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gente estando con otra gente, y la política urbana se hace más evidente, más posible. Un mueble más, que infraestructura una ciudad muy necesitada de habitar los conflictos más que de solucionarlos, porque aun nos queda mucho que hablar sobre la ciudad. Sobre los grandes planes urbanísticos y sobre los grandes modelos sostenibles, pero también sobre los pequeños detalles de la ciudad abierta del día a día y es necesario pensar en estructuras que permitan al máximo posible de seres urbanos sentirse representados v
Notas 1. Dkellerm. Sasquatch music festival 2009 – Guy starts dance party. http://www.youtube.com/watch?v=GA8z7f7a2Pk 2. zuloark, Declaración Universal de los Derechos Urbanos. http://declaracionderechosurbanos.com/
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robocop en madrid, o cómo aprendí (a punta de pistola) a amar madrid río Javier Ruiz Sánchez arquitecto
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Javier Ruiz Sánchez
M
ediados de noviembre de 2013, dos noticias muy diferentes relativas a Madrid son trending topic en las redes sociales. Por una parte, el sorprendente cartel del remake de la película Robocop, con el anuncio de su estreno para principios de 2014; por otra parte, la huelga de casi dos semanas de los trabajadores de las contratas de los servicios de limpieza en Madrid, en defensa de sus puestos de trabajo y las condiciones económicas de los mismos. Las imágenes, única de aquél, innumerables de ésta, aparentemente apenas guardan relación entre sí, el anuncio del enésimo blockbuster hollywoodense y las calles madrileñas donde la basura se va progresivamente amontonando. Pero es posible que sí estemos ante un relato único, del que ambas noticias sólo son simples capítulos. El cartel: en primer plano, el policía medio humano medio robot, más estilizado que su primera encarnación de policía metálico, exhibiendo pistola, lo que no es anecdótico, y junto a una motocicleta que previsiblemente le permitirá acceder rápidamente a los lugares de conflicto urbano; el fondo, el escenario, es sorprendente, cuatro rascacielos prismáticos más que familiares para los habitantes de esta ciudad, las cuatro torres erigidas donde un día estuvo la Ciudad Deportiva del Real Madrid en el, sólo por el momento, segmento extremo norte del Paseo de la Castellana. Son cuatro prismas perfectamente tallados, en una imagen que recuerda poderosamente una formación de cristales minerales, de átomos perfectamente posicionados dando lugar a una geometría perfecta. De hecho, las dos torres más próximas en la imagen (más al norte) se inspiran de manera no casual en estas formaciones. Como concesión a la tendencia arquitectónica de moda, estos cristales se complican levemente, se introducen directrices curvas por ejemplo, buscando una originalidad superior a la del repertorio limitado de las formas naturales inorgánicas, incluso las más perfectas; un toque sutil, casi imperceptible, de organicidad para permitir, salvando la escala, superar el aburrido repertorio de sistemas de cristalización natural. Los cristales minerales representan la máxima expresión del orden dentro del reino de lo inorgánico. En un mundo tendente de manera inexorable al desorden, la disposición ordenada de cada átomo en un cristal sólo es posible invirtiendo esta tendencia, y ello sólo es posible con una inversión energética extraordinaria. No se trata de una metáfora, la construcción de un objeto extraordinariamente ordenado, no digamos ya de un grupo de objetos, aún más, de un sistema como es nuestra ciudad, precisa igualmente de una inversión energética ingente. Dicha inversión es perfectamente cuantificable en términos energéticos y materiales, informacionales y, por supuesto, de capital. La energía e información acumuladas en estas formas cristalinas es codificada por el poder bajo la forma de capital. La ciudad contemporánea, la ciudad de los modernos flujos de capital financiero, es una ciudad de torres como grandes, gigantescos, incluso desproporcionados cristales.
Es Shanghái, es Dubái, es nuestra mesetaria aportación en forma de cuatro torres que, convenientemente encuadradas, sirven de telón de fondo a la espectacular puesta de largo de los emergentes servicios de orden que habrán de velar, precisamente, por una de las posibles formas de mantenimiento de dicho orden. Porque la ciudad siempre ha sido, bendita sea, una forma de acumulación de orden; convenientemente concebida, incluso una de las mejores maneras, si no la mejor (aquí no cabe hablar de perfección ni por asomo), de ralentizar los procesos entrópicos indistinguibles de la acción humana sobre el territorio. Una cierta organicidad, más que simplemente formal, es necesaria para ello, organicidad que se traslada a un comportamiento ecosistémico del conjunto, donde el común de lo pequeño convive con lo excepcionalmente grande en un imperfecto, y necesariamente conflictivo, sistema de relaciones sociales, económicas, de intercambio, relaciones de competencia y apoyo mutuo. Un sistema complejo de imposible gobierno absoluto. Como todo sistema complejo abierto, la ciudad se degrada, y produce, a mayor o menor ritmo, basuras. Como dijo una vez Jesús Ibáñez, la ciudad es una fábrica de mierda. Esto no es, en absoluto, una desgracia, como no lo es que lo seamos cada uno de nosotros, cada ser vivo, siempre que la cantidad producida y sus mecanismos de reinserción en el medio resulten proporcionados. En noviembre de 2013 se nos ha recordado de manera visible que Madrid es, como cualquier otra ciudad, una fábrica de mierda. La oportuna visibilidad de este hecho, al borde de la generación de un problema de salubridad, pone de manifiesto la ignorancia, por parte de quien decide, de lo que debería ser obvio: que la inversión inicial realizada en construcción de orden necesita además de una inversión continua en mantener el metabolismo en buen estado, a través del mantenimiento y el buen funcionamiento de los servicios públicos. La policía es, en la polis, el conjunto de funciones encargadas del mantenimiento del orden, el “buen orden en la cosa común”. La policía no está necesariamente vinculada al ejercicio de la fuerza, de la coerción a través de la misma, que sólo de manera excepcional podría aplicarse en casos extremos de defensa de lo común. La policía es, debe ser, el gobierno de lo que es común en la polis, en la ciudad, ejercido, en la buena ciudad, como consecuencia de un buen contrato social, nunca de una servidumbre voluntaria. El Robocop de Verhoeven patrullaba un Detroit degradado, la ciudad ejemplo extremo del fracaso de la buena policía, y planteaba, entre otras cosas, un interesante debate sobre las consecuencias de la privatización del ejercicio de dicha policía, en su sentido tanto más amplio como en el más estrecho. Robocop 2014 se nos anuncia protector, a punta de pistola, de las espaldas de los espacios de acumulación extrema, la preferencia por la
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violencia y la coerción frente al buen gobierno, como un reconocimiento de culpa que raya en la desfachatez. El tiempo, mientras degrada, modela lo público; el orden se reordena, el sistema se autoorganiza. A nadie se debería pasar por la cabeza pelear a punta de pistola por el mantenimiento de la foto fija de lo que una vez a alguien se le antojó representativo, ir en contra de la naturaleza de las cosas. En Madrid alguien ha sobrediseñado Madrid Río, el parque más coercitivo jamás diseñado en esta ciudad, y estamos en una ciudad que ha conocido no pocas voluntades absolutistas y totalitarias. Madrid Río es un objeto tan artificial como el conjunto de las cuatro torres disfrazado de amable paisaje familiar, un cristal modelado para parecer otra cosa, pero un cristal al fin y al cabo; no un parque, sino un icono, su papel de representación por encima del de su uso. En cualquier parque madrileño el uso en el tiempo modela las formas tanto o más como las formas orientan el uso. Incluso el un día perfecto Parque del Retiro se vuelve imperfecto al desvincular su uso de la monarquía y ligarlo a la ciudadanía, y los parterres y praderas se llenan de atajos e irregularidades que no hacen sino mejorarlo, aunque tal vez no a los ojos de quien un día lo diseñó. En el parque de Madrid Río, en lugar de permitir que el uso lo perfeccione, lo que sin duda supondría la alteración de su imagen canónica, se opta por ordenar, conducir, coaccionar, con el objeto de mantener congelada la imagen representativa del gigante. Mientras tanto, como parte del inevitable proceso entrópico, el resto de la ciudad se degrada más deprisa de lo que su propia estructura implicaría en un justo reparto de inversiones para ralentizar equitativamente dicho proceso; menos buena policía y más Robocop, vigilante armado del último plantón que adorna, y oculta, la verdadera naturaleza de la cosa.
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Antonio Lopera arquitecto
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