9. EL TEATRO DESDE 1939 HASTA FINALES DE LA DÉCADA DE 1970: TENDENCIAS, AUTORES Y OBRAS 9.1. CONTEXTO En cuanto al contexto político, es una época marcada por la Dictadura de Franco (1939-‐1975), que provoca una fuerte censura, problemas económicos, represión exilio… Desde el punto de vista cultural, se da un aislamiento de brillantes realizaciones en el teatro internacional hasta la década de los 60. Hay influencia de autores como Bertolt Brech (creador del teatro épico, con un enfoque social comprometido), Artaud con un teatro de “crueldad”, e Ionesco con un “teatro del Absurdo” renovador y experimental. Desaparecen también autores innovadores de la época anterior (Valle Inclán, García Lorca o Unamuno). Otros autores censurados en España se marchan al exilio: Max Aub (Morir por cerrar los ojos) y Alejandro Casona (La dama del alba). Las consecuencias de esta situación son: la escasa brillantez literaria, el triunfo de obras conformistas con el momento histórico que se pliegan al gusto del público sobre todo entre los años 40 y 60 y a partir de los 60 se da un teatro independiente de burguesía como oposición al régimen. 9.2. TEATRO EN EL EXILIO Destacan autores como Max Aub y Alejandro Casona. El primero publica en 1942 San Juan, obra que plantea las vicisitudes de un contingente de emigrados judíos que huyen de los nazis en un barco, el San Juan, y que no logran ser recibidos en ningún puerto). Casona estrena en Buenos Aires La dama del alba (1944), La barca sin pescador (1945) y Los árboles mueren de pie (1949). 9.3. EL TEATRO EN LOS AÑOS 40: EVASIÓN Y HUMOR En clara antítesis con lo que ocurre en Europa, la escena española resulta muy pobre en estos años y a ello contribuyen las circunstancias políticas e ideológicas derivadas de la Guerra Civil. En los años 40, el grupo más importante de autores, si atendemos a la aceptación del público, es el formado por los continuadores, en buena medida, de la concepción estética y dramática de Benavente. Algunos ya habían estrenado antes del 36 (Pemán, Luca de Tena, Calvo Sotelo); otros, empiezan en los 40 (Ruiz Iriarte, Edgar Neville…) Este teatro, mayoritario y de clase, sirvió con 71
maestría los gustos de un público, el burgués, pero no intentó cambiarlos ni modificar el sistema de valores en que se fundaba la sociedad. En estos mismos años, cobra fuerza el teatro cómico, en el que destacan Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela. Este último escribió parte de su obra antes de la Guerra Civil (Usted tiene ojos de mujer fatal, Cuatro corazones con freno y marcha atrás), pero son más abundantes los textos posteriores a la contienda (Eloísa está debajo de un almendro, Los habitantes de la casa deshabitada). Su teatro presenta uno de los intentos vanguardistas más notables del siglo XX, ya que pretende transformar las motivaciones del humor español, basadas en esquemas agotados. Su teatro aspira a la inverosimilitud, lo que le lleva a llenar su obra de situaciones incoherentes y ridículas. Mihura es la primera figura del teatro cómico español posterior a la guerra. Tiene gran capacidad para urdir tramas sorprendentes, dando una gran dignidad a géneros como la comedia de enredo, el vodevil o el teatro policiaco. Su obra más representativa es Tres sombreros de copa, estrenada en 1952, veinte años después de ser escrita. Es una comedia que satiriza la rutina y mediocridad de la burguesía de provincias y la no menos miserable vida del teatro de variedades. Se enfrentan dos mundos y dos concepciones de la vida: la vida burguesa y prosaica de Dionisio y la vida poética y de libertad de Paula. Otras obras del autor son Maribel y la extraña familia y La bella Dorotea. 9.4. EL TEATRO DE LOS AÑOS 50: PROTESTA Y DENUNCIA Paralelamente a lo que ocurre en la poesía y la novela, el teatro realista intentó renovar la escena española y manifestar su oposición a la dictadura. Las obras plantearon temas como la injusticia social, la explotación, la vida de la clase media y baja, la condición humana de los humillados, los marginados. Destacan dos dramaturgos: Antonio Buero Vallejo (Historia de una escalera) y Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte, 1953; La mordaza, 1954). Cabe citar también a Lauro Olmo (La camisa, 1962; drama sobre la emigración). En Buero se pueden distinguir tres etapas: -
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Etapa existencial (reflexión sobre la condición humana): En Historia de una escalera (1949), los protagonistas son cuatro jóvenes, vecinos en el último piso de una vieja casa: Urbano, obrero de una fábrica; Fernando, dependiente de una papelería; Carmina y Elvira. La obra refleja un mundo gris donde las frustraciones se repiten de generación a generación, no sólo por el peso del medio social sino también por la debilidad personal. En 1950 escribe En la ardiente oscuridad, obra que plantea la lucha por la verdad y la libertad. Teatro social (denuncia de injusticias que atañen a la sociedad): Un soñador para un pueblo (1958), dedicada a Antonio Machado; El concierto de San Ovidio (1962) denuncia la explotación de un grupo de ciegos en el París de los años previos a la Revolución francesa; El tragaluz (1967) se centra en unos personajes marcados inexorablemente por la Guerra Civil. 72
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Etapa de innovaciones: Quizá la novedad técnica más llamativa es lo que se han denominado “efectos de inmersión”: visión de la escena por parte del espectador a través de los personajes. Obras: El sueño de la razón, Llegada de los dioses o La fundación, entre otras.
Es interesante aludir a la polémica sobre “posibilismo” e “imposibilismo” que mantuvieron Buero y Sastre. Para este último, es preciso hacer un teatro que ignore los límites oficiales, las prohibiciones del sistema. Buero, en cambio, propugna la necesidad de un teatro “difícil y resuelto a expresarse con la mayor holgura, pero que no sólo debe escribirse, sino estrenarse; un teatro lo más arriesgado posible, pero no temerario”. 9.5. LA RENOVACIÓN DE LOS AÑOS 60 Se distinguen dos teatros: uno que sigue la línea comercial y otro de marcado afán experimentador, en sintonía con el espíritu de las vanguardias. a. En el teatro comercial, siguen triunfando las comedias de Mihura y surgen figuras como Jaime de Armiñán y Ana Diosdado. Entre los nuevos sobresale Antonio Gala: en 1963 estrena su primera comedia, Los verdes campos del Edén. Durante los años setenta goza del favor del público con obras como Anillos para una dama, Las cítaras colgadas de los árboles o Por qué corres, Ulises. b. La experimentación. Como ocurre con la narrativa y la poesía, los nuevos autores consideran acabado el realismo social y buscan nuevas propuestas que se caracterizan por su oposición estética a los “realistas”, aunque en bastantes ocasiones las obras tampoco están exentas de crítica social. Muchas de estas obras no encontraron facilidades para ser representadas por problemas con la censura o porque sus audacias formales no encontraron fácil eco en el público. Se habla de “teatro soterrado”, “teatro del silencio”, “teatro underground”, “teatro vanguardista”, “nuevo teatro”, “teatro simbolista”… En el teatro vanguardista destaca la figura de Fernando Arrabal. Imaginación, elementos surrealistas, lenguaje infantil, ruptura con la lógica son las características del primer conjunto de las obras de Arrabal; por ejemplo, en El Triciclo (1953). Exiliado en Francia desde 1955, sus obras (generalmente, estrenadas en Francia y publicadas en francés antes que en castellano) se encuadrarían dentro del llamado “teatro pánico” (del griego ‘pan’, todo) y pretenden ser un teatro total que exalta la libertad creadora y persigue la provocación y el escándalo del espectador. Otras obras: El laberinto (1956), Oye, Patria, mi aflicción (1975), etc. Entre los agrupados bajo el nombre de “simbolistas” o “nuevo teatro” figuran nombres como José Ruibal (La máquina de pedir, de 1969) y Manuel Martínez Mediero (El último gallinero, de 1969; una parábola política a partir de una historia de animales). En el panorama del teatro bajo los últimos años del franquismo no puede faltar la mención del fenómeno del “teatro independiente”. Bajo este rótulo se engloban 73
grupos como Los Goliardos, Tábano, Teatro libre de Madrid; Els Joglars, Els Comediants y Fura dels Baus, en Barcelona; Aquelarre, en Bilbao, etc. Algunos de ellos siguen hoy en activo. 9.6. EL TEATRO DESDE 1975 Finalizada la dictadura y eliminada la censura, parecía abrirse una etapa prometedora. Un importante fenómeno del teatro español posterior a 1975 ha sido la creación de instituciones teatrales que dependen de instancias oficiales, tanto del estado como de las comunidades autónomas o municipios. Así, en 1978 se creó el Centro Dramático Nacional y, posteriormente, la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Asimismo, la proliferación de festivales de teatro en toda la geografía española ha ayudado a acercar este espectáculo a un público cada vez más numeroso. Los grupos de teatro independiente no constituyen la única tendencia teatral dominante al finalizar la dictadura. De hecho, en el panorama de los años 80 y 90 lo habitual ha sido la dispersión de tendencias. Se pueden distinguir, al menos, tres grupos: -
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Por una parte, están los autores ya consagrados con anterioridad, como Buero Vallejo, Sastre, Gala o Martín Recuerda. En esta línea hay que situar el éxito teatral Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez, un artista polifacético (escritor, autor, director de cine y teatro). Por otro lado, tenemos a dramaturgos que, aunque empezaron a escribir en la dictadura, se dieron a conocer a partir de la Transición: Francisco Nieva, José Luis Alonso de Santos, Fermín Cabal, Sanchís Sinisterra. A su vez, ensayan caminos diversos: Nieva se muestra innovador y experimental con su “teatro furioso”, que aparece en obras como El baile de los ardientes. Sinisterra hace una especie de teatro histórico de corte realista en ¡Ay, Carmela!, divertida y patética historia de dos actores en plena guerra; Alonso de Santos, por su parte, revitaliza la tradición del Sainete en La estanquera de Vallecas y en Bajarse al moro. Por último, no podemos olvidar a los autores más jóvenes cuyas obras aparecieron ya en plena democracia: Paloma Pedrero (Besos de Lobo, 1991), Juan Mayorga (El jardín quemado, 1997; Cartas de amor a Stalin, 1998) o el consolidado Ignacio Amestoy (Cierra bien la puerta, 2002, Premio Nacional de Teatro en ese año).
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