vez, o una esclava dócil? Ella le dijo el día en que se encontraron en la cafetería que no creía que fuera la más adecuada para el molde del matrimonio. Cuanto más la conocía más podía ver que no era el tipo de mujer que renuncia a su carrera para ser una mamá de fútbol y ama de casa. No era ella. A él le gustaba la mujer que estaba bien. Era ambiciosa, inteligente, y a pesar de que su familia estaba pasando por una crisis de todo tipo en este momento, sabía que prosperaba en la parte comercial de las cosas. Genuinamente disfrutaba de lo que hacía. Le

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gustaba ayudar a la gente y la comunidad. Su corazón era tan grande como el edificio en el que se encontraban y hasta ahora el único fallo que le encontraba era que no era capaz de decir que no. Sydney pensaba que tenía que arreglar todo, para cuidar de todos, ¿pero quién la cuidaba a ella? Reece iba a demostrarle que él era el hombre para ese trabajo.

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5 Traducido por Gaz Walker Corregido por Dafne

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ydney se sorprendió de que Reece todavía estuviera allí. A decir verdad, no lo culparía ni un poco si se confundía con la multitud de personas y nunca regresaba.

Le había arrojado un montón esta noche; sus problemas con Jonah, su carismático ex marido, ser sometida a decenas de personas que estaban aburridas. Y eso solo era para empezar. Que esperara hasta que conociera a sus padres. Si se mantenía alrededor después de eso, si todavía la quería con todo su equipaje y su ridícula tendencia de adicción al trabajo, tal vez valdría la pena una relación con él. Reece podría tener a cualquier mujer que quisiera. Había visto las miradas que sacaba de las mujeres esta noche, jóvenes y ancianas, solteras y casadas. Era ridículamente guapo, un hombre que llamaba la atención simplemente por respirar. Su masculinidad era tan poderosa que Sydney lo perdía si estaban separados dos pasos. Quería sus manos sobre ella constantemente, aunque sólo fuera por un breve toque. La tranquilizaba, la atraía a su calidez y fuerza sin saberlo siquiera. Sin embargo, si se dejaba caer por él sería herida como nunca cuando se fuera. Y sin duda lo haría, al igual que Todd. Sydney vio a su padre entre la multitud y se quedó inmóvil, congelándose de la cabeza a los pies. Su madre no estaba en su brazo, pero una ágil y joven rubia lo estaba. La forma en que estaba presionada contra su cuerpo y como su padre la miraba con adoración, le dijo a Sydney todo lo que necesitaba saber acerca de su relación. La devastación le dio un puñetazo en su pecho, un pequeño pedazo de su corazón rompiéndose ante la sacudida del impacto. —Ese hijo de puta —susurró. —Syd, ¿qué está mal? No podía desmoronarse frente a Reece. No se lo permitiría a sí misma. —Um, necesito... —Su garganta se cerró como si alguien hubiera apretado su tráquea con un par de pinzas, haciéndole difícil respirar, y mucho menos hablar. —Oye. —Reece le tomó la barbilla entre sus dedos, obligándola a mirarlo. Ella sacudió su cabeza y cerró sus ojos un instante. Él giró su

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cabeza y maldijo en voz baja—. ¿Ese es tu padre? ¿Alto, sesenta años, traje azul marino y corbata amarilla? Sydney asintió. —Supongo que la rubia no es tu madre —dijo con gravedad. —No. —Lo miró a los ojos, rogando por algo. No sabía el qué. Sus uñas se clavaron en sus bíceps—. No puedo hacer esto ahora, Reece. Necesito un poco de aire o un trago o… La interrumpió—: Sé lo que necesitas. Vamos. Reece tiró de ella a través de la multitud. Alguien la llamó por su nombre, pero él siguió arrastrándola, su grande mano firme y segura alrededor de la suya más pequeña. Sus tacones hacían eco en las paredes de los amplios pasillos del edificio. Sydney daba dos pasos para cada una de sus largas zancadas. En su prisa por escapar, la parte inferior de su vestido enredó alrededor de sus tobillos y se tropezó. La agarró por la cintura y la enderezó mientras lo Sydney miraba, riendo tímidamente de su torpeza. —Dios, eres impresionante —dijo Reece, algo feroz y ardiente en su sensual mirada de ojos azules. Sin duda, las suelas de sus zapatos se habían derretido en el suelo. Quería que la besara tan mal en ese momento, asfixiar su boca con la suya y forzar a irse a los pensamientos de su padre con otra mujer, de Jonah y Todd y de la decepción. Pero entonces él se alejó de nuevo, abriendo una puerta pesada y con mucho cuidado guiándola al subir las escaleras hasta que no pudieron ir más arriba. Reece abrió una puerta marcada como “Acceso Limitado” y lo siguió al aire de la noche a fines de septiembre. Él colocó un pedazo de madera entre la puerta y el marco para que no cerrara. Considerado e inteligente. Ella nunca hubiera pensado en ello y habría sido terriblemente embarazoso tener que gritar a alguien de abajo para que subiera y los dejara entrar. —Has estado aquí antes —dijo Sydney, sin aliento por el esfuerzo y vibrando con anticipación. —Un amigo mío se casó aquí hace unos años durante la primavera. Dieron bebidas en el techo y la cena fue abajo. Una barandilla de concreto adornada rodeaba todo el perímetro del grande y plano techo del edificio. La única fuente de luz era la que irradiaban las ventanas y las instalaciones de tres pisos por debajo de ellos y las estrellas por encima. Estaba bastante tranquilo, sólo se oía la música del interior y el zumbido de los sonidos de la ciudad. El viento era frío, pero no lo suficientemente como para hacerla temblar. No, ese era el trabajo de Reece y lo hacía increíblemente bien.

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Agarrando la mano de Sydney otra vez, Reece la llevó lejos de la puerta. Cuando estuvieron en el lado opuesto del edificio, tomó su pequeña mano y la giró para dejarla de frente a la barandilla. Sus manos agarraron sus caderas con firmeza, su cuerpo tan cerca de ella que podía sentir su calor calentando su piel expuesta. —Pon tus manos sobre la barandilla y mantenlas allí. Cierra los ojos —dijo en su oído. Sydney se estremeció e hizo lo que le pedía—. ¿Tienes frío? —No —murmuró ella. Sus manos calientes envolvieron sus hombros. Tiernamente masajeó los nudos en su cuello y luego lentamente deslizó sus brazos mientras se presionaba contra su espalda. Sólido. Caliente. Estable. Eso era Reece. Cuando sus manos encontraron las de ella, frotó las yemas de sus dedos entre las ranuras de los dedos de ella. Sydney lo sintió en cada zona erógena de su cuerpo. ¿Quién sabía que un acto tan simple podría ser tan erótico? Lo sentía en cada parte de su cuerpo. El aliento de Sydney se atascó. De hecho, no creía estar respirando en absoluto hasta que Reece volvió a hablar, pidiendo una respuesta. —¿Estás excitada? Su boca rozó la curva de su hombro, el pelo suave de su mentón le erizaba la piel con excitación. —Sí. —Bien —dijo en voz baja—. Quiero que tararees. No quiero que pienses en nada más que mis manos sobre ti. ¿Queda claro, Sydney? Alto y claro. Era justo lo que quería, no pensar. Su voz era baja y ronca en su oído, insistente pero suave, hipnótica. Trazó el borde con su lengua y luego se arrastró por el lado de su cuello en un camino de fuego líquido. Mordisqueó su piel y luego la alivió con besos calientes. Los sonidos de la ciudad se desvanecieron hasta que lo único que pudo oír eran sus respiraciones combinadas y su corazón latiendo rápidamente en su pecho. —Mmm, sí. Reece movió la punta de sus dedos hasta la sensible parte inferior de sus brazos antes de alisar sus manos por sus costillas, y luego lentamente las subió para cubrir sus pechos. Sus pezones estaban tan duros que dolían, la suave seda de su vestido friccionaba las puntas de los guijarros como una tela áspera. Se tensaron hacia sus palmas, buscando más de su toque. —Me gustaría tenerte desnuda en este momento para que poder chupar tus pezones, pellizcarlos con los dientes hasta que grites. Te gusta eso, ¿verdad, Sydney? ¿Mi boca en tus hermosas tetas,

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lamiendo y chupándote? —Sydney tragó saliva, tratando de forzar humedad en su boca, ya que se había secado como el Sahara. Todo se inundó en el sur, entre sus piernas. —Sí. Por favor, Reece, tócame. —Quería tan mal levantar sus manos y cubrir las suyas, obligarle a amasar la adolorida carne, pero las mantuvo en la balaustrada como le había ordenado, presionando sus dedos contra el frío hormigón en su lugar. Reece ahuecó con su mano izquierda el escote de su vestido, cubriendo su pecho con la palma de su mano. Acuñó el pezón entre dos dedos y pellizcó con la fuerza suficiente para hacerla gemir. Su mano derecha se deslizó sobre su estómago. Fue más y más abajo hasta que se detuvo entre sus caderas, sus largos dedos extendidos, el meñique cepillando la parte superior de su montículo. Se encontraba hinchada y palpitante ahora, su sexo tan mojado que podía sentir sus jugos humedeciendo el interior de sus muslos. Él meció su erección en la costura de su trasero mientras empujaba contra su vientre. —¿Sientes lo dura que estoy, Sydney? Tú me haces eso. Todo lo que tengo que hacer es mirarte, olerte, y mi pene se pone duro como una piedra. —Un ahogado gemido escapó de la garganta de Sydney y se apretó más cerca, maldiciendo en silencio la barrera de sus ropas—. Tu culo apretado me excita. Cuando llegue a casa esta noche, voy a doblarme sobre ti y darte por detrás. ¿Te gustaría eso? ¿Yo, conduciéndome duramente dentro de ti hasta que grites mi nombre? Sydney gimió, flotando cerca de un orgasmo sólo con las imágenes mentales Reece había creado. —Sí, Reece... por favor. —Sus dedos apretaron el pezón otra vez mientras su otra mano encontraba la división en la parte delantera de su vestido. Probándola solo con la punta de sus dedos, los hizo zigzaguear subiendo por la carne sensible del interior de sus muslos. —¿Estás mojada, cariño? Sydney asintió débilmente y miró hacia abajo, deseando no tener un vestido largo porque no podía ver su mano. Quería verle tocarla. Pero entonces la anticipación de no saber cuándo sus dedos llegarían a su coño añadió leña a un fuego ya abrasador. Su mano dejó de moverse y presionó su boca a su oído—: Respóndeme, Sydney. ¿Estás mojada? —¡Sí! Estoy tan mojada, Reece. Tócame. Por favor, quiero que me hagas venir. —Ella no estaba por encima de suplicar. Nunca le había rogado a Todd, pero Reece no era Todd. Reece sabía cómo conducirle a la locura con tan solo palabras traviesas susurradas con

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esa voz sensual. Hacía a Sydney querer ceder a su control total. Entregar su mente, cuerpo y alma, sin pensarlo dos veces. —Abre las piernas un poco. Sydney ansiosamente ajustó su posición, desplazando sus pies unos centímetros. La tocó y ambos se quejaron al mismo tiempo. Reece se rió entre dientes contra el lado de su cuello. —Sorpresa —dijo ella, su voz apenas un susurro ronco. —Maldición. ¿Cómo voy a funcionar el resto de la noche con una furiosa erección, sabiendo que no llevas bragas? Eres tan caliente, Syd. Una salvaje gatita sexual debajo de ese exterior. Acarició su hendidura de adelante hacia atrás con la punta de los dedos y Sydney jadeó, dejando caer su cabeza hacia atrás para que descansara en su hombro. Poco a poco sus movimientos se hicieron más firmes, más exigentes. Ella estaba tan cerca. No haría falta mucho más para empujarla a ese precipicio. De pie en el borde de un tejado, estaba a salvo en los brazos fuertes de Reece, pero se sentía como si se estuviera tambaleando al borde de un acantilado, colgando de sus uñas. —Reece —dijo—. Se siente muy bien. —Lo sé, bebé. Déjalo ir. Simplemente deja que suceda. Me encantaría probarte ahora mismo. Lamer tu dulce y tibia miel con mi lengua. Chupar tu clítoris mientras te vienes contra mi cara. —Que el Señor la ayudara, nadie la había dejado tan caliente con esas sucias palabras. Deslizó un dedo dentro de su coño mientras rodeaba su necesitado clítoris con la yema del pulgar. El ritmo era exquisito, la presión en su pelvis construyéndose rápida como una tormenta de verano. Él agregó otro dedo a su canal, llenándola mientras la extendía, bombeando su mano más fuerte y más rápido. —Vente para mí —exigió. Con la mano izquierda, pellizcó su duro pezón y se vino. Un grito ronco salió de su garganta, chispas salieron de detrás de sus párpados y su coño latió con avidez en sus dedos. Reece la abrazó con fuerza para mantenerla parada, murmurando palabras que ella no podía comprender en su oído mientras montaba su palma. Poco a poco, su respiración se calmó y Reece retiró sus manos de su escondite en su vestido. La giró en sus brazos y le alzó la barbilla. Sydney envolvió sus brazos alrededor de su cintura debajo de su chaqueta, enterrándose en el calor de su cuerpo.

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—Fue la cosa más sexy que he visto y ni siquiera podía ver lo que estaba tocando. Creo que eso es lo que lo hizo tan jodidamente caliente —dijo contra su sien. —¿Puedo tener un beso? —preguntó Sydney. —Nena, puedes tener lo que quieras. Reece cubrió su boca, dándole un beso devastador que curvó sus dedos del pie en sus tacones de aguja. Para su consternación, no se demoró. En su lugar, levantó la cabeza y pasó su pulgar por su labio inferior. —¿Te sientes mejor? Ella se echó a reír. —Sí, de hecho lo hago. Gracias. —Me alegro de poder ser de ayuda. Sydney dejó caer su mano en la parte delantera de sus pantalones, ahuecando su gruesa erección con su palma. Él aspiró una bocanada de aire y apretó su frente contra la de ella. —Podría ayudarte también. Agarró su muñeca y alejó su mano. —Más tarde, cariño. Será mejor que regresemos antes de que alguien envíe un equipo de búsqueda. —No me importa. De hecho, después de hablar con mis padres nos vamos. Sus cejas se alzaron por la sorpresa. —¿Qué hay de cenar? ¿No tienes hambre? —Pediremos una pizza. Tengo más hambre de ti. Reece gimió y le apretó la cintura una vez más, luego tomó su mano y la llevó a la planta baja. Sydney se metió en el baño para comprobar rápidamente su reflejo antes de caminar hacia el comedor. La gente había empezado a sentarse para cenar. Recorrió las caras hasta que encontró a su padre y a su madre en las mesas en los extremos opuestos de la habitación. Su madre hizo un gesto y Sydney levantó su mano en reconocimiento. Volviéndose a Reece, le preguntó—: ¿Estás preparado para las presentaciones o prefieres hacerlo otra vez? —Dadas las circunstancias, mejor paso. Además, creo que tienes que hablar con tu padre sin público. Sydney asintió, completamente de acuerdo con aun cuando la idea de una confrontación con él esta noche hacía enturbiar su estómago. —Probablemente tienes razón.

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—Voy a ir a buscar al conductor de la limusina y nos reunimos en el vestíbulo. —Reece se inclinó y la besó suavemente en la frente, luego se giró y se alejó, con sus manos metidas en los bolsillos. Con un suspiro resuelto, Sydney debatió sobre la dirección a seguir. Su madre, sin duda, la interrogaría sobre Reece. Pero no creía que tuviera la fortaleza para enfrentarse a su padre y su cita tampoco. Eligió lo que creía que era el menor de dos males, enderezó sus hombros y se dirigió hacia su madre.

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6 Traducido por EyeOc Corregido por Pachi15

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eece deambuló en el vestíbulo del Thomas Center mientras esperaba a Sydney. El deseo lastimó su cuerpo tan tenso como un cable de piano. Sí, probablemente no era buena idea hablar con sus padres con su olor excitante pegajoso en sus dedos y nada más en su mente que tener a su preciosa hija desnuda y debajo de él. —¡Oye, Reece! Giró cuando escuchó su nombre de una voz masculina, pensando que era probablemente Jonah. No lo era. Era Todd Blanton. Malditamente genial. —¿Qué puedo hacer por ti, Todd? —preguntó impacientemente. —Solo quiero platicar un poco más. Reece metió sus dedos en el nudo de su corbata y la soltó lo suficiente así podía desabrochar dos botones de su camisa. —¿Platicar? ¿No quieres decir que te gustaría taladrarme sobre Sydney? Todd negó con la cabeza, aún de alguna manera manejándose para mantener una sonrisa, sin embargo una apretada. —Chico, ¿no tiras ni un golpe, no? —Nop. —Pero me gustaría dar unos a tu cara solo por el placer de ello. —¿Cuánto tiempo se han conocido? Estaba un poco cansado de esa pregunta. ¿Qué jodida diferencia hacia el tiempo que se han conocido? Por lo menos la respuesta era una buena. ―Alrededor de dieciséis años, días más o días menos. —Las cejas de Todd se elevaron.

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—Vaya, ¿tanto? Entonces fueron juntos a la escuela, ¿no? —El idiota sabe contar. ―Uh huh. Mira, Todd, ¿esta conversación tiene un punto? Porque no estoy cómodo hablando contigo sobre Sydney a sus espaldas. Reece.

Finalmente Todd sucumbió a fruncir el ceño al tono cortante de

—Hum, sí, bueno… —Se encogió de hombros—. Quería asegurarme que está bien. Trabaja tanto, toma demasiadas responsabilidades. Estaba preguntándome si disminuiría el ritmo alguna vez. —¿Extrañándola, no? —preguntó Reece sarcásticamente—. ¿Es para eso para lo que es tu acompañante? ¿Para llenar las solitarias horas? ¿O prefieres cabezas huecas porque no pueden pensar por sí mismas, no contestan, y vienen cuando las llamas? Todd levantó sus manos. —Oye, todavía me preocupo por Sydney, eso es todo. Y sí, a veces la extraño. Es una chica genial. Solo las cosas no funcionaron entre nosotros. Reece entrecerró los ojos a su ex. —¿Y por qué fue eso, Todd? —¿Realmente quería saber la respuesta a esa pregunta? A lo mejor ya lo sabía, pero estaba bastante seguro que Todd iba a posar la culpa por el fin de su matrimonio a Sydney. —Es inteligente, exitosa, y rica. No necesitaba nada de mí. No había nada que le pudiera dar así que traté de cambiarla, doblegarla a mi voluntad. Probablemente pedí mucho. Quien sabe… —Se encogió de hombros otra vez, mirando a sus pies. Mierda, el tipo lo había sorprendido y no mucha gente lo hacía. Reece se preguntaba qué había pasado en el tiempo entre cuando se conocieron dentro y ahora para cambiar la actitud de Todd. ¿Quizá el verla con alguien más? —No puedes cambiar a una mujer como Sydney. Es perfecta de la manera que es. Todo lo que puedes desear es ser el bastardo suertudo que deje entrar en su vida. —¿Realmente te preocupas por ella, no? —Creo que es bastante obvio —admitió Reece, aunque Todd era la última persona en la Tierra de la cual quería escuchar esa confesión. Maldita sea, a lo mejor la comprensión lo haría estar lejos de ella por su bien.

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Ofreciéndole su mano a Reece, Todd dijo—: Buena suerte, hombre. —Reece la sacudió mientras lo miraba cautelosamente. —Gracias. Al sonido de zapatillas por el piso, Reece giró para ver a Sydney dirigiéndose hacia él y se llenó de una sensación alivio. El deseo de salir de ese lugar pretencioso era cercanamente tan fuerte como el deseo de cogerla hasta que perdieran el sentido. Haber tenido una conversación con su exmarido había peligrosamente reforzado esa necesidad. Además, quería borrar cualquier atadura persistente que pudiera tener con Todd Blanton. Miró su cara detenidamente mientras se acercaba, tratando de medir su humor. Lucía igual que cuando lo dejó así que supuso que las cosas habían ido bien con sus padres. Tan pronto como estuvo a la distancia de un brazo, tomó su mano en las suyas y la dirigió hacia la limosina que los esperaba. —¿Ese era Todd hablando contigo? —Sí —dijo bruscamente. —¿Qué quería? El chofer abrió la puerta para ellos y se subieron. —¿Reece? —Sydney, no quiero hablar sobre tu exesposo más esta noche. Puso sus manos en su brazo, preocupación ensombreciendo sus ojos de color whiskey. —¿Estás enojado sobre algo? Por favor dime que te dijo. Reece suspiró. —Quería saber cómo estabas. —Frunció el ceño. —Oh. Bueno, eso es nuevo. —¿Lo superaste? —¿Qué? —Se hizo hacia atrás como si la hubiera abofeteado. —¿Lo superaste? —¿De dónde viene todo esto, Reece? —Maldición, ni siquiera él lo sabía. Suavizó su tono duro. —¿Puedes solo contestarme? —Lo miró por lo que pareció como una eternidad y el corazón de Reece se hundió en su estómago— . Sydney, puedo manejarlo.

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—No hay nada que manejar. No siento nada por Todd, no más. Para nada. —Reece dejó salir la respiración que estaba sosteniendo, la ira que se había construido en su interior sosegándose—. No era buena siendo una esposa. No era… atenta y criadora, todas las cosas que una esposa debería de ser, lo que él necesitaba que fuera, supongo. Tenía sus faltas también. Pero acepté la completa responsabilidad por el fracaso de nuestro matrimonio. Es por eso que te dije al comienzo de esto, no tengo nada que ofrecerte aparte de mi cuerpo. La tomó por la parte alta de su brazo y la jaló hacia su regazo. —Ahí es donde te equivocas. Creo que tienes mucho que ofrecer pero no te voy a presionar. Solo date cuenta de esto. No soy Todd Blanton. Nunca te pediré las cosas que él te pidió. Reece reclamó su boca, metiendo su lengua en su calidez, profundamente suave sin pausa. Su sabor lo inundó, esa única dulzura intoxicante que era solo de Sydney. Gruñó suavemente y enterró sus manos en su cabello, manteniéndolo cerca. Su pene se endureció en contra de su trasero como un misil que busca el calor. Se alejó y miró en sus ojos. —Nunca te he comparado con otro hombre, Reece. Esta química que tenemos… no es como nada de lo que he experimentado antes. Y definitivamente nadie me ha hecho querer las cosas que hago cuando estoy contigo. Sonrió y tocó su cara. —Bien. Es todo lo que necesito escuchar por ahora. —Sigue diciendo eso. —Es la verdad. Soy un hombre paciente, cariño. —Tengo que estar de acuerdo —murmuró, su voz deslizándose sobre sus exaltadas terminaciones nerviosas en una caricia reconfortante. La limosina se estacionó en frente del edificio de Sydney, y salieron cuando el chofer les abrió la puerta. Ni uno de los dos dijo algo en el elevador mientras subían hacia su piso pero tensión sexual colgaba en el aire a su alrededor, espesa como la neblina matutina. Sacó sus llaves de su cartera y las sostuvo en sus manos. Cuando las puertas se abrieron, salió y se dirigió resueltamente los pocos pasos cortos a su puerta, insertó la llave en la cerradura y la abrió. Reece dudó en la entrada. Sydney dejó su cartera y llaves en la mesa en el recibidor y se giró, levantándole una ceja en una invitación silenciosa. Amaba esa

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pequeña pista de descaro que tenía, amaba que no tenía miedo de ir por lo que quería una vez que se comprometía a ello, tanto si era sexo o un bloque de la ciudad en bienes raíces. Reece entró por la puerta y la cerró detrás de él, después giró la cerradura de seguridad con un sólido clic, enfatizando su respuesta. Tomó unos pasos hacia atrás y jaló los broches de su cabello. Las ondas abundantes castañas rojizas cayeron sobre sus hombros. La mano de Reece se cerró en apretados puños con el deseo abrumador de enredar su sedosidad en sus dedos. Esperó para que él hiciera un movimiento, la luz pálida de la lámpara en la sala iluminaba sus rasgos. Reece se quitó su saco y lo tiró en la silla. Alcanzó y jaló la corbata de su nudo y la deslizo de su cuello. Se unió a su saco. Comenzó a desabotonarse su camisa mientras mantenía su mirada centrada a la de ella. Su brazo se torció a su espalda y el vestido se aflojó alrededor de su delgado cuerpo. Trajo sus manos hacia sus hombros y deslizó los tirantes bajando por sus brazos. Sus manos se congelaron en el cuarto botón cuando su vestido silenciosamente cayó en el suelo para formar una piscina brillante de seda verde oscura alrededor de sus pies. Pies que aún estaban amarrados a unas zapatillas matadoras que gritaban fóllame. Oh, iba a hacerlo. Desnuda, dio un paso hacia él. El corazón de Reece martilló contra su caja torácica. Toda la sangre en su cuerpo parecía apresurarse directo a su pene, haciéndolo dolorosamente duro y mareado. Sydney era probablemente la criatura más hermosa a la cual alguna vez había visto, viva o impresa, y ciertamente ha visto su cuota de mujeres desnudas. Delicados pezones rosados en la punta de su busto lleno y cremoso. No muy grandes, no muy pequeños, y reales. Reece sabia cuan suaves y responsivos eran, y como sabían en su lengua. Se le hizo agua la boca en respuesta a sus pensamientos. Una estrecha cintura ensanchando la curva femenina de sus caderas y esas largas, largas piernas. Su estómago plano y la hendidura oscura de su sexo burlándose de él. Sabía lo sensible que era ahí también. Como sus músculos temblaban debajo de la punta de sus dedos, su lengua. La primera vez que habían tenido sexo dejo un chupete cerca de su cadera. Quería marcarla, dejar algo de sí mismo detrás en su cuerpo, inútil y temporal como era, en caso de que nunca la viera otra vez después de ese día. Afortunadamente lo había hecho, pero aún no se desasía del antojo, este deseo insaciable de hacerla suya. Y cogerla. Se convirtió en un adicto. Una probada de ella solo saciaba su sed temporalmente antes de que rápidamente desaparezca y estuviera

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necesitándola demasiado otra vez. Mientras se acercaba tranquilamente hacia él, algo le dijo a Reece que la adicción nunca se iría, aun si ella lo hacía. Ese solo pensamiento hizo que su corazón doliera.

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7 Traducido por Aleja E Corregido por Meliizza

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eece trató de alcanzarla, pero lo detuvo, presionando la punta de sus dedos contra su pecho.

—Ah, ah, ah. Es mi turno ahora. Mantén las manos a los lados o me detengo. ¿Entendido? —Una sonrisa burlona curvó su exquisita boca. De acuerdo, un giro inesperado era jugar limpio. El problema era que nada de Sydney desnuda a menos de un brazo de distancia era justo. Tragó duro. —Pero… —Sé lo que necesitas, Reece —dijo, con su sexy boca en su cuello—. Déjame ocuparme de ti. Cada músculo de su cuerpo se tensó cuando sus delicadas manos se movieron sobre su pecho. Empujó la camiseta fuera mientras su boca iba camino a cubrir uno de sus pezones. Cuando su lengua lo rodeó, gimió. —Mmm, también sabes muy bien. Me pregunto si eres tan sensible aquí como yo. —Sus dientes se cerraron sobre él y mordió con la fuerza suficiente para causar un matiz de dolor, entonces lo alivió con su talentosa lengua. Trató de calmar su respiración, concentrarse y disfrutar de su perezosa y tortuosa exploración, e ignorar la opresión punzante en sus bolas, pidiendo ayuda. —Creo que si lo soy. —Tu olor me vuelve loca. Tan sexy y masculino. Reece curvó los dedos en las palmas de sus manos con tanta fuerza que varios de sus nudillos se agrietaron. —Sydney. Avanzó por su cuerpo, acariciándolo con la nariz, besando y lamiendo con su boca pecadora, dejando su piel en llamas. En cualquier momento, iba a estallar o venirse en sus pantalones como un adolescente cachondo.

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Sydney lo empujó hacia atrás hasta que su espalda chocó contra la pared con un ruido sordo. Bien. Podría utilizar el soporte sólido porque sus rodillas iban a fallar al segundo que le tocará la polla. Entonces, sus manos desabrocharon el cinturón, cuidadosamente deslizando hacia abajo la cremallera, empujando los pantalones a sus caderas. —Hm, más negro. Me encantas, con negro. Reece parpadeó. ¿Le gustaba el color de su ropa interior? Ella bajó sus manos a la pretina de los calzoncillos y los deslizó hacia abajo también. Su polla saltó libre y apuntando directamente a lo que quería. Sydney cayó de rodillas, colocándose frente a él. Cautivado, vio su hermoso rostro. Su boca se aflojó y la punta rosada de la lengua salió para humedecer su labio inferior. En cualquier momento, el corazón iba a detenérsele en seco. Sólo quería venirse allí mismo, en la sala de estar antes de que llegaran a las partes buenas. —Santa mierda. ¿Estás tratando de matarme? Sus palmas costearon sobre sus muslos y lo miró con sus ojos de color ámbar oscuro, y una sonrisa seductora en su rostro. —No vas a morir. Confía en mí, he estado ahí. Mientras la pequeña y fría mano de Sydney se envolvía alrededor de su polla, Reece se estremeció. Apretó los dientes y sus ojos cerrados, tratando de aferrarse a su roto control. —Mírame. Dejó caer la barbilla en su pecho y abrió los ojos. Ahora sabía lo que sintió en el techo. Esto era la forma perversa de venganza que había planeado, para que así pudiera aliviarse como ella lo hizo. Su rendición fue inmediata. —Sydney, por favor. No tardaré mucho. Ella acarició la base de su pene, su cálido aliento atinando a través de sus apretadas bolas. —Dime lo que quieres. Necesito escucharte decirlo. —Chúpame, bebé —gruñó, mientras su mano se deslizó por su cabello para ahuecar la parte posterior de la cabeza y descansar cerca de ella—. Llévame a esa dulce boca tuya. La planicie de la lengua encontró la cabeza de su polla, y los ojos de Reece se deshicieron en su cabeza. Dejó escapar un gemido. Su boca se cerró sobre él y chupaba profundamente en una larga, caliente y húmeda caricia. Cuando se retiró, su pene se encontraba resbaladizo y brillante por la saliva. Mientras que ella comenzó a trabajar con su decadente boca, su mano se apoderó de él, bonita y apretada. Admiraba la técnica de Sydney. No había burla o juego una vez que se comprometía a la acción, y santo infierno, qué le daba al ciento

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diez por ciento. Esta elegante mujer daba sexo oral como una maldita estrella porno. De vez en cuando torcía la muñeca y tiraba de sus bolas con su mano libre mientras que su lengua arremolinaba alrededor de la cabeza hinchada de su polla, moviendo al máximo sus sensibles nervios de abajo. Fue un asalto completo de sus sentidos y momentáneamente olvidó cómo respirar. —Oh, mierda, sí. Él flexionó sus caderas, lo que facilitaba más el calor acogedor de su boca, mientras resistía el intenso impulso de agarrar su cara entre las manos y darle más acceso hacia la parte posterior de su garganta. Mirar a Sydney chupar su polla era mejor que cualquier fantasía que había tenido de ellos dos. Era hermosa de pie, pero devastadora de rodillas. ¿Por qué tenía que ser tan jodidamente perfecta? No tenía oportunidad. Las bolas de Reece se apretaron a su cuerpo, advirtiéndole que se hallaba cerca de llegar. Presión construida en la base de la columna vertebral y arañando su camino a través de su ingle. Lo miró, con los ojos tan perezosos como piscinas de deseo. Sydney estaba encantada con esto tanto como él. —Estoy cerca —dijo, advirtiéndole, sólo en caso de que no fuera el tipo que traga. Una parte quería sacarlo, y ver su semen cayendo por el pecho, rodar sobre sus senos, y goteando en sus pezones. Otra forma de marcarla, de reclamarla. Ella chupó profundo mientras sus uñas rascaban suavemente en sus bolas y se perdió, gimiendo profundamente en su pecho y vertiendo su caliente semilla a borbotones a través de su lengua. Su garganta trabajó, tragando hasta la última gota que le dio y exprimiendo su orgasmo fuera de él. Fue la mejor mamada de su vida, incluida la primera. Cuando se dejó caer contra la pared, soltó su suavizada polla con un último y largó lamido por toda la cabeza. Sydney se sentó sobre los talones y sonrió tímidamente hacia él. —Fue tan jodidamente bueno —murmuró estúpidamente mientras trataba de recuperar el aliento. Ella se sacó sus zapatos y luego fue a la cocina, por un vaso de agua del grifo. Reece pasó las manos por su cara. Sudor cubriendo su frente y el labio superior como si hubiera hecho algún entrenamiento y no había hecho absolutamente nada, pero se encontraba allí, encantado de recibir. Sydney caminó hacia él, de puntillas y lo besó, apretando sus suaves curvas contra su cuerpo. El sabor almizclado de él aún permanecía en sus labios rojos, hinchados.

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Hundió la cara en su pelo, aspirando el aroma de su champú. — Gracias, lo necesitaba. Ella rió y repitió lo que le dijo en el techo—: Me alegro de poder ser de ayuda. Se sacó los zapatos y los calcetines, se quitó la camisa, los pantalones y la ropa interior. Envolvió un brazo alrededor de su cintura y el otro bajo de su trasero, Reece la levantó del suelo. — ¿Dónde está tu cuarto? Sydney se tensó brevemente y luego se desprendió de la última de sus ridículas reservas de tener a Reece en su habitación. Había llegado el momento y esto se sentía bien. —Al final del pasillo La dejó caer en la cama y se puso de rodillas mientras él recogía las pesadas cortinas, inundando la habitación con la pálida luz de la luna. Amaba su habitación a pesar de que no dormía mucho en ella. Era su santuario y no había asuntos de trabajo que alguna vez cruzaran la puerta. Después que Todd se fue, redecoró completamente en suaves tonos de gris azul y plateado oscuros. No gritaba ser una sexual gatita, de eso se sentía segura, pero la tranquilizó que el hombre delante de ella, deliciosamente desnudo la miraba como un pedazo de cielo en la tierra. Se estaba poniendo duro otra vez, lo que la excitó aún más y le sorprendió a la vez. Se había venido hace cinco minutos y ya tenía ganas de ir otra vez. Impaciente, tiró del labio inferior entre sus dientes y le tendió la mano. —Ven aquí y hazme compañía. Reece pasó los dedos entre los de ella, empujándola sobre su espalda, y se tendió encima mientras le sujetaba las manos sobre el colchón, sobre su cabeza. Sydney lo acunó entre sus muslos y envolvió sus pantorrillas alrededor. Su pene se acurrucó contra su coño, prometiéndole felicidad con una embestida. —¿No soy muy pesado? —le preguntó contra su mandíbula. Se estremeció cuando su barba rozó la piel sensible debajo de la oreja. —No. Quiero sentir tu peso encima de mí. Su boca exploró el cuello, la clavícula, la curva de su pecho. En todas partes, menos en sus labios. —Reece, bésame. Él lo hizo, acariciando su delicada boca con la lengua, sacándola sin prisa, mordiendo y chupando el labio inferior hasta que Sydney se encontraba borracha de deseo y retorcía nerviosamente debajo. Cuando comenzó a descender lento por su cuerpo, ella lo detuvo.

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—Ahora no. Sólo te quiero dentro de mí. —Dios, cariño, me deshaces. —¿Eso era bueno o malo? Sus ojos buscaron los de ella por un momento, sus iris de color jeans desgastado, como si necesitará considerar su petición. Luego, con una fuerte maldición, comenzó a levantarse. vas?

Lo detuvo, apretando sus piernas alrededor de él. —¿A dónde —Condones. Mis pantalones están en la otra habitación.

—Estoy tomando la píldora —le espetó, y luego hizo una mueca a su completa falta de tacto—. Mierda, no sirvo para esto. Confío en ti, Reece, y estoy bien, limpia quiero decir. No he estado con nadie más que tú, desde... —Calor salpicó sus mejillas y apretó su cara contra el brazo. —Sydney, mírame. —Esperó hasta que girará la cabeza—. No sabes lo que hace en mí oírte decir esas cosas, saber que te entregarías a mí de esa manera, pero eso realmente es un gran paso a tomar, para nosotros. Estoy saludable. Tuve un examen físico hace unos meses, y siempre utilizo protección. ¿Estás segura que es eso lo que quieres? Ella asintió rápidamente. —Sí, estoy segura. Pero si tú no quieres voy a enten… Reece la interrumpió con un severo beso que le dejó un charco viscoso de necesidad. —Deja de cuestionar las cosas. Simplemente déjate ir y siente. —La palma de su mano se deslizó por la parte interior de su muslo derecho hacia su coño donde rodeó su clítoris con el pulgar, enviando ondas de choque de intenso placer a través de su cuerpo. Su espalda se arqueó en la cama y gimió. Era tan condenadamente bueno para hacerle olvidar su nombre. El olor a sexo flotaba en el aire a su alrededor, afrodisíaco por derecho propio, potente y embriagador. —Por favor, Reece. —Esas son mis nuevas palabras favoritas. —Agarró su pene con una mano, apretó la gruesa cabeza de su polla a través de su hendidura y con un duro empuje de sus caderas, se deslizó dentro. Ella se quedó sin aliento con la presión exquisita que la llenaba—. Maldita sea, se siente increíble. Tan firme, caliente y húmedo. —Mmm, me encanta tu polla. ¿Qué hay de esas palabras? — Sonrió a pesar de su absoluta sorpresa por haberlas dicho. Él se rió y empujó más fuerte, provocando otro grito desesperado de Sydney. —Esas son bastante agradable también, especialmente para los oídos de un hombre.

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Reece pasó un brazo por debajo de una de sus rodillas, abriéndola completamente. Luego el habla lo abandonó cuando comenzó un ritmo lento, deslizándose constantemente dentro y fuera, llegando a todos los nervios receptivos a lo largo del camino. Las manos de Sydney sujetaron su culo y lo jaló más cerca, clavándole las uñas en la flexión de los glúteos. Reece bajó la cabeza y chupó su pezón con su boca. Ella sintió el insistente tirón en su vientre, un cosquilleo en espiral de éxtasis que se ajustaba con más fuerza con cada empuje de sus caderas. Cuando puso distancia entre sus cuerpos para acariciar su clítoris, Sydney se desintegró. Los ruidos que hizo sonaban extraños en sus oídos, como si provinieran de otra persona, mientras su coño apretaba su polla, cada ola lo ordeñaba. Se obligó a abrir los ojos y vio a Reece mientras la veía venirse, una mirada serena en su rostro. Luego empujó profundamente una gloriosa vez más y gimió, los tendones de su cuello se tensaron, los músculos de sus brazos y el pecho ondulaban con el esfuerzo mientras se venía, saliendo réplicas maravillosas que la hicieron suspirar. Respirando con dificultad, Reece se sentó con sus antebrazos y le besó en el hombro, el mentón y, finalmente, la boca. Se retiró de su cuerpo y rodó sobre su espalda a su lado. Se quedaron en silencio, mirando las hojas del ventilador del techo de Sydney haciendo perezosos círculos sobre sus cabezas, los sonidos de su respiración dificultosa desacelerando gradualmente juntos. Sydney se bajó de la cama para hacer un viaje al cuarto de baño y limpiarse. Cuando terminó, envolvió una corta bata de algodón alrededor de su cuerpo. Reece estaba sentado en el borde de la cama mirando a la pared cuando salió. Apoyó la cadera contra el colchón junto a su muslo. —¿Pasa algo? Él tomó su mano y le besó la palma. —Tengo que irme. Probablemente estás cansada. Sydney se mordió el interior del labio, pesando lo que estaba considerando, antes de hablar. Oh, qué demonios. Es sólo una noche, ¿verdad? ¿Qué daño podría hacer? Mucho, pero antes de que pudiera analizar exageradamente hasta la muerte... —Quédate. Sus ojos se cerraron de golpe sobre los de ella y luego se redujeron ligeramente, estudiando su rostro. La atrajo entre sus piernas. —Este es otro gran paso para ti, ¿no es así? Pidiendo que me quede esta noche.

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Se encogió de hombros, pero no contestó. Por alguna razón Reece la hacía querer dar esos pasos. Pequeños, de todos modos. Se sentía como si fuera una gigante red de seguridad, a la espera de atraparla si caía. Tomando su mano, dijo—: Vamos, ahora tengo hambre, de comida.

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8 Traducido por Lady Dafne Corregido por AriannysG

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eece se puso su ropa interior mientras Sydney colgaba sus ropas así no estarían arrugadas en la mañana. Era tan condenadamente considerada y dulce que casi no podía soportarlo, siempre preocupándose por alguien más. Sólo por una vez quería verle perder su temperamento, preferentemente no con él, pero con algo o alguien. Que fuera y gritara o sacara a golpes el infierno de algo. Tal vez debería sugerirle que tomara el boxeo. Caminó silenciosamente detrás de ella entrando en la cocina. Hasta este punto, no había realmente notado lo que le rodeaba porque había estado muy concentrado en la mujer que vivía allí. No estaba ignorando el hecho de que Sydney era rica. Su apartamento era grande y estaba en una de las áreas más agradables de Pearson. Infierno, su sola habitación era más grande que la cocina y el salón de él combinados. La cocina se jactó de su calidad, electrodomésticos de acero inoxidable y muebles de madera oscura, mesadas de granito, y coloridos salpicaderos de azulejos de vidrio. Pero cuando miraron juntos dentro de la enorme heladera, rió fuertemente. Estaba prácticamente vacío. —Syd, ¿dónde está tu comida? Ella soltó una risita detrás de su mano, una adorable mancha rosada extendiéndose por sus mejillas. —Eso es de lo que estoy asustada. Leche, queso, manteca, jugo de naranja, y Coca-Cola Light, tus alimentos básicos de dieta. —Creo que te perdiste algunos grupos alimenticios —dijo secamente. —¡Oh, y tengo pan! Un pan realmente bueno. Lo compré con buenas intenciones, pero no siempre estoy alrededor para realmente usar las cosas que compro así que se echan a perder. —Ella lo miró—. ¿Tú cocinas?

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Él no pudo hacer otra cosa excepto reír de nuevo ante su expresión de sorpresa, como si cocinar fuera parecido a saber cómo volar una nave espacial. —Sí, me gusta cocinar cuando tengo tiempo. Después de que mi mamá murió mi papá pasó tanto tiempo en el bar que o aprendía como hacerlo o me moría de hambre. Sydney frotó su mano en la parte baja de su espalda. —Lo siento, Reece. No me di cuenta de que eras tan joven cuando tu madre falleció. —Trece. —¿Cómo murió ella? Reece tragó pasando el no bienvenido bulto que repentinamente subió en su garganta. —Cáncer de ovarios. ¿Dijiste que tenías pan? —Tranquilo, Myers. Pero afortunadamente, Sydney lo dejó ir. —Sí. ¿Qué tienes en mente? Muchas cosas, pensó, mientras el corto dobladillo de la bata se deslizaba hasta la parte superior de sus tonificados muslos cuando se estiró para abrir un gabinete, y ninguna de ellas involucraba comida. Ella apoyó un fresco pan de masa fermentada de la panadería en la mesada, dirigiendo a sus pensamientos a su estómago vacío. —Sándwich de queso tostado suena bien. Sydney le encontró una sartén y encendió el horno lujoso que nunca había usado mientras él reunía los ingredientes del refrigerador. —Levanta un taburete, guapo, y te mostraré como hago sándwiches de queso tostado. Tal vez aprendas algo. En lugar de usar la basura envuelta en plástico, Reece cortó gruesas rodajas de un queso cheddar entonces derritió un camino de manteca que obstruyó las arterias sobre el pan. Cuando estuvo satisfecho de que estaban lo suficientemente caliente, dejó caer dos rebanadas de pan, que descansaron sobre el queso, y las cubrió con dos rebanadas más de masa fermentada. Bajó el fuego para que el queso tuviera oportunidad de derretirse sin quemar sus sándwiches. Miró a Sydney y ella sonrió, sus ojos bailando con travesura. — Fascinante. —Oye, no te pongas atrevida o quemo tu parte, jovencita. Ella saltó fuera de su taburete, sacó dos platos y luego dos vasos de un gabinete. —¿Qué te gustaría para beber? ¿Coca-Cola Light, jugo de naranja, o leche? Podría abrir una botella de vino, aunque no estoy segura de que combine con queso tostado.

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—Agua va a estar bien —replicó Reece mientras levantaba los sándwiches de la sartén, derretía incluso más manteca y luego los volteaba para que se tostara del otro lado. Sydney se acercó y señaló con su barbilla en dirección al pan. — ¿Cuantas calorías crees que están en uno de esos? —Alrededor de cinco millones. No tienes necesidad de contar calorías, dulzura. Además, eliminamos unas cuantas esta noche. —Y aún no había terminado con ella. Se inclinó y dejó caer un beso en su bonita boca y luego sirvió sus sándwiches en platos. Se sentaron en la barra de Sydney y Reece la observó mientras tomaba su primer mordisco. Ella hizo un pequeño ruido de gemido en su garganta y su miembro tembló. —Oh Dios mío, eso es bueno. —Satisfecho de haberlo hecho bien, sonrió y mordió el suyo. Reece limpió su boca con una servilleta. —¿Cómo fue la conversación con tu padre anoche? —No ocurrió. Decidí que no era el lugar ni el momento, especialmente con esa… mujer ahí. Hablé con mi madre. Parecía pensar que lo de llevar a otra mujer a la beneficencia no era nada más que una maniobra para ponerla celosa y hacer que volviera corriendo hacia él. El estómago de Reece dio un vuelco. Había visto la manera en que su padre había tocado a la joven rubia que se pegaba a él como una enredadera. Definitivamente algo estaba a pasando entre ellos dos. Debido a su fuerte reacción tenía el presentimiento de que Sidney también lo había sentido. —¿Y tú qué crees? —No sé qué pensar. —Bajo su mirada y cogió la corteza de su sándwich—. Cuando por primera vez nos dijeron a Jonah y a mí que se iban a separar esperaba que sólo fuera mal momento que por el estaban pasando. Estaba segura que después de unas semanas lejos empezarían a extrañarse el uno al otro y se reconciliarían. Supongo que esa fue una ilusión de mi parte. —¿Hace cuánto fue eso? Sus hombros se cayeron. —Tres meses. —Tal vez solo están siendo testarudos. El orgullo puede ser una cosa dura de tragar. Ella asintió pero no lucía convencida, y era difícil perderse esa profunda tristeza en sus ojos. —¿Dónde está tu papa? —preguntó.

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—Está viviendo en Naples. Mi tía Linda también vive allí. Tiene un ambiente más de retiro que Pearson. Siempre fue una persona muy sociable y vive en una de esas comunidades adultas donde tiene algo planeado para hacer cada hora del día. —¿Extrañas no tenerlo aquí? —Sí, lo hago. Nos llevábamos bastante bien. Nunca fue uno de esos padres que son insistentes y que quieren aconsejarte. Me dejó cometer errores y aprender de ellos, pero siempre sabía que él estaría allí si lo necesitaba. Cuando decidió abandonar el bar, no asumió que yo quería heredarlo. Fue más como una especie de trato de “tómalo y ve que puedes hacer con él o déjalo y véndelo”. —¿Estás feliz de haberlo hecho? Reece asintió. —Lo estoy ahora. Fue mucho trabajo al principio, remodelando y cambiando la imagen a un lugar agradable donde la gente pueda ir con sus amigos después de trabajar, ver un partido los domingos, o jugar unos partidos de billar. Un lugar del que estoy muy orgulloso. No podría haberlo hecho sin la ayuda de Deke. —Ustedes dos siempre han estado juntos, ¿no? —Lo considero un hermano. Crecimos juntos, casi literalmente, ya que vivíamos en la misma calle. Cuando no estaba pasando el rato en mi casa, yo estaba en la suya. Confié en él con todo, mi bar, mi dinero, mi vida. Él tiene un gran corazón debajo de todo ese exterior de besa-mi-trasero. Sydney metió su cabello detrás de su oreja y se removió en el taburete, causando que el escote de la bata se abriera un poco y le dio un vistazo a una tentación, pezón rosado. Estaba gloriosamente desnuda bajo ese simple algodón blanco, suave y cálido, cosa que repentinamente alteró su línea de pensamiento. El deseo empezó a desenrollarse lentamente en su estómago. ¿Alguna vez tendría suficiente de ella? Probablemente no. Se deslizó fuera de su asiento, llevó los platos al fregadero y luego regresó. —Deke me da esa mirada cada vez que dejo tu oficina, como si supiera exactamente lo que estuvimos haciendo. —El color se extendió por sus mejillas nuevamente y bajó su cabeza. Incapaz de resistir por más tiempo, Reece la alcanzó, envolviendo sus manos alrededor de su cintura y levantándola sobre la mesada en frente de él. Ella lanzó un grito ahogado mientras la parte trasera de sus muslos se ponía en contacto contra la fría losa de granito. —¿Te molesta? Sacudió su cabeza, enviando las suaves y fragantes olas de su cabello a que cayeran por su cara. —No estamos hacienda nada malo.

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—No, no lo hacemos. —Recordando su anterior confesión sobre que él era el primer hombre con el que estaba desde su divorcio, preguntó—: Pero te costó mucho venir a mí la primera vez, ¿no? Ella corrió sus manos a través de su cabello, raspando las puntas romas de sus uñas a lo largo de su cuero cabelludo. —Sí — susurró. Reece extendió su pulgar sobre su labio inferior, observándolos abrirse en respuesta. —¿Arrepentimientos? Sus párpados cayeron sobre esos increíbles ojos y sonrió suavemente. —Ninguno. —tragó duro—. ¿Tú? —Joder, no. —La atrajo hacia él para poder besarla. Saboreó su boca y todos sus oscuros secretos, probando y tirando hasta que gimoteó contra sus labios y clavó sus uñas en sus hombros. Acunando una mano en su nuca, él se paró y la inclinó hacia atrás—. Recuéstate. Le dio una mirada cautelosa, pero obedeció. —¿Aquí? ¿En la mesada de mi cocina? Con un movimiento de su manos, la bata se abrió a sus lados, dejándola descansar delante de él como sus fuera una comida gourmet de cinco platos. Sonrió perversamente. —En realidad es el lugar perfecto. ¿No es donde normalmente comes? Sus ojos se abrieron más con comprensión mientas su boca formaba una pequeña O. —Oh, mi. Demasiado malo que no tengo nada de crema batida en la nevera. Los tensos músculos de su estómago saltaron instintivamente cuando su boca tocó más abajo. —Eres lo suficiente dulce sin ella. Él besó un camino de un lado de su cadera al otro, amando el suave temblor de su carne debajo de sus labios. El olor de su excitación llenó sus fosas nasales, haciendo que su cabeza diera vueltas, su pene dolorosamente duro, y sus bolas apretadas con urgencia. Había querido probarla desde que la había hecho venir en el techo con sus dedos y sus palabras. Ahora la tenía justo donde la quería e iba disfrutarla tanto como ella. Las puntas de sus dedos tiraron de sus pezones, rodando y pellizcando los duros brotes hasta que Sydney suspiró y cubrió sus manos con las suyas. Ella forzó a sus palmas a aplanarse, mostrándole lo que quería. Reece amasó los suaves globos mientras se arqueaba contra sus manos con un suave gemido. Se dio cuenta de que le gustaba un poco de dolor con el placer, no una cantidad incómoda, solo un toque de dureza para compensar todos los suaves bordes. Cuando lamió un camino ascendente en el interior de sus sedosos muslos, meció sus caderas. Reece alcanzó su vaso de agua y

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sacó un pequeño cubo de hielo. Sosteniéndole encima de ella, observó como una grande gota de hielo líquido golpeaba la flexible piel de su bajo vientre. Sydney aspiró bruscamente y levantó su cabeza. —¡Oye! Advierte a una chica la próxima vez. —¿Dónde está la diversión en eso? —Sorbió la humedad lejos y movió el hielo por su piel, mirando como dejaba un brillante rastro húmedo y sorprendido de que el vapor no se levantara de ardiente carne. Ella presionó sus manos contra la mesada mientras inclinaba sus caderas. —Reece. —Lo sé, bebé. Reece estalló lo que quedaba de hielo en su boca y los sostuvo en su lengua. Cuando el cubo fue reducido a una astilla, separó los pliegues de su coño y la lamió desde su canal hasta su clítoris, dándole una pequeña sacudida antes de levantar su cabeza. —Oh, Dios mío —gimió ella. —Te gustó eso, ¿huh? —Lo hizo de nuevo, saboreando su dulzura como la miel en su lengua. Se esparció por su sistema como un trago de whiskey a ochenta grados. Pero todavía no había terminado de probarla. Se alejó y redirigió sus atenciones a la cremosa carne del interior de sus muslos, besando y lamiendo la extensión caliente antes de agarrar un parche de piel con sus dientes y succionar. Retrocediendo, admiró el pequeño chupetón y sintió la afilada aguja de posesividad perforar su pecho. Dejando todo el juego a un lado, él arrastró la punta de un dedo a través de la cremosidad de su sexo. —Jesús, Sydney. Eres tan hermosa y rosada y mojada por mí. —Deslizó su dedo medio dentro de ella, rozando la suave almohadilla de ella sobre su punto G, y dejó caer su boca a su clítoris. Sydney gimió e inclinó sus caderas en un esfuerzo por acercarse incluso más. —Oh, yo... sí, ahí. Reece añadió otro dedo y sus estrechos músculos internos se cerraron sobre este. El impulso de arrastrarla fuera de la encimera y empalarle su dolorido pene era casi abrumador pero resistió, intentando darle un orgasmo que no olvidaría pronto. Su lengua hizo firmes círculos alrededor de su clítoris, acariciando el apretado nudo mientras sus dedos se hundían una y otra vez en el mismo ritmo lento. Sus jugos resbaladizos cubrían sus labios y se derramaban sobre sus dedos.

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Se encontraba cerca de venirse. Lo podía decir por la manera en que sus manos se convertían en puños en los bordes de su bata a la altura de sus caderas mientras hacía ese pequeño ruido de gemido en lo profundo de su garganta. Reece amaba ese sonido. —Más duro, Reece. Por favor... más —dijo con voz ronca, moviendo su cabeza de una lado al otro. Él intensificó sus esfuerzos, abriendo sus labios con sus dedos mientras chupaba firmemente su clítoris en su boca. Sydney se vino duro, agitándose contra su rostro y gritando a través del silencio de su cocina. Su coño convulsión alrededor de sus dedos, sosteniéndolos apretadamente dentro suyo. Esa poca rígida carne palpitaba contra su lengua, disparando electricidad a través de su cuerpo directamente a su pene. No le tomaría mucho venirse también. Mientras ella seguía vibrando con réplicas, Reece la deslizó fuera de la mesada y la giró para que cubriera la ahora cálida superficie. La sostuvo con un brazo alrededor de su cintura, protegiendo sus caderas de la lisa superficie de la mesada. Bajando su ropa interior solo lo suficiente como para liberar su tenso pene, se guió a sí mismo hasta la empapada abertura y empujó profundamente en un movimiento suave. Cuando Reece se inclinó para tocar de nuevo su clítoris la cabeza de Sydney se sacudió hacia arriba. —No creo que yo… —empezó antes de que él aplicara una insistente presión y la callara de golpe. —Sí, tú puedes —dijo. Reece tiró afuera casi todo el camino para deslizarse de vuelta con un agudo golpe de sus caderas. Sydney empezó a despertarse de su coma de placer, empujando su trasero de vuelta contra sus urgentes golpes. Dejó caer su mano y cubrió la de él, demostrando silenciosamente cuanta presión. Sus bolas se acercaron más a su cuerpo mientras sus dedos se hundían en la tierna carne de su cadera. —Sydney —advirtió, no queriendo dejarla detrás. Empujó profundamente hasta que su saco se estrelló contra sus sedosos y húmedos tejidos. —Sí —murmuró ella—. Ahí...Yo... ¡Oh! Y entonces ambos estaban viniéndose, su palpitante calor agarrándolo como un puño mientras se vaciaba dentro de ella en oleadas adictivas. El orgasmo siguió y siguió, escurriéndolo desde la planta de sus pies hasta su nuca. Reece dejó caer su cara contra su espalda mientras ella se desplomaba sin vida sobre la mesada. Sus rodillas se sentían de goma y rezó para que no fallaran o ambos iban a caer duro contra el suelo de

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baldosas. El sudor corría por su mandíbula hasta caer sobre su bata. Levantó su cabeza y respiró profundamente, luego salió de su cuerpo y frotó su mano por su espalda con ternura. —¿Estás bien, bebé? —Mm hmm —dijo dentro de la curva de su brazo—. Necesito una ducha. Se rió por lo bajo y se rascó la barbilla. —Creo que podemos arreglar eso. —Luego la alzó y la cargó hasta el baño.

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9 Traducido por Gaz Walker Corregido por Cami G.

E

sta no era la forma en que estaba acostumbrada a despertarse, con la luz del sol que entraba odiosa por las cortinas abiertas de la ventana de su dormitorio, un hombre caliente, desnudo acostado a su lado, las partes de su cuerpo deliciosamente doloridas y sensibles. Habían hecho el amor muchas veces la noche anterior, había perdido la cuenta. Todo oscilaba cerca de sobrecarga sensorial. Sydney puso su cabeza en la almohada para mirar a Reece. Estaba tumbado sobre su estómago, con la cabeza vuelta hacia ella, profundamente dormido. No había duda de que estaba acostumbrado a dormir hasta tarde, con las largas horas que guardaba en el bar. Un lado de su cara se hallaba parcialmente cubierto por un pedazo de su cabello oscuro. Como no quería despertarlo, se resistió a la tentación de empujarlo con ternura. U oler su piel. La luz del sol iluminaba su piel, asombrosamente morena. Debe pasar mucho tiempo al aire libre cuando no está trabajando, pensó. En la dura luz de un nuevo día sus dudas empezaron a colarse de nuevo. No se arrepentía de nada de lo que había dicho o hecho con Reece anoche, y no sentía haberle pedido que se quedara, pero ahora necesitaba un poco de espacio. Un tiempo para ordenar a través de pensamientos que caían como dados Vegas. Se bajó de la cama, se envolvió la bata alrededor de su cuerpo y salió de puntillas de la habitación. Usando su segundo cuarto de baño, se quitó el pelo recogido en un clip y luego se lavó la cara y se cepilló los dientes. La cinta de correr en su dormitorio de invitados la llamó, prometiendo una buena sudada y tiempo para pensar, pero decidió no hacer caso a favor de una taza de café y un poco de tranquilidad en la terraza. El resultado final sería el mismo, menos la quema de calorías. Con la preciosa taza de café en la mano, Sydney abrió sus puertas francesas y se acurrucó en una de las tumbonas exteriores. El aire era húmedo y fresco, la ciudad perezosamente despertando a su alrededor.

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Era sábado, un día no laborable para la mayoría de la gente. No para ella o Reece. Ambos no tenían que comprometerse a trabajar hoy. Para ella era una enfermedad. Sydney tenía un montón de cosas que hacer. Había documentos para volver a ver el trato Anderson, toda una ciudad el centro de bloquearle al padre que iba a comprar que se esperaba que cerrara en algún momento de las próximas dos semanas. Su maletín estaba lleno de archivos que necesitaban atención: las compras más esperadas y las ventas, contratos de alquiler y de arrendamientos renovados, papeleo. La lista era interminable. Entre todo tenía que apretar en algunas compras personales, un viaje a la lavandería, una manicura y pedicura, hacerse la cera e ir a la lavandería. Reece tenía chupitos para dar y regalar. A pesar de que había tomado la noche anterior dejando a Deke manejar las cosas, Sydney sabía que era propietario. El bar era su hijo y su escritorio estaba probablemente tan desordenado como el de ella. Algo se sentía fuera. Se sentía... extraño. Confuso aún. Después de compartir la noche más íntima de su vida con Reece, pasarían el resto del fin de semana lejos. ¿Cuando se iban a ver otra vez? ¿Se acabarían los paseos a su oficina y el sexo en el sofá de nuevo? ¿No era como dar un paso hacia atrás? ¿Pero no es eso lo que querías? Una voz en su cabeza la molestó. Sin ataduras, sin compromisos, sin expectativas. ¿Todo eso cambió con su invitación a pasar la noche? Sydney sacudió la cabeza con disgusto consigo misma. Ella saboteó esta relación. A regañadientes Sydney admitió para sí que estaba empezando a tener fuertes sentimientos por Reece. Fue una capitulación repentina de realidad. Estar de pie en el borde de ese techo la noche anterior había sido una verdadera experiencia cercana a la muerte y Reece había sido su salvador. Ahora ella tenía algún síndrome de caballero en brillante armadura. Peor, era real, y no sabía muy bien cómo manejar la situación. Debería haber sabido que no sería capaz de mantener su corazón lejos de él. Eso no es lo que hacía. Por mucho que había tratado de ser la mujer que podía mantener una distancia de amigoscon-beneficios, simplemente no podía. Fue una mala idea, los dos juntos. Eran tan diferentes, sus estilos de vida a kilómetros de distancia, pero cuando estaban juntos nada de eso parecía importar. Reece la tocaba de una manera en que ningún hombre lo hacía, tanto física como emocionalmente. Cuando estaba con él, la hacía sentirse hermosa, atractiva y cuidada, segura y tranquila. Nunca había tenido eso con Todd. Honestamente, se preguntó si alguna vez había realmente lo amó. Había pensado que lo

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hacía una vez, pero ahora... no estaba tan segura. El verlo anoche en el beneficio no dio a luz a los tormentos de los celos o arrepentimiento, sólo una sensación inconfundible de alivio profundo. Su noviazgo y matrimonio habían sido como un tren fuera de control. Una vez que los vagones Carson-Blanton habían estado juntos no había habido ninguna detención hasta que se encontró de pie en el altar diciendo "sí, quiero" enfrente de quinientos invitados a la boda y un ministro. No le había tomado mucho tiempo darse cuenta de que Sydney había cometido un error monumental, pero había tratado de hacer que las cosas funcionaran. O al menos pensó que lo hizo. Tal vez inconscientemente no le importaba lo suficiente como para querer hacer que funcionara. —Oye —dijo Reece por detrás de su hombro. Sydney saltó, casi derramando el café en la parte delantera de su vestido—. Lo siento, no era mi intención asustarte. Ella le sonrió, entrecerrando los ojos bajo la luz brillante del sol de la mañana. —No, está bien. Solo me encontraba... soñando despierta. Hay café recién hecho en la cocina. Casualmente apoyado contra la jamba de la puerta, llevaba los pantalones de traje y su camisa desabrochada, lo que hizo revolotear el estómago de Sydney. Incluso alborotado y con los ojos soñolientos era tan sexy que sus muslos se estremecieron y sus pezones se endurecieron. Su pecho bañado por el sol era amplio, los músculos bien definidos. Un estrecho sendero de pelo oscuro salía de su ombligo hasta desaparecer en la cintura de sus pantalones. Conocía todo al sur de allí, era tan apetecible. Cuando se encontró con su mirada de nuevo vio el deseo mezclado con humor en su avidez de mirarlo como a un queso danés. Ella palmeó el cojín de la silla cerca de su muslo. Se sentó y se inclinó hacia delante y la besó suavemente. ligera.

—Mmm, menta. Probablemente me gusta con el café —dijo a la

—Voy a irme. Tengo algunas cosas que hacer antes de trabajar esta noche y estoy segura de que tú también. Bueno, está bien entonces. Sydney asintió y miró el café pasando frío en la taza. —Reece, yo... —cerró la boca, sin saber lo que quería decir. —No esperaba que pasáramos todo el fin de semana juntos, Syd. Sé que necesitas espacio. —Entonces, ¿por qué me siento como una mierda al respecto?

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Sacudió la cabeza, le pasó el pulgar por la mejilla. —No lo hagas. Anoche fue increíble. Creo que ambos estamos tratando con algunas emociones esta mañana. ¿Estoy en lo cierto? Sydney suspiró y lo miró a los ojos. —Sí, pero no quiero que te sientas como si te estuviera deliberadamente empujando lejos. Puedo no estar familiarizada con esas emociones pero no son desagradables o incómodas, sólo un poco confusas. —Lo sé. —Se inclinó y la besó en la boca—. Te veré pronto, ¿de acuerdo? —Está bien. Con ese mutuo acuerdo un tanto insatisfactorio fuera del camino, se levantó y entró. Después de unos minutos Sydney oyó el clic de la puerta principal al cerrarse detrás de él, dejándola sola vez en su grande y vacío apartamento. Sola.

Nunca se había molestado por estar sola antes. Siempre había disfrutado de su estilo de vida solitario, en su mayor parte. Estaba acostumbrada a ello. La buscaba la mayoría de las veces, no podía esperar a volver a casa por las noches después del trabajo así podía estar sola. Entonces, ¿por qué se sentía como que todo eso había cambiado con el cierre de la puerta principal? Reece levantó la vista de los documentos distribuidos en su escritorio cuando Deke tirado su gran cuerpo en el sofá en su oficina. —¿Qué pasa? —preguntó Reece, con un montón de facturas en la mano. —Yo iba a preguntar lo mismo. —Sólo ocupado —murmuró distraídamente. —Uh huh. Bueno, al menos eso explica por qué no has sacado la cabeza fuera de la puerta en cuatro malditos días. Eso no explica por qué te ves como un muerto, sin embargo. Reece lanzó las facturas y se inclinó hacia atrás en su silla, pasando as palmas de sus manos sobre su cara. Sabía que lucía como el infierno. No necesitaba a su amigo para decírselo. El asunto era que no había dormido desde la noche del viernes. Oh, iba a la cama, pero cuando el sueño no venía había tratado el sofá, tratado de ver una mierda aburrida en la televisión, incluso trató de beber a un estupor

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ciego hace dos noches. Todo lo que hizo fue dejarlo con la madre de una resaca al día siguiente, para colmo de males. No quiso mirar Deke a los ojos porque su amigo ya era demasiado perspicaz y Reece no estaba dispuesto a lo que él sabía lo que iba a decir. —Estoy teniendo algunos problemas para dormir, eso es todo. —Maldita sea, Reece, pasaste la noche con ella, ¿verdad? Abriendo el cajón de su escritorio, fingió buscar algo, pero llevó la mano en contacto directo con el suave tanga de encaje rasgado de Sydney ue había dejado allí hace una semana. Joder, ¿por qué no lo había ido a ver o llamado? Y ¿por qué estaba esperando a que llamara o fuera a verlo? Él sabía cómo usar un maldito teléfono, también sabía dónde vivía y trabajaba. Cerró el cajón. —Sí, pasé la noche del viernes —dijo resignado. Deke tenía una regla de no pasar la noche con una mujer. En su retorcida lógica machista pensaba que de alguna manera bajabas la guardia mientras dormías permitiendo al estado de felicidad de euforia después de un orgasmo instalarse en tu psique y engañar al cerebro haciéndole creer que era permanente, que estaba enamorado. Reece se preguntó si por una vez el hijo de puta loca en realidad podría estar en lo cierto. —Amigo, ¿qué te he dicho sobre eso? Folla con cabeza. —Se tocó en la sien para reiterar su punto de vista y se inclinó hacia delante en el sofá—. Ahora estás hecho un lío, ¿verdad? Que no tienes respuestas, lo tienes escrito en la frente. Entonces, ¿qué vas a hacer? Reece por fin lo miró. —Nada. Voy a darle el espacio y el tiempo que necesite. —¿No vas a hacer nada más que estar aquí melancólico como un perdedor enamorado? Al diablo con eso. Tienes que decirle algo, amigo. —¿Qué pasó con ser paciente, o sabio? reír.

—Al diablo con la paciencia si te va a matar. —Reece se echó a

Él era una causa perdida, si cuatro días de no Sydney dolían tanto. Todo junto, no habían pasado mucho tiempo juntos de verdad. Seis, ¿siete semanas se habían estado viendo? Así que, ¿por qué se sentía como si hubiera estado en su vida durante meses, incluso años? Echaba de menos a su cuerpo que le dolía. Necesitaba verla, respirar su aroma en sus pulmones, sentir su suavidad apretada contra él,

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escuchar su voz sexy. No tenía necesidad de ser codicioso. Cualquiera de esas cosas sería suficiente por el momento. Frunció el ceño ante su falta de memoria mientras miraba el calendario en la pared de su oficina, Reece le preguntó—: ¿No tienes un cumpleaños esta semana? Deke sonrió. —Viernes. —Vamos a cerrar el domingo el bar y dar una fiesta. —¿Qué? ¡No! —Deke luego frunció los labios, pensativo—. En realidad, ¿lo harías? —Tienes toda la razón. Haz un cartel que diga que estaremos cerrados el domingo todo el día. Invita a quien quieras. Vamos a tener una gran barbacoa en mi casa. Deke levantó y se estiró, las palmas de sus manos casi rozando el techo. —Genial. ¿Puedo ayudarte en algo? —Nop. Y no bailarinas exoticas. —Aww, hombre, te llevas toda la diversión. —Tengo vecinos decentes que no ven con buenos ojos mujeres desnudas gritando y saltando en el patio trasero. —Y quería a Sydney allí y cómoda, pero Deke no necesitaba saber eso todavía. Su amigo le dio un golpe en el hombro. —Lo tomo totalmente, hermano. Algo relajado suena bien. Tocar con los dedos, beber algunas cervezas. —Eso es lo que tenía en mente —acordó Reece. Deke se detuvo en la puerta y se dio la vuelta, su expresión sombría. —Bromas aparte, amigo, ve a verla. Nada dice que tengas que ponerte de rodillas o actuar todo cursi y mierda. Sólo tienes que ir.

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10 Traducido por Lady Dafne Corregido por AriannysG

S

ophie tiró el periódico en el escritorio en frente de Sydney y se sentó en la silla contraria a la de ella. —Ya lo he visto —refunfuñó, alejándolo.

—Lo supuse, con todas tus conexiones con el periódico. ¿Has hablado con él? —Aún no, pero después de esto... —Agitó su mano hacia la imagen de su padre con la joven rubia en la beneficencia y sacudió su cabeza con disgusto. Las llamadas telefónicas habían empezado tempranamente esta mañana, inversores preocupados sobre las prioridades de su padre, el banco preocupado de que la compra de Anderson fuera reventar en sus caras, el abogado de su madre absolutamente furioso y amenazando con un horrible y costoso divorcio—. Qué grupo de mierda de proporciones épicas. Los ojos de Sophie crecieron tan grandes como los dólares de plata. —Oh Dios mío, nunca te he oído hablar de esa manera. Sydney le lanzó una mirada de disculpa. —Lo siento, ¿te ofendí? —¡Infierno, no! Me encanta cuando te enojas. Honestamente, desearía que lo hicieras más seguido. No conmigo, por supuesto, pero tomas demasiada mierda de tu familia. Realmente, cariño, eres como una carretilla a la que siguen llenando. Necesitas descargar antes de soplar un neumático. Sydney no pudo evitar resoplar una carcajada. —Linda analogía. Gracias, he estado esperando el momento oportuno para utilizarla. Sophie dio vuelta al periódico y dio un golpecito a otra fotografía. —Esta es una pareja muy sexy sin embargo. Sólo digo, ¿no crees? Mirar la fotografía de ella y Reece le trajo algo de calma a sus destrozados nervios. Y sí, no necesitaba a un experto en el lenguaje del cuerpo para descifrar los mensajes no hablados que se estaban transmitiendo entre ellos. La cara de Sydney estaba levantada hacia la

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de Reece, una sonrisa, una satisfecha sonrisa en su boca. La mano de Reece descansaba en la curva de su cuello, su pulgar rozando su barbilla mientras la miraba. Habían estado en su pequeño mundo lleno de lujuria, perdidos a todo y a todos alrededor de ellos. Sabía exactamente cuando el fotógrafo había tomado la foto, justo después de que hubieran bajado del techo. Habla sobre tus analogías. Ver la foto sin embargo, también trajo una onda de choque de culpa. Sydney no había hablado con Reece desde la mañana del sábado porque había estado demasiada envuelta en lo que estaba pasando con sus padres. La mayor parte del domingo lo había pasado con su madre, tratando de calmarla de una cornisa figurativa. Su padre estaba cuidadosamente evitándola, viniendo a la oficina muy raramente en los últimos dos días, egoístamente dejándola manejar las operaciones del día a día de la compañía. Luego estaba la parte de ella evitando a Reece debido a las fuertes emociones que generaba en su interior. Emociones que nunca antes había sentido y no estaba del todo segura de cómo manejarlas. —Así que ¿tiene nombre el alto, oscuro y delicioso? —preguntó Sophie, persuadiéndola con una sonrisa ladina. Sydney mordió la uña de su pulgar. —Reece Myers. —Él es el “viejo amigo”, ¿cierto? —Sí. Sophie suspiró y le dio una mirada comprensiva. —Bueno, puedo ver que no te sientes como para una charla de chicas. Llámame si necesitas algo. Una vez que Sophie caminó fuera de su oficina y cerró la puerta, Sydney enterró su cabeza en sus manos y las lágrimas casi salen de sus ojos. Maldición, ¿por qué no podía tener un buen llanto? Nunca lloraba. Jamás. Oh, se nublaba ocasionalmente, pero nunca se rompía. Había veces en que se preguntaba si le faltaba algún rasgo femenino que le permitiera tener un buen ataque de llanto porque nunca era capaz de tener uno. Para simplemente ceder y dejar que las lágrimas la sobrepasaran. Su madre siempre parecía sentirse mejor luego de derramar un cubo completo. Había visto a Sophie sollozar días después de una mala ruptura con un novio. Sydney ni siquiera había llorado el día de su boda, o el día en que Todd empacó sus cosas y se mudó. ¿Qué estaba mal con ella? Si alguien merecía un géiser de una erupción ahora mismo, era ella. La sección Vida & Estilo del periódico de esta semana estaba llena de imágenes salpicadas de la beneficencia de Alzheimer y plasmada en frente de todas y en el centro había una de su padre y la “otra mujer” en su brazo. Un amigo del periódico le había enviado por

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mail la foto de la mañana del lunes así podía prepararse para la violenta reacción. Para el momento en que se recuperó del shock y trató de hablar con el editor sobre no publicar la foto, era demasiado tarde; ya lo habían llevado a imprimir. Su madre era un caso perdido. Siempre había sido bastante melodramática, pero teniendo en cuenta las circunstancias Sydney sentía como que estaba justificado. Estaba totalmente en lo correcto al reaccionar exageradamente por la manera en que su esposo estaba comportándose. Era desconsiderado, egocentrista, estúpido, y francamente, Sydney lo encontraba tan vulgar como el infierno. Por no decir lo que realmente quería. Su madre no se merecía ser tratada de esta manera. De acuerdo, tenía sus defectos, pero su padre era tan culpable por sus problemas maritales como lo era ella, tal vez más debido a la manera en que él estaba actuando ahora. Había estado viniendo desde hacía mucho tiempo, la brecha entre sus padres apartándose más y más mientras pasan los años. Sydney lo había visto pero estaba impotente para hacer algo sobre eso. No podía forzar a los dos a que pasaran tiempo juntos, que fueran a terapia, trabajaran sus problemas, y que solucionaran sus diferencias. Con el corazón roto que tenía sobre la separación, no había venido como una completa sorpresa. Ahora tenían esta enorme tormenta de mierda para superar en la estela de su insensibilidad. Sydney miró el diario mientras trabajaba en el nerviosismo de enfrentar a su padre, luego se deslizó hacia arriba y caminó decididamente a zancadas por la recepción hacia su oficina. Su secretaria, Glenda, levantó la mirada cuando se aproximó, notó el papel apretado en su puño y le dio una lúgubre sonrisa, sus ojos diciendo que no envidiaba la tarea de Sydney. —¿Él está adentro? —preguntó Sydney un poco cortante. Glenda asintió solemnemente. Sin golpear, Sydney abrió la puerta y luego la cerró firmemente detrás de ella. Su padre levantó su cabeza y sonrió, pero esa sonrisa desapareció rápidamente cuando vio la mirada en su cara y lo que sostenía en su mano. Ella tomó tres largas zancadas y se detuvo en frente del escritorio, dejando caer el periódico en frente de él. Reclinándose lentamente en su silla, él entrelazó sus dedos en frente de su boca y levantó su mirada. truco?

—¿Tienes alguna idea del desastre que creaste al sacar este

La respetuosa, obediente hija dentro de ella se resistió ante la valiente confrontación. No era natural para Sydney comportarse de esta manera. Siempre había admirado a su padre, buscándolo para aconsejarla. Demonios, a veces lo había adorado en su vida. Ahora no

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era uno de esos momentos. Se negó a sentirse culpable por llamarle la atención sobre su desconsiderada conducta y por ponerse de parte de su madre. —No fue un truco, Sydney —replicó calmadamente, lo que solo consiguió enojarla más. Maldición, se preparó para una discusión y, por extraño que pareciera, quería esa satisfacción. —Papá, tú y mamá todavía están casados. Separados, legalmente o no, no es lo mismo que divorciados. ¿Has olvidado ese importante hecho? —Sydney cruzó sus brazos sobre su pecho desafiante y continuó—: Everett Shaw me llamó esta mañana. Él está avanzando con el divorcio. Espero que estés preparado porque va a costarte atravesarlo un infierno mucho más que si no hubieras actuado tan cruelmente. Él agitó su mano descartándolo. —Everett Shaw no me asusta. Sydney respiró profundamente. —Tal vez no, pero su llamada no fue la única que recibí hoy. El banco y los inversores en la compra de Anderson se están poniendo nerviosos. Las palabras exactas que me dijo Matt Sherman fueron: “las prioridades de tu padre son cuestionables en los últimos tiempos, Sydney, y con toda franqueza nos hace volver a pensar en este negocio”. ¿Qué se supone que voy a decir a eso cuando resulta que estoy de acuerdo? Su padre se alejó de su escritorio y caminó a la pared de ventanas con vista a la ciudad, empujando sus manos profundamente en sus bolsillos mientras miraba a través del vidrio tintado. —Está bien, admito que llevar a Ronnie a la beneficencia quizás no fue la más sabia de las ideas, pero tarde o temprano iba a salir a la luz que nos estábamos viendo y pensé que la mejor manera era seguir adelante y mostrarlo. La garganta de Sydney se apretó mientras la furia amenazaba con ahogarla. —¿Ronnie? ¿Viéndose el uno al otro? No puedes hablar en serio. Papá, ella... ella tiene mi edad. Él se volteó y le dirigió una mirada que decía que estaba mortalmente serio. Por un momento solo pudo mirarlo, atónita, su boca colgando abierta mientras su estómago se agitaba como un tormentoso océano. —Entonces mamá y tú realmente terminaron. —La cabeza de ella se movió de un lado a otro con incredulidad mientras las pesadas palaras dejaban su lengua. Cruzó la habitación y tomó una mano de Sydney en la suya y luego la llevó a sentarse en una silla.

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No debería ser una sorpresa que su padre pudiera atraer a una mujer mucho más joven que él. Incluso aunque Elliot Carson tenía sesenta y uno, se veía unos buenos diez años más joven. Tenía un excelente cuidado de sí mismo y se vestía impecablemente, exudando un aire de silenciosa sofisticación. Aún debajo de ese distinguido exterior descansaba un hombre poderoso y rico que estaba acostumbrado a tener lo que deseaba, cuando lo quería. —Sydney, no era mi intención que pasara de esta manera, sólo se hizo. Ronnie es una chica genial. Es inteligente, hermosa, y disfruto de su compañía. Me recuerda a ti de muchas maneras. Sydney levantó su mano, sintiendo la bilis elevarse en su garganta. —Detente. No puedo hacer esto. No voy a escucharte hablar sobre la otra mujer de esta manera, como si mi madre no fuera ninguna de esas cosas. Como si fuera una conclusión inevitable. ¿Cómo puedes tratarla tan injustamente, avergonzándola en frente de sus amigos y sus iguales al alardear de una aventura con alguien de la mitad de tu edad? Él sacudió su cabeza. —Sólo estoy tratando de seguir adelante. No puedo ayudar si el momento no es el oportuno. Sydney se paró, necesitando poner algo de distancia entre ellos. —Estás siendo increíblemente egoísta. Jonah es más que seguro tu hijo. No respondió. Giró alrededor de la puerta, apretando sus manos a sus lados. Su corazón latía tan erráticamente en su pecho que estaba asustada de que pudiera explotar y la hiciera trizas. —Si quieres salvar la compra de Anderson te recomiendo firmemente que empieces a hacer llamadas telefónicas y pares de exhibir esta… esta persona alrededor como un trofeo. —Arreglaré las cosas con los inversores y el banco pero no voy a esconder mi relación con Ronnie. Tu madre y yo terminamos, Sydney. Lo hemos estado por bastante tiempo. Enderezando sus hombros contra el dolor de su franca declaración, lo miró. —Entonces te sugiero que una de las llamadas que haces sea a un buen abogado de divorcios. Mientras caminaba de regreso a su oficina, el peso de la conversación con su padre hizo que su cuerpo se sintiera como si estuviera hecho de plomo sólido. Le tomaba una gran cantidad de esfuerzo para simplemente poner un pie delante del otro. Estaba tan cansada. Cansada de crear excusas para el comportamiento de su padre y de su hermano, cansada de

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preocuparse de que su madre estuviera bien y de la reputación de esta compañía, cansada de poner sus necesidades y deseos detrás de las de los demás. ¿Por qué siempre era la que tenía que aguatar esa cruz? Porque tienes una conciencia, Sydney, ese es el por qué. Te preocupas demasiado. Los dejas hacerte esto. ¿Pero cómo uno podía apagar eso? De vuelta en su oficina, Sydney miró las fotografías enmarcadas de su familia que delineaban el aparador en la pared detrás de su escritorio. Agarró una de ella y su abuela Phillips. La foto había sido tomada cuando Sydney tenía alrededor de diez años, unos pocos años antes de que su abuela muriera. Hasta este día, la extrañaba terriblemente. Extrañaba su rápida y musical risa, su asombroso pastel de nuez encarcelada, y la manera en que siempre olía como frescas flores Magnolias. Cuando era pequeña, Gemma, cuando Sydney le había puesto un apodo, la llamó “pequeña dama”. Dijo que Sydney era la niña más desinteresada que alguna vez había visto, siempre preocupada sobre todos los que estaban alrededor suyo, siempre comportándose tan bien. Y era verdad. Era una complaciente, una pacífica, una malditamente buena mantenedora de la paz, pero estaba cerca de su límite. Dejando la primera foto a un lado, alcanzó una de su madre y su padre en los tiempos felices y sintió el escocer de lágrimas de furia quemando detrás de sus ojos. Pero nunca se derramaron y bajaron por sus mejillas. Necesitando dar rienda suelta a esa furia de alguna manera, Sydney echó su brazo hacia atrás y arrojó el marco a la pared de su oficina tan fuerte como pudo, sintiendo una inesperada sobrecarga de satisfacción cuando el rectángulo de vidrio se destrozó en miles de resplandecientes pedazos.

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11 Traducido por EyeOc Corregido por Dafne

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eece se preguntó si esta era una buena idea mientras subía en el elevador hacia la oficina de Sydney. No había llamado antes. Tal vez ella estaría en una reunión o fuera de la oficina, o tal vez la enojaría, apareciéndose sin avisar. Pero la verdad era que no le importaba. Quería —no, necesitaba— verla y estaba cansado de esperar. Y tal vez estaba un poco molesto también, tanto si tenía el derecho a estarlo o no. Salió del elevador y siguió los anuncios hacia su oficina. Una vez que la encontró, fue recibido con una sonrisa brillante por la adorable pequeña hada que se sentaba en el largo escritorio afuera de la puerta de la oficina de Sydney. Un desorden de rizos enmarcaba su cara y rozaban sus hombros. Los más grandes ojos cafés que había visto dominaban su pequeño rostro en forma de corazón. Tenían una aguda inteligencia, a pesar de su parecido a una muñeca. —Hola. Eres Reece, ¿verdad? También tenía una agradable voz. Amigable y cálida. Había medio estado esperando que chillara cuando abriera su boca. Espera, ¿sabía quién era? Eso era interesante. —Um, sí, soy Reece. Se levantó y le tendió la mano. —Soy Sophie, la asistente ejecutiva de Sydney. Y una amiga —agregó con un guiño. —Es un placer conocerte, Sophie. ¿Ella está adentro? Lo estudió cuidadosamente y Reece se preguntó qué tanto sabía sobre la relación entre él y Sydney. Si fueran tan buenas amigas, probablemente tanto como Deke. —Está, pero te prevengo, no ha sido un buen día, o una semana para lo que importe. Reece asintió en entendimiento. —Está bien. Sophie levantó un dedo. —Espera justo ahí y le dejaré saber que estas aquí.

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En vez de llamar a Sydney, tocó una vez a la puerta de su oficina, la abrió y metió su cabeza. La escuchó decirle algo sobre un visitante y luego le hizo señas con su mano para que entrara. Dio un paso atrás y cerró la puerta detrás de él. Sydney estaba parada en frente de un ventanal que iba del piso al techo y que corría por todo el lado derecho de su oficina. Su cabello estaba suelto alrededor de sus hombros y cuando giró, el sol de la tarde la iluminó desde atrás, incendiando las ricas ondas de color castaño rojizo. Siempre vestía bien y hoy no era la excepción. En una esbelta, falda gris oscura que abrazaba sus caderas y muslos, y en una blusa de seda blanca sin mangas, era mortalmente sexy y sin embargo aun completamente profesional. Cuando sus ojos vagaron también sobre su cara, vio inquietantes sombras debajo de sus ojos y apretadas líneas de tensión alrededor de su boca. Sus brazos abrazaron su pecho apretadamente, como si estuviera tratando de no perder la cabeza. —Hola —dijo mientras metía sus manos en sus bolsillos. Sin hablar, cruzó la habitación y envolvió sus brazos alrededor de su cintura, el impacto de su cuerpo y su acción lo impresionó sin moverse por unos breves segundos antes de devolverle el abrazo. Sydney enterró su cara en su pecho, apretando sus ojos cerrados, y tomó una respiración profunda mientras él hacía lo mismo con su cabello. Por un largo, silencioso momento, se quedaron parados de esa manera, respirándose el uno a otro mientras le frotaba la espalda suavemente, tratando de ofrecerle el consuelo que parecía buscar en su abrazo. No necesitaba preguntar para saber que estaba molesta y todo rastro de la ira que había estado sintiendo antes se desvaneció. Mientras la sostenía, su mirada se desvió alrededor de su oficina. Era muy parecido a su condominio; grande, pulcro, contemporáneo, y de buen gusto. Un destello de luz en la alfombra detrás de su escritorio captó su mirada y frunció el ceño. ¿Cristal roto? Después vio el marco de fotografía cerca. El corazón de Reece se apretó dolorosamente en su pecho. —Sydney —murmuró a un lado de su oído—. ¿Estás bien, corazón? Frotó su nariz contra el suave algodón de su camiseta. —Lo estoy ahora —susurró, su cálido aliento penetrando en la delgada tela. Él no pudo evitar sentir una explosión de alegría al escucharla decir esas tres simples palabras, a pesar de la delgada tela que ella estaba usando. —¿Por qué no me llamaste? Hubiera venido mucho antes.

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—Odio seguir arrastrándote en mis problemas. Algún día de estos te vas a dar cuenta de que no valgo el esfuerzo. Forzó su barbilla hacia arriba. —Eso no va a pasar. ¿Y cuándo te vas a dar cuenta que no son tus problemas? Ella asintió solemnemente. —Estoy empezando. —Eso espero. Sé que es difícil, dar un paso atrás, pero no puedes arreglar todo, Syd. Algunas cosas están más allá de tu control. Presionó su mejilla de vuelta contra su pecho y apretó sus brazos alrededor de su cintura. —Dios, estoy tan contenta de que vinieras. Necesitaba esto. Siempre sabes cómo hacerme sentir mejor simplemente siendo tú. Esa explosión de felicidad que sintió antes se convirtió en una completa euforia. Rió entre dientes. —La mayoría del tiempo esa mejora de humor conlleva sexo. Se alejó rápidamente y le tocó la cara mientras trataba de mirarlo con su mejor apariencia consternada. —No. Bueno, a veces, pero no quiero que pienses que eso es todo lo que me das, por qué no sería cierto. Reece bajó su cabeza y capturó sus labios. Vació su alma en el beso que le dio a Sydney, esperando transmitir la profunda emoción que sentía por ella. Lo besó de vuelta con tanta pasión como si fuera afortunada por tenerlo, aún en el rumbo de hacer el amor. Su cuerpo reaccionó de la manera que siempre lo hacía cuando la tocaba de esta manera; su pene se endureció detrás de su bragueta, su corazón amenazaba con romper una costilla, y sus pensamientos inmediatamente fueron a estar dentro de su dulce y bienvenido cuerpo. Pero cuando sus manos se deslizaron sobre su trasero hacia el dobladillo de su falda ella se alejó del ataque violento de su boca, respirando un poco desigual, y atrapó su muñeca. —No —le dijo, moviendo su mano de vuelta a su cintura. Frunció el ceño. —¿No? —No —repitió ella—. Estoy probando un punto. Reece rodó sus ojos. —Temía que ibas a decir eso. Mira, entiendo lo que estas tratando de hacer y lo que dijiste antes me mató. —Como un agregado signo de exclamación, la besó duramente—. Pero… Su mano voló a su boca, callándolo. —Sin peros. No vamos a tener sexo en mi oficina. Al menos no hoy —agregó irónicamente.

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Él sonrió traviesamente cuando removió su mano, amando la petulante mueca en sus malditos labios, y dejo que sus manos se deslizaran sobre sus caderas para ahuecar su trasero y jalarla apretadamente en contra de su determinado pene. —Apuesto a que puedo persuadirte —bromeó. Peleando con devolverle la sonrisa, sacudió su cabeza. —No, no puedes. Nos la hemos ingeniado para esperar cuatro días. Unas cuantas horas más no nos mataran. —¿Unas cuantas horas más? —preguntó Reece, esperanzado. —Sí. Puedes encontrarme en mi casa a las siete, si puedes salirte del bar. Y de seguro sería agradable si demuestras más de esas increíbles habilidades de cocina que tienes para mí. —Agitó coquetamente sus pestañas hacia él. Reece la golpeó en el trasero, lo cual le ganó un sorpresivo apretón, y luego frotó suavemente la firme y redonda nalga. —¿Soy el jefe, recuerdas? Salirme del bar no es un problema. Y que cocine la cena te va a costar. Sydney le dio un beso en la barbilla y se alejó. —Estoy contando con ello.

Cuando el timbre de la puerta de Sydney sonó a las seis y media, prácticamente saltó hacia la puerta, pensando que Reece había llegado temprano. La sonrisa en su cara se desvaneció cuando abrió la puerta para encontrar a Jonah parado en el otro lado, luciendo como si hubiera perdido a su único amigo. —Jonah. Esta es una sorpresa. Sonrió débilmente. —¿Puedo entrar? Retrocedió un paso. —Por supuesto. Jonah se sirvió una bebida del bar luego se sentó en el sofá. Sydney se sentó en la silla de cuero en frente de él. Su cabello sobresalía en ángulos extraños, como si hubiera pasado sus dedos por el cientos de veces, y sus mejillas poco profundas estaban cubiertas de una oscura barba de dos días. —Luces horrible —dijo ella honestamente. Se inclinó, apoyando sus codos en sus rodillas mientras giraba el licor en su copa, y la miraba. Lagrimas brillaban en sus profundos ojos marrones, haciendo que el corazón de Sydney doliera. Su hermano raramente se molestaba, y si lo hacía no le mostraba ese lado

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de sí mismo a nadie. —Syd, esta cosa con mamá y papá… me está matando. ¿Has hablado con él? La compasión la llenó, disolviendo cualquier desacuerdo del pasado que tuviera con su hermano. Después de todo, era su único hermano. Estaban juntos en esto. —Sí, hoy más temprano. No se ve bien. —Esa es la impresión que tuve de mamá. Ha ido de estar realmente triste a enojada y amargada en cuestión de días. —Después se va a resolver. Estará bien, Jonah. Solo que va a tomar tiempo. —¿Entonces de verdad hay otra mujer? ¿Esa chica joven que llevó a la beneficencia? Sydney suspiró pesadamente. La mordida de amargura que había sentido hoy más temprano se elevó como bilis por su garganta otra vez, dejando un mal sabor en su boca. —Me temo que sí. Su nombre es Ronnie —dijo, haciendo una mueca ante la mención de su nombre—. Fue muy difícil escucharlo hablar de ella como si fuera la cosa más grandiosa desde el invento del billete. Lo hizo sonar como si fuera más que una aventura casual. Jonah se levantó de golpe y comenzó a caminar por la sala. Se reconoció a sí misma en su reacción. A lo mejor no eran tan diferentes después de todo. —No puedo creer que le esté haciendo esto. Es muy cruel y desconsiderado. —Le dije todo eso esta mañana. —Él la miró. —¿Lo hiciste? Sydney asintió. —Lo llamé egoísta y le aconsejé que contratara a un buen abogado de divorcio porque lo va a necesitar cuando Everett Shaw pase por encima de él. —Espero que obtenga cada maldita cosa que pida; la casa, dinero, acciones, todo —dijo Jonah duramente. —Lo hará. Verdaderamente, no creo que le importe. Papá se puede permitir darle lo que sea que pida y aun salir oliendo como una rosa en el otro lado. —Está siendo un bastardo sin corazón —murmuró Jonah en voz baja. —Jonah, yo también estaba molesta esta mañana. Desde entonces he tenido tiempo para calmarme y pensar. En los próximos meses, será difícil para nosotros mantenernos fuera de esto, el no escoger lados. Pero creo que es importante que nos mantengamos

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neutrales, no importa cuán difícil sea. Aún son nuestros padres y ambos nos aman. Eso no va a cambiar. Él le dio una sonrisa triste. —Tienes razón, lo sé. Pero duele demasiado en este momento. Sydney se levantó del sillón y lo abrazó. —Piensa en lo que están pasando. Tanto como papá quiere hacernos creer que ya lo superó, sé que muy en lo profundo también lo está lastimando. Los hombres manejan las cosas muy diferentes a las mujeres. Él se alejó y la miró. —Hablando de ser un hombre, no he estado actuando mucho como uno últimamente. Lo siento por ser un idiota egoísta, Syd. Cuando pudo levantar su mandíbula del piso, entrecerró sus ojos hacia él. —Esta no es una maniobra así te ayudo a comprar un nuevo auto caro, ¿verdad? Se rió en voz alta. —No, eso ya se arregló. —¿Jonah? —le preguntó sospechosamente. mamá.

—Relájate, hermana. Estoy manejando el viejo Cadillac de —Apropiado, ¿No lo crees?

Le dio un gran guiño y una sacudida juguetona—. Vamos, es un clásico. Sabes que estas celosa. —Bueno, una buena cosa sobre los viejos Cadillacs, es que están construidos como un tanque. Con tu historial de manejo, es lo que necesitas. —Muy chistosa. Entonces, ¿por qué estabas sonriendo de oreja a oreja cuando abriste la puerta? ¿Esperando a cierta persona que es dueño de un bar? —De hecho, lo estoy —contestó con suficiencia. —Ooh, mira a mi hermana mayor, finalmente dejando que la bandera del control vuele. Ya era tiempo que lo hicieras. Me agrada, Syd, y si te hace sonreír así, debe de estar haciendo algo bien. Sydney meneó sus cejas sugestivamente. —Oh, él hace un montón de cosas bien. Jonah fingió una arcada. —¡Asqueroso! Demasiada información, hermana. Sydney se rió otra vez mientras el timbre de la puerta sonaba. —Oye, tú empezaste con el comentario de la bandera de control.

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Tan pronto como le abrió la puerta a Reece, él se abalanzó por un beso sustancioso. Sydney se sonrojó y miró de vuelta a Jonah. —Oh, hola, Jonah —dijo Reece mientras empujaba las bolsas que estaba sosteniendo así podía saludarlo con la mano. Sydney agarró una y se dirigió a la cocina. —Es bueno verte otra vez, Reece. Reece dejó la otra bolsa en la barra y la miró extrañamente, probablemente porque lucía una brillante sonrisa y Jonah estaba presente. —Bueno, supongo que mejor me voy y dejo a los enamorados solos. —Sydney abrazó su cuello otra vez en su puerta principal. —Trata de no dejar que lo que está pasando con mamá y papá te afecte tanto, Jonah. Solo se pondrá peor antes de que mejore. Pero siempre estoy aquí para ti si necesitas hablar. —Lo sé. —Le dio un rápido beso en la mejilla—. Te amo, hermana. —No se decían eso el uno al otro tan seguido. —También te amo. —Sydney cerró la puerta detrás de él y se giró hacia Reece con una sonrisa malvada, frotando sus palmas juntas—. Es usted todo mío, señor.

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12 Traducido SOS por Blaire2015 Corregido por Aimetz

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ydney se lanzó sobre Reece, envolviendo sus piernas alrededor de él como un mono escalando un árbol alto. Él hizo "oomph" un ruido que capturó con su boca. Mientras lo besaba profundamente, se deslizó por su cuerpo hasta que sus pies tocaron el suelo. —Supongo que por tu gran estado de ánimo tuviste una visita libre de conflictos con Jonah —dijo enmarcando su cara con las palmas de su manos mientras le sonreía. Esa sonrisa hizo que sus dedos de los pies se doblaran y sus bragas se mojaran. —Él estaba molesto por el divorcio de mis padres —dijo Sydney distraídamente en explicación, la visita de su hermano prácticamente la había olvidado, aunque no se descuenta que una fisura importante entre ellos se había cerrado. Metió las manos debajo de la camiseta de Reece en busca de caliente, piel desnuda. —¿Por lo que están avanzando con esto? Las manos de ella se deslizaron de nuevo alrededor de su cintura hasta encontrar los botones de sus vaqueros. —Sí, pero podemos hablar de eso mas tarde. Estoy amontonando un máximo de endorfinas en este momento y me gustaría tener sexo con el hombre más caliente del planeta. —Trabajó liberando el otro botón y fue a la caza del tesoro. La risa de Reece se convirtió en un gemido cuando la mano de ella se cerró alrededor de su creciente pene. Sydney suspiró ante el contacto, su sexo ya creciendo cálido y hormigueando. La sensación de piel suave satinada sobre endurecimiento muscular nunca dejaba de sorprenderla, la yuxtaposición entre los dos. La dejó acariciarlo por un momento, presionando su frente contra la de ella. —Syd, tanto como quiero saltar tus sensuales huesos en este mismo segundo, necesito conseguir preparar nuestra cena. Sorprendida, se echó hacia atrás para mirarlo. —¿Qué estás cocinando que tomará mucho tiempo?

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Extrajo cuidadosamente su mano de sus pantalones. — Spaghetti. —¿No calientas solo la salsa en un tarro y dejas hervir unos fideos? —Reece se echó a reír y Sydney le golpeó en el brazo. —No, yo hago la salsa desde el principio, cariño. Normalmente cocinaría por un par de horas, pero esta noche tendremos que improvisar. Ayúdame a ponerlo en marcha y jugaremos. —Deslizó su mano sobre la curva de su culo y le besó la punta de su nariz. —Oh, de acuerdo. ¿Qué quieres que haga? Reece le dio algunas instrucciones sobre lo que necesitaba y cuando ella había hecho todo lo que él había pedido, sacó una botella de vino tinto de la estantería y lo abrió. Sydney sirvió a cada uno un vaso y se sentó en un taburete para verlo trabajar. Viéndolo tan relajado en su casa envió alegría penetrando hasta la médula de sus huesos. Él se había quitado las botas y los calcetines así, como ella, estaba descalzo y cómodo. Llevaba una descolorida camiseta azul marino con el logo del bar en la parte de atrás. El suave algodón moldeaba su pecho y bíceps. Sus muy desgastados vaqueros colgaban en sus caderas y ahuecaba su sexo de la manera que quería. Era tan linda la forma en la que casualmente había colgado un paño de cocina por encima de su hombro. ¿Cómo sería estar como para compartir este tipo de tranquila intimidad con él todo el tiempo? ¿Compartir un espacio privado y pasar tiempo con él cada día? Curiosamente, encontró la idea bastante atractiva. No había ninguna incomodidad entre ellos, sólo una perezosa facilidad que no había tenido con ningún otro hombre, ni siquiera Todd. La mayoría de las comidas que se habían sentado a compartir habían sido en una mesa de restaurante, e incluso entonces habían permanecido mayormente en silencio. Usualmente tanto sus narices estaban pegadas a una pantalla de BlackBerry o atrapados en una carpeta de archivos. Triste realidad, pero más o menos resumía su matrimonio. Reece destapó el corcho de la botella de vino con la punta de su cuchillo y frunció el ceño, sacudiéndola bruscamente de sus pensamientos. —Sydney, esto es una botella de vino de unos ochenta dólares. Apretando sus labios, la cogió. —¿Lo es? —Se sentó de vuelta y se encogió de hombros—. Papá lo compra para la ocasión y abro una botella de vez en cuando. —Reece continuó con el ceño fruncido—. ¿Qué, no te gusta Cabernet? —No importa —dijo, dándole la espalda mientras añadía más ingredientes a la olla de salsa.

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—No es por el vino, ¿verdad? —preguntó, malestar asentándose sobre ella por la repentina bajada de ánimo de él. No contestó. Sydney saltó del taburete para acercarse a él. Aún no la miraba. —Reece, ¿te molesta que tenga dinero? Sus fosas nasales se dilataron mientras succionaba una lenta, profunda respiración, y luego tomó su tiempo soltarlo. — Normalmente no, pero viéndote abrir esa ridículamente cara botella de vino como si fuera agua del grifo lo hizo por alguna razón. Le tocó el brazo, y finalmente se volteó a mirarla. —No hagas eso. No pediré disculpas por mi situación financiera. Trabajo muy duro, pago mis impuestos a tiempo, dono generosamente a obras de caridad. Sé lo bendecida que soy y estoy increíblemente agradecida por ello, pero no quiero que se interponga entre nosotros. Por favor, no lo dejes. —No lo hará. Sin embargo, toma algún tiempo acostumbrarse. —Entiendo. Para que conste, que no abro botellas de vino de ochenta dólares cada noche. Casi nunca, en realidad. Esta es una ocasión especial, tenerte a ti, cocinando para mí de esta forma —le sonrió—, ¿no te gusta el vino? Sus labios se curvaron. —El vino está muy bien. —¿Y qué sobre mi elección de ropa interior? Te gusta eso también, ¿no? —insistió, dando un paso más cerca. —Mmm, veo a donde va esto. —Se cruzó de brazos sobre su pecho imperiosamente y apoyó su cadera contra el mostrador. Sydney acercó sus dedos a los bíceps de él y lentamente tiró de su labio inferior entre los dientes, determinada a destrozar su resolución. —Porque si hay una cosa que me gusta estropear, es este bonito sujetador y bragas. De hecho, resulta que tengo un buen par minúsculo, de bragas de encaje en estos momentos —dejó escapar un suspiro digno de un Oscar—, si solo tú no fueras un esclavo de esta estufa caliente. —Con una mano, movió con cuidado el dobladillo de su corto, vestido sin tirantes más arriba del muslo—. ¿Quieres un adelanto? Un gruñido retumbó profundamente del pecho de Reece mientras la atrapaba entre sus largos brazos y el borde de la pileta. Bajó la cara a pocos centímetros de la de ella. —¿No te lo dije hoy en tu oficina que ibas a pagarme por cocinar la cena esta noche? Un escalofrío de excitación corrió por su espina dorsal. —Sí.

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—Bueno, como estas siendo un poco bromista, el precio justo se duplicó. Sydney tragó saliva y lo miró boquiabierta. —Oh, oh. Una peligrosa sonrisa se extendió por su rostro mientras se acercaba y bajaba el fuego de la olla de salsa a fuego lento. Al mismo tiempo, el nivel de calor en sus venas se disparó hasta la ebullición. Humedad inundo las caras bragas que lo habían tentado en anticipación de las cosas malas que podría hacerle. Reece tomó la copa de vino de ella y se la colocó en su mano entonces la volteó y le dio un empujo hacia las puertas francesas que conducen a la terraza de su apartamento. Sydney le lanzó una mirada inquisitiva sobre su hombro, pero solo punzó su largo silencio con sus dedos. Afuera el sol se estaba poniendo, disparando el cielo lleno de impresionantes colores que nunca se podrían encontrar en una paleta de un artista. Silenciosas sombras de azules, violetas, naranjas y rosas combinados para pintar una impresionante, obra de arte natural. Por un momento, ambos se quedaron en un asombroso silencio, Reece acariciando gentilmente el lado de la cara de ella mientras miraban el gigante orbe hundiéndose más cerca del horizonte. Aire fresco se deslizó alrededor de ellos, trayendo consigo los olores mezclados de la hierba recién cortada del parque a través de la calle y ardiente de carbón de una parrilla cerca. Reece se sentó en el borde de uno de los dos chaises de felpa que ocupaban su terraza. Tomó su copa de vino de la mano y lo puso sobre la mesa pequeña a su lado. Luego agarró sus caderas y se tiró hacia adelante hasta que ella estaba de pie entre sus muslos. Se inclinó en sus manos, sacudiendo su cabeza hacia un lado. Ojos celestes se encontraron con los de ella. —Quítate las bragas caras, cosa caliente. Ansiosamente Sydney miró a su alrededor como si de repente se hubiera convertido en un desconocido. Su apartamento estaba en la esquina del edificio y la terraza tenía paredes a ambos lados y un techo para que los vecinos no pudieran verla. Se supone que alguien en un edificio cercano podría si usara binoculares o un telescopio... —Sydney, está lo suficientemente oscuro, nadie te verá —dijo Reece tranquilizadoramente, leyendo sus pensamientos. Alcanzando por debajo su vestido, tiró de las bragas por sus piernas y las sostuvo en la punta de su dedo índice. Reece se las metió en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Sydney sonrió. Sí, le gustaba su ropa interior cara, muy bien.

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Reece pasó una larga pierna sobre la silla para que estuviera sentado a horcajadas, de cara al respaldo, ambos pies plantados en el suelo. —Ven aquí —palmeó el colchón frente a él—, enfrente de mí. La respiración de Sydney mejoró. De vez en cuando se había preguntado cómo sería tener sexo al aire libre. Parecía como si estuviera a punto de descubrirlo. Por supuesto, no era exactamente una playa pública, a plena luz del día, pero aún así, era una experiencia inquietantemente cargada de erotismo. Hizo lo que le pidió, sosteniendo el corto dobladillo del vestido sobre su desnudo sexo cohibida mientras se colocaba enfrente de él en diván. Reece levantó sus rodillas sobre sus musculosos muslos y suavemente empujó la espalda de ella, reclinadola en el respaldo acolchado. —¿Cómoda? —preguntó. Sus manos acariciaron sus espinillas y sobre sus rodillas pero se detuvo en la parte superior de sus muslos. El controlado calor en sus ojos azules tanto la ponía nerviosa y la asustaba a partes iguales. —Sí. —¿Nerviosa? La tela rizada de su vestido estaba absorbiendo la humedad de las palmas de sus manos así que sí, estaba nerviosa. Tomando el examen del Bar no se había agotado tanto como este hombre podría. —Un poco —respondió honestamente. Inclinándose hacia delante, Reece colocó ligeros besos en las comisuras de su boca. —¿Por qué te pone esto tan nerviosa, Sydney? —continuó rozando su mandíbula con sus labios, encendiendo pequeños fuegos. —Es el temor a lo desconocido, supongo. No estoy segura de lo que va a ocurrir entre nosotros. —Pon tu mano en mi pecho —ordenó. Sydney extendió la palma de su mano sobre su corazón. —¿Sientes mi corazón acelerando? —Lo hacía. Sus latidos a un ritmo ligeramente acelerado, igualando el ritmo de ella—. Yo también estoy nervioso, pero de la emoción. ¿Confías en mí, cariño? Su pregunta envió una oleada de emoción a través de ella. No pudo resistirse a tocar su rostro. —Sabes que lo hago. Reece volteó su cabeza, besando la palma de su mano. — Entonces sabes que nunca haría nada para avergonzarte o hacerte sentir incómoda.

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En el fondo de su mente, Sydney sabía que un día miraría atrás a este momento como a la primera vez que se dio cuenta que estaba enamorada de Reece Myers. Detrás de su oscura cabeza, los últimos mechones ardientes de sol hundiéndose combinaron con el fuego que vio en sus ojos. Un calor que estaba milagrosamente por toda ella. El crepúsculo estaba asentándose sobre ellos mientras el peso de su silencio de confesión presionaba sobre ella. Esperó a que el pánico creciera en su garganta, por el temor retorcer su estómago en nudos, pero nunca llegó. En cambio la exactitud sin reservas si la aturdió. —¿Syd, estás bien? Ella parpadeó, luego canalizó sus sentimientos en un ardiente beso. Sydney podría sentirlo tensarse en sorpresa por solo un único nanosegundo bajo el repentino, asalto presionando sus labios, pero luego agarró su cara, inclinando la cabeza de ella para que pudiera profundizar su conexión. Reece hundió su lengua dentro de su boca, probando y deslizándose contra la suya. Placer la recorrió a través de ella como electricidad de baja tensión, dejando un hermoso zumbido a su paso. Alzó su cabeza, mirándola fijamente con deseo debajo de sus pesados parpados, ambos jadeando por aire. —Sé que te digo esto todo el tiempo, pero eres tan hermosa. —Reece —susurró con voz ronca—. Necesito que me toques. —Apoya la espalda. Mientras se reclinaba notó el brillo travieso arrastrándose de vuelta en los ojos de él. Había olvidado que todavía tenía que tomar su castigo por estar burlándose de él y si conocía a Reece en absoluto, tendría una dulce, bienvenida expiación, no importa lo que cueste. Cogió los bordes de su vestido por debajo de las axilas y tiró de él hasta su cintura, exponiendo sus pechos para él y el aire del atardecer. Ambos pezones se arrugaron en respuesta. Reece alcanzó la copa de vino de ella y la inclinó en sus labios para que así pudiera tomar un sorbo. Cuando su lengua salió para pasarla sobre su húmedo labio inferior, gruñó y la siguió con la suya, succionando el último rastro del aromático Cabernet. Reece hundió su dedo en la copa y luego lo sostuvo sobre el pezón de ella, dejando que el vino goteara encima de la arrugada carne. Corrió alrededor de la punta, acumulándose en los oscuros círculos, tintándolo de sombras de rosa oscuro. Reece se inclinó y succionó al limpiar, liberándolo con un suave, húmedo pop. Luego repitió la acción en el derecho. Se echó hacia atrás con un gesto de satisfacción. —Ahora esa es la manera de disfrutar de una botella de ochenta dólares de vino.

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Ella rió. —¿Crees que tendría que usar eso de eslogan?¿Combinan bien con los pezones? —Reece echó hacia atrás la cabeza y rió, un ronco, rico sonido que hizo que sus entrañas se derritieran como chocolate sobre asfalto caliente. La delineó repetidas veces con el Cabernet, tomándose su tiempo para lamer, succionar y tirar de los picos turgentes hasta que Sydney estuvo empujando su pecho hacia delante por más de su caliente boca. Cada vez que el la apartaba y admiraba a oscuras, su resbaladiza piel mientras que Sydney gemía por la pérdida de sus expertos labios y lengua. Finalmente dejó la copa y la miró. —Dime lo que te gusta, Sydney. —¿Q-qué?—tartamudeó a través de su neblina de lujuria. —Tienes unos magníficos pechos. —Sus palmas los ahuecaron, empujando el peso de sus pechos arriba mientras sus pulgares los rozaban de un lado a otro las hipersensibles puntas—. Uno de estos días voy a follar dulcemente entre ellos —reflexionó. Oh, Dios, ahí estaban esas calientes, traviesas palabras de nuevo. Sydney suspiró suavemente ante la erótica visión que él había creado en su mente. —Dime que se siente bien para ti, bebé. —Las cosas que haces me hacen sentir bien. Sus ojos la desafiaron. —Sé específica o me detendré. Hizo un sonido de frustración. —Me encanta cuando usas presión. Me aprietas duro. Lo quiero un poco duro a veces. Se inclinó sobre ella otra vez, rozando el suave pelo de su barba por toda la redondez de cada pecho mientras amasaba la flexible carne firmemente. Sydney gimió entrecortadamente cuando le pellizcó los pezones, la sensación disparándose directamente a su centro. —Sí, se siente increíble. —Dejó caer la barbilla y miró como su pálida piel se volvió gradualmente rosa bajo las atenciones de Reece. Cuando la bragueta de su pantalón bajo, ella abrió sus ojos y respiró fuerte. La rígida línea de su erección estaba en la parte interior de su muslo, presionándose bajo el suave, descolorido vaquero. Sólo el pensamiento de él empujando su gruesa polla en su interior la hacía retorcerse en el asiento mientras una fresca ráfaga de humedad empapaba su coño. —¿Eso no duele, Reece? Levantó su cabeza, su ceño fruncido. —¿Qué es lo que duele? —Tú... erección.

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Bajó la mirada y luego de vuelta a ella con una dolorida sonrisa. —Sí, pero es un dolor bueno. —¿Te quitarás tu camiseta? Es lo justo, ya que yo estoy semidesnuda y todo. Reece alcanzó la mano detrás de su cuello y se quitó la camiseta por encima de su cabeza. Sus hambrientas manos inmediatamente buscando su cálida, bronceada piel. Rozó sus palmas sobre sus anchos hombros, hasta sus sólidos bíceps. Usando sus dedos, trazó las líneas delineadas de su abdomen, caja torácica y la hendidura por debajo de sus músculos pectorales. Sydney pensó lo hermoso que era. Una perfecta muestra de masculinidad. Quería desesperadamente sentirlo presionarse contra ella, piel con piel, latidos con latidos, pero él tenía otras ideas. —Sydney. —Capturó sus errantes manos y las trasladó a sus muslos—. Desliza tu vestido. Muéstrame ese delicioso coño. Calor ardía en sus mejillas mientras sus contundentes palabras la quemaban con excitación. —Reece... —No seas tímida. Mirando sus ojos, Sydney bajó el dobladillo de su vestido hasta que estaba desnuda y abierta para él, totalmente expuesta a su caliente mirada. Su pecho subía y bajaba mientras su respiración se volvía superficial y errática. Lentamente alzó la mirada con la de ella, las pupilas cerca de engullir sus hermosos iris azules. —Tócate. Lamió sus labios nerviosamente. —No creo poder hacer eso. Una cosa es masturbarse a solas en la intimidad de su habitación, pero otra muy distinta es tener a alguien observarte al hacerlo, incluso a alguien que ha intimado increíblemente contigo, pensó para sí misma. Si sus mejillas se pusieron más calientes, su piel se iba a derretir. Reece acercó a ambos en la tumbona para que Sydney estuviera más reclinada, sus caderas inclinadas en un ángulo. —Sí puedes. —Le dio el un largo, hambriento beso mientras sujetaba las manos de ella entre sus muslos—. No hay razón para avergonzarte. Solo estamos aquí tú y yo. —Saca tu... —Subió su barbilla hacia su entrepierna y pasó su lengua por su labio inferior. Curioso como seguía haciendo eso cada vez que se imaginaba su polla. Tiene mucho sentido, sin embargo, porque ella conocía lo bien que sabía.

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Con diversión parpadearon sus oscurecidos ojos. —¿Mi qué? Usa tus sucias palabras, Sydney. —Saca tu polla de tus vaqueros —espetó. Sin dudarlo un segundo, Reece se apoyó sobre sus codos y con cuidado se desabrochó los vaqueros. Metió la mano en sus bóxers y, haciendo ligeramente una mueca, liberó su aliviada polla. Sydney se dio a la vista un festín. Suave, piel de color rosa oscuro extendida sobre la gruesa punta. Largo, rígido, músculo. Una gota de humedad brillando desde la punta. Mientras acariciaba lentamente una vez desde la base hasta la punta, tragó saliva que se acumuló en su boca y presionó sus puños apretados. Oh, era una chica con suerte. Reece estaba muy bien dotado. —Dios, Reece —prácticamente se quejó—, quiero probarte. — Casi imperceptiblemente, movió la cabeza de un lado a otro negando fervientemente su petición. El hombre tenía la fortaleza de un monje— . Tócate, cariño. —Este es un tormento, puro y simple —bromeó, con aire de niña obstinada. —Valdrá la pena, ya lo verás. Hazlo. Hasta que conoció a Reece, Sydney nunca se había considerado una persona sexualmente abierta, a pesar de que disfrutaba de un buen orgasmo prácticamente enseguida. Había tenido algunos amantes antes que él así que no era una mojigata pero a veces la potencia sexual de Reece la hacía sentir francamente casta. Había algo en la forma que la miraba, como si fuera la más sexy, más deseable mujer del mundo, que la empujaba, rompía sus barreras, la hacía querer darle todo. Fácilmente cumplir con cualquier demanda que le hiciera. Armándose de valor contra la oleada de vergüenza que estaba segura que se encontraba a punto de alcanzarla, lentamente secó las palmas de sus manos por sus muslos, vacilando un único momento antes de que llevara su dedo medio a su coño. Lo empujó hacia abajo a través de sus resbaladizos pliegues así que coloco otra yema para rozar su clítoris. Estaba tan mojada que su dedo se deslizaba sin esfuerzo. La explosión inicial se disparó a través de su pelvis, forzándola a un profundo, suspiro roto en su garganta. Cediendo, inclinó su cabeza hacia atrás, agarrando fuertemente el cojín de al lado de su cadera con su mano libre. Movía sus dedos arriba y abajo, todo vestigio de timidez desapareció mientras el aumento de éxtasis tomó su lugar. —Abre esos magníficos ojos, bebé. —La voz de Reece sonaba diferente, ronca y espesa. Abrió sus parpados para mirarlo. La

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cantidad de rudo deseo en su cara la sorprendió. Su mano encerraba con fuerza su pene, bombeando lentamente, siguiendo su ritmo. De repente comprendió por qué había pedido que lo hiciera. La visión de él agarrando su polla en un ritmo familiar envió su propia excitación a niveles que nunca había experimentado antes. Más humedad inundó sus dedos y comenzó a enfocarse en el necesitado manojo de nervios. —Cristo, esto es tan jodidamente sexy de ver. ¿Estás cerca? Sacudió su cabeza furiosamente mientras los nítidos, primeros ápices de un orgasmo se arrastraban por su pelvis. —Sí —dijo entre dientes. —Ven aquí. Cuando vengas vas a estar alrededor de mi polla. — Sydney se lanzó encima de él mientras Reece los reposicionó a ambos para que el pudiera recostarse en el diván. Cambiando su peso sobre sus rodillas, agarró el dobladillo de su vestido para así pudiera observarse a sí misma tomar a Reece en su cuerpo. —Oh, te sientes bien —dijo, suspirando cuando la llenó—. Es tan bueno que casi duele. —Sydney. —La manera en la que Reece dijo su nombre la acariciaba como un toque físico. La profundidad de la emoción de su voz llegó igualada a lo que se había atrapado en su garganta. Esto amenazaba con derramarse de su boca en una carrerilla sin sentido por lo que apretó sus dientes, atrapando las palabras. Reece le ahueco las nalgas en sus manos, ayudando a alzarse y bajar su ritmo constante. Trazó donde sus cuerpos estaban unidos con un dedo, sumergiéndose en sus resbaladizos pliegues, luego empujó su húmedo dedo a la apretada entrada trasera. Los músculos de Sydney automáticamente se tensaron en alarma por la sensación poco familiar. Pestañeó, sus ojos abiertos, buscando el rostro de él. —Relájate, cariño. No voy a hacerte daño. ¿Alguna vez has hecho esto antes? —No tomó un grado en ciencia especial para saber que "esto" significaba sexo anal. Con suerte el feroz rubor pasó inadvertido en sus ya sonrosadas mejillas. —No. Apartó el cabello de su cara con una mano y sonrió tranquilizadoramente. —No tengas miedo. Iba a dejarte intentar algo. Una pequeña muestra que hará volar tu mente. —Asintió—. ¿Lo quieres? Sydney rozó su lengua sobre su labio superior, capturando gotas saladas de sudor.

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—Sí. —Se removió ella impacientemente en su regazo, su orgasmo rodando apenas fuera de su alcance, tan cerca—. Reece, por favor. Necesito venirme. La polla de Reece latía con vehemencia en su interior, haciendo eco de su suplica desesperada. Sydney levantó sus caderas y se deslizó abajo de nuevo, empujando un pequeño gruñido de placer por su pecho. Se sentó hacia delante y succiono su pezón en su boca. —¡Oh Dios, sí! Su coño se apretó mientras Reece delineaba el arrugado agujero, añadiendo una carrera totalmente diferente de sensaciones para una poderosa mezcla. —Exhala, bebé, y relaja tus músculos. —Su dedo entra en la tensa roseta hasta el primer nudillo. No dolió tanto como se sentía raro, pero sorprendentemente la presión adicional se multiplicaba en su sexo—. Eso es. Estás tan apretada, Syd. Tan jodidamente caliente —gruñó. Con un levantamiento de sus caderas, presionó su dedo más profundo al mismo tiempo, estirando y llenándola por completo. La ligera quemazón fue rápidamente olvidada mientras su orgasmo la golpeaba, forzando un grito de su garganta. Su cuerpo se sentía como si se volteara del éxtasis vertido en cada célula. Era vagamente consciente de lo profundo que estaba Reece, prolongando un gruñido mientras se unía a ella. Fuegos artificiales. Literalmente vio las estrellas, algo que siempre había que pensado que era un absurdo mito. Poco a poco se enderezó y aspiró una bocanada fuertemente, necesitando forzar el aire por sus pulmones antes de desmayarse. Sydney se desplomó sobre el pecho de él. El abrazo de Reece apretándola brevemente y luego estaba relajándola con el suave roce de las palmas de sus manos por su espalda y tiernos besos en la coronilla de su cabeza. —¿Cómo fue eso? —Si cocinas como haces el amor tiene que ser una maldita salsa buena de Spaghetti. El estruendo de la risa de Reece vibró a través de la mejilla, provocando una sonrisa de ella también. Subió sus piernas en una posición sentada y estiró sus piernas. Cuando lo miró, la expresión en su rostro hizo a su corazón dar un salto. Luego ladeó una ceja como diciendo: "te lo dije". —Está bien, sabelotodo. Tenías razón. Eres un dios del sexo. — Sydney cubierto el rostro con las manos al recordar lo duro que fue, lo fuerte que había gritado—. Señor todopoderoso, espero que los vecinos no piensen que estaba siendo asesinada y llamen a la policía.

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13 Traducido por Vanessa VR Corregido por Dafne

S

ophie miró su reflejo en el espejo por tercera vez en lo que parecían pocos minutos. —Deja de estar tan inquieta. Te ves increíble —la regañó Sydney.

Y así lo hacía. Llevaba un par de ceñidos pantalones Capri blancos, con sandalias blancas de tacón alto, y una blusa de color rosa brillante que colgaba de sus hombros. El color del top hacía brillar su piel dorada y sus ojos se destacaban aún más de lo que normalmente lo hacían. Sentada a su lado, Sydney se sintió absolutamente monótona en un vestido azul sin mangas de algodón de bebé, ya que nunca podría usar los colores que Sophie llevaba. No con su pelo castaño rojizo. Trató de evitar cualquier sombra que pudiera ser encontrada en una bolsa de caramelos. Tirando de la parte superior, Sophie frunció el ceño a Sydney. —No puedo creer que estuve de acuerdo en hacer esto. Odio las citas a ciegas. —No es una cita a ciegas. Vas a una fiesta de cumpleaños en lo de Reece conmigo. Si pasa que te llevas bien con el chico del cumpleaños, bueno, entonces mucho mejor —dijo Sydney con aire de suficiencia. —Como sea —murmuró sombríamente—. Se siente como una cita a ciegas. Sabía que no debería haber sido tan amable con tu novio. Sydney no se molestó en discutir el punto de Sophie porque era cierto. La impresión que había tenido Reece sobre ella la tarde que visitó su oficina le hizo sugerir llevarla a la fiesta. Parecía pensar que iba a postrar a Deke a sus pies. Sydney era un poco más escéptica sobre la pareja. Deke no era exactamente el tipo de Sophie, pero por otra parte nunca pensó que Reece tampoco fuera el suyo. Y Reece lo conocía mejor que nadie. El comentario de Sophie sobre Reece siendo su novio no había sido negado como probablemente había esperado. Novio sonaba un

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poco inmaduro, pero amante era ciertamente insuficiente también. No, se estaba convirtiendo en mucho más que eso, pero eligió guardarse esa opinión. Entre el sexo caliente, la comida fantástica, y la profunda conversación que habían compartido, su visita de la noche del miércoles había sido inolvidable. Se habían acostado en la cama acariciándose y hablando hasta que el agotamiento finalmente los venció. Sydney llegó tarde al trabajo de nuevo la mañana siguiente. Y ciertamente no se quejó cuando la llamó el viernes a medianoche para decirle que estaba de pie frente a su puerta principal. No, no se había molestado ni un poco. La emoción la recorría ahora, yendo a su casa para la fiesta de Deke. No sólo estaba ansiosa por verlo, además quería ver este otro lado de él. Cómo era alrededor de sus amigos, en su propio elemento en lugar del suyo. Prácticamente vibraba en el asiento del coche. —Entonces, háblame de este Deke. ¿Cómo es? ¿Es lindo, agradable, divertido? ¿Tiene manos grandes? —preguntó Sophie con una risita, a pesar de los nervios. —Todas las anteriores. Él y Reece son parecidos; altos, anchos de hombros, en forma. Deke podría ser un poco más grande. Tiene cabello rubio oscuro, en punta y una sonrisa devastadora, que podría encantar a una monja en hábito, así que prepárate para eso. —Sydney la miró. —¿Qué te hace pensar que siquiera querrá seducirme? Probablemente me miré y corra en otra dirección. Su autodesaprobación desconcertó a Sydney. —Sophie, ¿por qué correría de ti? Eres inteligente, hermosa, y bastante normal. No permitas que unas cuantas manzanas podridas estropeen todo el grupo. Y además, si tú y Deke no se caen bien tal vez uno de los otros chicos se interesará en ti. —¿Exactamente cuántas personas estarán en esta fiesta? — preguntó con escepticismo. Sydney se encogió de hombros. —No estoy segura. Reece dijo que invitaron a un grupo de amigos. Están haciendo una parrillada y su plan era jugar póker, beber cerveza y pasar el rato. —¿No estás nerviosa? Quiero decir, que ha sido un infierno de un largo tiempo desde que estuviste en una fiesta desenfrenada. Sydney le dijo todo, riéndose. —Sí, estoy un poco nerviosa, pero estaremos bien. Reece no permitiría que pase algo que nos hiciera sentir incómodas.

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—Así que, ¿no habrán chicas universitarias de grandes pechos desnudas, luchando en piscinas llenas de grasa con tocino? —Dios, espero que no. —Hay dos cosas favoritas para los hombres: tetas y tocino — bromeó secamente. Señaló hacia el asiento trasero—. ¿Por qué dos regalos? Sydney miró por el espejo retrovisor a las bolsas plateadas y negras de los regalos. —La pequeña es para Deke y la grande es para Reece. No te preocupes, tu nombre también está en la tarjeta del regalo de Deke. —No estaba preocupada. Dime, ¿qué hay en las bolsas? —Le compré una pulsera a Deke. —Ante la expresión burlona de Sophie, continuó—. Está hecha de titanio con inserciones en negro y tiene cráneos en ella. Muy masculino, elegante y de tipo duro. Confía en mí, es para él. —¿Qué le trajiste a Reece? Sydney sacudió su cabeza. —Es algo muy personal. Sophie la miró, un atisbo de sonrisa en sus labios. —Te enamoraste de él, ¿cierto? —Hay un gran trato de admiración mutua pasando entre nosotros. —No seas tímida conmigo, mujer. He visto la forma en que se miran. Como alguien que no ha comido proteínas en un año y de repente le dan un jugoso trozo de rara costilla de primera. El calor entre los dos casi me chamusca las cejas. Sydney volvió a reír. ¿Cómo no enamorarse de Sophie? Desde el momento en que puso un pie en su oficina para una entrevista, sabía que iba a contratar al pequeño paquete de dinamita. Era astuta en extremo, muy profesional cuando tenía que serlo, y siempre la mayor animadora de Sydney. Si llegara el lunes y Sophie le dijera que renunciaba, Sydney literalmente se postraría a sus diminutos pies. —El calor es una cosa. El aguante es otra, y no me estoy refiriendo a la habitación. —Syd, me encontré con el hombre una vez y pude ver — sentir— que no es nada parecido a Todd. Hay hombres por ahí que se sienten cómodos con una mujer segura y autosuficiente. —Pero ¿qué pasa con la diferencia en nuestro estilo de vida? Yo trabajo desde el amanecer hasta la puesta del sol y sus horarios son justo lo contrario. ¿Cuándo pasaríamos algún tiempo juntos?

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—¿No estás haciéndolo funcionar ahora? —¿Hacerlo funcionar? Llevamos días sin vernos. Nuestra única cita fue cuando lo arrastré al aburrido evento de caridad. Cocinó en mi casa la noche del miércoles. Él cocinó porque yo apenas puedo hervir el agua. —Apretó el volante con sus manos. Sydney miró hacia abajo para ver que sus nudillos estaban pálidos. Flexionó los dedos, soltando el agarre mortal que tenía sobre el oscuro y flexible cuero. Sophie se giró hacia ella en su asiento. —Sabes, creo que descubrí cuál es tu problema. Tienes esta idea preconcebida en la cabeza acerca de lo que una relación o un matrimonio, se supone que es. No tiene que ser perfecto, Syd, o incluso “normal”, lo que sea que signifique eso. Mientras que los dos estén felices y calientes por el otro, contentos de ver al otro cada vez que entra por la puerta, ¿entonces no es lo que realmente importa? Ella tenía razón. Quizás Sydney estaba tratando de escalar paredes que no estaban allí, mientras que las que construyó alrededor del corazón se derrumbaban. —Sí, pero ¿cuánto tiempo va a estar dispuesto a vivir con eso? ¿Seis meses, un año, dos años? —¿Has intentado preguntarle? —No. —Creo que deberías hacerlo. Sydney suspiró mientras la dama del GPS del Volvo les decía que estaban cerca de la casa de Reece. —Tengo miedo —admitió finalmente. La rubia cabeza de Sophie se giró tan rápido que era un milagro que no se hubiera torcido el cuello. —¿Tú? ¿Miedo de qué, Syd? —De cuál podría ser su respuesta. —¿Por qué deberías tener miedo si él está dispuesto a hacer esas concesiones para que los dos puedan estar juntos? —Sophie, no puedo explicar cómo me hace sentir Reece. Es como si fuera una persona diferente cuando estoy con él. Es casi demasiado bueno para ser verdad. Quiero saltar en ambos pies, sinceramente, realmente quiero. Tal vez lo que me está frenando es el divorcio de mis padres, no sólo el mío. Los veo, casados durante treinta y cinco años, y ahora no pueden soportar estar en la misma habitación con el otro por más de cinco minutos. ¿Cómo pasó eso? No quiero volver a estar en esa posición. —Oh, cariño, nada está garantizado en la vida. Ya lo sabes. No puedes dejar que lo que está pasando con ellos o tu propio tropiezo con Todd te impidan encontrar tu propio felices por siempre. Y no

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puedes tener miedo de dar ese paso de nuevo, aunque tropieces y caigas. —¿Y si no está dispuesto? ¿Qué, entonces? —Entonces tienes que decidir qué tanto quieres que funcione. A juzgar por lo que me has dicho, diría que valdría la pena hacer algunos cambios por la relación. —¿Cambios? —Sí. Como aprender a delegar, por ejemplo. Quiero que veas la palabra en el diccionario alguna vez. Significa asignar responsabilidades a otros. Sydney sacudió su cabeza. —Sé lo que significa. —Entonces, aprende a hacerlo. Soy bastante capaz de manejar más de lo que me das y estoy dispuesta. Y deja algo de tu trabajo más tedioso y que requiera mucho tiempo a Jonah. Haz que se gane ese ridículo sueldo que cobra cada semana. Sydney resopló. —Fuiste una animadora en la secundaria, ¿verdad? Sophie le dirigió una sonrisa deslumbrante. —Todavía tengo los pompones para demostrarlo. Llegando al destino a la izquierda, anunció el GPS. —¡Llegamos! —dijo Sydney. La sonrisa de Sophie murió rápidamente—. Oh, ¿quieres relajarte? No estás yendo a la horca, por el amor de Dios. Apagando su coche junto a la acera detrás de una larga fila de coches aparcados, Sydney observó los alrededores. Reece vivía en un viejo vecindario a pocos kilómetros de los límites de la ciudad de Pearson. Las casas eran una mezcolanza de tamaños y estilos, algunas nuevas, otras más viejas. La suya era una de una sola planta, una casa estilo rancho, con un revestimiento de madera oscura, y un patio muy bien cuidado. Parecía como si una gran valla de tablas corriera a los lados y en la parte posterior del límite de la propiedad, separándola de los vecinos. Su calzada de concreto estaba llena de vehículos, sobre todo camiones y algunas motocicletas, que inundaban la calle. Sydney sacó las llaves del encendido y las guardó en su bolso. Extendiendo la mano al asiento de atrás, agarró las bolsas de los regalos y se volvió hacia Sophie con una sonrisa diabólica. —Vamos a reunirnos con tu nuevo pretendiente.—Besa mi trasero, jefa.

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14 Traducido por Lore (: Corregido por Dafne

E

n vez de tocar el timbre, Sydney y Sophie decidieron ir directamente por el patio trasero porque de todos modos era donde probablemente todo el mundo estuviera. Ellas podían oler el humo de la parrilla y escuchar música rock y risas fluyendo desde esa dirección. Tan pronto como dieron vuelta a la esquina ambas se detuvieron ansiosamente. Al menos dos docenas de ojos curiosos giraron en su dirección y la conversación cesó como si alguien hubiese presionado el botón “silenciar” en el control remoto. —Incomodo —murmuró Sophie en voz baja. Sydney inmediatamente buscó a Reece. Él estaba bajando de los escalones de la enorme terraza de madera que corría a lo largo de su casa. Vestía pantalones cortos de color caqui, camiseta negra, y sandalias. Comenzó a moverse, reuniéndose con él a mitad de camino, y siendo consciente de que estaban siendo vistos. —Hola, hermosa —dijo, deslizando sus brazos alrededor de su cintura y tirando de ella en un rápido pero experto beso. —Hola —dijo mientras que el calor de un feroz rubor se deslizaba por su cuello y sus mejillas. Dios, ¿alguna vez podría besar al hombre en público sin volverse en diez tonos de rojo? —Hola, Sophie, me alegra que hayas decidido venir. Sophie le disparó una mirada a Sydney antes de sonreírle a Reece. —Gracias por invitarme, Reece. Reece tomo las manos de Sydney y le dio un suave tirón. — Vamos, ustedes dos. Nadie va a morderlas… no al principio de todos modos. —Le dio un guiño a Sydney entonces echó un vistazo en las bolsas de la otra mano de Sydney—. Pensé que había dicho que no era necesario comprar algo para Deke. —Sé que dijiste que no tenía que hacerlo pero quería, así que relájate. Él rió. —Debería saberlo desde ahora.

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Reece las condujo a la terraza y a través de la puerta trasera de su casa. Sydney trató de llevarlo todo a la vez pero en la sala de estar estaba un distractor grupo de chicos jugando videojuegos en un enorme televisor de pantalla plana, riendo y llamándose los unos a los otros algunos nombres interesantes que ella estaba bastante segura de que no estaban en sus certificados de nacimiento. —Te daré un recorrido más tarde. Vamos a poner tus cosas lejos. —Él agarró las bolsas de ambas y las escondió en un armario mientras Sydney escondía las bolsas de regalo en la única esquina vacía de la encimera de la cocina que estaba llena de gente. Lo que podía ver de la casa de Reece era agradable y cálido. Los pisos y gabinetes eran de madera oscura pero las paredes estaban pintadas con un neutral color crema. Sus muebles eran todos grandes y de piel café clara como la mantequilla. No se podía negar que era un piso de soltero pero era acogedor, confortable, y limpio. Una cálida mano se deslizó por la parte baja de la espalda de Sydney y Reece la besó en la sien. —Estoy tan contento de que estés aquí —susurró él en su oído—. Finalmente te tengo donde quería, en mi propiedad para un cambio. A propósito te ves deliciosa. Sydney suspiró y presionó su cuerpo aún más cerca. —Bueno. Me estoy empezando a sentir como la tercera rueda aquí —dijo Sophie duramente a sus espaldas Reece rió. —Perdón, Campanita. Vamos a regresar afuera. —¿Campanita? —repitió Sophie en un tono incrédulo. —Sí, luces como un duendecillo de hada. Lo único que falta son las alas y una varita. —No me hagas arrepentirme de ser agradable contigo —gruñó Sophie mientras salían. En uno de los extremos de la enorme terraza cubierta de Reece, estaba la parrilla de acero inoxidable. Construida en un rincón había una grande y redonda mesa de patio en forma de “L” con seis sillas densamente acolchadas y un amplio columpio de madera colgado en el extremo opuesto. Tres ventiladores de techo iguales giraban por encima, agitando el aire tibio. Había pocas parejas, pero principalmente en todas las partes que veía había hombres. Añadiendo a los jugadores en el interior, un grupo estaba sentado en la mesa de patio jugando cartas. Varios más estaban dispersos por la hierba del patio trasero de Reece jugando un juego de herraduras. Sydney vio a Deke levantar la mirada y sonreír, sus ojos moviéndose de ella para aterrizar en Sophie. Su característica sonrisa vaciló brevemente pero reconoció la mirada en sus ojos como

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interesada. Ella miró a Sophie quien regresaba su sincera evaluación. Él trotó hacia ellos. —Hola, Roja —dijo tirando de ella para un abrazo rápido. —Feliz cumpleaños, Deke. —Gracias. Me alegra de que pudieras venir a la fiesta. volvió su atención a Sophie—. ¿Y tú quién eres?

—Él

—Deke, esta es mi amiga Sophie Deveraux. Sophie este es Deke Mclntyre. Sophie le dio la mano. —Es un placer conocerte, Deke. Feliz Cumpleaños. Sydney vio con fascinación como la gran mano de Deke tomaba la de Sophie, que era mucho más pequeña. —Gracias, y el placer es todo mío, Sophie Deveraux. —Oh, esa sonrisa. Ese encanto irresistible. Si le hubiera besado el dorso de la mano Sydney lo habría golpeado. Sophie estaría perdida si no era muy, muy cuidadosa. Reece apretó fuerte su cadera y Sydney despertó. —¿Juegas a las herraduras, Sol? —le preguntó Deke a Sophie. Y con el apodo que le había asignado, Sophie irradiaba luz hacia él. —Ha pasado un tiempo, pero probablemente podría patear tu trasero. Milagrosamente, la sonrisa de Deke se hizo aún más grande y extendió su brazo para Sophie. —Vamos a averiguarlo, ¿de acuerdo? Quizás te importaría apostar. Antes de que Sydney pudiera escuchar la respuesta de Sophie, ellos estaban fuera del alcance del oído. Reece ajustó la parte delantera de su cuerpo a la espalda de Sydney, acariciando el lado de su cara. Un pequeño temblor subió por su espalda. —Ella es una niña grande, Syd, y Deke no es un ogro. Él no come pequeños duendecillos de desayuno y se limpia los dientes con sus huesos. Sydney rió y se relajó contra él. —Lo sé, es solo que… bueno. Si esto va mal me sentiré responsable porque yo los presenté. —¿Qué edad tiene Sophie? —La edad suficiente —dijo con resignación. —¿Hambrienta? —murmuró Reece en su oído. La caliente respiración de él en su sensible piel envió una dosis de excitación corriendo a través de su sangre. Cuando estaban juntos siempre estaba hambrienta de él. La comida era usualmente una idea tardía, excepto cuando él cocinaba.

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—Pienso que sabías la respuesta a esa pregunta incluso antes de hacerla. Mordisqueó su lóbulo de la oreja y ella chilló. —Me refería de comida. —No, pero si tú cocinas, sé que será increíblemente bueno. Reece gimió y la apretó con más fuerza. —Deja que te enseñe un poco de afuera y después te prepararé un plato.

Estaba enamorado de ella. Verdaderamente, locamente, profundamente y toda esa mierda cursi porque era cierto. Desde su asiento en la mesa de póker, Reece vio a Sydney por encima de sus cartas. Estaba sentada en el columpio del otro extremo de su terraza, una pierna metida debajo de ella, el otro pie desnudo sobre el piso. Rita, la esposa de su amigo Brian, estaba sentada a su lado y estaban teniendo una animada conversación, ambas reían y asentían en acuerdo de vez en cuando. No debería haberle sorprendido que hubiera encajado tan bien con sus amigos. Sydney podía mezclarse con cualquier persona, desde el presidente a un hombre en la fila de la muerte y hacer que se sientan igual de especial y ambos estarían mejor por haberla conocido. Había caído rápido y duro. La comprensión se apoderó de él como una brisa fresca en un caluroso día de verano, bienvenida y querida. Esto probablemente sucedió en el momento en que entró en su bar la primera noche. ¿No se había sacudido su corazón en su pecho cuando la vio ahí en la entrada? Eso pasó porque la reconoció como suya mucho antes que su cerebro. Ella miró en su dirección, dándole una suave sonrisa y un sutil guiño. Reece levantó su barbilla en un reconocimiento privado. Él podía imaginarlos a los dos sentados en ese mismo lugar dentro de cincuenta años, arrugados, grises, y aun tomados de la mano. Dios, sí, la amaba, más de lo que jamás había creído posible. —Reece —dijo bruscamente alguien en la mesa. Él sacudió su cabeza. —Perdón, ¿de qué me perdí? Carlos, su amigo que estaba a su derecha, le dio un ligero puñetazo en el hombro y rió. —Hombre, estas tan ido.

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Mierda, ¿se estaba ruborizando? Estaba malditamente seguro que su rostro se estaba poniendo caliente. Miró hacia abajo a su mano de cartas. —Besa mi trasero. ¿Qué vamos a hacer? —Un dólar. Reece deslizó cuatro monedas en medio de la mesa y el juego continuó. Después de otros treinta minutos de juego y sin ganancias ni perdidas, miró hacia arriba para darse cuenta que Sydney no estaba. —Me retiro —murmuró y arrojó sus cartas boca abajo. Ignorando las protestas de sus amigos, fue en busca de Sydney. Oscurecía pero la fiesta estaba en pleno apogeo, solo unas pocas personas se habían ido. En el césped, el juego de las herraduras estaba comenzando nuevamente después de un breve descanso, Deke y Sophie se encontraban ahora en el mismo equipo. Sophie se había quitado los zapatos en algún momento y estaba riendo a la cara sonriente de Deke, sus manos apoyadas contra su pecho ancho mientas que sus grandes manos estaban apoyadas en su cintura. Ella era tan pequeña que él probablemente podría juntar la punta de sus dedos. Reece no podía recordar la última vez que había visto a su mejor amigo tan rápidamente hechizado por una mujer. En el interior, el enérgico juego de fútbol en la consola de juegos seguía yendo fuerte. Sus amigos estaban tumbados a través de su sofá seccional y otras dos sillas, sus ojos centrados intensamente en su pantalla grande. Encontró a Sydney en la cocina, sacando una botella de agua del refrigerador. Los ojos de Sydney se suavizaron cuando lo vio acercarse, sus parpados se cerraron y sus labios se separaron tentadoramente, una acción en la que Reece reconoció su deseo que ahora apenas ocultaba. Tiró su labio inferior con sus dientes y su polla despertó tras la bragueta. La inmovilizó entre su cuerpo y la encimera. —¿Todo bien? —preguntó él. —Sí. La besó en la frente y ella acarició su barba. —No estás aburrida, ¿o sí? —No, me lo estoy pasando bien pero te estoy extrañando un poco. —Ella puso la palma de su mano en su pecho y Reece la cubrió con su mano. Cayó en la cuenta cada vez que se acercaba a ella, físicamente lo tocaba, si se trataba de algo tan simple como una caricia o tan potente como cuando saltaba sobre él, como lo había hecho en su cocina unos pocos días atrás. Estaba lejos de quejarse. —Ah, Sydney. Te extraño cada minuto del día. ¿Qué te parece ese paseo ahora?

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Notó que ella tragó saliva y asintió. —Me encantaría — respondió suavemente. ¿Había llegado tanto a ella? Tomó su mano y la condujo por el pasillo, lejos de la sala de estar principal de la casa. Abriendo puertas, explicó—: Baño de visitas, dormitorio de visitas, otro dormitorio que sirve como oficina y un gimnasio de diversas cosas. Mi dormitorio. Reece abrió la puerta e hizo pasar a Sydney. Más temprano había limpiado meticulosamente su casa, especialmente su dormitorio, con la esperanza que la tendría aquí esta noche. Ella juntó las manos detrás de su espalda como si estuviera asustada de tocar algo y lo miró con timidez sobre su hombro desnudo, lo que solamente lo convirtió en mucho más. Le colocó seguro a la puerta y lentamente la acechó en la habitación. Por cada paso que tomaba hacia ella, Sydney daba un paso atrás. —¿Qué pasa, niña, no has estado alguna vez en la habitación de un chico antes? Ella se llevó un dedo a la boca, revoloteando sus pestañas coquetamente y girando sus caderas para que su vestido se arremolinara alrededor de sus sedosos y suaves muslos. —Solo para estudiar después de la escuela, pero no nos permitieron sentarnos en la cama y la puerta debía permanecer abierta todo el tiempo. —Aw, ahora eso no suena muy divertido para mí. —Se estiró hacia ella, pero ella se rió y salió disparada al otro lado de la cama. —Apuesto que eras uno de esos chicos, del tipo que los padres advierten a sus preciosas hijas que permanezcan lejos para que no sea manchada su reputación —arrastró las palabras, melosamente. Riéndose, se paseó alrededor de su lado de la habitación y se subió a su cama, pasando rápidamente a la mitad de su enorme colchón. Se puso de rodillas, recogiendo el dobladillo de su vestido hasta medio muslo en sus puños. —Oh, definitivamente he manchado algunas reputaciones en los últimos años. Sydney se inclinó hacia adelante, dándole una impresionante vista del profundo y atractivo escote de su vestido. —No lo dudo ni por un segundo. Probablemente es una buena cosa que tú y yo nunca fuimos a estudiar. Él puso una rodilla sobre la cama y se estiró de nuevo, esta vez capturó un puñado de suaves rizos en sus dedos y los envolvió en su palma. Llevando la otra rodilla arriba, la atrajo más cerca. —¿Y eso por qué?

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—Porque la única cosa que los dos hubiéramos estudiado es anatomía, la reputación hubiera sido condenada —murmuró en un bajo, apasionante tono. Reece tiro de su cabello, solo lo suficientemente duro como para inclinar su equilibrio y hacerla estrellarse en su pecho con un jadeo suave. —Nunca es demasiado tarde para poner al día tu anatomía. —Soltó su cabello y desató el lazo en la nuca que agarraba el corpiño de su vestido. Este se aflojó y se deslizó por su pecho, dejándola desnuda de la cintura para arriba. —Entonces de todas las formas, vamos a rozarnos. Estaban de rodillas, presionando pelvis contra pelvis, sus respiraciones mezclándose, mientras Sydney miraba a Reece acunar el peso de un cremoso pecho en su palma. Su otra mano se deslizó cerca de su trasero mientras él levantaba sus ojos a los de ella. —Sydney. No puedo tocarte lo suficiente. —La besó, lentamente tomándose el tiempo para saborearla—. No puedo besarte lo suficientemente tampoco. Las manos exploradoras de ella se deslizaron bajo la parte inferior de su camiseta por su lampiño pecho. —Lo sé —murmuró—. Incluso después de que acabamos de tener sexo yo todavía quiero sentirte por todas partes, dentro y fuera. Reece bajo la cabeza para capturar un puntiagudo pezón en su boca. El ronco gemido de Sydney era música para sus oídos mientras él rodaba su lengua alrededor de la punta, tirando con firmeza con sus labios. Liberó el brote de color rosado y rozó su barbilla a través de la opaca, satinada piel de su pecho y luego se trasladó al otro y le dio la misma atención hasta que sintió la punzada de sus uñas en los hombros. —Dios, me vuelves loca cuando haces eso —dijo. Él elevó su cabeza y la empujó hacia atrás a través del colchón. Apoyándose sobre su cuerpo con una mano, él deslizó el borde de su vestido hasta los muslos, por lo que se agrupó en su cintura. Por un momento, Reece solo podía mirarla fijamente con asombro. Era exquisita, su piel marfil contra el telón de fondo oscuro que era su edredón, la abundancia de su pelo desplegada alrededor de su cabeza, la suave, acogedora sonrisa en sus regordetes y húmedos labios. Su mirada viajó por cuerpo, sobre la enrojecida piel de sus pechos y su estómago de color crema, sobre las bragas de encaje que apenas cubrían su sexo. Sydney amaba el encaje. Reece ahora amaba el encaje. Bajando su cabeza, pasó su lengua alrededor su ombligo y luego llevó su boca hacia abajo y chupó la tierna carne entre sus dientes. Los músculos bajo su lengua saltaron y la mano de ella bajó a la parte superior de su cabeza, delgados dedos serpentearon por su cabello. Se

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alejó y admiró el pequeño parche de piel enrojecida, sonriendo a su obra. —Te gusta darme chupones, ¿cierto? Se colocó entre sus muslos y el dulce aroma de su excitación se filtraba en sus sentidos y cada neurona de su cuerpo cargada de erotismo con necesidad. Su polla se endureció con avidez. —Estamos estudiando, ¿recuerdas? ¿Alguno de tus novios adolescentes te dejó alguna vez una marca de amor? Ella sacudió su cabeza. —No los dejaría. Los chicos solo conocen un lugar donde darle chupones a una chica y eso es en su cuello. Difícil de cubrirlos. Pero me gusta cuando tú los haces porque siempre están en un lugar que solo tú y yo podemos ver. Cuando los miro un día o dos después antes de que se desvanezcan, me recuerda lo que estuvimos haciendo cuando lo dejaste ahí y me excito otra vez. Elevó sus cejas. —¿En serio? —Mmm, muchísimo. —Es bueno saberlo. entonces.

Los recibirás con más frecuencia

—Ven aquí y bésame, Reece. Reece rozó sus labios hacia atrás y adelante a través de la parte delantera de sus bragas. Soplando su aliento caliente a través del susurro de seda fina. —Estaba pensando en quedarme aquí abajo besándote. Una risa estruendosa llegó desde la sala de estar rompiendo la burbuja sensual en la que estaban envueltos. Cuando levantó la mirada hacia ella, Reece pudo ver un rastro de pánico saltando a través de los hermosos rasgos de Sydney —¿Crees que deberíamos reincorporarnos a la fiesta? — preguntó vacilante. Él se deslizo por su cuerpo y empujo la unión de sus muslos con su polla dura como el hierro. Sus ojos se cerraron y suspiró suavemente—: ¿Quieres reintegrarte a la fiesta, o quedarte aquí y estudiar un poco más de tiempo? Se rió pero dijo—: ¿Y si Sophie empieza a buscarme? Reece enterró su cara en la elegante curva de su cuello, mordisqueando delicadamente su clavícula. Sydney movió sus caderas turbulentamente debajo de él, su cuerpo queriendo sobrepasar su inquieto cerebro. —Sophie está teniendo demasiada diversión con Deke para preguntarse dónde estás.

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—Probablemente tienes razón. —Sydney enmarcó el rostro de Reece con sus manos y lo hizo mirarla. El brillo juguetón estaba de vuelta en sus profundos ojos color ámbar. Sus labios estaban curvados en una perversa sonrisa seductora mientras la fantasía la tomaba otra vez—. Quizás podríamos tener un rapidito antes que mis padres lleguen a casa del trabajo. Reece la besó rápido y duro. —¿Cuánto tiempo tenemos? —Diez minutos —dijo con un rápido asentimiento mientras ambos trataban de empujar sus bragas por sus piernas y desabrochar sus shorts al mismo tiempo. Después de unos pocos segundos de torpeza, Sydney pateó su ropa interior fuera de sus pies. —Apúrate, Reece. —Abre tus piernas un poco más, nena. —Agarrando su miembro en un puño, Reece tentó la punta hinchada de su polla en el coño de Sydney, ungiéndose a sí mismo con sus jugos calientes—. Mierda, amo lo mojada que estas para mí. —Sydney e estiró por él. Empujó la gruesa punta en la entrada de su coño entonces, resistiendo su peso con sus antebrazos para poder mirarla, y lentamente empujo profundo mientras le sostenía la mirada. —Oh, esa es mi parte favorita —ronroneó. —¿Y cuándo te vienes? —Eso es bastante bueno también, pero el primer delicioso tramo es increíble. Sí, él entendió completamente. Sentir el caliente canal de Sydney envolviéndolo estrechamente, fue su parte favorita también. Al ver el éxtasis construirse en sus hermosos rasgos estuvo a un segundo de venirse. Reece se retiró hasta que la punta de su polla fuera todo lo que estaba en el interior de ella y entonces entró de nuevo mientras miraba sus ojos cerrarse, sus labios abriéndose en un largo suspiro de placer. Tomó un ritmo constante, perdiéndose en la tortuosa estrechez de su cuerpo y la casi frenética construcción del orgasmo de Sydney. Movió sus caderas para recibir cada una de sus embestidas mientras sus muslos se apretaban alrededor de la cintura de Reece. Pequeños gemidos de necesidad se escaparon de la garganta de Sydney. —Más duro, Reece. Por favor. Estoy tan cerca. Envolviendo un brazo alrededor de su cintura, se sentó sobre sus talones, agarró un almohada y la metió debajo del trasero de ella para levantarla más alto. Agarrando sus caderas, se sumergió dentro mientras bebía la vista increíblemente erótica de su polla deslizándose

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dentro y fuera de su coño resbaladizo. La tensión se retorció en su coxis, advirtiéndole que estaba a punto de perderlo. Reece apretó su mandíbula, ignorando la llamada de su cuerpo, y concentrándose en Sydney. Usó la yema de su pulgar para rodear su clítoris —Vente para mí, encanto. —¡Oh! Reece —dijo y luego él sujetó su mano sobre su boca para ahogar sus gritos mientras se corría. Su coño lo exprimió fuertemente mientras latía con vehemencia alrededor de su eje. Empujó salvajemente profundo una vez más y el control de su propio orgasmo lo reclamó. Intenso placer corrió a través de su cuerpo, dejándolo temporalmente agotado pero completa e irremediablemente enamorado.

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15 Traducido SOS por Vanessa VR Corregido por Lady Sushi

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ydney tiró los brazos sobre la cabeza y abrió los ojos. Reece liberó el fuerte agarre que tenía sobre sus caderas y salió de su cuerpo. Se inclinó hacia delante y la besó desde el centro de su estómago a los pechos y hasta llegar a la boca donde le dio un beso tierno. Ella sacó la almohada de debajo de su trasero y la arrojó fuera de la cama. —Guau —dijo, todavía tomando respiraciones profundas—. Te mereces un sobresaliente. Riendo, Reece se desplomó sobre su lado junto a ella. —Joder, eso fue divertido. —Todo el mundo sabrá exactamente lo que hemos estado haciendo. No lo oculté muy bien. Apoyándose en un codo, Reece la estudió con fingida seriedad. —Me temo que tienes razón, Syd. Luces como si te hubieran follado completamente. —Luego sonrió y trató de besarla mientras ella trató de empujarlo lejos y no reír. favor.

—Súbete los pantalones, sabelotodo. Necesito que me hagas un

Se deslizó fuera de la cama, poniéndose su ropa interior y pantalones cortos. —Pensé que acabó de hacernos un favor. Sydney gruñó a su presunción viril y fue en busca de sus bragas. —Sigue así y no te daré tu regalo. Entrecerrando los ojos mientras la mirada burlona de su rostro desapareció y Reece dijo—: Sydney. Ella lo empujó hacia la puerta. —Es la bolsa más grande en la parte trasera de la encimera de la cocina. Ve por ella, mientras que uso el baño. —Con una sacudida de su cabeza, salió pisoteando de la habitación. Cuando Sydney salió del baño, él se hallaba sentado en el borde de la cama, con una mirada inexpresiva en el rostro y la bolsa colocada

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a su lado. Sydney tomó un puñado de cabello en la parte trasera de su cabeza y tiró hasta que él levantó la barbilla hacia ella. —No te enojes, Reece. No es algo extremadamente caro, lo prometo. —Lo besó hasta que le quitó el ceño fruncido. Saltó sobre la cama junto a él, un poco mareada por la emoción. Dar regalos era algo que siempre había disfrutado. Navidad y los cumpleaños eran sus ocasiones favoritas porque le encantaba ver la mirada en la cara de alguien cuando abría un regalo. Empujó la bolsa de negro y plata más cerca. —Saca lo primero que toquen tus manos. Reece suspiró y rebuscó entre los mechones de papel de seda que había puesto en la parte superior. Sacó la caja rectangular y quitó la tapa que la mantenía cerrada. La miró una vez más y Sydney asintió alentadoramente. Cuando levantó la tapa, contuvo el aliento, ansiosa por ver cómo reaccionaba. Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro cuando vio la camisa de vestir negra situada en el interior. —Es para reemplazar a la que le arranqué los botones. ¿Te gustó? —Me encanta. Todavía deseo que no hubieras hecho esto. —Su sonrisa se transformó en un ceño cuando se dio cuenta de la etiqueta en el cuello—. Espera, ¿esto dice Armani? —Hizo una mueca a Sydney—. Maldición… —Reece —Fingiendo ira, le dio un empujón en el pecho—. No lo estropees. Hay algo más, así que mete la mano en la maldita bolsa. Reece apretó los labios con fuerza y metió la mano a través del mar de papel de seda. Sacó el otro regalo, le arrancó el papel y contuvo la respiración. —Oh, Syd.... —Fue tomada en la beneficencia. Conozco a alguien en el periódico así que le pregunté si me podían hacer algunas impresiones. ¿Te acuerdas de cuando fue tomada esta foto? Pasó sus dedos sobre el cristal y el corazón de Sydney sintió su toque. Las lágrimas quemaban en sus ojos y parpadeó rápidamente antes de que la mirara y la atrapara. Demasiado tarde, su mirada se encontró con la suya. La mano de Reece serpenteó detrás de su cuello y la atrajo hacia él por un largo, beso conmovedor. Cuando la soltó para tomar aire, Sydney tocó su boca. —Supongo que te gusta. —Es muy considerado y perfecto. Ese momento fue increíblemente especial y la foto lo capta. —También lo pensé. Fue un lugar muy brillante, después de lo que sucedió antes con mi papá.

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Puso el simple marco negro y dorado en la mesita de noche junto a su cama, y la atrajo hacia él de nuevo para un largo, abrazo cálido. Algo parecía pasar entre ellos, silencioso pero poderoso. Pensó que podría estar enamorada de Reece la noche que habían hecho el amor en su terraza. Ahora estaba segura de ello. Y sospechaba que él podría sentir lo mismo, pero la incertidumbre mantuvo su silenciosa cautela. —¡Reece! ¡Sydney! ¿Dónde diablos están ustedes? —gritó Deke desde la cocina. —¡Estamos aquí! —respondió Reece antes de darle otro tierno beso—. Gracias. Ella asintió, incapaz de hacer funcionar sus cuerdas vocales congeladas, y se alejó. Él la siguió a la cocina. Deke les dio a ambos la mirada que le daba a Sydney cada vez que dejaba la oficina de Reece en el bar, una ceja levantada, una sonrisa de suficiencia, la que dijo que sabía exactamente lo que habían estado haciendo. Sus mejillas se calentaron de vergüenza. Sophie se deslizó a su lado y le hizo un guiño amplio, una botella de cerveza en la mano. —¿Estás borracha? —le susurró Sydney al oído. —¡No! Sólo sedienta. Deke y yo pateamos algunos traseros en serio. —Ambos chocaron la mano en lo alto mientras Deke gravitó automáticamente más cerca a su lado. Reece tenía razón: estaban obviamente, uno atraído por el otro. —¿Quién está listo para el pastel y helado? —preguntó Brian en voz alta. Un coro de "yo" se elevó y el postre se sirvió una vez que Deke sopló un puñado de velas de colores. Poco después, se hizo un esfuerzo concertado para limpiar y todos se despidieron. Cuando los cuatro estaban solos a lo último, Deke y Sophie se sentaron en la mecedora del porche y Reece se hundió en una silla al lado de ellos. Antes de que pudiera tirar a Sydney en su regazo, ella se precipitó hacia el interior por el regalo de Deke. Cuando regresó le entregó una bolsa pequeña y se sentó sobre las piernas de Reece. Él le apartó el pelo del hombro y le susurró al oído—: No te retuerzas o tendrás un regalo para desenvolver. —Sydney intentó sofocar otra risita, pero fue inútil. Reece le hacía comportarse como un adolescente. —Eso es de mi parte y de Sophie, Deke. —Sydney, había órdenes estrictas de no… Ella puso los ojos en blanco. —Oh, por amor de Dios. Reece.

—Sería mejor para ti abrir el regalo y no discutir, Deke —dijo

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gesto.

—¿No te gustan los regalos? —preguntó Sophie con un curioso

—Claro que sí, rayito de sol. No esperaba que ustedes me trajeran algo. —Sydney hace grandes regalos —dijo con un gesto exuberante. —Sí, lo hace —murmuró Reece lo suficientemente fuerte para que Sydney escuchara y le apretó la cintura. —Bueno, basta de cháchara. Ábrelo ya antes de que seas otro año más viejo —dijo Sydney con impaciencia. A diferencia de Reece, Deke se zambulló en la bolsa, lanzando el papel seda por todas partes antes de sacar la caja cuadrada negra. Reece se tensó y hundió los dedos en su cadera, ya sea que se diera cuenta o no. Ella se inclinó y murmuró—: No es un Rolex, en caso de que estés empezando a sudar. —Él le pellizcó el culo—. ¡Ay! Deke levantó la tapa de la caja negra mate y sacó otra caja más pequeña de metal sin brillo. Abrió la tapa. Por la expresión en su rostro, podía decir que le gustaba el regalo. —Chicos, esto es jodido. —Pruébatelo —gesticuló Sophie—. Espero que te quede bien. Tienes unos brazos grandes y... manos. —Un feroz rubor tiñó sus mejillas cuando Deke rió hacia ella como si fuera parte de la broma. —¿Te importa ayudarme? —preguntó Deke, ofreciéndole el brazalete y su brazo a Sophie. Ella lo abrochó alrededor de su muñeca y extendió el brazo para que todos pudieran ver—. Me encanta, ustedes dos. Reece, ¿qué piensas? Reece asintió. —Genial. —Gracias, Roja. —Se puso de pie y abrazó a Sydney, luego se sentó y tiró a Sophie en el hueco de su brazo y le dio un besito en la frente—. Tú también, Sophie. Es un regalo impresionante. —Entonces, ¿disfrutaste la fiesta? —le preguntó Reece. —Me lo pasé genial. Creo que todos lo hicieron. Gracias por organizar la fiesta amigo. —Seguro. Sophie se pasó las palmas de las manos por sus muslos y miró a Sydney. —Syd, ¿puedo hablar contigo adentro por un segundo? —Por supuesto. Disculpen caballeros —dijo Sydney mientras se escabulló del regazo de Reece. —Sabemos que van a hablar de nosotros, chicas —gritó Deke a sus espaldas.

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—Vamos a trenzarnos el cabello una a la otra —respondió Sophie. Una vez dentro y la puerta se cerró, Sophie agarró el brazo de Sydney—. Deke quiere llevarme a casa. A mi casa, no a la suya. No por el sexo ni nada. Sólo un aventón. A casa —parloteó nerviosamente. Era la primera que veía a Sophie nerviosa. Solía ser la definición de tranquilidad. —Sophie, toma una respiración profunda. Agitando la cabeza en acuerdo, inhaló y exhaló una vez. —Oh, maldición, estoy un poco asustada. Me gusta mucho pero es tan diferente de los otros hombres con los que he salido. Estoy acostumbrada a seguros e inofensivos. Deke no es seguro e inofensivo, Sydney. Está caminando y hablando sexo. Cuando me mira, me pongo toda sonrojada y mis entrañas se vuelven una baba caliente. Eso no puede ser bueno, ¿verdad? Sydney se encogió de hombros. —Tú te sientes atraída por él, y, a juzgar por la forma en que te mira, yo diría que el sentimiento es mutuo. Sólo tienes que dar un paso a la vez. Sé muy bien que Deke por encima de todo es un caballero. —Puede ser, pero me hace tener pensamientos muy impropios de una dama. No estoy segura que confío en mí misma para estar a solas con él. Podría hacer algo realmente estúpido como adherirme a él como el velcro. Obviamente ha pasado demasiado tiempo desde que he tenido relaciones sexuales, de lo contrario no estaría respondiendo a él tan... tan primitivamente. —¿Quieres que te lleve a casa? Les diré que no te sientes bien o… —¡No! Quiero que me lleve a casa. Es sólo que si me besa no podría ser responsable de mis acciones después. —Esos enormes ojos cafés suplicaron por la guía de Sydney. —Sophie, no me mires en busca de ayuda. Tuve sexo con Reece al día siguiente que nos encontramos. Su rostro se ensombreció. —Dios, estoy tan jodida. Si tú no puedes mantener las rodillas juntas, no tengo ninguna posibilidad en el infierno. Es toda esa testosterona —dijo con fiereza—. La mierda rezuma prácticamente de los poros de Deke y Reece. Sydney rió y la jaló en un abrazo. —Chica, eres un desastre. — Miró su bonita cara—. Hablando en serio, has lo que sea que se siente natural para ti y no pienses por un segundo que voy a juzgarte. Soy tu mayor fan. Sophie le dio un beso en la mejilla. —Lo mismo, chica.

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—Esta es una hermosa plataforma, Reece. ¿La construiste tú mismo? Él y Sydney estaban solos, Deke había llevado a Sophie a casa, y estaban sentados en la oscuridad en la mecedora del porche. La cabeza de Sydney estaba en su regazo y él empujaba lentamente hacia atrás y adelante con los pies mientras sus dedos jugaban en su cabello. —Sí, con la ayuda de Deke y los chicos. —Guau, eres un cocinero fantástico, tienes un gran éxito empresarial, puede construir este tipo de cosas, y eres increíble en la cama. ¿Hay algo que no pueda hacer Sr. Myers? Reece soltó un bufido. —Probablemente no podría negociar un multimillonario contrato de bienes raíces o descifrar las cláusulas legales de un contrato de arrendamiento comercial. Sydney le sonrió. —No es tan divertido como tus talentos, confía en mí en eso. —Tú debes disfrutarlo sin embargo —dijo solemnemente. —Hay una cierta cantidad de satisfacción que viene con la finalización de un gran acuerdo y ver a todos contentos con el resultado final —admitió. —Siempre supe que eras una fuerza a tener en cuenta cuando hablaste con el director para dejarnos tener la franquicia de pizza en la cafetería. Sydney tiró de su barbilla juguetonamente. —Muy gracioso. Yo era una buena presidenta de la clase, muchas gracias. —Y caliente en eso. —Después de unos momentos de silencio, dijo—: Deke está realmente interesado en Sophie. —A ella también le gusta. Fue extraño verla tan afectada por él. Sin embargo, aún así estoy preocupada. —¿Por qué? Sydney se sentó y se arrastró sobre su regazo apoyando la cabeza en su pecho. —Bueno, como tú, Deke es algo muy poderoso. Es difícil resistirse a ese atractivo. No quiero que pierda la cabeza y se lastime si él no siente lo mismo. Reece le alzó la barbilla para que ella lo mirara. —¿Está arrepentida por rendirte, Sydney?

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—¿Tengo por qué? —Bromeó. Cuando él arqueó una ceja desafiante, cedió y dijo—: No, no estoy arrepentida. —Bueno. Creo que es genial que te preocupes tanto por ella, pero ¿podemos dejar de preocuparnos por Deke y Sophie? Son adultos, más allá de la mayoría de edad. —Sí. —Ella presionó la cara contra su cuello y mordisqueó su garganta mientras su mano se deslizó sobre su muslo por debajo de su vestido. —¿Te gustaría pasar la noche? Tengo un nuevo cepillo de dientes de repuesto y puedo poner la alarma para que tengas tiempo de volver a casa por la mañana y vestirte en tu apartamento. Sydney levantó la cabeza y asintió. —Bien. —Mmm, me gustan las respuestas de una sola palabra. Vamos a tomar esto con calma y ver cuánto tiempo puedes durar ¿de acuerdo? ¿Estás preparada para el reto? —Sus ojos brillaban con el desafío. Se derritió un poco al calor que vio allí también. —Sí. Sydney lo siguió hasta su habitación. Reece la empujó sobre la cama y apagó las luces a excepción de una lámpara. Luego se quedó allí de pie, mirándola fijamente por un momento pensativo, como si estuviera tratando de decidir cómo podría hacerla perder la compostura. O su mente. —No muevas un músculo. Ya vuelvo.

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16 Traducido SOS por JackieC Corregido por Alessa Masllentyle

E

l ruido que Reece hacía hurgando en la cocina, ponía nerviosa a Sidney. Cajones siendo abiertos y luego cerrados. Una puerta fue abierta para luego cerrarse. Y estaba silbando, ¿con qué diablos regresaría? Esperemos que no con una espátula plástica y un queso desagradable de lata. “Mierda” es una frase en una sola palabra. Aun así, su imaginación estaba totalmente desenfrenada. Le tomó toda su fuerza de voluntad no tocarse a sí misma. Pero si Reece la atrapaba haciéndolo, dejaría lo que estaba haciendo para saltar a lo que tenía reservado para ella. Apretó sus muslos mientras esperaba. Reece caminó por el pasillo y luego por la habitación, con sus manos detrás de su espalda. Colocó lo que sea que tenía en el suelo, al lado de la cama y sacudió la cabeza cuando intentó mirar. —Ah, nada de espiar. Metió la mano en su bolsillo trasero y sacó una cuerda blanca de nylon. Los ojos de Sydney se agrandaron y se mordió el labio mientras Reece la observaba. Él se ducho después de que Deke y Sophie se fueron, su cabello aún estaba húmedo, ondulándose en su nuca. Ella quería enterrar su cara allí, e inhalar su rico y masculino aroma, sentir su suavidad entre sus dedos, pero no iba a dejar que lo tocara. —Ve a la cabecera —ordenó gentilmente. Levantó sus cejas, y desvió su mirada desde la cuerda a su cara. Reece quería atarla. Bueno, esto era algo nuevo. Pero estaba intrigada, excitada más allá de lo imaginable y por último, confiaba en él. En silencio, se deslizó sobre su espalda hasta la cabecera de la cama y se recostó. —Esa es mi chica. —El colchón se hundió por el peso de Reece, quien estaba a horcajadas sobre su cintura—. Es una cuerda suave, por lo que no rozará tus muñecas. Tú sabes que nunca te lastimaría, ¿verdad? —Sí —contesto en voz baja, más que intimidada.

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—Brazos arriba. Obedeció, levantando sus brazos por arriba de su cabeza mientras observaba, estudiando a Reece que cuidadosamente enrollaba la cuerda en sus muñecas, primero atándolas juntas y luego asegurándolas a la cabecera de la cama. Sydney no podía dejar de preguntarse si había atado a todas sus otras novias. Era molesto, un pensamiento inoportuno. Los celos siempre le habían sido ajenos. Nunca lo había sentido con Todd. Esto era otro indicio de que no significaba tanto para ella como debería haberlo hecho. Empujó esos desagradables sentimientos lejos, negándose a permitir que echaran raíces. Reece no la golpeó como el tipo particularmente dominante, al menos no en una forma sadomasoquista. Generalmente estaba a cargo cuando tenían sexo y amaba eso de él, pero tampoco era reacio a cambiar el mando de vez en cuando. Era la parte que hacía que su vida sexual sea tan fantástica, el dar y recibir, la emoción por lo desconocido, la pasión abierta, la completa confianza. Y si tenía que ser honesta, su increíble polla, que se esforzaba por hacerse notar detrás de su bragueta a menos de seis pulgadas de su cara. —No está muy apretado, ¿no? —Bajo la mirada, atrapándola observando su entrepierna. Cuando sonrió con satisfacción, ella se sonrojó y tiró de las cuerdas, sacudiendo su cabeza para no hablar. Gran error. Reece estrechó sus ojos por un instante. —Hagamos esto más interesante, cuanto más tiempo puedas estar sin hablar, más haré que te vengas. Si hablas, volveré sólo a atormentarte, ¿de acuerdo? Chico, él amaba empujar sus límites. Sydney abrió la boca para hablar y luego recordó la norma, unió sus labios y únicamente asintió. —Bien, esto será divertido —dijo con una sonrisa diabólica. Ella abrió su boca para contestarle: tal vez para ti—. Bebé, esta será una prueba tanto para mi control como para el tuyo —él tenía un punto—, vamos a desnudarte. Vamos a desnudarte. Reece había desatado el lazo de su cuello y bajó la cremallera lateral de su vestido, luego lo tiró por debajo de sus caderas y sus piernas, sin bajar sus bragas. Rápidamente bajó de la cama y colocó todo en la silla del rincón. Luego estaba de nuevo en la cama, montándose entre sus muslos con un recipiente de plástico entre sus manos. Sydney lo miró con recelo y él rió entre dientes.

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—Tienes unos ojos realmente hermosos, Syd, pero dejan ver tus pensamientos fácilmente. Puedo casi leer tu mente preguntándose, ¿qué hay en el recipiente? Ella asintió. Se inclinó para que pudiera ver el contenido, frunció el ceño, ¿una torta de cumpleaños? —No la quería antes, pero ahora sí, el merengue es la mejor parte, ¿no te parece? Oh, Dios. Primero la devoró en la mesa de la cocina, y ahora sería el postre en su cama. Oh, y luego había estado degustando vino en su pezón en la terraza. Empezaba a creer que el Sr. Myers tenía un serio fetiche por la comida. Sydney se retorció e hizo un puchero, ¿por qué él no estaba sacándose su ropa? Debería estar desnudo también. Señaló a sus jeans y a su camiseta tratando de hacer llegar el mensaje. —¿Qué tal si sólo me saco la camiseta, por ahora? —Ella negó con la cabeza y frunció el ceño. Colocó el recipiente al lado de su cadera y levantó su camiseta por encima de cabeza. Sus ojos lo devoraron como si estuviera hecho de puro chocolate. Desde sus anchos hombros a sus duros abdominales, una mordedura de él estaría bien con o sin hielo. Cuando tomó el recipiente de nuevo, su corazón se puso sobre la marcha al tiempo que su coño latía con cada golpe. Una ráfaga de humedad empapaba el pequeño trozo de seda que estaba entre sus piernas. Los fuertes muslos de Reece la mantenían en su lugar, restringiendo cualquier movimiento en la parte inferior de su cuerpo. Luego de arrastrar sus dedos por la blanca y celeste crema, Reece comenzó a pintar su cuerpo con ella. Sus senos y sus pezones consiguieron la mayor parte, pero también puso crema por debajo de su estómago, parando justo en el borde de sus bragas. Cuando terminó, llevó su dedo índice a su boca y cepilló con él su labio inferior. Sus fosas nasales se dilataron, trayendo el dulce aroma de la crema de sus senos, mientras su lengua se lanzó instintivamente a tomar su dedo. Cuando Reece lo empujó dentro de su boca, ella lo succionó hasta dejarlo limpio, llevándole más tiempo del necesario para lamer y acariciar con la lengua mientras observaba como los irises de Reece se dilataban. Lo que tuvo el efecto deseado, ya que enseguida reemplazó el dedo por sus labios. Reece succionó su labio inferior con su boca, sólo el sabor de él era suficiente para tener un subidón de azúcar. Mezclado con el glaseado era como una inyección de adrenalina en estado puro,

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golpeando su cuerpo y poniendo todos sus receptores en alerta máxima. Incluso las plantas de sus pies le hormigueaban. Un pequeño gemido escapó de sus labios y él se apartó algunos centímetros sobre su cara. —Dulce Sydney, ¿tú sabes porque quería atarte, no es así? — Tenía una idea, pero dijo que no con la cabeza, necesitando oír su explicación—. Porque cuando me tocas con esas maravillosas pero avariciosas manos pierdo por completo mi maldita mente. De esta manera puedo tocarte, probarte, y atormentarte a mi antojo sin que tú puedas hacer una jodida cosa al respecto. Le dio su sonrisa más malvada y estrechó sus ojos, ¿quieres apostar? La venganza puede ser una perra. —Puedo manejar las repercusiones —le contestó, como si pudiera leer su mente. Inclinó su barbilla hacia un lado con sus dedos, y abrió la boca en su cuello, girando su lengua en el hueco de la base de su garganta. El perfume amaderado de su champú atormentó su nariz, junto con el limpio aroma a hombre, tan propio de él. Sydney sintió los primeros dolores por la genuina frustración de no ser capaz de tomar su cabello y empujar su cara a donde más lo necesitaba. Pero ese era el punto, ¿o no? Ella cediendo todo el control a él. Sus pezones se tensaron dolorosamente, ante el pensamiento de su boca caliente succionándola fuertemente. Dios, era sorprendente como Reece podía hacer que lo quisiera. Despertó algo en ella, algo que ni ella misma sabía que existía. La maniaca necesidad de sexo, hacía que no pudiera estar mirándolo sin tocarlo, o sin ponerse caliente y húmeda. Arqueando su espalda en la cama, gimió y empujó su mano a su mejilla. —Shh… paciencia, bebé. ¿Paciencia? ¿Estaba loco? Cuando soltó su barbilla, Sydney vio con anticipación como su cabeza oscura se movía más allá de sus pechos. La punta de su lengua recorrió y lamió la crema en su esternón. Cuanto más la lamía, más turquesa se volvía su lengua. Se le hacía agua la boca por volverla color rosa de nuevo. Supuso que estaba satisfecho con esa área de su cuerpo, porque se sentó sobre los talones y la examinó de nuevo. Sacó la punta de sus dedos y las pasó por debajo de sus brazos con ternura, la piel se le erizó bajo ese golpe ligero como una pluma. Continuando por su tórax, se detuvo en el límite de sus bragas, arrastrando sus pulgares por debajo del encaje donde el muslo conoce su cadera. Iba y venía

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acariciando de cerca su húmedo sexo necesitado, pero no lo suficientemente cerca. Sydney separó las piernas, pero el peso las mantenía allí. —Estás siendo muy buena Sydney, debe ser difícil para una abogada mantenerse en silencio tanto tiempo. —Ella le sacó la lengua—. Creo que te mereces una recompensa. Vamos a sacar estas. Suspiró de alivio cuando levantó las caderas y sacó sus bragas. Una real recompensa sería que se sacara esos malditos vaqueros, para que pudiera ver su dura polla, para saber si estaba tan excitado y ansioso por follar como lo estaba ella. Su calmada conducta casi la hizo gritar por la irritación. Al menos cuando se sentó a horcajadas sobre sus muslos nuevamente, extendió sus rodillas ampliamente para poder liberar parte de la tensión de entre sus piernas. Reece se inclinó hacia adelante y sin contemplaciones succionó fuertemente su pezón con su boca, tragando el glaseado de la punta. Hizo un fuerte ruido al sorber, para luego cerrar sus labios apreciativamente. —Delicioso. —Luego pasó su lengua por el pezón duro, por la pendiente de la curva de la parte inferior del pecho y volvió por su camino nuevamente. Trabó sus ojos con los de ella mientras le enseñó los dientes y la mordió. Sydney observó todo lo que pudo, hasta que la deliciosa punzada de dolor le hizo cerrar los parpados y un pequeño grito escapó de sus labios. Su coño palpitaba y se apretaba a la vez. Mientras la calmaba, llevando su mano al interior de su muslo, ella empujó todo lo que le permitieron sus rodillas, rogando en silencio para que la tocara. Otro gemido áspero rompió el silencio de su habitación y las cuerdas se tensaron en sus muñecas. —Me vuelve loco que tengas un cerebro tan brillante pero a la vez tengas un lado atrevido, deseoso de explorar y tratar nuevas cosas fuera de tu zona de confort. Eso es un giro tan increíble, Syd. —Deslizó un sólo dedo a través de su ranura y Sydney se quedó quieta, esperando otro golpe celestial—. Soy un hombre afortunado —dijo con voz ronca. Lágrimas estaban en sus ojos, pero parpadeó rápidamente, porque no quería que las viera y pensara que la lastimaba de laguna manera. No, yo soy la afortunada y tú has despertado este lado mío. Reece la tocó de nuevo, presionando la yema de su dedo contra su clítoris. Contuvo la respiración, pero no movió su dedo, en cambio lo mantuvo allí fuertemente, mientas capturaba su otro pezón con la boca. La succionaba con fuerza, hacía pequeños círculos con el dedo. Las sensaciones dispersas brillando en cada nervio y terminación

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confluyeron en su coño, girando más y más fuerte hasta que se vino con un fuerte y repentino estallido. Temblores potentes recorrieron su cuerpo. Reece continuó trabajando su clítoris sin descanso, aprovechando el orgasmo, forzándola a estremecerse y gemir. —Amo ver cómo te vienes, bebé. Se obligó a mantener sus parpados abiertos. La lujuria apenas contenida en el rostro de Reece hizo que su corazón tartamudeé en su pecho. Lamiendo sus labios secos, sus ojos rogaban por un beso. Una vez que obtuvo el mensaje, la honró con una larga sesión de besos húmedos, llenos de lengua. Cuando levantó la cabeza, la siguió, no queriendo terminar esa sublime conexión. Tomando sus omoplatos en sus manos, masajeo sus músculos. —¿Tienes dolor, Syd? A decir verdad, sus brazos le dolían un poco pero era su culpa por haberse tensado tanto, se obligó a relajarse y negó con la cabeza. Luego señaló con la barbilla hacia sus pantalones vaqueros. Reece rodó sobre su espalda a su lado y se quitó los pantalones y la ropa interior. Sydney miró fijamente su gruesa polla, totalmente erecta con inocultable deseo. Palabras sin sentido y decoro querían brotar de sus labios —palabras como por favor, fóllame y ahora— pero Sydney se las tragó para que el placer durara un poco más. —Aún hay cientos de lugares que esperan por ser lamidos — dijo Reece casualmente mientras su mano rozaba su vientre—. ¿Crees que podrás soportarlo? Porque no estoy seguro de que yo pueda — reflexionó en voz alta. Mientras la montó por segunda vez y se inclinó hacia adelante, la cabeza de su pene rozó el interior de su muslo y ella se resistió. — Quiero follarte, cariño. Pronto. Déjame limpiarte para que te vengas. Otro gemido escapó. La mancha del glaseado en su estómago estaba secando. Sydney podía sentirlo tirando de su piel como un curita, que necesita ser extraído. En lugar de lamer, Reece succionó las piezas de azúcar, fracturadas y frágiles, con la boca. Uno quedó atorado, usó sus dientes para raspar y arañar. Fue erótico en sentidos opuestos, la pastelería de sus dientes afilados y la caricia satinada de su polla caliente contra su pierna. Podía sentir la humedad de su punta y oler los aromas gruesos, almizclados, combinado con la excitación en el aire fresco de su dormitorio. Cuando Reece se colocó entre los muslos de Sydney, ella contuvo el aliento, dispuesta a no rogárselo. Lo tenía en la punta de la

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lengua, cerca de su boca, su sexo estaba necesitado, amenazando con detener todo en una sola sílaba que fuera pronunciada. —Tienes un coño delicioso. —Levantó una ceja malvada—. Dulce y sabroso. Más dulce de lo nunca podrá ser un glaseado. Maldición, ¿cómo se las arregló para ser dulce y sucio en la misma frase, y hacerla sentir aún más caliente? Tanto que pondría la cama en llamas. Luego le tocó con su lengua pecadora y se derritió en el colchón. No había nada como la boca de Reece follándola. Los dedos estaban muy bien, su pene era el fin de todo. Sabía exactamente cómo acariciar, chupar y mordisquear hasta que se tambaleara al borde de la locura. ¡Oh, Dios mío, por favor! Mantuvo su mano firme mientras apuñaló su clítoris con la punta de su lengua. Deslizó su dedo medio dentro de ella y le acarició hábilmente. Sydney gimió y tiró de las cuerdas. Él agregó otro dedo y levantó su mano. Al fijar sus labios alrededor de su clítoris lo chupó con fuerza y Sydney perdió el control, junto con la capacidad de guardar silencio por más tiempo. —¡Ah, sí! —gritó mientras se resistió contra la boca de Reece, el orgasmo tan fuerte que vio estrellas y amenazaba con separar los huesos de sus muñecas con su tirón. El deseo de tocarlo era abrumador. Tanto así que las lágrimas borraron su visión y la quemaron en la parte posterior de la garganta. Sus dedos estaban entumecidos por tirar de las cuerdas—. Reece, por favor. Tengo que tocarte. —Las palabras salieron en un susurro, sollozo roto. Avergonzada por su propia reacción, Sydney torció la cara en su bíceps. —Tranquila —murmuró. Su peso se desplazó y las cuerdas se aflojaron. Reece se llevó las manos atadas hacia adelante, liberando la tensión en sus hombros mientras desataba sus muñecas—. Está bien ceder, no estaba tratando hacer de esto una tortura para ti —dijo mientras masajeaba su enrojecida y adormecida piel. Sydney sacudió sus manos y cogió su cara, dirigiendo su boca a la de ella. —Lo sé —continuó besándolo, asegurándole que estaba bien—. No fue una tortura, fue caliente, muy excitante. Supongo que había llegado a mi límite de no poder poner mis manos sobre ti. Y ser capaz de mantener mi gran boca cerrada —añadió con una sonrisa débil. —Sydney, tócame todo lo que quieras. Y así lo hizo. Sus manos fueron a todas partes. Lo empujó sobre su espalda y se subió a horcajadas sobre él, con cuidado de no tocar su

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polla hasta que estuviera lista para deslizarse dentro de su cuerpo. La boca y las manos de Sydney lo consumieron como un reguero de pólvora. La incapacidad de tocarlo durante la última media hora había sobrepasado su necesidad racional. Ahora quería estar dentro de su piel. Quería darse a sí misma una bofetada mental en la cara, levantó su rostro para mirar hacia él. Sus hermosos ojos azules estaban oscuros, sus párpados pesados y su boca se separó, los labios húmedos de sus exuberantes besos febriles. —Soy todo tuyo, cariño. Por un momento no podía moverse, aturdida por la repentina honestidad en las palabras de Reece. Su corazón parecía hincharse en su pecho a una plenitud que nunca había experimentado antes. Estaba renunciando a su control sobre ella, dándole el poder de mostrarle lo que sentía por él con su cuerpo y no con palabras. Ella lo llevó a su interior de una manera lenta, dulce y comenzaron a hacerlo.

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17 Traducido SOS por EyeOc Corregido por Alessa Masllentyle

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ra un increíble hermoso día de otoño. Las aves estaban cantando, el cielo estaba vigorizante, azul nublado y el aire helado olía limpio y puro a pesar del tráfico del centro mientras Sydney hacía su camino de vuelta a su oficina, habiéndose encontrado con Reece para un desayuno tardío el miércoles por la tarde. Sydney estaba feliz y enamorada. A lo mejor de verdad, por primera vez. Inclusive había decidido tomar el consejo de Sophie y delegar algunos de sus deberes a ella y Jonah, así podía comenzar a dejar la oficina a una hora razonable y no tomar demasiado trabajo en casa. Y se sintió genial, liberador, ni por poco tan aterrador y angustiante como había anticipado. Jonah se había aparentemente convertido en una nueva persona también, aunque cuánto tiempo duraría todavía tendría que ser visto. Había estado en la oficina cada día razonablemente a tiempo, estaba conteniéndose en el estilo de vida imprudente, y por ahora contento de estar conduciendo el Cadillac. Inclusive su mamá estaba en un mejor momento, se había calmado y ya no era un desastre emocional y necesitado. En vez de eso estaba canalizando su energía negativa en remodelar su casa, eliminando al padre de Sydney, borrando todo rastro físico mientras gastaba su dinero despilfarrándolo. Lo que sea que le funcionara, le funcionaba a Sydney. Si aún había un punto oscuro, era él. Sydney no había hablado con su padre desde la confrontación en su oficina sobre su nueva novia. Con suerte la desconexión entre ellos se resolvería por sí misma, pero si no, entonces se negaba a obsesionarse más sobre ello. Como Reece dijo, estaba más allá de su control y tenía que aprender a dejar algunas cosas fuera.

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Esa recién encontrada actitud aún no la detuvo de ser sorprendida cuando su padre tocó a la puerta de su oficina esa tarde. —¿Tienes un minuto? —preguntó mientras metía su cabeza. —Seguro. Se inclinó y colocó un descuidado beso en su mejilla antes de sentarse en la silla en frente de su escritorio. —¿Qué pasa? —preguntó ansiosamente. La estudió por un momento, como si no la hubiera visto en años. —Luces hermosa, Sydney. O a lo mejor debería de decir radiante. Su manó vagó a su garganta autoconscientemente. No era inusual de que su padre le dijera algo agradable, pero su intuición le dijo que había más en su halago que sólo ser casualmente agradable. —Um, gracias. —¿Hay un nuevo hombre en tu vida, no es así? Pausó para considerar su respuesta. Normalmente mantenía sus relaciones personales en privado, sin compartir información con sus padres hasta que se sentía tangible. Esta relación en proceso que tenía con Reece se sintió muy real, así que no vio razón para ser evasiva. —Sí, lo hay. —No he tenido el placer de conocerlo. ¿Es ese caballero que te acompañó a la gala de beneficencia? —Había un toque de dolor en su tono pero rápidamente alejó la punzada de culpa, recordando que él fue la causa de que no se lo presentara. —Sí. Había planeado presentártelo pero… estabas demasiado molesto conmigo esa noche. Asintió. —¿Aún estás molesta conmigo? —No. —Pero estás decepcionada. Tragó y cuidadosamente sopesó sus palabras, no de humor para otra confrontación. —Sí, papá, estoy decepcionada. Pero entiendo tu deseo de seguir adelante. Tengo que respetar eso, a pesar del dolor que causa. Un lado de su boca se arqueó a una media sonrisa. —Muy justo. Espero poder conocer pronto a este hombre tuyo. Ahora hablando de seguir adelante, he remendado lo de la compra de Anderson. Dejando a su padre no entretenerse en las cuestiones personales por mucho tiempo. Los negocios siempre tenían prioridad sobre las demás cosas. Esperaba que su novia estuviera aceptando ese

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rasgo; de lo contario tendría una vida de desilusión. O lo que fuera que su romance durara. —Está bien —contestó Sydney, sentándose hacia adelante atentamente en su silla. —Matt Sherman está fuera como inversor. Francamente nunca me importó ese pequeño bastardo llorón de cualquier forma. He encontrado alguien más que tome su lugar. —¿Quién? —Lincoln Porter. —Lincoln Porter. —Repitió como un atento cotorro—. Pensé que tenía problemas de liquidez. Esa fue la razón por la que se echó para atrás originalmente. —He acordado ayudarlo con esos problemas. Campanas de alarma comenzaron a sonar en la parte trasera del cerebro de Sydney. —¿Cómo es eso? —Voy a comprar algunas hipotecas comerciales que tiene por dinero. —Espero que no sean hipotecas de mal desempeño —dijo cautelosamente. —Por supuesto que no. Las propiedades están en las áreas menos deseables de la ciudad así que no son tan valiosas como la pieza de Anderson. He acordado tomarlas de sus manos a cambio de su inversión en este trato. —Ya veo. Hoy por ti, mañana por mí. —Exacto. Está trayendo a su padre a bordo también—. Creí que no estaban en buenos términos. —Parece creer que esto arreglará las cosas entre ellos. Volver a la buena bendición del viejo hombre. Conociendo a su padre como lo hacía, la mente sospechosa de Sydney giró. —¿Hay alguna otra razón de que estés trabajando tan duro para traer a los Porters a este trato? —Ah, nada pasa desapercibido por mi perceptiva hija, ¿verdad? —¿Papá? —El viejo hombre posee una extensión de ochenta acres de tierra sin desarrollar. En la autopista catorce. Pasa que tengo un amigo en una gran corporación que está considerando la parcela para que un almacén central sea construido en los próximos dos años, pero el Porter mayor no sabe eso. Si lo puedo suavizar con el trato de Anderson a lo mejor puedo convencerlo de venderme esa pieza en unos meses más.

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Frustrada, Sydney negó con la cabeza. —Necesito un organigrama para seguirte el ritmo. ¿Cuáles son tus planes para las hipotecas comerciales, las estas vendiendo, reteniéndolas o revendiéndolas? —La voy a retener hasta que los plazos se venzan después exigir el pago. Todos van a madurar en los próximos dos años. El abismo que se había abierto entre ellos la semana pasada, el que pensó que no podría crecer amplio o profundo, de repente se movió como el Gran Cañón. Su padre era un astuto hombre de negocios pero nunca pensó que fuera desalmado. Un frío escalofrió se asentó mientras un agudo dolor brutalmente se deslizaba por su caja torácica. —¿Qué? ¿Por qué harías eso, papá? Sólo porque hay una cláusula de cuota final en la hipoteca comercial no quiere decir que tengas que tomar ventaja del deudor de esa manera. La mayoría de ellos esperan completamente de que el hipotecador esté dispuesto a renovarles. ¿Qué si no pueden pagar el balance que queda cuando llegue el momento? —Están consientes de lo que puede pasar cuando firman, Sydney. Está todo en el curso de hacer negocios. Ellos o pagaran el balance, se refinanciaran con alguien más, o se ejecutará. No quiero estar atrapado en esas notas por años. No es mi asunto. Sabes que sólo me gusta invertir en bienes raíces cuando puedo ganar dinero rápidamente. ¿Quién era este hombre sentado en frente de ella y cuando se había convertido en alguien tan desalmado? Se preguntó si Ronnie conocía este lado suyo y si era así, ¿lo encontraba atractivo? ¿Lo hacía ver más poderoso a sus ojos o era tan estúpida para no notarlo, o aún peor, siquiera le importaba? A su silencio atónito, continuó. —Es un trato hecho, Sydney. La oficina de Lincoln estará enviando por fax los documentos para que los revises. Necesito que hagas los arreglos necesarios para tener el dinero girado en su cuenta para mañana a mediodía. Su garganta estaba apretada e instantáneamente desarrolló un masivo dolor de cabeza. —¿Cuánto? —preguntó por un hábito incrustado. —Alrededor de cuatro millones. Todas las piezas están finalmente en lugar y el trato de Anderson se cerrará el viernes a las tres en punto. Ya he hecho una llamada a Phil Newsome, su abogado principal, y está a bordo.

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Sydney podía sólo asentir calladamente mientras su padre se levantaba y salía de su oficina, dejándola impresionada y disgustada por su indiferente actitud. Otra vez. Unos momentos más tarde, Sophie entró con los documentos faxeados de Lincoln Porter en sus manos, su expresión alegre palideciendo cuando vio la mirada enferma en la cara de Sydney. —¿Qué pasa? Cuando regresaste de tu almuerzo con Reece estabas prácticamente saltando por el pasillo. —Siéntate. Mientras Sydney recapituló la conversación con su padre Sophie visiblemente estaba languideciendo en su asiento, imitando lo que sintió era su propia respuesta. —Sydney, ya no sé qué pensar sobre ese hombre. Solía admirarlo, respetarlo, pero ahora… no dejaré que mi opinión personal afecte la manera en que lo trato en la oficina. —Nunca pensaría que lo hicieras —murmuró mientras sus ojos escaneaban la lista de hipotecas que su padre estaba comprando. Una dirección le llamó la atención: 441 NE Calle décima—. Oh no. No, no, no. —Se inquietó mientras buscaba la guía telefónica en el cajón de su escritorio. —¿Syd, que está mal? —preguntó Sophie—. ¿Cuál es la dirección del bar? —No estoy segura. Déjame pensar… está en la parte noroeste de la ciudad. ¿Novena? No, décima ¿creo? Rápidamente Sydney pasó por las delgadas paginas del directorio telefónico a la S, después pasó la punta de sus dedos por los nombres hasta que encontró Shots. La sangre se drenó de su rostro. — ¡Maldición! —Shots está en la lista —dijo Sophie—. ¿Qué vas a hacer? Presionando sus dedos en sus palpitantes sienes, apretó sus ojos cerrados. ¿Cómo todo podría ir de atardecer a mierda en cuestión de minutos? Sydney se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro por su oficina. —Ponme a Tom Donnelly al teléfono —dijo, luego parpadeó a su tono cortante—. Lo siento, por favor ponme a Tom Donnelly al teléfono. —¿Tu administrador financiero? —preguntó Sophie dudosa mientras se paró—. Syd, ¿no deberías primero hablar con Reece sobre esto?

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—¡No tengo tiempo Sophie! Tengo que ocuparme de esto ahora. Mi papá no puede comprar la hipoteca de Reece y después exigir el pago. —Sydney se apresuró a su escritorio y enojadamente pasó por la pila de hojas faxeadas hasta que en encontró una copia de la hipoteca de Reece—. En seis meses. —Viendo su firma garabateada al final de la página la hizo querer gritar a la injusta situación. Sophie la llamó tan pronto como conectó la llamada de Tom Donnelly. Sydney agarró el auricular. —Hola, Tom. —Sydney, esta es una sorpresa placentera. ¿Cómo estás? —Bien. Escucha, necesito tener algo de dinero girado de mi fideicomiso. —Está bien. Eso no sería un problema. ¿De cuánto estamos hablando? Sydney escaneó la pagina en frente de ella hasta que encontró el total al final. —Tres millones, seiscientos cincuenta y tres mil. Inclusive mientras el enorme número rodó tan fácilmente de su lengua, en contradicción a su acelerado corazón, sudor salpicaba su labio superior y sus rodillas estaban un poco débiles. No era común que lidiara con una gran cantidad de dólares cuando los intereses de su padre estaban involucrados. El acuerdo de Anderson sólo era casi cincuenta millones, su parte era la mitad ya que él era el comprador principal. Pero ésta era por lejos la más grande cantidad que personalmente había gastado en un momento. Maldición, nunca. Tom estaba callado. —Tom, ¿me escuchaste? Aclaró su garganta. —Sí, te escuché. Lo siento. Es sólo que… bueno, no has tocado tu fideicomiso desde que compraste tu condominio hace cuatro años. Escucharte decir esa enorme cantidad me tomó fuera de guardia. ¿Necesitamos discutir esto? ¿Es esta una oportunidad de inversión? Sydney no pudo evitar molestarse a sus palabras cuidadosas aún cuando Tom sólo estaba haciendo su trabajo. —No, no necesitamos discutirlo y sí, es una inversión que estoy haciendo. Una importante. Este es un asunto personal y confío en que se quedara entre nosotros, Tom. —Se estresó, efectivamente terminando la discusión de sus motivos. Su comportamiento profesional estaba de vuelta. —Por supuesto. Nuestras conversaciones son siempre mantenidas estrictamente confidenciales. ¿Cuándo necesitas esto hecho y a dónde van los fondos?

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—Necesitan ser enviados a primera hora mañana por la mañana a menos que vuelvas a escuchar de mí. Haré que Sophie te envíe las instrucciones tan pronto como colguemos. —Levantó la mirada por su puerta abierta cuando Sophie se levantó de su escritorio y se apresuró de vuelta a la oficina de Sydney. —Me haré cargo de eso, Sydney. —Gracias, Tom —contestó y colgó mientras Sophie pasaba por la pila de documentos hasta que encontró las instrucciones de la cuenta bancaria de Lincoln Porter. Su delicioso almuerzo de salmón a la parrilla de Palomino’s en frente de la calle estaba constantemente volviéndose agrio en su estomago. Pasó sus palmas empapadas por su falda y marcó a Lincoln Porter. —Lincoln, hola. Es Sydney —dijo cuando su asistente los conectó. —Hola, hermosa —contestó. Contuvo un gruñido. La última cosa que necesitaba era su intento de ser encantador. No estaba de humor, no era como si lo hubiera estado cuando concernía a Lincoln. Cada vez que había estado a su alrededor, el hombre había gastado un aire de subvención como una señal de neón. —Ha habido un pequeño cambio con las hipotecas que mi padre acordó en comprarte. —¿Oh? —preguntó. Aún a través del teléfono, Sydney casi podía escuchar su cuerpo tensarse nerviosamente mientras imaginaba como el suyo lo haría también, dadas las circunstancias. Había una muy buena posibilidad de si empujaba un bulto de carbón por su trasero en este momento, hubieras tenido diamantes en menos de una hora. El pensamiento la hizo reprimir una risa histérica nacida de su propia incomodidad con la situación. —Sí. Las voy a asumir, no papá. ¿Puedes tener el acuerdo de asunción cambiado para reflejar eso? Ya he ordenado la transferencia. Tendrás el dinero en tu cuenta para mañana a mediodía. Literalmente suspiró en el teléfono con alivio. —Puedo hacerlo, Syd, pero no estoy seguro de que entienda lo que está pasando. —No importa. Tendrás tu dinero de la misma manera y puedes seguir adelante con tus planes de invertir en la parcela de Anderson sin ninguna duda —dijo secamente. —Está bien —contestó ecuánimemente—. Llamaré a mi abogado y tendré los documentos reescritos. ¿Sydney Carson? —Sydney Carson y Jonah Carson, como Comunidad de Bienes con Derecho a Sucesión entre Copartícipes.

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—Lo tengo. —Lincoln pausó mientras estaba aparentemente anotando sus instrucciones, juzgando por los ruidos de tallar que escuchó, después cautelosamente preguntó—: ¿Hay algo mal entre tu padre y tú, Syd? No tienes idea. —Absolutamente no. Tomé la decisión de invertir algo de mi dinero para variar, eso es todo. Lincoln tengo una reunión así que me tengo que ir. Dile a tu abogado que me envie por fax los documentos revisados, así puedo checarlos tan pronto como sea posible. Si tienes más preguntas contáctame o a Sophie, si no te veo el viernes para el cierre del trato. Sydney colgó antes de que pudiera sentir que estaba a punto de romperse en un millón de pedazos dentados. Se recargó en su silla y miró fuera de la venta con la mirada vacía, no viendo nada detrás de la gruesa capa de cristal. Esas dos pequeñas vallas estaban cristalinas y suaves pero la siguiente estaba tan alta como el edificio del Empire State. Sophie regresó y comenzó a organizar los papeles regados dentro de una carpeta. —¿Qué crees que dirá tu padre cuando se entere de lo que has hecho, Syd? —No lo sé y honestamente, no me importa. —Bueno, si te sirve de algo estoy increíblemente orgullosa de ti por hacer esto. —No lo estés. Puede ser que resolví un problema pero he creado otro. Sophie se sentó en el borde de su silla, sus bellos ojos redondeados y llenos de preocupación. —¿Reece? —Reece.

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18 Traducido SOS por EyeOc Corregido por Carola Shaw

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n algún lugar en la parte trasera de la mente de Reece, empujó a una esquina apretada y oscura el pensamiento enfermizo de que uno de estos días Sydney lo dejaría. Ese día puede finalmente haber llegado.

Lo llamó más temprano esa tarde y le pidió que fuera a su casa esa noche, diciendo que tenía algo importante que decirle, algo que no podía ser dicho por teléfono. Su voz había sido temblorosa y tensa, su tono cauteloso y seco, aún cuando intentó bromear sobre sacarle la información. Lo estaba dejando. Y justo cuando había decidido decirle que se había enamorado de ella. Que patada en las bolas eso iba a ser. Realmente no debería de estar sorprendido. Después de todo, se encontraba muy lejos de su liga. Sydney era un filete miñón y él una hamburguesa. Era marca de diseñador y él marca común. Aunque nunca lo hizo sentir de que hubiera un pequeño indicio de diferencia social entre ellos, sabía que no cabía en su mundo, aún cuando le gustaba pensar que ella había cabido en el suyo. Nada de eso lo detuvo de tontamente bucear con la cabeza por delante, y ahora estaba a punto de golpear el concreto al fondo de la piscina. Iba a doler como un hijo de puta también. Temor puso a su estomago en una bola apretada de dolor mientras estacionaba su Dodge Charger enseguida del Volvo S60 en el estacionamiento de la cochera de su edificio, le mostró su identificación al portero así se le permitiría subir, y tomó el elevador hasta el noveno piso. No hubieras sabido, que la primera mujer con la cual bajó su guardia y se permitió enamorarse, la primera mujer por la cual quería enamorarse, estaba a punto de arrancar su corazón. Reece se paró afuera de la puerta por cinco largos minutos, mirando al elegante y dorado 9A clavado en la oscura madera antes que finalmente levantara su puño y tocara. La cerradura giró y ella abrió la puerta, saludándolo con un abrazo cálido y un tierno beso.

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Aplacó algo sus nervios acelerados pero la mirada dudosa en sus ojos después lo preocupaba demasiado. —¿Te gustaría una bebida? Tengo bourbon y escocés o puedo abrir una botella de vino. Una botella regular de vino de quince dólares. —dijo con una sonrisa nerviosa. Merecía una patada en el trasero por hacer ese comentario ridículo acerca del vino que abrió esa noche. Había sido un gesto inofensivo y sincero de su parte, tan simple como abrir una lata de coca cola, y la había hecho sentir culpable por ello. Había deseado cientos de veces que lo pudiera retirar. —No gracias. Ven, siéntate y dime que sucede. Usaba pantalones de mezclilla, algo que nunca le había visto antes, y una simple blusa blanca. No estaba seguro si era el color de su blusa que hacía lucir a su cara pálida como un fantasma o una genuina falta de color en sus mejillas. De cualquier manera las cosas no lucían bien. Mientras se sentaba en el sillón a su lado, notó que limpiaba sus palmas por sus muslos cubiertos de mezclilla. —No sé por dónde comenzar —dijo con una risa temblorosa. Reece mantuvo su boca cerrada esperanzado por prolongar lo inevitable. Tomó una respiración profunda y la dejó salir lentamente. —De acuerdo. ¿Recuerdas que una vez mencioné que mi padre compraba un bloque de bienes raíces en el centro? ¿Huh? —Lo recuerdo. —Bueno, en vez de cubrir el precio completo de compra de cincuenta millones de dólares, hay otros inversionistas quienes ponen un porcentaje, y él asegura un préstamo por una parte igual. Luego cuando las piezas son vendidas todos ganan una generosa devolución por su inversión —pausó, Reece asintió una vez para dejarle saber que la seguía—, todo estaba quedando lentamente hasta que mi papá llevó a la joven mujer a la beneficencia y tuvo su fotografía mostrada en los periódicos. Únelo con los chismes e inminente amenaza de un horrible divorcio, los inversionistas en el trato comenzaron a ponerse nerviosos, asustados que sus prioridades no estuvieran en orden, bla, bla, bla. Mi papá es como un gato; siempre se las arregla para caer en sus pies. Uno de los inversionistas si se salió pero encontró a alguien más para tomar su lugar rápidamente. —Se paró y comenzó a caminar de un lado a otro en frente de su chimenea—. Ese reemplazo fue Lincoln Porter. —Sydney se detuvo y lo miró con expectación—. ¿El nombre te suena conocido, Reece? —Suena vagamente familiar —contestó. Ciertamente, su mente estaba nublada con demasiado alivio para pensar claramente en ese

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momento. Pero aparentemente lo que explicaba lo involucraba personalmente de alguna forma—. ¿Por qué? Comenzó a caminar nuevamente. —Para que Lincoln tuviera la liquidez suficiente para invertir en el trato del centro, mi papá acordó comprar algunas hipotecas que sostenía. ¿El nombre aún es extraño para ti? —preguntó. Un foco finalmente se encendió en su cabeza. —Lincoln Porter. Inversiones Porter. Tiene mi hipoteca. —Reece frunció el ceño—. Solía. ¿Tu padre… ahora es mi prestamista hipotecario? Sydney se lamió los labios nerviosamente y retorció sus manos. Reece empezó a preocuparse otra vez pero no se sentía seguro por qué. — Mi Papá, me dijo todo esto hoy, Reece. Justo después de nuestra cita para almorzar. Sólo que una vez que compré esas hipotecas no tenía ni una intención de renovarlas cuando la cuota final llegara a su plazo. Tenía que hacer algo, así que compré las hipotecas con mi propio dinero, para evitar que no las tuviera en sus manos. Reece se levantó abruptamente y Sydney dio un paso atrás. — Así que corrígeme si me equivoco. ¿Ahora eres dueña de mi hipoteca? —Sí —tragó—. Reece, debía hacerlo. Iba a pedir el pago final cuando se vencieran. No podía dejarlo que te hiciera eso, a esas otras personas. No está bien. —Tocó su brazo, sus ojos implorándole que entendiera—. Cuando tu hipoteca se venciera en seis meses hubieras tenido que pagarle todo o tendrías una orden de ejecución. No podía soportar el pensamiento de que pudieras perder el bar. Ira se elevó caliente en sus mejillas y Reece trabajó para calmarla. —¿Por lo tanto asumiste que no tendría el dinero para pagarle todo, o que no podría ir a un banco y pedir prestado el dinero? Sydney visiblemente retrocedió a su duro tono. —Bueno, supongo que lo hice, sin embargo no en la manera que lo estás haciendo sonar. Estaba tratando de protegerte. —¿Siquiera se te ocurrió tomar el teléfono y preguntarme? —¡No había tiempo de negociar! Era todo o nada y la decisión tenía que ser hecha para esta tarde. Su cabeza iba a explotar, giró tan rápido. Algunas otras partes de su confesión flotaron de vuelta a la superficie. —Espera, dijiste que las compraste todas, no solo la mía. Mi balance sólo es cerca a los cuatrocientos mil. —le entrecerró los ojos— . ¿De cuánto estamos hablando, Syd? Pareció encogerse dentro de su ropa. —Reece. Yo… —¿Cuánto? —dijo mecánicamente.

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Envolviendo sus brazos por su parte del medio, murmuró: — Tres punto seis millones. Reece rió amargamente después pasó su manos por su cara y caminó hacia las puertas Francesas que daban a la terraza. —Tres punto seis millones —repitió aturdido. Había sabido que Sydney era rica pero nunca hubiera adivinado que tuviera tanto dinero prescindible a su disposición—. Tienes esa cantidad de dinero asentado en una cuenta en algún lugar. —No era una pregunta pero respondió de cualquier manera. —Tengo un fideicomiso de parte de mi abuelo Carson —dijo monótonamente. Giró alrededor y metió sus manos en los bolsillos, sintiéndose extrañamente inseguro en su presencia repentinamente—. ¿Exactamente cuánto vales? Sus labios se partieron luego se cerraron. Se alejó de él. —Eso no… ¿Por qué importa? Sí, ¿por qué importaba? Debería de estar feliz en este momento, aliviado y contento de que no lo estuviera dejando como lo había temido, y en vez de eso la reprimía por su riqueza otra vez. Sólo que ahora no estábamos hablando exactamente de una botella de vino de ochenta dólares o una camisa de trescientos dólares, ¿O sí? ¿Estaba celoso de su cuchara dorada? Tenía todo el derecho de decirle que no era de su maldita incumbencia lo que valía. Sabía que no lo haría. No lo tenía en ella el ser maliciosa no importaba lo mal que la hacía sentir en este momento. Pero el demonio dentro de él seguía empujando. —Simplemente lo hace. esto.

Negó con su cabeza y miró al piso. —Por favor, Reece, no hagas —¿Es jodidamente mucho, verdad?

Finalmente se giró y tiró sus manos a los lados en derrota. Lagrimas brillaban en sus ojos de ámbar liquido, haciéndolo sentir como una mierda absoluta. —La última declaración que recibí decía que valgo cuarenta y siete millones —dijo amargamente. —Jodeme —gruñó, colocando sus manos en sus caderas. —Dijiste… —su voz se partió y pausó, batallando para mantener sus emociones en control—. Te paraste justo en esa cocina y dijiste que no dejarías que esto se interpusiera entre nosotros. —Eso fue antes de saber que podías pagar en efectivo por una isla en el Pacifico Sur.

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Sydney hizo un sonido cortado de dolor. La mirada rota en sus ojos se deslizó por su corazón como una sosa navaja. —¿Qué quieres que diga? ¿Qué lo siento por que mi abuelo me amaba lo suficiente para asegurarse de que nunca deseara nada? ¿De qué sabía que si mi padre alguna vez ponía sus manos en el dinero de sus hijos encontraría una manera de usarlo a su favor? ¿Y cómo puedes estar aquí ahora y mirarme como si de repente no supieras quién soy? —Porque la realidad de esto —hizo señas alrededor del lujoso condominio—, de nosotros juntos, me acaba de golpear en la cara. Sydney limpió sus húmedas mejillas y miró a sus manos como si las lágrimas que estaba derramando estuvieran hechas de sangre en vez de agua salada. Se dejó caer en una silla y enterró su cara en sus palmas. —No estás siendo justo. Pensó en lo que su ex esposo, Todd, le había dicho la noche de la beneficencia. —Es inteligente, exitosa, y rica. No necesitaba nada de mí—, a lo mejor ahora entendió lo que Todd quería decir, Sydney nunca lo necesitaría para nada. No había algo que Reece le pudiera dar que no se pudiera dar ella misma. Si se quedaran juntos, su dinero constantemente seria una fuente de fricción entre ellos. Justo como ahora. —Piensa sobre ello, Syd. Si quisiéramos planear unas vacaciones, podría ser capaz de pagar una semana en un agradable hotel en Hawái, pero podrías rentar una casa en la playa por un mes sin ni siquiera pestañar al costo. Si quisiera comprarte algo para tu cumpleaños, digamos un collar de diamantes o un par de aretes, siempre estará en la parte trasera de mi mente de que podrías comprarte tu misma algo diez veces más grande. —Se paró de golpe y se acercó a su cara—. ¿Honestamente crees que soy tan superficial? ¿Qué me importaría un demonio sobre cuánto costó un regalo o un viaje de tu parte? ¿Siquiera se te ocurrió que pudiera atesorar lo que sea que me des simplemente porque viene de tu parte? —lanzó un suspiro profundo y roto—. Si eso es todo lo que ves cuando me miras, tenemos muchos más problemas que la cantidad de dólares en mi cuenta bancaria. —Aventó sus hombros hacia atrás y mordió su labio inferior en un intento de detener su violento temblor. Mientras tanto la lengua vil de Reece se mantuvo tercamente en el paladar de su boca—. Creo que te deberías de ir —susurró. Reece bajó su barbilla a su pecho y cerró los ojos. Tan mal como le iba a doler salir por la puerta de Sydney, necesitaba irse antes de que ambos dijeran algo de lo que no pudieran arrepentirse. Habían hecho un maldito buen trabajo en herir los sentimientos del otro y ahora mismo el dolor era crudo y duro. Necesitaba tiempo para absorber y pensar a través de todo lo que le había dicho y no podía

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hacerlo mirando a sus ojos angustiados, sabiendo que era el culpable de poner ese dolor ahí. Sin decir una palabra, salió por la puerta.

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19 Traducido por EyeOc Corregido por Paltonika

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ydney empujó su pollo a la parrilla alrededor del plato con el tenedor. Sabía como a espuma de polietileno, al probar unos cuantos bocados que tomó, y normalmente era una de sus entradas favoritas en el restaurante

Palomino´s. Afuera de la ventana principal del restaurante la gente pasaba en la ocupada banqueta, haciendo un total uso de su corta hora del almuerzo. Era como mirar una película en blanco y negro. Inclusive el mantel de la mesa, que sabía era de color rojo y blanco a cuadros con una gerbera colocada en un florero en el centro de la mesa, no tenía color. Todo parecía sin vida, incluyéndola. —Al menos que repentinamente te hayas convertido en vegetariana y estas tratando de devolverlo a la vida, ese pollo no va a volar a tu boca, Syd —dijo Sophie, tratando de aligerar el humor sombrío de Sydney. —No tengo hambre —murmuró y bajó su tenedor. —Necesitas comer, corazón, o vas a colapsar por falta de alimentos. Sydney asintió en un intento por calmar a Sophie pero no tomó el tenedor de vuelta. Apenas tenía la energía para respirar. En los últimos dos días, subsistió a base de café y… café. Logró realizar muy poco trabajo ya que no podía concentrarse. Sus ojos se encontraban hinchados y en carne viva por llorar tanto. Cuando la humedad en sus conductos lagrimales finalmente explotó, no los contuvo. Su cabeza palpitaba sin descanso de pensar demasiado y dormir muy poco, y había suficiente dolor en su corazón para sorprender a un elefante. —Deke dijo que Reece se está comportando como una bestia miserable. Dice que ha estado durmiendo en el sofá de la oficina, gruñéndole a quien sea que se atreva a abrir su puerta. ¿Por qué no lo llamas?

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—No hay nada de mi parte por decir, Sophie. Fui completamente honesta sobre todo y mira a donde me llevo. —Se rió sin sentido del humor—. ¿Sabes que es gracioso? Siempre he sido excesivamente cautelosa con los hombres porque tenía miedo de que solo me quisieran por mi dinero. Después, finalmente encuentro a alguien con el cual me podría ver para siempre, alguien que confié y pude apoyarme, a quien le gustaba por ser yo, y ahora no me quiere a causa de eso. —Te quiere. Sólo está siendo terco y orgulloso. Lo que necesita es una buena patada en el trasero —dijo Sophie violentamente—. Traté de hacer que Deke lo hiciera pero sigue diciendo que Reece sólo necesita tiempo para que asimile las cosas, y con el tiempo, él vendrá. —Suena como que ambos han estado hablando demasiado. — No le molestaba a Sydney que Sophie y Deke estuvieran hablando sobre la relación suya y de Reece porque sabía cuán genuinamente se preocupaban por sus respectivos amigos. Era probable que Deke estuviera incitando a Reece también, a pesar de sus comentarios sobre su mal temperamento. Sophie sonrió secamente, encogiéndose de hombros. —Deke quiere tomar las cosas con calma. Es un poco desconcertante por la química entre ambos, pero estoy dispuesta a tratar su manera por un tiempo. A lo mejor eso ha sido mi problema en el pasado. He saltado demasiado rápido antes de que de verdad llegara a conocer a la persona. Tenemos una cita este fin de semana así que veremos cómo va. —Podrías querer mostrarle un estado financiero antes de que se ponga más profundo —dijo Sydney sarcásticamente, pero luego se arrepintió de las palabras amargas tan pronto como salieron de su boca—. Lo siento. No quise poner un freno en tu relación con Deke. Sophie le dio una palmadita en la parte trasera de su mano. — Olvidas. Que no tengo tu dinero, Syd. —Se sentó de vuelta en la silla, su cara torciéndose en un profundo ceño fruncido, los ojos no más enfocados en Sydney—. Oh, maldición. Creo que estamos a punto de tener compañía y no te va a gustar quien es —dijo, y asintió sobre el hombro de Sydney. Girando la cabeza alrededor, Sydney vio a Todd haciendo su camino a la mesa. Se quejó y sentó derecha en la silla, preparándose para un imprevisto, una visita indeseada de parte de su ex esposo. —Hola, Sophie —dijo Todd con una falsa sonrisa antes de girar su atención a Sydney—. Hola, Syd. —Todd —repitió Sydney monótonamente.

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Sophie tomó su bolso y se levantó. —Te veo afuera —le dijo a Sydney, no molestándose por ocultar el intenso desagrado hacia Todd Blanton. Sydney quería matar a Sophie por abandonarla. Cuando asintió, Todd desafortunamente de deslizó al asiento vacante de Sophie. Le echó un vistazo. —¿Quién murió? ¿Qué? —preguntó cortantemente. —¿Qué pasa con todo el negro? Frunció el ceño a su tarje y blusa. —Oh. —Encogió un hombro y miró hacia otro lado—. Solo uno de esos días, supongo. Su mente subconscientemente debió de haber estado en duelo por la pérdida de Reece igual con su corazón esta mañana cuando sacó la ropa del closet. No se le ocurrió hasta que Todd tan gentilmente lo señaló; lucía negro de la cabeza a los pies. Inclusive la blusa debajo del traje era negra. Dios, seriamente necesitaba un cambio de guardarropa. O a un psicólogo para que le explicara porque su humor dictaba su elección de ropa. —¿Problemas en el paraíso? Su cabeza se giró de vuelta a Todd. —Eso es un poco gracioso, ¿no lo crees? Pasó su mano por su boca como si estuviera borrando las palabras. —Lo siento, Sydney. Honestamente, no sé qué me pasa cuando trato de hablar contigo. No pasara otra vez. ¿Podemos comenzar otra vez la conversación? —Debo irme, Todd. Sophie probablemente esta parada afuera en el calor, esperándome. Levantó su mano. —Dame cinco minutos. Su BlackBerry vibró en la mesa con un mensaje de texto de Sophie. “Voy de vuelta a la oficina. Buena suerte con el idiota.” Bueno, ahí se fue su excusa Todd, aunque no lo sabía, pero era una terrible mentirosa. —Está bien, cinco minutos, después de verdad tengo que volver a una reunión. —Realmente me gustaría verte feliz, Syd. Por la corta conversación que tuve con Reece en la beneficencia pude darme cuenta que se preocupa mucho por ti. ¿Algo paso entre ustedes? Suspiró resignada y decidida a parar la plática. Aun cuando su vida personal no era más de su incumbencia, estuvo casada con el hombre. Siempre tuvo la sorprendente habilidad de leerla como un

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libro. —¿Cuándo estuvimos casados… te… sentías intimidado por mí, por mi riqueza? —¿Reece te contó lo que le dije la noche de la beneficencia? —Dijo que querías asegurarte que estaba bien. ¿Por qué? ¿Qué más le dijiste? —preguntó sospechosamente. Jugueteó con el cuchillo para la mantequilla descansando en frente de él. —No te caigas de tu silla, pero acepté la culpa por nuestra ruptura porque te pedí demasiado. No me necesitabas para nada así que traté de que te convirtieras en lo que yo necesitaba, lo que quería. Esperé que renunciaras a lo que eras por mí. Su corazón se relajó ligeramente a su admisión inesperada. — No hubiera funcionado de todas maneras, Todd. No estábamos profundamente enamorados uno del otro. No realmente. Si lo hubiéramos estado, hubiéramos encontrado la manera de hacerlo funcionar. Hubiéramos estado dispuestos a hacer cualquier sacrificio para poder estar juntos. Para ser felices. Asintió. —Tienes razón. Me doy cuenta de eso ahora, pero entonces me sentía diferente. Era tan malditamente terco. Y con respecto a tu primera pregunta, si, supongo que me sentía intimidado por tu dinero. ¿Quién no lo estaría? Afróntalo, desde los días de los cavernícolas, hemos sido criados para ser los proveedores. Los hombres quieren ser necesitados para algo, de otra manera nos sentimos inservibles e ineptos. Podemos escupir esa mierda sobre estar cómodos con una mujer fuerte y autosuficiente todo lo que queramos. Pero cuando llegamos a ello tenemos que sentirnos como que contribuimos algo tangible a la relación. Sydney se encontraba repentinamente agradecida de no haber comido su almuerzo porque sintió que fue golpeada en el estómago. Reece pensó que no lo necesitaba, que no tenía nada que ofrecerle. Oh dios, estaba muy equivocado. Lo necesitaba como necesitaba su próximo aliento. Los pasados dos días de ser completamente miserable, pensando que lo había perdido, reafirmaban eso. Reece la hacía feliz, más feliz de lo que fue en su vida. Cuando permanecían juntos no pensaba sobre trabajo o problemas familiares. Revivía en su presencia. La hacía reír, sentir, querer. Al encontrarlo se encontró a sí misma. Iba a pelear por eso, por ellos, no importaba lo que tenía que hacer para obtenerlo. Sydney sacó algo de dinero de su cartera y lo tiró encima de la cuenta antes de levantarse abruptamente. Todd hizo lo mismo, frunciendo el ceño a su apresurada salida. —Me tengo que ir. —Tocó su brazo por un momento—. Gracias por tu honestidad.

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—Seguro. Llámame y almorzaremos alguna vez —dijo a su espalda cuando caminaba fuera. Sydney no contestó porque no tenía ni un interés en pasar una hora con Todd. Había sido honesto con ella para variar y lo apreciaba, pero su tiempo pasó. No había nada más que decir. Sydney se apresuró a cruzar la calle, sacando el teléfono móvil de su bolsa mientras caminaba. Tan pronto como entró al edificio, marcó el número de Reece. Sonó cinco veces después fue al buzón de voz. —Reece, soy yo. Necesito verte. Es importante. Por favor llámame. —Colgó y entró al elevador, decepcionada de que no hubiera contestado. Sophie se apresuró desde atrás de su escritorio tan pronto como vio a Sydney. —La reunión sobre la parcela de Anderson se ha movido a las dos en punto. Lincoln Porter está esperando en el cuarto de conferencias con esos papeles de nombramiento para que los firmes con anticipación. Le llamé a Jonah y le dije que necesitaba reunirse contigo ahí. —Está bien. —Tomó el archivo que Sophie le ofrecía—. ¿Puedo pedirte un favor, Sophie? —Lo que sea. —¿Te importaría marcarle a Deke y preguntarle donde está Reece? Traté de localizarlo y fue al buzón de voz. Me gustaría hablar con él antes de quedar atrapada en esta reunión por quien sabe cuánto tiempo. —Lo llamare ahora y te veo en unos cuantos minutos para notariar esos documentos para ti y Lincoln. Veinte minutos después, los documentos se encontraban firmados y notariados. Jonah se dirigió de vuelta a su oficina, mientras Sydney y Sophie dejaron a Lincoln en el cuarto de conferencias esperando a que la reunión comenzara. —Deke dijo que Reece fue a dejar un depósito al banco pero que no entendía porque no está contestando su teléfono, especialmente de tu parte. —Ya veo —dijo Sydney desalentada. Había estado muy ansiosa de hablar con él cuando dejó el restaurant. Las cosas que quería decir estaban frescas en la mente y sintió una explosión de esperanza. Era probablemente lo mejor. Lo que necesitaba decirle sería mejor decirlo en persona. Tan pronto como esta reunión terminara lo encontraría aunque le tomara toda la noche. Una hora más tarde, la mesa de la sala de conferencias permanecía rodeada de trajes, cabezas inclinadas, revisando y

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firmando documentos legales importantes. Sydney vio todo por adelantado, así que miró sobre el papeleo mientras se lo pasaban, firmaba donde debía, y se lo pasaba hacia su padre para que firmara. El bajo bullido de la conversación era más como ruido de fondo en su cabeza hasta que escuchó a su padre preguntarle a Lincoln Porter donde se hallaban los documentos que tenía que firmar sobre las hipotecas que pensó estaba asumiendo. Mierda, con todo lo que pasaba entre Reece y ella, olvidó decirle lo que había hecho. Lincoln lucía como un venado atrapado en las luces de un tren de carga que se acercaba. —Papá, ¿podemos hablar sobre eso después de la reunión? — murmuró, inclinándose más cerca, así nadie los oiría. —Prefiero manejarlo ahora, Sydney, y terminar con eso. —Papá, por favor. Este no es el lugar —dijo impacientemente. Las esquinas de su boca se curvearon hacia abajo y las mejillas se enrojecieron. Lo había molestado. Bien, se encargaría de él más tarde. De cualquier forma ambos debían de tener una seria conversación. Había varias cosas que debían cambiar, comenzando con su insensible actitud profesional y su actitud personal últimamente. Simplemente ya no podía soportarlo más tiempo. A lo mejor era momento para que lo hiciera por su cuenta. Con su reputación, no sería difícil rápidamente construir una base de clientes. A lo mejor no. De cualquier forma, algo tenía que pasar o su relación iba a sufrir daño permanente. Su BlackBerry vibró en su regazo y miró hacia la pantalla, deseando que fuera Reece regresándole la llamada, a pesar del tiempo inapropiado. No reconoció el número así que lo ignoró, dejándolo irse al buzón de voz. Inmediatamente vibró otra vez con el mismo número apareciendo en la pantalla. Sydney frunció el ceño y consideró dejar la reunión para tomar la llamada pero decidió en contra de eso. Minutos más tarde, recibió un mensaje de texto de Sophie. “911. ¡Excúsate de la reunión! ¡Importante!” El cabello en la parte trasera de la base de su cuello se erizó. —Discúlpenme por un momento —murmuró y salió al pasillo donde Sophie estaba esperando, una mirada afligida en su cara pálida. Se acercó tomando a Sydney por los brazos. —Syd, Reece está en el hospital. Ha sido apuñalado. Deke dijo que algún drogadicto lo atacó detrás del bar por el depósito. Sus manos volaron a su boca en conmoción mientras su corazón caía a sus pies. —Oh dios. —Deteniendo el repentino ardor de las

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lágrimas, Sydney se dejó caer en contra de la pared, con miedo de que sus rodillas cedieran—. ¿Cuándo? —Deke lo encontró hace alrededor de una hora y media y llamo al 911. Está en el hospital en este momento. Están llevando a Reece a una cirugía de emergencia. La garganta de Sydney se encontraba tan obstruida con emociones que estaba sorprendida que pudiera hablar. —Donde… — Tomó una respiración profunda y trató otra vez—. ¿Dónde fue apuñalado? Sophie también lucía como si fuera a estallar en lágrimas en cualquier momento. —En el pecho. Deke dijo que esquivó el corazón, afortunadamente. Paralizada, Sydney asintió. —¿Puedes volver a la reunión y traer mi teléfono? Creo que lo dejé en la mesa. —¿Terminaron? Negó con su cabeza distraídamente. —No estoy segura. Voy a mi oficina para tomar mi bolsa —dijo Sydney sobre su hombro mientras se apresuraba por el pasillo. Sophie regresó con su teléfono, ambos Jonah y su padre a sus talones. —No puedes solo irte, Sydney. Te necesito en esa reunión — dijo su padre severamente. —Puedo y lo haré. Ya he revisado todo así que no debería haber ni una sorpresa. Alguien por el cual me preocupo mucho me necesita más que tú, papá. —Colocó su bolsa sobre el hombro, dirigiéndose al elevador. —¿Qué está pasando, Syd? —preguntó Jonah. —Reece ha sido apuñalado. Está en cirugía en este momento. Me tengo que ir —contestó, su voz temblando con cada palabra. La siguieron hasta el elevador donde Sophie esperaba. —Voy contigo. Glenda dice que ella se encarga de la oficina. Sydney entró al elevador y presionó el botón para el vestíbulo. —Llámame cuando sepas algo —dijo Jonah. Su padre aún tenía el ceño fruncido. Asintió mientras las puertas se cerraban.

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20 Traducido por Vanessa VR Corregido por Alessa Masllentyle

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ydney odiaba los hospitales, pero quién no lo hacía. La esterilidad fría, los olores extraños, el aura de depresión y tristeza que parecía quedarse merodeando en los largos pasillos vacíos. Todavía albergaba recuerdos tristes de la infancia sobre su abuelo Carson acostado en una cama de hospital, muriendo de cáncer de hígado, su cuerpo conectado a un gran número de máquinas tratando de mantenerlo con vida cuando lo único que él quería era estar solo para morir en paz. ¡No! ¡No pensamientos acerca de la muerte! —Deke dijo que estaría esperándonos en el vestíbulo —dijo Sophie mientras corrían a través del atrio de vidrio en la entrada principal del Hospital Pearson Memorial. Tan pronto como atravesaron las puertas automáticas corredizas, fue corriendo a su encuentro, con una mirada de preocupación empañando sus rasgos masculinos. Abrazó a Sophie luego a Sydney. —Reece todavía está en cirugía. Vamos, les mostraré donde podemos esperar. —Tomó la mano de Sophie y Sydney los siguió. La pequeña sala de espera quirúrgica a la que Deke las llevó estaba prácticamente vacía, excepto por una pareja mayor sentada al otro lado de la habitación. Él y Sophie se dejaron caer en las sillas, mientras que Sydney, desde luego, se paseaba. —Dime lo que pasó, Deke. ¿Estaba consciente cuando lo encontraste?, ¿te dijo algo? —Estaba en y fuera de sí, Syd. Creo que puede haber tenido un pulmón perforado porque estaba teniendo problemas para respirar. — Deke sonrió a pesar de su evidente preocupación por su mejor amigo—. Reece dijo que consiguió una parte del chico, a pesar de eso. Piensa que podría haberle roto la nariz. —Bueno —dijo Sydney—. Esperemos que pueda dar una buena descripción del bastardo y la policía será capaz de encontrarlo.

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—Uno de los oficiales dijo que vendrían más tarde para tomar su declaración. —Deke se levantó—. Estoy teniendo dificultades para permanecer sentado. ¿Puedo conseguirles algo?, ¿café, soda, agua? —Me encantaría un poco de café. Crema y azúcar por favor — respondió Sophie. —No, gracias, Deke —dijo Sydney. Tenía miedo de que si ponía cualquier cosa en su estómago revuelto no se quedaría ahí. Deke se fue y ella y Sophie esperaban en un silencio tenso, Sydney tenía un camino en la alfombra fea de color óxido mientras Sophie se quedó mirando fijamente las paredes de color crema cicatrizada. Dentro de ella, las emociones lucharon. Enojo hacia el asqueroso que había hecho esto, enfrentado con el miedo de que Reece pudiera experimentar algún tipo de complicación quirúrgica. Al mismo tiempo, su amor por él se hizo más fuerte a cada minuto. Finalmente después de una hora y media de esperar en la tranquila habitación fría, una enfermera asomó la cabeza por la puerta. —¿Familia Myers? ¿Sí?

Los tres se volvieron hacia ella, hablando al mismo tiempo. —

Sonrió tranquilizadoramente, lo que Sydney tomó como una buena señal. —El señor Myers salió de la cirugía bien. Está en recuperación ahora y probablemente estará allí por una hora o así, luego lo llevaremos a una habitación privada. —¿Cuándo podremos verlo? —preguntó Sydney. —Tan pronto como se despierte, pero sólo la familia inmediata puede entrar —respondió, una pregunta en sus cansados ojos grises. Sydney levantó la barbilla. —Soy su esposa y éste es su hermano —dijo, poniendo la mano derecha sobre el antebrazo de Deke mientras casualmente escondió la izquierda sin anillo. La enfermera asintió. —Está bien. Vendré a buscarlos en cuanto el doctor diga que está bien para él tener visitantes. —Los dejó solos y Sydney se hundió en una silla, alivio inundando sus músculos tensos y mente ansiosa. —¿Su esposa? juguetonamente.

—preguntó

Deke,

arqueando

una

ceja

El calor se deslizó en sus mejillas. —Ya la has oído. Solamente la familia inmediata puede entrar.

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—Ah, no me estoy quejando. Eso fue un pensamiento rápido, de lo contrario estaríamos sentados sobre nuestros traseros durante horas hasta que fuera trasladado a una habitación privada. Pero, podrías haber dicho que eras su hermana, Syd. —Deke la miró, con una sonrisa ladina en los labios. —No seas ridículo. Nadie podría creer que tú y yo somos familia. Deke se echó a reír a carcajadas. —Además de que, sin duda, levantaría algunas cejas si los capturaran haciéndolo más adelante en la cama del hospital. Sydney le dio un golpe en el brazo, pero se echó a reír con él. — Eres incorregible, ¿lo sabías? —Sí, lo sé. —Él hizo un guiño a Sophie que se volvió rápidamente de color rosa brillante. —¿Deberíamos llamar el padre de Reece? Deke negó con la cabeza. —Vamos a esperar hasta que hablemos con Reece. Su papá puede tener que oír su voz para creer que está realmente bien. —Bueno, eso tiene sentido. Ahora que su mente no era consumida por la preocupación sobre la lesión de Reece, comenzó a vagar sobre cuál sería su reacción cuando ella entrara en la habitación. Con la anestesia que le habían dado probablemente estaría aturdido por un tiempo, tal vez incluso un poco incoherente. Mientras no le pidiera que se fuera, podría manejar cualquier cosa. Treinta minutos más tarde, la enfermera amable había vuelto, indicando a Sydney y Deke que la siguieran. Sophie dijo que estaba bien esperando, y que comprobaría con Glenda para asegurarse de que todo iba bien en la oficina. Nada podría haberla preparado para ver a Reece en esa habitación de recuperación, un tubo pequeño en la nariz, con el rostro tan pálido como la funda de la almohada debajo de su cabeza, cables conectados a su pecho y una vía intravenosa en el brazo. Una bata de color azul claro con un estampado tenue ocultando sus vendas y una sábana blanca gruesa estaba cubriéndolo hasta la cintura. Sydney se tragó un sollozo de puro alivio al verlo parpadear y abrir los ojos cuando Deke puso suavemente la mano sobre su hombro. —Hola, hermano —dijo Deke solemnemente—. ¿Disfrutando de las drogas? —Mmm —murmuró en voz baja, levantando sus lánguidos ojos azules a la cara de Sydney.

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Se inclinó sobre él y lo besó en la frente, manteniendo los labios apretados sobre su piel lo suficiente como para absorber su calor reconfortante y contener las lágrimas frescas que amenazaban con derramarse de sus párpados. Reece tomó su mano entre las suyas y la apretó débilmente. Ella se sentó en la silla que la enfermera ofreció, pasando rápidamente cerca de la cama sin romper la conexión de sus manos. Le dedicó una sonrisa tierna. —¿Cómo te sientes? —Adormecido —dijo con voz ronca. —La policía dijo que enviarían un detective más tarde para tomar tu declaración. ¿Puedes recordar algo sobre el imbécil que te apuñaló? —preguntó Deke. —Algo —respondió. Sus ojos manteniéndose cerrados a la deriva por los efectos persistentes de la anestesia, pero se las arregló para mantener un agarre firme sobre la mano de Sydney. La enfermera apareció cada diez minutos, despertando a Reece de su estupor quirúrgico con su irritante comportamiento alegre y palmaditas en la pierna mientras revisaba los signos vitales. Sydney entendía la necesidad de que hiciera eso, pero deseaba que pudieran adelantar el tiempo de varios días. Reece estaría descansando cómodamente en casa, lo peor de su recuperación habría pasado, y su conversación sería de una vez. Esperaba que todo estuviera bien de nuevo entre ellos. La cortina se abrió de nuevo y el cirujano se acercó a los pies de la cama de Reece. —Hola, amigos. Soy el Dr. Gibson —dijo, volviendo rápidamente la atención a su paciente—. ¿Algún dolor, señor Myers? Reece movió lentamente la cabeza y dijo—: No mucho. —¿En una escala del uno al diez? —Tres. Sydney sospecha que el número era mayor, pero sabía lo mucho que Reece odiaba yacer indefenso en una cama de hospital. Sabía que teniendo dolor sólo aumentarían el nivel de narcóticos que empujaban en su sistema, haciendo más difícil para él estar activado. —Es bueno escuchar eso —dijo el doctor—. La operación salió bien. Usted sufrió un pulmón perforado, como sospechábamos, pero conseguimos arreglarlo sin ningún problema. Estamos inyectando muchos antibióticos para evitar cualquier infección, por lo que debería estar bien y como nuevo en unas semanas. Si usted no desarrolla ningún tipo de complicaciones esta noche, probablemente lo dejaremos ir a casa mañana por la tarde, siempre y cuando usted tenga ayuda.

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—La tendrá —ofreció Deke—. Más de lo que quiere, supongo. —Muy bien, entonces. Conseguiremos trasladarlo a una habitación y los veré mañana gente. —Gracias, doctor —dijo Deke. Cuando el doctor los dejó solos de nuevo, Deke miró a Sydney, con los ojos muy abiertos—. Me sorprende lo rápido que consiguen que la gente entre y salga estos días. El padre de Brian tenía una cirugía de bypass de corazón y sólo se quedó en el hospital cuatro días. Eso es una locura. —Estoy segura de que tiene mucho que ver con las compañías de seguros, pero no creo que Reece discutirá si lo echan mañana después de mediodía —dijo Sydney, sonriendo a su cara soñolienta. —Nop. Cuanto antes, mejor formando una frase corta.

—murmuró Reece, finalmente

Sydney quería acariciarlo, apoyar la cabeza en su pecho y escuchar su corazón latiendo con fuerza. Era instintivo en realidad, una forma de tranquilizar a su cerebro preocupado de que él estaba realmente bien bajo la piel fría y húmeda. Se acercó y puso la mano sobre su mejilla. Reece volvió su rostro a la caricia y le dio un beso débil en el talón de su mano, su mirada bloqueándose con la suya. Una lágrima caliente se deslizó por su mejilla antes de que pudiera limpiarla. Lo último que quería hacer era molestarlo con su lloriqueo. —Estoy bien, bebé —dijo, apenas en un susurro. Todo lo que pudo hacer fue asentir. Había un nudo de emoción atascado en su garganta, demasiado grueso para dejar pasar las palabras. Dos enfermeras llegaron rápidamente, listas para trasladar a Reece a una habitación privada. Ellas dijeron el número de habitación y pidieron a Sydney y Deke que les dieran una hora o así para poder ubicarlo, entonces podrían quedarse todo el tiempo que quisieran. Deke le dio unas palmaditas a Reece en el hombro. Estaremos de vuelta pronto, amigo.



Sydney a regañadientes soltó su mano y lo besó en la mejilla. — Nos vemos en un rato.

Él pasó los dedos a través de su mandíbula. —¿Me lo prometes? —Lo prometo.

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El elefante sentado sobre el pecho de Reece se había reducido a un pequeño oso. Tentativamente tomó una lenta y profunda respiración, aliviado de que no se sentía como si estuviera siendo apuñalado de nuevo. Todavía escocía como una perra y le dolía, pero el dolor era tolerable, ciertamente manejable y sin medicamentos para el dolor. Estaba cansado de estar aturdido y con la mente confusa. En el último viaje que la enfermera había hecho a su cama con la aguja en la mano, la despidió con el ceño fruncido con la jeringa todavía llena. Cuando sus ojos granulados se enfocaron, rodó la cabeza en la almohada plana. Sydney estaba sentada junto a él, con la cabeza apoyada en el respaldo de la silla, ojos cerrados durmiendo. Mientras lo trasladaban a una habitación, se había ido a casa y se puso unos vaqueros y un suéter negro. Su rostro exquisito estaba todavía un poco pálido, con preocupación, incluso en reposo. Deke se había quedado hasta casi las once de la noche antes de que Reece lo hiciera irse, diciéndole que la barra lo necesitaba aún más que él. Sydney se había negado a irse como sabía que lo haría, pero estaba tan agradecido por su terquedad. No lo admitiría en voz alta pero egoístamente había querido que se quedara. Mirándola ahora tenía su pecho adolorido por una razón completamente diferente que ser herido con un cuchillo. Era un dulce dolor que hizo a su corazón hincharse hasta casi reventar. Había venido por él a pesar de su amargo desacuerdo. Él había estado volviéndose loco desde entonces, arrepentimiento llenándolo como veneno. Dos días de miseria absoluta le habían hecho darse cuenta de lo que sólo había sospechado antes: no podía vivir sin ella en su vida, no importa lo diferente que su situación financiera era. El orgullo puede ser una perra difícil de tragar. Había oído decir eso en muchas ocasiones, lo utilizó él mismo con Sydney cuando discutieron los problemas en el matrimonio de sus padres. Por ella, sin embargo, por ellos, aprendería a comprometerse. Sí, había sobrepasado los límites, pero Sydney simplemente estaba siendo Sydney, cuidando de la gente que le importaba. Era de la única manera que sabía ser. Era de la única manera que quería que fuera. Inclinó la cabeza hacia atrás para ver el reloj sobre su cama. Faltaban todavía un par de horas antes del amanecer. Debería dejarla dormir, pero la niebla de su cerebro se había levantado y quería hablar con ella, tocarla de alguna manera, sentir su cálida piel bajo los dedos. Reece se deslizó en la cama, sorbió de una taza de agua para cubrir su garganta seca y rasposa, y en voz baja dijo—: Sydney. Ella se movió y lentamente abrió los ojos, parpadeando para alejar la confusión de dónde se encontraba. Sonrió para asegurarle que

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estaba bien así no entraría en pánico, pero aun así se quitó la manta con la que había sido envuelta y se paró abruptamente. —¿Te está doliendo? ¿Necesitas más medicamentos para el dolor? —preguntó ella, sus hermosos ojos ensombrecidos con profunda preocupación. Como esperaba, sus manos ansiosas se acercaron a tocarlo y él las tomó en las suyas. Rozó su boca sobre la parte posterior de sus nudillos y luego la atrajo más cerca. —Estoy bien, cariño. Ven y siéntate a mi lado. —Reece, estamos a mitad de la noche. Necesitas descansar — protestó ella con suavidad. —He dormido durante diez horas seguidas. —Con mucho cuidado se movió hacia un lado y dio unas palmaditas en la cama cerca de la cadera—. Lo que necesito es mirarte a ti. Ella hizo un sonido burlón, pero tentativamente se sentó en el colchón frente a él y curvó su pierna debajo de la rodilla opuesta. Él se dio cuenta de que estaba nerviosa por la forma en que agitaba su vía intravenosa y el botón de llamada de la enfermera. Capturó sus manos ocupadas de nuevo, manteniéndolas cerca de su pecho vendado. —Te amo, Sydney —le espetó antes de poder arrepentirse de decirle lo que sentía. Ella se quedó completamente inmóvil, con la mirada cerrada de golpe en la suya. Vio sus ojos llenarse de lágrimas antes de que dos gotas cristalinas se deslizaran por sus mejillas suaves. Luego se inclinó hacia adelante y hundió la cara en su cuello, aspirando ruidosamente. Reece pasó los dedos por su gloriosa caída de rizos castaños, aspirando su aroma profundo, ajeno a las punzadas de dolor en el pecho. —Háblame —dijo en su oído. —Pensé que te había perdido —susurró finalmente después de varios segundos. Sydney levantó la cabeza y le tocó la cara. Reece frunció el ceño. —¿Cuándo? ¿Ayer? —No, después de que discutimos. Pensé que habíamos terminado. Limpió las lágrimas de su rostro con los pulgares. —Lo siento mucho por eso. Actué como un maldito inseguro. Fui injusto y cruel. ¿Me perdonas? —Ella asintió mientras las lágrimas seguían gruesas por sus mejillas. —No llores, cariño. Me está destrozando.

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—Son lágrimas de felicidad. Yo también te amo, Reece. Y estabas equivocado. Yo te necesito, más que nada. Tú cambiaste mi vida, me hiciste querer cambiar mi vida. Me tomó estar contigo para finalmente darme cuenta que hay más en esta vida que el trabajo. Saber que merezco ser feliz también. Tú me haces feliz. Si el dinero te molesta tanto, lo tiraré todo por lo borda. Yo haría eso por ti, por nosotros. Se inclinó y la besó con ternura, superado por el significado de sus palabras. —Sé que lo harías, y eso es parte de lo que te hace una persona tan increíble, pero no voy a dejar que hagas eso. Te prometo que no permitiré que eso me intimide si prometes hablar conmigo antes de gastar nada de eso en cualquier cosa que me implique a mí o a nosotros como pareja. ¿De acuerdo? Sydney frunció los labios, pensativa. —Con la excepción de los cumpleaños, aniversarios, navidad, ocasiones especiales, homenaje… —Sydney —dijo, tratando inútilmente de añadir cierto grado de convicción en la voz. Lo besó profundamente. —De acuerdo. —Además, nuestros niños malcriados necesitarán dinero para la matrícula y Dios sabe qué más —bromeó. Sus cejas se alzaron, pero se dio cuenta de la chispa inconfundible de interés en sus ojos. —Los niños, ¿no? —¿Está asustada por la idea? Sonriendo suavemente, negó con la cabeza. —No, en absoluto. En realidad, estoy muy intrigada por la idea, pero en unos pocos años. —Oh, por supuesto —fingió estoicismo—. Tenemos que practicar más en primer lugar. —Montones y montones de práctica. —Estuvo de acuerdo sinceramente. Reece se rió por primera vez en lo que parecía una eternidad. — Acurrúcate aquí a mi lado, nena. —¿Estás seguro de que es una buena idea? Podría quitarte la vía o a las enfermeras podría no gustarles. Esta última era un poco aterradora. —No me importa tampoco. Quiero tenerte cerca de mí. Sydney agarró la manta y se acurrucó en el lado sano de Reece. Él metió su cuerpo caliente bajo su brazo y cerró los ojos, tan satisfecho como nunca había estado. Si por él fuera, nunca pasarían otra noche separados.

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—Dilo otra vez —dijo en voz baja. No tuvo que preguntar para saber a qué se refería. Reece la apretó con fuerza y la besó en la coronilla de la cabeza. —Te amo, Sydney.

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Tres meses después Traducido por JackieC Corregido por Aimetz

-C

reo que es momento de más bloqueador solar.

Sydney rió, mientras bajaba sus lentes de sol para echarle un vistazo a Reece, tendido en la reposera que era para dos personas a su lado. — Solo han pasado treinta minutos y no me he metido en el agua aun. Tomo su mano, enlazando los dedos con los suyos y los colocó en su pecho. —No quiero que tu piel inmaculada se queme. Ella, dejó caer su cabeza en el almohadón, cerrando sus ojos, el sol se sentía genial en su piel desnuda, con el sonido del océano de fondo. — Oh, ¿es esa la razón? —Bueno, quizás no es esa la única razón —dijo—. Debo admitir que me es muy difícil mantener mis manos lejos de ti, cuando estas acostada casi desnuda a mi lado. Pero tampoco queremos que esos lindos pezones se quemen por el sol. —Mmm… eso sería desagradable. —Sydney sintió como Reece se volvía a su lado y luego su brazo pasaba por el abdomen plano, hasta llegar al borde de su bikini. Giro la cabeza hacia él—. Este lugar es increíble, ¿no lamentas no haber ido a Hawáii o algún lugar similar, cierto? —¿Estas bromeando? Mira esto —hizo un movimiento con el brazo hacia el agua de color turquesa que se extendía frente a ellos hasta donde el ojo podía ver—, ¿alguna vez has visto el agua de ese color?

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Habían decidido ir a Fiji para su luna de miel. Diez días en un bungalow en un exclusivo complejo que atiende a las parejas. Su bungalow privado se abría a una terraza con piso de madera y una piscina pequeña. Unos escalones conducían a playas de arenas blancas, aisladas. Con sillas a la sombra de gigantescas sombrillas de rayas verdes y blancas. La exuberante vegetación verde y el aroma embriagador de las flores tropicales los envolvían, haciendo parecer como si fueran las únicas dos personas en toda la isla. con sólo pulsar un botón, les traían comidas gourmet o cualquier otra cosa que este en su fantasía en cuestión de minutos Era tan tranquilo, pensó. Dejarlo sería extremadamente difícil. —Desde luego, no es la costa de Florida. Los cayos están cerca, pero no es tan impresionante. Reece llevó sus dedos a los labios y besó su anillo de boda, un anillo de platino con incrustaciones simples con una sola hilera de diamantes. Él llevaba su gemelo, más grueso y masculino. La garganta de Sydney se apretó por la emoción, como lo hacía cada vez que él tenía algún gesto de amor hacia ella. —¿Cuántas veces has comprobado tu BlackBerry hoy? —Ninguna —dijo demasiado rápido. —Sydney —la reprendió. —Está bien, dos veces. —¿Y? Ella suspiró. —Nada. Él se echó a reír. —Ves, te dije que todo estaría bien. Sophie tiene las cosas bajo control. —Es un difícil hábito de romper. —Sus dedos distraídamente girar la banda alrededor de su dedo—. ¿Te arrepientes de no haber tenido una gran boda? —No —contestó sin dudarlo—, todas las personas que realmente importaban estaban allí. Eso es todo lo que quería. Pero si me hubiera encantado haberme casado contigo frente al juez de paz el día que obtuvimos nuestra licencia. Sydney sonrió. —Estoy contenta con la manera en que lo hicimos. Se sentía muy íntimo. Había sido algo sencillo en la terraza de su apartamento a la puesta del sol, la tarde del pasado viernes. Sophie había sido la dama de honor y Deke era el padrino de Reece. Los otros participantes eran de la familia inmediata, un juez amigo que llevo a cabo la ceremonia, y un fotógrafo. Sus padres fueron civilizados, el uno con el otro, pero su

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padre sólo se quedó por más o menos una hora, probablemente no queriendo presionar su suerte. Sydney y él se estaban llevando mejor, solo porque la amenaza de su salida le había hecho dar un paso atrás y reevaluar sus prioridades y su actitud. Últimamente parecía estar pasando más tiempo en el campo de golf que en la oficina y Jonah había lo estaba relevando eficientemente. El padre de Reece y su tía Linda manejaron desde Naples para la ceremonia. Sydney lo conoció cuando él había venido a quedarse unos días luego de que Reece fuera apuñalado y se había enamorado inmediatamente de él. Era tan dulce y tolerante. Su marido definitivamente había heredado el temperamento de su padre. —Creo que Deke quiere comprar la casa. Sorprendida, Sydney se volvió para mirarlo. —¿Estás seguro de que estás listo para a venderla? —¿Por qué no? Nos pasamos todo el tiempo en el apartamento de todos modos. —Había escuchado atentamente su respuesta, pero no oyó ningún remordimiento en su voz, por suerte—. Ya sabes lo mucho que me gusta nuestra cocina. —¡Ja! Esa es tu cocina. Mis funciones son estrictamente secundarias. —Lo que me recuerda, creo que quiero remodelar la terraza. Instalar una parrilla y una nevera pequeña, tal vez un sistema de sonido y una pantalla plana. La calidez que Sídney sintió en su interior empató con la del exterior. Le encantaba que él consideraba el condominio como tan suyo como de ella. —Además de la remodelación. Tengo una sola petición —dijo, colocando el asiento entre sus caderas. —Creo que eso se puede arreglar. —Reece se acercó y beso la zona sensible debajo de su oreja. Sydney se estremeció. Su palma ahuecó su pecho desnudo, con el pulgar comenzó a rozar el pezón—. ¿He logrado sacar el lado exhibicionista de mi sensual esposa? —Entre otras cosas. —Sydney empujó a Reece sobre su espalda y se subió a horcajadas de él. Su pene inmediatamente comenzó a endurecerse debajo de ella—. Doy gracias a mi buena suerte todo el tiempo, por haberte encontrado en el juzgado ese día. La atrajo hacia su boca para darle un beso largo y profundo. El deseo se encendió en su interior, quemando como el sol en la espalda. —Te amo, Sydney.

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—Yo también te amo —dijo con la voz quebrada, mientras que tiernamente trazaba la cicatriz amarronada de su pecho. Justo cuando bajó la cabeza para otro beso, el timbre de la puerta sonó, haciéndole saber que la orden que había encargado más temprano estaba allí. Reece frunció el ceño y se apoyó en los codos. —¿Estás esperando a alguien? Sydney le dio una sonrisa tímida y se deslizó de su regazo, buscando su vestido para cubrir su desnudez. —Es una sorpresa. No te muevas de aquí. Reece observó Sydney deambular lejos de él, sus caderas suavemente balanceándose debajo de satén azul marino mientras iba a responder al llamado. Se agachó y bajo su mano y ajustó su polla hinchada en su traje de baño. Odiaba ponerse duro en esas malditas cosas. La piel de su pene probablemente tendría marcado el diseño malla permanentemente ya que se la paso duro prácticamente toda la luna de miel. Sonrió al cielo, sintiendo el corazón tan lleno de amor que pensó que estallaría en su pecho. Ella era todo lo que siempre se puede pedir en una pareja. Se hacían reír mutuamente por los días y gemían por las noches, a veces al revés y, a veces al mismo tiempo. No se había dado cuenta de lo perdido que estaba en su vida hasta que conoció Sydney. Ahora no podía imaginar su vida sin ella. Seguramente podrían haber seguido viviendo juntos un tiempo, pero casarse con ella, era lo que quería hacer. El deslizar ese anillo en el dedo de Sydney, había sido el momento más feliz de su vida, haciéndola oficialmente suya. Bueno también lo fue el día que se lo propuso y dijo que si en el hospital. Fiel a su palabra. Siempre lo consultaba antes de tomar cualquier decisión financiera que los afectara a ambos como pareja. No le permitiría pagar la deuda de su hipoteca, pero como era típico de Sydney, lo había transferido discretamente a nombre de Sophie, diciendo que era parte de su “plan de reparto de utilidades”. Reece lo sabía mejor. No había forma de saber cuánto dinero la pequeña señorita Sophie tenía en alguna cuenta en algún lugar, sin que ella lo supiera y con cada vez más intereses devengados. Las cosas entre Sophie y Deke se habían enfriado un poco tarde, lo que molestó a Reece y a Sydney. Habían tenido algo bueno juntos, o al menos eso pensaban. Reece tenía un presentimiento a cerca de todo lo que Deke estaba haciendo. Le había admitido que estaba loco por Sophie, pero eso lo había asustado demasiado, lo suficiente para hacer que quiera dar un paso atrás. La soltería para Deke siempre había sido

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sagrada. Dejarlo de lado que no era algo que ocurriría de la noche a la mañana. Reece le había advertido de no empujar Sophie demasiado lejos ya que podría perder lo mejor que le había pasado. No quiso entrometerse más que eso. El resto dependía de él. —Reece —dijo la dulce y tentadora voz de Sydney, desde adentro, trayéndolo de nuevo a donde estaba, en su luna de miel—. ¿Puedes venir un momento? Se puso de pie y fue en su busca. La villa fue construida en forma de curva, abrazando a la terraza y la piscina pequeña. Todas las habitaciones abrían al exterior, ya sea a través de controles deslizantes de cristal o por puertas plegables, haciendo que se sienta como si estuviera viviendo en una enorme casa del árbol. Aunque fuera lo más lujoso Reece había visto en su vida. Los suelos eran de maderas oscuras, las cortinas y los muebles eran de color blanco y beige. La decoración es simple, suave y tranquila. Tuvo que admitir que el dinero tenía sus ventajas, a pesar de que había insistido en pagar la mitad de la factura. Poco a poco se había acostumbrado a la riqueza de Sydney pero su orgullo no le permitiría convertirse en un mantenido. —¿Dónde estás, nena? —preguntó cuándo no la encontró en el salón o la cocina. —Sigue buscando —le contestó en voz alta. Siguió su voz, a través de la habitación y en el baño. Su pecho se tensó cuando la encontró. Cada vez que miraba a Sydney, que le robaba el aliento. Reece sólo esperaba que siguieran teniendo esa clase de química cuando tuvieran ochenta. Seria genial que su pene siguiera poniéndose duro para ese entonces, pero no estaba delirando. Ella estaba sentada en el borde plano de una gran bañera, con los pies descansando sobre una roca sumergida. Pétalos de rosa rojas flotaban en el agua clara y calma. Sus rizos de color marrón rojizo fueron apilados encima de su cabeza, aretes largos que escapan a acariciar sus mejillas y el cuello. El cuerpo de Sídney era la perfección, con curvas y femenina en los lugares correctos, delgado y fuerte que en otros. Reece podía imaginar su vientre liso plano redondeado por llevar a su hijo en él, sus pechos hinchados y exuberantes. Algún día. Sydney lo llamo con un dedo y fue, hechizado por la promesa malvada que vio en sus ojos color whisky.

153

Tocó un cubo de hielo con la uña, haciendo un gesto hacia la botella de champán enclavado dentro. —¿Puedes abrirlo por favor? —Por supuesto. —Reece hizo los movimientos como si estuviera en piloto automático, giro la tapa y hacer saco el corcho debajo de una toalla de mano. Ella le ofreció dos copas de cristal que lleno para luego hundir la botella en la cubeta de hielo. Despacio bajando las copas primero, Sydney se dio media vuelta y se hundió en el agua más allá de sus caderas. vio sus labios curvarse en una sonrisa seductora. —Desnúdate para mí. —No era una pregunta, era una orden. La polla de Reece se crispó. A medida que su relación se había profundizado aún más en los últimos tres meses, el sexo se había vuelto más caliente. La familiaridad había ayudado en el proceso, pero también la alegría y la felicidad. Sydney nunca había sido tímida al tocarlo, pero había aprendido a pedir lo que quería ahora. Nada lo ponía más que oír palabras sucias saliendo de su talentosa lengua. En púbico la definía la clase. Sin embargo, en privado, su apertura hacia la sexualidad, le había freído el cerebro. Reece desató la cadena en su traje de baño, los empujó sobre su erección y por sus caderas. Luego los pateo hacia un lado, esperando que ella dijera que era lo que quería. Su mirada se deslizó sobre él en una que sentía que su mirada eran latigazos, con los labios fruncidos. Ella palmeó el espacio vacante a su lado en la bañera. —Ven y siéntate. agua.

Hizo lo que le pidió, dejando que sus nalgas se deslizaran en el

Había esperado que fuera cálido, pero era en realidad genial. Dado el aire caliente y húmedo que se arremolinaba a través de la villa, que no era una mala cosa. Ella apretó los muslos y él se colocó entre ellos. Cuando llegó a los hombros, negó con la cabeza. —No, aun no puedes tocarme. Él sonrió y dejó caer las manos al borde de la bañera. —Todo lo que pidas. —Inclínate un poco hacia atrás. Reece cumplió, le atravesaba sus músculos tensos. Cualquier cosa que quisiera hacerle, le traería un placer puro, pero la idea de la boca caliente de Sydney en su polla le hizo luchar para suprimir un feroz escalofrío. Por supuesto, su polla tenía una mente propia, idiota pensó contra su vientre. Sydney cogió un tallo de una rosa corto y lo poso en una bandeja cerca de la bañera. Ella le dio vueltas, a través de sus labios, y

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luego muy lentamente atrajo hacia abajo a su estómago. En la piel quemada, firme, tan seguro como si le hubiera tocado ella misma. Cuando la flor llegó a su ingle, se deslizó sobre sus bolas y hasta su eje rígido. Él siseó entre dientes. Los pétalos eran tan suaves como su lengua, aunque fría en lugar de caliente, seca en lugar de mojada. No había duda en lo que Reece prefería en su polla, pero Dios sabía que había la torturado lo suficiente en su propio no retorcido sexo de diferentes manera. Podía sentarse, aprieta los dientes y aguantarse como un hombre. Tomo las copas de champán, colocando uno en su mano extendida. —¿Estamos brindando por algo? Ella sonrió. —Por una vida de amor, compromiso y el sexo increíblemente caliente. Reece se rió entre dientes al tintinear las copas. —Salud. Tomó un trago y dejó el vaso. Sydney tomó un sorbo y dejó la copa al lado de la suya. Ella se inclinó sobre su ingle y tomó su polla dolor en la mano, bajando la boca sobre la sensible punta hinchada. Líquido frío corrió por su longitud, lo que lo dejo en estado de shock y jadeando fuerte. El champán frío corría por su eje, por sus cojones, cayendo sobre el borde de la bañera. Entonces cálida lengua de Sydney estaba lamiendo a limpiar mientras ella ronroneó profundamente en su garganta. —Jesucristo, cariño. —Reece llevó una mano acunando la parte posterior de la cabeza. Sintió la sonrisa alrededor de su longitud, de color ámbar encontraron su mirada. no faltaba mucho para que se venga. Había estado despierto toda la tarde, tumbado junto a su cuerpo casi desnudo, fantasías sucias marcha por su mente como un colegial pervertido. Unos cuantos golpes más profundos, unas lamidas calientes y sería un caso perdido. Eso no era lo que buscaba en este sexy encuentro. —Detente. Su cabeza subió. Reece se estremeció ante la pérdida repentina. Ella frunció el ceño. —¿Por qué? Él sonrió tímidamente. —Sé que vas a pensar que me he vuelto loco, pero no me quiero venir de esa manera —se deslizó fuera del borde—, ven aquí. Ella sonrió, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello, pegando su delicioso cuerpo contra el suyo. —Si tú lo dices. —Yo digo que sí —Reece se sentó en el borde sumergido, pasando rápidamente su culo hacia adelante—, súbete.

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Sydney ansiosamente obedeció, deslizando sus piernas alrededor de su cintura mientras apoyaba su espalda. Reece metió la mano bajo el agua y tomo la cabeza de su polla dirigiéndola a la entrada de su coño. Usando su dedo pulgar, hizo pequeños círculos alrededor de su clítoris, asegurándose de que estuviera bien húmeda y lista, hasta que ella arqueó la espalda e instintivamente apretó sus caderas hacia abajo. Él le pasó un brazo por la cintura y la atrajo hacia delante, empalándola. Gimieron a la par. —Oh, se siente increíble —ronroneó—. Jódeme Reece. Dios, cómo le gustaba oírla decir eso, palabras que nunca pensé que iban a salir de la dulce y refinada boca de Sydney. Habían recorrido un largo camino, en un corto tiempo. Ambos habían crecido a su manera. Reece había descubierto que estaba bien tener orgullo, pero a veces, debería tragárselo a favor de la humildad. Sydney había aprendido que no podía asumir la carga de todo el mundo, y que tenía que ponerse primero a veces. Ambos habían aprendido que hay cosas más importantes en la vida que el trabajo. Amigos y familia lo eran. Pero esto, lo que ambos tenían, era lo que más importaba. La risa de Sydney hizo su corazón se hinchaba en el pecho. La besó en la boca, lenta y profundamente. —Estamos haciendo un desastre —dijo, señalando a las ondas de agua y pétalos chapoteando sobre el borde de la bañera en el suelo se levantó. —Totalmente, vale la pena. —Al igual que ella.

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Comencé leyendo cuando tenía cuatro, gracias a una niñera que se dio cuenta que la única manera de hacer que me quedara quieta (y callada) era poniendo un libro en mi mano. Para el momento que entré al jardín de niños, había pasado por cada Little Golden Book alguna vez impreso. Diez años después –para la consternación de mi madre– encontré su reserva oculta de novelas románticas de bolsillo. Trató de desviar mi atención de vuelta a algo más decente comprándome Harlequins, pero aun escabullía copias de sus Kathleen Woodiwiss y Johanna Lindsey cuando no estaba viendo. Shanna, The Flame and the Flower, y Fires of Winter siempre tendrán un lugar especial en mi corazón porque me introdujeron a héroes revoltosos, testarudas heroínas, y el problema en el que se podían meter juntos. Vivo en una pantanosa pequeña esquina en la parte norte central de Florida con mi familia, ambos de la variedad de dos piernas y de cuatro piernas. Amo leer, alternándolo junto con apreciar la cocina, y nunca me pierdo un episodio de Justified, Longmire o Dexter. Supongo que me gusta la justicia en todas sus varias formas. A parte de mi pagina web, me pueden encontrar diciendo cosas inapropiadas en Twitter como @JennyLynwrites; en Goodreads; y Amazon http://www.amazon.com/author/jennylyn.

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http://paradis ebooks.forum.n om.es

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