2003-2013 el patrimonio zozobra en la crisis de valores. Vicente Patón Jiménez arquitecto Madrid, Ciudadanía y Patrimonio

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Vicente Patón Jiménez

H

ace diez años, la boyante economía de la construcción parecía justificar todo mediante un rutilante imaginario de tecnología y estridencia urbana, para el cual las preexistencias históricas eran tan sólo un estorbo o un pretexto para cualificar cualquier arquitectura narcisista. A este temporal, hoy frenado por la crisis, ha sucedido la resaca del desmantelamiento administrativo producido por una política corrosiva del sentido de la función pública, que no imagina otro futuro que la huida hacia adelante, y para la que el patrimonio es una pieza más a abatir o a explotar sin miramientos. Tal ataque está creando una reacción en forma de movimientos sociales, que unen a ciudadanos de muy distinta procedencia para reivindicar el arte, la historia y la cultura como creación común que debe estar salvaguardada.

Una crisis que viene de lejos Lo primero que conviene aclarar es que estamos hablando de este país, y más concretamente de la ciudad de Madrid, aunque la crisis de valores se extienda a una Europa que va renunciando poco a poco a su sentido humanístico para dar paso a otra cultura popuEl Plan Voisin de Le Corbusier, para París.

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La Ciudad Vertical de Ludwig Hilberseimer. 1927

lista, fetichista y efímera, que parece emular al mundo norteamericano; donde en cambio se advierte un movimiento creciente de valoración del conocimiento y de la Historia, que da lugar a un auge de las organizaciones ciudadanas, que -con ayuda estatal o del importante patronazgo que allí es tradición- están recopilando y estudiando para su protección una herencia del pasado que aumenta en aprecio social. En Sociología ningún fenómeno es casual ni se produce de forma aislada, y la trayectoria que ha tenido en el mundo y en España el legado construido no se puede desvincular de los importantes cambios sociales y culturales acaecidos en los dos últimos siglos, siendo la aparición del Movimiento Moderno el punto de inflexión que pone en crisis un proceso de producción de arquitectura y ciudad que había mantenido bastante continuidad a pesar de la revolución industrial y las nuevas teorías urbanísticas del siglo XIX, que ya proponen soluciones para las sociedades de masas que crecen de forma imparable por todo el planeta. El Movimiento Moderno anticipa los patrones estéticos y constructivos de un capitalismo creciente basado en la producción masiva de bienes de consumo y la especulación como principales mecanismos de creación de capital. Sorprenderse, como ocurrió en los años setenta, de lo mal que había funcionado el nuevo urbanismo es algo que hoy solo podemos contemplar como ceguera o como cinismo de los intelectuales que en ese momento encendieron las alarmas, cuando en cualquier propuesta de Le Corbusier o de Hilberseimer -por citar dos nombre muy conocidos- se ven las directrices que, bajo una apariencia de progresismo social, están propiciando un mundo a la medida de un emporio capitalista concentrado en muy pocas manos, y con el automóvil como gran protagonista y ariete para la explotación masiva del territorio.

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Chernóbil (Ucrania)

Simplificar siempre es arriesgado porque la realidad ofrece muchas caras, pero lo que se divisa desde una perspectiva de cien años es que el siglo XX está por reescribir en todo lo que concierne al arte y la arquitectura. Durante muchos años los estudiantes de esta disciplina aceptábamos como incuestionable la llegada de la modernidad, algo parecido a lo de “antes y después de Cristo”. Y cualquier reproche o duda te podía arrojar al infierno de los “académicos de la Historia”, donde se cocían a fuego lento en un caldo pequeñoburgués las ánimas vetustas y reaccionarias. Paradójicamente, también se condenaba un sistema comunista que había abjurado de sus inicios vanguardistas y constructivistas para caer en los vicios de la grandilocuencia neoclasicista de Stalin, y sin caer en la cuenta de que tras esa monumentalización de los edificios públicos, se encondía una arquitectura residencial que cumplía a rajatabla los principios de la industrialización y el funcionalismo que estaban en el decálogo de la modernidad, hasta extremos de radicalidad inusuales en el mundo occidental.

La Villa Olímpica de Barcelona

En el “mundo libre” las oligarquías financieras, y tras el “telón de acero” las cúpulas estatales, estaban siguiendo patrones igualmente establecidos por el Movimiento Moderno

en cuanto a la creación de ciudades. Ni siquiera el revisionismo posmoderno de los años ochenta consiguió romper esa dinámica de urbanismo masivo y arquitectura sin cualidad ni escala, en parte por la frivolidad de los arquitectos “vip”, y en parte porque el poder de decisión de lo que debe ser la arquitectura ya no estaba en ese momento ni en los proyectistas ni en los políticos, sino en un sistema económico basado en movimientos financieros a escala global. Tras un evidente frenazo en la destrucción masiva del patrimonio, que en España se había cebado especialmente en las grandes ciudades y en la costa, surgieron soluciones de compromiso más aceptables, como los planes de rehabilitación de centros históricos, o las operaciones de recuperación de la forma urbana que se hicieron en Barcelona con la Villa Olímpica, o en Madrid con Vallecas o Carabanchel; pero bastó que se superase el bache provocado por la crisis del petróleo para volver a la locura constructiva. De modo que el último gran desarrollo en Barcelona -basado de nuevo en patrones mo-

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El fallido intento de la posmodernidad

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El rescate de la memoria y la modernidad decadente

PAU Ensanche de Vallecas

dernos- ha sido el de Diagonal-Fórum, que a nadie gusta pero cayó en la ciudad como un axioma inevitable: “cualquier otra posible versión de la modernidad queda fuera de la lógica imperante y está destinada por tanto al fracaso”; mientras que en Madrid los últimos años han sido los del sueño nunca cumplido de la distopía moderna proclamada hace un siglo: enormes extensiones urbanizadas con avenidas interminables pensadas a la medida del automóvil, y repetitivos edificios -tan grandes como inexpresivos- siempre al borde de amplias autopistas que aislan a los ciudadanos de cualquier contacto con los barrios vecinos si no se quiere coger un vehículo: los famosos PAU’S, como Sanchinarro, las Tablas o Vallecas o el ejemplo más descarnado que supone la popular “Ciudad del Pocero” en Seseña, vienen de una lógica centenaria que se ha ido fraguando poco a poco hasta alcanzar su cénit precisamente en la traca final con que han reventado entre nubes de humo los petardos de la última crisis.

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Lo que no pudieron evitar las sociedades tanto democráticas como autocráticas, es el que la modernidad generase sus propios anticuerpos desde el primer momento en forma de grupos académicos o ciudadanos defensores de los legados del pasado: casi al mismo tiempo en que se establecían los preceptos del Movimiento Moderno -entre los años veinte y treinta del pasado siglo-, surgieron las cartas de conservación del Patrimonio, como la de Atenas de 1931, que expresaba una estima por el pasado heredada a su vez de muchos arquitectos y teóricos del XIX, pero que limitaba su acción a los monumentos con interés histórico-artístico. Se crea así un movimiento que impone pautas de respeto frente a la arrolladora iconoclastia de la modernidad centroeuropea, aunque en España –como en Italia- siempre se actuara con cierta prudencia, al entender lo moderno más próximo a la depuración formal que al radicalismo funcional y deslocalizado, como se puede observar en los números editados por la revista del GATEPAC que -a pesar de su patente carácter excluyente- recogen la herencia de la arquitectura popular mediterránea como ejemplo espontáneo de racionalidad a tener en cuenta, y los propios autores del grupo no se privan de utilizar modelos planimétricos procedentes de las escuelas neoclásicas, o de incorporar gestos de contextualización con su entorno preexistente. De este modo, la vocación de ruptura con todo lo anterior que originó la teoría moderna tiñó de recelo la apreciación de la arquitectura histórica, y no tanto la monumental -menos cuestionable por su carácter icónico- sino sobre todo la residencial de distintas épocas y estilos, vista desde entonces como construcción caduca y poco funcional -si no insalubre-, e inadecuada para el auge creciente del automóvil. Fue otro argumento que vino muy bien a los promotores mejor situados para efectuar derribos a conveniencia y cambiar en buena parte la imagen de las ciudades, haciendo desaparecer barrios históricos completos. Las operaciones de la Gran Vía en Madrid o de la Vía Layetana en Barcelona anteceden y anuncian la ortodoxia moderna, aunque en su lenguaje arquitectónico respondan al gusto conservador de su momento y enmascaren bajo el lenguaje académico lo que ya son nuevas tecnologías constructivas y conceptos de uso más actuales. Tras la segunda guerra europea, en la época del desarrollismo, el estilo moderno reapareció con fuerza como el modelo para urbanizar a la mayor velocidad y el menor coste, no sólo las periferias de las ciudades sino los pueblos y las codiciadas costas de todo el país. Los estilos históricos se esfumaron y con ellos todos los oficios que permitían construirlos. La enseñanza de la arquitectura derivó rápidamente hacia la tecnología, olvidando el pasado y perdiendo paulatinamente el sentido ligado a las academias de Bellas Artes que estaba en su origen, y el decoro en el proyecto fue sustituido por lo elemental y funcional hasta el punto de instaurar unas pautas de oficio tan convencionales como

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accesibles para cualquier titulación media e incluso para constructores un poco hábiles. Naturalmente el producto que sale de manos no adiestradas por la docencia específica suele ser peor, pero el usuario ya no va a percibir esa distinción. Entre tanto, las élites académicas de lo inevitablemente moderno crean un mundo a su medida cada vez más minoritario y alejado del noventa por ciento de lo que en realidad se construye, aunque en ese exclusivo diez por ciento existan obras tan visibles en el universo mediático, como irrelevantes entre la vastedad abrumadoramente gris de lo real.

Bandazos a la española Y nos dirá quien esto lea: ¿dónde está el patrimonio histórico en todo este devenir hacia nadie sabe qué destino?. Pues agazapado en los restos de cascos históricos que han podido subsistir, y en múltiples enclaves repartidos por los lugares más olvidados de la geografía española, salvándose en parte gracias al turismo, y en parte por su poder de seducción ante un mundo moderno repetitivo hasta aburrir, hastiante y carente de cualquier encanto, una vez perdida su capacidad inicial de sorprender. Afortunadamente no Derribo de casa noble en Embajadores, 18. Foto de Álvaro Bonet

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han dejado de existir ciertas minorías cultas -y con una visión menos reducida que la del profesional al uso-, ligadas a medios académicos, instituciones internacionales, o a la propia administración; que además siempre han contado con la querencia de los ciudadanos por los lugares que han sido escenario de sus vidas, o que -sin serlo- les van a transmitir en sus viajes la evocación de un mundo pasado, minuciosamente elaborado por cabezas y manos expertas, y rico en significados superpuestos de forma lenta por el tiempo. En Madrid –y España en general- hemos ido dando bandazos entre la barbarie desarrollista y la instauración de políticas de protección del Patrimonio. La ley estatal de 1985, la autonómica de Madrid de 1998, o el Catálogo de Protección del Plan General de Madrid de 1985 -recogido de nuevo en el Plan de 1997- supusieron, junto a otros instrumentos de control como las Comisiones de Patrimonio locales o regionales, o las Direcciones Generales específicas de Patrimonio, un conjunto de medios legislativos y humanos con los que estudiar y difundir esa riqueza histórica, que alcanza también, además de la edificación, al paisaje, el medio natural y la arqueología. Y todo parecía ir bien en esos años de Demolición del Palacio de la Duquesa de Sueca. Foto de Álvaro Bonet

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Derribo de los cuarteles de Campamento. Foto Jesús Rodríguez

Estado actual del palacio de Ustáriz

furor legislativo, y que nos íbamos a equiparar con los estándares europeos, e incluso en los medios académicos se recuperó el pasado como referencia inevitable para entender la evolución espacial de la arquitectura contemporánea. Palladio, Soane, Schinkel o Plecnik ocupaban las páginas de las revistas especializadas más punteras, y las monografías y exposiciones sobre autores desaparecidos eran una parte importante de la cultura arquitectónica de los años setenta y ochenta; pero bastó con que volviese a sonar el cuerno de la abundancia procedente de la deslocalización en la producción y los flujos a nivel global de dinero oculto o ficticio, para que los arquitectos volviesen a recuperar la iconoclastia de comienzos del siglo XX, pero ahora cambiando el pretexto ideológico por otro de tipo tecnológico y ligado a la eficiencia energética. Y si hace un siglo se proponía un nuevo patrón estético y adecuado a la construcción masiva en nombre de la salubridad o de nuevas formas de organización social, en estos tiempos se invocan la sostenibilidad o la incentivación de la economía y el empleo como coartadas para encubrir modelos tan poco sostenibles como antieconómicos, ligados a intereses muy particulares. En un momento de crisis profunda como el actual, que ha visto truncado su proyecto de especulación infinita, tan insensato como cualquier otra estafa basada en la explotación piramidal de la codicia individual, las macrooperaciones se hacen inviables, y todos los

ojos se vuelven hacia esa fuente de valor añadido que es el Patrimonio, pero no de una forma sensata que aprendiese de las malas experiencias, sino con la misma ansiedad del depredador de costas, montes y collados: devorando lo que puede dar una rentabilidad inmediata, y de forma rápida para que no se enfríen las sobredimensionadas calderas del poder político y económico. Tanto la nueva Ley de Patrimonio de 2013 como el nuevo Plan General, ponen entre sus principios directores la incentivación económica y la flexibilidad (entiéndase: la manga ancha), dejando a los fines específicos de salvaguardar el Patrimonio -en el caso de la Ley- o de promover un modelo de ciudad habitable, sostenible y socialmente equilibrado -en el caso del Plan- en un segundo plano. Por supuesto, la participación ciudadana en estos dos proyectos que regirán el futuro de Madrid es un mero pretexto, aplicado de forma escandalosa en la Ley -en cuya aprobación no se ha escuchado casi ninguna de las importantes objeciones planteadas por los ciudadanos y grupos políticos-, y todavía por ver en el Plan General, que empezó con unas prometedoras mesas de participación cada vez más distanciadas, y cuya finalidad nos tememos será la de hacernos cómplices del Plan a los que estamos asistiendo a ellas, pues una cosa son las intenciones de los técnicos y otra la de los políticos que toman las decisiones finales y que -por supuesto- repetirán hasta la saciedad lo participativo y

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conseguido –que es mucho- en lugar de partir de cero, que es a lo que parecen aspirar quienes nos gobiernan. Tan arriesgada deriva como la que estamos viviendo ha debido de tocar en algún momento un punto crítico de la conciencia social; cuando Madrid, Ciudadanía y Patrimonio aún no tenía nombre, hace unos seis años, ya estábamos ahí algunos ciudadanos, unidos por el lamento y la resignación, en núcleos aislados que a veces se reunían para hacer “terapia de grupo”, como dijo alguna de las asistentes a aquel muro de las lamentaciones que eran las sesiones del Colegio de Arquitectos o del Club de Debates Urbanos, en las que coincidíamos tantas veces las mismas personas. Tuvo que desaparecer el acogedor foro del Colegio, ocupado por nuevos gestores más atentos al naufragio de la profesión que a lo que entonces parecía un capricho elitista y demasiado enfrentado a los intereses político-empresariales, para que algunos nos “lanzásemos al monte”, buscando en lugares menos condicionados receptividad y empatía con la defensa del Patrimonio. Amor, Lujo y Photoshop en Canalejas. Imagen promocional de Estudio Lamela

Madrid, los ciudadanos, y su patrimonio

El hecho es que el tema del Patrimonio, considerado resuelto a finales de los años ochenta, y después poco a poco olvidado en las complicaciones de lo cotidiano es hoy un edificio cochambroso en el que se abren grietas cada día, de forma paralela a esta democracia pervertida y manipulada hasta extremos inconcebibles a la que hemos llegado. Confiábamos tanto en que los políticos estaban ahí para resolverlo todo sin más que aportar nuestros impuestos y votar cada cuatro años, que no nos dimos cuenta de que los derechos -como la libertad, la amistad o el amor- hay que defenderlos siempre, y no confiarlos ingenuamente a la buena voluntad de los demás. Y lo que hemos descubierto además es que la ciudadanía debe ser activa, y entre las obligaciones del ciudadano debe estar la de aportar parte de su tiempo a la defensa de algún aspecto de los bienes comunes. Es difícil sacar tiempo en nuestra forma de vivir -sobre todo para los que habitamos en grandes ciudades-, y a veces se hace imposible, pero en mitad de esta crisis, no sólo económica sino social y cultural, no queda otra solución que esforzarse, unir causas comunes y avanzar hacia sociedades más viables, seguras y equilibradas, salvando lo ya

A partir de ahí fue una sorpresa el ver que había “vida en el planeta” y el ir descubriendo otros grupos y personas afines, con la alegría de quien encuentra presencia humana en una isla que suponía desierta. Unos contactos surgieron a través de las propias causas defendidas, que ya tenían núcleos organizados de vecinos dedicados a ello, y otros por medio de algún partido político como IU que estaba haciendo de paño de lágrimas de los ciudadanos que acudían a sus sedes para pedir ayuda en alguna causa concreta. Hubo en todo esto personas con una gran generosidad y voluntad de apoyo, y lugares como el Ateneo de Madrid, que sirvieron de marco para establecer los primeros contactos, y todo se fraguó de forma muy libre y ajena a otras imposiciones que no fuesen la voluntad de apoyarse en causas paralelas y comunes. Nadie preguntó a nadie por sus preferencias políticas, ni se establecieron exigencias que no fueran las de la voluntad de cada uno. Lo demás vino de la necesidad de tener una mínima configuración legal y poder actuar como asociación con entidad propia, lo que se fue haciendo en paralelo a la creación de un blog y una página web, y a una actividad incesante desde el 21 de noviembre de 2009 en que se fundó la asociación mediante un acto celebrado en el propio Ateneo. Nuestro perfil es muy variado y multidisciplinar, teniendo los arquitectos un especial papel debido al conocimiento técnico de la materia, pero siendo minoría frente a muchos socios de otras profesiones: geógrafos, sociólogos, informáticos, abogados, filósofos, escritores, profesores, o ciudadanos a los que nadie ha preguntado por cuestiones personales, sino por su interés en el tema o por su problema específico relacionado con el Patrimonio; además de los arqueólogos, cuyo conocimiento de la materia es muy importante y evidente.

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democrático que ha sido todo el proceso. De momento, la elaboración del nuevo catálogo de protección, otorgado a una empresa con una baja temeraria (condición admisible a partir de un reciente retoque legal), en un plazo exiguo, y con un equipo técnico cuyos nombres se mantienen ocultos hasta el momento, no augura nada bueno.

La reactivación de la conciencia social

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Con el Club de Debates Urbanos siempre nos han unido lazos de amistad y una frecuente coincidencia de objetivos y puntos de vista, aunque tengamos estrategias de actuación muy distintas; y con otras asociaciones afines, como Hispania Nostra o Unesco Madrid, también ha existido una comunicación puntual y siempre positiva. Y aunque el ámbito de actuación de Madrid, Ciudadanía y Patrimonio vaya implícito en el propio nombre, mantenemos relación con otras organizaciones como Ecologistas en Acción, de alcance nacional; Salvem el Cabanyal, de Valencia; APUDEPA, de Zaragoza; Torre Vigía, de Málaga; Patrimonio de Laredo, etc. Enumerar las asociaciones que componen el núcleo de MCyP resultaría prolijo en un artículo breve, y para eso está nuestra página web: www.mcyp.es./, donde se pueden consultar los datos y objetivos de todas ellas, pero el repertorio de temas que manejamos sobrepasa los que son específicos y tan importantes como el Palacio de Boadilla del Monte, el frontón Beti-Jai, la Casa de Campo y su entorno, las Vistillas de San Francisco el Grande, la Dehesa de la Villa y sus históricos viajes de agua, el patrimonio –ya inmaterial, aunque también arqueológico- de la Cárcel de Carabanchel y su entorno, el Real Canal de Manzanares, el único monumento urbano de Salvador Dalí, la Tabacalera de Lavapiés, ejemplos del caserío histórico como la casa blasonada de Corredera, 20, la arqueología de Madrid y su Comunidad, los cines y teatros de la ciudad, el entorno histórico de El Escorial, los caminos públicos históricos y las cañadas que cruzan el territorio próximo a la ciudad, el patrimonio cerámico, los encinares de Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, o el propio Ateneo de Madrid.

Acción ciudadana contra la Ley de Patrimonio 2013. Foto de Álvaro Bonet

La debilidad de lo público y el poder de la élite privada A todo este repertorio que tiene un seguimiento permanente, se han ido uniendo otras cuestiones sobre las que inevitablemente no podemos permanecer indiferentes, como el abandono de propiedades municipales adquiridas por su valor histórico, de las que el Ayuntamiento se ha desentendido hasta llevarlas al estado de ruina. Así ha ocurrido con al caserón blasonado de Embajadores, 18 derribado la pasada primavera, o la Casa de de la Duquesa de Sueca, cuyo inicio de demolición parcial a finales de julio ha sido paralizado por orden judicial; mientras que otras fincas municipales, como el palacio de la Infanta Carlota -obra de Juan de Villanueva- en la calle Luna, o el mencionado edificio de Corredera, 20, están en una situación precaria y amenazante. Otras administraciones actúan de modo similar, y el propio Estado, ha dejado arruinarse edificios protegidos de los antiguos cuarteles de Campamento, sin que se haya adoptado otra medida que la de demolerlos; o el propio gobierno autonómico, que hace dejación de su deber de mantenimiento de los Bienes de Interés Cultural, al no actuar frente a la precaria situación del frontón Beti-Jai.

Los cines y teatros de la ciudad han seguido un programado camino de desaparición debido a las graciosas concesiones legales de un Ayuntamiento que permitió el cambio de uso solicitado por los empresarios de los locales, sin intentar buscarles otras opciones como centros de cultura o salas de teatro, en lugar de construir a coste desmesurado conjuntos de nueva planta como los teatros del Canal o las salas del centro Conde Duque. Las últimas guindas de esa política arrasadora han sido la descatalogación del Teatro Albéniz, ahora protegido por una sentencia judicial que obliga a realizar la declaración BIC, a petición de un grupo de ciudadanos que también han contado con el apoyo de MCyP, como también hemos apoyado las iniciativas ciudadanas para evitar que el interior del Palacio de la Música se convierta en una macrotienda de moda. Y es que el arrollador poder empresarial frente a unas administraciones endeudadas por la delirante política de obras faraónicas de los últimos años, impone sus pautas y dicta un modelo de ciudad a su medida, que es exclusivamente la del negocio privado.

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El caso más flagrante es del complejo de Alcalá-Sevilla-Canalejas, en el que se agrupan una serie de sedes bancarias que acabaron en manos del Santander. Entre estos edificios hay algunos de autores como Eduardo Adaro o José Grasés Riera, declarados o incoados como Bienes de Interés Cultural, cuyas protecciones se han revocado -sin que haya habido cambios previos que lo justifiquen- y vuelto a tramitar, pero sólo para sus fachadas y primera crujía, cuestionando todo el sistema de protección y el valor de las propias leyes de Patrimonio estatal y autonómica al dejar en situación de peligrosa fragilidad a cualquier monumento declarado BIC. Ningún argumento ni alegación ha servido de nada frente a la actitud decidida de los apresurados acuerdos municipales y autonómicos, que en tiempo récord han facilitado al empresario Villar Mir y al banco Santander la jugosa operación. Después de esto creemos que a muchos ciudadanos se les habrán caído las vendas de los ojos, si es que alguien tenía todavía dudas sobre quienes detentan el poder real y la capacidad de crear la ciudad a su medida, y a espaldas de los ciudadanos y de cualquier opinión cualificada. Un nuevo ejemplo vuelve a ilustrar esta inadmisible realidad, y es el concurso promovido por el Colegio de Arquitectos para rediseñar la Puerta del Sol, remozada hace apenas cuatro años, y que no mestra ningún problema de deterioro a pesar de que su diseño y calidad constructiva empeorasen tras esa última actuación. El problema lo provoca un empresario especializado en la instalación de quioscos con terrazas acotadas en los lugares más turísticos de la ciudad, y que según la prensa diaria tiene buena relación con la alcaldía de Madrid. Se anunció la operación, incluso prometiendo la instalación de árboles en una plaza que nunca los tuvo, y ante el rugido de la tormenta que se podía desatar, se llegó a un acuerdo con el COAM para convertir el asunto en una cuestión de excelencia arquitectónica consistente en un concurso con organizadores de alto prestigio y un jurado “de campanillas”. Como Ayuntamiento y Comunidad tienen las arcas vacías, el dinero lo ponen empresarios como el de Canalejas: OHL-Villar Mir, que pide extender la operación hasta su terreno –faltaba más- o como aquel JC Decaux de los chirimbolos que tan bien recomendó en su día el presidente francés Chirac al entonces alcalde Álvarez del Manzano. Como se puede ver, los empresarios ponen el dinero e imponen sus criterios, y los arquitectos endulzan con su prestigio y buen hacer lo que haga falta, y además lo hacen de forma muy democrática, convocando un concurso y todo.

el Patrimonio una parte viva y tangible de esa memoria- conviene recordar e intentar al menos recomponer o repensar ese pasado para entender el presente. Creo que los arquitectos heredamos por nuestra formación un sistema doctrinal, que como toda doctrina, te integra en un grupo y un sistema de conocimiento pero te separa de otras realidades. Algo no hemos estado haciendo bien para acumular tanto repudio social tras haber tenido antaño una posición de respeto, y a pesar del altruismo y el sentido social que siempre han caracterizado a esta profesión de soñadores e idealistas. Pisar las calles y ser parte de una ciudadanía que reclama cuestiones no siempre coincidentes con nuestra formación académica, es un ejercicio que están haciendo inevitablemente muchos arquitectos jóvenes e implicados en formas de activismo social en las que la arquitectura está presente como solución a problemas comunes. Quizá esa actitud nos permita estar más atentos y escuchar otras voces, que entonces podrán entrar en diálogo con las nuestras y romper las actuales barreras de lo endogámico. Desde el Patrimonio algunos arquitectos lo estamos viviendo con gran esperanza, y vemos cómo lo que suponíamos una preocupación elitista era en realidad una causa común que habíamos ignorado como tal. En defensa de lo público y de los bienes comunes, seguiremos intentando salvar la pequeña pero valiosa nave del Patrimonio histórico, natural, paisajístico y arqueológico, incluso para que lo disfruten los que ahora nos denigran. El mundo se ha achicado tanto que ya no hay posibilidad de escaparse. Si se hunde el barco, nos hundimos todos.v

La calle como lugar del arquitecto Volviendo al inicio de este artículo repito que “ningún fenómeno es casual ni se produce de forma aislada”. Y en esa trayectoria que va de lo global a lo cotidiano, y de lo histórico a lo actual se pueden sacar muchas conclusiones, que en tan pocas páginas se quedan en un esbozo, y tal como la memoria nos sitúa y hace comprensible la realidad -siendo

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